Traducido por Artifacs en agosto 2018

    Obra Original Nexus (Robert Boyczuk, 2004) publicada bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Nexus Ascesión se publicó en https://artifacs.webcindario.com bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido en este texto con personas reales vivas o muertas es puramente una coincidencia.

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Capítulo 1

    

Capítulo 1 - PRÓLOGO: Los Gemelos

    La nave se dirigía hacia su infernal perihelio.

    Sobre su estrecho puesto de vuelo giraba el simulacro de un sistema binario: dos enanas blancas atrapadas en un vicioso abrazo gravitatorio de periodo combinado de dos minutos y veinticinco segundos. Una interminable y futil persecución.

    Su luminosidad había sido alterada para hacerla más soportable. Incluso así, la pantalla emitía sombras dobles por la cabina, una confusión de líneas y formas sólidas que cortaban los muros y el panel como cuchillas giratorias.

    (Demasiado tarde.), pensó desde los confines de su estrecha cápsula. (Demasiado tarde para cambiar nada.)

    Un indicador verde brillante surgió en el borde de la pantalla: su nave. Luego, antes de que pudiera tomar nuevo aliento, siete indicadores rojos más, como invitados a su velatorio: drones.

    Su nave no tenía armamento.

    Era una nave de azote gravitatorio fuertemente blindada. Estaba protegida contra las altas temperaturas y las fuerzas de marea de las estrellas que rodeaba, no contra misiles. Los drones también tenían armas de partículas pero eran inútiles, el viento de la tobera de su nave terminaría consumiendo cualquier cosa que le dispararan, excepto los misiles...

    Si pudiera fijarse dentro del pozo gravitatorio antes de que uno de ellos detonara, podría sobrecargar su motor de cola de fusión de plasma y desaparecer de la existencia: al menos, por cuanto a sus perseguidores se refería.

    Una maniobra de un milisegundo de energía en el perihelio y podría volar fuera del sistema a doble velocidad de la actual.

    Dos de los indicadores rojos más alejados cambiaron a naranja secuencialmente. Sus misiles eran inútiles fuera de alcance. Incluso si detonaban ahora, sus olas expansivas de radiación serían rechazadas por los furiosos vientos solares que desviaba el poderoso escudo de su nave.

    Otro indicador se volvió naranja. Quedaban cuatro drones. Un extremo de su boca configuró la forma de una torcida sonrisa. Pero la sonrisa colapsó casi de inmediato bajo el peso de un irritante recuerdo: el rostro del tipo que le había traicionado.

    Años de meticulosa planificación habían sido descifrados por un único hombre frágil. Un hombre que había sido escogido tanto por su perspicacia politica como por su arrogante ambición.

    Él había creído que tal hombre sería fuerte, no débil, pero se había equivocado. Ese hombre aún estaba muriendo. Una dolorosa muerte que continuaba durante días, quizá semanas. Aunque era muy poco consuelo.

    Otro indicador cambió.

    La temperatura de la cabina había aumentado rápidamente en los últimos minutos. El sudor le empapaba. Su cuerpo había sido mejorado en toda forma concebible, aún así, había límites a lo que incluso él podía soportar. Pronto tendría que sellar su cápsula, solicitar que agentes de protección envolvieran su cuerpo y desconectaran sus procesos metabólicos, aislándole. Observó la pantalla, reacio a rendirse justo ahora al sueño de estasis. Tan pronto como estuviera fuera de alcance del último drón...

    ¿Dónde irás?

    Las palabras acudieron solas a su mente, un borde biselado de vidrio sobre el que se contemplaba a sí mismo. Tomó aliento y luchó para bloquear los pensamientos de aquel intruso.

    No esperes sobrevivir. Esta vez no, malvado. ¿Qué esperas conseguir?

    Cerró los ojos con fuerza, concentrado en apagar las palabras del otro.

    Por favor.

    Un abrupto cambio de tono, un susurro, una triste nimia presencia en la parte de atrás de su mente.

    No me abandones.

    Sorprendido ante esto, cedió, un ablandamiento inconsciente. Algo explotó en su craneo como si una carga diminuta hubiese sido detonada en su médula. Gritó agarrándose la cabeza.

    Ves.

    Las palabras tiraban de las sábanas de su dolor.

    Aún puedo hacerte daño.

    Mareado y con náuseas, se sujetó a los lados de su cápsula. Sintió una ola creciente de ira tomar fuerza, llegar arrollando hacia él.

    Golpeó.

    Él jadeó bajo su aplastante peso pero no fue tan fuerte como la primera y ahora estaba preparado. Se quebró contra su voluntad como el mar contra un sólido rompeolas y retrocedió rápidamente.

    Se secó el sudor en sus ojos y comprobó la pantalla. Un solitario indicador rojo permanecía encendido y, luego, se volvió naranja.

    Demasiado tarde, respondió el intruso, triunfante.

    Un aullido de ultraje llenó su mente.

    La temperatura de la cabina seguía aumentando. La inductancia magnética danzaba por el casco mientras su nave recitaba una letanía de distancias, aumentos de temperatura y descensos en las medidas de integridad estructural.

    Solicitó que la compuerta de su cápsula se sellara. Una prominencia se elevó desde la cromosfera solar y desajustó temporalmente sus instrumentos.

    La pantalla se deformó. Luego se actualizó con un nuevo punto rojo ante él.

    (Otra nave.)

    Había estado oculta con los motores apagados. Su nave pasaría al lado a gran velocidad en pocos segundos pero, durante los siguientes latidos de corazón, estaría expuesta a sus armas. Maldijo en alto y el sonido de su voz sonó extraño dentro de la cápsula.

    No puedo dejarte escapar.

    Esta vez, el otro era casi apologético.

    Eres demasiado peligroso.

    Su nave tembló, se zarandeó violentamente como si hubiera sido golpeada por una tremenda turbulencia y él chocó contra la compuerta transparente de su cápsula. Cayó aturdido sobre la válvula. La nave saltó de nuevo. A través de una niebla, vió el escudo del bastión de popa vaporizándose en una densa nube. El humo se retorció insanamente y le dejó atrás, corriendo hacia el vacío. Vagamente, se percató de que su nave entonaba advertencias, apagaba un motor dañado y eyectaba al espacio la fuga de masa de reacción deuterio-helio 3.

    Su cabeza le daba vueltas y le pitaban los oídos. Sus mejillas le quemaban como si hubieran sido salpicadas con ácido.

    Con sabor a sangre en la boca, sintió los bordes afilados de pequeños fragmentos de dientes nadando en su saliva. La oscuridad le rodeó succionando su consciencia, tratando de derribarlo. Luchó contra ello. Llevando una mano a la cara, presionó la palma contra su mandíbula hecha pedazos. Gritó de agonía y los brillantes rayos de dolor ahuyentaron la oscuridad.

    Estaba sellado dentro de la cápsula. Una mancha de sangre destacaba en la parte interior de la compuerta. La cabina estaba a oscuras, la pantalla había desaparecido y la mayoría de instrumentos estaba off-line. Escombros vagaban sin concierto en el vacío, rebotando en las paredes y en la cápsula con monótonos roces y golpes huecos. A través de la rotura irregular del casco podía ver las estrellas.

    La nave pareció flaquear. Dos motores estaban apagados, el tercero estaba parcialmente operativo. Su campo magnético fluctuaba intermitentemente. Un continuo flujo de figuras detallaban el inminente colapso del campo. El monitor volvió a la vida. Increíblemente, habían dejado atrás el indicador rojo pero aún a buen alcance de sus armas.

    El último motor se interrumpió de golpe y, con él, la cola protectora de escape. Respiró hondo, esperando el golpe final, el que transformaría a la nave y a él en una nube expansiva de escombros radioactivos.Pero no pasó nada.

    —¿Qué ocurre?, - preguntó a la nave con urgencia. ¿Por qué el drón no ha disparado?

    —Cuando eyecté la masa de reacción, - respondió la nave, apunté a la otra nave.

    Estás vivo. - La otra voz mostraba asombro.

    Por un momento, él se sintió abrumado también. Luego, la desesperación suplantó el alivio.

    Vivo, muerto. No hay diferencia.

    Antes, confiaba en alcanzar esas simpatías a su causa, pero ahora le habían impulsado fuera de curso. La inyección dentro del pozo gravitatorio se había alterado irrevocablemente. Sus motores estaban seriamente dañados, quizá más allá de toda capacidad de auto-reparación posible. Aunque pudiera escapar, sería su propia muerte entre las extrañas y distantes estrellas. La cápsula de estasis sería su féretro.

    No importa., - dijo el otro, comprendiendo también.

    No., - replicó él, No importa.

    Una breve pausa, luego, una palabra:

    Adios

    Adios, hermano.

    El silencio, tan amplio cono los millones de kilómetros que los separaban, se extendió. La otra presencia desapareció. Su nave caía sin objetivo hacia el pozo gravitatorio.

    Brevemente, consideró pedirle a la nave que rompiera el sello de la cápsula para que el vacío entrara y terminase el trabajo. Pero sólo fue un lapsus momentáneo. Aún estaba vivo. De alguna forma, sobreviviría. Ordenó que se iniciara el proceso de bioestasis.

    Una bruma gris inundó la cápsula y le envolvió. Diminutas máquinas moleculares volaron en enjambres hasta sus pulmones y riego sanguíneo, extendiéndose por su cuerpo, difundiéndose dentro de sus células, uniéndose a proteínas y otras moléculas reactivas. La maquinaria de su cuerpo se ralentizó. Un calor sedante recorrió sus extremidades, llenó su pecho, refrenó su corazón. Su rabia remitió. La paz, cálida como los balsámicos mares ecuatoriales en los que él y su hermano gemelo habían jugado de niños, le cubrió. Le hormiguearon las extremidades, el dolor de su mandíbula se desvaneció.

    Tratar de clasificar la información de la nave se hizo cada vez más difícil y, finalmente, imposible.Lo ignoró. Un líquido ámbar se elevó y le cubrió. Los crio-preservadores se reunieron en torno a las moléculas de sus células cuando comenzó la vitrificación. Sus pensamientos, ya torpes, se embarraron y desconectaron. No llegó a comprender cuando la nave anunció que habían pasado el perihelio. Una serie de imágenes sin relación y fragmentos de recuerdos reptaron por su mente cuando las neuronas funcionaron una última vez.

    Luego, para él, el tiempo se paró por completo.

Capítulo 2

    

Capítulo 2 - 1398 Años Después. INFORME

    Transmisión Especial para Bendl Mi-Fenoillet, Comité de Conjetura Nexus, Tercer Ayudante Senior, Representante del Concilio de los Sistemas Superiores, Locutor-Nota del mundo Nalitman, etc.

    Re: Material Histórico sobre la Conjetura de Bh'Haret; Asuntos relacionados sobre el Posicionamiento de Bh'Haret en el Programa de Ascensión de la Poliarquía de Nexus; Preocupación Perteneciente a los Efectos sobre los Sistemas Locales.

    Localizado en el talón del Cúmulo de la Pierna Derecha, veintiún punto uno-dos años luz de Los Gemelos, Bh'Haret es uno de los mundos germinados más distantes, muy próximo a otros veintetrés sistemas planetarios, catorce de los cuales no son afiliados. De los catorce, siete han alcanzado el umbral tecnológico pero sin comprometerse aún al Programa de Ascensión de Poliarquía; debido en parte a la influencia de Bh'Haret.

    Como mundo rico en recursos, Bh'Haret tiene extensas zonas de tierra arable y enornes reservas de petróleo y metales comunes.

    1. Sólo el 0.031 % de la superficie está en uso actualmente. Politicamente, el planeta se divide en cuarenta y una ciudades estado que gobiernan las regiones circundantes. Un Congreso Superior con un representante de cada ciudad estado supervisa los intereses del planeta y las colonias. La población se estima en cerca de cien millones y crece rápidamente. Los incentivos del Gobierno han ayudado a mantener las tasas de nacimientos tan altas como hasta el cinco por ciento en varios protectorados. Pocas regiones han experimentado declive poblacional en los últimos veinte años locales.

    2. Poca atención se ha prestado a este mundo a causa de su clasificación previa bajo la veintena percentil del Nivel II y su, relativamente, pequeña población. El umbral se estimó en menos de quinientos años.

    Esto fue, claramente, un error de cálculo.

    Nuestra Instrumentadora allí informa sobre una desconcertante mixtura de pilares culturales y tecnológicos cuya varianza estadística cae fuera de los límites aceptables establecidos por el Programa de Ascensión. A continuación, se detallan extractos de sus transmisiones:

    Recorriendo cualquier calle, una encuentra edificios recientes construídos a partir de toscos materiales casi pre-tecnológicos. Piedra y mortero son los más comunes. Restos de lámparas de aceite jalonan los bulevares aunque son lámparas de arco las que, en realidad, iluminan las zonas de tránsito. No es raro ver que alguna calle empedrada se ha excavado para enterrar cable de fibra óptica. El trabajo en la infrastructura se ha vuelto tan común que ha calado en lo más hondo de la consciencia de los habitantes. Los tranvías públicos, gobernados por IAs, se re-encaminan rutinariamente para sortear los grupos de construcción que portan picos y palas...

    Se han construído algunas manufactorías orbitales. Las colonias se han instalado en Ladodiurno y Noche, los dos mundos fríos del sistema. Misiones habituales se envían hacia los límites más exteriores del sistema y ya se han completado dos docenas de misiones interestelares tripuladas en mundos próximos. Los requisitos de las técnicas de suspension para estas misiones ya se han desarrollado o adquirido. Ha habido visitas de representantes de otros mundos no afiliados y parte del ímpetu por el crecimiento ha sido espoleado sin duda por el trueque de tecnologías...

    Lo más perturbador, sin embargo, es que los sistemas activadores de antimateria para los motores De-He-3 que se están probando ahora, se espera que alcancen impulsos específicos en millonésimas de segundo. Es decir, ¡más del 10% de c! Cuando se aplica al Modelo de Ascensión Estándar, este desarrollo, dada la base tecnológica actual de Bh'Haret, es tan improbable como puede ser la probabilidad desvaneciente...

    La población general ha celebrado estos rápidos avances sin la duda típica propia de los mundos en desarrollo. Las nuevas tecnologías se incorporan en el día a día con una aceptación de hecho sorprendente. Hay escasa evidencia de levantamientos sociales y separaciones que una esperaría para ralentizar el proceso de desarrollo tecnológico...

    Hay un fuerte sentimiento de anti-afiliación en Bh'Haret. Aunque el gobierno no ha condenado abiertamente la Poliarquía de Nexus, ha utilizado hábilmente la prensa para dar color a la percepción pública. Nexus no sólo se ha retratado como un vehículo para diseminar nuevas tecnologías de modo controlado e impositivo, sino también como una organización diseñada para suprimir los avances tecnológicos, racionar con información mínima a sus miembros y atesorar lo mejor para sí misma. Rumores persistentes traen a colación la cuestión sobre la capacidad de los Oradores para comunicarse a través de distancias interestelares, sugiriendo que han fingido sus poderes mediante una elaborada conspiración diseñada a proteger el control que la Poliarquía mantiene sobre los mundos afiliados.

    La afiliación se considera ahora el equivalente a una rendición de las libertades individuales. No se ha organizado ningún referendum pero, de haber uno, su resultado no sería cuestionable. La coacción por nuestra parte, real o supuesta, tendría ciertamente resultados casi desastrosos. De hecho, si las autoridades descubrieran que mis actividades son propias de una Instrumentadora de Nexus, creo que usarían esta información para incitar aún más el sentimiento público contra la Poliarquía y desacreditar al Programa de Ascensión...

    Claramente, estas son todas las señales de una cultura inmadura que atraviesa un ascenso tecnológico peligroso fuera de control. En mi opinión, Bh'Haret está en la cüspide de cambios drámaticos futuros para los que los Modelos de Ascensión tienen poca utilidad. Sería una locura no tratar este mundo como un caso especial. No puedo recomendar más enérgicamente que Instrumentadores adicionales y un Orador sean enviados inmediatamente para monitorizar la situación...

    Sería una locura, dice la Instrumentadora. Fuertes palabras, pero con las que debo estar de acuerdo. Ya podemos haber sido testigos de la recalcitrancia de Bh'Haret: Ohan, a medio año luz de distancia de Bh'Haret, se había programado para incorporarse en tres años luz locales. Un Orador estuvo de camino. Ahora, sin embargo, Ohan ha solicitado un aplazamiento indefinido. Aunque no lo han manifestado, estoy convencido de que no desean cortar vínculos comerciales con Bh'Haret y los otros siete mundos no afiliados en un radio de 1.3 años luz, como se requiere tras la incorporación a la Poliarquía. Creo firmemente que los administradores de Bh'Haret han convencido a sus contrapartes de Ohan de que la obtención de tecnología ocurrirá más rápido mediante el comercio con mundos no afiliados que con el Programa de Ascensión de Nexus. Si es así, constituye una gran contrariedad. Si Ohan hubiese sido incorporado, Bh'Haret habría sido aislado un poco más. En su lugar, ahora nos encontramos con una situación extremedamente delicada en Ohan. Los otros mundos locales no afiliados esperan para ver el resultado de las vacilaciones de Ohan. Debido a las distancias en juego, os insto a que actuéis expeditivamente. La Instrumentadora actual instalada en Bh'Haret no es una Oradora: sus comunicaciones, por consiguiente, se retrasan dos años porque el orador más próximo está en Doelavin, 2.1 años luz de distancia. Un retraso inaceptable en esta situación. El ritmo de cambio en Bh'Haret demanda, como nuestra Instrumentadora actual ha sugerido, la presencia de un Orador.

    Humildimente Vuestro.

    H. R. Ptiga, Administador Local de Ascensión, Cúmulo de la Pierna Derecha.

Capítulo 3

    

Capítulo 3 - 105 Años Después. HOGAR

    ¡Te necesito!

    El sudor era una película sobre el cuerpo desnudo de Liis. El aire helado sopló por ella y se estremeció, acurrucándose más firmemente. Tenía la boca pastosa y no sentía los labios. Un pequeño y agudo lamento sonó en la distancia, ululando en melancólicos ciclos.

    Dedos cálidos se cerraron sobre el hombro de Liss y la zarandearon con insistencia.

    — ¡Levántate!

    (Déjame en paz), - pensó ella envolviéndose en una bola fetal.

    El ululeo continuaba impertubable y le dificultaba pensar. El lamento se elevó y cayó. Liss dió un respingo.

    (La bocina de alarma.)

    Abrió los ojos. Sintió el principio de náusea y vértigo que acompañaba la resurrección de la bio-estasis. Bandas brillantes de luz la mareaban, reflejadas en el interior plateado de su cápsula. Una figura borrosa se erigió sobre ella.

    —Venga, - gritó una voz por encima de la alarma. ¡Sal de ahí!

    (La voz de Sav.)

    Liis parpadeó rapidamente y su visión se aclaró. Yacía de lado, mirando la estrecha cabina circular. La puerta de su cápsula de estasis estaba retraída contra la pared sobre su cabeza. Todo resto de nitrógeno líquido se había desvanecido. Sav, un hombrecillo moreno, recogió la mano del hombro y dió un nervioso y rápido paso atrás. Su rostro, normalmente de facciones suaves, estaba quebrado en una mueca. Sobre su mejilla derecha tenía la cicatriz de servicio blanco, una larga línea irregular que recorría su mandíbula y terminaba en una estrella de seis puntas. Como la mayoría de oficiales, se había quitado todas excepto su más reciente graduación. Liis, por otro lado, las había mantenido todas, incluídos los bucles elaborados y colores llamativos en su mejilla derecha donde se ponían los rangos inferiores. El estilo de los primeros databa de un centenar de años antes de que Sav naciera. Le otorgaban una apariencia feroz que intimidaba a la mayoría de la gente y servía como recordatorio de que, en momentos difíciles, ella había participado en misiones interestelares durante más tiempo que nadie, Sav incluído.

    Él se quedó embobado mirándola y las comisuras de sus labios se apretaron.

    (El maldito Sav.)

    Sólo había participado en la mitad de misiones de larga duración de Liis, pero, aún así, saltaba del estasis como si acabase de tener una refrescante siesta. Para ella nunca se hacía más fácil y, ahora, la estaba sacando a rastras de esa forma antes de que estuviera preparada... debería dejar que ella volviese gradualmente, durante el curso de varias horas.

    —Tenemos un... problema, Liis.

    Liis se tragó su náusa y agarró el borde de su litera. Trató de impulsarse hasta una posición sentada pero cayó hacia atrás sobre la estera, exhausta.

    — ¡Ayúdame a levantarme, - intentó decir, pero entre sus labios de pergamino salió un único graznido.

    El esfuerzo revolvió su estómago en un nudo. Sus ojos se humedecieron.

    —¡Espera! Los tubos.

    Liis dejó su cuerpo inerte mientras Sav desconectaba los extremos de los serpenteantes tubos de los catéteres.

    Media docena de preguntas resonaban en la cabeza de la Liis pero su garganta estaba demasiado seca y la bocina era demasiado ruidosa para que ella pudiese hacerse oir. La boca de una botella de plástico la obligó a que separara los labios. Un líquido tibio se escurría de la botella hacia su boca. Beber era como frotar papel de lija en su graganta. Tosió, escupió la mayoría del líquido junto con un hilo correoso de flema pero pareció que había lubricado su garganta. Consiguió tragar el siguiente sorbo. Entre jadeos, Liis dió mayores tragos a la botella. Un calor confortable se extendió por su pecho y extremidades. Su piel comenzó a tiritar.

    —¡Es suficiente!

    Sav cerró la botella y la dejó caer en un gran bolsillo de su mono. Se inclinó y levantó a Liis para que sus piernas colgaran sobre el borde de la litera.

    Liis se dobló hacia adelante y trató de que su cabeza dejara de darle vueltas pero algo la sujetaba por la nuca.

    —¡Espera!

    Unos dedos trabajaban por su nuca desatando guías. Liis sintió que Sav separaba los parches de su cabeza y cepillaba los copos secos de gel conductor de su cuello.

    —Ya está.

    —Gracias., - conseguió responder Liis esta vez. Su voz aún era ronca, probablemente inaudible en aquel jaleo, pero Sav pareció comprender de todos modos pues asintió sonriente.

    Aunque la náusea de Liis había pasado, sobrevolaba cerca como amenazantes nubes de tormenta. Su propio peso la presionaba, le hacía sentir que los músculos se combaban desde los huesos.

    (Gravedad.), - pensó estúpidamente. (Aún estamos decelerando')

    Pero no deberían haberla despertado hasta que Ea tomara la órbita de Bh'Haret, con la nave de nuevo a Cero-G. Miró a Sav.

    —¿Qu... qué... ha pasado? - Sus palabras desaparecieron en el ruído.

    Sav se inclinó hacia ella con su oreja delante de sus labios.

    —¿Estamos... fuera de rumbo?

    Sav se echó hacia atrás y negó con la cabeza. Se giró para hablarle al oído.

    —No. No exactamente. Estamos en casa. O casi. A falta de poco más de un día.

    (Está asustado.), - notó Liis, (Pero, ¿por qué?).

    —No hay nada... - Sav de detuvo abruptamente. Los otros, - dijo crípticamente. Será mejor que lo veas por tí misma.

    En la cabina había otras tres cápsulas idénticas a la suya. Una para Sav y dos para sus pasajeros. La más cercana todavía estaba sellada, con la bomba resoplando mientras irrigaba el nitrógeno líquido al contenedor bajo la cubierta. Otra ya había sido drenada y tras su puerta transparente pudo ver una figura moverse agitadamente, como una lombriz entrando en la tierra negra.

    —Vamos a ponerte de pie antes de que nuestra carga se despierte.

    Sav rodeó con el brazo los hombros de Liis y la sujetó hacia adelante hasta que las suelas de sus pies pisaron las frías planchas de la cubierta.

    —¿Todo bien?

    Liis asintió y juntos se alejaron de la cápsula. La sala empezó a dar vueltas, sus piernas se agarrotaron y dudaron tropezando con Sav. Este se dobló bajo el peso de la mujer de mayor altura. Sav se las arregló para sujetarla bajo sus brazos.

    —Vamos a hacerlo despacio, - oyó Liis mientras la sala giraba.—Primero la ropa.

    Atravesaron la cabina hasta las taquillas. Liis movía sus piernas de una forma que esperaba fuese útil. Sav cortó la alarma pero a Liis aún le pitaban los oídos y un dolor monótono parecía haberse instalado permanentemente en su nuca.

    Con la ayuda de Sav consiguió ponerse un mono y, a pesar de los nudos en sus músculos, subió la escalera hacia el puente. Ahora estaba de pie junto al diván del navegador en el puente de la Ea, agarrada a la red de tiras de cuero que iban de suelo a techo tras ella. El puesto de vuelo estaba oscuro y una proyección tridimensional llenaba el pequeño espacio circular. Sobrevolando el panel de comunicación estaba su hogar, Bh'Haret.

    —¿Status? - preguntó Sav a la pantalla.

    —Todavía es imposible establecer contacto. - respondió la Ea en tono impersonal. No hay respuesta en ninguna de las frecuencias especificadas. ¿Continúo escaneando?

    —Sí.

    El planeta era una bola de colores impactantes: azules saturados para sus mares y océanos, largas franjas marrón oscuro y esmeralda marcaban sus continentes y bosques. Abrazando el mundo entero estaban las nubes blanco brillante. En muchas zonas, donde se quebraba la cobertura nebular, incontables manchas negras inundaban la tierra con imperfecciones. Por la parte inferior de la pantalla, dos palabras en docenas de lenguajes; algunos familiares para Liis, circundaban la sala contínuamente. Todas, sabía ella, rezaban el mismo mensaje:

    ... plaga peligrosa plaga peligrosa plaga peligrosa...

    Sav se agitó nervioso y se aclaró la garganta.

    — Ya lo oíste. Pedí que la Ea comunicara en todas las frecuencias estándar. No hay respuesta. Nada salvo esta advertencia.

    Una docena de puntitos de luz brillante cercaban el planeta. Sav señaló el que acababa de aparecer en el borde superior del mundo.

    Alguien ha puesto una red de gritadores para emitir este mensaje una y otra vez...

    Liis observaba atónita sin decir nada.

    —Las balizas de navegación han desaparecido. He instruído a los operadores de comunicación que hagan ciclos por todas las diferentes frecuencias enviando llamadas de emergencia pero aún no he recibido respuesta.

    ... plaga peligrosa plaga peligrosa plaga peligrosa...

    (¿Qué se supone que debo sentir?), - se preguntó Liis.

    —Si queda alguien en las colonias orbitales o mineras, no están transmitiendo., estaba diciendo Sav. Incluso si hay algo ahí fuera, no hay esperanza de captar nada con esos gritadores interfiriendo todos los canales.

    ... plaga peligrosa plaga peligrosa plaga peligrosa...

    — No recibo lecturas de nada allí abajo en ninguna longitud de onda. No hay picos de CEM de las redes de energía ni puntos calientes infrarrojos donde se supone que hay ciudades. Nada salvo lo que se esperaría de... un mundo deshabitado. Creo que... Quiero decir que parece como si...

    —Bh'Haret esté muerto.

    —Sí.

    El planeta giraba en silencio con apariencia serena.

    Liis observó su hogar. Al hogar que había dejado siglos atrás para trabajar en los prolongados viajes. Una lectura indicaba una distancia de cincuenta mil kilómetros. La imagen era tan nítida que sintió que podía alargar la mano y tocar el planeta. Extendió el brazo.

    ... plaga peligrosa plaga peligrosa plaga peligrosa...

    Sav sujetó la muñeca de Liis y le bajó el brazo.

    —Liis, no creo que quede nadie vivo.

    Todo se había ido para siempre. Liis no estaba segura de si quería reir o llorar.

    —Baja de las nubes. - Sav apretó su agarre. ¡Te necesito aquí!

    Liis miró al redondo hombrecillo, a su expresión ahogada. Sintió sus huesos crujir bajo la creciente presión de su presa. Liis se liberó de la mano de Sav.

    — Estoy... estoy bien, - dijo ella pensando: No, no lo estoy. - Se frotó la muñeca inconscientemente.

    Sav la observaba y ella supo que la estaba evaluando, esperando a ver si ella perdía la cabeza. Liis se estiró en todo su peso, una cabeza más alta que Sav.

    — ¿Y ahora qué?

    — No lo sé. - Sav apagó la pantalla.

    La imagen desapareció y las luces inundaron la cabina. Se miraron uno al otro, parpadeando ante el repentino brillo.

    Para Liis, aquello parecía irreal. De pie a escasos centímetros de un hombre que apenas conocía, hablando tranquilamente sobre la muerte de su mundo. Durante un momento, se permitió creer que estaba soñando.

    —Esto es real. - Fue como si Sav hubiese leído sus pensamientos. Ha ocurrido. Tienes que aceptarlo.

    Liis asintió de nuevo. Intentaba pensar pero sus ideas eran desesperadamente confusas, girando en una docena de direcciones diferentes. Necesitaba hacer algo, ponerse en movimiento. Dió la vuelta y regresó caminando hacia la escalera. Sin mirar atrás, dijo:

    — Traigamos al resto.

    (Inadaptados y solitarios.)

    Esos eran la clase que atraían los prolongados viajes. Algunos aseguraban que era por la aventura, otros clamaban que era por la paga pero la mayoría, tanto si lo admitían o no, intentaba escapar del desastre de sus chapuceras vidas. ¿Y qué mejor modo de hacerlo?, años encerrados en la estasis mientras tus amigos, si es que hay alguno, y tu familia, si no te han repudiado, desaparecían en la corriente del tiempo. Mientras tus procesos biológicos estaban congelados y acelerabas lejos de un mundo que no verías en años, un mundo que verías sólo a través de la gruesa ventana de vidrio del Lázaro, la estación orbital de cuarentena, antes de regresar a las crio-camas para el largo viaje al hogar. Para cuando llegara ese momento, ya estarías consciente y fuera del estasis desde quizá unos quince días.

    Pero cuando regresaras, con aquellas pocas semanas de vejez subjetiva, todos los demás habrían vivido décadas de tiempos difíciles. Dos o tres viajes prolongados y tu pasado sería completamente erradicado.

    (La solución perfecta.)

    A Liis no le dolieron prendas ser un miembro titulado de tal misantrópico club. Una relación desastrosa con el hombre que amaba pero que rechazaba amarla a su vez y que dió paso a un medio intento de suicidio, la había llevado al registro a la edad de veinticinco. Una de las primeras y las más jóvenes para la tripulación de viajes prolongados. En aquella época, el vacío del espacio parecía un bálsamo tranquilizador.

    Solo mucho después de que él muriera, mucho después de que todos los que ella conocía hubiesen muerto y ella anotara tres meros años a su cuenta mientras el mundo hacía muescas de ciento siete años; se plantó frente a su tumba, observando su ajada lápida y se dió cuenta de que no había dejado el pasado atrás sino que aún lo cargaba consigo. El que había escapado era él.

    Firmó por más viajes prolongados, saltando constantemente hacia el futuro. ¿Qué otra cosa había para hacer? Ciertamente, no le quedaba nada que la anclara al presente.

    (Hasta este último viaje a Arcolet.)

    Las emociones que habían permanecido dormidas, que erróneamente asumía que se habían marchitado y muerto, la habían cogido por sorpresa. Bobamente, se había permitido desarrollar sentimientos por su carga: Josua. Un enviado en su primer puesto en mitad de sus treinta. Extraordinariamente joven para un diplomático y ni su apariencia ayudó en el asunto: tenía una cara suave sin líneas, casi inocente para su casta. Hasta su marca diplomática, un estilizado pajarillo en su mejilla derecha, sólo acentuaba la impresión de candidez.

    (Fue una infatuación,), - se dijo Liis a sí misma, (nada más.)

    Pero cuando le sonreía, ella se ruborizaba. Y cuando rozaba su brazo por accidente, su corazón martilleaba en su pecho como si fuera a salir de su frágil jaula de carne y hueso.

    Era una tontería. Él era un diplomático, ella una viajera. Vivían vidas diferentes, visitaban mundos diferentes.

    Aún así, él le sonreía y, aunque no lo podía decir con certeza debido a que sus habilidades sociales se habían atrofiado con los años, sus sonrisas le parecían reflejar las suyas, indicios de algo más que una simple intención educada. Pero en los escuetos camarotes de una nave de salto donde no se hace ninguna previsión para la intimidad, había poca opción de llegar más lejos que el simple flirteo.

    Liis prometió que tras su regreso a Bh'Haret, le buscaría. Le invitaría a cenar. Le diría lo que sentía y, quizá, se daría a sí misma una razón para dejar su atolondrada carrera hacia el futuro.

    Pero el universo la había cegado de nuevo.

    En vez de sentarse a la mesa de un íntimo restaurante frente a Josua, se sentaba al lado de Sav en la incolora galería de una nave de salto. Momentos antes, Sav había ayudado a Josua hasta la silla de enfrente. La galería no podía estar más lejos del escenario romántico que ella envisionaba. Como todo lo demás en la nave, era espartana y funcional, diseñada para el minimo espacio y peso. La mesa individual estaba hecha de aleación gris de metal de arma y pesaba un gramo. Las sillas eran del mismo material y pesaban aün menos. Ambas estaban fijadas a la cubierta. Las paredes eran mamparas verdosas planas con el único adorno de una superficie para la cocina que se plegaba en el extremo más alejado de la sala y el ojo de un proyector de comunicación sobre ella. Una fina línea de luz superior proporcionaba una tosca iluminación acuosa.

    Liis trataba de atraer la mirada de Josua pero él aún parecía aturdido, desorientado. Era la segunda vez que salía del estasis. Como todos los novatos, aún sentía los efectos aunque parecía más espabilado de lo que debería.

    Lo contrario que su compañero, un hombre llamado Hebuiza, un Posibilitador.

    Caminaba los pocos pasos desde un extremo de la sala al otro, distrayendo a Liis. A diferencia del resto, su cara no llevaba marcas. Cuando alcanzaba la pared se giraba con movimientos torpes.

    — ¡Esto no puede estar pasando! - dijo Hebuiza con profunda voz que sobrecogía en el pequeño espacio.

    Era alto, más alto que cualquiera de ellos, incluída Liis. Tenía que inclinar la cabeza para no tocar el techo con ella pero donde Liis era sólida y ancha de hombros, él era enjuto, de miembros largos y finos en proporción a su tronco. Una camiseta blanca y pantalones cortos negros le colgaban sueltos. Tenía altas y prominentes mejillas y una nariz larga y afilada de daba un aspecto cadavérico. Su cráneo era tan calvo como el resto de él y sobre la corona tenía una masa de finos cables y zócalos. Como con todos los Posibilitadores, su cerebro se había separado en dos mitades para maximizar la eficiencia de procesado, el equivalente humano del procesador paralelo.

    Hizo una pausa y se giró hacia Liis con oscuros ojos acusadores. Ella le devolvió la mirada impasiblemente.

    —Está ocurriendo. - dijo ella fríamente.

    Hebuiza retomó sus pasos moviendo la cabeza de lado a lado, un efecto secundario que experimentaban algunos Posibilitadores tras la división de hemisferios. Liis notó que era más pronunciado cuando se concentraba intensamente o se permitía estar agitado abiertamente. En esos momentos, su cabeza se movía atrás y adelante como un animal siguiendo un rastro, las dos mitades de un cerebro competían para ver usando nervios ópticos que no controlaban.

    —¿Cómo? ¿Cómo puede estar ocurriendo esto?

    El Posibilitador miraba ahora a Sav como si fuese culpa suya mientras su cabeza se meneaba. Le fijó primero un ojo, luego el otro.

    —¿Una plaga? ¡Las enfermedades no barren planetas enteros!

    —Quizá no fue sólo una enfermedad, - dijo Sav. Ya viste esas marcas negras en la superficie. Tanto Liis como yo podemos deducirlo, parecen que fueron causadas por armas de fisión. Quizá lo que ocurrió se escaló hacia una guerra y la enfermedad fue un arma biològica. O quizá fue al revés, un laboratorio dejó escapar por accidente un virus asqueroso y antes de que se pudiera hacer algo cundió el pánico...

    —Pero habría supervivientes. ¿Qué pasa con los que viven en las colonias? ¿Con las tripulaciones en órbita? ¿Dónde están?

    Sav se encogió de hombros.

    — Todo lo que otbitaba Bh'Haret ha desaparecido. Todo lo que queda son esos gritadores.

    A todo esto, Josua no decía nada. Tenía sus manos dobladas sobre el regazo y los observaba a todos con leves movimientos de cabeza.

    (¿Qué le pasa?) - Liis luchó contra la idea de ir junto a él y confortarlo.

    —Pues entonces las colonias mineras, - dijo Hebuiza. Habrían tenido un montón de advertencias.

    —Quizá, - respondió Sav. Pero no hay señal de las colonias de Ladodiurno o de Noche. Y la Estación Eramanus ha desaparecido. O, al menos, no está donde solía estar. Ordené a la Ea que activara los escaners de banda ancha pero, hasta ahora, no hemos recibido ni un pitido. También traté de enviar señales de alerta en varios canales pero los gritadores no es que ayuden, exactamente. Se bloquean en cualquier frecuencia y saturan el canal con esa advertencia. De modo que todo lo que podemos hacer ahora mismo es escuchar y confiar captar algo sensible antes de que los gritadores lo interfieran.

    —¿Y quién ha puesto ahí esos gritadores en primer lugar? - el Posibilitador no hacía intento alguno por enmascarar su enfado. ¡Alguien ha tenido que hacer eso!

    — Tienes razón, - respondió Sav. Pero no creo que los supervivientes, si acaso hay alguno, los pusieran. Creo que los puso Nexus.

    La noción distrajo la atención que Liis tenía en Josua. Sav no había mencionado eso antes.

    —¿Nexus? ¿Porque iban a querer poner satélites aquí? No somos un mundo afiliado.

    —No, - respondiò Sav. No lo somos. Pero las emisiones están en cuarenta y tres idiomas. Los he contado. La mayoría no sé de dónde son pero los que conozco son todos de mundos afiliados de Nexus. El Posibilitador puede verificarlo, estoy seguro.

    Sav hizo una pausa para mirar al hombre alto cuyas pestañas aleteaban brevemente mientras recogía información. Asintió pensativo.

    —Segundo: esos satélites ocupan sólo unos pocos metros pero están interfiriendo bastante bien nuestro sistema de banda ancha. He tenido que desconectar el equipo más sensible y he apantallado las antenas para mantener al resto on-line. ¿Sabéis la cantidad de energía que se necesita para generar una señal como esa a esta distancia? Más de la que podéis imaginar. Terawatios como poco. Y lo hacen constantemente. No teníamos nada parecido cuando dejamos el planeta pero he oído de tecnología similar cerca de los afiliados de Nexus.

    Sav miró en torno a la mesa.

    — No es inconcebible que la Poliarquía los colocara aquí mucho tiempo atrás. Nosotros nos marchamos hace treinta años y el mundo Nexus más próximo, Doelavin, sólo está a dos años luz. Si la plaga golpeó justo después de irnos, entonces pudieron haber lanzado los satélites hace veintiocho años. Los treinta años que estuvimos fuera menos el tiempo que tardaría una transmisiòn de radio en alcanzar Doelavin con las noticias sobre la plaga. Yo podría haber hecho lo mismo si estuviera tan cerca para alertar a la gente. - Sav hizo una pausa. Y quizá para mantener un ojo a quien aparezca por mi puerta.

    —Lo que nos estás diciendo, - dijo Hebuiza con tono de burla, es que si decidimos ir a cualquier otro sitio, estaremos marcados como portadores de plaga. ¡Y que nos marchemos!

    —Marcharnos sería lo mejor que podemos esperar hacer.

    Sav, notó Liis, no se estaba esforzando mucho en ocultarle su irritación al Posibilitador. La expresión de Hebuiza se tornó plana abruptamente.

    —Nos han mentido.

    —¿De qué estás hablando?, - dijo Sav, ¿Quién nos ha mentido?

    —En Arcolet. - La ira crecía en la voz del Posibilitador mientras hablaba. Negociaron como si no pasara nada pero tenían que saber sobre la plaga mucho antes de que llegáramos. No quisieron decirnos nada. ¡Tenían miedo de que quisieramos quedarnos!

    (Palabras), - pensó Liis amargamente. (Son todo palabras. ¿Por qué iban importar ahora?)

    Miró a Hebuiza.

    —¿Y qué? No hay una maldita cosa que podamos hacer sobre eso.

    Miró a Josua, cuya cabeza aún se inclinaba, luego, miró a Sav.

    — No hay una maldita cosa que podamos hacer sobre nada.

    —Y... , - añadió Sav, tenemos otras preocupaciones más inmediatas. Sólo tenemos combustible para alcanzar la mitad de c, como mucho, apenas una velocidad de crucero decente. Lo que implica que no podemos ir a ningún sitio en menos de unos pocos siglos. Además, estas naves no transportan sumimistros de emergencia, incluyendo comida y atmósfera para el tiempo fuera de la estasis.

    —Entonces, bajemos a la superficie.

    La voz de Josua sobresaltó a Liis. Ella se giró para ver que su cabeza estaba ahora erguida. Él alzó las manos desde el regazo y apoyó las palmas en la mesa.

    —No tenemos elección.

    Por primera vez, Josua miró a Liis directamente. Sus ojos ardían de...

    (¿... de qué?. ¿Frustración?, ¿Enfado?, ¿Rabia?) - Liis no podía estar segura.

    —¿Y bien?

    Le llevó un momento darse cuenta de que él estaba esperando su respuesta. Liis asintió.

    —¿Sav? - preguntó Josua atonalmente.

    —No veo que tengamos otra alternativa.

    —¿Posibilitador?

    Liis alzó la vista hacia la cabeza de Hebuiza. Le observó apretar las mandíbulas, incómodo. Su cuerpo entero pareció temblar pero no respodió.

    —Tomaré eso como un sí, - dijo Josua. Entonces, decidido. Miró a Sav. ¿Y ahora qué?

    No debería haber molestado a Liis que Josua mirase a Sav pero lo hizo. Sav era usualmente el capitán de la Ea, incluso aunque Liis había volado mucho más. En circunstancias normales, compartían tareas igualmente, intercambiándolas cuando se aburrían. Con todo, Sav parecía avergonzado de su rango y daba un paso atrás tanto como podía. Así se habían llevado bien durante cuatro misiones juntos sin mayores problemas. Hasta ahora...

    —Muy bien, dijo Sav asintiendo a Josua. Se mordió el labio inferior pensativo durante un segundo. Tú y Liis echad un vistazo a los trajes AEV. No sabemos si aún hay riesgo de infección ahí abajo, así que necesitaremos usarlos. Ved lo que podéis hacer para que sean cómodos para trabajar a un G. Y comprobad si los gritadores interfieren con la comunicación traje a traje. Si lo hacen, tendréis que configurar un circuito para hacer oscilar los transmisores del traje en cambios de frecuencia por pasos. Una vez lleguemos a la superficie, debería haber suficiente retraso antes de que los gritadores detecten nuestras señales y las eliminen con esa maldita advertencia. Si cambiamos cada pocos milisegundos, más o menos, podríamos conseguirlo. - Se giró hacia Hebuiza. También necesitaremos todos los procedimientos de descontaminación que podamos conseguir. Y anti-microbianos. De hecho, deberíamos comprobar los manifiestos para ver qué otras cosas útiles podemos llevarnos. Ese va a ser nuestro trabajo.

    — ¿Dónde?, preguntó Liis mirando en torno a la mesa hacia Josua. ¿Dónde vamos a aterrizar?

    —En Lyst, respondió Josua sin dudarlo. La instalación de crio-suspensión.

    Ella esperaba, todos esperaban algo más, que Josua se explicara.

    —Los supervivientes, - dijo Josua. La transpiración corría por su frente incluso aunque la galería estaba fría. Aún debe de haber cuerpos calientes en suspensión.

    El Posibilitador frunció el ceño.

    — Pero no hemos detectado señales que indicaran fuentes de energía en ningún sitio, incluído Lyst.

    — Tienen sistemas de energía de emergencia. - dijo Sav. Paneles solares pasivos con señales indetectables.

    — Es mucho suponer - , dijo Hebuiza con un gruñido. Si hay que ir a algún sitio, deberíamos dirigirnos a un centro urbano. Ahí es más probable encontrar registros y suministros.

    — No, dijo Josua.

    — ¿No?

    Liis pudo ver que el Posibilitador luchaba para refrenar su agitación ante lo que pensaba que era una sugerencia estúpida. Era evidente por la tensión en la comisura de sus labios, en la posición de los hombros y brazos.

    — Será una pérdida de tiempo crítica.

    — No, - dijo Josua de nuevo. Es nuestra mejor apuesta. - Cerró sus manos en dos puños.

    — ¡Es la peor! - respondió Hebuiza. Si fuéramos a recoger cualquier superviviente... - y aquí hizo una pausa, doblando sus labios en desdén como si la palabra superviviente supiera amarga en su lengua, ¡podríamos quedar expuestos a la plaga!

    Josua pestañeó inseguro, como si no hubiera pensado en ello.

    Hebuiza se giró hacia a Sav.— Es evidente que Josua no está pensando bien. Así que te pido, como capitán, que...

    — Tiene razón, dijo Liis interrumpiendo al Posibilitador. si tenemos alguna esperanza de averiguar lo que ha ocurrido, de encontrar algún sistema que funcione, ha de ser en una crio-instalación. Esos lugares se construyeron para durar. - Se giró hacia Sav, implorando silenciosamente su apoyo.

    Por un momento, él la miró como si tratase de descubrir algo. Luego se encogió de hombros.

    — Estoy con Josua y Liis.

    El Posibilitador pareció sorprendido. — ¿Estáis todos locos? Deberíamos poner tanta distancia entre la plaga y nosotros como podamos. ¡No ir directo hacia ella!

    — Vamos a Lyst a buscar registros y suministros, dijo Sav finalmente. No vamos a revivir a nadie.

    Josua empalideció y bajó la cabeza. Parecía enfermo. Sin pensar, Liis se alzó sobre la mesa y apretó su mano tranquilizadoramente. Él alzó la vista, sorprendido, incluso impactado. Desenredando sus dedos de los de ella, retiró su mano bruscamente.

    Liis dejó que sus dedos vacíos se curvaran en su palma como las patas de un insecto muerto.

    (Está en shock.), pensó ella retirando su mano.(No sabe lo que hace.)

    Aún así, sintió que su cara se coloreaba. Sabía que eso haría sus marcas más dramáticas y bajó la cabeza.

    — Pongámonos en marcha, dijo Sav.

    Josua se levantó abruptamente. Bien. - Dió la vuelta y caminó por la sala.

    El Posibilitador se quedó mirando a Sav. Luego a Liis. Abrió la boca para hablar, para levantar otra objeción, pero la cerró de golpe y caminó tras Josua. Sus largas piernas avanzaban y su cuerpo entero se balanceaba ligeramente con la cabeza de lado a lado, dejando a Sav y a Liis a solas en la cabina.

    Liis empezó a impulsarse para ponerse de pie pero Sav no se movió, bloqueándole el paso.

    Atrajo su mirada. ¿Estás bien?

    Liis se dejó colapsar de vuelta a la silla. (¿Cómo demonios crees que estoy?), pensó ella, pero todo lo que dijo fue: Bien

    — ¿Seguro?

    Liis lo sintió escrudriñándola, evaluándola.

    — He dicho que estoy bien.

    — Volver para descubrir que tu hogar ha... es traumático. - Él hizo una pausa como si estuviera pescando alguna reacción a su absurda afirmación. Liis permaneció en silencio. Esto va a afectarnos a todos en formas que ni siquiera podemos predecir. Por eso tenemos que cuidarnos unos a otros.

    Liis seguía sin decir nada. Sav se inclinó en su silla. Parecía exhausto.

    — No voy a mentirte. Estoy preocupado. Hebuiza es un Posibilitador. Ha sido entrenado para ocultar su emoción. Pero mira lo gallina que está justo ahora. Y Josua, dios sabe cómo le está afectando esto. Tú y yo, incluso Hebuiza, somos viajeros experimentados. En cierto modo, ya estamos desconectados de Bh'Haret. No como Josua. Este era su primer viaje. Va a afectarle más a él.

    (Ya lo ha hecho.). Pensó Liis. (No había duda.)

    — Necesito que lo mantengas vigilado. Para estar seguros de que va... de que no es un... .

    El corazón de Liis se detuvo. No había considerado esa posibilidad. ¿Suicida?

    — Sí.

    Liis sintió un conato de ira. Cerró las manos en puños. Estará bien.

    — No dejes que tus emociones nublen tu juicio.

    Liis se echó hacia atrás. ¿Qué estás insinuando?

    — No estoy ciego. Puedo ver cómo le miras.

    Las mejillas de Liis se encendieron.Te equivocas.

    — Puede ser. - Sav se escurrió de entre la mesa y la silla y se puso de pie. Posó una mano en el hombro de Liis. Vigílalo. Pero dale algo de espacio. Ahora... ahora no es el momento de complicar las cosas. - Su voz sonaba fatigada y su cara, normalmente redonda y plena, parecía fina y seca. Dios sabe que tenemos bastante con lo que preocuparnos tal como están ahora.

    Pocas horas después de la reunión, la nave emitió su aviso de gravedad cero y el motor principal se apagó cuando entraron en la órbita de Bh'Haret.

    Los preparativos llevaron sólo unas pocas horas más. No porque se dieran prisa sino porque había, en realidad, muy poco que hacer. Sav y Hebuiza comprobaron el manifiesto de la Ea, reunieron toda clase de equipo útil y lo apilaron en la nave de descenso. Salvo dos kits de parches para los trajes, una caja de herramientas, un botiquín y varios cartuchos de oxígeno/nitrógeno, no había mucho más para encontrar a bordo que pudieran llevarse consigo. Liis y Josua, por su parte, habían conseguido reprogramar los transceptores de sus trajes para que hicieran ciclos de saltos aleatorios de frecuencia. En los milisegundos que tardaban los gritadores en anular su frecuencia de transmisión, el transceptor del traje habría cambiado a una nueva frecuencia. También aligeraron los trajes arrancando todo lo que no era esencial.

    — ¿Estás seguro de que la nave de descenso es segura? - preguntó Hebuiza cuando el grupo entero se hubo reunido en la bahía. Estaban todos junto a la pared, sujetando las barras de agarre. Los cuatro vestían inter-trajes azul pálido con una docena de tubos de reciclado asomando de varias uniones del material aislante.

    — No se diseñaron para tareas atmosféricas , dijo Sav. Excepto en emergencias. Pero deberían aguantar bastante bien. Aunque yo no me fiaría de ellos para un periodo muy prolongado o en mal tiempo, nos llevarán allí y de vuelta.

    El Posibilitador murmuró algo inaudible.

    — Pongámonos en marcha , dijo Josua bruscamente impulsándose contra la pared y avanzando hacia donde Sav y Hebuiza habían enganchado los trajes AEV al suelo.

    Los trajes para Josua, Liis y Sav eran productos estándar de zinc blanco divididos en la cintura en abultados pantalones y torsos. Los cascos con visores ovalados estaban sujetos al pecho. El cuarto traje, el de Hebuiza, era de un conjunto a parte, de material negro más largo y fino. Era de una sola pieza abierta verticalmente en un extremo. Un casco ovalado más grande colgaba del cuello y llevaba una intricada maraña de cables cruzados, zócalos, antenas y extensiones. Liis supuso que eran para la parte superior del cráneo del Posibilitador. Sobre su pecho, apenas visible contra el material negro, había una caja sin detalles que el Posibilitador había rechazado desconectar a pesar de sus kilos de masa extra. Finos cables surgían radialmente de ella como venas y recorrían el exterior del traje hasta sus extremidades. Varias desaparecían en puertos ópticos en la base del casco.

    Enganchando sus pies bajo una barra de apoyo sobre la cubierta, Liis se inclinó y abrió el cierre de la mitad inferior del traje de Josua. Lo sujetó para él.

    — Vamos, Te echaré una mano.

    Él asintió y se impulsó en la pared volando por la bahía. Se encontró torpememte en el morro de la nave de descenso con sus piernas girando bajo él y casi golpeando el traje de las manos de Liis. Se enderezó.

    — Lo siento.

    — No pasa nada, dijo Liis.

    Le llevó algunos minutos ayudarle a luchar dentro del talle de su traje. Liis empezó a conectar sus tubos de deshecho pero él la despidió con gestos y lo hizo por sí mismo. Ella se giró para recuperar la parte superior de su traje y, luego, lo guió sobre su cabeza y lo aseguró. Ella desenganchó su casco y se lo entregó.

    Josua le sonrió débilmente. Gracias.

    Levantando su casco, lo colocó sobre su cabeza y lo deslizó hasta sus guías de metal. Lo giró lieramente para centrar el visor y apretó los cierres a presión del cuello.

    Liis voló junto a Sav, que ya había entrado en su traje. En la otra esquina, el Posibilitador se había puesto el suyo y se había anclado a una barra. Estaba jugando con los cables que convergían en la caja del pecho. Aunque estaba sólo a pocos metros de distancia, Liis ya no podía ver la costura vertical que dividía el lateral del traje negro.

    — Cuando estábamos trabajando en los trajes, no me dejó que tocara el suyo, - susurró Liis a Sav. No sé que es esa cosa que tiene en el pecho. Cuando le pregunté, me dijo que me ocupara de mis asuntos.

    Sav se encogió de hombros. Parecía que tenía la mente en otras cosas.

    El Posibilitador, que había terminado con la caja, había dirigido su atención a su casco de forma extraña, mayor que el resto. Sus dedos negros ajustaban las antenas en lo alto de la cabeza. Liis notó que el casco había sido diseñado para acomodar el extraño movimiento de la cabeza del Posibilitador.

    Ella le dió la espalda para vestirse. Un momento después, se impulsaba por el lateral de la nave de descenso hasta la compuerta abierta donde esperaba el resto. Dentro de la nave, el espacio estaba dominado por una consola y dos asientos anclados a la cubierta. Sobre la consola había una pantalla ancha, una gruesa banda de plástico polarizado envuelto alrededor del morro de la nave.

    Sav se impulsó dentro primero, exprimiendo su volumen en el asiento del piloto. Con un suave impulso, Liis propulsó a Josua hacia el asiento del copiloto. Ella supuso que, dado que sólo tenía un entrenamiento mínimo de uso del traje, estaría más seguro allí. Josua fue sin protestar. Liis le siguiò y abrochó su arnés. Después se fundió entre el respaldo del asiento y el fuselaje, anclándose a dos anillos en el muro. Hebuiza llegó el último, la parte superior de su casco rozaba por todo el techo. Dentro, su cabeza iba de un lado a otro en agitado movimiento. Estiró sus largos brazos en el estrecho pasillo entre la compuerta y un banco de taquillas pero no se molestó en anclarse a ninguno de los anillos de seguridad.

    Sav inició la secuencia de sellado de la compuerta. Segundos después, Liis sintió la vibración del compresor de aire de la Ea cantar a través de las placas del suelo de la nave de descenso. En menos de dos minutos, la atmósfera había sido succionada de la bahía. Las puertas exteriores rodaron y Liis parpadeó ante la luz brillante del sol reflejada en la superficie de Bh'Haret.

Capítulo 4

    

Capítulo 4 - Día 0.

    —Estaremos pronto en la instalación de estasis, - dijo Sav.

    Redujo la altitud de la nave de descenso a un kilómetro antes de hacer otra pasada. Liis apoyaba su peso y el del traje todo lo que podía contra el respaldo del asiento de Josua. Ya estaba acalorada, incómoda y con el visor empañado. El peso había regresado con una venganza. Cada movimiento requería ahora un esfuerzo. Su respiración era un sonido áspero irregular atrapado en su casco y la pequeña nave parecía hacerla botar por todos lados vindicativamente sólo por exhacerbar su malestar. Al contrario que las pesadas lanzaderas que se usaban normalmente para la caída planetaria, la nave de descenso le parecía una cosa endeble y caprichosa. La más ligera turbulencia de aire agitaba la nave como si hubiera recibido un golpe mortal.

    En la cola misma de la nave, apretada entre la compuerta y una fila de estrechas taquillas, Hebuiza se sentaba con las rodillas frente al pecho en un silencio sombrío. Habría sido imposible para él permanecer de pie en la nave sin encorvarse, así que, poco después de que hubo sentido el primer tirón de gravedad, se había agachado hasta el suelo con las rodillas al pecho y los codos pegados a la pared.

    La nave de descenso viraba y ondulaba mientras el paisaje se deslizaba bajo ellos. Un interminable puzzle de terreno puntillado rodante con zonas de árboles irregulares. Era casi otoño y las hojas lejanas del Norte ya habían empezado a mudar. Justo debajo, el río Lyst era una banda contínua brillante al sol matinal, yendo atrás y adelante mientras retorcía su camino a través de los cañones y barrancos. Josua se inclinó sobre el asiento del copiloto. Un fino cable recorría el panel de instrumentos hasta su casco. Jugó con la tosca óptica de la nave tratando de ampliar la imagen sin éxito. Imágenes borrosas recorrían la pantalla, se enfocaban durante un segundo y desaparecían. En vez eso, Liis miraba por la pantalla ancha buscando tierra desde su incómoda posición, pero cada colina parecía igual a la siguiente.

    La nave se desvió bruscamente y viró hacia a la izquierda como si fuese golpeada por viento de popa. Liis tuvo de agarrar el respaldo del asiento de Josua para evitar ser lanzada contra el fuselaje. La nave chocó una vez más y luego se estableció en una rítmica elevación y caída como si montara suaves ondas oceánicas.

    —¡Allí!

    La voz de Josua sonó en el auricular de Liis. Él daba toques en la pantalla del copiloto emocionadamente.

    Liis no podía ver de lo que se trataba. Miró por la pantalla ancha un ancho valle limitado por un amillo de colinas bajas y redondas. En su centro estaba la superfie reflectante de un lago ovalado con sus orillas desiguales por las sombras de gruesos árboles. Un lago similar a otros cientos que ya había visto.

    —¿Dónde?

    —Creo que es eso.

    Josua señaló a la orilla lejana del lago que ahora ocupaba la mitad de su pantalla.

    —Junto a la orilla Sur. Mira cómo los árboles recorren una línea irregular. Y cómo son todos de la misma altura. -

    Entonces Liis lo vió. Mientras el bosque era presionado por todos lados, en uno de los límites del lago, un lugar se recogía formando una fila despejada a doscientos metros de la orilla. La tierra allí era más oscura que el lago, un negro mate. Y artificialmente plana.

    —Muy bien, - dijo Sav.—Echemos un vistazo más de cerca. - Viró la nave de descenso hacia el anillo de colinas.

    —Deben de ser los paneles solares, - dijo Josua.

    Liis escaneó las colinas pero, a esa distancia, no podía encontrar señales de edificios, almacenes o verjas. Nada que indicase que había una instalación cerca.

    —¿Por qué no podemos ver nada más?

    —Subterráneo. - Sav hablaba mientras conducía la nave en descenso gradual.—Para las instalaciones de estasis, normalmente seleccionan un lugar tan lejos de los cables eléctricos como sea posible y excavan hondo en la roca. Apuesto a que la entrada es lo único que está en la superficie y desde aquí arriba sería casi imposible localizarla.

    El anillo de colinas se aproximaba. La nave de descenso decidió virar abruptamente hacia el Este y lejos del lago. Sav luchó para recuperar el rumbo.

    —Si eso son los paneles, - dijo tan pronto como hubo recuperado el control,—deberíamos ser capaces de encontrar el lugar.

    Sortearon el cerro más próximo y, de pronto, estuvieron sobre la fina cola del lago, haciendo espuma en el agua en una centena de metros sobre su superficie. Cerca del borde del lago, estacas grises de árboles muertos se disparaban hacia arriba.

    —Son los paneles.. dijo Josua.

    En la pantalla, una imagen ampliada de la llanura oscura crecía mientras aceleraban sobre el lago. Era una cuadrícula de paneles solares interconectados, una red de apoyo con cables pálidos bajo sus bordes. Ya se veía con facilidad que numerosos paneles estaban rotos y ajados. Los más cercanos al lago estaban cubiertos de un alga verde trepadora. En una zona, un pequeño helecho crecía donde dos particiones habían colapsado hacia adentro.

    —¿Estás seguro que es aquí? - Sav llevó la nave hacia el punto donde los paneles se encontraban con el lago.—Es demasiado pequeño. ¿Cómo puede algo de ese tamaño proporcionar tanta energía?

    —Mira abajo., dijo Liis.

    Sav se inclinó hacia adelante para mirar por la ventana a su izquierda. Josua se inclinó a su derecha. Justo debajo corrían las aguas fangosas del lago. Visible bajo la superficie había una llanura uniforme negra.

    —La red es bastante grande si imaginas que recorre la longitud del valle; - dijo Liis tranquilamente. —Al menos, así lo hacía antes de que el lago estuviera aquí.

    —Bah., dijo Hebuiza. - Su visor estaba en sombra, haciendo imposible verle la cara.—¡Tengo bastante de vuestra energía de emergencia! Mejor sería dar la vuelta.

    —¿Dar la vuelta? - dijo Josua. —No sabemos nada todavía.

    —Sabemos que la red está inutilizada, - disparó en respuesta Hebuiza. —Y que no será de ninguna utilidad para nosotros aquí. Te dije que sería una pérdida de tiempo.

    —¡No vamos a dar la vuelta!

    Liis quedó impactada por la vehemencia en la respuesta de Josua. Él se giró en su asiento para encarar a Hebuiza. A través del visor de Josua, Liis podía ver su expresión endurecida.

    —¡No vamos a irnos hasta que encontremos la crio-instalación!

    —Tú no estás al mando aquí, - dijo Hebuiza tranquilamente.

    El rostro de Josua se retorció de rabia. Trasteó con su arnés. Sólo su inexperiencia con los gruesos y torpes dedos de sus guantes le impidieron tener éxito. Tras Liis, Hebuiza se levantó hasta que su casco rascó el techo.

    Liis observaba todo esto con asombro. (¿Qué es lo que van a hacer? ¿Empezar una pelea en la imposiblemente atestada nave de descenso?)

    —¡Ey!, dijo Sav de repente. —¡Mirad la pantalla!

    Josua dejó de luchar con el arnés y se giró de vuelta al panel del copiloto.

    —Estoy recibiendo una señal sobre la esquina Sudoeste. No me lo creo pero, ¡parece que esa cosa aún funciona!

    En la pantalla, un gradiente de color se superponía ahora sobre el paisaje oscuro. En una esquina de la red solar había una fuente irregular de luz ámbar. Un delgado y serpentenante afluente de brillante dorado recorría el camino hasta lo alto de las colinas.

    —Esodebe de ser el regulador. Y esa cosa delgada es, probablemente, el cable de energía principal. Si lo seguimos, debería conducirnos a la instalación.

    —Pues hagámoslo,, dijo Josua, su ira se había ido tan abruptamente como había venido.

    Sav guió la nave de descenso hacia el hilo dorado. Hebuiza pasó a su posición sentada. Josua se curvaba sobre la pantalla, pronunciando lecturas mientras Sav conducía lo mejor que podía la nave para seguir la pista de serpentina del cable.

    No llevó mucho tiempo. Estaba a menos de un kilómetro de la red.

    La entranda a la instalación de estasis era un pórtico de hormigón diáfano que salía hacia arriba de la ladera. Al lado había una pequeña plataforma de aterrizaje. Había sido construída sobre una pendiente nivelada de piedra molida. Ramas de maleza sobresalían a través del asfalto y por el borde había un hueco de dos metros de ancho donde la superficie se había derrumbado dentro de un pequeño hoyo lleno de agua. A Liis le pareció como si alguien le hubiera dado un mordisco a la plataforma. Una verja de enlace dilapidada rodeaba tanto la entrada como la plataforma de aterrizaje. Si antaño hubo una carretera de servicio, hacía mucho que había desaparecido.

    Sav se posó en el centro de la derrumbada plataforma. El gemido de los motores disminuyó y se apagó.

    —Bueno, - dijo él en el silencio repentino. —Estamos en casa.

    Puertas de metal negro bloqueaban la entrada a la instalación. No había pasadores o zócalos de datos visibles y sólo una pequeña placa identificaba el lugar. Un sensor, aparentemente largo tiempo estropeado, estaba incrustado en la pared sobre la entrada.

    —Podemos cortarla, - dijo Sav. —Hay un par de láseres en la nave de descenso. Los puse en una taquilla cuando estábamos reuniendo sumimistros. Pensé que podrían ser útiles. -

    —Pues vayamos a por ellos, - dijo Josua impacientemente.

    En unos momentos, sacaron los láseres y le dieron las baterías a Sav, el único que había usado un láser antes. Sin preguntar, Josua recogió el otro. Liis le ayudó con la batería. Los láseres parecían gordos rifles, tubos plateados insertados sobre guías de metal pulido. Tenían guardas de gatillo ridículamente grandes que dejaban pasar los gruesos dedos enguantados. Josua pulsó el interruptor de encendido y Liis vió aparecer una pantalla LCD sobre la guìa que mostraba la configuración de intensidad y la barra gráfica de la fuerza de la batería.

    —Muy bien, - dijo Sav a Josua. —Conecta el cable del láser al zócalo de muñeca en la mano con la que disparas. Así. Y fija el láser en el interior de tu antebrazo de modo que su cañón sobrepase la punta de tus dedos. -

    Sav se lo demostró. Josua asintió e hizo lo mismo.

    —Cortaremos un metro y medio cuadrado desde el suelo hacia arriba para darnos espacio suficiente para gatear dentro, - dijo él. —No parece que la puerta esté hueca en la parte inferior pero, si lo está, podríamos tener que volver y cortar algo de espacio de maniobra en la parte de arriba para sacar los pedazos de roca.

    —Entendido, - dijo Josua.

    Sav señaló. —Tú empiezas aquí a la izquierda y yo iré por la derecha.

    Josua apoyó una rodilla en el suelo, apuntó y pulsó el gatillo de su láser. Un haz de luz coherente mordió el interior de la puerta enrojeciendo el metal casi de inmediato. Empezó a moversr hacia arriba mientras Josua levantaba ligeramente el brazo centímetro a centímetro. Tras observarle trabajar durante un rato, Sav comenzó a cortar por el otro lado.

    Pasaron quince minutos antes de que Josua diese un paso atrás para dejar que Sav terminase su corte. La placa cayó hacia adentro por sí sola cuando se fundió el último pedazo de metal.

    Esperaron a que los bordes se enfriaran. Luego, Sav encendió la lámpara de su casco, se puso de rodillas y espió por la abertura.

    —¿Y bien? - preguntó Josua.

    Sav salió y se puso de pie.—Parece correcto. Sólo ten cuidado de no engacharte el traje en el borde cuando entres.

    Josua empezó a desabrocharse el láser. Sav le puso una mano en el hombro.—Sé que las baterías son pesadas pero es mejor que las llevemos por si tenemos que lidiar con otra puerta.

    Josua asintió. Encendió su lámpara, se puso a cuatro patas y gateó a través del agujero. Sav le siguió con Liis justo detrás. El Posibilitador, que había permanecido a varios metros de distancia durante todo el proceso, entró el último.

    Dentro, llegaron al final de un pasillo diáfano que se alejaba de ellos, excavado ladera adentro. Contenedores de todo tipo se apilaban al azar cerca de la pared estrechando el paso. Había puertas a intervalos regulares, la mayoría entreabiertas. Todo estaba cubierto de una capa gruesa de polvo.

    —Mantened los ojos alerta a puertos de datos o cualquier cosa que pudiera parecerse a una interfaz, - dijo Sav antes de caminar pasillo abajo con Josua en sus talones y con sus botas levantando nubes de polvo que giraban alrededor de sus rodillas. Hebuiza y Liis los seguían detrás.

    Sav iba directo pasillo abajo, haciendo breves pausas para llevar su luz sobre cada puerta pero ninguna de ellas llevaba ningún tipo de inscripción y él no estaba interesado en explorarlas. Cuando llegó a una intersección de pasillos, ignoró las ramificaciones y continuó recto. Liis se quedó atrás y empujó una puerta parcialmente abierta. Se abrió por completo para revelar un armario de estantes vacíos.

    —Liis, ¡por aquí!

    Treinta metros corredor abajo, Sav y Josua estaban hombro con hombro mirando algo a su derecha. Hebuiza se quedó a un paso tras ellos mirando sobre la cabeza de Sav. Liis se unió a ellos corriendo, luchando en su voluminoso traje. Cuando llegó allí, percibió que estaban ante las puertas de un ascensor. Josua y Sav se apartaron para dejarla mirar. Las puertas estaban entreabiertas y había un traje dentro pero no como los que ellos llevaban. Estaba en el suelo y cuando iluminó con la luz de su visor, pudo ver un rostro disecado apergaminado con finos labios doblados sobre dientes amarillentos. Había huecos vacíos donde una vez habían estado los ojos.

    —El ascensor no tiene energía, - dijo Hebuiza.

    Liis asintió, incapaz de apartar la vista de los restos momificados.

    —Hay un pozo de servicio, - añadió Sav.

    Liis se giró. A pocos metros a la izquierda del ascensor había un arco a baja altura. Una pequeña puerta que una vez bloqueaba esta entrada estaba doblada y abierta con su gozne superior arrancado del muro. En el interior había un pozo de carga circular. Al fondo del pozo, media docena de anchas tuberías se perdían en las profundidades. El extremo superior de una escalera asomaba justo sobre el nivel del suelo.

    —Y aquí hay un mapa. - dijo Sav señalando un diagrama multicolor fijado al muro entre el ascensor y el pozo.

    Bajo él había un listado de departamentos divididos por niveles. Diecisiete niveles en total. Aquel nivel estaba numerado como cero y el subnivel uno contenía las oficinas administrativas. Las cápsulas de estasis no comenzaban hasta el tercer subnivel donde los túneles se cuadruplicaban en longitud.

    —Esto es perder el tiempo, - dijo Hebuiza malhumorado.—Nos llevará semanas registrar un lugar de este tamaño.

    —Pues separémonos, - dijo Josua.—Tomad niveles diferentes.

    Sav miró al Posibilitador.—No hace falta que registremos cada habitación, - dijo. —Todo lo que necesitamos es un puerto de datos activo. Sabemos que hay energía aquí, de modo que hay una decente posibilidad de que la red aún funcione. Empezaremos mirando en los lugares más probables de los niveles superiores y, luego, iremos bajando.

    —Yo creo que ya he visto todo lo que hay que ver. - El Posibilitador cruzó los oscuros brazos de su traje sobre el pecho.—A menos que, por supuesto, os interesen los cadáveres. Sospecho que eso es todo lo que encontraremos aquí.

    Liis emergió del pozo de carga sobre el cuarto subnivel justo a tiempo de ver la primera puerta de la izquierda cerrarse tras Josua. Él había bajado la escalera peligrosamente rápido y ella había hecho lo posible por seguir su ritmo pero fue más lenta cuando casi pierde el agarre. Debajo, a lo lejos, Sav y Hebuiza estaban explorando los niveles inferiores del complejo. Ella y Josua habían tomado los superiores y acababan de terminar con la planta de arriba sin éxito. Ninguno de los sistemas informáticos estaba activo. Sin duda ocurriría lo mismo en este.

    Liis maldijo y corrió tan ràpido como le permitía su traje AEV y abrió la puerta. Era una sala idéntica a la docena en las que había entrado. Observó la longitud de la cámara. La luz de su casco cortaba las tinieblas. En las indeterminadas sombras no podía ver el final de la habitación. Su techo bajo abovedado retrocedía hasta un punto de fuga a centenares de metros de distancia. Filas largas paralelas de raíles con forma de I, cada una con su propio cabestrante, estaban clavadas al techo. A espacios regulares bajo cada raíl había cientos de cúpulas transparentes alzándose sobre el suelo. Las cumbres de las cápsulas de estasis se horquillaban en bahías verticales recesivas, grupos de cables se prolongaban desde sus coronas hasta las cajas de conexiones del techo, umbilicales más gruesos se enterraban en el suelo. La mayoría de las cápsulas era oscura, sus ocupantes largo tiempo muertos. Una docena, diseminados al azar por la sala, radiaban una luz verde pálida que perfilaba las cabezas de los internos.

    Liis localizó a Josua pasillo abajo en la sala. La luz de su casco cortaba el aire a izquierda y derecha sucesivamente. Se movía entre las filas de cápsulas iluminando cada una como había hecho en el resto de habitaciones. En la primera cámara que habían explorado, Liis le había preguntado lo que estaba haciendo pero Josua había balbuceado algo incomprensible ignorándola. Liis pensó por un instante en contactar con Sav pero, ¿qué iba a conseguir lo que ella le dijera? Nada. Si acaso, sólo confirmaría sus temores sobre la estabilidad mental de Josua. No la ayudaría a ella y tampoco a Josua, de modo que lo dejó ir y esperó pacientemente mientras completaba su extraña rutina once veces más.

    Liis le dió la espalda y probó su luz sobre el muro lejano. Descubrió un panel, supuestamente la interfaz de una IA que regulaba las cápsulas de la cámara. Como el resto de paneles que había visto hasta el momento, estaba apagada y no tenía conectores externos ni zócalos. Volvió hacia el conjunto de cápsulas y caminó hacia la más cercana que estuviera iluminada. Algo le suministraba energía. Las lecturas en la cápsula confirmaban que el afortunado ocupante aún estaba vivo. No tenía sentido.

    Antes de hacer otra cosa, habían usado los mapas del muro para localizar la sala de sistemas del segundo subnivel. Había sido una visión impactante. Todos los ordenadores estaban destrozados con una violencia deliberada y los cables de la red habían sido seccionados a propósito, aislando la sala. De modo que no existía un control central. Todos los paneles locales de aquella cámara estaban apagados. Aún así, algo alimentaba las escasas cápsulas que estaban encendidas, monitorándolas y manteniendo la vida.

    (Algo, sí. Pero, ¿qué?)

    Josua había llegado al final de la fila y estaba volviendo. Su luz cortaba la oscuridad adelante y atrás. La cápsula activa más próxima estaba a medio camino entre Josua y Liis. Se apagó.

    Josua gritó. corrió hacia adelante entre tropiezos y cayó de rodillas delante de la cápsula.

    —¿Qué ocurre? - gritó Liis.

    Pero Josua la ignoró. Frotó frenéticamente la superficie de la cápsula y espió en su interior con el visor casi tocando el domo transparente. Se impulsó hacía atrás abruptamente sobre sus pies. Sus brazos colgaban inertes a ambos lados. Liis oyó algo que sonaba como un llanto.

    Por un momento, ella permaneció allí de pie sin saber qué hacer. Después corrió por la fila y se arrodilló junto a Josua. Siguió su mirada hasta la zona despejada de polvo que cubría el domo. Era una anciana de rostro delgado y mechones de pelo rubio pegados al cráneo. Lesiones oscuras cubrían sus hombros y garganta. Parecía una estatua de cera en el baño de glicerol crio-protector; como si estuviera en las últimos fases de una enfermedad terminal. Quizá contaminada por la plaga que había destruído Bh'Haret o quizá por alguna otra para la que no había cura en la época en que fue internada.

    (Muerta), pensó Liis. (Acabo de verla morir.)

    Pero no sintió lástima, sólo molestia. Se volvió hacia Josua.

    —¿Estás bien?

    Josua miraba a la mujer. El sudor le goteaba por el labio superior. Señaló hacia ella con el láser, aún sujeto a su brazo y la boca apuntando directamente a la anciana. Por un momento, Liis pensó que iba a apretar el gatillo pero justo entonces Josua dejó caer el brazo.

    —Todos están muertos. - miró a Liis con los ojos llenos de una desesperación insoportable.—O lo estarán pronto.

    —No podíamos hacer nada para salvarla, Josua. Salvarnos nosotros es nuestra primera prioridad.

    —¿Por qué? ¿Qué sentido tiene?

    —Siempre tiene sentido. - dijo Liis, aunque apenas podía creer que estaba diciendo esto.

    Para ella, la vida parecía no tener sentido, aleatoria y caótica. O eso habría dicho antes de conocer a Josua. Se puso de pie.

    —Vamos. - puso la mano bajo el brazo de Josua y le ayudó a levantarse. —Nos queda un montón de estas salas.

    Abstraído, Josua se dejó arrastrar unos pocos metros. Después liberó su brazo.

    —No, - dijo revisando una fila a su lado.—Tengo que terminar aquí primero.

    Liis le dejó ir. ¿Qué otra cosa podía hacer? Le observó retomar el escaneo de cápsulas donde lo había dejado. Su casco danzaba aquí y allá como la baliza de un faro mientras buscaba inútilmente algo que ella no podía comprender.

    —¿Josua?

    El discreto siseo del auricular de Liss se apagó. Josua había cortado el enlace de su propio comunicador. Liis cerró los puños hasta donde le permitían los gruesos guantes.

    Con todo, ella sólo conocía a Josua desde hacía menos de un mes de tiempo subjetivo. De modo que...

    (¿Por qué dolía tanto?)

    (¿Habían sido cuatro o cinco las plantas que ya habían comprobado?)

    Liis no podía recordarlo. Permaneció al pie de otro conjunto idéntico de cápsulas de estasis, esperando a que Josua completara su inspección ritual. El rastro de las pequeñas y solitarias huellas que las botas de Josua había escrito en el polvo del suelo se perdía en la distancia. Una nube lenta de polvo se mantenía sobre ellos como vapor luminoso. Liis la contempló, hipnotizada por sus pausadas ondulaciones como un mar de polvo subiendo y cayendo con lánguidas crestas y valles.

    Una explosión de estática la sobresaltó.

    Giró en redondo instintivamente. Su luz perforaba la oscuridad como una cuchilla. El corazón le martilleaba las costillas. No veía a nadie. De inmediato recordó dónde estaba.

    Una mala transmisión llegó a su auricular.

    —... cajones...

    Hubo un zumbido seguido de un siseo distorsinado mientras el receptor trataba de mantener la señal.

    —... algo aquí... Liis?...

    —¿Sav?

    —... encontrado... panel... este nivel...

    La voz crepitaba en el auricular de Liis, luchando a través de los suelos de hormigón intermedios, yendo y viniendo mientras circulaba por los cambios de frecuencia que Hebuiza había programado.

    —... almacén antiguo. Probablemente lleva... desde siempre... .

    —Te estoy perdiendo, Sav.

    —... creo... fuera... problema con... espacio... ..ido para ver... . - la voz dió paso al siseo.

    Liis salió de la sala y dió pasos en el pasillo confiando en captar una señal más fuerte. Estática, sonidos ininteligibles, quizá palabras, crepitaba en su auricular. Avanzó hacia el pozo.

    —¿Sav?

    Liis aumentó al máximo la ganancia de su audio y se inclinó hacia el pozo de carga.

    —LISS, ¿ME RECIBES?

    Liis dió un respingo y silenció la transmisión susurrando una orden vocal. Sacó la cabeza del pozo y dió un paso atrás.

    —Estoy en el pozo de carga.

    La voz de Sav ahora era cristalina.

    —¿Qué tal la señal ahora?

    —Estupenda, - dijo ella con pitidos en los oídos.

    —Hemos encontrado un viejo panel de acceso que parece estar activo.

    —¿Activo?

    —Sí. Hay una luz piloto o algo así. Pero un derrumbamiento lo bloquea. Necesitamos que tú y Josua nos echéis una mano para despejar el paso.

    —¿Dónde estáis?

    —Subnivel once. Gira a la derecha cuando salgas del pozo de carga. Es el segundo pasillo de la derecha.

    —Recibido, - dijo Liis. —Estaremos abajo en unos minutos.

    Dió la vuelta y volvió a la cámara donde había dejado a Josua, cambiando frecuencias hasta el canal que ella y Josua habían estado usando.

    —¿Has captado eso, Josua? -

    Sin respuesta. La pantalla del traje de Liis mostraba que la unidad de comunicación de Josua aún no estaba recibiendo.

    —Sav cree que ha encontrado un puerto de datos activo.

    Liis llegó a la puerta y empezó a abrirla. Josua salió en estampida, casi derribándola con el hombro. Dejó atrás a Liis corriendo pasillo abajo hacia el montacargas todo lo que el traje le permitía. Agarrado a la escalera, se dejó caer rápidamente, descendiendo a una velocidad peligrosa.

    (¡Maldición! Se va a matar si no se calma ).

    Se apresuró por el corredor y asomó la cabeza en el hueco del montacargas. Era como mirar un pozo a medianoche. No podía ver nada.

    (Pero, ¿dónde está la lámpara de Josua?)

    Le entró el pánico por un instante, temía que pudiera haberse resbalado. Después, conectó sus receptores externos. Oía en la distancia el monótono golpeteo de botas de metal varios niveles abajo. Por alguna razón, Josua había apagado su lámpara. Asegurando el agarre en la escalera, se movió en el hueco para empezar su propio descenso.

    El panel de acceso estaba en un pasillo de mantenimiento lo bastante ancho para los cuatro. Sav había colgado una luz de emergencia en un conductor de cables que recorría el túnel por el centro del techo. La lámpara llenaba el túnel con luz brillante. La pequeña y redonda figura de Sav se dobló sobre el panel. Su cabeza se inclinaba sobre las pequeñas guías que trataba de soldar a un cable. Trabajaba despacio con los gruesos dedos del traje.

    Liis se sentó con la espalda contra la última carga con la que habían peleado hasta la extenuación. Su respiración estaba acelerada y su visor empañado. El traje estaba diseñado para entornos a cero G, allí parecía pesar mucho más haciendo que las tareas fuesen torpes y peligrosas. Su recirculador zumbaba como un insecto furioso en su intento de mantenerla fría.

    Miró a su alrededor tratando de localizar a Hebuiza. Este se había alejado hasta la unión donde el corredor de servicio encontraba el principal. Con su traje negro y la luz de su casco ahora apagada, estaba envuelto de oscuridad. Liis buscó a Josua, que estaba apoyado en el muro con la cabeza hacia abajo, perdida en su propia desesperación. No se había animado desde que hubieron movido el último barril del camino. Liis quería ir hacia él y confortarle. Pero no reunía fuerzas para levantarse y atravesar los escasos metros hasta donde él estaba.

    (Aquí no. No de esta forma.)

    Bajó la cabeza.

    (¿Y ahora qué?). - pensó. (¿Y ahora qué?)

    Necesitaba encontrar otra cosa en la que ocupar sus pensamientos, algo que hacer mientras esperaba a que Sav acabara su trabajo. Cualquier cosa salvo pensar en Josua. Consideró ejecutar un diagnóstico de su traje para comprobar que nada estaba dañado pero cambió de idea. ¿De qué serviría?. Allí no tenían piezas de recambio, sólo parches básicos. Había poco más en la nave y, salvo que encontraran un almacén de trajes similares, eso era todo lo que habría siempre. Era el fin de todo.

    (Josua. No abandones la esperanza... )

    —Estoy dentro. - dijo Sav en voz baja.

    Una luz verde parpadeó y se encendió en la esquina inferior del HUD de Liis cuando Sav completaba el puente y lo parcheaba a la emisión del grupo.

    —Hay un mensaje pendiente; - dijo Sav.

    Josua saltó de su letargo empujando la espalda contra la pared.

    —Reprodúcelo

    Surgió una imagen coalescente superpuesta en el visor del casco de Liis. En la parte inferior mostraba la fecha de la grabación. Era de unos veinte años atrás, poco después de que ellos dejaran el planeta. Una mujer alta y demacrada con lánguido cabello y ojos ensangrentados se sentaba a un escritorio. Su piel tenía el amarillo enfermizo de la ictericia. Parecía más vieja que Liis, quizá de cuarenta años estándar, aunque era difícil saberlo. Vestía una camisa sencilla de manga corta y un vestido con manchas con cuatro grandes bolsillos. En sus brazos y cuello había heridas rojas, muchas de ellas cubiertas de sangre seca como las que Liis había visto en varias personas en las crio-cápsulas. Bajo sus uñas oscurecidas había líneas rojas de astillas hemorrágicas. Una gota de sangre colgaba de la punta de su dedo índice. La mujer tosió profundamente y se aclaró la garganta:

    —Nuestra propias plagas humanas no eran suficiente. Ahora tenemos que lidiar con un virus en la red. Hemos perdido un total de siete mil treinta siete clientes por los fallos del sistema pero ninguno desde que cortamos la línea troncal con el mundo exterior hace dos días. He intentado aislar los sistemas restantes lo mejor que he podido pero todos los técnicos han sucumbido al contagio. En las cámaras que aún contienen cápsulas de estasis activas, he aislado las IA de control mediante el corte físico de todos los cables salvo los de energía. Pero si el virus informático ya ha infectado al supervisor de la red, como sospecho, puede ser demasiado tarde.

    Su voz se quebró, quedó seca. Hizo una pausa y tragó rápidamente, luchando por recuperar el aliento. Después continuó.

    —Además, el suministro de energía ha sido intermitente los últimos días y se interrumpió definitivamente esta mañana. He conmutado todas las unidades hacia la red de paneles solares y apagado todos los sistemas no esenciales. Si mis cálculos son correctos, esto debería ser suficiente para mantener las cápsulas que quedan. No hay nada más que yo pueda hacer. Todos los demás están muertos o en crio-suspensión. Soy la última que queda... Veintisiete días. Sólo llevó veintisiete días infectarnos a todos. Creí que me había salvado al no mostrar síntomas hasta hace cuatro días. Incluso traté de convencerme a mí misma de que era una simple infección vírica. Pero después, la cogí, como todos ellos...

    Alzó las manos y las observó. Luego las giró hacia la lente del grabador. Las almohadillas de sus dedos estaban punteadas con pequeños nodos rojos.

    Cuando los ví hace dos días, supe que tenía la enfermedad. Sólo en mí, la progresión de la plaga ha sido más rápida que en cualquier otro caso que he visto. Apenas puedo andar y no puedo reducir los síntomas. Ya me he desmayado dos veces esta mañana. Ha llegado la hora de que entre en suspensión. He enseñado al sistema a bloquearse tan pronto como entre en la cápsula.

    He dejado el catálogo general abierto... si sucede que alguien... para que alguien use...

    Ella observó por encima del grabador, con la mirada perdida en sus pensamientos. Luego, sus ojos se abrieron y vomitó. Un esputo sangriente salió disparado de su boca y salpicó sobre el escritorio. Mirando la suciedad espumosa, una expresión de sorpresa y tristeza llenó su rostro. Los músculos de su cuello se contrajeron y ella cayó hacia la izquierda con la cabeza tras el escritorio y los hombros arqueados. Una pus manó de una mancha negruzca en la nuca. Josua pudo oir con claridad cada arcada y el sonido de nuevo vómito que salpicaba el suelo. Durante un momento, la mujer permaneció doblada con la cabeza apoyada en el brazo. La espalda subía y bajaba con cada respiración, agitada por pequeños temblores. Después, se irguió, limpiando su barbilla con la punta de la manga. Sus mejillas estaban llenas de lágrimas y el frontal de su vestido mostraba nuevas manchas brillantes. Su mandíbula fucionó como si fuera a hablar pero sólo salió un ligero gorjeo.

    La estática llenó la pantalla

    Liis estaba mareada. Vagamente, era consciente de Sav y Josua, de la brillante lámpara fijada al conducto, de los pequeños clicks y zumbidos que su traje hacía en el silencio. Alguien estaba hablando rápida y urgentemente: Josua.

    —El catálogo. ¿Puedes acceder a los registros de internos?

    —Sí, - respondió Sav. —Esocreo.

    Sorprendida, Liis miró a Josua.

    —¿Por qué qui... - comenzó ella pero se detuvo de golpe. Miró a Josua, temerosa de haber comprendido.

    —Apellido: Tira, Nombre: Shiranda, - dijo Josua en voz alta.—Encuéntrala.

    (El nombre de una mujer.)

    Sav miró a Josua durante un rato.

    —¿Estás seguro de... ?

    —¡Encuéntrala!

    Sav se giró hacia el puerto.

    (Esa es a quien estaba buscando.)

    Sav murmuró el primer comando, luego, otro.

    (Aquí hay alguien a quien él ama. Alguien que esperaba en estasis su regreso.)

    El estómago de Liis dió un vuelco y la oscuridad pareció correr hacia ella, embotando su visión y apagando toda posibilidad de esperanza.

    —La tengo. Subnivel catorce. Estación 39. Pasillo 30. Cápsula 3.

    Josua miró a Sav inexpresivo.

    —Tres niveles abajo. Cuarta puerta de la derecha al pasar los asensores.

    —¿Está ella... ?

    Liis aguantó la respiración, visualizando la cápsula apagada de la mujer, inerte y lamentando de inmediato tal pensamiento. Luego, imaginándolo de nuevo...

    —No sabría decirte, - dijo Sav.—Todos las redes funcionan ahora con sus propias IAs, como dijo la mujer en la grabación. No hay control central. Lo único que entra en cada sala es la energía de los paneles solares. Nada sale de ellas. Ni siquiera te puedo decir si la IA está funcionando.

    Josua giró de pronto sobre sus talones y corrió túnel abajo casi tropezando sobre los escombros que habían movido. Desapareció doblando la esquina.

    Por un segundo, los tres permacieron allí inmóviles. Luego, Liis se puso de pie y le siguió.

    —¡Liis! ¡Espera!

    Ella ignoró a Sav. Pasando a Hebuiza, recorrió el pasillo hacia el pozo de carga y subió a la escalera.

    (Tres niveles, ¿No era eso lo que le había dicho Sav a Josua?)

    Descendió y barrió el tercer nivel inferior con su lámpara. Una serie de pisadas la guiaban hasta una puerta abierta. Liis saltó de la escalera y tomó el camimo hacia la puerta. La sala era como las otras: cápsulas de estasis diseminadas por el suelo. Y, como todas las demás, sólo algunas tenían el vago brillo que traicionaba la presencia de vida.

    Josua daba pasos delante del conjunto. Su comunicador estaba abierto y Liis podía oirle contar los pasillos en voz alta mientras andaba apresuradamente. Su voz se elevaba a medida que avanzaba.

    (La mujer estaba en la fila treinta, había dicho Sav.)

    En la treintaiséis, Josua se detuvo. El resto de pasillos estaban todos a oscuras.

    —Josua... .

    Camimó cuatro filas más, giró en el pasillo y dió algunos pasos. La luz de su casco iluminaba el sucio exterior de la cápsula en tercera posición.

    —Venga, Josua. Sálgamos de aquí.

    Josua se giró y quedó iluminado por la lámpara de Liis. Parpadeó.

    —No.

    Parecía extrañamente ido pero su voz era continua y tranquila.

    —Deberíamos volver con el resto. Aquí no hay nada que podamos hacer.

    Josua cortó su comunicador, le dió la espalda y caminó hasta el final del muro. Se detuvo frente al panel de la IA. Como todos los demás, la pantalla estaba oscura con los indicadores apagados.

    —¡TÜ!

    Gritó golpeando la pantalla con el puño

    —¡DESPIERTA!

    El panel centelleó a la vida, con un gran signo de interrogación en el centro y el númerito 39 debajo.

    —¿Sí?

    La voz crepitaba animadamente en el casco de Liis.

    —¿Qué puedo hacer por usted?

    —Bueno... bueno... ¡Que me condenen!

    Las palabras de Sav sonaron en el audio de Liis. El hombre dió unos pasos a su lado.

    —No me extraña que no pudiera encontrar ningün conector. Se activan con la voz.

    —Hay algo que puedes hacer por mí, - dijo Josua a la IA. —Dime por qué la has matado.

    Liis dió un paso hacía Josua pero Sav la cogió del hombro y la sujetó con fuerza.

    —Lo siento, - respondió la IA con un tono que era el epítome de lo razonable.—Pero no comprendo la pregunta. Solicito información adicional.

    —Pasillo 20. Cápsula 3. Tira, Shiranda. ¿La mataste?

    —El hábitat de crio-suspensión en el pasillo 20, cápsula 3 era discontínuo, si esa es la pregunta.

    —¿Por qué?

    —Esa unidad, junto con varias otras, fue seleccionada debido a pérdidas de energía en la red central. Se requería una reducción de carga o todas las unidades se hubieran deteriorado y perdido.

    —¿Por qué la escogiste a ella? - Josua gesticuló al resto de luces de la red. —¿Por qué no una de las otras?

    —Las terminaciones se asignaron usando una lotería pseudo-aleatoria. Le aseguro que fue totalmente justo. Si está disgustado por la elección que hice, tengo la certeza de que al coordinador de la instalación le agradará hablar con usted. También puede tranquilizarle saber que preveo un aumento de energía pronto y el servicio completo será restaurado en breve.

    —¿Servicio completo? - josua soltó una fría y amarga carcajada. —Maldia jodida máquina.

    —No soy una máquina, estoy registrada. Nodo Artificial de Inteligencia Semiautónomo.

    Las letras NAIS-14-39 aparecieron en la pantalla.

    —Máquina, ¿sientes dolor? - preguntó Josua.

    —No. Y se lo he dicho, no soy una máquina, soy un NAIS registrado.

    —Qué lástima. - dijo Josua con tristeza.

    Alzando el brazo, apuntó el láser hacia el corazón del panel. Liis observó cómo empujaba la palanca hacia la máxima potencia.

    —Si necesita asistencia adicional...

    Josua pulsó el gatillo. Un haz de luz partió la oscuridad en dos. La pantalla se agrietó y explotó hacia afuera. Josua daba pequeños giros apoyado en una rodilla. El pecho de su traje se había lacerado por los trozos de la pantalla, un material blanco de rejilla negra que tenía marcas como garras. Un pedazo afilado pasó volando por su cintura. Tras él, una gruesa columna de humo manaba del panel y se extendía por el techo.

    Liis quedó inmóvil, contemplaba con horror cómo Josua se ponía de pie y caminaba de vuelta a la cápsula de estasis. Permaneció allí con la cabeza baja.

    Liis se liberó de la presa de Sav y dió un paso hacia Josua.

    —¿Josua?

    Él alzó la mirada. Tenía los ojos de un loco que reflejaban la luz de la lámpara. Liis pudo ver ahora que tenía una brecha en el visor: le faltaba un gran trozo triangular y la sangre brillaba en su mejilla.

    —Por favor.

    Ella extendió las manos. Antes de que supiera lo que estaba diciendo, las palabras saltaron de su boca:

    —Te quiero.

    Josua bajó la cabeza de nuevo. Los receptores externos de Liis captaron un grave gemido salvaje. Luego, levantó el láser y colocó la boca al lado de su casco. Puso el dedo en el gatillo.

    —¡No! - chilló Liis, pero su grito se ahogó cuando algo le golpeó en la nuca y la derribaba hacia un lado. Sav pasó volando disparando su láser. Un haz de luz de rubí cortó las tinieblas y alcanzó el muro alejado detrás de Josua. Después, se deslizó limpiamente a lo largo del dorso de la muñeca de Josua. El material de su guante se inflamaba donde tocaba la luz coherente.

    Josua emitió un alarido. Su brazo salió disparado y el láser se balanceó de su cable negro sin control. Tambaleándose hacia adelante, colapsó boca abajo sobre el domo con su muñeca aún brillando con un brazalete naranja donde el láser de Sav había trazado una línea. Retorció el cuerpo una vez, luego, resbaló desde la corona del domo hasta el suelo. Una mancha de sangre indicó su progreso. Quedó tumbado inmóvil.

    Liis se quedó mirándo la crepiante silueta en torno a ella como un incendio.

    Sav corrió y se agachó junto a Josua. Suavemente, le levantó el hombro y lo hizo rodar hasta que tuvo la espalda contra el suelo. Iluminó la cara de Josua. Estaba hinchada y el sudor cubría su frente.

    —Está vivo, - dijo Sav alzando la vista.

    Los dedos de sus guantes brillaban con manchas rojas. Liis asintió impactada, no se movió.

    Sav rompió el sello en la base del casco de Josua y se lo quitó. La mitad izquierda de la cara estaba blanca. En la mejilla derecha, la carne tenía una brecha sangrienta en forma de disco del tamaño de un dedo. De la herida asomaba un estrecho fragmento de la pantalla. La sangre manaba de la mejilla hasta la garganta y desaparecía en el cuello del traje.

    Sav sacó un pequeño cuchillo de uno sus bolsillos y comenzó a cortar el material del traje de Josua donde había cortes en cruz hasta dejar expuesto su pecho sangriento. Cuando termimó, dejó el cuchillo en el suelo y separó un saco de gasas de su cintura. Lo abrió y limpió la sangre del pecho revelando un patrón de cortes paralelos. Sangraba poco y con lentitud. Sav la miró.

    —Ven aquí.

    Liis caminó con las piernas entumecidas hasta Josua.

    —Sujétale el cuello.

    Se arrodilló y puso la cabeza de Josua en su regazo.

    (Está vivo.), - pensó mirando el movimiento casi imperceptible de su pecho.

    Justo bajo la caja torácica, diminitas burbujas manaban en un brote de sangre y explotaban.

    —No creo que sea demasiado grave, - dijo Sav.—No parece que se haya cortado ninguna arteria mayor. Esto, - dijo colocando el dedo sobre el corte irregular en el que Liis había visto que se formaban las burbujas. —es lo único que me preocupa.

    La sangre ahí fluía con más libertad y era más brillante. Sav dobló la bolsa de gasas en un cuadrado y presionó la herida. Sujetando la muñeca de Liis, puso su mano sobre la gasa.

    —Mantén una presión constante. Recuerdas el entrenamiento, ¿verdad?

    Liis asintió embobada y apretó la compresa.

    Sav tiró del cable del láser del conector de la muñeca de Josua y lanzó la herramienta a un lado. Chocó con algo en la oscuridad. Sujetó el brazo inerte de Josua y rompió los sellos del guante. Liis pudo ver varios cables seccionados y ennegrecidos que seguían la línea de la incisión. Sav había cortado la energìa y control del láser limpiamente evitando que Josua lo usara sobre sí mismo. Sav sacó el guante. La piel en el dorso de la muñeca de Josua estaba incinerada en línea recta como si estuviera pintada.

    —Ha tenido suerte, - dijo Sav examinando la mano.—No lo sabía seguro. Podía haber hecho demasiado daño o no el suficiente.

    Dejó la mano de Josua en el suelo y lo hizo rodar sobre sus caderas. —Es un idiota, - dijo negando con la cabeza en el casco torpemente.

    Bajo sus dedos, Liis sintió que Josua luchaba por respirar. Una pequeña nube de vapor se formaba en el aire helado sobre los labios en caslda exhalación. Gotitas de sangre colgaban del pelo de su pecho como perversas perlas. Alzó la vista y vió que Sav la estaba estudiando.

    —Vuelvo a la nave de descenso a por el botiquín, -

    Se levantó y miró a su alrededor.

    —Hebuiza no nos ha seguido. No puedo decir que me sorprenda. - El disgusto en su voz era llano. —Tú sigue apretando la herida hasta que vuelva.

    Liis asintió. Sav dió la vuelta y salió por la puerta. Liis siguió su marcha hasta que desapareció en la oscuridad del pasillo y dejó de oir el eco de sus pisadas. Luego, bajó la cabeza para que su luz iluminara el pecho de Josua. Alzando una puntita de la gasa, miró la herida. Parecía pequeña, insignificante, una delgada línea roja en la carne ligeramente agrietada. Pero cuando Josua inhalaba, la grieta se abría como una boquita brillante y finas líneas de sangre brotaban por sus bordes. Volvió a apretar la gasa.

    (¿Por qué, Josua?. ¿Por qué te has hecho esto.)

    Pero supo la respuesta tan pronto como formuló la pregunta en su mente:

    (Por amor. Sólo podía haber sido por amor.)

    —¡No podemos esperar más!

    Liis se abrió camino entre los escombros del corredor, andando adelante y atrás en el angosto espacio, pisando con cuidado en torno a Josua.

    —Tenemos que esperar a Hebuiza, - dijo Sav llanamente.

    Sacaron a Josua de allí hasta el pasillo y le envolvieron en una manta térmica plateada. Liis había colocado dos parches médicos en las heridas del pecho lo mejor que podía con sus torpes dedos enguantados y había envuelto los otros cortes con gasa. Sobre su mejilla derecha había fila irregular de parches frescos. Hizo una pausa para mirar los bordes rosados de la herida bajo el oscuro zigzag de hilo quirúrjico, recordando cómo Sav se había arrodillado sobre la mejilla de Josua mientras ella tuvo que retorcer los pliegues con todas fuerzas para retirar el fragmento del tamaño de un pulgar. Ahora Sav se sentaba sobre un cajón volcado a los pies de Josua, hombros encorvados, codos apoyados en las rodillas y manos recogidas una dentro de la otra. Su cabeza colgaba tan baja que Liis podía ver su visor: la luz de su casco hacía un charco brillante de luz en el suelo más allá de los dedos de las botas. No se había movido durante la última hora.

    Liis continuó su paseo.

    El haz de su lámpara se mecía al molesto ritmo de sus pasos, saltando arriba y abajo por el pasillo, iluminando el pozo de carga donde esperaba al Posibilitador. Después, dió la vuelta para caminar en la otra dirección, alumbrando el pasillo que recorría la oscuridad lejana. Comprobó la pantalla del traje e hizo un cálculo mental. Casi dos horas y media. Cerca de una hora para tratar las heridas de Josua y otra hora y media esperando a que Hebuiza hiciese su aparición. Mientras, Josua yacía expuesto al frío. El Posibilitador no les había seguido a esta planta y no había estado en la interfaz cuando Sav había vuelto. Durante la última hora y media habían intentado contactarle sin éxito. Si estaba al alcance, había desconectado su transceptor.

    —Necesitamos llevar a Josua a la nave, - dijo Liis.

    Sav permaneció en silencio.

    La frustración de Liis alcanzó el punto de ebullición.

    (¿Qué demonios pasa con Sav?)

    Hebuiza les había abandonado. Buena riddance, por lo que ha ella le concernía. Pero esperar allí no iba ayudar a Josua lo más mínimo. Y además, Sav sólo estaba sentado allí mirando el suelo. Liis perdió la paciencia, maldijo a Sav, luego a Hebuiza. Pensar en el Posibilitador la ponía furiosa, hacía que los músculos de su pecho se tensaran aún más.

    —¡Maldito sea!

    Pateó salvajemente un cajón partido pero, o el material de su traje amortiguó la fuerza de su golpe o el cajón contenía algo pesado, pues sólo se movió un poco dejando un pequeño rastro de polvo. Maldijo de nuevo.

    —Volverá, - dijo Sav fatigado.

    Liis se giró. Sav se sentaba incorporado ahora y ella podía ver a través de su visera. Parecía exhausto.

    —No tiene otro sitio a dónde ir.

    —Tenemos que llevar a Josua de vuelta a la nave. - dijo Liis, dando un paso hacia él.

    Sav miró a Josua, luego al pozo de carga pero no dijo nada.

    —No necesitamos a Hebuiza. Podemos hacerlo solos. Será duro, pero podemos arreglárnoslas.

    Su sugerencias cayeron en saco roto.

    —Sav... - comenzó ella pero se detuvo ante el click de una suela de bota sobre la plancha de metal de la escalera.

    Se giró alrededor cuando la negra figura del Posibilitador, apoyada por sus largos brazos, bajaba a la vista de todos. Giró fuera de la escalera y cayó abruptamente en el pasillo con un movimiento desequilibrado, un movimiento que, notó Liis, hubiera sido elegante en una persona de proporciones normales. Hebuiza se irguió y recuperó su equilibrio. Habilitó su comunicador.

    Liis dió un paso frente a él.

    —¿Dónde demonios has estado?

    Hebuiza parpadeó dentro de su casco de extraña forma. Sus ojos eran pequeños y oscuros. Los ángulos de su cara quedaban exagerados en las sombras que la luz de Liis proyectaba, dándole una apariencia más esquelética.

    —He estado descargando datos, - dijo él. Se mojó los labios de forma distraída.

    —Sav ya ha descargado el único registro disponible.

    —Sí, - dijo Hebuiza, —De ese interfaz. Sin embargo, he encontrado otro. Y tengo medios para extraer información que no están disponibles para vosotros.

    Sav se puso de pie.

    —¿Qué quieres decir?

    Hebuiza tocó la caja sobre el pecho con la punta de sus dedos.

    —Que soy un Posibilitador.

    Liis podía imaginarle conectado a la interfaz, dos cables iban desde el puerto hasta sus zócalos del cráneo, una entrada para cada uno de sus córtex separados quirúrjicamente.

    —No me importa quién seas, - dijo Liis cortante. —¡Deberías habernos dicho dónde ibas!

    La cara de Hebuiza tomó color, se burló de ella.

    —Yo no te doy explicaciones a tí, - dijo con la cabeza empezando a balancearse de lado a lado en cortos movimientos bruscos. Trató de pasar por su lado.

    Liis le agarró del brazo izquierdo, sintió los huesos y tendones a través del grueso material del traje.

    —¿Y que diablos quieres decir con eso?

    Con sorprendente fuerza, Hebuiza tiró de su brazo y la hizo tropezar hacia atrás contra la pared. Recuperando su equilibrio, Liis dió un paso hacia él pero Sav ya estaba allí , de pronto entre ellos, bloqueándole el paso.

    —Alto. - dijo colocando su mano sobre el pecho de Liis, suavemente pero con firmeza.

    —Nada de esto ayuda a Josua.

    Liis dudó. Luego soltó un supiro, dió un paso atrás y trató de relajar los músculos.

    Por primera vez, Hebuiza miró a Josua, pero no pareció sorprendido lo más mínimo de verlo tumbado allí, fuera de su traje AEV, con los incómodos parches médicos recorriendo su mejilla. Liis pensó que, probablemente, lo había escuchado todo por radio. Sav se giró hacia él.

    —Liis tiene razón. Deberías habernos avisado antes de que salieras a pasear. Y soy el oficial al mando, de modo que me respondes a mí.

    Los ojos de Hebuiza relucieron en la luz de Sav.

    —Ya no estamos en la Ea. Esoes todo lo lejos que se extiende tu autoridad sobre mí. Y aquí abajo, Josua está al mando. Dado que está incapacitado, el papel cae naturalmente en mí...

    —Quizá, - dijo Sav. —Pero no estaremos aquí abajo para siempre, ¿cierto? A menos que, por supuesto, escojas no volver a la Ea.

    Los finos labios del Posibilitador se torcieron.

    —Veo dónde quieres llegar. - dijo secamente. —Lo he reconsiderado. Te concedo a tí el derecho de mando. - Pero las líneas de su cara aún eran duras y arrogantes. —En el futuro, consultaré con nuestro estimado comandante antes de tomar cualquier iniciativa. Al menos, hasta que dure la misión.

    Sav asintió, ignorando el sarcasmo del Posibilitador. Liis apenas podía creer el aguante que estaba mostrando.

    —Dijiste que habías descargado nueva información.

    —Sí. Sobre la plaga.

    El Posibilitador parecía aprensivo ante Josua. —¿Ha abierto alguna de las cápsulas?

    —No, - dijo Sav. —Y ahora, ¿qué hay de la plaga?

    Los ojos del Posibilitador aletearon y miraron a la distancia como si viera otro mundo.

    —Comienza con una leve fiebre que pasa en un día. Tras una breve remisión, una segunda fiebre más debilitadora ocurre unas cuarenta y ocho horas después, mientras el virus se extiende por el hígado y el bazo, hinchándolos y acelerando el filtrado y las actividades fagocíticas a un estado hiperactivo. Los glóbulos rojos se destruyen indiscriminadamente. Aparece la ictericia. Luego, la víctima experimenta un intenso dolor abdominal, náusea, diarrea y vómitos. En veinticuatro horas, las lesiones aparecen sobre la piel y se desarrollan abcesos en los pulmones, riñón, corazón y cerebro. Se produce lasitud, confusión y prostración. En cuarenta horas, se produce el daño cerebral y renal irreversible. Luego, fallo multi-orgánico. La muerte sigue rápidamente por shock tóxico, hipobolemia o cualquiera de las docenas de otras complicaciones.

    Silencio.

    —Sin supervivientes, - añadió Hebuiza llanamente fijando los ojos en Josua de nuevo. —Al menos aquí.

    Si sentía alguna emoción, Liis no pudo detectarlas en su voz.

    —Las tasas de morbidad y mortalidad del contagio parecen ser del uno por ciento.

    —¿Parecen ser? - la voz de Sav sonó artificialmente calmada para Liis.

    —Hubo degradación severa de los sistemas, - respondió Hebuiza. —Sólo encontré información esquemáticas directamente relacionada a la plaga. Informes de prensa, algunos boletines médicos, cosas de ese tipo. - Una vez más, su mirada pasó por algo que sólo él podía ver. Su cabeza botaba ligeramente. —La epidemiología era altamente inusual. - Habló con voz distante, haciendo pausas entre las frases como si tan sólo repetiese palabras que oía en su cabeza. —La enfermedad no siguió los patrones normales. Se extendió a partir de una única fuente a lo largo del tiempo. Apareció en regiones dispares geográficamente, incluyendo las colonias y las instalaciones de investigación de los mundos exteriores, al mismo tiempo. - Sus ojos recuperaron el foco inmediatamente.

    Sav arrugó la frente. —Entonces, ¿ésto no es una enfermedad infecciosa?

    —Sí y no. Apareció en todos lados, más o menos, simultáneamente. No se extendió de ciudad en ciudad del modo en que una enfermedad natural infectaría a la población. Pero, una vez que la plaga se manifestó, se volvió tan agresiva como una enfermedad infecciosa.

    —Dijiste que una enfermedad natural no se extiende de ese modo. ¿Qué demonios quieres decir con eso? ¿Que no era natural?

    —Los registros contienen algunas especulaciones en esa línea, sí.

    Hubo un silencio. Liis notó su propio corazón latiendo, su respiración. Preguntó,

    —¿Quién haría algo así?

    —Nexus podría fácilmente diseñar tal plaga.

    —¿Porquè? - Sav sonó incrédulo. —Por qué querría destruir Bh'Haret?

    —Quizá debido a nuestra reluctancia de unirnos a su Programa de Ascensión.

    —Esto es de locos. ¿Por qué destruir un mundo que quieres atraer a tu organización?

    Hebuiza alzó los hombros de su traje en un gesto que sugería el carácter absurdo de la pregunta.

    —Todo lo que dije es que tenían la experiencia técnica para diseñar tal plaga. No dije que lo hicieran. En cuanto a sus motivos...

    —¿Estamos a salvo?

    La pregunta de Sav cogió a Liis desprevenida. Hebuiza parpadeó.

    —Imposible decirlo. Pero sé que estamos perdiendo nuestro tiempo aquí.

    Mientras hablaba se acercó a Josua, deteniéndose a un metro de distancia de él. La cabeza del Posibilitador comenzó su movimiento de nuevo, balanceándose primero a un lado y luego al otro, dentro de su casco.

    —Necesitamos ir a un centro principal, como sugerí en un principio. - Miró a Liis alzando sus cejas en un gesto dismisivo. —La red, o lo que quede de ella, local está totalmente muerta. Está reconduciendo energía a las cápsulas de estasis como principio prioritario. Es parte del micro-código, de modo que no podemos reprogramarla. Lo que significa que no podemos encender nada sin reparar primero la red. Incluso si fuera posible, llevaría meses.

    Hebuiza operó una linterna incorporada en su cinturón e iluminó al máximo la cara cerúlea de Josua, luego la colocó donde el brazo izquierdo de Josua yacía sobre el pecho. Un monitor de señales vitales atado a su muñeca mostró un flujo de figuras deslizándose por su pantalla en miniatura.

    —Los nodos individuales están mayormente desactivados o estropeados, - continuó Hebuiza. —Por lo que he podido reunir, hubo acusaciones y contra-acusaciones entre las ciudades estado tras la aparición de la enfermedad. Surgieron algunas escaramuzas. Se lanzaron bombas y se liberaron virus informáticos. La red continental se vino abajo justo antes que la mayoría de las redes de energía principales. Un virus informático infectó esta instalación por esa época, eliminando a la mitad de las IAs antes de lograran contenerlo. El daño hubiera sido menos severo pero para cuando la mayoría de instituciones, incluída esta, descubrió que sus sistemas estaban infectados, los técnicos estaban demasiado enfermos para tomar acciones paliativas.

    Apagó su luz de un golpe. Aparentemente, había terminado de examimar a Josua y se puso de pie. Liis sospechó que, de haber tenido un palo, habría golpeado a Josua con él.

    —¿Cuántas cápsulas hay aún activas? - preguntó Sav.

    —Imposible decirlo, - respondió Hebuiza. —Algunas centenas serìa mi apuesta basándome en el consumo de energía de los nodos en cada cámara. La Directora hizo precisamente lo que dijo: cortó los cables para aislar la extensión del virus. Sólo están intactos los cables eléctricos. No circulan datos entre las IAs de cada sala y el concentrador central desde entonces. Sin visitar cada una y contar, no hay forma de decir con certeza cuántas cápsulas hay aún activas.

    Hebuiza señaló con la cabeza a Josua.

    —¿Ha tenido algún ataque?

    —No. ¿Por qué?

    —¿Habéis observado hemorragias bajo sus uñas o nodos rojos en las puntas de sus dedos de manos o pies?

    —Creo que no, - dijo Sav. —Pero tendrías que preguntarle a Liis.

    —Podemos discutir su estado después, - dijo Liis. —Ahora que estamos todos aquí, preocupémomos en llevarle de vuelta a la nave donde podamos curarle apropiadamente.

    Hebuiza abrió los ojos en burlona sorpresa.

    —¿La nave? Me temo que no podemos hacer eso, - dijo. —Josua ha estado expuesto a la plaga.

    Liis cerró las manos en dos puños.

    —No lo sabemos, - dijo en un susurro con los brazos temblando. Se giró para iluminar a Josua, motivada por una repentina e irracional esperanza de que estuviera sentado, con los ojos abiertos y escuchando todo aquello. Pero su luz sólo reveló su forma prona, su piel pálida y polvorienta, ahora que habìa dejado de sudar. Los leves temblores que le habían sacudido y que le habían demostrado a Liis que seguía con vida, habían cesado. Si no fuera por las nubecillas intermitentes de vaho en sus labios, hubiera apostado lo contrario.

    Hebuiza dió unos pasos hacia ella.

    —No sabemos nada sobre los vectores de la plaga en su periodo de incubación. Y sabemos muy poco de sus síntomas. Ni tenemos el equipo aquí para hacer un chequeo sanguíneo ni otras pruebas de interés.

    —Está traumatizado, - repitió Liis. —No tiene la plaga.

    —No dije que la tuviera, - replicó fríamente Hebuiza. —Sólo que hay una probabilidad de que haya sufrido exposición. Y, si ha sufrido exposición, llevarlo a la nave nos pone en riesgo a todos.

    —¡No hay ninguna plaga! - gritó Liis. —Murió hace veintenueve años con el último portador!

    —No es tan sencillo. - dijo Hebuiza. —La apariciòn inicial de la enfermedad nunca fue explicada adecuadamente. Y, como ya he dicho, la enfermedad es altamente infecciosa. Los portadores humanos quizá no sean esenciales. Podría haber otros vectores. Insectos, animales o plantas podrían aún estar estibándola. Incluso materia inanimada hecha de materia orgánica: mobiliario, papel, ropa. Quizá está en estas cajas, en ese contenedor sobre el que Sav estaba sentado, en el polvo que está encima de todo aquí. Los virus pueden permanecer latentes hasta que aparece un portador apropiado. Algunos durante siglos. - Hebuiza alzó las manos y las mantuvo frente a la cara de Liis. —La muerte podría no estar más allá que el grosor del material de nuestros trajes. Aún no has respondido a mi pregunta. ¿Has observado algún nodo rojo en sus dedos?

    —¡No!

    —¿Por qué? - preguntó Sav. —¿Por qué es eso tan importante?

    —Era un síntoma común de la plaga.

    El alivio inundó a Liis.

    —¡Entonces no tiene la plaga!

    Hebuiza negó con la cabeza.

    —No. Dije común, no universal. Estos síntomas no se registraron en todos los casos y, a menudo, lleva algún tiempo para que surjan...

    —Necesita atención médica, - dijo Liis. Luchaba por mantener la desesperación fuera de su voz. —La única ayuda que podemos darle está en la nave. O morirá. - Se giró envolviendo el torso con los brazos y caminó hasta el fondo del pasillo. Se quedó mirando a la oscuridad.

    (Lo matarán sus miedos.)

    La idea la ponía enferma. Giró sobre sus talones y miró a Hebuiza.

    —Podemos aislarle en la galería. - dijo ella. —Sellar esa sección de la Ea. Tomar toda precaución posible.

    —No, - respondió Hebuiza. —Sería un riesgo estúpido.¿No crees que la gente aquí no fue cuidadosa? ¿Y a dónde les llevó eso?

    —Tienes miedo, - dijo Liis iracunda.

    La cara de Hebuiza se puso roja y su cabeza comenzó su agitado movimiento de nuevo. Miraba a Liis con un ojo y luego el otro.

    —Sí, - respondió. —Lo tengo. Tanto como una persona razonable debería tenerlo.

    Se giró para mirar a Josua. —Podría haber sido mejor si hubiera muerto. Para él y para nosotros.

    Ultrajada, miró a Sav.

    —¿Y qué hay de tí? ¿Tienes miedo de Josua?

    —Hebuiza tiene razón, - respondió Sav. —No podemos correr el riesgo de exponernos.

    Liis no podía creer lo que estaba oyendo. —No podemos dejarle aquí, - dijo ella combatiendo su creciente pánico.

    —Está enfermo. No puede protegerse del frío.

    Sav fue hacia ella, puso una mano en su hombro; Liis movió el hombro para quitarla. Sav pareció herido.

    —Incluso si quisiéramos llevarle a la nave, Liis, no hay forma de que podamos subirle por el pozo de carga entre los tres. No con estos trajes.

    —¡Tú quieres que muera también!

    —Nadie ha dicho nada de dejarle morir, - dijo Sav calmadamente. —Podemos encontrar un lugar donde estará cómodo hasta que decidamos qué hacer.

    —¿Aquí abajo? - Liis estaba atónita. —¿Cómo puedes siquiera sugerir eso?

    —Lo siento, Liis. Pero como yo lo veo, no tenemos realmente otra elección.

    Liis sintió náuseas. Siempre había pensado en Sav como un amigo pero ahora la había traicionado. Quería gritarle, chillarle que entrara en razón, pero sujetó el impulso. Si le alienaba ahora, las opciones de Josua disminuirían incluso más. Sabía que sin la ayuda de Sav, era muy poco lo que ella podía hacer por Josua.

    —Nuestro oxígeno se está agotando, - dijo Sav. —Tenemos que volver a la nave por cartuchos frescos. Quizá podamos encontrar alguna otra cosa para que Josua esté cómodo, para montar una habitación aquí abajo. Después de eso, podemos empezar a buscar más cosas útiles. Hay docenas de pueblos en la costa y Temperas está sólo a un centenar de klicks hacia el Sur. Se supone que tiene un hospital.

    Un hospital. Liis sintió una corriente de esperanza. Luego, se le ocurrió algo más. —Debe de haber una enfermería aquí. Estos lugares siempre tienen una. Si podemos encontrarla, quizá...

    —No, - dijo Hebuiza. —He descargado un mapa del complejo. La enfermería está en el nivel más profundo. Pensé que habría datos más detallados sobre la plaga allí abajo, de modo que fuí a echar un vistazo. Es un completo desastre. Todos los armarios han sido saqueados. También han destrozado la mayoría del equipo. - Miró directamente a Liis. —Hay muchos esqueletos allí abajo. La mayoría vestidos con batas de laboratorio desintegradas o monos de trabajo. Los huesos colapsan en una pila de polvo al menor contacto. Y, como el primer cuerpo que encontramos en el ascensor, hay dos cuerpos momificados sellados dentro de trajes SPG.

    —Encontraremos una habitación aquí, - dijo Sav firmememte. —En este nivel. - Miró a Hebuiza. —¿Hay algún lugar cerca?

    Los ojos de Hebuiza aletearon y su cabeza penduló. —Sí, - dijo él. —Pasillo abajo a ciento veinte metros hay un almacén. Es pequeño pero debería servir.

    —Entonces, llevémosle allí, - dijo Sav acercándose a Josua.

    Agachándose, apartó el brazo izquierdo de Josua y recogió las esquinas de la manta térmica bajo él. Miró a Liis.

    En ese momento, Liis odiaba a Sav más de lo que había odiado a nadie pero una parte de su mente también entendìa que se había quedado sin opciones. Recogió el otro extremo.

    Hebuiza permanecía perfectamente quieto. —¿Y si Josua empieza a mostrar síntomas? ¿Qué haremos entonces?

    —Lo que estamos haciendo ahora, - disparó en respuesta Liis.

    —Sí, - añadió Sav mirando sobre su hombro. —Con toda precaución posible, por supuesto.

    —Si descubrimos que está infectado, no querré saber nada más de él.

    —Esa es tu prerrogativa. - dijo Sav antes de que Liis pudiera responder. —Pero hasta entonces, nos vendría bien tu ayuda para llevarlo por el pasillo.

    Hebuiza miró a Sav, luego a Liis. —Os ayudaré, - dijo con voz grave y los labios torcidos en desagrado. —Por ahora.

    Y con eso, caminó hasta Josua y agarró con repulsión el borde de la manta como si pudiera ver el virus trepando sin descanso hacia él por la superficie plateada.

    Liis se presentó voluntaria para quedarse con Josua mientras Sav y Hebuiza regresaban a la Ea para recoger cartuchos frescos de oxígeno. El viaje de ida y vuelta les llevó unas seis horas durante las que ella se había sentado junto a Josua con la luz fija en su despoblada cara pálida.

    Regresaron poco después. Sav había echado un rápido vistazo a Josua antes de decidir regresar a la nave de descenso y seguir los seiscientos klicks de Lyst hacia el Sudoeste. Allí, a la vera de un río, Temperas, la capital regional, se asentaba en una llanura aluvial. Y allí, Sav le habìa contado a Liis que sería su mejor apuesta para encontrar sumimistros médicos. Le dieron a Liis las pocas cosas que habían traído salvo los cartuchos: una fina estera de espuma que habían arrancado de una cápsula de estasis y sobre la que Josua podía tumbarse; una linterna de emergencia que brillaba con el tedioso naranja de las baterías gastadas; un antiguo botiquín que habían encontrado en el fondo de una taquilla y un contenedor de agua, por si acaso Josua se despertaba. Momentos más tarde, se marcharon.

    Sola de nuevo, Liis se sentó sobre un cajón junto a Josua, colocó el botiquín sobre sus rodillas y lo abrió. Dentro había rollos de gasa amarillenta, vendas de varios tamaños y dos parches antibióticos. Cuando abrió el primer parche, descubrió que se había secado. El segundo también era inservible. Disgustada, lanzó los parches por ahí.

    Liis estaba a punto de cerrar el botiquín cuando un espejo en el reverso de la tapa llamó su atención. Contempló su reflejo, sorprendida por lo extraña que parecía su cara a través del visor. Las elaboradas marcas que decoraban sus mejillas y frente parecían lo único que había tras la placa frontal, como si el plástico traslúcido hubiese lavado el resto de detalles de su rostro. Le daba un aspecto irreal, desconectado.

    (¿Estoy aquí?) - se preguntó.

    Elevó los dedos hasta el casco y los apoyó en el borde del visor. Trató de recordar su aspecto antes de las marcas pero descubrió que no podía. Ciertamente, ella nunca había sido hermosa. Su cara era, en el mejor de los casos, llana y poco inspiradora. Un rostro que no valía la pena amar. La idea le vino a la mente improvisadamente.

    Cerró con un golpe la tapa del botiquín. Junto a ella, Josua se agitó incómodo por el ruído.

    Liis deslizó el botiquín debajo de una cuna artesanal que había ensamblado a partir de algunos cajones y un estrecho pallet.

    (Haz algo. No te quedes sentada aquí simplemente incubando.)

    Se levantó y comenzó a explorar el almacén donde habían puesto a Josua pasando la luz del casco por los estantes alineados en las paredes de hormigón. Una a una, abría y clasificaba el contenido de las cajas sobre los estantes. Pero no encontró nada útil, sólo placas de circuitos impresos, un conjunto de cables de fibra en carretes y cosas que parecían sensores de luz o de algún tipo. Salió al pasillo a examinar los contenedores que había, con cuidado de no alejarse demasiado de Josua. Al final, husmeó dentro de todas las salas que contenían cápsulas de estasis en ese nivel. Seis estaban totalmente a oscuras. En las otras, un grupo diseminado de cápsulas seguía encendido. Regresó, finalmente, a la cámara donde Josua había sido herido y fisgoneó en la cápsula oscura sobre la que él se había derrumbado. Dentro había un cadáver disecado irreconocible, no muy diferente del millar de otros internados allí. Fue entonces cuando se dió cuenta de que quería más que nada ver la cara de esta mujer, ver la cara que Josua había amado. Quizá no por otro motivo que el de tener un rival al que poder dirigir su rabia y sus celos. Pero la anonimidad del cadáver le frustró incluso esta perversa satisfacción.

    Al regresar al almacén, apagó la luz de su casco para ahorrar batería. Un tiempo después, la linterna de emergencia se apagó, su sumistro de energía cayó bajo el umbral crítico.

    En total oscuridad, el almacén no parecía tan pequeño. Liis la encontró reconfortante. Apoyó la espalda en la pared y recogió hacia el pecho las abultadas rodillas tan cerca como pudo, esperando a que Sav y Hebuiza regresaran. Las puntas de sus botas tocaban la base de la cuna de Josua. De vez en cuando, lo sentía agitarse o su audio externo captaba uno de sus callados lamentos y ella encendía momentáneamente la luz para escrutar si había algún cambio. Pero sus ojos permanecían sellados y sus movimientos eran agitados como los de un soñador descubierto en un sueño ineludible.

    Tras un tiempo, decidió no volver a encender la luz.

Capítulo 5

    

Capítulo 5 - Día 1

    La palanca de control era una criatura inmanejable en las manos de Sav. La nave saltaba y vibraba cruzando la atmósfera con el zumbido constante de los motores resonando en las placas del suelo. Estaba amaneciendo. Había pasado un día entero desde que pusieron el pie sobre Bh'Haret. Un enmarañado y oscuro bosque cubria las ondulantes colinas que se arrastraban bajo la nave. El Lyst era una estrecha banda negra en la distancia. Hebuiza, el segundo ocupante de la nave, se sentaba de copiloto en silencio con el visor en modo opaco.

    Desde que habían dejado la instalación de estasis, Sav sólo había observado escasos indicios de civilización: el primero fue una mina abierta inundada con una choza medio derrumbada colgando sobre ella; el segundo fue un resort en la orilla de un lago. Un edificio incoherente blanco de techo embaldosado rodeado por un semicírculo de pequeños apartamentos. Los caminos entre los edificios estaban cubiertos por un mar de matorrales. Un largo y torcido muelle conducía al centro del lago. Los restos de varios botes parcialmente sumergidos aún estaban amarrados a él. Sav había dado una vuelta sobre los edificios lo bastante bajo para ver que los techos de dos de las casas se habían derrumbado.

    La tierra seguía corriendo bajo la nave de descenso mientras el sol fulguraba sobre el horizonte. Sav comenzó a sentirse adormilado. Su visión se nublaba y el mundo exterior se tornaba un verde indistinguible y un borrón negro.

    (¿Cuántas horas he pasado sin dormir?)

    No podía recordarlo. El tiempo antes de su primer descenso a la instalación de estasis era confuso. Recordó vagamente haber dormitado un poco antes de aterrizar sobre el planeta.

    ( ¿O fue en otra época, en algún otro lugar? )

    No estaba seguro. Decidió que tampoco importaba, que no le preocupaba ni eso ni nada en especial. Nada de nada importaba.

    (¿Por qué no me importa?.)

    ¿Era el miedo, la pena, la indignación que se suponía que sentía?

    Su mundo estaba muerto.

    (No, no es mi mundo.)

    Hacía mucho tiempo que había cortado sus ataduras con Bh'Haret: se había convertido en un lugar de apresurados extraños, de nuevos edificios no más reconocibles que los de cualquier otro mundo al que había viajado. Quizá Josua aún podía llamarlo hogar, puede que incluso Hebuiza.

    (Pero no yo. He estado lejos demasiado tiempo.)

    —Allí.

    La voz de Hebuiza le sobresaltó.

    —¿Qué?

    El posibilitador levantó una mano señalando al Sur.

    —Mira.

    Sav miró por la ventana pero no podía ver nada. Las largas sombras del nuevo día oscurecían el paisaje, cubriendo los valles entre las colinas en movimiento, creando ilusiones de paisajes perforados por abismos sin fondo.

    —Justo bajo el horizonte.

    Sav aún no podía discernir nada.

    (¿Era esa sombra alargada el lugar que señalaba Hebuiza?)

    Virando la nave de descenso en esa dirección, comenzó a subir escalonadamente. El terreno parecía aplastado y las zonas de oscuridad se fundían en el cruce de los valles ocultando toda forma discernible. Ahora la sombra en el horizonte también crecía, Sav percibió de pronto que debía de medir una docena de kilómetros como poco.

    (No es una sombra.)

    Recordó las manchas negras que había visto en órbita. La misteriosa sombra seguía creciendo. Alfombraba el paisaje como un mantel negro de forma circular. Nada crecía ahí. Un sensor agudo sonó en el audio de Sav. En la ventana ancha de la nave de descenso, la calavera amarilla de aviso de radiación parpadeó contínuamente.

    (Una zona de explosión nuclear. ¿Por qué aquí fuera, a cientos de klicks de cualquier sitio?. No tiene sentido.)

    Sav alejó la nave de descenso de la zona de impacto y retomó el rumbo original. Miró a Hebuiza pero la máscara del posibilitador estaba oscura de nuevo. En la esquina de su propio visor, la pantalla de estado informaba que Hebuiza había apagado su circuito de comunicación.

    (Nunca sabremos qué ocurrió. No queda nadie para contarlo.)

    La inexplicable violencia que narraba el cráter era otro misterio más que quedaría sin resolver.

    Todo el Lyst salió a la superficie de golpe, fundiéndose con otros dos afluentes y pasando de un cauce constricto de rápidas aguas a un río turgente naranja. A lo lejos asomaba la ciudad de Temperas. Desde su perspectiva, parecía casi una ciudad normal salvo por su falta de actividad. Parecía abandonada pero no muerta.

    En poco tiempo, atravesaban sus arrabales. La ciudad pasaba bajo la nave como un cúmulo incoloro de edificios grises que llenaban la llanura aluvial. La mayoría de las estructuras era plana o de techos ligeramente facetados. En casi todas crecían espesos jardines de pequeños arbustos verdes y grises bajo los gruesos árboles. Las intrincadas y retorcidas calles de la ciudad estaban mayormente vacías con algunos vehículos oscuros púlcramente aparcados a los lados. Sav veía a veces algún coche o camión abandonado en mitad de alguna avenida más ancha. En los astilleros del Sur, una docena de super-contendores se asentaban pacientemente en sus guías, como si estuvieran listos para navegar.

    No fue hasta que estuvieron sobre la propia ciudad que Sav empezó a notar el efecto del pánico que tuvo que haber seguido a la enfermedad: los edificios bajos se habían reducido a escombros calcinados, muchas de las estructuras más altas eran esqueletos negros. Ocasionalmente pasaban sobre círculos socarrados, como cráteres dejados por alguna explosión en la que nada había quedado en pie. Cuando Sav puso la nave a menor altura, pudo ver que la creciente decadencia también llegaba hasta el subsuelo: negros agujeros separados por restos quebradizos de ventanas rotas; partes de azoteas planas reluciendo bajo piscinas de agua sucia sin drenar. El viento y la lluvia habían transformado los colores exteriores en un monocromo uniforme de copos grises, matas y árboles moribundos, carreteras y aceras fisuradas, mares marrones de calles sin pavimento...

    (Treinta años.)

    La tristeza comprimió su pecho pero no por la muerte de Bh'Haret, que el consideraba extraños, sino por sí mismo. Se sentía traicionado. Cuando había firmado para ser un viajero, había dejado atrás un pasado que no tenía ningún valor para él. Con el dinero y los bonus de estasis que ganaba, planeaba regresar un día como un hombre rico. Lo bastante rico para construir la vida que siempre había querido y transcender el papel del torpe hombre con sobrepeso y sin amor.

    Ahora, eso era imposible. Sav se sentía tan vacío como la ciudad que tenía debajo.

    —El hospital.

    Hebuiza lo anuncio sin ningún entusiasmo.

    —Sí, lo he visto.

    A pocos kilómetros de distancia, a la vera del brazo Sur del río que trisectaba la ciudad, había un complejo de edificios interconectados más altos que los circundantes. El edificio más grande se distinguía por su color y arquitectura, construído en un estilo popular casi un siglo atrás. Miradores verticales escarlata separaban veinticuatro filas idénticas de ventanas en arco. En el lado que daba hacia ellos, un amplio pasaje conducía a este edificio y estaba lleno de vehículos aparcados de forna azarosa. Sav vió el cuadrado negro de la plataforma de aterrizaje en la azotea del más alto y viró la nave hacia ella.

    Volaron sobre la escena de la entrada delantera. Sav pudo entender ahora por qué los vehículos estaban diseminados de ese modo. Varios eran carrocerías negras, otros estaban seriamente dañados y en la puerta frontal del hospital había una barricada. Por las paredes y escombros cercanos había inconfundibles marcas de disparo de láser. Era la escena de un intenso combate.

    Sav elevó la nave bruscamente sobre el nivel de la azotea y luego aterrizó suavemente sobre la plataforma. Apagó los motores.

    Hebuiza se giró. Había despejado su visor. Sav pudo ver que entornaba los ojos y sacaba los labios en desaprovación.

    —Te dije que esto sería una pérdida de tiempo. Hay otros sitios más importantes que este hospital.

    —Josua necesita nuestra ayuda.

    —Deberías preocuparte de nuestra supervivencia, no de la de Josua.

    Ignorándole, Sav saltó de su asiento y fue hacia la parte trasera de la nave. De una taquilla junto a la compuerta sacó una bolsa de muestras enrollada y la guardó en el bosillo de la pierna izquierda del traje. Abrió el sello de la compuerta y saltó al techo de grava del edificio. A la derecha de la plataforma vió una estructura de ladrillo con puertas de vidrio deslizantes medio abiertas. Detrás había un ascensor y a su izquierda otra puerta que, probablemente, conducía a las escaleras.

    —Aquí no encontraremos nada útil.

    La voz de Hebuiza sonó muy baja. Aún estaba en la nave y las planchas del casco interferían la señal. Sin girarse, Sav comenzó a andar hacia la entrada. La gravilla crujía bajo sus botas.

    —Nuestro tiempo puede usarse de modo más productivo.

    —No, - respondió Sav.

    Había llegado a las puertas de vidrio pero la abertura era demasiado estrecha para el voluminoso traje. Metió el hombro dentro y trató de empujar la hoja.

    —Ya has visto el caos de ahí abajo. Será lo mismo dentro.

    (Las puertas no ceden. Supongo que es hora del láser otra vez.), - pensó Sav.

    —No entraré contigo.

    El gemido de alta frecuencia de los motores de la nave llenaron el casco de Sav. Una ráfaga de aire le empujó contra la puerta. Giró la cabeza. La compuerta de la nave estaba sellada. Los motores rugieron e iniciaron una pequeña tormenta de polvo y guijarros por la plataforma.

    —¡Hebuiza!

    Sav gritó liberándose de la puerta. El suelo vibraba bajo sus pies. Trató de avanzar hacia la nave pero su empuje le retenía contra las puertas, clavándolo allí. Los guijarros golpeaban a su alrededor, rebotando contra la puerta y contra él. La nave se levantó de la plataforma. Se elevó media docena de metros en un vaivén inestable hasta nivelarse.

    —¡Espera!

    —Volveré en tres horas, - dijo Hebuiza por encima del aullido de los motores.—Debería ser suficiente para que recojas lo que sea que necesites.

    —¡No hagas el estúpido! ¡No sabes pilotar esa cosa!

    —Aprendo rápido.

    —¡Regresa! ¡Te llevaré a dónde quieras!

    —Tres horas,

    El Posibilitador cerró la comumicación. La nave rotó hasta encarar el Norte. Se alejó acelerando y menguó rápidamente. Entre tropiezos, Sav corrió hasta la cornisa del edificio. Hizo señas frenéticas, maldijo y gritó y rogó, pero el Posibilitador no respondió.

    Cuando la nave de descenso fue una mota sobre las afueras de la ciudad, empezó a descender hacia la jungla de edificios. Sav trató de marcar su posición pero, en ese momento, el sudor le entró en un ojo y parpadeó. La nave había desaparecido cuando aclaró su vista, perdida en el vasto laberinto de la decadente ciudad.

    Sav permaneció allí mirando con las manos cerradas en puños. Sus brazos temblaban.

    (Tranquilo.), - se dijo a sí mismo.(No es momento para perder la cabeza.)

    Repirando hondo, abrió los dedos.

    (Tres horas. No hubiera dicho eso si no pretendiera volver de verdad. ¿No?)

    Aún así, no estaba convencido del todo. Se giró y regresó a las puertas de vidrio.

    Sav examinó el umbral otra vez. El hueco entre los paneles era de unos veinte centímetros de ancho. Estimó que necesitaba el doble de eso para colarse dentro. Ahora que la nave de descenso se había ido y llevado los láseres con ella, tendría que recurrir a la fuerza bruta. De pie junto al panel izquierdo, agarró su borde con ambas manos y apoyó un pie contra el borde del panel derecho. Empujó, pero la puerta seguía inmóvil. Respiró hondo y probó de nuevo, manteniendo fuerza contínua hasta que la sangre manó por sus oídos, los músculos temblaron y la estrecha abertura se ensanchaba. Se echó atrás sobre las agotadas piernas, jadeando y comprobó la abertura. Se había abierto quizá diez centímetros. Agarrando el borde de nuevo. Tiró. Esta vez, tras una duda inicial, las puertas se deslizaron del todo y casi pierde el equilibrio. Pasó entre los paneles y fue hacia el ascensor.

    La pantalla negra sobre el ascensor no tenía botones ni controles visibles. Las puertas estaban soldadas. Desconcertado, Sav pasó el dedo por la extraña costura, luego, claudicó. Se giró y caminó hasta la puerta gris. Empujó y cedió emitiendo un pequeño click. La puerta reveló una escalera con barandilla naranja a ambos lados. Sav encendió la luz de su casco y se inclinó por un borde de la barandilla. La luz reveló un túnel descendente en una espiral de escaleras sucesivas. No podía ver el fondo. Se apoyó en la barra y comenzó a bajar. Sus botas levantaban nubecillas de polvo.

    Las escaleras doblaban dos veces antes de repetir la dirección de descenso. En el piso de abajo vió unos contenedores y cajones sin etiquetar apilados de cualquier manera junto a una puerta de metal. Las palabras Planta Física - estaban grabadas en blanco en la puerta. Sav probó a abrirla pero estaba cerrada. Siguió bajando.

    La siguiente planta estaba despejada. En su centro había una puerta de color verde pastel. Unos números indicaban que era el piso 23. Una línea de luz débil gris surgía del marco inferior de la puerta. Sav agarró la barra horizontal de la puerta y la empujó. La puerta crujió y se abrió.

    Daba a un corredor que recorría el ancho del edificio. Docenas de camillas se alineaban a ambos lados dejando libre sólo un estrecho pasillo central. A su derecha había una sala de enfermeros, a su izquierda el ascensor soldado. Al fondo del pasillo, una sábana andrajosa estaba clavada a una ventana de suelo a techo. El panel de la ventana estaba destrozado y haces de luz brillante se colaban por los agujeros de la tela, fluctuando por los muros y suelo cada vez que el viento movía la sábana.

    Sav dió unos pasos hasta la camilla más próxima.

    Una sábana manchada cubría un esqueleto. El cráneo, con la boca abierta, era visible sobre el borde de raya amarilla de la sábana. Junto a la camilla había un gotero. Un fino tubo ahumado colgaba de una bolsa vacía y desparecía bajo la manta en el punto medio de la camilla. Sav tiró de la sábana dónde el tubo se ocultaba. El tubo recorría el fémur del esqueleto, entraba en la pelvis y decansaba al final de la espina. Sav sacó su bolsa de muestras y la tendió sobre la camilla. Con cuidado, sacó el tubo y lo enrrolló. Luego desengachó la bolsa de plasma del gotero y metió ambos en la bolsa.

    Sav miró con desánimo los pocos objetos que había recogido: dos bolsas de goteo y un tubo; cuatro catéteres, dos paquetes de jeringuillas; un rollo de cinta adhesiva; un tubo de crema antiséptica, probablemente muy caducada y un puñado de vendas y gasas. Cerró la bolsa. Los dispensarios proporcionaban poca cosa de valor. Pastillas de treinta años de antigüedad estaban diseminadas por el suelo mientras Sav se movía de un armario a otro. Sobre su hombro había colgado un zurrón con un maletín con viejos lectores de presión sanguínea y un estetoscopio. Encontró piezas grandes de equipo médico, incluyendo una pantalla de pared cuya función no pudo determinar, pero todo estaba apagado.

    La última planta del hospital tenía mejor aspecto, cada planta inferior empeoraba progresivamente. Cuatro plantas más abajo, los huesos en el pasillo sofocaban el espacio entre las camillas, resbalando en el polvo cada vez que Sav tropezaba accidentalmente con ellos. Las salas de guardia estaban atestadas de equipo estropeado y camas volcadas. Alguien había arrancado los armarios de suministros de las paredes. En la planta quince, donde Sav estaba ahora, no había camillas ni goteros, sólo una alfombra de batas sucias de hospital y frágiles huesos que crujían tristemente mientras Sav vadeaba el desorden. El pasillo mismo era sombrío, la ventana del fondo estaba bloqueada por una montaña de basura.

    A pesar de sus dudas sobre encontrar algo útil, Sav comprobó todas las habitaciones de la planta sin añadir nada a su parca colección. Para su sorpresa, las dos plantas siguientes estaban despejadas de todo mobiliario y equipo. Y había pocos esqueletos, quizá una docena, pero todos con ropa de calle. La mitad yacía sobre una bruma de grandes manchas marrón oscuro. Cuando Sav se inclinó para mirar más de cerca, vió que las ropas tenían desgarros o agujeros limpios circulares bajo los cuales los huesos estaban quebrados o chamuscados.

    En la planta once, Sav descubrió por qué las puertas del ascensor se habían soldado en cada planta encima de esta. Había sido por la misma razón que una barricada improvisada se había plantado en su entrada. Camillas, estantes, sillas y otras piezas de mobiliario se habían apilado para bloquear la escalera. Las paredes y el techo junto a la barricada estaban chamuscados y agrietados por marcas de láser y armas de fuego.

    (Quizá los de abajo pensaban que la esperanza estaba aquí arriba.)

    Pero, quienquiera que había estado en el mismo lado de la barricada que Sav, pareció haber prevalecido: colocado sobre la barriada mirando al exterior había una docena de cráneos oscurecidos.

    (Hebuiza tenìa razón. No hay nada de valor aquí.) - pensó Sav desanimado.

    Inició el largo camino de vuelta a la azotea.

    El sol estaba justo encima y el cielo estaba despejado. La luz brillante se reflejaba en la plataforma vacía. Sav ajustó la polarización de su visor. El color del mundo retrocedió, se tornó plano y lejano. A sus pies, la pequeña pila de equipo que había recogido parecía incluso menor.

    Escaneó el horizonte pero no pudo ver señal de la nave. La pantalla de su traje le mostraba que habían pasado tres horas y media desde que Hebuiza le abandonara. También mostraba que su cartucho de oxígeno se estaba agotando. Los recambios estaban en la nave. Retrocedió hasta una sombra junto a las puertas de vidrio a esperar.

    Al mirar la extensión urbana gris, los sentidos de Sav se embotaron, la fatiga se posó en él como una manta sofocante. Llevaba casi dos días sin dormir y dieciseis horas metido en el traje. El único descanso que había tenido fue una breve siesta en la Ea cuando él y Hebuiza habían regresado a recoger suministros. Cada vez que giraba la cabeza sentía el molesto aguijón del roce de su barbilla contra la base de su casco; cada bocanada de aire sabía a sudor y orina; cada movimiento que hacía era torpe, como si sus extremidades estuviesen envueltas en toallas mojadas. Por lo que parecía la centésima vez en ese día, tuvo que combatir la urgencia de arrancarse el casco y respirar aire fresco. El recuerdo de los esqueletos de abajo fue lo único que lo convenció de no hacerlo.

    Se dejó caer por la pared hasta sentarse. Cerró los ojos y tragó saliva. No tenía sentido ponerse nervioso.

    No había nada que hacer salvo esperar.

    Algo le golpeó en la espalda. Sav sintió que le hacían rodar hasta que el sol le calentaba directamente el rostro, cegándolo. Sav parpadeó engullendo su pánico. Una figura oscura le eclipsó la luz y se agachó sobre él.

    —¡Levántate!

    Sav reconoció la voz grave de Hebuiza y su casco ovalado. Se incorporó en el suelo. Una docena de metros más allá descansaba la nave de descenso en mitad de la pista de aterrizaje. Por su puerta abierta podía ver contenedores apilados en su interior.

    Hebuiza le empujó con el pie.—¿Estás enfermo?

    —No, - dijo con voz ronca.

    Estaba tan abatido que había podido seguir durmiendo en mitad del ruidoso regreso de la nave de descenso.

    —Me... quedé dormido. Sólo eso.

    Hebuiza le observó con los ojos entornados y la cabeza trazando pequeños arcos. Sav notó que el Posibilitador estaba midiendo su respuesta, escuchando atentamente, buscando cualquier señal de desorientación u otro síntoma febril.

    —Que te den. - dijo Sav poniéndose de pie, trantando de reavivar la rabia que había sentido cuando el Posibilitador le había abandonado. Pero encontró que estaba muy débil, demasiado cansado para el esfuerzo que requería ese tipo de ira. —¿A dónde demonios has ido?

    —A aprovechar el tiempo. He recogido varias cosas que podríamos encontrar útiles. Ciertamente, más útiles que las que tienes ahí. - Hebuiza señaló con la cabeza la pequeña pila de equipo junto a las puertas.

    Sav miró a los patéticos trastos que había recogido.

    —Sálgamos de este infierno, - dijo él.

    —Primero tenemos que examinar tu traje, - dijo Hebuiza. —Después de todo, has estado rodando por el suelo.

    La ira que había eludido a Sav momentos antes se incendió ahora en su pecho. Los músculos de los hombros se tensaron. Quería encararse y lanzarse contra Hebuiza, aplastarle la máscara y dejar que el aire que el Posibilitador temía tanto le ahogara. En su lugar, hizo un concertado esfuerzo por relajarse, por disipar los signos exteriores de su enfado. Le hizo sentirse débil y timorato. Respiró hondo.

    —Ya. - Su voz era áspera. —Tienes razón.

    Alargando el brazo, empezó la rutina que había aprendido largo tiempo atrás para examinar abrasiones o roturas en el material de su traje.

    Sav temía que Hebuiza pudiera retarle por el control de la nave de descenso. Pero el Posibilitador había dejado servicialmente libre el asiento del piloto. Sav tomó los controles.

    La ciudad retrocedió rápidamente y, al cruzar los lentos remolinos fangosos del río que marcaba sus límites, Sav experimentó un inesperado momento de alivio. Miró por la ventana mientras las pocas casas de las afueras daban paso a las granjas y, eventualmente, al desierto. Una ráfaga de cola les dió velocidad durante todo el camino. Aún así, la tarde era avanzada cuando llegaron a la instalación de estasis.

    Cuando aterrizaron sobre la pequeña plataforma, Sav no perdió tiempo y recogió la bolsa que contenía su equipo saqueado, despejando por completo la nave. Con la bolsa al hombro, se apresuró hacia el pasadizo de la entrada principal, haciendo una pausa delante de la puerta para mirar hacia la nave. A través de la compuerta, veía al Posibilitador agachado delante de una de la taquillas de la nave. A sus pies había cuatro pequeñas maletas grises y, mientras Sav observaba, el Posibilitador sacó un objeto tosco del tamaño de un puño de la taquilla y lo añadió a la pila. A esa distancia, Sav no podía ver lo que era.

    Sav frunció el ceño, notando que había estado tan perdido en sus propios pensamientos que no había preguntado a Hebuiza lo que había encontrado. Dudó frente a la puerta mordiéndose el labio, debatiendo sobre si regresar o no a la nave.

    (Al infierno con ello.)

    Encendió la luz del casco, lanzó su bolsa por la abertura que habían cortado y gateó por ella. Poniéndose de pie, ató la bolsa al arnés del traje, caminó pasillo abajo y entró en la oscuridad del pozo de servicio.

    Cuando pasó el quinto subnivel, Sav inició una solicitud de transmisión con Liis. No le sorpendió no escuchar nada salvo siseos de estática: aún estaba demasiado lejos de ella. Descendió dejando el canal abierto. Cuando alcanzó el subnivel once, empezó a preocuparse de no obtener respuesta. Sav aceleró su paso, bajando rápido hasta el subnivel quince. Sus piernas fatigadas casi le dejaron sin aire cuando amortiguaron el impacto con el suelo. Recuperando el equilibrio, Sav recorrió el pasillo consciente del ligero parpadeo de su luz. Comprobó el indicador de conexión de nuevo, pero seguía apagado. Aún no recibía nada salvo estática. Llegó a la enfermería de Josua. La puerta estaba cerrada. Sav la abrió.

    Josua aún estaba en la cuna improvisada donde le habían dejado, envuelto cómodamente en las mantas térmicas. A la brillante luz del casco de Sav, Josua tenía mejor aspecto. Su piel era menos pálida, su pecho subía y bajaba a intervalos regulares. Entonces, abrió los ojos, furioso, parpadeando sus pupilas diminutas en la luz.

    Sobresaltado, Sav dio un paso atrás.

    Los ojos de Josua se concentaron en él, estaban llenos de ira fría y deliberada, una maldad que pareció congelar el corazón de Sav en su pecho. Luego, su visión quedó vacía, vagando sin propósito por las oscuras esquinas de la habitación. Gruñó y cerró los ojos balbuceando palabras incomprensibles.

    —Está despierto.

    La voz le llegó a Sav como a una vasta distancia. Él giró su luz hacia arriba, lejos de Josua, iluminando a una Liis sentada en un estante ancho un metro sobre el suelo con sus largas piernas contra el pecho.

    Había dejado el casco a su lado.

    Hebuiza permanecía cerca del pozo de carga, mirando a Liis con ojos entornados. Su fina cara estirada en un amplio rango de emociones: ¿enfado, desconcierto, miedo? Sav no podía estar seguro. Pasillo abajo, la puerta a la sala de Josua seguía abierta, aunque el Posibilitador se negó a andar cerca de ella.

    —La Ea, - dijo Hebuiza.—No puedes volver. Ahora cargas peligro de infección.

    Liis se encogió de hombros.

    —Uno de nosotros habría tenido que hacerlo, tarde o temprano.

    Las marcas de su cara parecían increíblemente vívidas ahora, casi tridimensionales. Un tubo traslúcido de comida colgaba de la garganta de su traje con una única perla de líquido en su extremo.

    —¿Cómo íbamos a alimentarlo si no?

    —Podíamos haber traído comida de la nave, Liis, - dijo Sav cansadamente.

    Se apoyó en el muro entre los dos.

    Liis cruzó los brazos con una expresión resuelta.

    —Sólo lo hecho más fácil para todo el que se preocupe, - dijo ella mirando a Hebuiza directamente. Este apartó la vista. —No tenemos bastante comida y agua para durar más de algunas semanas, incluso con racionamiento estricto. Ahora, al menos, uno de nosotros está libre de esos trajes. Libre de seguir con las cosas que tenemos que hacer.

    —Tiene razón, - dijo el Posibilitador sorprendiendo a Sav.—Esto incrementa nuestras opciones de supervivencia. Es un riesgo razonable.

    Sav giró y miró a Hebuiza.

    —Entonces, ¿por qué no te quitas tú el traje?

    —Uno es suficiente. Dos sería estúpido.

    Liis dió una carcajada, pero era afilada y sin comedia.

    —Por una vez estamos de acuerdo.

    —¡Maldición! -

    El grito de Sav pareció agitar al resto. Liis movió su peso incómodamente. Hebuiza cruzó los brazos. Sav soltó aire, exasperado.

    —Tenemos que estar juntos en esto, - dijo llevando la mirada de uno a otro.—¡Tenemos que hacer una seria planificación o podríamos todos quitarnos los trajes ahora mismo!

    Hubo silencio durante un rato. Luego, Liis habló suavemente, —¿Qué sugieres tú?

    —Primero, tenemos que aclarar algunas cosas. - , dudó un segundo.—La situación del mando, esa es una.

    —Sí. - Hebuiza juntó los labios.—Quizá es hora para un nuevo comandante. O, al menos, alguien que se haga cargo sobre el planeta. Como un Posibilitador, estoy mejor equipado para tratar con situaciones como esta. Es natural que...

    Sav se plantó delante del Posibilitador, interrumpiéndole.

    —Sobre o fuera del planeta, aún soy el primer oficial,, dijo sorprendido de la profundidad de su ira. Sav era una cabeza más bajo que Hebuiza y, aunque rollizo, también estaba bien musculado. Él no tenía duda sobre ello, en caso necesario, podría con el hombre más alto.

    El Posibilitador miró hacia abajo con los ojos fijos en el cuerpo de Sav como si también considerara sus opciones en una confrontación física. El Posibilitador se encogió de hombros.

    —Se acabaron las excursiones en solitario, - dijo Sav.

    —¿Qué excursiones en solitario? - preguntó Liis.

    El Posibilitador miró a Liis. Sav no dudaba de que estaba sopesando sus opciones, tratando de decidir qué parte apoyaría ella. Ella ya había estado enfadada con ambos, quizá más con Sav dado que él no la había apoyado la última vez. Y el Posibilitador estaba ciego si no había percibido este detalle. Pero Liis pareció leer la tensión entre ellos dos y aplastó cualquier esperanza que Hebuiza pudiera haber tenido.

    —Yo no recibo órdenes de tí, - le dijo a él.—Así que no hay nada abierto a debate.

    Por un momento, los ojos de Hebuiza se entornaron. Luego miró a Sav, cediendo como si nada de aquello tuviera la mínima importancia para él.

    —Pediré permiso para usar la nave de descenso de la Ea si tengo necesidad de ella en el futuro.

    Otra cosa quizá no, pero Hebuiza sabía cuándo levantar el pie del pedal.

    —Bien, - dijo Sav sin creerle realmente, pero aceptando su concesión como una venganza menor de todos modos. Se giró hacia Liis.—¿Cómo le va a Josua?

    Liis frunció el ceño, se mordió distraídamente el labio inferior.

    —Está febril. Cuando he intentado hablar con él, se queda mirando al infinito. No sé si me está escuchando.

    Antes, cuando Sav había mirado a los extraños ojos iracundos de Josua, había pensado que estaba loco. Pero decidió no compartir su impresión con Liis y preguntó:

    —¿Crees que deberíamos moverlo?

    Ella se encogió de hombros.—Quizá en un par de días. Ahora mismo está muy débil. Aún podría estar traumatizado.

    —Entonces, Capitán, - dijo Hebuiza poniéndo un énfasis burlón en el título,—¿Qué sugieres que hagamos mientras tanto?

    Sav se apoyó sobre un cajón volcado. Cuando había discutido con Hebuiza había sentido un breve tirón de adrenalina, pero ahora el cansancio de los últimos dos días había regresado para lastrar sus miembros, para enturbiar sus pensamientos.

    —Regresar a la Ea y salir de estos trajes. Descansar antes de tomar más decisiones.

    —Sí, - dijo el Posibilitador.—Estoy de acuerdo.

    Dió la vuelta, entró en el pozo de servicio y antes de que Liis o Sav pudiesen decir nada más, desapareció escaleras arriba.

    —Será mejor que vayas tras él, - dijo Liis fatigadamente.

    Sav la miró. Las marcas no podían ocultar las ojeras en sus ojos o las arrugas de fatiga que invadían su cara. Ella apretó los labios en un intento de sonrisa.

    —No te preocupes. Estaré bien. En cierto modo, me alegra no tener que volver a tratar con él. De hecho, dormiré mejor sabiendo que Hebuiza está allí arriba contigo.

    Sav se permitió una pequeña sonrisa:—Ya. Te entiendo. ¿Seguro que estarás bien?

    Algo, una mirada de angustia, quizá, pasó por la cara de Liis. Duró sólo un segundo, luego se desvaneció.

    —Sí.

    —Volveré tan pronto como pueda.

    Liis asintió, de nuevo con facciones indescifrables, una máscara tras la máscara de marcas.

    Sav se arrastró hacia el pozo. El Posibilitador ya estaba muchos niveles por encima. Su luz era una mota distante que surgía y se desvanecía por momentos. La parte superior del pozo parecía infinitamente lejana. Con brazos como plomo, Sav se impulsó sobre el primer peldaño.

    El sol estaba bajo en el Oeste y Amerilus y Perimus, las dos lunas de Bh'Haret, estaban ya saliendo por el sudoeste cuando Sav llegó por fín a la nave de descenso. Con un último esfuerzo, se impulsó sobre la placa de la compuerta y entró en la cabina. Para su sorpresa, Hebuiza estaba sentado en el puesto del piloto con sus cables conectados a los puertos de control. Sav quiso ordenarle que saliera del asiento, pero estaba tan exhausto que no tuvo la energía para la confrontación. Además, tenía sentido dejar al Posibilitador aprender más sobre el manejo de la nave, especialmente fuera de la atmósfera. Tarde o temprano, Sav podría tener que enviarle a él sólo ahí fuera y prefería tener a un Hebuiza que supiera lo que hacía antes que perder la nave. De modo que Sav se acomodó en el lugar del copiloto sin protestar.

    Regresaron a la Ea en un viaje de mínima charla. Sav indicaba algunas cosas que Hebuiza no había comprendido por sí solo. El Posibilitador se tensaba con cada instrucción pero las realizaba todas en silencio.

    El retorno a gravedad cero no fue tanto un alivio como Sav había previsto. Su traje aún parecía pesarle, atraparle en sus sofocantes capas. Trató de ignorarlo pero, cuanto más cerca estaba de la Ea, más impaciente se volvía por liberarse de su confinamiento. Empezó a imaginar una multitud de picores imposibles de rascar.

    Tras un rápido acercamiento ejecutado por Sav, el Posibilitador llevó la nave de descenso hábilmente dentro del hangar como si hubiese estado practicando la maniobra durante semanas. Sus profundos ojos parecían brillar y las comisuras de sus finos labios se torcían hacia arriba en una satisfecha y triunfante sonrisa. Sin sellar las puertas de bahía exteriores, pulsó el botón de secuencia para abrir la compuerta de la nave de descenso. Fue tosco, pero fue el mejor procedimiento de descontaminación que se les podía ocurrír: dejar que el frígido vacío del espacio matara cualquier bicho que pudiera haber tomado refugio en los pliegues exteriores de sus trajes. Esperaron diez minutos, luego sellaron la puerta exterior.

    Sav tecleó la orden para iniciar los compresores. La mezcla de oxígeno/nitrógeno se bombeó de nuevo hacia el hangar. En unos treinta segundos, se había presurizado. Sav empezó a operar los sellos de sus muñecas. Antes de haberse quitado los guantes, el Posibilitador ya estaba colgando su traje negro dentro de la taquilla. Hebuiza se sacó su inter-traje, lo sujetó con velcro al fondo del armario y cerró la puerta. La cerradura especial que había instalado antes de la misión, la única en toda la Ea, se colocó en su lugar. Su pantalla LED rezaba SEGURO - en letras rojas. Girando alrededor, el Posibilitador abrió la compuerta interna y se propulsó a través de ella fuera de la vista de Sav. Un instante después, Sav oyó el agua correr en la pequeña ducha de la cubierta superior.

    Ya sin guantes, Sav se quitó el casco. La depurada atmósfera de la Ea inundó sus pulmones remplazando el rancio aire con tintes de orina del traje. Sav dió varias largas inhalaciones mientras los olores bromídicos atrapados en el traje salían por el ancho cuello y se desipaban. Suspiró sonoramente, colocó el casco en su taquilla y siguió desnudándose. Cuando quedó desnudo, vació el sistema de recirculación del traje arrugando la nariz en disgusto por la peste que despedía. Luego, llenó por completo su mochila con cartuchos frescos de oxígeno/nitrógeno y agua. Comprobó las baterías, pero había suficiente líquido para varios días más de uso contínuo. Colgó el traje entre dos taquillas y lo extendió para airearlo.

    Se puso un pantalón corto y se impulsó por las barras de agarre hasta el pasillo. Puesto que aún oía correr el agua de la ducha, Sav fue hacia su cápsula de estasis, el único espacio de la nave en el que podía tener un poco de privacidad. Le vino a la mente, mientras se equilibraba en el estrecho espacio, que era ahí de donde se había despertado de la estasis hacía cuarenta horas. Aún así, parecía que habían pasado semanas. En el techo había un pequeño teclado. Sav pulsó un botón para sellar la cápsula. Casi antes de que la puerta trasparente hubiese completado su descenso, ya estaba dormido.

Capítulo 6

    

Capítulo 6 - Día 2

    Sav gruñó levemente y abrió los ojos. A un palmo sobre él estaba el techo plateado de la cápsula de estasis. Una de sus piernas se había doblado bajo él y cuando trató de estirarla en el angosto espacio, le dolió gravemente. Se maldijo a sí mismo por no haberse molestado en amarrarse a su cincha antes de quedarse dormido. Tecleó la secuencia para retraer la puerta. El panel se deslizó hacia abajo y una luz ténue entró en su cápsula.

    Apoyando las manos en el borde, Sav se levantó hasta que pudo ver el resto de la cabina. La estasis de Hebuiza estaba vacía.

    —¿Cuánto tiempo... ? - preguntó con voz ronca por el sueño. —¿Cuánto tiempo he dormido?

    —Seis horas, treinta y tres minutos, - respondió la Ea.

    Se sentía como si hubiesen sido seis segundos. Sav sacudió la cabeza para despejarla.

    —¿Dónde está Hebuiza?

    —El Posibilitador está en la galería. Ha estado transfiriendo equipo de la nave de descenso.

    —¿Qué equipo?

    —No estoy familiarizada con él.

    Sav apretó los dientes y se lanzó hacia la compuerta sellada. El aire helado le lamió la piel del pecho mientras volaba por la sala. Se agarró a la barra junto a la puerta, sintiéndose extrañamente expuesto. Se dió cuenta de que estaba experimentando la sensación de estar fuera del traje. Suprimiendo la urgencia por tiritar, palmeó el conmutador de apertura. La puerta retrocedió.

    Encontró al Posibilitador atado a una de las sillas de la galería. Sujeta con velcro a la mesa delante de él, estaba el maletín gris que Sav había visto en la parte trasera de la nave de descenso. La tapa estaba levantada de un modo que oscurecía su interior. Junto a ella estaba la caja negra del traje del Posibilitador. Un conjunto de cables multicolor unían ambas cajas al cuello de Hebuiza. El Posibilitador alzó la vista cuando Sav se propulsó dentro de la sala, pero no le saludó. Usando las barras de arrastre de la pared, Sav se abrió paso alrededor hasta que pudo ver el interior de la caja. La base de la unidad era un cuadrado gris sin detalles pero en el dorso de la tapa había seis pantallitas. En cinco de ellas, líneas de caracteres multicolor pasaban de derecha a izquierda. Si era un lenguaje, era uno que Sav no reconocía.

    —¿Qué es eso?

    El Posibilitador sacó los labios pero mantuvo su atención en la máquina. Su estrecha cabeza se mecía de lado a lado en cortos arcos.

    —Se puede usar para secuenciar virus, - dijo en tono llano. —Entre otras cosas.

    Las letras surgieron ahora en la sexta pantalla.

    —¿Qué está haciendo? - preguntó Sav.

    —Pruebas. Diagnósticos. Calibración.

    Un silencio incómodo surgió entre ellos, Sav observaba pasar las interminables cadenas de letras alienígenas mientras la cabeza de Hebuiza seguía su movimiento pendular.

    —¿Crees que eso nos va a servir de algo?

    —Quizá. Si logro comunicarme con él. Y después de eso, si soy capaz de reprogramarlo. Entonces sí, Podría ser extremadamente útil. Pero ha sido diseñado a nivel molecular. Mis interfaces son varios órdenes de magnitud más toscas.

    —Si podemos averiguar dónde fue fabricado, deberíamos ser capaces de construir un prototipo... - dijo Sav.

    —Imposible.

    —Pero...

    —No se construyó en Bh'Haret. - El Posibilitador tocó el borde de la caja gris y todas las pantallas se congelaron.

    —Se fabricó usando nano-tecnología. Si te hubieras molestado en estar al día de las investigaciones actuales, sabrías que nuestro propio programa nanotec estaba en su infancia cuando dejamos Bh'Haret, especulaciones y trabajo teórico muy básico, mayormente. Había una gran polémica sobre cómo proceder. Ni siquiera existía una simulación informática satisfactoria y ni mucho menos un prototipo. Y esto no es un prototipo.

    —Entonces, ¿es una tecnología adoptada?

    El intercambio con otros planetas de tecnologías adoptadas era la —raison d'etre - de los Posibilitadores. Por lo que Sav sabía, el Posibilitador lo había traído de su misión en Arcolet.

    —(Robado sería la palabra más precisa.)

    Los caracteres se movieron de nuevo pero esta vez subían por las pantallas.

    —¿Robado?

    La cabeza de Hebuiza quedó inmóvil. El hombre alzó la mirada.

    —Sí. Creo que esta unidad es tecnología Nexus de clase cinco.

    (¡Clase cinco!)

    Si Bh'Haret hubiese sido un afiliado, esta cajita aún estaría dos siglos por delante de su era en el Programa de Ascensión Nexus.

    —¿Cómo sabes tú todo esto? - preguntó Sav intrigado.

    —Porque esto es lo que hago. Comercio con tecnología robada. -

    Apoyó un largo dedo en el pecho de Sav. —Y esto es lo que todos nosotros estábamos haciendo. Tanto si lo sabías como si no.

    Sav se quitó el dedo del Posibilitador de un manotazo y frunció el ceño. —¿Lo sabía Josua?

    —No, - respondió Hebuiza. —Como tú, él pensaba que estábamos en una misión mundana de comercio de la que todos habíais sido informados. Pero el verdadero comercio siempre ha estado en las tecnologías proscritas.

    Hebuiza se desconectó un cable del cuello y lo dejó flotar libre.

    —Como esto. - Golpeó el lateral de la caja con deferencia, casi amorosamente. —Este tipo de cosas normalmente se desmontan y examinan en media docena de laboratorios especializados en esas tareas. Después, se "descubren" los principios subyacentes durante años o décadas hasta que se establece la tecnología base apropiada para reproducir el objeto en sí.

    —¿Y hay uno de esos laboratorios en Temparas? ¿Ahí es donde fuiste cuando me dejaste en el hospital?

    —Sí.

    —¿Y es de dónde has sacado esto?

    El Posibilitador asintió. Sav se giró sobre el otro lado de la mesa, bajó hasta una silla y se agarró al borde del asiento. La caja gris se asentaba entre los dos hombres con sus pantallas invisibles para Sav. Parecía haber aumentado de tamaño, estrechando el espacio sobre la mesa.

    Hebuiza había bajado su mirada a las pantallas inferiores. Su cabeza retomó su moviento lado-a-lado.

    —Es afortunado, en verdad, que esto no se haya destruído o perdido, - dijo él. —Lo encontré a simple vista, sobre un banco de trabajo en una zona de baja seguridad del edificio. Estaba rodeado de equipo en desorden. Mi apuesta es que cuando la plaga golpeó, los investigadores entraron en pánico. Y pensar que esto podría haberles salvado. - Hebuiza negó con su alargada cabeza con tristeza por la ironía, los cables se mecían en la gravedad cero como tentáculos. —Quién sabe. Si hubieran tenido tiempo de comprender la caja, podría haberles ayudado.

    —O, - dijo Sav, —quizá fue lo contrario. Quizá fue la caja lo que selló sus destinos.

    El Posibilitador levantó los ojos para mirar a Sav por encima de la tapa de la caja gris. Su expresión era inescrutable.

    —¿Y si Nexus sabía que teníamos su juguetito? - continuó Sav. —¿U otros similares? Supón que averiguaron que estábamos intentado burlar su amado Programa de Ascensión. Ellos recogen y reparten tecnología. De eso es todo lo que se trata en el Progama de Asensión. Y luego la racionan en pequeños trozos para los mundos afiliados que lo merecen. Pero si nosotros la estábamos robando, no habrían podido tomar una acción directa porque lo último que quieren mostrar es una imagen de opresores que envían flotas para castigar a los mundos que no entran en razón. Esohubiera provocado una masiva sequía de sus recursos a esas distancias. Así que, lo que les quedaba eran formas más sutiles de coerción. -

    Sav apretó los dedos contra el borde de la silla para evitar que le temblaran los brazos. —Una plaga conveniente, quizá. ¿Quién quedaría para averiguar de dónde había venido el bicho? Nexus negaría estar involucrada, por supuesto, quizá culparía a nuestros propios bio-laboratorios. Pero siempre sería un asunto sospechoso y ellos contarían con ello para recordar al resto de mundos no afiliados lo que pasa cuando tomas prestada tecnología Nexus...

    Hebuiza sacó otro cable de su bolsillo, lo dejó desenrollarse en el aire frente a él y lo metió en una abertura de su caja negra.

    —Estás especulando, - se burló. —No hay forma de saberlo.

    —¿Y qué hay de los gritadores?

    —No prueban nada. La primera nave Nexus que pasara podría haberlos dejado. O Nexus podría haber ordenado una nave de envío a la menor noticia de la plaga. Vientinueve años deja a media docena de afiliados dentro de la distancia.

    —Vosotros habéis destruído Bh'Haret, - dijo Sav tratando de hablar de forna calmada. —Vosotros nos habéis matado.

    —¿Matado? - repitió Hebuiza incrédulo. —Yo hacía lo que me decían. - Por primera vez atrajo la mirada de Sav y la mantuvo. —Igual que tú.

    —Pero yo no sabía lo que estaba haciendo.

    —Y si lo hubieras sabido, ¿habrías rechazado el trabajo?, ¿hbrías dejado los viajes de búsqueda de suministros para trabajar en cargueros de mineral?

    La cuestión quedó en el aire. El sudor se acumulaba en la frente de Sav y en el espacio entre sus palmas y el borde de la silla que agarraba.

    (¿Habría rechazado el trabajo?), se preguntó Sav.

    No estaba seguro. Pero, si lo hubiera hecho, él sabía que no habría levantado ninguna bandera en contra del robo de tecnología. Habría mirado para otro lado y fingido que no existía. Como había hecho con otras muchas cosas en su vida.

    —Ya lo ves. - sonrió Hebuiza fríamemte. —No somos tan diferentes después de todo.

    Sav quedó sin fuerzas, sus manos de deslizaron de la silla y empezó a derivar hacia arriba. Miró a la inocua caja gris.

    —Voy a volver a la crio-instalación, - dijo ansioso por escapar de la Ea y de los juguetes de Hebuiza. Se impulsó hacia la puerta. —Le prometí a Liis que volveríamos lo antes posible.

    —Haz lo que quieras, - dijo el Posibilitador volviendo a sus pantallas. —Es tu promesa, no la mía.

    Cuando habló, un fino tubo con punta brillante de plata salió de la carcasa de la máquina y se dobló en el medio como el aguijón de un insecto. Hebuiza puso un dedo bajo el tubo y este se lanzó hacia abajo. Un punto rojo de sangre recorrió el tubo y desapareció dentro de la máquina. El tubo tomó un color blanco lácteo durante un segundo hasta volver a su estado transparente original. En las pantallas se cuadriplicó la velocidad de aparición de los datos. Hebuiza alzó la vista hacia Sav.

    —Pero antes de que te vayas solicito una muestra de sangre para un análisis comparativo. -

    Cuando Sav no se movió, Hebuiza añadió: —¿O es que quizá no te importa nuestra supervivencia?

    (¿Qué daño podía hacer el Posibilitador?)

    Sav se preguntaba esa cuestión una y otra vez mientras se ponía el traje y embarcaba en la nave de descenso. Casi reluctante, despegó con la nave dejando a Hebuiza solo en la Ea. Ahora tomaba arco hacia la superficie del planeta, una meseta contínua de blancos cumulus. Recorrió las posibilidades de nuevo, tratando de imaginar las peores cosas que el Posibilitador podría hacer y las precauciones que debería haber tomado. Sav ya había cambiado las claves privadas de seguridad. Incluso si el Posibilitador conseguía romper el código, el subsistema de reconociento de la Ea no dejaría el control de mando a nadie salvo a Sav. Como salvaguarda extra, Sav había instruído a la Ea para que le negara a Hebuiza el acceso físico al puente, limititándolo a permanecer en los camarotes de tripulación. Y aún con todo eso, Sav seguía incómodo de dejar al Posibilitador a bordo. Si le pasaba algo a la Ea, las pocas opciones que tenían caían a cero...

    Sav experimentó un conato de enfado hacia el Posibilitador y hacia todos los de su especie. Habían destruído Bh'Haret. Se había tomado una decisión y, en ese momento el futuro, su futuro, se había extinguido. Sav trató de espolear su enfado hacia la ira, de dirigirla hacia la negra figura alargada que quedaba en la Ea. Pero la mofa final de Hebuiza regresó para paliar el enfado de Sav y cambiarlo por una enervante vergüenza.

    El Posibilitador tenìa razón.

    Sav sabìa que habría volado en la misión aunque estuviera al corriente de su propósito. Que habría mantenido la boca cerrada, cogido el dinero y dado las gracias. Y, quizá, habría sentido un pequeño orgullo por el desafío de su mundo de las normas de Nexus.

    Miró por la ventana cuando el amanecer creciente surgía del horizonte.

    Sí, él habrìa hecho todo eso.

    Como lo hubieran hecho todos los tripulantes con los que había viajado todos estos años. Ninguno de ellos se habría echado atrás por las posibles consecuencias. Los viajeros siempre eran del mismo tipo. Era lo que les hacía desear hacer este trabajo. La mayoría intentaba huir de pasados que no podían soportar, algunos pocos buscaban futuros mejores. Pero todos, al final, eran solitarios. Gente que deseaba cortar sus lazos con todo y con todos a los que había conocido. Gente como Liis y Hebuiza.

    (Y yo.) - pensó Sav.

    Entre ellos, Josua había sido la única excepción. Sav había encontrado a otros como él en el pasado, primerizos que se apuntaban por sus carreras, por el capital político. Invariablemente, tenían a alguien esperándoles en el otro extremo de su tiempo. Era lo que les distinguía de los regulares: tenían esperanza, estaban ansiosos por regresar al hogar.

    (El hogar.)

    Su único hogar era una nave de salto. Le vinieron a la mente imágenes de otras naves en las que había trabajado. Mirando por la ventana ancha casi podía verlas frente a él, orbitando Bh'Haret, reflejando la luz del sol que golpeaba sus fuselajes de brillo...

    (¡Otras naves!) - El corazón de Sav se aceleró.

    (Aún hay viajeros ahí fuera. Misiones como la nuestra lanzadas tiempo antes de que la plaga golpeara.)

    ¿Por qué no había pensado en eso antes? Sav se inclinó hacia los controles y pulsó un botón en el panel de navegación. Apareció un mapa en la pantalla, remplazando el monitor de ruta de vuelo. Media docena de círculos verdes marcaban puertos espaciales con bases terrestres. Sav combinó el mapa con las imágenes que había recogido en órbita. La tierra en cinco de los círculos estaba oscurecida por la mancha de ataques nucleares. Sav amplió las coordenadas del sexto círculo e hizo una pausa. En el poco probable caso de que el lugar estuviese intacto, los ordenadores habrían estado apagados desde el colapso de la red de energía continental veintinueve años atrás. Los datos serían irrecuperables casi con toda seguridad.

    El único lugar en todo el planeta con niveles CEM detectables había sido la crio-instalación del Lyst. Entonces, recordó el archivo de Shiranda. Recordaba que la causa de su internamiento se había registrado junto al nombre de Josua como contacto designado. Incluía detalles de su profesión. Los que esperaban el regreso de viajeros también podrían estar en el catálogo. Asumiendo que sus fechas de salida de la estasis coincidían con las fechas de regreso de las misiones, se podía determinar cuándo llegaría la siguiente nave.

    Sav despejó la pantalla de navegación y restauró la pantalla original. Reapareció su ruta de vuelo. El altímetro indicaba que la nave de descenso ya estaba volando en la atmósfera superior. Al mirar por la ventana, Sav podía ahora discernir las formas de los bancos de cumulus bajo él, los precipios de los valles y los dramáticos picos. El borde superior del sol salía sobre el horizonte lanzando sombras sólidas. Al mirar otra vez la pantalla, vió que ya estaba en superficie con movimiento contínuo hacia la crio-instalación.

    Tan pronto como Sav aterrizó, fue directo al interfaz del subnivel once y conectó el zócalo de datos.

    —¿Sí? - la voz de la IA sonó antes de que su mano soltara el cable que salía del traje.

    —Solicitud sobre fechas de revividos.

    —Procesado, - dijo la IA complaciente.

    Una proyección holográfica apareció en el visor de Sav. Simulaba una bien amueblada oficina con varios paneles y monitores por toda la pared

    —¿Cuántos clientes hay programados para la resurrección?

    —No hay resurrecciones programadas. Todas se han suspendido indefinidamente por orden de la Directora de esta instalación. La reprogramación tendrá lugar tan pronto como sea posible.

    —¿Tienes las fechas originales de revivificación, anteriores a la orden?

    —Por supuesto.

    —¿Cuántas se programaron para los próximos cinco años?

    —Veintiuna.

    —Haz la lista.

    Dos de los paneles se soltaron de la pared y se ampliaron para llenar el campo de visión de Sav. Una matriz de datos surgió a la izquierda. La primera columna tenía la fecha, seguida por el nombre del ocupante de la cápsula. El resto era información adicional sobre el cliente y abreviaturas de códigos de estado, incomprensibles para Sav. A la derecha se mostraba un pequeño retrato del cliente.

    —Deshazte de todo excepto el nombre y la fecha de restauración del cliente.

    La otra información desapareció

    —Ahora incluye todo lo que tengas sobre los contactos y los contactos en caso de emergencia.

    Junto al nombre de cada cliente, ahora aparecían nombres adicionales, la mayoría con direcciones, profesión e información de contacto.

    —Selecciona todos los clientes cuyos contactos son oficiales de viajes prolongados o enviados y cuya fecha de resurrección original excede a la de hoy.

    Quedaron siete nombres. El tercer cliente, una mujer programada para despertar dentro de setenta días, llamó la atención de Sav. Su contacto, una mujer llamada Vela, era una oficial de comunicación a bordo de una nave llamada La Viracosa.

    —No somos los únicos, - dijo Sav, apenas incapaz de contener su emoción.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Desde la esquina de la sala, Liis le miraba inexpresiva. Parecía totalmente vencida: Tenía los hombros encorvados y grandes círculos crecían bajo sus ojos. Junto a ella, Josua yacía en su cama con los ojos abiertos. Miraba hieráticamente al techo. A un lado, Liis había puesto un gotero intravenoso, pero la bolsa estaba vacía, La aguja yacía junto a la cama.

    —He comprobado el registro. Hay media docena de nombres de contacto que son viajeros. Como nosotros.

    —¿Como nosotros?

    Liis parecía que sólo era parcialmente consciente de la presencia de Sav.

    —Sí. Gente que eran contactos, como Josua lo era para Shiranda.

    —Gente que tenía amantes.

    —Quizá,. dijo Sav. —En cualquier caso, los admimistradores que llevaban este lugar fueron minuciosos recogiendo información sobre los contactos de sus clientes. Tengo la fecha de regreso del próximo viaje prolongado. La misión llega en menos de setenta días. Una nave llamada La Viracosa. Muy pronto tendremos compañía.

    —¿Qué es un funeral sin veladores?

    —¡No lo ves! - Sav dió un paso hacia ella y la agarró por los hombros.—Cada nave carga tanques de reserva. Con dos naves tendríamos bastante combustible para salir de este infierno!

    Liis parpadeó, se pasó la lengua por los labios distraídamente.

    —¿Para ir a dónde?

    —El sistema Ballic, por decir uno, - respondió Sav rápidamente dejando caer las manos de los hombros. —Está sólo a 1.5 años luz. Allí no tienen tecnología sofisticada, o no la tenían hace treinta años. Son mayormente una sociedad agrícola, todavía a un buen siglo de la industrialización y bien lejos del Programa de Ascensión. Es posible que no hayan oído nada sobre la plaga.

    —¿Y Josua? ¿Qué hacemos con él?

    —Setenta días es mucho tiempo. Estoy seguro de que se habrá recuperado totalmente para entonces...

    —O se habrá muerto.

    La finalidad de su pronunciamiento espantó a Sav. Trató de no dejar que le alterase. —Todos podríamos estar muertos para entonces, Liis. Pero esa no es razón para rendirse ahora.

    —A veces tengo la impresión de que me está observando, - dijo Liis. —Pero cuando me giro aún lo veo mirando al techo, con esa mirada vacía en su cara. - Ella escrutó a Josua intensamente. —¿Qué es lo que mira? - preguntó enfadada de repente. —¿Es a ella? ¿La está mirando a ella? -

    A la luz de la linterna, la cara de Liis bajo sus marcas era pálida, los detalles se habían esfumado.

    —Nunca se pondrá mejor,. dijo ella con la voz aguda del dolor del abatimiento. —No quiere ponerse mejor.

    —Ha pasado un trauma, eso es todo, - dijo Sav en tono sereno. —Se recobrará.

    —A menos, - dijo Liis mirando fijamente los ojos de Sav —que tenga la plaga.

    —¿Plaga? - La nueva voz fue un susurro.

    Sav y Liis se giraron para mirar a Josua. Sus mirada parecía ahora enfocada, ardía intensamente de...

    (¿de qué?)

    Cuando Sav encontró la mirada de Josua, se estremeció, sintiendo una furia helada emanando de ella que era tan palpable como un roce. Liis respiró hondo.

    —Muerte, - dijo Josua con voz raspada y una línea de saliva suspendida entre los agrietados labios. Luego, lo que fuera que lo había animado, se esfumó y sus ojos se volvieron vacíos y ciegos de nuevo.

Capítulo 7

    

Capítulo 7 - Día 3 a 6

    En los primeros días, cuidaron de sus necesidades inmediatas. Dos viajes a Temparas rentaron siete montones separados de comida en edificios con barricadas. La mayoría de lo que encontraron era latas vacías o incomestibles y cajas de lo que parecía excrementos disecados, pero en el segundo sitio descubrieron cinco contenedores de paquetes sellados al vacío de comida deshidratada: lo bastante para durar los cuatro durante medio año. Un arroyo junto a la entrada de la crio-instalación proporcionaba agua fresca y Liis, usando un libro que había solicitado a Sav que encontrara, había empezado a identificar plantas locales comestibles.

    Por las noches, Sav y Hebuiza regresaban a la Ea. El Posibilitador instaló una cámara de radiación para esterilizar la comida, el agua y el oxígeno que cargaban de vuelta al planeta. Sav trabajaba con piezas saqueadas para construir un enlace orbital desde la crio-instalación hasta la Ea. Aunque el equipo de radio de la nave tenía potencia para emisiones a la superficie, los transceptores de sus trajes no podían devolver la señal.

    Mientras pasaban los días, Sav cayó en una rutina en la que transportaba equipo y suministros desde Temparas a la instalación a la vera del Lyst y de allí, de vuelta a la Ea donde descansaba hasta que estaba listo para hacerlo todo de nuevo.

    Hebuiza se mantenía en sus propios asuntos. A veces acompañaba a Sav a la ciudad, donde solicitaba permiso obedientemente para hacer sus excursiones en solitario con la nave de descenso mientras que Sav estaba saqueando los lugares. Reaparecía horas después con contenedores sellados y grandes maletas que embutía en todo espacio disponible de la nave. Sav nunca se molestaba en comprobar el contenido de esos cajones. Cuando regresaban a la instalación, Hebuiza transportaba rápidamente su botìn a una habitación que había escogido en el nivel cero para servir de laboratorio. Dos veces más le pidió a Sav muestras de sangre pues ya había hecho que Liis sacara sangre de ambos, de ella y de Josua.

    En su quinto viaje juntos, Hebuiza había dirigido a Sav hacia un pequeño aeropuerto junto a los arrabales sureños de la ciudad y le indicó que aterrizara junto a un pequeño hangar. Dentro había un avión VTOL de dos asientos con las alas plegadas sobre la cabina como un insecto dormido. Tenía dos motores pivotantes en cada ala y un motor mayor de escape en la parte trasera del fuselaje. En la esquina del hangar se amontonaban los bidones de combustible y un conjunto de piezas de recambio.

    —Ya no necesitaré la nave de descenso para los viajes en superficie, - anunció Hebuiza. —Quizá deberíamos hacer un horario para los viajes a la Ea.

    La recuperación de Josua, si podía llamarse así, continuaba lentamente. Aunque nunca hablaba, parecía consciente cada vez con mayor frecuencia. Sus ojos se enfocaban cuando alguien entraba en la habitación, luego, su atención vagaba hasta que volvía al estado distraído. Varias veces, Sav permanecía callado en la esquina de la sala escuchando cómo Liis le explicaba pacientemente a Josua todo lo que había sucedido durante ese día, repitiendo verbatim todas las cosas que Sav le había contado a ella. Mientras ella hablaba, Josua miraba intensamente a su cara pero, si entendía las palabras o no, era problemático. La impresión de Sav era que la atención de Josua era simplemente atraída por la voz y las fantásticas marcas de la cara de Liis, que se movían como criaturas vivas mientras ella hablaba. Al menos durante esos periodos de aparente lucidez, Josua conseguía masticar y tragar las bocaditos que Liis le colocaba entre los labios.

    Sav estaba molesto por la creciente preocupación de Liis por la recuperación de Josua. Empezó a evitar la sala del enfermo pero Liis parecía abstraída o despreocupada, todas sus energías se dirigían hacia el bienestar de Josua. Había puesto un pallet para ella a los pies de la cama de Josua, apilado sus pocas posesiones en un estante junto a él. El único momento en que dejaba la sala era para pasear por la zona del lago donde habían encontrado los paneles solares. Se había auto-impuesto la tarea de restaurar la red tanto como pudiera. Limpiaba metódicamente la suciedad y los hongos de los paneles visibles con los químicos de limpieza que Sav había recogido. También reconectaba los paneles cuyos cables estaban corroídos o cortados. En pocos días consiguió incrementar la producción media de energia de la red en un diez por ciento, restaurando la luz del nivel donde cuidaba a Josua. El día anterior, había restaurado la energía de las puertas delanteras y ya no era necesario gatear por el hueco que habían cortado.

    En cierto modo, era un alivio para Sav que Hebuiza y Liis fueran tan obstinados con sus propósitos. Sav encontraba extremadamente difícil estar con alguno de ellos. Liis y su obsesivo cuidado de Josua le ponía de los nervios igual que los fríos silencios y musitados comentarios del Posibilitador. Tratar con ellos desgastaba a Sav, le daba dolor de cabeza. A menudo, en presencia de ellos, notaba que su cuerpo se tensaba, su mandíbula quedaba inmóvil mordiendo con fuerza, sus hombros se arqueaban y sus puños se cerraban, como si se preparase para recibir un golpe o un azote.

    Incluso a bordo de la Ea, en la soledad de su litera, no encontraba alivio. Todas las noches soñaba que oscuras multitudes en torno suyo le presionaban con los brazos extendidos, demandando cosas en incomprensibles lenguajes que no lograba entender. Hasta que la fustración y la rabia no direccionada le apretaban el pecho, exprimían el aire de sus pulmones y le dejaban jadeando en busca de aire mientras arrañaba su camino de vuelta a una realidad de sábanas como cuerdas retorcidas alrededor suyo.

Capítulo 8

    

Capítulo 8 - Día 7

    —¿Sav?

    La voz de Josua era seca, casi un susurro. Sus ojos acuosos azules parpadearon.

    De pie en la enfermería, Sav asintió bruscamente, el corazón le golpeaba el pecho y su respiración era irregular. Había estado fuera de la instalación trabajando en la antena para el enlace, parcheándola a los relés del transceptor que habìa colocado por toda la estructura para que sus trajes funcionaran en cualquier nivel. Pero lo primero que había oído cuando había abierto el enlace fue el grito de Liis,

    —¡Ven rápido!

    Corriendo al interior, se abrió camino hasta la habitación de Josua, esperando lo peor. El día anterior, Josua había entrado en un estado semi-comatoso, el único indicio de vida era el ténue subir y bajar de su pecho. Todas sus señales vitales cayeron. Sav había observado cómo Liis contemplaba a Josua durante horas en sombrío silencio, sin moverse más que su paciencia. Luego, en un paroxismo de súbita emergencia, trabajaba maniáticamente en algo sin sentido hasta que colapsaba exhausta.

    Pero ahora Josua se sentaba derecho. Liis se sentaba a su lado sobre un cajón volcado con un brazo alrededor de sus magros hombros para aguantar el peso del chico. Ella estaba radiante de felicidad.

    —No era la plaga. - a Sav le pareció que ella sonreía como una idiota.

    Sav se acercó. El suelo era un desastre de envoltorios descartados y bolsas de plástico, los residuos acumulados del cuidado de Josua. Sav se abrió camino entre el caos hasta que quedó junto a la cama.

    Los ojos de Josua eran de amarillo reúma, enfocados y suguiendo los movimientos de Sav. Su cara, una vez rojiza, estaba demacrada y sus prominentes mejillas rivalizaban con las de Hebuiza.

    —Pensamos que te ibas a morir. - No fue lo que Sav había pretendido decir.

    La expresión de Josua era vacía. Luego, las comisuras de su boca se elevaron en una sonrisilla deformada.

    Con un rasgado susurro, dijo: —Yo... he cambiado de idea.

    —¡Ha vuelto!, - dijo Liis mirando a Josua como si fuese un niño enfermo.—¡Ha vuelto por mí!.

    Sav estaba atónito.

    (¿Cómo ha podido Josua decirle a Liis algo tan ridículo?)

    Miró a Josua, que le devolvió la mirada sin arredrarse. Con esfuerzo, Josua levantó una mano y recorrió suavemente el dorso de sus pálidos dedos por la mejilla de Liis como lo podría hacer un amante. Exhausto por el esfuerzo, dejó caer su mano en la sábana donde quedó semicerrada como la garra de un pájaro muerto.

    —Sí, - dijo Josua apartando la mirada.—Por tí, Liis. Por todos nosotros.

    Liis se ruborizó.

    —Bueno, - dijo Sav tratando de ocultar su incomodidad.—Bienvenido.

    Había pensado que conocía a Josua, al menos un poco. Pero aquel allí sentado era un extraño.

    (¿Por qué le diría tan obvia mentira? ¿Y por qué alardeaba de ello? Salvo que sea para testar los límites de su influencia. El control.) - pensó Sav.(Todo es sobre el control que tiene de Liis. Y quiere que yo entienda que ella hará todo lo que le pida.)

    —Quizá deberíamos dejar descansar a Josua. Necesito tu ayuda.

    —¡No! - Josua se puso rígido.

    Si cara era una máscara roja y su mandíbula empezó a funcionar silenciosamente. Hilos de saliva se alargaban entre sus labios. Cerró las manos en puños y sus brazos se agitaron como si estuviera paralizado. Parecía que iba a sufrir un ataque pero su cuerpo vibró y él cayó en el abrazo de Liis.

    —Aún la necesito, - dijo con voz apenas audible desde los confines del abrazo.—Tenemos que hacer preparativos, ya ves...

    —¿Preparativos? ¿Para qué?

    Los ojos Josua centellearon y luego el fuego en ellos empezó a apagarse.

    —La retribución y el perdón. - dijo con tono aburrido, como si hubiera repetido una respuesta obvia.

    Pareció que ya no estaba interesado en la conversación. Su mirada se fue distanciando hasta volver de nuevo a Liis.

    —Y el amor. - dijo en tono abstracto.—¡Qué estupidez!. Casi olvido el amor.

    Liis le aguantaba la cabeza con un brazo mientras se peinaba el pelo con la mano libre. Despacio, los ojos de Josua se cerraron. Su pecho subió y cayó en ritmo regular

    —¿Retribución y perdón?

    Josua no respondió. Fue Liis quien respondió en susurros: —Él sabe que hacer.

    —¿Qué quieres decir?

    —Ha tenido un sueño.

    —¿Un sueño? ¿Ha tenido un sueño?

    Liis se tensó con los labios cerrados en una fina línea. Bajó la cabeza de Josua suavemente, se levantó del cajón mirando hacia Sav. Cuando habló, sonó como si estuviese luchando para sujetar su enfado.

    —Llámalo una visión si prefieres. - dió otro paso hacia Sav, forzándolo a retroceder. —Dice que Nexus es responsable. Quiere castigarlos.

    —Mierda, - dijo Sav. —¡Un sueño! ¿Y le dijo ese sueño cómo iba él a castigarlos?

    —Él no lo dijo.

    —No, pues claro que no.

    Liis fue a cruzar los brazos pero Sav la cogió por las muñecas.

    —¡Escucha! No hace falta ser un genio para ver la mano de Nexus en todo esto. Pero incluso si estuviéramos seguros de que ellos crearon la plaga... y no lo estamos, ¿Qué podríamos hacer nosotros? - Sav maldijo suavemente bajo su respiración. —Josua quiere castigar a una cultura miles de años más avanzada que nosotros. Una cultura que puede haber creado el mismo planeta que pisamos y que casi con seguridad germinó los mundos conocidos. ¡Menudo sinsentido!Apretó más las muñecas de Liis. —Lo mejor que podemos esperar es reabastecer de combustible la Ea y probar suerte en otro planeta. Quizá encontrar un no afiliado donde no sepan nada de la plaga. Ese es mi plan. La supervivencia.

    Liis retorció los brazos y Sav luchó por mantener el agarre pero ella se liberó fácilmente.

    —No. - dijo ella. —Nexus no creó este planeta ni ningún otro. No más que nosotros. Ni es probable que lo germinaran. Esa raza, quienquiera que sean, ha desaparecido hace mucho y Nexus nunca ha afirmado lo contrario. En el mejor caso, quizá desciendan de esa raza pero nosotros podemos reclamar la misma herencia. Los hombres y mujeres de la Poliarquía son de carne y hueso como nosotros, pueden morir.

    —¿Te estás oyendo, Liis? ¡Estás hablando de matar gente! ¿No has tenido bastante muerte ya?

    —Tú puede que seas el primer oficial a bordo de la Ea, pero Josua es un senior aquí. Hebuiza lo dijo y tú estuviste de acuerdo. Ahora que está mejor, voy a seguir sus órdenes, cualquiera que sean.

    —¿Incluso si está loco?

    —No está loco. Aún tiene un poco de fiebre, eso es todo. Cuando esté un poco mejor podemos discutir su plan...

    —¿Haz lo que quieras pero cuando llegue aquí la próxima nave, voy a estar preparado para irme. Si tú y Josua tenéis otros planes, es asunto vuestro.

    —Él es un senior de la misión.

    —Ya no hay misión, Liis. Acabó cuando murió Bh'Haret.

    Liis abrió la boca para responder pero una carcajada histérica la interrumpió. Sav miró a Josua, podía ver que no había estado dormido después de todo: sus estaban ahora abiertos y fijos sobre él.

    —Comandante Sav. - Josua soltó una risilla de nuevo, como si fuese incapaz de atenuar lo absurdo de la imagen. Aün sonriendo, movía la cabeza levemente de lado a lado en la almohada.

    —No está en condiciones... de mandar. Estoy de acuerdo. - Josua hizo una pausa para invocar fuerzas.—Discutiremos esto de nuevo cuando me encuentre mejor.

    Reposó la cabeza sobre la almohada, exhausto por el esfuerzo de decir esas pocas palabras

    —Sería mejor que te fueras, - dijo Liis. —Necesita descansar.

    Josua había cerrado otra vez los ojos. Ella volvió a su cajón, recogió un pedazo de tela y le secó la frente a Josua.

    —Claro, - dijo Sav, ansioso por salir de la sala, por alejarse de ellos.—Por mí, estupendo. -

    Se giró y entró en el pasillo caminando hacia el pozo de servicio.

    (¿Discutirlo? ¿Qué demonios planea hacer Josua? ¿Pedir votos para ver quién es el capitán de la Ea?)

    Entonces, Sav se dió cuenta de que eso es exactamente lo que Josua haría. Liis le apoyaría y Hebuiza caería con ellos sólo para fastidiar a Sav.

    (¡Vengarse de Nexus! Seguiremos a un loco a la muerte.)

    Pero no era sólo el estado mental de Josua lo que había preocupado a Sav. También era Liis. Ya había sido infectada por su locura. Duraría tanto como Josua continuara alimentándola con esa basura sobre el amor, ella haría todo lo que le pidiera. Parecía inclinada a defender todo lo que Josua pudiera proponer, sin importar lo ridículo que fuera, incluyendo la venganza contra Nexus. Por ahora, Josua y Liis no serían un problema: él estaba incapacitado y las energías de Liis se centraban totalmente en su recuperación. Pero, ¿qué ocurriría cuando se pusiera mejor?

    A Sav no le gustaban las posibilidades pero él no veía otras opciones. Tendría que volver a la Ea y hablar con el Posibilitador. Explicarle la situación. Pedirle su apoyo si las cosas se iban de las manos. La idea de pedir la ayuda del Posibilitador le repulsaba, le tensaba el estómago en un nudo enfermizo. Hebuiza, de alguna forma, tomaría ventaja de la situación, de eso Sav podía estar seguro.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    —Está convencido de que Nexus es responsable.

    No fue hasta que volvieron a la Ea que Sav pudo comentarle el tema al Posibilitador. Hebuiza seguía trabajando con un bucle de cables que serpenteaban desde el zócalo de su sién hasta el equipo que había ensamblado sobre la mesa de la galería de la Ea. Sus largos dedos se movían rápida y eficientemente al conectar los artefactos de formas extrañas. La mayoría estaban atados o sujetos con velcro a la mesa, otros parecían tener bases magnéticas pues quedaban fijos en sus posiciones sin ninguna atadura visible. Centelleaban alternativamente los indicadores rojos y verdes de un pequeño trasto octogonal mientras que otros objetos, tres cilindros del tamaño de un puño y una cajita de superficie lenticular, permanecían apagados.

    Sav se sujetaba a la barra interior de la puerta.

    —Tiene alguna idea loca sobre vengarse de Nexus.

    Los dedos del Posibilitador hicieron una pausa pero, como no dijo nada, Sav añadió, —Está loco. En el mejor caso, inestable.

    —Ya veo, - dijo Hebuiza y regresó a su trabajo.

    No pareció más interesado que cuando Sav le había hablado sobre el regreso de los viajeros.

    —¿Ya está? ¿No te preocupa?

    —Tengo mis propias preocupaciones.

    —Liis está de acuerdo con él.

    —¿Y? - La vara superior del cilindro más próximo a Hebuiza brilló ahora en ámbar, pequeños caracteres pasaban por su superficie. Sobre el octógono, el aire se arremolinaba como si se estuviera gestando una tormenta en miniatura.

    —Si le damos libre reinado, Dios sabe lo que hará.

    El Posibilitador suspiró con fuerza. Cuando habló, articuló cada palabra cuidadosamente como si hablara con un niño.

    —Josua está enfermo. Pasarán semanas antes de que pueda asumir el mando. No hay necesidad de entrar en pánico.

    —¡Maldita sea! No lo entiendes, ¿verdad? ¿Qué pasa cuando la otra nave regrese y tengamos por fín suficiente combustible? Para entonces Josua se habrá recuperado. No podemos dejarle sabotear nuestras opciones de salir de aquí. Tenemos que decidir un curso de acción ahora mismo. Hacer preparativos. - Hizo una pausa para calmarse. —Nosotros dos.

    —Has cambiado las claves de la nave.

    Era una afirmación, no una pregunta. Pero el monitor de seguridad de la Ea no había informado a Sav de ningún intento de intrusión. ¿Se las habìa ingeniado el Posibilitador para descubrirlo sin disparar ninguna de las alarmas? ¿O era simplemente una suposición? Sav asintió reluctante.

    —Entonces no tenemos nada de lo que preocuparnos, ¿cierto? Sólo tú puedes emitir órdenes de control.

    —¿Y qué pasa con Josua y Liis? ¿Cómo vamos a manejarles cuando Josua insista en tomar el mando? Él puede que no conozca la Ea tan bien, pero Liis sí. Mejor que yo, apostaría. Podrìa reprogramarlo todo manualmente en un pocos días.

    —No, - dijo Hebuiza.—No a menos que yo lo permita.

    Sav se impulsó hacia el interior de la sala y se agarró al respaldo de una silla. El Posibilitador siguió sus movimientos con desconfiados ojos entornados, mirando como si estuviese listo para lanzarse contra Sav en caso de que este tratase de tocar algo encima de la mesa.

    —Si has estado trasteando en la nave con tus...

    El Posibilitador le interrumpió. —Lo que he hecho es inconsecuencial. Estoy de acuerdo que estés tú al mando, y aún lo estás. ¿No es eso suficiente?

    La rabia apretó la gargante de Sav.—No le dejes arruinar la única opción que tenemos.

    —No lo hará, - dijo Hebuiza confiadamente.

    Los tres cilindros se alinearon y los indicadores brillaron de forma contínua. Sobre dos de ellos, un críptico alfabeto pasaba por todas las caras visibles. Sobre el octógono, la figura tridimensional de una maquína incomprensible surgió de la nada y desapareció. Tomó su lugar una especie de paisaje urbano con una serie de diagramas tridimensionales de campos estelares superpuestos. El audio de un lenguaje gutural llenó la habitación.

    —Está loco, Hebuiza, - Sav alzó la voz por encima del discurso alienígena.—¡Nos matará a todos!

    —O nos salvará.

    La pantalla ahora contenía una galaxia espiral que se congeló a mitad de rotación, la voz se silenció.

    —Un loco, - dijo Hebuiza pensativo, su voz profunda sonora en el silencio,—puede ser justo lo que necesitamos.

    Sav se mordió el labio inferior, contemplando su cara enjuta e implacable. Luego, dijo:—Piensas que podrás controlarle. Ordenarle que haga lo que quieras que haga, pero...

    —Le necesitamos, - replicó el Posibilitador llanamente.—Necesitamos a Liis.

    La galaxia espiral sobre el octógono se desvaneció y fue remplazada por la doble hélice de una rama de ADN. La voz gutural retomó su lección, zumbando mientras sección tras sección se añadía a la hebra hasta que se alargó hasta el techo.

    —Cuando se haya recuperado del todo atenderá a razones. Si las cosas se explican adecuadamente.

    —No le has visto aún. No sabes el estado en el que ha...

    Hebuiza miró a Sav, claramente irritado por su proximidad al equipo. Su cabeza se movía atrás y adelante. La antena flácida y los cables sobre su cráneo la seguían como algas en la corriente.

    —¿Y si lo que estoy haciendo aquí es más importante que cualquiera de tus temores imaginarios.?

    Sav notó que sus manos temblaban ligeramente. Una vena prominente latía en la frente del Posibilitador.

    —Tenemos que encontrar los vectores de la enfermedad. Tenemos que encontrar sus escondites. Esa es la única cosa que importa ahora mismo.

    (La enfermedad aún le tiene aterrorizado.) - pensó Sav.(No quiere acercarse a Josua o a Liis.) -

    —Ahora, si no te importa, - dijo Hebuiza volviendo al octógono, —Tengo trabajo que hacer.

Capítulo 9

    

Capítulo 9 - Día 8 a 17

    La recuperación de Josua aceleraba. Aún parecía delgado y pálido, pero sus facciones engordaban retirando los bordes de los ángulos que previamente hacían su cara afilada. Anteriormente, Josua había insistido a Liis de que dejara de afeitarle y ahora su mandíbula se cubría de un perfil oscuro de incipiente barba. Aunque parecía consumido y sus finos brazos temblaban con el menor esfuerzo, estaba claramente recuperándose.

    Durante los siguientes días, Sav mostraba interés en ver a Josua cuando llegaba a la instalación de estasis. Liis le acompañaba a la enfermería y permanecía junto a la puerta mientras los dos hombres mantenían una incómoda conversación. Durante esas breves visitas, Josua decía poco, mayormente escuchaba lo que Sav tuviera que decir, respondiendo con un mínimo de palabras. Cuando Josua hablaba, Sav le observaba de cerca, calibrando sus reacciones, pero Josua no mostraba signos de la irracionalidad que había mostrado antes. Parecía perfectamente normal, o tan normal como podía esperarse de un alguien recuperándose de un serio brote de gripe. Josua nunca volvió a mencionar su plan de venganza de nuevo. En cambio, se perdía en los detalles de la situación, la logística de la supervivencia. Cuando terminaba una frase, a menudo miraba a Liis, que asentía animadamente para subrayar cualquier cosa que estuviera diciendo. A Sav le parecía como si los tres estuvieran atrapados en una obra de malos actores en la que el papel de Josua era el del loco que enmascaraba su locura. Tras la primera semana, Sav empezó a encontrar escusas para evitar esas incómodas visitas.

    El laboratorio del Posibilitador seguía creciendo. Los contenedores de equipo se apilaban en una segunda habitación. A veces, Hebuiza le pedía a Sav que estuviera atento por si encontraba alguna pieza particular de equipo. Varias de las solicitudes del Posibilitador confundían a Sav: conductor hermético; lejía; un horno portártil, compuesto calafateante, cable coaxial; rollos de película de plástico; media docena de monitores y cámaras. No obstante, cuando se cruzaba con alguno de esos objetos en sus viajes de saqueo por la ciudad, Sav los transportaba obedientemente a la nave de descenso, los descargaba en la instalación y los apilaba en el pasillo frente a la puerta del laborario de Hebuiza. Al principio, lo iba colocando todo dentro de las salas pero, un día, Sav regresó para encontrar que las puertas de esas salas ya no se abrían cuando las tocaba sino que seguían cerradas hasta que el Posibilitador introducía un código de seguridad en el teclado junto a la cerradura. Por mucho que esto molestara a Sav, eligió ignorarlo pues no quería malgastar energía en otra confrontación sin sentido. En su lugar, se preocupaba de continuar apilando los suministros que sabía serían de utilidad, almacenando estos también en la planta superior de la instalación, dejando que Liis cargase por el pozo hasta el subnivel catorce donde estaba Josua lo que fuera que necesitara.

Capítulo 10

    

Capítulo 10 - Día 18

    En el indicador sobre las puertas del ascensor, relucía un catorce rojo. Sorprendido, Sav permaneció en el pasillo observando el número con una pequeña caja de cartón en los brazos que había sacado de la nave de descenso. Liis se las había ingeniado de alguna forma para arreglar el ascensor. A la derecha de la puerta había dos botones en forma de grandes flechas: arriba y abajo. Dejando la caja en el suelo, Sav intentó pulsar el botón de abajo pero, en ese momento, la pantalla sobre la puerta cambió de catorce a trece. Sav dió un paso atrás. Trece pasó a doce y luego a once. Los números registraban el ascenso de la cabina.

    Cuando la pantalla rezó cero, las puertas se deslizaron y Liis salió fuera. En su mano derecha sostenía una pequeña pantalla. Sonrió a Sav ampliamente. Tras ella, apoyando su peso en un bastón, Josua cojeaba fuera del ascensor. La fina perila que Sav había visto por última vez en su cara se había transformado en una densa barba que crecía hasta sus mejillas. Su expresión era aguda y se balanceaba un poco al moverse. Cuando Liis extendió su brazo para ofrecerle su apoyo, èl lo rechazó moviendo la mano.

    —Puedo solo, - dijo él. Su voz y sus ojos ya eran normales. Dió un par de pasos hacia Sav con sus ropas ahora holgadas en su cuerpo.—¿Cómo te ha ido? - le preguntó.

    Él sonrió. Salvo por las secuelas fIsicas de su enfermedad, Josua parecía perfectamente normal.

    Tocó la pierna del traje de Sav con el extremo de su bastón.

    —¿Aún te escondes dentro de esto?

    —Sí, - replicó Sav.

    La pregunta de Josua aumentó de pronto su incomodidad. El peso del casco le apretaba la clavícula y le dejaba moratones en los hombros. Había intentado poner toallas y vendas para aliviar el peso pero nada parecía resultar. Con un gesto que se había vuelto habitual, se encogió de hombros hasta que el peso se distribuyó de un modo menos irritante.

    —Estarías más cómodo fuera de ese traje.

    Sav no dijo nada.

    —El periodo de incubación era sólo de unos días. ¿No estaríamos Liis y yo infectados ya si hubiese algún tipo de riesgo?

    —Quizá, - respondió lentamente Sav. —Pero insisto, quizá no. Por lo que sabemos, aún podría haber portadores de la enfermedad no descubiertos. Y todavía no sabemos nada de los vectores de la plaga o por qué pareció manifestarse espontáneamente. Podría ocurrir de nuevo.

    —Es posible. - admitió Josua despreocupadamente. —¿Sabías que Hebuiza bajó a verme ayer?

    —¿Hebuiza? - dijo Sav estúpidamente.

    Josua asintió. —Debe de haber sido duro para él. Aún está aterrorizado por la plaga. No piensa en otra cosa. Parece como si apenas pudiese evitar quedarse encerrado todo el tiempo.

    Hasta ahora Josua había estado encorvado ligeramente pero se puso recto con un gruñido hasta que miró directamente dentro del visor de Sav.

    —Bajó a hacerme una propuesta. - Tras Josua, Sav notó que Liis cambiaba su peso de un pie al otro y cruzaba los brazos mirando a Sav con cautela por encima de la cabeza de Josua.

    —¿Qué tipo de propuesta?

    —Quiere revivir algunos internos. - Tras él, Liis apretó los labios firmemente. —Dice que necesita ayudantes para su investigación sobre la plaga. Personal cualificado. Y yo estoy de acuerdo. Pero no por el bien de su investigación. Necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir, tanto si decidimos quedarnos o intentar aterrizar en otro planeta.

    </)i>(Más gente,) - pensó Sav. (Más gente racional. Esosólo podría ayudar, ¿cierto? Quizá Josua estaba bien después de todo y sus planes de venganza no eran nada más que un sueño febril.)

    Sav había temido lo peor. Miró a Liis sobre el hombro de Josua, queriendo darle un pequeño gesto que indicara su aprovación, pero apartó la vista con su mandíbula apretada en silencio, como si estuviese abstraía mascando un bocado de comida.

    (¿Qué es lo que le molesta?) - se preguntó Sav. (¿Aún está enfadada conmigo por llamar loco a Josua?)

    Sav apartó esa idea. Cualquiera que fuera el caso, se ocuparía de ello más tarde. Volvió su mirada de nuevo a Josua.

    —¿Fue Hebuiza quien propuso esto? Había oído que tenía miedo de revivir la plaga de los internos.

    Josua levantó sus cejas pensativo.

    —Sí. A mí me sorprendió pero dice que estará seguro si montamos un área de cuarentena y los mantenemos aislados durante al menos cuarenta días. Según lo que ha descubierto, eso es ocho veces el período de incubación de la enfermedad. Liis ya ha identificado un posible lugar en el segundo subnivel. Una serie de salas comunicadas que se pueden aislar fácilmente. Por precaución, Hebuiza quiere hacer las habitaciones tan herméticas como sea posible. Y quiere seguridad en todas las puertas externas, en caso de que nuestros pacientes decidan que quieren salir prematuramente. Si no muestran signos de contago en ese tiempo, levantaremos la cuarentena.

    —¿Cuántos quiere revivir?

    —Seis, para empezar. Después, más, si la cosa funciona.

    —¿Y cuál es mi parte en todo esto?

    —Necesitaremos tu ayuda para preparar el área de cuarentena. Necesitamos reunir el equipo para monitorar los pacientes, ropa y comida para ellos, mobiliario para sus habitaciones, libros y juegos psra mantenerlos ocupados y ese tipo de cosas. - Josua hizo una pausa. —Y necesitaremos mover las cápsulas desde sus soportes hasta la zona de cuarentena.

    —Lo que se traduce en Hebuiza y yo, dado que aún llevamos los trajes.

    —Sí. Sólo es por prudencia.

    —Y también tendremos que abrirlas.

    —No. - Josua movió la mano para rechazar la idea. —Vosotros sólo tendréis que transportarlas a la zona de cuarentena. Hebuiza cree que puede montar un servo para realizar la mayoría de las funciones manuales remotamente. Esoes lo que usaremos para abrir las cápsulas cuando estemos listos.

    Josua mantuvo la mano a su lado con la palma hacia arriba. Liis colocó la pantalla informática sobre ella. El monitor se encendió bajo los dedos de Josua. Manipuló un rato hasta que le pasó la pantalla a Sav.

    —Aquí hay una lista de los lugares que me gustaría que visitaras para buscar el equipo que necesitaremos. Además de las cosas que necesitaremos para preparar a la Ea para otro viaje prolongado... si decidimos que ese es el mejor curso de acción.

    Mirando la pantalla, Sav vió una veintena de localizaciones diseminadas por todo el planeta, en un mapa azul y con sus coordenadas geográficas. Reconició media docena de ellas: hospitales, espacio-puertos y astilleros, instalaciones militares y científicas. Bajo la ventana del mapa había un icono de página y los dígitos 1/7 indicaban que sólo había visto la primera de siete ventanas.

    (Esto llevará semanas.) - pensó pulsando el icono.

    Otra ventana llena de información remplazó a la primera. Y significaba que estaría en el traje durante períodos prolongados, quizá de hasta cuarenta horas para los lugares más lejanos. Sav alzó la vista y encontró a Josua observándole intensamente.

    —Como puedes ver, es bastate trabajo. ¿Crees que puedes con él?

    Sav se mordió el labio distraídamente. Unos momentos antes hubiera celebrado una excusa para alejarse de la crio-instalación, ahora experimentaba una extraña reluctancia a estar fuera de ella. Pero no pudo pensar en una buena razón para no hacer lo que Josua le habìa pedido. Era un delicado curso de acción y él era el candidato natural. Josua le miraba expectante.

    —¿Y bien?

    —Vale, - dijo Sav. —Hagámoslo.

    Josua extendió la mano. Sav se la estrechó. Le sorprendió la firmeza del agarre de Josua incluso a través del material del guante.

    Él dejó ir la mano de Sav y le dió un golpe amistoso en la espalda. —Vamos a contarle a Hebuiza las buenas noticias.

Capítulo 11

    

Capítulo 11 - Día 19 a 31

    El día siguiente, Sav descubrió, al menos en parte, lo que había estado molestando a Liis. Josua dedicó la mañana a trasladar sus pocas posesiones a un despacho en la primera planta, una sala de espera con un sencillo escritorio y sillas alineadas alrededor de las paredes. Incluía también una sala de reuniones más amplia con una mesa ovalada y sillas acolchadas. Era espaciosa, bien amueblada y había servido como oficina del admimistrador general. Dentro de esta última sala, había movido su cama. Sav había supuesto que Liis reclamaría para sí alguna de las otras oficinas que se agrupaban en torno a la de Josua. O que se mudaría a la oficina interior con él. Pero no hizo ninguna de ambas. En vez de eso, depués de que los dos ayudaran a Josua a instalarse en su nuevos aposentos, ella regresó al subnivel catorce. Josua pareció no notarlo o no importarle.

    Los días pasaron.

    Al transportar un contínuo flujo de suministros a la crio-instalación, Sav observaba cómo tomaba forma la zona de cuarentena. Las tres habitaciones que Liis había elegido estaban al fondo de un pasillo y se extendían más al sur que cualquier otro nivel. Por tanto, no había nada sobre ellas salvo roca sólida. Lo mismo era cierto para tres de las cuatro paredes. La cuarta pared, con sólo una única puerta, aislaría a los ocupantes del resto de la instalación.

    Recalibraron los conductos de ventilación para asegurarse de que el flujo de aire siempre fuese unidireccional y que el extractor enviaba el aire a una cámara de esterilización, donde era sobrecalentado e irradiado, antes de ser recogido por los conductos de retorno y ventilado de vuelta al sistema principal. Dado que no había lavabo ni aseo, instalaron dos tanques: uno para el agua fresca y otro para la residual. Luego, soldaron planchas en las paredes sobre toda abertura que pudieron encontrar y Hebuiza roció con esmero por toda superficie un líquido aislante que se solidificaba en un duro compuesto permanente que requería un esfuerzo considerable, junto con las herramientas adecuadas, para perforarlo. Repitió el proceso hasta que el sellante hizo una capa de varios milímetros en todas las esquinas de las paredes.

    También pasaron nuevos cables eléctricos y umbilicales por el mismo conducto que daba servicio a las habitaciones, sellándolo cuidadosanente. Cuando metieron los camastros, mesas, estanterías y armarios, Josua empezó a llenar los estantes de comida, ropa y equipo médico mientras Liis posicionaba las cámaras y micrófonos en lo alto de las paredes.

    Al décimo día de los preparativos, Sav fue a ver a Josua con una pregunta sobre los generadores que él había solicitado. Pasó por la sala de espera y llamó a la puerta de Josua pero no hubo respuesta. Sav empujó la puerta y entró. La oficina estaba vacía.

    Desde que Sav estuvo allí tres días atrás, se había montado un banco de monitores junto al escritorio de Josua. Cada pantalla mostraba un ángulo diferente de las habitaciones en cuarentena. En una habitación, un robot de carga o, más bien, el contenedor para su ocupante humano habitual; lleno de una masa de cables para movimiento hidráulico-electrónico; yacía en una tosca plancha portadora con ruedas entre dos estanterías cargadas de aparatos médicos. El robot se detuvo delante de una pila de cajas y empezó a cargarlas una por una en las baldas de las estanterías. En el monitor adyacente, Sav podía ver a Hebuiza sentado al fondo de la misma habitación operando el remoto con su cabeza pendulando en breves círculos.

    —Ya no falta mucho.

    Sobresaltado, Sav giró en redondo para encontrar a Liis de pie en el umbral. Las marcas en su cara eran pálidas líneas comparadas con los semicírculos oscuros bajo sus ojos rojos.

    —Esta noche sellaremos la cámara y bombearemos el aire fuera para probar su integridad. Si todo va bien, Josua quiere empezar la reanimación mañana. O pasado mañana como mucho. - Hizo una pausa. —¿Sabías que él ya no lo llama reanimación?

    —¿Él? ¿quién? ¿Josua?

    —Lo llama resurrección.

    —Liis, - dijo en voz baja. —¿Va todo bien?

    —No, - soltó abruptamente. —Yo nunca quise esto. - Luego, pareciendo confusa, dijo:, —Sí, sí. Todo va bien. - Ella apartó la mirada.—Cansancio. Esoes todo. Voy a dormir. - Se giró y entró en la sala de espera, después vagó hacia la puerta como un espectro, girando a la izquierda en el pasillo hacia el ascensor.

    Sav la vió marcharse.

    (Está cansada,) - pensó Sav. (Todos estamos cansados.)

    En la pantalla, el robot había retirado una jeringuilla de un mostrador y estaba colocando una aguja en el extremo con sus finos dedos articulados. Tras un momento de operación, el robot agarró una botellita y clavó la aguja en el tapón hasta atravesarlo. Un líquido amarillo pálido fluyó dentro del cilindro de plástico. En otra pantalla, la enjuta cara del Posibilitador se arrugaba en una sonrisa.

    (¿Resurrecciones?)

    Sav se acercó a los monitores. Uno por uno, los apagó. Dejó la oficina de Josua, regresó a la nave de descenso a esperar a Hebuiza para el regreso nocturno a la Ea.

Capítulo 12

    

Capítulo 12 - Día 32

    A la mañana siguiente empezó el traslado de cápsulas. Se reunieron en el subnivel cinco, al exterior de una cámara cavernosa, una de las más grandes de la crio-instalación. Aunque la energía ahora era, más o menos, segura, los paneles luminosos del techo permanecían apagados. Los paneles solares y los generadores aún no generaban el suficiente electrolito para ese lujo. Cuando entraron en la cámara, la única iluminación era el brillo pálido verde de las dos docenas de cápsulas vivas. Liis encendió su linterna y el espacio frente a ellos se llenó de luz blanca.

    Junto al centro de la sala, una cápsula de crio-estasis había sido separada de su soporte vertical. Colgaba de una cadena asegurada encima por un torno. Una gruesa cuerda verde atada a la base de la cápsula regresaba a las profundidades del soporte. El cableado que una vez se extendía entre lo alto de la cápsula hasta una caja de uniones del techo, ahora colgaba en una pila enrollada a un lado. En el pasillo adyacente había una camilla plegable con superficie cóncava que coincidía con los contornos de la cápsula. Una masa de equipo electrónico y dos cilindros pequeños estaban colocados en el estante bajo la camilla.

    Liis caminó hacia la cápsula y Sav la siguió detrás. Hebuiza y Josua habían ido al panel de la IA. Al mirar atrás, Sav no pudo ver a Josua en absouto y el Posibilitador era sólo una sombra perfilada por el suave brillo del panel que acababa de activar.

    —Nuestro primer... - liis dudó, buscando una palabra, —... experimento. -

    Sav vió que tenía mejor aspecto que el día anterior pero aún parecía agitada. Cuando Sav la miraba, ella desviaba la mirada.

    —De aquí en adelante, depende de tí y de Hebuiza.

    Ella apoyó una mano en la superficie de aluminio de la cápsula. La cadena crujió y la cápsula se balanceó ligeramente.

    Sav asintió. Después estiró el cuello para discernir las facciones del ocupante, pero la cápsula estaba demasiado alta para darle una vista clara. Creyó ver que era una mujer.

    —Una vez que Hebuiza inicie el procedimiento de traslado, vosotros dos bajaréis la cápsula hasta la camilla. - Ella le tendió a Sav un remoto con dos botones con letras de ARRIBA - y ABAJO. —Ten cuidado. Demasiado empuje puede dañar los tejidos frágiles. Una vez que tengas la cápsula sobre la camilla, tendrás que desconectar el cableado de la parte superior de la cápsula. Hay un seguro al lado del enchuge que tienes que presionar. Todo el cable debería salir de golpe con facilidad. Remplázalo con el que está conectado a la batería de la carretilla. - Liis dió unos golpes al cable enrollado en un gancho en el extremo de la camilla. —Desacoplar el umbilical es lo siguiente. - Señaló a la cuerda verde en la base. —Cuenta media vuelta a sinistrum. No te alarmes si salpica fluído del tubo. Es sólo residuo inofensivo que nunca ha estado dentro de la cápsula. La cápsula misma quedará sellada. Tendréis alrededor de una hora para completar el traslado antes de que empiece la degradación.

    —¿Y en la otra parte?

    —Invierte el proceso. Hemos preparado seis estaciones nuevas en la zona de cuarentena. Hay un cabestrante como este que recorre las estaciones por encima. Úsalo para bajar la cápsula al suelo delante de la estación, cambia los cables de nuevo y reconecta el umbilical. Cuando hayamos trasladado todas las seis y verificado que el proceso tuvo éxito, sellaremos la habitación y el robot abrirá las cápsulas.

    —Nada que objetar - murmuró Sav.

    Liis se quedó mirándolo sin parpadear. Si lo había oído o le importaba, no mostró indicio de ello.

    —¿Alguna pregunta?

    —Si. ¿Dónde está la siguiente?

    —En el subnivel diez. Hebuiza sabe dónde.

    —¿Y si tenemos problemas?

    —Josua y yo estaremos en el nivel cero. Estaremos en contacto con vosotros por la radio de vuestros trajes. ¿Algo más?

    —No. Sólo...

    —Sólo ¿qué?

    —Me gustaría saber lo que te preocupa.

    —Nada. - Liis colocó abruptamente la linterna en el suelo y se marchó andando.

    Sav observó su progreso hasta que atravesó la puerta y desapareció en el pasillo. Josua la siguió un momento después. A su izquierda, el Posibilitador aun estaba sombreado por el panel.

    La luz de comunicación se iluminó en la pantalla de estado del visor de Sav indicando una conexión triple.

    —¿Todo listo? - preguntó Josua por radio.

    Al fondo, Sav podía oir el distintivo sonido del ascensor contando plantas.

    El Posibilitador respondió afirmativamente y Sav le imitó.

    —Bien, - dijo Josua. —Es hora de despertar a los muertos.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Mover todas las cápsulas llevó menos de cuatro horas. Las conexiones habían salido tan fácilmente como Liis había dicho. Lentos remolinos de nitróeno líquido evaporado se habían deslizado de los extremos del umbilical desconectado y se habían acumulado en torno a las botas de Sav. Maniobrar las cápsulas en las carretillas había sido una tarea relativamente sencilla, pues aunque eran incómodas de manejar, especialmente dentro de sus trajes AEV, los cilindros estaban fabricados de un compuesto de aluminio y eran más ligeras de lo que Sav había pensado. Una vez sobre las camillas, las habían arrastrado hasta el ascensor y llevado al segundo subnivel hasta la zona de cuarentena. Allí, con la ayuda del torno que Hebuiza había instalado, habían bajado las cápsulas hasta el suelo delante de un grueso conducto horizontal que recorría la pared a la altura de la rodilla. Saliendo del conducto había seis conjuntos de cables y umbilicales. En el lado opuesto de la sala, se habían dispuesto las camas, completando cada espacio con goteros de vías intravenosas y monitores de constantes vitales.

    Sólo por si acaso, - había dicho Josua.

    Las estanterías tras las camas estaban llenas de equipo médico.

    Sin que fuera sorprendente, Hebuiza se mantuvo tan distante del proceso entero como le fue posible. No se acercó a las cápsulas hasta que Sav hubo cortado las conexiones. Sólo entonces se aproximó el tiempo escasamente necesario para subir los cilindros a la camilla con su peculiar movimiento de cabeza dentro del casco ovalado en señal de agitación. En la parte de montado hizo lo mismo, ayudando a Sav a manipular cada cápsula hasta el suelo. Tan pronto como se completó esta tarea, el Posibilitador huyó de allí, dejándole a Sav el reconectado de los cables y umbilicales al conducto.

    Durante el traslado, Sav había estado tan ocupado que había prestado poca atención por la identidad de los ocupantes de las cápsulas. Ahora que había reconectado la última y el Posibilitador había desaparecido, fisgoneó a sus ocupantes más de cerca. A través del grueso material de la puerta y el vapor del nitrógeno las caras estaban borrosas. Era imposible ver los detalles. Quizá era un efecto del líquido pero las seis caras parecían cadavéricas, incoloras. Pero él sabía que estaban vivas: el monitor de estado de cada cápsula lo confirmaba. Y ninguna tenía las lesiones de la plaga. A pesar de esto, se sintió como mirase las cáscaras de seis extraños.

    Retrocedió hasta el pasillo.

    Vió que el Posibilitador ya había dejado la zona, quizá la planta. De modo que Sav fue a sellar la puerta como Josua le había indicado y, usando el láser dejado allí para tal propósito, selló su cierre. Cuando terminó el trabajo, retomó sus pasos hasta el ascensor. Junto a la cabina estaba su última precaución: un tanque lleno de sodio hipocólico. En el suelo estaba el charco dejado por Hebuiza. Sav cogió la mangera del tanque y, apuntándose con la boquilla, se roció cuidadosamente el exterior del traje con el desinfectante. No quedaba nada más que hacer allí. Ahora que las cápsulas se habían movido, él y Hebuiza regresarían a la Ea mientras Josua y Liis monitoraban a los internos. Al día siguiente empezarían las reanimaciones.

Capítulo 13

    

Capítulo 13 - Día 33

    —He decidido esperar otros cinco días antes de reanimarles. - Josua se acarició la barba, ya poblada con finos rizos negros pimentados de gris.

    Sav se mordió el labio. Durante la preparación de la sala de aislamiento, él había aplazado casi todo sus asuntos por Josua. Era natural, Josua estaba en la instalación las veinticuatro horas, era consciente de los problemas y capaz de anticipar posibles soluciones, mientras que Sav sólo había hecho breves apariciones entre sus saqueos y viajes a la Ea. Pero ahora, esta decisión unilateral sobre las reanimaciones había sacado el tema forzadamente: Josua estaba, en efecto, al mando allí abajo. Sav trató de no pensar en sus implicaciones. En su lugar, miraba la pantalla junto a la pared. Las luces de estado sobre las cápsulas mostraban verde por todos paneles. Todo parecía correcto. Se giró hacia Josua.

    —¿Por qué retrasarlo? ¿Va algo mal?

    —No.

    Cuando Sav y Hebuiza habían regresado a la instalación esa mañana, Sav había esperado que Josua estuviese impaciente por levantar a sus internos. Pero lo encontró solo, sentado tras su desordenado escritorio en su suntuosa silla, clasificando papeles en tres pilas.

    —Entonces, ¿por qué esperar?

    —Algunos días más no les hará daño. - Josua se reclinó en el asiento y levantó una hoja de una de las pilas.—Y nos dará una oportunidad de estudiarles más de cerca, ahora que tenemos un enlace directo. - La hoja estaba llena de datos con un gráfico abajo.

    —Estoy de acuerdo, - dijo el Posibilitador.

    Había estado de pie en su lugar habitual lejos de la puerta, como si pensara que su riesgo de infección se incrementara con cada paso adicional al interior de la oficina. Pero ahora caminaba pasando a Sav hasta quedar delante del escritorio.

    —Con las nuevas conexiones seremos capaces de ejecutar diagnósticos más eficientes. Es una salvaguarda considerable.

    Sav estaba molesto, no sólo por el retraso, pues sabía que había estado ansioso anticipando la expectativa de nuevas caras, sino también por la indiferencia de Hebuiza.

    (¿No era acaso idea suya todo el proyecto? Su cabeza debería haber estado pendulando de agitación ante este cambio de planes.)

    Sin embargo, parecía no importarle. Algo no iba bien.

    —Creía que los dos estaríais ansiosos por despertarles.

    —Y lo estamos , - respondió Josua. —Tanto como tú. Pero, ¿por qué tomar riesgos innecesarios? Creo que deberíamos mejorar nuestras opciones de supervivencia si se da la oportunidad. Si sólo uno de ellos ha contraído la plaga, reanimarles sería una sentencia de muerte para los seis.

    (¿La plaga?) - pensó Sav.

    —Hebuiza seleccionó sólo gente internada cinco años, al menos, antes del asentamiento de la plaga. Así que, ¿por qué preocuparse por ella ahora?

    Josua se levantó, rodeó el escritorio y Hebuiza dió un paso para dejarle pasar.

    —Déjame tener una charla a solas con Sav, - dijo Josua al Posibilitador mientras le abría la puerta de la oficina.

    El hombre dudó, luego se encogió de hombros.—Bueno. - Pasó al lado de Sav y entró en la sala de espera. Josua cerró la puerta.

    —¿Qué demonios... ? - comenzó Sav.

    —Está asustado, - dijo Josua.—Aún está aterrorizado por la plaga. Después de que moviérais ayer la última cápsula, vino a verme y me pidió retrasar las reanimaciones. Como precaución, dice que quiere hacer más pruebas. Creo que empieza a tener segundas ideas, aunque no lo admitirá. - Josua se acercó y puso una mano en el hombro de Sav.

    Sav se arredró, luchó la urgencia de apartarla. Sintió que su cara se inflamaba. La paranoia del Posibilitador le había infectado. Miró a Josua, temiendo su reprobación. Pero pareció no haberlo notado. Aún estaba hablando.

    —... confortable. Dejále que haga sus pruebas. Es el único medio para reafirmarle. Dale unos cuantos días para que se acostumbre a la idea. Luego, se sentirá mejor sobre todo el asunto. - Josua levantó la mano y caminó hacia los monitores.—Le necesitamos en esto. Si decide que no quiere seguir adelante con las reanimaciones, podría ponernos las cosas difíciles. Tú lo sabes. Por eso quiero mover con cuidado. Un pequeño retraso no va a hacer gran diferencia. - Tocó la pantalla con una vista de las cápsulas. —Y ellos no van a ir a ningún sitio, ¿verdad? - Dejó caer la mano. —Si Hebuiza sigue sin estar dispuesto a proceder en cinco días, tú y yo decidiremos lo que hacer, ¿vale?

    —¿Y qué hay de Liis?

    —¿Liis? - Josua pareció confuso.

    —Has dicho que tú y yo lo decidiríamos. ¿Qué pasa con Liis?

    —Pues claro, por supuesto - dijo Josua inmediatamente con tono conciliatorio.—Ella tendrá parte en la decisión.

    Sav asintió. Aún estaban rascando la superficie del asunto del mando. Sav era reluctante de abordarlo y Josua parecía sentirse de igual modo. Incluso ahora, Josua estaba bordeando su decisión como una sugerencia más que una orden. Pero era claro que, al menos en los confines de la instalación, Josua se creía estar al mando.

    Josua se movió hasta detrás de su escritorio y se acomodó en su silla.

    —Mientras tanto, sugiero que usemos esta tregua a nuestro favor. Hay un centenar de cosas que Liis y yo podríamos empezar aquí antes de que empiecen las reanimaciones. E imagino que tú aún tienes un largo camino para terminar con esa lista de lugares. Mucho de ese equipo son cosas que necesitarán una vez pasen la cuarentena.

    Era cierto. Sav no había visitado la décima parte de las localizaciones. Sus excursiones de saqueo, tan desapetecibles como eran, ahora parecían infinitamente preferibles a trabajar en la instalación en compañía de los fríos silencios de Liis o el miedo paranoico de Hebuiza. Por ahora, al menos, no quería otra cosa que estar solo.

    —Cinco días, - dijo él. —Luego, hablamos.

    —Sí, - dijo Josua solemnemente. —Debería ser suficiente tiempo. - Se inclinó sobre la mesa para pulsar un botón. La puerta se abrió en señal de que Sav estaba siendo despachado.—Dale a Hebuiza un poco de espacio y se pondrá bien.

    Sav asintió, escéptico. Salió andando. En la sala de espera, el Posibilitador se apoyaba contra el muro del fondo con los brazos cruzados.

    —¿Y bien? - la voz de Hebuiza, pensó Sav, tintineaba de miedo.—¿Y Bien?

    Sav le ignoró. Puso su visor opaco y salió al pasillo en dirección a la nave de descenso. Su propio silencio era mezquino e infanti, Sav lo sabía. Y, probablemente, mal dirigido, pues no estaba realmente molesto con el Posibilitador, estaba furioso con Josua, que en el trajín de los preparativos para las reanimaciones se las había arreglado de algún nodo para usurparle la poca autoridad que le quedaba.

Capítulo 14

    

Capítulo 14 - Día 39

    Sav supervisaba el ruinoso paisaje desde el borde de la pasarela más alejada: todos salvo dos de los ocho hangares habían ardido hasta los cimientos. Los que quedaban estaban ennegrecidos y agrietados por disparos de armas de fuego y láser. En algunos lugares, el mismo alfalto estaba abultado o volado en pedazos, dejando huecos como cráteres llenos de agua. Nada quedaba de la torre de control o de las oficinas de administración sino un montículo oscuro sobre el que emergía una maraña de maleza invasora innaturalmente espesa y manchada de una pasta carnosa oscura. La cara sur de cada muro aún en pie estaba cubierta del gris uniforme de la sombra nuclear. En la pantalla de su traje, una calavera amarilla le sonreía su advertencia.

    El sudor picante le entró en los ojos y parpadeó. Sus recirculadores se quejaban con un intencionado zumbido sordo y el traje ahora apestababa permanentemente a orina estancada y heces. Diseñado para gravedad cero, nunca se había esperado estar revolviendo por pilas de escombros. Ya había tenido que hacer reparaciones dos veces en el sistema de comunicación y una en el recirculador. Era sólo cuestión de tiempo hasta que el traje fallara por completo. Hasta que se desintegrara como las ruinas que tenía ante él.

    (Sólo cuestión de tiempo.)

    De todos los lugares de la lista de Josua, Sav había conocido este mejor. La Escalera, lo habían llamado los viajeros. Sav no podía recordar cuántas veces había estado en este espacio puerto, enviado aquí entre saltos para esperar su siguiente contrato. Imaginó el campo bullicioso como solía estarlo: un galimatías de actividad; los convoys de tractores entre las torres de control y los hangares, transportando carga y tripulación; naves llegando y despegando cada pocos minutos, el brillo cegador de sus llamaradas de extracción, la pista tronando sus vibraciones recogidas en la tierra como el ronroneo en el pecho de un gigante.

    En la época en la que sólo se había embarcado unos pocos viajes, había comprado una casita exclusiva en Briam, a veinte klicks de aquel campo. Había sido en un momento de flaqueza sentimental, un deseo de tener un lugar al que poder regresar. Un lugar que pudiese llamar hogar. Pero nunca se sintió cómodo allí. Sus paredes vacías y eclépticos muebles parecían acusarle de no tener una vida con la que llenar aquellos espacios. En lugar de ser el refugio que había esperado, la casita sólo agudizaba su deseo de huir de Bh'Haret y regresar al anomimato del espacio. Tres veces regresó a sus pasillos y habitaciones vacías. Luego, antes de confirmar su siguiente viaje, la vendió con vergonzoso beneficio.

    Despilfarró todo el dinero de la venta con una borrachera en un local de juego.

    (Era demasiado tarde.) - pensó Sav al recordarlo. (Incluso para entonces.)

    Una maleza de hierbas secas se extendía ante él. Todo de valor había desaparecido mucho tiempo atrás, quedaba el despojo del loco desastre de la plaga. El patrón era demasiado familiar: campos de aterrizaje, instalaciones militares, molinos industriales y fábricas. Todo lo que hubiera sido útil para preparar otro viaje con la Ea, destruído. En el pánico que debió seguir la aparición de la plaga, Habría habido sospechas entre las ciudades estado, desconfianza entre las asociaciones frágiles de los concilios. ¿De quién era la plaga? ¿Quién la diseñó y la propagó? Habría habido amenazas y contra-amenazas. Habría habido ataques y represalias. Y este campo, como todos los demás, habría sido un objetivo principal.

    Pero incluso así...

    Un sentimiento de angustia había estado creciendo dentro de Sav como un tumor. La destrucción era demasiado metódica, demasiado completa. Tenía una eficiencia improbable. Cuanto más tiempo pasaba cribando entre los detritus de aquellos lugares, mayor era su creencia de que hubo otra voluntad funcionando, una presencia que quería que la destrucción pareciese parte del caos que siguió a la plaga.

    (Con la perspectiva de la devastación.) - pensó Sav.

    Quizá Josua tenía razón después de todo y en sus fiebres pudo ver claramente lo que ellos no podìan: la mano de Nexus.

    Cuando Sav regresó a la instalación, Liis estaba esperando junto a la plataforma de aterrizaje. Era el quinto día después de que él y Hebuiza hubieran movido las cápsulas de estasis, el día que Josua le había dicho que comenzarían las reanimaciones. La nave de descenso se posó en el suelo y sus motores diseminaron por el asfalto nubes de polvo y guijarros. Liis levantó los brazos para protegerse la cara.

    Sav abrió la compuerta y empezó a descargar los objetos que había saqueado esa mañana.

    —Deja eso. - Liis estaba tras él con un brazo aún levantado para bloquear el sol del atardecer en los ojos.—Josua quiere verte.

    Sav dejó en el asfalto la caja que había levantado y siguió a Liis adentro. Justo cuando las puertas de la entrada se abrieron, Liis se detuvo de golpe y se giró hacia él.

    —Tienes que entender, tuvimos que hacerlo. - Su tono mostraba enfado y era defensivo.—No tuvimos otra opción. - Luego, habló más calmada, como si estuviera rogando. —Josua explicó la necesidad...

    Sav se sintió enfermo.—¿Hacer qué, Liis?

    —Reanimarlos.

    —¿Josua los ha reanimado?

    Ignorando su pregunta, Liis dijo,—Recuerda Sav, tuvimos que hacerlo.

    —No entiendo...

    Pero Liis ya se había dado la vuelta y había desaparecido por la entrada antes de que las puertas se cerraran tras ella.

    Ella se movía encorvada pasillo abajo. Sav corrió tras ella.—Liis... .

    Ella giró a la izquierda y entró en la recepción de la oficina de Josilua. Sav la siguió detrás. Cuando llegó allí, la sala estaba vacía. Se abrió paso hasta la oficina interior. Al principio Sav no reconoció a Josua. Se había afeitado la barba y peinado el cabello. Parecía el viejo Josua de siempre. El acicalado alzó la vista desde detrás del amplio escritorio extendido con la preocupación escrita en su cara. En el lado opuesto de la sala, el Posibilitador se apoyaba contra la pared moviendo la cabeza dentro del casco con los brazos cruzados mirando a Sav. Liis había retrocedido hasta la esquina del fondo y miraba ferozmente algo a la derecha de Josua. Sav siguió su mirada hasta los monitores. Mostraban las escenas habituales de la zona de cuarentena salvo por las cápsulas: tres estaban ahora vacías con sus tapas apliladas ordenadamente al lado. Sav consultó rápidamente las otras pantallas pero no vió movimiento, ni figuras de pie, andando o sentadas. Nada que indicara la presencia de los que habían despertado.

    Sav miró otra vez a Josua.—Los habéis reanimado.

    Josua asintió. —Sí.

    —¿Hace cuánto?

    —Cinco días.

    Cinco días. Sav no podía creerlo.—Dijiste que no ibas a hacer nada hasta que hablases conmigo.

    —No. Yo dije que hablaría contigo si Hebuiza no quería proceder con las reanimaciones. Pero quiso.

    Sav miró al Posibilitador, luego de vuelta Josua.—Vosotros dos habéis planeado esto. - dijo decepcionado.—Me mentísteis.

    —Fue necesario. Tú te hubieras opuesto al experimento.

    (¿Qué experimento? ¿No había usado Liis la misma palabra?)

    —¿Qué les has hecho?

    Josua frunció el ceño.—¿Hecho? Yo no he les hecho nada. - Señaló hacia las pantallas.—Míralo tu mismo.

    Sav miró. Al principio no vió nada salvo habitaciones desiertas y al robot inmóvil junto al equipo de laboratorio. Entonces percibió las camas de hospital. Tres estaban ocupadas con goteros y monitores de signos vitales alrededor. Sav miró más cerca. Una mujer, o lo que Sav pensó que era una mujer, estaba en la primera cama con una sábana echada hasta su pecho. Cuerdas gruesas y anchas recorrían su pecho, cintura y tobillos. Tenía la mandíbula laxa y su boca era una abertura negra. Sus ojos hundidos estaban abiertos sin un pestañeo. El sudor relucía en su frente. Sav se acercó un paso más al monitor. Ahora podía ver que su cara y hombros estaban salpicados de heridas rojas y oscuras como las que había visto en la directora de la instalación. La mujer respiraba de modo irregular, su pecho subía y bajaba erráticamente. En la cama junto a ella había un hombre recio de mediana edad que parecía dormido o sedado. A pesar de la misma palidez enfermiza, parecía estar bien. Estaba sujeto de forma similar. La tercera cama era una bolsa sellada.

    —Mierda. - Sav sintió náuseas.—Tenían la plaga, ¿verdad?

    —Sí, - replicó Josua.

    (Se están muriendo. ¡Dos niveles más abajo, a doscientos metros del pasillo! ) - pensó Sav.

    Tembló involuntariamente.—Yo... yo creí que todos se habían internado mucho antes de la plaga.

    Nadie dijo nada.

    Sav se giró. Hebuiza le devolvió la mirada a través de sus ojos entornados. Y Liis no quería mirarle, parecía querer fundirse con la esquina de la oficina.

    —No. - Josua se levantó.—Estos tres estaban en los estadios imiciales de la enfermedad antes de que los resucitáramos.

    —¿Estáis locos? - Sav estaba atónito. —¿Porquè? ¿Por qué demonios habéis hecho esto?

    —Es el único modo de estudiar la plaga a salvo, Sav. Tenemos que entender sus vectores. Cómo se propaga. Tenemos que saber si es seguro para nosotros que nos quedemos.

    —¡Nosotros no somos científicos! - gritó Sav. —Las mejores mentes en Bh'Haret no descubrieron nada acerca de la plaga. ¿Cómo demonios se supone que nosotros vamos a hacerlo mejor?

    Hebuiza descruzó los brazos.—Si te tomas un momento para pensar sobre ello, - dijo en un tono burlón.—hay varias diferencias importantes. La primera y más importante es que ellos estaban a poco menos de treinta días de la extinción. Nosotros, por otro lado, parece que tenemos tanto tiempo como necesitamos ahora que hemos creado un entorno en el que estudiar la enfermedad sin riesgo para nosotros. Además, tengo acceso para pedir prestada tecnología que estaba clasificada cuando la plaga se manifestó. Sólo unas cuantas personas sabíamos de la existencia de estas cosas y se nos prohibió usar estos artefactos abiertamente. Pero ahora, podemos hacer lo que nos plazca. En las pasadas semanas he recogido tanto equipo como he podido localizar y lo he trasladado a mi laboratorio.

    —Entonces, vosotros planeásteis todo esto desde el principio, ¿verdad? - dijo Sav mirando entre los dos hombres.—Este experimento. - La palabra casi le hace dar una arcada.

    —Sí, - respondió Josua sencillamente.

    —Los habéis sentenciado a muerte.

    —Habrían muerto de todas formas, - dijo Josua con tono agresivo.—Ya tenían la plaga.

    (Tres muertes más.) - pensó Sav.

    Miró a las tres cápsulas sin abrir.—¿Y las otras?

    —Fase terminal. - Las palabras fueron susurros, apenas audibles. —Condición inoperable. - Era Liis, hablando desde la esquina.

    Sav se giró confundido. —¿Condición inoperable?

    El color había desaparecido de la cara de Liis. Sav tuvo miedo de repente de haber entendido.—No tienen la plaga, ¿verdad, Liis?

    —No, - Josua respondió por ella.—No la tienen. Pero se están muriendo de otras enfermedades degenerativas. Como la mayoría de los clientes aquí. - señaló con la cabeza a la pantalla. —Los otros tres tenían espectativas de vida de menos de un año cuando fueron internados.

    —Joder, - dijo Sav. —¡Que os den a todos! Vais a exponer a gente a la plaga. ¿Verdad?

    Josua le miraba indiferente. —Es el único modo de estudiar la transmisión de la enfermedad. Necesitamos saber más sobre sus marcadores. Necesitamos saber si es seguro quedarse.

    —¿Seguro? Vais a matar a seis personas. ¡Sólo para averiguar si es seguro para tí!

    —No, - Josua respondió rápidamente. —No para mí. Para nosotros. Para los viajeros aún por regresar. Para los de abajo, encerrados en sus cápsulas, que aún pueden ser reanimados. - sus palabras fluyeron suavemente, no había duda de que las había practicado. —Debemos identificar y destruir todas las reservas de la enfermedad si queremos sobrevivir. Para hacer eso, Hebuiza necesita completar su investigación. Yo estoy de acuerdo de que es aberrante, pero debe hacerse.

    Sav miró las tres cápsulas restantes descansando en el suelo como ataúdes. Cuerpos anónimos para ser ofrecidos como sacrificios por su supervivencia.

    (¿Cuántos más vendrán después?)

    Sav encontró difícil hablar.

    —Pero son... son inocentes.

    —¡No son inocentes! - El grito de Liis' sobresaltó a Sav. Ella se había alejado un paso de la esquina y alzado la mano. —Ya nadie es inocente, - dijo ella.—Nexus se aseguró de que fuera así.

    Sav miró a Liis y se preguntó lo que Josua le habría estado contando. En su cabeza enferma, Josua había murmurado incoherentes amenazas contra la Poliarquía. Pero con su recuperación toda esa charla había cesado.

    (¿Aún intentaba castigar a Nexus por lo que podía o no haber hecho?)

    —Ella tiene razón, Sav, - dijo Josua. —No hay nada que podamos hacer por ellos. Pero ellos pueden hacer algo por nosotros.

    Sav negaba con la cabeza de incredulidad, rozando la barbilla con el interior del casco.

    —No tenemos elección, - añadió Josua.

    —Ni... - dijo Sav, —Ni tampoco la tienen ellos. - Salió de la habitación cargado por la rabia como una onda a través de la zona de recepción y el pasillo.

    (¿Cómo podían hacer esto? ¿Cómo podía Liis?)

    Tres misiones juntos y pensaba que la conocía. Pero ella había cambiado.

    (Todos hemos cambiado.)

    Un extraño vértigo tomó posesión de él. Salió a trompicones de la instalación y subió el camino hacia la nave. A bordo, se dejó caer en el asiento del piloto y observó cómo sus manos conectaban el cable de comando al panel de navegación. Sintió el zumbido de los rotores y el empuje cuando la nave se elevó de la plataforma. El mundo caía alejándose.

    Sav se sentó allí, sin pensar. Sus recirculadores gimieron y el vaho empañó su visor. Ignoró los iconos de advertencia amarillos indicando que el traje alcanzaba sobrecarga de servicio. El nave subió tres mil metros y se detuvo. Sav de pronto fue consciente de la voz de la IA en su auricular, preguntando una y otra vez:

    Introduzca Ruta -Introduzca Ruta.

    Fue sólo entonces cuando descubrió que no tenía donde ir.

Capítulo 15

    

Capítulo 15 - Día 41

    Allí abajo, en el subnivel catorce, las luces no se habían restaurado. Al salir del ascensor hacia el pasillo, Sav encendió la lámpara de su casco. La luz arponeó la oscuridad.

    (Vacío.)

    Avanzaba pasillo abajo pisando tan levemente como podía, como había hecho cuando dejó atrás las puertas cerradas de Josua y Hebuiza en el nivel cero. Subió su receptor de audio externo al máximo y no pudo oir sus propias pisadas. Pero tampoco podía oir su propia respiración por el constante gemido agudo del recirculador. La unidar había empezado a quejarse momentos después de que despegase la nave de descenso de la bahía de la Ea hacía cuatro horas.

    En el exterior de la quinta puerta a la derecha hizo una pausa. Después, la empujó suavemente y se abrió. Dentró, Liis yacía sobre su camastro, los restos del cuidado de Josua aún estaban diseminados por el suelo. Tenía los ojos cerrados y parecía dormida. Pero cuando Sav puso un pie dentro, ella se incorporó y deslizó sus largas piernas hasta el suelo. Parpadeó en el brillo de su luz y sus pupilas menguaron en dos puntos negros.

    —¿Sav? - Su voz era débil, casi ahogada por el recirculador.

    Él entró en la habitación.

    —¿Dónde has estado, Sav?

    —Lejos, - respondió.

    Los últimos dos días los había pasado a bordo de la Ea ignorando las incesantes solicitudes para enlace de comunicación. El camastro crujió cuando se sentó junto a ella.

    —Necesitaba pensar.

    —Hebuiza está furioso. Ha estado encerrado en el traje durante cincuenta horas.

    —¿Y?

    —Y Josua ha estado preocupado por tí.

    (Querrás decir... ) - pensó Sav. (... que ha estado preocupado por su preciosa nave.)

    —Quiere hablar contigo.

    —No me apetece mucho hablar.

    —Entonces, ¿por qué has vuelto?

    —Porque... porque he... - Sav dudó.

    Ahora que estaba allí, no estaba seguro.

    (¿Por qué había vuelto? ) - se quedó mirándola.

    Ella le devolvió la mirada sin titubear. Sin juzgarlo. Como haría una amiga.

    —¿Por qué no vienes conmigo? - dijo él de pronto. —Nosotros dos podríamos encontrar un lugar. -

    No era eso lo que había querido decir. Pero ahora que lo había dicho, sintió la urgencia de su necesidad por convencerla.

    —Podríamos empezar de cero. Nosotros dos. -

    La expresión de Liis se endureció y él sintió que ella se le escapaba. El pánico inundó su pecho.

    —No necesitamos hacer esas reanimaciones, Liis. Es de locos. -

    Ahora su voz sonaba como la de un niño en sus propios oídos. Se sintió idiota y desesperado. El sudor se reunía en sus sienes.

    —Podemos... podemos irnos.

    —¿E ir a dónde?

    Él no había pensado sobre ello. El acto mismo de escapar le había parecido suficiente. Ahora se enfrentaba al problema que le había estado persiguiendo toda su vida: no tenía ningún sitio donde ir. Ningún lugar era su hogar.

    —Yo... no lo sé. Algún sitio. Cualquiera es tan bueno como aquí.

    Liis miró más allá de él, como si contemplara su oferta. Luego, encontró su mirada.

    —Sav. Lo siento.

    La furia se llevó lo mejor de él. —No te engañes a tí misma. Tampoco es que Josua te necesite más aquí.

    Las marcas en su cara ondularon mientras su mandíbula se movía debajo. Se levantó del camastro y empezó a andar por la sala con sus largas piernas dando cortos pasos agitados, como un animal grande atrapado en una jaula estrecha. Se detuvo de golpe a dos pasos de Sav y alzò una mano a su cara para tocarse los labios. Este gesto pareció calmarla. Tras sus dedos dijo,—No. Él aún me necesita. Me lo dijo.

    —Te miente, Liis. Te está utilizando.

    Dejó caer la mano, negando con la cabeza lentamente de lado a lado.

    —Te equivocas.

    —¡Despierta, Liis! Aún está obsesionado con esa mujer muerta. Quiere vengarse. De Nexus. Por eso ha reanimado a esos portadores de plaga. ¡Quiere probar que Nexus estuvo detrás de la plaga!

    —¡No!

    Sav se sorprendió de estar de pie delante de ella.

    —¡Está loco! continuará sus resurrecciones hasta que haya probado lo que quiso probar desde el principio. Que Nexus es responsable.

    —Eso no es cierto. Me dijo que los siguientes no serían parte del experimento.

    ¿Los siguientes? - Sav miró a Liis y ella le miró desafiante, pero su cara estaba colorada.—¿Josua va a reanimar más?

    —Dos internos sanos. Gente que puede ayudarnos. Un viajero y un médico.

    —¡Mierda, Liis! Está mintiendo. ¿No lo ves? No necesitamos más ayuda. Es sólo una excusa para dar el próximo paso en su experimento: va a introducir especímenes de control. Los matará como mató a los otros. Solo que esta vez so serán pacientes terminales. Será gente perfectamente sana.

    —Dijo que les despertaría y les dejaría salir. Como nosotros. Ví las listas. Tenía casi un centenar de internos sanos entre los que elegir. Pero eligió los dos con mayor probabilidad de ser útiles. ¿Por qué iba a seleccionarlos si lo que quería es seguir con su experimento?, ¿no habría escogido gente sin habilidades útiles?

    —Podía haber cambiado la lista, Liis. Alterado los datos.

    —No, - dijo ella, pero su voz dudaba. —Prometió que estarían a salvo.

    ¿Qué podía él decir a eso?.

    (Nada.) - pensó Sav.( No existía respuesta.)

    Josua le había dicho lo que ella quería oir. Todo lo demás era irrelevante. Liis nunca dejarìa la instalación ahora. O incluso después, cuando ella descubriera el engaño de Josua, él le diría otra mentira para limpiar la consciencia de Liis. Sav sintió que se drenaba la furia que le había movido momentos antes. Sus hombros cedieron. Había estado en el traje sólo una horas pero le hundía los hombros como bolsillos llenos de piedras.

    —Por favor, Liis, - dijo una vez más, sabiendo que no había esperanza de influenciarla.—Podemos encontrar un lugar seguro.

    —No hay lugares seguros. - Extrañamente, los ojos de Liis parecían estar llenos de preocupación por él. Se acercó y sujetó las manos de Sav entre las suyas, el gastado material de sus guantes se acunó en sus largos y pálidos dedos. Ella miró por la sala, sus ojos se demoraron en los estantes, en la pila de sábanas usadas tiradas en la esquina, en la basura del suelo.

    —Este sitio es tan bueno como cualquier otro.

    Sav salió de la habitación de Liis y recorrió el pasillo. Se sintió acalorado, mareado, como si hubiera pasado mucho tiempo bajo un sol abrasador. Se abrió camino a través de los restos esparcidos por el pasillo y llegó al ascensor. Estaba tal como lo había dejado, con la puerta abierta, esperándole. Entró y el fulgor naranja de los botones de las plantas le iluminó directamente. Se quedó mirándolos.

    (¿Ahora qué?) - se preguntó. (¿Qué opciones me quedan?)

    Podía coger el avión de Hebuiza y huir en solitario: Bh'Haret era lo bastante grande como para no tener que ver a Hebuiza o Josua de nuevo. Pero mientras consideraba la idea, sabía que nunca podría hacerlo. Siempre había sido un solitario, la mayoría de los viajeros lo era. Pero la perspectiva de tan irrevocable aislamiento le aterrorizaba. Si dejaba a los otros, pasaría solo el resto de su vida. Y moriría solo, una muerte sin propósito final.

    La alternativa era regresar a la Ea e intentar un aterrizaje planetario en un mundo no afiliado. Pero el suministro de esferas de microfusión de deuterio estaba casi agotado. Un viaje sólo de ida al mundo más próximo llevaría siglos. Y una vez allí, casi con seguridad no le permitirían pasar más allá del Lázaro orbital, eso si no le destruían primero a él y a la nave como medida de precaución.

    Lo que le dejaba con una única última opción. Quedarse. Ayudar a los otros.

    (Quizá Josua entre en razón si hablo con él, quizá detenga los experimentos.) - Sintió el latido de una súbita esperanza. (Y si no, yo podría ayudar a los que quedan en suspensión, cuidar de sus intereses, a alguien que lo necesite.)

    Pero sabía que aquello eran racionalizaciones vacías. Se agarraba a algo que le ayudaba a mantenerse a flote. Eran enfermos terminales. No había nada que él pudiera hacer por ellos.

    (Si hubiera estado yo en suspensión, habría querido que hicieran lo mismo por mí.) - Pero sabía que esto también era mentira. Sus ideas estaban atrapadas en una caja.

    Con vehemencia, pulsó el botón del nivel cero, doblándose el dedo dolorosamente. Las puertas se cerraron y el ascensor comenzó a elevarse.

    El movimiento hizo que el estómago de Sav diese un vuelco. Sus respiraciones se hicieron más cortas, el sudor se acumulaba en su frente y le caía por los ojos, molestando su visión. El recirculador del traje gemía furiosamente en sus oídos. Intentó no pensar. Lentamente, el indicador de planta sobre la puerta cambiaba por los niveles hacia el cero. Sav sintió que estaba atrapado en una gruesa burbuja de fluído viscoso. Se dejó caer contra el muro trasero de la cabina. Luego, extrañamente, se encontró de rodillas, con la cabeza inclinada mirando el castigado suelo del ascensor. En la esquina de su visor, vió el icono de alerta de oxígeno, que había permanecido amarillo durante toda la semana, cambiar a rojo.

    (Privación de Oxígeno)

    Sav se tumbó de espaldas, miraba el techo del ascensor. Un objeto sólido estaba haciendo cuña bajo su columna. El olor de aislante quemado le envolvió. Su cabeza martilleaba, un contínuo golpe rítmico que embotaba sus oídos. No podía recordar haberse tumbado boca abajo. Un voz (¿La suya?) - le urgía a romper los sellos de su casco pero su brazo derecho era de plomo, demasiado pesado para levantarlo y el izquierdo estaba inmóvi, atrapado por un peso inmenso. No habìa nada que pudiera hacer. Luchar era inútil. Le vino un pesamiento:(aquí estoy. asfixiándome en este traje mientras todo lo que me rodea es un océano de aire)

    El hecho le pareció gracioso. Intentó reir pero el esfuerzo le hacía jadear, feroces estrellas hacían arcos en su campo de visión. Trató de seguirlas pero ellas no le querían y le empujaban hacia atrás. Sus tímpanos crujían. Un cosquilleo, como el de una pluma, le rozaba levemente en la garganta y el paladar, hacía giros dentro de su boca y sus fosas nasales. Momentos después saboreó metal amargo al final de la lengua.

    (Aire. Es el sabor del aire.)

    Los músculos de su pecho se rindieron, estaban demasiado cansados para arrastrar nada a sus fatigados pulmones. Algo afilado aporreaba su esternón. Jadeó traumatizado, absorvió una bocanada de aire. Sintió espasmos en los músculos del pecho, expulsando el aire y forzándolo a succionar de nuevo. Respiró de nuevo con rápidos y cortos jadeos como un pez fuera del agua.

    —Te estás hiperventilando. - Era la vocecita de Josua a kilómetros de distancia. —Respira hondo y despacio.

    Las extremedidades de Sav le hormiguearon; un sonoro zumbido se había instalado en sus oídos pero sabía que no era el del recirculador. Esohabía fallado por completo y producido ese olor a quemado que había olido antes. Concentó su voluntad en respirar más despacio, derrotando la sobrecogedora urgencia de su cuerpo hambriento de oxígeno por atraer tanto aire como pudiera. Comenzó a contar cada respiración. Al llegar a doce, el zumbido había disminuído y él había recuperado un ritmo contínuo.

    —Ya lo tienes. Fácil y bien.

    La cabeza de Sav le latía sin piedad. Aún tenía los ojos fuertemente cerrados y moribundas chispas se extendían por su visión. Sintió unos dedos... (¡dedos fríos!)... manipular en el hueco entre su collar y su casco. No recordaba la última vez que había sentido el tacto de carne con carne. Sav abrió los ojos de golpe. A través de su visor pudo ver que había una forma oscura encima y que él yacía mitad dentro mitad fuera del ascensor.

    —Ya he liberado los cierres de compresión de tu casco, - dijo Josua. —Mantén la cabeza alta para que pueda sacarte el casco.

    El corazón de Sav omitió un latido. El sello estaba roto. Había comprendido esto antes pero ahora entendía las consecuencias. Los dedos de Josua estaban en la parte de atrás de su cabeza.

    (He quedado expuesto.), pensó. (No puedo volver a la Ea.)

    —¿Sav?

    Aunque le dolía el cuello, Sav levantó la cabeza lo mejor que pudo. Sintió un pequeño roce hasta que el casco salió completamente de su cabeza.

    —Listo. -

    Sav parpadeó en la desagradable luz del pasillo. Josua se agachó junto a él.

    —¿Estás bien?

    Sav asintió, dejó la cabeza hundirse hasta el suelo. El hormigón era como una compresa fría contra la nuca.

    —Bueno, - dijo Josua poniéndose de pie.—Aquí estás.

    —Ya. - dijo Sav con voz ronca. —Aquí estoy.

    Al querer sentarse, intentó mover su brazo izquierdo para empujarse pero estaba clavado, atrapado por un peso. Se dió cuenta de que estaba tumbado sobre él.

    —Espera, - dijo Josua.

    Rodeó los hombros de Sav con los brazos y lo levantó hasta pudo liberar el brazo. Le cosquilleaba. Lo agitó y cerró el puño hasta que los pinchazos y agujas se disiparon. Con la ayuda de Josua, Sav se sentó y apoyó la espalda en la puerta del ascensor.

    —¿Qué ha pasado? - Josua recogió el casco de Sav y lo giró con las manos para ver la pantalla de estado apagada.

    —El recirculador, - dijo Sav.—Se rompió antes de lo que esperaba. Me cortó el suminstro de oxígeno.

    —¿El traje no te avisó?

    —Sí. - Sav pensó en el icono amarillo de alerta que había ignorado la última semana.—Debería haberlo arreglado. Pero estaba ocupado , ya sabes, pensando en otras cosas... - Dejó que sus palabras calaran.—Supongo que ha sido suerte que estuvieras aquí.

    —¿Suerte?, no. - dijo Josua. Se agachó para dejar el casco junto a Sav. —Ví que estabas en problemas.

    —¿Sabías que yo estaba aquí?

    —Hebuiza ha reiniciado la red local y reparado los enlaces de todas las IAs. La seguridad está conectada por toda la instalación. Te estaba observando desde mi oficina cuando te desmayaste.

    —Pero... entonces, ¿por qué no me paraste cuando entré? Pasé justo delante de tu puerta.

    —¿Qué bien habría hecho eso? Yo no puedo retenerte aquí si tú no quieres estar aquí.

    Sav observó a Josua pero no pudo leer nada en su cara.

    (Él no es estúpido. Probablemente sabía por qué he regresado. Y eso significa que había estado seguro de la fidelidad de Liis.)

    —¿Y si hubiera decidido quedarme la nave de descenso? ¿Que hubieras hecho?

    —La pregunta es irrelevante. Tú estás ahora aquí. Y eres libre de hacer lo que quieras. Excepto regresar a la Ea.

    —Qué generoso por tu parte. - Salvo por una ligera tensión en el extremo de su boca, Josua no mordió el anzuelo.

    —Supongo que Hebuiza ya estará de vuelta a la Ea para cambiar las claves de seguridad.

    —Todavía no. Está esperando que yo le avise.

    Sav trató de ponerse de pie rechazando la ayuda de Josua. La cabeza le daba vueltas; sus piernas semejaban dos largos corchos.

    Josua se levantó también.—Aún te puedes marchar si quieres. Nadie va a detenerte. Hebuiza se ha prestado voluntario para llevarte a cualquier lugar que te interese ir en Bh'Haret. Sospecho bastante que el Posibilitador sería más feliz si te marcharas.

    —¿Y tú?

    Josua no dijo nada durante un momento.—Yo preferiría que te quedaras. Sé que tienes tus reservas sobre los experimentos de Hebuiza. A Liis tampoco le gustan, aunque ella entiende que son necesarios. Pero si te hace sentir mejor, te diré lo que le he dicho a ella: No habrá más nuevas exposiciones. El experimento empieza y acaba con los seis sujetos que ya hemos aislado. Sobre eso, te doy mi palabra.

    (¿Tu palabra?, ¿Qué bien ha hecho tu palabra hasta ahora?)

    Sav llevó su vista al suelo gris. Había estado pensando sobre ello cientos de veces los últimos dos días: ¿quedarse o marcharse? Los argumentos pasaban alrededor en rápida sucesión.

    —Sin más reanimaciones.

    —Sólo he dicho que no los expondremos...

    —Me quedaré si acuerdas parar todas las reanimaciones.

    —No van a quedar infectados, lo prometo.

    —Esono es suficiente. No hay necesidad... - Una ola de aturdimiento le golpeó y, luego, remitió. Tuvo que luchar para recordar lo que iba a decir. —No... no hay necesidad de reanimar a nadie. Al menos, nadie que yo pueda ver. - Sav estaba decidido a que no iba dar a Josua la oportunidad de engañarle otra vez.

    Josua se quedó mirándole como si sopesara su determinación.—En algún momento vamos a tener que reanimar a esas personas. De lo contrario morirán.

    —Por ahora... - dijo Sav.—... sólo quiero que me prometas que no reanimarás a ninguno de ellos por ahora.

    —Muy bien. - dijo Josua encogiéndose de hombros.—Habrían sido útiles pero no son esenciales. Podemos arreglárnoslas sin ellos. Llamémoslo una moratoria. Yo no reanimaré a nadie más hasta que tú des tu consentimiento. - Hizo una pausa.—Por tanto, ¿qué va a ser?

    ¿Podía fiarse de que Josua parara las reanimaciones? Sav no estaba seguro pero, al menos, le resultaría difícil ocultar una operación como esa. Y ¿estaría de acuerdo Hebuiza con la condición de Sav? Probablemente no. Sav dedujo que él representaba una confrontación entre Josua y el Posibilitador, como Josua ya debía ser consciente.

    —Nos necesitamos los unos a los otros. - las palabras de Josua sobresaltaron a Sav. —Tanto si te gusta como si no, nosotros somos todo lo que queda.

    Una tristeza, una languidez infinita se veía en la cara de Josua y en el contorno de sus ojos. Por primera vez desde que habían regresado, Sav sintió que estaba mirando al verdadero Josua, al que había conocido tan solo brevemente antes de volver a Bh'Haret.

    —¿Das tu palabra de que no habrán más reanimaciones?

    —Hasta que estés de acuerdo.

    —Entonces, me quedaré.

    El alivio, y algo débil que podría haber sido una sonrisa, brilló en la cara de Josua.—Me alegro. Más de lo que puedes saber. - Puso una mano en el hombro de Sav.

    —Ahora, vamos a sacarte de ese traje.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    —No puedes regresar. He cambiado las claves, las de la Ea y las de la nave de descenso.

    —Ya, me lo he figurado.

    Hebuiza permanecía en el umbral de la oficina de Josua, con la columna rìgida y su cara retorcida como si hubiera mordido algo rancio. Al otro lado de la sala, Sav se sentaba en una silla inclinada contra la pared. Era bastante consciente del tacto del respaldo acolchado a través del fino tejido de su intra-traje azul, ya sin las capas aislantes del traje AEV. Era un tacto nuevo y él trataba de ignorarlo.

    —Ambos vehículos permanecerán bajo mi control hasta que hayamos aislado el vector y las reservas.

    —O... - dijo Sav secamente,—... hasta que tu traje diga basta. Como hizo el mío.

    El Posibilitador bufó burlonamente. —Mi traje no tiene nada que ver con el vuestro.

    Sav miró hacia la esquina donde yacían los restos arrugados del su AEV como la piel de un animal. El estrés de operar en gravedad había transformado el blanco brillante del material externo en el gris pólvora de un viejo colchón. Aquí y allá, manchas oscuras asomaban como puntos de vejez. Bajo un brazo y alrededor de los dedos de ambos guantes, el material había empezado a deshacerse.

    —Al contrario que tu traje, - añadió Hebuiza con un tono altanero,—el mío se diseñó para durar.

    Sav comprobó el tejido negro que cubría al Posibilitador. Su traje no parecía peor de llevar que cuando Sav lo había visto por primera vez.

    —Podéis debatir los méritos relativos de vuestros trajes después, - dijo Josua desde su silla tras el escritorio.

    A su derecha, el banco de monitores tenía las pantallas negras. Cuando habìan entrado a la oficina, Josua había pulsado un conmutador sobre su mesa que las había apagado. Sav asumió que había sido por su bien.

    —Tenemos cosas más importantes que resolver.

    Hebuiza cruzó los brazos pero no dijo nada.

    —Sav está de acuerdo en no regresar a la Ea. Y en continuar saqueando equipo y suministros para nosotros. A cambio, solicita nuestra promesa de que ningún interno más será expuesto a la plaga.

    —Los que tenemos deberían ser suficientes para nuestras necesidades. - dijo Hebuiza.

    —¿Y si no lo son - preguntó Sav.

    —No prometo nada.

    La respuesta del Posibilitador no sorprendió a Sav. Si Hebuiza hubiera estado de acuerdo de primeras, Sav no le hubiera creído de todos modos.

    —Pero yo sí, - dijo Josua.—Te doy mi palabra de que no habrá exposiciones futuras. - Sav observó resoplar a Hebuiza, con los labios trazando una fina línea recta y su cabeza pendulando de lado a lado. Después, se detuvo. Hebuiza bajó lo ojos, sus pálidas mejillas se tintaron de rosa, estaba ruborizado como nunca Sav le había visto antes. Josua miró a Sav.—¿Puedes vivir con eso?

    —Sí, - dijo Sav.

    No era mucho pero, ¿qué más podía esperar? Se reclinó en su silla, sintiendo asco de sí mismo por aceptar. Si fuesen a asesinar a esas personas, él acababa de aceptar ser un compinche.

    Extrañamente, el asco fue remplazado casi inmediatamente por un ímpetu de alivio. La decisión estaba tomada. Ahora todo lo que podía hacer era sentarse y dejar que las cosas se desarrollaran como pudieran.

Capítulo 16

    

Capítulo 16 - Día 42

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    Sav eligió una habitación en el subnivel catorce a seis puertas de distancia de Liis. Era mayor que la de ella pero aún así era estrecha: las estanterías se alineaban por tres paredes y en el centro había amplias unidades de mobiliario de medio metro de altura. Él las apartó a un lado y montó una cama en el muevo espacio. Al regresar al nivel cero, seleccionó objetos de entre la pila de ropa que había saqueado las semanas previas, incluyendo botas, un grueso jersey gris y un abrigo a rayas. Las noches fuera de la instalación ya empezaban a ser más frías y el invierno real estaba sólo a pocas semanas vista. Al principio, Sav había pensado que estaría demasiado gordo para entrar en la mayoría de la ropas puesto que las había recogido para un hombre más delgado. Pero quedó muy sorprendido de que fueran de su talla. Aunque él aún era un hombre de tamaño considerable, en las últimas semanas había perdido una sorprendente cantidad de peso.

    Arrastró sus bienes de vuelta a sus nuevos aposentos y los colocó en un espacio que había despejado en una de las estanterìas. Luego, se sentó en su cama para comprobar su habitación. Una ténue bombilla daba escasa luz y los muros grises tras los estantes eran toscos y estaban manchados. Los estantes mismos estaban llenos de cajas dilapidadas y una gruesa capa de polvo lo ahogaba todo. Era un espacio eficientememte desapacible.

    Sav se tumbó sobre su cama, intentando con dificultad no echar de menos su cápsula de estasis en la Ea.

Capítulo 17

    

Capítulo 17 - Día 43 a 52

    La mañana siguiente, Sav regresó temprano del monótono trabajo de inspección de los sitios de la lista. Dado que ya no volvía a la Ea, él y Hebuiza se habían cambiado las aeronaves. El VTOL se conducía como un planeador: con una sencilla palanca de control y pedales. Aunque el avión parecía más ligero y endeble que la nave de descenso, su estabilidad en la atmósfera era enormemente superior. No se movía locamente a la menor turbulencia como lo hacía la nave pero tenía dos grandes inconvenientes: estaba limitado a altitudes relativamente bajas y usaba una cantidad excesiva de combustible. Su alcance, a pesar del tanque de reserva que Sav llevaba, se limitaba a unos mil kilómetros. Para vuelos más largos tenía que transportar bidones extra hasta puntos avanzados en dos o tres viajes y cuando estaba preparado, volaba saltando de punto en punto hasta su destino final. Era un proceso tedioso y para destinos muy remotos requería varios días. Pero eso le venía bien a Sav, de hecho, escogía visitar los lugares remotos primero para pasar el menor tiempo posible en la instalación hasta que el experimento hubiese alcanzado su espantosa conclusión. Nadie daba información voluntaria sobre cómo estaba procediendo y Sav tampoco preguntaba. Aún así, parecía que todo momento de vigilia que pasaba en la instalación, sus pensamientos se desviaban como la aguja de una brújula hacia la gente del segundo subnivel. Después de cada viaje, la culpabilidad conducía a Sav directamente al subnivel once donde se conectaba al primer puerto de datos que había descubierto. Hebuiza había restablecido las conexiones entre las IAs en cada cámara y la red central, lo que implicaba que ahora era posible consultar el estado de cualquier interno superviviente mediante ese nodo. Y eso es exactamente lo que Sav hacía, lo comprobaba para asegurarse de que nadie había sido trasladado o reanimado durante su ausencia. Lo hacía aunque sabía que podría ser inútil si Hebuiza lo decidía. Él podía alterar los registros para que pareciese que ninguna cápsula se había cambiado. A pesar de este conocimiento, Sav repetía este chequeo tras cada viaje como un ritual ancestral, experimentando la sensación de alivio cada vez que aparecían números idénticos.

    En los días que siguieron, Sav ni buscó la compañía del resto ni la evitó. Ellos parecían igualmente dispuestos a mantener su distancia. Hebuiza continuaba rehuyendo a los otros tres y nunca se aventuraba más allá de su laboratorio cuando estaba en la instalación. Liis, a quien Sav veía ocasionalmente, raramente le hablaba, le saludaba con un breve movimiento de cabeza al cruzarse por el pasillo. Y Josua apenas dejaba su oficina del nivel cero excepto un día que emergió de la instalación de estasis con un voluminoso paquete a la espalda.

    Sav, que había estado sentado a la sombra de un árbol, le observaba sin ser visto. Josua desapareció en el bosque circundante y regresó una hora después con la mochila vacía. Minutos después de reentrar a la instalación, Josua salió de nuevo por la puerta con la mochila rellena y se metía en el bosque en la misma dirección.

    Curioso, Sav le siguió manteniendo la distancia. Tras media hora de paseo por un sendero serpenteante, acabó en un claro con vistas de pájaro a las aguas relucientes azules del lago. Allí, Josua dejaba sus cosas en el suelo y se arrodillaba junto a ellas. Lo que fuera que estaba haciendo quedaba oculto por la densa hierba alta del lugar. Sav se ocultó hasta que Josua se levantó con la mochila vacía colgando de su hombro y retomó el sendero. Sav avanzó dentro del claro casi tropezando con una pequeña pila de piedras. Fijada sobre la superficie plana de una roca a la base de la pila estaba la placa de identificación robada de la cápsula de crio-estasis de Shiranda.

    Sav había dejado el lugar como estaba y regresado corriendo a la instalación tratando con dificultad de no pensar en lo que Josua había estado llevando allí, pieza por pieza, en su mochila.

Capítulo 18

    

Capítulo 18 - Día 53

    La transpiración cubría su frente. Durante la última media hora, Sav había estado esperando tras el umbral de su habitación, debatiendo lo que hacer. Pero ahora que ella había regresado, salió al centro del mal iluminado pasillo, directamente en su camino. Liis caminaba hacia él con los ojos fijos al suelo, moviéndose como una autómata, ajena a su entorno. Cuando estuvo sólo a un metro de distancia, Sav extendió un brazo para forzar la colisión entre ambos pero, en el último momento, ella se detuvo y alzó la vista con sorpresa. Las marcas de su cara eran casi invisibles a media luz.

    —Dime, - dijo Sav.—Quiero saber.

    Durante días, él había resistido la urgencia pero su curiosidad, o quizá la culpa, había crecido a pesar de sus esfuerzos por suprimirla. Todas las noches la escuchaba pasear por el pasillo y fantaseaba con la idea de pararla y demandar una explicación sobre lo que estaba ocurriendo con los hombres y mujeres que habían reanimado. Pero tan pronto como lo pensaba, experimentaba una culpabilidad tan aguda que sentía el pinchazo de la vergüenza subirle a las mejillas. Entonces, la dejaba a un lado y trataba de convencerse de que no era culpa suya.

    Pero la urgencia seguía regresando: tenía que saber.

    —Cuatro muertos. El último fue ayer. - Los ojos de Liis estaban vidriosos.

    (Por supuesto. ¿Qué otra cosa podía yo esperar?)

    —Tres hombres y una mujer, - continuó ella con tono llano, sin ninguna inflexión.—Personal de la instalación. Todos internados poco antes de contraer la plaga. El último hombre duró cerca de seis días. Esta mañana iniciamos la disección y el examen interno de la mujer. Recogimos secciones de sus órganos vitales. Mañana, cuando la sangre se haya drenado de la cabeza, retiraremos el cerebro.

    —Y... ¿y los otros?

    Liis apartó la mirada.—Hebuiza está planeando reanimar al siguiente sujeto tan pronto haya terminado los análisis de las muestras.

    —¿Un sujeto no infectado?

    Liis asintió con un brusco movimiento de cabeza.—Tumor cerebral inoperable. - Mientras hablaba, los hombros de Liis se hundieron. —Se llama Cara, - dijo de pronto, con voz ronca. —Tiene siete años.

    Liis se derrumbó. Sav dió un paso al frente y la recogió, rodeándo su talle con los brazos. Era sorprendentemente ligera para una mujer de su altura. Bajo su mono, Sav notó hueso y tendones. La cabeza de Liis descansaba en su hombro y ella temblaba violentamente. Sav sintió un lágrimas cálidas en el cuello, ella sollozaba en voz baja.

    Suavemente, le acarició la nuca para peinarla. Quedaron así durante un tiempo.

    —Liis, no es demasiado tarde para irse.

    Ella se puso rígida y se liberó de su abrazo. Tenía los ojos rojos y las mejillas húmedas pero su expresión era dura.

    —No.

    —Ellos no van a parar. - La rabia estrangulaba la voz de Sav.—Cuando maten a los dos siguientes, habrá más. Y más y más...

    —¡Te equivocas! - Las lágrimas corrían ahora libres por sus ojos.—¡Josua me lo prometió!

    Sav alzó sus manos. —Liis...

    Pero ella ha había girado y vagaba pasillo abajo con pasos cortos hacia su habitación. Dió un portazo tras ella que reverberó por todo el pasillo.

    Sav bajó las manos.

    (Se niega a ver. A aceptar la verdad. Antes dejará que la culpa la destruya que admtir lo que de verdad está pasando.)

    Él había esperado como un bobo que ella lo viera como lo hacía él pero ahora sabía que no había nadie más con quien contar. Si había algo que debiera hacerse, tendría que hacerlo solo, sin ayuda.

    De pie en el pasillo oscurecido, enterrado catorce niveles bajo la instalación de crio-estasis, comprendió finalmente lo solo que estaba.

Capítulo 19

    

Capítulo 19 - Día 65

    Sav volaba sobre densas nubes negras. A través de claros ocasionales podía ver la punta de una península en forma de guadaña donde Josua le había dicho que encontraría la facultad. El instituto se había ocupado principalmente del estudio de la teología, pero Hebuiza había insistido en que Sav lo añadiera a su lista. La investigación de física de partículas de alta energía había sido una parte vigorosa en su búsqueda del Creador. Sav alineó el VTOL sobre la estrecha bahía que separaba la península de la tierra principal y empezó su descenso atravesando la cobertura nebular. La precipicitación se acumulaba en la bóbeva de la cabina, fluía en finos y agitados arroyos. Al emerger de la barriga de nubes, la lluvia azotaba el avión y creaba una percusión constante en el fuselaje. Ráfagas de aire tiraban del VTOL, pero Sav ya estaba acostumbrado al aparato e hizo ajustes mínimos de ángulo. Impulsó el avión hacia atrás y descendió ochocientos metros de altitud. A pocos kilómetros al sur, vio el empañado perfil de los edificios de piedra gris.

    Después de hacer tres o cuatro pases, Sav seleccionó un cuadrado en el corazón del campus. Los edificios multi-planta circundantes parecìan intactos. El VTOL se elevó antes de empezar su descenso. Se deslizó por el campus y se posó suavemente sobre las placas de piedra. Para su sorpresa, aquí había poca evidencia de daño. Ninguna de las altas ventanas estaba rota y sólo algunas hierbas conseguían abrirse paso entre las grietas de la roca del patio. Sav apagó el motor y cogió su mochila. Su salida del avión fue torpe debido a las superficies resbaladizas. Quedó empapado cuando patinó sobre su espalda por el ala. La lluvia le golpeaba y se subió el cuello del abrigo. Encorvó los hombros y corrió hacia el ancho pórtico que circundaba el edificio. Se protegió bajo un arco de piedra para tomar aire antes de entrar en la oscuridad. Al entrar al edificio se sacudió el agua, sacó una linterna de la mochila y la encendió.

    Había puertas de madera tallada a espacios regulares por el lado interior del pórtico, dos escalones de piedra conducían a cada una. Sav escogió la más cercana y tiró del grueso pomo de madera. La puerta se abrió con muy poca resistencia mientras el gozne rechinaba sonoramente. El aire del interior sopló hacia él llevando el olor de polvo y papel viejo. Sav levantó la linterna y entró.

    A la derecha había una escalera y a la izquierda, dentro de un segundo conjunto de puertas había un tablero para boletines. Los papeles revoloteaban y caían en la brisa hasta que la puerta interior se cerró tras él. Una descolorida pancarta en la parte superior del tablero rezaba 'Simposium Actual. Por la sala, una puerta abierta mostraba filas de bancos de laboratorio mayormente vacíos aunque algunos contenían un desorden de equipo polvoriento. Una pila de ropas sucias, quizá una persona, yacía bajo el más cercano a la puerta. Sav continuó pasillo abajo, comprobando cada sala mientras avanzaba, buscando algo que pudiera ser últil.

    Cuatro horas después...

    Había terminado con la última habitación de la planta superior y descendía unas escaleras que completaban un circuito entero al edificio y le llevaban de vuelta a la puerta por la que había entrado al llegar. Como resultado de todos sus esfuerzos, su mochila sólo contenía media docena de paquetes de tarjetas de datos que había saqueado de las oficinas de los directores de investigación. Decidió dejarlas en la parte de atrás del avión y empezar a registrar el resto de edificios. Empujó la puerta y salió al pórtico. Afuera, la implacable lluvia se había aligerado en una llovizna brumosa. Pasó entre los arcos de piedra hasta el cuadrado y se quedó paralizado.

    A veinte metros de distancia, bajo el abrigo del ala del VTOL, se sentaba una figura encorvada.

    El hombre, lo que Sav asumió que era por su cabeza calva, miraba en la dirección opuesta. Tenía una manta oscura sobre los hombros y las piernas cruzadas. Parecìa viejo aunque era difícil saberlo con seguridad. Mechones de pelo gris rodeaban su calva reluciente.

    (Un superviviente.), - pensó Sav incrédulo.(Ha sobrevivido a la plaga.)

    Se quedó mirando con el corazón acelerado. La cabeza del hombre pivotó en lento arco hacía él. Sin pensar, Sav dió un paso atrás hacia la sombra del portico. Pero el hombre debió de haber captado el movimiento con el rabillo del ojo pues se quedó mirando en la dirección de Sav. Era viejo, más viejo de lo que Sav había supuesto al principio. Y su vista no podía ser muy buena pues miraba con ojos entornados, buscando en las sombras, pasando su vista sobre Sav. Frunció el ceño, su cara arrugada se arrugó aún más.

    (No hay nada que temer. Es un anciano inonfesivo.)

    Sav dió un paso hasta la luz del patio. El hombre empezó a levantarse con un gruñido. Sus largas ropas se desenrollaban mientras se ponía de pie, el dobladillo barría sólo unos centímetros por encima de las piedras del patio. Era bajo, enjuto y con cara estrecha y huesuda. Lacio pelo gris caìa sobre sus hombros y algunos mechones parcheaban su coronilla. Su barbilla y mejillas se cubrían con el comienzo de una barba irregular en la que relucían gotas de lluvia. Se agachó y recogió un largo bastón negro que tenía al lado.

    El hombre dió pasos hacia Sav con su pecho inclinado hacia afuera y el bastón golpeando sonoramente sobre las piedras en cada zancada. Parecía bobo y pomposo entre las sombras de los edificios de piedra y mortero del colegio, la parodia de un académico. Cuando estuvo a un brazo de distancia de Sav, se detuvo abruptamente y sus ropas se mecieron a su alrededor. Puso el bastón delante de él y apoyó ambas manos en su extremo. Sus ojillos silvestres color carbón miraban a Sav mientras la lluvia leve lo tocaba todo alrededor.

    —Tú no estás muerto. - dijo el hombre con una amplia papada vibrando en su cuello. Su voz era grave y resonante pese al cadavérico rostro.—Había pensado que la vida había terminado en Bh'Haret. - Parecía decepcionado, las arrugas de su cara se hicieron más profundas.—La Disolución está completa. Mis cálculos deben de contener algún error.

    (Un chiflado.) - pensó Sav. Le entró un momentáneo pánico. (¿Y si era violento?)

    Sav miró al bastón. No tenía adornos, salvo por un mango de cabeza broncínea, pero parecía sólido y lo bastante pesado como para quebrar un cráneo. Sav dió medio paso atrás. El hombre observó pero no hizo esfuerzo por cercar la distancia entre ellos.

    —No importa, - dijo él despachando el asunto. Escupió sobre las piedras. Se limpió la boca con la manga. —Todo se revelará como debe. Tal como es el deseo de anhaa-10. - Inclinándose hacia adelante, observó intensamente a Sav como si esperase una respuesta. Pero cuando Sav no dijo nada, él se respondió a sí mismo,—Tal es su voluntad. - Mientras hablaba, levantó su mano derecha y extendió sus dedos sobre su corazón en un gesto ensayado.

    (La voluntad de anhaa-10.)

    El término le sonaba vagamente familiar. ¿Dónde lo había oído antes?

    Al alejar su mano de su enjuto pecho, el hombre la extendió hacia Sav.—Ruen, - dijo él.—Me llamo Ruen, incrédulo. Y soy un patrix.

    (Un patrix. Un hombre santo.)

    Cuando Sav había empezado como tripulante en los viajes, la secta era pequeña, un grupo virtualmente desconocido. Pero había crecido a lo largo los años hasta ser una fuerza política poderosa que abogaba la regla hierocrática. Detalladas creencias seudo-científicas habían permeado sus cánones. Aunque la mayoría de lo que ellos afirmaban cierto era un completo sinsentido, las raíces de sus dogmas eran principios bien establecidos de la física de alta energía. Estos principios, astutamente retocados, proporcionaban el tipo de universo que ellos deseaban. Para cuando Sav hubo regresado de su cuarto viaje, el grupo ya había construído una red de complejos de investigación que abarcaba tanto la investigación legítima de la física teórica como el, menos que riguroso, estudio de su abstrusa filosofía. Su objetivo había sido atraer científicos de primera fila que estuvieran dispuestos a respaldar a la secta con su presencia a cambio de la oportunidad de trabajar en sus laboratorios bien equipados. Por improbable que pareciera, el grupo había prosperado tras una cadena de descubrimientos que, obviamente, daban crédito a su modelo teológico. Sav recordaba que Hebuiza había dicho algo sobre el modo en que los Posibilitadores diseminaban clandestinamente tecnología Nexus robada. Quizá eso explicaba cómo este grupo había obtenido tantos descubrimientos importantes.

    El patrix esperaba pacientemente con la mano extendida. Sav le tendió la suya.

    —Sav, - dijo él rudamente.

    Ruen le estrechó la mano. La palma del hombre santo era fría y pegajosa, como algo muerto.

    —¿Hay más? - preguntó tirando de Sav hacia él hasta que sus caras quedaron separadas por sólo un palmo.

    Su aliento tenía el ligero olor del decaimiento.

    —¿Más?

    —Como tú. - El patrix le soltó la mano.—Que no fueron lavados.

    —Si te refieres a que no murieron, entonces sí, hay tres más. Íbamos en un viaje prolongado cuando la plaga irrumpió.

    (La plaga.)

    Hasta ese momento se había olvidado de ella.

    ( ¿Y si era un portador?) -

    La palma de Sav, la que Ruen había estrechado, le cosquilleó. Trató de limpiarla frotando disimuladamente en sus pantalones.

    —Y tú, ¿estás solo?

    —Sí. Estuve en un estado de crio-suspensión cuando la manifestación de anhaa-10 tuvo lugar. Fui internado el décimo día de Rhios del 2215 para esperar la Disolución. - Ruen juntó de nuevo las manos sobre su bastón.—Fui reanimado hace siete semanas.

    Sav soltó el aire que no se había dado cuenta que estaba reteniendo en sus pulmones. El hombre santo se había internado cerca de veinte años antes de la plaga. No corría más riesgo de contagiarse de Ruen que el que tenía con cualquiera de los otros.

    —¿A qué te refieres con la manifestación de anhaa-10? ¿Te refieres a la plaga?

    —Sí. El lavado.

    Sav rumió sobre eso durante un rato.

    —Dijiste que estabas solo. ¿Quién te reanimó?

    —Nadie. Mi cápsula estaba programada para abrirse un año antes de la Disolución final. Fui escogido para portar testimonio. Pero temíamos que en los días finales pudiera haber pánico e incertidumbre. De modo que, por precaución, pedimos que construyeran una cápsula especial con su propio suministro independiente de energía.

    Una expresión de dolor cruzó su rostro. Sin avisar, alzó su bastón sin girarlo y la humedad resbaló de su extremo cuando lo hizo chocar contra el pavimento de piedra acompañando un sonoro comunicado, haciendo saltar a Sav. La cara del hombre santo se había nublado.

    —¡Fue una locura!. ¡Vana esperanza! - dijo con enfado. —Ahora me doy cuenta de que la manifestación de anhaa-10 no puede estar completa hasta la última muerte. Al permitirme a mí mismo ser colocado en suspensión, he podido retrasar la Disolución. - Llevó la vista hasta Sav, alzando el bastón sobre su cabeza con los nudillos blancos por el agarre.

    —¡Igual que tú, pecador!

    Sav se tensó y empezó a dar un paso hacia atrás lentanente.

    Ruen ladró una risotada. Sus finos labios se doblaron en una burla.

    —No ofrezco ningún peligro para tí. Yo no soy un agente de la Disolución. - Bajó el bastón hasta que su punta descansó en un charco sobre el suelo.

    —Sólo estoy aquí para portar testimonio.

    Hizo una profunda reverencia desde la cintura y abrió los brazos en lo que estaba claramente designado como un acto de obediencia pero que, en este hombre, parecía más una floritura fingida, un comentario irónico, quizá, sobre sus normas y los pecadores y los salvados.

    —Te doy mi palabra. - Le tendió su bastón.

    Sav cerró su mano en torno al mango y Ruen lo dejó ir. En su mano, el bastón parecía un arma ligera e inútil.

    —Ahora pues, - dijo Ruen clavando la nariz en el aire y asumiendo la clase de tono que podría usar sí Sav fuera uno de sus serviciales acólitos.—Estoy empapado y tengo frìo. Y hambre. Mi comida se acabó hace dos semanas y he estado comiendo bayas, flores y raíces y...

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    El hombre santo se instaló en la mitad trasera de la cabina entre las cosas que Sav había salvado. Antes de despegar, Ruen se quejó clamorosamente sobre el estrecho espacio y Sav quitó unos cuantos de los objetos más voluminos, almacenándolos en el refugio del portico hasta que pudiera regresar. Entonces, mientras el patrix gruñía sin parar sobre la incomodidad del contenedor en el que estaba sentado, Sav levantó el VTOL del suelo sin avisar y tiró de la palanca de control bruscamente hacia la derecha. Desde atrás llegó un gran golpe sordo seguido de un grito cuando el hombre santo fue lanzado contra el lateral izquierdo de la cabina. Para mayor alivio de Sav, esta maniobra fue seguida de un indignado silencio.

    Había unas buenas seis horas hasta la instalación en el Lyst y aunque quería poner el VTOL en autopiloto, Sav pensó en volar en manual para tener que concentrar su atención en el panel de control y poder así ignorar a Ruen. Aunque su precaución no resultó necesaria. No pasaron algunos minutos del despegue sin que Sav oyese sonoros ronquidos emitidos desde la parte de atrás del avión. Al mirar sobre su hombro, Sav vió que el patrix había caído dormido con la cabeza apoyada contra el lateral de la bóveda. Su boca estaba abierta para revelar una fila de dientes amarillentos. Un hilo de baba relucía en la esquina de su boca. Al girarse hacia adelante, Sav activó el auto piloto.

    (¿Qué pensarán los otros de Ruen?) - se preguntó Sav contemplando las oscuras aguas de la bahía.

    Había tomado la decisión de llevar al hombre santo sin consultar a Josua. El enlace no estaba en línea visual pues la curvatura del planeta lo hacía inaccesible desde el colegio. En cierto modo, Sav estaba alegre. Temía que Josua pudiera ordenarle que abandonara a Ruen o algo peor. Por mucho que Sav encontrara pesado al hombrecillo, no quería ser el agente de su muerte, ni directamente ni por inacción.

    (Una vez que Ruen esté en la instalación,) - pensó Sav, (Josua tendrá que hacer su propio trabajo sucio.)

    Habría conflictos con el hombre santo. De esto, Sav estaba seguro. Si no con Josua, ciertamente con Hebuiza. Por lo que Sav había reunido, la vida entera de Ruen había estado consagrada a la preparación de la llegada de la Disolución, un evento cataclísmico en el que toda la materia del universo retrocedería a una sopa caótica primordial. Esto, creía su secta, resultaría en la revelación de las dimensiones desconocidas y la reunificación de la consciencia humana con la consciencia superior de ahnaa-10. Pero el único propósito de Hebuiza era la supervivencia, una evasión de la sagrada Disolución de Ruen.

    (¿Y cómo reaccionaría Liis ante las ideas de Ruen?)

    La obsesión que había desarrollado por Josua le preocupaba, la creía sintomática de un necesidad más profunda de encontrar algo en lo que pudiera creer. Él lo sabìa porque sentía el mismo anhelo. A pesar de la acritud de su propio dolor peculiar, creía que podía sobrellevarlo. Pero, ¿podía Liis? ¿O el patrix le proporcionaría un nuevo conjunto de reconfortantes mentiras para llenar ese espacio?

    El aparato se elevó ligeramente cuando pasó de nuevo sobre tierra firme, sacando a Sav de su ensueño. Miró por la ventana ancha. El terreno aquí, al contrario que en la poblada península de la que venían, carecìa de estructuras artificiales. Era un vasto lodazal de tierra pantanosa inhabitable.

    (Es como era antes de la plaga.) - pensó Sav. (Como ha sido durante miles de años. Como será miles de años después de que todos llevemos mucho tiempo muertos.)

    Sav detectó movimiento por el rabillo del ojo. Al oeste había un claro de árboles muertos, estacas grisáceas saliendo de un agua ahogada de algas. Un gran animal, asustado por los motores del VTOL en un cielo silencioso, se había lanzado al agua y cortaba ahora una oscura V a través del pantano. Sintiendo una desmesurada tristeza, Sav lo observó huir al oeste hasta que el ala del avión seccionó su visual como un cuchillo cortando el paisaje.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    El VTOL se posó sobre el suelo con un golpe casi imperceptible. Ruen seguía durmiendo detrás de la cabina. Una hora antes, habían pasado desde las últimas nubes de tormenta hasta la cegadora luz matinal. Sav pulsó el botón que liberaba la bóveda y levantó la burbuja transparente. Agarrando los brazos de su asiento, se impulsó hacia arriba y sobre el ala. El avión se meció suavemente bajo su peso mientras se deslizaba hasta el suelo. La cabeza de Ruen se asomó por el borde de la cabina con los ojos parpadeando impetuosamente, como un animal espiando fuera de su agujero por la mañana. El movimiento de su descenso debió de haber despertado al hombre santo.

    —Estamos en casa, - dijo Sav con rudeza.

    La mandíbula del hombre se movía despacio como si mascara gachas espesas. Parecía más viejo, más frágil que cuando Sav lo vió la primera vez. Pero, al parecer, las palabras de Sav habían penetrado en su cerebro adormilado. Trepando obstinadamente fuera del aparato, Ruen se deslizó por el ala sobre sus pies y manos, aún agarrando su bastón en un puño y rascando el fuselaje con su mango férreo. Sav pudo oir percutir y crujir las articulaciones del hombre santo cuando cayó al suelo.

    Ruen se puso recto con la columna rígida. Pero la ilusión de autoridad se había esfumado: su pelo estaba enmarañado y desgreñado, reluciendo de sudor, su ropa estaba arrugada donde se había acumulado bajo él mientras dormía, sus ojos estaban salpicados de rojo y sobre su hombro derecho había una mancha dejada por su baba. Su aspecto era absurdo, un anciano enjuto que respiraba pesadamente al menor esfuerzo, transpirando libremente bajo su pesada túnica burguesa.

    —Vamos. Te presentaré al resto. - dijo Sav.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Josua miraba al hombre santo desde el asiento tras su mesa. El momentáneo asombro que había mostrado cuando Sav condujo al patrix hasta su oficina se desvaneció casi tan rápido como había aparecido.

    —Veamos, - dijo Josua con voz llana,—usted desea salvar nuestras almas.

    —No. - Ruen estaba de pie en el centro de la sala.

    Había rehusado el asiento ofrecido, prefiriendo apoyarse en su bastón. Durante la última hora había estado explicando, mientras se mecía atras y adelante sobre las bolas de sus pies, cómo había sido escogido para ser testigo de la Disolución. Con exagerados gestos manuales, florituras oratorias y la papada vibrando fervientemente arriba y abajo en su cuello, había invocado las creencias de su secta. Josua había escuchado todo con educado interés, apelando al patrix de tiempo en tiempo con una pregunta mientras la irritación de Sav aumentaba por la paciencia inesperada de Josua.

    —Almas no, - dijo Ruen como respuesta a la otra pregunta. —Vuestra esencia. El concepto de alma está muy alejado. Una esencia no está individualizada. Es meramente un segmento, como cualquier otro, un sencillo enlace en una cadena infinita, si lo preferís.

    —¿Y la Disolución dejará libres esos enlaces?

    —Sí. Para reunirse a ahnaa-10 en el viejo diseño cuando el universo se desenredó y el falso vacío regresó.

    —Ya veo. - Josua inclinó las manos y se tocó la barbilla con las puntas de los dedos contemplativamente.

    Desde su silla en la esquina alejada, Sav había observado el intercambio en silencio, sorprendido de lo rápido que Ruen había adaptado sus creencias a la situación. anhaa-10 era la suprema consciencia dimensional en la que la secta creíao. Y él había igualado la manifestación de su deidad, la disolución, con el advenimiento de la plaga en Bh'Haret. Aunque extraña, tenía lógica: un objeto superior perforando el espacio tridimensional podía aparecer en lugares aparentemente aleatorios en el espacio dimensional inferior.

    (Tal como la plaga había aparecido.)) pensó Sav.

    Para Ruen habría sido una conexión natural así que escogió la plaga como prueba de la existencia de anhaa-10. En el colegio, el hombre santo había dicho que su mayor temor era el haber cortocircuitado la Disolución al someterse a la suspensión. Pero poco después de que se hubiese lanzado en su apasionado discurso, había declarado que ahora entendìa que su verdadero propósito no era meramente ser testigo de la Disolución: también había recibido el inestimable honor de preparar a los últimos supervivientes, los viajeros, para la Disolución.

    —Yo aún no comprendo, - dijo Josua.—¿Qué espera usted conseguir aquí?

    —Ayudaros a que os preparéis para la Disolución. Para el fin del verdadero vacío.

    —Me temo que no encontrará ningún creyente aquí. Ni que sea probable que haga usted ninguna conversión.

    A la mención de los conversos, Sav pensó en Liis. Se removió incómodo en la silla.

    —Aún así, - Ruen continuó,—es mi tarea.

    —Y mi tarea es asegurar la supervivencia de mi tripulación.

    —Nosotros somos ambos líderes. - Ruen había bajado otra octava su,ya de por sí, grave voz. Era un efecto destinado a inspirar respeto, aunque aquí, en esta habitación, a Sav se le antojó cómica.—Ambos hemos de cuidar de sus necesidades.

    —¿Y si sus necesidades entran en conflicto?

    El hombre santo dudó. Luego dijo,—No entran.

    Josua se levanto de la silla y rodeó su mesa hasta que quedó junto a Ruen. Bajando la vista hacia el patrix, dijo: —No toleraré conflictos. O cualquier cosa que pudiera comprometer la seguridad de alguien aquí. - Su voz era fría, todo rastro de su interés previo se había desvanecido.—Quizá estaría usted mejor de regreso al colegio donde podría cuidar de sus propios preparativos para la Disolución.

    Ruen engulló y su prominente papada se movió como un animal volviendo a la madriguera. Tenía perlas de sudor en su labio superior y su frente. Aparentemente, la idea de esperar la Disolución solo, o de morir hambriento antes de que ocurriera, no entraba en los planes del hombre santo.

    —Mi lugar es aquí, - dijo con una voz temblorosa pero aún desafiante. Sus ojos se bloquearon firmemente en los de Josua.—No veo razón por la que debería haber algún conflicto.

    —Ni yo tampoco mientras comprenda que estoy al mando. La supervivencia es mi única preocupación. Todo lo demás es un lujo.

    Ruen pareció meditar sobre eso. Después, para gran sorpresa de Sav, asintió con un brusco movimiento de su calva.—Tú estás al mando. - Pero lo dijo no como si estuviese capitulando sino como si estuviese de acuerdo en delegarle su propia autoridad a Josua.

    —¿Seguirá usted mis órdenes como el resto de miembros de mi tripulación?

    (¿Como hace Hebuiza?) - pensó Sav.

    —Sí... - dijo Ruen. —... mientras sea libre de practicar mis creencias.

    —Lo que haga en su propio tiempo es asunto suyo.

    —Entonces, he aquí que me quedo.

    El patrix movió sus finos labios en una sonrisa. Quizá como muestra de un gesto conciliatorio.—Agradecería que se me mostrase mis aposentos.

    Josua regresó a su silla.—No falta espacio, - dijo. —Coja cualquier habitación que le resulte elegante. - Alzando un paquete de documentos de su mesa, Josua seleccionó uno y le dedicó su atención.

    El patrix permaneció allí, claramente incierto sobre si la entrevista había terminado. Luego, cerró los ojos y empezó un canto grave mientras su mano derecha se movía de forma complicada desde los labios al corazón, al estómago y de vuelta a los labios otra vez. Las palabras, al menos para Sav, eran inteligibles. Justo cuando Josua alzaba la cabeza con una expresión burlona en su cara, Ruen detuvo el canto, se giró y caminó...

    (Sin su andar sobervio.) - pensó Sav.

    ... hacia la puerta con su bastón golpeando en el suelo a cada zancada. El sonido se desvanecía mientras el hombre santo pasaba por la sala de espera y desaparecía en el pasillo.

    Josua había observado a Ruen, perplejo.—¿Tú que piensas, Sav? - dijo él mirando el umbral vacío.—¿Acabo de ser bendecido o maldecido?

Capítulo 20

    

Capítulo 20 - Día 66 a 70

    Ruen escogió una habitación en el pasillo del nivel cero, a corta distancia de la de Josua. A diferencia de los otros, raramente dejaba su puerta cerrada. A menudo Sav lo veía rezando arrodillado en el suelo con su túnica doblada bajo las rodillas. Con el tiempo, Sav miraba con menor frecuencia hacia la habitación del patrix cuando pasaba por el corredor. Las últimas veces lo había visto desnudo, con la piel de su cuerpo colgando suelta por la edad, ante un bol de agua, realizando sus abluciones. Sav no estaba seguro de si era un hábito o un ritual prescrito por su religión.

    Josua asignaba al hombre santo pequeñas tareas sin importancia. Ponía a Ruen a limpiar con Liis los paneles solares o a preparar nuevas habitaciones para los viajeros que regresaban. Tareas que el patrix realizaba de mal humor pero sin mayores objeciones. Dos veces, a petición de Ruen y con la bendición de Josua, Sav le permitió acompañarle en misiones de saqueo de locales. En ambas ocasiones el hombre santo recogió una desconcertante variedad de objetos, mayormente electrónicos y tantas tarjetas de datos como podía encontrar. No parecía importarle el contenido de las tarjetas mientras no estuviera dañado. Tan pronto como regresaban, Ruen llevaba su botín a su habitación. Allí soldaba la nueva electrónica en una creciente maraña de equipo canibalizado al que él se refería como la sagrada base de datos. Sav creyó que los esfuerzos de Ruen eran absurdos y quizá indicativos de un ala rota, pero Josua no le daba mayor importancia que la de una distracción entretenida.

    Pasó una semana y Sav se sorprendía de que ninguna de las esperadas disputas se hubieran planteado. Ruen se había tomado la advertencia de Josua muy en serio pues se deslizaba dentro del grupo sin hacer apenas olas, guardándose sus opiniones y tratando de contener, no con demasiado éxito, su tendencia al pontificado. Hebuiza trataba al nuevo miembro de su comunidad igual que a cualquier otro. Su desdén, aparentemente, no mostraba favoritismos. Pero había poca oportunidad para el conflicto entre los dos hombres. Hebuiza rehuía a Ruen aún con mayor diligencia con la que evitaba a Sav y a Liis, como si creyera que el patrix pudiera ser más infeccioso que ellos.

    Y las creencias de Ruen, tan fuertes como él profesaba que eran, parecían doblarse fácilmente para acomodarse a cualquier circunstancia. Incluso cuando Ruen supo del experimento de Josua no se opuso. Lo aceptó sin compungida conciencia como si fuese algo natural usar otros seres humanos para tales propósitos. Su ecuanimidad sobre todo el asunto le daba náuseas a Sav.

    (Quizá las aprobaba secretamente. Incorporando los experimentos en su sistema de creencias tan fácilemente como lo había ajustado a todo lo demás. Sin duda vería a Josua y Hebuiza como agents de ahnaa-10. Después de todo, ¿no estaban liberando las esencias que habían muerto en las cámaras para participar en su Disolución sagrada?)

Capítulo 21

    

Capítulo 21 - Día 71

    Sav se sentaba de piernas cruzadas en el borde de la plataforma de aterrizaje. El errático viento de alrededor le tiraba de la ropa. Era un día nublado y nubes oscuras se movían hacia él en el cielo. Los relámpagos centelleaban dentro de ellas y el distante tronar vibraba en el suelo. Cuánto tiempo llevaba él allí no podía saberlo; ciertamente algunas horas. Pero sabía que a los otros, allá abajo en la madriguera de piedra de la instalación de estasis, no les preocuparía su prolongada ausencia. Estaban demasiado envueltos en sus propios infiernos.

    Las nubes de tormenta seguían acercándose.

    Unas pisadas crujieron tras él. Sobresaltado, Sav suprimió la urgencia de mirar.

    —Necesitamos hablar contigo.

    Sav se giró con reluctancia ante el sonido de la voz de Josua. Liis estaba de pie a su lado.

    —Tenemos un par de cosas que decirte.

    —¿Qué cosas?

    —Primero, que Liis hará la maniobra rendezvous con La Viracosa.

    (La Viracosa.)

    Era la nave de la misión que regresaba. Un imponente carguero construído para transportar metales raros desde sistemas planetarios cercanos. Principalmente iridio y cerio, que no existían en la corteza de Bh'Haret. Sav casi se había olvidado de ello.

    —Está a ocho días de la órbita, - continuó Josua. —El contacto por radio es imposible con los gritadores interfiriendo sus paneles de comunicación. Así que pensé sería mejor que uno de nosostros se reuna con ellos antes de que decidan dar la vuelta e ir a otro sistema.

    Sav se puso de pie lentamente y miró a Liis. Ella tendría que llevar la Ea, Hebuiza perdería su litera libre de plaga y estaría atrapado en su traje una semana entera.

    —¿Qué le parece esto al Posibilitador?

    Liis se encogió de hombros.—Estaba molesto. Demonios, yo estaría más que molesta si tuviera que pasar tanto tiempo en mi traje. Pero hay un Posibilitador a bordo de La Viracosa que quiere ver desesperadamente. Un hombre llamado Yilda. - Al decir si nombre, su labio superior se curvó de asco. Era una reacción que Sav comprendía demasiado bien. —Parece que es algún alto panyandrum entre los Posibilitadores. Y Hebuiza no sabe nada sobre pilotar una nave como la Ea. De modo que entiende que tengo que llevar la nave para asegurar el contacto con su amigo.

    (Otro Posibilitador.)

    En sus viajes había conocido seis o siete y, hasta lo que había visto, eran todos iguales: hombres y mujeres que exageraban la sensación de su propia importancia. Eran reservados y no se fiaban de nadie, como si hubiesen sido infectados por el mismo tipo de paranoia. Quizá era una consecuencia de sus cerebros seccionados, un efecto secundario de la operación que les convertía en Posibilitadores. O quizá habìan sido elegidos para ser Posibilitadores porque ya estaban configurados emocionalmente de ese modo. Sav imaginó a Hebuiza conectado a otra figura oscura con media docena de cables entre ellos mientras intercambiaban datos a ritmo de Terabit. Una máquina hecha de dos hombres. Sav giró la vista hacia Josua.

    —Dijiste que estabas aquí para decirme dos cosas.

    — Vamos a iniciar más reanimaciones.

    Sav cerró fuertemente los puños. Tres días antes, cuando se había cruzado con Josua en el pasillo, el otro hombre había dicho simplemente:—El experimento ha terminado, - y había seguido su camino. Pero la sencilla frase de Josua no le había dado el alivio que había estado esperando. En su lugar, lo había remplazado un horror persistente. Horror por lo que Josua pudiera hacer después.

    —¡Me lo prometiste! ¡No más infecciones!

    —Y no las habrá. - Josua pareció sobresaltado por la vehemencia en la respuesta de Sav. —Quiero despertarles para que nos ayuden, no para infectarles. Los necesitamos ahora que la otra nave está regresando.

    Sav trató de mantener calmada su voz.—Es Hebuiza, ¿verdad? Necesita más cuerpos para su experimento.

    Josua negó con la cabeza.—No. Queremos reanimar a un médico, a un bio-ingeniero y a otro viajero...

    —Me diste tu palabra.

    —Sav, tenemos que estar preparados para La Viracosa.

    —Los infectarás a todos. O Hebuiza lo hará.

    —No voy a dejarle.

    —No te creo. Y no me fío de él.

    —Puedes ayudarnos. Monitora las reanimaciones tú mismo.

    —No quiero formar parte de esto. No tendré más muertes en mi conciencia.

    La cara de Josua se volvió pétrea.—Cree lo que quieras. Pero no dejaré que tus miedos infundados bloqueen el camino a nestra supervivencia. Se procederá con las reanimaciones.

    Y con esto, Josua daba un giro al asunto haciendo que Sav fuese el irracional. La rabia le bullía pero, antes de que pudiera ensayar una respuesta, Josua giró sobre sus talones y se alejó caminando. Sav le siguió con la mirada. Liis, con la mano cerrada en el antebrazo de Sav, le retenía.

    —Las cosas han cambiado, - dijo ella.—Esta vez dice la verdad. Lo sé.

    —¿Tú lo sabes? - Sav se liberó el brazo bruscamente. Josua ya estaba a medio camino del sendero hacia la instalación.—Todo lo que veo es un hombre al que llaman demasiado a la puerta, que ha desarrollado una obsesión en proporcionar pruebas de que Nexus es responsable de la plaga. Lo que está haciendo es inmoral y peligroso, Liis. Si seguimos su camino no conseguiremos nada salvo más muertes sin sentido. Y probablemente... - Sav añadió agriamente, —... las nuestras.

    —Me niego a creer eso.

    —Vale, olvida a Josua entonces. ¿Qué hay de Hebuiza? ¿Está más cerca de descubrir los vectores de la plaga? ¿O sus reservas?

    —Me dijo que está haciendo progresos. - Pero su tono había cambiado, sonaba defensivo, petulante, como el de una niña sorprendida en una mentira.—¿A dónde quieres llegar?

    —¿Crees que el Posibilitador detendrá los experimentos antes de que tenga las respuestas a esas preguntas?

    —Josua le detendrá. Si es necesario.

    Sav bufó burlonamente. Con toda claridad, la fé de Liis en Josua era férrea.

    —¿No lo ves? es lo que quieren ambos. ¡Puede que tengan objetivos diferentes pero los dos quieren continuar los experimentos!

    —Siempre te he respetado, Sav, - dijo Liis altivamente.—Hemos sido tripulación una docena de veces y sé que eres un tío decente. Y comprendo por qué te sientes así pero yo confío en Josua. Y no importa cuánto quieras cambiar eso, porque no puedes.

    —Me ha mentido ya una vez. Y sólo hace unos días me prometió no más reanimaciones. Pero ahora... . - Sav negó con la cabeza.—¿Por qué no mentiría también ahora sobre el propósito de reanimarles?

    El viento había arreciado y las hojas se agitaban de impaciencia con las primeras ráfagas de la tormenta que se abrían paso por los árboles de alrededor.

    —Le conozco, Sav. No es esa clase de hombre.

    Pero Sav no estaba escuchándola.—No le dejaré hacerlo. No puedo. -

    ¿Cómo podía explicárselo a ella? ¿Cómo podía hacerla entender el modo en que se sentía? Sav la miró a los ojos.

    —Pensé que podía irme si las cosas iban demasiado mal. Encontrar un lugar en Bh'Haret donde pudiera vivir. Me convencí de que prefería estar solo que ser parte de este... este experimento. -

    Su voz era monótona, el sudor se acumulaba en las palmas de sus manos. Su latido en el pecho era un diminito dolor atenuado.

    —Pero he estado pensando mucho sobre eso. Y me he dado cuenta de que no puedo irme. Nuestras vidas están ahora aquí. Mi vida está ahora aquí. No dejaré que nadie joda eso. - Él la observó de cerca, tratando de calibrar su reacción pero ella no le dió nada de lo que estaba pensando.—No más reanimaciones, - dijo Sav dándole la espalda a ella.—No lo permitiré.

    Sav aguardó, esperando...

    (¿Qué?)

    Pero no hubo nada. Silencio. Luego, pasos alejándose. El tronar distante retumbaba furiosamente. Sav permaneció donde estaba. El viento creció en intensidad, remolinos racheados levantaban hojas y finos granos de arena para lanzarlos en torno a él. Sólo cuando las primeras gotas gruesas de lluvia salpiaron contra la superficie ruinosa de la plataforma, Sav se dirigió al abrigo de instalación.

Capítulo 22

    

Capítulo 22 - Día 72 a 75

    A la mañana siguiente, Josua, Liis y Hebuiza empezaron a trabajar. Sav observaba con creciente horror mientras preparaban una segunda zona de aislamiento. Una mezcla de culpabilidad y auto-desprecio le sobrecogió por su inacción.

    (¿Qué podía hacer para detenerles?)

    Había dejado de saquear pero nadie pareció notarlo, ya tenían la mayoría de las cosas que necesitaban y Hebuiza había recogido el resto rápidamente. Sav permanecía cerca de la instalación, observando y esperando. Todos los días, después de que Josua, Liis y Hebuiza se habían retirado a sus habitaciones separadas, Sav hacía un recorrido rápido por la zona de aislamiento para ver el progreso que habían hecho. Consideró sabotear el equipo o moverlo y cambiarlo como un espíritu, pero sólo conduciría a una confrontación. Forzaría su mano o la de Josua. Con toda probabilidad, sería expulsado de la instalación. O asesinado. No creía que Josua o Liis llegaran tan lejos pero no dudaba de que Hebuiza asesinaría a su propia madre dormida si eso mejorara sus opciones de supervivencia.

    De modo que se quedó dentro de su pequeño cubículo mirando al sucio techo agrietado, repasando sus limitadas opciones una y otra vez en su cabeza como un roedor corriendo en la rueda sin fin, sin una idea, rezando por que apareciera una solución, o algo cercano a una solución, antes de que fuese demasiado tarde.

Capítulo 23

    

Capítulo 23 - Día 76

    Tres A.M.

    La pequeña lente de una cámara de seguridad miraba a Sav. Estaba montada sobre el marco de la puerta que conducía a la nueva zona de aislamiento. Era la primera vez que esa puerta estaba cerrada con llave. El mensaje era obvio: estaban a punto de empezar las reanimaciones y no querían a Sav interfiriendo.

    (¿Me estará observando Hebuiza ahora mismo?) -

    Miró al círculo negro de la lente y le dijo: —Estaré esperando fuera..

    Dió la vuelta, subió en ascensor hasta el primer nivel y salió de la instalación.

    Una leve capa de nieve cubría el suelo. A esta hora de la noche, el aire era afiladamente frío, un heraldo del largo invierno que venía. El mes siguiente la nieve tendrìa un metro o más de profundidad. Sav se apretó su chaqueta a rayas. Sobre él, el cielo otoñal estaba despejado, cubierto de una densa escarcha de brillantes estrellas. Ambas lunas de Bh'Haret, Amerilus y Perimus, ya se había puesto. Sav trató en vano de localizar la luz de La Viracosa. Dos noches atrás, cuando la nave había empezado sus maniobras de frenado, había sido el objeto más brillante del cielo. Ahora, había caído a ser un objeto por debajo de la quinta magnitud, invisible a simple vista.

    (¿Qué estarían sintiendo? Rabia, confusión, incredulidad?) -

    Trató de recordar lo que él había sentido cuando despertó por primera vez pero no pudo. Ese momento ocurrió hacía el tiempo de una vida.

    Sav respiró hondo el aire frío a sus pulmones. En la distancia, la silueta de los árboles se agitaba en sincronìa, una impenetrable confusión de oscuridad y ramas y viento. Pensó: (Tiene que hacerse. Esta noche.)

    La Viracosa - estaba a menos de tres días y Sav sabía que Josua empezaría las reanimaciones antes de que tomara órbita y su capitán y tripulación pudieran presentar objeciones. Se quitó un mitón y buscó en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. Las puntas de los dedos tocaron el frío metal de un arma de cañón. Rodeó una gastada cinta adhesiva con el dedo.

    El día anterior había salido de la instalación para ir a un lugar que no estaba en la lista de Josua: una guarnición policial a las afuerzas de Temperas. El estado del puesto mismo era bastante parecido al del hospital que había visitado con Hebuiza. Los edificios tenían las cicatrices de un intenso combate armado. Cerca de la puerta principal estaban los restos de dos vehículos ligeros blindados: uno estampado contra el arrugado lateral del otro. Dentro del edificio encontró montones de ropas agujereadas con marcas quemadas. Rifles láser y armas de mano yacían debajo y a los laterales de las desintegradas ropas. La mayoría del equipo no funcionaba: baterías secas mucho tiempo atrás y mecanismos corroídos. Excepto por una pistola de propulsión química que había encontrado en un cajón de la oficina del primer oficial. Estaba dentro de una caja de madera junto con dos cartuchos llenos de munición. El cañón estaba niquelado y las placas de su mango estaban sujetas por cinta médica alrededor del extremo. Sav se preguntó brevemente por qué había guardado el oficial tal ejemplar de aspecto deshonroso. ¿Valor sentimental? Quién podía decirlo ahora.

    Sav había metido un cartucho en el arma y luego la había llevado afuera. Apuntando a un letrero desgastado gris que colgaba de una cadena entre dos puestos, había apretado el gatillo. El arma casi salió despedida de su mano en violento retroceso. Un agudo pitido sonaba en sus oídos, ensordeciéndole. Aturdido, le había llevado un momento darse cuenta de que el letrero se había separado limpiamente por la mitad donde la bala había golpeado. Dos paneles astillados colgaban ahora de cada cadena. Habìa dejado con cuidado el arma en la caja y, con esta bajo el brazo, había regresado al VTOL.

    La temperatura estaba bajo cero pero en su bolsillo, el mango del arma ya se había calentado por su tacto.

    Sin Hebuiza, Josua no podría continuar el experimento, no tenía la experiencia. Sav apretó el mango del arma. Sería sencillo, pensaba, apuntar el cañón al cuadrado negro de su pecho y...

    —La Viracosa no será visible hasta mañana.

    Las palabras sonaron como si hubiesen sido dichas a centímetros de su oído. Sobresaltado, Sav se giró y su pie resbaló en el hormigón nevado. El desequilibrio hizo que la mano se lanzara fuera del bolsillo dando un arco en el aire. Josua cogió a Sav por los brazos y le enderezó. Observó el arma que Sav agarraba en la mano.

    —Cuidado. - dijo liberando a Sav y dando un paso atrás.—El suelo es traicionero.

    El peso del arma pareció arrastrar el brazo de Sav hacia abajo. Estaba apuntado al suelo.

    —¿Qué estás planeando hacer con eso? - preguntó Josua.

    —Yo... estaba esperando al Posibilitador.

    Josua dió una risotada.—Daría igual, ¿sabes?. Yo mismo seguiría con las reanimaciones. Acabarías teniendo que disparanos a los dos. Quizá también a Liis. Y, ¿dónde te dejaría eso?

    Deslizando el dedo índice sobre el gatillo, Sav lo dejó descansar allí suavemente.—Si eso es lo que tengo que hacer. - dijo él. Y por la primera vez, sabía con certeza que lo haría.—No permitiré que tú o Hebuiza infectéis a nadie más.

    —No habrá ninguna resurrección más. Se acabaron los experimentos. - Josua sonaba casi pensativo.

    —No te creo.

    —Y a mí no me importa si me crees o no. - Josua inclinó su cabeza para contemplar las estrellas.

    —¡Deja de mentir! - Levantó el arma y apuntó a Josua en la sién.

    Josua apenas miró el arma y continuó escaneando el cielo.

    —Las cosas han cambiado.

    —¡Si tienes algo que decir, dilo!

    Josua bajó la cabeza y cruzó la mirada con Sav.

    —Hebuiza ha aislado los vectores de la plaga. Ha desarrollado una prueba para detectar portadores. Por eso no hace falta más experimentos.

    Sav dejó caer el brazo.—¿Ha descubierto cómo se transmite la plaga? Entonces deberíamos ser capaces de decidir si es seguro quedarse. ¿Verdad?

    Los labios de Josua se doblaron en una amarga sonrisa y dijo: —Oh, aquí todo es seguro. Tan seguro como cualquier otro lugar.

    —Yo... no comprendo.

    —Hoy Hebuiza hizo las pruebas de todas las muestras que tomó de nosotros. - En la oscuridad, los ojos de Josua parecieron brillar con una misteriosa radiación.—Todos somos portadores de la plaga.

    El corazón de Sav se congeló en su pecho. Se sintió mareado, como si el mundo estuviera deslizándose bajo él.

    —¿La hemos contraído?

    —La teníamos antes de nacer.

    —No lo entiendo.

    —¿Recuerdas lo que la Directora dijo sobre la extensión de la plaga? ¿Que era altamente contagiosa? ¿Y que la enfermedad también irrumpía simultáneamente por todo Bh'Haret y en las orbitales? Imposible desde una perspectiva epidemiológica. Las enfermedades infecciosas no se propagan de ese modo. Rechazamos su informe, lo atribuímos al pánico y la histeria que siguió a la enfermedad. - Josua hizo una pausa, el vaho se desenrrollaba ante él en una maraña de complicados nudos.—Y aún así fue exactamente eso lo que observamos en nuestras propias muestras. Las bacterias en cultivos aislados se convirtieron en fábricas virales en cuestión de minutos. Después de haber visto que este mismo patrón se repetía muchas veces en diferentes muestras, concluímos que el único modo en que podía suceder era si un gran porcentaje de la población ya portaba la enfermedad en un estado de letargo.

    A pesar del frío en el aire, Sav sintió gotas de sudor recorrer su sién y seguir la curva hasta su barbilla.

    —Hebuiza lo llama un Troyano. Una infección latente. Cree que se empezó a propagar por la población cincuenta años antes de que partiéramos. Dentro de versiones mutadas de las bacterias comunes que habitan la piel y los tractos respiratorios superiores. El tipo al que nadie prestaría atención porque son umiversales e inocuas. Y el tipo que se traspasa continuamente entre la gente al respirar o al tacto. Cinco décadas le dió a la bacteria tiempo suficiente para moverse de un anfitrión al siguiente, desplazando a sus predecesoras inofensivas. Hasta que la población entera había quedado infectada y reinfectada incontables veces.

    —Entonces... entonces ¿por qué no estamos muertos todavía?

    —No estábamos destinados a estarlo.

    —No entiendo.

    —La bacteria fue diseñada para expresarse después de que pasara un periodo de tiempo determinado.

    —¿Diseñada? ¿Dices que no era natural?

    —Tomamos muestras de sangre de varios de los internados más antiguos. La bacteria mutada aparece abruptamente en la población hace cincuenta años. Antes de eso no hay rastro de ella. Nada. Sin posibles progenitores. Las probabilidades de que una mutación como esa ocurra espontáneamente, en diferentes bacterias, es astronómica: 'una probabilidad desvaneciente,' como dice Hebuiza. Lo que significa que es casi cierto que fue deliberadamente diseñada e introducida. - Sonrió amargamente. —Una especie de terapia genética nociva.

    —Aún no entiendo por qué no estamos enfermos...

    —Ah, ¡esa es la mejor parte! - josua sonrió y negó con la cabeza, como si admirase la astucia de la plaga.—La bacteria fue diseñada para replicarse a un ritmo preciso. La mayoría lo hace a un ritmo bastante constante para empezar, tal sintonía fina y genes de sincronización no habrían sido difíciles. Cada vez que una bacteria se replica, deja un enlace simple en su hebra de ADN. Como una cuenta atrás. Cuando el último enlace de la cadena cae, el ADN empieza a producir algunas proteínas nuevas interesantes, provocando la mutación de la bacteria en un bacteriófago, una fábrica vírica extremadamente infecciosa y tóxica.

    Incrédulo, Sav contemplaba a Josua. Si lo que estaba diciendo era cierto, la enfermedad estaba dentro de él ahora mismo, una bomba de relojería molecular descontando cada segundo.

    —Por eso no se propagó como lo haría una enfermedad normal. Porque todo el mundo en Bh'Haret ya había sido infectado, la mayoría, como tú y como yo, incluso antes de haber nacido. Pero la bacteria estuvo siempre descontando tiempo, todo el mundo portaba un relojillo idéntico, perdiendo ese siguiente enlace cada vez que se reproducía... hasta que mutaba al llegar al cero final.

    —¿Cuánto tiempo? - la voz de Sav tembló.—¿Cuánto tiempo tenemos?

    —El contador se acabó justo después de dejar Bh'Haret, hace treinta años. Si nunca hubierámos entrado en crio-suspensión, habríamos manifestado los síntomas como todos los demás, medio año después de que la Ea saliera. Nuestro viaje prolongado sólo retrasó lo inevitable. - Josua sacó las manos de sus bolsillos y se frotó las palmas.—Tenemos medio año menos el tiempo que hemos estado fuera de la estasis desde que regresamos. Lo que nos deja un poco más de cien días. - Levantó las manos hacia su boca y exhaló en ellas.

    —¿Y que hay de los antibióticos... - dijo Sav luchando por calmarse, por apartar el pánico de su voz.—... para matar la bacteria? Si podemos detectarla, ¿no podemos exterminarla?

    —Si tuviéramos tiempo, conocimientos y equipo, podrìamos tener una oportunidad. Pero Hebuiza dice que es un problema demasiado complejo. La bacteria modificada fue diseñada para ser persistente en su expresión, y resistente a los antibióticos. Algunas se localizan en el cerebro y el sistema nervioso, haciendo el tratamiento virtualmente imposible. Un agente lo bastante fuerte para exterminarla, casi con certeza, nos mataría también a nosotros.

    —¿Y qué pasa con la tripulación de La Viracosa? Ellos entraron en suspensión cinco años antes que nosotros, así que deberían quedarles otros cinco años. Si regresamos a las cápsulas mientras trabajan en una cura...

    —Liis embarcó en La Viracosa hace dos días. Nosotros descubrimos el vector esta mañana. - Josua dió una desesperada carcajada.—Nos preocupaba que ella pudiera coger algo de ellos. Pero ahora ella los ha expuesto a nuesrra versión de la bacteria. Y ellos le han pasado su versión a ella. Ambas tienen sus propios contadores internos. Desgraciadamente, la que expira antes es la única que cuenta. Lo que implica que sus esperanzas de vida son idénticas a las nuestras.

    —Pues las otras naves...

    —Salvo La Viracosa, sólo pudimos confirmar otra nave programada para regresar. La Materia Extraña salió después de nuestra misión y sólo días antes de que se informaran de los primeros casos de la enfermedad. Así que, su tripulación fue probablemente atacada después de se reanimaran en su destino. Las opciones de que nunca iniciaran el viaje de regreso son muy altas. Pero si lo hicieron, tendrán que volver a la estasis ya sufriendo las primeras fases de la enfermedad.

    (Cien días.) - Sav no podía abarcar la idea en su mente.

    Josua había seguido hablando de la plaga. Las nubes de vapor que se desplegaban ante él eran arrebatadas por el viento. Pero Sav sólo escuchaba a medias.

    —... periodo de incubación de tres o cinco días... incerteza sobre los vectores como insectos y antrópodos...

    (Cien días.)

    Palabras y frases llamaban la atención de Sav, luego, se perdía.

    —... causa múltiple... inhibidores de proteasa rediseñados... sólo pudo ser Nexus.

    Sav alzó la vista.—¿Nexus? ¿Tú crees que fue Nexus? - Sav sintió una súbita ola de rabia, aunque no estaba muy seguro de con quién estaba enfadado.—Con toda probabilidad, nosotros la creamos. Luego la volvimos contra nosotros.

    —No, - dijo Josua. —Hebuiza me aseguró que era demasiado avanzada técnicamente para haber sido diseñada en Bh'Haret. Inconcebible, de hecho, dado el nivel de bio-tecnología en el momento en que fue introducida en la población.

    Josua tenía una expresión ferviente en su cara. No era cara de derrota sino de determinación. Para Josua, notó Sav, este descubrimiento había sido una victoria. Una venganza de sus propias teorías paranoicas sobre Nexus.

    —Es el modo en que ellos ven las cosas, Sav... en decádas y siglos. Plantan una bombita de relojería en un mundo reacio a unirse al Programa de Ascensión. Si eventualmente se suscriben, entonces desarman el troyano con un contador antes de que nadie se entere. De lo contrario, lo dejan seguir su curso y una civilización problemática encuentra un trágico final. Naturalmente, Nexus negaría estar involucrada. Como tú, sugerirían que fue un arma biológica que salió de nuestros propios laboratorios. O quizá fue un patógeno improbable pero natural. Y nadie podría probar nada diferente. Pero todos esos otros mundos no afiliados verían la mano de Nexus en este asunto y leerían la advertencia: únete al Programa de Ascensión o podría pasarte lo mismo a tí.

    Un pitido monótono había empezado en los oídos de Sav. Se sintió desorientado. Bajo él, sintió el frío de hormigón inerte penetrar en las suelas de sus botas. Tuvo una repentina visión de sí mismo allí de pie, en la punta de un mundo vacío y muerto.

    (Cien días.)

    El número percutía en su mente. Imaginó a la bacteria envolviendo su piel, anidando en su garganta y esófago, realizando su división, reproduciéndose una y otra vez en un círculo imparable. Un reloj marcha atrás. Antes, cuando no había estado seguro de a quién culpar por la plaga, había anticipado su muerte como si fuera un tipo de penitencia, su castigo por haber renegado de su mundo. Pero ahora Josua le estaba diciendo que había sido Nexus.

    Sav sopesó el arma, la giró en su mano como si estuviera examinándola.

    —Entonces no nos queda nada más que hacer. - Levantó el arma hasta su cabeza.—Excepto morir.

    —¡No, Sav! - josua se movió hacia él. Sav liberó el gatillo y Josua se paralizó.

    Pero Sav supo en ese momento que no tenía el valor de apretar el gatillo. Nunca habría tenido el valor de hacer algo tan definitivo. Con rabia, lanzó el arma tan fuerte como pudo casi dislocándose el hombro. El arma hizo un lento arco en la noche y cayó a plomo entre los arbustos haciéndose pedazos.

    Por un momento, los dos hombres permanecieron en silencio, mirándose el uno al otro. Luego, Josua habló.—Queda esperanza. - dijo suavemente.

    El corazón de Sav pareció detenerse.—Pero dijiste...

    —Obligaremos a Nexus a que nos dé la cura.

    Por un instante, Sav se había permitido un vago atisbo de esperanza, pero que colapsó con la improbable noción de Josua. ¿Cómo podían ellos forzar a Nexus a hacer algo? A años luz de distancia y milenios más avanzados en tecnología, la idea no sólo era absurda, era una locura. La sorpresa de Sav se convirtió en disgusto. Pasó junto a Josua estremecido.

    —Espera, Sav...

    Sav le ignoró. ¿Qué más quedaba por decir?

    Josua estaba gritando algo sobre Hebuiza, pero Sav había dejado de escuchar. Trotó por el senderito alejándose de la instalación y tropezó bajo la bóveda de los árboles más próximos. Finas ramas le arañaron la cara, sus pies se deslizaron sobre la estrecha capa de nieve. Tropezó de nuevo, perdió el equilibrio y se golpeó la espinilla contra el borde de una roca. Pero lo sintió sólo de un modo abstracto. Luego, el suelo cayó frente a él y él cayó por una pendiente hasta la oscuridad tan completa e irrevocable como su futuro.

Capítulo 24

    

Capítulo 24 - Día 80

    Desde donde yacía sobre su camastro, Sav observó la palanca interior de su puerta moverse arriba y abajo. Fue el sonido del roce lo que le había sacado de un sueño intranquilo. La palanca quedó inmóvil y alguien llamó a la puerta. La cama de Sav crujió cuando acomodó su peso, pero él no respondió.

    —¿Sav?

    Se sorprendió de oir la voz de Liis.

    (¿Ya había vuelto? ¿Cuántos días había estado fuera?)

    Había perdido la pista.

    —Quiero hablar contigo.

    Sav se apartó el pelo con los dedos. Lo tenía ya largo, le caía por la frente y casi hasta los ojos. No se lo había cortado desde que había vuelto. Una semana atrás, dejo de afeitarse y su cara se cubría con los inicios de una espesa barba negra.

    —¿Qué quieres?

    Su voz sonaba ronca, deshabituada a hablar. Su estómago se quejó. Durante los últimos dos días, se había encerrado en su habitación, saliendo sólo para liberarse fuera en el pasillo.

    —Tengo que hablar contigo.

    Sav giró las piernas hasta el borde del camastro. El suelo esta frío bajo sus pies descalzos. Se puso un pantalón corto y fue hasta la puerta. Liberó el seguro y abrió la puerta un poco. Liis apareció enmarcada en el hueco. Llevaba puesto un mono gris, su cara y brazos estaban enrojecidos, su pelo mojado, como si acabara de salir de la ducha. Ella le miró por el hueco.

    —¿Puedo entrar?

    Sav miró por encima de ella y vió que el pasillo estaba vacío. Tiró de la puerta ampliando el hueco y dió un paso atrás. Cuando ella pasó dentro, cerró la puerta y bloqueó el seguro.

    —Tienes un aspecto de mierda., dijo ella.

    —Gracias. -

    Sav pasó a su lado y se sentó en su colchón. Apoyó los codos sobre las rodillas. Bajó la cabeza y se rascó la nuca. Su pelo estaba grasiento y húmedo por el sudor.

    —Josua me dijo que llevas aquí tres días.

    Sav no dijo nada, seguía masajeando su cabeza. La cama se dobló cuando Liis se sentó a su lado.

    —Supongo que tenía razón. Sobre Nexus, quiero decir.

    Sav se mordió la lengua pero sus manos se detuvieron.

    —Dice que no quieres hablar con él.

    Josua habìa bajado a la habitación de Sav varias veces para hablar con él, pero Sav le había ignorado, negándose a escucharle o a responder a los persistentes golpes a su puerta.

    —Sé que piensas que no hay nada que podamos hacer, Sav. Pero no se ha terminado.

    Sav la miró por fín. Incluso sentada era media cabeza más alta que él. Su pelo rubio, rapado cerca de su cráneo cuando habían llegado, era ahora de casi un dedo de largo. Parecía más pálida de lo que recordaba, sus marcas parecían haberse fundido en la blancura de su piel.

    —La otra tripulación está aquí ahora. Hebuiza y el otro Posibilitador saben mucho sobre Nexus. Era parte de su trabajo reunir inteligencia.

    Ella se acomodó y la cama crujió. Sav podía oler el jabón desinfectante en su piel. Supuso que Liis habìa regresado en las últimas horas.

    —Nos reunimos mañana en la sala de juntas para discutir la... - ella dudó, encontró una palabra —... el problema.

    Sav parpadeó. alzó la vista fatigado.—¿El problema? Creo que ya tengo una muy buena comprensión del problema.

    —Hay esperanza. Josua me lo dijo. Ven mañana, Sav. Te lo explicarán.

    El muslo de Liis se presionó contra la longitud del de Sav, su rodilla extendida unos buenos diez centímetros de la de Sav. Él sintió la insistente presión de su pierna, la tensión en ello. Inesperadamente, ella le tocó la mejilla, recorrió con el dedo la línea de su mandíbula, siguiendo los rizos de su marca de oficial hasta que su dedo se perdió en su barba. Luego, usando su otra mano, puso la mano de Sav en su cara, la colocó en su mejilla entre la mezcla de líneas espirales y formas. Sav sintió el tosco relieve de sus marcas, sintió su pulso en la punta de los dedos.

    —Te necesitamos, Sav, - dijo ella. —Te necesito. - Bajó su mano y la apoyó en su muslo.—No nos queda nadie más.

    El corazón de Sav se aceleró. Sorprendido, tuvo una erección. Sólo unos momentos antes habría pensado que esto era imposible. Había pensado que había quedado inerte, con sus terminaciones nerviosas muertas, con un cerebro incapaz de cualquier tipo de deseo. Pero su cuerpo recordaba. Observó su mano deslizarse desde la mejilla de Liis hasta su cuello, recorriendo el hueco de su garganta y bajando hasta su pecho. Se movía como animada por una inteligencia diferente a la suya.

    —Mañana temprano, Sav, - susurró inclinándose más cerca. El calor de su aliento le cantaba en el oído.—Quiere reunirse con nosotros, para explicar.

    La cabeza de Sav asentía como si también él estuviera de acuerdo. Le entraron temblores. Ella se apartó de él poniéndose de pie y Sav alzó la vista en pánico, temeroso de que ella se marchara. Pero no se estaba marchando, estaba deshaciendo los broches de su mono. En un momento, el holgado vestido yacía sobre el suelo en torno a sus pies. Su cuerpo era firme, sus pechos pequeños con grandes pezones, sus caderas más estrechas de lo que había imaginado. Saliendo del círculo de ropa, se movió entre las rodillas de Sav colocando sus manos sobre sus hombros. Las marcas de su cara eran vívidas, serpenteando con vida propia. Ella presionó sus pechos ligeramente contra la piel de su frente. Luego, se inclinó hacia atrás.

    —Levántate, - le ordenó.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    El aroma de ella se elevó desde las sábanas. El sabor de ella aún estaba en su boca. Tumbado junto a Liis en la oscuridad, con las espaldas apenas rozándose en el pequeño espacio de la cama, se preguntó:

    (¿Por qué? ¿Por qué había hecho esto ella?)

    El acto amoroso había sido extraño, sus acciones frenéticas, desesperadas, una liberación que él no había sabido que necesitaba. Las de ella habían sido controladas y deliberadas. Aunque no lo había notado en su momento, ahora podía verlo. Ella había estado receptiva, pero de un modo plano y mecánico. Como si estuviese interpretando un papel o siguiendo una orden.

    (¿Lo había decidido por si misma o la había enviado Josua? ¿Había significado algo para ella?)

    Sav intentó fingir que no le importaba. Pero le importaba.

    Con cuidado con no despertarla; si no estaba ya despierta pues yacía de lado inerte respirando lenta y regularmente pero no profundamente; rodó por encima para poder ver su forma pálida junto a él. Sostuvo su mano sobre el hueco por encima de su cadera. Luego, la hizo descender tocando suavemente la cálida llanura de su piel, saboreándo su última conexión tierna con el mundo.

Capítulo 25

    

Capítulo 25 - Parte II. SALIDA

    La puerta estaba entornada. De pie en el pasillo fuera de la sala de juntas, Sav se esforzó por oir la voz desconocida pero el hombre que hablaba lo hacía con una molesta pausa en su discurso. Todo lo que Sav podìa discernir era alguna palabra ocasional. Cualquiera que fuera el tema de su charla, Sav no conseguía seguirla. Dió un paso hesitante hacia la puerta, se detuvo.

    (¿Qué estoy haciendo aquí?. No tiene sentido. Liis está equivocada. No hay nada que podamos hacer para salvarnos.)

    Comenzó a darse la vuelta hacia el ascensor cuando la puerta se abrió de par en par.

    —Tú debes de ser Sav. -

    En el umbral había un hombre con oscura piel marrón. Mechones canosos cubrían su cabeza y un penacho similar se asomaba del cuello se su inter-traje azul.

    —Sí, - dijo Sav.—Ese soy yo.

    Dentro de la sala, aún hablaba la suave voz pausante.

    —Escuché un ruído aquí fuera.

    El hombre miraba a Sav desvergonzadamente, evaluándole con sus ojos marrones grandes y penetrantes. Era media cabeza más alto que Sav y parecía fuerte, como si trabajase duro para estar en forma.

    —Penirdth, - dijo él extendiendo su mano.—Soy el Capitán de La Viracosa.

    Dudando, Sav estrechó la mano del otro hombre. Vió medias lunas negras de suciedad bajo sus propias uñas y se sonrojó de vergúenza, consciente de pronto de lo descuidado que debía de parecer.

    —Acabamos de empezar, - dijo Penirdth echándose a un lado.

    Sav atravesó el umbral. Dentro, parpadeó por la luz intensa. La voz que había oído desde fuera se había quedado en silencio. Varias personas se sentaban alrededor de una mesa ovalada lo bastante grande para acomodar al doble de gente. Todos se quedaron mirándole ostensiblemente.

    —¡Sav! - Josua se levantó de su asiento en la cabeza de la mesa.—Me alegro que decidieras unirte a nosotros. -

    Le indicó una silla a su izquierda. Sav caminó como un zombie por todo el largo de la sala y se dejó caer en el asiento. Liis, que se sentaba a la derecha de Josua, miraba a Sav con las marcas en su cara pálida sin vida como manchas descoloridas. Luego, apartó la vista y dobló las manos en el regazo.

    Ruen, que se sentaba al lado de ella con afectado aire de desinterés, jugueteaba con la mano izquierda en el mango de su bastón, girándolo ociosamente.

    El resto eran extraños, miembros de la tripulación de La Viracosa.

    —Ya has conocido a Penirdth, - dijo Josua, indicando con la cabeza al hombre que ocupaba el aisento en el extremo más alejado de la mesa, delante de Josua.—A su izquierda está Binlosson, su segundo de abordo.

    Incrustado en una silla había un hombrecillo de pelo corto. Los gruesos müsculos se veían claramente bajo la camiseta que llevaba y los tendodes del cuello sobresalían rígidamente como si fueran a explotar en cualquier momento. El hombre saludó a Sav con la cabeza, malhumoradamente y con los ojos entornados.

    —A su lado está Mira, una especialista asignada a la misión de La Viracosa. Es geóloga y metalúrgica, asesora en la negociación de metales raros.

    Una rolliza mujer miró a Sav bajo un nido de pelo rojo rastado. Sus ojos eran melancólicos y parecían haber estado llorando recientemente. Salvo por las esquinas de su boca tensadas marginalmente, no le ofreció un saludo.

    —Y este es Yilda, su Posibilitador. -

    Hizo un gesto hacia un hombre dentro de un intra-traje azul iridiscente sentado al otro lado de Penirdth. Para sorpresa de Sav, este hombre no se parecía en nada a Hebuiza, ni a ninguno del resto de Posibilitadores que había conocido.

    Su cara pálida le pareció a Sav como bien mimada: suave, redonda y sin marcas; como si nada en la vida consiguiera dejar una impresión allí.

    Su cuerpo empezaba a mostrar los signos de la mediana edad: con una ligera barriguilla alrededor de su cintura. Llevaba extravagantes anillos en cada dedo y botoncitos redondos recorrían su mejilla como una fina barba dorada. El hombre transmitía la impresión de la decadente corrupción. Aún así, no cabía duda de que era un Posibilitador: sobre su cabeza tenía una red de filamentos multicolor como pelo grasiento que hubiese sido peinado hacia un lado sobre una zona calva. Inclinó su cuerpo hacia adelante en una reverencia abreviada. Cuando abrió sus gruesos labios en una sonrisa, Sav pudo ver que sus dientes habían sido tallados en lo que parecía figuritas humanas.

    Josua retomó su asiento sin presentar al último hombre a la derecha de Yilda. De pronto, Sav descubrió por qué. Era Hebuiza. Esta era la primera vez que Sav le veía allí abajo, en la instalación, sin el tejido protector de su traje negro envolviéndole. El propio trabajo del Posibilitador había mostrado que era inútil tal protección. Ahora que todos compartían la misma sentencia de muerte, había sustituído el traje por cómodos pantalones y una camiseta enorme que acentuaba su complexión huesuda. La caja negra, tiempo atrás sujeta al exterior del traje, estaba ahora fijada a su pecho mediante un arnés. Un grupo de cables bajaban de su cabeza y desaparecían tras la caja. Un único cable destacaba del resto al cruzar el hueco entre los dos Posibilitadores y desaparecer tras la espalda de Yilda. Sobre la mesa, a medio camino entre Yilda y Hebuiza, había un cubito plateado con una única ranura: un lector de tarjetas de datos. A su derecha había varios montones de tarjetas. Hebuiza miraba a Sav con ojos centelleantes de enfermizo odio oculto mientras pendulaba su cabeza en su balanceo característico.

    Luego, algo extraño ocurrió.

    Yilda parpadeó, apenas medio aleteo de sus ojos. Inmediatamente, Hebuiza cerró su mandíbula y se puso rígido, como si hubiera sido abofeteado. Su cara se tornó una máscara indescifrable, inexpresiva. Sav observó el cable oscuro que conectaba a los dos Posibilitadores, preguntándose sobre lo que estaría pasando a través de él.

    —También había una mujer, - dijo Sav girándose hacia Josua.—Una mujer llamada Vela.

    —Me temo que está muerta, - dijo Penirdth.—Pasó un cuchillo por sus muñecas justo después de que hicieramos órbita. Dejó un desastre horrible en gravedad cero.

    Sav recordó la oscurecida cápsula de estasis en la que Vela había sido designada como el contacto. Había contenído otra mujer, una docena de años más joven, con diferente apellido. Probablemente una amante.

    —Tuvo la idea correcta, - soltó de pronto Binlosson con una voz nasal aguda. Se irguió en el asiento y miró a Penirdth.—Estamos muertos de todos modos. Al menos ella escogió cuándo.

    —No. - dijo Penirdth.—Actuó precipitadamente.

    —Ella comprendía, - dijo Ruen con vehemencia.—La Disolución está cerca.

    —Gracias, pero nadie ha pedido tu opinión, patrix, - dijo Penirdth. Aunque sus palabras eran tranquilas, su desprecio por el hombre santo era evidente.

    La cara del patrix se oscureció y dejó caer el brazo fijando una indignada mirada en Penirdth.

    —Bien harías en prepararte tú también, Capitán. - Mirando en torno a la mesa añadió:, —Todos vosotros. -

    Su vista terminó en Mira como si hubiera algo particularmente significativo en sus palabras para ella.

    La cara de Mira se puso roja y ella bajó la mirada.

    Binlosson se burló con una explosión nasal de aire contenido.—¡Ja! Cuéntale tus cuentos a alguien que le importe.

    —Blasfemo, - siseó Ruen al hombrecillo.

    —¡Silencio! - gritó Penirdth.—No estamos aquí para discutir sobre la validez de la Disolución. - Miró de un hombre a otro.

    Binlosson se encogió aún más en su silla pero aún parecía agitado. Los músculos en la mandíbula de Ruen funcionaban silenciosamente pero también mantuvo la boca cerrada.

    —Estamos aquí para escuchar a Yilda y Hebuiza. - Miró por el círculo de caras.—Ellos creen que aún tenemos una oportunidad.

    (Más mentiras.) - pensó Sav. Pero se sentó un poco más derecho.

    Yilda se aclaró la garganta.—Si, - dijo alargando la 's' y sonó como una serpiente.—Gracias, ah, Capitán. -

    Suya era la voz que Sav había oído en el pasillo, sibilante y hartante, una voz que tenías que esforzarte para escuchar.

    —Acabo de empezar, - dijo Yilda. —Si. Pero primero, Sav, algo que Hebuiza ha hecho para tí. - Señaló al otro Posibilitador.

    Hebuiza buscó en el bolsillo de sus pantalones, sacó un pequeño objeto y lo lanzó resbalando por la mesa. Sav tuvo que inclinarse rápidamente para capturarlo antes de que volara más allá del borde. Cuando abriò la mano, vió que sostenía un reloj de muñeca cuadrado con una pantalla digital y correa elástica.

    —Un dispositivo que, um, podría ser útil. Sí. Ya distribuído a todos los demás.

    Sav miró la pantalla del reloj. Los números 104-12:50 sobresalían en caracteres verde enfermizo. Bajo eso, con letras más pequeñas, se veía la fecha y hora actuales.

    —El número de días, horas y minutos antes de los primeros síntomas, ¿hey? Esoeso lo que muestran. Nuestros preparativos llevarán la mayor parte del tiempo restante. Un recordarorio para vuestras, ah, obligaciones.

    Cien días y cuatro horas. Sav tenía el reloj en la palma y miraba los números verdes. El numero cambió de 104-12:50 a 104-12:49. Otro momento irrecuperable perdido para él. Alzó la mirada y vió que todos lo llevaban excepto Liis, cuyos brazos estaba oscurecidos por la mesa. Hebuiza y Yilda no los llevaban. Ellos no los necesitaban: eran Posibilitadores. Tenían relojes internos que podían modificar para hacer lo mismo. Sav cerró el puño y se puso el chisme en el bolsillo.

    —Hebuiza y yo hemos reunido una gran cantidad de, um, inteligencia, sobre Nexus. Sí. - Yilda sonrió pálidamente.

    El gesto a Sav le arañaba los nervios como papel de lija.

    —Parte de nuestro trabajo, véis: recoger información sobre la Poliarquía. Hebuiza, ah, especuló, y con bastante corrección debo añadir, que Nexus era responsable de la plaga. La evidencia que ha recogido es sencillamente bastante aplastante. Sí. Nexus se ve a sí mismo como una entidad viva creciente. ¿Véis? No-afiliados reluctantes a unirse se consideran peligrosos, cancerígenos, si me permitís extender la metáfora. Nexus los extirpa, como un cirujano, sí, un cirujano, extirparía un tumor. Yo digo esto habiendo pasado la mejor parte de mi vida estudiando la Poliarquía y sus métodos. Durante el último milenio han diezmado, ah, al menos seis no afiliados reluctantes a participar en el programa de Ascensión. Sin evidencia que implique a Nexus directamente, no, pero en cada caso el, ah, 'desastre' que visitó al no afiliado tuvo el efecto deseado sobre los sistemas circundantes. Los no afiliados se unieron rápidamente, ¿hey?

    Durante el discurso de Yilda, Hebuiza había sacado hacia fuera sus labios, asintiendo obendientemente para subrayar los argumentos de Yilda. Era un gesto respetuoso curioso. Al mismo tiempo, Ruen, sentado junto a Mira, le susurraba cosas al oído tratando de instalarle el temor del advenimiento de la Disolución, tratando de ganar un converso. Ella se estaba poniendo pálida.

    Yilda ignoraba los murmullos de Ruen.—Hebuiza y yo pensamos que podemos ser capaces de ejercer, ah, influencia sobre Nexus. Sí.

    —¿Influencia? - Sav se sentó derecho.—¿Con qué fín?

    —Es obvio, ¿no? - dijo Hebuiza desdeñosamente. —Quien quiera que manufacturó la plaga también puede curarla.

    —Sí, - Yilda coincidió.—Nexus tendría un contra-agente rápidamente disponible. En caso de que la infección traspasara el, um, protocolo de aislamientol de los Lázaros orbitales y se propagase en mundos afiliados. Creemos que podemos obligarles a entregarlo.

    Sav estaba estupefacto. Ruen, que se había sentado otra vez junto a Mira, negó con la cabeza tristemente, arrepentidamente por la insensatez del grupo.

    —¿Y cómo proponéis hacer eso? - dijo Penirdth. Sav podía oirle luchando por mantener su voz neutra. —¿Qué clase de amenaza podríamos blandir contra Nexus? Incluso con las habilidades de tales dos consumados Posibilitadores?

    El sarcasmo en la última pregunta de Penirdth no pasó desapercibido a Hebuiza. Se inclinó hacia adelante.

    —No creo que tú estés en ninguna posición...

    —Es posible, - respondió Yilda interrumpiendo la respuesta de Hebuiza.

    Hebuiza se reclinó abrutamente con los labios recogidos en una delgada línea. Sav supuso que Yilda había enviado otra réplica mental por el puente de cable que los unía.

    Recogiendo una pila de trajetas de datos de la mesa, Yilda hizo un abanico como cartas de juego.

    —Nosotros, es decir, 'nosotros' queriendo decir los Posibilitadores, hemos amasado información sobre Nexus durante un tiempo considerable. - Insertó una de las tarjetas en el lector de la mesa junto a él y dijo:—¿Recordáis el, ah, incidente en Berin?

    —Una Oradora fue secuestrada, - dijo Mira insegura.

    Su voz era aguda, casi infantil, para una mujer de su volumen. Ella miró alrededor para ver si alguien no estaba de acuerdo con ella.

    Yilda asintió imitando el movimiento de cabeza de Hebuiza: —Nexus ha construído su imperio controlando el flujo de información tecnológica. Sí. Los Oradores son los linchpin. Individuos solitarios que, sin equipo aparente, pueden communicarse instantáneamente a través de distancias interestelares con otros Oradores. Un buen truco, ¿eh? Uno que sortea las leyes de la física. Comunicaciones más rápidas que la luz. Su mecanismo es un misterio para todos salvo para algunos pocos en la jerarquía de Nexus, sí, y los Oradores que representan la Poliarquía en los mundos afiliados. Un secreto que les está dando un monopolio sobre las comunicaciones y el control sobre la información que diseminan.

    La Poliarquía ya había conectado un centenar de mundos germinados de los Cúmulos de la Pierna Derecha e Izquierda. Sav había seguido el debate la última vez que Nexus fue invitado en Bh'Haret para unirse al programa de Ascensión. A cambio de los servicios de un Orador para enlazar Bh'Haret con otros afiliados de Nexus, ellos estarían obligados a seguir los principios del Programa de Ascensión, una guía para la diseminación de tencnología 'importante' para el 'desarrollo' de los mundos. Pero los políticos de Bh'Haret lo habían rechazado obstinadamente. Independencia. Libertad Intelectual y Vitalidad Tecnológica fueron los términos que anunciaban a bombo y platillo. Bajo Nexus, la tecnología les sería racionada, o así lo caracterizaban los polìticos, bocaditos, migajas en la mesa del maestro. Clamaban que haría sonar el cuerno de muerte para los propios programas de investigación de Bh'Haret. Y la subida de una escalera arbitraría del Programa de Ascensión, aunque atormentante al principio, la detendría en un gateo doloroso en el intervalo de una generación. Luego, sería demasiado tarde para hacer nada más pues Bh'Haret se habría vuelto, como un adicto, desesperadamente dependiente de la Poliarquía.

    —Un grupo anti-afiliación irrumpió en el complejo de Nexus poco después de la llegada de la Oradora, - continuó Yilda.—Consiguió, ah, escamotear a la mujer a un mundo exterior en una pequeña nave. Una hazaña bastante asombrosa. Sí. Y una que a nadie se le había ocurrido antes y nunca ha vuelto a suceder después. - Yilda tocó la superficie diáfana del lector.

    Las luces de la sala se atenuaron y en el centro de la mesa apareció la proyección de un estrecho corredor. Dos hombres cuyas caras habían sido oscurecidas electrónicamente cargaban el cuerpo inmóvil de una mujer hasta el interior de una pequeña cabina. Tenía una cara delgada bajo el pelo rizado que relucía con sudor. Era de complexión grande y sus finos labios tenìan un tinte azulado. Uno de los hombres movió un gotero IV junto a ella e insertó un catéter en el brazo de la mujer.

    —Obtuvimos esta, um, grabación hace muchos años. Hecha por los secuestadores. O eso nos dijeron. Ella es la Oradora que fue tomada prisionera.

    Binlosson maldijo por lo bajo. Todos seguían atentos a la proyección excepto Ruen, que había cerrado los ojos y parecía meditar. Mira tenía la boca.abierta. La silla de Josua se quejó cuando se inclinó más hacia la imagen. Incluso Liis, quien hasta ahora había mantenido la cabeza baja observaba la escena cautelosamente.

    —Un encuentro casual, realmente. Un corsario saliendo cojeando de, ah, un encuentro desastroso. El puente de la nave casi seccionado por completo. La única superviviente consiguió sellarse en la sección de la nave sin brecha en el casco. Ella, también, habría muerto si no hubiera una de nuestras naves encontrado su nave dañada. Sí. Aún así, ella podría haber sido abandonada a la muerte excepto por la, ah, interesante historia que tenía para contar. Afirmaba haber tomado parte del secuestro. Ofreció al Posibilitador de nuestra nave documentos y grabaciones como prueba. - Yilda dió unos golpecitos a las tarjetas sobre la mesa. —Insistía en que ella fue una de las que había grabado a los hombres cargando a la Oradora hasta la cabina. ¿Hey? Pero un análisis de las, um, grabaciones probó que era mentira. Una evidente mentira. La altura de la cámara y sus movimientos sugerían un perfil de cuerpo que no coincidía con el suyo. No. Sin embargo, la grabación parecía ser auténtica. Quizá pertenecía a algunos de sus camaradas. O quizá ella la encontró a bordo de la nave que habían, ah, abordado. -

    Yilda pulsó la superficie del lector otra vez y la escena cambió. La Oradora estaba ahora en una silla, clavada con grillete en tobillos, muslos, antebrazos, muñecas y cuello. Su cabeza estaba atrapada en un elaborado cepo, la piel de su cráneo estaba cortada y retirada hacia atrás. Las faldas de piel suelta se habían fijado con grapas. Docenas de electrodos se proyectaban desde agujeros en su cráneo. Gafas oscuras le cubrían.los ojos. A pesar de sus ligaduras, temblaba visiblemente.

    —En cualquier caso, una grabación detallada de las acciones de sus raptores. Sí. Inicialmente mantuvieron sedada a la Oradora. Después, ah, la colocaron en crio-suspensión hasta que estuvieron a distancia considerable de Berin. Siguieron un curso errático al azar. Sí. Para estar seguros. La despertaban periódicamente para hacerle pasar, um, demandas a Nexus a cambio de su liberación. Sólo que ellos no tenían intención de pedir rescate. El objetivo real, véis, era mantener una situación controlada. Un experimento. Para observar a la Oradora comunicándose.

    —¿Por qué? - preguntó Binlosson.

    —Estúpidamente, ellos confiaban en descubrir el secreto de los Oradores. Las comunicaciones instantáneas a distancias interestelares. Pero su experimento fue un fracaso deplorable. No obstante, aprendieron algunas, um, cosas interesantes. Dos de relevancia para nosotros. Primero: la capacidad de los Oradores para comunicarse depende de la presencia de un campo gravitatorio significativo. Sí. Un planeta orbitando una masa estelar, por ejemplo, sería un lugar adecuado. Segundo: los Oradores, o al menos esta, no tienen un alcance ilimitado, como se, ah, creía. El máximo, descubrieron ellos, tres años luz. Sí. Más allá de eso, incapaz de contactar con sus presencias.

    —¿Cómo pudieron saberlo? - preguntó Josua sin apartar los ojos de la proyección, completamente absorvido por la escena.

    —Usaron un tipo de EGE modificado. Un patrón marcador distintivo que acompañaba toda, ah, comunicación. Fuera del límite de los tres años luz, sin actividad del marcador.

    —¿Y? - dijo Binlosson desde donde se hundía en la silla.—¿crees que Nexus va a comerciar por esas grabaciones? Nos verán antes muertos y las grabaciones destruídas.

    —No estaréis pensando en negociar con esas cintas, ¿verdad? - preguntó Josua.

    —No, no, - dijo Yilda. —Binlosson tiene razón. Si Nexus supiera que tenemos esto, nos, ah, destruirían sin dudarlo. No es por eso por lo que estas grabaciones son, ah importantes. -

    Yilda sacó una tarjeta y colocó otra en la ranura. La proyección se disipó y apareció un mapa estelar que se alargó hasta ocupar tres cuartos de la mesa. Una escala horizontal mostraba que la imagen representaba cuarenta años luz de espacio. Contenía miles de estrellas marcadas con puntos blancos, la mayoría eran cúmulos en cada extremo pero menguaba hacia el centro dándole al conjunto una apariencia de reloj de arena. Era un mapa de los dos Cúmulos de la Pierna Derecha e Izquierda. Los Gemelos, un sistema estelar binario y el asiento del poder de Nexus, ardía en rojo en el centro del cúmulo de la Pierna Izquierda. Bh'Haret, a veintiún años luz de distancia, estaba representado por una luz verde pálido en el extremo más alejado del cúmulo de menor tamaño: el de la Pierna Derecha. Yilda tocó el proyector y la mayoría de estrellas se apagaron, dejando un centenar, o así. La mayoría en la Pierna Izquierda brillaban de un azul intenso.

    —Los sistemas, ah, afiliados con Nexus, - dijo Yilda. Mirando alrededor de la mesa, Yilda preguntó,—¿Notáis algo, um, peculiar?

    El mapa empezó a rotar respecto a su centro. Sav miraba el paisaje estelar. El patrón parecía aleatorio, excepto cerca del centro donde la niebla de estrellas se estrechaba, cedía brevemente y, luego, engordaba de nuevo. En el lugar donde el reloj de arena se encogía, brillaba una estrella solitaria que marcaba el punto medio entre ambos cúmulos. Sav comprobó la escala, miró al espacio de nuevo.

    —¡El centro, - dijo Sav.

    —Sí, sí. - Yilda asentía vigorosamente.

    El mapa dejó de girar, se expandió para ampliar la sección que contenìa la estrella aislada. Estaba centrado entre los sistemas afiliados de cada cúmulo. Pero los sistemas estaban separados por unos cinco años luz.

    —Si los Oradores están limitados a comunicarse a distancias no mayores que tres años luz, ¿cómo está el, ah, Cúmulo de la Pierna Izquierda conectado con el Cúmulo de la Pierna Derecha?

    —¡Una estación repetidora! - dijo Josua excitadamente casi levantándose del asiento. El reflejo del holograma relucía en sus ojos.—¡Tienen una estación repetidora!

    Los labios de Yilda se doblaron en una sonrisa.—Esa estrella es la única masa considerable del centro. Lo que, ah, significa que ha de tener una estación. Mirad.

    La imagen se amplió de nuevo, la estrella se expandió hasta que alcanzó el tamaño de un pulgar. Otro objeto, un puntito blanco, apareció cerca del borde de la mesa.—Objeto reconocido General SJH-1231-K, Catálogo Universal Nexus, - dijo Yilda, señalando al nuevo indicador.—Mundo yermo sin la distinción de un nombre. Delgada atmósfera revestida por un severo y perpetuo invierno. Soporte de vida rudimentaria en el pasado pero ahora, poco más que una bola de piedra y hielo que orbita esta solitaria estrella. Sí.

    —Y no olvidemos la próspera colonia de los Oradores. - Se mofó Binlosson. —¡Bah! Pura especulación.

    Josua le miró. Ruen, que había abierto los ojos, ahora parecía estar observando los trámites con evidente asombro. Se inclinó hacia Mira con una sonrisa curvándose en sus labios y empezó a murmurarle algo al oído.

    Hebuiza se echó hacia adelante pero no le dijo nada a Binlosson que Sav pudiera oir bien. Al mismo tiempo, Yilda estaba diciendo: —No, no, no, - y movía su mano pidiendo silencio. La cara de Binlosson se volvió roja y empezó a farfullar una réplica. Se giró hacia Sav y dijo algo.

    —¿Qué? - replicó Sav.—¿Qué has dicho? - No pudo descifrar las palabras del hombrecillo.

    —¡Silencio! - gritó Josua golpeando la mesa con el lateral de su puño.

    El lector saltó e hizo vibrar la imagen sobre la mesa. Media docena de tarjetas se esparcieron por el suelo.

    —¡Dejad terminar a Yilda!

    Binlosson entornó los ojos pero cerró la boca. Hebuiza se reclinó de nuevo y cruzó los brazos rígidamente.

    —Bien, - dijo Josua. —Ahora, Yilda, si no te importa continuar...

    —Sí. - Yilda hizo una pausa para recoger las tarjetas que habían caído al suelo y las reapiló encima de la mesa. —Tenemos pruebas substanciales para corroborar la, ah, hipótesis. - Dió un golpecito a la pila.—Informes de los mundos fronterizos al centro. Sobre la actividad de Nexus cerca de esa estrella. Sobre la propia observación detallada que Nexus tiene del mundo, diseminada constantemente a los afiliados, quizá para desalentar que pasen por el sistema por ser un pedazo de roca inútil. Una transmisión, intencionadamente desde la nave de un mundo que pasó demasiado cerca del planeta. La transmisión contiene instantáneas de la observación a larga distancia del planeta, tomadas antes de que la nave, ah, desapareciese. Sí. -

    Apareció un marco encima del planeta. En su interior, una imagen toscamente pixelada con bordes quebrados mostraba sombras de granito blanco y gris y una gota marrón. Al principio, nada distinguible se podía discernir, pero cuando los bordes entre los píxeles se disolvieron, los colores se fundìan entre sí mientras la calidad de la imagen aumentaba. Se convirtió en una panorámica orbital de una llanura blanca al pie de una montaña de la cordillera. En el centro de la meseta habia una mancha perfectamente circular color pastel. Su diseño era demasiado regular para ser natural.

    —Sì, - dijo Yilda. —Probablemente una foto de una cüpula artificial.

    —Yo..yo aún no entiendo la relevancia de todo esto, - dijo Mira, recorriendo nerviosamente el borde de la mesa con las manos. —¿Porque debería importarnos este lugar?

    —¿No lo ves? - dijo Binlosson irritantemente, como si estuviera hablando a una niña de inteligencia disminuída. —Es la influencia que Yilda quiere. La pérdida de la estación repetidora sería un gran contratiempo para Nexus. -

    —Nunca cortarían su red de comunicaciones. - dijo Penirdth a Mira más educadamente. —El Cúmulo de la Pierna Derecha quedaría aislado del Cúmulo de la Pierna Izquierda. Los Oradores de la Pierna Derecha estarìan solos sin su autoridad central, e incapaces de dispensar ninguna de la información que los mantiene en el poder, dado que todo fluye desde el Concentrador que orbita Los Gemelos. Resultaría el caos. Incluso con las naves más rápidas, pasarían décadas antes de que Nexus pudiera transportar nuevos Oradores a la estación. Un millar de años de cuidadosa expansión hacia la Pierna Derecha serían descifrados.

    —Sí, cierto, - dijo Yilda.—Absolutamente correcto. - A su lado, Hebuiza asentía con rapidez. —El plan, véis. Envía La Viracosa a los Gemelos para asegurar el antídoto. La Ea va al objeto SJH-1231-K para, ah, asumir el control.

    (¿Asumir el control?). pensó Sav. (Quiere tomar a los Oradores de la estación repetidora como rehenes. Si es que existe tal estación repetidora.)

    Sav no podía creer lo que acababa de oir. Aparentemente, tampoco nadie más pues todo el mundo en torno a la mesa se había quedado mirando a Yilda. Él parecía imperturbable.

    —Una vez controlemos la estación, - continuó él, —podemos dar por buenos nuestras amenazas. Sí. - Yilda miró en torno a la sala de juntas.—Nos quedan 104 días. Tiempo suficiente para preparar las naves y entrar en estasis antes de que la plaga se manifieste, ¿eh?. Sincronizamos ambas naves para que lleguen a sus destinos en el mismo preciso momento. Podemos establecer comunicación a través de los Oradores usando una serie de palabras clave predefinidas. Si una palabra clave no pasa en el tiempp apropiado, aquellos en la estación repetidora pueden usar su, ah, discreción, para aplicar más presión.

    —Quieres decir para matar o torturar a nuestros rehenes, - dijo Sav.

    —Para, ah, ser más preciso, sí.

    —Esto es una locura. - dijo Sav.

    Penirdth asintió su confirmación, pero Josua se había reclinado en su asiento y sacaba hacia afuera su labio, perdido en sus pensamientos.

    —Primer problema, - continuó Sav,—si realmente tienen una estación allí, estará defendida. Y sabéis que no tenemos la mínima oportunidad de penetrar sus defensas. Segundo, enviar a la Ea y La Viracosa a esos destinos necesita, de lejos, más combustible del que tenemos.

    Yilda sonrió. —Para responder a la segunda cuestión primero, tenemos más que suficiente combustible. Sí. Nuestra, ah, misión a Gibb era principalmente obtener metales raros: iridio, cerio e iodatos. Llegamos al Lázaro orbital para encontrar noticias de que la plaga nos había precedido. Sabían muy poco pero entendieron que había, ah, devastado Bh'Haret. A ellos no les importó que saliéramos cinco años antes de que la plaga se manifestara. Nos pidieron que nos marcháramos inmediatamente. Nos advirtieron de que si no cumplíamos seríamos, ah, destruídos.

    —Me sorprendió que fueran tan permisivos, - dijo Binlosson.—Yo habría destruído nuestra nave sin aviso.

    —Y yo. - dijo Yilda. —Pero, ah, Gibb tiene un gobierno electo. Destruirnos hubiera ocasionado un coste político enorme. Y un plebiscito inminente estaba en funcionamiento. Sí. Nadie quería asumir la responsibilidad de dar la orden. Al comprender esto, yo regateé con ellos. Llenad nuestro bodega con masa de combustible de deuterio y nos iremos tranquilamente. Razoné que no podíamos regresar a Bh'Haret, dada la, um, situación. Si Bh'Haret probaba ser inhabitable, aún nos quedaría amplio combustible para alcanzar una docena de sistemas diferentes e intentar buscar asilo, ¿hey? Las masas de fuel fueron un pequeño precio a pagar para deshacerse de nosotros. Los regentes de Gibb estaban demasiado ansiosos de, ah, cumplir. - Yilda sonrió abstractamente, como si recordara la astucia en sus capacidades de negociación.

    —Aún no has respondido a mi primera pregunta, - dijo Sav. —¿Cómo propones 'tomar control' de la estación repetidora?

    —No puedo responder. - Yilda movió una mano a Sav para interrumpir la objeción que estaba a punto de hacer.—Más precisamente, No responderé. Cuanto menos sepa la tripulación que va a Los Gemelos sobre la otra misión, mejor. Sí. Hebuiza y yo creemos que podemos, ah, comprometer las defensas de la estación repetidora. Cuando llegue la hora, compartiremos detalles con la tripulación que nos acompañe.

    —Incluso suponiendo eso, aún hay yn gran agujero en nuestro plan. - Era la primera vez que Liis había hablado.—¿Cómo reciben el antídoto los que van en la estación repetidora? Morirán antes de que una cura pueda alcanzarles. - Ella miró a todos en la mesa, su vista se entretuvo en Josua. —Morirán solos, en un mundo alienígena.

    La expresión de Josua permaneció vacía.

    —Hay una buena probabilidad de que los Oradores tengan las instalaciones para sintetizar el antídoto en la estación repetidora. Debido al, um, aislamiento e importancia, sí, de la estación, casi seguro tendrán instalaciones médicas sofisticadas ante cualquier contingencia. Pero si no es posible, ah, sintetizar allí, el grupo allí puede regresar en estasis. Sí. Y esperar a que La Viracosa llegue de Los Gemelos. Una de nuestras demandas será el repostaje y paso libre para el regreso de ambos grupos a Bh'Haret. Una vez en casa, haremos uso del antídoto para curar a aquellos en estasis.

    —Ellos nunca nos dejarán escapar, - dijo Binlosson. —Destruirán la Ea en su viaje de regreso a Bh'Haret. ¡O lanzarán otra plaga en nuestro regreso!

    —No lo harán, - dijo Yilda confiadamente.—Los ojos de cada mundo afiliado y no afiliado estarán sobre nosotros. Si nuestro, um, plan tiene éxito, Nexus tomará las muestras de la 'plaga' de aquellos en la Ea, la analizará y 'producirá' un antídoto, todo sin admitir su culpa. Sí. Negar haber diseñado la plaga. Después de eso, no osarán destruirnos. Eso, um, les implicaría. Nexus quedará atado por sus propias mentiras.

    Sav hizo un cálculo mental. —Quinientos años, - dijo él.—Esoes lo que se tardará en llegar a Los Gemelos. -

    Por el rabillo del ojo, notó a Ruen ponerse rígido en el asiento. Su aire de superioridsd parecía haberse desvanecido.

    —Quinientos veintiocho años, - dijo Yilda.

    —Entonces serán más de mil años antes de que regresemos. La instalación nunca aguantará a aquellos en suspensión tanto tiempo. - dijo Sav. —Mirad lo que ha pasado en los últimos treinta años que ha estado desatendida.

    Yilda se encogió de hombros.—Esto es lo más desafortunado. Sí. Instalaremos fuentes de energía fisionable y, um, sistemas triples de respaldo redundantes, como los de las naves de viajes prolongados. Mucho más fiables que los paneles solares. Y daremos a las IAs el control de nuestros robots modificados para que tengan 'brazos' y 'piernas', por así decirlo. Quizá resistan. Quizá no. Pero no hay nada más que podamos hacer. Nuestros recursos son, después de todo, limitados.

    —¡Ya he escuchado esta blasfemia lo suficiente! - Gruñendo, Ruen empujó atrás su silla y se levantó. Su papada vibraba arriba y abajo en movimiento agitado.—¡Mil años! No participaré más en este intento de retener la Disolución. -

    Su bastón silbó cuando lo llevó bajo la mesa con un crujido agudo. Su voz de 'basso' tronaba como si estuviera pronunciando un sermón. —¡Cuidaos de vuestras transgresiones! He aceptado asistir a esta reunión para poder advertiros, pues estoy obligado por mis artículos de fé. Incluso considerando que tal curso de acción es una ofensa imperdonable. ¡Todos moriréis sucios, amortajados con vuestro pecado! - Sacó su raquítico pecho bajo las ropas.—He consultado la bendita base de datos. Su mensaje fue inequívoco. ¡La Tentación ha de ser evitada! Debemos ser puros cuando llegue la Disolución. ¡Esta misión de la que habláis es un licencioso desrespeto de la voluntad de anhaa-10! - ruen recogió su túnica en torno suyo y caminó hacia la puerta con su bastón golpeando furiosamente a cada zancada. —¡Estad preparados! - dijo girando en el umbral y alzando el bastón para enviar su advertencia final. —Los Hermanos no pueden salvaros. ¡No pueden salvarse a sí mismos!

    Luego, giró haciendo revolotear su capa y salió caminando. Sus pisadas se perdieron en la distancia.

    Mira miraba atónita. Abrió la boca, luego, la cerró de golpe.

    —¡Disolución! - se burló Binlosson. —¡Qué simplón! ¿Habéis visto su base de datos bendecida? Es una red de receptáculos para tarjetas de dstos que ha fundido juntos con un loco motor de búsqueda. Pone las tarjetas en una bolsa de cloth y las agita. Luego, las inserta al azar en los receptáculos. ¡Sus respuestas son tan locas como él! - Binlosson volvió la vista hacia Josua.—¡No puedo creer que le acogieras! Deberías haberle dejado donde estaba para que muriera de hambre. ¡Entonces habría experimentado su sagrada Disolución!

    —Él lleva su carga, - dijo Josua cortante.

    Sav se sorprendió por su respuesta. ¿Había empezado Josua a observar los ladridos del patrix?

    —Los Hermanos, - dijo Penirdth.—¿Qué quiso decir sobre que no podían protegernos?

    —Se refería a Nexus, - dijo Hebuiza. El Posibilitador hizo una pausa para mirar a Yilda que asintió su aprobación. Hebuiza prosiguió: —Es su apócrifo. Hay muchas variaciones de la historia, pero el hilo común es que dos hermanos, gemelos, descubrieron el secreto del plegado de dimensiones que permite a dos personas comunicarse instantáneamente sin importar la distancia que los separa. Usando este descubrimiento, los hermanos entrenaron Oradores y los enviaron a los mundos germinados para construir así su imperio. Un hermano, sospechando de las intenciones del otro, lo lanzó a un feroz abismo. Durante siglos, Nexus fue también llamado Los Hermanos, pero el término hace mucho que ha caído en desuso. Ciertamente, no hay registro histórico de tales hermanos. Con toda probabilidad, el nombre surgió a causa de las estrellas binarias en torno a las que orbita el Concentrador. El nombre de ese sistema es, por supuesto, Los Gemelos.

    —Él cree que estamos aliados con Nexus? - preguntó Mira con evidente incredulidad en su voz.

    —No, - respondió suavemente Josua. —Él teme que algo pudiera interferir con la Disoluciónn. Si alguien de Bh'Haret sobrevive, la Disolución puede ser prevenida.

    —Deberíamos deshacernos de Ruen, - dijo Binlosson a Yilda.—En el mejor caso, será un lastre. En el peor, saboteará nuestro plan.

    (¿Nuestro plan?) - pensó Sav.

    Escasos momentos antes, Binlosson había estado ridiculizando todo lo que se había sugerido. Sin una mirada atrás, ahora cambiaba de bando.

    —¿Qué? - Mira parecía alarmada, como si no pudiera creer haber oído correctamente.

    —Estoy de acuerdo. - dijo Hebuiza, ignorándola.

    —No. - la voz de Josua era discreta, retenida, aunque no había malinterpretación sobre la amenaza en ella.—Él se queda.

    Mira asintió con una expresión de alivio.

    (¡Es una creyente! Por eso Ruen le susurraba a ella.)

    Hebuiza pareció confundido, luego, su cara volvió a su máscara indescifrable. Miró a Yilda, que se encogió de hombros. En su asiento, Binlosson parecía vibrar por la ira suprimida, quizá tanto por haber sido abandonado por Hebuiza como por haber visto su sugerencia rechazada.

    —Ya habéis decidido sobre las tripulaciones, - dijo Sav.—Antes dijiste que le contarías a tu tripulación lo que ibáis a hacer en la estación repetidora.

    —Sí, sí, - reconoció Yilda.—Hebuiza y yo tomaremos la Ea hasta la estación repetidora. Tú y Josua tomaréis La Viracosa hasta el Concentrador de Nexus. Vuestra, um, misión será más sencilla, por lo tanto, requiere sólo dos tripulantes para pilotar la nave. Nosotros necesitaremos toda la ayuda que podamos conseguir en la estación repetidora. De modo que la gente que queda vendrá con nosotros. Lo que implica que nuestra tripulación consiste en Mira, Penirdth, Binlosson y Liis.

    Sav miró a todos en la mesa tratando de calibrar las reacciones. La ira momentánea de Josua había pasado; sus ojos relucían de una excitación apenas suprimida. Binlosson se hundía en su silla. Hebuiza y Yilda eran como uña y carne, ambos con cuidadosas expresiones neutrales. Penirdth parecía perdido en la distancia con sus pensamientos, considerando mientras Mira alternaba entre observarle y lanzar furtivas miradas a Yilda. Sav encontró su propia mirada sobre Liis. Pero ella miraba intensamente la superficie de la mesa a su frente.

    —Os olvidáis de Ruen, - dijo Josua tranquilamente.

    Yilda arqueó las cejas. </—Ningún propósito sería servido al asignarlo a cualquier tripulación.

    —Puede venir conmigo, - dijo Josua, añadiendo tras un momento de pausa,—Si él desea.

    —No lo tendré a bordo. - dijo Sav.

    —Es, ah, decisión de Josua, - dijo Yilda.—Después de todo, él será el comandante, ¿hey?

    —¿Qué? - Atónito, Sav se lanzó hacia adelante en su silla.

    Miró a todos en busca de apoyo pero supo inmediatamente que tendría cero votos. Los recién llegados le observaban con prudentes expresiones neutras. Sav supo entonces que Hebuiza, Josua y Liis ya les habían envenenado contra él. Y, ¿podía acaso culparles? Sav había hecho grandes méritos para ser sacado del grupo. Y, por un instante, se vió a sí mismo a través de los ojos de todos: barba descuidada, pelo enmarañado y salvaje, ropas relucientes con su propia suciedad. Su aspecto era infernal. ¿Cómo podían ellos pensar que él no estaba al borde del perfil psicótico?

    —¿Sav? - Yilda le miró.

    Sav tragó. La votación había terminado. De modo que aceptó la degradación de rango como había aceptado todo lo demás, con un fatalista encogimiento de hombros.

    —Dejad a Ruen decidir por sí mismo, - dijo Josua.—Si quiere quedarse, no voy a obligarle a que nos acompañe. - Miró a Sav. —¿Bien?

    (Me está tirando un hueso.) - pensó Sav. (Intentando restarse importancia.)

    Se encogió de hombros de nuevo.

    —¿Qué? ¿Hemos... hemos decidido? - Era Mira. Su voz de niña se elevaba mientras hablaba. Tenía la tesitura de la histeria vagamente controlada. Sus rollizos brazos temblaban visiblemente y sus ojos se movían con celeridad pasmosa, como los de un animal arrinconado buscando una salida.

    (Está aterrorizada.) - pensó Sav. (Ruen la ha sacado de sus casillas. Ella no sabe lo que pensar. Creer en la Disolución implica que nuestra misión es un pecado imperdonable.)

    Sav se dió cuenta de pronto de que estaba agarrando el borde de la mesa tan fuerte que le dolían los dedos. Se miró los blancos nudillos, los tendones en el dorso de las manos. Tomando un profundo aliento, soltó su agarre.

    Yilda miró en torno a la mesa.—A menos que alguien tenga una, ah, sugerencia mejor... - Trazó una cordial sonrisa con sus gruesos labios exponiendo sus dientes inferiores. Las tallas contrastaban claramente con el oscuro interior de su boca.

    —Qué otra opción tenemos, - dijo Josua. Sonó casi elated.—Es nuestro único curso de acción.

    Binlosson se encogió en el asiento pero no levantó objeción. Penirdth estaba asintiendo, parecía casi reluctante. Y Mira observada a Penirdth, su Capitán, con aprensión, como si la toma de decisión no le tocara a ella.

    —Sí, - dijo Liis en un susurro.—Qué otra opción tenemos. - imitó las palabras de Josua, solo que las suyas estaban llenas de amargura y resignación. Ella le miraba abiertanente. Las marcas sobre su rostro parecieron serpentear. Sus ojos se habían dilatado a la luz difusa de la proyección que aún sobrevolaba la mesa. Estaban llenos de una larga e infinita tristeza. Tristeza por Josua. Y Josua se sentaba allí, aparentemente insensible a su escrutinio.

    —¿Mira? - Era Penirdth quien hablaba. —¿Qué opinas?

    La cara de Mira quedó laxa. Cerró los ojos y tragó, asintiendo débilmente, como si señalara a su verdugo que dejara caer el hacha.

    —Bueno, - dijo Yilda.—Todos de acuerdo entonces. ¿Hey?

Capítulo 26

    

Capítulo 26 - 103 Días restantes

    Los preparativos comenzaron temprano al día siguiente de la reunión. Los Posibilitadores se encerraron en el laboratorio de Hebuiza para diseñar y construir el equipo que necesitarían, aunque se negaron a contarle a nadie qué equipo era ése. Puesto que los trajes AEV de Penirdth y Mira aún estaban en buenas condiciones, se les asignó la ardua tarea de usar las naves de descenso para transportar masa de combustible de la bodega de La Viracosa hasta el anillo de bulbosos tanques que circundaban la cámara de ignición de la Ea. Josua, junto con Liis, sobrellevaban la tarea de recargar los cartuchos de oxígeno/nitrogéno y drenar todos los crioagentes y el nitrógeno líquido de la instalación de estasis para usarlos a bordo de las dos naves. Les tocó a Binlosson y a Sav el saqueo de una nueva lista entera de bienes, principalmente armas o materiales para construirlas. A Sav le desagradó el hombrecillo musculoso de inmediato. Le disgustaba la agria disposición que emanaba de él como un vapor contínuo apestoso, un contínuo flujo de injuria escupida por su boca.

    —¡Jodido palillo! - dijo en el momento en que él y Sav despegaron en el VTOL el primer día juntos.—Hebuiza en un jodido insecto. ¡Excepto que un insecto tiene más inteligencia!

    Por mucho que a Sav le desagradara el Posibilitador, se reservó sus comentarios.

    Al final de su segundo día juntos, Binlosson había conseguido hacer el mínimo trabajo mientras citaba una variedad de alimentos pasados que impedían el levantamiento de pesas o cualquier otra actividad extenuante y le regalaba a Sav una detallada disección de la personalidad de todo el mundo. Se burlaba de los caprichosos silencios de Liis. Se mofaba del aire distraído de Josua. Exponía a Yilda como un vanagloriado traficante de poder y no dijo nada de Penirdth, quien estaba, aparentemente, por debajo de su menosprecio. También hacía comentarios velados sobre el peso de Sav y la velocidad a la que se movía. Pero fue a Ruen a quien reservó sus más amargos ataques. Mientras que era cauto de no insultar a los otros en su presencia, Binlosson parecía no temer confrontar al parrix abiertamente. Nunca dejaba pasar una oportunidad para mofarse de las creencias de Ruen.

    En la mañana de su tercer día de saqueo, minutos antes de fueran a salir, Sav escuchó gritos que venían del final del pasillo del primer nivel. Al esprintar desde el ascensor hasta las profundidades del complejo, Sav encontró que Binlosson había acorralado a Ruen en un pasillo estrecho sin salida. La forma muscular compacta de Binlosson bloqueaba la vía de escape y Ruen sostenía su bastón en alto como un arma giratoria, preparada para caer sobre la cabeza de Binlosson en caso de que él se acercara lo sufuciente.

    —¡Blasfemo! - siseó el hombre santo. —¡Tus impíos átomos acabarán esparcidos, tu alma será pasto de los iluminados!

    Binlosson ladraba una carcajada burlona.—¡Quizá debería esparcirte los átomos ahora mismo!

    Dobló sus manos en puños y los presionó juntos hasta que los nudillos quedaron blancos. Los músculos de sus antebrazos y bíceps parecían saltar de anticipación.

    —¡Hey! - dijo Sav sin aliento por la carrera.—¡Basta!

    Binlosson se giró con la cara comprimida en una sonrisa burlona.</—¿Y qué es lo que vas a hacer?

    Al ver su oportunidad, Ruen brincó hacia adelante y bajó su bastón. Pero Binlosson debió de haber sido avisado por la expresión en la cara de Sav pues giró sobre sí mismo al tiempo que disparaba un brazo con la mano abierta. La fuerza de la vara de Ruen cayó en la mano de Binlosson con una sonora y dolorosa palmada. Los dedos de Binlosson se cerraron instintivamente alrededor de ella.

    Los dos se miraron, cada uno agarrando un extremo del bastón. Entonces, Ruen liberó sus manos y corrió como una flecha pasando por debajo del brazo levantado de Binlosson. Con sorprendente agilidad, el hombre santo rodeó y pasó a Sav esprintando pasillo abajo con las ropas batiendo tras él. Binlosson permaneció quieto aún con su brazo arriba. Al principio pareció demasiado sorprendido para estar enfadado, después, su cara se coloreó y empezó a agitar su furia. Agarrando el otro extremo del bastón, lo llevó bajo la rodilla y lo partió con un agudo sonido, como un disparo, que retumbó en el corredor. Binlosson lanzó los trozos a la esquina. La carne de su mano izquierda era roja brillante donde el bastón había golpeado.

    —¡Te mataré! - gritó saliendo al pasillo principal. —¡La próxima vez que te vea, te mataré!

    Ruen desapareció totalmente después de este incidente. Sav asumió que el hombre santo habría tomado los niveles inferiores de la instalación a esperar que pasase la tormenta. Binlosson echó humo durante unos días, luego pareció no dar importancia al incidente. No hizo más amenazas abiertas sobre la vida del patrix. Cuando Ruen emergió al fín de su escondite, se refirió a él como un periodo de rezo y contemplación, recorría grandes distancias para evitar a Binlosson. Si no era de mucha ayuda antes, ahora el patrix se negó del todo a paticipar en los preparativos y menos aún a entrar en contacto con el otro hombre.

    —Ese no ha tenido que mover un dedo en toda su vida, - había dicho Binlosson con claro desdén mientras observaba a Sav descargar la nave de descenso desde un colgador encima de una pila de cajones.—¿Por qué iba a empezar ahora?

    Otra cosa extraña surgió de la ausencia de Ruen: el hombre santo les dijo que había meditado sobre su papel como su líder espiritual durante su periodo de 'contemplación'. Había decidido ir con La Viracosa hacia el Concentrador de Nexus a pesar de sus fatales advertencias sobre perderse la Disolución. Afirmaba que había tenido una visión.

    —Mi trabajo como vuestro pastor se ha vuelto clara, - declaró en voz muy alta. —Me ha sido prohibido abandonar vuestras almas. Contra mis deseos, os acompañaré hasta tal hora mientras sois iluminados.

    —Más probablemente tiene miedo de abandonar nuestra comida, - comentó Binlosson más tarde cuando hubo oído sobre el cambio de idea del hombre santo.

    Para Mira, al menos, el cambio parcial de Ruen parecía reconfortante. Ella llevaba a cabo sus tareas con un evidente alivio.

    A todo esto, Liis continuaba moviéndose como una autómata. No prestaba más atención a Sav ahora que antes. Si acaso, parecía más distante, desviando sus ojos cuando se cruzaban en el pasillo, murmurando breves respuestas a sus comentarios y preguntas. Era como si ella estuviera enviando un mensaje, tratando de borrar su encuentro. Su indiferencia irritataba a Sav. No era que esperase algo de ella. Él estaba convencido de que era Josua quien la había enviado a su habitación aquella noche. Pero le molestaba. Quizá no era tanto el modo en que ella le trataba como el modo en el que ella aún se desvelaba por Josua, siguiendo sus movimientos con atención como una madre protectora lo haría con su hijo. Sav se había preguntado si esta reacción podrían ser celos, pero rechazó la idea rápidamente al creerse endurecido para esa clase de sentimientos. Una vida entera como viajero había visto eso. Se decìa a sí mismo que era soledad, pura y simple. Pensaba en ella como una amiga. Media docena de veces, él y Liis habían sido tripulación juntos y suponía que la conocía tan bien como conocía a cualquiera.

    Lo que significaba que se había dado cuenta con una ola inesperada de tristeza que, en realidad, no la conocía en absoluto.

Capítulo 27

    

Capítulo 27 - 99 Días restantes

    (Un paseo.), pensó Sav sentado sobre su camastro. (Daré en paseo.)

    Era tarde y llevaba toda la noche entrando y saliendo de un medio sueño intranquilo. Deslizó las piernas sobre el borde de la cama y se puso de pie. Vestido con el mono y las botas, salió al pasillo lleno de escombros. La instalación de estasis en silencio, todas las luces excepto las lámparas naranja de emergencia extinguidas para ahorrar energía. Se slouched pasillo abajo hacia la nave de descenso pero se detuvo frente a la habitación de Liis. La puerta estaba abierta del todo, su cama vacía.

    Sólo había un lugar donde pudiera estar a estas horas de la noche.

    (Con Josua.)

    Contra la pared lejana de la habitación estaba la cama sucia que Josua había usado. Sábanas revueltas se amontonaban en un extremo, impertubadas desde el día que Josua las había abandonado. El delgado pallet sobre en que Liis dormía estaba descartado a un lado de la habitación. Sav reconoció una de las almohadas antisépticas que Josua había usado tanto tiempo atrás, ahora doblada e inútil fuera de la puerta, empujada hasta el pasillo por la creciente marea de basura. Le dió una patada para meterla en la habitación. La almohada pasó al lado de una caja vacía y chocó con un montón de envoltorios de comida descartados bajo la cama, esparciéndolos. Sav contempló la habitación abandonada, una imagen de Josua y Liis juntos se formó de pronto en el ojo de su mente.

    Abruptamente, se giró y dió pasos por el pasillo hasta su propia habitación. Se sentó en la cama. Durante un tiempo, miró hacia el vacío del corredor. El baño de las luces de emergencia lo pintaban de un naranja vivo. Sus pensamientos eran confusos, revueltos. Intentó convencerse de que la presencia de Liis en la habitación de Josua no importaba. Que nada de aquello importaba.

    Y aún así, importaba.

    Se maldijo a sí mismo por ser tan idiota, por dejarse capturar por su deseo. Y por la recriminación que sentía por experimentar esa necesidad. Liis quería a Josua. No a él. Y, hasta ahora, no se le había ocurrido a Sav que él la quería. Su inesperado deseo era estúpido y nada realista. Y en un mes estarían en diferentes naves, de camino a mundos a años luz de distancia. Las probabilidades de sobrevivir a la misión demente de Yilda eran infinitesimales. La oportunidad de verla de nuevo tras la salida, inexistente. Pero nada de eso parecía cambiar el modo en que su mente insistía en revisitar la imagen de Liis y Josua juntos. Se dió cuenta de que sus manos estaban cerradas en puños. Las obligó a abrirse, las frotó en las rodillas dejando oscuras rayas de sudor. Respiró hondo varias veces.

    Depués, aunque cuánto después Sav no podía estar seguro, el ascensor retumbó en la parada de planta suavemente, los rodadores bajo la puerta chirriaron mientras se deslizaban. Él esperó hasta oir las pisadas de Liis. Pero sólo hubo silencio.

    Levantándose de la cama, Sav salió rápido al pasillo. Las puertas del ascensor aún estaban abiertas. Dentro, en el intenso brillo de las luces, Liis estaba de pie apoyada contra la pared trasera de la cabina con la cabeza baja. Cuando Sav pasó dentro, el ascensor se meció ligeramente hasta que los cables se adaptaron al peso.

    —Liis, - dijo Sav suavemente alzando las manos para tomarla por los hombros.—¿Qué va mal?

    Liis alzó la vista, su cara vacía, sus ojos rojos como si hubiera estado llorando.

    Ella parpadeó, parecía confundida por la pregunta.—Nada, - respondió, más para sí que para él. Bajo la mirada. —Él no es Josua, - dijo como estuviera respondiendo una pregunta que no había sido formulada.

    —¿Qué?

    —No me quiere.

    —¿De qué estás hablando? -

    Apretó su agarre sobre sus hombros, de pronto consciente del movimiento de su carne y huesos bajo sus dedos. Desconcertado, los soltó y metió las manos en los bolsillos.

    —Liis, ¿Qué ha pasado?

    Cuando ella habló era como estuviera hablando a alguien más allá de Sav.

    —Fui a su habitación todas las noches. Escuchaba con paciencia sus teorías sobre Nexus. Me sentaba con él mientras hablaba una y otra vez sobre nuestra traición. Nuestra traición. - Hizo una pausa, sus ojos divagaban, luego los llevó hacia el pecho de Sav.—Charla. Charlamos. Pero él no quería acercarse. No quería tocarme.

    Con una voz tan baja que Sav apenas podía oirla, ella dijo:—Así que le pedí. Le supliqué. Le dije que haría todo lo que quisiera.

    La sangre vibraba en las sienes de Sav.

    —Me pidió que fuera Shiranda. - La expresión de Liis se endureció.—Quería que me tumbase allí, con sus ojos cerrados, mientras yo... - sus palabras murieron de golpe.—Tenía cosas que quería que dijese, sonidos que quería que hiciese. - Ella palideció.—No es él. No podía ser Josua. - agarró la manga de Sav.—Hay otro, alguien que no conozco de nada. Una persona que se esconde de nosotros. Se parece a Josua, pero sólo está interpretando un papel, un personaje al que conoce pero que no siente.

    —Yo... supongo que estamos todos un poco rotos. Después de lo que hemos pasado. -

    Sav sintió que sus palabras eran estúpidas, inadecuadas, que sólo estaban para llenar espacio vacío. Bajó la vista hasta que cayó sobre la mano que aún cogía su manga. Y entonces, vió las heridas del tamaño de un dedo que tiznaban de púrpura su muñeca y antebrazo, desapareciendo bajo el borde de su camisa de manga larga. Él miró hacia arriba. ¿Era un efecto de las sombras o también había marcas oscuras en su clavícula? La rabia le sofocó.

    —¡Qué te ha hecho!

    Su ultraje pareció despertarla. Le miró directamente por primera vez. Tras parpadear como si acabase de despertar, siguió su mirada hasta su propias muñecas y las examinó desapasionadamente. Liberó la manga de Sav y cruzó los brazos sobre su pecho, ocultando los hematomas de la vista.

    —No... no era Josua. Él es un buen hombre.

    Ella empezó a mecerse lentamente con los hombros encogidos, los brazos enrollados firmemente alrededor del torso.—No es él. - dijo ella con total convicción. Miró significativamente a Sav, las pupilas de sus ojos grises eran puntitos. —Josua nunca... me haría daño. - Hizo una pausa. —¿verdad?

    (Aún inventa excusas para él.) - pensó Sav amargamente. (Nunca querrá ver en lo que Josua se ha convertido.)

    Aquello le ponía enfermo, elevaba su enfurecimiento y también le drenaba. Sentía flojas las piernas. Intentó que se le ocurriera algo que decir, pero todo lo que podía hacer era apartar la vista, mirarse los pies mientras el estrecho espacio del ascensor parecía girar lentamente.

    —¿Verdad? - Liis no hacía intentos por ocultar su desesperación.

    —Yo... no lo sé.

    Una lágrima cayó sobre la punta de la bota polvorienta de Sav dejando una oscura impronta. Liis salió y le empujó torpemente al pasar.

    Sav estaba paralizado, incapaz de moverse.

    En el silencio, los sonidos le llegaban con una claridad innatural: el zumbido leve, casi inaudible de las luces del ascensor; el roce del aire crujiendo en sus pulmones; las pisadas de Liis por el corredor; el click de su cerrojo colocado en su sitio y luego, sus sollozos amortiguados resonando desamparadamente en el pasillo.

Capítulo 28

    

Capítulo 28 - 98 Días restantes

    El trabajo devoró los días restantes. Al menos ese el modo en que Sav pensaba sobre ello: como si el tiempo fuese un carnívoro alimentándose tranquilamente de la carcasa de su presa abatida. Inicialmente, había rechazado llevar el reloj del susto, como Binlosson lo había apodado retorcidamente, que Hebuiza y Yilda habían hecho para ellos. El día que los distribuyeron, lo había dejado en el estante más alto de su habitación. Ahora, cuando las luces se extinguieron y se selló la puerta, lanzaba una vaga penumbra verde alrededor de la caja tras la que había caído. Pero durante la semana pasada, Sav notó que estaba haciendo constamente el mismo cálculo en su cabeza, para llegar al número de días que le adjudicaba. Así que, menos de diez antes de que lo dejara de lado, capituló y lo recogió para atarlo a su muñeca. Extrañamente, esto pareció aliviar su ansiedad pues, aunque lo comprobaba constantemente los primeros días, casi hasta el punto de la preocupación, tras una semana ya no lo miraba con mayor frecuencia que a un reloj ordinario. El hecho es que su propia muerte había aceptado la pátina de lo trivial.

    Su concentración cambió para preparar la Ea.

    Pasaron quince días más. Liis vagaba por los pasillos, envuelta en sus propios pensamientos desconsolados. Aún así, era meridiano que aún observaba a Josua atentamente cuando estaban juntos. Su expresión traicionaba los extremos de la patética esperanza y la miserable resignación. Josua parecía insensible a sus atentiones, pero parecía insensible a todo salvo los preparativos. Sav se encontraba rígido cuando Josua se aproximaba al recordar las marcas en las muñecas de Liis, deseando hacer algo pero nunca bastante seguro del qué. Su impotencia le enfurecía y le avergonzaba. Acabó por evitar a ambos.

    El trabajo de todos progresaba.

    Binlosson llevaba ahora sus propias misiones de saqueo en la nave de descenso de La Viracosa. Yilda había insistido en que se separaran, citando 'razones de seguridad', presumiblemente porque enviaba a Binlosson a reunir material perteneciente a su misión en la estación de paso. Material que no quería que Sav viese. Cosa que a Sav le venía bien, estaba demasiado feliz de librarse del vapor de vitriolo interminable de Binlosson.

    Al final del trigésimoprimer día, el reloj de Sav ahora informaba 72 días restantes, la Ea se había preparado totalmente: nuevas crio-cápsulas instaladas para transportar su mayor tripulación, combustible extra de La Viracosa trasladado, almacenes de comida llenos y nuevos datos de navegación cargados a su IA. Ocurrió más rápido de lo que Sav había esperado. Pero aún quedaba mucho trabajo por hacer en La Viracosa. Había confiado en que los otros le pedirían ayuda para preparar la otra nave pero cuando terminaron con la Ea, Yilda les había dado a todos nuevas órdenes. Se dispersaron, inmersos en sus propias tareas. Sirvió para recordarle a Sav que, en algunas cortas semanas, se irían por caminos separados y que probablemente nunca los volvería a ver de nuevo.

    Por su parte, Sav empezó la ardua tarea de repostar La Viracosa para la misión más larga que hubiese volado nunca.

    —Si no tenemos ninguna, um, dificultad, anticipamos salir de órbita en sesenta días. - Yilda se daba golpecitos en los labios con su dedo índice pensativamente. Miró alrededor de la mesa y dejó caer la mano.

    Estaban todos reunidos en la sala de juntas. Sav había sido el último en llegar y tomó el único asiento libre en el sandwich entre Josua a un lado y al otro, Ruen, que tenía una cadena de tarjetas de datos colgaba ociosa de sus nudosos dedos reumáticos.

    —Lo que nos deja sólo doce días, - murmuró agriamente Binlosson mirando su relo.

    —¿Sesenta días? - Sav se movió incómodo en su silla.—No estoy seguro si puedo tener La Viracosa lista para entonces. Si podéis liberar a Liis por unos cuantos días...

    —No. La necesitamos en el laboratorio, ¿hey?. Tú y Josua tendréis que hacer lo que podáis.

    —Pero...

    —Tú, Josua y Ruen sois más que adecuados para el trabajo. ¿Sí? Y como hasta ahora, las dos tripulaciones deberían quedar separadas. Motivos de seguridad.

    —¿Motivos de seguridad?

    —Esoes, ah, imperativo, que la Tripulación Dos sepan tan poco como sea posible sobre la misión de la otra. -

    Tripulación Dos. Era lo que Yilda había tomado para identificar las misiones. Tripulación Dos: Sav, Josua y Ruen llevando La Viracosa al corazón de la Poliarquía de Nexus. La Tripulación Uno llevaría la Ea a la estación repetidora.

    —En caso de que la Tripulación Dos esté, um, comprometida.

    —Quieres decir interceptada por Nexus.

    —Ah, sí.

    Sav cruzó los brazos. Odiaba admitirlo pero Yilda tenía razón. Aún cuando no veía mucha esperanza para ninguna de ambas misiones.

    —Hay más. - la voz de Hebuiza fue atronadora tras el suave discurso ceceante de Yilda.

    Estaba sentado frente a Sav y ahora se inclinaba hacia adelante con su largo torso doblado sobre la mesa.

    —De ahora en adelante, no os acercaréis al laboratorio. No haréis ninguna pregunta. O será considerado una brecha en la seguridad y castigado rápidamente.

    —Déjame adivinar, - dijo Sav. —Estás al mando de la seguridad.

    Los labios de Hebuiza trazaron una sádica sonrisa.

    —Sí, - dijo Yilda. —Es, um, crítico, que los miembros de la Tripulación Dos permanezcan lejos del laboratorio.

    —He implementado medidas especiales, - dijo Hebuiza con obvia fruición. —para lidiar con los intentos no autorizados de entrar al laboratorio. -

    Mirando directamente a Sav, dijo: —Estás invitado a probar el sistema si lo deseas.

    —No gracias, - dijo Sav, determinado a no dar al Posibilitador la satisfacción de obtener una reacción. —Tengo mejores cosas que hacer.

    Hebuiza dió una ronca carcajada burlona.

    Algo se activó dentro de Sav y, antes de que supiera lo que estaba haciendo, se levantó, meciéndose sobre los talones y miró al larguirucho Posibilitador. La sonrisa se desvaneció de la cara de Hebuiza y se reclinó en su silla fuera del alcance de golpeo de Sav. Sav sintió que una mano le asía del brazo, reteniéndole.

    —Si no hay nada más, - dijo Josua tranquilamente desde su asiento, sujetando firmemente el antebrazo de Sav. —Nos queda mucho trabajo. ¿verdad Sav?

    Sav miró cómo los dedos de Josua le apretaban la piel y pensó en los, ahora desvanecidos, hematomas en las muñecas de Liis. —Lo que tú digas. - dijo Sav, liberando con un tirón su brazo de la presa de Josua.

    La sonrisa reapareció en el rostro de Hebuiza, pero esta vez era algo incierta, sin miedo, más de bravata que de burla. Sav se dió la vuelta y salió al pasillo. Pasó dentro del ascensor y pulsó el botón de su planta.

    Antes de que las puertas se cerraran, Josua las bloqueó y las obligó a abrirse. Metió medio cuerpo en la cabina, manteniendo su mano sobre el sensor luminoso para que la puerta siguiera abierta. Sav miró los dedos de Josua descansando sobre el metal barnizado de la puerta.

    —¿Qué demonios pasa contigo? - gritó Josua.

    (Josua no me haría daño, había dicho Liis. ¿Verdad?)

    —Nada, - murmuró Sav y pulsó el botón otra vez.

    —No dejes que Hebuiza te obsesione, - dijo él.—No vale la pena.

    —¿No vale la pena? - Sav cerró las manos en puños. —¿Y qué demonios lo vale?

    Durante un momento, Josua le miró sorprendido por la pregunta.—Pues, nada, por supuesto. - Al dejar caer la mano, dió un paso atrás. Las puertas empezaron a cerrarse. —Excepto quizá lo que estamos haciendo.

    La cabina empezó su descenso.—Ya, - dijo Sav. Pero la palabra, una vez completada, no sonó tan sarcástica como Sav había deseado.

    El trabajo en La Viracosa recayó mayormente en Sav. Ruen era inútil en todo lo que requería aptitud técnica o fuerza física y Josua había cogido el hábito de salir fuera él solo. Tomaba con frecuencia alguna nave de descenso y a dónde iba o lo que hacía allí nunca lo decía voluntariamente y Sav nunca se molestaba en preguntar. A veces se iba durante todo el día. A nadie pareció preocuparle. Todos parecían tener sus propias preocupaciones.

    Y Ruen también estaba perdido en llenar su tiempo: se ocupaba de sus prepararivos para la Disolución. A menudo, melodías de sus balbuceantes rezos y homilías eran audibles arriba y abajo del pasillo principal mientras el patrix paseaba por el corredor con las manos a la espalda y sus dedos envueltos en su cadena de tarjetas de datos. Su sagrada base de datos crecía.

    El tiempo se arrastraba y la vida de Sav se escurría a cada momento. Tenía una finalidad que le asustaba y enfermaba, que hacía temblar sus manos cuando estaba ocupado en su trabajo. Se arrastraba de tarea en tarea tratando de no pensar en nada salvo en el trabajo que tenía entre manos. Ocasionalmente veía a Liis y cada vez que la miraba crecía un extraño pensamiento en su mente como un tumor: ¿qué hubiera pasado si Liis hubuese sentido por él lo mismo que sentía por Josua? Sabía que él no la habría desdeñado como hacía Josua. Él hubiera celebrado el calor de su cuerpo en su cama.

    Pero, ¿podía él amarla del modo que quería ser amada?

    No estaba seguro de que tuviera esa capacidad. El amor siempre había sido lo que otra gente experimentaba. No él. Era demasiado cínico, demasiado despegado. Que pudiera ahora amar una mujer necesitada y la única mujer que quedaba para amar parecía desesperadamente patético. No, decidió, no podía amarla. Como tantas otras oportunidades perdidas de su vida, la posibilidad de amar parecía ahora tan remota para Sav como sus posibilidades de sobrevivir a la plaga.

Capítulo 29

    

Capítulo 29 - 47 Días restantes

    El final llegó abruptamente.

    Al pasear el quincuagélesimoséptimo día después de que los preparativos empezaran; su reloj ahora mostraba 45 días restantes para el comienzo de los primeros síntomas; Sav descubrió abierta la puerta de Liis y su habitación vacía. Nada era tan obvio. Al ver el interior polvoriento, las ropas y equipo diseminados, trató de identificar la fuente de su intranquilidad. Entonces, notó que los pocos objetos personales que Liis había acumulado no aparecían a la vista. Sav corrió hacia el ascensor.

    Al emerger en el nivel principal, encontró abierta la puerta del laboratorio de Hebuiza. Pilas de equipo yacían ociosas; pedazos de cable y placas de circuitos por el suelo. Tres largas mesas, de las que colgaban numerosos cables, estaban vacías. Lo que fuera que había estado encima había desaparecido. Su corazón se aceleró. Medio corriendo medio andando, bajó el pasillo y emergió de la instalación. Grandes y perezosos copos de nieve descendían a su alrededor. Una capa de nieve cubría la tierra. El soplo del invierno se había instalado sobre el país como un palio. Altos montículos blancos jalonaban ahora el sendero. A unos cien metros de distancia, en el lateral más alejado de la plataforma de aterrizaje, se asentaba la nave de descenso de la Ea con la compuerta abierta. Junto a ella estaba la nave de descenso de La Viracosa. Sav vió a Yilda, vestido con su traje AEV dentro de la compuerta de la nave de la Ea. En tierra junto a la nave estaba Josua, envuelto en su chaqueta acolchada, pasando cajas a Yilda. Sav trotó el sendero hacie ellos. Cuando estuvo a veinte metros de distancia, Yilda le vió y habló con Josua. Los dos hombres dejaron de trabajar y le esperaron.

    Sav dejó de correr a medida que se acercaba. A pesar de la temperatura, tenía en la frente una ligera película de sudor.

    —¿Qué está pasando?

    —Preparativos completados, - dijo Yilda.—Carga final, ¿hey? Transportando a la Ea en pocos minutos. Rompemos órbita en seis horas.

    —¿Romper órbita? En la reunión dijiste que nos iríamos cuando sólo quedasen doce días. - Sav miró su reloj. —¡Aún quedan cuarenta y siete días!

    —Sí y, um, no, - respondió Yilda. —Tripulación Dos saldrá cuando queden doce días como, ah, he dicho.

    —El resto, - dijo Sav dudando.—Binlosson, Mira, Penirdth, - hizo una pausa. —Liis...

    —La Tripulación Uno ya ha embarcado en la Ea para ejecutar comprobaciones pre-vuelo, - dijo Josua.

    —¿Y van a volver?

    —No. - Josua sonaba impaciente. —Esta es la última carga. Cuando se haya ido, sólo quedarenos nosotros tres.

    (Así que, ya está.) - pensó Sav.

    (Liis se marcha.).

    En algunas horas su tripulación quedará inmersa en baño de nitrógeno líquido, el avance de la plaga será detenido hasta que despierten de nuevo, siglos después, en un mundo congelado largo tiempo muerto.

    Josua volvió su atención a la pila de cajas y empezó a luchar para desalojar un cajón voluminoso.

    (No se suponía que tenía que acabar así.) - pensó Sav.

    Inclinando su cuello, miró al cielo pero no pudo ver nada excepto un blanco indiferenciado, tan suave e impenetrable como una pared. Miles de veces había jugado a pensar lo que podría decir y hacer en el momento de su separación. Pero esa oportunidad se había desvanecido. Se sintió traicionado.

    —¿Vas a mirar al cielo todo el día? - preguntó Josua.

    En las últimas semanas, su conducta había cambiado sutilmente con Sav. Había asumido más el papel de comandante, respetando cada menos sus juicios sobre las cosas concernientes a La Viracosa.

    —¿O vas a echarnos una mano?

    Varios copos colgaban del pelo de Josua, se habían acumulado en sus hombros y en los pliegues de su chaqueta. Él se los sacudió y desalojó la mayoría de la nieve. Alzó su reloj para que la pantalla apuntara acusadoramente a Sav.

    —El reloj está corriendo. ¿Recuerdas?

Capítulo 30

    

Capítulo 30 - 12 Días restantes

    Por primera vez en treinta años, la instalación de estasis ronroneaba con algo similar a la satisfacción. Hasta recientemente, su red columna vertebral había estado inactiva, sus IAs desconectadas una de otra, su energía menguando. Pero, en los últimos meses, ese creciente deterioro se había detenido y, hasta cierto grado, invertido. La columna vertebral se había restaurado; los niveles de energía se habían elevado considerablemente; los ordenadores administrativos habían regresado y la autoridad central se había restablecido. Por supuesto, no había forma de recuperar a los clientes que habían sido obligados a discontinuar, pero en el último medio año, no había tenido que terminar ninguna cápsula activa.

    Pero ahora el complejo estaba solo otra vez.

    Esa mañana temprano, mientras el cielo aún estaba oscuro, NAIS-FA-1, había enviado un robot modificado para que estirara las piernas junto a la plataforma de despegue. Usando su remoto, emitió imágenes de la salida de las tres últimas inteligencias autónomas llamadas Josua, Sav y Ruen, justo cuando embarcaban en su lanzadera y despegaban. Nadie le había dicho explicitamente a 1, como NAIS-FA-1 le gustaba referirse a sí mismo, que no regresarían, sin embargo, la IA había inferido de un análisis de sus conversaciones y de aquellos que habían salido antes, que no volverían en un tiempo considerable, si acaso lo hacían. Aún así, 1 confiaba podía llevar la instalación durante siglos, si no indefinidamente, sin intervención humana. Después de que la nave perforara las nubes y desapareciera, 1 envió al robot de regreso al lago para retomar sus reparaciones de los paneles solares.

    Fue cuatro horas más tarde cuando las cosas empezaron a ir mal.

    El robot del lago dejó de transmitir.

    A los doscientos nanosegundos del primer evento, una de las IA informó que las seis cápsulas bajo su cuidado habían terminado. La IA misma dejó de transmitir de repente. Preocupado, 1 preguntó al nodo pero no recibió respuesta. Veinte nanosegundos después, dos nodos IA más informaron de similares problemas antes de que también quedaran desconectadas. Una, sin embargo, consiguió transmitir una visual que había captursdo antes de caer en silencio: ocho centelleos simultáneos, uno encima de cada cápsulas activa de la cámara. Los domos implosionaron, un baño de gricerol crio-protector salpicó el suelo de la cámara. Para cuando la IA administrativa hubo revisado la visual, la mitad de las IAs restantes había informado de sus propias pérdidas de clientes y se había desconectado. Tres más consiguieron enviar imágenes casi idénticas a la primera.

    Menos de cien milisegundos habían pasado desde que empezaran los eventos anómalos.

    1 no sintió pánico. Sus diseñadores no la habían programado para eso. Lo que sentía, no obstante, fue urgencia, una abrumadora necesidad de encontrar la causa de la crisis y determinar posibles soluciones. Suspendió todas las otras tareas en proceso. Inmediatamente después, realizó una búsqueda de patrón-coincidencia prioritaria. Encontró una correlación probable: en la biblioteca de actividad registrada descubrió que durante los últimos meses, uno de los humanos había visutado todas las mil cuatrocientas treinta y siete cápsulas activas del complejo. Y este mismo humano también había estado en cada IA de la instalación, incluída 1 misma. La conclusión, cuando surgió unas cuantas billonésimas de segundo después, era ineludible: el humano pretendía destruir a los clientes y a las IAs que los atendían. Y no había nada que 1 pudiera hacer para evitarlo.

    En sus últimos nanosegundos. NAIS-FA-1 se preguntó a sí mismo el equivalente máquina de ¿por qué?

    Pero antes de que sus rutinas de búsqueda pudieran huronear cualquier clase de respuesta, también quedó desconectada.

Capítulo 31

    

Capítulo 31 - PARTE III. 522 Años Después. SJH-1231-K, La Estación Repetidora

    En el exterior, un infierno congelado.

    Penetrantes vientos árticos barrían desde los campos de hielo hasta los vastas llanuras blancas, golpeando furiosamente contra el arco de la cúpula. La estructura tenía diez kilómetros de diámetro y se hundía profundamente en la roca del manto. Su cáscara era de varios metros de grosor pero su capa más externa se componía de un material transparente de no más de una micra, con sus atómos atrapados en una inconcebible estructura rígida. Soportaba la fuerza brutal del viento y el frío rompe-rocas de la brisa. Aún cuando sucedía lo improbable y dicha capa experimentaba una rotura microscópica, diminutas máquinas moleculares reparaban la brecha en segundos.

    En el interior, un paraíso exuberante.

    Árboles oscuros de ramas arqueadas y hojas con borde en sierra se elevaban dentro de la estructura y presionaban sus ramas superiores contra el lado interior de la barriga del domo, ignorantes a las letales condiciones a unos metros de distancia. Plantas más pequeñas de manchas marrones y brotes brillantes verdes y naranjas se concentraban en la parte inferior de los muros. Extendiéndose fuera del suelo del bosque había una densa variedad de plantas con anchas hojas satinadas. Un suave musgo oliva colgaba de las rocas en la altura derecha. Una destacable cantidad de flores, una cacofonía de colores, se concentraba alrededor de pequeños riachuelos y estanques. A través de este idílio había senderos de tierra, apenas lo bastante anchos para pasear. Aunque nunca nadie había practicado jardinería aquí, los senderos permanecían despejados, la flora era obediente.

    El bosque empezaba a desfallecer a un kilómetro del muro exterior y cedía paso eventualmente a los campos y arroyos. Había caminos enlosados que serpentaban a través de altas matas. Algunos árboles solitarios punteaban el paisaje ofreciendo sombra. Aquí y allá había pequeños huertos con las ramas de los árboles frutales llenas de ofrendas maduras. Dos kilómetros más allá, los campos también desaparecían para dar paso a estructuras geométricas de ángulos afilados visibles en la distancia: sesenta y cuatro enormes cilindros, como tanques de combustible monstruosos, formaban un anillo de dos kilómetros de diámetro en el centro de la cúpula. Cada cilindro tenía varias centenas de metros de diámetro y se elevaba a la misma altura. Colgando de la base de estas estructuras como viñas había grupos de edificios de una asombrosa variedad de estilos y formas. Algunos eran pequeños y acogedores, otros grandes, incoherentes y de muchos pisos. Pero ninguna de estos edificios subía hasta a un tercio de la altura de los cilindros.

    Por imponentes que los cilindros podían ser, no atraían la mayor atención pues elevándose dentro de su anillo había una montaña de dos kilómetros de alto cuyo pico perforaba el techo de la cúpula como una lanza. La cumbre sobresalía hacia los constantes vientos árticos. Aquí, en el ápice de la montaña, se había construído una plataforma. Sobre ella, un grupito de Oradores esperaba, agarrados a una fina barandilla.

    Aunque podían observar desde el seguro interior del domo o haber levantado otra burbuja protectora en torno a ellos, habían escogido como capricho experimentar el evento tan directamente como fuera posible. Intercambiaban miradas y pensamientos emocionantes pasaban entre ellos como lo hacen las palabras para la gente sin sus poderes. Ocasionalmente, uno reía en alto, un sonido apenas oído que se llevaba el viento. A pesar de la protección de sus dermo-trajes, se juntaban instintivamente cuando las rachas de viento empujaban y tiraban con insistencia de sus brazos y piernas. Aún así, el grupito tenía un aire de festividad y valor como si estuviese a punto de salir de picnic o a una excursión al campo. Algunos mantenían las mentes despejadas, se guardaban sus pensamientos para ellos mientras contemplaban los cielos.

    Una mujer con un dispositivo de rastreo portátil señalaba puntos directamente sobre ellos. Las cabezas se inclinaron al unísono, pero nada era visible.

    Entonces, lamiendo la atmósfera, el meteorito se incendió comprimiendo e iluminando el aire delante suyo. Encendiendo el cielo nocturo, dejó un rastro incandescente en su camino durante varios brillantes segundos. Un trueno sónico siguió a la imagen.

    Como si respondieran al sonido de la onda expansiva, tres de los satélites que rodeaban el planeta dispararon sus armas al unísono y el meteorito ardió lanzando un centenar de feroces pedazos giratorios por el brillante lugar. Los fragmentos ardían en diferentes colores, muchos centelleaban inciertos. Densas y dramáticas sombras crecían y menguaban a la luz temblorosa. Varios de aquellos observadores aguantaron la respiración, otros se agarraron más fuerte a la barandilla. Todas las miradas se centraban en la creciente tela de araña de luz sobre sus cabezas. Incluso el viento se había detenido por un instante, como si también hubiera apreciado el espectáculo. Segundos después de la destrucción del meteorito, un retumbar como un trueno distante llegó a sus oídos.

    Pocos latidos de corazón después, se había acabado: algunos fragmentos ya habían desaparecido tras una montaña al sur; otros se habían vaporizado con luces desvanecientes hasta la nada antes de tocar el suelo. Un pedazo que ardía intensamente hizo un arco descendente y se estrelló sobre una meseta a un centernar de kilómetros al norte, lanzando hacia arriba una espuma de nieve. Un momento después, aquellos sobre la platafoema sintieron un ligero temblor en la estructura. Ninguno de los fragmentos había llegado lo bastante cerca de la cúpula para que los orbitales necesitaran molestarse en disparar de nuevo.

    Durante un tiempo, el grupo se quedó allí con las imágenes ardiendo en sus retinas. Luego, incluso cuando los restos fantasmales se habían evaporado en sus ojos, recordaron dónde estaban. El viento arreció y el espectáculo terminó. Los aires festivos se desvanecieron. En silencio, se marcharon en fila hacia la oscuridad que se abría junto a la plataforma y descendendieron los escalores espirales. Tras ellos, la roca creció, cubriendo la entrada como si curase una herida.

    Reluctantemente, bajaron y regresaron a la inefable belleza y abundancia ilimitada que habían dejado abajo, cada uno de ellos y ellas a su paraíso privado. Se arrastraron hacia la sosa rutina interminable de sus vidas y la tarea solitaria con la que se habían comprometido para siempre.

Capítulo 32

    

Capítulo 32 - 23 Días restantes

    Al recuperar la consciencia, Liis se encontró colgando boca abajo en la oscuridad del puente de la Ea. Bandas de dolor abrasaban su pecho. Sus muslos y piernas estaban atrapadas por las correas que la sujetaban a la silla del piloto. Un dolor intenso se extendía de su antebrazo izquierdo: estaba segura de que estaba roto. Las bocinas de alarma gemían obstinadamente y las advertencias del sistema surgían a través de la interfaz y sus auriculares: media docena de roturas en el casco; navegación inoperativa; fracturas de estrés en los escudos de la planta de energía; crecientes niveles de radiación hacia niveles de exposición peligrosa. La nave informó de que posteriores fallos eran inminentes.

    (¡Funcionó!) - pensó ella. (No puedo creer que funcionó!)

    El meteorito o, al menos la parte que sujetaba la Ea, había conseguido mantenerse de una pieza tras el fuego de los orbitales. Las cargas de explosivo que habían plantado habían detonado precisamente en el momento correcto: una fracción de segundo después de que las armas de rayo lo golpearan, quebrando la roca por sus líneas de falla para preservar intacta la sección donde estaba la Ea. Recordó el giro salvaje que había sentido tras la explosión. Cómo había sentido como si su cerebro se fuese a convertir en pulpa por las fuerzas g. Pero la masa de los depósitos de hierro había balanceado la roca funcionando como un escudo de ablación, protegiendo las capas de silicio y óxido de magnesio más porosas y ligeras que habían perforado para ocultar la nave. Quizá no había sido el más tranquilo de los viajes pero los propulsores de frenado y posición se habían disparado como los había programado para ralentizar y ajustar lo bastante el ángulo de su descenso y sobrevivir así al impacto en el débil campo gravitatorio del planeta. Y lo habían logrado ocultando la acción de los propulsores entre el incendio de la atmósfera en las capas exteriores del meteorito. Estaba agradecida de haberse desmayado antes del choque.

    A pesar del dolor, sentía un curioso júbilo, una aceleración de su sangre como nunca había experimentado desde...

    ... desde Josua. Al pensar en él, cerró los ojos y respiró hondo. La nave seguía publicando sus avisos.

    Usando un comando subvocal, ordenó que las alarmas se silenciaran. Uno por uno, empezó a desconectar los sistemas de la nave empezando por el reactor. Casi de inmediato, varios de los mensajes de advertencia se desvanecieron. Tras unos momentos, la nave quedó moribunda, la consciencia de la IA desaparecíó hasta un ténue punto. El soporte de vida mínimo permanecía. Comprobó al resto de la tripulación.

    Indicadores verdes en los cinco. Aunque las crio-cápsulas habían atravesado la ordalía, estaban intactas. Inició el ciclo de reanimación.

    (Ahora... ) - pensó ella, (... es hora de bajarme de aquí.)

    De las tres ligaduras que la sujetaban, una se había soltado. Cambiando su peso, se las arregló con la mano derecha para deshacer de una de las dos que le quedaban. La correa se liberó y su peso se concentró en la ligadura que recorría su hombro izquierdo hasta la cara interior de su muslo. Jadeando, cerró los ojos por el dolor que le disparaba su brazo. Quedó colgada allí, meciéndose ligeramente mientras el dolor retrocedía. Le sangraban los oídos. Enganchando sus piernas bajo el asiento, apretó los dientes y abrió la última hebilla.

    Su cuerpo giró y empezó a resbalarse. Intentó mover las piernas alrededor de un pedestal del asiento pero no tuvo suficiente espacio para bloquear sus tobillos.

    Tanteando a ciegas, consiguió atrapar una de las ligaduras colgantes frente a sus piernas ya desatadas por completo. Cayó en la oscuridad con su puño atado a la correa.

    Cuando llegó el tirón, se sorprendió de cómo; a un tercio de la gravedad normal para ella; su brazo estuvo cerca de dislocarse. Gritó y soltó la correa, recordando la distancia, pensando en caer no más de un par de metros. Pero su cabeza se sacudió hacia atrás y algo rasgó su sién derecha, arrancando la piel justo antes del impacto. El dolor la inundó y le nubló la consciencia.

    Josua estaba allí.

    Aún cuando podía haber estado a once años luz de distancia en el concentrador, permanecía sobre Liis con una lámpara en la mano. Los bastiones del camarote circular se curvaban sobre ella como si estuviese tumbada en el fondo del lateral de un barril. Los ojos de Liis estaban cerrados y ella estaba inconsciente. Aún así, todavía podía ver. Era como si ocupara varias consciencias separadas simultáneamente: veía a Josua desde su perspectiva en el suelo; se veía a sí misma a través de sus ojos; veía a ambos desde arriba. Le hacía sentir vértigo.

    (¿Por qué me ha seguido hasta aquíl?) - se preguntó Liis. ¿Era esto parte del plan?

    Intentó abrir la boca, preguntarle, pero su cuerpo ya lo pertenecía. Yacía inerte, fusionado donde el suelo se unía a la pared.

    (No, techo,) - pensó corrigiéndose a sí misma.

    Un charco de sangre formaba una oscura umbra en torno a su cabeza. El origen del flujo era un corte en su sién y mejilla izquierdas. La sangre recorría su rostro y cubría sus marcas. Sobre sus auriculares sueltos, la almohadilla de espuma de su oreja izquierda se había rasgado y el metal de debajo quedaba expuesto. Una simple gota roja colgaba pendiente de su extremo.

    (¿Cómo pude haber olvidado quitarme los auriculares antes de dejarme caer?)

    Ella sonrió sorprendida por su propia estupidez. Su brazo izquierdo yacía doblado hacia atrás en un ángulo innatural. Aunque era consciente del dolor, estaba silenciado, como si fuera un molesto ruído de fondo.

    (¿Me estoy muriendo?)

    La pregunta revoloteaba abstractamente por su consciencia. Una pregunta trivial sin sentido. Observó la sangre crecer por el suelo, correr hacia un canal entre dos pantallas adyacentes.

    Josua se agachó, había varios contenedores con formas extrañas a sus pies. Quitó el sello a uno y sacó de él un pequeño objeto cruciforme engarzado con diminutas gemas. Parecía una de esos relicarios que Ruen llevaba con frecuencia. Colocando el extremo más largo del objeto contra su cráneo, Josua pulsó un botón en el lado cruzado.

    El dolor la recorríó con la inyección. Sus perspectivas múltiples ondularon y colapsaron de vuelta a la perspectiva única en la que ella yacía en el suelo. La oscuridad giraba a su alrededor, succionándola como la corriente de un tornado.

    (Josua... ) - quiso decir. (... he fallado. Perdóname.)

    Intentó concentrarse en la cara de Josua antes de que fuera arrastrada por completo bajo las tintadas aguas, pero ya no era Josua quien se agachaba sobre ella. En su lugar vió a un hombre más bajo con cara de fatiga disipada y botones dorados que recorrían su barbilla. El sudor perlaba su frente mientras movía el brazo de Liis adelante y atrás para hasta que los huesos encajaron en sus sitios. El hombre retiró atrás los labios con la ejecución y Liis pudo ver que sus dientes delanteros habían sido tallados cada uno en la firma de una figurita humana. Los dedos llevaban muchos anillos engarzados con gemas que relucían como faros a la luz amarilla de su lámpara.

    La oscuridad se cerró sobre ella.

    El mundo, frío y duro, presionado contra su mejilla. Tenía los ojos cerrados con fuerza, su cabeza latía y sentía náuseas. Algo le empujó en el hombro y el dolor surgió de su brazo y se extendió por el resto de su cuerpo como una corriente de alto voltaje. Su existencia se tornó un estómago revuelto y un pulsante brazo como su hogar feroz. Ella colgó desesperadamente al borde de la consciencia hasta que el movimiento se aletargó desde su perezoso giro hasta un suave balanceo. Escuchó un gemido bajo, como el de un animal herido. Jadeó y, cuando lo hizo, el gemido cesó. Sonaban palabras en el borde de su consciencia.

    —... imposible. Ella nunca...

    —... simple fractura...

    —..que hacer. ¿Cómo está... ?

    —... ¿abandonarla?

    —No está en forma para viajar. - La voz era grave y resonante. Una que Liis sabía que debería reconocer.—Está en trauma. Perdido demasiada sagre. No estamos equipados para manejar tal emergencia.

    —No. No está herida de gravedad. - Una voz diferente, otro hombre, pero más amable.—Sólo parece que hay mucha sangre.

    —Será inútil. Peor, será una carga. Más de lo que ya lo era.

    (Hebuiza.) - reconoció Liis. (Es la voz de Hebuiza.)

    —¿Quieres abandonarla aquí para que muera?

    —¿Por qué no? - la voz del Posibilitador era desdeñosa.—En menos de veintitrés días se manifestarán los primeros síntomas. Morir ahora podría ser mejor.

    (Quiere que muera. Así de simple.) - La rabia brotó por encima del dolor y empujó su agonía al fondo de su inconsciencia.

    —Quizá tú puedas pensar así, pero yo no voy a dejar morir a otra persona cuando está en mi poder ayudarla. Incluso si sólo le va dar algunos días más.

    —Malgasta tu tiempo si lo deseas, pero partiremos cuando hayamos perforado nuestra salida de esta roca.

    Liis luchó para abrir los ojos, pero sus párpados parecían estar pegados. Su frustración se intensificó. Con enorme esfuerzo, al fín consiguió abrir una línea. A través de los párpados, pudo ver la silueta oscura del traje del Posibilitador. Una persona estaba agachada junto a él. Aunque no podía discernir sus facciones, su piel era marrón oscuro y tenía una ligera mancha de gris en lo alto de la cabeza. Entonces, su rostro fue ganando foco: Penirdth. A su lado, Hebuiza estaba cruzado de brazos.

    —Si no está lista para viajar hasta entonces, la abandonaremos. -

    El Posibilitador giró y salió de su vista. Liis sintió la vibración de cada uno de sus pasos a través del fuselaje. Quería levantarse y lanzarle algo, todo, a la figura que retrocedía.

    —Quizá... quizá tenga razón. - Esta vez era la voz de una mujer. Aguda y temblorosa.—¿Recuerdas cómo, cuando llegó por primera vez a La Viracosa, dijiste que ya estaba muerta por dentro? Quizá debería de tener su Disolución ahora.

    —Dije eso, sí. - respondió Penirdth sin rencor. Liis se sintió abatida por las palabras.—Pero no la abandonaré aquí mientras aún sigue viva.

    —¿Crees honestamente que estará lista? Para viajar, me refiero. - Mira, bajita y redonda, se movió hacia su vista junto a Penirdth.

    —No lo sé. Está magullada y ha perdido sangre, pero parece mucho peor de lo que es. La hemorragia se ha parado sola antes de que la encontraramos aquí tumbada. Y el corte estaba limpio. Pero no hay modo de saber el dolor que tendrá cuando despierte. Pasarán un par de horas antes de que Yilda corte una salida hasta el exterior. Y otras doce horas antes de que el túnel y la superficie se hayan enfriado lo bastante para poder usarlo, si las estimaciones de Hebuiza son correctas. Catorce horas no le da mucho tiempo.

    Hubo silencio. Luego, Mira habló de nuevo:—Veintitrés días. No había pensado en eso durante un tiempo. O, al menos, no de esa forma. Hemos estado tan ocupados con... todo. Quizá Hebuiza tiene razón. Quizá ella esté mejor fuera de aquí. El meteorito se enfriará y ella se quedará dormida. Al menos será una muerte indolora, un camino fácil hacia la Disoluciónn... - Su voz sonaba anhelante.

    —No, - dijo Penirdth. Se levantó.—No sería indolora. Sería una muerte solitaria y torturante. Y, como poco, le debemos la oportunidad de ver cómo se resuelve esto. Me gustaría la misma oportunidad para mí mismo. - Hizo una pausa.—Hebuiza miente. - Había un indicio de asco en su voz.—No cree realmente que vayamos a caer enfermos dentro de veintitrés días. Cree en Yilda y en su plan. Y Liis ahora es un impedimento para el éxito de la misión.

    —Estoy... bien. - Las palabras de Liis eran poco más que un susurro, pero tanto Penirdth como Mira se giraron para mirarla.

    Liis había conseguido por fin abrir los ojos. Trató de levantar la cabeza del suelo pero el mundo giró fuera de control. Cuando todo volvió a su sitio, notó que Penirdth se había agachado y le había puesto una mano en la nuca. Bajo sus dedos ella sentir la capa de sangre pegajosa en su pelo. Aunque le daba dolor de cabeza y hacía ondular la habitación, Liis trató de poner rígido el cuello, rechazando la ayuda de Penirdth para sujetar su peso. Apretando los dientes, les miró.

    —Yo... estaré lista. - Alzó la cabeza fraccionalmente. La oscuridad acechaba pero cuando sentía que perdía la consciencia, pensaba en la figura en retroceso del Posibilitador. La rabia la golpeaba con el impacto del agua helada y apartaba la oscuridad. Jadeando, se incorporó usando su brazo bueno. El camarote rielaba, las luces destellaban y morían en los límites de su visión. Su vista se despejó, se hizo aguda de forma sorprendente. Sus ideas se aclararon preternaturalmente. Se miró el torso. Una venda de presión le envolvía el pecho y el brazo izquierdo para inmobilizar el miembro astillado.

    Entre dientes siseó:—Ayudadme a levantarme.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Trescientos diecisiete años antes de que despertaran de la estasis, se encontraron imitando el curso de un gran meteorito.

    —Bueno, ah, enterramos la Ea, - Había dicho Yilda al grupo reunido en la angosta galería.—Es el único modo de penetrar las defensas orbitales de la estación repetidora.

    Binlosson se había puesto furioso.

    —¿Cómo demonios vamos a sobrevivir al impacto

    —Sobreviviremos, - respondió Hebuiza. Dejó caer una tarjeta de datos sobre la mesa. —Mis cálculos muestran que en menor gravedad tendremos un ochenta por ciento de probabilidades de supervivencia.

    —Pero perderemos la Ea. ¿Cómo vamos a regresar a Bh'Haret?

    —Viajaremos en una de las naves que tienen allí, - respondió Yilda.

    Para Liis, sonaba improbable, quizá incluso una locura. Aún así, nadie protestó. Excepto Binlosson que se volvió malhumorado todo el tiempo que trabajaron para enterrar la nave y reposicionar los propulsores de frenado. ¿Qué otra opción tenían?

    Yilda informó que Liis era la piloto más experimentada y que debía despertar primero, justo antes del impacto, para hacer las comprobaciones de sistema finales y supervisar el descenso y las maniobras de frenado. Con toda probabilidad, él confiaba en ella, no había necesidad de intervención humana pero, sólo por si acaso...

    Liis aceptó su orden impasivamente, como hacía con todas sus órdenes. Todo aquel insignificante parloteo era simplemente una forma de devanar su vida.

    (No tengo nada que perder.) - había pensado entonces. (Después de todo, ya estoy muerta. ¿Cuánto más muerta se puede estar?)

Capítulo 33

    

Capítulo 33 - 22 Días restantes

    Al principio, Liis pensó que estaba despertando de otro viaje prolongado. Pero cuando intentó rodar hacia un lado, su brazo izquierdo vibró con un dolor tan agudo que le despejó cabeza. Abrió los ojos, bajó la vista y vió que tenía el brazo envuelto en un plastimolde. Luego, le vino todo a la mente: el descenso, el impacto, las palabras de Hebuiza. Su pulso se aceleró y luchó para retener la náusea.

    Yacía sobre la cápsula de crio-estasis que una vez había estado a la pared de los camarotes de la tripulación. La estera sobre la que Penirdth la había dejado...

    (¿Hacía momentos, horas, días?)

    ... estaba arrugada bajo ella. Las vías laterales del camarote estaban vacías, las puertas a la galería y los baños estaban selladas. Alguien había dejado una lámpara tras una contenedor vacío en una esquina que lanzaba un pálido fulgor amarillo. Finas rayas de luces de emergencia blancas seguían los contornos del fuselaje quemado. Restos de ropa y equipo yacían desparramos por la sala, dando al lugar un aspecto de total abandono.

    (¡Se han ido!) - pensó Liis con el corazón latiendo locamente en su pecho.

    Usando su brazo bueno, asió la puerta de una taquilla abierta. Con un gruñido, se impulsó hasta quedar de pié.

    Pensó durante un segundo que todo iba a ir bien. Pero el lateral del camarote empezó a girar en un largo y lento remolino. Una bilis le subió por el esófago y se metió los dedos en la garganta. Se convulsionó una vez; un espasmo corporal que casi le hace perder su apoyo en la taquilla; y vomitó. Sintió un líquido caliente salpicar a sus pies.

    —(Mierda.)

    Parpadeando para secarse las lágrimas, Liis alzó la vista. La luz de la galería creaba un halo alrededor de una figura en el umbral. Pasando sobre el escalón formado por la parte superior de la puerta, Penirdth entró en el camarote. Sólo llevaba unos pantalones cortos y sandalias. Un nervudo pelo canoso le cubría la cabeza y el pecho.

    —Venga, - dijo él dando un paso al frente y suspirando. —Vamos a limpiarte y a meterte en tu traje.

    Liis se sentó en un cajón volcado con su brazo roto acunado entre las piernas. Penirdth rebuscaba dentro de un botiquín frente a ella. Ahora que su estómago había perdido su contenido, había cesado de darle problemas. Pero aún le dolía la cabeza y un temblor ocasional pasaba a través de ella haciendo sonar sus dientes.

    De entre un conjunto de sobres de plástico, Penirdth sacó uno amarillo. Estaba lleno de parches analgésicos. Agitó el sobre hasta que un parche le cayó en la palma y tiró el sobre de nuevo en el botiquín. Después retiró la parte de atrás del parche y lo puso en el antebrazo de Liis encima del plastimolde. En pocos momentos, Liis sintió disminuir el dolor, que fue remplazado por un cosquilleo desde el hombro hasta la punta de sus dedos. Un calor extraño se instaló sobre ella como una manta invisible. Su ritmo cardíaco se estabilizó.

    Penirdth recogió el sobre. —Toma, - dijo mientras se lo ofrecía.—Deberías tener suficiente espacio en tu traje para aplicar los parches. Si los racionas, podrías ser capaz de alargarlos hasta dos semanas.

    Ella cogió el sobre apáticamente. Tras mirarlo un momento. Lo metió en un bolsillo de su mono.

    —¿Puedes hacerlo tú sola?

    —Sí.

    Se empujó fuera del cajón meciéndose hasta quedar erguida y, antes de que pudiera pararse, rodó sobre la punta de los pies. Su inercia la llevó hacia adelante como un edificio colapsando. Con su brazo bueno, dió unos aleteos tratando contrarrestar el movimiento de su peso, pero el pecho de Penirdth se avalanzó hacia ella. Su mejilla tropezó contra él y aguantó el aire cuado su brazo herido se presionó momentáneamente entre ellos.

    —¡Cuidado! - Las manos de Penirdth la cogieron por los hombros y la sujetaron firmemente.—La gravedad es sólo un tercio de lo normal aquí.

    Liis se apartó de él. —Ya, - dijo ella ruborizada.—Olvidé.

    Se escurrió de entre sus manos y dió pasos atrás hasta que sus talones golpearon contra el cajón en el que se había sentado. —Perdón.

    Penirdth desmereció con un gesto su disculpa. Luego, dijo:—El resto ya está fuera.

    Él, medio andó medio saltó hacia el umbral. Después sorteó fácilmente el marco de la puerta y aguardó a Liis en el otro lado. —Te echaré una mano.

    Liis se movió despacio hacia él y se detuvo delante del arco de la puerta. Penirdth extendió una mano para ayudarla.

    Liis se quedó mirándole.

    —¿Lo dijiste en serio? ¿cuando dijiste que pensabas que yo ya estaba muerta?

    Él pareció impasible por su pregunta, pero dejó caer su ofrecimiento de ayuda.—Sí. - Se encogió de hombros.—No eres la persona más sociable que haya conocido.

    Liis sintió un punzada de ira, pero se esfumó casi tan rápido como vino. ¿Podía culparle por pensar eso? Por lo que Penirdth había sabido, ella se había mantenido apartada. No había hablado con ninguno de los otros excepto al ladrar agriamente algunas órdenes. Todo su tiempo libre lo había pasado sola en su habitación de la instalación. Lo que recordaba del último año era como un sueño, como si hubiese estado sonámbula durante los preparativos, siguiendo las órdenes de Hebuiza y Yilda como una autómata. Lo único que quedaba claro era la fuerza de sus sentimientos hacia Josua; y el dolor cuando por fín comprendió su indiferencia hacia ella y la profundidad de su rabia por la muerte de Shiranda. Pero estaban aquí ahora, asentados sobre este mundo helado, Josua a años luz de distancia. Miró a Penirdth.

    —Entonces, ¿por qué no me abandonaste como quería Hebuiza?.

    —No lo sé. Antes de eso no había pensado mucho sobre tí, excepto cuando me enfadaste. Pero supongo que cuando te ví allí en el suelo, toda magullada y con un aspecto infernal, me tocó la patata. No pude evitar imaginarme a mí mismo en tu lugar, abandonado solo para morir en esta roca. Nadie merece eso.

    —¿Ni siquiera yo?

    —No. Ni siquiera tü. - Una breve sonrisa destelló en el extremo de sus labios.

    Liis y él intercambiaron miradas, al parecer, nada juiciosas.—Gracias, - dijo ella en tono áspero.

    Sonrió de nuevo, solo que esta vez no fue breve. —Vamos, - dijo él ofreciéndole la mano.—Hebuiza va a tener un ataque si no desactivamos la nave pronto. Casi han pasado veinte horas desde que caímos. Conseguí hablar con ellos sobre esperar ese tiempo, pero no esperarán mucho más.

    Pasaron a través de la esclusa de aire y entraron en la bahía de la nave de descenso. Habían eyectado la lanzadera antes de enterrarse en el meteoro, haciendo de la bahía el espacio abierto más grande sobre la Ea. Hacía calor allí y un lustroso sudor los cubrió a ambos en segundos. Sus taquillas, ahora sobre el suelo de la habitación, estaban abiertas. Habían descartado desde hace mucho los trajes AEV habituales. Los habían sustituído por otros diseñados para un propósito muy diferente: siendo más voluminosos, eran, sin embargo, mucho más ligeros y autosostenibles. Quedaban sólo dos.

    —Somos los últimos, - dijo Penirdth.

    En silencio, se desvistieron. Penirdth se quitó sus shorts y camiteta y luego ayudó Liis a salir de los suyos. Él se deslizó hacia el traje más grande y deshizo su arnés. Asiéndolo bajo los brazos, lo levantó. El frontal del traje estaba abierto desde el anillo del cuello hasta la entrepierna, revelando capas de tela blanca alternada con material aislante plateado.

    —Bienvenida a tu nuevo hogar.

    Liis se giró y caminó hacia atrás para meterse en el traje. Se agachó bajo el borde del anillo del cuello y pasó su brazo derecho por la manga, meneando su dedos en el guante. El casco se deslizó por su cabeza y el peso del traje se instaló sobre sus hombros. A través del visor polarizado, la habitación parecía brumosa. El traje había sido diseñado para que su ocupante pudiera mover los brazos dentro y fuera de las mangas y dentro de estrechas cavidades delante del torso y detrás de la espalda para conectar los catéteres de residuos a los tubos del tronco de un segundo traje interior. Unas correas en los hombros, pecho, cintura y muslos ajustaban el volumen interno. Liis ajustó poco las correas del pecho para acomodar el molde de su brazo roto. Cuando lo comprobó, encontró que aún podía estirar su brazo bueno la distancia necesaria para operar las unidades de reciclado.

    —Toma. - Penirdth le tendió los parches analgésicos.

    Liis tomó el sobre y lo metió en un bolsillo auxiliar en el interior del traje. Penirdth selló la costura. Apareció una pantalla de estado, enmarcando el visor con números brillantes. Un pequeño sonido de succión llenó el casco cuando el material ajustó las capas aislantes desde las que el calor, u otra radiación reveladora, no podía escapar. Una vez sobre la superficie del planeta, ella desplegaría la cola que ahora se enrollaba a su espalda. Todo exceso térmico que su traje no pudiese manejar sería irradiado a través de un cable de veinte metros de largo y del grosor de un dedo. Dispersaría el calor en diminutos incrementos a través de su centenar de uniones flexibles mientras se arrastraba detrás de ella. El traje sería invisible a cualquier dispositivo detector de los orbitales, o eso les había asegurado Yilda.

    Movió sus gruesas piernas despacio para probar su nueva piel. Debido a la menor atracción gravitatoria, el traje no era tan pesado como había temido que sería. De hecho, parecía pesar menos que las pesadas ropas invernales y mucho menos que cuando entrenaban con ellos en Bh'Haret. Era sólo cuestión de acostumbrarse a los torpes miembros de nuevo. Y a la manga vacía que colgaba inútilmente del hombro izquierdo de su traje. Tras ella, Penirdth ya había entrado en el suyo y estaba ahora reajustando su arnés. Cuando terminó, se giró hacia Liis, que estaba operando sin éxito su arnés, y la ayudó a asegurar las correas. Después, enganchó el brazo vacío al lateral del traje para evitar que se balanceara libremente. Con la ayuda de Penirdth, pasó por el borde de la compuerta exterior hasta la pequeña cámara que habían abierto en el corazón del meteorito. Quedaron de pie sobre lo que una vez había sido la pared pero que ahora servía como un suelo de baldosas irregulares. La toscamente cortada cámara estaba iluminada por las luces amarillas de bahía de la nave de descenso. Por la compuerta sólo quedaba expuesta una pequeña partede la Ea, el resto quedaba enterrado en el túnel que habían excavado. En las paredes, bandas recortadas de blanco y plata rayaban la piedra más oscura. Aquí y allá, pequeños depósitos relucían con la iridiscencia que la pantalla de estado de Liis indicaba como un abrupto aumento de temperatura. Pasarían semanas antes de que el meteorito se enfriase hasta la temperatura ambiente.

    En el centro de la sala había un láser de corte sobre un trípode. Cables serpenteban desde él hasta el interior de la Ea pasando a través de la compuerta de bahía de la nave de descenso. Frente a él, sobre la pared, un túnel de un metro de ancho se inclinaba gradualmente imitando el ángulo del cañón del láser. Penirdth caminó junto a Liis. Su rostro era invisible tras la banda oscura de su visor. Inclinó la cabeza y tocó el casco con el de ella. Era el único modo de comunicarse. Los trajes se habían diseñado sin transceptores, sin nada que pudiera emitir radiación y traicionar con esta su presencia a los satélites orbitales.

    —Nos están esperando fuera.

    Su voz le llegó amortiguada por las capas aislantes de material. En la mano sujetaba el extremo de un cable conectado a un puerto de datos en el casco de la Ea. Se lo ofreció a ella.

    Liis asintió, pero se dió cuenta de que no podía ver el suyo mejor que podía ver el de él.—Vale, - dijo ella en voz alta tomando el cable de su mano.

    Él se marchó hacia la boca del túnel y se giró para esperarla.

    Liis conectó el extremo del cable dentro de un zócalo en el exterior del muslo derecho de su traje.

    —¿Sí? - preguntó la nave complacientemente.

    Ella ordenó el sellado de las puertas exteriores y estas se deslizaron suavemente, cortando la luz del interior como un cuchillo y dejándoles con la silenciosa iluminación de las luces de operación parcialmente expuestas. Después dió la orden de apagado de los últimos sistemas de a bordo. Las luces de operación se extinguieron y la oscuridad los envolvió. Ella levantó su guante, pero no pudo discernir el menor rastro del blanco material. Tanteando en la oscuridad, encontró el cable, lo desconectó de su flanco y lo dejó caer al lado de la nave. Al girarse, intentó localizar a Penirdth y el túnel. Tras un rato, pudo ver la silueta fantasmal del traje de Penirdth y, a su derecha, la boca del túnel que relucía vagamente. Se movió hacia él con precaución, deslizando sus pies por el suelo para sentir su camino. Cuando le alcanzó, extendió su mano y la puso en el brazo del hombre.

    Penirdth inclinó su casco hacia adelante de nuevo:—Continúa. Yo te sigo.

    —Vale.

    Liis se agachó para que su casco sorteara el arco de la abertura. Visible en el círculo recortado a una docena de metros de distancia, pudo ver que era de noche. Las estrellas eran visibles entre grupos de largas nubes quebradas. A través de la delgada atmósfera por la que habían ardido continuamente, se acordó, inesperadamente, de Josua, en algún lugar ahí fuera. En el momento de su partida, unos quinientos años atrás en los tiempos duros, ella había pensado que probablemente nunca volvería a verle de nuevo. Y aún así, apenas recordaba el momento en el que él había asentido rígidamente en su dirección antes de que las puertas de la lanzadera se sellaran, apartándole de su vista para siempre.

    (¿O había dicho él algo, algunas torpes palabras?) - No podía recordarlo.

    Todo el suceso se dispersaba en su memoria como el humo rasgado por el viento. Era un truco, este no recordar, que ella había aprendido y perfeccionado durante los años para compensar su soledad. Y con Josua, era una habilidad que necesitaba para retener su cordura.

    Pero ahora, de pronto fue consciente de que la necesidad se había desvanecido. Había esperado que su corazón se disparara ante el recuerdo de Josua, que su angustia la envolviera y la arrastrara como había hecho otras tantas veces antes. Pero no, extrañamente no podía invocar aquellos sentimientos. La rabia la eludía. Sólo una ténue irritación consigo misma, por ser tan estúpida.

    (Quizá... ) - pensó ella, (... he practicado demasiado tiempo, me he convertido en una experta en que no me importe.)

    Un golpecito en su espalda a través del material de su traje la sacó de su ensueño. Tras ella, Penirdth tenía las manos abiertas, una seña que le preguntaba si todo iba bien. Ella le hizo la seña del pulgar hacia arriba.

    (Adios.) - pensó ella a la Ea.

    Respirando hondo, se puso de rodillas apoyada sobre su brazo bueno y empezó a trepar torpemente la suave pendiente hacia las frías y desconocidas estrellas.

    El meteorito había aterrizado en un campo de hielo, resquebrajando y fundiendo el plano glacial mientras abría un surco de unos veinte kilómetros. Hielo y nieve formaban sólo una capa superficial sobre la meseta a la que habían ido a descansar. Cincuenta kilómetros al sur, atravesando el campo nevado, las montañas anillaban el glaciar. Ríos congelados de hielo fluían a través de los huecos entre los picos hasta un valle más abajo. Trescientos once kilómetros más allá estaba la cúpula. Momentos antes del impacto, los instrumentos a bordo de la Ea habían grabado imágenes del extraño domo y lo que parecía ser una docena de personas en su cima. Fue una de las últimas cosas que Liis recordaba haber visto antes de perder la consciencia. Le había parecido chochante, tanto como que Yilda hubiera tenido razón, como la idea de lo que habían venido a hacerle a esa gente.

    Arrodillándose en el borde de la abertura que habían cortado en la roca, Liis observó la expansión del campo helado. Este mundo era más pequeño que Bh'Haret y su horizonte a Liis le parecía recortado, como si cayese abruptamente por el borde. A lo lejos, las montañas destellaban irregularmente sobre la cara plana del glaciar y las coronas se cubrían con un mantel permanente de nieve. Al sur, dos de los picos más altos se remontaban contra el cielo punteado de estrellas como centinelas, guardando un huequito del tamaño de un pulgar donde el glaciar se vertía sobre la llanura más abajo. Este paso, le había dicho Penirdth a ella, era el primer objetivo. El surco que el meteorito había excavado a través del hielo superficial señalaba hacia el hueco como un dedo acusador.

    Aún cuando era de noche, la nieve reflejaba una sorprendente cantidad de luz estelar, lo bastante para que ella no tuviera problema en discernir las formas regulares de los trineos abajo aunque era difícil para ella encontrar a las cuatro figuras blancas que la esperaban. Al fin y al cabo, ¿no había sido una de las metas de los trajes: camuflar sus movimientos? Tras un momento, Liis localizó la figura más alta, que permanecía un poco separada del resto, su casco ovalado se inclinaba hacia el túnel del que Liis ahora ascendía. Hebuiza. La figura alzó su brazo, hizo un gesto impaciente para que empezara su descenso.

    La caída del glaciar era de quince metros. A los pies de Liis había una cuerda asegurada por un sencillo pitón que se perdía por el borde. Sintió un toque en su pierna. Penirdth le tendió una cuerda con un carabinero en el extremo y le indicó que tenía que engancharlo a la parte delantera de su arnés. Mediante una series de gestos manuales, le enseñó que tenía agarrar la cuerda bajo ella con su brazo bueno y que él usaría su brazo libre para ayudarla. Liis intentó asentir con la cabeza pero su casco rozó el techo del túnel. Decidió enseñarle el pulgar en alto.

    Tumbada de lado casi sobre la mitad de su estómago, Liis reptaba y ondulaba de espaldas hacia fuera del túnel. Propulsándose con su lado bueno y con la cuerda en el puño, intentaba proteger su miembro fracturado, esperando que en cualquier momento sentiría el afilado pinchazo de dolor cuando lo presionaba. Pero la droga que Penirdth le había dado hacía su trabajo pues no sintió nada más que un leve cosquilleo.

    Sacó las piernas sobre el borde y luego su torso. Enrollando su pierna derecha con la cuerda, la dejó salir despacio de entre sus dedos y se deslizó hacia abajo. El descenso era suave. A algunos metros sobre el suelo, le apretaban los dedos, había dejado salir demasiada cuerda. Penirdth sacudió la línea de bajada y la cuerda se quedó laxa por donde ella la tenía enrollada en la pierna. Consiguió girar despacio para encarar la pared oscurecida del meteorito. Su pecho y su brazo se llevaron lo peor del impacto. El dolor estrechó su vision y jadeó. Mientras apretaba los dientes, sintió que perdía su agarre e intentó sujetar más fuerte la cuerda. Su brazo bueno ahora estaba totalmente extendido y su peso colgaba de él. Sentía los dedos y el hombro como si creyera que iban a partirse. Al girar despacio hacia el otro lado, sintió su agarre debilitarse, escurrirse. El brazo temblaba incontrolablemente y sus dedos le ardían. Con un último grito, ella lo perdió por completo...

    ... Tenía las piernas atrapadas en la superficie, enviando una lece sacudida a su columna, haciendo que su mandíbula se cerrara de golpe. Retrocedió entre tropiezos lejos del meteorito. Unas manos la cogieron y restauraron su equilibrio. Ella parpadeó, miró a la blanca figura que la sujetaba. Al princio se sintió aliviada, luego, avergonzada. Sore ella, el casco de Penirdth salía del borde del túnel. Aún sujetaba la cuerda atada su arnés con su mano izquierda. Aunque le dolía el brazo, Liis lo levantó y saludó. Él respondió al saludo y luego se retiró. Un momento después, asomó por el borde y comenzó su descenso: una forma blanca, torpe y sin estilo que hacía rapell por la pared negra.

    La persona que la había sujetado la miró a través de la anónima banda oscura del visor del casco. Salvo por el tamaño general del traje, era difícil distinguir entre los miembros del grupo. Hebuiza, con su casco ovalado, era el único del que podía estar segura. Aún estaba a su lado, observando. Liis inclinó la cabeza hacia adelante e hizo contacto con el casco de la otra persona—Gracias, - dijo ella secamente.

    —Claro, - la respuesta venía de la fina voz de Mira que señaló a uno de los trineos.

    Como los otros, tenía dos metros de longitud y estaba pintado de blanco. Varios objetos voluminosos estaban amarrados bajo una lona blanca aunque su carga parecía menor que la del resto. Colocados encima había un par de raquetas de nieve y junto a ellas un par de anchos y cortos esquís.

    —Penirdth nos pidió que tuviésemos un trineo preparado para tí en caso de que no... . - Una pausa. —Sólo tenéis algunos minutos antes de que partamos. - Mira rompió el contacto y volvió a su propio trineo. En el blanco paisaje irreal, su figura parecía pequeña, insignificante.

    Binlosson y Yilda ya habían empezado a probar el equilibrio de sus cargas. Habían atado guías a sus arneses y desplegado sus colas. Los largos cables irradiantes estaban sujetos a las guías y seguían por el borde de los trineos, desplegándose de la pilas enrollada mientras se arrastraban lejos del meteorito, claramente ansiosos por poner tanta distancia entre ellos y la roca como fuera posible.

    Antes de que hubieran partido de Bh'Haret, Yilda les había dado lo datos de observación que tenían sobre SJH-1231-K. Pero les había proporcionado sólo las descripciones más evidentes del planeta y algunos mapas del paisaje. Los detalles específicos sobre los que ahora trabajaban habían sido recogidos del corto envío de información que sus sensores pasivos habían detectado durante su turbulento descenso. Sobre la superficie, parecía que el terreno era demasiado irregular para los esquís pero la tierra era lo bastante firme para soportar el peso de las botas sin raquetas de nieve. Empezarían caminado, decidió Yilda.

    Para cuando Liis consiguió, con la ayuda de Penirdth, atar la guía de su trineo a su arnés y desenrollar su cola, el grupo ya estaba en ruta alejándose del meteorito. En vez de caminar al sur hacia el paso, Yilda los guió hacia el oeste. Su razonamiento, supuso Liis, era alejarse del meteorito y la zanja que había abierto en el glaciar, temiendo que su grupo pudiera ser localizado por algún Orador lo bastante curioso como para mirar el lugar de impacto a través de un orbital o un remote. Ciertamente, una inspecció cercana al meteorito traicionaría su presencia, pero todo lo demás revelaría poco: sus trajes ocultaban sus señales térmicas y las diminutas corrientes que producía su electrónica se aislaban cuidadosamente para prevenir fugas de CEM. Todo su equipo tenía idéntico camuflaje blanco. El único peligro sería una vista aguda o una lente captaba su movimiento por el paisaje casi sin detalles.

    Se movían en fila india bajo el cielo inundado de estrellas, espaciados regularmente por los veinte metros de sus colas. Hebuiza iba en cabeza, sus largas zancadas marcaban el camino. Le seguía Yilda, Mira, y Binlosson, o eso pensaba Liis a partir de las formas y tamaños generales. Yilda y Mira usaban bastones de ski mientras andaban, sus brazos oscilaban arriba y abajo al mismo ritmo que sus pasos. Haciendo unos ajustes finales a su arnés, Liis avanzaba con ágiles pasos cortos para alcanzar al resto. Era la penúltima del grupo. Penirdth, que había esperado pacientemente a que ella acabara sus preparativos, quedó el último y le iba ganando terreno desde atrás.

    El suelo era firme pese a estar quebrado en pequeños riscos de hielo que se lanzaba hacia arriba como olas congeladas en miniatura. Era relativamente fácil pisar sobre tales obstrucciones. En la reducida gravedad, Liis apostaba que su trineo no pesaba más de algunos kilos. Sólo cuando tiraba del trineo ya detenido o quedaba atorado momentáneamente sobre uno de los montículos más grandes, sentía ella la presión en su brazo roto. Pero, una vez en movimiento, el trineo se deslizaba con facilidad por la superficie del glaciar. Y mientras avanzaban, ella ajustaba su arnés hasta encontrar la combinación que menos presionaba su brazo.

    Se alejaron rápidamente del meteorito.

    Aún estaba oscuro pero las estrellas proporcionaban la suficiente iluminación para que el amplificador de su visor recogiera todo salvo los mínimos detalles de los paisajes del paisaje. A su derecha, un cerro de hielo sobresalía de los restos esqueléticos de una monstruosa criatura. A su izquierda, corrían finas líneas oscuras de grietas. El grupo de montañas a su frente había desaparecido casi completamente detrás del horizonte y Liis notó de pronto que debían de haberse movido hasta el interior de una extensa y poco profunda depresión. Vió que los últimos picos se hundían cada vez más bajo. Diez minutos después, cuando esperaba perderlos de vista, el proceso empezó a invertirse y las montañas crecían de tamaño. Comprobó la pantalla de su traje. Había trascurrido una hora y habían atravesado sólo un kilómetro y medio. A este ritmo, les llevaría cinco días llegar al paso. Cuando Hebuiza le había dicho esto antes, ella pensó que se equivocaba, quizá siendo demasiado pesimista. Pero sus piernas ya empezaban a cansarse y respirar se tornaba laborioso. Ahora se le ocurría que Hebuiza podría haber sido demasiado optimista en su estimación.

    Se esforzó por continuar la marcha.

    Cuando los músculos de su piernas le dolieron mucho, pensó que había prolongado demasiado un merecido descanso y Yilda al fin detuvo al grupo. La medicación debió de haberse consumido pues su brazo también había empezado a darle problemas, pulsando incesantemente. Se echó sobre la superficie de hielo, y bebió ávidamente de su tubo de agua. Luego, del tubo de la comida succionó una mezcla pastosa ácida optimizada para el reciclado pero no para el gusto en la boca. Cuando trató de tragarla, pareció pegarse a su esófago y tuvo que beber del tubo de agua para evitar ahogarse. Aquello ayudó. Abrió su pantalla. Habían pasado dos horas y viajado unos meros dos kilómetros y medio. Su ritmo ya se hacía más lento. Y aún no había girado hacia el sur, hacia el paso. Si no apretaban la marcha se agotarían los suminitros mucho antes de alcanzar el domo de los Oradores. Cada traje llevaba suficiente comida y agua para diecisiete días con el reciclado. Las baterías del traje y el recirculador de oxígeno durarían otras dos. Hebuiza había estimado cinco días hasta el paso. Luego, otros nueve hasta la cúpula. Les dejaba con un colchón de cinco días antes de que sus trajes fallaran. Pero cubrir tales distancias ahora parecía casi una hazaña imposible.

    Liis se sobresaltó por un toque sobre su hombro. Se dió la vuelta, causando un tirón en su brazo que la hizo gemir. Penirdth estaba sobre ella con el brazo estirado hacia ella; por delante, el resto avanzaba de nuevo. Cerca del frente de la línea, Hebuiza esperaba en un lado, observándoles a ellos. Al coger la mano de Penirdth, se debatió para ponerse en pie. Durante un momento se quedó observando el estrecho rectángulo oscuro del visor de Penirdth, imaginando su cara redonda y el pelo canoso. Se preguntó si él recordaba su cara con sus dementes marcas espirales igual que ella recordaba la suya. Autoconsciente de pronto, se giró hacia el otro lado. Ignoró la punzada de dolor en su brazo cuando puso el trineo en movimiento y empezó un ritmo de trote para alcanzar su lugar en la línea.

    El aburrimiento era el mayor enemigo.

    Habían cubierto sólo seis kilómetros en cinco marchas, descansando unas dos horas y ya el tedio hacía su aparición. Aunque había cambiado el parche analgésico, su brazo le punzaba ahora constantemente entre las bambalinas de su consciencia. Los músculos de sus hombros, cuello y baja espalda le dolían sin descanso por el peso que arrastraba detrás de ella. ¿Cómo podía haber parecido tan ligero unas pocas atrás? Sabía que el mismo trineo no era particularmente pesado pero la constante tracción de sus kilos extra se iba sumando en sus músculos, dejándolos entumecidos y doloridos.

    Tres veces tuvieron que desviarse en torno a extensas grietas y una vez alrededor de un masivo pedazo de hielo azul que parecía un pez saltando fuera del agua. Con mayor frecuencia ahora, encontraban pequeñas hendiduras o quebradas en la superficie que se perdían en la distancia. La mayoría de ellas eran poco profundas y de menos de un metro de ancho pero algunas caían rápidamente y sus fondos se perdían de vista. Cuando la fisura era demasiado ancha para arrastrar con seguridad los trineos sobre ellas, Hebuiza sacaba un estrecho puentecito construído con restos de cable de guía de trineo y lo colocaba atravesando el hueco. Luego, el grupo cruzaba uno por uno mientras Hebuiza esperaba desde atrás y recogía el puente. Completamente extendido, el puente podía sortear un hueco de unos tres metros. Liis se preguntó que ocurriría si encontraban una grieta de considerable anchura. ¿Se verían obligados a desviarse docenas de kilómetros de su camino, perdiendo horas o días? Pero el Posibilitador tenía, por supuesto, un mapa en su cabeza razonablemente completo del terreno, descargado de las imágenes que reunieron durante su descenso. Aún así, Liis no podía evitar preguntarse sobre lo detallado que era y cuán claramente aparecían las fisuras en él, de noche, contra el monótono fondo.

    Algún tiempo después de que pasaran el séptimo kilómetro, se asombró al descubrir que las montañas lejanas ya no eran siluetas indescifrables sino superficies nevadas partidas y moteadas de restos de azul acero y amarillo bajo las cumbres nevadas rosas. Más allá de las cumbres, las estrellas se habían fundido casi por completo con un cielo azulado. Y los campos helados sobre los que marchaban, notó ella de pronto, habían cambiado de color. Como las cimas nevadas de las montañas, también estaban tintados de rosa. La transición había sido tan gradual que no se había dado cuenta. Liis miró hacia atrás, hacia el este: aguanto el aliento. Surgiendo del horizonte estaba el borde superior del disco de un colosal disco escarlata. Su color manchaba de rojo las barrigas inferiores de las nubes. En los viajes prolongados, ella siempre había estado confinada a un lázaro orbital de algún sistema con un sol joven de relativo brillo, pero este era el primer amanecer verdaderamente alienígena del que había sido testigo. Mientras se esforzaba por continuar, giraba la cabeza una y otra vez, contemplando a la estrella proseguir su ascenso hasta pareció llenar la mitad del cielo, derramándose sobre el límite del mundo e inundándolo todo de luz rojo sangre.

    La novedad quedó anticuada rápidamente.

    Los días en este mundo eran largos, les había dicho Yilda en una de sus interminables reuniones. Pasarían otras cuarenta y siete horas antes de que el sol se pusiese. Lo que significaba que estarían caminando dos de sus días antes de que el día local terminase. Esta idea pareció sumarse al cansancio de Liis. Dejó de mirar atrás, se miraba las botas mientras las ponía una delante de la otra, paso tras paso, tratando de distraer la mente de su perpetua fatiga.

    Poco después del quinto descanso y de que la pantalla de Liis mostrara que habían cubierto ocho punto siete kilómetros en poco menos de doce horas, Hebuiza hizo la seña para hacer otra parada. Pero esta vez, indicó con gestos manuales que se quedarían allí durante seis horas. Liis se dejó tumbar al suelo sobre su espalda jadeando. Se sentía seca y le dolían sus hombros y cuello. Su brazo herido pulsaba con cada latido de su corazón. En la esquina derecha de su visor, el sol era una inmensa mancha naranja. Con los ojos cerrados, empezó a chupar débilmente de su boquilla de agua, el líquido chorreaba por su barbilla.

    El pensamiento consciente desapareció rápidamente.

Capítulo 34

    

Capítulo 34 - 21 Días restantes

    Estaba oscuro pero debería haber estado iluminado.

    Liis parpapeó aturdida y giró la cabeza dentro del casco. Donde había estado el sol naranja, ahora sólo había un negro indistinguible. Entonces percibió que algo estaba eclipsando la luz. Una persona con largos brazos como tubos de oscuridad se agachaba hacia ella y la agitaba insistemente por los hombros produciendo un intenso dolor que recorría todo su cuerpo como una alarma, despertándola de golpe. Se liberó de las lágrimas con unos parpadeos y apartó de un golpe las manos que la agarraban con su brazo bueno. Hizo un esfuerzo por sentarse. La cabeza le daba vueltas. Reteniendo la náusea, metió su brazo en la cavidad interior del pecho del traje y arrancó de su brazo izquierdo el parche analgésico usado. Sacó uno nuevo de un bolsillo auxiliar, lo llevó hasta la boca y lo abrió con los dientes. Luego lo aplicó en su antebrazo y el alivio fue casi inmediato.

    Su visión se despejó y reconoció los largos miembros del traje del Posibilitador y su distendido casco. Comprobó su pantalla. Había dormido cinco horas y dieciseis minutos. Deseó haber tenido esos cuarenta y cuatro minutos restantes.

    —¿Qué... ? - empezó a decir, luego se dió cuenta de la futilidad de tratar de preguntar algo.

    En su lugar, se puso de pie y sintió el tirón del arnés que había negligenciado deshacer antes de caer dormida.

    Arriba y abajo, la fila del resto estaba en diferentes fases de preparación para la marcha del día. Dos figuras hacían torpes estiramientos; el resto reataba las guías de sus trineos. Hebuiza los espiaba discretamente. Ahora el sol caía sobre ella de pleno, haciéndola parpadear mientras el visor ajustaba la embestida del fulgor rojo. La parte inferior del disco asomaba por el horizonte varios grados y ahora mostraba el extraño paisaje en azafrán. Aún era temprano en la mañana planetaria. El día se alargaba ante ella como un castigo interminable.

    Su estómago gruñía audiblemente.

    Succionó un bocado de la pasta pegajosa que pasaba por comida seguido de un sorbo de agua tibia, Liis se esforzaba en mantener su sitio en la línea. Momentos después, acamparon. Su cuello y espalda seguían doliéndole precisamente donde lo habían dejado el día anterior. Los rayos del sol golpeaban sobre ella como un peso palpable. Con los hombros encorvados, se arrastraba hacia adelante.

    A once punto tres klicks de distancia, Yilda giró por fín hacia el sur. Más adelante se reunían delagadas líneas apretadas de nubes. Caía una ligera nevada. Sobre la cima de una ligera subida, el paso hacia el que se dirigían apareció a la vista. Liis amplió la imagen pero no pudo discernir mucho detalle debido a las nubes oscuras que ahora se acumulaban en el interior del paso, oscureciendo los picos. Abajo había un muro de rosa turbulento: un interminable vórtice de nieve rodante. Parecía como si el cielo mismo estuviese drenando el campo helado y dispersándolo a la meseta de abajo en un torrente interminable.

    (¿Cómo ha pensado Yilda que vamos a pasar a través de eso?)

    Pero la pregunta, en realidad, no le preocupaba como sabía que debería. No tenía sentido de peligro o ansiedad. Sólo fatiga y una abstracta y despegada curiosidad.

    Transcurría el día: marchas de un kilómetro o así separadas por breves periodos de descanso. La nieve empezó a caer en serio y el paso desapareció de la vista. Liis pronto cayó en una especie de ensueño al contemplarse las sobredimensionadas botas blancas mientras plantaba un pie delante del otro. Era como si no fuesen parte de ella sino, más bien, parte de una máquina sobre la que ella ejercía sólo un control nominal. Ya no miraba el paisaje. En este estado, sus dolores parecían remitir, parecían ser parte de otro ser vivo, del que se impulsaba hacia adelante constantemente y al que sólo estaba conectada ténuemente. Los descansos, cuando llegaban, la sorprendían. Bajó el cuerpo obendientemente hasta el suelo presintiendo, más que sintiendo, la fatiga. Mientras yacía allí, no conseguía recordar lo que había, si acaso había algo, ocupado sus pensamientos las últimas horas.

    Algún tiempo después, no estaba segura de cuánto pues había dejado de comprobar el reloj de su traje; se detuvieron. No fue hasta que se quedó de pie presintiendo que el periodo de descanso había concluído, lo que aquello significaba para ella, que notó que nadie más se movía. Todos permanecían tumbados. Incluso la larga figura de Hebuiza yacía inmóvil. Habían alcanzado el final de otro día de marcha. Se dejó caer al suelo.

    Ahora sobre su espalda, Liis contemplaba el cielo. Una nieve pesada y sofocante se posaba sobre ella. Parpadeaba una vez, dos veces, mientras grandes copos se adherían a su visor.

    —Duerme, - susurró como cuando daba órdenes al traje y sus ojos se cerraron obedientemente.

Capítulo 35

    

Capítulo 35 - 19 Días restantes

    —Nunca atravesaremos el paso. - La voz vibraba a través del casco de Liis. Era su sexta...

    (¿o era la séptima?)

    ... parada de descanso del tercer... (¿o era el cuarto?)

    ... día. Ella había asumido al principio que la voz era la suya propia pues se había descubierto hablando en alto varias veces. Pero cuando la oyó de nuevo con mayor insistencia, se dió cuenta de que era otro quien le hablaba.

    —¿No ve que los vientos no permitirán nunca que subamos?

    (Penirdth.), pensó ella.

    Su ensombrecido casco interfirió su vista.

    —Es una locura.

    Él se había desatado el arnés y avanzaba hacia donde ella descansaba con la espalda apoyada en el trineo. Tocó su casco con el de ella mientras ella permanecía con los ojos cerrados. Su voz lejana parecía abrirse paso por su consciencia, dacudirle el estupor en el que había caído. Ella sintió como si estuviese elevándose desde las profundidades de un pozo hacia la luz del día.

    —¿Liis? ¿Estás bien?

    —Sí. - Parpadeó y observó la oscura banda que Penirdth tenía por visor. —Bien.

    —Ya se puede sentir cómo el viento arrecia aquí arriba. Ha estado soplando continuamente a nuestra espalda durante lss últimas catorce horas. Y aún nos quedan veinte klicks de distancia hasta el paso. ¿Cómo será estar allí cuando lleguemos, a la boca de la chimenea?

    —Pues... no lo sé.

    Pensar le resultaba difícil. Su mente aún estaba desincronizada con la realidad, como si hubiera un retraso de un segundo entre la percepción y la comprensión. Volvió la cabeza para romper el contacto con Penirdth. Hacia el sur, el paso ahora era visible. La nevada había parado por fín algunas horas antes después de caer durante casi diez horas. Pero el paso aún estaba ahogado por nubes cargadas de nieve. Configurando la ampliación de su visor al máximo, observó los poderoso remolinos que subían y bajaban como olas titánicas. Tocó el casco de Penirdth otra vez.

    —¿Qué otra opción tenemos?

    —Nos arrancará en pedazos si intentamos pasar.

    Liis se encogió de hombros dentro del traje.

    —Moriremos de todos modos, - dijo en tono triste.

    Penirdth se apartó abruptamente. Volvió varios pasos y se dejó caer sobre una rodilla en un bloque alto de hielo. Dobló las manos en puños y las presionó entre sus muslos.

    (Está asustado.), pensó Liis sorprendida.

    Era la primera vez que le veía mostrar algo diferente de su característica ecuanimidad. Extrañamente, le entró la risa pero luchó contra ella poniéndose de pie, desatando su armés y caminar hacia él. Sentándose junto a él, le tiró suavemente del brazo derecho. Reluctante, él lo dejó ir y ella lo colocó en su regazo y le desdobló los dedos para presionar su guante contra el suyo.

    Liis había estado observando el paso. Cuando el hueco no estaba oscurecido por las nubes y las mantas de nieve, una bruma parecía levantarse del plano entre las cumbres. Bruma no, percibió, sino viento que soplaba nueve suelta del campo helado, erosionando la superficie del glaciar y creandi una tempestad perpetua en el paso cuando el cielo sobre él estaba despejador.

    Y, como Penirdth había predicho, el viento no permitiría subir a nadie. Aquí, a siete kilómetros de distancia, una brisa insistente empujaba la espalda, tirando de ellos continuamente hacia el paso. La nieve giraba en espiral alrededor de sus tobillos y hacía pequeñas dunas por sus cuerpos cuando se detenían a descansar.

    Liis miró atrás hacia donde él avanzaba con esfuerzo tras ella. Durante las últimas tres paradas de descanso, él había mantenido la distancia.

    (Sólo dios sabe lo que estará pasando por su cabeza.), pensó ella. De todos ellos, él parecía ajustarse mejor a la situación. Pero su miedo traicionaba, realmente, que no se habìa ajustado en absoluto. Liis trató de recordar lo que había pensado cuando tuvo que enfrentar por primera vez la realidad de su escaso tiempo restante, pero en aquel entonces, sus pensamientos habían sido sólo para Josua. Morir no le había parecido tan terrorífico. (De hecho, ¿no había incluso celebrado la idea? ¿El sentido de liberación que prometía?)

    Una sorprendente racha fuerte de viento la abofeteó haciéndola tropezar hacia adelante. Perdió el equilibrio. Movió su brazo bueno para interrumpir su caída pero cuando la palma golpeó el suelo, se deslizó lejos de ella. Todo pareció suceder muy despacio: el suelo ascendiendo hacia ella mientras, a cámara lenta, copos de nieve hacían espirales a su alrededor. Su brazo fracturado, ella lo supo en ese momento distendido, se llevaría lo peor del impacto. Ella intentó desviarse pero en el momento del impacto, soles explotaron en su cabeza y la oscuridad la invadió avanzando deprisa como una ola de marea.

    Ella aulló de agonía.

    Liis yacía en el suelo respirando pesadamente. El sudor perlaba su frente. Nubes oscuras fluían por encima de ella.

    (Estoy boca arriba.), pensó. (Alguien ha tenido que girarme.)

    Una figura se agachaba junto a ella con la mano extendida.

    (Penirdth.)

    Su brazo herido pulsaba con fuerza haciéndola estremecerse. Combatió la náusa y se movió para tomar la mano de Penirdth. Un momento después, estaba de pie y el mundo giraba brillante a su alrededor. Le pitaban los oídos y el corazón le martilleaba el pecho...

    En la distancia, la columna avanzaba. Nadie se había molestado en parar. A la cabeza de la fila, el casco ovoide de Hebuiza pendulaba urgiéndoles a entrar en la creciente tormenta.

    Liis respiró hondo y liberó la mano de Penirdth reluctantemente. El cuerpo entero se convulsionaba y se sentía mareada. Tras un instante, el temblor remitió. Apretó los dientes y avanzó con esfuerzo arrastrando el trineo hacia el vórtice giratorio que tenía delante.

Capítulo 36

    

Capítulo 36 - 17 Días restantes

    Las rachas se incrementaban tanto en intensidad como en frecuencia mientras se aproximaban al paso. Golpes de viento, como el que había sorprendido a Liis, eran ahora habituales. Estaba preparada para ellos: había sacado un bastón de ski de su trineo y siempre que sentía una abrupta subida en la intensidad del viento o; como en varias ocasiones, pensaba que sentía una subida; se detenía, separaba los pies y plantaba el bastón delante de ella como la tercera pata de un trípode. Aunque esto retrasaba su aproximación al resto del grupo, parecía funcionar, pues no volvió a caerse. Pero también sabía que esto sería pronto inútil contra las rachas que la golpeaban por detrás como puñetazos furiosos.

    Mientras marchaban, el cielo se cernía sobre ellos. Una nevada ocasional se había convertido en un flujo contínuo de copos blancos que laceraban ferozmente. La enfadada bola roja del sol estaba sobre sus cabezas, pero bajo las nubes de tormenta se silenciaba su luz escarlata, apenas perceptible en las tinieblas. Liis ya no podía ver a nadie excepto a Mira, que iba delante suya en la columna. El paso al que se dirigían hacía mucho que se había desvanecido, oscurecido por las turbias nubes. A pesar de la contínua nevada, el terreno se iba haciendo más sencillo de tratar. Cada vez menos fisuras demoraban su progreso. El suelo mismo se alineaba con una serie interminable de diminutos cerros escalonados que a Liis le recordaban a los excavados en la arena por la marea de pleamar. Pero eran helados y firmes en sus lugares y sus botas se mecían sobre ellos mientras caminaba. Bajó la cabeza y se fijó en el extremo, a sólo un paso por delante de ella, de la larga cola de Mira que giraba sobre los cerros como un señuelo de pesca y lo siguió sin pensar.

    Cuando Liis apenas pudo discernir la pequeña forma de Mira que luchaba por avanzar veinte metros por delante de ella, el resto del grupo apareció inesperadamente a plena vista. Estaban reunidos en un estrecho círculo inclinados contra el viento. Sus trineos estaban dispuestos a modo de cortavientos. Liis arrastró su trineo hasta su lugar, trastabillando mientras el viento la empujaba hacia adelante. Clavó su bastón en el suelo para mantenerse firme. Un casco penduló hacia adelante y tocó el suyo.

    —Esperar aquí durante algunas horas. Sí. Para ver si el tiempo nos deja subir.

    Era Yilda, con su fina voz sonando incluso más atenuada a través del material de los dos cascos. Señaló hacia adelante a algo que Liis no podía ver.

    —Ese es el inicio de la bajada. Dos kilómetros y pasaremos la parte más estrecha del paso hacia una bajada mucho menos inclinada. Tres kilómetros y medio más y estaremos en la llanura.

    (Nada de eso.), pensó Liis retorcidamente.

    —¿Cómo se supone que vamos a bajar allí? - preguntó ella con voz ronca por falta de uso. Habían pasado dos días, al menos, desde la última vez que había hablado. —¿Y qué hacemos con estos trineos?

    Empujado por rachas de viento, el suyo ya había estado chocando contra sus talones de manera intermitente durante el último medio kilómetro.

    —No... - Un golpe de viento surgió entre ellos, separándolos e interrumpiendo la voz de Yilda. Sus cascos chocaron juntos de nuevo.

    —... trineo.

    —¿Qué?

    —Tu trineo, ¿eh? Monta tu trineo. En doscientos cincuenta metros la pista debería ser, ah, lo bastante inclinada.

    (¿Un viaje de cinco kilómetros en trineo en mitad de esta confusión?)

    Era una locura.

    —Intantáneas de observación, sí, nieve en el suelo debería de ser suave, - continuó Yilda. —Como aquí. Controlar la bajada atando crampones a nuestras botas y arrastrando los pies. El problema es permanecer en el centro del glaciar. Sí. La superficie es ligeramente convexa. Los trineos querrán desviarse a los lados hacia rocas expuestas o grietas. Con este viento, imposible recuperar el rumbo si te deslizas demasiado lejos hacia cada lado.

    —¿Y cómo se supone que nos quedaremos en el centro?

    —Brújulas en los trajes. Sí.

    (Mierda.), pensó Liis.

    Era peor que una locura. Las brújulas sólo podían proporcionar medidas de dirección muy rudimentarias sobre la loma del glaciar. Sería como intentar navegar un barco en línea recta por el oceáno ojeando las estrellas. Una fracción de un grado se traduciría en kilómetros de error. Y permanecer justo en el centro no garantizaba conseguir bajar de forma segura hasta abajo. Podía conducirles fácilmente hacia una fisura inesperada. Le vino una imagen de ellos seis tumbados sobre los trineos y gritando, uno tras otro, hacia una bostezante grieta que no tenían modo de ver hasta que ya era demasiado tarde.

    Como si respondiese a tal pensamiento, Yilda dijo:

    —Extendidos en abanico, ¿hey? Para dirigir nuestras trayectorias desde ángulos ligeramente diferentes. Sólo por si acaso.

    (Sólo por si acaso alguno de nosotros acaba volando por el aire.)

    Yilda se mantenía fiel al libro: antes que jugarse todas las vidas en un único rumbo, perfería cubrir sus apuestas equilibrando la probabilidad de algunas muertes contra la probabilidad de que la mayoría sobreviviera.

    —¿Escuchar?

    —Sí.

    —Dile a Penirdth, - dijo Yilda. —Detrás tuyo. - Al girarse, Yilda se marchó andando, enterrando sus talones con cada paso, inclinándose hacia atrás en un ángulo imposible de lograr sin la presión del incesante viento.

    Liis yacía sobre su trineo. Los crampones de sus botas se enterraban con seguridad dentro de la superficie del glaciar para sujetarla. Su cola estaba enrollada y asegurada a su mochila. Aunque la pendiente no era brusca, el viento la golpeaba con insistencia tratando de empujarla hacia adelante. Bajo ella, el ovalado trineo se mecía hacia adelante ligeramente con cada racha. Tenía agujeros en los laterales y las cintas estaban anudadas pasando por ellos para servir de agarraderas. Liis sujetaba la más próxima a ella con su mano derecha. Su otro brazo descansaba a su lado, acunado en un hueco acolchado cuidadosamente donde esperaba que el chirriante movimiento del trineo no titurara el grupo de huesos sanos. Antes, había conseguido, tras un doloroso y frustrante esfuerzo, deslizar su miembro roto por la manga del traje y ponerse un parche analgésico nuevo para resistir la tarea. Y aún a pesar de la medicación, el dolor era intenso y el brazo le dolía miserablemente.

    A las órdenes de Yilda, todos habían aligerado sus cargas. Envió a Hebuiza a recorrer la fila para elegir y recoger los objetos que mantendrían. Cuando llegó hasta Liis, el Posibilitador le indicó que guardara sus skis y un único bastón ya que sólo podía usar el de su brazo bueno. También una célula de energía de emergencia para el traje; una mochila con ropa, un botiquín, una docena de bolsas de comida, una pistola láser con una caja de cartuchos de energía para el arma; seis bengalas envueltas en plástico; un cilindro metálico con explosivo plástico y detonadores; y por último, dos cuerdas largas de nailon. Había descartado su equipo de escalada y dos armas de impacto con sus cargadores, imposibles de usar con un único brazo. Después, Hebuiza continuó con Penirdth y Liis aprovechó para descartar también su célula de energía de emergencia. La pantalla mostraba que su traje tenía autonomía para catorce días, tres días después de que se manifestaran los primeros síntomas. Si no llegaban a la cúpula para cuando se quedara sin batería, el resto tendría poco sentido.

    La visibilidad era casi nula. Aunque la nevada no era más pesada que antes, y quizá les permitiría subir un poco, el viento había arreciado mientras avanzaban medio klick más hacia las fauces del paso. Seguía golpeando a sus espaldas con ferocidad y la nieve barrida pasaba al lado de ellos interfiriendo en su visión. El suelo estaba erosionado en una suave textura vítrea. Treinta metros a su derecha, Liis apenas podía ver a Binlosson tumbado en su trineo. A igual distancia a su izquierda, tenía a Penirdth. Nadie más era visible. Yilda les había acordordonado para pasar un hueco de ciento cincuenta metros en mitad del paso. Por detrás de Binlosson, y oculto por la cortina de nieve, iba Yilda, Mira y Hebuiza. Hebuiza iba el primero y el resto le seguía a intervalos de tres minutos. Penirdth iba el último.

    Liis miraba hacia atrás y hacia adelante entre Binlosson y su reloj. Habían pasado ocho minutos desde que se hubiese indicado a la parte trasera de la fila la salida del Posibilitador. Liis aguardó. Cuando la pantalla mostró exactamente 9:00:00, la figura sombría de Binlosson liberó del hielo el puntiagudo talón de sus botas. Su trineo avanzó arrastrado por los pies de Binlosson. Liis entornó los ojos para vigilar su progreso, pero Binlosson sólo era visible a intervalos: lo veía durante un momento y lo volvía a perder entre las agitadas sábanas de nieve. Su imagen parecía un señal intermitente.

    Liis giró el casco para mirar a Penirdth, que apenas era visible a través de la tormenta como una débil silueta. Él la había ayudado a ordenar su trineo y descartar el equipo innecesario. Incluso había recogido su descartada célula de energía y la había asegurado a su, ya sobrecargado, trineo a pesar de sus protestas. Él insitió, fingiendo que era para él aunque él ya tenía su propia célula. Alzando su brazo bueno, Liis le saludó una vez. No estaba segura pero creyó ver que él la había saludado antes de desaparecer por completo tras un rizo de nieve y viento. En la esquina de su visor, las figuras verdes del reloj seguían subiendo.

    Habían pasado dos minutos cuarenta y siete segundos desde que Binlosson había desapareciodo. Una extraña tranquilidad tomó posesión de Liis. Su corazón latía rápidamente. El dolor del brazo parecía desvanecerse de la consciencia. No sentía miedo, sólo una clase rara de euforia. Ya no le importaba nada. Ni Bh'Haret, ni Josua. ni Nexus. Sólo esto.

    Sin comprobar su reloj, se liberó del hielo con un tirón de los crampones de sus botas.

    El blanco se cenió sobre Liis, borrándola.

    La transición fue abrupta: momentos antes había presenciado a su alrededor un mundo sólido y tangible, pero ahora no había nada sino muros de marfíl. Bajo ella, el trineo raspaba el hielo aunque ella no tenía sensación de movimiento. Era como si estuviese parada y la tierra navegara bajo ella. La nieve seguía su flujo dejándola atrás, pero ella no parecía estar moviéndose tan rápido como antes, iba más despacio a cada segundo. Liis dejó al trineo correr libre, que ganara momento cinético. Fascinada, observó el contínuo fluir de nieve resolverse en copos individuales.

    El trineo levantó su parte trasera y ella trató de equilibrarse hacia la izquierda. Dejó caer los pies. Los crampones mordieron el glaciar y, de inmediato, tiraron de sus piernas hacia atrás en una sacudida más sorprendente que dolorsa. El trineo respondió virando aún más hacia la derecha. Sintió que un lento desvío hacia la izquierda empezaba a desplazar sus piernas. Bajó los pies de nuevo. Esta vez dejó que los clavos del los crampones rebañaran la superficie sólo un poco. Las vibraciones resonaban a través de las suelas de las botas, zumbando hacia arriba por sus huesos hasta su brazo herido y sintió como si le exprimieran el brazo con una prensa. Ignorando el dolor, se concentró en mantener la presión correcta con sus pies. En pocos segundos, la intensidad de las vibraciones disminuyeron dramáticamente. La nieve fluía por ella otra vez como lo había hecho en lo alto del paso.

    —Ya está., se dijo a sí misma. —Tomátelo con calma.

    Al comprobar la brújula, descubrió que ya estaba varios grados fuera del rumbo. Incrementó la presión del pie derecho y la pantalla del compás se corrigió sola, mostrando los dígitos de regreso a la dirección correcta. Aún así, el trineo seguía tratando de virar a la izquierda. Tras algunos intentos, Liis encontró la combinación de presión que parecía mantener el curso.

    (¿De qué me servirá?), pensó ella, (Ya estoy demasiado lejos de la fila.)

    Se maldijo a sí misma por permitir que el trineo se le escapara hacia la derecha desde el principio.

    El glaciar se deslizaba incansablemente bajo ella. El trineo levantaba la parte trasera de vez en cuando pero nunca tan fuerte como lo había hecho al principio. Cuando pensó en comprobar el reloj, mostraba que había estado descendiendo durante cuatro minutos. Ahora no había forma de saber cuánta distancia había viajado: sin referencias visibles en el paisaje, el traje no tenía medios para estimarla. Hebuiza había dicho que el descenso tenía cinco kilómetros y medio. Decidió compensar su error inicial balanceando el trineo unos grados a la derecha durante quince segundos y después mantenerlo derecho. Aligeró la presión de su pierna izuierda y el compás le indicó que estaba bordeando el oeste. El reloj terminó de contar los segundos.

    La pendiente cayó de repente y la cogió desprevenida, Liis luchó para recuperar el control. Una forma oscura apareció justo delante de ella. No había tiempo de hacer nada salvo mantenerse agarrada. El trineo pasó por el borde del objeto y saltó en el aire. Durante un instante, todo quedó inmóvil, el roce del trineo con el glaciar se silenció mientras se clavaba en el aire. Luego, el impacto la lanzó hacia adelante, el viento golpeó sus pulmones y ella cayó sobre su brazo roto. El dolor enrojeció su visión pero, de algún modo, conseguió mantenerse agarrada al trineo que avanzaba a toda velocidad meciéndose a los lados y amenazando con lanzarla fuera a cada segundo.

    (¡No!!), pensó mientras la rabia fluía por sus venas como anfetamina. (No voy a morir así!)

    Dejó caer los pies y mordieron el hielo. Tanto si la superficie aquí era más porosa como si su determinación era tan fuerte, el caso es que las puntas de sus crampones se hundieron tan firmemente en el glaciar que consiguían reducir la velocidad.

    Continuaba su descenso a un ritmo descabellado. Liis trató de reducir aún más pero había alcanzado el límite del equilibrio entre el viento, la pendiente y la inercia que conspiraba por hacerlo imposible. Le dolían los músculos de sus muslos y pantorrillas por el esfuerzo y apretó los dientes. El trineo botaba y rodaba como si estuviera vivo. Liis luchaba contra sus locas acometidas, ya sin importarle lo alejada del rumbo que podría estar. Cada julio de su energía se invertía en mantener el poco control que aún tenía. Los minutos pasaban, o así le parecía a ella, sin que ella osara mirar la pantalla de su traje. El trineo levantaba la parte trasera algunas veces y, en todas ellas, Liis pensaba que la lanzaría volando hacia el glaciar. Pero consiguió domarlo a su voluntad, luchando hasta su total sumisión.

    Tan rápido como se había incrementado, el ángulo de la pendiente disminuyó y el trineo deceleró dócilmente. Como una cortina que se aparta, la nieve desapareció y el glaciar apareció a su alrededor. Todo volvió con su color rojo sangre y oscuras sombras negras. Un kilómetro por delante apareció la lengua de hielo que se extendía por la llanura congelada y que Hebuiza había prometido. Lejos a su izquierda, la nieve oscurecía las negras piedras verticales expuestas al pie de la cumbre oeste. A la derecha, donde varios del grupo deberían ya haber descendido, podía discernir las oscuras rectas de las grietas. Trató de sacarse de la cabeza esa visión del mismo modo que había conseguido no pensar sobre lo que era aquel objeto que había golpeado, sobre lo que temía que podría ser.

    Al comprobar la pantalla vió que habían transcurrido diez minutos. Su compás indicaba que se había desplazado dos grados hacia el oeste. Corrigió su rumbo mientras el mundo seguía abriéndose ante ella. La constante presión del viento había desaparecido, quizá debido a que ahora viajaba a la misma velocidad. Aunque podía haber detenido el trineo, lo dejó correr durante unos cuantos minutos mientras escaneaba la unión del glaciar con la llanura buscando a sus camaradas. No vió a nadie. No fue hasta que ya estuvo cerca de la base de la pendiente cuando divisó el grupo de figuras varios centenares de metros hacia el oeste. Sus trajes blancos los habían camuflado tan bien que no los había localizado hasta este momento. Arrastró su pie derecho para obligar al trineo a ir hacia ellos. Contaba cuatro trineos dispuestos lado a lado, pero sólo había tres figuras al lado de ellos, una con un elongado casco. Alguien no lo había conseguido.

    Al llegar a cien metros al este del grupo, se puso de pie y se giró buscando a Penirdth en la lengua del glaciar. Nada. Un kilómetro más arriba, la nieve se agrupaba formando nubes y giraba con las rachas de viento, ocultando el resto del glaciar. Miró su pantalla. Habían pasado tres minutos desde que ella había salido de la línea de nieve. ¿No debería ya poder verse a Penirdth?

    Liis casi saltó cuando unos dedos se cerraron alrededor de su brazo bueno y otro casco chocaba contra el suyo.

    —Lo conseguimos, ¿hey? - dijo Yilda con tono seguro.

    —Sí, - murmuró Liis aún buscando a Penirdth, que no aparecía.

    —Binlosson no parece haber sido tan afortunado. Sí. Su trineo está aquí. Él no.

    Hasta ese instante, Liis habìa conseguido lidiar con ese momento incómodo en la pendiente cuando su trineo había saltado fuera de control. Pensó en la cosa sin forma que había golpeado en su descenso y en cómo, en ese breve instante, había parecido levantarse frente a ella, una silueta humana.

    —Binlosson podría estar a salvo. - dijo ella. —Pudo haberse caído. Probablemente esté bajando la pendiente andando ahora mismo.

    —No podemos esperar. - Yilda alzó la cabeza y supervisó el horizonte. Luego, tocó su casco de nuevo. —Penirdth debería haber llegado ya, ¿hey? Quizá se desvió del curso. Parece que ahora sólo somos cuatro.

    —No, - respondió Liis. —Cinco.

    Movió su brazo para señalar.

    A un kilómetro de distancia, un último trineo emergía del espeso velo de nieve con una puequeña figura agachada en su lomo.

    Penirdth detuvo el trineo delante del grupo. Con un paso al frente, Yilda inclinó la cabeza hasta que se tocaron los cascos. El resto del grupo permanía en una fila irregular observando el intercambio. Observando cómo Yilda hacía gestos hacia el trineo vacío de Binlosson y señalando después la pendiente.

    Extrañamente, Liis no sentía nada. Era irreal. Su pulso era tranquilo, continuado, imperturbable por lo que había ocurrido, por esa figura sombría que había golpeado en su descenso. No, una figura no. No había nada que indicase que había sido otra persona. Todo había pasado tan rápido. Podía haber sido casi cualquier cosa: una roca, un montón de tierra helada.

    Penirdth se alejó de Yilda y fue hacia Liis.

    Con suavidad, tomó el guante de Liis y lo apretó para consolarla. Liis liberó la mano bruscamente y se quedó mirando la banda negra de su visor. Detrás de Penirdth, Yilda tambièn la observaba. Todos la observaban.

    (¿Qué demonios están mirando?)

    Sintió un brote de pánico.

    —¡No fue culpa mía! - su grito murió dentro su casco, inaudible para el resto.

    Penirdth pasó a su lado y se agachó delante de su trineo. En el lado derecho, la punta de un hacha de hielo se había abierto paso desde debajo de la lona blanca durante el descenso. En su extremo pendía, como un colgante irregular, un pedazo de tela blanca desgarrada, del mismo tipo que cubría el exterior de sus trajes. Penirdth la recogió y la dejó fluctuar en el viento.

    Liis sintió náuseas.

    A su derecha, Hebuiza ya había empezado a clasificar objetos del trineo de Binlosson, separando su contenido en dos montones. El resto volvió a sus trineos y empezaron a desatar sus skis.

    El cielo estaba nublado, pero la nevada había amainado. Aquí, al pie del glaciar, una suave llanura de nieve compacta se extendía en todas direcciones. Había sido una vez un vasto lago pero ahora yacía bajo una corteza de hielo y nieve de grosor creciente a quince metros de profundidad. Trescientos once klicks al sur, anclada en la orilla distante, se encontraba la cúpula de los Oradores. Desde esta distancia, aún no era visible.

    El resto estaba preparado.

    Liis había intentado quitarse los crampones y aún no había desatado sus skis. Penirdth, que se había preparado en pocos minutos, se movió hacia el trineo de Liis e intentó ayudarla. Ella le rechazó con gestos de enfado y él se quedó mirándola a su lado. Liis trató de ignorarle. Le dolía mucho el brazo roto pero no podía molestarse en aplicarle otro parche. Creyó que, de algún modo, sentir dolor era lo apropiado. Seguía manipulando las correas, los nudos y bultos de su equipo, mayormente sin suerte, Consiguió sacar uno de los skis, pero el otro se negaba obstinadamente a salir. Mientras luchaba por sacarlo, Penirdth se arrodilló y apartó educadamente la mano de Liis de la correa que estaba intentado desatar. Estaba demasiado cansada para resistirse y le dejó que sacara el segundo ski por ella. Después, también liberó su único bastón y se lo entregó. Liis puso sus dedos alrededor del mango sin mirarle.

    Hebuiza había terminado de separar los objetos de Binlosson y redistribuía el equipo de una de las pilas que había formado tirando dos o tres objetos en cada uno de los trineos. Un gesto que indicaba claramente que debían añadirlos a sus cargas. Cuando llegó hasta Liis, tiró a su lado una maleta oscura, cuyo contenido ella nunca había visto, y una caja de explosivos. Eran dos de los objetos más pesados. Tan pronto como Hebuiza se hubo dado la vuelta, Penirdth los recogió y los ocultó bajo la lona de su propio trineo. Liis dió un paso hacia Penirdth y se detuvo. Se mordió el labio inferior mientras observaba a Penirdth seguir con su arreglo de equipo como si nada hubiera pasado. Se dió la vuelta y caminó hacia su trineo.

    Liis amarró su carga lo mejor que pudo, desplegó su cola asegurándola al arnés y al lateral de su trineo. A su derecha, sus skis estaban en vertical, clavados en la nieve. Se concentró asegurar los nudos y agarres delanteros de sus botas. Debatiendo con su único bastón, Liis ensayó algunas avanzadas por el glaciar. Tras ella, cuando el arnés se tensaba, sentía que el peso del trineo casi la hacía venirse abajo. Probó de nuevo y consiguió dar tres pasos suaves y deslizantes antes de perder el equilibrio y estar a punto de caerse. Alzando la vista, vió que el resto estaba concentrado alrededor de Yilda. Se abrió camimo con pasos vacilantes.

    Yilda los había organizado en fila con sus colas a un lado. Un viento constante soplaba a sus espaldas. Penirdth sería el primero que abriría el paso.

    Justo detrás de Penirdth iba Mira, seguida de Yilda. Hebuiza hacía rudos gestos a Liis para que fuera la siguiente. Con cuidado de no raspar las colas de los otros, Liis las sorteó y se puso en la fila. Cuando hubo tomado su posición, Hebuiza se colocó tras ella.

    Yilda alzó su mano izquierda. Penirdth, con una última mirada atrás hacia la pendiente...

    (¿Una úlltima mirada a Binlosson?), se preguntó Liis.

    ... se giró y enterró sus bastones en la nieve. Avanzaba pateando la nieve con sus talones y haciendo oscilar sus brazos. Las guías se tensaban y su trineo se sacudía como si estuviera vivo, siguiéndole en movimiento irregular como una barca entre las olas. Su cola estaba desenrollada detrás. El casco de Mira oscilaba hacia adelante mientras miraba desplegarse el cable térmico de Penirdth. Cuando el extremo la dejó atrás, se giró para mirar a Yilda, como si esperase su permiso para salir. Yilda gesticuló impaciente con su mano y Mira clavó sus bastones. Pero antes de impulsarse, se quedó inmóvil pues a cuarenta metros vió detenerse a Penirdth. El trineo del hombre continuaba y le empujaba los talones, pero él no mostraba indicio alguno de notarlo. Se dobló por la cintura para mirar la punta de sus skis.

    La nieve caía en torno a Penirdth. Sus brazos se dispararon hacia el cielo con los bastones balanceándose locamente. Se tambaleó hacia adelante cuando la tierra se abrió bajo él. Liis contempló en horrorizado silencio cómo se vino abajo hasta perderlo de vista. La cola lo siguió con un serpenteo ridículo hasta que desapareció por el borde de la brecha con un último latigazo.

Capítulo 37

    

Capítulo 37 - Los Gemelos

    El intruso viajaba hacia los soles binarios, su vómito de escape de fusión iluminaba el vacío en una amplia banda de frecuencias. Más de una docena de drones imitaban ahora el rumbo de la nave y la orbitaban como una nube de electrones escaneando intensamente.

    El primer drón llegó un año atrás; año estándar de la Nueva Poliarquía; y unos pocos días después de que la nave empezase su deceleración. Los otros se fueron uniendo mientras la nave había seguido surcando el espacio hacia el Concentrador.

    Seis años NP antes, cuando el intruso había perforado la burbuja de un cuarto de año luz de espacio que rodeaba a los Gemelos, la presencia de la nave había sido registrada por la inteligencia QT21-1749-9036J-17. Incluída en la estación de vigilancia más cercana, la inteligencia QT21 había necesitado menos de una billonésima de segundo para localizar el rumbo de la nave y determinar que su destino iba a ser el mundo construído conocido como el Concentrador, la sede del poder de Nexus. Al comprobar su catálogo, QT21 no encontró registro oficial de un vuelo programado por ninguno de los mundos afiliados. Los catálogos de firma que describían las clases de naves de la Poliarquía también fallaron al proporcionar una coincidecia. QT21 se puso moderadamente incómodo. Al consultar con sus, raramente usados, almacenes de datos sobre naves no afiliadas, la inteligencia determinó una probabilidad de 92.936 % de que el primitivo catalizador D-D del motor de fusión del vehículo se hubiera originado en un mundo no afiliado a veintiún punto uno dos años luz de distancia. Un mundo llamado Bh'Haret. Algunos cuatrocientos treinta y dos años NP antes, o 532 años locales de Bh'Haret, una advertencia de peligro biológico se había añadido a los datos de la entidad/grupo que representaba a ese planeta. Preocupada, la inteligencia despachó un mensaje de rayo estrecho hacia Karin, cuarenta y cinco días luz de distancia y el planeta más cercano con un Orador. En un plazo de un año, otros tres monitores QT, todos muy alejados del vector de penetración del intruso, también habían despachado informes al mismo planeta. Se ordenó a los Drones de Proximidad que la interceptaran.

    La certeza del origen de la nave se había mejorado hasta el 99.99567 por ciento tras la llegada de los drones. Aunque el nombre había sido prudentemente borrado del casco, la identificaron por los registros como una nave de salto llamada La Viracosa. Incluso en los mundos no afiliados, Nexus mantenía abiertos ojos y oídos, catalogando meticulosamente el comercio interplanetario. Los drones giraron alrededor de la nave, construyeron modelos precisos de ella, midieron y analizaron su emisiones de CEM, comprobaron cuidadosamenfe los patrones de impacto de micrometeoritos en la piel exterior y determinaron que el desgaste era consistente con la edad de la nave. Un análisis del rastro de los elementos dejados en los hoyos de impacto se comprobó con los mapas de densidad de los elementos del espacio conocido; se trazaron miles de posibles rumbos...

    Y otra vez, Bh'Haret aparecía como el origen más probable.

    El exterior de la nave mostraba sólo armas primitivas; ninguna lo bastante formidable como para plantear una amenaza al Concentrador. Tras meses de persecución, un debate de uno punto siete tres nueve nanosegundos resultó en lo que los drones decidieron: permitir a la nave continuar su curso hacia el interior del espacio de Nexus. Informaron de su decisión y regresaron a sus tareas de vigilancia del intruso hasta que se adelantaran nuevas órdenes.

    Sobre la plataforma, a tres horas luz del Concentrador, Lien, una Oradora Noviciada, se relajaba en una enorme y sobredimensionada bañera. En la realidad, ella aún estaba sentada en el puesto de mando del puente de su nave, pero había sentido el antojo de un baño. Y así ordenó que la habitación se llenase de agua caliente hasta su barbilla. Podía haber completado la transformación y creado la ilusión de una piscina en la bruma de una placentera playa moteada por el sol, pero lo prefirió así: ver el puente sumergido.

    La irrealidad de un entorno proyectado siempre la había irritado, más que la visión de las luces del panel de instrumentación relucir y parpadear bajo la superficie. Ella prefería el artículo real siempre que pudiera conseguirlo.

    La inmersión era relahante. Bajo ella, las largas ropas de Lien ondulaban como algas marinas. Aunque era la única inteligencia completamente orgánica en la estación, escogió bañarse con la ropa de faena, tal como era la tendencia actual. Como la mujer incansable y, de algún modo, vanidosa que Lien era, siempre seguía las modas actuales con exactitud. Después de todo, como ella razonaba, nunca se sabía quién podía estar observando.

    Flotando sobre la superficie del agua habían planas proyecciones bidimensionales de los informes que los drones habían enviado sobre el intruso. Una imagen refractada tridimensional de la nave colgaba justo bajo la superficie. Sin interés, Lien la veía moverse lentamente por el puente, como un animal olisqueando su nuevo entorno. Suspiró y leyó obedientemente los informes. Era sólo una de la miríada de tareas que tenía que atender durante su aprendizaje. Por ahora, era un asunto de importancia menor, difícilmente digna de su atención. Más por suerte que otra cosa, sucedía que su plataforma era la más próxima por la que esta nave pasaría. Salpicó ociosamente el agua y los informes ondularon y desaparecieron. Ordenó el drenado del puente y se levantó de su asiento. El borde de la capa de Lien envió una imagen del intruso que ahora surcaba a su izquierda, en un giro frenético. La nave parecía estar luchando por un momento y luego fue cayendo por una corriente invisible. Fue arrastrada hasta la esquina de la habitación donde quedó atrapada en un vórtice. Giraba locamente y, segundos después, fue succionada dentro de un cráter apenas visible.

    Lien se quedó mirándolo meditabunda y dando golpecitos con el dedo en su barbilla. Aún pasarían varios días antes de que el intruso violara el segundo edicto de prohibición de armas de cualquier tipo dentro del límite de una hora luz. Mientras tanto, podría desviarse del rumbo o incrementar su deceleración. Podría hacer algo. Lien decidiría sólo cuando la violación fuese inminente. Entonces, informaría a los Pro-Locutores. Hasta ese momento, pensó que dejaría que la nave se acercase. Se giró y empezó a andar hacia el pasillo. Sus pasos dudaro., una nueva idea la preocupaba.

    (¿Y si esto era algún tipo de examen? ¿Quizá parte de mi entrenamiento?)

    Se mordió el labio inferior, se peleó con el suelo con la suela de su pie descalzo. La habitación ya estaba drenada, las moléculas de agua se escurrían del material obedientes.

    (Bueno.), pensó, (Será mejor que haga algo.)

    Su nave era una plataforma gravitatoria sin gobierno, no construída para la velocidad y el intruso, aunque deceleraba, aún se movía a buen ritmo, cerca de 0.003c. Lien preguntó a la plataforma si era posible interceptarla. Una confirmación en forma de diagrama apareció ante ella. Mostraba un rumbo parabólico con interceptación a, aproximadamente, sesenta y cuatro minutos luz del Concentrador.

    (Bastante justo.)

    Ordenó a la plataforma que iniciara la maniobra.

    ('Ya está.), pensó. (Si el intruso cruza la zona de exclusión, estaré justo allí. Nadie podrá cuestionar mis motivos entonces.)

    Satisfecha con su decisión, Lien giró sobre sus talones y se dirigió hacia el jardín de ocio. El baño la había dejado somnolienta, el musgoso terraplén bajo el arco de la cascada había sido su lugar favorito para echar una siesta.

Capítulo 38

    

Capítulo 38 - 12 Días restantes

    Habían salido de la nada: catorce objetos del tamaño de un puño, con forma de bala y tan incoloros como la materia oscura, orbitaban La Viracosa. Según los instrumentos de abordo, no existían, salvo visualmente: cuando traicionaban su presencia eclipsando las estrellas de fondo. Tan pronto como aparecieron, la nave había iniciado los procedimientos de reanimación de los tres miembros de la tripulación. Sentado al panel de operaciones, Sav miraba la pantalla que se suspendía en el centro del puente. Estaba estupefacto. El registro de la nave mostraba que un momento antes, esas cosas no habían estado allí y al siguiente estaban.

    —¿De dónde demonios han salido?

    Josua, sentado en el puesto de comunicación a la izquierda de Sav, levantó los hombros con un gruñido de indiferencia. La gravedad, aún casi a un tercio sobre g, detuvo sus hombros.

    —Madición. No pareces demasiado preocupado. - Sav se movió incómodo sintiendo el peso extra más intensamente de lo que pensaba que era posible.

    Pasarían otros diez dìas antes de que la deceleración cayese hasta la marca de un g y regresara la gravedad normal.

    —No, no lo estoy. Nexus tenía casi tres mil años tecnológicos de ventaja sobre nosotros antes de salir del planeta. Desde entonces, han tenido otros quinientos veintiocho. Lo que sea que tengan nos va a parecer cosa de magia.

    Ruen gruñó. Aún agarraba las barras a la derecha de Sav, recién emergido de la abertura circular entre las cubiertas. Sus dedos largos se movían como si estuviese anestesiado. Su bastón colgaba de un cinta alrededor de su muñeca, reparado a media altura con colavy asegurado con unas vueltas de cuerda después de que lo hubiera partido en Bh'Haret. La respiració del hombre santo llegaba en siseosvy jadeos después de su esfuerzo al subir la escalera desde los camarotes de tripulación y su cara pálida parecía haber envejecido otra década desde que había despertado. Que consiguiera haber llegado al puente sin ayuda era un milagro menor.

    —Aún no han respondido a nuestras señales, - dijo Sav.—Hemos escaneado el ancho de banda entero cuatro veces. Así que, ¿qué hacemos ahora?

    —Nada. - dijo Josua.

    Sav parpadeó. —Pero no sabemos lo que son o de dónde vienen.

    —Nexus los envió. Yilda me dijo que monitoraban el espacio en un radio de un cuarto de año luz, al menos, quizá más. Y que la zona de exclusión comienza a una hora luz de las binarias. Allí es donde nos reuniremos con ellos.

    —No. - Fue un medio aclararse la garganta y medio palabra pero Ruen consiguió graznarla hacia afuera. —Nexus no, - dijo él antes de que una tísica tos raspara su garganta y ahogara sus siguientes palabras.

    Escupió ruidosamente un glóbulo de flema verde grisácea entre sus secos labios y su arco se acortó por la gravedad increnmentada, cayendo abruptamente en la cubierta.

    —¿No podéis verlo? - dijo él roncamente limpiándose la boca con el dorso del brazo. Su bastón golpeaba contra los peldaños de la escalera.

    —Son agentes de la Disolución; anhaa-10 los envió desde una dimensión superior hacia esta.

    Sav le miró: —Guárdate tus idiotas teorías. Aquí no tienes seguidores descerebrados que escuchen tu sinsentido.

    —Podría tener razón, - dijo Josua. —Un vehículo supra-dimensional explicaría su presencia.

    Sav miró a Josua inexpresivo. —¿A qué te refieres?

    —Bueno, imagina un universo bidimensional. Los habitantes de tal lugar podrìan ver sólo en un plano x-y sin saber nada de la realidad tridimensional. Pero supón que un objeto tridimensional, digamos un cono, que se mueve en el espacio tridimensional a lo largo de un tercer eje, perfora el mundo bidimensional. Para los habitantes del plano, parecería que ha surgido de la nada. El modo en que esos drones se nos aparecieron a nosotros. Si el como continuara moviéndose en la misma dirección, la gente bidimensional los vería crecer hasta que pasaran por completo a través del plano de su mundo, hasta el punto de que parecía desaparecer sin dejar rastro.

    Sav negó con la cabeza, escéptico.

    —¿Crees que esas cosas son vehículos supra-dimensionales?

    Josua se encogió de hombros.

    —Lo dudo. Con toda probabilidad, son simples aparatos adaptados para ocultar su presencia. En cualquier caso, si no quieren hablar, a mí no me se ocurre ningún medio para persuadirles.

    —Debe de haber algo que podamos hacer.

    —Nuestra única otra opción es atacarles. Pero dudo mucho que tuviéramos éxito. Nos destruirían, seguramente, en la represalia. No podemos arriesgarnos.

    —Y quieres que nos quedemos sentados a mirarlos.

    —Tú sí, si quieres. - dijo Josua. —Pero yo me vuelvo a la cápsula de estasis.

    Despacio, como un anciano, alzó la mano derecha para que Sav pudiese ver la pantalla del reloj en su muñeca: 11-18:46.

    —Sólo nos quedan once días. La zona de exclusión está a otros trece de distancia. El Concentrador, otros cuatro más. Si no volvemos a la estasis, estaremos muertos antes de llegar allí.

    —Arrepentíos ante la Disolución, - sermoneó Ruen en voz alta. —¡Es el único camino hacia la salvación!

    Se había recuperado lo suficiente como para envíar su pronunciamiento con la unflappable certeza del creyente. Tenía los dos brazos levantados sobre su cabeza. Su bastón pendía alto en una mano, la otra se agarraba a la barra alta del fuselaje.

    —Yo os guiaré, - añadió tranquilamente, casi consoladoramente.

    Pero sus palabras no iban dirigidas a sus compañeros, más bien parecía estar dirigiéndo sus notas a la pantalla, a los objetos negros que rodeaban la nave. Sus ojos reumáticos seguían sus lentos movimientos hipnóticos. Su canoso pelo descuidado oscilaba ligeramente con el movimiento.

    —Si hacemos turnos, - dijo Sav, —podemos tener alguien despierto todo el tiempo. Y ambos estaremos de vuelta un día antes de entrar en la zona de exclusión.

    —No. El riesgo de reinfección nos recortaría tiempo...

    —Podemos programar la nave para que reviente los sellos después del primer turno. Esomatará todo lo infeccioso. Luego, quien vaya segundo puede ser reanimado después de que hayamos restablecido la atmósfera.

    Josua le miró pensativamente. Era extraño, parecía un poco menos seguro de sí mismo. De su autoridad.

    —Quizá tengas razón. Seis días cada uno nos deja seis días cuando ambos nos levantemos de nuevo. Esonos permitirá alcanzar el Concentrador con un día de sobra. Y si no tenemos noticias de Yilda para entonces...

    —... nada tendrá sentido. - Sav terminó la frase de Josua. —Sí.

    Sav pensó en regresar a su cápsula de estasis, pero la idea de acostarse justo ahora le repulsaba de un modo que no podía articular.

    —Yo cogeré el primer turno, - dijo Sav.

    —Bien, - respondió Josua.

    Con un gruñido, se levantó del asiento y fue hacia la escalera.

    Cuando pasó por el puesto de comunicación, Sav le agarró de la manga, señaló con la cabeza en la dirección de Ruen, que aún seguía completamente absorto en la pantalla.

    —¿Y qué hay de él?, - susurró Sav lo bastante bajo para que el hombre santo no pudiera oirle.

    —Me dará compañía en mi turno. - josua se volvió hacia el patrix.—¿Ruen?

    El anciano apartó la mirada de la pantalla reluctantemente y levantó sus pobladas cejas.

    —Ven conmigo. Volvemos a la estasis.

    Ruen entornó los ojos y juntó los labios: —No. ¡La Disolución está cerca! - Dió una estocada con la punta de su bastón hacia Josua.

    —Aún no, - dijo Josua. —Pronto.

    —¿Pronto? - Ruen parecía desorientado. Sus ojos parecían nadar en sus huecos.

    —Cuando despertemos, la Disolución llegará, - añadió Josua. —Lo prometo.

    La afirmación pareció aplacar al hombre santo. Asintiendo, Ruen se dejó caer sobre sus rodillas y manos. Gateó titubeante hacia la escalera de las cubiertas inferiores, arrastando su bastón por la cubierta. Se movía con dolorosa cautela, se agachó sobre los peldaños de la escalera y bajó despacio hasta desaparecer de la vista. Josua agarró la escalera y empezó a descender.

    —Seis días, - dijo él por encima del hombro antes de que su cabeza desapareciera bajo el borde de la compuerta.

Capítulo 39

    

Capítulo 39 - 11 Días restantes

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    Los objetos seguían a La Viracosa. Sav los observaba desde el puente. Incrementar la óptica no revelaba ni mayor ni menor detalle: las superficies imposiblemente uniformes crecían hasta una negrura que llenaba la pantalla. Sav realizó todos los tipos de escaner en los que pudo pensar. Monitorizó los objetos en docenas de frecuencias simultáneamente, pero los instrumentos de La Viracosa informaban consistentemente de ninguna energía radiada cuando su silenciosa escolta derivaba a nuevas configuraciones orbitales. Aún cuando deberían haber estado gastando energía, no había el menor rastro de radiación reveladora. Los instrumentos continuaban insistiendo en que las cosas no estaban allí.

    Durante cinco días Sav observó, comiendo intermitentemente y durmiendo escasamente. Cuando soñaba, sus sueños se llenaban de imágenes de esos observadores silenciosos. Durante sus momentos de vigilia se ocupaba de hacer un millar de mejoras en el equipo de escaner. Nada funcionó. Los resultados seguían igual. Empezó a dudar de su existencia.

    Al sexto día, Sav se puso su traje AEV.

    Era una locura hacerlo durante la deceleración. Josua nunca lo habría aprobado. La nave aún estaba viajando a un porcentaje significativo de la velocidad de la luz y los escombros del espacio pasaban a velocidades relativas increíbles. El exhaustor de la nave y el cuello electromagnético que protegía los motores le ofrecería protección mientras se mamtuviera cerca del casco. Aún así, un único micrometeorito que intersectara la nave con el ángulo adecuado, lo mutilaría o lo mataría.

    A pesar de esto, Sav fue al exterior. Desplazándose por la esclusa de aire y cayendo en plano contra el picado y mellado casco, se aseguró con ventosas magnéticas. Quería ver las cosas de primera mano, probarse a sí mismo que realmente estaban allí.

    A mitad de vuelo, la nave había usado sus propulsores de altitud, rotando ciento ochenta grados sobre su eje para apuntar los motores hacia adelante en maniobra de frenado. Ahora, Sav pasaba por el borde redondo de los tanques de alimentación y algunos grados a proa, donde estaban los soles dobles de los Gemelos: cabezas de alfiler de brillo demasiado luminoso de soportar incluso a través de un visor polarizado. Al levantar un brazo para eclipsar su visor, Sav miró en las profundidades del espacio. Estrellas extrañas se confundían en la noche. Por un momento, Sav se olvidó de las cosas que rodeaban La Viracosa. Trató de encontrar el sol de Bh'Haret entre la miríada de estrellas visibles. Sabía que estaba en el lado correcto, debería ser visible más allá de la esbelta nariz de la nave. Pero las constelaciones cambiaban, giraban de un modo que encontró imposible descifrar. Cerró los ojos e imaginó cómo la distancia que habían recorrido alteraría el paisaje estelar, y cómo el cúmulo de estrellas de fondo cercanas a Bh'Haret aparecerían desde los Gemelos.

    (Como una cruz.) - pensó.

    La imagen ardía en su mente. Al abrir los ojos la encontró rápidamente, una costelación cruciforme de siete estrellas de tamaño aproximado de dos palmos. Si estaba en lo cierto, la última estrella del brazo horizontal sería...

    La estrella de desvaneció fuera de la existencia.

    Sav jadeó, se inclinó hacia adelante contra las ventosas.

    Entonces, la estrella reapareció un segundo después, la siguiente junto a ella desapareció. Sav dejó salir el aire de sus pulmones. El aire soplaba a través de los recirculadores mientras los sensores detectaban la súbita acumulación de sudor en su frente y palmas de las manos. El traje zumbaba tranquilamente, tratando de mantener frío a Sav.

    (Una de esas cosas pasó delante del sol de Bh'Haret.), pensó Sav.

    Observó las estrellas del brazo horizontal de la cruz desaparecer, una a una, luego reaparecer, una por una. Pero el objeto mismo era invisible contra el fondo del espacio. Sav debería haberlo sabido antes de salir por la esclusa de aire, pero sólo ahora el hecho le entraba en la cabeza: Aquí fuera, tampoco sería capaz de ver nada. La única evidencia de los objetos era de segunda mano, cuando eclipsaban las estrellas por las que pasaban delante.

    Sav se impulsó de vuelta a la esclusa. Colocó la palma en la palanca y las puertas se abrieron. Después de que el sellado completara su ciclo, se quitó el traje y se impulsó hasta la compuerta de acceso a los camarotes inferiores de estasis. Su turno de seis días despierto había terminado. Era hora de regresar a la estasis.

Capítulo 40

    

Capítulo 40 - 6 Días restantes

    —¡Mierda!

    La maldición le llegó a Sav distante, como si se apagara en una densa niebla. Luego, el sonido amortiguado de varios golpes, como un puño martilleando contra una superficie sólida. Le siguió un único —crack - agudo.

    Sav parpadeó dudoso con la boca seca, su estómago lleno de nudos y sus miembros temblando con el familiar dolor post-estasis. La borrosa silueta de Josua entró a la vista y le llevó a Sav un momento enfocar los ojos. Josua no vestía camisa ni zapatos. Su cara estaba colorada como si hubiese estado haciendo ejercicio y parecía enfadado. La mano derecha estaba cerrada en un puño. Miraba a Sav en su estera con expresión enfurecida, como si culpase a Sav de esta injuria.

    —¿Qué... qué pasa? - la voz de Sav era ronca.

    Josua avanzó un paso hacia Sav y, por un momento, pensó que le iba dar un puñetazo. Pero entonces la cara de Josua cambió como si se hubiese tocado algún interruptor: su furia se disipó y fue remplazada por una expresión vacía. Alzó el reloj en alto. Mostraba 5-20:29. Menos de seis días.

    —Estamos a algunos minutos luz de la zona de exclusión, - dijo él, —Un día para llegar.

    Sav engulló. Fue como papel de lija bajando por su garganta. Con esfuerzo, giró la cabeza. Por la sala, era visible la forma desnuda de Ruen como una silueta rosa a través de la puerta traslúcida de su cápsula. La delgada figura estaba perfectamente inmóvil.

    (¿Por qué no estaba la puerta abierta? ¿Por qué no estaba ya despertando?)

    Josua había dico que iba a reanimar al hombre santo poco después del comienzo de su propio turno. Pero no lo había hecho.

    —Qué... ¿qué pasa con Ruen? - consiguió croar Sav entre sus labios de pergamino.

    Se impulsó con un codo, su cabeza parecía llena de arena. Se movía pesadamente sobre el extremo de su cuello.

    —He abortado la secuencia. No pensé que hubiera nada que pudiera hacer para ayudar, de modo que, lo dejé dormir. Ahora tiene doce días de nuestros cinco. Si le despertamos, le estaremos quitando ese tiempo extra.

    Sav despegó las guías de su nuca, desconectó sus catéteres y movió sus piernas fuera de la cápsula. Se inclinó hacia adelante para ver que el panel de control junto a su cápsula estaba aplastado: una grieta recorría la superficie desde el centro, donde había sido golpeado. Estaba recortado y la pantalla llena de basura. Sav vió los nudillos arañados de Josua y miro al panel de nuevo.

    —Estabas atrasado. Intenté hacer que esta maldita cosa funcionara, - dijo Josua flexionando el puño. —Perdí los nervios.

    Antes de dormir, Sav se había asegurado de que su reanimación fuese programada. Había codificado la secuencia de abortado con una contraseña. Sin cambiar las tarjetas lógicas enterradas bajo la cápsula, no se podía hacer nada desde el panel para abortar el proceso de reanimación. Sabía esto desde los años en que trabajaba en los viajes prolongados. Pero quizá Josua no lo había sabido. Quizá Josua había decidido que su reanimación no tenía sentido, como la de Ruen y trataba de detenerla. Pero Sav no tenía medio de denostrarlo. Y si pudiera, ¿qué iba hacer al respecto?

    La vista de Josua vagaba por la cabina pero no buscaba los ojos de Sav ni miraba directamente al panel.

    —Por cierto, - dijo en tono seguro, —Tenemos otro visitante.

    —¿Hemos recogido otra de esas cosas?

    —No. Es mayor.

    —¿Una nave?, Sav se sentó sobre una de sus piernas. —¿Ha intentado ya contactar con nosotros?

    Josua dió un paso atrás. —No.

    —¿Cuándo la detectaste?

    —Los instrumentos la detectaron hace dos días, a cincuenta y seis millones de klicks. Es tres veces más grande que La Viracosa, más o menos. Y desacelera. Si mantenemos nuestro rumbo actual, la interceptación será justo antes de entrar en la zona de exclusión, en menos de un día.

    (Cincuenta y seis millones de klicks.), pensó Sav.

    —¿Cómo demonios la has encontrado?

    —No he tenido que hacerlo. Hubo una transmisión de onda de radio larga entre las cosas de afuera y el nuevo objeto. Tomé una par de lecturas y las triangulé para encontrar la fuente.

    —¿Y la nave no ha respondido a frecuencias similares?

    —Yo no he dicho que sea una nave. Sólo creo que podría serlo.

    —¿Qué hay de su respuesta?

    Josua parpadeó y se cruzó de brazos.

    —Sin respuesta., frunció el ceño. —Decidí no iniciar contacto todavía.

    Sav no podía creer lo que oía. Josua le había dejado en estasis mientras había una probable nave tripulada ahí fuera.

    —¿Dos días y todavía no has hecho nada?

    —He intentado despertarte.

    La voz de Josua había tomado una nota quejica como la de un niño poniendo escusas.

    —No creía que tuviera mucho sentido. Cuando estén preparados hablararán con nosotros.

    Atónito, Sav observó a Josua. ¿En qué estaba pensando? Tenían menos de seis días antes de la aparición de la enfermedad. Quizá siete en los que aún podían permanecer razonablemente funcionales. Y aquí estaba, esperando pacientemente un contacto que podría no llegar nunca. Sav avanzó torpemente al lado de Josua, agarró los peldaños de la escalera y se impulsó arriba hasta el puente con sus músculos gritando sus protestas. Se dejó caer en el asiento ante el panel de comunicación. Abrió el archivo histórico en la pantalla y localizó la frecuencia que Josua había estado monitorizando. Después de colocarse los auriculares, empezó a dar órdenes a la IA de la nave. Tras él oyó el caminar de las pisadas de Josua.

    —¿Qué estás haciendo?

    Sav le ignoró y terminó de dictar los parámetros del sistema de comunicación para enviar impulsos de radio en frecuencias discretas del millar de megahercios.

    —Esono nos va ha ser útil., dijo Josua, pero su vos era insegura. —No responderán. Igual que esas cosas.

    Sav encendió el receptor y dió la orden para transmitir el mensaje estándar de saludo. El tablero respondió con una confirmación de la orden y envió el mensaje.

    —Quizá deberíamos...

    Pero fuera lo que Josua iba a decir se interrumpió por un repentino ruído de estática emitida por los altavoces del puente y seguida por un sonido como el de un motor arrancando.

    Sav retransmitió el mensaje.

    Los altavoces del puente sisearon y escupieron más sonidos horribles que balbuceaban y cambiaban de frecuencia en un patrón aparentemente aleatorio. Entonces, la basura se detuvo abruptamente y una voz masculina sin inflexión empezó a pronunciar una lista de palabras o quizá un alfabeto.

    —... lect, ezeni, verrach, tlui, ich, lemech, ruhr...

    Sonaba como idioma estándar de Nexus. Sav abrió un canal de transmisión bidireccional.

    —Esta es La Viracosa, salida de Bh'Haret. Por favor, confirme.

    Silencio al principio y, luego, una única palabra.

    —Viracosa.

    Era una voz diferente, aún sin emoción pero, definitivamente, la de una mujer.

    —Les estamos esperando.

Capítulo 41

    

Capítulo 41 - 17 Días restantes. La Estación Repetidora

    Sin pensamiento consciente, los pies de Liis se pusieron en acción después de que hubiera visto a Penirdth caer a plomo hasta desaparecer de su vista. Media docena de pasos rápidos la propulsaron a mitad de camino del agujero irregular antes de que se diera cuenta de la insensatez en lo que estaba haciendo. Podía haber más puntos frágiles en la corteza. Y, ¿qué hay del área alrededor del agujero? ¿Cuánto podría aproximarse antes de que se derrumbase y la tragara a ella también? Dejó que los skis se pararan solos. No fue difícil pues el trineo funcionaba como un ancla. Miró hacia atrás. Nadie se había movido, seguían en sus posiciones en la fila observándola. Mira había dejado sus bastones.

    Liis se giró para observar la abertura, visible como otra sombra profunda contra la nieve rojiza interminable. No podía irse dando a Penirdth por muerto. Pero, ¿debería avanzar y arriesgarse a caminar por el hielo? Se mordió el labio.

    (Ah, ¡qué demonios!), pensó.

    Se liberó de las ataduras de los skis con la punta de su bastón. Dió un paso para liberarse de ellos y las botas se hundieron unos centímetros en la nieve ligeramente compactada. Tiró el bastón, se desabrochó las guías del trineo y dió unos pasos hacia la abertura aplastando la nieve con sus botas.

    Algo sonó a la derecha de Liis. No era el sonido lo que la alertó, sino la vibración que recorría la corteza de nieve hasta las suelas de sus botas. Girando a un lado, vió el extremo de una cuerda dos metros delante de ella.

    Se giró para mirar al resto. La lona sobre el trineo de Yilda estaba levantada. Él estaba junto a la misma con una cuerda en su mano y un grueso rollo a sus pies. Con un gesto, indicó a Liis que debería recoger el otro extremo de la cuerda y asegurarla a su arnés.

    Yilda gesticuló de nuevo con mayor énfasis.

    Liis recogió la cuerda y la ató a su arnés haciendo un grueso nudo con su mano buena. La apretó tanto como pudo. Mientras tanto, Yilda había lanzado el otro extremo de la cuerda hacia Mira y Hebuiza. Hebuiza cogió la cuerda despacio, reluctantemente, pero Mira no se movió. Yilda gesticuló furiosamente. Mira se balanceaba en el sitio.

    (Está traumatizada.), pensó Liis.

    Hebuiza avanzó y le lanzó la cuerda. Mira la cogió y la miró como si no entendiese lo que era.

    Yilda gesticuló a Liis de nuevo tocándose el visor y moviendo la mano como si ajustara un dial. Repitió el movimiento varias veces pero Liis no tenía ni idea de lo que estaba tratando de decir. Se encongió de hombros hacia Yilda y este asintió y movió sus manos como diciendo: —Vale, olvídalo. - y le mostró los pulgares en alto.

    Liis asintió y retomó su marcha hacia el agujero.

    Se paró a tres metros de distancia y el borde parecía sólido. La sección quedaba expuesta debido al colapso de la superficie y mostraba una gruesa capa de hielo que empezaba a unos quince centímetros bajo la nieve. La circundó cautelosamente manteniendo la distancia. El hielo se extendía hacia abajo en todas direcciones y tan lejos como alcanzaba la vista. Liis quedó aliviada. Había temido que hubiese una gran cavidad bajo ella pero la abertura era sólo el final de un pozo estrecho de unos cuatro metros de diámetro. Se acercó hasta estar a un metro y medio, se puso de rodillas y luego se tumbó boca abajo. Avanzó reptando hasta que el casco asomó por el borde.

    El pozo bajaba retorciéndose y girando como el interior de un cilindro arrugado. El sol aún estaba cerca del cénit y daba una amplia iluminación. Quince metros abajo había una plataforma de roca sólida que parecía tan suave como una hoja de cristal opaco. Era la piel del lago enterrado. Leves remolinos de bruma surgían de su superficie. Penirdth no aparecía por ningún lado.

    Liis consideró por un momento bajar por el borde. Había grietas que podía usar como agarraderas y los demás la tenían sujeta por la cuerda. Quizá podía encontrarle allí abajo, colgando de una roca o trapado en un estante no visible desde su perspectiva. Enterró los dedos en el borde y tensó los músculos del brazo.

    En el fondo del pozo y sobre la superficie helada del agua, un palo blanco apareció a la vista. Ordenó a su visor que ampliara la imagen y su estómago dió un vuelco cuando las paredes del pozo parecieron dispararse hacia ella. La cosa en el fondo crecía y se mostraba como uno de los skis de Penirdth.

    (Ha desaparecido.)

    Una tranquilidad innatural la impregnó. Se sintió despegada y ligera de mente, como si sólo fuera una pasajera en su cuerpo. Rodó el cuerpo y se sentó mientras los demás esperaban junto a sus trineos. Se esforzó para ponerse de pie ajena a la proximidad del borde. Como un zombi, caminó hacia su trineo y se ató las guías. Se puso sobre los skis y fue hacia Yilda. Él desató la cuerda que había asegurado a su arnés y empezó a enrollarla. Cuando llegó a Mira, tuvo que quitársela de entre los dedos. Guardó la cuerda e inclinó la cabeza haciendo contacto con Liis.

    —¿Y bien?

    —Ha desaparecido. Un pozo cae hasta el lago.

    —Ya veo. - Una pausa. —Como suponía. El lago debe de alimentarse debajo por arroyos calientes. Sí. Más adelante, um, fragilidades deberían ser detectables con infrarrojos.

    Se echó hacia atrás y repitió el gesto de antes, señalando a su visor y girando un dial imaginario.

    Liis no respondió. Estaba pensando cómo se había dejado llevar por Hebuiza y Yilda. Ellos tenían respuestas para todo. Ella ninguna.

    (¿Por qué no habían anticipado esto?)

    Yilda restableció contacto.

    —¿Y su, um, equipo?

    Liis negó con la cabeza dentro de su casco sin preocuparse de que Yilda no podía ver ese movimiento.

    —Tenemos que irnos, ¿hey? Regresar a la fila.

    Se apartó, movió los bastones en la nieve y se propulsó hacia adelante.

    En su ensueño, Liis observó a Mira seguirle. Hebuiza hacía bruscos gestos a Liis para que entrara en la fila.

    Ella dió un par de pasos laterales hacia la pista que habían hecho los dos hombres. Hebuiza le tocó en la espalda y, automáticamente, ella se puso en marcha moviendo su bastón lo mejor que podía.

    (Aquí estoy. Aún siguiendo.), pensó ella sintiendo una súbita punzada en el pecho que le hacía difícil respirar.

    Le ardían los ojos. Sintió una lágrima recorrer su mejilla y colgar tenazmente en la punta de su barbilla. Avanzó apretando los dientes y moviendo intensamente las piernas.

    (No pienses.), se dijo a sí misma. (Simplemente, no pienses.)

    El movimiento hizo caer la lágrima hacia el interior de los pliegues de su traje, perdiéndose. Una segunda lágrima empezó su camino por la otra mejilla.

    (¡No!) - Liis se mordió el interior de la boca hasta que notó sangre. (¡—No lo haré!)

    Pero era demasiado tarde. El empuje de la emoción reprimida la sobrepasó como las aguas de una presa derrumbándose.

    En el interior de su traje, lloró.

    El grupo se movía rápido hacia el sur mientras el sol crecía, milímetro a milímetro, hacia el horizonte. El disco era un gigante escarlata que ahogaba la tierra con su luz sangrienta y lanzaba gruesas sombras del color de la sangre seca

    Las lágrimas de Liis acabaron tan abruptamente como habían empezado, como una repentina tormenta pasajera. Pero la angustia permanecía. La muerte de Penirdth la había drenado, la había debilitado y enervado. Su brazo, olvidado durante su aflicción, le dolía ahora a intervalos. Ella avanzaba como una autómata, apenas cosnciente de su entorno. No sintió urgencia, sólo un vacío en su pecho.

    (¿Qué sentido tiene continuar? Estamos todos condenados de todos modos, ¿no?)

    Su paso se hizo más lento. La distancia entre ella y Mira crecía. Hebuiza, que estaba detrás de ella en la fila, la alcanzó. Esquiando paralelo a ella, gesticuló furiosamente para que cogiera el ritmo. Liis le ignoró. Inclinó la cabeza y miró las dos marcas gemelas frente a ella, sus piernas se movían lentamente. Claramente insatisfecho con su respuesta, Hebuiza alzó su bastón y le empujó en la espalda, como si diera urgencia a un animal de la manada.

    En un segundo, la indiferencia de Liis se convirtió en rabia. Hizo un arco con su bastón, olvidando el dolor que salía de su brazo roto, y le golpeó en el pecho. Él retrocedió en lo que pareció perplejidad, perdió el equilibrio y cayó al suelo enrededándose con las correas de su trineo. Uno de sus skis apuntaba al cielo. Ella le hubiera escupido si hubiera podido, pero continuó, dejándole donde estaba. Apretó los dientes y recuperó el paso y distancia hacia la figura de Mira.

    Tras unos momentos, la rabia de Liis había menguado pero los resentimientos aún calentaban su estómago como un caldo de licor. Su brazo parecía arderle con el mismo fuego y decidió que quería sentirlo. Mientras las piernas la impulsaban con renovado vigor, acunó el núcleo de su ira como si fuese un bebé recién nacido. Durante demasiado tiempo había dejado que la llevaran por los caprichos de los demás. Josua. Hebuiza. Yilda. Incluso el bondadoso Penirdth. Sí, nunca le había hecho ningún daño, más bien todo lo contrario, pero le había seguido, como había seguido a Josua, sin cuestionarlo. Estaba furiosa consigo misma, con la pasividad que latía en su interior como un nuevo corazón.

    Sus pasos se alargaron.

    Eventualmente, tuvo que tranquilizar su ritmo. No porque estuviese cansada o por la comprimida bola de furia que ardía no menos fervientemente en su interior sino por que la cola de Mira reptaba por la pista unos centímetros delante de su ski, obligándola a reducir su marcha o a pasar por encima de ella.

Capítulo 42

    

Capítulo 42 - 16 Días restantes

    Los músculos del hombro y del brazo bueno le dolían miserablemente y al mismo ritmo que el dolor del brazo roto. Había desarrollado un ritmo unilateral con su único bastón que la mantenía en movimiento.

    (empuja, desliza, desliza.)

    Era un proceso agotador pero que conseguía mantener su ritmo en la fila.

    El sol se había puesto por fín y la oscuridad de la larga noche los envolvía. Liis ajustó el visor para mejorar su visión nocturna. Estaba exhausta. La explosión de energía inicial la había abandonado. Comprobó sus lecturas. Vió que habían pasado veinticuatro horas desde la última vez que había dormido sobre el campo helado y que habían cubierto casi ocho kilómetros en cuatro horas esquiando. Con el contínuo viento a sus espaldas y terreno llano sin obstáculos delante, su progreso era mejor de lo que podían haber esperado. Las peligrosas debilidades en la corteza habían disminuído en su pantalla de infrarrojos. Liis las localizaba con muy poca frecuencia ahora. Después de haber encontrado un espacio inicial de pozos ocultos, todos los demás parecían haber desaparecido. Liis hizo un rápido cálculo mental. A este ritmo alcanzarían la cúpula de los Oradores en menos de diez días, un día antes de lo programado. Les dejaba mucho tiempo...

    (¿Para qué?)

    Liis no lo sabía. Yilda había insitido en que no les contaría nada. Al menos, no hasta que llegaran al domo.

    (Quizá no hay plan y esto es sólo una carrera hacia nuestras propias muertes.)

    Pero eso no era cierto. Había algo en la confianza del Posibilitador que la hacía creer. Yilda estaba seguro de que podían tomar control de la estación. De hecho, casi parecía ansioso por la oportunidad de intentarlo. Su comportamiento durante las reuniones no era el de un impaciente hombre desesperado que se agarraba a un clavo ardiendo. Se comportaba más como un experto en táctica que anhela saciar su apetito con un asalto largo tiempo esperado. Le parecía contradictorio. Liis le daba vueltas y vueltas en su cabeza mientras se esforzaba por avanzar.

    Poco tiempo después, Yilda anunció una parada de descanso cerca de una cresta que parecía una ola marina congelada de no más de un metro de altura. Era la primera interrupción que habían encontrado en el contínuo plano de hielo. Descansarían aquí durante seis horas. Liis suspiró mientras el resto empezaba a desabrocharse las guías y a preparar los lugares donde dormirían. Hebuiza, que iba retrasado detrás de Liis, se reunió a ellos y pasó a su lado a una distancia segura de su bastón. Escogió un lugar junto al otro Posibilitador. Justo después de quitarse las guías, caminó hacia Yilda y juntaron cascos. Sus movimientos eran agitados, animados por lo que parecía ser una ira apenas suprimida. Señaló en dirección a Liis varias veces, pero el lenguaje corporal de Yilda permanecía neutral. Cuando Hebuiza apartó su casco de pronto y miró a su propio trineo, Liis se carcajeó en alto.

    Mira eligió un sitio apartado del resto. Mientras Liis trataba de desabrochar sus propias guías, observó a Mira dejarse caer sobre sus rodillas sin preocuparse siquiera de desatarse el arnés. Se quedó en esa posición, mirando en la dirección por la que habían venido. Mirando hacia donde habían perdido a Penirdth.

    (¿Eran amantes?), se preguntó Liis.

    No. Esono podía ser. Desde el regreso de La Viracosa a Bh'Haret, Penirdth y Mira habían pasado la mayor parte del tiempo juntos, trabajando en un silencio acompañante. sin las pequeñas intimidades de los amantes. Pero había cierta conexión entre ellos y él había adoptado una disposición protectora, casi paternal, hacia Mira.

    (Como lo había hecho conmigo. Ahora, ¿quién cuidaría ahora de nosotras?)

    Al desatar la última correa, Liis se encogió de hombros para liberarse del arnés y caminó hacia Mira para tocar su casco.

    —Penirdth, - comenzó Liis sintiéndose boba e inarticulada. Se aclaró la garganta. —Lo siento...

    —Se ha ido. - la voz de Mira sonaba como si soñara, muy lejana.

    —Deberías dormir.

    —La Disolución está cerca.

    Liis se había olvidado de las ridículas enseñanzas de Ruen.

    —Es hora de descansar...

    —Penirdth se ha adelentado. Nos reuniremos con él pronto. - Mira se agarró al brazo bueno de Liis. —¿Verdad?

    —Sí., respondió Liis sintiéndose mal.

    Separó su brazo y apartó el casco.

    Liis volvió a su trineo. El cansancio la superaba. Yilda y Hebuiza yacían sobre la nieve ya dormidos. Ella se tumbó de lado con cuidado de no empujar el brazo roto. Mira permaneció de rodillas mirando a la distancia. Liis se acurrucó para no tener que ver a la otra mujer, pero sus pensamientos regresaban a Penirdth. Se le secó la garganta, esta vez no lloró pero le ofreció una silenciosa plegaria. Y, de pronto, pensó en Sav, a años luz de distancia, aún en estasis y en veloz vuelo hacia el Concentrador si nada había ido mal.

    (¿Cómo se había metido ella en todo esto?)

    El plan era una locura. No sólo por su inocente audacia sino por la confianza que todos habían puesto en Yilda y Hebuiza, aceptando todo lo que el Posibilitador les había contado sin dudarlo. El pequeño nudo de rabia aún acechaba en las profuncidades de su pecho, pero estaba demasiado cansada para desatarlo. Por ahora, era un fuego controlado. Mientras le entraba el sueño, encontró que era un calor reconfortante.

Capítulo 43

    

Capítulo 43 - 12 Días restantes

    Habían pasado cinco días desde que perdieron a Penirdth y a Binlosson. Era el amanecer del siguiente día local. El sol asomaba por el horizonte del este como una presencia familiar, inundando todo con su palidez roja. Habían hecho un contínuo progreso por la llanura y ahora estaban sólo a ciento cuatro klicks del domo. En las últimas horas, sin embargo, habían tenido que disminuir su ritmo para sortear un espeso grupo de potenciales agujeros invisibles en la corteza. Los infrarrojos de Liis mostraban los peligrosos pozos mediante puntos superpuestos en la llanura en todas las direcciones. No había final a la vista. Las largas zancadas con las que se habían movido hasta ahora eran imposibles.

    Mientras decaía su progreso, la exasperación de Yilda crecía en igual proporción. Sus gestos se habían vuelto ansiosos y había aumentado sus demandas sobre el grupo. Los periodos de tiempo se acortaron y, después, parecieron desaparecer del todo. Yilda atravesaba los caminos seguros de hielo como si esprintara contra un oponente invisible y, a diferencia del resto, parecía incansable. Incluso los angostos hombros de Hebuiza estaban encorvados. Pero Yilda, a pesar de su barriga y apariencia disipada general, estaba poseído de una resistencia sin fondo. Les urgía a avanzar cada vez un poquito más, antes del siguiente descanso programado. Llevaban esquiando sin descanso durante cinco horas. Con las piernas exhaustas y temblorosas, Liis observó a Yilda anunciar el descanso por fín. El grupo cerró los flancos y Mira perdió el equilibrio.

    Mientras se aproximaban al punto donde el Posibilitador había parado, el ski de Mira se deslizó fuera de la pista, resbaló hacia un lado y ella cayó al suelo. Liis, que iba detrás de ella en la fila, observó lo ocurrido sin mayor preocupación. Después de todo, ella misma se había caído varias veces desde que habían salido y no era algo tan grave. Pero esta vez ocurrió algo diferente: la inercia del trineo de Mira hizo que continuara su camino hasta que su extremo afilado chocara con su brazo.

    Desde la boca de una pequeña brecha en el traje de Mira aparecía en la pantalla infrarroja de Liis un chorro rojo que giraba en el aire. Mira, que debió haber visto lo mismo, llevó de inmediato una mano a la boca de la rotura. El calor seguía escapando alrededor de su palma como la hemorragia real de una herida.

    Liis se quedó mirándola, demasiado aturdida para reaccionar. Alzó la vista hacia Yilda, pero él estaba a cinco metros de distancia observando impasiblemente.

    Hebuiza pasó corriendo a su lado lanzando a un lado sus bastones.mientras se agachaba sobre Mira. El Posibilitador levantó su brazo con una fina aguja plateada conectada a algún mecanismo oculto en el antebrazo de su traje que se extendía algunos centímetros fuera de su palma. Dobló los dedos bajo el instrumento y apuñaló a Mira en el pecho, justo sobre el corazón. La mujercilla se convulsionó una vez y luego, quedó inerte. Hebuiza retiró la aguja y un fino flujo rojo surgió ahora del pinchazo acompañado de una delgada mancha de sangre. La aguja desapareció de vuelta a su compartimento. El Posibilitador desabrochó rápidamente las guìas de Mira. Con sorprendente fuerza, Hebuiza cogió a Mira por el arnés y la levantó del suelo. Ella colgaba del agarre del Posibilitador con sus bastones colgando por las correas en sus muñecas como una marioneta rota. Un miasma de rojo crecía en torno a ella. Hebuiza agarró su traje por la entrepierna y la levantó como un saco de harina y la impulsó en un giro por su lado izquierdo. Liis vió el inerte cuerpo articulado de Mira y cómo sus gruesos skis aún sujetos a sus botas navegaban hacia uno de los puntos frágiles en su patalla. Golpeó el centro mortal, la corteza colapsó bajo ella y desapareció de la vista.

    Liis giró para mirar a Hebuiza. Ya había empujado el trineo de Mira hacia la abertura. Colocando la suela de la bota sobre el borde del trineo y lo empujó hacia adelante. Titubeó un instante antes de seguir a Mira por el agujero. Hebuiza recogió tranquilamente uno de los bastones que había descartado y, cuidadosamente, recuperó el segundo que había caído en la periferia de un punto frágil. Con ambos bastones en la mano, se puso en movimiento, deslizándose hacia su sitio pasando al lado de Liis.

    (Dios mío.), pensó Liis. (Así de fácil.)

    Aturdida, miró el agujero.

    (Podía haberme pasado a mí.)

    ¿Cuántas veces se había caído? No.podía acordarse.

    Algo llamó su atención: era Yilda, indicando que siguiera. Se giró y continuó, claramente ansioso por poner tanta distancia como pudiera entre ellos y la fuga térmica acusadora. Liis le observó alejarse abriéndose paso por el laberinto de agujeros.

    Habían hablado sobre esta contingencia cuando preparaban el meteorito. En la eventualidad de una brecha en el traje, su única opción era arreglar la fuga tan rápida y despiadadamente como fuera posible. Ella no había pensado mucho sobre eso desde entonces. Pero Yilda y Hebuiza, aparentemente, sí. La aguja era la prueba. Liis estaba segura de que Mira había muerto antes de llegar al fondo del pozo.

    Liis intentó convencerse de que Mira era, realmente, la afortunada. Para ella había terminado. La Disolución que la discípula de Ruen había esperado tanto tiempo había llegado al fín. Ya no tendría que sucumbir a la enfermedad ni a sus progresivas indignidades o quitarse la vida para evitarlas. Ya habían tomado la decisión por ella.

    (Es mejor de esta forma.)

    Pero incluso mientras pensaba esto, no sabía si hubiera cambiado su puesto con Mira. Para su sorpresa, se dió cuenta de que envidiaba cada precioso momento de vida que le quedaba. No se rendiría ni por un segundo sin luchar.

    Algo le golpeó en la espalda y Liis saltó. Las cuerdas de su trineo tiraban fuertemente de su arnés. Un dolor se extendió desde su brazo roto. Se giró y vió a Hebuiza con su bastón invertido en la mano. El mango oscilaba impacientemente delante de ella. La rabia se incendió como una supernova. Ella agarró el bastón y lo balanceó. Pero erró el golpe esta vez y casi pierde el equilibrio. Quedó enrededada torpemente sobre sus skis y Hebuiza ya regresaba hacia su puesto fuera de su alcance. La cara parecía irradiar calor.

    Ella bajó el bastón, bullendo.

    (Paciencia.), pensó empujando su rabia de vuelta al profundo lugar de su pecho donde la acunaba. (Habrá bastante tiempo para esto depués.)

    Con desdén, le dió la espalda a Hebuiza y se puso en movimiento recordando esa larga y afilada aguja oculta en los pliegues del traje del Posibilitador.

Capítulo 44

    

Capítulo 44 - 6 Días restantes

    Ya había avanzado la tarde en el planeta cuando la corona del domo se hizo visible por primera vez. Liis no había estado mirando, su atención se había fijado firmemente en el rastro de los skis de Yilda. Sus parches analgésicos se habían acabado esa mañana y el dolor de su brazo roto, junto con los incontables dolores de los otros músculos permeaban su consciencia como un rumor interminable. Siguió esas estrechas depresiones en la corteza sin preocuparse de hacia dónde podrían conducir, tratando de perderse ella misma en el insignificante acto de la repetición mecánica. Incluso Yilda había desaparecido de sus pensamientos, del hecho de que el camimo pareciera desconectado de su presencia treinta metros por delante.

    Entonces, cuando cayó fuera del inerte ritmo durante el más breve de los momentos, distraída por lo que no podía haber dicho, alzó la vista para ver el domo.

    Al principio, pensó que imaginaba la diminuta anomalía que parecía flotar justo por encima del horizonte. Cuando aplicó la máxima amplificación, permanecía siendo una mancha gris enimática. Pero su compás marcaba su destino con precisión indiscutible. Era el domo. La pantalla estimaba que estaba a dieciocho klicks de distancia.

    (Menos de un día.)

    Liis apenas podía creerlo.

    Desde la muerte de Mira seis días antes, habían hecho un, relativamente, buen progreso, pero se habían detenido en un gatear las últimas diez horas mientras se aproximaban a la orilla lejana del lago enterrado. Aquí encontraron un denso campo de pozos peligrosos, mucho peores que ninguno de los que habían encontrado anteriormente. Mientras atravesaban los límites del lago enterrado, las formaciones se habían detenido abruptamente. Ahora esquiaban directamente sobre un nivel superficial y un viento contínuo soplaba a sus espaldas. Si no había mayores retrasos, llegarían mañana, restándoles cinco días antes del inicio de los primeros síntomas. Estarían por delante de lo programado y aún así dentro de los parámetros del plan de Yilda. El pulso de Liis ae aceleraba.

    (No te hagas demasiadas ilusiones,), se amonestaba ella a sí misma.

    Aún no tenía ni idea de lo que el Posibilitador esperaba hacer cuando llegaran. Habían estado tan con los labios sellados y misteriosos sobre los detalles de su plan como lo habían estado sobre lo todo lo demás. Y ella se dejaba guiar por su instinto en todo esto. Una súbita ola de fría rabia le sobrevino. Se mordió el labio y trató de quitársela.

    (Pronto. Cuando lleguemos a la cúpula y salgamos de estos trajes. Me hablarán. ¡Les obligaré!. Yilda no podrá ignorarme entonces.)

    Recordó los breves intercambios entre Penirdth y Yilda en Bh'Haret, las pocas cuestiones que Penirdth había preguntado, las pequeñas objeciones que planteaba. Pero la confianza de Yilda había sido innegociable.

    —No puedo entrar en detalles, no. El resto asegurado, sin embargo, podemos, y lo haremos, cumplir nuestra misión. - Su tono había sido jactancioso. —No son dioses. No. Pasé mi vida estudiando sus costumbres, ¿hey? Mortales como nosotros. Y no podían haber previsto una expedición tan, um, audaz como la nuestra. - había hecho una pausa para acariciar los botones dorados a lo largo de su barbilla. —No podían tener noción, ningun concepto, conococemos la estación repetidora. La seguridad será laxa. - Con una sonrisa torcida había añadido, —Se podría decir que los conozco mejor que ellos se conocen a sí mismos.

    Liis había considerado su fanfarronería extremamente molesta. Aunque no era supersticiosa, se había estremecido por su engreimiento. Era casi como si estuviera invitando el desastre.

    Pero Yilda les había llevado hasta aquí.

    Aún así, algo iba mal. Algo en Yilda. Su auto-confianza podría haber sido sencillamente una fanfarronada, una pose. Era, después de todo, sólo un Posibilitador. Pero ella no estaba segura. Su seguridad parecía crecer con cada paso que daba hacia la cúpula. Su zancada se incrementaba en longitud y su bastón en vigor, lanzando pequeñas espumas de nieve en su camimo. Liis se esforzaba por mantenerse en la fila. Si no lo conociera mejor, apostaba, por su lenguaje corporal, que estaba regresando a casa después de un largo viaje más que esquiando hacia el enclave del enemigo. Esole daba escalofríos.

    (¿O me estoy volviendo paranoica?)

    Observaba la espalda de Yilda, el ansia que parecía animar sus brazos y piernas, el modo en que se inclinaba hacia adelante como si esto pudiera llevarlo hasta el domo mucho antes.

    (—No.), pensó Liis. (Él sabe algo que no me ha contado.)

    Hebuiza no había mostrado ninguna señal de la anticipación que Yilda tenía. El otro Posibilitador parecía más y más exhausto según pasaban los días. Se encorvaba de forma permanente. Al mirar hacia atrás, Liis lo vió mover los brazos y piernas en un moviento pesado y con la cabeza agachada. Lo que fuera que mantenía a Yilda a flote no funcionaba con Hebuiza. Quizá el Posibilitador más alto estaba también en la misma oscuridad en la que estaba ella.

    Liis negó con la cabeza para despejar el lío de pensamientos de inverificable sinsentido. Todo era especulación. Nada más. Aún así...

    Aproximadamente seis metros por delante, Yilda había incrementado de nuevo el tempo. Sus bastones batían arriba y abajo y el extremo trasero de sus skis saltaban en el aire con cada zancada. Liis apretó los dientes y redobló su esfuerzo. Su bastón mordía la quebradiza superficie y sus piernas se alternaban hacia adelante. Exhalando una serie de gruñidos, se impulsó hacia el frente durante varios minutos hasta que empezó a aproximarse al Posibilitador. Cuando hubo conseguido ganar cuarenta metros, se relajó ligeramente. De inmediato, Yilda empezó a alejarse. Jadeando bocanadas de aire, sintió aflorar el sudor en su frente, cuello y espalda. Disminuyó la marcha y miró hacia atrás. Hebuiza no había estado dispuesto, o era incapaz, de mantener el ritmo. Su figura encorvada remaba detrás bastante alejada. Notó con una sonrisa de satisfacción que ya estaba casi detrás de Yilda.

    Yilda había apretado como si se hubiese olvidado de sus dos compañeros. A pesar de los mejores esfuerzos de Liis, la distancia entre ellos sólo se ampliaba. Cuando fue un punto negro en el horizonte, y difícil de discernir contra la base de la estructura, Liis se tomó su propio descanso. Su corazón latía como loco y el sudor la empapaba. Con profundas respiraciones, comprobó su pantalla, vió que estaba a nueve kilómetros del domo. Hasta este momento, le había dado a la estructura sólo un vistazo. Ahora la escrutó más cuidadosamente.

    Yilda les había dicho que el mismo domo tenía diez kilómetros de diámetro y unos dos de altura. Era lo bastante grande como para albergar una pequeña ciudad. Pero al verlo así, no parecía impresionante. Tenía que recordarse a sí misma que, plantado en el centro de una vasta llanura de hielo, no había nada con lo que pudiera comparar su escala. El lado este de la estructura estaba oculto por sombras impenetrables lanzadas por el sol del oeste. Los pequeños detalles se volvían aparentes cuando Liis ampliaba la imagen. La cúpula parecía estar hecha de un material uniformemente coloreado o traslúcido y no era tan diáfana como había pensado al principio. Había manchas negras regularmente espaciadas, como ladrillos, pimentando su superficie como si marcaran los vertices de una regilla, aunque ninguna de las líneas de unión era visible. En su cima, una espiral negra se lanzaba hacia arriba atravesando el domo. Ella contemplaba aquello hasta que Hebuiza al fín la alzanzó varios minutos después. Entonces, ella se puso en marcha de nuevo.

    Liis esperaba que todos los detalles del domo desaparecieran con la puesta de sol. Pero mientras el monstruoso disco encarnado caía pasando el horizonte, el domo se hacía fluorescente, lanzando hacia el exterior todos sus detalles. Ahora, a cuatro kilómetros de distancia, se veían delgadas líneas entre los puntos regularmente espaciados que Liis había observado antes, formando la anticipada regilla. Pero mucho más mumerosas eran las líneas curvas ramificadas que recorrían la estructura como vasos sanguíneos capilares, dándole un aspecto más orgánico que artificial. Para ser visible a esta distancia, los puntos negros tendrían que tener, al menos, una docena de metros de ancho y las mejores venas varios metros de largo. Parecía como un elaborado sistema arterial que bombeaba fluídos de operación al domo. De todo lo que ella había visto hasta ahora, esto era lo que más la asustaba de todo: la idea de que el domo mismo fuese una inteligencia viva masiva, y ellos intrusos microscópicos, como un virus, esperando penetrar su membrana exterior y hacer brecha en su citoplasma.

    Liis redujo la marcha. Las huellas de Yilda se desvanecían en la distancia. Ahora ya no podía verlas incluso cuando ampliaba su visión nocturna al máximo en su pantalla. Hasta donde ella sabía, podría haber llegado ya al domo. Tras ella, Hebuiza estaba de nuevo desaparecido de la vista.

    Consideró brevemente esperar que el Posibilitador la alcanzara, pero su consideración no fue más que un acto reflejo, una debilidad de su fatiga: cuando recordaba que era Hebuiza quien iba detrás de ella, sentía una rabia ardiendo en su garganta.

    (Que le den.), pensó ella. ( Déjale que cuide de sí mismo.)

    Continuó la marcha a través de los últimos kilómetros que la separaban del domo con su energía física casi agotada y la rabia usada como propelente.

    La ilusión de que el domo era una criatura orgánica dió paso a la certeza de que el monstruo estaba vivo.

    Su superficie relucía con una palidez que se intensificaba a medida que el anochecer se fundía con la noche, mostrando los detalles de la estructura como fuertes contrastes: desde tan cerca, Liis podía ver que las venas se ramificaban en afluentes incluso más pequeños: largos zarcillos colgaban como viñas desde unos poros del color de la carne podrida. Aquí y allá, había vesículas de un metro de ancho de color verde brillante y naranja ahumado. La piel del domo mismo no era tan uniforme como parecía desde la distancia, más bien recorría desde el tacto tosco y agrietado hasta el suave como la lona de un tambor. Y había movimiento dentro de ella. Donde el material del domo colgaba flácido, arrugas onduladas trazadas por las rachas de viento, recorrían la superficie como el viento a través de la vela de un barco. Las mismas venas se comprimían y relajaban en ciclos lentos y melódicos, bombeando lo que fuera que transportaban. Las puntas de las venas se retorcían en patrones espasmódicos aparentemente aleatorios. Y las extensas interrupciones negras regularmente espaciadas que Liis había observado antes, ahora parecían ampollados rostros sin ojos con las bocas abiertas. En el centro de cada una había una abertura horizontal o vertical. Los labios de las aberturas horizontales se movían hacia dentro con ritmo regular, succionando desesperadamente la atmósfera. Las aberturas verticales expelían nubes de gases entre los prominentes labios. Cuando una de las más grandes se descargaba, un ligero temblor retumbaba en el suelo.

    Liis había seguido el rastro de Yilda a ciegas el último medio kilómetro. Su atención se centraba en el movimiento incesante que se reproducía por el exterior del domo. Se sentía acorbada en su presencia. Que aquello estaba vivo, ella no lo dudaba ni por un instante. Si poseía inteligencia o no, ella no podía apostarlo. Quizá sabía que ella estaba allí. Quizá, en el mastodóntico órgano que albergaba su inteligencia, había adivinado sus intenciones y las había ignorado por insignificantes. O quizá, no podía verla mejor de lo que su propio cuerpo podía sentir un virus invasor. En cualquier caso, no había hecho nada para impedir su avance.

    A unos cuantos centenares de metros del domo, las huellas de Yilda terminaban abruptamente donde la tierra empezaba a inclinarse escalonadamente. Alrededor de la base del domo, se había acumulado una falda de nieve formando un terraplén que se elevaba cincuenta metros. Yilda había cavado una profunda zanja de quizá unos treinta centímetros de ancho por tres metros de longitud en la base de la pendiente. En ella, había dejado sus skis, sus bastones y sus baterias auxiliares. Ya había arrastrado su trineo tres cuartos del camimo del terraplén, dejando un rastro de profundas huellas de trineo en el centro de la depresión más ancha.

    Liis pinchó sus ataduras con la punta de su bastón para desabrocharlasu. Se liberó de ellas y lanzó el bastón en la zanja. Después se quitó los skis y los empujó con la punta de la bota. Luego, también ella subió con esfuerzo por la pendiente, agradecida de que la tarea de tapar el agujero y ocultar su equipo le tocase a Hebuiza.

    En lo alto, la pendiente se nivelaba. Un estrecho cerro recorría la curva gradual del domo. Una línea innaturalmente recta sobre la cúpula demarcaba la unión en la que terminaba la nieve, sobre ella, corría una red de finas venas malvas. Las venas tenían unos copos que evitaban de algún modo adherirse a la estructura de debajo. Acercándose, Liis colocó la mano sobre la superficie justo por encima de una vena. Era rígida e imposiblemente suave, como vidrio blanco nebuloso. Vibraciones silenciosas emanaban a través del material desde el guante hasta su palma. Dejó caer la mano resbalando por la superficie. A un centenar de metros a la izquierda de Liis, el material del domo colgaba en largos pliegues, como enormes cortinas. El rastro de Yilda continuaba por ese camino y desaparecía alrededor del primer pliegue que se proyectaba hacia afuera del cerro. Respirando hondo, inició la persecución. En la periferia visual, vió la larguirucha figura de Hebuiza transportando su trineo hasta la base de la pendiente.

    Liis arrastró su trineo tan lejos como el pliegue que bloqueaba el cerro permitía. Allí apenas había suficiente claridad. Bordeó la obstrucción.

    Encontró a Yilda al otro lado. Sus guías estaban desatadas y se agachaba junto a su trineo con su cola enrollada tras él. Aquí, entre dos pliegues, el material del domo se allanaba unos metros y se volvía a elevar junto al muro donde había docenas de vejigas oscuras como las que Liis había visto antes. Yilda había tirado de su trineo cerca de una pequeña vejiga, de quizá dos metros de diámetro, que empezaba a la altura de la rodilla. La cosa parecía como si se hubiese ennegrecido por el fuego, con oscuras burbujas y delicada piel porosa que manchaba su superficie. Los gordos labios horizontales de metro y medio de longitud, respiraban débilmente la atmósfera y le recordaba a Liis el movimiento de la boca de un bebé. Desde la esquina derecha de los labios, una línea de fluído viscoso goteó por la vesícula sobre el cerro cerca del talón de la bota de Yilda. El Posibilitador la ignoró, continuaba desempaquetando su equipo del trineo y lo dejaba ordenadamente en filas. Con un corto gesto, le indicó que ella hiciera lo mismo.

    Liis se desabrochó las guías y enrolló su cola con su mano buena. Volvió su atención a la cuerda que aseguraba la lona del trineo y desató el nudo despacio y dolorosamente. Sostuvo en alto la cuerda y la miró.

    ( Penirdth me ayudó a atar esta.) - pensó y tiró la cuerda que le abrasaba en la mano.

    El trineo de Yilda quedó vacío y ya se había puesto su volumimosa mochila al arnes y asegurado la cola. Sobre el suelo bajo la vejiga había arreglado un rollo de cuerda, media docena de carabineros y un taladro de hielo de unos treinta centímetros. Parecía que su intención era escalar la cara del domo. Pero Liis no tenía equipo de escalada. Ni tampoco Hebuiza. Los habían descartado en el paso ante la insistencia de Yilda. No tenían martillos, ni crampones, ni piolets, ni carabineros, salvo la media docena que yacía en el suelo bajo la vejiga. Yilda pasó el extremo de una cuerda enrollada por un carabinero y lo ató. Golpeó el carabinero en un anillo sobre la base de un tornillo para hielo y colocó el taladro en el suelo

    Liis alzó la vista hacia la larga y mareante curva del domo.

    (¿Cómo iba a escalar con el brazo roto?)

    Yilda parecía insensible a su promesa. ¿Se estaba mofando de ella? ¿O estaba esperando a que ella fallara para que Hebuiza pudiera encargarse de ella del mismo modo que se habían encargado de Mira?

    Yilda había desplegado un pico y una pala y las usaba alternadamente para rascar un agujero cerca del borde del cerro. Un agujero del tamaño de una tumba. Al girarse, señaló impacientemente al trineo de Liis, luego dió un golpecito en su mochila como seña para que ella preparase lo que tuviera.

    Liis retiró la lona de su trineo.

    Le quedaba muy poco. Los únicos objetos visibles eran su mochila, un pesado cilindro con explosivos y detonadores y dos cuerdas de nailon. Antes de que pudiera hacer nada, sintió la presencia de Yilda a su lado. Trató de no amedrentarse. El Posibilitador se agachó, recogió su mochila y empezó a meter cosas del trineo rápidamente dejando fuera la cuerda. Al levantarse, le tendió la cargada mochila con las correas colgando delante de ella. Como Liis no reaccionó de inmediato, él agitó la mochila vigorosamente. Entonces, ella entendió: estaba ayudándola a que se la pusiera. Se giró y le dejó colocarle la mochila en la espalda. Luego, Yilda empezó a apretar sus correas antes de que ella pudiera empezar a liarse con ellas.

    Una vez que le puso la mochila y aseguró la cola, Yilda se alejó y se agachó delante de su trineo de nuevo. Rebuscó por los objetos restantes. Encontró seis bengalas envueltas en plástico bajo una cuerda. Ella se había olvidado de ellas. Yilda sacó el paquete, extrajo tres bengalas y metió el resto del paquete en un bolsilló lateral de la mochila de Liis. Agarrando las guías del trineo de Liis, lo arrastró fuera de allí. Su propio trineo ya estaba en el agujero que había escavado. Tiró el trineo de Liis con el equipo restante encima de todo. En ese momento, Hebuiza irrumpió por la esquina, casi corriendo y tirando abruptamente del trineo, balanceándose como un borracho.

    (Está hecho polvo.), pensó Liis.

    Sabía que ella también lo estaba, pero la extrañeza del domo se lo había hecho olvidar. Se preguntó si ella también se tambaleaba.

    Yilda agarró a Hebuiza por los brazos y tocó su casco. Hubo una breve charla. Luego, él y Yilda se pusieron a descargar el trineo. En pocos momentos, el hombre más pequeño había hecho lo mismo con Hebuiza que con Liis: los tres tenían sus mochilas puestas, las colas enrolladas y los trineos depositados en el agujero. Yilda lanzó las lonas dentro del agujero y empezó a patear la nieve sobre el equipo descartado. Liis se le unió y, tras un momento de duda, también Hebuiza.

    El agujero se llenó rápidamente.

    Yilda plegó sus herramientas y las guardó en el lateral de su mochila. Se agachó delante de la vejiga y agarró el tornillo en el que había atado la cuerda. Enganchó un carabinero en su arnés y pasó la cuerda por él. Al girarse, hizo una seña para que Liis y Hebuiza se reunieran con él.

    —El domo rechazará este tornillo dentro de unos minutos. - Articulaba las palabras con precisión, sin su habitual interrupción. —Tenéis que actuar sin dudar y hacer exactamente lo que yo hago.

    Dicho esto, clavó la punta del tornillo directamente bajo la vejiga. Giró la punta del tubo de metal y el tornillo mordió y se introdujo en la blanca superficie del domo mientras Yilda mantenía firme su pulso. Liis se sorprendió.

    (¿Acaso espera que escalemos sobre la vegija?)

    Ella observó confusa cómo el flange en la base del mango se ajustó a la superficie del domo y el tornillo dejó de girar. Yilda agarró una bengala con una mano y el extremo de la cuerda con la otra. Presionó la tapa en la cabeza de la bengala para que la llama saliera como una erupción del extremo. Luego hizo algo que asombró tanto a Liis como la horrorizó: Movió la bengala delante de él y la acercó a la boca de la vejiga.

    Los anchos labios se retrajeron como si la cosa tratase de evitar el calor de la llama y luego se sellaron en torno a Yilda, dejando sólo sus pies fuera. Un segundo después, las botas del Posibilitador desaparecieron dentro como si hubiera sido engullido. Los labios se movían como si acabasen de comer algo agrio.

    Liis y Hebuiza se quedaron solos en el exterior del domo.

    Liis estaba demasiado atónita para reaccionar. A sus pies, el rollo de cuerda se desenrollaba lentamente. El Posibilitador también parecía sorprendido pues se quedó inmóvil con su visor apuntando hacia la boca de la cosa. Liis se inclinó hacia él para tocar casco y preguntarle lo que estaba pasando.

    Su proximidad pareció reanimar al Posibilitador. Antes de que pudiera hacer contacto, la empujó hacia atrás con una mano. Cogió un carabinero, pasó la cuerda por él y lo enganchó a su arnés. Sacó una bengala, golpeó la pestaña de ignición y se lanzó detrás de Yilda. Sus piernas sobresalieron durante un largo periodo de tiempo antes de desaparecer de la vista

    Liis se quedó sola.

    Maldijo a los dos Posibilitadores, luego recogió un carabinero. Se detuvo. Bajo el borde de la vejiga, el tornillo se movía lentamente como si estuviera vivo. Se estaba desatornillando. Su flange ya se había alejado un par de centímetros de la superficie del domo. Liis cogió una tercera bengala pero en su prisa por encenderla, se le escapó de las manos y cayó. Rodó por el borde del risco mientras ardía hasta que desapareció dejando un residuo gaseoso. Liis se maldijo y buscó una de sus bengalas en el lateral de su mochila. Tenía que doblar el brazo hasta un ángulo casi imposible y sólo conseguía acariciar una entre dos dedos. La movió de un lado a otro hasta que estuvo al alcance de su agarre y la sacó. Presionó la pestaña con el pulgar, la bengala cogió llama y Liis corrió hacia los ennegrecidos labios de la vejiga.

    Cayó en su interior antes de lo que había esperado. Sintió un sorprendente dolor agudo que quebró su consciencia en pedazos relucientes de luz. Jadeó en busca de aire, su corazón latía como loco y sintió que iba a vomitar. En su carrera, se había olvidado de su brazo roto.

    Cuando su visión empezaba a aclararse, las vertiginosas luces se fundieron en un fondo negro mate salvo por una lanza contínua de luz frente a ella.

    (La bengala.)

    Yacía a sus pies. La recogió y, parpadeando, miró a su alrededor.

    Sus ojos aún no se habían.ajustado pero podía ver que estaba en un túnel oscuro y constricto. Sus paredes blandas se apretaban contra sus hombros, estómago y espalda. La cosa entera se inclinaba hacia abajo. Al sostener la bengala en alto, las paredes retrocedieron. El túnel tenía un carnoso pigmento rosa y parecía anillado como los músculos de un intestino. Un fluído reluciente viscoso cubría la superficie y goteaba largas babas como cuerdas desde el techo. A pocos centímetros por delante, los anillos se cerraban hasta que la abertura no era mayor que un pulgar. La cuerda de Yilda pasaba por ese agujero ridículamente pequeño.

    Liis maldijo. Había olvidado atar el carabinero y ahora no podía hacer nada sin soltar la bengala.

    (¡Qué demonios!)

    Trató de menearse hacia dentro pero vió que estaba apretada firmemente en el sitio. Le inundó el pánico. Lanzó estocadas a los muros con la bengala como si fuese un cuchillo.

    Para su asombro, el agarre del túnel cedió lo bastante para que pudiese abrirse paso por la membrana. Al otro lado, la abertura parecía ensancharse. Con la bengala en alto, avanzó poco a poco como una lombriz.

    No hubo viajado más de metro y medio de este modo cuando descubrió que el túnel ya no se retiraba de la bengala. El último anillo la había encerrado y aunque movía la bengala havia adelante y hacia atrás, nada ocurría. Entonces, clavó la bengala en el material carnoso. El túnel entero se convulsionó y los anillos se cerraron sobre ella como bandas de metal. El aire salió de sus comprimidos pulmones y el dolor de su brazo la hacía marearse. Sintió que su cuerpo perdía fuerza.

    La presión se redujo y ella jadeó en busca de aire.

    Oscuridad. La bengala se había apagado. La mente de Liis era una confusión caótica. Sus hondas respiraciones llenaban el casco.

    (Tranquila!. Piensa en algo. Si Yilda y Hebuiza lo han coseguido, yo también puedo.)

    ¿Que hábia ocurrido cuando entraron? Había habido una pausa después de que pasaron por los labios, sus piernas quedaron fuera como si también tuviera algo que ver con este problema. Luego, sus pies habían desaparecido. Tuvieron que haber hecho algo antes de que sus pies desaparecieran para abrir esta obstrucción...

    (¿O fue todo al revés? ¿Habían metido los pies primero?. ¡Sí! ¡Tiene que se eso!)

    La abertura era una válvula como la esclusa de presión de un barco. La compuerta interior no se abriría hasta que los labios exteriores se hubieran selllado adecuadamente. Ella no podía viajar lo bastante lejos hasta que sus pies estuvieran dentro del túnel completamente.

    Girando sobre su lado, empujó para levantar las rodillas. Liis sintió que sus pies se deslizaban hacia el interior y los labios se cerraban en las suelas de sus botas. El túnel se relajó.

    La luz irrumpió delante de ella cuando el túnel abandonó el agarre. Dos metros más adelante, vió abrirse unas siluetas verticales como los pétalos de una flor. Los anillos del túnel se ampliaron y ella sintió que se deslizaba pendiente abajo hacia la intensa luz. Trató de reducir su inercia pero el túnel la estaba eyectando, abriendo los anillos delanteros y cerrando los traseros. En el último minuto, pensó en dejar la bengala apagada y cogerse a la cuerda, pero la línea estaba cubierta del mucus viscoso y resbalaba en sus manos.

    Liis salió despedia de la abertura y cayó en una superficie dura. Se había girado instintivamente sobre su lado derecho para proteger el brazo roto pero sólo consiguió un éxito parcial: un espasmo de dolor recorrió todo su brazo en el momento del impacto. Estaba cayendo por una pendiente inclinada. Un mundo caótico de colores destellaban y confundían su visión. Le llevó un segundo identificar los verdes y marrones como hojas y tallos. Bajo ella había un terreno marrón que arañaba su traje.

    (La cuerda.)

    Estaba a su derecha. Estiró el brazo pero antes de que pudiera cerrar sus dedos alrededor de ella, atravesó un denso muro de intenso verdor hacia la luz. Caía mientras varias imágenes giraban a la vista: la panorámica de un bosque; campos sembrados; estructuras que podían ser edificios; el gris oscuro de la cara del risco por el que había caído; el blanco lácteo del lado interior del domo. Y debajo, el azul de un pequeño lago cristalino.

    (¡Estoy dentro!), descubrió con emoción justo antes de golpear el agua.

    En ese último instante, se había abrazado a sí misma y tuvo suerte. Durante la caía, había girado para que la espalda golpeara primero, protegiendo su brazo. En la debilitada gravedad, el impacto no fue muy fuerte. El agua la acogió y ella se hundió perezosamente, lastrada por el traje. La luz del domo retrocedía.

    El alivio dió paso al horror.

    Empezó a mover las piernas y su brazo furiosamente. En su camino, una agitación de burbujas corría hacía la superficie.

    Aún así, se hundía. Sintió la garganta seca, pensó que sentía el fluído filtrándose en el traje, imaginó el agua fría inundar su boca y fosas nasales.

    (¿Agua fría?)

    La idea la hizo dudar y dejó de esforzarse por completo. El traje había sido diseñado para ser autosuficiente, para ocultar su señal térmica. Igualmente servía para mantenerla aislada de la temperatura del agua.

    Mientras llegaba al fondo, supo que podría subir de nuevo. Se permitió hundirse. Ahora que se había relajado, fue consciente del misterioso silencio. Los sonidos apagados del viento y el suave roce del tejido del traje, que habían sido sus inseparables compañeros, habían desaparecido. Era casi placentero.

    Sus talones tocaron el fondo y cayó a cámara lenta sobre su espalda. Se sentó en el fondo del lago y vió una nube de sedimento elevarse a su alrededor. Plantas fronded delicadamente se mecían en los torbellinos de una corriente invisible. Peces de escamas de plata nadaban curiosos hacia ella y luego se alejaban rápidamente. Una larga y negra criatura del ancho de un braxo, rodeó sus botas y se zambulló en el sedimento. Siguió enterrándose en el fondo, visible sólo como una loma marrón en movimiento. Ella observó su progreso hasta que atravesó una mancha blanca. Con un impulso, se dió cuenta de que el blanco era el extremo de la cuerda de Yilda. Sobre el enredo, la línea iba directa hacia la superficie. De pronto, la cuerda quedo floja y comenzó a descender. Unos segundos después, el tornillo bajaba en espiral perezosamente dejando una fila de burbujas hasta aterrizar encima de la pila.

    Liis se puso de rodillas y se levantó. El fluído parecía menos viscoso que el agua normal o, quizá, era sólo un efecto de la menor gravedad. En cualquier caso, moverse era más fácil de lo que había anticipado. Comprobó el compás del traje, giró hacia el sur y avanzó hacia la orilla que había visto durante la caída.

    El fondo empezó a elevarse. El sedimento dió paso a unas losas de piedra incrustadas de algas que formaban una especie de escalera gigante. Subió dando grandes zancadas. La luz aumentaba según la pendiente disminuía.

    Cuando salió a la superficie, jadeó como si hubiera estado conteniendo el aire. El agua salpicó su visor.

    Delante de ella había una orilla rocosa confinada por una espesa variedad de plantas. Aunque reconoció la flora como árboles y arbustos, nada le era familiar. Los colores no eran del todo correctos, los tonos sutilmente distintos a los que estaba familiarizada. El árbol más próximo tenía densas ramas sin hojas, como la cesta de una mujer. Sus ramas inferiores serpenteaban por las piedras de la orilla hasta enterrarse en el río. Liis hubiera pensado que estaba muerto si no fuese por los frutos púrpura en forma de reloj de arena que colgaban de las ramas superiores. Alrededor de la base del árbol había un manto de musgo, aunque si era parte de la misma planta o un especie totalmente diferente, no podía decirlo.

    A unos pasos más allá, cerca de un claro de árboles bajos con ramas marrones puntiagudas, Liis vió a Hebuiza. Estaba sentado con la espalda contra el tronco de uno de los árboles. Estaba desnudo, su equipo yacía a su lado. Su cabeza le colgaba hacia adelante con sus numerosos filamentos de cables pendiendo como pelo largo sobre su cara. Sus brazos estaban inertes a ambos lados. Una delgada línea de sangre manaba de un corte en su frente, dejando un rastro por las costillas hasta el estómago.

    Yilda no aparecía por ningún sitio.

    Liis se agachó ante el Posibilitador.

    Su angosto pecho subía y bajaba discretamente. La fuente de la sangre era una pequeña herida delante del oído: una lágrima de pocos centímetros en la base de un zócalo de datos. Sobre el suelo a los pies de Hebuiza estaba la caja negra que llevaba a todas partes, incluso dentro del traje. De ella serpenteaba un cable gris con un conector ensangrentado en su extremo.

    Liis le dió un golpecito en el brazo y su cabeza penduló insesiblemente. Ella se puso de pie y miró alrededor. En la tierra que conducía al árbol había dos huellas de las botas de Hebuiza del tamaño de un talón junto a la impronta de otras botas más pequeñas. Había sido arrastrado aquí, probablemente por Yilda.

    Pero la orilla estaba desierta.

    Liis miró su traje, luego a su estrecha caja torácica, subiendo y cayendo ritmicamente. Al menos, Yilda tenía razón en cuanto a que el domo albergaba una atmósfera respirable.

    Ordenó que se abrieran los sellos del traje.

    El aire siseó hacia su interior en una rica fusión de aromas que embotaron momentáneamente sus sentidos: el perfume de flores desconocidas, de vegetación en decadencia, de penetrante madera podrida, superaron el olor de su propio sudor y desperdicios reciclados estancandos. El extraño, y aún así identificable, olor la mareaba. Se sintió con vértigo.

    (¡Diecisiete días en este... ataúd!)

    Se quitó el casco y sintió una ligera brisa acariciar su pelo. Con cuidado de no aplastar el brazo roto, desconectó los catéteres y abrió la costura central del traje. En pocos segundos se había escurrido fuera de las múltiples capas aislantes del material y quedó de pie desnuda con el traje en el suelo como una piel esquilada.

    Se examinó el cuerpo. Salvo magulladuras en sus talones y suelas de los pies y la suciedad general que parecía cubrirle el cuerpo entero, no pudo encontrar efectos nocivos por el uso del traje. Sin embargo, su brazo roto parecía pálido y marchito allí donde la piel emergía del plastimolde amarillento. Flexionó los dedos ecperimentalmente. Fuertes destellos de dolor se dispararon por encima del antebrazo, pero no eran tan intensos como había temido. Cuando los flexionó de nuevo, gimió, pero encontró soportable el dolor. Su cuerpo se estaba curando solo.

    Agarró el cuello del traje y lo arrastró hacia la orilla. Dió pasos ágiles sobre las piedras y rocas sueltas hasta quedar con el agua hasta las rodillas, lanzó el traje con el brazo bueno tan lejos como pudo. El traje aterrizó varios metros sobre la superficie con un sonido plano, navegó allí durante un momento antes de girarse de espaldas como un nadador perezoso y hundirse rápidamente fuera de la vista.

    Ella se salpicó agua sobre la cara, pecho, estómago y lavó cuidadosamente el brazo herido. Recogió un puñado de arena y grava y se frotó las piernas hasta que le cosquillearon. La suciedad retrocedió, desplazada fuera de su cuerpo. La sensación era maravillosa. Parecía haber pasado una eternidad desde que había experimentado algo distinto a la uniforme viscosidad del traje. Se sentó en el agua hasta la cintura, estaba fría pero no helada. Una brisa intermitente besaba su piel. A pesar de la extraño de su entorno, Liis se relajó, sintió la ineludible invasión del cansancio y empezó a cabecear.

    (Aún no.) - pensó adormilada.

    Reluctantemente, se obligó a levantarse. No tenía todo el tiempo del mundo, todavía.

    Se abrió camino por la pedregosa orilla. La cabeza de Hebuiza aún seguía inclinada. Liis se acercó para recoger su traje.

    —No.

    Los ojos de Hebuiza estaban abiertos aunque amarillentos. Parpadeó varias veces como si tratase de enfocarlos. Su cabeza parecía pendular de forma rara sobre su cuello, como si no lograse hacerlo de la forma habitual.

    —Déjalo. - Una búrbuja de saliva se formó entre sus labios marchitos y explotó.

    Liis se puso erguida.

    —Tenemos que ocultar estos trajes. Y no estás en condiciones para hacerlo.

    Sus palabras parecieron enfadar al Posibilitador. Levantó la cabeza y los tendones de su cuello se tensaron. Miró a Liis con ojos marchitos, su cabeza comenzó su movimiento pendulante característico.

    —No!

    Colocó una palma en el suelo y trató de levantarse, pero sus brazos temblaban y cayó bajo ellos. Deslizó la espalda sobre el tronco del árbol. Miró a Liis con rabia silenciosa, como si la culpara de su incapacidad. Ella le miró impasible. Tras un momento, el apartó la mirada.

    —¿Qué ha pasado?

    Hebuiza trató de encogerse de hombros, pero el esfuerzo debió agravar su herida pues su cara se retorció en una mueca de dolor.

    —Nada, - siseó entre apretados dientes.

    —¿Nada?

    —Me caí. - parecía incluso avergonzado. —Mi cabeza debió de haber golpeado primero el lago. No me acuerdo. - Parpadeó y miró alrededor. —Recuerdo estar sumergido. Luego, aquí. - La mirada de Hebuiza divagó: parecía haber olvidado la conversación. —Estamos dentro, ¿verdad?

    Liis ignoró la pregunta.

    (Yilda le sacó del lago, lo arrastró aquí, le quitó el traje y luego, le dejó.)

    Pero, ¿dónde había ido el otro Posibilitador? Hebuiza, aunque lo supiera, no se lo diría. O, al menos, no le diría toda la verdad. Liis decidió que ya había tenido bastante de esos juegos. Estaban dentro del domo. Era hora de obtener respuestas.

    Se acercó un paso y miró a Hebuiza a los ojos.

    —¿Quién es Yilda?

    El Posibilitador alzó la vista sorprendido por la pregunta, su cabeza oscilaba atrás y adelante. Por un instante, parecía haber bajado la guardia. Su manzana de Adán subía y bajaba.

    —Yo... Yo no entiendo la pregunta.

    Era la primera vez que parecía inseguro de algo.

    —¡Sabes condenadamente bien a lo que me refiero! - Liis se acercó aún más. —Él sabía exactamente cómo entrar en el domo. Recuerda, fue él quien insistió en traer las bengalas, en reservarlas cuando aligerábamos nuestros trineos. Nos dijo que tirásemos el equipo de escalada porque sabía que no lo ibamos a necesitar. Pero sí guardamos exactamente lo que necesitamos. Y ¿por qué llevó el taladro para el hielo y la cuerda a menos que supiera que se podía entrar por este lado del domo? Y no me hables de lo inteligente que es, era imposible que pudiera haber deducido esa clase de detalles.

    Hebuiza apartó la mirada, su cabeza de detuvo. En ese momento pareció haber notado la línea de sangre que recorría su pecho. La frotó abstraídamente, extendiéndola.

    —Es un Posibilitador, - dijo como si eso lo explicase todo.

    Liis siguió escéptica.

    —No lo sabes. - dijo ella. —¿Verdad?

    —Es un...

    —Posibilitador. - terminó Liis con desesperación. Le quitó valor a sus palabras con la mano. —Ya, eso me han dicho.

    Hebuiza no parecía saber más que ella. Aparentemente, Yilda había sido prudente de mantener a todo el mundo en la oscuridad respecto a sus planes, incluyendo a Hebuiza. Aquello la aterraba. Luego, la ponía furiosa. Agarró el cuello del traje de Hebuiza.

    Los ojos de Hebuiza centellearon de nuevo, pero mantuvo la boca cerrada.

    (Que te den.), pensó Liis, pero su rabia no tenía límite: el cansancio había embotado sus ideas, le hacía todo imposible salvo una remota indignación.

    Arrastró el traje hasta el lago. Con un gruñido, lo lanzó tan lejos como pudo. Cuando se giró, vió que Hebuiza había conseguido ponerse de rodillas y gatear hacia su mochila. Liis negó con la cabeza. ¿Tenía miedo de que ella fuera a quitarle algo? Dió un paso hacia él, luego, se quedó inmóvil

    A pocos metros de la orilla, una figura había emergido de entre los arbustos. Era una joven con piel blanca deslumbrante. Llevaba sandalias marrones y un sencillo vestido traslúcido sujeto a la cintura por una cuerda negra anudada. Tenía pelo rubio que le caía hasta los hombros y su rostro era de facciones redondas y delicadas. A Liis le pareció que había algo familiar en ella, en las líneas de su pálida cara y el conjunto de su expresión. Como si la hubiera visto antes en algún lugar.

    La mujer descubrió a Hebuiza con asombro. El Posibilitador, que había dejado de gatear, se quedó mirando a la mujer con la boca abierta. Sus ojos danzaban de ella a su mochila. Si la mujer había visto a Liis, no dió señales de ello.

    Un patético gorjeo salió de la garganta de Hebuiza.

    La sorpresa inicial de la mujer pareció desaparecer. Extendió las manos en un universal gesto de paz y habló en la legua gutural algunas extrañas palabras.

    Antes de que terminara de hablar, sonó un breve golpe y la cabeza de la mujer se lanzó hacia atrás como si hubiese sido golpeada por una fuerza invisible. Trastabilló ebriamente por un segundo hasta que cayó al suelo hecha un ovillo.

    Liis saltó sobre las rocas sueltas de la playa hacia la mujer.

    Su cara había quedado cenicienta. Su boca medio abierta. Aunque aún tenía los ojos abiertos, su mirada era hierática. La saliva fluía del borde de la boca y recorría su mejilla.

    (Dios mío.) - pensó Liis mirando las suaves facciones inmaculadas por la edad o la experiencia. (Es sólo una niña.)

    Una sombra cayó sobre el cuerpo.

    Yilda apareció al lado de Liis. Sólo vestía unos pantalones cortos holgados, una camiseta negra que se estiraba a la altura de su barriga y la mochila a la espalda. En las manos sujetaba un rifle que Liis nunca había visto antes. Era negro mate, casi una sombra salvo por la punta misma del cañon, donde una luz roja pulsaba como una diminuta áscua. Se agachó y empujó a la Oradora en las costillas con el cañon. No reaccionó.

    —Bien, - dijo Yilda poniéndose de pie y pasándose la correa del rifle por el hombro. Se acarició las perlas doradas del borde de su barbilla. —Aún funciona.

    La Oradora estaba viva, eso era muy obvio, pero su rostro estaba flácido, su boca abierta estúpidamente, sus ojos ausentes. Cualquier parecido con alguien que le hubiera inspirado antes a Liis, ahora se había desvanecido. De vez en cuando, un músculo de su cuerpo se convulsionaba. El talón de su sandalia izquierda ya había apartado las piedras sueltas y cavado un agujerito en el terreno arenoso. La otra pierna había permanecido inmóvil.

    —Una coincidencia incómoda. - dijo Yilda con un suspiro. Se arrodilló, dejó el rifle en el suelo y sacó un botiquín de la mochila de Hebuiza. —Debe de haber estado dando un paseo o visto la conmoción, ¿hey? No tenía motivos para temer nada en el interior del domo.

    Liis le miró y él le devolvió la mirada impasible.

    —Será mejor que te vistas. - dijo él casualmente.

    Volvió a prestar atención al botiquín y sacó una aguja quirúrjica. Hebuiza, que se sentaba delante de él, le miraba con los labios apretados.

    —¿Y qué pasa con ella? - preguntó Liis.

    —Está incapacitada. - dijo Yilda mientras curaba a Hebuiza.

    Le había levantado la cabeza con una mano y con la otra dió tres rápidas puntadas bajo la oreja derecha de Hebuiza. No le había aplicado anestesía y Hebuiza gemía en cada pinchazo.

    —¿Incapacitada?

    —Sí. - Yilda cerró el hilo médico y cortó el extremo con unas tijeras plegables. —Usé poca potencia en el rifle de pulso para interferir la actividad electroencefálica. - Aplicó un pequeña banda adhesiva sobre los puntos frescos. —En esencia, desconecté su sistema nervioso central.

    Liis observó a la Oradora. Las entrañas de la chica se habían vaciado en los últimos minutos. Un creciente hedor emanó hacia ellos.

    —¿Cuánto tiempo hasta que se recupere?

    —¿Recuperarse? - Terminada su operación, Yilda cerró el botiquín y lo metió en un bolsillo de la mochila de Hebuiza. —El daño es irreversible.

    —¡Pero morirá aquí fuera!

    —Sí. - Yilda inclinó la cabeza para mirarla. —Fue necesario, - dijo inflexivamente. Recogió su arma y se levantó. —Es una Oradora. Presentaba una amenaza.

    Liis negó la cabeza escéptica. Era difícil imaginar que aquella mujer, aquella niña, fuese una amenaza. Tenía un rostro de sencilla inocencia. Hasta este momento, Liis no hubo comprendido totalmente las implicaciones de su misión. Pero ahora, sus consecuencias yacían en un terreno elevado a sus pies. En pocos días, la Oradora se deshidrataría y eventualmente, moriría de hambre.

    Y este asesinato estaba sólo empezando. Si Nexus no les daba lo que querían, tendrían que matar una y otra vez hasta que ellos ganaran o todos los Oradores estuvieran muertos. Liis se recordó a sí misma los millones que habían muerto en Bh'Haret. Pero era difícil equilibrar esas muertes sin rostro con la de la chica que yacía a sus pies.

    —No dejes que te engañen. - observó Yilda a Liis cuidadosamente, como si le hubiera leído el pensamiento. —Nos matarían si supieran que estamos aquí. Si no la hubiera neutralizado, habría alertado al resto.

    Liis miró la delgada figura de la chica de arriba a abajo. A esta distancia, su ropa era transparente. No llevaba nada debajo. Su torso era pronunciado, sus caderas estrechas y sus pechos pequeños. La mata de pelo púbico apenas estaba allí.

    —¿Cómo podía haberles avisado? Ella no llevaba nada.

    —Es una Oradora. - Yilda tocó la frente de la chica con el dedo. —Está conectada aquí.

    —Entonces, ¿cómo sabes que no los ha avisado?

    —Porque no los ha avisado, - dijo él. —Esoes todo lo que necesitas saber. Ahora ponte la ropa.

    Ayudó a Hebuiza, que se balanceaba torpemente intentando ponerse unos pantalones cortos.

    Liis miró de nuevo a Yilda. Pero estaba ausente, preocupado en ayudar a Hebuiza. Liis los maldijo a ambos en silencio.

    Volvió a su mochila y sacó unos pantalones cortos, una camiseta blanca y unas botas. Se sentó en el suelo y se vistió con un brazo trabajosamente. Cuando se puso las botas, tensó las correas tan fuerte como pudo y aún así las sentía demasiado grandes para sus pies.

    Se levantó. Echó mano al bolsillo de sus shorts y sacó el reloj que Hebuiza había fabricado para ellos. En su pantalla verde rezaba: 5-01:12. Quedaban algo más de cinco días. Lo guardó en el bolsillo

    Yilda se levantó a su lado, claramente impaciente por moverse. A su lado, Hebuiza había terminado de ensamblar su rifle de aire y estaba ahora cargando los dardos.

    —¿Preparados?

    —¡No!

    Incluso Liis quedó sorpredida por la vehemencia de su propia respuesta. Sin embargo, una vez que la había dejado salir, su resolución se acentuó de pronto. Nada de aquello tenía sentido. No iba a mover un dedo hasta que le dieran respuestas razonables.

    —No, no estoy preparada, - dijo ella mirando a Yilda.

    Imaginaba cómo debería parecerle su cara a él: salvajes marcas blancas aliviadas por estrechas zonas de piel sonrojada.

    —No daré ni un paso más hasta que te expliques. Si Nexus está tan avanzado, ¿por qué se tropezó con nosotros tan fácilmente? Estaba tan sorprendida de vernos como nosotros de verla a ella. De hecho, ¿por qué no está el resto de ellos aquí ahora para ayudarla? ¿Dónde demonios están? - Liis frunció el ceño y movió la cabeza hacia la chica. —¿Y por qué hacerle esto? ¿Por qué incapacitarla, como tú lo llamas? Está prácticamente muerta. ¿Por qué no matarla y haber terminado con el problema?

    Yilda miró a Liis sin sorpresa o miedo. Si su cara revelaba algo, sólo podría ser una ténue curiosidad con un ligero toque de diversión

    (Trata de provocarme.), pensó Liis. (Quiere ver lo lejos que estoy dispuesta a llevar esto.)

    Ella apretó los dientes.

    Yilda se encogió de hombros y la sonrisa maliciosa desapareció.

    —Como quieras. Había planeado poneros al corriente pronto de todos modos. - Separó los labios y pasó la lengua por sus dientes tallados. —El hecho crucial es comprender la dinámica, sí, de la situación: los Oradores están atrapados aquí tanto como nosotros. Son, de hecho, prisioneros.

    (¿Prisioneros? ¿De qué demonios está hablando?) - Liis miró a Hebuiza cuyas cejas se habían levantado en una expresión inconsciente de sorpresa.

    (¿No le había confiado Yilda nada de esto a él tampoco?) - Sintió un nudo de temor en el estómago. (¿Les había mentido sobre todo lo demás?)

    —Esta es una estación repetidora, ¿verdad?

    —Sí. Esa es la razón por la que los Oradores son prisioneros. Son un recurso extremadamente valioso para Nexus. De modo que se les trata muy bien. Pero están aislados aquí, a años luz del círculo de los Pro-Locutores, que son los que toman las verdaderas decisiones, y están apartados del alcance de la autoridad. Aquí fuera, a esta distancia del Concentrador, sería muy sencillo fomentar la disidencia. A los Oradores del domo no se les da ninguna herramienta que pudiera tentarlos a redefinir los, ah, paradigmas de facción de Nexus.

    —Todavía no tiene ningún sentido, - dijo Liis. —¿Por qué iban a estar de acuerdo con eso?

    —Porque no conocen otra cosa. Son clonados aquí por simples inteligencias niñera. Sólo que no están provistos con mejoras de inmortalidad. Aunque viven más tiempo que nosotros, envejecen, a diferencia de sus colegas de los mundos individuales o del Concentrador. Por eso son menos ruidosos. Sí. Lo que también significa que son vulnerables. - Yilda sopesó su rifle. —Con toda seguridad, las nuestras son las únicas armas en este mundo. Los Pro-Locutores no proporcionarían nada con lo que pudieran hacerse daño.

    Liis inclinó la cabeza hacia la chica, cuyo brazo derecho se había sacudido de repente. Un gimoteo de bebé emergió de su boca.

    —Si lo que dices es cierto, ella no podía haber hecho nada para herirnos.

    —Así que, ¿por qué la eliminé? - Yilda terminó la pregunta por ella. —La sorpresa es esencial. - Movió una mano para presentar el domo, el bosque, el lago, todo. —Esta biosfera entera se controla mediante inteligencias rudimentarias. Funciona como sistemas autónomos. Sí. Mantiene este entorno benigno y proporciona servicios básicos a los Oradores, pero no tiene procesos sofisticados de razonamiento. Nada que pudiera volverse contra los maestros en el Concentrador. Ciertamente, nada lo bastante sofisticado para entender lo que somos o la amenaza que presentamos. Se mantiene un detallado registro de las bioseñales y patrones de ondas cerebrales de cada Orador y por eso el domo los reconoce. Pero para esas inteligencias, somos simplemente impulsos eléctricos sin importancia, no más relevantes que los de los animales que habitan este bosque. Somos, en efecto, invisibles. Así es cómo hemos conseguido entrar. Y por eso no la he matado directamente. El cese de su actividad cerebral habría disparado una alarma, una que habría alertado a los otros Oradores y les habría traído aquí.

    —¿E interferir su mente no lo hará?

    —No. Una muerte cerebral parcial hace que las inteligencias ignoren a los Oradores.

    —Esoaún no explica cómo puede esta gente defenderse.

    —Es bastante sencillo. - Yilda suspiró como si la respuesta fuese evidente. —Una vez que los Oradores sean conscientes de nuestra presencia, informarán al Concentrador. Si los Pro-Locutores nos consideran una amenaza, proporcionarán a los Oradores de aquí las instrucciones necesarias para crear armas a partir de los materiales que tengan. Armas mucho más poderosas que las que tenemos. Hay otros diecisiete Oradores activos aquí. Es esencial que demos cuenta de tantos Oradores como podamos antes de que perciban nuestra presencia.

    (¿Dar cuenta de ellos? Se refiere a borrarles la mente como ha hecho con esta chica.)

    —Toma. - Yilda cogió la mochila de Liis y se la lanzó. Ella se vió obligada a cogerla con su brazo bueno. —Tenemos que encontrar al resto de Oradores tan pronto como podamos.

    Liis se quedó inmóvil, ponderando lo que Yilda acababa de decir. Sus explicaciones eran plausibles, pero ella sabía que podía estar mintiendo sobre todo, como lo haría Hebuiza si sintiese que hacerlo jugaba a su favor. Por otro lado, ¿qué ganaba él mintiéndola ahora? Quizá mentía como un acto reflejo, como un Posibilitador. Y aún quedaba la cuestión de cómo tenía tan íntimo conocimiento del domo y sus habitantes. A Liis le empezó a doler la cabeza, tanto por la fatiga física como por el intento de dar sentido a lo que, estaba segura, eran verdades a medias.

    —Tenemos que ponernos en marcha, - dijo Yilda.

    La cogió del brazo y empezó a llevarla hacia el lugar donde había irrumpido la chica entre los arbustos.

    —He eliminado una Oradora. Tarde o temprano se la echará en falta. Tienen turnos para reenviar las comunicaciones entre los mundos. Tres grupos de seis, si mis datos son correctos. Cuando ella no aparezca para el suyo, empezarán a buscarla.

    A pesar de sus recelos, Liis se dejó arrastrar. Se giró para echar una último vistazo a la Oradora. Los ojos de la chica estaban en blanco y le temblaba todo el cuerpo. Liis quiso odiarla más de lo que odiaba a Hebuiza y Yilda. Pero todo lo que sentía mientras los árboles se cernían sobre ella era una inexplicable simpatía, como si la chica fuese su aliada y los Posibilitadores sus enemigos.

    Cincuenta metros bosque adentro, encontraron el sendero que la chica debería de haber usado. Casi de un metro de ancho y cubierto de una alfombra esponjosa de sedimento, se adentraba a través de un túnel de denso follaje y se perdía rápido de la vista en ambas direcciones. Blancas y suaves rocas limitaban los laterales del camino como el camino de un jardín más que como un sendero en un bosque.

    Sin dudarlo, Yilda saltó sobre el bajo límite del sendero y se abrió camino hacia la derecha con el rifle preparado. En la reducida gravedad y sin peso que arrastrar, daba largos y rápidos pasos que reducían distancia. Hebuiza iba detrás de él, medio saltando, medio corriendo en su fatiga con las manos alrededor del corto mango de su arma. Liis le había visto practicar con el arma fuera de la instalación de estasis. Usaba como munición dardos de condensación que no sólo perforaban la corteza del tronco de los árboles sino que también dejaban amplias marcas chamuscadas cuando se descargaban durante el impacto. En su estado actual, le alegró no estar delante de él: la boca del arma se movería arriba y abajo tras ella.

    El sendero se enroscaba y giraba, serpenteando alrededor de pequeñas subidas y bajadas entre árboles de gruesos troncos. Más adelante, la bóveda bosqueal era contínua, ramas se cerraban sobre ellos como el techo de una cámara que filtraba una luz silenciada verde botella. Las matas se hacían más densss. Altos arbustos con hojas en forma de lágrima y delgadas ramas curvas se reunían a un lado del camino formando una pared impenetrable verde y marrón. Y aún así, el camino no estaba obstruído, como si el crecimiento comprendiera que no tenía que perturbar el sinuoso sendero.

    Frente a los matorrales, el crecimiento era espartano, consistente en grupos de pequeños arbustos con hojas redondas verde oliva con una raya naranja, como una pincelada, en el centro. El bosque era silencioso salvo por el suave golpe sordo de sus propias pisadas.

    Yilda se movía el doble de rápido y Hebuiza se esforzaba por seguirle con paso torpe, pero ya estaba flaquendo. Liis podía entenderlo: ella misma estaba exhausta, con piernas de plomo y la cabeza confusa. Ahora le dolía el brazo despiadadamente. Se preguntó de dónde sacaba aquel hombrecillo sus reservas de energía.

    Minutos pasaron y Yilda desapareció entre los giros delante de ellos. No tardó Liis en echar vistazos de él en la distancia a través de huecos en el bosque. Al fín, se perdió de vista por completo. El paso de Hebuiza decaía, se detuvo mareado en mitad d camino.

    (Está acabado.) - pensó Liis mientras andaba hacia él.

    No sintió pena y le dijo rudamente: —Estás bloqueando el...

    Hebuiza le siseó y deslizó la mano en el aire para interrumpirla. Batió el área con la punta del arma y apuntó a un grupo denso de matas con hojas de bisturí de puntos rosa oscuro y flores de lavanda

    Liis pasó al lado de Hebuiza para ver mejor.

    Algo negro explotó desde el arbusto y salió disparado hacia ellos. Un grito agudo perforó las tinieblas y rasgó como papel de lija todos sus nervios. El Posibilitador dejó caer el arma y liberó su propio alarido, reculando con los brazos protegiendo su rostro. El pájaro, pues ahora Liis podía ver sus extensas alas brillantes batiendo fuertemente, falló por poco y se zambulló dentro del bosque, emitiendo un extraño silbido hueco mientras se perdía en las tinieblas.

    El Posibilitador estaba de rodillas con los ojos mirando al suelo y con las manos temblando incontroladamente. Sus hombros se elevaban mientras jadeaba como si estuviera hiperventilando.

    Liis oyó el sonido de unas pisadas. Yilda regresaba corriendo rodeando un meandro del camino y apareció de pronto, arma en mano, con los ojos apuntado a todo el espacio entre ellos y el bosque circundante.

    —Un pájaro. - dijo Liis con el corazón aún latiendo a doble ritmo. —Un maldito pájaro. - miró disgustada a Hebuiza.

    Yilda maldijo y bajó el arma. La sujetó con una mano y usó la otra para recoger el arma de Hebuiza donde había caído. Le entregó el arma rudamente al pecho del otro hombre y la mantuvo allí hasta que Hebuiza la envolvió con sus brazos como un niño hubiera agarrado su juguete de peluche.

    —Arriba. - dijo Yilda.

    Hebuiza se levantó titubeante con los ojos apartados de Yilda. Aún estaba temblando.

    —Tenemos que descansar, - dijo Liis, no por compasión del Posibilitador, sino por la suya propia.

    —No tenemos tiempo. - dijo Yilda fríamente. —Sólo nos quedan algunas horas antes de que sepan que estamos aquí.

    Colocó el rifle en el suelo y buscó en su mochila. De uno de los bolsillos sacó un pequeño contenedor cilíndrico. Abrió la tapa y vertió varias píldoras en su palma. —Tomad. - Les tendió la palma. —Estimulantes. - Como ninguno se movía, Yilda puso la mano bajo la nariz de Hebuiza. —¡Cógelo!

    Hebuiza alzó su mano y consiguió cerrar sus dedos en una píldora. La colocó encima de la lengua y la tragó.

    —Tú también, - dijo Yilda, llevando la mano hacia ella.

    Liis observó primero a Hebuiza. Su temblor empezaba a remitir. Parpadeó y miró a su alrededor como si acabara de despertar. Reafirmó los hombros, que habían estado encorvados durante días, y balanceó el arma hasta la posicioon de combate. Sus ojos relucían en una cabeza perfectamente inmóvil. Ella se preguntó qué tipo de droga podría hacer tan dramático cambio en tan poco tiempo. Ciertamente, ninguna que Bh'Haret pudiera ofrecer. Hebuiza estaba meciéndose ahora con energía contenida.

    —Estoy preparado, - dijo él con urgencia. —¡Vamos vamos vamos!

    —¿Y bien? - dijo Yilda.

    Reluctantemente, Liis cogió una píldora y la puso en la lengua. Los músculos de su garganta se tensaron y tragó. La píldora quedó trabada en la garganta seca y no bajó del todo.

    —Bien. - Yilda cogió el rifle y se alejó trotando por el sendero. Hebuiza le siguió ansiosamente.

    Liis esperó hasta que hubieron pasado la curva y luego escupió la píldora azul. Echó a correr tras los Posibilitadores, obligando a sus doloridas piernas a moverse como si estuvieran llenas de la misma energía revitalizante que poseía a las de Hebuiza.

    Bajaron hasta un puente que cruzaba un arroyo y continuaron el sendero hasta un cruce. La rama derecha conducía de vuelta al muro del domo, la izquierda llevaba hacia el corazón de la estructura.

    Yilda tomó la izquierda.

    A través de los árboles, se veía una línea de blancas estructuras cilíndricas. Le recordaron a Liis a tanques de combustible excepto que eran más grandes que los de los espaciopuertos y aerozonas de Bh'Haret. Cada uno tenía cuatrocientos metros de diámetro y quizá doscientos de altura. Estaban hombro con hombro sin espacios visibles entre ellos. Tras los cilidros había un fondo oscuro que Liis había pensado que sólo era una parte descolorida del domo pero que, mientras la visión se despejaba, vió que era la cima inclinada de una montaña.

    El sendero ascendía por una loma y los cilindros aún estaban a cientos de metros de distancia. Colgando de las porciones más bajas, había edificios planos de material marrón. Hasta este momento, habían permanecido ocultos tras la loma, pero ahora Liis podía verlos agruparse en la base de los cilindros haciendo un circuito contínuo que se extendía unos cincuenta metros hacia los campos. El sendero que habían tomado conducía al edificio más grande de todos.

    Yilda continuó el ritmo hasta abandonar el sendero de tierra y entrar en una amplia calle pavimentada que llevaba por una gran avenida hasta los edificios. En pocos momentos legaron a la unión de esa avenida con otra que rebañaba los edificios y desaparecía en todas direcciones siguiendo la curva gradual de los cilindros. Yilda cruzó este último tramo hasta quedar delante de un portico con un sencillo dintel de metal niquelado.

    Yilda entró en la abertura con Hebuiza en sus talones. Liis apenas podía seguirles cuando cruzó el portal. El interior era un lóbrega sala. Liis pisó el suelo y lo notó suave. El polvo y el humo arruinaba los detalles. Dió algunos tentativos pasos hacia adelante y casi choca con Hebuiza.

    —¿Dónde demonios están las luces? - preguntó ella.

    —No se activarán con nosotros. - dijo la voz de Yilda un poco más adelante. —Aquí todo está programado para las bioseñales de los Oradores. Luces, puertas, ventanas.

    Un rayo de luz ámbar perforó las tinieblas. Surgía del otro lado de la sala donde descendía una escalera lo bastante estrecha para que una persona bajara hasta las tinieblas.

    —Están por ese camino. - la voz de Yilda temblaba de anticipación. —¡Rápido! - Movió la cabeza hacia las escaleras y Liis vió que el cañon de su rifle proyectaba un amplio rayo de luz. —Si los encontráis, no matéis a nadie salvo que vaya a escapar, - dijo antes de desaparecer bajando los escalones de dos en dos.

    —¡Espera! - gritó Liis.

    Cuando su luz había barrido el lugar, ella había visto que había otras puertas en la sala, incluyendo una doble puerta que parecía tallada en madreperla. También le había parecido ver otra escalera espiral a la derecha.

    —¿Cómo sabes que están en esa direcccion?

    Pero Yilda había desaparecido y Hebuiza pasaba justo ahora a su lado y se lanzaba escaleras abajo.

    —¡Mierda! - gritó Liis a la sala vacía. —¡Mierda! - Luego bajó las escaleras tras ellos.

    Bajaron varios centenares de escalones antes de que la escalera terminase en la entrada de un gran pasillo. A juzgar por la dirección del pasadizo, Liis apostaba que recorría la parte inferior de las masivas estructuras cilíndricas. Yilda, había estado esperando pacientemente al pie de la escalera y siguió corriendo pasillo abajo tan pronto vió el pie de Liis tocar el suelo. Hebuiza le siguió de inmediato.

    Los Posibilitadores ya estaban fuera de su vista y Liis pudía oir el rído de sus pisadas. Se esforzó por continuar y tropezó. Su palma golpeó la superficie del muro y la vibración resintió su brazo herido. El dolor empaño su visión. Jadeando, rodóo hacia un lado, se levantó tratando de ignorar el dolor y siguió avanzando por el pasillo. En la distancia había una hilera vertical de luces brilllantes y Liis avanzó hacia ellas apretando el paso. Paso por una ventana que mostraba una vista superior de una catarata que rompía en un lago.

    (Estoy al pie de la montaña.)

    No habia nadie a la vista.

    Corrió hacia adelante buscando alguna señal de los Posibilitadores. Más adelante, le parecío que Hebuiza pasaba por un cono de luz y desaparecía en una intersección. Ella sabía que habían pasado a otra habitación. Llegó al cruce y vió un umbral delante de una cámara téenuemente iluminada en su interior.

    Gritos apagados reverberaban en el túnel hasta el umbral, seguidos por el distintivo sonido del rifle de impacto de Hebuiza.

    Liis corrió hacia la habitación donde una figura desnuda yacía bocabajo a sus pies.

    Un hombre gordo con su panza cayendo a ambos lados como un balón deshinflado, se golpeaba la frente en el suelo rítmicamente y se reía en cada convulsión. Superando su repulsión, Liis lo sorteó y observó la habitación.

    Era una estructura hexagonal con paredes hasta una cúpula en bóveda de color pastel. A veinte metros de distancia, Yilda estaba bajo la cúspide de la cúpula donde se reunían los seis bordes de las paredes como los radios de una rueda. Un cuerpo desnudo yacía en uno de los numerosos sofas, un segundo cuerpo se había deslizado parcialmente de su sofa en el muro opuesto. Liis no había oído la desarga del arma de Yilda, pero su sonido había sido casi inaudible cuando la usó en el lago por primera vez. Yilda, descansando el mango del rifle en su cadera y el cañon apuntando hacia arriba, se giró despacio observando su obra.

    Un sonido como el de un niño gimiendo llamó la atención de Liis. Se giró y vió que Hebuiza estaba a su derecha cerca del muro de la cámara. A sus pies había tres cuerpos más pero estos Oradores no habían sido incapacitados. Estaban sentados juntos con la espalda apoyada en la pared y las cabezas mirando al suelo. El del medio estaba agarrándose el muslo y la sangre manaba entre sus dedos. Sollozaba y Hebuiza apuntaba al cráneo del hombre con la boca de su arma.

    —Te dije que no los dañaras. - dijo Yilda.

    Hebuiza alzó la vista. —Se iba a escapar. - dijo petulantemente con su grave voz reverberando en el cielo abovedado. —Me dijiste que no dejara escapar a ninguno.

    —Ahora probablemente será inútil. - suspiró Yilda. —Muestráme su cara.

    Colocando el canón del arma bajo la barbilla del hombre, Hebuiza enderezó la cabeza del Orador. Los ojos del hombre estaban vidriosos, sin enfoque y sus facciones contorsionadas en una mueca de dolor. Pero Liis lo reconoció al instante. Tenía la cara de Yilda.

    Liis se giró para mirar a Yilda. Con una mano, el Posibilitador sopesó su rifle. Esta vez Liis estaba lo bastante cerca para oir el sordo golpe de la descarga del arma. El hombre con la cara de Yilda cayó hacia atrás como si le hubieran golpeado en la cabeza con una tabla. Luego, quedó laxo entre los brazos de los otros dos Oradores.

    —Dulces sueños, - dijo Yilda a su gemelo.

Capítulo 45

    

Capítulo 45 - Los Gemelos. 6 Días restantes

    —Se os espera.

    Las palabras aturdieron a Sav, pero la frase había transformado a Josua: se había puesto rígido, los tendones sobresalían de su cuello, la sangre pareció drenarse de su cara. Miraba la palabra fosforescente en la pantalla del puesto de comunicación:

    —Enlace Establecido.

    —Viracosa.

    Era la mujer otra vez. Su entonación era claramente elaborada, como si no estuviese habituada a vocalizar los fonemas del lenguaje.

    —Están en ruta de aproximación al espacio de Nexus. Las leyes de interdicción prohíben la entrada a este espacio a las naves no afiliadas y las naves afiliadas con armamento. Si mantiene el rumbo entrará en violación de ambas prohibiciones y de otros catorce puntos menores de conducta inapropiada, en... - Una pausa. —... veintiuna punto tres horas del tiempo estándar de Bh'Haret. Confirme.

    Sav había configurado el circuito de comunicación en modo de sólo recepción. El panel había cambiado de rojo contínuo a rojo intermitente para indicar que se había estsblecido un enlace de mensajes entrantes. Sav levantó un auricular de su soporte al lado del panel de comunicación y se lo puso. Luego llevó la mano al interruptor de transmisión pero Josua le apartó la mano.

    Sav giró su silla para mirarle de frente.

    —¿Cuál es tu maldito problema?

    —No! - La cara de Josua se había retorcido. —Es decisión mía.

    Dobló las manos en puños. Los nudillos de su mano derecha estaban arañados y ensangrentados y Sav recordó el panel aplastado de su cápsula de estasis.

    —Solicito confirmación, Viracosa.

    —Tenemos que hablar con ellos. - Sav trató de mantener la voz neutra. —Para eso estamos aquí. Hemos venido a negociar la cura, ¿te acuerdas?

    —Negociar, - repitió Josua.

    La confusión parecía mezclarse con su resentimiento, diluirse con él. Luego, su rabia se disipó o, para ser más preciso, Josua pareció reprimirla, engulléndola como una píldora amarga.

    —Sí, - dijo rudamente deshaciendo los puños y flexionando los dedos. —Por supuesto. - Caminó indeciso hacia el puesto de piloto y se dejó caer en el asiento. Agarró los reposabrazos de la silla. —Procede.

    Sav pulsó el botón del conmutador de transmisión. La pantalla cambió de rojo a verde. —Esta es La Viracosa, - dijo Sav.

    —Viracosa, esta es la Noviciada Lien de la plataforma de observación Aogista 12-42-1031. Le hemos estado esperando.

    (Lo sé.), pensó Sav irritado. (Ya me lo has dicho.)

    —Se le solicita que altere rumbo o estará contraviniendo dos de las mayores interdiccciones comentadas antes y las siguientes menores: entrada en el espacio Nexus con una nave no registrada; fallo al cumplir con las directivas emitidas por un representante del concilio de los Pro-Locutores; uso de un motor de fusión de Nivel Cero en el espacio de Nexus... - La voz siguió parloteando la lista de transgresiones.

    La mente de Sav se disparaba. La mujer había dicho que les estaban esperando. ¿Se refería a que habían sido rastreados durante mucho tiempo o a que Lís y los otros habían tenido éxito en su misión?

    —Viracosa, ¿confirma? - La lista, aparentemente, había terminado.

    Hasta que supieran más, era mejor no comprometerse.

    —Somos incapaces de cumplir, - dijo Sav.

    Silencio, salvo la estática de fondo. Luego, —Por favor, clarifique.

    Josua se pasó el dedo por el cuello indicando que cortase las comunicaciones. Sav dijo, —Un momento, - y levantó su pulgar. La pantalla quedó roja de nuevo.

    —Podemos adelantarles, - dijo Josua. —Mira.

    Mientras Sav mantenía esta breve conversación con la mujer, Josua había estado tecleando en el panel del piloto. La pantalla se llenó de varias columnas de figuras.

    —He comprobado los datos. Aún tenemos bastante velocidad. Si cortamos la deceleración ahora, es improbable que nos alcance antes de que lleguemos al Concentrador. Asumiendo, por supuesto, que no pueda exprimir más Ges de aceleración de su nave.

    Sav estaba confundido.

    —No lo entiendo. ¿Por qué íbamos a querer adelantarles?

    Josua pareció molesto por la pregunta de Sav.

    —Porque no tenemos tiempo para tratar con esa nave. Tenemos que llegar al Concentrador. Recoger el antídoto.

    (Podría tener razón.), pensó Sav.

    No había modo de saber si la nave que patrullaba el espacio de Nexus tenía la capacidad para sintetizar un cura. Sav miró a Josua y este cruzó los brazos y se reclinó en el asiento. Pero aún podía ser sólo una excusa. Esa nave sí podría ser capaz de sintetizar una cura y a Josua no parecía importarle.

    (Parece que tiene sus propias razones para llegar al Concentrador. Algo que no me quire contar.

    —¿Y bien?

    Sav pulsó la tecla de transmisión.

    —Noviciada Lien. Hemos puesto rumbo al Concentrador, - empezó Sav. —No tenemos reservas de combustible.

    No era cierto pero la mujer no podía saberlo a menos que los drones de ahí fuera tuvieran algún medio de escanear las bodegas de La Viracosa.

    —Estamos obligados a seguir nuestro rumbo.

    —Consultaremos a las autoridades del Concentrador.

    Apareció el mensaje de —En espera - y la pantalla quedó de color amarillo. La nave de Nexus aún estaba a más de una hora luz del Concentrador. La siguiente transmisión se retrasaría, por tanto, dos horas sin contar el tiempo necesario de pasar la informacíón por la jerarquía hasta que se tomara una decisión. Con toda seguridad, pasarían varias horas antes de que Lien recibiera instrucciones. Sav se reclinó en el asiento preparado para una larga espera.

    Pero la luz de conexión parpadeó casi de inmediato y la pantalla cambió a verde de nuevo. Sav abrió un circuito bidireccional.

    —Solicitud denegada, - dijo la mujer.

    Josua se agarró a los brazos de su asiento.

    —Una Oradora, - siseó. —¡Tienen una Oradora a bordo!

    Y a alguien en la autoridad esperando para tratar con nosotros, razonó Sav. Tenían una respuesta preparada. Esoparecía confirmarlo: Nexus sabía de la existencia del grupo de Yilda. Pero, ¿había Yilda alcanzado ya sus objetivos?

    —No se le permite la entrada a la zona de exclusión.

    —No tenemos destino secundario. - respondió Sav para ganar tiempo con el que pensar sobre la situación. —Nos quedamos sin combustible.

    —No se le permite la entrada a la zona de exclusión.

    Se acabó. Habían llegado a un punto muerto. Lo único que les quedaba por hacer era iniciar el proceso que habían planeado tanto tiempo atrás. Sav empezó a rimar el primer grupo de códigos que había memorizado antes de dejar Bh'Haret:

    —Uno, uno, dos, cuatro, siete, uno, tres, dos, cuatro...

    El sudor le empapaba la camiseta. Con voz que sonaba fatigada y demasiado alta para él, añadió:

    —Cualquier intento posterior de interferir resultará en la muerte de un Orador. ¿Me recibe?

    Sin respuesta.

    Sav esperó algunos segundos y repitió la secuencia:

    —¿Me recibe?

    —Recibido. La contrasecuencia es Beta, Epsilon, Epsilon, Alfa, Ro.

    Sav no podía creer lo que estaba oyendo. Era la respuesta correcta.

    (¡El grupo de Yilda lo había conseguido!)

    —Solicito la transmisión de la segunda clave, Viracosa.

    Los códigos y repuestas eran el enlace entre sus dos escenarios: una predererminada secuencia de números y palabras aparentemente aleatoria. Sabían que no podían fiarse de la veracidad de ningún mensaje que los Oradores pudieran pasar entre ellos. Habían inventado una serie de códigos para pasarse información básica de un extremo a otro. Sav y Josua habían memorizado una docena de ellos. Como precaución, ninguno sabía los códigos del otro, aunque ambos conocían lo que significaban las respuestas de Yilda. Josua y Sav alternaban las claves que les pasaban a los Oradores del Concentrador y que estos transmitían luego a la estación repetidora. Yilda les respondía inmediatamente su contrasecuencia por el mismo canal. La única diferencia destacable era que los códigos que Yilda les pasaba también incluían valores temporales que indicaban cuándo debían transmitirse la siguiente secuencia desde La Viracosa. Si Yilda encontraba cualquier retraso no ordenado o cualquier secuecia incorrecta ejecutaba a un Orador.

    —Viracosa, estamos esperando la siguiente clave.

    El mensaje que Yilda les había enviado requería un código de confirmación dentro de tres minutos. Sav miró hacia Josua.

    —¿Y bien?

    Pero Josua parecía perdido en sus pensamientos, observando intensamente a su tablero.

    —La clave. - Sav trató de apartar de su voz la urgencia que sentía. —Tienes que enviar la siguiente clave.

    —Ya, - respondió Josua saliendo de su ensueño.

    Recogió sus auricularesz, se inclinó sobre el micro y golpeó el botón para abrir su canal de comunicaciioon. Se aclaró la garganta y habló despacio:

    —Josua, Sav, Ruen.

    Era la secuencia que le hacía saber a Yilda que estaban a punto de iniciar las negociaciones.

    —Hebuiza, Liis, - llegó la respuesta.

    Sav negó con la cabeza de incredulidad. El plan de Yilda parecía estar funcionando y les había dado una hora antes de que esperara una respuesta. Pero, ¿por dónde empezar? Quizá sería mejor averiguar exactamente lo que sabían.

    —Noviciada Lien, - transmitió Sav, —¿Comprende su situación?

    —Hemos sido informados de las circunstancias en...

    La mujer pronunció una palabra con sílabas guturales retorcidas que Sav no entendió, pero que supuso se referían a la estación repetidora

    . —Hemos deducido el resto. Contraviniendo lo estipulado en el Programa de Ascensión, deseáis que os proporcionemos un antídoto para vuestra plaga.

    (Sí. Para nuestra plaga, dice.) - pensó Sav.

    Las palabras eran una muestra de desfatachez, pero Yilda les había advertido que Nexus nunca admitiría ser responsable. No podían. Cualquier confesión de ser agentes del genocidio destruiría de golpe milenios de una imagen cuidadosamente cultivada en los mundos de la Poliarquía y de sus aspirantes. Las repercusiones políticas, la incertidumbre y la consecuente intranquilidad serían devastadoras.

    —Solicitamos la transmisión de sus demandas.

    Sav abrió una pantalla que Hebuiza había preparado en Bh'Haret y la leyó.

    —Primero: pedimos el antídoto. Segundo: pedimos combustible para La Viracosa. Tercero: pedimos salvoconducto seguro de regreso a Bh'Haret. Cuarto: pedimos garantía de que ningún miembro de esta tripulación o de la que está en la estación repetidora será dañado directa o indirectamente, por acción de Nexus o sus agentes, ni ahora ni en el futuro. Quinto: pedimos garantía de que no habrá ninguna acción punitiva directa o indirecta, contra Bh'Haret o cualquiera de sus habitantes o internados en estasis, en las colonias o en las naves de salto, por Nexus o sus agentes, ni ahora ni en el futuro. Sexto: pedimos que Nexus asista, usando todos sus medios posibles, en la recuperación de Bh'Haret como hábitat viable y con la repoblación de nuestro mundo por nativos de sus colonias o en estasis. Séptimo: pedimos que Nexus nos entregue el catálogo de tenconología de nivel IV a nosotros y los mundos no afiliados siguientes... .

    La lista seguía con varias demandas más. La lista que incluía como última demanda la declaración de responsabilidad, iba a ser emitida a todos los mundos afiliados y no afiliados. Pero esta demanda, como muchas otras de las estipuladas, eran espurias. Parte del plan de Yilda para adelantar demandas razonables como un punto de inicio para las negociaciones. Esto, les había dicho a Sav y a Josua, permitiría a Nexus salvar la cara al suprimir sus demandas hasta dejar sólo las cinco primeras esenciales.

    —¿Algo más?

    (¿No había un indicio de sarcasmo en la voz de la mujer?)

    —No. Esoes todo. - Sav comprobó el reloj de su pantalla. —Tienen sesenta minutos para decidir. Si no recibimos respuesta en ese periodo de tiempo, un Orador será ejecutado.

    —Recibido, Viracosa. Sus demandas serán transmitidas a los Pro-Locutores.

    La pantalla cambió al color amarillo y el canal quedó en modo de espera de nuevo. Sav se reclinó en el asiento y soltó el aire.

    —Lo has hecho perfecto. - dijo Josua sentado rígidamente en su asiento del puesto del piloto. Empezó a tamborilear con los dedos sobre el panel a un ritmo contínuo.

    —Sí, - respondió Sav. —Sin problema.

    Esperaron cincuenta y tres minutos.

    —Viracosa. Estamos preparados para discutir sus demandas.

    Quedaban siete minutos antes del envío de la siguiente secuencia. Sav, que había estado paseando por el estrecho pasillo entre el tablero de mando y la pared del centro del puente, corrió tan rápido como pudo al puesto de comunicación cuando centelleó la señal de solicitud de mensaje. Se colocó los auriculares y abrió el circuito. Josua, aún en su asiento del piloto, se incorporó.

    —¿Discutir? - dijo Sav sin aliento y sudando. —¿Qué significa eso?

    —En el corto tiempo que nos han dado, hemos examinado sus demandas. Estamos de acuerdo en acceder a varias. Otras, sin embargo, requerirán más deliberación.

    —La siguiente clave debe regresar a la estación repetidora en... - Sav comprobó su reloj, —Justo seis minutos. Así que será mejor que dejes de malgastar saliva y me digas lo que estáis dipuestos a darnos.

    —Combustible. Salvoconducto. Esas son las que podemos garantizar.

    Ninguna mención a la primera demanda: el antídoto. —Sabes que esas cosas no tienen valor sin la cura.

    —Sí. - respondió la mujer. —Pero lo que piden es imposible. ¿Cómo podemos suministrar un antídoto para una enfermedad que nunca hemos visto?

    —Entonces no tiene sentido que continúe esta discusión. - disparó Sav como espuesta. —El primer Orador morirá dentro de cinco minutos.

    —Me han dado instrucciones de que le informe de que haremos todo lo que esté en nuestro poder para sintetizar un antídoto, aunque no anticipamos que no surja algún problema para sintetizar un nano-agente molecular que desactive o repare los efectos nocivos de su plaga. Solicitamos primero muestras de tejido y sangre para el análisis. Sólo con los resultados del análisis seremos capaces de confirmar un amplio espectro de antídotos.

    (Muestras.) -

    Sav silenció el canal y soltó una maldición. ¿Por qué no se les había ocurrido esta posibilidad? Yilda les había dicho que Nexus nunca admitiría ser responsable. Por supuesto que necesitaban muestras. ¿Cómo iba curar una plaga que no había causado? Sav pulsó el botón.

    —Danos tiempo para preparar las muestras y hacer los arreglos para la transferencia.

    Lo que esos arreglos eran, Sav no tenía ni idea. Pero ya se le ocurriría algo.

    —Comenzaremos los análisis tan pronto como recibamos las muestras. Para acelerar el proceso, solicitamos que altere rumbo para rendezvous con esta plataforma.

    —Sí, - dijo Sav. —Llevará poco tiempo del tiempo perdido. Por favor, aguarde mientras...

    —Al habla el comandante de La Viracosa. Deseo hablar con el Orador a bordo de su nave. - Josua había conectado el circuito de comunicación.

    —Yo soy una Oradora - respondió la mujer. Sonaba molesta, como si sintiese que había sido insultada. —No hay nadie más en esta plataforma.

    Sav se sorprendió de que la mujer revelara esta información. Quizá confiaba tanto en su capacidad para manejar la situación que no le importaba lo que supieran dos hombres desesperados de un planeta pacífico.

    —No cambiaremos nuestro rumbo actual, - dijo Josua fríamente, —hasta que recibamos el antídoto. - indicó a Sav que cortara la conexión.

    Sav levantó el pulgar.

    —¿Qué estás haciendo? ¿Nos ahorramos un par de horas si cambiamos de rumbo.

    —Unas cuantas horas no suponen ninguna diferencia. - respondió Josua. —Y es demasiado pronto para empezar a hacer concesiones.

    —¡Viracosa! Su canal de transmisión se ha interrumpido. Por favor, responda.

    —¿Concesiones? ¿Es que eso era una concesión?

    —¿No lo oyes? - preguntó Josua, acercando una oreja al altavoz de cabina. —Está disustada. Está ansiosa por sacarnos del espacio de Nexus. A sus maestros les pone nerviosos que vayamos hacia el Concentrador. - Josua se encogió de hombros. —No me preguntes por qué. No puedo adivinar qué tipo de amenaza podemos presentar. Pero, por la razón que sea, sienten que somos una amemaza y todo lo que los pone nerviosos incrementa su deseo de negociar. Ahora, reconéctame.

    —Viracosa. Esta es la Noviciada Lien. Solicito que reabra su circuito.

    Reluctantemente, Sav pulsó el botón.

    —Noviciada Lien, - dijo Josua tranquilamente, —mantenemos nuestro rumbo actual. Nuestros instrumentos indican que habéis planeado una trayectoria de interceptación

    —Sí.

    —Entonces, la transferencia de las muestras tendrá lugar en el punto de interceptación. Pondremos las muestras en el tubo de proa del muelle de emergencia de nuestra nave. Cuando se complete la maniobra rendezvous, podrás recogerla allí. Tendrás que recuperarla personalmente. Tu nave no se aproximará más de mil metros y deberás atravesar el espacio intermedio tú sola, sin umbilicales y con el equipo AEV mínimo. Dejarás tu nave y entrarás en el tubo sin remotos ni cualquier otra maquinaria. Si no aceptas estas condiciones, no transmitiremos la siguiente secuencia. ¿Has comprendido?

    —Entendido. Pero dadas las circunstancias, solicito consultar a mis superiores.

    —Como quieras. Tienes.., - Josua comprobó la consola, —tres minutos y medio para decidirte.

    Apareció el mensaje de espera en la pantalla cuando la Oradora cortó el canal de comunicación. Sav pulsó el botón y giró la silla.

    —¡Maldita sea, Josua! ¿Por qué en el nombre de dios vas a dejar que una Oradora entre en el tubo de embarque? Podíamos haber puesto las muestras en un contenedor y lanzarlas por la exclusa de aire.

    —¿Qué contenedor? Tiramos fuera de la nave cada gramo inútil de peso antes de partir. Lo sé porque yo mismo hice la tarea de descarga. No tenemos bolsas herméticas ni nada parecido. Sólo un par de sacos y las muestras serían inútiles en el vacío.

    —¿Y qué hay de la nave de descenso?

    —También limpia. Salvo que quieras enviar la nave entera como un contenedor gigante. Pero no creo que sea buena idea. La necesitaremos.para volver a la superficie de Bh'Haret. - Josua cruzó los brazos. —Esta es la alternativa menos arriesgada. Podemos aislar el tubo y hacer algunos cambios para minimizar el riesgo. No es perfecto, pero es lo mejor que tenemos dada la situación.

    —Es de locos, - dijo Sav molesto.—Una vez dentro del tubo, no hay modo de saber el daño que esa mujer podría causar. Podría liberar nano-agentes que tomaran control de La Viracosa, o de nosotros. Traer a esa mujer a bordo le dará la oportunidad precisa que Nexus necesita para sabotear nuestra nave.

    Cuando la Ea había salido de Bh'Haret en su viaje prolongado, la nano-tecnología estaba en su imfancia. Pero Nexus había tenido éxito en la ingeniería a escala molecular durante un milenio. Había creado nano-máquinas que hacían de todo. Desmantelar una nave o a una persona sería un juego de niños para ellos. Un único toque de la Oradora podría liberar miles de máquinas invisibles para infectar la nave.

    Josua se encogió de hombros.

    —Hasta donde sé, ya estamos infectados. ¿Crees que Nexus sembró el espacio con esos drones y los dejó sin dientes?. No tenemos elección. - concluyó Josua. —O, al menos, no el tiempo suficiente para fabricar otra opción.

    Una Oradora en el tubo de embarque. A Sav no le gustaba, pero no podía ver otra alternativa. Y Josua tenía razón. El tiempo se les escapaba rápidamente. Al mirar la pantalla, Sav vió que sólo quedabam dos minutos hasta la siguiente secuencia. Si Yilda seguía el libro, esperaría dos minutos pero ni un segundo más. Sav observó los dígitos descontando. Cuando pasó un minuto, el mensaje de Enlace Establecido apareció en la pantalla. Sav pulsó el botón.

    —Estamos... de acuerdo con sus condiciones. - la voz de la Noviciada Lien había tomado un tono oscilante.

    Por primera vez, Sav imaginó el encuentro entero desde el punto de vista de la Oradora. Se había visto obligada a dejar la protección de su nave para recuperar las muestras y ponerse a merced de dos locos desesperados. Durante un segundo, Sav sintió lástima por ella.

    —Bien, - replicó Josua tan pronto como se abrió el circuito. —Has programado un rumbo de encuentro en... . miró la pantalla del piloto, —... dieciocho punto ocho tres horas. Mantén ese curso y extenderemos el tubo de emergencia antes del encuentro. ¿Me recibes?

    —Confirmado, Viracosa. Por favor, transmita la segunda clave...

    Josua se levantó, se quitó los auriculares y los dejó en el asiento del piloto. Indicó a Sav que cortara comunicación. Cuando la luz pasó a rojo, Josua dijo:

    —Tenemos que ser firmes desde el principio. Demostrar nuestro compromiso con esta acción. Todo es parte del juego. - Trotó hacia la escalera. —Ahora puedes transmitir la clave. - dijo a Sav por encima del hombro. Hizo una pausa y volvió con una extraña expresión en la cara.

    —No te preocupes. Verás que todo esto es por nuestro bien.

    Se agarró al primer peldaño y bajó hasta perderse de vista.

    Sav miró a la pantalla. Aún quedaban treinta segundos antes de que Yilda empezara sus ejecuciones. Pulsó el botón y dijo la secuencia:

    —Tal es la voluntad de anhaa-10.

    La respuesta regresó en segundos:

    —Reza, Blasfemo, pues la Disolución se acerca.

    El acceso al tubo de embarque de emergencia estaba pasando una compuerta de escape sobre la cubierta de vuelo. Más allá de la compuerta había un estrecho pasaje lleno de tuberías, conductos y electrónica de los sistemas de comunicacíon y navegación de la nave que conducía del casco interno hasta una exclusa sobre el casco externo. Al otro lado de la exclusa estaba el tubo de embarque, un tubo de seis metros de metal plateado colgado en la proa. El tubo era telescópico hasta una distancia de veinte metros via un umbilical rígido de acero policarbonado.

    Mientras Sav seguía ocupado con la mujer sobre las negociaciones, Josua había ido abajo para preparar las muestras de tejido y sangre. El último mensaje de Yilda les daba veintiuna horas de Bh'Haret antes de que Josua tuviera que enviar la siguiente secuencia. Tiempo suficiente, aparentemente, para terminar las negociaciones.

    En mitad de una discusión sobre los detalles de la transferencia de combustible, Josua regresó con un saco colgando del hombro y se dirigió al tubo de embarque.

    Sav lo ignoró y siguió concentrado en la interminable discusión con la Oradora. Nexus había estado de acuerdo en las primeras cinco demandas, pero retocaba varias otras como la de negarse a liberar tecnología de nivel IV a mundos no afiliados. Sin embargo, estaban dispuestos a discutir su papel en la revitalización de Bh'Haret. Tras algunas horas, habían negociado los puntos principales. A Sav le resultaba difícil concentrarse: ¿qué sentido tenía todo aquello sin una cura? La duda había crecido en la mente de Sav.

    (¿Era posible que Nexus no hubiera sembrado Bh'Haret con la plaga después de todo? ¿Que no supieran si podían curarla? ¿O eran incertidumbres propias del papel que interpretaban en su negación de aceptar la responsabilidad?)

    Siempre que intentaba resolver estas cosas, le empezaba a doler la cabeza.

    La Noviciada Lien le sugirió un ejercicio de respiración y Sav estuvo de acuerdo sin ocultar su alivio. Se masajeó las sienes y se hundió en su sofá a meditar. Los sonidos de Josua trabajando se filtraban hasta la cabina y Sav decidió echar un ojo al tablero de comunicación. Abrió una pantalla en mitad del puente que mostraba ambas naves en aproximación.

    Arriba, el ruído de Josua se había silenciado.

    (¿Qué hubiera pensado Yilda sobre lo de traer un Orador a bordo?)

    Pero Sav no tenía forma de preguntarlo pues los Oradores podían alterar el contenido de los mensajes que enviaban. Salvo las claves, Yilda habida prohibido el resto.

    Sav comprobó el tablero de comuniciación: habían pasado cinco horas desde que acordaron hacer la transferencia de las muestras. Cinco horas menos del tiempo que les quedaba.

    Un nuevo sonido, un zumbido realmente, se filtró por el tubo.

    Pero Sav percibió que no venía del tubo, venía de la cubierta. El zumbido aumentó hasta que pudo oirlo claramente. Saltó de la silla y descendió rápidamente. Allí abajo, el ruído llenaba la cabina. Sav miró la pantalla de estado junto a la cápsula de Ruen. Cuando Josua había desaparecido, había hecho algo más que preparar las muestras y recoger sus herramientas. También había tecleado la secuencia para despertar al patrix.

Capítulo 46

    

Capítulo 46 - 5 Días restantes

    El hueco seguía disminuyendo. La nave de la Oradora se acercaba en rumbo parábolico desde atrás de La Viracosa. Los propulsores de posición, tan grandes como los motores principales de La Viracosa, eyectaban fuego mientras la Oradora colocaba la nave en rumbo y las dos naves quedaron proa con proa.

    En la pantalla, los indicadores de punto se habían remplazado por imágenes en tiempo real de las dos naves, ahora separadas por dos kilómetros. La Viracosa era un angosto cable de un centímetro de longitud, insignificante salvo por los tanques alimentadores y la larga cola de escape que iluminaba la oscuridad. La nave de la Oradora, sin embargo, era un mamut en comparación, sólo el ovoide negro central ya era doscientas veces la longitud de La Viracosa. Su superestructura se componíia de una antena y un casco exterior cubierto de docenas de brazos articulados que surgían de la mitad superior de un huevo. Dos brazos se extendían como mandíbulas negras delante de la nave. Sav no podía quitarse la idea de que la nave parecía un enorme insecto con sus mandíbulas a punto de cerrarse en La Viracosa.

    —Un kilómetro, - dijo Josua. —Ya está.

    Se sentaba en el tablero del piloto. Su trabajo en el tubo de embarque se había terminado horas antes. Su mono estaba manchado de grasa y rasgado en dos partes pero él no mostraba signos de fatiga. Había observado la aproximación de la nave con atención, con su silla girada para encarar la pantalla.

    Ruen se sentaba en el puesto de comunicacíon a la derecha de Josua. En su mano derecha llevaba su bastón. Quizá era por su edad o quizá por su constitución, pero el patrix, evidentemente, no llevaba muy bien lo de la estasis. La piel parecía colgar y su cabeza oscilaba ligeramente. Tenía los ojos desenfocados. Parecía sólo parcialmente consciente de su entorno. A veces balbuceaba algunas palabras incoherentes que sonaban execrantes.

    Sav se había acomodado en el asiento del piloto. Había interrumpido las negociaciones una hora antes con previsión de retomarlas después de que se recogieran y analizaran las muestras. Hasta ese punto, habían conseguido poca cosa salvo establecer los parámetros para el acuerdo de las condiciones iniciales. El proceso habían sido agotador. Aunque Sav había conseguido echar una siesta durante una pausa en la sesión, había sido su único descanso desde que había despertado de la estasis veinte horas atrás. Todo había proseguido con la innatural lucidez de un sueño.

    —Extiende el tubo.

    Sav pulsó la secuencia y la pantalla del centro de la cabina mostró una de las pinzas del monstruo alargarse hacia ellos. Sav se quedó helado, a su izquierda, los nudillos de Josua estaban blancos de agarrar los brazos de su silla.

    —¡Le dije mil metros! - dijo Josua a Ruen. —¡Conéctame!

    El hombre santo le miraba ausente.

    Sav salió de su parálisis y cuando estaba a punto de activar la comunicación vió algo en la pantalla que le hizo detenerse: la punta plateada de la pinza se abrió como una flor. Sin esperar la orden de Josua, Sav amplió la imagen. De la abertura surgió una diminuta figura que empezó a navegar hacia el tubo de embarque de La Viracosa..

    Era una mujer desnuda.

    Su cuerpo reflejaba las luces de operación de las dos naves. En una mano llevaba un contenedor para muestras. Entró en el tubo de embarque golpeando el accionador externo central.

    —¡Está dentro! - Josua preparó el proceso para ecualizar la presión de la exclusa del tubo. La Oradora tendría treinta segundos para recoger las muestras antes de que el ciclo de apertura se invirtiese. Ella permanecería a bordo durante poco menos de tres minutos.

    —Sesenta y cinco segundos, - susurró Josua. Una pausa. —Ecualización.

    Las bombas de presión se silenciaron. Sav descontaba los treinta segundos. Justo a tiempo, Josua empezó a teclear en el tabero del piloto.

    Las bombas no se reactivaban y la orden para invertir el ciclo requería sólo unas cuantas teclas. Aún así, Josua tecleaba furiosamente.

    —¿Qué ocurre? ¿Qué estás haciendo?

    Josua ingnoró a Sav y con una furia final, terminó su entrada. El panel del piloto se iluminó, los indicadores del tablero de navegación centellearon al activarse.

    (¿Qué demonios?), pensó Sav.

    Josua se puso el arnés sobre los hombros y lo abrochó. Fue entonces cuando Sav notó que Ruen también había estado abrochado a su asiento. Josua pulsó un botón final y los motores de fusión se apagaron, desactivando su deceleración. Su mundo se silenció y la gravedad desapareció.

    Sav salió volando de su asiento y se agaró a la barra del fuselaje. Ruen se sentaba rigído sin dejar su bastón y con la cara pálida

    Sav reconoció el sonido distante de los propulsores de posición activándose. La cabina empezó a rotar en su eje longitudinal. La masa de aire lo arrastró, pero su inercia evitó que girara tan rápidamente como el resto de la nave. El puente daba vueltas ante él.

    —¡Josua! - gritó Sav. —¿Qué estás haciendo?

    Pero Josua estaba ocupado con su tablero.

    —Nuestra... ¡nuestra hora se acerca! - consiguió decir Ruen.

    La fuerza centrífuga de la rotación de la nave dificultaba a Sav controlar su movimiento. Se agarró a la red de seguridad.

    —¡Josua!

    Josua le ignoraba, había girado su asiento para encarar la pantalla del centro del puente. Sav inclinó la cabeza para seguir la mirada de Josua. La pantalla había regresado a sus dimensiones originales y la imagen mostraba a La Viracosa girando para que la popa encarase la nave de la Oradora.

    Los motores de fusión se encendieron de nuevo y el plasma de escape azotó la nave. Una lanza de energía de 500 millones de grados envolvió y deshizo la pinza de la nave de la Oradora. La gravedad regresó como un puñetazo, lanzando a Sav hacia la cubierta y dejándolo sin aliento. Jadeando, se giró hacia la pantalla. La plataforma de la Oradora estaba en llamas. La tormenta de plama contornaba el ovoide. Hubo una explosión entre naves y escombros brilllantes se extendieron por el vacío, seguidos de una blanca pluma de atmósfera. El propulsor de aire alejó los restos de la plataforma de la Oradora. Aturdido, Sav observó aumentar el espacio entre las naves.

    —La Disolución ha comenzado. - Ruen estaba mirando la pantalla. Sus ojos estaban ahora despejados. Miró a Sav triunfante. —Demasiado tarde para arrepentirse, - añadió con una sonrisa maliciosa.

    Sav observó cómo La Viracosa aceleraba. La superficie de popa de la otra nave había sido calcinada, ennegrecida y la atmósfera seguía escapando de su casco. Sav se agarró a la red mientras su estómago le daba vueltas. Tras él, Ruen había empezado un delirante cántico.

    Sav miraba a su alrededor. Josua había desatado su arnés y estaba ahora en la consola de navegación. Antes de que Sav pudiera hacer algo, Josua tecleó una nueva secuencia.

    Sobrecalentar.

    La carga explosiva que anclaba el tubo de emergencia a la nave detonó con un bang amortiguado. La cubierta de vuelo se hizo pedazos. De inmediato, Ruen quedó en silencio y los tres hombres miraron hacia arriba, hacia la exclusa del tubo de embarque. Crujía el metal contra metal mientras el tubo era empujado fuera de sus guias y se extendia fuera de nave por el umbilical rígido.

    —Ahora estamos a salvo.

    Sav estaba atónido. Con la boca abierta observó como Josua volvía andando hacia el asiento del piloto y se sujetaba las correas.

    —¿A salvo? - preguntó Sav elevando la voz. —¿A salvo de qué?

    —¡De ellos! - Josua movió su mano en el aire, un gesto que él debía de referir a la otra nave o al Concentrador, quizá al mismo Nexus. Sav no lo sabía.

    —Esa Oradora era un peón. Uno peligroso. Nuestro trabajo es llegar al Concentrador. Conseguir el antídoto.

    Sav maldijo en voz baja.

    (El Concentrador otra vez.)

    —¡Pero si ya han acordado atender nuestras demandas reales!

    —No seas infantil. No tenemos nada de ellos. Ni combustible. Ni antídoto. Sólo promesas vacías. Todo lo que sé es que podrían no ser capaces de sintetizar el antídoto en la nave de ahí fuera.

    —¡No después de lo que has hecho!

    —Con algo de suerte. - Una fría sonrisa iluminó las facciones de Josua. Esoenfureció a Sav.

    Los ojos de Ruen daban vueltas mientras entonaba uno de sus familiares cánticos con su jerigonza incomprensible. La fina barbilla del hombre santo se clavaba alto en el aire y sus brazos nudosos recorrían un intrincado movimiento reverencial. Agitó el bastón en alto y sus ojos quedaron en blanco como hubiese sido poseído por un fervor extasiado.

    —¡Cállate! - gritó Sav.

    Ausente, el hombre santo continuó su asmática glosolalia.

    —¡Los teníamos! - Sav volvió su rabia hacia Josua. —Y ahora has atacado a una nave de Nexus.

    —Me han obligado. - respondió Josua lo bastante alto para ser oído entre el vociferio de Ruen.

    —Necesitábamos un rehén. Uno que controlemos nosotros.

    Sav no podía creerlo.

    —¿Un rehén? ¿Y qué hay los nano agentes que podría liberar? ¡Sólo dios sabe el daño que está haciendo ahora mismo!

    Josua se inclinó sobre el panel para ampliar la imagen de La Viracosa. La proa de la nave y el tubo de embarque alejado a docenas de metros de distancia llenaban el área de la pantalla. El fino cable del umbilical brillaba como el filamento de una bombilla.

    —Ese es el umbilical de acero policarbonado, - dijo Josua, señalando. —Es lo bastante resistente como para sujetar la masa del tubo. Y lo he programado para que se caliente varios cientos de grados y prevenir que cualquier posible nano agente lo use como puente para infestar nuestra nave. La vibración térmica destruirá todo lo que sea menos estable que la fibra de acero policarbonado.

    —Un puente ardiente,. graznó Ruen.

    —A menos que los nano agentes se hayan diseñado para resistir esas temperaturas.

    Josua se encogió de hombros. —Cierto. Pero es mejor que nada y el cambio final... - dijo Josua con un indicio de orgullo en su voz. —... es que tenemos otro rehén.

    Sav miró la imagen. La Viracosa estaba atrayendo el tubo sobre sí como un escudo. Pero, ¿con qué propósito?

    —El Concentrador. - dijo Josua resolutivamente antes de que Sav pudiese hacer la pregunta. —Tenemos que ir al Concentrador. Y ella es nuestro salvoconducto.

    —¿Qué? - preguntó Ruen lamiéndose los marchitos labios. —¿Es la hora?

    —Aún no, - respondió Josua sin dejar de mirar a Sav. —Tan pronto como hayamos terminado el trabajo.

    —No tendrá mucha reserva de oxígeno en ese traje. - dijo Sav.

    —El tubo tiene suministro de emergencia. Y he dejado dentro una docena de cartuchos para cubrir los cuatro días antes de llegar al Concentrador.

    (Cuatro días hasta el Concentrador.)

    Una leve fiebre les atacaría al día siguiente de tomar órbita. Si la plaga seguía su curso usual, desarrollarían primero los nódulos rojos en los dedos, luego sentirían mareos y desorientación propios de una fiebre. Cuarenta horas después habría una breve remisión y, según Yilda, estarían funcionales hasta el final de ese periodo. Implicaba estar tres días en el Concentrador para negociar con los Oradores y adquirir el antídoto. Después, caerían en un segundob estado febril debilitante del que jamás se recuperarían. El único modo de ampliar su tiempo sería regresando a los turnos en estasis. Pero Sav pensó en su panel aplastado y decidió que no volvería a un estado tan vulnerable otra vez.

    —Me quedo despierto, - dijo él. —No voy a volver a la estasis.

    —¿Estasis? - El patrix se limpió la boca con la manga. —Pero, la disolución...

    —Nadie va a volver a la estasis. - dijo Josua, ocupado en el tablero del piloto.

    Apagó los motores de fusión y volvieron a G-cero. Los pies de Sav se levantaron del suelo y se agarró a la red firmemente. Josua disparó los propulsores de posició balanceando La Viracosa para apuntar los extractores de plasma hacia el Concentrador. Luego, dió ignición al motor de fusión para retomar la deceleración y se desabrochó el arnés.

    —El código, - dijo Sav. —Tenemos menos de dos horas para enviar la siguiente secuencia. Con la Oradora en el tubo. ¿Cómo vamos hacerlo?

    —Simple. - Josua se levantó y saltó sobre el tablero de comunicación.

    Sin sentarse, empezó a aporrear teclas. Sav reconoció el zumbido de los motores del casco externo que recolocaban la antena.

    —Voy a realinear la antena para transmitir directamente al Concentrador. Estamos a menos de una hora luz de distancia. Tiempo de sobra para que lo transmitan a la estación repetidora.

    Josua terminó de teclear y se puso los auriculares.

    —Esta es La Viracosa. Hemos tomado como rehén a la Noviciada Lien y hemos desactivado su nave. Mantenemos rumbo al Concentrador. Preparen el combustible y el antídoto. Cualquier intento de interceptarnos antes de tomar órbita causará la muerte de la Noviciada y las muertes del resto de Oradores en la estación repetidora. Una vez que hayamos hecho el intercambio, liberaremos a la Oradora ilesa. - Josua hizo una pausa para mirar a Sav. —La siguiente secuencia del código es: Callev, Veddev, Lect. - Los tres primeros meses del calendario de Bh'Haret. —Viracosa, corto.

    Josua liberó la tecla y se quitó los auticulares. Pasarían dos horas antes de que llegara la respuesta de Yilda. Josua se giró hacia Sav.

    —¿Satisfecho?

    —No. ¿Y si estaban diciendo la verdad? ¿Y si no crearon ellos la plaga?

    —¡Lo hicieron! - los ojos de Josua ardieron. —¡La mataron!

    —¿La? - preguntó Sav.

    —La, Los.

    El color desapareció de la cara de Josua, la emoción de su voz ahora quedó cuidadosamente suprimida, un menosprecio deliberado remplazó el ataque de rabia.

    —Todos. A todos en Bh'Haret.

    (Querrás decir Shiranda.), pensó Sav. ('Aún te obsesiona su muerte y este ataque era parte de la revancha.).

    —Me voy abajo. - dijo Josua. —A dormir un poco.

    Aunque ahora parecía tranquilo, sus manos se cerraban en dos puños y sus brazos temblaban como si estuviera siendo azotado por una tempestad.

    —Despiértame cuando recibamos la respuesta de Yilda.

    Josua llegó hasta la escalera. Ruen luchaba por desabrochare su arnés pero Josua se giró, cruzó su mirada con la del hombre santo y asintió brevemente.

    —Ruen te hará compañía, - dijo él sin dejar de mirar al patrix. —¿verdad, Ruen?

    Ruen parpadeó como si tratase de asimilar las palabras de Josua, luego asintió dejándose caer de nuevo en el asiento. Al volver su cara hacia Sav, frunció el ceño agarrando el bastón con ambas manos.

    —Compañía, - dijo él con la voz áaspera, repitiendo la palabra de Josua.

    De pronto, Sav comprendió por qué Josua había reanimado a Ruen. Para mentenerle vigilado, para asegurarse de que no intentaría hacerle daño cuando no estuviera mirando. Sav miró a uno y a otro, la extraña pareja le miraba cautelosamente, como si Sav fuese el que estaba loco.

    (Están juntos en esto. Josua me tiene miedo. Tiene miedo de lo que pueda hacer. Pero, ¿está lo bastante preocupado para quererme muerto?)

    Él no dudaba de que al patrix le alegraría ver su final. Pero ¿Josua?.

    (Puedo vencerlos a ambos. Aquí y ahora.)

    Josua no era un hombre grande y Ruen era demasiado viejo para presentar una amenaza.

    Pero estaban los códigos.

    Sav necesitaría la cooperación de Josua para completar el intercambio. Por mucho que le desagradara la idea, tendría que aguantar la situación durante más tiempo si quería continuar las negociaciones. Pero tendría que vigilar su espalda en cada momento.

    Ahora sólo la cabeza de Josua era visible sobre el nivel del suelo. Josua había hecho una pausa para decirle:

    —Tienes aspecto de necesitar también un descanso.

    —No estoy cansado.

    Era mentira, por supuesto. Llevaba casi un día entero sin dormir y la fatiga se instalaba en sus miembros como un lastre. Pero dormir era un riesgo que no se pordía permitir.

    —Sírvete tú mismo. - Josua desapareció de la vista.

    Sav nunca se había sentido tan cansado en su vida. Se movió por la cubierta de vuelo hasta el asiento de navegación frente a Ruen.

    Durante un momento consideró lo que Josua le había propuesto. Estaba exhausto, física y mentalmente, y las acciones de Josua habían minado sus ya escasas esperanzas sobre el éxito de la misión. Recoger el antídoto parecía ahora estar más lejos que nunca. Su litera de abajo nunca le había parecido más atractiva. Se tumbaría, cerraría los ojos, dejaría que el sueño le llevara y al infierno con lo que Josua y Ruen pudieran hacer.

    Pero entonces Sav recordó al resto en la estación repetidora. Liis y Penirdth y Mira. Estaban juntos en esto y dependían de él. Aunque no podía importale menos el destino de Binlosson o los Posibilitadores, había llegado a caerle bien Penirdth y sentía simpatía con la silenciosa Mira. Y estaba Liis. Sus sentimientos por ella eran confusos. Ciertamente, había tenido más trato con ella que con nadie en los últimos diez años de su vida. Habían sido tripulación en tres misiones. Esoera todo lo que habían tenido juntos, ¿verdad?

    (Hicimos el amor una vez)

    Se le secó la garganta al pensarlo. Ella había sido la primera mujer con la que había estado desde hacía años. Se preguntó si la volvería a ver de nuevo. De pronto, le atrapó una intensa ola de soledad y un deseo ferviente de regresar a Bh'Haret, a su hogar, con Liis. Su separación le perforaba el pecho como un puñal. Hasta este momento, no había pensado realmente lo que ocurriría en el Concentrador. Quizá había evitado pensar en ello inconscientemente, pero ahora la idea de reunirse con los otros, especialmente con Liis, para regresar a Bh'Haret le parecía de extrema urgencia.

    Sólo que, se recordó a sí mismo, sería imposible si no comseguía el antídoto.

    (Dormir está definitivamente fuera de la cuestión hasta que encuentre un modo de mejorar mis garantías de despertar.)

    Detrás de Ruen, en el tablero de comunicación, la luz de conexión parpadeó.

    Sav se quedó mirándola, su corazón se aceleró. Ignorante del hecho, el patrix seguía mirando a Sav con los ojos entornados y su asiento girado hacia el interior para encararle. La luz brillaba a su espalda. Agarrando el bastón con ambas manos, plantó la punta en el suelo a sus pies y se inclinó hacia adelante como si sintiese el repentino cambio de humor de Sav.

    Sav apartó la mirada de la luz centelleante para no alertar a Ruen y miró directamente al patrix. El hombre santo gruño, escupió en el suelo y se relajó de vuelta a su asiento.

    Sav observaba la luz por el rabillo del ojo. Sólo Había pasado media hora desde que Josua había enviado su mensaje al Concentrador. Era demasiado pronto para recibir una respuesta.

    (Quizá había sido interceptada por un Orador y la había pasado por la cadena de mando.)

    Pero la señal que habían enviado era muy direccional. Las probabilidades de que fuese interceptada eran muy pequeñas, incluso si había una nave tripulada por un Orador en medio del camino.

    Consideró a la Oradora atrapada en el tubo de emergencia. Ella le había dicho que no había nadie más a bordo de la nave. Quizá había mentido pero parecía extraño que lo hiciera dada su situación. Pero si estaba diciendo la verdad, entonces...

    (¡Tiene un transmisor.!)

    La idea parecía tan obvia que Sav se sintió estúpido por no haberla pensado antes. El traje transparente que ella llevaba le había hecho suponer que ella no cargaba nada más que el contenedor para las muestras. Pero ¿qué sabía él de la tecnología de la Poliarquía? Como el resto de cosas en el traje, un transmisor diseñado a nivel molecular sería invisible a simple vista.

    La luz parpadeaba. Sav se esforzó por no mirarla directamente.

    (Tengo que hablar con ella sin que Josua o Ruen estén cerca escuchando.)

    Pero, ¿cómo podía hacerlo con Ruen vigilando cada pequeño movimiento que hacía como un perro guardián entrenado? Cuando intentara establecer un enlace,el hombre santo correría a la cubierta inferior para alertar a Josua.

    (No hay tiempo para sutilezas.), decidió Sav.

    Se levantó del asiento y avanzó por la cabina. Una mirada beligerante se encendió en la cara del hombre santo mientras Sav se aproximaba.

    —Será mejor que no intentes nada, - gruño Ruen con voz vibrante alzando su bastón. —O te voy a...

    Sav dió un golpe al bastón y la mano de Ruen no tuvo tiempo de sujetarlo. Sav cogió al patrix por sus ropas con ambas manos y lo levantó del asiento, con cuidado al sentir sus frágiles huesos moverse y crujir bajo sus dedos. Lo movió hacia la cubierta de vuelo, llevó una mano a su cuello y lo apretó.

    La cara de Ruen se arrugó en una mueca de ira, sus ojos salían de sus órbitas y un sonidillo gorjeante se escapaba de sus labios. Sus frágiles manos golpeaban en vano los brazos de Sav mientras su cara se ponía roja. Se había quedado en silencio, sin aire en los pulmones. Las lágrimas manaban de sus voluminosos ojos y un hilo de baba se derramó desde la esquina de su boca y cayó en la muñeca de Sav. En segundos los ojos del anciano rodaron hacia arriba hasta quedar en blanco. Sus brazos huesudos caían inertes a ambos lados, todo su peso se sostenía por el agarre de Sav.

    (Podría matarlo.) - se dió cuenta Sav con gran asombro. (Todo lo que tengo que hacer es aguantar así durante algunos segundos más.)

    Sav liberó su presa y Ruen se desplomó en el suelo. En el cuello tenía las marcas rojas de los dedos de Sav. Sav tocó el cuerpo con su bota.

    Ruen no se movió.

    Sav se agachó y le buscó el pulso. Era débil, pero estaba allí. Se sintió raro. No sentía alivio, no sentía nada aparte del frío conocimiento de que el hombre santo aún vivía. Se levantó y fue hacia el tablero. Se dejó caer en el asiento frente al panel de comunicación y activó un canal de transmisión bidireccional.

    —¡Viracosa! - la voz de la Noviciada Lien estalló en el altavoz del puente. —¿Qué est...

    Sav pulsó la tecla para cortar el audio y la cabina quedó en silencio. Giró su asiento hacia la cubierta y se levantó. Corrió por la cubierta de vuelo y se tumbó junto a la escalera. Metió la cabeza por la abertura semicircular y escuchó.

    Todo estaba en calma.

    Volvió al panel de comunicación y se puso los auriculares. La voz de Lien fue llevada hasta los diminutos altavoces.

    —... un acto de agresión! ¡Tendrán que responder ante la Poliarquía y ante mí! - Una pausa. —¿Me escucha, Viracosa? ¿Están ahí? ¡Respóndanme!

    Sav pulsó la tecla para transmitir.

    —Aquí La Viracosa, - dijo él tranquilamente. —¿Cuál es tu estado?

    —¿Estado? ¡Me han secuestrado, han atacado mi nave! ¿Y ahora quieren saber mi estado? - A esto siguió una explosión de sílabas guturales.

    Daba igual que Sav no hablara el idioma, entendió perfectamente la entonación y, salvo que estuviera fingiendo, la injuria de la Oradora portaba una manifiesta indignación y una valentía diseñada para ocultar su miedo. Los juramentos terminaron y les siguió varios jadeos interrumpidos del tipo que Sav llamaba —precedentes de un ataque de completo pánico. Había oído respiraciones similares en sus auriculares dos veces antes.

    La primera fue cuando una mujer en rutina de inspección AEV después de una pequeña lluvia de meteoros fue despedida de la nave por la rotura del cable. La segunda fue cuando un hombre, también durante AEV, descubrió una pequeña rotura en su traje. En ambos casos, él había estado frente al tablero de comunicación. Consiguió tranquilizar a la mujer y darle indicaciones para que usara escapes controlados de su tanque de oxígeno, detener su giro y regresar a salvo hacia la nave. El hombre, sin embargo, no le había escuchado. El pánico le había obligado a concentrarse en la fuga del traje cuando estaba a pocos metros de la salvación. Perdió el tiempo y la consciencia. Para cuando alguien consiguió llegar hasta él y arrastrarlo de nuevo dentro de la nave, sus pulmones habían estallado.

    Si la Oradora en el tubo entraba en pánico del mismo modo, podía hacerse mucho daño ella sola.

    —Tómalo con calma, - dijo Sav con el susurro más firme que pudo encontrar. —No te hiperventiles.

    Recibió una única sílaba siseante, como el inicio de un insulto, pero se mordió la lengua en el último segundo. Ella respiró hondo una vez, luego otra. Su ritmo se iba normalizando.

    —Estoy... estoy bien.

    La Noviciada Lien sonaba más calmada. Toda la indignación anterior en su tono había desaparecido.

    —Vale, - dijo Sav. —Ahora dime si estás en algún peligro inmediato.

    —Sólo me queda una pequeña cantidad de oxígeno. Traje sólo la cantidad suficiente para algunos de vuestros minutos. - Hizo una pausa, —Por eso he contactado con ustedes.

    —¿Ves algunos cilindros grises?

    —¿Con rayas rojas?

    —Sí. Son cartuchos con una mezcla de oxígeno y nitrógeno. En la parte de arriba tienen una pestaña naranja. Si la pulsas, liberará el contenido del tubo. ¿me has comprendido?

    —Sí.

    —Cada cilindro contiene sumimistro para doce horas y el tubo de emergencia filtra el CO2 que tú liberas. Entre los dos, podrás mantener una atmósfera durante varios días.

    —Sí, - respondió. —Cuento siete cilindros.

    —Bien.

    Al menos Josua no le había mentido en eso. Sav pudo oir de fondo el siseo del gas siendo liberado. Esperó hasta que el sonido se silenció.

    —Ahora escucha con atención .

    —Yo... le escucho.

    —El capitán de esta nave está determinado a llegar hasta el Concentrador.

    —Sí, - dijo ella despacio. —Ya lo sabemos.

    —Cree que es la única forma de estar seguro de conseguir el antídoto y el combustible para el viaje de regreso.

    Sav decidió que era mejor no compartir ninguna de las motivaciones ulteriores de Josua.

    —Por eso te tomamos como rehén. Cree que tus camaradas no nos harán daño mientras estés a bordo. Pero si puedes convencer a tu gente al mando de que nos dé el antídoto antes de llegar al Concentrador. puedo hablar con él para dejarte libre y cambiar el rumbo.

    —¡Está usted loco! - la ira de la Noviciada Lien había regresado. —¿Cómo vamos a darle un antídoto cuando NO, repito, NO sabemos lo que cura? ¡Las muestras están aquí. Conmigo! ¿Se acuerda?

    Cualquier simpatía que Sav tuviera por la mujer se evaporó.

    —¡Vosotros creásteis la plaga!

    —Mis superiores me dicen que no.

    —Pues mienten.

    Una bilis subió por la garganta de Sav y le fue difícil hablar.

    —Vosotros asesinásteis a millones de personas inocentes. Y ahora sois demasiado cobardes para asumir la responsabilidad.

    —¡No! - la vehemencia de su respuesta pilló a Sav desprevenido. —¡No yo! ¡Yo no hice nada de eso!

    —¿Tú sólo seguías órdenes? - dijo Sav sarcásticamente.

    —Los Pro-Locutores no me cuentan nada.

    —La ignorancia no es escusa.

    Cuando ella habló de nuevo, la amargura de su voz era inconfundible.

    —Yo soy una Noviciada que patrulla el espacio exterior de Nexus. Viva o muerta, yo no le importo nada a los Pro-Locutores.

    El canal quedó en silencio, luego Sav oyó la voz de la mujer.

    —No sé quién causó su plaga, pero siento lo de su gente.

    —Guárdate tu compasión para tí misma. La vas a necesitar.

    —Así que, van ustedes a matarme.

    —Nosotros no queremos matar a nadie, - respondió Sav lentamente. —Lo único que queremos es el antídoto y el salvoconducto hasta casa.

    —Entonces, ¿por qué han convertido su nave en un arma de fisión?

    Sav quedó confundido.

    —No sé de lo que estás hablando.

    (¿Podía ser otro de los trucos de Nexus?)

    —Nuestros drones detectaron un dispositivo de activación nuclear dentro de uno de sus tanques de combustible. Ciento cuarenta y siete megatones. Si se detona, la explosión compresiva resultante iniciará una reacción en cadena por toda la masa de deuterio de su nave.

    —¡Estás chiflada !

    Pero mientras decía esto, Sav vió la verdad en las palabras de la Oradora. Era lo que Josua había planeado desde el principio. Recordó todas esas excursiones secretas que había hecho fuera de la instalación de estasis en Bh'Haret; el tiempo que había pasado sólo en La Viracosa preparándose, como decía él, para cualquier contingencia; el modo con el que había retrasado las negociaciones al tomar a la Oradora como rehén y atacar su nave; su obsesión por llegar al Concentrador. Todo se fundía en una palabra.

    (Venganza.)

    Josua quería clavar una lanza en el corazón de Nexus.

    —Si acaso es cierto, - dijo Sav despacio, —yo no sabía nada de eso.

    —La ignorancia no es escusa, - dijo ella devolviéndole sus propias palabras. —Quizá usted y yo tengamos más cosas en común de lo que piensa. - Su tono se había suavizado.—Cuando empezaba a escasear mi suministro de oxígeno, pedí permiso a los Pro-Locutores para contactar con ustedes. Me lo prohibieron. Me dijeron que esperara permiso. Ahora mismo mi oxígeno se habría agotado y yo me habría asfixiado. Y todavía no me han dicho nada. Yo ya sabía antes que era prescindible, pero era sólo una comprensión intelectual. Ahora lo comprendo con todo mi corazón. Me dejarían morir. Hasta donde sé, los Pro-Locutores me consideran ahora una carga. Quizá agradezcan la oportunidad de despejar una variable más fuera de la ecuación.

    —No lo entiendo. ¿Te dejarían morir como castigo por algo que no hiciste?

    —Posiblemente. Aunque creo que lo que temen es que yo ahora sepa demasiado. La estación repetidora era un secrero bien guardado. Yo nunca había oído rumores de ella. Cuando adopté el papel de intermediaria entre ustedes y los Pro-Locutores, me hablaron de la estación para que pudiésemos discutir la situación del modo más comprensible posible. Quizá ahora se arrepienten de esa decisión.

    —Y cuando descubran que no has muerto, - preguntó Sav. —¿Que harán entonces?

    —Aún pueden arreglar mi muerte cuando todo esto acabe. Bueno, si sobrevivo. - habló con una seriedad que sorprendió a Sav. —Ahora debemos confiar el uno en el otro si queremos sobrevivir.

    La primera reacción de Sav fue reirse en alto. ¿Cómo podía fiarse de ella? Su historia podía haber sido un plan de Nexus para descubrir más sobre la situación a bordo de La Viracosa. Era la piedra angular de toda negociación con rehenes: encontrar un lugar común, un punto de contacto con los secuestradores y realizar un informe. Cuando una víctima no tenía rostro, era más fácil llevar a cabo una ejecución a sangre fría. Por otro lado, La situación de Lien podría ser real y sus palabras, sinceras. Sav se imaginó a sí mismo atrapado en el tubo de emergencia, siendo conducido hacia el Concentrador atado al morro de una bomba nuclear. Ciertamente, le daba incentivos para cooperar. Debemos confiar el uno en el otro, había dicho ella.

    Sav se lamió los labios, tenía la garganta seca.

    Tomó una decisión. Lo que estaba a punto de decir podría llevar a una muerte segura o a su salvación. Con un suspiro ronco dijo:

    —Creo que Josua está loco.

    Lo había soltado. Se sintió más ligero de pronto, había tirado una carga que no sabía que le lastraba hasta ese momento.

    —¿Josua?

    Sav quedó confundido hasta que recordó que Lien no sabía sus nombres.

    —Josua es el Capitán de La Viracosa. Está obsesionado con vengarse. Creo que planea ir al Concentrador y detonar la nave aunque nos déis el antídoto.

    —Tendría sentido. Después de que informara del descubrimiento de los explosivos, los Pro-Locutores asumieron que la bomba era sólo otra herramienta de negociación. Cuando no fue mencionada durante las negociaciones iniciales, se preguntaron si tenía otros propósitos.

    —¿Puedes desactivar la bomba?

    —Tengo nano agentes que podía usar. Pero están todos en mi nave. La nave me ha informado de que no puede alcanzarnos. Tampoco llevo nada conmigo que sea útil. Cuando acudí para recoger las muestras, me ordenaron que no hiciera nada que pudiera poner en peligro las negociaciones. Por eso sólo traje lo mínimo que solicitó su Capitán: un cilindro para las muestras y el traje AEV con algunos minutos de soporte vital.

    —¿Y qué hay de las otras naves? ¿O los drones? ¿Pueden alcanzarnos?

    —Tienen órdenes de mantenerse alejados. La única preocupación de los Pro-Locutores ahora mismo es la estación repetidora. Parece ser de principal importancia para ellos. No harán nada para poner en peligro a los Oradores allí. Me temo que dejarán detonar su arma antes que arriesgar cualquier acción hostíl contra su nave. Pero, ¿y usted? ¿Puede desactivarla o.., - hizo una pausa para buscar el término adecuado, —incapacitar a Josua?

    Incapacitar a Josua había sido una posibilidad que el ya había considerado. Al venir de la Noviciada Lien, sonaba sórdido.

    —No. No sé nada del arma o de su disparador. Pero sí, es posible que pueda incapacitar a Josua. El problema es que ambos tenemos diferentes códigos de respuesta. Si él no envía los suyos, los Oradores de la estación repetidora serán ejecutados. Necesitamos su colaboración.

    —Entonces, - dijo Lien con tristeza, —estamos condenados.

    El silencio dominó durante un momento.

    —Puede ser. - respondió Sav. —O quizá no. Primero, déjame ver lo que puedo hacer con la bomba. Josua no sabe que tienes un transmisor. Me sentiría mejor si continúa de ese modo. Hablemos sólo cuando sea necesario.

    —Estoy de acuerdo.

    Sav tuvo una momento inspirado.

    —¿Puedes transmitir a diez megahercios?

    El tablero de comunicación no estaba configurado para recibir a esa frecuencia.

    —Sí.

    —Bien. Entonces, voy a programar la nave de descenso a la misma frecuencia. Así podemos hablar en privado.

    (Y también soluciona mi problema para dormir. Puedo cerrar la compuerta de la nave de descenso que sólo puede abrirse desde dentro y dormir allí.)

    —¿Estarás bien en el tubo durante un tiempo? Tengo algunas cosas que me gustaría comprobar.

    —No me gusta este espacio confinado, pero sí, creo que sí.

    —Salvo en caso de emergencia, espera a que contacte contigo. ¿Entendido?

    —Sí.

    Sav estaba a punto de cortar la conexión cuando se le ocurrió algo.

    —Los Pro-Locutores te hablaron de la estación repetidora. ¿Te dieron detalles sobre la situación allí?

    —Sí. Un Orador está muerto. Tres de sus camaradas mantienen otros siete rehenes más.

    —¿Puedes... puedes describir esos tres?

    —Dos hombres y una mujer. Uno alto y delgado parece recibir órdenes del otro más bajo. Ambos tienen filamentos incorporados en sus cráneos.

    —La mujer, - preguntó Sav. —¿Cómo es?

    —Alta, ancha de hombros y pelo rubio corto. Lleva en la cara varios diseños.

    Liis lo había conseguido.

    —Esta mujer. ¿Es importante para usted?

    La preguntá aturdió a Sav. —Sí, - dijo él y añadió, —Todos son importantes.

    —Incluyendo los que no consiguieron llegar hasta la estación repetidora?

    —¿Cómo sabes que había otros?

    La Oradora se puso a reir.

    —Bueno, si, de inicio, sólo eran tres, usted ya sabría quienes eran.

    Sav no dijo nada, incómodo por la deducción de la Oradora.

    —Me llamo Lien, - dijo ella, después de un momento, como si entendiera la repentina incomodidad de Sav.

    —Sí, lo sé. Yo soy Sav.

    —Te deseo suerte, Sav.

    —Gracias, - susurró Sav. —Suerte para tí también.

    Cortó la comunicación y giró su asiento para mirar al patrix tumbado en el suelo. Su angosto pecho subía y bajaba irregularmente y un agudo aliento escapaba de su garganta.

    —Creo que los dos la vamos a necesitar.

    Después de cortar la comunicación, Sav se movió hasta el tablero del piloto. Consultó la pantalla de estado de los tanques alimentadores. Un gráfico de barras indicaba que los cinco tanques estaban vacíos. El sexto estaba casi agotado. Al ritmo actual, tendrían combustible para diez horas. Es séptimo tanque estaba lleno. Si la Noviciada Lien era sincera, Josua habría colocado allí los explosivos.

    Sav tecleó la secuencia para hacer un diagnóstico completo del tanque de reserva. Todo aparecía en verde. Pero eso no significaba nada.. Si Josua lo había saboteado, también habría saboteado sus sensores para ocultarlo. Sólo había un modo de asegurarse. Tenía que bajar y ver el tanque por sí mismo antes de que el patrix recuperara la consiencia.

    Al descender silenciosamente por los camarotes de tripulación, echó un vistazo a las cápsulas de estasis. Josua yacía sobre la estera de su cápsula, aparentemente dormido.

    Sav siguió bajando.

    La escalera terminaba en una pequeña antecámara cuya esclusa conducía a la bahía de la nave de descenso. Junto a la compuerta había un panel de control. Sav pulsó el botón de apertura, entró y esperó hasta que la puerta se cerró detrás suya.

    Al caminar por la fila de los trajes AEV que colgaban en la pared, recogió una linterna. Allí abajo iba a necesitar luz. Corrió hasta la esquina de la bahía de la nave de descenso donde se encontraba la compuerta hacia los motores. La abrió y descendió hasta la sala de los tanques de propelente llena de tuberías y conductos que abastecían los propulsores de posición. A sus pies había otra compuerta más pequeña que conducía hasta su destino final. Allí abajo, Josua habría tenido la privacidad para llevar a cabo su trabajo. Podía haber recortado la parte superior del tanque de reserva y meter dentro el arma de fisión antes de volver a soldarlo. Nadie habría bajado hasta las tripas de la nave sin una buena razón.

    Sav abrió la trampillla.

    Los motores aullaban en sus oídos. Un golpe de calor le hizo ponerse a sudar de inmediato. No había escalera: el escudo primario sólo estaba a un metro de altura. Doblando por la curva de la superficie se encontraban los tanques alimentadores. Sav se agachó sobre la pista de metal y se puso a gatear. Era como estar en un horno ensordecedor. La placa que hacía de escudo estaba caliente y pensó que sus palmas se fundirían si las dejaba en el mismo sitio más de unos segundos. Incluso le empezaron a picar las rodillas a través del material de su mono.

    Encendió la linterna y miró a su alrededor. Las partes superiores de los tanques le rodeaban entre una maraña de gruesos cables multicolor y conductos cuadrados de aleación. Colgando sobre cada tanque estaban las bobinas inductoras que controlaban el flujo de la masa de deuterio hasta las cámaras de microfusión. Sav movió la linterna hacia el tanque de reserva.

    Alguien había soldado una placa de metal cuadrado de un metro de lado bajo el magnetón de inducción. La placa estaba toscamente cortada. A primera vista, Sav ya sabía que la obra no la había hecho un ingeniero técnico. Sólo podía ser obra de Josua.

    Se le hizo un nudo en el estónago. Parecía que la Oradora había dicho la verdad.

    Sav comprobó que el cable de alimentación del tanque estaba cortado. El mecanismo del alimentador electromagnético era totalmente inútil. Josua no quería que el tanque se vaciara en la cámara de ignición. Esta última pieza parecía ser la evidencia final que confirmaba lo que Lien había dicho.

    Sav salió de la pista y cerró la compuerta.

    Parecía no haber solución.

    Tras él, la puerta de la nave de descenso estaba abierta. Sav entró y selló la puerta. Se sentó en el asiento del piloto y enlazó su sistema de comunicación con el de La Viracosa. La respuesta de los Pro-Locutores al último mensaje de Josua llegaría en menos de una hora. Sav configuró el tablero para que le alertara en el momento de recibirla. También modificó el tablero para recibir las transmisiones de la Oradora.

    El sonido de la alarma le sobresaltó.

    Un pequeño altavoz en el panel de control empezó a sonar.

    —Mensaje para La Viracosa del Concilio de Pro-Locutores. - La voz era llana y artifical. —La siguiente secuencia de control es: 'Abitef, Miran, Defetesque.'

    La clave de Yilda: tres ciudades del hemisferio sur de Bh'Haret. El mensaje no requería repuesta hasta el día siguiente.

    La voz continuó.

    —Una nave con combustible ha sido enviada. También es capaz de sintetizar un antídoto a partir de las muestras biológicas. Esperamos sus demandas para el intercambio del combustible y el antídoto... y para la liberación de la Noviciada Lien. Rendezvous para curso actual será en tres punto siete tres ocho millones de kilómetros del Concentrador. Mayores aproximaciones no serán permitidas. Solicitamos contrasecuencia. Repito Mensaje. La siguiente secuencia de control es: 'Abitef, Miran, Defetesque.' Una nave con combustible ha sido enviada. También...

    Sav dejó repetirse el mensaje una vez más antes de apagarlo. De pronto escuchó:

    —Al habla el Capitán de La Viracosa.

    La pantalla indicaba que se tansmitía desde el puente. El mensaje del Concentrador había despertado a Josua.

    —Mensaje recibido. La contrasecuencia será respondida en veinte horas. Ni podemos alterar rumbo ni haremos intercambio hasta alcanzar órbita con el Concentrador. Fín del mensaje.

    La cabina quedó en silencio.

    (El Concentrador otra vez.)

    Cada vez era más difícil no creer lo que Lien le había dicho.

    Sav consultó su reloj: 4-17:01. Cuatro días antes de la aparición de los primeros síntomas. Cuatro días hasta el Concentrador. Dos para alcanzar el punto rendezvous propuesto por los Pro-Locutores.

    Se reclinó en el asiento.

    —¿Sav?

    La palabra le sobresaltó.

    —Por favor, responde.

    Notó que la gravedad había desaparecido.

    (¡Josua ha apagado los motores!)

    Se dió cuenta de que se había quedado dormido. Le parecía que habían sido unos segundos pero giraba por la cabina en gravedad cero

    —¿Qué está pasando? - la voz de la Noviciada Lien tenía una nota de pánico. —¿Por qué hemos dejado de acelerar?

    Sav chocó contra el techo de la estrecha cabina pero rotó su cuerpo en un movimiento entrenado y se propulsó hacia el panel de control. Estirando el brazo, pulsó el botón de transmitir.

    —Al habla Sav. - miró su reloj y vió que había dormido diez horas.

    (¿Por qué se sentía tan cansado?)

    —Yo... perdona, Sav. Se que no tenía que contactar. Pero llevaba tanto tiempo sin hablar contigo. Quería saber lo que estaba pasando. Luego, la pérdida de gravedad me sorprendió. Pensé que...

    —El combustible se ha agotado, no pasa nada.

    —Oh.

    Sav se sentía irritable, con un dolor de cabeza que le nublaba la mente.

    —No hay peligro, - dijo él. —Excepto por lo que Josua podría hacer si descubre que nos comunicamos.

    Silencio.

    —Tengo fé en tí.

    —Estoy cansado. - fue todo lo que pudo pensar en decir.

    —Lo sé. Yo también.

    —Tenías razón sobre la bomba. Parece que Josua lo había planeado desde el principio. Creo que va a detonarla en el Concentrador. La negociación por el antídoto sólo era un señuelo.

    —Ya veo. No se lo diré a mis superiores todavía. No hasta que sea absolutamente necesario.

    Sav comprendió: si los Pro-Locutores pensaban que no tenían nada que ganar de las negociaciones, podrían decidir destruir La Viracosa, Oradora incluída, antes de que llegase al Concentrador.

    —Si sobrevivimos, haré todo lo que pueda para encontrar tu cura.

    Sonó sincera. Sav se sorprendió de descubrir que esa sencilla afirmación significaba mucho más para él de lo que había pensado.

    —Gracias, - dijo él. —Y yo haré todo lo que pueda para que Josua no te haga daño.

    —Graci... gracias.

    —Intenta dormir.

    —Tú también.

    —Ya, - dijo Sav notando que aún estaba cansado. —Lo intentaré. - Cortó la conexión.

    (Dormir.).

    Sonaba bien. Pero primero sabía que tenía que comprobar el puente y descubrir exactamente lo que Josua había o no había hecho. Quizá debería empezar por el activador de la bomba. Sentía los miembros débiles y le dolía la cabeza.

    (¿Por qué estoy tan cansado?)

    Un escalofrío le recorrió la espalda y cerró los ojos.

    (Bueno, descansaré sólo un rato.)

Capítulo 47

    

Capítulo 47 - 4 Días restantes

    Dos sensaciones discordantes resonaban en la mente de Sav.

    La primera era un sentimiento alienante, una especie de desplazamiento vertiginoso desde el momento en que se originó su cuerpo físico, como si lo observara en lugar de habitarlo. La segunda era exactamente lo contrario: una elevada sensación de la minucia de ser físico, de la fina capa de sudor que permeaba cada milímetro de su piel, de cada terminación nerviosa de la nauseabunda bola que crecía en su estómago. Su consciencia giraba enfermizamente entre las dos perspectivas como un largo péndulo.

    Sav abrió los ojos y parpadeó. Estaba en caída libre.

    Giró la cabeza y el mundo se movía interrumpidamente. El movimiento parecía un arrastre reluctante. Decidió seguir inmóvil. Por el rabillo del ojo reconoció la forma de un panel de control.

    (—Estoy en la nave de descenso.)

    Entonces lo recordó: encontrar la obra de Josua en el tanque de reserva y encerrarse dentro de la nave de descenso.

    (Estoy cansado. Un poco desorientado, nada más.)

    Pero sabía que estaba equivocado. El miedo le punzaba el corazón con un ritmo febril.

    (Estoy enfermo.)

    Al alzar su mano miró las puntas de sus dedos: docenas de puntitos rojos habían emergido sobre la piel.

    (—¡La plaga!)

    El terror le oprimió el pecho y le costó tomar aliento. Miró su reloj, escéptico. Marcaba 4-2:20. Aún tenía cuatro días.

    (¡No, no puede ser!)

    Y aún así, los nódulos rojos en sus dedos eran una evidencia innegable. El vector Troyano se había introducido en él y había florecido en la plaga mortal.

    En cuarenta horas tendría una remisión pero después, en cuestión de horas, las lesiones negras aparecerían en su piel. En una semana se produciría el daño cerebral y renal irreversible.

    Le entró el pánico.

    (Quizá no es la plaga. Puede ser otra cosa.)

    Sería fácil averiguarlo, todo lo que tenía que hacer era comprobar el estado de Josua y Ruen.

    Se lanzó hacia la esclusa de la nave de descenso. El mundo se movía vertiginosamente bajo él. Alcanzó la compuerta, la abrió y se impulsó fuera hacia la escalera de los camarotes de tripulación.

    El hombre santo estaba dentro de su cápsula de estasis, las correas colocadas azarosamente por la abertura para que quedara medio abierta. La cara de Ruen estaba sudorosa. Aunque tenía los ojos abiertos, su mirada era vidriosa, febril. Sus manos se agarraban al montón de su ropa manchada y balbuceaba incoherencias entre temblores irregulares. Los nódulos rojos manchaban la punta de sus dedos.

    Sav apartó la mirada para no ver a Ruen, para no ver la confirmación de la plaga. Su cerebro empezó a arder y sus miembros a vibrar por la rabia y el ultraje.

    Durante los siguientes segundos, el patrix había caído dormido. Con los ojos cerrados, el hombre santo empezó un cántico, un murmulllo intranquilo que pareció oscurecer el espacio. La plegaria incomprensible creció en intensidad hacia una letanía funeraria, un lamento por sus muertes. Era hipnótico, con ritmos insinuantes de desesperación e impotencia.

    El canto se detuvo de golpe y Ruen abrió los ojos. Se levantó despacio sobre un codo y miró directamente a Sav.

    —He pecado, - susurró. Su tono estaba lleno de justicia y autodesprecio. —Perdóname.

    Sav se giró y fue hacia la cubierta de vuelo.

    Josua estaba atado al asiento del piloto de espaldas a Sav. Tecleaba contínuamente el tablero. Las luces eran ténues y, en el centro del puente, la pantalla principal estaba activada. Un planeta aparecía en la parte opuesta de la cabina a la altura de la cabeza. Sav asumió que era el Concentrador. Orbitaba un sistema estelar binario, dos cabezas de aguja de brillante luz que mareaban su visión con su movimiento oscilante. Aún cuando la ampliación de la pantalla era demasiado pequeña, las pertubaciones de las enormes fuerzas de marea de las dos estrellas eran evidentes por las intensas llamaradas que lamían el espacio como tentáculos de luz. En el poco tiempo que llevaba en el puente, el doble sol parecía haber cambiado su posición ligeramente. Las estrellas se movían. Su periodo orbital no podía ser mayor de pocas horas aunque las enormes velocidades a las que estas binarias giraban una alrededor de la otra le impresionó. Por eso Nexus había construído el Concentrador aquí: para usar el azote gravitatorio como lanzadera de sus naves hacia el vacío, como una honda de fuerza inimaginable.

    Sav se movió hacia el asiento de navegación aún atraído con el espectáculo. Se sentó pero no se ajustó el arnés. Las estrellas gemelas y el Concentrador estaban ahora sobre su cabeza. Sav centró su atención en los dedos de Josua. Alzó la mano para apantallar la luminosidad de las estrellas y se aclaró la garganta. Josua parecía ignorar su presencia y no mostraba indicios de la plaga. Seguía tecleando como si nada pasara.

    —Josua. - dijo Sav con voz ronca.

    Las manos de Josua se detuvieron y giró en su asiento. Su cara y brazos brillaban por la luz de las estrellas pero fueron sus ojos los que traicionaron su enfermedad: parecían haber crecido, el iris y la córnea se mezclaban en círculos indiferenciables, brillando febrilmente.

    —El reloj de Hebuiza, - dijo Sav alzando su muñeca. —Dice que aún...

    —No.

    Los soles dobles de Nexus se reflejaron momentáneamente como fuertes puntos en sus ojos. —Está equivocado.

    Sav miró al reloj.

    —¿Hebuiza calculó mal?

    Josua miró a Sav fijamente.

    —No.

    —No lo entiendo...

    —No queda combustible, - dijo Josua como si eso lo explicara todo.

    No tenía sentido.

    —¿Por qué Yilda y Hebuiza querrían engañarnos? ¿Por qué arriesgar así nuestra misión? ¡Para cuando llegáramos al Concentrador estaríamos demasiado enfermos para negociar!

    —¿Se te ha ocurrido alguna vez que Yilda podría no estar interesado en la cura?

    Sav pensó sobre eso. —¿Por qué? - susurró

    —¿Quién sabe? - respondió Josua indiferente. —Quizá Yilda quería usarnos como una distracción para mantener ocupado a Nexus.

    Miró la esfera azul del Concentrador que colgaba como un ojo, mirándoles.

    —Y ahora que hemos sobrepasado nuestra utilidad, nos quiere muertos.

    Hablaba, pero más consigo mismo que con Sav.

    —Atar los cabos sueltos. Como lo he hecho yo.

    Los soles habían continuado su apretada órbita. El menos brillante pasaba ahora sobre la cabeza de Josua, creando fuertes sombras en su cara.

    —La bomba, - dijo Sav, entornando los ojos por la luz de la estrella. —¿Lo planeásteis todo juntos?

    Josua llevó su vista de nuevo hacia Sav, Sonrió.

    —¿Bomba? ¿Qué bomba?

    —Sé lo que hay en el tanque de reserva. Sé lo que hiciste allí abajo.

    Josua juntó los labios hacia fuera y bajó la cabeza como si considerara todo el asunto de la bomba de forma abstracta, matemática.

    —No la habrás, ah, perturbado, ¿verdad?

    Sav no dijo nada.

    Josua alzó la cabeza. Sav se sintió caer por la fuerza de la mirada de Josua. El pánico le arañó el pecho y creyó que Josua podía ver dentro de él, extraer respuestas a sus preguntas. Sav quedó sorprendido por esta ilusión.

    Josua soltó una carcajada. —No creo que lo hayas hecho.

    Sav sintió ruborizarse. —La bomba, - dijo al fín. —¿Fue parte del plan de Yilda desde el principio?

    —No, - respondió Josua conclusivamente. Estaba tranquilo, desapasionado, como si Sav ya no le preocupara. —No se lo dije a Yilda, pero sé que tuvo medios para descubrirlo, para detenerme si hubiera querido.

    —Entonces, quería que fueras al Concentrador y detonaras la nave.

    —Esoparece.

    —¿Por qué?

    No hubo respuesta.

    —¿Yilda quería venganza? ¿Como tú?

    Josua miró a Sav pero no dijo nada.

    —Nunca tuviste intención de negociar una cura, ¿verdad?

    —No. - Josua se secó el sudor de la frente.

    —Y los demás. ¿Qué pasa con ellos?

    —¿Los demás? - Josua pareció confundido.

    —¡Liis! - dijo Sav. —¿Qué pasa con ella?

    —Está con Yilda, ¿no?

    (Está con Yilda.)

    La cabina pareció girar.

    (¿Qué opciones tenía ella? Esoes lo que había querido decir Josua. Para Yilda, ella es tan prescindible como nosotros. Podría incluso estar muerta.)

    —Era demasiado tarde para ellos, - dijo Josua como si le explicara a Sav una sencilla ecuación. —Era demasiado tarde para todos nosotros incluso antes de regresar a Bh'Haret. - Su expresión se volvió triste. —Sólo que tu estabas demasiado ciego para verlo.

    Sav negó con la cabeza.

    —Tienes que entender. - dijo Josua inclinándose hacia adelante y sonriendo levemente. Abrió sus manos y extendió sus brazos. —Todo lo que nos queda es este gesto final. Nuestra propia Disolución.

    Dió una carcajada volviendo su mirada hacia proa, hacia el Concentrador.

    —Nos recordarán, Sav. - la cara de Josua estaba pálida. —Recordarán a Shiranda.

    La estrella menor pasó sobre su cabeza como una furiosa corona.

    —Me temo que ya no me puedo fiar de tí. - dijo Josua metiendo una mano en el bolsillo de su mono. —¿Verdad?

    Sacó una pistola que Sav pudo reconocer. Era la pistola del oficial de policía con la que él había apuntado a Josua en la cabeza en Bh'Haret. Josua debió de haberla recuperado cuando Sav la lanzó en el bosque.

    Sav se apretó contra el asiento y alzó una mano para bloquear la luz de la estrella. El miedo exprimía el aire de sus pulmones.

    —Ahora ves mi dilema, ¿me equivoco? - la voz de Josua sonaba casi animada ahora. —Tenemos propósitos contrarios. Sería una locura darte la oportunidad de arruinarlo todo. - Su dedo acarició levemente el gatillo, amorosamente.

    —Las secuencias de código. Necesitas las secuen...

    —Necesitaba que tú llegaras hasta aquí. ¿Qué importa si Yilda ejecuta a un Orador o a dos? Quizá la pérdida de algunos de sus preciosos Oradores haga que los Pro-Locutores tengan más cuidado conmigo.

    Sav comenzó a sudar. La luz de la estrella se escapaba entre sus dedos y ardía en su mente y le impedía pensar. Y aún así, Josua le miraba con los ojos abiertos, imperturbable.

    (¿Cómo? ¿Cómo lograba Josua mirarle sin quedar cegado por la estrella?)

    —Quizá es mejor para tí de este modo. Ahorrarte las indignidades de la plaga.

    Sav miró al cañon del arma.

    (¡Tiene que haber algo que pueda hacer!)

    Aunque se había instalado en el asiento, no se había abrochado el arnés. Tenía libertad de movimiento. Miró a la escalera hacia la cubierta. Pensó que podría impulsarse y llegar a ella en tres, quizá cuatro segundos. Le dejaba mucho tiempo a Josua para varios disparos a corta distancia. Tenía que distraerlo primero de alguna forma.

    —Olvídalo, - le dijo Josua. —Nunca lo conseguirías.

    Sav tragó. Las estrellas parecieron intensificarse y le distraían.

    (¡No puedo pensar con esas malditas cosas ahí!)

    Quiso girarse y apagar la pantalla pero temía que Josua pudiera reaccionar a su movimiento. Maldijo a las estrellas.

    (¡Las estrelllas!)

    Josua levantó el arma y apuntó al pecho de Sav.

    —¡No puedes dispararme! - gritó Sav. —¡Destrozarás el fuselaje!

    Sav aprovechó para inclinarse hacia atrás fingiendo cobardía y plantó firmemente los pies en el suelo para alejar el asiento hacia el panel. Llevó su mano libre hacia el borde del teclado y lo encontró.

    l —Esa possibilidad ya se me había ocurrido. - Josua miraba al pecho de Sav y al fuselaje detrás de él.

    —No hay nada que pueda hacer para detener la bomba. - dijo Sav rápidamente. —Tú mismo lo has dicho.

    Acercó la mano poco a poco y buscó al tacto el botón de ampliación de la pantalla. Si pulsaba una vez, agrandaría la proyección en el centro del puente en un factor de dos. Cada pulsación posterior doblaría el factor de ampliación anterior.

    —No puedo hacerte ningún daño. Déjame quedarme hasta el final.

    Ampliar los soles en un factor de dos podría no ser suficiente para cegarle, para dificultarle la puntería.

    —Si voy a morir... - dijo Sav tanteando el teclado, —... quiero estar aquí. Contigo y con Ruen. Al menos, me debes eso.

    Sin apartar los ojos de Josua, movió el dedo índice tres teclas desde el borde.

    (¿Tres?, ¿O eran cuatro?)

    —No, - dijo Josua resolutivo. —Hay demasiado riesgo de que lo arruines todo. - se encogió de hombros. —El casco parece bastante grueso. Creo que voy a probar suerte.

    El dedo de Sav de posó sobre la cuarta tecla. Visualizó el símbolo de la tecla: un cuadradito en el lado izquierdo y otro mayor en el derecho. Pero sentía el dedo incómodo allí, como si sugiriera que no era la tecla familiar. Quizá había acertado al principio con la tercera tecla.

    —Lo siento, Sav.

    Una mirada de dolor pasó por la cara de Josua, como si, ciertamente, creyera triste lo que estaba a punto de hacer. Su dedo se tensó en el gatillo y el percutor se retiró hacia atrás unos milímetros.

    —Lo siento, - dijo de nuevo.

    Sav pulsó la cuarta tecla mientras saltaba del asiento con los ojos cerrados. Los soles del centro de la pantalla explotaron con luz cegadora. El sonido del arma de Josua siguió casi de inmediato y un dolor abrasó el muslo de Sav. Jadeando, giró fuera de control, rebotó contra el panel y rodó por la superficie del casco. Otro disparo erró el objetivo por mucho. Con los ojos cerrados, Sav tanteó con las manos buscando alguna referencia: el familiar cilindro metálico de una agarradera. Abrió los ojos una línea y una luz impactante le mostró que estaba a un cuarto de la longitud del puente. Sonó otro disparo y fragmentos del fuselaje salpicaron su cuello como agujas ardientes.

    —¡Maldito! - aulló Josua disparando de nuevo.

    Esta vez, la bala golpeó la pantalla de un panel bajo los pies de Sav, astillándola con un sonoro crujido. La visión de Josua parecía claramente defectuosa. Dos disparos más en rápida sucesión y dos errores más, seguidos de furiosos juramentos. Sav esperó un siguiente disparo, pero no se produjo.

    Aguantó la respiración y el enorme dolor en su pierna le despejó la mente. Apretó los dientes y se concentró en los sonidos del puente.

    El leve muelle de una tecla. Una breve pausa y otra tecla.

    (Está intentando apagar la pantalla.)

    Pero este era sólo el segundo vuelo de Josua en una nave de salto. Estaría probando las teclas al azar con cuidado de no tocar la tecla equivocada y causar otro resultado inesperado.

    (Esodebería darme tiempo suficiente.).

    Se agachó y rotó su cuerpo hasta que su cabeza apuntó directamente hacia la pantalla. Gimió cuando sus pies se deslizaron por las placas del suelo haciendo vibrar su pietna herida. Abrió los párpados en una rendija infinitesimal. Cambió su ángulo hasta que quedó alineado para pasar entre los paneles hacia la escalera de cubierta cuando se impulsara con los pies.

    Saltó.

    Se movía por el puente a ciegas sin posibilidad de cambiar su trayectoria.

    Josua disparó de nuevo pero el tiro falló por mucho. Sav extendió las manos y su visión se oscureció como si pasara por la umbra de un eclipse. Abrió un poco los ojos y vió que la pared avanzaba hacia él junto a la silueta de la escalera de cubierta. A su derecha había una mancha de color de lo que parecía haber sido el tablero del puesto de piloto. Sav rezó para que Josua estuviese mirando la pantalla o que su visión siguiese tan confundida como para ignorar la figura que volaba a pocos metros a su izquierda. La escalera se acercaba. Sav estiró los dedos para agarrar el peldaño más cercano

    La pantalla se apagó.

    Delante, el brillante muro había degenerado en una confusa masa multicolor de post-imágenes engañosas. Sav agitó las manos frenéticamente intentado sentir el peldaño que había estado a escasos milímetros de su alcance un segundo antes. La palma se golpeó contra un peldaño y lo agarró por puro acto reflejo. Giró su otra mano hacia el otro rail y usó su inercia para pasar las piernas sobre su cabeza y poder bajar boca abajo. Su pierna herida se resintió y soltó un gruñido.

    —¡Te he oído! - dijo Josua con voz triunfante.

    Sav se agarró con fuerza a la escalera sin osar mover un músculo. Su visión impresionista empezó a resolverse en los objetos habituales del puente. Ahora Sav podía discernir la silueta borrosa de Josua y la boca del arma moviéndose como una serpiente.

    —Sé que estás por allí. Puedo verte.

    Sav sabía que mentía pues su cabeza miraba hacia otro lado. No debía de quedarle muchos disparos, por eso dudaba. Estaba esperando que se delatara al moverse. Pero no importaba, cuanto más esperara allí, más tiempo le daba a la visión de Josua para recuperarse. Tenía que moverse. Se preparó para lanzarse escalera abajo.

    —¡La Disolución está cerca!

    Desde abajo, Ruen subía la escalera hacia Sav.

    La voz del patrix era eufórica.

    —¡Regocijaos!

    El hombre santo se acercó tanto que sus narices casi se tocaban. Tenía los ojos muy abiertos y vidriosos.

    —Ruen - gritó Josua. —¿Dónde esta Sav?

    —¿Qué? - el hombre santo parecía confundido. La urgencia de Josua pareció calar en su extasis. —Si está aquí. - respondió Ruen sorprendido por la pregunta. —Justo encima de...

    Sav agarró los finos brazos del hombre santo y los apartó de la escalera. Luego lanzó al atónito patrix hacia arriba mientras se impulsaba él hacia abajo.

    —¡Blasfemo! - gritó a la cabeza de Sav cuando se cruzaron por el camino. —Afligido serás por osar...

    El disparo del arma interrumpió las palabras de Ruen. Sav dobló el cuello hacia el hombre santo, que aún se movía hacia arriba. Su boca estaba abierta y se agarraba el cuello con ambas manos como si estuviera estrangulándose él mismo. Sus ojos se abrían aún escépticos por lo sucedido. Entre sus dedos se filtraba una mancha roja pulsante.

    La inercia de Sav le condujo hasta la cubierta de los camarotes de tripulación y arriba oía maldecir a Josua, gritando sus incoherencias a Ruen. Sav se abrió paso hasta la nave de descenso. Entró y selló la esclusa. Un momento después estaba en el asiento del piloto.

    Miró en torno a la pequeña cabina. Allí estaba, solo, herido y al inicio de una fiebre. Un sentimiento de derrota le poseyó. ¿Era este el final, escondido en la nave de descenso, esperando a que Josua detonara la bomba?

    (—¡No!)

    Lien dijo que ayudaría. Lo prometió. Ella era su única esperanza. Si pudiera rescatarla, huir de la nave...

    Sin más, tecleó la secuencia para encender los motores y abrir las puertas de la bahía de la nave de descenso. Las bombas bajo cubierta zumbaron al succionar atmósfera. Llevaría veinte segundos completar el ciclo. Miró hacia su herida. Había manchas de sangre bajo su rodilla y una astilla blanca de hueso sobresalía.

    —¿Sav? - la voz de Josua surgió del altavoz del panel de instrumentos. —¿Me oyes? Te estoy viendo por el monitor de la bahía de la descenso.

    Engullendo el dolor, Sav se concentró en el panel de control. Luces verdes recorrían el tablero mientras las comprobaciones de sistema terminaban con éxito. El sonido de las bombas se había silenciado con la menguante atmósfera y, ahora, la luz final se iluminó.

    La ecualización de presión había terminado.

    Las puertas exteriores se separaron revelando las dispersas estrellas alienígenas. Sav desconectó los bloqueos nagnéticos que sujetaban la nave de descenso a la cubierta. Un rastro de esferitas rojas vagó delante de su nariz. Sav se preguntó cuánta sangre había perdido.

    A medio camino, las puertas se detuvieron.

    —Buen intento. - dijo Josua cuando las puertas invirtieron su curso. —Pero tendrías que haber sabido que yo podía anular tus comandos desde aquí.

    Sav empujó hacia adelante la palanca de control y la nave avanzó impulsada por los pequeños propulsores de posición. La proa redonda se orientaba hacia el espacio que disminuía rápimente. El metal rascaba el metal y la nave de descenso entera vibraba con tal violencia en las fauces de las puertas herméticas que Sav pensó que se haría pedazos. La nave se inclinó levemente mientras las puertas se aproximaban. La cabina se inundó de los gemidos y gruñidos del metal en estrés. Si la integridad del casco de la nave de descenso aún no se había comprometido, lo haría pronto. A la desesperada, Sav agarró el deslizador que controlaba el empuje de los motores principales.

    —¡Para la puertas! - gritó, —O encenderé los motores!

    Si disparaba los motores a plena potencia, el exhaustor de la nave probablemebte haría pedazos La Viracosa.

    —¿Después de todo lo que has hecho para prolongar unas horas tu miserable vida?. No te creo.

    Sav se sintió ausente, despegado, mientras empujaba el deslizador a mitad de potencia y los motores rugían de vuelta a la vida. La nave vibró, pareció alzar la cola y se empotró contra la puerta ensanchando el hueco un poco. Sav se concentró en la palanca de vuelo, bloqueando todo lo demás, intentando evitar que la nave virase o girara en circulos como una furiosa ruleta convirtiendo la bahía en un infierno letal. Cuando sintió que mantenía el control, abrió la imagen de la cámara trasera: una lengua de fuego amarillo hacía erupción por la popa y calcinaba el fuselaje de la cubierta hasta volverlo rojo y arrugado.

    Josua gritaba histéricamente, como si fuera él quien estuviera bajo las llamas.

    —¡Para! ¡Lo estás arruinando todo!

    —Déjame marchar.

    —¡Moriremos por la plaga! ¿No lo entiendes? ¡Esta es tu última oportunidad!

    Todo parecía irreal, onírico. El parloteo irracional de Josua; la palanca de control tratando desesperadamente de retorcerse para escapar de su agarre; el rugido de los motores, que hacían zumbar y vibrar sus huesos. Movió el impulsor hacia adelante un cuarto y el morro de la nave de descenso avanzó medio metro agrandando el hueco. Luego, el motor de las puertas se sobrecargó y liberó las puertas. La nave se disparó hacia adelante con un chirrido terrorífico hasta quedar libre en el espacio fuera de la bahía.

    Las lentes parcialmente fundidas de la cámara de popa mostraban una imagen distorsionada de La Viracosa retrocediendo rápidamente.

    —¡Vuelve aquí, so ladrón! - aullóo Josua. —¡No mereces morir con nosotros! ¡No mereces morir por Bh'Haret!

    —Nadie lo merece. - respondió Sav cerrando el circuito.

    Un segundo después, las luces de mensaje parpadearon furiosamente. Sav las miraba, fascinado. Tenía ideas confusas que entraban y salían como los globos de sangre que se dividían y juntaban frente a él. Miró a la pantalla: La Viracosa no era mayor que un dedo. De pronto, recordó a la Oradora.

    Apagó los motores y tiró del rotor con fuerza. Los propulsores de posición movieron el morro hacia La Viracosa. Las estrellas binarias eran ténues pulgares tras la pantalla polarizada. Miró a La Viracosa y empujó lentamente la palanca del impulsor deteniendo la nave de descenso, luego invirtió su rumbo y empezó acercarse a ella.

    Ignoró las luces de mensaje de Josua, Sav tecleó la frecuencia de la Oradora y pulsó la trecla de transmitir.

    —¿Lien?

    —¡Sav! - sonaba nerviosa pero no en pánico.

    —¿Qué ha pasado? El tubo empezó a temblar y pensé que iba a partirse en dos.

    Otro vuelo de sangre oscureció su visión y apartó las burbujas. Ahora podía ver el tubo de emergencia más claramente, un cilindro plateado delante de La Viracosa.

    —Ya voy, - dijo él.

    —¿Qué? ¿Qué quieres decir?

    —Estoy herido. - miró al hueso protuberante preguntándose si debería ponerlo dentro de la pierna otra vez.

    —Hablas de modo raro, Sav. ¿estás bien?

    —Sí, - dijo secándose el sudor de la frente. —No. - Dudó. —Estoy aquí. ¿Qué quieres?

    —¡Sav! ¡Me has llamado tú!

    Intentó concentrarse.

    —Estoy en la nave de descenso.

    Articuló cada palabra cuidadosamente para que pudiera entenderle. Dobló el cuello y vió La Viracosa más cerca.

    —Te veo.

    —¿Puedes verme?

    —Sí, - dijo él, molesto.

    (¿Que le pasa a esta mujer? ¿Por qué no entiende nada?)

    —¿Has salido de La Viracosa?

    —Aajá. - La lengua se le hinchaba en la boca. —Voy a recogerte.

    —¿Cómo? ¿Cómo vas a hacerlo?

    —Josua me ha disparado. - Le pareció el tipo de cosas que debía compartir con ella. —Y Ruen está muerto, también. Creo. Josua quiere matarnos a todos, - dijo Sav pensando para añadir: —A tí más que a nadie.

    —¡Escucha, Sav! Vienes a recogerme. ¿Recuerdas?

    —Oh. Sí.

    —¿Cómo?

    Sav trató de concentrarse pero todo parecía distante y dudoso.

    —Con la nave de descenso.

    De pronto, se sintió avergonzado: no tenía ni idea de lo que estaba haciendo ni por qué estaba allí.

    —No lo sé. - dijo entre lágrimas. —No sé nada.

    —Escucha, Sav. Puedo abrir la esclusa de aire. - dijo Lien. —La descompresión me lanzará fuera del tubo. Mi traje lleva un sistema de propulsión y puedo guiarme hasta tu nave si estás cerca. Pero no podré alcanzarte si pasas de largo. Tienes que abrir la compuerta y esperarme. ¿Crees que puedes hacer eso?

    —No. - dijo Sav secándose los ojos. —No hay esclusa de aire en la nave de descenso.

    —¿Llevas un traje?

    Sav se miró. —No.

    —¿Tienes un traje a bordo de la nave?

    Sav giró la cabeza.

    Enganchado a la pared trasera había un traje AEV de emergencia.

    —Sí.

    —Póntelo. Luego avísame y abriremos nuestras compuertas al mismo tiempo y trataremos de salir de aquí antes de que Josua se de cuenta de lo que está pasando.

    —Claro. - dijo Sav.

    Parecía más sencillo estar de acuerdo que discutir con esta mujer insistente. Desató su arnés y se movió hacia la pared de popa.

    Con esfuerzo, consiguió entrar en el traje y sellar el casco. La pantalla de estado apareció indicando que el traje tenía energía y estaba listo para funcionar. Se sintió orgulloso de sí mismo aunque no estaba seguro de por qué se lo había puesto.

    Notó algo diferente.

    En la parte derecha de pantalla había unos digitos verdes que nunca había visto. Un cuatro seguido de dos puntos y dos ceros. Como un cronómetro, el valor se descontaba a cada segundo. Sav frunció el ceño, confundido. Se preguntó por qué le resultaba familiar. Había algún tipo de deducción que sabía que debía hacer, pero su cerebro parecía ocioso e inútil. Un cronómetro. Descontando como los relojes que Hebuiza y Yilda les habían hecho. Sólo que este no tenía días, sólo minutos y segundos. La pantalla rezaba: 3:55.

    Se acordó de la plaga, los Oradores. Al mirar hacia arriba, vió a La Viracosa. Oscureciendo el resto de la nave estaban los tanques alimentadores. Se acordó de la bomba.

    (El disparador.)

    Este traje era el disparador. Tenía una especie de sentido perverso. Quizá Josua planeaba abandonar La Viracosa en el último momento para poder ver su obra desde el espacio. Para ver la destrucción sellada dentro de su traje antes de lanzar la nave de descenso hacia su última reentrada feroz. De pronto, las palabras de Josua tomaron sentido: al llevarse la nave de descenso, hacía de Sav un ladrón que le robaba los medios para detonar la bomba. El reloj descontaba tres minutos y medio.

    Volvió al asiento.

    —La bomba. - dijo tras conectar el cable del tablero a su traje. En el exterior, el delgado tubo de emergencia pasaba a su lado.

    —Yo... creo que va a explotar en tres minutos..

    Apagó los motores y disparó los propulsores de frenado. La nave de descenso reducía velocidad.

    Lien dijo algo que no pudo entender, algo que sonaba molesto y asustado. Luego le habló con calma.

    —Debes abrirme la compuerta ahora, Sav.

    —Sí. - dijo sin estar seguro de a qué pregunta acababa de responder. Estaba confundido de nuevo. Tenía frío y calambres. Como todos los viajeros, había asistido al curso obligatorio de primeros auxilios y reconocía los síntomas.

    (Estoy a punto de perder la consciencia.)

    Mirando a la pierna pensó con tristeza:

    (Debería haberme aplicado un torniquete.)

    Pero na había tenido tiempo. Nunca había suficiente tiempo para nada.

    (¿Qué era lo que tenía que hacer? La compuerta. ¿No había dicho ella algo sobre la compuerta?)

    Sav tecleó los comandos, sus torpes dedos se movían automáticamente por el hábito. Parpadeó una alarma de emerencia. Se giró y vió la compuerta abierta y el brillo de la atmósfera siendo succionada hacia el vacío.

    —Y... ya está, - dijo él.

    —¿Ya está el qué? Se suponía que tenías que...

    Unas manos invisibles agarraron a Sav y le arrastraron de vuelta a la compuerta. El cable que había conectado al tablero se tensó.

    —... decirme primero...

    El cable se desconectó, cortando a Lien. Sav cayó hacia una oscuridad estrellada. Los cielos giraban a su alrededor.

    La Viracosa apareció a la vista y desapareció trazando un arco. Mientras pasaba por segunda vez delante de Sav, vió la compuerta del tubo de emergencia volar silenciosamente y una pluma de gas blanco salir en su persecución. Una mujer desnuda surgió del tubo, una imposible criatura milagrosa de las estrellas. El borde de su piel estaba vivo de llamas danzarinas.

    (¡Está ardiendo!).

    Sav se maravilló por la visión y quedó decepcionado cuando ella giró y salió fuera de su vista.

    (Un ángel.)

    En su tercer giro, ella había desaparecido. En la esquina de su visor, el reloj mostraba noventa segundos.

    (Adios.), pensó tristemente y cerró los ojos.

    Algo apretó su brazo tan ferozmente que le hizo gemir.

    (Vete. Déjame solo.)

    La presión persistió.

    Reluctantemente, abrió los ojos. El giro vertiginoso de los cielos se había detenido. Una cara en la sombra se acercó a la suya, un vago brillo bocetaba su silueta.

    —¿Liis?

    La figura se giró y la sombra se deslizó para mostrar una cara demasiado redonda, unas facciones demasiado finas para ser Liis. Era otra mujer.

    —Tu traje. - murmuró Sav. —Necesitas un traje...

    Sus ojos negros ardieron de ira y determinación, una mirada que abrasaba a Sav. La mujer pasó sus brazos por su pecho cortándole la respiración. Sav sintió cambiar su inercia, como.si le hubiese cogido una corriente. Juntos, él y la extraña mujer, rotaron hasta encarar una pequeña nave con la popa oscurecida y el morro arrugado.

    (La nave de descenso.), pensó Sav sorprendido de lo diferente que parecía desde fuera.

    Juntos, aceleraban hacia la compuerta abierta.

    Antes de que pudiera entender lo que ocurría, estaban dentro y delante del panel de control. Una luz de conexión parpadeaba furiosamente.

    —Quizá deberíamos responder a eso, - murmuró.

    Pero la mujer no parecía oirle. Estaba agachada a algo cercano a su cintura alzando un cable y examinando el conector. Sav observaba mientras ella lo introducía en la media docena de zócalos similares del tablero.

    Al tercer pinchazo, una voz sonó en su oído.

    —¡... ar los impulsores! Tenemos que salir de aquí!

    —Yo te conozco. - dijo Sav despacio. —Eres Lien, ¿verdad?

    —¡Los impulsores!

    (¿Esoera lo que quería hacer?)

    Sav se echó hacia adelante y trató de mover el deslizador hacia adelante, pero se había vuelto pesado o se había quedado pegado en el sitio. La mujer puso la mano sobre la suya y empujó con más fuerza. El deslizador avanzó con facilidad. Los motores se dispararon y Sav se sintió arrastrado por la aceleración.

    Lien consiguió agarrarse a la barra y disparó una mano hacia el brazo de Sav para acercarlo hacia ella con una sorprendente exhibición de fuerza. Luego inclinó la cabeza sobre el panel de control.

    —¿Cuánto tiempo? - preguntó sin mirarle.

    Sav apenas oyó la pregunta, el agarre de la aceleración tiraba de el con fuerza.

    —¿Cuánto tiempo nos queda? - repitió.

    Sav se concentró en los dígitos de color naranja.

    —C... cinco s... segundos... creo

    Ella se giró, sus facciones se retorcieron en una expresióm de ira.

    Pero cuando ella le miró, cambió totalmente su apariencia. La rabia de sus ojos desparació y su expresión pareció ser una mezcla de tristeza y compasión.

    —Sav, lo siento.

    Sobre su hombro, Sav podía ver La Viracosa en la pantalla.

    Ella enganchó las piernas alrededor del brazo del asiento del piloto y arrastró a Sav hacia ella, abrazándolo con fuerza contra su pecho. La luz iluminó la pantalla del monitor, eradicando a La Viracosa. Un momento antes había estado allí, colgada contra el fondo de estrellas. Ahora había sido consumida en un brillante olvido.

    —Onda Expansiva, - dijo ella. —Agárrate.

    La consciencia regresaba poco a poco.

    Al principio Sav pensó que había regresado a la Ea y despertaba de la estasis a su regreso a Bh'Haret. La bocina de alarma gemía y lloriqueaba. Sintió la pesadez en sus miembros, la misma debilidad que solía acompañar a la reanimación.

    (¡Un sueño. Todo ha sido un sueño!)

    Pero, ¿despertaba acaso al comienzo de la misma pesadilla?

    —Estás consciente. - Era la voz vagamente familiar de una mujer.

    Sav abrió los ojos. Estaba sujeto al asiento del copiloto. Una mujer desnuda se sentaba a su lado y le estudiaba con atención. Alzó su mano y le secó la frente.

    —¡No! - dijo Sav, luchando débilmente para apartar su mano. —¡La plaga!

    —No pasa nada. - dijo Lien. —No creo que yo esté en peligro. O, al menos, no en inmediato peligro. Ni tú tampoco. Has estado inconsciente durante doce de tus horas. Se te ha pasado la fiebre.

    Era cierto que se sentía más despejado. Con las ideas más claras que hacía unas horas, como Yilda les había dicho.

    —Es una remisión. La fiebre regresará.

    —Una nave nos recogerá dentro de poco. Tiene instalaciones para curarte.

    —La Viracosa, Josua, - dijo Sav recordando el fogonazo de luz en la pantalla.

    —Muertos.

    (¿Muertos?)

    Parecía irreal.

    —Cuando sellaste el traje activaste la bomba. Tuvimos suerte. El impacto de la onda expansiva nos dió desde atrás. Los motores y las placas deflectoras nos protegieron. No estaba segura de que vuestra primitiva tecnología pudiera aguantar la explosión, pero lo hizo. Aún necesitas tratamiento antiradiación. Mi trajepiel solo puede hacer regeneraciones menores.

    Sav se miró el cuerpo. Estaba desnudo, excepto por una capa casi imperceptible que cubría su piel de cuello para abajo. Y no sentía nada. Ni siquiera el dolor de su pierna rota. Aunque el hueso aún sobresalía, su herida estaba cerrada y la hemorragia se había detenido. De hecho, su cuerpo entero estaba rosa y limpio como si acabase de salir de la ducha.

    —Me has puesto tu traje.

    —Lo necesitabas más que yo. - dijo Lien sencillamente.

    —Mis amigos, - dijo Sav de repente. —En la estación repetidora. ¿Qué les ha pasado?

    —No lo sabemos. Al tener noticias de la detonación, interrumpieron el contacto.

    —Quieres decir que han matado a los rehenes.

    —Sí, - dijo ella despacio. —Creemos que ese es el caso. Varios fueron ejecutados inmediatamente y sólo tenemos contacto intermitente con los que no fueron capturados inicialmente. Parece que los están cazando.

    Sav buscó en sus ojos alguna muestra de ira, algún centelleo que traicionara su odio y deseo de venganza. Pero ella no mostraba nada excepto, quizá, una ligera tristeza.

    —Los Pro-Locutores dicen que no pueden entender por qué se silenció a los rehenes. Afirman que os hubieran dado lo que queríais.

    —¿Tú lo crees?

    —Creo que dicen la verdad.

    —No tiene sentido. - dijo Sav. —¿Por qué ejecutaría Yilda a los rehenes cuando eran nuestra única herramienta de negociación?

    —Los Pro-Locutores creen que se puede haber vuelto loco, como Josua. -Hizo una pausa. — Y también hay rumores sobre otras posibilidades.

    —¿Qué posibilidades?

    —Cosas que he oído de pasada. Tú no las entenderías. Ni siquiera las entiendo yo del todo.

    —Cuenta.

    Lien se encongió de hombros. —Hay rumores de que el Hermano perdido ha vuelto. El que fue consumido por los Gemelos.

    Sav recordó que los soles binarios de Nexus se llamaban lo Gemelos y recordó la historia que Yilda les había contado.

    —Había una leyenda, - dijo Sav. —Uno de los hermanos fue lanzado en un feroz abismo por traicionar a su gemelo.

    —No es una leyenda. Los detalles son dudosos, pero es un hecho que los Hermanos fundaron y regentaron la Poliarquía durante varios siglos. Uno intentó llevar a cabo una insurrección, pero su plan fue descubierto antes de que diera su fruto. El usurpador trató de huir usando los pozos gravitatorios del sol doble del Concentrador pero su nave se desintegró en la corona del sol primario.

    Le empezó a doler la cabeza.

    —No veo que eso tenga algo que ver con nosotros.

    —Ni yo tampoco. Como te dije, son rumores. Has de entender que el Hermano perdido ha llegado a simbolizar la incertidumbre y el caos. Cuando la Poliarquía experimenta un contratiempo, se invoca su nombre. Como si su alma hostíl guiara a aquellos que quieren dañar a Nexus. Perder la estación repetidora no es un asunto menor. Aunque yo no aprecie su impacto completo, presiento que podría ser el evento más catastrófico jamás caído sobre la Poliarquía desde su creación. Que su espectro fuera resucitado era inevitable.

    —Entonces, me matarán como represalia.

    Ella negó con la cabeza.

    —Ahora no eres tan importante para la Poliarquía. Quizá sean despiadados, pero nunca derrochadores. Aún puedes jugar un papel secundario. Quieren distanciarse de la destrucción de vuestro planeta tanto como sea posible. Te curarán y te liberarán como gesto de buena voluntad.

    —¿Para hacer qué? - dijo Sav amargamente, sin esperar respuesta en realidad.

    —Lo que desees. - Sus palabras sonaron como si algo la hubiera enfadado. —Quédate aquí como invitado de la Poliarquía. O regresa a Bh'Haret.

    (Curado y enviado a casa)

    ¿No era eso por lo que había luchado? Sólo que ahora no había razón para volver. Bh'Haret era un mundo muerto. Se encongió de hombros y alzó la vista para ver que Lien le observaba con atención.

    —No hay nada para mí allí.

    La expresión de Lien se endureció.

    (Por qué le preocupa que vuelva o no a casa?)

    —Parece que fueras tú quien lo ha perdido todo, - dijo Sav sin ocultar cierta burla en su tono.

    —Se me ha revelado información que me hace ser un peligro, - dijo llanamente. —Hasta ahora, la estación repetidora era un secreto bien guardado. Sé que se arrepienten de habérmelo revelado. Como mínimo, me despojarán del poder comunicativo de los Oradores para minimizar el problema, pero lo más probable es que sea destruída para asegurar el secreto.

    Mientras hablaba, giró la cabeza hacia la parte delantera de la nave y contemplaba el espacio como si pudiera ver el Concentrador y a aquellos que juzgarían su destino. Era raro, pero la expresión en su cara le recordó a Liis. Tenía el mismo vacío que parecía dejarla hueca.

    —No soy nada.

    Sav se sintió avergonzado. Acercó los dedos y cogió su mano.

    —Esono es cierto.

    Ella se volvió hacia él.

    —Desearía que no fuese así. Los Oradores no tienen más amigos que otros Oradores. De modo que, ahora, no tengo ningún amigo en absoluto...

    —Estamos en esto juntos. - dijo Sav, sorprendido de la verdad en sus palabras. —Dijiste que los Pro-Locutores deseaban mostrar un gesto de buena voluntad conmigo. Si les pidiera una garantía sobre tu situación, ¿no lo reconsiderarían?

    —No. - habló con certeza. —A menos que... - Se detuvo y frunció el ceño. —Es decir, si tú...

    —Continúa, - le urgió Sav.

    —Bh'Haret, - dijo abruptamente. —Si escoges regresar a tu planeta natal, yo podría ir contigo. - Ella le miró con la esperanza brillando en los ojos.—Si lo solicitas, creo que podrías persuadir a los Pro-Locutores.

    —¿Quieres regresar a Bh'Haret conmigo?

    Ella bajó la mirada.

    —Mis opciones son... limitadas. Muerte o exilio.

    (Puedo salvar su vida.)

    Sav observó a la Oradora con la posibilidad girando en su mente. No parecía tan mala idea volver a Bh'Haret con ella. Si hubiera regresado él solo habría tenido poco sentido. Pero con Lien, la idea parecía de repente menos desagradable.

    (¿O era otro truco de la Poliarquía? ¿Podría esto ser un intento de enviarle de vuelta al mundo muerto con una Oradora para mantenerle vigilado? ¿Lo habían programado todo cuidadosamente para invocar mis sentimientos de responsabilidad y culpa?)

    Miró a Lien, pero no pudo leer nada en su expresión que respondiera a sus dudas. Ella le miraba con ojos inocentes que esperaban su respuesta.

    —Tengo fé en tí, - dijo ella. —Confiamos el uno en el otro, ¿recuerdas?

    —Ya, supongo que tenemos que hacerlo. No nos queda nadie más

    (Nadie más, realmente.)

    Pero a pesar de su afirmación, la duda permanecía.

    (¿Es demasiado tarde para aprender a confiar?)

    —Tu amiga está viva.

    —¿Qué? - las palabras de Lien le sobresaltaron. —¿Te refieres a Liis?

    —Así es como llamas a la mujer alta, ¿cierto?

    —Sí. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué... ?

    Lien alzó una mano.

    —La situación no es clara. Hubo muertes en su grupo y... y eso es todo lo que me han dicho.

    —Comprendo.

    (Liis está viva. O lo estaba hace doce horas.)

    —Pensé que querrías saberlo. - Hizo una pausa. —Antes de tomar una decisión.

    Sav asintió pensativo.

    —Gracias por decírmelo.

    Ella apretó su mano tan levemente que no supo si lo había imaginado.

    (Confianza.)

    Estudió a Lien, una Oradora de la Poliarquía de Nexus, una mujer que, si regresaban a Bh'Haret, sería seguramente su única compañia hasta su muerte. Siempre habría una semilla de duda.

    (Pero la confianza tiene que empezar por algún sitio, ¿no?)

Capítulo 48

    

Capítulo 48 - 5 Días restantes. La Estación Repetidora

    index>.

    El Orador era el gemelo de Yilda.

    Cuando Yilda le había disparado, sus dos camaradas habían mirado hacia arriba con el horror escrito en sus ojos. En ese momento, Liis había registrado la similitud en sus caras. Se giró y miró al resto de Oradores. Hombres y mujeres, todos se parecían a Yilda: facciones redondas con gruesos labios y amplias frentes. Era como si viera un Yilda adolescente, un Yilda mujer de mediana edad, un Yilda hombre con veinte años, un Yilda anciano se pelo canoso...

    Y ahora recordó la desconcertante familiaridad en el rostro de la chica del bosque junto al lago. La Oradora también compartía los mismos rasgos de nacimiento. Liis vió que Hebuiza no mostraba asombro por el parecido con Yilda. Pero Hebuiza no parecía Hebuiza: su cara era como la de un depredador que buscaba el olor de la sangre, las pupilas estaban dilatadas y sus nasales resoplaban. Sus largos brazos parecían temblar con energía apenas suprimida. Quizá el estimulante de Yilda le había dejado insensible a todo excepto a la caza.

    Yilda hizo rodar uno de los Oradores incapacitados del sofá hasta el suelo. Usando su rifle como palanca, desplazó rápidamente al otro Orador.

    —Trae aquí uno que funcione., le dijo a Hebuiza.

    Hebuiza agarró a una mujer por el brazo y ella jadeó de dolor cuando la apartó de los brazos de su compañero y la lanzó al suelo. El otro Orador recogió y abrazó el cuerpo herido de su camarada. Hebuiza arrastró por el suelo a la mujer, paralizada de miedo, hasta los pies de Yilda.

    —Ponla en el sofá.

    Hebuiza la colocó como si fuese un montón de ropa sucia. Ella se encogió temblando en una bola fetal. Yilda ladró una única palabra en una lengua alieníena. La Oradora pareció sorprendida y enterró la cabeza entre los brazos. Yilda la golpeó en las costillas con la boca del rifle y ella gritó de dolor. Yilda repitió la palabra.

    La Oradora echó un vistazo entre los brazos con los ojos abiertos por el terror. Yilda habló de nuevo, señalando con el rifle a los cuerpos temblorosos sobre el suelo. La mujer miró a sus camaradas y luego, al rifle negro delante de ella. Empezó a emitir un sonido nasal y le siguieron las palabras incomprensibles de Yilda en la lengua gutural. Yilda hizo una pausa, como si esperase una respuesta. Tras un instante de duda, la mujer respondió con una sílaba temblorosa. Yilda hizo un gesto con la mano que indicaba la longitud del sofá. Despacio, la mujer estiró su cuerpo y cerró los ojos. Su tembloroso cuerpo quedó inmóvil, sus manos eran pequeños puños, su pecho se hundió. Yilda apoyó la boca del arma en la sién de la Oradora.

    —Observa con atención. - dijo Yilda.

    Le llevó un tiempo a Liis descubrir que Yilda estaba hablando con ella.

    —Y tú vigila que nadie se escape, - le dijo a Hebuiza indicando en la direccción de los Oradores sentados frente a la pared.

    Hebuiza no tenía que preocuparse. El Orador parecía en estado de shock. Liis concentró su atención a la escena en el centro de la sala.

    El pecho de la mujer subía y bajaba al ritmo de sus hondas respiraciones. La cara se quedó flácida, el miedo y la tensión desaparecieron haciéndola parecer más joven.

    (—No.), penso Liis. (No más joven. Intemporal.)

    La transformación continuó, de una aterrorizada mujer pasó a ser una exquisita criatura, mitad humana, mitad etérea. Llenó la sala un agudo sonido, blanco, como el siseo del viento, que apagaba todo sonido salvo el suyo propio. Liis pensó que salía de la mujer pero luego no pudo precisar su origen. Un fulgor difuso se extendió por su piel y sus labios de separaron en éxtasis. Fuera cual fuese la fuerza que la infundía, se había abandonado completamente a ella.

    Liis miró atónita cómo Yilda había caído en el mismo tipo de trance. Con su mano apoyada en la barriga de la mujer, parecía estar captando lo que ella estaba experimentando.

    Pasaron varios segundos. Luego, los ojos de Yilda se abrieron y apartó su mano de la mujer para abofetearla en la mejilla. La expresión transcendente colapsó y el sonido blanco se dispersó al mismo tiempo. La mujer parpadeó y tardó un segundo en ser consciente de lo que había ocurrido. Miró a Hebuiza y luego a Yilda, pero ya no había terror en sus ojos. Liis vió el brillo de la cautela y el odio en ellos. La mujer observaba a los Posibilitadores con los ojos entornados y la mano cubriendo su mejilla enrojecida.

    —Ese... - dijo Yilda, —... es el aspecto de un Orador cuando está tansmitiendo. Sus maestros en el Concentrador ahora saben que estamos aquí, pero poco más. - Se giró hacia Liis. —A corta distancia, los pensamientos pasan entre los Oradores tan fácilmente como una conversación pasa entre nosotros. A mí no me importa que hablen pero si desean alcanzar distancias de años luz, deben concentrar su energía como lo ha hecho ella. No le permitas a ella o a cualquiera de los otros que caiga en este estado. ¿Comprendido?. Golpéales para romper su concentración si es necesario. Pero no los matéis. Los necesitamos para la negociación.

    Yilda apartó la mujer del sofá y la empujó hacia el otro Orador.

    —Aún hay once Oradores en fuga, - continuó Yilda. —Desgraciadamente, aquí sus amigos les han avisado de nuestra presencia y me llevará un tiempo encontrarlos. Si tenéis que dormir, haced turnos de guardia mientras estoy fuera. Y vigilad el pasillo por si intentan rescatar a sus amigos.

    Yilda caminó hacia el umbral.

    Liis se paró bloqueándole el paso.

    —Eres uno de ellos.

    Yilda la miró.

    —¿De estas ovejas? - se burló Yilda. —Por favor.

    —Entonces fuiste uno de ellos alguna vez. Por eso sabes todas esas cosas sobre este lugar.

    —No.

    —Nos dijiste que los Oradores eran prisioneros aquí. Quizá tú también lo eras. Pero escapaste.

    Yilda mantuvo la mirada y cogió el mango del rifle con las dos manos.

    —No tengo tiempo para esto. Tenemos que asegurar a los Oradores que quedan antes de que tengan la oportunidad de hacernos daño.

    —¿Cómo? ¿Destruyendo sus mentes?

    —Como sea necesario.

    —¡No se empieza una negociación matando a tus rehenes!

    —No están muertos, - respondió Yilda fríamente. —Están neutralizados.

    —¡Les has freído el cerebro! ¡Ya no nos sirven ni a nosotros ni a nadie!

    —Tú querías una cura y yo te daré una. Pero sólo si sigues mis órdenes. Si estos animales viven o mueren no es asunto tuyo.

    —El antídoto no fue la razón por la que vinimos aquí, ¿verdad?. Tú querías esto. - Liis señaló la dispersión de cuerpos. —Venganza.

    —Yo no soy el que tiene la venganza en mente.

    Liis se sorprendió. ¿Se refería Yilda a Josua?

    —¿Qué significa eso? ¡Deja de hablar con acertijos!.

    —Harías bien en no intentar comprender los motivos de un intelecto superior. Cíñete a tus fantasías infantiles.

    Liis se ruborizó.

    —¡Responde a mi pregunta!

    —No tengo tiempo para este sinsentido. - Yilda golpeó el plastimolde de Liss con la culata del rifle.

    Cometas de dolor quebraron su visión. Ella retrocedió casi perdiendo el equilibrio, hasta golpear con la cabeza y hombros la superficie del muro. Las lágrimas cayeron por sus ojos.

    —Necesito que vigiles a los rehenes. - las palabras de Yilda acentuaron su agonía. —Pero no tientes mi paciencia.

    Yilda desapareció por el pasillo.

    A treinta pasos de distancia, Hebuiza arrancó al Orador incapacitado del agarre de sus camaradas y lo arrastró por los tobillos unos cuantos metros. La mujer observaba a Hebuiza con atención con una mezcla de rabia y miedo. El Orador parecía haberse retirado de todo conflicto totalmente, apretando las manos contra el pecho y meciéndose hacia adelante y hacia atrás como un niño autista. La mujer cerró los ojos y Hebuiza la golpeó con el dorso de la mano en la mejilla. La Oradora no gimió, sencillamente abrió los ojos de nuevo como si hubiera esperado el golpe y observaba a Hebuiza sin mostrar arrepentimiento.

    (La mujer aprende rápido.) - pensó Liis. (Está probando los límites.)

    Miró a la mejillla enrojecida de la Oradora.

    (No somos diferentes.) - pensó abatida. (Mi destino depende de Yilda. Pero, ¿qué destino?)

    Por primera vez, Liis supo lo poco que comprendía.

    (He estado sonámbula todo el tiempo.)

    Miró a la mujer y recordó cómo había aguantado el siguiente golpe.

    (¿Era eso todo lo que podían hacer? ¿Apretar los dientes y esperar a que cayera la mano?)

    —Tráeme la cuerda de tu mochila.

    La voz de Hebuiza sacó a Liis de su estupor. Alzó la vista.

    El Posibilitador la observó con expresión desdeñosa.

    —Los ataremos. - Se giró hacia sus cautivos.

    Liis pensó en negarse, pero, reluctantemente, encogió los hombros entre las correas y deslizó la mochila hasta el suelo.

    —Deprisa.

    Liis le dió la espalda al Posibilitador, se agachó delante de la mochila y empezó a rebuscar en su interior. Justo cuando sintió el rollo de cuerda bajo los dedos, un movimiento de uno de los Oradores llamó su atención. Estaban a su izquierda y sólo podía verlos de reojo, pero estaba segura de que la mujer la observaba siguiendo sus movimientos con interés. Liis se giró deprisa y la observó. La cabeza de la mujer estaba agachada y ella miraba al suelo.

    Liis se desorientó por un momento.

    (¿Me lo habré imaginado?)

    Liis volvió a buscar en su mochila. Excavando bajo la cuerda, encontró el tubo de explosivos. Sacó y levantó el cilindro para ver la escena tras ella reflejada en su superficie pulida. La imagen era distorsionada pero vió que la cabeza de la mujer estaba levantada otra vez y la estaba mirando. Todavía con el tubo en la mano, Liis se giró rápidamente. Esta vez, la mujer mantuvo la mirada durante un segundo antes de bajar la vista hacia el suelo. Pero sus intenciones eran claras.

    (Era una solicitud de ayuda.(

    Liis observó la intratable figura de Hebuiza y luego volvió la vista hacia la mujer que miraba al suelo.

    (Mírame.), quisó decirle Liis.

    Los ojos de la mujer se alzaron para mirarla y parecían implorar urgencia.

    (Maldición!) - pensó Liis rompiendo el contacto. (¡Déjame en paz!)

    Guardó el cilindro en su mochila, ultrajada por la imposición.

    (Qué derecho tienes de clavar tus esperazas en mí?)

    Liis se levantó con el rollo de cuerda en la mano y caminó hacia Hebuiza. Ahora la mujer la observaba descaradamente, rebotando los ojos entre la cuerda y la cara de Liis. Liis trató de ignorarla.

    —Toma. - Le tendió la cuerda al Posibilitador.

    Hebuiza le empujó la mano sin quitarle el ojo a los rehenes.

    —Átalos.

    Liis se quedó inmóvil, Sintió la intensa mirada de la Oradora ardiendo sobre ella.

    —Hazlo. - dijo Hebuiza.

    —No. - Liis dejó caer la cuerda al suelo.

    Hebuiza giró la cabeza y la miró furiosamente.

    —Recógela.

    —¿Por qué?

    —Porque... - respondió Hebuiza, —... si no lo haces, te las verás con el descontento de Yilda.

    —¿El descontento de Yilda?

    Liis estaba harta más allá de lo creíble, pero de esta fatiga surgió una especie se inercia desafiante, una indisposición a dar otro paso en la dirección que Yilda parecía que les estaba empujando.

    —Me muero, - dijo ella. —¿Qué demonios puede hacerme?

    —Tú aún puedes vivir, - dijo fríamente Hebuiza. —Si Yilda lo decide.

    —¡Es un Orador! - La rabia corrió por sus venas. —¡No le importa una mierda si vivo o si muero.

    Hebuiza estaba impasible.

    —Es un Posibilitador. - dijo él.

    Liis negó con la cabeza escéptica.

    (¿Cómo podía ser Hebuiza tan obtuso? No.) - decidió finalmente. (No después de todo lo que hemos visto.)

    Había estado mintiendo, cubriendo la historia de Yilda.

    —Cualquiera puede ver que Yilda es uno de ellos. - dijo Liis. —¡Son clones!

    Hebuiza se encogió de hombros.

    —Quizá una semejanza casual.

    —¡Mentira!

    Liis señaló a la mujer que había estado en el sofá.

    —Cuando ella se estaba tansformando, se podía ver que Yilda estaba escuchando la conversación. Puede oirles. Incluso podría haber transmitido también si hubiera querido. Pero no lo hizo porque no quiere que los Pro-Locutores sepan que está aquí. Porque no le interesa todavía.

    Hebuiza no reaccionó, si acaso, parecía aburrido.

    —Por eso sabía que la mayoría de ellos estaba en esta habitación. Fue como oir sus voces. Y así es como va a cazar al resto. - Liis hizo una pausa para respirar. —Tú lo sabías desde el principio.

    —No. No desde el principio. Sospeché poco después de que llegara. Pero pasaron setenta días antes de que Yilda me confesara que era un Orador.

    Hebuiza confesó el engaño, así, sin explicaciones, sin disculpas. Pero, una vez más, era un Posibilitador.

    —Por amor de dios. ¿por qué no dijiste nada?

    —Decirlo no hubiera tenido propósito. Y podría haber peligrado la misión si Nexus descubría que había un Orador en nuestra nave. El único rumbo viable era limitar el conocimiento al menor número de personas posible.

    Una ligera mueca burlona arrugó su cara, como si estuviese orgulloso del éxito de su engaño.

    —Pero servía como Posibilitador a bordo de La Viracosa. Y, si no me equivoco, ninguno de los miembros de la tripulación sabía que era un Orador.

    —Ya te lo he dicho. - dijo Hebuiza con una mofa dedpectiva. —Es un Posibilitador. Es una posición que ha llevado durante muchos años. Que fuera un Orador no fue importante hasta que regresó a Bh'Haret y a la plaga.

    —Pero, ¿por qué... ? - Sus ideas giraban como un enjambre de moscas. —¿Cómo... ?

    —Él es el Hermano. El que se consumió en las llamas.

    (¿El Hermano?)

    ¿Por qué le resultaba ese sonido tan familiar?.

    —No comprendo...

    —Esto es la herencia de Yilda. - dijo Hebuiza. —Él diseñó este domo. Hace un milenio, ordenó construirlo en secreto. Era una piedra angular en la expansión del imperio de Nexus. Pero poco después terminarlo, su Hermano le acusó de sedición.

    (¿Realmente creía Hebuiza que Yilda era ese hombre? Era de locos.)

    —Dijiste que murió. Que fue lanzado al feroz abismo.

    —Yo dije que existían historias apócrifas. Después de su frustrada insurrección, Yilda intentó escapar. Su nave quedó dañada. Pero él y la nave sobrevivieron al paso por la corona solar. Su hermano, temiendo la inestabilidad del imperio, difundió historias falsas sobre su muerte. Así Yilda se convirtió en un fugitivo..

    —Tú te crees toda la porquería con la que Yilda te alimenta. - dijo Liis con repugnancia. —¿Cómo pudo sobrevivir todos estos años? ¿Cuántos tendría ahora, cuatro mil años?

    —Y ¿cuántos tienes tú? - preguntó Hebuiza tranquilamente.

    —¿Y que tiene eso que... ? - Liis quedó a mitad de la frase, comprendiendo de pronto el argumento de Hebuiza.

    En su tiempo relativo, ella tenía treinta y uno. Pero su edad local sería ahora de...

    (¡866 años!)

    —Y, - siguió Hebuiza, —has llegado a esa edad sin las mejoras de longevidad que están disponibles para los regentes de Nexus. Yilda me contó que él también tenía una nanopiel subcutánea que le hacía virtualmente invulnerable. Salvo por algún accidente, teóricamente, podía vivir para siempre. Así que está dentro del reino de lo posible que Yilda pudiera ser el Hermano. Y dado su íntimo conocimiento de Nexus y de la estación repetidora, sólo puedo concluir que él es quien afirma que es.

    —¿Yilda el fundador de Nexus?, pensó Liis en voz alta. —¿Un calvito que tartamudea, que parece más un aprendiz de funcionario que el regente de un imperio?

    Esoera demasiado para darle crédito.

    —¿Y por qué Bh'Haret, de todos los lugares a los que podía ir?

    —Mil quinientos años le dieron tiempo para viajar por los Cúmulos. Fue de sistema a sistema comerciando información y tecnología. Tratando de pasar desapercibido por el temor de que su Hermano le persiguiera. Cuando llegó al Bh'Haret, encontró lo que había estado buscando: un planeta con una base tecnológica lo bastante alta para sus necesidades y lo bastante baja para deslizarse entre nuestra sociedad. Su intención era convertirse en un Posibilitador y explotar esa posición para liberar información tecnológica para nosotros mucho más rápido. Quería sortear los edictos del Programa de Ascensión que él y su hermano habían decretado originariamente. Con la longevidad que sus biomejoras le proporcionaban, esperaba establecer un nuevo imperio. - Hebuiza hizo una pausa. —La sede del imperio sería Bh'Haret.

    Liis no podía creer lo que el Posibilitador le estaba contando. La historia era increíble.

    Hebuiza suspiró ante la idea del imperio.

    —Pero la plaga lo cambió todo. A pesar del sistema inmunológico mejorado de Yilda, descubrió que era tan vulnerable al Troyano infeccioso como nosotros. Sus órganos soportarán más tiempo los síntomas pero la enfermedad acabaría ganando. Como nosotros, tenía que procurarse un antídoto usando cualquier medio necesario.

    —Y tú te has creído todo esto.

    —Sí. Las pruebas de sus anticuerpos las hice yo mismo.

    (Aún no tiene sentido.)

    —Mira a tu alrededor, - le dijo Liis a Hebuiza barriendo la sala con el brazo. —Está destruyendo las mentes de nuestros rehenes. ¿Cómo demonios vamos a negociar ahora?

    —La negociación nunca fue parte de su plan. Sólo la simulación de la negociación lo era. Sólo se requiere dos Oradores funcionales para eso y cuando hayamos terminado con ellos, también serán neutralizados. - Hebuiza miró hacia los dos Oradores.

    El Orador temblaba y evitaba mirarles pero la mujer no se amedrentaba.

    —La destrucción de los Oradores de aquí anulará la comunicación con el Cúmulo de la Pierna Derecha durante décadas. Llevará otras décadas más deshacer el daño. Es el pequeño gesto de Yilda como represalia contra su Hermano.

    —Pero el antídoto...

    —Se puede sintetizar aquí.

    Liis parpadeó.

    (Aquí. El antídoto había estado aquí todo el tiempo.)

    —Qué... - ella se detuvo de golpe. —Josua, - dijo sin aliente. —¿Sabía Josua sobre este otro plan?

    —¿Josua? - Hebuiza sonrió. —Ese idiota no sabía nada. Su misión nunca fue otra que la ser nuestro señuelo para mantener ocupado a Nexus.

    —¡Los Pro-Locutores destruirán La Viracosa! - Liis apretó los puños. —¡Los habéis enviado a la muerte! - Dió un paso hacia el Posibilitador.

    —Josua quería morir. ¿O es que no sabías nada de su pequeño plan de venganza?

    Liis notó un nudo en el estómago.

    (—Venganza.)

    No soy el que tiene la venganza en mente, es lo que Yilda había dicho antes de irse.

    —Explícate. - su voz tembló.

    —Josua puso una bomba en La Viracosa. Pensó que no nos daríamos cuenta, pero lo hicimos. Era una buena contribución sorpresa al plan. Nosotros queríamos una distracción y Josua proporcionó la mejor que pudiéramos haber esperado. Procederíamos aquí con espurias negociaciones para darle tiempo a que se aproximara al Concentrador. Si los Pro-Locutores le dejaban llegar tan lejos, haría explotar la nave y convertiría a ese idiota de Sav y a ese celote de Ruen en una nube expansiva de gas radiactivo. - Los filamentos en la cabeza de Hebuiza se balanceaban mientras él asentía en aparente aprobación del plan de Yilda. —¿No crees que es suficiente Disolución como para hacer feliz al patrix?

    —Yo... no te creo.

    —Como precaución. - continuó Hebuiza deleitado de ver cómo crecía el abatimiento de Liis. —Yilda cultivó una cepa diferente de la plaga en La Viracosa. Una cuyos síntomas se manifestarían justo antes de alcanzar el Concentrador. Ahora sólo les queda tiempo para llegar al Concentrador y detonar la bomba, pero sin margen para que puedan traicionarnos. Mañana experimentarán los primeros síntomas.

    Liis se sintió mareada.

    (Josua, ¿por qué?) - Pero sabía la respuesta. (Era por Shiranda. Todo había sido siempre por Shiranda. Pobre Sav, el menos culpable de todos ellos. ¿Qué ha hecho él para merecer esto?)

    Liis caminó hacia atrás alejándose de Hebuiza. Tropezó con la mochila y el contenido se diseminó sobre el suelo. Observó cómo el cilindro de explosivos rodaba con un triste sonido hueco.

    —Ven aquí. - dijo Hebuiza con su grave voz retumbando en la cámara. Apuntó su arma al torso de Liis. —Y recoge la cuerda.

    Mareada, Liis miró el estrecho cañón del rifle.

    (Podía dejarle terminar todo esto ahora mismo. Poner fín a todas las mentiras. Todo lo que tengo que hacer es ir a por mi arma.)

    Miró a su mochila y luego a la cara de Hebuiza. Había una luz brillante en sus ojos y una cruel sonrisa de impaciencia en su boca. Como si anhelase que ella fuera a por su arma.

    —¿Y bien?

    Entonces lo comprendió.

    (Quiere matarme. Por eso me lo ha contado todo, para provocarne. Tiene miedo de la reacción de Yilda si aprieta el gatillo.)

    Ella miró hacia los Oradores, sabía que eran ellos a los que iban a mantener con vida: los testigos que le describirían la escena a Yilda. Trataba de crear la escusa que necesitaba. Una ardiente rabia creció en su estómago.

    (No le daré esa satisfacción. Yo eligiré el momento y el lugar.)

    Dió un paso hacia la cuerda.

    Hebuiza pareció sorprendido.

    —No avances más.

    Liis se detuvo y apoyó los puños en las caderas.

    —¿Quieres que los ate o no?

    Hebuiza pareció confuso, quizá los efectos de la droga que Yilda le había dado nublaba sus ideas. Dió dos pasos atrás y relajó su postura.

    —Muy bien, recógela.

    Liis avanzó y se detuvo de pronto delante de la cuerda.

    Hebuiza levantó el arma de nuevo.

    —¿Has cambiado de idea?

    Liis vió que la Oradora había tomado ventaja de su discusión con Hebuiza y se disponía ahora a saltar sobre él

    —¡No! - pero el grito de Liis llegó demasiado tarde.

    La mujer cargó y Hebuiza parpadeó girando en la dirección de la mirada de Liis justo cuando la Oradora le alcanzaba.

    La mujer se agachó evitando el cañón del arma y golpeó a Hebuiza en las rodillas, le rodeó las piernas con los brazos. El Posibilitador trastabilló hacia atrás y consiguió mantener el equilibrio

    Liis saltó hacia Hebuiza apretando los dientes y embistiendo con su hombro sano en sus costillas tan fuerte como pudo.

    El Posibilitador gruñó y los dos cayeron al suelo. Liis aterrizó encima de su brazo herido y rodó hasta yacer sobre su espalda aguantando la agonía. Jadeando y despacio, se alzó a medias sobre su codo.

    Junto a ella, Hebuiza yacía en el suelo agarrado a su arma. Una brecha en la frente sangraba copiosamente. Al parecer, dispuesto a no abandonar el arma, había preferido detener la caída con la cabeza antes que con las manos. La Oradora estaba ilesa aunque aturdida, quizá sorprendida de seguir con vida.

    Liis rodó hacia Hebuiza y trató de quitarle el arma, pero el hombre agarraba el cañón y lo defendía con una fuerza inhumana. Liis dejó libre el arma y se volvió hacia su mochila vaciando el contenido en el suelo. Recogió su pistola láser y apuntó a Hebuiza con el dedo tenso en el gatillo. La mujer la observaba con los ojos abiertos.

    (No puedo... ) - La revelación la impactó.

    No podía matar. Ni siquiera a Hebuiza. Pese a todo el desprecio que había atesorado hacia el Posibilitador, no podía apretar el gatillo. Abrió la mano y dejó que el arma cayese al suelo.

    Hebuiza rugió con ojos furiosos.

    Liis miró a la Oradora, aún enmarañada en las piernas de Hebuiza y con una expresión de asombro en su cara. Liis la cogió del brazo y la mujer la miró sin comprender.

    —¡Vamos! - dijo Liis levantándola del suelo. —¡Tenemos que salir de aquí!

    Intentó arrastrar a la mujer hacia el umbral pero la Oradora se resistía, parloteando en su incomprensible lenguaje y señalando la pared. Liis miró y vió al Orador sentado allí con cara cenicienta.

    —¡Mierda! - dijo Liis.

    Corrió hacia el hombre y lo tomó del brazo

    . —¡Levanta!

    El hombre seguía impasible mirando la nada.

    Liis le abofeteó y él alzó la vista, sin comprender.

    —¡Levántate, maldito seas! - Liis agarró su antebrazo y el hombre se dejó arrastrar hasta ponerse de pie. Dieron unos pasos juntos cuando Liis se paró de golpe.

    La Oradora estaba apuntando con la pistola de Liis a Hebuiza en la cabeza. Los ojos de Hebuiza estaban abiertos pero parecía aún conmocionado. El odio distorsionó las facciones del rostro de la Oradora en una mueca terrorífica. Le dijo a Hebuiza una corta palabra en su extraña lengua. Luego, apretó el gatillo.

    Se oyó el vago sonido de la descarga del arma y la cabeza de Hebuiza retrocedió hasta chocar contra el suelo. La mujer disparó de nuevo pero, esta vez mantuvo el gatillo apretado. La piel se ennegreció, siseando y desapareciendo mientras se vaporizaba. Pequeñas llamas surgían del punto de impacto. Los filamentos se fundieron con el cráneo del Posibilitador.

    Tranquilamente, la mujer se agachó, cogió el arma de entre los dedos inertes del Posibilitador y caminó hacia Liis para entregarle la pistola. Se colgó el arma de Hebuiza al hombro y agarrando el brazo de su camarada, avanzó hacia la puerta.

    Liis guardó la pistola en su bolsillo y recogió las cosas de su mochila esparcidas por el suelo. Los Oradores ya habían pasado el umbral. Liis terminó de llenar la mochila y la colgó en el hombro sano; después, tras una última mirada rápida al Posibilitador, corrió tras ellos.

    —Esperad. - jadeó ella por su carrera. Asió a la mujer por el brazo. —Tene... tenenos que hablar.

    Pero los Oradores no comprendían su lenguaje más de lo que ella comprendía el de ellos. Aún así, tenía que avisarles del peligro que corrían si se comunicaban con los otros Oradores. Si lo hacían, Yilda los encontraría.

    Liis imitó la apariencia que tomó el cuerpo de la Oradora cuando entró en trance y se detuvo abruptamente. Luego, encorvó los hombros, sacó la tripa y extendió los morros en una parodia de Yilda.

    —Yilda. - dijo Liis.

    —Ilda, - repitió la mujer y escupió por el asco.

    Agarrando un rifle imaginario, Liis acechó en torno a los dos Oradores como si cazara una presa. Se llevó la mano a la oreja como si estuviera escuchando.

    La Oradora observó a Liis y, de pronto, sus ojos se abrieron en total comprensión. Se tocó la frente y la de su compañero y luego alzó la mano en señal de advertencia.

    —¡Sí! ¡Esoes!

    La mujer asintió brevemente y cerró los ojos como si se fuera a comunicar.

    Liis saltó y la agarró del brazo de nuevo.

    Los ojos de la Oradora se abrieron de golpe y miraron a Liis, pero sin rencor. Con suavidad, la mujer tomó la mano de Liis y tocó su frente. Luego, extendió la mano haciendo un arco que parecía referirse al espacio entero del domo y repitió el movimiento que indicaba peligro.

    (Quiere pasar la advertencia al resto de sus amigos.)

    La mujer miró a Liis expectante.

    —Vale, - dijo Liis asintiendo. —Adelante.

    La Oradora cerró los ojos de nuevo. De inmediato, su camarada fijó los ojos en ella como si le hubiera llamado. La emisión no duró más de un segundo. Tras algunos pocos pasos, la mujer se detuvo y se giró.

    —Upatal. - dijo ella tocándose el pecho con un dedo.

    Liis alzó la mano y la puso en su pecho.

    —Liis.

    Se miraron una a otra en silencio. Luego, la mujer salió trotando agarrando al hombre tras ella. Liis siguió a los Oradores, salió del túnel y avanzaron hacia el exterior. Pasó la catarata y volvió por el anillo de edificios, siempre detrás de los Oradores.

    Upatal la esperó al final de una habitación y entraron juntos. Era una pequeña cámara alfombrada y amueblada con una mesa oval y sillas diseminadas. La sala sólo tenía una salida y parecía hecha de metal pulido. Liis no encontró abridor en la puerta y cuando los Oradores se aproximaron, esta se fundió y ellos la atravesaron sin dudarlo. Liis, unos pocos pasos detrás, vió el aire en la abertura estrecharse y ensancharse. Se detuvo cuando la puerta se condensó delante de ella, bloqueándole el camino. El panel luminoso que iluminaba la habitación se apagó dejándola en la total oscuridad.

    Le entró el pánico y golpeó la superficie de la barrera con el puño pero el denso material silenció el sonido.

    (Yilda nos lo advirtió. Todo está programado para las bioseñales de los Oradores. Nada funcionará conmigo, incluída esta puerta.)

    La luz regresó y la puerta se vaporizó al mismo tiempo. Upatal, que permanecía al otro lado, estiró el brazo y tiró de Liis a través de la abertura hacia una pequeña sala vacía. La puerta se rematerializó tras ella y sintió una inmediata sensación de alivio. No a causa de que estuviera con los Oradores de nuevo, sino porque esta sustancial barrera les separaba de Yilda.

    Upatal soltó el brazo de Liis y los Oradores se movieron hacia otro umbral sellado en la pared opuesta. Cuando se acercaron, la barrera se disolvió como lo había hecho la primera. Upatal esperó hasta que Liis atravesara el umbral antes de continuar. Liis siguió a los Oradores mientras atravesaban un confuso enredo de habitaciones, girando a izquierda y derecha de forma aparentemente al azar. Liis, a pesar de su miedo, empezó a retrasarse cada vez más y Upatal la esperaba pacientemente en cada puerta.

    Una vez que llegaron al final de un largo pasillo, Upatal quedó inmóvil bajo el arco de una puerta y dando un paso lateral, le hacía gestos a Liis para que cruzara. En la nueva sala no había salida. Después de que Upatal entrara y la puerta se reconstruyera, la barriga de Liis le dió un vuelco pues la sala empezó a moverse. Le llevó unos segundos darse cuenta de que estaban en un ascensor. Arriba, la puerta se disolvió en una arcada que menguaba en la distancia.

    Upatal apretó el ritno, corriendo por el pasillo y girando abruptamente hacia un arco con otras habitaciones, todas similires. Liis se esforzó por seguir el ritmo.

    Llegaron a una sala excavada en granito con tallas de animales no más grandes que su puño que les observaban desde sus pequeños nichos a lo largo del muro. El muro seguía y seguía...

    En la parte central, había un pequeño hexágono vacío. Liis cayó de rodillas sobre él. Lo siguiente que supo fue que Upatal estaba de pie ante ella tirando de su brazo con urgencia y quejándose en su propio idioma. Liis negaba con la cabeza para mostrar que no podía continuar.

    —Aoth, - dijo Upatal con urgencia, señalando el siguiente umbral donde le esperaba su compañero. —¡Ilda!

    —Neces... tengo que descansar.

    —¡Ilda!

    La mujer tiraba del brazo de Liis insistentemente mientras su acompañante se movía nervioso. Liis se dejó poner en pie. La sala parecía girar alrededor suyo como la cubierta de una nave. Upatal apoyó el brazo de Liis sobre su hombro y avanzó hacia la abertura. Cuando pasaron el umbral de la siguiente puerta, una luminiscencia les alumbró cegando a Liis. Sus piernas cedieron por completo. Mareada por la luz, se dejó caer y el peso muerto de su cuerpo arrastró a la Oradora consigo hasta el suelo en un tropiezo a cámara lenta. Ella esperó el impacto, la ya cotidiana explosión de dolor de su brazo roto. Pero no llegó. La Oradora había conseguido guiar su caída y Liis estaba tumbada de espaldas. La pálida cara oval de Upatal sobrevolaba por encima de ella. Más allá había un techo blanco.

    —Sólo unos minutos. - balbuceó, las difíciles palabras se escurrían de su boca. —Es... todo lo... que ... neces...

    La oscuridad la envolvió antes de que pudiera terminar la frase.

Capítulo 49

    

Capítulo 49 - 4 Días restantes

    Liis abrió los ojos a un negro indiferenciado.

    Por un segundo pensó que podría estar soñando y que, de hecho, no había abierto los ojos en absoluto. Parapadeó y la negrura permamecía. Se sentó y se dió unos golpecitos en la cabeza.

    Aturdida por un rato, tanteó a ciegas con la mano y descubrió sobre ella una superficie rígida y suave, curvada como el techo de un gran tubo que evitaba que pudiera levantarse totalmente. En pánico, pasó la mano alrededor de la superficie hasta que sus dedos encontraron el punto donde la curva se unía con el suelo. Vió que estaba atrapada en un espacio no mayor que un féretro. Le entró el miedo, se tumbó de espaldas y cerró los ojos mientras su corazón latía como loco.

    (Tranquila.) - se amonestó a sí misma.

    Su respiración se fue normalizando.

    De pronto fue consciente del abultado peso que presionaba sus piernas y lo palpó. Reconoció el material.

    (Mi mochila.)

    La familiaridad del hallazgo la tranquilizó y fue entonces cuando notó que la superficie en la que yacía estaba húmeda, cubierta por unos milímetros de líquido aceitoso. Era cálido al tacto y tenía la curiosa propiedad de no quedarse pegado a los dedos ni penetrar el tejido de sus ropas. Era una sensación desconcertante sentir la humedad en su nuca y brazos mientras su ropa seguía seca.

    Aguantó la respiración y escuchó. Nada, salvo el sonido de su corazón. Dejó salir el aire de sus pulmones.

    (Si tuviera una linterna... )

    Aún le quedaban dos bengalas en la mochila pero en aquel espacio confinado eran inútiles. Recordó el reloj que Hebuiza había construído.

    Lo sacó del bolsillo y lo comprobó: 4-06:33. Sólo quedaban cuatro días.

    Liis sostuvo en alto en reloj pero la luz era demasiado débil para iluminar nada. Retorció la base del reloj y se abrió con un —pop - exponiendo su mecanismo. Ahora la luz era un círculo ténue pero mucho más intenso. Liis lo blandió como una linterna en miniatura.

    La superficie curva sobre ella estaba compuesta de canales paralelos en pistas de colores. Muchas de esas líneas estaban levantadas, pues la luz del reloj lanzaba finas sombras cambiantes. Inclinó el cuello y descubrió que una suave barrera negra cerraba el espacio sobre su cabeza. Empujó la obstrucción pero estaba sujeta firmemente en su sitio. Miró hacia sus botas moviendo la luz tan lejos como pudo. Más allá de sus pies, pudo ver el reflejo de otra pared como la que tenía encima. El corazón latía y Liis se tumbó de nuevo.

    (Voy a morir aquí dentro.)

    Lo absurdo de la idea le pareció gracioso.

    (Llegar hasta tan lejos para acabar enterrada viva en... ¿en qué?.)

    No era una cripta, exactamente. Aunque Liis no sabía nada sobre la cultura de los Oradores, aquel lugar parecía más funcional que ceremonial. Quizá era un túnel de servicio. Si era así, podría salir. Comprobó la barrera encima de ella otra vez. No había mango, botón o interruptor visible. Empujó la placa de varias formas diferentes pero la fría superficie no cedía. Sólo le quedaba probar con la que tenía a sus pies.

    Pero el tubo era demasiado estrecho para que pudiera darse la vuelta. Liis pasó la mochila sobre su cabeza y estiró las piernas hasta que las suelas tocaran la barrera. Apretó los dientes y empujó con fuerza creciente.

    Con un sonido hueco, la placa giró por un gozne y una racha de aire entró lamiendo sus muslos, brazos y rostro. Tenía el desagradable olor de la carne podrida. El exterior estaba a oscuras y le fue imposible ver nada. Tampoco oía nada. Buscó la pistola láser en su bolsillo y vió que ya no la tenía.

    (Quizá los Oradores eran más listos de lo que Yilda había creído.)

    Se guardó el reloj en el bolsillo y decidió salir del tubo. Se impulsó como una oruga hacia afuera hasta que sus pies tocaron el suelo.

    Sacó el reloj y lo mantuvo en alto.

    Liis estaba sobre una superficie blanca con marcas poco profundas talladas en el suelo de varios centímetros de ancho. Recorrían la base de las paredes y terminaban bajo el tubo en el que había estado atrapada. Apenas discernía nada más en la cámara. Curioseó por la parte exterior del tubo. Parecía contener otras puertas regularmente espaciadas, como la que había abierto. Abrió una esperando encontrar a alguien dentro pero estaba vacía. Parecía que los compartimentos individuales eran una especie de cámaras de estasis.

    Liis sopesó sus opciones. Podía esperar a que Upatal regresara. Pero quizá la Oradora la había abandonado. Liis no pudo encontrar una razón convincente para ello y quiso creer que la mujer no la habría dejado abandonada allí por las buenas. Sin la ayuda de la Oradora, Liis sabía que no y tendría ninguna oportunidad.

    (Pero si me ayudan... )

    Yilda dijo que había una cura. Si pudiera encontrar a los Oradores y hacerse entender, quizá podría convencerles de que la ayudaran en ese asunto.

    Pero aún quedaba Yilda, ahí fuera, cazando Oradores.

    (Voy a tener que matarle.)

    El descubrimiento aterrorizó a Liis. Upatal había apuntado fríamente a Hebuiza en la cabeza y había apretado el gatillo sin pestañear. ¿Podría ella hacer lo mismo con Yilda?

    Recordó todas las mentiras y traiciones perpetradas gratuítamente en su diabólico plan y la furia la inundó.

    (Cuando llegue la hora, no dudaré.

    Pero a pesar de su bravata, tenía una dimimuta duda alojada en su estómago, como una piedra fría. Trató de ignorarla y centrarse en sus problemas inmediatos: encontrar un modo de salir de allí y localizar a Upatal.

    Los ecos en la cámara sugerían que era un espacio amplio. Sacó una bengala y la encendió.

    La luz explotó a su alrededor y tuvo que cerrar los ojos. Esperó a que su visión de recuperase del súbito brillo. Poco a poco, fue abriendo los ojos. Delante de ella había columnas de tubos, regularmente espaciadas, que recorrían ambos muros; a su derecha, partes de máquinas que emergían del suelo como esculturas y, más allá, retrocediendo hasta el techo, una forma oscura con lazos colgando, como un inmenso patíbulo. La cámara era tan grande que la luz de la bengala no alcanzaba a cubrir todo su volumen. Liis no podía ver aún las paredes más lejanas ni el techo.

    Mantuvo la bengala en alto y empezó a seguir el muro buscando alguna puerta. Cada pocos metros pasaba al lado de una columna de los extraños tubos, todos vacíos.

    (Quizá no fuesen cápsulas de estasis después de todo.)

    Liis seguía caminando, columna tras columna sin encontrar señales de vida o algún muro que las intersectara.

    Pasado un tiempo, Liis se detuvo al percibir un fugaz moviento. Le había parecido ver un movimiento mecánico que provenía del grupo de máquinas hacia el centro de la cámara, como si alguna estructura retrocediera. Fuera lo que fuese, era alta y oscura, aunque Liis sólo pudo ver la base de aquella cosa. Dió un paso en su dirección y la cosa desapareció. Lo pensó dos veces antes de continuar.

    (Tengo que salir de aquí, no perseguir máquinas estúpidas.)

    Siguió caminando, ahora con más atención.

    Notó que un leve brillo emanaba de los tubos. El brillo era tan ténue que la intensa luz de la bengala lo había apagado al principio. Ahora que su esfera de iluminación disminuía podía verlos con claridad. Eran unos círculos verdeazulados que delineaban las compuertas de los tubos. Se acercó a la compuerta más cercana. En su interior, había un nudo oscuro del tamaño de un puño suspendido en un líquido neblinoso. Un retorcido funículo serpenteaba a través del fluido hasta unirse a una pequeña abertura en la pared. Comprobó el tubo de debajo y vió que contenía un grumo oscuro similar

    (Son incubadoras!)

    Recordó que Yilda les había dicho que clonaban Oradores en la estación repetidora. Comprendió al instante por qué Upatal la había traído aquí: para ocultarla. Quizá este lugar simbolizaba la seguridad para los Oradores. Pero lo contrario también era cierto: si Yilda estaba inclinado a destruir la estación, vaciar el contenido de los tubos sería una de sus prioridades.

    Con renovada urgencia, corrió dejando atrás centenares de incubadoras activas.

    (Para qué tantas incubadoras si sólo hay dieciocho Oradores aquí? No tiene sentido.)

    Liis continuó. Cuando paró brevemente para curiosear el interior de una incubadora, no vió el feto ya formado que esperaba. Se sorprendió de encontrar que cada tubo contenía dos fetos conectados por un único umbilical parabiótico gemelo. Las coronas de sus frentes estaban tan próximas que los fetos parecían imágenes reflejadas en un espejo.

    Liis siguió corriendo y, tras varios minutos, vió que los tubos de delante habían cesado de brillar.

    Espió dentro de uno de ellos y vió unos fetos en su tercer trimestre. Ya se podía detectar las similitudes con Yilda. Uno de ellos movió el brazo y ella se echó hacia atrás, sorprendida. Avanzó y miró los tubos siguientes. Estaban vacíos.

    Liis siguiendo corriendo dejando atrás docenas de incubadoras vacías. Luego, unos pocos metros por delante, algo sobresalía del muro a la altura de la cintura. Corrió hacia allí y descubrió que la compuerta del tubo de la parte más baja de la columna estaba abierta. Se detuvo frente a ella y maldijo en voz baja.

    (He estado corriendo en círculos.)

    Entonces recordó las gigantescas estructuras cilíndricas que anillaban la montaña y supo ahora que estaba dentro de una de ellas. Cerró la compuerta con el codo y esta se selló silenciosamente.

    Si había una salida de aquel lugar, estaría compuesta del mismo material que los muros y sería imposible detectarla y, menos aún, abrirla sin un Orador. Pensó en la silenciosa máquina que había visto antes en el centro de la cámara. Quizá hubiera algo más allí. Una rampa o una escalera.

    Se puso en marcha hacia el grupo de máquinas. Mientras se aproximaba al primer anillo de máquinas, pues ahora comprendía que estaban dispuestas en círculos concéntricos y no en filas, su luz reveló que más allá había un cuarto círculo de máquinas con formas similares: cajas elongadas de medio metro de longitud y un poco menos de ancho, sujetas sobre unos pedestales. Seguían el mismo diseño que las cajas del círculo exterior anterior pero eran más grandes. Cuando quedó junto a los objetos del primer anillo, notó que la parte superior era transparente. Curiosa, espió el interior de que tenía más cerca. Dentro del líquido neblinoso flotaban fetos gemelos sin cordón umbilical. No había nada conectado a los bebés. Parecían extraer los nutrientes directamente del fluído en el que se suspendían.

    Liis siguió avanzando hacia el centro de la cámara.

    En el anillo siguiente, los fetos eran más maduros. De hecho, ya no pensaba en ellos como fetos aunque estuvieran sumergidos en líquido amniótico. Eran niños totalmente desarrollados. Se movían con irritada respuesta a la luz y parpadeaban repetidamente.

    En el tercer anillo, las incubadoras se posaban sobre pedestales más gruesos. Aquí, los infantes eran menos sensibles a la luz y ambos giraron sus ojos para mirarla.

    El patrón se interrumpía finalmente en el sexto anillo: las incubadoras iban disminuyendo a medida que Liis rodeaba el círculo. Ella entendió por qué. Cada celda tenía ahora un único ocupante. En los anillos siguientes, el tamaño de las incubadoras aumentaba de nuevo. A medida que se acercaba al centro de cámara, aumentaba el olor a carne en descomposición. Llegó a una zona donde había un hueco entre los anilllos de incubadoras. Aquí, un segundo surco perpendicular, intersectaba al primero por el que había estado caminando. El olor había aumentado hasta parecer el de un matadero. Liis se esforzó por ignorarlo mientras llegaba al último anillo de incubadoras.

    Los contenedores aquí parecían estrechos ataúdes. Dentro de uno había un adolescente sin genitales.

    (Quizá diseñan a los Oradores así a propósito. La vida aquí sería menos complicada sin las tensiones sexuales.)

    A una docena de metros de distancia, el surco del suelo llegaba a un abrupto final. Se interrumpía por una trinchera que rodeaba el centro de la sala de medio metro de altura y tres de ancho. Tenía lados en pendiente coloreados de amarillo brillante y un fondo plano de cristal oscuro. Al otro lado de la trinchera había un anillo de bancos. Justo en el centro de la cámara había un grueso mástil clavado en el suelo cuya parte superior brilllaba con luz ámbar. Por ningún lado se podíia ver lo que causaba el denso y enfermizo olor de sangre y carne cruda.

    Ella observó la trinchera, reluctante de cruzarla pues los lados amarillos la preocupaban. Había visto suficiente equipo indstrial como para reconocer la advertencia implícita. Amarillo significaba amenaza. Pero, ¿qué tipo de amenaza? No había nada cerca que pareciese amenazante. Ni siquiera algo que pareciese vagamente mecánico. Quizá la coloración fuese sólo decorativa aunque ella no lo creía realmente. El lateral de la trinchera no estaba muy inclinado. Su pendiente parecía lo bastante suave como para poder mantenerse de pie sobre ella sin caer. Decidió que, si la pisaba con cuidado, podría estirar el pie para comprobar si el fondo plano era seguro.

    Liis dió un paso sobre la pendiente amarillla y su pie salió disparado como si hubiera pisado un bloque de hielo. Con un grito de sorpresa, se resbaló hacia un lado y trató de detener su caída con la mano. Pero su palma se posó sobre la superficie sin fricción y resbaló bajo su cuerpo. En un segundo, el resto de su cuerpo se deslizó por la pendiente hasta caer sobre la superficie blanca del fondo. Era rugosa como el papel de lija y Liis juró que podía sentir una ligera vibración a través de ella.

    Alzó la cabeza y vió que la bengala yacía en algún lugar del centro de la cámara. Todo estaba en silencio. Liis comprendió ahora que el color amarillo no advertía de la presencia de maquinaria peligrosa sino de superficie resbaladiza. Se sintió avergonzada.

    Con un gruñido, se puso de pie sobre la superficie sólida. A unos metros de distancia, la bengala siseaba sus últimas gotas de luz. Liis caminó por la trinchera y saltó fuera para recuperar la bengala.

    Quedó en una isla de luz en el corazón de la cámara. A su derecha, una forma oscura se movía continuadamente por los anillos de incubadoras. No era la misma máquina que había visto antes. Alta, de color negro mate y de varios metros cuadrados, se componía de miembros estructurales cruzados, como garras. Dentro de su cuerpo había dos cilindros y reconoció las formas.

    (Está transportando incubadoras.)

    Aunque no había ruedas visibles en la base de la grúa, no hacía el más leve ruído ni el menor temblor en el suelo.

    La grúa se detuvo delante de la trinchera.

    Liis dudó: ¿debería examinar el mástil en el centro sala o acercarse a aquella cosa? No había modo de saber cuánto tiempo permanecería allí o cuándo tendría otra oportunidad de verla. Comprobaría la grúa.

    Con cuidado de evitar la pendiente, cruzó la trinchera de un salto y caminó hacia la máquina. En su base a un metro por encima del suelo, una de las incubadoras cilíndricas fue extendida por un brazo semicircular hasta quedar suspendia sobre la trinchera. El brazo liberó la carga dentro del canal.

    Liis supo que los fetos estaban muertos por su piel azulada y abultadas barrigas. Un hedor insoportable la asaltó y ella empezó a jadear.

    El suelo blanco bajo los gemelos se dobló y fragmentó en un mar de bordes cortantes cristalinos que destrozaron en particúlas diminutas los fetos. La superficie se dividió e inclinó hacia adentro para que el residuo desapareciera en algún lugar bajo el complejo.

    Liis sintió un nudo en el estómago.

    (Ya estaban muertos.), se recordó a sí misma.

    La incubadora había sido retraída y ahora se movía hacia el fondo de la grúa. Una segunda incubadora es eataba desplegando sobre la trinchera.

    (¿Por qué no funcionó conmigo? ¿Porque no me destrozó como a los fetos?.)

    La respuesta le vino a la mente de inmediato. Todo allí funcionaba a partir de las bioseñales de los Oradores.

    (Los están reciclando.)

    Se apartó de allí y volvió hacia la parte exterior de la cámara.

    La luz inundó de pronto la habitación y Liis parpadeó contra el brillo. Cuando abrió los ojos del todo, fue consciente de las monstruosas dimensiones de la cámara. Como un enorme estadio.

    (Varios estadios, en realidad)

    Un millar de paneles triangulares brillaba en el techo y se reflejaban en el suelo. Media docena de grúas se posicionaban contínuamente por la cámara

    Liis miró la cámara con perplejidad pero no vió nada que pareciese responder a por qué las luces habían decidido encenderse. Tenía que haber un Orador en algún lugar.

    Liis descubrió con sorpresa una pequeña figura bajo un umbral parcialmente oculto por una grúa. Se sintió aliviada y dió largos pasos alegres hacia la Oradora. Se encontraron a medio camino entre la pared y el anillo exterior de incubadoras. Upatal llevaba el arma de Hebuiza colgada en el hombro, estaba sin aliento y parecía agitada. Gesticuló hacia el centro de la cámara, asió a Liis por la muñeca y empezó a llevarla hacia la trinchera.

    —¡Espera!

    La Oradora se giró con la frente agachada de consternación.

    Liis señaló el umbral indicando que debían salir pero Upatal la ignoró y siguió arrastrándola hacia el centro de la sala.

    —Ilda! - dijo con urgencia por encima del hombro.

    Reluctante, Liis se dejó llevar mirando hacia atrás, hacia el umbral. La Oradora, pasó a través de un anillo de estructuras que parecían bancos infantiles y llegó al centro de la sala. Dentro del anillo de bancos, había un circulo interior. Upatal cruzó los límites y avanzó hacia el mástil central tirando de Liis por el camino. Con la mano libre, la Oradora tocó el disco ámbar y este cambió a rojo.

    El estómago de Liis se revolvió cuando notó que las paredes se estaban moviendo.

    (Qué demonios?)

    Liis se dió cuenta de que era ella la que se movía. Estaba sobre una plataforma elevadora cuyos límites se definían por las líneas negras que había visto en el suelo. Upatal le indicó que no se moviera poniendo una mano en su pecho, luego, corrió hacia el borde de la plataforma y saltó.

    Liis sintió un ataque de ansiedad. Pensó en seguir a Upatal saltando ella también. Dudó. Sin Upatal, no podría salir de la cámara. Y la Oradora quería que se quedase allí.

    La plataforma se elevaba.

    Alzó la vista. Sobre ella, un oscuro círculo en el techo coincidía con la circunferencia de la plataforma. En el centro tenía una pequeña abertura del mismo diámetro que el mástil. Ahora, a una docena de metros de distancia, el techo se acercaba rápidamente. A menos que hubiera algún mecanismo de seguridad, en pocos segundos sería aplastada entre los dos planos. Se le aceleró el corazón, se puso, instintivamente, de rodillas y luego se tumbó boca abajo con una mejilla apoyada en el suelo.

    El espacio entre el techo y la plataforma menguaba.

    (Dos metros, un metro... )

    Liis apretó los dientes.

    Sintió que el techo tocaba sus omoplatos. El material cedió como una película elástica y la plataforma la atravesó limpiamente.

    Liis seguía boca abajo estúpidamente rodeada por un círculo de bancos idénticos a los de la sala de abajo.

    —Ah. Por fín un poco de suerte. - dijo Yilda apareciendo a la vista desde atrás con su rifle apuntándola a la cara. —Ya no tendré que molestarme en buscarte.

    Con una fuerza engañosa por su apariencia, Yilda tiró de Liis hasta ponerla de pie. La agarró por el brazo sano pero el otro le dolió a causa del brusco movimiento. Yilda la zarandeó rudamente y ella trastabilló unos pasos hacia atrás. Yilda no pareció tener que esforzarse mucho.

    Ahora, Liis podía ver que la sala era idéntica a la anterior salvo que aquí la trinchera estaba sellada y todas las grúas parecían estar ocupadas con sus incubadoras. Dentro de sus superestructuras, los contenedores subían y caían. A la derecha de las máquinas, había varias columnas de agujeros oscuros, vaciados de incubadoras.

    (Yilda está destruyendo los fetos.)

    —Me alegra verte de nuevo. - Yilda caminaba en círculo alrededor de Liis, apuntándola y ella se giraba para seguir su movimiento.

    Él se detuvo sobre uno de los bancos blancos. Sobre este, unas proyecciones tridimensionales llenaban el aire, cada una era una forma geométrica llena de planos y texto en movimiento.

    —Y ahora dime. - dijo Yilda. —¿Dónde están los Oradores?

    Liis no dijo nada. Su vista cambiaba entre Yilda y las grúas funcionando.

    Yilda le apuntó con el rifle en el centro de la frente. —Responde a la pregunta.

    —No lo sé.

    —¿El siguiente nivel, quizá?

    Liis seguía negándose a hablar.

    —Ya comprobé los niveles superiores. Asumo que se esconden en uno de los tres de abajo.

    —¿Niveles superiores? - Liis miró hacia arriba.

    Trazado en el techo, había un círculo idéntico sobre el que ahora se apoyaba. En esta sala, y en la de abajo, habrían varios miles de incubadoras. Si todos los niveles eran similares en este edificio y en cada uno de los sesenta edificios que rodeaban la montaña, entonces...

    —Estás en babia, - dijo Yilda. —Te lo preguntaré una vez más. ¿Dómde est... ?

    —Eres pura suerte. - dijo ella.

    Yilda frunció el ceño.

    —Hay cientos de miles de incubadoras. Quizá millones. Y aún así, sólo hay dieciocho Oradores en la estación.

    Yilda alzó las cejas un poco.

    —La capacidad de comunicarse no es en absoluto un producto de la ciencia. - Liis le miró a los ojos. —Es una coincidencia fortuíta de la biología. Nexus no tiene ni idea de cómo producir un Orador salvo engendrando clones gemelos en grupos lo bastante grandes como para producir los dieciocho estadísticamente probables.

    —Lo que sepas o creas saber tiene poca relevancia. - el discurso de Yilda era firme. —Dime dónde están los Oradores.

    —Desaparecidos.

    Yilda avanzó hasta que la boca del rifle presionó la tela de su camiseta. Liis podía sentir su propio latido a través del frío anillo del arma.

    —¿Dónde?

    Ella dudó. —Con sus camaradas. Me han abandonado.

    Yilda la golpeó con la culata del rifle en el rostro.

    —Mientes. He dado cuenta de todos los Oradores. Ya no les quedan camaradas. Ahora dime, probemos otra vez. ¿Dónde están tus amigos?

    —No son mis amigos, - dijo ella con la mandíbula dolorida.

    —Encontré a Hebuiza. Tengo que admitir que no esperaba eso de tí, ejecutarlo de ese modo.

    —Yo no he matado a nadie, - dijo Liis. —La Oradora disparó a Hebuiza.

    Yilda alzó sus estrechos hombros y Liis saltó hacia atrás por acto reflejo, esperando otro golpe. Pero él sólo estaba exteriorizando su desinterés por los detalles.

    —Da igual quién lo matara. Lo que importa es que tú estabas allí. Tú dejaste que ocurriera. Así que sólo puedo asumir que has cambiado de bando. Contra mí. Ahora que has demostrado tu disposición a traicionarme tendré que...

    —La mujer disparó a Hebuiza. Luego huyeron antes de que yo pudiera hacer nada. Les perseguí pero ya habían desaparecido. Me perdí y terminé aquí arriba.

    —De nuevo mientes - dijo Yilda con un suspiro fatigado. —No estarías aquí a menos que ellos te acompañaran. Ellos son el único modo de atravesar las puertas. Todos los microsensores están programados para admitir sólo a aquellos que muestran aspectos múltiples de la biofirma adecuada. Lo que significa que sólo se abriría para una Oradora engendrada aquí. - Golpeó la plataforma con la boca del arma. —Y este ascensor no se habría activado sin uno de ellos sobre él. Tus probabilidades de descubrir los controles manuales son astronómicas. Yo ayudé a diseñar este lugar y sus sistemas y aún así me llevó más de una hora abrir la puerta y activar la pantalla que hay detrás de mí. Ergo, los Oradores deben haber estado contigo cuando llegaste al criadero y cuando la plataforma empezó a elevarse.

    Liis quedó aturdida.

    —Aún estás embobada. - Yilda sopesó su rifle. —Y me estoy enfadando mucho.

    Liis se puso rígida. Detrás de Yilda, la oscura 'O' de un umbral se formó en la pared distante, luego se desvaneció rápidamente sin dejar rastro. Pero durante el breve instante en que había estado abierto, se había deslizado dentro una figura solitaria.

    —Huir ya no es una opción. - dijo Yilda, malinterpretando su mirada. —estarías muerta antes de dar un paso. Y además, no tienes a dónde ir. - Yilda apoyó la boca del rifle en la rodilla de Liis. —Mi paciencia se agota. Si no respondes ahora mismo, te haré pedazos la rótula. Una herida extremedamente dolorosa. O eso he observado en el pasado en uno de los Oradores.

    —Están abajo. - dijo Liis. —Escondidos en los tubos de incubación.

    A lo lejos, una figurita avanzaba como una flecha de una incubadora a la siguiente. Liis reprimió la urgencia de mirar en su dirección.

    —Plausible. No terriblemente inteligente, pero plausible. Aunque no explica lo que estás haciendo tú aquí arriba.

    Tras Yilda, la figura se movía entre los bloques de incubadoras, aproximándose. Liis estaba bastante segura de que era Upatal.

    —Yo quise irme. - dijo Liis mirando fijamente a Yilda. —Les obligué a que me mostraran cómo operar la plataforma.

    —¿Por qué? - Yilda frunció el ceño en burlona concentración. —¿Por qué querrias hacer eso? No eres más lista que ellos. ¿Por qué dejar un escondite cómodo?

    —Hebuiza me dijo que había una cura. Quería buscarla. Creí que podría... es decir, esperaba encontrar una máquina médica o algo así..

    —Mujer estúpida. - dijo Yilda con inconfundible desdén en su voz. —Tú ya te has curado. Aquellas píldoras que os di no eran sólo estimulantes. También desactivaban el Troyano. Entonces temía que necesitaría tu asistencia. Aparentemente, incluso yo cometo errores.

    A Liis se le formó un nudo en el estómago.

    (Curada.)

    Recordó la pildorita azul que había dejado en el sendero del bosque.

    (La tuve sobre la lengua y la escupí.)

    Liis observó a Yilda, luego al rifle que la apuntaba.

    (Él tuvo el antídoto todo el tiempo.)

    En la periferia de su visión, la figura se acercaba cada vez más. Esta vez, sin embargo, Liis echó un buen vistazo. Era Upatal. Liis fue consciente de pronto de que estaba mirando hacia el lugar donde Upatal se había ocultado. Yilda frunció el ceño y empezó a girarse en esa dirección.

    —Todo esto. - dijo Liis. —Por venganza.

    —¿Venganza? - Yilda se giró de nuevo hacia ella, parecía confundido.

    —Hebuiza me lo dijo. Quieres devolverle el golpe a tu hermano. Desorganizar a Nexus.

    A la mención de su hermano, la cara de Yilda tomó un cariz sombrío. —Por mucho que desprecie a mi gemelo, la venganza nunca fue mi motivo. - Pareció escupir la palabra gemelo. —Pero si elige creer que he hecho esto meramente por venganza, déjale. Siempre ha sido un imbécil. - Yilda recuperó su compostura y le sonrió. —Después de todo, me dejó escapar, ¿me equivoco?

    —Entonces, ¿por qué matar a los Oradores? ¿Por qué destruir sus fetos?

    Upatal no estaba más allá de los cincuenta metros, pero parecía que dudaba en arriesgarse hasta el siguiente espacio abierto.

    —No destruyo los fetos. Modifico su programa de desarrollo. Los necesitaré para reconstruir mi imperio.

    Liis seguía dándole carrete a Yilda.

    —Pe... pero estás atrapado aquí. - dijo ella con voz agitada. —Estás atrapado en esta roca muerta. Igual que los Oradores.

    Yilda mostró una sonrisa sarcástica.

    —No hay prisa. Pasarán décadas antes de que llegue una nave de Nexus. Y ya he terminado mis preparativos para salir de aquí mucho antes. Tengo una nave esperando mis órdenes una vez que haya desactivado los orbitales.

    (Lo había planeado todo desde el principio. Incluso la píldora azul, la tenía mucho antes de que La Viracosa partiese de Bh'Haret.)

    Liis sintió que la sangre abandonaba su rostro. Yilda estaba frente a ella: un hombrecillo patizambo de apariencia disoluta al que ella no le hubiera echado un segundo vistazo por la calle. Cuando habló, su voz estaba ronca, apenas por encima de un susurro.

    —Una plaga conveniente. Así la había llamado Hebuiza en Bh'Haret.

    Yilda no mostraba la mínima emoción. Nada salvo su implacable descaro.

    —No conveniente para Nexus... - continuó Liis. —Conveniente para tí. Te proporcionó un grupo de gente lo bastante desesperada como para ayudarte a llegar aquí.

    Los labios de Yilda trazaron una maliciosa sonrisa de autofelicitación que mostraba sus dientes tallados.

    Liis se sintió enferma.

    —Nexus no infectó Bh'Haret con la plaga. - Sintió como si estuviera atada al borde de un abismo. —Fuiste tú.

    Yilda hizo una reverencia.

    —Un bonito detalle, ¿no crees? - Su sonrisa burlona se amplió. —Mi desgraciado hermano será culpado por la plaga. Un ultraje que funcionará a mi favor cuando negocie con los mundos del Cúmulo de la Pierna Izquierda que ahora no tienen enlace con Nexus. El nuevo orden que ofrezco parecerá mucho más benigno cuando prepare el escenario contra este intencionado menosprecio por la vida que ha demostrado Nexus.

    La primera reacción de Liis fue de súbita rabia pero, casi inmediatamente, fue remplazada por un autodesprecio tan intenso que creyó que iba vomitar.

    (Le ayudé. Mató a todo el mundo en Bh'Haret y yo le ayudé.).

    Le empezaron a temblar los brazos y se extendió hasta las piernas y el pecho. Pero no era rabia lo que causaba el temblor, era vergüenza y culpa.

    —Estoy cansado de esta charla. - dijo Yilda.

    Liis observó cómo su dedo se tensaba en el gatillo. Ella cerró los ojos y esperó el apenas audible sonido sordo del arma. Luego pensó que estaría muerta antes de oir el disparo. Como todo lo que había ocurrido hasta ese momento, no habría aviso previo.

    —¡Maldición! Aún puedes ser de utilidad. - Yilda no había disparado. Liis abrió los ojos.

    En los últimos momentos se había olvidado de todo excepto en el puro nudo de pudor y rabia de su estómago. Pero ahora podía ver el cañón del arma de Upatal asomando por encima de una incubadora del último anillo.

    Yilda suspiró.

    —Si los Oradores sienten el mismo absurdo afecto por tí, quizá pueda usarte como cebo. Imagínalos, viniendo al rescate de la pobre Liis neutralizada.

    Se metió la mano en el bolsillo y sacó un cilindro explosivo.

    —Yo diseñe estas microgranadas para que se detonaran por tiempo o por la proximidad de biofirmas de los Oradores. Si coloco unas cuantas entre tu ropa... bueno, ya te imaginas el resto tú misma. - Se guardó el cilindro en el bolsillo —Por desgracia, morirás antes de que tus amigos se acerquen lo suficiente. Pero, al menos, tu muerte habrá servido a los propósitos del nuevo imperio.

    Liis casi se pone a reir por lo absurdo de la frase de Yilda, pero vió a Upatal salir de la cobertura de la incubadora y avanzar agachada hacia ellos con el arma preparada.

    (!Demasiado tarde, Yilda. Ya me están usando para eso.)

    Como el señuelo de Upatal.

    —¿De qué te ries?

    Upatal ya se había detenido y apoyaba la culata en el hombro.

    Yilda se giró para seguir la mirada de Liis.

    El sonido del arma la hizo saltar, la boca del arma la cegó por un instante.

    Cuando su visión se aclaró, Yilda estaba de pie frente a ella con los ojos muy abiertos, tambaleándose ligeramente y con la boca abierta de asombro. El disparo de Upatal le había rozado el lateral de la cabeza de Yilda. Remolinos de humo surgían de la frente y la carne estaba arañada y abrasada. Su oreja estaba ennegrecida y parcialmente seccionada. El rifle de Yilda resbaló de sus manos y cayó al suelo. Tambaleándose, avanzó, su aturdida cabeza chocó contra el pecho de Liis. Yilda se agarró a la camiseta luchando por seguir en pie.

    Upatal permaneció perfectamente inmóvil con el arma levantada. Sus labios estaban sellados con fuerza y tenía los ojos entornados mientras el odio animaba sus facciones. Con un rápido y breve golpe de cabeza, indicó a Liis que se apartara del Posibilitador.

    Liis bajó la vista hacia Yilda. Tenía los ojos cerrados y todo indicio de dolor había desaparecido de su cara. Parecía que estuviera concentrado en algo. Pero eso era imposible. El rifle de impacto disparaba un conjunto cargado de dardos de condensación: además del daño físico que inflingían, también liberaban impulsos eléctricos en su cerebro cuando se descargaban. Aunque Hebuiza había ducho algo sobre una nanopiel.

    (¿Podría eso haberle salvado?)

    Ella observó con atención la masa destrozada en la que se había convertido la parte izquierda de su cara. Era raro que no hubiera mucha sangre. Un pedazo de piel ennegrecida colgaba como una hoja de papel endurecida. Bajo ella, una capa transparente formaba una barrera. Varios dardos estaban incrustados en el material. Uno de ellos se retorció y cayó. Otros dos empezaron a moverse.

    Yilda abrió los ojos de pronto, cogió a Liis por el brazo y lo retorció haciéndola girar sobre sus talones. El dolor recorrió los nervios de su brazo roto cirtocircuitando su visión. Ella dió un grito de agonía.

    La respiración de Yilda le raspaba la nuca. Yilda la mantenía frente a él a modo de escudo. Upatal tenía el arma apuntándoles, pero no disparó.

    Yilda empezó a caminar hacia atrás directo a la trinchera donde había caído su rifle.

    El aplastante agarre sobre sus brazos remitió y Liis giró a tiempo de ver a Yilda correr por el banco y dar un salto imposible hacia la trinchera. Se cubrió detrás de una incubadora al mismo tiempo que Liis oía una segunda descarga del fusil de impacto. La salva hizo un agujero del tamaño de un puño en el lateral de la incubadora y el fluído se derramó por la abertura y salpicó el suelo.

    A la derecha de Liis, el Orador salió de su cobertura con la pistola láser de Liis en la mano. Los dos lo tenían rodeado y avanzaban desde lados opuestos hacia la incubadora donde Yilda había tomado cobertura.

    Algo pequeño voló por el aire hacia el Orador y Liis se lanzó, instintuvanente, detrás de uno de los bancos.

    La contusión de la explosión la alcanzó a medio salto extrayendo el aire de sus pulmones. Aterrizó de lleno y se sintió rebotar irremediablemente hasta el interior de la trinchera. Durante incontables segundos, la sala dió vueltas sobre ella. Trató de mover los dedos pero ya no respondían.

    Siguió una segunda explosión y Liis cerró los ojos con fuerza. La trinchera la protegía de la onda expansiva. Sólo sintió una leve racha de aire sobre la cabeza antes de que le llovieran gotas de pequeños trozos de metal.

    (Tengo que salir de aquí.)

    Si alguno de los Oradores caía en la trinchera, se iniciaría el proceso de reciclado.

    Liis trató de sentarse para asomar la cabeza pero su cuerpo aullaba en protesta.Frente a ella, vió el rifle de Yilda a dos metros de distancia, parecía descargado. Consiguió elevarse lo suficiente para espiar sobre el borde de la trinchera.

    Al otro lado de la plataforma, el suelo se había partido y fundido por la explosión. Un banco había desaparecido. La mayoría de las incubadoras estaban dañadas. Media docena de ellas habían sido desplazadas y yacían en el suelo. Una piscina de fluiido crecía entre ellas rápidamente.

    Desde atrás de una grúa, Upatal se levantó, apuntando a la derecha de Liis donde Yilda había estado. Disparó. Liis giró la vista y vió a Yilda levantarse desde detrás de los restos de una incubadora y salir corriendo a velocidad inhumana. El Posibilitador desapareció en un bosque de incubadoras.

    Liis salió de la trinchera. Su brazo roto escogió ese momento para renovar sus protestas. Ella jadeó de agonía y cerró los ojos con fuerza. El tormento remitió hasta un nivel casi soportable. Liis abrió los ojos.

    Nada se movía.

    Apareció Upatal de repente corriendo hacia donde había estado el Orado disparando salvas preventivas. Liis decidió aprovechar la oportunidad para buscar mejor cobertura. Se arrastró sobre una grúa y colapsó tras una pila de incubadoras desenganchadas. Había una incubadora redonda sacada del muro. El tubo estaba dividido por una explosión y dentro había dos fetos gemelos. Durante algunos segundos, el rifle de impacto permaneció en silencio. Liis estaba a punto de echar un vistazo cuando hubo un grito seguido de un único disparo del arma. A esto le siguió una nueva serie de explosiones que lanzaron escombros sobre la cobertura de Liis.

    Silencio de nuevo.

    Liis esperó, aguantando la respiración. Nada. Decidió arriesgar una mirada rápida.

    Pero antes de que pudiera asomar la cabeza lo bastante para ver algo, la voz de Yilda sonó desde el centro de la cámara.

    —Tus amigos están muertos.

    Liis se puso rígida.

    —Una lástima, en verdad. Tenían más agallas de lo que pensaba. Quizá me puedan servir en el futuro.

    (Upatal está muerta.)

    Liis quedó abatida. Aunque los Oradores la habían utilizado como señuelo, sintió el puñal por su pérdida.

    Un movimiento desde el interior de la incubadora llamó la atención de Liis. A través de la compuerta transparente, tenía una vista parcial de la plataforma. Yilda permanecía allí a simple vista con la parte izquiera de su cara ennegrecida. Su camiseta estaba agujereada por quemaduras de láser. Salvo por todo eso, parecía estar ileso.

    —Sé que estás desarmada. He dado cuenta de todas las armas. - En una mano cogía la pistola láser y en la otra el rifle de impacto. —Casi me engañas. - dijo Yilda animado por conversar. —He usado mi último explosivo con los Oradores. - Paseó hacia el canal. —Pero ha sido un error no coger mi rifle. Si hubieras esperado, habrías comprobado que se recarga automáticamente. - Yilda se colgó el rifle de impacto al hombro y saltó dentro del canal. —De hecho, estaré encantado de demostrarte que ahora está totalmente recargado. - Caminó hacia donde Liis había encontrado el rifle.

    Liis tiró del feto más cercano hacia fuera de la incubadora rota y presionó al bebé bajo el pecho. Puso su peso encima y hubo un sonido de algo viscoso quebrándose. Metió la mano en el agujero de su cráneo y agarró un puñado de cerebro. Girando su muñeca de golpe, retiró un pedazo húmedo con un sonido viscoso. Giró hacia la plataforma y se sentó con los trozos de materia gris goteante en su mano. Diez metros más allá, Yilda se agachaba para recoger su rifle.

    Liis gruño al lanzar la masa gris por el aire. Esta golpeó a Yilda en el muslo dejando una mancha gris antes de caer en el fondo del canal.

    Durante un segundo, el Posibilitador frunció el ceño cuando miró la mancha. Luego se puso pálido cuando el suelo de abrió bajo él y la máquina gimió de repente. Gritó y giró hacia el banco más cercano pero ya era demasiado tarde. La suoerficie desintegradora no le dejó escapar al no ofrecerle tracción alguna. Quedó atrapado como un hombre en arenas movedizas.

    Liis se levantó para poder ver la trinchera. Yilda aún estaba en el canal, o lo que quedaba de él pues la mayor parte de su piel ya había sido desmenuzada y quedaba una capa transparente de forma humana llena de huesos blancos, tejido muscular y órganos internos en la sombra. Lo que siguió fua el futil combate de la nanopiel de Yilda para mantenerlo vivo mientras era destrozado por los diminutos dientes cristalinos. La máquina, tras consumir a Yilda, consumió finalmente la obstinada nanopiel hasta no dejar nada.

    Liis salió en busca de los Oradores.

    (Upatal estaba viva.)

    Liis la encontró entre los restos del combate al otro lado de la plataforma. La Oradora estaba incosciente y respiraba de forma irregular. Tenía la ropa agujereada en varios sitios por los fragmentos de las microgranadas de Yilda. Junto a ella yacía el cuerpo destrozado del Orador con los ojos abiertos por el shock o la sorpresa.

    Liis hizo lo que pudo por Upatal usando el botiquín de su mochila. No estaba equipado para tratar lesiones graves. Limpió y vendó las heridas, pero no se arriesgó a sacar los fragmentos que posiblemente se habían quedado en su cuerpo tras las explosiones.

    Liis se levantó y corrió hacia la zona de incubadoras donde los gemelos eran separados y colocados en celdas separadas. Se colocó delante de una y sacó el feto. Acunó al bebé en sus brazos contra su pecho y lo miró. El pequeño tosió y empezó a bostezar. Liis corrió hacia el lugar donde había visto aparecer a Upatal. Despacio, se movió por el perímetro de la habitación. Cuando la pared junto a ella se oscureció, se detuvo y se quedó allí, con el bebé en sus brazos, esperando a que el umbral de salida se formara ante ella.

Capítulo 50

    

Capítulo 50 - Epílogo: La Estación Repetidora

    Bajo la pálida iluminación del domo, una mujer alta se apresura a través de algo más parecido a un sendero pero menos parecido a un camino de tierra, acunando a un lloroso bebé desnudo contra su pecho. La luz está menguando, pues ha pasado largo tiempo desde que emergiera de la amplia puerta del criadero. La iluminación del interior del domo circula a través de su propio ritmo circadiano.

    Un extraño ocaso se filtra entre los límites del bosque bajo una bóveda de árboles. Ya está totalmente oscuro. La mujer y el bebé pasan la línea de árboles y se dejan engullir por la noche.

    Descienden por una quebrada, cruzan un puentecito de madera y ascienden la pendiente al otro lado..

    Ella se detiene, coloca al infante en el suelo y saca un objeto cilíndrico de su bolsillo. Los llantos del bebé crecen mientras las mujer eleva el objeto sobre su cabeza.

    Un círculo oscilante de luz nace del extremo de la bengala, silenciando al asombrado bebé. Pero la tregua es sólo momentánea, a los pocos segundos retoma su llanto. Los gemidos siguen a la mujer mientras ella se aleja, la persiguen al interior del bosque. Agachada, la mujer fija los ojos en el sendero, ignorando los quejidos..

    La ondulante luz crea cosas confusas imposibles, sombras engañosas que huyen tan pronto como pisa sobre ellas. Una y otra vez, se dice a sí misma que no tenga prisa, que sea paciente, para hacer el mejor uso de la luz que le queda. Algunos metros más adelante, localiza algo y su corazón se acelera. La mujer corre hacia allí.

    Otra falsa alarma: pedazos de ramas, una sombra. Maldice, retoma su búsqueda.

    Tras ella, el bebé queda en silencio.

    Árboles alienígenas aúllan, presionan desde todos lados su frágil burbuja de luz. A ella le es fácil imaginar que se resienten por su presencia y que nada les gustaría más que aplastar la luz invasora. A ella le posee la urgencia de huir del bosque. Correr hacia la luz y el calor del criadero.

    Pero suprime este impulso pues consentirlo es rendirse. Y ha llegado demasiado lejos para eso.

    Concentra su mente rígidamente en la tarea que tiene entre manos. Avanza, escanea el sendero cuidadosamente, dolorosamente, buscando su salvación.

Capítulo 51

    

Capítulo 51 - Epílogo: Los Gemelos

    El repentino asalto de dolor era una agonía desgarradora. El gemelo de Yilda sentía como si le estuvieran arrancando la carne de los huesos. Apenas pudo ponerse de pie, se agarraba la cabeza. Las lágrimas manaban como ríos de sus ojos. De forma distante, era consciente que el resto de Pro-Locutores que le acompañaban en la sala; algunos reales, otros virtuales; le observaban atónitos. A través de las ardientes láminas de dolor, sintió que unas auxiliadoras manos le agarraban, le tumbaban en el suelo y sujetaban sus brazos y piernas. Olvidando el protocolo, una confusión de mensajes inundaron su mente, preguntas sobre su estado, sobre sus enemigos, sobre sus propios miedos. Él los bloqueó todos, los apagó. Tenía que concentrar su atención en este ataque.

    Era diferente a todo lo que había resistido durante su prolongada vida. Salvaje por su intensidad, sin ninguna reserva. Un odio dirigido sólamente hacia él avanzaba como una lanza en su cerebro. No tuvo tiempo de ordenar una respuesta, de ensayar un contraataque. No había nada que pudiera hacer para evitar que la otra mente superara la suya totalmente, que destruyera las últimas barreras y aniquilara el núcleo de su cordura. Había lidiado con mentes fuertes antes, pero ninguna como esta. Inmensamente poderosa, era suicida en su intento por destruírle. Y comprendió por qué: a años luz de distancia, ya estaba sufriendo una muerte agonizante. Había usado todo su dolor para reforzar su ataque, para extender una distancia improbable y encontrar su consciencia. Con monumental fuerza de voluntad, la mantenía.

    La otra mente hizo pedazos sus defensas. Como una tormenta de fuego, recorrió y barrió su cerebro. Él se convulsionaba mientras sus neuronas se sobrecargaban.

    —Adios, hermano - escuchó los últimos pensamientos del otro.

    Vinculados por última vez, sus memorias milenarias se incendiaron y ardieron como yesca.

FIN