Todos contra todos
(versión gratuita en español. Prohibida su venta)
Copyright © 2021 de Nathan Allen. (Algunos derechos reservados. CC-BY-NC-SA)
Publicada en Artifacs Libros
Traducción y Edición: Artifacs, enero-febrero 2021.
Adaptación de Portada al castellano: Artifacs
Obra Original: All Against All
Copyright © 2016 de Nathan Allen. (Todos los derechos reservados). @NathanAWrites
Publicada gratuitamente en Smashwords
Diseño de Portada Original: Aleksandra Bilic
Muchísimas gracias a Nathan Allen por autorizar esta traducción al español y por compartir con el mundo Todos contra todos bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es
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Todas las siguientes obras están disponibles para descarga gratuita en inglés (Smashwords) o en castellano (Artifacs Libros).
• El Ciclo de Violencia (2015, The Cycle of Violence)
• La Letra Pequeña (2015, The Fine Print)
• La Guerra al Horror: Cuentos de una Sociedad Post-Zombi (2015, The War on Horror: Tales From A Post-Zombie Society)
• Todos contra Todos (2016, All Against All)
• Chapuza de Hollywood (2017, Hollywood Hack Job)
• La Guerra al Horror II: Regreso de la Amenaza No Muerta (2019, The War on Horror II: Return Of The Undead Menace)
• El Declive de la Moralidad y el Impacto de la Violencia en los Medios sobre Mentes Impresionables en una Sociedad Post-Zombi (2020, The Decline of Morality and Impact of Violent Media on Impressionable Minds in a Post-Zombie Society)
"El estado de los hombres sin sociedad civil (al que podemos llamar propiamente el estado de la naturaleza) no es más que una mera guerra de todos contra todos."
—-Thomas Hobbes, Leviatán (1651)
"No tienes que unirte a un circo de monstruos solo porque se haya presentado la oportunidad."
—-Marge Simpson, "Homerpalooza" (1996)
Algunos hechos sobre el reino animal:
La mayoría de los conflictos que ocurren en la naturaleza no son entre un animal y su depredador. Son más frecuentes entre dos miembros de la misma especie.
Un chimpancé de bajo estatus tiene más que temer de un macho alfa dominante que de un leopardo.
La mayoría de las cicatrices y marcas de mordeduras que sufre un animal a lo largo de su vida serán causadas por el ataque de uno de los suyos, en lugar de por un depredador hambriento.
La criatura en la cumbre de una especie es recompensada con comida, parejas, estatus y la oportunidad de transmitir sus genes.
A los más débiles de la manada se les deja disputarse entre ellos su parte de las sobras.
El poderoso tiene el derecho y los más débiles comen al final.
El Soldiers Memorial Hall era un anodino centro comunitario situado en una tranquila calle en un anónima parte de los suburbios. El letrero al frente anunciaba que mañana por la noche era noche de bingo. La noche siguiente ellos estaban invitados a un baile de solteros mayores de cuarenta.
Alice Kato subió los escalones de la entrada tres minutos antes de la hora de inicio designada.
Abrió la puerta principal y entró en el vestíbulo. La recibió una solitaria mujer de mediana edad sentada detrás de una cabina. Hicieron contacto visual, pero el rostro de la mujer seguía siendo una máscara. No ofrecía una sonrisa de bienvenida ni ninguna otra invitación para que Alice se acercara.
"Um, hola," dijo Alice, sonando un poco insegura de sí misma. "Estoy aquí porque fui..."
"Invitación." La mujer habló en un tono monótono y plano.
Alice se apresuró a sacar la invitación del bolsillo de la chaqueta. Se lo entregó y la mujer verificó su autenticidad debajo de un escáner fluorescente.
“Gire a su izquierda y mire a la cámara," ordenó la mujer.
Alice giró y entornó los ojos. "No veo ninguna..."
Quedó temporalmente cegada por un inesperado destello de luz blanca. Parpadeó varias veces en rápida sucesión. Manchas de color flotaban en el aire frente a ella.
A Alice nunca le había gustado el modo en que salía en las fotografías, pero estaba segura de que esta sería una de las más dignas de recular de vergüenza.
La mujer de la cabina apretó un botón y una puerta se abrió detrás de ella. Alice tomó esto como una señal para entrar.
La sala era un auditorio de tamaño mediano, del tipo que se usa a menudo para oradores motivacionales y eventos corporativos. El olor a colonia rancia persistía, una resaca del seminario de propiedad inmobiliaria que había tenido lugar allí antes ese día.
Alrededor de un centenar de personas ya estaban dentro, sentadas en débiles sillas de plástico dispuestas en forma de concha. A primera vista, Alice no pudo detectar ningún hilo común entre los asistentes. Se habían sacado de una variedad de edades, etnias y antecedentes sociológicos. Un leve murmullo flotaba mientras charlaban quedamente entre ellos.
Algunos miraron a Alice cuando se abrió la puerta y volvieron a las invitaciones que descansaban en sus regazos al ver que ella era solo otro de los asistentes invitados.
Alice, consciente de sí misma, caminó de puntillas hasta el fondo de la sala y se sentó en un asiento vacío.
A las ocho de la noche, se abrió una puerta trasera y entró el Mensajero.
Era un cuarentón de rasgos oscuros, vestido con un elegante traje de diseñador que Alice supuso que valía más que su coche. También era inusualmente alto, por lo menos dos metros veinte, y tuvo que agacharse un poco para evitar darse la cabeza con el marco de la puerta.
La charla se detuvo de inmediato.
Cien pares de ojos siguieron al Mensajero mientras este caminaba hacia el frente de la sala. Este escrutinio no era recíproco, los miembros individuales de la multitud permanecieron invisibles para el Mensajero.
Ocupó su lugar detrás del atril. El vacío del silencio era tan severo que Alice podía escuchar los latidos de su propio corazón.
Después de consultar sus notas por un breve momento, el Mensajero miró a la audiencia. Sin nada en la forma de presentación o formalidades, se lanzó directamente a su perorata.
"Si está aquí esta noche," comenzó, "eso significa que ha sido seleccionado para participar en una oportunidad única en la vida."
Su voz era fuerte y hablaba con confianza. Podía proyectarla hasta el fondo de la sala sin necesidad de amplificación.
“Descanse tranquilo, mi cliente no está aquí para venderle nada, ni le interesa aceptar su dinero. Lo que mi cliente está a punto de ofrecer es cien por ciento genuino, así que preste mucha atención porque no voy a repetirme."
Alice se sentó erguida en su asiento. Como todos los demás en la sala, no tenía idea de qué trataba todo esto, pero ciertamente había despertado su curiosidad.
El Mensajero continuó.
"En el reverso de su invitación encontrará dos números de contacto."
El murmullo de cien hojas de papel girando se extendió por la sala.
Alice estudió el reverso de su invitación. De hecho, había dos números en relieve en las esquinas inferiores izquierda y derecha. No los había notado antes o, si lo había hecho, no había pensado en ellos. Ambos tenían cinco dígitos, por lo que probablemente eran números de serie o algo similar.
"Si llama al número de la izquierda, recibirá dos mil dólares en efectivo en veinticuatro horas."
Alice alzó la mirada para estudiar el lenguaje corporal de los que estaban sentados frente a ella. Trató de evaluar sus reacciones. Como ellos, ella esperaba que el Mensajero calificara su afirmación con términos y condiciones. Pero no hubo nada de eso.
“Si llama al número de la derecha," dijo el Mensajero, “su nombre se ingresará en un tipo de lotería. Se ha depositado una suma de dinero en un fideicomiso y el valor total de ese fideicomiso, junto con los intereses acumulados, se pagará al último miembro superviviente de la lotería."
Un leve susurro recorrió la multitud. Se escaparon algunas risas nerviosas. Independientemente de lo que estas personas estaban esperando al venir aquí esta noche, era seguro asumir que no era nada de esto.
El Mensajero siguió adelante. “El valor total de este fideicomiso es de cien millones de dólares."
Lo siguiente que Alice oyó fue el sonido de cien personas desprovistas de aire.
Las palabras del Mensajero parecieron resonar por la sala, rebotando en las paredes como una pelota de ping pong.
Cien
Millones
De
Dólares.
Ella no podía ver la reacción de ninguno de los otros asistentes, pero asumió que todos sus rostros tenían la misma expresión de desconcierto que el que ella tenía actualmente.
“Ahora, entiendo que crea que esto es una especie de timo. Pero déjeme asegurarle que esta es una oferta genuina. No hay trampa ni cartón. No hay condiciones. La suma de cien millones de dólares más intereses se depositará en la cuenta bancaria del último participante vivo de la lotería y solo a esa persona. Por otro lado, puede aceptar su premio de consolación de dos mil dólares. Tiene hasta la medianoche de mañana para tomar una decisión, momento en el que la oferta vence y no recibirá nada."
El Mensajero dio media vuelta y se dirigió a la misma puerta por la que había entrado.
La multitud estaba tan embrollada por todo lo que acababa de ver y oír que pasaron unos minutos antes de que alguien se diera cuenta de que el hombre se había escabullido de la sala sin responder ninguna de sus preguntas.
Tres días antes, Alice despertó para encontrar que habían deslizado un sobre marrón por debajo de la puerta de su casa.
Los detalles específicos de la invitación eran confusos y el mensaje bastante críptico. Proporcionaba una hora y un lugar: las ocho de la noche. Jueves en el Soldiers Memorial Hall en Kent Road. Prometía un pago inmediato de dos mil dólares solo por asistir. Declaraba, de manera inequívoca, que esta oferta se extendía solo a la persona cuyo nombre estaba en la invitación y que la oferta sería anulada si otra persona intentaba ingresar con la misma.
Lo que la invitación no hacía era proporcionar información sobre de qué trataba la reunión o quién estaba detrás de esta.
Fue este tipo de vaguedad y ambigüedad lo que estimuló la curiosidad de Alice. Normalmente, habría tirado la carta directamente a la basura. Pero algo en su mente le dijo que valía la pena investigarlo. Parte de esto se debió a la propia invitación. No era un correo basura barato y producido en masa que prometía algún tipo de plan falso para hacerse rico rápidamente. Estaba impreso en un costoso papel mate color marfil, con inscripción en pan de oro y una llamativa caligrafía. El sobre había sido estampado con un sello de cera caliente. Parecía lo que recibía alguien al ser convocado a cenar con la realeza. Esto y el hecho de que había sido entregado personalmente, contribuyó al enigma que rodeaba el documento. Esto la había intrigado lo suficiente como para no tirarlo de inmediato.
Alice leyó y releyó la invitación varias veces, buscando el asterisco que apuntaba a la letra pequeña y revelaba la trampa detrás de la oferta. Pero no había ninguno. Puso en práctica sus habilidades de investigación para ver si podía desenterrar más información, o averiguar si algo parecido a esto había sucedido antes, pero su búsqueda no arrojó nada.
Preguntó a sus vecinos si habían recibido invitaciones también. Ninguno de ellos lo había hecho.
Supuso que estaba siendo objeto específico como parte de un elaborado truco de marketing viral. Si era así, los cerebros detrás de la campaña o el lanzamiento del producto habían hecho los deberes. La atención de Alice, así como su imaginación, había sido verdaderamente capturada.
Decidió que bien podría asistir y ver de qué se trataba. No tenía nada que perder, aparte de otra noche sola en su monótono apartamento.
Cuando menos, esto proporcionaría un respiro temporal de la aplastante monotonía en la que se había convertido su vida.
Las cien personas salieron en fila del Soldiers Memorial Hall con un mínimo de alboroto. Ninguno estaba del todo seguro de lo que acababa de presenciar. Algunos asistentes murmuraban en voz baja entre ellos, pero en su mayor parte estaban en silencio.
Alice fue una de las últimas en irse. Junto con todos los demás, no tenía idea de qué pensar de todo eso. Había sido una reunión tan extraña, y había terminado tan abruptamente, que comenzó a preguntarse si realmente había sucedido. Que ella supiera, esto podría ser una gran alucinación colectiva.
Mientras la mayoría de la multitud regresaba a sus vehículos, un grupito de fumadores se instaló en los escalones del frente bajo una única luz fluorescente estroboscópica. Estaban enfrascados en una charla cortés sin dejar de ser cautelosos: todos eran extraños entre sí y nadie estaba muy seguro de en quién podían confiar. Que ellos supieran, la persona a su lado estaba en el ajo.
"Apuesto a que es uno de esos experimentos psicológicos dirigidos por el gobierno," dijo un hombre con bigote mientras encendía el mechero. "O una universidad, como ese experimento de Milgram. O el de todas esas personas que fingen ser prisioneros."
"Creo que una corporación de reclutamiento podría estar detrás de esto," respondió una mujer más joven. “Cazadores de talentos. Ya sabéis, como si estuvieran intentando identificar líderes potenciales."
"¿Y cómo iban a hacer eso exactamente?" dijo el hombre del bigote.
“Porque las personas que eligen llevarse el dinero por adelantado solo tienen una mentalidad a corto plazo, pero los que van por los millones son los rebeldes que pueden apuntar alto y pueden ver el panorama general. Gratificación instantánea versus recompensas a largo plazo y todo eso. Los que juegan frente a los que asumen riesgos."
"El juego y el riesgo es lo mismo."
"No, no lo es," intervino un hombre más joven con un elegante traje gris. “Apostar es apostar por resultados aleatorios. El riesgo es una aventura calculada."
Alice se acercó un poco más. Activó subrepticiamente la función de grabación de voz en su DIteA para grabar la conversación. No estaba segura de qué la impulsaba a hacer esto. Probablemente eran sus ambiciones periodísticas tomando el control para documentar el momento, en caso de que tuviera que volver a consultarlo en el futuro cercano.
Se apoyó casualmente en la barandilla de la escalera, como si estuviera esperando a que un amigo pasara a recogerla.
"Probablemente sea sólo uno de esos tontos programas de bromas que salen en la tele," sugirió un hombre con cabello en retroceso y una ineficaz sugerencia de usar el lado con más pelo para taparse la calva. "Alguien nos está gastando una gran broma a costa nuestra."
Aplastó con el pie la colilla en la acera.
"Obviamente es una especie de táctica de marketing," dijo el traje gris. “Intentan vendernos algo. Reclamas los dos mil dólares y lo siguiente que sabe es que estás dando los detalles de tu tarjeta de crédito y te cargan trescientos dólares al mes para comprar lo que sea que vendan."
La discusión se detuvo cuando se abrió la puerta del pasillo y el último asistente salió del edificio.
Un hombre con obesidad mórbida maniobró la silla de ruedas eléctrica a través de la estrecha puerta y bajó la rampa adyacente a las escaleras. Una máscara respiratoria le cubría la boca y la nariz, conectada a una bombona de oxígeno montada en el respaldo de la silla.
Al pasar, el grupo vio que le habían amputado ambas piernas a la altura de la rodilla.
No hicieron intencionalmente a este hombre el centro de atención, pero así terminó sucediendo.
Se lanzaron algunas miradas de lástima en su dirección. Otros en el grupo apartaron la mirada, haciendo todo lo posible para no mirar fijamente la desafortunada situación de este caballero.
El silencio fue interrumpido cuando Mike Lever, un tipo corpulento con gorra de camionero, sacó la arrugada invitación del bolsillo trasero y la alisó en la pierna.
"¿Qué estás haciendo?" preguntó el hombre de la calva liando otro cigarrillo.
"¿Qué te parece que estoy haciendo? Reclamo mis dos de los grandes."
Una ligera brisa atravesó la noche. Alice sintió el aire cálido en su piel, seguido de una cara llena de humo de los cigarrillos Camel del traje gris. Contuvo la respiración para evitar ahogarse con el fuerte hedor.
"¿Quieres decir que no vas por los cien millones?" Preguntó la joven con más de un toque de sarcasmo en la voz.
"Ey, tengo facturas que pagar," dijo Mike. "Y con la cantidad de basura que como, tendré suerte si aún me bombea sangre el corazón al final de la próxima semana."
Marcó el número en su DIteA.
El traje gris dejó escapar un bufido desdeñoso. "No esperarás en serio sacar dinero de esto, ¿verdad?"
"Supongo que solo hay una manera de averiguarlo," dijo Mike con un sencillo encogimiento de hombros. "Si un fajo de billetes aterriza en la puerta de mi casa, al menos sabemos que esa parte es verdad."
Se acercó el DIteA al oído y escuchó.
Hubo un suave zumbido y luego un clic. Luego vino un breve silencio, seguido de un tono de marcación.
"¿Qué ha sido eso?" dijo la mujer.
"Nada," respondió él. "Esto, que ha colgado solo."
El hombre de la calva sonrió y exhaló una nube de humo. "Apuesto a que te han cargado cien pavos en la cuenta."
La casa de Mike Lever era una fea chatarra vieja de tablas gastadas situada en un barrio de clase baja trabajadora en las afueras de la ciudad, intercalada entre casas abandonadas con ventanas tapiadas y céspedes descuidados.
Se detuvo en el camino de entrada y estacionó su camioneta Mazda en el garaje.
Eso fue una pérdida de tiempo, pensó para sí mismo mientras apagaba el motor y se dirigía a la puerta principal. Era tarde, mucho más de las once de la noche. Había cambiado su noche entera por un seminario inútil, y tenía que levantarse en menos de seis horas para trabajar mañana temprano.
La invitación que había encontrado en su buzón el otro día prometía los dos mil dólares más fáciles que jamás había ganado. Pero en cambio había conseguido... lo que fuese que era esto. ¿Un truco de marketing? ¿Una obra de arte de performance? Sospechaba que el seminario podría ser una fachada para marcas como Amway o un esquema Ponzi. Pero no eso.
Durante su viaje a casa, Mike se dio cuenta de lo que realmente estaba pasando aquí. Probablemente era el trabajo de algún equipo furtivo de telemarketing. Cada vez era más difícil para las empresas recolectar números privados de DIteA, por lo que tenían que recurrir a métodos clandestinos. Al hacer esa llamada para reclamar el premio, Mike había agregado voluntariamente su número a su base de datos. Ahora podía esperar llamadas invasivas y molestas en mitad de la cena durante la próxima década.
Buscó en el bolsillo las llaves mientras caminaba cansinamente hacia la casa, maldiciendo en silencio su estupidez.
Y luego se detuvo.
Algo lo esperaba en el tope de la puerta de su casa.
Un paquete solitario.
Parpadeó dos veces para asegurarse de que no estaba imaginando cosas.
Se acercó de puntillas, como si el paquete pudiera ser peligroso. Se arrodilló para echar un mejor vistazo.
Era una cajita de regalo.
Miró a su alrededor para ver si había alguien. Casi esperaba encontrar a algún bromista mirándolo desde los arbustos. Si así era, permanecían bien escondidos. El barrio estaba vacío, salvo por un perro callejero que deambulaba por las calles y un par de chavales pequeños en bicicleta demasiado tarde para una escuela nocturna.
Mike levantó la caja. Era de peso ligero. Quitó la tapa.
Quedó boquiabierto.
Dentro había un grueso fajo de billetes nuevos de cien dólares.
Sacó un billete y lo sostuvo entre el pulgar y el índice. Ciertamente parecía genuino: la textura nítida, las crestas, la tinta en relieve.
Lo sostuvo a contraluz. La marca de agua y el hilo incrustado eran visibles. Incluso tenía ese olor a dinero nuevo.
Este dinero era de verdad.
Hizo un conteo rápido de los billetes. Veinte en total. Dos mil dólares exactamente.
Soltó una carcajada de asombro. No podía creer que esto le estuviera pasando. Justo cuando pensaba que esta noche no podría ser más extraña.
El humor jovial de Mike fue interrumpido cuando la puerta de su casa se abrió. Rápidamente se guardó los billetes en el bolsillo trasero.
La esposa de Mike lo miró mientras él estaba allí con la caja vacía en la mano.
"¿Dónde has estado?" Exigió ella con una mirada de feroz irritación pintada en el rostro.
Mike tuvo que pensar rápido. Soltó la primera excusa creíble que se le pasó por la cabeza.
"Por ahí bebiendo con los colegas," dijo.
No fue la mejor excusa que se le ocurrió, pero su esposa pareció creerlo. Ella sacudió la cabeza y se marchó furiosa, murmurando invectivas.
Una sonrisa diabólica apareció en el rostro de Mike. Dormiría en el sofáun par de días, pero podría aguantar eso por dos de los grandes.
Arrugó la caja y la depositó en la basura de camino al interior.
Hola, mi nombre es Tatiana. Soy camarera y modelo a tiempo parcial, y durante las últimas dos semanas he estado saliendo con Brody de Level 1 (¡¡¡el guapo!!!). Tengo cientos de fotos y videos de nosotros juntos, además de un montón de mensajes explícitos que me ha enviado. Llámame si estás interesado. Te lo cuento todo por $10 000.
Hace dos noches conocí en un club a Fawn Jager (modelo de traje de baño y presentadora de televisión). En pocas palabras, regresó a mi casa donde usó bastante coca, marihuana y Xylox para eutanizar un rinoceronte. Ciega total. En mi posesión hay decenas de fotografías incriminatorias. Pueden estar en tu posesión por el módico precio de $1 000 en efectivo. Esta oferta única vence a las 5 de hoy. Paz.
Mi nombre es Sophie, es posible que me hayas visto como concursante de Diva Fever (pasé a la segunda ronda). Cuando estaba en el programa, tuve una relación sentimental con el juez Ely Puerto (más bien Ely Puerco). Dos días después de romper con él, me sacaron del programa. Dispuesta a vender mi historia por $15 000 - $20 000, dependiendo de lo gráfico que quieras los detalles (debo advertirte que le van cosas bastante pervertidas).
Alice bostezó hasta que se le humedecieron los ojos. Miró el reloj, luego se arrepintió de haberlo hecho. Eran solo las 9:30 a.m. Su día apenas había comenzado.
Su espacio de trabajo, uno de los muchos cubículos estrechos en la quinta planta del edificio de La Tinta Diaria, era un poco más grande que las cajas de madera de transporte en barco de animales exóticos. Con tanta gente tan cerca unos de otros, el lugar era una sudorosa placa de Petri de bacterias y virus transportados por el aire. El suelo parecía una granja de baterías humana hasta arriba, repleta de monos de Shakespeare que se apresuraban a archivar su copia antes de la fecha límite.
Los viernes siempre eran los más largos, pero hoy parecía particularmente tedioso.
Alice luchó por reunir una pizca de entusiasmo por su trabajo mientras revisaba cada uno de los ciento doce mensajes que le dejaron los lectores de La Tinta Diaria. Cada mensaje era una variación del mismo tema: una celebridad (a menudo siguiendo la definición más vaga del término) presuntamente involucrada en una conducta ilícita o inmoral, y ahora le tocaba a La Tinta Diaria exponerlas como los retorcidos desviados que eran.
El trabajo de Alice consistía en seleccionar las historias que creía que atraería más a los lectores, enviarlas al departamento legal para su aprobación y luego producir mil quinientas de las palabras más exageradas y sensacionalistas que podía fabricar.
En su mayor parte, quienes proporcionaban las historias habían experimentado un roce fugaz con alguna pseudocelebridad y estaban buscando una forma de extender ese momento el mayor tiempo posible. También buscaban una forma de sacar provecho de ese roce fugaz.
Es posible que el Tinta Diaria se haya anunciado a sí mismo como un servicio de noticias, pero muy poco de lo que publicaron podría clasificarse como noticia. Los chismes obscenos eran lo que tenían en común y la principal razón por la que alguien se molestaba en leerlos. Su mantra era «basura igual a efectivo» y dado que los ingresos por publicidad estaban directamente vinculados a las vistas de la historia, nadie estaba por correr ningún riesgo al sobrestimar la inteligencia de la audiencia.
Habían amasado lectores leales que no disfrutaban más que con sentirse indignados y excitados en igual medida por las acciones de personas que no conocían y, en algunos casos de las que nunca habían oído hablar, participando en actividades que no les afectaban.
Alice había trabajado en La Tinta Diaria durante cuatro años y cada día esto devoraba otra pequeña porción de su alma. Había comenzado en un puesto de nivel de entrada con la esperanza de que condujera a algo un poco más sustancial en el futuro. Ella creía ingenuamente que si se esforzaba y pagaba las facturas, poco a poco subiría de rango en un par de años y se le daría la oportunidad de abordar temas más serios. No había funcionado del todo de esa manera, principalmente debido al hecho de que los chismes y las tonterías constituían aproximadamente dos tercios del contenido de La Tinta Diaria en estos días.
Ella era como un roedor en la rueda de un hámster, siempre expulsando mucha energía sin llegar a ninguna parte.
Alice abría el siguiente mensaje en la cola, justo cuando una mano aterrizó en su hombro.
Era una mano que pertenecía a su jefa, Dinah Gold. Alice supo sin mirar que Dinah estaba detrás de ella. Podía saberlo por la firmeza de la garra.
Dinah había perdido la mano en un accidente de barco algunos años antes y la habían equipado con un reemplazo robótico. Funcionaba como una mano normal, pero de vez en cuando necesitaba recalibrarse. Alice sintió que una puesta a punto estaba pendiente desde hacía mucho tiempo. La mano le apretaba el hombro con fuerza y le pinzaba un nervio. El entumecimiento se estaba instalando rápidamente, disparándose a lo largo del brazo derecho hasta la punta de los dedos.
Apretó los dientes y trató de no mostrar ningún signo externo de incomodidad.
"¿Algo que valga la pena en la cola de hoy?" Dijo Dinah.
"Solo lo de siempre," respondió Alice. "Otro concursante de Diva Fever que acusa a Ely Puerto de conducta sexual inapropiada."
"Oh, querida." Dinah soltó una pequeña risa. "Deberíamos enviarle flores a ese hombre. Es el regalo que no deja de dar."
Retiró la mano y Alice se permitió relajarse.
"Por cierto, ¿cómo fue la reunión de anoche?"
"Ah, eso."
Alice recordó que había mencionado brevemente su misteriosa invitación a sus compañeros de trabajo hace un par de días. Dinah estaba muy cerca en ese momento y debió haberla oído.
No llegó a divulgar demasiada información. Los alfileres y las agujas le dañaban el brazo derecho y no quería prolongar la visita de Dinah más de lo necesario. Además, existía la posibilidad de que hubiese una historia, una historia de verdad, en algún lugar entre todo esto. Dinah tenía la costumbre de rechazar instantáneamente los lanzamientos de Alice si no los encontraba lo bastante lascivos. Alice sabía que tendría que ser un poco astuta si este artículo quería ver alguna vez la luz del día.
“Fue solo algo organizado por un grupo religioso," dijo Alice. "Estaban intentando atraer nuevos miembros para unirse a su congregación."
"Sabía que tenía que haber algún tipo de trampa," dijo Dinah sacudiendo la cabeza. “Ya sabes cómo va todo eso, bienvenido a nuestro rebaño, únete a nosotros para celebrar el amor de Dios, aquí tienes tus dos mil dólares. Ahora firma aquí para decir que donarás el veinte por ciento de tus ingresos semanales a nuestra iglesia."
Alice asintió. "Algo así."
“Siempre hay condiciones, Alice,” dijo Dinah antes de partir. "No existe eso de un almuerzo gratis."
La reunión del jueves por la noche permaneció en la mente de Alice durante el resto del día, y a las diecisiete minutos antes de la medianoche se encontró sentada en su sofá con un ojo en el reloj, sopesando los pros y los contras de cada opción.
Dos mil dólares garantizados.
O una posibilidad remota de ganar cien millones.
Sostuvo la invitación frente a su cara y la revisó por quincuagésima tercera vez, como si leerla una vez más la obligara a tomar una decisión obvia. Pero esto no ayudaba. En todo caso, solo se sumaba a su confusión.
Aún no estaba convencida al cien por ciento de que la oferta fuera legítima, aunque sabía que la primera parte lo era. Le habían llegado noticias de que varios de los asistentes a la reunión habían optado por tomar la primera opción y ya habían recibido sus dos mil dólares. Alice no estaba arruinada, pero tampoco era rica. Como la mayoría de la gente, siempre le vendría bien el dinero extra.
De modo que esa mitad del trato era genuina. ¿Significaba eso que la otra mitad también lo era?
Volvió a pensar en los acontecimientos de la noche anterior. Ella había sido una de los asistentes más jóvenes. Alice tenía veintiséis años, la mayoría tenía treinta, cuarenta o cincuenta años. Pensó que tenía mayor probabilidad que la media de sobrevivir a todos ellos. Gozaba de una salud razonablemente buena: no bebía ni fumaba, comía bien y hacía esfuerzos por cuidarse. No había antecedentes de enfermedad grave en su familia. Su bisabuela había vivido hasta los noventa y nueve años, y tuvo una tía abuela que había llegado a los ciento siete. Eso tenía que contar algo.
Su madre murió cuando ella tenía cuarenta y ocho años, pero fue en un accidente de coche. Su padre, que ella supiera, aún estaba vivo en alguna parte.
Alice una vez tuvo algunos problemas con los medicamentos recetados cuando se volvió adicta a Xylox, pero ahora todo estaba bajo control. Había dejado atrás esa breve parte de su vida y estaba segura de que no se había hecho ningún daño duradero.
Cuanto más pensaba en ello, más razones encontraba para justificar la elección de la opción número dos.
Pensó que tendría muchas más oportunidades a lo largo de su vida para ganar dos mil dólares rápidamente, pero la oportunidad de ganar cien millones no volvería a aparecer.
Por lo que estaba oyendo, la mayoría de los asistentes de anoche optaban por aceptar el dinero por adelantado, subiendo las probabilidades aún más a su favor.
Y, al menos, tenía que haber una buena historia en algún lugar de todo esto. Esta extraña propuesta podría constituir la base de un artículo especial que podía escribir. Una historia tan extraña que solo podía ser cierta. Si ella había recibido una oferta como esta, puede que hubiera habido otras antes que ella. Esto podría terminar convirtiéndose en una serie de artículos en curso. En cualquier caso, era mejor que producir un sinfín de escándalos sexuales de celebridades y la apenas disimulada colocación de productos día tras día.
Y a diferencia de la mayoría de lo que ella producía, esta historia sería cierta de verdad.
Todo la obligaba a optar por la segunda opción. Pero algo aún le impedía seguir adelante y marcar el número.
El reloj marcó hasta las 11:51 p.m. Faltaban nueve minutos para la fecha límite. Si no se decidía pronto, se quedaría sin nada.
Miró su DIteA y quiso que sonara.
Alice se había puesto en contacto con su hermano Lachlan ese día con la esperanza de que pudiera arrojar algo de luz sobre esta propuesta inusual. Lachlan era mayor que Alice (por dos semanas enteras) y era mucho más mundano que ella. Siempre era a él a quien consultaba cuando necesitaba un consejo. Pero también era muy difícil ponerse en contacto con él, y a menudo desaparecía y reaparecía en su vida a intervalos aleatorios.
Ella le había dejado un mensaje pidiéndole que la llamara, pero los mensajes a veces podían tardar días en llegarle.
Lachlan era miembro de una red de activistas clandestinos llamada Discordia, un infame colectivo conocido por sus bromas contra el gobierno y las empresas. La mayoría de sus golpes eran bastante benignos, destinados a avergonzar una corporación o exponer sus prácticas poco éticas. Pero todo eso cambió cuando uno de sus golpes atrajo un poco más de atención de la esperada.
Discordia había emitido un comunicado de prensa falso (pero convincente), afirmando que la cadena de restaurantes Aqua Bar estaba bajo investigación tras acusaciones de que sus comidas contenían trazas de carne de gorila. Esto, según el comunicado de prensa, era responsable de un reciente brote de tenia entre sus clientes.
El precio de las acciones de la compañía cayó en barrena durante varias horas después de este anuncio, con miles de millones eliminados del precio de las acciones.
Si bien muchos descartaron el engaño como una broma bastante juvenil, pero inofensiva, el organismo regulador estaba menos que impresionado por lo que consideraban manipulación ilegal del mercado de valores. Aqua Bar se divirtió aún menos y presionó a la fuerza policial para que castigara a los responsables.
Aqua Bar resultaba ser uno de los principales patrocinadores de la fuerza policial, por lo que esta hizo lo que le dijeron.
Rápidamente se abalanzaron y arrestaron a Lukas Ormsby, uno de los miembros fundadores de Discordia. Lo pusieron en confinamiento solitario, se le negó el acceso a visitantes y representación legal, y lo mantuvieron recluido sin cargos durante meses.
La situación se intensificó rápidamente cuando Discordia llevó a cabo el arresto de un ciudadano por su cuenta. Organizaron el audaz secuestro de Emilia Ulbricht, la hija de veinte años del multimillonario magnate de los medios Ethan Ulbricht, cuyo Grupo de Entretenimiento AFX era otro de los principales patrocinadores de la fuerza. Anunciaron que retendrían a Emilia sin cargos en un espacio confinado en un lugar no revelado y que no le permitirían ningún contacto con el mundo exterior. En otras palabras, se le otorgarían exactamente los mismos derechos que Lukas Ormsby tenía actualmente: privada de su libertad sin justificación discernible y sin fecha fijada para su liberación.
Los dos lados estaban ahora bloqueados en un feo estancamiento. Discordia anunció que la policía podría terminar con esta farsa simplemente defendiendo los derechos civiles de Lukas y liberándolo de la custodia, y ellos a su vez liberarían a Emilia. La policía se negó, alegando que esto equivaldría a "ceder ante los terroristas."
En la actualidad, la situación no muestra signos de resolución. Lachlan, así como todos los demás miembros de Discordia, fueron considerados fugitivos de la ley. Se enfrentaba a un arresto inmediato y lo habían obligado a esconderse durante los últimos tres meses.
Eran tres minutos para la medianoche y Alice decidió que era poco probable que Lachlan la llamara pronto. Tenía que tomar una decisión sobre la lotería, y si no podía hacerlo ella misma, tendría que confiar que el destino del universo lo hiciera por ella.
Sacó una moneda del bolsillo y la lanzó al aire.
La ubicación: un inocuo salón comunitario en una tranquila calle suburbana.
La hora: ocho p.m. en una cálida noche de jueves.
Asistencia: cien completos desconocidos seleccionados al azar.
La razón: sin aclarar.
Tres días antes, se entregaron personalmente invitaciones con pan de oro en relieve a una serie de civiles que, superficialmente, parecían tener poco en común. Los detalles eran vagos, los motivos no estaban claros y, en su mayor parte, los destinatarios estaban confundidos.
Lo que sí lograron barruntar fue que se les estaba haciendo una oferta inusual: presentarse en el lugar indicado en el momento indicado y cobrar dos mil dólares garantizados. En efectivo. Libre de impuestos. Sin hacer preguntas. Sin compromiso.
Poco sabían que, por muy peculiar que pudiera parecer esta oferta, las cosas estaban a punto de volverse mucho más extrañas.
Alice acababa de acomodarse para trabajar en su artículo cuando escuchó una llamada en la puerta.
Era tarde, se acercaba a la medianoche. La interrupción la molestó más que la alarmó, ya que había interrumpido su inercia. Esperaba completar la mayor parte de su artículo esta noche para poder enviarlo a los editores antes de fin de semana. También tenía que hacer un uso productivo del tiempo, ya que solo se le permitía trabajar en este tipo de artículos fuera de horario. El Tinta Diaria le pagaba para que no produjera nada más que historias basura de celebridades de nota MD durante ocho horas al día. Dinah consideraba cualquier otra cosa una pérdida de tiempo.
Alice se levantó del asiento y miró por la mirilla de la puerta. No había nadie ahí fuera. Abrió un poco la puerta y espió por el pasillo. Estaba vacío.
Había un gran paquete marrón en el suelo frente a la puerta. “Alice Kato” estaba garabateado con rotulador negro en la parte superior.
Recogió rápido el paquete y lo llevó adentro.
Lo colocó sobre la mesa del comedor y, después de examinarlo durante uno o dos minutos, cortó con tijeras la cuerda y el envoltorio de papel marrón.
Dentro había una caja. Abrió las solapas de la parte superior y encontró una carta.
Esta rezaba:
Conoce a los concursantes.
¡Felicidades! Si estás leyendo esto, eres uno de los veintisiete afortunados que han elegido participar en nuestra lotería. La suma de $100 millones (más intereses) se pagará únicamente al último concursante superviviente. La participación en esta lotería no es transferible ni canjeable.
¡Buena suerte!
Debajo de la carta encontró una pila de fotografías en color, similares a fotos carnet. Alice las hojeó una por una.
La primera era de una mujer rubia de treinta años. Una minibiografía en la parte posterior la identificaba como Mia Gordon. Declaraba que Mia era una divorciada de treinta y siete años sin hijos que trabajaba como secretaria legal. También se le había proporcionado su domicilio, dirección de trabajo, número DIteA y demás.
La segunda fotografía era de un hombre llamado Christopher Gibson. Alice lo reconoció de inmediato: era el orondo caballero en silla de ruedas con el que se había encontrado la noche de la reunión. Christopher tenía cuarenta y un años, soltero y desempleado.
El paquete contenía veintisiete perfiles en total. El último pertenecía a Alice.
La fotografía era la que se había hecho en el vestíbulo antes de la reunión. Tal como ella sospechaba, era horrible. Incluso peor que la del pasaporte, pero al menos esa era del tamaño de un sello postal y solo la había visto un puñado de personas. La que estaba mirando era una imagen poco favorecedora de veinte por veinticinco que la mostraba entornando los ojos hacia la luz. Cada bulto e imperfección de la cara se había ampliado.
El reverso divulgaba todos sus datos personales:
Nombre: Alice Olivia Kato.
Fecha de nacimiento: 8 de agosto de 2040
Número de identificación ciudadana: 41-946-162-915
Estado civil: soltera
Hijos: 0
Dirección de residencia: 1204/550 Hickory Crescent, Rivercliff
Ocupación: periodista
Empresa: La Tinta Diaria
Dirección de empresa: Level 5, 1 Pharaoh Parade, Amherst
Número de DIteA (Dispositivo de Interconexión Telefónica Aurora): 1010 1802 3095
Alice no tenía idea de dónde habían obtenido todos sus datos personales. Ciertamente ella no había dado nada de esta información. Ahora lo sabía todo sobre los demás participantes de la lotería y ellos lo sabían todo sobre ella.
Pero ella aún no sabía quién era el responsable de la lotería ni las motivaciones detrás de la misma.
Un involuntario escalofrío le recorrió el cuerpo. Algo sobre esto simplemente no encajaba.
"Tiene que dar algunas explicaciones, señorita Kato."
Este comentario de Dinah, momentos después de haber convocado a Alice a su oficina, estaba diseñado para ponerla nerviosa. Pero Alice vio más allá y se negó a morder el anzuelo. Hizo todo lo posible por transmitir una especie de indiferencia.
"¿Qué he hecho ahora?" respondió Alice tan fríamente como pudo.
Su jefa deslizó un par de páginas de texto por el escritorio y luego dio un par de golpecitos sobre él con los nudillos.
"¿Le importaría decirme de qué trata todo esto?" Dijo Dinah.
Alice se inclinó hacia adelante y miró el documento. Era el artículo que ella había enviado hacía una semana: la extraña historia de la propuesta de $100 millones presentada a un grupo de extraños al azar.
"Eso es algo en lo que he estado trabajando," dijo Alice. “Te lo dije el jueves pasado. Dijiste que estaría bien que trabajara en ello en mi tiempo libre."
Nada de esto era realmente cierto. Pero la memoria de Dinah era como un colador, y cualquier cosa que Alice le dijera normalmente entraba por un oído y salía por el otro. Alice pensó que estaba en terreno bastante seguro con esa mentira.
"¿Dónde supiste de esto?" Dijo Dinah.
"¿De la lotería?"
"Sí, la lotería."
"Me enteré de una fuente."
"¿Esta fuente tiene un nombre?"
"Claro, todas mis fuentes tienen nombres."
Dinah esperó más, pero Alice solo le moatró una arrogante media sonrisa.
Dinah golpeó con sus robóticos dedos la superficie de madera de pino. Alice trató de no mirar fijamente el apéndice mecánico, lo cual resultaba difícil, pues Dinah parecía estar constantemente llamando la atención sobre él. La mano era tan realista que, paradójicamente, la hacía más espeluznante en apariencia.
Estaba haciendo un verdadero esfuerzo por intimidar a Alice. Lenguaje corporal de confrontación, tono acusador en su voz, era la forma de Dinah de hacerle saber a Alice quién estaba al mando aquí.
"Bueno, ¿quién fue?" Dijo Dinah.
"No puedo decirte eso."
"¿Por qué no?"
"Simplemente no puedo. Pero es sólido."
A pesar de que Alice encontraba este intercambio un poco intimidante, no podía negar que le producía una mínima emoción. En su primer artículo serio se había visto arrastrada a la oficina de su jefa y cuestionada por la credibilidad de sus fuentes. Debía de haber estado haciendo algo bien. Ese tipo de cosas nunca ocurrían cuando era una escritora de chismes.
Se preguntó si esto se convertiría en algo habitual en su nuevo papel de reportera de investigación: sacudir el sistema, discutir con su jefa en su obstinada búsqueda de la verdad, debatir los intereses comerciales de La Tinta Diaria versus el derecho del público a saber, y así sucesivamente.
"Esto no es un juego, Alice," dijo Dinah. "Esto es serio."
"Mira, no sé cuál es el problema. No he hecho nada malo."
Alice pensó que sabía cuál era el problema: Dinah no se creía la historia. Lo que había escrito era tan extravagante y descabellado que solo podía ser una obra de ficción. Estaba preparada si ocurría esto.
Pero no estaba preparada para lo que Dinah dijo a continuación.
"Quiero que entierres esto."
Esta declaración casi propulsó a Alice fuera de la silla. "¡¿Qué?!"
Dinah empujó el documento hacia ella. “Tritúralo, borra el archivo. Tira tu computadora si es necesario. Pero finje que nunca has escrito ni oído nada de esto."
Alice quedó boquiabierta. "¿No puedes hablar en serio?"
"¿Te parece que estoy bromeando?"
"¡Esta historia podría ser enorme!"
"Lo sé. Por eso se te pide que la entierres."
"Pero ¿por qué?"
"Porque lo digo yo."
Alice apenas podía creer lo que estaba oyendo. Podía sentir el calor subiéndole al rostro.
"No soy tu hija de diez años, Dinah. Quiero una buena explicación de por qué no vas a publicar esto y no dejaré esta oficina hasta que me des una."
Alice se sentó y se cruzó de brazos. Se preguntó si tal vez había ido demasiado lejos con ese último comentario. Pero ya era demasiado tarde. Lo había dicho y no podía retractarse. Lo único que podía hacer fue mantener una cara de póquer y esperar que Dinah no la despidiera.
Dinah guardó silencio durante un momento, luego se levantó del asiento. Cerró la puerta de su oficina.
Se volvió a sentar y respiró hondo.
“Alice, esta no fue decisión mía,” dijo Dinah, su voz se redujo a un susurro. "Esta es una directiva que viene de arriba."
Alice arrugó la cara. "¿Qué significa eso, de arriba?"
“Quiero decir de alguien de más arriba. Mucho más alto de con lo que estoy acostumbrada a tratar." Dinah exhaló y se frotó los ojos. "Lo bastante alto como para saber que no debería hacer ninguna pregunta."
Un cargado silencio llenó la habitación mientras Alice permitía que esta información calara.
"No sé quién fue ni por qué ordenaron esto," continuó Dinah. "Pero alguien se enteró del artículo y me dijo en términos inequívocos que esto tenía que desaparecer y que no debías escribir nada más sobre el tema."
"Sé que la historia puede parecer un poco inverosímil," dijo Alice tratando de no dejar que su desesperación fuese demasiado obvia. “Pero te garantizo que cada palabra de lo que escribí ahí es verdad. Nada es inventado."
"No lo dudo ni por un segundo," respondió Dinah. "De hecho, sé que es más que probable que sea cierto."
"¿Lo sabes?"
"Ya sabes cómo es La Tinta Diaria, Alice. Publicamos ridículas porquerías inventadas a todas horas. Si se mata una historia, generalmente es por una de dos razones."
Dinah contó las razones, extendiendo un dedo robótico en cada punto.
“Primero, la historia es inventada y potencialmente difamatoria. O dos, la historia es cierta, pero demasiado peligrosa para su publicación."
Se acercó y recogió las páginas del escritorio.
"He leído tu artículo varias veces y no veo nada aquí que sugiera que podría ser difamatorio."
Alice se dejó caer en la silla y exhaló un dramático suspiro. Había trabajado muy duro en esta historia, y ahora todo sería en vano. Estaba segura de que iba a ser una gran noticia. Historias tan buenas no te caían del cielo.
Esta estaba destinado a ser el gran avance que aceleraría su carrera y le daría algo más sustancial sobre lo que escribir. Ahora estaba siendo suprimida por algún anónimo chupatintas sin agallas de la gerencia.
"No sé cómo te las ingeniado para hacerlo, Kato," dijo Dinah negando con la cabeza. "Pero has asustado a algunas personas muy poderosas. Y a mí."
Fue solo ahora que Alice vio lo mal que había juzgado el estado de ánimo de Dinah al entrar en su oficina. Dinah no estaba enojada. Estaba muy conmocionada.
Por muy desagradable e incómodo que había sido este encuentro para Alice, no era nada comparado con lo que Dinah probablemente acababa de soportar con sus superiores.
"Lo siento," dijo Alice. "No quería causar ningún problema."
Recogió su artículo y se levantó del asiento.
"Alice..." Las palabras de Dinah se quedaron atrapadas. Ella se aclaró la garganta. "¿Estás...? No estarás tú involucrada en nada de esto, ¿verdad?"
Alice se detuvo. "¿A qué te refieres?"
“Quiero decir... con lo que escribiste. La lotería y todo eso. No estarás involucrada personalmente, ¿verdad?"
Alice vaciló antes de responder. Podría haberle dicho a Dinah la verdad, pues lo que ella hacía en su tiempo libre no era asunto suyo, pero después de presenciar la reacción de Dinah al artículo, Alice pensó que sería mejor que Dinah no supiera que ella también era uno de los concursantes.
"No, por supuesto que no," dijo Alice. “Es algo que oí del amigo de un amigo. Lo he estado investigando en mi tiempo libre."
"Eso es bueno." Dinah se reclinó en su silla y forzó una sonrisa. "Tampoco es que pesara que lo estabas. Solo me estaba asegurando."
"Bien, gracias. Aprecio tu preocupación."
"Y mira, no estoy diciendo que no puedas diversificarte de vez en cuando. Sé que escribir trabajos de tabloide cinco días a la semana no es la idea de un trabajo de ensueño para nadie. Pero..."
Dinah hizo una pausa. Alice notó que ella estaba teniendo mucho cuidado al seleccionar sus palabras.
"Ve con cuidado. A veces, la verdad es mucho más peligrosa que la ficción."
Alice no se sorprendió por la forma en que su historia había sido asesinada sin justificación. No estaba segura de cuál de los anunciantes de La Tinta Diaria se había opuesto a su artículo ni qué parte del mismo encontraban tan objetable, pero estaba segura de que eran ellos los que estaban detrás de esta directiva. Lo primero que aprendía un colaborador al empezar a trabajar en La Tinta Diaria era que el departamento de marketing, y no la junta editorial, era quien dictaba el contenido.
A pesar de su lema de "Todas las Noticias Que Necesitas," La Tinta Diaria realizaba muy poco en forma de verdaderos reportajes de investigación (también seguía llamándose a sí mismo La Tinta Diaria, a pesar de que ya no usaban tinta después de que los periódicos dejaron de publicarse hacía casi cuarenta años). Su propósito básico era actuar como una empresa para fabricar una impresión de apoyo a Solomon Turner, actualmente la décima persona más rica del mundo. Los periodistas que él contrataba recibían un decreto claro: producir contenido de acuerdo con los intereses comerciales de Turner y nada más.
El patrimonio neto actual de Solomon Turner se situaba en unos $890 000 millones. Su riqueza había aumentado rápidamente en las últimas tres décadas, aunque él había comenzado con una ventaja significativa cuando tomó el control de su fondo fiduciario de noventa mil millones de dólares a la edad de veintiún años. Su abuelo paterno era el fundador de Aqua Bar, la popular franquicia de alimentos saludables valorada actualmente en más de once mil millones de dólares. Su abuelo materno era Bernard Marlowe, un empresario millonario corrupto que se convirtió en un político multimillonario aún más corrupto.
Como suele ocurrir, la riqueza se adquiere por accidente de nacimiento, y la forma más fácil de hacerse rico era nacer en una familia rica.
A él le gustaba describirse a sí mismo como alguien que se había hecho a sí mismo y se enfurecía cada vez que alguien se refería a él como un heredero, pero Solomon Turner había nacido con algo más que una cuchara de plata en la boca. Le habían bendecido con el juego de cubertería entero.
Solomon se unió al negocio familiar poco después de la universidad, luego ascendió de rango para convertirse en el CEO de Aqua Bar cuando tenía poco más de veinte años. Ganó prominencia al lograr aumentar las ganancias en más del setenta por ciento en su primer año en el trabajo, una hazaña lograda principalmente mediante la reducción de salarios y de las condiciones de la fuerza laboral en lugar de innovaciones de productos o nuevas estrategias de marketing. Por esto se regaló un salario de nueve cifras y bonificaciones sumamente generosas.
Esto marcó la pauta para los años siguientes, en los que Solomon saquearía periódicamente los negocios de la familia y los trataría como su propio cajero automático personal.
El apetito de poder de Salomón aumentó en consonancia con su patrimonio neto. En su opinión, era axiomático que cuanto más dinero se tuviera, mayor influencia deberían soldar en la sociedad. Tenía más derecho a gobernar que aquellos con menos dinero. Los ricos se jactaban de tener una inteligencia superior, por tanto sabían qué era lo mejor para todo el mundo.
Se cree que este fue el motivo por el que compró a la edad de treinta y cuatro años La Tinta Diaria, el servicio de noticias y medios en apuros del que su abuelo Bernard Marlowe fue editor. Esto había hecho de la misión de su vida controlar las noticias, y no podía resistir el encanto de ser dueño de su propio medio de comunicación.
Su primera orden del día fue deshacerse de todo lo que se pareciera a noticias reales y reemplazarlo con entretenimiento sin sentido. Sabía que los lectores preferían consumir basura para distraerlos de cualquier cosa que sucediera en el mundo real, y captar la atención de aquellos con el coeficiente intelectual más bajo era un permiso virtual para imprimir dinero.
Su segunda orden del día fue reconstruir la división de noticias a su propia imagen, donde se convertiría en poco más que el brazo de propaganda para sus propios intereses. Muchas historias que aparecían en La Tinta Diaria eran simplemente comunicados de prensa regurgitados de otras empresas comerciales de Solomon.
Puede que estos cambios hayan sido responsables de hacer del mundo un lugar significativamente más estúpido, pero también transformaron su imperio en una máquina de movimiento perpetuo de hacer dinero. Su riqueza se disparó a un ritmo exponencial, hasta el punto en que él ahora se jactaba de más poder e influencia que muchos líderes mundiales.
Sin embargo, el éxito no había venido sin sus inconvenientes. Tenía tres matrimonios fallidos a su nombre y actualmente estaba trabajando en el cuarto. El hombre era notoriamente litigante: entraba y salía constantemente de los tribunales para demandar a la gente hasta que esta se sometía, desplegando su falange de abogados para obstruir el sistema legal y resolver sus propias venganzas personales.
La mayoría de las veces, estas batallas se libraban contra miembros de su propia familia. Los Turner siempre estaban peleando por el dinero. Solomon había sido demandado con éxito por su hermana gemela Clea por una disputa sobre la herencia de sus abuelos. Más tarde él demandó a Fabian Turner, su propio padre, por el control de Aqua Bar. Su última y más desagradable batalla judicial fue con su hija, quien lo había acusado de malversación de fondos en relación con el fideicomiso que se había creado a su nombre.
A pesar de la fascinación del público con sus giros y vueltas al estilo de las telenovelas, no era una sorpresa que ninguno de los dramas personales de Solomon Turner llegara a aparecer en La Tinta Diaria.
Alice decidió pasar el resto de su jornada laboral en una especie de mal humor adolescente. Continuó con su trabajo de examinar la creciente pila de mensajes de actrices modelo, engañosos traficantes de drogas y otros buscadores de oro y cazadores de fama. Todos le aseguraban que tenían la primicia del siglo y que podría ser suya por el precio adecuado.
Pero ella estaba de un humor tan resentido que simplemente borró cada mensaje después de darle una mirada superficial.
Ahora estaba actuando puramente por despecho, aún furiosa por la forma cruel en que su historia había sido asesinada. Era en días como este cuando cuestionaba la dirección en la que se encaminaba su vida. Esta no era la vida que había imaginado al asumir este trabajo. Anhelaba hacer algo importante, algo que marcara la diferencia. Había aceptado el trabajo de escribir basura porque lo veía como un trampolín hacia mayores y mejores cosas. Pero cuatro años después, y a pesar de las muchas horas de arduo trabajo que había invertido, aún tenía que avanzar un solitario peldaño en la escalera. Su carrera no solo se había estancado, en realidad se había despeñado.
Soñaba con dejar La Tinta Diaria y escribir noticias serias, pero eso nunca sucedería hasta que produjera algo que valiera la pena. La historia sobre la lotería estaba destinada a ser su boleto para esas mayores y mejores cosas, pero se la habían arrebatado en el último minuto.
Temía estar condenada a escribir las mismas historias basura sobre el mal comportamiento de las casi celebridades durante el resto de la eternidad, como una especie de castigo purgatorio.
Dos horas y noventa y tres mensajes eliminados después, cuando ya había alcanzado su más bajo nivel, apareció lo siguiente en su pantalla:
Se ha pegado una tarjeta de memoria en la parte inferior del banco del parque en la esquina sureste de Wyatt Street y Pharaoh Place. En este encontrará imágenes de un oficial de policía que participa en un comportamiento ilegal con un asociado de Goliat.
Saludos, Ratón de Aguja.
Alice descartó el mensaje por acto reflejo, luego se apresuró a recuperarlo.
Lo leyó de nuevo. Le tomó un segundo asimilar el contenido y comprender lo que estaba viendo. Lo que fuese que esperaba encontrar mientras examinaba estos mensajes hoy, ciertamente no era nada de esto.
Había dos cosas que le llamaron la atención. La primera era que el remitente, alguien con el seudónimo de "Ratón de Aguja," no estaba pidiendo dinero, a diferencia de cualquier otro mensaje que llegaba a través de estos canales.
Pero había otro factor que lo diferenciaba de todos los demás mensajes. Una sola palabra que llamó su atención y la hizo sentarse erguida y ponerse alerta.
Esa palabra era Goliat.
La saga de Goliat era como algo sacado de un extravagante drama criminal. Cinco años atrás, este misterioso señor supremo surgió de la nada y conquistó rápidamente la ciudad. Dirigió redes de drogas, apuestas y prostitución, financió atracos y se rumoreó que estaba involucrado en peleas de perros y tráfico de órganos. Trataba con cualquiera que se interpusiera en su camino de la manera más fría y cruel que se pueda imaginar. Sus objetivos incluían policías, políticos, bandas rivales, civiles y dos periodistas de La Tinta Diaria que estuvieron demasiado cerca de revelar su verdadera identidad.
Una de esas personas fue Ricardo Ferguson, reportero de investigación senior de La Tinta Diaria. Había estado rastreando a Goliat durante meses, creyendo que estaba cerca de desenmascararlo. Eso fue hasta que una mañana no se presentó a trabajar.
Su cuerpo fue encontrado dos semanas después en el asiento delantero de su automóvil.
Su cabeza fue descubierta en el maletero. Perfectamente conservada en un tarro de formaldehído.
Este tipo de impactante brutalidad hizo poco por disminuir la creciente celebridad de Goliat. En todo caso, su reputación mejoró. Su personaje misterioso, sus métodos implacables de operación, su rápido ascenso al poder y el hecho de que su identidad nunca había sido verificada se habían transformado en una telenovela en curso. El Daily Ink lideró la carga en todo esto y pareció no tener ningún problema en alimentar el mito y la notoriedad del hombre responsable del asesinato de dos miembros de su propio personal. Esto se debió en gran parte al hecho de que Goliat tenía una calificación de oro, y cada artículo que rodeaba sus brutales hazañas hacía que la circulación de La Tinta Diaria se disparara. Como siempre, los ingresos por publicidad superaron la ética. No era raro que La Tinta Diaria presentara historias relacionadas con Goliat todos los días durante semanas.
A pesar de que tenían una aversión a las noticias serias que rayaba lo patológico, se hizo una excepción para Goliat. Este había crecido hasta convertirse en un nombre familiar, más famoso que las modelos y la alta sociedad que eran terreno de sus páginas a diario.
Con la ayuda de La Tinta Diaria, Goliat se había convertido en un antihéroe para siempre.
El banco del parque en la esquina de Wyatt Street y Pharaoh Place estaba a solo tres bloques de la sede de La Tinta Diaria, pero bien podría haber estado ubicado en otro país. Aunque era mediodía, Alice no se sentía segura en absoluto.
Se encontraba profundamente en territorio xombi.
"Xombi" era el despectivo término que se le daba a las mugrientas ratas callejeras adictas a las drogas, específicamente, al medicamento Xylox. El público en general trataba a los xombis con total desprecio y los consideraba la forma más baja de vida humana. Sus debilitantes adicciones los habían convertido en criaturas grotescas y deformadas, con la piel del color de los cítricos podridos y un olor a juego.
Los xombis eran mucho, mucho peores que los adictos habituales. Habían llegado a un punto en el que su adicción controlaba todos los aspectos de sus vidas. Anotarse una dosis de Xylox era lo único que les importaba, y cuando un antojo los golpeaba, no había nada que no hicieran para tener más en sus manos.
Esta axila de la ciudad estaba llena de xombis, lo cual la dejaba fuera de los límites de los normales. Esta era un área que cualquiera evitaría mientras residiera dentro de ellos el más mínimo sentido común. Los atracos y asaltos eran algo cotidiano en estos guetos de xombis, incluso a plena luz del día.
Lo más frustrante de todo para Alice era que tres xombis tomado como residencia su banco del parque.
No eran más que piel y huesos, tres esqueletos reanimados con envoltura que encogía al aplicar calor. Se acurrucaban alrededor de un único tubo de vidrio, vaporizando su alijo de píldoras para aspirar los gases tóxicos.
Alice retrocedió y observó desde una distancia segura, esperando que ellos pudieran moverse pronto. Pero se hizo evidente rápido que solo estaban empezando el día. Tan pronto como su primer grupo químico fue incinerado e inhalado, se reabasteció la tubería y comenzó la segunda ronda.
Alice sabía que iba a estar esperando todo el día si esos seguían así. Tenía que deshacerse de ellos y solo sabía de una cosa que los xombis perseguirían más que Xylox.
Se movió contra el viento desde el banco del parque y luego, discretamente, dejó caer un puñado de pequeños billetes al suelo.
Un momento después, el viento recogió las notas sueltas y las voló más allá de los xombis. Los tres adictos se abalanzaron de inmediato y persiguieron el dinero como gatitos persigiendo una mariposa.
Aunque acababa de tirar una pequeña parte de sus ingresos diarios, Alice se convenció de que había realizado un valioso servicio comunitario. Ese acto significaba que no iban a robar a un civil inocente en su camino a casa esta noche, o que no entrarían en la casa de alguien. Esa sería su buena acción del día.
Se abalanzó sobre el banco en cuanto se perdieron de vista. Pasó la mano por la parte inferior, movió los dedos sobre trozos de madera astillada y chuscos de chicle endurecido. Hizo una mueca y trató de no pensar en la cornucopia de gérmenes y bacterias a los que se estaba exponiendo.
Luego, su mano aterrizó en un pequeño trozo de plástico, pegado al fondo.
Una carga eléctrica se disparó a lo largo de todo su cuerpo. No tenía idea de lo que contenía y, que ella supiera, alguien le estaba gastando una elaborada broma a sus expensas, pero en ese momento a ella no le importaba. Habían pasado años desde que había experimentado este nivel de emoción en su trabajo.
Dejó un mensaje para Dinah, informándole que salía antes del trabajo después de haber sido atacada por una enfermedad misteriosa, luego se apresuró a regresar a su apartamento.
Sacó la antigua computadora portátil que guardaba en una caja de chucherías en el fondo del armario. Solo había usado el notebook una o dos veces en su vida, pero toda periodista que se preciara tenía uno de estos escondido en algún lugar para momentos como este. Puede que las tarjetas de memoria se hubieran eliminado hacía décadas, pero seguiian siendo una anticuada forma popular de transmitir información cuando el remitente quería evitar dejar una huella digital.
Metió la tarjeta de memoria en el puerto de atrás y abrió el archivo.
Ratón de Aguja había prometido imágenes que mostraban a un oficial de policía involucrado en un comportamiento ilegal con un criminal conocido. Ciertamente eso hacía. La imagen y la calidad del sonido eran nítidas y mostraban al oficial uniformado entregando dos paquetes de Xylox falsificado a cambio de un sobre lleno de dinero en efectivo. El oficial era fácilmente identificable, con rostro y placa completamente visibles. Los dos paquetes estaban claramente etiquetados como prueba policial. Incluso se podía oír al oficial haciendo una broma sobre venderle al traficante sus propias drogas confiscadas.
Alice apenas podía creer lo que estaba viendo. Después de años de producir "noticias" sin consecuencias, en su mayoría relacionadas con escándalos de infidelidad de celebridades e intoxicación pública, la historia más importante del año había caído del cielo azul y había caído en su regazo.
Las siguientes seis horas las pasó trabajando sin descanso para producir cinco mil explosivas palabras sobre lo que había presenciado. Olvida el artículo sobre la misteriosa lotería: esta sería la historia que la propulsaría a la fama. Las consecuencias iban a ser enormes y las implicaciones se dispararían a través de todos los niveles de la fuerza policial.
Alice estaba revisando su quinto borrador cuando algo llamó su atención por el rabillo del ojo.
Un pequeño sobre marrón se había materializado en el suelo junto a la puerta principal. No tenía idea de cuánto tiempo llevaba eso allí. Ella acababa de notarlo. Parecía haber surgido de la nada.
Dejó su trabajo a un lado y fue a recogerlo.
Usó la tapa del bolí para abrir el sobre. En el interior encontró una simple tarjeta azul claro. Le dio la vuelta y vio una fotografía de una mujer de unos treinta años con ojos verdes y una sonrisa brillante.
Era un rostro que ella reconocía. Su nombre era Naomi Duke y era una de las concursantes de la lotería. Alice recordó haber visto la misma fotografía como parte del paquete que había recibido la semana pasada.
Escrito en la fotografía, en letra grande de color rojo, había una simple palabra.
"ELIMINADA."
El funeral de Naomi Duke fue un asunto tranquilo y sombrío. Esto era de esperar cuando una moría tan joven, tan repentinamente y en circunstancias tan inexplicables.
Alice observaba el proceso desde lejos. No sabía si era inapropiado acudir al funeral de un extraño, pero algo la obligó a ir. Hizo un esfuerzo por ser lo más discreta posible, observando respetuosamente mientras el ataúd era llevado a su lugar de descanso final.
La ceremonia estuvo envuelta en silencio mientras los restos mortales de Naomi se bajaban dentro de la tierra. El único ruido audible procedía del tráfico que pasaba a poca distancia y del omnipresente zumbido de las artefactos de vigilancia que flotaban en el cielo a cien metros de altura. Eran un amargo recordatorio de lo que muchos creían que era la causa de la trágica defunción de Naomi.
Hace doce años, la búsqueda interminable de los concejales de la ciudad para privatizar el espacio público llegó a su conclusión lógica cuando se les ocurrió la idea de arrendar grandes porciones de cielo con fines comerciales. Para ellos, era insondable que existiera este vasto recurso natural y, sin embargo, nadie hubiese descubierto una forma de ganar dinero con él. Los concejales actuaron rápidamente para rectificar este descuido y luego se recompensaron con importantes bonificaciones por iniciar este flujo de ingresos previamente desaprovechado.
Esto llevó a numerosos operadores privados a lanzar naves de vigilancia permanente sobre la ciudad y cobrar una tarifa para ver las imágenes capturadas. Sus clientes más importantes eran las empresas de seguridad y la policía, quienes usaban las imágenes para rastrear a los sospechosos y ayudar en las investigaciones penales. Pero este servicio estaba disponible para todos, desde padres sobreprotectores y cónyuges celosos, hasta bichos raros y mirones que simplemente disfrutaban viendo a personas anónimas hacer su vida diaria.
En este día en particular, Alice contó cinco naves de vigilancia en el área inmediata. Algunas de las partes más pobladas de la ciudad podrían albergar hasta treinta, flotando en el cielo como medusas mecánicas.
Hace cinco días, Naomi Duke fue encontrada muerta a un lado de la carretera. La coronilla tenía una herida abierta. Un charco de sangre manchaba el cemento que rodeaba el cuerpo.
La causa de la muerte se registró como traumatismo craneoencefálico grave. Un trozo de metal del tamaño de una barra de jabón fue hallado a unos metros de distancia. Una de las primeras teorías era que un componente de una nave de vigilancia se había desprendido y Naomi había tenido la terrible desgracia de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Un extraño accidente, dijeron. Algo que nadie podría haber visto venir.
ASE Industrias, la empresa responsable de operar las naves de vigilancia en el área donde se encontró el cuerpo de Naomi, disputó enérgicamente estas afirmaciones y negó toda culpabilidad.
Alice estaba tan preocupada con las omnipresentes naves flotantes sobre ella y su supuesto papel en los eventos de hoy, que no se había dado cuenta de que los dolientes habían comenzado a dispersarse. De pronto se sintió expuesta, como si la hubieran sorprendido haciendo algo indebido. Hizo todo lo posible por recuperar la compostura.
Pero se sorprendió al mirar al frente y ver a un hombre observándola descaradamente.
Estaba de pie al otro lado del cementerio, flanqueado por dos gigantes crucifijos de piedra. No había duda de ello, la mirada estaba fija únicamente en ella.
Se apoderó de ella un sentimiento de severa culpa, como una adolescente sorprendida robando. Le preocupaba que este hombre estuviera a punto de confrontarla y exigirle saber por qué se había presentado a este funeral sin ser invitada.
Pero en el momento en que los ojos del extraño se encontraron con los suyos, el hombre desvió la mirada. Mantuvo la cabeza gacha, mirada ahora firmemente a los pies. De pronto el culpable parecía él.
Alice pensó que le resultaba familiar. Cuanto más lo miraba, más segura estaba de que lo conocía de alguna parte. ¿Se habían conocido antes? Quizá vivía en su barrio.
Sopló una ráfaga de viento. El cabello del hombre se levantó y se reveló la calva.
Un nombre aleatorio flotó en la mente de Alice: Carson Dowling.
El nombre del hombre era Carson Dowling. Sabía su nombre, pero nada más. ¿Cómo era posible eso?
Durante el minuto siguiente, su mente recorrió todos los escenarios imaginables de cómo lo conocía. ¿Era amigo de un amigo? ¿Uno de sus profesores de la escuela? ¿Lo había visto en televisión o en La Tinta Diaria? Por su vida, no podía entenderlo.
Y luego le vino a la mente.
Sabía su nombre porque lo había visto junto a su fotografía. Y se había encontrado con él una vez, de pie cerca de los escalones de entrada del salón comunitario un par de semanas atrás. Era el tipo que lidiaba sus propios cigarrillos y sugería que estaban siendo filmados como parte de un programa de televisión de broma.
Carson Dowling era uno de los veintisiete participantes de la lotería.
Tan pronto como Alice notó esto, aparecieron más concursantes. Allí estaba Vicki Malseed, la pequeña morena que se demoraba tímidamente junto a las petunias.
Luego estaba Bourke Nation, el tipo de gafas de sol de diseño y elegante traje gris, mezclándose con los demás dolientes y tratando de parecer que pertenecía a ese lugar.
Cuanto más miraba, más caras familiares veía. Habían estado allí todo el tiempo, pero solo ahora habían entrado en foco. Como una de esas ilusiones ópticas que te engañan el cerebro para que no puedas ver los objetos justo ante ti.
Quizá había ocho o diez en total, y todos estaban allí por la misma razón que ella.
Buscaban respuestas.
Inmediatamente después del funeral, hubo un ligero grado de incomodidad cuando todos los concursantes notaron que los habían pillado entrando por la puerta. Pero después de un período de reluctante charla trivial, decidieron que sería mejor si iban todos a algún lado para discutir lo que había sucedido.
Convergieron en el bar más cercano, a dos calles del cementerio. Se necesitaron un par de tragos para que todos se relajaran (excepto Alice, que eligió una bebida sin alcohol), pero no pasó mucho tiempo antes de que todos vertieran lo que tenían en mente.
“La policía dijo que fue solo un extraño accidente," dijo Morgan Compston, un tipo con el aspecto de un programador de computadoras desempleado: lentes, coleta grasienta y una tez que sugería alergia a la luz solar. "No tienen ninguna razón para creer que algo siniestro pueda haber ocurrido."
"¿Y qué iban a decir?" Respondió Carson Dowling con su voz rasgada por el cigarrillo. “No saben lo que sabemos nosotros. Un extraño accidente es una cosa, pero ¿un extraño accidente días después de que comenzara la lotería? Tienes que admitir que eso parece más que sospechoso."
Hubo algunos murmullos de acuerdo.
Alice no quería creerlo, pero admitió que probablemente Carson tenía razón. Sus instintos periodísticos, si es que podía describir lo que ella hacía como periodismo, le decían que era poco probable que hubiera humo sin fuego.
"¿Y crees que alguien en la lotería podría haberla matado?" preguntó Vicki Malseed, la morena de voz suave.
“Si estuviera a cargo de la investigación, ese sería el primer lugar donde buscaría," dijo Bourke Nation. "Ver quién se beneficiaría más de su muerte y partir de ahí."
Siguió una pausa incómoda, mientras los ojos del grupo se movían sospechosamente de persona a persona. Se lanzaron miradas acusatorias como una granada con el pasador extraído.
Alice fue la primera en romper el silencio. “Si Naomi fue asesinada, y eso es mucho suponer, aún así no tenemos pruebas que lo sugieran, y obviamente no sería ninguno de nosotros. Nadie asesinaría a alguien y luego se presentaría a su funeral."
"Un psicópata lo haría," respondió Bourke. "Eso es plausible."
El tipo apuró el resto de su vodka, luego le hizo un gesto al camarero para que rellenarlo.
"También es plausible que una pequeña pieza de metal se haya soltado de una nave de vigilancia y Naomi haya tenido la peor de las suertes," dijo Alice.
"¿Tengo que ser yo quien diga lo obvio?" Dijo Carson. "¿No crees que tal vez ese gran tipo tatuado, Roque Fenton es su nombre, que tal vez estuvo de alguna manera detrás de esto?"
De inmediato, todos supieron a quién se refería Carson. La fotografía de Roque Fenton les había llamado la atención al verla en el paquete. Todo en él gritaba “exconvicto violento," desde la cabeza rapada hasta sus tatuajes faciales, hasta un cuello que era dos veces más grueso que su cabeza, hasta las numerosas cicatrices de navaja que le adornaban la mejilla.
Roque Fenton sería el resultado cuando la ciencia empalmara con éxito alguna vez el ADN de un humano y un pitbull. Este tipo era como un saco de ladrillos andante.
"¿Crees por su apariencia que podría ser un asesino?" dijo Vicki.
"No, creo que podría ser un asesino por su apariencia y su extenso historial criminal," dijo Carson.
El grupo quedó en silencio de inmediato.
Carson se reclinó y dio un sorbo de su bebida. Le divertía tener toda la atención del grupo por una vez.
“Mi cuñada está en la fuerza," continuó, “y le pedí que lo investigara. De hecho, le pedí que os investigara a todos. Y de todos en la lotería, Roque Fenton es el que más me preocupa."
"Espera, ¿has estado fisgoneando en nuestros asuntos privados?" Dijo Bourke con creciente indignación.
"Su nombre se pronuncia Rocky, no Roke," dijo Morgan en voz baja.
Carson los ignoró a ambos. “Este tipo ha cumplido una condena en prisión. Tiene condenas por allanamiento de morada, robo de coches, posesión de drogas y recepción de propiedad robada."
"Eso no lo convierte necesariamente en un asesino," razonó Morgan. "No lo han arrestado por delitos violentos: asalto con agravantes, intento de asesinato o algo por el estilo."
"Oye, si ese está dispuesto a irrumpir en la casa de alguien para robar una propiedad por valor de unos miles de dólares, imagina lo que haría por cien millones," dijo Carson. "Roque Fenton parece alguien que mataría por mucho menos."
Alice negó con la cabeza. "Eso no prueba nada, Carson. No se puede condenar a alguien sobre la base de quien tiene la pinta más aterradora."
"Y un cojón de mico," dijo Carson con un bufido desdeñoso. "Este no es un tribunal de justicia y no tengo que probar su culpabilidad más allá de toda duda razonable. Solo estoy señalando los hechos. Y los hechos afirman que tenemos un muerto, que Roque Fenton es el principal sospechoso, y que todos los aquí presentes haríamos bien en conseguir mejoras de seguridad decentes para nuestros hogares."
Alice fue la primera del grupo en abandonar el bar, justo cuando Carson Dowling y Bourke Nation comenzaron a dominar la discusión excluyendo a todos los demás. Los dos luchaban por el título de gorila alfa, golpeándose el pecho en una demostración de fuerza y valentía machista.
Bourke dejó que se supiera que no dudaría en rechazar cualquier otro concursante si pensaba que iban a llegar a él primero, una declaración que Alice creía que no hacía nada para aliviar la ansiedad de nadie con respecto a su situación actual.
Entretanto, Carson ya había decidido que Roque Fenton era culpable de asesinato y se embarcó en una larga perorata sobre por qué necesitaba que lo detuvieran antes de que fuera demasiado tarde. Sugirió que todos se armaran y enfrentaran a Roque como grupo para hacerle saber que lo estaban vigilando.
Este fue el punto donde Alice decidió irse. Bourke y Carson bebían mucho y sus voces se elevaban en consonancia con su contenido de alcohol en sangre. Alice consideró su comportamiento bastante inapropiado, dado que acababan de salir de un funeral. Cuando los borrachos que habían estado ahogando sus penas desde las diez de la mañana empezaron a lanzar miradas de reojo en su dirección, fue una buena señal de que era hora de irse.
El hecho de que el bar fuera un refugio para las bacterias, con superficies pegajosas cubiertas de polvo y cenizas que no se habían limpiado desde mediados de los años cincuenta, también influyó en su decisión de marcharse.
Ella se escabulló silenciosamente, escapándose antes de que pudiera ser reclutada en la Milicia de Barrio Carson Dowling.
Pensó que había logrado escapar sin que nadie se diera cuenta, pero un minuto después oyó el taconeo sobre hormigón cuando alguien se apresuró a alcanzarla.
"¡Alicia!" oyó una voz gritar.
Se volvió y vio a Vicki Malseed corriendo hacia ella.
"¿Te vas?"
Alice asintió. "Se estaba poniendo un poco ruidoso para mi gusto."
"Yo sé lo que quieres decir." Vicki se tomó un momento para recuperar el aliento. "¿Te importa si camino contigo?"
"Adelante."
Alice tardó solo un par de minutos de conversación informal en diagnosticar a Vicki como una preocupada crónica. Puede que solo tuviera siete años más que Alice, pero Vicki parecía extrañamente pasada de moda, casi de mediana edad. Sesenta años atrapados en un cuerpo de treinta y tres.
"Es algo tan terrible lo que le ha pasado a esa pobre mujer," dijo Vicki. “No he podido dormir desde que oí la noticia. Podría haber sido cualquiera de nosotros."
"No creo que tengamos nada de qué preocuparnos aún," le dijo Alice.
"¿No crees?"
“Hablé con uno de los reporteros de delitos en mi trabajo. Me aseguró que todo en este caso apunta a un terrible accidente. Sin juego sucio, nada siniestro sospechoso en absoluto."
Vicki negó con la cabeza. “No sé por qué puse mi nombre en esa estúpida lotería. Lo hice por capricho. Pensé que lo olvidaría por completo, y luego, en cincuenta años, descubriría que había ganado y tendría todo este dinero para compartir con mis nietos. No pensé que nadie iba a morir en la primera semana."
Alice pensó que Vicki tenía nietos de verdad mientras decía eso, antes de darse cuenta de que estaba hablando en términos hipotéticos.
"Quizá aún suceda eso," dijo Alice. "La muerte de Naomi fue solo una anomalía. Si hubiera muerto un mes antes, antes de que empezara todo esto, ninguno de nosotros lo habría pensado mucho."
"Aún así, no sabes de lo que son capaces otras personas, ¿verdad?" Vicki jugueteó nerviosamente con el medallón alrededor de su cuello. “¿Qué estarían dispuestos a hacer por cien millones de dólares? Tú y yo probablemente no mataríamos a nadie por ninguna cantidad de dinero, pero hay gente que lo haría. Sé que está mal juzgar a alguien por su apariencia, pero me temo que Carson podría tener razón sobre Roque Fenton. Parece que ese podría ser peligroso."
"Lo único que tenemos hasta ahora es una muerte," le recordó Alice. "No tiene sentido perder el tiempo preocupándose por algo que aún no ha sucedido."
“¿Y ese pobre hombre en silla de ruedas? El que no tiene piernas. Christopher, creo que se llamaba. Si alguien quisiera llegar hasta él, el pobre no tendría ninguna posibilidad."
Alice dejó escapar un silencioso suspiro. Vicki parecía una persona bastante agradable, pero daba la impresión de ser alguien preocupado por si el sol no salía mañana.
"Vicki, las probabilidades de que alguien ande asesinando a todas las demás personas en la lotería y se salga con la suya son tan improbables estadísticamente que ni siquiera vale la pena discutirlo."
"¿A qué te refieres?"
"Piénsalo. ¿Una persona matando a veintiséis sin que la policía lo atrape primero? Eso nunca sucederá. Aproximadamente el ochenta y cinco por ciento de los asesinos son detenidos dentro de las primeras cuarenta y ocho horas. Y con la sofisticación de la tecnología forense actual, junto con el volumen de vigilancia que la policía tiene a su disposición, los asesinatos sin resolver son excepcionalmente raros. Hay como cinco o seis al año. Es posible que pueda salirse con la suya con uno o dos, si es extremadamente cuidadoso e inteligente, y Roque Fenton tampoco parece serlo, pero es imposible que alguien pueda salirse con la suya con veintiséis."
Alice no estaba cien por ciento segura de la veracidad de esas cifras. Pensaba haber oído algo de esto en uno de esos documentales sobre crímenes reales, y sonaban bien. Los casos sin resolver estos días eran prácticamente inexistentes.
Independientemente de su precisión, Vicki pareció reconfortada por este conocimiento.
Charlaron un poco más mientras caminaban: sobre el trabajo de Vicki, sobre el clima, sobre su mascota terrier llamado Jack Russell. Alice continuó sondeando a Vicki con preguntas amables, haciendo todo lo posible por desviar la conversación de cualquier cosa demasiado desagradable.
Diez minutos después, llegaron al frente del edificio de apartamentos de Vicki.
"Muchísimas gracias por todo." Vicki acercó a Alice para darle un fuerte abrazo. “Sé que a veces puedo reaccionar de forma exagerada. Creo que solo necesitaba a alguien con quien hablar."
Alice sonrió. “Oye, no hay problema. Es un momento extraño para todos nosotros."
"Toma." Vicki rebuscó en su bolso en busca de un bolígrafo. "Te daré mi número."
Alice levantó la mano. "No es necesario."
“Por si quieres que nos veamos de nuevo. Ya sabes, para tomar un café o algo."
“Quiero decir, ya tengo tu número. Todos tenemos los números de los demás. Vinieron en ese paquete que nos dieron."
"¡Anda, es verdad!" Vicki dejó escapar una risa alegre, luego abrazó a Alice una vez más.
Los dos se separaron, momentos antes de que el DIteA de Alice se encendiera con una llamada entrante.
Miró la pantalla. Mostraba una cadena de texto distorsionado. Alguien la estaba llamando a través de un codificador, tratando de ocultar su paradero.
Ella respondió.
"Ey, soy yo."
Escuchó la voz de Lachlan. Estaba un poco disfrazada, filtrada a través de un dispositivo de manipulación, pero ella podía saber que era él.
“Acabo de recibir tu mensaje," dijo. "¿Va todo bien?"
Después de todo lo que había sucedido en los últimos días, la lotería, el drama con su artículo rechazado, las imágenes de la tarjeta de memoria y la muerte repentina de Naomi, a Alice se le había olvidado por completo que le había dejado un mensaje a su hermano pidiéndole que le devolviera la llamada.
"Ah, sí," respondió ella. “Solo necesitaba tu consejo sobre algo. En realidad, ya no es tan importante."
"Vale. Chachi."
Siguió una pausa prolongada. Diez segundos después y la conversación ya había chocado contra una pared. Ninguno de los dos quería hablar del elefante en la habitación que era el estado actual de Lachlan como fugitivo.
Alice se inclinó contra el frente del edificio. "Entonces... ¿dónde estás?"
"Estoy... no puedo hablar de eso en este momento."
"¿Estás, eh, planeando terminar ese, um, proyecto en el que estás trabajando actualmente pronto?"
Otra pausa.
"Tampoco puedo discutir eso. Ahora no. Lo siento."
Así era como se desarrollaban la mayoría de las llamadas entre Alice y Lachlan estos días. Lachlan estaba escondido, buscado por su papel en el secuestro de Emilia Ulbricht, por lo que solo podían conversar en términos generales.
Cada llamada realizada en cualquier parte del mundo era monitoreada por bots automatizados, y ciertas palabras y frases eran programadas para activar señales de alerta. Incluso decir el nombre de Lachlan en una conversación o usar palabras clave como "secuestro" o "Discordia," sería suficiente para atraer atención no deseada.
Las llamadas sospechosas se rastreaban de inmediato y la conversación se enviaba a los agentes del orden para un análisis más detallado.
"Oye, podría..."
Un camión pasó rugiendo y las palabras de Lachlan quedaron ahogadas por el ruido.
"¿Qué?" Alice se metió un dedo en el oído. "No he captado la última parte."
“He dicho que podría andar en tu dirección pronto. Podemos ponernos al día entonces."
"Claro, eso suena…"
La línea se cortó y la llamada terminó abruptamente. Los treinta segundos asignados, aproximadamente la cantidad de tiempo que se tardaba en rastrear una llamada, habían expirado.
Un final apropiado, pensó Alice, considerando la forma en que Lachlan entraba y salía de su vida con frecuencia arbitraria. Ciertamente se parecía a su padre en ese sentido.
Guardó su DiteA y luego se apartó de la acera para cruzar la calle.
Alice intentó recordar la última vez que había visto a Lachlan. Habría sido meses atrás. Muchos meses. Quizá incluso un año.
Su relación con su hermano no había sido convencional desde el principio, pero eso era de esperar dado que eran medio hermanos nacidos con dos semanas de diferencia. Habían crecido en lados opuestos de la ciudad, cada uno soportando una infancia en la que la estabilidad escaseaba. Ambos fueron criados por madres solteras. Muy ocasionalmente, hubo un padre que hizo apariciones fugaces en sus vidas. Sus caminos se cruzaron solo en muy raras ocasiones mientras crecían, y no fue hasta los últimos años que realmente se conectaron entre sí.
Habían pasado más de diez años desde que ninguno de los dos había tenido contacto con su padre. Esto no les preocupaba.
De adultos, las vidas de Alice y Lachlan no podrían haberse vuelto más divergentes. Lachlan podía divertirse y vivir toda la aventura con sus amigos de Discordia, deambulando por el mundo y viviendo como una banda de vagabundos. Nunca dedicó mucho a pensar en su propio futuro. Era como el agua; encontrando siempre la ruta más fácil por la vida.
Alice era su polo opuesto. Si un amigo tuviera que describirla en una palabra, sería sensata. Alice vestía ropa y zapatos cómodos, y tenía un corte de pelo sensato. Hacía un trabajo sensato, comía comidas sensatas, conducía un coche sensato y se acostaba a una hora sensata. Estaba resignada a su vida sensata, cada día un facsímil sensible de la anterior.
Ahora era el momento de regresar a su sensato hogar.
Había dado un paso hacia la carretera cuando un súbito y fuerte ruido detrás de ella la sobresaltó.
Fue una especie de bofetada y crujido. Como el sonido de una palma abierta golpeando piel desnuda,combinado con una pesada bota aplastando una lata de refresco. Pero muchas veces más fuerte. Era un sonido diferente a todo lo que Alice había escuchado antes, y uno que nunca podría borrar por completo de su memoria.
Lo que sucedió a continuación se desarrolló en cámara lenta.
Se escuchó un chillido desgarrador. Provenía de una mujer del lado opuesto de la calle. Miraba directamente a Alice, chillando a todo pulmón como poseída por demonios.
A su izquierda, a unos metros de distancia, una anciana que paseaba con su chihuahua sufrió un caso de histeria espontánea y se desplomó en el suelo.
El caos infectó el área a la velocidad del sonido. Varias personas corrieron hacia Alice. Ella vio el terror reflejado en sus ojos. Otros huían.
Se volvió para mirar detrás de ella.
Inconscientemente, sabía lo que estaba a punto de ver. No quería mirar, pero era casi como si una mano invisible la obligara. Como si ya no tuviera control sobre sus propias acciones.
Un cuerpo arrugado yacía en un montón, en el lugar exacto donde Alice había estado menos de cinco segundos antes.
Un grotesco lío de miembros retorcidos, rodeado por un charco de sangre creciendo rápidamente. Un cuerpo destrozado que había caído en picado desde una gran altura, hasta detenerse abruptamente al chocar contra el pavimento. Quienquiera que era (o había sido) no sería identificable de inmediato.
Pero aunquen mirar, Alice sabía quién era.
Un oficial de policía de alto rango fue sorprendido in fraganti vendiendo drogas ilícitas al traficante a quien se las habían confiscado.
Las imágenes de la cámara oculta obtenidas por La Tinta Diaria muestran al oficial Eric Brook, respetado veterano con más de veinte años de servicio, entregando cinco grandes paquetes de Xylox falsificado a un conocido traficante de drogas. A cambio de las “gotas de limón," recibe un sobre repleto de dinero en efectivo.
Cada paquete parece contener aproximadamente diez mil píldoras con un valor comercial combinado de más de $200 000.
El oficial Brook y el traficante, cuya identidad se ha oscurecido en las imágenes, parecen disfrutar de una relación relajada y amistosa, lo que ha llevado a especular que pueden haber estado involucrados en este tipo de actividad durante cierto período de tiempo. Incluso se puede oír al oficial bromeando que su transacción fue “como robar un nuevo par de zapatos y luego devolverlos a la tienda al día siguiente para un reembolso."
Las imágenes condenatorias han arrojado dudas sobre la integridad de la fuerza policial, que se ha visto envuelta en numerosos escándalos de corrupción en los últimos años. Una fuente anónima dentro de la fuerza ha afirmado que este tipo de comportamiento es común y, en algunos casos, incluso alentado.
Los dos principales patrocinadores corporativos de la fuerza policial, Grupo de Entretenimiento AFX y la cadena de restaurantes Aqua Bar no han respondido a nuestra solicitud de comentarios.
Una corriente de espuma salió disparada cuando Dinah Gold abrió la botella de champán. "¡Creo que es hora de una celebración!" declaró.
Se sirvió dos vasos, uno para ella y otro para Alice.
Alice notó que Dinah había partido inadvertidamente el tapón de la botella en lugar de abrir el corcho. Esta era otra señal preocupante de que la mano robótica de Dinah necesitaba urgentemente un servicio.
“Esta botella de Dom Perignon añada 2054 es cortesía del propio Sr. Solomon Turner," dijo Dinah. Mostró una amplia sonrisa que dio la impresión de una docena extra de dientes. "¡Para felicitarnos por nuestro excelente trabajo!"
Alice captó el aroma del champán cuando Dinah le entregó la copa. Tenía una fragancia de rosas y dinero.
Dinah levantó su copa en el aire. "Aquí tenemos un gran acto doble."
Este abrupto cambio de opinión no había pasado desapercibido para Alice. Durante el tiempo que habían trabajado juntas, Dinah había derribado cada uno de los argumentos de Alice si estos quedaban fuera de su estrecha área de especialización. Fue solo la semana pasada cuando Alice fue arrastrada por las brasas por salir de los límites de su papel de humilde lacayo de escritorio. Ahora Dinah estaba actuando como si esta hubiese sido idea suya desde el principio.
Pero Alice no podía culpar a Dinah por querer reclamar una parte del crédito. Las consecuencias de su artículo sobre el oficial de policía corrupto y el negocio de las drogas ilícitas habían sido extraordinarias. Según algunas estimaciones, más del cuarenta por ciento de la población había visto la historia el día de su publicación, y La Tinta Diaria había recibido las mejores cifras en más de una década.
El oficial que aparecía en las imágenes fue arrestado y acusado menos de una hora después de conocerse la historia. La fuerza se sumergió en la fase de control de daños y el comisionado jefe Maximilian Yu ordenó una investigación de corrupción a gran escala.
Esta era la primicia de su vida y todo lo que Alice siempre había soñado. La habían ascendido al papel de celebridad de la oficina durante los últimos días. La redactora junior que se había tropezado dios sabía cómo con la historia del año. Ella estaba mareada por la montaña rusa de atención y aclamación.
Sin embargo, a pesar del triunfo, le resultaba difícil disfrutar de ello. Los acontecimientos de la semana pasada aún estaban frescos en su mente.
Dos muertes, Naomi y Vicki, demasiado juntas.
Se había afanado por mantener la mente concentrada en el trabajo. No importaba lo que hiciera para tratar de bloquearla, la imagen del cuerpo de Vicki tirado en la acera, minutos después de la última vez de hablar con ella, se repetía una y otra vez.
A pesar de la línea oficial, Alice no podía evitar la sensación de que estas dos tragedias estaban relacionadas de alguna manera.
La policía sostuvo que la muerte de Naomi Duke fue un accidente, probablemente el resultado de una nave de vigilancia defectuosa, y no había nada que sugiriera que había ocurrido algo adverso. Por extraño que pareciera, las potencialmente incriminatorias imágenes de las naves de vigilancia circundantes no estaban disponibles debido a lo que los operadores describieron como "imprevistos problemas técnicos."
Aún estaban investigando las circunstancias que rodeaban la impactante muerte de Vicki, pero por ahora seguían la teoría de que todo había sido un terrible accidente. Vicki parecía haberse resbalado en una superficie húmeda dentro de su casa y caído sobre la barandilla del balcón. La barandilla había cedido y ella se había desplomado veintiún pisos hasta su muerte. No se podía descartar el juego sucio en esta etapa, pero aún no habían encontrado ninguna evidencia que respaldara tal noción.
Alice proporcionó a la policía una breve declaración, diciéndoles que caminaba hasta casa con Vicki después del funeral de Naomi, aunque no fue del todo comunicativa sobre la información. Se olvidó de hablarles de la lotería, y que lo último de lo que había hablado con Vicki era sobre lo mucho que ella temía por su vida. No sabía por qué había decidido retener estos detalles. Quizá no pensó que fuera relevante. O que tal vez si lo hacía, sería como confesar su propia culpabilidad.
Se obsesionó levemente con Naomi y Vicki en los últimos días. Buscó tanta información como pudo sobre estas dos mujeres y las extrañas circunstancias en las que ambas murieron, estudiando hasta el último detalle. No sabía qué estaba buscando exactamente. Quizá una pista. Algún tipo de evidencia que condujera a una explicación lógica de cómo pudo haber sucedido esto.
No eran tanto las dos repentinas muertes lo que la preocupaba. Era la pura incomprensibilidad de ambas. Necesitaba ubicar algún tipo de orden entre todo el caos.
Hubo un breve silencio en la habitación y Alice notó de pronto que Dinah había dejado de hablar. Peor aún, Dinah ahora tenía una mirada expectante en la cara, como si hubiera hecho una pregunta y estuviera esperando la respuesta de Alice.
"Uh, claro," dijo Alice sonriendo y asintiendo con la cabeza. Esperaba que eso fuera lo que Dinah quería escuchar. "Absolutamente, por supuesto."
"Eso es genial," respondió Dinah sirviéndose una segunda copa de champán. "Si sigues produciendo trabajo de este estándar, puedes esperar ver expandirse tus oportunidades el próximo año."
Alice continuó sonriendo y asintiendo, un gesto que generalmente respondía a la mayoría de las preguntas en la vida. Fingió tomar un sorbo de champán y luego vació la copa en una maceta cuando Dinah le dio la espalda.
"Este es tu momento, Alice," dijo Dinah después de terminar en dos sorbos su segundo vaso. "Disfrútalo."
Luego Dinah le entregó a Alice su primer cheque de bonificación.
El Tinta Diaria no tenía el hábito de pagar a su personal más de lo absolutamente necesario, pero unos años atrás se había introducido un sistema de bonificación con el objetivo de incentivar a su fuerza laboral. Si una historia atraía un cierto número de visitas, el empleado recibía una cantidad proporcional de los ingresos publicitarios generados.
Estos bonos generalmente solo ascendían a unos pocos dólares adicionales aquí y allá. Suficiente para comer en un restaurante a un precio razonable. Nada por lo que emocionarse demasiado.
Y así, Alice hizo todo lo que pudo para mantener la calma cuando vio que le pagaban el equivalente al salario de seis semanas por algo que había tardado medio día en escribir.
El resto del día lo pasó envuelta en una especie de aturdimiento. Todo esto parecía un sueño; uno peculiar alimentado por lácteos y ácido, rematado con un extraño cumplimiento de deseos, una ausencia de lógica e inexplicables incongruencias. Su carrera despegaba de la manera más inesperada justo cuando estos extraños eventos estaban sucediendo a su alrededor. Esto casi parecía como si le estuviera sucediendo a otra persona y ella estaba viendo desde lejos cómo se desarrollaba todo.
A media tarde apareció un mensaje en su pantalla. Su corazón dio un vuelco cuando vio de quién era.
Alicia,
Felicitaciones por un trabajo bien hecho.
Habrán muchos más. Si eres inteligente y haces lo que te digo, creo que tú y yo podríamos disfrutar de una relación laboral mutuamente beneficiosa.
Estaré en contacto,
Ratón de Aguja..
Alice creía que iba a tener problemas para dormir después de todo lo que había pasado estos últimos días, pero estaba tan gastada y agotada que logró dejar marchar la consciencia casi en cuanto la cabeza golpeó la almohada. Se hundió en un sueño profundo hasta que un fuerte golpeteo invadió sus sueños poco después de las dos de la madrugada.
Se cayó de la cama, desorientada. Le tomó un momento recuperarse.
Se puso algo de ropa y avanzó de puntillas hasta la puerta principal.
Los golpes aumentaron en intensidad.
Miró por la mirilla y se relajó al ver que era Carson Dowling. El tipo del funeral de Naomi. El que tenía pinta de fanfarrón engreído pero que parecía mayormente inofensivo.
"¿Carson?" dijo ella.
"¿Alicia?" Dijo él tras la puerta. "¿Estás despierta?"
"No, Carson, hablo contigo dormida."
"Por favor, tienes que dejarme entrar."
Alice pudo detectar el pánico en su voz.
Se preguntó cómo sabía él dónde vivía hasta que recordó el paquete que todos habían recibido con los datos personales de todo el mundo.
Abrió la puerta una rendija.
"¿Qué estás haciendo aquí, Carson? ¿Tienes idea de la hora que es?"
Carson no esperó a que lo invitaran a pasar. Empujó la puerta y se abrió paso al interior.
"¿Carson?" preguntó Alice de nuevo. "¿Qué estás haciendo? ¿Qué está pasando?"
Carson paseó por el apartamento como un animal enjaulado. Parecía una persona completamente diferente a la última vez que Alice lo había visto. El autoengrandecido aspirante a justiciero había desaparecido, en su lugar había un caótico manojo de hiperactivos nervios, presos del pánico y delirantes. Tenía la cara empapada en sudor, el peluquín se le pegaba al cuero cabelludo como un halo. Alice temió que pudiera estar al borde de una crisis nerviosa.
"Necesito tu ayuda," dijo él. "Necesito un lugar donde esconderme."
Corrió hacia la ventana para comprobar si había signos de actividad. Las calles de abajo estaban vacías, pero esto hizo poco para calmar su fracturado estado mental.
"Vienen por mí, lo sé," murmuró para sí mismo. "Lo controlan todo."
Alice se frotó los ojos, aún no del todo alerta. Se pellizcó la piel del brazo varias veces para confirmar que en realidad estaba despierta.
"Me estás volviendo loca, Carson," dijo ella.
Alice no sabía qué le había pasado. Podrían ser drogas. Podría ser algo peor.
Dio unos discretos pasos dirección a la cocina. Ahí era donde todos los cuchillos afilados y su ablandador de carne estaban al alcance de la mano por si tenía que defenderse. No creía que Carson fuese a atacarla, pero por la forma en que se estaba comportando, no podía estar segura.
La mirada borrosa se le enfocó un minuto después y Alice comenzó a preocuparse en serio.
Carson tenía las manos cubiertas de sangre.
Tenía la ropa con zonas oscuras y manchas, y en el rostro había un puñado de gotitas carmesí.
Carson apretaba con fuerza en la palma de la mano derecha un destornillador ensangrentado.
"Jesús, Carson," susurró Alice. Dio otro paso atrás. "¿Qué has hecho?"
Carson no quiso (o no podía) responder. Sollozaba en silencio en la esquina de la habitación, meciéndose adelante y atrás en el sitio, inquieto como si fuera un tic involuntario.
El apartamento estaba en un silencio sepulcral, salvo por el staccato del castañeo de dientes de Carson.
Alice permaneció en la esquina opuesta, tan lejos de Carson como podía sin salir físicamente de la habitación. Observó y esperó, inmovilizada por la impotencia. No tenía idea de cómo debía ella reaccionar en una situación como esta.
Luego, otro sobre marrón pasó por debajo de la puerta y las piezas del rompecabezas encajaron en su lugar.
Alice sabía exactamente lo que había sucedido. Sabía lo que había hecho Carson y sabía a quién se lo había hecho.
El sobre del suelo contenía la tarjeta para anunciar que Roque Fenton había sido eliminado de la lotería. Dada la evidencia que tenía ante ella, Alice solo podía asumir que era Carson quien había llevado a cabo la eliminación.
Trató de imaginarse la fuerza de voluntad necesaria para matar a otro ser humano, uno del tamaño de Roque Fenton, usando nada más que un destornillador.
Carson vio el sobre. Corrió cruzando la habitación y abrió la puerta principal.
"¡Dejadme en paz, maníacos!" gritó en el pasillo vacío. “¡Quiero salir de esto! ¿Me oís? ¡Estoy fuera! ¡Ya no quiero formar parte de vuestro estúpido juego!"
Alice corrió y tiró de él hacia adentro. Cerró la puerta de golpe y echó la llave.
"Tienes que calmarte," dijo ella, aunque esto era algo que también se estaba diciendo a sí misma. "Tú respira. Intenta relajarte. Sé que sus emociones se están intensificando, pero podemos solucionarlo."
"Pero... está muerto," dijo Carson entre inhalaciones y jadeos. "Lo maté yo."
"Pero en defensa propia. Él fue por ti primero."
Alice esperó a que Carson confirmara sus palabras, pero esto solo lo hizo sollozar más.
“Eso fue lo que pasó. ¿Cierto? Roque Fenton fue por ti primero, ¿no?"
"Tuve que hacerlo," dijo finalmente Carson.
"Cierto. Porque él te atacó."
Alice esperaba que si repetía esta afirmación suficientes veces, al final se convertiría en verdad.
"Tuve que hacerlo," dijo Carson. “Si no lo hubiera hecho, me habría matado. Nos habría matado a todos hasta conseguir el dinero."
Alice sintió que su interior implosionaba como una demolición controlada. Ese fue el momento en que supo que había poco que pudiera hacer para ayudar a Carson. No había nada justificable en nada de esto. Era un caso de asesinato premeditado abierto y cerrado. Era poco probable que la paranoia extrema y un ataque preventivo funcionaran como defensas adecuadas en un tribunal de justicia.
Quería ofrecer apoyo a Carson, ago para aliviarle el tormento, pero las palabras le fallaron.
Noventa segundos después, la policía estaba llamando a la puerta de Alice.
"¡Jesús!" Dijo Carson. "¿Cómo me han encontrado?"
Si Carson hubiera estado pensando con claridad, eso no habría sido muy difícil de entender. Su llegada había generado suficiente ruido como para despertar a toda la planta. El rastro de sangre que conducía hasta la puerta de Alice también era un poco delatador.
"¡Intenta contenerlos!" dijo él. "Saldré por la escalera de incendios."
"No creo que eso sea buena idea, Carson. Solo te hará parecer culpable."
En realidad, era el arma homicida en posesión de Carson, junto con la sangre de la víctima en las manos, lo que lo hacía parecer culpable, pero el pensamiento lógico había abandonado a Alice en ese momento de la noche.
"Creo que es mejor que te rindas," dijo ella. "Yo le diré a la policía lo que pasó. Lo explicaré todo. La lotería, las amenazas, la muerte de otras personas. Los demás me respaldarán."
Alice sabía que estaba agarrando un clavo ardiendo. Sabía que, con toda probabilidad, Carson estaría encarcelado durante el resto de su vida natural.
Pero todo eso se volvió irrelevante cuando la puerta de Alice fue arrancada de los goznes y la vida natural de Carson solo duró otros ocho segundos.
Carson cargó contra un oficial con el destornillador ensangrentado en la mano.
El oficial sacó el arma y disparó.
Alice se zambulló buscando cobertura.
Carson recibió un impacto en el torso y se convirtió en el cuarto concursante eliminado de la lotería.
En los pocos días transcurridos desde que Alice lo había visto por última vez, la vida de Carson había descendido al infierno. Había sido bombardeado día y noche con llamadas amenazadoras. Figuras misteriosas avistadas frente a su casa a todas horas de la noche. Neumáticos del coche rajados. Ladrillos por las ventanas. Su familia estaba aterrorizada.
Él se había puesto en contacto con la policía e informado de quién creía que era el responsable, pero no podían arrestar a Roque Fenton sin ninguna prueba.
La gota que colmó el vaso llegó cuando despertó esa mañana y encontró una docena de ratas muertas colgando del porche delantero. Dentro de su buzón había una fotografía de Carson, tomada sin su conocimiento. Diana en la cabeza pintada con sangre.
Eso fue todo lo que necesitó Carson para explotar.
Más de treinta años habían pasado desde que se introdujo la prohibición de las armas de fuego. Si bien aún circulaba una pequeña cantidad de rudimentarias armas caseras por las diversas redes delictivas, todas las demás formas de armas de fuego habían sido retiradas de las calles y destruidas. La posesión de un arma prohibida era un delito penal punible con penas de prisión obligatorias de diez años.
La OBL-IV era la única arma que aún se usaba regularmente en la sociedad. Eran utilizadas únicamente por la policía y las fuerzas armadas, y eran muy superiores a las anticuadas armas que utilizaban balas y pólvora. La tecnología implementada en el desarrollo del OBL-IV era mucho más sofisticada y, como resultado, muchas veces más segura.
En lugar de disparar balas, el OBL-IV disparaba al objetivo previsto un estallido de energía concentrada a nivel nuclear. Esto producía un resultado mucho más poderoso y destructivo: un solo disparo sobre un hombre podía hacerle un agujero del tamaño de la cabeza.
Baste decir que cualquiera que sufriera la desgracia de recibir un disparo en la cabeza no necesitaría un ataúd abierto en su funeral.
El OBL-IV estaba equipado con un punto de mira digital y una función de puntería automática. Un oficial podría concentrarse en un objetivo específico y atacar con una precisión superior al noventa y nueve por ciento, aunque ese objetivo se estaba moviendo o estaba a una gran distancia. El riesgo de que civiles inocentes quedaran atrapados en el fuego cruzado se reducía significativamente.
Aunque la característica más importante era que cada arma individual solo podía ser disparada por una persona. La tecnología biométrica incorporada en el mango del arma se correspondía con la impresión de la palma del oficial o soldado asignado al OBL-IV, y el arma solo podía dispararse en la mano de esa persona. Si un OBL-IV era robado o perdido en el campo de batalla, se volvía completamente inútil para cualquier otra persona, no más que un caro bulto de plástico y fibra de vidrio.
La sala de interrogatorios de la comisaría olía a desinfectante y café rancio.
Alice estaba sentada de brazos cruzados. Tenía las manos húmedas y pegajosas. Los ojos permanecían fijos en la esquina de la habitación.
No estaba de humor para hablar con la detective Olszewski, ni con nadie. Podía sentir su vida desmoronándose, girando fuera de control ante sus propios ojos. Había estado expuesta a un nivel antinatural de violencia en las últimas cuarenta y ocho horas y el trauma acumulativo estaba empezando a pasar factura.
¿Cómo iba a borrar de la mente esas perturbadoras imágenes? Estaban allí esperándola cada vez que cerraba los ojos. Veía a Vicki tirada en la acera en un montón arrugado, como un insecto aplastado en el parabrisas de un camión. Vería a Carson con un enorme agujero en el torso del tamaño de una sandía.
"Alicia." El detective Olszewski intentó una vez más que ella hablara. "Estoy intentando ayudarte con esto. Puedo ver que estás en algún tipo de problema. Pero necesitas hablar conmigo. No puedo hacer nada si no me dices cuál es el problema."
"No voy a decir nada sin un abogado," dijo Alice.
No tenía idea de si esto era lo que había que decir ni si la detective podría obligarla a hablar pese a todo. Pero una estudiante de derecho amiga suya había dicho una vez: nunca debes abrir la boca con un policía sin la presencia de un abogado. También había oído decirlo a la gente en las películas.
"No necesitas un abogado," explicó pacientemente la detective Olszewski. "No estás bajo arresto y no eres sospechosa."
Alice se encogió de hombros, luego volvió a mirar a la esquina de la habitación.
Hubo un minuto de silencio. El único sonido ahora era el zumbido de las luces fluorescentes que colgaban encima.
Olszewski se quitó las gafas. Limpió una mancha de una de las lentes. Esta iba a ser una larga noche.
"Mira, Alice, sé que no eres una asesina." Olszewski habló con voz más suave. "Ni una criminal de ningún tipo. Eso es obvio. Pero claramente aquí está sucediendo algo extraño. Hay algo que no nos estás diciendo. Cuatro personas han muerto en los últimos siete días y podemos conectarte con cada una de las víctimas."
Olszewski contó las víctimas con los dedos.
Estaba Naomi Duke. Alice había asistido a su funeral dos días atrás.
Estaba Victoria Malseed. Alice había sido la última persona conocida en verla con vida, poco antes de que cayera del balcón de su apartamento en el piso veintiuno.
Estaba Roque Fenton. Su presunto asesino huyó al apartamento de Alice inmediatamente después de abandonar la escena del crimen.
Y estaba Carson Dowling. El sospechoso de asesinato antes mencionado, asesinado a tiros por la policía en el apartamento de Alice hacía solo unas horas.
"No sé qué está pasando aquí ni en qué te has metido," continuó Olszewski. “Pero si te encuentras en algún tipo de peligro, debes hacérnoslo saber. Te podemos ayudar."
Alice alzó la vista. Hizo contacto visual por primera vez.
Había algo en la detective Olszewski que le decía que podía confiar en ella. Tenía poco más de treinta años, no mucho mayor que Alice. Tenía una mirada que transmitía dureza y empatía, que transmitía que ella era alguien que tenía la constitución para manejar lúgubres escenas de asesinatos sin perder de vista el hecho de que las víctimas eran seres humanos.
Alice podía sincerarse y decirle la verdad, pero ¿creería alguien una palabra? Por otra parte, no le quedaba mucha elección. La gente a su alrededor caía como moscas. Su esperanza de vida se había reducido drásticamente en los últimos días.
Ella respiró hondo.
La historia se derramó de Alice en un tsunami de palabras confusas. Se lo contó todo a la detective Olszewski, desde el principio. Le contó la misteriosa invitación que había recibido, la reunión a la que había asistido en el centro comunitario, la oferta de, o bien dinero en efectivo, o una participación en la lotería, y el caos resultante que había consumido su vida desde entonces. Le dijo que temía por su vida: cuatro participantes de la lotería habían muerto en el espacio de una semana y, que ella supiera, la siguiente en la lista era ella.
La detective Olszewski escuchó atentamente sin interrupción. Tomó algunas notas mientras Alice hablaba, pero en su mayor parte permaneció desprovista de emoción.
Cuando Alice terminó, Olszewski se reclinó en su silla y dejó escapar un suspiro desesperado.
"Oh, cielos," fue todo lo que dijo en respuesta.
Alice esperó más. Esperaba que Olszewski se riera de ella u ordenara que se sometiera a una evaluación psiquiátrica. En lugar de eso, se quedó mirando su escritorio durante lo que le parecieron eones.
"Lo siento," dijo finalmente Olszewski, frotándose los ojos cansados. "Me temo que no hay mucho que podamos hacer por ti."
Alice estaba con guardia baja. Esta no era la respuesta que había esperado.
"Espera, ¿qué quieres decir?"
“Quiero decir que no hay nada que podamos hacer con eso. Gracias por tu cooperación. Eres libre de irte."
Alice tenía una mirada medio confundida medio divertida en el rostro, como si le acabaran de contar el final de un chiste que no entendía del todo.
"¿Ha oído lo que acabo de decir?"
“Sí, lo he oído todo. Se te ofreció la oportunidad de participar en una tontina y ahora se está matando gente a diestro y siniestro. Tampoco es la primera vez que oímos esto. Oímos todo sobre ello hace cuatro años, cuando tuvo lugar la última tontina."
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Alice. El sabor de la enfermedad le inundó la boca.
"¿Estás... quieres decir que esta no es la primera vez que sucede algo así?"
Olszewski negó con la cabeza. “Ha habido varias loterías anteriores. De eso somos conscientes."
Alice esperó una explicación. No llegó.
"¿Y qué pasó? ¿Qué hicisteis?"
"¿Qué podíamos hacer?" Dijo Olszewski encogiéndose de hombros. “Nos sentamos a mirarnos el ombligo y esperamos hasta que todos estuvieran muertos. Luego archivamos los informes. Luego bebimos mucho y tratamos de olvidar todo lo que habíamos pasado."
"Pero ¿no pudisteis arrestar a nadie?"
"¿Para qué? Tontina, el acuerdo que acabas de describir se llama tontina. Siempre que todos los participantes ingresen voluntariamente y al final se le pague al ganador la cantidad prometida, son completamente legales en esta sociedad libre nuestra."
"¿Es legal el asesinato?"
“No, pero en el momento en que comenzamos a investigar un asesinato, el principal sospechoso aparece muerto una o dos semanas después. El principal sospechoso de ese asesinato es luego asesinado, y así sucesivamente hasta que todo se resuelve. El miedo y la paranoia se propagan como un virus incurable. Hemos descubierto que lo más fácil es quedarse atrás y esperar a que el concurso siga su curso, y esperar que ningún espectador inocente quede atrapado en el fuego cruzado."
Esta revelación había dejado a Alice momentáneamente sin habla. Nada de eso parecía real. Lo absurdo de la situación parecía una gran broma a su costa.
"Entonces, ¿qué se supone que debo hacer ahora?"
"Lo mejor que podemos hacer es aconsejarte que estés atenta y que nos llames en cuanto veas o escuches algo sospechoso." La detective Olszewski sacó una tarjeta del soporte de su escritorio y se la entregó. “Y sé discreta. Por lo que hemos observado, los que llaman la atención son los primeros en verse afectados."
Alice enterró su cabeza entre las manos. Estos últimos días habían sido como estar atrapada dentro de un sueño de ansiedad interminable. Pensó que podía confiar en la policía para protegerla. Si ellos no eran de ayuda, ¿qué esperanza tenía?
De la forma en que la detective Olszewski lo había descrito, era solo cuestión de tiempo antes de que los veintitrés concursantes restantes sucumbieran a sus instintos básicos y comenzaran a tramar formas de aniquilarse mutuamente, todo con la esperanza de hacerse ricos más allá de sus sueños más salvajes.
Después de todo, todos tienen un precio. La mayoría simplemente no sabe cuál es aún.
Alice se preparó para lo peor cuando metió la llave en la cerradura de la puerta del apartamento. Esperaba enfrentarse a las horribles secuelas de la carnicería de la noche anterior. Se preparó para ver sus paredes blancas mostrando manchas frescas de salpicaduras de sangre, y estaba resignada al hecho de que su aspiradora estaría absorbiendo cachos y trozos de Carson durante los próximos meses.
Así que fue una agradable sorpresa cuando abrió la puerta y encontró la casa en condiciones casi prístinas. El lugar era nada menos que inmaculado. Un observador neutral nunca imaginaría que una gran proporción del tracto digestivo de un hombre se había derramado aquí solo unas horas antes.
La alfombra estaba impecable. Las paredes eran tan deslumbrantemente blancas y brillantes que parecían recién pintadas. Su puerta de entrada había sido reemplazada, y ahora se abría y cerraba sin pegarse al marco, lo cual hacía ocasionalmente durante períodos de alta humedad. Los muebles habían sido reorganizados de tal manera que daban la impresión de una sala de estar más espaciosa. Incluso el delicioso aroma del pan horneado flotaba en el aire. La única decepción de Alice fue notar que el olor provenía de una lata de ambientador y que la policía no le había horneado pan.
Puede que Alice fuese una quisquillosa neurótica germofóbica, pero ni siquiera ella había sido capaz de lograr este nivel de limpieza. Tenía que darles mérito a esos del equipo de limpieza de la escena del crimen.
El estado de ánimo se empañó un poco al descubrir el sobre marrón deslizado por debajo de la puerta. En todo el caos de las últimas veinticuatro horas, había olvidado momentáneamente cómo había comenzado todo este episodio.
Lo abrió. Dentro había una tarjeta con "ELIMINADO" estampado en la cara de Carson.
Clavó la tarjeta en la pared, junto con las otras tres. Los ordenó cronológicamente, una especie de línea temporal de la muerte.
No estaba muy segura de por qué había empezado a hacer esto. Tal vez pensaba que estas personas merecían ser recordadas de alguna manera y no descartadas de la memoria una o dos semanas después de su partida.
Se quedó allí un momento y miró las tarjetas. Naomi, Vicki, Roque y Carson. Cuatro personas habían muerto en espacio de siete días.
Había veintisiete concursantes en total. No sabía cuánto iba a durar la lotería al inscribirse, pero supuso algo así como cincuenta o sesenta años. Si los concursantes continuaban cayendo al ritmo actual, todo terminaría en un par de meses. No pasaría mucho tiempo antes de que una tarjeta que anunciaba su propia eliminación se deslizara por debajo de las puertas de extraños.
Alice estaba muy despegada del asunto y lo sabía.
Supo lo expuesta que estaba. En realidad, nunca había sentido que su vida estuviera en peligro, pero eso se debía a que nadie tenía ninguna razón para querer matarla. Era solo ahora, cuando evaluó su entorno, que supo que no sería particularmente difícil para nadie llegar hasta ella. Había que hacer algo.
Reforzar la seguridad en su apartamento era la prioridad número uno. Así que, al día siguiente, hizo venir a un cerrajero para instalar en la puerta un nuevo juego de cerraduras. También le pusieron cerraduras adicionales en las ventanas, por si acaso. Era poco probable que alguien escalara doce pisos para irrumpir en su apartamento desde el exterior, pero no estaba preparada para dejar nada al azar.
Se suponía que debía obtener el permiso del propietario antes de hacer cualquier alteración en la casa, pero en ese momento perder su fianza de alquiler era lo más lejano de su mente.
Viajó a la tienda de electrónica más cercana y compró grandes cantidades en la sección de seguridad de su hogar. Compró dos alarmas para el apartamento, una alarma personal para ella, una bocina de emergencia y una docena de minicámaras de seguridad.
De camino a casa, pasó por una tienda de artículos deportivos y compró un bate de béisbol.
Las cámaras de seguridad inalámbricas tenían forma de pequeños adornos. Eran pequeñas y fáciles de ocultar, del tamaño de un cubo de hielo y perfectas para sus necesidades. Las colocó por el apartamento en varios lugares hasta cubrir todos los ángulos imaginables. Ahora ella podía iniciar sesión y almacenar en un servidor remoto toda actividad con solo pulsar un botón, y podía ver el interior de su casa en todo momento. Si alguien entraba mientras ella estaba fuera, Alice sería alertada y las imágenes se enviarían a su DIteA.
Tendría que hacer arreglos para que alguien en quien confiara accediera a las imágenes si algo le sucedía. Sabía de una única persona en la que podía confiar al cien por ciento, y esa era Lachlan.
Alice intentó llamar a su hermano, pero no recibió respuesta. Ella se lo esperaba: Lachlan podría ser casi imposible de contactar cuando más lo necesitaba, y convertirse en un fugitivo solo lo había hecho más esquivo. Puede que tuviera varios DIteA y otros dispositivos de comunicación, pero siempre desactivaba sus fuentes de energía cuando no estaban en uso para evitar que alguien lo rastreara. Hacía esto con todos los electrodomésticos conectados (televisores, unidades de aire acondicionado, luces, intercomunicadores, alarmas) alegando que cualquier cosa en una red podría ser pirateada y su seguridad comprometida.
La primera vez que Lachlan le contó esto, Alice pensó que estaba siendo ridículamente paranoico. Ahora consideraba este comportamiento como perfectamente razonable.
Le dejó un mensaje a Lachlan y le pidió que se pusiera en contacto con ella lo antes posible.
Se sentó y se tomó un momento para evaluar su entorno. Ahora se sentía mucho más segura. Algunas compras sensatas habían transformado su casa en una minifortaleza. Era su propia prisión, una en el que ella era tanto la directora como la reclusa.
Pero aun así, sabía que esto no sería suficiente.
Habían pasado más de tres años desde la última vez que Alice había tenido contacto con Gidget, pero le tomó menos de cinco minutos conducir para encontrarlo de nuevo. Vendía sus mercancías en su lugar de reunión habitual, merodeando entre una tienda de conveniencia y una casa de empeño.
Aparcó en el lado opuesto de la carretera y lo vio hacer sus tareas diarias. Cada pocos minutos, se acercaba un joven escuálido con mala piel y peor higiene personal, y los dos desaparecían en un callejón cercano para realizar su transacción.
Según todas las apariencias, a Gidget le iba bastante bien. Estaba ataviado con cara ropa de calle y zapatillas deportivas de mil dólares. La cadena de oro al cuello rebotaba en el pecho mientras se movía con un Rolex con diamantes incrustados en la muñeca.
Pero, con mucho, la muestra más conspicua de su recién adquirida riqueza era el cambio en su físico. La última vez que Alice lo vio, Gidget tenía el cuerpo de una niña de ocho años, o de un látigo mal alimentado. Ahora, sus bíceps y músculos pectorales estallaban debajo de la ajustada camiseta sin mangas, que insistía en usar a pesar de las condiciones climáticas frescas y nubladas de hoy. Es casi seguro que se trataba de implantes robóticos insertados quirúrgicamente debajo de la piel, lo cual le dio una apariencia más dura y amenazante sin tener que pasar interminables horas en el gimnasio.
Alice esperó unos minutos hasta que Gidget estuvo solo, luego encendió y apagó los faros.
Esto llamó su atención. Se subió a su escalinata para ver mejor. Vaciló un momento. No reconoció el automóvil, por lo que no sabía si lo estaba llamando un cliente potencial o un policía secreta. Un momento después, se acercó cautelosamente al coche.
Bajó la ventanilla del lado del pasajero. Gidget mostró una amplia sonrisa al ver quién estaba detrás del volante.
"Bueno, bueno," dijo arrastrando las palabras, exponiendo una boca llena de dientes chapados en oro. "Mira quién es."
"Ey, Gidget," respondió Alice.
Gidget era un apodo autoungido. Sus padres lo habían bendecido originalmente con el nombre de Ivan Zuckerman, pero él lo consideraba un nombre inadecuado para un narcotraficante conocedor de la calle. Cuando él y Alice disfrutaban de una relación habitual entre comprador y vendedor, ella solía referirse a él por su nombre de nacimiento cada vez que quería camelarle, pero habían pasado años desde que se habían visto y ella estaba aquí para pedirle un favor, así que decidió portarse bien.
"Entonces, ¿qué te trae de vuelta por estos lares?" dijo apoyándose en el capó de su coche.
Alice notó que Gidget ahora era unos quince centímetros más alto de lo que lo recordaba. Solía medir alrededor de metro ochenta, algo de lo que él siempre fue autconsciente. O había experimentado un brote de crecimiento inusual a finales de los años veinte, o se había sometido a importantes extensiones de espinillas y vértebras para acompañar los implantes musculares.
Alice desbloqueó las puertas del coche. "Súbete y te lo diré."
Gidget sonrió y se subió al asiento delantero.
Condujeron un par de calles hasta encontrar un aparcamiento semiaislado. Alice apagó el motor. Hizo una revisión rápida para asegurarse de que estuvieran solos.
"¿Tienes gotas de limón?" dijo ella.
Esta era una pregunta retórica. Sabía que Gidget vendía pastillas de limón. Eso era lo único que hacía. Gidget era el tipo al que acudías cuando necesitabas unas gotas de limón. Solía vender un poco de todo: heroína, coca, marihuana, metanfetamina, LSD, Rohypnol, pero había cambiado exclusivamente a las gotas de limón debido al aumento de la demanda y los mayores márgenes de ganancia.
"¿Cuántas necesitas?" dijo él.
"Diez. Por ahora."
Gidget asintió. "Chachi."
Su mano desapareció por la parte delantera de loa pantalones mientras recuperaba el alijo. Alice trató de no mostrar su repulsión mientras él contaba las pastillas.
Las metió en una bolsa hermética y las extendió para que Alice la aprobara. Diez bolitas químicas amarillas, del color de un periódico viejo.
Gotas de limón: el sustituto de Xylox de baja calidad, fabricado en laboratorios clandestinos y vendido en la calle. El nombre derivaba de su parecido con los limones diminutos (apariencia con hoyuelos, forma irregular), así como del sabor amargo que dejaban después de tragar.
Se decía que Goliat, la escurridiza figura del hampa, controlaba la mayor parte del mercado de las gotas de limón. Se creía que esta era su principal fuente de ingresos.
Alice sintió una sensación de agitación que se elevaba desde la boca del estómago, similar a un mareo. Sabía que estaba jugando con la muerte simplemente por regresar a esta parte de la ciudad. Ahora, ella había dado un paso más al comprar lo mismo que una vez había traído tanta miseria a su vida.
"Cien dólares," dijo Gidget.
"¿Cien?" Alice soltó una carcajada, sorprendida. No sabía qué tipo de estafa estaba tratando de hacer Gidget aquí. "¡La última vez que las compré costaban tres dólares cada una!"
"¿Qué puedo decir? Estos son tiempos económicos turbulentos que estamos viviendo. La inflación nos está afectando a todos."
"Tienes diez mil dólares en oro pegado a los dientes, Gidget. No te está yendo mal precisamente."
"Ese es el precio," dijo encogiéndose de hombros. "Lo tomas o lo dejas."
"En ese caso, lo dejo." Alice apartó las pastillas con un gesto arrogante. "Podría comprar algo real por eso."
"Bueno, ¿y por qué no lo haces?" se burló Gidget con otra sonrisa dorada.
Alice sabía lo que él trataba de hacer y Gidget sabía que ella lo sabía. Este era un juego de poder total. La estaba estafando simplemente porque podía. Sabía que ella no tenía a nadie a quien acudir. También la estaba castigando por permanecer alejada tanto tiempo.
Además, diez pastillas no significaban nada para Gidget. El negocio estaba en auge. Cambiaba cinco veces ese volumen cada hora. Las gotas de limón eran la industria en crecimiento del momento, con un grupo demográfico de consumidores que se expandía día a día. No cabía duda de que se trataba de un mercado de ventas.
Alice frunció el ceño por un momento, como si aún no hubiera decidido su próximo curso de acción. Luego cedió y sacó cinco billetes de veinte del bolsillo. Le entregó el dinero a regañadientes. A cambio, recibió diez píldoras falsificadas de Xylox de mala calidad que recientemente habían estado muy cerca de los genitales de un traficante de drogas.
Gidget se metió el dinero en efectivo en el bolsillo. "Como siempre, es un placer hacer negocios," dijo. Se metió las pastillas restantes por la parte delantera de los pantalones. “Me encantaría quedarme y charlar sobre los viejos tiempos, pero realmente tengo que seguir moviéndome. No lo dejemos tanto tiempo entre visitas la próxima vez."
Echó mano hacia la puerta.
"¡Gidget, espera!" Las palabras de Alice salieron un poco más desesperadas de lo que había pretendido. "Hay otra cosa."
Gidget la miró. "¿Qué?"
"Necesito tu ayuda con algo."
Alice se tomó un momento para reunir el valor de decir lo que tenía en mente. Había quedado incapacitada por un inesperado ataque de nervios. Se le había secado la boca. Sentía la lengua como si esta hubiese triplicado su tamaño.
"¿Me vas a decir qué es o tengo que adivinarlo?" Dijo Gidget.
Alice se tragó su ansiedad y luego la soltó. "Necesito comprar un arma."
Esta afirmación fue seguida de un silencio sepulcral.
Gidget trató de no reaccionar, pero Alice captó un destello involuntario en sus ojos. Lo vio procesar cuidadosamente su solicitud, planeando su próximo movimiento con la mayor precaución.Transcurrió un espantoso intervalo de tiempo antes de que Gidget finalmente hablara.
"Encuéntrame detrás de la Estrella Negra," dijo. "Diez minutos."
Salió del coche antes de que Alice pudiera decir algo más. Nueve minutos y medio más tarde, se encontró en el callejón húmedo detrás de la Taberna Estrella Negra.
A pesar de casi sucumbir a un ataque de pánico en el coche, Alice se sentía bastante bien por cómo había ido todo hasta ahora. Encontrar un arma resultaba sorprendentemente fácil. Al final, lo único que había tenido que hacer era pedirla. Esperaba que Gidget al menos la interrogara durante unos minutos y le hiciera algunas preguntas. No llevaba mucho dinero en efectivo en ese momento, pero podría tener la cantidad completa al final de la semana.
Soplaba una ligera brisa, y Alice, sin querer, inhaló la miríada de aromas que supuraban por toda la zona. Rápidamente se movió para taparse la nariz. Había olvidado lo mal que podía oler esta parte de la ciudad. Pudo tolerarlo cuando sus sentidos se erosionaron por el uso excesivo de Xylox, pero ahora era como estar de pie en un cenicero al aire libre. Casi podía sentir que los gérmenes en su piel se multiplicaban a un ritmo exponencial.
Sin previo aviso, la agarraron por detrás y la empujaron con fuerza contra la pared. Su cuerpo se congeló por el miedo. Su primer instinto fue que estaba siendo atacada y robada por un xombi trastornado. Pero luego oyó la voz de Gidget.
"¿De verdad crees que soy tan estúpido, eh?" le susurró al oído.
Su mano derecha sujetaba la nuca de Alice, inmovilizándola contra la pared. Su mano izquierda la palmeaba, buscando armas ocultas o dispositivos de grabación.
Alice hizo una mueca cuando el lado izquierdo de su rostro se presionó contra los fríos ladrillos. No le quedó ninguna duda de que eran implantes robóticos insertados en los brazos y el pecho de Gidget. Su fuerza rayaba lo sobrehumano.
"Gidget, relájate," dijo Alice, aunque estaba lejos de estar relajada en ese momento. "No llevo nada encima."
"Ya lo veremos, ¿no?"
"Yo no te haría eso. Tú me conoces."
Gidget se tomó su tiempo con la búsqueda. Se aseguró de que fuera completa. Cuando terminó, estaba seguro de que Alice estaba limpia, con la ventaja adicional de conocerla un poco más íntimamente.
"Venga ya, Gidget. Esto es estúpido."
La giró y llevó el rostro a un palmo del de ella.
"¿No crees que esto parece sospechoso? ¿Evitas este lugar como una enfermedad venérea durante dos años y luego apareces de la nada pidiéndome que te consiga un arma?"
"Estoy desesperada." La voz de Alice vaciló. "Yo... estoy en problemas."
"Entonces, ¿por qué viniste a mí?"
“¡No sabía a dónde podía ir! Eres el único que conozco que podría ayudarme."
"¡Podría ir a la cárcel solo por darte información así!"
"¡Lo siento! Olvida que he dicho nada."
Gidget relajó un poco su agarre y Alice se las arregló para liberarse. Hizo una carrera hacia la seguridad de la carretera principal.
"¡Eso es, vete!" gritó Gidget mientras ella desaparecía por la esquina. "¡Será mejor que no muestres la cara por aquí otra vez!"
Hacía treinta y dos años, el Grupo Industrial Pro-Armas de Fuego (GIP-A), la secreta pero poderosa organización mundial de armas, celebró su conferencia inaugural dentro de un lujoso hotel a orillas del lago de Ginebra, Suiza. Fue catalogado como el encuentro más importante de su clase en la historia. Asistieron representantes de todos los actores importantes de la industria mundial de armas, junto con cabilderos, libertarios, titanes de los medios de derecha y algunos de los políticos pro-armas más influyentes del mundo.
Su objetivo era simple: derribar tantas barreras como fuera posible para permitir el acceso a armas de fuego y dar a todos los seres humanos del planeta la oportunidad de poseer un arma.
El presidente del GIP-A, Ralph Lott, pronunció un conmovedor discurso de apertura en el que describió sus sueños de saturación masiva de armas que algún día culminaría en la paz mundial. Dado que era un hecho comprobado que el aumento de la posesión de armas en realidad reducía las tasas de criminalidad, razonó, si todos tuvieran acceso a las armas, entonces eliminar el crimen por completo sería un objetivo alcanzable.
Él imploró a sus camaradas que hicieran todo lo posible para llevar tantas armas a la mayor cantidad posible de civiles.
A mitad del discurso, sonó un disparo atronador. Los asistentes a la conferencia, creyendo que estaban siendo atacados por un liberal que odiaba las armas y la libertad, se apresuraron a ponerse a cubierto.
Un político valiente, el senador Sebastian Devereaux, vio al hombre armado solitario parado cerca del frente del auditorio. Sacó su pistola oculta Sig Sauer P229 de 9 mm y, con poca consideración por su propia seguridad, se abalanzó y abrió fuego. El pistolero recibió cuatro impactos de bala en el pecho y murió instantáneamente.
Lamentablemente, nueve transeúntes también fueron alcanzados por balas perdidas, cinco de los cuales murieron más tarde a causa de las heridas.
Thomas J. Hickman, un exitoso autor conservador y locutor de radio de alto nivel, presenció esto mientras se encogía de miedo debajo de su asiento. Con la impresión de que el senador Devereaux era el pistolero original, tomó el revólver Magnum calibre.44 que llevaba consigo en todo momento, luego cargó hacia adelante y disparó contra el senador a quemarropa.
El senador Devereaux resultó herido de muerte, al igual que otros tres asistentes atrapados en el fuego cruzado.
Luego, el director ejecutivo de Omega Firearms, Vaughn Maloney, disparó y mató a Hickman, quien lo confundió con el primer tirador.
Lo que siguió fueron veintitrés minutos de terror y confusión, exacerbados por la escasa iluminación y la visibilidad reducida, mientras los asistentes armados trataban de averiguar exactamente quién era el agresor.
Los disparos finalmente cesaron y el humo finalmente se disipó. Se contaron los cuerpos, y setenta y ocho de las doscientas trece personas presentes habían sido asesinadas. Otros noventa y tres resultaron gravemente heridos.
El GIP-A, el lobby de las armas de gran influencia en todo el mundo, había sido diezmado por un tiroteo masivo autoinfligido.
El movimiento de control de armas no perdió tiempo en aprovechar la situación. En las semanas y meses posteriores a la tragedia, fue demasiado fácil para ellos lanzarse e introducir una nueva legislación que prohibiera las armas de fuego por completo. Los proyectos de ley se aprobaron con poca oposición; la mayoría de los principales defensores de las armas estaban muertos, incapacitados o aún tenían balas alojadas en alguna parte del cuerpo y ya no estaban dispuestos a apoyar las leyes existentes. Las armas fueron rápidamente prohibidas y eliminadas en masa de la población en general.
Solo a la policía y las fuerzas armadas se les permitió portar armas mortales, en forma de OBL-IV, y estas fueron estrictamente controladas y reguladas.
Una investigación sobre el incidente concluyó más tarde que el "disparo" inicial pudo haber sido, de hecho, el tubo de escape de un coche fuera del lugar de reunión.
Las imágenes de seguridad del evento confirmaron que el "pistolero" original, la primera persona asesinada a tiros por el senador Devereaux, era en realidad un miembro de la prensa que blandía un dispositivo de grabación con forma de pistola.
La nota estaba esperando a Alice cuando terminó de trabajar. Esta se agitaba con el viento, encajada debajo del limpiaparabrisas izquierdo del coche.
No se dio cuenta hasta después de subirse al volante y abrocharse el cinturón de seguridad. Al principio pensó que era una multa de estacionamiento. Una inspección más detallada reveló que era un trozo de papel amarillo arrugado doblado por la mitad.
Bajó la ventanilla y extendió la mano para recuperar la nota.
Hoy ya había sido un día extraño. Alice había recibido otro aviso de Ratón de Aguja, este sobre una campeona de natación, tres veces medallista de oro olímpico, pillado en posesión de doscientas píldoras falsificadas de Xylox. Si bien Xylox en sí no era una droga que mejorara el rendimiento, se había agregado a la lista prohibida ya que podría usarse para evadir la detección de otras sustancias prohibidas.
Los rumores de dopaje habían perseguido a la nadadora en cuestión durante algún tiempo, pero nunca había dado positivo en una prueba de drogas y siempre negaba con vehemencia toda irregularidad. Alice ahora tenía la primera evidencia sólida de que sus logros podían no haber sido cien por ciento legítimos.
El artículo estaba programado para su publicación mañana y seguramente sería el mayor escándalo deportivo del año.
Y ahora, alguien estaba dejando notas en el parabrisas de su coche. Se preguntó si tal vez había llamado la atención de un admirador secreto, o tal vez incluso de un acosador, antes de deducir rápidamente que ella no era lo bastante encantadora para atraer a ninguno de los dos.
Desdobló la nota. La escritura estaba garabateada con bolígrafo verde.
Esto le recordó un fragmento de información interesante pero inútil que una colega le dijo una vez: que la tinta verde era el color más utilizado en las amenazas de muerte.
Pero no había nada amenazante en esta nota. Era concisa y al grano. No decía de quién era, pero reconoció la letra de Gidget. Antes, cuando ella solía comprarle pastillas de limón, él solía deslizar notas diciéndole dónde y cuándo podrían reunirse para hacer sus negocios.
Esta nota simplemente contenía un nombre y una dirección: “Joel Ozterhauezen. 11 Carling Crescent."
Alice se sentaba en el andrajoso sofá naranja de Joel Ozterhauezen, observando mientras él mostraba su notable talento para construir armas de fuego que funcionaban utilizando artículos domésticos comunes.
Se maravilló cuando él desarmó el motor de una cortadora de césped y usó las partes internas para crear el martillo y el percutor. Cuando hizo el cañón a partir de una pieza de tubería de acero recuperada de componentes de maquinaria desechados que había encontrado en un depósito de chatarra. Cuando usó un resorte para levantar el martillo hacia atrás, y luego pegó una parte de un hacha rota para el mango.
El nivel de ingenuidad y recursos que se mostró aquí fue realmente impresionante. Alice incluso podría admirar a Joel si no fuera un delincuente sexual condenado.
El frágil bungalow de ajadas tablas de Joel Ozterhauezen estaba ubicado en Carling Crescent, un notorio callejón sin salida conocido localmente como la Aldea de los Malditos.
Dos décadas antes, varios cientos de casas en la zona fueron demolidas para dar paso a la construcción de una nueva autopista. Unos pocos residentes obstinados de edad avanzada en Carling Crescent se pusieron firmes y se negaron a ceder después de decidir que estaban perfectamente felices donde estaban. Todos tenían derecho a quedarse y no tenían la obligación de vender, pero su protesta finalmente no hizo nada por detener la construcción. Sus casas no estaban en el camino directo de la autopista, que se estaba construyendo sobre las residencias existentes, por lo que el trabajo continuó sin cesar. Un puñado de las viviendas en ruinas permanecieron en pie.
Ahora la calle estaba cubierta de contaminación atmosférica y acústica las 24 horas del día, lo que hacía que las casas fueran inhabitables para las familias con niños. Como resultado, el Departamento de Servicios Correccionales declaró que esta área era el vertedero perfecto para este tipo de personas. cuyas condiciones de libertad condicional les prohibían explícitamente entrar en contacto con niños.
Alice sintió que se le erizaba la piel en el momento en que puso un pie en Carling Crescent, y esto no se debió solo a la cantidad de basura que cubría la calle y la acera (los automovilistas que pasaban, conscientes del tipo de personas que vivían allí, tiraban regularmente su basura la ventana mientras pasaban).
El hecho de que hubiera llegado a este lugar sola, después del anochecer, daba alguna indicación de cuán desesperada se había vuelto. Sus sentimientos de repugnancia general solo se habían intensificado mientras esperaba a que Joel ensamblara el arma. En la superficie, su lugar parecía estar perfectamente limpio y bien mantenido. Pero nunca en su vida había sentido tantas ganas de darse una ducha.
El bungalow parecía decorado por una viuda de noventa años. El rítmico tic-tac de un reloj de pie la ponía nerviosa por razones que no podía articular completamente. El curioso olor a perro mojado flotaba en el aire. El hecho de que Joel no pareciera tener mascotas solo amplificaba la inquietante atmósfera.
"Ya sabes," dijo Joel. "Tengo la edad suficiente para recordar cuando estas cosas eran legales. Hubo un tiempo en que prácticamente cualquier persona que quisiera un arma podía tener una. Podrías llevarla encima y todo."
Alice sabía que esto era cierto, pero era un concepto que aún luchaba por entender. Las armas de fuego habían sido ilegales durante más tiempo del que ella había estado viva. La idea de que a los civiles normales se les permitiera entrar en una tienda y comprar un instrumento que pudiera matar era horrible para ella. Solo podía imaginar cómo debía haber sido el mundo en ese entonces. La tasa de homicidios era siete veces superior a la actual; la tasa de suicidios cuatro veces mayor. Parecía otro universo por completo.
"Ahora mira," dijo Joel, fixando el cañón con un soldador. "Esta cosa te dará una cantidad razonable de ruido por la pasta. Si le disparas a alguien con esto, no puedo garantizar que lo mates, pero puedo garantizar que le harás daño."
Miró a Alice por encima de sus gafas de montura metálica. Eran unas feas gafas de culo de vaso posadas sobre una roja nariz bulbosa, bigote tupido y dientes manchados de nicotina. Si la dirección de la casa de Joel no anunciaba que era un pervertido registrado, su apariencia exterior ciertamente lo confirmaba.
"No les va a arrancar la cabeza como si les dispararan con un OBL-IV," agregó. "Pero si les das en la cara o en el cuello, no te causarán más problemas."
Terminó su obra con unas tiras de cinta aislante para mantenerlo todo en su sitio. Luego le entregó el arma a Alice.
Era más pesada de lo que ella había esperado y bastante grande y engorrosa. Solo planeaba dejar el arma en casa, sería más que estúpido e imprudente llevar algo así en público, pero el tamaño del arma lo aseguraba, ya que era demasiado voluminosa para ocultarlo.
Sintió una repentina ola de poder crecer en su interior al saber que la pieza de metal en sus manos tenía la capacidad de acabar con la vida de quien quisiera, si surgía la necesidad.
La movió entre las manos izquierda y derecha para pillar el tacto.
No podía imaginarse apuntar a otro ser humano y apretar el gatillo. Pero claro, no podría haber imaginado que alguna vez estaría sentada en el sofá de un delincuente sexual, entregando todo el dinero que tenía a cambio de un arma ilegal. Y, sin embargo aquí estaba.
Joel sacó una vieja lata de café de debajo de la silla. Dentro había docenas de balas caseras: viejos pernos oxidados con un extremo afilado hasta un punto, y un grupo de cabezas a juego machadas en el otro extremo como propulsor. Metió unos puñados en una bolsa de papel y se la entregó a Alice.
"Cuidado con esto," dijo. “Guárdalo lejos del fuego o de cualquier cosa demasiado caliente."
Alice metió la mano en la chaqueta y sacó un sobre relleno con quince mil dólares en efectivo.
Pensó que podría haber tenido problemas para desprenderse de tanto dinero (casi todos los dólares que tenía a su nombre estaban ocultos en ese sobre), pero se lo entregó sin dudarlo un momento. Había juntado el dinero vaciando su cuenta bancaria y vendiendo el coche, pero si salvaba la vida como resultado, habría valido la pena al final.
Joel miró dentro del sobre y contó los billetes. "Recuerda," dijo. "Si te pillen con eso, estás sola. Tú y yo nunca nos hemos visto."
Alice asintió. Sabía que una vez que se fuera de aquí, compartiría este encuentro con la menor cantidad de personas posible.
Abrió la cremallera de su mochila y guardó dentro el arma y las municiones.
Joel se levantó del asiento. Se paró en la puerta, bloqueando la única salida de la habitación. "Quiero asegurarme de que ambos tengamos eso claro."
Miró a Alice de una manera que le heló la sangre.
"Lo capto," dijo Alice. "Si pasa algo, no te conozco."
Joel tenía buenas razones para mostrar preocupación. Que te pillaran en posesión de un arma de fuego terminaría en una sentencia de prisión obligatoria de diez años. Pero ser declarado culpable de construirla probablemente resultaría en una vida tras las rejas. Incluso publicar información sobre cómo construir un arma podría resultar en prisión, de ahí los viejos y andrajosos planos que Joel le había presentado, planos que habían sido copiados a mano y distribuidos como contrabando.
Alice no se molestó en participar en más charlas o cortesías una vez que se completó la transacción. Tan pronto como Joel se apartó, ella corrió rápidamente hacia la puerta y salió del bungalow.
Se estremeció al salir a la calle. El aire se había enfriado más o menos en la hora que había estado dentro. Pero no era solo la temperatura lo que le puso la piel de gallina.
Alice sentía los ojos de una docena de desviados siguiéndola mientras dejaba Carling Crescent. Puede que tuviera un arma letal en su poder, pero eso no hizo nada para que se sintiera más segura.
Alice guardó el arma bajo llave con la esperanza de no tener que usarla nunca. Pero tres días después, a las 12:15 a.m., despertó sobresaltada al oír que la puerta de su casa se abría.
Ella se sentó erguida en la cama. ¿De verdad había oído eso? ¿O simplemente lo había imaginado?
Contuvo la respiración y escuchó atentamente el movimiento. El único sonido que oyó fue el incesante latido de su propio corazón.
Pensó en el bate de béisbol que había comprado recientemente, hasta que recordó que estaba apoyado en la pared junto a la puerta de entrada y, por tanto, le era completamente inútil.
Pasó un minuto y se permitió relajarse. Supuso que el ruido era un mero producto de una imaginación hiperactiva y sobrecargada, o los extraños ruidos de las tuberías del edificio, que parecían solo ocurrir por la noche. O tal vez era su vecina de en frente, tropezando hasta casa después de demasiado champán con naranja y trasteando en la cerradura de la puerta equivocada. Lo más probable era que hubiese alguna explicación lógica.
Cerró los ojos y se preparó para reanudar su lucha nocturna contra el insomnio.
Clic. La luz fuera de su habitación se encendió.
Una fina franja de luz apareció en la parte inferior de la puerta del dormitorio, la cual se filtraba a través del espacio de un centímetro donde la puerta se encontraba con el suelo.
No había ninguna duda al respecto. No era su imaginación. Alguien había irrumpido en su apartamento.
Un frío relámpago de miedo le atravesó el cuerpo.
Su mano cayó a su lado. Buscó a tientas la caja de madera debajo de la cama y abrió el pestillo. Sus dedos se movieron por el tosco acero del cañón de la pistola. Le temblaban las manos como un agitador de pintura cuando sacó el arma de la caja.
Salió de la cama tan silenciosamente como pudo y se agachó en el suelo. Metió la mano en la caja para recuperar tres balas. Metió a presión cada una de las balas en la recámara.
Esperaba estar haciendo todo eso bien. Había practicado cargar y descargar el arma un par de veces poco después de llevarla a casa, solo para asegurarse de poder hacerlo si surgía la necesidad. Pero eso había sido a mitad del día. Ahora estaba completamente oscuro, solo su reloj digital proporcionaba algún tipo de iluminación y un par de manos vibraban como las de un alcohólico en el primer día de desintoxicación.
Una tabla del suelo crujió fuera del dormitorio. Una serie de pasos lentos se acercaban cada vez más.
Alice se acercó a la esquina de la habitación. El intruso, quienquiera que fuese, probablemente iría directamente a su cama cuando la atacara. Al menos la animó saber que tenía dos ventajas sobre su agresor: el elemento sorpresa y un arma letal.
La sombra de dos pies apareció al pie de la puerta de su dormitorio.
Alice levantó la pistola y apuntó.
Por supuesto, nunca antes había disparado un arma. Nadie de su edad lo había hecho. La mayoría de las personas de su edad ni siquiera habían visto un arma en la vida real. Eso era algo que pertenecía únicamente a las generaciones de sus padres y abuelos, como los periódicos y las tiendas que vendían música. Su conocimiento de las armas venía principalmente del cine y la televisión. El proceso parecía bastante simple y ella confiaba en que lo fuera. Simplemente apunta a lo que quieras ver muerto y aprieta el gatillo. Rezó para que no hubiera nada más.
Rezó para que también funcionara. Las armas de fuego improvisadas, como la que sostenía en sus palpitantes manos, eran notoriamente volátiles. No siempre funcionaban como se esperaba. Pero Alice se sentía mucho más segura con el arma de lo que se habría sentido sin ella. Aunque no disparara al intruso, solo disparar el arma y el ruido que produciría debería ser suficiente para asustarlo.
El pomo de la puerta giró.
El cuerpo de Alice se tensó. Se le retorció el estómago en una serie de complejos nudos.
La puerta se abrió.
"Alice..." susurró una voz.
El intruso apareció en silueta. Un hombre. Bastante alto, metro ochenta o así, sosteniendo algo en la mano derecha. Un arma.
La mano izquierda alcanzó el interruptor de la luz.
El dedo índice de Alice se tensó en el gatillo.
Ella cerró los ojos con fuerza, justo cuando las luces se encendieron.
“¡Guoo! ¡Jesús, Alice!"
Lachlan casi saltó hasta el techo al ver a Alice agachada en la esquina de la habitación, apuntándole con una pistola a la cabeza.
"¡¿Qué demonios es esa cosa?!"
"¡Lachlan!" chilló Alice. "¡¿Qué haces aquí?!"
Una ola de náuseas golpeó a Alice ante la revelación de que había estado a milisegundos de dispararle a su propio hermano, y de que el "arma" en su mano era en realidad una botella de soda medio vacía.
"¿Qué crees que hago aquí? ¡Me llamaste y me pediste que viniera!"
"¿Y decidiste forzar la puerta?"
"¡No forcé la puerta! Me diste una llave, ¿recuerdas?"
"¿Has oído hablar de llamar a la puerta?" Alice se afanó por respirar. Su pulso se había duplicado, sus niveles de adrenalina estaban fuera de las tablas.
“¡Llamé tres veces! Como no respondiste, me preocupé que algo pudiera haber sucedido. Parecías bastante estresada en ese mensaje que me dejaste, así que vine tan pronto como pude."
"Ah." Alice apartó la mirada. Se sentía más que un poco tonta en este momento.
"Ahora," dijo Lachlan, recuperando lentamente la compostura mientras la conmoción del momento se desvanecía de la vista. "¿Te importaría decirme qué está pasando aquí exactamente?"
Algunos hechos sobre el Consorcio:
Este misterioso conglomerado de megarricos sociópatas fue fundado en 2052 por siete multimillonarios.
Comenzaron a admitir un nuevo miembro en su club exclusivo cada dos años. Los miembros potenciales debían satisfacer dos criterios para poder ser admitidos: debían ser nominados por un miembro del Consorcio existente y tenían que tener un patrimonio neto superior a ciel mil millones de dólares
El Consorcio contaba actualmente con trece miembros entre sus filas, todos los cuales ocupaban posiciones en la lista de las cincuenta personas más ricas del planeta.
Su patrimonio neto combinado superaba los nueve billones de dólares.
Los siete fundadores eran originalmente socios en el mundo empresarial y político, y se unieron debido a un amor compartido por los juegos de azar exóticos.
El Consorcio financiaba una serie de concursos de juegos de azar no convencionales cada año.
Su juego más prestigioso se llevaba a cabo una vez cada cuatro años.
Esto implica invitar a un grupo de extraños a participar en una tontina, donde el concursante vivo final destaca por ganar una suma considerable de dinero.
Cada miembro del Consorcio selecciona al civil que cree que será el último en pie. Si más de un miembro ha seleccionado al ganador, el premio se comparte. Si nadie ha seleccionado al ganador, los premios pasa a un bote.
La primera lotería se llevó a cabo en 2054. La mayoría de los participantes eran delincuentes violentos. Los organizadores creían que era más probable que este tipo de personas mataran para obtener ganancias económicas, y su inclusión en última instancia haría un espectáculo más convincente.
Pronto descubrieron que la codicia por el dinero era un fenómeno que trascendía la división sociológica, así como la edad, la raza, la religión, el género y la etnia. Cuando estaban en juego muchos millones de dólares, los ciudadanos normales que respetaban la ley demostraban ser tan despiadados y sedientos de sangre como los asesinos y violadores.
La naturaleza impredecible de la lotería era la principal razón por la que los miembros del Consorcio la preferían al juego normal. La ruleta y el blackjack tienen un número finito de resultados. Las loterías tienen un número infinito.
Nadie puede predecir lo que hará un concursante o cómo reaccionará. Casi no había forma de adivinar el ganador basándose únicamente en su apariencia.
Alice se agarraba las sienes. Su visión se nublaba. Trató de evitar que la habitación girara. Esta era demasiada información, demasiada información extraña entrando en su cerebro de una vez, y su cabeza estaba comenzando a rechazarla.
Se lo había contado todo a Lachlan, contándole toda la historia de principio a fin: la invitación, la reunión, la lotería y las muertes recientes.
Momentos después de que Alice abriera la boca, Lachlan sabía exactamente en qué se había metido. Él había oído todas clase de historias sobre el Consorcio, sobre esta hidra de trece cabezas y sobre los juegos retorcidos que jugaban, pero nunca había estado muy seguro de cuánto de ello era cierto y cuánto se había inflado en el adorno. Pero todo lo que Alice acababa de describir confirmaba sus peores temores.
"Qué total pérdida de dinero," dijo Alice, una vez que Lachlan le contó todo lo que sabía sobre el Consorcio. "Tirar cien millones de dólares en un estúpido concurso."
"Cien millones no significan nada para ellos," dijo Lachlan. "Pierden lo mismo en una partida de póquer promedio."
"Aún así no lo entiendo. ¿Por qué molestarse con tantos problemas? Si les encanta el juego, ¿por qué no ir a los grandes casinos del mundo?"
“Porque los casinos son para gente normal. Simples mortales, como tú y yo. El Consorcio se considera a sí mismo seres avanzados."
"¿Y las reglas normales de la sociedad no se aplican a ellos?"
"Más o menos. Cuando alcanza ese nivel de riqueza y poder, no hay mucho con lo que no puedan salirse con la suya. Vives en un mundo libre de consecuencias."
Alice negó con la cabeza. "Esto es un completo lío. Aún no puedo creer que alguien quiera hacer esto."
“Tienes que entender la mentalidad de estas personas. Ya han limpiado los casinos más grandes del mundo. Han ganado y perdido decenas de millones en una sola carrera de caballos. El juego convencional ya no les emociona. Son como adictos o amantes de la adrenalina. Quieren algo más extremo, algo en lo que las apuestas sean tan altas como sea posible."
"Entonces, ¿el único modo de divertirse ahora es viendo a extraños matarse entre sí, como niños de escuela que miran a las gaviotas pelearse por un sándwich?"
"Oye, no te vuelves obscenamente rico siendo una persona decente y considerada. Ese tipo de fortuna es accesible solo perdiendo todo contacto con la humanidad. Estas personas están tan alejadas del resto de nosotros que ya no nos ven como humanos. Somos una especie diferente."
Esto era casi demasiado para que Alice lo comprendiera. Las noticias seguían empeorando cada vez más. Ya tenía bastante con que se encontrara atrapada en una situación imposible, con su vida girando rápidamente fuera de control. Pero el hecho de que todo había sido orquestado para la diversión de un montón de ricos y aburridos que jugaban a sus juegos de estatus la hacía hervir con una rabia inconmensurable.
"Ahora tienes una idea de a lo que te enfrentas," dijo Lachlan.
"Tal vez hubiera sido mejor no saberlo," dijo Alice. "¿Sabes?, la ignorancia es una bendición."
“Puede que sea cierto, pero la ignorancia no hará nada para aumentar tus probabilidades de supervivencia. Y para que conste... "
Lachlan usó un lápiz para levantar la pistola con la que Alice había estado peligrosamente cerca de dispararle. Tuvo mucho cuidado de no dejar huellas en esta. "Esto tampoco."
¿Puedo preguntarte algo, Alice?"
Los ojos de Alice se abrieron de mala gana. Ella estaba en la zona medio despierta y medio dormida, con la cabeza apoyada contra la ventana del coche mientras se dirigían hacia su destino. Eran poco antes de las cinco de la mañana.
"No preguntes si puedes hacerme una pregunta, Lachlan," murmuró. "Pregúntala."
"Bueno. ¿Qué habrías hecho si yo hubiese sido un intruso de verdad?"
"Te habría disparado."
"Eso me figuré. Pero me refiero a después. Tendrías un cadáver con una bala dentro tirado en tu apartamento. ¿Cómo ibas a explicarle eso a la policía?"
"No te preocupes, ya lo había pensado."
Lachlan esperó a que ella diera más detalles. "¿Y bien?"
Alice reprimió un bostezo. “Les habría dicho que el arma era tuya. Yo diría que te colaste dentro, que hubo una pelea y que el arma se disparó."
Lachlan no dijo nada, pero tuvo que admitir que estaba impresionado. Esa era en realidad una historia de portada bastante convincente.
Alice cerró los ojos y se tapó el cuerpo con la manta.
Los dos estaban buscando un lugar adecuado para probar la nueva arma de Alice. Lachlan había intentado convencer a Alice de que se deshiciera del arma de fuego ilegal, explicando que los riesgos de mantener el arma superaban con creces cualquier beneficio teórico de seguridad, pero su consejo había caído en oídos sordos. Alice sabía que necesitaría algo para protegerla. Quizá no de inmediato, pero vendrían por ella tarde o temprano y ella quería estar preparada.
Además, el arma había costado quince mil dólares. No estaba dispuesta a tirarla.
Lachlan luego insistió en que si se la iba a quedar, al menos debería asegurarse de saber cómo usarla y de que funcionaba correctamente.
"Tú entiendes lo peligrosas que son esas cosas, ¿no?" dijo él después de unos minutos de tenso silencio. "Hay gente que se ha volado los dedos con armas de fuego improvisadas."
Alice respondió sin abrir los ojos. "Sí, Lachlan."
“Las personas que las hacen no tienen idea de lo que están haciendo. Simplemente improvisan un montón de piezas utilizando algunos planos antiguos."
"Lo sé, Lachlan."
Otro silencio tenso. Lachlan agarró el volante y miró hacia el infinito tramo de carretera que tenía ante él.
“¿Sabes en cuántos problemas puedes meterte? Ni siquiera tienes que tener el arma en tu poder para que te envíen a la cárcel. Solo las huellas dactilares o el ADN son suficientes para una condena."
"¡Lo sé, Lachlan!" espetó Alice un poco más fuerte de lo que pretendía. "Mira, agradezco tu preocupación, pero no tienes que seguir explicándomelo todo. Soy muy consciente de los riesgos y sé lo increíblemente estúpido que es mi comportamiento."
"Solo intento ayudar," dijo Lachlan en voz baja.
"Bueno, dado que actualmente te buscan por secuestro, no creo que estés en posición de sermonearme sobre mis malas decisiones en la vida."
Alice encendió la radio, luego giró el cuerpo dándole la espalda y cerró los ojos. Hizo otro intento inútil de dormir unos minutos más.
Ninguno de los dos habló durante el resto del viaje.
El suyo era el único vehículo en la carretera a esta hora temprana de la mañana. Vastos campos de nihilidad pasaban a ambos lados. La tenue luz del amanecer se asomaba por el horizonte.
Media hora después, llegaron a un lugar apartado cerca de una cantera abandonada.
Ahora se encontraban verdaderamente en mitad de la nada. Alice pensó que Lachlan estaba siendo ridículamente cauteloso al conducir casi tres horas fuera de la ciudad para probar el arma, pero Lachlan insistió en poner tantos kilómetros entre ellos y la civilización como fuera posible. Tenían que asegurarse de que estaban fuera del alcance de cualquier nave de vigilancia, por no mencionar a los granjeros entrometidos que podían llamar a la policía después de oír disparos en la distancia.
Lachlan ensambló un soporte improvisado encajando una tabla de madera entre dos grandes rocas. Precintó la empuñadura de la pistola a la madera con cinta adhesiva y luego ató con cuidado hilo de pescar alrededor del gatillo.
"Atrás," dijo él desenrollando el hilo de pesca hacia el coche. "No sabemos qué va a pasar."
Alice no pudo evitar gemir. Lachlan estaba siendo dramático, dando más importancia a esto de lo debido. Sabía que él tenía buenas intenciones y que solo estaba haciendo lo que creía que debía hacer un protector hermano "mayor," pero, de vez en cuando, esto llegaba a rayar lo condescendiente.
Ella dio unos pasos atrás y se apoyó en el capó del coche.
“Más lejos,” dijo Lachlan. "Da la vuelta hasta el otro lado."
"Ya estoy a quince metros de distancia."
“Tú ponte detrás del coche. En caso de que algo salga mal."
Alice soltó un pequeño bufido, luego se movió hacia el otro lado. "¿Es esto necesario?" dijo ella. "Quiero decir, en serio, ¿qué esperas que suceda?"
"No sé qué espero que suceda, Alice. Podría explotar todo y enviar volando trozos de metralla. Puede pasar cualquier cosa, por eso tenemos que tomar precauciones."
Lachlan pasó el hilo de pesca por debajo del coche. Dio la vuelta y se agachó junto a Alice.
"¿Preparada?" Preguntó Lachlan.
"Dale de una vez," respondió Alice con un mínimo de entusiasmo.
Lachlan envolvió el hilo de pesca con los dedos y tiró con fuerza. No pasó nada.
Lo intentó por segunda vez. Aún nada.
Espió por encima del coche. El arma estaba exactamente como la había dejado: pegada a la tabla de madera, apuntando en la dirección opuesta.
Se volvió agachar y tiró del cable una vez más. Nada.
"Maldita sea," masculló.
"¿Qué pasa?" Preguntó Alice.
"No estoy seguro. Pede que se haya atascado el gatillo."
Una pequeña parte de Alice murió al oír eso. Quince mil dólares gastados en un arma que no disparaba.
Lachlan le dio al hilo un último tirón fuerte. Esta vez el arma disparó.
Explotó un bum atronador que rebotó por las colinas y llanuras durante leguas y leguas.
Un milisegundo después, las dos ventanas delanteras del coche explotaron.
Una lluvia de vidrio cayó encima Alice. Ella se echó los brazos a la cabeza en un intento de protegerse del diluvio.
El eco del disparo se desvaneció y un inquietante silencio ocupó su lugar. Pasó un breve lapso de tiempo. Los dos hermanos permanecieron allí un rato más, ambos agachados en una tensa bola.
Lachlan fue el primero en levantar la cabeza. Miró arriba y luego se arrastró hacia Alice. Ella había soportado la peor parte del ataque.
"¿Estás bien?" dijo él.
"Eso creo," respondió ella. Recogió con cuidado los fragmentos de vidrio de su cabello. Se pasó la mano por la cara y el cuello para comprobar que no había sufrido ningún corte. "Vale, ¿qué acaba de pasar?"
Los dos se pusieron de pie y se acercaron cautelosamente al arma. Esta aún estaba intacta. Una fina banda de humo salía del extremo del cañón.
Lachlan se arrodilló para una inspección más de cerca. "Parece haber una obstrucción en la cámara," dijo mirando dentro.
Miró dónde estaba colocada la pistola, luego a las dos ventanas rotas directamente detrás.
"Oh, Jesús. No puedo creerlo."
"¿Qué pasa?"
"La bala ha salido disparada fuera del arma en la dirección opuesta." Un estallido de involuntaria risa escapó de la boca de Lachlan. Sacudió la cabeza con asombro. "Este chisme dispara al revés."
Alice fue sacudida por una ráfaga de aire frío al notar que había renunciado a sus ahorros a cambio de una pistola que no funcionaba bien.
En una nota más positiva, toda preocupación que pudiera haber tenido sobre la falta de potencia de fuego del arma quedó suprimida. Las ventanillas del coche habían quedado completamente destrozadas.
Lachlan trató de no sonreír mientras desenrollaba la cinta alrededor del mango del arma. Pero no pudo evitarlo. "Parece que has esquivado una bala, Alice."
El viaje de regreso a casa fue incómodo, y no solo porque viajaban dentro de un automóvil alquilado al que le faltaban las dos ventanillas delanteras. O que estaban irritados por los diminutos gránulos de vidrio en los asientos que no habían podido quitar del todo.
Alice aún estaba furiosa por el hecho de que había vaciado su cuenta bancaria y se había arriesgado a pena de cárcel por un arma que tenía más probabilidades de matarla a ella que al supuesto objetivo.
No tenía idea de qué iba a hacer con el arma de fuego inútil actualmente entre sus pies. Quiso deshacerse de ella de inmediato arrojándola a la cantera, o en un cuerpo de agua en algún lugar, pero Lachlan le recordó que podían rastrear el arma hasta ella mediante análisis forense. Podía quitar las huellas dactilares del arma, pero no el ADN. Podía intentar devolverla al lugar donde la había comprado, pero ella dudaba que Joel Ozterhauezen ofreciera algún tipo de política de reembolso por sus productos. Además, Carling Crescent era el último lugar del mundo que ella quería revisitar.
Podía intentar recuperar parte del dinero vendiéndola ella misma en las calles. Pero esto implicaría arriesgarse a una larga sentencia de prisión si la atrapaban, por no mencionar la posible retribución que enfrentaría cuando el comprador descubriese que le habían vendido un fraude.
No le quedaba más remedio que quedarse con ella de momento. Tendría que guardarla en algún lugar, atribuir todo este episodio a una muy cara lección de vida y esperar como el infierno que nunca se descubriera. Luego, cuando fuera el momento adecuado, encontraría la manera de destruirla o deshacerse de ella de forma permanente. Tal vez pudiera intentar desmantelarla pieza por pieza o fundirla con un soplete.
Hasta entonces, simplemente se convertiría en otro problema con el que Alice tendría que aprender a vivir.
Regresaron a la ciudad justo cuando el tráfico de la mañana comenzaba a aumentar.
Un coche de policía pasó con sus sirenas a todo volumen, y Lachlan fue sacudido por un paralizante ataque de nervios. %Todo en lo que podía pensar era en lo que sucedería si lo paraban. Un secuestrador buscado al volante de un coche de alquiler con disparos en las dos ventanillas delanteras y un arma de fuego ilegal en el asiento delantero. Solo les faltaban las palabras "ARRÉSTAME" pintadas con aerosol por todo el capó.
Lo único en lo que Alice podía pensar era que ya estaba exhausta aun antes de que comenzara el día, y aún tenía un día completo de trabajo por delante.
Lachlan no se quedó mucho tiempo después de dejar a Alice en su casa. Estuvo visiblemente nervioso durante todo el viaje de regreso, aterrorizado por las posibles ramificaciones de ser detenido por la policía.
Alice sabía que él se sentía mal por haberla dejado en la estacada de esta manera, pero también sabía que a él no le quedaba mucha elección. Varios organismos encargados de hacer cumplir la ley lo perseguían. Permanecer en un lugar durante un período de tiempo prolongado era demasiado arriesgado. Además, no había nada que él pudiera hacer para ayudar a Alice con la lotería. Nadie podía hacer nada.
Se despidieron y luego él desapareció.
Unos minutos después de la partida de Lachlan, Alice notó que hoy podía haber sido la última vez que se vieran. Ninguno parecía tener nada parecido a un futuro brillante. La participación en la lotería significaba que podían cargársela en cualquier momento. Él podía ser arrestado y arrojado a una celda en cualquier momento, y nunca más se volvería a ver ni a saber nada de él.
Alice fue a trabajar y siguió sonánbula durante otro día. Pasó largos períodos en un estado de trance, mirando al abismo de su pantalla y embobada durante minutos al mismo tiempo.
Dinah pasó por su cubículo en varias ocasiones, pero confundió el estupor de Alice con una intensa concentración y la dejó sola.
A eso de la media tarde, un momento del día en el que ella luchaba por mantenerse despierta aun en sus mejores momentos, una repentina revelación le vino de la nada. Fue como si le hubieran vertido en el subconsciente las piezas de un rompecabezas y las reorganizaran para formar una imagen clara.
No sabía qué la había hecho pensar en ello, pero el artículo de hacía unas semanas volvió a flotar en su cerebro. El de la lotería. El que había sido suprimido en circunstancias misteriosas. Dinah no le había dicho quién había ordenado la supresión, solo que era alguien de «más arriba».
Ahora todo tenía sentido. Cuanto más pensaba en ello, más llegaba a reconocer desde cuán alto había llegado esta directiva. Solo podía haber venido de una persona. Y esa persona era Solomon Turner. El jefe de Alice, el propietario de La Tinta Diaria y el décimo hombre más rico del mundo.
Solomon Turner había intervenido personalmente y había ordenado que se diera muerte a su historia. Y no requirió grandes deducciones mentales descubrir por qué querría él matar un artículo potencialmente de alta calificación como ese.
Era porque Solomon Turner formaba parte del Consorcio. Él era uno de los trece que apostaban sobre si Alice iba a vivir o morir.
Alice salió del trabajo unos minutos más tarde. Inventó una excusa para irse temprano y seguir una historia candente, pero al final simplemente se fue sin molestarse en contárselo a nadie.
Salió afuera, agachó la cabeza y comenzó a caminar. No sabía adónde iba. Solo sabía que tenía que alejarse de la oficina. Necesitaba despejarse la cabeza antes de que esta colapsara bajo el inmenso peso. La comprensión de que Solomon Turner era en parte responsable de su situación actual le zumbaba dentro del cerebro como un abejorro atrapado en un tarro.
¿Cómo había terminado en esta posición?
¿Había sido todo esto una gran coincidencia o la habían elegido específicamente para participar en la lotería?
¿Había dicho o hecho ella algo para atraer la atención de su jefe?
Todas estas eran preguntas que sabía que probablemente nunca encontrarían respuesta.
Caminó otras dos manzanas antes de encontrarse con una multitud de personas. Había una especie de conmoción. Se acercó más y vio que la carretera que tenía delante estaba bloqueada por una pared de luces intermitentes. La policía, las ambulancias y los equipos de los medios de comunicación estaban allí, luchando por una posición privilegiada. Alice retrocedió y esperó, incapaz de moverse más. No pasó mucho tiempo para que comenzara el inevitable juego de susurros chinescos.
“Un pobre hombre fue atropellado por un camión mientras cruzaba la calle," oyó decir a un espectador.
"No estaba cruzando la calle, le empujaron," susurró otro.
.".. fue la cosa más horrible que he visto..."
.".. estaba allí de pie, ocupándose de sus propios asuntos, cuando un tipo salió de la nada y lo empujó debajo de las ruedas del camión..."
.".. no hubo enfrentamiento, ni altercado, nada..."
.".. un ataque completamente aleatorio..."
.".. Ni siquiera estoy seguro de que se conocieran..."
.".. te imaginas qué tipo de persona le haría algo así a un completo extraño..."
Alice solo pudo quedarse quieta y ver cómo, poco a poco, el mundo a su alrededor colapsaba en la locura. Sabía muy bien qué podía motivar a una persona a hacer algo así.
En una hora, el sobre que anunciaba la eliminación de Jordan Bradley sería deslizado por debajo de la puerta principal de Alice y debajo de las puertas de los otros veintiún concursantes que aún quedaban en la lotería.
30 de septiembre de 2066
La campeona de natación Cassandra Welsh puede ser sancionada con la pérdida de sus medallas olímpicas y la anulación de sus récords mundiales después de ser atrapada en posesión de más de doscientas píldoras de Xylox falsificadas.
Welsh también enfrenta una suspensión de cuatro años si es declarada culpable de consumir la sustancia prohibida.
Aunque el Xylox falsificado no se considera que mejore el rendimiento, la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo lo ha prohibido debido a su potencial para interferir con las pruebas de dopaje.
Gales, de 22 años, apareció en los focos en los juegos de El Cairo de 2064, donde se llevó a casa tres medallas de oro y dos de plata, además de batir los récords mundiales de 100 metros mariposa y 200 metros braza. Desde entonces se ha convertido en una de las atletas más reconocidas y mejor pagadas del mundo, al ganar más de 400 millones de dólares en premios y patrocinios durante el año pasado.
La revelación de que uno de los nombres más importantes del deporte puede ser una tramposa que usa drogas ha causado conmoción en el mundo de la natación, que ha luchado para limpiar la empañada imagen del deporte tras años de escándalos.
Elixxia Pharmaceuticals, los fabricantes de Xylox y uno de los principales patrocinadores de Welsh, se movieron ayer para cortar lazos con la nadadora. Han expresado su decepción por el posible consumo de un producto que actúa como agente de enmascaramiento e infringe sus derechos de propiedad intelectual.
Tara Deangelis lanzó un anillo de humo al aire mientras se desplomaba contra la pared de la tienda local de kebabs. Miró con impaciencia el reloj, luego escudriñó entre la multitud de tráfico humano. Aún sin señales de su novio.
Le temblaban las manos mientras daba otra larga calada de su cigarrillo. ¿Dónde estás?, murmuró ella. Habían pasado casi veinticuatro horas desde la última vez que habían pillado algo, y la piel ictérica estaba repleta de una infestación de insectos invisibles.
Un minuto después, una sensación de hormigueo le quemó un agujero en la parte inferior del pecho.
Tara hizo una mueca ante la inesperada incomodidad. Su primer instinto fue descartar esto como un caso grave de indigestión. Pero pronto lo descartó al recordar que habían pasado varios días desde su última comida. Desde que estaba enganchada al Xylox, la comida había caído significativamente en su lista de prioridades, junto con casi todo lo demás en su vida.
Se llevó la mano al abdomen, justo al sur de la caja torácica, donde se originaba esta sensación anormal. Tragó y esperó que se le pasara. Pero solo empeoraba. Se sentía como si un alien se estuviera formando dentro de ella.
Luego vino el ruido.
BIP... BIP... BIP...
Un sentimiento de pavor absoluto la invadió. En cuanto oyó el pitido, supo exactamente lo que estaba sucediendo. El amargo sabor del miedo le llenó la boca.
Momentos después, se desplomó en el suelo, sacudida por fuertes espasmos de dolor. Se sentía como si la estuvieran apuñalando repetidamente en el pecho con un cuchillo caliente para mantequilla. Un grito de pura agonía escapó de su boca.
Estaba incapacitada, acurrucada en posición fetal. Pero sabía que tenía que moverse. El tiempo era su enemigo. Luchando contra el insoportable dolor, se arrastró sobre manos y rodillas hasta el bote de basura más cercano y lo volcó. Rebuscó en el contenido hasta encontrar una botella de cerveza vacía. La estrelló contra el suelo.
Su curioso comportamiento pronto atrajo la atención de los compradores que pasaban, atraídos por la vista de esta joven mujercilla, apenas pasada de la adolescencia, en medio de lo que parecía ser un episodio psicótico.
Entre todo ello, el ruido continuaba a un ritmo constante.
BIP. BIP. BIP. BIP. BIP.
Tara se levantó la camisa y se preparó para una operación improvisada. Apretó la daga de vidrio con fuerza en su piel. Un espectador preocupado, un hombre de aspecto amable de unos cincuenta años, se sintió obligado a intervenir.
"¿Estás bien?" preguntó el hombre tentativamente.
"Largo." Gimió ella haciendo señas al hombre para que se fuera. "Sal de aquí. Ahora."
El hombre no estaba seguro de qué podía hacer a continuación. "Nadie te va a hacer daño." Trató de parecer lo menos amenazante posible.
"¡Déjame en paz!"
Las palabras salieron de la boca de Tara como un murmullo de gemidos.
“Solo queremos ayudar. Podemos llamar a alguien si lo necesitas."
El hombre se inclinó y puso una gentil mano sobre el hombro de Tara. Ella arremetió y se la apartó de un manotazo.
"¡Mantente alejado de mí!" Gritó ella.
El hombre vio la botella rota enterrada hasta la mitad del torso de Tara. Vio la luz roja parpadeando debajo de la piel y el río de sangre que brotaba de la herida.
"¡Llamen una ambulancia!" gritó el hombre. "¡Está tratando de abrirse!"
La multitud de espectadores dejó escapar un colectivo grito ahogado ante lo que estaban presenciando. Padres horrorizados agarraron a sus hijos y los sacaron del área lo más rápido posible.
El pitido aumentó tanto en volumen como en frecuencia.
BIP-BIP-BIP-BIP-BIP-BIP-BIP
Tara mordió con fuerza y luego metió los dedos en la incisión del pecho. Las manos ya estaban empapadas de rojo, el vidrio había atravesado una arteria principal. La sangre goteaba de ella como una tubería de agua rota. Un gran charco se formaba rápidamente a su alrededor.
Tara luchaba contra el dolor y el mareo mientras sus dedos exploraban el interior de su cuerpo. Pero en el fondo, ella sabía que estaba librando una batalla imposible de ganar. Aunque supiera lo que estaba haciendo, no había forma de que pudiera extraer el implante de su cuerpo a tiempo.
Oía el sonido y su tiempo había llegado a su fin.
BIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIP
El implante, un pequeño bulto de plástico del tamaño de una caja de cerillas y Semtex, destellaba en rojo brillante emitiendo un pitido agudo. Tara infló de aire sus pulmones para gritar sus últimas palabras. Pero esas palabras quedarían sin pronunciar para siempre.
El artefacto explosivo detonó y la multitud de perplejos espectadores fue testigo del cuerpo de Tara volando en pedazos en una lluvia de carne humana.
Más tarde ese día, se informó a los trece miembros del Consorcio que Tara Deangelis, también conocida como concursante número cuatrocientos setenta y seis, era la última desafortunada jugadora en su competición de ruleta rusa.
Este era uno de los concursos menores del Consorcio, que se celebraba cada veintiocho días. Se trataba de un grupo de personas que se ofrecían como voluntarias para que les implantaran quirúrgicamente pequeños artefactos explosivos dentro del cuerpo. Uno de estos dispositivos estaba programado para activarse en un momento aleatorio en las próximas cuatro semanas. Los miembros individuales del Consorcio apostaban sobre quién creían que sería el próximo participante en volar en pedazos.
A pesar de la espantosa premisa del concurso, nunca había escasez de participantes dispuestos. El concurso contaba actualmente con más de novecientos voluntarios, cada uno de los cuales recibía cinco mil dólares por ciclo. La mayoría eran xombis desesperados que necesitaban algo de dinero rápido y nunca pensaban demasiado en su próxima dosis. Otros eran simplemente personas normales que atravesaban tiempos difíciles.
En cuanto alguien explotaba y se declaraba un ganador, comenzaba el siguiente concurso y cada jugador recibía otros cinco mil dólares. Para muchos, esta era una fuente continua de ingresos.
Dado que nadie en el Consorcio había seleccionado el cuatrocientos setenta y seis para esta ronda de la competición, el premio pasaría al bote.
El premio acumulado actual andaba en 231 millones de dólares.
Alice,
Tengo información increíble sobre Goliat. No puedo decir demasiado en esta etapa, pero esto es GRANDE.
Reúnete conmigo en el frente del juzgado (cerca de los escalones) a las 2:15 p.m. de hoy.
Espera más detalles.
Ratón de Aguja.
Alice miró el reloj. Acababan de pasar las 2:25 p.m. y su fuente aún no se había presentado. Hizo contacto visual con todas las personas que pasaban con la esperanza de que fueran Ratón de Aguja (Alice aún no tenía idea de cómo era él o ella), pero lo único que obtenía a cambio eran miradas en blanco.
Los nervios se apoderaban de ella. Esa sensación de malestar en su estómago había regresado y se estaba abriendo camino lentamente hacia su garganta. El estrés hacía que le aleteara el párpado izquierdo como un colibrí.
Se preguntó qué podría ser esta gran noticia. ¿La verdadera identidad de Goliat? Alice no quería adelantarse demasiado, pero tenía que haber una posibilidad externa de que pudiera suceder. Ratón de Aguja le había proporcionado algunas historias brillantemente lascivas (y lucrativas) en las pocas semanas que habían estado comunicando. Estos incluían al senador de valores familiares con predilección por las prostitutas menores de edad, y al sargento de policía sorprendido informando a un conocido proveedor de drogas sobre una próxima redada. Pero identificar realmente a Goliat sería nada menos que la primicia del siglo.
Por supuesto, no sería la primera vez que La Tinta Diaria delataba a alguien como Goliat. Especular quién podría ser Goliat era una obsesión constante para el servicio de noticias, con más de dos docenas de personas acusadas en los últimos años. La mayoría se había apresurado a emitir negaciones firmes de lo contrario, aunque uno en particular, Darcy Sixx, un extravagante promotor de clubes nocturnos con supuestos vínculos con el crimen organizado, parecía deleitarse con la atención que había recibido una vez que fue etiquetado como el psicópata más notorio de la ciudad. Jugaba con el rumor, insinuando a sus acreedores y rivales comerciales que eso podría ser cierto y lo que le sucedería a cualquiera lo bastante insensato como para ponerse del lado equivocado.
Desafortunadamente, al verdadero Goliat no le había gustado que este impostor mancillara su buen nombre y reputación, y el Sr. Sixx pronto desapareció de la faz de la tierra.
Varias semanas después se había descubierto unas puntas de dos dedos que sobresalían de un bloque de cemento colocado recientemente como base para un nuevo rascacielos. Los constructores lo habían abierto y recuperado el cuerpo de Darcy Sixx, quien llevaba máscara de buzo en la cara y tanque de oxígeno a la espalda.
Una autopsia habían revelado más tarde que aún estaba vivo (aunque con hemorragia interna y múltiples huesos rotos) cuando lo habían arrojado a la losa y el cemento húmedo se había vertido encima. Este se había endurecido antes de que él pudiera salir gateando.
Darcy Sixx había muerto congelado dentro de una losa de cemento cuando el oxígeno de su tanque se acabó aproximadamente ocho horas después.
A partir de ese momento, cualquiera acusado de ser Goliat se apresuraba a distanciarse de tales acusaciones.
Todo esto se había desarrollado en el fondo de la mente de Alice mientras esperaba que Ratón de Aguja apareciera. Si iba a seguir escribiendo sobre Goliat, tendría que actuar con mucha cautela. Goliath generalmente dejaba en paz a los periodistas si se limitaban a escribir el típico material exagerado y sensacionalista en el que destacaba La Tinta Diaria. De hecho, parecía alentarlo, pues eso hacía maravillas para mejorar su reputación. Solo cuando se aventuraban un poco demasiado cerca de la verdad, los periodistas tuvieron que cuidarse las espaldas.
El DIteA de Alice sonó con otro mensaje.
Misión abortada. Creo que me han seguido. Demasiado peligroso para continuar.
Lo siento, pero puede que tenga que ser discreto por un tiempo.
Ratón de Aguja.
Alice guardó su DIteA y las oscuras nubes de decepción se acumularon rápidamente encima de ella. Acababa de ver cómo se le escapaba lo que era potencialmente la historia más grande de su vida. Dejó escapar un profundo suspiro y se dirigió lentamente hacia la parada del autobús con la cabeza gacha. "Eso te enseñará a hacerte ilusiones," murmuró en voz baja.
Llevaba menos de un minuto caminando cuando un rostro familiar apareció en la distancia. Viniendo hacia ella desde el lado opuesto de la carretera, había un hombre al que ella había visto en la reunión del mes pasado. Era uno de los concursantes de lotería. El doble amputado en silla de ruedas.
Su nombre era Christopher Gibson y era difícil pasarlo por alto.
Ambos se vieron al mismo tiempo. Alice se detuvo repentinamente. Christopher hizo lo mismo. Sus ojos se encontraron desde lados opuestos de la calle. Ninguno de los dos estaba seguro de qué hacer a continuación. Sin previo aviso, Christopher hizo girar su silla y aceleró en la otra dirección.
"¡Espere!" Alice lo llamó. "¡Christopher!"
Pero él ya había desaparecido al doblar la esquina.
Alice empezó a correr. Cruzó la concurrida carretera, esquivando el tráfico que venía en sentido contrario, y llegó al otro lado. Corrió calle abajo y dobló la esquina.
Christopher no estaba por ningún lado. Ella subió a un banco para tratar de ver mejor. Aún nada. El tipo se había desvanecido en el aire. La entrada a un centro comercial estaba más adelante. Era el único lugar en el que Christopher podría haber desaparecido tan rápidamente.
Ella corrió hacia las puertas automáticas.
El centro era una metrópolis interior en expansión, llena de un océano de gente. Alice realizó una rápida exploración del lugar y siguió moviéndose. Aceleró el ritmo a paso rápido, con cuidado de no llamar la atención. Aún sin señales de Christopher.
No podría ser tan difícil de encontrar. Un tipo con sobrepeso en silla de ruedas destacaría en un lugar como este. Pasaron otro par de minutos de búsqueda infructuosa y ella aceptó de mala gana el hecho de que probablemente él había desaparecido. Tal vez él no había llegado a entrar en el centro y ella estaba perdiendo el tiempo mirando aquí dentro. Decidió que también podía darse por vencida y volver a casa.
Dobló una esquina mientras se dirigía a la salida más cercana, y encontró a Christopher estacionado frente a un ascensor.
Un letrero de fuera de servicio estaba pegado a las puertas del ascensor. Christopher estaba atrapado. El pánico le anegó los ojos, como un animal acorralado cara a cara con un cazador. Inhalaba tragos desesperados de oxígeno de la máscara respiratoria presionada contra su rostro.
"¡Mantente alejada de mí!" gritó con la máscara amortiguando el miedo en sus palabras.
Movió los ojos de derecha a izquierda buscando transeúntes que pudieran acudir en su ayuda. Algunos compradores miraron en su dirección, pero ninguno parecía estar por involucrarse aún.
Sólo ahora se le ocurrió a Alice cómo debía de verse aquello desde la perspectiva de Christopher. Él participaba en una lotería que estaba demostrando tener una tasa de mortalidad extraordinariamente alta, y otro participante acababa de perseguirlo por las calles. Ella no podía culparlo por llegar a la conclusión equivocada.
"No voy a hacer nada," dijo Alice. Habló con voz tranquila y mesurada para hacerle saber que no representaba una amenaza para él. Lo último que quería era provocar una escena.
"¡Lo digo en serio!" Dijo Christopher. Se apresuró a sacar un pequeño objeto rectangular del bolsillo. Alice pensó que podría haber sido algún tipo de arma, pero luego lo reconoció como una bocina de socorro. Era como la que ella tenía.
"¡Esta cosa chilla a ciento veinte decibeles!" él advirtió. “Te destruirá los tímpanos. ¡Da un paso más y lo enciendo!"
"No te estaba siguiendo, Christopher, y no voy a hacerte daño," dijo Alice. "Solo quiero hablar."
Se quedaron allí un rato, uno frente al otro en una lucha de miradas. Desde el punto de vista de Alice, Christopher parecía un niño indefenso y asustado.
Entonces ese rostro se suavizó. Alice pudo ver que se había relajado un poco. Ella le sonrió y él intentó corresponder al gesto.
"Escucha, ¿quieres ir a algún lugar para hablar de esto?" dijo ella.
"Estoy nervioso todo el tiempo," dijo Christopher, el trauma aún era audible en su voz. “Todos los días miro por encima del hombro y salto a las sombras. Llevo recibiendo unas llamadas día y noche. Alguien no para de poner ratas muertas fuera de mi casa. Cada vez que oigo un ruido extraño o si alguien me mira durante mucho tiempo en la calle, creo que ya está, que mi tiempo se ha acabado. Y luego no sucede nada."
Alice y Christopher habían encontrado un café donde poder hablar en privado. Esto en sí mismo aquello era una prueba. Habían probado otros tres cafés antes de este, y los tres tenían un acceso inadecuado para silla de ruedas. La aspirante a periodista de investigación en Alice vio esta injusticia como la base de una posible historia principal, hasta que se recordó a sí misma que era poco probable que La Tinta Diaria se preocupara por un tema que no involucrara a criminales psicóticos o personas moderadamente famosas copulando entre sí.
"La peor parte es la espera," continuó él. Jugueteó con el anillo de calavera alrededor de su dedo meñique, del tipo que se vende por cinco dólares en las tiendas de cómics. "Sé que vienen a buscarme. No sé por qué no lo han hecho aún. Supongo que solo están jugando conmigo, dejándome sufrir mientras espero mi inevitable destino."
Christopher se llevó el café a los labios. Sus manos temblorosas derramaron la mayor parte en el platillo.
"Quiero decir, seamos realistas," dijo con una sonrisa triste. "No soy exactamente un objetivo difícil, ¿verdad?"
Con sus sienes canosas y su permanente expresión de vergüenza, Christopher lucía cada uno de sus cuarenta y un años, pero desde ciertos ángulos, Alice podía ver al niño asustado dentro, el atormentado todos los días de su vida.
"¿De verdad crees que eso va a pasar?" dijo ella. "¿Que los concursantes empezarán a matarse entre sí para conseguir el dinero?"
Christopher le lanzó a Alice una mirada que preguntaba si esa era una pregunta seria. “¿Lo dudas siquiera? Cinco son personas muertas, hasta ahora. En menos de un mes. Con cien millones de dólares en juego. Me sorprende que aún no haya terminado todo el asunto."
Hubo un breve silencio entre ellos. Alice tomó un sorbo de té verde. Este tenía un sabor un poco raro. Era un poco amarga, como si la taza no se hubiera enjuagado correctamente al lavarse. Vació otro sobre de azúcar en la bebida y lo removió.
"¿Puedo preguntarte algo?" dijo ella.
Christopher asintió.
"Esa noche de la reunión, cuando a todos nos ofrecieron los dos mil dólares o un lugar en la lotería..."
"¿Quieres saber por qué no acepté los dos mil dólares?"
"Bueno, sí."
Christopher se encogió de hombros. “Por dos razones, principalmente. La primera razón fue el dinero. La segunda razón fue... el dinero."
Esto logró traer una sonrisa a la cara de Alice.
"¿Qué hay de ti?" dijo él. “Pareces bastante inteligente. ¿Por qué no aceptaste los dos mil dólares?"
"Bueno..." Alice se tomó un momento para pensarlo. “En realidad, no lo decidí yo misma. No podía tomar una decisión, así que al final lancé una moneda." Ella ofreció una sonrisa avergonzada. "Estúpido, lo sé."
Christopher alzó las cejas. "¿Es eso lo que te estás diciendo a ti misma?"
"¿Perdona?"
"Venga ya. Entraste en la lotería por la misma razón que yo y los otros veinticinco. Por la idea de tener cien millones de dólares en la cuenta bancaria. Te hipnotizaron todos esos ceros. No habrías podido vivir contigo misma si hubieras rechazado una oportunidad como esa."
"No, pero... en serio lancé una moneda para decidir."
“Claro, lanzar una moneda puede haberte permitido pensar que la decisión estaba fuera de sus manos. Pero si hubiera aterrizado de cara en lugar de cruz, habrías seguido con a la mejor de tres."
Alice quedó desconcertada por el sucinto y algo preciso análisis de Christopher. Notó que él era mucho más brillante por lo que le había dado crédito al principio.
Tenía razón sobre lo de ser hipnotizada por todos esos ceros. Una vez que empezó a pensar en el dinero y las infinitas posibilidades que seguirían, fue un pensamiento difícil de apartar de su mente. Esa era simplemente la naturaleza humana. Todo el mundo sueña con ganar el boleto dorado y despertarse una mañana para descubrir que todos sus problemas han desaparecido de la noche a la mañana.
Él también tenía razón sobre el lanzamiento de la moneda, pero con una notable excepción: ella no siguió con a la mejor de tres cuando esta aterrizó en cara. Simplemente ignoró el resultado y puso su nombre en la lotería de todos modos.
Alice y Christopher se quedaron en el café una hora más. Alice se sorprendió gratamente por el giro inesperado de los acontecimientos; lo que había comenzado como una especie de deber obligatorio de su parte, había terminado siendo bastante placentero. Fue divertido hablar con Christopher. Poseía un oscuro sentido del humor y solía hacer bromas a sus propias expensas. Ella asumió que se trataba de un mecanismo de defensa que había desarrollado a lo largo de su vida, una forma de entrar con una broma antes de que ningún otro tuviera la oportunidad de hacerlo.
Fue una experiencia reveladora. A Alice le gustaba pensar en sí misma como una persona básicamente amable y decente, pero se preguntaba si alguna vez habría pasado algún tiempo con alguien como Christopher en circunstancias normales. Recordó cómo lo había mirado, cómo todos lo habían mirado, la primera vez que todos lo vieron la noche de la reunión. Fue con una mezcla de vergüenza, lástima y repulsión. A pesar de ser de las que no juzgaban un libro por su portada, en ocasiones la portada resultaba tan anormal que era imposible no hacerlo.
Era media tarde cuando finalmente se separaron. Alice salió del café y se dirigió hacia la parada del autobús, pero cambió de opinión en el camino y decidió pasear. No sabía de dónde vino este repentino impulso; el viaje a casa era de unas dos horas a pie, pero parecía el día adecuado para ello.
Estaba de buen humor. La decepción de antes, cuando Ratón de Aguja la había abandonado, ya no la molestaba.
Un extraño tipo de sentimiento se había apoderado de Alice en la última hora. No era nada que pudiera precisar, pero se sentía invadida por una inusual sensación de calma. Se sentía más ligera, como si caminara sobre la luna. La niebla oscura que la había perseguido durante las últimas semanas se había disipado. Los colores parecían más vivos, como si le salieran a la vista. El mundo que la rodeaba parecía brillar un poco más de lo habitual.
Sintió un peso invisible levantarse de los hombros, mientras los problemas con los que había estado luchando se desvanecían. Ya no parecían tan importantes. Habían pasado años desde que se sentía tan bien.
No tenía idea de qué había provocado esta repentina oleada de paz interior. Durante mucho tiempo había estado en una especie de meseta, caminando penosamente por la vida sin experimentar altibajos siquiera. Tal vez después de enfrentar una situación tan estresante de frente y salir del otro lado de una pieza, como había hecho en las últimas semanas, había experimentado algún tipo de cambio drástico.
Llegó a la parada del autobús y siguió paseando, ajena al hecho de que tenía una sonrisa de oreja a oreja en el rostro.
Por ese breve momento, todo parecía estar bien en el mundo.
La alegre disposición de Alice se evaporó rápidamente al llegar a casa y encontrar un delgado sobre marrón deslizado debajo de la puerta. Este sobre era más grande de lo habitual (tamaño A3) y estaba en blanco, pero no necesitaba ver la dirección del remitente para saber de quién era.
Dentro encontró una fotografía de Levi Sassmannshausen, otro de los concursantes de lotería. Era una fotografía nueva, diferente a la foto policial tomada la noche de la reunión. Esta mostraba a Levi saliendo de un taxi y arrastrando una maleta detrás de él. No se parecía en nada a su foto original, que mostraba a un joven profesional bien arreglado y bien vestido. Ahora llevaba una gorra de béisbol, pantalones deportivos y lo que parecía ser una mala peluca. Su rostro estaba oculto detrás de unas gafas de sol de espejo y una barba de tres semanas.
El reverso divulgaba la información personal actualizada de Levi. Ahora se le conocía como Irvine Halpern, habiendo cambiado recientemente su nombre por escrutinio. Su residencia actual era la habitación 103 en el Traveller Inn Motor Lodge, un motel sencillo ubicado a una hora de la ciudad.
El Consorcio estaba enviando un mensaje a los concursantes y estos lo habían recibido alto y claro: no tenían dónde esconderse. Levi había intentado esconderse y lo habían encontrado de inmediato. La idea de abandonar la ciudad y cambiar de nombre si las cosas se volvían demasiado intensas también había pasado por la mente de Alice. Ahora veía que esto no iba a lograr nada.
La vigilancia era tan omnipresente y acaparadora que había pocos lugares a los que uno pudiera ir para tener privacidad absoluta. La fotografía de Levi parecía haber sido obtenida desde CCTV o quizá desde una nave de vigilancia. Cada vez que estaba en público, ella tendría que asumir que la estaban observando.
Incluso dentro de su propia casa, no podría estar completamente segura. Los federales ya no tenían que molestar las casas de los sospechosos. Gracias a la ubicuidad de los dispositivos modernos vulnerables a los piratas informáticos, la mayoría de las personas hacían el trabajo por ellos. Casi todos los dispositivos electrónicos del mercado incorporaban cámaras, micrófonos y sensores de movimiento. Los fabricantes de productos siempre insistían en que estos eran seguros y no podían piratearse, pero no había forma de garantizarlo. Una vez que algo se conecta a la red, podía verse comprometido fácilmente. Casi cualquier residencia privada podría ser invadida con el equipo y los conocimientos adecuados.
Poco después de que Alice llegara a casa, comenzó su espiral descendente. En cuestión de minutos quedó incapacitada por sensaciones de náuseas y ansiedad severa. Era como si todo su cuerpo hubiera dejado de intentar funcionar. Se sentía sofocada, como una anaconda invisible envuelta con fuerza alrededor de su cuerpo y exprimiéndole gradualmente la vida.
Se metió en la cama y permaneció allí durante los siguientes tres días.
No tenía idea de qué había provocado esto. Un minuto estaba feliz y libre, como si no le importara nada en el mundo. Al siguiente, estaba preparando mentalmente sus últimas palabras. Se preguntó si tal vez había inhalado los vapores de los automovilistas que pasaban en su camino a casa, y esos sentimientos de paz interior y buena voluntad eran en realidad los primeros síntomas de la intoxicación de monóxido de carbono.
Eso era tan enfermizo como no había estado en años. No se había sentido tan mal desde cuando había dejado el Xylox. Ese período de su vida había sido un pozo profundo y oscuro de miseria, y uno que no tenía ninguna intención de revisitar.
Elixxia Pharmaceuticals había lanzado la maravillosa droga conocida como Xylox en un mundo desprevenido ocho años atrás. Había resultado un éxito inmediato, demostrando ser un tratamiento eficaz para una variedad de dolencias. Era un antidepresivo, un analgésico, un sedante, un suplemento para bajar de peso, una ayuda para dormir y una cura contra la ansiedad, todo en una milagrosa cápsula blanca.
También era el tratamiento más exitoso disponible para la drogodependencia. Irónico, dado que una proporción significativa de las personas que probaban Xylox terminaban siendo adictas a él. En su mayor parte, simplemente convertía al tipo incorrecto de adicto a las drogas en el tipo correcto.
Elixxia no solo había ayudado a ganar la guerra contra las drogas, sino que también había descubierto una manera de transformar a los adictos, una carga para la sociedad, en un lucrativo grupo demográfico de consumidores.
Hacía cuatro años, Alice se rompió la muñeca después de ser atropellada por un ciclomotor mientras cruzaba la calle. No era nada demasiado grave, pero sufría un dolor y una incomodidad recurrentes. Ella acababa de comenzar en La Tinta Diaria y no quería perder mucho trabajo, por lo que le pidió a su médico que le escribiera una receta para Xylox. No fue necesario preguntarle dos veces al médico. Elixxia disfrutaba de una relación acogedora con la profesión médica y los médicos recibían generosos sobornos cada vez que reclutaban a un nuevo paciente para la familia Xylox.
El objetivo final de Elixxia era presentar Xylox a toda la población, lo necesitaran o no. Lo habrían puesto en el suministro de agua si el gobierno lo hubiera permitido.
Para Alice, Xylox fue una cura milagrosa. Sus dolencias desaparecieron rápidamente y pudo continuar con su vida.
Pero no pasó mucho tiempo hasta que Xylox se convirtió en su vida.
Comenzó a tomarlo cada vez que se sentía fatigada, lo que, dadas las horas que dedicaba a su nuevo trabajo, era la mayor parte del tiempo. Tomaba otra dosis cuando su estado de ánimo estaba bajo; su mal humor solía coincidir con períodos en los que dejaba de tomar Xylox. Muy pronto, lo tomaba solo para tomarlo. En lugar de tomarlo cuando estaba enferma y fatigada, lo necesitaba para evitar sentirse enferma y fatigada todo el tiempo.
Todo esto ocurrió en la época en que ella aún estaba lidiando con el impacto de la repentina muerte de su madre, así como cuando Lachlan desapareció abruptamente por primera vez. Ambos eventos contribuyeron a su inestabilidad mental, haciéndola aún más susceptible a la adicción.
Tres meses después de haber comenzado, apenas podía poner un pie fuera de la casa sin ayuda farmacéutica. Fue entonces cuando comenzó a complementar su asignación diaria con gotas de limón, las imitaciones de Xylox de bajo grado fabricadas por Goliath y vendidas en las calles por una fracción del precio. No eran tan buenas como los reales, pero si tomaba lo suficiente de una vez, le hacían la vida un poco más llevadera.
(Las autoridades estaban ansiosas por cerrar las operaciones de Goliath, dedicando muchos millones de dólares y miles de horas de policía para lograrlo. No eran tanto las implicaciones para la salud o los problemas delictivos lo que los preocupaba; era más que las píldoras falsificadas recortando los márgenes de beneficio de uno de sus principales patrocinadores corporativos).
La rutina diaria de Alice consistía en obligar a un puñado de pastillas blancas y amarillas a pasar por la garganta solo para lidiar con la jornada laboral, y luego volver a caer a la tierra alrededor de las nueve de la noche. Todas las noches.
Su momento de tocar fondo llegó después de haber sido adicta durante casi un año. Se encontró de nuevo en el consultorio de su médico, después de haber agotado otra receta de dos meses en menos de tres semanas. El médico sintió su desesperación y le informó que no era seguro seguir tomando las pastillas en las cantidades que las consumía y que no le recetaría más. Luego continuó diciendo que si podía demostrar que estaba "mentalmente desequilibrada" de alguna manera, o si de alguna manera podía demostrar que tenía un "deseo físico insaciable" por Xylox, él haría una excepción y le escribiría un nuevo tratamiento.
Alice interpretó esta solicitud, junto con la sonrisa lasciva que la acompañaba, como una invitación a intercambiar favores sexuales a cambio de las pastillas. Y por un breve momento pensó en seguir adelante. Pero, afortunadamente, se sintió impresionada por un momento de claridad. Reconoció que tenía un problema grave y salió de allí lo más rápido posible.
La rehabilitación estaba disponible, pero estaba fuera de discusión debido al dinero que ella ganaba. No le quedó más remedio que dejarlo de golpe. Este fue un proceso agonizante y pasaron meses antes de que ella pudiera volver a funcionar como una persona normal. Cuando finalmente regresó al trabajo, luchó por pasar el día con vida. El impulso de su carrera se descarriló después de perder semanas de trabajo. Vio cómo sus compañeros lograban ascensos y avanzaban en sus carreras, mientras que la suya no iba a ninguna parte.
A pesar de lo desagradables e incómodos que eran sus síntomas antes de que le recetaran las píldoras, no era nada comparado con la tortura diaria que soportaba mientras las dejaba. Definitivamente fue una experiencia que nunca quiso revivir. De la misma manera que muchos alcohólicos en recuperación se abstenían de beber recordándose a sí mismos lo malas que eran sus resacas, Alice simplemente tenía que recordar ese horrible período de abstinencia cada vez que se le ocurría la idea de volver a tocar a Xylox.
Fue una idea que se entretuvo, muy brevemente, cuando abrió su botiquín para tomar una aspirina y vio las diez gotas de limón que le había comprado a Gidget unas semanas atrás. El pensamiento se desvaneció de su mente tan rápido como apareció, pero de todos modos estaba allí. Ella instantáneamente descartó esto; sabía lo que pasaría si alguna vez sucumbía a la tentación. Su dolor desaparecía temporalmente, luego regresaría con intereses en el momento en que los efectos de la droga desaparecieran.
Y sin embargo, algo le impidió tirar esas diez gotas de limón. Se suponía que debía deshacerse de ellas nada más comprarlas, y la única razón por la que los había comprado en primer lugar fue para obtener información de Gidget sobre dónde poder comprar un arma. Pero eso parecía un desperdicio. Sería como tirar cien dólares por el retrete.
Sabía que no valía la pena correr el riesgo de quedarse con las pastillas. Pero ¿qué iba a hacer con ellas? Podía intentar venderlas, pero eso no era algo que quisiera hacer en particular. Un antecedente criminal no le haría ningún bien a su carrera, y se había propuesto evitar el contacto con los xombis si podía evitarlo. Además, tendría suerte de recuperar una quinta parte de lo que había pagado por ellas.
Cogió el frasco de aspirina y tomó nota mental de tirar las pastillas lo antes posible.
La detective Olszewski se reclinó en su silla y expresó un largo suspiro de frustración.
Miró por la ventana de su oficina para asegurarse de que estaba sola. Los pasillos de la comisaría estaban vacíos. Era tarde y la mayoría de sus colegas habían hecho lo sensato y se habían marchado.
Cogió la pequeña botella de vodka escondida debajo de una pila de papeles en el cajón inferior de su escritorio. Siempre tenía un suministro de emergencia en espera para momentos como este.
La causa del fallecimiento prematuro de Levi Sassmannshausen (también conocido como Irvine Halpern) fue bastante fácil de determinar. Su cuerpo había sido descubierto en una bañera en el Traveller Inn Motor Lodge, víctima de una aparente electrocución. Los forenses estaban investigando las circunstancias que rodeaban su muerte, que actualmente caen bajo el título de sospechosas. No era extraño que las personas se electrocutaran en el baño, como cuando un secador de pelo caía accidentalmente. Pero en este caso, el juego sucio parecía casi seguro; la puerta del motel había sido arrancada de las bisagras, Levi estaba completamente vestido y severos moretones cubrían todo el lado izquierdo de su cabeza y rostro.
El hecho de que el calentador eléctrico de la bañera estuviera conectado a un cable de extensión de cinco metros también era una buena indicación de que algo siniestro estaba sucediendo.
Las imágenes obtenidas de una nave de vigilancia cercana mostraron a dos asaltantes no identificados huyendo del motel y escapando en un vehículo robado alrededor de las tres de la madrugada. El armazón quemado del automóvil fue encontrado más tarde en la cuneta de la carretera, a unas veinte millas de distancia. En la actualidad, los sospechosos seguían prófugos.
La detective Olszewski se frotó los ojos. Aquí había otro cadáver que emergía en las últimas semanas en circunstancias sospechosas. Era otra familia a la que notificar. Otra investigación inútil para iniciar; una que probablemente nunca llegaría a una conclusión definitiva.
Pero no necesitaba una investigación para saber qué estaba pasando realmente aquí. Levi Sassmannshausen era simplemente otro concursante en esa estúpida lotería. Y ahora era simplemente otro cadáver en la morgue local.
Olszewski había pasado cerca de una década en el campo de la aplicación de la ley, pero por primera vez en su carrera consideró seriamente tirar la toalla. Esto no era para lo que se había inscrito. Ella era una idealista que quería defender los derechos de los menos afortunados que ella, dando voz a los que no la tenían y alejando a los culpables de explotar a los desfavorecidos y oprimidos. No debería tener que pasar sus días limpiando después de un montón de psicópatas ricos y sus retorcidas competiciones.
Pero cada vez que intentaba plantear el problema a sus superiores, la acallaban rápidamente. Ninguno de ellos quería saberlo. Ella sospechaba que esto se debía al hecho de que los multimillonarios y billonarios que financiaban la lotería también eran algunos de los patrocinadores más valiosos de la policía. Nadie estaba dispuesto a mirar demasiado lejos en estos concursos si eso iba a terminar afectando su cheque de paga semanal.
Alice Kato le había dicho que esta vez había veintisiete concursantes en la lotería. Levi Sassmannshausen solo era el sexto en ser eliminado, lo que significaba que tenía veinte cuerpos más que esperar en los próximos meses. Esto sería un desperdicio masivo de recursos para una fuerza policial que ya contaba con fondos insuficientes; recursos que podrían emplearse mejor para proteger al público del flagelo de los narcotraficantes y los xombis que corrían desenfrenados por las calles. Recursos que podrían gastarse investigando el secuestro de Emilia Ulbricht por un grupo de activistas autojusticieros. Recursos que podrían usarse para localizar y arrestar al maníaco homicida que se hace llamar Goliat.
Se preguntaba por Alice Kato, y cómo alguien tan brillante y sensato como ella aparentaba meterse en algo como esto. No pasó mucho tiempo para llegar a una conclusión obvia: fue el dinero lo que la atrajo. De la misma manera que el dinero era responsable, de una forma u otra, de la mayoría de los delitos que cruzaban su escritorio en un día normal.
Todos tienen un precio.
Algo le decía que este concurso sería diferente al anterior realizado hacía unos años. Mucho de eso tenía que ver con el asombroso valor del premio final: cien millones de dólares.
Incluso la persona más moralmente honrada podría contemplar la posibilidad de quitar un par de vidas cuando esa cantidad de efectivo estaba colgando frente a ellos. Incluso la persona más fatalista podría comenzar a ponerse un poco nerviosa cuando las personas que las rodeaban terminaban mochando en rápida sucesión.
Se rumoreaba que la última tontina había tenido dieciséis participantes y un premio acumulado de veinte millones de dólares. En ese caso, los cuerpos comenzaron a acumularse en las primeras dos semanas. Todo concluyó once meses después.
La detective Olszewski se llevó la botella a los labios y tomó otro generoso sorbo. Saboreó la cálida sensación de calma que le bajó por la garganta y luego se extendió al resto de su cuerpo. Este era material suave y de alta calidad. Caro, pero una de las pequeñas indulgencias que se había regalado desde graduarse con el sueldo de detective.
Volvió a enroscar la tapa y guardó la botella en su escondite habitual, luego tomó su DIteA y llamó a casa. Respondió su marido. Ella le dijo que no se molestara en esperarla esta noche.
También le dijo que no reservara aún las vacaciones que habían estado planeando.
21 de febrero de 2067
Emilia Ulbricht, la hija del CEO de AFX Entertainment, Ethan Ulbricht, fue liberada ayer de su terrible experiencia de secuestro de seis meses.
La Sra. Ulbricht fue tomada como rehén por la organización terrorista Discordia en julio pasado en represalia por el arresto del líder del grupo, Lukas Ormsby.
"Lo único que importa ahora es que nuestra querida hija nos ha sido devuelta, sana y salva," dijo Ulbricht a través de su oficial de prensa. “Ella ha sufrido mucho a manos de estos criminales y pedimos que se respete nuestra privacidad mientras Emilia se toma el tiempo necesario para recuperarse."
La Sra. Ulbricht fue ingresada en el hospital St. John Of God luego de su alta, donde estaba siendo tratada por el trauma psicológico sufrido durante su terrible experiencia. No se cree que haya sufrido ningún daño físico.
La policía aún no ha realizado ningún arresto por el secuestro y ha pedido al público información sobre el paradero de los miembros de Discordia.
Recientemente se reveló que Lukas Ormsby había sido liberado sin cargos poco después de la desaparición de la Sra. Ulbricht.
La policía sostiene que el secuestro de la Sra. Ulbricht no influyó en su decisión de liberar a Ormsby.
Comunicado de prensa de Emilia Ulbricht
Me gustaría aprovechar esta oportunidad para agradecer a todos por su apoyo y buenos deseos durante los últimos días.
Sin embargo, han circulado muchas historias falsas y conceptos erróneos sobre mi “terrible experiencia," y siento que tengo la responsabilidad de aclararlos.
En primer lugar, Discordia no es una organización terrorista. Eso está lejos de la verdad. No importa de qué manera lo gires, la definición no se aplica. No usan el miedo o la violencia para ilustrar su punto o lograr sus medios. Usan sus cerebros para idear formas más provocativas y cerebrales de sostener un espejo a la sociedad. Resaltar nuestras hipocresías y dobles raseros puede resultar incómodo, y la respuesta natural es atacar a quienes hacen el resaltado, pero la verdad a menudo es incómoda.
Con respecto a mi secuestro, los miembros de Discordia declararon públicamente desde el principio que se me otorgarían los mismos derechos que a Lukas Ormsby, quien en esa etapa había estado privado de su libertad por más de cinco meses. Esto no es totalmente preciso. A diferencia de Lukas, nunca me mantuvieron recluida en régimen de aislamiento durante semanas. La casa de mis padres no fue allanada por la policía. Mis amigos no fueron arrastrados de la calle y maltratados por agentes de policía a instancias de sus benefactores corporativos. No fui sometida a palizas, amenazas, privación de sueño ni otras técnicas ilegales de interrogatorio.
De hecho, cuando finalmente liberaron a Lukas, mis "captores" me informaron que era libre de irme cuando quisiera. Insistí en cumplir mi sentencia completa de 196 días, para igualar el tiempo que Lukas estuvo detenido, como cuestión de principio. Puede que provenga de una familia mucho más rica, pero eso no hace que mi falso encarcelamiento sea más injusto.
Finalmente, a pesar de lo que mi padre y sus lacayos de relaciones públicas quieran que el público crea, no me han lavado el cerebro, ni sufro del síndrome de Estocolmo ni trastorno de estrés postraumático. Simplemente me han abierto los ojos a los caminos del mundo y mostrado cómo los ricos y poderosos abusan de su autoridad a diario, todo porque pueden salirse con la suya.
Emilia Ulbricht - 24 de febrero de 2067
Había múltiples formas de ingerir Xylox.
Tragar era el método más seguro y común. Aquellos que tomaban Xylox principalmente por razones médicas, generalmente lo consumían de esta manera. Los efectos tardaban entre veinte y treinta minutos en surtir efecto.
Esnifar era común entre quienes tomaban Xylox con fines recreativos. Aproximadamente la mitad de los productos químicos inhalados en una píldora triturada ingresaban al torrente sanguíneo del usuario a través de la membrana mucosa de la nariz. El resto era ingerido y viajaba hasta el estómago donde ingresab al torrente sanguíneo. El pleno subidón se experimentaba a los quince minutos de inhalar. En general, solo los usuarios esporádicos de Xylox preferían este método debido al daño que la insuflación prolongada podría causar en el cartílago y el tabique de la nariz.
La inyección era una opción para algunos usuarios incondicionales, pero esta práctica no estaba muy extendida. El tiempo y la preparación necesarios para inyectarse (triturar una pastilla, cocinarla, aspirar la mezcla con una jeringa, dar golpecitos a una vena y luego introducir la aguja) a menudo daban más problemas de los que valía la pena.
En su lugar, la mayoría de los conocedores de Xylox verdaderamente comprometidos (también conocidos como xombis) preferían fumar la droga. Esto implicaba desmenuzar una pastilla, colocarla en un cuadrado de papel de aluminio, sostener este sobre una llama e inhalar los intoxicantes vapores por una pajita o un bolí Bic.
Así era como Alice se drogaba ahora a solas en un cubículo del baño, en su lugar de trabajo.
El subidón fue casi instantáneo y los efectos se amplificaron. Las sustancias químicas entraron en sus pulmones y se absorbieron rápidamente en el torrente sanguíneo, se transfirieron a los receptores corporales en segundos. Sus músculos se relajaron y ese dolor punzante que había sentido en la parte posterior de su cráneo durante las últimas tres horas desapareció.
Aspiró otra dosis. Esta sentó casi tan bien como la primera. Su miseria se evaporó cuando el Xylox recorrió su cuerpo como una eufórica dosis de anestésico.
Había pasado tanto tiempo desde que Alice había puesto sus manos en un Xylox genuino de grado farmacéutico que había olvidado lo bueno que podía ser. Hasta ahora había tenido que conformarse con gotas de limón, las imitaciones de bajo grado que le compraba a Gidget en la calle. Pero estos eran auténticos. Sin efectos secundarios impredecibles. Sin regusto desagradable.
Alice había visto un paquetito en la cartera de una pasajera del tren en el viaje al trabajo esa mañana y no se lo había pensado dos veces antes de afanar el lote. Fue un acto completamente imprudente y descarado, y la habrían arrestado si la hubieran pillado. Pero se había salido con la suya. Alice justificó su comportamiento diciéndose que, si ella no lo hubiera hecho primero, otro lo habría robado.
Era de sentido común no dejar a Xylox al aire libre así. La mujer prácticamente estaba rogando que alguien viniera a robarlo.
Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en las frías baldosas. Su cuerpo, normalmente un puño cerrado, se relajó en una palma abierta. Momentos como este le permitían olvidar que su vida se estaba desmoronando, desintegrándose en una pesadilla sin fin.
Alice solía ver enjambres de xombis haciendo exactamente lo que ella estaba haciendo ahora, solo que acurrucados debajo de los puentes y congregándose en el parque, fumando el Xylox que acababan de comprar con las ganancias del robo de un coche. Ella los juzgaba al verlos a todos como una forma de vida subhumana.
Incluso cuando reanudó su coqueteo con Xylox, nunca imaginó que terminaría siendo uno de ellos. Pero intentó fumarlo una vez, solo para ver cómo era, y eso fue todo lo que hizo falta. Quiso parar, pero la compulsión era demasiado poderosa para resistir. Si había una línea que separaba al abusador de Xylox y al xombi, ella la había pasado unos cuantos pueblos.
Permaneció en el suelo del baño durante otros diez minutos. Sabía que aquel era un refugio para los gérmenes, pero ella estaba más allá de toda preocupación. Se habría quedado así para siempre si pudiera.
Pero por mucho que le encantaría drogarse todo el día, aún tenía un trabajo que hacer. Era un trabajo que despreciaba, pero también era un trabajo que necesitaba.
Se puso de pie y se preparó para el inevitable autodesprecio que la acecharía una vez que desaparecieran los efectos del Xylox.
Se lavó las manos en el lavabo e hizo un medio intento de recomponerse. Hizo todo lo posible por no parecer una drogadicta, pero solo tuvo un éxito limitado.
Recogió un puñado de agua del grifo y tragó. La sintió como fragmentos de vidrio bajando por la garganta.
Una fina capa de sudor se le pegaba a la cara como una envoltura. Se lavó la cara y esperó que su apariencia no fuera demasiado espantosa.
Evitó el espejo. No necesitaba que le recordaran lo horrible que se veía. Era un shock cuando inadvertidamente vislumbraba su reflejo en alguna parte. Ya no reconoció a la criatura demacrada con cabello lacio, piel cetrina, dedos ennegrecidos y ojos muertos que la miraban. Sus rasgos se habían vuelto tan distorsionados que era como mirarse a un espejo con grietas.
Aún no estaba segura del todo de cómo había terminado así. Al minuto estaba bien; después de haber estado limpia, sobria y saludable durante años; al siguiente era como si alguien accionara un interruptor y ella hubiera recaído.
Por mucho que intentara deshacerse de ella, su adicción seguía regresando como un correo sin destinatario. Le consumía la vida y, una vez más, se encontró esclavizada por la droga.
El fondo del pozo llegó cuando al notar que ahora estaría dispuesta a prostituirse con su exmédico a cambio de una receta de Xylox. La triste ironía era que, en su estado actual, ni siquiera un canalla como él estaría interesado en ella.
Respiró hondo antes de regresar a su cubículo, preguntándose aún cómo era posible que todo hubiera ido tan mal. Su anterior vida sensible ahora no era más que un recuerdo lejano.
Con todo, había sido un año desgarrador.
A menos que tuvieran la desgracia de verse afectados por una enfermedad terminal, pocas personas de veintitantos pasaban mucho tiempo reflexionando sobre su propia mortalidad. Pero para Alice, los pensamientos de muerte consumían casi cada momento de vigilia. Incluso en las raras ocasiones en las que podía apartarlos de su mente temporalmente, solo hacía falta un pequeño recordatorio, como encontrar otro sobre marrón debajo de la puerta, para arrastrarla de regreso a ese oscuro pozo de desesperación.
Ahora aceptaba que la muerte venía por ella. La muerte venía por todos, por supuesto, aunque la mayoría de la gente no estuviera dispuesta a admitirlo. Pero Alice sabía que esta podía saltar y sorprenderla en cualquier momento. De hecho, eso era más que probable. Una probabilidad estadística. Ella estaba viviendo un tiempo prestado.
Cuanto más llegaba a aceptar su inminente desaparición, más llegaba a verlo como una gran tragedia. El mundo difícilmente estaría peor si Alice Kato ya no formara parte de él. Ella no había hecho ninguna contribución significativa a la sociedad. Con ella fuera, solo habría una persona menos ocupando espacio.
Dudaba que pocos lamentaran su fallecimiento. Puede que Lachlan sí, pero solo porque estaba obligado a hacerlo.
La mayoría de sus amigos se habían alejado en los últimos años. Probablemente se sentirían tristes al oír la noticia, luego se olvidarían de ella lo bastante pronto y continuarían con sus vidas. Dinah estaría molesta, principalmente debido al hecho de que tendría la ardua tarea de contratar y entrenar a su reemplazo. En cuanto a su padre, ella pensaba que a él le importaría tanto Alice en la muerte como en la vida.
Al menos, al aceptar su muerte, Alice se las estaba arreglando mejor que muchos de los otros concursantes de la lotería. Algunos habían hecho todo lo posible por intentar huir de lo inevitable.
Uno de esos concursantes era Levi Sassmannshausen. Había cambiado su nombre y cambiado su apariencia antes de huir de la ciudad y esconderse en un motel barato. Su cuerpo electrocutado fue descubierto sumergido en la bañera unos días después.
Otra concursante, Abigail Tevez, tomó medidas aún más extremas. Golpeó con un martillo a otro concursante hasta matarlo en la calle y se entregó de inmediato a la policía. Parecía que su lógica era que estaría mucho más segura en la cárcel que en público. Podría cumplir su sentencia y aún estar en la calle para cobrar el dinero del premio cuando fuese liberada.
Sonaba bien en teoría, pero, a las seis semanas de una condena de treinta y cinco años de prisión, la encontraron muerta en la celda colgada de una sábana.
Lianne Levy incluso intentó fingir su propia muerte. Al enterarse de un accidente de tren mortal cerca, corrió al lugar y logró pasar a hurtadillas a los trabajadores de rescate, luego arrojó su identificación y otras pertenencias personales al accidente. Esto llevó a la policía a concluir que ella era uno de los pasajeros del tren que había fallecido en el accidente. Los organizadores del concurso no se dejaron engañar tan fácilmente e informaron debidamente a los demás concursantes de su paradero actual.
Poco tiempo después, la familia de Lianne lloró por ella por segunda vez.
Muchos concursantes deseaban retirarse de la lotería, pero no tenían idea de cómo debían hacerlo. Uno era Arash Amirpour; entregó cartas a todos los concursantes restantes informándoles que iba a eliminar voluntariamente su nombre de la lotería, perdiendo así toda posibilidad de reclamar el dinero.
Todos los concursantes recibieron una segunda carta de los organizadores unos días después. Esta les indicaba que ignoraran la carta del Sr. Amirpour y les recordó a los participantes que los cien millones de dólares no se pagarían hasta la mocharan todos menos uno.
Alice se detuvo abruptamente cuando notó el Volkswagen plateado nuevo estacionado justo enfrente de la entrada del edificio La Tinta Diaria. Incluso desde esta distancia, pudo reconocer al conductor.
Bourke Nation. Él estaba aquí, fuera de su lugar de trabajo.
Rápidamente ella dobló la esquina marcha atrás y confió en que él no la hubieran visto.
Decenas de preguntas inundaron su mente. ¿Cuánto tiempo llevaba Bourke sentado allí? ¿La estaba esperando? ¿Era la primera vez que estaba aquí?
Fue solo por suerte que Alice lo notó esta noche. Los ascensores se habían averiado más temprano en el día y se había visto obligada a salir por la escalera que conducía a una puerta lateral del edificio. Si hubiera salido por la entrada principal como solía hacer, probablemente no lo habría visto.
Se puso nerviosa desde el momento en que lo vio. ¿Cuáles eran las posibilidades de que Bourke se tropezara con ella por accidente? Improbable. La vieja Alice podría haber descartado esto como una mera coincidencia. La nueva Alice ya no creía en tal fenómeno.
Retrocedió y lo observó desde detrás de la esquina del edificio. La repentina reaparición de Bourke en su vida la había desconcertado (era la primera vez que veía al engreído bocazas desde el funeral de Naomi, hacía más de un año), aunque no supiera qué era exactamente lo que la molestaba tanto. Tampoco es que si las calles estuvieran desiertas; era de día y aún había mucha gente por ahí. Ella no estaba en peligro inmediato. Dudaba que Bourke fuera tan tonto como para intentar algo con tantos testigos. Y no había nada en su comportamiento que sugiriera que quería hacerle daño. Que ella supiera, él se había acercado solo para hablar con ella.
Alice había desarrollado el hábito crónico de exagerar todos los casos de su vida, añadiendo un significado injustificado a lo insignificante. Quizá estaba haciendo eso de nuevo.
Pasaron los minutos y ninguno se movió. Sus ojos permanecieron fijos en Bourke, mientras que Bourke mantuvo sus ojos firmemente en la entrada del edificio.
Alice se preguntó cuánto tiempo más podrían seguir así y cuál cedería primero.
Podría haberse ido sin que Bourke la viera. Pero quería quedarse. No se sentía cómoda con la idea de perderlo de vista aún. Prefería ser ella quien lo vigilaba a él, saber algo que él no sabía, en lugar de al revés.
Pasaron otros veinte angustiosos minutos antes de que Bourke finalmente se aburriera de esperar. Salió de su plaza de aparcamiento y aceleró por la carretera.
Alice no se movió hasta que sus luces traseras desaparecieron de la vista.
Otro sobre marrón estaba esperando a Alice a su regreso a casa esa noche.
A menudo se preguntaba cuál era el propósito exacto de colocar las tarjetas dentro de estos sobres. Los organizadores del concurso podrían haber deslizado las tarjetas por debajo de la puerta con la misma facilidad. Quizá ocultarlos era parte de los juegos mentales del Consorcio; manteniendo a los concursantes en suspenso, haciéndoles saber que alguien había muerto pero sin decirles quién era de inmediato.
Descubrir otro sobre siempre provocaba una sensación de pavor. Alice mantenía la creencia de Schrödinger de que el concursante no estaba realmente muerto oficialmente hasta que ella abría el sobre y veía su fotografía. A veces retrasaba hacer esto todo el tiempo que podía soportarlo. Creía que así prolongaba su vida, al menos en su mente.
Esta noche no se molestó en tales supersticiones y la abrió de inmediato.
Este sobre contenía dos tarjetas en lugar de la habitual. La primera mostraba a Tory Weller, una camarera de veinticinco años. La segunda mostraba a Chadwick Lyons, de treinta y tres años y desempleado. Ambos concursantes tenían estampado "ELIMINADO" en sus rostros sonrientes.
Cerró los ojos y dijo una oración silenciosa por los dos desconocidos muertos. Dos muertes más cercanas a la suya.
Clavó las tarjetas en la pared, junto a las otras dieciséis.
Su muro de la muerte parecía a un macabro cartón de bingo. Veintisiete espacios, uno para cada concursante, y dieciocho tachados ahora.
Solo quedaban nueve.
La lotería se había convertido en una plaga bubónica moderna que arrasaba a la población y dejaba un rastro de muerte y destrucción a su paso.
Alice aún no sabía las circunstancias que rodeaban todas estas muertes. ¿Había una sola persona que iba tras el dinero, eliminando a cada concursante uno por uno? ¿O había varios asesinos, como había sugerido la detective Olszewski, donde los más asustados y de voluntad débil atacaban a los que consideraban la mayor amenaza? No parecía haber ningún patrón discernible en los asesinatos. ¿Y cómo habían llegado hasta Abigail Tevez, la mujer encontrada muerta dentro de su celda de la prisión?
Quizá Dios los estaba derribando a todos, castigándolos por sus pecados de estupidez y codicia.
Cual fuese la verdadera causa, Alice sabía que no pasaría mucho tiempo antes de que su propia fotografía ocupara un espacio en la pared. Era sólo cuestión de tiempo. Nadie puede escapar de su destino.
En esos primeros meses cuando los concursantes comenzaron a caer, ella vivió en un constante estado de aprensión. Temía que la pudieran sacar en cualquier momento. Pero no podía seguir así para siempre. Vivir de esa manera era como tratar de conducir un automóvil mirando solo a través del espejo retrovisor. Finalmente, tuvo que bajar la guardia y seguir con su vida como si no pasara nada.
Había llegado a aceptar su destino. Si alguien iba a atraparla, la atraparían, y ella no podía hacer nada al respecto.
Su única esperanza era que fuera rápido e indoloro.
NAOMI DUKE (2032-2066): Encontrada muerta cerca de su casa el 7 de septiembre. La causa de la muerte fue un traumatismo craneal masivo. Se informó que fue golpeada por un componente que cayó y se soltó de una nave de vigilancia. ASE Industries, el propietario de todas las naves de vigilancia en el área, niega rotundamente cualquier culpabilidad. Las investigaciones están en curso y actualmente hay una demanda en progreso.
VICTORIA MALSEED (2033-2066) Murió el 12 de septiembre tras caer desde el piso veintiuno de su edificio de apartamentos. Tras una breve investigación, la policía dictaminó que su muerte fue accidental y no la considera sospechosa.
ROQUE FENTON (2040-2066) Murió el 14 de septiembre por múltiples puñaladas en el pecho y el cuello. Carson Dowling nombrado como el principal sospechoso de su asesinato.
CARSON DOWLING (2028-2066) Murió el 15 de septiembre de una sola herida de bala OBL-IV. El principal sospechoso de la muerte de Roque Fenton, el Sr. Dowling, recibió un disparo de la policía en el apartamento de Alice Kato después de cargar contra ellos con un arma mortal. Posteriormente, una investigación absolvió a la policía de cualquier irregularidad y dictaminó que actuaron de manera apropiada dadas las circunstancias.
JORDAN BRADLEY (2020-2066) Falleció el 29 de septiembre. Las imágenes de vigilancia muestran a un hombre no identificado empujando al Sr. Bradley hacia el camino de un camión que se aproxima. La policía aún no ha identificado al agresor, quien huyó a una estación de metro cercana y sigue prófugo.
IRVINE HALPERN (de soltera LEWIS SASSMANNSHAUSEN, 2041-2066) Murió el 21 de noviembre por electrocución. Su cuerpo fue descubierto sumergido en agua en la bañera de un motel, junto a un calentador eléctrico. La policía está tratando su muerte como un homicidio, aunque no se han realizado arrestos.
ANTHONIE BYRNE (2019-2066) Murió el 10 de diciembre por estrangulamiento. Un forense dictaminó más tarde que su muerte fue accidental, un caso de asfixia autoerótica que salió mal.
LUCILLE CRENSHAW (2022-2067) Falleció el 20 de enero a causa de las lesiones sufridas durante un accidente automovilístico. Su automóvil fue descubierto al pie de un terraplén empinado después de desviarse por un costado de la carretera, chocar contra una barrera y rodar varias veces. La policía especula que la Sra. Crenshaw pudo haberse quedado dormida al volante, aunque un testigo afirma que otro vehículo la sacó de la carretera.
JAXON SCHEFERMANN (2038-2067) El cuerpo del Sr. Schefermann fue descubierto a orillas del río Milton el 29 de enero. Una autopsia reveló que había sufrido un traumatismo contundente grave en la cabeza y que probablemente estaba muerto o inconsciente antes de ser arrojado al río. Las investigaciones están en curso, pero la policía actualmente no tiene pistas.
ARASH AMIRPOUR (2028-2067) Murió el 4 de febrero de una sobredosis de Xylox falsificado. Una autopsia reveló que había ingerido más de setenta pastillas. El forense dictaminó su muerte como un suicidio, aunque el fallecido no dejó nota y los vecinos informaron haber escuchado una pelea en las horas previas a que se descubriera su cuerpo.
BRANDON HIRST (2022-2067) Falleció el 23 de marzo. Sufrió heridas fatales después de haber sido golpeado varias veces con un martillo mientras paseaba a su perro. Abigail Tevez se declaró culpable de su asesinato y fue condenada a treinta y cinco años de prisión.
ISABEL HUME (2041-2067) Falleció el 1 de mayo por intoxicación por monóxido de carbono. Descubierto en el asiento delantero de su automóvil, estacionado en su garaje con el motor en marcha. Un aparente suicidio, aunque la policía no ha descartado la posibilidad de un crimen.
MIA GORDON (2030-2067) Falleció el 17 de mayo por inhalación de humo. Descubierta en su casa por los bomberos después de que estallara un incendio una noche. Una investigación culpó del incendio a una placa de alimentación defectuosa.
ABIGAIL TEVEZ (2044-2067) Encontrada muerta el 29 de junio en su celda del Centro Correccional de Mujeres de O’Hara, donde cumplía una condena de treinta y cinco años por el asesinato de Brandon Hirst. Las autoridades penitenciarias han dictaminado que su muerte fue un suicidio.
LIANNE LEVY (2036-2067) Se cree que murió el 11 de julio después de que su identificación y efectos personales fueran encontrados en un vagón de un tren siniestro fatal que se cobró la vida de veintidós personas, aunque no se recuperó ningún cuerpo. Más tarde fue encontrada en un contenedor de basura a diecisiete millas de distancia el 29 de julio. Se dictaminó que la causa de la muerte fue estrangulamiento. La policía no puede explicar las circunstancias que rodearon su muerte, que fue el tema central de un episodio del popular programa de televisión Sin Resolver.
STEPHEN PORTER (2043-2067) Murió el 14 de agosto a causa de las heridas tras ser atacado por una jauría de perros salvajes. El cuerpo del Sr. Porter fue encontrado encadenado a un poste de energía, con más de trescientas laceraciones en su cara, cuello, brazos, piernas e ingle. La policía dijo que la muerte mostraba todas las características de un golpe del inframundo, aunque no se sabía que la víctima hubiera estado involucrada en una actividad criminal.
TORY WELLER (2042-2067) Atropellado por un automóvil mientras cruzaba la calle el 22 de agosto. Murió a causa de sus heridas en el hospital tres días después. Posteriormente, el automóvil fue descubierto abandonado a un costado de la carretera después de haber sido incendiado. La policía sigue buscando al conductor.
CHADWICK LYONS (2034-2067) Murió el 25 de agosto por asfixia. Una autopsia reveló que le habían vertido una gran cantidad de pegamento de PVC en la garganta, bloqueando sus vías respiratorias. La policía está tratando su muerte como sospechosa.
REID CHATHAM (2031-)
MORGAN COMPSTON (2036-)
FRASER DUNN (2029-)
HARRISON ESTER (2017-)
CHRISTOPHER GIBSON (2025-)
ALICE KATO (2040-)
BOURKE NATION (2028-)
NICOLA ROCHE (2030-)
MELISSA SIEBEL (2038-)
A las nueve menos cinco de un martes por la noche lluviosa, la limusina se detuvo frente al restaurante japonés. Alice vio al hombre inusualmente alto salir del vehículo y entrar por la puerta principal.
Dos meses antes, estaba en el autobús cuando vio al mismo hombre saliendo del mismo restaurante. Ella saltó en la siguiente parada y se apresuró a regresar, solo para descubrir que él había desaparecido. Preguntó al personal si sabían quién era, pero ninguno pudo ofrecer ninguna pista sobre su identidad. Una camarera le dijo que el hombre era un comensal semi-regular, pero aparte de eso, ella no sabía nada sobre él.
Así que Alice regresó al mismo lugar noche tras noche, temblando y sudando a través de todo tipo de eventos climáticos, mirando y esperando desde la parada del autobús al otro lado de la calle con la vana esperanza de volver a verlo.
Ahora, por fin, él había regresado.
Una leve sensación de pánico se apoderó de ella, como si casi no supiera qué hacer a continuación. Después de esperar tanto tiempo, apenas podía creer que él estuviera allí.
Cruzó la calle y apretó la cara contra la ventana, solo para asegurarse de que realmente era él. No había duda de ello. Este era el hombre que estaba buscando.
Este era el Mensajero.
Parecía extraño verlo en este contexto: sentado solo en su mesa en la esquina, examinando el menú y comportándose como un ciudadano común.
Una imagen del Mensajero, el enigmático intermediario con el que se encontró brevemente todos esos meses atrás, había vivido en su cabeza durante tanto tiempo que pensó que podría haberlo soñado.
No estaba muy segura de cuál era la mejor manera de manejar la situación. Durante los últimos dos meses, había formulado planes diferentes mientras veía a los clientes ir y venir, ensayando lo que diría si alguna vez lo volvía a ver. Ahora había llegado el momento y su mente era un vacío vacío. Nada de eso parecía apropiado.
Pero había esperado demasiado para dejar escapar esta oportunidad. Sabía que no podía permitirse pensar demasiado en ello. Simplemente tenía que entrar al restaurante y sentarse enfrente.
Y eso fue exactamente lo que hizo.
El Mensajero levantó la vista de su DIteA cuando Alice se sentó a su mesa sin ser invitada.
Lo primero que Alice notó fueron sus ojos oscuros. Estaban tan cerca del negro como podían estar los ojos sin ser realmente negros. Alice vio que se había equivocado: el Mensajero no era en lo más mínimo ordinario. Su apariencia era de otro mundo, no del todo humana. Algo más parecido a una persona fuera del molde.
Pasaron los segundos sin que ninguno abriera la boca. El Mensajero sostuvo la mirada por una pequeña eternidad, mirándola desde su elevado punto de vista, antes de finalmente terminar con la incomodidad.
"¿Hay algo en lo que pueda ayudarte, Alice?" dijo él.
Alice se congeló. Sabía su nombre. Sabía quién era ella. Presumiblemente, sabía por qué estaba allí. Al menos eso le ahorraría algo de tiempo.
Respiró hondo y se obligó a no parpadear. "Mira debajo de la mesa," dijo ella en voz baja.
El Mensajero no movió un músculo. Era como si Alice le hubiera hablado en latín. Estaba empezando a cuestionar toda su estrategia.
“Mira debajo de la mesa," repitió. Coloreó sus palabras con tanta fuerza y amenaza como pudo convocar.
Aún nada.
Y luego el comienzo de una leve sonrisa. El Mensajero permaneció inanimado por un momento más, el tiempo suficiente para hacerle saber que no estaba particularmente intimidado por su actuación, luego levantó la esquina del mantel de tablero de ajedrez rojo y blanco.
Miró hacia abajo y vio el cañón de un arma de fuego casera mirándolo. Regresó a su posición erguida, una imagen de calma. Volvió a mirar a Alice, midiéndola desde el otro lado de la mesa. Sabía que ella hablaba en serio, aunque estaba exagerando un poco. Pero podía ver la furia detrás de sus ojos. Si fue lo bastante imprudente como para llevar un arma de fuego ilegal con ella en público, estaba mucho más allá de preocuparse por las consecuencias.
"Soy solo un mensajero," dijo. "No dispares al mensajero."
Otro silencio volátil flotaba en el aire.
“¿Estás familiarizado con ese dicho?"No dispares al mensajero." Esa es una frase que siempre me ha preocupado. Implica que, de vez en cuando, se dispara a los mensajeros."
Alice se sintió desconcertada por esta reacción. Apenas parecía molestarle que una mujer desquiciada que se acercaba al final de sus ataduras lo estuviera amenazando con un arma mortal. Este escenario estaba resultando muy diferente a cómo lo imaginaba.
"El arma funciona, por cierto," dijo ella.
Alice lamentó haber dicho esto casi tan pronto como las palabras salieron de sus labios. ¿Por qué iba a decir nadie que un arma funcionaba a menos que no funcionara? Ella supuso que eso era técnicamente cierto. El arma disparaba balas cuando se apretaba el gatillo, solo que no en la dirección prevista.
"¿De dónde has sacado eso?" dijo el Mensajero. "¿Ese pervertido de Carling Crescent te lo hizo?"
Alice podía sentir la ventaja que tenía escapándose rápidamente. Tenía que arrebatar el control de la situación y recordarle que ella era la que estaba al mando.
"Esto es lo que va a pasar," dijo ella. “Tú y yo vamos a salir del restaurante de forma tranquila y ordenada. Luego vas a... "
El Mensajero levantó la mano y Alice se calló de inmediato. Ella no sabía cómo ni por qué sucedió esto. Ese era el tipo de poder que tenía sobre ella. Sostuvo su mirada por un momento. Cuanto más duraba su mirada, más se encogía Alice en su asiento.
"¿Cuál es tu plan en esto, Alice?"
"¿Mi plan?"
“¿Qué crees que puedes hacer para salir de esto? ¿Obligarme a punta de pistola a contactar al cliente y ordenarle que elimine su nombre de la lotería?"
Alice abrió la boca, pero no salió nada. Sus planes eran algo en ese sentido. Fue sólo ahora, cuando se dijeron en voz alta, que se dio cuenta de que sonaba un poco tonto.
"Solo estaba pensando que si tú…"
Se atragantó con sus palabras en el peor momento posible. Su terrible experiencia solo empeoraba. Ella oró para que el suelo se abriera y se la tragara entera. Cuando eso no sucedió, se aclaró la garganta y siguió adelante.
"Si pudieras hablar con tus jefes y pedirles que…"
"Para empezar," interrumpió el Mensajero, "no son mis" jefes." Ellos son el cliente y yo soy un trabajador autónomo. No tienen control sobre mí."
"Pero trabajas para el Consorcio, ¿no es así?"
Notó que la ceja del Mensajero se movía casi microscópicamente.
“Has hecho los deberes, bien hecho. Sí, el Consorcio me ha contratado en esta instancia en particular. Pero no son mi único cliente. Cualquiera puede contratarme. Podrías contratarme tú si pudieras pagar mis honorarios. Lo que tenemos el Consorcio y yo no es más que una simple transacción comercial. No existe lealtad entre nosotros. El cliente no valora especialmente mi bienestar ni yo valoro el de ellos. Así que amenazarme con hacerme daño no afectará el resultado de la lotería. Y apareces aquí, actuando como una chiflada, blandiendo un arma en público, sigue así y estarás en una vía rápida hacia la eliminación. Tendrás que pasar desapercibida si quieres tener alguna posibilidad de sobrevivir."
Una pila de platos se rompió en la cocina. Los nervios ya crispados de Alice se sacudieron aún más. Pronto siguió una discusión llena de voces japonesas elevadas.
"Puede que creas que yo tengo poder, pero no lo tengo," continuó una vez que la conmoción se calmó. "Soy un engranaje menor en una máquina mucho más grande. No tengo ningún voto en nada de esto. Si quieres mi opinión personal, ni me gustan particularmente estos concursos ni estoy de acuerdo con ellos moralmente. Pero mi papel no es hacer preguntas o formar juicios morales. Solo hago lo que me pagan por hacer."
Hubo una pausa prolongada mientras Alice asimilaba todo esto.
"Entonces, ¿por qué lo haces?"
El Mensajero parpadeó dos veces mientras reflexionaba sobre esto. "No estoy seguro de haber entendido tu pregunta."
"Solo me preguntaba: si te opones a estos concursos, si los encuentras bárbaros, ¿por qué sigues involucrado en ellos?"
El Mensajero se encogió de hombros. "Supongo que no me dieron muchas opciones."
"¡Pues claro que tienea una opción! Nadie te obliga a hacerlo, ¿verdad?"
"Nadie me apuntó a la cabeza con un arma, si es a eso a lo que te refieres. Pero soy solo una persona común. Y cuando la gente común recibe cantidades extraordinarias de dinero, el libre albedrío se convierte en un concepto elástico."
Apareció un camarero en la mesa y colocó un plato de sopa de miso ante el Mensajero. Luego, el camarero desapareció tan rápido como apareció.
“Al igual que nadie te puso una pistola en la cabeza y te obligó a entrar a la lotería. Y nadie obligó a ninguno de los concursantes a empezar a matarse unos a otros. Pero ya sabes cómo es. El dinero hace que la gente haga cosas extrañas. Todos tienen su precio."
Los sentimientos de impotencia de Alice solo se intensificaban con cada minuto que pasaba. Quizá por primera vez desde que comenzó la lotería, finalmente se dio cuenta de que no había nada que nadie, en ningún lugar, pudiera hacer para evitar lo inevitable.
La lotería iba a ser su fin, y eso era todo.
Se levantó lentamente de su asiento, en una especie de aturdimiento.
"Lamento todo esto," dijo ella luchando contra la aparición del mareo. Escondió la pistola dentro de la chaqueta, la prenda de ropa más voluminosa que tenía, antes de que nadie más pudiera verla. "Buen provecho."
Se volvió y se apresuró a salir. La habitación se inclinó cuando ella se tambaleó hacia la puerta. Su estómago se convulsionó y su cara ardió. Una combinación tóxica de humillación y pavor. Abrió la puerta de un empujón y una ráfaga de aire frío la golpeó en la cara.
Algunos datos sobre el Mensajero:
El Consorcio empleó al Mensajero para que se ocupara de las diversas funciones con respecto a sus actividades relacionadas con el juego. Como coordinador principal de todos sus concursos, era su trabajo asegurarse de que todo transcurriera sin problemas y sin incidentes.
Actuaba como enlace entre el Consorcio y los concursantes, describiendo las reglas y asegurándose de que se cumplieran.
Mantenía a los trece miembros del Consorcio informados sobre el progreso de cada concurso.
Supervisaba el seguimiento de cada participante, empleando un pequeño ejército de investigadores privados, expertos en vigilancia y piratas informáticos para seguir sus movimientos y vigilar de cerca a cada uno.
Cuando un concursante era eliminado, el Mensajero entregaba la noticia a los participantes restantes mediante los sobres marrones una vez que se verificaba la muerte.
El Mensajero actual era la tercera persona en ocupar este puesto.
El Mensajero Número Uno fue contratado por el Consorcio poco después de la creación del grupo en 2052, y fue responsable de la gestión de la primera y la segunda lotería. Permaneció en este puesto hasta su jubilación por mala salud en 2059.
Su reemplazo se hizo cargo de los concursos durante los siguientes tres años, hasta que un participante descontento lo mató mientras la lotería 2062 estaba en curso. Este participante había sido llevado al límite por el concurso, y recurrió a medidas desesperadas cuando intentó que su nombre fuera eliminado de la lista de participantes.
Tras la muerte del Mensajero Número Dos, tres miembros del Consorcio recibieron premios adicionales de ciento cincuenta millones se dólares por predecir correctamente que esto ocurriría.
30 de agosto de 2067
Yo, Alice Olivia Kato, de 1204/550 Hickory Crescent, Rivercliff (Número de identificación de ciudadano: 41-946-162-915), por la presente hago este testamento y revoco todos y cada uno de los testamentos y codicilos anteriores.
Declaro que soy mayor de edad para hacer este testamento y que estoy en pleno uso de sus facultades mentales. Esta última voluntad expresa mis deseos sin influencia indebida o coacción.
No estoy casada y nunca lo he estado.
Tengo cero (0) hijos vivos.
Beneficiarios: Doy mi propiedad a la(s) siguiente(s) persona(s):
A mi hermano, Lachlan Abel Jeremiah Reese, le dejo el cien por ciento (100%) de cualquier basura que me quede dentro y alrededor de mi residencia en el momento de mi muerte, en caso de que me sobreviva. Si no me sobrevive, solicito que todas mis posesiones restantes sean destruidas.
En el improbable caso de que mis cuentas bancarias no estén agotadas o retenidas, el valor total se retirará como efectivo y se legará a la primera persona sin hogar que se encuentre cuyo nombre de pila comience con una vocal.
Ordeno que, a mi muerte, mis restos sean incinerados. Bajo ninguna circunstancia se va a esparcir simbólicamente mis cenizas, como desde la cima de una montaña o en un campo de narcisos. En cambio, los restos deben eliminarse por el método que se considere más conveniente y menos sentimental (por ejemplo, depositarse en la basura).
De acuerdo con la Ley de Eliminación de la Historia de 2039, por la presente solicito que mi nombre, imagen y similares se eliminen de todos los registros públicos.
Ordeno a mis albaceas, sin cita a ningún beneficiario u otra persona, que paguen todos los impuestos sobre sucesiones, herencia y propiedades (incluidos los intereses y multas sobre los mismos) pagaderos con motivo de mi muerte.
Solicito que no se celebre ningún funeral o servicio conmemorativo en mi honor.
NICOLA ROCHE (2030-2067) Falleció el 2 de septiembre. Los testigos informaron haber visto su automóvil perder el control mientras giraba en una curva y se estrellaba de frente contra un poste eléctrico. Más tarde, una investigación reveló que sus frenos habían sido manipulados. Hasta la fecha, no se han realizado arrestos.
REID CHATHAM (2031-)
MORGAN COMPSTON (2036-)
FRASER DUNN (2029-)
HARRISON ESTER (2017-)
CHRISTOPHER GIBSON (2025-)
ALICE KATO (2040-)
BOURKE NATION (2028-)
MELISSA SIEBEL (2038-)
Todo pasó muy rápido.
El coche a toda velocidad pareció materializarse de la nada. Condujo directamente hacia Alice, en el lado equivocado de la carretera con los faros apagados.
Ella estaba en su caminata nocturna a casa desde la estación hasta su edificio (un viaje de menos de dos manzanas, pero a menudo parecía más bien tres kilómetros) cuando escuchó el inconfundible gemido agudo de un vehículo que aceleraba hacia ella a gran velocidad.
Sabía que venía, pero sus pies no se movían. Todo su cuerpo se bloqueó. Era como si, sin saberlo, se hubiera metido en cemento de secado rápido. El cliché ese de que eventos traumáticos se desarrollan a cámara lenta demostró ser terriblemente cierto.
Salió de su trance y se zambulló fuera del camino, una fracción de segundo antes de que el coche la golpeara por detrás. Sintió la ráfaga de viento desplazado contra su cara cuando este falló por milímetros.
El automóvil se subió a la acera y partió un bolardo antes de detenerse abruptamente al empestir el frontal de una tienda. El sonido de la alarma chirriante de la tienda ahogó todos los demás ruidos en el área.
Alice no tuvo problemas para mover su cuerpo esta vez. Se puso de pie y corrió por su vida, escapando por un callejón oscuro.
Se arrastró hasta un lugar apartado entre dos pútridos contenedores de basura y esperó. La sangre bombeaba por sus venas a un ritmo tan acelerado que le preocupaba que su corazón estuviera a punto de fallar.
A pesar de que había estado viviendo en un estado constante de miedo durante el último año, esto era diferente. No era su imaginación sacando lo mejor de ella, era un inequívoco atentado contra su vida.
Solo pudo distinguir el sonido del coche dando marcha atrás en la carretera y despegar por encima del incesante chirrido de la alarma. La alarma se apagó poco tiempo después y un silencio vacío tomó su lugar. Pasaron los minutos.
Se sentía más segura ahora, pero ¿realmente lo estaba? Las luces de la calle en el callejón estaban todas rotas, creando un tramo alargado de completa oscuridad. Sería demasiado fácil para alguien esconderse en las sombras y saltar cuando menos lo esperaba.
Sabía que no podía quedarse sentada a esperar que su atacante viniera tras ella. Probablemente este ya estaban de camino. Ella era un pato de feria si se quedaba donde estaba. Salió de detrás de los contenedores de basura y se arrastró hasta el final del callejón. Se asomó tentativamente a la calle.
Pasaron algunos coches, pero no el que había intentado atropellarla. Al menos, ella no creía que lo fueran; no había podido verlo bien. No conocía la marca ni el modelo. Ni siquiera estaba segura del color, aparte de decir que era un color oscuro.
Había un restaurante abierto en el lado opuesto de la calle, unas puertas más abajo. Dentro había una docena de clientes. Estaría mucho más segura allí que en la calle. Verificó tres veces para asegurarse de que no hubiera moros en la costa y salió a la carretera.
Estaba a menos de la mitad del camino cuando el coche dobló la esquina sin previo aviso. Aceleró hacia ella y chirrió hasta detenerse, a centímetros de los dedos de sus pies.
La puerta principal se abrió de golpe.
"¡Entra!" le gritó el conductor.
Alice se convirtió en piedra. Esto era como estar atrapado en la parálisis del sueño. Estaba loca de miedo, pero no podía hacer nada al respecto. Le tomó un momento darse cuenta de que este no era el mismo coche que había intentado atropellarla minutos antes. Este era un modelo mucho más antiguo, una camioneta maltrecha.
"¡Alice, soy yo!" dijo el conductor. "Morgan."
Alice se quedó en blanco. No conocía a nadie llamado Morgan, y nunca antes había visto a este hombre en su vida. Y entonces se dio cuenta: Morgan Compston, de la lotería. Se habían conocido solo una vez antes, después del funeral de Naomi. Era el tipo en chándal, gafas y coleta. El programador informático desempleado.
Rápidamente, ella se sumergió en el asiento delantero y Morgan pisó a fondo. El coche aceleró antes de que Alice pudiera cerrar la puerta.
"¿Estás bien?" Dijo Morgan.
"Estoy bien," respondió Alice, más como un reflejo educado que como un resumen exacto de su bienestar.
Morgan miró por el espejo retrovisor. "¿Nos está siguiendo?"
Alice giró el cuerpo para mirar atrás. Había algunos coches en la carretera, pero ninguno mostraba un comportamiento sospechoso. "No lo creo," dijo. Se tomó un momento para recuperar el aliento. "Jesús, ¿quién era ese?"
"No deberías caminar sola por las calles," dijo Morgan. "Especialmente no a esta hora de la noche. ¿Dónde está tu coche?"
"Yo, um, es..." Alice hizo una pausa por un momento para reorganizar sus pensamientos. "Espera, ¿cómo sabes que tenía un coche?"
“La primera noche que te vi, en la reunión. Estabas estacionada a mi lado."
El hecho de que Morgan hubiera recordado esto fue una sorpresa para Alice, especialmente porque ella no lo recordaba de esa noche. Solo tenía un recuerdo muy vago de haber hablado con él después del funeral. Morgan tenía el tipo de rostro que olvidas segundos después de conocerlo.
"Vendí el coche," dijo. "Es una larga historia."
Morgan redujo la velocidad a medida que se acercaba a un semáforo en rojo, y el caos del momento se disipó lentamente de la vista. No fue hasta que pasaron unos minutos, cuando los niveles de adrenalina de Alice volvieron a un nivel más manejable, que su cerebro la alertó de la peculiaridad de la abrupta reaparición de Morgan en su vida en el momento exacto en que necesitaba su ayuda.
Sus ojos se movieron lentamente alrededor del coche. Morgan tenía una barra para neumáticos y un espray de pimienta, ambos al alcance de la mano. En el salpicadero había montadas pantallas que mostraban mapas digitales y señales de dispositivos de vigilancia. Unas esposas y una almádena yacían inquietantemente en el asiento trasero.
Eso fue suficiente para activar las campanas de advertencia dentro de la cabeza de Alice.
"¿Que está pasando aqui?" preguntó ella con cautela. "¿Cómo sabías que alguien iba detrás de mí?"
Morgan dejó escapar un suspiro prolongado. "Eso," dijo, "es una historia mucho más larga."
“El coche que intentó atropellarte esta noche está registrado a nombre de Bourke Nation. Creo que es responsable de la muerte de al menos dos concursantes. Quizá más, no lo sé. Pero hay al menos dos que puedo achacarle hasta ahora."
Esta revelación creó un vacío de silencio.
La mera mención del nombre de Bourke Nation fue suficiente para hacer que los pelos de la nuca de Alice se erizaran. Ella pensó que algo estaba pasando cuando lo vio en el frente del edificio La Tinta Diaria hace un par de semanas. Ahora sus sospechas habían sido validadas.
"¿Tienes alguna prueba?" ella preguntó.
Morgan negó con la cabeza. "Aún estoy trabajando en esa parte. Lo he estado siguiendo durante los últimos meses. Puedo ubicarlo en la vecindad general de dos concursantes poco antes de que mueran, pero nada concreto aún. Es bastante hábil cubriendo sus huellas."
"¿Lo has estado siguiendo?"
"He conectado dispositivos de seguimiento a todos sus coches."
Alice miró hacia arriba. “¿Todos sus coches? ¿Cuántos tiene?"
"Cuatro, según el último recuento. Cambia de vehículo y altera su rutina para evitar llamar la atención. Parece saber lo que está haciendo."
Morgan se quedó en silencio cuando llegó una camarera con su pedido. Él le dio las gracias con una sonrisa educada, luego esperó hasta que ella estuvo fuera del alcance del oído antes de continuar.
"Lo he estado siguiendo cada vez que sale," dijo. "Esta noche no fue la primera noche que te acosa, por cierto. Ya te ha seguido al menos cinco o seis veces."
Los ojos de Alice se agrandaron. "¿Cinco o seis?"
Morgan asintió. "Esta noche fue la primera vez que intentó algo."
Alice no estaba muy segura de cómo sentirse al respecto. Una parte de ella deseaba que Morgan le hubiera hecho saber antes que estaba en peligro. Otra parte de ella pensó que tal vez esto era algo que era mejor que no supiera.
"¿Sabe él que lo has estado siguiendo?"
“No hasta esta noche. Quizá ahora sí. Quién sabe, tal vez pudimos escapar sin que se dé cuenta."
Alice tomó un sorbo de té. Era un poco demasiado ácido para su gusto, pero lo bebió de todos modos por el efecto calmante que tuvo en ella.
"¿Cuánto tiempo lleva sucediendo todo esto?" dijo ella.
“Primero sospeché algo cuando me lo encontré hace unos meses. Fue un encuentro completamente aleatorio. Pasé por delante cuando vi a Bourke aparcado al lado de la carretera. Pensé que parecía un poco sospechoso, ya que él estaba sentado allí sin hacer nada y sabía que no vivía en la zona. Pero no pensé nada en eso en ese momento."
Morgan guardó silencio por un momento. Miró fijamente su café.
“Tres días después, hubo un incendio en la casa de Mia Gordon. Cuando vi la dirección, fue cuando todo encajó en su lugar. Esa era la casa frente a la que estaba aparcado Bourke."
Alice recordó claramente el incidente de Mia Gordon. Había muerto por inhalación de humo después de que estallara un incendio en su casa. Los bomberos tuvieron dificultades para acceder a la casa porque todos los puntos de entrada habían sido bloqueados, con camas y estanterías colocadas frente a las puertas y ventanas.
Posteriormente, una investigación rastreó la fuente del incendio hasta una placa de alimentación defectuosa.
"Durante mucho tiempo después de la muerte de Mia, me culpé a mí mismo." Los ojos de Morgan permanecieron bajos mientras hablaba. “Podría haberle advertido. O podría haber hecho algo para asustarlo."
Se tomó un minuto para recomponerse. El único sonido ahora era el muzak cursi que el restaurante tocaba discretamente de fondo.
"De todos modos, eso es lo que espero hacer ahora. Quiero detenerlo antes de que llegue a nadie más. Sabes, me acabo de enterar de que ha vuelto a adjudicar su casa. Ha obtenido un préstamo de quinientos mil dólares."
"¿Qué prueba eso?"
“Demuestra que se toma en serio la posibilidad de ganar esto. Está usando el dinero para pagar a investigadores privados para que controlen a los otros concursantes. Está pagando en efectivo por vehículos de segunda mano no registrados para poder desplazarse sin despertar sospechas, y los prende fuego cuando termina con ellos. Y creo que podría estar pagando a xombis para que le hagan el trabajo sucio. ¿Recuerdas a Jordan Bradley, ese tipo que fue atropellado por un camión? Los testigos dijeron que fue un camello que salió de la nada y lo empujó frente al camión. No me sorprendería que Bourke le pagara para hacerlo."
Alice no estaba segura de qué pensar de todo esto. Era mucho para asimilar de una vez.
"Es un gran compromiso, pedir prestado todo ese dinero," dijo.
"No," Morgan se encogió de hombros. "O gana la lotería, en cuyo caso no tendrá problemas para devolver el dinero, o es eliminado, y entonces ya no será su problema."
Alice negó con la cabeza con asombro. Aún tenía problemas para reconciliar al hombre sentado frente a ella con el chico listillo que había conocido en el funeral de Naomi.
Morgan Compston no se parecía en nada a lo que tenía hace un año. La coleta grasienta y la tez pálida habían desaparecido, junto con las gafas y las sudaderas de lana. Llevaba el pelo muy corto y estaba vestido con vaqueros negros y camiseta. Era mucho menos gordo, con un físico que podría pasar por atlético. Era casi como si hubiera descartado su antiguo yo y se hubiera transformado en una persona completamente diferente.
La apariencia de Alice también había cambiado drásticamente en comparación con hace un año, pero por diferentes razones.
"Entonces, ¿qué hacemos a partir de aquí?" dijo ella.
"Si no he arruinado nuestra tapadera, seguiré siguiéndolo. No podrá seguir así para siempre. Tarde o temprano, tiene que cometer un desliz. Es solo cuestión de tiempo. Es inteligente, pero no es un maestro del crimen."
"¿Así que nos sentamos y esperamos hasta que vuelva a matar?"
"Sé que no es lo ideal, pero no hay mucho más que podamos hacer en esta etapa."
"¿Has pensado en llamar a la policía?"
“Si la policía se involucra y no tienen pruebas suficientes, no nos servirá de nada. Bourke simplemente aprenderá a ser más cauteloso. La mayor ventaja que he tenido hasta ahora es que él no sabía que estaba detrás de él."
Alice tiró nerviosamente de sus mangas. Ella tiró de ellos hacia abajo sobre sus dedos.
Ella siempre usaba mangas largas en estos días, principalmente por necesidad. Lo hacía para cubrir las puntas de sus dedos carbonizados y para ocultar los arañazos rojos que cruzaban sus brazos. Sus dedos ennegrecidos eran el resultado de su habitual tabaquismo de Xylox, mientras que los rasguños eran un efecto secundario de la picazón crónica que la acosaba cada vez que los dolores de abstinencia se volvían demasiado intensos.
"Hay otra cosa que podríamos hacer para detenerlo," dijo en voz baja.
Alice no estaba segura de si debería expandir más ese pensamiento. Pero ella no tuvo que hacerlo; Morgan sabía a qué se refería.
"Esa no es una buena idea," dijo, sacudiendo la cabeza.
“Sé que no es algo en lo que realmente queramos pensar. Pero resolvería muchos de nuestros problemas."
"¿Lo haría? Creo que todo lo que haría es arrastrarnos a su nivel. Y estaríamos haciendo exactamente lo que la gente detrás de la lotería quiere que hagamos. Somos mejores que eso."
"Sé que está mal, moralmente"
"También está mal legalmente."
"Pero en última instancia, ¿no está más mal si no hacemos nada?" La voz de Alice se había reducido a un susurro. "Si Bourke vuelve a matar, ¿no nos hará culpables?"
Morgan pensó mucho antes de responder. Se llevó la taza a los labios y se tragó el resto de su café.
"No creas que aún no he considerado esa opción," dijo. “La verdad es que si tuviera la capacidad de quitarle la vida a otro ser humano, ya lo habría hecho. Pero no la tengo."
Se reclinó en su asiento y dejó escapar un suspiro.
"Y creo que tú tampoco."
7 de septiembre de 2067
La policía se horrorizó al saber que un cuerpo encontrado en un contenedor de basura ayer era en realidad un cadáver de retazos, compuesto por hasta siete personas fallecidas.
Un basurero se comunicó con la policía después de hacer el espantoso descubrimiento la madrugada del domingo. No fue hasta que se llevaron el cuerpo para la autopsia que se reveló que consistía en múltiples partes desmembradas que habían sido cosidas.
Los investigadores están utilizando registros dentales y de ADN en un esfuerzo por identificar a cada una de las víctimas. También pueden divulgar imágenes al público de marcas de nacimiento prominentes, tatuajes y otras características distintivas, con la esperanza de que alguien las reconozca.
A pesar de mostrar todas las características de un golpe de Goliat, la policía aún no ha establecido ningún vínculo entre el espeluznante hallazgo y la notoria figura del crimen.
FRASER DUNN (2029-2067) Los registros de ADN demostraron que partes del cuerpo del Sr. Dunn, incluidos el pie izquierdo, la oreja derecha y tres dedos, se encontraron en el llamado "Franken-cuerpo" descubierto en un contenedor de basura en la parte trasera de una ferretería el 7 de septiembre. Las investigaciones están en curso, pero la policía aún no ha realizado ningún arresto. El resto del cuerpo del Sr. Dunn aún no se ha recuperado.
REID CHATHAM (2031-)
MORGAN COMPSTON (2036-)
HARRISON ESTER (2017-)
CHRISTOPHER GIBSON (2025-)
ALICE KATO (2040-)
BOURKE NATION (2028-)
MELISSA SIEBEL (2038-)
Bourke miró el reloj. Se acercaba a las once de la noche y su objetivo no se veía por ningún lado. ¿Dónde diablos estaba ella?
El rabillo del ojo captó el destello de las luces azul y roja de una patrulla de la policía. Esto provocó una intensa oleada de palpitaciones cardíacas. Un sentimiento de pavor ascendió a la garganta.
Cálmate, se dijo a sí mismo. No estás haciendo nada ilegal. Nada que nadie pueda probar, al menos. Eres un tipo normal en un Volkswagen plateado de último modelo, ocupándose de sus propios asuntos. Nadie ha sido arrestado nunca por estar sentado en su automóvil.
Se deslizó en su asiento y contuvo la respiración mientras el crucero pasaba detrás de él. Permaneció en esa posición hasta que se perdió de vista. Pasaron unos segundos antes de que se permitiera exhalar.
Sabía que no tenía nada que temer, pero había que ser muy cuidadoso.
Alice Kato se estaba convirtiendo rápidamente en la concursante más frustrante de la lotería. Cuando comenzó a acosarla por primera vez hace unas semanas, asumió que ella sería la más fácil de superar. Con poco más de metro setenta, era la menos imponente físicamente de los concursantes restantes. No solo eso, estaba bastante seguro de que era adicta al Xylox. La había seguido a algunas de las partes más sórdidas de la ciudad, donde vio a su consorte con personajes cuestionables en callejones apartados. Sacarla sería como disparar a un pez en un barril con un OBL-IV.
Debería haber sido una presa fácil, pero Alice estaba demostrando ser todo lo contrario. Tuvo su oportunidad la semana pasada, pero de alguna manera lo arruinó todo. Ella estaba justo donde él la quería, y luego la perdió. Él aún no sabía muy bien cómo se las arregló para escapar tan rápido.
Ella desapareció y él no la había visto ni escuchado desde entonces.
Quizá se había escapado de la ciudad. Pero si ese fuera el caso, las personas detrás de la lotería le habrían informado de su paradero. Solo podía asumir que ella aún residía en su dirección actual.
Respiró hondo de nuevo y se recordó a sí mismo que debía relajarse. La moderación y el autocontrol fueron las claves del éxito final. La impaciencia conduciría al descuido, y el descuido conduciría a ser atrapado.
Salirse con la suya con el asesinato no fue ni de lejos tan difícil como Bourke pensó que sería. La mayoría de las personas que son atrapadas lo hacen porque matan de improviso. Terminan empeorando las cosas cuando entran en pánico y hacen un trabajo mediocre al encubrirlo. Se podrían evitar tantos problemas y angustias si solo se tomaran un poco de tiempo para planificar.
Bourke ya se había salido con la suya con cuatro de los concursantes de la lotería. Había cortado los frenos del coche de Nicola Roche. Había atropellado a Tory Weller en la calle. Inició el fuego dentro de la casa de Mia Gordon. Estranguló a Anthonie Byrne y lo hizo parecer como un acto de onanismo que salió mal.
Fue metódico y meticuloso. Acechó a su presa durante semanas, estudiándola desde la distancia e identificando sus debilidades, antes de decidir el mejor momento para atacar. Se aseguró de que todas las pistas estuvieran cubiertas y de que no quedara ningún cabo suelto desatado. Sabía que si se permitía volverse indisciplinado, sin duda lo llevaría a la ruina.
El hecho de que el departamento de policía de la ciudad no tuviera fondos suficientes también jugó a su favor. Carecían de tiempo y recursos para analizar con demasiada profundidad cada muerte y adoptaron el enfoque de navaja de Occam en sus investigaciones. Si algo parecía ser un accidente, simplemente asumían que lo era.
Pero ahora, su ola de asesinatos se había detenido lamentablemente.
Quizá la huida de Alice demostraría ser una bendición disfrazada. Quizá fuese un recordatorio oportuno de que no se adelantara demasiado. Aún no había ganado la lotería. Había seis concursantes más entre él y el dinero.
Se quedó unos minutos más antes de que finalmente se cansara de esperar. Arrancó su coche y salió a la carretera.
Se pondría al día con Alice Kato, tarde o temprano. Ella no podría esconderse de él para siempre.
Alice se erizó mientras se sentaba en el asiento del pasajero delantero de la camioneta de Morgan, mirando a Bourke Nation mientras él miraba la entrada a su edificio. Pensó que podría haberse sentido mejor al saber que realmente había alguien tratando de matarla, y la amenaza no solo existía en su imaginación. Pero ese no fue el caso en absoluto.
Ahora se sentía como si se hubiera cruzado una línea. Bourke estaba fuera de su casa. Estaba invadiendo su vida. Esto era mucho más personal.
"¿Podemos llamar a la policía ahora?" dijo, cruzando los brazos con fuerza a su alrededor. La noche era templada, pero aún se estremecía.
Morgan negó con la cabeza. "Lo único que hace es quedarse en su coche."
"No sé cuánto más de esto puedo soportar."
Había un ligero temblor en la voz de Alice mientras hablaba.
"Oye, no te culpo," dijo Morgan. "Probablemente yo también me asustaría, si estuviera en tu posición. Pero créame, tenemos a Bourke justo donde lo queremos. Él no sabe que estamos detrás de él, y eso funciona a nuestro favor. Si la policía se involucra, eso solo lo asustará. Podría pasar desapercibido durante los próximos cinco o diez años y luego resurgir cuando menos lo esperáramos."
Alice asintió para sí misma. Sabía que esto tenía mucho sentido, aunque no hacía nada para aliviar su ansiedad. Pero confiaba en Morgan. Parecía mucho más experto en manejar este tipo de cosas de lo que ella podría esperar. Apenas podía formular un solo pensamiento coherente con todo lo que sucedía a su alrededor.
Esta noche era la tercera noche de la semana pasada que había estado con Morgan en una estaca. Continuó rastreando los movimientos de Bourke y se aseguró de advertirle cada vez que Bourke se acercaba a ella. También la llevó y regresó del trabajo, insistiendo en que usar el transporte público la dejaba demasiado expuesta.
Bourke parecía ir tras los concursantes uno a la vez, y ahora mismo tenía a Alice firmemente en la mira. La teoría de Morgan era que si Alice seguía eludiendo a Bourke, se sentiría frustrado hasta el punto de cometer un desliz y hacer algo imprudente.
Cuanto más tiempo pasaba Alice con Morgan, más impresionada estaba. Ella tampoco pudo evitar sentirse un poco inadecuada en comparación. Morgan había aceptado el desafío cuando la presión aumentó. Se había reinventado por completo a sí mismo el año pasado, casi hasta el punto de convertirse en una persona completamente nueva. Alice había ido en la dirección opuesta; se había derrumbado ante la adversidad.
Pasó un poco más de tiempo mientras esperaban a que Bourke hiciera un movimiento.
Alice abrió la guantera de Morgan para pasar el tiempo y, distraídamente, revolvió el interior. Desenterró una linterna.
"Cuidado con eso," dijo Morgan.
Alice la encendió. Se disparó un rayo de luz. "Sé que no soy tan hábil como tú en este tipo de cosas," dijo, sosteniendo la linterna debajo de la barbilla para proyectar una sombra espeluznante en su rostro. "Pero creo que puedo manejar una simple linterna sin lastimarme."
"No estaría tan seguro de eso."
Morgan le quitó la linterna. Pulsó un interruptor en la base y luego se lo devolvió.
"Prueba ahora," dijo.
Alice volvió a encender la linterna. Una descarga de corriente azul eléctrica salió de la parte superior.
"¡Whoa!" Alice espetó asustada. "¿Esto también es un Taser?"
"Sí," asintió Morgan.
Alice examinó el dispositivo. "¿De dónde sacaste esto?"
"Lo construí."
"¿Hiciste esto tú mismo?"
"Bueno, no puedes comprarlos en las tiendas, ¿verdad?"
Alice sonrió. "Estás lleno de sorpresas, ¿no es así?"
Sostuvo la Taser frente a su cara y la volvió a activar. El olor a cobre quemado llenó el coche.
"Tranquila con eso," dijo Morgan, rápidamente empujándolo hacia abajo fuera de la vista. "Vas a agotar la batería. Además, la ley no ve con buenos ojos a las personas que fabrican armas caseras."
"¿Esto no es legal?"
“Podría ser legal en alguna parte. Pero no en este continente."
Como si fuera una señal, pasó un coche de policía con las luces rojas y azules girando en espiral.
Siguieron el coche con la mirada, luego observaron a Bourke mientras se deslizaba en su asiento para evitar ser vistos. Incluso desde esta distancia, su nerviosismo era evidente. Esto hizo que Alice sonriera.
Se quedaron en silencio. Fue un silencio confortable, de esos en los que ninguno sintió la necesidad de llenar el espacio con palabras vacías.
"¿Te arrepientes de haber puesto tu nombre en la lotería?" Alice preguntó varios minutos después.
Morgan se perdió en sus pensamientos por un momento mientras contemplaba esto. "Eso suena como una pregunta simple con una respuesta obvia, ¿no es así?"
Alice se encogió de hombros.
“En un nivel, sí, lo lamento. Si pudiera volver atrás y tomar mi decisión de nuevo, sabiendo entonces lo que sé ahora, obviamente tomaría el dinero por adelantado."
Siguió una breve pausa.
"Pero habiendo dicho eso," continuó, "una parte de mí está agradecido de que esto me haya sucedido."
"¿Estás agradecido?"
"Es solo que..." Morgan dejó escapar un suave suspiro. “No tienes idea de la rutina en la que estaba mi vida. Estaba viviendo el mismo día, una y otra vez. Odiaba mi vida. No era feliz. No me importaba nada y no me sentía nada más que atrapado. Por supuesto, la situación actual no es ideal. Pero al menos me ha dado algún tipo de propósito."
Sus palabras flotaron en el aire por el momento.
"Esa es probablemente la cosa más estúpida que hayas escuchado, ¿no? No estoy seguro de haberme explicado tan bien."
"En realidad, tiene mucho sentido," dijo Alice en voz baja.
"¿Y quée hay de ti? ¿Te arrepientes?"
Alice recordó su sensata y cómoda vida de hace un año. Se sentía más como si hubieran pasado doce años que doce meses. Daría cualquier cosa por estar allí ahora; para poder cobrar sus dos de los grandes sin ataduras y escapar del infierno incesante que esta lotería le había impuesto.
Pero antes de que pudiera expresar sus pensamientos con palabras, las luces traseras de Bourke se encendieron y su coche dio marcha atrás a la carretera.
REID CHATHAM (2031-2067) El cuerpo mutilado del Sr. Chatham fue descubierto en la bañera del Traveller Inn Motor Lodge el 21 de septiembre. Se registró una pérdida masiva de sangre como la causa de la muerte. Varios de los órganos vitales del Sr. Chatham fueron extraídos, lo que llevó a la policía a creer que pudo haber sido víctima de un sindicato de tráfico de órganos.
MORGAN COMPSTON (2036-)
HARRISON ESTER (2017-)
CHRISTOPHER GIBSON (2025-)
ALICE KATO (2040-)
BOURKE NATION (2028-)
MELISSA SIEBEL (2038-)
Morgan siguió a Bourke durante veinte minutos más después de que Alice se fuera, y finalmente lo siguió hasta su loft en el centro de la ciudad. Estacionó afuera y monitoreó el lugar durante otras dos horas, antes de dar por terminada la noche.
Bourke se había convertido en una especie de obsesión para Morgan. No estaba muy seguro de qué había desencadenado esto. Estaba la respuesta obvia de la autoconservación. Pero fue más allá de eso.
Cuando Morgan miraba a Bourke, veía a alguien que siempre había conseguido lo que quería en la vida. Bourke venía del dinero y nunca había tenido que lidiar con ninguna dificultad o adversidad real. Era guapo y rebosaba confianza. Él era del tipo que se resbalaba por la vida mientras todos los demás tenían que luchar. El tipo que siempre pasaba por encima de tipos como Morgan.
Bourke había ganado el primer lugar en la lotería de la vida, pero le faltaba la clase y la decencia para no arrojar su buena fortuna en la cara de los demás.
Quizá esto era lo que más irritaba a Morgan. Si hubiera sido cualquier otro concursante, puede que no hubiera tocado un nervio como lo hizo. Pero este era Bourke, y Morgan se negó a permitirle triunfar. No esta vez.
Derrotar a Bourke no sería solo una victoria para Morgan. Sería una victoria para los desamparados. El buen chico ganaría para variar.
El mundo estaba evolucionando. Los betas habían jugado un papel secundario frente a los alfa durante demasiado tiempo. Era hora de revertir la tendencia.
Hola, mi nombre es Georgina y soy modelo a tiempo completo y acompañante a tiempo parcial. Acabo de descubrir que estoy embarazada y hay una posibilidad entre tres de que Ethan Ulbricht sea el padre. Estoy dispuesta a vender mi versión de los hechos por 50.000 dólares. Esto cubrirá una entrevista exclusiva, las primeras fotos del bebé, los resultados de la prueba de paternidad, el primer cumpleaños del bebé y un extracto exclusivo de mi próxima autobiografía donde lo cuento todo. Llámame si estás interesado.
Faltaban tres horas para el final de la jornada laboral, y Alice estaba contando cada segundo que pasaba. Ahora apenas podía tolerar su trabajo. Cada día se había convertido en una prueba de resistencia de ocho horas. Era como si colocara la cabeza dentro de un torno de carpintero a las nueve y los tornillos se apretaran lentamente a medida que avanzaba el día.
Sus días de ilimitado entusiasmo y gran ambición la habían abandonado hacía mucho tiempo. Quedarse hasta tarde, dedicar horas extraordinarias no remuneradas para salir adelante; eso era para cuando a ella le importaba. Ahora se las arreglaba haciendo poco más que lo mínimo.
Para cuando llegaban las cinco en punto, siempre se prometía a sí misma que este sería su último día, y no había forma de que pudiera soportar un minuto más atrapada dentro de esta prisión disfrazada como una granja de cubículos. Pero algo siempre la obligaba a seguir regresando, y eso era el dinero.
Podría haberse marchado y unirse a otro servicio de noticias y medios a estas alturas (había recibido numerosas ofertas en los últimos meses) pero el dinero que estaba acumulando en La Tinta Diaria era simplemente demasiado bueno para renunciar a él. Cada exclusiva entregada por Ratón de Aguja resultaba en un considerable cheque de bonificación, y había recibido treinta y uno de estos en el último año. Estos cheques luego terminaban en el bolsillo de Gidget (quien había dado la bienvenida a Alice con los brazos abiertos después de su recaída, a pesar de sus advertencias anteriores de que no quería volver a verla por su parte de la ciudad), y su creciente adicción a las drogas se disparó aún más fuera de control.
No sabía cuánto tiempo más podría seguir así. Esta no era la forma de vivir de nadie. Tarde o temprano, algo tenía que ceder.
Todos los días rezaba por una salida a su situación. Soñaba con apuntarse la historia más grande imaginable y luego usar el cheque de masiva bonificación para dejar el empleo y limpiarse. Pero en el fondo sabía que las posibilidades de que esto sucediera eran escasas o nulas.
Dinah ya ni siquiera intentaba ocultar su exasperación con Alice y su comportamiento errático. Se preguntaba dónde se había metido la Alice que ella solía conocer. Su trayectoria descendente se había prolongado durante meses. Había constantes ausencias inexplicables y el cambio dramático en su apariencia. Desaparecía de su cubículo sin previo aviso y luego se escabullía horas después envuelta en productos químicos y vergüenza. Alice trató de hacer pasar todo esto como un caso grave de gripe, pero esa excusa tenía una vida útil bastante limitada.
Sabía que Ratón de Aguja era la única razón por la que aún no la habían despedido. Durante el año pasado, su misteriosa fuente le había proporcionado un flujo constante de pistas relacionadas con Goliat que habían jugado un papel importante para ayudar a La Tinta Diaria a seguir siendo el servicio de noticias y medios número uno del país. Dinah habría despedido a Alice si hubiera encontrado una forma de comunicarse directamente con Ratón de Aguja. Pero por razones que Alice no entendía del todo, Ratón de Aguja insistía en pasar exclusivamente por ella.
Alice miró el reloj. Dos horas y cincuenta y tres minutos para irse. Otra pequeña parte de ella murió por dentro.
Luchó contra el impulso de escabullirse hasta el baño o hasta el hueco de la escalera para terminarse lo que quedaba del Xylox que le había comprado a Gidget esa mañana. Ya lo había hecho dos veces hoy. Una tercera vez podría ser tentar a la suerte, incluso para ella.
Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro desesperado. Rezó por una alarma de incendio o una amenaza de bomba. Incluso una bomba de verdad. Cualquier excusa para escapar de la opresión de la oficina durante un par de horas.
Abrió los ojos un minuto después y vio que sus oraciones habían sido respondidas. Su DIteA brillaba con un nuevo mensaje.
Era breve y al grano.
»Hoy es el día, Alice.
Puedo conseguirte a Goliat. 100% seguro esta vez. Va a suceder.
Espere más instrucciones.
Ratón de Aguja.
Ella ya estaba fuera del asiento y se dirigía a la puerta antes de que sus ojos alcanzaran la última palabra. Se apresuró a llegar al lugar acordado a las siete en punto.
Ratón de Aguja le había ordenado que se reuniera en este aparcamiento en particular, situado directamente encima de un edificio de viviendas públicas. Estas estructuras se conocían como "icebergs"; una planta estaba por encima del suelo y había entre quince y treinta por debajo. Esta era la respuesta del ayuntamiento al problema de la pobreza: fuera de la vista, fuera de la mente. A nadie le gustaba mirar las torres de abandono sobre el suelo conocidas como "pisos de felonía," por lo que enterrarlas bajo la superficie proporcionaba la solución perfecta. Si el resto de la sociedad no podía ver estas monstruosidades, podían fingir que no existían.
El aparcamiento estaba desierto para cuando ella llegó. Consultó el reloj y vio que llegaba un par de minutos antes.
Alice se quedó allí y pasó el tiempo empujando piedrecitas con el zapato. Un enjambre de mariposas pronto se instaló dentro de su estómago.
Durante el año y pico que habían estado comunicándose, Ratón de Aguja le había estado prometiendo algo grande. Algo enorme. La perspectiva de una historia masiva se había suapendido delante de Alice como una zanahoria delante de burro. Y ahora, al parecer, ese día había llegado por fin.
Trató de no pasar demasiado tiempo pensando en ello, pero no pudo evitar fantasear con lo que esto haría por su carrera. Sin duda, la catapultaría a lo grande. La historia sería enorme, al igual que el cheque de bonificación que la acompañaría. Por fin podría dejar La Tinta Diaria, tendría suficiente dinero en efectivo para resolver todos sus problemas y podría comenzar de nuevo en otra parte. Tampoco es que hubiera escasez de demanda para sus talentos.
Tan emocionada como estaba por lo que esto podría significar para ella, tuvo que recordarse a sí misma que no debía vender la piel del oso aún. Periodistas más inteligentes y consumados que ella habían estado tras la pista de Goliat, sin mencionar las extensas investigaciones policiales, y aún así el tipo había logrado evadir la captura y mantener su identidad en secreto. La Tinta Diaria había publicado tantas "revelaciones" exclusivas que ya se habían convertido en una especie de broma corriente.
Pero esta vez parecía diferente. Esto no era una puñalada a ciegas, sacar a la luz a alguien como Goliat con la más endeble de las pruebas circunstanciales para provocar un rápido aumento en las ventas. Esto venía directamente de su fuente más fiable. Ratón de Aguja tenía un historial impecable: treinta y una exclusivas confirmadas el año pasado. Exclusivas que, o bien habían estado cerca de Goliat o habían llevado a conocer a alguien de su círculo íntimo. Esta era su mejor oportunidad hasta ahora de conseguir algo sólido.
El sonido de la grava crujiendo bajo la suela de un zapato vino desde atrás. Alice dio la vuelta y allí estaba ella.
Ratón de Aguja.
Una mujer de la edad de Alice, tal vez unos años mayor. De pie en las sombras, rostro oculto bajo una capucha negra.
"¿Eres Alice?" dijo ella.
"Ratón de Aguja," dijo Alice. Se sintió un poco extraña al usar el nombre en clave teniéndola allí en persona. "Qué bueno conocerte por fin."
Siguió una pequeña pausa. Alice esperó a que Ratón de Aguja hablara, pero ella permaneció en silencio.
Su comportamiento distante dejó a Alice un poco inquieta. Pero eso no le molestaba tanto como el hecho de que Ratón de Aguja era probablemente una adicta al Xylox. Los signos eran sutiles, pero no era difícil para Alice identificar a una de los suyos. Esto le dio de inmediato un motivo de preocupación. Los xombis apenas eran conocidos por su fiabilidad.
"¿Tienes algo para mí?" Dijo Alice una vez que el silencio entre ellas se prolongó hasta un grado incómodo.
La mujer asintió, pero permaneció muda. Dio un paso adelante y se quitó la capucha, y Alice vio su rostro por primera vez.
Se sorprendió al ver lo joven que era Ratón de Aguja. Era aún una adolescente, pero su adicción había causado estragos en el rostro. Sus ojos estaban muertos y vacíos. Su piel estaba perforada con cráteres picados. La carne de las hundidas mejillas se pegaba al cráneo como un suéter barato de poliéster.
Alice trató de no mostrar su repulsión. Se preguntó si otros tenían reacciones similares cuando la conocían por primera vez.
"¿Tienes algo para mí... con respecto a Goliat?" Alice lo intentó de nuevo.
Ratón de Aguja asintió de nuevo, pero siguió sin hablar. Alice se estaba exasperando rápidamente por la naturaleza unilateral de la conversación.
“¿Lo llevas encima? ¿O deberíamos ir a otra parte?"
"¿Si llevo qué encima?" Croó Ratón de Aguja.
Alice luchó por mantener la calma y no permitir que su frustración se desbordara. Esto era como intentar comunicarse con un perro labrador. "Lo que sea que tengas para mí."
Ratón de Aguja miró a Alice como si estuviera inventando un nuevo idioma allí mismo. Alice vio que sus esperanzas de conseguir una historia que definiera su carrera y que la hiciera una estrella se desvanecía por segundos.
“Como un nombre o un metraje o fotografías. O cualquier otra evidencia documentada." Alice hizo una pausa, esperando que algo finalmente hiciera clic. "Ya sabes, de Goliat."
"Oh, no," respondió Ratón de Aguja. "Tengo algo mucho mejor que eso."
Alice exhaló aliviada. Por fin estaban llegando a alguna parte.
"¿Y qué es?"
"Tengo a Goliat."
Las cejas de Alice se fruncieron levemente. "¿Qué quieres decir con que tienes a Goliat?"
Ratón de Aguja sonrió. Los dientes que le quedaban eran de un tono de amarillo idéntico a su piel. "Él quiere conocerte. En persona."
Medio segundo después de la noticia, Alice se dio cuenta de que no estaba sola. Vislumbró brevemente a los dos hombres detrás de ella.
Antes de que pudiera reaccionar, los hombres se abalanzaron sobre ella y la obligaron a caer al suelo.
Le pusieron un saco en la cabeza y su mundo se sumió en la oscuridad.
El Volkswagen plateado de Bourke estaba parado al lado de la carretera cuando Morgan lo encontró. Los faros estaban encendidos y el motor en marcha. La puerta del conductor estaba abierta de par en par. Pero no había ni rastro de Bourke.
Una hora antes, el sistema de rastreo de Morgan le había alertado de que Bourke estaba de nuevo en la carretera. Había dejado lo que estaba haciendo y saltado a su coche para seguirlo.
Se había mantenido algo esperanzado mientras se acercaba a la escena. Tal vez esta sería la noche en que finalmente pillaría a Bourke en el acto.
Un primer indicio de que esta noche sería diferente fue evidente al ver que Bourke no iba tras Alice, como había hecho durante las últimas semanas. Se dirigía en la dirección opuesta, directamente hacia la casa de Christopher Gibson.
Bourke parecía haberse rendido con Alice por el momento y estaba yendo tras el objetivo más fácil.
Morgan aparcó a dos calles de distancia y recorrió el resto de la distancia a pie. Divisó el Volkswagen más adelante. Avanzó lentamente detrás de él. Se preparó para cualquier sorpresa desagradable. Alumbró con la linterna el interior del coche. Nada. Estaba vacío.
Se movió hacia el lado del conductor y asomó la cabeza dentro. Los instrumentos de matanza de Bourke estaban esparcidos por todo el coche: una palanca de acero, un rollo de cuerda de nailon, un par de pinzas y una máscara de gas, pero nada de Bourke.
Morgan dejó el vehículo y se dirigió hacia la casa de Christopher. La casa era una dilapidada ruina a punto de derrumbarse con una brisa fuerte.
Caminó entre la abandonada maleza para realizar un rápido barrido de la propiedad. Nadie aquí tampoco. Nadie a quien él pudiera ver al menos.
Miró a través de las polvorientas ventanas. No parecía haber nadie en casa. Sin luces, sin movimiento. De hecho, no parecía haber nadie viviendo allí. La casa no solo estaba vacía, parecía abandonada. El tipo de casa donde los ocupantes ilegales tendrían dudas de poner un pie dentro. La falta de acceso para sillas de ruedas también parecía un poco peculiar.
Probó con las puertas delantera y trasera, pero ambas estaban cerradas. Las ventanas también. Sin señales de allanamiento. Morgan llamó a la puerta antes de notar lo inútil que era. Era obvio que nadie vivía allí.
Regresó a la calle. Se quedó allí por un momento e intentó desentrañar en su mente este acertijo. Lo que fuese que estaba pasando aquí, él estaba perplejo. No había duda de que Bourke estaba en algún lugar de la zona, o al menos, lo había estado muy recientemente, pero ahora parecía haberse desvanecido en el aire.
Una ráfaga de pasos llegaron por detrás, una fracción de segundo antes de que fuese placado y derrumbado al suelo. Morgan dejó escapar un gruñido involuntario al golpear el suelo y se quedó sin aire.
Su instinto inicial fue que se trataba de Bourke lanzando un ataque furtivo. Su teoría fue refutada cuando se enteró del pútrido hedor de su atacante. Era alguien con olor corporal a tocino rancio. Probablemente un xombi.
Dos malhechores más se abalanzaron de la nada. Uno lo inmovilizó por los hombros. Otro desenrolló un trozo de cinta adhesiva.
Morgan se revolvió boca abajo en el suelo, tratando sin éxito de liberarse de las garras. Le obligaron a juntar los pies y la cinta le envolvió los tobillos.
Usando toda la fuerza que pudo reunir, Morgan estiró un brazo y clavó la linterna en el muslo de su atacante. Puso el interruptor en modo Taser y cincuenta mil voltios de corriente eléctrica atravesaron el cuerpo del xombi. La descarga lo propulsó tres metros hacia atrás.
Morgan se dio la vuelta y empujó con la linterna en modo pistola Taser en las costillas del segundo xombi. La corriente de electricidad lo envió al suelo en agonía.
El tercer xombi dejó caer la cinta en cuanto vio lo que estaba ocurriendo y escapó en una nube de polvo.
Morgan se tomó un segundo para recuperar el aliento y ponerse en pie. Se arrancó la cinta adhesiva de los tobillos y volvió corriendo al coche en cuanto sus piernas pudieron moverse.
Se zambulló detrás del volante y pisó a fondo.
Maldijo su imprudencia mientras hilaba entre el tráfico. Bourke le había tendido una trampa y él se había metido directamente en ella. Todo el montaje parecía sospechoso desde el principio, y aún así no se había dado cuenta.
Bourke debía de haber descubierto que Morgan lo estaba siguiendo, y había usado este conocimiento en su ventaja. Había pagado a unos xombis para que hicieran el trabajo sucio, ya que Bourke no quería mancharse con sangre el traje de tres mil dólares.
Bourke estaba encima de él. Morgan tendría que repensar toda su estrategia. Su mente aún estaba trabajando horas extras cuando regresó a casa y descubrió otro sobre marrón esperándolo.
Lo invadió una sensación de inmenso pavor. ¿Bourke ya había llegado a los demás?
Con gran temor, recuperó el sobre del suelo. Lo abrió lentamente y metió la mano en el interior.
Sacó dos tarjetas, no una.
La primera era para anunciar la eliminación de la lotería de Harrison Ester. La segunda decía lo mismo con Melissa Siebel.
Morgan fue golpeado por una combinación de culpa y alivio. Estaba horrorizado por otras dos muertes y, sin embargo, agradecido de descubrir que Alice no estaba entre ellas.
Pero luego todo encajó y el gran plan de Bourke entró en foco.
Bourke iba tras el dinero ahora. Había esperado lo suficiente y quería que la lotería terminara esta noche. Morgan había sido conducido deliberadamente en la dirección equivocada en un intento de desviarlo del rastro. Con Morgan ocupado, Bourke podría terminar su matanza sin interferencias.
Bourke ya se había encargado de Harrison y Melissa hoy, y Morgan casi se había convertido en su tercera víctima. Alice y Christopher serían los siguientes en su lista de objetivos.
Ya basta, se dijo. Era hora de arrojar el guante. Bourke tenía que ser detenido de una forma u otra. Si eso significaba tomarse la ley por su mano, que así fuera.
Morgan volvió a su coche. No sabía cómo iba a hacerlo, pero tenía que encontrar a Bourke. Solo esperaba que no fuera demasiado tarde.
HARRISON ESTER (2017-2067) Se derrumbó dentro de un local de Aqua Bar camino al trabajo el 5 de octubre. Los paramédicos llegaron rápidamente al lugar, pero no pudieron reanimarlo. Una investigación preliminar encontró rastros de arsénico en su zumo de manzana y arándano.
MELISSA SIEBEL (2038-2067) Murió el 5 de octubre cuando su automóvil se salió de la carretera y se estrelló de frente contra un poste eléctrico. La colisión ocurrió a baja velocidad y se cree que la Sra. Siebel estaba muerta antes del punto del impacto. Una investigación preliminar encontró rastros de arsénico en su café matutino.
Los Concursantes Restantes
MORGAN COMPSTON (2036-)
CHRISTOPHER GIBSON (2025-)
ALICE KATO (2040-)
BOURKE NATION (2028-)
El coche pasó por otro bache y la cabeza de Alice chocó con el techo del maletero por lo que pareció la decimoquinta vez en diez minutos. Estaba convencida de que el conductor estaba haciendo esto deliberadamente, pero dada su situación actual, no había mucho que pudiera hacer al respecto. Tenía un saco atado sobre la cabeza, las piernas y las manos atadas con una cuerda deshilachada que le picaba y la habían metido en el maletero de un automóvil con una suspensión tan desvencijada que podía sentir cada guijarro y cada ramita que pasaba debajo.
Tenía más dolor del que pensaba que cualquier ser humano podría soportar. Le dolía por dentro y por fuera, como si cada nervio del cuerpo estuviera bajo ataque. Habría cambiado su alma eterna por una sola pastilla de Xylox. La parte más cruel de todo era el hecho de que tenía tres gotas de limón restantes escondidas en el calcetín, pero no había forma de alcanzarlas.
Atrapada dentro de la sofocante oscuridad del mohoso maletero del coche, poco podía hacer más que inhalar los nocivos humos de diesel y maldecir su propia estupidez. ¿Cómo había podido haberse metido en una situación como esta? La antigua Alice nunca habría hecho algo tan imprudente. Era demasiado inteligente para eso. Corría algún riesgo ocasional, pero siempre eran riesgos calculados.
Pero la antigua Alice se había ido hace mucho. La nueva Alice la había matado, escondido su cuerpo y asumido su identidad.
La nueva Alice tomaba decisiones tontas y errores de juicio. Participaba en concursos que convencían a los ciudadanos comunes de que se aniquilaran unos a otros. Se aventuraba en icebergs de viviendas públicas desiertas para recibir información volátil de fuentes cuestionables.
Y ahora el descuido de la nueva Alice iba a costarle la vida a la antigua Alice.
Trató de no pensar en su muerte inminente. Pero cuanto más se resistía, más seguían llegando estos pensamientos de regreso al frente de su mente. Se preguntó cómo lo harían. ¿Sería rápido o la harían sufrir? Lo último parecía más probable.
Quizá la decapitarían como habían hecho con Ricardo Ferguson hacía unos años. O cortada en pedazos y enviada por correo a La Tinta Diaria en docenas de paquetes separados, como Adele Nemshich antes que él. De cualquier manera, seguro que sería lo más horrible y espantoso posible. Ese era el modus operandi de Goliath: matar a la víctima de tal modo que uno no pudiera evitar imaginar cómo debió haber sido su muerte. El asesinato en sí solo era un medio para lograr un fin. El propósito principal era enviar un mensaje, y ese mensaje era que nadie se interponía en el camino de Goliat.
Pero lo peor de morir a manos de Goliat era que ahora Alice sería recordada como una mártir. Sería alabada como una intrépida periodista cuya búsqueda de la verdad había terminado en tragedia, y eso era lo último que ella quería. Su único último deseo era ser olvidada. Ser recordada como una heroína era peor que la verdad: que era una codiciosa adicta asesinada por su propia idiotez.
El lado positivo era que al menos la historia de su muerte ayudaría a aumentar las ventas de La Tinta Diaria durante las próximas semanas.
Sintió que el coche reducía la velocidad antes de que finalmente se detuviera por completo. El motor se apagó. Las puertas del coche se cerraron y el maletero se abrió de golpe.
Dos pares de manos la agarraron y la sacaron.
Se abrió una puerta y la acompañaron al interior.
Dos matones la estaban guiando, uno a cada lado, tirando por los brazos. Alice intentaba caminar, pero ambos hombres eran mucho más altos, así que las piernas solo podían moverse hacia adelante y hacia atrás en el aire, los dedos de los pies apenas rozaban la superficie del suelo.
Arrastraron a Alice a través de dos puertas más y luego la tiraron al suelo.
El olor fue el primero de sus sentidos en ser asaltado. Era un aroma acre que ella conocía muy bien. El hedor de los xombis llegando hacia ella desde todas las direcciones.
"Desatadla," oyó decir una voz distante.
La cuerda alrededor de sus muñecas cayó y sus manos quedaron libres. Luego vinieron los pies. El saco fue arrancado de su cabeza sin previo aviso.
Alice entornó los ojos. Se protegió los ojos de las luces brillantes directamente en su rostro.
Miró por la habitación. No tenía idea de dónde estaba. Era un edificio grande y cavernoso, una especie de almacén reformado lleno de xombis. Al menos veinte, tal vez treinta, alineados en las paredes, mirándola como una exhibición de zoo.
“Buenas noches, Alice,” dijo la voz. Era una voz agradablemente nasal. Una que ella encontró algo familiar, pero no pudo ubicarla. Sus ojos recorrieron la habitación, buscando al dueño de la voz.
"Te estaba esperando," agregó la voz.
Ella lo vio en el lado opuesto de la habitación. La figura más misteriosa y notoria de la ciudad. Él era el carnicero psicótico.
Era Goliat.
Estaba sentado detrás de su espacioso escritorio de caoba, reclinado en su silla de cuero acolchada hecha a medida que se parecía más al trono de un emperador. Montones y montones de dinero en efectivo, cientos de miles de dólares, se apilaban ante él en una formación similar al Tetris.
La boca de Alice se abrió. Intentó hablar, pero las palabras se negaron a salir.
La habitación pareció tambalearse, como si fuera un pasajero de un barco atrapado en una tormenta. Le preocupaba la posibilidad de desmayarse, como lo hacían las personas en las comedias de situación con un efecto cómico cuando se enfrentaban a noticias perturbadoras.
Hasta ahora, Goliat no le parecía real. Era más una idea, una abstracción. Se había vuelto tan mitificado que Alice ya no lo consideraba una persona real. Pero todo eso cambió en el momento en que lo vio con sus propios ojos.
"Me preguntaba si alguna vez nos volveríamos a ver," dijo Goliath. Dejó escapar una risa baja. La estupefacta reacción de Alice claramente lo había divertido.
Ella intentó darle sentido a todo. No, se decía a sí misma. No no no. Esto no podría estar sucediendo. Esto era imposible.
Pero en el fondo, sabía que también tenía perfecto sentido. Este tenía que ser él. El criminal más despiadado y violento que se recuerde. El hombre más poderoso que cualquier político o billonario corporativo.
Este era Goliat.
Aunque Alice lo conocía por otro nombre.
Su verdadero nombre era Christopher Gibson.
Era indiscutible que el Xylox era una droga maravillosa. Una pastillita tenía la capacidad de convertir a los insomnes crónicos en bebés dormidos. Otros pasaban de estar deprimidos y suicidas un día a felices y contentos al día siguiente.
Para Christopher Gibson, el Xylox fue el catalizador de una transformación aún más notable. Lo había convertido de un inválido empobrecido con sobrepeso a un megalómano extraordinariamente rico y hambriento de poder.
Los primeros treinta y cinco años de la vida de Christopher Gibson habían sido una desoladora neblina de humillación y burla. Era gordo y socialmente inepto. Su familia entró y salió de la pobreza. La escuela secundaria fueron seis años de infierno perpetuo y la vida no se volvió más fácil una vez que se graduó. Acosado por la depresión crónica y la inseguridad paralizante, se aisló del resto del mundo y se alejó de los problemas comiendo.
Su obesidad en aumento y su salud en rápido deterioro resultaron en la amputación de ambas piernas.
Sin amigos, arruinado y confinado a una silla de ruedas por el resto de su vida, pensó que esto era lo más bajo que podía hundirse un ser humano. Su vida no podría empeorar a partir de este momento.
Por extraño que parezca, tenía razón.
Su médico le recetó Xylox para aliviar el dolor de sus muchas dolencias físicas y mentales. Christopher disfrutó de los efectos que las píldoras tenían en él; ese cálido y difuso abrazo de alegría que le aseguraba temporalmente que todo iba a salir bien.
Pero el efecto que tenían en otras personas era aún más sorprendente. Todos los pacientes de Xylox estaban a un paso de convertirse en adictos a Xylox, y una vez que alguien se enganchaba, no había nada que no hiciera para tener más en sus manos.
Xylox se convirtió en el último accesorio de estilo de vida, una nueva forma de moneda, y Christopher tenía la intención de aprovechar al máximo ese hecho.
Usando su iniciativa y un espíritu emprendedor previamente desaprovechado, creó identidades falsas e hizo compras médicas para acumular una enorme cantidad de dinero. Gracias a los lucrativos sobornos que recibían de Elixxia Pharmaceuticals, estos charlatanes estaban encantados de escribir nuevas recetas sin verificar si otros médicos ya lo habían hecho.
Con un suministro tan vasto ahora a su disposición, otras personas de repente lo necesitaban. Por primera vez en su vida, tenía algo que ellos querían.
La ingestión de pastillas de Xylox puede que le diera un subidón a Christopher, pero no fue nada comparado con el subidón que le dio su recién descubierto poder.
Esta pequeña estafa le reportó una buena ganancia, pero Christopher albergaba ambiciones aún mayores.
Su siguiente paso fue reclutar a un trío de estudiantes de farmacia que recientemente habían sido expulsados por fabricar y distribuir LSD en el campus. Después de sacarlos de prisión y cubrir sus costos legales, los contrató para realizar ingeniería inversa del Xylox y sintetizar su propia versión. Christopher tenía los medios, los estudiantes tenían el conocimiento y en unos pocos meses habían creado una forma falsificada de Xylox.
Conocidos en las calles como gotas de limón, pueden haber sido un facsímil inferior de calidad variable (un mal lote podría resultar en efectos secundarios impredecibles, que iban desde náuseas leves hasta episodios esquizofrénicos), pero los adictos que ansían un chute inmediato no estaban en posición de ser quisquilloso. Christopher se aprovechó de su desesperación e inundó las calles con estas pastillas baratas producidas en masa. En cuestión de meses, estaba disfrutando de una empresa comercial tremendamente exitosa.
Como cualquier buen emprendedor, había identificado una brecha en el mercado y luego se había ocupado de cubrir la demanda.
En menos de un año, Christopher había acumulado tanto dinero que no sabía qué hacer con él. Disfrutaba de los tipos de márgenes de beneficio con los que los gigantes farmacéuticos solo podían soñar. También acumuló un ejército de xombis en el camino; modificadores psicóticos que harían cualquier cosa que les pidiera a cambio de un suministro constante de drogas. Y si eso significaba que quería sacar a alguien, ya fuera un miembro de una pandilla rival, políticos entrometidos, periodistas entrometidos o civiles normales que participaban en un concurso extraño con 100 millones en juego, estaban muy felices de complacerlo.
Cuanta más gente se enganchaba a Xylox, más se enganchaba Christopher al poder. Era el tipo de poder con tendencia a corromper.
En medio de todo eso, nadie sospechó nada. La apariencia exterior de Christopher, que anteriormente era su mayor desventaja y la fuente de gran parte de la miseria a lo largo de su vida, ahora era su mayor activo. Su peso y discapacidad hicieron que la gente lo subestimara constantemente. Cualquiera que se encontrara con esta patética criatura en silla de ruedas nunca sospecharía en un millón de años que él era el señor del crimen más despiadado de la ciudad. La fuerza policial dedicó innumerables horas hombre y muchos millones de dólares a rastrear al monstruo detrás de esta incesante ola de carnicería, y él ni siquiera tuvo que esconderse. Estaba escondido a plena vista.
Y así, durante los siguientes seis años, Christopher Gibson, auto-bautizado con el indomable apodo de "Goliat," se vengó del mundo. Buscó vengarse de todos aquellos que lo habían acosado y atormentado a lo largo de su vida. En una sociedad que eligió señalar y reírse de un fanático indefenso en lugar de ofrecer simpatía. Sobre todo, se vengó de Dios por haber creado este colosal error de un ser humano en primer lugar.
Ahora era dios.
La guarida de Goliath, un matadero en desuso en la zona industrial de la ciudad que se había sometido a amplias renovaciones, era realmente un espectáculo para la vista. Desde las columnas y los arcos de imitación de piedra hasta la fuente de mármol y el intrincado diseño de la pared que daba la ilusión de un coliseo en ruinas, no se habían reparado en gastos. Incluso había un gran retrato de Christopher sentado en su trono, envuelto en túnicas reales y cadenas de oro, con un tigre adulto descansando a su lado.
Pero todo esto palidecía en insignificancia para la pieza central de la habitación y la característica más llamativa. Era lo único que llamó la atención de todos desde el momento en que pusieron un pie dentro.
Era la vitrina de vidrio cilíndrica, llena hasta el borde con píldoras Xylox falsificadas.
Era increíblemente enorme, de casi cinco metros de diámetro y estaba hecha de vidrio de cinco centímetros de grosor. La parte superior de la caja se conectaba al suelo de arriba mediante una abertura en el techo. Las píldoras se fabricaban en el segundo nivel y se filtraban desde una cinta transportadora en un flujo continuo.
La vitrina estaba llena de lo que debían haber sido decenas de millones de pequeñas píldoras amarillas, como el dispensador de chicles más grande del mundo.
Aunque no existía ninguna razón práctica para que Christopher almacenara todas sus píldoras de esta manera, el propósito de la vitrina era obvio. Servía como recordatorio siempre presente para todos los xombis que trabajaban para él. Era su motivador psicológico por si alguna vez lo necesitaban. Ansiaban las pastillas, Christopher producía un suministro interminable y no había nada que ellos no hicieran para tener en sus manos la droga de su elección.
"Buen trabajo, hombres," dijo Christopher a sus soldados de infantería xombi una vez que Alice se hubo puesto de pie. "Disfrutad de vuestra recompensa."
Apretó un botón de un pequeño control remoto que le colgaba de una cadena alrededor del cuello. Siguió el sonido de un puñado de pastillas cayendo en el receptáculo de abajo.
Esto desencadenó una reacción pavloviana inmediata de los tres xombis. Se apresuraron a cobrar su pago, luchando ávidamente entre sí por su parte del botín.
Con la misma rapidez, salieron corriendo de la habitación con planes inmediatos de fumar hasta el olvido.
Christopher volvió su atención a Alice. Sonrió mientras se levantaba de su asiento. "Tengo que admitir, Alice, que me sorprende encontrarte aún con vida," dijo. "Eres tenaz, tengo que concederte eso."
Se movió lentamente hacia ella, la sonrisa se ensanchó en su rostro. "Estaba seguro de que ya te habrías matado a estas alturas."
Alice estaba tan desconcertada por todo lo que había visto hasta ahora que su cerebro no había captado la parte más asombrosa de todas: Christopher Gibson, un hombre sin piernas, se había levantado de su asiento y caminaba hacia ella.
No fue hasta que él estuvo a unos pocos metros que ella bajó los ojos y lo vio por debajo de la cintura.
A Christopher le habían salido nuevas piernas.
Pero estas no eran piernas humanas. Eran apéndices robóticos, lo último en tecnología de emulación anatómica, ensambladas en acero, plástico y fibra de vidrio.
Era una vista peculiar, casi cómica; estas nerviosas extremidades mecánicas apuntalando el cuerpo mórbidamente obeso de Christopher. Parecía el resultado de una explosión en una fábrica de cibernética, o el experimento de un científico loco que había salido horriblemente mal. Una especie de híbrido humano-emú-robot.
Lo que la sorprendió aún más fue la facilidad con la que se movía. Las piernas contaban con una impresionante cantidad de equilibrio y control, lo que le permitía deslizarse por la habitación con el tipo de gracia y destreza que uno nunca esperaría de alguien que cargara cerca de cien kilos.
"Entiendo que todo esto te haya sorprendido un poco," dijo. “Pero estoy impresionado de que hayas llegado tan lejos. Supongo que te juzgué mal."
Alice tragó. "Parece que todos te juzgamos mal también."
Christopher dejó escapar una pequeña risa. El hueco en sus dientes delanteros produjo una especie de silbido.
“¿Sabes?, creo que hay una lección que aprender en todo esto. La gente me ha subestimado toda mi vida. Pero yo me negué a dejar que eso me detuviera. De hecho, lo usé a mi favor. Todos me miraban y veían uno de los mayores errores de Dios. Nadie veía al diablo en persona."
Un millón de pensamientos diferentes corrieron por la mente de Alice mientras yacía indefensa en el suelo. Se preguntó si ahora podría reclamar legítimamente haber obtenido la máxima exclusiva de todos los tiempos con Goliath. No solo era la primera periodista en descubrir su verdadera identidad, incluso había pasado una tarde a solas con él hace un tiempo.
Se preguntó sobre el significado cósmico de estar tendida en el suelo en agonía, rayos de dolor perforando cada nervio mientras la retirada devastaba sin piedad su cuerpo, mientras que a solo unos metros de distancia había suficiente Xylox falso para durar hasta el fin de los tiempos.
Más que nada, se preguntaba cuán sucio estaba este suelo y a qué tipo de enfermedades infecciosas se estaba exponiendo.
"Y quiero que sepas, Alice, que no quiero matarte," continuó Christopher. “Para ser completamente honesto, estoy un poco triste de que se haya llegado a esto. No pensé que tendría que matarte. Supuse que lo habría hecho otra persona por mí hace mucho tiempo."
Hizo una pausa por un momento para recuperar el aliento. Incluso con sus piernas mecánicas haciendo todo el trabajo pesado, Christopher aún se fatigaba fácilmente. El sonido de su respiración trabajosa llenó la habitación durante medio minuto.
"Pero eso no depende de mí, desafortunadamente. Los legisladores fueron bastante claros al respecto. No puedo conseguir el dinero hasta que todos los demás concursantes estén muertos."
Christopher volvió a su escritorio. Apretó su máscara respiratoria contra su cara e inhaló profundamente.
Los ojos de Alice recorrieron la habitación. Tenía que haber otra forma de salir de aquí. Pero ella solo veía callejones sin salida. Había ventanas, pero todas tenían barrotes. Allí estaba la puerta por la que la habían hecho entrar, pero era inaccesible, por dos razones.
La primera razón era que estaba en el lado opuesto de la habitación, a más de quince metros de distancia.
La segunda razón era que unos treinta xombis ocupaban el espacio intermedio.
Los xombis observaban a Alice de manera similar a como los buitres miraban a su presa mientras esperan que se muera. Todos eran esclavos de sus adicciones, y cada uno de ellos estaba listo para destrozar a Alice con sus propias manos en el momento en que su amo de esclavos diera la orden.
Christopher se quitó la máscara. Sus ojos vidriosos y su sonrisa tonta le informaron a Alice que era óxido nitroso en lugar de oxígeno dentro de su tanque.
Chasqueó los dedos. Uno de sus secuaces xombi, un joven con rastas rubias y sucias, corrió a su lado.
"Creo que es hora de que concluyamos este concurso," le dijo al sirviente, su voz ahora era un acento lento. "¿Por qué no vas a buscar a nuestro invitado de honor?"
Alice aún era incapaz de comprender cómo pudo haber terminado en la posición en la que estaba. Por mucho que trató de averiguarlo todo, no pudo entender nada de eso. Gran parte de su confusión se debió a que la secuestraron, ataron y amenazaron, junto con un caso inhumano de privación de Xylox. Todo se combinó para crear este increíble estrés en su cerebro. El tipo de presión que podría producir diamantes a partir del carbón.
Pero independientemente de las circunstancias, nunca comprendería completamente la secuencia precisa de eventos que llevaron a la situación en la que se encontraba actualmente.
Nunca sabría que Christopher Gibson, también conocido como Goliat, había estado empleando su vasto ejército de xombis para derrotar a los participantes de la lotería uno por uno. Su primera víctima fue Vicki Malseed; pagó un par de xombis para que la arrojaran desde el balcón de su departamento en el piso veintiuno y que pareciera un accidente. Sus víctimas más recientes fueron Harrison Ester y Melissa Siebel, quienes habían sido envenenadas en las últimas horas.
Aún no se había dado cuenta del hecho de que Christopher estaba detrás de toda la personalidad de "Ratón de Aguja." Lentamente la hizo tambalear, dándole información sobre Goliat por goteo para ganarse su confianza y controlar sus movimientos. Él pensó que ella podría darse cuenta tarde o temprano, y se preguntaría por qué estas importantes primicias se estaban filtrando a un redactor publicitario humilde en lugar de a un periodista serio. Pero ella nunca lo cuestionó. Alice estaba agradecida por la oportunidad y los lucrativos beneficios que la acompañaban.
Y ella nunca sabría que la única vez que fueron al café, después de chocar "accidentalmente" en la calle, Christopher estuvo a unos momentos de deslizar un pequeño frasco de arsénico en su té. La única razón por la que no siguió adelante fue por cómo Alice lo había tratado ese día, no como un monstruo, sino como un ser humano. Christopher pudo haber sido un narcotraficante sádico, hambriento de poder y con un ansia insaciable de dinero, pero una pequeña pizca de humanidad aún acechaba en algún lugar de su interior. No se atrevió a matar a la única persona que lo había tratado con dignidad y respeto, y que no lo juzgó de inmediato por su apariencia.
Pero no estaba preparado para dejarla escapar tan fácilmente. Así que dejó caer una pequeña cantidad de Xylox en polvo en su bebida cuando no estaba mirando. No fue mucho, pero fue suficiente para llevarla al límite. Christopher sabía que Alice era una adicta en recuperación (había usado sus contactos dentro de la profesión médica para sobornar al personal y obtener todos los registros de los concursantes) y sabía que una sola dosis de Xylox sería suficiente para despertar su adicción latente. Era solo cuestión de tiempo antes de que la droga consumiera la vida de Alice una vez más, y sería mucho más fácil de controlar.
Esta era su forma de matarla lentamente. Su adicción debilitaría sus defensas y la dejaría vulnerable al ataque de uno de los otros concursantes. Christopher no era el único asesino en la lotería; de las veintitrés muertes hasta el momento, solo doce habían sido a instancias suyas. El resto eran personas paranoicas que se borraban unas a otras, aunque a veces Christopher era el que los llevaba al límite, como finalmente descubriría Carson Dowling.
Los miles de horas que había pasado en el club de ajedrez de la escuela secundaria valieron la pena cuando Christopher manipuló a los otros concursantes como piezas en un tablero, colocándolos en posición y planeando diez movimientos por delante.
Después de Christopher, Bourke Nation fue el segundo asesino más prolífico de la lotería. Él personalmente se había ocupado de cuatro concursantes y se había salido con la suya en cada ocasión. Christopher pensó que Bourke era un asesino tan eficaz que le permitió vivir un poco más para poder seguir haciendo su trabajo por él.
Pero la tasa de trabajo de Bourke había bajado en los últimos meses. Estaba tardando demasiado en terminar el trabajo y Christopher se estaba impacientando.
El xombi con rastas arrastró el pesado saco marrón a través de la puerta y lo arrastró hacia Christopher.
El xombi agarró el saco por el fondo y lo levantó hacia arriba. Un cuerpo retorciéndose salió dando tumbos por el otro extremo.
Alice no reconoció de inmediato el cuerpo tirado en el suelo. Esto se debió a que la mayor parte del área de la cabeza y la parte superior del pecho estaba envuelta en un capullo de cinta adhesiva. No fue hasta que notó que estaba vestida con un elegante traje gris que todo encajó en su lugar.
Esta era Bourke Nation.
Bourke miró a Alice, luego alrededor de la habitación. Solo uno de sus ojos era visible a través de la cinta, pero eso fue más que suficiente para transmitir su abyecto terror. Ese ojo pertenecía a un hombre atrapado dentro de una pesadilla despierta.
Christopher se paró frente a él. La mirada de Bourke se movió lentamente hacia arriba, hacia la monstruosidad monstruosa que estaba sobre él.
"Mis empleados me dijeron que estabas merodeando por mi casa esta noche," dijo Christopher. "¿Es esto correcto?"
Bourke intentó una respuesta, pero su cabeza momificada solo pudo producir una cadena confusa de galimatías.
El xombi con rastas arrojó un cuchillo de caza de quince centímetros hacia Christopher. "También me dijeron que llevabas esta arma contigo en ese momento."
Christopher sacó el cuchillo de su funda, a centímetros de la cara de Bourke. Pasó el dedo índice por el borde afilado de la hoja reluciente y luego sacudió la cabeza como un profesor de escuela decepcionado.
“Tengo que decírselo, señor Nación. Esto no pinta bien para usted. Parece que viajó a mi lugar de residencia con intenciones siniestras."
Christopher de repente se lanzó hacia adelante y agarró a Bourke por el cuello. Apretó el cuchillo contra su cara y luego pasó lentamente la hoja. Bourke soltó un gemido de terror, hasta que se dio cuenta de que Christopher solo había abierto la cinta que le cubría la boca.
Christopher se rió y lo soltó, y Bourke volvió a caer al suelo. Aspiró desesperadas bocanadas de aire a través de la nueva abertura de su máscara de cinta. Tosió y se derramó una bocanada de bilis.
Alice no necesitaba ver el resto de la cara de Bourke para saber qué tan cerca estaba de perderlo. A diferencia de ella, Bourke no tenía ni idea de dónde estaba o qué estaba pasando. De alguna manera, el concursante que confundió con un inválido indefenso, con mucho el objetivo más fácil de la lotería, era de hecho un loco mitad humano / mitad robot, salido directamente de un sueño febril de HR Giger.
"Relájate, no voy a desperdiciar mi energía usando eso contigo," dijo Christopher mientras arrojaba el cuchillo a un lado. "Demasiado trabajo. Además, tengo algo especial planeado para vosotros dos."
Christopher pulsó el control remoto al cuello. Se escupieron más píldoras de la vitrina al receptáculo. El xombi con rastas se apresuró a cruzar para cobrar su pago.
Christopher luego regresó a su escritorio. Abrió un cajón y sacó una cajita negra. Lo colocó sobre su escritorio y abrió las cerraduras. Sacó el contenido.
Dentro había una pistola.
Pero no era un arma cualquiera. No como la pistola que Alice había comprado ilegalmente, uno de esos modelos de balas y pólvora del siglo XX improvisados con piezas de repuesto. Esta era verdadera. Brillante, negra y elegante. Exclusiva para policías y militares.
Era un OBL-IV.
El tipo de arma que podría partir a una persona por la mitad con un solo disparo. Como la que había usado la policía con Carson Dowling dentro del apartamento de Alice.
Christopher manejó el arma con delicadeza, como si estuviera hecha de cáscara de huevo. Lo extendió frente a Alice y Bourke para su aprobación.
"¿Qué pensáis de mi nuevo juguete?" dijo, una sonrisa infantil se dibujó en su rostro rechoncho. “Acabo de recibirlo. Aún no he tenido la oportunidad de jugar con él."
Alice se quedó sin habla. ¿Cómo diablos se las arreglaba Christopher para poner sus manos en un arma restringida como esa? Era obvio que tenía medios e influencia, pero seguramente había límites a lo que se podía comprar con dinero. La policía custodiaba los cañones OBL-IV de la misma manera que los franceses custodiaban las obras maestras del Louvre. Era casi imposible que los civiles tuvieran acceso a ellos.
"Por supuesto, vosotros dos no tenéis nada de qué preocuparos, ¿verdad?" Dijo Christopher. "No puedo disparar un OBL-IV. Esto es inútil para todos, excepto para la única persona cuya huella de palma ha sido calibrada. ¿Correcto?"
Christopher luego accionó un interruptor. Envolvió la palma sudorosa de su mano derecha alrededor de la empuñadura biométrica de la pistola. El arma emitió un suave zumbido y luego se encendió en verde neón. Un ping indicó que estaba lista para su uso.
Christopher sonrió. Estaba excepcionalmente orgulloso de sí mismo.
Alice y Bourke imaginaron simultáneamente sus propios funerales.
"Dejadme deciros algo," dijo Christopher. “No hay nada en este mundo que no puedas comprar con un poco de poder e influencia. Le proporcionas a un hacker o al jefe de policía suficiente dinero y suficientes drogas, y harán lo que sea que les pidas."
Todo esto fue demasiado para Bourke. Había visto suficiente. Era hora de escapar de esta visión del infierno. Saltó del suelo e hizo una peligrosa carrera medio ciega hacia la puerta. Los xombis en la habitación se prepararon para atacar en el instante en que su jefe diera la orden. Pero Christopher no dijo nada. Simplemente sonrió y observó mientras Bourke hacía su desesperada apuesta por la libertad.
“Dejadlo marchar," les dijo a sus xombis.
Bourke corrió más rápido de lo que creyó posible. Llegó a un metro de la salida. Christopher levantó tranquilamente el OBL-IV y disparó. Una cuerda de corriente eléctrica salió disparada de la pistola y golpeó la columna vertebral de Bourke, justo debajo de la caja torácica.
La explosión de energía concentrada se expandió y abrió el cuerpo de Bourke de adentro hacia afuera. Fue despedazado en cinco grandes trozos de carne humana.
Alice cayó al suelo, estupefacta. El poder emitido por este dispositivo, aproximadamente del tamaño de una novela de bolsillo, era alucinante.
"Lo sé, es un poco sucio, ¿no?" Christopher dijo con un encogimiento de hombros de disculpa. “Pero es efectivo. Y es divertido. No te voy a mentir en eso."
Christopher alcanzó la máscara detrás de su escritorio. Aspiró otra profunda bocanada de óxido nitroso. Se estaba divirtiendo demasiado y necesitaba un momento para bajar de la emoción.
Tiró la máscara a un lado, luego tomó la pistola y se volvió hacia Alice.
“Deberías consolarte con el hecho de que todo terminó muy rápido para él, que era mucho más de lo que se merecía. De las muchas formas en que podría haber elegido mataros a ambos, esta es la más humana."
Christopher presionó un botón en el OBL-IV. El suave zumbido se reanudó.
"Tres menos, quedan dos para el final."
Apuntó con el arma a Alice. La mira digital se fijó en su cabeza.
"Una vez que tú y Morgan estéis fuera del camino, el dinero será todo mío."
El arma emitió un sonido de ping para indicar que se había encendido y estaba lista para ser disparada de nuevo. Christopher movió su dedo sobre el gatillo. Alice cerró los ojos con fuerza. Esto fue todo para ella.
Y luego sucedió algo.
Una cálida paz descendió sobre ella. Su momento de muerte había llegado, y estaba de acuerdo con eso. Ciertamente había peores formas de hacerlo. Probablemente ni siquiera sentiría nada. El arma se dispararía y, un microsegundo después, dejaría de existir. No se había dado cuenta de que lo ella estaba haciendo, pero una leve sonrisa apareció en su rostro.
Pero antes de que Christopher pudiera acabar con ella, un ruido agudo sonó desde el otro lado de la habitación.
BIP... BIP... BIP...
Christopher hizo una pausa. Bajó el arma.
Miró al otro lado, buscando la fuente de la interrupción. "¿Qué es eso?" dijo él.
Alice abrió los ojos.
El pitido se hizo más fuerte y más rápido. Los ojos de Christopher recorrieron la habitación. Aterrizaron sobre uno de los xombis de la esquina.
Era Ratón de Aguja, o la joven que antes se había hecho pasar por Ratón de Aguja. Se rascaba furiosamente el cuello.
"Sea lo que sea ese ruido, ¿podrías apagarlo?" espetó Christopher.
Ratón de Aguja de repente se dobló de dolor. Dejó escapar un aullido insoportable que envió un escalofrío a través del cuerpo de Alice. Estaba en un estado de pura agonía, pero Christopher no sintió simpatía. Este disturbio no programado lo había enfurecido mucho.
"¿Qué diablos pasa contigo?" le gritó.
Ratón de Aguja cayó al suelo. Sus gemidos se hicieron más fuertes y desgarradores. El pitido volvió a subir de volumen. La frecuencia aumentó.
BIP. BIP. BIP. BIP. BIP.
Christopher saltó de un lado a otro de la habitación, algo que logró en solo tres pasos. Sus piernas robóticas le permitieron saltar grandes distancias como una gacela al galope. Agarró a Ratón de Aguja por el cuello y tiró de ella para que se pusiera de pie.
"¡Tranquilízate, mujer! ¿Qué demonios te ha pasado?"
Ratón de Aguja no respondió. Gritaba y se arañaba el cuello, uñas sucias clavadas profundamente en su piel amarilla. Christopher apartó las manos de ella para ver qué estaba rascando. Fue entonces cuando descubrió la fuente de su dolor: un pequeño implante del tamaño de una caja de fósforos, insertado justo debajo de su piel.
Esta parpadeó en rojo brillante.
BIP-BIP-BIP-BIP-BIP-BIP-BIP
Christopher se dio cuenta, demasiado tarde, de lo que estaba pasando aquí. Había salido el número de Ratón de Aguja.
BIIIIIIIIIIIIIIIIIIP
El dispositivo se activó y Ratón de Aguja explotó. La explosión sacudió toda la habitación, la fuerza repentina arrojó a todos al suelo. Poco tiempo después, los trece miembros del Consorcio fueron informados de que Danielle Coxon, también conocida como concursante número doscientos treinta y uno, había sido la última jugadora desafortunada en su concurso mensual de ruleta rusa.
Mae Foster-Morris, la ejecutiva bancaria suiza y la cuarta persona más rica del mundo, fue la única miembro que seleccionó a esta concursante para la ronda. Por ello, recibió un premio de 196 millones de dólares.
El humo se disipó lentamente de la habitación. Con mucho esfuerzo, Alice se obligó a sentarse erguida. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. No podía haber pasado mucho tiempo; medio minuto, tal vez.
Le dolía el cuerpo más que nunca después de haber aterrizado con fuerza sobre la espalda. Un gemido agudo le pitaba en ambos oídos y la cabeza le latía con fuertes espasmos de dolor. Alice luchó por mantener la conciencia. Se sentía como si la hubiera atropellado un coche.
Christopher también estaba en el suelo, tumbado de espaldas como una tortuga metida en su caparazón. Agitaba los brazos y las piernas de robot se movían en el aire, mientras él trataba en vano de levantarse. Le tomó varios intentos antes de que lograra rodar sobre el costado.
Alice inhaló profundamente al presenciar el horror ante ella.
Ahora existía un gran hueco donde solía estar el brazo derecho de Christopher. La explosión le había volado el brazo a Christopher. Lo único que quedaba eran pedazos de hueso, ligamentos y piel suelta que colgaban del zócalo del hombro.
Pero si Christopher estaba molesto por la pérdida de otra extremidad, no se notaba.
"Bueno, ¿qué te parece?," Dijo con un ligero mareo ebrio en su voz. "Estaba debatiendo si conseguir o no brazos mecánicos para reemplazar los que mi creador me había dado como carga."
A pesar de experimentar lo que debía de ser un dolor insoportable, Christopher parecía encantado con la perspectiva de volverse más robótico. Estaba sonriendo positivamente radiante.
"Supongo que la decisión se ha tomado por mí."
Se arrastró lentamente por el suelo, avanzando poco a poco hacia la vitrina gigante llena de píldoras en el centro de la habitación. Dejaba reguero de sangre por el suelo detrás de él.
Con la única mano que le quedaba, pulsó el control remoto al cuello una y otra vez. Se depositaron cientos de pequeñas píldoras amarillas en el recipiente hasta que se desbordaron y se desparramaron por el suelo.
Él recogió un puñado y se las metió en la boca como un niño que se queda solo en una tienda de dulces.
Christopher mantenía una regla estricta sobre no drogarse con su propio suministro, pero estas eran circunstancias extraordinarias. Necesitaba algo para aliviar el dolor y evitar que su cuerpo entrara en shock, y lo necesitaba ya.
Docenas de gotas de limón sobrantes rodaban por el suelo. La mayoría de los xombis aún estaban aturdidos por la explosión. Los pocos que permanecieron conscientes luchaban entre ellos por las drogas sobrantes.
Christopher yació bocarriba un momento y se quedó contemplando el techo. Toda esta actividad, sin mencionar la importante pérdida de sangre, le había drenado la energía.
"Aunque esas extremidades no son baratas," dijo, con la respiración aún más laboriosa de lo usual. "Así que tendré que echarle mano a esos cien millones lo antes posible."
Levantó la cabeza y miró al otro lado de la habitación. Sus ojos se encontraron con los de Alice. El miedo la embistió como un toro herido. Alice sabía exactamente lo que se avecinaba.
"¡Quiero a la chica muerta!" gritó Christopher a su ejército de xombis. "¡Quinientas gotas de limón al que me traiga su cabeza!"
Alice se puso en pie. Había oído hablar de xombis que golpeaban a la gente hasta la muerte por un poco de calderilla. Lo que estos estarían dispuestos a hacer por quinientas pastillas, ella no soportaba ni pensarlo.
Buscó desesperadamente una salida: una escalera de incendios, un conducto de aire, cualquier cosa. Pero estaba acorralada. Solo había una salida, y más de dos docenas de xombis se interponían en su camino. En ese momento, la mayoría de los xombis estaban luchando por el exceso de píldoras en el suelo o estaban temporalmente sordos y aturdidos por la explosión. Pero no permanecerían así por mucho más tiempo.
Vendrían por ella.
Alice vio la OBL-IV tirada en el suelo a unos metros de distancia y se lanzó desesperadamente hacia esta. Christopher vio esto y soltó una risa cáustica.
"Me temo que eso no te será de mucha utilidad, cariño," se burló.
Alice apuntó con el arma a Christopher y apretó el gatillo, esperando un milagro.
No pasó nada, como ella esperaba. La OBL-IV estaba asignada a Christopher y no funcionaba sin la huella de su palma. En sus manos no era más que un bulto inútil de plástico y fibra de vidrio.
Pero en manos de Christopher...
Ella miró hacia la esquina de la habitación. Hacia la pila de huesos y órganos internos y partes del cuerpo. La mayoría eran los restos de la recién fallecida Ratón de Aguja, quien ahora estaba esparcida por el suelo, las paredes y el techo como una obra de arte humana de Jackson Pollock.
Pero sobresaliendo entre todo ello había un antebrazo grande y una mano carnosa.
Ella se abalanzó sobre la mano. Definitivamente pertenecía a Christopher. Era del tamaño de un guante de béisbol. Los dedos eran gordos y parecían salchichas. Pero solo tres de esos dedos seguían unidos a la mano.
Ella colocó la palma sobre el mango de la pistola, apretó y rezó.
Nada.
Solo tenía el sesenta por ciento de una mano. Para que el arma funcionara, necesitaba la cuota completa de dígitos. Alice miró a los xombis. Algunos estaban ahora de pie. El tiempo estaba en su contra. Pronto se tragarían las píldoras y los xombis estarían a la caza de más.
Se zambulló en la pila de restos y empezó a clasificar trozos en busca de dedos sueltos. Encontraba bultos de piel, carne y hueso vagamente parecidos a dedos, pero no podía verificar exactamente qué eran.
Jugó un frenético juego de mezclar y combinar diversas partes corporales, tratando de encajar bien las piezas de anatomía en las ranuras correctas, como montando un Frankenstein de Ikea.
Localizó lo que parecía el pulgar desprendido de Christopher y lo colocó en la posición correcta.
Si se detenía un momento a pensar en lo repugnante que era todo aquel proceso, nunca habría podido seguir adelante. Pero el tiempo para pensar era un lujo que no tenía. Un destello asesino había aparecido en los ojos de los xombis. Vendrían por ella en cualquier momento.
Su mano aterrizó en algo duro. Algo metálico. Lo recogió y limpió la sangre. Era un anillo de calavera, el que había visto por última vez alrededor del dedo meñique de Christopher. Presionó el dedo que estaba unido al anillo en la empuñadura de la pistola. La OBL-IV vibró y se encendió en verde neón.
Justo cuando los xombis comenzaban a acercarse.
Alice llevó frente a ella la OBL-IV con la mano cortada de Christopher. Los xombis invasores se detuvieron en seco.
"¿Qué estáis esperando?" bramó Christopher enojado a sus esbirros. "¡Sois treinta contra una! ¡No puede dispararos a todos!"
El xombi con rastas dio un par de audaces pasos hacia Alice. Ella giró la OBL-IV y la mira digital se fijó en el objetivo. El xombi retrocedió rápidamente.
Era un juego de «un, dos, tres, pollito inglés» entre Alice y los xombis. Todos sabían que Alice solo podía hacer un disparo. La OBL-IV tardaría unos treinta segundos en recargarse antes de que estuviera listq para volver a descargarse. Pero nadie quería ser el que recibiera el disparo. Todos habían visto lo que le había sucedido a Bourke solo unos minutos antes.
"¡Mil pastillas!" gritó Christopher con impaciencia. “¡Mil pastillas para quien mate a la perra! ¡Quinientas para cualquiera que ayude!"
El sudor goteaba del rostro de Alice como una esponja húmeda. Le temblaban las manos. Sabía por experiencia personal que había poco que un xombi no arriesgara por un volumen tan grande de drogas.
"¡Hacedlo!" gritó Christopher. "¡Hacedlo ya!"
La mente de Alice realizaba malabarismos mentales mientras trataba de encontrar una salida a esto. Tenía que haber un modo, se dijo a sí misma.
Pero solo tenía un disparo y tenía que aprovecharlo.
Podría apuntar con el arma a Christopher. Pero eso no haría nada para protegerse de los xombis. Probablemente los enfurecería aún más, dado que ella habría matado a la persona que les proporcionaba lo único que amaban por encima de todo.
La OBL-IV era poderosa. Tal vez pudiera intentar hacer un agujero en la pared o en el suelo. Intentar hacerla escapar de esa manera. Pero ¿adónde seguir desde ahí? Que ella supiera, hacer un agujero en la pared solo conduciría a otro callejón sin salida.
Si todo lo demás fallaba, podía usar el arma en sí misma. Sería una forma más preferible de morir que ser desmembrada, y al menos sería en sus propios términos.
Y luego, de la nada, la solución más obvia de todas se le pasó por la cabeza.
La vitrina en el centro de la habitación.
La vitrina llena de millones de gotas de limón.
Alice giró el arma. La mira digital de la pistola se centró en el centro de la vitrina. Ella apretó el dedo separado de Christopher en el gatillo y la OBL-IV se descargó.
La explosión destruyó las paredes de la vitrina y la gruesa carcasa de vidrio se cristalizó en un polvo fino. Una avalancha amarilla descendió sobre la habitación cuando las pastillas se derramaron por el suelo.
En un instante, todos los xombis se olvidaron de Alice y se sumergieron en la ola de narcóticos. Se metían tantas como podían en los bolsillos y bocas, como palomas hambrientas abalanzándose sobre un saco partido de grano.
"¡No!" gritó Christopher. “¡Primero tenéis que matar a la chica! ¡Matadla y os haré millonarios!"
Pero era inútil. Christopher solo podía observar impotente cómo su suministro completo de drogas era devorado por treinta voraces xombis.
Alice permaneció muda cuando Morgan la llevó de regreso a su casa, con las manos, la cara y la ropa empapados de sangre. Ella miraba al frente sin pronunciar una sola palabra. Morgan hizo un par de intentos amables por averiguar qué había sucedido, pero ella no estaba en condiciones de hablar. Solo podía pronunciar unas pocas palabras antes de que sus emociones la dominaran.
Subieron en ascensor hasta su apartamento.
Otro sobre marrón se había deslizado debajo de la puerta de su casa. Morgan lo recogió rápidamente y se lo ocultó a Alice antes de que ella pudiera verlo. Supuso que no necesitaba saber aún sobre la eliminación de Harrison y Melissa, y lo que eso significaba para la situación de ambos.
Alice dejó a Morgan en el salón y se apresuró a limpiarse. Cerró la puerta del baño detrás de ella, luego vació los bolsillos. Se tomó un momento para mirar los cientos de gotas de limón colocadas en el mostrador frente a ella.
Cuando la avalancha de Xylox falsificado se había derramado de la vitrina y caído al suelo de Christopher, Alice ignoró todos sus instintos de autoconservación e hizo lo que cualquier otro adicto habría hecho al enfrentarse a un suministro casi infinito de drogas gratuitas: perdió la chaveta. Se zambulló de cabeza en la montaña de alijo, junto con todos los demás xombis de la habitación, y recogió todas las que pudo como una concursante de un programa de juegos. Era como si todos sus cumpleaños y Navidad hubieran llegado a la vez.
Esa había sido una señal de lo distorsionadas que se habían vuelto las prioridades de Alice, del hecho de que había decidido lanzarse a recoger todas las gotas de limón sueltas cuando se desarrolló el caos y olvidarse por completo de las pilas de dinero de efectivo que Christopher tenía sobre su escritorio.
A mitad de aquello, ella se había detenido una fracción de segundo para observar su entorno y ver lo que estaba haciendo. Sólo entonces se le había ocurrido que lo mejor para ella era salir mientras tuviera la oportunidad. Estaba agradecida de que al menos quedara una pequeña parte de su antiguo y sensato yo, y que tal vez no se hubiera transformado por completo en una drogadicta sin cerebro aún.
Se había zampado cinco píldoras antes de que Morgan la encontrara, pero estas aún no habían producido ningún efecto perceptible. El Xylox generalmente tardaba entre treinta y cuarenta minutos en activarse después de tragarlo, lo cual equivalía a unas seis semanas en tiempo xombi relativo.
Trituró tres pastillas en un polvo fino. Sabía que ingerir ocho gotas de limón en el espacio de una hora era pasarse del límite, pero su nivel de tolerancia ahora era mucho más alto que el de una persona normal. Los últimos meses la habían visto desarrollar la constitución de un rinoceronte.
Una raya subió por la nariz, junto con seis meses de polvo y mugre del sucio lavabo del baño.
Un minuto después, los tensos músculos de Alice comenzaron por fin a relajarse. Su cerebro expresó su gratitud desatando una avalancha de serotonina en su sistema nervioso. El latido crónico en la parte posterior de su cabeza se desvaneció hasta convertirse en un pulso suave.
Esnifó la segunda raya, y su dolor y melancólica disposición se desvanecieron aún más. Ella se sentó en el suelo de linóleo y cerró los ojos. La paz por fin se le echaba encima. Sentía como si sus huesos se estuvieran disolviendo dentro de su cuerpo.
Morgan caminaba de un lado a otro en el salón de Alice. Este día se estaba volviendo cada vez más loco. Aún no estaba del todo seguro de lo que había sucedido esta noche ni quién estaba detrás de todo. Cada respuesta que había recibido solo arrojaba más preguntas.
Había esperado lo peor al no poder encontrar a Alice. Había intentado llamarla al DIteA para advertirle sobre Bourke, pero ella no había respondido. Se había apresurado a llegar a su casa y llamar a la puerta, pero había recibido la misma respuesta. No había señales de entrada forzada, por lo que eso le había dado esperanza.
Se había subido a su coche y conducido por la ciudad para buscarla. No había sabido por dónde empezar, pero algo tenía que hacer. Dos horas después de su búsqueda, había recibido una llamada frenética de Alice. Estaba viva, pero en un estado muy angustiado y agitado.
La encontró veinte minutos después. Estaba acurrucada frente a una gasolinera, cubierta de sangre y Dios sabía de qué más. Parecía alguien que acababa de escapar de un matadero.
Morgan miró su reloj. Alice llevaba en el baño más de media hora. Pensó en ir a ver, pero vaciló. No quería parecer autoritario. Le daría otros diez o quince minutos antes de asegurarse de que estaba bien.
Se hundió en el sofá y cerró los ojos. Algo en todo esto no parecía correcto. Algo grande había sucedido, pero Alice no lo dejaba ver. Él la había instado por el camino a que le diera detalles, pero no pudo convencerla de que dijera una palabra. Supuso que ella se lo diría a su debido tiempo. Tal vez su trauma había sido demasiado abrumador para que ella hablara de ello aún.
O tal vez tenía algo que ocultar.
Morgan abrió los ojos. Un segundo sobre marrón se había materializado en el suelo cerca de la puerta principal. Más mensajes de muerte. Se levantó del sofá y se apresuró a cruzar. Rompió el sobre y sacó la tarjeta.
Vio el rostro de Bourke Nation con la palabra "ELIMINADO" estampada en él, y una tremenda sensación de alivio le inundó.
Bourke había sido eliminado por fin. Estaba muerto. Después de cinco meses de rastrear obsesivamente cada uno de sus movimientos, de esperar que cometiera un error para poder pillarlo con las manos en la masa, él ya no existía. El mayor problema en la vida de Morgan en ese momento acababa de resolverse.
Todo el tiempo que Morgan lo había estado siguiendo, en el fondo de su mente había asumido que Bourke encontraría alguna manera de ganar. Porque así es como funciona esto: los tipos como Bourke siempre ganaban al final.
Pero no esta vez. El mundo estaba cambiando y personas como Bourke estaban resbalando más abajo en la cadena alimentaria. Morgan fue golpeado por una ola de emoción para la que no estaba del todo preparado. Sabía que este era un momento significativo en su vida. Era un momento que viviría en su memoria durante mucho, mucho tiempo.
Pero su alegría duró poco al notar que el sobre contenía una segunda tarjeta. Había habido otra muerte. Dos muertes al mismo tiempo. Cuatro en un día. Y gracias a un proceso de eliminación, no necesitó ver la fotografía para saber a quién pertenecía.
Pero se sintió obligado a sacarla de todos modos, solo para confirmar que Christopher Gibson también estaba fuera de la lotería.
El estómago de Morgan se contrajo al procesar la noticia. Se le debilitaron las rodillas. Una sensación parecida al vértigo, un nudo del tamaño del puño se formó en su garganta.
¿Qué estaba pasando aquí? Alice estaba cubierta de sangre cuando la encontró, y ahora otros dos concursantes habían aparecido muertos, además de Harrison Ester y Melissa Siebel de antes.
Tal vez había una explicación razonable detrás de todo esto. Estaba bastante seguro de que Alice no era una asesina, pero no podía estar cien por ciento seguro. El dinero podría hacer cosas extrañas a la gente normal. Podría hacer cosas aún más extrañas a la gente extraña.
Su mente giraba en círculos. ¿Debería quedarse? ¿Salir? El agua de la ducha seguía corriendo. Tal vez debería salir de allí mientras aún tuviera la oportunidad.
Estaba a medio camino de la puerta cuando una repentina revelación lo detuvo en seco. Quedaban seis concursantes en la lotería al comienzo del día. Cuatro habían sido eliminados en las últimas quince horas.
Ahora, solo quedaban dos.
CHRISTOPHER GIBSON (2025-2067) Declarado muerto a las 11:07 p.m. el 5 de octubre. La pérdida masiva de sangre se registró como la causa oficial de muerte.
Aproximadamente cuarenta minutos antes, se había llamado a una ambulancia después de que un hombre con obesidad mórbida equipado con dos piernas robóticas fuera encontrado inconsciente al lado de una carretera muy transitada. Los espectadores dijeron que el hombre parecía haber perdido un brazo en un accidente y se había derrumbado en la acera después de intentar caminar hasta el hospital más cercano.
El hombre aún estaba vivo cuando los paramédicos llegaron al lugar poco tiempo después. Creían que podría haber sobrevivido, si no fuera por el hecho de que pesaba demasiado para caber en una ambulancia de tamaño normal. Una ambulancia bariátrica tamaño súper llegó diecisiete minutos después, pero para entonces se había perdido un tiempo precioso.
MORGAN COMPSTON (2036-)
ALICE KATO (2040-)
5 de octubre de 2067
La empresa de vigilancia Industrias ASE firmó un acuerdo extrajudicial de veinte millones de dólares después de que uno de sus drones matara a una mujer.
Naomi Duke, 34, murió en septiembre del añp pasado tras ser golpeada en la cabeza por un componente suelto de un defectuoso dron de vigilancia operado por Industrias ASE.
Tras una prolongada disputa legal, en la que ASE contrademandó a la familia de la Sra. Duke por lo que describieron como "una campaña de desprestigio maliciosa y difamatoria," ASE finalmente admitió su responsabilidad y aceptó los términos del pago.
La compañía también se enfrentó a fuertes críticas tras las revelaciones de que habían eliminado imágenes potencialmente incriminatorias del dron defectuoso poco después de que ocurriera el incidente.
"Deseamos expresar nuestro más sentido pésame a la Sra. Duke y su familia, y pedir disculpas por el trauma que puedan haber sufrido," dijo ayer el director ejecutivo de ASE, Nelson Hyslop, en un comunicado. “ASE se compromete a mantener estándares de seguridad de clase mundial en el ensamblaje y operación de sus drones de vigilancia. Nuestros procedimientos existentes están programados para someterse a una revisión exhaustiva para garantizar que una tragedia como esta nunca vuelva a ocurrir."
Un abogado de la Sra. Duke dijo que la familia agradeció el acuerdo y estaba complacida de que finalmente se resolviera el asunto, pero no hizo más comentarios.
Los expertos legales han especulado que ASE aún puede enfrentar cargos de obstrucción de la justicia en relación con la manipulación de pruebas.
Alice se sintió mucho mejor una vez que se lavó la sangre y las vísceras y se puso ropa limpia. Pero no parecía muy renovada cuando salió del baño. Anillos oscuros le rodeaban los ojos y su rostro estaba cubierto por una fina capa de sudor. Era como si el Xylox estuviera tratando de escapar de su cuerpo a través de sus poros.
Esperaba que no fuera demasiado obvio lo que ella había estado haciendo allí dentro, aunque asumió que, a estas alturas, Morgan se habría dado cuenta de que ella era una xombi con trastorno límite. Ella se había vuelto bastante hábil en ocultar su adicción a las personas que la rodeaban, pero después de un tiempo se hacía evidente. La negación y el exceso de maquillaje solo llegaban hasta cierto punto.
Al menos ahora podía permitirse relajarse. Bourke Nation, el concursante que más temía, había sido eliminado de la lotería. Christopher Gibson, el concursante al que debería haber tenido más miedo, también estaba fuera de escena. Su esperanza era que, por fin, podría vivir su vida sin tener que preocuparse de que la gente intentara matarla.
Y con ese pensamiento, el cañón de una pistola se presionó contra la parte posterior de su cabeza.
Alice sintió que su sangre se congelaba. Su diminuto salón de repente se sintió tan amplio como una catedral vacía.
"¿Morgan?" dijo ella. En el fondo de su mente esperaba que esto fuera una especie de broma. "¿Qué... qué estás haciendo?"
"No te hagas la inocente," respondió Morgan. Su voz era diferente. Más enojada, más dura. Cargada de veneno. "Sabes exactamente lo que está pasando aquí."
"¿De qué estás...?"
“Tú y yo estamos pensando lo mismo. Solo que yo voy a dar el primer paso."
Ella escuchó un clic cuando se amartilló la pistola. Alice no tardó en visualizar la secuencia de eventos en su cabeza.
El sobre que anunciaba la eliminación de Bourke y Christopher debía de haber sido entregado mientras ella se estaba limpiando, además del de Harrison y Melissa de antes ese día. Morgan se habría dado cuenta de que él y Alice eran los únicos dos concursantes que quedaban en la lotería.
Él habría deducido que cuatro personas habían sido eliminadas en un día, al mismo tiempo que Alice literalmente se estaba lavando la sangre de las manos. Había dejado que su imaginación llenara los espacios en blanco.
Alice tuvo que reconocer que todo eso parecía un poco sospechoso. No podía culpar a Morgan por pensar en lo que probablemente él estaba pensando.
"No es lo que parece," fue lo mejor que ella pudo ofrecer.
"¿Ah, no? ¿Entonces, qué es lo que parece?"
"Bueno..." Alice no estaba muy segura de cómo responder eso. Pensó que la verdad honesta era mejor que tratar de inventar una historia de portada plausible sobre la marcha. "Puede que parezca que he matado a cuatro personas hoy."
Hizo una pausa antes de agregar: "Y que te he traído aquí para matarte también."
"¿Y no es esa tu intención?" Morgan empujó el arma con más fuerza en la parte posterior del cráneo de Alice.
"No, te juro que..."
"¿Me estás diciendo que no mataste a ninguno de ellos?"
"¡No! Christopher le disparó a Bourke primero y luego perdió el brazo cuando..."
"¡Ja! ¿Esperas que crea que esa tina de manteca de cerdo sin patas es capaz de matar a alguien?"
Alice se sintió aliviada de que Morgan la hubiera interrumpido cuando lo hizo. Si él le hubiera permitido completar el resto de esa oración, la parte sobre la identidad secreta de Christopher, sus piernas robóticas, el xombi explosivo, el brazo desprendido y la OBL-IV, su historia, habría resultado aún más absurda de lo que ya era.
"Sé que suena ridículo, pero tienes que creerme."
Morgan negó con la cabeza. “Para ser honesto, en realidad no importa si estás diciendo la verdad o no. Eso está todo en el pasado. Lo único que importa ahora es que tú y yo somos los únicos dos que quedan."
Alice sabía exactamente lo que pasaba por la mente de Morgan en ese momento.
En el fondo, Morgan sabía que Alice no era una asesina. Apenas podía mantenerse con vida, y mucho menos acabar con cuatro personas en un día. Solo quería creer que ella pudiera justificar lo que él estaba a punto de hacer.
En el poco tiempo que había tenido para pensar en ello, Morgan había sucumbido a las locas fantasías de lo que cien millones de dólares podían hacer por él. Todo ese dinero. Cómo cambiaría su vida. El estilo de vida increíblemente decadente al que tendría acceso. Podía hacer lo que quisiera. Podría ser quien quisiera. La idea se había hundido profundamente en la psique de Morgan como un parásito agresivo. Al igual que con los parásitos más rebeldes, una vez que estaba allí, era imposible de eliminar. Y como con el más insidioso de los parásitos, había comenzado a modificar al huésped.
Morgan sabía que no tenía capacidad para asesinar a veintiséis personas por cien millones de dólares. Pero ¿solo a una persona? Esa era una historia diferente. Eso era tan simple como apuntar con un arma y apretar el gatillo.
El año pasado, Morgan se había deshecho de su antiguo yo y había construido una personalidad completamente nueva desde cero. Fue algo así como una metamorfosis, o un animal mudando de piel. Realmente no sabía ni entendía lo que estaba sucediendo en ese momento, o lo que significaba todo. Pero ahora todo tenía sentido. Todo había estado conduciendo a este momento.
Había aceptado el desafío y esta era su recompensa. Un segundo de locura a sangre fría, y todo lo que pudiera soñar sería suyo.
“Morgan, por favor,” suplicó Alice, su voz vacilante. "Tú de verdad que no quieres hacer esto."
Alice tenía razón. Morgan no quería hacer esto. A él le gustaba Alice. Mucho. A pesar de sus defectos, y tenía muchos, había llegado a gustarle inmensamente en las últimas semanas.
Pero le gustaba aún más la idea de una riqueza ilimitada y una opulencia sin límites.
Todo el mundo tiene un precio.
Los sentimientos que tenía por Alice al final se desvanecerían. El tiempo cura todas las heridas. Y tiempo más dinero las cura mucho más rápido.
Morgan se armó de valor con una respiración profunda. Era hora de cobrar. Cerró los ojos y apretó los dientes.
Apretó el gatillo.
La explosión se oyó a tres manzanas de distancia.
Los fotógrafos de la escena del crimen tomaron las fotos asegurándose de capturar el cuerpo desde todos los ángulos imaginables.
Una docena de forenses se habían reunido en la escena, limpiando diligentemente las huellas y catalogando las pruebas. Había más personas presentes de las que realmente era necesario, pero eso era comprensible dado que la víctima había muerto por una sola herida de bala en la cabeza. Los delitos relacionados con armas de fuego se trataban con la máxima importancia. También estaba el factor novedad. Debido a que este tipo de muerte era una rareza que ocurría tal vez una vez cada dos o tres años, todos querían ver de primera mano cómo era uno.
"¿No hemos estado antes en este apartamento?" preguntó uno de los forenses a un colega.
Esta pregunta fue recibida con un encogimiento de hombros evasivo.
“Este lugar parece familiar. Creo que estuvimos aquí hace casi un año."
Uno de los fotógrafos palideció cuando se acercó a la herida de entrada. La alfombra circundante estaba empapada de un tono carmesí oscuro. Fragmentos del tamaño de un grano de cráneo y cerebro se esparcieron por las paredes y los muebles. Era difícil creer que una sola cabeza contenía tanta materia.
El forense se agachó junto a la víctima y negó con la cabeza.
"Esas manchas serán difíciles de eliminar," le dijo al fotógrafo. "No envidio al equipo de limpieza."
La fotógrafa bajó su cámara. "¿Algún testigo?"
"Creo que tienen a alguien en la comisaría mientras hablamos," respondió.
El oficial Schultz llamó a la puerta de la sala de interrogatorios.
La detective Olszewski estaba irritada por la abrupta interrupción, pero experimentó un rápido cambio de opinión cuando vio al policía novato sosteniendo una taza de café recién hecho para ella. Ella le indicó con entusiasmo que entrara.
"Ahora," dijo Olszewski después de disfrutar de su primer sorbo. "Repasemos lo que pasó una vez más."
Alice se dejó caer en su silla y se cruzó de brazos. "No diré una palabra más sin la presencia de un abogado," dijo.
"Muy graciosa," respondió Olszewski, sus labios formando una fina sonrisa.
Alice bostezó y se frotó los ojos. “¿Cuántas veces más vamos a seguir haciendo esto? Ya les he dicho todo lo que sé."
"Estoy al tanto. Solo quiero escucharlo de nuevo. En sus propias palabras. Para asegurarme de que no me he perdido nada."
Y así Alice le contó al detective Olszewski, una vez más, la secuencia de los eventos de la noche a medida que se desarrollaban de principio a fin.
Ella le contó cómo la reunión con su fuente en el estacionamiento se convirtió en una terrible experiencia de secuestro, donde fue arrojada al maletero de un automóvil y llevada a la sede de la ahora difunta figura criminal conocida como Goliat.
Ella le contó lo del derramamiento de sangre que había estallado allí, y cómo, por la gracia de Dios, de alguna manera logró escapar. Describió que su amigo Morgan la encontró en la calle y ella la llevó de regreso a su casa, y subieron juntos a su apartamento.
Y cómo él sacó un arma de fuego improvisada, que luego intentó usar con ella.
“Todo lo que recuerdo es sentir el arma presionada contra la parte posterior de mi cabeza, luego un fuerte golpe. Me di la vuelta y vi a Morgan en el suelo con un agujero entre los ojos."
Olszewski garabateó algunas notas más, pero mantuvo la mirada fija en Alice todo el tiempo. Esto produjo un efecto algo inquietante. Alice se preguntó si esta técnica era algo que practicaba en su tiempo libre con la esperanza de intimidar a los sospechosos nerviosos.
"Supongo que el arma era defectuosa," continuó Alice. "Por suerte para mí, de lo contrario no estaría aquí sentada."
La detective Olszewski dejó de escribir, pero su mirada permaneció fija en Alice. A estas alturas de la noche, honestamente, no sabía qué pensar. La historia de Alice parecía demasiado perfecta. Estaba lista para abalanzarse sobre la más mínima inconsistencia en su versión de los hechos.
Pero todo hasta ahora se había comprobado. Morgan fue encontrado en el piso de la sala de Alice con un perno afeitado incrustado profundamente en su cráneo. Su mano aún estaba envuelta alrededor del arma. Los forenses preliminares confirmaron que había sido él quien disparó el arma.
Y si eso no fuera suficiente evidencia, Alice tenía varias cámaras en miniatura colocadas por todo su apartamento. Las imágenes obtenidas mostraban el escenario exacto que Alice había descrito: Morgan disparando el arma defectuosa y la bala saliendo de la cámara hacia atrás.
"¿Sabías que el fallecido poseía un arma de fuego ilegal?" Preguntó el detective Olszewski.
Alice negó con la cabeza. "No tenía ni idea."
"¿Sabes de dónde podría haber obtenido uno?"
"No, nunca antes había visto un arma en la vida real. Ni siquiera sabía que era posible conseguir una."
“Por lo general, no se puede. Pero ya sabes cómo es: donde hay voluntad, hay un modo." Olszewski arrojó su bolígrafo sobre el escritorio. "A pesar de nuestros mejores esfuerzos, algunas personas aún logran tener un arma en sus manos, de una forma u otra."
Pasó un momento de silencio mientras revolvía algunos papeles en su escritorio, luego miró a Alice. "Creo que hemos terminado por esta noche," dijo. "Nos pondremos en contacto si necesitamos hablar más contigo."
Alice asintió y se levantó lentamente de su asiento.
Olszewski le abrió la puerta cuando se fue. "¿Tienes un lugar donde puedas quedarte esta noche?"
"Llamaré a mi hermano. Probablemente me quedaré con él por un tiempo."
Alice no estaba segura de qué la impulsó a decir esto. Había pasado más de un año desde la última vez que había visto a Lachlan, y no tenía la menor idea de dónde estaba. Solo quería salir de allí lo más rápido posible. Se metió las manos en los bolsillos y salió deprisa por la puerta.
"Ey, Alice."
Alice se detuvo y se volvió. "¿Si?"
Un atisbo de sonrisa se formó en el rostro de la detective Olszewski. "Bien jugado."
6 de octubre de 2067
Un delincuente sexual condenado fue sentenciado ayer a treinta y tres años de cárcel tras ser declarado culpable de la producción y distribución de cientos de armas de fuego ilegales.
La policía allanó la casa de Joel Ozterhauezen en Carling Crescent en marzo después de ser arrestado por exponerse indecentemente a un grupo de niñas preadolescentes afuera de un concierto del grupo pop Level 1.
Durante la búsqueda descubrieron un alijo de armas caseras, junto con equipos, piezas, cientos de balas caseras y planos para construir las armas. También incautaron más de 300 000 dólares en efectivo.
La policía calcula que Ozterhauezen había reunido y vendido aproximadamente cuatrocientas armas de fuego improvisadas durante los últimos diez años.
"El señor Ozterhauezen es un peligro para la sociedad y nos complace que esté fuera de las calles durante muchos años," dijo la detective Charlotte Olszewski después de la sentencia. “Creemos que él fue responsable de una proporción significativa de las armas ilegales en nuestras calles; armas que en muchos casos eran tan peligrosas para el usuario como para la supuesta víctima."
Al sentenciar a Ozterhauezen, la jueza Jillian Doherty tuvo en cuenta su falta de remordimiento, su declaración de no culpabilidad y una condena previa por conducta lasciva durante un concurso de belleza infantil.
Sevle revisará la libertad condicional en 2092.
Alice era un desastre absoluto cuando salió de la comisaría de policía. Puede que lotería hubiera concluido oficialmente, pero su pesadilla estaba lejos de terminar.
La enormidad de lo que había sucedido pareció golpearla de una vez, chocando contra ella como una locomotora a toda velocidad. Se dio cuenta de lo cerca que había estado de la muerte y de cómo la había salvado nada más que una tonta suerte.
Era la mitad de la noche. Aún faltaban varias horas para el amanecer.
Su cuerpo se estremeció mientras caminaba por la calle empapada de neón, mirando compulsivamente por encima del hombro cada treinta segundos. Casi esperaba que alguien emergiera de las sombras para golpearla en la cabeza con una palanca.
Se repetía una y otra vez que la amenaza había pasado y que ya no tenía nada que temer. Pero su mente subconsciente seguía sin estar convencida. Había estado en alerta máxima veinticuatro horas al día, siete días a la semana durante tanto tiempo que se había convertido en una configuración predeterminada. Sus niveles de adrenalina estaban fuera de las tablas. Todo su cuerpo vibraba con ansiedad paranoica.
Ella sabía de una sola cosa que podría aliviar el límite: Xylox, y grandes cantidades de él.
Buscó dinero en efectivo en sus bolsillos y encontró menos de doce dólares en cambio. Apenas lo suficiente para tres pésimas pastillas.
La desesperación se estaba instalando rápidamente. Los humos en su sistema se estaban convirtiendo rápidamente en un recuerdo lejano. Tres horas antes, tenía suficientes pastillas en su poder para durar más de seis meses. Eso fue hasta que Morgan fue y consiguió dispararse, y ella tuvo que tirarlas por el retrete antes de que llegara la policía.
Buscó un cajero automático en el área. Su plan era retirar hasta el último centavo de su cuenta y comprar tanto Xylox falsificado como pudiera tener en sus manos. Goliat ahora había desaparecido, lo que significaba que era inminente una gran escasez de píldoras. Quería acumular tantas gotas de limón como pudiera antes de que las calles se secasen.
Encontró un cajero automático dentro de una tienda cercana. Coqueteó con la idea de comprar comida, ya que habían pasado aproximadamente dos días desde la última vez que se acordó de comer. Pero decidió comprobar primero cuánto dinero tenía. Tenía que poner en orden sus prioridades, y el deseo de su cuerpo por Xylox superaba con creces la necesidad de comida.
Pasó su tarjeta y presionó su palma contra el escáner biométrico. Seleccionó el saldo de la cuenta. Esperó a que se procesara su solicitud. El día de paga había sido ayer, pero a veces podía haber retrasos en el ingreso de su salario.
El empleado detrás del mostrador la miraba como un halcón. Alice no lo culpó por sospechar. Un xombi dentro de su tienda en las primeras horas de la mañana generalmente significaba problemas. Un momento después, su saldo actualizado se mostraba en la pantalla del cajero automático.
Leyó 104. 676. 415,32.
Más tarde ese día, el patrimonio neto de Dominic Massa aumentó en otros 770 millones de dólares. Esto se debió al hecho de que fue el único miembro del Consorcio que eligió correctamente a Alice Kato como ganadora de la lotería.
Si bien el dinero era un bonito bonus, era una mera gota en el océano para el magnate inmobiliario con una fortuna personal de más de 600 mil millones de dólares.
Al igual que con todos los demás concursos que organizaba el Consorcio, el dinero era una preocupación secundaria. El premio más grande era el derecho a fanfarronear.
El oficial Schultz vio la luz encendida dentro de la oficina de la detective Olszewski al llegar a trabajar a la mañana siguiente. Llamó suavemente a la puerta.
"¿Has estado aquí toda la noche?" dijo él.
La detective Olszewki le indicó que se fuera. Su atención permanecía en sus pantallas mientras examinaba cada fotograma de las imágenes de seguridad del apartamento de Alice Kato. Las cámaras ocultas cubrían casi todos los ángulos, y mostraban lo que sucedió exactamente como Alice lo había descrito.
"Yo estoy segura de esto, Schultz," dijo Olszewski, sacudiendo la cabeza. “Algo aquí huele a chamusquina. Todo parece que... ” Hizo una pausa mientras trataba de invocar el adjetivo apropiado. "No encaja."
Schultz miró las imágenes por encima del hombro. "¿A qué te refieres?"
"¿No crees que su historia fue demasiado clara?"
El policía novato se encogió de hombros. “Muy poco de lo que he visto en estos últimos meses ha tenido mucho sentido para mí. ¿Por qué, qué estás pensando?"
"Estaba pensando..." Olszewski vaciló un momento. "¿Y si la pistola perteneciera a Alice Kato?"
Schultz se inclinó para examinar las imágenes. "¿Tenemos alguna prueba que respalde esto?"
"No, es solo una idea que estoy planteando. Aquí, mira... "
Ella abrió las imágenes para cada cámara.
“Tenía once cámaras instaladas en el apartamento, pero nunca vemos de dónde saca Morgan Compston el arma. Al minuto no la tiene, al siguiente lo tiene."
Olszewski se reclinó en su silla. Ella estaba haciendo todo lo posible para reorganizar la miríada de pensamientos e información que giraban a través de su cerebro privado de sueño en una teoría coherente.
"¿Y si esto fuera algún tipo de prueba?" dijo ella. “¿Y si Alice dejó el arma para que Morgan la encontrara, sabiendo que le saldría por la culata? De esa forma es eliminado del concurso, pero él es el responsable de su propia muerte. Ella no alberga ninguna culpa porque él trató de matarla primero. Apretó el gatillo sobre sí mismo."
Schultz arqueó las cejas con admiración por la astucia de su jefe. "¿De verdad crees que es tan inteligente?"
"No estoy segura," dijo Olszewski con un encogimiento de hombros resignado. "Creo que pudo haber sido un poco más brillante de lo que creíamos."
A pesar de su década de experiencia, Olszewski no lograba leer bien a Alice Kato. Incluso ahora, aún no sabía si Alice era una completa inocente atrapada en una situación miserable o una hábil mentirosa que manipulaba a todos a su alrededor.
"¿Los forenses ya han realizado sus pruebas?"
Olszewski mostró el informe en su pantalla. "Sus huellas digitales no estaban en el arma. Solo las de él."
Schultz recorrió con la mirada el informe. "Aquí dice que su ADN fue encontrado en el arma."
"¿Y?"
"Eso significa que podría ser de ella."
"La pistola estuvo en su apartamento, Schultz. Ella entró en contacto con ella. Por supuesto que su ADN estará en el arma."
Olszewski sabía que era inútil seguir adelante con el asunto y que sólo lo hacía para satisfacer su propia curiosidad. Aunque pudiera construir un caso sólido contra Alice Kato, nunca saldría nada de eso. Alice era ahora inimaginablemente rica, y tenía poco sentido perseguir a alguien en un tribunal de justicia cuando esa persona podía permitirse un batallón de abogados.
Soltó una bocanada de aire. El año pasado había sido un momento difícil para ella, tanto a nivel profesional como personal. Ir al trabajo todos los días, sin saber qué tipo de crimen de guerra sin sentido la esperaba, combinado con el hecho de que no había nada que ninguno de ellos pudiera hacer para detenerlo. Eso pasaba factura después de un tiempo.
Estaba contenta de que todo el concurso finalmente hubiera terminado. Hasta el próximo, dentro de unos tres años.
"¿Quieres saber lo que pienso?" Dijo Schultz.
Olszewski hizo girar su silla. "Suelta."
"En mi opinión profesional, has hecho suficiente trabajo policial por hoy."
Esto logró despertar una sonrisa en la detective.
"Y creo que ya has dedicado suficiente tiempo a este caso. Vete a casa. Otra persona puede encargarse desde aquí."
"No te preocupes," suspiró ella. "No planeo pasar más tiempo aquí del absolutamente necesario."
Schultz salió de la oficina poco tiempo después y la detective Olszewski empacó sus pertenencias. Pero había una cosa más que necesitaba hacer. Era su tarea más importante de la semana.
Llamó a su marido para contarle la buena noticia: la lotería había llegado a su fin y ella finalmente recuperaría su vida. También le dijo que se creía que el criminal conocido como Goliat estaba muerto. Luego le indicó que reservara sus vacaciones en las Maldivas lo antes posible.
Y aunque sabía que esto traspasaba los límites del profesionalismo, lo celebró vaciando el resto de su botella de vodka en su café matutino.
Alice estaba medio dormida, cabeceando frente al televisor, cuando el sonido de la puerta de entrada al abrirse la despertó de golpe. Abrió los ojos. Contuvo la respiración y escuchó. No oyó nada más que silencio.
Salió de puntillas de su dormitorio y se asomó por la esquina. No podía ver a nadie, pero estaba demasiado oscuro para saberlo con certeza. Dio otro paso. Pasó la mano por la pared hasta que esta cayó sobre el interruptor de la luz.
"Hola, Alice," dijo una voz, justo cuando las luces parpadeaban. "No te habré despertado, ¿verdad?"
Ella giró en redondo. La conmoción del momento la asaltó. Imposible. Esto no podría estar sucediendo.
Christopher Gibson.
Estaba vivo. Estaba dentro de su apartamento. Y era masivo. Se elevaba sobre ella, ahora de casi dos metros y medio de altura. Por fin había estado a la altura del nombre de Goliat.
Desde su último encuentro, Christopher había sufrido una serie de alteraciones cosméticas importantes. Tenía un brazo derecho robótico conectado a la cuenca del hombro en lugar del que perdió en la explosión. También había quitado y reemplazado voluntariamente el izquierdo, solo para equilibrarlo. Su cuerpo ahora contaba con el conjunto completo de cuatro miembros androides.
Un grupo de cables se derramaba del implante computarizado en la parte posterior de su cabeza, serpenteando hacia abajo y conectándose a la esfera de circuitos de silicona y luces LED parpadeantes alojadas en su cavidad torácica. Un exoesqueleto de titanio proporcionó el exterior impenetrable a su interior electrónico.
Su cuerpo ahora contenía más metal y plástico que carne y hueso. Oficialmente era más una máquina que un hombre.
Alice se quedó mirando la monstruosidad que tenía ante ella, esta irresponsable colisión de ciencia y naturaleza. Intentó hablar, pero sus palabras se evaporaron en el momento en que salieron de sus labios, así que Christopher habló por ella.
"Lo sé, lo sé, se supone que debo estar muerto," dijo. “Técnicamente, creo que tal vez lo esté. Pero han logrado enormes avances en el campo de la tecnología de emulación anatómica. Mientras tengas el dinero, no hay mucho que no hagan por ti."
Alice actuó por instinto. Hizo un movimiento para correr hacia la puerta, pero el cerebro con CPU de Christopher era demasiado rápido para ella. Su brazo derecho robótico salió disparado, extendiéndose al doble de su longitud. Alice sintió una garra mecánica aferrarse a su cuello.
"Supongo que esto significa que la lotería aún está en curso, ¿no es así?" Dijo Christopher. "Entonces, si no le importa, me gustaría reclamar el dinero del premio."
La presión en la garganta de Alice era hermética. Jadeó desesperadamente por respirar, pero fue en vano. Sus pies dejaron el suelo y patearon en el aire.
Hubo un crujido repugnante cuando el agarre en forma de tornillo de banco de Christopher aplastó su tráquea y vértebras como una taza de poliestireno. Lo último que ella vio fue la sonrisa de los dientes huecos de Christopher, mientras el mundo a su alrededor se desvanecía en la nada.
Puede que el concurso hubiera terminado hace meses, pero el estado mental de Alice seguía deteriorándose. Ella asumió que una vez que todo hubiera terminado, su trauma llegaría a su fin. Poco sabía ella, era solo el comienzo.
Los flashbacks y los delirios eran una prueba cotidiana. Las alucinaciones eran indistinguibles de la realidad. Los ataques de pánico fueron provocados por los eventos más inocuos. Se estremecía ante cada sombra, se negaba a contestar a la puerta o a su DIteA, y creía que todos los que encontraba estaban dispuestos a atraparla.
Acosada por la culpa del sobreviviente, el sueño la eludía durante días y días. Cuando llegaba, era sólo a trompicones.
Incluso su prolífico uso de Xylox no hizo nada para ayudarla. A pesar de su reputación como panacea, hubo algunas dolencias que ni siquiera Xylox pudo aliviar. Sin embargo, este hecho no hizo nada para frenar la rampante toma de píldoras de Alice. Los fondos ilimitados le permitieron encerrarse lejos del mundo y anestesiarse todo el día, todos los días. Y eso fue exactamente lo que hizo. Los días se convirtieron en semanas, luego en meses.
Se había mudado de su antigua casa a un lujoso apartamento en un ático nuevo en un distrito de lujo de la ciudad. Estaba equipado con cámaras de seguridad, alarmas de alta tecnología, una sala de pánico y guardias las 24 horas, todo lo cual no hizo nada para que ella se sintiera un poco más segura. Las heridas infligidas por catorce meses de napalm psicológico aún estaban abiertas. Los demonios se habían instalado dentro de su cabeza y no mostraban signos de irse pronto.
A Friedrich Nietzsche se le atribuye haber acuñado la frase: «Lo que no te mata te hace más fuerte». Más tarde contrajo sífilis. Esto provocó migrañas y ataques de ceguera, y finalmente demencia y parálisis. Puede que eso no lo matara, pero de ninguna manera lo hizo más fuerte.
VÍCTIMAS DE CRIMEN CELEBRAN CUANDO EL JEFE DE POLICÍA CONFIRMA LA DEFUNCIÓN DEL NOTORIOSO GUERRERO URBANO
18 de noviembre de 2067
“Goliat," la bárbara figura del inframundo, que impuso un reino de terror de un solo hombre en las calles de la ciudad durante los últimos seis años, ha muerto.
El comisionado de policía Maximilian Yu confirmó que el infame asesino, capo de la droga, proxeneta, traficante de órganos e infractor de derechos de autor intelectual fue asesinado el mes pasado durante un altercado en un matadero en desuso, que se cree que es su base de operaciones.
"Las investigaciones están en curso y seguimos reuniendo el conjunto exacto de circunstancias con respecto a lo que sucedió esa noche," informó el comisionado Yu a los medios en una conferencia de prensa hoy. "No podemos entrar en detalles específicos en esta etapa, aparte de decir que parece que Goliat fue asesinado durante una redada en su escondite, posiblemente por un sindicato del crimen rival."
La desaparición de Goliat, que se creía que controlaba hasta el noventa y ocho por ciento del mercado de Xylox falsificado en la ciudad y los distritos circundantes, y era buscado en relación con más de trescientos asesinatos, fue bien recibida por grupos de servicios sociales y víctimas de defensores del crimen.
La policía aún debe confirmar la identidad del hombre detrás del personaje de "Goliat," sin embargo, La Tinta Diaria puede revelar exclusivamente que su nombre era Bourke Alexander Nation, un ex maestro de necesidades especiales de 39 años y voluntario del cuerpo de paz.
El precio de las acciones de Elixxia Pharmaceuticals, la empresa que produce Xylox, subió un cincuenta y tres por ciento con la noticia para cerrar en 93,66 dólares.
La cruel ironía de la lotería finalmente le fue revelada a Alice poco tiempo después de recibir sus millones.
En el instante en que el dinero fue depositado en su cuenta, Alice fue admitida en el grupo más enrarecido. Ahora era una de las mega-ricas, entre el 0,0001 por ciento superior de la población. Como el Consorcio. Se había convertido en uno de ellos.
Fue el último pinchazo en la cola, y uno que ella no vio venir.
Esto, se dio cuenta, era lo que más la preocupaba. Estaba obsesionada por todo lo que había pasado durante el año pasado, y el dinero colgaba de su cuello como cien millones de albatros muertos. Su riqueza recién adquirida puede que fuese su capullo del mundo, pero también era una prisión de la que nunca podría escapar. Se despertaba todas las mañanas y veía el estilo de vida opulento que estaba viviendo, y los recuerdos de su año en el infierno volvían a llover. Era un recordatorio constante de las vidas perdidas y de lo que se había visto obligada a hacer para sobrevivir.
Era dinero ensangrentado y necesitaba deshacerse de él.
El Consorcio asumió que Alice haría lo que habían hecho los ganadores de las tres loterías anteriores, que era desaparecer y vivir su vida con un lujo sin restricciones. Eso era lo último que ella quería. Lo único que quería era seguir adelante con su vida y dejar atrás el año pasado, pero eso era imposible cuando estaba rodeada por los despojos de su trauma.
Purgar el dinero resultaría mucho más difícil de lo que había previsto. Ella no quería simplemente tirarlo todo por la borda, sino hacer algo que valiera la pena para comenzar el proceso de curación.
Podría haberlo descargado dándolo todo a una organización benéfica. Pero eso solo proporcionaría una solución a corto plazo para un problema mucho mayor. Para que los cambios duraderos surtieran efecto, es necesario atacar el problema desde su origen.
Entonces se le ocurrió un plan. Algo que ella creía que era un uso mucho más apropiado para todo su dinero y una mejor forma de exorcizar a sus demonios.
Lachlan presentó sus dos formas de identificación válidas al corpulento guardia de seguridad en el vestíbulo del complejo de apartamentos Sapphire Blue. El guardia no se dio cuenta de que ambos eran falsificaciones. Pasó por el detector de metales y consintió en un cacheo bastante invasivo antes de que le dieran el visto bueno.
El dinero funciona como un foso, pensó para sí mismo mientras se ponía los zapatos. Protege a los ricos de la chusma.
Lachlan no pensó que jamás tendría la oportunidad de volver a ver a su hermana. Hace tan solo unos días, aceptó que con toda probabilidad Alice estaba muerta. Había intentado ponerse en contacto con ella en numerosas ocasiones, pero no encontró más que callejones sin salida. Su DIteA estaba desconectado y ella había desaparecido de su antiguo apartamento hace meses.
Presentar un informe de personas desaparecidas no era una opción, dado que aún lo buscaban por su papel en el secuestro. Además, si se hubiera convertido en otra estadística de la lotería, nadie podría hacer nada.
Los sentimientos de culpa y vergüenza que pesaban sobre él eran abrumadores. No importaba cuántas veces tratara de justificar sus acciones, no podía pasar por alto el hecho de que había abandonado a su hermana y la había dejado morir. Sabía que no tenía otra opción en el asunto, y que aunque hubiera podido quedarse con esto, no habría hecho nada para afectar el resultado final de la lotería. Esto era racional, pero no le hacía sentir nada mejor.
Justo cuando pensó que estaba listo para aceptar que ella se había ido, recibió la llamada inesperada. La conmoción de escuchar la voz de Alice fue tan grande que pasaron varios minutos antes de que finalmente se diera cuenta de lo que había sucedido. Por algún milagro, ella había ganado.
Él entró en el ascensor. Las puertas se cerraron y menos de diez segundos después había ascendido al piso ochenta y ocho.
Durante su breve conversación de veintinueve segundos, Alice mencionó que necesitaría su ayuda con algo. Fue imprecisa con los detalles, y él tendría que reunirse con ella en persona para obtener un resumen completo de lo que había planeado, pero insinuaba que Discordia se reagruparía para llevar a cabo un último atasco.
Lachlan no estaba segura de lo que ella tenía en mente exactamente, pero era poco probable que los planes de Alice llegaran a buen término. Discordia estaba acabado ahora. Habían mordido mucho más de lo que podían masticar, y ahora estaban lidiando con las horribles consecuencias. Habían provocado la ira de algunas de las personas más poderosas del mundo y, al final, no se logró nada.
Debería haber sabido que nada cambia nunca. Los ricos se hacen más ricos y el resto del mundo lucha por las sobras.
Lachlan ahora pasaría el resto de su vida mirando por encima del hombro. Puede que emilia Ulbricht hubiera declarado públicamente su apoyo a Discordia y negado a presentar cargos, pero esto no hizo nada que cambiase su imagen de delincuentes. Aún eran buscados por la policía, que sin duda inventaría nuevas leyes para acusarlos, y todos enfrentaban largas penas de prisión si los atrapaban.
Las puertas del ascensor se abrieron y Lachlan vio a Alice por primera vez en casi dos años. Desde el momento en que la vio, supo que ella estaba en serios problemas. Había perdido tanto peso que apenas parecía humana. Estaba tan pálida que pensó que podría derretirse en un charco en el momento en que estuviera expuesta a la luz natural. Tenía las mejillas hundidas y demacradas, como si alguien le hubiera puesto un cuchillo de trinchar en la cara.
A pesar de su estado, la apariencia de Lachlan logró invocar una leve sonrisa en ella.
"Has venido," dijo ella.
"Ey, no podía dejar pasar la oportunidad de ver cómo por dentro era un ático de lujo," respondió él.
Pasó un momento sin que ninguno de los dos hablara. Lachlan se acomodó en una silla.
Alice tomó una de las muchas botellas de Xylox que había esparcido por todo el lugar. Hizo una mueca mientras extendía el brazo. Su cuerpo estaba tan agotado que incluso los movimientos más simples le causaban incomodidad.
Sacó dos pastillas y se obligó a tomarlas con un trago de agua.
"Bueno," dijo Lachlan. "¿Cuáles son estos planes ultrasecretos que tienes para mí?"
Alice respiró hondo y luego se inclinó hacia adelante. La sonrisa en su rostro se hizo un poco más amplia. "¿Estás listo para esto?" dijo ella.
21 de abril de 2067
Los farmacéuticos de toda la ciudad se preparan para lo peor a medida que enjambres de violentos xombis deambulan por las calles en busca de drogas. Se invaden hasta cinco farmacias al día y los adictos degenerados se llevan miles de dólares en medicamentos.
"Esto está completamente fuera de control," comentó un minorista, que pidió no ser identificado. “Nos han robado tres veces en las últimas dos semanas. Estas personas harán lo que sea necesario para conseguir las drogas. Ni siquiera les importa lo que sea, siempre y cuando los coloque. La mitad de mi personal ha renunciado porque no puede lidiar con el estrés."
Muchos han tomado medidas sin precedentes para protegerse a sí mismos y a sus empleados, incluida la contratación de guardias de seguridad las 24 horas. Han surgido informes no confirmados de otros que han recurrido a las armas..
Se cree que esta última ola de impactantes crímenes es el resultado de la sequía actual de falsificaciones de Xylox, provocada por la reciente muerte de la notoria figura del crimen del inframundo Bourke "Goliath" Nation.
Los expertos en salud han pedido a Elixxia Pharmaceuticals, los fabricantes de Xylox, que suministren a los adictos medicamentos asequibles y brinden más opciones de tratamiento para ayudar con su proceso de abstinencia y rehabilitación.
Esta propuesta ha sido rechazada por Elixxia Pharmaceuticals, que se negó a comentar para este artículo.
El precio de las acciones de la compañía subió un seis por ciento más hoy para alcanzar un máximo histórico de 124,55 dólares.
Alice abrió los ojos. La cabeza le latía con fuertes espasmos de dolor. Un tono apagado sonó en ambos oídos. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. No pudo haber pasado mucho tiempo; medio minuto, tal vez.
Trató de respirar, pero inhaló una bocanada del humo tóxico que flotaba en la guarida de Goliat.
Estaba tirada en el suelo, apenas capaz de moverse. Se sentía como si la hubiera atropellado un coche.
Levantó la cabeza y vio que todos los demás habían sido derribados por la detonación no programada de Ratón de Aguja. Docenas de xombis aturdidos y semiconscientes estaban esparcidos por la habitación. Christopher estaba boca arriba, sus piernas robóticas se movían en el aire.
Y luego, por un breve momento, ocurrió algo extraordinario. El tiempo se detuvo. Todo su miedo, ira y tristeza se disipó, y fue conmovida por una revelación repentina.
Ella no quería morir.
Más concretamente, ella no quería morir aquí, así, como participante en un juego retorcido, realizado únicamente para la diversión de las personas más privilegiadas del mundo.
Ese fue el momento exacto en que Alice eligió la vida sobre la muerte. Si iba a morir, no sería sin luchar. No estaba dispuesta a quedarse sentada y aceptar su destino. Iba a hacer que los responsables pagaran por lo que le habían hecho a ella ya los otros veintiséis en la lotería. Ella juró hacer lo que fuera necesario para asegurarse de que este tipo de cosas nunca volvieran a suceder.
Salió del matadero de una pieza y una hora después fue declarada victoriosa en la lotería.
Los siguientes seis meses los pasó planificando su próximo movimiento. Estaba segura de que podría lograrlo, pero no podía hacerlo sola. Necesitaría la ayuda de Lachlan para que esto sucediera. Y Lachlan necesitaría todos los contactos que tuviera para hacer realidad sus planes.
Pero si todo salía bien, la venganza más dulce de todas sería la de ella.
Fueron necesarios varios intentos antes de que Solomon Turner pudiera abrir sus pesados párpados.
Él entornó unos ojos llorosos.
Parpadeó varias veces en rápida sucesión hasta que sus pupilas se adaptaran a la luz brillante. Evaluó su entorno. Una habitación totalmente blanca desconocida, como un manicomio. Todo estaba desenfocado, un borrón indefinido de formas borrosas y sonidos apagados.
Su mente había retrocedido hasta convertirse en fango. Esto fue como despertarse después de la juerga de un mes. No tenía la menor idea de dónde estaba o cómo había llegado allí.
Intentó ponerse de pie, pero descubrió que no podía moverse. Concentró toda su energía en levantar su brazo derecho. Este se negó a ceder.
Estaba paralizado, entumecido del cuello para abajo. Atrapado como un insecto en ámbar. Quería pedir ayuda a gritos, pero las palabras no viajaban más allá de la mordaza metida dentro de la boca.
Un minuto después, su visión se agudizó y la niebla de su mente se despejó.
Miró hacia abajo para descubrir que en realidad no estaba paralizado. Estaba atado a una silla grande, como las que se usan en los tribunales para contener a los delincuentes violentos. Sus brazos y piernas estaban firmemente sujetos con grilletes electrónicos. Movió el cuerpo y trató de zafarse, pero era en vano. No iba a ir a ninguna parte.
Una silueta apareció frente a él. El contorno de un hombre de altísima altura.
Este debía de ser el secuestrador.
Salomón estaba detenido para pedir rescate. Cuando eras el décimo hombre más rico del mundo, algo así iba a suceder tarde o temprano.
Sabía que no debía entrar en pánico. Estaba preparado para situaciones como esta. Los planes de contingencia habían estado en marcha toda su vida. Su equipo de seguridad estaría en camino en cualquier momento. Podían rastrearlo a través de su DIteA, o mediante los nanodispositivos que había implantado en su ropa.
No sabía quién estaba detrás de esto. Solo sabía que no le sacarían ni un centavo.
Miró al hombre y un destello de reconocimiento cruzó su rostro. Conocía a esta persona. Era un empleado suyo.
Era el Mensajero.
Una oleada de alivio se apoderó de Salomón. Su equipo ya debe haber llegado. Nunca había estado tan emocionado de ver a un miembro de su personal en toda su vida. Se relajó, seguro sabiendo que todo estaría bien.
Entonces, ¿por qué persistían dudas en el fondo de su mente?
Algo no iba bien con esta imagen. Algo que ver con la conducta del Mensajero. Él no hacía ningún movimiento para sacar a Solomon de su apuro. No daba ninguna indicación de que estuviera aquí para ayudar. Se quedaba allí con una mirada impasible en el rostro.
Un pensamiento terrible entró en la mente de Solomon: ¿y si el Mensajero no estaba aquí para rescatarlo?
¿Y si él formaba parte de esto?
Eso no podría ser cierto. De ninguna manera. No había forma de que algo así pudiera suceder.
Y luego, mientras Salomón aún estaba tratando de resolver todo en su cabeza, el Mensajero se lanzó directamente a su perorata.
"Si están aquí esta noche," comenzó el Mensajero, "eso significa que han sido seleccionados para participar en una oportunidad única en la vida."
Por primera vez, Solomon notó que no estaba solo. Doce sillas más rodearon la habitación en forma de concha. Cada silla tenía un cautivo, y cada cautivo estaba en proceso de salir de su letargo anestesiado.
Ellos eran:
Katharine Deckert, empresaria minera (valor neto estimado de $ 340 mil millones).
Angelo Deluca, casinos y juegos de azar ($ 600 mil millones).
Mae Foster-Morris, banca (1,2 billones de dólares).
Jennifer Gibbs, petroquímicos, petróleo y gas ($ 850 mil millones).
Boyd Hemingway, aviación ($ 720 mil millones).
Teresa Hubicki, energía ($ 570 mil millones).
Nelson Hyslop, Industrias ASE ($ 280 mil millones).
Dominic Massa, bienes raíces ($ 770 mil millones).
Lexis Oxley, telecomunicaciones ($ 380 mil millones).
Douglas Pridham, Elixxia Pharmaceuticals (1,4 billones de dólares).
Ethan Ulbricht, AFX Entertainment ($ 560 mil millones).
Hannah Unger, minorista ($ 440 mil millones).
Los trece cautivos eran todos miembros del Consorcio. Algunas de las personas más ricas y poderosas del mundo, todas en una habitación y todas retenidas como prisioneros comunes.
"Quizá se estén preguntando qué está pasando aquí," continuó el Mensajero. “Así que dejen ponerles al día. En un momento, los trece de tenían una riqueza colectiva que ascendía a nueve trillones de dólares. La gran mayoría de eso ahora ha desaparecido. Mi cliente ha tomado el control de sus cuentas bancarias, sus acciones, sus propiedades. Toda cosa de valor que mi cliente pudiera encontrar. El valor total de los activos que pudieron recuperar rondaba los seis trillones de dólares. Mi cliente ahora lo ha depositado en un fideicomiso."
Durante una breve eternidad, el corazón de Solomon dejó de latir.
Esto tenía que ser un engaño. Una especie de broma elaborada que los demás le estaban gastando. Pero a juzgar por la expresión de sus rostros, estaban tan estupefactos como él.
“Lo que nos lleva a nuestra razón de estar aquí esta noche. Cada uno encontrará una invitación en su bolsillo. En el reverso de esa invitación hay dos números de contacto. Si llama al número que se encuentra en la parte inferior derecha, su nombre se ingresará en un tipo de lotería. El premio total de seis trillones de dólares se entregará al último miembro superviviente de la lotería."
Esta noticia golpeó a los trece miembros como un mazo en la cara.
"Por cada día que se desarrolle el concurso, se deducirán un billón de dólares del premio acumulado total y se depositarán en diez mil cuentas bancarias seleccionadas al azar."
El Mensajero se detuvo un momento para enderezar su corbata y permitir que esto se hundiera.
“Por supuesto, la participación en el sorteo es completamente opcional y no tienen ninguna obligación de participar. Para aquellos de que no deseen participar, simplemente marquen el número en la parte inferior izquierda de su invitación y recibirán su premio de consolación de dos mil dólares en efectivo dentro de las veinticuatro horas."
El miedo y la confusión de Salomón se desvanecían rápidamente y una furia ciega ocupaba su lugar. Las drogas estaban desapareciendo y el entumecimiento abandonaba lentamente sus extremidades. No quería nada más que salir disparado de sus confines y desmembrar al Mensajero con sus propias manos. Pero fue inútil. Estas sillas fueron diseñadas para sujetar presos cinco veces su tamaño.
"Tienen hasta la medianoche de mañana para tomar una decisión, después de lo cual la oferta vence y no recibirán nada."
Para alguien tan acostumbrado a tener el control, esto era pura tortura. Solomon nunca se había sentido tan indefenso en toda su vida.
A pesar de que los miembros individuales de Discordia habían acordado mantenerse discretos por un tiempo, no hizo falta mucho para convencerlos a todos de que se reagruparan para una última jam session. Lachlan los reunió para lanzar este truco final, uno en el que saldrían a lo grande.
Era su oportunidad de crear historia al llevar a cabo el mayor acto de rebelión de todos los tiempos.
Reclutaron a tantas personas como pudieron para que esto sucediera, y todos los que se acercaron aceptaron inmediatamente ayudar. Nadie estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad de darle a los megarricos; estos egoístas ególatras que se habían pasado la vida acumulando con avidez fortunas masivas sin tener en cuenta a los que lastimaban en el proceso, y privando recursos a los que más los necesitaban.
Todo el mundo había fantaseado en un momento u otro con que algo así podría ocurrir, y estos tiranos tendrían que rendir cuentas y se les daría una probada de su propia medicina. Pero nadie soñó que alguna vez llegaría a buen término.
Comenzaron infiltrando lentamente las vidas de cada uno de los trece miembros del Consorcio. Se falsificaron documentos, se robaron identidades, se piratearon cuentas, se incautaron activos y se allanaron refugios seguros. Discordia saqueó meticulosamente todo lo que pudo tener en sus manos (acciones, bonos, propiedades, efectivo, joyas, lingotes de oro, obras de arte invaluables, autos antiguos) y finalmente se llevó más de seis billones de dólares en activos, o cerca del setenta por ciento de sus activos combinados. riqueza.
Los trece miembros del consorcio fueron sedados, luego transportados a un almacén alquilado y atados con correas.
Contratar al Mensajero para dar la noticia fue idea de Alice. Pensó que sería la capa perfecta de glaseado para un pastel ya delicioso.
Por supuesto, nada de esto hubiera sido posible sin la cooperación de los muchos empleados leales de los miembros del Consorcio; sus conductores, mayordomos, guardaespaldas, secretarias, cocineros, asistentes personales, etc. La fortuna casi inagotable de Alice abrió muchas puertas y fue fácil persuadir al personal para que se volviera contra su empleador. La lealtad pareció desmaterializarse en el segundo en que alguien vio un maletín lleno de efectivo.
Cuando a la gente corriente se le presentaron cantidades extraordinarias de dinero, el libre albedrío se convirtió en un concepto elástico. Después de todo, todo el mundo tiene un precio.
Las correas de la silla se abrieron y los cautivos fueron liberados.
Miraron al Mensajero, pero no se lo veía por ninguna parte. De alguna manera se había escabullido de la habitación sin que nadie se diera cuenta.
Los trece miembros del Consorcio intercambiaron miradas de reojo inquietas, sin saber qué decir o hacer a continuación. Muchos aún estaban bastante mareados, sus cuerpos tan flácidos y lánguidos como plantas de interior moribundas.
Sabían que debían discutir lo que había sucedido de manera tranquila y ordenada, y luego averiguar qué curso de acción debían tomarse a partir de ahí. Todos habían sido víctimas de un delito grave. Se deben tomar medidas inmediatas para perseguir a los perpetradores y recuperar lo robado.
Pero nadie se movió y ninguno habló.
La habitación crepitó con un silencio eléctrico.
Las trece personas dentro de esta sala tuvieron una vez un patrimonio neto combinado mayor que los ocho mil millones más pobres del mundo. Ahora, casi dos tercios de eso habían desaparecido de un solo golpe.
Todos aún controlaban vastas fortunas. Imperios que valen muchos miles de millones de dólares. Suficiente para vivir un estilo de vida fabulosamente decadente cien veces más. Pero ¿era eso suficiente? Una vez que has experimentado la vida con tres cuartos de billón de dólares a tu nombre, ¿cómo podrías regresar a apenas ochenta mil millones? ¿Qué tipo de poder ejercería?
¿Y qué tipo de poder podrías ejercer con unos asombrosos seis billones?
El mismo pensamiento entró en los cerebros de los trece miembros simultáneamente: ahora existía la oportunidad para que alguien en esta sala se convirtiera en la persona más poderosa en la historia de la civilización humana.
El Mensajero no estaba mintiendo cuando dijo que estaba ofreciendo una oportunidad única en la vida.
Solomon Turner fue el primero. Se impulsó fuera de su silla como un muñeco de nieve.
Sus piernas cedieron tan pronto como puso peso sobre ellas. Cayó al suelo como un pesado saco de patatas. Su cuerpo aún se estaba recuperando de su tranquilizante involuntario.
Se obligó a moverse. No había tiempo que perder. El tiempo era dinero.
Se quitó la mordaza de la boca, se puso de pie tambaleándose y salió por la puerta como un potro recién nacido que acaba de aprender a caminar.
Tomó su DIteA con una mano y su invitación con la otra. Tenía que marcar ese número.
El mayor concurso de la gistoria había comenzado.
Para aquellos de vosotros que habéis llegado hasta aquí, me gustaría daros las gracias por darme la oportunidad de ser un escritor independiente y por seguir con el libro hasta el final (suponiendo que lo hayáis leído todo, y los que no lo hayan hecho, pasad al principio para ver qué sucede).
En esta época de crecientes opciones de entretenimiento y disminución de la capacidad de atención, todos los escritores enfrentan una batalla cuesta arriba para que su obra llegue a una audiencia potencial. En muchos sentidos, escribir la novela es la parte fácil. La verdadera lucha consiste en convencer al lector de que dedique horas de su vida para sentarse y leer algo, especialmente cuando ha sido escrito por un autor del que quizá nunca hayan oído hablar. El lector da un gran salto de fe al seleccionar un libro basándose en nada más que la imagen de una portada, un anuncio y un puñado de reseñas.
Escribir es una actividad que realizo únicamente para mi propio disfrute; no se gana mucho dinero con descargas gratuitas. Pero eso no me importa porque recibir comentarios de los lectores es algo que encuentro mucho más gratificante. Me hace saber que estoy en el buen camino y me da la motivación para seguir adelante.
Así, si te ha gustado Todos contra todos, te agradecería especialmente que te tomaras unos minutos para dejar una rápida reseña en el sitio del que lo has descargado, en las redes sociales o en un foro como Goodreads. Además, siéntete libre de compartir este libro con cualquiera de tus amigos si crees que a ellos también puede gustarle.
Mis mejores deseos y... ¡sigue leyendo!
—Nathan Allen
Abril de 2016