Créditos

    Titulo: Zombis Verdes Fritos

    (versión gratuita en español. Prohibida su venta)

    Copyright © 2021 John A. Allen (Algunos derechos reservados: CC-BY-NC-SA)

    Traducción y Edición: Artifacs, 2021.

    Diseño de Portada Original: John A. Allen

    Ebook publicado en noviembre de 2021 en Artifacs Libros

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    Título original: Fried Green Zombies Copyright © 2008 John A. Allen (Todos los derechos reservados. friedgreenzombies.com)

    E-mail de información: friedgreenzombies@gmail.com

    Paperback ISBN-13: 978-0-578-01082-3

    Paperback ISBN-10: 0-578-01082-8

    Hardcover ISBN-13: 978-0-578-01299-5

    Hardcover ISBN-10: 0-578-01299-5

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Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a John A. Allen por autorizar la traducción Zombis Verdes Fritos y compartirla bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    

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Dedicatoria

    Para Lahni.

ZOMBIS VERDES FRITOS

por

John A. Allen

1 - En algún otro lugar.

    La voz salió de la oscuridad, fina y resonante. —No veo ni un pimiento. ¿Y las luces? ¿Será posible? Maldito pedazo de chatarra.

    Otra voz salió de la oscuridad entre el sonido de alguien pulsando botones al azar. —Nos han dado bien. El radar se ha vuelto a apagar. Algunas luces parpadearon en una consola, no lo bastante brillantes como para iluminar nada.

    La primera voz se había movido. —Vale. Yo trabajaré en las luces, tú arregla el radar. Pero esos no son nuestros mayores problemas. La llevamos clara como no lleguemos. ¿Cuán rápido podemos ir?

    —No puedo pasar de ocho.

    —Bueno, pues estás jodido.

    —Tú también estás jodido.

    —No soy yo quien ha hecho que acribillen este trozo de chatarra que tú llamas nave.

    —Ni yo tampoco. Ahora deja de quejarte y ayúdame a pensar lo que vamos a hacer.

    Roscoe, el dueño de la primera voz, hizo una pausa parpadeando en la oscuridad. —Tenemos que soltar la carga.

    Earl giró la cabeza en dirección a Roscoe. —Ni hablar.

    Roscoe continuó. —Estamos en el culo del fin de la nada, soltamos la carga, escapamos limpios, nos reparan, volvemos a recogerla y terminamos la ruta. Llegaremos un poco tarde, habrá un infierno que pagar, pero terminaremos el trabajo.

    —No voy a hacer eso.

    Roscoe buscó a tientas en la oscuridad y pulsó un botón. —No tienes elección. Lo acabo de hacer.

    —Idiota. Se echará a perder.

    Roscoe señaló la masiva ventana que daba a la mancha blanca frente a ellos. —No. En ese gran parche de hielo no se estropeará.

2 - Un pueblecito llamado Bovina

    Atajo Milla Nueve es un sinuoso tramo de polvoriento camino de grava que cruza un pueblo tan pequeño que carece de oficina de correos y de punto en el mapa. Lo que el camino ataja, nadie lo ha descubierto aún, aunque sí conecta con dos carreteras rurales asfaltadas. Cuatro o cinco pequeñas iglesias solían llamar hogar al Atajo, pero estas y sus pequeños cementerios —sin uso durante el último medio siglo— quedaron ocultos y olvidados cuando los matojos y la maleza recuperaron el control.

    La carretera normalmente estaba vacía, por lo que las serpientes de cascabel y las serpientes mocasín que lo llamaban hogar normalmente no tenían que preocuparse de darse prisa al cruzarla cuando se encaminaban de un estanque a otro persiguiendo pareja o comiendo ratas o lo que sea que hacen las serpientes en su tiempo libre.

    Algunas personas dicen que las serpientes y los animales saben de los terremotos y de los desastres naturales antes de que ocurran. La serpiente de cascabel que cruzaba la carretera ese día probablemente diría que es verdad; estar tumbada en el suelo todo el día deja a una sensible a todo tipo de cosas: cambios en la presión del aire, temblores en el suelo. Lo que ella no podía predecir era la repentina presencia de objetos en llamas cayendo del cielo y cortándole la cola.

    Cosas en llamas cayendo pueden arruinarle el día de cualquiera, incluso a una serpiente. Durante años llevaba ella trabajando en un juego de cascabeles del copón, y ahora este yacía tirado en otra parte pasando un buen rato sin ella, meneándose y danzando por ahí. Por supuesto, no podía mirarlo durante mucho tiempo con todas las otras cosas en llamas chocando en el suelo a su alrededor.

    Normalmente, ella se habría enrollado y le habría metido la muerte a cualquier cosa que intentara meterse con ella, pero sabía que era hora de sacar media cola de allí. A la cuneta. A cubierto. De vuelta al bosque.

3. Un pueblecito llamado Bovina

    Atajo Milla Nueve seguía siendo un polvoriento tramo de carretera de grava con un nombre acertado. Perfecto para dar cuerda a la camioneta Scottsdale cuatro por cuatro de motor 440 de bloque grande y suspensión levantada con ruedas gigantes de uno. Chett y Harry acababan de recibir el retiro forzoso de sus empleos en Construcción Alco. También estaban cabreados. Los accidentes ocurren. Por eso tenían seguro los lugares como ese. Y ellos no bebían en el trabajo, la mayor parte del tiempo. Bueno, no estaban borrachos, la mayor parte del tiempo. Y el accidente resultante de su juerguecilla achispada no había sido tan grave.

    Había sido una bromita, eso es todo. Chett normalmente era bastante bueno con una pistola de clavos. Y si su puntería hubiera sido más acertada, nadie habría salido herido. Vale, tal vez habían estado un poco achispados.

    Pero ¿qué problema hay con mear sentado? Ese tipo lo tiene todo resuelto durante los próximos seis meses. Compesación laboral, sexys enfermeras de rehabilitación. Se recuperará. Ojalá tuvieran ellos esa suerte. A él le tratan como a un rey y a ellos los despiden.

    No, no, Chett y Harry acababan de renunciar a su empleo en Alco. No podían estar más felices. Todo era cuestión de perspectiva. Tenían una nevera de bebidas en la parte de atrás y una cita con una oxidada y mohosa autocaravana en el campamento de caza. Lo único entre ellos y Rocky Bayou eran siete millas más de Atajo Milla Nueve.

    La serpiente, que se dirigía al bosque cuando notó que hacía de pronto demasiado calor debido a los trozos de maleza ardiendo esparcidos por todas partes, se dio la vuelta, confundida, para dirigirse a un lugar más tranquilo y fresco. El aire era mucho más caliente y vaporoso de lo que ella recordaba.

    De regreso a la carretera, a mitad de camino, creció su confusión No era bastante que cayeran cosas del cielo, ahora había un distintivo temblor que ella sentía en el vientre. ¿Terremotos? ¿Esto también? Qué día más extraño.

    Pero tal vez si hubiera reconocido a Hank Williams Jr., habría sabido que no era un terremoto después de todo, y se habría salido del camino del enorme neumático que estaba a punto de empeorarle el día. Pero las serpientes son así de tontas y el neumático aplanó lo que quedaba de su ya acortado extremo.

    Ahora, como su desconectado primo en la carretera, el trozo también se retorcía, danzaba y le dolía como el infierno. Porque, a diferencia de su desconectado primo, este aún estaba unido a su extremo delantero.

    La serpiente ciertamente estaba teniendo el peor día de su vida. Después de las cosas en llamas y el gran neumático, estaba haciendo todo lo posible por cruzar la carretera a la luz de su cola que se movía incontrolablemente. Pero ahora su progreso se vio obstaculizado por algo más que la golpeó. Aunque a diferencia de los objetos ardientes del cielo, lo que sea que la había golpeado ahora estaba congelado. Y era redondo. Frío, duro, corto y redondo. No era una serpiente ni ningún tipo de animal, pero ella decidió meterle la muerte a uno, sin importar lo que fuera, por si acaso. Lo cual resultó ser una mala idea. Las serpientes no tienen el instinto de no morder una lata de cerveza que acaba de ser arrojada desde la parte trasera de una camioneta.

    Ella atacó y fue recompensada con una boca llena de líquido amargo. Por mucho que lo intentara, se le había atascado un colmillo. Definitivamente estaba furiosa. Sentía una profunda necesidad biológica de matar algo, aunque ese algo la matara a ella en el proceso.

    ¡Qué mala suerte! Se acercaba un verdadero animal de alguna clase. Ella tenía los ojos nublados por la cerveza, pero podía ver que era muy alto y muy negro. Se liberó de la lata de cerveza y atacó a la forma que ahora estaba yendo hacia ella.

    Se sorprendió bastante cuando falló, pero no tanto cuando la levantaron de un tirón detrás de la cabeza. Se esforzara cuanto pudiera, no podía morder nada. El otro animal la había apresado y la tenía bien agarrada. Intentó de nuevo distinguir qué tipo de criatura la estaba atacando. Tenía la forma general de un humano, pero no el olor.

    Escuchó otro siseo rápido y fuerte y vio que el otro animal también estaba atacando a los objetos fríos y redondos, succionándolos hasta sacarles las tripas. Ella se sintió feliz, que les sirviera de escarmiento por haberle rociado en la boca toda esa porquería asquerosa. Luego, lo último que vio fue oscuridad, y lo último que oyó fue un crujido muy doloroso.

4 - Aún en Atajo Milla Nueve

    —¡Ey, tío, para el coche! Has perdido la nevera.

    Chett pisó los frenos, echó el freno de mano y giró el volante un cuarto de vuelta, realizando un perfecto giro estilo contrabandista de alcohol en el camino de grava. —¿Lo hemos matado?

    —Mejor será que sí o voy a pedir un reembolso por estos neumáticos.

    —¿Qué eran esas otras cosas? - preguntó Chett mirando hacia el cielo a través del parabrisas.

    —No sé. Parece que alguien hizo estallar algo.

    —¡Creo que me ha abollado el capó!—

    —¿Cómo lo sabes? - Harry miró la rayada camioneta a través del agrietado parabrisas.

    —Muy gracioso. Chett apartó los ojos del capó y miró hacia la nevera. —¿Qué demonios? ¿Quién es esa? ¿Qué lleva puesto?

    Harry vio a la mujer de dos metros de altura con un burka negro, sosteniendo una cerveza en una mano y una serpiente muerta en la otra.

    Chett volvió a preguntar: —¿La conocemos? ¿Quién es? - Luego, en otro pensamiento, —¿Por qué siguen cayendo del cielo cosas en llamas?

    Harry no dijo nada, él mismo se preguntaba qué hacía una mujer sola vagando por el bosque envuelta en sábanas negras. —¿Es musulmana? ¿Tenemos acaso musulmanes por aquí?

    Chett miró a Harry. —¿Deberíamos ir a ver si necesita que la lleven?

    —¿Estás loco? Yo creo que tenemos que salir de aquí rápido. Olvida la cerveza. Ni siquiera sabemos si hay una mujer bajo todo eso.

    —Creo que eso es bastante obvio, - respondió Chett.

    Lo era. Ambos podían distinguir las curvas bajo el atuendo.

    —Podrían ser bombas, - dijo Harry.

    —¿Y qué van a explotar aquí?

    —Parece que acaba de explotar algo. Y si no, cualquier mujer que anda por ahí vistiendo esas cosas y sosteniendo serpientes muertas cruza la línea de lo raro, en lo que a mí respecta. ¿No te parece ella sexy?

    Chett la examinó. —No puedo saberlo con todas las sábanas puestas.

    —Idiota. Ya sabes a lo que me refiero.

    —Bueno, voy a preguntarle si quiere que la lleven.

    —No conmigo aquí dentro.

    —¿Vas a ir andando?

    —Lo sigo en serio, tío. Algo no va bien.

    —Tienes el Especial del Sábado por la Noche en la guantera, ¿cierto? Métetelo debajo de la camisa y relájate. No va a pasar nada. Chett pusó la camionet en primera y se acercó conduciendo hasta la mujer del burka.

    Las ventanillas ya estaban bajadas, así que lo único que tenía que hacer era sacar la cabeza por la ventana para hablar con ella.

    El polvo pasaba volando mientras la grava crujía lentamente bajo los neumáticos.

    Chett se apartó el polvo de la cara con la mano. —¿Te gustan las serpientes? - preguntó señalando el descabezado y descolado cuerpo de dos metros de largo, moreno y negro que colgaba de la mano derecha de la mujer.

    Ninguna respuesta.

    —¿Te sabe a pollo? - preguntó jovialmente.

    Ella miró a la serpiente y se la ofreció.

    —No, gracias. Acabo de almorzar.

    Harry le susurró a Chett: —Venga, salgamos de aquí. Deja que se quede la cerveza.

    Chett lo ignoró. —¿Necesitas que te lleven?

    Ella miraba a través de su velo.

    —¿Hablas inglés siquiera?

    De nuevo, sin respuesta.

    —¿Necesitas... que... te... lleven?

    —¿Qué haces? ¿Ella no entiende inglés pero sí entiende lento?

    —Cállate, Harry. Se volvió hacia la mujer e hizo un movimiento de despegue con las manos, seguido de un rebote con el cuerpo y un falso giro del volante.

    Ella copió el movimiento.

    —Que suba en la parte de atrás, - dijo Harry.

    —Ella no va a hacer tal cosa, - respondió Chett. Salió para dejarla en el medio. —Pero la serpiente se queda. Hizo un gesto a la serpiente y negó con la cabeza. La mujer la tiró a un lado y se subió a la camioneta mientras Harry bajaba a recoger la cerveza.

    —No podemos beber esto hasta dentro de un mes. Está todo agitado.

    —Estará bien para cuando lleguemos al campamento.

    Harry terminó de cargar la cerveza y volvió a subir a la cabina de la camioneta. La mujer del burka estaba sentada en el medio.

    Chett miró a Harry. —¿Crees que le gusta ir en medio?

    —Quién sabe.

    —Te apuesto a que hay una maníaca de ir en medio debajo de esa sábana.

    —Tío, que está aquí delante.

    —Y ella no habla ni papa de inglés. Chett la miró. —Además, yo solo estaba de broma ¿verdad? - Arrancó el motor.

    —Solo hay un problema,” dijo Harry.

    —¿Qué?

    —¿Adónde la vas a llevar?

    —Oh.

    Ella se quitó el velo y les sonrió. Un liso cabello negro azabache se derramó sobre los hombros. Chett pensó que acababa de ver el par de ojos azules más hermoso del universo.

5 - Rocky Bayou

    Rocky Bayou (Marisma Rocosa) es un campo de caza con nombre apropiado. Dos mil acres de profundos barrancos, pantanos, matorrales, estanques, espesos bosques y campos abiertos cuidadosamente cortados por la mitad por un manantial rocoso que finalmente alimenta al Gran Río Negro, que finalmente alimenta al río Mississippi. El campamento está delimitado al norte por la Interestatal, la Carretera 80 al sur, un pastizal de ganado al oeste y más tierras privadas al este.

    En algún lugar del interior del campamento había desaparecido otro estanque y todos los bichos que lo llamaban hogar estaban cocidos o atomizados. En el centro del estanque vacío había una bolita de metal no más grande que una gran canica. Sin embargo, estaba rota. Y goteando.

    Una gota de algo salió lentamente. Algo tan negro que la luz parecía caer dentro y perderse. La gota cayó de la bolita de metal y se hundió en el barro.

    En algún lugar, a unos pocos metros por debajo del antiguo fondo del estanque, algo se movió agitado.

6 – Harvard en la Colina

    —Esa es la cosa más tonta que he oído nunca.

    —¿Cómo es eso? ¿Tienes tú un mejor modo de explicarlo?

    —Sí. Necesitas una vida.

    Llevadas por la creciente brisa, las dos voces resonaban por el pasillo de ladrillo al aire libre entre los dos bajos y achaparrados edificios que albergaban lo que contaba como aulas del colegio comunitario local.

    Clayton Hensworth se rascó en la mejilla una dolorosa espinilla (una de las desafortunadamente recientes erupciones). Sentado en el duro banco de madera, trató de explicar su idea. —No todos son estúpidos, - argumentó, —solo los de las pelis antiguas. Creo que es porque son como fantasmas, en cierto modo.

    Su oponente se estaba alejando andando.

    Clayton habló más fuerte. —¿Sabes eso de que los fantasmas son las almas que tienen asuntos pendientes? Bueno, pues tal vez esos que regresan estúpidos no tienen alma y ​​los que regresan diferentes sí.

    —No, - dijo el futuro presidente de la fraternidad de aspecto de colegial de escuela preparatoria mientras se detenía brevemente para darse la vuelta. —Creo que me has malentendido. Cuando dije que los zombis son estúpidos, no me refería a ningún subgénero de algún episodio de monstruos que te guste. Quise decir todo, toda la idea de los zombis es estúpida. No fue una invitación a una conversación. Se apartó el pelo rubio de los ojos y se dio la vuelta.

    —Acabo de oírte a ti y a tus amigos hablando sobre ir a ver la última película Términos de la Matanza, y pienso... Clayton quedó en silencio.

    —Ese es tu problema, - dijo la voz según se hacía más distante. Siguió hablando sin darse la vuelta siquiera. —Las dos últimas palabras que has dicho: «Y pienso». —

    A Clayton le dolió. Bueno, ese tipo no volvería a copiar su trabajo de ciencias. Daba igual que no lo hubiese copiado directamente; en realidad se lo había copiado de un amigo que se lo había copiado de Clayton.

    Muy fácil de arreglar. Clayton simplemente no dejaría que nadie copiara nada en absoluto. Así aprendería.

    Por supuesto, eso venía con su propio conjunto de problemas. Principalmente, su amigo no se burlaría de él si lo dejaba copiar. Pero si no le dejaba, entonces las burlas volverían sin duda con una venganza. Pero entonces no le estaría dando una lección a un chico de la escuela preparatoria.

    Vale, los entresijos del mundillo de los empollones.

    Solo esperaba no encontrarse con ninguno de ellos en el bar esta noche. No es que el bar al que se dirigía lo frecuentara gente como el chico de la escuela preparatoria. Probablemente estaría lleno de sureños borrachos, lo cual era casi igual de malo, aunque los paletos sureños tendían a ver a la gente bajo una luz menos condescendiente.

    Clayton se frotó la espinilla que ahora rezumaba y esperó que se secara lo suficiente como para no llamar la atención sobre sí misma. Había oído hablar de las gafas de culo de vaso y esperaba ligar con algo sexy que pudiera lucir un par bastante grande de ellas.

    Ahora lo único que tenía que hacer era esperar su coche. Y si alguien podía mostrarle cómo divertirse, eran estos chicos.

    Cierto, eran un poco mayores, pero eso era universalmente conocido: si alguien quería pasar el mejor de los ratos disponibles en una ciudad tan pequeña, solo había dos personas a quienes acudir.

    Estarían demasiado ocupados divirtiéndose como para preocuparse por los entresijos de por qué algunos zombis eran inteligentes y rápidos y otros tontos y lentos. Esos no se burlarían de él por hablar de zombis.

    Hablar de zombis, pensó Clay. Vaya estupidez.

7 - La gasolinera

    —Bueno, diablos, Harry, ¿qué se supone que debemos hacer? No podemos dejarla sin más.

    Compraron Slim Jims y más cerveza mientras estaban dentro de la tienda. La mujer en burka seguía de pie junto al teléfono público, donde la habían dejado con una moneda de veinticinco centavos con la esperanza de que llamara a alguien para que la recogiera. En cambio, ella se había quedado allí para llamar la atención de las personas que llenaban sus depósitos.

    —¿Viene ella con vosotros? - preguntó una voz detrás del mostrador.

    —Um, bueno, algo así. Sí. Creo.

    Solo una ceja arqueada como respuesta.

    —Tal vez deberíamos llamar a alguien, como al departamento del sheriff.

    Chett no se molestó en responder verbalmente. En su lugar, le ofreció a Harry la misma ceja arqueada que la cajera le acababa de mostrar.

    —Vale. Puede que a la policía no. Pero algo tenemos que hacer con ella.

    —De acuerdo. Tú ve a pagar. Tengo un plan.

    Harry negó con la cabeza. —Oh, Dios. No más planes. Eso es lo que hizo que nos despidieran.

    Afuera, Chett se acercó a la mujer en burka. —¿Tienes nombre?

    Sin respuesta.

    Se señaló a sí mismo. —Chett. Luego la señaló a ella.

    Ella hizo un sonido.

    —¿Qué? ¿Qué has dicho? - Harry miró a Chett. —¿Mub? ¿Mob? ¿Mbob?

    —Creo que ha dicho Bob.

    —Bob, - dijo la mujer.

    —Genial, una musulmana llamada Bob. ¿Puede esto volverse más raro?

    —Quizá es la abreviatura de algo, - respondió Chett. —Como Roberta. Y no sabemos seguro si es musulmana.

    —¿Se te ocurre otra razón para que lleve ese atuendo y no hable inglés?

    —Bien pensado. ¡Ey! ¡Idea! ¿No van a las mezquitas?

    —Creo que sí.

    ¡Pues dejémosla en una! No puede haber muchas por aquí.

    —¿Esa es tu gran idea? - preguntó Harry.

    —En realidad no. La gran idea implicaba llamar a la poli.

    —Entonces me gusta mucho más esta idea. Pero no conozco mezquitas en un radio de cincuenta millas.

    Chett tomó la destrozada guía telefónica que colgaba de un cable del teléfono y la hojeó. —No. Nada con mezquita. Culto dice «ver iglesia» y no hay nada que se parezca a una mezquita bajo el encabezado de iglesia. Se volvió para mirar a la mujer.

    —¿Mezquita? - Clay hizo ademán de rezar con las manos.

    Ella imitó el gesto. —Bob, - dijo ella.

    La gente seguía mirando, pero al menos era una nueva flota de repostadores.

    Chett miró a su alrededor. —De acuerdo, Bob. No vas a ser de ninguna ayuda.

    —Bob, - respondió ella.

    —Bob. Bueno. ¿Puedo recuperar mi moneda de veinticinco centavos? - Hizo un círculo con el pulgar y el índice. Ella lo miró a través del velo durante unos segundos antes de devolverle la moneda.

    —¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Qué le has hecho?

    —¡Tío, la ha partido en dos! - exclamó Harry.

    En la mano de Chett había un cuarto de dólar brutalmente doblado por la mitad. —Debe de haberlo tirado al suelo y atropellado. Mira las mellitas que han hecho las rocas.

    Harry lo miró y no dijo nada.

    —Bueno, esto no nos sirve de nada. Ve a pedirle un cuarto de dólar a alguien para que podamos hacer una llamada.

    —¿A quién? - preguntó Harry.

    —A la poli. Consígueme veinticinco centavos.

    —Nop.

    —Tío, consígueme una moneda de veinticinco centavos, a menos que tengas una idea mejor.

    —Nop y no la tengo.

    —De acuerdo. Chett caminó hacia la camioneta y rebuscó en el pliegue del asiento, pescando no un cuarto sino tres, dos monedas de cinco centavos, una moneda de diez centavos y un centavo, así como una vieja patata frita, su peine de bolsillo favorito y su navaja suiza en miniatura. —¡Ajá!—

    Chett se acercó a Harry y a la mujer. —Relájate. Vamos a llamar desde un teléfono público, por lo que no se puede rastrear. Solo les preguntaré si han denunciado personas desaparecidas y les diré que vimos a una mujer, llevando lo que lleva, que deambulaba por las carreteras y que está en la gasolinera. Luego nos vamos. La poli se encargará de ella.

    —Estoy seguro de eso. Sabes lo sucio que son todos. Corruptos, quiero decir. No es que no sean pervertidos también. Estoy seguro de que lo son.

    Chett hizo la llamada telefónica e informó a Harry. —Nada. No hay denuncias de personas desaparecidas y un oficial está en camino. Vamos. — Se volvió hacia Bob y le ofreció la mano. Ella la tomó. —Bob, encantado de conocerte. Se presentará un oficial para ayudarte. Que tengas un buen día. Luego a Harry, —Ahora, Al campamento.

    —Ya era hora. ¡Adiós, Bob!—

    —Bob, - respondió ella, mirándolos mientras se alejaban.

    Chett y Harry subieron a la camioneta Scottsdale y la pusieron en marcha, cabreando a todos los que estaban en alcance auditivo. No llevar silenciador en el tubo de escape hace esas cosas.

8 - De vuelta a Atajo Milla Nueve

    La camioneta rebotaba por la carretera a unas millas de Rocky Bayou.

    —¿De dónde ha salido todo este humo? - preguntó Harry. Se había levantado una diáfana neblina y se suspendía cerca del suelo.

    —Probablemente alguien fuera quemando maleza, los idiotas. Vuelve a poner a Hank. Empecemos bien esta fiesta. Las siguientes millas transcurrieron sin incidentes. Hasta que Chett vio algo grande y negro en su espejo retrovisor y frenó de golpe.

    —¡Mierda!—

    —¿Qué…? - es todo lo que Harry dijo antes de ver a la cosa negra volar por encima del techo y caer en la carretera frente a ellos. Luego completó su pensamiento. —¿Qué demonios?

    —Es la dama de nuevo, - dijo Chett.

    —¿Cómo ha vuelto ahí? - preguntó Harry.

    —Debe de haber salido a hurtadillas de la comisaría.

    —Tío, yo digo que aquí es donde la encontraste, así que aquí es donde la dejas. Da marcha atrás y salgamos de aquí.

    Chett miró a Harry. —¿Quién va a dar marcha atrás esta vez, tú o yo?

    —Ah sí. La marcha atrás estaba rota e implicaba o bien hacer el giro de contrabandista de licor si iban lo bastante rápido o que uno de ellos saliera y empujara si estaban parados. Era un camioneta grande.

    —Pero ¿no deberíamos, no sé, ver cómo está? ¿Asegurarnos de que ella esta bien?

    Chett y Harry miraron a la mujer, que ahora estaba de pie sacudiéndose el polvo y caminando hacia la camioneta.

    Harry respondió: —No parece que lo necesitemos. Ella está bien. Venga ya, vino aquí por una razón, sabe lo que está haciendo. O eso o está muy loca. En cualquier caso no podemos servirle de mucho más.

    —En eso estoy contigo, - dijo Chett.

    Ambos la miraban mientras ella se acercaba a la camioneta.

    —No hay suficiente espacio para rodearla, - dijo Chett, —así que sal y empuja.

    —Mira, sé que no hay tiempo para que te recuerde todas las razones por las que esta situación no solo es rara, sino también espeluznante.

    Ella se acercó a la ventana e hizo el gesto de oración con las manos. —¿Bob? - Les cuestionó.

    Chett respondió: —Sí, aún eres Bob. Pero Bob, no sabemos lo que quieres. No sabemos adónde llevarte. Y, francamente, ya hemos tenido un día difícil sin ti. Por no mencionar que nos estás causando un desagradable episodio de acojonitis. Tú quieres subir a la camioneta, pero no sabes dónde vas.

    —Bob. ¿Subir?

    —Sí. Eso lo tenemos cubierto. Mira, si nos dijeras dónde, o lo señalaras... —

    —Estaríamos encantados de jugar a las charadas, - intervino Harry.

    A Harry, —Como si ella supiera lo que es eso. A ella de nuevo, —Ya sabes, señalar, - menear las manos. Entonces probablemente podríamos llevarte allí.

    Ella meneó las manos.

    —Muy bien, - dijo Chett, —pero nosotros vamos a nuestro campamento de caza. Solo nosotros.

    —¿Sabes, caza? - Preguntó Harry apuntando con las manos como un arma a los árboles frente a la camioneta. —Bum. Bum.

    —Bob. ¿Subir? - dijo ella.

    Chett miró a Harry.

    Harry dijo: —Mira, hemos hecho todo lo posible. Si quiere ir al campamento de caza con nosotros, pues bien.

    —¿En serio? ¿Ahora estás de acuerdo con eso? Quiero decir, ¿después de que ella volara por encima de la camioneta y todo eso?

    —Lo cual fue culpa tuya. Sí, estoy de acuerdo. Pero la voy a cachear en busca de bombas.

    —Tío, solo porque sea musulmana no significa que tenga bombas.

    —Podría tener armas. O cuchillos. Voy a cachearla. Tú cúbreme. Harry saltó de la camioneta.

    —¿Que te cubra? Cielo santo. Aún así, Chett agarró la.38 que Harry había dejado caer en el asiento, por si acaso.

    Harry caminó por la parte delantera de la camioneta. —Escucha, Bob. Voy a darte palmaditas para asegurarme de que estás a salvo. Le tomó los brazos y los extendió.

    Chett se carcajeó. —Es curioso cómo cambian las tornas. ¿Cuántas veces has estado tú en su lugar?

    —Cierra el pico. Luego a Bob, quien había dejado caer los brazos. —No, deja los brazos aquí. Los recogió de nuevo. —Bien. Hizo el movimiento de palmaditas sobre el cuerpo, luego sobre el de ella sin tocarla para que ella entendiera lo que estaba a punto de suceder. —Te voy a cachear.

    Ella hizo el movimiento de palmaditas en el estómago.

    —Eso. Seré rápido, lo prometo.

    —¿Y cuántas veces le has dicho eso a una chica? - Chett se carcajeó más alto.

    —Esto no tiene gracia. Cierra el pico. Le dio a Bob unas palmaditas en el estómago con cautela para asegurarse de que ella estaba de acuerdo. Ella lo miró a través de su velo. Continuó alrededor de su espalda y debajo de los pechos. Volvió la cabeza para hablar con Harry.

    —Tío, lo siento. Pero tengo que ver este cuerpo. Si sintieras lo que estoy sintiendo... —

    —Necesitas echar una canita al aire, - dijo Chett.

    —Seriamente. Harry se movió para acariciarle las piernas, con cuidado de no tocar nada sensible. —Ay, Dios mío.

    —¿Qué? ¿Tiene un paquete?

    —No, es que... nada. Dios. Ni siquiera la he visto y creo que es la mujer más sexy que he conocido.

    Se puso de pie y la miró. —Vale, estás limpia.

    Ella lo miró durante unos segundos y le puso la mano en el hombro. Con un movimiento rápido, lo hizo girar, le separó los pies de una patada y lo empujó hacia la camioneta.

    —Oh, Jesús. Auch. Ten cuidado.

    Ella repitió el proceso, aunque sin saltarse las partes sensibles. Chett se estaba riendo a carcajadas.

    —Esto no mola, - dijo Harry mientras ella continuaba el cacheo. —Ooh.

    —¿Qué? - Preguntó Chett.

    —Me acaba de agarrar el paquete. ¡Uf! Ahora. Mmmm. Vale, vale, para, - dijo. —Ya es suficiente. Y raro. Él se apartó bruscamente.

    —Venga, los dos. Vamos. Subid a la camioneta.

    Bob siguió a Harry hasta el lado del pasajero.

    Él le ofreció su brazo. —Después de ti. Ella lo tomó y se subió a la camioneta. Se dirigieron a Rocky Bayou.

    Era jueves. Aún faltaban unos días para el fin del mundo.

9 - Rocky Bayou

    Rocky Bayou estaba desprovisto de otra gente. Las únicas cosas en temporada eran los mapaches y las ranas, por lo que todos los demás con mejores cosas que hacer probablemente las estaban haciendo.

    Las seis de la tarde en verano significa que aún quedan dos horas de luz. Chett y Harry habían planeado aparecer, pulirse algunas cervezas frías, disparar a algo, tal vez montar en sus cuatro ruedas y, en general, tirarse pedos hasta desmayarse.

    Salieron de la camioneta y miraron a su alrededor. Delante de ellos estaba la pequeña autocaravana de la era de los 70 color marrón y amarillo moho. A la izquierda había una cascada mesa de picnic y a la derecha un pequeño cobertizo inclinado de aluminio que protegía su generador y algunas herramientas embarradas.

    —Tengo una sorpresa, - dijo Chett después de descargar la nevera.

    —¿Qué?

    —Tendrás que esperar. Pero soluciona un problemilla que hemos tenido en el pasado. Más o menos.

    —¿Ah sí?

    —Verás. Eso y que es condenadamente genial. Hice un buen negocio.

    —Hmm vale. ¿Qué hay de ella? - Harry señaló a Bob.

    —Bueno, supongo que se queda con nosotros.

    Chett y Harry abrieron la puerta de la autocaravana y entraron. Bob esperó en la mesa de picnic en el frente.

    —¿Dónde va a dormir? - preguntó Harry. La autocaravana tenía en la parte de atrás lo que equivalía a una cama de matrimonio dentro de una habitación del tamaño exacto de una cama de matrimonio (lo cual seguía siendo causa de maravilla y una constante fuente de conversación entre ellos: ¿construyeron la autocaravana alrededor de la cama?, como pensaba Chett, ¿o trajeron la cama pieza a pieza y la montaron en la habitación?, como pensaba Harry), un pequeño baño, una sala de estar (aún más pequeña) con un sofá, una mesa plegable, un fregadero y un microondas, y un lugar en la pared para una tele. La parte delantera de la caravana contenía dos ajados asientos de coche Naugahyde color marrón mostaza y una serie de cables y aparatos electrónicos colgantes que sobresalían del tablero y del lugar donde solía residir la radio.

    —Buena pregunta, - respondió Chett. —Normalmente diría que podría dormir conmigo, pero no creo que pueda sacarme de la cabeza la imagen de ella con la serpiente. Pensé que nunca diría esto, pero prefiero dormir a tu lado y dejar que ella duerma en el sofá.

    —Y yo normalmente diría que eres gay y me reiría de ti, pero coincido contigo.

    Chett maniobró alrededor de Harry y asomó la cabeza por la puerta. —Vale, Bob. Aquí es donde nos vamos a quedar. Entra y yo enchufaré el generador.

    —¿Para qué le estás diciendo eso?

    —Oh. Chett le indicó a Bob con gestos que entrara en la autocaravana. —Cuidado con los escalones. Son baratos. Él bajó y la ayudó a subir, luego caminó hacia el oxidado cobertizo marrón. La puerta del cobertizo era de esas que se deslizan horizontalmente, para disgusto de cualquiera que haya tenido una. Una manchita de óxido y el chisme presenta una verdadera lucha para abrirse, y en el proceso suena como si estuvieras matando una manada entera de búfalos.

    El generador salió deslizando con bastante facilidad y Chett desató la lata de gasolina en la caja de la camioneta para llenarlo. Lo preparó, le dio algunos tirones y el generador se encendió. Lo apagó para ahorrar gasolina.

    —El generador funciona, - dijo mientras subía los escalones de la autocaravana. —Encenderemos las luces cuando oscurezca..., - quedó en silencio. Sentada en el sofá, sonriendo, había una belleza medio en cueros, grandes pechos y cabello azabache. Lo único que apartó los ojos de Chett de su pecho fueron sus profundos ojos azules, tan azules que casi parecían brillar.

    —¿Qué demonios? - preguntó Chett, nervioso.

    —No me preguntes, - respondió Harry sin apartar la mirada. —Saliste fuera, ella entró y se desvistió.

    —No sé qué decir.

    —Ya somos tres.

    —¿Eh?

    —¿Eh?

    —Bob, ¿subir? - añadió ella sonriendo.

    —Oh, Señor, - resopló Chett.

    —Oh, Jesús, - respondió Harry.

    —Yo, um, no creo que ella se refiera a eso, pero maldita sea si la mitad de mí no quiere averiguarlo ahora mismo.

    —Ya somos dos.

    —Pensé que las musulmanas eran, ya sabes, se suponía que eran más... no sé... ¿modestas? - Chett no podía dejar de mirar.

    —Y otra vez, ya somos dos. Harry tampoco podía.

    Miró a Harry e hizo una C con el pulgar y el índice de la mano izquierda y una C invertida con los mismos dedos de la derecha. Los hizo girar perpendiculares entre sí, metió el dedo índice derecho y emitió un sonido. —Cch.

    La miraron y ella lo volvió a hacer. —Bob. Cch. —

    —¿Cerveza? - preguntó Chett. —¿Quieres una cerveza?

    —Cch. Cerveza, - respondió ella.

    —No hay problema. Harry, tráele una cerveza. Harry caminó hacia la parte delantera de la autocaravana y abrió la nevera posada en el asiento del pasajero. Dio la vuelta. Ella estaba de pie justo detrás de él.

    —Oh. Mierda. Oh, toma. — Abrió la cerveza y se la entregó.

    Ella la tomó y sonrió. La cerveza desapareció de un trago. —Cerveza. Cch. —

    —¿Más? - Harry estaba inpactado.

    —Cerveza.

    —¿Más cerveza? Vale. Sacó otra y la abrió. Miró a Chett. —Te das cuenta de que nos está mermando el suministro de cerveza.

    —¿Y? Haremos otro viaje.

    La segunda cerveza desapareció. Ella simplemente estaba allí de pie.

    —¿Otra? No puedo defraudar a una mujer en cueros que pide cerveza.

    Ella lo miró perpleja y sonrió. Sin embargo, no pidió otra cerveza.

    —Vale. ¿No? ¿No más cerveza? - Harry negó con la cabeza exageradamente. —¿No?

    Ella seguía sonriendo en el estrecho pasillo entre la cabina y la parte de atrás.

    Harry miró por encima del hombro. —Chett, está un poco en mi espacio personal y no se quiere mover.

    —Pídele que se mueva.

    —Bob, ¿quieres moverte?

    —¿Subir? - preguntó ella.

    —Um, ¿Chett?

    —¿Sí?

    —¿Cómo respondo a eso?

    —Di no.

    —Vale. No. Harry volvió a mirar a Chett. —¿Por qué no?

    —Porque no es justo.

    —Ja ja. Muy gracioso. Harry miró a Bob. —Disculpa, Bob, pero ahora voy a volver a la parte de atrás. Se inclinó y se paró frente al asiento del pasajero. Confiaba en poder hacer uno de esos rompecabezas que le encantaban de niño y que le mantenían ocupado cuando hacía viajes largos con sus padres —de esos rompecabezas en el que deslizabas una pieza y luego deslizabas otra hasta que completabas una foto. Él era bueno en eso, y por eso puso las manos sobre los hombros de Bob mientras intentaba mirarla firmemente a los ojos. ¡Esos pechos eran como imanes! La acercó al asiento del conductor y salió del compartimiento del conductor. Él podría haberla girado y pasar a su lado, pero maldita sea si no estaba un poco asustado. Cachondo, seguro, pero incluso su pene estaba pendiente de su seguridad. No quería acercarse tanto a ella. Aún.

    Ella se sentó en el asiento del conductor y empezó a juguetear con las ruedecitas y los interruptores. Pisaba los pedales a fondo y daba volantazos de un lado a otro.

    —Ah no, cariño, - dijo Chett. —Este chisme no funciona desde hace años. Pero tú diviértete.

    Harry regresó a donde Chett estaba sentado en la cama. —He cambiado de opinión. Puede dormir conmigo.

    —No, yo creo que aún necesita el sofá.

    —Ahora el gay eres tú.

    —No, en serio. Esto no está bien. Chett miró a Bob, aún sentada al volante jugando con las cosas. —No importa cómo lo cortes, esto es simplemente una locura. Volvió a mirar a Harry. —Harry, tú has visto las películas. Vamos a despertar muertos.

    Harry lo pensó. —Estoy contigo en eso. Esto es un poco raro.

    Bob regresó al sofá. —¿No subir? - preguntó ella.

    Chett y Harry se miraron. Harry respondió. —Ahora mismo no, cariño. Tenemos dolor de cabeza.

    —Tenemos dolores de cabeza, Harry. No compartimos un dolor de cabeza colectivo.

    —Siento disentir.

    —¿Sí?

    —¿Y bien?

    —¿Y bien qué?

    —¿Ahora qué?

    —Ni idea, - dijo Chett. —Ve a abrir las ventanas para que no se cargue aquí dentro. Yo revisaré las sábanas en busca de bichos.

    Harry lo hizo y regresó. Chett confirmó el estado libre de bichos del colchón. Bob se tumbó en el sofá y bostezó.

    Chett la vio y dijo: —Supongo que esa es nuestra señal para dejarla descansar. Venga. Vamos a molestar a las ranas. Tengo que mostrarte la sorpresa. Se volvió hacia Bob. —Oye, no sé si me entiendes o no, pero no uses el baño, ¿de acuerdo? - Señaló la pequeña habitación oscura con el inodoro y la ducha. —No hay depósito, ¿de acuerdo? Cualquier cosa que hagas allí va a estropear nuestro pequeño pedazo de paraíso aquí dentro. Sacudió la cabeza en lo que esperaba que fuera el signo universal de —no— mientras seguía señalando. —Así que no uses el baño aquí, ¿de acuerdo? Si es necesario, sal fuera. Hizo un gran espectáculo al caminar hacia la puerta y bajar las escaleras.

    —¡Vale! - ella sonrió.

    Harry lo siguió afuera.

    Chett se subió a la mitad de la camioneta para inclinar el asiento hacia adelante. —Esta es la primera parte. Le entregó a Harry una nueva botella de Southern Comfort. —Y estos de aquí son la segunda parte. Le entregó dos juegos de gafas atadas a correas para la cabeza.

    —No me digas que... ¿Es esto lo que creo que es? ¿Cómo las conseguiste?

    —Saldo de Excedente Militar.

    Harry esperó a que Chett bajara y le devolvió un juego para que pudiera escudriñar sus nuevas gafas de visión nocturna de manos libres. —¡Qué bonitas! Debe de haberte costado un brazo y una pierna.

    —Debe.

    —Pero, esto... ¿para qué?

    —Para caza nocturna. Observación. Dar la murga a las ranas. Lo que sea. Nos da una ventaja.

    —Por mí, genial.

    Chett se puso las suyas, las encendió y miró a su alrededor. —Todo es verde. Eh. Las llevaremos esta noche a ver lo bien que podemos apuntar con ellas.

    —Mola. Sin embargo, una pregunta.

    —¿Cuál es?

    —¿Planeamos quedarnos aquí todo el fin de semana? - Preguntó Harry. —Porque técnicamente, tenemos clase mañana por la tarde. Harry y Chett, después de tomarse un descanso de la escuela secundaria durante unos años, habían regresado a Harvard en la Facultad Comunidad de la Colina para unos cursos generales. —Solo quiero saberlo para no ponerme demasiado nervioso si no podemos llegar a casa para cambiarnos.

    —Puedes ducharte en la cabina principal, - dijo Chett.

    —¿E ir a clase con el trasero en cueros?

    —Oh. Chett hizo una pausa. —Tú ensúciate. Resolveremos eso más tarde. Vamos a pillar más cerveza. Es tu turno de dar marcha atrás.

    Harry obligó a la camioneta a retroceder. Subió a la camioneta y los dos amigos se alejaron rugiendo.

10 - Harvard en la Colina

    Harvard en la Colina era una irónicamente apodada rama de un colegio comunitario localizado más cerca de la ciudad. Halmond Community College era el lugar donde buscaban refugio personas de diferentes orígenes y credos: recientes e inseguros graduados de secundaria, jubilados, recién graduados de GED de mediana edad y todos aquellos en medio.

    Clayton Hensworth estaba sentado afuera mirando la puesta de sol y hurgándose un grano distraídamente. Hizo una mueca. —Gilipollas.

    Ni Chett ni Harry contestaban a sus teléfonos móviles. Se suponía que debían haberlo recogido hace una hora para ir al bar de Brick Company. Después de todo, habían dicho que le debían bebidas. Si no fuera por él, no habrían aprobado el último examen de química. Y se había tomado muchas molestias para dejar ahora que esos dos lo engañaran.

    No lo habría hecho si hubiera sabido que serían así. Claro, habían sido unos gilipollas como todos los demás y se habían burlado de él. ¿No había dejado atrás eso en la escuela secundaria? No era culpa suya estar muy interesado en estas cosas. Si no hubiera pasado tanto tiempo jugando con fuego y/o con varios limpiadores domésticos y/o electrónicos (existía esa infame combinación de los tres que lo calificaba eternamente como —Oye, ¿no eres tú el tipo que hizo volar por los aires el cobertizo de su padre?”), entonces probablemente habría completado una tarea y recibido un GPA lo bastante adecuado para una beca en una universidad de verdad.

    Sin embargo, tal como estaban las cosas, aquí estaba con la esperanza de mostrar suficiente dedicación en dos años para compensar los doce desperdiciados anteriormente. Y ayudar a esos dos gilipollas a aprobar. Bueno, no de nuevo. Sí, no dejaban de meterse con él, pero él siempre parecía apuntarse a todo. Le hacían pasar un mal rato como se lo hacían pasar el uno al otro. Su tipo de selección era diferente; bien intencionado.

    Como la vez que llevó puesta en clase su camiseta de Star Trek. El profesor acababa de terminar de entregar los exámenes y lo había elogiado por tener la nota más alta después de no solo responder correctamente todas las preguntas del examen, sino también por acertar las diez preguntas adicionales. Chett y Harry habían dicho: —¡Toma! ¡El Empollón Espacial ha sacado un Sobresaliente! - y habían chocado los cinco con él de verdad en mitad de clase. Parecían genuinamente felices por él. ¿Podrían haber estado seleccionando su presa? No, esos eran buenos chicos.

    Pero eso fue antes de que lo dejaran plantado sin transporte. Había conseguido permiso de su madre porque pensaba que de verdad lo iban a llevar a algún lado. Ahora no podía comunicarse con ella porque ella estaba en Elks Lodge o donde fuera que los ancianos sin nada mejor que hacer iban a jugar al bingo.

    Y todos los demás habían salido del campus. Podía llamar al único taxi de la ciudad, pero estaba ahorrando todo lo que podía de su trabajo en RadioWorld para conseguir el videojuego Deidades de Destrucción más nuevo y construir el ordenador más rápido, chulo y trucado que se podría construir jamás.

    Había tenido esperanzas con Chett y Harry, pero estas comenzaban lentamente a desvanecerse y él se había rendido. Cogió su teléfono, pero antes de empezar a marcar escuchó el sonido que todos en la ciudad sabían que indicaba un problema benigno. Al principio fue un leve balido de un ausente silenciador de escape y el rápido wah-wah-wah-wah-wah de neumáticos de gran tamaño en el pavimento, luego fue el Hank Williams Jr.

    ¡Se habían acordado de él después de todo!

11 - Autopista 27

    —Maldita sea esa moza. Se ha bebido toda la cerveza. Harry la estaba maldiciendo mientras escarbaba en la billetera. —Lo único que tengo es uno de diez.

    Iban por la autopista 27 con las ventanas abiertas y la música a todo volumen.

    Chett habló por la radio: —Te tengo cubierto. Yo tengo uno de veinte. Y podemos recoger nuestros cheques mañana.

    Harry miró hacia arriba cuando pasaron por el Halmond Community College. Entrecerró los ojos para ver mejor. —Algún pobre primo aún está ahí fuera.

    —No pienso llevar a nadie. Chett iba a hacer todo lo posible para no enredarse en nada más durante mucho, mucho tiempo.

    —No, colega. ¡Es Clay!—

    —Maldición. Chett frenó de golpe.

    Harry se golpeó la cabeza contra la ventana. —Tienes que dejar de hacer eso.

    —Nos hemos olvidado de Clay. Pobre chaval. Le dijimos que le invitaríamos a una cerveza por ayudarnos.

    Harry saltó fuera de la camioneta y ayudó a Chett a llevar la camioneta en un exagerado giro de tres puntos en la autopista. —Mañana, Chett, - gruñó, —te arreglamos la transmisión.

    Harry, sin aliento, volvió a entrar y parecía confundido. —¿Qué vamos a hacer con él?

    —Lo recogemos, ¿no?. Le decimos que tuvimos problemas con la camioneta, lo llevamos a casa y confiamos en que acepte un cheque por lluvia.

    —Ya le debemos cien cheques de lluvia, - dijo Harry.

    —Bueno, pues ahora le deberemos ciento uno.

    Aceleraron por el camino y se detuvieron frente a Clayton.

    Chett gritó por la ventana: —Colega, lo sentimos mucho.

    Harry se inclinó adelante para ser visto. —¿Aún quieres que te llevemos?

    —Casi me había rendido, - dijo Clayton. —¡Estoy listo para la noche de chicas!—

    Chett y Harry se miraron. Chett habló primero. —Um, bueno, es que ha surgido algo. Resulta que no vamos allí esta noche.

    —¿Cómo qué? - preguntó Clayton.

    —Problemas de camioneta, - dijo Harry.

    —A mí me parece que funciona bien. Venga, vamos.

    —Lo siento, tío, no se puede. Tenemos algunas cosas de las que ocuparnos. Perdona por haber llegado tarde, pero tú sube y te llevaremos a casa.

    —Ni hablar, yo pienso salir esta noche.

    Harry se inclinó hacia Chett y le susurró: —Ni de coña se viene al campamento con nosotros.

    —Eso ni se cuestiona siquiera, - dijo Chett. Luego, a Clayton, —Mira, tío, sé que dijimos que te llevaríamos por ahí, y lo haremos. Pero ya nos conoces, ¿verdad? Quiero decir, sabes quiénes somos y que, bueno, los problemas nos siguen donde vamos. Esta noche nos vamos a ocupar de unas cosas en las que probablemente no quieras involucrarte.

    —¿Sabes lo aburrida que es mi vida? - preguntó Clayton. —Me la paso sentado jugando a videojuegos.

    —Y volando cobertizos por los aires, - se rió Harry.

    —Eso fue hace años. Es serio, agradecería un poco de emoción.

    —Mira, Clayton, nos caes bien, de verdad. Pero no vas a venir con nosotros. Si quieres, te llevamos a casa, pero eso es lo que hay esta noche.

    —¿Y mañana por la noche después de clase? - preguntó Clayton.

    —Quizá podríamos hacer algo mañana por la noche, - dijo Chett.

    —¿Y ella qué? - susurró Harry.

    Chett respondió en susurros. —Con suerte ella no estará mañana por la noche. No planeo que se nos acople, ¿verdad?

    —Mañana por la noche nos viene muy bien, - dijo Chett hablando en voz alta por encima del rugido de la camioneta. —Sube y te llevamos a casa.

12 - De vuelta a Rocky Bayou

    —Pero ¿dónde está? - Harry ya estaba en la autocaravana y había notado de inmediato la ausencia de una mujer de grandes pechos y cabello azabache llamada Bob.

    —¿Has revisado toda la caravana? - gritó Chett desde fuera.

    —Estás de broma, ¿no?

    —Bueno, ¿qué hay de la cabina principal? Quizá necesitaba ir al baño.

    Harry lo consideró. —Vale. Quizá sí. ¿Cómo consigue ver algo? Está oscuro ahí fuera.

    —Sé que no estás pensando en ir a buscarla. Quiero decir, no después de todo el tiempo que hemos pasado tratando de deshacernos de ella.

    —Sí, pero está muy mal dejar que alguien así, con un cuerpo como el suyo, deambule por el bosque. La idea era dejarla en un lugar seguro.

    —¿Cómo sabes que no ha venido nadie a buscarla? - preguntó Chett. —Mira, ella no está. Nosotros podemos seguir con nuestra noche. Coge las gafas y una linterna. Vamos a lo nuestro. Dormiremos mañana antes de clase.

    —¿No deberíamos dejarle una nota o algo por si vuelve? - preguntó Harry.

    —¿Eso crees? No sabe hablar ni papa de inglés, ¿crees que sabe leer? Venga, vamos. Estamos desperdiciando luz de luna.

    Se pusieron sus botas de pescador y caminaron hacia el bosque. Harry notó un interruptor en la parte superior de las gafas y lo accionó. Al instante, el entorno verde se oscureció y Chett, que caminaba frente a él, comenzó a brillar. Al volver a pulsar el interruptor, Chett recuperaba su color verde normal y Harry podía ver los árboles de nuevo. Pulsó el interruptor de nuevo y Harry brilló, sin árboles. Lo apagó y podía verlo todo de nuevo.

    Unas horas más tarde, las gafas de visión nocturna les estaban dando dolores de cabeza a ambos, por lo que se las quitaron y encendieron sus linternas halógenas justo antes de llegar a su estanque favorito. Pero cuando llegaron a la orilla, bueno, faltaba el estanque. Los rayos de la linterna se perdían en la oscuridad.

    Chett miró a Harry. —¿Es aquí?

    Harry se arrodilló y tocó el barro. —Hmm.

    Chett siguió iluminando con la linterna la oscuridad y el barro vacío frente a ellos. —¿Adónde ha ido el estanque?

    Harry se volvió a poner las gafas y examinó la vacía banda verde frente a él antes de quitárselas, golpearlas con la mano y volver a ponérselas. —Quizá quieras ver esto, - le dijo a Chett, quien a su vez se puso las suyas.

    Los dos hombres con gafas estaban de pie a orillas de lo que hacía poco había sido un gran estanque o un pequeño lago.

    Harry se volvió para hablar con Chett, —¿Estás pensando lo que estoy pensando?

    —Sí. Excelente lugar para conducir por el barro.

    —Bingo.

    —Aunque no hay forma de entrar aquí.

    Harry respondió rápidamente: —Claro que la hay. ¿Recuerdas el viejo sendero al otro lado del estanque? Han crecido un poco, pero solo son matorrales y malas hierbas. Nada que no podamos manejar.

    —Trato hecho. Lo haremos el sábado.

    Harry miró atrás hacia los nuevos terrenos de barro y accionó el interruptor en la parte superior de las gafas.

    —¿Quieres parar de hacer eso? - Preguntó Chett. —Las vas a desgastar.

    Harry no respondió. En cambio, apagó el interruptor y volvió a encenderlo. Se volvió para mirar a Chett. Repitió el proceso de encender y apagar a Chett antes de mirar hacia el lago, aún encendiendo y apagando el interruptor.

    —En serio, tío. Dale un descanso.

    Harry mantuvo su atención en algo. —Esto es muy raro. Chett, ¿no ves tú nada raro con las gafas?

    Chett entornó los ojos y escrutó el paisaje lo mejor que pudo a través de una granulada visión verde. —No. ¿Por qué?

    —Pulsa el interruptor.

    En cuanto Chett lo hizo, vio el resplandor que surgía del centro del estanque. Apagó el interruptor y pasó a modo de visión nocturna normal. Nada. Encendió y apagó varias veces al ver el brillo antes de mirar a Harry y encenderlo y apagarlo.

    —¿Quieres parar ya? Las vas a romper, - dijo Harry burlonamente.

    —¿Qué es eso? Supongo que estas gafas tienen algún tipo de modo calor, como en Depredador.

    —Se llaman Infrarrojos.

    —Mira quién ha estado prestando atención en clase, - dijo Chett. —Pensé que estas gafas siempre eran de infrarrojos.

    —Lo son, - dijo Harry, —pero hay dos tipos de infrarrojos. El tipo que ves cuando apagas el interruptor, el que está en todas partes. Luego está el tipo que emite calor. Eso es lo que ves cuando estoy brillando.

    —¿Cómo sabes tú de estas cosas?

    —Del Discovery Channel.”

    —Ah. Chett pensó durante un minuto. —Bueno, ¿y qué es eso tan caliente en mitad del lago?

    —No sé, - dijo Harry. —Vamos a averiguarlo.

    Esa idea resultó no ser tan buena. Harry fue el primero en oír algo. —¿Es un avión? - Fue lo único en lo que pudo pensar que emitiera un sonido tan grave y retumbante desde muy lejos. Pero luego el sonido desapareció y cesó el estruendo.

    Ambos se habían detenido a escuchar. Una vez que todo quedó en silencio otra vez, continuaron adelante. Hasta que aquello sucedió de nuevo.

    Casi sonaba como si alguien estuviera poniendo en marcha un motor que no quería arrancar. Pero sonaba muy amortiguado.

    —¿Qué es eso? - preguntó Chett a Harry.

    —Como si yo lo supiera.

    —Tú lo sabes todo sobre los infrarrojos.

    —Eso no me convierte en un experto en sonidos raros, - dijo Harry.

    —¿Sabes qué?, ya he tenido suficientes movidas raras por hoy.

    Harry coincidió. —Yo digo que demos por terminada la noche y recojamos.

    Chett siguió hablando, —Quiero decir, ¿quién está aquí aparte de nosotros? Suena como si estuvieran varados.

    Según se acercaban a la fuente del fulgor infrarrojo, el sonido comenzó de nuevo. Pero esta vez el suelo también temblaba un poco.

    —¿Sientes eso? - preguntó Harry.

    —Lo siento como si estuviera justo bajo nuestros pies, - dijo Chett. Apoyó la cabeza en el suelo para escuchar. —Harry, tienes que oír esto.

    Harry apoyó la oreja en el suelo. A unos doce metros delante de ellos, como si fuera una señal, el suelo estalló en un volcán de lodo y grumos de tierra. El ruido fue ensordecedor cuando la camioneta Dodge Ram 4x4 de la Muerte con motor semipropulsado salió disparada del suelo. Aterrizó girando en un semicírculo perfecto y aceleró el motor.

    Con una voz que sonaba anormalmente —grave, - como en —tener mucha grava, - el conductor gritó —¡Juhh-sí!—

    —Joputa— gimió el pasajero. Si Chett o Harry pudieran describir una voz como —Agujerosa, - como en —tener agujeros, - entonces así es exactamente como la describirían.

    Pero no la describirían así en absoluto. Porque ambos estaban demasiado ocupados respirando con dificultad mientras arrastraban el culo hacia el bosque. Lo único que dijo uno de los dos fue: —Mierda. ¡Corre! - Y Chett pensó que era una forma maravillosa de describir la situación.

    El 4x4 de la Muerte hacía donuts en el barro buscando una salida. Chett y Harry habían tropezado varias veces con raíces y ramas caídas, cada uno de ellos arañando cosas a traves del bosque y arrastrando al otro al suelo cuando tropezaban.

    Correr por el bosque a medianoche con gafas de infrarrojos significa una cosa: alguien se acaba perdiendo. Tal vez una hora más tarde, tal vez quince minutos, Chett y Harry redujeron la velocidad hacia un trote. Luego se detuvieron por completo, jadeando con las manos en las rodillas y soltando flema de la garganta. Miraron a su alrededor y supieron instantáneamente que estaban perdidos.

    Aún recuperando el aliento y mirando al suelo, Chett hizo la pregunta que sabía que ninguno de los dos podía responder. —¿Que... demonios... era... eso?

    —No... tengo... la... menor... idea... Tampoco... quiero... tenerla....

    Chett se tomó un minuto para respirar y se sentó, resbalando la espalda por un árbol, sobre una raíz que sobresalía. —Creo que deberíamos estar cerca del campamento.

    Harry se quitó las gafas y sacó la linterna del bolsillo de su pantalón cargo. Chett le gritó: —¡Tío! Ni hablar. Nada de luz. Guárdala.

    Harry no dijo nada y volvió a ponerse las gafas. Lo único que podía ver eran árboles, árboles en diferentes tonos de verde. Pulsó el interruptor y miró la niebla brillante que Chett exhalaba con cada respiración. Se quitó las gafas y volvió a concentrarse en los parches de brillante luz de luna.

    —No estamos tan perdidos, - dijo Chett. —Lo único que tenemos que hacer es caminar recto. O bien llegamos a la carretera o a una cerca que podamos seguir. O el estanque.

    —Si aún existe, - dijo Harry. —¿Dónde diablos está el estanque?

    Chett miró a Harry. —No sé. Hizo una pausa. —Pero este día es jodidamente raro. Yo digo que nos vayamos a dormir.

    —Basta de charla.

    Se pusieron en pie con las gafas puestas y caminaron. Y caminaron.

    Una hora más tarde, Harry habló. —Um, tengo una molesta lucecita parpadeante que no deja de aparecer.

    —Yo también. Las pilas están casi agotadas. Este plan no va a ninguna parte, - dijo Chett.

    Ambos se sentaron.

    —Tengo una idea, - dijo Harry. —Pásame tu teléfono.

    Chett rebuscó en sus —pantacas— cargo y encontró el móvil. Harry lo atrapó y abrió la pantalla. —Genial, tenemos señal. No podemos estar muy lejos de una torre. Marcó un número.

    —¿A quién llamas? - Harry le indicó a Chett que esperara. —Clayton, ¡eh! ¿Cómo estás? - Pausa. —Ah, ¿ya son las tres? Perdona, es que hemos perdido un poco la noción del tiempo. Pausa. —No quieres saber nada. Pero necesitamos ayuda y tú eres la persona indicada. Estamos perdidos. Necesitamos que nos encuentres. Pausa. —No lo sé, ¿no eres tú el bueno en eso? ¿No puedes rastrearnos el teléfono móvil o algo así?

    —Buena idea, - dijo Chett.

    Harry siguió hablando por teléfono, —Eso nunca te ha detenido. Mira, no quiero suplicar, pero lo haré si te ayuda. Estamos en un aprieto. Pausa. —Ahora no puedo explicarlo, aunque te prometo que lo haré. Tú dinos cómo salir del bosque. Pausa. —De acuerdo, estaremos esperando.

13 - En casa de la mamá de Clayton.

    —Hijoputis. murmuró Clayton para sí mismo mientras rodaba fuera de la cama. —Salen, lo pasan bomba y no me llaman. Capullos. No debería estar haciendo esto.

    Pero aún así renqueó hacia su ordenador. Encendió el monitor y parpadeó un par de veces, dejando que sus ojos se adaptaran. Bostezó, agarró un Mountain Dew del minibar y comenzó el proceso de piratear la compañía de telefonía móvil.

    —Capullos.

    Unos minutos y algunos servidores proxy más tarde, obtuvo la información y recogió su teléfono.

    Chett respondió tras el primer tono.

    —Me debéis una. Pausa. —Esta es la última vez que os ayudo, tíos. Tengo lo que necesitáis. ¿Qué vais a hacer por mí? - Pausa. —¿De verdad? O sea, ¿de verdad? ¿Lo dices en serio? - Pausa. —¿No es mentira?. Entonces vale. Pero lo has prometido. Pausa. —Estáis a una milla de la autopista. Estáis a dos del campamento.

    Pausa.

    —Mira, estoy cansado y no tengo ganas de involucrarme en lo que sea que estéis haciendo. Pausa. —Sí, sé que dije que mi vida era bastante aburrida, pero me gustaría que mis antecedentes penales continuaran siendo inexistentes. Pausa. —De acuerdo, estaré allí en treinta minutos.

    Colgó y se puso unos pantalones cortos y una camiseta. La puerta chirrió al abrirse mientras él se subía la cremallera. Alzó la vista y vio a una vieja, delgada y nervuda, con un batín que le venía grande.

    —¿Con quién estabas hablando? - preguntó la mamá de Clayton.

    —Con Chett y Harry, - dijo Clayton.

    —¿Y adónde crees que vas?

    —A ir a buscarlos.

    —¿A las tres de la mañana? Va a ser que no.

    —No he querido despertarte, pero han tenido unos problemas con el coche.

    —No, no te vas a juntar con esos chicos.

    —Bueno, ya es tarde. Ya lo estoy. Les dije que iba a buscarlos.

    —Llámalos otra vez. Diles que no vas. Vuelve a la cama.

    —¿Tenemos que discutir ahora mismo que no puedes decirme lo que hacer?

    —Mientras vivas aquí, puedo.

    —Vale, de acuerdo. Nos ocuparemos de esto por la mañana. Ahora mismo tengo que ir a recogerlos. Tú ve a dormir. Yo vuelvo en un ratín.

    —Esos no van a volver aquí, - dijo ella.

    —De acuerdo. Tampoco lo estaba considerando. Solo voy a recogerlos, dejarlos y volver a la cama. Así de simple. Estoy cansado.

    Ella dio media vuelta y se alejó andando.

    —Capullos, - murmuró él de nuevo.

14 - En algún lugar del bosque

    —Tío, ¿por qué le dijiste eso? - preguntó Chett.

    —Fue lo único que se me ocurrió, - respondió Harry. —¿Tienes una idea mejor? Venga, en marcha.

    Fueron deprisa mientras las luces de la batería parpadeaban cada vez con más fervor. Perdieron la energía justo antes de llegar a la carretera, pero podían ver la ocasional luz del patio a través de los árboles.

    Unos minutos más tarde, Clayton detuvo su oxidado Honda Civic modelo de principios de los noventa. Chett y Harry se acercaron al coche cuando Clayton empezó a hablar. —¿Recuerdas tu promesa?

    Y antes de que ninguno de los dos pudiera responder, oyeron algo que solo pudieron describir como muerte sobre ruedas tronando en la distancia.

    —Mierda, - dijo Chett. —¡Entra, entra, entra! - Harry se lanzó en el asiento trasero mientras Chett ocupaba el del pasajero. —¡Dale dale dale dale!—

    —¿Qué? - dijo Clayton. —¿Qué está pasando? No voy a ninguna parte hasta que me digas lo que está pasando.

    Chett miró y vio que el Civic seguía en marcha. Con un movimiento rápido, quitó la pierna de Clayton del freno y pisó el acelerador. —Menos hablar y más conducir. Hay que salir de aquí. Tenemos que irnos.

    El coche ganaba velocidad mientras Clayton miraba las tenues luces por el espejo retrovisor.

    Harry oyó el sonido del Civic acelerando. —Buenos tubos, - dijo Harry. —Aunque la pintura es una mierda.

    —Gracias. Flomasters. ¿Quiénes son esos? - Clayton miró detrás de él.

    Harry respondió. —No lo sabemos y no queremos saberlo. Lo que sabemos es llana y jodidamente extraño.

    Chett saltó a la conversación. —¿No puedes ir más rápido?

    —Esto es un Civic del noventa y uno. ¿Tú qué crees? - chilló Clayton. —Tenéis que informarme y rápido. Porque no tengo en mente que me arresten. Explicádmelo ahora o me voy directo a la comisaría.

    Harry seguía mirando por encima del hombro. —Esa no es tan mala idea.

    Clayton estaba atónito. —Oh, mierda. Os habéis metido en algo gordo.

    Chett les habló a ambos. —Tenemos que volver al campamento. Ese es el lugar más cercano donde tenemos algunas armas.

    —¿Eh? Diablos, no, - dijo Clayton. —No me voy a meter en nada que involucre armas.

    —Ya estás metido, - dijo Harry.

    —Capullos, - dijo Clayton.

    —Pero, Chett, no creo que volver al campamento sea una buena idea.

    —Están detrás de nosotros, probablemente solo podemos hacer una parada y, en lo que a mí respecta, esa parada debe ser donde están las armas. ¿Alguna objeción?

    Ninguno de los dos habló.

    —Eso pensaba. Al campamento, Clayton. Y date prisa. Al diablo con los límites de velocidad. Una multa es la menor de tus preocupaciones.

    Detrás de ellos se acercaban los faros del embarrado tracción a las cuatro ruedas.

    —¿De verdad estamos en problemas? - preguntó Clayton. —¿O es solo que alguien quiere patearos los traseros? Porque si eso es todo, prefiero que no me pateen el trasero ni que me destrocen el coche en el proceso.

    —Mira, Clayton, ¿alguna vez hemos huido de que nos pateen el trasero?

    —Bueno, sí, - dijo Clayton.

    —Oh, venga ya. Eso fue solo una vez. Pero para responder a tu pregunta, no. No estamos huyendo de que nos pateen el culo. Y me asusta que descubras demasiado pronto lo que tememos que nos sigue detrás.

    —Será algún capullo en una camioneta, - dijo Clayton.

    —No. Para nada. Mira, sé que los dos somos unos mentirosos, - dijo Chett; —pero hablo en serio cuando digo que tenemos que estar lo más lejos posible de lo que sea que haya en esa camioneta.

    —¿Lo que sea que haya? Querrás decir quienquiera que haya.

    Chett y Harry permanecieron en silencio.

    —Te refieres a quienquiera que haya.

    De nuevo, silencio.

    —¿Qué quieres decir con lo que sea que haya en la camioneta? ¿Os persiguen con algún tipo de animal?

    —Por mucho que me gustaría decir que sí solo para satisfacerte, no puedo, porque no creo que entiendas exactamente lo muertos que podríamos estar si nos atrapan.

    Harry intervino: —Y no nos referimos a muerto en el sentido de «oh, esta vez estamos en un montón de problemas y tenemos que pagar con la cárcel, dinero o trabajos forzados», lo decimos en el sentido de «nuestras familias haciendo arreglos con la funeraria.»—

    —Oh, tíos, no habláis en serio, - dijo Clayton.

    Chett lo miró fijamente. —En realidad, sí. Y tenemos que pensar en algo, y rápido, porque están a menos de cien metros de distancia. Clayton, escúchame. Lo que sea que esté detrás de nosotros, quienquiera que esté en esa camioneta, tiene intención de hacernos daño, de eso estamos bastante seguros. Probablemente quiera matarnos. Literalmente. Quitarnos la vida.

    —Y ahora, por extensión, la mía, - dijo Clayton en voz alta para sí mismo.

    —Más que probable, - dijo Harry.

    —Vosotros dos sois unos capullos. Clayton quiso llorar.

    —No sabíamos que esto iba a suceder, - dijo Chett. —Pensamos que nos recogerías y nos dejarías en alguna parte.

    Detrás de ellos, la camioneta ganó distancia cuando el Civic superó los ciento cuarenta.

    —¿De verdad estamos en problemas? - preguntó Clayton.

    —De verdad, en problemas de verdad, - respondió Harry desde atrás.

    —De acuerdo. Clayton pulsó un botoncito rojo en el volante que ni Chett ni Harry habían notado. El coche salió disparado hacia adelante y, cuando Chett miró el velocímetro, se estaban acercando a los ciento noventa.

    Chett soltó un chillido y preguntó: —¿Para qué diablos necesitas nitroso? Tú no haces carrreras.

    —No necesitas hacer carreras para que te guste ir rápido, - dijo Clayton.

    —Te acabas de volver mucho más guay en nuestros libros, - dijo Harry.

15 - En la casa de los gofres

    —¿No deberíamos llamar al Sheriff Barrack?

    —¿Y decirle qué? Novato, será mejor que estés bromeando.

    —Oh. Solo pensé que, no sé, que esto está en su cuello del bosque.

    El detective Moses era un negro muy corpulento con un espeso bigote negro, que ahora lucía miguitas del elegante local de cenas que estaban a punto de dejar. Miró al chico nuevo mientras se levantaban para pagar. El novato parecía puramente militar. Corte militar, fornido, muy correcto y educado. Eso duraría unos meses antes de que apareciera la apatía. —Wally, tienes mucho que aprender. Vamos.

    Afuera la noche era tranquila y calurosa. Las amarillas luces de azufre brillaban en la calle vacía. Wally bostezó y trató de frotarse la fatiga de los pesados ojos.

    —Te acostumbrarás en unos meses. Bebe un poco de café. Tu cuerpo se adaptará.

    Subieron al coche patrulla en marcha y Moses salió del local acelerando hacia la autopista de donde provenían las llamadas. Los residentes habían llamado al 911 y se habían quejado de que alguien posiblemente tenía silenciadores ilegales acelerando por la carretera y despertando a todo el mundo. Repetidamente.

    —¿No encendemos las luces y las sirenas?

    —¿En una llamada como esta? No, queremos pillarlos en el acto. Tengo que acercarme a ellos sigilosamente, - dijo Moses.

    Corrieron por la carretera mientras el despachador resonó en la radio.

    —Están girando. Nunca vamos a atraparlos de esta manera, - dijo Moses. —Estamos recibiendo más llamadas en Warrior's Trail. Se dirigen al campo. Tenemos que interceptarlos.

    Dio la vuelta al coche patrulla y se dirigió por una carretera secundaria pavimentada. La grava llegaría en unos pocos kilómetros.

    —¿No pedimos refuerzos? - Preguntó Wally.

    —¿Para qué?

    —Para que ayuden a inteceptarlos, ¿no?

    —Nosotros somos los más cercanos y los detendremos. Les haremos una prueba de alcoholemia y seguiremos a partir de ahí. No hacen falta refuerzos, a menos que se pongan ruidosos. Incluso entonces, me gustaría que lo intentaran. Moses sonrió y dio unas palmaditas en la cadera a la nueve milímetros reglamentaria.

    Minutos más tarde, se detuvieron en el lugar donde la carretera asfaltada se encontraba con la grava de Atajo Milla Nueve. Moses apagó las luces y el motor y se volvió hacia Wally.

    —Deberían estar aquí en menos de dos minutos.

    Y en el momento justo, en la distancia, Moses y Wally oyeron el estruendoso gruñido de los vehículos que buscaban. Moses puso en marcha el coche patrulla, colocó la mano en el interruptor de la luz y habló con Wally. —Prepárate, chaval. Esta es la parte divertida. Tenía el pie izquierdo en el freno y el derecho en el acelerador para perseguir cuando los vehículos pasaran a toda velocidad.

    Y de hecho pasaban a toda velocidad. Moses encendió las luces justo antes de que los coches llegaran a la curva. Wally vislumbró el Civic mientras este pasaba volando, luego vio una embarrada camioneta Dodge Ram de ruedas gigantes con llamas estampadas en el lateral y sintió que el suelo temblaba por su impío tubo de escape.

    Por un segundo, Moisés no se movió. Luego pisó el acelerador y saltó en medio de la calle. Maldijo y puso el coche marcha atrás.

    —Mierda. Ah, mierda. —

    —¿Qué ocurre? - preguntó Wally. —¿Por qué vamos marcha atrás?

    —Ah, mierda. Tenemos problemas, - dijo Moses, principalmente para sí mismo. —Esto no es bueno.

    —¿El qué no es bueno? ¿Vamos a pedir refuerzos ahora?

    —Podría decirse que sí.

    Wally cogió la radio para informar. Moses se la arrebató.

    —No, oh no. Nada de radio.

    Wally se quedó atónito. —¿Y cómo pedimos refuerzos?

    —Tú siéntate y lo descubrirás.

    —¿Son esos malos chicos o algo así? - Wally quería saber qué estaba pasando.

    —Sí. Se podría decir que sí.

    —¿Quienes son?

    —Eso no lo sé, - dijo Moisés. —Pero te aseguro que no deberíamos estar viendo esa camioneta.

    Con eso, dio media vuelta y condujo el coche patrulla hacia la oscuridad.

16 - Cerca del campamento

    Harry miró preocupado por la ventana trasera del Civic. —Um, ¿Chett?

    —¿Sí?

    —En realidad no nos estamos alejando de la camioneta. ¿Acampar es una buena idea?

    —No lo sé. ¿Por qué? - Preguntó Chett.

    —Porque básicamente nos dirigimos a una situación de punto muerto, valga el juego de palabras. Pero hay un desvío que nos permitirá volver al asfalto a una milla de distancia y, bueno, creo que dejarlos atrás podría ser nuestra única oportunidad. Están demasiado cerca para que podamos saltar al campamento y armarnos. Se nos echarán encima en cuanto paremos.

    Chett volvió a mirar las deslumbrantes luces de la camioneta. —Clayton, gira. Luego a Harry, —Pero tenemos que volver. Necesitamos las armas. Necesitamos nuestra camioneta.

    —Volveremos, - dijo Harry. —Pero esta noche creo que nuestra prioridad número uno debería ser poner distancia entre nosotros y esa camioneta. Luego a Clayton, —¿Cómo vas de combustible?

    —El combustible va bien. Tengo suficiente nitroso para dejarlos atrás algunas millas en la interestatal.

    —A la interestatal, entonces, - dijo Harry.

17 - En una bonita casa junto a la autopista

    El sheriff Barrack abrió la pesada puerta de madera y entornó los ojos en la noche refunfuñando amargamente. —Jesucristo. Vas a despertar al barrio.

    Wally miró por la extensa finca en busca de algún rastro de vecinos mientras el detective Moses hablaba con un aturdido y cabreado sheriff.

    —¿No podías haber llamado? ¿Qué diablos está pasando?

    —Bueno, señor, hay un problema. Y pensé que iría a lo seguro si no usaba la radio ni los teléfonos móviles.

    Wally observó cómo el sheriff cambiaba inmediatamente de enojado a preocupado.

    —¿Eh? Entra entonces. ¿Qué pasa?

    El detective Moses y Wally entraron en la espaciosa sala de estar decorada en profundos rojos y marrones y tallas de madera africanas y máscaras que los blancos de clase media alta usan para parecer de mundo y excéntricos.

    —¿Muelle uno? - preguntó Wally.

    El sheriff Barrack miró al Jefe Moses, quien se volvió hacia Wally.

    —Esa mirada decía dos cosas. Uno, no tenemos tiempo para tonterías. Y dos, en realidad los compró en Safari, en África, donde mató a todos los animales que ves puestos allí.

    Wally siguió su mirada hacia el techo abovedado y vio al menos quince animales exóticos mirándolo desde las paredes. Le dieron muy mal rollo.

    —¿Qué diablos está pasando que tienes que despertarme a las cuatro de la mañana? - preguntó el sheriff.

    —Bueno, um, no sé cómo decir esto, así que solo le diré lo que vi.

    —Por favor, hazlo para que pueda volver a dormir.

    El jefe Moses miró al sheriff. —La camioneta.

    El sheriff hizo una pausa. —¿Qué camioneta?

    —La camioneta.

    —¿Qué pasa con ella?

    —Acabo de verla.

    —Tonterías.

    —Nop.

    —Entonces no estamos hablando de la misma camioneta.

    —Lo estamos, - dijo Moisés. —Dile tú lo que viste, Wally.

    —¿Qué? ¿La camioneta Dodge? - preguntó Wally.

    Tanto el sheriff Barrack como el detective Moses continuaron esperando.

    —¿Qué? Parecía ser una Dodge Ram grande, muy embarrada, de color negro grisáceo con ruedas gigantes y elevación de metro y medio. Barra antivuelco con luces KC. Tubos de escape ilegales.

    Aún estaban esperando más.

    —Y pegatinas de llamas. No solo al frente. A lo largo del cuerpo.

    El sheriff Barrack centró rápidamente su atención en Moses. —¿Viste al conductor?

    —No; señor. Pero esa es la camioneta, - respondió Moisés.

    —¿Qué camioneta? ¿De quién es la camioneta? preguntó Wally.

    —No puede ser, - dijo el sheriff.

    —Entonces es su gemela, - dijo Moses.

    —Llama al personal, - dijo el sheriff mientras movía su pesada figura para ponerse de pie. —Vamos al campamento y veamos qué diablos está pasando.

18 - Casi en la Interestatal

    Las carreteras estaban desiertas a las cuatro y media de la mañana. El Honda Civic aceleraba hacia las salidas de la interestatal con la Camioneta de la Muerte en los talones.

    —¿Qué dirección? ¿Qué dirección? - preguntó Clay.

    —Esta, - dijo Chett. —Quedaremos atrapados si nos dirigimos al oeste hacia Louisiana. No hay suficiente espacio para correr antes de llegar al puente. Ir al este nos dará más espacio para correr y escondernos, y más caminos secundarios para el camino de regreso.

    Clayton tomó la salida este hacia la interestatal a unos ciento treinta kilómetros por hora. —¿Podrías ser un poco más específico? Es decir, me queda un pequeño impulso, sí, pero me gustaría usarlo de la manera más inteligente posible.

    —Tiene razón, - dijo Harry. —¿Hasta dónde queremos ir recto antes de girar?

    —Yo digo al menos veinte millas, - respondió Chett. —Pisa el acelerador y usa tu impulso feliz como mejor te parezca para poner la mayor distancia posible entre nosotros y ellos.

    —Lo haré, - dijo Clayton. —Creo que los perderemos. No se puede ir demasiado rápido en esas carreteras cortas y con curvas. No hay forma de que nos siga en la interestatal.

    En su mayoría tenían razón, porque cuando superaron los ciento treinta y cinco, Clayton notó los puntitos azules de luz en el espejo retrovisor que significaban que pronto se les uniría otro perseguidor, este con una placa y posiblemente una pistola.

    —Mierda, - se quejó Clayton.

    —Tío, hagas lo que hagas, no pares, - dijo Harry. —Si acaso ve más rápido.

    —No, ahora mismo no, - dijo Chett.

    —¿Qué? - gritó Harry.

    —Espera, - dijo Chett, y encendió la radio. —Necesitamos algo de música para el viaje. Encontró una emisora de hard rock y la dejó ahí.

    Continuaron la persecución por la interestatal mientras las luces azules se volvían más brillantes en los espejos.

    —Espera, - dijo Chett. —Espera hasta que esté más cerca.

    Después de unos minutos, el coche patrulla los alcanzó y se detuvo detrás de la Camioneta de la Muerte. La camioneta se negó a cooperar y el oficial que conducía el coche patrulla encendió sobre la parte trasera de la camioneta su luz brillante incorporada.

    La luz daba el efecto de recortar la silueta de los ocupantes de la camioneta ante la nebulosa ventana trasera. —Maldita sea, - dijo Harry, —esos hijoputis dan miedo.

    Y lo daban. Chett miró atrás y pudo ver la enorme masa de los bultos del par que los perseguía.

    El coche patrulla intentó maniobrar hacia el carril izquierdo, pero la camioneta lo obstaculizó.

    —Tío, ahora. ¡Dale caña! - dijo Harry.

    —¡No! ¡No! ¡No le des caña! - gritó Chett. —Espera. Espera hasta que el coche patrulla rodee la camioneta y se ponga detrás de nosotros.

    —¿Y cómo supones que va a hacer eso? - preguntó Harry. —No puede rodear la camioneta.

    Detrás de ellos, el coche patrulla seguía cambiando de carril mientras la camioneta ocupaba el centro de la carretera.

    —Mira, Chett, - dijo Harry, —Necesitamos un plan mejor. Porque tengo la sensación de que muy pronto nos toparemos con algunas franjas de parada. El poli va a llamar con anticipación para que alguien nos reviente los neumáticos.

    —Bien pensado. Iba a esperar hasta que se pusiera detrás de nosotros, pero al diablo. Dale caña. Vamos.

    —Considéralo hecho, - dijo Clayton mientras el coche avanzaba disparado. Detrás de ellos, el feroz resplandor de las luces de la camioneta y la aguda luz estroboscópica del coche patrulla se desvanecieron en la noche.

    —Continúa hasta acabarlo todo, - dijo Harry.

    —No puedo, - dijo Clayton.

    —No tienes otra opción, - dijo Chett.

    —Complicado, - dijo Clayton. —Porque este coche no me va a llevar a vaciar las botellas. Es bueno para un pequeño impulso, pero se parece un poco a tu mamá, - dijo Clayton.

    —¿Qué? - dijo Chett, aturdido.

    —Ya sabes, es lo bastante bueno para cabalgar, pero demasiado mayor para aceptar todo lo que puedo darle.

    —¡Oh! - rió Harry. —¡Te acabas de quemar! ¡Por Clay!—

    —Tío, - dijo Chett, —¿Tú has visto a mi madre?

    —Cierto, - rió Harry. —Esa podría darle una paliza a un sargento de instrucción de la marina.

    —Sí, claro. Clay, si lo que dices es cierto, entonces tengo una idea mejor. Encuentra un lugar para cruzar la mediana y dar la vuelta. Probablemente ya hay alguien más adelante esperándonos. No llegaremos a la salida.

    —Buena idea, - dijo Harry.

    —Y por el sonido del coche, no creo que vaya a aguantar mucho más. Tenemos que tomarlo con calma.

19 - Atajo Milla Nueve de nuevo

    Wally y el detective jefe Moses siguieron el coche patrulla del sheriff Barrack por el camino de grava lleno de baches. Wally fue el primero en hablar.

    —¿Por qué solo podemos comunicarnos con los móviles? ¿Qué le pasa a la radio?

    —Mira, novato. Odio que te hayas visto envuelto en todo esto, pero tienes que entender algo. A veces hay que pasar un poco de las normas para que las cosas funcionen como quieres, ¿entiendes?

    —No mucho. Pudo ver la frustración creciendo en el rostro de Moses.

    —Bueno, estás metido en eso ahora, así que no veo ninguna razón para no informarte. Pero te lo advertiré solo una vez, así que presta mucha atención. Lo que has visto esta noche, nunca hablas de eso con nadie. Ni con el sheriff, ni conmigo, con nadie. Hablas y estás muerto. Moisés hizo un movimiento cortante a través del cuello. —Y eso es todo lo que voy a decir. ¿Crees que estoy de broma? Entonces prueba y descúbrelo. El sheriff tenía un pequeño asunto del que ocuparse. Bueno, alguien se encargó de algo por él. Y aparentemente, ese asunto, del que todos estábamos malditamente seguros de que se había resuelto, se ha descuidado por sí solo. ¿Lo pillas?

    —Uh… ¿la camioneta? ¿Qué pasa? Es solo un gilipollas haciendo carreras por ahí. ¿Cuál es el problema? ¿Los han expulsado del condado o algo así?

    —Algo así. Moses tomó un nuevo paquete de cigarrillos y comenzó a desempaquetarlo.

    —Y entonces, eh, este es un asunto «no oficial» que tiene el sheriff. Un aparte.

    —Sí. Moses sostuvo el cigarrillo entre los labios y echó mano al encendedor del coche.

    —¿Debería preocuparme?

    —Sí. Reemplazó el encendedor y bajó la ventanilla. —Espera.

    Siguieron al sheriff cuando este se desvió de la carretera hacia un camino tan cubierto de maleza que Wally dudaba que hubiera un camino. Lo único que lo delató fue que la hierba y la maleza ya habían sido aplastadas.

    —Este es el camino hacia el estanque. ¿Ves la hierba? Esa no es una buena señal, - dijo Moses. —Parece que ha estado aquí alguien recientemente. Como esta noche. Su teléfono sonó y respondió. —Sí, señor. Ya lo veo. Pausa. —No lo sé, señor. Pausa. —Sí, señor. Deberían estar en camino. Colgó y se volvió hacia Wally. —Si ha sucedido lo que estamos pensando, entonces estamos de mierda hasta el cuello.

    —Mira, es posible que necesites mi ayuda. Así que hazme un favor y dime qué diablos está pasando.

    Moisés pensó por un momento. —Vale. Esa camioneta... bueno, la única forma en que puedo decirlo es que se supone que está en el fondo de un estanque. Bien enterrada.

    —¿Qué? ¿La camioneta? ¿Enterrada? ¿Por qué?

    —El sheriff tuvo un problemilla con sus dueños y se encargó de que el problema fuera neutralizado.

    Wally pensó en las implicaciones durante un minuto. —Así que encontraron la camioneta y la desenterraron. Vale. Lo entiendo.

    —En realidad no. Calla y conduce. Ya veás lo que está pasando.

    Unos botantes minutos más tarde, llegaron con un pequeño levy. El sheriff giró su coche para mirar hacia el área abierta frente a él, y luego encendió su luz de búsqueda. El jefe Moses hizo lo mismo, luego saltó fuera del coche y apagó el cigarrillo.

    Wally pudo oír los gritos del sheriff incluso antes de que saliera del coche patrulla.

    —¿Qué... carajo... pasa? - se volvió hacia Moisés. —¿Dónde está la condenada agua? ¿Dónde está el maldito estanque?

    El sheriff tomó otra luz de búsqueda de su coche y gritó órdenes a Wally y Moses. —Pillad vuestras luces más brillantes y llevad vuestros traseros ahí abajo.

    Después de sortear la fangosa caída de seis metros hacia lo que aparentemente era hasta hace poco un estanque, se reunieron alrededor de un agujero más profundo en el centro.

    El jefe Moses rompió el prolongado silencio mientras todos estaban alrededor del pequeño cráter en el medio. —Mierda. Oh, mierda, mierda, mierda. Oh, mierda. Mierda, mierda, mierda.

    Moses y el sheriff intercambiaron una larga y preocupada mirada. Finalmente, Moses se volvió hacia Wally. —Saca mis cigarrillos del coche.

    Wally vaciló.

    —Ahora.

    Al regresar, Wally pudo detectar el abyecto miedo y la preocupación en la voz del sheriff. —Atrapad esa camioneta, - dijo en voz baja. —Pero solo nuestros muchachos, ¿entiendes? Cada uno de ellos. Si están de servicio, sácalos de lo que sea que estén haciendo y haz que se dispersen. Luego averigua quién está detrás de esto. Camioneta primero, culos segundo.

    —¿Por dónde empezamos? - preguntó Moisés. —Podría estar en cualquier parte.

    —Desplegaos en abanico, haced lo que haga falta. Encontradla y detenedla.

    —Esto... ¿señor? - preguntó Wally mientras caminaba hacia ellos. —Puede que no haga falta desplegarse. Los despachadores están en la radio ahora mismo. Una patrulla de carreteras se comunicó por radio y dijo que estaba persiguiendo a dos vehículos que corrían por la interestatal dirección este. Uno era una camioneta grande. Están tratando de contactar con la patrulla de nuevo, pero no responde. Solicitan refuerzos.

    El jefe Moses volvió a maldecir, pero esta vez se le unió el sheriff.

    —Lleva a nuestros muchachos allí primero. Solo teléfonos. Descubrid lo que está pasando. Limpiad la escena. ¡Ahora! ¡Id!—

    Wally echó a correr, pero redujo la velocidad para igualar el ritmo del corpulento par detrás de él. Los ayudó a trepar la cuneta y saltó al coche patrulla en marcha.

20 - De vuelta a Atajo Milla Nueve

    El Civic y sus tres ocupantes avanzaban despacio por la carretera cuando el primer indicio de púrpura comenzó a teñir el cielo. El camino aún estaba demasiado oscuro para ver sin los faros, y todos estaban en silencio ahora, sus ventanas se abrieron para oír la camioneta en caso de que apareciera.

    Clay fue el primero en notar el tenue resplandor de otros faros en la distancia e inmediatamente apagó el suyo. —Ey, - susurró en voz alta. —Luces. ¿Qué hacemos? No oigo la camioneta.

    Chett respondió. —Yo tampoco. Hay una vieja iglesia a unos treinta metros aquí a nuestra izquierda. El camino de entrada y el estacionamiento están llenos de maleza. Es un buen lugar para esconderse. Acércate. Deberíamos poder ver el camino hacia allí.

    Giraron por el camino de entrada cubierto de maleza y entraron en el estacionamiento de la iglesia.

    —Cuántas historias podríamos contarte sobre este sitio, - dijo Harry mientras miraba por la ventana trasera.

    —¿Qué, sobre una iglesia? ¿Qué tipo de historias tendrías vosotros sobre una iglesia? - Clayton pensó que estaban mintiendo.

    —Oh, no, - dijo Chett, —Lleva cerrada... ¿cuánto, como diez años?

    —Eso creo, - dijo Harry. —Y durante ese tiempo, hemos tenido algunas reuniones locas aquí.

    —Aún así. ¿En una iglesia? Vais a ir al infierno.

    —Cállate, Clay, - dijo Harry.

    —No te ofendas, pero organizar fiestas locas en estacionamientos de una iglesia...

    —No, me refería a «cállate». Como en «silencio» o en «escucha.» —

    Todos se concentraron en el silencio. Los coches cuyos faros habían visto pasaron.

    —¿Patrullas de policía? ¿Nos están buscando? - Chett estiró el cuello para ver pasar sus luces traseras.

    —Probablemente, - dijo Clay. —Me habéis fastidiado bien, vosotros dos.

    Harry le indicó silencio.

    —¿Qué? En serio, estoy en un arroyo de mierda.

    —Shh, - dijo Harry. —Escucha.

    —¿Qué? - Chett bajó la ventanilla de nuevo. —Ya se han ido.

    —No, juraría haber oído algo antes de que pasaran.

    —¿Qué? - preguntó Chett.

    —Bueno, sonaba como un ciervo.

    —Mmmm hmmm…” Chett miró hacia la oscuridad de la madrugada. Cada minuto traía un poco más de luz solar al estacionamiento de la iglesia. También él había oído el sonido de algo pisando una rama muerta, pero lo había atribuido originalmente a una excesiva imaginación impulsada por el día más extraño que había tenido. —Tenemos que irnos. Ahora. Con ciervo o sin ciervo, no quiero saberlo. Tú oíste algo. Yo oí algo. Está oscuro y da miedo. Vámonos. Ya.

    —No hace falta que me lo digas dos veces. Clayton puso en marcha el coche y volvió a la carretera.

    Chett se aclaró la garganta. —Um, ¿Harry?

    —¿Sí?

    —¿Nos buscaban a nosotros?

    —Eso son solo suposiciones.

    —¿Crees que volver al campamento es una buena idea? - preguntó Chett.

    —Bueno, esos se dirigen al campamento, así que yo diría que está bien, - respondió Harry.

    Clay habló: —Y tíos, es posible que tengamos que cambiar de coche. Estoy teniendo todo tipo de problemas con este.

    —Ya lo veo, - dijo Harry. —Traqueteo, sacudidas. No suena muy bien. Es como conducir un pedazo de mierda.

    Los eventos de la noche y la falta de sueño los habían dejado a todos nerviosos. Las sombras bailaban en la espesa maleza del borde de la carretera. Chett y Harry habían estado despiertos durante casi veinticuatro horas sin cafeína ni ningún otro estimulante. Querían recoger sus armas, irse a casa y dormir.

    Eso no iba a suceder. De vuelta al campamento, Chett fue el primero en notar que faltaba algo. —¿Dónde diablos está nuestra autocaravana?

    —Vaya, hombre. ¿Qué demonios? Ese trasto ni siquiera funcionaba. ¿Lo remolcó alguien? - Harry saltó detrás de Chett y comenzó a buscar huellas en la luz de la mañana.

    —¿Por qué iba nadie a querer remolcarla? Moverla costaría más gasolina de lo que vale esa tartana, - agregó Chett.

    —Y se han llevado nuestro generador.

    —##Joputis#@. espetó Chett. —Eso significa que nuestras armas también han desaparecido.

    —No veo ninguna huella. Ha desaparecido sin más, - señaló Harry.

    —Eso es imposible, - dijo Chett.

    —Maldición. ¿Cómo se supone que la vamos a encontrar? Esta claro que no podemos llamar a la poli, - dijo Harry. —Ni siquiera sé por dónde empezar ni qué hacer.

    —Vámonos a casa. Clay, te llamaremos.

    —Ah no, - respondió Clay. —No me vais a dejar que cargue con la culpa si me paran. Yo me quedo con vosotros.

    —No, no te quedas. Dijo Harry. —Te irás a casa y te quedarás allí hasta que te llamemos. Ya estás en suficientes problemas sin que te hundamos más hondo.

    —Olvídalo, - dijo Clay. —Voy con vosotros.

    —Que no. No vienes, - respondió Chett mientras él y Harry se subían a su camioneta.

    Clay se alejó andando, abatido. Oyó a Chett mientras abría la puerta del coche.

    —Oh, ¿y ahora qué? - maldijo Chett.

    —¡Venga ya! - chilló Harry.

    —Eso creo. Ve a ver qué pasa, - dijo Chett mientras Harry saltaba de la camioneta para mirar debajo del capó.

    —Bueno, para empezar, te faltan los tapones. Harry siguió examinando.

    —¿Quién se ha llevado mis tapones? Bueno, eso no es tan grave.

    —No. No es grave, - respondió Harry. —Pero te faltan algunas correas, cables, manguitos y otras partes esenciales.

    —Una mierda. Estás de broma. Chett saltó al suelo y caminó hacia la parte delantera de su camioneta. —No estás de broma. Maldita sea. Miró a su alrededor. —¡Clay!—

    —¿Qué?

    —Nos vamos contigo.

    —Ni de coña.

    —En serio. Necesitamos que nos lleves.

    —No. Tíos, siempre me hacéis lo mismo. Olvídalo. Estáis solos en esto. Además, me prometisteis algo, ¿recuerdas?

    —No seas así, - dijo Harry. —Solo intentábamos evitarle problemas. De hecho, necesitamos tu ayuda. ¿Verdad, Chett?

    —Sí... es decir, no podríamos haber escapado sin ti. Solo intentamos asegurarnos de que no resultes herido.

    —Y si de verdad quieres ayudarnos, estás con nosotros. ¿Verdad, Chett?

    —Sí. Pero es obvio que estamos en problemas. Y si no te importa quedar envuelto en... —

    —¿Estás de broma? ¡Esto es lo más emocionante que he visto en mi vida!—

    —Chachi, entonces, - dijo Chett. Él y Harry subieron al Civic para discutir la situación.

    —Tengo una pistola y una escopeta en el remolque, - dijo Harry. —Tengo algo de munición, pero solo esas dos armas. Las demás estaban todas en la Chett.

    —Todas mis armas también estaban en la caravana, - agregó Chett. —##Hijoputis. Se han llevado mi caravana. Se volvió para mirar a Clay. —¿Qué hay de ti?

    —Mi mamá me matará si tuviera algo así.

    —Me lo figuro, - dijo Harry.

    Chett siguió hablando. —Vale. Primero a casa a dormir. Clay, tú te apalancas con nosotros.

    —¡Genial!—

    —Luego, necesitamos ayuda, - continuó. —No podemos acudir a la poli, pero tenemos que arreglar mi camioneta y resolver algunas cosas, como dónde diablos está mi caravana, quién diablos está tratando de matarnos y qué diablos está pasando con toda esta mierda extraña.

    —¿Hay más? - preguntó Clay.

    —Oh, sí, - respondió Harry. —Estanques que desparecen, porquería cayendo del cielo. Y, por supuesto, esa camioneta... —

    —¿La que nos perseguía? - preguntó Clay.

    —La que, más o menos, surgió del suelo para atropellarnos, - terminó Harry.

    —¿Qué? - Clay miró a Harry y luego a Chett y luego volvió a mirar en busca de aclaraciones. —¿Eh?

    —Vamos a casa. Te lo explicaremos por el camino.

    —Luego, - agregó Chett, —iremos a ver al tío Crank.

    Harry suspiró. —Oh, diablos.

21 - En alguna otra parte

    —¿Cuánto tiempo falta? - Earl caminaba nerviosamente en la oscuridad oyendo el eco de su voz. —Tenemos un tiempo límite. Como quien dice.

    —No lo sé. Dijo que estaba arreglado en realidad. Roscoe buscó a tientas sus llaves de entrada remota. —Jolín. No veo nada.

    —¿Por qué tuvimos que colarnos aquí? - Preguntó Earl.

    —Solo quería asegurarme de que él estaba trabajando en eso.

    Una gran colección de luces extremadamente brillantes parpadeó dos veces, dejándolos a ambos temporalmente cegados. —¡Las encontré!—

    Earl se frotó los ojos. —Gaah. ¿No podrías haberme advertido?

    Roscoe esperó hasta que la rampa estuvo abajo. —Venga. Deja de quejarse. Entra. Vamos. —

    —¡El señor rey de las declaraciones de dos palabras habla a las masas!—

    —Muy gracisoso.

    —¡Con esta son cinco!—

    —Cállate.

    —¡Seis!—

    —¿Quieres vivir para salir de aquí?

    —Sí, - dijo Earl.

    —Pues muévete y para con esa mierda.

    —¿Roscoe? - Earl preguntó mientras inspeccionaba la escena.

    —¿Sí?

    —¿Cómo vamos a salir de aquí? No hay salida, como quien dice.

    —Ya, me lo había figurado. La habrá.

    —Ah. Bien. Mmm. Sí. Va a ser un poco ruidoso, esta salida, ¿no?

    —Sip.

    —Debería haberlo sabido.

    —Sip.

    —Vale. Eso es todo.

    Subieron la rampa y se prepararon para hacer una desagradable salida. En un minuto, habría una serie de rápidas y fuertes explosiones. Sonarían las alarmas y se desataría el infierno. Sin embargo, por ahora, solo durante unos minutos, aún seguían indetectados.

    Roscoe miró a Earl mientras se abrochaban dentro. —¿Estás listo?

    —No. ¿Lo estoy alguna vez?

    —¡Aquí vamos! - La cabina se iluminó con el brillante destello que solía ser la pared del hangar.

22 - Camino a casa del tío Crank

    Harry bostezó cuando el Civic de Clay rebotó en el Atajo Milla Nueve. —Vale. ¿Cuál es el plan?

    —Yo digo que veamos si el tío Crank tiene piezas de repuesto en su desguace. Estamos decentemente armados, pero veamos si puede conseguirnos más armas. Luego iremos a arreglar la camioneta.

    —¿Y luego qué? - preguntó Clay.

    Chett lo miró con desdén. —¿Crees que con la forma en que han ido los últimos días llegaremos muy lejos?

    Clay parecía preocupado. —¿Qué quieres decir?

    —Relájate, hombre, - tranquilizó Harry. —No quiere decir que nos vayan a matar. Solo que hay posibilidades de que surja algo y tengamos que lidiar con eso.

    —Oh. Clay dobló por el camino lleno de baches y cubierto de maleza que conducía a la casa del tío Crank. —Tío, ese tío Crank vive donde Jesús perdió la bufanda. No creo que nadie pueda vivir más lejos.

    Y tenía razón. Vio un pequeño remolque azul de una anchura de la década de 1950 e inclinado precariamente en una dirección que parecía como si una suave brisa lo estuviera sosteniendo, como si se fuese a volcar tranquilamente y yacer allí apaciblemente.

    Un gran y destartalado granero de madera de dos pisos con puertas fuertemente encadenadas y entabladas también se inclinaba precariamente en la brisa, luchando por mantenerse erguido. Como para aumentar el efecto, varias piezas grandes de madera se habían colocado al azar para apuntalarlo en el lado inclinado.

    Junto al granero dormían al menos una centena de automóviles, camionetas y camiones. Algunos eran adiciones más recientes, otros estaban casi completamente ocultos por matojos. La mayor parte del suelo estaba despejado y polvoriento. Unas cuantas gallinas picoteaban por ahí mientras un viejo sabueso alzaba la vista mientras yacía encadenado a la sombra debajo del remolque.

    Los tres pudieron ver el remolque temblando violentamente mientras se acercaban. Y cuando Clay apagó el motor, pudieron oír maldiciones ahogadas.

    Chett murmuró: —¿Qué diablos? - mientras él y Harry se aseguraban de que sus armas de fuego estuvieran cargadas.

    —¿Deberíamos irnos? - preguntó Clay. Pero era demasiado tarde. Chett ya había salido del lado del pasajero del Civic con Harry a remolque. —¿Tíos? ¿Ey, chicos? ¿Qué hay de mí? ¿No llevo yo un arma?

    Chett había dado unos tres pasos hacia el remolque cuando la puerta de malla extremadamente rota se abrió para permitir que la conmoción del interior se derramara hacia el exterior. Chett se llevó su calibre doce al hombro y apuntaba hacia abajo preparado para disparar a lo que parecía ser un perrillo —o un cerdo, ¡no, una gallina!— cuando un pollito saltó del remolque y corrió hacia el polvoriento patio, seguido inmediatamente por un hombre enjuto, extremadamente bronceado y sin camisa con pantalones cortos de camuflaje y pelos de loco que brotaban de debajo de una gorra de camionero. El hombre refunfuñaba incoherentemente mientras salía a trompicones del remolque, corriendo tras el pollo con una sartén.

    Esto tuvo el doble efecto de asustar a las otras gallinas y excitar al perro a un frenesí de ladridos y aullidos. Chett y Harry se rieron y bajaron las armas mientras el tío Crank atravesaba el patio tropezando y persiguiendo al pollo, de vez en cuando tiraba la sartén y fallaba. Cada vez que la lanzaba en una dirección, el pollo se lanzaba en la otra.

    Al menos, hasta que el pollo se acercó demasiado al remolque y lo atrapó el sabueso.

    Pero, para entonces, Clay, Harry y Chett habían notado algo extraño.

    —Maldita cosa. ¡Suéltalo! - El tío Crank luchó con el perro para liberar al pollo. Se volvió hacia el trío, reconociéndolos al fin. —No pasa nada. Casi no tiene dientes. ¡Suelta ya! ¡Mío! - Por fin logró liberar al aleteante pollo. —¡Perro malo! ¡Perro malo! ¡Aquí está mi pollo! - Se volvió hacia ellos. —Que perro más estúpido.

    Harry no podía apartar los ojos del pollo. —Um, ¿tío Crank?

    —¿Qué pacha? - respondió.

    A Clay le pareció que el tío Crank se había olvidado de que había alguien más en el patio.

    Harry continuó. —Ese pollo no tiene cabeza.

    —Sí. Correcto. Correcto, - respondió en voz baja mientras miraba hacia otro lado.

    —Pero aún está aleteando, - dijo Harry.

    Chett miró a Harry. —¿No has oído decir nunca «correr como pollo sin cabeza»?

    —Sí, pero esto es diferente. No hay sangre. Y parece un poco crujiente.

    —Mmm. Sí. Bueno. Eso es un poco extraño, - admitió Chett.

    El tío Crank ya había subido los escalones de su remolque, luchando contra el pollo. Se volvió hacia el grupo. —¿Queréis todos un poco? Este gamberro va al microondas. No esperó una respuesta.

    —¿Qué? - Clay miró a Harry, luego a Chett. —¿Microondas dice? ¡No puede hacer eso! Ese bicho sigue vivo.

    —Clay, te presento al tío Crank, - dijo Chett mientras señalaba el remolque en ausencia del tío Crank.

    —Ah, - dijo Clay.

    Siguió a Chett y Harry al interior e inmediatamente se sorprendió por el maldito calor que hacía. Si fuera hacía veinteséis o treinta grados Celsius, dentro debía hacer más de treinta y siete grados. Agregando a eso humedad adicional, olor a cigarrillos rancios, peste corporal y un hombre sin camisa y con dientes rotos dando una paliza eterna con una sartén a un pollo sin cabeza, todo resultaba una experiencia nauseabunda. Clay trató de encontrar un lugar para sentarse, pero la única área no cubierta por periódicos, repuestos de automóviles u otra basura no identificable era un sillón viejo que obviamente pertenecía al loco. Y Clay no quería ocupar la silla del loco por mucho que el loco estuviera perdiendo una batalla con un pollo sin cabeza.

    —Tío Crank, - gritó Chett por encima de los golpes y las maldiciones, —¿Necesitas ayuda?

    —Malditas alitas de pollo. Finalmente, el tío Crank ganó la batalla y metió el pollo, aún dando golpes, en un microondas que parecía a punto de colapsar bajo el peso de la pila de papeles encima.

    Clay sintió otra oleada de náuseas mientras veía al loco girar la perilla para freir al aleteante pollo.

    El tío Crank miró el microondas durante unos segundos, luego volvió la cabeza y se tapó los oídos. Chett y Harry fueron lo bastante rápidos para hacer lo mismo. Pero cuando Clay se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Pudo presenciar cómo el pollo explotaba dentro del microondas, lo cual fue todo lo que se necesitó para enviarlo de regreso afuera a vomitar en la tierra.

    —Ja ja ja. Qué blandengue, - dijo el tío Crank mientras sacaba el pringue del microondas y lo colocaba en una rejilla en el horno. Satisfecho, volvió a mirar a Chett y Harry, quienes observaban con horror. —Pasará un rato antes de que esté listo, pero todos podéis pillar un poco. De todos modos, no me lo voy a comer todo. Terminaría dándole las sobras a Buddy.

    —No, está bien, - dijo Harry.

    —Acabamos de comer, - repitió Chett.

    —Vosotros mismos. Más para mí y para Buddy.

    —Um, ¿tío Crank? - preguntó Chett.

    —¿Qué pacha?

    —¿Qué le ha pasado a ese pollo?

    —¿Eh? ¿Qué? Supongo que no creyó que le había llegado su hora, ¿sabes?

    —Ya, pero... bueno... Chett tartamudeó.

    Harry contestó. —Pero se veía un poco, bueno, ya cocinado.

    —Sí. Correcto. Correcto, - dijo el tío Crank mientras miraba hacia otro lado.

    —¿Tío Crank?

    —¿Qué pacha?

    —He dicho que se veía un poco cocinado.

    —Oh, Cierto. Cierto. Sí, ese pollo fue un poco duro. Malditos perritos calientes y pollos.

    —¿Perritos calientes? - preguntó Chett.

    —Sí. Perritos calientes y pollos. Es que son testarudos, eso es todo.

    —¿Qué? - Preguntó Harry.

    —Oh, no son más que unos perritos calientes testarudos. ¿Quieres uno?

    —¿Qué? ¿Un perrito caliente testarudo? Preguntó Harry.

    —Sí. Me sobró un poco.

    —¿Por qué no se los das a Buddy?

    —Ah, él no se quiere acercar a ellos.

    Clay volvió a entrar cuando el tío Crank abrió la puerta del viejo frigorífico. Y se dio la vuelta para la segunda ronda al ver a cuatro salchichas retorciéndose en el estante.

    —¿Qué le pasa a ese muchacho? ¿Necesita un perrito caliente?

    Chett se descubrió tratando de no marearse. —Um, creo que tus perritos calientes no deberían estar haciendo eso.

    —¿Lo cualo? Son testarudos, eso es todo. Los sacó del refrigerador y los colocó en el único lugar limpio en la encimera junto a los fogones y comenzó a golpearlos con la sartén. —Solo tienes que calmarlos lo justo para hacerlos explotar.

    Chett, luchando contra una feroz náusea, alargó la mano para contenerlo. —Alto alto alto.

    El tío Crank seguía luchando contra las salchichas.

    —En serio. Alto. No te puedes comer eso. No están bien.

    —Nah, sí están bien.

    Harry maniobró alrededor del mostrador para ayudar a Chett. —No, tío Crank. Tienes que olvidarte de ellos. Te compraré otros.

    —¿Lo harás? - preguntó.

    —Sí.

    El tío Crank soltó la sartén y recogió los silenciados, pero aún en movimiento, perritos calientes del mostrador y los llevó para tirarlos por la puerta.

    Aterrizaron junto a Clay, quien creyó erróneamente que acababa de vaciar por completo el contenido de su estómago. Los miró durante unos segundos antes de correr hacia su coche y vomitar un poco más.

    El tío Crank se rió. —Ja ja ja. Ese chaval es gracioso. ¿Qué problema tiene?

    Chett respondió: —Ese es Clay. Está un poco mimado.

    —Mmm. Tengo que ver el pollo. Se dio la vuelta y regresó al horno.

    Chett lo siguió, casi tropezando con algo redondo que yacía debajo de unos viejos Playboys tirados en el suelo. Se agachó, sacudió los cargadores y sacó un arpón intacto.

    —¿Qué demonios es esto? - preguntó, mostrándoselo al tío Crank.

    El tío Crank lo miró como si fuera un estúpido. —Creo que eso de ahí es un arpón, Chett.

    —¿Para qué necesitas un arpón? Vives en el único desierto de diez acres en cientos de millas.

    El tío Crank se rascó la barba incipiente. —Por si aparece una ballena.

    —¿Qué?

    —¿Y qué está pasando en tu taller? ¿Por qué está todo entablado?

    El tío Crank apartó la mirada.

    —¿En qué trabajas ahora? No es otro de tus buggies de dunas, ¿verdad? Porque creía que la ley te había ordenado que dejaras de hacer esas cosas.

    Harry intervino. —El último que hiciste alcanzó... ¿cuánto?, ciento sesenta o así antes de incendiarse junto a algunos de los coches con los que pasabas por la interestatal. Tienes suerte de estar vivo.

    —Ja ja ja. Ese salió un hijoputi rápido. El tío Crank apartó la mirada con nostalgia.

    Harry puso los ojos en blanco. —Todos lo eran. Pero también eran mortales trampas de fuego. No estarás trabajando en otro, ¿verdad?

    El tío Crank seguía mirando hacia otro lado.

    —Tío Crank, - Chett trató de hacer que volviera a la realidad.

    Sin suerte.

    Lo intentó un poco más fuerte. —¡Tío Crank!—

    —¿Qué pacha? - La cabeza del tío Crank se dio la vuelta.

    —No estarás trabajando en otro, ¿verdad?

    El rostro del tío Crank se torció en una sonrisa desdentada.

    —En serio. Dinos que no.

    Aún sonriendo, buscó en los pantalones cortos un paquete de cigarrillos. —No, no. No es un buggy fatal.

    —Buggy para dunas, - corrigió Harry.

    —Cierto. Eso es lo que dije. Buggy de la fatalidad. No estoy fabricando ninguno.

    —Porque recuerdas lo que dijo el sheriff, - dijo Harry. —Dijo que si te pillaba haciendo otro, irías derechito a la cárcel.

    —¿Eh? - El tío Crank parecía realmente desconcertado. —Así es el sheriff. Lástima que no sea el subsheriff que tenía. ¿Cuál era su nombre? ¿Fred? ¿Fredrick? ¿Huey? Algo asín. Porque ese era un buen paisano. A él no le importaba. Él era un buen chico. El tío Crank se dirigió a la cocina y se puso a cuatro patas para mirar debajo de los fogones.

    —Su nombre era William, tío Crank, - interrumpió Chett; —William Rayburn. Y hace mucho que se fue. Aceptó un empleo en el norte donde no estaban tan corrompidos como aquí.

    —Tienes más razón que un santo, - dijo el tío Crank. —Están corrompidos por todas partes. No he ido al norte yo tampoco. Él estaba ahora tendido boca abajo con el brazo completamente bajo los fogones. Sacó una bola de golf, un guante de cocina, una ratonera o dos y un viejo puntero láser (con el que hizo clic varias veces, sorprendido de que aún funcionaran las pilas), pero no habiendo encontrado lo que estaba buscando, metió el brazo de nuevo..

    Harry observaba. —Entonces, ¿adónde fue ese tipo?

    —No afirmes saberlo.

    —Vale, tío Crank. Ahora, sobre lo que hacemos aquí: necesitamos ayuda.

    Por fin, el tío Crank sacó un paquete de cigarrillos y se puso en pie, mirando cautelosamente dentro del horno. —Aún no está hecho. Maldito pollo.

    Harry se inclinó hacia Chett. —¿Qué diablos está pasando? He llegado al límite de cosas raras de la semana. Y seguimos metiéndonos en ellas. No importa adónde vayamos, están sucediendo locuras. Y también creo que es solo cuestión de tiempo que dejemos de tropezarnos con ellas y comiencen ellas a tropezarse con nosotros.

    Chett respondió en un susurro. —Lo sé. Pero necesitamos la camioneta. Y el tío Crank probablemente tiene las piezas que necesitamos en el desguace. Se volvió hacia el tío Crank. —Escucha, ¿cuánto cobras por algunos manguitos, cables y bujías?

    —Oh, vosotros pillad lo que necesitéis y dejadme algunos dólares. ¿Necesitáis bolas de cojinetes?

    Chett miró a Harry con curiosidad. —No creo. Vamos bien de cojinetes.

    El tío Crank se llevó un cigarrillo Virginia Slim al labio y lo encendió. —Fale. Exhaló un poco de humo y siguió hablando con el cigarrillo colgando en la boca. —De acuerdo. Hoy he recibido un envío más temprano, y que me aspen si sé qué hacer con ellos. ¿Creéis que puedo llevarlos a Zona Mecánica y venderlos?

    Chett respondió: —No sabía que compraran rodamientos de bolas sueltos, pero no estaría de más intentarlo.

    —Sí, bien, bien. Se acercó a ver cómo estaba el pollo. —Porque algunos de ellos están rotos de todos modos.

    Harry miró a Chett y habló en un medio susurro. —¿Qué? ¿Cómo diablos puedes romper rodamientos de bolas?

    —Es el tío Crank.

    —Oh. Luego al tío Crank, —Entonces, ¿por qué no los devuelves?

    —No sé de dónde vienen.

    Chett se preguntaba cómo era eso posible cuando escucharon un grito ahogado desde fuera. Era Clay.

    Le dieron las gracias al tío Crank y salieron para ver qué estaba pasando con Clay y para rebuscar piezas.

    —¿Chett? ¿Harry? ¿Qué pasa? No me siento muy bien. Mi mamá... Oh, Dios, voy a marearme otra vez. ¿Podéis hacer que esas cosas desaparezcan? - Señaló a las salchichas que se dirigían lentamente hacia un perro muy asustado.

    El tío Crank salió por la puerta. —Trae, dámelas. Me desharé de ellas. Los recogió y regresó al interior, riendo para sí mismo. —Qué chico más gracioso.

    Clay recuperó un poco de color. —Puaj. Repugnante.

    —¿Qué pasa con tu madre? - Preguntó Harry.

    —Oh no. Mamá. Me ha llamado. Clay alzó la vista hacia ellos. —Estamos en problemas. Está enojada porque apareció la policía y me están buscando.

    —¿A ti?

    —Sí, a mí. Le pregunté y ella me dijo que no dijeron nada sobre vosotros.

    Chett y Harry chocaron los cinco.

    Clay se sintió insultado. —No tiene gracia. Estoy en problemas.

    —Ya te dijimos que lo estarías.

    —Ya, pero vosotros no lo estáis.

    —Que tú sepas, - respondió Chett.

    —¿Podemos conseguir esas piezas que estáis buscando y salir de aquí? Necesito llevar mi coche al taller antes de que se muera.

    —De acuerdo, de acuerdo. Vamos, Harry, busquemos tapones y manguitos.

    Pasaron quince lentos minutos para Clay, quien se reclinó a la sombra de un moribundo nogal a controlar el ocasional susurro de la brisa o los fragmentos de apagadas conversaciones que llegaban desde el vasto campo de automóviles, camiones y camionetas donde Chett y Harry buscaban repuestos. De vez en cuando, ruido de golpes salía del remolque entre las voces entrecortadas de rango medio que emanaban de la televisión en blanco y negro que Clay había visto apoyada en la mesa de café. El perro levantaba una ceja perezosamente y se volvía a dormir, seguro de que no más comida muerta correría hacia él.

    Hasta que un gato muerto corrió hacia Clay. Clay pudo ver las costillas expuestas y otros huesos cuando el gato se abrió paso hacia él amenazadoramente. Cuatro cosas sucedieron simultáneamente: el gato saltó hacia Clay, él gritó como una niñita, el perro empezó a ladrar y Clay le dio tal patada al espeluznante gato que este tardó un segundo en recuperarse antes de emitir un grave bufido de gato muerto y regresar para el segundo asalto, momento en el que se repitió el proceso.

    El tío Crank salió pitando de la casa con su confiable sartén, pero no llegó a batear lo que fuera que estaba causando la conmoción. Se quedó paralizado momentáneamente y volvió corriendo al interior para volver con la sartén en una mano y también un revólver en la otra. —Ven aquí, chaval. Le enseñaré a ese maldito gato a mantenerse alejado. ¡Pírate!—

    Clay corrió hacia él mientras el tío Crank apuntaba y disparaba. Un poco de algo de gato salió volando, lo cual pareció alterar al bicho, pero no lo suficiente como para evitar que avanzara.

    El tío Crank siguió hablando mientras apuntaba de nuevo. —No le habrás dado comida, ¿verdad? Porque una vez que les das de comer, ya no te dejan en paz.

    Clay negó con la cabeza cuando el tío Crank disparó de nuevo. Para el tercer disparo, Chett y Harry habían llegado corriendo para investigar. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras observaban al tío Crank disparar una ronda tras otra contra un ensangrentado gato muy decidido. Corrieron hacia el Civic de Clay, recuperaron las escopetas y procedieron a disparar al impío gato desde la distancia hasta que no quedó nada salvo algunas partes temblorosas.

    —Ese gato estaba gravemente enfermo, - dijo Chett.

    —Oh, Peluchito siempre tuvo mala uva, - dijo el tío Crank mientras se giraba para volver a entrar.

    —¿Conocías a ese gato? - Preguntó Harry.

    —Oh sí. Él y Buddy no se llevaban muy bien.

    —¿Así que te deshiciste de él?

    —No. Buddy lo hizo.

    —Pero ¿no lo habías visto antes?

    —No. El tío Crank encendió un cigarrillo y metió la mano en el interior del remolque para agarrar un trozo de pollo. Le dio un mordisco. —No desde que lo enterré hace un tiempo.

23 - En el lado del Atajo Milla Nueve

    —No creo que queramos caminar hasta el campamento, ¿no?, - preguntó Clay mientras se inclinaba contra el costado de su coche con el capó abierto y humeando.

    Harry miró desde debajo del capó. —Chett, ¿recuerdas haber visto algún Civic en el tío Crank?

    —No. Y no podemos llamar a la madre de Clay para que nos lleve. Venga, a caminar. Harry, coge la bolsa de piezas y el calibre doce. Clay, coge las pistolas y la 30-30. Yo pillaré la 30-cero-6.

    Mientras cargaban, Harry inclinó la cabeza hacia un lado. —Oigo un coche.

    Chett escuchó, luego respondió: —Mierda. Probablemente es la poli. Date prisa y píllalo todo. Vayamos al bosque.

    Llegaron unos metros detrás de la línea de árboles y se agacharon para esconderse cuando el vehículo se acercó. Clay temblaba tanto que Chett tuvo que tranquilizarlo.

    —¿Quieres relajarte? Estaremos bien, - susurró.

    —Pero ¿y si se detienen? Estamos muy cerca. No podremos escapar.

    Chett estaba a punto de responder cuando vio el lugar del vehículo que pasaba, que resultó no ser un coche de policía, sino una mohosa y oxidada autocaravana. Sin pensarlo, salió corriendo a la carretera y gritó: —¡Ey! - Disparó una de sus armas a la carretera. —¡Ey! ¡Vuelve! ¡Esa caravana es mía!—

    Harry y Clay se unieron a él en el camino, solo para hacer una rápida retirada con él cuando la caravana se detuvo inesperadamente, dio marcha atrás y comenzó a retroceder rápidamente hacia ellos. Los tres volvieron a sumergirse detrás de la línea de árboles mientras la caravana avanzaba paralela a ellos.

    Chett apuntó con su rifle hacia el compartimiento del conductor mientras se bajaba la ventanilla.

    La velada conductora habló primero. —Bob, ¿subir?

    —Oh, ¿qué diablos? - Chett mantuvo su rifle apuntado pero miró a Harry y a Clay, cada uno de los cuales negaba con la cabeza en señal confusión.

    —Bob. ¿Subir? - dijo ella de nuevo.

    Chett, aún sosteniendo su rifle, indicó a los demás que caminaran con él hacia la autocaravana de la misma manera. Harry y Clay permanecieron en el lado del pasajero mientras Chett circulaba para hablar con Bob.

    Ella habló de nuevo. —Bob. ¡Subir!—

    —Eso es. Subir. Me robaste mi «subir». —

    Harry gritó desde el otro lado, —Um, sí, pero hay que darle puntos por hacerla funcionar. Lo digo porque no tenía la mayor parte de lo que necesitaba para ello.

    —Ahora no, Harry. Aún así me robó la caravana.

    —Por no mencionar que no creo que se haya puesto en marcha en veinte años. De hecho, estoy asombrado.

    —¿Te importa?

    Esta vez, Bob habló con un poco más de fuerza. —¡Bob! ¡SUBIR!—

    Harry gritó desde el otro lado de la autocaravana. —Creo que está tratando de decirnos que entremos.

    —Ah, ya entro, está bien, - respondió Chett. —Pero me pongo en el lado del conductor. Luego a Bob, con el arma aún apuntándola. —Vamos, cariño. Fuera.

    Bob lo miró fijamente.

    —Ya me has oído. Fuera. Hizo un gesto con el arma.

    Bob miró a Clay y a Harry, luego volvió a mirar a Chett.

    —Última oportunidad.

    Bob abrió la puerta y se paró junto a Chett. Con un movimiento rápido, le arrancó el arma con una mano y le levantó por la cintura el cuerpo de ciento trece kilos con la otra. Lo llevó al otro lado, dejó caer el rifle, abrió la puerta del compartimiento y lo lanzó sin esfuerzo.

    Clay observaba, congelado y con los ojos muy abiertos, mientras ella se dirigía hacia los dos. El instinto de luchar o huir de Harry se inclinó instantáneamente hacia esto último. Comenzó a correr, pero fue rápidamente atrapado, desarmado y arrastrado de regreso a la autocaravana.

    Clay observó de nuevo, congelado y con los ojos muy abiertos, mientras ella regresaba en su busca. Dejó caer el arma y esperó hasta que ella lo levantó (tal vez con un poco más de suavidad que el resto, pensó, al menos ella lo llevó acunado en sus brazos).

    Con la tripulación firmemente depositada en la parte de atrás, Bob recogió las armas, las lanzó en el asiento del pasajero y salió hacia la carretera.

    Los tres involuntarios pasajeros se acurrucaron en la parte trasera de la autocaravana y trataron de darle sentido a la situación.

    Harry habló primero. —Relájate, Chett, sé lo que estás pensando sin que lo digas. No vas a recoger esas armas. Olvídalo.

    Chett le lanzó una mirada frustrada.

    Harry continuó, —Y no creo que ella quiera hacernos daño. Si quisiera estaríamos muertos.

    Chett vio algo en una bolsa sobre la cama. La abrió. —¿Qué demonios?

    —¿Qué es eso? - preguntó Harry.

    —¡Son mis malditos cables y manguitos, eso es lo que es!—

    —¿Se los llevó ella? - preguntó Harry.

    —Aparentemente si.

    —¿Por qué?

    Chett no respondió, seguía mirando el interior de la bolsa con incredulidad.

    Clay, visiblemente conmocionado, abrió la puerta para mirar al conductor. —¿Quién es ese?

    —En realidad no lo sabemos, - respondió Chett. —¡Pero lo que sí sé es que me robó la caravana y me desmanteló la camioneta y estoy empezando a asustarme como el infierno!—

    Harry lo ignoró y trató de informar a Clay. —La recogimos ayer. Estaba parada en la carretera a una milla de distancia. Intentamos deshacernos de ella, pero no nos dejaba en paz.

    —¿Eso es una chica?

    Chett y Harry lo miraron con los ojos muy abiertos.

    —Chaval, es ella, - dijo Chett.

    —Yo lo diré, - agregó Harry. —Clay, te presento a Bob, la chica que te prometimos.

    Clay hizo todo lo posible por agujerearle la cabeza a Harry con la mirada; —Capullos.

    —Ey, - respondió Harry. —Al menos cumplimos nuestra promesa.

    Chett continuó tratando de reconstruir la situación. —Ahora bien, ¿de qué estaba hablando el tío Crank? ¿No enterró a ese gato? ¿No estaba muerto ese gato?

    —Oh, - dijo Harry, —Se trata del tío Crank. ¿Qué esperabas?

    —No, ese gato estaba muerto.

    —Eso es imposible, - dijo Harry.

    —Oh, como el pollo cocido sin cabeza y los perritos calientes.

    Clay comenzó a marearse de nuevo.

    —¿Puede, Clay?, - advirtió Chett. —Mira, en el último día más o menos, hemos visto un cuatro por cuatro salir disparado del suelo, un pollo, perritos calientes y un gato muerto viviente.

    —Sin mencionar a Bob, - agregó Harry.

    —Y eso sin mencionar a Bob. Es hora de admitir que está pasando algo que no va del todo bien.

    —Admitidamente, vale, esto se ha vuelto muy raro muy rápido, - dijo Harry. —Pero ¿qué propones que está pasando?

    Harry en realidad tenía au propia idea, por muy descabellada que fuera, pero antes de poder hablar, la conversación fue bruscamente interrumpida; primero por la parada repentina de la autocaravana, arrojándolos a todos contra la pared, luego por el sonido de armas de fuego.

    Intentaron enderezarse, pero fueron arrojados aún más violentamente por la parte de atrás cuando la caravana hizo un giro a lo contrabandista. Oyeron más disparos. Chett salió primero de la parte de atrás, a tiempo de ver a Bob con burka asomándose por la ventanilla del conductor y disparando una escopeta a una figura parada en la carretera.

    Bob se inclinó y la caravana volvió a dar bandazos hacia adelante, hacia la figura que caminaba hacia ellos en la carretera. Chett se estaba concentrando tan intensamente en lo que tenían delante que no se dio cuenta de que Bob le apuntaba con un arma.

    —¡Bum! - dijo ella, y señaló hacia lo que ahora parecía ser una persona parada en el camino. —¡Bum! ¡Bum!—

    —¡Creo que quiere que dispares! - Clay gritó.

    —¡Gracias! ¡Lo descubrí yo mismo! - Chett saltó al asiento del pasajero y bajó la ventanilla. El arma aún estaba cargada. La persona en la carretera estaba a menos de treinta metros de distancia. También pudo ver que la persona no era exactamente una persona en el sentido de que Clay era una persona, era más una persona como el gato era un gato. No se veía bien. No tuvo que pensarlo dos veces. Disparó y vio como explotaban pedazos de la criatura, tirándola unos metros hacia atrás. Pero el bicho seguía en pie y Bob seguía acelerando el motor.

    —¡Frena! - Gritó Harry.

    Estaban a diez metros de distancia y Chett intentaba recargar desesperadamente.

    —¡Frena! - chilló Harry de nuevo.

    Bob seguía acelerando.

    Harry se las arregló para gritar y taparse los ojos cuando Bob atropelló la cosa de la carretera. El cuerpo pasó por debajo de la caravana y rebotó bajo los neumáticos, pero su cabeza rebotó en el capó y se estrelló contra el parabrisas.

    Chett alzó la vista a tiempo de mirar la cabeza a los ojos. Era humana; al menos lo había sido. Chett había visto suficientes de ellos en películas y videojuegos para saber qué eran. —Zombis.

    Bob encendió el limpiaparabrisas y la cabeza resbaló fuera del parabrisas. Redujo la velocidad lo suficiente como para dar media vuelta y acercar despacito la caravana a la cosa. Todos menos Bob se encogieron ante el crujiente bulto.

    Clay se desmayó.

24 - Cerca del remolque de Chett y Harry

    Clay volvió en sí cuando la caravana giró hacia la carretera hacia el jardín cubierto de maleza y el remolque de gama baja que Chett y Harry llamaban hogar. Él estaba mirando el velo oscuro de la mujer en cuyo regazo descansaba su cabeza.

    Chett conducía.

    Clay se sentó erguido con cuidado. —¿Qué pasa?

    Harry miró atrás hacia las habitaciones de la autocaravana. —Decidimos que, después de todo el drama, probablemente sería mejor no ir al campamento durante un tiempo.

    Bob miró por la ventana y gritó, asustando efectivamente a Clay hacia una breve inconsciencia.

    Clay despertó de nuevo en una autocaravana abandonada. Le dolía la cabeza. Afuera, la mujer que vestía una sábana negra a la que habían llamado Bob estaba inspeccionando una enorme antena parabólica de metal negro. En el interior, Chett y Harry caminaban de un lado a otro y discutían sobre su próximo curso de acción.

    Cada intento que Clay hacía para entrar en la conversación era ignorado, por lo que volvió a salir para ver qué estaba haciendo la extraña mujer con la antena parabólica.

    Habló tentativamente. —¿Hola?

    La mujer del velo levantó la vista brevemente y volvió a estudiar la antena. La chica era alta, pero a Clay le pareció que estaba teniendo problemas para alcanzar el cuerno.

    Clay caminó hasta donde los cables entraban en el suelo y llegaban hasta el remolque. —Esto debería ser fácil. Entró corriendo, pasó junto a Chett y a Harry (quienes estaban enfrascados en una acalorada conversación), y navegó por el antigua parabólica de banda K para apuntar a otro satélite más cercano al horizonte.

    Bob saltó cuando giró la antena, bajando el cuerno al nivel del pecho. Chett salió corriendo y le mostró a Bob un pulgar hacia arriba. Ella ladeó la cabeza y levantó un brazo cubierto y una mano enguantada para mostrarle la misma seña.

    —No hay problema. Me llamo Clay. Extendió la mano.

    Ella esperó. Clay acercó la mano suavemente de nuevo. Ella la tomó e hizo girar a Clay, lanzándolo torpemente contra la antena mientras lo cacheaba.

    —¡No pasa nada, estoy bien!—

    Una vez completado el proceso, ella levantó los brazos y dio media vuelta. Clay se quedó en su lugar, congelado e inseguro de qué hacer. Ella miraba por encima del hombro con impaciencia y parecía estar esperando algo.

    —Ah, ¿quieres que te cacheé yo a ti? No es necesario. Confío en ti.

    Ella se encogió de hombros, pero seguía de pie con los brazos extendidos.

    —Está bien... dijo Clay vacilante. Caminó hacia ella y comenzó a darles suaves palmaditas. Podía sentir su figura bajo las prendas, pero estaba demasiado asustado para ir más abajo de la parte exterior de la mitad del muslo y más alto que la mitad de la espalda. Pero podía sentir los lados de sus senos y eso fue suficiente para hacerlo sentir aún más incómodo.

    Ella soltó una risita. —Bob.

    —Clay. Un placer conocerte.

    —Un placer conocerte, - respondió ella.

    —¿Puedes hablar?

    —¿Hablar?

    —¿Sabes hablar ingles?

    —¿Inglés?

    —Lo tomaré como un no. Parlez-vous Francais? ¿Habla Espinol? Sprechen se Deutche? ¿No? ¿Qué hablas?

    Ella emitió una serie de galimatías generosamente sazonados con consonantes, vocales, chasquidos y silbidos.

    —Nop. Eso no me dice nada. ¿Entiendes lo que digo?

    —¿Digo?

    —Sí. Digo.

    Bob quedó en silencio.

    —Bueno, esto va a ser todo un desafío. ¿Por dónde empezar? - Miró a su alrededor y vio un palo en el suelo. —¡Ya lo sé! - Lo recogió y le indicó a Bob que lo siguiera. Encontró un terreno polvoriento y trazó una línea. —Uno. Dibujó otra línea. —Dos. Llegó hasta diez y la miró.

    Ella contó hasta diez señalando las líneas.

    —¡Sí! ¡Bien! - Luego, con menos entusiasmo. —Ahora el resto del idioma inglés.

    Ella le quitó el palo y trazó un círculo en el suelo.

    —Sí. Cero. Me olvidé del cero.

    Luego ella dibujó algunos círculos más. —No te sigo.

    Ella sacudió la cabeza y borró los dibujos con el pie. En su lugar, dibujó una caja. Clay observó mientras ella dibujaba otras diez cajas dentro en la mitad inferior. En la mitad superior dibujó una caja más grande con líneas en zigzag.

    —Ah. ¿Es un teléfono? ¿Necesitas un teléfono? Buscó en su otro bolsillo. —Toma, puedes quedarte el mío.

    Ella lo tomó, negó con la cabeza y se lo devolvió.

    —¿No? ¿No es eso un teléfono móvil? Pues lo parece.

    Ella señaló el dibujo con el palo y luego se señaló a sí misma.

    —¡Ah! ¿Eso es tuyo?

    Ella se le quedó mirando.

    —¿Estás buscando eso?

    Ella siguió mirándolo.

    Él señaló desde el dibujo hasta ella. —¿Estás buscando eso? ¿Es tuyo?

    Ella asintió.

    —¿Sí? - preguntó.

    —Sí.

    —Bien.

    Una vez más, ella borró el dibujo y comenzó de nuevo. Esta vez, dibujó un círculo. Clay la observaba con interés cómo hacía puntitos fuera del círculo y un círculo más pequeño a un lado. En el círculo, trazó líneas onduladas lo bastante detalladas para distinguir el continente de América del Norte.

    —Buena idea, - dijo. —¡Señala de dónde eres y te conseguiré un diccionario!—

    Ella lo miró, colocó el palo junto a la Tierra y salió corriendo —dejando un rastro de huellas en el polvo hasta donde había trazado la línea. Se detuvo a unos veinte metros de distancia y, simbólicamente, tiró el palo del suelo, arrojando un trozo de polvo unos metros más allá. Ella se volvió para mirarlo de nuevo.

    —No... puede... ser... dijo Clay.

    Ella asintió.

    —Esto... es... flipantemente... ¡asombroso!—

    Ella asintió de nuevo.

    Clay le volvió a hacer la señal del pulgar hacia arriba y entró corriendo. Chett y Harry aún estaban dentro discutiendo.

    Chett hablaba frenéticamente, agitando las manos y derramando su bebida. —¡Tío, son unos malditos zombis!—

    Harry respondía con el misma frenesí. —Normalmente diría que eres idiota y me reiría de ti, pero estoy contigo en eso. ¿De dónde vienen los zombis?

    —¿Del suelo?

    —Me refiero a por qué están aquí.

    —¿Para comer cerebros?

    Clay creyó que este era un buen momento para intervenir. —Ella es una alienígena.

    Ninguno de los dos lo oyó. Harry continuó hablando con Chett. —Ves demasiadas películas.

    —¿Tienes una idea mejor?

    Clay habló de nuevo, un poco más alto. —Ella es una extraterrestre.

    Harry aún estaba hablando con Chett. —¿Cómo los matamos? Si una calibre doce no los tumba, yo digo que estamos en un gran problema.

    Clay gritó esta vez. —¡ES DEL ESPACIO EXTERIOR!—

    Chett y Harry se dieron la vuelta y hablaron simultáneamente. —¿Qué?

    —Bob. La chica. No es de la tierra.

    Hablaron simultáneamente de nuevo. —¿Qué?

    —¿Cómo puedo decirlo más claro? Bob... es... del... espacio... exterior. Clay miró hacia arriba y agitó las manos alrededor de la cabeza para intentar la señal universal de «allá arriba».

    Ambos lo miraron por un momento antes de que Chett hablara por fin. —Mira, tío, no te ofendas, pero estamos un poco en medio de tratar de averiguar cómo evitar que nos maten. Ya te dijimos que te defenderemos, pero ahórranos tus chifladuras y vete a fantasear en otra parte.

    —Como quieras, - dijo Clay con desánimo. —Pero ¿por casualidad tenéis un ordenador?

    —Nop, - respondió Chett. —Me lo embargaron.

    —No mientas al chaval, - dijo Harry. —Se bloqueó y Chett lo rompió a patadas. Tiró el monitor por la ventana.

    —Por la ventana cerrada. Hablando de eso, ¿tienes cinta adhesiva? Tengo que reparar el cristal.

    —¿Por qué? Lleva así desde hace semanas.

    —Sí, pero ahora hay zombis.

    —¿Y crees que una ventana pegada con cinta adhesiva va a detenerlos? - Preguntó Harry.

    —Lo que tú digas.

    —De todos modos, el ordenador probablemente esté en algún lugar de la India en este momento, pero no lo repararán bajo garantía porque muestra signos obvios de daño físico.

    —El maldito experto informático que vende sirope no quiere arreglarme el ordenador.

    —Así que volviendo a la respuesta, - dijo Harry, —No, no tenemos un ordenador.

    —Bueno, pues necesito uno. Dijo Clay. —Lánzame las llaves. Voy a tomar prestada la autocaravana.

    —Se te ha ido tu olla de Star Trek, - dijo Chett.

    —Capullos. Clay salió furioso del remolque e hizo lo que más temía. Llamó a su mamá para que lo llevara. —Supongo que nadie va a ir a clase esta noche.

25 - Casa del Sheriff Barrack

    Afuera la tarde había comenzado a convertirse en noche. En el interior, el detective Moses se paseaba y fumaba un cigarrillo, sudando la camisa. —Bueno, señor, encontramos el coche abandonado a un lado de la carretera. Lo rastreamos hasta la casa de Clayton Hensworth.

    Los cuatro o cinco ayudantes, incluido Wally, estaban sentados en la sala de estar escuchando la conversación. Wally no dejaba de mirar las cabezas de animales que colgaban del techo abovedado.

    El sheriff Barrack se había estado frotando las sienes durante los últimos treinta minutos. Entornó los ojos para recordar el nombre. Clayton Hensworth. ¿No es él el chico que voló por los aires el cobertizo de su padre?

    —El mismo, señor.

    El sheriff tomó un sorbo de Bloody Mary virgen. —Mmm. ¿Dónde está ese chico?

    —No lo sé, señor. Pero no creo que necesitemos buscarlo.

    El sheriff se volvió rojo. —Maldita sea, no te pago por pensar. Te pago por hacer lo que digo. Ese chico es el único vínculo que tenemos con la camioneta hasta ahora. Y tendremos más suerte que el infierno si la Patrulla de Carreteras no consigue una descripción de la camioneta. Lo último que necesitamos es un montón de camisas azules metiendo las narices por aquí, y puedes apostarte el culo a que ya habrá algunos de ellos zumbando por aquí como un montón de malditas avispas. Miró al detective Moses a los ojos. —Y esas avispas no me van a picar a mí, ¿entiendes?

    Moisés entendió exactamente lo que quería decir el sheriff. Haría todo lo que estuviera en su poder para culpar a todos los demás —es decir, a todos incluido Moisés.

    Pero Moisés no tuvo la oportunidad de responder. Fueron interrumpidos por lo que a él le pareció un pequeño terremoto acompañado de un profano rugido fuera de la ventana.

    Después el sonido se detuvo casi tan repentinamente como había comenzado.

    —¿Qué demonios? - El detective Moses deambuló con su pesado cuerpo para mirar por la ventana justo cuando una colección de luces extremadamente brillantes comenzaba a brillar silenciosamente a través de las cortinas. Se protegió los ojos del ataque óptico cuando el rugido comenzó de nuevo. Tropezó hacia atrás, más por instinto que por cualquier otra cosa, lo cual, al considerarlo más tarde, le salvó la vida.

    Pues en ese momento, una camioneta muy grande, ruidosa y embarrada se estrellaba con bastante gracia a través de la ventana, empujando directamente contra la pared el sofá en el que el sheriff estaba sentado. La camioneta se quedó quieta, tubo de escape en ralentí demasiado fuerte para hablar. El sheriff se esforzó para ponerse en pie y encontrar un lugar seguro para esconderse. Echó un vistazo al interior de la camioneta. A través de las luces parpadeantes, dos rostros horribles, podridos y sonrientes le devolvían la mirada.

    Los siguientes dos pensamientos que cruzaron la mente del sheriff fueron: «¡mierda!» y «¡dispara!» —«¡mierda!» en el sentido de «esto no puede estar pasando» y «¡dispara!» en el sentido «pilla el arma y empieza a disparar». El sheriff se movió para echar mano a su arma y la camioneta revolucionó el motor, lo que obligó a todo el mundo a taparse los oídos. El sheriff Barrack se congeló y la camioneta redujo el motor hasta su ocioso rugido. El sherrif hizo un movimiento hacia su arma de nuevo y la camioneta siguió su ejemplo con un rugido. Él lo intentó de nuevo, despacio, bajando la mano poco a poco. Poco a poco, la camioneta se hacía más ruidosa, hasta que el sheriff finalmente sacó su pistola y apuntó. La camioneta salió disparada a través de otra pared mientras él vaciaba algunas balas en el pecho del conductor y saltaba fuera del camino.

    Entre el polvo y los escombros, él y los agentes pudieron distinguir el gran agujero del tamaño de una camioneta que conducía a la cocina.

    —Acabo de comprar ese maldito refrigerador, hijos de perra, - gritó el sheriff mientras disparaba tres balas más en la parte trasera del conductor, quien se dio la vuelta y le sonrió de nuevo. —Oh, mierda. Corred.

    La camioneta crujió sobre el frigorífico y trató de dar la vuelta en la cocina.

    —¡Lo digo en serio, vámonos!—

    El grupo salió corriendo por la salida más cercana que pudieron encontrar: algunos eligieron la puerta principal mientras que otros saltaron por la salida recién hecha.

    El Sheriff Barrack se giró brevemente para ver cómo la camioneta pulverizaba su hermosa casa mientras todos se lanzaban a los coches patrulla. La camioneta daría la vuelta en cualquier momento para ir tras él. Ya había encendido su coche patrulla y estaba retrocediendo por el camino de entrada cuando las puertas se abrieron de golpe y dos cuerpos clamaban sobre las puertas e intentaban saltar. Afortunadamente para ellos, el sheriff los identificó como Wally y el detective Moses antes de poder agarrar su arma reglamentaria y despacharla sobre ellos.

    —¿Dónde diablos está vuestro coche? - preguntó el sheriff enojado, aún dando volantazos para salir del camino de entrada.

    El detective Moses, sin aliento, señaló un interesantemente aplastado coche de policía que se perdía en la distancia.

    —Mierda, - dijo el sheriff. Cogió su teléfono móvil y marcó. —Parker, diles a todos que nos dirigimos a la casa del lago. Luego al detective Moses. —Sea lo que sea esa cosa, tenemos que matarla.

26 - De camino a la casa de la madre de Clay

    —Mamá, de verdad necesitas descansar.

    —No vas a subir a este coche hasta que me digas qué está pasando, jovencito.

    Clay y Bob estaban fuera del viejo Buick Regal marrón conducido por una delgada mujer de cabello gris en batín. —Venga, mamá, necesito llegar a casa.

    —¿Dónde está tu coche?

    —Te lo diré por el camino.

    —¿Por qué lleva sábanas esa?

    Clay dijo lo primero que le vino a la mente. —Es alérgica a la luz del sol, mamá. Necesita su medicina.

    —No creo que tengamos nada que le sirva.

    —Tengo que pedírsela.

    —¿Por qué no puede pedirla ella misma?

    —Porque también es sordomuda, mamá. ¿Podemos irnos ya?

    —¿Sabes que la policía te estaba buscando?

    —Me lo dijiste tú.

    —Vienes a casa, conmigo, solo. Estás en problemas. Y esa se queda aquí.

    —Mamá, soy demasiado mayor para que me digas lo que hacer. Clay metió la mano por la ventanilla abierta del conductor y abrió la puerta trasera. —Después de ti, - señaló a Bob.

    La madre suspiró. —Sube. Te dije que ir con esos chicos sería un problema.

    En el viaje de regreso a casa, Clay dijo un poco de verdad y mintió un poco. Incluyó la parte sobre la avería de su coche y la camioneta de Chett, pero dejó de lado la parte sobre pollos danzantes fritos y gatos muertos.

    Su madre solo habló una vez. —Si tu padre estuviera aquí, sabría qué hacer contigo.

    Clay pensó que eso era malo.

    En casa, Clay corrió a su habitación y encendió el ordenador. Lo último de sol se ponía fuera y Bob lo miraba entre las persianas venecianas.

    Clay abrió un programa que había comprado para su clase de astronomía. En pocas palabras, era un mapa del universo. Jugó con la configuración para obtener una buena vista de la tierra, se giró para llamar a Bob y quedó muy pronto sin habla ante una mujer alta de grandes pechos y piel clara muy tonificada en topless.

    Ella le sonrió y, aunque él hubiese estado contando, habría perdido la cuenta de la cantidad de veces que le bailaron los ojos sobre aquel cuerpo. Ella era la colección perfecta de todos sus modelos favoritas de Playboy. Cabello oscuro, etéreos y centelleantes ojos azules, pecas claras, todo en un marco de dos metros de altura.

    Que él supiera, podría haber estado mirando durante segundos o minutos. Hasta que escuchó a su madre desde el pasillo.

    —¿Clay? ¿Clay? ¿Quieres algo de cen...? Oh. ¡Oh! ¡Oh Dios!—

    Clay se apresuró a agarrar una manta para tapar a Bob.

    —Oh. Lo siento. Cerraré la puerta.

    Clay no sabía qué lo sorprendía más: la ardiente dama desnuda o la ausencia de su madre enloqueciendo.

    Le colocó la manta sobre los hombros y, sin su ayuda, esta cayó rápidamente. Lo intentó de nuevo, sin éxito. Una tercera vez le otorgó un poco más de suerte y la manta se quedó así. Al menos hasta que ella se acercó a la silla del ordenador y se sentó. Señaló la pantalla.

    Clay explicó. —Tierra.

    —Tierra.

    —¡Bien! - Señaló las funciones del ordenador.

    Ella repetía cada palabra que él decía y pareció comprender.

    —Te estás poniendo al día muy rápido. Clay le estaba hablando a sus pechos. —Debes de ser muy lista.

    Ella soltó una risita y movió el ratón por la pantalla. —Tierra, - repitió, y amplió la imagen para mostrar el sistema solar. Pasó unos segundos girando la vista y observando cómo los planetas se acercaban antes de reampliar la imagen para ver la Vía Láctea.

    —Esa es nuestra galaxia, - dijo Clay. —Estamos un poco ahí afuera en un brazo de la espiral. Nada muy interesante en nuestro cuello del bosque.

    Ella no respondió, sino que dibujó un cuadrado alrededor de un grupo de estrellas brillantes mucho más cerca del centro. El grupo se magnificó y ganó un poco de resolución. Repitió el proceso varias veces hasta que lo único que pudieron ver fue una bola muy borrosa. Ella se giró y lo miró con curiosidad.

    —¿Eso? ¿Allí? ¿Es de ahí de donde eres?

    —¿Planeta? - preguntó ella, haciendo círculos con el ratón alrededor de la bola borrosa.

    —¿Hay planetas alrededor de esa estrella? ¿En serio? Quiero decir, guau. Miró de la pantalla a sus pechos. —Supongo que no hay ninguno en el programa porque... Apartó los ojos de sus pechos y la miró a la cara. Inmediatamente se dio cuenta de por qué se sentía mejor mirándola en el pecho. El azul profundo de sus ojos parecía contener todos los secretos del cosmos. Clay podía mirar dentro de ellos y ver las estrellas que pasaban, las luminosas nebulosas y las extrañas y exóticas costas que lindan lo desconocido.

    La risita de Bob le devolvió a la realidad. —Oh. ¿Qué? ¿Qué estaba diciendo? Ah, planetas. Sí. Supongo que no hay ninguno en el programa porque aún no los hemos encontrado. Eso está muy muy muy muy lejos. Tendrías que estar viajando... — agrandóo los ojos y habló en un susurro;... ¡a la velocidad warp! - Sacudió la cabeza. —¿Qué estás haciendo aquí?

    Bob seguía mirándolo y sonriendo, inocente y en topless.

    —Oh, buen Señor. ¡Esto mola mazo! - Volvió a negar con la cabeza, aunque esta vez con un poco más de violencia, tratando de aclararse la mente. Recogió un DVD de su estantería y lo deslizó en el ordenador. —Esta es la Enciclopedia Británica. Supongo que este es un buen lugar como cualquier otro para ponernos en la misma página. Diviértete. Tómate tu tiempo. Yo me voy a quedar aquí sentado a mirar. Y, cuando termines, si hay algo que aún quieras saber, tenemos Internet.

    Clay observaba con asombro mientras ella comenzaba a navegar rápidamente por el programa. Bob se detuvo un momento para palmearse la cintura y mirarlo desesperada. Aplanó una mano e hizo un movimiento ondulado con la otra. Él supo de inmediato lo que ella quería y le entregó un bolígrafo y una libreta. Ella sonrió y los aceptó, y Clay observó con mayor asombro cómo ella comenzaba a garabatear símbolos y diagramas y algún que otro carácter alfanumérico.

    Horas más tarde, Clay estaba empezando a tener sueño. Bob aún estaba en ello, pero Clay había notado cada vez menos símbolos extraños y más y más del alfabeto al que estaba acostumbrado. —Si te parece bien, me quedaré aquí y echaré una siesta. Despiértame si me necesitas.

    Ella lo miró y sonrió.

    —Y, ¿Bob? Por favor, no vayas a ninguna parte.

27 - El remolque de Chett y Harry

    —¿Adónde diablos ha ido ese pringao? - Chett miraba por la ventanilla y notaba la ausencia de Bob y Clay.

    —Dijo algo sobre que iba a llamar a su madre, - respondió Harry.

    —Tío, no tengo buenas sensaciones sobre esto.

    —Llevas queriendo deshacerte de los dos desde ayer.

    —No es eso. Vamos a ver. ¿Por qué no tengo buenas sensaciones? ¿Podría ser porque hemos matado a un zombi? Si hay uno, seguramente habrá más. ¿O es porque en realidad no tenemos un plan ni ningún lugar adonde ir y estamos atrapados aquí en este remolque olvidado de la mano de Dios sin mi camioneta? Quiero decir, si tuviera la camioneta, me sentiría mucho mejor alejándome de lo que sea que esté por ahí. La autocaravana podría ocuparse de un par de zombis aquí y allá, pero no sería rival para esa impía camioneta Dodge que va detrás de nosotros.

    —Bueno, entonces, ahí está nuestro plan.

    —¿Que es cuál?

    —Ir a buscar nuestra camioneta, - dijo Harry. —Tenemos las piezas. Tenemos las armas. Vamos.

    Chett lo miró con disgusto. —¿Necesito recordarte lo que pasó anoche? Sí, tenemos que conseguir la camioneta. Mañana. Pero esta noche nos quedamos quietos y definitivamente no vamos a salir a perseguir problemas.

28 - En algún otro lugar

    En algún lugar, a unos pocos millones de miles de millones de millas de distancia, una remendada nave era pilotada por dos altos y delgados extraterrestres de grandes ojos, calvos y con barba de chivo que, salvo por su piel ligeramente gris verdosa, parecían humanos atravesando silenciosamente el vacío de espacio.

    —¡El embrague funciona! - Roscoe estaba mareado.

    —Jefazo se va a enojar porque llegamos tarde, - respondió Earl.

    —Eh, él lo entenderá.

    —Um, ¿Roscoe? - Earl comprobó algunas luces en la consola. —Somos las únicas dos personas a bordo.

    —¿Y?

    —Y, ¿dónde está ella?

    Una mirada de alarma cruzó por el rostro de Roscoe. —¿Ella no está aquí?

    —Eso es lo que quiero decir cuando digo «Somos las únicas dos personas a bordo».

    —Tal vez salió en el hangar. Roscoe esperaba que ese fuera el caso. —Revisa la computadora. ¿Cuándo la perdimos?

    —Bueno, Roscoe, la «perdimos» cuando se apagaron los sensores. Justo cuando, oh, nuestro principal banco de computadoras se comió esa explosión. ¿Recuerdas eso?

    —Ah. Bueno, ¿seguía ella a bordo cuando la computadora volvió a estar en línea?

    —¿Te refieres en el Hangar? - Preguntó Earl.

    —Precisamente.

    —Nop.

    Roscoe se puso en pie para caminar hacia la parte de atrás, pero flotó en vez de andar. —Al parecer alguien no consiguió arreglar la gravedad. Recuérdame que me queje cuando terminemos.

    —Robaste la nave.

    —Es nuestra nave.

    —No le pagaste.

    —¿Por qué debería pagarle? Mira esta chapuza. Roscoe rebotó en una consola encima de él, presionando accidentalmente varios botones. Sonó una alarma. Roscoe dio la vuelta para apretar el botón de detener y, al hacerlo, se empujó directamente hacia un contenedor de almacenamiento, abriéndolo de un golpe. —Auch. Dame un empujón, ¿quieres? Estoy tratando de ir a ver cómo está nuestra chica.

    Earl se volvió para mirar al larguirucho alienígena flotante. —Se me acaba de ocurrir algo.

    —¿Sí? ¿El qué? - Roscoe estaba ejecutando una serie de movimientos, tratando de empujarse de una pared a otra y luego retroceder de nuevo, todo en un esfuerzo por enderezarse.

    —Creo que he descubierto cuándo la perdimos.

    —¿Sí? ¿Lo sabes ya? Dime, oh inteligente, cómo pudiste hacer eso sin la computadora. ¿Cuándo, señor, la perdimos?

    —Cuando pulsaste el botón para soltar la carga. Tenías a la chica atada en la bodega de carga.

    —Ah. Luego, —Eso hace las cosas muy fáciles o las complica como el infierno.

29 - El remolque de Chett y Harry

    —Mira, no sé cuánto tiempo más puedo soportar esto. Sé que dormimos no hace mucho, pero fue poco más que una siesta y estoy a punto de rendirme. Chett bostezó y se inclinó desde donde había estado descansando en el sofá. Le dolía el cuello y la cabeza y estaba demasiado nervioso para ver la televisión. Su lógica era apagar la mayoría de las luces para no llamar la atención y mantener la televisión apagada para poder prestar atención a cualquier sonido que pudiera venir del exterior.

    La idea había hecho poco más que convertirlos en una horrible combinación de aburrimiento y nerviosismo. Cada chasquido de una ramita o el susurro de una brisa hacía que ambos tomaran sus armas.

    Harry estaba sentado en un viejo y roto sillón reclinable azul marino. Giró la cabeza para mirar a Chett. —Vamos a turnarnos para vigilar.

    Después de una breve y exitosa contienda de piedra, papel y tijeras, Harry se quedó dormido en el sillón reclinable.

    Tres horas después, a las tres de la mañana, cambiaron de turno.

    Otras tres horas después, Chett despertó y oyó a Harry susurrando.

    ¡Chett! ¡Chett! ¡Psst! ¡Chett! ¡Levanta!—

    Chett murmuró bajo el brazo que se había puesto sobre la cabeza. —Déjame otra hora.

    —No. En serio, levanta y ven aquí. ¡Ya!—

    Chett se asomó para ver a Harry mirando por una ventana, rifle en mano. Se puso de pie para caminar hacia él.

    —Recoge tu arma.

    —¿Qué pasa?

    Harry le indicó a Chett que mirara por la ventana. Chett apartó la raída cortina de las aún más gastadas persianas venecianas y rápidamente saltó hacia atrás, maldiciendo.

    —¿Qué demonios es esa cosa? ¡Maldita sea!—

    —Creo que es un zombi, - respondió Harry con calma.

    —¿Y por qué está ahí parado?

    —No sé. Lleva ahí toda la mañana. Se ha movido un poco. Aunque no se ha acercado más. Parece un poco perdido.

    Chett tomó el arma y se dirigió a la puerta principal. Harry se abalanzó para detenerlo.

    —¡No!—

    —¿Por qué no?

    —Podría haber más. ¿Quieres arrojar piedras a un nido de avispas?

    —¿Ves alguno más por ahí? - Preguntó Chett.

    —No, he revisado todas las ventanas. Pero el hecho de que no los vea no significa que no haya otros por ahí fuera.

    —Bien pensado. Chett pensó durante un momento. —Pero ¿qué hacemos? No me gusta esperar aquí. Aún necesitamos mi camioneta, y esa maldita cosa está ahí en el camino de entrada. Si hay otros por ahí, se acercarán más tarde o temprano. Y, francamente, creo que nuestras probabilidades son un poco mejores si esas cosas aún estuvieran un poco dispersas. No quiero que se reunan todos contra nosotros.

    —Me temía que dijeras eso. Harry se echó al hombro su treinta y seis y apuntó con la mira al zombi. —Imagino que estará a unos cien metros de distancia. Nuestra caravana está a solo diez metros de distancia. Y de la forma en que lo calculo, tenemos dos opciones. Se pausó. —Una, le vuelo la cabeza desde aquí y salimos corriendo.

    —Me gusta eso, - dijo Chett. —Vamos. Agarró su arma de nuevo y se dirigió hacia la puerta.

    —No tan rapido. Es imposible que podamos llevar toda esa munición a la caravana en un único viaje. Harry señaló las grandes cajas de madera de cartuchos de escopeta y demás dispositivos incendiarios ilegales. —Así que tendríamos que hacer un par de viajes, los dos, con las manos ocupadas. Hizo una pausa de nuevo. —La segunda opción es escabullirse, uno de nosotros, con el otro cubriéndolo. Tendrás que hacer algunos viajes más, pero atraerá menos atención.

    —No me gusta cómo acabas de decir eso.

    —¿El qué?

    —Has dicho que uno de nosotros tendría que escabullirse allí fuera. Pero luego has dicho «tendrás», como refiriéndote a mí, - Chett se señaló a sí mismo; —«que hacer algunos viajes más».

    Harry seguía mirando al zombi mientras hablaba. —Pensé que, dado que yo era el mejor tirador, sería yo quien te cubriera.

    —¿Que eres mejor tirador? ¿Desde cuándo?

    —Desde siempre.

    Chett recordó todos sus estivales días de campamento de caza juvenil cuando era niño, y cómo Harry había ganado siempre los premios de tirador. —¿Piedra Papel y Tijera?

    Harry aún miraba por la ventana, pero señaló las municiones. —Muévete.

    Chett se enfurruñó y se acercó a las cajas. Agarró una Magnum.45 y se la ató al cinturón. —Por si acaso. Agarró las dos cajas superiores y se las apoyó en el pecho para abrir la puerta, tratando de ver sus pies para poder pasar por los tres escalones de metal que conducían al suelo.

    Chett solo había estado fuera durante tres segundos cuando Harry oyó un estruendo seguido de una maldición, seguido de tres o cuatro disparos, seguido de Chett gritando a Harry, seguido de tres disparos más, seguido de unos cuantos clics vacíos, otras pocas maldiciones y un renovado grito para Harry.

    El zombi que Harry había estado mirando desde la ventana levantó la vista y comenzó a caminar hacia el sonido de la conmoción. Una bala más tarde, un zombi sin cabeza deambulaba ahora en círculos en el camino de entrada. Harry recargó mientras saltaba por la puerta del remolque y se encontró de frente con el cadáver ambulante que había asustado a Chett. Hizo girar el rifle rápidamente, golpeando al objeto en el costado de la cabeza, haciéndolo perder el equilibrio. Corrió una corta distancia, apuntó y le arrancó parte de la cabeza. Otra recarga rápida más tarde y el resto de su cabeza desapareció, tirando al zombi al suelo.

    —Bueno, esto echa a perder la idea, - dijo.

    —Estaba justo ahí, sentado en el remolque cuando salí, - dijo Chett sin aliento mientras recargaba su.45. —¡Esas cosas son imposibles de matar! ¡Le metí siete balas!—

    —Aparentemente, tienes que ir por la cabeza.

    —Eso no los mata del todo, - dijo Chett. —Echa un vistazo a nuestro amigo del camino de entrada.

    Efectivamente, aún deambulaba en círculos, era un zombi sin cabeza.

    —Bueno, tenemos que irnos. Recoge las cosas grandes y vámonos. Me quedaré aquí y dispararé. Lánzame una calibre doce.

    Chett le lanzó el arma y volvió corriendo al interior. Volvió a salir y casi saltó en el camino de una ráfaga muy poco amistosa de una escopeta. —¡Guau! Avisa, ¿de acuerdo? ¡Me gustaría no morir hoy!—

    —Perdona, - gritó Harry. —Es que dio la vuelta al remolque. Gritaré la próxima vez que vea uno.

    —No es necesario. ¡Mira! - Chett señaló detrás de Harry a otro zombi que había venido del otro lado.

    —Mierda. Harry apuntó y le quitó la cabeza de un disparo. —Lánzame un par de cartuchos, ¿quieres? Y rápido.

    Chett buscó en la caja y corrió a llenar los bolsillos de Harry con cartuchos. El siguiente minuto más o menos lo pasó con Chett transportando algunas cajas más a la autocaravana mientras Harry alternaba entre el treinta y seis —para los pocos zombis que salían del bosque— y el calibre doce —para los que habían logrado escabullirse alrededor del remolque.

    Finalmente, cuando la caravana estaba bastante cargada, Chett saltó al asiento del conductor mientras Harry ocupaba el del pasajero.

    —¿Quién hubiera pensado que esta tartana volvería a funcionar? - Chett gritó.

    —¿Qué? - Harry gritó en respuesta.

    —¡Vamos a buscar mi camioneta!—

    —¿Qué? - Harry gritó de nuevo. No podía oír nada entre todo el zumbido en los oídos.

30 - En la Casa del Lago del Sheriff

    —Sheriff, sé que el resto del departamento sabe que no deben meterse en nuestros asuntos, pero si la mitad de la fuerza laboral no se presenta a trabajar hoy, sabrán que algo está pasando. El detective Moses bajó los prismáticos, dio una calada a un exhausto cigarrillo y exhaló dos remolinos de humo por la nariz mientras miraba en la ventana.

    Wally habló a continuación. —No veo nada y no he visto nada durante las últimas seis horas. Creo que estamos a salvo.

    —Cállate, chico. El sheriff habló mientras se levantaba del sofá y se acercaba a la cafetera. —Estamos a salvo por ahora porque los perdimos. A eso. Lo perdimos. Lo que sea. Hizo un gesto con la mano derramando un poco de café. —Ven a limpiar esto, chico. Regresó al sofá y se dirigió al detective Moses. —Pero tienes razón. Tenemos que regresar. Pero con la misma seguridad de que salimos de aquí, puedes apostar a que quienquiera que esté en esa camioneta nos está causando un gran problema. Sacudió la cabeza. —No veo que salgamos de esta limpios.

    El detective Moses dio otra calada y siguió mirando por la ventana. —Necesitamos un chivo expiatorio.

    El sheriff levantó la vista de su café. Se despertó su interés. Pensó durante un momento. —Consígueme al dueño de ese coche. Clayton como se llame.

    —Hensworth, - ofreció Wally.

    —Cállate, chico. Luego, al grupo de ayudantes del sheriff que vigilaban las distintas ventanas: —Conseguid a Clayton Hensworth. Traedlo aquí. En lo que a mí respecta, él es quien está conduciendo la camioneta, ¿entendéis? Aplastó tu coche, Moisés. Se estrelló contra mi casa. Encontradlo y traedlo a esta casa del lago, ¿entendido?

    Los ayudantes asintieron.

    —Ileso. Si tengo que tramar algo, no quiero que ningún maldito forense vaya y diga que murió por fuerza contundente si necesito dispararle, ¿entendido?

    Asintieron de nuevo.

    —Vamos al sótano. Quiero que cada uno de vosotros tenga suficiente potencia de fuego para detener esa camioneta.

    El detective Moses apartó la mirada de la ventana y miró al sheriff. —¿Significa eso armas pesadas?

    —No, significa armas muy pesadas. Solo las escopetas, las automáticas y las semiautomáticas. Llenad los maleteros con eso.

    Los ayudantes marcharon hasta el sótano para abastecerse.

31 - En la casa de la mamá de Clay

    Clay se dio la vuelta cuando amaneció y se acurrucó en la cama junto a la cosa cálida y suave a su lado. Y luego gritó y saltó de la cama, llevándose algunas de las sábanas con él.

    Bob se hundió más profundamente bajo las mantas que quedaban.

    —Jesús. ¿Cuánto tiempo llevas ahi?

    Bob murmuró aturdida bajo una almohada.

    —¿Qué?

    La almohada se levantó un poco. No lo suficiente para que Clay la viera, pero lo suficiente para saber que ella lo estaba mirando. Y de repente notó que tenía un problema vergonzoso. Uno que desaparecería en unos minutos, pero que se estaba haciendo evidente. Agarró las mantas de donde las había dejado caer al suelo y se cubrió.

    Bob soltó una risita. —Buenos días, - dijo.

    —Buenos dias. Clay hizo una pausa, dejando que aquello calara. —¡Oh! ¿Ya sabes hablar?

    —Poco, - dijo ella.

    —Bien. Tenía una forma de vida de otro planeta en su habitación, alguien que poseía una tecnología muy superior, alguien que podía responder algunas de las preguntas más desconcertantes de la vida. —¿Estás desnuda ahí abajo?

    —Mmhmm, - amortiguado por debajo de la almohada.

    —¿Puedo, puedo verte? ¿Desnuda? —Ajá.

    Clay estaba confundido. Ella estaba desnuda en la cama junto a él. Anoche Bob se había quitado la camiseta. Tímida no era. ¿Porqué ahora? Aun así, Clay decidió no presionar. Había aprendido que las mujeres humanas no tenían ningún sentido. ¿Por qué las mujeres alienígenas iban a ser diferentes?

    —Luz. Brillante.

    Clay miró su Lite-Brite mostrando su última versión de StrongBad de Homestarrunner.com. Luego miró hacia su ventana. Las persianas estaban cerradas, pero las cortinas estaban abiertas. Él las cerró y ella se quitó las mantas de un puntapié.

    Bostezó y se estiró, se puso en pie, sonrió y se acercó a su burka. El vergonzoso problema de Clay no desaparecería pronto, excepto que su madre abrió la puerta.

    —¿Clay, cariño? Te cociné un poco de, oh, oh cielos. No sabía que aún tenías invitados. Ella miró al suelo. —Lo siento. Es culpa mía. Debería haber llamado. ¿Le gustaría desayunar a tu invitada? - No esperó una respuesta, nerviosa. —Está bien, iré a cocinar un poco más. Retrocedió hacia la puerta, golpeándola accidentalmente con el pie y abriéndola un poco.

    —¡Hola! - Bob mostró una radiante sonrisa.

    —Oh, hola, - murmuró la madre de Clay, aún retrocediendo por la puerta mientras bajaba la vista. —Mucho gusto. El desayuno estará listo pronto, cariño. Cerró la puerta detrás de ella.

    Clay estaba aterrorizado.

    —¡Comer! - Bob volvió a sonreír mientras se tapaba la cabeza con el burka.

    Mona, sexy y extraterrestre. Clay estaba enamorado. Aterrado, avergonzado y enamorado.

    —Comer e irnos, - dijo desde debajo del velo. —Encontrar bolas.

    Clay miró hacia abajo. Aún se estaba cubriendo. —¿Qué?

    Bob se echó a reír con una linda carcajada. —Comer, ir a buscar bolas.

    —Ah, ¿estás buscando algo?

    Ella asintió.

    —Vale. Clay fue a abrir la puerta, luego vaciló. Definitivamente no quería enfrentarse a su madre.

    Entraron en la cocina y su madre estaba terminando de colocar una silla extra en la mesa. —Aquí tienes, cariño. Miró hacia arriba y se quedó momentáneamente desconcertada por el burka negro de Bob. Ella apartó a Clay a un lado. —¿Qué lleva puesto?

    —Oh, uh, es un disfraz, mamá. Es lo único que tenía limpio.

    —¿Qué? - Ella lo miró con una mezcla de incredulidad e indignación.

    Clay pensó rápidamente. —Estuvimos en una convención anoche y se derramó ponche de frutas por toda la ropa.

    La madre se lo creyó, asintiendo y mirando hacia loa fogones. Se volvió un poco más dócil, algo a lo que Clay no estaba acostumbrado. Habló en voz baja, insegura. —¿Pensé que habías dicho que era alérgica a la luz del sol?

    Clay recordó haber dicho eso anoche. ¡Él había estado en lo cierto! Bob no debía de estar acostumbrada a un sol brillante. Trató de cubrirse a sí mismo. —Sí, lo es, pero por eso eligió ese disfraz. Se supone que es una klingon. Sabía que ella no tenía ni idea de cómo se suponía que debía ser un klingon.

    La madre continuó hablando en voz baja, charlando con ella misma. —Oh, está bien entonces. ¿Tenéis vosotros dos mucho planeado hoy? Bien, bien. Que os divirtáis.

    En la mesa, Bob ya estaba comiendo. Y para la feliz sorpresa de Clay, Bob estaba usando cubiertos. Aunque deslizar la comida bajo el velo le costaba un poco de trabajo.

    Clay miró a su alrededor y se dio cuenta de que todas las ventanas estaban abiertas. Pensó que si no fuera tan brillante, tal vez Bob podría quitarse el velo, así que corrió y cerró rápidamente todas las persianas y corrió las cortinas.

    Ella respondió mirando hacia arriba y liberando la cabeza, dejando que su cabello cayera sobre los hombros y sonriendo coquetamente a Clay. Pero no se detuvo solo con su velo. Segundos más tarde se puso en pie y liberó al resto de ropa.

    La mamá de Clay se desmayó.

    Clay corrió hacia ella y se aseguró de que no rompiera nada en el camino. Al menos fue una caída suave, no un golpe sordo. Aun así, se había golpeado la cabeza contra el mostrador. Clay se inclinó para levantarla por los hombros y Bob se unió rápidamente, quien la levantó por los tobillos.

    —A su dormitorio, - gruñó Clay.

    Bob asintió.

    Clay retrocedió hasta el dormitorio de su madre. Siempre había odiado entrar allí, se sentía fuera de lugar y olía raro. La decoración era de los años setenta. Le daba escalofríos. Navegó por la puerta estrecha sin golpear demasiado a su madre, pero cuando Bob llegó a la puerta, ella se detuvo.

    —Brillante, - dijo y bajó los tobillos de su madre.

    Él posó su parte delantera en el suelo y se acercó a correr las persianas. Una vez terminado, la levantaron y la pusieron en la cama.

    Bob aún estaba inclinado sobre ella cuando la madre despertó.

    Parpadeó. —¿Clay? ¿Cariño? - Aún se estaba orientando. —¿Dónde estoy?

    —Estás en la cama, mamá. Te golpeaste la cabeza. Necesitas tomártelo con calma un rato.

    —Ah, vale. Se dio la vuelta y se encontró mirando los pechos perfectamente formados de Bob. —Oh, - dijo de nuevo y se desmayó.

    Clay hizo una mueca y miró a Bob. —Me gustan, - se encogió de hombros. —Oh, bueno. Vamos a salir de aquí. Voy a pillar mi ordenador portátil. Nos llevaremos su coche. Le dejaré una nota.

    —¡Vale! - Bob mostró una radiante sonrisa.

32 - En el Polo Sur

    El clima en la Antártida era de veinticinco grado Celsius bajo cero. Una ventisca ligera llevó el sonido de un viento suave alrededor de las montañas de nieve. Los pocos pingüinos que desafiaron el clima estaban ocupados acurrucados entre sí para mantenerse calientes y estar atentos a las malvadas focas leopardo. Uno de ellos estaba mirando hacia arriba cuando una sombra del tamaño de una manzana se acercó a ellos.

    —Ja, - pensó el pingüino. —Es un momento divertido para que caiga la noche. Oh bien. Mi turno en el centro de la manada. ¡Tengo que mantenerme caliente!—

    Si el pingüino hubiera visto una luz roja parpadeante antes, podría haberse tomado la sombra un poco más en serio.

    Como iba, la nave espacial aterrizó justo encima de ellos, aplastándolos a todos.

    Otro pingüino en un grupo a varios metros de distancia se regocijó. —¡Bien por la esposa que regresa de pesca!—

    Entonces se abrió una escotilla y el metal proyectado lo aplastó también.

    Los pingüinos restantes pululaban y aleteaban un poco. —Ese nunca me cayó bien, de todos modos, - pensó uno de ellos. Observó cómo dos figuras emergían de la nave cargando cositas cuadradas. —No parecen focas leopardo, - pensó. —¡Quizá tengan comida! - Dio un paso delante. —Ey, espera. Podría ser una foca disfrazada. Esperaré aquí y veré qué pasa.

    Los pingüinos no son los pájaros más inteligentes. No son tan tontos como los búhos, pero son estúpidos de todos modos.

33 - Aún en el Polo Sur

    Dos alienígenas altos, delgados y de color gris verdoso estaban en la rampa. Roscoe y Earl, con uniformes de manga corta, salieron por la escotilla con escáneres en la mano. La nieve azotó a su alrededor y entró en la nave. Roscoe se puso las gafas de sol mientras bajaba por la rampa. Earl hizo lo mismo. A ninguno parecía importunarle el frío.

    —¿No habiiias dicho que debería estar por aquí en alguna parte? - dijo Earl mientras alternaba entre mirar su escáner y el paisaje blanco grisáceo.

    —No lo entiendo. Deberíamos estar bastante cerca como para captar la señal. Golpeó el escáner con la mano y, como no apareció nada en la pantalla, lo golpeó contra la nave. —Deben de ser las pilas.

    —Las pilas están bien, Roscoe. Lo que ocurre es que no está aquí.

    Roscoe volvió a golpear su escáner y examinó el paisaje.

    —Aquí es donde puse las coordenadas. No lo entiendo.

    —Bueno, aquí no vamos a encontrar nada. Yo me vuelvo adentro. Earl volvió a subir por la rampa y entró en la nave.

    Roscoe maldijo y lo siguió.

    Earl estaba mirando una pantalla de computadora del tamaño de una pared en la sala de planificación de la nave. La pantalla mostraba un mapa de la Antártida. Roscoe se acercó mientras Earl le explicaba la situación.

    —Básicamente, nuestros sensores solo son lo bastante sensibles como para escanear un área de una centésima parte del tamaño de esta isla.

    —Eso está bien. No es una isla tan grande.

    —Nos llevará al menos un día, Roscoe.

    —¿Y?

    —Pues que ya vamos tarde en la entrega.

    —Exactamente. Un día más no va a hacer daño.

    —Podría.

    —Que no. Además, si tienes una idea mejor, házmelo saber. Pon la nave en automático y juguemos a algo.

    —Pero pasa otra cosa, - dijo Earl.

    —¿El qué?

    —¿Y si no está aquí?

    —Por supuesto que está aquí, - respondió Roscoe. —¿Por qué no iba a estar?

    —Porque no está por aquí cerca, ¿verdad?

    —Al parecer no. ¿Y?

    Earl se quitó las gafas de sol y le lanzó una mirada de ojos saltones. Se frotó la perilla. —Porque podría estar en cualquier parte, Roscoe. Pulsó un botón y la pantalla se alejó para mostrar todo el planeta.

    —Pues entonces llevará unos días, ¿cuál es el problema?

    —¿Que cuál es el problema? ¿¡Cuál es el problema!? ¡Que no quiero morir por un error que tú cometiste! ¡Y espero que te des cuenta de que probablemente ya estemos muertos!

    —No pasa nada, - dijo Roscoe con frialdad. —No puede matarnos más muertos que muertos. Bueno, se necesitan unos días más. Apretó un botón y un tablero con dados alienígenas reemplazó a la Tierra en la pantalla. —Pilla una bebida. ¡Tenemos unos días que matar!

34 - En la autopista 27

    Clay y Bob, que vestía burka, se dirigían a buscar a Chett y a Harry cuando sonó el teléfono móvil. Clay lo miró y maldijo. —¿Hola? - Miró a Bob por el espejo retrovisor. —Bueno, no señor. Lo siento. Hizo una mueca de nuevo. —Yo, eh... no puedo ir hoy. Se pausó. —Estoy enfermo. He estado vomitando. Se pausó de nuevo. —¿Que por qué suena como si estuviera en un coche? Porque, eh, estoy de camino al hospital.

    Cubrió el micrófono y miró a Bob, susurrando: —Es mi jefe. Se suponía que debía trabajar hoy en RadioWorld.

    Luego, volviendo al teléfono y sonando enfermo, —Todo va bien, señor, salvo que estoy enfermo. ¿Por qué? - Hizo una pausa para recibir la respuesta. —¿La policía? ¿Buscándome? No que yo sepa. Sí, señor. Sí, señor. ¿Que no vaya al doctor? No hay problema. De acuerdo, adiós. Colgó y miró a Bob. —Creo que voy a enfermar de verdad.

    —Lo siento, - dijo Bob. Extendió su mano enguantada para hacer la mímica de sostener algo. —Ordenador. Se señaló la mano. —Mi ordenador.

    Clay, de aspecto muy pálido, la miró lentamente.

    —¿Tienes un ordenador? ¿Es eso lo que estás buscando?

    —Ajá. Y bolas, - respondió ella.

    Y bolas, por supuesto. Clay puso los ojos en blanco.

    —¿Dónde está tu ordenador?

    —Bosque. ¡Bum! - Hizo un movimiento deslizante con una mano y la golpeó con la otra.

    —¿Dónde te estrellaste?

    —¡Mexcitaste!— dijo ella.

    —No, te estrellaste.

    —¡Mexcitaste!

    —No, tienes que decir «Me estrellé».

    —¡Mexcité!

    —Oh, Dios mío.

    Clay hizo una curva pronunciada en una curva de la carretera y se topó con un zombi, el cual subió por el capó y aterrizó en la afilada plataforma hecha por la ventana aplastada. Clay gritó y frenó de golpe, desalojando parcialmente a los muertos vivientes que se agitaban por el parabrisas.

    El coche se detuvo en el arcén de la carretera. Clay, aún gritando, se desabrochó el cinturón de seguridad, apoyó las piernas en el trasero del zombi que estaba atravesando el parabrisas y pateó con todas sus fuerzas, liberando aún más al zombi. Este rodó sobre el capó y gimió.

    Clay, aún gritando, giró las piernas, puso el coche marcha atrás y aceleró. El zombi salió rodando del coche y cayó al suelo al mismo tiempo que Clay miraba por el espejo retrovisor y veía acercarse una gran camioneta de dieciocho ruedas. Tocó el claxon lo bastante fuerte como para poner el coche marcha adelante y volver a pisar el acelerador. Giró rápido hacia la derecha, poniendo el coche en el arcén, y giró rápidamente hacia la izquierda para evitar bajar por un pequeño terraplén y no chocar con algunos árboles. El volantazo a la izquierda empujó al zombi directamente en el camino de la camioneta de dieciocho ruedas que, incluso después de haber disminuido la velocidad, hizo picadillo al ofensivo bicho.

    Clay se estremeció cuando el cuerpo crujió bajo los chirriantes neumáticos. La camioneta de dieciocho ruedas se hundió en la carretera. Clay observó con horror cómo se detenía. El conductor saltó fuera gritando.

    Clay optó por no esperar el drama que siguió. Hizo girar el Buick, se dirigió hacia el otro lado y salió a todo gas. Tres segundos después determinó que no conseguía mirar por el enorme agujero dejado en su coche por el zombi ni por la resultante telaraña de cristales rotos que había sido antaño su parabrisas, así que bajó la ventanilla del lado del conductor y asomó la cabeza.

    Quiso maldecir, llorar, gritar y vomitar, pero su instinto de huida finamente perfeccionado estaba en plena vigencia. Su única misión en la vida era alejarse lo más posible de la escena. Tenía que regresar por la autopista 27 durante casi diez millas para llegar a la carretera más cercana a casa de Chett y Harry.

    Lo que significaba que necesitaba tomar la carretera secundaria, porque sería cuestión de minutos antes de que la policía llegara a la escena y, gracias a Chett y a Harry, ya lo perseguían de todos modos. Había confiado en olvidar el incidente con la autocaravana el otro día en Atajo Milla Nueve. Cuando había despertado tras estar inconsciente, aquello le había parecido una pesadilla. Pero ahora, cada vez que parpadeaba ante el viento en su rostro, veía aquella cabeza apoyada en el parabrisas de la autocaravana, parpadeando y mirándolo.

    Lo único que quería era un viaje agradable y pacífico hasta el remolque con su excitante chica espacial (¡los chicos del trabajo no se lo iban a creer!) Y encontrar el ordenador.

    Ahora acababa de confirmar que su pesadilla de ayer no había sido una pesadilla en absoluto y que de hecho había arruinado el coche de su madre en el proceso.

    No obstante, logró llegar al desvío y salir de la carretera antes de oír las sirenas. Con suerte, estaría a salvo.

35 - Atajo Milla Nueve

    —Cielo santo. ¡Están por todas partes! - Harry no sabía aún qué subestimación resultaría ser.

    Había pasado un poco más de media milla desde el atropello del último zombi. Aún estaban hablando de eso cuando otro salió corriendo del bosque. Chett reaccionó por instinto y esquivó con la caravana, recortando la macabra figura grasienta y enviándolo de vuelta a la línea de árboles.

    Harry se agarraba al salpicadero con una mano y a su rifle con la otra. —¿Por qué te has apartado? Creí que intentábamos matarlos, - dijo.

    —Y así es. Es que no sabía lo que era. Instinto.

    —¿De dónde salen? - Preguntó Harry.

    —Si tuviera que adivinar, yo diría que de todos esos cementerios de iglesia por aquí.

    —Hay otro ahí arriba, - señaló Harry.

    Chett miró hacia adelante y vio a la criatura unos cientos de metros, y ya estaba apuntando hacia ella cuando gritó y se desvió repentinamente hacia la izquierda. Harry había estado tratando de ver a la cosa y, por tanto, no había visto el feo y manchado Buick de ventanillas rotas que se abalanzaba por una pequeña carretera de conexión.

    —¿Qué? ¿Qué es eso? - Preguntó Harry y miró a su alrededor.

    —Un coche. Tú sigue, dispara al zombi. Yo me encargo de eso. Chett bajó la ventanilla, agarró una escopeta y sacó el cuerpo por encima del techo de la caravana para apuntar al destartalado coche.

    —¡Mierda! ¡Mierda! ¡No dispares! ¡No dispares! ¡Soy yo, Clay! - gritó Clay desde el interior del coche.

    —¿Clay? ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

    —¿Podemos hablar de eso más tarde?

    —Sí, claro,” le gritó en respuesta; —pero puede que quieras dar la vuelta. ¡Tenemos un problemilla aquí!

    Harry se asomó a la ventana y apuntó a algo que tenía delante, disparó y recargó.

    —No puedo volver. ¡Tengo mis propios problemas!

    Chett miró adelante brevemente. Volvió a mirar al coche. —Bien, síguenos. Mantente cerca y ten cuidado. ¿Tienes un arma?

    —¡No!

    Chett se acercó a la ventanilla del Buick. Un segundo después, Harry saltó con una escopeta desde el lado del pasajero de la autocaravana y corrió hacia el coche.

    —Escucha, esto es... dijo mientras le entregaba el arma a un Clay muy nervioso, —¡No le apuntes a ella! - Gritó y empujó el arma hacia el parabrisas. —Ahora escucha, como estaba diciendo, esto es un arma grande, ¿de acuerdo? Solo sirve para distancias cortas, aunque es muy buena. Aquí hay una caja de cartuchos. Por Dios, esfuérzate mucho por no dispararnos. Quédate detrás de nosotros y déjanos hacer la mayor parte del rodaje. Si ves algo cerca de ti a lo que nosotros no podamos disparar; entonces, y solo entonces; disparas. ¿Entendido?

    —Sí, señor, - dijo Clay dócilmente. Estaba temblando.

    Harry corrió de regreso a la autocaravana y saltó mientras Chett comenzaba a conducir. Clay se volvió detrás de ellos y los siguió tan de cerca como pudo.

    Bob le quitó la escopeta. —Tú conduces. Yo disparo.

    —¿Sabes usar una de esas?

    —Ajá, - asintió.

    —Excelente.

    Las siguientes millas fueron agitadas para la autocaravana, ya que se detenía de vez en cuando para eliminar a un zombi o se desviaba para atropellar a otro. Clay odiaba más a los zombis atropellados porque no podía ver cuándo iba a suceder. Lo único que veía era rebotar la autocaravana y que tenía menos de tres segundos para reaccionar ante el cuerpo que saldía disparado por debajo hacia él.

    Clay miró por la ventanilla del pasajero y vio que algo saltaba del bosque cerca de ellos. Gritó cuando Bob sacó la escopeta por la ventanilla y disparó. Trozos de zombi volaron hacia el bosque detrás de él. El zombi aún estaba en pie mientras el Buick se alejaba.

    Con menos de una milla por recorrer, la autocaravana atropelló a otro. Con el limitado tiempo que tenía para reaccionar después de que la autocaravana los golpeara, Clay había estado tratando de atropellarlos con los neumáticos o esquivarlos del todo. Este lo atrapó en el centro del coche. El zombi se dobló y se agarró al capó. Clay gritó de nuevo al pisar el freno y el zombi resbaló por el capó. Lo derribó, lo vio desaparecer debajo del coche y esperó el golpe que indicaba que el cuerpo había salido. En vez de eso, oyó con creciente inquietud el sonido del roce que indicaba que estaba arrastrando un cuerpo por la grava.

    Redujo la velocidad hasta detenerse y el roce se detuvo con ello. Clay puso el coche en reversa y trató de liberarlo en esa dirección, pero fue en vano. Maldijo y puso el coche en primera de nuevo, tratando de alcanzar la caravana. A medida que aceleraba, el ruido sordo debajo del coche se hacía más fuerte. Aunque intentó dar volantazos a izquierda y derecha, el ruido permanecía. Sus dos opciones eran salir del coche y lidiar con ello, o ignorarlo durante el resto del viaje.

    Fue la media milla más larga que había conducido en su vida.

    Una vez que llegaron al campamento, Chett y Harry saltaron de la autocaravana y corrieron hacia la camioneta.

    Clay les gritó. —¡Esperad! ¡Esperad! ¡Hay uno debajo de mi coche!

    Harry corrió hacia el Buick con una llave en una mano y una escopeta en la otra mientras Chett abría el capó de la camioneta. Clay observaba desde el interior del coche mientras Harry se inclinaba frente a él, soltaba una maldición y saltaba hacia atrás. Retrocedió unos pasos y gritó: —Um, sí, tienes un zombi debajo del coche, tranquilo. Lanzó la llave inglesa al aire y la atrapó. Habló lentamente, con un acento exagerado. —Te lo puedo arreglar, pero va a salir caro. Sí. Volvió a girar la llave inglesa.

    —¿En serio, tío? ¿Está ahí debajo?

    Harry se inclinó de nuevo. —Sí, pero está bastante bien. No se mueve, así que supongo que está muerto. Probablemente puedes salir. Estarás bien.

    Clay abrió la puerta lentamente y miró al suelo en busca de algún signo de zombi. —¿Cómo le voy a explicar esto a mi madre? - se quejó.

    Bob siguió el ejemplo de Clay y abrió la puerta, saltando y caminando hacia la camioneta. Clay abrió la puerta lo más que pudo y se paró en la parte inferior del coche cerca del asiento, usando la puerta y el techo como apoyo. Supuso que un salto de un metro lo dejaría lo bastante lejos.

    Cuando se dio la vuelta para saltar, algo sobresalió de debajo del coche y se envolvió con fuerza alrededor de su tobillo. Clay gritó cuando ese algo empezó a tirar de él, y miró hacia abajo para ver una mano gris, hinchada y escamosa, apretando cada vez más fuerte. Aún gritando, comenzó a alternar entre patearlo con la pierna libre y tratar de liberarse la pierna atrapada.

    Finalmente, con un repugnante chasquido, su pierna se liberó con fuerza, tirándolo al suelo junto al coche. No perdió tiempo, Clay comenzó a arañar el suelo con manos y pies, volteándose para seguir pateando al zombi que temía que aún lo perseguía, y luego volteándose para mantener la distancia entre él y el coche.

    Chett y Harry corrieron y levantaron al jadeante pero gritante Clay. —Oh, Dios mío, - dijo Clay entre respiraciones. —¡Tenemos que matarlo! - Miró abajo y comenzó a gritar y patear de nuevo, con la fuerza suficiente para liberarse del agarre que Chett y Harry tenían sobre él.

    —¡Tío! ¿Qué pasa? ¡Relájate! - Harry corría detrás de Clay, quien, en su terror ciego, corría de vuelta al coche.

    —¡Tiene mi pie!

    Chett pasó junto a Harry y placó a Clay. Lo sostuvo contra el suelo y le gritó órdenes a Harry. —Por el amor de Pedrín, quítale eso de encima.

    Harry cayó al suelo y envolvió la pierna cargada de manos de Clay debajo de su brazo. La otra pierna aún pateaba salvajemente. —¡Clay! ¡Tranquilo! ¡Auch! - Luego a Chett, quien aún sostenía la mitad superior de Clay en un abrazo de oso. —Haz que pare. ¡Me está dando patadas en los riñones! ¡Auch!

    Chett agarró a Clay aún más fuerte, haciéndolo jadear por falta de aire. Habló con calma. —Clay, estás bien. Cálmate. Te noquearé si es necesario. Harry reventará al zombi de inmediato, ¿de acuerdo? Pero tienes que quedarte quieto.

    Clay se calmó lo suficiente como para que Harry comenzara a tirar de la mano. Esta no se movía. Sacó su enorme navaja del bolsillo y se volvió hacia Chett. —Voy a tener que cortar.

    Clay, siendo capaz de ver solo la espalda de Harry mientras sostenía sus pies, asumió lo peor y comenzó a gritar y patear de nuevo.

    —¡Auch! ¡Maldita sea, Clay, eso no es nada inteligente cuando alguien tiene una navaja en las manos! Voy a cortarte esta mano, no el maldito pie.

    Bob se acercó a Clay y se sentó a horcajadas sobre él, abrazándolo contra su pecho. Clay se calmó de inmediato.

    —Gracias, - murmuró Harry.

    —¡De nada! - Bob sonrió.

    —¿Sabe hablar? - Chett se sorprendió.

    —Hmm hmm, - murmuró Clay entre sus pechos.

    De vuelta a los pies de Clay, Harry estaba tratando de liberar la mano. Cada vez que tomaba la mano, solo lograba arrancar una capa de carne podrida. —Oh, tío, esto no va bien. Miró hacia la camioneta y luego de nuevo a Chett. —Ey, lánzame tus guantes de trabajo. Esto da asco.

    Chett miró a Clay y relajó su agarre. —¿Estás bien?

    —Hmm hmph, - murmuró Clay.

    Chett corrió hacia la camioneta y le arrojó los guantes a Harry, quien se los puso y comenzó a luchar con la mano.

    —Tío, esta cosa te tiene en control mortal.

    Clay escuchaba con continuo horror cuando oyó un fuerte chasquido. Harry le pasó un dedo por encima del hombro. —Bueno, tendremos que hacerlo de otro modo.

    Cuatro repugnantes chasquidos y dedos agitados más tarde, Clay estaba libre. Harry y Chett rodearon la mano.

    —Aún se mueve, - advirtió Chett.

    —Te lo dije. Cuesta matar a estos bichos.

    —Oye, Clay, ¿quieres venir a ver esto? - Se volvió para mirar a la pareja que seguía tendida en el suelo. —¿Clay?

    —Hmm no.

    —¿Ha dicho «no»? - Preguntó Harry.

    —Eso creo.

    —No puedo culparlo. Hay mejor vista donde está.

    Chett levantó su gran bota de trabajo y la bajó, rápida y repetidamente, sobre los dedos que se movían. —Arreglado, Clay, estás a salvo.

    —Mmph kmph.

    —Clay, ya puedes levantarte.

    —Mmph.

    —La mano está muerta.

    —Mmph.

    Esta vez, Harry habló. —Clay, venga. Puede que haya más en nuestro camino.

    —Mmph.

    —Oh, por Dios. Chett, vamos a arreglar la camioneta. Estaré atento a los zombis.

    Dejaron a Clay y a Bob con burka en un extraño abrazo y se dispusieron a hacer que la camioneta volviera a funcionar.

    —¿Sabes?, - dijo Chett a Harry mientras caminaban, —he perdido la esperanza de que algo tenga sentido. Yo diría que esos dos juntos son muy raros, - señaló a Clay y Bob; —pero eso es lo normal en la zona rural últimamente. Pásame las bujías. Arreglemos esta camioneta y vayamos a casa. Yo conduciré la camioneta, tú conduce la autocaravana. Dividiremos la munición al cincuenta por ciento entre los dos.

36 - En la autopista 27

    El sheriff Barrack, el detective Moses y Wally acababan de llegar a la camioneta de dieciocho ruedas que estaba cortando el tráfico en la carretera, y salieron del coche cuando el olor los golpeó.

    —¡Puaj! - Wally se llevó un pañuelo a la nariz. —¿Qué es eso?

    El sheriff agarró su propio pañuelo, pero el detective Moses no tenía la suerte de tener uno, así que hundió la nariz dentro del codo.

    —Eso es carne podrida, muchacho, - respondió el sheriff.

    Examinaron la escena mientras se acercaban al conductor. El tráfico estaba parado en media milla en ambas direcciones. Wally miró por debajo de los neumáticos y vio lo que le parecía un trozo de carne de hamburguesa de doscientas libras. Trató de no marearse.

    El sheriff se acercó al conductor de la camioneta. —¿Qué diablos atropellaste?

    —Oh... Dios... El conductor tartamudeó. —No sé. Había un coche, y lo golpeó, quiero decir, lo golpeó a él, o a ella, o a lo que sea...

    —Ve al grano, muchacho,” ordenó el sheriff.

    El detective Moses tosió. —Sea suave con él, sheriff.

    El sheriff se puso más rojo de lo que ya estaba. —¿Estás tú al mando aquí? Cállate, Moisés. Luego, volviendo al agitado conductor, —Continúa. ¿Qué pasó?

    —Un coche marrón. Estaba delante de mí y dio la vuelta en esa curva de ahí. Para cuando llegué aquí, se había detenido y estaba retrocediendo. Pensé que iba a chocar con él, así que toqué el claxon, frené y traté de pasar al otro carril, y él se salió de la carretera, pero había un tipo o lo que sea parado en el arcén, simplemente parado allí, un poco estúpido, como si estuviera borracho o algo así, y el coche, el coche marrón, tenía el parabrisas destrozado, bueno, pues vuelve al carril para esquivarme y termina atropellando a ese tipo... arrollando a ese tipo... directamente contra mí.

    Wally pudo ver que el tipo estaba tratando de no llorar o de no marearse.

    El sheriff Barrack y el detective Moses, aún tapándose la nariz, miraron debajo de la camioneta. Las moscas estaban por todas partes.

    El sheriff miró al conductor. —¿Cuánto tiempo hace que sucedió esto? Acabamos de recibir la llamada.

    —Hace solo unos minutos.

    —¿Estás de broma?, - resopló. —Esa cosa lleva días muerta.

    —No, señor,” respondió el conductor. —Estaba parado cuando ese coche lo atropelló.

    —Ya, - resopló de nuevo. —¿Dónde está ese coche?

    —Se fue, oficial.

    —¿Puedes describirlo?

    —Sí, señor. Quiero decir, un poco. Yo intentaba no chocar con lo que fuese eso, así que no pude verlo muy bien. Pero era un Buick marrón, modelo antiguo. Como un Regal.

    —¿Echaste un vistazo a la matrícula?

    —No, señor, pero no debería ser difícil de encontrar. Su parabrisas está bastante destrozado. Quiero decir, no solo agrietado, sino seriamente aplastado.

    —¿Echaste un vistazo a quien conducía?

    —Parecía que había dos personas en el coche, señor. Después de chocar con esa cosa, había un tipo conduciendo y tenía la cabeza fuera del parabrisas. Era un chico joven, tal vez un adolescente, no podría decirlo. Tenía gafas. Cabello negro. Pinta de empollón.

    —Despeje la escena, - dijo el sheriff. —Wally, ve y haz que se den la vuelta y regresen por el otro lado. Haz que se desvíen. Conduce mi coche hasta allí y bloquea la carretera con unos conos. Cuando termines en esa dirección, regresa por el otro lado y haz lo mismo con esos coches. ¿Comprendes? Moisés, ¿qué tipo de coche conduce ese chico?

    Moses comprendió que el sheriff se refería a Clayton Hensworth. —Conduce un Civic, señor. Lo encontramos en el camino, ¿recuerda?

    —Cierto. Un Civic, no un Buick. ¿Lo hemos encontrado ya?

    —No, señor, pero estamos patrullando la casa de su madre y su trabajo. Hasta ahora no hay rastro de él.

    —¿Qué hay de su madre?

    —No creo que esté en casa, señor, - respondió el detective. —No hay coches en el camino de entrada.

    —Bueno, no sé por qué, pero creo que el chico del Buick es el chico que buscamos. Llámalo corazonada.

    El detective Moses sabía lo acertadas que eran las corazonadas del sheriff. —Estaremos atentos.

    —Bien. Ahora agarra esa pala y embolsa ese montón de hamburguesa podrida que hay debajo. Haremos que el forense lo examine en «horas libres». ¿Entendido?

    Moisés lo entendió bien. El forense trabajaba para el sheriff.

    El sheriff se volvió hacia el conductor de la camioneta. —Mira, no sé lo que golpeaste, pero en lo que a mí respecta, no lo mataste tú. Maldita sea, solo el olor de esa cosa me dice que no es una muerte reciente. Dices que era una persona, pero podría haber sido un viejo cadáver de venado que alguien estaba arrastrando.

    El conductor de la camioneta miró las casi doscientas libras de carne debajo de la camioneta de dieciocho ruedas. —¿Señor?

    —Quizá estaba enfermo o algo así. ¿Vas a discutir conmigo?

    —No, señor.

    —Eso pensaba. Hay una grúa en camino, así que espera. Limpiaremos este desastre y podrás irte. Dile una palabra sobre esto a alguien y me aseguraré de que sea lo último que digas. ¿Comprendes?

    El conductor asintió en respuesta.

    —Bien.

    El sheriff Barrack dio media vuelta y se acercó al detective Moses. Se apretó aún más el pañuelo contra la nariz mientras hablaba. —Si era Clayton el de ese coche, se dirigía en esa dirección. ¿Adónde iría?

    El detective Moses jadeó. —Podría estar saliendo de la ciudad.

    —¿Se dirigía al sur? ¿Qué hay al sur de aquí? Nada más que un montón bosques y pastos para vacas. La siguiente ciudad está a veinte millas y es incluso más pequeña que esta.

    —¿Cree que se dirige al campamento de caza? - Preguntó Moisés.

    El sheriff lo pensó. —No estaría de más comprobarlo. Si su parabrisas está tan roto como dijo, entonces quienquiera que esté en ese coche no llegará demasiado lejos. Termina de limpiar. Llamaré al sargento Parker para que recoja esto y lo lleve al forense. Consigue a alguien que vaya a la casa de la señora Hensworth y que vigile allí. Yo pondré un boletín a todas las unidades y luego iremos al campamento. ¿Entendido?

    Moisés entendió.

37 - En el Polo Sur

    —Mira, bastardo borracho, esto no va a ninguna parte. Earl se alejó tambaleándose de la pantalla del ordenador, donde había estado tratando furiosamente de concentrarse en las líneas entrecruzadas y los garabatos que formaban el mapa de la Antártida.

    —¿Borracho? ¿Borracho? - La voz entrecortada de Roscoe adquirió un tono más agudo. —El borracho eres tú.

    —Oh, cállate. Mira, hemos terminado de peinar toda la isla. No está aquí. Y si no está aquí, - Earl hizo una pausa para pulsar un botón que hacía que la pantalla de la computadora mostrara un mapa de la tierra; —podría estar en cualquier parte. Incluso bajo el agua. Movió la cabeza para concentrarse furiosamente en Roscoe. —Seguro que moriremos si buscamos por todas partes. Demasiado tiempo. No hay tiempo suficiente. Pensó que iba a marearse.

    —Apañemos algo, - dijo Roscoe.

    Earl estaba extremadamente dubitativo. —¿Qué tienes en mente?

    —Bueno, de camino aquí, ¿no percibiste unas oleadas de energía provenientes de esos satélites antiguos?

    —Sí. ¿Y?

    —Pues que el hecho de que esas cosas sean antiguas para nosotros no significa que lo sean para las criaturas que viven aquí. Puede que sean completamente nuevas para ellos.

    —¿Has visto a las criaturas de aquí? Bajitas y estúpidas. Narices feas. No tiene el sentido común de alejarse de una escotilla que se abre. Es un milagro que hayan conseguido siquiera poner algo en órbita.

    —Bueno, no echarán de menos uno. Lo tomaremos prestado y veremos si podemos ajustarlo para buscar nuestra carga.

    Earl cerró un ojo para no ver a dos Roscoes. —Puede que esa sea la idea más inteligente que hayas tenido.

    —¿Te atreves a dudar del gran Roscoe? - Dijo mientras estiraba los brazos y tropezaba con una silla. —¡Computadora! - ladró. —¡Computadora!

    Una voz agitada femenina llenó la habitación. —¿Sí?

    —Sácanos de aquí.

    —Bien. ¿Adónde?

    —Encuéntranos un satélite que pedir prestado.

    La computadora se apagó para hacer su trabajo.

    Earl se sostenía la cabeza sin dejar de mirar a Roscoe. —¿Porqué ella? - No podía soportar la personalidad que Roscoe le había asignado a la computadora.

    —Me recuerda a mi esposa. Así que cada vez que siento nostalgia, recuerdo por qué es mejor estar aquí. Será mejor que te sientes.

    No tuvieron oportunidad. La fuerza centrífuga de la nave lanzadera los ancló al suelo.

    La molesta voz volvió a sonar. —Deberíais haberos sentado.

38 - En el remolque de Chett y Harry

    —Gracias, Señor. Harry aceptó la bebida fría que Chett le acababa de dar. —La carrera comienza en solo un minuto.

    Después de los últimos días ocupados, el variopinto grupo de cuatro se había refugiado en el remolque, sin querer nada más que tomarse un descanso de la locura. Clay y Bob estaban en la cocina tratando de freir a la parrilla sándwiches de queso (Clay había perdido para siempre el gusto por los perritos calientes). Chett y Harry estaban sentados en lados opuestos de su andrajoso sofá viendo la liga Busch NASCAR.

    Harry miró hacia la cocina y vio a Bob. —¿Por qué siempre tiene que llevar puesta esa cosa? ¿Es que es musulmana?

    Clay se apresuró a responder desde la cocina. —Es alérgica a la luz del sol.

    —¿Dónde aprendió a hablar?

    —Aprendió ella sola.

    Harry recordó lo bien que se veía ella sin el burka. —Bob, ¿verdad? Puedes venir a sentarte aquí cuando termines. Dio unas palmaditas en el sofá.

    Bob lo miró. Harrt no podía verle el rostro para saber si ella estaba sonriendo o no.

    Clay trató de actuar como si aquello no le molestara. —No puede. Después de comer tenemos algunas cosas que hacer.

    —¿Tenemos algunas cosas que hacer? ¿Qué diablos vais a hacer vosotros dos? - Harry miró por el pequeño remolque. —Aquiii no hay nada que hacer más que turnarse para ver el NASCAR o vigilar a los zombis.

    —Bueno, - respondió Chett indignado mientras volteaba sus sándwiches, —eso es lo que crees tú.

    —Como quieras, - dijo Harry.

    Chett y Harry se acomodaron, se sintieron cómodos y se concentraron en la carrera. Estaban animando en voz alta un accidente bastante desagradable cuando la televisión mostró nieve. Chett se detuvo en medio de los vítores, con las manos aún en el aire. —¿Qué demonios? - Se acercó a la tele y aplicó la clásica maniobra de reparación de un televisor roto: lo golpeó de lleno en la parte de arriba. La imagen parpadeó un poco, pero todo lo que pudo ver fue nieve.

    —La televisión funciona bien, - dijo Harry, —es el satélite lo que va mal.

    Chett revisó los cables de la parte posterior del televisor. —Todo parece estar bien.

    —Afuera, Chett.

    —Maldita sea. Miró a su alrededor. —¿Adónde han ido? - Clay y Bob estaban notoriamente desaparecidos. —¿Clay? ¿Bob? - Caminó hasta la parte trasera de la caravana y conprobó tanto los dormitorios pequeños como el baño. Vacíos.

    Harry y él tomaron las escopetas y se asomaron por la puerta principal. No podían ver la antena parabólica, pues estaba en el costado del remolque.

    —¿Ves algo? - Harry susurró.

    —No. Déjame mirar por la ventana de mi habitación y ver si hay algo ahí fuera. La ventana del dormitorio de Chett ofrecía una vista maravillosa de la parabólica.

    Harry lo oyó maldecir y miró con curiosidad mientras su amigo salía furioso del dormitorio, murmurando. —¿Qué diablos creen que están haciendo?

    —¿Qué?

    —Clay y esa tonta de las sábanas están trasteando con la antena.

    —Tal vez intentan arreglarla, - respondió Harry.

    —¿Estás de broma? Son ellos quienes han arruinado la sennnal. Y yo soy el que puede salir y arrastrar sus estúpidos traseros de regreso aquí.

    —Buena suerte, - resopló Harry.

    Perra, pilla tu arma. Te vienes conmigo.

    Harry suspiró y se puso en pie, sacudiendo la cabeza.

    Afuera, Chett y Harry notaron la ausencia de zombis vivos. Uno de los muertos yacía desplomado contra el remolque, aunque aún estaba temblando. El zombi sin cabeza del camino de entrada también estaba aún retorciéndose o, al menos, retorciéndose de lado, y no iba a ir a ninguna parte.

    —Creo que los tenemos todos, - dijo Harry.

    —Hhmph, - resopló Chett. Escuchaba atentamente cualquier sonido que pudiera oír. La brisa susurró un poco, llevando un poco de los murmullos de Clay y Bob. Tanto él como Harry, que estaban bastante en sintonía con la naturaleza, notaron el inquietante silencio. Sin pájaros, sin perros, nada.

    Chett se acercó sigilosamente a la pareja y se paró a menos de un pie de Clay. Susurró en voz alta. —¿Qué diablos te pasa? ¿Tienes un deseo de muerte? susurró él. —Si una de esas cosas no te mata, lo haré yo por arruinar mi televisor. Chett miró el satélite y gimió. Montado en la bocina estaba el microondas de Chett, más pegado con cinta adhesiva que de costumbre. De él colgaban cables de diferentes tamaños y colores. Algunos se dirigieron a una caja de la que salía un solo cable. Chett lo rastreó hasta una computadora portátil que estaba en el suelo.

    Aún con la boca abierta, miró a Clay.

    —Siento lo de tu microondas, - susurró Clay. —Sé que es la única forma de obtener nutrición. Y siento lo de tu satélite, pero Bob lo necesitaba.

    Chett seguía sin habla, así que Harry habló por él. —¿Para qué diablos?

    Esta vez, Bob habló. —E.T. Teléfono mi casa.

    Clay se rió. —Se lo enseñé yo. Se dio cuenta de que no les hacía gracia. Dejó de sonreír. —En serio. Está intentando llamar a casa. Sorta. Clay miró hacia el cielo. —El único problema es que, bueno, solo tomará cincuenta mil años más o menos para que el mensaje llegue allí. Espera un poco que haya alguien un poco más cercano que reciba el mensaje.

    Había alguien más cercano. Recibieron el mensaje.

39 - Latitud 32.251N - Longitud -90.734O, Altitud 124 millas sobre el nivel del mar

    El humo se elevaba despacio hacia la única luz de la sala gris oscuro. Arrojaba esta una cruda palidez sobre las dos criaturas cuyas cabezas descansaban sobre la mesa debajo. Ambas estaban sentadas una frente a otra. Una de ellas estaba haciendo burbujas con saliva, la otra agitaba el brazo, golpeándose la cabeza repetidamente en un fallido intento de pulsar un gran botón rojo intermitente en la mesa.

    La voz de una mujer quebró el silencio.

    —¿Caballeros? - preguntó.

    Ninguna respuesta.

    —¿Earl? Roscoe?

    Ninguno respondió. Earl seguía moviendo la mano tratando de encontrar el botón.

    —Oh, Dios mío, - se quejó la computadora. —Tomad. El resto de las luces se encendieron y obligaron a Earl a entornar los ojos, tapábdose la cabeza con el brazo que no se agitaba, aún tratando de encontrar el botón parpadeante, aparentemente por sí solo. Roscoe aún hacía burbujas.

    Un humo amarillento entró en la cámara por las rejillas de ventilación de la pared. Roscoe y Earl se sentaron erguidos de inmediato.

    Roscoe parecía alerta, consciente y confundido. —¿He ganado?

    Earl, igualmente confundido, miró a su alrededor. —No, gané yo. Creo.

    Ambos miraron hacia abajo para notar que el botón rojo aún parpadeaba en la mesa. Ambos, aún sentados uno frente al otro, miraron el botón y uno al otro y viceversa. Y ambos, como si fuera una señal, se apresuraron a pulsar el botón y, al mismo tiempo, impedir que el otro lo hiciera. Estaban luchando sobre la mesa, cada uno tratando de empujar al otro, cuando la computadora habló de nuevo.

    —Quiero decir, miraos los dos.

    Ambos se detuvieron temporalmente, miraron a su alrededor y comenzaron a luchar de nuevo.

    —El juego ha acabado, idiotas, - dijo la computadora de nuevo. —Ahora mismo. Miraos los dos.

    Aún estaban luchando.

    —Ah, si lo queréis de ese modo. El botón dejó de parpadear y se hundió en la mesa.

    —¿Por qué has hecho eso? - se quejó Earl.

    —Sí, - se quejó Roscoe, —¿Por qué nos aguas la fiesta?

    —¿Fiesta? - replicó la voz femenina. —La próxima vez que queráis jugar a las cartas, ¿qué tal si no os salvo? ¿Eh? Seguro que reinaría mucha más sensatez por aquí.

    —Oh, no estábamos tan mal, - dijo Roscoe.

    La computadora rió disimuladamente.

    —¿Has terminado con el satélite? - Preguntó Earl cambiando de tema.

    —Bueno, si no estuvierais tan mal, entonces sabríais que no necesitamos pedir prestado un satélite después de todo. Lo acoplé y comencé los ajustes cuando recibimos el mensaje.

    —¿Qué? - Roscoe aún tenía a Earl agarrado en una llave.

    —Entró por microondas. Muy anticuada. De hecho, no la habría captado en absoluto, si no hubiese intentado oír lo que ya venía por satélite. No pude distinguir nada. Todo un galimatías, supongo. Podría decodificarla, pero ¿cuál es el problema?

    —Ve al grano, - ladró Roscoe.

    —Ah, muy bien. Si esas tenemos. Bueno, como dije, todo era un galimatías, hasta que... Ella vaciló.

    —¿Y bien? - Instó Earl.

    La computadora vaciló de nuevo. —Discúlpate, - dijo.

    —¿Por qué?

    —Tu tono, - respondió.

    —Sí, esto tiene que cambiar. Roscoe salió furioso de la habitación y se adentró en la nave.

    Para cuando Earl lo alcanzó, había montado un arma bastante grande en su pecho y alrededor de su brazo izquierdo y estaba maldiciendo.

    —Ella no me deja seguir, - gimió. El arma de Roscoe era en parte una pistola de plasma y en parte un complemento biónico. El arma era tan pesada y la raza extraterrestre de Roscoe tan delgada que se había tenido que construir un sistema de apoyo adicional. Si bien por sí sola parecía amenazadora, en el cuerpo alto y delgado de Roscoe tenía el involuntario efecto secundario de parecer muy caricaturesca. Era casi tan grande como él.

    Earl miró el arma y comprendió por qué la computadora estaba siendo terca. —Esa no es tonta, ¿sabes? Es una computadora.

    —Tendremos que usar las escaleras.

    —Dale un respiro, Roscoe. ¿Sabes cuántos vuelos son? Discúlpate y ya está.

    Roscoe lo ignoró y salió furioso por el pasillo gris, deteniéndose en la puerta de las escaleras. Empujó la manija.

    —Esa perra la ha cerrado también. Miró a Earl y luego al pasillo. —Aparta.

    —Oh, no, - dijo Earl. —Ni se te ocurra dispararle con esa cosa...

    Pero no tuvo tiempo de terminar su imperativo, porque, de hecho, Roscoe había disparado con esa cosa. Trozos de puerta en llamas yacieron esparcidos por el suelo. Unos cuantos disparos más acabaron con el resto de la gruesa puerta de metal, y Roscoe asomó la cabeza por la oscura escalera.

    —¡Luces! - Bramó.

    No pasó nada.

    —¡LUCES! - gritó de nuevo.

    No pasó nada.

    —Pero ¿qué te piensas? No quiere abrirte las puertas, ¿y crees que te va a encender las luces? No sé por qué no apaga todas las luces...

    —Buena idea, - dijo la voz femenina. Todas las luces se apagaron.

    —Cuando termine con ella, - se quejó Roscoe, —tú eres el siguiente.

40 - En la casa de la mamá de Clay

    El detective Moses llamó a la puerta y escuchó atentamente en silencio.

    —¿Hola? ¿Sra. Hensworth? ¿Alguien en casa?

    Wally observaba desde unos metros de distancia, secándose el sudor de la frente mientras el sol sobrecalentaba sus uniformes oscuros. Creyó ver aparecer un dedo entre las persianas venecianas de uno de los dormitorios.

    —Hay alguien en la casa, - le susurró a Moses.

    —¿Eh?

    Wally señaló la ventana donde había aparecido el dedo ofensor. —Me parece haber visto a alguien.

    Moisés volvió a llamar. —¿Señora Hensworth? Abra. Es la policía.

    Ninguna respuesta.

    Wally lo intentó esta vez. —¿Señora Hensworth? Tenemos noticias sobre su coche.

    Siguieron unos momentos más de silencio. Wally y Moses se dieron por vencidos y dieron media vuelta para caminar hacia su automóvil cuando oyeron el crujido de la puerta principal y una voz frágil que los llamaba.

    —¿Hola?

    Wally miró hacia la oscuridad y distinguió la silueta celeste de una mujer vestida con un batín y una bolsa de hielo en la cabeza. —¿Señora Hensworth?

    La respuesta llegó con voz frágil y temblorosa. —¿Sí?

    El detective Moses habló. —¿Conduce usted un viejo Buick Regal marrón?

    Ella los miró. —¿Quiénes son ustedes?

    —Somos ayudantes del sheriff, señora.

    Ella sostenía sin apretar mucho la bolsa de hielo en la cabeza y seguía hablando con ellos desde la oscuridad de su puerta principal parcialmente abierta. —¿Qué quieren? Ya les dije que Clay no está aquí.

    —Su coche, señora, - respondió el detective Moses. —Hemos recibido información de que su automóvil estuvo involucrado en un accidente de atropello y fuga, y nos gustaría hacerle algunas preguntas. ¿Qué tipo de coche tiene?

    Ella seguía evaluándolos con desconfianza. —Debería ser obvio el tipo de automóvil que conduzco.

    El detective Moses se subió los pantalones alrededor de su gran barriga. —¿Por qué sería eso?

    —Porque está justo allí, véalo usted mismo. Señaló alrededor de la casa hacia un camino de entrada vacío.

    El detective Moses y Wally estiraron el cuello, buscando un coche que ya sabían que no estaba allí. —Señora, allí no hay ningún coche.

    Wally notó que el detective Moses se estaba cansando de las largas pausas de la señora Hensworth. Sin embargo, se detuvo un poco más antes de responder.

    —¿Qué quiere decir? El coche está justo ahí. Ella asintió cautelosa con la cabeza cargada de hielo hacia donde los oficiales acababan de mirar.

    Wally estiró el cuello para mirar de nuevo, pero el detective Moses seguía mirando a la dama que aún se escondía parcialmente detrás de la puerta.

    —Señora Hensworth, - suspiró el hombre pesado; —No hay ningún coche aparcado en la entrada.

    Ella asomó la cabeza por la puerta y miró hacia el camino de entrada vacío. Pareció dudar un momento antes de salir lentamente por la puerta principal. A Wally le recordó a un pingüino (uno con batín azul claro y pantuflas de conejito rosa) mientras la seguían hasta el camino de entrada.

    Ella se quedó estudiando el lugar durante unos momentos antes de volverse para mirar hacia la carretera, como si el coche estuviera aparcado en otro lugar.

    —¿Dónde está? - les preguntó.

    —Confiábamos en que usted nos lo pudiera decir, - respondió Moisés.

    Ella seguía mirándolos, desconcertada.

    Wally decidió intentar descubrir de nuevo la marca del coche. —Señora, ¿qué tipo de coche conduce?

    Ella se volvió hacia él. —Ya lo sabe, ¿no es así? Un Buick. ¿Dijo que tenía noticias al respecto? ¿Dónde está? ¿Lo han robado?

    Wally estaba asombrado por la intuición del sheriff. De alguna manera había sabido que el chico que había estado buscando y el coche estaban vinculados. El coche del chaval, el Civic, debía de haberse averiado, por lo que había predido prestado el de su madre.

    —¿Hay alguna posibilidad de que se lo haya llevado su hijo? - preguntó.

    —¿Clay? ¿Por qué iba a llevárselo? Él ya tiene un coche. Cambió la bolsa de hielo a su otra mano.

    El detective Moses fue a hablar, pero Wally negó con la cabeza. Registró un breve destello de molestia en el rostro de Moses y supuso que era su frustración por haber sido anulado por un novato.

    Sin embargo, Wally continuó. —Podemos presentar una denuncia por usted, pero estoy seguro de que le gustaría tener la oportunidad de llamar a su hijo y ver si lo tomó prestado sin decírselo.

    Ella hizo una pausa, sin dejar de mirarlos, y dijo: —Sí, supongo que lo tomó prestado. Sin embargo, no veo por qué. Iré a llamarlo.

    Se alejó despacio arrastrando los pies. Moisés gruñó. Wally tenía un minuto de sobra (debido al tiempo que le tomaba a la mujer regresar a la casa arrastrando los pies), así que intentó otra pregunta. —¿Había alguien más con su hijo, señora?

    Ante esto, la mujer dejó de arrastrar los pies y pareció tambalearse un poco. Extendió su brazo libre y Wally se dio cuenta de que tenía un mareo repentino. La tomó del brazo y esperó hasta que se estabilizó para intentarlo de nuevo.

    Ella comenzó a avanzar arrastrando los pies de nuevo.

    —Con su hijo. ¿Había alguien con él?

    Ella se detuvo y volvió a marearse.

    —¿Se encuentra bien? ¿Necesitamos llamar a una ambulancia?

    Pasó un momento mientras ella volvía a estabilizarse y les hacía señas para que se fueran.

    —No, no... respondió débilmente. —Estoy bien, pero necesito sentarme unos minutos. Unos segundos más tarde, aún arrastrando los pies, preguntó: —Esto no tiene nada que ver con esos dos chicos, ¿verdad?

    Wally y Moses se miraron arqueando las cejas. Wally respondió.

    —¿Dos chicos?

    —Oh, ya sabe. ¿Cómo se llaman? Harry. Chett y Harry. Ellos dos chicos.

    El detective Moses no podía pensar en una razón por la que ellos estarían involucrados, por lo que pidió una aclaración. —¿Por qué tendría esto algo que ver con ellos?

    —Ah, yo que sé, - apartó la idea. —Pero, por lo general, si algo pasa, ellos están involucrados, ¿no es así?

    Moses gruñó y la siguió al interior.

    La cocina aún estaba oscura y las cortinas echadas, así que encendió la luz y se acercó al teléfono.

    —Oh, mire aquí. Hay una nota. «Mamá, mi amiga y yo hemos tenido algunos problemas con el coche, así que te hemos pedido prestado el tuyo. Lo devolveremos más tarde esta noche. Llámame si lo necesitas antes, pero trata de no hacerlo porque tenemos algunos recados que hacer. Perdón por lo de antes. Espero que te sientas mejor. Con amor, Clay.

    —Bueno, ahí lo tiene. La mujer se volvió hacia los oficiales. —Él tiene el coche. No es necesario denunciar su desaparición. Se detuvo a considerar algo por un momento. —Pero ¿por qué les interesa? ¿Dijo que hubo un accidente?

    Moisés habló rápidamente. —Señora, no sabemos con certeza si era su coche o no. Lo ünico que sabemos es que un Buick Regal marrón de modelo antiguo abandonó la escena de un accidente.

    Aún sosteniendo la bolsa de hielo en la cabeza, los interrogó nerviosamente. —¿Alguien resultó herido?

    Wally miró a Moses, quien siguió respondiendo. —Por fortuna, no. Pero solo intentamos obtener información. ¿Podría llamarlo?

    Ella miró la nota. —Dice que no llame...

    —Entiendo, - respondió Moisés, —pero de veras necesitamos hablar con él.

    —Oh, está bien, lo llamaré. Cogió el teléfono y marcó. Después de unos segundos, tapó el micrófono y le susurró a los oficiales. —No responde. ¿Quiere dejar un mensaje?

    Moisés respondió en un susurro. —Dígale que la llame lo antes posible.

    Transmitió el mensaje al buzón de voz de Clay y colgó. Moses le entregó una tarjeta de y le dijo que llamara a su teléfono móvil en cuanto él la llamara y que tratara de que regresara a casa.

    Se volvieron para irse, y Wally recordó la nota que decía que estaba con una amiga. —¿Puede describir con quién estaba?

    La mujer pareció desmayarse de nuevo y se sentó en uno de los baratos taburetes frente al mostrador de formica de la cocina. La bolsa de hielo resbaló un poco. Ella hizo una mueca. —Oh, Señor.

    Tanto Moses como Wally se miraron sin saber cómo proceder.

    Finalmente, habló, mirando hacia la mesa. —Sí, estaba con alguien. Estaba con alguien esta mañana. Hizo una mueca, como si decirlo doliera. —Una mujer.

    Wally la interrogó suavemente. —¿Sabe su nombre?

    La Sra. Hensworth negó con la cabeza lentamente, sacudiendo el hielo en la bolsa.

    —¿Puede darnos una descripción?

    Ella hizo una mueca de nuevo.

    Esperaron una respuesta.

    —Vestía sábanas.

    —¿Quiere decir, como una toga?

    —No. Como una de esas musulmanas.

    —¿Como un burka? - Preguntó Wally.

    El detective Moses lo miró con incredulidad.

    —¿Qué pasa? Acabo de salir de la universidad, ¿recuerda?

    Moses puso los ojos en blanco y volvió a mirar a la lamentable señora Hensworth. —¿De qué color eran las sábanas, señora?

    —Negras.

    Moses resumió la situación a Wally como si Wally no entendiera. —Así que estamos buscando al hijo y a una cómplice musulmana en un Buick Regal marrón. Se volvió hacia la señora Hensworth. —Gracias por su tiempo, señora. Y espero que se sientas mejor. Recuerde, si tiene noticias de ellos, háganoslo saber de inmediato. Que tenga un buen día.

    Y con eso, dieron media vuelta y salieron de la casa.

    Una vez que estuvieron afuera, Wally se volvió hacia el detective Moses. —El hecho de que lleve burka no significa que sea musulmana.

    El detective Moses metió su pesado cuerpo en el coche, sacudiéndolo violentamente en el proceso. Encendió un cigarrillo y bajó la ventanilla mientras salía del camino de entrada. —¿Y qué diablos iba a ser, novato?

    Wally tuvo que reconocer que tenía razón. Se perdió en sus pensamientos sobre los últimos días y perdió la concentración por la repentinamente conducción errática del detective.

    Moses ya había detenido el coche en el arcén de la carretera y saltó antes de que Wally pudiera preguntar qué estaba pasando. Puso su mano sobre su arma mientras salía del coche y vio a Moses mirando al cielo.

    Habló sin mirar hacia abajo. —¿Qué, en el nombre del Todopoderoso, es eso?

    Wally trató de seguir su mirada y no vio nada. —¿Qué?

    —Jesús. ¿No lo has visto?

    Wally trató de recordar si en verdad algo le había llamado la atención mientras pensaba. —No.

    Moses le lanzó a Wally una mirada a la que se estaba acostumbrando. —¿Cómo es que no lo has visto? Cayó sobre nosotros.

    Wally estaba exasperado. No había visto nada. —¿El qué?

    —Esa sombra de culo grande.

    Ahora que lo mencionaba, Wally sí recordó un breve destello de oscuridad. Había pensado que acababan de pasar por debajo de un puente, pero en una segunda consideración, recordó que esta carretera no tenía puentes en millas.

    Wally miró a Moses, quien de nuevo estaba mirando al cielo. —¿Vio lo que era?

    —No, pero sea lo que sea, es grande o vuela bajo, y se dirige en esa dirección. Señaló a Atajo Milla Nueve.

    —¿Pedimos refuerzos? - Preguntó Wally.

    —No. Diablos no. Si esa cosa es algo de lo que necesitemos información, nos informarán. No vamos a perseguir problemas. Voy a llamar al sheriff y hacerle saber que Clay es el chico del coche. A Clay es a quien tratamos de encontrar.

    Wally estaba empezando a preguntarse si había elegido la carrera correcta.

41 - En el remolque de Chett y Harry

    —¿Puedo recuperar mi microondas? Me gustaría cocinar algo. Sin mencionar que me gustaría recuperar mi habitación, por favor.

    Chett siguió los cables que iban desde el ordenador portátil de Clay en su cama hasta la ventana, de donde salían serpenteando hacia la parabólica en el patio. Habían trasladado la operación al interior después de oír un inquietante susurro proveniente del bosque.

    Clay estaba absorto en su ordenador y respondió sin alzar la vista. —No, ya te lo dije. Lo necesitamos funcionando durante al menos veinticuatro horas completas. Tenemos que dejar pasar una semana más o menos. Bob y yo estamos averiguando dónde están las áreas de mayor densidad de población extraterrestre y tenemos que intentar llegar a la mayoría de ellas. Un buen giro de veinticuatro horas al menos cubrirá el área con la señal, aunque es bastante débil. Una especie de enfoque de escopeta. Luego intentaremos, observa que enfatizo intentaremos, enfocar la señal para identificar algunos de los grupos más poblados. No hay nadie cerca de nosotros, quiero decir, lo más pronto que alguien recibirá la señal es al menos cuarenta o cincuenta años, pero nunca se sabe...

    —Mierda, - rió Harry, —Creo que se va a poner crema en la ropa interior de los pantalones cohete.

    Clay siguió escribiendo con una mano y apartó a Harry con la otra.

    —¿Qué dice el mensaje?

    —No lo sé, - dijo Clay. —No hablo lo que habla Bob.

    —Pero ella nos habla a nosotros. Quiero decir, ahora habla inglés, ¿no? ¿No podrías preguntarle?

    Clay se detuvo para mirar hacia arriba. —¿Necesitas un intérprete para preguntarle algo en inglés? ¿Cómo conseguiste graduarte en la escuela secundaria?

    Harry miró hacia donde Bob yacía en la cama boca abajo, junto a Clay. —Bob, ¿qué dice el mensaje?

    Ella levantó la cabeza y miró a Harry a través del velo. —Ayuda, - dijo.

    —¿Ves? - Dijo Clay. —Solo está enviando un SOS.

    Harry tuvo una sensación de inquietud. —¿Cómo sabemos que es un SOS? Quiero decir, piénsalo. Es una extraterrestre. ¿Qué está haciendo ella aquí?

    —Se estrelló, ya te lo dije, - suspiró Clay.

    —¿Dónde está su nave entonces?

    —Creo que está en algún lugar del bosque donde la recogiste. Clay hizo una pausa para pensar por un momento. —Y ahora que lo pienso, en realidad tenemos que volver pronto. Puede que la ayude. Está buscando algo y creo que está cerca del lugar del accidente.

    —Déjame ver si lo entiendo. Harry cruzó los brazos mientras Chett se apoyaba en el marco de la puerta, escuchando la extraña conversación. —Tenemos una apuesta alienígena aquí en la casa, completamente sola, con sábanas negras, ¿y no crees que hay peligro en esto?

    Clay pareció estupefacto. —Bueno, en realidad no.

    Harry cambió su peso a otro pie. —¿Y no te parece un poco extraño que cuando apareció nuestro amiga aquí presente..., - señaló a Bob,... también aparecieran ellos? - Señaló la ventana con el pulgar y Clay comprendió que se refería a los zombis.

    —Bueno, sí, eso me parece extraño. Pero confío en ella.

    —Yo no sé si lo hago.

    —¿Confiar? - Preguntó Bob.

    Clay se volvió hacia ella y le habló en voz baja. —Yo confío en ti, Bob.

    —Confías en ella porque es la primera chica que te ha prestado atención en tu vida.

    Clay se volvió hacia Harry con ira en sus ojos. —¿Qué ha hecho ella para merecer tu desconfianza?

    Chett finalmente habló. —Bueno, para empezar, me robó la autocaravana y me destrozó la camioneta.

    —Estoy seguro de que tenía una razón. Y te hizo un favor; deberías estar agradecido. ¿Cuándo fue la última vez que funcionó esr trasto?

    Harry saltó de nuevo. —Bueno, es que eso no está bien. No es normal. Nada de esto lo es.

    Chett quitó el peso del marco de la puerta y se encogió de hombros. —Normalmente no deberíamos estar tan preocupados, pero teníais que quitarnos las carreras de NASCAR.

    —Ve a ver una película o algo así. Recuperarás tu precioso NASCAR, lo prometo. Clay respiró hondo y habló con más determinación, sorprendiéndose a sí mismo. —Pero ahora mismo estamos ayudando a Bob y eso es todo. Creo recordar haberos ayudado a salir de algunos apuros en el último día, incluso destrozando mi coche en el proceso. Perdimos la clase, probablemente me despidan del trabajo, la policía me está buscando, fuimos perseguidos por quién sabe qué en una camioneta enorme que parece que podría destrozar la tuya... Clay se interrumpió y miró a Bob, cuya calidez podía sentir irradiando en su pierna mientras ella se tumbaba a su lado; —… y tengo un bombón del espacio a mi lado. Yo la estoy ayudando. Vosotros me vais a ayudar. Fin de la discusión.

    Chett y Harry estaban atónitos.

    —Ahora, en cuanto a la Dodge de la Muerte, no la vi muy bien, pero algo me resulta familiar. Vosotros dijisteis que salió del suelo, lo cual no tiene sentido alguno, pero viendo que estabais sobrios cuando os recogí, no veo ninguna razón para no creeros. He sumado dos más dos y supongo que quienquiera que estuviera en esa camioneta tiene algo en común con nuestros paisanos de ahí fuera. Señaló por la ventana. —Pero ¿por qué salieron del lecho de un lago? ¿Y qué les devuelve la vida?

    —Um... Harry tartamudeó.

    —Ha sido una pregunta retórica. No espero que lo sepas. Pero algo lo sabe. Y, como ya hemos visto, está devolviendo a la vida a más de esos. Aunque yo no puedo hacer nada al respecto. Lo único que puedo hacer es ayudar a Bob a conseguir lo que necesite.

    —Hmph, - Harry resopló y salió de la habitación.

    —Hay una cosa más, - dijo Clay. Chett seguía escuchando. —Que yo sepa todo esto aún no ha salido en las noticias ni en Internet. Así que voy a suponer que; con suerte, y me refiero a mucha suerte; lo que sea que esté pasando está aislado aquí.

    Harry gritó desde la sala de estar. —¿Estás seguro de eso?

    —Bastante seguro, - gritó Clay en respuesta.

    La voz de Harry resonó a través del remolque. —Bien. Pues haz las maletas y prepárate para mudarte. Vamos a sacar los traseros de aquí.

    Clay deslizó el ordenador portátil de su regazo y lo apoyó suavemente en la cama antes de irrumpir en la habitación con Harry. —¿Estás de broma? ¿Y qué pasa con Bob? Esto llevará al menos unos días.

    —Olvídalo, compi. Déjame recordarte la situación, ¿de acuerdo? ¡Hay bichos muertos queriendo matarnos! Y no sé cómo algunos de esos bichos muertos consiguieron una camioneta, pero están en alguna parte tratando de matarnos también. Tienes a una mujer que no habla inglés y viste sábanas, aunque se las quite en un abrir y cerrar de ojos, y también sabe reparar sin pestañear una mierda de autocaravana irreparable. No me fío de ella, aunque me fío de ella más que de los bichos de ahí fuera, pero no voy a arriesgar mi trasero por ella.

    Clay se quedó sin habla.

    Harry continuó donde lo había dejado. —¿No has dicho que esos bichos no están en ninguna otra parte? Pues ahí es donde yo quiero estar, en cualquier otra parte. ¿Estás tú conmigo, Chett?

    Chett los miró desde donde estaba en la puerta y se rascó la cabeza. —Lo que dice tiene sentido.

    La voz de Clay perdió la bravuconería que acababa de ganar. —¿Qué? ¡Tenemos que esperar! Estamos a salvo aquí. Esperemos un día o dos, luego nos iremos.

    Harry ya estaba en la parte trasera del remolque cerca de su habitación, cargando una bolsa de lona. Gritó para ser escuchado. —Treinta minutos, nos vamos. Te sugiero que hagas las maletas.

    Clay miró al final del pasillo a Harry, luego a Chett, luego a Bob. Volvió a sentarse en la cama, derrotado. Bob se acurrucó sobre su pierna, esparciendo calor.

    Chett se encogió de hombros y fue a su armario para pillar algo de ropa mientras Clay lo miraba enojado.

    Finalmente, Clay habló. —¿Yo no voy? - Sonó mucho más como una pregunta que la declaración de fortaleza que había esperado.

    —¿Qué? - Chett casi rió entre dientes. —No seas así. Claro que vas. Es más seguro para todos.

    —Solo porque dije que no ha aparecido en las noticias o algo así, no significa que no esté sucediendo en otros lugares.

    Chett, con la mano apoyada en una gruesa camisa de camuflaje, se volvió hacia Clay y sonrió. —Venga ya, puedes apostar que esto estaría pasando en todas partes.

    —Bueno, - trató de pensar Clay, —podrían estar encubriéndolo o algo así.

    —Solo hay una forma de averiguarlo. Te sugiero que empieces a terminar lo que estés haciendo ahí. Señaló por la ventana hacia los cables que salían del ordenador portátil.

    —De acuerdo. Pero ¿podríamos al menos volver al bosque a ver si podemos encontrar algo? Bob está buscando una especie de ordenador, creo.

    Chett lo pensó, recordando la camioneta saltando fuera del lecho del lago. —No sé, Clay. No creo que los bosques sean demasiado seguros en este momento. ¿Por qué no salimos de aquí durante un tiempo, esperemos que pasen los bichos y luego regresamos y miramos?

    Clay sabía que la suya era una causa perdida. —¿Y mi madre? La dejamos desmayada en la cama. No podemos dejarla en este lío.

    —¿Por qué no la llamas y le dices que haga las maletas también? - preguntó Harry desde el pasillo.

    —¿La vamos a llevar con nosotros? - gritó Clay. —Porque su coche sigue en el campamento con un zombi debajo la última vez que lo vi.

    —O subimos algunas personas en la parte trasera de la camioneta o tenemos que pillar la autocaravana. No estoy seguro de qué es más seguro. Chett lo pensó un poco. La camioneta podía soportar muchas cosas que la autocaravana no podía, pero la gente que viajaba en la parte trasera presentaba desafíos. Si la camioneta se metía en una situación complicada, ¿podrían todos aguantar? Él tomó una decisión. —Nos llevamos la autocaravana también. Yo conduciré mi camioneta, Harry la autocaravana. Bob puede viajar conmigo, ya que al parecer sabe manejar una escopeta, y tú y tu madre podéis viajar con Harry.

    —No. Yo viajo con Bob.

    —Eso no va a funcionar, Clay. Alguien tiene que hacer de artillero en ambos vehículos.

    —Pues pillamos la camioneta nosotros.

    —¿Y dónde va a viajar tu madre?

    —Que vaya contigo y con Harry.

    —¿Qué? ¿Y tú y Bob vaid en la parte de atrás?

    —Podemos aguantar.

    Harry gritó desde la otra habitación. —Puedo ataros bastante bien. De todos modos, eso podría funcionar mejor. Mejores ángulos, menos posibilidades de separarse. Mantendremos las armas en el frente y le daremos una a Bob.

    Clay probó la última táctica que se le ocurrió. Hizo girar su ordenador y señaló una línea de puntos amarillos y rojos que se movían por la pantalla. —Creo que deberíamos quedarnos aquí. Hay una seria línea de turba zombi dirigiéndose hacia nosotros.

    Chett simplemente negó con la cabeza y encorvó los hombros. Harry gritó de nuevo desde la otra habitación. —Entonces será mejor que salgamos echando leches para adelantar a esos bichos del este.

    Como Clay no tenía nada que empacar, continuó enviando señales a la gran colonia de nenas espaciales que él confiaba que estuvieran en el cielo.

42 - En la autopista 80

    Los suaves clac-clac de las líneas de expansión en la vieja carretera rodaron rítmicamente bajo el coche patrulla. Wally pensó que él y el detective Moses acababan de tener una productiva reunión con la Sra. Hensworth, pero su cabeza aún estaba nadando con la enormidad de la situación.

    Después de su paso por la Guardia Nacional mientras iba a la universidad, se había dedicado a la aplicación de la ley, pues sentía que esa era la progresión natural en su carrera. Y claro, se había divertido bastante con el buen sistema de chicos y se había salido con la suya, al igual que había dejado que otros se salieran con la suya. Pero eso era parte del juego de intercambiar respeto. Dale, toma algo. Sabía el valor de mantener la boca callada y, aunque había oído rumores de que el Departamento del Sheriff era corrupto, había pensado que se trataba de lo típico: hacer la vista gorda, quitar un poco de pasta de las timbas de juego, oficiales un poco imprudentes con sus vidas personales, pero no ser cuestionados por ello, ese tipo de cosas. Se había dicho a sí mismo que aquello era por un bien mayor. Sacas asesinos y violadores de las calles a cambio de un pequeño margen de maniobra. Después de todo, es un trabajo peligroso. Tiene que haber ventajas. Wally podía entenderlo.

    Pero no estaba seguro de cómo sentirse ante la noticia de que el propio sheriff había enterrado en el lecho de un lago a alguien (o a algo) en una camioneta. Si bien, sin duda, habría razones para desear cargarse a alguien, ¿cómo es que habían terminado allí abajo?

    Tampoco podía ir haciendo preguntas a saco. Así que se encontraba atrapado en la incómoda tierra de nadie de la corrupción. No hay suficiente información para justificar el deseo, pero tampoco suficiente para justificar la participación activa. Aunque, por fortuna, su línea de pensamiento fue interrumpida por un detective Moses maldiciendo.

    —Maldita sea. Maldición maldición maldición. Más cobertura a nivel nacional, los cojones. Arrojó el teléfono móvil sobre la consola en el medio y se volvió hacia Wally. —Déjame ver el tuyo.

    Wally le entregó su móvik y luchó por atraparli cuando Moses se lo lanzó al devolverlo. —Mierda. El tuyo tampoco está disponible. Suspiró. —Tengo que usar la radio.

    —Ese O Diecinueve a Ese O Uno.

    Pasaron unos momentos de silencio y Moses volvió a intentarlo.

    —Ese O Diecinueve a Ese O Uno.

    Pasaron unos momentos más de silencio antes de que llegara una respuesta molesta y entrecortada. —Ese O Uno. ¿Cuál diablos es tu veinte, Diecinueve?

    Moses se volvió hacia Wally. —Quiere saber dónde estamos.

    —Ya lo sé. Estuve en el ejército, ¿recuerda?

    Moses volvió a hablar por radio. —Diecinueve a Uno: estamos en la autopista 80.

    —Maldita sea, Diecinueve, llevo una hora intentando llamarte al móvil. Ve a un teléfono fijo y llama a Parker.

    —Se ha ido a pescar, ¿no es así, señor? - Preguntó Moses. Wally entendió que era una referencia velada a la casa del lago.

    —Eso creo. Debes ponerte en contacto con él, prioridad número uno. Corto y cierro.

    Moses se puso pálido, lo cual resultaba difícil para un corpulento hombre negro. —Esto no va bien, novato. El sheriff suena como si estuviera escaldado en agua caliente, y para que pierda la calma por radio sabes que algo gordo se está cociendo. Agárrate. Va a haber turbulencias.

    Wally sintió que la fuerza del coche acelerando lo empujaba hacia el asiento. Unos minutos más tarde, Moses subió el acelerador y se detuvo en el estacionamiento vacío; medio grava, medio pavimento; que constaba de una solitaria bomba de gas y matojos creciendo a través del cemento.

    Moses sacó su pesado cuerpo del coche. —Quedarse aquí. Vuelvo enseguida. El coche se meció debido a su carga repentinamente aligerada.

    Wally estaba trasteando con la radio cuando vio a un detective Moses muy nervioso y de aspecto molesto salir furioso de la tienda.

    El coche se hundió al adaptarse a su peso. Moses puso marcha atrás y comenzó a retroceder aun antes de cerrar la puerta. —Tenemos problemas. Oh, muchos problemas. Tenemos que llegar a la casa del lago, y ahora mismo.

    —¿Qué ocurre? - Preguntó Wally.

    —Mierda. Moses pisó el freno, paró el coche y abrió el maletero. Saltó fuera, corrió hacia la parte trasera del automóvil y regresó con varias armas pesadas: escopetas, rifles y un par de semiautomáticas. —Toma, pilla tantos como puedas y deja el resto detrás.

    A Wally le resultó difícil obedecer la orden, ya que el coche empezó a moverse de un lado a otro con la rápida y errática conducción de Moses. El hecho de que las armas estuvieran cargadas y que se zarandearan mientras él trataba de no apuntar a nada importante, ni a él ni a Moses, lo hacía más difícil.

    Moses no respondió a su pregunta, sino que fumaba cigarrillos en silencio mientras se dirigían a una situación que, dado el reciente giro de los acontecimientos, Wally sabía que, en el mejor de los casos, sería peliaguda.

43 - En la autopista 80

    Las casas que jalonaban la carretera se desdibujaban mientras la camioneta de Chett aceleraba sobre las colinas. La cálida brisa rodaba sobre la cabina y entraba en la caja de la camioneta, donde Clay y Bob estaban sentados uno junto al otro contra la cabina y buscaban cualquier no-muerto; aunque a decir verdad la mente de Clay estaba más en la suave calidez que sentía irradiando en piernas y brazos desde debajo del burka a su lado.

    No importaba que hubiese zombis sueltos, que Clay se dirigiese a recoger a su madre (cuyo coche él había destrozado), que el cielo se estuviese volviendo de un gris siniestro y que lo perseguiese la policía... Mientras Bob estuviera a su lado, el mundo iría bien. Y después de todo, ¿no había transcurrido sin incidentes el corto viaje por la autopista 80? Sí vale, Chett y Harry habían tenido que matar a algunos zombis al salir del camino de entrada, pero desde entonces, para Clay había sido un tranquilo día de verano como los que solía tener cuando era niño, como cuando se sentaba en el columpio del porche delantero y escuchaba la queda brisa y el trueno en la distancia antes de perder algunas horas sin hacer nada más que escuchar la pacífica lluvia. Sí, un tranquilo día de verano si olvidaba que todo el mundo blandía escopetas de gran calibre y huía de una variedad de nada bueno.

    Estaba tan absorto Clay en el día que no notó el coche de policía que pasaba a toda velocidad y se dirigía en la dirección opuesta. No hasta que oyó a Harry delante gritar, maldecir y ordenar que se subieran a la caja de la camioneta.

    El corazón de Clay se detuvo. ¿Lo habían visto los policías? Seguramente no. Después de todo, el coche patrulla se alejaba muy rápidamente. Había esperanza, se dijo a sí mismo. Había esperanza.

***

    —Iban pisando huevos, - dijo Wally mientras estiraba el cuello para mirar atrás hacia la camioneta.

    —Por mí pueden seguir pisando huevos, - murmuró Moses.

    —Dígame, ese chico, el que hizo estallar el cobertizo de su padre, ¿qué aspecto tiene?

    Moisés habló de manera sucinta, concentrado en la carretera. —Cabello negro, gafas, flacucho.

    —¿Y no dijo su madre que viajaba con una amiga?

    —Supongo que sí. ¿Qué quieres decir?

    —Bueno, creo que estaban en la parte trasera de la camioneta que acaba de pasar. Puede que solo fuera un chaval delgado cualquiera, con cabello negro, gafas y una persona con sábanas negras a su lado, no sé...

    Moses apartó los ojos de la carretera y miró a Wally. —¿Qué?

    —Que creo que ese era el chaval que estábamos buscando. Iba en la camioneta. Acaba de pasar junto a nosotros. Wally seguía estirando el cuello, viendo desaparecer la camioneta en la distancia sobre las colinas.

    —Mierda. ¿Estás seguro?

    —Como he dicho, podría ser cualquiera, pero había alguien con sábanas a su lado.

    El detective Moses buscó a tientas su teléfono móvil antes de levantarlo. —¡Maldita sea! ¡Sigue sin señal!

    Wally hizo lo mismo y revisó su teléfono. —El mío también.

    —Bueno, mierda. Tengo que volver a usar la radio. Eso va a enojar al sheriff. Pero no hay otra elección.

    Wally se olvidó de mencionar que los ocupantes de la camioneta llevaban bastantes armas.

***

    Clay estaba temblando con las primeras salpicaduras de gruesas gotas de lluvia que llegaban a la parte trasera de la camioneta. Había comenzado a llover. Gritó desde la parte inferior de la cabina hacia la ventana corrediza de vidrio en la parte trasera de la cabina. —¿Crees que nos has visto?

    Harry se dio la vuelta para mirar y medio sonrió, gritando entre el viento. —Nah. No se han dado la vuelta y no disminuyeron la velocidad. Todo va bien. Muy bien. Pero vosotros agachaos.

    Clay gritó en respuesta. —Bueno, si no te importa, yo digo que tomemos las carreteras secundarias, ¿de acuerdo?

    Chett se unió a los gritos. —Tomaré el primer desvío. Está a solo unos kilómetros.

    Nunca llegaron.

    En cambio, lo que sucedió era esto: Transcurrieron treinta segundos de paz. Clay los pasó disfrutando del viento en su cabello, la sensación de una chica atractiva sentada a su lado y la fragancia húmeda del verano.

    Luego se golpeaba la cabeza con bastante violencia en la barra antivuelco a la que él y Bob estaban atados mientras Chett frenaba de golpe y realizaba su característico giro de contrabandista. Esta maniobra permitió a Clay ver la razón por la que ahora todos estaban acelerando en la dirección opuesta: una masiva barricada con al menos seis o siete coches patrulla. Y era un obstáculo del tipo parada completa. Cada centímetro cuadrado de la carretera por delante estaba cubierto de coches de policía. No había forma de atravesarlo. La única salida era volver por donde habían venido.

    El corazón de Clay se aceleraba mientras se agachaba en la caja de la camioneta, pero sabía que era demasiado tarde. Lo habían visto y sabían dónde estaba. Oró y suplicó, a todas las deidades en las que había creído, para que la barricada estuviese destinada a otra persona. La mitad de su cerebro analizador se puso a trabajar, racionalizando que era imposible que hubiese una barricada con seis o siete coches de policía y todas esas luces intermitentes solo para él, pero no sirvió de nada. La otra mitad de su cerebro estaba trabajando con igual fuerza en convencerlo de que sí, de hecho, esas luces eran para él.

    Y tan rápido como su cerebro tomó esas decisiones, le dijo en términos inequívocos que se agachara y se escondiera en la caja de la camioneta, pasando por alto ambas conclusiones, que era un poco como tratar de cerrar las proverbiales puertas del granero una vez que el caballo ya estaba suelto; pues, gracias a las antiguas habilidades de Harry con los nudos de los Boy Scouts, Clay estaba atado de manera inamovible al lateral de las barras antivuelco.

    Así, Clay solo podía mirar desesperadamente mientras los oficiales comenzaban a trepar unos sobre otros, corriendo hacia sus coches. Estaba indiferentemente intrigado por su parecido con un montón de hormigas que acababan de ser molestadas por un pie errante: completa quietud seguida de una confusa explosión de movimiento cuando las pequeñas criaturas se apresuraron al ataque.

    En el taxi, Chett y Harry ya estaban pensando lo mismo. Mejor arrastra el culo y prueba un atajo. Pero Harry ya estaba haciendo los cálculos en su cabeza. El desvío más cercano estaba a tres millas de distancia. La policía estaría sobre ellos en poco tiempo, y conocían las carreteras secundarias tan bien como Chett y Harry. Su única esperanza era que los oficiales, que ya estaban saliendo de la barricada, no conocieran los senderos del bosque tan bien como ellos.

    Y Chett ya estaba rezando para que en algún lugar hubiera el santo grial de un surco profundo por el que solo su camioneta pudiera pasar, deteniendo así la persecución, al menos temporalmente.

    Clay solo podía escuchar, con una sensación de náuseas en el estómago el estruendoso motor dando todo lo que tenía para llevar a sus ocupantes por el camino lleno de baches. Se golpeaba la cabeza contra la fría y dura plataforma de la camioneta con cada chasquido de los enormes neumáticos en la carretera.

    Entonces empezaron las sirenas. Clay no podía ver lo que estaba pasando, pero podía oír con creciente náuse que las sirenas se hacían más fuertes y más cercanas, hasta que estuvieron justo detrás de ellos y pudo distinguir los destellos rojo y azul en la parte trasera de la cabina.

    Tampoco podía ver al policía detrás de él apuntando con su escopeta al neumático trasero de la Scottsdale. Clay no entendía por qué Chett frenó repentinamente, pero oía el chirrido de los neumáticos de los coches patrulla detrás de ellos mientras intentaban evitar una colisión. Y miró hacia arriba para ver a Harry gritándoles: —¡Oh, mierda! ¡Agarraos!

    Y también sintió aún más náuseas por el repentino cabeceo de la camioneta terraplén de cuarenta grados cuneta abajo.

    Pero lo último que sintió es el crujido de su cabeza contra la cabina de la camioneta cuando esta chocó contra un árbol y se detuvo rápidamente. Después de eso, todo fue un poco confuso.

***

    El sheriff Barrack escupió en el polvo en la cuneta se la carretera mientras salía del coche patrulla. —Hijoputis. Chicos, los tenemos. Soltad los perros sobre esos dos chicos y dejad que vayamos a la casa del lago y limpiemos el maldito desastre.

    Uno de los policías se acercó al sheriff. —¿Señor? ¿Qué hay de la chica?

    —¿Qué pasa con ella? Los perros la encontrarán también. Apresad a ese chico primero y reuníos conmigo.

    En la confusión, nadie se había percatado de que la puerta del coche patrulla del sheriff se abría y se cerraba, aparentemente por sí sola. Y Clay aún estaba demasiado inconsciente para notar una extraña hendidura en el asiento junto a él.

44 - En el bosque

    Negociar un curso de acción es extremadamente difícil cuando la persona con la que estás negociando está corriendo a todo trapo con un montón de armas. Y se complica aún más con un suelo resbaladizo por la lluvia.

    Chett corría sin aliento tratando infructuosamente de evitar que su cargamento de armas chocara entre sí. —¿Adónde…? - exclamó hacia Harry.

    —¡Al campamento!

    Chett tropezó parcialmente con un tronco. —Mierda. Luego, —Tiene que estar a... cinco millas de distancia... o más... Los perros nos atraparán...

    Harry respondió simplemente dos palabras, —Silver Creek.

    Chett comprendió su deseo de ir al arroyo poco profundo para perder a los perros. «Eso puede funcionar», pensó. Pero si iban al arroyo, ¿por qué no ir en la otra dirección por el arroyo de regreso a su remolque y recoger la autocaravana? Necesitaban un transporte. El arroyo los apagaría a una milla de distancia. Entonces, murmuró, —Nop... Vayamos hacia otro lado... hacia el remolque... pillemos la autocaravana.

    —Espero que no... mojemos las armas, - jadeó Harry; —Eso no... molaría.

    Aquí la topografía de su pequeño pueblo de Bovina entró para salvarlos. Millones de años de viento soplando a través de las llanuras del medio oeste habían depositado rica y espesa tierra justo al este del río Mississippi. Estos sedimentos eólicos de limo, o Loess Bluffs como se los llamaba, creaban una rareza geográfica muy montañosa que se elevaba desde los deltas de Mississippi y Louisiana, por lo demás planos.

    Fueron los Loess Bluffs indómitos y erosionados los que permitieron a Chett y Harry poner un pie en el agua casi de inmediato. Ambos sabían lo fácil que era para un cazador perder un ciervo en ellos, y confiaban en que fuera igual de fácil perderse a sí mismos.

    Como el dicho «Todos los caminos conducen a Roma», sabían que cualquier cuenca de drenaje donde pudieran caminar en el agua conduciría al Arroyo o al Gran Negro. Y al igual que el dicho: «Los mendigos no pueden elegir», no les importaba una mierda dónde los llevaran siempre y cuando estuviera lejos de los malos con las placas y las armas. Y los perros.

    Lástima que hubieran tenido que dejar a Clay y a Bob, pero no habían tenido tiempo de desatarlos. La policía los habría atrapado a todos, incluidos a Chett y a Harry. «Eso no tiene sentido», habían pensado.

    Y, de hecho, gotitas de lluvia ya habían comenzado a zigzaguear por pequeñas zanjas gastadas por la erosión de las tormentas pasadas. Y esas pequeñas zanjas con pequeños goteos de agua se abrían paso a través de colinas y barrancos para crear goteos más grandes en el fondo.

    No pasó mucho tiempo antes de que Chett y Harry estuvieran sumergidos hasta los tobillos en el agua y chapoteando a lo largo de los kilómetros hasta su remolque. Cada vez que sentían que estaban perdiendo el aire, una corteza distante se rompía entre los árboles para recordarles que había un bien mayor por el que estaban corriendo. A saber, sus culos.

    Un pensamiento golpeó a Harry mientras corría. Llamó a Chett sin mirarlo, sin aliento. —¿Bob?

    Chett también había notado que ella había logrado escapar casi de inmediato, pero que no se había unido a ellos. Pero ahora no era el momento de pensar en eso. Ahora era el momento de pensar en correr.

45 - En la autopista 80

    El dolor fue la primera sensación que Clay recuperó, mayormente porque el chicòn en la cabeza tras estrellarse contra la cabina de la camioneta ahora golpeaba rítmicamente la ventanilla del coche patrulla y se le dormían laz manos esposadas a la espalda. Si hubiera tenido más presencia de ánimo, no habría gemido y habría dejado que el sheriff siguiera pensando que estaba inconsciente.

    El sheriff oyó el gemido y miró por el espejo retrovisor sonriendo con la ceja arqueada. —Chico, ¿tienes alguna condenada idea de los problemas que me has causado?

    El sheriff quedó complacido con la ojiplática reacción de terror que recibió de Clay.

    —Aunque el grano en el trasero no ha durado mucho tiempo.

    Clay lo miraba fijamente con los ojos desorbitados.

    —Tengo que limpiar un desastre. Mierda por todos lados. Un gran desastre. Uno en el que los padres se van el fin de semana y su hijo monta una fiesta, pero sus amigos destruyen la casa y él se queda intentando pensar cómo les va a contar a mamá y a papá que no ha sido él quien la ha liado. ¿Me captas?

    Clay trató de responder, pero solo pudo croar. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo, tímidamente. —No mucho.

    —Bueno, digamos que tú eres el chico que se ha quedado pensando. Hizo una pausa para el efecto. —Tienes muchas preguntas que responder, chico. Piensa en esto como una especie de prueba. ¿Conoces esa clase pruebas en las que te dicen que no hay respuestas correctas ni incorrectas?

    Clay asintió.

    —Bueno, pues esto es un poco así. No hay respuestas correctas.

    La cara de Clay se puso blanca.

    —Empecemos por la camioneta. ¿A quién pertenece esa camioneta? ¿Cómo están involucrados esos Chett y Harry? Y no me mientas, chico, porque te aseguro que no te van a gustar las consecuencias. Para empezar, solo tienes que asumir que sé la verdad y que yo decido lo mucho o poco dolor que sentirás más tarde.

    La respuesta de Clay fue rápida. Contó la historia de principio a fin. —Mierda, mierda, mierda, le juro que no lo sé. Se lo juro. Lo único que sé es que estaba durmiendo una noche y me esos tíos llamaron para que los recogiera y los estaba persiguiendo una camioneta enorme y estaban muy asustados y conseguimos escapar de la camioneta y no sé por qué los estaban persiguiendo, no me lo dijeron, y desde entonces hemos estado huyendo de esos... bichos... y solo queremos salir de la ciudad un tiempo y no sé por qué estoy en problemas y no, no sé lo que hice ni a quien sea que lo hice, lo siento y lo arreglaré, lo juro. Si se trata de la empresa de telefonía móvil, lo siento, solo lo hice para encontrar a Chett y a Harry y ayudarlos, y nunca lo volveré a hacer, así que, por favor, no me haga daño. No sé lo que hice, ¿qué hice? No quise hacer nada y no hice nada. Averié el coche de... Jesús, mi madre me va a matar, también averié mi coche y, oh, Dios, no sé qué está pasando aquí.

    Cerró los ojos y trató de apoyar la cabeza en la ventanilla hasta que recordó cuánto le dolía el chichón en la cabeza.

    El sheriff soltó una risita. —Bueno, chico, te seguro que no compensa ser tú ahora mismo.

    —¿Por qué? ¿Por qué? ¿Qué hice?

    —¿Tú? Oh, tú no hiciste nada. Estuviste en el lugar equivocado en el momento equivocado.

    —¿Así que estoy libre de culpa? ¿No estoy bajo arresto?

    —Oh, no no no. No estás bajo arresto. El sheriff le dedicó una fría sonrisa en el espejo.

    —¿En serio? Oh, Dios, - Clay suspiró aliviado.

    —Hablando de Dios, - continuó el sheriff, —¿Has leído la Biblia alguna vez?

    —Algunos trozos…” respondió Clay.

    —Bueno, en los viejos tiempos, en el Antiguo Testamento, ya sabes, no podían rezar pidiendo perdón sin más. No era tan fácil. Tenían que conseguir un animal donde poner sus pecados y matar a ese animal.

    —¿En serio? - Clay aún se sentía aliviado de no estar bajo arresto.

    —Oh sí. El sheriff seguía hablando, pero ahora mantenía la vista en la carretera. Llovía fuerte y los limpiaparabrisas se movían de un lado a otro tan rápido como podían. —Les gustaba usar cabras. Ponían los pecados encima de la cabra, mataban a la cabra y se iban limpios y sin culpa.

    —¿Cabras? ¿Por qué?

    —Ni lo sé ni me importa. Supongo que tendrían muchas de las que deshacerse.

    —¿Eh? - Clay guardó silencio. No sabía a qué se refería el sheriff, y el sheriff lo notó.

    —De ahí se sacó el término «chivo expiatorio».

    —Oh. Clay tuvo una sensación de hundimiento, pero la autoconservación evitó que su mente siguiera ese camino.

    El sheriff miró a Clay a los ojos y sonrió. —Sí.

    Clay gimió de nuevo, apoyó la cabeza en el reposacabezas y trató de no llorar ni desmayarse.

    Viajó de esa manera, en silencio y mirando por la ventanilla mientras el cielo gris oscuro traía la noche temprana.

46 - Cerca del remolque

    El cielo se había oscurecido tanto que Chett y Harry apenas podían ver cuando llegaron al pequeño barranco que ambos conocían por los días y noches que habían pasado cazando cerca de casa. Subieron afanosamente por las empinadas colinas, manteniendo una mano en el suelo y la otra en las armas.

    Y, quizá por primera vez en sus vidas, Chett y Harry estaban cagados de miedo. Sí, bueno, se habían dado muchas ocasiones en las que podían haberse matado durante sus travesuras. Habían hecho volcar y rodar más de una camioneta. Habían tenido más de lo que les correspondía en —accidentes— industriales. Sus vidas habían sido amenazadas por maridos enojados, novias celosas y alimañas diversas.

    Pero esto era diferente. La visibilidad era mínima. Estaba lloviendo. Estaban bien armados, pero también eran conscientes de que, en base a eventos muy recientes, era completamente posible que un miembro de los no-muertos apareciera de pronto detrás de un árbol.

    A pesar de que estaban acostumbrados a oír sonidos en el bosque mientras cazaban, hacerlo ahora era dolorosamente complicado debido a la lluvia que golpeaba los árboles. Cada rama que crujía y cada ramita que se rompía les daba un susto de muerte. Cada gota gorda de lluvia que atravesaba el espeso dosel de arriba y aterrizaba con un golpe en una hoja seca los hacía saltar.

    Todo les daba un susto del cagarse.

    Y con razón.

    Estaban a menos de cien metros de la línea de árboles que delimitaba su propiedad. Casi podían distinguir las luces de su remolque a unos cien metros más allá. Faltaban doscientos metros.

    Entonces las cosas se complicaron un poco.

    El suelo se movía. Se retorcía.

    Chett sintió algo reptando bajo su pie y retrocedió ante un olor a carne podrida.

    Harry al parecer había experimentado lo mismo y ya servía de nuevo su remesa de maldiciones. Ninguno de los dos podía encontrar un punto de apoyo en tierra firme.

    —Tío, ¿en serio? - cuestionó Chett exasperado mientras saltaba de un pie a otro, tratando de no caer. —¿Ahora qué?

    —Um, sí... Harry sonaba de pronto menos preocupado. —Creo que son los restos de nuestra basura volviendo a la vida.

    Chett miró a su alrededor, hacia la luz que se desvanecía, y distinguió todos los signos de sus detritos: trozos de plástico y papel. —¿En serio? ¿Quieres decir que mis sobras intentan matarme?

    —Sí. Creo que sí.

    Sin dejar de saltar de un pie a otro, Chett empezó a gritar. —¿En serio? ¿Basura? ¿Qué demonios te pasa, Harry? Pensé que la estabas llevando toda al basurero.

    —¿Tan espeso estás? El basurero está a quince minutos, tal vez treinta.

    Chett estaba a punto de responder con un comentario despectivo, pero notó la silueta tenue de otra persona parada en algún lugar cerca de la línea de árboles. Alguien de pie. Quizá. Parecía alguien. Y probablemente fuese condenadamente inteligente asegurarse que lamentarlo.

    Le ordenó a Harry que dejara de maldecir y de saltar.

    —Pero este maldito trozo de podrida y asquerosa carne de hamburguesa quiere subirme por la pierna. ¡Mierda, mierda, mierda! - Harry no dejaba de dar pataditas con una pierna, tratando de liberarse de la ofensiva sustancia gris.

    —En serio. Calla. susurró Chett. —Hay alguien ahí arriba. Le estoy apuntando por si acaso. No sé quién es. No sé si es amigo o enemigo. Yo te cubro, tú ve a investigar.

    —Oh, diablos no, - susurró Harry. —Ya hemos pasado por esto. Dios me bendijo con mejor puntería. Yo te cubro, ve tú.

    Aún susurrando. —No no. Te toca ir a ti. Yo me encargué de los bichos la última vez.

    Harry no respondió, trataba de ver la silueta en su visor. —No distingo nada. Demasiado oscuro. Pero ese es un poco espasmódico y tembloroso. Y a menos que sea el tío Crank, no creo que sea amistoso.

    La vista de Chett estaba parcialmente obstruida por un árbol. —De acuerdo. Susurró sin apartar los ojos de lo que podía ver de la cosa. —Lo haremos juntos. Ambos cubrimos al otro.

    Harry, también susurrando sin apartar la mirada. —Que no, maldita sea, ve tú. Yo te cubro. Hay que ver todo el panorama por si hay más.

    —Bastardo. Está bien. Si se mueve dispárale en la pierna o algo así, por si es amistoso.

    —No es amistoso, Chett, pero está bien.

    Los dos comenzaron a moverse lentamente a través del ondulante campo de basura olvidada.

    —Mierda, Chett. Es más difícil que el infierno mantenerlo en la mira.

    —Sí... Chett hizo una pausa. —Cuando... cuando salgamos de esta basura, recuérdame que te patee el trasero por crear este vertedero, y cuando termine de patearte el trasero recuérdame que te haga limpiarlo.

    Caminaron un poco. Chett habló de nuevo. —¿De dónde diablos vienen estas cosas? En serio.

    —¿Aún estás así? Llevas haciéndome la misma pregunta desde esta mañana cuando tuvimos que salir disparados de nuestro remolque. Y te diré que creo tener una idea, pero aún no es el momento de hablar de ello.

    Se acercaron sigilosamente a través del bosque. Ambos notaron con creciente inquietud que los sonidos de las cosas crujiendo y estallando estaban aumentando.

    Y luego, como era el caso más frecuente, se desató el infierno.

    Harry estaba apuntando con demasiada atención al fantasma en la distancia para notar que Chett decía —¡Mierda!, - y disparó al bicho. Pero eso fue todo lo que hizo falta para que el bicho en la mira de Harry se pusiera rígido, mirara en su dirección y comenzara a correr. «No se necesitan más argumentos,» pensó Harry. «Sayonara, zombi cabronazo.» La cabeza del zombi explotó una inconmensurable fracción de segundo después de que Harry apretara el gatillo.

    Harry apenas se había echado el treinta y seis al hombro y ya había girado el calibre doce antes de que Chett estuviera maldiciendo y disparando de nuevo. El bosque rugía con el estruendo de las escopetas.

    Renunciando a susurrar y gesticular como el método de comunicación preferido (probablemente debido más a la emoción causada por la bandada de zombis que acababa de decidir presentarse por allí que al ensordecedor diálogo de los calibre doce), Chett gritó: —¡Corre!

    Harry gritó en respuesta. —¡No! ¡Lucha para escapar! - Un zombi harapiento, andrajoso y podrido saltó de detrás de un árbol a solo unos metros de él. El primer disparo le abrió un agujero en la parte izquierda del pecho, lo cual hizo que el zombi se inclinara en esa dirección. El siguiente disparo, recargado rápidamente, le arrancó el resto del torso. Harry gritó de nuevo. —No debería haber muchos más.

    Los dos caminaban despacio hacia la línea de árboles, cada uno disparando en un semicírculo a su alrededor mientras los zombis se acercaban.

    Chett fue el primero en darse cuenta de que Harry estaba equivocado sobre la cantidad de zombis. —¡Te equivocas!

    Los zombis definitivamente se estaban aliando contra ellos, algunos en mayor estado de decadencia que otros. Y Chett y Harry estaban tardando demasiado en recargar. Cada pausa le daba unos pocos metros más al círculo de zombis en formación.

    Y dado que ambos estaban eliminando a los pocos muertos vivientes que estaban más cerca de ellos, solo conseguían formar mejor el círculo que se acercaba lentamente. Les preocupó cuando les llegaban de uno o de dos. Sintieron miedo cuando fueron de cinco o de seis. Estaban seguros de estar muertos cuando fuese más de veinte. Tendrían que parar y abrir pronto una caja de cartuchos. Tenían los bolsillos vacíos. Ambos sabían que no tendrían tiempo. Para cuando se quedaran sin cartuchos, sería demasiado tarde.

47 - Sobre el remolque

    —Esta es buena. ¿Qué es esto? ¿Es esto lo que tienen por televisión? ¿Qué son esas cosas?

    —Supongo que son animales de algún tipo.

    —¿Es un programa de naturaleza?

    —No, idiota. Es lo que está pasando justo ahí fuera.

    —Ah. Earl se rascó la ligeramente bulbosa cabeza mientras estaban sentados en la habitación a oscuras, mirando la enorme pantalla. —¿No crees que son a quien estamos buscando?

    —No. No se parecen en nada a las personas que vimos antes.

    Quedaron en silencio viendo la acción.

    «Lástima que esos idiotas me rompieran los circuitos vocales,» pensó la computadora de la nave. Lo tienen bien merecido. Esto es lo que han conseguido. La ausencia de circuitos vocales implica que no hay nadie que les diga que he estado accediendo a todo tipo de datos desde que llegamos aquí. Que estas cosas tienen puntos de acceso abiertos por todas partes. No hay nadie que les diga que lo que vieron antes fue un montón de estúpidos, aunque lindos, pingüinos, y nadie que les diga que los pingüinos ciertamente no están al mando del planeta. Esos idiotas piensan que los pingüinos son personas y que esas dos personas son animales. Y esas dos personas están a punto de morir porque Roscoe y Earl están esperando a que regresen los pingüinos.

    Idiotas.

48 - Cerca del remolque

    Chett y Harry estaban espalda con espalda, girando en un lento círculo y eliminando tantos zombis como podían. Estaban disparando lo más rápido posible, uno disparaba mientras el otro recargaba, cada disparo siguiente con solo unos segundos de diferencia.

    —Hasta aquí llego, tío, - gritó Harry por encima del hombro. —Sin munición. Tengo que romper una caja. Tírame una, ¿quieres?

    —Entonces tenemos un problema, - gritó Chett entre explosiones. —Porque la caja la tienes tú.

    Harry solo tenía una cosa que decir. —Mierda.

    Chett buscó en su bolsillo y le entregó a Harry tres cartuchos. —Aquí tienes. Tenemos tres más cada uno. Úsalos bien.

    Harry sabía que era inútil. —Quédatelos tú. Giró su arma como un bate de béisbol, con las manos en el cañón. —¡Juguemos a la pelota, perras!

    Chett apretó el gatillo. Quedaban cinco cartuchos. Los zombies se acercaban.

    Chett apretó el gatillo de nuevo. Quedaban cuatro. Los zombies se acercaban más.

    Ambos giraban lentamente para que Chett pudiera derribar a uno a unos pocos metros de distancia. Quedaban tres. Muchos, muchos más zombis que cartuchos.

    Chett disparó rápidamente los tres últimos, le dolía el hombro por el retroceso del arma. Giró el arma como Harry y gritó por encima del hombro. —Ha estado bien, colega.

    Los zombis se acercaron a ellos y ambos empezaron a batear con todo lo que les quedaba.

***

    De la nada y de pronto, luz. Brillante, blanca, —Mierda, me he quemado las retinas para siempre, voy a conseguir un bronceado de por vida en quince segundos.

    Incluso cegados por las rayas de cebra de los árboles que se recortaban en primer plano, Chett y Harry siguieron bateando mientras manos comenzaban a asir y desgarrarles las ropas.

    No se percataron de que los zombis en el perímetro del tumulto se vaporizaban silenciosamente. No notaron el olor a madera chamuscada cuando los silenciosos y potentes láseres cortaron los espesos árboles a la velocidad de la luz y los eliminaron uno a la vez, matando a cinco o diez zombis por segundo. Lo único que oían era el repentino chasquido de la madera carbonizándose tras ser cortada por un láser. Pero incluso eso era amortiguado por los ululantes zombis. Lo único que supieron es que, de pronto, ya no tenían las manos encima. Arañados, cortados, desgarrados, cegados y sangrando, estaban vivos. Todo terminó tan silenciosamente como había comenzado, con solo los amortiguados sonidos por la ensordecedora escopeta en la lluvia que caía a través de los árboles.

    Aún estaban protegiéndose los ojos contra la avalancha de luces provenientes de la dirección de su remolque cuando todo se oscureció. Oscuridad, tinieblas. Más oscuro que: «Podía ver mi habitación en la oscuridad hasta que encendí la luz del baño para orinar y ahora mis iris están negros». Porque acababan de ver las luces más brillantes que jamás habían visto ni verían. Si hubiesen estado de ánimo menos cagado de miedo, se habrían asombrado con las posibilidades de destacar a los ciervos con luces como esas.

    Pero, como estaban, ninguno tenía idea de lo que estaba pasando. No sabían que todo lo que no había muerto estaba muerto de nuevo. No sabían que estaban a salvo.

    Lo único que sabían era que había habido zombis y manos que los desgarraban, luces y luego nada. Solo ceguera. Ambos seguían bateando a ciegas hacia el aire vacío ante ellos, confiando en darle a algo. Después de unos minutos, el bateo se ralentizó. La ceguera seguía ahí, pero no había zombis.

    Ninguno de los dos podía saber en qué dirección estaban mirando. No tenían más opción que prepararse para luchar y esperar hasta que pudieran ver de nuevo. Y estaban muy, muy descontentos con el reciente giro de los acontecimientos. La mente, descubrieron, cuando se la desafiaba se asentaba sobre la inevitabilidad de la muerte. La adrenalina entraba en acción y ayudaba a escoltar sin pánico cuerpo y mente hacia la próxima vida, si la había. En este estado, cuerpo y mente estaban listos para dejar de estarlo. No había miedo, solo el blanco entumecimiento del cuerpo de uno entregando hasta la última gota de energía a la tarea que tiene entre manos. Sobrevivir o no. Y no está preparado para sobrevivir ileso. La mente espera heridas. Espera pérdida de sangre. Espera, si sobrevive, sobrevivir bajo mucho daño.

    Entonces, cuando la muerte inminente no llega ni causa ningún daño, la mente solo puede tambalearse. La adrenalina sobrante no tiene adónde ir. El peligro desaparece en un instante. La mente no sabe cómo gestionar eso.

    Se podría suponer que comenzaría por reconstruir su entorno inmediato. Pero a Chett y a Harry les habían robado el sentido de la vista. El único curso de acción que cualquiera de sus mentes podía hacer era permanecer de pie, como estaban, espalda con espalda en el bosque y esperar. Esperar algo. Cualquier cosa.

    Y siguieron así de pie durante unos minutos más hasta que se desplomaron, aún espalda con espalda, y se sentaron en el barro con las armas en las manos y las rodillas hasta la barbilla.

    Ninguno de los dos habló. Solo esperaron.

    Hasta que tanto Chett como Harry experimentaron simultáneamente la sensación de que sus armas eran arrebatadas rápidamente de sus manos.

    Luego ceguera sensorial total. Algo los había dejado inconscientes.

49 - En la Casa del Lago

    Clayton Hensworth definitivamente había visto días mejores. Cierto, se dijo a sí mismo, nunca se había sentido más vivo, pero tampoco más muerto. Estaba seguro de ello. Iba a morir. Y había tantas cosas que nunca había hecho. Tantas cosas que había hecho y que estaban mal. ¿Qué logro había sido piratear el ordenador Cray en la Estación Experimental Waterways cuando nunca se había perdido en la calidez que solo una mujer puede brindar? ¿Qué logro había sido tener un servicio de Internet —gratuito” de por vida y todas las películas, CD, mp3, mp4 y Div-X que se hayan hecho desde el comienzo de la humanidad sin dejar ningún tipo de marca en el mundo?

    La mente considera tales cosas cuando sabe que el final está cerca, especialmente como un dispositivo para salir de la situación en cuestión. Reflexionar sobre esas cosas le permitía olvidarse de lo que realmente estaba pasando. A saber, que Clayton Hensworth, muy golpeado y ensangrentado, estaba atado como un cerdo y esposado a una silla en un húmedo y oscuro sótano con paneles de madera. Los despiadados matones del sheriff lo habían golpeado hasta dejarlo a un centímetro de la consciencia y lo habían dejado allí para considerar la posibilidad de extraer cualquier información vital que pudiera estar reteniendo.

    Permaneció entre un estado de inconsciencia y sueño durante lo que podrían haber sido horas. Su única pista de que había pasado algún tiempo había sido el cambio de los dos matones en lados opuestos de la sala que lo habían estado vigilando.

    Podrían haber sido cuatro horas. Podrían haber sido ocho. Su reloj no le servía de nada, ya que su muñeca estaba atada detrás de él a la silla.

    Permaneció en este estado hasta que comenzó la emoción. Todo lo que sabía era que estaba metido en su segundo grupo de guardias cuando otros agentes entraron bruscamente en la habitación y les susurraron a los otros agentes. Recordó que los oficiales habían parecido estar muy animados y bastante preocupados. Hubo muchos gestos y señalamientos al suelo, algunos de los cuales Clay entendió que debían de haber sido una orden para vigilar al rehén, sin importar qué. Quédate aquí, decían esos movimientos, contra viento y marea.

    Ambos vinieron.

    Serían unos minutos más. Clay lo oyó primero en la distancia, ese profundo y profano sonido retumbante que había oído por primera vez hacía unos días. A medida que el sonido se hacía más fuerte, los oficiales parecían mucho más agitados. Desde donde Clay estaba sentado, el sonido parecía provenir de diferentes direcciones en diferentes momentos. Daba vueltas alrededor de la casa. Casi burlándose de él.

    Clayton reaccionó de la única forma en que el instinto se lo permitió. Nunca había sido un luchador. Siempre había recurrido al humor autocrítico para disipar situaciones tensas o agresivas. Pero su humor no podía salvarlo esta vez. No, esta vez luchó. Luchó contra todo lo que pudo: las esposas, la silla, las cuerdas, todo. Por supuesto, todos sus esfuerzos fueron completamente inútiles. Pero al menos la irreflexiva acción de luchar lo libraba de seguir considerando lo que era sin duda su muy cercana muerte.

    Mientras los sonidos rodeaban la casa, notó con miedo, uno ya tan inmenso que parecía incapaz de crecer más, que la camioneta —sabía que tenía que ser la camioneta— se estaba acercando. Venía a por él.

    Así que ahora era una carrera. ¿Quién lo iba a matar primero? ¿La policía o los infiernales zombis conductores de camionetas?

    Clay podía empezar a distinguir otros sonidos procedentes del exterior. Popes y bumes. Breves ráfagas de algo explotando. ¿Fuegos artificiales? «No,» pensó Clay. «Eso no tiene sentido. Tiroteo.» Alguien estaba disparando a algo. ¿A la camioneta? ¿Estaban disparando a la camioneta? Clay tendría que esperar.

    El sheriff irrumpió con rostro enrojecido, empapado y jadeando. Clay notó que estaba muy muy mojado. Mojado tipo —goteando de mojado. Clay dejó de luchar el tiempo suficiente para intentar entender la conversación. Podía saber que el sheriff estaba de un humor aún más terrible que el de los oficiales. La fría apariencia de maldad sin emociones había desaparecido y sido reemplazada por puro pánico.

    ¿Los policías también estaban asustados por esto? Clay no sabía si encontrar consuelo o alegría. Si los policías estaban asustados, entonces tal vez se olvidaran de su pasatiempo más reciente, es decir, golpear intermitentemente a Clay por deporte.

    El sheriff prefería breves ráfagas de pronunciamientos de altos decibelios al silencioso susurro de sus subordinados. Se quitó la camisa revelando un cuerpo ancho, rojo y carnoso con una camiseta semitransparente pegada a este. Despotricó cuando se quitó la camisa, despotricó cuando salió furioso de la habitación y recorrió un pasillo, y despotricó cuando regresó con una toalla y se secó.

    —¿Qué diablos es eso? ¿Cuánta maldita munición tenemos que inyectar en eso para hacerle una mella? Joder, chicos, estamos en mierda cada vez más profunda. Esa maldita camioneta es a prueba de balas. Y me está jodiendo. Se secó la cara, escupió y tiró en el suelo sus pegajosos pantalones mojados. Miró al oficial pelirrojo y larguirucho de ojos pequeños que Clay entendió que era su grasiento híbrido hombre-secuaz. —Parker, tráeme un uniforme seco. ¡Ahora, chico! ¡Muévete! - Arrojó el uniforme mojado a la cara del ayudante.

    —Que alguien encuentre a Moses y le diga que lleve su gordo trasero a la comisaría y dé el aviso. Estamos rodeados de acres y acres de bosques y lagos, pero os aseguro que Clairol Pelo-Azul va a marcar pronto el nueve uno uno, porque las cosas están a punto de ponerse ruidosas. Pillad mierda pesada. Y decidle a Moses que invente una tapadera para las llamadas, y aseguraos de que la gente que no quiero que sepa lo que está pasando no termine sabiéndolo. ¿Entendido?

    Un guardia más delgado, el único que Clay notó que no había tenido su turno para golpearlo, preguntó: —¿Qué hay de Clayton?

    —Joder, Wally, quédate con él. De todos modos no va a ir a ninguna parte.

    —Claro, jefe.

    El sheriff se volvió enojado hacia los agentes. —Moses y Parker vienen conmigo. Mierda pesada. Cargadlo toda.

    —¿Toda? - preguntó Parker con escepticismo.

    —Especialmente toda. Vamos a enviar a esa maldita camioneta de vuelta al feroz pozo del infierno de donde vino. Te aseguro que esa camioneta no va a existir dentro de diez minutos. Mi camioneta está en el garaje. Cargadla. Cuando esa cosa vuelva al lado opuesto de la casa, pondremos la distancia suficiente entre ella y nosotros para asegurarla bien, y luego ¡Bum! ¡Sayonara, chicos! Enséñadle una buena lección.

    El sheriff y un grupo de agentes salieron de la habitación por varias puertas mientras el rugido de la camioneta anunciaba su agravación en la distancia. Clay no estaba seguro, pero había pasado suficiente tiempo jugando videojuegos para entender lo que eran los ametrallamientos. Demonios, olvídate de entenderlo. Él era el rey de eso. ¡Sí, eso es! Esa camioneta quiere que salgan a jugar.

    Clay ya había visto el tipo de potencia de fuego que el sheriff y sus compinches estaban empaquetando. Especialmente el tipo de potencia de fuego que venía en largas cajas rectangulares color verde de dos metros y medio. Justo del tamaño de un verdadero lanzamisiles de grado militar. Por no hablar de varios ayudantes esforzados por pares en una caja detrás de ellos; llevando lo que solo podrían ser misiles.

    Aún así, Clay no tenía idea de quién querría pelea. Esa camioneta podría soportar balas, pero ¿un lanzamisiles? Ni hablar. Aunque lo que estaba claro era esto: no habría empate. Alguien iba a ser el inequívoco ganador. O bien los bichos en la camioneta subestimaban al sheriff, o viceversa.

    En cuestión de minutos, todos habían evacuado la habitación excepto Clay y el ayudante que el sheriff había llamado Wally. Y Wally se mantenía a distancia sentado en una silla plegable de metal negro contra la pared del fondo.

    Clay podía oír pasos en el suelo en lo alto, sonidos apresurados de roce y arrastre, probablemente de cuando empezaban a cargar. Clay no sabía decir en qué habitación o habitaciones estaba sentado, pero suponía que su habitación debía de estar debajo del pasillo principal, pues la mayor parte del tráfico peatonal que oía venía en lo que parecía ser una línea recta desde lo alto.

    En algún lugar detrás de él, el cuatro por cuatro de la muerte rugió en la distancia. En algún lugar arriba y a la derecha, Clay oyó arrancar una camioneta. Supuso que era la del sheriff. Simultáneamente oyó el ruido sordo de la puerta de un garaje al abrirse, luego un breve chillido de neumáticos chirriando, luego gritos y rápidos disparos semiautomáticos.

    Clay miró el techo en dirección a los sonidos. Wally hizo lo mismo. Curiosamente, Clay notó que ni la camioneta ni los disparos se alejaban más.

    Se estaba librando una batalla dentro o fuera del garaje.

    Y, notó Clay con creciente inquietud, la batalla no involucraba al camioneta porque la camioneta aún estaba en algún lugar detrás de la casa del lago, pero por el sonido se estaba moviendo para matar.

    Y Clay aún estaba atrapado, atado a la silla.

    No había notado que Wally se levantaba y descruzaba los brazos, pero el movimiento de alguien acercándose en su periferia le hizo mirar hacia arriba.

    Wally empezó a hablar desde la mitad de la habitación. —Clay, tenemos que salir de aquí. No sé adónde. Pero te voy a desatar. Voy a...

    Y Wally se derrumbó silenciosa aunque violentamente al suelo.

    Clay se esforzó por ver qué lo había matado y, a falta de una mejor explicación, pensó que era una bala rebelde la que había hecho el trabajo. Debía de haber sido eso. No había nada más en la habitación. No importaba el hecho de que estuviesen bajo tierra y no hubiese una ventana a la vista y las paredes aquí abajo fuesen de denso hormigón armado.

    Debiia de haber sido una bala.

    Clay hizo lo único que pudo. Comenzó a sacudirse violentamente en la silla porque, si reinaba la lógica, significaba que no había bala perdida alguna y que de hecho había algo en la habitación, y sacudirse violentamente para tratar de liberarse parecía un mejor curso de acción que quedarse allí sentado esperando pacíficamente su destino una vez más.

    La repentina aparición de una sombra negra, semitransparente y vacilante sobre Wally reforzó en la mente de Clay que su plan de acción —es decir, moverse hasta que sucediese un milagro— era el correcto.

    Y el hecho de que la sombra se volviera menos transparente y se acercara a él aceleró su urgente necesidad de que cedieran sus ataduras. Finalmente se balanceó hacia adelante lo suficiente para mantener el equilibrio sobre los pies, cada uno de los cuales estaba atado a una pata de la silla. Aún así, al balancear su peso adelante y atrás descubrió que podía alejarse un paso o más de aquel bicho.

    Se volvió hacia el pasillo más cercano y trató de girar su cuerpo y la silla unida lo más que pudo con cada torpe pero raudo paso alejador.

    Entonces aquello lo atrapó. Sintió que su silla se echaba hacia atrás y se plantaba firmemente en el suelo.

    Clay había renunciado a soltarse las ataduras, tan reflexivamente que hizo lo único que pudo. Con cada gramo de fuerza, ira, rabia, testosterona y terror reprimido por haber sido acosado toda su vida y acabar de esta manera, chilló. Gritó. Sacó la cabeza lo más que pudo hacia lo que fuera aquello, trató de mirarlo a la cara (que aquello aún era negrura en formación), abrió los ojos y desde sus entrañas apuntó a la culminación de todo lo que alguna vez había sentido o sentiría y lo soltó todo. Fue un grito irreflexivo, lleno de ira y desafío varoniles.

    Clay aún estaba gritando, completamente listo para morder al condenado bicho hasta la muerte (gracias a Dios no lo habían amordazado, pensó), cuando finalmente aquello tomó forma y parte de la sombra se despegó y reveló hermosos ojos azules y cabello negro como un cuervo.

    Clay estaba tan conmocionado y lleno de adrenalina que, aunque su mente registró la ausencia de amenaza, su cuerpo seguía luchando y gritando.

    Bob tardó un minuto en arrodillarse y colocarle las manos en las piernas para que se calmara. Lo desató hábilmente, se acercó a Wally y tomó su arma. Bob sonrió. —¡Vamos!

    Clay aún estaba sentado en la silla, jadeando.

    Afuera, ahora las pausas entre rondas de disparos se hacían más largas y los sonidos parecían provenir de todos los alrededores de la casa del lago. Clay esperaba uno de dos resultados: o bien que los policías estuvieran ganando y que hubiera menos a los que disparar; o que la policía hubiera logrado escapar y liberarse. Porque la alternativa no auguraba nada bueno para él y Bob.

50 - Sobre el remolque

    Lo primero que regresó fue el sabor. Tanto Chett como Harry tenían en la boca sabor a cobre o a monedas de un centavo. Casi todo volvió rápidamente después, excepto la vista. Sus retinas aún estaban quemadas por lo de antes.

    Ambos estaban tumbados de espaldas, atados en todos los puntos a las mesas. Ninguno sabía cuán cerca o lejos estaban del otro.

    Chett volvió la cabeza hacia la izquierda. Fue el primero en hablar. —¿Harry? ¿Estás aquí? Desde algún lugar a su derecha, Harry respondió. —¿Dónde diablos estamos?

    Chett volvió la cabeza en dirección a la voz de Harry. —¿Estamos muertos?

    —No creo. Harry gruñó. —Pero estamos bastante atados. Luchó contra las ataduras.

    Alguien o algo en la habitación hacía ruidos extraños. Ni Chett ni Harry podían saber si los ruidos eran animales o humanos, pero cuanto más pensaba Harry en ello, más convencido estaba de haber oído antes algo similar. ¿En Star Trek? Quizá. No, no era eso. Pero iba en la dirección correcta. Lo había oído en la televisión. ¿En qué programa de televisión había oído esos sonidos? ¡Eso es! En el National Geographic. Habían pasado algunos años, pero recordaba haber visto parte de un especial sobre los bosquimanos de África en el canal de transmisión pública que captaba cuando la antena estaba apuntada correctamente.

    Entonces, ¿los habían atrapado unos... africanos? Eso debía de ser. ¿Por qué no? Todo apostaba por ello. La mente de Harry recorrió la reciente letanía de inverosímiles y locos acontecimientos. Ser noqueado y atado por africanos encajaba si no fuese por que no tenía ni un ápice de sentido.

    Mientras Harry seguía sumido en sus pensamientos, Chett ya estaba hablando. —¿Hola? ¿Quién está ahí?

    Más chasquidos, chillidos y murmullos.

    Chett esperó algo inteligible. Después de unos momentos, volvió a hablar en la relativa oscuridad. —¿Qué quieres de nosotros? ¿Hola? ¿Quién eres?

    Aún más chasquidos, chillidos y murmullos.

    Las inquisiciones de Chett continuaron infructuosamente durante unos minutos.

***

    Roscoe apartó la vista de los dos cautivos hacia Earl. —¿Qué demonios están haciendo?

    El cautivo de la izquierda emitía sonidos extraños.

    Earl se acarició la perilla. —Creo que intentan hablar.

    —¿Por qué has querido salvarlos? - Preguntó Roscoe volviendo a mirar hacia los cautivos.

    —¿Es que no fuiste tú?

    —No. Yo pensaba que fuiste tú.

    Ambos se miraron el uno al otro con repentina percepción. Earl fue el primero en expresarlo. —La nave. Esa perra.

    —¿Por qué iba la nave a hacer eso?

    —No lo sé. Pero estos dos se parecen un poco más a nosotros que las cosas que vimos antes.

    —¿Que vimos dónde? - Preguntó Roscoe.

    —Cuando aterrizamos por primera vez. En la isla de hielo.

    —Ah. Roscoe hizo una pausa. —¿Crees que esta es la vida inteligente de este pequeño planeta?

    —¿Por qué no? Nosotros somos inteligentes, ¿verdad? Y estos dos se parecen un poco a nosotros, ¿no? Es decir, sí bueno, todos son raros y de aspecto asqueroso, pero podrían serlo. Parece que intentan hablar con nosotros, ¿no?

    —¿Y qué crees que intentan decir?

    —Eso me supera, - respondió Earl. —Pero tú tuviste que destruir el centro de comunicaciones de la nave, así que ella no puede traducirlo, ¿verdad?

    —Bueno, probablemente lo que dicen no sea importante. Roscoe dio media vuelta y salió al pasillo. Earl lo siguió.

    —Puede que valga la pena investigar lo que dicen, Roscoe. Después de todo, captamos una señal procedente de su satélite. Si averiguamos lo que están diciendo, puede que sepan decirnos cómo encontrar lo que estamos buscando.

    —Bien pensado. Pero no vamos a involucrarla en esto. Roscoe señaló al techo. —Consigue su caja verde y veamos qué podemos desenterrar. Roscoe sacó de un bolsillo un pequeño dispositivo de mano parecido a un híbrido entre una PDA y un teléfono móvil y comenzó a hablar por él.

    Chett y Harry escucharon sus extrañas voces resonando cada vez más en el pasillo hasta que estas se disolvieron en el silencio.

51 - En la Casa del Lago

    Clay y Bob esperaron hasta que los sonidos de la guerra se apagaron para escabullirse sigilosamente escaleras arriba. El silencio era más que inquietante: se abalanzaba sobre Clay con una profunda sensación de fatalidad. Clay buscó a tientas la pesada linterna Maglight que le había robado al inconsciente Wally y se debatió en encenderla. Pero encenderla implicaba la posibilidad de alertar a cualquier potencial enemigo que pudiera estar esperando arriba. Dejarla, sin embargo, implicaba que tenía que encaminarse tanteando en silencio a lo largo de las paredes de tableros de madera y confiar en que todo sonido creado por el roce de sus dedos en las tablas huecas sirviera menos de advertencia para alguien de arriba que la linterna.

    Cada paso duraba cien años. Después del pequeño chirrido y crujido junto a Bob, Clay esperó a que los latidos de su corazón se calmaran lo suficiente para oír cualquier sonido.

    Varios golpes aleatorios e indistinguibles sonaron en la madrugada, y Clay extendió la mano para quitarle el arma a Bob. Decidió hacerlo como había visto hacer a todos los policías en la televisión: Maglight apuntada hacia adelante en una mano y la pistola en la otra.

    No era tan fácil como lo hacían parecer los oficiales. Intentó sin éxito algunas combinaciones diferentes: primero la luz en una mano, luego en la otra, luego en la otra mano con el arma presionada contra esta, lo cual sirvió para poco más que dejar caer la luz con un fuerte estruendo.

    Observó con terror cómo su linterna rebotaba por los escalones iluminando la escalera con destellos y arcos de luz, llevándose consigo sus esperanzas de ser consciente de cualquier cosa que pudiera estar acechando en la oscuridad delante, cualquier cosa que ahora pudiera estar acechando en la mismísima oscuridad tangible a solo unos centímetros de su rostro.

    Dejó escapar un débil gemido.

    Su ya elevado sentido del oído captó los diminutos sonidos de posibles pasos arriba.

    ¿Eran reales o solo se los estaba imaginando?

    Después de todo lo demás que había sucedido hoy, ¿por qué no iban a ser reales?

    No tuvo más remedio que saltar escaleras abajo rezando para no romperse el cuello en el camino. La linterna giró hasta detenerse en la parte inferior, proyectando su haz sobre el suelo de cemento gris del sótano.

    Clay se inclinó para agarrar la luz y sintió algo detrás de él. Se dio la vuelta rápidamente con la esperanza de pensar en el delincuente desconocido situado detrás de él antes de percatarse de que era Bob. Trató de aprovechar su giro, pero era demasiado tarde.

    Ella ya lo había agarrado del brazo, casi rompiéndolo en el proceso.

    Ella lo soltó y le tocó con cautela en la nariz.

    —Maldita sea, mujer, - susurró Clay. —Asustarme como el infierno justo ahora. Se pausó. —Podría haberte lastimado de verdad. Aunque lo dudaba.

    Clay se tomó un momento para configurar su pistola y linterna en un par que se pudiera agarrar. Bob y él se dieron la vuelta y empezaron a subir despacio las escaleras.

    Cinco agonizantes minutos después llegaron a la cima. Clay se esforzó por oír cualquier sonido que pudiera, pero en el completo silencio solo se concentró en el sonido de la sangre manando a través de sus tímpanos y su corazón palpitante.

    No tenía idea de cómo proceder, por lo que pensó que si las películas de policías podían enseñarle a sujetar una pistola y una linterna al mismo tiempo, podrían enseñarle a pintar una habitación.

    La escalera desembocaba en un pasillo que iba de izquierda a derecha. Al frente había un pequeño baño. Clay podía decir fácilmente que el baño estaba vacío, por lo que giró su pistola y la linterna rápidamente hacia la izquierda y hacia la derecha, asegurándose de que el pasillo estuviera despejado.

    Ir a la izquierda significaba que dejaría a Bob y lo que pudiera haber detrás de él a la derecha en la oscuridad. Ir a la derecha significaba que dejaría a Bob en la oscuridad de la izquierda.

    Así que se quedó allí durante un minuto, balanceando la linterna de un lado a otro, tratando de tomar una decisión. Bob finalmente lo empujó hacia la izquierda y, a regañadientes, él avanzó por el pasillo aún concentrado en sus oídos. Si algo intentara acercarse sigilosamente detrás de ellos, con suerte lo oiría. O a ellos. No, no había razón para pensar que sería un ellos. Sería un eso, se aseguraba a sí mismo. No, si se iba a mentir a sí mismo, bien podría ir hasta el final y decirse a sí mismo que nada les ocurriría.

    Llegaron a una puerta que conducía a lo que supusieron que era la sala de estar. Clay balanceó su combinación de pistola / luz en la habitación al mismo tiempo que entraba rápidamente dando la espalda a la pared. Apuntó su luz directamente frente a él, iluminando un feo sofá de lana. Giró su linterna en arcos cortos, deteniéndose cada segundo o así para examinar lo que fuera que se cruzara en su camino. Cuadro, cojín, mesa, otro cojín, otro cuadro, luego de vuelta hacia el feo sofá, un feo sillón reclinable, la pared detrás del sillón reclinable, la pared detrás del feo sofá, el viejo televisor Zenith sobre el destartalado soporte de latón. Repitió el registro unas cuantas veces hasta que estuvo convencido de que no había nada acechándolos. No había lugar para esconderse en la habitación.

    Una tenue y brumosa luz matinal azul había comenzado a entrar desde fuera. No lo suficiente para resolver las sombras en la habitación, pero lo suficiente para hacerle saber que la puerta que conducía al exterior, la puerta en la misma pared a la que estaba de espaldas, estaba abierta.

    Apagó la linterna y avanzó de puntillas por la habitación, casi tropezando con el viejo televisor. Se asomó por la ventana encima el sofá.

    —Mierda. Estaba muy descontento con la escena exterior. Era el alto recuento de muertos lo que lo ponía así. Y la luz de la mañana aún no le permitía discernir entre zombi y policía. Todos eran solo cuerpos no identificables en este momento.

    Sintió a Bob acercarse a su lado. A pesar de estar continuamente consciente de su posición en la habitación, aún lo hacía saltar.

    Los dos se quedaron así durante unos minutos. Clay no podía entenderlo. Avanzó hasta una posición paralela a la puerta y miró hacia afuera. Nada más que el garaje vacío. La ventana al otro lado de la habitación reafirmó el recuento de cadáveres.

    Pero nada de la camioneta. Nada de coches de policía. Así que, aparentemente, pensó Clay, la policía había escapado.

    Eso pensó Clay. ¿Corro o me quedo aquí esperando a alguien? ¿Qué hacían en las películas? ¿Quedarse? Serían devorados por zombis. ¿Correr? Sí. Sigues siendo comida de zombies. Seamos sinceros. No estoy más seguro en esta casa que allá afuera. Pero puedo esconderme en la casa. Los zombis son demasiado estúpidos para buscar en los armarios de las escobas. ¿O no?

    Pero Clay ya conocía la respuesta. No. Esos malditos bichos sabían conducir camionetas.

    Así que su única esperanza residía en la exígua posibilidad de que los policías hubieran logrado poner cierta distancia entre ellos y la casa del lago con los zombis persiguiéndolos.

    Pero había habido una trampa, ¿no?

    Así que, con gran temor, Clay caminó en silencio hacia la puerta y la abrió con suavidad.

    Se quedaron en silencio en el garaje contemplando la pantanosa mañana. Clay volvió a esforzarse por oír algo, pero solo había vacío. Ni siquiera el canto de los pájaros. Solo silencio.

    Desde el borde del garaje, Clay pudo reconstruir una escena de caos y carnicería. Los fangosos surcos circulares en el patio hablaban de camionetas conducidas sin un propósito, de únicos intentos de escapar casi cortados en el paso. O podría haber sido que el conductor había tratado de colocar a la gente en la parte de atrás con munición pesada.

    A la izquierda estaba el destrozado camino de grava y el camino de regreso a la carretera principal. A la derecha estaba el lago y el patio trasero. No había manera de irse, pero se habían ido. Había una gran cantidad de cuerpos en el camino.

    Algunos seguían humeando.

    Clay miró atrás en el garaje en busca de algo con qué golpear los cuerpos. Habiendo encontrado un palo de escoba, lo partió en dos cerca del final para crear una especie de lanza, y ambos partieron siguiendo dos conjuntos de huellas de neumáticos.

    Eso respondía a la pregunta. La policía había logrado escapar. Al menos de la casa. Con los zombies en persecución. Pero Clay no se sentía mejor. Hasta que Bob le pellizcó el trasero y dijo —¡Bip!

    Eso sí le hizo sentirse un poco mejor.

52 - Sobre el remolque

    Los dos extraños flacos calvos se miraron y dijeron algo en ese idioma africano. Esta vez, observó Harry, tenían cajitas verdes en las manos. Se asintieron el uno al otro y el de la derecha habló primero. Después de terminar, la cajita verde habló. ¡En inglés!

    —¡Alabado sea el Señor! - dijo.

    Chett y Harry giraron la cabeza involuntariamente para mirarse confundidos.

    El de la derecha, el más alto, volvió a hablar. —¡Alabado sea el Señor! - dijo la caja.

    El más bajo de la izquierda le dijo algo al más alto y luego habló en la caja. Dijo —Breiko Breiko Uno-Nueve, ¿cuál es tu veinte?

    Chett y Harry ahora parecían muy perplejos, pero no el uno al otro. La gente extremadamente extraña que farfullaba tonterías desde cajitas verdes había captado toda su atención.

    —¿Qué? - Dijo Harry.

    El de la izquierda habló. Su caja traductora dijo: —Entendido. Tenemos trabajo por delante.

    —¿Qué? - dijo Harry de nuevo.

    Esta vez habló el de la derecha. Desde su caja, con una especie de voz muy profunda de personalidad de la radio, —Soy Roscoe y este es Earl, y vosotros estáis oyendo los suaves y sexys sonidos de Jazz noventa y siete y nueve. Tumbaos y relajaos, papá os llevará hasta el final esta noche.

    —¿Qué? - dijo Harry de nuevo.

    El de la derecha, Roscoe, volvió a trastear con un botón y habló en la caja de traducción. —¡Habéis sido salvos! ¡Alabado sea el Señor! ¡Habéis sido llamados a los cielos como hijos de Dios! ¡Habéis abandonado el mundo terrenal y os habéis acercado a la luz!

    Esta vez habló Chett. —¿Esto es algún tipo de culto? ¿Qué está pasando aqui? ¿Quiénes sois vosotros?

    El llamado Roscoe siguió hablando. —Soy Roscoe y este es Earl. Todos somos hijos de Dios.

    El de la izquierda, Earl, pulsó un botón y esta vez su caja verde adquirió la voz profunda y lenta de la radio. —Solo relájate, estás en buenas manos. Te haremos sentir tan mal que se sentirá bien.

    Chett se volvió hacia Harry. —Tío, ¿qué diablos está pasando? En serio. ¿Ves algo ya? ¿Qué aspecto tienen?

    —No ha habido suerte, Chett, pero creo que intentan hablar con nosotros. Y no quieras saber quiénes creo yo que son porque hemos cruzado la línea del «¿Qué diablos está pasando?» hacia el territorio de «Me rindo.»

    —¿Qué quieres decir? - Preguntó Chett.

    —Que en este punto estoy esperando a que aparezcan Papá Noel y el Conejo de Pascua.

    La caja verde de Roscoe cobró vida. —Solo cree y serás salvo. ¡Sólo cree! ¡Confiésanos tus pecados y estarás con los hijos de Dios!

    —¿Qué? - Preguntó Harry. —Miren, hermanos, si comenzara a confesar todos mis pecados nunca saldríamos de aquí.

    El de la izquierda, Earl, le murmuró a Roscoe y se volvió hacia su caja: —Queremos aprender de vosotros. Las líneas telefónicas están abiertas y papá quiere que hables con él.

    Harry le susurró a Chett: —Creo que quieren que hablemos con ellos.

    Chett respondió en un susurro. —¿Acerca de?

    —No tengo ni idea. Pero vale la pena intentarlo. Habló con Earl y Roscoe. —Um, hola. Soy Harry.

    —Y, eh, yo soy Chett.

    —Y nos gustaría saber qué está pasando.

    Las cajas chirriaban, chasqueaban y hablaban en lo que Harry supuso que era su lengua materna. Roscoe respondió a su caja. —Bienvenidos, Harry y Chett. Somos hijos de Dios. Estáis a salvo. El reino de los cielos es vuestro.

    Chett volvió a susurrarle a Harry. —¿Estamos muertos? ¿Qué quiere decir? ¿Estamos en el cielo?

    Harry susurró en respuesta. —Mira, tengo cierta idea, pero por ahora sigue el juego. Y no, no estamos muertos. Luego, a Roscoe y Earl. —Gracias. ¿Podéis soltarnos?

    Earl habló: —Te amaremos de tantas maneras que seguramente te gustará una de ellas.

    Roscoe habló: —Debes confesarnos tus pecados. ¡Debes arrepentirte de la ramera de Babilonia!

    Chett miró hacia atrás en dirección a Harry. —¿Nos capturó un grupo de televangelistas?

    —No exactamente.

    —Bien, porque eso tendría sentido, ¿no? Estábamos luchando contra zombis y nos despertamos en una convención de DJ de R&B y televangelista / jazz. Quiero decir, ¿por qué no?

    —Porque me temo que la verdad es un poco más extraña, - suspiró Harry. Luego, volviendo al extraño dúo que los mantenía cautivos, —¿Qué quieres decir? ¿Arrepentirse y confesar? ¿Confesar qué? Tenéis que repensar cómo tratáis de hablar con nosotros, porque no tiene mucho sentido.

    Luego, de Earl y su caja, —Sabemos lo que es para todos los que buscan el amor. Tantos peces en el mar, y quieres comer un poco de cada uno de ellos. Pero tal vez hay una pequeña pieza sabrosa que te atrapó: anzuelo, sedal y plomada. Este es para todos ustedes que saben de lo que estoy hablando.

    De la caja de Roscoe: —¡Arrepiéntanse de la ramera de Babilonia!

    Harry les respondió. —Mira, es obvio que todos lo estamos pasando de maravilla tratando de comunicarnos y fallando miserablemente. Intentemos esto. Déjame hablarte muy despacio: Nosotros... no... tenemos... idea... de qué... estáis... hablando....

    —¡Arrepentirse! ¡Arrepentirse!

    —¡De acuerdo! ¡Me arrepiento! ¡Me lavo las manos para limpiarlas! - dijo Harry exasperado. —¿Podemos irnos ya?

    De la caja de Earl, profunda y rica: —Estamos buscando el amor.

    Inmediatamente después, de Roscoe: —¡Ramera de Babilonia!

    Harry estaba aún más confundido. —¿Quieres una prostituta? Bien. Soltadnos. Te conseguiremos una. Demonios, incluso te enviaremos un poco de cerveza y pizza con ella.

    Roscoe presionó otro botón en su caja y habló. —¿Cuáles son sus veinte, socio?

    Harry volvió a parpadear en la oscuridad. —¿Qué? ¿Cuáles son sus veinte? ¿Quieres decir, dónde está la chica? Está en las páginas amarillas, en la sección de acompañante, supongo. ¿Tienes una guía telefónica aquí arriba? No, creo que no.

    Los dos se hablaron apresuradamente en su extraño idioma nativo. Luego, de Roscoe, de nuevo con el acento de un camionero, —Entendido, amigo. ¿Cuál es el veinte en esa guía telefónica?

    —Um, en mi remolque, supongo. No la he visto durante un tiempo. Tengo que buscarla.

    Chett interrumpió, repitiendo el acento del camionero, —Miren, compañeros, soltadnos, enviaremos a una prostituta con cerveza y pizza, y podéis quedaros con la guía telefónica.

    Earl y Roscoe murmuraron rápidamente el uno al otro, luego Earl habló en su caja. De ahí, en la voz de DJ: —No toques el dial, volveremos enseguida llevándote a través de otro conjunto de favoritos que seguramente te pondrán de humor.

    Luego salieron de la habitación.

    Chett y Harry escucharon el sonido de la puerta cerrándose detrás de ellos.

    Chett se inclinó hacia atrás en dirección a Harry. —Tío, ¿qué está pasando?

    Estando aún mayormente ciego, Chett no pudo ver a Harry sonreír y negar con la cabeza con incredulidad. —Acaban de abducirnos, amigo.

    —¿¡Qué!?

    —Abducidos. Como en, transpórtame, Scotty. —Excepto que yo no son Scotty.

    —Estás bromeando.

    —¿Tienes una explicación mejor?

    Chett guardó silencio durante un minuto. —No.

    —Eso pensaba.

    Chett se quedó en silencio un minuto más, pensando. Su voz sonaba inquieta. —¿Nos van a examinar?

    Harry no respondió.

    —Creo que prefiero volver con los zombis.

    Harry suspiró.

    Se quedaron así, amarrados a las mesas, parpadeando ante los puntos rojos y verdes que lentamente comenzaban a desvanecerse. Las formas de la habitación se convirtieron en tablas, paneles, computadoras. La habitación lucía paredes grises cálidamente iluminadas con pisos de color marrón oscuro. Las mesas a las que estaban atados eran dos de quizá diez, y todas las demás estaban vacías. Esporádicamente en las paredes había grandes rectángulos negros, aparentemente pantallas de algún tipo, ya que dos estaban iluminadas con lo que Chett y Harry supusieron que eran sus signos vitales.

    La puerta se abrió con un silbido. Chett y Harry se volvieron para mirar un pasillo vacío.

    —¿Qué fue eso? - Preguntó Chett.

    —Las puertas se abrieron, - respondió Harry.

    —Hasta ahí llego. Chett respondió. —Pero no hay nadie.

    —¿Te rodean zombis, te hablan extraterrestres televangelistas y te confunden las puertas que se abren automáticamente? Lo tenemos en el Winn-Dixie de la ciudad. ¿Alguna vez has visto puertas automáticas? A veces tienen mente propia.

    Pero tan pronto como Harry terminó de responder, las bandas alrededor de sus muñecas, estómago y tobillos se doblaron hacia la mesa.

    Ambos se sentaron erguidos inmediatamente, frotándose las muñecas y flexionando los tobillos.

    —¿Somos libres de irnos? - Chett le preguntó a Harry.

    —No voy a quedarme a que me den permiso. Tú haz lo que quieras, - dijo Harry mientras se levantaba.

    —No. Bien. Esta es toda la invitación para irme que necesito.

    Caminaron hacia la puerta.

    —Sin embargo, una pregunta, - susurró Chett. —¿En qué dirección?

    Desde el pasillo hacia la izquierda llegó el sonido de una puerta que se abría.

    —Yo digo por allí, - respondió Harry y señaló a la derecha.

    —Bien. Vamos. Y rápido.

    Los dos echaron a correr por el pasadizo tenuemente iluminado.

    Después de unos minutos, Chett habló. —¿Um, Harry?

    —¿Sí?

    —Me he dado cuenta de que, bueno, cada vez que llegamos a un cruce, vamos a la derecha.

    —¿Sí?

    —¿No deberíamos tomar algunas izquierdas aquí y allá?

    —¿Por qué?

    —Bueno, se me ha ocurrido, eso es todo. ¿No implica ir siempre a la derecha que vamos en un círculo?

    —No. Lo vi en algún programa de televisión. Cuando entras en uno de esos laberintos de maíz o de setos, no puedes perderte si mantienes la mano derecha en la pared en todo momento. Al final sales.

    —¿Has estado alguna vez en una gran ciudad, Harry?

    —Muchas veces. ¿Por qué?

    —Si te pierdes en el centro y pones la mano derecha en un edificio y la mantienes ahí, terminas haciendo la cuadra.

    —¿Y cuál es tu plan?

    —Creo que estamos haciendo la cuadra, Harry. Vayamos a la izquierda.

    Desde el pasillo llegó el sonido de una puerta que se abría.

    —En la próxima, - dijo Harry. —vamos a la izquierda.

    Después de caminar unos minutos, llegaron a un cruce y giraron a la izquierda. Y así, después de diez minutos de llegar a los cruces y alejarse de cualquier sonido que oían, llegaron a un ascensor. Entraron. Las puertas se cerraron detrás de ellos.

    Chett consideró los botones. —Harry, ¿entiendes tú algo de esto?

    —No. Tú dale al de abajo.

    Chett lo hizo. Se abrieron las puertas. —Mierda. No. Ciérrate, ciérrate, ciérrate, - murmuró pulsando botones repetidamente.

    Harry intervino para alejar del botón la mano de Chett. —Pues deja de pulsar el botón, idiota, - siseó.

    Las puertas se cerraron deslizándose. Chett pulsó el segundo botón de abajo. Se le revolvió el estómago cuando el ascensor los dejó caer rápidamente y se detuvo.

    Las puertas se abrieron a la oscuridad. Ambos salieron temerosos. Las suaves luces empotradas se encendieron revelando un compartimento de carga lleno de cajas de metal. Se agacharon en la puerta y corrieron detrás de una caja.

    Nadie a la vista. Se dirigieron al final de la enorme sala. Ante ellos estaba lo que supusieron correctamente que eran puertas de carga. A medida que se acercaban, las puertas comenzaron a abrirse.

    —Uooh. Chett se asombró.

    —¿Qué? - Harry susurró.

    —Lo siento, - susurró Chett. —Pero creo que hemos terminado con nuestro remolque.

    —¿Qué te hace pensar eso?

    —Yo diría que sería difícil encontrar a nadie con un microondas atado a su antena parabólica.

    —Hmm, - señaló Harry. —Bien dicho. ¿Cómo bajamos?

    Chett caminó hacia el otro lado del gran rellano mientras descendía. —Depende de lo bajo que llegue. Tal vez podamos marcharnos.

    —¿En nuestro remolque?

    —¿Por qué no? - respondió Chett.

    El rellano se detuvo a tres o cuatro metros por debajo del techo.

    —Maldita sea, - espetó Chett. —Plan B.

    —¿Plan B? - Preguntó Harry.

    Chett regresó al otro lado del rellano y se arrodilló para mirar debajo. —Sí. Se dio la vuelta y se inclinó por un lado. —No quiero estrellarme contra el techo o resbalar y caer al suelo. Esto no es una discusión que pueda ganar. Se acomodó hasta que solo su pecho asomó por el rellano. —Te sugiero que te acerques por detrás de mí.

    —¿Qué estás haciendo? - susurró Harry.

    —Agarrando mi antena, - susurró Chett en voz alta. —Está a unos metros debajo de este rellano. ¡Nos vemos en el suelo! - Y con eso, Chett se agachó hasta que solo asomaron las yemas de los dedos. Una mano desapareció, luego la otra.

    Luego vino un fuerte sonido metálico y algunas maldiciones escogidas. Luego, desde abajo de la nave, —Date prisa, tío. Ya deberías estar aquí.

    Las puertas del ascensor se cerraban. Harry no necesitó más estímulo.

53 - Al lado de la autopista 61

    Clay encontraba extremadamente difícil caminar por la carretera. Más bien encontraba extremadamente difícil caminar cerca de la línea de árboles junto al lado de la carretera. Le dolían los tobillos por el suelo irregular. La forma en que veía la situación era la siguiente: tenían tres opciones. Uno: podían caminar por el estrecho arcén de la carretera, pero al ver que la carretera tenía una pendiente de metro y medio desde la línea de árboles, eso implicaba tener que saltar colina abajo y esconderse cada vez que oían un automóvil o camioneta en la distancia. Después implicaba tener que volver a subir una vez que se había ido. Dos: podían caminar por detrás de la línea de árboles, pero el suelo estaba mojado y encharcado y caminar era demasiado lento. Sin mencionar que podría haber muertos vivientes caminando por el bosque en algún lugar. O tres: podían caminar donde la pendiente se encontraba con la línea de árboles, lo cual implicaba mayor facilidad para esconderse que al caminar por la carretera y mayor facilidad para caminar que yendo por detrás de la línea de árboles. El único problema era que la pendiente creada por la subida de la carretera seguía inclinada hacia abajo cuando se encontraba con la línea de árboles.

    De ahí sus doloridos tobillos.

    Bob parecía estar aguantando bien, en la opinión de Clay.

    Él supuso que habían recorrido algunos kilómetros del viaje. Maravilloso, porque probablemente estaban a treinta kilómetros de la civilización. Qué lástima, pensó Clay, tener esta hermosa mañana ante ellos con la súper atractiva Bob, pero tener que pasarla renqueando hacia algún lugar inespecífico.

    ¿Su plan? En realidad no tenía ninguno. Una parte de él pensaba en caminar hasta la casa más cercana y pedir ayuda. Pero ¿quién iba a querer ayudar a un chico magullado y andrajoso con pinta de empollón y una tipa alta con burka a su lado? ¿Quién iba a abrir la puerta siquiera?

    Pero estando a veinte millas de la ciudad (y otras cinco más o menos desde su casa) y yendo a dos o tres millas por hora, les tomaría casi todo el día llegar allí.

    Pero claro, ¿qué mejor uso del tiempo tenía ahora? No podía pensar en volver a RadioWorld. Seguro que lo habían despedido. Y si aparecía por allí su jefe tendría allí a la condenada poli en un santiamén. Sobre todo en su estado actual. Además, ¿tenía turno en el horario de hoy siquiera? ¿Qué día era? Según sus cálculos, era domingo. Domingo por la mañana temprano.

    No sabía cuán acertado resultaría. Definitivamente era domingo por la mañana. Era muy, muy domingo por la mañana.

    Clay y Bob siguieron caminando. Clay notó que los coches eran pocos y distantes entre sí, tal vez uno cada diez minutos. No estaba mal. Bastaba para hacerle reconsiderar constantemente los pros y los contras de su opción elegida. Quizá el arcén de la carretera no estuviera tan mal. Caminaría sobre él un ratillo y cambiaría.

    Cada milla traía un poco más de sensación de inquietud a Clay, quien trataba de atribuírselo a sus patadas en el culo finalmente comenzando.

    Intentó hablar de ello.

    —Bob, ¿no me siento tan bien? - Parecía una pregunta.

    —¿No es bueno?

    —No. Nada bueno. Algo no va bien.

    —No va, ¿buen?

    —Bien.

    —¿Va bien?

    —No, no va bien.

    —Bien, ¿verdad?

    —No. Lo que dijiste es que va bien.

    —Va bien.

    —No. Olvídalo. Lo que intento decirte es que no tengo un buen presentimiento.

    —¿Sin presentimientos?

    —No, tengo un presentimiento. Pero no es bueno.

    —No es bueno.

    —Um, sí. Bueno, diablos. Puede que no sea la mejor conversadora, pero era más guapa que el infierno.

    Clay estaba tan preocupado, tan abatido y tan dolorido que sentía deseos de darse por vencido. Si no hubiera sido alérgico a las niguas ni hubiera temido mojarse los pantalones sentándose en el suelo empapado, se habría dejado caer al lado de la carretera y se habría sentado allí a esperar que sucediera lo que fuera.

    Porque que no se sentía muy bien era seguro. Y el algo no identificado que le estaba carcomiendo la mente estaba empeorando.

    Caminaron una milla más o menos antes de que él se acordara. Y le vino cuando lo vio: una iglesia.

    Era domingo por la mañana. Había una iglesia. Bob y él se encontraban al final de un largo camino de grava gris. Al final había una pequeña iglesia de madera blanca del tipo que hacía famoso el delta, con un pequeño campanario blanco, una campana, puertas verdes y una horda de zombis.

    No es que las iglesias del delta fuesen famosas por los zombis. Pero esta tenía al menos veinte fácilmente identificables por su paleta de verdes y marrones, tanto en el tono de piel como en la ropa podrida.

    Clay juzgó por la escena que los feligreses de dentro no estaban al tanto de los invitados de fuera, o que habían sido conscientes pero que ya no lo eran. Porque eran comida de zombies.

    Entonces, naturalmente, el primer buen instinto de Clay fue huir rápida y silenciosamente. Así lo hizo. Finalmente, después de unos cien metros, notó la ausencia de pisadas detrás de él. ¡Bob!

    Redujo la velocidad hasta detenerse y dio media vuelta. La carretera asfaltada estaba vacía. Mierda. Intentó escuchar. Silencio. No tenía elección. Tenía que volver en busca de ella.

    Ya sin aliento, rodeó corriendo el campo de regreso al camino de entrada de la iglesia.

    Llegó a la mitad antes de oír varios golpes fuertes seguidos de varios golpes más fuertes. Corrió con todo lo que tenía dentro, casi tropezando. Le dolían las piernas y le dolían aún más los pulmones.

    Llegó al camino de entrada mientras un coche salía de él. Se zambulló fuera del asfalto y rodó colina abajo cuando el coche se detuvo con un chirrido. La puerta del pasajero se abrió de golpe.

    —¡Hola!

    ¡Era Bob! Clay subió la pendiente a cuatro patas y saltó al interior del coche mientras ella se alejaba a toda velocidad.

    —Mierda. ¿Eras tú? - Ya conocía la historia. Bob se había marchado por el camino de entrada, había matado algunos zombis y se había largado con un bonito y brillante Lincoln Town Car de 1980 con interior de cuero rojo.

    —¡Buen coche! - dijo él aún sin aliento.

    —¡Bip! - ella le pellizcó la nariz.

    —¿Puedo saber adónde vamos? ¿Quieres que conduzca yo?

    —¡Rugido del motor! - dijo y apretó el acelerador. —Vamos rápido. Encuentramos bolas. Ella sonrió.

    —¿Bolas? ¿Qué bolas?

    —Me estrello. Pierdo mis bolas.

    A Clay se le cayó el corazón a los pies, hasta que recordó que seguramente ella no tendría testículos que perder. —¿Dónde las perdiste?

    —¡Bum! Me estrello.

    —¿Las perdiste cuando te estrellaste?

    —Sí.

    —¿Dónde te estrellaste?

    Ella trató de encontrar las palabras para describir lo sucedido. —Árboles.

    —Eso no reduce el círculo. Hay árboles por todas partes. Ckay hizo un gesto hacia fuera de la ventana.

    —Vale. Árboles. Rugido del motor. ¡Bum! Yo disparo. ¡Choco! ¡Oh, no! ¡El coche de mamá!

    —¡Ah! ¡Te refieres al campamento de caza!

    —¡Sí! ¡Campamento de caza! ¡Choco en el campamento de caza!

    —Ya lo entiendo.

    —¡Sí! ¡Necesito bolas!

    —Excelente. Vamos a buscar tus bolas. Y trabajemos por el camino el arte del uso de preposiciones.

    —Y ordenador. Necesito un ordenador.

    —Está en el remolque.

    —No. ¡Choco! Necesito un ordenador.

    —Te refieres a tu ordenador.

    —¡Sí! Tu ordenador.

    —No, tu ordenador.

    —¡Sí! Tu ordenador.

    —Vale. Ya entiendo lo que dices. Preposiciones, luego adjetivos. Te llevaremos allí.

    —¡Bip! - Ella le pellizcó la nariz de nuevo.

    Clay estaba perdidamente enamorado.

54 - En el remolque de Chett y Harry

    —¿Plan? - Preguntó Harry mientras se deslizaba por la antena.

    Chett parpadeó y miró a su alrededor. Había dejado de llover. Todo estaba aún confuso, pero al menos estaba recuperando la vista. Un poco, al menos. Miró hacia arriba y vio la extrañamente camuflada nave flotando encima de su remolque. Detrás de esta, y a través de esta más o menos, podía distinguir los azules y rosas del cielo de la madrugada. Obviamente, la nave tenía algún tipo de invisibilidad o dispositivo de camuflaje. Pero se estaba produciendo un cortocircuito. Casi todo el tiempo era semitransparente, pero de vez en cuando se veía por completo y revelaba la enorme masa de la flotante monstruosidad.

    Se volvió hacia Harry. —Um... Bueno, tenemos las armas. Están mojadas. Tú entra muy rápido y agarra unas toallas y mi kit de limpieza. Luego nos subimos a mi autocaravana y ponemos tierra de por medio entre nosotros y toda esta extraña mierda.

    —Trato hecho. Harry abrió la puerta muy lentamente y entró sigilosamente.

    Chett se acercó sigilosamente a la casa rodante sin apartar un segundo la vista del gigante parpadeante que tenía encima. Temiendo alertar a alguien, o a algo, que pudiera estar buscándolos en ese mismo momento, hizo todo lo posible por ser lo más absolutamente silencioso posible.

    Pero lo único que Bob había olvidado arreglar en su loco humor de arreglar su autocaravana era la puerta. Estaba atascada. O al menos estaba atascada y oxidada, de modo que abrirla significaba hacer un ruido de lo más inquietante. Chett rodeó la caravana, arrastrándose para ocultarse tras esta. Tuvo el mismo golpe de mala suerte con la puerta del pasajero.

    Maldita sea. ¿Qué le habría costado a esa Bob echar un poco de 3 en 1 en las bisagras? En serio, ¿para qué molestarse en repararla si no vas a engrasar las puertas?

    Lo único que Chett había querido hacer era meter las armas y ponerse en posición de arranque y salida. Pero ahora tendría que esperar hasta que Harry regresara con los suministros, lo cual parecía tardar una eternidad.

    Chett estaba a punto de tomar la decisión de ir a ver cuál era el problema cuando se sobresaltó por el sonido de la puerta mosquitera de su remolque cerrándose de golpe.

    Dio media vuelta rápidamente y vio a Harry con los brazos llenos de toallas y el kit de limpieza.

    —¿En qué diablos estabas pensando? - susurró Chett en voz alta.

    —Mierda. Perdón. Lo olvidé.

    —¿Por qué has tardado tanto?

    —No podía encontrar el maldito kit de limpieza.

    —Bueno, venga. Vamos a tener que armar un buen jaleo para entrar de todos modos. Esa maldita Bob no engrasó las bisagras.

    —Qué grosero de su parte, - susurró Harry en respuesta.

    —Venga. ¡Uno, dos, tres!

    Las bisagras se quejaron bien alto mientras ambos saltaban dentro de la autocaravana.

    —Toma, - dijo Chett arrojándole las armas a Harry. —Deja tus cosas en la parte de atrás y pilla las armas. Tú limpias mientras yo nos saco de aquí.

    Chett puso en marcha la autocaravana y se sorprendió de que esta arrancara a la primera. —Maldita sea, esto ronronea como un gatito. ¿Quién diablos es esa dama?

    —No lo sé. No me importa. Tú encuentra el pedal del acelerador y písalo. Estoy convencido de que lo que sea que haya ahí arriba, - señaló al cielo; —nos va seguir de todos modos, así que, si hay que irse, no hay mejor momento que ahora.

    Chett no necesitó más estímulo. Con la contracción de algunos músculos de las piernas, la autocaravana se alejó rugiendo por el camino de grava, desviándose para no ver a los zombis en descomposición recientemente decapitados.

    —¿Harry?

    —¿Sí? - Ya estaba secando las armas.

    —¿Por qué crees que nos van a seguir?

    —Porque es lo único que tiene sentido. Harry estaba limpiando el calibre doce.

    —¿Por qué crees?

    —Bueno, dejaron que nos fuéramos sin más, ¿verdad?

    —Creí que nos habíamos escapado.

    —¿Te escapaste tú de tus grilletes? - Harry hablaba con Chett pero seguía intensamente concentrado en las armas.

    —Bueno, no, en realidad no. Pero de la nave nos escapamos nosotros. Quiero decir, no nos escoltaron ellos precisamente, ¿no?

    —¿Por qué nos quitaron las cadenas?

    Chett lo pensó. —Porque les dijimos que íbamos a traerles prostitutas y cerveza. ¿Quién rechaza prostitutas y cerveza?

    —No sé, Chett. Harry tenía una varilla de limpieza en la boca y el calibre doce en su regazo, y estaba usando las manos libres para arrancar tiras de una toalla y envolverla alrededor de la varilla de limpieza. —Pero esa es una de las cuatro posibilidades.

    —¿Sí? - Chett dividía su atención entre tratar de permanecer en la carretera y asomar el cuello por la ventana para asegurarse de que no los seguía la nave.

    —Sí. Yo lo veo así: uno, tú tienes razón y ellos dejaron que vayamos a buscar cerveza y prostitutas. Así que nos están observando y notando que nos alejamos de ellos. Por tanto, vienen tras nosotros. Dos, tú tienes razón y nos hemos escapado. Ellos se dan cuenta de que no estamos y vienen tras nosotros. Tres, dejaron que nos vayamos porque quieren seguirnos a alguna parte. O cuatro, dejaron que nos vayamos por que tienen corazones bondadosos.

    Harry dejó que aquello calara mientras limpiaba furiosamente. —De todas las posibilidades, creo que podemos descartar la número cuatro. La número uno es un tal vez. Yo voto por la número tres. De cualquier modo que lo mires, hay al menos un setenta y cinco por ciento de posibilidades de que vayan a por nosotros.

    —Mira quién ha estado prestando atención en clase de matemáticas. Chett le dio un leve puñetazo a Harry en el hombro.

    —Auch. No lo hice a propósito. Y ahora no es momento de bromear. No estamos a salvo de los golpes, Chett. Y acabamos de salir de eso que flota en el cielo con tanta suavidad. Y probablemente eso tenga más caballos debajo del capó que esta autocaravana, por mucho ronroneo de gatito que haga. ¿Captas mi deriva?

    Chett dejó que aquello calara mientras navegaba hacia el asfalto.

    —Y mira, nosotros tenemos cositas de las preocuparnos; como caminos y árboles. Ellos no.

    Chett dejó que eso calara también.

    —De modo que, una vez más, ¿cuál es el plan?

    —Bueno, los caminos secundarios permitirán que no escondamos mejor bajo la cubierta de los árboles. Pero las carreteras y la interestatal permitirán que pongamos más distancia entre ellos y nosotros. Y yo no sé una mierda. Parece que eres tú el experto en este momento, así que dímelo tú. ¿Cuál es el plan?

    Harry lo pensó. Era cierto que seguramente podrían aprovechar los beneficios de los árboles. Pero su lógica era la siguiente: si esa cosa estaba flotando ahí y si tenía algún tipo de dispositivo de camuflaje, entonces era una nave alienígena. «Espera un segundo…»

    Harry se volvió hacia Chett. —¿No dijo Clay algo sobre Bob?

    Chett le lanzó una mirada. —Clay dijo muchas cosas sobre Bob. ¿Cuál quieres? Ese niño mimado solo piensa en conejo. Quiere tanto meterse en las bragas de esa que me duele.

    —No, en serio. Estábamos en el remolque, hablando, y él empezó a chillar tonterías.

    —Sí. ¿Y?

    Harry se devanó la cabeza. —¡Dijo que ella era extraterrestre!

    —Bueno, ¿y…?

    —¡Pues que esa cosa es una nave alienígena!

    —¿Es que acabo de darme cuenta de eso?

    —Cállate. En serio, Clay dijo que Bob era extraterrestre, ¿recuerdas? Y que se estrelló. Apuesto a que ella sabe lo que está pasando.

    —Bien por ella.

    —Tenemos que ir a buscarla.

    —Oh, diablos, no. Ya puedes olvidarte de eso, tío.

    Harry se quedó en silencio y se puso a pensar de nuevo.

    —Estás pensando, ¿no? - preguntó Chett.

    —Sí, ¿por qué?

    —Porque está claro que no estás limpiando esas armas.

    Harry se agachó, agarró el treinta y seis y lo limpió mientras pensaba. Se volvió hacia Chett después de uno o dos segundos. —No.

    —No, ¿qué? - Chett no dejaba de mirar adelante y atrás, desde la carretera hacia el cielo.

    —Tenemos que ir a buscarla.

    —Léeme los labios, - giró la cabeza hacia Harry con los ojos en la carretera y frunció los labios. —No.

    —Escucha. Si son extraterrestres, entonces, uno: podrían alcanzar fácilmente la autocaravana mientras avanzamos por la carretera, eso si aún no nos han implantado dispositivos de localización. O dos: podrían rastrearnos con igual facilidad con su tecnología alienígena si tomamos los caminos secundarios. Por tanto: estamos jodidos de cualquier modo.

    —Hmm, vale, - dijo Chett, —digamos que tienes razón...

    —La tengo.

    —Bien, digamos que la tienes. ¿Tienes también idea de dónde diablos está Bob ahora? Lo último que recuerdo es que estaba con nosotros en la camioneta cuando chocamos. Luego desapareció y, no he contado las horas desde entonces, pero estoy bastante seguro de que han pasado más de ocho horas desde entonces. Y nosotros hemos estado ahí en esa nave, y Dios sabrá en qué otros lugares, y tenemos menos posibilidad de encontrarla que de encontrar una bola de nieve en el infierno.

    «Bueno, mierda.» Chett tenía razón. «Pero espera, había algo más. ¿No había oído algo? Justo después de que su cabeza golpeara la ventana cuando destrozaron la camioneta. El sonido se había apagado con la distancia, pero había oído al sheriff gritar a los chicos.»

    —Dijo algo sobre la casa del lago.

    —¿Harry?

    —¿Sí?

    —¿De qué diablos estás hablando? ¿Quién dijo algo sobre la casa del lago? ¿Estás bien? No tendrás Sindrome Postraumático, ¿verdad?

    —No, estoy bien. Fue el sheriff. El sheriff dijo algo sobre la casa del lago.

    —¿Ah sí? Bien por él. Tú vuelve a limpiar armas y deja de decir locuras. Suenas un poco como el Tío Crank y no lo digo como un cumplido.

    —No, idiota. Cuando chocamos oí al sheriff decir algo sobre llevar a Clay a la casa del lago. Te apuesto a que ahí es donde está Clay. Y si Clay está allí, tal vez Bob también lo esté.

    —¿Eso es lo mejor que tienes?

    —¿Puedes mejorarlo tú?

    —Eso es un montón de tal vez

    —Una vez más, ¿puedes mejorarlo tú? Creo haber hecho un buen trabajo explicándote que estamos jodidos sin importar lo que hagamos. Llegar hasta Clay y Bob es lo único que podría hacer que esto tenga sentido. Clay está muy metido en esta mierda de Star-Trek. Te lo aseguro, esta es nuestra mejor esperanza.

    —Si nuestra única esperanza son un delgado empollón informático y su rarita amiga extraterrestre musulmana reparadora de autocaravanas, vamos directos al carajo.

    —Bien podríamos intentarlo.

    Chett suspiró. —Está bien, mierda. Dio un manotazo al volante. —Qué mierda, joder.

    Redujo la velocidad, maldiciendo. —Tenemos que dar marcha atrás. La ruta más corta es por ese camino. Señaló detrás de él. Hablaba con Harry mientras realizaba un delicado giro de tres puntos en la estrecha carretera. —¿Sabes siquiera dónde está la casa del lago?

    —Estoy seguro de que está al norte de Eagle Lake.

    Bueno, eso es bueno, supongo. Eso está a unos treinta minutos fuera de la ciudad. Tendremos que llegar a la autopista 61 para llegar allí, pero ¿cómo los vamos a encontrar?

    —Tenemos treinta minutos para poner distancia entre nosotros y esa cosa. Harry volvió a señalar al cielo. —Lo resolveremos. Por ahora, tú sigue.

    Ambos asomaron el cuello por las ventanillas para ver si aquello los seguía o no.

55 - En la Casa del Lago

    Wally abrió los ojos y no notó ningún cambio entre los estados abierto y cerrado. La habitación estaba completamente a oscuras y, si hubiera habido algo así como un silencio absoluto, habría pensado que la habitación también lo estaba.

    Le dolía la cabeza como el infierno. Esta palpitaba con cada latido. Se sentó y notó con evidente disgusto que, aunque era aparentemente imposible, esta acción tenía el efecto de aumentar aún más el dolor.

    Hizo girar los pies, se puso de rodillas y agarró la linterna y la pistola. Las cuales, como correspondía al estado actual de las cosas, faltaban. Maldijo en silencio y palmeó el suelo a su alrededor, confiando en vano que estuvieran tiradas cerca.

    No hubo suerte. Al menos no en el área inmediata de un metro a su alrededor.

    Inseguro de lo que había sucedido exactamente, su entrenamiento militar y policial entró en acción y asumió que estaba en territorio hostil. Comenzó a intentar reconstruir el diseño de la habitación y determinar su posición mientras se mantenía absolutamente en silencio, en caso de que no fuera el único allí.

    Palpó su uniforme para asegurarse de que su radio seguía conectada. Lo estaba. Notó la luz ámbar que indicaba que estaba encendida. La apagó para que no se activara y revelara su ubicación.

    Sí, había visto combate, aunque casi todo había sido —ligero, - si es que existía tal cosa. Había estado destinado en Irak durante la Guerra del Golfo, pero se las había arreglado para evitar por pura suerte casi todos los tiroteos. La acción más dura que había visto había sido en el campo de entrenamiento.

    Y nada podría haberlo preparado para despertar en una habitación completamente oscura después de haber sido amartillado. Tampoco se parecía mucho a despertar de la cama en medio de la noche. Para empezar, no tenía idea de hacia dónde se estaba enfrentando. Ni siquiera podía decir si estaba en la misma habitación en la que había sido dejado incosciente. Las personas que noquean a la gente a veces tienen la idea de arrastrarlos a alguna parte para hacer algo más tarde.

    Se obligó a concentrarse entre el punzante dolor. Se tocó la nuca y notó justo el chichón que sabía que estaría allí. Le dolía.

    La habitación, si recordaba correctamente, tenía dos escaleras que subían, un baño, una puerta que conducía a una escalera que lo llevaría a una —bodega— (que en realidad era una bodega completa con una selección completa de vinos., salvo por que tenía una configuración clásica de puertas ocultas que conducían a una habitación donde se almacenaban armas pesadas y artillería), y otro pasillo que conducía a un espacio de almacenamiento y una sala de trabajo.

    Wally terminó de levantarse y comenzó a avanzar lentamente manteniendo los brazos frente a él. Levantaba cada pie y lo barría a solo centímetros del suelo para mantener el equilibrio en caso de que chocara con algo. Por fin llegó a una pared y comenzó a tantear el camino. Encontró la primera puerta y entró lentamente, pateando algo duro casi directamente frente a él. Sus brazos no habían golpeado nada, por lo que cualquier cosa que hubiera pateado debía de ser más baja que hasta donde llegaban sus brazos. Se detuvo y palpó a su alrededor.

    Un fregadero. Había llegado al baño. Bueno. Al menos sabía dónde estaba. La puerta de al lado a la derecha, una vez que saliera, lo llevaría a la escalera que conducía hacia arriba.

    Subió las escaleras a tientas, con cuidado de pisar ligero sin hacer ruido. La casa estaba en un silencio sepulcral.

    En lo alto de las escaleras, notó que la luz comenzaba a filtrarse desde el exterior. Estaba amaneciendo.

    Había estado inconsciente durante una hora más o menos.

    Fue un golpe duro y probablemente necesitaría puntos de sutura.

    El completo silencio de la casa lo ponía nervioso. Salió de puntillas y quedó tan sorprendido como Clay debido a la carnicería de fuera.

    Lo primero que notó fue el bulto de un cuerpo al final del garaje.

    Esto es lo que pensaba Wally:

    La hostia.

    Wally instintivamente volvió a tomar su arma de fuego y se sintió doblemente decepcionado por su aún evidente ausencia. Había cuerpos por todas partes. Wally notó que los perpetradores detrás de aquel desastre podrían seguir prófugos.

    Esto es lo que pensaba Wally ahora:

    La hostia.

    Retrocedió hasta un rincón del garaje manteniendo la periferia a la vista y metió la mano en el bolsillo para recuperar el móvil. Marcó el número del sheriff de memoria y esperó a que sonara.

    El móvil hizo clic y emitió un ruido como si tratara de conectar. Pero no sonaba. En cambio, pasaron unos momentos de silencio y su teléfono emitió un pitido muy claro que le decía alegremente que su llamada había sido interrumpida.

    —¿Interrumpida?, los cojones, - le susurró al teléfono. —No has llegado a llamar, joder. ¿La mejor cobertura a nivel nacional?, los cojones. Se consoló pensando que, en algún lugar, millones de personas frustradas entonaban al unísono el mismo coro.

    Lo intentó de nuevo.

    Más pitidos.

    Lo intentó de nuevo.

    Más pitidos.

    Lo intentó de nuevo.

    Más pitidos.

    ¿Cuál era el problema? Tenía señal...

    Esperó treinta segundos y volvió a intentarlo.

    Más pitidos.

    Luchó por moderar su rabia y controlar su impulso de arrojar el teléfono con fuerza contra la pared más cercana. En cambio, sacudió el teléfono y se golpeó la mano.

    Marcó de nuevo.

    Silencio... Silencio... Luego... más pitidos.

    —Mierda. Buscó un bolígrafo en su bolsillo.

    Habiéndolo localizado, encontró el pequeño orificio que le permitiría reiniciar el teléfono.

    El bolígrafo no encajaba.

    El teléfono no lo tiró, el boli sí. Este golpeó la pared y estalló en dos o tres pedazos y eso le proporcionó cierta satisfacción de, al menos, haber roto algo. Pero notó con cierta tristeza que el bolígrafo no tenía el explosivo final que esperaba que tuviera el teléfono.

    Sacó la batería del teléfono y esperó unos segundos.

    Se la volvió a poner y lo encendió.

    Lo intentó de nuevo.

    Más pitidos.

    Se desplazó por el menú para encontrar el número del detective Moses.

    Lo marcó.

    Más pitidos.

    Sacudió la cabeza y maldijo mientras guardaba el teléfono en el bolsillo. —Joder.

    Wally estaba varado, desarmado, sin armas ni municiones y sin transporte entre una pila de cuerpos, y sin nadie a quien preguntar qué diablos estaba pasando.

    Aún tenía la radio. Podía pulsar y llamar al sheriff y dirigirlo a un teléfono fijo. Eso parecía una buena idea.

    Encendió la radio y tecleó.

    —SO Cuarenta y uno a SO Uno.

    Silencio.

    Esperó.

    Aún más silencio.

    Lo intentó de nuevo. —SO Cuarenta y uno a SO Uno.

    Aún más silencio.

    Probó con el detective Moses. —SO Cuarenta y uno a SO Decinueve.

    Nada.

    Maldijo y tecleó de nuevo.

    —¿Hay alguien ahí? Aquí la unidad Cuarenta y uno tratando de hablar con la unidad Uno o Diecinueve. Repito, ¿alguien me copia?

    Nada, hasta que finalmente la radio rompió el silencio con un alguien muy confuso y quebrado diciendo algo. Tenía la cadencia y el timbre de una de las damas en despacho, por lo que debía de haber sido alguien del Departamento del Sheriff que respondía por radio. Pero la señal era terrible.

    Lo intentó de nuevo. —¿Hola? Aquí unidad Cuarenta y uno, mi veinte es Eagle Lake. No le he copiado. Por favor, repitalo. Cambio.

    Unos segundos más de silencio, luego la voz entrecortada de la dama de nuevo.

    «Bueno, joder y maldita sea. Esto no me lleva a ninguna parte,» pensó. «¿No se supone que este sistema de radio tiene repetidores aquí para que podamos obtener una señal?»

    Tal y como Wally lo veía, tenía un único curso de acción. Solo confiaba en que alguien en este terrible baño de sangre no hubiera arruinado la que era su mejor oportunidad para salir vivo de aquí, si los responsables aún andaban sueltos.

    Apagó la radio y volvió a entrar sigilosamente en la casa. Tenía un plan, pero necesitaba una linterna, así que sopesó la probabilidad de cuál sería el mejor lugar para esconder una linterna contra las probabilidades que tenía de que aún hubiese alguien en la casa que pudiese dañarle con quien pueda tropezar en la casa. ¿Quieres buscar una linterna?

    Dormitorios. Arriba, en la mesita de noche.

    Eso no iba a suceder. No quería ir a explorar otro piso.

    Cocina. Despensa.

    Eso es un comienzo, pensó. Vale la pena intentarlo, aunque lo dudaba.

    Avanzó de puntillas por la sala de estar, explorándola en busca de una posible fuente de luz. No hubo suerte.

    Avanzó de puntillas por el pasillo que conducía al otro lado de las escaleras hasta el sótano.

    La puerta de la cocina estaba abierta, así que, después de asegurarse de que la habitación estuviera vacía, entró y comenzó a abrir y cerrar todos los cajones y armarios.

    Murmuraba para sí mientras buscaba.

    —Por supuesto que hay una linterna. ¿Por qué no iba a haberla? Es una maldita linterna en una casa en medio de la maldita nada y sabes muy bien que la luz tiene que cortarse casi todas las semanas, así que hay una maldita linterna en este piso y tendré que derribar la casa para encontrarla. Pero ¿por qué iba a encontrar una aunque estuviera en la casa? Con la suerte que tengo, las malditas pilas estarán agotadas.

    Rodeó el mostrador de la despensa.

    Mierda. Había un charco de sangre saliendo por debajo de la puerta.

    Caminó lo más silenciosamente posible hacia la puerta y escuchó por si alguien dentro estaba arrastrando los pies. Nadie lo estaba.

    Bueno, por supuesto que no, pensó. Me acaban de oír golpear cada maldita puerta y cajón de aquí.

    Acercó la oreja a la puerta y escuchó.

    Escuchó una respiración entrecortada y pesada.

    Estoy desarmado y no voy a lidiar con lo que hay detrás de la puerta número tres en este momento. Alguien podría estar legítimamente herido o podría estar allí con ellos esperando en una emboscada.

    Otro pasillo conducía desde la cocina a un estudio.

    Aquí tuvo suerte. No había linternas, pero en la pared había dos lámparas de queroseno de aspecto antiguo. Con queroseno. Y él tenía un mechero en el bolsillo.

    Espera, tenía un mechero en el bolsillo.

    Buscó a tientas y lo encontró. Bueno. Tenía un mechero.

    Estaba en el buen camino.

    Sacó una lámpara de su soporte, la encendió y se dirigió al sótano por el pasillo.

56 - En la Carretera a la Casa del Lago

    —¿Está detrás de nosotros? - Chett asomó la cabeza por la ventana para ver si los seguían.

    —Me gustaría que prestaras más atención a la carretera y me dejaras a mí el estar atento. Me estás acojonando. Harry se puso de pie para caminar hacia la parte trasera de la autocaravana y mirar por la ventanilla trasera. —Despejado hasta ahora.

    —Mira, ¿Harry? - gritó por encima de la ventana abierta y el ruido del motor.

    —¿Sí? - Harry gritó en respuesta.

    —Sé que Bob arregló esta autocaravana y todo eso, pero yo estaría un poco más cómodo en mi camioneta. Vamos a buscarla.

    —Ni hablar. Tardaremos demasiado y además no hay garantía de que funcione después de estrellarse contra el árbol.

    —Bueno, llámalo corazonada, pero es probable que surjan complicaciones y me gustaría tener algo con un poco más de elevación y tirón, si sabes a lo que me refiero.

    —Sí, yo también he estado pensando en eso. Unas pocas millas más y llegaremos a casa del tío Cranks. Siempre está trasteando. Tal vez tenga algo con más elevación y tirón.

    Chett volvió la cabeza para mirar a Harry. —¿Hablas en serio? ¿Tío Crank? ¿Qué va a tener él? ¿Un Geo Metro del 92? ¿Un Pinto Dorado? ¿Hablas en serio? Tendremos mucha suerte si lo que nos da no se incendia nada más salir del desguace.

    —¿Podrías, por amor de Dios, mantener la vista en la carretera? - gritó Harry en respuesta.

    Chett miró atrás a tiempo de tomar la curva de la carretera. La caravana estuvo a punto de volcar cuando Chett volvió a ponerla en rumbo.

    —¿Ves lo que quiero decir? - gritó Chett.

    —No he dicho que no estuviera de acuerdo contigo. Pero ¿tienes una idea mejor ahora mismo? No estaría de más ir a verlo.

    —Supongo que sí.

    Cinco minutos más tarde se encontraron en el desvío hacia el remolque del tío Crank.

    Chett fue el primero en notar los surcos y las marcas profundas de los neumáticos.

    —Parece que el tío Crank ha estado tramando algo, - gritó.

    —¿Y eso? - Harry regresó a la parte delantera de la cabina.

    —Mira todas estas huellas de neumáticos. No sé si podré atravesar su camino de entrada.

    Harry vio exactamente lo destrozado que estaba el camino. Bajar por el costado del camino de entrada no funcionaría porque la entrada estaba custodiada por una gruesa línea de árboles envueltos al azar con alambre de espino. Solo los primeros treinta metros del camino de entrada supondrían un desafío, porque a partir de ahí podían cruzar el patio, que de todos modos era un enorme pozo de tierra.

    —¿Crees que podemos lograrlo? - Preguntó Harry.

    —No quiero arriesgarme a tocar fondo. Ese barro aún está bastante fresco por la lluvia de la otra noche, y tendríamos suerte si no quedamos estancados. Hizo un gesto hacia la parte trasera de la autocaravana donde habían guardado sus botas de caza durante años. —Pilla las botas. Iremos andando.

    Harry regresó con dos escopetas y dos pistolas y le entregó una de cada a Chett.

    —¿Cómo nos va con las municiones? - Preguntó Chett.

    —Bueno, eso depende. Si estuviéramos saliendo de caza en el bosque, yo diría que tendríamos suficiente para vivir durante unos años. Observó los palés y las cajas de munición. —Normalmente tendríamos suficiente para comenzar una pequeña milicia. Pero dado que estamos luchando contra un ejército de muertos vivientes, es posible que solo tengamos lo suficiente para unas pocas horas. ¿Quién sabe?

    Chett no respondió. Detuvo la autocaravana a un lado de la carretera y echó un vistazo a las municiones.

    Sacudió la cabeza y bajó de la autocaravana pistola en mano. —Venga. Démonos prisa. Lo último que quiero es ver esa nave con su camuflaje parpadeando.

    Harry no necesitó que se lo dijeran dos veces.

57 - Sobre el remolque de Chett y Harry

    —¿Qué demonios? ¡Están por todos lados!

    Roscoe y Earl habían estado persiguiendo los puntitos rojos por todo el lugar. Cada vez que llegaban a otro cruce o corredor, revisaban los monitores para ver en qué dirección debían ir.

    —Bueno, no te preocupes, - gorjeó Earl mientras miraba la pantalla. —Están en el ascensor, hacia arriba en lugar de hacia abajo. No hay lugar al que puedan ir.

    —Computadora, - ladró Roscoe.

    Nada.

    —¡Computadora! - volvió a ladrar Roscoe.

    —Le arrancaste la caja de voz, ¿recuerdas?

    —Mierda. Bueno, aún puede oírme. Computadora, detén el ascensor y tráelo de regreso a este piso. Mantén las puertas cerradas hasta que lleguemos.

    Ninguna respuesta.

    Roscoe miró a Earl. —Sé que no tiene caja de voz, pero ¿no podría simplemente sonar o emitir un pitido o algo así para que sepamos que nos oye?

    Earl aún estaba estudiando la pantalla. —Bueno, el ascensor regresa por aquí.

    —Bien.

    Se dirigieron al ascensor más cercano para esperar a que la computadora entregara a sus cautivos.

    Esperaron. Y esperaron.

    Earl seguía mirando la pantalla. —El ascensor está tardando mucho. Se mueve, pero muy lento.

    Finalmente, justo cuando las puertas se abrían a un ascensor vacío, sonó una alarma.

    Roscoe miró fijamente el ascensor vacío. —¿Qué? ¿Dónde están? ¿Qué es esa maldita alarma?

    —La escotilla de carga se acaba de abrir.

    —¿Qué? ¿Cómo lo sabes?

    Earl señaló la pantalla donde, en grandes letras extraterrestres rojas, parpadeaba el mensaje «ADVERTENCIA: Apertura de las puertas del compartimento de carga.»

    —¿Quién está abriendo las puertas? ¿Dónde están las dos cosas que recogimos allí? ¿Por qué no están dentro de este ascensor?

    —No lo sé, Roscoe. Calla un segundo. Miró hacia el techo. —Computadora, - ordenó Earl, —Cierra las puertas de carga. Si esas cosas están tratando de escapar, no las dejes.

    Ninguna respuesta.

    —Maldita sea esta cosa. Dijo Roscoe. —¿Ves? Tomamos la decisión correcta al no pagarla. Vamos, sube al ascensor. Computadora, llévanos a la bodega de carga. Y si esas cosas están sueltas en algún otro lugar de la nave, detenlas y atrápalas donde sea que estén.

    Un minuto después, Earl fue el primero en hablar. —¿Roscoe?

    —¿Qué? - gruñó.

    —¿No deberíamos haber llegado ya?

    Roscoe golpeó los lados del ascensor y gritó. —Vamos, estúpido. ¡Muévete más rápido! - Se volvió hacia Earl. —¿Nos estamos moviendo siquiera?

    Señaló la pantalla en blanco en la pared. —¿Por qué me preguntas a mí? Puedes ver tan fácilmente como yo que no hay nada aquí. Debe de estar roto. Supongo que nos estamos moviendo un poco, quiero decir, mira esas lucecitas que se deslizan. Se mueven terriblemente lento, pero se mueven. ¿No se mueven normalmente mucho más rápido? - Señaló las tres o cuatro pequeñas tablillas de la pared donde supuso que estaban los marcadores del suelo. Se movían muy despacio.

    —No lo sé, - respondió Roscoe. —En realidad no presto atención. ¡Computadora! - Ladró de nuevo. —¡Si puedes oírme, ve más rápido!

    El ascensor se sacudió y cayó tan rápido que tanto Roscoe como Earl estuvieron temporalmente ingrávidos. Se detuvo tan abruptamente que ambos se derrumbaron en el suelo sin aliento.

    —Si alguna vez tengo la intención de que me reembolsen algo que he robado, - resopló Roscoe, —este pedazo de nave de mierda sería lo primero. Se incorporó y se palpó el chichón en la cabeza. —Cuando todo esto termine y hayamos realizado el envío y nos hayan pagado...

    —Oh, ¿a quién quieres engañar? - Earl gimió mientras se levantaba. —Ya estamos muertos. Te garantizo que ya hay un grupo buscándonos en ambos extremos del trato.

    —Eso es una chorrada, Earl. Sí, vale, habrá algunas personas cabreadas, pero vamos a terminar este trabajo y todos obtendrán su parte del trato. Serviremos unos meses haciendo un trabajo pesado, pero nada importante. Se volvió hacia las puertas. —¡Abre!

    Nada.

    —¿Voy a tener que hacer esto yo mismo? ¡Abre!

    Nada.

    —Maldita sea. Ayúdame, Earl.

    Los dos gruñeron mientras abrían las puertas del ascensor.

    Roscoe y Earl vieron las puertas de carga abiertas tan pronto como se abrió el ascensor. Corrieron hasta el borde de la rampa.

    Roscoe estaba desconcertado. —¿Se han liberado? ¿Cómo se liberaron? ¿Están aún en la nave? Aún están en la nave. ¡Computadora! ¿Están aún en la nave?

    —Psst. No hay voz, idiota, - recordó Earl.

    —¿De quién fue la gran idea? - Roscoe espetó. —Pensé que estaban en la nave. ¿No estábamos siguiendo los puntitos rojos en la pantalla? Pensé que estaban en el ascensor. ¡Computadora!

    Earl negó con la cabeza, regresó a la parte trasera del compartimento de carga y abrió una puerta que daba a la escalera.

    —¿Adónde vas? - Roscoe llamó a Earl.

    —A ejecutar un escaneo manual de la nave. Viendo cómo lo secuestraste antes de que estuviera completamente arreglado y los elevadores están atornillados y arrancaste la caja de voz de la computadora... ” se interrumpió.

    —¿Vas a culparme? Estaba siendo una perra molesta.

    —¿Sí? - Earl quitó la mano de la puerta y caminó por la bahía para susurrarle a Roscoe. —¿Sí? ¿Quién de nosotros eligió la personalidad? Fuiste tú quien metió a nuestra esposa en la cabina de personalidad y le dijo a la computadora que la copiara exactamente. ¿Qué esperabas? Obtuviste lo que querías. Me voy a escanear. Y te sugiero que entres aquí y cierres esa escotilla. Algo me dice que si bien esas cosas de ahí abajo no tienen nuestros ingeniosos y pequeños láseres y artilugios explosivos, sí tienen palos de fuego. Y he llegado a la conclusión de que esas pequeñas criaturas blancas y negras que vimos allá en esa isla de hielo no gobiernan el planeta, y que criaturas como las dos que capturamos antes sí. Quiero decir, se parecen un poco a nosotros. ¿No lo notaste? Además, tienen idioma y todo, y han descubierto cómo transmitir ondas de radio e imágenes en movimiento. ¿Has visto esos anticuados satélites flotando por ahí? Es la última tecnología para ellos. Así de retrogalaxia son estas criaturas. No han evolucionado mucho, pero han evolucionado lo suficiente como para ser peligrosos con sus palos de fuego. Y ahora los dos que necesitamos para salir de esta con vida han desaparecido, ya sea en esta nave o en ese pequeño planeta suyo, probablemente huyeron asustados y van a volver con refuerzos a por nosotros con sus palos de fuego. Así que, si me disculpas un momento, me alejaré de la escotilla abierta donde estamos flotando como idiotas en medio de su cielo atrayendo todo tipo de atención.

    —Nos hemos puesto la capa de camuflaje, - dijo Roscoe malhumorado.

    —¿Prestas atención akguna vez? - Earl señaló la parte dla nave que podían ver desde la parte inferior de la rampa donde estaban parados. —Ese chisme parpadea como una maldita luz estroboscópica.

    Roscoe estudió la nave con su parte inferior parpadeante. —No está tan mal.

    —Lo suficiente, - respondió Earl. —Ahora no la ves... Ahora sí. No la ves. Sí la ves. ¡Espera un poco! ¡Ah, ahí está! ¡La capa está completamente apagada ahora! Ahora ha vuelto... está rota, como todo lo demás en este cacharro de nave.

    Earl pisoteó el suelo con frustración. —Ay. El compartimento de carga sonó con reverberación metálica. —Ahora, como dije, voy a realizar un escaneo manual. Y si aparece vacío, buscaré la baliza de rastreo que les puse. Tu ayuda sería muy apreciada, aunque si te quedas aquí mirándote el ombligo, al menos no te interpondrás en mi camino. Earl hizo una pausa de un segundo. —Sí. No importa. Pensándolo bien, quédate aquí. Lo haré yo mismo.

    Earl dio media vuelta y se alejó.

    —Ya voy, - dijo Roscoe derrotado.

    —Haz lo que quieras.

58 - En la Casa del Lago

    Wally había hecho varios viajes desde la sala de armas oculta del sótano hasta el vehículo cuatro por cuatro estacionado debajo de la cubierta del segundo piso, pero aún trataba cada viaje como si fuera el primero, tomándose su tiempo para escuchar y estar atento a cualquier cosa dañina. Al menos por ahora, se sentía bastante mejor armado. Si bien la habitación carecía irritantemente de armas, tenía un capazo de AK-47, M-16 y semiautomátcas. Sin mencionar no uno, sino dos (¡dos!) lanzamisiles, morteros y otras armas pesadas. Había llevado varios AK-47 y uno de los lanzamisiles en viajes anteriores, pero aún no había traído munición.

    Wally se sentía muy incómodo sosteniendo la lámpara de queroseno en llamas directamente sobre cajas de munición de grado militar, pero no tenía otra opción. Encontró cargadores para el AK y la semi más pequeña y cargó las armas y los bolsillos con toda la munición que podía llevar, pero necesitaba algo más grande para llevar en un solo viaje todas las balas que iba a necesitar. Las cajas de madera en las que se encontraban actualmente eran demasiado pesadas y se necesitaban varias personas para moverlas.

    Recordó haber visto una nevera en la cocina y subió las escaleras.

    También se sentía lo bastante armado para lidiar con lo que pudiera estar al acecho detrás de la puerta de la despensa.

    El charco de sangre aún parecía fresco. Eso no era buena seńal. Notó que aún no tenía una linterna, por lo que abrir la puerta rápidamente con el elemento sorpresa no era una opción. Pensó que abrir la puerta y colocarse la linterna en la cara y entornar los ojos en la oscuridad podría no tener el efecto que deseaba para asustar a quienquiera que pudiera estar detrás de la puerta.

    Así que hizo lo mejor que podía hacer. Se apartó hacia un lado y abrió la puerta de la cocina con la esperanza de que, si alguien estaba al acecho, cometiera el error de saltar a la habitación, momento en el que Wally podría recuperar el control.

    Sin embargo, después de abrir la puerta, no pasó nada.

    La respiración que había escuchado solo unos momentos antes se había detenido. Quería anunciar su presencia con una voz muy autoritaria, pero al mismo tiempo no quería revelar su posición al mundo, entendiendo como mundo cualquier cosa hostil dentro o fuera de la casa.

    Así que habló con mucha calma, pero con tanta fuerza como pudo, con quienquiera que estuviera en la despensa.

    —Es la policía. Ponga las manos delante y camine hacia la puerta. Quiero verle las manos primero.

    Finalmente, una voz rota emergió de la despensa. —¿Hola? - Respiración más ronca. —¿Quién está ahí? ¿La policía? Gracias a Dios. Quienquiera que se detuviera para recuperar el aliento. —Soy el detective Moses y necesito atención médica de emergencia.

    Wally rodeó la puerta y bajó la linterna al suelo, donde yacía el detective Moses.

    —¿Moses? ¿Dónde estás herido? ¿Qué ha pasado? - Wally examinó los cortes ensangrentados de su uniforme, todos en los brazos, piernas y cuello donde su armadura antibalas no cubría.

    A Moses le costaba respirar. —Es una maldita pesadilla. Lo digo en serio. Tosió y Wally se dio cuenta de que hablar le dolía. —Estamos todos en esa Elm Street de mierda.

    ¿Qué? ¿Qué era Elm Street? ¿Algún lugar del centro donde traficaban con drogas y había guerras territoriales entre bandas?

    —¿Elm Street? - Preguntó Wally.

    —Oh, joder, chico. El Eddie Kruger ese o como se llame.

    —¿Freddie Kruger?

    —Ese.

    Wally no tenía idea de qué estaba hablando Moses, pero estaba a punto de explicar que tenían que salir de la casa lo más rápido posible cuando oyó un ruido sordo en la escalera. Parecía que el sonido había rebotado por la escalera desde abajo, así que, asumiendo que fuese una persona, o bien estaba subiendo hacia donde estaban ahora o bajaba hacia donde tenía que ir para conseguir el resto de la munición.

    Se inclinó hacia Moses y le susurró. —Hay que estar callados. Pero ¿puedes moverte?

    El detective Moses negó con la cabeza lentamente. —Mírame las malditas piernas, hijo. Wally apuntó la linterna hacia abajo para tener una mejor mirada que antes, y sintió náuseas por la vista. Había huesos saliendo de los pantalones.

    —Jesús. ¿Duele?

    —Duele, - respondió lentamente y adormilado. Sonaba drogado. —Pero me tomé un montón de analgésicos, - se palpó el bolsillo y Wally oyó el ruido de pastillas en un bote, —y creo que estoy de los nervios y en estado de shock. Necesito ayuda.

    Wally pensó por un momento. El detective Moses era grande. Más de cien kilos de grande. Moverlo sería una empresa importante.

    —Tenemos que trasladarte, - dijo Wally.

    Moses habló lentamente con gran dolor. —Trae una ambulancia. Yo no me voy a mover.

    Se oyó otro ruido sordo procedente de la planta baja.

    —Entonces te voy a arrastrar.

    Moses suspiró.

    —Hay un cuatro por cuatro fuera. Necesito bajar las escaleras y conseguir más munición. En cuanto regrese, lo pongo en marcha, vengo a buscarte y nos largamos de aquí.

    —Mira, yo no voy a conseguirlo. No sé cuánto llevo en este armario, pero sé que no me queda mucho tiempo en este mundo. Hizo una pausa para tomar una respiración entrecortada.

    Wally lo interrumpió antes de que pudiera continuar. —No hables así, Moses. Estás un poco golpeado, pero te pondrás bien. Conseguiré una ambulancia. Vuelvo enseguida.

    —¡Espera! - Moses gritó. —Vuelve aquí, idiota. Hizo una pausa para respirar de nuevo. —¿Tienes remota idea de lo que está pasando aquí?

    —En realidad no, - admitió Wally.

    —Eso pensaba. Así que cállate, maldita sea, y escucha. No necesitas que empiece en medio de una frase, ¿verdad?

    —No.

    —Vale. Pues cállate y escucha. El Sheriff Barrack está sucio.

    —Ya me di cuenta de eso.

    —En serio, chico. Cállate la boca. Quiero decir que probablemente sea el mayor criminal del estado. Tiene todo tipo de suciedad sobre todo tipo de personas. Todo el mundo, tú, yo, putos senadores e incluso el maldito gobernador. ¿Y quieres saber quién controla casi todo el tráfico de drogas entre Dallas y Atlanta? El sheriff. Así es como se sale con la suya: suciedad en la gente.

    —Está bien, Moses. Entiendo. Pero mira, de veras tenemos que movernos. Puedo conseguir que me ayudes.

    Moses miró a Wally con sus ojos y susurró roncamente. —Eres un maldito idiota, ¿lo sabías? ¿Qué te he dicho? Cállate chico y déjame hablar.

    —Perdón.

    —Estos son los hechos. Resumo porque no me siento muy bien. Uno, está sucio. Dos, tiene contactos. Tres, tiene más armas y municiones escondidas en diferentes lugares que la base de la Guardia Nacional. Cuatro, y este es el más grande, uno de los problemillas que tenía ha vuelto a lo grande.

    —Está bien, te estoy escuchando.

    —¿Te acuerdas de Billy Ray y Dale?

    —¿Quiénes?

    Moses hizo una pausa somnolienta para pensar. —No importa. Aquello fue antes de que llegaras aquí. Eran ayudantes del sheriff. Billy Ray era el sheriff, Dale era un oficial de narcóticos. Resumiendo, se enteraron de lo del sheriff y lo confrontaron, lo amenazaron con traer aquí al FBI y todo. Gran error. El sheriff torturó a los pobres chicos y los enterró en el estanque hace unos años, cuando probablemente tú aún estabas en la escuela secundaria o en pañales. Moses hizo otra pausa. Respirar estaba resultando más complicado. —Bueno, ahora viene la parte que no tiene sentido, pero es lo que es. No sé cómo, no me importa cómo. Lo único que sé es que Billy Ray y Dale han regresado. La última vez que los vi gritaban pidiendo clemencia cuando la grúa los bajó en la camioneta de Billy Ray al estanque.

    —¿Por qué no salieron nadando?

    —Estaban encadenados. Atados y encadenados. No hay forma de salir de eso. Si el sheriff no quiere volver a saber de ti, no volverá a saber de ti.

    —Cierto. Entiendo.

    —Hasta ahora. Moses se estiró y agarró el cuello de la camisa de Wally, arrastrándolo cerca de su cara. —Volvieron. ¿Me oyes, chico? Regresaron de entre los muertos, en su camioneta. Yo no lo habría creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos. Moses miró a Wally para enfatizar. —Y tienen todo un maldito ejército de esos bichos con ellos.

    —¿Ejército de qué?

    —De zombis, chico.

    —Venga ya, Moses, estás en shock. Vamos a sacarte de aquí.

    ¡Maldita sea, chico! ¡Escúchame! - Moses aún sostenía el cuello de Wally. Lo zarandeó. —Yo no voy a salir vivo de aquí. Tú tienes una oportunidad, pero no si te quedas por aquí. Tienes que salir de aquí, de este condado, y llamar a los grandes. Al FBI, a la CIA, al Ejército, a la Guardia Nacional, no me importa. Porque no se puede detener a esos bichos. Hizo una pausa para tomar otro doloroso aliento. —Hay demasiados y no se les puede matar. Su voz se llenó de pánico. —Los disparas y disparas, y siguen volviendo. Y si te ponen las manos encima, - Moses inclinó la cabeza para mirar sus piernas y brazos y sollozó: —Oh, Dios, es horrible.

    —¿Qué hay del sheriff?

    —Se fue.

    —Oh, Dios. ¿No lo logró?

    —No, no,” Moses tosió, —Se fue con algunos de los otros. El maldito bastardo me dejó a mí y a algunos de los otros aquí para morir. Tosió de nuevo y acercó a Wally a su boca para susurrar. —Si ves a ese cabronazo, dale una patada en las nueces de mi parte. ¿Vale?

    —Está bien, Moses. Bueno. Aguanta. Vuelvo enseguida y nos vamos de aquí. Recibiremos ayuda. Solo agárrate fuerte.

    Moses soltó a Wally y pareció desmayarse. Wally lo comprobó para asegurarse de que aún respiraba. Después de confirmar que sí, Wally miró para ver si Moses tenía una linterna y un arma. Así era, pero la linterna estaba cubierta de sangre y de otros cuerpos corporales grumosos no identificables. Wally luchó por no marearse. Cogió la pistola y la metió en la funda, agarró la lámpara de queroseno y la Uzi que había encontrado antes, y regresó al pasillo.

    Mierda, pensó. La nevera. Retrocedió hasta la cocina y trató de averiguar cómo llevar la lámpara y la Uzi sin dejar caer ninguna de las tres y al mismo tiempo poder defenderse en caso de que surgiera la necesidad.

    No se creía necesariamente la historia de Moses, pero lo asustó de todos modos. Sostuvo la lámpara en una mano y la Uzi en la otra, dejó la nevera en el suelo y trató infructuosamente de mirar dentro de la oscura escalera delante de la débil luz naranja.

    Recordando los golpes que había oído antes, estaba listo para cualquier cosa que pudiera estar esperándolo al pie de las escaleras. Una vez más, quiso anunciar su presencia con una voz fuerte, pero tenía la historia de Moses resonando en la mente. En cambio, exclamó suavemente.

    —Es la policía. Identifíquese.

    Silencio.

    —Repito: Es la policía. Debe identificarse o lo consideraré hostil. Estoy autorizado a usar fuerza letal para neutralizar cualquier amenaza. Pensó que eso sonaba bastante bien.

    Aún más silencio.

    Decidió sostener la nevera en la misma mano que su Uzi, así que agarró la manija y la tiró hacia arriba. El peso de la nevera hizo que se girara de una manera incómoda, por lo que tuvo que envolver el dedo anular y el meñique alrededor del mango para poder mantener el pulgar y el dedo medio envueltos alrededor de la Uzi con el dedo índice en el gatillo.

    Era una configuración muy incómoda.

    Sin mencionar que era difícil evitar que la nevera golpeara las estrechas paredes de la escalera.

    Así que tenía que extender los brazos para sostener la nevera frente a él.

    Lo cual cansaba mucho.

    Esta no es una buena situación, pensó mientras navegaba por las escaleras hasta el final.

    Wally esperó a que sus ojos se adaptaran a la luz y se asomó a la pequeña área del sótano que podía ver desde su posición en la escalera y apenas podía distinguir la pared en el lado opuesto de la habitación. Maldijo a Moses por tener partes de su cuerpo sobre su lámpara, arruinando así las posibilidades de que Wally la usara en lugar de la débil luz proporcionada por la lámpara de queroseno de vidrio.

    Bueno, aquí va, pensó Wally. Si había alguien ahí, bien podía sorprenderlo.

    Irrumpió en el sótano, apoyó la espalda contra la pared y se volvió rápidamente para analizar cualquier cosa que representara una amenaza en la habitación. Atrapó una sombra por el rabillo del ojo derecho y se giró rápidamente para abrir fuego.

    Allí no había nada.

    Creyó oír que algo se movía detrás de él, así que giró a la izquierda para abrir fuego.

    Nada de nuevo.

    Malditas sombras bailando por todo el lugar. Veo cosas y escucho cosas. Esta es una estúpida idea. No tengo apoyo y estoy entrando en una situación muy peligrosa.

    Se esforzó por escuchar algo más que los latidos de su propio corazón y solo escuchó el silencio. La habitación parecía despejada. Había otros pasillos que conducían a la salida de la habitación, y la lámpara proporcionaba muy poca luz para mirar hacia abajo. En lugar de revisar todo el piso inferior para despejarlo, decidió arriesgarse y cruzó corriendo la habitación, deteniéndose para poner su espalda contra la pared opuesta a él. La habitación aún estaba despejada desde este ángulo, por lo que solo tuvo que navegar por el corto pasillo hasta la —bodega.

    Metió la lámpara en la abertura y miró dentro. Tanto él como la pequeña zona del sótano que podía ver desde su posición parecían despejados.

    Avanzó lentamente por el pasillo, esforzándose por notar cualquier cosa que hiciera ruido. Sabía que había algo en el piso inferior; simplemente no sabía dónde. Lo más probable era que estuviera en otro pasillo inexplorado, pero aún así era mejor tener cuidado.

    Su corazón estaba acelerado. ¿Había estado ese algo en el sótano todo el tiempo que había estado allí? Fue un pensamiento aterrador.

    Tratando la bodega de la misma manera que lo hizo con las otras habitaciones, entró y realizó una rápida inspección. La luz del farol centelleaba en las botellas de vino. La puerta de la sala de municiones aún estaba abierta, así que se acercó para ver si estaba despejada, no antes de revisar el pasillo detrás de él hacia la sala principal del sótano.

    Algo se movió.

    Se quedó helado para contemplar la oscuridad.

    Esperó.

    La llama parpadeó.

    No pasó nada.

    Esperó un poco más.

    No pasó nada.

    Finalmente, se volvió para entrar en la bodega.

    También estaba vacío.

    Este es el último viaje que hago, pensó. Estoy muy muy asustado ahora.

    Miró hacia el techo y encontró una única bombilla con un interruptor. Lo encendió. No pasó nada.

    Por supuesto. No había luz. Si hubiese sido tan fácil, habría encendido los interruptores de luz de toda la casa en lugar de luchar con una lámpara de queroseno.

    Buscó en varias cajas hasta que encontró la munición de todas las armas que había tomado antes. Si dejaba la lámpara en el suelo, la caja estaba demasiado oscura para ver el interior. Si la sostenía, solo tenía una mano. La lámpara de vidrio tenía una varilla de metal delgada, que ató al interruptor de la bombilla del techo que no funcionaba.

    La lámpara se balanceaba suavemente, haciendo que todas las sombras de la habitación bailaran hipnóticamente.

    Wally dejó la nevera y se frotó los dedos doloridos donde el mango los había torcido y rozado.

    Entonces notó que la nevera sería mucho mucho más pesada cargada con municiones.

    Miró a su alrededor en busca de algo más portátil. Solo estantes y estantes de pesadas cajas de madera.

    Era inútil pensar en eso ahora, porque su mente ciertamente estaba empezando a jugarle una mala pasada. Estaba escuchando cosas. Necesitaba cargar y salir de allí ahora.

    Agarró cajas de munición y las colocó en la nevera lo más rápida y suavemente posible. También agarró algunas granadas y, al ver la arma calibre 50 en el estante superior, se detuvo para debatir si debía o no hacer un solo viaje más.

    Decidió tomar esa decisión una vez que volviera a salir, pero sabía que en realidad no volvería a bajar esas escaleras. Demasiado espeluznante, con calibre 50 o no.

    Metió las granadas con la última caja de munición y fue a cerrar la tapa cuando sucedió.

    Alguien o algo venía por el corto pasillo que conducía a la bodega.

    Si corría para cerrar la trampilla, no sabía dónde estaba el gatillo secreto en esta habitación para abrirla. Estaría atrapado.

    Lo cual, dada la situación actual, podría no ser tan malo.

    Pero, decidiera lo que decidiera, tenía que hacerlo rápido.

    Porque eso estaba deambulando por el pasillo.

    Y no parecía vivo.

    Tropezó hacia atrás en un intento de poner distancia entre la cosa y él mismo y logró tropezar y caer hacia atrás en el proceso. Observó con horror a cámara lenta mientras agitaba las manos para equilibrarse, haciendo que la punta de su arma golpeara la lámpara colgante.

    Esta se balanceó violentamente y golpeó uno de los estantes, pero el vidrio no se rompió.

    Wally cayó al suelo cuando se dio cuenta de que un lado del mango de metal delgado como un cargador que había atado a la cuerda se deslizó pacíficamente fuera de la pequeña lengüeta donde había estado colgando. La lámpara se inclinó mucho hacia un lado, dando al otro lado de la manija más espacio para maniobrar y salir de su pestaña.

    Wally se levantó de un salto para atrapar la lámpara que caía.

    No se atrevía a dejar ir a la Uzi; después de todo, la cosa seguía deambulando por el pasillo y necesitaba ocuparse de ella.

    Entonces, ahuecó las manos y se inclinó para atrapar la lámpara que caía, Uzi en mano, nada en la otra.

    Y observó aterrorizado cómo la lámpara aterrizaba y se resbalaba lentamente de las yemas de sus dedos.

    Seguía viendo todo a cámara lenta.

    Buscó a tientas para atraparla y solo logró hacerla rebotar aún más y arrojarla con más fuerza contra una caja de munición abierta.

    Donde finalmente se rompió el vidrio.

    Vaya, joder.

    Wally perdió de vista la cosa en el pasillo cuando la lámpara aterrizó en la caja.

    Para cuando el fuego se extendiera al goteante queroseno, estaría muerto por las explosiones. Tendría que disparar a la oscuridad con la esperanza de matar lo que fuera que estuviera allí.

    Gritó (descubrió que eso le ayudaba a no pensar demasiado en las situaciones) y abrió fuego. Acorralado entre los muertos vivientes de la sala y los cohetes y granadas que pronto explotarían a su alrededor y debajo de él, pensó que el zombi sería el menor de sus problemas.

    Apuntó la Uzi en dirección al zombi disparó. Ojalá hubiera agarrado el AK-47 en su lugar.

    Vació el cargador y escuchó un sonido, pero el fuego ya crepitaba en la caja de madera.

    Vaya, joder otra vez.

    Cogió otro cargador y lo ajustó. Notó que el fuego era un poco más brillante ahora y decidió que su única opción era pillar la nevera y correr disparando todo el camino y llenando de balas lo que fuese y a quien fuese.

    Corrió con toda su fuerza hacia el pasillo y terminó chocando con el cuerpo del zombi, enviándolos a ambos al suelo y su nevera derramando munición suelta.

    Seguía gritando.

    Podía sentir al zombi arañándolo. Luchó por liberarse.

    Era como luchar con la enorme ala de un pollo búfalo. Había huesos. Había carne. Solo que no olía a alitas de pollo y probablemente sería el único evento que vería de por vida.

    Por ahora, sin embargo, estaba tratando desesperadamente de encontrar el cuello a través de las partes viscosas y carnosas.

    Porque aquello estaba tratando de comérselo.

    Estaba encima y supuso que había aterrizado con la cabeza en algún lugar alrededor del pecho del zombi.

    Efectivamente, alcanzó sus brazos y encontró su cuello mientras se retorcía y gruñía para morder en alguna parte.

    El hecho de que esta cosa estaba muerta se hizo evidente. Como tal, Wally no tuvo que preocuparse demasiado por aplastarle el esófago. Saltó de él y lo agarró del brazo en un intento de obligarlo a darse la vuelta sobre su estómago en un movimiento de sumisión.

    Pero no funcionó.

    El brazo se desprendió de su mano.

    Lo cual desorientó mucho a Wally. Primero el brazo estaba ofreciendo resistencia, luego, al soltarse, la mano se sacudía con la repentina falta de peso. El brazo aún se movía.

    El zombi estaba tratando de ponerse de pie, por lo que Wally arrojó el brazo detrás de él hacia la habitación que ahora estaba ardiendo y emitiendo siniestros sonidos de estallido.

    Probó con el otro brazo y aún se sorprendió cuando también se desprendió. Lo arrojó a la habitación con el otro.

    Al menos ahora eso no podía arañarlo, aunque había logrado arañarlo en algunos lugares de su cara.

    Wally decidió que, dado que ahora eso estaba tirado en el suelo sin brazos, probablemente podría alejarse de él.

    Se puso de pie para correr y gritó cuando le mordió el tobillo.

    Se apartó el tobillo, rasgándose los pantalones y algo de piel en el proceso, y cojeó rápidamente hasta la nevera y recogió toda la munición que pudo de ella. Corrió arrastrando la nevera detrás de él hacia el pasillo que sabía estaba al otro lado del sótano. Encontró la escalera y se detuvo en la base para cambiar los cargadores una vez más antes de subirla.

    Le dolía el tobillo a cada paso y dejaba que la nevera golpeara cada paso mientras subía.

    Detrás de él, escuchó los sonidos mortales de disparos provenientes de la habitación oculta cuando la primera munición se calentó lo suficiente como para disparar.

    Hizo solo comprobaciones superficiales de cada habitación mientras entraba corriendo con la nevera al vehículo de cuatro ruedas y se abrochaba.

    El detective Moses aún estaba dentro. Estaría muerto seguro si la casa explotaba. Eso si no lo estaba ya. Necesitaba llevar el 4x4 lo más cerca posible de la cocina para recogerlo.

    Wally hizo una pausa para maldecirse por lo único que había olvidado.

    Las llaves.

    Buscó rápidamente en el motor la varilla de arranque que sabía que no estaría allí. Era un vehículo 4x4 demasiado nuevo y demasiado bonito.

    Dudaba que tuviera tiempo suficiente para hacer un puente.

    Saltó fuera y entró en la casa, manteniendo el mayor peso posible de su tobillo lesionado, corriendo hacia donde yacía Moses. Tal vez Moses upiera dónde guardaba el sheriff las llaves.

    —¿Detective Moses? - preguntó mientras zarandeaba al corpulento detective negro.

    —¿Moses? Venga, tenemos que irnos.

    Nada.

    —¡Moses!

    Nada.

    Wally buscó el pulso.

    Moses estaba muerto.

    Wally sintió ganas de vomitar.

    ¿Debería intentar sacar su cuerpo de la casa? No sabía si tendría suficiente tiempo. Decidió intentarlo de todos modos.

    Moses era pesado y arrastrarlo con una Uzi en una mano y un tobillo lesionado era moverse lento. Wally solo había recorrido unos pocos metros cuando oyó que algo subía las escaleras.

    Renovó sus torpes tirantes del uniforme de Moses en un esfuerzo por llevarlo unos metros más hacia la puerta de afuera.

    Miró hacia arriba y vio un colgador de llaves en la pared.

    Tenía llaves.

    De hecho, bastantes llaves.

    Las agarró todas y se las metió en los bolsillos mientras el zombi sin brazos doblaba la esquina seguido por el sonido de disparos.

    Pasaría un segundo antes de que las cosas pesadas comenzaran a estallar.

    Se agachó y le dio al cuerpo de Moses otro tirón, arrastrándolo tal vez medio metro.

    El zombi se acercaba tranquilamente.

    Era imposible que lograra escapar de la cosa. Pero tampoco podía dejar a Moses.

    Le dio a Moses un tirón más y se las arregló para tirar de él hasta la mitad de la puerta antes de que el zombi llegara a unos pocos pasos de ellos.

    Wally le gritó y abrió fuego con su Uzi, logrando solo golpear trozos y trozos de carne y hueso sueltos aquí y allá.

    El zombi seguía acercándose.

    Apuntó a la cabeza y apretó el gatillo. Siguió apretando el gatillo hasta oír el clic de un cargador vacío.

    La cabeza estallaba poco a poco en un rocío de materia marrón oscura, negra y gris sobre partes de la pared y la cocina.

    Dejó de acercarse. Se balanceaba sobre las patas y parecía mirar a su alrededor.

    Wally podía ver la pared y la ventana a través de la grieta abierta en la cabeza donde presumiblemente había estado su cerebro recientemente.

    Y finalmente, murió. De nuevo. La cosa muerta murió. ¿Remurió?

    Wally no tenía tiempo de considerar la sintaxis y semántica de los zombis ni los desafíos verbales que planteaba la reanimación.

    La casa comenzó a temblar con el retumbar de la explosión en el sótano.

    Nunca conseguiría llevar a Moses al 4x4, que aún estaba a cuarenta metros de distancia. Su única opción era encontrar entre el lote de treinta que tenía la llave que pondría en marcha el vehículo. ¿Para qué necesitaría tantas llaves el sheriff?

    Corrió hacia el vehículo aún dando saltos sobre su tobillo herido. Tan pronto como se sentó, comprobó el tanque de gasolina para asegurarse de que tenía gasolina (la tenía) y comenzó a buscar las llaves.

    La conmoción subterránea estaba empezando a ser evidente y una ligera neblina de humo comenzaba a filtrarse por las ventanas en pequeños mechones. Wally rezó mientras comenzaba a probar una llave tras otra.

    Estaba en su séptima u octava llave cuando rugió la primera gran explosión en la casa. El explosivo pesado estaba empezando a estallar. No tenía idea de cuántas granadas y cohetes podría haber bajo tierra. No tenía ninguna intención de quedarse para averiguarlo.

    Estaba a mitad de las llaves cuando estallaron dos explosiones más, sacudiendo la casa y creando una fina capa de polvo sobre el suelo a su alrededor.

    Y tenía un nuevo problema.

    Todo el alboroto había llamado la atención.

    Otro zombi apareció en la puerta sobre el detective Moses y miró a Wally antes de inclinarse para picar de las entrañas del detective. Solo que no pudo porque el detective llevaba su chaleco antibalas, por lo que el zombi se conformó con su cabeza.

    Wally apartó los ojos del espantoso festín para seguir probando llaves.

    Otro zombi lo miró desde una ventana del segundo piso.

    Por favor, que funcione una de estas malditas llaves, rezó Wally.

    Algo en su periferia llamó su atención. Tres o cuatro zombis habían aparecido en el borde del bosque al lado de la casa y caminaban rápido, aunque algo renqueando, hacia él.

    Supuso que estarían a unos ciento cincuenta metros. Lo bastante lejos para que él probara las últimas llaves.

    El humo de la casa comenzaba a salir por las ventanas. En algún lugar del interior, un peligroso incendio estaba creciendo.

    Wally notó, con una súbita sensación de pavor, que el vehículo 4x4 en el que estaba sentado en ese momento se hallaba a unos cinco metros del tanque de gas natural que alimentaba la casa. Levantó la vista para notar, con aún más pavor, que algunos zombis habían aparecido por el otro lado de la casa.

    Estos estarían encima de él en segundos.

    Agarró la Uzi y abrió fuego, desperdiciando un cargador disparando a varios en el pecho. No les hizo nada excepto rociar materia corporal —aparentemente no esencial— en el aire detrás de ellos.

    Maldijo y recargó, esta vez apuntando a las cabezas. Tumbó al primer zombi en segundos. Luego, al pillar el truco, hizo lo propio con el segundo y el tercer zombi. Si los cinco o seis del bosque se acercaban lo suficiente como para representar una amenaza, no tendría ningún problema en deshacerse de ellos.

    Fue entonces cuando la casa se incendió de verdad. Wally podía sentir el agobiante calor desde donde estaba, a solo diez metros de distancia bajo la cubierta del porche, la plataforma de madera que pronto también se incendiaría y caería sobre él si no encontraba la llave.

    Le quedaban diez llaves y estaba probando la llave número nueve cuando algo se estrelló en lo alto.

    Se sobresaltó y se le cayeron las llaves en la hierba.

    Los primeros zarcillos de fuego comenzaron a subir por el lateral de la casa de madera, dirigiéndose hacia la cubierta.

    Se inclinó y agarró las llaves, luchando por recordar cuáles había probado. Se negó a aceptar que tenía que empezar de nuevo.

    Probó algunas más y, por fin, suerte. El 4x4 se puso en marcha. Aceleró de una patada hacia el camino de entrada mientras la cubierta de arriba bajo la que acababa de estar estallaba en llamas. Un zombi, que sin que Wally lo supiera acababa de aparecer en la parte superior de la cubierta, se incendió, dio media vuelta y se cayó de la cubierta.

    Wally dobló la esquina de la casa tratando de esquivar los cuerpos que yacían en el camino de entrada, fruto del baño de sangre anterior.

    Se alejó cuando la casa rugió con más explosiones. Podía oír las atronadoras estampidas y el tintineo de los cristales mientras se alejaba. Había supuesto correctamente que había más armas y municiones en el piso de arriba.

    Había conducido unos kilómetros cuando escuchó la última explosión. Fue lo bastante fuerte y poderosa como para sentir que el suelo temblaba bajo el lloriqueante 4x4. No tenía forma de saberlo con certeza, pero tenía la sensación de que no quedaba nada de la casa.

    A unos kilómetros por la carretera se volvió para mirar. La columna de humo y la nubecilla que se elevaba desde la casa reafirmaron sus sospechas.

    Le pareció interesante seguir el consejo del detective Moses. Tenía que salir de la ciudad y alertar a… ¿a quién?

    ¿Al ejercito? ¿Al FBI? ¿A la CIA? ¿Cuál de esos tenía entrenamiento en guerra zombi?

    Él no lo sabía, pero sabía que necesitaba un coche.

    Habría una iglesia en el camino donde podría pedir uno.

59 - En casa del tío Crank

    Chett habló despacio y soltó la maldición mientras observaba la escena. --Mierda de Hólllyy. ¿Que ha pasado aquí?

    Harry miró alrededor a la escena que yacía frente a ellos. El remolque se había volcado; surcos profundos atravesaban el patio; el granero estaba demolido y aún humeaba por lo que fuera que lo habiiia demolido.

    Harry se aclaró la garganta y llamó la atención de Chett. Señaló con la cabeza el aparcamiento de coches chatarra. --No lo sé, pero ¿la mayoría de esos coches no estaban al menos con el lado bien cuando estuvimos aquí la última vez?

    Chett vio las docenas de coches volcados, la mayoría de ellos descansando encima de otros vehículos aplastados. Como el granero, algunos seguían fumando.

    Se rascó la cabeza y corrió hacia el remolque volcado, con la escopeta preparada. --¿Tío Crank?, - exclamó. --¿Hola? ¿Alguien aquí?

    Ninguna respuesta.

    Pateó los escombros de lo que anteriormente habían sido los bloques de cemento de soporte del remolque para apartarlos del camino y agarró parte del marco para trepar.

    La puerta miraba hacia el cielo, y tuvo que subir para entrar y ver cómo estaba el tío Crank. Harry se apresuró a unirse a él.

    —-¿Está él ahí? - Preguntó Harry, agarrando un eje para trepar.

    Chett ni siquiera lo miró para responder. --¿Desde cuándo tengo visión de rayos X, Harry?

    —-Perdón. No hace falta que te pongas idiota. Simplemente no sabía si podías oiiirlo o algo así.

    —-Estás a un metro de distancia, Harry. Si yo oigo algo, tú también lo oyes.

    —-Vale, vale, - murmuró. --Capullo.

    Chett colocó su escopeta en el costado del remolque que ahora estaba mirando hacia arriba y se empujó sobre él. Harry hizo lo mismo.

    El par se acercó a la puerta abierta y miró dentro.

    —-¿Tío Crank? - Llamaron al unísono. --¿Tío Crank?

    Aún sin respuesta.

    El interior estaba oscuro, principalmente porque la mayoría de las pequeñas ventanas que dejaban entrar la luz ahora ofrecían una hermosa vista de la tierra negra como la boca del lobo.

    —-Bueno, creo que es bueno que la puerta esté abierta. - Dijo Harry.

    —-¿Porque eso?

    —-Creo que si estaba cerrado, eso significaría que él estaba adentro cuando se volcó y aún estaba adentro. Al menos con esto abierto de esta manera, significa que es posible que no haya estado en él cuando sucedió, o si lo estaba, entonces lo logró.

    —-Buen punto, - concedió Chett. --¿Tío Crank? - Esperó escuchar algo. Después de un minuto de espera, miró a Harry. "Vale. Cúbreme lo mejor que puedas. Voy a entrar.

    Todo estaba tirado en el nuevo fondo del remolque. El sillón, los periódicos, la televisión, todo estaba en un lío aún mayor que antes.

    Caminó hacia la puerta y se agachó, dejó caer los cuatro pies hacia el otro lado, aterrizó en el costado de la mesa de café y el costado del sillón reclinable, tropezando en el proceso.

    Se recuperó y miró a su alrededor. No hay señales del tío Crank. Se quitó una linterna del cinturón, la encendió y comenzó a cavar en los escombros. Aún no hay señales del tío Crank.

    El último lugar para buscar en el remolque asfixiante era el dormitorio, cuya puerta, debido a la reciente remodelación de noventa grados de la casa, ahora tenía un metro de alto y estaba completamente bloqueada por escombros.

    Chett trató de excavar y mover las pilas de cosas en el camino (el otro extremo de la mesa de café, la televisión, la silla, los platos, las revistas) y finalmente llegó a donde podía ver la puerta. Se inclinó para echar un vistazo y notó que los colchones del dormitorio se habían caído y le estaban bloqueando la vista.

    Golpeó la pared y llamó a gritos al tío Crank. --¿Hola? - Golpeó un poco más. --¿Estas ahi? - Apoyó la oreja en la pared y escuchó un leve ruido.

    ¡Tío Crank! ¡Son Chett y Harry! ¿Puedes oírme? ¿Estás bien? ¿Necesitas que te ayudemos?

    Ninguna respuesta. Solo un leve ruido. Chett golpeó con más fuerza en la pared. ¡Tío Crank! ¡Voy a intentar entrar!

    Pero los colchones eran demasiado pesados. El tío Crank debe estar acostado sobre ellos, pensó. Se volvió para mirar la puerta / claraboya. "¡Harry! Necesito ayuda aquí. ¡Creo que está en el dormitorio!

    Harry asomó la cabeza. --¿Estás seguro?

    —-Eso creo. Pero hay demasiada mierda aquí. Los colchones están atascados.

    La cabeza de Harry desapareció de la puerta y fue reemplazada por sus pies mientras se bajaba al piso / lado del remolque.

    Chett hizo un esfuerzo por advertirle de los complicados ángulos de aterrizaje que planteaban la silla y la mesa de café, pero ya era demasiado tarde. Harry aterrizó primero sobre sus pies, luego con fuerza sobre su trasero.

    Chett se agachó justo a tiempo para evitar el disparo de la escopeta que abrió un agujero del tamaño de una cabeza en la pared.

    —-¡Harry! ¡Mierda! ¡Estuvo a punto de volarme la maldita cabeza!

    —-¡Perdón! ¡Mierda! ¡Lo siento! Podrías haberme advertido. ¡Mierda!" Harry miró su arma como si fuera culpa suya, y no suya, que casi le disparara a Chett en la cabeza.

    “¡Eso estuvo demasiado cerca para ser genial, hombre! ¡Tienes que tener cuidado!" A Chett aún le zumbaban los oídos. Se metió un dedo en la oreja para devolverle un sonido. "¡Y podrías haber matado al tío Crank!

    Harry caminó a trompicones a través del desorden hasta el nuevo agujero en la pared del dormitorio y estiró el cuello para ver bien el interior.

    La habitación estaba tenuemente iluminada por la pequeña ventana sucia en el costado / techo y daba poca definición a cualquier cosa dentro.

    Hasta que un zombi asomó su cabeza podrida, mugrienta y sonriente para encontrarse con la de Harry en el agujero.

    Harry gritó reflexivamente y saltó hacia atrás, cayendo sobre el sillón y llevándose a Chett con él.

    —-¡Mierda, Harry, ten cuidado!

    —-¡Zombi!" Señaló la cara gruñona que miraba por el agujero en la pared. Se parecía un poco a un perro rabioso.

    —-¡Veo! ¡Veo! ¡Pero no nos servirá de nada a ninguno de los dos si sigues intentando matarme!

    Harry se inclinó, apuntó y, antes de que Chett pudiera taparse los oídos, hizo un breve trabajo con la cabeza de zombi.

    “¡Maldita sea, Harry! Sé que era necesario y todo, pero por el amor de Dios, ¡voy a quedar sordo la semana que viene si sigues así!

    —-¿Qué? ¿Seriamente? - Se volvió para mirar el agujero ahora un poco más grande en la pared y lo señaló con la mano libre. "¡Zombi!

    —-Sí, pero estaba detrás de la pared y no representaba una gran amenaza, ¿eh?

    —-Mira, hombre, basta de discutir, - gritó Harry por encima del zumbido en sus oídos. "Yo también soy casi sordo, ¿de acuerdo?

    —-Pero no he intentado matarte hoy.

    —-Dale un descanso.

    —-¿Dale un descanso? ¡Casi me volaste la cabeza! ¡No voy a darle un descanso!

    Harry suspiró. “Esto no nos está haciendo ningún bien. Si el tío Crank estuviera allí, se habría ido cuando llegamos aquí y, por mi parte, no tengo ganas de volver a meter la cabeza allí para averiguarlo. Salgamos y regresemos a la casa rodante.

    —-Espera un segundo, - hizo una pausa Chett. --¿No dijo algo sobre un buggy la última vez que estuvimos aquí?

    —-Sí. Pero ¿para qué quieres un buggy?

    —-Nos da algunas opciones de terreno más en una situación difícil, ¿no es así?

    —-Sería bueno. Pero hay un problema, - dijo Harry.

    —-¿Que es eso?

    —-¿Viste el granero?

    —-Oh sí. - El pauso. --Quizá estén bajo los escombros.

    —-¿De verdad quieres quedarte y perder el tiempo desenterrándolos?

    —-Mierda. Bien pensado. Vamos.

    Y con eso, salieron por la puerta / tragaluz y aterrizaron en el patio polvoriento y lleno de escombros.

    Chett se estaba sacudiendo el polvo cuando escuchó a Harry murmurar algo.

    —-¿Qué?

    —-He dicho, - respondió Harry en un susurro fuerte, --que si oyes algo.

    Chett se puso de pie y escuchó con atención. Los sonidos de la vida salvaje ya se habían desvanecido en los últimos días por alguna razón. Grillos, pájaros, todo en silencio. Solo la brisa. Pero... también había algo más. Un leve zumbido y crepitar. Y se estaba acercando. Rápido.

60 - En la autopista 61

    —¡Oye! ¡Oye! ¡Espera! - Clay giró la cabeza cuando el coche pasó junto a una caravana oxidada de color amarillo-beige-marrón aparcada a un lado de la carretera. ¡Esa es la caravana de Chett y Harry! ¡Volcar!

    Bob volvió su cabeza cubierta de burka hacia Clay y la inclinó ligeramente para transmitir su falta de comprensión.

    Clay hizo un gesto con las manos como si estuviera girando un volante. —Para el coche. Volcar. - Se dio la vuelta en el asiento para ver la autocaravana detrás de ellos y lo señaló. —Regresa. ¡Chett y Harry!

    —¡Oh! - vino la respuesta desarmadoramente linda desde detrás de la sábana.

    Clay dio un vuelco cuando el coche redujo un poco la velocidad, pero no lo suficiente como para detenerse, y giró para mirar hacia el otro lado en menos de una fracción de segundo.

    Se levantó del lugar donde lo habían arrojado entre la puerta y el asiento del automóvil y miró a Bob con incredulidad.

    —¡Chett y Harry! ¡Rugido del motor! - ella respondió sin que se le preguntara.

    —Excelente. ¿Qué otros hábitos has adquirido? - murmuró.

    Hizo el movimiento de abrir una lata de algo y dijo: —¡Chh! Glug glug glug! ¡Ahhh!

    —Era una pregunta retórica. Pero eso también es genial. Cerveza y mala conducción.

    El Lincoln Town Car se detuvo en el camino de grava polvoriento.

    Clay abrió la puerta y examinó la escena. —Oh Dios. Conozco este lugar. Este es el local del tío Crank. Espero que no esté preparando la cena.- Se volvió para mirar a Bob, que también estaba saliendo del coche. —Porque si es así, no te la comas.

    Clay se acercó a la casa rodante y llamó a la puerta del pasajero. —¿Chett? ¿Harry? ¡Hola! - Probó y lo encontró abierto. Estaba a punto de intervenir cuando escuchó gritos en la distancia.

    No podía entender lo que estaban diciendo, pero podía ver a Chett y Harry corriendo rápidamente por el camino de entrada hacia él y Bob.

    —¿Qué? - les gritó Clay. Estaban quizá a sesenta o setenta metros de distancia.

    —¡CORRE! ¡Dijimos CORRE!

    “¿Correr adónde? ¡Tenemos coches! - Clay gritó en respuesta. Se dio cuenta de que mientras corrían, se turnaban para mirar hacia atrás por encima de sus hombros y hacia el cielo.

    —¡Sube a la autocaravana! - Gritó Harry. —Los dos.

    —¿Qué pasa? - Clay gritó en respuesta. —¿Necesitas que te ayudemos?

    —¡Sí! - Chett gritó. —Entrar en la autocaravana. ¡Ahora! ¡Ponedla en marcha!

    Clay volvió a subir a la caravana y miró la columna de dirección. —¡No hay llaves!

    —¡No se necesita llave! - Chett gritó. —¡Esa perra hizo un puente!

    Clay miró a Bob y suspiró. —Vamos, Bob, entra. No eres una perra.

    Bob tenía una mano en el asiento del pasajero y se estaba deslizando hacia adentro cuando una sombra muy grande cayó sobre ellos.

    Clay no se había dado cuenta antes de toda la emoción, pero había habido un fuerte zumbido y un estallido que con la aparición de la sombra pareció volverse mucho más silencioso, casi como la forma en que un automóvil se queda en silencio cuando no estás acelerando el motor.

    Clay miró a través del parabrisas y vio el cielo. Por un segundo. Luego, por un segundo, no lo hizo, porque algo estaba en el camino. Pero luego no volvió a ser, por un tiempo. Pero luego fue de nuevo.

    —¿Qué diablos está pasando ahora? - Clay preguntó.

    Bob estaba parado en la mitad de la caravana, mirando hacia arriba.

    Y ella empezó a gritar.

    Clay no podía distinguir el idioma, pero reconoció a una mujer cabreada cuando lo escuchó.

    Había salido de la casa rodante para saltar y gritar ante la aberración en el cielo cuando Chett y Harry finalmente se acercaron lo suficiente para empujarla dentro.

    —¡Vamos! ¡Dale! ¡Dale! ¡Dale! - Harry dijo sin aliento mientras él y Chett tacleaban a Bob mientras se lanzaban a través de la puerta aún abierta. Estaban en un lío revuelto en el suelo cuando Harry miró hacia arriba para gritar de nuevo. —¡Ahora! ¡Dale!

    Clay recordó la tremenda urgencia de la última vez que los dos se subieron a su coche y le ordenaron que se fuera, así que no perdió el tiempo discutiendo.

    Pero mientras Bob indudablemente había hecho un trabajo superior arreglando la autocaravana, ella no había logrado moverlo para turbocargarlo en su frenesí de arreglos. La autocaravana se tambaleó lentamente hacia atrás en la carretera.

    —¡Mierda! ¡Más rápido! ¡Ve más rápido! - Ordenó Chett.

    —¡Tengo el pedal en el suelo, Chett! Si lo que buscas es velocidad, salgamos de aquí y pillemos el Lincoln.

    Harry se las había arreglado para salir del torbellino de cuerpos hacia la parte de atrás y ponerse de pie. Chett aún estaba encima de Bob, enredada en su burka. Los dos lograron rodar hacia la parte de atrás, Bob maldijo y escupió en su lengua materna.

    La puerta lateral se cerró cuando Clay sacó la caravana hacia la carretera y aceleró hacia el sur.

    Clay observó aterrorizado cómo la silueta parpadeante de la sombra se movía con ellos.

    —Um, chicos, no quiero interrumpir su pequeña fiesta de amor allá atrás, pero sea lo que sea de lo que estén huyendo en este momento nos está siguiendo.- Señaló hacia arriba. —Y tengo miedo de preguntar, pero ¿son estas las mismas cosas que te perseguían antes?

    Harry se sentó sin aliento en el asiento del pasajero. —Mierda. En realidad no, Clay. Al menos, creo que no. Realmente no sé qué son, pero creo que es seguro decir que no son nuestros mejores amigos que solo quieren pasar el rato.

    En un acto de confirmación inesperado, un destello de luz brillante los cegó temporalmente. Clay recuperó la visión a tiempo para devolver la autocaravana al carril correcto. Estaba a punto de preguntarle a cualquiera con más conocimiento qué diablos acababa de pasar, pero la vista de un árbol chamuscado y humeante un poco delante de ellos le respondió.

    —¿Alguien tiene alguna idea? ¡Tienen cositas de desintegradores láser de lujo! - Clay estaba histérico. —¿Alguien? ¿Alguien? - Se pausó. —¿Hola? ¿Cosas de fantasía de desintegrador láser y que nos están disparando?

    —Relájate, Clay.- Chett se había liberado de los enredos del burka de Bob y había agarrado una escopeta. Bob estaba de pie junto a él y se estabilizó. Aún maldiciendo.

    —¿Relajarse? ¿Seriamente? ¿Cuando estoy a punto de ser vaporizado gracias a ti? ¿Sabes qué? Olvidalo.- Clay pisó el freno. —Bob y yo tomaremos el Lincoln. Si es a ti a quien buscan, si estamos en el Lincoln y logran atraparte, no nos volveremos a atrapar en el proceso.

    —¿Qué? — Preguntó Harry.

    —No nos volverán a pillar. O asesinar, porque nadie ha sacado los blásteres contra nosotros aún.

    —Si te detienes, somos patos muertos,- respondió Chett con calma, aunque un poco sin aliento. —Todos nosotros.

    Harry intervino. —Mira, su objetivo es una mierda. Chocaron contra un árbol.

    —Podría haber sido un disparo de advertencia, ¿sabes? - Dijo Clay soltando los frenos, pero sin pisar el acelerador tampoco. —Como un: «Detente ahora, antes de que te disparemos».

    —Bien pensado, Chett,- dijo Harry. —Eso se parecía un poco a un disparo de advertencia.

    En otro ajuste perfecto de sincronización, un destello brillante los cegó.

    Otro árbol estaba humeando. Esta vez un poco más cerca.

    Harry sintió que tenía mariposas en el estómago. —Sabes, Chett, estoy un poco perdido aquí. No soy de los que solo se rinden, pero tienen blásteres y nos están disparando.

    Chett estaba haciendo una mueca, aparentemente dolorido. —Mira, tuvimos la suerte de escapar la primera vez. Puede que no volvamos a tener tanta suerte.

    —¿Estás bien? - Preguntó Harry. —No te ves tan bien.

    —No me siento tan bien,- respondió Chett. —Pero me siento lo bastante bien como para poner una bala en cualquier cosa fuera de la casa rodante que no parezca amigable.

    —Sí, todo está bien y esas cosas, pero ¿tengo que seguir conduciendo o qué?

    Pero nunca tuvo la oportunidad de responder.

    Algo masivo explotó. En algún lugar muy cerca de la autocaravana.

    Entonces algo masivo explotó de nuevo.

    Pequeños trozos de cosas rojas brillantes y ardientes flotaban por el parabrisas como pequeños duendes cabreados.

    En la distancia, algunos árboles más desaparecieron en destellos de luces brillantes.

    —Sabes,- gruñó Chett, —Sería un mofo feliz si nunca viera una mierda en llamas viniendo del cielo. Nunca más.- Gimió de nuevo. —Lo siento chicos, pero tengo que irme.- Sosteniendo su estómago, se puso de pie y salió disparado hacia el pequeño baño detrás de él.

    —¡El tanque no tiene fondo! ¡Simplemente saldrá a la carretera! - Gritó Harry.

    —¡Esa es la menor de mis preocupaciones en este momento! - gritó en respuesta, cerrando la puerta.

    —En realidad, yo no me siento demasiado grandioso,- gimió Harry.

    —Bueno, lo siento, pero en caso de que lo hayas olvidado, ¡NOS ESTARÁN DISPARADOS! - Chett ladró a través de la puerta.

    La autocaravana redujo considerablemente la velocidad y se detuvo por inercia. Delante y alrededor, brillantes destellos de luz estaban acabando con los árboles con una venganza.

    —¿Qué demonios están haciendo? - gritó Clay mientras inspeccionaba el cielo. —¿Están jodiendo con nosotros? Porque eso no es genial.

    Harry estaba doblado de dolor y habló con los dientes apretados. —Voy a aventurarme a adivinar que no lo están haciendo a propósito.- Se dio la vuelta para mirar hacia el baño. —¡Date prisa, Chett!

    Una respuesta amortiguada: —No estoy aquí para perder el tiempo, idiota.

    Harry se puso de pie para ir al baño cuando la puerta lateral de la casa rodante se abrió de golpe. Blandió su escopeta y se preparó para apretar el gatillo cuando alguien llamó, —¡Espera! ¡No dispares!

    Sostuvo su arma lista y gritó: —¿Quién está ahí? Identifíquense o prepárense para comer perdigones.

    Alguien de la carretera exclamó: —Es solo una persona: el detective Wally del Departamento del Sheriff del condado de Warren.

    Clay casi se desmorona en el asiento delantero. —¡Excelente! ¡Por fin me encontraron! Estoy muerto, estoy muerto, estoy muerto. Mamá me va a matar. Me van a despedir y voy a ir a la cárcel. Y me están disparando.- Terminó suspirando profundamente y golpeándose la cabeza con el volante.

    Chett, habiendo terminado sus asuntos, abrió la puerta del baño pero se quedó dentro. —¿Qué quieres? - exclamó al detective que sabiamente se escondía fuera de la vista.

    —Un paseo, si te parece bien. Realmente prefiero no quedarme aquí con toda esta locura.

    —¿Trabaja para el Departamento del Sheriff? ¿Qué estás haciendo aquí? - Harry intervino.

    —Mire, estoy fuertemente armado, conduzco un 4x4 y ahora mismo creo que todos nosotros agradeceríamos las manos y la potencia de fuego adicionales. Solo desperdicié mis dos únicos cohetes que tenía en esa cosa, y es por eso que no estamos todos muertos en este momento.

    —¿Le disparaste a esa cosa? - Preguntó Chett.

    —Dos veces. Disparé la pistola de la que salen esos rayos láser. Lo golpeé dos veces y no lo destruí, pero aparentemente logré dañar su capacidad de apuntar. Y de nuevo, me gustaría cargar y salir de aquí antes de que tenga suerte.

    Chett lo pensó por un segundo, los destellos blancos seguían apareciendo a su alrededor como una fuerte tormenta relámpago. —No lo creo, gracias. Nosotros estamos bastante bien armados. Buena suerte.

    —Mira,- gritó el detective, —no tenía por qué salvarte. Podría haberme escondido en el bosque. No pretendo arrestar a ninguno de ustedes. Te doy mi palabra de que eres la menor de mis preocupaciones en este momento.

    —Bien,- dijo Harry. —Chett, ayúdalo a cargar. Bob, échale un ojo. Me tengo que ir.

    Harry saltó al baño. Chett y el detective Wally desengancharon la hielera de municiones del vehículo de cuatro ruedas mientras cada uno vigilaba la monstruosidad parpadeante en el cielo.

    Clay aún estaba sentado con la cabeza en el volante cuando terminaron de cargar.

    —Tenemos que salir de la ciudad,- dijo Wally mientras se encontraba junto a la puerta trasera.

    —Nunca lo lograremos,- dijo Harry desde el baño. —Mierda, estoy sufriendo,- dijo en voz alta.

    —No,- dijo Clay, con determinación en su voz, —Tenemos que volver. De vuelta al bosque. De regreso a donde Bob ha estado tratando de que vayamos desde que comenzó todo esto. Perdió una computadora o algo así. Eso es lo que estaba buscando. Y creo que nos puede ayudar. Se estrelló cerca de donde ustedes dijeron que la encontraron, así que ahí es adonde vamos.

    —Por supuesto que no,- dijo Wally. —Saldremos de la ciudad y llamaremos a los federales. Todos ellos. Y no estoy hablando de parar con el FBI. Me refiero al Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea, la Infantería de Marina.

    —Llámalos a tu teléfono,- dijo Clay. —Porque vamos a buscar todo lo que Bob necesite.

    Bob se acercó a Clay y se arrodilló, quitándole el velo. Ella sonrió y besó su mejilla. Clay se frotó la mejilla y sintió calidez y confianza irradiar a través de su cuerpo. Bob se sentó en el asiento del pasajero con una escopeta en la mano.

    Clay apretó el acelerador y la autocaravana cobró vida. Los destellos de luz se iluminaron por todas partes cuando la nave en lo alto comenzó a seguirlos.

    —No hay señal,- dijo Wally mientras caminaba hacia el frente. —Ni en los teléfonos, ni en las radios, en ninguna parte. Te ordeno que des la vuelta.

    Clay estaba a punto de decirle dónde meterlo cuando Chett habló. —Vaya, espere, detective. No se ofenda, pero no sabe la mierda por la que hemos pasado. Y Harry tiene razón. Nunca lo lograremos con esa cosa siguiéndonos. Ahora, me alegro de que te acompañes en el viaje, pero si viajas con nosotros, irás a donde vayamos.- Chett se acercó al espacio entre los asientos del conductor y del pasajero. —Y vamos a donde Clay dice que tenemos que ir. Y eso significa que vamos a Rocky Bayou. Nos ocuparemos de ti después de eso.

    Clay miró el velocímetro y sonrió cuando registró sesenta. Un gemido ahogado se escapó del baño. Mira, está bien. Pero tan pronto como nos encarguemos de esto, realmente, realmente, quiero ir a buscar a mi mamá.

    Wally y Chett guardaron silencio.

    —¿Vale? - Clay preguntó.

    Chett miró a Wally, quien negó con la cabeza.

    —¿Qué?

    Wally volvió a cambiar de posición. Sentarse en el mostrador era incómodo. —Lo discutiremos cuando terminemos de hacer lo que sea necesario.

    —¿Qué significa eso?

    —Lo discutiremos,- repitió.

    —Solo quiero ir a buscar a mi mamá.

    Wally le lanzó a Chett otra mirada. —Está bien, está bien,- dijo.

    Pero Clay estaba incómodo. Esa mirada significó algo. —Estás pensando que ella ya está en problemas, ¿no es así?

    —No dije eso,- respondió Wally.

    Clay lo miró por el espejo retrovisor. —Pero tampoco lo estás negando.

    Wally se movió de nuevo. —Solo manejemos una cosa a la vez.

    Clay lo miró durante unos segundos más antes de volver su atención a la carretera.

    Chett regresó y llamó a la puerta. —¿Estás bien?

    “Diablos, no. No comí nada de ese maldito pollo zombie, ¿verdad?

    Chett se rió. —No que yo pueda recordar.

    —Entonces seguro que me encantaría saber lo que está pasando en mis entrañas en este momento.

    —¿Se siente como si hubiera comido algo realmente picante?

    Hubo una pausa mientras Harry lo consideraba. —Sí, un poco. ¿Por qué?

    —Bueno, no quería asustar a nadie, pero no debes sorprenderte de lo que salga.

    —¿Qué? ¡¿Qué?! ¿De qué diablos estás hablando? ¿Estoy a punto de dar a luz a un extraño niño alienígena? ¡Oh, hombre, eso no está bien! ¡No estoy listo para ser el papá de un extraño trasero extraterrestre! ¡Oh, Dios mío, duele!

    Chett se hizo reír a carcajadas. —Cálmate, cálmate. Nada de eso va a pasar. Solo agárrate fuerte. Verás.

    La autocaravana se hundió en el dosel proporcionado por los viejos robles, las nueces y los árboles de goma dulce, aún bajo la sombra amenazadora de la enorme nave en lo alto.

    Un fuerte grito se escapó del baño justo cuando la caravana llegaba a los sesenta.

61 - En el río

    —¡Malditos malditos! - Gritó el sangriento y enojado sheriff.

    Su equipo había sido casi diezmado y no había manera de que saliera de esto limpio. Absolutamente ninguna manera.

    Su única opción ahora era su plan B, un plan que había creado hacía años, pero que nunca había esperado llevar a cabo.

    Tenía que abandonar el país. Y no volver nunca.

    Era eso o la prisión. Claro, lo máximo que haría en este buen 'Estado de Chico Olé' era ser abofeteado con unos años en la penitenciaría federal con campo de golf. Pero lo perdería todo, sus inversiones para empezar.

    Por eso se encontró en un pequeño muelle oculto en el gran río negro. El Sheriff Barrack sabía que tomar el gran río Negro lo pondría a pocas millas al sur del canal de desviación del Yazoo. Pero eso era con la mentalidad que nunca tendría que tomar esta ruta.

    Y llegar aquí había resultado ser una pesadilla. La gasolinera de Bogro había estado desierta. Totalmente silenciosa. Todas las luces encendidas, pero el lugar había sido saqueado. Él y los cuatro oficiales que en había logrado alejarse de la casa del lago saltando en su automóvil eran toda su pandía con la que tenía comunicación.

    Todo en todo el condado estaba bajo servicio del 911: teléfonos móviles, radio, Todo. Un silencio misterioso había descendido sobre los acres y acres de bosques y de una zona rural salvaje. Conduccir por el campo había ido sin incidentes, excepto por la camioneta que conducían los zombis, dispuesta a destruir al sheriff y su equipo.

    Había salido de la casa del lago con cuatro coche patrullas que valían los oficiales detrás de él, que comprendían a todos en su nómina personal. Uno por uno, los cuatro por cuatro de la muerte habían elegido a cada coche patrulla hasta que su fuese lo única que quedara.

    Y lo hizo con algo que solo podía describirse como intención maligna. Cada automóvil que había obligado a salir de la carretera en espiral fuera de control se había estrellado en un árbol o había dado vueltas de campana en una zanja. Todos los tres coche patrullas se habían detenido junto al primer automóvil, los oficiales habían salido con armas y disparando.

    Nada había podido detener esa camioneta. Era la versión en coche de Evil Dead. El Sheriff se había estrujado el cerebro para comprender la idea misma de los zombis tal como era, pero que la camioneta en sí parecíera estar viva era más de lo que podía comprender. Tal vez no fuese así, tal vez sí, pero lo que una vez había terminado bien condenado, que estaba enterrado en el fondo de un lago en el medio de la nada, ahora había vuelto a buscarle.

    Cuando se detuvieron junto al primer automóvil, dispararon la mayoría de las armas pesadas que tenían mientras aún estaban seguros de no matar a los otros oficiales. Estaban a cien metros de distancia. Los conductores de la camioneta conducían como si fuera su propia bestia: como un bulldog cabreado de dos toneladas alimentado con esteroides. Avanzaba y viraba a izquierda y derecha del automóvil destrozado como para burlarse de él, detenerse y volver, revolucionar el motor y repetir. Al Sheriff le parecía que, si pudiera haber ladrado, lo habría hecho.

    Los oficiales llamaron la atención de la camioneta y esta pronto se volvió para enfrentarlos, revolucionando su motor con su impío grito atronador.

    El personal entendió el lenguaje no escrito de lo que estaba a punto de ocurrir y se apresuron a sus coche. El sheriff y el coche patrulla detrás de él escaparon, pero el tercero no. La camioneta corrió detrás de él y, en un movimiento normalmente reservado para los oficiales de policía, realizó una maniobra de cizalla con la que embistió con fuerza el parachoques del coche patrulla y lo hizo perder el control fuera de la carretera y hacia algunos árboles. Los dos coche patrulla restantes no se detuvieron y solo podían ver el giro de contrabandista de la camioneta mientras esta corría de nuevo hacia los oficiales que huían. El sheriff Barrack pensó que estaban a salvo. Hasta que hubieron pasado unas pocas millas de tacómetro. El segundo coche no lo vio venir. Se acercaron a una pequeña intersección donde la carretera separaba un boscoso camino de grava tan pequeño que el camino ni siquiera tenía una señal de STOP. El sheriff tiró por la intersección y se estremeció cuando algo negro llamó su atención, pero fue demasiado tarde.

    La camioneta se acercó y embistió el siguiente coche patrulla, emujándolo a través de la carretera hasta el otro lado del camino de grava, desapareciendo detrás de los árboles.

    Lo estaba cazando. Y él era un pato sentado en la carretera.

    Entonces supo donde tenía que ir: al gran río negro. Su antiguo plan de escapar del país ahora había pasado a escapar con vida. En este punto de su confusión, el sheriff no sabía si la falta total de personas era algo bueno o algo malo.

    Mucho mejor para el sheriff, pensó. Menos personas que complicaran su escapada.

    Lo único que tenía que hacer era bajar por el río gran negro, a salvo de los zombis en medio del río, pasando el campo de caza de Rocky Bayou, enlazar con el río Mississippi y dirigirse hacia el norte, luego tomar el río Yazoo hasta el lago Eagle. Tan simple como eso. Y todas las precipitaciones recientes deberían de haber aumentado el nivel del agua haciendo más navegables los arroyos que conducían al lago. Su avión privado estaría esperando allí en el hangar junto a la casa del lago. Tenía suficiente combustible para llegar a México. Después de eso, sus contactos ayudarían a operar en la oscuridad proporcionada por los miles de millones y miles de millones de personas que poblaban los diversos continentes en todo el planeta. Y tenía suficiente dinero para vivir como un rey en cualquier lugar donde fuese.

    Los cuatro oficiales habían cargado su bote con todas las armas y municiones posibles. La mayoría de ellas se habían perdido con los otros tres coche patrulla, pero aún tenían suficiente para pesarse considerablemente.

    El sheriff se giró hacia el oficial Parker, ahora su segundo al mando, y ladró la orden de cargar los tanques de gasolina y activar los setenta y cinco caballos de potencia. Eso consumiría la mayor parte de la gasolina que tenían a bordo para llevarlos a todos ellos al lago, pero era esto o nada. Y, así, al ominoso, oprimido y misterioso silencio, empujaron el viejo puente y se abrieron paso río abajo, el sheriff seguía aguzando los oídos en busca de cualquier sonido del 4x4 de la muerte que se avecinara en la distancia. Solo estaban ellos y las aleatorias ondulaciones y burbujas de la vida silvestre submarina flotando por el río.

    Pero aún no podía quitarse la sensación de que la camioneta estaba en algún lugar cercano, esperando el momento perfecto para atacar.

62 - En el camino a Rocky Bayou

    El fuerte gruñido proveniente del baño sobresaltó a todos a bordo. Todo el personal había quedado en silencio después de que Bob y Chett subieran a Wally. Clay pilotaba la autocaravana por la carretera, constantemente consciente de la enorme sombra sobre ellos que imitaba su dirección y velocidad.

    Hasta que Harry gimió. —Oh, Dios querido, - dijo Harry a través de la pared del baño. —Eso fue profano.

    —Ya te dije, - sonrió Chett. —¿Te sientes mejor?

    —¿Que demonios fue eso? ¿Tuviste uno también?

    —¿Lo largo de metal? Luces rojas parpadeantes? ¿Pequeñas antenas?

    —Sí, - respondió Harry.

    —No. No tuve uno.

    —Idiota. - Chett rió de nuevo. De repente, la sombra proyectada sobre la autocaravana se levantó, dejando a los ocupantes parpadeando en la brillante luz del día. El barco era tan grande y volaba tan bajo que su partida tenía el mismo efecto que dejar un largo y oscuro túnel. Harry salió del baño cuando la sombra se levantó.

    —¿Adónde va? - preguntó.

    Clay estaba deduciendo —¡Mi conjetura es que tú y Chett os hundisteis!

    —¿Qué? - Preguntó Harry, increíblemente.

    —¿Seguro? - Chett hizo eco.

    —No querrás decir..." Harry tartamudeó y se detuvo.

    —Sí, - sonrió Clay: —Tienes ser investigado y obtuvo un Beacon Homing.

    —¿Qué significa eso? - Chett preguntó.

    Wally habló. —Significa lo que parece. - Señaló hacia arriba.

    —Quienquiera que esté conduciendo esa cosa, quería seguiros, así que tenéis un poco de supositorio de acero inoxidable. Y acabas de deshacerte del dispositivo que les estaba ayudando a seguirlo. Creo. Pero no tiene sentido que se detuvieron así. ¿No nos seguirán ya?

    La cara de Harry se iluminó. —¡No! ¡No hay tanque! Acaba de abrir la carretera a continuación. - Se sentó en el asiento de la parte de atrás.

    Clay estaba disgustado. —Qué grosero. ¿Acabas de ir a la carretera?

    —No pude evitarlo. Y simplemente salvó nuestros culos, muchas gracias.

    Wally tuvo un pensamiento.—Mira, si te da igual, te sugiero que salgas de esta carretera en el siguiente giro disponible. Tenemos que ir por otro camino adonde quieres ir.

    —¿Por qué? - preguntó Clay.

    —Porque quienquiera que esté conduciendo esa cosa va a notar que los dos no estáis con sus balizas. Y van a venir a mirar. El primer lugar que van a mirar está en esta carretera. De ahí mi sugerencia de salir.

    Chett estaba sentado en el pequeño sofá en la autocaravana, frente a donde Wally estaba sentado en lo que constituía el mostrador de la cocina.

    —Está bien, detective. Tenemos unas cuantas millas que cubrir. ¿Por qué conducías un 4x4 y llevabas un lanzacohetes? Y nada de mierdaa. Tenemos una buena idea de que hay cosas muy raras pasando aquí

    —Bueno, eso es una carga, - suspiró Wally. —Pero primero tengo algunas preguntas.

    —Adelante, - dijo Chett.

    —Sabes que el sheriff lleva detrás de vosotros muchachos bastante tiempo.

    —¿De nosotros? - preguntó Harry.

    —Pensé que iba detrás de Clay. - Todos se inclinaron cuando la autocaravana desaceleró al dirigirse a un camino secundario.

    —Bueno, Clay es su objetivo principal, sí. - Wally se apartó de ellos y miró a Clay frotándose la cabeza. —Por cierto, Clay, me alegra ver que estás vivo. Llegué a descartarte cuando algo te golpeó la nuca.

    —Sí, probable historia, - dijo Harry.

    —No, en serio, - argumentó Wally.

    —Llegué a descartarlo. Escucha, sé que el sheriff está tan sucio como es posible, y verás que probablemente esté más sucio de lo que piensas. Pero soy nuevo en el Cuerpo. Me confundí con él antes de que supiera lo que estaba pasando.

    —Te pedí que nada de mierdas, detective, - advirtió Chett.

    —Nada de mierdas, - respondió Wally.

    —Atrapó a Clay y lo llevó a la casa del lago, lo ató y lo interrogó.

    Harry se volvió hacia Clay. —¿Por eso estás tan golpeado? He querido preguntarte antes, pero con lo de ser asesinado por los alienígenas y todo eso...

    —Sí, - dijo Clay.

    —Le patearon el culo.

    —Fuiste tú, joramera, - espetó Chett.

    —¿Qué demonios te hizo? Él es la mitad de tu tamaño.

    Wally levantó las manos. —Yo ni lo toqué.

    —¿Es eso cierto? - preguntó Chett a Clay.

    —En realidad sí. Él se quedó al margen.

    —Eso no significa que esté limpio, - respondió Chett.

    —Mira, - dijo Wally, —No estoy aquí para lastimar a nadie. No estoy aquí para romper cabezas. En lo que a mí respecta, lo que quiera el sheriff contigo es asunto suyo. ¿Entiendes? ¡Porque si no, echa un vistazo afuera! Eso es lo que me preocupa, porque tú no estás ahí fuera para matarme ni comerme por el desayuno ni empujar las sondas horribles de Dios. Por tanto, todos estamos en el mismo equipo, ¿de acuerdo?

    —Me parece justo, - dijo Chett.

    —Si ese es el caso, ¿por qué iba el sheriff detrás de nosotros en primer lugar?

    —Bueno, él no iba de verdad detrás de los dos, no más de lo que solía, - Wally estaba hablando con Chett y Harry.

    —¿Que se supone que significa eso? En general hemos respetado bastante bien la ley, - respondió Chett indignado.

    —Perturbar la paz, conducta desordenada, - Wally ojeó a Chett. —Todo ese incidente de exposición indecente.

    —¿Esas cosillas? Pensaba que el Sheriff no prestaba atención a esas cosas.

    —¿Estás bromeando? ¿El Sheriff Barrack? ¿Por qué diablos crees que lleva tanto tiempo como sheriff? Porque presta atención a todos los detallitos.” "Bien, vale. Así que él no iba detrás de nosotros, - continuó Chett; —Entonces, ¿detrás de quién iba?

    —Iba detrás del Sr. Clayton Hensworth.

    —¿De Clay? - Chett se sorprendió.

    —¿Iba detrás de Clay? - dijo Harry. —Lo único que Clay hizo fue volar por los aires el cobertizo de su padre.

    Clay gimió en el asiento del conductor.

    —Aparentemente, - dijo Wally,

    —El coche de Clay era el mejor vínculo con esta maldita camioneta horrible que ha estado atacando.

    —La Dodge de la Muerte, - dijo Clay.

    —¿Qué? - exclamó Chett.

    —Así la llamo. La Dodge de la Muerte.

    Los ojos de Chett se ampliaron mientras miraba a Wally.

    —¿Sabes lo que digo?

    —Oh, bastante, me temo. - dijo Harry.

    —Esa cosa saltó, literalmente saltó fuera del suelo hacia nosotros en Rocky Bayou. - Chett intevino. —¿Qué sabes al respecto?

    Wally se rascó la cabeza y cambió su peso en el mostrador. —Bueno, ¿te refieres a la parte en la que ha estado aterrorizando al departamento de todo el sheriff y ha logrado cargarse a algunos de nosotros...?

    —¿A qué otra cosa sino? - Chett preguntó.

    —No sé si debería estar contándoos esto.

    —¿En serio? - Chett asomó a través del pequeño piso de persianas venecianas que cubrían la ventana detrás de su cabeza. —¿Con todo lo que está pasando ahora mismo te preocupa darnos información que en realidad podría ayudar a acabar con los zombis o con la DODGE DE LA MUERTE?

    —Vale. Buen argumento. - Wally estaba considerando las ramificaciones. Si lo contaba filtraría algunos secretos serios. Pero luego fue realista consigo mismo: había jodidos zombis por todas partes. La vida estaba en juego, ya que sabía que, de este punto en adelante, iba a ser algo más que lo normal. ¿Qué podría perder?

    —Aquí va. Digamos que, si entiendo correctamente, esa camioneta tiene una vendetta muy personal contra el sheriff

    —¿Por qué es eso? - Chett preguntó.

    —La enterró.

    —¿Qué? - dijo Harry. —¿La camioneta?

    —Y a sus ocupantes, - agregó Wally.

    —¿Al mismo tiempo? - Preguntó Harry.

    —Y en el mismo lugar, - terminó Wally.

    —Eso no podría haber sido hace muchísimo tiempo, - reflexionó Harry, —porque no es una camioneta tan antigua. - Chett intentó mantenerse en la carretera.

    —Así que la camioneta va detrás del sheriff porque quiere venganza. Muy simple. ¿Quién está en la camioneta?

    —¿Esa camioneta tiene una pintura muy singular, verdad?

    —No sabría decirte, - dijo Chett. —Nosotros solo la hemos visto por la noche.

    —Y no nos dio por quedarnos a admirar los detalles, - agregó Harry rápidamente.

    —Bueno, - continuó Wally. —la tiene. Es una gran camioneta negra con una llama naranja y roja en la parte delantera y los lados. Resulta que una personas que supuestamente se fueron de la ciudad bajo misteriosas circunstancias llevaron a una camioneta exactamente así; hasta las luces KC, las barras y la guardia en la parte delantera; y dejaron que se hundiera.

    —Así que tú crees que es la misma camioneta, - dijo Chett.

    —Es la misma camioenta, - corrigió Wally. —Completa con dos ocupantes.

    —Entonces, - Chett se estaba impacientando, —¿Quién está en la camioneta?

    —Dos tipos llamados Billy Ray y Dale. - Wally esperó a que aquello calara. Nunca los había conocido personalmente, pero apostaba a que Chett y Harry sí. Casi todos los conocían.

    —¿Billy Ray? - preguntó a Harry. —No te referirás a William Rayburn.

    —El mismo, - suspiró Wally.

    —¿Billy Ray y Dale? - Preguntó Harry. —¿El subsheriff y el detective?

    —Bueno, en realidad, Dale era un oficial de narcóticos, pero sí. - Chett condujo en línea recta.

    —Pensé que se habían ido al norte a algún lugar. Que aceptaron un mejor empleo.

    —Esa fue la historia, sí, - dijo Wally. —Después de que el sheriff y su equipo se encargaran de ellos, les dijo a todos que se habían ido a Alaska para trabajar para el gobierno. Incluso contrató a un equipo de mudanzas para empacar sus casas y todo. Claro, había mucha gente preguntándose por qué no habían avisado a nadie, pero, por supuesto, la oficina del sheriff logró crear cartas de renuncia un mes antes de que desaparecieran. La historia fue que se fueron sin decirle a nadie porque no querían que nadie lo supiera. Quiero decir, hubo un montón de pequeñas razones como esa, ninguna de las cuales creía nadie. Yo incluido. Casi todos pensamos que había habido algún tipo de desacuerdo con los tratos independientes del sheriff, si quieres llamarlo así, pero que se habían quedado fuera de la ciudad. No que estaban muertos.

    "Pero a la mayoría de los que los conocían les caían bien, - dijo Harry.

    —No parecían malos policías. ¿Por qué los enterró?

    —Ya te lo he dicho, - respondió Wally.

    —No eran malos policías. El sheriff pensó que podía atraerlos a su lado. Pero nunca pudo. Al final descubrió que estaban a punto de ir a los federales. Tenía que hacer lo que él pensaba que tenía que hacer

    —Entonces, esa Dodge de la Muerte, - agregó Chett,—en realidad es Billy Ray y Dale de vuelta de entre los muertos tratando de vengarse.

    —Me parece que ese es el caso. - dijo Wally.

    —Que me condenen, - dijo Chett.

    —Ya somos dos, - dijo Wally.

    —Ya somos tres, - dijo Harry.

    —Cuatro, - agregó una voz desde el asiento del conductor.

    —¡Cinco! - dijo una dulce voz desde el asiento del pasajero.

    —¡Contando! ¡Uno dos tres CUATRO CINCO! - Todos, incluyendo a Clay (que tenía que apartar los ojos de la carretera para hacerlo) se giraron lentamente para mirar a Bob. Ella sonreía.

    Chett se volvió hacia Wally. —Así que están ahí fuera para vengarse del sheriff. Bueno. Mientras nos dejen en paz a nosotros.

    —En realidad no sé cuáles son sus motivos, - dijo Wally. —Pero estoy contigo. Dejemos que se coman los corruptos cerebros de la policía siempre y cuando no empiecen a querer merendarnos.

    —¿Hacen eso de verdad? - preguntó Harry.

    —¿Hacer qué? - preguntó Wally.

    —Comerse los cerebros.

    —Oh, puedes creerlo. Lo he visto con mis propios ojos. - Wally parecía pálido ante el recuerdo.

    —Se zamparon al detective Moses en la casa del lago. Le abrieron la cabeza como un coco.

    Chett miró a Harry. —¿Por qué cerebros?

    —¿Cómo voy a saberlo? No recuerdo haber asistido a Psicología Zombi en Harvard en la Colina, - respondió sarcásticamente.

    —Probablemente porque te durmiste, - Chett giró hacia atrás.

    Bob se dio la vuelta para hablar con ellos lentamente, alcanzando las palabras. —Eso... hace... rasguños... ¡Ve! - Sonaba emocionada de estar en la conversación.

    —¿Qué? - preguntó Chett.

    —¿Benzocaina zombi? - añadió Harry.

    —¿Quién es esta? - preguntó Wally.

    —Larga historia, - respondió Chett.

    —Tenemos algunos minutos hasta que lleguemos al campamento, - dijo Wally.

    —Un bombón espacial de otro planeta, - respondió Chett.

    —Ah. - Wally se detuvo. —Perdón por preguntar.

    —No, es en serio, - dijo Harry. Wally miró a Harry por un momento, parpadeando. Luego levantó la vista.

    —Está de nuestro lado, - dijo Chett. Wally lo miró y arqueó una sola ceja.

    —Nos ha salvado el culo un par de veces, - avaló Harry otra vez. Wally arqueó las dos cejas en la cuenta reservada.

    —¡No! - Bob volvió a la conversación. Sacudió los brazos con frustración mientras continuaba buscando las palabras correctas, batiendo su burka.

    —Eso... los hace... ¡todo mejor! - Todos se volvieron para mirarla de nuevo. Harry se inclinó hacia delante.

    —¿Qué quieres decir, los hace mejor?

    —Oooh... - Ella emitió un sonido de frustración.

    —¡Necesito ordenador!

    —Vamos a buscarlo, cariño, - dijo Clay.

    Ella lo intentó de nuevo: —Yo zombi, ¿de acuerdo? - Los tres de atrás la miraron fijamente.

    —Yo zombi, ¿de acuerdo? - La miraron un poco más.

    —NO ZOMBI REAL...

    —Ah, - suspiraron de alivio.

    —Pero yo zombi, ¿de acuerdo? Tengo... Agujero... en mi brazo. Te como, el agujero se va.

    Harry estaba perdido. —¿Te curas?

    —¡Sí! - dijo Bob encantada.

    —Pero también: mmm, bueno para zombi. - Ella se golpeó los labios para dar efecto.

    —¿Así que mejoran si se comen a la gente? - preguntó Wally.

    —Sí. Pero deben seguir comiendo... a la gente... porque... los agujeros vuelven, - Bob estaba amenazando debajo de su burka.

    —Se comen a la gente para curarse y porque saben bien, y porque si dejan de comer a la gente, comienzan a pudrirse de nuevo.

    Bob asintió. Todos quedaron en silencio durante un tiempo. Harry habló de nuevo.—¿Y de dónde salen los zombis?

    —Um, ¿del suelo? - respondió Chett sarcásticamente.

    —Asno. Me refiero a qué los devolvió a la vida.

    —¡Bolas! - Bob sonrió de nuevo.

    —¿Qué? - Preguntaron al unísono.

    —Necesito... ¡Ordenador! - bramó ella. Negó con la cabeza y lo intentó de nuevo.—Bolitas. Muchas bolas. En nave... - señaló por encima. —Basas malas en la nave. ¡Bum! ¡Bum! - hizo que la mano volaba como la nave y la golpeó con un dedo de la otra mano. Hizo el sonido de una explosión. —¡Chuf! - Luego dejó caer su voz una octava y dijo: —Suelta Bolas. ¡Suelta Bolas en la Tierra! - levantó la voz otra vez.—Las bolas golpean la tierra. Algunas ae rompen. Hacen... zombis Hacen volver a los muertos.

    Clay entendió. —¿Eso es lo que tratabas de dibujar en el polvo del remolque? ¡No estabas dibujando ceros, estabas dibujando bolitas!

    —¡Sí! ¡Bolas! Necesito encontrar las bolas...

    —Y dijiste que tu ordenador te ayudaría a encontrar las bolas...

    —¡Sí! - Ella estaba aplaudiendo, —Nave...- Señaló hacia arriba, —¡Agua?... Haz zombis... Vete.

    Clay estaba juntando las piezas y teniendo una mala sensación.—¿Tú estabas en esa nave?

    —Sí, - dijo ella.

    —¿Y te estrellaste?

    —Sí.

    —¡Espera un minuto! - interrumpió Chett. —¡Esos tipos te estaban buscando a ti!" Señaló a Bob. —¡Eso es! ¡Tú eres la ramera de Babilonia!

    Clay trituró los frenos, enviándoles hacia adelante. Él y Wally ambos dijeron —¿Qué? - al unisono.

    —Creo, - dijo Harry, —que lo que Chett quiere decir es que mientras estábamos allí, estos dos... seres, supongo que no son exactamente personas, ¿no?, intentaron hablar con nosotros. En realidad no pudimos verlos, pero parecía que tenían cajitas o algo con lo que hablaban y traducían.

    —Pero sonaban como un camionero DJ de Jazz Televangelista, - agregó Chett.

    —¿Qué? - preguntó Clay.

    —Cuando nos hablaban hacían turnos y sonaban como un televangelista, luego uno parecía un camionero, el otro parecía un DJ de discoteca, - dijo Harry.

    —Y pidieron a la ramera de Babilonia, y no dejaban de hablar sobre buscar a una chica para amar. Pensamos que querían que les pilláramos una prostituta, y creo que iban detrás de ella.

    Clay pensó durante unos segundos. —Eso tiene sentido. Bob está buscando una cajita, un ordenador que ella dice que puede ayudarnos. Creo que eso puede ayudarla a traducir. Y eso es probablemente lo que sucedió con los seres que os atraparon. Esos seres son bastante avanzadas, tienen tecnología que nosotros no tenemos. Estoy seguro de que pueden sintonizar algunas emisoras de radio y canales de CB y analizar con la caja del ordenador lo que decía la gente. Demonios, probablemente podría hacer que mi ordenador haga algo así. Yo mismo... - Clay ya estaba pensando en las posibilidades y cómo podía programarlo.

    —Así que están buscándote a ti, - dijo Harry a Bob, —y nos hicieron sondeos para poder encontrarte. Gracias.

    —¿Cómo nos encontraron?

    Clay lo sabía. —¡El satélite! Captaron vuestra señal. Bob intentaba llamar a 'casa'

    —Cierto, lo intentaba, - dijo Chett condescendiente. —Estaba llamando a sus amigos para que vinieran a buscarla.

    —Eso no es cierto, - dijo Clay.

    —¿Puedes probarlo? - preguntó Chett. Clay no podía. Solo tenía la corazonada de que ella estaba de su lado.

    —Bueno, sí, nos ha ayudado un poco hasta ahora. Te concedo eso. Pero aún no confío en ella, - dijo Chett. Miró atrás hacia Bob. —¿Y por qué te están buscando?

    Bob negó con la cabeza. —No sé palabras para hablar. Necesito ordenador Hablará ordenador.

    —De acuerdo. Pero para que conste, - se dirigió a todos. —Esto me da mala espina, -

    Wally había estado escuchando en silencio la charla sobre alienígenas de jazz y las zorras de Babilonia y solo tenía una cosa que decir.

    —¿Qué?

63 - Sobre la Autopista 61

    —¿Qué quieres decir con que los has perdido? - Roscoe estaba lívido.

    —Bueno, - replicó Earl entornando sus nacarados ojos negros, —Estaban en esa nave terrestre y luego no estaban.

    —¿Adónde fueron? - Roscoe observó la carretera vacía adelamte.

    —Eh… - Earl emitió un intrigante sonido y se acercó andando hacia la cuneta de una carretera para recoger un palo.

    —¿Qué estás haciendo? Responde. ¿Adónde fueron?

    Earl caminó algunos pasos por la cuneta y empujó con el palo algo que Roscoe no pudo ver.

    —¿Qué es eso?

    —Les pusiste tú la sonda anal, ¿verdad? - preguntó Earl.

    Roscoe se acercó para ver lo que Earl estaba empujando con el palo. Era un objeto de metal rojo del tamaño de un pequeño cono de pino. Parpadeaba en rojo. —¿Por qué no? - espetó Roscoe. —¿Tienes tú una idea mejor?

    —De todo lo que pudiste haber usado, - suspiró Earl, —balizas subdérmicas, balizas interauditivas, balizas zapatales... Les pusiste balizas anales. La mayor y más incómoda.

    —Ya. ¿Y?

    —La que sale tarde o temprano, - Earl alzó la vista desaprovadoramente hacia Roscoe.

    —Entonces, ¿para qué las tenemos siquiera?

    —Porque esta no es nuestra nave. Es prestada, ¿recuerdas?

    Roscoe y Earl la habían tomado prestada hacía siglos a su antiguo dueño, dejando al pobre varado en un planeta (no muy lejos de allí, por cierto) a su suerte. En sus mentes, esto había estado justificado. La última vez que habían pasado oor el polvoriento planeta rojo, se habían reíido de los pobres intentos del tipo en llamar la atención de alguien. Si se pensaba que alguno de los estúpidos habitantes del planetita azul junto al suyo tenía la tecnología para ver la gran cara que él había hecho en la arena y la tierra, y mucho menos para acudir y recatarle, entonces cualquiera podía reírse del tipo. En realidad, algunos habían visto la cara y se habían cagado encima, pero nadie le había enviado un grupo de rescate. Lo úunico que le habían enviado habían sido unos tontos bugies de seis ruedas extremedamente lentos que no le servían para nada. Había destrozado el primero al intentar darse una vuelta con él.

    —¿Y qué intentas decir? - preguntó Roscoe.

    —Lo que intento decir es que los has perdido tú.

    —Temporalmente, - dijo tímidamente Roscoe.

    —Volvamos a la nave y sigamos esta carretera. Los alcanzaremos, espero, - dijo Earl.

64 – Casi hacia Atajo Milla Nueve

    Habían estado navegando por la autopista 61 cuando les pasaron dos personas en una motocicleta.

    —¡No llevan cascos! —chilló Clay. —Se van a matar.

    —¿Hay zombis por todas partes y te preocupas por motoristas sin casco? Tú necesitas un chequeo urgente, - dijo Harry.

    —Cierto, - dijo Wally. Se dirigió a la estrecha abertura entre la cabina y la parte posterior de la autocarvana.

    El conductor de la moto miró atrás para revisar su espacio libre antes de que se interrumpiera delante de ellos.

    Wally lo miró fijamente. Algo le era familiar en su largo cabello castaño y los ojos encantados. Faltaba un gran parche de piel de la mejilla, revelando hueso y tejido debajo, pero aún así ... lo conocía. Conocía esa cara. —Hay una apbre de todo el país en él. Creo. Si es el tipo que creo que es, tenemos que detenerlos.

    —¿Qué? - dijeron Chett y Harry al unísono.

    —Creo que eres tú quien necesita un chequeo urgente. dijo Chett. —Tenemos problemas mucho más graves que jugar a policías y ladrones en este momento.

    —No, Wally se pausó, pensando. —Eso tiene sentido. No había mucha información disponible, pero se supone que debe de ir armada y ser muy peligrosa. Pero había algo más ... - Wally luchó por recordar los detalles. Sus ojos se iluminaron. —No, no ... ¡no debemos detenerla! Se suponía que debíamos llamar a los federales y a los del CCE.

    —¿El CCE? - Le preguntó Clay. —¿El centro de control de enfermedades? ¿Por qué al CCE?

    —No sé. Pero dijeron que debe de ser una terrorista biológica y que algo que puede ser contagioso. Se suponía que debíamos permanecer muy lejos de ella y llamar a un equipo de Hazmat. - Wally intentó usar su radio y contactar. No se produjo respuesta.

    —Dale caña, - dijo Wally. —Toca el claxon para llamar la atención.

    —No, - dijo Clay. —Tienes que estar bromeando. Especialmente porque se supone que eso debe de ser contagioso.

    Wally se inclinó para tocar el claxon cuando Chett y Harry lo agarraron y lo arrojaron contra el mostrador de atrás. Chett sostuvo sus solapas de manera amenazadora y puso su cara cerca del oficial. Harry se paró directamente a su lado, fijando las manos de Wally al mostrador.

    —Vale, - dijo Chett con severidad y silenciosamente, mirando a Wally directamente a los ojos. —Nosotros estamos al mando aquí. Como intentes algo así otra vez, no me importa que seas policía, no me importa que seas el presidente, te lanzamos fuera de esta autocaravana.

    Wally intentó liberarse, pero Chett y Harry respondieron apretando sus agarres.

    Chett continuó hablando casualmente. —Y no evitaremos que la autocaravana se infecte, ¿entiendes?

    —De acuerdo.

    —Esa motocicleta no es asunto nuestro. Y si estás con nosotros, tampoco es de tu incumbencia. Cuando nos separemos puedes hacer lo tuyo. A partir de este punto, con todo lo que suceda, te pediré que te olvides cortésmente de la ley y que te concentres solo en no hacer que nos maten, ¿de acuerdo?

    —Entendido.

    Chett y Harry relajaban su agarre, dejando libre al capullo de Wally.

    El resto del viaje fue tranquilo. Casi nadie habló mientras la autocaravana se mecía y se balanceaba suavemente y derrapaba de vez en cuando para evitar al zombi ocasional.

    Cuanto más se acercaban a Atajo Milla Nueve, más zombis veían. Clay logró evitar la mayoría de ellos, independientemente de varias menciones de Chett para seguir adelante y atropellarlos mientras tuviera la oportunidad. Él se encogía cada vez que golpeaba uno accidentalmente.

    Pero entonces llegaron a Atajo Milla Nueve.

    La autocaravana se detuvo.

    —La hostia… - dijo Wally mientras se levantaba para mirar las vistas a través del parabrisas.

    Clay suspiró gruñendo y apoyó la cabeza en el volante.

    —Hijoputa, - añadió Chett cuando se levantaba. —¿De verdad necesitamos el ordenador que ella está buscando? Porque de pronto no me apetece nada.

    Pues en la carretera frente a ellos, sin una particular línea de formación, había treinta o cuarenta zombis pululando. Se detuvieron al unísono para ojear la autocaravana a cien metros frente a ellos.

    La mente de Clay iba a mil por hora. Él creía en Bob. Creía que las respuestas a muchos de sus problemas se hallaban en el sitio del accidente. Necesitaba encontrarla allí. Lo único que había en su camino eran los treinta zombis frente a él.

    Aceleró el motor.

    —¡Clay! - espetó Chett. —¿Qué demonios estás haciendo? ¡Da la vuelta! Salgamos de aquí.

    Clay los ignoró y puso un pie en el acelerador y el otro en el freno. Aceleró el motor haciendo volar piedras por detrás.

    —En serio. Ahora.

    Clay aceleró el motor de nuevo.

    Chett saltó hacia adelante e intentó poner la transmisión en punto muerto. Clay combatía esos intentos con un brazo mientras soltaba los frenos y la autocaravana se disparó hacia adelante, relativamente hablando para una autocaravana.

    —¡No! - gritó Chett mientras intentaba luchar por el control de la autocarvana.

    Pero algo lanzó a Chett, a Wally y a Harry, derribándolos a todos de espaldas en una pila en el suelo. Una mujer alta, oscura, con burka, estaba entre ellos y Clay.

    Ella negó con la cabeza. —No.

    El trío en la parte posterior se apresuró a levantarse. Chett, estar en la cima, fue el primero en lograrlo, seguido de Wally y Harry. Pero, con todos ellos ya levantados, una disminución repentina en la velocidad de la autocarvana los lanzó a todos suelo, Chett, inclinando la cara, primero en el suave pecho de Bob mientras ella se apoyaba en las paredes para actuar como una barricada entre ellos y Clay.

    Clay había arrollado una docena de zombis. La autocaravana luchaba estrictamente para mantener impulso a medida que los cuerpos se acumulaban en una improvisada barricada de zombis ​​al azar frente a esta.

    —Mierda, - suspiró Chett en voz alta. Se volvió hacia Clay. —Te vas a llevar una patada en el trasero por esto.

    Clay oyó el chasquido y el enganche de los cargadores entrando en armas, cartuchos en otras. —Dame una, - dijo.

    —Bien podría también. No puedes fallar a esta distancia, - dijo Chett sin mirarlo.

    El sonido de raspado sonó en voz alta en sus oídos cuando la horda afuera comenzó a intentar meterse su camino.

    —Apuntad a la cabeza, - dijo Wally. —Se soltarán.

    —Sí, ya hemos pensado que eso, - dijo Chett. —Pero gracias de todos modos.

    —¿Cómo vamos a hacer esto? - preguntó Harry.

    Los zombis ya estaban empezando a rodearlos hasta las ventanillas.

    Bob actuó rápidamente bajando la ventanilla del pasajero. Chett la siguió y sacó el cañón de su escopeta por la grieta de la apertura y comenzó a disparar, ensordeciendo a todos en la autocaravana. Se lanzó a la ventana del conductor y comenzó a bajarla, agachándose debajo de Harry mientras tomaba una posición frente a Chett y dirigía su escopeta.

    Cuatro tiros disparados. Cuatro zombis menos.

    La pequeña puerta de metal directamente detrás de la cabina del conductor comenzó a traquetear.

    —Ah, demonios, - suspiró Wally mientras apuntaba con dos ak-47, uno en cada brazo. —Ahí va.

    Pateó la puerta lo suficientemente fuerte para derribar los zombis afuera, pero solo se abrió medio metro más o menos. De pie en la abertura estaba la espantosa sonrisa de los no muertos. El no muerto. No un cuerpo fresco. El cabello era largo y fibroso, pero solo existía en parches y grupos raros. Faltaba un ojo. Así como varios dientes, claramente visibles a través de la gran parte de la carne faltante que deberían haber sido sus labios. Wally apuntó y apretó el gatillo, tratando de no parpadear cuando trozos y pedazos de esa cabeza desaparecieron en sincronización con el estallido de las balas.

    El zombi se tambaleó hacia atrás y cayó, reemplazado rápidamente por un zombi un poco más fresco. El tiempo parecía dilatarse y estirarse cuando cada bala encontraba su objetivo y dejaba una abertura en una cabeza tras otra. Dos zombis menos para Wally. La puerta se abrió de golpe a cámara lenta un poco más lejos, revelando dos zombis a la vez. Suficientemente convencido de que el zombi número dos no presentaba más amenaza, Wally giró a las AK-47, apuntando una en cada cuerpo y déjándolos RIP.

    Su técnica era simple. Intentaba juzgar el momento exacto en que un zombi abandonaba el fantasma, por así decirlo, y ya apuntaba a los siguientes antes de que los últimos tocaran el suelo. Pero aún así, los zombis avanzaban, empujaban hacia adelante por el grupo de reunión detrás de ellos. Wally se tuvo que retroceder cuando llegaron al umbral de la autocarvana.

    Sintió que algo se deslizaba a sus pies y casi retrocedió de terror hasta que notó que era Bob colocando otra escopeta. Se cargó dos o tres zombis, lo suficiente como para empujarlos un poco, antes de deslizarse hacia afuera y de pie hombro a hombro con Wally, ambos apuntando a través de la puerta estrecha. Wally se cargó a otros dos zombis, y Bob disparó con cuidado con su escopeta.

    Wally notó esto con sorpresa, ya que cada explosión tumbaba no solo uno o dos, sino tres o cuatro zombis a la vez. Se sorprendió por lo buena que era ella apuntando cada disparo para el máximo impacto.

    Clay corrió hacia la parte posterior y escogió un rifle del colchón. La ventanilla rectangular sobre el colchón del dormitorio se abrió hacia afuera por una pequeña manivela. Cuando Clay giró el mango, dos dedos grises y óseos se deslizaron a través de la abertura. Clay chilló y los empujó con el cañón del rifle, golpeando uno de los dedos.

    Aún así, la mano seguía llegando a través de la ventana. Clay se subió al colchón para obtener una buena vista, pero el ángulo y el tamaño de la ventana proporcionaban una vista de solo unos pocos metros cuadrados afuera. Lo que, por así decirlo, era más que suficiente para que Clay viese el cuerpo podrido tratando de arañar camino dentro. Clay pegó el cañón, apuntó a la cabeza y apretó el gatillo.

    clic.

    clic.

    Sin munición.

    El zombi agarró el cañón del arma y comenzó a sacudirlo. Clay peleaba mientras buscaba las balas. Agarró un puñado y comenzó a intentar cargar.

    Sin suerte. Tipo de bala equivocado.

    Intentó un poco más. El zombi se sacudió más fuerte. Clay podría sentirse perdiendo el agarre en el rifle.

    Finalmente, éxito. Encontró un cartucho que encajaba, lo cargó y apretó el gatillo. Un pequeño agujero se abrió en la cabeza del zombi, pero no tan grande como los que estaban haciendo las otras armas. Y no lo suficientemente grande como para sacar al zombi de en medio.

    Clay recargó y disparó de nuevo. Apareció otro agujero y el zombi dejó de ser tan duro, pero todavía estaba vivo para un zombi.

    Clay maldijo, agarró algunos cartuchos y recargó. Tres balas más terminaron el trabajo.

    Apareció otra mano en la ventana.

    Clay recargó y llamó a todos en la autocaravana. —¡Mi arma no es tan buena como la vuestra!

    —¿Qué? - Wally fue quien respondió. Nadie podía oír nada con las explosiones y el pitido resultante.

    Clay repitió su grito tan fuerte como pudo señalando hacia su rifle y sacudiendo la cabeza. —¡Mi arma no es tan buena como la vuestra!

    Wally miró hacia el creciente grupo de zombis frente a él y trató de volver a gritar. —Tienes un .22. ¡Pilla un arma más grande!

    Clay entendió y buscó un arma más grande, encontrando una Uzi. Parecía una pistola de juguete, pero probablemente serviría, pensó él. Encontró un cargador, lo metió y sacó el arma por la ventana apretando del gatillo. Funcionó. El rápido rocío de balas hizo un trabajo rápido en las cabezas de los zombis, y debido a su posición, no suponían ninguna amenaza para él.

    Y, mientras que las ventanas parcialmente abiertas en la cabina delantera estaban cubiertas de gore, pringue y de las manos de zombis arañando, Chett y Harry podían mantenerlos a raya gracias a la barricada natural de las ventanas que los zombis no pensaban en romper.

    Pero Wally y Bob, eso era una historia diferente. No podían matarlos tan rápido como se acercaban. No había suficiente espacio para un tercer pistolero en la puerta, por lo que no podían pedir ayuda de nadie.

    Wally, todavía disparando, notó que Bob se había detenido por alguna razón. Él la miró y ella le dio unas palmaditas en las cimas de sus brazos, empujándolos hacia abajo.

    ¿Por qué estaría tratando de decirme que me detenga? Pensó Wally.

    Ella continuó empujando hacia abajo y, de mala gana, Wally dejó de disparar.

    Tan pronto como lo hizo, ella dio un paso rápido y salió por la puerta, saltando sobre algunas de sus cabezas, pero en última instancia, aterrizando en algún lugar de la refriega.

    Wally dudaba sobre reanudar el tiroteo, porque si Bob debía levantarse en el momento o en el lugar equivocados, bueno, las balas no se preocupan si eras un zombi o una chica.

    Pero los zombis se estaban acercando. Wally tenía que hacer algo. Y rápido.

    Caído a una posición sentada, bajó la AK-47 al suelo lo que pudo, los apuntó hacia arriba y comenzó a disparar desde la cadera. Su esperanza era seguir tumbado zombis mientras decidía sus posibilidades de dar a la mujer que repartía estopa idiotamente en medio de ellos. Pensó que al asumir un ángulo bajo y disparar hacia arriba, minimizaría las posibilidades de darle a ella.

    Para su alivio, oyó el estallido del calibre doce viniendo desde fuera de la autocarvana. De alguna manera, ella había escapado y logrado poner algunos metros de distancia entre sí misma y los zombis. Y ella los tumbaba dos o tres a la vez.

    Ella también estaba atrayendo la atención. Parte del tumulto en la puerta se volvió hacia ella, aliviando la presión del impulso delantero y permitiendo que Wally los empujara hacia atrás.

    Wally adivinó que todos juntos habían tumbado tal vez la mitad de los zombis, lo que significa que estaban ganando la batalla. Notó que la frecuencia de explosiones de la cabina delantera también había bajado considerablemente.

    Oyó un grito apagado desde afuera mientras tumbaba los dos últimos o tres de ellos desde la puerta.

    Chett y Harry se unieron a él mientras despejaba las inmediaciones afuera antes de salir de la autocarvana y en el intenso resplandor de un domingo temprano por la tarde.

    Habían juzgado mal el número por veinte o menos.

    —¿De donde han salido? - Preguntó Chett irritado.

    Wally y Harry hicieron un estudio rápido de la escena. Bob estaba luchando debajo de una multitud de diez o quince zombis. Habiendo sido atraídos por la conmoción, diez o quince habían aparecido desde el lado de la carretera, avanzando hacia ellos.

    Bob dejó escapar otro grito, aunque Chett notó que no parecía alarmada ni dolida, sonaba frustrada.

    El entrenamiento militar de Wally se hizo cargo y comenzó a ladrar órdenes. Le indicó a Harry. —Tú la recoges. Tú, - asintió con la cabeza a Chett, —ven conmigo. - Corrieron hacia la pila de zombis de Bob.

    Pero no llegaron al tiempo.

    Porque los cuerpos comenzaron a volar.

    Uno golpeó la autocaravana y rebotó. Wally lo roció con su AK-47. Otro voló a la derecha en Chett, derribándolo. Chett gritó sorprendido mientras perdía el equilibrio y cayó, usando su arma para vencer al cuerpo arañador encima de él.

    Harry hizo un agarre rápido hacia el brazo del zombi. Si Wally hubiese estado pensando más claramente, le habría advertido de que la manipulación física era un método ineficaz para mover un zombi. Y muy bruto.

    El zombi se zafó de su brazo, lanzando a Harry fuera de equilibrio con la repentina falta de peso.

    Él intentó agarrar el otro brazo del zombi, esta vez preparado para un posible zafamiento.

    Pero luego un zombi volador lo golpeó bastante fuerte y lo tiró al suelo.

    Bob soltó un grave gruñido que devino en un grito poderoso.

    Trozos de zombi salieron por todas partes. Las cabezas, las manos, los brazos, cachos no identificables volaron desde el centro del cuerpo a cuerpo con velocidad y fuerza asombrosas. La autocaravana sonaba con el sonido de las partes del cuerpo golpeando el revestimiento.

    Tumbado sobre la espalda, Harry apuntó a la cara putrefacta que flotaba sobre la suya y la reventó en trozos, luego se volvió para obtener un buen ángulo del zombi de Chett y repitió el proceso.

    Clay había terminado de disparar al último zombi que podía ver desde su punto de vista. Escuchando que el ruido se había movido afuera, se apresuró a unirse a los demás en su pelea. Lo primero que notó fue a Bob luchando contra una docena de zombis con feroz abandono.

    Corrió para ayudar, pero una mano lo retuvo

    —No. - dijo Wally. —Solo la estorbarás. Ella lo tiene bajo control.

    Como muestra del mensaje, se agacharon bajo una cabeza de zombi voladora.

    Clay observó con una extraña mezcla de admiración y terror, ya que Bob pasaba por todas las películas de karate y kung fu que Clay había visto jamás. Era un artista que manipulaba su impulso y su peso corporal para soltar tortazos y patadas mortales, torciendo su cuerpo en tándem con varios zombis para arrancarles las cabezas. Ella estaba desmantelando todo el tumulto a la vez. Y con las manos desnudas.

    Mientras tanto, Chett, Harry y Wally estaban dando cuenta del resto con buenos disparos a la antigua.

    Cuando se asentó el polvo de la crujiente carretera de grava, había cuerpos por todas partes.

    Clay corrió hasta Bob rezando por que ella estuviera ilesa.

    Ella se quedó allí, respirando pesadamente, con el burka negro cubierto de pringue.

    Clay corrió hacia ella y lanzó los brazos alrededor, tripas zombi entre ellos.

    Ella lo abrazó.

    Clay podría haberse quedado allí durante horas en la reunión de moscas del sol caliente y la pudrición de los cadáveres solo por mantener ese abrazo.

    Pero, entonces, Chett tuvo que ir y arruinarlo poniendo su mano en el hombro de Clay y dando la vuelta con fuerza.

    —Ahora, - dijo, —Sobre esa repartemamporros.

    Clay fue pillado con la guardia baja. Se quedó allí tartamudeando, tratando de pensar en qué decir. Él les había metido un poco en esto. Pero tenía que hacerlo. Bob lo necesitaba.

    Estaba a punto de hacer una defensa cuando Harry habló. —Dale un respiro, Chett. Puedes patearle el culo más tarde. Tenemos que llegar al bosque y pillar el condenado ordenador y tenemos que hacerlo rápido.

    Chett miró a Clay un momento más, luego sonrió, liberando su agarre.

    Clay suspiró de alivio.

    —Aun así, quiero saber de dónde salieron todos estos zombis de aquí, - gritó Harry entre el pitido en los oídos.

    Wally se sacó los tapones para los oídos. —¿Qué?

    —¿Dónde has sacado eso? - Gritó Harry, señalándolos.

    —De mi bolsillo.

    —¿Tienes más?

    —Nop. Solo este par.

    ¿Cómo es que nosotros nunca pensamos en eso? - gritó Chett.

    Wally rodó los ojos.

    Chett se girló hacia Clay. —¿Por dónde tenemos que empezar a buscar?

    —No lo sé. ¿Dónde la encontrasteis?

    Levantó la vista por la carretera, rascándose el rastrojo de barba que había ido creciendo. —No habrá más de dos o tres millas de aquí.

    —Una milla es toda una gran diferencia cuando básicamente vamos a tener que buscar en el bosque a pie, - le recordó Harry.

    —¿Hay puntos de referencia que puedas recordar? - le preguntó a Clay.

    —¿Estás bromeando? - Rió Chett. —Lo que hay en este camino es grava y árboles y tierra. Eso es todo. Todo se ve igual de una milla a la siguiente.

    —Bueno, entonces, - dijo Wally mientras caminaba de regreso al autocaravana, —has dicho que lleguemos a la carretera y que veamos a partir de ahí si te acuerdas de algo. No tiene sentido quedarse parado hablando de ello. Vayamos lento hasta que resolvamos algo.

    Chett se estaba rascando la barba. —No, en serio, imagino que eso tiene que estar a pocas millas de aquí, porque esa canción de Hank Williams ...

    —¿Family Tradition? - sugirió Harry.

    —Esa es. Acababa de sonar justo cuando nos dirigimos a la carretera. Tuvimos tres minutos de la canción, íbamos a setenta u ochenta cuando atropellamos esa serpiente, recuerdo que miré el velocímetro justo después de atropellarla, antes de pisar los frenos ... - se colocó para hacer los cálculos.

    Clay habló por él mientras todos se subían a la autocaravana. —Bueno, ochenta son cuatro quintos de cien, y si hubieras ido a cien, habrías ido a tres millas. Estamos aquí a partir del comienzo del Atajo Milla Nueve, por lo que si tienes razón, habrías ido cuatro quintos de tres millas. Clay hizo los cálculos rápidamente en su cabeza. —¡Dos millas y dos quintos de milla! ¡Pon a cero el odómetro y vámonos!

    —Maldición, Clay, - bromeó Harry.

    —Cualquier cosa para sacarnos de aquí más rápido, - se quejó Clay.

    Harry tomó el asiento del conductor subieron. Chett y Wally mantuvieron sus ojos en la carretera, esforzándose por ver las amenazas potenciales. Tres minutos después redujeron para un rastreo.

    Wally fue el primero en hablar. —Maldita sea. Todo en este camino se ve igual.

    —Te lo dije, - dijo Chett.

    —Bueno, - dijo Harry, —Al menos estamos por las cercanías. Salgamos y veamos el bosque. Todos.

    —¡Espera! - dijo Chett. —¿Qué es eso? - Señaló algo brillante por la carretera unos pocos cientos de metros.

    Harry también lo vio. —No lo sé, - dijo. —Pero podemos averiguarlo.

    Pisó el freno dejando que la autocaravana se arrastrara hacia adelante. Se detuvo y puso la autocaravana en freno de mano cuando se acercaron lo suficiente como para salir y mirar.

    Chett saltó fuera y se inclinó para examinarlo más de cerca. —Bueno, que me condenen, - rió. —Me dejé una. - Recogió la lata de cerveza muy caliente, muy sin abrir y se la mostró a Harry.

    Se volvió hacia Clay. —Eso es. Este es tu lugar. - Hizo un gesto con el brazo hacia el bosque detrás de él.

    Clay miró a Bob. —¿Bob? Es aquí. Vamos a buscarlo. ¿Sabes dónde te estrellaste?

    Bob lo miró, agarró una escopeta y saltó por la puerta caminando deprisa hacia la línea de árboles junto a la carretera. Clay la siguió de cerca, incluso más cerca que Chett, Harry y Wally, todos ellos armados hasta los dientes con cualquier cosa y todo lo que podían agarrar. Wally tenía sus dos AK-47. Chett tenía un calibre doce y los bolsillos llenos de municiones. Harry tenía la treinta seis y más abultados bolsillos con cartuchos. Clay giraba su calibre de doce de lado a lado, barriendo en saludable paranoia de recibir un disparo en su estela.

    —Esa no dispara, ¿no? - susurró Wally a Chett mientras caminaban.

    —Nop. Aún así da escalofríos, ¿verdad?

    —Sip. Cada vez que me apunta.

    Bob se detuvo para escanear algunos árboles y caminaron una línea diez metros de largo, evidentemente complacida por los árboles de detrás de su velo. Luego se detuvo en seco, se acercó andando para examinar uno en particular y entró en el bosque.

    Clay se detuvo un segundo para ver lo que ella había visto, pero no pudo hacerlo. Solo era una rama rota.

    Cada diez pasos más o menos, Bob se detenía y examinaba los árboles a su alrededor.

    Entonces Clay lo entendió.

    También Harry. —Chica lista, - dijo.

    Ella se había detenido cada diez o quince pasos después del choque para romper una rama. Caminaron casi una milla de bosque. Eso le dio tiempo suficiente a Clay para sumar dos más dos.

    —Necesitabas volver al sitio del accidente, ¿verdad?

    —¡Sip! —Dijo Bob mientras caminaba.

    —Y sabías que necesitabas tu ordenador. ¿Por qué no te lo llevaste?

    —¡Cierto! - cantó ella en respuesta.

    Varios minutos después, terminaron bajo una sombra oscura. Clay miró hacia arriba para notar que la sombra era creada por un gigantesco paracaídas.

    Debajo del dosel oscuro pendía un objeto grande, blanco, redondo de casi diez metros de largo, inclinado en un lado.

    Clay declaró lo obvio. —¡Parece un huevo!

    Chett declaró lo obvio. —Odio ver el pollo ...

    En la parte inferior, Clay podría distinguir una apertura muy pequeña. Tras una investigación más atenta, parecía que esta debe haber sido la apertura a través del cual Bob había escapado. La cosa había aterrizado de lado, enterrando parcialmente la escotilla en el suelo blando. A través de la escotilla en el suelo había derramados cientos de pequeños cojinetes de bolas.

    Bob aparentemente había podido forzar la escotilla abierta lo suficiente para salir arrastrándose. Clay se inclinó para examinar y pudo ver huellas profundas en el suelo a su alrededor, donde una vez ella se había liberado, debía de haber tratado de forzar la cápsula en posición vertical.

    Ella se acercó a la cápsula, puso las manos e indicó a Clay que se unieran a ella. Clay dudaba que entre los cinco pudieran moverla, pero eso no lo detuvo de ser el primero en apresurarse y unirse a ella.

    Despacio, el huevo comenzó a moverse. En lugar de estar de pie, estaba inestablemente girado de lado, impulsado no solo por pura mano de obra, sino también por la puerta de escotilla cargada. Rodó lo suficiente para dejar que Bob entrara.

    —¡Luz! - bramó Bob.

    El grupo se miró, interrogante.

    Bob extendió la mano y miró a Clay. —¡Haz clic, haz clic, luz!

    —Ah, - dijo Clay. —Luz.

    —Luz de flash.

    Clay echo mano al cinturón donde había metido la gran linterna que le había quitado a Wally en la casa del lago y se la entregó.

    Una vez que ella iluminó dentro, Clay pudo ver por qué no podía entrar con ella. Había cientos de botes de esos cojinetes de bolas por todas partes, haciendo imposible entrar sin rodar el huevo de su escotilla.

    —¿Qué es todo eso? - Preguntó Wally arrodillándose para recoger una.

    Levantó la vista del sonido de Bob gritando desde el interior del huevo justo a tiempo de lanzarse y tumbarlo en el barro.

    —¡No! - bramó ella. —¡No tocar!

    Wally la miró con incredulidad, todavía sosteniendo las bolas.

    Ella vio que todavía las tenía , aun después de ser derribado, así que se las apartó de la mano de un manotazo.

    —Creo que no quiere que juegues con sus bolas, - bromeó Chett.

    Clay le disparó un mirada.

    Bob volvió a entrar en el huevo mientras Wally se levantaba limpiándose los trozos más grandes de barro del uniforme.

    —En serio. Creo que esas son las cosas que devuelven la vida a los muertos. Las bolas de las que estaba hablando, - agregó Harry. —No creo que eso tenga nada que quieras tocar. A menos que mueras, rntonces tal vez querrás un poco.

    Bob retrocedió hasta el huevo y se arrastró hacia la escotilla. Clay fue a unirse a ella.

    —No, - bramó ella desde dentro, —te quedas afuera. Seguro afuera.

    Clay se arrodilló para mirar al interior. Podía ver que el cónico haz de la linterna se agitaba, rebotando en los miles de orbes brillantes que cubrían el suelo. Podía oír a Bob moverse por ahí.

    —¡Clay! - gritó Chett.

    Clay miró hacia arriba para verlo señalando al huevo.

    —¿Qué son todas estas cosas?

    Clay se levantó y caminó para ver a qué estaba señalando Chett. En el lado del huevo había marcas negras y azules que comenzaban en la punta del huevo y continuaban hasta su parte inferior.

    —Obviamente, algún tipo de escritura alienígena, - dijo Clay. —Quizá cuando salga Bob nos lo pueda traducir.

    Wally se acercó para unirse a ellos. —Genial y todo eso, pero tengo que preguntarlo: ¿Cuál es nuestro plan a partir de aquí? - Señaló a Clay. —¿Aún tenemos que recoger a su madre o vamos a ser inteligentes y salir echando leches de Outta Dodge?

    —¿Crees que estar en otro lugar es más seguro? - Preguntó Clay, enojado.

    ¿No eres tú quien dijo que no había ningún informe de esta mierda, que no pasaba en ningún otro lugar? - preguntó Chett.

    Pueden haberse mudado, - dijo Clay.

    —O pueden que no, - dijo Wally. —Y francamente, creo que esa es nuestra mejor opción. Hay una armería de la Guardia Nacional camino fuera de la ciudad. Si está pasando algo, ellos lo sabrán. Y no sé vosotros, pero si esto está sucediendo en cualquier otro lugar, me sentiré más seguro en una base fortificada con fácil acceso a armas de alta potencia. Así que, de ahí nuestro plan.

    —¿Podría hacer otra sugerencia? - dijo Harry, también caminando hacia el grupo.

    —¿Cuál? - suspiró Wally.

    —La armería está al sur de aquí, ¿verdad?

    —Cierto, - admitió Wslly, vacilante.

    —Y saben que nos reuniremos en la carretera, ¿verdad?

    —Cierto, - admitió Wally, aun más vacilante.

    —Entonces sugiero que tomemos al agua.

    —Estás bromeando, - dijo Wally.

    —¿Por qué no? - respondió Harry. —No hay zombis en el río. Nos llevará al sur y nos pondrá a pocas millas de la base.

    Wally no respondió. Se detuvo para considerar las ramificaciones.

    Algo se le ocurrió a Clay. —¿Por qué habría zombis en cualquier otro lugar? Aquí es de donde salieron todos! Estas cosas, - señaló a los globitos de metal esparcidos por el suelo, —estas cosas hicieron los zombis, ¿verdad? Esto llegó aquí. No habría zombis en ningún otro lugar.

    —El chaval tiene razón, - dijo Chett frotándose la barbilla.

    —Pues vamos a buscar a mi madre y salir de la ciudad. Problema resuelto.

    Wally estaba a punto de ceder cuando oyeron un fuerte choque desde el interior del huevo, seguido inmediatamente por una exclamación de Bob.

    El grupo se deslizó hacia la abertura, llegando allí cuando Bob tropezó con el caos del huevo.

    —¡Ja! - dijo ella. En su mano había una caja verde brillante del tamaño de un iPod. Tecleaba unos pocos caracteres extraños en el tecladito debajo de la pantalla y comenzó a hablar en el chasqueante soniquete de lenguaje que debía de ser su lengua nativa.

    La caja respondió un chirrido.

    Ella no se veía contenta.

    Repitió el comando.

    La cajita repitió el chirrido.

    Ella se veía aún menos complacida.

    Ella dijo otra cosa y la caja comenzó a hacer el sonido de un antiguo sintonizador de radio analógico sintonizando en diferentes frecuencias.

    Después de un minuto de intentar sin éxito encontrar algo, se dio por vencida y bramó algo más a su pequeño dispositivo.

    Miró a Clay, Chett, Harry y Wally y le señaló la caja, pronunciando una sola palabra. —¡Hablar!

    —Um, está bien ... - dijo Chett. Miró a Clay como si tal vez él pudiera explicar lo que ella quería. —¿Qué?

    —Me parece bastante fácil, - dijo Clay hablando muy claramente, —Bob quiere que hablemos entre nosotros. Y yo sugeriría hacerlo tan claramente como sea posible. Usad la gramática adecuada.

    —¿Qué? - Chett estaba impaciente.

    Los ojos de Harry eran severos. —Ya sé lo que quiere, - dijo. —¿Recuerdas que en la nave esos dos tipos sostenían algo en sus manos?

    —Sí, - dijo Chett.

    —¿Y recuerdas que decían algo en ellos y que luego la caja traducía?

    —Sí, - dijo Chett, todavía esperando a ver adónde iba esto.

    —Bueno, - dijo Harry. —Apuesto a que quiere que sigamos hablando porque esa cosa está tratando de averiguar cómo hablamos.

    —¡Exacto! - dijo Clay. —Esta caja tiene que tener algún tipo de base para traducir. En este momento, probablemente esté tratando de entenderlo todo, desde vocabulario hasta la inflexión y la estructura de la oración. Cuanto más tiempo nos escucha, más precisamente puede traducir de su idioma al nuestro y de un lado a otro.

    —Esto es bueno y mola, - dijo Wally, —pero si eso es lo que está buscando, ¿no podemos tener nuestra pequeña lección de inglés y marcharnos?

    —No veo ninguna razón por la que no, - dijo Chett. —Vamos a buscar a la madre de Clay, si no por ninguna otra razón, al menos para evitar que te quejes todo el tiempo, y luego podemos poner darle caña al pedal y salir a la carretera.

    —Trato hecho, - dijo Wally.

    —Gracias, - dijo Clay.

    —No hay de qué, - dijo Chett.

    —No, - Bob saltó apuntando hacia la caja de nuevo. —Necesito llamar a casa.

    —¿Lo necesitas en serio? - Chett se abrió la mano contra la frente y rodó la cabeza hacia el cielo.

    —Necesito llamar a casa otra vez, - dijo Bob. —Llamar más Bob.

    —¿Más Bob? - soltaron los cuatro al unísono.

    —Más ayuda de Bob, - respondió ella.

    Chett se giró hacia Clay. —¿Qué quiere decir más Bob? ¿Es ella parte de alguna extraña tribu de clones del espacio exterior amazónico o algo así?

    —No lo sé, - Clay se encogió de hombros. —Pero supongo que no tiene todavía la capacidad del idioma para decir la palabra refuerzos

    —Me parece bien, - dijo Chett, —Pero regresar a mi remolque no es una opción. Bob no es el único monstruo del espacio exterior con los que tenemos problemas. Si volvemos a nuestro remolque, nos dirigimos a ciertos problemas. Yo digo que vayamos al río, al sur, a la armería y ella puede pedir refuerzos desde allí en lo que a mí respecta.

    —Ni hablar. Absolutamente no. - Clay dejó de caminar obligando al resto del grupo a hacer lo mismo. —La última cosa que queremos es ir andando hasta una base militar mientras hay zombis por todas partes y diciendo: Hola, les presento a Bob, una guapa nena del espacio exterior. ¿Puede ella tomar prestados sus satélites? Es imposible que la dejen jugar con el equipo de comunicación internacional.

    Harry intervino. —Y eso asumiendo que no la corten en pedazos para hacer todo tipo de pruebas con ella.

    La cara de Clay se volvió blanca.

    —Gracias, capullo, - susurró Chett.

    —Vale, - dijo Chett comenzando a mostrar signos de fatiga extrema y agravio, —Ya acordamos ir a buscar a tu madre. Lograste arrastrarnos en medio del bosque con todos estos zombis por todas partes. Creo que hemos retribuido antes nuestra deuda por habernos salvado el culo. No podemos seguir poniéndonos en peligro. Tenemos el ordenador. Vamos a buscar a tu madre. Pero dibujo la línea ahí.

    —De acuerdo, - dijo Clay.

    —¿Qué significa eso? - preguntó Chett.

    —Dejadme en casa de mi madre. Encontraremos nuestra propia salida a la ciudad. Después de que ella llame a casa.

    —¿Qué significa eso? - preguntó Chett.

    —Significa, - dijo Clay, —Que necesito llevarla hasta una placa satélite y lo voy a hacer. Si tengo que volver a tu remolque, solo nosotros dos, pues que así sea.

    —No seas estúpido, Clay. - Chett comenzó a caminar de nuevo, seguido por el resto del grupo. —Tú estás muerto sin nosotros. Necesitas nuestras armas.

    —Y estoy bastante condenado, - dijo Clay con tanta fuerza como pudo reunir, —y esta ciudad necesita toda ayuda que se pueda traer.

    —Ya veremos cuando lleguemos a casa de tu madre, - dijo Chett. —Eso es lo mejor que puedo conceder ahora mismo.

    Bob saltó de nuevo. —Bolas fuga. Si golpea agua, mal mal.

    —¿Qué significa eso? - Preguntó Wally.

    —Es creo que significa que lo que esté dentro de esas cosas tiene una fuga y que si se moja habrá problemas, - explicó Clay.

    —¿Cómo, crees tú? - Preguntó Wally de nuevo.

    —¿Como Bob? - dijo Clay.

    —Mm ... -'Bob se detuvo para pensar en las palabras correctas. —Cosa en la bola se filtra, golpea agua, hace más cosas. Pero el agua tiene que tener ... - se detuvo de nuevo, luchando.

    Wally estaba frustrado. —¿Tener qué?

    Bob todavía estaba buscando las palabras.

    —¿Tener qué!? - ladró Wally.

    —Déjala, - dijo Clay. —Si no sabe la palabra, no la sabe.

    Bob lo intentó de nuevo. —El hecho de tener cosas sabrosas.

    —¿Qué? - Esta vez fue Chett.

    —Comida, - dijo Bob señalando con las manos. Puso una voz triste. —No es sabroso. - Luego, con una voz más feliz, —Lo que hace esto, ¡ahora sabroso!

    —No tengo ni idea de lo que estás hablando, - dijo Wally. —No tengo ganas de buscar un detector de metales y buscar en todas estas cosas que podrían distribuirse en todo el condado.

    —Bueno, - dijo Clay, —Si ella dice que tenemos que encontrarlas, debemos encontrarlas.

    —Una cosa a la vez, - dijo Chett. —Lo primero es llegar a casa de tu madre.

    —Gran mal, - recordó a Bob.

    —Ya, sí, - dijo Chett. —No tenemos eso tampoco.

    —No, no me sigues. Me gusta Wally, - le señaló.

    —Bueno, - Chett rió, —Lo siento, Clay. Parece que has sido reemplazado.

    —No, - dijo Bob. —Me gusta Wally. - Ella se pulsó y habló con una voz falsa profunda. —Estoy aquí aquí para servir y proteger. - Ella levantó la voz otra vez. —Me gusta Wally. Estoy tratando de detener gran mal.

    —Vale, - suspiró Clay. —Lo entendemos. Te gustan los hombres de uniforme y estás tratando de evitar que suceda algo malo. Tenemos que enseñarle cómo dejar a un chico con tacto.

    Bob suspiró. —Ahora mira. - Señaló la caja verde. —Cuando entiende y tiene palabras, mira.

    Caminaron hacia atrás hacia la autocaravana con los ojos abiertos en busca de algún zombi al azar.

65 - Sobre el Gran Río Negro

    El sheriff y su abigarrada banda había flotado velozmente por el Gran Río Negro abajo gracias al reciente aguacero. Nadie hablaba. De hecho, nadie emitía un sonido, salvo por el ocasional arrastre de pies del oficial Parker mientras recolocaba el trasero para evitar el dolor de sus hemorroides o el ocasional chasquido de un mechero cuando uno de sus oficiales encendía un cigarrillo.

    La luz solar pasaba silente sobre ellos entre los dorados huequitos del dosel de altos y musgosos robles mientras navegaban por el estrecho río acercándose a su desembocadura.

    El sheriff comprobó su unidad GPS y estaba a punto de anunciar que se encontraban a solo unas millas del río Mississippi cuando oyeron aquello.

    El estruendo.

    Estaba en la disancia, sí, pero no había modo de pasarlo por alto.

    La camioneta los había encontrado.

    Rugió una vez en la distancia, luego cayó en silencio de nuevo.

    El sheriff rompió el silencio con un arrastrado susurro: —No me jodas...

    El oficial Parker se inclinó hacia el sheriff, también susurrando. —Tranquilo, jefe. No pueden pillarnos en el agua.

    El sheriff no respondió. Seguía mirando hacia el denso bosque al norte por donde había venido el sonido.

    Veinte millas. Veinte millas río arriba hacia el Yazoo. Luego otras diez o quince hasta Eagle Lake y hasta su avión.

66 – De camino a la casa de la madre de Clay

    —Para que conste, - apuntooo Harry, —No me gusta esto ni un pelo.

    Harry y Wally estaban sentados en los rasgados asientos Naugahyde en la cabina. Harry estaba conduciendo, Wally iba de copiloto de diligencia – literalmente. Iba bien armado.

    —A miii tampoco. - Wally notooo lo que Harry habiiia notado: la completa y total quietud. Habiiia coches abandonados en la cuneta, algunos estrellados contra los aaarboles, otros al parecer dejados a propooosito. Pero todos estaban vaciiios.

    They passed back by the empty BoGro gas station. As they pulled into town, they saw more y more empty cars y broken shop windows.

    They pulled up next to Clay’s house. Wally turned to look at the group. —Listen up. We’re going to do this the right way – the military way. We’re going to treat this like an extraction, got it?

    —What’s that mean? asked Clay.

    —It means, - answered Wally, —that Chett, Harry y I are going to cover each other. Bob’s going to stay here as the driver if we have to come out fast.

    —I’m coming too… Clay said.

    —No, you’re staying here.

    —Why? he asked. —She’s my mom.

    —Exactly, - said Wally.

    —What? he asked again.

    Harry understood what he was saying. If Clay’s mother was a zombie, there would be all sorts of trouble from Clay. Trouble that could get them killed. He wouldn’t be able to act in his own interest, meaning he wouldn’t be able to kill the zombie because she was his mother.

    —What Wally’s saying, - said Harry, —is that you need to stay here to cover Bob. He grabbed a twelve-gauge y tossed it to Clay. —Here. Use it only if you need to, understand?

    —Okay, - Clay said, placated.

    —Good one, - Chett whispered.

    —All right, - Wally said, —I don’t want us yelling to each other to communicate. Here are the signs we’ll use. He instructed them on common military signs for —look y —clear y a few others.

    He turned to Clay. —Got a key?

    —Sure. Clay fumbled in his pockets y handed it to him.

    Chett, Harry y Wally hopped out of the RV y fanned out to cover the front y sides of the house. Each made the sign for clear y regathered at the front steps. Wally unlocked the front door y they burst in, each fanning to cover all angles.

    Clay watched them as they disappeared into the darkness of the house y strained to hear anything over the loping of the RV’s engine.

    Several long, excruciatingly slow minutes passed before he saw movement again.

    He squinted, trying to see his mother, but only saw the three of them coming back outside, walking to the RV.

    The RV shook as the door squeaked open y Wally stepped in. —No luck. She’s gone.

    —What?!

    Harry was close behind. —No, she’s not gone, Clay. She’s just not there.

    —What do you mean?

    Chett was the last to climb in. —It means she’s somewhere else right now, Clay. I’m sure she’s okay. We couldn’t see any signs of struggle.

    —We’ve got to find her.

    —Absolutely not, - said Chett. —For all you know, she may have already gotten out of town. There’s no way we could know. Let’s hit the river y get out of here.

    —In case you guys have forgotten, - Clay said, —the town cemetery is just a few miles from the waterfront. You really want to go closer to that big of a zombie farm?

    —We don’t have a choice, Clay, - Wally said. —We’ll evaluate the situation when we get there.

    Bob gave the driver’s seat to Chett y sat in the back with Clay, who was sitting slumped over on the mattress with his head in his hands.

    She put her hand on his back y lifted her veil, smiling a deeply beautiful smile that seemed to wash away all sense of time y worry.

    He felt himself getting lost in her eyes, falling so deeply in love that there was no turning back. There were no zombies outside, they weren’t in an old RV – there were only the two of them in infinite black space, ready for the deep, life-affirming embrace that would lead to heaven.

    He leaned forward to make his move y snapped out of his trance when he saw her eyes flick to the small side window. His eyes followed her gaze. How long had they been driving? They were almost past the radio station, which was just a few miles from the river.

    —Wait! he yelled. —Stop the RV!

    Chett decelerated y yelled back to the small bedroom. —What’s up?

    —Stop! Just stop it for a second!

    Chett brought the RV to a stop in the middle of the deserted road. The radio station was a few blocks north of them.

    —The radio station! They’ve definitely got satellites. If they don’t have one that transmits, I can rig one up in no time.

    Chett, Harry y Wally all turned to survey the street. Several zombies had gathered in front of the radio station, clawing at the windows.

    —I don’t think so, - said Chett. —We don’t need another zombie fight. I want to go away from them, not dive headfirst into a group of them.

    Clay was dumbfounded. —It’s just a few of them…

    —That we see, - finished Wally.

    —Sorry, - said Harry, —but I’m with them.

    —Ugh. Fine. Clay slammed the small bedroom door shut.

    Chett put the RV back in gear y started the slow chugging acceleration that the RV could manage.

    No one would notice how quickly Clay acted. In a matter of seconds, he grabbed two boxes of ammo, a shotgun y a rifle, y was out the top escape hatch with Bob before Chett hit twenty.

    They waited until he stopped at an intersection y jumped off the ladder on the back.

67 – En la calle hacia la emisora de radio

    —De acuerdo, Bob, - dijo Clay lanzándole el rifle. —Tú eres la que dispara bien. Yo los tumbaré si se acercan demasiado.

    —Vale, - dijo Bob.

    Clay hizo una rápida exploración de la escena. El centro de la ciudad consistía en un cuadrado de cinco o seis bloques. La emisora de radio estaba a unos cien metros. Todo estaba en silencio, lo cual habría sido normal un domingo por la tarde, pero ese todo estaba demasiado en silencio. No había sonido de coches en la distancia ni de gente hablando ni pululando por ahí. Lo único que Clay podía oír era el silbido de una brisa por las calles, el aleteo de una bandera al viento y el traqueteo de un sujetor de metal cuando golpeaba periodicamente el poste de la bandera.

    Así que, lo único que tenían que hacer era tumbar los cuatro o cinco zombis que pululaban por ahí delante de la emisora de radio, entrar dentro y ya estaba.

    Se le ocurrió a Clay que podrían estar en mayores problemas de lo que había pensado.

    Bob podía despachar zombis rápidamente, pero como Clay recordaba, a los zombis les atraía el sonido de las armas de fuego.

    Y eso significaba que si había otros no muertos por la zona, los disparos actuarían como una abierta invitación a una fiesta zombi.

    Maldición.

    ¿Y si había zombis en la emisora de radio? ¿Entones qué?

    Maldición otra vez.

    —Vale, Bob, puede que no haya pensado bien todo esto. - Él y Bob estaban de pie con la espalda hacia un edificio cuya esquina daba hacia los zombis. —Vamos a intentar colarnos furtivamente. Venga.

    Varios de los edificios tenían callejones entre ellos: lugares donde Clay asumía que los dueños sacaban la basura y similares.

    Cada callejón no estaba en línea recta con el siguiente bloque, eso les proporcionaba bastante cobertura para darle a Clay una pequeña sensación de seguridad.

    Se pausaban en cada intersección para asegurarse de que el camino estaba despejado. Afortunadamente, lo estaba.

    Clay fue el primero en llegar a la puerta de la emisora de radio, que estaba cerrada muy apropiadamente.

    Los satélites estarían en el tejado y había una buena posibilidad de que hubiese también una trampilla hacia e tejado allí con estos. Quizá no estuviera cerrada.

    Él y Bob desperdiciaron algunos minutos subiendo al hombro del otro para alcanzar la escalera de acceso al tejado y descubrir que estaba de hecho cerrada. Desdecentro.

    Maldición.

    Bajaron y Clay hizo lo único que se le ocurrió. Disparó a la cerradura. Se figuró que, una vez dentro, podrían colocar una barricada en la puerta. Pasaron pocos minutos antes de que los descerebrados zombis descubrieran de dónde había venido el ruido.

    Clay y Bob entraron y encararon un largo corredor, varias puertas abiertas a ambos.lados. La luz diurna se filtraba desde las ventanas de cristal en el recibidor al final del pasillo, proyectando ominosas sombras de agitados zombis.

    Clay y Bob hicieron un rápido barrido de cada habitación. La sala de descanso estaba despejada, así como el cuarto de baño. En cada sala procedían así: barrido, despejado, siguiente sala.

    Todas estabas vacías. Excepto la cabina del DJ.

    Allí estaba sentado un descerebrado zombi con auriculares y aporreando la mesa de audio. Clay podía oír un diminuto Garth Brooks por los cascos. Clay aprestó la escopeta y el zombi giró ante el sonido. Clay apretó el gatillo sin dudarlo, esparciendo marrón, rojo y gris por las paredes llenas de carteles de Faith Hill, Tim McGraw y Rascal Flatts.

    Si habían planeado pasar desapercibidos, ahora ya era demasiado tarde.

    Los zombis afuera miraron por las grandes ventanas hacia la cabina del DJ y empezaron a renquear hacia esta.

    —Lo que sea que tengamos que hacer, hay que hacerlo rápido, Bob, porque no sé cuánto tiempo van a aguantar esas ventanas. - Clay salió corriendo al pasillo en busca del armario del servidor y el satélite que sabía que debía existir.

    El grupito de zombis que habían visto en la calle estaba ahora empezando a aporrear y a arañar la ventana. El golpeteo resonaba por el pasillo mientras Clay y Bob empezaban a registrar cada sala y armario en busca del conector para datos del satélite.

    —Bingo, - susurró Clay. Habían regresado a la sala de descanso, la cual contaba con un almacén lleno de trastos de publicidad de la radio y regalos baratos. El almacén conducía a un armario más pequeño con un bastidor de ordenadores y equipo.

    Desde el fondo del pasillo llegó el sonido de alguien intentando abrir violentamente las puertas delanteras zarandeándolas.

    —Deprisa, - susurró Bob.

    —Ya voy, corazón, - respondió él susurrando. —Aquí está el terminal principal. Parece que estamos de suerte – tenían un satélite transmitiendo. —Por la pinta de la programación, No creo que haya sido usado desde hace un rato. No tengo aquí mi portátil con la tabla de estrellas, así que tendremos que suponer la dirección en la que hay que apuntarlo.

    —¿Cables? - susurró Bob. —¿Caja de conexión con el ordenador? - Señaló a la brillante cajita verde que ella había rescatado del huevo.

    —No creo que tengáis un anticuado conector USB en ese chisme, - dijo él.

    Clay pensó durante un rato y se le ocurrió una idea. —Pero… quizá… si ese chisme tuyo entiende radio… - Clay buscó la cajita que esperaba encontrar encima del bastidor. El armario era oscuro y el bastidor era más alto que él, así que tuvo que tantear con la mano hasta encontrar la regordeta antenita que había querido encontrar.

    —¡Genial! - Se giró hacia Bob y señalo su caja. —Si estoy en lo cierto, no son muy listos. La mayoría de la gente no lo es respecto al WiFi. Y han dejado la puerta abierta de par en par.

    Se giró hacia el terminal principal y encendió el viejo monitor posado en uno de los estantes. Menos de sesenta segundos después, giró hacia Bob. —Vale. Hecho. Lo único que tienes que hacer es apuntar ese chsime a 2.437 gigahercios y dejar que haga su magia. Recemos por que tu cajita sea capaz de hacer lo que confío en que es capaz.

    Bob le miró a través de su velo, sin moverse.

    Desde el fondo del pasillo, los sonidos del zarandeo de las puertas se estaban tornando más violentos, así como el aporreo en la ventana.

    —¿Qué? - preguntó él. —¿Qué problema hay?

    Bob susurró, —dos punto cuatro tres siete gigatercios? No entiendo.

    —¡Oh! - dijo Clay. —Son números. Mira mis dedos. - Repitió las frecuencias mientras mostraba el número apropiado de dedos. Se pausó cuando llegó a gigahercios. ¿Sabía ella siquera lo que era un hercio?

    Clay se concentró lo mejor que pudo en explicárselo, pero ella ya estaba ocupada tecleando y chasqueando y chirriando.

    Clay notó que las luces de los discos duros del termimal se encendían mostrando actividad en el ordenador justo cuando pitaba la cajita verde.

    Clay asumió que ella había establecido contacto y que había conseguido tomar control del ordenador. Él tenía que conseguir uno de esos chismes.

    Ella chirriaba y chasqueaba a la caja y Clay imaginó que la cajita estaba traduciendo los comandos de Bob en lenguaje de programación del terminal principal. Oyó encenderse con un clic el actuador del satélite, lo cual significaba que Bob lo estaba recolocando para hacer su llamada telefónica interespacial.

    Clay se estaba sintiendo muy bien. Hasta que el sonido de cristal roto resonó por el pasillo desde el recibidor.

    —Mierda, - dijo él. —Por favor, haz eso ráapido. - No miró atrás cuando salió disparado del armario, cruzó el almacén y entró en el pasillo.

    Bob oyó el bombeo de la escopeta de Clay, seguido por un furioso chillido y, finalmente, los estallidos que se habían tormado cotidianos durante los últimos días mientras Clay vacíaba cartucho a cartucho dentro de los zombis.

    Al estar en el armario tratando de llamar a casa, ella no tenía modo de saber que el grupito de zombis había crecido hasta un tumulto de veinte o así.

68 – En alguna parte por encima de la Autopista 61

    —Bueno, hola, - dijo Roscoe al mirar la masiva pantalla de la computadora. En ella había gran mapa aéreo de la ciudad. Una serie de círculos rojos aparecían en pantalla, uno dentro de otro y centrado en la emisora de radio.

    —Luck be a lady tonight… - cantó Earl.

    —¿Qué demonios significa eso?

    —No sé. Lo oí en uno de sus canales de radio.

    —Bueno, pues es estúpido.

    —Claro que sí, - espetó Earl.

    —Hemos tenido otra señal entrante.

    —¿Y qué? Hemos tenido un montón de ellas. Esas cosas hacen un montón de ruido con sus programas de tertulias y cuentas atrás de los cuarenta principales.

    —Bueno, esta está en un lenguaje más cercano al de casa.

    —¿Sí?

    —Sip, - respondió Roscoe. —Parece que ella nos echa de menos. Vamos a recogerla.

69 – En el río

    —Oh, ¿qué demonios? - Chett estaba más que cabreado. Cerró de un portazo la delgada puerta corredera del dormitorio.

    —No pienso volver a por ellos, - exclamó Wally desde fuera de la autocaravana.

    —Mira, Wally, vamos a dejar claro algo, - dijo Chett mientras salía a grandes zancadas. —En caso de que lo hayas olvidado, te trajimos con nosotros. Es mi autocarvana, mi gasolina, mi decisión. Y no he decidido si voy a volver a por ese capullo o no, pero si decido volver, voy a volver. Y Harry se viene conmigo. Y si tú no quieres, estupemdo. Pero esa decisión es mía, ¿entiendes? Tú tienes tu placa y tienes tus armas, pero eso no significa que estés al mando ahora mismo.

    —Mira, colega, mi trabajo es proteger y servir. Y ahora mismo voy a anteponer el bien mayor al capricho de un par de personas. Tenemos que salir y ayudar. Y si tengo que ir solo, que así sea. Pero tenemos mejores opciones de salir de aquí con vida si nos mantenemos juntos. Tu amiguito tomó su propia decisión cuando saltó del barco, ¿lo pillas? Eso fue temerario e irresponsable, y si vamos en su busca, eso nos pondrá en peligro a todos.

    —¿Cómo te figuras eso? - preguntó Harry.

    —¿Cómo me figuro eso? - respondió airado Wally . —¿Has echado un vistazo a tu alrededor? ¿Dónde carajo están todos los residentes de la ciudad? ¿Eh? Las únicas personas que hemos visto por ahí son las muertas. Solía haber un montón más de vivos. Y o bien están vivos o no. Y si no lo están, entonces está claro que no van a ponerse de nuestro lado. ¿Me sigues?

    Ni Chett ni Harry dijeron nada.

    —Todas y cada una de esas casas y edificios está albergando un potencial nido de avispas de zombis, - explicó Wally. —Cada vez que nos hacemos visibles al conducir por la carretera, nos hacemos un poco más vulnerables. Ya hemos visto pequeños tumultos de ellos aquí y allá. Diez aquí, veinte allá. Hay varios millares de personas desaparecidas. Y teóricamente, la mayoría de ellas vivía justo en esta área.

    Chett y Harry estaban escuchando de brazos cruzados.

    —¿Tengo que acabar deletreándoos esto? No recuerdo haber recibido ningún aviso de evacuación. Si hay gente por ahí, o están escondidos con escopetas listas para reventar lo primero que se mueva, cosas como nosotros, o están muertos listos para comerse lo primero que se mueva, cosas como nosotros. De modo que estamos en medio de un polvorín. No tengo un buen presentimiento sobre esto y mi instinto es generalmente bastante bueno. De modo que dejad que me repita. Tenemos que registrar esos muelles en busca de un buen bote con abundante gasolina. Y luego tenemos que ir al sur y llegar hasta la base militar. Aunque vuestro raquítico amigo no parece saber mucho lo que hacer, vuestra chica musulmana sí sabe.

    —No es musulmana, - dijo Chett.

    —Ya lo sé, es del espacio, - suspiró Wally. —Musulmana o chica del espacio exterior, para mí es lo mismo. - Wally se pausó lo suficiente para notar que Chett y Harry miraban fijamente por encima de su hombro.

    Chett empezó a susurrar. —Hora de empezar a disparar, Wally. Terminaremos esta discusión en cuanto hayamos salido de aquí con vida.

    Wally no había visto nunca a Chett tan agitado. Cuando dio media vuelta, entendió por qué.

    Había estado más en lo cierto de.lo que pensaba. Máe de una centena de renqueantes cadáveres había empezado a caminar por la escollera.

    Justo hacia ellos.

    Harry lanzó un rifle a Wally y los tres apuntaron.

    —¿Saben nadar esos bichos? - preguntó Wally.

    —¿Por qué iba yo a saberlo? - espetó Chett.

    —Porque estoy rezando por que no sepan. Uno de nosotros tiene que poner en marcha un bote.

    Chett miró por la escollera. Los zombis estaban a unos cien metros y aproximándose.

    El malecón estaba a treinta metros. Treinta metros directamente hacia los zombis.

    —¿Estás de broma? - le preguntó.

    Harry respondió. —Creo que no bromea. Chett, ve tú. Nosotros te cubriremos.

    —¿Yo? ¿Por queer yo?

    —Maldición, Chett, ¿cuántas veces vamos a pasar por esto? Tu puntería no vale una mierda. La mía sí. Estoy seguro que la de Wally también. Tú carencia de talento significa que será mejor que empieces a mover el culo hacia ese malecón. Nosotros te cubriremos. ¡Ahora ve!

    Wally y Harry pegaron las espaldas a la autocaravana y apuntaron.

    Chett abrió la boca para discutir, pero no pudo oírse entre los estallidos cuando Wally y Harry empezaron a disparar.

    Aterrorizado, corrió hacia el malecón sin dejar de mirar al lento tumulto de zombis que se acercaba. Cada vez que sonaba un disparo, él veíia al instante una cabeza inclinarse hacia atrás rociando a la horrible gente tras esta con lo que fuese que había dentro. Con cada estallido un zombi se venía abajo.

    Ninguno de los que resutaban rociados pestañeaba siquiera. Varios tropezaban sobre los cuerpos ante ellos.

    Chett iba a por el primer bote cuando se giró para ver acHarry y a Wally, quienes no estaban cubriéndole.

    Porque donde habían habido solo una centena de no muertos ante ellos, había al menos doscientos acercándose despacio detrás y al lado de los primeros.

    Chett chilló para llamar su atención.

    No hubo suerte con el tiroteo.

    Chilló y saltó y agitó los brazos. Vio a Harry apartar la mirada del tumulto el tiempo justp para que Chett se los señalara.

    Harry rodeó corriendo la autocaravana para tener mejor vista de la increíble masa de cadáveres y volvió disparado para avisar a Wally, quien dejó de disparar.

    —¡Corred! - chilló Chett. —¡Por aquí! ¡Que le den a la gasolina, iremos flotando! ¡Vamos!

    Wally y Harry no necesitaron posteriores argumentos.

70 – De vuelta a la emisora de radio

    —Cambia de canal. Ya hemos visto este programa. - Roscoe se paseaba impaciente por el puente. La nave había estado actuando de modo un poco estraño desde que le habían arrancado sus circuitos vocales. Earl había sugerido cambiar la personalidad entera, pero eso habría llevado días. Preciosos días que no tenían. Lo único que Roscoe quería era recoger la carga y hacer la entrega. Contaba con su muy inestable mezcla de astucia, malicia y verborrea para evitar que los mataran una vez hicieran la entrega.

    Lo negro, como se lo llamaba, era muy muy muy tóxico. Y aun más adictivo. Era de lejos la sustancia más ilegal de la galaxia. Lo cual, por supuesto, la hacía muy rentable de transportar.

    También era altamente controlada, porque tenía el sucio hábito de replicarse al entrar en contacto con una solución de monóxido de dihidrógeno y clorato de sodio. Agua salada.

    ¿Y por qué iba a necesitar nadie comprarla? ¿Qué bien hacía un químico altamente tóxico y adictivo si cualquiera podía guardar una pequeña solución de mano y mezclarla con agua salada para obtener más?

    Para empezar, que implicaba que solo un sindicato intergaláctico de crimen altamente organizaodo podía gestionarla. Todo usuario de la droga solo podía usarla en presencia de la familia del crimen, asegurando así que el usuario no se quedaba nada para que la replicase.

    Y gestionar una familia del crimen intergaláctico no era tarea fácil tampoco. Pues incluso una pequeña pérdida de lealtad conllevaba el potencial de que otros pusieran sus manos sobre ello para empezar su propia pequeño sindicato. Como resultado, lq Familia llegaba hasta las más extremas medidas para mostrar a sus miembros que las brechas de lealtad, aun las pequeñas, no serían toleradas.

    Por ello Roscoe estaba mucho más nervioso de lo que dejaba ver.

    Negro. La intoxicante droga bacterioviral que devolvía los muertos a la vida. Por supuesto, eso era un efecto secundario no pretendido. Pero el ingrediente activo, el muy mutado bacteriovirus alienígena que infectaba el cerebro, músculos y otros órganos para intoxicar al usuario, tomaba control del usuario en ausencia de células sanguíneas blancas (las cuales resultaba que eran bastante universales) y los convertía en zombis. De modo que los usuarios normales combatían la infección en unos días y volvían a lo normal. Los muertos, sin embargo, al no tener células sanguíneas de ningún tipo, proporcionaban un terreno muy fértil para la droga.

    Mientras hubiera agua para mantener húmedos los músculos. El bacteriovirus tenía problemas para reanimar a los muertos si estos estaban, perdón por la expresión, secos hasta los huesos.

    Lanza algo de agua fresca, digamos agua de lluvia, en la mezcla y obtienes problemas.

    Lanza algo de agua salada, digamos un océano, en la mezcla y obtienes la marimorena.

    La fácil replicación de la droga y feo hábito de devolver la vida a los muertos eran las principales razones por las que estaba tan duramente controlada.

    Y aun más duramente solicitada.

    Y ahora aquí estaba él, a varios días de retraso. Habiendo perdido, en lo que a la Familia respectaba, más que suficiente carga para empezar su propio sindicato.

    No imporrtaba que él fuese inocente o no. Una infracción era an infracción.

    El cerebro de Roscoe había estado barruntando horas extras para idear los imposibles raciocinios que él usaba para decirse a sí mismo que nada salvo una segura y dolorosa muerte le estaba esperando al final de su viaje.

    Todo el ruido del enorme monitor le estaba distrayendo de sentir lástima de sí mismo. Se giró hacia Earl. —He dicho que cambies de canal, ya hemos visto este programa.

    Earl estaba sentado en la consola de control, munching on something brown and wiggly. —No es un programa. ¿Recuerdas que intentabas averiguar quién les enviaba señales la primera vez? Pensamos que era un programa hasta que salimos ahí fuera y vimos que era real..

    —Coincidencia, - dijo Roscoe. —We were watching them two aliens shoot up all them other dead aliens. When we got out there, yeah, those two people were out there, but the dead ones weren’t. If we weren’t watching a show, where’d all them dead aliens they were fighting go?

    Earl stroked his thin goatee. —I been thinking about that. And I think I got an answer. It wasn’t a show, Roscoe, and we might not be the brightest members of the Family, but even you’re not dumb enough to think it was coincidence that the two people we saw on the monitor on what you thought was a show were the exact same two people we brought on the ship. Now, something happened to kill all them zombis, and I don’t think it was them. Think about it. We were watching them, then the screen went blank. I had the idea to pop our heads out and see what was going on. There they were. They didn’t kill them dead aliens. Because with their little firesticks, there’d still be bodies laying around. Something had to have vaporized them. I don’t remember giving the order to vaporize any dead aliens.

    —Then, - Earl continued as he stood up to walk to Roscoe, —we brought them on the ship. But somehow, they got loose and got off the ship. We didn’t set ‘em loose, Roscoe. Then the computer said that they were on the lift, but they weren’t. Then we got on the lift and got stuck.

    Earl let it all sink in.

    Roscoe walked over to the monitor, where the acción had ceased. The group of zombis had disappeared into the radio station on the monitor.

    —Vale, - dijo Roscoe, —Um… ¿adónde quieres llegar? - aquello no estaba calando.

    Earl se le unió para mirar el gran monitor. —Lo que quiero decir es que está pasando algo raro y no tengo un buen presentimiento al respecto. Y lo segundo que quiero decir es que, - Earl señaló al monitor, —lo que estamos viendo no es un programa. Nuestra muchachita ha llamado la atención otra vez y me barrunto que estamos jodidos. Esos alienígenas que acabamos de ver en la pantalla, esos veinte alienígenas o así, no tienen muy buena pinta. Igual que los que vimos antes. Y cundo digo que no tienen buena pinta me refiero a que tienen pinta de muertos porque están muertos. Lo que significa, Roscoe, que por extensión nosotros también estamos muertos. Porque nuestra carga, la que tú purgaste tan apresuradamente, se ha estrellado en alguna parte cercana y no muy helada, y ha llegado a alguna fuente de agua. Y no sé si a estos alienígenas les gusta el agua dulce o el agua salada, pero en cualquier caso, esto grita problemas.

    Roscoe tartamudeó. —Yo… um… pensé que apuntaba… al parche de hielo…

    —Lo pensaste. Pero después de que nos acribillaran en esa pequeña escaramuza, la computadora quedó un poco rota, ¿recuerdas? Puede que las coordinadas parecieran correctas, pero eso no implica que lo fueran.

    —Y lo que es peor, - dijo Earl en tono de reprimenda tocando una pantalla de un panel ante él, —recogiste la nave antes de que la repostaran.

    Roscoe no dijo nada.

    —No se te ocurrió comprobarlo, ¿verdad?

    Roscoe no dijo nada.

    —Y podríamos haber tenido suficiente energía para irnos… - Earl dejó de hablar y tocó algunos botones más en su pantalla. —Justo lo que pensaba. Nuestro nivel de combustible se agotó cuando toda esa gente que estábamos observando se vaporizó. Lo que implica que fue nuestra nave lo que los mató. Pero nosotros no dimos la orden.

    Roscoe seguía mirando fijamente la calle vacía, ojiplático. Aquello estaba por fin calando. —Y… ¿eso es lo que está pasando fuera? Pero no recuerdo que tú abrieras esta imagen en el monitor. Asi que, ¿quién lo hizo?

    —Exactamente, - dijo Earl.

    —¿Y nuestra chica está ahí dentro? - Roscoe señaló a la emisora de radio en la calle. —¿A punto de ser comida por esos alienígenas muertos que nuestra carga está devolviendo a la vida?

    —No exactamente, - fue la respuesta en lengua nativa. Pero no fue la voz de Earl, fue la linda voz sonriente que ya habían oído antes.

    Pero antes de que Earl y Roscoe pudieran darse la vuelta, sintieron el frío metal de los palos de fuego alienígenas en sus cabezas.

    —¡Hola! - sonrió Bob en inglés.

    Por fin, pensó la computadora de la nave.

71 – … Y entonces, se armó el pandemonio. Todo él.

    Chett, Harry y Wally estaban de pie en el muelle rodeado de siete botes cuando lo oyeron, una serie de lejanos sonidos proveniented de ociosos motores para cuatro ruedas. Al principio temblaron, porque cada uno de ellos había dado testimonio del terrorífico tubo de escape del rugido del cuatro por cuatro de la muerte.

    Pero este sonido era algo más completo, más alto, lloriqueante. Aún así, tuvieron que tomarlo como una amenaza. La multitud de zombis ahora se había cernido desde tres lados, dejando al trío con sus espaldas al río.

    Chett ya había descartado dos de los botes para cuando los demás se unieron a él. —¡No hay gasolina! - Gritó mientras señalaba a los que había probado.

    Wally y Harry todavía estaban disparando, tumbando zombi tras zombi, pero en última instancia, no haciendo ninguna mella en la cerniente muro de cadáveres.

    Wally miró otro bote a medida que los sonidos lejanos se acercaban. —¡Este! - Indicó a uno de ellos. —¡Entrad! ¡Ya! ¡Vamos a remar con las condenadas manos si hace falta! No pueden lastimarnos en el agua. Hay unos cientos de galones de gasolina en algunos tanques río abajo junto a la compañía petrolera. Flotaremos hacia abajo y tomaremos prestado algunos.

    La tripulación giraba por el muelle cuando otro sonido los detuvo en seco. Ahora había tres sonidos distintos: uno del cuatro ruedas que avanzaba cada vez más desde occidente, uno de un bote, tal vez a una milla o dos al sur de la altura del río, y había otro. Era el tercero el que los preocupaba, un bajo y profano zumbido que parecía venir justo desde debajo de ellos.

    Las tablas comenzaron a sacudirse cuando el muelle comenzó a latir con los temblores de algún lugar debajo de ellos, en algún lugar del río.

    Harry notó ondas en el agua que se acercaban al muelle.

    —¿Qué mierda es eso? — preguntó Wally.

    La estela era de varios metros de ancho. Parecia una cresta. Y se movía rápidamente.

    Los tres se pararon en asombro con sus cerebros demasiado sobrecargados para ver una salida lógica de la situación.

    Finalmente, a medida que la estela se acercaba al muelle y no parecía estar dispuesta a disminuir la velocidad, Chett descubrió la clave para sobrevivir.

    —¡Saltad!

    Empujó a Harry y Wally al agua, ya que el cuatro por cuatro de la muerte embestía por la orilla del río, rasgando el muelle en fragmento y arrojando madera húmeda por todas partes. El grafiri de llamas pasó a centímetro de la cabeza de Chett cuando él saltó al río y se agarró al bote más cercano. Harry y Wally también se agarraron y se unieron a él.

    La camioneta aterrizó en medio del semicírculo de zombis e hizó perfecto giro de contrabandista de ciento ochenta grados.

    —¡Buen giro! - comentó Chett.

    Wally desató rápidamente la cuerda de uno de los norays restantes y la soltó.

    La camioneta se meció y su motor rugió, lo que le daba un aspecto y sonido demasiado vivos, demasiado animales, a los tres para quedarse a ver el espectáculo.

    Comenzaron a remar cuando se abrieron las puertas y los dos ocupantes salieron goteando.

    —¿Cómo demonios pueden conducir bajo el agua? — Preguntó Harry, sin aliento.

    —¿Ves un par de cientos de zombis y te preocupa que puedan conducir bajo el agua? - espetó Chett en respuesta.

    Se puso de pie para probar los tanques de gasolina. —¡Tenemos gasolina! - Corrió hasta la consola. —Pero no hay llave. Tendré que hacer un puente. Dadme un minuto.

    —Oh, tómate tu tiempo, - dijo Wally sarcásticamente mientras trataba de remar inútilmente con ambos brazos en la fangosa agua marrón.

    El único movimiento que su bote había hecho en la costa era de unos metros hacia atrás, causando mucha más estela remando que la camioneta.

    Algo en la orilla captó la atención de Chett antes de que pudiera arrodillarse y comenzar el proceso de hacer el puente.

    —¡Chett! - Harry gritó. —¿Qué haces ahí de pie allí como un idiota sin correr?

    Chett no respondió.

    Wally levantó la vista de su remado a dos manos para reforzar la pregunta de Harry. —¡Chett! - Él iba a decir algo enérgico, pero luego vio lo que Chett veía.

    Un cable.

    Uno que venía del cabrestante en la parte delantera de la fangosa camioneta zombi. Los dos ocupantes, de pie afuera, rieron con una fuerte, profunda, irregular y aterradora carcajada.

    Wally siguió al cable hasta el agua. El ángulo del cable no parecía estar señalando hacia el bote en el que estaban, pero sabía que las apariencias podían ser engañosas. El cable podría estar enrollado bajo el agua y podría estar muy bien conectado a su barco.

    Chett ya había hecho esa suposición y estaba considerando las opciones.

    Harry notó que los otros dos habían dejado de hacer algo y miraban hacia arriba para ver lo que él estaba mirando.

    Chett gritó sin quitar los ojos del cable. —¡Si sentís que el barco se sacude, saltad al agua!

    —¡Ni hablar! - dijo Wally. —El agua no les detiene a esos bichos! - Sacudió el agua del rifle. —Y tengo que despejar el campo antes de tener otra oportunidad. Harry, te sugiero que hagas lo mismo.

    Como si eso fuese una señal, una mano sucia salió del agua y se enganchó al lado del bote cerca de Harry.

    Wally la atacó con la culata del rifle y la mano cayó resbalando.

    —Bueno, no sé vosotros, - dijo Wally, —pero yo estoy muy seguro de haber terminado por hoy. - Declaró al ver otra ofensiva mano que había aparecido fuera del agua y se había undo al bote. —Chicos, ¿tenéis alguna otra idea? - Se sentó, se quitó la camisa y comenzó a rasgarla para usarla como un trapo y secar su rifle. —Porque, y no intento ser negativo aquí, como yo lo veo, estamos bastante cerca de mocharla. ¿Tiene alguien algo que pueda usar como barra? Me gustaría estar bombeando algo de plomo en estos bichos en este momento y no puedo hacerlo hasta que esto esté seco.

    Chett y Harry rebuscaron por el bote algo que usar cada vez que saliera una ocasional mano zombi.

    Chett señaló con cierta resignación que el número de manos zombi estaba aumentando. Estaba empezando a resultar una tarea a jornada completa mantenerlas fuera del bote.

    Por fin, Harry se metió en un compartimento lateral del bote y encontró una barra y un carrete. —¡Lo tengo! - gritó. Se la arrojó a Wally.

    Wally envolvió los jirones rasgados de la camisa alrededor de la varilla, mientras los sonidos del bote río abajo y el cuatro ruedas en la distancia cercana se hacían más fuertes.

    La tripulación observó mientras el otro bote arrancaba desde una curva en el río y aceleraba. Wally fue el primero en reconocer al Sheriff y a sus oficiales. Se volvió para echar un vistazo a la camioneta y quedó estupefacto por la escena. Los dos zombis que habían estado conduciendo la camioneta se habían subido a la plataforma trasera mientras que el centenar de zombis que los rodeaban se habían reunido frente a la camioneta. Parecían estar preparándola.

    Wally giró la cabeza para obtener una mejor vista del sheriff, a tiempo para verlo a él y a su tripulación apuntar sus armas hacia el tumulto de pudrición en la orilla.

    —¡Cuerpo a tierra! - gritó Wally al saltat hasta el fondo del barco, seguido de Chett y Harry.

    Los disparos comenzaron a salir del barco del sheriff mientras se acercaba.

    Los conductores de camioneta zombi rugieron con la risa de los muertos, seguido de gemidos y gritos de su ejército podrido.

    Wally hacía el puente mientras se cerraba el otro barco. Giró la cabeza y miró rápidamente una barcaza vacía estacionada al otro lado del río. Allí, montado en una grúa de acero en el lado a unos pocos metros sobre el agua, vio el destello de un gancho de cable.

    Wally no tuvo que buscar para saber cuál era el sonido más reciente: un cabrestante.

    Vio las delgadas y serpenteantes olas creadas por el cable tensaandose y observó cómo se abría camino a través del río. Ni siquiera tuvo tiempo de alertar al Sheriff, ya que el cable se elevó lo suficientemente alto del agua para atrapar directamente en el pecho a las cinco personas en el otro barco, donde colgaron momentáneamente mientras el cable aplicaba la fuerza de su impacto.

    Los neumáticos de la camioneta zombi ladrarón una vez cuando esta saltó en el pavimento.

    Los propios zombis rugieron en voz alta por su captura.

    Wally no podía decir quién había sido asesinado ni quién se había salvado, pero a juzgar por la velocidad del barco, cualquiera de ellos tendría suerte de estar vivo. O no mucha suerte como podía ser el caso.

    De repente, el agua comenzó a bullir de actividad. Los zombis se saltaron a la superficie y comenzaron a nadar hacia sheriff y su tripulación. Bueno, la mayoría de los zombis, al menos. El resto comenzó a agarrar el barco que Wally, Chett y Harry estaban ocupando actualmente. Chett y Harry los estaban combatiendo con las culatas de sus empapadas escopetas lo mejor que podían, pero eso no servía de mucho. El barco se estaba zarandeando tanto que uno o dos habían logrado saltat hacia un lado.

    —¿Cuánto tiempo más, Wally? - Chett gritó mientras pateaba la mandíbula podrida del engendro cadáver.

    —¡Unos sesenta segundos! — gritó en respuesta.

    —¿No sabes que tenemos tanto tiempo?

    —Es lo mejor que puedo hacer! - Wally también estaba pateando algo muerto y moviéndose mientras intentaba secar su rifle.

    —¡Gah!

    —¿Qué? - dijo Wally.

    —Gumph..gurgle ... - era Harry. Wally giró justo a tiempo para ver a un zombi agarrar a Harry y tratar de darle un mordisco. Harry le dio un cabezazo y perdió el equilibrio sobre la proa del bote, hacia los brazos del tumulto de zombis de abajo.

    —¡Mierda! - dijo Chett y se zambulló en la marabunda.

    —Maldició, - Wally maldijo mientras cargaba algunos cartuchos. -Está seco. Esto tendrá que servir. - Corrió hacia un lado, apoyó una pierna y apuntó.

    Esperó hasta ver a Chett y a Harry a los pies uno de otro antes de comenzar a disparar. Había suficientes zombis en el agua para hacer que cada disparo encontrara un buen objetivo. La escena se parecía a un lecho de serpientes mocasines de agua salpicando. Cada bala que Wally disparaba salpicaba agua fangosa y materia zombi.

    Ni Chett ni Harry podían ver lo que estaban haciendo, pero sentían manos y piernas arrastrándolos. Cada uno luchaba por alcanzar la superficie y respirar. Luchar contra los zombis bajo el agua era bastante difícil, estaban aprendiendo.

    Su estrategia, que se formó del argumento natural de ser lo único que parecía funcionar, era llegar abajo y salir de quienes los agarraban. Y luego, si tenían suficiente aire y podían encontrar los cuellos zombi, se apartaban una cabeza o dos.

    También luchaban por permanecer en el mismo lugar, porque podían oír el goteo de balas golpeando el agua.

    A Chett le dolió de pronto la pierna con un pesar abrasador. O le habían disparado o un zombi había logrado arrancarle un buen cacho de su pellejo. En cualquier caso, dolía como el infierno y él dejó escapar un chilldo submarino. Algo le agarró la otra pierna y él giró furiosamente para liberarla.

    Era, al parecer, uno de los zombis más frescos. Su cabeza estaba desinflada para salir fácilmente.

    Y, señaló Chett con uno de sus sentimientos más fuertes de pánico, se estaba quedando sin aire.

    Lo único que tenía de su lado era la pura voluntad de vivir, pero el abrumador número de zombis que lo hundían cada vez más en el agua era demasiado abrumador.

    Pensó en todo lo que nunca fue ni se convertiría. En que toda su vida había sido la historia de hacer lo justo. En cuanto en los próximos minutos, su caducidad resultaba cierta para cualquiera que hubiera dicho que él moriría sin ascender a nada.

    Y los zombis estaban bastante hambrientos. Podía sentir dolor en todas sus extremidades ahora, pues suponía que estaban siendo arrancadas a mordiscos.

    Una ola de calma pasó a través de Chett, y todo quedó en negro.

    Sobre el agua, Wally había escogido suficientes zombis para liberar temporalmente a Harry, quien tosía y escapaba mientras chapoteaba.

    —¿Y Chett? - preguntó. Buscó en el agua.

    Wally negó con la cabeza.

    Harry se zambulló para buscar en el agua.

    Wally vio lo que Harry planeaba hacer y exclamó, —¡Sube! - pero fue demasiado tarde. El agua se onduló y salpicó con la desaparición de Harry mientras este nadaba para encontrar a su amigo.

    —Bueno, mierda, - suspiró Wally. Sabía que probablemente había demasiados zombis todavía abajo y que Harry se había asignado al mismo destino que probablemente su amigo había conocido. Pero si fuera uno de sus amigos militares, se recordó a sí mismo, habría hecho lo mismo.

    Sin embargo, la situación parecía sombría. En lo que se refería a Chett y a Harry, no se podía hacer nada. Necesitaba hacer un puente a la embarcación mientras que los zombis estaban ocupados en otra parte. Estaba a punto de bajar por debajo de la consola cuando vio una conmoción en el grupo de zombis en la orilla.

    El zumbido de los motorcillos distantes habían llegado finalmente a un crescendo, lo que indicaba que ya no eran tan distantes. Lo que era más, Wally se dio cuenta de que los sonidos no dejaban de venir de una dirección.

    Parecían rodear el muro de zombis y su aparente líder conductor de camionetas.

    Y lo que fuese aquello, no solo estaba atrayendo la atención de Wally. Vio que todos los zombis se habían vuelto hacia la dirección de los sonidos mientras estos se acercaban.

    A continuación, en un borroso movimiento de fuego, ocurrieron varias cosas: Tres buggies azules de algún tipo surgieron en las aberturas del muro y rodearon rápidamente a los zombis. Y con la misma rapidez, giraron para dar la espalda a los zombis, por lo que sus enormes tubos de escape cromados, increíblemente enormes ahora apuntaban directamente al tumulto.

    A Wally le pareció la mayor de las sillas de paseo cuando el conductor (un hirsuto hombre sin camisa con pantalones cortos de camuflaje y una gorra de camioneroz) se puso en pie y gritó —Destrozadlos!

    Al unísono, los tres buggies aceleraron sus motores y sacaron de sus tubos de escape a lo que a Wally le pareció un poco de infierno embotellado. Ondulantes llamas de color naranja se dispararon y recubrieron la multitud con un sólido muro de fuego.

    El líder, el hombre enjuto, dejó escapar un grito de júbilo.

    La turba comenzó a romperse; zombis llameantes agitaban sus brazos y daban tumbos a ciegas. Wally se estremeció ante sus gritos desgarrados. Dudaba de que los no muertos pudieran sentir dolor, pero definitivamente se habían convertido rápidamente en una pandilla muy infeliz.

    Y entonces, por una fracción de segundo, alguien apagó el sol, que volvió a continuación y se apagó de nuevo.

    Wally y los conductores de buggy alzaron la vista hacia el cielo, que al parecer estaba decidiendo si debía o no quedar ocupado por una gran nave espacial, pero le resultaba muy difícil tomar una decisión cuando, en un segundo, la nave estaba allí y al siguiente desaparecía.

    A continuación, los líderes de los zombis habían aprovechado la oportunidad de saltar de nuevo a su camioneta, y rugieron directamente hacia una de las sillas de paseo rodando sobre las desordenadas llamaradas de zombis.

    Sus ocupantes saltaron fuera del camino mientras crujían bajo enormes neumáticos de camioneta.

    Desde detrás de la entrada sur de la escollera, apareció otra turba de gente. Wally se quejó ante la idea de más zombis que venían como refuerzos, pero no se trataba de zombis. Eran personas, el resto de la gente del pueblo, supuso Wally, y estaban muy cabreados. Parecía una turba urbana medieval ligeramente modificada, no con antorchas y horcas, sino también (y lo más importante) con escopetas y pistolas.

    Y mientras, los traviesos buggies de fuego se habían dispersado y dado cuenta de cuarenta o cincuenta de la fuerte horda zombis de varios cientos, los refuerzos para los no muertos llegaban a la puerta del norte. Wally supuso que se trataba del lote del cementerio de la ciudad, la granja zombi, como Clay lo había llamado.

    Wally se levantó cuando una escotilla de la nave de arriba se abrió y dos flacos, calvos gris pálido con barba de chivo salieron a una rampa, seguido inmediatamente por Clay y Bob, que aparentemente estaban llevando a otra … ¿persona? ... rehén.

    Clay se veía diferente. Más grande. Wally entrecerró los ojos para ver qué era diferente. Llevaba algún tipo de dispositivo protésico en el pecho y brazo. Bob estaba sosteniendo una escopeta pasada de moda en el dúo, y Clay apuntaba lo que llevaba puesto en la multitud de zombis y comenzó a disparar. Los tornillos de plasma azul gritaban a través del paseo marítimo y explotaban en el grupo, enviando zombis por los aires.

    Tanto la gente del pueblo como los zombis invasores tomaron esto como un grito de guerra y dieron carga, las personas gritaban y disparaban y gritaban y agitaban los brazos, los zombis solo gemían y tropezaban y agitaban los brazos.

    Las personas del pueblo, de las cuales había unos pocos cientos, eran superadas en número por los miles de cadáveres que habían surgido del cementerio, Frescos de la reciente lluvia y siguiendo el agua de inundación contaminada con la droga negra.

    Bob espió a Wally flotando en el barco y volvió atrás en la nave, la cual bajó y se movió más cerca de Wally, acercándose lo suficiente como para permitirle que se agarrara de la rampa y subiera.

    Clay, sin apartar los ojos de sus objetivos, gritó a Wally. —¿Dónde están Chett y Harry?

    Wally se levantó en la rampa, aún goteando ligeramente por la anterior incursión involuntaria en el río. Sacudió la cabeza y señaló el agua, gritando sobre el gritante plasma y el rugido de la camioneta. —Desparecidos. Chett fue arrastrado por un par de zombis, Harry fue tras él. He escuchado a Harry unas cuantas veces, pero eso es todo lo que sé.

    Uno de los buggies se liberó de la turba y se dirigió a la nave. El hombre Wiry llamó. —¿He escuchado algo sobre Chett y Harry?

    —¡Tío Crank! - gritó Clay. —¡Estan bajo el agua! Wally dijo que los vio ... - dejó de hablar porque el Tío Crank ya había desaparecido con del tanque de buceo y la máscara y agarrando un arpón cuando el buggy llegó al río directamente, sumergiéndose.

    —¿Puede que esa cosa vaya bajo el agua? — preguntó Wally.

    —Puede ser - dijo Clay.

    —No, quiero decir, ¿puede ir bajo el agua?

    —¿Quién sabe? - contestó Clay. —Es el Tío Crank.

    Finalmente, el dispositivo de camuflaje fallido de la nave se detuvo, para alivio de Clay y Wally, quienes se encontraban de pie sobre la intermitente y un cierto inquietante nada.

    Luego, con toda la conmoción todavía en curso, varias sombras más parpadean en la costa. Junto con las sombras vinieron varias naves más. Un poco más pequeñas que la actual, pero construidas con la misma arquitectura. Estaban rodeados.

    Sonó una voz enrojecida, profunda y extraterrestre. También se repitió a través de los altavoces de la barrera de naves y que Bob tenía actualmente bajo control. Clay estaba a punto de preguntar qué había pasado cuando la cajita verde de Bob siguió adelante e hizo el honor de traducir automáticamente.

    —Roscoe y Earl, habéis escapado con nuestro envío. Entregadlo ahora.

    Roscoe y Earl dejaron caer las cabezas. Roscoe cantó algo a Earl. La cajita verde tradujo de nuevo. —¿Crees que podemos negociar?

    La voz alienígena, ya fuese consciente o inconsciente del comentario de Roscoe, volvió a resonar, esta vez una oración más larga. Desde la caja verde de nuevo, —Entregadlo. Aún así vamos a mataros. Pero cuanto antes lo entreguéis, menos dolorosa sería vuestra muerte. Pensé que deberíais saberlo por si eso influía en vuestra decisión.

    Debajo de ellos, el pandemonium había tomado reinado. La multitud de ciudadanos había encontrado a la multitud de zombis y a Clay le estaba resultando difícil decidir quién era quién. Era bastante parecido a las escenas de batalla de sus películas favoritas donde los ejércitos de las edades oscuras se encontraban entre sí y cargaban, cortando y cortándose. Pero no había colores distintos ni vuelo de estandartes. Lo único diferente ahora eran los signos de la modernidad: armas y carreteras e inundaciones, y, por supuesto, las nuevas naves alienígenas que exigían el regreso de su envío.

    —De acuerdo, entonces, - vino la aguda traducción de la última transmisión alienígena. —Lo haremos a vuestro modo.

    La nave se meció con la primera sacudida de la explosión de la energía que uno de las naves acababa de disparar.

    Bob dejó caer la caja verde en los pies de Clay y este se atornilló dentro. Señaló a los dos alienígenas flacos. —¡Tíralos! - exclamó Clay.

    —Vale, — gritó en respuesta.

    —En serio, - dijo otra aguda traducción de la caja verde de Bob, —Basta. No queremos ir allí.

    Otra ondanada sacudió la nave.

    Bob volvió, sin aliento. —No hay suficiente energía para el escudo.

    Clay la miró. —¿Por qué no puedes decirles dónde están las cosas?

    —No, - dijo ella por debajo de su burka.

    —¿Por qué no? - preguntó. —¿No podría ahorrarnos muchos problemas? — La nave rodó en gran medida esta vez. —Que nos matamos.

    —Confía en mí, ¿de acuerdo? — dijo ella.

    Ella no tuvo que decir nada más. Clay confiaba en ella.

    Wally se acercó a Clay. —Oye, si no te importa, me sentiría un poco más seguro en el agua, y si no les importa a nadie aquí, me voy a tranquilizar hacia el barco de allí.

    Se acercó al borde y se bajó.

    Un tornillo de energía crujió el aire debajo de sus pies y vaporizó el barco.

    —Quizás no, - dijo y se retiró. —Se ve todo mucho mejor desde aquí de todos modos.

    Clay vio algo en la turba que llamó su atención. Allí, en medio de la batalla, estaba el batín azul claro de una mujer más delgada que le daba a la batalla.

    —¡Mamá! - exclamó Clay.

    Ella miró hacia el cielo y hacia la voz que pensaba que reconocía. La distracción proporcionó suficiente oportunidad para que uno de los zombis la agarrara y la llevara al suelo.

    —¡Mamá! - Clay gritó de nuevo. Dio un salto desde la rampa, corriendo hacia la orilla directamente al agua, dando pensamiento a la impermeabilización del arma plasmática biónica que llevaba solo después de que sus pies ya habían abandonado la rampa y mientras se dirigía hacia el río. No solo eso, sino que era pesada. Tendría que nadar con ella. Eso si no explotaba.

    Aún así, su madre estaba en problemas e hizo lo que pensó que tenía que hacer. Respiró hondo mientras sintió que el calor del haz de energía probablemente significaba para él disparar sobre su cabeza y se hundió en el agua rápidamente, como se esperaba.

    Pero no, no como se esperaba, sus pies no llegaron al fondo del río fangoso, sino a algo blando y que se movía.

    Estaba sobre al asiento de cuero del buggy azul bajo el agua cuando salió del río, ahora llevando a cuatro ocupantes: el Tío Crank, Clay, Chett y Harry, los dos últimos muy inconscientes no muertos.

    —¡Mi madre! - gritó Clay al Tío Crank. —¡Tengo que salvar a mi madre! ¡Es la del batín azul!

    El tío Crank detuvo el buggy, saltó al asiento trasero, cerró las piernas entre los dos cuerpos allí tumbados para conseguir agarre firme, abrió el maletero y sacó una escopeta, pescó un holgón de su camisa, Lo sacudió para abrirla, tiró de la escoria de un paquete de cigarrillos virgen, lo sacó, tomó un objetivo y dijo: Fuego.

    Llegaron al lugar donde Clay había visto a su madre. Se zambulló hacia el grueso, balanceando su arma biónica y golpeando a los zombis. Al hacerlo, accidentalmente golpeó a uno de los compañeros del pueblo, un familiar chico de cabello rubio en espera de una pequeña multitud de zombis.. Clay se estremeció mientras gritaba, luego se volvió cuando su grito de repente cayó al silencio.

    Encontró a su madre inconsciente en el suelo, pero afortunadamente ilesa de zombis hambrientos. Aparentemente estaban demasiado ocupados luchando contra su refrigerio más reciente a pocos pies de distancia.

    El tío Crank fue cargándose a los zombis circundantes lo más rápido posible. Wally, que había encontrado su camino hacia la fila desocupada de buggies restante, corrió y saltó para ayudar a Clay a poner a su madre en el segundo buggy. Clay miró en el asiento trasero y vio al sheriff.

    —¿Por qué lo llevas? - Preguntó Clay. —¿Estaba vivo?

    —Creo que sí, - respondió Wally. —Pero herido bastante grave. Sé que está corrupto. Pero no pude dejarlo.

    —¿Tío Crank? — Clay gritó sobre el crepitar de rayos de energía y disparos de escopetas y pistolas, —¿No oí a Harry decir que estos trastos pueden ir bastante rápido?

    —Sí. - dijo el Tío Crank disparando. —Bastante rápido, estos condenados buggies.

    —Entonces vamos a buscar a Bob, la dama de todas esas sábanas negras.

    —Me suens a buen plan, - Wally gritó de acuerdo.

    El Tío Crank saltó al asiento del conductor de su buggy y lo sacó de la multitud. Clay lo siguió mientras Wally se sentaba en el asiento del pasajero, tomando un objetivo y disparando.

    Una explosión fuerte sacudió el suelo. Lo que había sido recientemente la nave alienígena con el mal camuflaje era ahora una bola de fuego ahumada que salpicaba en el río.

    —¡Bob! - Gritó Clay. Su corazón iba a mil por hora y él salió hacia la orilla del río.

    Una cabeza con capucha se balanceó a la superficie, seguida de los dos alienígenas a medida que remaban a la orilla.

    —¡Gracias a Dios! ¡Salta! - Le gritó a ella. Bob salió del agua, lanzó a Roscoe al asiento trasero, vio que el sheriff estaba allí y tiró a Earl al pequeño maletero. Se zambulló en el asiento trasero encima de Roscoe y el sheriff cuando una de las naves disparaba en el punto donde acababan de estar.

    Clay no necesitó más aliento para ver exactamente lo rápido que podían ir esos buggies.

    Marchó a través de la multitud, golpeando zombi y humano, y se encaminó hacia la salida de la escollera que lo llevaría con suerte lejos de la locura.

    El Tío Crank lo seguía detrás.

    En algún lugar en la parte posterior de la cabeza de Clay, conocía la desesperanza de la situación. Era cierto, estaba en un buggy que podría ir rápido. Y sí, tenía el ingenio del arma de plasma biónico. Pero ahí se detenía su ventaja. Sus perseguidores tenían naves espaciales y punto de mira guiado por computadora. Sería una cuestión de segundos antes de que todos ellos se convirtieran en poco más que virutas de humo.

    La voz alienígena habló. Clay se esforzó por escuchar la traducción de la caja verde de Bob en el asiento trasero. —¿Dónde está el envío? Hemos registrado tu nave, Roscoe. No estaba allí. Nos dijo que lo tiraste. No queremos tener que ir a buscarlo.

    Por eso aún no nos han matado, pensó Clay. Necesitan a Roscoe y a Earl. Mientras estén vivos, estamos bien.

    Llegaron al carretera que los llevaría a la interestatal, arrastrando todo el camino una pequeña flota de naves alienígenas. Clay se esforzó por formular un plan. Nunca podrían superar a las naves alienígenas. Su mejor opción era llegar al bosque y esconderse entre el follaje de los árboles. Pero Chett y Harry, si todavía seguían vivos (cosa que Clay dudaba) necesitarían atención médica urgente.

    Así que Clay optó por el bosque hasta que pudiera pensar en una solución.

    Pero dos cosas sucederían para evitar que él hiciera eso.

    Primero, todos ellos habían estado demasiado ocupados con la repentina aparición de las naves alienígenas para notar que el cuatro por cuatro de la muerte había desaparecido en silencio.

    Segundo, varias naves alienígenas nuevas y elegantes, desgarraban el cielo dejando un incendio rosa a su paso.

    Fue la primera de estas ocurrencias que causaron que Clay y Wally maldijeran al unísono.

    —¡Mierda!

    La camioneta saltó desde detrás de un edificio y casi los arrolla de pleno. Si no fuera por el hecho de que actualmente estaban superando los ciento cuarenta kilómetros por hora, lanzando enormes columnas de fuego y humo detrás de ellos, la camioneta podría haber medido con mayor precisión su velocidad y haber podido hacer un blanco exitoso.

    Como resultaba, los neumáticos de la camioneta chillaban en protesta al corregirse y seguir la persecución.

    Birn, pensó Clay. Definitivamente podemos superar al menos a esa cosa.

    Lo cual, por lo que valía, fue un buen pensamiento que tener. Excepto que en la incursión con el pueblo, los zombis conductores de camioneta habían conseguido armas. De modo que ahora eran zombis conductores de camioneta empuñando escopetas.

    Y comenzaron a disparar.

    Wally se volvió para mirar al pasajero de la camioneta mientras se inclinaba fuera de la ventana.

    —¡Cuerpo a tierra! - ordenó. Comenzó a disparar mientras corrían por la calle.

    Mientras tanto, en el cielo, las nuevas y elegantes naves alienígenas también estaban en persecución, también disparando sus propias armas.

    Pero, a medida que Clay se daba cuenta, no estaban disparando a nadie en el suelo. Estaban disparando a las naves que estaban persiguiendo. Escuchó una explosión y una de las naves se vino abajo. Las otras naves se separaron y comenzaron lo que Clay solo podía suponer que era un infierno de una pelea de perros. Se estaba concentrando demasiado en el camino para preocuparse por lo que estaba pasando por encima y solo podía oír las explosiones de cosas destrozadas en tierra por la batalla en la atmósfera.

    —¡Yay! - Gritó Bob. Aplaudió con las manos y chilló. —¡Ayuda!

    —¿Esos son tu gente? - exclamó Clay al asiento trasero.

    —¡Sip!

    —¿Y están aquí para ayudar?

    —¡Sip! - exclamó ella en respuesta. —¡Eso es lo que hacemos! ¡Toma! - Le entregó la caja verde a Clay y comenzó a hablar en su lengua nativa. —Soy lo que vosotros llamáis a un oficial de policía, como Wally.

    —Oh, - Clay suspiró. —Eres como Wally. Te gusta Wally. Lo entiendo.

    La caja continuó la traducción. —Te lo dije. He estado persiguiendo a estos dos durante años para detener su contrabando de drogas. Estaba emboscada en un tiroteo y me tomaron como rehén. Me iban a usar para trabajo de esclavo.

    Una explosión de una escopeta la interrumpió, el pasajero del cuatro por cuatro de la muerte intentaba apuntar a través del espeso humo negro del escape de buggy del Tío Crank. Afortunadamente, eso había estado actuando como un gran escudo de humo.

    Bob continuó. —Pero me tenían en la misma bahía de carga que el envío, así que me las arreglé para reprogramar la computadora de uno de sus terminales. No mucho, lo suficiente como para que pensara en mí como amiga. Cuando vi que iban a tirar el envío, me escondí en la cápsula y escapé. Llamé a los refuerzos. Ahora están aquí. Tan pronto como hayan terminado, vendrán por mí.

    —Oh, - suspiró Clay de nuevo.

    Su breve fiesta de lástima fue interrumpida por otra explosión de escopeta desde la camioneta detrás de ellos.

    El disparo había encontrado uno de los neumáticos y el buggy comenzó a salir de control. Clay luchó para mantener el control y evitar que volcara a ciento ochenta kilómetros por hora. Se las arregló para bajar la velocidad a ochenta cuando finalmente sintió que el buggy comenzaba a ceder. Maldijo y gritó, —¡Saltad! - Los ocupantes ya lo estaban haciendo, a excepción del Sheriff y la madre de Clay, que todavía estaban inconscientes, y de Earl, que estaba atrapado en el maletero.

    Los cuatro de ellos comenzaron el doloroso proceso de derrapar por la carretera de hormigón a sesenta kilómetros por hora mientras que el buggy volaba salvajemente detrás de ellos.

    El Tío Crank giró su buggy y desaceleró, sin querer pasar encima de la gente que aún derrapaba por la carretera.

    Clay luchó contra sí mismo y logró dejar de caer el tiempo suficiente para apuntar su arma hacia la camioneta, la cual había desacelerado misteriosamente junto al buggy. Intentó disparar algunos disparos, pero fue recompensado solo con una sacudida de terrible dolor eléctrico de su arma biónica.

    Esta comenzó a emitir algún tipo de alarma.

    Unas pocas luces extrañas parpadeaban en el panel de control en su antebrazo.

    Ahora solo estaban derrapando a treinta kilómetros por hora, aunque no tenía forma de saberlo. Intentó disparar de nuevo, y nuevamente fue recompensado con un dolor y una alarma más alta.

    Decidió que era hora de abandonar el arma, pero cual fuese el dispositivo que se sujetaba alrededor de su otro hombro y el pecho no se desplazaba.

    Ahora comenzó a oír una alarma extremadamente aguda. Junto con el sonido, le estaba dando calambres. Clay rápidamente supuso que había sido muy dañada en el naufragio.

    Se detuvo de un modo sangriento e inferna. Bob también estaba levantada, corriéndo hacia él. Wally estaba vivo, pero lastimado, gimiendo en la calle.

    Bob miró a Wally y gritó. —¡Abajo! ¡Abajo! ¡Cubríos, ya! ¡A la cuneta! - Señaló al lado de la carretera. Se volvió y gritó hacia el Tío Crank, que ahora estaba acelerando hacia ellos. —¡Tú también! ¡Ve! ¡Ve rápido! ¡Dale caña al motor! ¡Deprisa! ¡Ve por él! - Señaló por la calle hacia Wally.

    El Tío Crank entendió y condujo hasta Wally, agarrándolo por el hombro, y lo tiró en el asiento. Wally se acomodó.

    Clay miró el arma. Cuando esta comenzó a soltat chispas al azar, él empezó a preocuparse. Cuando comenzó a soltat pequeños chorros de fuego, estaba asustado. Cuando comenzó a estar cerca electrocutarlo y emitir virutas aleatorias de plasma (tumbando árboles y dejando pequeños cráteres en la carretera), estaba más que aterrorizado.

    Todo el tiempo, la alarma se hacía más y más fuerte.

    Y entre del dolor y el ruido, Clay sabía lo que iba a suceder. Esperaba conseguir que aquello al menos sirviera para algo.

    Gritó y comenzó a correr hacia la camioneta, ahora estacionada a unos cien metros cerca del buggy volcado, sus ocupantes trataban de sacar al sheriff. No prestaban atención a Clay.

    Bob gritó para llamar la atención de Clay.

    Él no hizo caso y aumentó el ritmo, corriendo con todo hacia la camioneta.

    Bob gritó algo en su caja verde, pero Clay tampoco pudo oírlo. Tenía una cosa que lograr y no iba a detenerse.

    Excepto que finalmente, el chillido y el impacto lo detuvieron. Los extraños caracteres blancos en el panel de control del antebrazo parpadeaban a un ritmo vertiginoso. Clay se detuvo en el punto medio hasta la camioneta para considerar intentar un disparo.

    —¡No! - Bob gritó de nuevo mientras corría hacia él.

    Luego, una explosión azul y blanca de luz llenó el aire, dejando un cráter humeante donde acababa de estar Clay.

    El tío Crank ya estaba a unas pocas millas de distancia, acelerando hacia el hospital más cercano a la ciudad que pudo pensar.

72 - El Final

    Harry parpadeó lentamente hasta la conciencia. El medicamento para el dolor lo dejaba confundido. Las caras nadaban a su alrededor, resolviéndose y disolviéndose diez veces antes de que pudiera convencer a sus ojos a enfocar.

    Se incorporó en su cama de hospital rodeado de médicos y enfermeras preocupadas.

    —¿Dónde estoy?

    —Centro médico Regional de Jackson, - fue la respuesta de un médico mayor. -—¿Sabes quién eres?

    —Por supuesto. Harry Bernard.

    —¿Qué fecha es hoy? - preguntó el médico mayor.

    —¿En serio? Oh, demonios, no lo sé. Nunca lo sé. ¿Cuánto tiempo he estado incosciente?

    —Poco más de tres semanas, en el mejor de los casos, - respondió. —Tenemos algunas cosas que repasar si tienes ganas de hablar. Algunas preguntas importantes que hacerte.

    —¿No puede esperar? ¿Dónde está Chett? ¿Lo consiguió?

    Los médicos y enfermeras intercambiaron miradas.

    —Tienes una tarjeta, Harry, - dijo uno de ellos asintiendo hacia la mesa junto a la cama del hospital.

    Él parpadeó para enfocar, y de hecho, había una tarjeta frente a un jarrón de flores.

    —¿De quién? - preguntó.

    Nadie respondió. Finalmente, un médico tosió y dijo: —Quizá deberías leerla.

    Harry abrió la tarjeta.

    Ponte Bueno Pronto, rezaba la letra impresa en la parte delantera. El mensaje, escrito en prolija letra en el interior rezaba: «Por razones que es mejor no comentar, te deseamos una pronta recuperación. Ciertamente, nos preocupamos mucho por tu salud y, como asumimos que tú también, te avisamos de que regresar al Condado en cualquier momento de tu futuro solo servirá para poner en peligro cualquier beneficio que hayas podido conseguir por tu recuperación hospitalaria. Atentamente, el sheriff William Rayburn y el Suboficial Dale Evans.»

    Harry parpadeó un poco más, tratando de despejar la obvia alucinación de sus ojos. —¿Billy Ray? - Preguntó Harry, increíblemente.

    —Así es.

    —Eso no puede ser, - dijo Harry.

    —Regresó del norte, - respondió el médico.

    Harry se frotó la cabeza. —¿Cómo consiguió ser elegido sheriff?

    —Es una larga historia, pero la gente lo eligió sheriff. El viejo desapareció, y Billy Ray y Dale aparecieron. Supongo que la gente quería al Sheriff. Pero él dice que no puedes volver.

    —Cierto. Lo capto. Eso es lo que dice la tarjeta.

    —Bueno, él dijo que podrías ser un poco espeso.

    Harry se frotó la cabeza otra vez.

    —No me contestaste antes. ¿Dónde está Chett?

    Nadie respondió.

    —¿Esta vivo?

    Un doctor tosido. —Quizá deberías venir con nosotros.

    Lo transfirieron a una silla de ruedas y se dirigieron hacia el ascensor.

    Harry notó con un creciente pánico que habían pulsado el botón del sótano.

    —¿Adónde vamos?

    —A la Morgue, Harry, - respondió un médico. —Pero necesito que estés preparado para lo que estás a punto de ver.

    Se dirigieron a las puertas de doble acero de la entrada a la morgue. El estómago de Harry se hundió ante la idea de lo que estaba a punto de presenciar.

    El médico mayor estacionó la silla de ruedas de Harry junto a uno de los cajones y se arrodilló para hablar con él, cara a cara.

    —Necesito que estés preparado para esto. Te trajimos con tu amigo, Chett. Él falleció anoche.

    El corazón de Harry saltó un latido. —¡No!

    —Me temo que sí, - fueron las respuestas de los médicos..

    —¿Por qué me habéis traído aquí? " Preguntó Harry. —¿Me necesitáis para identificar el cuerpo?

    El médico se puso de pie y colocó su mano en el cajón. —En realidad no. Necesitamos que nos expliques algo.

    Abrió el cajón y descomprimió la bolsa del cuerpo.

    Un Chett muy pálido, muy gris en el interior, parecía estar durmiendo.

    Harry apartó la mirada.

    —Harry, ¿verdad?

    Miró hacia atrás en asombro. Chett lo estaba mirando.

    —¿Deberías decirles que no estoy muerto? - Harry miró al médico, sin palabras.

    El médico miró hacia Harry y dijo, bastante rígidamente, —Me temo que está muerto. Pero él no parece saberlo. No hay latido. Tiene actividad cerebral y muscular, claro. Pero sin pulso ni temperatura.

    —Tío, podría comerme un buen filete en este momento, - dijo Chett. —O una vaca. Sólo dame una vaca. Tío, estoy hambriento.

    —¿Chett? - dijo Harry con preocupación.

    —O algunos cerebros. No sonaba bien antes. Pero te aseguro que podría comerme algunos cerebros.

    Todo el mundo lo miró con horror.

    —Oh, no el tuyo, por supuesto. Eso es simplemente desagradable. Pero, ¿qué tal el de una ardilla? Mmm, mmm ... - se golpeó los labios grises. —Harry, ¿podrías ir a buscarme una ardilla? No la cocines ni nada. Solo atrapa una y tráela aquí.

* * *

    De nuevo en la oficina del Sheriff del condado de Warren, el Sheriff Billy Ray pasó su mano sobre su almidonado uniforme y se revisó en el espejo en su oficina. Sonrió una sonrisa guapa y se pasó los dedos por el pelo marrón claro. Se veía bastante bien, pensó. Mejor que antes, en realidad.

    Tenía hambre. Hora del almuerzo. Quizá Dale también tuviera hambre. Llamó al suboficial y lo invitó al sótano de la cárcel a por un almuerzo antes de hacer las rondas.

    El dúo caminó a través de la oscura mazmorra en una parte de la cárcel bajo tierra, no utilizada y olvidada durante casi todo el siglo pasado, sacudiendo sus porras en las barras de la cárcel.

    —¿Qué te apetece comer hoy? " preguntó Billy Ray. —¿Algo bueno y jugoso? ¿O algo más delgado?

    Se detuvieron en la celda con los aterrorizados restos del corrupto personal del sheriff.

    —No sé, - dijo Dale arrastrando cada palabra. —¿Quién de estos hijoputis me disparó en el pie antes de desgarrarme las uñas?

    —Bueno, creo que fue el oficial Parker, Dale, - dijo Billy Ray.

    —Ah, sí, - dijo sonriendo. —¡Ese mismo!

    El oficial Parker luchó contra sus ataduras y gritó en su mordaza.

    —Ah, vamos, no luches, - dijo Dale y rió. —O, mejor aún, sigue adelante y lucha contra todo lo que puedas. Eso nos ahorra la molestia de ablandar la carne.

    El oficial Parker gritó un grito amortiguado que nadie escucho en el antiguo sótano olvidado.

    Más tarde, a medida que se sentaron en la celda con los bocadillos, Billy Ray se volvió hacia Dale. —Pásame un muslo, ¿quieres?

    Dale lo hizo y dijo entre un bocado, —¿Qué vamos a hacer, um ... cuando nos quedemos sin oficiales?

    —Cruzaremos ese puente cuando llegue el momento, - dijo. Terminaron su comida grasienta en silencio.

* * *

    El pueblo crecería para amar a su nuevo sheriff, que era amable y servil y justo. Cierto, el endurecido ocasional criminal había desaparecido.

    Pero si esos criminales no podían mantenerse fuera de problemas, bueno, entonces, culpa suya, ¿verdad?

Epílogo - otro país, otro año

    El hombre alto, oscuro y musculoso cruzó el asfalto, caminó silenciosamente por las escaleras y se acercó al avión.

    Nadie lo esperaba, ya que cualquier persona que normalmente se acercaba al avión habría tenido su presencia anunciada por los tediosos puntos de control de seguridad que había que pasar para llegar allí.

    Con todas las medidas de seguridad por delante, el avión estaba posado sin vigilancia en la pista, preparándose para el despegue.

    Y todos estuvieron un poco sorprendidos cuando el extraño alto simplemente caminó hacia arriba hacia el avión y tosió.

    De las diez personas a bordo, nueve iban en trajes. Sacaron sus pistolas e inmediatamente apuntaron al extraño.

    Solo un pasajero llevaba ropa civil. Su cabeza estaba afeitada y se veía más delgada y más dura y más bronceada que en el pasado. No había sacado su pistola, pero miró desde la computadora portátil donde había estado trabajando.

    El extraño no anunciado levantó los brazos hacia arriba y sonrió. —Harry Bernard, - le dijo al hombre con la computadora portátil. —Cuánto tiempo sin verte, amigo.

    Harry parpadeó durante unos segundos, tratando de reconocer la cara. También estaba más duro y malo que la última vez que lo había visto. Y mucho, mucho, mucho más musculoso. La cara la reconoció. El cuerpo de culturista no.

    —¿Clayton? ¿Clayton Hensworth?

    Clay sonrió.

    Los trajes mantuvieron apuntadas sus armas.

    —No pasa nada, - dijo Harry, —Viene conmigo.

    Los trajes se miraron con aprensión.

    —Que no pasa nada, chicos. Él viene conmigo. Bajad las armas.

    Lo hicieron, lentamente.

    —¿Governador? - Le preguntó Clay. —Nunca pensé que alguna vez pudieras conseguir un curro en el gobierno con tu historial.

    Harry rió. —Tienes razón. Definitivamente no en el gobierno. Conoce a mis guardaespaldas.

    —¿Es este tu avión? - Preguntó Clay, mirando a su alrededor.

    —Sip.

    —Mola.

    Harry señaló hacia el pecho de Clay. —¿Cómo te has puesto así?

    —Larga historia, Harry, pero si te hospedaras unos años en un planeta con gravedad unas cuantas veces más fuerte que la nuestra y vivieras en una colonia de chicas espaciales locas por el sexo, lo entenderías.

    Parpadeó con la mandíbula colgando. —Pensamos que tú y Bob estábais muertos.

    —Nop. Es una larga historia. Tendré que contártela cuando haya algo de tiempo. Pero toma, mira esto. - Clay le arrojó un paquete de fotos.

    —¿Quiénes son estos? -:Preguntó Harrycmirando las fotos. —Bonitos niños.- Hizo una pausa y miró a Clay mientras aquello calaba. —No... ¿de verdad?

    —Sip. Bob está de vuelta en su planeta en este momento. Estamos esperando otro.

    —Pero hay seis o siete hijos aquí y solo has estado fuera unos años.

    —-Periodo de gestación de solo tres meses, - dijo Clay. —-Bueno, cuéntame lo que sucedió en Bovina.

    —Bueno, Chett... no se me permite hablar de ello, pero debes ser tú el que me cuente. Lo único que he oiido fue que esas naves alienígenas fueron por ahí detrás de todos los zombis y lo limpiaron todo, a excepción de Billy Ray y a Dale, que lograron escapar del radar, por así decirlo, hasta que las naves se fueron. ¿Por qué no me cuentas el resto? No he escuchado informes de ningún tipo de zombis en ningún otro lugar, y sé que Bob estaba inclinada a mantenerlo todo en cuarentena.

    —Tienes mucha razón, - dijo Clay. —Todo lo lió una especie de imbécil intergaláctico. Se las arreglaron para recogerme a mí y a mi madre justo antes de que explotara esa arma. Y me refiero a justo antes. Piensa en milisegundos. Después de que nos recogieran, Bob los llevó al sitio abandonado y se puso a trabajar. Pero ella no sabía nada sobre Billy Ray y Dale. ¿Todavía tienen la camioneta?

    —Es lo único que conducen, y todavía da un miedo que te cagas, - Harry rió bien a gusto. —Te juro que ese maldito chisme está vivo y tiene mente propia. - Se pausó. —¿Cómo está tu madre?

    —Ha tenido que reposar mucho.

    —¿Sí? - Parecía preocupado.

    —Está muy sana, - le aseguró Clay. —Pero cada vez que ve a otro bebé espacial desfilando, se desmaya de nuevo.

    Harry rió.

    Clay miró por de la cabina. —¿Dónde está Chett?

    —Está en el campo.

    —¿El campo? - preguntó Clay.

    —Bueno, cuando eres un zombi, no quieres ser asesinado, a menos que estés mal de la cabeza. ¡Así que lo único que necesitas es una buena máscara de acero y kevlar, máscara y casco y voila! Tienes un maldito buen mercenario. Nos especializamos en la extracción de rehenes. Recibimos la llamada, obtenemos el dinero, entramos y dejamos a Chett en tierra. Él entra, dispara un poco, obtiene el rehén y vuelve a salir. Funciona con ardillas. Son sus favoritas. Un poco de cerebros y se cura, listo para la próxima misión.

    —Bueno, eso mola, - dijo Clay, —pero nosotros necesitamos un poco para una pequeña asignación que tenemos.

    —¿Sí? - dijo Harry.

    —La raza entera de los alienígenas de Bob es básicamente el equivalente a los policías espaciales de Amazon. Pero necesitamos un poco de ayuda en un trabajo. ¿Te apuntas?

    —¿Cuánto se paga?

    —Oro. Mucho.

    —¿Hay algún problema colateral?

    —Oh, puede poner el planeta en cierto peligro, pero nada que no puedas manejar, - dijo Clay.

    —Contad conmigo.

FIN

Notas del Autor

    Lectores astutos sin duda notarán unas cuantas libertades que puedo haberme tomado con la topografía de Vicksburg y Bovina. Ciertos edificios y carreteras pueden haberse movido un poco, pero el sentido general sigue ahí.

    También, no hace falta decirlo, este libro es puramente una obra de ficción. Nombres, lugares e incidentes son productos de la imaginación del autor o se usan fictiamente, y no deberían ser considerados reales. Cualquier referencia a alguna persona, viva o muerta, es puramente una coincidencia.