Créditos

    25 Nochebuenas (versión gratuita en español. Prohibida su venta)

    Copyright © 2020 de Erin L. Snyder. (Algunos derechos reservados. CC-BY-NC-SA)

    Traducción y Edición: Artifacs, noviembre 2020.

    Publicada en Artifacs Libros

    Diseño de Portada: Artifacs. Imágenes tomadas de Max Pixel bajo licencia CC0.

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    Obra Original: 25 Christmas Eves

    Copyright © 2013 de Erin L. Snyder. (Todos los derechos reservados.) www.erinlsnyder.com

    Publicada gratuitamente en Smashwords. Una versión de todos los relatos se publicó originalmente en www.mainliningchristmas.com

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Erin L. Snyder por autorizar esta tradución al español y por compartir con el mundo 25 Nochebuenas bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

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Sobre el Autor

    Erin L. Snyder es escritor de todo tipo de géneros, desde Ciencia Ficción, Space Opera, Realismo Mágico hasta la Fantasía Épica (y todo lo que hay en medio, alrededor y cruzando por encima de todas estas categorías).

    Habiendo crecido prácticamente con "El Señor de los Anillos" y "Star Trek", la fantasía y ciencia ficción han formado parte de su vida, incluso en Papá Noel ve connotaciones mágicas (por si te estás preguntando de dónde salió este libro). Le gusta la ficción que trata de cosas significativas, pero su meta es siempre crear algo entretenido y sustancial, sin marear al lector con moralejas ni mensajes.

    En 1998, se concentró en estudios de filosofía y en escritura creativa en la Hampshire College, donde asistió a numerosas clases de mitología, religión y ciencia cognitiva.

    Ha vivido en Washington DC y Nueva York antes de mudarse a Seattle en 2012, donde reside actualmente con su esposa Lindsey y trabaja como analista.

    Puedes saber más sobre Erin y su obra en www.erinlsnyder.com.

Otros Blogs y Sitios Web

    Mainlining Christmas: Proyecto en el que trabajan Erin y Lindsey cada año. El objetivo de la web es experimentar la Navidad tan intensamente como sea posible, una especie de celebración de la festividad en todo su horror. Erin y Lindsey han escrito allí ficción navideña, visto cientos de películas y especiales de Navidad, reseñado docenas de libros y buscado elementos de lo más extraños que la temporada navideña tiene para ofrecer. Tanto si adoras la Navidad como si la odias, esta es una página que deberías visitar.

    The Middle Room: Es el blog más antiguo de Erin, una especie de visión cultureta de películas y cultura pop. Hoy en día la mayoría de las publicaciones son reseñas de películas.

    The Clearance Bin y Toy Remix: además de todo lo anterior, Erin es un ávido coleccionista de juguetes. Estos dos sitios contienen cientos de reseñas de figuras de acción, coches de juguete y otros variados coleccionables, junto con varias piezas de humor. Echa un vistazo si interesan estas cosas.

Dedicatoria

    Un grandioso "gracias" a mi esposa y editora, Lindsay Stares. Ella hizo toda la corrección de texto, edición y codificación requerida para hacer realidad hacer este libro.

25 Nochebuenas

por

Erin L. Snyder

Introducción

    Olvida Halloween.

    La Navidad tiene raíces más profundas en el género que el 31 de octubre. El solsticio lleva siendo un momento de mito y misterio desde la existencia de la palabra escrita (probablemente mucho más). En el mundo antiguo, esta era una época de renacimiento, era cuando nacían los dioses. Tan pronto como Jesús fue lo bastante importante, su cumpleaños también se incluyó con calzador en la fecha. Siglos más tarde, las historias de un santo que había adquirido proporciones míticas se mezclaron con la leyenda nórdica para crear una figura mágica que se ha convertido en un icono de la temporada.

    Hace más de ciento cincuenta años, Charles Dickens creó la segunda figura navideña más conocida, la cual fue sometida a una serie de visitas en lo que sin duda es la historia de fantasmas más popular jamás escrita (cualquiera que afirme que Halloween tiene el monopolio del terror haría bien en recordar que, literalmente, no hay una época del año más oscura que la Navidad).

    El siglo pasado no ha cambiado nada. Siguiendo el ejemplo de L. Frank Baum y Clement Clarke Moore, Santa Claus se ha convertido en el foco principal de los especiales de televisión durante las fiestas. Se ha convertido en el personaje de fantasía más conocido del mundo y ocupa una posición única en la ficción y el folclore. Clásicos como It's a Wonderful Life han llegado a definir la temporada. Las películas de terror navideñas se han vuelto comunes.

    Yo amo la Navidad porque amo las historias. Me encantan los cuentos de hadas y las historias de fantasmas, y no hay mejor momento para contarlos. La ciencia ficción también se presta adecuada para estas fiestas, aún cuando no tiene los miles de años de antecedentes de la fantasía y el horror (todavía).

    Lo que estás leyendo se puede describir mejor como un calendario de adviento infundido de género: veinticinco historias para los veinticinco días de diciembre previos a las vacaciones. Cada historia trata sobre la víspera de Navidad en un sentido u otro. Aparte de eso, he tratado de contar una variedad de historias diferentes en una variedad de tradiciones y géneros. Encontrarás realismo mágico, terror, fantasía cómica, ciencia ficción del futuro cercano, ópera espacial y mucho más.

    Espero que te diviertan.

    —Eryn L. Snyder

1. El Ladrón de Navidad

    SÉ QUE NO VÁIS a creer nada de esto. Y sé que debería mantener la boca cerrada, pedir un abogado o algo. Probablemente desearé haberlo hecho cuando llegue mañana, pero ahora mismo... esto es lo único que puedo hacer para no golpearme la cabeza contra esta mesa. Tengo que contarle a alguien lo que ha pasado esta noche y, bueno, vosotros sois quienes preguntáis.

    Así que, Feliz Navidad. Aquí va.

    Saqué la idea para el disfraz de un viejo programa de televisión. No sabría decir cuál, si acaso fue algo que vi cuando era niño y se me quedó grabado. Un tipo que se viste como Papá Noel, irrumpe en una casa y limpia el lugar. Y un niño se despierta y ve al tipo, “No te preocupes, hijo. Soy yo, Kris Kringle. Hay una luz en el reproductor de DVD que no funciona en un lado." Envía al mocoso a la cama y él se ha ido antes de que nadie se haya enterado de nada.

    Sí, es penoso robar a una familia en Navidad. Pero supongo que en el fondo soy un tipo de corazón penoso. Pero... mira, tengo un código, ¿vale? Lo que me gusta de eso es que implica que nunca estás en una posición en la que puedes amenazar a un niño, porque eso no está bien. Sí, he birlado algunas cosas, pero imagino que las casas en las que doy el golpe pueden digerir la pérdida. Y yo nunca he lastimado a nadie haciendo esto, en realidad no.

    Yo he... mira, sé que no os importa por qué hago estas cosas. Lo único que queréis saber es lo que ha pasado esta noche. Sé lo que pensáis de mí, pero... estáis equivocados. Yo no lastimé a ese niño. Yo ni siquiera... mira, no sé si alguna vez podrá él hablar de esto, pero si le mostráis mi foto o algo así, no creo que a él le entre el pánico. Sé cómo suena esto. En serio, lo sé. Pero esta es la verdad: esta noche he salvado la vida de ese niño.

    De acuerdo. Sé que no creéis ni una palabra. Pero la siguiente parte es más fácil de digerir. Me colé dentro de una casa en Rocky Brook para robar algunos aparatos electrónicos. De un vistazo estaba claro que esas personas tenían dinero. Demonios, vi los coches en la entrada. Podías ver que lo celebraban. Es decir, toda la calle decorada con luces, tenían un trineo en el techo y bastones de caramelo a lo largo del camino de entrada. Sin señales de un perro tampoco, así que pienso que es el lugar perfecto para dar el golpe, ¿vale? Me paso como a la una de la madrugada y me pongo a trabajar.

    La alarma es de broma, pero la mayoría lo son. Y escucha esto, ni siquiera han cerrado con llave la puerta de atrás. Pasé un minuto entero tratando de forzarla antes de girar el picaporte. Nadie cree que pueda pasar algo malo en Nochebuena. Jesús. Casi parece divertido ahora. Nada malo.

    De todos modos, una vez que estoy dentro, echo un vistazo. Lo último que quieres es que alguien te sorprenda y se tropiece contigo mientras trabajas. Buena forma de conseguir que te maten.

    Al principio no veo a nadie. Ciertamente no escucho a nadie.

    Demonios, ya estoy en la sala de estar cuando la veo. ¡Me da un susto de muerte! Una mujer tumbada en el sofá, completamente inmóvil. He visto a mucha gente desmayarse, pero esto... esto es otra cosa. Lo primero que me pasa por la mente es que me he topado con un fiambre. Entonces noto que está respirando. Pero muy suave. Creo que está drogada o algo así. Quiero decir, a los ricos también les gustan esas cosas. En ese mismo momento, estoy pensando que lo tengo hecho. Es decir, aunque ella se despierte, si es una adicta a la coca o algo así no va a llamaros a vosotros.

    Me dirijo directamente al reproductor de blue-ray y me pongo a trabajar. Segundos después lo tengo dentro del saco. A continuación, pillo un iPad y un ordenador portátil del estudio. Hay un bolso en el comedor, así que lo agarro junto con algunos candelabros que parecen valer algo. Estoy preparado para borrarme cuando escucho un ruido junto a la puerta de atrás.

    Voy al único escondite que creo que puedo alcanzar: el armario. Me meto entre unos abrigos lo más rápido posible. No tengo tiempo de cerrar la puerta. Para cuando estoy dentro, puedo oír que lo que sea que hay aquí ha entrado en la habitación.

    Esta es una situación difícil. Como se encienda la luz sé que me viene la ruina. Es decir, tal vez pueda salir luchando, pero esa es mi única opción. Si dejan la luz apagada, todo debería ir, bien siempre que no miren con mucha atención o intenten colgar el abrigo.

    Oigo los pasos antes que la voz. Primero os hablaré de los pasos. Al principio pensé que eran zapatos de claqué o algo así. Golpeaban el suelo como un martillo. Y Golpeaban el suelo... mal, supongo que se podría decir. Me recuerdan algo, pero no puedo ubicarlo, no en ese momento.

    Luego la voz. El acento es, no sé, británico o algo así. Aunque es alta y clara. “Sí, el vino parece haber funcionado otra vez. Dale las gracias al herbolario por mí. La mujer está escaleras abajo. Estará inconsciente unas horas. Todavía no he visto al padre. Sí, por supuesto." Él sigue hablando mientras pasa frente al armario.

    Lo que yo veo... ni siquiera sé cómo explicarlo. Eso no es... Él no es...

    No, lo siento. He dicho que iba a contaros la historia, así que la contaré. No voy a engañaros ni a deciros que no podía ver muy bien ni nada de eso. No voy a decir que no sé lo que vi porque sé muy bien lo que vi caminando junto a la puerta del armario.

    Era un demonio.

    Lo supe desde el primer instante en que pasó junto a esa puerta. No es un tipo con un disfraz. Esto es un demonio, todo cubierto de pelaje y con los dos cuernos sobresaliendo de la cabeza. Como cuernos de cabra, ¿sabéis? Y caminaba sobre pezuñas. Sus piernas no se doblaban como las de una persona: todo estaba mal. Todo diferente.

    Esto es un demonio de verdad y está hablando por el teléfono móvil.

    “Imagino que el chico está en su cuarto. Sí, iré a la cabaña para realizar mi trabajo según lo planeado." Ha pasado el armario en un instante, pero puedo oírlo empezar a subir las escaleras. “Luego salgo para Indiana, creo. Sí, es una noche muy larga, pero solo es una vez al año. Por supuesto que llamaré si encuentro algún problema, pero ¿con qué frecuencia sucede eso? Gracias de nuevo." No dice nada después de eso, pero lo oigo seguir subiendo. Las escaleras pasan justo por encima del armario, así que puedo oír esos cascos golpear con cada paso.

    Considero salir corriendo cuando llegue arriba, pero no encuentro valor. Creo que me va oír seguro. Y no puedo escapar de la idea de que me va a atrapar de alguna manera o que llegaré a mi coche, entraré, miraré por el espejo retrovisor y... sí, lo sé. Toda una vida de películas de horror, ¿verdad?

    Bueno, estoy escondido en el armario y en pánico, mordiéndome el brazo para no gritar, y entonces, arriba escucho un grito. Es de un niño y solo por un segundo. Luego hay más ruidos, como una breve lucha. Y yo sentado en el armario, vestido como Papá Nick, tratando de no hacer ruido mientras el condenado Diablo probablemente está asesinando a algún niño escaleras arriba.

    Oigo esos cascos de nuevo, pero esta vez suenan más pesados, golpeando en los escalones. Cuando aquella cosa vuelve a pasar frente al armario, veo que está cargando un saco. Y el saco se mueve, se debate, pero a él eso no parece importarle nada. Él simplemente continúa, tomándose su tiempo.

    Yo no me muevo ni un centímetro durante cinco minutos. Pero luego recuerdo dónde estoy y lo que va a pasar si me quedo. Así que me asomo fuera, me aseguro de que no hay moros en la costa y salgo por donde vine. Cuando llego a la puerta de atrás, la abro con la mano dentro de la manga porque no puedo soportar la idea de tocar el picaporte después de que él... después de que eso lo ha tocado.

    Luego salgo al exterior.

    Yo tenía entonces toda la intención de volver a casa. Pero... no sé. Honestamente, no sé lo que me hace detenerme. Tal vez es saber que soy la única esperanza de ese niño. Tal vez estoy más asustado de no hacer nada y que ese chico aparezca muerto, vosotros me encontraríais. Quiero decir, sé que tenéis formas de hacer eso. Encontrar pelos del brazo o algo así. No sé. Fibras de mi disfraz. Es decir, a nadie le importan aparatos electrónicos, pero si desaparece un niño blanco rico, no lo váis a dejar pasar. Váis a llamar a los chicos de CSI. Ya, demasiada TV. Lo sé.

    No sé lo que es. Honestamente, tuve muchas ideas allí de pie en la nieve al contemplar las huellas de aquella cosa dirigiéndose al bosque. No quiero parecer que me volví todo heroico ni nada. Tal vez aquello era demasiado para irse a casa sin más, como si fuese peor vivir toda mi vida preguntándome que había pasado que seguir esas huellas.

    No sé por qué voy tras él, pero voy. El rastro es bastante fácil de seguir incluso en la oscuridad. Las huellas no se parecen a ninguna otra cosa. Son como pisadas de caballo, supongo (al menos como yo me imagino las huellas de caballo), pero dejadas como las de una persona. Un pie tras otro en línea recta.

    En algún punto del camino se me cae el saco que contiene el botín y pierdo la estúpida barba falsa. Supongo que ya los habréis encontrado y los tenéis como prueba o algo así. El caso es que yo no tenía idea de lo lejos que tendría que ir. Demonios, medio esperaba que iba a seguir esas huellas para siempre o que me congelaría por el camino. Pero luego, de pronto me encuentro frente a una cabaña. Las huellas conducen justo hasta la puerta delantera. Pero luego hay otra línea yendo y viniendo hacia un coche aparcado delante. Las ventanillas del coche son tintadas, por lo que no se puede ver el interior.

    Me acerco sigilosamente a la cabaña y me asomo por una ventana. No sé lo que estoy esperando ver: tal vez algo de una película de terror o Dante o algo así. Pero no hay nada de eso. Es solo una cabaña, como una choza de caza o algo. La luz está encendida y hay trofeos por todas partes, de venados, ciervos, esa clase de cosas. Tiene chimenea, TV, radio, todo lo que esperarías. Es todo normal.

    El saco está sobre la mesa. Está atado y se mueve. Cerca de él hay látigos, cuchillos y una docena de otros chismes en los que no quiero pensar. El demonio está paseando por ahí hablando por el móvil de nuevo. Empieza a andar hacia la puerta, así que yo doy la vuelta a la esquina rezando para que no note mis huellas.

    En cuanto pasa por la puerta, puedo oíle de nuevo.

    “...muy decepcionado por este descuido. Me prometiste que el gas sería funcional. Entiendo perfectamente bien lo que tú creías, pero espero que puedas apreciar que eso tiene poca relación con nuestro arreglo. Sí, sé exactamente qué noche es esta. Sí. Ya veo. Sí, creo que el treinta por ciento constituiría un ajuste razonable por este inconveniente."

    Ahora él está demasiado lejos para que yo lo oiga. Imagino que esta es mi única oportunidad, así que vuelvo corriendo a la puerta y pruebo el picaporte. Para mi alivio, está desbloqueado. Entro tan rápido como me atrevo y corro hacia la mesa.

    Agarro un cuchillo del otro lado de la mesa. Está viejo y oxidado, con una oscura capa de sangre seca manchando la hoja y el mango. Intento no pensar demasiado en lo que eso significa y corto las cuerdas. Luego abro el saco. El niño está dentro... Yo nunca había visto a nadie tan asustado como ese niño. En cuanto se abre el saco, puedo oler que el chico se ha mojado encima. Demonios, no lo culpo ni por un minuto: si hubiera estado yo allí dentro, también me habría cagado en los pantalones. Él tiene los ojos cerrados y se debate. Tiene atados brazos y piernas y está amordazado. Todos los nudos son profesionales.

    "¡Shh!" Le digo. "Yo no soy... mírame, chaval. He venido a rescatarte."

    Abre los ojos y me ve. Deja de pelear conmigo, pero el chico no está menos asustado. En todo caso, creo que está más aterrorizado.

    "Voy a cortar la cuerda de las piernas," le digo comenzando ya con las cuerdas. Solo tardo un segundo. Ayudo al niño a ponerse de pie. “Por aquí,” le digo agarrándole los brazos, que siguen atados.

    Nos apresuramos hacia la puerta de atrás y salimos corriendo. Detrás de nosotros, y a través de la puerta abierta, oigo un aullido de rabia y furia sacado directamente de una vieja película de monstruos. Nosotros seguimos corriendo.

    No estoy pensando ahora: ninguno de los dos lo está. Estamos cortando por el bosque, tratando de alejarnos cada vez más mientras nos preguntamos si esa cosa se está acercando.

    De pronto el niño tropieza y paro para ayudarle a levantarse. También he cortado las cuerdas de los brazos y él se ha quitado la mordaza. Parece medio muerto de frío, así que le entrego mi abrigo de Papá Noel. Miramos por ahí y no vemos ni oímos nada. No creo que eso nos relajara mucho, pero nos hizo orientarnos y cambiamos de dirección. El niño toma el mando y nos lleva de regreso a su casa. No nos decimos una palabra. Eventualmente, nos encontramos con mis huellas, lo cual facilita mucho las cosas.

    Estamos tan cerca que podemos ver las luces de la casa más adelante. Casi estámos allí. Pero nos damos cuenta de que no estamos solos.

    "Buenas noches," dice la voz. El niño jadea y se congela. Me agarra apretando como si eso ofreciera algún tipo de seguridad. Yo blando en alto el cuchillo sin saber muy bien si tengo que luchar o suicidarme.

    La criatura se acerca un paso. Ahora podemos vernos a la luz de la luna. Él es mucho peor así: sus ojos prácticamente se iluminan como los de un lobo y de cerca puedo ver sus dientes. Hay tantos, todos pequeños y afilados como agujas. Su lengua es larga y los recorre como la de una serpiente. Me examina y da una carcajada. Jesucristo, qué risa. ¿Has oído reír alguna vez a una hiena? Esa es la mejor descripción que puedo dar. No le hace justicia, pero... es así. Me hiela de una manera que la noche y la nieve no podrían. No sé cómo explicarlo, pero es como si estuviera muerto y enterrado bajo tierra. Y todo eso solo por oírle reír.

    "¡Papá Noel! ¡Qué maravillosamente apropiado!" Suspira él cuando termina de reír. "Sé que no eres hermano suyo porque Earl no tiene hermanos ni hermanas. Y no había parientes en la ciudad ni se esperaba ningún amigo. Solo una noche tranquila a solas para que los padres compartan una botella de vino mientras su querido hijo soñaba con la mañana de Navidad. Nuestra investigación fue impecable." Se rascó la coronilla en la base de uno de sus cuernos. “No había reproductor de DVD en la sala, ¿verdad? Me di cuenta, pero lo descarté. Tú estabas, ¿donde? ¿El ático? ¿Uno de los armarios?

    No digo nada. Solo sostengo ese cuchillo y trato de no temblar.

    "Oh, bueno. Me he vuelto muy descuidado, pero no es inútil insistir en errores pasados. Estoy llegando tarde. Así que, avancemos. Ya hemos establecido lo que eres, señor ladrón. ¿Sabes quién soy yo?"

    “Sé... sé quién eres. Eres el diablo."

    "¿El diablo? El diablo tiene cosas más importantes que hacer en Nochebuena que intercambiar palabras con un ladrón. Hubo un tiempo en que el nombre Krampus tuvo cierta resonancia, ¿sabes? Ahora apenas soy una nota a pie de página en el discurso académico. En cualquier caso te aseguro que soy alguien de quien no puedes defenderte con ese utensilio." Señala el cuchillo con una uña afilada.

    "Lo intentaré si tengo que hacerlo," digo intentando sonar intimidante. Pero no cuestiono sus palabras ni por un instante.

    “Bueno, ¿cómo proceder? Tendremos que llegar a un arreglo equitativo o terminar con esto bárbaramente. Sospecho que lo primero sería preferible a ti. Así que te propongo esta oferta. Renuncia a tus derechos sobre el niño y márchate. A cambio, no te causaré lesión ni daño en esta vida. ¿Es eso aceptable?"

    Sabía que si le daba el niño, todo lo que hiciera se me achacaría a mí, pero mentiría si digo que no lo consideré.

    Él me ve vacilar, así que continúa. "Por si esto te ayuda, el niño que estás protegiendo está lejos de ser el ángel que imaginas. Se ha abierto camino en una de las listas más exclusivas, a partir de las cuales se elabora mi itinerario."

    Hay algo familiar en su forma de hablar. No sé si eso le hace menos aterrador, pero me hace pensar que tengo una oportunidad. Así que le digo algo que no os dije a vosotros: "Quiero un abogado."

    Se ríe de nuevo. No es menos desorientador la segunda vez y tampoco ayuda que dure más que antes. "Señor Ladrón. No usamos abogados de donde vengo. Lo sé, parece una pena, dado lo abundantes que son. Nada de abogados, me temo, pero tenemos leyes. A menudo las seguimos; a veces no. ¿Que le parece que le informe de que nuestra ley está de su lado en esta situación?" Me sonríe y yo no puedo hablar. Su risa no es comparable con esa sonrisa. “Pero claro, es Navidad. Y yo respeto a un ladrón más que a la mayoría. Además, me has hecho reír y solo eso puede valer la vida de un par de pecadores. Especialmente porque he perdido demasiado tiempo para divertirme de verdad. El caso es que me necesitan en otro lugar antes de que salga el sol."

    Viene hacia mí y yo simplemente estoy allí se pie. Pronto estará a solo unos pasos de distancia.

    "Aunque hay un asunto. Ese cuchillo tiene un significado especial para mí. Lleva en mi colección mucho, mucho tiempo. Tengo que solicitar que me sea devuelto."

    Una parte de mí piensa que si se lo entrego, le dará la vuelta y me destripará. Pero al verle a los ojos sé que no necesitaría el cuchillo. Así que le doy la vuelta y se lo entrego como me ha solicitado con el mango primero.

    Lo agarra con una mano y me agarra la muñeca con la otra. Es tan rápido y tan fuerte, más de lo que esperaba (y yo esperaba mucho) que intento liberarme, pero es como tirar de un camión.

    Él está sonriendo de nuevo y yo me preparo para el final. Pero él baja el cuchillo y me da la mano. "Lo de antes lo dije en serio, señor ladrón. Esta noche has dado orgullo a nuestro oficio y eso tiene mérito, en mi opinión. Así que, cuídate. Te deseo lo mejor. Y que tengas una Feliz Navidad."

    Para entonces, el niño hace rato que no está. Yo vuelvo andando por el camino, aturdido. Es cuando llego allí, cuando os veo a vosotros y vuestras las luces intermitentes, me gritáis que me entregue... y ¿sabéis?, estoy agradecido. No importa qué signifique esto, al menos no estoy solo. No creo que hubiera podido soportar mucho más de aquello.

    Sé que pensáis que estoy loco. Pero si podéis hacer que ese chico hable, si podéis preguntarle si le saqué yo de su cama, creo que él me devolverá el favor. Y si miráis detrás de la casa, encontraréis algunas huellas. Las mías y otras que parecerán las de un animal. Seguidlas y encontraréis una cabaña. Investigad el interior. Quién la alquiló. Mirad dónde se detiene el sendero. Porque os prometo que eso os dejará helados.

    Y esto no es solo aquí. Es en todo el país, probablemente en todo el mundo, si buscáis bien, encontraréis otros casos. La forma en que él hablaba era solo una rutina.

    Sé cómo suena esto. Y en realidad no me importa si me creéis o no. No me importa si me dejáis libre mañana o si paso mi vida en la cárcel por algo que no hice.

    En este momento doy gracias por poder ver la mañana de Navidad aunque sea detrás de las rejas.

FIN

2. En un campo bajo las estrellas

    LA CARRETERA estaba casi vacía y nubes oscuras se extendían en todas direcciones. Había pequeñas manchas de nieve grisácea a lo largo del camino. De vez en cuando, el coche de Tina hacía un ruido metálico, pero el mecánico le había asegurado que no les causaría ningún problema.

    Susan estaba sentada en el asiento del pasajero, mirando a través del parabrisas. Llevaba auriculares, pero su reproductor de CD estaba casi sin pilas. Podía escuchar el sonido vacilando, muriendo. Muerto. Se quitó los auriculares de la cabeza y ojeó la radio.

    "¿Cómo lo llevas?" preguntó Tina detrás del volante. Ella había interpretado la acción de su hermana como una señal de que quería hablar.

    “¿Eh? Ah, bien." Mintió con toda la sutileza de la que era capaz una niña de catorce años.

    “Tampoco estoy enamorada de esta situación. Pero así es como son las cosas, así que bien podríamos sacar el mejor partido de ella."

    Susan suspiró de forma audible y se volvió para mirar por la ventana lateral. Árboles y marismas vagaban a su lado. Deseaba que sus padres hubieran estado allí, aunque ella hubiera estando peleando con ellos también. Ella no habría estado menos enfadada, pero se habría sentido mejor.

    "¿Trajiste algo de comer?" Preguntó Susan.

    "¿Además de la nevera que tienes justo al lado?"

    "Sí, además de las estúpidas manzanas."

    Ahora era el turno de Tina de suspirar. "Creo que hay dulces en la guantera."

    “Mamá suele traer sándwiches," dijo Susan. Se suponía que la familia iba a hacer esto junta, pero sus padres habían ido de viaje a visitar a su abuela. Su vuelo de regreso había sido cancelado debido a una tormenta. La aerolínea podría haberles reagendado para ayer, pero no podían arriesgarse a viajar tan temprano, por lo que habían decidido esperar hasta el día veintiocho. Eso significaba que ella tenía que pasar la Navidad sola con su hermana y una nevera llena de manzanas.

    "Mira. Necesito gasolina, de todos modos. Saldré en la siguiente parada y veremos si tienen un McDonalds o algo así."

    “Odio la comida rápida," dijo Susan.

    "¡Pues cómete una maldita manzana!" replicó su hermana. Ninguna habló durante unos minutos después de eso. Finalmente, Tina dijo: “Mira. Perdona. Es que... yo estoy bajo mucho estrés también. No es así como quiero pasar la Nochebuena precisamente. La mayoría de las veces, estoy acostumbrada, pero es que esto apesta."

    "Siempre apesta," dijo Susan. “Odio tener que despertarme así. Dios, imagina si alguien nos viera alguna vez."

    "Por eso tenemos que ir al bosque," dijo Tina. "Para asegurarnos de que nadie nos vea."

    "Ya," Susan puso los ojos en blanco. “Ya no soy un niña pequeña. Lo entiendo. Es que apesta total. Y apesta aún más que tengamos que pasar la Nochebuena en un campo o algo así."

    "No es tan malo," dijo Tina. "Quiero decir, es un algo agradable, ¿sabes? Bajo las estrellas, como la primera Navidad."

    "¿Qué estrellas?" Preguntó Susan. “Lo único que veo son nubes. Y tú sabes que lo de la primera Navidad es una tontería, ¿verdad?

    "Entonces, bueno. Si nieva, al menos tendrás unas Navidades blancas."

    "No es tan reconfortante cuando estoy fuera en ella." Tina se echó a reír. Susan también. "Lo siento," dijo Susan. "Es que estoy cabreada por todo esto."

    "Lo capto," dijo Tina. “No es más fácil. Pero esta es la última vez que cae en Nochebuena en unos veinte años."

    "Sí, bueno, es que desearía poder pasarla en casa."

    "Al diablo con eso. Prefiero pasar esta noche en una fiesta. Pero... no puedo imaginar que eso fuese a salir bien."

    Susan se rió. "Ey. ¡Hay una gasolinera!"

    Tina puso el intermitente, a pesar de que no había nadie más en la carretera, y se detuvo. Llenó el coche mientras Susan entró corriendo para echar un vistazo. Al lado del dependiente había otra persona en la tienda, un hombre de unos cuarenta años que no dejaba de mirar a Susan.

    Ella se mantuvo tan lejos de él como pudo, pilló un refresco y un puñado de sándwiches envueltos en plástico, pagó por la gasolina y la comida con uno de veinte que le había dado su hermana y volvió corriendo al coche. Volvió a subir al asiento del pasajero y le entregó a su hermana el cambio.

    "¿Es esto?" preguntó su hermana. "¿Cuánta comida has comprado?"

    "Compré cinco sándwiches."

    Tina se rió. "¿Cuánta hambre tienes?"

    Susan golpeó a su hermana en el brazo. "Cállate. Yo... mira, había un tipo raro allí. Me sentí incómoda. Además, así no tendremos que parar en ningún sitio mañana por la mañana. Podemos irnos a casa."

    "Tómalo con calma. Solo te estaba chinchando," dijo Tina poniendo en marcha el coche. Volvió a la autopista. Detrás de ella, otro coche salió de la gasolinera.

    Susan sacó uno de los sandwiches de la bolsa y se lo ofreció a su hermana. "¿Atún?"

    "¿Cogiste alguno de rosbif?" Preguntó Tina.

    "No. No creo que tuvieran ninguno."

    "Entonces el de atún está bien. ¿Me lo abres?" Tomó el sándwich de Susan una vez que esta le quitó el plástico y trató de comérselo tan limpiamente como pudo.

    Susan sacó un sándwich de pavo y le dio un mordisco. "Agh," dijo haciendo una mueca. "Esto está horrible."

    "¿Qué esperabas de una gasolinera?" Preguntó Tina.

    Susan alternaba entre bocados y sorbos de refresco para ayudar a tragar la comida. "No es gran cosa para una cena de Nochebuena, ¿verdad?"

    "Supongo que no," admitió Tina. "Ey, ¿quieres encender la radio?"

    Susan giró el dial, pero lo único que encontró fue música navideña. “Ojalá tuvieras un reproductor de CD aquí," dijo.

    "¿Qué le pasa al tuyo?" Preguntó Tina.

    "Se han acabado las pilas. Tenía intención de coger más en la gasolinera, pero lo olvidé por completo."

    "Una pena. No sé cuándo habrá otra."

    "Da igual," dijo Susan.

    Unos minutos más de relativo silencio siguieron, salvo la música. Gotas de agua estaban apareciendo en el parabrisas, pero eran demasiado pequeñas para hacer sonido. Eventualmente, Tina encendió el limpiaparabrisas, que se rozaban contra el cristal.

    "¿Cómo va la escuela?" Preguntó Tina.

    “¿Eh? Ah. Bien, supongo. Tengo a Kirkmire en Álgebra."

    "¿En serio? Yo tuve una clase con él cuando estaba en la escuela secundaria."

    "Si. Lo sé. Pregunta por ti cada dos días."

    Tina se rió. "Lo siento. Eso no puede ser divertido. ¿Qué le dices?"

    "Solo digo que te va bien. Intenté decirle que no lo sabía una vez, pero él simplemente volvió a preguntar al día siguiente."

    "Bueno, me va bien," dijo Tina. “La universidad es mucho mejor que el instututo. Ojalá pudiera quedarme a vivir en el campus. Pero... ya sabes cómo es eso."

    "¿Cómo te van las cosas con... eh... cómo-se-llame?"

    "Su nombre es Trevor," dijo Tina. “Y creo que las cosas van muy bien. Me invitó a salir esta noche, pero... sí."

    "Sí," coincidió Susan.

    "Ya sabes cómo es eso," Tina hizo eco a sí misma. “Esto es tan duro a veces. Odio ocultarle esto. Y en realidad no sé cómo reaccionaría."

    “Podrías... ¿sabes?... traerle alguna vez. Quiero decir, eventualmente tú querrás... "

    “Guoo con eso. He dicho que las cosas iban bien, pero no estoy segura de nada. Ya sabes lo que siempre dice mamá, ¿no? Como los muerdas, los compras. Me gusta Trevor, y creo que yo le gusto mucho. Pero tienes que estar segura de estas cosas."

    "Yo estaba de broma mayormente," respondió Susan. "Pero, por lo que vale, creo que él es genial. Él es quien tiene el pelo rubio, ¿verdad?"

    "¡No! Él tiene..." Tina miró brevemente a su hermana, se dio cuenta de que estaba bromeando y ambas chicas comenzaron a reír juntas.

    Para cuando salieron de la autopista, ya era avanzada la tarde. Tomaron una serie de pequeños caminos durante otra hora.

    "Mierda," dijo Tina mirando en su espejo retrovisor. "Hay un coche detrás de nosotras."

    "¿Y? No hay nada aquí fuera. Deben estar de paso, ¿verdad?"

    "Supongo," dijo Tina. "Es que... no quiero a nadie en cien millas. Sé que no es realista, pero me pone de los nervios tener a alguien tan cerca. El mundo se está volviendo demasiado poblado para nosotros."

    Ella continuó por carreteras secundarias y calles laterales. De vez en cuando echaban un vistazo al coche cuando llegaban a un tramo largo de carretera. "Cristo," dijo Susan, "¿Nos está siguiendo o algo así?"

    Tina miró el reloj y luego al cielo. "Espero que no. Casi estámos allí."

    "Aún tenemos al menos una hora, ¿no?"

    "Claro. Pero no quiero riesgos."

    El coche no estaba a la vista cuando se desviaron hacia el camino de tierra y no se materializó mientras seguían. Tina se relajó por fin. “Estaremos bien aquí fuera. Antiguos caminos madereros. Nadie viene aquí en invierno. Muchísimo más fácil que en junio, ¿verdad?"

    Pararon junto a un campo abierto, salieron y se estiraron. Tina abrió el maletero y sacó las mantas. Le entregó una a su hermana. Luego comenzó a quitarse la ropa. Eventualmente, estuvo desnuda salvo por los calcetines, que se había dejado puestos. Se envolvió con la manta, dobló la ropa y la dejó en el asiento trasero del coche, junto con las llaves y los zapatos.

    Susan también se quitó la ropa. Pronto, ambas chicas estaban temblando, cerrando las mantas con fuerza.

    "¿Te acordaste de un par de calcetines extra esta vez?" Preguntó Tina.

    Susan miró arriba, repentinamente preocupada. Se miró los pies y comenzó a sopesar sus opciones.

    "Relájate, chica," dijo Tina. "Traje suficientes para las dos mañana."

    "Gracias," dijo Susan. “Casi desearía que sucediera más pronto. Me estoy congelando."

    "Lo sé," dijo Tina. "Yo también tengo frío."

    Susan lo oyó primero e inmediatamente dejó de respirar. Tina vio a su hermana congelarse y escuchó. Ahora ella también lo oía: el distante sonido de un motor. "Tenemos que llegar al bosque," dijo Tina.

    "Nunca llegaremos lo bastante lejos," indicó Susan. "¿No deberíamos tratar de asustarle o algo así?"

    "¿Quién va a tener miedo de un par de chicas desnudas en el bosque? Además, podría ser un cazador."

    Eso calló a Susan y ambas chicas corrieron hacia la línea de árboles. Estaba casi oscuro ahora, así que no había forma de que quienquiera que fuera fuese capaz de verlas.

    El coche se detuvo junto al suyo, y el ocupante salió y miró por sus ventanillas. Se volvió y miró hacia el campo. Luego dio unos pasos y comenzó a estudiar el suelo.

    "Espera," susurró Susan. “Le reconozco. Es el tipo de la gasolinera. El rarito que no dejaba de mirarme. ¿Qué está haciendo aquí? ¿Él... nos siguió?"

    Tina le estudió. "Silencio," susurró.

    El hombre regresó andando hasta su coche, abrió el maletero y sacó algo largo, metálico y afilado. Probó la hoja con el dedo y empezó a dirigirse hacia el campo.

    "És uno de ellos, ¿verdad?" susurró Susan.

    "¡Silencio!" espetó Tina. Ella comenzó a olfatear el aire. Por encima, las nubes comenzaban a aclararse.

    "No... no lo huelo," dijo Susan.

    "Yo tampoco," respondió Tina. Ella podía oler al hombre al otro lado del campo. Por supuesto, podía oler el persistente olor a gasolina de su coche, como podía oler el caucho de sus neumáticos, su colonia, la sangre seca en su machete e incluso la calderilla en sus bolsillos. Pero ni una onza de plata en la mezcla.

    "Quieres decir..."

    "Creo que solo es un asesino en serie o algo así." Tina empezó a reír. Alto y sin control. Ambas chicas rieron.

    El hombre en el campo las oyó y comenzó a caminar hacia el sonido. Estaba a la mitad del campo y las chicas aún seguían carcajeándose de él.

    Pero para entonces el sol se había puesto. Y para entonces la luna llena había comenzado a salir. Para entonces, el sonido que él oía ya no era una risa y las chicas ya no eran chicas.

    Para entonces, él había dejado de avanzar, porque podía ver sus siluetas alzándose frente a la línea de árboles. Él dio la vuelta y empezó a correr. Pero no estaba ni cerca de ser lo bastante rápido.

FIN

3. Trabajo de una noche

    PODRÍAS VERLO en los rostros de los hombres aunque no pudieras sentirlo: estaban envejeciendo. Éramos pocos, menos cada vez que mirabas a tu alrededor. Las colonias inglesas nos pellizcaban desde el Sur y la armada estadounidense nos presionaba desde el Norte. Sus barcos se estaban volviendo más rápidos y sus capitanes más inteligentes. Los días del pirata se estaban acabando y nosotros moríamos. La era de las leyendas llevaba cien años desaparecida y nos sentíamos empequeñecidos por sus sombras. Ante los cuentos de Barbanegra o Morgan, ¿cómo podríamos vernos a nosotros mismos sino como ladrones comunes?

    Yo era el hombre más joven del Gaviota Roja y llevaba en el mar más de una década. Había navegado en el Laffite antes de aterrizar en el Gaviota, y sabía tan bien como los demás que nuestros días habían pasado. Creo que todos lo sabíamos y todos menos uno lo aceptaba.

    Di lo que quieras sobre el capitán Tom, pero él era un hombre orgulloso. Los viejos marineros solían decir que había matado cien hombres para ganarse el sombrero y tal vez fuera así. Aunque no creo que a él le hubiera gustado, no de la forma en que lo hacían algunos de los hombres. La matanza era parte de la piratería, por eso él lo hizo, pero siempre había sido el sueño lo que lo había impulsado. El sueño de alcanzar las alturas de sus ídolos, de ser una leyenda él mismo.

    A primera hora de la mañana del 24 de diciembre entré en su camarote para llevarle el desayuno. Él estaba sentado leyendo algunas páginas que habíamos sacado de una goleta el mes anterior. Aquello era un poema, por lo que parecía, y se titulaba "Una Visita de San Nicolás."

    "Capitán," dije poniendo su comida sobre una mesa auxiliar. "El barco está frente a la costa de San Domingo."

    "Bien," dijo, ni una sola vez levantando la mirada. “Dile a Kips que nos acerque y que esté atento a una granja aislada. Voy a llevar algunos hombres a tierra."

    "Sí, señor. Nos vendría bien algo de tabaco."

    “Hoy no,” dijo pensativo el capitán. “Hoy, tomamos prisioneros. Todo lo demás viene esta noche."

    Yo no lo entendí entonces, pero relaté su mensaje según lo dicho. No tomó mucho tiempo encontrar tal granja y el capitán salió a echar un vistazo a través de su cristal. La examinó cuidadosamente y después eligió a nueve hombres para que lo acompañaran en la falúa.

    "Mientras vamos, hay algo que me gustaría construir." Sacó un papel y nos lo mostró. "Tenemos madera en el almacén. Usad lo que necesitéis, pero que quede bonito."

    Me alegró quedarme: generalmente habíamos mantenido buenas relaciones con los granjeros de San Domingo y tenía poco interés en estar presente cuando ese rumbo cambiara. No me hacía ilusiones sobre la nobleza de mi profesión y había hecho todo tipo de cosas desagradables en mis años, pero incluso a un mal hombre le gusta vivir bajo un código cuando puede permitirse tal lujo.

    Terminamos cuando el capitán regresó. Él había perdido a un hombre en la lucha, pero obtuvo lo que había ido a buscar. Aunque me sorprendió lo que era eso. Yo esperaba que regresara con mujeres a remolque: en su lugar, había traído a dos niños.

    Estaban llorando, por supuesto, mientras el capitán los hacía subir. Una vez a bordo, sin embargo, ordenó que no fuesen lastimados. Pero eso hizo poco para mejorar sus ánimos: habían perdido a su padre cuando el capitán se los llevó.

    Zarpamos de inmediato, pero no llegamos tan lejos como yo esperaba. Encontramos una ensenada vacía y echamos ancla. Ya era temprano en la noche y el capitán se volvió hacia los niños. Por su parte, hacía todo lo posible por calmarlos. Les daba lo mejor de nuestra comida, junto con dulces y ron. Instaló a los niños en su propio camarote y preparó el artilugio que nos había ordenado construir en la cubierta encima de este.

    Luego se unió a nosotros en cubierta. "Sé que tenéis preguntas," dijo. "Y las voy a contestar. Pero primero, hay algo que necesitáis escuchar, algo que he estado leyendo últimamente." Sacó los papeles del abrigo y comenzó a leer el mismo poema con el que yo le había visto antes. Cuando terminó, dijo: “Sé que los tiempos han sido difíciles. Sé que el dinero ha sido escaso. Pero todo eso cambia esta noche. Porque esta noche vamos a llevarnos algo más grande de lo que se la llevado cualquier pirata antes que nosotros... ¡vamos a llevarnos el trineo, reno y saco de juguetes de San Nicolás!"

    Ninguno de nosotros supo qué decir. Nos quedamos allí, mirándolo con incredulidad. Finalmente, el capitán comenzó a hablar de nuevo.

    "Nos hemos llevado a los niños para que lo atraigan aquí. Y lo atraparemos en esta chimenea que habéis construido. Tal y como me figuro, si tiene suficientes juguetes en su trineo para todo el mundo, nos arreglará la vida a cada uno de nosotros. El trineo, también, tiene que valer una fortuna."

    "Si es real," dijo alguien.

    El capitán consideró esto. "Haced esto para mí. Esperad esta noche y luchad si él viene. Si me equivoco, renunciaré a mi puesto. ¿Vais a hacer esto por mí, hombres? Una noche de trabajo es todo lo que estoy pidiendo."

    Nos miramos unos a otros y nos encogimos de hombros. "Estamos con usted, capitán," dije reluctantemente.

    Tomamos escondite después de eso, y esperamos nuestro momento. No sé cuántos de los hombres creían en este San Nicolás o pensaban que aparecería. Cuando el capitán no estaba presente, uno de los hombres aceptó apuestas, pero le hice señas para que se fuera. Yo mismo no estaba seguro, pero he visto cosas más extrañas en el mar que trineos voladores. He visto serpientes tan largas como barcos y tortugas del tamaño de islas. Creo haber visto una sirena una vez, pero yo iba borracho en ese momento, así que no hay forma de saberlo.

    Oí a algunos murmurar que él no sabría que había niños a bordo, pero de alguna manera pensé que sí lo sabría, asumiendo que era real en primer lugar. Cuando llegó la medianoche, yo era menos optimista. El capitán, por su parte, parecía ufano. No dejaba de hacer las rondas cuando no estaba mirando hacia la noche. "Él estará aquí," dijo en voz baja. "Él vendrá." Sin embargo, la noche avanzó y, a eso de las dos, creo que incluso el capitán estaba empezando a dudar. Él mantuvo el frente, pero ahora había una desesperación en él mientras paseaba por el barco.

    Pero él no necesitaba haberse preocupado. Era casi el amanecer cuando divisamos el punto en el cielo. Se movía rápido hacia nosotros y estábamos a punto de saltar cuando el capitán nos indicó que esperáramos. Así que, esperar hicimos mientras el objeto crecía. Era como en las historias: un trineo tirado por ocho renos. Y el jinete era un hombre redondo vestido de pieles marrones sosteniendo un látigo. Detrás de él había un saco más grande que ninguno de los que yo hubiera visto. Para nuestra alarma, no se dirigía hacia la falsa chimenea, sino hacia el lado de babor del barco.

    El capitán sacó su pistola y todos sacamos y blandimos nuestros machetes. Nadie se movió hasta que el trineo se detuvo junto al barco, casi tocando la barandilla. El hombre redondo empezó a abordar, tirando de su saco tras él, hasta que se tambaleó entre los dos barcos. Entonces salió el capitán pistola apuntada a la espalda del hombre redondo.

    "Yo llevaré esa bolsa, señor," dijo.

    El hombre redondo volvió la cabeza y sonrió. “Tom, ¿verdad? Me alegraría compartir el contenido de este saco contigo y tu tripulación." Luego tiró del saco para que volcara y se abriera.

    No eran juguetes ni tesoros lo que se derramó, sino hombrecillos, cada uno no más alto que mi cintura y armado con una daga y una diminuta pistola. Dispararon una andanada antes de que pudiéramos reaccionar, y una cuarta parte de nuestros hombres cayó sobre la cubierta entonces y allí mismo.

    El capitán hizo su disparo, pero el hombre redondo, San Nicolás, fue más rápido, esquivando hacia un lado antes de que el arma disparara. El resto de nosotros cumplimos con nuestro deber. Cargamos, machetes en alto, para vengar a nuestros camaradas y reclamar nuestro premio. Pensamos que esta gente pequeña (estos elfos) serían una presa fácil debido a su tamaño, pero estábamos muy equivocados.

    Yo nunca había visto nada tan rápido. Luchaban como demonios, esquivando nuestras estocadas con facilidad y nos cercaban. Iban por las rodillas y los tobillos primero, luego por las gargantas cuando caían nuestros hombres. Y siempre parecían encontrar su objetivo. Nos dimos cuenta de que estábamos luchando por nuestras vidas y , un instante después, estábamos luchando por nada. Fue futil; los elfos eran un enjambre sobre el barco, derramando rojo mientras corrían por ahí. Aquellos de nosotros perdimos toda esperanza y nos reunimos alrededor de la chimenea, esperando retrasar lo inevitable.

    Pero hubo uno que no se rendía, no todavía. El capitán siguió luchando y cargó contra su líder, contra Nicolás, quien fue a su encuentro. El capitán blandió su machete y solo encontró aire. Nicolás saltó hacia atrás y su látigo estalló, desollando la mejilla del capitán. El capitán lanzó un corte, una vez más sin golpear nada, y el látigo de Nicolás hizo un corte en su abrigo y su brazo en respuesta.

    Yo corrí hacia ellos, esperando ayudar, pero no llegué a tiempo. El capitán cargó contra Nicolás, quien lo esquivó una vez más, luego, con un movimiento de muñeca, enredó su látigo en las piernas del capitán. El capitán cayó hacia adelante, agarrando el lateral del trineo de Nicolás, a ese premio que había buscado. El trineo comenzó a elevarse entonces con el capitán colgando de un lado, pies todavía enredados.

    Yo me congelé contemplando la escena. El capitán estaba tratando de izarse, pero el látigo de Nicolás estaba tensado, tirando de él en ángulo. El capitán ya no estaba sobre el barco mientras el reno se alejaba.

    "Tom," gritó Nicolás, "¡Por fin consigues mi trineo y parece que no eres capaz de sostenerlo!"

    "¡Por favor!" Dije yo. ¡Llámalo de vuelta! ¡Déjale sobre la cubierta!"

    Nicolás se volvió hacia mí. "Niños fueron secuestrados. La sangre de su padre derramada. En Nochebuena. Eso necesita ser respondido." Tiró del látigo y el capitán perdió su agarre. Cayó, todavía sostenido por el látigo como una piedra atada en el extremo de una cuerda, hacia el borde del barco antes de hacerle chocar con el casco exterior con un fuerte golpe. Nicolás sacudió el látigo y oí al capitán romper el agua.

    Nicolás recuperó el látigo mientras yo corría hacia el borde para mirar. Podía ver al capitán flotando abajo. Por un momento, consideré saltar tras él, pero sabía que eso no serviría de nada bueno.

    Los elfos terminaron su sangriento trabajo y yo me desplomé como un fardo en la cubierta a esperar mi turno. Pero el mío nunca llegó. Tiraron por la borda los cuerpos de mis compañeros y luego recuperaron a los niños, colmándolos de regalos. Luego todos embarcaron en el trineo, los niños también, y se alejaron, dejándome solo.

    No dijeron por qué me dejaron vivir.

    Yo no podía navegar solo en el Gaviota Roja, así que lo abandoné, tomando una gabarra hasta la orilla antes de que la armada la encontrara. Tomé lo que pude llevar del tesoro del barco, que fue suficiente para sobrevivir unos años. Perdí la mayor parte en el juego, por supuesto, pero esa siempre ha sido mi debilidad. Estos días me las arreglo lo mejor que puedo, aceptando trabajos ocasionales e intercambiando historias de los viejos tiempos con aquellos que me quieren escuchan. Todo el mundo quiere escuchar historias sobre piratería, ahora que la era ha desaparecido, y la mayoría de la gente te invitará a una bebida por el privilegio.

    Esta historia (la última historia) siempre la reservo para Nochebuena, y no me importa si no te crees una palabra de ella. El capitán Tom estuvo cerca de algo grandioso, algo más grande y mejor de lo que Morgan tuvo nunca en sus manos. Y debería ser recordado por ello. Y a decir verdad, algunos días creo que San Nicolás también pensaba así y que tal vez por eso me dejó con vida. Como un último regalo de Navidad para el capitán Tom.

FIN

4. Un anillo

    INCLUSO ANTES de que ponga un dedo en la cajita envuelta, Charles Windmire sabe exactamente cómo se sentirá. Le sorprende esto, al menos en parte. Había esperado una sensación de nostalgia, estar aquí, estar ahora, pero esto trasciende eso. Conoce la textura del papel dorado y la forma en que la tela suave debajo cederá lo más mínimo cuando lo apriete. Él sabe lo firme que es la etiqueta de regalo, igual que sabe lo que está impreso en ella.

    "A mi queridísima Lin, en celebración de nuestra primera Navidad juntos... y todas los demás a continuación."

    La ironía no se le escapa a Charles cuando levanta la caja de su lugar bajo el árbol. Y la examina. Todo, tal y como recuerda. No está sucediendo una vez, sino muchas veces. Se siente mareado y se sienta.

    Es un efecto del viaje, sospecha. Necesita recuperar su rumbo. Componerse. No se atreve a hablar en voz alta porque no hay nada que lo asuste tanto como la idea de que despierte a la gente que duerme arriba. Ni siquiera que le atrapen en el laboratorio le aterroriza tanto.

    El laboratorio. Le despedirían como mínimo. ¿Haría el Dr. Veirdin algo más? El médico había aludido una vez a la posibilidad. “Si alguna vez encuentro a alguien usando mi máquina... yo... a veces me pregunto. Me pregunto si alguna vez lo hice. Porque, si alguna vez la ha usado alguien sin permiso, podría asegurarme de que nunca lo hiciera."

    En los primeros días del experimento, Veirdin entró una vez mientras Charles y Trevor bromeaban sobre la posibilidad de retroceder en el tiempo y matar a Hitler. Para sorpresa de ambos, Veirdin no los había regañado sobre los peligros de cambiar el pasado; más bien simplemente preguntó: “¿Por qué matar? Encuentra su cumpleaños. Encuentra el nombre de su madre. Vuelve nueve meses antes y dale a ella una gripe o un resfriado. Eso sería suficiente. El hombre no nacería. Un hombre diferente podría ser, pero no el mismo."

    Parecía tan clínico por el modo en que lo había dicho. Charles siempre se había preguntado si Veirdin había hecho alguna vez tal cosa. Pero claro, quizá Veirden se preguntaba lo mismo. Cuando se altera el pasado, también se reemplaza el futuro: a todo efecto y propósito, en cuanto se realiza la acción, el acto mismo sería reemplazado, como lo sería el actor.

    Charles estaba contando con esto. Cuando terminara aquí, todo cambiaría a partir de esta noche. Veirden nunca le atraparía porque él nunca se había colado para usar la máquina del tiempo sin permiso. Perdería los últimos tres años. Nada le agradaría más.

    Es el 24 de diciembre de 2009, la noche antes del mayor error en la vida de Charles. Un error que está sujetando en la mano ahora mismo.

    Linda: lo más grande que le había pasado jamás. La mujer más grandiosa que jamás había conocido. Ambos se habían enamorado locamente durante un verano en la escuela de posgrado. Se habían mudado juntos poco después. Y luego, en un intento infantil de retenerla para siempre, él la había ahuyentado.

    Un anillo de compromiso. Después de menos de un año, él le había pedido que se casara con él en Navidad. ¿En qué había estado él pensando? Ella era un espíritu libre. Le amaba, pero no estaba preparada para esa clase de compromiso.

    Ella dijo "sí" cuando él preguntó, por supuesto. Brevemente, todo había parecido tan perfecto. Pero casi de inmediato, empezaron las dudas, seguidas de discusiones y peleas interminables. Ella había devuelto el anillo al mudarse esa primavera y, para entonces, Charles estaba casi aliviado.

    Pero a medida que avanzaba el tiempo, se hizo cada vez más claro lo que él había perdido. Conoció a otras mujeres, tuvo aventuras y relaciones cortas, pero todas parecieron tener tan poco sentido. Con Lin se había sentido mucho más vivo, mucho más feliz.

    Hasta que todo se vino abajo porque él había sido joven, porque no la había entendido. Nunca había soñado que podría corregir ese error. Ni siquiera cuando comenzó a trabajar para Veirdin había pensado que la investigación llevara a alguna parte.

    Pero lo había hecho. Un verdadero portal operativo a través del tiempo. Una oportunidad para corregir un error que había destruido su vida.

    Charles había sido sentimental pero también asustadizo. Si las cosas salieran mal, intentaría encubrirlo y seguir adelante. Si, digamos, el anillo desapareciera, no preguntaría a Lin sobre ello. Lle daría el resto de los regalos y fingiría que todo iba como debía.

    Y así era precisamente como él iba a asegurarse de que habría sido. Charles se puso en pie lentamente, aún mareado y confundido. Había pensado mucho en la siguiente parte. No podía llevarse el anillo porque él no iría a ninguna parte: cuando su trabajo estuviera hecho, debería desaparecer sin más al ser reemplazado por un futuro en el que nunca viajaría atrás en el tiempo hasta este instante.

    Tenía que esconder el anillo en algún lugar donde él no buscaría durante meses, pero preferiblemente en algún lugar donde lo encontrara eventualmente, cuando pensara con un poco más de claridad. Entonces, cuando fuera el momento adecuado, cuando Lin estuviera lista, él sabría hacer la pregunta.

    Había pasado días considerando sus opciones antes de decidirse por la chimenea. Él nunca la había usado, por lo que el anillo no estaría en peligro. Además, nunca se le ocurriría mirar ahí. Pero él la limpiaba cada primavera, como un reloj.

    A la chimenea le falta un ladrillo dentro. Charles alza la mano y localiza el lugar,completamente oculto por la pared, y coloca la caja sobre la repisa.

    Una sensación de náusea se apodera de él. Es extraño, como si estuviera recordando algo mientras esto sucede. Su cabeza está entumecida, pero no siente dolor. “Ya está," piensa él, “el momento en el que mi error y todo lo que viene después deja de existir." Debería ser una idea aterradora, pero Charles la encuentra reconfortante. Es una oportunidad que nadie ha tenido antes, la oportunidad de empezar de nuevo.

    Él desaparecerá dejando la versión más joven de sí mismo libre para seguir su vida del modo en que debería haber sido, del modo en que se suponía que debía ser.

    Justo en cuanto corrija el bizarro evento que destruyó su vida.

    Años antes, había tenido la intención de pedirle a Lin que se casara con él. Linda, la única mujer que le había importado. Él le había comprado un anillo de compromiso, un anillo perfecto para la mujer perfecta, y lo había envuelto y escondido debajo del árbol.

    Pero el día de Navidad no había estado allí. Había desaparecido. Fingió que no pasaba nada, pero en cuanto se quedó a solas, puso la casa patas arriba buscándolo. Comprobó en todas partes donde pudiera estar, pero sin éxito.

    Pasaron meses antes de que lo encontrara escondido dentro de la chimenea. Cómo había llegado allí seguía siendo un misterio, aunque trivial: para entonces, ya era demasiado tarde. Su relación ya se había desmoronado.

    En su corazón, Charles sabe que si le hubiera propuesto matrimonio a Lin, se habrían casado. Claro, su relación aún habría enfrentado dificultades, pero lo habrían superado.

    Cuando descubrió que trabajaba para un científico que había desarrollado una máquina capaz de enviar a alguien al pasado, vio una oportunidad. Viajó de vuelta a aquella noche, Nochebuena de 2009, para corregir aquel extraño giro del destino que había escondido el anillo.

    Él estira la mano dentro de la chimenea y localiza la caja, justo donde la había encontrado limpiando. Y más extraño aún, incluso después de tanto tiempo, sabe cómo sentirá la caja al tacto. Es como si... como si... No importa. Quizá algún efecto secundario del viaje en el tiempo. En unos momentos, sabe que cesará de existir. Ningúna idea podría agradarle más.

    Está mareado cuando lleva el paquetito al árbol de Navidad y lo devuelve al lugar que le corresponde. Por la mañana, él se lo dará a Lin y le pedirá que sea su esposa. Su vida entonces...

    Mareado. Muy mareado. Charles niega con la cabeza. Sabe que está a punto de desaparecer. Él se habrá ido junto con los malditos eventos de los últimos años. Sucederá en un momento.

    Justo en cuanto corrija el mayor error de su vida. Baja la vista hacia debajo del árbol. Incluso antes de poner un dedo en la cajita envuelta, Charles Windmire sabe exactamente cómo se sentirá.

FIN

5. Bajó por la chimenea

    LA ÚLTIMA NAVIDAD vino una muñeca para mi hija debajo del árbol. Estaba envuelta en papel de oro y atada con un lazo. No era gran cosa que ver, pero era especial para ella. Mientras jugaba la primavera siguiente, dejó caer el juguete por las escaleras y el impacto abrió por la mitad la cabeza de la muñeca. Encajado en el interior del cuello había un puñado de papeles enrollados. La letra era casi ilegible, pero después de unas horas pude transcribirlas, sin adornar aquí o allá nada más allá de una palabra que no podía identificar o terminando la oración ocasional donde los pensamientos del escritor habían vagado o había usado el término equivocado. El texto aparece a continuación, por lo demás inalterado y sin comentarios.

***

    Incluso antes de que llegara, yo sabía que había cosas como él en el mundo. Mi madre no había nacido en esta tierra y me contaba esas historias. Mi padre decía que era tonto, pero aunque de niño yo era lo bastante inteligente como para saber lo que era verdad; y que la ciencia y su calaña, aunque tenía sus usos, pintaba imágenes de un mundo de cuento de hadas de máquinas y mecanizaciones; y que el mundo real era algo diferente.

    Así fue que le conocí cuando lo vi. ¿Debo aburrirles con detalles? ¿Que me escabullí de mi cama en la oscuridad de la noche para orinar o tomar un vaso de agua? ¿Que en verdad le estaba buscando para poner a prueba mi creencia, la creencia de un niño en la magia? ¿Que tenía seis, siete u ocho años?

    ¿Qué importan esos detalles? ¿Qué importa si el árbol estaba lleno de adornos de rojo y azul o una cosa victoriana de plata? ¿Había nieve en el suelo fuera esa Nochebuena o nuestro jardín estaba cubierto de barro marrón y hierba seca?

    ¡Bah! Aunque quisiera relatar esos detalles, no podría. Tanto tiempo ha pasado que no recuerdo mi edad ni las decoraciones ni el año. No recuerdo si todavía teníamos un perro o si se había escapado. Cuando eres viejo tales cosas... se mezclan y combinan. Y yo soy muy viejo.

    Pero recuerdo estar despierto y recuerdo haber oído un ruido sobre el tejado. Recuerdo haber pensado en campanas y renos, aunque no oí tales cosas. Me escondí detrás de una puerta y esperé, ojos en la chimenea.

    Y, como las historias, él llegó bajando. Me parecía gracioso entonces, ¿cómo es que un hombre tan grande baja por pequeñas chimeneas? No tan gracioso después. No tan gracioso una vez que lo he visto.

    Porque lo entendí todo entonces y no estaba muy emocionado. No. Estaba asustado.

    Lo vi sacar las cajas de su saco y colocarlas debajo del árbol. Luego deslizó chucherías y bastones de caramelo dentro de los calcetinas antes de recoger las galletas y la leche y llevarlas a la cocina. Yo le seguí, todavía escondido—siempre escondido—y le vi triturar las galletas hasta convertirlas en migas y tirarlas por el fregadero con la leche. Luego, lo vi devolver el plato y el vaso a nuestra mesa con una sonrisa.

    Su rostro era tan delgado.

    Y él estaba subiendo por la chimenea, como había llegado. Yo regresé de inmediato a mi cama. No dormí, pero me cubrí. Yo era un niño, ¿y qué puede hacer un niño cuando ha visto tales cosas? ¿Qué puede hacer?

    Tiré mis juguetes, por supuesto, sin importarme las protestas de mis padres. Y al año siguiente les supliqué que no colgaran ni árbol ni calcetines.

    Eso daba igual, él dejaba regalos de todos modos. Durante años, leí libros, leí sobre los de su clase. Escuché las historias de mi madre siempre que las contaba y respondía tales preguntas. Porque, incluso de niño, yo sabía lo que debía hacer, igual que sabía que tendría que esperar hasta ser un hombre.

    Esta no era una tarea para un niño.

    A medida que crecía, estudié y razoné. Y me preparé. Me quedaba en la escuela hasta que dejaban salir a los chicos más grandes. Entonces buscaba pelea, así yo sería fuerte y me acostumbraría al dolor.

    Cuando fui hombre, estuve preparado, pero no actué al principio. Esperé hasta que hubieran muerto mis padres por si yo fracasaba. Nunca me casé ni busqué amigos, por temor a que sufrieran en mi lugar.

    Y preparé mi casa para él.

    Compré cosas en tiendas de segunda mano. Cosas de niños—ropa, juguetes, cualquier cosa que pudiera retener su olor—y las esparcí antes de Navidad. Puse decoraciones para que todo pareciera en orden. Y preparé las trampas y las armas, por supuesto.

    En Nochebuena me senté a esperar. Como tantos años antes, me senté escondido, observando. Hasta que oí algo sobre el tejado. Y esta vez sabía que no sería cascos ni cascabeles de trineo. Luego observé la chimenea.

    De nuevo él llegó por la chimenea, y de nuevo no importaba lo pequeña que fuera el pasadizo ni si había un fuego o una rejilla para recibirlo, porque él descendió como humo y ceniza. Solo cuando llegó al fondo adoptó una forma como la de un hombre.

    Era tan alto como yo recordaba y estaba encorvado bajo el peso de su saco. Su rostro era delgado y pálido, sus ojos oscuros como canicas de cristal. Si bien no había peso en sus mejillas, su cuerpo era grande e hinchado. Aunque eso no suponía diferencia: él era rápido y se movía silenciosamente.

    Esperé, sin osar respirar porque él no respiraba, hasta que colocó los juguetes y recogió las galletas y la leche. Luego, sin hacer ruido, le seguí a la cocina. Me moví tan silenciosamente como pude, pero él debió de haber oído mis pisadas, porque habló mientras vaciaba la leche. Su voz era como la de los amigos del antiguo mundo de mi madre.

    "Vete. No deberías despertar a los niños."

    “No hay niños aquí," le respondí, y él se volvió para mirarme.

    Levanté mi cruz y él se apartó girando. "¡Bastardo!" chilló. "¿Sabes quién soy?" Se tapó los ojos para evitar que cayeran sobre mi cruz, un símbolo que no formaba parte de las festividades.

    "Lo sé," dije.

    "¡No me retrases!" dijo él. "¡Tengo tan pocas horas!"

    No le presté atención y me acerqué levantando la estaca. La bajé hacia él, pero en mi prisa, había retirado mi otra mano y la cruz. Él fue tan rápido. Me agarró por la muñeca y apretó: la estaca cayó.

    Pero yo no había terminado. Le metí la cruz en la cara y él chilló, soltándome y cayendo atrás en un rincón. Recuperé la estaca y la guardé en el bolsillo, sacando una bolsa con cierre hermético llena de agua que había sacado de la fuente de la iglesia.

    La lancé a la pared detrás de él y estalló, lloviendo a su alrededor. Volutas de humo emergieron de su piel donde golpearon las gotas, y él se enojó. "Te mataré," siseó.

    Sostuve la cruz más alto y me acerqué. Él no podía mirarme a los ojos y parecía que el símbolo lo mantenía clavado en el sitio. "No tomarás otro niño," juré.

    "Nunca... un niño," dijo él sonando dolorido. "No en Navidad ni en ninguna noche." Parecía estar tratando de explicarme, pero no se lo permití.

    "Has engordado lo suficiente," le dije. "¡Muere, sanguijuela!"

    Esta vez, no vacilé ni bajé la guardia. En cambio, bajé juntando las manos, la estaca primero con la cruz detrás, como un martillo clavándose en granizo, directamente en su pecho hinchado, y la estaca se clavó.

    Todo quedó muy quieto durante un instante, inmóvil, y yo estaba muy cansado. Jadeando, solté la estaca y mis brazos cayeron a mis lados.

    La cruz cayó con ellos. Porque se había acabado. Tenía que haberse acabado, porque yo le había matado.

    Su mano azotó como un látigo. Hubo una repentina oleada de dolor en mi mano. Detrás de mí, en el azulejo de la cocina, escuché que algo de metal golpeaba el suelo. Era mi cruz.

    Mi garganta estaba en su mano, y jadeé en busca de aire mientras él apartaba la estaca de su pecho. No hubo sangre. Ni una gota.

    "Gordo no," dijo, sonando él mismo cansado. Cansado, pero muy enojado. "Relleno. A los niños les gusta el relleno. Como las historias." Traté de luchar contra él, traté de luchar, pero él apretó su agarre y no pude hacer nada. "Lo que trataste de quitarles..." Sacudió la cabeza. "Navidad. A todos les habrías quitado la Navidad. Soy Papá Nöel. ¿No lo ves?"

    Su agarre se apretó más y la oscuridad comenzó a invadirme. Escuché algo tensarse y esperé a que se me rompiera el cuello. Pero, en el último minuto, cedió. Pero no la soltó. “Lo juré. Nunca en Navidad. Nunca matar. Incluso uno como tú." Él sonrió. "Pero solo en Navidad."

    Me sacudió y todo se oscureció. Después de eso, tuve la sensación de volar. Recuerdo mirar hacia abajo y ver árboles, caminos y casas muy abajo. Pero tal vez fueron todos sueños. No puedo decirlo.

    Cuando desperté, estaba tendido en un suelo de piedra, casi congelado. No había ventanas y no había luz. Diría que no sabía cuánto tiempo estuve allí acostado, pero lo sabía. Él me dijo que su juramento era solo para Navidad, así que estuve allí un día.

    Cuando abrió la puerta, trajo una vela para iluminar. Sus ojos parpadearon en él como los de un animal nocturno. Y cerró la puerta tras él. Esperé el final, pero no fue tan misericordioso.

    Había muerte, como había prometido, pero no tenía fin.

    Ahora existo aquí en su castillo. Trabajo aquí, en la oscuridad, junto a otros que habían pensado en librar al mundo de esta criatura. Juntos hacemos juguetes según sus instrucciones, y lo haremos para siempre. Nos trae cosas para comer, sobre todo ratas, y algún que otro perro o cerdo. A veces lo oímos con las visitas: él bebe comidas mucho más suculentas, aunque, como juró, nunca lo he visto llevarse un niño.

    Si en alguna Navidad u otra él no regresara, nosotros nos consumiremos. Y, sin embargo, doy la bienvenida a este pensamiento. Lo atesoro. Pero no me atrevo a tener esperanzas.

    Aunque si encuentra esta historia, ya sabe lo que debe hacer. Ya sabe lo que es y por qué debe morir. Pero recuerde que él es rápido y astuto. Y, sobre todo, recuerde que hay relleno debajo de su abrigo rojo.

FIN

6. Chatarra

    LA CAJA TENÍA diez centímetros de ancho y los cables que sobresalían del fondo estaban raídos. La batería se había agotado hacía mucho, por lo que Ail tiró del cable conectado a su riñonera. Ella suspiró: si lo conectaba directamente, podría provocar un cortocircuito y freír la placa. Siempre podía esperar hasta encontrarse un breaker. Dio la vuelta al dispositivo en sus manos y decidió que no valía la pena. Si el maldita chisme se freía, se freía. ¿Qué iba a perder? Un pedazo de chatarra de cuarenta dólares que acababa de recoger. ¿Qué compras con cuarenta dólares de todos modos: una hamburguesa y una Coca-Cola?

    "Madre. He localizado varios teléfonos." La voz provenía de debajo de una pila de equipos eléctricos oxidados.

    "De acuerdo. Llévalos al claro. Y yo no soy tu madre," dijo Ail.

    "Eso me pone triste," dijo la voz.

    Su cabeza, que no era el origen del sonido, sobresalía de los escombros. Era casi el doble de alto que Ail y estaba hecho de metal. Se liberó, sosteniendo media docena de teléfonos móviles antiguos con unas pinzas mecánicas que sobresalían de su espalda. Su forma básica se parecía a algo con cabeza de lobo y pico de águila. En su reverso, letras desvaídas rezaban, “Gri-Finn Model X-9900. Propiedad del Ejército de USA" Había un esquema en el que lo más probable era que hubiera una pegatina de "Desarmado," aunque la propia pegatina se había descompuesto años antes de que Ail encontrara el robot en un desguace de chatarra como este.

    "No debería," dijo Ail.

    "Te amo, madre," dijo el robot.

    Ail se preguntó cuántas personas había matado él antes de que lo desactivaran, le quitaran las armas y lo tiraran. Si a ella le importara lo suficiente, siempre podría ella conectar su antiguo núcleo de memoria a una computadora e intentar activarlo. Pero no estaba segura de querer saberlo.

    "Solo ten cuidado con esas cosas, Pick."

    "Tendré cuidado, madre," dijo Pick. Ail era probablemente el único vivo que podía saberlo, pero él sonó un poco triste.

    Ail suspiró y metió el cable de alimentación en el enchufe. La luz de fondo parpadeó, pero la pantalla no se encendió. Ella golpeó el lateral. Dos veces. Otra vez. Y por fin apareció el logotipo: "TeraCon Secure." No reconoció la marca, pero no podía ser de más de diez o quince años, a juzgar por la tipografía y el diseño. Aparecieron una serie de opciones en la pantalla y ella comenzó a navegar. Después de unos segundos, apareció una palabra en la pantalla: "Conectar."

    "Adelante, inténtalo," susurró ella pulsando en la palabra, la cual se iluminó. Un anillo de luces comenzó a pedalear. Unos segundos más tarde, informó, "Conexión Establecida."

    "La tecnología inalámbrica funciona," dijo ella. "Eso es algo."

    No había muchas opciones, así que eligió la de arriba del todo: ID. Apareció un lugar para una huella digital, por lo que pulsó la suya. El anillo de luces reapareció y unos segundos después apareció un breve resumen junto con una foto de ella cuando era un bebé.

    Nombre: Ailleen Vishin

    Edad: 14

    Madre: Kimberly Vishin (fallecida)

    Padre: Alexander Treyson (encarcelado)

    "Ja," dijo Ail. Debía de haberse conectado a una base de datos de la policía o alguna agencia gubernamental. Se suponía que cosas como ésta debían ser destruidas, pero la mayoría de las agencias contrataban servicios de eliminación en lugar de encargarse ellos mismos. No era tan sorprendente encontrar algo con acceso a datos "confidenciales" en funcionamiento. Ail se encogió de hombros. Podría valer más de lo que pensaba. Tiró del cable de alimentación y deslizó el dispositivo en su mochila. Luego sacó una botella de agua y dio un trago. “Ey, Pick. Ven aquí. Quiero comprobar tu refrigerante."

    El dron se acercó, pero ladeó la cabeza. Aún no tenía idea de lo que estaba preguntando Ail.

    "Maldita muñeca IA," murmuró Ail.

    Cuando había desenterrado el robot, había reemplazado su procesador de comportamiento por otro que había sacado de un juguete chatarra. Le costó algo de trabajo arreglar los programas: había tenido que mantener el control motor del original, pero no había querido el resto. Ripher, uno de los chatarreros de los que ella había aprendido, tenía un dron como este, pero había intentado desarrollar el programa que ya estaba allí en lugar de reemplazarlo. Funcionó bastante bien durante un año, luego algo se soltó. Ripher perdió una pierna, gran parte de un brazo y uno de los ojos antes de escupir el código de desactivación.

    Pero él salió mejor que Gret, una chica de la que Ail había sido amiga. Gret había rebuscado sola; sin grupo, sin robot, nada. Entonces, un día, una pandilla la alcanzó y decidió que estaba invadiendo su negocio. Nadie volvió a verla. Se rumoreaba que estaba enterrada en uno de estos montones.

    Las pandillas harían lo mismo con Ail si supieran que el dron de ataque militar que la seguía estaba ejecutando un programa de un chip arrancado del juguete de un niño. Pero Ail había escrito algunos protocolos simples en Pick. Cuando había otras personas alrededor, Pick guardaba silencio. Mientras Ail no actuara asustada, todos asumirían que deberían darle a ella ( y a su dron con suficiente energía como para partir un jeep por la mitad) algo de espacio. Ni siquiera la policía le pedía dinero en estos días, aunque ella se aseguraba de pasar algo de dinero en efectivo a Cleves, el oficial superior que patrullaba su vecindario. Solo un idiota no le pagaba a la policía. Te conviene que alguien con autoridad tenga cierto interés económico en tu libertad.

    Ail quitó una placa de plástico en el costado de Pick, desatornilló una tapa y entornó los ojos hacia un recipiente semitransparente incrustado en el pecho de Pick que decía: "Solo refrigerante de alto rendimiento. Consulte el manual de operaciones." La raya estaba un poco baja, por lo que ella vertió un poco de agua.

    "Esto deberias bastat. Avísame si tienes bajo refrigerante, ¿de acuerdo?"

    "No entiendo, madre."

    Él debería entender. Se suponía que incluso las IA de muñecas debían aprender y adaptarse más rápido. "No te preocupes por eso," dijo Ail. “Mira, lo hiciste bien con los teléfonos. Buen trabajo. Ahora quiero que encuentres algunos servos."

    "Sí, madre," dijo Pick, antes de meterse en la basura. Una vez allí, se deslizó entre trozos de chatarra y piezas de tecnología obsoleta como un tiburón en el mar.

    Ail giró hacia la colina en la que estaba trabajando. No había forma de que llegara más allá de unos pocos metros en ello, pero el caso es que lo mejor generalmente estaba en la superficie. Comenzó a retirar monitores rotos, placas viejas y cosas por el estilo. Los arrojó a un lado y siguió adelante. La placa frontal de una vieja lavadora estaba encajada bajo el eje de un camión. Molesto: se suponía que las piezas de automóviles se tiraban en su propia sección en lugar de obstruir la electrónica. Trató de soltar la pieza para ver qué había debajo, pero se rindió después de unos minutos. Había secciones más fáciles de revisar.

    Parecía haber muchas computadoras de negocios, lo que también era molesto. Los mejores hallazgos, aparte de los equipos gubernamentales, generalmente provenían de productos de consumo. Las empresas tendían a comprobar el valor de sus viejas computadoras antes de tirarlas: la gente rica tiraba casi cualquier cosa.

    No era de extrañar que las cosechas fueran escasas. Ese día era el día antes de Navidad, después de todo: reflujo de la marea. La verdadera captura vendría la semana siguiente, cuando todos desecharan la tecnología del año pasado y la reemplazaran con sus nuevos regalos. Era entonces cuando todo cambiaría y esta vida comenzaría a generar algo de dinero de verdad nuevamente. Y que la condenaran si Ail no lo necesitaba: la familia con la que vivía la estaba presionando para pagar el alquiler.

    Ail hurgó en la pila, pero no vio nada más de mucho valor. Estaba a punto de dejarlo cuando su atención volvió a la lavadora inmovilizada por el eje. Si hubiera algo debajo, nadie lo habría conseguido sacar tampoco.

    "¡Pick! ¡Pick, ven aquí!" gritó Ali. El robot cargó subiendo por la pila.

    "Sí. Madre."

    “¿Ves ese eje? Sácalo de ahí."

    "¿Dónde debería ponerlo?"

    "No lo sé. Tíralo por allí." Hizo un gesto hacia un lado la pila de descartes.

    Pick se acercó de un salto hacia el eje, lo tomó con su pico y lo soltó del montón. Luego lo arrastró hasta el área que Ail había señalado.

    Ail levantó la placa de la lavadora y la volcó. Había un puñado de objetos debajo: varios monitores rotos, algunos microondas, algunos enrutadores viejos, varios metros de cable enrollado y algunas computadoras demasiado viejas para ser útiles. Rebuscó entre estas, luego se encontró con otra cosa.

    "¡Pick! ¡Vuelve aquí! Necesito que excaves... que desentierres esto!" Ail dio unos golpecitos en una placa de acero.

    Su dron tardó varios minutos en terminar. Cuando hubo acabado había un bloque de cables y piezas. Era la caja de control de un viejo mayordomo mecánico. Estas cosas eran raras: las piezas casi siempre se reciclaban. Valían algo de dinero, pero más que eso, eran útiles. Si la unidad conductual funcionaba, podría resultar muy útil.

    Ail sacó un destornillador y se puso a trabajar. Sacó la carcasa exterior y llegó a las entrañas: el procesador, las unidades de memoria y la placa base. Los sacó y los metió en su mochila.

    La caminata fuera del desguace de chatarra fue larga, y el hecho de que Ail tuviera que transportar un paquete lleno de piezas mecánicas no hizo que pasara más rápido. Había colinas, montañas de chatarra vieja, vehículos oxidados y electrodomésticos de mucho antes de que naciera Ail. Manos robóticas recogían montones, escaneaban las piezas en busca de contenido metálico y las clasificaban en camiones gigantes. Las mejores piezas se podían fundir y reutilizar, el resto se quedaría aquí.

    "Ey. Mira eso." Eso provino de una de las pilas que los robots aún no habían revisado. Era una pandilla, una con el que Ail no se había cruzado antes. Eran cuatro y parecían jóvenes. Uno tenía un asistente robótico con él. Era menos de la mitad del tamaño de Pick y parecía haber sido adquirido de la misma manera.

    "¡Ey! ¡Ey, chica! ¿Qué tienes en la bolsa?"

    Ail los ignoró pero se dirigió a Pick. "Modo público," dijo. Pick se acercó a ella. Él ya estaba en silencio, según su programación.

    "¿Por qué no nos dejas echar un vistazo?" dijo uno de los chicos. Se acercaban con cautela.

    "Pick. Modo defensivo," dijo Ail, lo bastante alto como para que ellos pudieran oírlo. Las luces rojas de los ojos de Pick se encendieron.

    Uno de los chicos (el dueño del robot) se quedó paralizado. "Chicos. No vale la pena," dijo, probablemente reconociendo el modelo. Los demás también empezaron a retroceder.

    "Jo tiene razón. Mírala. Ella no lleva nada," dijo uno.

    "Si. Nos vemos más tarde, chica." Se dirigieron hacia la pila de la que habían salido.

    Cuando estuvieron fuera del alcance auditivo, las luces rojas de los ojos de Pick se apagaron. Encenderlas era lo único que hacían las palabras "modo defensivo," pero era suficiente.

    Pick caminó junto a Ail y dijo: "Ellos me asustan, madre."

    "No pasa nada," respondió Ail. "Recuerda lo que te dije: ellos están más asustados de ti."

    Llegaron a la salida a media tarde y Ail se dirigió directamente a la garita de entrada. Dentro había un anciano sentado y comiendo algo de una lata.

    "Kimp," dijo ella.

    "Parece que has tenido un buen día," dijo el portero. "Echemos un vistazo." Ail vació su mochila sobre la mesa y Kimp empezó a revisar las placas de circuito y las piezas. “Hmmm. ¿Qué es esto?" Cogió el pequeño dispositivo de seguridad que Ali había encontrado. “Tiene buena pinta. Apuesto a que sacas doscientos por esto en la tienda. Dejaré que te lo lleves por la mitad."

    "¿Por esto? Lo saqué para usarlo como adorno navideño. Estaba pensando en treinta o cuarenta. ¿Qué es, por cierto?"

    Kimp sonrió. "¿A quién crees que estás engañando, Ail? El truco de la chica ingenua te dejó de funcionar después de que reconstruyeras ese dron de seguridad."

    "Pues setenta y cinco," dijo Ail.

    Kimp se rió a carcajadas. "Y solo porque es Navidad. Ahora veamos qué más tienes aquí."

    Terminó costándole quinientos salir con sus hallazgos. Con suerte, ella podría acercarse a los mil quinientos en ventas a los distribuidores de la ciudad. Y eso sin contar las piezas que rebañaría ella misma como parte del trato. Los chips del mayordomo eran prometedores. Suponiendo que fueran compatibles, claro.

    Ail tardó casi tres horas en llegar a casa andando. No podía llevar a Pick en uno de los autobuses, los controladores automatizados no permitirían robots. Si Pick funcionara mejor, Ail podría simplemente ordenarle que corriera a casa y se encontrara con ella allí, pero ella no confiaba en él por sí solo. Él no se iba perder, pero a ella le preocupaba que hiciera algo que pudiera alertar a alguien sobre la naturaleza de su programación. No es que los autobuses fueran divertidos (los transeúntes que vivían al fondo les daban un olor repugnante) pero eran más rápidos y fáciles que caminar.

    Ail estaba con una familia en un apartamento grande. Su habitación no era grande, pero sí lo bastante grande para ella, para Pick y para varias computadoras que había improvisado. Cuando entró, Faith estaba de pie en la cocina, la única habitación que no tenía a nadie viviendo en ella, aparte del baño.

    "Estás atrasada," dijo Faith. "Una semana." Faith era grande, lo que le daba la capacidad de bloquear una entrada aparentemente por accidente.

    "Lo sé," dijo Ail. "Lo tendré a principios de la semana que viene. Acabo de pillar algunas partes muy buenas. Tuve que adelantar el dinero, pero debería poder liquidar el día 26."

    Faith la miró fijamente, tratando de saber si estaba mintiendo o no. "Bien. Pero lo quiero el día 26, sin falta. Además, el alquiler subirá en enero. Otros quinientos al mes."

    Ail se mordió la lengua y asintió. Vivir aquí se estaba volviendo caro: necesitaba un nuevo alquiler. Pero era difícil encontrar gente que te permitieran llevar un dron de ataque militar a su casa. Esperaba que Faith no entendiera realmente lo que Pick había sido en su vida anterior y la echara si alguna vez se enterara.

    “Ah," agregó Faith, “Y Feliz Navidad. Cogió un paquete del mostrador y lo empujó hacia Ail. Luego se apartó del camino.

    Ail entró en su habitación con Pick detrás. Cerró la puerta y abrió el paquete de Faith. Estaba lleno de galletas. No estaban tan bien como la lata de sopa, pero la comida era comida. Encendió una de sus computadoras y consultó los planos de Pick. Encontró lo que estaba buscando y sonrió.

    "Madre. ¿Te gustaría que limpiaramos juntos la habitación?"

    "No," dijo Ail. “Solo... siéntate en la esquina. Te conectaré en un minuto." Comenzó a buscar en la mochila hasta que encontró lo que estaba buscando. El procesador de comportamiento del mayordomo. Simple, elegante y fácil de personalizar. Lo conectó a su computadora, saltó la protección con contraseña y accedió a los archivos.

    Pasó la mayor parte de la tarde trabajando en ello. Finalmente, quedó satisfecha. "Pick. Ven aquí, Pick."

    "Sí. Madre."

    “Necesito que te apagues durante unos minutos. ¿Harías eso por mi?"

    "Por supuesto. Yo te amo. Madre."

    La cabeza del robot cayó inerte y el remolino de ventiladores se desvaneció. Ail pulsó el lateral de Pick y le quitó la placa frontal. Detrás había una caja de metal que contenía los procesadores, chips y cables que permitían que Pick funcionara. Se recordó a sí misma dónde estaba todo y comenzó a desconectar el chip que había sacado de una muñeca rota el año anterior. Casi había terminado cuando se detuvo. Algo la estaba molestando.

    Regresó a su computadora y comprobó que el procesador de mayordomo fuera compatible. Lo era. Luego investigó la unidad de mayordomo en sí para verificar si había problemas conocidos. No pudo encontrar nada fuera de lo ordinario.

    Regresó a Pick y miró los cables que le salían del pecho. Miró el procesador en su mano, luego el de Pick. Luego, finalmente, miró la cara de Pick.

    "Oh, esto tiene que ser una broma," susurró.

    Se acercó a su mochila y guardó la pieza del mayordomo. De todos modos, valdría mucho en la ciudad. Luego se dirigió hacia Pick. Volvió a conectar todos los cables y reactivó el dron.

    "Buenos días, Madre," dijo Pick.

    "No es por la mañana," dijo Ail. "Es... todavía es de noche. Es Nochebuena."

    "Feliz Navidad, Madre," dijo Pick.

    "Feliz Navidad, Pick," dijo Ail acariciando la cabeza de metal.

FIN

7. Trineo

    TAMPOCO ES QUE lo estuviéramos buscando. Pero no voy a mentir, intenta hacer que suene que estábamos fuera encima de un tejado a la 1:00 a.m. del 24 de diciembre y que no tramábamos nada malo. Mira, éramos chavales rebeldes. Así es como es. No estábamos pensando en nuestro futuro, en nuestras familias, en nuestras novias, en nada de eso, en nada de lo que estaba en juego si nos atrapaban o algo peor. Queríamos hacer alguna travesura, conseguir algo de dinero y cobrarnos alguna venganza.

    Mira, el Sr. Colmoore es nuestro profesor de biología y se iba a las Bahamas durante las vacaciones de Navidad. ¿Cómo puede un profesor de ciencias de secundaria pagarse un viaje a los trópicos? Su esposa también es científica, pero mientras él se pasa los días haciendo de nuestras vidas un infierno, ella pasa los suyos metiendo parné en alguna empresa de investigación o algo así.

    Colmoore nos la tiene jurada. No sé, es un científico, así que es un empollón, por lo que probablemente se llevó su parte de bromas en su día. Así que ahora tiene que desquitarse con todo los deportistas. Solo estoy suponiendo, pero no hay un chico en el equipo que mejore una C en su clase, ni siquiera Paul, que es muy inteligente.

    Así que cuatro de nosotros nos juntamos y nos pusimos a pensar. Colmoore iba a salir de la ciudad y tenía algo de efectivo gracias a esa esposa suya. No es muy difícil saber dónde vive un maestro, no si vas en serio. Y resulta que Colmoore vivía en un edificio de apartamentos en Brooklyn. Pensamos que no sería muy difícil entrar en un apartamento siempre que pudiéramos llegar a la escalera de incendios.

    La parte más difícil era salir en Nochebuena. Jason convenció no sé cómo a sus padres de que se iba a cantar villancicos. A medianoche. Los padres de Jason no son demasiado brillantes.

    Paul lo tuvo fácil: es judío y a sus padres no les importa lo que haga en Nochebuena. Kevin y yo salimos a escondidas cuando nuestros padres estaban durmiendo. Siempre que todo saliera según lo planeado, deberíamos estar de regreso mucho antes de que se levantaran.

    Nos encontramos en el callejón detrás del complejo de apartamentos, nos impulsamos hasta la escalera de incendios y comenzamos a subir hacia la quinta planta haciendo el menor ruido posible. Paul, Kev y Jason llegaron al quinto piso, todos apiñados allí mientras yo esperaba en la escalera.

    Kevin había traído una barra de palanca de esas y estaba intentando encontrar una manera de abrir la ventana sin romperla y sin despertar a todo el mundo en el barrio. Jason intentaba dirigir, pero era bastante obvio que no sabía nada sobre el allanamiento de morada, sin importar cuánto hubiera fanfarroneado la semana pasada. Y Paul intentaba no caerse de la barandilla, ya que estaba detrás de los otros dos.

    Yo comencé a asustarme, a sentir el peso de todo. Así que miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie se hubiera fijado en nosotros. Tenía la sensación de que me estaban vigilando, así que miré por el callejón de abajo. No había nadie allí, ni siquiera un vagabundo. Las ventanas del edificio de enfrente, un dúplex, estaban oscuras. Yo estaba casi a la altura del tejado de la acera de enfrente, por lo que era difícil ver las ventanas debajo de nosotros. Miré hacia abajo lo mejor que pude. Nadie nos miraba, nadie que yo viera, al menos.

    Distraídamente, miré hacia el tejado de enfrente y casi salté. Había dos pares de ojos mirándome. Me relajé tras un rato cuando me di cuenta de que no eran humanos: solo eran unos adornos de renos.

    Pero entonces los adornos se movieron.

    "¡Jesús!" Grité resbalando hacia atrás y agarrándome de la barandilla. Tres voces me sisearon al unísono para hacerme callar.

    “Joder, Mark. Vas a despertar a alguien," siseó Jason.

    Yo le señalé al reno y los demás giraron en redondo e inclinaron la cabeza. "¿Qué?" vocalizó Kevin. Él miró a los demás y a mí intentando obtener una explicación.

    Paul miraba directamente a uno de los ojos del animal. Abrió la boca, pero no salió nada más que su aliento y un jadeo apenas audible.

    “¿Son falsos? Tienen que ser falsos," susurró Jason. Uno de los renos resopló, estornudó y luego miró hacia otro lado. Su aliento era tan blanco en el aire invernal como el nuestro.

    Kevin se recuperó el sentido. O eso, o lo perdió por completo y dijo: “Oye. Creo... creo que si subimos otro nivel, tendremos una mejor vista."

    Yo quise decirle que no deberíamos, quise decir que todo era demasiado extraño y que deberíamos irnos a casa. Eso es probablemente lo que todos quisimos y ciertamente es lo que todos deberíamos haber hecho. Pero aquel de nosotros que hubiera dicho eso; habría quedado como un gallina. Así que todos guardamos silencio y empezamos a subir al quinto nivel.

    "Hay... un dos tres..." empezó Paul.

    "Ocho," interrumpió Kevin sin necesidad de contar. Todos sabíamos, en el fondo, que habría ocho. Incluso Paul lo sabía, aunque nunca hubiera celebrado la Navidad, que esto ni siquiera debería haber sido una fantasía para él, ni siquiera debería haber estado en su radar.

    “Ocho renos," dijo Jason, “Un trineo. Entonces. ¿Dónde está el gordo alegre?

    Paul soltó una risita. "Dentro, ¿verdad?"

    "Eso es," dijo Jason. "Mira esos sacos."

    "Pero... esto no puede ser real," dije. "Quiero decir, no puede ser lo que parece."

    "¿Crees en lo que ves o no?" Preguntó Jason. "Mira. Esos sacos tienen que valer una fortuna, ¿no? Juegos, electrónica y todo eso. No está lejos. Podemos llegar hasta él, pillar algunas bolsas e irnos. Pero tenemos que hacerlo antes de que Pap… antes de que él regrese. Tenemos que movernos ya."

    "¿Qué hay de Colmoore," preguntó Paul.

    "Olvídate de Colmoore," respondió Jason. "Colmoore tendrá lo suyo. Esto es una vez en la vida. Nunca habrá otra oportunidad como esta."

    "Está bien," dijo Kevin. “Pero tenemos que ser rápidos. Y... solo el saco, ¿verdad?" Esa pregunta duró un minuto y yo no entendí a qué se refería en ese momento.

    "Sí," respondió Jason sonriendo. "Pues claro, ¿qué otra cosa te quieres llevar?" No le dio a Kevin la oportunidad de responder. "Venga. Vamos."

    Él fue el primero, en parte para demostrar que era seguro y en parte para alardear. Se agarró a la barandilla, subió encima de esta y saltó. Pareció flotar en el aire durante un instante, con los brazos girando en círculos a los lados, antes de aterrizar en el tejado. Paul fue el siguiente y fue con una mirada de determinación, tal vez incluso de ira. Ahora que éramos los dos últimos en la escalera de incendios, Kevin puso una mano sobre mi hombro y susurró: "No me gusta esto. El verano pasado…"

    "Ey," siseó Jason agitando las manos frenéticamente para que lo siguiéramos. "Vamos, señoritas."

    "Todo irá bien," le dije yo y Kevin puso los ojos en blanco. Ambos saltamos al mismo tiempo. Yo caí con fuerza y casi me salgo del borde antes de agarrarme. Nadie pareció darse cuenta y me sentía más aliviado de no haber perdido el orgullo que la vida. Demonios, cuando tienes diecisiete... ¿verdad?

    Allí estábamos, en un tejado de Brooklyn a la una de la mañana de Navidad, mirando algo que no podía ser real. Los renos habían retrocedido un poco cuando saltamos, pero aparte de eso, no parecían preocupados. Uno se inclinaba para masticar un poco de nieve; otro se aliviaba en una esquina.

    Paul dio una carcajada, incapaz de creer nada de aquello. Él no estaba siento discreto. Jason le golpeó en el brazo. "Venga. No hagas ruido, por amor de Dios." Pero Paul simplemente se rió de nuevo.

    Kevin ke echó un ojo a Jason. "Vamos a hacer lo que hemos venido a hacer aquí y marchémonos, ¿de acuerdo?"

    "¿Estás asustado, Kev?" Preguntó Jason, sonriendo.

    "No. Pero no quiero que me atrapen aquí arriba."

    "Entonces hagamos esto," dijo Jason dando un aplauso.

    Paul ya se dirigía hacia el trineo. Se movía lentamente, saboreando cada paso sobre el tejado cubierto de nieve. Él era como... no sé... uno de esos niños de los especiales de Navidad. Tenía la misma sonrisa en el rostro, una de esas sonrisas increíblemente amplias que crees que solo pueden existir en los dibujos animados. Sí, bueno, estaba sonriendo así cuando subió a la parte de atrás del trineo y empezó a hurgar en una de las bolsas.

    El trineo era rojo, no de un rojo brillante, sino de un burdeos intenso. Los esquíes eran plateados como la mayoría de los adornos. Las riendas y el arnés eran de cuero, pudimos olerlo antes de acercarnos. Todo parecía una antigüedad, pero se notaba que había sido conservado. Recuerdo haber pensado en lo robusto que parecía, incluso a simple vista.

    Jason se apresuró a unirse a Paul en el trineo, mientras que Kevin y yo nos quedamos un poco atrás. "Ey," dijo Kevin, al ver que Paul estaba dudando. “Ey, ya lo revisaremos más tarde, ¿de acuerdo? ¡Pilla cualquier bolsa y vámonos!"

    Pero Paul y Jason no estaban prestando mucha atención. Paul tenía la cabeza casi sumergida en una de las bolsas y Jason preguntó: "¿Qué hay ahí dentro?"

    Paul sacó la cabeza. Sus ojos estaban muy abiertos en una mirada casi reverente. "Todo," dijo.

    Jason nos miró por encima del hombro y nos indicó que lo siguiéramos. Luego saltó al asiento delantero.

    "No," dijo Kevin al empezar a caminar hacia el trineo. "Sal de ahí, Jay," dijo.

    "¿Qué pasa?" Le pregunté a Kevin.

    “Jason nos ha mentido," dijo Kevin. “En octubre pasado robamos un coche. A veces lo hace. Da paseos por el Bronx."

    "¿Qué eres, mi madre?" Preguntó Jason. "Me gusta conducir, ¿cuál es el gran problema?"

    "El problema es que te estrellaste, podrías habernos matado."

    “No nos atraparon. Nadie resultó herido."

    "En un coche, no."

    "Este no es el momento para esto," dije. "Tenemos que coger la bolsa y bajar."

    "¿Cómo crees que planea Jay bajarnos?" Preguntó Kevin. Entonces lo entendí: el coche robado, la sonrisa en el rostro de Jason y la repentina comprensión de que esta casa no tenía una escalera de incendios. Saltar hasta este edificio había sido una cosa: volver no iba ser tan fácil.

    Me quedé mirando a Jason, quien se encogió de hombros. "Supongo que tendremos que pedir prestado el trineo," dijo con naturalidad, como si ese hubiese sido el plan desde el principio. Paul se rió desde el interior de la bolsa.

    "Y un infierno voy a viajar en esa cosa," respondió Kevin.

    "Como yo lo veo, no tenéis muchas opciones," dijo Jason. “En unos segundos, algo saldrá subiendo de esa chimenea. No creo que queráis estar aquí cuando él lo haga, sobre todo si falta el trineo."

    Kevin rechinó los dientes, pero sabía que Jason nos tenía atrapados. Tan pronto como saltamos, nuestros destinos quedaron sellados.

    "Bien," dije agarrándome por un lado y subiéndome a la parte trasera del trineo junto a Paul. Le ofrecí una mano a Kevin, quien la tomó después de lanzarme una mirada. Fue como si yo le hubiera obligado a hacerlo, como si le hubiera puesto en esta situación. Le ayudé a subir a un borde, luego saltó dentro y se sentó delante con Jason.

    "No estés tan deprimido," dijo Jason. "Nos estamos llevando muchísimo más de lo que esperábamos. Agárrate y disfruta del viaje." Él agarró las riendas, las sacudió tan fuerte como pudo y gritó: "¡Arre!" como si fueran perros de trineo.

    Los renos alzaron la cabeza al unísono con los ojos apuntando al frente. "¡P'arriba!" agregó Jason meneando las riendas otra vez. Esta vez los renos salieron disparados hacia la derecha, tirando del trineo hacia el borde. Saltaron fuera del tejado y fueron cayendo, de dos en dos, con nosotros justo detrás.

    Nosotros estábamos gritando, incluso Jason, que tiraba de las riendas. Solo Paul seguía riendo.

    Era como si estuviéramos cayendo y corriendo a la vez. Los renos estaban volando, creo, o quizá cargaban por el aire, pero se dirigían hacia abajo en ángulo, rozando el edificio al que habíamos ascendido unos minutos antes. El reno de delante patinó contra la esquina cuando pasamos, y la pared se llevó un trozo del trineo al chocar. Jason pareció descubrir algo de lo que estaba haciendo, porque consiguió que los renos volvieran a subir. Empezamos a ganar altura.

    Pero el reno de antes cojeaba ahora e incluso por encima del viento podíamos oír su respiración forzada. Jason volvió a azotar las riendas y gritó: "¡Arre!" otra vez. Un centenar de campanas a lo largo de sus arneses empezaron a sonar mientras avanzábamos. Nos movíamos rápidamente, pero no de manera constante. El trineo se sacudía mientras los renos avanzaban como si estuviéramos cabalgando sobre piedras. Mientras nos botábamos arriba y abajo, nosotros nos elevábamos unos centímetros en el aire y nos volvíamos a estrellar contra el asiento. Yo me agarré al lateral del trineo para intentar mantener el equilibrio.

    "¡Tenemos que aterrizar!" Grité más alto que el viento que nos azotaba. Bajé la vista hacia las farolas y las calles inusualmente tranquilas de abajo.

    "¡Que le den a eso!" gritó Paul. "¡Vamos a ver qué puede hacer esta cosa!"

    Jason espoleó a los renos, impulsándolos con más fuerza. Yo miré abajo y descubrí que salíamos de Brooklyn cruzando el río hacia Manhattan. Las luces quedaron reemplazadas por una extensión negra.

    Esa había sido una noche inusualmente cálida, pero yo nunca había tenido tanto frío en mi vida. No sé lo alto que estábamos, pero,entre el viento y la altura, hacía mucho frío. Ni siquiera me atreví a cerrarme el abrigo por miedo a caerme.

    "¿Adónde demonios nos llevas?" le gritó Kevin a Jason.

    "¡Y yo qué sé!" gritó Jason en respuesta. "¡Demonios, ni siquiera sé cómo dirigir esta cosa!"

    Desde mi lado en la parte de atrás, Kevin agarró a Jason del brazo para asegurarse de que tuviera toda su atención. Kevin lo estaba mirando y parecía que podría darle un puñetazo. "¡Esto no tiene gracia!" gritó, a pesar de la risa que emanaba de Paul.

    "¿Quieres conducir tú?" le preguntó Jason poniendo las riendas en las manos de Kevin. "¡Sírvete tú mismo!"

    "¡Jesús!" gritó Kevin cuando el trineo entró en una espiral. "¡Vuelve a coger las riendas!"

    "¡Quiero conducir!" gritó Paul tratando de trepar delante antes de que el impulso del trineo lo empujara hacia atrás. Yo le sujeté para evitar que se cayera.

    "Bien," dijo Jason. "Pues deja de lloriquear." Se las arregló para volver a enderezar el trineo y nos dirigimos a Manhattan. Navegamos por el Ayuntamiento antes de deslizarnos sobre algunos de los edificios más pequeños y terminar por fin sobre Broadway. Después de eso, Jason pilotó hacia el Norte hasta girar hacia la Quinta Avenida. Tomó altitud, luego comenzó a dar vueltas, cada vez más cerca del Edificio del Empire State. Para entonces él ya tenía el trineo bajo control y el viaje ya no era tan inestable. La torre estaba iluminada en rojo y verde, y la rodeamos una y otra vez. Fue increíble. Yo me olvidé del frío y hasta Kevin jadeaba de asombro y parecía contento.

    Justo cuando volábamos por encima de la punta de la torre de radio, todo salió mal. El reno en la parte delantera izquierda del equipo, el que había rozado antes el edificio, tropezó y se inclinó. No sé cómo viaja un reno volador, pero claro, tampoco sé cómo vuela un reno volador. Aquello fue como si simplemente tropezara y se cayera. Pero él iba en cabeza, por lo que la mitad de los renos trató de seguirle mientras que la otra mitad siguió adelante. El trineo entró en un vuelo de sacacorchos, girando en espiral por el aire.

    No sé qué mantuvo los sacos en su lugar (magia, tal vez), pero fuera lo que fuese, no parecía aguantarnos a nosotros. Yo me aferré al costado. Kevin y Jason se las arreglaron para sujetarse a una barra al frente.

    Pero Paul... recuerdo haberle visto, ya no riendo, pero tampoco gritando como el resto de nosotros. Estaba quieto, silencioso, como aturdido. No se movía para agarrarse ni reaccionar en absoluto. Simplemente... se quedó flácido. Y, como la mota en una bola de nieve, se alejó a la deriva de su asiento hacia el aire. Y desapareció deslizándose hacia las calles de abajo.

    Nosotros no estábamos muy atrás. Incluso cuando el trineo se enderezó, no teníamos el control. Los renos corrían como una manada, mientras que el que se había derrumbado era arrastrado debajo, arrastrado por los arneses que los unían. Era como un pez en un sedal tirado por un bote a motor, flotando y botando. Parecía algo gracioso, pero ninguno de nosotros se reía.

    "¡Haz algo!" Gritó Kevin.

    "Lo estoy intentando," gritó Jason.

    "¡Paul!"

    "Yo... ¡lo siento!" Dijo Jason. "Yo no... ¿Por qué no se agarró?" Luego, a mí, "¿Por qué no le agarraste?"

    Yo no dije nada. Solo me agarraba mientras el trineo se mecía de un lado a otro. No había nada que pudiéramos hacer: las riendas se habían caído por un lado y colgaban debajo del reno colapsado.

    Los vimos desviarse hacia el edificio y Jason le gritó a los renos: "¡Cuidado!" como si estuvieran escuchando.

    El que estaba siendo arrastrado aterrizó primero y los demás tropezaron con él. El trineo patinó y rodó y nosotros nos sujetamos lo mejor que pudimos.

    Terminó muy rápido. Yo no podía creer que hubieran aterrizado sin pasarse del borde, pero en retrospectiva debían de haber tenido mucha práctica. Recuerdo intentar salir de debajo del trineo y descubrir que me dolía demasiado el brazo para moverme. Había visto suficientes lesiones en la cancha para saber lo que significaba.

    Tenía la cara medio hundida en la nieve, pero aún podía ver. Vi lo que pasó a continuación.

    Hubo un destello de luz tenue, luego él estaba allí, vestido de rojo. Como en los cuentos, ¿vale? Todo gordo con el abrigo rojo con ribete blanco. Pero no parecía feliz.

    Creo que me desmayé, porque lo siguiente que recuerdo es que el trineo estaba en posición vertical. Yo estaba sentado, apoyado en la cornisa. Jason cojeaba, sosteniendo a Kevin, que estaba completamente quieto. Él se estaba acercando al hombre de rojo.

    Jason estaba divagando. "Vamos, hombre. Tienes que ayudarle. Escúchame. Está muy herido, pero respira. Todavía está vivo, pero tenemos que llevarlo a un hospital, ¿vale? Tienes que llevártelo."

    La figura de rojo se aclaró la garganta. Dio un paso adelante y comenzó a levantar una mano, como para ayudar. Pero luego se detuvo y dio un paso atrás. Cerró los ojos y cuando los abrió parecía muy triste. Nunca había visto a nadie tan triste, en toda mi vida. Y él dijo: "Lo siento. Quiero ayudar a tu amigo, pero no puedo. Ya he perdido demasiado tiempo y me queda mucho por hacer. De verdad que lo siento."

    Con eso, se dio la vuelta y se subió a su trineo. Dos de los renos yacían detrás con los sacos. Me gustaría pensar que solo estaban dormidos, pero no lo creo. Él sacudió las riendas y dijo: "Al Trote," y se fue en un instante.

    Nos encontraron en la azotea unas horas más tarde. Para entonces, solo quedábamos Jason y yo... no sé si alguien podría haber salvado a Kevin si lo hubiéramos llevado a un hospital, pero desearía que él hubiera tenido una oportunidad.

    Jason estaba peor que yo. Yo salí con un brazo fracturado: él se había roto... Dios, dos huesos en la pierna izquierda, tres dedos, dos costillas, la nariz... creo que había algunos más, pero no recuerdo cuáles eran.

    Supongo que deberíamos haber pasado esas horas en la azotea acordando contar una historia o algo, algún tipo de explicación que pudiéramos ofrecer a las autoridades. Pero no recuerdo haberle dicho una sola palabra a Jason en todo el tiempo que estuvimos allí. Ni una palabra.

    Y puedes apostar que tenían preguntas para nosotros después de que nos remendaran. ¿Quién puede culparlos? Dos adolescentes heridos donde no deberían estar, un tercero muerto a su lado. Y luego Paul: el cuerpo de Paul terminó a un kilómetro de distancia, patinó sobre media cuadra por las calles de la ciudad antes de incrustarse en la parrilla de un camión de reparto aparcado.

    Hablé con policías, abogados, el FBI e incluso con Seguridad Nacional. Dijeron que nos acusarían de traición, que terroristas debían de estar involucrados, y así sucesivamente. Pero nada de eso se materializó. No les dije la verdad, no les dije nada, honestamente. Me encogí de hombros y dije que no recordaba cómo había llegado allí ni cómo me había roto el brazo.

    Mentir a la policía fue fácil. Mentir a los padres de Kevin y Paul... fue duro. Ellos sabían que no les estaba contando todo, como lo sabía todo el mundo. Si hubiera algo que yo pudiera haber dicho, verdad o mentira, que ellos se hubieran creído, lo habría dicho. Demonios, si pudiera haberlo explicado diciendo que éramos ladrones de joyas internacionales, lo habría hecho y habría ido a la cárcel. Lo que sea.

    Pero al final, ¿de qué iban a acusarnos? A nadie se le ocurrió una teoría plausible de lo que sucedió, así que tuvieron que dejarnos ir.

    Unos años más tarde, Jason se alistó en el ejército y le enviaron a Afganistán. Creo que fui el único que no se sorprendió cuando le enviaron de regreso con una medalla. Otorgada póstumamente, por supuesto. Supongo que es fácil que te den un mérito al valor cuando estás intentando morir.

    Aunque yo no. Sí, sé que algo de lo que pasó fue culpa mía, y sí, cada diciembre empiezo a pensar que no merezco estar aquí. Pero supongo que ahora soy solo quedo yo y que alguien tiene que recordar lo que pasó.

FIN

8. Departamento de Cartas

    LAS ARTICULACIONES DE IYLA CRUJIERON como chasquidos anaranjados cuando ella estiró los dedos, pero el sonido se perdió entre el ruido de las estridentes máquinas y el papel ondulado. Estaba cansada, todos lo estaban, pero la temporada casi había terminado. El envío había llegado unas horas antes: era grande, siempre lo era en Nochebuena, pero también era el último.

    Ella era Especialista en Cartas de 3ra clase en la subsección del DCLD (Departamento de Cartas y Lista de Deseos). Sabía seis idiomas, por lo que todavía era de tercera clase: los capataces sabían al menos dos docenas cada uno y se rumoreaba que el director podía leer todos los idiomas utilizados en el planeta.

    El Edificio Geola albergaba su departamento entero. Ella vivía cerca en el Distrito Prudentius. Esto era lo más lejos de la acción que podías llegar sin salirte del Polo Norte, pero implicaba un fácil viaje diario sin tener que lidiar con los pasajes centrales, que estaban casi insoportablemente abarrotados en esta época del año.

    Por encima de ella, una procesión de cartas de grosor cuatro pasaba girando, sujetas a cadenas de metal que traqueteaban más que tintineaban. Iyla sacó una carta de la tercera fila, (la única fila de esta sección en un idioma que ella conocía) y la pasó por el cortador, un simple artilugio que constaba de un hueco y una cuchilla. Cinco años antes habían intentado instalar abrecartas eléctricos, pero no duraron la temporada antes de romperse.

    Ella sacó la carta en un cuarto de segundo, desplegada en un instante. El sobre estaba boca arriba en el espacio de trabajo de Iyla. Sacó un formulario de una bandeja y lo deslizó en la máquina de escribir. Deslizó la carta en un soporte y la miró.

    Iyla no leyó la carta: ningún elfo del departamento lo hacía, al menos no después de su primera temporada. Más bien la capturó. Sus ojos pasaron por alto detalles insignificantes y se concentraron en puntos de datos. El tono, el motivo de la escritura y la información detallada sobre el estado mental del remitente eran evidentes de un vistazo por la calidad de la caligrafía y el formato. Las frases clave prácticamente saltaron de la página: solo había ciertos puntos en la página en la que una solicitud podía ocultarse.

    Era una chica de Providence, RI, que le escribía una carta de seguimiento a Papá Noel para "recordarle" que no había nada que ella quisiera tanto como una "bicicleta roja con serpentinas en el manillar y una cestita marrón." Había algo sobre quererla para llevar comida a su abuela, pero era raro no ver algo similar a esas líneas en una carta.

    Las yemas de los dedos de Iyla aporrearon las teclas,y el formulario progresó por la máquina:

    LOCALIZACIÓN: NA/EEUU/RI/Prov/EE

    DIRECCIÓN: Calle Sacerdote, 1765, Apt. 133

    REMITENTE: Lisa K. Anderson

    NIÑO: aa

    CAUSA: fu

    SOLICITUD: Bicicleta - 099147, roja

    NOTAS: Nrml

    RECOMENDACIÓN: Ninguna

    Se grapó el formulario, la carta y el sobre, e Iyla colocó el grupo en su bandeja de salida encima de las demás. Luego bajó la siguiente carta. Esto era de un niño en Manchester que no quería nada más que que su hermana menor, su madre y su padre tuvieran la "mejor Navidad de todas," y que cualquier cosa que Papá Noel pudiera hacer para que eso sucediera, aunque significara que él no recibiría el uniforme de fútbol que había pedido, lo haría más feliz de lo que jamás había sido en su vida.

    CAUSA: Manipulación

    SOLICITUD: Traje Deportivo FB771

    NOTAS: Recomendado más investigación

    RECOMENDACIÓN: Considerar acción adicional si se justifica

    Repasó las cartas una por una, aunque su ritmo comenzó a vacilar. Era un trabajo agotador: la mayoría de los elfos que habían comenzado el trabajo con ella habían sido transferidos a envolver o incluso a producir juguetes. El tedio interminable de las cartas ponía a prueba incluso a las mentes más concentradas. Todas se mezclaban hasta que no parecían diferentes al ruido de fondo de las máquinas: el metal rechinando, con solo las formas más vagas.

    Una carta de una niña estadounidense que vivía en Pakistán (Iyla se preguntó por cuántas secciones diferentes había sido transferida antes de llegar a la fila de "inglés") expresaba sincera preocupación por un familiar enfermo. El estrés real en la formación de la carta, la falta de un intercambio ofrecido y las manchas que Iyla sospechaba que eran causadas por lágrimas (los químicos en Investigación lo verificarían) eran claras evidencias.

    La falta de sinceridad de un padre al transcribir la carta de su hijo fue casi suficiente para molestar a Iyla, mientras que sus ridículas faltas de ortografía y el uso infantil de la sintaxis la hicieron reír a carcajadas (afortunadamente, nadie se dio cuenta).

    Una carta de un pueblo de Alaska escrita con crayón parecía extraña, sobre todo porque contenía una sola letra del nombre de Papá Noel escrita en rojo, mientras que el resto era azul. En realidad, esto hizo que Iyla se detuviera, aunque no pudo saber por qué: había visto cosas mucho más extrañas en su tiempo aquí. Porqué, a principios de temporada, ella estaba bastante segura...

    "¡Iyla!"

    Ella dio un brinco al oír su nombre y se volvió. "Sí, Cello." Era su encargado.

    "Se te da bien el italiano, ¿no? Tenemos más que suficientes elfos en inglés, pero se están muriendo por allí."

    "Claro," dijo Iyla tratando de mantener la sonrisa. Se las podía arreglar en italiano bastante bien, pero ella era mucho mejor en inglés.

    "La estación sesenta y tres está abierta. Primera fila."

    "Entendido. Iré ahora mismo para allá," dijo ella. Se apresuró a leer su última carta. La caligrafía era extraña, pero el contenido parecía relativamente inocuo. La colocó en alto, la dejó en su bandeja de salida, rellenó un breve formulario y cerró su estación. Luego se dirigió a la sección italiana para ayudar a terminar la temporada.

    Era última hora de la tarde cuando cerró el departamento hasta el año siquiente. Técnicamente, era más temprano de lo que solía salir, pero no lo parecía: como todos los demás en su departamento, ella tenía un doble turno para terminar a tiempo. Iyla se apresuró a volver a casa, a pesar de recibir media docena de invitaciones a fiestas. Tan pronto como llegó a su apartamento, se quitó las botas y cayó sobre la cama. Cerró los ojos con fuerza y ​​esperó el sueño.

    Pero no estaba llegando. Algo no iba bien: algo era raro.

    Se puso en pie, se estiró y preparó una tetera con agua. Cuando esta silbó, Iyla se preparó una taza de té y se sentó en el sofá. Estaba casi negro, como la boca de un lobo, fuera de la ventana, pero así era el invierno en el Polo Norte.

    El trabajo permanecía con ella. Algo en este la intrigaba más de lo habitual. Las cartas ahora eran borrosas. Se pellizcó el puente de la nariz para distraerse del creciente dolor de cabeza. Cerró los ojos, pero aún podía ver los patrones de párrafos, palabras clave y códigos que ella había introducido miles de veces al día durante los últimos meses.

    Pero en todo ello, vio un nombre, "Papá Noel," escrito en crayón azul con la «n» en rojo. No, no era la «n»: era una de las a.

    Eso era lo que estaba incomodando a Iyla: aquello estaba cambiando de un lado a otro en su mente. Ella sacudió la cabeza. Era estúpido. No significaba nada, solo que había visto algo así antes. Eso era. Ella tenía otra carta casi idéntica. El mismo uso extraño del color.

    Probablemente no era nada. Probablemente eran niños copiándose mutuamente.

    Pero era justo eso. La hermosa caligrafía era confusa, pero estaba mal. No era la mano de un niño: era un adulto intentando pasar como un niño.

    Eso seguía sin significar nada. ¿verdad?

    Iyla estaba casi sin aliento cuando llegó al edificio de oficinas. El guardia de abajo la reconoció.

    "Necesito... investigar," explicó ella. "Creo que... es importante. Quiero decir, podría ser importante." El guardia la hizo esperar mientras ella trataba de explicarse. Se necesitó tres intentos antes de que él lo entendiera.

    "¿Y?" preguntó él encogiéndose de hombros.

    "Creo que es un código," dijo Iyla.

    El guardia negó con la cabeza y levantó el teléfono. Llamó y, eventualmente, un exasperado contable que trabajaba en investigación accedió a verla. Iyla se lo agradeció al guardia y se dirigió al ascensor.

    “Déjame aclarar esto," dijo el contable después de que Iyla terminara de repasar su historia nuevamente. “Quieres ver una carta que entregaste hace horas. Pero no sabes cuál era el nombre. ¿Es eso cierto?" Él era un elfo robusto y, como todos los demás a estas alturas de la temporada, parecía a punto de colapsar.

    “Estaba trabajando en la estación sesenta y tres. No. No, espera. Esto fue antes. Yo estaba en... yo estaba en la uno-once."

    "¿Estás segura?" preguntó el contable. "Porque se está haciendo tarde."

    "Estoy segura," respondió Iyla, a pesar de que ella misma lo dudaba.

    "Mira. Puedo comprobarlo, pero es muy probable que el papeleo se haya procesado. Si es así, no sé qué decirte."

    "Esta bien. Solo... por favor, ¿puedes mirar? Sé que probablemente no sea nada, pero... no puedo dejar de pensar en esto."

    El contable puso los ojos en blanco y se fue a comprobar. Cuando no volvió después de quince minutos, Iyla comenzó a preguntarse si es que se había olvidado de ella. Una parte de ella quiso salir corriendo: se sentía ridícula. Probablemente no era nada: solo una casualidad o su mente jugándole una mala pasada. Aunque ella tuviera razón, si realmente aquello significaba algo, ¿realmente valía la pena arruinar las vacaciones de todo el mundo tratando de resolverlo?

    Pero la carta seguía intrigándola. Todo en la carta parecía extraño: ella tenía que volver a verla.

    El contable regresó poco después con una pila de cartas y formularios. Iyla se abrió paso entre la pila hasta encontrar la que estaba buscando. Era exactamente como la recordaba. La estudió ahora con más atención de lo que casi nunca hacía mientras estaba en el trabajo. El espacio entre caracteres eliminó cualquier duda de que había sido escrita por un adulto, aunque claramente habían intentado disfrazar ese hecho. El texto era ridículamente simplista: en la superficie parecía solo una solicitud estándar de una muñeca. Pero la "a" descolorida destacaba como un faro.

    Iyla giró el sobre. “Oripine, Alaska," le dijo al contable. “Necesito ver las otras ahora. Aún las archiváis por ciudad, ¿verdad?

    El contable suspiró, comenzó a objetar y luego cambió de opinión abruptamente. Aparentemente, decidió que terminaría más rápido cumpliendo que debatiendo. Salió deprisa mientras Iyla seguía estudiando la carta.

    Regresó con un carro que contenía cuatro carpetas enormes. Uno por uno, los dejó en el mostrador frente a Iyla.

    "Gracias," susurró ella hojeando la primera carpeta. Cinco minutos después, había acumulado una pila de cartas casi idéntica a la primera. Todas estaban escritas con crayón y eran todas idénticos, salvo por la fecha, el remitente, el nombre del niño y el hecho de que una sola letra estaba descolorida en el nombre de Papá Noel.

    El contable estaba empezando a interesarse ahora. "¿Qué significa esto?" preguntó.

    Iyla ignoró su pregunta. "Necesito usar tu teléfono," dijo secamente.

    Cuando ella llegó al equipo de análisis, les encontró tan irritables e inútiles como todos los demás con los que se había encontrado. Pero ahora tenía algo concreto, aunque todavía no sabía lo que significaba. Ella discutió y presionó hasta que ellos prometieron enviar a alguien a echar un vistazo.

    Sin embargo, los elfos que aparecieron no eran de analítica. Ella lo supo en cuanto aparecieron: se había encontrado con suficientes cerebritos de los números para reconocerlos a simple vista, y aquellos dos eran otra cosa. Cuando uno extendió una mano y se presentó como parte de seguridad, Iyla comenzó a sudar.

    El contable rápidamente se distanció de la situación, protestando que él no tenía ningún interés en interrumpir el funcionamiento del Polo Norte esta noche precisamente. Los elfos de seguridad mayormente le ignoraron y le pidieron a Iyla que los acompañara. Se llevaron las cartas que ella había encontrado, así como las otras desde Oripine.

    La llevaron a un túnel privado, uno que ella nunca había sabido que existía, donde habían estacionado un vehículo. Uno de los agentes condujo mientras el otro se sentó atrás con Iyla. Incluso antes de que el vehículo arrancara, este le estaba pidiendo que le explicara la situación.

    Sorprendentemente, ella terminó cuando llegaron a su destino. En ese momento, Iyla se preguntó si el agente la había estado escuchando siquiera o si simplemente la había tratado con condescendencia para mantenerla tranquila. ¿Estaban aquí para llegar al fondo de esto o para encerrarla?

    ¿Y dónde era "aquí"? Iyla nunca había estado en aquel complejo. Había guardias apostados en la entrada subterránea y no había letreros. La llevaron junto con los documentos, los cuales se entregaron rápidamente a un elfo que parecía un cerebrito de los números. El agente con el que ella había estado hablando resumió rápidamente la historia por teléfono. Cuando terminó, condujo a Iyla a una sala cerrada que contenía una mesa y un puñado de sillas.

    "Espera aquí, por favor," dijo cerrando la puerta detrás de él. Iyla se preguntó si la puerta estaba cerrada con llave.

    Pasó media hora antes de que alguien entrara. La persona que finalmente vino a buscarla era la última que esperaba.

    La Sra. Noel se alzaba sobre Iyla. Por supuesto, ella se habría alzado sobre cualquier elfo: los más grandes apenas medían la mitad de su altura de la Sra. Noel.

    "Iyla, ¿verdad?" Preguntó la Sra. Noel. Su voz era firme, casi intimidante.

    "Si." Ella nunca había estado tan cerca de ninguno de los Noel.

    La anciana asintió lentamente. "Tú trabajas en Cartas, ¿es eso cierto?"

    "Si. Cartas y Deseos... Sí, Cartas."

    "¿Es ahí donde notaste las anomalías?"

    “Vi una a principios de este año. No estoy segura de cuándo. El mes pasado, creo. Me encontré con otra hoy y... me intrigó. Me preocupaba que pudiera ser importante. ¿Lo era?"

    "No estoy segura todavía," respondió la anciana. "Aún estamos intentando determinarlo. Podría ser una broma, supongo."

    "No había pensado en eso," admitió Iyla.

    "¿Tú qué crees?"

    "No lo sé," dijo Iyla. “Supongo que no he tenido tiempo de meditar en ello. Es que parecía demasiado extraño para que no tuviera sentido."

    “Muchas cosas parecen significar algo. La mayoría no. Por lo general, cuando nos encontramos con cosas así, son solo ruido."

    "¿Dónde estamos?" Preguntó finalmente Iyla.

    "Supongo que estamos en una división de Operaciones."

    "¿Que hay de mí?" Preguntó Iyla. "¿Estoy en problemas?"

    "Por supuesto que no," respondió la Sra. Noel. "Puedes irte en cualquier momento. O puedes quedarte para ver cómo resulta eso."

    "Me gustaría quedarme," dijo Iyla. "Al menos un rato."

    La Sra. Noel la llevó a una sala llena de mapas, gráficos, radios y una docena de elfos trabajando intensamente. La anciana comenzó a pasear, examinando con la cabeza gacha lo que fuese en que los demás estaban trabajando. Todos parecían algo incómodos en su presencia, pero ella no decía nada. Iyla encontró una esquina vacía y trató de mantenerse fuera del camino todo el mundo.

    Pasados ​​unos minutos, sonó un teléfono. Uno de los elfos levantó el auricular y dijo: “Sala de control. Adelante." Unos segundos después, tapó el receptor y se dio la vuelta. "Es criptografía," le dijo a la Sra. Noel. "Quieren hablar con usted."

    Ella se acercó a él y le quitó el teléfono de las manos. "Al habla. Ya veo. Sí, baja de inmediato." Le devolvió el teléfono al elfo, quien lo devolvió a su soporte.

    Iyla esperaba que ella dijera algo, pero la Sra. Noel simplemente se acercó y examinó un mapa. Poco después un elfo entró deprisa. “Hola. Señora. Soy Geril."

    "Adelante," dijo.

    “Nosotros... hemos dispuesto las cartas en orden cronológico y hemos encontrado un patrón repetitivo en la decoloración. Asumimos un valor numérico e intentamos... "

    "No te molestes con las matemáticas," dijo la Sra. Noel. "¿Que habéis encontrado?"

    "Creemos que son coordenadas. Es decir, esa es la explicación más probable. Claro que, con más tiempo... "

    "¿Dónde?"

    El codificador tragó. "Aquí mismo. O cerca, al menos. Son coordenadas en el Polo Norte." Sacó del bolsillo un papel doblado.

    "Sinli," dijo la Sra. Noel, lo que provocó que uno de los elfos en la habitación se acercara corriendo y le arrebatara el papel al codificador antes de dirigirse a un mapa acristalado del Polo Norte. Desdobló el papel y dibujó una "x" negra en el cristal.

    "Señora," dijo Sinli, "¿Deberíamos sacar a los civiles?"

    "Gracias," dijo la Sra. Noel al codificador, quien se apresuró a salir. Iyla avanzaba lentamente hacia la puerta cuando la anciana se volvió hacia ella. "Tú puedes quedarte," dijo simplemente. Luego, a Sinli: "Añade la superposición."

    El elfo abrió un compartimento y sacó un trozo de plástico transparente que contenía una línea roja. La esquina superior estaba etiquetada como "Ruta de vuelo." Esta cruzó directamente sobre la "x."

    La Sra. Noel entornó los ojos. "¿Cuánto tiempo antes del despegue?" preguntó ella.

    "Veintisiete minutos," respondió alguien.

    "Cambia la ruta de mi marido. Di que se debe al clima. Envíale rodeando el pico."

    "Sí, señora." Varios elfos levantaron receptores o encendieron radios, mientras la Sra. Noel se acercaba a otro elfo sentado junto a una pantalla. "¿Aparece algo en el radar?"

    "Estoy recibiendo algo, pero no sé qué es," dijo.

    Ella se volvió hacia otro elfo que estaba sentado atentamente. “Quiero pies en la nieve en cinco," dijo. "Envía un equipo de infiltración... aquí," señaló a un punto en el mapa cerca de la "X." Se hicieron más llamadas y pasó el tiempo. Poco después tenían a un equipo en posición. Iyla no tenía idea de cómo habían llegado tan rápido, pero tampoco tenía intención de decir una palabra.

    Las voces por radio de los elfos eran intermitentes, pero surgió la idea: "Hemos llegado... aquí... al menos seis, tal vez... hombres. Equipo pesado... "

    “Retíralos quinientos metros," le dijo la Sra. Noel a uno de los elfos. Luego quedó en silencio, pensando por un momento. "Clemins. Aún nos quedan algunos de esos señuelos remotos, ¿no?"

    "Eso creo," respondió un elfo.

    “Quiero uno listo para volar lo antes posible, establecido en la trayectoria original. Y quiero el combustible lleno."

    "¿Lleno?" respondió el elfo. "Eso lo va a llevar hasta la Antártida."

    "No creo que lo haga," respondió la Sra. Noel, pensativa.

    Los ojos del elfo se agrandaron. "Pero... si es derribado..."

    "Ya has oído tus órdenes," dijo la Sra. Noel.

    Él pareció desinflarse cuando giró para levantar el teléfono y transmitir las instrucciones. Varios elfos en la sala parecían igualmente horrorizados, pero la mayoría simplemente continuó como si nada. La Sra. Noel esperó hasta recibir la noticia de que Papá Noel había partido antes de que ella ordenara que se lanzara el señuelo.

    "Es Navidad," le recordó alguien a la Sra. Noel cuando ella dio la orden.

    "Y que me condenen si un intento de cambiar eso no tiene respuesta," respondió ella. "Si nos equivocamos, el señuelo pasará por encima sin incidentes."

    "A él no le gustaría esto," dijo uno de los elfos.

    "Mi esposo no está a cargo de la seguridad," dijo la Sra. Noel. Se pulsó el botón y el radar ahora mostró un parpadeo adicional. Cuando este estuvo directamente sobre el punto, el equipo en tierra habló frenéticamente.

    "Han disparado algo a... difícil de ver... superficie a aire..." perdieron la comunicación durante varios segundos después. "La explosión sacó... colina... hay nada saliendo de... valle."

    "Gracias," dijo la Sra. Noel suavemente al micrófono. "Regresad a la base para el informe." Por fin, se dirigió a Iyla. "Hablemos, por favor." La llevó de vuelta a la sala en la que había estado antes.

    "¿Estás bien?" Preguntó la Sra. Noel.

    "Yo... no lo sé. Los hemos matado, ¿no? Dios mío..."

    “Murieron cuando su propio misil detonó la reserva de combustible. Cuando intentaron matar a mi esposo."

    "¿Podrían haber hecho eso?"

    “¿Con un misil? Sinceramente, lo dudo. Pero como poco le habrían destruido el trineo, los regalos y probablemente matado a los renos."

    "¿Por qué iba alguien querer hacer eso?" Preguntó Iyla.

    “Oh, tenemos problemas con los gobiernos de vez en cuando. Tienes que entender que las vacaciones se han vuelto cada vez más importantes para la economía del mundo occidental. Si nosotros no estuviéramos en el negocio, los padres tendrían que comprar todos los juguetes. Eso sería un masivo bombazo para la industria. En un sentido muy real, somos la competencia de una parte significativa de la economía global."

    "¿Matarían por eso?"

    “La gente muere por mucho menos dinero del que valemos," dijo la Sra. Noel. “A Kris le gusta pensar de otra manera, y a mí me gusta dejarle que lo piense. Nunca sabrá lo que ha pasado aquí. Eso le arruinaría la Navidad."

    Iyla quedó muy callada. Después de un minuto, preguntó: "¿Por qué me dejas ver esto entonces? ¿No te preocupa que se lo cuente a alguien?

    "Tengo que pedirte que no lo hagas," respondió la Sra. Noel. “Si lo haces, nadie lo respaldará. En cuanto a tu primera pregunta, tengo algunas razones. Primero, pensé que merecías una respuesta. En segundo lugar, mostraste ser una verdadera promesa hoy. No muchos elfos se habrían dado cuenta de lo que tú encontraste, y aún menos lo habrían investigado. Me vendría bien alguien con tu atención a los detalles en Operaciones Especiales."

    "No," dijo Iyla casi de inmediato. "No, gracias. Esta mañana no estaba segura de cómo iba a poder pasar otro día leyendo cartas, pero... cuando lanzasteis aquel señuelo, cuando descubrí lo que estaba pasando de verdad... lo único en lo que pude pensar fue en que los hombres en tierra debían de tener familias. Sus parientes nunca volverán a tener una buena Navidad y eso es debido a mí. No digo que esto no esté bien, solo que no quiero volver a estar en ese tipo de posición."

    "Entiendo," dijo la Sra. Noel. "Esto es por tu ayuda, Iyla. Verás que se ha agregado una bonificación a tu paga más reciente. Eso parecerá un accidente, pero no lo es."

    "Gracias," dijo Iyla en voz baja mientras comenzaba a salir. No estaba segura de cómo iba a llegar hasta casa, pero sospechaba que alguien podría darle indicaciones.

    "Una cosa más," gritó la Sra. Noel. “Hoy has salvado la Navidad. Aférrate a eso."

    Iyla se obligó a sonreír cuando miró atrás.

FIN

9. Último minuto

    EL COCHE DE ADAM FALLÓ camino a casa, cortesía de una válvula defectuosa. Le llevó al sistema de diagnóstico interno casi veinte minutos identificar el problema y, gracias a la tensión que la temporada navideña estaba ejerciendo en la red, otros cinco en descargar los planos. Y, por supuesto, la impresora 3D de emergencia en la escotilla requirió otros quince para replicar un repuesto. Luego, la página web que transmitía el tutorial se bloqueó dos veces mientras él estaba instalando el maldita chisme. Y todo en medio de una tormenta de nieve: esto parecía algo sacado de una antigua película navideña.

    Eran más de las siete antes de que él llegara a casa, lo cual inplicó que su hijo de once años le armara plan de extorsión de clase mundial: “¡Me dejaste solo! ¡En Nochebuena! ¡Tuve que pedirme la cena! ¡Tuve que ver una película yo solo!" Y así sucesiva e interminablemente. Por suerte Adam estaba acostumbrado a estos viajes culpables. No culpó al niño: si acaso Derrick estaba mostrando verdadera iniciativa y exhibiendo avanzadas habilidades de razonamiento. El hecho de que se molestara era prueba de haber descubierto que sus padres aún no habían hecho sus compras navideñas, lo cual significaba que aún había tiempo para manipularles para que gastaran un poco más.

    June no regresó hasta cerca de las nueve, que en realidad fue un poco antes de lo que él esperaba. Pero su jefe se había compadecido de ella (en realidad, de un tercio del personal, precisamente, cuyos nombres fueron seleccionados por sorteo antes de informarles que podían despegar temprano) y, a pesar del deteriorado estado de la carretera, virtualmente no había tráfico.

    Para cuando ella llegó a casa, estaba agotada. Le dio a su hijo un puñado de dulces, le dejó ver media hora más de un especial navideño sobre bastones de caramelo mágicos que intentaban recuperar sus rayas de un villano tren de juguete (al final todos aprendían el verdadero significado de la amistad, la aceptación y la sensibilidad racial), y colapsó en el sofá.

    Entretanto, Adam había comprado los derechos de un nuevo adorno que representaba el trineo de Papá Noel tirado por un equipo de dragones que lanzaban fuego, el cual luego imprimió y colgó con orgullo en el árbol. Terminó aproximadamente cuando el especial de Derrick estaba recogiendo. La familia se reunió alrededor del árbol artificial, que Adam enchufó. Luces en miniatura integradas en las ramas bañaron de pálidas luces pastel las falsas agujas de pino y los adornos hasta que June ajustó el dial hacia colores navideños más “tradicionales."

    Para entonces eran casi las diez; hora de enviar a Derrick a la cama para que "Papá Noel" pudiera hacer acto de presencia. Derrick, que continuaba mostrando una comprensión muy matizada de la tradición navideña, no discutió ni dudó: era bien sabido entre sus amigos que comportarse bien y llegar a la cama a tiempo eran estrategias esenciales para cualquiera que quisiera maximizar su botín de Navidad y Reyes Magos.

    Una vez que estuvo arropado con las luces apagadas, sus padres se retiraron al salón. Adam sacó dos cervezas de la nevera y le ofreció una a June, quien la rechazó con un movimiento de cabeza. Él devolvió la sobrante a la nevera y abrió la chapa de la suya. "¿Puedo preguntar?"

    "No demasiado mal," dijo June descansando en el sofá de la sala. “Casi nadie vino en todo el día. El local estaba completamente muerto después de las seis."

    "Suena estupendo," dijo Adam. “La oficina era un infierno. Infierno total. Tokio quería informes sobre los osos que se suponía iban a ser transferidos desde Anaheim la semana pasada. Nadie de allí se dio cuenta de que esta no era la noche en la que queríamos quedarnos hasta tarde. Si hubiéramos podido explicado, creo que Kiro lo habría entendido, pero claro, todo su equipo ya había salido al ser de noche. Eso solo nos dejaba a nosotros para hacerlo en esta zona horaria. Y luego un asunto con el maldito coche... "

    "Oh," dijo June retirando de la frente de Adam con una caricia el poco pelo que le quedaba y besándole en la sien. "Lo siento."

    "Ey. Así es la vida, pero te lo aseguro, estoy para caerme en la cama."

    "Dímelo a mí," coincidió June. "En cuanto nos ocupemos de Derrick, voy a de cabeza."

    Adam sacó del armario un paquete de diez libras de virutas de plástico y lo dejó junto a la impresora 3D. June ojeó el paquete y le disparó una mirada a su esposo.

    "Solo es una vez al año," dijo Adam con una sonrisa. "¿Tienes la lista?"

    "La tengo aquí," dijo June iniciando sesión en una web de "Cartas para el Polo" donde los niños enviaban sus listas directamente a "Papá Noel," ostensiblemente ignorantes de que sus padres podían acceder a ellas. Derrick no había comprado nada de ellas desde hacía cinco años, pero la web era gratuita y, a estas alturas, tradición familiar. "Aunque no creo que haya tanto en la lista," agregó ella tocando el paquete de materia prima que pronto pasarían por la impresora y transformarían en Navidad.

    "Bueno... puede que yo tenga algunas sorpresas."

    "Está bien. Supongo que deberíamos comprar los planos de las figuras de acción y luego hablar sobre el acceso digital a las películas y los juegos mientras se imprimen." Ella se registró en la web de juguetes, donde podía comprar los derechos de reproducción digital de los juguetes de los personajes favoritos de las películas y dibujos animados de Derrick, así como accesorios, juegos, vehículos y artículos de juegos de rol como pistolas de juguete, insignias y máscaras. Tecleó su contraseña e hizo clic en "Sí" cuando el sitio le pidió importar la lista de su hijo.

    Entonces se cortó la luz.

    Silencio. Total silencio. Y negro.

    "Estoy seguro de que volverá en un segundo," dijo Adam. Se terminó la cerveza. "Quiero decir, tiene que volver."

    Los dedos de la mano derecha de June empezaron a dar nerviosos golpecitos en la mesa del ordenador.

    "Es Nochebuena. Tienen que arreglar esto. Estoy seguro. En cualquier segundo," dijo Adam. Su voz era diferente ahora. Era tensa y ya no estaba claro si era una afirmación o una pregunta.

    June ahora también estaba dando golpecitos con la mano izquierda. El ritmo aumentaba como caballos de carreras ganando impulso.

    "Estoy seguro de que si esperamos unos minutos más, todo esto se resolverá. Nos reiremos de esto más tarde. De verdad."

    Tres minutos y medio después, June y Adam estaban empujando su impresora hacia el asiento trasero del coche de June. Requirió a ambos bajar las escaleras en la oscuridad y apenas cabían. Para empeorar las cosas, el garaje estaba completamente a oscuras.

    "¿No deberíamos despertarle?" preguntó June.

    “Tina vive solo a, ¿cuánto? ¿Tres millas? Vamos, conectamos su teléfono inalámbrico, imprimimos algunos juguetes y juegos, y volvemos en, ¿cuánto? Media hora como máximo. Miraremos atrás y nos reiremos," dijo Adam, ahora claramente con sarcasmo. "¿Recibes señal ya?"

    "Nada," respondió June revisando su teléfono. "Las torres deben estar apagadas también."

    "Cuando salgamos de este bloque, volverá a funcionar. Llámala en cuanto recibas señal y hazle saber que vamos."

    "¿Y si no está levantada?" preguntó June.

    "Sigue llamando hasta que lo esté," dijo Adam. Sí, era grosero, pero era Nochebuena y, a diferencia de la hermana de June, ellos tenían un hijo.

    Salieron del garaje de su urbanización y se encontraron de inmediato frente a un aluvión de nieve y aguanieve golpeando el parabrisas. Para hacer las cosas más precarias, se vieron envueltos en el peor tráfico que Adam había visto nunca.

    "¡Alerta!" anunció la voz electrónica del coche. "Condiciones peligrosas."

    "Reconocido," dijo Adam.

    "¡Alerta!" continuó la voz, "Patrón de tráfico anormal más adelante."

    "Reconocido," dijo Adam entre los dientes.

    Era un para y arranca mientras avanzaban de cabotaje, a veces literalmente gracias a las calles heladas, bloque tras bloque de casas oscuras y complejos de apartamentos. No había ni una sola luz intermitente ni un resplandeciente Papá Noel de fibra óptica ni renos parpadeantes ni grupos de elfos hinchables cantando villancicos de dominio público. Incluso el rojo y verde de los semáforos, ese omnipresente recordatorio de la Navidad que en realidad dura "todo el año," estaba ausente. Era una noche verdaderamente silenciosa: lo más alejado imaginable de la idea que Adam tenía de la Navidad.

    "Aún sin señal," dijo June mientras se acercaban a mitad de camino de la casa de Tina. "Probaré la radio."

    Recorrió un puñado de emisoras de rap clásico, melodías country y cantautores haciendo versiones clásicas de antiguos villancicos, hasta encontrar a alguien hablando que no sonaba a un anuncio comercial.

    “... no es una buena noche para que la gente esté ahí fuera. Pero tenemos lo último del servicio meteorológico nacional. La tormenta debería amainar después de medianoche, pero la energía... eso probablemente seguirá apagada un poco más. Si pueden quedarse en casa, los oficiales les piden que lo hagan, pero la mayoría de la gente que está llamando no está muy entusiasmadas con esa sugerencia. Así que, esto es lo que sabemos. Hay un corte de energía en el área metropolitana y en la mayor parte del valle, por lo que si está tratando de encontrar un lugar para iniciar sesión... buena suerte. Su mejor opción podría ser dirigirse al centro comercial Riverside Mall, donde están liquidando sus modelos de planta."

    Adam dio un giro en U, casi chocando con un camión que iba en la otra dirección, el cual tocó la bocina. Adam estaba a punto de mandar al cuerno al conductor cuando un automóvil dio una vuelta en U como lo había hecho él un segundo antes y se interpuso en su camino. Adam pisó el freno y la bocina simultáneamente, evitando por poco una colisión. Luego pisó los frenos una vez más cuando otro automóvil dio una vuelta en U directamente delante del automóvil que tenía delante.

    "¿Cuánta gente supones que han oído esa transmisión?" preguntó él suavemente. Su esposa simplemente miraba en perplejo silencio mientras un vehículo tras otro entraba en la calle delante o detrás de ellos.

    La mitad de las tiendas del Riverside Mall habían cerrado hacía años. La mayoría de las unidades restantes se habían convertido en salas de exposición, donde los clientes podían entrar para hojear libros de muestra de mesitas de café antes de imprimirlas, probarse la ropa antes de pedirla y, por supuesto, ver los objetos en persona antes de comprar los derechos de imprimesión de un ejemplar en la comodidad de sus propios hogares.

    Se mantenían suministros limitados en el local, pues se suponía que no había nada a la venta. Pero tiempos desesperados requieren claramente medidas desesperadas; por desgracia, esa desesperación describía a toda la ciudad. El estacionamiento, que generalmente estaba casi vacío, estaba abarrotado. Adam se encontró conduciendo arriba y abajo por los pasillos, buscando una plaza.

    Finalmente, se lanzó a un hueco después de que otra pareja subiera a su minivan y se marchara. "Eso es tener suerte," dijo Adam. June parecía insegura: la pareja que se había ido lo había hecho con las manos vacías. Aún así, el interior del centro comercial pulsaba con luz; era la primera que veían desde el apagón y esto les llenó de esperanza.

    El centro comercial estaba lleno de padres corriendo de un lado a otro hacia las tiendas con juguetes y juegos mientras que los jóvenes hacían cola frente a cualquier lugar con joyas en el escaparate. Era casi imposible acercarse a los escaparates donde tanto estaban presentes como era imposible aproximarse. En el fondo, el zumbido de los generadores casi ahogaba la música navideña, dejando solo un débil eco.

    La marea de la multitud atrapó a June y Adam, quienes se concentraron en permanecer juntos (con los teléfonos móviles no disponibles, separarse implicaba más pérdida de tiempo). Se encontraron arrastrados hasta el frente de una de las jugueterías del centro comercial. Un hombre bajo y calvo bloqueaba a la multitud lo mejor que podía.

    "Escuchen amigos. No nos queda nada. Lo siento, pero no hay nada que yo pueda... "

    Una mujer mayor que llevaba una sudadera que rezaba «La mejor abuela del mundo» preguntó: "¿Qué demonios se supone que vamos hacer entonces?"

    Ella recibió una ovación, la cual le dio a un hombre de traje caro la oportunidad de preguntar: “¿Qué hay de la parte de atrás? ¿Del trastero? Mire, lo único que necesito es...

    "Lo siento. De veras que no nos queda literalmente nada."

    "Bueno, ¿y no puede imprimir más? ¡Vosotros tenéis electricidad!"

    “La electricidad no nos sirve de mucho con la red apagada. Lo siento, pero no hay nada que yo pueda hacer."

    "Bueno, ¿y qué se supone que vamos hacer?" preguntó alguien.

    "¿Han probado en la tienda Frank al otro extremo del centro comercial?"

    "¡Allí me dijeron que viniera aquí!" gritó alguien.

    "No lo sé," dijo el gerente de la tienda. "Podrían probar en el centro de la ciudad." Claramente, esta era una sugerencia desesperada: las posibilidades de que quedara algo en otro centro comercial eran escasas, pero la multitud comenzó a dispersarse.

    "No sé," dijo June. “Esto parece desesperado. Quizá podríamos... no sé... explicárselo a Derrick. Él lo entendería."

    ¿Que no va a tener regalos hasta después de Navidad? ¿No conoces a nuestro hijo?

    "Bueno, ¿y tú qué sugieres?"

    Adam se apoyó en una pared. "No lo sé," admitió.

    "Espera," sugirió June. "Este apagón no puede durar eternamente."

    "¿Y?"

    "Pues, ¿y si conducimos hacia el Norte por la 2? Seguimos sin más hasta encontrar un lugar donde haya electricidad. Tiene que haber un hotel. Alquilamos una habitación, nos conectamos a Internet, imprimimos los regalos y luego llegamos a casa antes de que él se despierte."

    La boca de Adam se abrió. "Eso... eso podría funcionar."

    Prácticamente corrieron hacia el coche. Era casi medianoche, pero ahora tenían un renovado ánimo. Cuando salieron, otro automóvil, casi idéntico al suyo, ocupó la plaza y otra pareja cargó hacia el centro comercial.

    Hasta que llegaron a la autopista, cada intersección fue un mar de coches tratando de pasar. La policía se había hecho cargo de las calles más grandes y dirigía el tráfico, pero las carreteras más pequeñas se encontraban en una confusa cacofonía de bocinas, frenos chirriantes y nieve crujiente.

    Cuando por fin llegaron a la autopista, la cosa estaba algo mejor. Había bastante gente en la carretera, pero el tráfico avanzaba tan rápido como era de esperar. La tormenta casi había pasado, dejando una ligera y persistente capa de nieve. Culminaron una pequeña colina y vieron un río de luces traseras rojas de los coches que tenían delante.

    "Ni siquiera se me había ocurrido," comenzó June. "Creo que esta será la primera Navidad en blanco de Derrick."

    Adam comenzó a reír en una carcajada. June ​​comenzó también, hasta que prácticamente aullaban de risa. Ninguno de los dos tenía idea de por qué.

    Cuando empezaron a ver luces, empezaron a salir hacia las salidas. Todos los hoteles tenían idénticos letreros encendidos de "Sin habitaciones." Eventualmente, Adam se detuvo en uno y la pareja entró en el vestíbulo. Había tres personas delante de ellos, ya discutiendo con el recepcionista.

    "Mire," comenzó uno de los clientes. “En realidad no necesitamos una habitación. Lo único que necesitamos..."

    "Lo siento mucho," dijo el empleado. "No podemos dejar entrar a nadie en la red salvo que sea un huésped. Eso consumiría demasiado ancho de banda. Ya tenemos suficientes problemas: este es el día de compras más ocupado del año."

    Adam y June se alejaron silenciosamente mientras los demás seguían discutiendo. "Iremos más lejos," dijo Adam. "Encontraremos algo eventualmente."

    Tres salidas más llevaron a escenas casi idénticas. Después de eso, él dejó atrás las siguientes cuatro salidas antes de salir en la quinta. Para entonces los dos estaban demasiado cansados ​​para seguir hablando. Entraron en una tienda de conveniencia para tomar un café.

    Recogieron un puñado de bocadillos ya que estaban allí, junto con algunas barras de chocolate para Derrick; aunque las cosas salieran bien, decidieron que no estaría de más tener un poco de azúcar extra que deslizar dentro de su calcetín.

    No había nadie más en la tienda aparte del empleado, un delgado y vigoroso universitario que empezó a llamarles.

    "Ey, ¿sabes si hay hoteles por aquí?" Preguntó Adam.

    "Hay uno en la 55, pero creo que allí están llenos," dijo el empleado.

    "Jesús," dijo Adán a June. "Bueno. Lo intentaremos de todos modos. Tal vez estemos lo bastante lejos como para que no sean tan estrictos sobre lo de dejarnos usar su red."

    "¿Eh?" dijo el empleado.

    "Se nos ha ido la luz," dijo June. "Estamos intentando encontrar un lugar donde podamos conectarnos y comprar algunos juguetes para nuestro hijo."

    "Oh. Supongo que por eso ha estado tan ocupado esta noche. Me lo estaba preguntando."

    Adam hizo todo lo posible por sonreír mientras recogía sus compras. "Gracias por la información," dijo.

    Casi habían salido por la puerta cuando el empleado les llamó. "Ey. ¿Llevan una impresora encima?"

    Se volvieron un poco confundidos. "Sí," dijo June.

    "Oh. Siempre pueden enchufarla aquí dentro. Podría darles la contraseña del wifi de la tienda. Si quisieran,” se encogió de hombros.

    "¿Podrías hacer eso?"

    "Bueno, se supone que no debo hacerlo. Pero es Navidad, ¿verdad?

    Se necesitaron quince minutos para que la conexión inalámbrica funcionara en la tablet de June, luego otros cuarenta y cinco para derretir las astillas de plástico y convertirlas en juguetes, incluido el tiempo que tardó el dispositivo en rociar la pintura de secado rápido y el sellador con un Brazo mecánico giratorio. Mientras este funcionaba, ambos se sentaron encima del mostrador y terminaron el resto de sus compras. Adam compró los derechos digitales para una serie de nuevos programas y películas, incluidos algunos que probablemente habrían dercartado debido al contenido si no hubiera sido tan tarde. Compraron mucho café y pasteles empaquetados, e invitaron al empleado a lo mismo después de que este se negara a aceptar dinero de Adam.

    Adam y June salieron de la tienda una hora después con sus compras navideñas hechas. La nieve se había detenido y ambos comenzaron la lenta conducción a casa a través de la nieve y el hielo.

    Eran casi las cinco cuando entraron en el garaje de su complejo de apartamentos. La radio había pasado las últimas horas recibiendo llamadas de padres desesperados en la misma situación que Adam y June. Algunas con oyentes contando que habían encontrado un hotel con habitaciones libres o a alguien en mitad de la nada que les había dejado entrar en su casa a las dos de la madrugada para conectarse e imprimir regalos para sus hijos. Otras con estoicos oyentes explicando que se habían dado cuenta de que aquello no iba a resultar y que tal vez deberían ver esto como una oportunidad para enseñar a su hijo o hija que la vida es algo más que las posesiones materiales.

    Ambos apilaron los regalos en los brazos y los llevaron escaleras arriba, luego lo envolvieron todo lo más rápido posible y los metieron debajo del árbol. Hacía frío en su apartamento, así que Adam y June se abrazaron y se quedaron mirando el silencioso y oscuro árbol.

    "Tal vez sea la falta de sueño, pero creo que me gusta estar así," dijo June.

    "Definitivamente es la falta de sueño," dijo Adam en tono de broma, pero a él también le gustaba estar así.

FIN

10. 25 Nochebuenas

    HABRÍA sido algo inexacto decir que Hector Stewart no quería una bicicleta roja con manillar plateado para Navidad, pero no menos acertado decir que sí. Hector sí quería una bicicleta eventualmente, pero había poca prisa, particularmente porque no tendría ocasión de usarla hasta la primavera. Que no tuviera otra oportunidad de conseguir una bicicleta antes de entonces era de poco consuelo, como tampoco el saber que no habría nada que él preferiera tener cuando llegara mayo por fin. Porque Hector tenía ocho años y, a los ocho, mayo está tan distante de diciembre como la universidad o la jubilación. Es un futuro más allá de la vista, más allá de la imaginación.

    Lo que quería Hector era un par de esquís. Esquís elegantes, increíbles, casi mágicos. Se le ocurrió la idea por primera vez al leer uno de los comics de su hermano. Un agente especial había dejado atrás esquiando a tres agentes rusos que lo perseguían. La forma en que había doblado las esquinas, esquivado entre los árboles y deslizado por los paneles había encantado a Hector. Llegó a obsesionarse y sacaba libros de la biblioteca y les hacía preguntas a sus padres sobre el deporte constantemente.

    Pero sus padres parecían mayormente molestos y habían comenzado a colar pistas sobre bicicletas en la conversación. Sí, cuatro meses antes él se había quejado constantemente por la falta de una bicicleta. Por cómo Josh, Nathan, Piper, Carl, Michael, Dave, Larry, los otros Dave, Martin, Steven y Alexander tenían bicicletas (en realidad no estaba seguro de Martin, pero le parecía extremadamente improbable que sus padres investigaran el asunto, por lo que había incluido el nombre para darle más énfasis). Pero septiembre había sido mucho tiempo atrás

    Por desgracia no tenía una lista de amigos dueños de esquís para agregar peso a su argumento. Había preguntado por ahí y resultaba que ninguno de sus amigos, ni uno solo, tenía un par. Su argumento carecía de gravedad y él estaba bastante seguro de que este había llegado a oídos sordos.

    Así, con lo que prometía ser la Navidad en ciernes más decepcionante de su vida, se arrodilló para rezar. "Dios," dijo. "Sé que tú tienes, como, hambre y enfermedades, y que yo estoy bendecido por tener un hogar y comida y todo eso; pero no hay nada que desee tanto como un par de esquís de fibra de vidrio. Si hay alguna manera de que esto suceda, nunca volveré a pedir nada para mí. Si pudieras darme una señal, te estaré agradecido para siempre." Hector abrió un ojo y miró a su alrededor.

    Naranjas de la china.

    Suspiró y cerró los ojos de nuevo. Luego apretó las manos con más fuerza. "Jesús. Sé que es tu cumpleaños, pero es que quiero mucho, mucho esos esquís. Si hay alguna manera de que eso suceda, juro que haré todo lo posible para seguir los mandamientos." De nuevo, nada.

    Hector mentó su lista mental de arcángeles y santos, todavía sin resultado. Ya estaba dispuesto a darse por vencido cuando tuvo otra idea. Tenía que haber otros santos y ángeles cuyos nombres no conocía. Así que se concentró una vez más y susurró: “Mira. Si hay alguien ahí fuera, la cosa que más quiero por encima de todo es un par de esquís. Si hay alguna manera, la que sea, por favor, solo envíame una señal."

    Hubo un ruido sordo dentro del armario de Hector y él se levantó de un brinco, sobresaltado. Se acercó de puntillas hasta la puerta y la abrió con cuidado, medio esperando que un nuevo par de esquís le cayera encima.

    En cambio, encontró al diablo.

    Quizá te estés preguntando cómo supo Hector que era el diablo de verdad quien estaba de pie ante él, en lugar de otra persona de piel roja, patas de cabra y pequeños cuernos en la cabeza. Pero si alguna vez estuvieras delante del Príncipe de las Tinieblas, lo entenderías: simplemente lo sabes.

    Hector tenía la boca seca. Nunca antes había visto un demonio, y mucho menos al mismo Lucifer. Se sorprendió al descubrir que no estaba muy asustado. También ayudaba que el diablo no se mostrara muy amenazante. Sí,vale, era más grande que Hector, se apoyaba en una tridente y su cola, que se movía de un lado a otro, tenía una punta con púas que parecía más que capaz de ensartar a alguien mucho más grande que Hector, pero él no parecía molesto ni violento. De hecho, parecía estar teniendo tan extraordinario cuidado de no alterar el interior del armario de Hector que Hector no podía imaginar al diablo haciéndole ningún daño. Además, estaba vestido con un elegante esmoquin, lo cual le hacía parecer aún menos imponente.

    No obstante, Hector tragó saliva inquieto. "Hola," dijo con tanta indiferencia como pudo.

    "Hola," respondió el diablo antes de aclararse la garganta. "Tú eres Hector, ¿no?"

    "Eso es," dijo Hector.

    “Ah. En ese caso, Hector, ¿te importaría si entro? O salgo, según sea el caso. Está poco ventilado aquí dentro."

    Hector dio un paso atrás para dar espacio y que el diablo pasara. Los dos se miraron en silencio. Hector por fin preguntó: "¿Quieres sentarte?" Hizo un gesto hacia la silla que estaba metida bajo su escritorio.

    "Sí, por favor," dijo el diablo al fin. Se acercó deprisa, sacó la silla y se sentó. “Bueno. Esto suele ser incómodo, así que lo preguntaré sin más. ¿Sabes quién soy?"

    Hector asintió.

    “Ah. Muy bien. Si. Aun así, necesito hacer esto oficial. Por las reglas y todo eso. Hector Stewart, soy el diablo. Tengo entendido que algunos años de Escuela Dominical te han dado un poco de comprensión de lo que eso significa; pero, por favor, si hay algo que te gustaría aclarar; no dudes en preguntar." Hizo una pausa, pero Hector se le quedó mirando. "De acuerdo entonces. Sigamos. Siguiente asunto del trato. Debo informarte que no te encuentras en peligro físico ni estás obligado a realizar ningún tipo de arreglo en contra de su voluntad. Cualquier acuerdo depende de tu libre albedrío, sin embargo, una vez que hayas hecho tal acuerdo bajo dicha fuerza de voluntad, debes cumplirlo siempre que la otra parte; en este caso, yo; cumpla con su parte del trato. ¿Entiendes lo que te estoy diciendo?"

    "Eso creo," dijo Hector.

    "Bien. En ese caso, podemos proceder. Tengo entendido que estás interesado en conseguir un objeto, un par de esquís, y que no ha estado satisfecho con otras formas de obtenerlos. ¿Es eso cierto?"

    "Sí," dijo Hector.

    "¿Quieres que yo los consiga para ti?"

    En este punto, Hector tuvo que evitar asentir. Era cierto que quería los esquís, pero había prestado suficiente atención en la escuela dominical para saber que estaba pisando un terreno peligroso. "¿Por qué?" preguntó.

    El diablo se mordió el labio. "Eso sería por tu alma, Hector."

    "Oh," respondió Hector pensando. Quería mucho los esquís y estaba relativamente seguro de que cualquier consecuencia que surgiera de vender su alma al diablo no se produciría en mucho, mucho tiempo. Pero en algún lugar del fondo de su mente, imaginó lagos de fuego y sangre; monstruos y tormento sin fin. "No. No, no lo creo."

    El diablo se rascó la perilla. "Puedo entender tu punto de vista. El valor de mercado y todo eso. Tienes razón, el valor de un alma supera al de la mayoría de los pares de esquí. Agregaré algo extra: puedo aumentar la masa muscular en tus piernas y brazos, así como la capacidad pulmonar en un quince por ciento. Eso no te convertirá en una atleta olímpico, pero te dará una fuerte ventaja para ir empezando."

    "Lo siento," dijo Hector. "Yo es que... no creo que mi mamá quisiera que yo lo haga."

    El diablo soltó una risita. "Ciertamente puedo entender eso." Se puso en pie y estiró las piernas. “Debería irme entonces. Hay unas cuantas personas que tengo que ver. A menos que... haya otra cosa que desees en lugar de, o además de, los esquís. ¿Algunos juguetes, quizá?

    La situación era diferente a todo lo que Hector había enfrentado. "Yo... no lo sé," dijo. Sintió que debería haberlo, pero su mente estaba completamente en blanco.

    “Desafortunadamente, tengo que irme," dijo el diablo. De pronto, su rostro se iluminó y chasqueó los dedos. "Ya lo tengo, Hector. ¿Por qué no vuelvo el año que viene? Para entonces habrás tenido la oportunidad de reflexionar sobre el asunto y podemos renegociarlo. ¿Qué dices?"

    "Está bien," dijo Hector.

    "El año que viene, entonces," dijo el diablo desvaneciéndose en humo y niebla.

    Durante el año siguiente, Hector preparó dos listas navideñas. Una era una lista para dar a sus padres, que contenía varios libros, juguetes deseados e incluso algunos discos que tenía pocas posibilidades de recibir ("Hay algo en estos nuevos... músicos," decía su madre preocupada). Sin embargo, él había reunido eso principalmente para mostrarlo, y había invertido poco en su contenido.

    También había preparado una segunda lista, una que nadie había visto. Se le habían ocurrido varias ideas, la mayoría de las cuales había terminado tachando. Entre los elementos que habían estado en la lista, pero que ahora estaban parcialmente obstruidos por garabatos, estaban:

    • Una nave cohete.

    • Un dinosaurio vivo.

    • Mi propia sala de cine.

    • La ciudad de Chicago.

    Luego, en la parte inferior, subrayado y encerrado en un círculo dos veces, había escrito "una máquina del tiempo."

    Hector estaba sentado en silencio en su cama. De vez en cuando miraba el reloj, pero este apenas se movía. Por fin, el diablo llegó en un coalescente charco de niebla oscura y energía aún más oscura. Hector quedó un poco sorprendido de que él no hubiera optado por el armario otra vez, pero este era su segundo encuentro.

    El diablo miró a su alrededor para recuperar la orientación. Luego dijo: "Hola, Hector."

    "Ah. Hola, ”dijo Hector.

    "¿Y?," comenzó el diablo. "¿Ya has pensado en lo que te podría gustar?"

    Hector asintió.

    El diablo sonrió de una manera sorprendentemente no amenazante. "¿Y qué se te ha ocurrido?"

    Hector le tendió la lista, señalando hacia el único elemento que quedaba. El diablo tomó el papel y lo miró durante varios segundos en tranquila contemplación. "Ya veo," dijo al fin. "Hector... lo siento, pero las máquinas del tiempo no existen. No de verdad. Eso no es algo que pueda conseguirte."

    "Oh," dijo Hector.

    El diablo examinó la lista entornando los ojos para leer los otros elementos a pesar de la ofuscación de estos. "De hecho, podría ser capaz de conseguir un dinosaurio," ofreció.

    "¿Un brontosaurio?" preguntó Hector algo energizado.

    "No, no. No creo que queden ninguno de esos. Además, eso sería... demasiado obvio. Tendría que ser un dinosaurio pequeñito. No creo que los hayan descubierto y les hayan puesto un nombre todavía. Yo siempre los he llamado ratapollos. Son más o menos altos, con picos llenos de dientes y... aunque supongo que eso no es algo por lo que estarías muy interesado en negociar."

    Hector negó con la cabeza.

    "No puedo evitar sentirme algo responsable por esta situación," dijo el diablo. “Yo debería haber sido más específico. Puedo hacer un nontón de cosas, pero hay limitaciones. No puedo hacer que algo que no existe exista de repente. Además, tiene que ser algo que... no sé de qué otro modo decir esto... algo que yo pueda conseguirte. Quiero decir, no puedo hacer que un cohete aterrice en tu jardín así sin más. La gente haría demasiadas preguntas y alguien te lo quitaría. ¿Ves lo que estoy diciendo?"

    "Entiendo," dijo Hector.

    "¿Se te ocurre otra cosa que te pudiera gustar?"

    Hector consideró sus opciones, pero su mente estaba en blanco. La verdad era que había puesto todo su corazón en conseguir su propia máquina del tiempo.

    "Ya veo," dijo el diablo. “Quizá podamos retomar esto la próxima Nochebuena. ¿Estaría bien eso?"

    "Está bien," dijo Hector y el diablo desapareció tal como lo había hecho el año anterior.

    "No estoy seguro de que puedas hacer esto," le dijo Hector (ahora con diez años) al diablo en la tercera Nochebuena que se encontraron. "Quiero decir, sé que no puedes hacer cosas que no existen, pero... mucha gente dice que tú no existes." Respiró hondo, algo asustado de que el diablo se riera de él. "¿Son reales los genios?" espetó.

    El diablo no se rió. En cambio, respondió con franqueza: "No, me temo que no lo son."

    “Hmmm. ¿Qué hay de los deseos? ¿Podrías concederme tres deseos por mi alma?" Preguntó Hector.

    “Supongo que eso se hace complicado. En cierto sentido, cualquier cosa que acordemos será un deseo. O incluso múltiples deseos. Pero debemos acordar de antemano cuáles son esos deseos, porque existen limitaciones sobre los deseos que puedo cumplir. Y también porque, de lo contrario, siempre podrías pedir que te devuelva el alma como tercer deseo, y yo me quedaría sediento y seco."

    Hector asintió, mordiéndose la lengua. De hecho, recuperar su alma habría sido su tercer deseo. Sus planes se habían descarrilado un poco ahora. Una vez más, fracasaron en llegar a un consenso y pospusieron las negociaciones.

    Al año siguiente, cuando él tenía once años, Hector tenía el corazón puesto en tener su propio dragón mascota. De hecho, debatió el tema cuando el diablo le informó que no existían: después de todo, se mencionan en la Biblia. Esto llevó a una discusión filosófica sobre la naturaleza de la verdad que le vino a Hector un poco alta. Pero el resultado no fue un dragón para Hector ni un alma para el diablo.

    Para el quinto año, Hector había crecido un poco. La importancia del "ahora" se había desvanecido y la cuestión de en qué se convertiría un día había adquirido una nueva importancia. Y lo que Hector, de doce años, quería ser era astronauta. El diablo estaba emocionado, por supuesto, eso era ciertamente algo con lo que podía trabajar. Pero luego vino la letra pequeña.

    "Quiero ser el primer hombre en Marte."

    El diablo no lo vetó sin más. De hecho, dijo algo que no había hecho antes: "Voy a tener que comprobar algunas cosas primero. ¿Podrías darme una hora?"

    Hector estuvo de acuerdo y el diablo desapareció. La expresión de su rostro cuando reapareció dejó muy claro que las noticias no eran buenas.

    "Lo siento. Hice que mis analistas hicieran los cálculos y no hay forma de que te pueda prometer eso. Es muy poco probable que alguien viaje a Marte en menos de cincuenta años. Podemos convertirte en astronauta, pero no estoy seguro de que podamos garantizarte siquiera un viaje a la luna tal como van las cosas. Puede que hagas paseos espaciales, pero... ” Se detuvo cuando vio la expresión en el rostro del niño.

    Hector estaba devastado. Si bien esa no era la primera Nochebuena que se encontraba con una decepción, era la primera que estaba tan ilusionado. Aun así, recordó agradecer cortésmente al diablo y acordar reunirse el próximo año.

    La sexta Nochebuena que se cruzaron, Hector comenzaba a pensar más seriamente en su futuro y en la rara oportunidad que le presentaban estos encuentros. Finalmente había aprendido algo sobre sí mismo: era inconstante. Le desconcertaba que no hubiera podido resolverse esto antes, pero al menos lo entendía ahora. Si hubiera recibido un dinosaurio en el segundo año, ¿De verdad lo seguiría queriendo? Ya no quería ser esquiador ni astronauta. Lo que fuese que quería ahora, cualquiera que fuese el verdadero deseo de su corazón, ¿por qué iba a creer que lo querría en la próxima Nochebuena, y mucho menos, para el resto de su vida?

    Esto no hizo que descartara la reunión como inútil. Por el contrario, ahora veía la oportunidad por lo que realmente era: la oportunidad de asegurarse de que cualquier capricho que la vida le trajese, él estaría preparado.

    "Veinte millones de dólares," dijo Hector incluso antes de que el diablo tuviese la oportunidad de hacer la pregunta que estaba respondiendo.

    El diablo rompió en una carcajada. "Oh, Hector. Lo siento mucho. No quiero reírme de ti. Es que... '' levantó la palma de la mano mientras recuperaba el control. "Por favor, estoy muy impresionado por tu iniciativa y tu entusiasmo. Pero me temo que eso es bastante más dinero del que vale de verdad cualquier alma."

    Por su parte, Hector quedó un poco desconcertado por la reacción del diablo. Le habían hecho creer que las almas no tenían precio, por lo que había oído en la iglesia. "Entonces, ¿cuánto vale?" preguntó.

    “¿Tu alma, ahora mismo? Unos ciento cincuenta mil dólares."

    "¿Eso es todo?" Preguntó Hector.

    “Supongo que ya tienes edad suficiente para empezar a discutir la economía en juego. Verás, el valor de un alma aumenta o disminuye de precio a medida que pasa el tiempo. La mayoría se deprecia, de hecho, a medida que resulta más probable que una persona, bueno... termine conmigo de todos modos. Las personas que viven vidas ejemplares terminan con almas que valen entre trescientos o cuatrocientos mil para cuando han madurado, pero eso es raro."

    Hector consideró las cantidades en cuestión. Ciento cincuenta mil dólares era mucho dinero. Probablemente podría sobrevivir con eso durante años, tal vez incluso durante el resto de su vida. Pero sabía que no podía viajar por el mundo comprando todo lo que quisiera sin mucho más que eso.

    "Seré honesto contigo," dijo el diablo. “La mayoría de las personas que aceptan el dinero no terminan felices. El dinero lo puedes conseguir por tu cuenta. Obtener un talento o cambiar la forma en que la gente te ve... eso es algo que solo yo puedo ofrecer. Esa es una línea de pensamiento más fructífera."

    "¿El próximo año?" Preguntó Hector.

    El diablo sonrió. "El próximo año," coincidió antes de desaparecer.

    Cumplir catorce años trajo una serie de decepciones a la vida de Hector, entre las cuales no fue la menor su incapacidad para pasar la criba del equipo de béisbol de su escuela. Sus compañeros de clase, más atléticos, parecían experimentar una vida mucho más plena que él, y él comenzó a considerar, con bastante seriedad, si esta podría ser una dirección que valiera la pena seguir. Pero comerciar con el alma inmortal de uno, razonó, no era algo que debiera tomarse a la ligera.

    Cuando apareció el diablo, Hector estaba listo con elaboradas listas, notas y gráficos. Comenzó a interrogar a su visitante desde el principio.

    "¿Qué puedo esperar en press de banca?"

    “Eso depende de lo duro que trabajes en ello. Puedo garantizar más del triple de tu máximo actual."

    Hector tomó nota. "¿Qué hay de lanzar?"

    "Puedo mejorar la coordinación ojo-mano al menos en un cincuenta y cinco por ciento."

    Otra nota. "¿Y correr?"

    "El mejor de tu escuela, desde el principio."

    "¿Podré convertirme en profesional?"

    "Eso depende," comenzó a explicar el diablo, pero fue interrumpido por la puerta de la habitación de Hector abriéndose.

    .".. pensé haber oído hablar y quería asegurarme de que no estabas escuchando," fueron las palabras que Hector escuchó decir a su madre mientras abría la puerta de su habitación y miraba hacia adentro. Tan pronto como sus ojos se posaron en la escena frente a ella, quedó en silencio. Y bastante pálida también.

    La Sra. Steward siempre había tenido una poderosa imaginación, por lo que si alguna vez hubiera reflexionado sobre las diversas actividades comprometedoras en las que algún día podría atrapar a su hijo de catorce años, sin duda podría haber reunido una sólida lista de posibilidades. Sin embargo, en ninguna parte de esa lista habría aparecido “negociar un trato con el Príncipe de las Tinieblas."

    Todos se quedaron notablemente quietos por un momento. Hector y el diablo miraban a la señora Stewart. La Sra. Stewart miraba al diablo.

    Nadie habló. Nadie respiró.

    Luego, en apenas un susurro, con la comisura de la boca, el diablo le dijo a Hector: “Tengo que irme. Lo retomaremos el año que viene," y ¡puf! Una nube de humo y niebla arremolinada.

    La Sra. Stewart dio el chillido más fuerte de los treinta y siete años que llevaba viva.

    "Bueno," dijo el diablo casi exactamente un año después. "¿Cómo fue?"

    Hector asintió. "No muy bien. Pensé... en realidad no sé lo que pensé. Que ella me mataría o algo así. No. Más bien que conseguiría que papá me matara. Ella se asustó mucho, pero cuando papá llegó aquí, yo... No dije nada, como si estuviera en estado de shock. No sabía qué hacer. Quiero decir, tú no estabas allí, ¿verdad? Entonces... solo estaba ella gritando que había encontrado al diablo en su casa. Ella me arrastró a la iglesia e incluso consiguió que un sacerdote se sentara con nosotros y yo hablara de ello. Pero... traté de actuar confundido. El sacerdote dijo que eso no tenía sentido, que el diablo era una construcción espiritual, no una persona física. Y si fuese físico, no se parecería a ti. Poco después, ella incluso comenzó a pensar que estaba loca. Comenzó a ir a hablar con un psicólogo. Luego, el mes pasado, le dijo a mi papá que se iba. Ella dijo que no era por mí, pero... todo eso comenzó el año pasado."

    El diablo colocó suavemente una mano con garras sobre el hombro del niño. "De verdad que no es culpa tuya," dijo. "Estas cosas suceden a veces sin más."

    "Supongo. Yo solo... ¿si quisiera que... ¿podrías hacer que ella volviera?

    "¿Es eso lo que de verdad quieres por tu alma?" preguntó el diablo.

    "No. No supongo que no."

    "Bien. Porque, para ser honesto, no estoy seguro de poder hacer eso de todos modos. No puedo hacer que la gente haga cosas. Tengo formas de alentarlos, pero no creo que eso sea una buena idea."

    "Probablemente no," dijo Hector.

    "Y supongo que ya no quieres habilidad atlética," preguntó el diablo.

    "No lo creo. No sé lo que quiero." Hablaron durante unos minutos más, y luego el diablo se fue dejando a Hector a solas en aquella Nochebuena tan fría.

    Puede que Hector no lo tuviera claro aquel año, pero al siguiente, el chico de dieciséis años estaba bastante seguro de que había tomado una decisión. Incluso antes de que llegara el diablo, había tensión en el aire. Satanás lo sintió en cuanto llegó.

    "Hola, Hector."

    "Oh. Hola. Hay algo que quiero preguntarte. Pero es... es un poco difícil."

    "Está bien," dijo el diablo. “Puede que yo tenga defectos, pero de lo único que no se me puede acusar es de ser juicioso. En el peor de los casos, pides algo que no puedo conseguirte y volvemos al punto de partida. No te lo voy a reprochar."

    Hector asintió. Luego se acercó a su cama y sacó una revista de entre los colchones. Se la entregó al diablo.

    "Ya me preguntaba yo cuándo llegaríamos a esto," reflexionó el diablo.

    “Me siento tan estúpido," dijo Hector.

    “Esto es normal," dijo el diablo. “He tratado con mucha gente. Los chicos que se acercan a tu edad... bueno, empiezan a pensar en cosas. Hablemos."

    Hector hojeó las páginas. "Aqui está. Septiembre. A ella. La quiero."

    "¿En qué capacidad?" preguntó el diablo, ya un poco preocupado. Había tratado con mucha gente y sabía muy bien dónde se encontraban las trampas de estos negocios.

    "Creo que la amo," dijo Hector. "Sé lo estúpido que es eso, pero creo que es verdad. Ni siquiera la he conocido, pero la amo. Solo la quiero a ella. Sabes a lo que me refiero."

    "No estoy muy seguro de saberlo," respondió el diablo, "y ese es el verdadero problema. Nuestro trato debe corresponderse a la comprensión de tu solicitud; de lo contrario, es imposible para mí cumplir con mi parte del trato. Y lamento ser tan directo, pero tú eres virgen, Hector. No sabes lo que estás pidiendo."

    "Pero... ¿no es eso cierto con todo? Quiero decir, me has ofrecido dinero, objetos y habilidades. Yo era demasiado joven para entender lo que significaban, ¿no? ¿Cómo es esto diferente?"

    “Esas eran cosas que yo podía darte. No puedo darte a esta mujer... ” el diablo hizo una pausa para comprobar el nombre en el margen y luego continuó: “No puedo literalmente darte a Marsha (en realidad no creo que sea ese su nombre de verdad) del modo en que podría darte un coche o una casa. Ella podría no ser tuya por varias razones, entre las que se encuentran los sistemas legales mortales contemporáneos. Además, aunque pudiera, sería demasiado valiosa: la vida de una persona vale más que un alma. Sé que parece contradictorio, pero esto es simple economía."

    "No... no quiero ser dueño de ella. No así," dijo Hector, algo conmocionado por el giro que había tomado la conversación. "Yo solo...."

    “¿Estás pidiéndola a ella? ¿Por cuanto tiempo? ¿Una noche? ¿Por el resto de vuestras vidas? Yo no puedo prometer ninguno de ambos. Podría conseguir que alguien que se pareciera a ella estuviera contigo por una noche. Podría conseguirte a alguien aún mejor. Pero no creo que pueda conseguirla a ella ni siquiera durante ese tiempo. Y aunque pudiera, no estoy seguro de que ella fuese a hacer... lo que tú quieres que haga. Podría intentar persuadirla, pero no puedo obligarla."

    "Yo... no querría eso, de todos modos," admitió Hector. "Supongo que... no lo he pensado bien. No del todo. No quiero a alguien que no quiera estar conmigo. Pero... tampoco quiero simplemente a cualquiera."

    El diablo sonrió cálidamente. "Eres joven. Quizá este no sea el año para que cerráramos nuestro trato. ¿Te gustaría un año más para pensar las cosas?"

    "Si. Gracias," dijo Hector.

    El décimo año en que Hector encontró al diablo en Nochebuena fue una especie de hito. Junto con una miríada de cambios en la vida de Hector, había un gran cambio de escenario. Por primera vez desde que la aparación del diablo para negociar el alma del niño, no se encontraron en la habitación de Hector. De hecho, cuando el diablo se le apareció, se encontró de pie en un camino de tierra a unas cinco millas de la casa más cercana. Había una fina capa de nieve en el suelo que había quedado de una tormenta de nieve tres días antes. El cielo estaba despejado y el aire fresco.

    Hector yacía tumbado sobre el capó de su coche, un Ford Falcon azul envejecido. Estaba mirando las estrellas cuando apareció el diablo, tridente en mano.

    "Ey," dijo Hector, sentándose erguido. "Estaba preocupado por que no pudieras encontrarme. No estaba seguro de cómo funcionaba eso, ¿sabes? Te dejé una nota en mi habitación. ¿La viste?"

    "No. Yo puedo encontrar a la gente cuando quiero."

    "Si. Pensé que era algo así, pero nunca habíamos hablado de eso. Oh, hay un abrigo extra en el coche por si tienes frío."

    "Gracias, pero no. Estoy perfectamente como estoy," rió el diablo. "Independientemente de lo que hayas oído, hay lugares en el infierno mucho más fríos que este."

    Hector se hizo a un lado y el diablo se sentó junto a él en el capó. "Este es nuevo," reflexionó.

    "Si. Me lo regaló papá para mi cumpleaños. Dijo que un hombre debía tener un coche. Supongo que eso significa que ahora soy un hombre. Papá se ha vuelto... no sé... un poco raro desde que mamá se fue. Pero ahora está saliendo con alguien. Ella es camarera y tiene dos hijos. Son geniales y todo eso, pero supongo que me siento como la rueda de repuesto. Además, esos chicos siempre están metiendo las narices en todo, irrumpiendo sin llamar. Pensé que sería mejor que nos encontráramos en otro lugar."

    "No me importa," dijo el diablo. "Es una noche maravillosa. No veo mucho las estrellas estos días."

    “Supongo que debería haberlo dicho desde el principio. En realidad no hay nada que esté buscando en este momento. Estoy bastante contento con cómo están las cosas. No parece justo ocultártelo. Sé que probablemente tienes muchas cosas que hacer."

    "Tengo una agenda bastante ocupada," confesó el diablo, "pero tengo algo de tiempo libre. Hay peores formas de pasar unos minutos de una velada agradable que relajarse en el capó de un Ford, así que, a menos que estés ansioso por deshacerte de mí, me quedaré un rato."

    “No hay prisa. Iba a reunirme con Vanessa más tarde, pero su padre se enteró y puso fin a esos planes bastante rápido."

    "¿Vanessa?" preguntó el diablo intrigado.

    "Ella es... ella es la chica con la que estoy saliendo. Encantadora de verdad. Creo que vamos bastante en serio."

    “Me alegra oír eso," dijo el diablo. "¿Vais a encontraros mañana al menos?"

    “Sí, pero durante el día, cuando no están sus padres cerca. No es lo mismo."

    "No, apuesto a que no," dijo el diablo riendo. "Aún así, no querréis pasar la Navidad separados."

    "Supongo que no," dijo Hector. "Me sorprende que pienses eso."

    "¿Y eso por qué?" preguntó el diablo.

    “Bueno... quiero decir, Navidad. ¿No está eso lo más lejos posible de lo tuyo?"

    "La Navidad significa mucho para mí."

    "¿En serio? Pero ¿no es, ya sabes, el nacimiento de tu enemigo?"

    El diablo volvió a reír. "Yo nunca he pensado en él como mi enemigo. De hecho, eso no es cierto. Lo hice una vez, pero fue hace mucho, mucho tiempo. Antes de darme cuenta de lo que él había hecho por mí y por los de mi clase. Antes de Jesús, todos, tanto santos como pecadores, acudían a nosotros. Pensé que me gustaba eso. Pensé que era mi victoria sobre el cielo, pero ¿cómo puede haber victoria sin lucha? Dios me dio las almas de la humanidad; todo fue parte de Su voluntad manifestada. Y eso era muy aburrido. No me daba cuenta en aquel tiempo, pero lo era. No había nada que hacer, nada por lo que luchar. No hasta que apareció el Hijo. Como he dicho, yo no pensaba en él de esa manera por aquel entonces. En aquel momento pensé que era el niño mimado de Dios que venía al infierno para robarme la mitad de mis almas. Luché con él ferozmente, pero él prevaleció, se llevó a las almas benévolas con él y me dejó el resto. Después de eso, nunca volvió a ser lo mismo: había un camino al cielo. Tuvimos que trabajar para conseguir espíritus, pero él nos dio algo por lo que trabajar. Nos dio algo que nunca habíamos tenido: la oportunidad de frustrar la voluntad de su Padre, aunque las victorias fuesen pequeñas. Honestamente, no sé si Jesús pretendía algo de eso o si lo había pensado bien siquiera. No sé qué piensa de nosotros, pero, tanto si lo había planeado como si no, nos salvó antes siquiera de que supiéramos que necesitábamos salvarnos."

    Hector había estado en silencio mientras el diablo hablaba. Una vez que hubo terminado, le dijo: "Guao. Lo único que la Navidad significaba para mí eran regalos."

    El diablo casi se cae del coche de la risa. "Nada mal en eso tampoco," dijo una vez que se detuvo. "Nada mal en eso."

    Cuando se encontraron un año después, Hector vivía de alquiler en un apartamento con dos amigos, los cuales asistían fortuitamente a una fiesta de Navidad que Hector había evitado fingiendo un dolor de estómago. Las cosas iban bien con Vanessa y empezaban a hablar de mudarse juntos. Aún no habían pensado nada del próximo año (ella estaba enviando solicitudes de ingreso a las universidades de la zona y él ya había abandonado la escuela secundaria para trabajar en un supermercado), pero eran optimistas de que lo resolverían.

    El diablo le dio un breve resumen de los acontecimientos políticos en el infierno. Varios demonios competían por el poder y la economía se estaba tensando. “Nada de eso tiene mucho sentido. Se vuelve repetitivo después de un tiempo. Ni tan mal como en el cielo, pero cerca algunos días." Estaba sentado en el sofá de Hector, cuidando de no dañar la tapicería con la cola. Había dejado el tridente apoyado en el perchero.

    "Ey, mi mamá me ha envido unas galletas de Navidad," dijo Hector agarrando un bote. "Mis compañeros de cuarto se han llevado la mayoría, pero yo escondí estas." Ofreció el bote al diablo, quien tomó una galleta.

    "Gracias," dijo mordiéndola por la mitad. "¿Hay algo en tu lista de Navidad este año?"

    “Estaba pensando," comenzó Hector, “meditando podría ser más exacto. Empecé con la guitarra la primavera pasada. Me estoy volviendo bastante bueno."

    "¿Y quieres saber si puedo convertirte en una estrella de rock?" preguntó el diablo.

    "Si. Pensé que podría ser una vía que valía la pena explorar," respondió Hector. “Sé que estas cosas se complican. Pero sé que... bueno... mucha gente dice cosas sobre los tipos que tocan en la radio, y tu nombre aparece mucho."

    "Por una buena razón," admitió el diablo. “Tengo más influencia allí que en cualquier otra industria, eximiendo a la política. Pero tienes razón, se complica. Si pudiera chasquear los dedos y convertir a alguien en una estrella de rock, el mundo estaría invadido de ellas. Puedo mejorar la habilidad, hacer contactos y presionar al destino, pero eso es todo."

    "Eso me figuré," dijo Hector. "Aunque parecía que valía la pena intentarlo."

    "Bueno, no te rindas demasiado rápido," dijo el diablo. "Déjame oírte tocar, a ver qué tenemos para trabajar."

    Hector corrió a su dormitorio y salió con una guitarra acústica. Tocó algunas versiones de los Stones, junto con algunas melodías de Zeppelin. "¿Y bien?" dijo.

    "No está mal," respondió el diablo pensativo. “Pero no es genial. Yo podría hacerte mejor, tanto como que tuvieras una oportunidad real de triunfar algún día, siempre que estuvieras dispuesto a dedicar tu vida a la música y trabajar durante algunos duros años."

    "No me parece que eso sea lo mío, ¿verdad?" Hector se rió.

    "Supongo que no." El diablo también rió y Hector comenzó a tocar una versión de We Three Kings. No era una versión de la canción particularmente buena, y Hector no le hacía justicia, pero el diablo se reclinó, se sirvió otra galleta de Navidad y sonrió.

    Al año siguiente, el diablo encontró a Hector en un apartamento nuevo. Era mucho más pequeño, pero era un estudio, por lo que no había compañeros de habitación de los que preocuparse. De un vistazo, el diablo vio que no había nadie más de quien preocuparse, lo que explicaba el estado en el que se encontraba Hector.

    Estaba oscuro en el apartamento. Había una lámpara de mesa en un rincón, pero la luz apenas llegaba al otro lado de la habitación, donde Hector estaba sentado en su cama.

    "Hola," dijo el diablo.

    "Ey," dijo Hector en voz baja. Alzó la vista, ojos inyectados en sangre. “Vanessa ha roto conmigo. Dijo que no había nadie más, pero... no lo sé. Universidad, ¿verdad? Supongo que eso es lo que pasa."

    "Lo siento," dijo el diablo.

    "Así que," continuó Hector, "he estado pensando. Tal vez debería vender mi alma para recuperarla." Se rió de forma ambigua. Ni siquiera él podría haber sabido con certeza si estaba hablando en serio o no, pero el diablo pareció tomarlo de esa manera.

    “Nos encontramos con algunas paradojas familiares. Estaríamos negociando por algo que no me pertenece. Dependiendo de las situaciones de tu vida, no estoy del todo seguro de poder manipularla por medios directos. Y, si lo hiciera, no hay forma de que se quede. Por esta razón, tendría que insistir en que mi obligación solo sería lograr cómo conseguir que ella volviera contigo."

    "Y entonces volvería aquí el año próximo, sin alma para regatear, eso es lo que estás diciendo."

    "No lo sé," respondió el diablo. “Es posible que funcione la próxima vez. Hay apéndices que podríamos intentar agregar, por ejemplo, hacer cambios en su personalidad, arreglar elementos de tu situación y ese tipo de cosas. Si de veras crees que su inscripción en la universidad fue un factor, estoy seguro de que podría encontrar una manera de terminar con ese acuerdo."

    "Te refieres a que la echen," dijo Hector mirando el suelo. "Probablemente se lo merezca. Pero... Dios, tal vez soy yo quien merece que le arruinen la vida. Ni siquiera debería considerarlo. Lo siento. Pensé que este era el año, que tal vez esto era lo que estaba esperando. Pero esto es mezquino."

    El diablo se sentó junto a Hector. "Es tu alma," dijo. “Al final, debes determinar qué es lo que más deseas. Yo no tengo prisa, retomemos esto el año que viene."

    Un año después, el diablo se encontró de nuevo en el mismo pequeño apartamento, cara a cara con Hector, que ahora tenía veinte años. Se había dejado crecer la barba desde la última vez, aunque el diablo no tuvo dificultad en reconocerlo.

    "¿Cómo te va?" Preguntó Hector.

    “Ya sabes cómo es," respondió el diablo. “Bastante aburrido, considerando todo. El mercado de las almas es bueno, supongo, pero eso hace que las cosas sean más tediosas, a decir verdad. ¿Cómo te ha estado tratando la vida, Hector?"

    Se encogió de hombros y señaló el apartamento, que había estado menos desordenado el año anterior. Al menos ahora había más luz. "Ahora trabajo en un almacén," dijo Hector. "Creo que las cosas son tediosas para los dos."

    "Lamento oír eso," respondió el diablo. "¿Algo que pueda hacer?"

    Hector sonrió. “Esa es la gran pregunta, ¿no? Veamos. ¿Finanzas? ¿Nuevo trabajo? ¿Mejor casa?" Barrió un montón de ropa de una silla a su mesa y le ofreció el asiento al diablo, quien le dio las gracias y tomó asiento. Luego movió algunas revistas, revelando un bloc de notas. Negociaron durante la mayor parte de una hora, pero cuando el diablo presentó su oferta final: aceptación garantizada en una universidad estatal, un trabajo a tiempo parcial a una tarifa por hora decente (pero no exagerada) durante la duración de su educación, un apartamento de un dormitorio a menos de lo que estaba pagando ahora y (siempre que Hector lograra graduarse a tiempo) un puesto directivo en una empresa en crecimiento. Él se resistió.

    "Lo siento," dijo, sacudiendo la cabeza. "No es que no aprecie la oferta. Es que... "

    "No digas una palabra más," dijo el diablo. "Lo entiendo completamente. Tu alma vale mucho y no te sientes cómodo separándote de ella."

    "Supongo," dijo Hector. "No sé, es que... sea lo que sea que consiga realmente siento que debería conmoverme. Y, aunque todo esto suena bien, simplemente no me emociona."

    El diablo asintió. "¿La próxima vez entonces?"

    "La próxima vez," respondió Hector.

    El año siguiente fue mixto para Hector. Su casero le subió el alquiler, por lo que tuvo que dejar el apartamento y mudarse con un viejo amigo suyo de la escuela secundaria. Conoció a Jennifer, pero pasaban la mayor parte del tiempo juntos discutiendo; cuando finalmente ella rompió con él, lo único que Hector sintió fue alivio. Entretanto, un amigo de su padre le dijo que tal vez podría ofrecerle un trabajo en su tienda de vídeos después de las vacaciones. Hector necesitó toda su fuerza de voluntad para no dejar el trabajo en el almacén en el acto.

    Ciertamente había cosas que Hector quería, pero nada tanto como para considerar entregar su alma inmortal. El diablo estaba a punto de avanzar cuando escucharon un sonido al otro lado de la puerta del dormitorio de Hector.

    "Oh, no te preocupes. Solo es Gerard."

    "¿Tu compañero de cuarto? ¿No te preocupa que nos oiga hablando?"

    “Nah. Gerry no irrumpiría sin llamar, no importa lo colocado que esté. Además, está experimentando con ácido, así que no estoy seguro de que... ¿por qué me miras así?"

    De hecho, la cara del diablo se había iluminado. Él sonrió con picardía y susurró: "Hector, ¿serías tan amable de presentarnos?"

    Hector se echó a reír. "No," dijo pero en ese momento estaba casi doblado de la risa. "¡No!" Repitió.

    Un minuto después, el diablo abrió la puerta y entró. Hector le siguió a distancia, mordiéndose la lengua para mantener la cara seria. Gerard estaba sentado en un sillón reclinable, de espaldas. Se estaba estudiando la mano con una mirada de decepción en el rostro cuando el diablo se plantó delante de él. La boca de Gerard se abrió en estado de shock.

    "Oh, hola," dijo el diablo. “Tú debes ser Gerry. Mi nombre es Rick. Hector me lo ha contado todo sobre ti. Trabajo en el almacén y me he pasado para dejarle su bonificación de Navidad. Dijo que debería presentarme antes de irme."

    El diablo extendió una mano, que Gerard no tocó. Para su crédito, se las arregló para soltar: "Es un gusto conocerte. Tengo que irme. Compras de última hora." Medio saltó, medio rodó fuera del sillón reclinable, pasando por encima del reposamanos para evitar el contacto con el diablo.

    "Oh. ¿Vas al centro comercial? Puedo llevarte, si quieres," se ofreció el diablo.

    "No. No, es que... quiero pasear. Adiós." No apartaba los ojos del diablo, lo cual hacía que Hector tuviera dificultades para mantener la cara seria.

    Gerard salió por la puerta en segundos. Pasaron cinco minutos completos antes de que Hector y el diablo dejaran de reír y recuperaran la capacidad de hablar.

    "No puedo creer que te haya dejado meterte con él."

    El diablo asintió. "Lo sé, es horrible, ¿verdad? Pero no me digas que no te encantó la expresión en su cara."

    "¿Has hecho esto antes?" Preguntó Hector.

    "¿Reírse de alguien mientras va de tripi? ¿Estás de broma? Soy el diablo. ¡A la mínima maldita oportunidad que tengo!" Ambos comenzaron a reír de nuevo.

    El año siguiente fue incluso mejor que el anterior. Hector aceptó un empleo en la tienda de videos justo cuando despegaba el negocio. Fue ascendido a gerente poco después. Y, mejor aún, conoció a Laurie.

    Laurie era uno de sus mejores clientes. Llegaba casi a diario para alquilar una vieja película de monstruos o de ciencia ficción. Ella le hacía preguntas sobre películas de las que él nunca había oído hablar y él se descubría fingiendo que las había visto, solo para tener algo de qué hablar con ella. Luego se descubrió llevándose películas a casa tan pronto como ella las devolvía. Y luego fueron películas que él pensaba que a ella le interesarían antes de que Laurie llegara a ellas.

    Pronto iban al cine una vez a la semana para ver películas antiguas en las sesiones de medianoche en cines que Hector no sabía que existían. ¿Eran citas acaso? Aquello era tan informal que él no estaba seguro. Después de pasar algunos meses, pensó estar preparado para hacer un movimiento, pero nunca tuvo la ocasión: ella se le adelantó y luego fueron pareja.

    “Me gusta mucho," le explicó Hector al diablo. "Un montón."

    El diablo sonrió. "Siempre es desalentador verte tan optimista," dijo amablemente. "Desalentador, pero... bueno," agregó con una sonrisa irónica. "Supongo que no llegaremos a un acuerdo este año."

    "No lo creo," dijo Hector. "Supongo que te veré el año que viene."

    Cuando llegó la siguiente Nochebuena, la decimosexta vez que se reunían, el diablo encontró a Hector paseando por un estacionamiento vacío, soplando en las manos ahuecadas para mantenerse caliente.

    "¡Hector! ¿Va todo bien?"

    "¡Oh, ey! Sí," se rió. "¡En realidad, todo va fantástico!"

    El diablo miró a su alrededor. "¿Dónde estamos? ¿Una gasolinera?"

    “El local se cerró hace unos años. Quería un lugar donde no se presentara nadie, ya sabes. ¿Recuerdas a Laurie? Te hablé de ella el año pasado. Nos hemos mudado juntos hace seis meses. El apartamento es bastante pequeño y las paredes son finas como el papel."

    El diablo asintió. "Eso suena a que todo va bien."

    "Sí," respondió Hector. “Muy, muy bien. Yo... ¿puedo mostrarte algo? Corrió hacia su coche estacionado, abrió la puerta del lado del pasajero y metió la mano. Abrió la guantera y sacó una cajita. Quitó la tapa y le mostró al diablo lo que había dentro.

    "Hector... a ella le va a encantar."

    “Ojalá pudiera pagar más, pero no creo que a ella le importe. ¿Crees que dirá que sí?"

    “Casi siempre dicen que sí," dijo el diablo.

    "Se lo voy a dar esta noche," dijo Hector cerrando la tapa de la cajita y devolviéndola a la guantera. "Pensé en esperar hasta mañana, pero creo que hoy es mejor."

    "Felicitaciones," dijo el diablo con una sonrisa.

    "Gracias," dijo Hector.

    Hablaron de varias cosas durante un tiempo: la creciente industria del video, las continuas tensiones diplomáticas entre el cielo y el infierno, política, libros que habían leído y quejas sobre los patrones de tráfico, tanto de Hector sobre la autopista como sobre el del cambio interdimensional del diablo. Finalmente, la conversación se fue agotando y el diablo dijo: "Debería irme, pero buena suerte esta noche."

    "Gracias," dijo Hector. "Lo siento, no hemos llegado a discutir lo de mi alma."

    “¡Oh, no pienses en nada de eso! Este año tienes cosas más importantes en mente. Lo retomaremos la próxima vez."

    "Si. Quiero pensarlo un poco más. Pero he estado pensando que podría querer hacer algo por la gente. Mi vida ha ido tan bien que quiero usarla para devolver algo. Quiero decir, si eso está permitido."

    "Por supuesto que está permitido. Es tu alma: puedes cambiarla por lo que te haga feliz. Para mucha gente, eso es caridad. Yo diría que casi el diez por ciento de los espíritus que compro se venden para beneficiar a los menos afortunados, al medio ambiente o a un ser querido. La semana pasada mismo ayudé a una encantadora ancianita a cambiar su alma para asegurar la supervivencia de su iglesia. Cosas así no son inusuales en absoluto."

    "Oh," dijo Hector un poco decepcionado. "Bueno, lo pensaré un poco para el próximo año."

    Al año siguiente, el interés de Hector por la filantropía se había evaporado. Cuando apareció el diablo, Hector estaba sentado en una pequeña oficina, leyendo una revista. "¡Hola!" dijo Hector dejando la revista sobre la mesa.

    El diablo miró por la habitación. Había cuadros en la pared, nada caro, pero todos enmarcados, y no había ni una lata vacía de cerveza o refresco a la vista. Él sonrió y dijo: "Te dije que ella diría que sí."

    Hector rió y le ofreció una silla con el respaldo abierto donde su cola pudiera colgar sin impedimentos.

    "Gracias," dijo el diablo sentándose. "Bueno, ¿y dónde está Laurie?"

    "En una fiesta en casa de su hermana," dijo Hector. "Le dije que la vería más tarde. Me meteré en problemas por llegar tarde, pero al menos me da una excusa para tener nuestra cita."

    “Me alegra que las cosas estén funcionando tan bien. ¿Sigues en la tienda de videos?"

    "Si. Va bastante bien. Aunque estoy empezando a creer que probablemente me vendría bien un cambio. Me vendría bien más dinero con el bebé en camino... "

    "¿Bebé?" preguntó el diablo sorprendido.

    Hector sonrió. Laurie está embarazada de tres meses. Esto da miedo, pero esto simplemente..." Se detuvo, buscando una palabra.

    “Lo cambia todo," dijo el diablo.

    "Si. Todo. ¿Tienes hijos?"

    "Oh, no. Nada de eso. Me hubiera gustado tener algunos, creo, pero es... es diferente para nosotros."

    "Perdón. No quise ser entrometido," dijo Hector.

    "No lo creas ni por un segundo," dijo el diablo. "No me importa hablar de eso. Todos, humanos, demonios, ángeles, tienen que conformarse con lo que se les da y con lo que podemos conseguir. Soy muy feliz, creo yo, considerando todo. Pero, si me arrepiento de algo, es de no poder tener hijos."

    "Es emocionante," dijo Hector. "No tengo ni idea de qué hacer. Es tan extraño. No sé qué tipo de pañales comprar ni adónde ir para saber algo sobre pañales. Luego está el nombre. Laurie quiere llamarlo Marvin si es un niño, en honor al escritor de comics que le gusta. Pero yo no quiero hacerle eso al niño. Hector ya era bastante malo, créeme. Estoy pensando en algo simple. Steve, Mike: algo así."

    "Estoy seguro de que eso se resolverá," dijo el diablo. "Estas cosas generalmente lo hacen."

    "Tal vez puedas ayudarme," dijo Hector. "Como he dicho, me vendría bien un mejor empleo."

    Negociaron durante un tiempo, pero aquel era un camino que ya habían recorrido antes. Cualquier trabajo que el diablo pudiera haberle cambiado tenía alguna salvedad: las horas lo habrían mantenido alejado de su familia, era demasiado tedioso o la paga no era lo bastante buena. Así que se separaron como lo habían hecho dieciséis veces antes.

    La escena en la oficina de Hector se mantuvo prácticamente sin cambios con respecto al año anterior, salvo que estaba un poco más desordenada. Hector, sin embargo, estaba muy cambiado. Se había recortado la barba y llevaba el pelo corto. Y había otra diferencia: no estaba solo. Acunado en los brazos de Hector había un bebé dormido.

    "Es hermoso," susurró el diablo de pie sobre el hombro de Hector. "Asumo que Laurie está descansando también."

    “Estaba exhausta. Le dije que vigilaría yo a Stan esta noche como regalo anticipado de Navidad." La voz de Hector también estaba apagada y mecía al bebé mientras hablaba.

    "Astuto," dijo el diablo.

    "Eso pensé," respondió Hector. “Estoy bien, puedo asistir a nuestra cita e incluso me da la oportunidad de alardear del bebé."

    "Debes de estar tan orgulloso," dijo el diablo.

    "De veras que sí. Entre Laurie y yo, creo que todos en la tienda de videos están hartos de las fotos y las historias. Pero eso no podría importarme menos: tengo una docena de rollos de película y uso cada uno de ellos por la mañana."

    El bebé empezó a agitarse. Abrió lentamente los ojos y miró al diablo. Por un momento se quedó quieto. Luego inclinó la cabeza, abrió la boca y comenzó a llorar.

    "Oh. Lo siento," dijo Hector. "De verdad." Levantó a Stan sobre su hombro, se puso de pie y luego comenzó a moverse, tratando de hacer que volviera a dormir.

    "No. Está bien," dijo el diablo. “Debería irme. No quiero asustar al chico."

    "De veras que lo siento," dijo Hector.

    "Tonterías. Hablaremos el año que viene," dijo el diablo antes de desaparecer en su forma habitual. Stan dejó de llorar, instantáneamente, encantado por los remolinos de humo y niebla que quedaron en lugar del diablo. Se rió hasta que los colores se desvanecieron, luego comenzó a llorar de nuevo.

    Las siguientes Vísperas de Navidad también transcurrieron sin incidentes. Siempre había algo que Hector deseaba: el primer año fue tener una casa; el siguiente, su propio negocio, pero nunca parecía interesado en cerrar el trato, aún cuando el diablo le hizo una oferta muy generosa para establecer su propia tienda de videos con el potencial de convertirse en una cadena. El corazón de Hector simplemente no estaba en la negociación, tal vez porque sospechaba que él terminaría consiguiendo estas cosas de todos modos, y con una buena razón: una promoción para él y un nuevo empleo para Laurie los puso en una casa antes de que Stan cumpliera los cuatro años. tal vez porque Hector estaba haciéndose mayor y empezaba a pensar más en el futuro después del futuro.

    Pero sobre todo parecía que la vida le había dado nuevas prioridades. La mayoría de siguientes visitas no se invirtieron en ofertas o tentadoras gangas: las monopolizaron las historias de Hector. Nunca volvió a traer a Stan con él, por supuesto, pero Hector siempre sacaba las fotos. Estas no eran del "año en que Hector quiso un nuevo hogar" ni del "año en que quiso ser su propio jefe," sino del "año en que Stan dio su primer paso" o del "año en que pronunció su primera palabra."

    El diablo, para su crédito, no presionó ni apresuró a Hector. Parecía contento con escuchar las historias y ver las fotos. Aún así hizo ofertas (habría sido negligente en sus deberes no hacerlo); de hecho, estuvo más cerca que nunca cuando sugirió casualmente a Hector considerar un fondo universitario por un año. Eso puso en marcha la negociación, con Hector sacando su calculadora para comprobar las tasas de interés. Muy pronto, el lote fue endulzado con promesas de admisión garantizada a ciertas escuelas. De hecho, si el diablo hubiera podido prometer Stanford, se habría ido con un pergamino firmado. Pero Stanford es una escuela difícil en la que ingresar y las contraofertas del diablo no eran lo bastante buenas. Parecía un detalle trivial, pero eso fue suficiente para descarrilar la discusión, al menos por el momento. Sin embargo, fue un progreso real, y el diablo se marchó animado en que esa línea pudiera conducir a una resolución. Volvería el próximo año después de pensar en opciones para endulzar un poco más el lote.

    Esa fue la vigésimo tercera Nochebuena que el diablo se encontró con Hector. Lo dejó en su estudio, una habitación amplia y limpia que contenía una máquina de escribir, un escritorio de roble y un tablero de anuncios donde Hector había fijado varios dibujos que Stan le había dado a lo largo de los años.

    Cuando regresó en el vigésimo cuarto año, se encontró con una escena muy diferente. La oficina de Hector estaba deordenada. Había papeles por todas partes, platos de comida a medio comer sobre su escritorio y el olor a alcohol prevalecía. La barba de Hector estaba hecha un desastre y tenía ojeras. Estaba sentado casi completamente inmóvil frente a una segunda silla.

    El diablo se sentó frente a él. Hector apenas lo reconoció. El diablo hizo una pausa. "¿Que pasó?" preguntó suavemente.

    Hector no parpadeó. "Él es... es..." sus ojos comenzaron a lagrimear, luego se mordió el labio inferior y apretó la mandíbula. "Si te ofreciera mi alma," dijo, "¿podrías devolverme a mi hijo?"

    El diablo abrió la boca pero no dijo nada. En cambio, la cerró un momento después, luego se volvió severo. Cerró los ojos y se concentró. Un momento después, abrió los ojos y puso una mano sobre el hombro de Hector.

    “Tenía que estar seguro," explicó. "Escúchame, Hector. Ahora estás en shock, pero lo entenderás más tarde. No puedo devolverte a tu hijo, de ninguna manera, porque su alma no está en mi poder."

    La resolución de Hector vaciló y su cabeza se desplomó sobre la mesa. No estaba llorando exactamente, pero estaba completamente agotado, completamente vacío.

    El diablo se puso en pie. Luego le dio unas suaves palmaditas en la espalda a Hector. “Lamento mucho tu pérdida," dijo.

    Hector no lo notó cuando se marchó.

    Estaba lloviendo en la última Nochebuena, el diablo vino a visitar a Hector. Era una lluvia lenta y fuerte, del tipo que reverbera cuando las gotas tamborilean en la unidad del aire acondicionado, del tipo que permea el aire y nada parece seco de verdad, ni siquiera por dentro.

    El diablo apareció como siempre en la oficina de Hector. Hector se había limpiado: su barba estaba más arreglada que nunca y vestía una bonita camisa con chaleco. Pero todavía parecía triste.

    "Hola," dijo Hector. "Me alegro de que pudieras venir." Tenía un par de vasos frente a él y una botella de whisky en la mano. Le quitó la tapa y se sirvió. Tomó uno para él y ofreció el otro al diablo. "Lo siento, no tengo nada más festivo," dijo.

    El diablo lo miró a los ojos. “Ah. Creo que veo. " Aceptó el vaso y tomó un sorbo. Luego se aclaró la garganta. “He tratado con decenas de miles de hombres a lo largo de los años. Quizá cientos de miles. Te haces una idea de las cosas en ese tiempo. Puedes sentir después de un tiempo cuando un trato está a punto de cerrarse o cuando va a fracasar de una vez por todas."

    Lo siento," dijo Hector. "Es solo que... nunca me importó mucho mi alma. En realidad nunca creí en el cielo. Quiero decir, ¿es una eternidad en las nubes mejor que en el fuego? Pensé mucho en eso después de conocerte."

    "Eres más inteligente que la mayoría de los que dedican su vida al tema," respondió el diablo.

    "Pero lo sé... sé que quiero volver a ver a mi hijo."

    El diablo sonrió. "Sé que quieres, Hector. Lamento que nunca hayamos llegado a un acuerdo, pero quiero que sepas que he disfrutado de estas reuniones. El tiempo bien empleado nunca es tiempo perdido, al diablo la parte comercial."

    El diablo extendió una mano, que Hector estrechó. Ambos lucían como si fueran a decir algo, pero ninguno lo hizo durante mucho tiempo. Hector no mencionó su matrimonio ni si pensó que sobreviviría. El diablo no mencionó ningún otro encuentro. Ninguno dijo nada sobre el clima, la política, el cine o la teología. Simplemente se sentaron juntos y se terminaron las bebidas. Hector se sirvió otra y le ofreció al diablo una segunda también, pero Satanás se negó.

    "Gracias, pero de verdad debería irme."

    "No volverás el año que viene, ¿verdad? Quiero decir, podríamos seguir reuniéndonos, solo para hablar."

    "Lo siento, pero no puedo. Hay... ” se interrumpió con un suspiro y una sonrisa. "Me temo que no puedo," dijo en su lugar. Dio un paso hacia el centro de la habitación y luego se volvió. "Oh. Hector. Antes de irme, hay una cosa. Debajo de tu árbol, cuando tengas la oportunidad. No es necesario esperar a mañana." Sonrió una última vez y se fue.

    Hector dio un sorbo a su copa antes de salir de su estudio. En la sala de estar, bajo el árbol de Navidad de plástico que Laurie había comprado el año en que Stan había nacido, había una caja larga y delgada que no había estado allí antes. En la tapa encontró una simple nota. La caligrafía era meticulosa: "No pienses en nada de eso, solo es un regalo de despedida de un viejo amigo."

    Dentro había un par de esquís plateados de fibra de vidrio.

FIN

11. Reliquias

    LA CAJA ERA DORADA, decorada con cintas de color blanco perla y cuentas de plata, muchas de las cuales se habían caído con los años. Teresa tomó un pañuelo y limpió algo del polvo acumulado del exterior.

    "Alice. Alice, querida," dijo ella. "Por favor, siéntate conmigo." Su hija se acercó y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas. "No querida. Arriba en el sofá." Teresa nunca levantaba la voz delante de su hija. Alice era especial. Ella era inteligente, pero siempre había habido algo diferente en la chica. Ella no veía el mundo de la misma manera que otros niños. Unos años antes, Teresa había llevado a Alice a ver a un antigua amiga suya que enseñaba psicología en la Universidad. No es autista, le había dicho su amiga con tono de disculpa. Al menos, yo no creo que lo sea. Deberías hacer que la revisara un terapeuta especializado en psicología del desarrollo. Teresa se lo había agradecido a su amiga, por las molestias. Por supuesto, si se hubiera podido permitir un psicólogo de verdad, no se habría molestado en acudir a una profesora asociada en primer lugar. Pero a diferencia de su amiga, ella no había ido a la escuela de posgrado y conseguido un buen empleo. No, Teresa había tomado el otro camino y se había casado justo después de graduarse. No importa cómo funcionó eso.

    Teresa sonrió a la niña, quien parecía a punto de perder el interés. "Hay algo que quiero mostrarte. Algo muy, muy especial. Esta caja lleva en nuestra familia durante mucho, mucho tiempo. Mi madre me la dio hace años. ¿Te acuerdas de tu abuela?"

    Alice negó con la cabeza.

    "Bueno. Si te digo la verdad, hay días en que yo tampoco la recuerdo muy bien. Pero eso es lo que tiene de especial esta caja. Cuando lo abro todos los años, es como si ella estuviera aquí conmigo." Teresa levantó la tapa despacio, revelando un interior forrado en terciopelo azul desvaído. En el interior había una docena de bombillas de vidrio de colores, cada una con un nombre pintado en letras doradas. "Todos en nuestra familia reciben una eventualmente." Con un cuidado excepcional, Teresa sacó la primera capa, revelando otra debajo. "¿Ves? Esta bombillita en blanco va a ser la mía. ¿Y ésta? Adivina de quién será ese nombre algún día." Miró a su hija, quien miraba fijamente las bombillas sin comprender.

    Teresa las dejó a un lado y por fin su hija alzó la vista. Su labio inferior temblaba un poco. "Mamá. No nos pongas ahí."

    Teresa no tuvo más opción que reír. “Cariño, todos en nuestra familia reciben una bombilla. No es nada malo. Es una tradición. Es algo que nos conecta con ellos."

    Alice se quedó mirando a su madre. Parecía querer discutir eso, pero no dijo nada.

    “Ahora bien. ¿Quieres ayudarme a colgarlas en el árbol?" Preguntó Teresa. Su hija todavía estaba sentada en silencio, así que llevó los primeras bombillas al árbol y comenzó a colgarlas. "Esta dice Albert. Albert era uno de los tíos de mi madre. Este es Lawrence. Para ser honesta, Alice, ni siquiera sé quién es, pero podemos buscarlo en los álbumes más tarde. Y esta, la que dice Pauline, era la madre de mi madre. ¿Sabes en qué la convierte eso, Alice? En tu..."

    El sonido de cristales rotos explotó detrás de ella y Teresa dio la vuelta en estado de shock al ver a su hija parada sobre los fragmentos de una bombilla. Una nube de polvo azulado se asentaba entre los pedazos rotos y Teresa jadeó. "Alice," dijo acercándose deprisa. "¿Por qué has hecho eso?"

    Pero Alice no quiso responder.

    Más tarde esa noche, Teresa metió a su hija en la cama. El castigo por el incidente había sido severo: una semana sin televisión, incluida esa noche. Alice se había perdido la película de Nochebuena.

    "Hola, cariño," dijo Teresa. Ella había llorado antes después de enviar a Alice a su habitación y se odiaba a sí misma por eso. Las bombillas, a pesar de su apego sentimental, eran solo cosas. Objetos, no personas. "Quería asegurarme de que estabas bien."

    Alice asintió, pero estaba mintiendo. Teresa siempre sabía cuándo su hija no era honesta con ella. "Cariño. Si estás dispuesto a hablar de ello, me gustaría saber por qué rompiste el adorno. ¿Fue un accidente?"

    Alice negó con la cabeza.

    "No lo creo. Ahora bien, sabes que los adornos son importantes para mí, ¿no?"

    Alice asintió.

    "Y entonces. ¿Que pasó?"

    Alice se mordió el labio inferior. Luego miró a su madre a los ojos. "Las oí," susurró. "¿No las oíste tú?"

    "¿Oíste a quién, querida?"

    Al principio, Alice no dijo nada. Sus ojos recorrieron la habitación, como esperando que apareciera algo. Luego, después de que pasó suficiente tiempo, dijo: "No son solo los nombres."

    “¿Qué nombres? ¿Los nombres de las bombillas? Cariño, esas son personas que están relacionadas contigo. Son... son familia."

    "Lo sé," dijo Alice. "Necesitan ayuda."

    “Nadie necesita tu ayuda. Estás imaginando cosas."

    Alice volvió a negar con la cabeza. "Están atrapados," dijo antes de enterrar la cabeza bajo las sábanas.

    Después de arropar a Alice, su madre se retiró escaleras abajo. Se sirvió un whisky y se derrumbó en el sofá, desde donde podía mirar el árbol. Todos los adornos estaban ahora, colgando maravillosamente, reflejando las luces multicolores y el oropel. Vio la que tenía el nombre de su madre en ella y, por un breve instante, creyó ver su rostro. Ella sonrió, maravillándose de la magia de la Navidad y los recuerdos, y pensó en la mujer que la había criado. Se preguntó si ella le habría dado tantos problemas como Alice.

    "No es probable," se rió terminando su whisky. Luego sacó los regalos de su hija del armario, echó media libra de dulces en las medias y se dirigió a la cama.

    Se despertó abruptamente sin saber qué la había asustado, pero segura de que algo andaba mal. Un momento después, escuchó un estrépito y luego otro. Saltó de la cama, salió corriendo de su dormitorio y empezó a bajar las escaleras. La habitación estaba parcialmente iluminada por las luces navideñas, pero por lo demás estaba oscura. "¡Alice!" ella gritó. "¡Basta!"

    Su hija estaba al pie del árbol rodeada de fragmentos de vidrio de media docena de bombillas rotas. Iba descalza y se había cortado. Había manchas de sangre en el suelo.

    Alice vio a su madre y tiró frenéticamente de la siguiente bombilla hacia abajo y la arrojó contra el suelo. Esta explotó hacia afuera dejando una nube de polvo azul. Teresa cargó por las escaleras mientras su hija bajaba otrad dos bombillas y las arrojaba junto a la última. Uno se rompió, la otra no. Alice no vaciló: pisoteó con fuerza la que quedaba. Hizo una mueca al alejarse, le goteaba sangre del pie, pero ella siguió adelante, agarró otra y la lanzó contra el suelo de madera.

    Teresa giró alrededor del poste al final de la barandilla. Pero luego se detuvo. Y la sangre brotó de su rostro cuando la nube de polvo de la bombilla que su hija acababa de romper se levantó y pasó frente a su rostro. Teresa cayó hacia atrás, llevándose una mano a la boca mientras la nube desaparecía frente a ella.

    Ella cayó contra el perchero y vio cómo su hija quitaba las bombillas restantes, una por una, y las destruía. Observó cómo las nubes azules salían de las cáscaras rotas y se desplazaban por la habitación. Algunas se desvanecieron atravesando las paredes o techos; otras simplemente se devanecieron en el aire.

    Ella quiso reír. O llorar. O gritar.

    Si hubiera mirado con más atención, ¿lo habría visto? Ella pensaba que era polvo. Algunos restos que habían quedado de su construcción décadas antes. Apenas le había dado un momento para considerarlo.

    Pero no era polvo. El polvo no se movía así. Y el polvo ciertamente no tenía rostro.

    Cuando hubo acabado, avanzó despacio hacia su hija, quien cojeó hacia ella. Cuando se encontraron, Teresa levantó a Alice para que ella no siguiera caminando con los pies cortados. Teresa estaba llorando ahora y le apartó el cabello a Alice del rostro. La niña estaba claramente sufriendo, pero principalmente parecía aliviada. Teresa empezó a tartamudear, pero Alice la interrumpió.

    "Ellos son libres ahora. Llevaban atrapados mucho, mucho tiempo, pero ahora son libres."

    Teresa miró los fragmentos en perplejo silencio. Cuando las había colgado, siempre había sentido una conexión con su familia. Como si su madre hubiera estado allí. Como si la Navidad fuese mágica y pudiese hacer que sucediera cualquier cosa.

    Quizá la Navidad era mágica. Pero no toda la magia es buena.

FIN

12. Muérdago

    HACE UN FRÍO QUE PELA, pero eso no impide que Patty salga por la puerta, copa de ponche de huevo en la mano, para saludar a cada recién llegado cuando entran. Wendel es el siguiente en aparecer, con el regalo apretado con fuerza (otra botella de vino envuelta en papel de aluminio verde metálico), y prácticamente se encuentra con Patty, quien lo detiene con una sonrisa irónica. "Wendel," dice apuntando hacia arriba. "Muérdago." Ella le agarra la corbata y le da un beso con sabor a alcohol endulzado, galletas de azúcar, albóndigas suecas (cortesía de Beth, que ha estado escuchando los saludos de Patty y puede que haya dicho algo poco halagador sobre su excompañera de habitación), bastones de caramelo, y un solo bocado del pastel de frutas de Jacob que a Patty había probado “solo para ver si es de verdad está tan malo como dicen” (para su decepción, no lo había estado).

    Wendel es pillado por sorpresa. Un hombre corpulento y calvo de unos treinta y tantos años, no está acostumbrado a este tipo de atención, especialmente de alguien como Patty, y se encuentra tartamudeando para seguir con alguna respuesta inteligente que no logra del todo. Una sirena suena en la distancia tras él y Francine hace una broma sobre un beso. Patty casi vuelve a caer en los brazos de Wendel riendo y se las arregla para contenerse, aunque una generosa porción de su ponche de huevo se derrama de la copa, volando por el aire para aterrizar en el centro del suéter verde y rojo de Wendel.

    "Oh. Esta bien. No te preocupes," dice Wendel innecesariamente; el evento ni siquiera ha merecido un pensamiento inicial en la cabeza de Patty. Ella ni se había dado cuenta.

    Wendel respira hondo para darle una tercera oportunidad, pero el destino no está de su lado. Jake lo aparta para presentarle a Karen, quien quizá sea más su tipo, de todos modos. Mientras tanto, Jon sirve ponche de huevo en otra copa. Lo llena hasta el borde y se lo pasa a Patty. Él se lo tiende, pero se lo retira cuando ella estira la mano.

    "Muérdago," le recuerda él arqueando las cejas.

    Ella arruga la nariz y le presiona el dedo en el centro del pecho. "Ya te has llevado tu beso," le recuerda.

    "Lo sé," responde Jon. "Pero yo no hago las reglas." Él le roba un beso mientras le entrega la bebida, cambiándola por la copa vacía de Patty. Cuando él se echa hacia atrás, Patty tose. "¿Tan malo es mi aliento?" pregunta él con humor.

    "No eres tú," dice Patty. "Es este aire, ¿sabes? Lo llevo sintiendo toda la tarde." Ella da un trago de la nueva copa.

    "Eso debería arreglarlo," dice Jon esforzándose por no parecer demasiado ansioso.

    "¿Cuántos de estas ha tenido?" le pregunta Beth a Karen, quien se ha estado arrepintiendo de ser la anfitriona de la fiesta desde que su esposo, Barry, se ha excusado porque no se sentía bien. Karen se encoge de hombros, sintiéndose menos protectora con Patty desde que ella había decidido unilateralmente que Barry no estaba exento de la ley del muérdago.

    Otro coche se detiene y suena el timbre. Patty abre la puerta y se decepciona al ver a Julia de pie frente a ella. "Jon," dice Patty agarrándole del brazo. "Te toca."

    Jon mira a Julia. "No creo que Julia quiera que..." comienza él expresando una reluctancia que no había mostrado por Francine o Melissa.

    "Es una regla," dice Patty dándole un golpe en el brazo. "Es... yo he leído algo de eso. Es un ritual pagano. Si no lo haces, la Navidad no llega. No querrás arruinar la Navidad, ¿verdad?

    "¿Puedo entrar?" Pregunta Julia aún en la puerta, justo antes de que Patty la agarre y prácticamente le choque la cabeza contra la de Jon. Detrás de ellos, las luces intermitentes de una ambulancia pintan la nieve con colores navideños.

    Jon hace su diligencia mientras Patty aplaude y Beth mira con incredulidad, lamentando ya haber cruzado los labios con Jon al llegar.

    Julia aparta a Jon y pone los ojos en blanco. Kyle se encoge de hombros inocentemente.

    "Es una regla," dice Patty de nuevo cuando Julia la mira.

    “El muérdago es venenoso," dice Julia antes e pasar empujando para conseguir algo de beber. Karen se encuentra con ella a mitad de camino.

    "¡Jules! ¡Me alegro de que hayas venido!" Ella lanza los brazos alrededor de su viejo amigo. "Pensé que Irene iba a venir contigo."

    “Y quería, pero la necesitaban en el hospital. Con todo eso ocurriendo, dijeron... "

    "¿Qué esta ocurriendo?" pregunta Wendel interrumpiendo la conversación. No está tanto interesado como aburrido.

    "Oh, ya sabes. ¿No has leído el periódico? ¿Sobre los pájaros?"

    "¡Oye!" grita Kyle desde el otro lado de la sala. "¡Deberíamos sacar los juegos!"

    "No," dice Karen, excusándose de Wendel y Julia. "Kyle, no estamos... esos son para más tarde." En la mente de Karen, "más tarde" significa "nunca," ya que espera que la fiesta se acabe en una hora. Si alguien saca el Twister, sabe que tendrá suerte si los echa de casa antes de las dos de la mañana. “Oh, Beth. Beth, cariño. Por favor, Apaga la televisión."

    Beth silencia el sonido pero la deja encendida. Hay un especial de noticias que va y viene entre imágenes de cuervos muertos y un hospital.

    Patty tose de nuevo, esta vez más fuerte.

    "¿Eh?," dice Wendel frotándose la garganta. Su mirada está fija en Patty, quien aún está tosiendo. Él está a punto de ir a su rescate, pero Jon se le adelanta y le ofrece un pañuelo verde del bolsillo. La gente como Jon siempre le vence, piensa Wendel.

    "¿Estás bien, nena?" pregunta él.

    "Estoy bien," dice Patty avergonzada. "Solo es el aire, ya sabes." Ella comienza a reír, pero la risa se desintegra en otro ataque de tos.

    Ahora que lo pienso, Wendel se está sintiendo un poco asá también. Se pregunta si podría estar cogiendo un resfriado. Mira por la habitación y decide que debe ser el clima: todos parecen un poco incómodos, como ha dicho Patty. Él da un brinco cuando oye algo golpeando contra el tejado.

    "¿Qué ha sido eso?" Pregunta Kyle.

    "¡Campanas de trineo!" dice Melissa tosiendo una vez.

    “Solo es lluvia," responde Karen dando un sorbo de su bebida y preguntándose cuántos de sus invitados están planeando quedarse a dormir en su sofá y si puede encontrar una forma educada de evitar que eso suceda. Lo último que quiere es despertar la mañana de Navidad con un puñado de invitados de resaca que se han quedado más tiempo del bienvenido.

    Patty todavía está tosiendo. Se controla después de un minuto. "Eeegh," dice alejándose el pañuelo de Jon de la cara. Este ahora es perfecto para las vacaciones, con una raya roja cruzando el verde.

    Todos excepto Kyle miran en silencio. Pero Kyle se dirige a la ventana. "No es lluvia," dice. "Es... son pájaros. Hay pájaros cayendo del cielo." Habla en voz baja, demasiado sorprendido para sentirse alarmado. "¿Es por el frío?"

    Jon retrocede ante Patty al ver el pañuelo, y algo le roza el pelo cuando da un paso atrás. Él se aparta aquello, como si fuera un insecto, pero solo es el muérdago que ahora se balancea sobre su cabeza. Abre la boca para decir algo, pero siente la garganta seca, quebradiza y agrietada. Intenta aclararla, pero solo sale como una tos. En el fondo de la boca, saborea gotas de sangre.

    En la distancia, las sirenas aúllan. La televisión, aún en silencio, muestra a hombres enmascarados correteando por un hospital ya lleno. La palabra "Pandemia" aparece en negras letras en negrita.

    Y el muérdago sigue meciéndose adelante y atrás, como el péndulo de un reloj que descuenta los segundos hacia la Navidad.

FIN

13. Leche, Galletas, Whisky

    ¿CÓMO sabes que el original es el original? Quiero decir, veintisiete años de centros comerciales, películas navideñas, anuncios de dulces y cosas similares, ¿cómo sabes que todos esos Papá Noel son falsos? La verdad es que simplemente lo sabes. Los ves allí con sus llamativos trajes rojos y sus estúpidos sombreros y, de un vistazo, sabes que son falsos. Hasta los niños lo saben. Puede que mientan al respecto, incluso a sí mismos, pero nadie se ha dejado engañar nunca por esos viejos pedos que traen a los grandes almacenes cada invierno. Porque en el fondo, todos lo sabemos. Podemos notar la diferencia entre un Papá Noel falso y uno real. Supongo que nunca pensé en ello cuando lo único que había visto eran decenas de imitaciones.

    Pero... Jesús. Entras en tu sala de estar en mitad de la noche de Nochebuena y te encuentras con un jovial gordinflón de traje rojo y mitones bañándose en un plato de galletas de avena espolvereada de chocolate y una botella de whisky abierta que te ha sobrado de la fiesta de Navidad y bueno... tienes que detenerte y reflexionar sobre ello.

    Desde el instante en que lo vi, supe que no se trataba de un ladrón ni un loco ni nada por el estilo. Este era el jodido Papá Noel en persona. La leyenda, el mito. El original.

    Algunos puntos. ¿Sabes de esos horribles y chillones disfraces que te mencioné antes? ¿Los que usan los farsantes? Si. Correcto. El sombrero, el abrigo. Nombra uno. El mismo rojo horriblemente brillante que ves en la televisión, excepto subido hasta el once. Allí estaba, el espíritu de la temporada, y parece que se acaba de caer de un cartel de refrescos.

    Pero olía, olía como si hubiera salido arrastrándose de una alcantarilla. Te lo aseguro, he estado en algunos bares bastante horribles en mis tiempos. Me he encontrado con algunos malolientes hijoputas, pero este tipo se llevaba la palma. Déjame ponerlo de esta manera: ¿alguna vez te paras y consideras que Papá Noel vuela por todo el mundo, a la velocidad de la luz o algo así, y todo el rato que lo hace está detrás de ocho renos?

    Yo tampoco. Hasta que, como dije, estuve allí delante de él.

    "Bueno. ¿No es este el pequeño Martin? Todo crecido. Rápido y siéntate." Su voz era profunda y un poco arrastrada. Me senté tan lejos de él como pude sin ser demasiado obvio. "¿Dónde está la esposa, Marty?"

    "Lauren, ella está... eh... está durmiendo. Fue...."

    "¿Fiesta loca?" Preguntó con sonrisa burlona. Sacudió la botella. “No quedaba mucho cuando llegué. Poco menos queda ahora. Espero que no te importe, pero es que estaba sobre la mesa." Golpeó la mesa de café de madera que contenía los restos de las galletas, así como una taza llena de leche. "Si está sobre la mesa, creo que es un juego limpio, ¿eh?"

    “Uh. Si. Yo... supongo."

    "Te diré algo, Martin. Parece que tienes algo en mente. ¿Por qué no compartes con el querido Papi Noel lo que te está intrigando?" Dio otro trago de whisky. La botella estaba casi vacía ahora.

    "No es nada," dije.

    "Venga ya. Sácalo todo."

    "De acuerdo. Es decir, ¿qué diablos es esto?"

    El gordo volvió a reír. “Solo me tomo un descanso, Martin. Espero que no sea mucho pedir."

    "No. Claro que no. Es que... estás borracho."

    "Y tu esposa también, Marty. A menos que mis muy experimentados sentidos me engañen, tú también ha tomado unas copas esta noche, ¿no es así? ¿Y por qué coño no ibas a hacerlo? ¡Es Navidad!"

    "Está bien, pero... eres Papá Noel. ¿Qué harías si un niño te viera así?"

    Papá Noel se inclinó hacia mí con una sarcástica sonrisa rosa de mejilla a mejilla. “Esto podría sorprenderte. Incluso podría conmocionarte. Pero resulta que en los más de mil años que he llevo entregando regalos a los niños del mundo, he tomado un par de copas en el pasado. Y, de hecho, un niño me vio una vez. Y el mundo ha seguido girando sobre su maldito eje. El niño me ve, les muestro una sonrisa, les paso un juguete extra y un bastón de caramelo y les mando a la cama. No tiene importancia."

    "Pero ¿no deberías, ya sabes, dar ejemplo y todo eso?"

    "Oh. Ya lo capto. Esto es genial. Estás cabreado porque no soy lo que esperabas. Por no estar a la altura de tus expectativas. ¿Es eso, Marty?

    "Bueno..."

    "No no. Tienes razón. Quiero decir, lamento ser una decepción para ti," dijo Papá Noel señalando torpemente con gruesos mitones negros. "Mira, Marty. Lamento seguir impactándote así, pero tú tampoco estás cumpliendo exactamente con las expectativas. ¿Recuerdas... recuerdas cuando tenías siete años? ¿Un avioncito? ¿Rojo? ¿Recuerdas eso?"

    "Ah, ya. Supongo."

    "Bueno. ¿Y recuerdas por qué te lo regalé? ¿Eh?"

    "No lo sé. ¿Porque me gustaban los aviones?

    Papá Noel comenzó a reír más fuerte, con profundas carcajadas. No esa mierda de ho-ho-ho de la televisión: esta era la risa que oyes en los bares de los camioneros. “¿me gustaban los aviones? ¿ME GUSTABAN LOS AVIONES?" Estaba claro que el viejo ya no se reía. “¡Ibas a ser piloto cuando crecieras! ¿Qué diablos te pasó, Marty? ¿Encontraste tu verdadera vocación reparando equipos de oficina? ¿Decidiste, al diablo con el cielo, prefiero vadear en tóner hasta el culo? ¿Crees que se hacen solos esos aviones de juguete? Uno de mis elfos tardó tres días en terminar ese chisme. Supongo que debería haberte regalado una resma de papel de ordenador y ahorrarle el dolor de cabeza."

    "¿Me estás tomando el pelo? Yo era un niño. No tenía ni idea lo que significaba ser piloto. No sabía lo que significaba la vida ni lo que quería de ella en realidad."

    "Ya. Dime algo. Ahora que eres mayor y lo tienes todo resuelto, ¿cómo te va? En serio. En una escala del uno al diez. ¿Como te va?"

    "No lo sé. Tengo un empleo. Eso es algo en esta economía. Y una familia. Un buen chaval. Así que puedes irte al infierno, viejo. No lo estoy haciendo tan mal."

    "¿Es así, Marty? ¿Es así? Como yo lo veo, apenas ves a tu hijo, ¿verdad?"

    "¿Y? Trabajo muchas horas."

    "Tonterías. Sales a las cinco y estás en el bar a las cinco y cuarto. ¿Cuánto tiempo esperas mantener esa familia de la que está tan orgulloso si siguen así las cosas?"

    "¿Que se supone que significa eso?" Le pregunté.

    "Ya sabes lo que significa."

    El hijo de puta se estaba pasando de la raya. "Vete a la mierda. Yo nunca he engañado a Lauren. Nunca."

    Papá Noel sonrió. Fue una gran sonrisa. Perversa. “Supongo que eso te convierte en un verdadero santo, ¿verdad? Has sido fiel a tu esposa. Ni siquiera lo has pensado mucho, ¿verdad?" Luego metió la mano en el bolsillo y sacó una libreta. La abrió. "Está claro que no eres el tipo de tipo que se abordó a una rubia estudiante de posgrado en el pub Morrin's el 16 de noviembre a las ocho cuarenta y siete, después de decir a su esposa..." Giró hacia atrás la página. "que salía para buscar una espacial para su hijo."

    "¿Cómo has...?"

    Hizo un gesto hacia sí mismo y puso los ojos en blanco. "¿Con quién diablos crees que estás hablando? Yo sé mierdas."

    “De acuerdo,” dije disculpándome. "Correcto. Pero no pasó nada."

    Cerró su libreta. "Si. Como he dicho, ya lo sé." Terminó el whisky y dejó la botella vacía. Luego se puso en pie y se estiró. Levantó el saco que estaba detrás del sofá y lo abrió. Buscó dentro y sacó una caja envuelta en papel rojo y verde.

    "¿Qué es esto?" Le pregunté.

    "Es una nave espacial de juguete, Marty. Para tu hijo. Debo de haber olvidado la tarjeta. ¿Por qué no me escribes tú una?"

    "Yo... mira... gracias."

    "Lo que tú digas. ¿Te importa si uso el baño antes de salir? Ah, y no te preocupes por que conduzca en mi estado. Los renos hacen todo el trabajo, de todos modos."

    "Oh. Bueno. Si. Oye. Lamento haber perdido la calma. Siento..."

    “Eras un buen chico, Marty. Ahora tienes uno. No arruines eso."

    Él se fue después de eso. Me costó un infierno intentar explicarle lo del cuarto de baño a Lauren a la mañana siguiente; olió durante meses allí dentro. Pero... creo que ahora soy una mejor persona. No soy perfecto. A veces sigo saliendo después del trabajo, pero no siempre. Y nunca más me he acercado a nadie. Ni aunque quisiera, pues ahora lo entiendo. Entiendo el verdadero significado de la Navidad. Es un recordatorio: él siempre está vigilando.

    Eso fue hace cinco años y cada Nochebuena desde entonces, he hecho lo que hago esta noche: llevar los regalos temprano y acostarme antes de las diez. Porque no quiero volver a ver a ese viejo bastardo mientras viva, no me importa cuánto le deba.

    Pero, justo antes de subir las escaleras, siempre hago una cosa extra. Dejo una botella de whisky al lado de la leche y las galletas, porque en realidad le debo mucho. Y, a veces, me pregunto si en realidad él está haciendo lo que quería hacer en la vida. Me pregunto si tal vez no habría sido más feliz con una familia propia o, diablos, tal vez un empleo arreglando impresoras.

    Mierda, no lo sé. Pero sé que le gusta una copa de vez en cuando. Y es Navidad, después de todo.

FIN

14. Encorvado

    "LO HE ESTADO diciendo, Bob. Lo he estado diciendo durante seis años. Desde que me mudé a Elbington."

    El suelo tiembla un poquito, como si pasara un camión. Pero miras a un lado de la Ruta 81 y hacia el otro, y no hay ni una bendita cosa. Ni un faro a tu izquierda ni una luz trasera a tu derecha. Y sabes perfectamente que no hay otra carretera al este de Milford que pueda contener un camión con más de dos ejes.

    "Se lo dije a Trev la semana pasada en la Tienda General de Jones, cuando él estaba todo en plan «Feliz Navidad». Le dije a Trev que estaba malgastando saliva. Que no habría nada alegre esta vez."

    Hay silencio durante un segundo, luego escuchas el susurro. Sales del porche de Stanley para echar un vistazo a tu alrededor. No hay nada durante un segundo, pero el susurro se hace más fuerte. Entonces miras hacia arriba. Casi lo confundes con una nube al principio, pero eso no es una nube. Es una bandada de pájaros, pero no se parece a ninguna bandada que hayas visto. Hay cuervos allá arriba, palomas, gaviotas... todos volando juntos. Todos en la misma dirección.

    "No sé cuántas veces. He dicho que Elbington celebra con demasiado ruido. Demasiadas Navidades, dije. Me han llamado Scrooge más veces de las que puedo contar. Me han llamado Grinch. Peores cosas también. Pero solo dije, adelante y espera. Tú me oíste decir eso, Bob. Me oíste advertirles. Ninguno de ellos quiso escuchar. Ni siquiera tú, pero tú fuiste civilizado. Y eso cuenta algo."

    Hay un sonido como el de árboles doblados por el viento. Pero esta noche no hay viento. El aire está quieto como el agua en un lago helado. Muerto como las hojas en diciembre.

    “Sabes lo que he estado diciendo, Bob. He estado diciendo que el vertedero está demasiado abarrotado. La gente decía que yo estaba loco. Decía que todavía hay mucho espacio. Pero yo no dije que estuviera lleno. Ni una sola vez dije eso. Dije que estaba abarrotado de gente."

    Los pájaros se han ido ahora. Solo silencio durante un minuto. Luego, el sonido de aleteo de nuevo. Viene desde el vertedero.

    “Estaba abarrotado mucho antes de que llegara la basura. Abarrotado antes de Elbington fuese Elbington. Alguien con un sentido del humor enfermizo puso ese vertedero allí, Bob. Alguien que no respetaba el pasado. Alguien que pensó que los muertos permanecerían muertos."

    Algo cruje, se parte. Se astillan, se hace pedazos. Chocando, golpeando, explotando.

    "Suena como el puente, ¿eh, Bob? Ese es el asunto con los muertos. Los pones en el suelo, los muertos son realmente basura. Uno y lo mismo. Basura en descomposición enterrada bajo tierra. ¿Cuánto has pensado en eso? ¿Alguna vez te detienes a considerar eso? Si dejas basura allí el tiempo suficiente, se convierte en otra cosa. Crece y se junta."

    Hay algo en el aire. Algo horrible. Puedes olerlo derramándose. Como huevos podridos y peces muertos, basura en un día de verano.

    "Piénsalo. Mil árboles de plástico. Un millón de bombillas rotas y adornos rajados. Piensa en todo ese oropel y guirnaldas. Adornos de césped inflados que estallaron. Galletas de nueces que se rompieron y medias rasgadas. Luego coronas, abetos, flores de pascua muertas. Millas de papel de regalo. Millas y millas de ella. Todo tirado encima, junto con Dios sabe cuántas casitas de jengibre y pasteles de frutas. ¿Y qué hay debajo? Mil almas, muertas hace mucho tiempo. Así que te pregunto, Bob, ¿qué tienen todos en común? ¿Qué significa todo esto?"

    Esta noche no hay mucha luz de luna. No más que una astilla. Pero es suficiente. La forma está más allá de la descripción, más allá del sentido o el significado. Es un montículo. Un monton. Un gigante encorvado y pesado de noventa metros de altura.

    “Quiere ser recordado. Quiere volver. Mira, se los dije. Se los dije a todos, Bob. Dije que no podías seguir apilándolo así. Me oíste advertirles, Bob. Todos estos años dije, eso volverá hasta nosotros."

    El montículo avanzó. ¿Tiene pies? ¿Piernas? No puedes saberlo. El suelo tiembla más que antes. Ahora está más cerca.

    "Echa un vistazo, Bob. Ya pasó la Navidad, vuelve a casa en Elbington. Justo a tiempo para celebrar con todos nosotros."

    En lo alto de su masa imposiblemente grande, en la punta de lo que podría ser una cabeza, se distingue una forma familiar: un árbol de Navidad, probablemente artificial, tembloroso.

FIN

15. El camino a casa

    "¿ESTÁS BROMEANDO, VERDAD? ¿Sabes que hora es?" Mark estaba frenético, lo que no estaba facilitando su conducción a través de la tormenta. Su teléfono móvil estaba sujeto entre la oreja y el hombro mientras él agarraba el volante con ambas manos. En el otro extremo de la línea, su ex esposa estaba igualmente estresada.

    “Sí, Mark. Ya sé que hora es. Y estoy segura de que estoy arruinando tus planes de pasar la Nochebuena en un bar. Pero ahora mismo, necesito que des un paso adelante y seas un padre para Tom."

    "Así que ahora soy el padre de Tom de nuevo," dijo Mark. Lo lamentó tan pronto como lo dijo, pero ya era demasiado tarde. Se encogió esperando lo peor, pero Patricia solo suspiró.

    "Mira. El hermano de Jerry ha vuelto al hospital y... creo que sería mejor que Tom no estuviera aquí en caso de que las cosas empeoren. Sé que es mucho pedir con poca antelación, pero esto nos ha pillado a todos por sorpresa."

    "Lo... mira. Yo... quiero decir, por supuesto, le llevaré. Es que no me esperaba esto. No tengo la cena de Navidad lista ni nada. Demonios, ni siquiera tengo un árbol."

    "Me aseguraré de que Tom coma antes de llevarlp. ¿Es suficiente una hora?"

    Mark miró el reloj del salpicadero de su camioneta. Seis cuarenta y cinco. "Una hora está bien. Compraré algunas galletas o algo en la tienda 24 horas. Quiero decir, hay que tener galletas, ¿no?"

    "No te preocupes por eso. Podemos enviar algunas cosas con Tom. Dulces, su calcetín y todo eso. Tampoco es que vayamos a necesitar eso aquí. Sin embargo, si tienes la oportunidad, consigue un árbol. A él le encanta decorarlo."

    "Está bien," respondió Mark. "Dile a Jerry que espero que su hermano se mejore y todo eso."

    "Bueno. Me pasaré en una hora." Ella colgó abruptamente y Mark lanzó el teléfono móvil sobre el asiento del pasajero vacío.

    "¡Maldición!" gritó. Su camioneta avanzó a toda velocidad. "¿Dónde diablos voy a encontrar un árbol de Navidad en Nochebuena?" se preguntó a sí mismo. A modo de respuesta, tomó la ruta 242 y aceleró hacia la Tienda General. Habían tenido un puñado a la venta frente a la tienda durante todo el mes.

    Incluso mientras aceleraba, tardó cinco minutos en llegar a la tienda. El lote estaba completamente vacío. Dio una vuelta en U en medio de la carretera y se dirigió al siguiente local en el que podía pensar. Un granjero de la 77 siempre llevaba un puesto durante las vacaciones. Mark no sabía desde dónde los enviaban, pero supuso que el tipo probablemente ganaba más con los árboles en un mes que los otros cultivos que vendía el resto del año.

    Se detuvo y encontró el puesto cerrado. Pudo ver un puñado de árboles allí, fuera de su alcance. Miró la casa del granjero. Todas las luces estaban apagadas.

    Mark consideró seriamente escalar la cerca antes de notar que no podría volver a cruzarla con un árbol. Si hubiera tenido unos alicates, habría cortado la cadena y dejado una nota. Pero no lo tenía.

    Sin embargo, sí tenía un hacha.

    La idea de cortar tu propio árbol siempre parece mejor antes de intentar encontrar uno que pueda pasar por una de las variedades modificadas genéticamente y preparadas con precisión fabricadas para las fiestas. Mark condujo por una carretera secundaria tras otra, rodando lentamente y mirando los árboles a lo largo de la carretera. Ninguno de los pinos que vio se parecía ni remotamente a nada que su hijo reconociera como un árbol de Navidad, excepto un puñado que crecía en el césped delantero de la gente.

    Mark estaba a punto de darse por vencido cuando lo vio. Un árbol solitario en mitad de un pequeño cementerio ubicado al costado de una carretera vacía. Era uno de esos viejos y pequeños cementerios que depredaban el pavimento que conducía hacia el mismo. Solo unas pocas docenas de parcelas. El tipo de cementerio donde nadie nuevo había sido enterrado en décadas, tal vez incluso cien años, y las lápidas casi se han desgastado hasta convertirse en tabletas lisas.

    No había nadie alrededor; tampoco casas. Mark bajó de la camioneta llevándose el hacha con él. Se acercó al árbol para echarle un vistazo. No era tan perfecto como el que obtendrías de un puesto, pero que le condenaran si no servía en un apuro. Tenía la altura adecuada, las ramas estaban llenas por todos lados y parecía bastante saludable.

    Mark echó otro vistazo para asegurarse de que no hubiera faros en la calle, no pudo ver ninguno. Tampoco podía oír ningún motor ni la nieve rechinando bajo los neumáticos. Volvió a mirar el árbol y las lápidas. "Voy a ir al infierno por esto," dijo encogiéndose de hombros. Levantó el hacha.

    Pero antes de que pudiera atacar, una ráfaga de viento lo golpeó. Era un viento helado, amargo y plagado de aguanieve, y le dio en la cara. Bajó el hacha, tosió y se secó el hielo de los ojos. Volvió a levantar el hacha y sucedió lo mismo.

    "¡Ahhh!" gruñó. Luego agitó los brazos para que mantener la sangre fluyendo. "Jesús. Maldita tormenta." No se sentía bien, pero ¿qué parte de robar un árbol de un cementerio lo hace? Consideró renunciar a ello y tratar de encontrar otro puesto, pero un vistazo a su reloj cerró esa vía de pensamiento. Eran las siete y veinte y estaba a diez minutos de casa. Su margen casi había desaparecido: si quería que su hijo tuviera una Navidad, esta era la única forma.

    Encaró el viento y balanceó los brazos. El hacha golpeó con un "TUD" reverberante. Fue lo bastante fuerte como para hacer que Mark saltara un poco. Miró a su alrededor para asegurarse de que seguía sin haber nadie que lo hubiera escuchado, pero estaba a salvo. Así que dio otro golpe. Y un tercero.

    En poco tiempo, el árbol se derrumbó. Mark agarró el tronco y lo arrastró hasta la camioneta tan rápido como pudo. Luego lo subió atrás. Lanzó el hacha al lado, se subió delante y puso en marcha el camión. Ni siquiera esperó a que el parabrisas terminara de descongelarse antes de ponerlo en marcha y darle un poco de gasolina.

    Estaba temblando por el frío y por el miedo a que lo atraparan. No estaba seguro de cuál era el castigo por algo así, pero parecía el tipo de cosa que podría conllevar una pena ridículamente excesiva. ¿Mil dólares? ¿Tres meses tras las rejas? En su limitada experiencia, así era como parecían funcionar los tribunales.

    Entonces vio algo por el rabillo del ojo. El descongelador había alejado el vaho del parabrisas, pero donde había estado quedaba una palabra: "Ladrón."

    Pisó los frenos y el camión se detuvo con un chirrido. La palabra era inconfundible. Las letras eran blancas y escarchadas. Mark se quedó mirando la palabra. ¿Podría haber estado alguien con él en el cementerio? ¿Podrían haber hecho esto mientras estaba cortando el árbol? Había estado tan seguro de que estaba solo, pero ¿y si estaba equivocado? Podrían estar llamando a la policía ahora mismo, dándoles el número de matrícula de Mark.

    No. Eso era una estúpidez. Nadie había estado allí. Nadie. Tal vez era una especie de broma o algo así. Quizá alguien lo había escrito con el dedo en su parabrisas hacía horas y no había aparecido hasta ahora. Una parte de él supo que esto también era incorrecto, que ninguna explicación explicaba que la palabra se congelara así. Pero una gran parte simplemente lo aceptó, porque no había nada más que hacer.

    Quitó el pie del freno y lo volvió a poner en el acelerador. Se estaba haciendo tarde y tendría que darse prisa si quería llegar antes de que llegara su exesposa. Una lección sobre llegar tarde y hacerlos esperar en el frío era lo último que necesitaba.

    Miró por el espejo retrovisor sintiendo de pronto como si hubiera alguien detrás de él, pero no había nada más que la oscuridad de la noche. Continuó, luego miró de nuevo. Un par de ojos, naranja brillante, le devolvieron la mirada.

    Mark gritó y pisó el freno. Se dio la vuelta y miró. Nada ahí. Nada en absoluto. Nada más que el árbol que yacía en la parte trasera de su camioneta.

    "Jesús. Mis ojos. Tienen que ser mis ojos jugandome una mala pasada," dijo Mark en voz alta. Se creía a sí mismo, porque tenía que hacerlo. ¿Qué otra cosa podía haber hecho?

    Encendió el camión, pero lo tomó con calma. Ahora miraba regularmente por el espejo retrovisor, pero no apareció nada. "Ladrón" también se había derretido de su parabrisas, por lo que no quedaba nada. Sin señal, sin indicación. Continuó conduciendo hacia la tormenta.

    "Profanador," silbó el viento al pasar por su ventana.

    "No," dijo en voz alta. Al diablo con esto. Al diablo con los sonidos errantes y las palabras inexplicables y los trucos visuales. Al diablo con todo.

    Luego en sus faros delanteros. Apareció una forma en sus faros delanteros. Era un hombre envuelto en una túnica larga. Estaba directamente frente a él; sólo a unos pocos pasos. Mark frenó de golpe y dio un volantazo hacia la derecha. Pero no fue lo bastante rápido.

    La forma se disolvió en nieve cuando la camioneta de Mark pasó a través de ella. Pero al hacerlo, chilló como un ave de presa. El sonido no había sido un truco del viento, y la forma no había estado sin más en la mente de Mark.

    Mark gritó cuando su camioneta se desvió de la carretera y entró en un terreno embarrado. Se detuvo y se quedó allí sentado, con los faros apuntando hacia adelante. Mark miró fijamente la luz blanca, la nieve que caía. Una forma bailaba más allá de los faros. Una voz gritó en la distancia. "Intruso. Ladrón. Profanador." Luego, más cerca: “¡Intruso! ¡Ladrón! ¡Profanador!"

    A Mark se le aceleró el corazón. Estaba sudando y se pasó una mano por la cara. Luego estiró el brazo y abrió la puerta.

    "¡Lo capto!" gritó entrando en el campo. "De acuerdo. ¿Bien? ¡La fastidié!"

    La voz retumbó como un trueno en el viento. "¡Ladrón!" Pero no venía del viento ni del cielo: venía del árbol. Así que Mark se volvió para dirigirse al árbol.

    "Si. Lo capto. No debería haberte cortado. Estás... estás poseído. Porque estabas..."

    “Yo era el guardián de la tumba. Y pagarás un precio terrible."

    "Bueno. Lo siento. Dime qué quieres. ¿Quieres que te lleve de regreso a ese cementerio? ¿Eso lo arreglará esto?"

    “Lo que has hecho no se puede deshacer. Conocerás mi ira esta noche," gritó la voz.

    Mark miró fijamente al árbol por un momento. "¿Sabes qué? No."

    “Realizaré una terrible venganza," dijo el árbol.

    “De acuerdo, pero no esta noche. Mira. Mi hijo va a venir esta noche. Y es Nochebuena."

    "Su destino ha de ser el tuyo."

    "Ahora... ahora la has liado! Como te metas con mi hijo, como le des una pesadilla o algo, te juro por DIOS que mañana volveré a ese maldito cementerio y destrozaré hasta la última lápida. ¿Me oyes?" Ahora estaba a solo un paso del árbol, gritando y metiendo el dedo en sus ramas. "Voy a... voy a romper esas piedras y a mearme en las tumbas. ¿Es eso lo que quieres?"

    El viento se levantó. Cayó aguanieve, pesado y rápido. Le arañaba la cara a Mark.

    ¿Eso es todo? ¿Es esa tu gran y terrible venganza?"

    "Aún no has..."

    "¡No me importa! ¿De acuerdo? No me importa un poco de aguanieve o viento o lo que sea. ¡Solo quiero darle a mi hijo una Navidad medio decente!"

    "Has profanado un lugar sagrado," dijo la voz, aunque ahora era más suave. Más silencioso. Casi asustado. "Debes ser castigado."

    "De acuerdo. Pues... pues arreglemos algo, ¿de acuerdo? Pero, esta noche, solo esta noche, ¿puedes aplazarlo? Te pondré donde quieras. Al costado de la carretera, algún bosque, de vuelta al cementerio... donde sea. Pero necesito que dejes a mi hijo en paz."

    Hubo un momento de silencio, salvo el hielo que se agrieta y los sonidos del viento en las ramas de los árboles lejanos.

    "¿Y bien? ¿Tenemos un trato o no?" Preguntó Mark.

    “Puedes colocarme en tus aposentos,” dijo la voz.

    "¿Quieres decir, como un árbol de Navidad?"

    "Como pretendías hacerlo."

    "¿Y no te meterás con mi hijo?"

    “Mantendré nuestro pacto. Pero debes jurar que nunca dañarás las tumbas que estaban bajo mi cuidado."

    "Si. Sí, por supuesto. Lo prometo. ¿Estamos bien ahora?"

    No había nada más que los sonidos de la tormenta y el bosque. Mark asintió y volvió a subir a la camioneta. La puso marcha atrás, se retiró a la carretera y se dirigió a casa.

    El espíritu del árbol cumplió su promesa. Después de Navidad, cuando el hijo de Mark se fue a casa, las amenazas y maldiciones comenzaron de nuevo. "Ladrón," "Profanador," "Intruso," "Execrador" y una serie de otros insultos aparecieron en las ventanas de la casa de Mark. Finalmente, aproximadamente una semana después de Navidad, la voz gritó: "Llévame al bosque y entiérrame."

    Mark hizo lo que le dijo, aunque no fue fácil romper el suelo helado. Se las arregló, y los disturbios se detuvieron por un tiempo. Luego, con la primavera, comenzaron de nuevo, más suaves que antes. Mark salió al lugar donde había enterrado el árbol y descubrió un árbol joven asomándo. Estaba seco, así que volvió y lo regó.

    "Serás castigado," susurró el árbol, aunque parecía algo inseguro.

    "Lo sé," respondió Mark. "Tú solo... avísame si necesitas algo."

    Sacó de la biblioteca algunos libros sobre el cuidado de los árboles y siguió las instrucciones lo mejor que pudo. Finalmente, el árbol ya no necesitaba su ayuda, pero él continuó visitándolo para revisarlo. A veces, el árbol lo amenazaba; otras veces no.

    La siguiente Nochebuena, regresó y se sentó junto al árbol diminuto. "Estaba pensando," dijo Mark. "Me preguntaba si querías que te llevara al cementerio."

    "Mi cargo perdura en mi ausencia." El árbol sonaba un poco triste.

    "Si. No creo que haya mucha gente por ahí entrando en un cementerio. Quiero decir, creo que ahora es seguro. Pero, si alguna vez quieres volver, dímelo y te moveré.

    El árbol no respondió, por lo que Mark se quedó sentado un rato, por si quería compañía.

FIN

16. Hielo en las plumas

    RL PUENTE DE TOBY NO se llama el Puente de Toby, al menos no oficialmente. Se llama de otra forma. A nadie le importa un bledo cómo sea porque está en la tierra de Toby. Sí, bueno, en realidad no es su puente. Es el puente de la ciudad. El puente de la ciudad, la carretera de la ciudad y todo eso. Río de la ciudad. Pero todo a su alrededor: el bosque que atraviesa la carretera, el viejo molino (que no ha estado en funcionamiento en veinte años), el pantano... todo eso es realmente de Toby. A la gente de Renville le gusta llamar a Toby el hombre rico más pobre de Estados Unidos. Podría haber algo cierto en eso. Solo podría.

    El de Toby es uno de esos viejos puentes cubiertos. Robusto, de buena estructura y todo eso. Ya no los hacen así hoy en día. No en Renville, al menos. Todo el mundo quiere puentes sobre los que puedan pasar dos coches a la vez. Por la condenada prisa, supongo.

    Como si yo pudiera hablar. La nieve cae más rápido de lo que los malditos limpiaparabrisas pueden limpiarla. No es inteligente, lo sé, acelerar en una tormenta de madrugada. Buena forma de añadir otro obituario el lunes.

    Pero conozco estos caminos bien como cualquiera. Cuando eres sheriff en una ciudad como Renville, conoces todas las carreteras, no importa el clima. Llevo en este trabajo quince años. Antes de eso, trabajé en homicidios en Nueva York. También era bueno, pero después de un tiempo te cansas de los cuerpos. Entonces, o es el escritorio u otra cosa. Nunca me gistaron mucho los escritorios.

    Decidí establecerme. Lugar agradable y tranquilo donde la gente es buena. Por supuesto, no existe tal lugar. No de verdad. La gente de Renville engaña, roba y pelea. Un hombre de cada tres bebe demasiado y apuesto a que la mitad de ellos pegan a sus esposas. A mi modo de ver, hay una diferencia entre la mayor parte de esta ciudad y los asesinos que solía perseguir: la gente de Renville generalmente no se mata entre sí. Simplemente no llegan tan lejos. No es tan reconfortante como podrías pensar: solo significa que los peores de ellos permanecen tanto fuera de la cárcel como del cementerio. Simplemente se demoran.

    Por supuesto, cuando alguien muere, es un circo. El pueblo entero se entera en unas horas. La gente irrumpe en la comisaría exigiendo respuestas. Y que Dios te ayude si es un asesinato. Cuando Joe Caringer le disparó a Buck Smith hace seis años, tuvimos gente parada en la iglesia proclamando que el fin de los días se nos echaba encima.

    Por supuesto, Joe tuvo la decencia común de matar a Buck a mediados de octubre. Esto (sea lo que sea) ha tenido que ocurrir en Nochebuena. En medio de una tormenta de nieve. El único lado positivo que puedo encontrar es que la noticia no debería difundirse durante unos días. La tienda de campo está cerrada hasta el 26 y Maggie ha cerrado el restaurante hasta dos días antes de Año Nuevo.

    No puedo imaginar que eso sea un gran consuelo para mi ayudante, quien ya debería estar en la granja. Por supuesto, tener a James en la escena no es un gran consuelo para mí: el tipo es el hombre más tonto con el que he trabajado. Lo cual es en buena parte por qué no malgasto mi tiempo. Dale a James veinte minutos y tocará cada maldita cosa en el área, moverá las pruebas en una pila y se quedará allí sonriendo como si fuera un maldito genio.

    Reduzco la velocidad cuando llego a la Carretera #4 del Condado. Como el infierno. La Carretera de Toby. Es tierra de aquí en adelante de todos modos. Hay unas buenos quince centímetros de nieve sobre el suelo y cada minuto se acumula más. Lleva algo de tiempo, el puente está a media milla por la carretera, pero llego sin ningún problema. Estaciono detrás de la camioneta de James y él está allí para recibirme antes de que mi puerta se abra.

    "Kip," dice. "No vas a creer esto." Está pálido, salvo por una nariz que se ha puesto rosada. Parece asustado y emocionado al mismo tiempo.

    "Tranquilo," le digo. "¿Le conoces?"

    "¿Conocer a quién?" Pregunta James.

    "El cuerpo. Stacy llamó, dijo que había un cuerpo."

    "Oh. No, es... no es así. Ni siquiera es...," su voz se apaga.

    "¿No es como qué, James?" Le estoy gritando ahora, pero a veces tienes que ser así con él.

    "Tienes que verlo tú," dice James. Luego me hace señas para que le siga y se apresura hacia el puente. Paso su camioneta y veo a Toby dentro con el motor en marcha. Está envuelto en una manta y tiritando. Asiento, pero él solo me devuelve la mirada.

    Me apresuro a ver de qué trata tanto condenado jaleo. Lo que veo me tiene tan pálido como James.

    "Humano," susurro. No estoy seguro de por qué lo digo en voz alta. Es lo que James estaba a punto de decir hace un minuto, y supongo que solo necesito oírlo terminado. Ni siquiera es humano.

    "Es un ángel, ¿no?" Pregunta James en voz baja. "Quiero decir. Nunca pensé...."

    Escuchar a James tartamudear como un niño pequeño podría ser lo único que me impida hacer lo mismo. Pero me devuelve a la realidad o, al menos, lo que queda de ella. Sin embargo, por lo que puedo ver, eso es exactamente lo que es. Un ángel muerto tendido en el suelo, con la cabeza aplastada en su mayor parte. Dos alas blancas debajo de su forma doblada. Las alas tienen hielo en las plumas. Como una versión gigante de algún maldito adorno colgado de un árbol.

    "¿Que ha ocurrido? ¿Estaba tumbado aquí?"

    "Si. No. Quiero decir, estaba aquí cuando yo llegué, pero Toby lo encontró en el río y nos llamó.

    Envío a James a buscar un palo de tamaño decente mientras voy a ver a Toby. Abro la puerta y lo encuentro mojado y tiritando. El calor se está escapando, así que entro y cierro la puerta detrás de mí. "¿Que ha ocurrido?" Pregunto.

    “Yo estaba aquí fuera, a dar un paseo. Miré abajo en el agua y... y vi a alguien allí. Solo un cuerpo, flotando. Corrí, entré y empecé a sacarlo. Pensé... pensé que tal vez estaba inconsciente hasta que lo agarré. Tenía unas cosas en la espalda. Pensé que me estaba volviendo loco por el frío. Dios, Kip. Me dolía mucho, como si me ardieran las piernas. ¿No es eso extraño? Ardiendo por el frío. No sé, pero parecía así."

    "Tranquilo. Has pasado por muchas cosas."

    “Tenía... tenía alas. No dejaba de frotarme los ojos esperando a que desaparecieran. Pero simplemente permanecían allí. Lo arrastré hasta el puente. Tenía miedo de que se volviera a caer al agua si lo dejaba en la orilla y me lavaba. Luego corrí a casa, llamé a la comisaría."

    "¿Qué hacías aquí fuera sin el camión?"

    "Sólo voy a dar un paseo," dice Toby. Pero no parecía interesado en mirarme a los ojos, así que volví a preguntar. "No es nada. Yo solo... las vacaciones y todo. Me sentía encerrado en ese lugar solo. Pensé que un poco de aire fresco me vendría bien."

    "¿En medio de una tormenta?" Le pregunto.

    "Yo... mira. Es la verdad. Quiero decir. En su mayor parte. No quisse... "

    "Necesito toda la historia," digo. "Mira, Toby, te conozco desde hace mucho tiempo y sé que eres un buen hombre. Si esto fuera otra cosa, diablos, si ese fuese el cuerpo de un ser humano, asentiría y dejaría pasar esto. Pero, siendo las cosas como están, lo necesito todo."

    Toby se seca una lágrima del ojo. "Desde que se fue Gretchen, he estado deprimido. Lo sabes, ¿no es así, Kip?

    "Sería difícil para cualquier hombre," digo.

    "Bueno, no pensé que pudiera pasar la Navidad solo. Entonces. No lo sé. Iba a pensar en algunas cosas."

    "Ibas a saltar."

    "No lo sé, Kip. He estado en ese puente muchas veces. Lo pensé más de una vez."

    "Está bien. Quiero decir, tendré que ponerte en contacto con algunas personas, pero podemos ser discretos. Lo siento por presionar, pero tenía que entenderlo. Este... va a ser demasiado grande." Le doy una palmada en el hombro y salgo de la camioneta para atender a James.

    "¿Esto es lo bastante bueno?" Me entrega una rama.

    Es de abedul y es lo bastante largo. Lo pruebo para asegurarme de que sea resistente y luego asiento. "Buen trabajo, James." Luego vuelvo al cuerpo.

    "¿Qué vas a hacer" Pregunta James mientras pongo la rama bajo la espalda del ángel.

    Empujo hacia arriba lentamente. "Tengo que saberlo," digo. "Tengo que asegurarme de que no se están pegadas, de que no sean falsas, antes de llamar a alguien."

    Desafortunadamente, las alas son reales. Además, aprendo algo más: están gravemente cortadas. Hay cortes gemelos separados un metro de distancia. Bastante profundos también. Corro de regreso a la camioneta de Jame, abro la puerta y asomo la cabeza. "¿Le pasó algo al ángel mientras lo levantabas?" Toby niega con la cabeza. Le doy las gracias y cierro la puerta.

    "Esto ha sido asesinato, ¿no?" Pregunta James. "Alguien mató a ese ángel."

    "No lo sé," le respondo. "Pero preferiría tener algo que decirle a la oficina cuando lleguen. Pásame tu linterna." James hace lo que le dicen y yo salgo del puente y me dirijo a la orilla. Enciendo la luz hasta encontrar lo que estoy buscando: una sección rota en la cubierta del puente.

    "¿Que ocurrió ahi?" Pregunta James.

    "Ocurrió el ángel," digo. "Mientras caía. Chocó por detrás. Quizá fue un accidente, quizá no. Nunca lo sabremos. Es imposible que sepamos nunca cómo se rompió las alas, Dios sabe lo alto que estaba cuando sucedió. Cayó con fuerza sobre el puente. Quizá ya estaba muerto. Si no, eso selló el trato. Luego resbaló, cayó al río y se atascó cerca de la orilla donde lo encontró Toby."

    “Pero ¿qué le ocurrió? Quiero decir, ¿crees que fue un avión?"

    "¿Un avion? Si hubiera chocado contra un avión, sería un bicho en un maldito parabrisas. No, esto no lo hizo un avión."

    "Entonces, ¿qué?"

    "¿Qué si no? Los cortes en la espalda estaban separados por metro y medio. Casi con certeza metal. Sólo una maldita cosa podría haber sido," le digo. "Lo atropelló un trineo."

FIN

17. La Navidad conquista el universo

    LA ALMIRANTE BELLE SAMSON subió al ascensor, café en mano. Una pequeña imagen holográfica verde del Blitzen-6 apareció ante ella. El hueco del ascensor estaba resaltado en rojo y ella se movió hacia el puente y preparó su café mientras comenzaba a acelerar hacia arriba.

    "¿Le gustaría a la almirante ver el informe del capitán Yuleson sobre el estado de la Reina Acicalada?" La voz de la computadora era clara y enérgica, como siempre.

    "No. No, gracias," dijo Samson soplando en el café. Luego sacó un frasco del bolsillo del abrigo y agregó una modesta cantidad de Crema Irlandesa.

    Una luz parpadeó mientras ella guardaba el frasco. "Aviso. Va contra las regulaciones que un oficial al mando consuma... "

    Con un movimiento de su mano, silenció la computadora. Luego, equilibrando la taza sobre un pasamanos, sacó una nuez y un microplano de otro bolsillo del abrigo. Una vez que hubo rallado una pequeña cantidad en su café, los reemplazó también. Se llevó la taza a la nariz e inhaló el aroma. Dijo tres breves oraciones antes de beber: una a Jesucristo, portador de la Navidad, otra a Papá Noel, primer santo de la festividad y una tercera a San Y'rldrip Clp'ort, el Urfrim criado por humanos que regresó a su mundo natal como adulto para difundir el evangelio de la Navidad a su pueblo.

    Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Samson se quedó completamente quieta. Se aclaró la garganta para llamar la atención de uno de los cabos que estaba cerca. El hombre se puso firme y gritó: "¡Almirante en cubierta!"

    El puente, que estaba lleno de personal comprobando instrumentos y trazando vectores, se quedó de repente en silencio.

    "Descansen," dijo ella satisfecha. "Comandante. ¿Cuál es nuestro estado? ¿Llegaremos hasta Thurkli a tiempo?

    “Sí, señor," respondió el comandante Scott Thimbletin. "Estaremos allí dentro de tres horas."

    "Bien," respondió la almirante Samson. "¿Sabemos a quién enviará Thurkli?"

    "Inteligencia indica que utilizarán a Lopin para que lidere la flota," dijo el Comandante. "Puede que crean que no estará usted dispuesta a disparar contra su nave."

    "Si es así, están muy equivocados. Lopin era un buen estudiante, pero yo reconozco mi deber."

    "Por supuesto, señor. Cratchit y la Reina Acicalada informan que están excediendo las estimaciones de eficiencia."

    "No es de extrañar," dijo Belle Samson. "Yuleson dirige la Reina, y estoy segura de que le gustaría que ella destaque. Yo me preguntaría qué iría mal si su nave funcionara a los niveles que él nos había presentado. ¿Cómo le va al Recuperador?"

    “Queda detrás," dijo Thimbletin. “No están seguros de llegar a tiempo para la volea inicial. Suponiendo que las cosas vayan de esa manera, por supuesto."

    Belle Samson tomó asiento y se aclaró la garganta. “Comandante, los Thurkli se han negado a reconocer la Doctrina Jintilli desde sus inicios. Sinceramente, dudo que vayan a cambiar de idea ahora. Nadie debería tener ningún concepto erróneo sobre cómo se desarrollará esto. Es probable que hoy perdamos vidas, posiblemente naves. Quizá esta nave, pero a menos que los Thurkli tengan algo inesperado bajo la manga, las doctrinas de la Verdadera Navidad se extenderán a este sector hoy."

    Hubo una ronda de aplausos, al menos de las especies que tenían manos, pero Samson se preguntó si verdaderamente estaban poniendo sus corazones en ello. El puente estaba lleno de los mejores y más brillantes graduados de las mejores universidades en una docena de mundos, pero menos de la mitad había estado en combate real. Se preguntó si estaban asustados o emocionados. Esperaba que fuera lo primero: al menos se estarían preparando para lo que se avecinaba.

    Uno de los tenientes habló. "Almirante. Los sensores de largo alcance solo detectan una nave."

    Samson sonrió. "No. Es la maniobra Hilgazzi. Lopin mantiene sus naves juntas para enmascarar su tamaño."

    “Pero, señor... eso no tiene sentido. Tendrá que extender su flota si espera que funcione el bloqueo. Además, nuestros instrumentos podrán detectar la diferencia una vez que estemos más cerca. Los sensores han mejorado mucho desde la época de Hilgazzi."

    “Lopin no está intentando engañarnos. Escribió un artículo sobre la batalla de Pormire. Le puse una B, según recuerdo."

    "Señor. Los patrones acaban de cambiar. Ellos son... tiene razón. Hay al menos una docena de naves volando juntas."

    “Lo sé, teniente. Mantenga el rumbo, pero dígale al Cratchit que tire siete grados a babor."

    "Sí, señor."

    El comandante Thimbletin se acercó a su silla. "¿Qué significa eso?"

    "Nada," respondió Samson. “El cambio de formación no tiene relevancia para Pormire. Aunque le dará a Lopin algo en lo que pensar." Se sentó erguida y habló más alto: “¿Cómo están los preparativos de munición? Queremos que los misiles estén listos en cuanto lleguemos al espacio normal."

    "Sí, señor."

    Satisfecha, la almirante Samson se reclinó en su silla y examinó a la tripulación del puente. Venían de toda la galaxia y todos se habían ofrecido como voluntarios para estar aquí en Nochebuena, para asegurarse de que la alegría navideña se extendiera por Thurklin. Miró al par de Igjilti que manejaban su consola con sus antenas. Eran originarios de Virgo-9, un planeta que había celebrado la Navidad durante ochocientos años, ya que la cuarta venida de Jesús correspondía con la tercera resurrección de San Papá Noel en su sector. Junto a ellos estaba sentado un Uip, una raza con cabezas que casi se parecían a los renos terrestres (el parecido se había acelerado a lo largo de su conversión al cristianismo hacía un siglo). La costumbre de la kilp sacrificial, una reliquia de un festival de invierno de la época pagana, incluso se había incorporado en la Tierra, donde varios tipos de peces eran sustituidos por la criatura anfibia voladora.

    Algunas de estas razas habían estado en guerra hacía solo unas pocas generaciones: de hecho, más de unas pocas habían estado en guerra con la Unión Aliada de la Tierra. Pero, al final, ganó la buena voluntad. Rebelión tras rebelión inútil había caído, y la galaxia se unió. Porque eso es lo que hace la Navidad: une a las personas, sin importar sus diferencias.

    A lo largo de la Vía Láctea, la Navidad se celebraría en un día, con una excepción: Thurklin, el único mundo civilizado avanzado que aún se aferraba a la Herejía Steiniana. Nadie sabía cuántos devotos navideños residían en Thurklin y se les impedía reconocer el día sagrado del Universo debido a leyes retrógradas y malas interpretaciones de textos antiguos.

    Pero eso cambiaría hoy. Mañana, la gente de Thurklin podría celebrarla en paz. Y si la historia era un indicador, algunos aspectos de su cultura algún día serían absorbidos por las celebraciones ocurridas en todas las estrellas.

    Los tenientes anunciaron varias actualizaciones de su flota, junto con informes de última hora sobre escaneos de movimientos enemigos a medida que se acercaban. Finalmente, salieron de la deformación espaciotemporal y entraron en el espacio normal. En ese momento, la flota Thurklin había formado un bloqueo. Sus escudos, al igual que los del Blitzen-6, se levantaron.

    Una luz parpadeó en azul. Antes de que uno de los oficiales pudiera reportar la transmisión, Samson dijo “Holograma," y una imagen de Carlos Lopin apareció en el centro de su puente. "Saludos de temporada," dijo Sampson.

    “No tienen jurisdicción aquí," dijo Lopin. "En nombre de la República Thurklin, se les ordena que abandonen este sector del espacio inmediatamente."

    “Eso no será posible," respondió la almirante Samson. "En nombre de la Unión Aliada de la Tierra, se le ordena que baje los escudos y regrese a la superficie para el desarme."

    Lopin se aclaró la garganta. “No respondemos ante la Unión ni ante sus líderes fanáticos."

    "Le voy a dar un consejo," dijo Samson. “No le conviene esta pelea. Mañana es Navidad. Ríndase y pásela con su familia."

    Lopin se rió. “Mañana es la mitad de la primavera en la única sección habitada de Thurklin. Celebramos la Navidad hace tres meses."

    "La Navidad solo llega una vez al año," dijo Samson con calma. “Y comienza a medianoche del 25 de diciembre, hora terrestre. Estándar del Este."

    "La galaxia es un lugar grande," respondió Lopin secamente. “Cada mundo debería reconocerla en el momento relativo. Y nuestro mundo preferiría no celebrarla una vez cada dos años y cuarto."

    "La Herejía Steiniana fue refutada hace un siglo," respondió Samson. "Y a Thurklin ya no se le permitirá evitar que los Navidarianos la celebren en el momento ordenado."

    "Sería difícil encontrar un Navidariano no relativista vivo en Thurklin," dijo Lopin con frialdad.

    "Más crímenes por los que su gobierno deberá responder."

    Con un gesto, Lopin ordenó finalizar la comunicación. La almirante Samson, todavía tranquila, miró a la tripulación del puente. "Prepárense para la llegada y díganle a la flota que se mueva. Concentren el fuego en su nave insignia y comiencen aproximación."

    Las dos flotas se movieron juntas como amantes bajo el muérdago. Con una andanada de misiles, se alcanzaron la una a la otra.

FIN

18. La sexta duela

    Londres, 1894

    HUBO UNA BRISA a través de la puerta cuando Timothy la cerró de golpe e hizo camino por el vestíbulo. Anduvo lentamente, con intención, sin dejar que su pierna débil se arrastrara hacia atrás, sino forzándola en un arco natural. Era viejo, pero no estaba lisiado, ni tenía estómago para la compasión. Un hombre una vez llamó cojo a Timothy pensando que no podía oírlo y recibió una patada en la espinilla con tanta fuerza que cojeó durante una semana. A Timothy le fue peor: la patada le dejó desequilibrado tres días y hubo de pasar un mes antes de que él pudiera moverse con naturalidad de nuevo, pero el mensaje había sido enviado.

    Timothy rió burlonamente ante el retrato de su esposa colgado sobre la chimenea. Ella misma había encargado la pintura, un regalo de una Navidad lejana. Que lo hubiera encargado con el dinero de él no había significado nada para ella. Nunca había caminado por la Tierra una mujer más acostumbrada a la comodidad y a la riqueza. Nunca había conocido una noche fría de invierno, una estufa yerma, un plato vacío. Nunca había conocido una enfermedad que no fuese tratada, nunca una mañana de Navidad sin regalos.

    Y, sin embargo, apelaba al dinero de Timothy en nombre de los pobres. ¡Los pobres! ¡Ja! ¿Qué sabía ella de la pobreza? ¿Qué sabía ninguno de ellos? Los hombres de traje que habían venido a pedir limosna en Nochebuena, los que estaban en las esquinas, incluso los que Timothy llamaban "amigos." Los nacidos para consolar siempre suplicaban en nombre de los pobres. A él no le interesaba mucho ninguno de ellos, ni en este día ni en ningún otro.

    Eran de un mundo diferente, estos hombres y mujeres privilegiados. ¿Quiénes eran para sermonearlo sobre la pobreza? Timothy, quien había pasado los primeros años de su vida en las garras de esta antes de encontrar un benefactor, quien había trabajado y luchado y abierto camino por la vida hasta que tuvo los medios para levantarse. Quien vivió la enfermedad y el dolor y una pierna que parecía tener la intención de arrastrarlo a una tumba temprana.

    Él no podía soportarlo, nada de eso. Así que echó a los trabajadores de la caridad y, en cuanto a su esposa, la envió a la casa de su padre en el campo para ahorrarse los problemas de su compañía esta Navidad. Deja que moleste al anciano por los regalos. Que le pida un ganso de la cartera, cocinado por sus sirvientes.

    Si hubiera sido por Timothy, él estaría trabajando hasta el día siguiente al menos. Y, ¿por qué no dependía de él? ¿Qué derecho tenían sus empleados, aquellos de cuyas fiestas él era benefactor, a exigir este día libre? ¿Qué hacía que la Navidad fuese diferente a otros días?

    Se dirigió a un armario empotrado donde guardaba una botella de fino whisky, el mejor que había traído, y se sirvió un vaso. "Por la Navidad," brindó.

    Tan pronto como hubo devuelto la botella a su estante, un frío calló sobre la habitación. Bebió un sorbo de whisky, descartando el frío como un cambio en el clima. ¿Qué le importaba un poco de frío? Cuando era niño, había conocido el verdadero frío, la carencia. Esto no era nada.

    Al principio cuestionó su propia audición. Luego comenzó a pensar que afuera había villancicos, tal vez haciendo sonar campanas. Pero no, el ruido era real y estaba cerca. Era el rechinar del metal contra metal y provenía del interior de su propia casa.

    Tan rápido como pudo, Timothy comenzó a moverse hacia la puerta, hacia el sonido. Alguien había entrado a por su dinero o plata. No lo conseguirían sin luchar. Alcanzó el pomo de la puerta, pero se detuvo al ver que la mano se retiraba hacia atrás. O más bien, había una mano como la niebla iluminada por la luna que atravesaba la madera hacia él. Él se apartó, ahora asustado, cuando la mano se convirtió en un brazo, lastrado por las cadenas. Aún así este venía dando abalanzándose hacia adelante, tirando de un gran peso detrás de él.

    Para cuando la aparición logró atravesar la puerta, Timothy había caído en su silla. Se empujaba hacia atrás, pero no podía encontrar la fuerza para ponerse en pie.

    La aparición habló. “Tim. Tim Cratchit."

    No había animosidad en la voz del espectro. En todo caso, Timothy sintió una oleada de lástima en el estómago. Habían pasado años desde la última vez que sintió tanta compasión y quedó superado por una sensación de nostalgia. Ahora, cuando el espectro se enfocó, Timothy entornó los ojos y reconoció la forma que tenía delante.

    “¿Ebenezer? ¿Eres tú, viejo amigo?

    El espectro asintió. "Sí. Soy yo. O tal vez parte de mí. Los gusanos se llevaron la mejor mitad, apuesto, pero el resto... sí, soy Ebenezer Scrooge." Se quedó allí, cansado, luchando contra el peso de sus cadenas mientras estas pellizcaban y desgarraban su cuerpo espectral.

    Timothy miró su copa y entornó los ojos, y esto divirtió al espíritu. "No, Tim. No soy una gota de vino o un trozo de carne sin digerir. Soy real y vengo a advertirte. ¿Te acuerdas de cuando eras niño, Tim, te acuerdas de la Navidad en la que yo cambié?

    "Sí," respondió Timothy. “Todavía cuentan historias de eso. De la mañana de Navidad en que tú... "

    “El día que Scrooge perdió el sentido, quieres decir. No analices palabras, Tim. Los muertos escuchan el parloteo de los vivos. Sé lo que dicen de mí. Sé... lo que tú has dicho, Tim Cratchit." Pareció triste por un instante, pero levantó la mano cuando Timothy intentó hablar. “No, está bien. No he cruzado la frontera entre las tierras de la vida y la muerte para pedir disculpas. Como he dicho, estoy aquí para advertirte, para que puedas evitar mi destino. Recuerda lo que pasó."

    "Le diste un aumento a mi padre y donaste a la caridad. Pagaste mis facturas médicas y mis estudios. Hubo... preguntas... sobre tu cordura."

    El espíritu rió disimuladamente. “No estaba loco, creo, pero estaba cerca. Lo que no sabes, aunque me temo que pronto sabrás, es lo que ocurrió esa Nochebuena. Tim. Tal como te visito yo ahora, me visitó a mí un hombre que hube conocido. El viejo Jacob Marley. ¿Recuerdas ese nombre?" Timothy negó con la cabeza y Scrooge continuó. "No, supongo que no. En vida, había sido mi socio. Vino ante mí encadenado. Cadenas como estas." Sacudió los eslabones. “Me dijo que iban a venir los tres espíritus, el de la Navidad pasada, presente y futura. Me dijo que vendrían a ayudarme a cambiar mis costumbres, antes de que fuese demasiado tarde. Que si continuaba por el camino por el que estaba, quedaría encadenado para siempre. Pero dijo que aún había tiempo. Que era hora de cambiar, de salvarme a mí mismo, si tan sólo pudiera aprender a amar a mi prójimo y mantener la Navidad conmigo."

    El espíritu de Ebenezer rió malicionamente. "Me mintio. Sí, todos lo hicieron. Estas cadenas se forjan durante toda una vida de malas acciones. Elllos querían que pensara que unos años de bien equilibrarían la balanza, que mi alma podría recuperarse. Pero ya era demasiado tarde para eso, demasiado tarde, y ellos no estuvieron ahí para ayudarme. Vinieron a engañarme para que ayudara a los demás. Los pobres. Los enfermos. Sí, a ti también. Pero no me arrepiento de eso. Siempre me gustaste, Tim. Puede que lamente lo demás, pero no lo que hice por ti."

    Timothy se puso en pie por fin y terminó el resto de su bebida. “Trabajo con whisky estos días," dijo. "Si quieres, si puedes, quiero decir..."

    "No. Ojalá pudiera, pero esa parte de mí, la parte que podría comer y beber, es la parte que no está ante ti. Pero no te abstengas por mi cuenta."

    Timothy regresó a su escritorio y se sirvió otro vaso. "¿Debo entender que estos espíritus, estos fantasmas navideños, vendrán por mí, entonces?"

    "Siempre astuto, Tim, incluso de niño. Sí, me temo que así es. Quieren tu dinero, como querían el mío. Quieren que mueras en la pobreza, como lo hice yo, apartado de las comodidades que te has ganado."

    "¿Y tu parte en todo esto?"

    Scrooge sonrió. “Yo tenía que hacer de su Marley para convencerte de que solo necesitabas escucharles para evitar mi destino. Pero les engañé, Tim. Sí, les engañé bien. Lo que sea que te muestren, lo que veas esta noche, es mentira. Es posible que te muestren a los que has amado, a los que te preocupan. Pueden mostrarte lápidas y sombras. No les hagas caso, es un truco. Vienen en nombre de las heces de la humanidad, de los que están en las alcantarillas y de los que pertenecen a las prisiones, no vienen por tu propio bien."

    Timothy asintió. "Gracias. Pero tengo que preguntar. ¿Hay alguna forma de evitar tu destino?"

    "No, Tim. Hace veinte años, quizá hubo tiempo. Pero no vienen a nosotros cuando hay tiempo, cuando no tenemos nada que puedan usar. Esperan hasta que hayamos vendido nuestras almas por dinero y propiedades. Luego vienen a estafarnos esas ganancias. Lo siento, pero aprendí por las malas que un alma no puede ser recuperada. Puedes empeñarla por oro, pero no se puede volver a comprar. El único consuelo que puedo ofrecerte es este: aférrate con fuerza a ese oro mientras puedas y disfruta del placer que puedas en su uso. No te dejes engañar como yo. "

    Su asunto concluido, el fantasma se fue como había llegado, pasando sin esfuerzo a través de la puerta cerrada. Timothy se estremeció al verlo. En vida, Scrooge había sido como un segundo padre para él, y le dolía ver tan abatido el espíritu del hombre. Se enojó. Que vengan estos espíritus, se burló, recuperando su viejo bastón de la esquina. Lo golpeó contra su palma y se deleitó con la fuerza de su mordisco. Que vengan y traten de tomar lo que era de él por derecho.

FIN

19. El Carnaval de Papá Noel

    "¡ATENCIÓN! ¡La Marcha del Padre de la Navidad de esta noche se ha cancelado debido al clima! ¡La Nochebuena está cancelada! ¡Una vez más, la marcha y el carnaval han sido cancelados! ” gritó el hombre su noticia a través de un megáfono desde la parte trasera de un carruaje de acero al pasar lentamente junto a lo que quedaba de la Fábrica de Hilos Tildrick, condenada después de un incendio seis años antes. Desde el tejado, una niña corría por un camino de tablas y cajas que marcaban áreas con poca probabilidad de colapsar. Un mosaico de agujeros a cada lado demostró la importancia de esta precaución. El camino terminaba en el agujero más grande, donde se había apoyado una escalera contra el borde. Ella lo agarró y comenzó a bajar.

    Había media docena de niños cerca del principio de las escaleras, la mayoría de su edad. Ella los ignoró y se lanzó hacia la pared del fondo, donde encontró a su hermana mayor.

    "Casset," dijo, sin aliento de tanto correr. "Los hombres afuera... dijeron... está cancelado. Dijeron... sin Navidad... "

    Casset abrazó a su hermana. “Lo escuché, Gael. Lo escuché, pero tienes que entender, dicen eso todos los años. Lo siento. Solo quieren que bajemos la guardia, que seamos presas fáciles para los hombres Kramp."

    La alegría en el rostro de Gael desapareció y se aferró a su hermana. "¿Estaremos a salvo aquí?"

    "No," dijo Casset. "No, no creo que lo estemos." Ella confiaba en que el apavorante exterior de la fábrica mantuviera alejados a los hombres Kramp otro año más, pero había visto a hombres jóvenes con portapapeles fuera del edificio en horas impares. Lo había estado pensando y ahora estaba casi segura de que asaltarían el edificio. "Tenemos que movernos."

    "¿Deberíamos decírselo a los demás?"

    Casset no lo dudó. "No." Eso fue tener corazón frío, pero era necesario. Los otros niños las seguirían y llamarían la atención si intentaban moverse todos juntos. "Encuéntrame atrás en quince minutos. Si alguien te pregunta, vas a buscar agua."

    Gael asintió y se alejó. Casset fue a recoger sus pocas posesiones de valor: un puñado de monedas que había estado recolectando, una llave inglesa y un solo pendiente, las últimas cosas de su madre que había logrado conservar después de la muerte de sus padres. Dejó ropa de cama, macetas y otros artículos esenciales. Se sintió incómoda al abandonar los artículos que iban a necesitar, pero sería bastante fácil reemplazarlos si no podían regresar. Estaba a punto de haber un excedente de tales cosas en toda la ciudad.

    Casset se encontró con su hermana en el callejón detrás de la fábrica abandonada. Comenzaron sin hablar y permanecieron juntas. Un hombre en el suelo las miró a ambas, pero ellas se apresuraron a pasar. Una vez que estuvieron lejos de la fábrica, Gael preguntó por qué no habían advertido a los demás. Casset trató de explicarlo, pero su hermana no pareció entender. Al final, ella simplemente dijo: "Es más seguro de esta manera."

    Era media tarde cuando llegaron a la Puerta del Oeste. Casset había esperado que pudieran pasar a escondidas y encontrar un lugar para esperar la noche en el campo, pero de un vistazo pudo ver que la salida estaba demasiado bien vigilada. Ella podría haber sido capaz de pasar, pero nunca se las arreglaría con su hermana: serían arrestadas seguro y enviadas al orfanato.

    En cambio, se dirigieron de regreso a la ciudad, girando hacia el Sur hacia los muelles del río donde Casset solía recolectar mariscos que se caían de los carros mientras los sacaban de los barcos. Había otros niños reuniendo lo que podían antes de correr a las casas que tenían. Casset estaba lo bastante desesperada como para preguntarles a algunos si tenían un lugar donde ellas pudieran quedarse, pero todos la rechazaron. Después de un tiempo, comenzó a hacer otra pregunta: "¿Conocéis a Club?"

    Club había sido un huérfano como Casset y Gael, pero tenía catorce años, la edad suficiente para no tener que preocuparse por la Nochebuena o los hombres Kramp. Casset lo conoció cuando él era Winston Hadleigh. Pero la regla en el Distrito Sur es que adoptas un nuevo nombre cuando matas a un hombre por violar la ley. Casset dudaba que Club hubiera matado a alguien de verdad: lo más probable es que hubiera adoptado el nombre para impresionar a la gente.

    La mayoría de los niños dijeron que nunca habían oído hablar de Club. Casset sabía que estaban mintiendo: todos en los muelles conocían a Club, independientemente de lo que pensaran de él, pero ella no presionó a nadie. Finalmente, un niño las condujo por un callejón sin salida. No había nadie allí, pero cuando se giraron, encontraron a Club bloqueando la salida.

    Era un chico atractivo y, como la mayoría, tenía una opinión exagerada de sí mismo. Pero para su crédito, había evitado o vencido a la policía el tiempo suficiente para que ya no fuera un crimen para él vivir fuera del orfanato.

    "He oído que me estabas buscando," dijo Club. Tenía una sonrisa perpetua en su rostro, que Casset siempre había encontrado desagradable. "Una pregunta primero: ¿quién te envió?"

    Casset puso los ojos en blanco. "Nadie nos envió," dijo. "Necesito un favor."

    "¿En Nochebuena? Buena suerte," dijo Club.

    "Pues de acuerdo. Necesitamos un lugar para pasar la noche y pagaremos."

    "Pues bien. ¿Qué tienes?"

    "Tengo algo de dinero," respondió Casset. "¿Tienes un lugar seguro?"

    "¿Cuánto?"

    "¿Tienes un lugar?" Casset dijo de nuevo, esta vez más fuerte.

    "No uno de los míos," dijo Club. "Aunque es posible que conozca a unos amigos que puedan ayudarte, siempre que el dinero sea bueno."

    "¿Quiénes son estos amigos?"

    "Oh, tengo muchos amigos. Cuáles te presento depende de cuánto tengas. Algunos de mis amigos tienen alojamientos más caros que otros."

    "Tengo un poco más de tres libras," dijo Casset.

    "Eso no es mucho," dijo Club.

    "¡Maldición! ¿Puedes ponernos en un lugar seguro o no? ¡Sabes lo que es esta noche!"

    La sonrisa de Club se amplió. “Podría conocer a algunos muchachos que podrían ayudar. Déjame a mí guardar el dinero."

    "Puedes tenerlo cuando estemos a salvo. Lo que quede después de arreglarlo con nuestro anfitrión."

    "Me estás poniendo en una posición incómoda aquí, Cass. Puede que no entiendas lo que dices. Podrías hacerme quedar mal frente a mis amigos."

    "Yo no te haría eso," dijo Casset. "Además, ¿qué ganaría yo? Perdería el tiempo que se necesita, y sabes muy bien que no puedo permitirme eso."

    Club consideró esto y asintió. “Está bien, Cass. Tengo algunos amigos que pueden cuidar de ti y de tu hermana." Las condujo por calles de ladrillos y más allá de la vía férrea. Tomaron un largo puente por encima de los trenes, que arrojaban hollín, humo y vapor desde abajo de ellos.

    Gael tosió mientras atravesaban los vapores y Casset le dio una palmada en el hombro. "Está bien," dijo Casset, "Estamos cerca ahora." Ella miró a Club, quien miró atrás con una sonrisa y un asentimiento.

    Sin embargo, se estaba haciendo tarde: en unas pocas horas, aparecerían los hombres Kramp y comenzarían la redada anual. La policía arrestaba a los fugitivos y huérfanos siempre que podía, pero en Nochebuena era otra cosa. Delegaban a miles de hombres jóvenes y pagaban un estipendio por cada niño capturado. Era una noche peligrosa para estar en la calle.

    Llegaron adonde se dirigían poco después. Era una habitación pequeña en un ruinoso complejo. Club aporreó la puerta mientras Casset se mantenía atrás. Después de un momento, la puerta se abrió y alguien varios años mayor que Club miró hacia afuera.

    "Berke dijo que podríais aceptar callejeros si eran amigos míos," dijo Club señalando a Casset y Gael. "Yo responderé por ellas. Ellas se preocuparán por sus modales y no se llevarán nada. Solo buscan un lugar para evitar a los hombres Kramp; eso es todo."

    El hombre de la puerta miró a las dos chicas y se encogió de hombros. "Si son amigos de Club, que pasen."

    Ellas se acercaron lentamente. Casi habían llegado a la puerta cuando Casset se quedó paralizado: nadie había pedido dinero y no era así como funcionaba el mundo. Agarró a Gael y comenzó a girar, pero fue demasiado lenta. El hombre de la puerta las agarró a ambas y comenzó a tirar.

    Casset le dio una patada, pero él aguantó. "¡Club!" chilló ella. Pero Club se quedó allí sonriendo.

    Unos segundos después, aparecieron otros dos hombres y ayudaron al primero. Poco después, estaban todos en la habitación, uno de los hombres bloqueó la puerta. Les dijeron a las chicas que esperaran en la esquina mientras le entregaban a Club un par de billetes. No era mucho, pero hacía que las tres libras de Casset parecieran una broma. "Si ves más, los traes aquí," dijo el hombre mayor. "Pero date prisa: solo pasan una vez. Después de eso, son inútiles para nosotros."

    "¿Qué esta pasando?" Preguntó Gael suavemente.

    Casset la abrazó. "Nos van a vender a los hombres Kramp," dijo. "Probablemente por diez veces más de lo que le están dando al Club."

    Club se encogió de hombros, "Los costes de administrar un negocio."

    Casset lo fulminó con la mirada. "Te mataré por esto."

    Club se volvió para mirarla. "Saluda a Papá Noel de mi parte," dijo con su habitual sonrisa. Luego dejó el camino por el que habían entrado.

    Los hombres vigilaban a las chicas, pero en su mayoría las dejaban solas. No había nada en la habitación que pudieran usar como arma; no había mucho en la habitación, en absoluto, más allá de un par de sillas en las que estaban sentados los hombres.

    Cuando se puso el sol, empezó el ruido. Podían oír gente afuera gritando y ululando. De vez en cuando, algo se rompía. Uno de los hombres miró por la única ventana de la habitación.

    “Los veo," les dijo a los demás. "Vigilad a esas dos. Vuelvo enseguida."

    Cuando desapareció, Casset le susurró instrucciones a su hermana. Luego se levantó y se acercó al hombre que no vigilaba la puerta. Este se puso de pie para recibirla. "¿Qué quieres?" preguntó él.

    Casset gritó y saltó sobre él. Le clavó las uñas en la mejilla y comenzó a patearlo repetidamente en las espinillas. Le escupió y trató de morderle, pero él retrocedió, casi tropezando con la silla.

    Él gritó y la empujó hacia atrás. Luego la golpeó, enviándola desfallecida al suelo. "Serás..."

    El hombre que custodiaba la puerta estaba riendo. "Hay que vigilarlas, Berke," dijo.

    Casset lo ignoró y dijo: "Os arrancaré los ojos. ¿Me oís? Si me entregáis a un Krampus, os arrancaré los ojos."

    Berke negó con la cabeza y levantó la mano, como si fuera a golpearla de nuevo. Pero no se acercó. "Adelante, inténtalo," dijo él. "Los hombres Kramp no son tan amables como mi hermano y yo" Se secó la mejilla y miró la sangre en su palma. Luego retrocedió hacia la puerta para esperar.

    Después de unos momentos, alguien llamó a la puerta. Antes de que ninguno de los hombres pudiera girarse para abrirlo, Casset cargó hacia adelante. Berke la golpeó de nuevo y la agarró, dándole la vuelta para que estuviera detrás de ella. Ella dio un codazo y luchó hasta que la puerta se abrió. Tan pronto como el Krampus entró, ella se congeló.

    Era un hombre corpulento, pero no viejo. Como todos los demás de fuera, estaba vestido con ropa vieja y se había pintado la cara de rojo. También llevaba un par de cuernos falsos atados a la cabeza. En una mano, llevaba una cuerda y varios sacos pequeños; en el otro, tenía un garrote. Un olor a alcohol impregnó la habitación cuando entró.

    Aún sosteniendo a Casset, Berke dijo: "Querrás noquear a esta antes de llevártela. Es una luchadora."

    Casset quedó casi flácida y miró al Krampus a los ojos. “Por favor," gimió, “Mi nombre es Susan Goldman y vivo en 641 de Goldman Street. Estos hombres nos agarraron a mí ya mi hermana y nos cubrieron con tierra. Por favor, nuestra madre va a estar muy preocupada."

    El Krampus miró fijamente a Berke. "¿Qué está pasando aqui?" demandó. "Pinn dijo que tenías callejeros."

    "Estos son callejeros," dijo Berke. “Quiero decir, creo que lo son. Los conseguimos de Club. Conoces a Club, ¿verdad?"

    "Está mintiendo," dijo Casset. “Él mismo nos agarró esta tarde en la calle. No conozco a ningún Cub."

    "¡Cállate!" dijo Berke empujándola hacia abajo.

    Casset cayó con fuerza y ​​se arrastró hacia el Krampus. "Por favor. ¿Puedes ayudarnos?"

    El Krampus no estaba prestando atención a Casset. Se acercó a Berke y le clavó un dedo en el pecho. "No pagan por callejeros si no son callejeros," dijo. "De hecho, un hombre puede meterse en problemas por traer niños que tienen un hogar."

    "Retrocede," dijo Berke, tratando de actuar con dureza. No fue fácil: el Krampus se alzaba sobre él. "Mira, si no aceptan a la chica, vuelve y te devolveré nuestra parte."

    “Les oí decir que se iban esta noche," gritó Casset.

    "¡Cállate!" Uno de los hombres junto a la puerta se inclinó para golpearla.

    Casset se cubrió la cara y se encogió de miedo. "¡Por favor!" ella lloró. "¡Ayuda!"

    "Así que es eso," dijo el Krampus. “Ibas a quedarte el dinero y huir. Tal vez deberíamos ir todos juntos a la Celebración de Navidad."

    "Sabes que no podemos ir allí. La policía podría reconocernos."

    "Pues tal vez sea mejor que me quede con mi dinero y con las chicas. Una vez que tenga mi recompensa, volveré."

    "¡Gracias!" Dijo Casset. "¡Gracias! ¡Te darán una recompensa cuando les arresten!"

    Berke miró a Casset y entornó los ojos. Sabía lo que ella estaba haciendo. "No," dijo. "Si no quieres hacer negocios, vete y encontraremos a otro."

    "No creo que pueda hacer eso," dijo el Krampus. "Creo que se me debe algo por mi tiempo."

    "¡La chica es una callejera! ¡Te está mintiendo! ¡Ni siquiera fui yo quien la encontró!"

    "¿Por qué iba a mentir sobre quién la agarró?" Preguntó el Krampus. "Creo que será mejor que me lleve a las chicas y me vaya. Como dije, si son callejeras, regresaré con tu dinero. Si no, le diré a la policía dónde las conseguí."

    Berke saltó sobre él. "¡Coged su dinero!" Los otros abandonaron la puerta y atacaron al Krampus, quien liberó su brazo y comenzó a atacar a Berke con garrote.

    Casset miró a su hermana, quien se lanzó hacia ella. Corrieron juntas hacia la puerta. Si alguien las veía, estaban demasiado entrelazadas para hacer algo. Justo cuando salieron corriendo, Casset dijo: “¡Vamos! ¡Tenemos que reunirnos con Club!" Cuando le había dicho a Club que iba a matarlo, había sido una amenaza hueca, pero ahora tenía dudas...

    Salieron corriendo del apartamento, atravesaron apresuradamente algunas callejuelas y se dirigieron a un callejón. Casset miró atrás: nadie venía tras ellas todavía. Las chicas se detuvieron para recuperar el aliento. Habían escapado, pero ahora estaban fuera en Nochebuena. Podían oír a las bandas de hombres Kramp corriendo por las calles cercanas gritando y buscando niños callejeros.

    "¿Estás bien?" Preguntó Gael.

    Casset estaba sangrando por donde los hombres la habían golpeado. Se sentía dolorida, pero podía moverse, que era lo único importante. "Estoy bien," dijo. “En las aldeas agrícolas, esto es lo que sucede en Nochebuena. Los hombres Kramp vienen y golpean a los niños que son malos, luego los dejan en paz."

    "¿Eso es todo?" Dijo Gael.

    "Eso es todo. Todos los niños tienen hogares ahí fuera. Si tus padres mueren, otro te acogerá. Así son las cosas." Casset se apoyó en un edificio. "Dame un segundo, y luego seguiremos adelante."

    "¿Adónde vamos a ir?"

    "No lo sé," respondió Casset. "Pensaremos en algo." A lo lejos, escucharon ladridos de perros y Casset se puso de pie. “Tenemos que irnos," dijo. Continuaron por el callejón, sin atreverse a regresar por donde habían venido. A estas alturas, la pelea habría terminado y alguien las estaría buscando.

    Estaban en el Distrito Ferroviario, aunque no estaban particularmente cerca de los trenes. Había peores partes de la ciudad, pero Casset no estaba familiarizada con la zona. Aquí había muchas fábricas, en su mayoría ensamblaban piezas para el sistema de trenes en constante expansión. Entre el humo que salía de las torres de la fábrica y la mezcla de vapor y hollín que entraba desde el patio de ferrocarril, el aire era denso. Podría sentir que se acumula un polvo en los pulmones y la garganta.

    Se detuvieron en las sombras al final de un callejón para esperar a que pasara una pandilla de hombres Kramp con sus premios. El grupo iba vestido como el hombre del que habían escapado antes: harapos hechos jirones, pintura facial y cuernos. Algunos incluso tenían colas falsas prendidas en la parte de atrás de los pantalones.

    La mitad de los hombres Kramp caminaban; los demás viajaban con sus prisioneros en un carro parcialmente impulsado por un motor de carbón que arrojaba una nube negra. Para complementar el carbón, habían enganchado un par de burros al frente. Los prisioneros más grandes estaban atados y con sacos sobre la cabeza. Junto a ellos había sacos más grandes que contenían a los prisioneros más pequeños. Al pasar, los hombres Kramp cantaban sus canciones navideñas, gritaban y bebían en jarras de vino barato, cerveza y aguamiel.

    Una vez que estuvieron casi fuera de la vista, Casset y Gael cruzaron silenciosamente la calle hacia el siguiente callejón. Soltaron un suspiro de alivio y casi saltaron cuando se dieron cuenta de que no estaban solas.

    Era una mujer sin hogar. Casi se tropezaron con ella, pero la vieron en el último segundo. Casset se llevó un dedo a la boca para suplicar silencio.

    La anciana sonrió. Luego gritó: “¡Callejeros! ¡Hay callejeros aquí! ¡Venid a buscarlos!"

    Casset le dio una patada en la pierna tan fuerte como pudo y comenzó a correr con su hermana. Detrás de ellos, la mujer que los había traicionado maldijo y llamó a los hombres Kramp.

    Las dos chicas atravesaron el callejón a ciegas. Detrás de ellos, podían escuchar a la gente persiguiéndolas. Oyeron la risa de un muchacho. Oyeron otro aullido. Y un tercero: “¡Salid, callejeros! ¡Salid en Navidad!"

    Casset mantuvo una mano sobre Gael mientras corría, y condujo a su hermana por el laberinto de callejas y callejones. Tan pronto como perdieron al grupo detrás de ellos, otro las vio cruzando una calle y se reanudó la persecución.

    Afortunadamente, las chicas eran rápidas. Estaban agotadas, pero habían pasado sus vidas en condiciones como estas. Eventualmente, perdieron a los hombres que ibas tras ellas, pero ya no sabían dónde estaban. Habían salido del Distrito Ferroviario hasta uno de los barrios centrales, pero Cassset no sabía cuál. Habían girado tantas veces que ni siquiera sabía en qué dirección habían ido.

    Apenas se habían detenido cuando oyeron una botella de vidrio romperse tras ellas. Casset agarró la mano de su hermana y tiró de ella. Oían villancicos tras ellas. Estos hombres Kramp no iban de caza, pero eso ciertamente cambiaría si se dieran cuenta de que había callejeros cerca.

    Las chicas abanzaron deprisa, concentrándose tanto en el sigilo como en la velocidad. Pronto se percataron de que también había jaleo frente a ellas. Era ruidoso, casi como un mercado, aunque ya era demasiado tarde para eso. No había vuelta atrás ni dónde esconderse, así que Casset siguió adelante.

    Cuando llegó al final del callejón, su respiración se congeló. Se le formó un sudor frío en la cara y se detuvo, incapaz de moverse. "Aquí no," susurró.

    Se habían topado con el Carnaval de Navidad.

    Debía de haber quinientos hombres Kramp en la plaza, junto con varios comerciantes, pescaderos y dependientes allí con la esperanza de devolver una vieja cuenta. Luego estaban los espectadores que venían a mirar: hombres, mujeres e incluso familias enteras de todos los ámbitos de la vida habían salido a disfrutar de las festividades.

    Familias enteras.

    Casset agarró a su hermana por los hombros y se arrodilló a su lado. Habló frenéticamente. "Escúchame, Gael. Escucha. Esos chicos se están acercando, y si nos atrapan... se acabó. Así que no podemos volver atrás y no hay lugar donde escondernos. Tenemos que seguir. Tenemos que ir al Carnaval." Mientras hablaba, pasaba los dedos por el cabello de su hermana y le limpiaba la suciedad de la cara. “Tienes que escucharme. Hay mucha gente allí, nadie puede saber lo que está pasando ni quién está con quién. Quédate cerca de mí, pero tienes que sonreír. Pase lo que pase, debes parecer como si estuvieras pasando el mejor momento de tu vida."

    No esperó a que su hermana respondiera: no había tiempo para eso. Así que la tomó de la mano y tiró de ella hacia la luz. Se dirigió al lugar más concurrido de familias que pudo ver. Ella saltaba, se reía y fingía estar emocionada. Señaló el centro, Papá Noel, sentado en el escenario frente al desfile de huérfanos.

    Papá Noel. Como era tradición, era el jefe de policía, vestido con una túnica roja fluida. Se suponía que tenía que llevar una barba falsa, pero se la había quitado y se sentaba a su escritorio con el peso de una piedra.

    Cuando los niños pasaban por delante, Papá Noel gritaba: "¡Dinos tu nombre, niño!" Y el desafortunado niño o niña era obligado a decirlo por uno de los oficiales. La mayoría de los niños estaban magullados por el trato recibido por los hombres Kramp y todos estaban aterrorizados. Luego Papá Noel se dirigía a la multitud: “¿Alguien conoce a este niño? ¿Alguien tiene una queja?"

    Como regla general, nadie hablaba por los más jóvenes. Aunque el niño les hubiera robado, lo dejaban pasar. Se consideraba de mala educación; además, si alguien hablaba, Papá Noel lo ignoraba.

    "Veo que has sido un buen muchacho," decía Papá Noel en tales casos, "así que te enviaré a un buen hogar." Luego escribía una nota y ordenaba a los oficiales que dejaran al niño con los demás camino a los orfanatos. Casset nunca había entendido cómo se podía confundir el orfanato con un "buen hogar," aunque era mejor que la alternativa. Los niños juzgados con dureza eran reclutados por el ejército y enviados a ayudar en las colonias.

    De cualquier manera, había un fuerte aplauso después de cada proclamación. Luego le quitaban la capucha a otro niño y los enviaban al escenario.

    Casset sintió que su hermana tiraba de su manga. Se inclinó y su hermana susurró: "La conozco." Casset la hizo callar y le recordó que siguiera sonriendo, pero cuando alzó la vista descubrió que también conocía a la chica en el escenario.

    La habían conocido como Eliny, aunque la presentaron como Elinore Roserie. Un solo comerciante afirmó que le había robado en múltiples ocasiones, pero Papá Noel lo miró y le preguntó si estaba seguro. El hombre captó la indirecta y dijo que, si reflexionaba más, podría estar equivocado, por lo que Papá Noel anunció que la niña había sido buena y recibiría su justa recompensa. Aparentemente, había decidido que la multitud estaría más feliz con un final feliz para este niño. Los siguientes no tuvieron tanta suerte.

    Casset tiró de la mano de Gael, guiándola entre la multitud. La gente se movía a su alrededor. Sin previo aviso, se encontraron en medio de un grupo de hombres Kramp que olían a alcohol. La mayoría parecía que habían estado peleando, ya fuera con niños callejeros o con otros hombres Kramp por su presa.

    El Krampus más cercano miró a las chicas e inclinó la cabeza. Entornó los ojos, como si estuviera pensando. Casset no le dio tiempo para terminar. "Señor," susurró. “Mi madre lleva un sombrero negro con un alfiler de flor en el medio. Ella estaba aquí, pero... pero no la encontramos. ¿Puede ayudarnos?"

    El Krampus se burló. "¡Piérdete, niña, antes de que te venda a Papá Noel y le diga que eres un callejero!" Casset jadeó, agarró a su hermana y se apresuró a alejarse mientras los hombres Kramp reían a carcajadas.

    Las chicas llegaron al borde y Casset esperó una oportunidad. Cuando vio a un par de familias que se dirigían juntas en la misma dirección, arrastró a su hermana, manteniéndolas directamente entre los dos grupos. De un vistazo, nadie podría decir de cuál se suponía que formaban parte.

    Flotaron entre las dos familias mientras se dirigían por la calle, pasando bandas de hombres Kramp que remolcaban a niños detrás de ellos. Cuando una de las familias se separó, llegó el momento de hacer lo mismo. Afortunadamente, estaban lejos del jaleo del Carnaval y había más opciones para esconderse. Bajaron por el callejón más pequeño y oscuro que encontraron y encontraron una grieta en la esquina de un edificio de ladrillos en ruinas. Hacía unas horas no habrían tenido una oportunidad aquí, pero Casset pensó que los hombres Kramp no perderían el tiempo buscando tan cerca del Carnaval: a estas alturas, se habrían dado cuenta de que todos los vagabundos de la zona habían sido capturados.

    Las dos chicas se acurrucaron juntas en busca de calor. Oyeron pasar pandillas de hombres Kramp y policías (después de la medianoche, la autoridad de hombres Kramp expiraba oficialmente y la policía se interesaba en su cada vez más ruidoso comportamiento). Incluso con los hombres Kramp ya no empleados por la policía, seguían siendo peligrosos; quizá incluso más que antes. Casi siempre había algunos callejeros encontrados muertos a la mañana siguiente, por lo que las chicas se mantuvieron en su lugar. En un momento, un par de hombres Kramp entraron en el callejón para vomitar, pero estaban demasiado borrachos y demasiado distraídos para notar a las chicas.

    Casset no confió en estar a salvo hasta que salió el sol. Las chicas estaban doloridas, cansadas, hambrientas y deshidratadas. No estaban seguras de si las cosas que habían dejado en el orfanato habían sido arrastradas a la calle y quemadas. Aunque no fuese así, no estaban seguras de si los niños que habían quedado las dejarían regresar: algunos incluso podrían sospechar que las habían vendido a los hombres Kramp.

    Pero todo eso podía esperar. Porque las chicas todavía estaban juntas, seguían siendo una familia. Y, por poco que fuese aquello, era la mañana de Navidad.

FIN

20. Walter

    LAS SEMANAS PREVIAS al último día en que vi a Walter fueron extrañas para empezar. Ahora que lo pienso, la década previa a esa Nochebuena fue bastante extraña. Walter siempre ha sido... extraño. Demonios, comencé a salir con él porque sentía lástima por él. Eso fue en... octavo grado, supongo. Es decir, yo nunca fui lo que llamarías uno de los chicos populares, pero parecía gustarle a la gente. Tenía amigos en ese entonces, grupos a los que pertenecía; diablos, incluso una novia. Walter no tenía nada de eso. Es decir, había gente con la que comía en el almuerzo, gente con la que pasaba el rato y todo eso, pero en realidad nunca parecía preocuparse por ninguno de ellos. No había gran cosa que le importara. Ciertamente no la escuela. Él podría haber superado esas clases si lo hubiera intentado, pero nada de eso realmente parecía encajar con él. Nunca salía a hacer deporte ni nada. Siempre parecía del tipo que debiiía estar con los enpollones, pero a él no le importaba. Cuando entró en la escuela secundaria, la mayoría de la gente asumía que era un fumeta, pero él nunca tocaba nada de eso.

    Honestamente, yo era la única persona con la que él hablaba. ¿Qué me hacía tan especial? Que yo sepa, porque le di un regalo de Navidad una vez en noveno grado. No, en serio. Mira, resulta que había una cosa que a Walter le encantaba, y esta era la Navidad.

    Quiero decir, la mayoría de la gente cree que le encanta la Navidad. ¿A quién no le gusta la Navidad, verdad? Pero con Walter... mierda, creo que era un amor casi romántico o algo así. No en un sentido pervertido ni nada de eso; es que había algo ahí. Una chispa o algo así. Yo no lo entendía. Para mí, la mejor parte de la Navidad era una semana fuera de la escuela y algunos videojuegos nuevos. No había creído en Papá Noel desde que tenía seis años y en Jesús desde que tenía siete: en lo que a mí respecta, él era el hiperinflado abuelo de todos los anuncios de juguetes.

    Aparte de la Navidad, solo había otra cosa que había visto amar a Walter. Bueno, tal vez dos, pero me estoy adelantando con esto. Mira, en su último año, su padre decidió que Walter necesitaba un automóvil, así que le compró un Chevy Corsica 1994. Esta cosa tenía ciento cincuenta mil millas cuando se la regalaron a Walter; había visto días mejores. Pero por alguna razón, Walter se enamoró.

    No creo haber visto a nadie cuidar mejor de algo que Walter con ese coche. Como dije, el tipo era inteligente y comenzó a leer sobre reparación de automóviles. Luego diseño. Ingenieria. En un año, había leído toda la sección de automóviles de la biblioteca y la mayor parte de lo que tenían sobre física. Empezó a juguetear.

    Me alegré de verlo interesarse en algo. En ese momento yo estaba en la universidad. De acuerdo, colegio comunitario: no diría que yo fuese una especie de genio, pero sabía que estaría mejor con un título que sin uno. Como era de esperar, a Walter no le importaba su futuro. Pero al parecer le gustaba la reparación de automóviles. Y por un tiempo pareció que eso valdría la pena. Aceptó un empleo en el Garaje de Henry y que me condenen si no él era genial. Él podía correr en círculos alrededor de Henry, arreglar cualquier cosa que cualquiera pudiera remolcar delante de él.

    Henry, por su parte, no dejaba de intentar convencer a Walter de que fuera a la escuela y se graduara en esas cosas. "Ford te pagará seis cifras," le oí decir. "El cielo es el límite, chico."

    Pero Walter solo sonreía y negaba con la cabeza. “No me importa nada de eso. Estoy feliz aquí." La cosa es que él no lo estaba. Puede que yo fuese el único que lo sabía, pero Walter no era feliz nunca, no de verdad.

    Henry no sabía eso. Lo único que sabía era talento desperdiciado. ¿Alguna vez has visto a un veterinario canoso de sesenta y cinco años romper a llorar y decirle a un joven de dieciocho que era un artista y que le rompía el corazón ver que el talento se desperdiciaba? Eso es un infierno.

    A Walter no le importaba. Simplemente siguió en ello. Mantuvo ese Chevy funcionando y siguió aprendiendo más y más. Siempre que yo le veía, estaba liado con ese viejo trasto, y siempre esperaba ver el coche desmoronarse a su alrededor. Creo que él debía de haber reconstruido la mitad de ese coche. Pero hay un límite en lo que puede hacer y, eventualmente, el coche dejó de funcionar.

    Le pregunté a Walter qué le había hecho y me dijo que algo sobre la inyección de combustible y que pensaba que podría solucionar el problema. Pero en unas pocas semanas compró un Dodge usado. Yo me reí diciendo algo sobre el Old Yeller (que a Walter no le pareció gracioso) y asumí que el asunto, junto con el Chevy, había terminado, aunque hubiera enterrado el Chevy en su garaje y relegado su camioneta a la acera. Todo esto fue en primavera; No me di cuenta de lo equivocado que estaba hasta nueve meses después. No hasta esa Nochebuena.

    Como dije antes, las semanas previas a ese día fueron raras. La vida de Walter había comenzado a desmoronarse, no es que lo supieras al verlo. Harry decidió que era hora de retirarse y cerrar la tienda, y Walter parecía bastante contento. Mark, su arrendador, empezó a llamarme (todavía no sé cómo consiguió mi número) intentando localizar a Walter, ya que tenía dos meses de retraso en el pago del alquiler. Cuando le pregunté a Walter al respecto, se encogió de hombros y me preguntó si quería ir al bar.

    Se acercaba la Navidad y Walter estaba sin empleo y, a menos que las cosas cambiaran drásticamente, a punto de quedarse sin casa. Y para un tipo que había pasado la totalidad de su vida en un aturdimiento deprimido, parecía estar llevándolo bastante bien.

    Todo llegó a un punto crítico en la mañana de Nochebuena. Recibí una llamada de Walter a las seis de la maldita mañana. “Oye, Kyle. Feliz Navidad."

    "¿Qué demonios te pasa? ¿Sabes que hora es?"

    “¿Eh? Ah, cierto. Lo siento. Escucha, puede que pronto me vaya de viaje y... es una larga historia. Pero quería saber si quieres mi 360. Los juegos también."

    "¿Qué?"

    “Mi X-Box. No me la voy a llevar. No voy a llevarme muchas cosas y tengo la sensación de que si no lo regalo, Mark lo va a vender. Pensé en darte a ti el primer premio."

    "Espera. ¿Qué? ¿Dónde...? Voy para allá."

    "Guay. Pero que sea rápido. Tengo mucho que hacer hoy."

    Me puse la ropa, agarré una barra de chocolate del mostrador y salí corriendo por la puerta para tratar de convencer a un amigo de que no se suicidara. Pero cuando llegué a su casa y lo encontré en su garaje con la puerta abierta, parecía tan animado y enérgico como el Walter de siempre.

    “Ey, Kyle. Me alegra que hayas venido. ¿Quieres echar un vistazo a esos juegos?"

    "¿Qué? Walter, olvida los juegos. ¿Qué diablos está pasando?" No sé por qué pregunté siquiera. Pude ver muy bien lo que estaba pasando: el capó del Chevy estaba abierto de par en par y era obvio que Kyle había estado trasteando. De hecho, por el aspecto de las cosas, había estado trasteando durante bastante tiempo. Seré franco, no sé una mierda sobre coches y menos aún qué aspecto tienen bajo el capó, pero sé el aspecto que no deben tener las cosas, y eso era exactamente lo que estaba viendo. Había... demasiado allí, si es que esto tiene sentido. Demasiado.

    “Oh, ¿te refieres a Corsica? Sí, he estado trabajando un poco en mi tiempo libre. Ya ves, todo se convirtió en un pasatiempo."

    "Correcto. ¿Esto...? O sea... ¿Funciona?

    "Empezará," dijo Walter, sonriendo. "Funcionará. Hoy al menos."

    "No lo entiendo," dije. "¿No dijiste que el chisme del combustible estaba roto?"

    "Inyección de combustible," dijo Walter. “Sí, eso era parte del problema. Honestamente, casi todo, desde la transmisión hasta la suspensión, estaba mal. Empecé a reemplazarlo todo, pero en algún momento empezó a parecerme inútil. Quiero decir, piénsalo. El motor de un automóvil es lo que lo está destruyendo. Volver a ponerlo como estaba no tiene ningún sentido. Si te vertiera gasolina encima y encendiera un fósforo, no contaría como un calentamiento, ¿verdad?"

    "Bien," le dije, porque sonaba mejor que decirle que estaba loco.

    “Pensé que tenía que haber otra forma, una mejor forma de hacerlo. Quiero decir, ¿por qué un coche tiene que funcionar con gasolina?

    "¿Te refieres, como, aceite vegetal?"

    "No. Investigué eso, pero te encontrabas con el mismo problema. Sin explosiones. Sin motor. Nada de eso. Reconstruí el motor para que funcionara con magia. Bueno, magia navideña, al menos. Ya sabes, buena voluntad y alegría navideña. Porque esas cosas están por ahí. Puedes sacarlo del aire."

    Le miré sin estar seguro de si se estaba riendo de mí o se había mudado a Villa Chiflada. Walter me devolvió la mirada durante un minuto, se encogió de hombros y volvió a trabajar, ajustando los cables y apretando algunos tornillos. Me quedé allí mirándole unos cinco minutos, congelándome el culo, también, pero no podía pensar una sola cosa que decir o hacer. Entonces, de pronto, Walter cerró de golpe el capó del coche, recogió las herramientas con las que estaba trabajando y se volvió hacia mí.

    "¿Quieres dar un paseo?"

    Hasta el día de hoy, no estoy seguro de por qué me subí a ese coche. Tal vez solo quería estar allí para consolarle cuando no ocurriera nada. O tal vez aún creía que esto era una especie de chiste enfermizo que yo aún no había pillado. Cual fuese la razón, me subí al asiento del pasajero y Walter insertó una llave.

    Al principio pensé que la radio se había encendido y estaba escuchando música navideña o algo así. Sobre todo, eran como campanas o algo así. Honestamente, no sé si alguna vez escuché campanas de trineo en mi vida, pero apostaría dinero que era lo que estaba escuchando. Solo que, en la distancia, casi juraría que estaba escuchando risas, como si escuchara a los niños abrir regalos en la mañana de Navidad.

    Me sentí cálido. Casi caliente, y comencé a abrirme el abrigo.

    "Lo siento," dijo Walter. "La magia navideña es algo fuerte. La atenuaré un poco." Ajustó un dial en el salpicadero, uno de los muchos que no deberían haber estado allí. Fue por esta época que noté algunas cosas. Noté que los controles eran aproximadamente tres veces más complicados de lo que deberían, que cosas como la radio y el calentador ya no estaban presentes, y noté por primera vez que nos estábamos moviendo.

    El coche iba bastante rápido y avanzaba por Tavern Street. Pero no estaba haciendo ruido. O sea, yo no podía escuchar nada proveniente del coche. Ni el motor ni la carretera debajo de nosotros, ni el radiador: nada más que el viento.

    "Esto es increíble," jadeé.

    "No sé," dijo Walter. "La suspensión parece necesitar un ajuste."

    “De ninguna manera,” dije. "Este es el coche más suave en el que he estado."

    "No, mira." Walter buscó en el bolsillo de la camisa y sacó una canica. Lo dejó en el salpicadero y esta rodó lentamente hacia mi lado del coche. "¿Ves?"

    "¿Ves qué? La carretera es curva, eso es todo."

    “¿Eh? Ah, no. No estamos tocando la carretera," dijo Walter.

    "¿Qué?" Bajé la ventanilla y miré afuera. Tuve que desabrocharme el cinturón de seguridad y prácticamente sacar medio cuerpo del coche, pero por fin conseguí un ángulo lo bastante bueno. Efectivamente, estábamos a unos quince centímetros por encima del suelo. Cuando volví a tomar asiento, me vi por el espejo retrovisor. Estaba más pálido que un fantasma.

    "Si. Voy a salir de la ciudad. Necesito un buen tramo de carretera para ponerlo en velocidad. ¿Tienes algún lugar donde necesitas estar, Kyle?

    "¿Qué? Oh, no. Estoy bien," dije, todavía completamente desorientado.

    "¿Estás bien?"

    "Un poco con náuseas," admití.

    "Oh. Bueno. Subiré la magia," dijo girando un dial. Los sonidos de las campanas, la risa de los niños y el hielo quebrándose a la luz de la luna llenaron mis oídos y mi estómago se calmó. Parte de mí se sentía mejor que nunca; otra parte se sentía aún más aterrorizada.

    Las calles estaban bastante vacías, por lo que supongo que debería estar agradecido. En su mayor parte, el puñado de personas con las que pasamos no pareció darse cuenta de nosotros. Los pocos que lo hacían se quedaban mirando estupefactos. Debía de haber parecido una ilusión óptica o algo así.

    Cuando llegamos al campo, no había nadie alrededor. Solo largos y abiertos tramos de carretera. Fue entonces cuando las pruebas de Walter pudieron comenzar en serio.

    "¡Jesús! ¿A qué velocidad vamos?" Debí de haber gritado, a pesar de que podía oírme bien. Todavía no salía un sonido de ese coche más que aquellos ecos distantes de alegría navideña.

    "A unos trescientos," dijo Walter con calma. "Si. ¿Ves eso? El coche está empezando a inclinarse de verdad. Eso es un problema."

    Luego se escuchó un estallido, el coche se ladeó y yo comencé a gritar. Nos desviamos de la carretera y nos detuvimos en un campo. Walter apretó el volante y el coche se inclinó hacia arriba. Después de eso, no estoy del todo seguro de lo que pasó, porque mis ojos estaban cerrados y yo estaba seguro de estar a punto de morir.

    "Tranquilo," escuché decir a Walter. Sonaba divertido, como si estuviera aguantando la risa. "Tómatelo con calma, Kyle. Estamos parados."

    Lentamente, abrí los ojos y verifiqué que ya nada pasaba ráapidamente junto el coche.

    "Lo siento," dijo Walter. "Debería haberte advertido que esto era una posibilidad. Pero nunca estuvimos en peligro."

    "El coche... ha subido...," dije.

    “Sí, pero nos bajé después. Mira. Esta vez es una advertencia justa: podría haber una pequeña sacudida cuando aterricemos." Pulsó un interruptor debajo del volante, y el coche cayó unos metros y aterrizó en el suelo. Fue un impacto, pero ni tan mal.

    Temblando, abrí la puerta y salí. Respiraba con dificultad cuando escuché a Walter salir también. Antes de cerrar la puerta, abrió el capó.

    "¿Estás bien?" preguntó.

    Me senté. Estábamos en un campo a unos cien metros de la carretera. "Estoy bien, Walter," le aseguré, preguntándome si eso era cierto o no. Una parte de mí estaba enloqueciendo, pero otra parte... quiero decir, aquello había sido infernal. Era una aventura, y mi mente estaba dando vueltas ante las posibilidades.

    Walter simplemente estaba inclinado bajo el capó, haciendo ajustes y ese tipo de cosas. "Si. El alineador psíquico está fuera de control. No creo que esté transfiriendo bien la energía residual de la Inconsciencia Universal. ¿Me pasas el destornillador? No, no. Es demasiado... Uh. ¿Sabes qué? Hay una caja de bastones de caramelo en el asiento trasero. ¿Podrías pillarme uno? Creo que eso servirá."

    "¿Puedes sacar... magia de eso?"

    "¿Qué?" Preguntó Walter, mirándome por el capó. "Colega. Es azúcar y colorante alimentario. ¿Qué piensas?" Él rió.

    “Bueno, ¿qué diablos sé yo? Quiero decir, ¡no sé cómo diablos se supone que funciona esta mierda!"

    "Bueno, en este caso, el bastón de caramelo es lo bastante pequeño como para caber en la válvula de admisión, así que puedo sacar algo de esta descarga astral y luego corregir el mecanismo que previene lo que acabamos de atravesar." Prácticamente le tiré a la cara el bastón de caramelo y él se rió. "Bastones de caramelo mágicos," murmuró.

    Trabajó otros quince minutos, cerró el capó y se secó las manos. "Bueno, Kyle. Creo que está listo para otra prueba de conducción." Asentí y Walter me miró. "Mira. Si no estás dispuesto a hacerlo, puedo ir solo."

    "Estoy bien," dije de nuevo. "Mira, esto es... es mucho. Quiero decir, es muchísimo para asimilar. Pero también es increíble."

    "Gracias," dijo Walter, como si le acabara de decir que me gustaba su camisa. "Si estás seguro de que... no vas a... "

    "¿Ir a qué?"

    "Ya sabes. A vomitar en el coche."

    Le di un puñetazo en el hombro. "No voy a potar", le dije.

    Volvimos al coche y Walter lo puso en marcha, de nuevo sin ningún sonido aparte de los de Navidad. Luego comenzó a conducir por el campo, tampoco es que estuviéramos realmente en el campo. Aceleró, ajustó algunas palancas y muy pronto nos movimos de verdad.

    "¿Qué rápido vamos?" Yo pregunté.

    "No lo sé," respondió Walter. "Estamos fuera del velocímetro. Solo lo he ajustado a cuatrocientos kilómetros por hora."

    Luego, sin previo aviso, también despegamos del suelo. Técnicamente, no habíamos estado en el suelo en absoluto, pero ya no estábamos a solo unos metros de distancia. Ahora estábamos a diez, veinte, treinta metros de altura y subíamos. Y esta vez me recosté y aplaudí.

    Me entristeció un poco cuando Walter bajó el coche, pero él parecía mucho peor. "¿Qué pasa?" Le pregunté.

    "No pasa nada," dijo. "Que funciona. Funciona como esperaba."

    "Entonces, ¿por qué estás... ya sabes?"

    "¿Por qué estoy qué?"

    “Como, bueno, tú. Mira, Walter, te conozco desde hace mucho tiempo. Sé cuándo estás molesto, sobre todo porque casi siempre estás molesto. Y ahora mismo, hay algo que te molesta. Así que, ¿qué está pasando?"

    Walter suspiró. "Es que... tienes que entender que no puedo quedarme. No sé qué haría si lo hiciera. El coche sólo tiene un día más aquí. Esto es magia navideña y no dura todo el año. Yo tendría que esperar, ¿verdad?"

    "¿Y? ¿Qué vas a hacer?"

    "Me voy," dijo Walter.

    "¿Irte? ¿Irte adónde? ¿Ese pueblo de Michigan que cree que siempre es Navidad?

    "Dios, no," dijo Walter. “Dudo que alguna vez funcione allí. Necesito ir... al Norte. Tengo la sensación de que allí tendrán trabajo para mí, ¿sabes?

    "¿Al Norte?"

    "Norte," dijo Walter de nuevo. "Y no digas que no sabes de lo que estoy hablando porque lo sabes. Y no digas que no existe tal cosa, porque si haces eso, este coche se agotará." Debo haber lucido aterrorizado, porque Walter se rió y dijo: "Que noo. Era broma la última parte. Pero no el resto. Me voy esta tarde. Solo necesito recoger algunas cosas en mi antigua casa."

    "Mira, Walter. Esto que ha hecho, no sé cómo lo has hecho, pero tienes algo gordo aquí. Algo asombroso. Muéstrale esto a... no sé, al gobierno, a General Electrics o a alguien, te podría solucionar la vida. Podrías ser famoso."

    Walter se limitó a mirarme avergonzado. No lo dijo en voz alta; no tuvo que hacerlo. Aquello simplemente quedó suspendido en el aire. «No me importa nada de eso.»

    El viaje de regreso transcurrió sin incidentes. Lo tomó con calma y el coche se quedó pegado al suelo. Apenas nos habíamos dicho una palabra cuando entramos en su camino de entrada. Salimos del coche y le ayudé a recoger algo de ropa y comida. Apenas trajo nada más. Incluso lo vi sacar su teléfono móvil del bolsillo del abrigo y ponerlo en la estantería.

    Tras hacer llenar las maletas, me entregó las llaves de su apartamento. "Sabes dónde está el 360," dijo. "En lo que a mí respecta, cualquier cosa que haya dentro, quédatelo y deja las llaves en el mostrador de la cocina. Cuando Mark venga a buscarme, dile que yo he estado actuando raro y que no me has visto. ¿Qué va a hacer él, verdad?"

    "Supongo," dije. "¿Estás seguro de esto?"

    "Lo estoy. Sé que parece una locura, pero... "

    "Maldición, es una locura" dije, y ambos nos reímos.

    Luego me besó. Una vez, rápidamente, en la mejilla. Y dio un paso atrás para mirarme. "Te amo, Kyle," dijo.

    No lo supe hasta entonces. Creo que si cualquier otro hombre me hubiera dicho eso, me habría asustado. Pero no era ningún otro hombre: era Walter. Ojalá pudiera haberle dicho que le amaba. Y el caso es que le amaba, pero no de la misma manera. No de la manera correcta. "Te echaré de menos, colega," le dije.

    Él se fue primero, y vi su Chevy alejarse. Casi esperaba ver algún tipo de polvo mágico saliendo del tubo de escape o algo así, pero no hubo nada de eso. Parecía un coche conduciendo por la carretera. Solo que, si miraba con atención, podía ver que las ruedas nunca llegaban a tocar la carretera.

    Entonces, ¿qué pasó después? ¿Empecé a recibir juegos nuevos e inexplicables de X-Box 360 cada mañana de Navidad o escuchar ecos de campanas en el techo? Me temo que no. Pero nadie vino a llamar a mi puerta para decirme que habían encontrado a Walter muerto en un accidente automovilístico en un glaciar, así que no todo era malo. No sé qué le pasó ni si encontró algo, pero yo creo sí. Si me preguntas si creo en Papá Noel, probablemente me reiría de ti. Pero sí creo en mi amigo.

FIN

21. Alas en la noche

    "¿SEÑOR. JULIARD? preguntó la mujer extendiendo una mano sobre la cama de hospital del hombre. Ella era hermosa, o al menos atractiva. Exótica sería una palabra mejor: su origen étnico era difícil de precisar, incluso para Hugh, quien siempre se le había dado bien ese tipo de cosas. ¿Parte española, parte india, tal vez?

    Hugh no preguntó, por supuesto. Simplemente levantó la mano. Era agotador, pero principalmente porque los analgésicos le agotaban la energía. "Hola. No he oído tu nombre," dijo.

    “Burkwitz. Melody Burkwitz." Ella sonrió. "No estoy segura de que haya oído hablar de mí."

    Hugh se encogió de hombros. "Lo siento," dijo.

    "No estoy ofendida," dijo. "He hecho algunos programas matutinos. Mis libros tienden a llamar la atención. No siempre es de la clase que me gustaría, me temo." Se aclaró la garganta y sacó un bloc de notas y un bolígrafo del bolso. Hugh se sorprendió de que no fuese una tablet o, al menos, un elegante cuaderno. "En primer lugar, me gustaría agradecerle por acceder a hablar conmigo."

    Hugh parecía incómodo. "Ellos... dijeron que habría dinero," dijo. Fue más una confesión que cualquier otra cosa.

    "Por supuesto. Mi editor se encargará de eso."

    "No es para mí," dijo Hugh en tono de disculpa. "Tengo una hija. En la Universidad. No importa lo que pase, quiero que ella se lo quede."

    "Me aseguraré de que lo sepan," dijo Melody.

    "¿Qué... qué día es?" Preguntó Hugh.

    "El veintiocho de diciembre," respondió Melody. Ella miró su reloj. "Son las tres y cuarto."

    Hugh asintió. "¿Hay alguien más?"

    "Lo siento. Al principio había otro superviviente..." Melody hizo una pausa para comprobar su bloc de notas. “Un señor Friedland. Pero falleció ayer. ¿Perdió usted a alguien en el vuelo?

    "No. Nadie cercano a mí. Estaba volando solo. Es que... esperaba que hubiera alguien más."

    "Entiendo," dijo Melody, pero la expresión del rostro de Hugh dejó claro que no. Melody inhaló lentamente por la nariz. Luego preguntó: “¿Cuánto recuerda de la Nochebuena, Sr. Juliard? ¿Recuerda los eventos que llevaron al accidente?"

    "Sí," respondió. "¿Qué dicen que lo causó?"

    "Según tengo entendido, hay algunos problemas con la caja negra. Pero lo están atribuyendo a un rayo."

    Hugh rió disimuladamente. "Rayo," dijo. "¿Por eso querías hablar conmigo?"

    “Para ser honesta, no estoy tan interesada en la causa del accidente como en lo que vino después. Me interesa cómo sobrevivió usted al accidente."

    "No lo sé," dijo Hugh.

    Melody asintió y tomó nota. "¿Recuerda que le encontraron?"

    Hugh negó un poco con la cabeza e hizo una mueca. Las drogas estaban ayudando, pero no se ocupaban de todo.

    “Cuando le sacaron de los escombros, estaba medio despierto y hablando. Uno de los paramédicos le escuchó decir algo sobre un ángel." Hugh palideció ante la palabra, pero Melody continuó hablando. “Los ángeles son mi especialidad, señor Juliard. Pero antes de continuar, me gustaría aclarar algunos puntos. No estoy aquí para confirmar un punto de vista religioso ni para desacreditar uno. Tengo un Master en Teología de Harvard y un doctorado en Sociología de Yale. No estoy tratando de alardear, solo quiero que entienda que no estoy aquí con una agenda. Quiero entender lo que sucedió y puedo ofrecerle el anonimato si eso es lo que desea. Además, su acuerdo con mi editor se mantendrá independientemente de lo que me diga, así que, por favor, no crea que necesita mentir o modificar su explicación para que se ajuste a cualquier tipo de marco existente. Si fue solo un sueño, le deseo lo mejor y su cheque llegará de todos modos. pero si vio o experimentó algo extraordinario, me gustaría mucho saberlo."

    "¿Crees en ellos?" Preguntó Hugh.

    Melody consideró esto durante un momento. “Esa es una muy buena pregunta. Para ser honesta, no me corresponde a mí creer o no creer. Mi investigación me ha brindado poderosa evidencia de que los ángeles pueden existir, pero hasta la fecha es totalmente circunstancial. Lo siento, no puedo ser más clara."

    Hugh se mordió el labio. "Te diré lo que vi. Pero... tienes que entender... yo nunca antes había creído en ellos."

    Melody anotó otra nota rápida. "¿Un ángel le salvó la vida?"

    Hugh se echó a reír. Fue una risa de preocupación. “Si me salvó la vida," dijo. Cerró los ojos y los mantuvo cerrados durante mucho tiempo. Cuando los abrió, estaban rojos. "¿Si me salvó la vida? Un ángel mató a todos los demás en ese avión."

    “Despegamos en Filadelfia un poco antes de las siete de la noche. Se suponía que llegaba a Los Ángeles alrededor de las diez y media. Zonas horarias, ¿verdad? Estábamos sobre el medio oeste, maldita sea si sé dónde, cuando pillamos esa tormenta. Mal pinta. Nubes negras por todas partes. Me refiero a tono negro. Luego empezó a caer la lluvia. Granizo, nieve, aguanieve, golpeando contra la ventana. El piloto, habló por la radio: estamos experimentando turbulencias. Quédense en sus asiento. Turbulencia."

    “Había una mujer sentada frente a mí en diagonal. No podía verla muy bien. Estaba en un asiento junto a la ventana, pero podía oírla hablando con su hijo, diciendo que tenían suerte porque estaba nevando en Navidad. Supongo que ese es el tipo de cosas que les dices a los niños. A mí no sé si se me habría ocurrido decir algo así. No fui el mejor padre cuando tuve la oportunidad.

    “Había rayos. Relámpagos por todas partes. Pero no creo que el avión hubiese sido alcanzado. Un tipo unas filas atrás empezó a decir que íbamos a morir. Escuché a gente tratando de callarle o consolarle. Yo solo pensé que estaba loco. Quiero decir, la tormenta era fuerte, pero yo viajo mucho. Y a veces ves un clima que no puedes creer. Pero siempre lo superas, ¿verdad? Esos aviones están hechos para soportar lo que la naturaleza les arroje. Pero esta vez... ese tipo tenía razón. Esta vez, no estábamos aterrizando a salvo.

    “Cuando atravesamos las nubes, la gente empezó a aplaudir. Fue tan repentino. Al minuto estamos rodeados de lluvia y relámpagos y al siguiente el cielo está claro y silencioso. Entonces lo vimos. Aquellos de nosotros en el lado izquierdo del avión, al menos. Lo vimos y jadeamos. Sentí que el chico a mi lado empujaba para intentar echar un vistazo también."

    Hugh hizo una pausa por un momento. Inhaló lentamente y tembló mientras exhalaba.

    "¿Era este el ángel?" Preguntó Melody.

    "Sí," susurró.

    "¿Me lo podría describir?"

    “Él... él era un tipo grande, pero no enorme. Yo diría, dos metros veinte, tal vez. Llevaba una túnica blanca. Aleteaba a su alrededor con el viento. También tenía alas. Eran dorados. No como el metal. Más como... como un halcón, supongo. No tenía un halo como en los libros ilustrados, pero era como si saliera luz de él. Podías verlo como si fuera de día.

    “Voló hacia nosotros y se encaramó sobre el ala del avión. Su rostro era como de piedra, como si estuviera tallado en algo. No intento decir que tuviera ese color: tenía el color como... como la piel. Pero no se movía como si hubiera músculos o algo debajo."

    “Nos quedamos allí, asombrados. Escuché a la gente llorar, rezar, y uns anciana empezó a gritar: "Gracias." Supongo que todos pensamos que había terminado con la tormenta, que nos había salvado.

    Ocurrió muy rápido. Levantó una mano y, de repente, había una espada en ella. No había estado allí ni un segundo antes: simplemente... apareció de la nada. Luego levantó la cabeza y nos miró. Luego blandió la espada.

    "Eso fue rápido. Eso... el ala del avión... simplemente se vino abajo, y el ángel simplemente extendió sus alas, y comenzamos a dar vueltas. El equipaje caía por todas partes. Había una azafata que fue arrojada por la cabina. Creo que escuché su cuello romperse. Algo me golpeó y me desperté aquí."

    Melody estaba ocupada tomando notas. Cuando terminó, alzó la vista. "Me gustaría hacerle algunas preguntas más, Sr. Juliard. ¿Por qué cree que se salvó?"

    "No creo que lo fui. Al menos no a proposito. Quiero decir, había niños. Esa niña cuya madre le dijo que nevaba por Navidad. Si estuvieras eligiendo a alguien para salvar, ¿no la salvarías a ella? Creo que es un accidente que estoy vivo. Simplemente al azar."

    “¿Y crees que el resto también fue aleatorio? El avión, quiero decir. ¿O cree que hubo una razón por la que el ángel atacó?

    "Creo que él quería matar a alguien," dijo Hugh. "Creo que había alguien en ese avión que quería tan muerto que valía la pena matar a los demás también."

    "¿De verdad cree que un ángel pensaría así?"

    "No lo sé. Yo nunca he creído en ellos. Pero sé lo que vi. Y, si lo piensas, ¿y si él sabía algo? ¿Algo sobre el futuro, sobre lo que hará alguien? ¿Y si eso es algo que afecta a miles o millones de personas?"

    "¿Cree que había alguien así en el avión?"

    "Yo... no lo sé. Tal vez. Yo... Desde que llegué aquí, he estado entrando y saliendo. A veces miro por la ventana y... creo que lo he visto por ahí fuera."

    El tono de Melody cambió y preguntó: "Sr. Juliard, ¿a qué se dedica?"

    “Trabajo del gobierno," dijo Hugh. "Empleo de computadores para... lo siento. Se supone que no debo discutirlo."

    Melody asintió. Tomó otra nota, pero sus manos parecían inestables. "Gracias, señor Juliard. Honestamente puedo decir que nunca he oído un relato como este, aunque los elementos de su descripción son más comunes de lo que piensa. Si no le importa, me gustaría hacer un seguimiento con usted en una fecha posterior."

    "Espero que podamos," respondió secamente Hugh. Melody se puso en pie para irse, pero Hugh añadió: “¡Espera! Espere. Una cosa más. Mi hija... harás que reciba el dinero? Si pasa algo... "

    “Sus médicos esperan que se recupere por completo. Pero me aseguraré de que mi editor lo entienda."

    "Gracias," dijo Hugh, y ella se fue. Él se quedó en la cama, apenas escuchando a los médicos y enfermeras que entraban. Sus ojos se quedaron pegados a la ventana. Y esperó.

FIN

22. Luces Sobre el Tejado

    Nochebuena, 1954

    BRIAN WICKS YACÍA en la cama con un bastón de caramelo colgando de su boca como un cigarro y un número del Capitán Marvel agarrado con fuerza entre las manos. Claro, estaba oscuro, pero el brillo multicolor de las luces que colgaban justo bajo su ventana era más que suficiente para distinguir las palabras, aunque a su madre le habría dado un ataque si lo hubiera sabido. "¡Te quedarás ciego!" le habría gritado ella. "¡Ciego por Navidad!" Por supuesto, ella se habría molestado mucho más si supiera de los dulces que él se había metido en la cama. "¡Te pudren los dientes! ¿Qué te traerá Papá Noel entonces? ¿Una dentadura postiza?"

    Pero lo que su madre no sabía no les haría daño a ninguno de los dos. Bueno, a menos que se le cayeran los dientes o que la ceguera fuera cierta. Pero Brian había oído suficientes historias de su madre como para descartar la mayoría de ellas.

    Además, si había una noche del año en la que él debería tener algún margen de maniobra, era esta. ¡Mañana era Navidad! Esto era lo más alejado de una noche de escuela que uno podría estar fuera del verano. Entonces, según el razonamiento de Brian, si quería quedarse despierto hasta la una leyendo cómics y sorbiendo bastones de caramelo, esa debería ser su prerrogativa.

    Además, no estaba perdiendo sueño. Los adultos pueden reírse de los niños que creen en Papá Noel, pero eso no es nada comparado con creerse el mito de que los niños duermen el 24 de diciembre. Venga ya, ¿con el botín esperando? No es probable.

    Brian dejó caer el cómic al suelo. De todos modos, estaba demasiado distraído para leer. Consideró escabullirse abajo para revisar los paquetes e intentar descifrar lo que había dentro. Pero ese es el tipo de riesgo que hace que te atrapen. Aunque sus padres se lo tomaban con calma con él durante las vacaciones, ¿quién quiere que le griten la noche antes de Navidad?

    Aun así, sentía calambres en las piernas. Brian se sentó, quitó las sábanas y se acercó a la ventana. Estaba brumoso; ni siquiera podía ver el borde del césped. Pero podía ver algo. Era raro; algún tipo de luz en el cielo. Probablemente alguna decoración o algo así.

    Pero se estaba moviendo. Brian entornó los ojos para ver mejor. Fuera lo que fuese, se estaba volviendo más brillante; Acercándose.

    Por un breve momento, lo obvio cruzó por la mente de Brian. Pero no puede ser eso, porque eso no es real. Eso es solo un cuento de hadas que los adultos les dicen a los niños pequeños para que dejen de lloriquear. Brian lo sabía, lo había sabido durante años. Pero es el tipo de cosas que sabes en el día, cuando estás con amigos. Por la noche, en Nochebuena, cuando todo parece mágico y todo parece posible... todo parece diferente. Y lo que debería y no debería ser real quizá no fuese tan convincente.

    La ventana se estaba empañando. Brian la limpió con la manga del pijama, pero la niebla estaba en el exterior. Lenta y cuidadosamente, para no hacer más ruido del necesario, agarró la ventana y la abrió. Mientras hacía esto, la cadena de luces justo bajo esta tembló. Brian se quedó helado cuando la nieve en polvo cayó de los cables. Se encogió, esperando escuchar los carámbanos partirse en pedazos, seguido inevitablemente por el portazo de sus padres, gritando...

    Pero no hubo nada de eso. Los cables se asentaron y sus padres no se movieron. Estaba a salvo. Por ahora.

    Brian miró por la ventana. Podía oír algo débil, pero no era lo que esperaba. Era mecánico, como un avión. Pero más silencioso. La luz era más brillante ahora y se acercaba.

    Aquello debía de estar justo encima de la casa del vecino. Él se inclinó por la ventana para ver mejor. No era una luz: eran varias. Incluso docenas. Algunss estaban parpadeando; otras se mantenían estables. Luego rompió la niebla.

    Brian se dejó caer al suelo. Incluso antes de que su mente hubiera captado lo que estaba viendo, sus instintos entraron en acción. Quiso apartar la mirada o correr. Pero no pudo.

    Era enorme; al menos tan grande como su casa. Era redondo y metálico. Y parecía flotar como un globo mientras sus luces recorrían el suelo debajo.

    Brian había leído suficientes historietas, escuchado suficientes programas de radio y había pasado suficientes sábados por la tarde en el cine para saber lo que era esto: era un artilugio de otro mundo. Este redujo la velocidad y se deslizó oor encima de su casa. La luz brillaba en su ventana y Brian se lanzó hacia su cama, enterrándose bajo las sábanas. Una parte de él quería gritar a sus padres, pero otra parte estaba demasiado asustada de que otra cosa pudiera oírle también.

    Permaneció absolutamente quieto durante varios minutos. El extraño sonido todavía era audible y la luz todavía era visible. Brian apartó las sábanas lentamente y miró hacia afuera. Miró hacia la ventana. Copos de nieve dispersos se elevaban en penachos de niebla blanca, iluminados tanto por la nave alienígena como por las luces de colores de caramelo del exterior.

    Brian apenas parpadeó y no emitió ningún sonido. Luego, lentamente, una mano bajó frente a su ventana. Sea lo que fuese a lo que perteneciera, debía de estar posado sobre el tejado. La mano era más de tres veces más larga que la suya, con cuatro dedos, cada uno con dos articulaciones más de lo que debería tener. La piel era de un blanco pálido; casi como nieve, pero ligeramente translúcida. Se estiró hacia abajo, conectado a un brazo largo y vigoroso. La mano llegó al fondo de la ventana abierta. Palpó en busca de la parte inferior y los dedos vibraban.

    El brazo se dobló y la cabeza de la criatura apareció a la vista. Cada uno de sus ojos era del tamaño de la cabeza de Brian. Su boca parecía absurdamente pequeña para el tamaño de su rostro.

    Las luces del tejado cambiaron de blanco a rojo intenso y la criatura giró la cabeza y siseó. Luego se giró hacia dentro. Su otro brazo se extendió por encima del primero y su mano se apoyó en el exterior del alféizar de la ventana.

    Luego, rápidamente, agarró una de las luces de Navidad, la retorció y la sacó del cable. El resto se oscureció, pero la de los dedos del alienígena brilló durante un segundo más. Sostuvo eso durante un momento, luego se empujó hacia el tejado. Unos segundos más tarde, las luces de la nave se atenuaron antes de desaparecer por completo.

    La habitación estaba helada, pero Brian permaneció completamente quieto durante diez minutos mirando la ventana abierta. Finalmente, se puso de pie, se acercó a la ventana, la cerró y pasó el cerrojo por si acaso.

    Pudo distinguir las huellas en el cristal donde la criatura había colocado la mano.

    Luego Brian miró hacia la línea oscura a la que le faltaba una bombilla. "Maldición," dijo. Estaba justo debajo de su ventana; sus padres nunca creerían que él no había sido el responsable de quitarla. Para empeorar las cosas, estaba bastante seguro de que no tenían bombillas de repuesto, así que cuando sus primos llegaran más tarde, no habría luces en la casa. Su mamá no querría oír el final del cuento.

    “La peor Navidad de mi vida," dijo Brian.

FIN

23. El Regalo Perfecto

    DEB DESPERTÓ mientras Keeve estaba atándose la escopeta a la espalda. Ella se puso en pie, se estiró y se acercó a él. No había mucha luz en la habitación (solo la que se filtraba por la ventana entablada), pero era suficiente para ver que estaba preocupada. Keeve, satisfecho de que la escopeta estuviera asegurada, la abrazó y la besó en los labios.

    "Uh," dijo él, riendo. "Tu aliento no es muy bueno."

    "Sí," se rió ella en respuesta antes de ponerse seria. "¿A dónde vas, nene?"

    "Ah. Si. Te dejé una nota. Pensé en conseguir algunos suministros de la ciudad, ya sabes."

    "Jesús. Debería ir," dijo ella.

    "No. Mira, te amo, pero ambos sabemos que yo soy más rápido."

    "Puedo adelantar a cualquier Bi," respondió Deb.

    "Sé que puedes, pero no quiero que nos sigan hasta aquí, arañando la puerta y todo eso. ¿Recuerdas octubre? Tuvimos que matarlos en el porche. Aún no huele bien ahí fuera."

    "Eso no fue culpa mía," le recordó Deb dándole un golpe en el pecho.

    "No he dicho que lo fuera," dijo Keeve a la defensiva. “Pero no quiero que vuelva a suceder. Mira, solo hay algunas cosas que quiero recoger, ¿de acuerdo? No tiene importancia."

    Deb inclinó la cabeza y se cruzó de brazos. "Mejor será que esto no sea por lo de mañana."

    La comisura de la boca de Keeve se curvó en la más mínima sonrisa contra su voluntad. Se secó la cara con la palma de la mano para tratar de ocultarlo. “No tengo idea de lo que quieres decir. ¿Es nuestro aniversario o algo así?"

    Deb lo golpeó en el brazo. "Sabes tan bien como yo que Nochebuena es esta noche. Vamos, Keeve, no necesito nada. Tú eres suficiente y... no quiero perderte."

    "Relájate," dijo Keeve, "estamos hablando de mí. Sé apañarmelas solo."

    "¿No es eso lo que dijo Chuck? Él también era bueno. Pero a veces la gente sale sola y no regresa. O algo peor. Keeve, te amo. No puedo soportar la idea de tener que... "

    "No tendrás," dijo Keeve levantando suavemente la barbilla de ella con el pulgar. La miró a los ojos y dijo: "Lo juro, Deb, nunca te pondría en esa posición. Me cuidaré tanto que nunca sucederá nada. Pero si alguna vez la fastidio, si alguna vez me muerden... me aseguraría de no ponerte en esa situación. Lo terminaría allí mismo, como debería haberlo hecho Chuck. Rápido y limpio, como un hombre. Lo prometo."

    "Por favor, no te vayas," dijo Deb. "Sé que eres bueno; eres el hombre más fuerte que he conocido, pero te quiero aquí conmigo hoy."

    Keeve sonrió. "No te preocupes tanto," dijo. "Lograré volver. No me va a pasar nada ahí fuera. No haré nada estúpido: si los Bis están ahí fuera, me marcharé."

    Deb asintió. "Necesitarás la glock," dijo con la voz quebrada un poco.

    "Estaba a punto de agarrarla."

    "Y uno de los bates," dijo Deb.

    "Ya llevo demasiado, no voy a poder llevar mucho de vuelta," dijo Keeve.

    "Sí, bueno, mientras vuelvas, no me importa el resto. Lo digo en serio: lo único que quiero para Navidad eres tú. Nada más importa."

    "Tendré cuidado," prometió Keeve de nuevo, antes de poner la glock en la mochila, junto con una botella de agua, un tarro de crema de cacahuete y una linterna. Se colocó la mochila en un hombro y ajustó la correa hasta que estuvo lo más cómoda posible. Luego agarró el bate, miró por las ventanas entabladas y abrió la puerta manteniendo el bate frente a él. Deb había recogido el rifle, por si había alguna "sorpresa" en el porche, pero parecía seguro.

    Keeve salió mientras Deb cerraba la puerta tras él. No había nada fuera de la casa en la que vivían, así que se apresuró a bajar a la calle y se subió a la motocicleta que había encontrado unos meses antes. Caminó por la calle un poco, arrancarla haría ruido, y lo último que quería era atraer a los Bis. Una vez que sintió que estaba lo bastante lejos, se subió y la encendió.

    Se dirigió hacia la ciudad, rodeando las cáscaras oxidadas de los coches estrellados años antes. De vez en cuando, veía un Bi salir renqueando del bosque, probablemente atraído por el ruido. Incluso a las velocidades relativamente lentas a las que se movía, no tuvo ningún problema para evitarlos. Unos años antes, cuando se habían levantado por primera vez, él se habría detenido a luchar, les habría disparado hasta quedarse sin munición y luego habría vuelto al lugar donde se había escondido con otros supervivientes. En aquel entonces, casi todo el mundo estaba enojado, en pánico y con ganas de pelear. Mucha gente murió esos días tratando de pelear aquello como si fuera una guerra. Demonios, así habría sido él si no hubiera encontrado a Deb. Ella le había salvado la vida al darle una razón para vivirla.

    En algún momento, quedó muy claro que había demasiados para matar. El truco consistía en encontrar una manera de sobrevivir a ellos. Sí, los Bis eran duros, pero necesitan comer. Y, francamente, no quedaba mucha fuente de alimento. Los supervivientes humanos estaban encerrados en pequeñas comunidades o parejas, como él y Deb, y los Bis se las habían arreglado para conseguir la mayoría de los perros, gatos, ratas y ratones que podían conseguir.

    Cuando los Bis tienen hambre, van en busca de insectos. Pero la mitad de las veces, no los mastican bien y los insectos terminan comiéndose a los Bis por dentro hasta que deshacerlos. No es bonito ver un cuerpo humano en descomposición desmoronarse así, pero eso es mucho mejor que caer con balas o motosierras.

    Keeve estacionó su motocicleta en las afueras de la ciudad. Conducirla a la ciudad era más peligroso que ir a pie. Era bastante fácil ver venir Bis al campo, pero la ciudad era compacta; demasiados lugares para esconderse o salir corriendo. Además, podría haber cosas peores en la ciudad que los Bis. La mayoría de los supervivientes solo intentaban sobrevivir. Pero el brote no favorecía a las personas buenas sobre las malas. Todos venían a la ciudad a buscar despojos y, como estaba solo, Keeve quería ser lo más discreto posible.

    Hubo un tiempo en que poner un pie en la ciudad significaba una muerte segura. Más gente significaba más Bis. Pero ellos agotaron su suministro bastante rápido. Al final del primer invierno, la mayoría de los Bis volvían a ser solo cuerpos. En cuanto al resto, a la mayoría les faltaban miembros y eran tan lentos que casi sentías lástima por ellos. Otros simplemente deambulaban por el desierto en busca de comida. A medida que pasaron los años, su número siguió disminuyendo.

    El problema es que muchos de los que todavía estaban ahí fuera, los que todavía tenían piernas y brazos, eran muy peligrosos. Selección natural en movimiento: los Bis que quedaban eran letales. Algunos eran más fuertes, otros más rápidos. Algunos parecían tener mejores instintos para la caza. En realidad no tenía sentido: los Bis no podían pensar, no del todo, pero tampoco todos se comportaban siempre de la misma manera.

    Por supuesto, algunos de ellos eran nuevos. Demonios, Keeve tenía más de un amigo que probablemente todavía andaba pesadamente por esas calles en busca de cucarachas, ratas o personas a quienes roer. Solo esperaba que él nunca acabara así.

    Él comenzó a entrar, evitando cualquier obstáculo potencial que pudiera estar escondiendo Bis. Había visto suficientes personas que se habían acercado sigilosamente a lo largo de los coches solo para ser arrastradas por debajo por resistir la tentación de intentar cubrirse. Lo mismo ocurría con los portales de los edificios: los Bis no dudaban en atravesar el vidrio ni por un segundo.

    La mejor estrategia era permanecer al aire libre. De esa manera, si algo venía hacia ti, podías lidiar con ello.

    Tampoco tuvo que esperar mucho antes de encontrar algo con lo que lidiar. Un Bi al que le faltaban las piernas comenzó a arrastrarse desde debajo de un automóvil. Él usó el bate e hizo un breve trabajo con su cabeza. Otros dos aparecieron en las puertas destrozadas de lo que antaño habían sido edificios de apartamentos. Keeve maniobró para que no lo alcanzaran al mismo tiempo. Consideró el arma, pero decidió que el ruido causaría demasiados problemas.

    Sin embargo, el primero se movía a buen ritmo y él se encontró dudando de su decisión de quedarse con el bate. Pero Keeve tenía algo de experiencia con los Bis: bateó rompiendo los huesos de ambos brazos y luego le dislocó la rodilla derecha. El Bi le persiguió, por supuesto, pero cayó y se vio obligado a gatear.

    Keeve dio un paso atrás, luego bajó el bate. Con toda probabilidad, este Bi había existido durante años y probablemente había matado a más de unas pocas personas en ese tiempo. Pero al final, no le fue mejor que el que se había acercado tratando de salir de debajo del coche.

    Solo quedaba otro más y no parecía demasiado duro. Fue breve y, como Deb habría dicho, ya reventado. Se movía cojeando y sus brazos no funcionaban muy bien. Aun así, Keeve se lo tomó en serio. Se mantuvo concentrado y lo remató con un golpe lateral en la cabeza. Luego, después de asegurarse de que no hubiera más alrededor, vomitó por el olor. La carne podrida y el cerebro en descomposición son olores a los que nunca te acostumbrabas.

    Se obligó a tragar un poco de agua y luego siguió adelante por las calles. Otro Bi apareció en la esquina de la Octava con Main. Él atacó una de las piernas y le dejó cojeando. Consideraba poco ético no acabar con los Bis ya que todavía eran peligrosos, pero no quería esforzarse. Aplastar cráneos humanos no era precisamente un trabajo agradable.

    Poco después llegó a lo que había sido el distrito comercial y sacó la linterna y la pistola. Encontró lo que estaba buscando, una joyería, y dejó el bate y la mochila afuera. Luego abrió la puerta con el zapato y levantó la pistola.

    No vio nada, así que dijo en voz baja y firme: "Ey. Mi nombre es Keeve. No soy un Bi, así que si hay alguien aquí, no dispares." Hizo brillar la luz alrededor y no vio nada. También miró por encima del hombro, en caso de que hubiera algo tras él. No lo había.

    "Mira, si hay alguien aquí, no quiero hacerte daño. Si estás ahí, avísame." Todavía nada. Entró. Estaba oscuro y mohoso, pero también lo estaba todo. Sin embargo, no olía particularmente mal y no veía nada raro. Se movió lentamente, medio esperando que algo viniera hacia él desde trasl mostrador. Pero no habia nada alli. Luego revisó la habitación trasera, comenzando con el mismo saludo. Tampoco había nadie allí.

    Una vez que decidió que el lugar era seguro, iluminó la primera vitrina. Tenía principalmente collares, así que siguió adelante. Algunas de las vitrinas ya se habían roto y un puñado de joyas había desaparecido. Encontró los anillos de compromiso poco después. Desafortunadamente, esas vitrinas seguían intactas y cerradas, por lo que tendría que romper el cristal.

    Primero eligió el anillo que quería, luego rompió la parte superior del vidrio con la culata del arma. El sonido reverberó a través del edificio y él se encogió.

    Cogió el anillo, lo metió en el bolsillo del abrigo y echó a correr. Había tres Bis en la calle cuando llegó a la puerta. A uno le faltaba la mayor parte de la cara: Keeve le disparó en la cabeza primero, para que no tuviera que seguir mirándolo. Luego se encargó con el bate de los otros dos.

    Cogió su mochila y empezó a correr, dejando atrás el bate. El ruido atrajo más, pero él los ignoró. Los únicos Bis que abatía eran los que tenía delante. El resto, simplemente los dejaba atrás. Estaba exhausto cuando llegó a la moto. La puso en marcha y despegó tan pronto como estuvo sentado.

    Cuando supo que estaba libre de la ciudad, se detuvo a descansar y terminarse el agua. Luego sacó el anillo del bolsillo. ¿Le gustaría a Deb? ¿Una propuesta de matrimonio en un páramo posapocalíptico? ¿Quién creía él que realizaría la ceremonia?

    Apartó esos pensamientos. Deb lo entendería: esto era un símbolo. Representaba su amor por ella y su compromiso de pasar el resto de su vida (lo mucho que fuera) a su lado. No necesitaban un sacerdote: se casarían. Se relajó. Un anillo de compromiso, el regalo perfecto. ¿De qué se estaba preocupando?

    Se tomó su tiempo para regresar a casa. Esta sería una Navidad para recordar. Pensó en detenerse en una gasolinera y rebuscar entre las ruinas para ver si tenían papel de regalo, pero decidió que eso sería una estupidez.

    La única pregunta que le quedaba era si debía esperar hasta mañana para darle el regalo o entregárselo esta noche.

    Era temprano en la tarde cuando se acercó a la zona donde vivía. Se detuvo temprano y comenzó a volver empujando la moto. Estaba cansado y su atención estaba en otra parte. Para cuando escuchó que el Bi se acercaba a él, ya era casi demasiado tarde.

    Dejó caer la moto y saltó, justo cuando el Bi se abalanzó sobre él. Si este no se hubiera tropezado con la moto al caer, lo habría atrapado. Tal como estaban las cosas, apenas sacó la escopeta a tiempo, apenas le apuntó a la cabeza de el Bi y apretó el gatillo.

    Desde el cuello hacia arriba, el Bi simplemente se disolvió frente a él, su cuerpo colapsó en el suelo. Keeve se puso de pie y miró a su alrededor frenéticamente. Había tenido situaciones difíciles como esa antes, pero esto era diferente de alguna manera: ahora tenía mucho que perder. Eso, y estaba tan cerca. Si le hubiera atrapado... si le hubiera mordido y le hubiera matado antes de poder apuntar con su arma a sí mismo... era demasiado horrible para pensar en ello. La idea de morir era una cosa; romper su promesa a Deb era otra.

    Respiraba frenéticamente, contento de estar vivo. "¡Estoy vivo!" gritó, ya que Deb debía de haber oído el disparo. No quería que ella pensara que había sido demasiado lento.

    Todavía no podía oír muy bien por el disparo, por lo que no tenía idea de si ella estaba llamando. Corrió hacia la casa, con la escopeta todavía en la mano. Con la otro, hurgó en el bolsillo de su abrigo hasta encontrar el anillo.

    Corrió hacia la puerta, sin dejar de estar atento por si había otros Bis alrededor. Pero no vio ninguno. Al menos no hasta que llegó a su césped.

    Había al menos veinte, más de los que había visto en años, tirados frente a su casa. Los cuerpos estaban esparcidos, cada uno con uno o más agujeros en la cabeza. Había más muertos en el porche, principalmente alrededor de la puerta.

    La puerta la habían abierto con garras.

    Keeve cargó. "¡Deb!" gritó acercándose a las escaleras. Un Bi medio descompuesta tropezó con él y él le voló la cabeza. Otro estaba en el pasillo: eel sacó la glock, lo reventó y siguió adelante.

    Los pensamientos llegaron rápidamente ahora. Él debería haber estado aquí. ¿Por qué se había ido? ¿Cómo pasó esto? Está bien, ella podría estar escondida en la parte de atrás. Deb es una superviviente: ha vivido cosas peores que esta. Ella....

    Ella salió de la cocina. Keeve estaba de pie al otro lado de la sala de estar. Él dio un paso atrás cuando ella avanzó andando.

    Andando no, cojeando. Cuando los Bis se habían acercado hasta ella, debieron de haberle comido algo de su pierna antes de llegar a la garganta. Le faltaban trozos por todas partes, pero no tanto para que ella no hubiera podido volver. Como uno de ellos.

    Ella todavía era hermosa, incluso ahora. No hay mayor cumplido que Keeve podría haberle hecho a nadie: incluso con las heridas y los ojos vacíos, era hermosa.

    "Debería haber estado aquí," dijo en voz alta, levantando el arma con ambas manos. Ella dio otro paso hacia él y él dio otro paso atrás por el pasillo. La miró por el cañón. A su cara. Sus labios.

    Él retrocedió de nuevo y ella avanzó, como si fuera una especie de baile. Sus ojos se desenfocaron debido a las lágrimas y miró la pistola y luego su mano. Había algo en ella. Alguno...

    La abrió. El anillo de compromiso estaba quieto en su palma. Él apuntaba con la otra mano, pero no se atrevía a apretar el gatillo. Lentamente, bajó el arma y sintió que esta resbalaba de su mano. Luego dejó caer el anillo, que golpeó el suelo y rodó hasta la pared.

    Aquello había sido estúpido. La idea no había significado nada. No era un símbolo: era chatarra barata. Lo único que Deb siempre había querido era lo que ella todavía quería. Él abrió los brazos y cerró los ojos cuando ella le abrazó.

    El regalo perfecto. Él mismo. Lo único que ella había pedido para Navidad.

FIN

24. Una Noche en Belén

    Basado en una historia REAL

    EL POSADERO era un hombre gordo y estaba exhausto. Estas fueron las dos primeras observaciones que pasaron por la mente de José al ver al propietario. ¿Y por qué no iba a estar cansado? Era tarde, casi medianoche. Y aquí había una pareja, la mujer claramente en trabajo de parto, en su puerta.

    El posadero se frotó los ojos. No esperó a que José comenzara. "Mira, chico. Estamos llenos. Lo siento."

    "¿Qué? No puede ser," dijo José. “Debes tener, ¿qué, dos docenas de habitaciones en este lugar? ¿Quién alquila dos docenas de habitaciones?"

    “Casi tres docenas,” le corrigió el posadero. "Y son estos malditos observadores de estrellas. Llegan de todos los pueblos a cien leguas. Astrólogos, astrónomos, lo que sea. Todo el mundo tiene que quedarse boquiabierto ante la gigantesca luz sangrienta del cielo. ¿O no la notaste?"

    "Sí, vimos la estúpida estrella," dijo José.

    "Bueno, aparentemente este lugar tiene el mejor ángulo de visión. No me refiero solo a Belén: me refiero a esta misma posada. Suerte de mí, ¿verdad? Malditos astrónomos. Pensé que los soldados romanos eran exigentes, pero estos bastardos se llevan la palma."

    María gritó de dolor.

    José suspiró. "Mira. ¿No puedes echar a alguien? Mi esposa está embarazada aquí."

    "Sí, bueno, mi posada tiene hipoteca. Como se corra la voz de que estoy echando a los huéspedes que pagan, la gente será propensa a mantenerse alejada. En poco tiempo, estaré sin negocio."

    "Aceptaremos cualquier cosa," rogó José.

    "Puedes quedarte en el pesebre," dijo el posadero encogiéndose de hombros.

    "¿Con animales?" José lo fulminó con la mirada.

    "Dijiste cualquier cosa," respondió el posadero.

    "José," interrumpió María entre respiraciones profundas. "El pesebre está bien."

    "No, no está bien," dijo José. “No quiero que mi esposa dé a luz hasta las rodillas en mierda de vaca. Tiene que haber algo más."

    "Lo siento," dijo el posadero, sin mostrar emoción alguna. "Estamos llenos."

    "Mira," dijo María, agarrando el hombro de su marido con tanta fuerza que hizo que se encogiera. "Estoy segura de que mantiene un pesebre muy limpio y le agradecemos su generosidad."

    "Si. Mira, haré que mi chico te siga con un poco de agua y trapos," dijo el posadero, relajando un poco su comportamiento.

    "Pero..." comenzó José.

    "Vamos," interrumpió María con un fuerte tirón en su brazo.

    Unos minutos después estaban en los establos. Todos los animales estaban reunidos alrededor, bañados por la luz de la estrella que entraba por la puerta abierta. José le dio un codazo a una cabra en las costillas para que se moviera, y le dio una mirada que sugería que quería mostrarle el extremo comercial de sus cuernos, pero pensó que tal vez, solo tal vez, eso no era tan buena idea.

    Dado que toda esta debacle había comenzado nueve meses antes, los animales habían actuado de manera extraña a su alrededor. No era nada comparado con la forma en que estaban alrededor de su esposa, con los pájaros posándose en sus dedos y las ardillas lanzando nueces a sus pies y otras cosas locas como esas, pero existía esta extraña comprensión. Era como si supieran que José estaría criando al hijo de Dios y sabían que era mejor no joderle.

    "Así es," le dijo José a la cabra, mientras retrocedía. Se enderezó la túnica, agradecido por la oportunidad de parecer duro después del emasculante intercambio con el posadero.

    "Cariño," dijo María, "me vendría bien un poco de agua."

    "Si. Dijo que el chico nos encontraría aquí."

    "Eso es genial, pero antes sería mejor."

    José puso los ojos en blanco. "De acuerdo." Salió del establo y miró a su alrededor. Unos minutos más tarde vio a un niño, no mayor de seis años, que llevaba un balde de agua. Tenía un puñado de trapos sobre un hombro.

    José se encontró con él a mitad de camino, le dio una propina y se dirigió de regreso a los establos. "Hola, cariño. Tengo el agua."

    "Gracias a Dios."

    "Si. Agradezcamos a ÉL de nuevo," murmuró José en voz baja.

    "¿Qué fue eso?"

    "Oh. Nada. Nada en absoluto."

    María sudaba y respiraba rápidamente. "¿Podrías darme de beber?"

    "Uh..." José dejó el balde y empezó a revisar sus cosas.

    "Oh. Estoy tiene que ser una broma. La taza. Debo haberla dejado en la mula. Iré a buscarla."

    "Ve rápido. Este bebé no va a esperar."

    "¿Estás segura? Quiero decir, sabes qué día es hoy, ¿no?

    "José. No creo que... "

    "Lo sé, pero... es el Solsticio. ¿No crees que es un poco... inapropiado? Este es el hijo del Dios verdadero, ¿verdad? ¿No debería su cumpleaños estar en el centro del calendario pagano? Este ya es el cumpleaños de, como, media docena de deidades solo en el panteón romano."

    "¡TRAEME DE UNA VEZ UNA MALDITA COPA!" gritó María.

    José salió apresuradamente del establo y se dirigió al lugar donde habían aparcado la mula. La cosa le miró bizqueando y medio bostezando, medio eructando. No se molestó en levantarse primero.

    Resulta que puedes conseguir una mula muy barata en el desierto, siempre que no te importe lo fea, vieja o estúpida que sea. O lo mal que huela, para el caso. José se tapó la nariz mientras rebuscaba en la alforja.

    En defensa de José, habían sido nueve meses largos, llenos de profecías, visitaciones sobrenaturales y extraños portentos. Como cualquier judío bueno y temeroso de Dios encargado por un ángel del Señor, él estaba haciendo su debida diligencia. Pero eso no significaba que tuviera que gustarle nada de esto. Había aguantado un montón de mierda estos últimos meses y seguía acumulándose.

    Su esposa iba a dar a luz al hijo de Dios. Excelente. Y se había quedado embarazada antes de que casarse oficialmente. Seguro. Ah, y no era suficiente que hubiera sido una concepción virgen: para contar oficialmente como un milagro plenamente sancionado, tenía que ser un nacimiento virginal.

    Si. Eso parecía justo.

    ¿Dónde había conocido María a Dios? ¿Y quién le dio a Dios el derecho a cagarse en la vida de José de esta manera? Ja. ¿Quién le dio el derecho, quién si no? Dios. No hay conflicto de intereses allí.

    José finalmente encontró una taza y regresó a los establos. Le dio a su esposa algo de beber e hizo todo lo posible por mantenerla relajada. Unas horas más tarde, nació el bebé. María miró al niño y lloró, y José también se quedó sin habla. Era un niño hermoso, y la pareja se sonrió. María abrazó al bebé y le susurró: “¿Podrías cerrar la ventana? La luz de esa estrella es cegadora y necesito dormir."

    José caminó hacia la ventana y se encontró mirando directamente a los ojos de un pastor. Más específicamente, estaba mirando al pastor más cercano de lo que parecía ser una banda de pastores errantes. Y no estaban solos: una buena parte de sus rebaños había venido con ellos.

    "¿Ahora que?" Preguntó José.

    El pastor jadeó. “¿Es usted...? Es que... vimos la estrella de nuestros campos y nos trajo aquí."

    "Ya. Estrella. Lo capto."

    "¡Es la señal que nos prometieron!" proclamó otro pastor empujando al primero fuera del camino. Primero miró a José, luego se volvió hacia el resto. “¡Dentro de este pesebre nace nuestro Rey! ¡Oh, albricias de gran alegría!" Los pastores vitorearon al unísono.

    Detrás de él, María dijo: "En nombre de Dios, ¿qué está pasando ahí fuera?"

    José miró atrás para tratar de explicar, pero antes de decir una palabra, alguien gritó desde una ventana en lo alto: "¡Silencio!." Y alguien más: "¡Estamos tratando de dormir aquí! ¿Quieres que llame a los guardias?"

    José no quería problemas. "Mira. Si ustedes... si todos pueden prometer que se callarán, los dejaré entrar un minuto."

    Se escuchó otra ovación y la multitud entró en tropel por las puertas del establo. Se reunieron alrededor de una María confundida, que solo había escuchado fragmentos de la conversación a través de la ventana. “Uh... José. ¿Podrías... QUIÉNES SON ESTAS PERSONAS?"

    José estaba tratando de alcanzar a su esposa, pero seguía tropezando con los pastores que se postraban ante su bebé. "¿Podrías... por favor... moverte?" siseó entre dientes. Miró uno de los bastones de pastor y se preguntó brevemente si podría quitárselo al tipo y, de ser así, cuánto daño podría hacer con él a la masa reunida.

    Pero fue entonces cuando aparecieron los malditos niños. Había una buena docena de ellos, y se colaban por la parte de atrás y se quedaban detrás de los pastores. Algunos tenían instrumentos: flautas, trompas, incluso... Dios, no... tambores.

    "No," dijo José, frenético, "No toquéis."

    “Pero, señor. Es lo único que podemos ofrecerle a nuestro Señor."

    "No me importa. El Señor necesita dormir. Su madre necesita dormir."

    "¡Señor! ¿Es usted el marido de aquella doncella?" La voz era diferente a la de un pastor, y José miró sorprendido. El orador era corpulento, de hombros anchos y estaba vestido con telas finas, más finas que cualquier cosa que José hubiera visto de cerca, de hecho.

    José estaba estupefacto. Antes de que pudiera comenzar a comprender quién era este nuevo visitante, tuvo que lidiar con la comprensión de que no estaba solo: dos hombres más con vestidos similares aparecieron a su lado, y una gran multitud de sirvientes estaba detrás.

    El rico visitante se aclaró la garganta. "Permítame presentarme. Yo soy Baltasar. Mis asociados, Melchor y Gaspar, y yo hemos recorrido una cierta distancia para estar aquí."

    "Oh. Oh, Dios. Escucha" dijo José tropezando con otro pastor. Rápidamente recuperó el equilibrio. "Escuchad, por favor. Mi esposa y yo no conocemos a estas personas y no sé por qué están aquí. Siento mucho que os hayan despertado y... "

    "¡Paparruchas!" rió Baltasar. "No hemos dormido en dos noches. Tuve que apresurarme para llegar aquí y todo. Además, eres tú a quien queremos ver. Bueno, más concretamente, tu esposa y su hijo."

    "Oh. ¡Ah! Bien," dijo José mirando a María, quien estaba tratando de hacer retroceder a los pastores que buscaban la bendición de su bebé recién nacido. "Uh... ¿cómo podemos ayudarte?"

    Baltasar volvió a reír. "Somos una especie de reyes, y hemos venido a contemplar al Rey de reyes, como se profetizó."

    "Ahí está," agregó Melchor señalando al bebé con el pulgar.

    "No puedo discutir con eso," intervino Gaspar.

    "¡Oh, Dios mío!" Añadió Baltasar. "¿Dónde estan mis modales? Hemos traído regalos para nuestro Señor recién nacido, por supuesto. ¡Siervos! ¡Traigan esos cofres aquí!"

    "¿Regalos?" Preguntó José.

    “Oh, sí,” dijo Baltasar. “Hemos traído incienso de la India, que simboliza la ascensión. Para honrar la profecía que cumple el niño, traemos mirra. Y, por último, en reconocimiento a su posición como Rey de Reyes, le traemos oro."

    "Espera. ¿Qué has dicho?"

    "Incienso, de tierras lejanas, para simbolizar..."

    "No, sí, eso lo entendí, pero ¿cuál fue la última parte?" Preguntó José.

    "¿Qué? ¿Te refieres al oro? El simbolismo no es tan refinado, pero... "

    José lo detuvo de nuevo. "Para ser claros. ¿Es eso oro simbólico u oro de oro? Quiero decir, antes que nada, gracias por venir hasta aquí, pero solo quiero asegurarme de que lo entiendo. ¿Es esto...?"

    Melchor interrumpió, parándose frente a Baltasar con una reverencia. “Es a la vez símbolo y realidad, porque es un símbolo hecho real. Así como el niño es Dios y hombre, también deben serlo los regalos... "

    "José," gritó María. "¿Ha dicho que nos han traído oro?"

    "Yo... pues parece que sí."

    "¿Cuánto de oro?" Preguntó María.

    “La cantidad no es tan importante como lo que representa. Pero traje un cofre lleno, por si acaso," dijo Gaspar. Algunos sirvientes entraron con un cofre enorme.

    “¿Ese cofre? ¿Está lleno de oro? ¿Para nosotros?"

    "No, este en realidad es la mirra. El oro vendrá a continuación." Otro par de sirvientes entró con otro cofre. "Pero sí. Este es para ti. Bueno, técnicamente es para el niño, pero como los tutores legales y celestiales del niño... Disculpe, señorita. ¿Estáis llorando?"

    De hecho, María estaba llorando, así que José intervino. "Tienes que entender... Soy carpintero autónomo. Hemos atravesado el desierto en mula."

    “Oh,” dijo Baltasar. "De hecho, nos estábamos preguntando por qué eligiste dar a luz al niño en un pesebre."

    "Lo habíamos estado discutiendo, en realidad," agregó Gaspar. "Melchor pensó que se suponía que era simbólico."

    "Pues va a ser que no," dijo José.

    “Pero ¿qué hay de estos pastores? Seguramente cualquiera con tantos esclavos y cabras... "

    "Estos no vienen con nosotros,," explicó José. “Vinimos aquí con nada más que una mula moribunda y una bolsita de monedas."

    "¿Eh?," dijo Gaspar. "Vaya. Por cierto, ¿dónde dejamos esto?"

    Era casi el amanecer cuando los sabios partieron y la mayoría de los pastores comenzaron a recogerse. Cuando los últimos rayos de la estrella celestial de arriba comenzaron a desvanecerse, María se volvió hacia José y le dijo: "Antes de que todos los pastores se vayan, mira a ver si alguno de ellos quiere mirra o incienso."

    Y así nació nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, en la ciudad de Belén en el año 1. Y de ahora en adelante esto se conocería como la primera Navidad, que casualmente cayó más o menos en el 4000° Solsticio de Invierno, que también fue el cumpleaños de Hércules y Dioniso y un montón de otros dioses asociados con el sol, la muerte, el renacimiento y todo eso.

    Así que, Feliz Navidad a todos y cada uno, y regocijaos con estas buenas nuevas.

FIN

25. Tribus de Cíngaros

    SI VOY A sostener los libros algún día, tengo mucho que aprender.

    Hoy es 24 de diciembre y mañana es el día de Navidad. Es una historia antigua y las antiguas son las más difíciles de comprender. La verdad y el mito están entrelazados; la fábula y la metáfora son lo mismo con la descripción. Aprender las palabras es fácil. Memorizar es solo cuestión de tiempo. Pero desenredar lo que es de lo que se dice es una habilidad que mi abuelo dedicó su vida a dominar.

    Nunca existieron los dragones, pero hay peces lo bastante grandes como para tragarse a un hombre entero. Los caimanes no son míticos; los vampiros sí. Hay lobos, pero no hombres lobo. Pasé semanas estudiando los escritos sobre dinosaurios antes de preguntarle a mi padre.

    "No. Son inventados," respondió, hizo una pausa, reflexionó y luego se corrigió. "No, lo siento. Los dinosaurios son reales. O lo fueron una vez."

    Estoy acostumbrado a esto. Debería haberle preguntado al abuelo, pero no quería que él supiera que estaba teniendo tantos problemas. Padre es ingeniero; las cosas que ve le dificultan pensar, recordar. Yo lo entiendo y me alegro de no ser apto para ese trabajo. Mi hermana, Lue, y nuestro hermano, Thom, lo son. Están aprendiendo el oficio con Padre, quien dice que es usar el tiempo para nada; que nunca necesitarán practicar el oficio en serio. "Llegaremos antes a la Tierra," dice. Pero les grita si no prestan atención a sus lecciones sobre condensadores gravitacionales o circuladores de aire. Dice que nunca tendrán que continuar con la tribu sin él, pero estamos muy lejos. Y él no es tan fuerte como antes.

    Lue y Thom siempre han sido más inteligentes que yo, y los compadezco. Si eres humano, ser inteligente te convierte en un ingeniero y ellos están comenzando a mostrar los signos. Mirar fijamente al núcleo cambia a una persona. Trabajar en máquinas que pliegan el espacio pliega la mente. Solía ​​pensar que le pasaba algo a mi papá, porque el abuelo no es así. Pero el abuelo lleva los libros, como voy a hacer yo. Hasta que Lue y Thom fueron a aprender el oficio de mi padre, no lo entendí.

    Ellos solían ser muy rápidos. Solían merodear por los Meb cuando estábamos en Esx, y los Meb no te tolerarán si no eres inteligente. Más que inteligente: hay que ser brillante. Los Meb se aburren de comunicarse con los humanos. Se aburren con casi cualquier otra cosa que no sean ellos mismos. Pero se hicieron amigos de Lue y Thom. Se sentaban a comunicarse con traductores de caja, haciendo bromas que no podía entender, hablando de matemáticas y ciencias.

    Nunca he visto a un Meb convertirse en ingeniero. Le pregunté a mi padre, pero lo único que me dijo es: "Ellos no hacen ese trabajo." Creo que podrían, pero no quieren hacerlo. Creo que saben lo que eso te hace.

    En estos días, Lue y Thom apenas pueden hablarme después de un día en el núcleo. Incluso cuando tienen un día libre, por lo general solo quieren ir a algún lugar y sentarse en silencio. Es como si algo se estuviera quemando dentro de ellos y estuvieran tratando de recordar qué era.

    Esta será nuestra primera Navidad en Ile. El año pasado estuvimos en la Estación Esx. El abuelo bromea diciendo que está contento de poder morir fuera de Esx, que si hubiera fallecido allí, los Jithi se lo habrían comido. Padre le regañó por el chiste. Dijo que las historias de los Jithi comiendo carne alienígena solo eran cuentos de viejas. Pero cuando los Jithi te miran, jurarías que se están preguntando a qué sabes. A veces, los cuentos de viejas son ciertos.

    Pasamos un año y medio en Esx. Padre dijo que reconstruyó la mitad de los sistemas de la estación en ese tiempo, y estoy seguro de que si los Jithi se hubieran salido con la suya, él todavía estaría allí ganándose nuestro trabajo continuo en la otra mitad. Los humanos somos buenos ingenieros, según he oído.

    Hay pocas cosas buenas que puedo decir sobre Esx, pero cuando la estación alcanzaba la parte correcta de su órbita, se podía mirar a través de las estrellas y ver la Tierra. Bueno, podrías ver a Sol, pero es lo mismo. El abuelo solía señalarlo. "Eso es casa," decía en voz baja. "La madre de mi madre solía hablarme de ella."

    Estábamos cerca de Esx, más cerca de lo que ha estado nuestra tribu desde que nuestros antepasados ​​se fueron para colonizar Ulisin. Pero ver la Tierra es una cosa y llegar a ella es otra. Los Jithi juraron que una nave humana se había marchado justo antes de que llegáramos, que pasaba una cada seis meses aproximadamente. Pero nosotros esperamos un año y medio en la estación, viviendo en el cordón inferior, arreglando la estación de los Jithi, antes de comenzar a sospechar. Las rutas comerciales son complicadas. Cambian con el tiempo. Algunas están abandonadas y otras establecidas. Se puedr mentir fácil sobre ellas y son difíciles de verificar.

    A mí no me gustaba la estación Esx ni los Jithi que la dirigían. Aún evito a los Jithi a bordo de la Ile, pero al menos no están al mando. Son pasajeros como nosotros. Solo cínaros moviéndose entre las estrellas. Casi todo el mundo en la Ile lo es. Quizá incluso los Helb.

    La Ile es una nave Helb. Yo siempre había oído decir que los Helb eran lentos de cabeza, pero al menos puedes confiar en ellos. Nunca escuché a un Helb llamado mentiroso. Ni siquiera estoy seguro de que sepan cómo hacerlo.

    Es bueno estar en movimiento de nuevo. No habíamos estado en una nave desde la Porpo, la única nave humana que yo conocí. Extraño la Porpo hasta el día de hoy. Me encantó y desearía habernos quedado. Pero papá dijo que era hora de irse y no toleraba preguntas. El núcleo de la Porpo siempre emitía un tintineo, como una campana. Se podía oír en todas partes de la nave, pero era silencioso y a mí nunca me molestaba. Pero creo que papá sabía más sobre ello. Lue lo dijo, que un ingeniero maestro como Padre sabe cuándo dejar una nave.

    Le pregunté a Lue si cree que la Porpo llegó a la Tierra, pero ella se encogió de hombros. Creo que a ella le gustaba el sobrino del capitán y no quiere pensar en eso. Pero tal vez simplemente esté perdida. Los ingenieros suelen ser así.

    Hay otra tribu de humanos en la Ile. Los Goeng son un clan de ingenieros, como nosotros. Hay doce de ellos aquí. Su líder, Zhen, organizó que estuviéramos en la Ile. Los Helb negocian con él directamente. El traductor capitán de los Helb solo reconoce el chino.

    Fim, otro Helb, tiene un traductor que reconoce el inglés, pero solo habla conmigo y con mi abuelo. He intentado que hable con mi padre, pero siempre se ha negado. Su lugar en la nave me confunde. El abuelo sugirió que tal vez se quede con los libros de los Helb. No parecen tener libros como nosotros, pero la comparación parece suficiente.

    El abuelo está dormido y yo estoy estudiando los libros. Estoy leyendo las versiones computerizadas, por supuesto, para no desgastar las encuadernaciones de los Libros Sagrados con los que viajamos. Los Libros Sagrados están impresos en papel: artefactos de la Tierra. Si alguna vez perdiéramos la capacidad de usar lo digital, acudiríamos a ellos. Yo solía ​​reírme de la idea, pero conocimos a una tribu en Esx cuyas computadoras familiares fueron destruidas una generación antes en una nave Pifi-Lur. Algo había sucedido allí relacionado con la radiación. Mi hermano y mi hermana entendían los detalles y trataron de explicarlo, pero cada vez nos resulta más difícil comunicarnos estos días. Intentamos ayudarles dándoles una copia de nuestros registros digitales. Al principio estuvieron agradecidos, pero eso cambió a medida que leían. Eventualmente nos acusaron de darles libros falsos, de difundir mentiras. Borraron los archivos que les dimos.

    "Llevan aquí demasiado tiempo," explicó el abuelo. “Cuentan historias de memoria. Han perdido la visión lo que es real."

    Él estaba en lo correcto. Decían cosas que no tenían sentido, que la ciudad de Chicago se construyó con el mismo viento y navegó por todo el mundo, y que las serpientes podían crecer tanto tiempo que podían dar la vuelta al mundo. Era imposible hablar con ellos sobre la Tierra y te gritarban si lo intentabas. Una vez creí que uno de ellos iba a atacar a Thom por insistir en que las ballenas no podían caminar sobre tierra.

    Después de eso, me tomé mi trabajo más en serio. Un día llegaremos a la Tierra y, cuando lo hagamos, tendremos que demostrar que pertenecemos. Tendremos que decirles quiénes somos, así que no debemos olvidarlo.

    Estoy estudiando los libros de Navidad. Hay tantas historias. Mitos de Jesús y San Nicolás. Cuentos de Papá Noel y renos voladores, que ahora estoy seguro de que no existen. Relatos de árboles que crecen dentro de las casas, llenos de luces (hay algo de verdad en esto, aunque no lo entiendo del todo). He leído sobre muñecos de nieve y elfos, regalos y plantas que cuelgan de los pasillos que llenan de lujuria a los hombres. Son historias antiguas y es difícil saber qué entender de ellas.

    Eventualmente me canso y salgo a caminar. En el pasillo, escucho discusiones: mi padre y Zhen.

    "¡Estamos pasando la nebulosa!" Padre grita.

    "Los Helb no quieren entrar," dice Zhen. “Tienen prisa. Lo siento. No sé qué decirte."

    “No tomaría más de una semana. ¡Una semana! Podríamos bajarnos en cualquiera de las estaciones. Por favor. ¿Puedes hablar con el capitán de nuevo? Hacerle entrar en razón."

    "He hecho todo lo que he podido," dice Zhen. “¿Por qué quieres irte? La Ile es una buena nave. Es segura, limpia. Mejor que cualquiera de esas estaciones. La mayoría están infectadas con insectos de una docena de planetas. No es un buen lugar."

    "Nos alejamos cada vez más de la Tierra," dice mi padre.

    "¿Y?" Zhen responde. "¿Por qué estás tan ansioso de llegar a la Tierra?"

    "Porque es donde pertenecemos," explica mi padre.

    "Tus antepasados ​​no pensarían eso."

    "Y sabemos lo bien que funcionó eso."

    “Tienes demasiada fe. A veces oigo historias de jóvenes tribus que pasan. Oí que la Tierra ha empeorado. Guerra. Crimen. Enfermedad. No es un buen lugar donde estar."

    “Quizá en China," responde mi padre. “Pero no en América. Nunca en América."

    Escucho a Zhen reír. "¿Que importa? Nunca te dejarían entrar a Estados Unidos. Tampoco creo que te dejaran entrar en China."

    “Mi familia es estadounidense," dice el padre con fuerza.

    "Tus antepasados ​​eran estadounidenses," dice Zhen. "Eso no es lo mismo."

    "Nos aceptarían," le dice mi padre. "Recordamos quiénes somos."

    “Recuerdas quién solías ser. No es lo mismo."

    "Nos aceptarán," insiste mi padre. "Además, no es asunto tuyo. Solo lleva mi mensaje al capitán."

    "Los planes del capitán no cambiarán," dice Zhen. "Lo siento. Pero es mejor así. Te va bien aquí. Y la Ile es mejor por tenerte. Eres un buen trabajador y tus hijos son inteligentes. Quizá algún día, quizá nuestras tribus se conviertan en una sola, ¿eh? Tu hija menor tiene aproximadamente la edad de Qing. ¿Quién sabe?"

    Hay un momento de silencio. "No creo que le hayas pedido nunca al capitán que cambie de rumbo. Escucha, Zhen, sacaré a mi familia de esta nave y a mis hijas lejos de tus hijos."

    "Haz lo que creas que es mejor. Pero estarás cometiendo un error."

    Escucho a mi padre caminar hacia mí. Silenciosamente regreso a la habitación en la que estaba estudiando, para que no sepa que estoy espiando. Me siento y finjo que todavía estoy leyendo. Él abre la puerta y entra.

    “Kija, quería hablar contigo. Se trata de... ese Helb con el que te sigues reuniendo. Sé que no quiere hablar conmigo, pero tal vez podrías llevarle un mensaje. Nos estamos acercando a la nebulosa Juthinar. Hay algunas estaciones allí, y... si pudiéramos llegar a ellas, creo que podríamos... podríamos reservar un pasaje de regreso a la Tierra. O al menos a Ottite. Y eso nos pondría cerca de algunas rutas marítimas. Solo sería cuestión de tiempo si podemos llegar allí."

    "Yo... se lo preguntaré," le digo a mi padre.

    "Bueno. Creo... no creo que Zhen lo hiciera. Creo que Zhen... hay gente que odia ser humano, Kija. Ellos... ellos no quieren regresar a la Tierra, porque... no sé. No importa. Pregúntale a tu amigo. A ver si habla con el capitán. A ver si nos ayuda."

    Asiento. No le recuerdo a mi padre que Zhen siempre nos ha ayudado cuando hemos querido mejores habitaciones y comida, y ciertamente no le digo que me gusta Qing. Se ve graciosa, pero parece inteligente y amable, y sostiene los libros de Goeng como yo sostengo los nuestros. No digo estas cosas porque, si bien son ciertas, no son tan importantes. Lo importante es llegar a casa.

    Creo que Fim se sorprende al verme, pero es difícil leer a los Helb. Caminan sobre dos piernas, como los humanos, pero tienen tres brazos, como los Meb. Su brazo medio es más largo que los otros dos y, a veces, se inclinan hacia adelante y lo usan como una pierna extra. Sus cabezas son grandes, pero planas. Tienen cuatro ojos, grandes, que ocupan la mayor parte de su rostro. Son muy sensibles a la luz, por lo que mantienen la mayor parte de la nave a oscuras. Sin embargo, nos permiten mantener nuestras áreas tan brillantes como queramos.

    Por lo general, Fim me busca a mí. Parece más curioso por nosotros que los demás Helb, pero no sé por qué. Tal vez sea el único capaz de comunicarse con nosotros.

    “Hola, Fim,” digo.

    Él enciende su traductor y pronuncia una breve serie de clics con la garganta. “Hola," dice su traductor casi instantáneamente. No necesitaba la traducción para reconocer el saludo.

    "Quería hablar contigo," le explico. “Se trata de mi familia. Estamos intentando llegar a casa. Si pudiéramos atravesar la Nebulosa Juthinar, sería mucho más fácil. Zhen no quiere transmitir nuestro mensaje al capitán, y queríamos saber si tu nos ayudarías."

    Fim ajusta el dial de su traductor. “Zhen habla por los humanos. Sería inapropiado. Estaría interfiriendo con los asuntos de tu especie."

    "No entiendo."

    “Zhen negocia por los humanos. Sería inapropiado que yo interfiriera."

    "Pero nosotros queremos que lo hagas," le explico.

    "Sería inapropiado." Si está irritado, no sale por el traductor. Pero claro, dudo que mi irritación tampoco.

    "De acuerdo," digo. "Se lo diré a mi padre."

    "Lamento si estás triste."

    "Eso es... eso está bien. Feliz Navidad, supongo." Lo digo en broma, pero Fim se toca la cabeza con la mano izquierda. Es una señal de interés por parte de los Helb, creo. "Es... es una fiesta. En la tierra."

    “Es la fiesta estrella," dice Fim.

    "¿Eh?"

    Vuelve a ajustar su traductor. "Navidad. Es la celebración terrestre de la estrella guía."

    "Hay una historia sobre tres hombres y una estrella," digo. "Eso es parte de la Navidad."

    "Sígueme," dice Fim, y comienza a guiarme a través de la nave. Es difícil navegar en la oscuridad, pero hago lo mejor que puedo. Hay algo de luz, pero no mucha. Viajamos durante casi diez minutos. Estamos más en la sección de Helb de lo que nunca he estado. Fim me lleva a una habitación. Ajusta un dial en la pared y la luz comienza a aumentar. Todavía está oscuro, pero es suficiente para que Fim se proteja los ojos con las manos externas. Con su cintura, ajusta un control en la pared más cercana a nosotros.

    “Follow,” Fim says, and begins leading me through the ship. It’s difficult to navigate in the dark, but I do my best. There’s some light, but not much. We travel for almost ten minutes. We’re deeper in the Helb’s section than I’ve ever been. Fim leads me into a room. He adjusts a dial on the wall, and the light begins to increase. It’s still dim, but it’s enough for Fim to shield his eyes with his outer hands. With his middle, he adjusts a control on the wall nearest to us.

    La pared del fondo se abre para revelar una serie de paneles, cada uno de los cuales contiene una obra de arte. Fim ingresa algún tipo de comando, y comienzan a moverse, movidos por un brazo mecánico. Veo pasar un recorte de un muro de piedra, seguido de una especie de piel de animal y cosas más cercanas a lo que reconocería como lienzos. Cada pieza alberga una imagen, siempre de una estrella increíblemente brillante.

    The far wall opens to reveal a series of panels, each containing a piece of artwork. Fim enters some sort of command, and they begin flipping by, moved by a mechanical arm. I see a cutout of a stone wall go by, followed by some sort of animal hide and things closer to what I’d recognize as canvases. Each piece houses a picture, always of an impossibly bright star.

    Las diapositivas se detienen con una imagen de la Tierra que representa a pastores, animales y ángeles mirando al niño Jesús. En lo alto, ocupando la mayor parte del cuadro, hay una estrella.

    The slides stop with a picture from Earth depicting shepherds, animals, and angels overlooking the baby Jesus. Overhead, occupying the majority of the painting, is a star.

    "La estrella guía," dice Fim.

    “The guiding star,” Fim says.

    "¿De dónde has sacado esto?" Yo jadeo.

    “Where did you get this?” I gasp.

    "Tierra," dice.

    “Earth,” he says.

    "¿Tú... fuiste a la Tierra?"

    “You... you went to Earth?”

    "Diecisiete..... hace." Le toma al traductor un segundo, luego repite, "Hace veinticuatro punto siete cuatro años."

    “Seventeen..... ago.” It takes the translator a second, then it repeats, “Twenty-four point seven four years ago.”

    "¿Podrías... podrías volver?" Pregunto.

    “Could... could you go back?” I ask.

    "No hay ninguna razón," dice. “Buscamos la estrella. Lo seguimos por toda la galaxia. Es como nuestra propia estrella completa. Nuestra estrella, en nuestro mundo natal, es su reflejo. Esta es la verdadera estrella."

    “There is no reason,” he says. “We seek the star. All through the galaxy, we follow it. It is like our own star made whole. Our star, on our homeworld, is its reflection. This is the true star.”

    "No entiendo."

    “I don’t understand.”

    “Nadie más que Helb lo entiende. Y luego, solo algunos. La mayoría de Helb no se irá. Piensan que solo hay una estrella. Pero hemos encontrado pruebas." Señala las pinturas. “La estrella guía ha aparecido en muchos mundos. Incluso la Tierra. Es tu Navidad." Con los cuatro dedos de su brazo medio señala la estrella.

    “No one but the Helb understand. And then, only some. Most Helb won’t leave. They think there is only the one star. But we have found proof.” He motions to the paintings. “The guiding star has appeared to many worlds. Even Earth. It is your Christmas.” With all four fingers on his middle arm he points to the star.

    “Gracias por mostrarme esto," digo, “pero debería regresar. Tengo que prepararme para la víspera de Navidad."

    “Thank you for showing me this,” I say, “but I should be getting back. I have to get ready for Christmas Eve.”

    "No hay prisa," dice Fim. Va a un panel e ingresa algunos datos. No puedo entender lo que está haciendo. Incluso si pudiera leer sus símbolos, la pantalla está demasiado oscura para distinguir algo. "En la Tierra, la Nochebuena fue... hace...." Los programas de conversión de los traductores tardan unos segundos en ponerse al día y luego repite: "En la Tierra, la Navidad fue hace tres coma tres nueve semanas."

    “No hurry,” Fim says. He goes to a panel and enters some data. I can’t understand what he’s doing. Even if I could read their symbols, the screen is far too dim to make anything out. “On Earth, Christmas Eve was..... ago.” It takes the conversion programs on the translators a few seconds to catch up, and then it repeats, “On Earth, Christmas was three point three nine weeks ago.”

    “No,” digo. “Tenemos un reloj de electrones. Lo hemos tenido durante generaciones."

    “No,” I say. “We have an electron clock. We’ve had it for generations.”

    "Debe haber perdido tiempo," dice Fim. "La mayoría lo hace, si no está calibrado."

    “It must have lost time,” Fim says. “Most do, if they’re not calibrated.”

    "No. Es... nosotros siempre. Yo... necesito regresar —digo de nuevo. "Necesito hablar con mi padre."

    “No. It’s... we always. I... I need to get back,” I say again. “I need to talk to my father.”

    "Por supuesto," dice Fim. "Seguir."

    “Of course,” Fim says. “Follow.”

    Empieza a guiarme de regreso por donde vinimos. "Mi padre no estará feliz con Juthinar," digo, pero Fim me ignora. Me lleva de regreso a la sección humana y me agradece por la discusión. Me dice que ha aprendido mucho más sobre los humanos y sobre su propia búsqueda. Asiento, pero no me importa.

    He begins leading me back the way we came. “My father won’t be happy about Juthinar,” I say, but Fim ignores me. He leads me back to the human section and thanks me for the discussion. He tells me he’s learned a great deal more about humans and about his own search. I nod, but I don’t care.

    No voy en busca del Padre; aún no. Sé que me encontrará lo bastante pronto como para escuchar la respuesta de Fim, pero no quiero decírselo todavía. Estará molesto. Incluso podría gritar. Entonces, vuelvo a la habitación donde estudio.

    I don’t go in search of Father; not yet. I know he’ll find me soon enough to hear Fim’s answer, but I don’t want to tell him yet. He’ll be upset. He might even yell. So, I go back to the room where I study.

    El abuelo está despierto ahora y está repasando los libros. Lloro cuando entro, así que me pregunta qué pasa.

    Grandfather’s awake now, and he’s going over the books. I’m crying when I come in, so he asks what’s wrong.

    "Ellos... dijeron que nuestro reloj está mal," digo, y le cuento sobre la reunión con Fim.

    “They... they said our clock is wrong,” I say, and I tell him about meeting with Fim.

    El abuelo niega con la cabeza. "Eso es imposible. El reloj ha estado con nosotros durante mucho tiempo. Siempre ha funcionado."

    Grandfather shakes his head. “That’s impossible. The clock’s been with us for ages. It’s always worked.”

    Sonrío, pero me pregunto. Si hubieran transcurrido unos segundos desde que nuestro clan dejó la Tierra, nunca nos habríamos dado cuenta. Podría sumarse fácilmente.

    I smile, but I wonder. If a few seconds have been dropping away since our clan left Earth, we’d never have noticed. It could easily add up.

    "El Helb visitó la Tierra," le digo. "Tienen una pintura de una estrella."

    “The Helb visited Earth,” I tell him. “They have a painting of a star.”

    “Todo lo que les importa a Helb es su estrella," murmura el abuelo. "¿Te dijo que están buscando una estrella mágica? No persiguen nada. Una ficción. Su planeta... nunca gira. Siempre es de noche en un lado del planeta y el otro está demasiado cerca de su sol. La vida solo crecía en la oscuridad. Pero hay una estrella cerca. Una estrella hermana de su sol. Pueden verlo parte del año. Su especie evolucionó mirándolo. Usándolo para guiarlos. Su especie está programada para querer esa luz. La mayoría de los Helb lo entienden. Estos... estos son malditos peregrinos. Creen que hay una estrella perfecta ahí fuera. Uno que cura a los enfermos y trae de vuelta a los muertos y todo eso, y buscarán por toda la galaxia. Pero... es solo una historia, Kija. Solo una historia estúpida."

    “All these Helb care about is their star,” Grandfather mutters. “He tell you they’re seeking a magic star? They’re chasing nothing. A figment. Their planet... it never spins. It’s always night there on one side of the planet, and the other’s too damn close to their sun. Life only grew in the dark. But there’s a star close by. A sister star to their sun. They can see it part of the year. Their species evolved looking up at it. Using it to guide them. Their species is hardwired to want that light. Most Helb understand that. These... these are damn pilgrims. They think there’s a perfect star out there. One that heals the sick and brings back the dead and all that, and they’ll search the whole galaxy. But... it’s just a story, Kija. Just a stupid story.”

    Lo escucho, pero me pone más conflictivo. Lo escondo lo mejor que puedo hasta que mi abuelo se va a acostar. Luego salgo a caminar hasta el borde exterior de la nave. Paso decenas de extraterrestres; algunas son especies cuyos nombres ni siquiera conozco. Los Helb hacen tratos con muchos cíngaros de muchos mundos. Me pregunto qué están buscando. Estrellas. Caminos a casa. Una forma de escapar de cualquier guerra o plaga de la que estén huyendo.

    Al final, todos están persiguiendo historias. Persiguen estrellas inventadas e imaginan historias de mundos que nunca han visto.

    Cuando llego al borde, miro hacia afuera. Pasamos cerca de un sistema solar y la estrella brilla intensamente. Extiendo la mano y toco el cristal. La luz es azul y suave. Silenciosa y pacífica.

    "¡Kija!" Casi salto. Mi padre marcha hacia mí. "¿Le encontraste? ¿Preguntaste?"

    "Yo... Fim dijo que no quiere hacerlo. Traté de hacerle entender, pero... "

    Padre solo suspira. No parece enojado, solo triste. "Helb," dice entre dientes. “Sus cabezas son delgadas. No te preocupes. Encontraremos un modo. Puede que lleve más tiempo, pero algún día encontraremos un modo que nos lleve de regreso a la Tierra."

    "Yo... lo sé," digo. Debería sentirme mal por mentirle a mi padre, pero no parece mentira. Parece más bien una historia.

    Padre mira por la ventana conmigo por un momento. La luz es hermosa. “Deberíamos irnos. Necesitamos prepararnos para la Nochebuena. Pondremos luces. Lue y Thom ya han comenzado a dibujar el árbol en la pared. Si nos damos prisa, tal vez te dejen dibujar la estrella en la parte superior, si es que queda algo de tiza."

    Le miro y asiento. "Me gustaría eso." Tomo su mano y volvemos. Esta será una hermosa Nochebuena.

FIN