Créditos

    Los Badlings

    Obra Original The Badlings (Copyright © 2015 by Ksenia Anske,CC-BY-NC-SA)

    kseniaanske.com

    Traducción y Edición: Artifacs, junio 2020 (Revisión 2)

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    Diseño de Portada: Artifacs, Imagen de Pexels bajo licencia CC-0.

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    Esta versión electrónica de Los Badlings se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Sobre Ksenia Anske

    

    Ksenia nació en Moscú, Rusia, y viajó a los EEUU en 1998 sin saber inglés, sin haber estudiado arquitectura ni soñar que acabaría escribiendo. "Siren Suicides", una fantasía urbana ambientada en Seattle, es su primera novela. Ella vive en Seattle, con su pareja y sus tres hijos combinados, en una casa que a ellos les gusta llamar "The Loony Bin" [NdT: algo así como "El Arca de los Chiflados"].

También por Ksenia Anske

Rosehead

Irkadura

Suicidios de Sirena (2a Edición)

Dedicatoria

    Para Peter por no ser un badling (no lo seas nunca).

    

Prólogo

    badling (plural, badlings)

    • 1. Alguien que es malo.

    • 2. Una cría, grupo o bandada de patos.

Capítulo uno

El Estanque de los Patos

    ¿Y si encuentras un libro semienterrado en la tierra? ¿Echarías un vistazo a su interior o lo tirarías a los inocentes patos que resultaran estar andando cerca con sus pasitos cortos y meciendo sus cuerpos de un lado a otro? Pobres patos. No les harías daño, ¿verdad? Porque, ¿quién tira libros en lugar de leerlos?

    Te presento a Belladonna Monterey, o Bells, como le gustaría que la llames (decidió que Belladonna era un nombre demasiado pomposo para una científica) ¿Ves sus centelleantes ojos oscuros? ¿Su coleta toda torcida? No intentes hablar con ella, a menos que quieras que te estrangulen.

    En esta soleada mañana de septiembre, Bells estaba enfadada. Enfadada con su madre, la famosa cantante de ópera Catarina Monterey, por haberla llamado una "científica mediocre". La discusión comenzó cuando Bells se negó a ir a su práctica del coro del sábado y se intensificó aún más hasta una contienda de gritos cuando Bells declaró que bajo ninguna circunstancia sería ella jamás una cantante.

    "¿Entonces quieres ser una científica mediocre?" dijo Catarina con las manos en las caderas. Era su habitual postura intimidante; que imitaba Sofía, la hermana pequeña de Bells, tras la espalda de su madre.

    "¿Qué importa si soy mediocre?" preguntó Bells, picada hasta el núcleo.

    Sofía le sacó la lengua.

    Bells la ignoró, negándose a descender al nivel de ocho años de edad.

    "Oh, es muy importante", respondió Catarina. “¿Cómo te propones ganarte la vida? Te quedan siete años hasta que estés sola, Belladonna, y cada año es precioso".

    "Te dije que no me gusta ese nombre. Llámame Bells".

    Los labios de su madre se juntaron bien apretados. “Como estaba diciendo, Belladonna , cada año es precioso. Elegí un excelente nombre artístico para ti y espero que me lo agradezcas ". Su compostura se suavizó. “Estás destinada a convertirte en una estrella, con mi talento corriendo por tus venas. Si dejas de practicar ahora, es posible que nunca desarrolles tu voz".

    "No quiero desarrollar una voz", se quejó Bells.

    "¡Eres una chica!" gritó Catarina. "¿Qué futuro crees que tienes en la ciencia?"

    "¿Qué importa que sea una chica? Ciertamente no tengo ningún interés en andar pertulante por ahí con estúpidos vestidos medievales y en dejarme los pulmones voceando como tú." En cuanto lo dijo, se arrepintió.

    Su madre pareció herida. "¿Eso es lo que crees que hago? ¿Dejarme los pulmones voceando?"

    "Odio los vestidos", dijo Bells obstinadamente. “Odio cantar. Odio ser una chica. Quiero hacer ciencia ¡Deja de sacar la lengua!" Esa última parte iba dirigida a Sofía.

    "Mamá, Belladonna está siendo mala", gimoteó ella.

    "Cierra el pico", dijo Bells.

    "Cierra el pico tú".

    "No molestes a tu hermana", espetó Catarina. “Mírala a ella. Es más joven que tú, pero tiene la presencia de mente de seguir mi consejo".

    Sofía mostró una sonrisa triunfal y giró mostrando su llamativo vestido rosa, del tipo que a su madre le gustaba comprar para las dos. Bell hizo un ruido de ahogarse. Odiaba el rosa o cualquier cosa decididamente de chica. Ella se aseguraba de no llevar vestidos nunca, y si era absolutamente necesario, los manchaba con barro tan completamente que su madre los declaraba arruinados.

    “Bueno”, cedió Catarina, “si ser científica es lo que quieres hacer, es elección tuya. Adelante. Pero no vuelvas arrastrándote a mí pidiéndome dinero".

    "¡Mamá, solo tengo once años!"

    "A tu edad yo ya estaba trabajando de modelo y ganando una considerable suma con cada sesión de fotos".

    "No quiero mi cara pegada a una lata de macarrones, muchas gracias", dijo Bells.

    " Yo quiero ser modelo", dijo Sofía.

    Bells hizo un movimiento de estrangulamiento que envió a Sofía detrás de la falda de su madre.

    "¿Qué quieres, entonces?" preguntó Catarina. "Lo único que te veo hacer es correr por ahí con esos abominables chicos haciendo quién sabe qué, y volver a casa más sucia que un perro".

    La cara de Bells se sonrojó. "No voy a cambiar solo porque tú no soportes la ropa sucia".

    “Entonces sal de aquí. ¡Fuera de mi casa!" Catarina movió la mano, sus ojos arrojaban dagas. "Vete a vivir con tu padre, y no te atrevas a volver aquí a menos que vayas limpia y hayas cambiado de opinión".

    "Bien", dijo Bells en voz baja. Una determinación de hierro la arraigó en su sitio. Ella levantó la cabeza y profesó en un tono herido: "Lo conseguiré por mi cuenta. Ya lo verás".

    Catarina dio un paso adelante. "Belladonna Monterey..."

    "No soy Belladonna, soy Bells".

    "Tu nombre es Belladonna".

    "¡No, no lo es!" Bells estaba tan agitada que le temblaba voz. "Soy Bells, soy Bells, ¡Soy Bells! " Dio la vuelta sobre sus talones y salió corriendo hacia el garaje.

    "¡Vuelve en este instante!" gritó Catarina, pero era demasiado tarde.

    ¿Qué haces cuando estás enfadado? Te diré lo que hizo Bells. Agarró su bicicleta y se fue disparada.

    "Huiré, eso es lo que haré", dijo ella con los dientes apretados. "Encontraré una manera de conseguirlo. No la necesito. Eso le enseñará a llamarme una científica mediocre".

    Pedaleaba tan rápido que su coleta se agitaba en el viento y sus ojos se llenaban de lágrimas. No tardó más de diez minutos en llegar al estanque de los patos donde Pavo Real, Grandioso y Oxidado ya estaban esperando. Sin una mirada hacia ellos, ella dejó caer la bicicleta y pisoteó el agua estancada en busca de algo que lanzar lo más lejos y lo más fuerte posible. Sus ojos se posaron en una oscura esquina que sobresalía del barro. Ella se arrodilló, la agarró y tiró. Salió un grueso tomo encuadernado en cuero. Era tan grande y pesado como el cuaderno de su maestro de coro. Sin pensarlo dos veces, Bells se lo arrojó directamente a los patos, haciéndolos volar con gritos de disgusto.

    "¡Hala!", dijo ella. "Ahora me siento mejor".

    Me imagino que quieres saber qué pasó después. Bueno, fue según lo esperado.

    El libro aterrizó junto a crecimiento de juncias. Con un ominoso crujido se abrió de golpe y yació inmóvil, como esperando a ser examinado.

    Bells frunció el ceño.

    "¿Se acaba de... se ha abierto por sí solo?" Ella se acercó andando y se inclinó. Un libro, por lo demás ordinario, con palabras impresas ordinariamente, enorme, grueso e hinchado, que contenía demasiadas páginas para su encuadernación, todas de color amarillento y desiguales, como si hubieran sido tomadas prestadas de varios manuscritos no coincidentes.

    Pasó una página y Bells pensó ver que algo se movía por encima del papel. Era una vista de lo más peculiar. Las páginas contenían un paisaje en miniatura. Un lago helado y un oscuro bosque a su alrededor, cubierto de nieve y que chispeaba a la luz de un sol pequeñito. La imagen se suspendía en el aire, tan cerca que Bells sintió la tentación de tocarla.

    Ella parpadeó y aquello desapareció. Todo, el sol y el lago. Un viejo libro andrajoso, aunque enorme, yacía extendido a sus pies. Ella se tocó la cabeza. Estaba caliente, a temperatura normal.

    "Madre mía. Estoy imaginándome cosas ", murmuró.

    "¡Hola, Bells!" llamó Pavo Real.

    "¡Ey!" resonó Oxidado. “Hombre, llevamos esperándote como una hora, ¿vale? O sea, venga ya, dijiste a las nueve de la mañana."

    Ellos se acercaban tranquilamente.

    Grandioso llegó primero. "Um, ¿Bells? ¿Estás bien?" Infló las mejillas tomando una laboriosa respiración.

    "¿Eh?" Ella miró hacia él y a través de él.

    "Tus ojos..." comenzó él, inseguro.

    "¿Qué les pasa a mis ojos?"

    “Nada.”

    La redonda cara de Grandioso relucía con la transpiración. Él se limpió las manos, pegajosas de donut, y pacientemente esperó una respuesta.

    Bells lo llamaba Grandioso por su formidable envergadura y considerable presencia. Para el resto del mundo era conocido como George Palmeater. Su madre, Daniela Palmeater, trabajaba como cosmeticóloga en una funeraria, y su padre, Stanley Palmeater, había muerto de insuficiencia cardíaca unos años atrás, "por estar demasiado gordo", según explicó su madre. Él tenía dos molestos hermanos pequeños, Max y Theo. A ambos les gustaba escalarle por encima como una pequeña montaña, retorcerle las orejas, estirarle la nariz y pincharle con el dedo en los costados. Esto había infundido en Grandioso una paciencia admirable, así como una precaución al tomar decisiones y una mórbida obsesión por la muerte que solo podría ser frenada comiendo donuts.

    "No es lo que piensas, ¿vale?" Bells resopló inconspícuamente. "No estoy llorando".

    Grandioso frunció el ceño. "Pero tus ojos..."

    "Te estás imaginando cosas". Ella volvió a mirar hacia abajo. "Y yo me estoy imaginando cosas. Creo. De todos modos, no es nada. Solo tengo un mal día".

    “¿Un mal día? ¿Qué ha pasado?"

    "Mamá otra vez", dijo Bells en un tono que no invitaba a más conversación. “Oye, ¿crees que los niños pequeños pueden alucinar? Quiero decir, como, en mitad del día sin ninguna razón?"

    “Um. No lo sé. Creo que sí. Pero eso significaría que tienen un trastorno psicológico y si no se trata podría conducir a una afección conocida como esquizofrenia y luego comenzarían a escuchar voces y ver cosas y luego se volverían paranoicos y comenzarían a..."

    "Vale, vale, capto la idea", dijo Bells débilmente. Ella ardía de deseos de mirar hacia abajo e hizo un concentrado esfuerzo para no hacerlo. ¿Y si el lago helado estaba ahí otra vez? ¿Y si no estaba? ¿Significaba eso que se estaba volviendo loca?

    "¿Es eso un libro?" preguntó Grandioso.

    "Espera". Ella le tocó el brazo. "Deja que..."

    "¿Qué pasa, Bells?" interrumpió Pavo Real.

    El más desgarbado y el más alto de los muchachos, le dio a Bells una palmada en el hombro a modo de saludo y se pasó una mano por el pelo azul, una falsa cresta de halcón, el orgullo y gloria de su apariencia. Él se llamaba Peter Sutton, pero Bells lo llamaba Pavo Real por su arrogancia. Cambiar el color del cabello era su método de hacerse notar entre las muchas personas presentes en su casa. Su padre, un agente inmobiliario, había perdido un tornillo (según la opinión de Pavo Real) y se había casado con una ruidosa artista que se había mudado recientemente a su pequeño apartamento junto con los cuatro hijos de sus dos matrimonios anteriores.

    "Vale, tengo que pediros un favor", Bells señaló hacia abajo. "¿Veis vosotros lo que yo veo o me estoy volviendo loca?"

    "¿Ver qué?" Pavo Real levantó una ceja.

    El lago había vuelto a la página, más pronunciado esta vez. La nieve se extendía sobre él en una capa plateada. El viento aullaba y rabiaba sobre el minúsculo bosque.

    "¡Cielo Santo!... hay árboles y un lago y todo". La voz de Pavo Real tembló de emoción.

    "¡Guau!" exclamó Oxidado. "¿Esto es real? ¡Es de locos! " Rio tapándose la boca.

    Bells lo llamaba Oxidado por su voz oxidada. Su nombre de pila era Russell Jagoda. Se reía mucho. También hablaba mucho, lo que, junto a su pequeño tamaño y sus nudosas articulaciones (que nunca parecían dejar de temblar), le daba la apariencia de un mono. Habían matado a sus padres en un accidente de coche cuando él tenía seis años y la mayor parte de su infancia había transcurrido en compañía de su abuela polaca Agnieszka, que vivía con perros y le había inculcado el amor por los animales (y por acariciarles, independientemente de lo peligrosos que parecieran).

    Él estiró la mano.

    "¡No lo toques!" espetó Bells.

    "¿Por qué no?"

    "No sabemos lo que es". Ella se retorció la coleta. "Aunque sí sé una cosa. No me estoy volviendo loca, ya que vosotros también podéis verlo. Y eso es algo bueno, supongo".

    Todos se apiñaron alrededor del libro.

    "¿Dónde lo has encontrado?" preguntó Pavo Real.

    "Ahí mismo". Bells señaló el lugar donde los patos estaban acurrucados, con sus ojos brillantes reluciendo como sentencia por el ultrajante comportamiento de Bells. “Pensé que alguien lo había tirado o algo así. No sabía que tendría esto dentro".

    "¿Lo encontraste?" preguntó Grandioso. "¿En el suelo?"

    “Sí, justo donde están los patos. ¿Ves? Estaba atascado en la tierra, así que lo saqué y... " Ella no terminó, sonrojándose. "Yo no pretendía tirarlo. Estaba enfadada, ¿vale?"

    "¿Pero cómo es esto posible?" preguntó Oxidado.

    "No lo es", dijo Bells. "Científicamente hablando, no es posible que exista algo así".

    "Entonces, lo que estás diciendo es que", ofreció Pavo Real, "¿esto no existe?" Le dio un golpecito al libro con su zapatilla de deporte y el viento gimió con tanta ferocidad que todos retrocedieron.

    "Supongo que es real", admitió Bells. "Solo que no entiendo cómo funciona. supongo que podría probarlo y decírtelo.”

    "¿Y cómo propones hacer eso?" preguntó Pavo Real.

    “Como lo haría cualquier científica respetable, bobo. Míra." Bells dejó la mano suspendida sobre la página.

    "Ey, me has dicho que no lo tocara", objetó Oxidado.

    "Exactamente. Porque tú no sabrías cómo". El aire le congeló la palma y ​​ella la alejó. "Está frío. Puedo sentirlo en la piel. Debido a que confío en mis sentidos, concluyo que esto es real". Luego, estimulada por una oleada de curiosidad, lo tocó.

    “¿Qué estás haciendo? ¡¿Es que te falta un tornillo?!” gritó Pavo Real.

    "¿Tienes miedo?" le desafió Bells, obligándose a no hacer una mueca. La escarcha le había mordido los dedos y estos se habían quedado atrapados en el hielo. Ella trató de soltarse tirando y no pudo.

    El lago la mantenía firme.

    "Um, tal vez esto de probarlo no haya sido una buena idea", aventuró Grandioso. “La primera vez que entré en el congelador de la morgue en el trabajo de mi madre, toqué una de las paredes y estaba muy fría, y parecía como si tuviera costra de azúcar, así que la lamí y se me pegó la lengua y..."

    "Ya vale, hemos oído esa historia miles de veces", dijo Bells nerviosamente.

    "Pero esta es diferente..." Grandioso sonó abatido. Le apasionaba compartir relatos morbosos sobre entrar en habitaciones llenas de cadáveres, o sobre almorzar con su madre justo al lado de un cuerpo muerto recién maquillado u otras aventuras innombrables que nadie, excepto sus amigos, tenían estómago para soportar.

    "Bueno, creo que esto es muy real, en realidad", dijo Bells, con la primera punzada de pánico retorciéndole el estómago. Ella no podía sentir los dedos y una fuerza misteriosa tiraba de su brazo hacia abajo, por lo que tuvo que desplomarse al suelo fingiendo que eso era precisamente lo que había planeado hacer desde el principio.

    Oxidado se acercó. ¿Cómo se siente, Bells? ¿Puedo tocarlo yo ahora? ”

    "¡No!" chilló un poco demasiado de repente. "Quiero decir, sí, puedes, después de que yo termine, ¿vale?"

    "Estás temblando", observó Grandioso. "¿No crees que lo has probado lo suficiente?"

    Justo entonces algo terrible sucedió.

    Claramente, harto de esperar, el libro procedió a actuar. Tiró de Bells hacia abajo como un imán tirando de una pieza de metal. La cara de Bells tocó la nieve y ella decidió que era hora de entrar en pánico en serio.

    "¡No quiere soltarme!" chilló ella.

    "¿Quién no quiere?" preguntó Pavo Real tontamente.

    “¡El libro, cabeza de chorlito! ¿No lo ves?"

    Otro tirón. Bells dio un chillido, arañando la tierra para mantenerse. Y entonces ella comenzó a encoger. Levantó la vista hacia los chicos, demasiado aturdida para pronunciar ningún sonido o hacer algún movimiento. Sus ojos brillaban como dos platos asustados.

    Durante un momento de silencio, los chicos quedaron estupefactos ante su forma disminuida, hasta que ella recuperó la voz y gritó: "¡Ayudadme!" Ahora tenía la mitad de su tamaño, un tercio, un cuarto. Ella respiró hondo y añadió un insulto con la esperanza de convencerlos para que se movieran. "¡Sacadme de aquí, idiotas!"

    Ellos corrieron en su ayuda.

    Grandioso la agarró del tobillo, Oxidado le agarró la pierna y Pavo Real le agarró la cintura. Tampoco eso ayudó. Con un grito de terror, Bells se redujo a un punto y desapareció.

    Un denso silencio cayó sobre el estanque.

    Así es como se veía la escena:

    Una agradable y soleada mañana de septiembre. Un rincón poco visitado de un parque lleno de amarillentos arces. Un viejo estanque cubierto de lentejas de agua tan espesas que era todo verde. Una docena de desvergonzados patos picoteando la tierra en busca de migajas de donut que olían seductoramente dulces (Grandioso siempre les daba de comer cuando venía aquí). Cuatro bicicletas apiladas una sobre otra. Un montículo de tierra, un libro gigante abierto y tres chicos de once años arrodillados junto a él, con la cara iluminada en una mezcla de asombro, desconcierto y miedo.

    De pronto (las cosas horribles en los libros siempre ocurren de pronto), un viento feroz se levantó de la nada. Se precipitó a través de las copas de los árboles, arrancando hojas y ramitas sueltas. El cielo se llenó de nubes. El sol desapareció. Graznando, los patos huyeron al extremo más alejado del estanque y se acurrucaron en una temblorosa masa de plumas. El libro hizo un ruido de lamerse los labios, como satisfecho después de una comida. El viento murió y el ruido se detuvo.

    "Bells ha desaparecido", dijo Pavo Real con incredulidad. "Se la ha llevado".

    “¡Y encogió! ¿Lo viste? ¿Qué hacemos ahora?" Oxidado se rascó la cabeza.

    "Voy a entrar", dijo Grandioso.

    "¿Adónde exactamente?" Los ojos de Pavo Real se abrieron. "¿Ahí dentro? ¿Estás loco? ”

    "Ey, eso sería genial, ¿no?" dijo Oxidado "Aunque me daría miedo encogerme así".

    “Vosotros haced lo que queráis. Se ha llevado a Bells, así que voy tras ella". Grandioso cerró los ojos y puso una mano sobre el lago. Un momento después se desvaneció.

    Pavo Real y Oxidado miraron el lugar donde Grandioso había estado hace un segundo, luego se miraron el uno al otro.

    "¿Quieres probar?" preguntó Oxidado. Sin esperar una respuesta, extendió cautelosamente un dedo y tocó la página. “¡Ey, eso duele! ¡Para!”

    Pero el libro no tenía la intención de parar. Oxidado disminuyó de tamaño rápidamente y desapareció. El libro crujió, como si se burlara de Pavo Real con sus páginas abiertas, esperando.

    "¡Oxidado!" gritó él. "Esto no está ocurriendo. No está ocurriendo. No puede ser". Tomó aire profundamente. "Vale vale. Allá voy, muchachos. Ya voy." Tocó el papel. En el momento en que su mano hizo contacto con el lago, él quedó reducido a una mota.

    La tapa delantera del libro se cerró de golpe.

    Feliz lectura, badlings, susurró el libro mientras se hundía lentamente en la tierra otra vez.

Capitulo dos

El Libro Parlante

    Cuando abres un nuevo libro, apenas sabes adónde te llevará. Eso es lo divertido de leer. Podría sumergirte en lugares oscuros y premonitorios, llenos de terribles monstruos, o podría llevarte a lugares aterradoramentes blancos y vacíos, como este.

    Bells se frotó los brazos. El viento helado le atravesaba la ropa. Ella dio un paso, se resbaló en el hielo y cayó rápidamente. El suelo la recibió con una hospitalidad que helaba los huesos. Ella miró a su alrededor, pero no había nada que ver excepto nieve flotando y girando en el aire.

    "¿Hola?" Su voz se hundió en el silencio. "¿Hay alguien aquí?"

    Miró hacia arriba esperando ver las caras gigantescas de sus amigos. Pero solo había cielo, barrido con una blancura deprimente.

    "¿Qué es este lugar?" Ella se pellizcó. El paisaje no cambió ni pizca. De hecho, parecía obstinadamente más nevado.

    Bells suspiró. "Vale, analicemos esto. Científicamente hablando, y en base a los hechos que acaban de suceder, yo debo de estar dentro del libro que encontré junto al estanque de los patos. ¿Cierto? Cierto. Yo estoy dentro del libro. Me hice más pequeña y tiró de mí hacia dentro y esto parece un lago congelado con un bosque a su alrededor. ¿Qué significa esto? Esto significa que tal vez sea parte del cuento escrito en estas páginas, y eso significa que yo ahora estoy dentro de este cuento. Eso tiene sentido, ¿no? ¿Qué otra cosa podría ser?"

    Ella no sabía con quién estaba hablando, pero el sonido de su voz le daba coraje.

    "No estoy asustada. No estoy asustada para nada. Lo resolveré". Ella quedó en silencio. La primera punzada de miedo la golpeó como un carámbano de hielo.

    Bells se frotó las manos. "Vale vale. No me pasa nada." Trató de recordar cuánto tiempo había dicho Grandioso que se tardaba en morir congelado. "No me va a pasar nada." Su cabeza comenzó a latir con la injusticia de aquello. “¿Por qué siempre soy yo quien tiene que probarlo todo? ¿Por qué no podría ser Pavo Real para variar?"

    Bells dio una patada a la nieve. "Genial. Ahora estoy dentro de un estúpido libro que se ha abierto en este estúpido lugar, y no tengo ni una estúpida idea de cómo salir de aquí". Mientras hablaba, notó que el viento se calmaba y que cada copo de nieve parecía tener orejas, escuchando atentamente cada una de sus palabras.

    Una sospecha se formó en su cabeza.

    "¿Hola?" exclamó ella.

    No hubo respuesta, pero ella creyó haber escuchado un susurro que podría ser el aclararse la garganta o el crujir de unas páginas. El sonido se disolvió en la nada en algún sitio por encima de su cabeza y todo volvió a quedar en silencio, como si algo la estuviera observando.

    "¿Hola?" repitió ella.

    Sin respuesta.

    "Naturalmente, con la suerte que tengo seguro que estoy aquí sola. Pero," levantó un dedo, "si mi hipótesis es correcta y esto es un cuento, debe de haber personajes aquí... debe de ser un cuento sobre alguien. Y yo no veo a nadie y eso es muy extraño. ¿Qué clase de cuento es este si solo tiene un lago y un bosque? Un cuento estúpido, eso es lo que es. Ya entiendo. Este libro es una tontería, eso es lo que creo".

    Ella habló más fuerte. “Debe de haber sido un libro tan aburrido y soso que alguien se hartó al final y lo tiró a la basura. De hecho, ¡creo que este es el más penoso y menos interesante libro de todos!"

    La nieve paró. El viento murió con un descontento suspiro.

    "¿Penoso?" susurró una voz parecida al papel. "¿Me has llamado penoso?"

    El corazón de Bells se desplomó, luego saltó dentro de sus oídos y martilleó tan fuerte que ella pensó que iba a desmayarse.

    "¿Tengo que repetirme?" exigió la voz. "¿O no solo eres grosera, sino también sorda?"

    Bells tragó saliva. "¿Quién es?" preguntó tímidamente. "¿Hay alguien aquí?" Miró a su alrededor, pero no había nada que ver, excepto la nieve.

    "¿También estás ciega? Oh, esto mejora a cada minuto".

    Bells se frotó los ojos. "No veo a nadie. ¿Dónde estás?

    "Me viste muy bien cuando me desenterrarste, ¿no?" preguntó la voz. Esta hablaba alrededor de ella y Bells tembló de miedo.

    "Lo siento, pero ¿te importaría...?"

    “Sí me importaría. Me importaría mucho".

    "¿Eres... el libro que encontré?" Bells vaciló. "¿Puedes hablar?"

    “Tan llenos de insultos, groserías y sin cultura. Todos vosotros sois así. ¡Qué poco respeto y gratitud veo de vosotros por todo lo que hago!" Una grieta rasgó el aire y el hielo del lago se movió.

    Bells se encogió acobardada, esperándose lo peor, pero no pasó nada más. Levantó la vista con cautela. "Eh... ¿libro?"

    Sin respuesta.

    "Lo siento. De verdad, no quise tirarte". Ella hizo una pausa. "Estaba enfadada con mi madre y, bueno... tiendo a tirar cosas cuando estoy enfadada. Eso me hace sentir mejor".

    La voz resopló un gruñido.

    “De verdad que lo siento. Lo prometo".

    Sin la menor advertencia, el suelo se levantó y tiró a Bells al suelo. Ella se alzó, sentándose erguida y gritó dolorida.

    "No, no lo sientes. No te arrepientes en absoluto. Todos decís eso y ninguno lo dice en serio", siseó la voz.

    La nieve rodaba alrededor de Bells en grandes dunas.

    "Estás asustada, eso es lo que sientes. Estás intentando aplacarme. Bueno, pues no te funcionará. Pagarás por tu ofensa, tú y tus lamentables amigos".

    Bells tragó saliva. "¿Mis amigos? ¿Es que están aquí\

    "Quizá". Crepitó la voz en lo que sonó como una risa parecida al papel.

    "¿Dónde están? ¿Qué les has hecho? ¡Por favor, déjanos salir de aquí o moriremos congelados!"

    "¿Qué me importa?", dijo la voz con un audible encogimiento de hombros.

    “¿Quién eres tú?” exigió Bells.

    "Veo que no tienes mucho cerebro. Pero, claro, las chicas generalmente no lo tienen".

    Bells quedó boquiabierta. "¿Disculpa?"

    "¿Que te disculpe?" retumbó la voz. "¡Discúlpate tú! ¡Tú, la más irrespetuosa y molesta badling que se atrevió a tirarme, tírame como un pedazo de basura, como una insignificante bagatela, como un... como un...!". Balbuceó de rabia.

    "¿Badling?" repitió Bells. "¿Qué es un badling?"

    Las dunas de nieve se acercaron. "¿Tienes que saber el significado de todo?" preguntó astutamente la voz.

    "Sí", respondió Bells mostrando los dientes. "Tengo que saber el significado de las cosas para poder entenderlas".

    “Qué aburrida debe de ser tu vida”, reflexionó la voz. "¿Dónde está tu sentido de la maravilla?"

    "Los hechos son lo único que le importan a una científica", dijo Bells con orgullo.

    "Ahora entiendo por qué abandonaste los libros", concluyó la voz.

    "¿Qué libros?"

    "Ni siquiera lo recuerdas".

    "Tengo mucho frío. Por favor, ¿cómo salgo de aquí? ”

    La voz dio una risita. "¿Qué te hace pensar que puedes?"

    Bells no lo sabía. "¿Puedo?"

    "Quizá. Si terminas de leer las páginas que has abandonado tan despiadadamente".

    "¿Qué páginas?"

    "¡Las que estás pisando!"

    "Pero no hay palabras". Bells miró hacia abajo. Veía líneas oscuras y grietas y burbujas encapsuladas dentro del hielo, pero nada más.

    "Pues claro que no". Cacareó la voz.

    El sonido heló la sangre de Bells. "¿Y cómo las leo?"

    “¡Basta! Me has dejado exhausto. Me iré a echar una siesta ahora." Y con eso, la voz se desvaneció en una lluvia de chispeantes cristales.

    "¿Libro?" llamó Bells. "¿Hola?"

    El duro sol brillaba con indiferencia.

    “¿Grandioso? ¿Chicos? ¿Alguien?"

    Bells respiró hondo y marchó hacia adelante, aunque bien podría haber sido hacia atrás. El lago a su alrededor se extendía por igual en todas direcciones.

    “De modo que este libro loco está enfadado conmigo porque lo tiré a los patos. Me trajo aquí para castigarme y quiere que lea las páginas que dejé sin leer. Vale, ¿y cómo hago eso? ”

    No había nadie para responder y, después de un rato, Bells llegó a la linde del bosque donde altos pinos y abetos colmados de nieve se inclinaban como huraños gigantes. Ella se metió las manos en las axilas.

    "Vale, pensemos. ¿Qué libro me leí que tuviera un lago congelado?" Su memoria se negaba a cooperar. "No se me ocurre nada. Tengo que seguir caminando, de lo contrario me moriré congelada". Se adentró en el bosque.

    “¿Pavo Real? ¿Grandioso? ¿Oxidado? ”

    Tras un abeto particularmente grueso, algo yacía en el suelo. Fuera lo que fuese, estaba caliente, respirando y vivo. Bells ahogó un grito pensando que podría ser un oso polar o algún otro gran depredador animal. El pelaje blanco lo cubría de la cabeza a los pies. Solo que no era pelaje, era nieve, y esta cayó a trozos cuando la figura se sentó derecha y miró aturdida a su alrededor.

    "¡Grandioso!" Bells corrió hacia él.

    "¿Bells?"

    "¡Estás aquí! ¿Dónde están Pavo Real y Oxidado?"

    "En el estanque, creo".

    "¿Ah, sí?" Bells flaqueó un poco.

    "No los vi venir detrás de mí". Grandioso se levantó y se cepilló la nieve de la camisa.

    “¡Escucha! Este libro en el que estamos, hablé con él. Puede hablar, Grandioso. Está enfadado conmigo por haberlo tirado... y por no terminar de leer libros o algo así. Me llamó badling . Supongo que eso significa que soy mala. Ahora estamos en la página de un libro que no he terminado de leer y tengo que terminarla".

    "¿La página de qué?" La cara de Grandioso se arrugó en concentración.

    “De este libro en el que estamos, el libro que encontré en el estanque de los patos, hablé con él. ¿Puedes creerlo?”

    "Más o menos..." dijo Grandioso lentamente.

    “El caso es que dijo que Pavo Real y Oxidado también están aquí. Bueno, a lo mejor".

    "¿Están aquí?" preguntó Grandioso. Al contrario que Bells, cuyo rostro había alcanzado un tono azul, él no parecía estar sufriendo de frío. Sus mejillas redondas ardían en carmesí. "Me alegro de haberte encontrado. ¿Te dijo el libro cómo salir de aquí? ”

    "No", admitió ella. "Se cansó de mis preguntas y se fue a echarse una siesta".

    "¿Una siesta?" Grandioso sonrió. "¿Un libro fue a echarse una siesta?"

    "Eso es lo que dijo".

    "Eso no es bueno. Si nos quedamos aquí mucho tiempo tendremos mucho frío y la tentación de tumbarnos y nuestra sangre se enfriará y nuestros corazones latirán cada vez más despacio hasta que..."

    "Vale, vale, capto la idea. Gracias".

    "De nada", dijo Grandioso desconcertado. "Me asusta lo que sucederá, eso es todo".

    "Se supone que los chicos no se asustan".

    "Eso no es cierto". Grandioso la miró directamente a los ojos. “Todos se asustan. Está bien asustarse. Las chicas siempre..."

    "No me digas lo que hacen o dejan de hacer las chicas. Yo soy una chica y lo sé mejor que tú". La cara de Bell se sonrojó y ella se sintió un poco más caliente. "Vamos a buscar a Oxidado y a Pavo Real".

    Este nuevo propósito la llenó de energía. Agarró la mano de Grandioso, maravillándose de cómo podía mantenerse tan caliente con esta temperatura, y juntos caminaron con esfuerzo hacia el lago.

    Un eco fue arrastrado por el viento.

    Bells se detuvo. "¿Has oído eso?" Tomó aire y chilló: “¿Pavo Real? ¿Oxidado? ”

    "¿Bells?" vino una respuesta detrás de una duna de nieve.

    Ella miró a Grandioso. Él asintió y rodearon la duna corriendo, chocando de repente con sus amigos. Hubo gritos de dolor, luego gritos de alegría y, una vez que confirmaron que los cuatro estaban enteros e ilesos, gritos de agitado desconcierto por lo que Bells les contó.

    "Eso es demencial", dijo Pavo Real, saltando para entrar en calor.

    "¡Estamos dentro de un libro! ¿No es genial?" Oxidado se soplaba las manos y se las frotaba.

    “No es genial para nada. Hubiera sido genial si hiciera menos frío". dijo Pavo Real con sentimiento. “¿Te interesa convertirte en un carámbano? A mí no".

    Bells se cruzó de brazos. "Bueno, nadie te pidió que me siguieras".

    "Oh, gracias". se burló Pavo Real. "No podíamos abandonarte sin más, ¿vale?"

    Bells entornó los ojos. "Apuesto a que tú fuiste el último en entrar".

    "¡Sí, entró después que yo!" rio Oxidado.

    Pavo Real le dirigió una mirada asesina.

    "Chicos, por favor". Grandioso levantó las manos en busca de paz, el gesto que usaba con sus dos hermanos pequeños. "Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí".

    "No, ¿en serio?" se burló Pavo Real. “¿Qué prisa hay? Me gusta estar aquí. Es bonito, cálido y soleado".

    Bells frunció los labios. "Para ya".

    "¡Mirad, alguien viene!" Oxidado señaló hacia una nube de ventisca. Esta llegaba deslizándose por el hielo. Galopando con ruido de cascos de caballo. Y luego resopló con agudas voces animales.

Capítulo tres

La Mujer de Hielo

    El miedo tiene ojos grandes. Facilita a los autores engañarte. Nunca te fíes de las apariencias a primera vista, sobre todo en los libros. Ves una cosa, y justo cuando crees que sabes lo que es, resulta ser algo completamente diferente.

    Oxidado pensó haber visto una multitud de monos corriendo. Grandioso percibió un jinete sobre un caballo, un jinete sin cabeza. Pavo Real temía que aquello pudieran ser vampiros vestidos de blanco. Y solo Bells lo vio por lo que era.

    Tirado por tres caballos de marfil, un trineo tallado en hielo resbalaba por el lago rociando polvo de nieve bajo sus esquíes. Una figura alta y regia sostenía las riendas, envuelta en un abrigo y manguitos de piel y llevando una corona de hielo. Era una mujer de aterradora belleza, una belleza que te apuñala de frío y te mantiene rehén de su simétrica, inmaculada y pura perfección.

    Los caballos se encabritaron. La mujer gritó algo y, al notar a los jóvenes, dirigió el trineo en su dirección. Las herraduras golpeaban el hielo enviando un eco que se quebraba en los árboles.

    "¿Chicos?" dijo Bells. "Creo que sé quién es".

    "¿Sí?" preguntó Pavo Real. "¿Quién?"

    “Vi esto en el libro que le estaba leyendo a Sofía. Nunca lo terminé porque se volvía ridículo, científicamente hablando. Me disgusté y le dije que lo leyera ella sola".

    "¿Qué libro era?"

    "La Reina de las Nieves". Bells retrocedió con cautela y observó a los caballos acercarse hacia ellos. "Es un cuento de hadas sobre una mujer de hielo. Ella quiere congelar el mundo entero, ya sabes, poder y dominación y todo eso. Es encantadora, en realidad, excepto que si te besa, tu corazón se convierte en hielo o algún otro sinsentido de esos".

    Pavo Real se había puesto blanco. “¿Nos va a besar? ¿Forma eso parte de leer esta página? ”

    "¡Me gustaría verla intentarlo!" chilló muy estridente Oxidado. Con un grito de guerra blandió un palo sobre su cabeza.

    "¿De dónde has sacado eso?" exigió Bells.

    "De la nieve, ahí es donde estaba. Vamos a perseguirla. ¡Eso es lo que haces con perros traviesos, los empujas con un palo! " Apuñaló el aire con demasiada fuerza y ​​se cayó al perder el equilibro.

    "Ella no es un perro, Oxidado", objetó Grandioso. "Además, si luchas contra ella, podrías hacer que quisiera besarte como dice Bells, y entonces te volverás negro por el frío, y después de un rato... Um, ¿Bells? ¿Tu corazón se convierte en hielo de inmediato o tarda un rato? ”

    "No he leído esa parte", dijo Bells con enojo. "Y no creo querer saberlo".

    Oxidado señaló con un dedo entusiasta. "¡Guau! ¡Mirad esos caballos!"

    "¡Oxidado, no!" gritó Bells, pero él ya se había acercado a las temblorosas bestias que lo miraban como una aparición demente. Su pelaje estaba cubierto de escarcha y pequeños carámbanos colgaban de sus crines.

    "Buenos caballos, buenos caballitos..." susurró Oxidado, estirando la mano. El corcel del medio resopló justo en su cara y Oxidado retrocedió tambaleándose, perplejo. "¿No te gusta que te acaricien?"

    El corcel le dirigió una apestosa mirada que claramente implicaba su protesta por una propuesta tan indeseada.

    Oxidado retrocedió deprisa junto a sus amigos.

    "¿Tienes que acariciar a todos los animales que ves?” le regañó Bells.

    "Pero... caballos..." Oxidado quedó en silencio.

    La Reina de las Nieves bajó del trineo, su rostro era una máscara inflexible. Sus ojos se posaron en Bells y algo brilló en ellos, un hambre profundamente oculta.

    "Dulces jóvenes", dijo ella melódicamente, "¿Tenéis frío? Venid, os calentaré".

    "No, gracias", dijo Pavo Real rápidamente. "No tenemos tanto frío".

    "¡Es tan guapa!" exclamó Oxidado, completamente mesmerizado.

    Pavo Real le agarró del brazo. "No le hagas caso, es un truco. Siempre te besan en los cuentos de hadas y luego terminas muerto".

    “¿Qué sabrás tú? ¿Lo has leído?" Oxidado se zafó de su agarre. “¡Ey, Reina de las Nieves! ¿Es cierto que si besas a las personas, sus corazones se convierten en hielo?"

    La reina lo miró, divertida. "¿Te gustaría averiguarlo?" dijo ella dulcemente. “Ven, muchacho, déjame envolverte en mi capa. Parece que te estás congelando".

    Oxidado sonrió, las puntas de sus orejas se pusieron rojas.

    Era obvio para Bells que la reina planeaba algo desagradable. Ella recogió un puñado de nieve. Esta se derritió en sus manos en una forma perfectamente redonda, y ella la lanzó con una precisión encomiable. Golpeó a la reina en el ojo.

    Otra bola de nieve, lanzada por Pavo Real, le tapó el otro ojo. La reina retrocedió tambaleante hacia el trineo. "¡Parad!" ordenó ella. "No voy a haceros daño. ¡Quiero ayudaros!"

    Bells recogió más nieve. "¿Ayudarnos? No me lo creo ni por un segundo". Ella se enderezó y se congeló.

    Por un momento la cara de la reina estaba lívida, luego estaba sonriendo, no de una manera fría y siniestra, sino de una manera cálida y amigable. "Se me dá tan bien hacer eso", dijo con orgullo, limpiándose la nieve de la cara.

    Bells parpadeó. "¿El qué?"

    "Te he asustado, ¿verdad?"

    "¿Asustarme?" preguntó Bells. "Pfff. Ni una pizca." Sopesó peligrosamente la bola de nieve en su mano, como si estuviera a punto de lanzarla.

    "Oh, sí, lo hice", dijo la reina. Echó la cabeza hacia atrás y las joyas de su corona tintilaron. "Es bastante magnífico ser la Reina de las Nieves. Puedo hacerles cosas a los que no me obedecen. Si soplo sobre ti, te congelarás, te pondrás azul y morirás". Se acercó a Bells, quien se retiró apresuradamente. "Y si te beso, como ya sabes, tu corazón se convertirá en un trozo de hielo".

    Bells retrocedió. La cara de la reina estaba tan cerca de la suya que ella podía ver su piel suave como el mármol y sus deslumbrantes dientes blancos. "¿Te gustaría tener un poder como el mío?"

    "¿Para qué?" preguntó Bells, mirando a los chicos en busca de apoyo. Ellos no eran de mucha ayuda. Boquiabiertos, miraban a la reina encantados con su voz en un aturdimiento momentáneo.

    "Es tan guapa", balbuceó Oxidado.

    "Lo sé..." repitió Pavo Real.

    Grandioso no dijo nada, pero sus mejillas se tornaron del color rojizo del ocaso.

    La reina parecía disfrutar de la atención. Les envió besos aéreos, recogió el palo que Oxidado había soltado y sopló sobre él. El palo se congeló de inmediato con centelleantes patrones esmerilados.

    De pronto, una tos sacudió el cielo y una voz carraspeó sobre sus cabezas, "Ejem. ¿Qué estás haciendo exactamente? ”

    La Reina de las Nieves palideció, si es que eso era posible con su ya pálida complexión. "Tomo Loco".

    "¿Quién?" preguntó Bells.

    "Fingid estar asustados", siseó ella a los chicos. "Adelante. ¡Ahora!

    Les tomó un momento hacerlo.

    "¡Oh, no!" gritó Bells con fingida alarma. "¡Ella nos va a atrapar!"

    "¡Mejor será que huyamos!" retomó Pavo Real.

    "¡Estoy tan asustado!" Oxidado esperó a que Grandioso agregara algo.

    "Um", dijo Grandioso confundido.

    "Corred, corred", instó la reina y; juntos, resbalando y derrapando; salieron disparados hacia el bosque. La reina los alentó a continuar. Los cuatro se adentraron sorteando los pinos y abetos y por fin pararon sin aliento en la tenebrosa sombra de un cedro. Un viento cortante soplaba briznas de ráfagas de nieve.

    "Reina de las Nieves, ¿dónde estás?" bramó la voz.

    La reina hizo una mueca de pena. "Por desgracia, tengo que irme".

    "¡Espera!" gritó Bells. "¿Quién es Tomo Loco?"

    "¡Shhh!" La reina se llevó un dedo a los labios.

    "Lo he oído", retumbó la voz.

    "¿Ese es el... libro parlante?" preguntó Pavo Real.

    La Reina de las Nieves habló rápidamente: "Ya habéis terminado con esta página, así que podéis pasar a la siguiente. ¡Marchaos antes de que se vuelva loco de verdad!"

    "Estoy más que loco ahora", gimió la voz, y grandes montones de nieve cayeron sobre la cabeza de los chicos, sacudidos desde las ramas de arriba. Ellos no tuvieron tiempo de gritar. El suelo se abultaba y se alisaba, luego se levantó como si fuese una gigantesca página pasando, arrojándolos hacia la base de un muro de tierra.

    Los cuatro rodaron hasta detenerse.

    Bells se sentó derecha, confundida. "¿Chicos? ¿Estáis bien?"

    "Más o menos", dijo Pavo Real sacudiéndose la nieve.

    Oxidado miró hacia arriba. "¡Guau! ¿Qué es eso?"

    Era un muro de tierra, duro como una roca y lleno de extremos de raíces que sobresalían como dedos torcidos. Se extendía de izquierda a derecha en una línea interminable, como si el bosque hubiera sido cortado por un divisor de tierra.

    Bells lo tocó con cautela. “Creo que sé lo que es. Estamos bajo tierra y esta es la tierra junto al estanque de los patos", se giró hacia los muchachos. "¡Eso significa que podemos salir si nos desenterramos!"

    "Oh, no, no podéis", dijo la voz susurrante. "Os quedaréis hasta que yo decida dejaros marchar. O no", dio una carcajada.

    "¿Tomo Loco?" preguntó Bells. "¿Ese es tu nombre?"

    “¿Tomo Loco? ¿No hay fin para tus insultos, despreciable badling?" Gritó Tomo Loco. "¿Quién te ha dicho eso? ¿La Reina de las Nieves? Que la zurzan. Que os zurzan a todos vosotros. A veces pienso que la jubilación podría no ser una mala idea. Podría echar una siesta tan larga como quisiera y no tener que lidiar con ninguno de vosotros nunca más." Pronunció un indignado gruñido. "Veo que la congelación no te ha curado la insolencia. ¿Qué tal si te cueces al sol y sufres de sed? O, mejor," dejó caer su voz, "ser empalada en una lanza, a la antigua usanza".

    Los chicos intercambiaron aterrorizadas miradas. Sus caras se volvieron grises, y por una buena razón, pues el suelo del bosque se deslizó bajo ellos y todos cayeron de cabeza sobre la página siguiente, que estaba tan caliente como un horno encendido.

Capítulo cuatro

El Petulante Burro

    Un buen libro espera a que te sientas cómodo con la historia para sorprenderte con un giro inesperado. Tomo Loco no. Al ser un libro malo, le gustaba catapultar groseramente a sus lectores de una página a otra sin siquiera hacer una pausa para que recuperaran el aliento ni dieran un mordisco a un donut (tampoco es que ofreciera ninguno).

    Y así fue que, en vez de masticar algo dulce, Grandioso se encontró masticando arena. La escupió enérgicamente. Muy cerca, Pavo Real y Oxidado hicieron lo mismo. No había señal de Bells, pero sí abundante tierra árida barrida por el viento. Montículos descoloridos se ondulaban hasta el infinito, el cielo brillante contenía un sol cegador y el aire era tan cálido y seco que los hacía toser.

    “¿Qué es este lugar?” dijo Pavo Real limpiándose la boca. Le hormigueaban las manos y le ardía la nariz por el calor.

    "¿Dónde está Bells?" dijo Grandioso con alarma.

    "¿Bells?" siguió Oxidado.

    "¡Bells!" llamaron a coro.

    "¡Aquí!" llegó una voz débil.

    Un momento después, Bells bajó derrapando por la ladera de una colina. Descendía en una nube de polvo y, atrapada por la inercia, fracasó al desviarse. Embistió directamente a los chicos. Ellos gritaron. Bells chilló. Les llevó un tiempo desenredarse. Finalmente yacieron boca arriba, sin aliento, hundiéndose gradualmente en el calor.

    "Ahhh", dijo Bells.

    "Ahhh", hizo eco Pavo Real.

    "Ahhh", respiraron Grandioso y Oxidado.

    Se miraron y soltaron unas risitas.

    La vibrante sensación de calor era tan agradable que durante un rato ninguno de ellos habló. Lo único que hicieron fue sentir que su piel vibraba y sus mentes se derretían y sus cuerpos se relajaban.

    Bells comenzó a sudar. Se sentó erguida y se rehizo la coleta.

    Pavo Real bostezó.

    "Basta", dijo ella enojada, reprimiendo su propio bostezo.

    "No puedo", protestó él. "No puedo controlar la naturaleza. Cuando tengo sueño, bostezo y ya está".

    “Bueno, pues deberías controlarlo. De lo contrario, nunca vamos a salir de aquí ".

    "¿Tenemos que hacerlo?" dijo Pavo Real sarcásticamente. "Me siento comodo. ¿Tú no?"

    Bells apretó los labios en una línea.

    "Yo no me siento para nada cómodo". Grandioso se secó la cara. "Hace demasiado calor".

    “¿Esto es un desierto? ¿Estamos en un desierto?" Los ojos de Oxidado brillaron con el fervor de la exploración.

    "No es un desierto", le corrigió Bells. “Un desierto está hecho de arena, interminables dunas de arena, y esto es tierra seca. ¿Ves? Hay trozos de hierba creciendo. Sé que parecen muertas y marrones, pero están creciendo, eso significa que aquí hay agua, así que, científicamente hablando, esto es más una estepa o una pradera".

    Oxidado juntó las cejas. "¿Qué es una estepa ?"

    “Una pradera árida desprovista de árboles”, dijo Bells lentamente. "¿Tengo que explicártelo todo?"

    "Sea lo que sea, es malo", dijo Grandioso con un suspiro abatido. “Debe de haber escorpiones por aquí, o serpientes. Nos morderán y el veneno se extenderá y hará que las marcas de la picadura parezcan ampollas rojas supurando pus y en nuestras convulsiones mortales nosotros ni siquiera..."

    "Si no paras, seré yo quien te muerda en lugar de una serpiente", dijo Bells con sentimiento. "Mi veneno es peor que el de una cobra, ¿lo sabías?"

    Pavo Real resopló. "No lo dudo".

    “¿Serpientes? ¿Dónde?" Oxidado trepó la colina, lanzando hacia abajo nubes de polvo.

    Bells se llevó las manos a la frente. "Nos va a meter en problemas, tengo la sensación de que lo hará".

    "¡No dejes que los escorpiones te coman!" exclamó a Pavo Real hacia él.

    "¡Solo echaré un vistazo, volveré enseguida!"

    Le observaron subir a la cima y gatear por ahí, mirando al suelo y pinchándolo con el dedo.

    "Esto no es lógico", dijo Bells.

    "¿Qué no es lógico?" preguntó Pavo Real.

    "No tiene ningún sentido", reflexionó ella. "A ver, estamos en este libro y se llama Tomo Loco. Ese no es su título propio. ¿Recuerdas lo enfadado que se puso? Debe de ser un apodo".

    Los chicos asintieron.

    "Vale", continuó Bells alentada. "Apliquemos la lógica a esto. Si Tomo Loco es un libro sobre la Reina de las Nieves, la siguiente página debería estar llena de nieve, ¿cierto? Debería haber sido invierno, no verano".

    "¿Qué estás tratando de decir?" preguntó Pavo Real interesado.

    "Estoy diciendo que este no es un libro ordinario. Bueno, naturalmente no lo es, porque de alguna manera logró encogernos y meternos dentro, pero también porque no es un cuento coherente. Creo que esta página es de otro libro".

    "Um", comenzó Grandioso tímidamente, "eso explicaría por qué se llama Tomo Loco".

    Bells alzó las cejas. "¿Cómo es eso?"

    "Quizás esté hecho de páginas de diferentes cuentos". El se encogió de hombros. "No se puede llamar como ningún cuento en particular, por eso tiene su propio nombre".

    "Eso es exactamente lo que yo pensaba", dijo Bells sin aliento. "Pensaba que estaba formado por páginas de diferentes cuentos". Miró a Grandioso con nueva apreciación. El se volvió magenta brillante.

    "¿Estáis seguros de que esto es un libro?" soltó Pavo Real. "Tal vez no sea un libro. Tal vez sea un tipo loco llamado Tom".

    "No es Tom", espetó Bells. "Es Tomo. Un Tomo es un libro gordo. Y está loco porque, bueno, porque supongo que se ha vuelto loco y por eso se llama Tomo Loco".

    La tierra debajo de ellos tembló.

    Pavo Real palideció. “¿Habéis sentido eso? ¿Qué habíais dicho que teníamos que hacer para salir de aquí? ”

    "Leer las páginas, que yo sepa al menos", dijo Bells. "Solo que no sé cómo podemos hacer eso, ¿es que tenemos que excavar y habrá palabras aquí debajo?"

    "Pero la Reina de las Nieves dijo que habíamos terminado con su página", recordó Grandioso.

    La boca de Bells se abrió. "Grandioso, eres un genio. Eso es".

    "¿Eso es qué?" La pregunta de Pavo Real quedó sin respuesta. “Odio cuando haces eso. ¿Nos lo vas a decir ya?”

    "No necesitamos leerla", dijo Bells con voz entrecortada, "Lo único que tenemos que hacer es vivir la página. Quiero decir, estamos dentro de ella. Así que lo único que tenemos que hacer es..." Miró a través de la estepa, notando el silencio. Aparte de sus propias voces y una brisa ocasional, ningún otro ruido los alcanzaba, y el estómago de Bells se sacudió desagradablemente. Estaban en medio de la nada, sin agua ni comida. De pronto sintió mucha sed.

    "Creo que", recomenzó ella, "debido a que no terminé de leer algunos libros, Tomo Loco me está castigando con hacerme vivirlos. Pero entonces, ¿por qué estáis vosotros aquí, chicos? Es decir, no recuerdo haber leído este libro, así que debe de ser... espera, ¿alguno de vosotros sabe en qué cuento estamos ahora? ¿Alguno de vosotros no terminó de leerlo? ”

    Grandioso y Pavo Real negaron con la cabeza.

    "¿Estáis seguros?" Bells entornó los ojos.

    "¿Qué buscas?" preguntó Pavo Real.

    “Nada. Solo pregunto".

    “Si nos quedamos aquí mucho más tiempo”, observó Grandioso, “nos freiremos vivos. En la funeraria de mi madre tienen un incinerador y cuando los familiares quieren que sus muertos sean incinerados, ellos..."

    Bells lo interrumpió. "¿Podemos no hablar de personas muertas, por favor?"

    "¡Chicos!" En la cima de la colina, Oxidado agitaba ambos brazos. "¡Mirad quién está aquí!"

    Bells suspiró. "¿Y ahora qué?"

    Al lado de Oxidado había un regordete burro moteado, masticando felizmente un fajo de hierba. Rebuznó y galopó hasta detenerse junto a los jóvenes. Oxidado lo alcanzó, con sonrisa radiante, como si fuera la cosa más emocionante del mundo llevar un burro hasta sus amigos varados en el páramo de un libro impredecible que obviamente estaba loco.

    "Hola, badlings", dijo el burro. "¿Ya estáis calentitos?"

    Bells se quedó boquiabierta. ¿Un burro parlante? ¿Por qué no me sorprende?"

    "Um", dijo Grand, tocándose la frente. “Creo que todos hemos sufrido un golpe de calor y estamos delirando. Pronto perderemos el conocimiento y..." Bell le dio un leve codazo.

    El burro mostró unos dientes amarillos. "¿A quién de vosotros le gustaría ser un burro?" preguntó.

    "¿Por qué íbamos a querer ser un burro?" dijo Pavo Real.

    El burro hizo un puchero y sacó el labio inferior húmedo. “Iba a arriesgar mi preciosa posición para ayudaros. Quizá no debería haberme molestado. Y tú decías que tus amigos eran simpáticos", miró a Oxidado acusadoramente.

    "Sí que son simpáticos", sonrió. “Estos son Bells, Pavo Real y Grandioso. Chicos, este es Mancha".

    Mancha emitió un hipo. "¿Pavo Real? Ese es un nombre gracioso".

    "¿Qué tiene de gracioso?" Pavo Real se alisó el cabello y lanzó a Bells una mirada acusadora.

    Ella fingió no darse cuenta y dijo lentamente: "¿Todo aquí dentro puede... hablar?"

    Mancha replicó. “¿Qué quieres decir con todo? Yo no soy una cosa, soy una persona".

    "Oh, lo siento, yo estaba asumiendo..." Bells dudó. "¿Una persona?"

    "Esto es tan irritante". Mancha meneó las orejas. "Debo confesar que me estoy cansando de este camuflaje". Se acercó a ellos, hablando en voz baja y lanzando miradas cautelosas a su alrededor. "En realidad no soy un burro. Quiero ayudaros".

    "¿Ayudarnos con qué?" preguntó Bells.

    "¿Os gustaría salir de aquí?" ofreció Mancha.

    "Sí", respondió Bells de inmediato.

    “Este es el trato. Tomo Loco se está volviendo cada vez más loco. No se sabe qué podría hacer a continuación. ¿Queréis volver a casa?"

    Ellos asintieron.

    "Bueno, a mí también me gustaría volver a casa. Y..."

    "¿A casa dónde?" interrumpió Pavo Real.

    Hubo un destello de tristeza en los ojos de Mancha. "Prométeme que no le dirás una palabra sobre esto a Tomo Loco.”

    "Prometido", dijo Pavo Real en un solo suspiro.

    "Lo prometemos", siguieron Bells y Grandioso y Oxidado.

    Mancha esperó un instante y dijo en voz baja: "Destruidlo". Como ninguno de los jóvenes comprendió lo que quería decir, agregó: " A Tomo Loco".

    "¿Qué?" dijo Bells incrédula. "¿Cómo?"

    "¿Por qué?" dijo Pavo Real.

    "¿Ahora mismo?" dijo Oxidado.

    "¿Moriremos en el proceso?" dijo Grandioso.

    Hubo un sonido como el crujir de huesos de una boca enorme abriéndose en algún lugar del cielo. Los ojos de Mancha se abrieron. Levantó la cabeza y rebuznó. "¡Aquí estáis! ¡Os encontré! ¡Mi maestro llamará a su maestro y él os ensartará en su lanza!"

    “¿Ensartarnos? repitió Bells, sorprendida por este súbito cambio.

    "¡Es terrible que no pueda ayudaros!" continuó Mancha. “¡No hay absolutamente nada que yo pueda hacer! ¡Preparaos para vuestre muerte tortuosa e inminente!" Les guiñó un ojo y se alejó trotando.

    El suelo retumbó alarmantemente. Un viento fuerte golpeó a los cuatro, arrojándoles arena a la cara, y una voz susurrante anunció en lo alto: "¡Ya es suficiente, Mancha! Lo siguiente que les dirás, y lo sabes, es quién eres de verdad. No puedo confiar en ninguno de vosotros últimamente, qué cosa tan molesta".

    "¿Chicos?" Oxidado señaló las dunas. Estas formaron una boca que sonreía siniestramente de la manera más desagradable. "¡Hola, Tomo Loco!" exclamó él. "¿Qué tal estuvo la siesta?"

    "¿Tienes algo contra las siestas, descarado badling?" preguntó la boca.

    "No", Oxidado retrocedió. “En realidad me encantan las siestas. Siempre echo una siesta los fines de semana con mi abuelita".

    “Quizá debería separaros a los cuatro para hacer las cosas un poco más divertidas. ¿Qué decís? ”

    Antes de que Oxidado pudiera responder, la boca de Tomo Loco desapareció. En su lugar, la duna se hinchó formando una mano enorme que lo agarró por la nuca de la camisa y lo arrojó por la estepa hacia el muro de tierra, donde la página se desprendió, se enroscó hacia arriba y lo arrebató en el aire hasta hacerlo desaparecer de la vista.

    "¡Oxidado!" gritó Bells y, junto a Pavo Real y a Grandioso, corrió tras él. Cuando llegaron al lugar donde había desaparecido, la página ya había vuelto a su sitio.

    "¿Adónde ha ido?" preguntó Bells.

    "Um, ¿a otra página?" preguntó Grand.

    "Vamos tras él".

    "¿Y cómo sugieres que hagamos eso?" dijo Pavo Real en un tono demasiado agudo para su comodidad.

    "Excavando, estúpido". Ella estudió el suelo.

    Las cejas de Pavo Real se alzaron. "¿Excavar? ¿Para qué?"

    "¿No lo entiendes?" Bells colocó las manos en las caderas. "Estamos en una página, así que debajo de todo este suelo tiene que haber papel. Eso significa que, si lo desenterramos, podríamos dar la vuelta a la página y pasar a la siguiente". Ella arañó el suelo con las uñas, lo cual resultó ser inútil ya que el suelo estaba cocido en una corteza impenetrable.

    "No creo que eso funcione", dijo Grandioso con un matiz de pánico en la voz.

    "Así es, al menos uno de vosotros es sabio", susurró Tomo Loco. "¿Qué tal un poco de derramamiento de sangre, ya que congelaros y freíros no os hace más agradables?"

    Bells alzó la vista, furiosa. "¿Vas a seguir lanzándonos de página en página?" le gritó.

    "Oh, ¿estamos peleones, verdad?" rió a carcajadas Tomo Loco. "Debo decir que, a pesar de tu infantil impertinencia, inmadurez y necedad, estás disipando mi aburrimiento. Si sigues así, puede que me salte las siestas para observarte incluso más de cerca".

    La página se elevó.

    Bells se inclinó hacia adelante, cayó sobre los muchachos, y todos rodaron dentro del creciente hueco junto al muro. El hueco se abrió con sombría familiaridad, dando la bienvenida a los tres que gritaban en sus profundidades. Lo último que ellos vieron antes de perderse de vista fue una cara burlona hecha de polvo que brillaba bajo el ardiente sol de la estepa.

Capítulo cinco

El Enorme Cachorro

    No es aconsejable delegar tus tareas a quienes te aborrecen. Lo más probable es que te hagan fracasar. Tomo Loco concluyó erróneamente que quienes vivían en sus páginas le obedecerían. Por el contrario, despojados de sus hogares, estos habían conspirado contra él desde el día uno.

    Mira a este enorme cachorro, por ejemplo. Con cola alta y orejas alertas, brincaba alrededor de la zona de cardos y masticaba una de las flores púrpuras, descuidando descaradamente las instrucciones de Tomo Loco y espiando al chico en su lugar.

    Oxidado yacía tendido despatarrado en la maleza. Olía a frescor y a especias. Con un gemido, se irguió sobre los codos, tambaleándose. Le llevó un momento recordar quién era.

    "Oxidado", dijo él probando la voz. “Eso suena familiar. Es mi nombre, ¿no? Creo que sí. No, espera... mi nombre es Russell. Russell Jagoda. Oxidado es mi apodo. Debo de haberme golpeado la cabeza muy fuerte." Tocó distraídamente la hierba y miró las flores gigantes. "¿Es esto un bosque prehistórico o algo así?" Hojas tan altas como árboles colgaban con enormes gotas de rocío. Al empujón su pie, una de ellas tembló, la gota de rocío resbaló y se rompió sobre su cabeza, empapándolo en el proceso.

    "¡Genial!" Lamió el agua. "Tenía sed de todos modos".

    Se impulsó para levantarse. Sobre él, fragantes flores formaban un dosel de colores. Lanzas de sol atravesaban la verdosa confusión y el aire olía tan tentador que los pensamientos de Oxidado se embotaron y su nariz tomó el control.

    "Huele a la mermelada de la abuela..." se dijo a sí mismo. "Me pregunto qué estoy haciendo aquí. Estábamos en el estanque de los patos esperando a Bells, ¿no? ¿Pero qué pasó después?" Nadie respondió, pero alguien lo miraba. Oxidado sintió los ojos en su espalda y dio media vuelta.

    Junto a un cardo de proporciones épicas había un cachorro de proporciones igualmente épicas. Un pelaje suave y rizado lo cubría desde un olfateante hocico hasta una meneante cola. Sus grandes ojos redondos parpadearon con amistosa curiosidad.

    Ambos se quedaron mirando el uno al otro durante un segundo, luego el cachorro se abalanzó sobre un palo y lo empujó con una pata hacia Oxidado, con la lengua colgando.

    "¡Guau, qué grande eres!" dijo Oxidado "¿Quieres jugar? ¿Es eso lo que quieres?"

    El cachorro chilló encantado y dijo: "Por favor, perdóname si esto te parece tonto, pero tengo que jugar un buen rato a recoger el palo antes de hacer algo serio. Si no te importa. Ha pasado demasiado tiempo y tengo ganas de hacer un poco de ejercicio". Se agachó, esperando.

    Oxidado sonrió. “¿Tú hablas? Espera. El burro también hablaba. El burro que encontré... Mancha." Se le revolvió el estómago. "¡Me acuerdo! Nos metimos en este libro, este, ¿cómo se llama...?" Chasqueó los dedos. “¡Tomo Loco! Eso es. ¿Bells? ¿Chicos? ¿Donde está todo el mundo? ¿Cómo he llegado aquí? ”

    Sus palabras se desvanecieron.

    El cachorro lo miró con una oreja temblando.

    Oxidado apretó y aflojó las manos. “Estábamos en un desierto con el burro y luego Tomo Loco nos arrojó aquí, ¿verdad? ¿Pero dónde están todos? Vamos, muchachos, esto ya no tiene gracia". Paseó por los alrededores llamando a sus amigos por sus nombres, pero cuanto más lo hacía, más seguro estaba de que estaba solo.

    Se dejó caer junto al cachorro y le rascó la enorme pata. "Supongo que solo estoy yo. Oye, ¿tienes tú idea de por qué estoy aquí?"

    "Estoy bastante seguro de que sí", ofreció el cachorro. "Debes de haber enfadado a Tomo Loco y él te envió aquí para recibir un castigo". Pegó el hocico tan cerca de la cara de Oxidado que él pensó que se sofocaría con la respiración del cachorro. "Me han ordenado que te haga sufrir. Bueno", explicó, impulsado por la expresión horrorizada de Oxidado, "no voy a hacer eso. Le prometí a otro que te mantendría intacto. Aunque, debo confesar, me siento tentado a morderte".

    "¿Morderme?" graznó Oxidado. "¿Por qué quieres morderme?"

    Tan adorable como era el cachorro, sus dos gigantescas hileras de dientes a corta distancia parecía que podrían partirlo en dos.

    Oxidado retrocedió y chocó contra un tallo de hierba. Esta se sacudió con indignación. Él se dio la vuelta. "¿Qué ha sido eso?"

    "Oh, solo es hierba", ladró el cachorro. "Está molesta contigo".

    “¿Molesta conmigo? ¿Por qué?

    “¡Cómo!” El cachorro examinó a Oxidado de arriba abajo. "¡La has empujado!"

    "Oh". Oxidado se rascó la cabeza, confundido. “Fue un accidente. No quise hacerlo. Quiero decir, ¡hay hierba por todas partes! ”

    "No importa", dijo el cachorro. "Tienes que disculparte".

    "¿Disculparme?" Oxidado lo miró fijamente. "¿A la hierba?"

    "Badling bobo", siseó la hierba.

    Ante esto, el cachorro ladró a la hierba, y la hierba le pegó un coscorrón en la cabeza. El cardo aplaudió con sus hojas puntiagudas, instando a que continuara el espectáculo.

    “Mira eso”, le dijo una flor a otra. "Se están peleando otra vez".

    "Qué infantiles". La otra flor negó con la cabeza y empapó a Oxidado con gotas de rocío.

    "Cierto", dijo Oxidado. "Están todos locos aquí. Tengo que ir a buscar a Bells y a los muchachos." Rodeó el cardo acechándolo con resolución, solo para ser recogido por el cachorro y colocado otra vez donde comenzó.

    "No vas a ir a ninguna parte", dijo el cachorro, y esta vez sus grandes ojos no tenían ninguna simpatía. "Te vas a quedar aquí".

    "¡Ey!" gritó Oxidado, blandiendo los puños. "¡Deja que me vaya!"

    "Pensé que te gustaban los animales", dijo el cachorro.

    Oxidado juntó las cejas. "¿Cómo lo sabes?"

    “Me lo dijo Mancha. ¿Te gustaría convertirte en cachorro? ”

    “¿Por qué iba a yo a querer convertirme en un cachorro?”

    "¿Y por qué no?" El cachorro erizó su pelaje y, por un segundo, se convirtió en una bestia poderosa. "Mírame. Soy guay, suave y esponjoso, ¿no?"

    Oxidado tragó saliva, retrocediendo. "Claro. Buen perrito, buen perrito pequeñín..."

    "Bueno, si te gusto tanto, ¿qué tiene de malo ser un cachorro?" Avanzó olisqueando el aire con peligrosa determinación.

    "Nada, nada en absoluto", tartamudeó Oxidado, sintiendo detrás de él los traicioneros tallos de hierba que se meneaban y se retorcían. "No he dicho que haya nada malo en ser un cachorro. Me encantan los cachorros. Mi abuela ayuda a que nazcan cachorros. También pasea perros, toda clase de perros, y yo la ayudo. Los lavo y les doy de comer, y les limpio las patas con una toalla mojada y... " tragó saliva con un «glup».

    "¿Ah, sí?" preguntó el cachorro soñadoramente.

    "Absolutamente", dijo Oxidado comenzando a sonreír. "Corto trozos de carne cruda, muy tierna y jugosa, y ellos se alimentan de mi misma mano".

    El cachorro puso los ojos en blanco. "Cuéntame más".

    "Vale". Oxidado se metió en el cardo y sofocó un grito al rozarse con las espinas. "Les rasco detrás de las orejas y les separo el pelaje y les quito las pulgas y... y..."

    El cachorro gruñó. “¿Pulgas? Yo no tengo pulgas".

    “Perdón, perdón. He dicho algo incorrecto. Buen perrito, perrito bueno..."

    "Continúa, badling", dijo el cachorro con exigencia.

    Oxidado frunció el ceño. "Espera. Mancha también me llamó badling, y la hierba. ¿Qué signi...?"

    Un estridente silbido le interrumpió.

    El cachorro aplanó las orejas y metió el rabo entre las piernas.

    "¿Qué ha sido eso?" preguntó Oxidado.

    “Silencio”, y el cachorro dio un brinco y ya estaba encima de él, gruñéndole a la cara, “o te morderé y tú me reemplazarás, lo quieras o no”.

    "¿Qué se supone que significa eso?" Oxidado intentó moverse, pero el cachorro lo abrumaba con su peso.

    El silbido trinó impacientemente sobre las flores.

    "Será mejor que te vayas con ella", dijo el cardo, hablando por primera vez.

    “Podría hacerlo aquí mismo, ahora mismo”, dijo el cachorro, “y ser libre. Libre de ti y de todas estas pomposas flores que dicen galimatías desde la mañana hasta la noche. Estoy harto de ti, para que lo sepas".

    "Oh, ¿lo estás?" El racimo de flores, tan pacífico y aromático, de repente comenzó a golpear al cachorro con toda la ferocidad de las plantas carnívoras privadas de cena.

    Oxidado aprovechó sabiamente la conmoción resultante a su favor y se adentró deprisa en la vegetación sin mirar atrás.

    "Nunca más acariciaré a otro cachorro", se prometió a sí mismo trepando por monstruosas raíces. "Olvídalo. Esa cosa daba miedo. Me pregunto qué libro es este. Estoy seguro de que es un cuento chiflado".

    Una serie de silbidos estalló detrás de él y Oxidado esprintó, corriendo a ciegas, hasta estrellarse contra algo esponjoso. En pánico, cayó al suelo con las manos sobre la cara en desesperado intento de esconderse de esta nueva amenaza.

    Como nada lo olfateó, lamió o habló con él, Oxidado abrió un ojo.

    "¡Es un hongo!" dijo él.

    Y lo era, un tronco carnoso coronado con un gran sombrerete marrón. Elegantes branquias se desplegaban desde el centro como radios de una rueda de bicicleta. Olía picante y terroso, y Oxidado esperó pacientemente a que este hablara, buscando los ojos o una boca.

    Cuando este habló, habló desde arriba, primero tosiendo y luego diciendo nasalmente, "¿Quién eres?"

    Oxidado se levantó y estiró el cuello, pero el sombrerete del hongo le llegaba a la nariz, y ni siquiera de puntillas podía ver de dónde venía la voz.

    "Ojala fuera un poco más alto", suspiró él.

    Lo que fuese que estaba hablando con él, tosió un poco. "¿Qué quieres decir? Eso está mal", anunció aquello.

    "¿El qué está mal?" preguntó Oxidado.

    “Has dicho la frase equivocada. Eso no es lo que debes decir. Deberías decir: "Apenas lo sé".

    Oxidado se rascó la cabeza. "No estoy seguro de entenderlo"

    "¡Mal otra vez!" dijo lo que fuese que se posaba encima del hongo.

    Hubo un ruido de arrastrar unos pies y, de repente, Oxidado estaba mirando un par de ojos azules en una cara muy suave de terciopelo, violeta azulado e inhumana, él supo de inmediato quién era y eso le consoló.

    Pero hemos de dejar a Oxidado con su conversación y volver con Bells, Pavo Real y Grandioso, que han sido depositados en un cuento tan desolado y miserable que no prometía nada bueno, aparte de lo que ya había predicho Tomo Loco: abundancia de antiestético y escandoloso derramamiento de sangre.

Capítulo seis

La Amenaza Roja

    Libros mueren todos los días, igual que lo hacen las personas, junto con los personajes que viven dentro de ellos. Puede ser una defunción lenta, deshojándose página tras página de tristeza por no ser leídos ya. O puede ser una brutal ejecución vía destrozo.

    Terrible, ¿no dirías tú eso? Estoy de acuerdo. Dejemos de lado este deprimente tema por un tiempo y centrémonos en tres puntos volando por el aire. Como sabes, estos son Bells, Pavo Real y Grandioso. Voceando de miedo, aterrizaron junto a un sombrío muro que ceñía una abadía de muchas torretas y torres enmarañadas por enredaderas muertas. Un par de árboles desnudos flanqueaban una verja de hierro más allá, de la cual un camino conducía a un porche con columnas. Los últimos rayos de sol lo coloreaban todo con tonos rojizos y las estrechas ventanas parecían escrutar a los intrusos como muchos ojos atentos.

    Bells se estremeció y miró a los muchachos. El temor se reflejaba en sus rostros. No solo habían perdido a Oxidado, sino que parecían haber aterrizado en un cuento obviamente espeluznante. Además, tenían hambre, sed y estaban doloridos.

    "¿A dónde nos ha enviado ahora?" preguntó Pavo Real, sacando a pellizcos trocitos de grava en sus manos raspadas.

    Grandioso suspiró. El impacto no había tenido un efecto tan devastador en él como en su amigo. "Um", dijo frotándose la frente, "No sé, pero esto no parece amistoso".

    Pavo Real dio una patada a una piedra. “Esto es tonto. No me gusta ¿Qué quiso decir ese burro sobre no ser un burro? ¿Y cómo se supone que vamos a destruir a esta cosa? ¿A Tomo Loco o como se llame? ”

    Grandioso se encogió de hombros.

    "Yo puede que tenga una idea", expresó Bells alegremente, sacudiéndose el polvo y rehaciéndose la coleta.

    Pavo Real arqueó una ceja. "¿Quieres compartirla?"

    "Tendré que pensarla primero", afirmó ella, "Y ver si tiene sentido".

    "Bueno, pues date prisa", espetó él.

    Bells apoyó las manos en las caderas y dijo acaloradamente: “Mira, Pavo Real. Perdóna que sea franca, pero ¿puedes ser más egoísta? Primero tenemos que averiguar dónde ha enviado Tomo Loco a Oxidado y recuperarlo. ¿No te parece?"

    Pavo Real la fulminó con la mirada. "Solo nos falta que una chica nos haga sentir culpable para hacernos sentir aún peor".

    "Oh, ahora de repente estamos hablando de chicas , ¿verdad?" siseó Bells. "Vale, deja que te diga algo". Ella avanzó hacia él. "Para ser un chico, a veces eres demasiado blandengue llorón. Creí que se suponía que los chicos eran más valientes que las chicas, ya sabes, valientes caballeros que blanden espadas y nos protegen a nosotras, las frágiles doncellas, con feroces gritos de guerra".

    Pavo Real se quedó mirándola. "¿Qué?"

    Sintiendo su victoria, Bells continuó. "No estoy diciendo que seas cobarde toda tu vida. Todavía hay esperanza para ti. Solo estoy preocupada por Oxidado, ¿vale? Tampoco es que vaya caer del cielo sobre nuestras cabezas. Tenemos que buscarlo activamente. ¿Y si un monstruo lo está devorando vivo en este momento? ¿Has pensado en eso?”

    Una leve sonrisa apareció en los labios de Grandioso. "Pensé que yo era el único que pensaba en cosas morbosas".

    Bells se aclaró la garganta rápidamente, "Pues no. Yo también lo hago, a veces. Con el propósito de examinar hechos".

    "No me digas que tú no estás asustada", dijo Pavo Real señalando hacia la abadía. “Este lugar me da escalofríos. ¡Míralo!”

    "¿Asustada?" preguntó Bells con forzada valentía. "Pfff. Para nada".

    "¿No tienes miedo de morir?" dijo Pavo Real, asombrado.

    "Nop", mintió Bells. "Cuando aparezca la Muerte, le daré un puñetazo en la cara y le diré que puede irse por donde vino".

    Pavo Real resopló con burla. "Dijo una verdadera científica".

    Bells abrió la boca para replicar y la cerró. "Está por debajo de mí descender a tu nivel de insignificantes disputas". Ella giró sobre sus talones y se dirigió decididamente hacia la puerta. Al no estar cerrada con llave, la puerta se abrió al primer intento con un ruido chirriante que le puso los brazos con piel de gallina. Ella levantó la cabeza y entró, girándose para mirar a los chicos.

    "¿Venís?"

    "¿Estás loca?" gritó Pavo Real. "¿Adónde vas?"

    "Adentro, ¿dónde si no?"

    "¿No crees que es mejor idea encontrar el borde de la página y excavar?"

    "Creí que no te gustaba esa idea".

    "Bells tiene razón", reflexionó Grandioso. “Puede haber herramientas ahí dentro. Y comida".

    "¿Comida?" explotó Pavo Real. "¿Cómo puedes pensar en comida?"

    Un cuervo aterrizó sobre una de las torres y graznó.

    Los tres dieron un brinco.

    “¡Buu! ¡Vete!" Pavo Real agarró una piedra y se la lanzó al pájaro. Este se marchó volando, pero no sin antes caer en picado sobre su cabeza. Él lo esquivó por los pelos.

    Grandioso se aclaró la garganta. "Um", comenzó con cautela. “Tenemos que ponernos en marcha. Mi mamá dice que no es bueno hablar sobre hacer cosas. Dice que las personas que hacen cosas no tienen tiempo de hablar. Por eso le encanta su trabajo. Ella no habla con los muertos y ellos no le hablan a ella. Ellos la aceptan y ella los pone guapos. De verdad lo hace", dijo respondiendo a sus asombradas miradas, "Yo lo vi. Es lo último que puede hacer por ellos, hacer que duerman todo guapos en un ataúd y..." se dio cuenta él solo. "Perdón. Me he dejado llevar".

    "No", dijo Bells, "tranqui, está bien".

    "Sí", agregó Pavo Real en un tono bastante agudo, "no nos importa en absoluto".

    "¿No?" Grandioso sonrió tímidamente.

    "Chicos, mirad". Bells asintió hacia la abadía.

    Un par de ventanas se iluminaron con un enfermizo resplandor rojizo.

    "Está claro que hay alguien dentro", susurró ella.

    "¿Todavía quieres entrar?" preguntó Pavo Real.

    Bells no respondió. Los chicos siguieron su mirada y vieron una aparición que casi los hizo mojarse en los pantalones.

    Entre las siluetas de los árboles flotaba una figura con una capa roja. Una capucha colgaba tan abajo que no podían ver ninguna cara. Pero la peor parte no era la forma que tenía, era la forma en que se movía. No caminaba, flotaba sobre el suelo como si no tuviera peso.

    Los chicos se congelaron, mortificados.

    La figura se acercaba.

    Podían escuchar su aliento superficial y el siseo de la capa. Podían ver las asquerosas manchas de sangre que iba dejando brillar en el suelo. Pasó junto a ellos a centímetros de distancia, abrió una de las puertas dobles y entró flotando.

    Bells se sacudió por todas partes. "¿Quién era ese ?"

    "¿Importa acaso?" Pavo Real dio un paso atrás. "Salgamos de aquí".

    “Pero debemos entrar”, insistió ella.

    “¿Cómo nos va a ayudar entrar?”

    "Viviremos la página e iremos a la siguiente. Al menos seguiremos moviéndonos y mirando. ¿Quién sabe?, tal vez Oxidado esté allí".

    "¿Ah sí? ¿Y si algún maníaco medieval nos convierte en carne picada? ¿No dijo Tomo Loco algo sobre derramamiento de sangre?"

    "No habrá derramamiento de sangre", dijo Grandioso.

    Lo miraron boquiabiertos.

    “Yo me leí este libro. Sé lo que va a suceder", dijo en voz baja, "será peor que el derramamiento de sangre".

    Bells y Pavo Real se miraron el uno al otro.

    "¿Mucho peor?" susurró Bells.

    "Bueno, este es uno de los cuentos de Poe, es sobre la Muerte Roja", explicó Grandioso. "No puedo recordar el título, pero trata de una enfermedad. Es como una plaga. Si estás infectado, tienes llagas por todo el cuerpo. Crecen y estallan y vierten pus y sangre y luego..."

    Las puertas se abrieron de golpe.

    Allí estaba un regio hombre vestido de terciopelo. Su rostro estaba oculto tras una media máscara. "¡Bienvenidos, nuevos badlings!" entonó él. "Por favor, entrad. Está haciendo bastante frío. No querréis resfriaros, ¿verdad? " Esperó pacientemente la respuesta. Detrás de él, pululaban personas que vestían trajes y máscaras extravagantes, acompañadas de ruidos de celebración.

    "Ya estamos otra vez con eso de los badlings," murmuró Bells.

    Ella intercambió una mirada con los chicos.

    El hombre no parecía ser un loco o un asesino, sino todo lo contrario. Infundía una sensación de riqueza y prosperidad. Los hizo señas con una mano enguantada para que entrasen en el calor, la luz y los olores de comida, y eso venció la discusión interna del trío. Los tres subieron los escalones y entraron andando hacia la más extraña variedad de personas que habían presenciado en sus vidas.

Capítulo siete

La Aterradora Mascarada

    La vida se va de un libro que ha perdido todas sus páginas, a menos que las recojas y las vuelvas a encuadernar con una nueva portada. Pero si rasgas o arrugas o doblas siquiera una página, sus personajes sufrirán esa mutilación y tendrán sed de venganza. Imagínalos acechando en el papel, buscándote. Es un pensamiento inquietante.

    Esto es lo que pasó por la mente de Pavo Real por razones que no voy a revelar. No todavía .

    Él se acobardó, reacio a seguir adelante. Un sinfín de pares de ojos se fijaban en él. Ojos de empolvados asistentes a la fiesta con pelucas, damas con elegantes vestidos, malabaristas con leotardos, músicos, magos, bailarines, artistas, gruesas matronas que bebían cócteles y chismorreaban con sibilantes susurros. Todos los presentes llevaban una máscara, lo cual hacía que toda la congregación pareciera excéntrica y fantasmal.

    Asustado, Pavo Real se apresuró tras el hombre de terciopelo, mirando boquiabierto los vestidos y atuendos y los lujosos disfraces del tipo que ves en los libros de historia ilustrados.

    "Príncipe Próspero", dijeron las voces: "¿A quién traes entre nosotros, Príncipe Próspero? ¿Por qué están desenmascarados? ¿Dónde está su respeto por nuestra etiqueta? ¿Cómo se atreven a...?

    "¿Quién habla?" ordenó el Príncipe Próspero. "Sed agradecidos. Os traigo nuevos badlings. Pronto los dividiremos entre nosotros y agradeceréis mi generosidad. ¡Ahora, silencio!"

    Las voces cayeron y la multitud se separó de ellos como un sedoso río de plumas.

    “ ¿Dividirnos? ” susurró Pavo Real.

    "A mí tampoco me gusta eso", admitió Grandioso.

    Pavo Real se sintió nervioso. "¿Qué es esto, el baile de los asesinatos? ¿Nos van a matar, por eso llevan máscaras?"

    "No, no nos van a matar", explicó Grandioso pacientemente. "Llevan máscaras porque esto es una mascarada".

    Pavo Real sacudió la cabeza, no muy convencido. Sus ojos se posaron en un hombre con una capa negra que se plegaba como alas coriáceas, cada arruga como un hueso rígido. Su rostro estaba escondido tras una máscara de animal congelada en un gruñido. "¿Es eso un murciélago?"

    "No, es un lindo perrito de peluche", se burló Bells.

    "No tiene gracia".

    “Vale, tranqui, era una broma. Obviamente, es un hombre disfrazado de murciélago con máscara de murciélago. ¿Qué otra cosa podría ser? ¿Ves las alas en la parte de atrás? ”

    "¿Por qué nos está siguiendo?"

    "No nos está siguiendo. ¿Por qué nos iba estar siguiendo? Estás paranoico".

    "Que sí", insistió Pavo Real mirando ansiosamente la capa del hombre parpadear detrás de ellos. El hombre, al sentir la mirada, siseó y Pavo Real se encogió, con su corazón latiendo con fuerza.

    El príncipe los condujo a través de una vista de habitaciones, cada una de un nuevo color deslumbrante: azul, púrpura, verde, naranja, blanco, violeta. Por fin entraron en una espaciosa suite decorada en negro. Aquí todo era negro, todo excepto las ventanas, sus cristales tintados relucían inquietantemente en rojo.

    "Esto es horrible", dijo Bells en un fuerte susurro.

    "¿Qué es este lugar?" preguntó Pavo Real.

    Antes de que Grandioso pudiera responder, el fuerte gong de un reloj sacudió las paredes. Marcó la hora con una campanada espeluznante y se calmó. Un denso silencio envolvió la abadía.

    El Príncipe Próspero habló. "Adelante. Sigue ya con ello. No tenemos el lujo de demorarnos".

    Pavo Real no podía ver a quién estaba hablando. Unos invitados enmascarados le bloqueaban la vista. Los tres se apretaron en el umbral de la puerta, asomándose poco a poco.

    El reloj sonó dos veces.

    Pavo Real hizo una mueca. "¿Por qué es tan ruidoso?"

    Un par de campanadas más sacudieron el aire. El reloj parecía estar burlándose de él, esperando aterrorizarle hasta que perdiera la cabeza.

    "¿Están todo el mundo presente?" preguntó el príncipe.

    Los invitados respondieron con gritos obedientes. "Lo estamos, Príncipe. Estamos listos. Concédenos tu generosidad. No podemos esperar más, ten piedad. ¿Hemos de sufrir tanto? ¡No prolongues nuestro tormento, te lo suplicamos, es insoportable!"

    El reloj parecía haber perdido la paciencia y golpeó varios ensordecedores ding-dongs seguidos.

    Sin prestarle atención, la multitud parloteaba y se empujaba para acercarse y ver mejor a los tres jóvenes, y para intentar tocarlos con un dedo tembloroso o incluso lamerlos con una áspera lengua, que Pavo Real, para su horror, vio salir de la boca de un mono. Varios monos se articulaban adelante y atrás entre faldas y trajes, con toscas máscaras sobresaliendo en sus caras peludas.

    "Cielo santo". Pavo Real agarró el brazo de Bells. "¿Has visto eso?"

    "¿Ver el qué?"

    "¡Los monos!"

    Su exclamación se ahogó por el siguiente gong enojado.

    "¡Creo que ha llegado el momento!" comenzó el príncipe cuando los ecos murieron. "Por la presente decreto..."

    El reloj, al parecer muy molesto porque casi nadie prestaba atención a su horrible actuación, tocó el resto de las doce horas.

    "Te hemos oído alto y claro", exclamó el Príncipe Próspero.

    El reloj agregó otro gong. A regañadientes.

    "Con ese son trece, lo cual es una burla excesiva", observó el príncipe con calma. "¿No estás de acuerdo?"

    El reloj sonó otra vez y se detuvo, satisfecho. Todo el ruido se desvaneció. La música se calmó. Las voces se desvanecieron. Un sombrío silencio se suspendió en la habitación y, a través de él, apareció la figura de rojo. Su cara por fin era visible: llevaba la máscara de la muerte.

    El Príncipe Próspero hizo una reverencia de bienvenida y dijo: “¡Por ​​fin! Estaba empezando a pensar que me habías insultado al rescindir tus deberes. Badlings, me gustaría que conocieras a la Muerte Roja. Muerte Roja, estos son..."

    "Me perdone usted por interrumpir", dijo la Muerte Roja en un tono que te helaba la espina dorsal. "Traigo acontecimientos urgentes".

    "¿Acontecimientos de qué naturaleza?" preguntó el príncipe. “¿Sigue durmiendo la siesta? ¿Cuánto tiempo tenemos? ”

    "Media hora como máximo", fue la respuesta de la Muerte Roja.

    Los invitados murmuraron con inquietud. "Este es un asunto agotador. ¿Por qué tenemos que esperar? Vamos a agarrarlos nosotros mismos. ¿Qué derecho tienen ellos a decidir? ¿Nuestros deseos no cuentan para nada? Me atrevo a decir..."

    "¡Silencio!" Timbró la voz de una mujer, seguida de un pisotón que trajo una súbita calma a la inquieta asamblea.

    "¡La Reina de las Nieves!" gritó Bells olvidándose de sí misma.

    La Reina de las Nieves no concedió una sola mirada en la dirección de Bells. Erguida en toda su altura, entró en el círculo y se dirigió al Príncipe Próspero con severidad: “Basta de esta diversión. Quiero mi parte y la quiero ahora". Le lanzó una mirada escalofriante a Bells, su mirada del azul del hielo eran dura como una piedra.

    “Yo he llegado aquí la primera. Tengo derecho a reclamar el que quiera. Y yo reclamo a la chica." Agarró a Bells por la muñeca.

    "¡Auh!" gritó Bells. "¡Suéltame!"

    "Ruego diferir", dijo el hombre de la máscara de murciélago, apareciendo silenciosamente junto a la reina. "Si alguien aquí tiene algún derecho sobre ellos, soy yo".

    "¿Ellos?" repitió la reina curvando los labios. “No puedes reclamarlos a todos. ¡Toma al que te causó daño y lárgate con él, vagabundo sediento de sangre! ”

    "¿Es esta una nueva diversión para tu aburrimiento", dijo el hombre suavemente, "¿Insultarme?" Su mano de largos dedos emergió de debajo de la capa y se arrastró hacia Bells, manteniendo como rehén la atención de la reina con los ojos.

    “No intentes arrastrarme a uno de tus juegos de ingenio”, dijo la Reina de las Nieves, “Sé exactamente lo que estás planeando. Hoy votaremos sobre la división del botín. Entonces, y solo entonces, obtendrás tu parte, si la obtienes. ¿Me entiendes o quieres que te lo repita otra vez, querido Drácula?

    Lo que Drácula respondió, Pavo Real no lo oyó. Sus orejas parecían rellenas de algodón y su estómago dio un vuelco y se le cayó a los pies, estallando en pedazos. "¿Drácula?" le dijo él a nadie en particular. "¿Él es... Drácula?"

    “Disculpe”, dijo Bells con los dientes apretados, “por favor, suélteme. Me está rompiendo la muñeca". Ella meneó el brazo.

    "Oh, lo siento mucho", dijo la reina, su expresión cambió rápidamente, de indiferente a una llena de preocupación. "Ven. Déjame calentarte".

    "Tiempo", pronunció la Muerte Roja. "El tiempo es escaso".

    “De hecho lo es”, coincidió el príncipe. “Decreto que nos regocijemos en nuestra fortuna. Durante años hemos sufrido, pero basta de nuestro lamento. ¡Bienvenida libertad!" Empujó a los tres jóvenes hacia adelante.

    Hubo gritos de emoción, mezclados con los sonidos de aplausos y chasquidos de dientes al cerrarse las bocas.

    "¡Cuatro afortunados badlings para deshacerse de las cadenas de su confinamiento injustificado y regresar a sus hogares mientras que el resto de nosotros espera ser vengado!" El príncipe tenía espuma en la boca.

    "¿Vengado?" murmuró Pavo Real. "¿Por qué?"

    “Por crímenes que no cometimos”, proporcionó amablemente Drácula. Su aliento pútrido le dio a Pavo Real escalofríos mortales. "Tú, por otro lado, sabes muy bien de qué eres culpable, badling".

    Pavo Real tragó saliva. "No sé de qué está hablando".

    "¿Quieres que te lo recuerde?" preguntó Drácula, y Pavo Real creyó que en el siguiente segundo se iba desmayar.

    Un súbito viento se estrelló contra las ventanas. Los árboles afuera gruñeron alarmantemente.

    La boca de Drácula se plegó en una línea. "Nos veremos el uno al otro pronto de nuevo. Hasta la vista." Y se retiró desapareciendo de la vista.

    "¿De verdad era ese Drácula?" preguntó Bells sin aliento.

    Pavo Real asintió.

    “¿De qué te estaba hablando?”

    Él negó con la cabeza, incapaz de hablar. Estaban rodeados por todos lados de brillantes ojos codiciosos.

    "Basta de este sinsentido". Un fornido hombre con un gastado abrigo de viaje se abrió paso. Parecía bastante ordinario, si no fuese por su imponente tamaño y su barba. Barba Azul. Le caía hasta la cintura, un tesoro rizado y espeso.

    Pavo Real estiró el brazo y se acarició su falsa cresta de halcón. Sí, era azul, pero no tan azul como esta .

    "Por mi barba", bramó el hombre con los ojos saliendo de las cuencas, "este es perfecto para mí". Y, sin ceremonias, agarró a Pavo Real por la nuca de la camisa y lo levantó del suelo.

    Pavo Real jadeó en busca de aire, su garganta estaba bloqueada por el pánico.

    "¡Bájalo, Barba Azul!" gritó la Reina de las Nieves.

    “¿Quién eres tú para decirme lo que hacer? Vete a congelarte a tu lago, bruja carámbano".

    La reina le siseó, congelándole la barba.

    Estallaron gritos de miedo.

    Barba Azul se echó a reír. "¿Crees que puedes asustarme con un poco de frío? No me importa una piel de rata lo que hayáis decidido. Vine aquí para tomar lo que es legítimamente mío, y eso es todo. ¿Qué vas a hacer, desgarrarme en pedazos? Me gustaría verte intentarlo". Le dio a Pavo Real una sacudida jubilosa, se lo metió bajo el brazo y salió marchando, con sus pesadas botas puntuando cada paso con un golpe.

    "¡Pavo Real!" Bells corrió tras él, pero la reina la detuvo.

    "Aguanta, Pavo Real". Grandioso dio dos pasos y tropezó con Mancha, el burro.

    El suelo tembló. La tierra debajo de la abadía vibró.

    "Está despierto", dijo la Muerte Roja.

    "¡Rápido!" gritó el Príncipe Próspero. Sacó una daga y la blandió hacia adelante con las palabras: "¡Quitaos las máscaras!"

    La Muerte Roja le tocó y el príncipe cayó al suelo.

    Pavo Real escuchó el golpe de un cuerpo seguido de una salva de chillidos. Tenía el rostro firmemente presionado contra el sucio abrigo de Barba Azul. Cerró los ojos y los abrió solo cuando los ruidos disminuyeron y un aire de olor dulce alcanzó su nariz. La suave pendiente de una colina, no más que una línea contra el cielo oscuro, oscilaba arriba y abajo.

    Barba Azul se detuvo y lo lanzó sobre la hierba. "Ni te ocurra pensar en huir. Te romperé la columna así sin más". Chasqueó los dedos.

    Pavo Real asintió, el horror inundó su estómago.

    Barba Azul se metió su preciosa barba bajo del cinturón y se inclinó, buscando algo al pie del muro de tierra. Unos zarcillos brumosos se levantaron del suelo, cuando un grito lo hizo mirar hacia arriba.

    "Por mi barba... parece que tenemos compañía".

    Un enjambre de figuras bajaba corriendo la colina. Dos de ellas iban separadas del resto, trotando a un ritmo aterrador.

    Pavo Real les reconoció. "¿Grandioso? ¿Bells? ”

    Grandioso batía las piernas con determinación de hierro, con un brazo extendido y el otro tirando de Bells. Al menos una docena de invitados los perseguían, con la Reina de las Nieves a la cabeza.

    Barba Azul agarró algo y tiró. Él estaba levantando la página de debajo de sus pies. Trozos de césped se desprendieron y cayeron, y una sólida oscuridad se filtró desde el hueco.

    "No te quedes ahí sentado. ¡Entra!" Estiró la mano hacia Pavo Real justo cuando Grandioso y Bells chocaron con ellos. Derribaron a Pavo Real y los tres dieron un salto mortal hacia el abierto vacío.

    Al ver que no tenía tiempo para seguirlo, Barba Azul soltó la página. "Me temo que es demasiado tarde", dijo mientras se hacía a un lado.

    Impulsada por la inercia, la Reina de las Nieves se zambulló a por los jóvenes, pero en su lugar enterró la cara en la tierra.

Capítulo ocho

La Mazmorra Prohibida

    No pienses que cuanto más largo sea el libro, más apasionante será su historia. Algunos cuentos muy breves han penetrado en las mentes de generaciones y allí se han quedado, negándose a irse. A la gente le gusta llamarlos "clásicos", aunque no hay nada clásico en ellos, sino mucha sangre, asesinatos y traiciones.

    Los jóvenes estaban en el presente apresurándose hacia uno de tales cuentos. Turbia niebla los pasaba rápidamente, o ellos pasaban a la turbia niebla, era difícil saberlo. Cuanto más bajaban, más frío hacía. Incluso las manos típicamente cálidas de Grandioso perdieron toda sensación. Una fina capa de rocío se formó en su pelo. En cierto punto él pensó que caerían así para siempre, hundiéndose cada vez más en un gris uniforme que se aferraba a ellos como telarañas.

    Y eran telarañas.

    Estaban volando disparados a través de una maraña de telarañas y aterrizaron sobre piedra con un golpazo amortiguado. Agitados y desorientados, ninguno de ellos se movió.

    Pasó un minuto.

    Grandioso palmeó el suelo irregular, gimió y rodó de lado. Estaba sentado en una habitación oscura. Una luz débil se filtraba desde una ventana enrejada en lo alto junto al techo. El aire era húmedo y racheado y olía muy mal. Grandioso se puso en pie, dio un paso y se congeló. Sus peores pesadillas se habían materializado justo a sus pies, extendidas a lo largo de la pared en una ordenada y horrible fila.

    Grandioso dejó de respirar. Una gota de sudor frío rodó por su nariz y quedó colgada en la misma punta. Se obligó a limpiarla y no pudo.

    "¿Grandioso?" llamó Bells desde la oscuridad.

    "Um". El sonido de su propia voz lo sobresaltó tanto que estuvo a punto de pegar un brinco.

    "Oh, bien, estás aquí. ¿Pavo Real? ”

    Pavo Real tosió. "Estoy bien".

    "Solo para asegurarme", dijo Bells. "Está tan oscuro aquí que no puedo ver nada. ¿Dónde estamos, lo sabéis?

    Grandioso se tambaleó.

    "¿Estás bien?" preguntó ella, buscándolo a tientas. "¡Tienes las manos frías!"

    Grandioso abrió y cerró la boca. No salió ningún sonido.

    "Recuerdo que tus manos nunca estaban frías. ¿Cuál es el problema?" Bells miró a su alrededor hasta que bajó la vista y sofocó un chillido.

    "¿Qué pasa?" Pavo Real se movió entre ellos. "¿Por qué estáis temblando...?"

    Grandioso se había olvidado de sus amigos. Nada existía para él excepto los horribles sueños que tenía cada vez que visitaba a su madre en la funeraria. Siempre eran igual: él entraba en el refrigerador de la morgue y alguien apagaba las luces y cerraba la puerta, encerrándolo. Durante el resto del sueño, deambulaba por la habitación, caminando hacia los húmedos brazos de los muertos hasta entrar en pánico y despertar empapado en sudor, con el corazón golpeando como un martillo.

    "Grandioso". Bells le dio un tirón. "¡Grandioso!"

    Él permanecía inmóvil, clavado en el sitio.

    Bells le clavó sus uñas en la palma de la mano.

    Él no se inmutó.

    "Pavo Real", chilló ella, "¡ayúdame!"

    Pavo Real retrocedió, dando arcadas.

    "Vamos, chicos, no se me desmoronen ahora. Necesitamos ... tenemos que ... " Ella aguantó, aguantó, y fracasó, colgándose de Grandioso para no desmayarse.

    Justo a sus pies, en el suelo de adoquines ennegrecidos por el desgaste y la mugre, había un bloque de madera con un hacha clavada en él. Junto a él, cuidadosamente dispuestos a lo largo de la pared, yacían los cuerpos de cinco mujeres muertas, con los ojos abiertos sin mirar nada, el cabello lleno de sangre y los pies rígidos asomándo por debajo de los dobladillos de camisones blancos.

    Grandioso hizo un esfuerzo concentrado y movió el pie. Tocó un charco de algo pegajoso. Su cuerpo se volvió de madera y su pierna se negó a dar otro paso. Bells colgaba de su hombro, y Pavo Real estaba apretado contra una pared, respirando apenas.

    Unos pasos apresurados los sacaron de la parálisis. Alguien bajó las escaleras, se deslizó por el pasillo y se detuvo al otro lado de la puerta.

    Una llave giró en la cerradura. La puerta se abrió y apareció una mujer joven con una vela en la mano. La llama arrojaba sombras danzantes sobre su cara con velo de organza. Ella entró en la habitación con el vestido arrastrando sobre los adoquines, vio a los jóvenes, soltó la llave y la vela, y chilló.

    Esto debió de haber tenido un efecto inspirador en Bells, porque ella soltó el hombro de Grandioso y se unió a los chillidos.

    Sus voces rebotaban en las paredes con ecos sordos. Después de unos buenos segundos de esto, ambas se callaron y procedieron a mirarse como tontas la una a la otra en una oscuridad completamente negra.

    La mujer recogió la vela, encendió el pedernal y la volvió a encender. El olor a cera derretida difuminó el hedor. Ella estudió a los jóvenes con una expresión de disgusto, como si fueran ellos los que olían mal, no los cuerpos.

    "¿Y bien?" les preguntó. “¿De qué libro sois y qué estáis haciendo en mi página? No recuerdo haber invitado a nadie".

    "Er", dijo Bells vacilante. "¿No somos de... ningún libro?"

    La mujer se tensó. "No me mientas".

    Bells se sonrojó ante esta injusticia. "No estoy mintiendo. Grandioso, díselo tú".

    Grandioso miró a las mujeres muertas. "Es solo un cuento", murmuró para sí mismo. “Un cuento de Barba Azul. Estamos en el calabozo donde él mató a sus esposas, y estos son sus cuerpos. No son reales, por lo que no hay nada que temer". Le pareció que uno de ellos le guiñó un ojo, pero cuando él entornó los ojos para ver mejor, ella parecía estar tan muerta como antes.

    "Sólo un cuento", murmuró él.

    “¿Es eso lo que hizo Barba Azul? ¿Matar a sus esposas?" Bells puso los ojos en blanco. "pero ¿qué clase de libro es este?"

    "En realidad es un cuento de hadas", explicó Grandioso.

    “¿Esto? ¿Un cuento de hadas? " Increíblemente, Bells soltó una risita.

    "¿Y bien?" incitó la mujer. “Explíquense ustedes. Usted." Ella señaló a Pavo Real. "¿Por qué no dice nada?"

    Él tosió en su puño. "Lo siento, señora, me siento mal. Creo que voy a vomitar ".

    Una de las esposas muertas encogió las piernas, tal vez en un intento de evitar ser vomitada, o por alguna otra razón.

    Pavo Real tragó saliva. "¿Acaba de... moverse?"

    "¿Vas a responderme o no?" dijo la mujer con impaciencia. "No tengo todo el día, ¿sabes?".

    "Mire, nosotros no tenemos ni idea de por qué estamos aquí, ¿vale?" comenzó Pavo Real. “Pregúntele a ese Barba Azul. Dijo que yo era perfecto para él o algo así. Le debe de haber gustado mi pelo azul." Pavo Real se pasó nerviosamente una mano por pelo.

    "Así que dijo eso, ¿eh?" la mujer sonrió. “Sin consultarme, por supuesto. Ahora lo entiendo. Vosotros debéis ser los nuevos badlings". Ella los miró de manera apreciativa.

    Alguien en el suelo se tapó una risita.

    "¿De qué te estás riendo?" exigió la mujer.

    “De ti, Boulotte. Me estoy riendo de ti. Te tomas tu papel muy en serio ", dijo una voz que provocó escalofríos a los jóvenes en la espalda.

    "¿Están...ellas hablando?" preguntó Pavo Real con ojos enormes. "No están muertas de verdad, ¿verdad?" Comenzó a acercarse hacia la puerta.

    "No lo creo", dijo Grandioso, siguiéndolo. "Creo que están actuando como si estuvieran muertas. Menos mal que no lo están. Por un momento pensé que estaba en la morgue en el trabajo de mi madre, es donde almacenan los cadáveres para que no se descompongan antes del funeral y ..."

    Bells le puso una mano en el hombro. "¿Te importa? Prefiero no pensar nada sobre la descomposición en este momento". Ella forzó una sonrisa. “Y perdón por haber chillado. Espero no haber sido demasiado ruidosa".

    “Es gracioso escuchar que te disculpas,” Pavo Real intentó sonar sarcástico. "¿No es eso lo que hacen las chicas cuando están asustadas?"

    Bells lo miró fijamente, ardiendo de deseo de estrangularlo allí mismo.

    Mientras Boulotte estaba absorta en una conversación con las esposas muertas de Barba Azul, los jóvenes cruzaron la puerta de puntillas hacia un estrecho pasillo iluminado por antorchas.

    "¿A dónde creéis que vais?" llamó Boulotte. Ella agitó la vela y, a la luz parpadeante, vieron a las esposas ponerse en pie con esfuerzo.

    "Um", se aventuró Grandioso. "¿Sabéis cuándo se supone que se escapa uno del peligro mortal en los libros?"

    "¿Sí?" dijeron Bells y Pavo Real al unísono.

    "Creo que ahora sería un buen momento".

    Ninguno de ellos se movió. Los tres querían salir de este horrible lugar, pero una extraña curiosidad los mantenía como rehenes, y en lugar de correr se quedaron quietos, mirando a la puerta con una mezcla de horror y asombro.

    Primero un pie pálido emergió de la oscuridad, luego el camisón, y finalmente la cara gris de una de las esposas. La mujer mantenía la cabeza unida con ambas manos, ya que estaba cortada en dos por un hacha, haciéndola parecer bastante asimétrica.

    Bells emitió un sonido de maullido. Grandioso se estrelló contra una pared. Y Pavo Real se tapó la boca con una mano, dando arcadas.

    La segunda esposa muerta salió de la mazmorra y palmeó el brazo de la primera. "Basta, Eleonore", dijo quitándose el pelo de la cara manchada de sangre. "Estás asustando a los jóvenes".

    "No son jóvenes", resopló Eleonore, "son badlings. Voy a reclamar a ese". Ella señaló a Grandioso con un dedo en descomposición.

    Los ojos de Boulotte se entornaron, y ella levantó la vela como si estuviera lista para lanzarla. "Yo voy a reclamar a la chica. ¿Cómo se ha atrevido Barba Azul a no contármelo? ”

    "Me lo dijo a ", dijo Eleonore con orgullo.

    Boulotte jadeó. "¿Él te lo dijo a ti, pero no a mí?"

    "Por supuesto que sí", se jactó Eleonore, "Su favorita era yo".

    "Mentirosa", siseó otra esposa. "Era yo su favorita. Yo fui la primera".

    "Qué poco sabes, Rosalinde", sonrió la cuarta esposa. “Cuando nos casamos, él me dijo lo perezosa que eras. Dijo que nunca cocinabas para él y que nunca le planchabas las camisas. Incluso dijo que nunca..."

    "¡Cállate, Blanche!"

    Su disputa creció en gritos y pronto ellas se estaban agarrando del pelo y tirando, rasgando y gruñendo.

    Bells las miraba con una mueca de disgusto. "Esa es precisamente la razón por la que quiero ser científica y no una esposa que cocina cenas y cose camisas", afirmó ella.

    Las esposas la escucharon y dejaron de pelear.

    "¿Qué has dicho sobre las esposas, badling?" preguntó Boulotte.

    "Er, nada". Bells sonrió rápidamente y miró a los muchachos. "¿Chicos? Creo que tenemos mala reputación aquí".

    "Y yo creo que", dijo Grandioso, "es hora de huir".

    "De acuerdo", dijo Pavo Real.

    "¡A por ellos!" gritó Boulotte.

    Perseguidos por cinco esposas muertas y una viva, los tres salieron corriendo hacia la oscuridad.

Capítulo nueve

La venganza de Barba Azul

    Debe haber una antigua hostilidad entre un libro y sus personajes para que estos se vuelvan contra él. Raramente le sucede a los buenos libros, pero es lo que le sucedió a Tomo Loco, el libro malo que no se preocupaba por sus habitantes. Ni un poco. Bostezando, sintió inquietud en una de sus páginas, pero no se molestó en investigar por ser demasiado vago para despertarse de una siesta.

    Los disturbios rápidamente se convirtieron en una persecución mortal. Seis mujeres buscando a tres badlings por los pasillos del castillo de Barba Azul.

    Bells giró una esquina y se topó con una escalera de caracol.

    "¿Adónde vas?" exclamó Pavo Real.

    "Arriba", respondió ella saltando los escalones de dos en dos.

    "¡Ni siquiera sabes adónde conduce!"

    “¿A quién le importa? Va hacia arriba y eso a mí ya me sirve. ¿Vienes o qué? ¿O prefieres ser asfixiado por un montón de cadáveres locos?" Su coleta revoloteó y ella desapareció de la vista.

    "Supongo", Pavo Real la siguió reluctante. "¿Grandioso?"

    "¡Ya voy!" Grandioso llegó a la escalera por fin, resoplando y sudando. Su estómago gruñó y se obligó a pensar en donuts para moverse más rápido.

    Llegaron a lo alto de las escaleras, atravesaron una puerta empujando y se encontraron en un gran salón con decoración medieval: armaduras, lanzas, escudos, altos candelabros con cientos de velas. La luz cambiante que proyectaban en las paredes hacía que las sombras parecieran vivas y espeluznantes.

    Bells esperó a que Grandioso llegara corriendo con esfuerzo. Él cerró la puerta de golpe y se apoyó en ella. “Necesito recuperar el aliento. Ayúdadme a aguantar la puerta".

    "¿No podemos cerrarla con llave?" preguntó Pavo Real.

    "Yo no veo ninguna cerradura. ¿Y tú?

    Él negó con la cabeza.

    "¡Pues deja de quejarte y ayuda!" Ella le fulminó con la mirada.

    Pavo Real empujó la puerta con ambas manos, pero fue el peso de Grandioso lo que los salvaba. Él se había dejado caer sobre la puerta, temblando por los golpes repentinos que venían del otro lado. Gritos ahogados se filtraban por debajo de la puerta, la cual temblaba pero aguantaba. Era gruesa y pesada, hecha de roble macizo, y después de algunos intentos más de abrirla a la fuerza, la conmoción detrás de ella se desvaneció. Los golpes también se detuvieron y ellos escucharon pasos de retirada.

    "Estoy seguro de que esto aún no ha terminado", dijo Bells con convicción. “Este lugar parece un castillo y, que yo sepa, los castillos tienen muchos pasadizos ocultos. Apuesto a que han decidido venir por otro camino. Salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde".

    "Odio los castillos", gimió Pavo Real.

    "Tal vez haya algo de comida aquí", espetó Grandioso. "Tal vez podríamos ir a buscar..."

    "¿Estás chiflado?" Pavo Real sacudió la cabeza. “¿Cómo puedes hablar de comida cuando acabamos de ver cuerpos masacrados? ¿Cómo puedes... no te da náuseas?"

    Grandioso se encogió de hombros. "Almuerzo con mi madre siempre".

    "Ya, he escuchado eso antes. Lo creeré cuando lo vea".

    "¿Chicos?" dijo Bells con alarma.

    En lo alto, bajo el techo abovedado, se escuchó un fuerte grito, seguido por el sonido de los pies descalzos golpeando las piedras. Las esposas se habían reunido en un balcón que miraba hacia al pasillo.

    "¡Ahí están!" señaló Boulotte hacia abajo. "¡Atrapadlos!"

    Los jóvenes cruzaron corriendo la habitación hacia un par de puertas tan grandes que podría pasar por ellas un gigante.

    Bells las golpeó con las palmas de las manos separadas y empujó. Las puertas se abrieron lentamente. Un aire húmedo le inundó la cara. Estaba oscuro y estaba lloviendo. Un caballo relinchó y, momentos después, un carruaje tripulado por un conductor jorobado entró corriendo en el patio. Se detuvo abruptamente junto al porche. La puerta se abrió y, para su mala suerte, salió Barba Azul.

    “Por mi barba, ¿cómo habéis logrado salir del calabozo? ¿Os habéis encontrado con mi esposa Boulotte? Sus ojos chispeaban con amenaza.

    El caballo relinchó. El conductor le espoleó a seguir y el carro salió rodando.

    Bells lo siguió con la mirada entrar en las sombras. "Mira, Barba Azul", tartamudeó ella. "¿Qué quieres de nosotros?"

    "Como que te lo va a decir". Pavo Real la agarró de la mano y corrieron para bajar las escaleras. Fue futil. Barba Azul los recogió con sus poderosos brazos y los dejó en el porche como si no pesaran ni diez gramos.

    "¿Cuál es tu problema?" dijo Pavo Real con voz ronca. "¿Qué te hemos hecho nosotros?"

    "Habéis encontrado a Tomo Loco". Barba Azul sonrió. Filas de dientes torcidos brillaban desde su barba. “Llevamos años esperando. Solo uno, esperábamos, al menos uno. Y mira, tenemos cuatro. Cuatro nuevos badlings, y tres están en mis manos". Su tono cayó a un tono grave peligroso. “¿Qué se siente al estar solo y asustado? ¿Estar en una mazmorra con cuerpos mutilados? ”

    Él pensó durante un momento.

    “Olvida el ritual. No puedo esperar más. Lo haré aquí mismo, en estos mismos escalones que han sufrido mis pies cautelosos durante he olvidado cuánto tiempo”. Metió la mano debajo del abrigo y sacó un hacha, escupió en ella y deslizó el pulgar a lo largo del filo. "Creo que está lo bastante afilada".

    "Um", dijo Grandioso con la boca abierta, "¿vas a separarnos las cabezas con eso?"

    "Oh, no hace falta ser tan dramático", dijo Barba Azul amablemente, "A menos que quieras que lo haga." Su sonrisa de repente se plegó en un puchero de consternación.

    Desaliñada y con la cara roja de correr, Boulotte salió al porche. "¡Aquí están! Sinvergüenzas miserables." Entonces ella vio a su esposo. "¡Barba Azul! ¿Cómo diantres vas a explicar esto, me gustaría saberlo?"

    Barba Azul se encogió bajo la feroz mirada de su esposa. "Boulotte, mi queridita, te he echado tanto de menos. Toma, esto es para ti." Sacó un arrugado ramo de azules flores de campanilla de uno de sus bolsillos, aún sosteniendo el hacha en la otra mano. “Mira, nos he traído nuevos badlings. Uno para ti, uno para mí, otro para Eleonore. ¿No estás contenta, mi dulce abejita? Hemos estado esperando tanto tiempo, mi dulce amor, y nuestra salvación por fin está aquí". Hablaba con voz burlona que vertía dulzura artificial.

    Grandioso se frotó la nariz y dijo: "No creo que seas el verdadero Barba Azul. El verdadero Barba Azul no hablaría así. El verdadero Barba Azul no le tendría miedo a su esposa, la mataría. Y, para ser sincero, tampoco creo que tú seas su esposa", miró a Boulotte, cuyas mejillas florecieron con rubores rosados.

    "Hazlo antes de que diga más", espetó ella. "Debería haber cogido las tijeras, ¿dónde las he puesto?". Ella se palpó el corsé y la falda.

    "¿Intentas hacerte el listillo conmigo?" amenazó Barba Azul a Grandioso. "¡Tú ni siquiera te has terminado mi cuento!"

    "Sí lo he terminado. Me lo leí hasta el final”, dijo Grandioso. "Mi madre me leía cuentos de hadas cuando yo era pequeño, pero cuando llegó a Barba Azul me dijo que daba mucho miedo y que no me lo iba a leer. Así que salí a escondidas de la cama por la noche y lo leí yo mismo".

    Los ojos de Barba Azul se ensancharon. "Entonces, ¿por qué estás aquí?"

    "Por mi culpa", se ofreció Bells. "Yo no he terminado de leer La Reina de las Nieves. Sin embargo, terminé de leer la página en la que estuve. Quiero decir, la terminé de vivir. Todos lo hicimos. Y creo que también hemos vivido tu página. ¿Ves? No hay razón para que te enfades." Ella bajó la voz. “Cuando estábamos en la estepa, quiero decir, en una página diferente, nos encontramos con un burro. Mancha. Dijo que podríamos volver a casa si destruíamos a Tomo Loco. ¿Es eso cierto?”

    El rostro de Barba Azul se aflojó, pero Bells no pudo verlo, porque justo entonces (las cosas malas siempre suceden en las historias cuando crees que todo va bien), el suelo se sacudió e inclinó hacia un lado, desequilibrando a todo el mundo. Bells cayó en un charco, Pavo Real se despatarró junto a ella y Grandioso cayó sentado en los escalones.

    Una voz susurrante habló desde arriba. "No puedo dormir en paz sin que ninguno de vosotros me traicione. Sé lo que tramas, Barba Azul, desagradable badling aguafiestas".

    "¡Tomo Loco!", dijo Bells con horror.

    Grandioso siguió la mirada de Bells. Estaba tan oscuro y la lluvia azotaba con tanta fuerza que él tuvo que entornar los ojos para detectar una sombría boca que flotaba por encima de ellos.

    "¿Y tú?" Gritó Barba Azul al cielo con los nudillos blancos y el hacha temblando. “Un montón de tonterías, eso es lo que tú sabes, pedazo de cartón sin cerebro. Debería haber hecho esto hace mucho tiempo". Levantó el hacha y, con un gruñido, la bajó entre los pies. El filo se hundió en el barro con un chasquido. El chillido de Tomo Loco llenó las nubes de ecos silbantes y sacudió todos los cristales de las ventanas del castillo.

    “¿Te ha gustado eso, Tomo Loco? ¿Quieres un poco mas?" Barba Azul arrancó el hacha y la bajó otra vez, y otra y otra más.

    Boulotte chilló y bajó corriendo las escaleras, arrojándose sobre Barba Azul. Él se la sacudió de encima como a una mosca y envió otro hachazo al suelo.

    Tomo Loco se retorció y bramó, enviando temblores por la página como un terremoto. Los muros se derrumbaban, las tejas del techo se movían y caían, hundiéndose en los charcos como dardos, y, donde Barba Azul había golpeado, el suelo se había separado, la fractura resultante se estaba ampliando a una velocidad alarmante.

    Grandioso agarró a Bells por una mano, a Pavo Real por la otra, y los arrastró lejos del porche. Corrieron a ciegas. La noche brillaba con un ominoso amarillo. Un trueno desgarrador estalló sobre sus cabezas. Un viento feroz recogió las hojas mojadas y se las arrojaba a las caras.

    Bells se protegió los ojos. "¿Qué está haciendo?"

    "Está rompiendo... la página", jadeó Grandioso. "Tenemos que llegar... al muro".

    "¿Qué muro?" gritó Pavo Real.

    "El muro de tierra... para aguantar..." Grandioso respiró brevemente, "cuando pase la página".

    "¡Eso es brillante!" exclamó Bells.

    "¡Cuidado!" gritó Pavo Real.

    Hubo un ruido terrible, como si la página se estuviera rompiendo por la mitad. Una línea oscura e irregular corría por el camino y lo separaba, dejando a Pavo Real y Bells a un lado, y a Grandioso en el otro.

    "¡Grandioso!" Bells estiró un brazo, pero solo agarró aire.

    "¡Aguanta, saltaremos la brecha!" Pavo Real se agachó, pero Bells le detuvo. La brecha era demasiado amplia. Con un rotundo gruñido final, la página se separó en dos.

    Por un momento, Grandioso permaneció inmóvil, como tallado en madera. Luego, el lado de la página en el que se encontraba se hundió y él cayó al vacío.

    "¡No!" gritó Bells.

    Ella se arrastró hasta el borde y miró hacia abajo, esperando ver capas de tierra. En cambio, vio páginas apiladas como los pisos de un edificio. Cada una presentaba un paisaje diferente: montañas nevadas, un bosque, una ciudad, un río plateado que atravesaba un valle. Algunas páginas estaban más alejadas, otras lo bastante cerca como para ver a sus personajes pululando por ahí.

    La más cercana estaba a veinte, tal vez veinticinco metros más abajo, una ciudad antigua que había quedado reducida a ruinas. Cuerpos oscuros se arrastraban sobre sus piedras blanqueadas por el sol, y en una plaza central había algo gris y voluminoso que un enorme pájaro bajó en picado y atrapó.

    “¿Era eso un elefante?” preguntó Pavo Real.

    El pájaro levantó la cabeza, un malvado ojo anaranjado le miró directamente, el elefante se meneaba y barritaba en el agarre de sus poderosas garras.

    "¿Por qué has tenido que decir eso, idiota?" gruñó Bells. “Te ha oído. Mira. ¡Viene directamente hacia nosotros!"

    El pájaro abrió su pico gigante y chilló.

    Bells se tapó los oídos, perdiendo el equilibrio en el proceso. Lo último que vislumbró fue a Pavo Real lanzándose para atraparla, y luego ambos estaban en el aire, cayendo hacia la emplumada monstruosidad voladora.

Capítulo diez

La Cabeza Desaparecida

    ¿Alguna vez te has encontrado releyendo la misma página una y otra vez? Una y otra y otra y otra vez... qué aburrido y repetitivo. Imagina el trabajo que los personajes deben atravesar para representarla incansablemente. Ellos prefieren que pases la página, a menos que seas un badling, en cuyo caso serás presa de Tomo Loco.

    A Grandioso le encantaban las historias morbosas, cuanto más gore mejor, pero había una que no podía leer. Cada vez que la empezaba temblaba de horror y dejaba el libro a un lado. Qué afortunado que cayese exactamente en esa.

    La luna brillaba como el ojo de un cíclope sobre una pradera. Las hierbas chirriaban y se agitaban. Los roedores nocturnos se apresuraban con sus asuntos. Un ciervo pastaba cerca, moviendo las orejas de un lado a otro. Todo parecía tranquilo, pero una sensación de temor rodeaba la garganta de Grandioso con dedos fríos y viscosos.

    "¿Bells?" Dijo él sondeando.

    Sin respuesta.

    Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo. "¿Pavo Real?"

    Inquietante silencio.

    El estómago de Grandioso se agitó y gotas de sudor sobresalieron sobre su nariz. Él se quedó quieto durante un rato, observando su entorno, luego se dijo en voz baja: "Estoy solo, supongo, pero no hay nada de qué preocuparse. Esto es solo un libro. No es real; es producto de la imaginación de un escritor".

    La noche a su alrededor parecía tener la opinión opuesta.

    El pacífico chirrido fue perturbado por un nuevo ruido: un batir de cascos contra una loma rocosa. Un caballo con un jinete se aproximaba en un contínuo trote.

    Grandioso alzó la vista y se congeló. Sus piernas flojearon, sus pulmones colapsaron y él cayó de espaldas en la hierba. El jinete era un hombre envuelto en una larga capa de viaje. No había nada malo con él, excepto un pequeño detalle.

    No tenía cabeza.

    Él tenía cabeza, pero no sobre los hombros, donde uno esperaría. La sujetaba en las manos, y Grandioso pensó que era una suerte haber llegado aquí con el estómago vacío, porque este se encogió hasta el tamaño de una nuez, y si hubiera habido algo en él, seguramente se le habría salido.

    El ciervo que pastaba cerca se asustó y se alejó disparado atravesando un río poco profundo. Los roedores se escondieron rápidamente en sus agujeros. Cualquier brisa que hubiera, hipó y murió.

    El caballo resoplaba trotando directamente hacia Grandioso.

    No voy a mirar, no voy a mirar. pensó él, pero mientras el jinete pasaba rechinando, a pesar de todos los esfuerzos de autocontrol, Grandioso miró hacia la cabeza y vio que estaba le guiñaba un ojo, y él entonces se desmayó.

    Pasó un tiempo.

    Luego pasó otro tiempo más.

    La vida nocturna, asustada por la presencia de un invitado inusual, se reanudaba en silencio. Las musarañas excavaban agujeros. Los ratones escapaban de los búhos. Un perrito de las praderas olfateó cautelosamente la cálida forma que respiraba y se extendía sin ceremonias sobre su madriguera. La forma olía a donuts, y el perrito de las praderas siguió su olfato hasta el bolsillo de Grandioso. Estaba a punto de robar las migajas sobrantes, cuando Grandioso gruñó y se sentó derecho, agarrándose la cabeza.

    El perrito de las praderas pió una queja y se escabulló de allí.

    Grandioso, ajeno a esta leve perturbación, se puso en pie. La noche se extendía a su alrededor, imperturbable. Él estaba a punto de dar un paso cuando un ruido de cascos ascendió por la misma colina rocosa, y Grandioso fue testigo con horror del mismo caballo y el mismo jinete sin cabeza pasando exactamente de la misma manera. Esta vez no se desmayó, sino que solo se quedó clavado en el suelo, observándolos cruzar el río y alejarse galopando como una intensa silueta ante la llanura de la pradera iluminada por la luna.

    Me guiñó un ojo, pensó Grandioso.

    El aullido de un lobo le erizó los pelos de la nuca. Él se arrastró hasta un grupo de hierba y se sentó inmóvil a escuchar.

    El aullido se detuvo. Una cigarra chirrió en su oído. Sobresaltado, intentó apresarla, pero esta saltó fuera de su alcance.

    Grandioso apoyó la cabeza en las manos. Quería un donut, necesitaba un donut. Si alguna vez había habido un momento en su vida en el que comer un donut necesitaba justificación, era este momento.

    Suspiró. ¿Por qué me he quedado atrapado aquí? ¿Por qué no en algún cuento con comida? Suspiró un poco más. No sirvió de nada. Sabía perfectamente por qué estaba en esta página, y no le gustaba pensar en eso.

    Pensaré en lo que ha sucedido. Pensaré como Bells, usaré su método de análisis científico. Eso lo animó y sonrió. Supongo que Barba Azul estaba molesto con Tomo Loco para haberlo destrozado así. Y Tomo loco le llamó badling. Me pregunto qué significa esa palabra. Me pregunto si los personajes de los libros leen libros. Supongo que sí. Supongo que los personajes de los libros pueden leer libros, y dentro de esos libros los personajes pueden leer libros, y dentro de esos libros...

    Su estómago gruñó, desviando su atención.

    Si me quedo sentado aquí mucho más tiempo, expiraré del hambre. Me volveré cada más delgado. Comeré insectos y seré tan huesudo que incluso el lobo ni se molestará conmigo, y luego...

    Ruido de cascos de caballo alcanzaron de nuevo sus oídos, y él se encogió más profundamente en su refugio, viendo pasar las patas del caballo. Esperó hasta que las salpicaduras del agua se desvanecieron, tomó aliento y susurró: "Creo que esta página se está repitiendo".

    Un ardiente deseo de compartir esta nueva visión con sus amigos pisoteó sus temores. Se puso en pie, energizado. Por desgracia, en el mismo momento, la silueta del jinete sin cabeza coronó la colina, y Grandioso se dejó caer como un saco de patatas.

    Esto es ridículo, pensó.

    El jinete parecía estar burlándose de él, desafiándolo, esperando que se agotara su paciencia. No fue la falta de paciencia lo que ganó al final, fue el abrumador deseo de Grandioso de encontrar a Bells, a Pavo Real y a Oxidado.

    Pobre Oxidado, pensó Grandioso, espero que esté bien.

    “¡Un badling! Qué sorpresa", retumbó una voz.

    Grandioso giró en el sitio.

    El caballo estaba parado detrás de él, y la cabeza cortada del jinete le estaba sonriendo.

    Un indistinto gemido emergió con esfuerzo por la garganta de Grandioso.

    "¿Tan feo soy?" preguntó el jinete un poco ofendido. "Fui guapo en mi época, toda mujer me lo decía".

    "Um", logró decir Grandioso. Sus axilas se humedecieron.

    “Pero estoy divagando, como siempre. Mi memoria no es la misma hoy en día. Me pregunto si tiene que ver con el hecho de que ya no tengo la cabeza sobre los hombros". Dio una carcajada por su propio chiste.

    El sudor rodaba por la cara de Grandioso, pero él no se atrevía a limpiarlo. Una cosa era observar al jinete sin cabeza desde la distancia, y otra muy distinta ver su cabeza cortada de cerca, animada y hablando.

    "¿Eres tú un badling también?" arriesgó Grandioso.

    El jinete titubeó. "¿Por qué lo preguntas?"

    Grandioso se encogió de hombros. "Supongo que tengo curiosidad".

    “¿Quién te ha hablado de los badlings?”

    "Nadie", respondió Grandioso. "Tomo Loco llamó badling a Barba Azul y pensé... pensé que tal vez tú también lo eras".

    "¿Tomo Loco?" El jinete resopló. "Ese bobo fajo de papeles está ciertamente loco". Miró a Grandioso con los ojos entornados.

    Grandioso se quedó quieto, deseando que su suerte continuara.

    "Todos somos badlings", dijo el jinete por fin. "No veo ninguna razón para ocultarte eso, ya que pronto serás uno de nosotros. De hecho, creo que te reclamaré en este mismo momento". Estiró los brazos y Grandioso sintió que sus piernas se convertían en gelatina.

    "¡Ah, que me condenen!" exclamó el jinete molesto. "Mis manos están atadas. Te diré una cosa, badling, ponte de rodillas y gatea hasta mis botas. Justo al lado de las espuelas, ahí, si fueras tan amable".

    "¿Qué...?" Grandioso tartamudeó, "¿Qué quieres decir con que me reclamarás? No quiero ser reclamado. Me va bien por mi cuenta".

    “¿Nadie te ha explicado cuál es tu papel?”

    Grandioso negó con la cabeza.

    "Por supuesto que no. Tenían miedo de que huyeras. Bueno, aquí no hay ningún lugar donde puedas huir, badling, igual que no había ningún lugar para mí cuando llegué aquí".

    Grandioso se frotó la nariz. "Si llegaste aquí como nosotros, eso significa que no eres el verdadero Jinete sin Cabeza".

    “¡Me perdone usted! ¿Es que no parezco lo suficientemente aterrador?"

    "A mí me pareces bastante aterrador", dijo Grandioso tratando de tranquilizarlo.

    "Bien", dijo el jinete con gravedad. "Ya estaba empezando a preocuparme." Y luego agregó en un susurro: "Como eres tan listo, te lo diré. Es la primera vez que reclamo un badling. Pero no se lo digas a nadie, ¿de acuerdo?"

    "No lo haré", estuvo de acuerdo Grandioso sin entender sobre qué estaba de acuerdo.

    El jinete sonrió malévolamente, complacido. "Nunca terminaste de leer el libro, ¿verdad?"

    Grandioso suspiró. "No pude. Honestamente, lo intenté, pero me asustaba demasiado".

    "¿Tan asustado te pusiste?" preguntó el jinete.

    “Um, esa foto en la portada me daba un escalofrío cuando la miraba, y cuando leí la primera página sobre el ciervo en la pradera y lo incorrecto que era todo, me aterroricé tanto que mis manos comenzaron a temblar y cerré el libro e intenté no pensar en ello".

    "Adelante", dijo el jinete. "¿Qué más?"

    "No sé. Me comí un donut para sentirme mejor".

    El jinete pareció decepcionado. "¿Eso es todo?"

    "Y tuve malos sueños", admitió Grandioso.

    "Pesadillas, espero"

    "De las horribles".

    "Bueno, eso es suficiente para mí". proclamó el jinete alegremente. “Tú perteneces a este lugar, badling. Perteneces a este libro".

    El caballo relinchó impaciente pisoteando el suelo.

    "Si me disculpas un momento, tengo que reinterpretar la página otra vez", dijo el jinete con entusiasmo como si se sintiera solitario y quisiera más conversación. "Espérame y no vayas a ninguna parte".

    Grandioso lo vio alejarse galopando, pensando.

    Si todos son badlings, eso significa que... que tal vez son niños como nosotros que llegaron aquí porque no terminaron de leer libros. Pero no parecen niños. ¿Se convirtieron en personajes de alguna manera?

    La cara de Grandioso se iluminó con una idea increíble.

    Por eso quieren reclamarnos, quieren que los reemplacemos para que ellos puedan volver a casa. La Reina de las Nieves quería a Bells, y luego el Príncipe Próspero dijo que cuatro afortunados badlings lanzarían sus cadenas o algo así, y Barba Azul dijo que llevaban años esperando y...

    El lobo aulló, interrumpiendo los pensamientos de Grandioso. Una vez más, el jinete bajó de la colina y se detuvo frente a él.

    "¿Puedo hacer una pregunta?" dijo Grandioso tímidamente. "Antes de que... ¿hagas que te reemplace?"

    "Dispara". El jinete parecía estar de buen humor.

    Grandioso sonrió, secretamente eufórico de que él hubiese mordido el anzuelo. “Si destruimos a Tomo Loco, ¿volveremos todos a casa?”

    El comportamiento alegre del jinete se borró poco a poco de su rostro. "Eso esperamos. En realidad no lo sabemos".

    Grandioso sintió una punzada de miedo. "¿Hay alguien que lo sepa?"

    "Tomo Loco lo sabía, antes de volverse loco".

    Compartieron un momento de silencio.

    "¿Cuántos años tienes?" preguntó Grandioso.

    "Doce", dijo el jinete. "Aunque no recuerdo tener doce años. No recuerdo ser yo. Ha pasado mucho tiempo desde que hablé con alguien por última vez", agregó en voz baja.

    Grandioso pensó en Barba Azul. "¿Puedo preguntar qué sucede si tu página se rompe?"

    La cara del jinete se endureció. "Te mueres".

    "Pero... mis amigos todavía están allí".

    “¿Los otros nuevos badlings? No te preocupes por ellos. Antes de que se conviertan en uno de nosotros, están a salvo. Tú estás a salvo. Por ahora".

    Grandioso dejó escapar el aire. "Entonces Barba Azul debe de estar muerto", dijo con tristeza. “Me pregunto si sus esposas muertas estarán doblemuertas. ¿Es eso posible?"

    "¿Barba Azul está muerto?" chilló el jinete.

    Grandioso presintió una idea en su mente. “Rasgó su propia página. Quiero decir, la partió con un hacha".

    “¿Que él hizo qué?" el jinete jadeó. "¡Pero eso es un suicidio! ¿Por qué no me lo dijiste de inmediato? ¡Eso es una noticia grave!"

    Grandioso se encogió de hombros. "Perdón".

    El jinete echaba humo. “Eso cambia las cosas. No podemos demorarnos. ¡De rodillas, badling!

    "Pero si me cortan la cabeza y me atan las manos como a las tuyas, ¿cómo voy a ayudar a mis amigos a destruir a Tomo Loco?" dijo Grandioso inteligentemente.

    El jinete sonrió malévolamente. "Para entonces yo ya estaré fuera de aquí y no será problema mío. ¡De rodillas! ”

    A Grandioso no se le ocurrió otra objeción. Pensó en todos los cuentos que había leído, cualquier cosa que tuviera monstruos y cómo luchar contra ellos, y se le ocurrió algo. Tenía que subirse al caballo. Si lo hacía, sería como uno de esos héroes que montaban a la bestia y hacían imposible que la bestia los atrapara.

    Con una destreza inesperada, se lanzó hacia la silla. Por desgracia, su cuerpo lo traicionó, y lo que imaginó como un magnífico salto terminó como un torpe empujón.

    El animal se encabritó, relinchando su ofensa.

    "¡¿Así es como pagas mi amabilidad?!" gritó el jinete y cargó hacia él.

    Grandioso corrió por su vida. Nunca antes había corrido tan rápido. Volaba positivamente, aplastando los pastizales como una peña rodante.

    "¡Alto!" gritó el jinete. "¡No puedes huir de mí!"

    La pradera se movió de repente; el suelo se agitó. El caballo relinchó y salió disparado como una bala en la dirección opuesta.

    "¡Vuelve aquí!" gritó el jinete.

    Grandioso se giró para mirar y perdió el equilibrio. Su pie se hundió en un agujero (una de las madrigueras del perrito de las praderas) e él hidroplaneó deslizándose sin control y deteniéndose junto al muro de tierra. Sus palmas se rasparon hasta salir sangre. Le ardían los pulmones y el sudor le picaba en los ojos. Él no se daba cuenta de nada eso, mirando fijamente.

    Una mano enorme emergió del hueco. Era del mismo tamaño que Grandioso, cada dedo tan grueso como su pierna. La mano tanteó por ahí cerca hasta que le encontró, lo recogió y se lo llevó a otro cuento.

Capítulo once

Pájaros Gigantes y Diamantes Gigantes

    Todo libro tiene personajes (ya que sin ellos no habría libros), pero no a todos los personajes les gusta quedarse en un sitio. Se sienten solitarios y se aburren, particularmente si el libro no ha sido leído durante un tiempo. Hartos ​​de esperar, los mejor equipados para viajar ceden a la pasión por los viajes y visitan otras páginas.

    Uno de esos individuos inquietos regresaba precisamente de tal excursión. Bells se aferraba a su espalda plumosa, medio muerta de miedo. No se había atrevido a abrir los ojos desde que se había estrellado con su cuerpo en movimiento.

    No estoy muerta, pensó ella. Estoy bien. Puede que pille un resfriado, pero estoy viva. Luego estornudó. Sus pensamientos cambiaron hacia sus amigos y su estómago se retorció de preocupación. Me pregunto qué le ha pasado a Grandioso. Espero que no haya tenido una caída mortal. ¿Y qué hay de Pavo Real? ¿Y Oxidado? ¿Cómo los voy a encontrar?

    Ella agarró a las plumas con más fuerza. Espero que este pájaro monstruo no me coma cuando me descubra. Ese sería un estupendo final para mi historia.

    El silbido constante del viento adquirió un nuevo sonido. El corazón de Bells se aceleró. Ella escuchó un leve zumbido. Venía de detrás de ella. Sonaba como a Pavo Real gritando.

    Era Pavo Real gritando.

    "¡Pavo Real!" Bells abrió los ojos. Ráfagas de aire los golpeó, produciendo lágrimas. Ella parpadeó, asombrada. Se aferraba a la parte posterior de un pájaro gigante, con plumaje marrón y brillante, su envergadura tan amplia como el patio trasero donde a Sofía le gustaba presumir con sus llamativos vestidos. Allá donde ella miraba había un cielo azul y despejado.

    Otro ruido atravesó el zumbido (un desesperado y lastimoso trompeteo, seguido de un chillido estridente.

    Eso ha sido un elefante, pensó Bells. Pobrecito. Estoy seguro de que este estúpido pájaro está planeando comérselo. Ella consideró darle una pateada, pero pensó que no era prudente en su posición. Detrás de ella estalló una salva de enfadadas exclamaciones.

    "Y ese es definitivamente Pavo Real", dijo ella sonriendo.

    Dos temblorosas manos se cerraron en su espalda.

    Bells se estremeció ante el tacto de ropa húmeda en su piel. Aún así, sonrió. Era un cambio de eventos de lo más bienvenido.

    Pavo Real se acercó. "¡Nos vamos a caer!" gritó "¡Vamos a caer y morir!"

    Curiosamente, su arrebato de pánico le dio a Bells una oleada de confianza. De alguna manera las cosas saldrían bien. Ella puso los ojos en blanco, lo que la hizo sentir aún mejor, se limpió la nariz que le goteaba sobre el hombro y giró hacia atrás todo lo que pudo.

    "¿Vas a dejar de volverte loco?" chilló ella. "Me alegro de que estés conmigo, ¡pero no lo estropees!"

    "¿Qué has dicho?" chilló Pavo Real.

    "¡Que dejes de gritar, el pájaro te va a oír!"

    "¿Qué?"

    "¡Que cierres el pico, bobo!"

    Eso por fin produjo el efecto deseado, y Bells exhaló aliviada. "Chicos", se dijo a sí misma poniendo todo tipo de significados en una sola palabra.

    Pavo Real la pellizcó.

    "¡Auuh!" chilló ella. "¿Y eso por qué? ¡Pensé que habías dicho que no podías oírme!"

    “¡Deja de insultarme! ¡O te pellizco otra vez!"

    "¿Desde cuándo ha sido eso un problema?" gritó Bells con indignación. "¡Siempre te he insultado y nunca has tenido problemas con eso! Si no te gusta bobo, ¿qué tal llorica?"

    Pavo Real la pellizcó de nuevo, pero Bells estaba preparada. Aferrándose a las plumas con una mano, agarró el brazo de Pavo Real con la otra y clavó las uñas.

    Entre otras batallas entre Bells y su madre, las batallas de uñas eran las peores. Catarina insistía en que sus hijas se cuidaran las uñas, lo que significaba recortarlas regularmente, limándolas con una delgada forma ovalada y fregando la suciedad con un cepillo especial. Bells lo consideraba una pérdida de tiempo inútil. Como resultado, sus uñas eran largas y dentadas, con una capa de mugre debajo. Y ahora resultaban útiles.

    "¡Auch!" gritó Pavo Real.

    Bells esperó.

    Ningún pellizco ni acerbos comentarios siguieron. Así es como se trata a los chicos obstinados, pensó ella con orgullo.

    El pájaro de repente se inclinó y se lanzó en picado. Bells contempló la vista con una perpleja agitación.

    Un océano verdeazulado lamía una isla rocosa, una montaña solitaria era su única atracción. En uno de sus picos nevados había un nido gigante en el que un trío de enormes pollitos piaba por comida. Parecían lamentables desde esta altura, pero no había duda en la mente de Bells de lo que esos bichos eran capaces de hacer. Su imaginación proporcionó los detalles desconocidos.

    Al parecer, Pavo Real pensó lo mismo. Agarró a Bells con tanta fuerza que ella pensó que le iba a romper las costillas.

    "¡Para!" chilló ella. "¡Me estás haciendo daño!"

    "¡Perdón!" Aflojó su agarre. "¿Dónde estamos?"

    Bells respiró hondo. "¿Acaso yo lo sé?"

    "¡Tú eres el que se lee la mayoría de los libros!"

    "¡Y tú eres el que quiere que otros piensen por ti!"

    Pavo Real se calló.

    Descendían volando hacia aire más cálido. El cielo los cegaba con una intensidad azul. El pájaro descendió en círculos cerrados, haciendo que Bells se mareara.

    "¡Mira, un nido gigante!" gritó Pavo Real.

    “¡Con tres polluelos gigantes hambrientos! ¡Por si no te has dado cuenta!" Si Pavo Real la escuchó o no, ella no podía saberlo. Él no hizo ningún comentario.

    Ahora estaban lo bastante bajos como para distinguir un escarpado valle que rodeaba la montaña. Parecía desolado, sin signos de árboles o vegetación de ningún tipo. Pero había cosas arrastrándose por sus barrancos. Al principio Bells pensó que eran ratones perseguidos por serpientes. Se movían cómicamente lento. Luego los vio por lo que eran: docenas de elefantes escapando de serpientes monstruosas que se enrollaban y se desenrollaban, claramente en una cacería.

    Bells se estremeció. Qué extravagante surtido de vida animal, pensó ella. Ojalá pudiera quedarme aquí y estudiarlo, por muy repugnante que sea.

    "¡Está a punto de dejarnos!" gritó Pavo Real.

    El pájaro chilló, balanceándose por encima del nido. Entre conchas rotas y huesos de animales había tres polluelos del tamaño de pequeños dragones. Chillaban en un coro ensordecedor.

    El pájaro soltó al elefante, quien lanzó su último barrito impotente y se estrelló. Los polluelos saltaron y comenzaron a devorarlo. Bells escuchó terribles ruidos de desgarros, chasquidos y sorbos, y se sintió mareada. Vale, esto tiene que parar, pensó. Soy científica y se supone que las científicas no se desmayan al presenciar el curso legal de la naturaleza.

    Después de entregar la comida a su progenie, el pájaro se posó en el borde del nido y plegó las alas.

    Con un estridente chillido, Bells y Pavo Real cayeron rodando.

    Si no hubiera sido por el saliente de ramas enredadas sobre el precipicio de abajo, habrían caído en picado hacia sus incuestionables muertes. En vez de ocurrir eso, rebotaron en el interior del nido y rodaron hasta parar en una superficie sorprendentemente suave de musgo, plumón y pieles de animales decoradas con guano y, extrañamente, diamantes. En medio de aquel horrendo interior, tres pichones hambrientos estaban picoteando los restos del elefante. La cosa desapareció en minutos, su carcasa quedó despojada hasta los huesos.

    Bells se arrastró detrás de la pila de cráneos de animales. Pavo Real la siguió vacilante.

    La madre pájaro chilló y se alejó volando para conseguir otra jugosa criatura. Su colosal envergadura cubría el cielo como una nube oscura. Cuando se marchó, los diamantes brillaron al sol y, de repente, Bells supo dónde estaban.

    "Los Siete Viajes de Simbad el Marino", dijo ella recogiendo una de las gemas. "¡Pavo Real, estamos en el valle de los diamantes!"

    "¿Dónde?" él la miró de reojo.

    "El valle de los diamantes, está en uno de los cuentos de Simbad el Marino. ¿No los has leído?"

    El negó con la cabeza.

    Bells estaba demasiado emocionada para notar la angustia de su amigo. “Oh, deberías leerlos. Son grandiosos. Simbad es un tipo que navega por el mar y se mete en todo tipo de problemas. Entonces, una vez aterriza en una isla que está llena de diamantes y serpientes, y se encuentra con unos comerciantes, que arrojan enormes trozos de carne al valle. Los diamantes se adhieren a la carne y los pájaros Roc los recogen y se los llevan a sus nidos. Los comerciantes esperan a que los pájaros se vayan volando, luego van a los nidos y recogen los diamantes. Eso es, Pavo Real. ¡Debemos se estar en uno de esos nidos! Ese era un pájaro Roc, y estos son polluelos Roc. Comen elefantes y serpientes". Hizo una pausa y añadió en voz baja: "No estoy segura de si comen personas. No recuerdo haber leído nada sobre ello". Se guardó la gema en el bolsillo y recogió un par más, todas del tamaño de huevos de codorniz.

    Pavo Real la miró con enormes pupilas. “¿Serpientes? ¿Has dicho serpientes?" Miró frenéticamente a su alrededor.

    "Son serpientes gigantes, Pavo Real", aclaró Bells. "Si estuvieran aquí las verías".

    Él no respondió, solo señaló.

    Los tres polluelos dirigieron su atención a los recién llegados, evaluando si eran comestibles.

    "No te muevas", susurró Bells. Pavo Real le agarró la mano.

    Uno de los polluelos inclinaba la cabeza de esa brusca forma aviar. En cualquier momento podría atacar. La tensión parecía insoportable.

    “¿Por qué se les llama pájaros roca? A mí no me parecen hechos de roca", susurró Pavo Real con nerviosismo.

    Bells frunció el ceño. "¿Qué?"

    "¿No dijiste que son pájaros roca?"

    "Ah. No, roca no. Roc. R-O-C".

    "¿Qué clase de nombre es ese?"

    El polluelo les dirigió una mirada escrutadora, como si los hubiera escuchado y no estuviera contento con lo que discutían. Bells y Pavo Real se agacharon más abajo, aplastándose en el suelo.

    "Nos han visto", susurró Pavo Real. "Nos van a comer".

    "No, no lo harán", siseó Bells. “Deja de volverte loco. Concentrémonos en salir de aquí".

    "¿Ah, sí? ¿Y a dónde vamos a ir? ¿Vamos a saltar de la montaña y rompernos el cráneo? ”

    "¿Quieres dejar de preocuparte?" dijo Bells con sentimiento. "Todavía no nos han comido, ¿verdad? Ni siquiera creen que seamos comida. Pero si sigues retorciéndote como un gusano, estoy segura de que lo harán".

    Los polluelos parecían estar escuchando.

    "¿Qué pasa después?" preguntó Pavo Real.

    Bells lo miró boquiabierta. "¿Qué quieres decir?"

    "Te leíste el libro, ¿no?"

    "Algo de él", admitió ella sonrojándose. "Lo hojeé en la biblioteca, más que nada para ver los dibujos".

    "¿Y?" exigió Pavo Real inquieto. "Tendrás alguna idea".

    "¿Por qué estás tan molesto?"

    "¿Estás de broma? ¡Estoy a punto de ser comido vivo!"

    La cara de Bells se puso caliente y por un momento se olvidó del peligro en el que estaban. "Oh, ya veo. Se trata todo de ti. Siempre se trata de ti. ¿Pero qué hay de Grandioso? ¿Y de Oxidado? ¿Nunca te preocupas por ellos?"

    Pavo Real parpadeó. "¿Por qué iba a preocuparme por ellos?"

    Por un segundo Bells no pudo decir una palabra. "Porque... porque... porque ¿cómo puedes no preocuparte?"

    "Vosotras las chicas os preocupáis demasiado", declaró Pavo Real.

    "Oh, nos preocupamos, ¿verdad?" Ella apoyó las manos en las caderas. "Bueno, eso es muy machote de tu parte, ¡el chico que está a punto de mearse en los pantalones, asustado porque algunos pajarillos pueden picotearle hasta la muerte!"

    De pronto ella notó un curioso silencio y miró hacia arriba.

    Los polluelos Roc se alzaban sobre ellos.

    "Adelante, continúa", pió uno.

    "Sí, es muy entretenido", pió otro.

    Los jóvenes se congelaron, perplejos.

    "Colega, los has asustado", pió el tercero con convicción. "¿Y si se mueren de miedo?"

    "No, yo no les he asustado", replicó el primero. "Lo has hecho tú".

    "Da igual", dijo el segundo. "¿Qué estáis haciendo aquí?"

    "Creo que son nuevos badlings", aventuró el tercero. "¿No es cierto?"

    Bells echó con horror un vistazo a las escamosas patas del tamaño de troncos de árbol, las garras afiladas, los poderosos picos y los ojos naranja sin parpadear.

    "Lo somos", dijo ella finalmente.

    "Colega, eso es increíble. Madre debe de haberos conseguido para nosotros. ¿Pero por qué no sois tres? ¿Cómo se supone que debemos compartiros? ”

    "¿Por qué necesitamos compartirlos?" preguntó el primer polluelo. "Yo me quedaré a este, y vosotros podéis quedaron el otro".

    "¡Esto no funciona así!" protestó el segundo polluelo.

    "Tú no te quedas nada, Haroun", dijo el primero.

    Haroun se enfurruñó y sus ojos naranjas se llenaron de rencor. "¿Por qué no?"

    El primer polluelo lo ignoró. "Bueno, como estaba diciendo..."

    "Deberíamos esperar a Madre, Hinbad, esas son las reglas", dijo el tercero.

    "No me interrumpas, Hossain", Hinbad chasqueó el pico como advertencia. "Como decía..."

    "Colega, tómalo con calma". Hossain extendió las alas y separó las patas en una postura agresiva.

    "Aquí viene Madre", anunció Haroun. "Hemos perdido nuestra oportunidad, idiotas".

    Una gran sombra los cubrió.

    "¡Esa no es Madre, es Alicia!" chilló Hinbad.

    Algo peculiar ocurrió.

    El nido se inclinó. Los polluelos aletearon y cayeron en una confusión de pánico. Los jóvenes se estrellaron contra la pila de calaveras, demasiado sorprendidos para gritar. La misma mano que había arrebatado a Grandioso del jinete sin cabeza agarró a Pavo Real y a Bells y los levantó en el aire. Al instante siguiente los colocó en una exuberante pradera cubierta de cardos, bardanas y hongos. Hongos enormes, y el sombrero de uno de ellos ocupado de forma prominente por una oruga tan azul como el mar.

Capítulo doce

Los Badlings en el País de las Maravillas

    Mira con atención tu estantería. ¿Estás seguro de que cada libro está donde lo dejaste? ¿No parece uno sobresalir del resto? Ya me lo imaginaba. Ese quiere ser notado. Cuanto más lo leas, más grueso se volverá, lleno de orgullo. Y los libros que no has tocado en años se volverán cada vez más delgados hasta perecer.

    Por suerte para Alicia, su cuento nunca ha sido abandonado, y ciertamente no planeaba abandonarlo ella misma. Ella se cernía sobre los jóvenes como una sobredimensionada muñeca, con su cabello ondulado peinado hacia atrás, su rostro alerta y curioso.

    "¿Quién es eso?" dijo Pavo Real, retrocediendo.

    "Creo que es Alicia", dijo Bells. "Alicia del País de las Maravillas".

    Y Alicia lo era.

    "Pobrecitos", dijo ella amablemente, "esas terribles aves deben de haberos asustado hasta dejaros tontos. Vaya, estoy segura de que ya no sabéis qué pensar de nosotros. Debe de ser muy confuso." Ella hizo un puchero. “Tristes criaturas. Bueno, Yo no apruebo lo que quieren hacer. Yo ciertamente no quiero abandonar mi cuento. Estoy perfectamente bien aquí, y aquí es donde me quedaré, así que ya veis, no necesitáis tener miedo de mí". Ella esperó a que ellos respondieran.

    "¿Eres Alicia?" preguntó Bells. "Alicia del..."

    “¿País de las Maravillas? ¿Cómo?, claro que lo soy", respondió Alicia y frunció el ceño como si pensara en algo desagradable. “Al menos ese era mi nombre esta mañana. Ya ves, he cambiado desde entonces muchas veces, ya no estoy segura de quién soy".

    "Cielo Santo", dijo Pavo Real, "hablas igual que ella".

    "Es que soy ella", dijo Alicia petulantemente.

    "Nunca se sabe", confesó Pavo Real, recordando lo que Grandioso le había dicho a Barba Azul. "¿Y si eres falsa?"

    "¿Te parezco falsa?" preguntó Alicia. Sus ojos brillaron con una furia cuidadosamente oculta.

    Pavo Real lo notó. "No, tú no. pareces muy Aliciosa. Quiero decir, Aliciente. Digo, como una verdadera Alicia".

    Alicia sonrió triunfante. “Gracias, Pavo Real. ¿Y tú debes de ser Bells? ”

    "Lo soy", dijo Bells impresionada. "¿Cómo lo sabes?"

    "Tus amigos Grandioso y Oxidado me lo dijeron".

    "¿Grandioso y Oxidado?" Bells se iluminó. "¿Dónde están?"

    "De hecho están aquí". Un tono petulante se deslizó en la voz de Alicia. “Los he rescatado a todos yo solita. Es mucho más agradable estar en mi cuento que en cualquiera de los otros, particularmente en los que las mujeres muertas te persiguen por toda la página".

    Bells abrió la boca. "¿Tú sabes eso?"

    “Todos lo saben. Las noticias se propagan rápidamente aquí en Tomo Loco. Además, Barba Azul me lo dijo él mismo. Se pasó flotando cuando salía." Alicia suspiró teatralmente. "Pobre muchacho".

    "¿Qué pasó?" preguntó Bells.

    "Ya viste lo que pasó", interrumpió Pavo Real. "Lo pasó por el hacha".

    "No, me refiero a Barba Azul".

    “¿Por qué te importa? ¡Es un friqui!"

    "¡Pavo Real!"

    "¿Qué? Vamos a encontrar una manera de destruir este Tomo Loco o lo que sea y salir de aquí en lugar de hablar todo el día. Cómo vosotras, chicas, conseguís hacer las cosas es algo que me supera.

    Alicia lo miró severamente. "Qué grosero".

    "Ah, no le hagas caso". Bells movió una desdeñosa mano. "Es un chico".

    "Y eso te hace mejor que yo, ¿cómo exactamente?" se rebotó Pavo Real.

    Bells apoyó una mano en la cadera. "Yo no he dicho que sea mejor que tú".

    "Puede que no lo hayas dicho, pero lo has pensado", se burló él.

    "Tonterías", espetó Bells.

    "Grandioso me dijo que a vosotros dos os gusta pelear", observó Alicia con leve curiosidad.

    Bells fulminó con la mirada a Pavo Real. "Es él quien empieza siempre".

    "Yo es que no entiendo qué estamos haciendo aquí, ¿vale?" dijo él en su defensa. “Quiero volver a casa. ¿No quieres tú volver a casa?"

    "¿Casa?" repitió Alicia maravillada. "Esta es vuestra casa. No necesitáis ninguna otra casa. ¿Qué tiene de malo un prado lleno de flores y setas?"

    Los jóvenes intercambiaron una mirada.

    "Nada, no hay nada de malo, Alicia", dijo Bells con dulzura. “Nos encanta tu cuento, y esta página está muy chula; es tan veraniega, agradable y cálida, nos encantaría quedarnos aquí contigo ". Ella dudó, luego agregó en voz baja. "Para siempre".

    "¿De verdad?" preguntó Alicia. Sus ojos se volvieron redondos, todo rastro de malicia desapareció de ellos, reemplazado por esperanza.

    "¡Por supuesto!" mintió Bells. "¿Podría haber algo mejor que el Pais de la Maravillas?

    "Me alegra que pienses así", dijo Alicia felizmente. "¿No es absolutamente maravilloso? Me gusta estar aquí. Ya ves, es mucho mejor que en casa. Yo no quiero volver nunca. Estoy perfectamente feliz de ser Alicia, si no fuese por una cosilla". Hizo una pausa, esperando que le dieran la entrada.

    Bells pilló la señal. "¿Qué cosilla?"

    “Bueno, a veces es un poco aburrido, pero por eso quiero que os quedéis conmigo. Los cuatro. Así no tendré que haceros daño y podemos ser amigos. ¿Estáis de acuerdo? ”

    "Sí", asintió Bells y pisó el pie de Pavo Real.

    "¡Sí!" dijo él con voz aflautada.

    "¡Espléndido!" Alicia aplaudió. "¿Queréis que os guíe en un recorrido?"

    "En realidad, ¿sería posible que los cuatro fuésemos en esa gira?" Bells deseó que su rostro pareciese inocente. "Nos encantaría ir con Grandioso y Oxidado, si no te importa, para compartir esta experiencia única".

    Un ruido estrangulado vino del cardo. Alicia movió los ojos y luego miró al hongo con sospecha.

    Bells siguió su mirada, pero lo único que vio fue la parte inferior de un carnoso sombrero lleno de branquias como la rueda de una bicicleta.

    “Les he dado permiso para explorar por su cuenta”, le dijo Alicia a Bells sin mirarla, “Creo que volverán muy pronto, así que no hay razón para preocuparme. ¿Está ahí?" Esta última pregunta fue claramente dirigida a la oruga que se posaba encima del hongo.

    La oruga tosió cortésmente y dijo con voz chirriante: "Me temo, querida Alicia, que tenemos una visita".

    Una ráfaga de viento golpeó el prado, revolviendo hojas y arrancando pétalos de las flores.

    Los ojos de Bells se abrieron al máximo. "Tomo Loco".

    Pavo Real palideció.

    "Oh, querida", dijo Alicia en voz baja. "Debo esconderte de inmediato. ¿Perrito?" Se metió dos dedos en la boca y silbó como una experta. "¡Ven aquí, perrito!"

    Una cosa grande y esponjosa salió de detrás del cardo y dirigió los ojos hacia los jóvenes. Hubiera sido un lindo gesto si no fuera por los capilares rotos en el blanco de sus ojos y su voluminoso aspecto. El cachorro parecía bastante enfadado, y cuando gruñó, reveló dos hileras de afilados dientes, no había duda de lo que él haría si intentaban huir.

    "Vigila a los nuevos badlings por mí", ordenó Alicia.

    "Qué perrito más inmenso", dijo Pavo Real asombrado.

    El cachorro le lanzó la mirada de la muerte.

    "Si me disculpáis", dijo Alicia a ambos, "debo ir a hablar con Tomo Loco. Si no podría pensar que estoy planeando algo. Espero que no lo crea". Ella hizo ademán de ponerse de pie.

    "¡Espera!" exclamó Bells. "¿Qué hay de nuestros amigos?"

    "Los verás pronto", dijo Alicia misteriosamente, elevándose hasta su total altura gigantesca. Caminó por el prado hasta el muro de tierra, donde se detuvo y miró hacia arriba.

    "Hola, Tomo Loco", dijo ella amablemente al cielo. "¿Cómo estás esta mañana?"

    "Oh, ni me preguntes", susurró Tomo Loco. "Terrible, simplemente terrible". Su cara era una acumulación de nebulosas arrugas que flotaban tan bajo que casi tocaban la cabeza de Alicia.

    "Ya veo que pareces bastante triste", respondió ella y lanzó una rápida mirada sobre el hombro.

    Los jóvenes, no más altos que el hongo, estaban ocultos de la vista por una gran hoja de bardana. Esta arrojaba sombras verdosas sobre sus asustadas caras.

    “¿Es esa cosa Tomo Loco?” preguntó Pavo Real.

    Bells lo agarró del brazo. “¿Qué otra cosa va a ser, tallarín? Creo que adopta la forma de lo que sea que hay a su alrededor. Cuando estábamos en ese lago helado, la nieve se movía como labios gigantes. Y luego en la estepa, ¿te acuerdas? Construyó una mano..."

    El cachorro gruñó y ellos se callaron.

    "Los badlings se han portado mal últimamente", se quejó Tomo Loco. “Me estoy temiendo un motín, o peor, podrían ir a la guerra. Barba Azul me hirió. ¿Puedes creerlo? ¡Me cortó con un hacha, el muy zopenco rabioso! ¡Me duele, Alicia, me duele mucho! Y las páginas, todas estas páginas me hacen sentir hinchado, apenas puedo contenerlas todas dentro de las portadas”. Lo que fuese que dijo después se desvaneció en susurros confusos.

    Pavo Real se giró hacia Bells. “¿Por qué está hablando ella con eso? ¿No se supone que debe odiarlo como el resto de ellos?"

    Bells puso los ojos en blanco. “Ella dijo que le gustaba estar aquí. ¿No te acuerdas?"

    Un gemido sofocado vino del cardo.

    "¿Has oído eso?" susurró Pavo Real.

    "Sí", dijo Bells sin aliento y mirando hacia las sombras entre tallos tan gruesos como árboles adornados con espinas del tamaño de su mano.

    "Perdón, pero debo advertiros que", dijo el cachorro. "Si no os quedáis callados, os morderé, y luego entenderéis lo que es pedir que os rasquen y perseguir un estúpido palo, fingiendo que es el colmo del entretenimiento canino". se burló no cruelmente.

    Pavo Real se alisó el pelo. "Ese habla".

    "Obviamente", agregó Bells.

    "Os he pedido silencio", ladró el cachorro, separó los labios y mostró los afilados dientes.

    Bells y Pavo Real asintieron apresuradamente.

    Un cambio venció al cachorro. Sus ojos se oscurecieron. Rápidamente miró a su alrededor como para asegurarse de que estaban solos, aplanó las orejas y chasqueó las mandíbulas tan cerca de Bells que ella pegó un brinco.

    Una voz chirriante tosió y dijo: "Lo he visto".

    "¿Oruga?" preguntó Bells.

    "¿Dónde?" Pavo Real estiró el cuello.

    Las orejas del cachorro bajaron y él se sentó sobre la cola. "Puedo partirte por la mitad de un mordisco en un suspiro", le amenazó, "gusano viscoso".

    “Hazlo”, dijo la oruga. "Me gustaría tener cuatro patas en lugar de estos seis lamentables tocones y diez protopatas inútiles que son más para decoración que para locomoción".

    "No puedo creerlo", sonrió Pavo Real, "está fumando en pipa como en el libro".

    “Ruego diferir”, dijo la oruga, arrastrándose hasta el borde del hongo. "Es una cachimba". Inhaló y sopló humo directamente en la cara de Pavo Real.

    Pavo Real tosió, apartando el humo con la mano.

    La mata de cardo tembló. Alguien gimió.

    Los jóvenes se miraron el uno al otro y, sin decir una palabra, corrieron dentro, protegiéndose la cara de los afiladas espinas. En el suelo, envueltos en seda y amordazados, yacían dos chicos.

    "¡Grandioso!" gritó Bells. "¡Oxidado!" Ella cayó de rodillas y arañó las endurecidas pieles. "¿Qué os ha pasado? ¿Estáis bien? ¡Pavo Real, ayúdame! ”

    Pero Pavo Real tenía miedo de moverse: la cabeza del cachorro se cernía sobre él.

    "Entonces eso es lo que has estado haciendo, gusano repugnante", ladró el cachorro. “Los robaste para ti mismo. Espera a que Alicia se entere. ¡Alicia!" Él se retiró del cardo. "¡Alicia!"

    Grandioso y Oxidado se debatían, impacientes por salir del apuro.

    "¡Dientes!" gritó Pavo Real. "¡Hazlo con los dientes!"

    "¡Gran idea!" Bells hizo un agujero en el capullo de seda de Grandioso, agarró los bordes y tiró. Después de un par de tirones, la seda cedió con un suave sonido de rasgado. Arrancó el resto frenéticamente y aflojó la cuerda alrededor de su cabeza.

    Grandioso escupió la mordaza, tosiendo.

    "¿Estás bien?" preguntó Bells.

    "Um", se frotó la boca. "El jinete sin cabeza casi me corta la cabeza, y luego la oruga casi me convierte en una pupa, pero sigo siendo yo y sigo vivo. Así que supongo que estoy bien". Sus mejillas se enrojecieron.

    Bells suspiró. "¡Estaba tan preocupada por vosotros!"

    "Lo estaba", confirmó Pavo Real, liberando a Oxidado de su mordaza. “Me estuvo mareando la cabeza sobre lo insensible que yo era por no preocuparme tanto como ella. Chicas". Le lanzó a Bells una mirada astuta.

    "Cierra el pico", le regañó ella ocultando una sonrisa. "Eso no es lo que dije en absoluto. Lo que dije..."

    "Gracias, hombre", interrumpió Oxidado moviendo la mandíbula para asegurarse de que funcionaba. "¡Me alegro tanto de veros, gente! Pensé que nunca os volvería a ver. Ese cachorro está chalado. Quiso morderme y..."

    "Vale, Oxidado, ya nos lo contarás más tarde", dijo Bells nerviosamente. “Tenemos que salir aquí antes de que regrese Alicia. Obviamente, aquí no podemos confiar en nadie. Todos nos persiguen".

    "Pero ¿dónde habéis estado?" preguntó Oxidado. “¿Llegasteis a ver otros cuentos? Yo llevo atrapado aquí desde que esa mano me lanzó desde el desierto. Y ¿adivina qué?. Grandioso conoció a un tipo sin cabeza: está muerto y monta un caballo. Tiene la cabeza cortada, ¿vale? ¡Y él la lleva en la mano! Y también quería cortarle la cabeza a Grandioso. Qué agallas tiene el tipo, te lo aseguro.

    Bells miró a Grandioso con una nueva apreciación. "¿De verdad?"

    "De verdad", confirmó él con orgullo, sudando un poco. En realidad él no estaba seguro de si era eso lo que había pretendido hacer el jinete, pero sonaba impresionante.

    "Bueno, ¿y cómo habéis terminado dentro de estos capullos?" preguntó Pavo Real.

    "Shhh", lo hizo callar Bells. "Escucho voces." Ella asomó sigilosamente su cabeza. “Alicia es pequeña otra vez. ¡Mirad! ”

    Alicia, ahora con el mismo tamaño que Bells, estaba de puntillas junto al hongo, hablando con la oruga.

    "Eso es porque la página se repite", dijo Grandioso.

    "¿Qué quieres decir?"

    “Sucedió en El jinete sin cabeza . No dejaba de pasar cabalgando a mi lado, una vez y otra y otra. Solo hay una cierta cantidad de historia en una página, así que supongo que no dejaba de reproducirse sola”. Se encogió de hombros.

    "Eso debe de haber sido aterrador", dijo Bells compasivamente.

    "Ey, ¿dónde se ha metido la oruga?" preguntó Oxidado.

    De hecho, no se veía por ninguna parte. Alicia estaba sola, rompiendo un trozo de hongo.

    "Está a punto de comérselo", comentó Grandioso. "Cuando lo haga, crecerá y nos atrapará como moscas".

    Pavo Real tragó saliva. "Entonces, ¿a qué estamos esperando?"

    “No a qué, a quién ", dijo la oruga desde atrás.

    Los cuatro se dieron la vuelta.

    "¿Qué pretendes decir?" preguntó Bells.

    La oruga sopló un anillo de humo y dijo: "Yo no pretendo, yo digo , y no soy querido, pero lo que he querido decir es lo que digo, y yo digo que me estáis esperando a mí".

    Bells miró a los muchachos, completamente confundidos, luego de vuelta a la oruga, de color azul verdoso a la sombra del cardo.

    "¿Qué estás intentando decirnos?" le preguntó ella.

    "No estoy intentando, estoy diciendo que", enfatizó la oruga, "soy demasiado lenta para tejeros a los cuatro dentro de cuatro capullos antes de que Alicia os ponga las manos encima, y ciertamente no deseo que ella os atrape si yo no puedo. Por lo tanto, os mostraré mi agujero".

    "¿Qué agujero?" preguntó Oxidado.

    “El agujero hueco”, dijo la oruga. "Lo horadé cuando estaba aburrida para vadear por las páginas".

    "Quieres decir que..." comenzó Bells.

    "¡No quiero decir, lo digo!" La oruga retrocedió, ofendida. "Es por allí. Servíos vosotros mismos", la oruga giró y se arrastró debajo de una hoja.

    "¿A qué ha venido eso?" preguntó Pavo Real.

    “¡Mirad! ¡Ahí está!" gritó Oxidado, sumergiéndose en las sombras.

    "¡Espera!" Bells corrió tras él, y Pavo Real y Grandioso pisándole los talones.

    "¡Te dije que vigilaras los nuevos badlings para mí!" dijo la voz de Alicia desde arriba.

    "Perdón, lo hice", ladró el cachorro.

    "¿Y cómo explicas esto?" Dos manos gigantescas separaron el cardo.

    Bells chilló, retorciéndose bajo un montón de hojas podridas y deslizándose en el agujero que bajaba en una pronunciada pendiente. Pavo Real la siguió. Grandioso llegó el último y justo a tiempo.

    El hocico del cachorro tapó la entrada. Chasqueaba y gruñía y ladraba histéricamente, enviando chorros de tierra sobre las cabezas de los cuatro. Resbalando y derrapando, descendieron rápidamente por el pasaje que atravesaba esa página hasta la siguiente como un agujero de gusano dentro de una manzana, todo retorcido, abismal y oscuro.

Capítulo trece

Bajando por la Madriguera de la Oruga

    ¿No sería fascinante visitar todos los libros que has leído? Sabes perfectamente quién vive dentro sus páginas, pero ¿qué pasa entre ellas? ¿Qué pasa con los personajes que se pierden, se desfiguran o, peor aún, abandonan la vida? ¿Adónde van?

    Nuestros amigos estaban a punto de descubrirlo.

    Reptaban sobre las manos y rodillas a través de túnel tras túnel tras túnel. Luz dispersa que se filtraba desde ninguna parte iluminaba las fibrosas paredes hechas de papel gris de pulpa. El aire olía a cartón mojado, y hacía más frío a medida que avanzaban. Aquello no habría estado ni medio mal si no fuese por un nuevo problema inesperado.

    Primero una, luego un par más, luego un montón entero de formas fantasmales apareció flotando como si nada en el aire. Temblaron, se enroscaron y burbujearon. Y luego comenzaron a hablar.

    "Badlings", susurraron, "mirad, aquí vienen nuevos badlings... adónde vais a... quedaos con nosotros... no tenemos prisa... no tenemos hogares... por qué no habláis con nosotros... estamos tan solos..."

    "¿Qué son estas cosas?" susurró Pavo Real.

    "¡Son como medusas!" Oxidado extendió una mano.

    "Um", dijo Grandioso. "No creo que sea una buena idea tocarlas".

    “¿Por qué no, hombre? Son tan geniales y viscosas. Mira, creo que les gusta." La forma que él acarició era ondulada, su vacía boca se extendió en algo que podría llamarse una sonrisa espeluznante.

    “Tú y tus caricias, Oxidado. Déjalas en paz. Sigamos moviéndonos", dijo Bells con enojo y de repente se detuvo.

    Pavo Real se chocó con ella. "¿Por qué nos paramos?"

    Ella estaba mirando a una boca que se abrió a su lado.

    "Badling..." suspiró esta, "adorable badling... quédate con nosotros... no hay prisa..."

    "Er", dijo Bells, "lo siento mucho, sea quien sea, pero tenemos que salir de aquí para pasar a la siguiente página. Si no te importa..."

    Pero a la aparición sí le importaba. Se le unieron decenas de otras que bloquearon el túnel con una multitud de cuerpos brumosos, reduciendo la visibilidad a la de la leche.

    "Fantástico", comentó Pavo Real. "¿Qué vamos a hacer ahora?"

    "Pues avanzar, membrillo", espetó Bells. "¿Qué si no?"

    "Oye, pensé que habíamos acordado no insultarme".

    Bells lo miró con una mirada de apestado. "No acordamos nada, y seguiré insultándote hasta que dejes de hacer preguntas estúpidas y de actuar como un cobarde".

    Pavo Real estaba a punto de replicar, pero un fantasma particularmente grande se acercó hasta a dos centímetros y medio de su nariz y flotó allí, susurrando paparruchas sin sentido. "Buu. ¡Buu!" Él lo apartó con la mano. Sus dedos atravesaron su gelatinosa superficie y el fantasma emitió un lamento horrorizado.

    "Ahí está mi prueba", dijo Bells y puso los ojos en blanco para solidificar la dulce sensación de superioridad.

    "Oxidado, ¿estás seguro de que no te va a arrancar la mano de un mordisco?" preguntó Grandioso preocupado.

    Oxidado, imperturbable, con una sonrisa exuberante brillando en su rostro, acariciaba algo horrible y con dientes. No tenía exactamente un cuerpo ni ningún tipo de presencia, excepto una cabeza etérea que parecía estar disfrutando de la atención. Se inclinaba hacia atrás para que Oxidado pudiera rascarle lo que fuese que le quedaba de cuello.

    "Por ahí... sí, justo ahí... un poco a la izquierda..." Se dirigía a él con voz nasal. "Ohhh... que buena sensación... no me han rascado correctamente en un milenio..."

    "No eres el único... hazte a un lado... es nuestro turno ahora..." murmuraron las voces pertenecientes a una cola de fantasmas ansiosos por recibir algo de ternura.

    Grandioso tiró de Oxidado por la mano, interrumpiendo este encantador intercambio de cortesías para gran consternación de las apariciones, que inmediatamente se deslizaron detrás de Oxidado, acariciándolo con los hocicos para solicitar otra dosis de afecto.

    Bells se detuvo de nuevo.

    A la izquierda y a la derecha se ramificaban más madrigueras y huecos y pasadizos de los que ella podía contar.

    "¿Sabes qué?" dijo ella pensando en voz alta. "Quizás sea mejor quedarnos aquí. Al menos podemos descansar un poco y pensar sin que todos esos personajes intenten atraparnos o Tomo Loco nos lance de una página a otra".

    "¿Tienes alguna idea de por qué están tratando de hacer eso?" preguntó Pavo Real en un intento de forjar la paz. Incluso puso una cara conciliadora.

    Bells lo miró, suspicaz. "¿Estás tratando de burlarte de mí?"

    "No, no lo estoy. De verdad de la buena".

    “Ya basta, Pavo Real. Sé tanto como tú".

    "No, en serio", dijo él sin rastro de sarcasmo.

    Bells suspiró. "Solo puedo suponer".

    "Um", comenzó Grandioso, pero Pavo Real lo interrumpió. "¿Y? ¿Qué has supuesto hasta ahora?"

    "Que no te gusta cobrarle impuestos de pensamiento a tu cerebro, ¿verdad?" Ella sintió un cambio en el aire.

    Los diáfanos globos a su alrededor se acurrucaron juntos y se tensaron.

    "Bueno, aquí hay una cosa que he supuesto", dijo Bells un poco más fuerte, "No estoy segura de por qué los personajes están tratando de atraparnos, pero estoy segura de lo que son estas cosas", movió vagamente la mano hacia ellas. "Son fantasmas".

    Hubo un susurro general estando de acuerdo.

    "Eso ya lo veo", dijo Pavo Real decepcionado. "¿Pero de quién son los fantasmas?"

    Bells quedó apresada por una idea. Se obligó a no sonreír, aunque las comisuras de sus labios se volvieron hacia arriba. "Fantasmas de patos".

    "¿Patos?" repitió Pavo Real repetido.

    "¿Patos?" preguntaron Grandioso y Oxidado.

    "¿Patos?" se exclamó entre la nebulosa multitud.

    "Ya sabes, los patos también se mueren", continuó Bells en un tono muy serio. "Así que, ¿por qué no pueden tener fantasmas como las personas?"

    "Pensé que, como científica, tú no creías en los fantasmas", envió Pavo Real con aire de suficiencia.

    "Estaba justo llegando a eso", dijo Bells, manteniéndose tranqui. "Tienes toda la razón. Científicamente hablando, los fantasmas no pueden existir. Pero, como científica, debo confiar en mis sentidos. Si puedo tocarlo, eso significa que está ahí", lo demostró en el fantasma más cercano, hundiéndole sin ceremonias la mano. Al instante siguiente, ella la sacó.

    "¡Puaj! ¡Está frío y viscoso!"

    "A ver... en lo que te convertirás tú... cuando estés muerta... badling", gimió el fantasma desagradablemente. "No me gustas... me gusta más ese otro badling...". Flotó hasta Oxidado.

    “De acuerdo. Sírvete tú mismo", dijo Bells tratando de sonar valiente.

    El resto de fantasmas se acercaron a ella en una ola de enojo y murmullos. "No somos fantasmas de patos... qué tontería es esa... somos fantasmas... de personajes... y de badlings..."

    La garganta de Bells se contrajo. Ella había tenido razón. Habían caído en la trampa como moscas a la miel. Solo que en lugar de triunfo, ella se inundó de horror. "¿De verdad sois fantasmas de badlings?" preguntó ella.

    "Buen trabajo, Bells", dijo Grandioso.

    Pavo Real lo miró boquiabierto. "¿Qué se supone que significa eso?"

    "¡Ya lo entiendo!" exclamó Oxidado. “Grandioso me contó que Barba Azul pasó su página por el hacha, ¿verdad? ¿Quizá cuando la página desaparece, los personajes desaparecen también? Como, si no van a otra página, se convierten en fantasmas."

    "Inteligente badling..." clamaron los fantasmas.

    “¿Pero por qué nos persiguen los personajes? ¿Qué quieren?" preguntó Bells. Quería hacer más preguntas, otras preguntas, y tuvo que obligarse a detenerse, temerosa de romper la delicada confianza que habían establecido.

    "Um", comenzó Grandioso nuevamente, y nuevamente fue interrumpido por Pavo Real.

    "Ey, fantasmas. ¿Qué es un badling, por cierto?" dijo él. “Vamos, decídnoslo. No os quedéis ahí como una especie de lamentables chuscos de niebla".

    "¡Pavo Real!" gritó Bells horrorizada.

    "¿Qué?"

    "Estás hiriendo sus sentimientos".

    "Creí la experta en eso eras tú", dijo él con acidez.

    Bells le ignoró. "Lo siento, fantasmas, no ha querido ofender..." Ella no terminó la frase.

    No había nadie con quien hablar. El hechizo se había roto. Los fantasmas se arremolinaron en una marea de vapor y se dispersaron por la longitud del túnel.

    "¿Por qué me miráis así?" exigió Pavo Real, presionando contra la pared bajo las miradas de sus amigos.

    "¿Le ha pasado algo a Pavo Real?" preguntó Grandioso en voz baja, hablando al oído de Bells.

    Ella se encogió de hombros. “Nada que se me ocurra. Lleva así desde aquel sitio de la Muerte Roja. No importa lo que le diga, se molesta e irrita".

    Ambos intercambiaron una mirada.

    Bells se arrastró hasta Pavo Real. "Ey, ¿qué te pasa?"

    Él se cruzó de brazos. "¿Y a ti qué te importa? Déjame en paz".

    "¿Qué es?" presionó Bells.

    Pavo Real miró hacia otro lado y murmuró algo.

    “Escucha. Si nos lo cuentas, te sentirás mejor. Lo prometo".

    "Buen intento, Bells", se burló él, pero sin acidez.

    "Venga, Pavo Real", dijo Oxidado. "¿Qué pasa, hombre?"

    "Cállate". A pesar de sus mejores esfuerzos, Pavo Real sonaba miserable.

    “Muy bien, ¿sabes qué? ¡Deja de ser un bebé y pórtate como un hombre!" ordenó Bells. "O cuéntanos qué está pasando o siéntate allí, molesto y solo, porque nosotros vamos a avanzar". Ella esperó un comentario sarcástico, pero Pavo Real solo la miró, pequeño y asustado, con su cabello azul colgando en mechones enredados.

    "Parecía como si...", susurró él temblando.

    "¿Qué?" Bells se inclinó más cerca.

    "Parecía un vampiro".

    Los ojos de Bells se abrieron al máximo. "¿Qué es lo que parecía un vampiro?"

    "Ese fantasma, el que se me plantó en la cara".

    “¿Y qué? Probablemente era el fantasma de un vampiro. ¿Qué diferencia hay? ”

    "¿No te asustan?"

    "¿Quiénes? ¿Los vampiros?" Bells se sentó a su lado. "No más de lo que me asusta cualquier otro monstruo. ¿Por qué?

    Pavo Real se envolvió las rodillas con los brazos y miró al suelo.

    Esperaron pacientemente a que él se expresara.

    "Ese es el libro", dijo él por fin, "el libro que no terminé de leer. Es Drácula".

    Débiles voces a su alrededor recogieron el nombre. "Drácula... él ha dicho Drácula... ¿has oído?... no terminó de leer Drácula... él podría estar muy enfadado..."

    Los fantasmas habían vuelto.

    Pavo Real sacudió la cabeza, mortificado.

    "Ey, conozco ese libro", exclamó Oxidado. "Trata de vampiros, ¿verdad? ¡Hombre, los vampiros son geniales! O sea, dan miedo, pero..."

    "¿Puedes dejarle terminar?" Siseó Bells.

    Oxidado dio una risita de vergüenza.

    "Es una mala idea... mencionar libros... que no habéis terminado de leer... badlings", dijo un fantasma con barba.

    "No creo que... te escuchen... Barba Azul", observó un fantasma en camisón.

    "¿Barba Azul?" Bells entornó los ojos.

    Pavo Real miró horrorizado un brazo brumoso que le hacía cosquillas juguetonamente a Oxidado. Pertenecía a Eleonore, una de las esposas muertas de Barba Azul, que parecía más fea como fantasma que cuando simplemente estaba muerta. Ella soltaba risitas, sus manos subían por el cuello de Oxidado.

    "¿Bells?" llamó Pavo Real.

    Ella se giró para mirar.

    Eleonore apretó los dedos y Oxidado jadeó en busca de aire. “Buen fantasma. Ya hemos jugado suficiente", dijo él. Y luego, con un repentino pánico, "¡Me estás asfixiando! ¡Quítate de encima!"

    Los tres se apresuraron a ayudarlo, pero cuando intentaban separarle los dedos a Eleonore, sus manos salían con hebras de pringue viscoso.

    "¡Suéltalo, flan muerto!" gritó Bells.

    "¿Flan muerto?" El impacto del insulto hizo que Eleonore aflojara su agarre. Oxidado respiró temblorosamente, el color volvió a sus mejillas.

    "¡Corred!" gritó Bells.

    Por deagracia, correr en un túnel no era posible. En cambio, chillando estridentemente hasta a punto de quedarse sin cabezas, los cuatro se escabulleron sin ningún sentido de la dirección, con el único deseo de alejarse de los fantasmas, la oscuridad y el frío.

    Bells giró hacia el primer pasadizo a la derecha y se detuvo cuando sus oídos fueron asaltados por una cacofonía de explosiones.

    "¡Retirada!" chilló ella tratando de pasar empujando a Oxidado.

    Oxidado estaba cautivado y no se movía. "¡Guao!" El final de la madriguera parecía abrirse hacia el cielo. Él se arrastró hasta el borde y miró hacia afuera.

    A unos diez metros por debajo yacía un campo. Una guarnición de jinetes con abrigos azul marino y sombreros de castor, sables en lo alto, galopaban a través del fuego y el humo hacia un ejército de hombres en kaftanes, la mayoría de los cuales iban a pie, pero otros montaban elefantes ataviados con brocados con borlas coloridas.

    “Conozco este libro. ¡Es el Barón Munchausen! ¡Ahi esta!" gritó Oxidado.

    "¿Estás mal de la cabeza?" Bells tiró de su brazo. "¡Vuelve antes de que te disparen!"

    "No puedes salir ahí fuera, Oxidado", dijo Grandioso sabiamente. "Te matarán".

    "¡Pero es el Barón Munchausen!" Oxidado señaló a un hombre con un abrigo rojo y un sombrero triangular, en la cara tenía un bigote rizado. “Justo ahí, ¿ves? Es él. Mira lo que va a hacer. ¡Va a atacar al sultán!"

    El Barón cargó contra el hombre más decorado que montaba el elefante más grande, lo derribó, desmontó e hizo llover sablazos a diestro y siniestro.

    El entusiasmo de Oxidado contagió a Bells y a Grandioso, e incluso a Pavo Real, se acercó sigilosamente a ellos, mirando por encima de sus hombros. Vieron al sultán disparar al Barón con una pistola, a lo que el Barón respondió cortando la cabeza del sultán.

    Bells jadeó.

    Pavo Real y Gran quedaron boquiabiertos.

    Y Oxidado dijo con asombro: "¿Habéis visto eso? ¡Lo ha descabezado, así sin más! ”

    El Barón limpió el sable, lo envainó, atrapó una bala de cañón con las manos desnudas, se sentó encima de ella y salió volando.

    “Cielo Santo. ¡Eso es imposible!" dijo Pavo Real.

    "Lo sé, ¿verdad?" Oxidado temblaba de emoción. "¡Es una locura! Pero escucha esto. También salió de un pantano tirando de su propio cabello, y le disparó a un ciervo con huesos de cerezas para que creciera un cerezo de su cabeza a la mañana siguiente, y..." Oxidado jadeó para coger aire, "¡disparó a los patos en el aire para que cuando se cayeran ya estuvieran asados!" ¡Y le dio la vuelta a un lobo de adentro hacia afuera!"

    "No sé por qué querías dar la vuelta a un lobo como un calcetín", dijo Grandioso, estremeciéndose al recordar al lobo aullando en El jinete sin Cabeza , "pero la parte de los patos asados ​​suena bien. Aunque ahora que lo pienso, tampoco me importaría un lobo asado", se dio unas palmaditas en el estómago con tristeza.

    "Venga, muchachos", dijo Bells. "Vamos a encontrar un cuento más tranquilo. Parece que todos estos túneles salen a páginas diferentes. Quizá encontremos uno donde haya algo de comida".

    Esto fue recibido con un acuerdo unánime.

    Y así, se arrastraron por el laberinto de agujeros durante otra hora, deteniéndose para descansar, cuando en una de las paradas vieron un desvío hacia lo que parecía un dormitorio con una cama, un escritorio y una ventana que daba a una tranquila noche. Elevados por este descubrimiento, se apresuraron hacia él, ajenos a una pequeña forma oscura que los espíaba desde las sombras.

Capítulo catorce

La Sala del Trono Subterránea

    Los personajes de un libro deben de llevar vidas notablemente fáciles. Rara vez lees que pierdan el tiempo en cosas insignificantes como comer, dormir o hacer viajes al cuarto de baño. Esto presenta un curioso problema para los nuevos badlings: la comida y la bebida son difíciles de encontrar, al igual que los lugares para ducharse o tumbarse a echar una siesta.

    Inmundos, cansados ​​y hambrientos, los cuatro salieron de la abertura en la pared, se sacudieron el polvo y miraron a su alrededor.

    Estaban de pie en una habitación oscura. Un alto armario flanqueaba una sencilla cama de madera en la que una niña dormía bajo las sábanas, con mechones rubios derramados sobre la almohada. Junto a la cama había una silla y un escritorio con papeles cuidadosamente arreglados, una botella de tinta y varias plumas. Un reloj hacía tic-tac en la esquina. Aparte de eso, ningún otro ruido perturbaba la noche.

    "¿Qué cuento es este?" susurró Pavo Real.

    Bells negó con la cabeza. "Ni idea".

    "Ojalá que fuese Hansel y Gretel ", murmuró Grandioso.

    Los ojos de Oxidado se redondearon. "¿Es ese donde una bruja atrapa a dos niños y se los come?"

    "Um", comenzó Grandioso calmadamente, "no exactamente. Se trata de una mujer caníbal que obligó a Gretel a la esclavitud y encerró a Hansel en una jaula de animales. Luego lo alimentó para engordarlo y poder freírlo en una estufa a la antigua. Esta funciona de manera similar a un incinerador funerario, excepto que arde a temperaturas más bajas y de manera más desigual, por lo que su agonía sería más larga y dolorosa, y nadie escucharía sus gritos. Una vez que ella decidiera que él estaba lo bastante crujiente, lo sacaría y comenzaría a comerlo con cuchillo y tenedor y..." Se detuvo bajo la mortificada mirada de sus amigos. "Solo estoy explorando lo que podría suceder. Ella no se lo come al final. Se escapan".

    "Gracias por la aclaración", dijo Pavo Real nerviosamente. "¿Por qué ibas a querer entrar en un cuento horrible como ese?"

    “La casa de la bruja está hecha de pasteles y dulces”, dijo Grandioso soñadoramente. "Eso está casi tan bueno como los donuts".

    Su última palabra sonó un poquito demasiado alta.

    La niña dormida murmuró algo y se giró hacia un lado. Los muelles de la cama gruñeron, la manta se hinchó, luego se hundió y todo volvió a estar inmóvil.

    "¡Shhh!" silbó Bells. "La vais a despertar".

    "¿Cómo sabes que es una niña?" preguntó Pavo Real. "Tal vez sea un niño".

    Bells le miró con ojos grandes. "¿Estás ciego? Mírale el pelo." Ella continuó antes de que él pudiera responder. “Espero que este sea El Jardín Secreto . Por lo menos a mí me gustaría que fuese El Jardín Secreto, porque en ese hay comida".

    "¿Trata de una niña huérfana que vive con su tío?" susurró Oxidado.

    "Sí, ese es", dijo Bells impresionada. "Sus padres mueren por alguna enfermedad y ella va a vivir a una mansión con su hermano enfermo, y lo único que hacen es jugar en el jardín y comer magdalenas, pasteles y bollos de grosella".

    "¿Durante todo el libro?" preguntó Oxidado.

    "Durante todo el libro", confirmó Bells.

    “Genial. ¡Me apunto!"

    Pavo Real sonrió. "Suena a una vida agradable".

    Un ruido irregular de cascos resonó desde la calle. Bell frunció el ceño y se dirigió hacia la ventana, retirando la cortina. Dos pisos más abajo, un caballo tiraba de un carruaje a través de un puente cubierto de nieve, amarillo a la luz de los faroles.

    "Es una ciudad", susurró Bells. "No debería ser una ciudad, debería ser un jardín".

    "¿Lo reconoces?" preguntó Grandioso.

    "No. Y es invierno. ¿Es que estamos en La Reina de las Nieves otra vez? ” Ella volvió a mirar a la niña. "Quizá ella sea Gerda".

    "Sería genial si estuviéramos en Enano Nariz ", dijo Oxidado. “La abuela me lo leyó cuando era pequeño. Se trata de un niño que vive en la casa de una bruja con conejillos de indias y ardillas. Llevan cáscaras de nueces en sus pies y patinan en un suelo de vidrio, y él aprende a cocinar todos los platos”. Él tocó a Grandioso. "Oye, si le pedimos que haga donuts, apuesto a que lo haría".

    "Donuts calientes y frescos". Los párpados de Grandioso aletearon y se cerraron. "Con glaseado de azúcar..."

    "... y sirope de chocolate..." respiró Pavo Real.

    "... y cuando lo muerdes..." agregó Bells.

    "... ¡se derrite en la boca!" terminó Oxidado emocionado.

    Eso bastó.

    El niño bostezó y se sentó derecho. Era un niño de unos diez años con el pelo largo y rubio, vestido con un camisón largo. Vio a los cuatro y les hizo señas sin decir una palabra.

    Pavo Real lanzó una mirada de te lo dije a Bells. Ella fingió no darse cuenta.

    Las sábanas de la cama se abultaron y se escapó entre ellas una gallinita negra. Sus ojos brillaban como dos velas. Cloqueó, aleteó hasta el suelo y salió disparada de la habitación. El niño la siguió. Cuando llegó a la puerta, se volvió, se llevó un dedo a los labios y volvió a hacerles señas.

    Desconcertados, los cuatro intercambiaron una mirada y salieron de puntillas en fila india.

    El niño los condujo a lo largo de un corredor oscuro que terminaba en una gran habitación iluminada por la luz de la luna. En ella dormían dos ancianas en dos camas blancas. En una de las mesillas de noche había una jaula con un loro, y al lado estaba reclinado un gran gato gris. Las dos estaban durmiendo. El niño se inclinó hacia el gato como para acariciarlo, y de repente el animal se levantó con el pelaje erizado. El loro extendió las alas y comenzó a chillar estridentemente: “¡Tonto! ¡Tonto! ”

    Sorprendidos, el niño y la gallina cruzaron rápidamente la habitación hacia otra puerta y desaparecieron. Las ancianas abrieron los ojos. El gato bufaba. El loro chillaba.

    Enervados por este espectáculo, los cuatro corrieron tras el niño hacia la puerta que estaba entornada, como si él la hubiera dejado abierta a propósito. Detrás de la puerta, una estrecha escalera conducía a otro piso. Bajaron los escalones de dos en dos hasta que emergieron en una larga y sombría sala. Delante de ellos dos figuras estaban retiradas en las sombras, sus palabras rebotaban en las paredes con un eco amortiguado.

    "¡Las has despertado, Alyosha!" reprendió la gallina al niño.

    "Lo siento mucho, Negrita, tendré más cuidado la próxima vez", dijo Alyosha ansiosamente.

    “¿Habéis oído eso? ¡Puede hablar!" dijo Oxidado con un fuerte susurro que se oyó bastante bien. ¡El pollo puede hablar! Hombre, te aseguro que aquí habla todo. Me pregunto si las paredes también hablan. Ey, pared, ¿cómo te va?" La saludó con unas palmaditas.

    "Oxidado, no estamos sordos", espetó Bells. "Así que, ¿puedes, por favor, guardarte tu exuberancia para ti mismo?

    Negrita se detuvo y miró atrás. Alyosha hizo lo mismo. Él negó con la cabeza y se llevó un dedo a los labios, indicando silencio.

    "Lo siento", dijo Bells, su rostro relució como un horno, "estaremos callados". Le dirigió a Oxidado una mirada asesina. Él se dio una palmada en la boca para contener una risita.

    Negrita asintió.

    Continuaron caminando. Cuanto más avanzaban, más olía a cera fundida y humo. Un tenue resplandor amarillo parpadeaba más adelante, mostrándoles el camino. Por fin lo encontraron.

    El pasillo terminaba en una espaciosa cámara. Un candelabro con velas colgaba de un bajo techo. Su luz dorada proyectaba danzantes sombras sobre las paredes. Dos caballeros con armadura custodiaban un par de pesadas puertas. Sin previo aviso, avanzaron como un resorte y cargaron hacia la gallina. Esta aleteó mientras crecía rápidamente en tamaño, aplastó y picoteó a los caballeros hasta que se desmoronaron. Su armadura se dispersó en el suelo con un fuerte ruido. No había nadie adentro. Eran trajes vacíos animados por alguna fuerza misteriosa.

    La pelea terminó en segundos.

    Alyosha echó las manos al aire, se tambaleó y se desmayó, desmoronándose como una flor marchita.

    Negrita se giró hacia los cuatro. Estos retrocedieron lentamente, mirando horrorizados al pájaro que sin duda podría matarlos a todos con un solo picotazo en la cabeza. "No tengáis miedo", dijo la gallina, "no voy a haceros daño. Quiero que me escuchéis. Escuchad con atención. Tenéis que atravesar estas puertas y esperarme allí. No vayáis a ninguna parte hasta que regrese". Luego recogió a Alyosha y se derritieron de la vista.

    Por un momento nadie se movió, perplejos.

    “Vale”, dijo Bells débilmente, “eso ha estado entretenido. Me gusta la forma en que todos quieren ayudarnos y luego termina siendo una gran mentira gorda. ¿Qué pensáis vosotros? ¿Creéis que es una trampa?"

    Sin esperar una respuesta, ella marchó hacia las puertas.

    "¡Alto!" gritó Pavo Real. "No sabes lo que hay ahí".

    “Relájate”, dijo Bells, “solo iba a echar un vistazo. Hay un... " se interrumpió abruptamente.

    Algo hizo clic en las puertas y estas se balancearon lentamente hacia adentro. Más allá de ellas yacía un pasillo con un techo bajo. No era más grande que la habitación donde las ancianas dormían con sus mascotas, pero parecía enorme porque todo en su interior era en miniatura, hecho para personas de no más de un metro de altura. Los candelabros dorados arrojaban un cálido resplandor sobre el suelo de mármol. Sillas cubiertas de terciopelo se alineaban en las paredes llenas de tapices. Y en una plataforma elevada al fondo se hallaba un ornamentado trono dorado.

    "Guao", dijo Oxidado al pasar al interior. "Esto es genial". Pasó la mano sobre el respaldo de las sillas como si fuesen animales peludos. "Parece que aquí vive gente pequeña, con un pequeño rey y una pequeña reina". Se sentó sobre los tobillos junto al trono, estudiándolo.

    "No parece que estén aquí en este momento", dijo Bells y se dejó caer al suelo. "Por fin se está agradable y tranquilo. Espero que no pase nada durante mucho tiempo".

    "No hay nada para comer", observó Grandioso decepcionado.

    Pavo Real levantó una ceja. "¿Es comida en lo único en lo que piensas?"

    “¿Sabes qué, Pavo Real? Estás empezando a sonar como Sofía", dijo Bells con sentimiento.

    "Oh, ¿es eso?" Pavo Real sonrió. "¿Quieres elaborar?"

    "Claro", dijo Bells dulcemente y procedió a arreglarse la coleta con movimientos deliberadamente lentos, manteniendo la mirada de Pavo Real. “Siempre me está dando la lata: «Belladonna, ¿puedes dibujarme una princesa? Belladonna, ¿qué te parece este vestido? Belladonna, ¿qué tal estoy? Belladonna, ¿crees que a mamá le gustará?» No puede callarse y no deja de llamarme Belladonna, cuando le he dicho mil veces que me mi nombre es Bells. Lo único que le importa son sus vestidos y sus libros de cuentos de hadas. Aggh", Bells hizo un ruido de ahogarse.

    "No veo la similitud", dijo Pavo Real alegremente. "¿Debería empezar a llamarte Belladonna?"

    Bells lo miró con ojos entornados. "No hagas eso nunca".

    Antes de que Pavo Real pudiera replicar, Grandioso vino al rescate. "¿Cuentos de hadas como La Reina de las Nieves?" preguntó.

    Bells lo miró agradecida. "Sí, ese es uno de ellos. Ahora desearía habérselo leído hasta el final, tal vez entonces no hubiéramos llegado aquí. Pensé que eran bobadas de chicas, no sabía que era un cuento bastante aterrador".

    Sus palabras se hundieron en una asustada pausa.

    "Creo que tenemos que rasgarlo", dijo ella en voz baja.

    Pavo Real levantó la vista. "¿Rasgar qué?"

    "A Tomo Loco". Ella pasó los ojos sobre los chicos uno por uno. “Creo que la única forma de destruirlo es romperlo en pedazos. Recordad cómo Barba Azul..."

    "¡No!" gritó Pavo Real, sobresaltando a todos.

    Bells estaba estupefacta. "¿Por qué no? Pensé que querías volver a casa".

    "¿Y si...?" Pavo Real se tocaba nerviosamente el pelo, "¿y si pasa algo malo?"

    "Por supuesto que va a suceder algo malo", dijo Bells. “Morirá. Pero luego también sucederá algo bueno: estaremos de vuelta junto al estanque de los patos".

    Pavo Real no estaba convencido. "¿Cómo lo sabes?"

    "No lo sé", dijo Bells con sinceridad. "Pero eso es lo que suele pasar en los libros cuando muere el villano, ¿no? Todo vuelve a ser como era antes".

    "¡Totalmente!" gritó Oxidado. "¡Eso es genial, Bells!"

    Pavo Real negó tercamente con la cabeza, cada vez más agitado. "¿Y si nos persigue?"

    "Estará muerto, Pavo Real", dijo Bells con un suspiro.

    "¿Y si nos persigue su fantasma?"

    "Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué sigues...?

    "¿Que qué me pasa?" Pavo Real enderezó la espalda. “ ¿Qué me pasa? Fuimos absorbidos dentro un libro loco y ahora se supone que tenemos que romperlo en pedazos o acabaremos muertos. ¡Eso es lo que es pasa!"

    "No lo sabemos con certeza", objetó Grandioso, "lo de si acabaremos muertos o no. Y, um, hay algo que yo quería..."

    "¡No sabemos nada con certeza!" La voz de Pavo Real se saltó un registro. "¿Cómo podéis quedaros sentados y no preocuparos?" Los miró con ojos severos. "Tenemos que encontrar una manera de salir de aquí".

    Bells se sintió picada hasta el núcleo. "¿Sabes que? Eres un hipócrita". Puso ambas manos sobre las caderas para evitar que temblaran. “Acabo de ofrecerte una solución para sacarnos de aquí y tú la has rechazado. ¿Y ahora le das la vuelta y me dices que no me preocupo?"

    Pavo Real se sorprendió. No tenía nada que decir. Algo brillaba en su rostro. ¿Culpa? ¿Remordimiento? Fuera lo que fuese, él retrocedió rápidamente, oculto bajo la irritación. "Es culpa tuya que estemos aquí", su tono era bajo y amargo. "Tú eres la que encontró a Tomo Loco, tú eres la que lo recogió y se lo arrojó a los patos. Todos podemos morir por tu culpa y ni siquiera te molesta".

    "Oh, no me molesta. Ya veo." Las fosas nasales de Bell se dilataron ante esta injusta acusación. "Y al parecer tú estás siendo de gran ayuda, lloriqueando como un niño pequeño. Pues claro que lloriqueas. Eso es más fácil de hacer, sentir pena de ti mismo y culpar a los demás. Gran estrategia, Pavo Real, estoy impresionada. La próxima vez que te hagas pis en los pantalones, asegúrate de culparnos a nosotros también."

    Pavo Real la miró boquiabierto, con manchas rojas en el cuello. "¿Me estás acusando de hacerme pis los pantalones?"

    Grandioso miró a Oxidado, quien se tapó la boca con una mano para reprimir una risita.

    Esto va a seguir por un rato, parecía estar diciendo Oxidado.

    Bien podría echarme una siesta, pareció responder Grandioso. Se apoyó en la pared y cerró los ojos.

    La sala del trono reverberó con insultos. Saltaban del techo y se desvanecían para ser reemplazados rápidamente por otros nuevos. Bells se retorcía la coleta; Pavo Real se mesaba la cresta de halcón. Parecían gallos de pelea, con sus caras tan cerca que era una maravilla que no se tocaran. Este intercambio acalorado continuó durante otros minutos y luego se detuvo abruptamente. Los oponentes estaban sin aliento.

    Cuando ningún otro grito agitó el aire, Grandioso abrió un ojo. "¿Habéis terminado?"

    Se volvieron hacia él, echando humo.

    "Hombre, qué escándalosos sois", comentó Oxidado. “Pensé que me iban a estallar los tímpanos. Si fueseis el perro de la abuela, os daría un coscorrón para haceros callar".

    "Tirar del pelo también funciona", agregó Grandioso con una leve sonrisa.

    “O tirar de la coleta. Muy efectivo ", asintió Oxidado.

    "Cállate", dijo Pavo Real.

    "¡No, cállate tú!" Oxidado apretó sus manitas en puños. Asombrado por su propio desafío, miró a Pavo Real, esperando una réplica, pero Pavo Real solo se hundió y no dijo nada. Estaba mirando a Bells.

    Ella salió corriendo hacia las puertas, las probó y, como no se abrieron, lanzó un grito de consternación antes de sentarse de espaldas a los chicos.

    "¿Ey, Bells?" exclamó Pavo Real.

    Ella no respondió.

    "Mira, lo siento. No quise decir lo que dije..."

    Los hombros de Bells comenzaron a temblar.

    Los muchachos intercambiaron una horrorizada mirada que significaba algo como, Pero... si Bells nunca llora. Ni siquiera lloró cuando se cayó de la bicicleta y se raspó las manos con sangre. ¿Qué hacemos? Si decimos algo equivocado, nos arrancará la cabeza de un mordisco. Suspiraron, pensando en una única palabra que contenía una cantidad exorbitante de significados, Chicas.

    Grandioso se frotó la nariz y dijo tímidamente: "¿Bells?"

    Ella negó con la cabeza.

    Él respiró hondo y caminó hacia ella. "Um, solo quería decir... que no pasa nada. Estaremos bien. Se nos ocurrirá algo. Desgarraremos a Tomo Loco, como tú sugeriste..."

    "No es por eso", murmuró ella a sus rodillas.

    "Oh", Grandioso vaciló, "¿no es eso?"

    Bells quedó silencio.

    "Mi mamá dice que no es bueno retener las cosas", comenzó Grandioso pensativo. "Nosotros siempre hablamos de..."

    Bells no pudo soportarlo más. Levantó su rostro manchado de lágrimas y farfulló. "Ella no quiere que me convierta en científica, cree que no es un trabajo apropiado para una chica quiere que me convierta en una estúpida cantante de ópera, siempre me dice: «¿Por qué no te gusta tu hermana?» La odio, la odio, la..." Se detuvo para recuperar el aliento.

    Sin decir una palabra, Grandioso sacó una arrugada servilleta del bolsillo. Estaba manchada con glaseado de chocolate y olía ligeramente a donuts. Se lo ofreció a Bells. Ella la aceptó agradecida, se secó los ojos y se sonó la nariz.

    "No sabes cómo es", dijo ella con hipo. Un par de lágrimas cayeron sobre sus mejillas. "Ninguno de vosotros tiene idea, ¡así que no me digáis que lo entendéis!"

    Grandioso extendió sus brazos, "No estamos diciendo que lo entendamos".

    "¡Entonces no digáis nada en absoluto!" Ella dejó caer la cara entre las manos y procedió a llorar.

    Con cuidado, como si temiera quemarse, Grandioso se sentó a su lado y le tocó la espalda. Como ella no lo alejó ni le dijo que se perdiera, comenzó a acariciarla, como si acariciara las cabezas de sus dos hermanos pequeños después de una buena sesión de juegos bruscos.

    "No quiero volver nunca", susurró Bells.

    "¿Qué?"

    "Que no quiero volver".

    La boca de Grandioso se abrió. "¿No quieres volver a casa?"

    Bells levantó la cabeza, pareciendo abatida. "No. Prefiero quedarme aquí que ver a mi madre. Ella... ella me llamó una «científica mediocre» y me echó de casa".

    Más sollozos siguieron a eso.

    Grandioso se movió incómodo. "Al menos no te insulta. Mi madre me llama gordo para motivarme a perder peso, eso solo funciona al revés. Me hace sentir horrible". Se miró a sí mismo y suspiró.

    "Al menos vosotros tenéis madres", dijo Oxidado ausentemente.

    Bells dejó de llorar de inmediato y se dio la vuelta. "Lo siento, Oxidado. Lo siento, lo olvidé".

    Él se encogió de hombros, evitando sus ojos.

    Bells sintió que la mirada de Pavo Real le hacía un agujero en la cabeza, pero se negó a reconocerlo, pasando su mirada a través de él como si no existiera. Utilizaba esta maniobra en Sofía cuando ella se ponía particularmente molesta, haciéndola llorar con éxito.

    "Mira, Bells", comenzó Pavo Real. "No quise decir eso... eso de que le tiraste el libro a los patos y todo".

    Grandioso se levantó tan repentinamente que casi se cae. "Patos", dijo, "¡patos!"

    "¿Qué pasa?" preguntó Bells.

    "Creo", comenzó Grandioso con sudor en la frente, "Creo que sé cómo destruir a Tomo Loco".

    "¿Cómo?"

    "Bueno, si pudiéramos encontrar una manera de..." Se limpió la cara, dudando.

    "¿Una forma de?" Bells le alentó.

    "La cuestión es que somos demasiado pequeños para causar algún tipo de daño a Tomo Loco, a menos que encontremos una manera de crecer. Deberíamos haber agarrado un pedazo de ese hongo del país de las maravillas. Es una pena que no lo hayamos hecho, y ya es demasiado tarde. Así que estaba pensando... Pensé que si podíamos hacer que los patos rompieran el libro en el estanque..." Frunció el ceño. "Olvidadlo, es una idea estúpida".

    "¡No es estúpida, es genial!" exclamó Oxidado.

    "¿Por qué los patos se iban a molestar con ningún libro?" soltó Pavo Real. "Los patos son tontos".

    "No, no lo son", dijo Oxidado ofendido. "Solo necesitamos encontrar una manera de hacer que se interesen en él".

    "¿Y cómo harías tú eso?"

    Oxidado abrió la boca, pero no salió nada.

    "Podríamos volver al agujero de la oruga", reflexionó Grandioso, "y... no sé..."

    "Exactamente", Pavo Real terminó por él.

    Todos meditaron sobre ello en silencio.

    "¿Qué tal subir ese muro de tierra?" ofreció Bells. "¿El que está al final de cada página?"

    "¿Para qué?" desafió Pavo Real. “¿Para poder llegar a la mitad, ver que no hay nada allí y quedarnos atascados? ¿Sabes lo difícil que es bajar? Podríamos caer y morir. Ni siquiera sabemos hasta dónde llega. ¡Ni siquiera sabemos qué es!"

    Bells evitó su mirada. No puedo pelear más, pensó ella, estoy demasiado cansada.

    Grandioso la salvó. "Creo que es una gran idea, Bells. El muro debe de ser una especie de frontera, y toda frontera termina. Solo que yo no podría escalar con vosotros. Soy demasiado pesado". Se miró las manos.

    La desesperación se instaló en ellos.

    Después de varios minutos de pensar sobre todas las formas posibles de destruir a Tomo Loco sin encontrar nada, Bells de repente bostezó. Oxidado la imitó y luego Pavo Real.

    "Estoy cansado", dijo Grandioso y bostezó tanto que le crujió la mandíbula.

    "Yo también", coincidió Oxidado.

    "Necesitamos dormir", dijo Bells con una firmeza que no invitaba a ninguna objeción. "Todos estamos cansados ​​y hambrientos y, a menos que descansemos, no se nos ocurrirán ideas, ni buenas ni malas, así que sugiero que se os pongáis cómodos".

    No hubo objeciones.

    Pavo Real se extendió a lo largo de la hilera de sillas con un brazo bajo la cabeza y otro encima. Oxidado se acurrucó junto al trono, usando su dosel como una manta. Grandioso se desplomó en un rincón no muy lejos de las puertas, con las piernas y los brazos extendidos, la barbilla apoyada en el pecho.

    Bells se quitó la banda del cabello y la sacudió. "¿Grandioso?" llamó ella en voz baja.

    Él se giró para mirar.

    “Me gusta tu idea de los patos. No sé por qué, pero tengo la sensación de que podría funcionar".

    Su rostro se iluminó. "¿De verdad lo crees?"

    "Sí".

    Bostezaron al mismo tiempo y sonrieron, la tensión del día escapó de ellos. Bells se dirigió hacia la esquina y se acomodó junto a Grandioso, acostada de lado. Su cuerpo irradiaba tanto calor que, aunque había al menos treinta centímetros entre ellos, ella podía sentirlo y, antes de darse cuenta, se quedó dormida.

    Pronto la sala del trono se llenó de respiraciónes constantes.

    Todos se habían olvidado de la gallinita negra, pero ella no se había olvidado de ellos.

Capítulo quince

La Gallina Descubre al Culpable

    Donde hay grandes personajes malos, siempre hay pequeños personajes malos que ayudan a los grandes personajes malos a hacer fechorías. A veces, los propios escritores no saben qué esperar y se asustan tanto por el comportamiento de sus personajes que se esconden hasta que terminan los problemas.

    Fueron precisamente problemas los que surgieron sobre las cabezas de los cuatro mientras dormitaban felizmente. Oxidado roncaba con asombrosa regularidad. Pavo Real yacía inmóvil, con un brazo sobre la cara. Los párpados de Bell se contraían, (ella estaba mirando un sueño). Solo Grandioso no dormía bien. No dejaba de dormitar y despertarse.

    Echo de menos mi cama blanda, pensó. Es muy cómoda. recogió las piernas y empujó accidentalmente a Bells.

    "¿Lo cualo?" dijo ella parpadeando.

    "Perdón", susurró. "No quise despertarte".

    “¿Grandioso? ¿Algo va mal? ”

    Él suspiró. "Nada. Es que no puedo dormir".

    "¿Por qué no?" Ella se sentó derecha, estirándose.

    Él no quería mirarla a los ojos.

    "¿Qué pasa?" insistió ella.

    Él se encogió de hombros.

    "Probablemente sea porque estás incómodo. La única razón por la que yo pude conciliar el sueño fue por ti".

    "¿Por mí?" él parecía perplejo.

    "Eres tan cálido que has calentado el suelo a tu alrededor, así que, gracias por eso". Ella le sonrió.

    "Oh. De nada", dijo él con aprecio, y luego agregó, "al menos sirve de algo un niño gordo".

    Bells aspiró aire. "Por favor, no digas eso".

    "¿Por qué no?" Extendió los brazos con pasión. "Es la verdad. soy gordo. Todo el mundo lo piensa".

    Bells comenzó a objetar.

    "Sí, lo piensas", dijo Grandioso obstinadamente. "No lo niegues. He estado gordo toda mi vida. Mi padre murió por gordo y yo moriré por gordo, así que bien podría acostumbrarme a la idea". Sus brazos colgaron flojos y él hundió los hombros.

    "No eres gordo", dijo Bells con el tono que usaba para contradecir a su madre.

    "Claro que sí", dijo, "¿ves esto?"

    Se inspeccionó el abultado estómago, los puños regordetes, las gruesas pantorrillas y los grandes pies. "Odio mi cuerpo", concluyó. "Ojalá pudiera pararlo de alguna manera, pero no puedo. Cuando me siento mal, tengo que comer un donut, o algo dulce, es lo único que me ayuda a sentirme mejor". Él alzó la vista hacia ella. "Honestamente, ¿no crees que esté gordo? ¿No solo lo dices por decir?"

    Bells respiró hondo. "Estás un poquito por encima de tu peso", dijo con ternura. "Eso no significa que estés gordo gordo, ¿sabes? Hay personas más gordas por ahí. Solo significa que pesas más de lo que debería pesar un chico sano de once años, según algunos estúpidos estándares ideados por algunos estúpidos médicos. Qué sabrán ellos. En mi opinión personal, eso es un camión entero de tonterías. Lo importante es cómo te sientes. Si te sientes sano, entonces estás sano. Y yo no puedo imaginarte de otra manera, me gustas como eres. Eres como un... como un... oso de peluche". De pronto, ella lo abrazó, sorprendiéndose a sí misma.

    La cara ya roja de Grandioso se volvió magenta brillante, y pensó que se derretiría en cualquier momento. "Mi mamá dice que estoy gordo", murmuró en su oído. "Ella dice que si no dejo de comer dulces, moriré como mi papá".

    “Qué cosa más horrible te dijo. ¿Cómo puede ella saberlo?" dijo Bells fervientemente. “Las mamás a veces dicen cosas que lamentan más tarde. Y a veces nos obligan a hacer cosas que creen que son buenas para nosotros en lugar de simplemente dejarnos ser nosotros mismos". Se recogió el pelo en una coleta con manos temblorosas, agarró la banda, luego se la quitó y comenzó de nuevo. "Siempre se engancha", se quejó. "Y no hay espejo".

    "No necesitas espejo, estás genial", dijo Grandioso. "Soy yo el que es feo".

    "Basta", dijo Bells. “¿Quién dice que necesitas estar delgado? Te ves bonito así. Me gustan tus mejillas. Son tan... redondas".

    "¿Lo son?" Grandioso la miró fijamente y, a la parpadeante luz de las velas, notó por primera vez que los ojos de Bells eran del color de los cielos de tormenta justo antes de estallar. Lo cual era, esencialmente, Bells, (en pocas palabras, una amenaza constante en erupción).

    Él se tocó las mejillas. "¿De verdad lo crees?"

    "De verdad lo creo". Ella asintió. "Me dan ganas de agarrarlas y apretujarlas como hace la abuela de Oxidado".

    “Um. Vale..." dijo Grandioso animado. "Puedes si quieres." Cerró los ojos y le ofreció el rostro.

    Bells no esperaba esto. Después de un incómodo momento, ella le tocó rápidamente la mejilla y apartó la mano. La piel de Glorioso ardía como una plancha caliente.

    "Um, ¿Bells?" dijo Grandioso. "Hay algo que quería decirte sobre los badlings. Bueno, quería decírselo a todos. Cuando estaba con el jinete sin cabeza, me dijo que..."

    Alguien tosió.

    Los cuatro comenzaron a darse la vuelta.

    Junto a las puertas había un hombrecillo de unos setenta centímetros de altura. Iba vestido todo de negro. Una gorra de cuña roja estaba en ángulo sobre su cabecita, y él tenía un cuello de camisa blanco almidonado. Tosió de nuevo. Parecía el cloqueo de una gallina. De hecho, parecía una gallina, solo le faltaban las alas.

    Se acercó a Bells con pasos delicados y medidos, se quitó el sombrero e hizo una reverencia. "Negrita, Embajador del Rey a su servicio". Sus movimientos eran refinados y corteses, y su manera de hablar a la antigua, como si perteneciera a una época diferente.

    Le tomó a Bells un par de segundos componerse. "Er... Belladonna Monterey. Encantada de conocerte, Negrita.

    Negrita tomó la punta del dedo índice de Bells y lo besó ligeramente. “Encantado de conoceros, Belladonna. Me congratula que me haya esperado aquí como lo solicité. Por eso, se lo agradezco."

    Bells esperó a que él dijera algo más, pero él solo se quedó mirándola serenamente con sus ojos negros y brillantes como si fuera el turno de Bells de hablar. La pausa se prolongó incómodamente. Finalmente, Negrita alzó la vista hacia Grandioso, solo que pareció que le estaba mirando desde arriba y Grandioso sintió ganas de encogerse.

    Bells se sonrojó. De repente entendió lo que se suponía que debía hacer. "Ah, lo siento, Negrita. Permíteme presentarte a mi amigo. Este es Grandioso".

    Negrita no habló, esperando.

    "Mi verdadero nombre es George Palmeater", ofreció Grandioso tímidamente. "Grandioso es mi apodo. Puedes llamarme uno u otro, no me importa".

    Negrita hizo otra reverencia. "Un placer, Grandioso". Se giró hacia Bells. "¿También puedo llamaros a vos por vuestro apodo?"

    “Por favor, hazlo. Lo prefiero, en realidad ", dijo Bells, y luego preguntó con sospecha, "¿cómo sabes que tengo un apodo?"

    “Todos conocen vuestros nombres, badlings. Todos os envían saludos y os dan la bienvenida".

    "¿Todos?" preguntó Bells, confundida.

    "Todos los badlings en Tomo Loco".

    "¿Quieres decir que todos los badlings que capturó se convirtieron en un personaje?" arriesgó Bells.

    Negrita la miró en silencio. “Veo que has supuesto mucho por tu cuenta. Estoy impresionado. ¿Quizás también has adivinado el título de este cuento?" El hombrecillo ladeó la cabeza.

    Bells sintió que se le ponían rojas las puntas de las orejas. "No, por desgracia no. Nunca he leído algo así. Si lo hice, no quiero recordarlo, porque este cuento parece fascinante".

    Los ojos de Negrita brillaron de placer.

    "¿Estaría bien si... te pregunto cuál es?" Ella habló de una manera reverente que Negrita inculcaba con su pose, confiando en no ofenderlo con su franqueza.

    Para su sorpresa, él respondió. "Estás en la historia llamada La Gallinita Negra, escrita por Antony Pogorelsky".

    “Nunca he oído sobre él”, dijo ella.

    La cara de Negrita se oscureció. "Es una pena".

    Bells miró a Grandioso en busca de ayuda.

    “Um”, comenzó, “tengo una pregunta. ¿Eres un badling o un personaje real? ”

    Negrita se puso rígido. "Humildemente te pido que me concedas tu comprensión del asunto", dijo en un tono de acero.

    "¿Quieres decir que quieres que te diga lo que pienso?" preguntó Grandioso.

    "Mucho".

    “¿Solo sobre ti o sobre otros badling también?”

    "Como prefieras", dijo Negrita secamente.

    "Está bien", coincidió Grandioso, "bueno, la primera parte es fácil. El jinete sin cabeza dijo que todos vosotros sois badlings, cada uno de vosotros. Eso es lo que quería decirte, Bells", respondió él ante la mirada inquisitiva de su amiga.

    "Oh". Asintió ella con la cabeza, no muy segura de lo que decir.

    “Siento haber tardado tanto. Lo intenté un par de veces pero siempre había alguien que me interrumpía. Bueno, él quería reclamarme para que yo lo reemplazara. No sé cómo funciona esta reclamación, pero creo que quería cortarme la cabeza. Lo triste es que es solo un niño pequeño como nosotros. Dice que tiene doce años. Así que supuse que todos los badlings debían ser niños pequeños que no se habían terminado los libros y que luego Tomo Loco recoge para castigarlos. La siguiente parte es un poco más complicada. Creo que Tomo Loco está mintiendo. No creo que vivir a través de las páginas sea el verdadero castigo, creo que el verdadero castigo es que los badlings reemplacen a los personajes y se queden aquí para siempre", contuvo el aliento, asombrado y horrorizado por su idea.

    "Guao", dijo Bells en voz baja. "Eso tiene sentido".

    Grandioso se puso un poco más alto, alentado por su reacción. "Sin embargo, eso no es todo. Hay más. Cuando estaba pensando en eso, pensé, espera, si los badlings reemplazan a los personajes, ¿adónde se van estos? Entonces lo descubrí. Tomo Loco debe de haberlos matado. Vimos sus fantasmas. Ellos viven entre las páginas." Grandioso se limpió el sudor de la cara.

    “La última parte es la peor. En algún momento, cada personaje debe ser reemplazado, pero no dejan de aparecer nuevos badlings, por lo que Tomo Loco debe de haber comenzado a deshacerse de los antiguos. Ellos no querían morir, así que creo que se les ocurrió algo inteligente. Comenzaron a reemplazarse con nuevos badlings antes de que lo hiciera Tomo Loco. De esa forma podrían escapar de la muerte." Miró a Negrita, que parecía temblar ligeramente.

    "Quiero decir, probablemente podrían reemplazarse para siempre, siempre que haya suficientes nuevos badlings. Pero parece que somos los únicos que hemos llegado en los últimos años, así que ahora nos persiguen todos". Se calló.

    Durante un tenso instante, todos le miraron, incluidos Oxidado y Pavo Real, que estaban despiertos y boquiabiertos.

    "Muy astuto de tu parte deducir esto en tan poco tiempo", dijo Negrita suavemente. "Será una lástima perderte".

    "No puedo creerlo, Grandioso", susurró Bells. "¿Cuándo te diste cuenta de todo esto?"

    "Cielo Santo", vino de Pavo Real. "¿Estás seguro de eso?"

    "¿Es eso lo que hará Tomo Loco?" farfulló Oxidado. "¡¿Matarnos?! ¡Ey, amigo pollo, ¿es eso cierto? ”

    Negrita le dirigió la mirada de la muerte. "Mi nombre es Negrita", dijo llanamente. "Y no soy un pollo, soy una gallina y Embajador de nuestro Rey".

    “Lo siento, gallina. Digo, Negrita. Digo..." Oxidado se quedó callado, avergonzado.

    Negrita miró a Bells expectante. Sorprendida por las conclusiones de Grandioso, ella no entendió de inmediato lo que él quería. "Ah", dijo ella sin aliento. "Si, me olvidaba. Negrita, déjame presentarte. Este es Peter Sutton, o Pavo Real." Pavo Real apenas asintió, su cara estaba blanca. "Y este es Russell Jagoda, u Oxidado".

    "Encantado de conocerte!" Oxidado extendió la mano.

    Negrita dio un paso atrás, asustado.

    “¡Perdón! Yo solo quería..."

    Bells lo silenció con una mirada. "Pido disculpas, querido Negrita, si te hemos ofendido".

    Negrita frunció los labios. “No se necesitan disculpas. Me complace estar a vuestro servicio, nuevos badlings". Hizo una reverencia. “Espero que estéis bien descansados, por mucho que me arrepienta de esto, debo enviaros a un viaje de inmediato. Esta página ya no es segura para vosotros".

    "¿Ya no es segura?" repitió Bells.

    "Eso me temo", dijo Negrita con tristeza. “Me gustaría mucho que pudiéramos pasar más tiempo juntos para conocernos. Me hubiera encantado mostraros nuestro zoológico subterráneo..."

    “¿Hay un zoológico?" Los ojos de Oxidado se abrieron al máximo. "¿Puedo verlo?"

    "En otra ocasión, tal vez".

    "¿Qué tipo de animales hay?"

    "Oxidado", siseó Bells.

    Negrita sonrió. "Está perfectamente bien. No todos los días un nuevo badling se interesa por nuestro viejo y mohoso cuento".

    Grandioso se movió incómodo. Podía sentir el resentimiento que acechaba bajo la conducta pulida de Negrita. Debería preguntarle si mi idea era correcta. Él no llegó a decir si lo era o no. "Um", comenzó.

    Negrita le interrumpió. “Tenemos ratas, topos y otros roedores. Vamos a cazar ratas en los túneles subterráneos. Si vosotros", titubeó por un segundo, "volvéis alguna vez, os mostraré nuestro jardín inglés donde los senderos están llenos de diamantes, esmeraldas y rubíes".

    "¿Diamantes de verdad?" respiró Oxidado.

    "Sí, de hecho", dijo Negrita.

    Bells se tocó inconspicuamente los bolsillos.

    "¡Súper! ¿Pero cómo llego ahí? ”

    Negrita parecía haber reflexionado sobre un recuerdo lejano. "Lo único que tienes que hacer es leer este libro".

    "Lo haré. ¡Lo haré seguro! dijo Oxidado apresuradamente.

    "Gracias". Negrita se inclinó. "Me das esperanza".

    "Eres de verdad", susurró Grandioso. "No eres un badling, eres uno de los personajes reales".

    Negrita le dirigió una penosa mirada y echó un vistazo tras él. "Odio poner fin a nuestra conversación, pero no tenemos mucho tiempo. Debemos darnos prisa".

    Un leve ruido de lucha les llegó desde la cámara. Luego algo pesado se estrelló contra las puertas y estas gruñeron bajo su peso. Negrita pegó un brinco. "¡Seguidme!" Se avanzó hacia las sombras tras el trono y tiró de uno de los tapices. Este se desplegló de la pared, plegándose hacia abajo y levantando una nube de polvo. Detrás había una puerta de un metro treinta de altura.

    “¡Negrita, espera!” llamó Bells, pero había desparecido.

    Se apresuraron tras él, apretujándose a través de la abertura y agachándose para no golpearse la cabeza contra el techo. Un estrecho corredor subía en una pendiente pronunciada. No había escalones y hacía mucho frío.

    “¡Más rápido! ¡Más rápido!" exclamó Negrita.

    "¡Ya vamos!" Bells se impulsaba con las manos en las paredes para darse más velocidad. "¿Estáis bien por ahí atrás, chicos?"

    "¡Estamos bien!" respondió Oxidado.

    "Habla por ti mismo", dijo Pavo Real enojado. "No me fío de este tipo. ¿Y si es una trampa?"

    "Tal vez lo sea", jadeó Grandioso, "pero tal vez no. Aunque no creo que regresar sea una buena idea".

    Las puertas de la sala del trono se abrieron de golpe. Hubo un terrible rugido de triunfo, y eso puso fin a las dudas de todos. Entrando en pánico, los cuatro corrieron por el pasillo y, de repente, salieron a la luz, parpadeando.

    Frente a ellos yacía un patio cubierto de nieve, vacío, salvo por un gallinero en mal estado, sus tablas de madera eran negras por la edad. Al otro lado de la nieve pasaban un par de senderos que terminaban en la figura acurrucada de Negrita. Detrás de él se alzaba el omnipresente muro de tierra, y el suelo a sus pies se estaba despegado. Desde el vacío de abajo se arremolinaban lenguas de niebla.

    "¡Rápido!" Les indicó él con la mano.

    Bells dio un paso incierto. “¿Nos estás enviando a otra página? ¿Qué cuento es? ”

    La cara de Negrita se contorsionó de molestia. "¡Tenéis que daros prisa!"

    El viento se levantó, empujando a los cuatro hacia adelante. Se miraron el uno al otro. Hacia el pasadizo en el lado del edificio de donde emergieron ruidos inquietantes. Algo furioso se acercaba. Por acuerdo tácito, cruzaron el patio y se detuvieron en el vacío.

    "¿Adónde nos vas a enviar?" preguntó Bells.

    "A un lugar donde merecéis ir", dijo Negrita sombríamente.

    A través de la grieta en la niebla de abajo vieron un patio de adoquines junto a un antiguo castillo envuelto en una noche completamente oscura.

    "Eso parece espeluznante", concluyó Oxidado.

    "¿Qué quieres decir con merecer?" exigió Pavo Real.

    "Preferiría que entraras por tu propia voluntad", entonó Negrita, "a menos que quieras que te empuje".

    "¿Por qué ibas a hacer eso?" preguntó Pavo Real. "¿Veis? ¡Os dije que era una trampa!"

    Negrita le clavó una mirada penetrante. "¿Cómo? ¿Te atreves a preguntarme por qué?"

    “Deja de mirarme, pollo. ¿Qué tal si soy yo quien te empuja a ti?” Pavo Real pisoteó hacia Negrita, llegando a distancia de un par de pasos.

    Negrita comenzó a temblar. Primero una pluma, luego otra, luego un puñado de ellas brotó de la parte posterior de su traje. "¿Te gustaría que ilustrara a tus amigos lo que ha sucedido entre tú y cierto libro?" cloqueó él.

    Pavo Real palideció. "¿De qué estás hablando?"

    "Estoy hablando de un niño que se enfadó terriblemente por un libro que estaba leyendo hace dos días", dijo Negrita bruscamente, su civilidad había desaparecido. “Este niño cometió un crimen monstruoso. En lugar de terminar el libro y ponerlo de nuevo en el estante, lo arrojó por la ventana. Como eso no le pareció suficiente, salió, lo encontró, lo recogió", Negrita hizo una pausa dramática, "y lo rasgó. Lo rasgó casi por la mitad y lo tiró a la basura".

    Pavo Real se alisó el pelo. "¿Y qué? ¿Qué tiene esto que ver conmigo? ”

    "¿Quién fue, Negrita?" preguntó Bells.

    "¡Adivina!" Negrita comenzó a cambiar rápidamente. Sus brazos se aplanaron hasta convertirse en alas, su abrigo cambió a un brillante plumaje y el gorro de su cabeza se moldeó en una carnosa cresta roja. Donde estaba el embajador hace un momento ahora estaba sentada la gallinita negra.

    “La historia más temida y más popular de todos los tiempos terminó en Tomo Loco como resultado de este crimen”, gritó Negrita. "No solo este badling trajo la desgracia al libro que mutiló tan cruelmente, sino que desató la ira de Tomo Loco sobre todos nosotros, y por eso merece sufrir".

    "¿Pero quién fue?" repitió Bells en voz baja.

    Negrita no dijo nada. Solo miró a Pavo Real con sus nacarados ojos brillantes.

    Pavo Real se quedó muy callado. Miró al embajador y luego a sus amigos uno por uno.

    "¿Es eso cierto?" respiró Bells. "¿De verdad rompiste un libro?"

    Pavo Real sonrió. "¿Que libro? ¿De qué estás hablando? ”

    "Eso es lo que me gustaría saber", dijo Bells con frialdad. "¿Rasgaste un libro, como dice Negrita, o no?"

    Pavo Real abrió y cerró la boca sin emitir un sonido.

    Bells avanzó. "¿Lo hiciste?"

    El viento silbaba furiosamente a su alrededor. El aire, ya frío para los estándares invernales, se congeló, pero ni los jóvenes ni Negrita lo notaron. Esperaron a que Pavo Real dijera algo. Se había vuelto gris y de repente gritó: "No quise hacerlo, ¿de acuerdo? ¡Eso me asustó! ¡Ellas me hablaron! Pensé que había perdido un tornillo y..."

    "¿Qué libro era?" Bells lo interrumpió.

    Pavo Real respiró hondo y gritó: "¡Drácula!"

    El suelo se sacudió y todos se tambalearon.

    "Um, ¿Bells?" llamó Grandioso.

    Ella no lo escuchó. "¿Por qué tuviste que rasgarlo?"

    Pavo Real había pasado de gris a azulado borroso. "Porque me susurraban".

    "¿Quién?"

    "Las hermanas", sus labios temblaron, "las hermanas vampiro".

    "¿Chicos?" dijo Grandioso en alarma.

    Se dieron la vuelta.

    En el otro extremo del patio había una multitud de badlings que se habían reunido en silencio mientras Bells interrogaba a Pavo Real. Eran invitados de la mascarada del Príncipe Próspero, encabezados por el propio príncipe junto a la Reina de las Nieves, con la Muerte Roja detrás de ellos.

    "Ibas a entregárselos a Drácula", dijo la reina mirando a Negrita, "eres un despreciable y lamentable traidor".

    "¡Prepárate a pagar el precio!" El príncipe sacó su daga. Pero si quería apuñalar a Negrita o solo asustarlo, ninguno de ellos lo sabía.

    Una voz familiar carraspeó sobre sus cabezas.

    "Ejem", dijo Tomo Loco. "¿Qué está pasando aquí?"

    La compañía entera levantó la vista. Sobre ellos, en el cielo cargado de nubes, se solidificó una cara horrible, luego un cuello, luego un par de garras torcidas que se cerraban y chasqueaban como pinzas.

    "Menuda gran reunión la que tenéis aquí", dijo Tomo loco, asombrado. “¿Cómo lograste escapar de mi vista? Inteligente, inteligente." Entornó los ojos a la gallinita. “Negrita, traicionero bufón. Por qué, de entre todos vosotros, tontos y mentirosos, fuiste quien tuvo que engañarme. Debí haberme deshecho de ti hace mucho tiempo. Bueno, no sirve de nada hablar de eso, ¿verdad?" Sus ojos giraron, desafiando a cualquiera a contradecirlo. Levantó las garras y las hizo bajar, chasqueándolas sobre sus cabezas.

    Un colectivo ahhh de horror surgió de la multitud. Ninguno de ellos se movió, atrapado por la mirada de Tomo Loco.

    "¿Debo hacerlo ahora?" preguntó.

    Nadie respondió.

    "¡Contéstame!"

    El silencio fue absoluto. Alguien se movió y el crujido de la nieve sonó como un choque de icebergs.

    "Sois un montón de mastuerzos sin lomo, eso es lo que sois. ¿No puedo decidir vuestro propio destino de lo patético que es? ¿Qué haríais sin mí? Estaríais perdidos. ¡Perdidos!" De repente bostezó. “¿Veis lo que me hacéis? Me estáis cansando. Os castigaré ahora, a todos, por si me olvido después de la siesta." Y como si fuera tan casual como arrugar una servilleta, Tomo Loco recogió unos cuantos badlings y los aplastó. Se filtraron a través de sus garras como fantasmas y se alejaron flotando.

    Esto fue seguido por un segundo de perplejo silencio, luego estalló el pandemonio. Los badlings gritaron, corriendo aterrorizados. El Príncipe Próspero dejó caer su daga y cayó de rodillas. La Reina de las Nieves se abrió paso hasta el gallinero. Solo la Muerte Roja permaneció inmóvil, de pie en medio del caos como un pilar rojo, como corresponde comportarse ante una muerte adecuada.

    En medio de esta confusión, Negrita se infló hasta diez veces su tamaño y se estrelló contra Pavo Real con un chillido frenético. Pavo Real se tambaleó sobre el vacío y cayó. Negrita luego recogió al resto de los jóvenes uno por uno y los arrojó detrás de Pavo Real como si fueran insípidas semillas. Hecho esto, se dio la vuelta para enfrentar su defunción.

    Con una carcajada demente, Tomo Loco lo agarró y lo estrujó. De inmediato el color se desvaneció de Negrita, y él implosionó. En su lugar apareció el fantasma de un hombrecillo con un sombrero en cuña posado alegremente sobre su cabeza. Miró tristemente a la Reina de las Nieves, quién se abalanzó sobre su trineo y agarró al Príncipe Próspero por el brazo, tirando de él.

    "¡Obtuviste lo que merecías, soplón!" dijo furioso Tomo Loco. “Vuestro turno, badlings... ¿adónde habéis ido? ¿Dónde están mis nuevos badlings? ¡Drácula, bestia sedienta de sangre! ¡Renuncia a mi botín de inmediato!" Llevó una garra hacia el hueco y gritó.

    Un crujiente disparo por el patio trasero.

    Tomo Loco se retorció en agonía. "¡Ahhh! ¡Bribones! ¡Me habéis hecho rasgar mi propia página!"

    Pero los jóvenes no escuchaban sus lamentaciones. Terminaron su descenso golpeando el suelo y rodando hasta detenerse. La tierra debajo de ellos se sacudió. El aire frío y rancio se condensó y los envolvió, convirtiéndose en fantasmas. Las tenues voces murmuraron en un coro: “¡Corred, badlings! ¡Corred! ”

    Lucharon por levantarse y salieron disparados, medio conscientes por el miedo. Frente a ellos se alzaba un castillo tan alto como una montaña y tan frío como un congelador mortuorio. Sus formidables paredes estaban marcadas con estrechas ventanas de color negro azabache a la luz de la luna.

    Pasaron bajo una serie de elaborados arcos, llegaron al patio y se desplomaron sobre los escalones junto a una vieja puerta masiva. Una manada de lobos aullaba cerca, y el sonido de su hambre se acercaba rápidamente.

Capítulo dieciséis

La Hospitalidad del Vampiro

    Nunca dañes un libro de ninguna manera. De hecho, nunca abras un libro que no intentes leer de principio a fin. ¿Quién sabe lo que te espera si decides perderlo a favor de hacer otra cosa como andar en bicicleta o perseguir patos? No lo hagas. Puedes lamentar amargamente tu despreocupación más tarde.

    Eso es precisamente lo que hizo Pavo Real: lamentaba amargamente haber maltratado Drácula. Sus ojos estaban pegados a la inviolable puerta que no auguraba nada bueno. Luchó por ponerse de pie y se tambaleó.

    Grandioso lo agarró. "¿Estás bien?"

    Pavo Real murmuró una sarta de palabras.

    "¿Qué?"

    "Yo no..." salió de la boca de Pavo Real. "Yo no quiero..."

    "¿No quieres qué?" preguntó Bells abrazándose a sí misma. Ella miraba las ventanas con recelo. Alguien los estaba observando, estaba segura de eso, los ojos de alguien brillaron tenuemente y se retiraron tan pronto como encontraron la mirada curiosa de Bells.

    "Si hay alguien ahí dentro, espero que ese alguien abra la puerta antes de que los lobos nos coman", dijo ella y llamó a la puerta. "¿Hola? ¿Hay alguien?"

    Sin respuesta, solo un eco amortiguado y otra salva de aullidos, mucho más cerca esta vez.

    Pavo Real de repente irrumpió en una jerigonza histérica. "¡No quiero morir, quiero vivir! ¡Soy solo un niño! No hice nada malo. ¿Desde cuándo es un delito rasgar un libro? ¿Por qué tengo que pagar por esto con mi vida? Eso es un poco duro, ¿no te parece? ¿Qué es este Tomo Loco de todos modos? ¿Qué derecho tiene para hacerme esto? Drácula es solo un libro, es simplemente un estúpido libro. ¡Odio este lugar! ¡Quiero salir de aquí!" Empujó a Grandioso a un lado y se alejó.

    "Ninguno de nosotros quiere morir", dijo Grandioso distraídamente viendo a Pavo Real tropezar con una roca y caerse estrepitosamente.

    "¿Qué pasa, hombre?" preguntó Oxidado.

    "Nos estás asustando, Pavo Real", dijo Bells. "Ya estamos asustados y nos estás asustando aún más".

    "No me importa". Pavo Real la fulminó con la mirada, con lágrimas en los ojos.

    "Sí, sí te importa", respondió Bells.

    "¡No, no me importa!"

    “Entonces, ¿qué es lo que te importa?”

    “¡Vete! Déjame solo... déjame en paz...” Él escondió el rostro.

    Grandioso y Oxidado miraron a Bells.

    Ella respiró hondo. “Qué ganas tengo de estrangularte ahora mismo. Me repugnas. ¿Eres tú la causa de que estemos aquí y ahora nos estás abandonando? Gracias por ser un gran amigo". Miró hacia arriba, una sensación de hormigueo le decía que alguien no solo los estaba observando sino que también les escuchaba a escondidas.

    "Hombre, nunca me había esperado esto de ti", dijo Oxidado y negó con la cabeza.

    "Cállate", murmuró Pavo Real.

    Oxidado se tambaleó como si hubiese sido abofeteado. “Deja de decirme que me calle. ¿Por qué siempre me dices que me calle? Tú eres el que tiene que callarse. ¡Culpaste a Bells cuando era culpa tuya desde el principio!”

    Pavo Real se cubrió las orejas. "¡Deja de hablarme! ¡No quiero escucharlo!"

    Bells temblaba ante la urgencia de darle un puñetazo.

    "Está bien, Pavo Real", dijo Grandioso con cansancio. "Creo que puedes disculparte con Drácula por dañar su libro y tal vez no nos muerda el cuello y nos drene la sangre y..."

    Pesados pasos se acercaron a la puerta.

    Los cuatro se giraron para encararla.

    Oxidado empujó ligeramente a Bells. “Ey, vamos a ver un vampiro, un vampiro real. Eso es algo positivo, ¿verdad?"

    Ella no pudo evitar sonreír. "Sí, supongo que podría serlo. No lo había pensado de esta manera. Gracias por ser tan alegre".

    “No hay problema. Para eso me tienes". Oxidado sacó pecho y miró a Pavo Real para ver qué efecto había producido este intercambio. Lamentablemente, Pavo Real se lo había perdido. Estaba mirando algo debajo del arco, con la boca abierta de horror.

    "Entonces vale". Bells escrutó a los muchachos. "¿Listos?"

    "Um". Grandioso señaló lo que Pavo Real estaba mirando, una docena de puntos rojos colgando en el aire y avanzando lentamente desde la oscuridad. "No creo que haya estado más preparado en mi vida".

    Con un gemido agonizante, Pavo Real se abalanzó sobre sus amigos. Los lobos gemían hambrientos y se acercaban.

    "¡Lobos!" dijo Oxidado "¿Puedo...? no importa" Dejó caer su brazo bajo la mirada sin parpadear de la bestia más cercana. "Veo que no quieres que te acaricien. Lo capto, hombre, lo capto".

    Bells buscaba frenéticamente un llamador o un pomo o un mango de algún tipo. La puerta no tenía ninguno. Era plana, tachonada de clavos de hierro. Desesperada, levantó la pierna y le dio una patada. Hubo un ruido de cadenas y el paso de un pesado cerrojo. Reverberaciones amortiguadas surcaron las profundidades del castillo y murieron.

    Con el corazón latiendo como martillos, los cuatro escucharon atentamente. Ningún sonido los alcanzó, excepto las garras que raspaban las piedras y las mandíbulas que se cerraban de impaciencia por una buena cena.

    "¡Déjanos entrar, por favor!" Bells aporreó la puerta con ambas manos hasta, que de repente, la puerta se abrió hacia dentro. Cayeron al interior y la puerta se cerró detrás de ellos. Los lobos se estrellaron contra la madera entre aullidos de consternación.

    "Ha estado cerca", susurró Bells. "¿Quién ha abierto la puerta?"

    No había nadie a la vista. El vestíbulo de entrada se extendía oscuro y vacío. Formas vagas de estatuas bordeaban una escalera que conducía a las tinieblas de los pisos superiores.

    "Ni idea", dijo Oxidado. "¿El mayordomo de Drácula?"

    "No tiene mayordomo", dijo Pavo Real. "Son son solo él y las hermanas".

    “Y los lobos”, agregó Grandioso lanzándole a Pavo Real una mirada de reproche. "Estoy seguro de que están tristes porque ahora no tienen nada que comer".

    Pavo Real resopló.

    "¿Te sientes mejor, entonces?" preguntó Bells con acidez.

    Él evitó sus ojos. "El mejor momento de mi vida".

    “¿Que puedes contarnos sobre las hermanas vampiro? ¿Viven aquí?”

    "¿Podemos no hablar de esto ahora?"

    “¿De qué te gustaría hablar? No tenías que romper este libro, ¿sabes?", dijo ella con enojo.

    "Y tú no tenías que tirar el Tomo Loco", se burló Pavo Real.

    Bells lo miró boquiabierta por la sorpresa. "Pensé que te estabas desmayando por el susto".

    "Lo estoy. Me das tanto miedo que me hice pis en los pantalones", dijo Pavo Real sarcásticamente.

    Bells sonrió. "Ya te sientes mejor".

    "Di que lo sientes", dijo Oxidado.

    "¡No me digas lo que decir!" El grito de Pavo Real rebotó en las paredes.

    Sorprendidos, los cuatro se quedaron callados, esperando que murieran los ecos. En el silencio que siguió, unos pasos cobraron vida como guiándoles a continuar.

    "¿Es ese Drácula, creéis vosotros?" preguntó Bells.

    "Eso creo", respondió Grandioso.

    “Muy bien. Supongo que no tenemos más remedio que seguirlo".

    Subieron la escalera y caminaron por un pasillo bordeado de puertas y retratos polvorientos.

    "Me pregunto cuántos años tendrá este libro", susurró Bells. El ambiente no invitaba a hablar en voz alta.

    "¿Cien años?" ofreció Oxidado.

    "Pavo Real, ¿lo sabes?" ella se giró para mirar.

    Él se encogió de hombros sin levantar los ojos.

    "Bueno, ¿Pavo Real es el único que lo ha leído?" continuó Bells. “Quiero decir, una parte. Porque yo no".

    "Nop", dijo Oxidado. "No lo he leído".

    Grandioso estaba a punto de responder cuando su estómago retumbó. Lanzó ambas manos sobre él, avergonzado por el ruido. “Leí otros libros sobre vampiros pero no este. Lástima que los vampiros no coman comida humana", concluyó miserablemente.

    Los pasos disminuyeron como si esperaran que ellos le alcanzaran.

    Los cuatro llegaron al final del pasillo y se entraron girando en un gran salón. Este terminaba en un arco flanqueado por gárgolas de piedra. Sus feos rostros hacían una mueca de silencioso desprecio. Una de ellos le guiñó un ojo a Pavo Real, y él se detuvo en seco, con los pelos de la nuca de punta.

    "Vamos, Pavo Real", dijo Bells, "tenemos que continuar".

    Como él no se movió, ella marchó hacia él y lo tomó del brazo.

    "Me pregunto", dijo ella, tirando de él con ella, "cómo Tomo Loco terminó junto al estanque de los patos, ¿sabes? ¿Cómo llegó allí? ¿Quién lo puso allí? ¿Simplemente... apareció? ¿Y por que nosotros? Estoy segura de que hay muchos otros niños que no terminan de leer los libros o los rasgan, entonces, ¿por qué somos nosotros diferentes?"

    Pavo Real respiró entrecortado. "¿Por qué me preguntas a mí?"

    "No lo sé, solo pregunto. Algo no va bien. ¿Qué te dijeron las hermanas vampiro?”

    "No quiero hablar de eso", dijo él obstinadamente.

    "¿Quizá Drácula le pidió a Tomo Loco que castigara a Pavo Real?" dijo Oxidado.

    "Pero ¿por qué Tomo Loco iba a hacer caso a Drácula si es él un badling?" Teorizó Bells. "¿Cómo elige nuevos badlings? Eso es lo que me gustaría saber".

    "Um", dijo Grandioso.

    Todos lo miraron expectantes.

    "Um", repitió con la cara roja . "Creo que... si todos los personajes aquí son badlings, entonces están juntos en eso. Probablemente estaban buscando una forma de escapar desde hace mucho tiempo".

    Bells juntó las cejas. "Entonces lo hicieron ellos, ¿es eso lo que estás diciendo? ¿Lo hicieron buscar nuevos badlings? Barba Azul dijo que nos llevaban esperando durante años, y dijo que por fin había funcionado. ¿Eso significa que Tomo Loco dejó de buscar durante algún tiempo?”

    Oxidado se rascó la cabeza. "Lo llaman Tomo loco porque se ha vuelto loco, ¿verdad?"

    "Tal vez lo planearon", continuó Grandioso, "tal vez hicieron que algún niño no terminara de leer un libro a propósito".

    Bells de repente se detuvo. “Las hermanas vampiro. ¿Y si planearon asustar a Pavo Real para que él no terminara de leer Drácula?"

    Esta idea les hizo estudiar a su amigo con una nueva comprensión. Pavo Real se rascó nerviosamente el pelo.

    "¿Qué te dijeron?" presionó Bells.

    Los pasos se detuviero y hubo un chirrido de bisagras.

    Los cuatro doblaron la esquina para investigar.

    La sala terminaba abruptamente con dos puertas adornadas que se abrieron de golpe en mudo saludo. Más allá de ellas yacía una habitación ricamente decorada e iluminada por un fuego que rugía en una chimenea. Las ventanas estaban cerradas y, en la penumbra, era posible distinguir una mesa con platos: una cesta de pan, un par de ruedas de queso, un cuenco de estofado, una jarra con agua y una fuente cubierta con una tapa en domo plateada.

    "Comida", dijo Grandioso con una voz que no era del todo la suya.

    Eso actuó como una señal.

    Los cuatro irrumpieron en la sala y comenzaron a llenar los platos, agarrando trozos de todo y embutiéndoselo en la boca.

    "No hay donuts", dijo Grandioso mordiendo un bollo.

    Oxidado levantó la tapa del domo. "¡Pollo!" Arrancó un muslo y hundió los dientes en él, masticando tan rápido que casi se ahoga.

    Pavo Real se sentó en silencio sin tocar nada. "Viene a por nosotros".

    "Escucha, tienes que comer algo", le dijo Bells entre cucharadas de estofado.

    "Tiene razón. Tienes que comer", dijo Grandioso.

    "Si quiere morir de hambre, que se muera de hambre". Oxidado arrancó otro muslo de pollo. "Es elección suya, ¿no?"

    No hubo objeciones a eso. Sonidos de masticar y deglutir llenaron la habitación. Las manos se disparaban hacia la comida. Tenedores rozaban platos. Vasos se llenaban y se vaciaban. Al final todo lo comestible quedó consumido.

    Grandioso se recostó en la silla y eructó.

    Oxidado eructó más alto.

    Procedieron a eructar por turnos.

    "Parad, muchachos", dijo Bells, pero su tono carecía de convicción. Su rostro estaba calentito, su estómago lleno y sus pensamientos perezosos.

    Pavo Real parecía un poco mejor. Estaba mordisqueando un trozo de queso, oliéndolo ocasionalmente.

    "Deberías haber comido más que un pedazo de queso, Pavo Real", dijo Bells. “Ese estofado estaba muy bueno. Estoy llenísima ahora".

    Él no respondió.

    "Sabes, para ser honesta, no quiero especular ni analizar más ni nada de eso", suspiró ella. “Me pregunto cómo hacen esto las científicas todos los días. Me duele la cabeza. Solo quiero irme a casa".

    Pavo Real la miró con curiosidad.

    “Sí, quién lo iba a imaginar. Quiero ver a mi ridícula madre con sus ridículas exigencias. Y echo de menos a Sofía. ¿Puedes creerlo? Pensé que quería quedarme aquí, pero ya no." Ella se acercó a él. "¿Echas de menos tu casa?"

    "Quizá", dijo Pavo Real al queso. "¿Por qué debería? Ellos no me echan de menos a mí".

    "Estoy segura de que sí", dijo Bells pasionalmente.

    Pavo Real entornó los ojos. “¿Por qué me estás hablando de repente? ¿Ya no estás enfadada conmigo?"

    Bells alzó las cejas. "¿Es eso lo que te preocupa? ¿Si estoy enfadada contigo? Pensé que no te importaba".

    "Yo estaba molesto", dijo Pavo Real en voz baja. "Sí me importa".

    "Bueno, eso es un alivio de escuchar", se burló Bells.

    "Puedes ser bastante aterradora, ¿lo sabes?"

    "¿Quién, yo?" ella quedó boquiabierta. "Estás de broma".

    "No, no lo estoy", protestó Pavo Real. "Estoy hablando en serio total".

    "Pues no tengas miedo de , ten miedo de Drácula. ¿Supongo que planeas disculparte con él?”

    "¿Cómo puedo disculparme con él si él no está aquí?"

    Una silla cayó con estrépito y los sobresaltó.

    Oxidado estaba persiguiendo a Grandioso por la mesa. Grandioso había tropezado. Oxidado había tropezado con él y caído sobre su estómago, ambos se reían.

    "Parad, vosotros dos", ordenó Bells.

    Grandioso se levantó, radiante, con el rostro rosado y brillante como si hubiera pasado la última hora en un baño caliente. Oxidado colgaba de su hombro, sonriendo como un loco. Juntos exudaban tanta felicidad descuidada que Bells sintió que sus labios se doblaban en una sonrisa a pesar del esfuerzo por mantenerse firmes. Produjo un suspiro dramático, puso los ojos en blanco y vertió su desaprobación en una palabra, "Chicos".

    "Vamos, Bells", dijo Oxidado. "¡Aligera! Diviértete un poco".

    "¿Diversión?" ella repitió. "Estamos en el castillo de un vampiro, membrillos. ¿Lo habéis olvidado?" Pero el alegre chisporroteo del fuego y los rostros relajados de sus amigas hacían difícil creer que eso fuese verdad.

    "Yo no veo ningún vampiro", dijo Oxidado. "¿Y tú?"

    "Nop", dijo Grandioso.

    "Vosotros dos sois imposibles", anunció Bells. "Hace demasiado calor aquí, por cierto. Quiero un poco de aire fresco. Se levantó de la mesa y caminó pisoteando hacia la ventana, retirando las cortinas. La vista la detuvo. "Guau. ¿Cómo hemos llegado tan alto?”

    "¿Puedo ver?" gritó Oxidado. “Hombre, esto es de locos. ¡Chicos, mirad!”

    La vista era espectacular y aterradora. Estaban al menos a treinta metros del suelo, si no más. Debajo de un alfombrado de árboles que se extendía hasta las montañas distantes. Líneas de ríos brillaban a la luz de la luna. Raras estrellas moteaban el cielo, y la luna contemplaba este esplendor solemne como una cara blanca sin rasgos.

    Un escalofrío repentino cubrió la habitación. Los lobos aullaron y pasos urgentes les respondieron.

    Los cuatro se dieron la vuelta.

    Un hombre alto apareció en la puerta. Iba vestido de negro, con la impecabilidad y estilo de alguien excesivamente rico. Su rostro no tenía arrugas, pero parecía viejo. Sus ojos brillaban en rojo y él sonrió revelando dientes afilados y blancos.

    "Buenas tardes, mis amigos". Su voz era suave y encantadora, con un toque de indiferencia cortés. “Os doy la bienvenida a mi castillo. Vinisteis aquí libremente y seguiréis siendo mis invitados todo el tiempo que queráis. ¿Supongo que la cena ha sido de vuestro agrado?”

    Sus palabras los tranquilizaron.

    "¿Conde Drácula?" preguntó Bells.

    "Sí, soy Drácula. Y tú, encantadora señorita, ¿eres?”

    "Belladonna Monterey", se oyó decir Bells, aunque no estaba muy segura de cómo. "Es muy agradable conocerle." Ella hizo una reverencia.

    "¿Ah sí?" Los labios de Drácula se curvaron. "Bueno, estoy deleitado de que pienses eso".

    Pavo Real buscó la cortina y se escondió detrás de ella.

    "No hay necesidad de tener miedo", dijo Drácula. "Peter Sutton, ¿estoy en lo cierto?"

    "Sí", gruñó Pavo Real, saliendo.

    El aullido de los lobos estalló en un coro agudo. Drácula sonrió más ampliamente. "Ah, la música de la noche". Desvió su mirada hacia los jóvenes. “Debéis de estar cansados de vuestro viaje. Necesitáis descansar. Dejad que os muestre vuestras habitaciones".

    Los cuatro asintieron, hechizados.

    Bells se pellizcó para mantenerse alerta. "Gracias por la oferta, conde Drácula", dijo en tono estridente, "pero no necesitamos descansar, hemos dormido bastante bien en la página de su amigo".

    La cara de Drácula era una máscara ilegible.

    "Tu amigo Negrita", aclaró ella. “Nos envió aquí. Me gustaría saber por qué".

    El conde simplemente la miró, frío como una piedra.

    Bells se movió en el sitio, incómoda.

    "Me gusta tu espíritu, Belladonna", dijo Drácula caminando junto a las sillas, acariciándolas ligeramente con los dedos. "¿No me tienes miedo?"

    Bells tragó saliva. Grandioso y Oxidado la flanqueaban.

    Pavo Real se tambaleó hacia la mesa, agarró dos cuchillos, los cruzó y los llevó hacia el vampiro. "Lamento haberte arrancado el libro, ¿de acuerdo? ¡Es por tus hermanas! Dijeron que me encontrarían y me besarían hasta la muerte si no lo hacía. Ya está, me he disculpado, ¿podemos irnos ya?”

    El conde lo miró con calma.

    Pavo Real comenzó a temblar. "No lo hice a propósito, ¿vale? ¿Qué más quieres que te diga?”

    "Deja eso, amigo", dijo Drácula. "No tengo intención de hacerte daño. Eres mi invitado. Has entrado por tu propia voluntad y, como dije antes, te quedarás aquí todo el tiempo que quieras".

    Un grito estrangulado escapó de Pavo Real. Soltó los cuchillos y corrió hacia la puerta. Drácula lo atrapó como si fuera un cachorrillo. "Insisto en que te quedes", dijo.

    “Por favor, Conde Drácula”, dijo Bells, “por favor, suéltelo. No quiso rasgar su libro. Ya ha oído lo que ha dicho, fueron sus hermanas quienes lo obligaron a hacerlo. Estaba asustado, eso es todo".

    "¿Siempre hablas en nombre de tus amigos, Belladonna?" preguntó Drácula con interés, ignorando a Pavo Real suplicando y debatiéndose.

    "Yo... yo..." Bells titubeó.

    "¿Crees que eres más inteligente que ellos?" continuó Drácula.

    "No, yo... es que me gusta analizar cosas".

    "¿Tú? Qué rasgo peculiar para una chica. Por favor, analízame. Me encantaría escuchar tu evaluación". Su petición era imposible de no obedecer.

    "Bueno, científicamente hablando, no existes", comenzó Bells, doblando los dedos. "Número uno, Drácula es solo un libro y tú simplemente lo estás representando. Número dos, no eres un verdadero personaje de Drácula. Eres un badling como nosotros. Y eso significa que, número tres, ni siquiera eres un verdadero vampiro, así que no hay nada que puedas hacernos. Estás faroleando". Ella se calló, su corazón latía con fuerza.

    "¿Quieres ponerme a prueba, Belladonna Monterey?" preguntó Drácula con dureza.

    "No", pió Bells.

    "Debo decir que eres la badling más terca que he conocido en el último siglo". Sus ojos brillaron. "Ven, déjame mostrarte tus habitaciones". Sin soltar a Pavo Real, Drácula agarró a Bells por la muñeca. Ella se estremeció pero no se atrevió a objetar, aterrorizada por su fuerza. "Sígueme", se echó al hombro a Grandioso y a Oxidado.

    Caminaron hasta el final del pasillo, bajaron varios tramos de escaleras, luego atravesaron otro pasillo y bajaron las escaleras nuevamente hasta que perdieron la cuenta de los pisos. Finalmente llegaron a otro gran salón lleno de aire helado. Hacía tanto frío aquí que Bells podía ver su aliento en penachos.

    Al final del pasillo, Drácula se detuvo y abrió una puerta a una espaciosa habitación de invitados.

    "Antes de continuar, debo hacer una pregunta importante", miró a los cuatro y se detuvo en Pavo Real. "¿Es Belladonna tu amiga?"

    "Sí". Pavo Real se encogió bajo su mirada.

    "Y harías cualquier cosa para salvar a tu amiga, ¿verdad?"

    "Sí". Pavo Real se encogió aún más.

    "Peter Sutton", anunció Drácula grandiosamente. "Declaro el precio por tu asalto a mi libro..." Él curvó sus labios. "El precio es la vida de Belladonna".

    Bells emitió un grito mortificado.

    Los niños se quedaron mirando a Drácula, sin palabras.

    "¿Por qué te sorprende?" preguntó el conde. "La perspectiva de la muerte es la mejor motivación para los badlings perezosos como vosotros". Emitió un suspiro triste. “Debo confesar que me he aburrido bastante en mis años aquí. Es justo intercambiar un favor por un favor. Si me diviertes y encuentras una manera de salvar a tu amiga", asintió con la cabeza hacia Bells, "la dejaré marchar. Si no, haré que te quedes tú en mi lugar". Se inclinó hacia ellos, con un hedor putrefacto en el aliento. "Cuatro nuevos badlings, el número perfecto para mí y mis tres encantadoras hermanas, ¿no estáis de acuerdo?"

    En un movimiento rápido empujó a los chicos dentro de la habitación.

    La puerta se cerró, los cerrojos se deslizaron en su lugar y todo quedó en silencio.

    Estaban atrapados.

Capítulo diecisiete

La Saludable Pelea de Chicos

    Un libro con buen ritmo es como una bomba de tiempo. Tiene un reloj. Si no lo vigilas, podría estallarte en las manos. O podría hacer que tu corazón estallara por los latidos. Como mínimo hará que te muerdas las uñas y desees que los minutos no pasen tan rápido.

    Los muchachos miraban fijamente la puerta, sus corazones (lo has adivinado) latían con fuerza. Victoriosa y bastante grosera, la puerta les devolvía la mirada. Ella no tenía nada con qué mirar y, sin embargo, parecía desafiarlos a abrirla.

    "¡Se ha llevado a Bells!" gritó Oxidado zarandeando el pomo de la puerta, que no se movía. Se dio la vuelta y soltó la frase que había estado incubando desde que Negrita les había hablado sobre la desgracia de Drácula: "Gracias a ti, idiota". Con los ojos fijos en Pavo Real, con los puños cerrados, echó el brazo hacia atrás y, con el placer de haber esperado esta oportunidad desde el principio de los tiempos, le dio un puñetazo de lleno en la nariz.

    Pavo Real se tambaleó hacia atrás. "¡Me has pegado!"

    "¡Y te pegaré de nuevo!" gritó Oxidado avanzando. A pesar de su altura y constitución nudosa, se alzó sobre su desgarbado amigo, que parecía haberse encogido instantáneamente.

    Pavo Real se peinó la cresta en un esfuerzo por parecer despreocupado. "Quieres pelear, ¿es eso lo que quieres, mono?"

    Oxidado abrió la boca, buscando una palabra para replicar. Como no se le ocurrió ninguna, se encorvó, juntó los hombros y cargó, golpeando de cabeza directamente el estómago de Pavo Real.

    Los ojos de Pavo Real se abrieron por la sorpresa. Trastabilló y se dobló, jadeando.

    Eufórico por esta inesperada ventaja, Oxidado lo cubrió de golpes a diestro y siniestro.

    Grandioso observó este espectáculo con sentimientos encontrados. Por un lado, el instinto le decía que los agarrara del pelo y los separara, como hacía con sus hermanos pequeños. Por otro lado, quería gritarle ánimos y direcciones a Oxidado para un mejor apunte, enganche o patada.

    Decidió darles otro minuto.

    Oxidado golpeó la espalda de Pavo Real hasta que sus brazos temblaron. "Hombre", jadeó, "esto es... duro. Me está... cansando".

    Pavo Real se asomó alzando la cabeza. "¿Has terminado?"

    "Yo... creo que sí", jadeó Oxidado y le dio un otro coscorrón en la cabeza para concluir.

    Cuando no llegaron más golpes, Pavo Real dijo: “Buen trabajo, Oxidado. ¿Estás orgulloso de ti mismo? ”

    "¡No me hables como si nada hubiera pasado!" estalló Oxidado. "¡Mentiroso!" Y le golpeó en la cara, lo que finalmente rompió los grilletes de la cobardía de Pavo Real. Este se levantó y empujó a Oxidado. "Apártate de mí, gibón".

    Grandioso concluyó que había satisfecho su anhelo de justicia y se interpuso entre ellos. "Chicos, creo que es suficiente".

    "Pero, Grandioso", declaró Oxidado, "¡Nos mintió! ¡Mintió y ha metido a Bells en problemas! ”

    "Um". Grandioso se frotó la nariz. "Él estaba asustado".

    "¡Eso no es excusa!"

    "¿Como si tú nunca hubieras mentido antes?" gruñó Pavo Real.

    Grandioso suspiró. Era hora de emplear la maniobra que nunca le había fallado. Agarró a Pavo Real y a Oxidado por el pelo y extendió los brazos, lo que, considerando la intimidante circunferencia de Grandioso, era difícil de ignorar y terriblemente impracticable de atacar.

    Les tomó otro minuto de echar humo.

    "Vale", dijo Grandioso pacientemente, mirándolos a ambos. "Voy a soltaros, pero si comenzáis a pelear de nuevo, no me quedaré a mirar". Esperó a que sus palabras calaran. “Y, ¿Pavo Real?, creo que Oxidado tiene razón. Creo que deberías disculparte." Liberó su agarre.

    Oxidado respiró hondo, frunciendo el ceño.

    Pavo Real se quitó el pelo de la cara. "Lo siento, ¿de acuerdo? Ya dije que lo siento, ¿no?"

    "Se lo dijiste a Drácula, pero no a nosotros", dijo un Oxidado enfurecido.

    Pavo Real levantó ambos brazos en señal de paz. "Mira, lo siento. De verdad. Lo siento, fui un imbécil." Y luego agregó en voz baja: "Lo digo en serio".

    "Ahora ya no sirve", se quejó Oxidado.

    Pavo Real parpadeó. "¿Quieres que lo vuelva a decir?"

    “¿Para qué? Decir lo siento, no va a rescatar a Bells, ¿verdad? Qué cosa más estúpida hiciste, rasgar un libro. ¿No tienes cerebro? Y me llamas a mímono?.

    Pavo Real apretó los dientes pero no dijo nada.

    Se quedaron en silencio, contemplando.

    "Estamos aviados", dijo Grandioso abatido. “Drácula morderá a Bells y se beberá su sangre, y para cuando descubramos cómo salvarla, ella se habrá convertido en un vampiro y nos morderá uno por uno, y también nosotros nos convertiremos en vampiros y nos quedaremos en esta página y dormiremos por el día y por la noche saldremos a cazar… ” Sintió la mano de Oxidado en el hombro. "Perdón".

    "No, está genial, hombre", dijo Oxidado. "Pero ahora no". Él le mostró una sonrisa tranquilizadora. "Además, si Drácula es un badling como nosotros, ¿quién dice que su mordisco va a funcionar? Tal vez no lo haga. Tal vez está faroleando, como dijo Bells".

    "Tal vez", coincidió Grandioso. "Entonces, ¿qué crees tú que deberíamos hacer?"

    "Tengo la idea perfecta", dijo Oxidado evaluando a Pavo Real. "Es culpa suya que estemos aquí, así que nos sacas de aquí".

    "¿Y cómo propones que haga eso?" se enervó Pavo Real.

    "¡No lo sé! Averígualo tú. ¿Qué eres, tonto?"

    La palabra golpeó a Pavo Real como una bofetada. Se encogió.

    "Venga, Oxidado", dijo Grandioso.

    "¿Qué?" Oxidado apretó las manos. "¿Entonces él puede enojarse conmigo y llamarme mono y yo no puedo? No es justo. ¡Él lo hizo, qué él lo resuelva!"

    Grandioso se frotó la nariz. "Bueno, podríamos pedirle ayuda a alguien".

    "No hay nadie a quien pedir ayuda", dijo Pavo Real sombríamente.

    "¡Podríamos matarlo!" exclamó Oxidado. “Podríamos matar a Drácula. Solo necesitamos atravesarle el corazón con una estaca o dispararle con una bala de plata".

    "¿Y si es un niño como nosotros?" preguntó Grandioso. "No sabemos si es el verdadero Drácula o no".

    "Cierto", Oxidado se desinfló.

    “Aunque fuese real, ¿cómo lo haríamos? Estamos encerrados y no veo estacas ni pistolas con balas de plata".

    "Tenemos que esperar", murmuró Pavo Real.

    Los muchachos lo miraron.

    "Es como ha dicho Grandioso", explicó. "Si permanece en la misma página el tiempo suficiente, se repetirá".

    "Así es", Grandioso asintió. "Eso es lo que sucedió en El jinete Sin Cabeza".

    “Entonces, si esperamos”, continuó Pavo Real, “en algún momento la puerta se abrirá. No vi a Drácula abrirla con llave. ¿Y vosotros? ”

    Grandioso negó con la cabeza.

    "Guau, Pavo Real", dijo Oxidado con admiración. "Me había olvidado de eso".

    Emocionados por probarlo, se agacharon junto a la puerta.

    Durante un tiempo, nada se movió, pero justo cuando comenzaban a dudar de esta brillante idea, la puerta se estremeció. El pestillo se movió y se deslizó, el resorte se soltó y las bisagras se tensaron, ansiosas por estirar los huesos. Los muchachos se miraron unos a otros. Pavo Real giró el pomo.

    La puerta se abrió hacia afuera.

    "¡Funcionó!" proclamó Oxidado en un susurro emocionado.

    "Buen trabajo, Pavo Real", dijo Grandioso.

    "Gracias". Pavo Real estudió sus manos. "Sin embargo, fue idea tuya".

    Grandioso se encogió de hombros. "No importa de quién fue la idea".

    "Imagina la cara de Drácula cuando vea que la habitación está vacía", dijo Oxidado a Pavo Real. Sonrieron y, así, su paz quedó sellada. Al menos hasta la siguiente disputa.

    "Um, ¿chicos?" dijo Grandioso. "Creo que tenemos que irnos".

    Pisadas distantes se aproximaban desde el pasillo.

    Asustados, los chicos corrieron hacia la escalera, saltaron al siguiente piso y se detuvieron, escuchando.

    Las pisadas también se aceleraron.

    "¡Nos persigue!" chilló Oxidado.

    Despegaron a ciegas, corriendo a lo largo de corredores oscuros y grandes pasillos vacíos hasta atravesar una entrada abierta a la izquierda. El aire frío les golpeó en la cara y se detuvieron, jadeando. Estaban en un patio, una gran plaza de piedra rodeada de gruesos muros, austera y sombría a la luz de la luna. En algún lugar al otro lado, los lobos aullaban sintiendo la presencia de los chicos. Y quienquiera que los perseguía empezó a trotar.

    "¡Por allí!" señaló Oxidado.

    Atravesaron un arco desmoronado y se encontraron otra plaza, más pequeña, llena de lápidas encajadas en el suelo como dientes mellados y torcidos.

    "Un cementerio", croó Pavo Real. Hizo ademán de salir corriendo.

    Grandioso le agarró del brazo. "No, tú te quedas".

    "¿Qué es eso?" dijo Oxidado.

    El cementerio terminaba en el familiar muro de tierra. Y al fondo había un espacio desde el cual brillaba un rayo de luz, ondulando y destellando.

    "Creo que viene de otra página", dijo Grandioso.

    Se acercaron a ella. La brecha tenía al menos un metro de ancho. La página a continuación no era muy emocionante: cielo brillante, sol brillante y arena brillante.

    "Es un desierto", respiró Pavo Real. Un viento helado le hizo cosquillas en la espalda y se dio la vuelta, mirando a la oscuridad con horror.

    "Hay alguien aquí", susurró él.

    "¿Dónde?" preguntó Oxidado.

    "Entre estas lápidas", dijo Grandioso. "Creo que son las hermanas vampiro".

    Tres brumosas figuras se levantaron del suelo y se solidificaron en mujeres vestidas de blanco de rostros pálidos, labios escarlata, ojos brillantes de hambre. La luz de la luna les daba una mirada agresiva, y no había sombra donde ellas estaban.

    Pavo Real gritó, tropezó hacia atrás y se hundió en la luz.

    "¡Pavo Real, no!"

    Grandioso y Oxidado saltaron tras él.

Capítulo dieciocho

El Caballero Lunático

    Los personajes de los cuentos viajan en arcos. Eso no significa que salgan disparados de los cañones (Güíiii), que vuelen por el cielo y caigan en el estiércol. No. Eso significa que atraviesan arcos de crecimiento y llegan a algún tipo de sabiduría esclarecedora, que a su vez se supone que los cambiará para mejor (o para peor, dependiendo del libro).

    Pavo Real estaba llegando al punto de inflexión de tal arco.

    Se sentó derecho, parpadeando.

    Un cielo dolorosamente vívido se extendía por encima. Ni una nube en él, ni un pájaro. Parches de hierba marrón recorrían una meseta donde una docena de molinos de viento se alzaban como vetustos gigantes. Sus aspas giraban perezosamente, crujiendo y vibrando como si estuvieran cotilleando sobre los nuevos y desafortunados badlings que habían caído en su página.

    "¿Qué es este lugar?" dijo Pavo Real.

    "¿Importa?" Oxidado se sacudió el polvo. "¿Cómo se supone que vamos a salvar a Bells ahora?"

    Grandioso estaba estudiando el paisaje. "Hemos estado aquí antes... creo".

    Oxidado lo miró. "¿Dónde, en esta página?"

    “Um. Tal vez sea una página diferente, o tal vez es una parte diferente, pero tengo la sensación de que es el mismo cuento..." Hizo una pausa. "Definitivamente es el mismo terreno, Bells lo sabría. ¿Ves esa colina? Creo que estábamos al otro lado cuando conocimos a Mancha, el burro. Y este lado tiene los molinos de viento..." Su rostro se aclaró. "Creo que estamos en Don Quijote. Estoy seguro. Parece igual que en el libro".

    "¿Lo has leído?" preguntó Pavo Real.

    Las mejillas de Grandioso se enrojecieron. "Más o menos".

    "Don... ¿cómo lo has llamado?"

    “Don Quijote. Es el nombre de un caballero. Vivió en España en el siglo XVII, creo.

    "¿Un caballero?" preguntó Pavo Real nerviosamente. ¿Un verdadero caballero con armadura completa? ¿Con una lanza?”

    "Al menos él cree que es un verdadero caballero. Está chiflado", aclaró Grandioso felizmente. “Realiza unas misiones para revivir la caballería, su idea de la caballería al menos, que es atacar a todo el que se encuentra. Creo que si es un badling como nosotros, podría estar aún peor, loco por tener que actuar como loco".

    Pavo Real y Oxidado compartieron una mirada de horror absoluto.

    Grandioso no lo notó. "Os diré lo que sucede en el libro", continuó. "En el libro, él piensa que está siendo romántico y noble, porque quiere ganarse el corazón de una dama, creo que se llama Dulcinea, así que lucha con la gente por ella. Si nos ve, probablemente nos atacará".

    Pavo Real tragó saliva. "Parece que pertenece a un manicomio".

    "¿Puede ayudarnos a luchar contra Drácula?" preguntó Oxidado esperanzado.

    "Tiene una lanza", reflexionó Grandioso, "pero él es raro. Supongo que podríamos intentar convencerlo, pero aunque él esté de acuerdo, ¿cómo vamos a volver a Drácula?”

    "Ellos deben de tener sus medios de moverse", dijo Oxidado. “Llegaron hasta Negrita, ¿no? Y hasta ese tal Príncipe Próspero. Tal vez hay otro agujero de oruga en alguna parte. ¿Podríamos ir a buscarlo?”

    "O podríamos tenderle una trampa", dijo Pavo Real.

    "¿Tenderle una trampa?"

    Los muchachos miraron a Pavo Real con interés.

    "¿Dijiste que quiere ganarse el corazón de una dama?"

    "Sí", confirmó Grandioso. "La señora Dulcinea".

    "Y dijiste que está loco".

    "Eso es lo que dice el libro".

    “Entonces, ¿qué tal si le decimos que Dulcinea está en peligro? ¿Que Drácula la retiene como rehén o algo así?”

    Oxidado abrió la boca. “Guau, Pavo Real. Es una gran idea. El único problema es..."

    "Um, creo que está aquí mismo".

    De hecho, lo estaba. Donde el azul del cielo se unía con el amarillo del camino se alzaba una pequeña nube de polvo. Un galope desigual precedió a una figura montada: un desgarbado caballero con armadura abollada sobre un sarnoso caballo.

    "Mejor nos salimos de su camino antes de que nos pisotee hasta la muerte", observó Grandioso.

    "¿Por qué haría eso?" preguntó Oxidado.

    "Porque está loco".

    “Pero no su caballo. ¿Qué pasa si es un badling como nosotros? Apuesto a que lo es. ¡Apuesto a que puede hablar!" Oxidado no tuvo la oportunidad de confirmar su teoría. Grandioso le agarró el brazo y lo sacó del camino hacia la sombra junto a uno de los molinos de viento.

    Pavo Real no se movió, enfrentó al jinete.

    "¡Pavo Real!" llamó Grandioso en un alto susurro.

    "Déjalo", se quejó Oxidado. “Déjalo hablar con ese loco. Fue idea suya, ¿no?”

    "Pero ¿y si le hace daño?" objetó Grandioso.

    “¿Y qué? Tal vez le enseñe a no ser tan imbécil. Dime que no quisiste darle un tortazo en la cara cuando Negrita dijo que él había rasgado el libro de Drácula. Culpó a Bells por todo y luego trató de huir. Eso no está bien, hombre".

    Grandioso lo consideró.

    "Vamos, dime".

    "Bueno, tal vez un poco".

    "¿Ves? ¡Lo sabía!"

    "Eso no significa que sea una mala persona. Estaba asustado. Todos nos asustamos". Grandioso salió de la sombra. "¡Pavo Real!"

    Pavo Real no respondió.

    El jinete estaba sobre él. Era viejo, tal vez de unos cincuenta años. En su cara, dos ojos cansados ​​y un bigote. El casco que llevaba parecía una palangana bocabajo y le daba una apariencia cómica. "¡He aquí los gigantes, Sancho! ¡Mira sus mil brazos! ¡Se están burlando de mí, monstruos despreciables!" Miró a su derecha con una mirada de desesperación. "Oh, Sancho. ¿Dónde estás, mi fiel escudero? ¿Por qué has abandonado a tu caballero?”

    Sus ojos se posaron en Pavo Real y detuvo a su caballo.

    "Hola", saludó Pavo Real.

    El caballero desmontó con un sonoro gemido.

    "¿Quién eres?" chilló con una voz crepitante, agarró su lanza y la empujó con cansancio hacia adelante. Su punta tembló a centímetros del pecho de Pavo Real.

    Pavo Real se estremeció, pero permaneció milagrosamente de pie. Animado por su propia valentía, comenzó a responder cuando el caballero le interrumpió, claramente no estaba acostumbrado a esperar.

    "Soy el renombrado caballero Don Quijote de La Mancha. ¿Cuál es tu nombre? ¡Responde de una vez!”

    Pavo Real extendió los brazos en lo que esperaba que fuese un gesto de admiración. "¡Oh, estimado Don Quijote!" él comenzó: "He oído mucho sobre ti. ¡Eres conocido por tus famosos actos de caballería y coraje!"

    Grandioso y Oxidado se miraron atónitos. No era el Pavo Real que conocían.

    "Bien conocido, ¿verdad?" Don Quijote se enderezó. La lanza se movía peligrosamente en su mano temblorosa.

    "Oh sí, lo eres", dijo Pavo Real, apartando suavemente la lanza a un lado.

    El caballero no pareció darse cuenta de esta maniobra astuta. "Dices, ¿has oído hablar de mis hechos?" preguntó.

    "Oh sí, adorado caballero". Pavo Real retrocedió cuidadosamente. "He oído hablar de tus aventuras. Permítame decirle algo de lo que su excelencia podría no estar al tanto, pero creo que tan pronto como lo escuche, se apresurará a ayudarla, ya que ella está en grave peligro".

    "¿Ella?" Don Quijote frunció el ceño. "¿Quién es esta ella que mencionas?

    Pavo Real respiró hondo. "La señora Dulcinea".

    La cara del caballero se torció. "¿Cómo te atreves a hablar de ella, de mi reina, de mi hermosa, de mi sol? ¿Quién eres y qué haces en mi página? ¡Dime tu nombre antes de que te ensarte!"

    Pavo Real hizo una mueca. "No, no, por favor, no me ensarte. Eso suena doloroso. Mi nombre es Peter Sutton".

    "Hmmm", Don Quijote se acarició el bigote. "No recuerdo ningún cuento con un Peter Sutton. Quienquiera que seas, sal de mi camino. Me estás distrayendo de mi búsqueda".

    "¿Cuál es tu búsqueda?" preguntó Pavo Real. "¿Quizás pueda ayudar?"

    “Qué joven tan insolente eres, Peter Sutton. Apuesto a que no pararás de molestarme hasta que te lo diga. Muy bien. Quizá te hayas cruzado con ella, de hecho. Estoy buscando a la nueva chica badling. Dime, ¿la has visto?" Lanzó una amplia mirada a su alrededor y gruñó.

    "¿La nueva chica badling?" repitió Pavo Real.

    “¿La has visto por casualidad? ¡Responde de una vez!" El caballero balanceó la lanza tan cerca que Pavo Real tuvo que agacharse. “¡Este es un asunto urgente! Debo encontrarla y presentarla a mi reina".

    "¿Qué reina?"

    "La Reina Dulcinea, ¿qué otra reina hay?"

    "¡Estás buscando a Bells!" gritó Oxidado, saliendo corriendo de la sombra. "¡También nosotros la estamos buscando! ¡Por favor, ayúdanos a salvarla! Hola, caballo”, le dijo al caballo. "¿Cómo te llamas?"

    El caballo le resopló con rabia.

    "Lo siento, pensé que eras..."

    "Atrás", siseó Pavo Real. "Me estás estropeando el plan".

    "Tengo mi propio plan". Oxidado marchó valientemente hacia el caballero. "Hola, Don Nosequé..."

    Don Quijote blandió la lanza hacia él, interrumpiéndolo. "¡No me mientas! ¿Dónde está la nueva chica badling? ¿Dónde la viste?”

    Los ojos de Oxidado se centraron en la punta afilada no muy lejos de su nariz, "Ella está con Drácula, en su castillo".

    "Vaya, ese gamberro sin sangre está en eso otra vez". El caballero clavó la lanza en el camino. "Tal y como se lamentó la reina. ¡Noticias terribles, terribles! Dime tu nombre".

    "¿El mío?" Oxidado parpadeó, aliviado de que la lanza ya no le apuntara. “Russell Jagoda. Pero mis amigos me llaman Oxidado".

    "Oxidado", dijo Don Quijote rodando la palabra en su boca. "Como el óxido de la sangre en la espada de un valiente caballero. ¿Y tú?”

    Grandioso salió tímidamente de la sombra. "Soy Grandioso".

    "Grandioso", repitió el caballero, "como un grandioso duque".

    La cara de Grandioso se iluminó.

    "Yo también tengo un apodo", agregó Pavo Real rápidamente. "Es Pavo Real".

    "Pavo Real", Don Quijote cerró los ojos. “Como un ave exótica de colores deslumbrantes. ¡Azur! ¡Turquesa! ¡Berenjena!"

    Pavo Real se tocó el pelo con cautela. "Siempre pensé que era simplemente azul".

    "¡El nombre de la chica badling!" exigió Don Quijote.

    "Bells", dijeron los chicos al unísono.

    “Bells, como las campanas de una majestuosa catedral”, el caballero montó al caballo con un gruñido. "No debemos demorarnos. ¡Adelante, Grandioso Duque, Deslumbrante Pavo Real y Bravo Oxidado! ¡Rescatemos a la Bella Bells de las codiciosas garras de Drácula!"

    "Pero", comenzó Grandioso, "¿cómo vamos a llegar allí?"

    "¡No temas!" gritó el caballero. "Sígueme." Y espoleó a su caballo por el camino.

    Los muchachos comenzaron a perseguirlo corriendo a pleno pulmón.

    Donde el último molino de viento se encaramaba como un gigante protector, el camino se inclinaba unos treinta metros. Terminaba en el muro de tierra siempre presente. Don Quijote ya estaba allí, esperando. Oxidado lo alcanzó primero, luego Pavo Real. Grandioso llegó en último lugar, respiraciones laboriosas desgarrando sus pulmones, su cara tan roja como un tomate maduro.

    “¿Todos aquí? ¡Pues arriba que vamos!" El caballero dio la vuelta al caballo. Coceó el muro con un casco, buscando un lugar sólido, y luego subió trotando rompiendo todas las reglas de la gravedad que alguna vez existieron.

    "Cielo santo", dijo Pavo Real, con los ojos redondos.

    "¿Puedes caminar sobre él?" preguntó Oxidado.

    “Bells... tenía razón... sobre escalarlo. Todo este tiempo... podríamos haber..." Demasiado sin aliento para hablar, Grandioso se fue apagando.

    Los tres miraron la pared, ninguno de ellos se atrevió a intentarlo.

    "¡Deprisa!" exigió Don Quijote. "¡Después de mí!"

    Oxidado se agachó, metió la cabeza y saltó. Una sensación muy curiosa lo arrojó hacia atrás. No se cayó, solo se balanceó un poco, con los pies apoyados en la pared y el cuerpo paralelo al camino donde Pavo Real y Grandioso lo miraban con la boca abierta.

    "¡Guau, esto es genial! ¡Vamos, muchachos, es fácil!"

    El caballo resopló con impaciencia.

    "¡No podemos sufrir más demoras!" el caballero los instó. "¡Deprisa! ¡Deprisa!”

    Pavo Real se volvió hacia Grandioso, ofreciéndole una mano. “¿Quieres ayuda? ¿Quieres hacerlo juntos?”

    Grandioso se sonrojó, avergonzado. “Um, gracias. Creo que puedo hacerlo solo".

    "Está bien". Pavo Real levantó una pierna y cautelosamente pisó la pared. Cuando no sucedió nada horrible, rebotó varias veces como si se estuviera preparando para un salto, luego rápidamente tiró de la otra pierna del suelo y de repente estaba de pie junto a Oxidado. “Eso es raro. ¿Seguro que no quieres ayuda?"

    Grandioso negó ferozmente con la cabeza. Le llevó otro momento concentrado para obligarse a caminar sobre la barrera invisible que separaba una gravedad de otra. Se agachó y estaba a punto de saltar cuando el temido ruido del susurro salió del cielo.

    "¿Quién va?", dijo Tomo Loco. "¿Quién se atreve a perturbar mi siesta?" Aparecieron los labios, luego la cara, y luego esta se abrió en un amplio bostezo.

    "Jo, caca", exclamó Oxidado, "está despierto. ¡Vamos, Grandioso!”

    Junto a Pavo Real le agarraron las manos y tiraron. Se puso de pie, rodó sobre su espalda, pero en lugar de levantarse permaneció quieto, con la boca abierta. Pavo Real y Oxidado siguieron su mirada. Un leve ahhh surgió de ellos, y por un instante se olvidaron de sí mismos, perdidos en la vista.

    Tanto la estepa con los distantes molinos de viento como el cielo con el sol cegador estaban ahora a su izquierda, perpendiculares al muro de tierra. La mueca de Tomo Loco colgaba directamente sobre ellos como una aparición inoportuna. Y a su derecha se levantaba otra página, oscura, envuelta en la noche. Su parte inferior se curvaba ligeramente, y más allá de ella la siguiente página era visible, verde y exuberante. ¿Un prado? ¿Un bosque? Estaba demasiado lejos para saberlo.

    Los muchachos miraron hacia arriba y vieron que las páginas se conectaban. Estaban atadas a la columna vertebral de Tomo Loco, colgando de él como cortinas.

    "Es como si estuviéramos debajo de un libro", dijo Pavo Real.

    "¡Como si lo abrieras y le dieras la vuelta como una tienda de campaña!" agregó Oxidado.

    "Um, si así es como funciona, entonces podemos salir de aquí", dijo Grandioso pensativamente. "Quiero decir, si caminamos el tiempo suficiente, en algún momento las páginas terminarán y encontraremos la cubierta y pasaremos por debajo de ella y tal vez volvamos a nuestro estanque de los patos".

    Se miraron el uno al otro, sin palabras.

    "¿Son esos mis nuevos badlings lo que veo?" chilló Tomo Loco.

    Los muchachos se agacharon.

    "¡No temáis!" gritó Don Quijote. "No puede tocarnos aquí. No es parte del libro. Pero debemos darnos prisa." Y urgió a su caballo a avanzar.

    "¿Adónde creéis que vais, insensatos mequetrefes?" gritó Tomo Loco. Un fuerte viento brotó de su boca.

    "¡Nos va a soplar!" gritó Pavo Real.

    Don Quijote se dio la vuelta. “No lo hará, Deslumbrante Pavo Real. ¡No desesperes!" Inconsciente de la arena que le volaba en la cara, levantó la lanza y procedió a agitarla descuidadamente. "¡Prueba conmigo, bestia abominable! ¡Sal y enfréntame en una batalla honesta!”

    "A ti ya te pillaré más tarde, pedazo de chatarra de estaño", siseó el Tomo Loco, sus garras agarraron el aire con frustración. No podía alcanzarlos: sus brazos no se extendían más allá de la página.

    El caballero blandió su lanza con tal vigor que casi se cayó de la silla.

    Tomo Loco se rió a carcajadas. "Ni siquiera puedes sostener tu miserable palo, viejo bufón. ¿Cómo piensas pelear conmigo?”

    "¡No me fastidies con tu burla!" dijo el caballero con indignación. “Ahorra tu aliento. No eres más que un montón de páginas podridas. Sé que mi final está cerca. No tengo miedo a la muerte. Y te llevaré conmigo, perversidad de escombros. Prepárate para enfrentar tu rápida desaparición como castigo por sus perniciosos actos".

    "Me gusta este tipo", dijo Oxidado con aprecio.

    "Coincido", hizo eco Pavo Real.

    Grandioso sacudió la cabeza. "No confío en él. Dijo que está buscando a Bells por orden de la reina, pero Dulcinea no es realmente una reina, y ¿por qué necesitaría a Bells? ¿Para reclamarla?”

    "Probablemente está diciendo locuras", aventuró Oxidado. "Está loco, ¿verdad? Tú mismo lo dijiste".

    Don Quijote los saludó con la mano. "¡Después de mí!"

    "Sé a dónde te diriges", susurró Tomo Loco. "Esperaré a que llegues y luego tendremos una agradable conversación sobre tu castigo". Se rió histéricamente, aunque con una pizca de amarga decepción, luego bostezó y rápidamente se durmió roncando, exhausto por la confrontación.

    "Siempre hace esto, siempre", comentó el caballero. “Solo hay que esperar. Es lo que nos ha salvado muchas veces, su propensión a la siesta y su locura". Dio unas palmaditas al caballo y se alejó.

    Los muchachos trotaron tras él, cruzando el yermo hasta la página siguiente, negra bajo la luz de la luna.

    "¿Crees que es un personaje real?" preguntó Oxidado.

    Pavo Real levantó las cejas. "¿Me preguntas a mí? Sé tanto como tú. Pregúntale a él".

    "Grandioso, ¿tú qué crees?"

    Pero Grandioso no podía hablar, estaba concentrado en moverse, con el sudor corriendo por su cara en ríos.

    "¡Hemos llegado!" gritó Don Quijote. Tiró de las riendas de su caballo y subió galopando por la página, engullido al instante por la oscuridad. Los muchachos hicieron lo mismo. El suelo se derrumbó y, momentos después, avanzaban por el patio frente al Castillo de Drácula.

    El frío entraba por su ropa. Los lobos aullaban hambrientos no muy lejos. Y desde una de las ventanas, tan alta que casi tocaba el cielo, una figura en una capa se agitaba gateando. Se detuvo, le crecieron alas y despegó hacia la luna, un murciélago sediento de sangre en busca de nuevas víctimas.

Capítulo diecinueve

El Rescate de Entrar y Salir

    ¿Qué lector no disfrutaría de un libro sobre caballeros valientes que rescatan atribuladas doncellas de castillos formidables? Hasta los badlings leen libros así. Aunque no este libro, o más bien, no esta página. En esta página, irritada por no ser salvada lo bastante rápido, la doncella regaña a los caballeros que llegan tarde y los pone a la tarea de nuevo.

    Los muchachos vieron a Drácula encogerse hasta un punto.

    "¡Se fue!" exclamó Oxidado. "¡Podemos llegar hasta Bells ahora!"

    Pavo Real palideció. "¿Viste el tamaño de esas alas?"

    "Creo que ha ido a cazar", dijo Grandioso sombríamente. "Es lo que hace todas las noches. Caza a personas inocentes, las atrapa desprevenidas, se bebe su sangre y regresa por la mañana a dormir en su ataúd en la mazmorra, con la oscuridad y el moho y la muerte a su alrededor".

    La mandíbula de Pavo Real cayó. "¿Has leído Drácula?"

    Gran enrojeció. "Um... vi la película".

    "¿Y no te asustaste?"

    "Bueno, tal vez un poco", confesó Grandioso. "Aunque no hay nada de qué asustarse. Drácula está muy solo porque nadie quiere ser amigo suyo. Todos piensan que es aterrador y que está muerto. Y está triste y sediento y quiere compañía, así que sale a hacer amigos de la única manera que sabe".

    Como Pavo Real no respondió a esto, Grandioso agregó: "Mi madre dice que las personas vivas son más aterradoras que las muertas. Ella trabaja con personas muertas todos los días, debe de saberlo. Me dice que cuando toca la cara de un muerto..."

    "¡Chicos, venga ya!" gritó Oxidado con ansiedad. ¡Necesitamos llegar hasta Bells! ¿Y si la ha mordido? ¿Y si llegamos demasiado tarde? Si es así, es culpa tuya". fulminó con la mirada a Pavo Real.

    Pavo Real levantó los brazos, ya sea para protegerse de una paliza o para comenzar una, no estaba seguro de sí mismo, cuando un jadeo estrangulado lo hizo girar.

    Don Quijote hizo algo extraño. Se quitó el casco y se inclinó sobre la rodilla, una mano sobre el corazón, otra extendida hacia tres figuras que salieron de las tinieblas.

    Pavo Real se acobardó. "Las hermanas vampiro".

    Las hermanas siseaban, avanzando. Sus ojos relucían y sus labios se retiraron para mostrar largos y afilados incisivos.

    "¡Oh, hermosas doncellas!" entonó Don Quijote. ¡Qué bella es vuestra piel! ¡Qué preciosos son vuestros rostros! ¡Vuestros labios son rubíes que avergüenzan al atardecer! Oh, déjadme deleitarme con vuestra belleza con mis viejos ojos. Soy vuestro humilde servidor, el venerado caballero Don Quijote de La Mancha".

    "Guao. Son guapas ", dijo Oxidado, hechizado.

    “Um. No creo que él sea un badling", dijo Grandioso asintiendo con la cabeza al caballero. "Creo que es un personaje real, y creo que él piensa que ellas también son reales". Su comentario no fue escuchado.

    Pavo Real y Oxidado habían quedado víctimas del encanto de las hermanas vampiro. Las miraban esperando instrucciones. Las hermanas, una rubia y las otras dos de cabello oscuro, consultaban en susurros sibilantes.

    "Tú toma ese", dijo la rubia a la más alta de las dos, señalando con el dedo a Grandioso. "Mira lo gordito y jugoso que está, tal como te gustan".

    Todos los cabellos del cuello de Grandioso se erizaron. Él quiso correr pero no podía mover un músculo.

    "Lo haré", acordó la alta con una sonrisa burlona. "Vamos, badling". Le hizo señas a Grandioso. Sus piernas se desbloquearon y obedientemente avanzó hasta ella con pasitos cortos.

    "Yo me llevaré al pequeño. Parece tan lleno de vida", dijo la hermana pequeña e hizo un gesto a Oxidado.

    Él caminó hacia ella lentamente, tropezando y balanceándose.

    Pavo Real gimió. La rubia le miró hipnóticamente. Él dio un paso, y otro, y otro, deseando acercarse.

    "Por fin", murmuró ella, levantando la barbilla. “Qué maravilla conocerte cara a cara. Pavo Real, ¿verdad? Sabía que caerías en nuestra trampa. Pobre badling, ¿creías que rasgar nuestro libro nos mataría?" Ella soltó una carcajada. "Estabas equivocado. Vivimos en demasiadas mentes. Se necesitará más que eso para desterrarnos de la existencia". Ella curvó el labio y le mordió el cuello, gorgoteando en el éxtasis de alimentarse.

    Sus hermanas gruñeron, listas para seguir el ejemplo.

    "¡Grandioso!" gritó la voz de Bells desde arriba. "¡Oxidado! ¡Pavo Real! ¿Por qué habéis tardado tanto?" Su cabeza asomó por la ventana del tercer piso. "¡Despertad, idiotas!"

    Pavo Real parpadeó. "¿Bells?"

    "¡Sssss!" siseó la rubia. "No la escuches".

    "¡Cállate, mujer abominable!" gritó Bells. “Chicos, ¡apartadlas de un empujón! ¡Hacedlo antes de que os muerdan!"

    Honestamente, ellos lo intentaron.

    Pavo Real levantó las manos unos centímetros y las dejó caer.

    Grandioso se dejó caer en los brazos de la hermana alta, no del todo derribándola, pero casi, casi.

    Oxidado tiró de los pliegues de la falda frente a él sin mirar: fue lo primero que sintió bajo los dedos.

    Don Quijote no se movió, rígido como una estatua.

    Y el caballo no se veía por ninguna parte.

    "¿Siempre tengo que hacerlo todo yo misma?" El tono furioso de Bells tuvo un efecto espabilador en todos, incluidos las vampiras. "¿Dónde habéis estado?" exigió ella. "¿Y quién es este?"

    "Ese es Don Quijote", dijo Oxidado. "Es un caballero, vino a ayudarnos a rescatarte. Él..." La hermana pequeña le puso una mano en la boca para callarlo.

    "Está claro que él parece estar ocupado haciendo exactamente eso", observó Bells. "¿Dónde lo habéis encontrado? ¿Y de quién fue la brillante idea?

    "Mía", croó Pavo Real.

    "¡Cabeza de chorlito!" gritó ella. "¡Nos matarás a todos! Debisteis quedaros donde estabais y esperarme. ¡Oye, muerta, aléjate de él!" Bells estiró una mano hacia ella. "¡Tú! ¡Estoy hablando contigo! ¡Mírame, descerebrada chupasangre!”

    Bells apuntó y le lanzó un pesado candelabro. Golpeó a la hermana alta en la cara, haciéndola soltar a Grandioso.

    "¿Eh?" habló él desde su ensueño. "¿Bells? ¿Estás bien?"

    "Yo estoy bien, ¡pero tú no! ¡Cuidado!"

    La vampira se lanzó sobre él.

    Con un rugido de fuerza inimaginable, Pavo Real empujó a la rubia y se arrojó frente a Grandioso. "¡No lo toques, horrible cadáver! Ni te atrevas a morderlo, o... o... " Luchaba por llegar a una consecuencia lo bastante horrible, cuando la vampira habló.

    "Tienes razón, badling. ¿Quién quiere alimentarse de un gordo? Su sangre debe estar rancia de estar sentado todo el día. Tú, por otro lado, prometes saber delicioso". Buscó el cuello de Pavo Real.

    "Te mostraré yo eso de gordo", murmuró Grandioso y puso todo su peso sobre la criatura, sacándola de su equilibrio.

    Ella movió los brazos como un molino de viento y quedó sentada en el suelo, sorprendida.

    "Si no fueras una chica", explicó él, "te daría un buen puñetazo. Pero eres una chica, así que no puedo golpearte. Mi madre dice que los chicos no deben pegar a las chicas. Creo que eso no es justo porque Bells nos pega todo el tiempo. Supongo que ella puede hacerlo porque es una amiga". El se encogió de hombros. "Lo entendemos. ¿Necesitas ayuda para levantarte?" Él le ofreció una mano.

    La vampira parpadeó. "Esto es lo más lindo que alguien me ha dicho desde que llegué aquí". Puso su mano en la de Grandioso y se levantó de nuevo.

    "Vosotros sois badlings como nosotros, ¿verdad? Solo fingís ser vampiras", dijo Grandioso con convicción.

    Ella lo miró extrañamente. "¿No estamos haciendo un buen trabajo?"

    "Creo que estáis haciendo un excelente trabajo". Grandioso asintió con la cabeza hacia Pavo Real, que luchaba en el agarre de la rubia. "Esta sangre de mentira que estáis usando parece muy real".

    "¿Crees que esto es falso?" La rubia soltó una breve carcajada y pegó los labios a la garganta de Pavo Real. Él dejó de moverse, colgando como una muñeca de trapo.

    "¡Pavo Real, no!" gritó Bells. "¡Chicos, ayudadlo!"

    "¡No pasa nada, Bells!" respondió Grandioso. "No es real. Ella solo está fingiendo".

    "¡No, no lo está! ¡Lo está matando!" Bells buscó algo para lanzar. “¡Ey, caballero! ¡Don Membrillo o como sea! ¡Eres el caballero más patético que he visto! ¿Para qué quieres la espada si no sabes usarla?"

    Don Quijote se removió y miró su espada que estaba inútilmente en su vaina. “¡Oh, qué sortilegio me ha acontecido! ¡Qué percance!" lloriqueó miserablemente. "¡Drácula, viejo ladrón! ¡Me engañaste de nuevo!”

    Desenvainó la espada y se abalanzó sobre la rubia. Ella retrocedió tambaleando, retorciéndose y gruñendo.

    "¡Desobedeciste las órdenes de la Reina! ¡Ella se enterará, recuerda mis palabras, o no me llamo el reverenciado caballero Don Quijote de La Mancha!" Apuntó la espada a su pecho.

    "¡Guarda eso, guárdala!" le siseó ella.

    Sus hermanas de cabello oscuro la flanquearon.

    "Por favor", rogó la alta.

    "Ella no le ha mordido", imploró la corta. "Solo estaba fingiendo, como ha explicado esta adorable badling". Miró a Grandioso con la mayor inocencia que pudo reunir.

    "¡Hay sangre en tu boca, inmunda mentirosa!" gritó Bells. ¡Le mordiste! ¡Mordiste a Pavo Real!" Una lluvia de varios objetos comenzó a chocar con las cabezas de las hermanas: dos almohadas de seda, una manta, un jarrón de cerámica, tres estatuillas de bronce, un pisapapeles en forma de murciélago y, por último, un pesado libro que le dio a la rubia en la cara.

    "¿Por qué me odias tanto?" gimoteó ella. "Solo estoy haciendo mi trabajo. ¿Crees que esto me divierte? ¡Oh, qué equivocada estás! Me rompe el corazón ver horror en vuestros mudos rostros aterrorizados antes de hundir mis dientes en vuestros suaves cuellos pulsantes".

    "¡Mentirosa!" gritó Bells alejándose de la ventana y mirando por la habitación. Había arrojado con éxito todo lo que había podía levantar y cargar, y ahora estaba considerando si debía o no tratar de desmontar la cama de cuatro postes.

    Mientras tanto, se desarrollaba otro drama en el patio.

    Grandioso y Oxidado cobraban lentamente el sentido. Don Quijote los atendía con todo el cuidado de una enfermera. Y Pavo Real yacía inconsciente detrás de uno de los arcos, arrastrado sigilosamente por las hermanas vampiro.

    "Lo he hecho", admitió la rubia.

    La hermana alta jadeó. "¿Le mordiste en serio?"

    "Oh, simplemente no pude resistirme. ¿Qué iba a hacer? ”

    "Pero..." la hermana pequeña vaciló. "Drácula dijo esperar hasta que él regresara".

    "Él no es real", respondió la rubia. "¿No te has dado cuenta? ¡Nos engañó!"

    “Pero él dijo que podemos alimentarnos de ellos cuando regrese”, protestó la hermana alta, “y luego todos podremos regresar a nuestro libro”.

    "Escúchame". La rubia bajó la voz. "No creo que él mismo sepa lo que sucederá. Él simplemente está suponiendo. Y estos niños", indicó, "creen que somos niños como ellos. No se dan cuenta de que solo llevamos aquí dos días. Los tenemos en nuestras manos, ahora mismo. Yo digo que nos demos un festín antes de que sea demasiado tarde".

    Por desgracia, ya era demasiado tarde.

    Una ráfaga de viento frío barrió el patio. Un trineo reluciente tirado por tres caballos emergió del cielo y, con un ruido sordo y un crujido, aterrizó junto a la puerta principal.

    Un hombre regio con una capa de terciopelo saltó. "¡Ahí están!"

    "Los veo, príncipe", dijo la mujer de blanco encaramada en lo alto del asiento del cochero. "No soy ciega".

    “¡Mi reina! ¡Mi reina!" exclamó Don Quijote. Se arrodilló, besó el suelo y yació quieto.

    "La Reina de las Nieves", susurró Oxidado. "¿Qué está haciendo ella aquí?"

    "Ella va a por Bells", respondió Grandioso.

    El Príncipe Próspero se inclinó hasta la rodilla. "Perdóname, mi reina".

    Ella no respondió, e ignorando su mano extendida y la figura de adoración del caballero, bajó los escalones ella sola.

    "¿Cómo te atreves a venir a esta página sin que te lo pidan?" siseó la rubia. "¡Sal de inmediato! El conde Drácula..."

    "El conde Drácula ha sido capturado", espetó la reina. "Está encadenado a una pared en el calabozo de la abadía del Príncipe Próspero".

    "Prometo que esto es cierto", dijo el príncipe con un toque de orgullo, "lo he visto yo mismo".

    La rubia se resistió. "¿Por qué?" le preguntó. "¿Qué te ha hecho además de darte largos años de servicio fiel?"

    "No finjas que no lo sabes", dijo la reina. "Eres muy consciente de los asuntos de Drácula. Él conspiró contra nosotros y vosotras le habéis ayudado. Tú, que no sabes lo que es desperdiciarte, atrapada en este libro idiota, le ayudaste a atraer nuevos badlings; ¡no uno, sino cuatro!; a su página para su propio propósito: derramar la sangre de uno de ellos para reclamarlo como suyo y daros el resto. No tenía derecho a actuar a nuestras espaldas". Sus ojos centellearon. "Pero ahora que estás aquí, aprenderás rápidamente lo que te has estado perdiendo. Y no albergues ninguna esperanza. Te vas a quedar en Tomo Loco mientras que yo salgo". Se acercó al caballero y le dio una patada con el zapato. "¿Encontraste a la nueva chica badling, pedazo de chatarra inútil?"

    "Estoy aquí", exclamó Bells desde arriba.

    Grandioso y Oxidado dieron un suspiro aterrorizado.

    “Ahí estás”, arrulló la reina. "Pensé que nunca te encontraría".

    "Drácula me lo ha contado todo sobre ti", continuó Bells. "En realidad es un niño muy agradable y estaba muy feliz de que yo no lo considerara un asqueroso, como todos los demás. Dijo que eres la badling más cruel y más perversa que él haya conocido, y que secretamente pusiste en Tomo Loco a otros badlings para que los matara".

    El Príncipe Próspero jadeó.

    "¡No asaltes a mi reina!" gritó Don Quijote blandiendo su espada.

    "Oh sí, lo haré", replicó Bells. "Ella no es una reina y se lo merece".

    "¡Ordenad!" El caballero cayó a los pies de la Reina de las Nieves. “Vuestra palabra es mi ley. ¿Cómo le gustaría que castigara a esta maligna badling? ¿Apuñalarla? ¿Descuartizarla? ¿Decapitarla?”

    "Levántate, caballero", dijo la reina imponentemente. "Déjame a mí a la chica. Hay otro trabajo que debes hacer. Quiero que vigiles a las hermanas vampiro para asegurarte de que no nos sigan. ¿Puedes hacer esto por tu reina?" Ella lo deslumbró con una sonrisa cegadora. "Por tu Dulcinea?"

    Grandioso abrió la boca.

    "Cualquier cosa", entonó Don Quijote en completa servidumbre. “Cualquier cosa para vos, mi señora. Mi vida está en vuestras manos".

    "¿Dónde está Pavo Real?" exigió Bells de repente.

    "Estoy aquí", Pavo Real salió de las sombras. Parecía anormalmente pálido, y cuando sonrió, dos colmillos afilados brillaron a la luz de la luna. Se acercó a sus amigos con un nuevo paso, seguro y majestuoso.

    "Um, ¿Pavo Real?" dijo Grandioso. "Creo que te has convertido en un vampiro".

    "¿De qué estás hablando?" objetó Pavo Real. "No me he convertido en nadie. Sigo siendo yo." Olfateó el aire alrededor de Grandioso. "Hueles bien. Nunca me di cuenta antes por alguna razón. Muy dulce, como a... donuts".

    Grandioso hizo un pequeño ruido chirriante.

    "Basta de hablar", intervino la reina. “Debemos irnos antes de que Tomo Loco se despierte. Entra." Hizo un gesto hacia el trineo.

    Pavo Real se sacudió el pelo con picardía. "No voy a ninguna parte, me quedaré aquí".

    "Sube al trineo", ordenó la reina.

    "¿Por qué no puede quedarse?" preguntó la rubia. "No te sirve de nada. Ya lo he reclamado".

    "¿Me ha reclamado?" Pavo Real se rió de ella. "¿Estás diciendo que...?" sus palabras fueron interrumpidas.

    La Reina de las Nieves había respirado en su rostro y él se desplomó, congelado por todas partes. El Príncipe Próspero lo recogió y lo arrastró dentro el trineo. La reina dirigió su mirada hacia Grandioso y Oxidado. Ellos subieron a toda prisa, sentándose en el segundo de los dos bancos de hielo.

    "¡Mi reina!" gritó Don Quijote.

    “Quédate. Te ordeno que vigiles a las hermanas.

    "Sí, mi reina". El caballero desenvainó la espada.

    Las hermanas se acurrucaron debajo del arco, siseando.

    Grandioso tocó la rodilla de Oxidado y asintió con la cabeza a Pavo Real. Su cabello cambió de azul a rubio en cuestión de segundos y sus rasgos helados comenzaron a adquirir un aspecto bastante femenino.

    La Reina de las Nieves se subió al asiento del cochero, azotó a los caballos y se acercaron a la ventana del tercer piso, lo suficientemente cerca como para que Bells entrara de un salto. Ella no se resistió: no tenía otra opción. En cuanto estuvo sentada al lado de Grandioso, el trineo salió disparado hacia el muro de tierra a una velocidad increíble.

    El mundo se inclinó.

    El suelo se convirtió en el muro y el muro en el suelo.

    Bells estaba demasiado aturdida para hablar.

    La reina roció nieve de sus mangas, cubriendo el suelo desnudo con una manta blanca. Los caballos la tocaron y galoparon dejando la página de Drácula detrás de ellos.

Capítulo veinte

La Persecución en Trineo

    La mayoría de los libros tienen villanos, malignos personajes destructivos que hacen malignas cosas destructivas. Para conquistarlos, alguien tiene que enfrentarse a ellos. Esa es una perspectiva aterradora. Por suerte, la mayoría de los libros también tienen héroes que asumen esta noble tarea. Pero, ¿y si el villano es el propio libro? ¿Y si este libro no tiene más héroes que se enfrenten a él salvo cuatro jóvenes desesperados?

    Acurrucados en los duros asientos, los cuatro miraban las páginas de Tomo Loco que pasaban. En el banco delantero, Pavo Real se acercó al Príncipe Próspero, todavía aturdido por el hechizo de la Reina de las Nieves. En el banco trasero, Bells y Oxidado a ambos lados de Grandioso, y por una buena razón: su cuerpo irradiaba suficiente calor para mantenerlos calientes a ambos.

    "Somos idiotas, idiotas absolutos y totales", susurró Bells a Grandioso con las mejillas sonrojadas. "Todo este tiempo podríamos haber vuelto caminando".

    "No lo sabíamos", objetó Grandioso. "¿Cómo íbamos a saberlo?"

    "Podríamos haberlo descubierto", dijo Bells resueltamente. "Podríamos haber probado todas las posibilidades, incluida la inversión de la gravedad. Menuda científica que soy." Ella se cruzó de brazos. "Ahora estamos atrapados aquí y es por mi culpa. Seré más lista el futuro".

    "No seas tan dura contigo misma".

    "Es culpa de Pavo Real, no tuya", dijo Oxidado.

    "¿Qué es eso?" Pavo Real volvió la cabeza.

    Los ojos de Bells se abrieron al máximo. Ella le pisó el pie a Grandioso, quien a su vez pellizcó a Oxidado, quien se atragantó con lo que fuese que quería decir. El origen de su angustia era inquietante.

    Pavo Real parecía una copia idéntica de la rubia hermana vampiro. Incluso su voz ya no era la suya. Él no parecía estar al tanto del cambio, miraba a sus amigos con su burla característica. “¿Por qué me miráis así? ¿Algo va mal?”

    "Nada, nada", dijo Bells rápidamente. "Estaba hablando de... lo muy preocupada que estaba por ti".

    “¿En serio? ¿Y vosotros chicos estabáis escuchando?”

    Grandioso y Oxidado asintieron vigorosamente.

    "No puedo creerlo", se giró hacia adelante. "Las chicas y sus preocupaciones". El Príncipe Próspero miró hacia atrás y le susurró algo a Pavo Real. Ambos se rieron.

    A Bells le pareció que se estaban burlando de ella y de todas las cosas femeninas. Una sensación curiosa se extendió por su pecho, una anticipación de la dulce y esperada venganza. "Veré lo que tienes que decir una vez que te des cuenta de que eres una chica", dijo inaudiblemente.

    "¿Dijiste algo?" preguntó Grandioso.

    "Él la ha reemplazado", susurró Bells. "Ella lo mordió y él la reemplazó".

    "Eso ya lo veo".

    “¿Oíste lo que dijo la Reina de las Nieves? ¿Sobre las hermanas vampiro que ayudaron a Drácula a atraernos a su página para poder derramar nuestra sangre y reclamarnos? Entonces, si ella derrama mi sangre, ¿la reemplazaré?" Bells miró hacia el brillante manto de la reina, hacia sus pálidas manos azuladas agitando las riendas, y se estremeció ante la idea.

    "Creo que sí", dijo Grandioso. "El Jinete Sin Cabeza quería decapitarme, así que creo que..."

    "Ey, no es justo", espetó Oxidado, "no puedo oír de qué estáis hablando".

    Bells empujó su cabeza detrás de la espalda de Grandioso. "Pavo Real se ha convertido en la hermana vampiro porque ella derramó su sangre".

    "Guao. ¿Es esa la razón? Pensé que era porque la Reina de las Nieves había respirado sobre él".

    "No, no tiene nada que ver con eso. Eso es solo su propio poder. Al menos eso es lo que dice el libro. De todos modos..." Bells salió de la espalda de Grandioso y se inclinó sobre sus rodillas, hablando fervientemente con ambos chicos.

    “Se acabó, muchachos. Así es como convierten a los nuevos badlings en ellos mismos. ¿Recordáis a Boulotte, la esposa de Barba Azul? Estaba molesta porque no había traído sus tijeras. Y luego el cachorro en el país de las maravillas..."

    "Así es", intervino Oxidado. “Quería morderme. Y me dijo que yo le reemplazaría si lo hacía. ¡Lo había olvidado!"

    "Shhh", Bells lanzó una mirada nerviosa a Pavo Real y al Príncipe Próspero, pero ambos estaban en una conversación y no les hacían caso. La Reina de las Nieves les gritó a los caballos, los caballos relincharon y el viento soplaba a los lados del trineo, levantando ocasionalmente remolinos de nieve.

    Aliviada, Bells continuó. "Y luego el caballero, Don nosequé..."

    "Quijote", proporcionó Grandioso.

    "Don Quijote", repitió Bells, "puso la espada en el pecho de la rubia, ¿recuerdas? ¿Por qué tenía ella tanto miedo? Los vampiros no mueren al ser cortados por una espada. Todo tiene sentido. Ella tenía miedo de que él la cortara y se convirtiera en él, ¡en un viejo loco! Estoy segura de que ella no quería que eso sucediera. Somos afortunados de que los badlings hayan estado aguantando. Creo que es porque acordaron votar sobre quién puede reclamarnos. Eso es lo que querían hacer en esa mascarada. Solo que todo salió mal, así que ahora cualquiera de ellos puede hacerlo, si así lo desean".

    "Maldición", respiró Oxidado.

    Esa única palabra expresaba sus sentimientos colectivos sobre el asunto con tanta precisión que quedaron en silencio.

    "Así que Tomo Loco debe de haber conseguido una de las páginas de Drácula y haber matado al verdadero Drácula", dijo finalmente Bells. “Y ese chico, el badling que lo reemplazó, debe haber enviado un mensaje a sus hermanas en el libro, pidiéndoles que encuentren un nuevo badling. Por desgracia para Pavo Real, eso debe de haber sucedido cuando él lo estaba leyendo. Entonces le dijeron que lo rasgara. Sabían que si lo hacía, Tomo Loco lo atraparía. Así es como empezó todo".

    "Tampoco ayudó que yo no pudiera leer más allá de la primera página de El Jinete sin Cabeza", murmuró Grandioso.

    "Y yo debería haber terminado de leerle La Reina de las Nieves a Sofía", dijo Bells.

    "Yo leeré Alicia en el País de las Maravillas cuando esto termine", prometió Oxidado, "y ese libro sobre la pequeña gallina negra, Negrita".

    Se quedaron callados de nuevo.

    "Estos niños, los badlings, solo quieren volver a casa", dijo Bells con tristeza. "¿Recordáis lo que dijo Mancha? Dijo que si destruimos a Tomo Loco, podemos regresar. Creo que quiso decir que todos podemos regresar. Me pregunto si lo intentaron antes y fallaron. Quizás por eso son tan malos con nosotros". Sus ojos brillaban cuando terminó.

    "Creo que hay más", susurró Grandioso. "Creo que..."

    Sin soltar las riendas, la reina giró sobre su asiento y lo silenció con una mirada helada. "Ya es suficiente charla ociosa. Si escucho más de eso", sus ojos se posaron en Bells, "te reclamaré a ti aquí y ahora. ¿Está claro?"

    "Sí", pió Bells, deseando que no le castañearan los dientes.

    La reina se volvió hacia sus caballos.

    "Nos ha oído", susurró Bells.

    Grandioso no respondió, congelado bajo la mirada hambrienta de Pavo Real.

    "¿Quieres sentarte a mi lado?" Pavo Real dio unas palmaditas en el banco. "Tenemos más espacio aquí que vosotros ahí".

    "Es mejor dejar a la chica donde está", dijo el príncipe.

    "No, me refería a Grandioso". Pavo Real hizo un puchero. "Huele mejor".

    "¿Qué?" preguntó Bells ofendida. "¿Estás insinuando que apesto?" Ella reprimió el impulso de olfatearse, solo para estar segura.

    "No puedes reclamar un badling, todavía no", dijo el príncipe conversacionalmente. Su rostro repentinamente perdió color. “Oh, horror. Qué maldad ha poseído mi lengua. ¡No quise hablar mal, mi reina! Os ruego que me perdones! Oh, ¿cómo puedo...?

    "¡Silencio!" gritó ella con los ojos muy abiertos con furia. "Guarda tu aliento. No necesito tus miserables disculpas".

    El Príncipe Próspero se encogió en el asiento.

    "Ya no importa", profesó la reina. “Nuestra hora está cerca. Bien podrían saber lo que les espera." Ella miró a Bells. "Ven, siéntate conmigo y no con esos tontos". Su respiración se extendió como un brazo, enfriando a Bells hasta el núcleo. Sus ojos se convirtieron en dos lagos helados pulidos a la perfección. Bells quiso patinar sobre ellos, astillarlos en fragmentos y ensamblarlos en mosaicos. La visión se hizo tan real que hasta extendió la mano para tocarlos y sintió que se encogía.

    La Reina de las Nieves la agarró, tiró de ella sobre las cabezas de Pavo Real y Príncipe Próspero, y la depositó en el asiento del cochero.

    "¿Tienes suficiente calor?" ella preguntó.

    Bells se pusó rígida: era como estar sentada al lado de una nevera.

    "Te diré un secreto", dijo la Reina de las Nieves con astucia, "No me gustan los niños. Son inmundos y obstinados y no aprecian la belleza. Muchos de ellos han venido, y muchos de ellos podría haberlos reclamado, pero no lo hice. He estado esperando a una chica. A Ella, a quien podría ofrecer gemas de esplendor invernal, ella cuyo corazón aún estaría en el juego de la aurora boreal, ella a quien le encantaría vivir en mi palacio helado después de mi partida, pero no antes de que habláramos de cosas de chicas durante horas." Una chica arrogante destelló en la expresión sedosa de la reina, la chica que una vez fue y ella casi había olvidado. "No he hablado con nadie sobre cosas de chicas durante años".

    A pesar de su entumecimiento, Bells se estremeció. "¿Cosas de chicas?" preguntó trabajando para mover su lengua. "No me gusta hablar de cosas de chicas. Yo soy una científica".

    Los ojos de la reina brillaron con desilusión. "Voy a hacer que te gusten", gruñó, extendió la mano hacia su corona y separó rompiendo un fragmento de cristal.

    Ahí viene mi muerte, pensó Bells con extraña calma, mirando a la reina levantar el brazo para dar el golpe fatal. Tengo que esquivarlo. Intentó moverse. Su cuerpo no quería. ¡Tengo que hacer algo! La imagen de la sobresaltada Boulotte pasó por su mente y Bells decidió hacer algo escandalosamente femenino, algo que había evitado a propósito en el pasado pero que ahora justificaba ser la única solución efectiva a su problema actual. Convocó la fuerza que le quedaba, abrió la boca y gritó.

    Y gritó como una chica.

    Al principio pensó que producía el efecto deseado.

    Los caballos se encabritaron, resoplando.

    El brazo de la reina se sacudió y el fragmento salió volando de sus dedos. Ella perdió el control de las riendas. Los animales, sintiendo su libertad, avanzaron corriendo en un galope loco como perseguidos por los lobos.

    Bells fue golpeada hacia atrás en el asiento y vio la verdadera razón del brote de este pandemonio.

    La bostezante cara de Tomo Loco llenó el aire.

    "¡Está despertando!" gritó el Príncipe Próspero.

    "¡Lo he notado!" La reina se puso de pie, tirando de las riendas, una deidad temible y poderosa con la que no se podía jugar.

    Se estaban acercando a una página de aspecto familiar. El trineo aceleró con la nieve pasando bajo sus esquíes, y luego saltó por encima de la curva en el espacio. De inmediato, la página frente a ellos se convirtió en el suelo, y el suelo sobre el que habían cabalgado se convirtió en el muro de tierra.

    El trineo rebotó, casi arrojando a Bells del asiento. Ella se agarró a él, mirando el paisaje en desarrollo: colinas desnudas, bosques oscuros y una abadía ceñida por un muro de piedra, dos árboles de centinela junto a su verja.

    "La página de la Muerte Roja", se dijo a sí misma.

    El trineo se detuvo de golpe.

    "Hemos llegado". La Reina de las Nieves le ofreció la mano al Príncipe Próspero, quien la ayudó a descender. "¿Qué estáis esperando? ¡Fuera!

    Grandioso y Oxidado saltaron fuera torpemente.

    Pavo Real bajó en pequeños pasos medidos, su rostro se retorció por la sorpresa cuando finalmente notó que llevaba un vestido largo de mujer y que el cabello largo se derramaba sobre sus hombros. Miró en silencio a sus amigos, que le devolvieron la mirada también en silencio, sin saber cómo consolarlo o qué decir.

    Bells salió la última, aún lenta por el entumecimiento.

    La Reina de las Nieves la miró con disgusto. "Celebraremos un consejo sobre quién puede reclamaros". Hizo un gesto hacia las puertas abiertas, que ya estaban llenas de caras expectantes, ansiosas por cortar, rascar o morder, por escapar de su situación y dejar nuevos badlings en su lugar.

Capítulo veintiuno

El Consejo Incorrecto

    ¿Cómo se dividen cuatro cosas entre ocho cosas? Cortas cada cosa por la mitad. ¿Y qué hay de cuatro cosas entre cien cosas? Depende de la cosa, por supuesto. Si son cuatro donuts, los divides en cien pedazos pequeñitos (buena suerte con ello). Pero ¿y si las cosas que hay que dividir son cuatro personas?

    Los cuatro entraron reluctantes en la abadía. La multitud se separó para dejarlos pasar, cada mirada fija, cada boca susurrando, cada miembro tenso, queriendo agarrar pero conteniéndose en presencia de la Reina de las Nieves. Ella se pavoneaba suavemente con la cabeza alta, conduciendo a la asamblea a la suite negra. Aquí se detuvo, giró sobre sus talones y se dirigió a ellos en un tono formal.

    "Nosotros, los badlings de Tomo Loco, tenemos la intención de celebrar un consejo con el fin de determinar vuestra futura ubicación".

    Bells lanzó una mirada inquieta a Grandioso. Él se encogió de hombros y asintió hacia Oxidado, quien estaba mirando a Pavo Real.

    Pavo Real se había familiarizado un poco con la idea de su cambio y estaba decidido a parecer que no le molestaba en lo más mínimo. "No hay necesidad de decidir nada sobre mí", dijo con aire de suficiencia, "voy a volver a la página de Drácula, a cazar". Se humedeció los labios.

    "No puedes ir a ningún lado hasta que votemos", dijo la reina. "Es nuestro voto el que determinará tu futuro".

    Hubo un murmullo de acuerdo.

    "¿Tenéis que votar necesariamente?" preguntó Bells alarmada. "¿No sería mejor dejarnos elegir los personajes que vayamos a reemplazar? Quiero decir, científicamente hablando, si nos dejáis hacer eso, la tasa de éxito..."

    "¡Ya es suficiente!" gritó la reina y agitó una mano.

    Eso actuó como una señal.

    Una multitud de cuerpos bulliciosos y empujones sin ceremonias llevaron a los jóvenes a través de la puerta y los empujaron hasta cuatro sillas negras colocadas en medio de la habitación, igualmente negra con ventanas reluciendo en rojo. Tanto las personas como las criaturas adornaban todas las superficies: sofás, otomanas, sillones, divanes, alféizares, aparadores, armarios, cómodas. Cuando no quedaron más lugares, estallaron peleas. Algunos intentaron sentarse en los hombros del otro, otros se acomodaron en el suelo. Por fin, se callaron con todos los ojos en los jóvenes.

    Bells reconoció a algunos de ellos, como a la oruga y a Alicia y a la Muerte Roja y, según la descripción de Grandioso, al Jinete Sin Cabeza de aspecto aterrador; pero con la mayoría no estaba familiarizada, sus rostros eran hostiles y sombríos, sus voces murmuraban con disgusto moderado.

    “Ella rompió las reglas. ¿Habéis oído eso? ¡Uno ya ha sido reclamado!... No grites eso... Ellos ya lo saben, alguien se lo dijo... ¿Pero quién lo haría?... ¿Importa eso?... Son nuestros... ¡Yo quiero a ese!... ¡No puedes elegir!... Quítame las manos de encima... me has pisado el pie..." y así sucesivamente, como un aula repleta antes del comienzo de una lección.

    "Nos están tratando como prisioneros", dijo Bells.

    "Eso parece", coincidió Grandioso.

    Oxidado no hizo ningún comentario. Seguía mirando a Pavo Real, quien finalmente chasqueó las mandíbulas y le hizo dar un brinco.

    "¡Guao, colega, corta ese rollo!"

    Pavo Real rió maliciosamente, revelando un par de colmillos. "¿Qué ha pasado, Oxidado? ¿Cuál es el problema? ¿No quieres pegarme? Adelante, no te detendré".

    Oxidado se alejó poco a poco.

    "¿Tienes miedo?"

    "Nop".

    "Entonces venga, hazlo".

    "Lo habría hecho", dijo Oxidado ferozmente, "pero no le levanto la mano a las chicas".

    Pavo Real retrocedió como golpeado por un puñetazo.

    Oxidado sofocó una risita.

    "Basta". Bells dio un pisotón, pero su rostro se iluminó con una sonrisa de inmensa satisfacción.

    El murmullo en la sala cesó abruptamente. Todos los ojos pasaron de los jóvenes hacia el sofá directamente frente a ellos. La Reina de las Nieves miró a los badlings que lo ocupaban, esperando que se apartaran del camino. Una vez hecho esto, se sentó en el medio. A su derecha, el Príncipe Próspero; a su izquierda, el fantasma de Barba Azul; el fantasma de Negrita encaramado en su hombro, los fantasmas de las esposas muertas reluciendo detrás.

    “Os pido a todos que os calléis”, comenzó la reina.

    No había necesidad: el silencio era absoluto.

    "Nos hemos reunido aquí..."

    "¡He sufrido el mayor daño!" se escuchó una voz.

    "¿Quién se atreve a interrumpirme?"

    Nadie respondió.

    “¡Muéstrate!”

    Impulsado por sus vecinos, el Jinete Sin Cabeza se levantó, sujetando la cabeza hacia afuera. Esta hizo una mueca, moviendo los labios y lengua de una manera exagerada. "He quedado traumatizado. Las consecuencias son nefastas. No puedo interpretar mi cuento sin estar aterrorizado de que un nuevo badling me aceche en la página. ¡Tengo derecho a exigir una indemnización! Reclamo al gordo." Señaló a Grandioso. “Me aterrorizó siguiéndome. Él merece sufrir en mi lugar".

    Grandioso no podía creer lo que estaba oyendo. "¿Yo te aterroricé a ti?"

    "Eso es completamente injusto", dijo la oruga lánguidamente, sacándose la cachimba de la boca y exhalando un anillo de humo. "Si alguien puede reclamarlo, ese soy yo. Llevo el primero en la cola desde hace años, según nuestra última asamblea. Barba Azul, tú lo decretaste. ¿No hiciste un acta de...?"

    "Barba Azul es un fantasma", interrumpió la reina. "Lo que decretó ya no es válido".

    “Además”, continuó la oruga sin prisa, “logró escapar de mi pupa. Es un duro golpe para mi autoestima. He estado trabajando duro para transformarme en una genuina oruga, y debo deciros que no es fácil. Vosotros tenéis la opción de caminar por vuestras páginas, pero yo no. Estos tocones lamentables que llamáis patas me proporcionan poca locomoción, aparte de gatear y arrastrarse y en rara ocasión..."

    "¡Silencio!" gritó la reina. “Cualquier otra persona que hable fuera de orden será despedida, y por lo tanto perderá su derecho a reclamar un nuevo badling. ¿Necesito repetirlo?" Ella los fulminó con la mirada, y estos temieron su furia.

    Hubo una oleada de susurros y algunas miradas enojadas, pero nadie la desafió abiertamente. Todavía no.

    “Nuestro tiempo es corto”, entonó la reina. "Debemos proceder con la votación".

    Los aplausos estallaron. Alguien pisoteó. Alguien silbó.

    Ella levantó la mano para calmarlos. "Pero antes de hacerlo, ¿puedo presentaros un regalo, un regalo que hemos estado esperando durante años". Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran, luego continuó en el tono de revelar un secreto importante. "Una manera de que todos nos vayamos a casa, todos y cada... uno de los... badlings".

    La habitación quedó aún más silenciosa.

    Rostros aturdidos la miraban con expectación sin aliento.

    “El badling con el nombre de Grandioso, que se levante y nos diga lo que tenía en mente”, ordenó la reina. "Háblanos sobre tu método".

    La atención de todos se dirigió a Grandioso. Él parpadeó. "¿Método?"

    “Tu método para destruir a Tomo Loco”, espetó la reina. "Queremos escucharlo".

    "No es un método, es solo una idea. Pero... ¿cómo lo sabes? No se lo he dicho a nadie, excepto a mis amigos..."

    El fantasma de la gallinita negra voló rápidamente y se escondió detrás del sofá.

    "Tengo mis medios", dijo la reina. "Continúa. No nos hagas esperar".

    "Apuesto a que fue Negrita", murmuró Bells. "Apuesto a que nos espió, maldito soplón".

    Grandioso cambió su peso de un pie a otro. "Um", comenzó, "pensé que podríamos conseguir de alguna manera que los patos en el estanque encuentraran a Tomo Loco y lo destrozaran" Su expresión se iluminó con una idea repentina. "O simplemente podríamos caminar a lo largo del muro de tierra y salir al estanque y luego podríamos destruirlo con seguridad".

    Bells lo miró fijamente.

    Grandioso se volvió rosa. "Quiero decir, sería mejor si nosotros lo hiciéramos porque los patos no están muy interesados ​​en los libros, están más interesados ​​en gusanos o donuts". Suspiró.

    "¡Espera un minuto!" Gritó alguien. ¿A qué te refieres con volver al estanque? ¿Quieres que te dejemos marchar? ¿Así sin más?”

    Esto fue recogido por otro grito. "¡Mira al vampiro! ¡Mira! ¡Se supone que es un chico! ¡Una de las hermanas de Drácula lo reclamó sin nuestro voto!"

    Un rugido de indignación estalló por todos lados.

    "¡Ha dicho volver al estanque! ... ¡Están planeando una fuga!... Ella le mordió, lo escuché de Don Quijote, él lo vio con sus propios ojos... ¡Atrápalos! ¡Atrápalos de una vez!... ¿Hemos esperado para nada?... ¿Quién dice que tenemos que votar?... ¡Agárralos mientras puedas! ¡Atrapad al gordo!... No. A esa, la niña, atrapad a la niña..." Todos saltaron de sus asientos.

    "¡Sentaos!" gritó la reina.

    Nadie le prestó atención. Se apresuraron dándose codazos y empujones, rodeando a los jóvenes en un círculo que se encogía rápidamente. Rostros les gruñían. Alas se extendían. Colas se crispaban. Dientes rechinaban.

    "¡Silencio!" tronó la Reina de las Nieves y desató un viento de tal fuerza que los solidificó a todos.

    En el repentino silencio, alguien golpeó el cristal. Una de las ventanas se hizo añicos y asomó el pico de Hinbad.

    "Os habéis olvidado de nosotros, ¿eh?" dijo observando la escena con un curioso ojo naranja.

    La ventana a su lado explotó. "Enhorabuena", dijo Haroun tratando de apretarse para meter toda la cabeza. "Tomo Loco está despertando, por si no lo sabíais".

    La tercera ventana se rompió. Era Hossain. "Colegas. Sois muy ruidosos". Miró fijamente a los badlings cubiertos de escarcha y luego a la Reina de las Nieves. “¡Un truco impresionante! Esa es una forma genial de hacerlos callar".

    La reina hinchó el pecho, agotada por su esfuerzo.

    "Bueno", continuó Hinbad. "¿Ya habéis votado?" Pasó los ojos sobre las figuras hasta que vio a Bells. “Yo reclamo a esa. Es inteligente".

    "¿Tú?" Haroun chilló en estado de shock. "¡De ninguna manera! Me la voy a quedar yo".

    Hossain le picoteó. "¿No dijiste que Tomo Loco está despertando? Será mejor que salgamos de aquí antes de que se enfade de verdad".

    Como para confirmar la precisión de su predicción, el suelo se estremeció, sacudiendo toda la abadía, lo cual tuvo un efecto de descongelación en todo el interior. Hubo una pausa, una toma de aire, y luego un crujido y un crepitar de hielo astillado y extremidades estiradas y articulaciones flexionadas, y al minuto siguiente, el caos estalló otra vez.

    “Bueno, podemos llevaros a alguna parte”, gritó Haroun.

    "¡Pero no a todos a la vez!" Aclaró Hossain. “El primero que llegue, el primero que sale. ¿No es eso genial?”

    Se encontraron con una tormenta de terror. Los sofás se volcaron, las otomanas se volcaron, los sofás, los divanes, las cómodas se hicieron a un lado para dar paso a la frenética multitud. Algunos badlings corrieron hacia las puertas, otros por las ventanas, y otros fueron hacia los jóvenes, extendiendo hacia ellos cualquier cosa que fuera afilada: garras, dientes, dagas, zarpas e incluso una horquilla en la temblorosa mano de Alicia.

    Antes de que ninguno de ellos infligiera daño, un grave retumbar rodó por el cielo, un sonido amplificado de bostezos y estiramientos, y luego desde abajo un traqueteo de cadenas, el golpe de una puerta y un ominoso batir de alas.

    La luz se atenuó. La oscuridad se vertió dentro de la habitación y; con ella, liberado de la prisión de la mazmorra por el fiel fantasma de Negrita; Drácula entró volando y se posó junto a los jóvenes, barriendo a sus competidores y derribándolos.

    "Sois míos", les dijo, "Míos. Los reclamo a todos." Su cara de murciélago se retorció en un gruñido de triunfo.

    "No necesitas reclamarnos. ¡Podemos destruir a Tomo Loco juntos!" gritó Bells. "Dijiste que estabas cansado de estar aquí. ¿No quieres volver a casa?"

    "No dejes que eso te preocupe, Belladonna Monterey". Los ojos de Drácula destellaban en rojo. "Aprenderás a amar tu nueva vida, como aprendí yo a amarla antes que tú". Le mostró los colmillos.

    "¡Bells!" gritó Oxidado. "¡Detrás de ti!"

    Ella se agachó.

    Las mandíbulas de Drácula no se cerraron sobre nada. Él echó mano a Bells justo cuando la Reina de las Nieves le impactó con un poderoso golpe. Ella agarró a Bells por el brazo. "¡Eres mía! ¡Yo te encontré primero! ¡Aterrizaste en mi página!”

    Pero Drácula no se dio aún por vencido. Agarró a la reina por detrás y la levantó del suelo. Una expresión de sorpresa se extendió sobre sus pálidos rasgos. Ella soltó a Bells y, a continuación, salió de la habitación por una de las ventanas rotas.

    Drácula la observó volar, disfrutando de un momento de satisfacción.

    Fue este momento lo que salvó a nuestros amigos. Se miraron unos a otros, tomaron grandes bocanadas de aire y salieron disparados hacia las puertas, corriendo a pleno pulmón hasta salir de la abadía.

    El viento feroz les abofeteaba en la cara. Llovía tierra sobre sus cabezas. Las colinas estaban llenas de figuras en pánico, y el cielo se agitaba y centelleaba en amarillo.

    "¿Quién se atreve a despertarme?" tronó Tomo Loco, sus labios eran nubes oscuras, sus ojos como rayos.

    "¿Qué hacemos ahora?" pió Bells.

    "¿Dónde está Drácula?" gimió Pavo Real. “¡Quiero ir con él! ¿Por qué me habéis arrastrado?”

    Grandioso jadeó, hablando en ráfagas. "Se acabó... moriremos... este libro chiflado... nos destrozará... en pedazos..."

    "¡Por allí!" señaló Oxidado. ¡Los polluelos Roc! ¡Están cargando gente!"

    Al final de la página yacían Haroun, Hussein e Hinbad, con las alas planas en el suelo sirviendo como rampas. Los badlings se subían encima de ellos como una marea de insectos. El primero en cargarse por completo, Haroun despegó, volando hacia arriba y luego paralelo al muro de tierra.

    Tomo Loco estiró sus garras con una inconfundible intención de aplastar al pájaro y a todos los que llevaba. “¿Crees que podéis escapar de mí, miserables badlings? ¡Pensadlo dos veces!" Las puntas de sus garras se cerraron de golpe, fallando por centímetros. Haroun chilló y bajó en picado en zig zag hasta llegar por fin a la parte inferior de la página siguiente. Se zambulló bajo esta y desapareció, escapando con éxito del peligro.

    Tomo Loco rugió, atrapó el borde de la página y lo rasgó, aullando de dolor.

    "Está loco", murmuró Grandioso.

    "Está destruyéndose a sí mismo", repitió Bells.

    Pavo Real no compartía los sentimientos de sus amigos ni estaba viendo la conmoción. Estudiaba a sus amigos con un aire peculiar, como si quisiera morderlos y decidiera quién sabría mejor. Y justo cuando posó los ojos sobre Grandioso, Oxidado lo interrumpió.

    "Vamos, muchachos", gritó. "¡Aún podemos lograrlo!"

    Desconcertados, corrieron y llegaron a Hinbad justo a tiempo, uniéndose a un grupo de badlings ya sentados sobre su lomo. Hinbad chilló, agitó las alas y se elevó.

    Luego sucedieron varias cosas desagradables en rápida sucesión.

    Molesto con los badlings por haber desafiado sus órdenes y haberse lastimado por una herida provocada por él mismo, Tomo Loco comenzó a revolotear páginas, generando una tormenta de viento y enviando a Hinbad a una caída vertiginosa.

    Como si eso no fuera suficiente, Drácula salió de la nada, agarró a Pavo Real y desapareció de la vista.

    Luego, de la masa de badlings que se aferraban desesperadamente al lomo de Hinbad, el Jinete Sin Cabeza emergió y atrapó a Grandioso en una llave de lucha libre. “¡Hinbad! ¡Déjame bajar! ¡Esta es mi página!"

    Hinbad chilló su acuerdo y, en lugar de pasar por debajo de la pradera, se desvió sobre esta y disminuyó rápidamente la velocidad. El jinete saltó, llevándose a Grandioso con él.

    Mientras Bells y Oxidado observaban esto incapaces de ayudar, los badlings restantes comenzaron a reírse.

    “¡Os tenemos! ¡Os tenemos! ¡Engañamos a la Reina de las Nieves! ¡Tenemos a los dos nuevos badlings, el chico y la chica! Se quitaron las máscaras y Bells vio con horror que lo que ella había percibido como pelo era pelaje, y quien ella pensaba que eran chicos o personas de baja estatura no eran humanos en absoluto.

    "Monos", jadeó ella. "¿De dónde han salido estos monos?"

    Oxidado sonrió. “¡Hola, monos! ¿Cómo va eso?"

    Los monos no parecían estar de humor para devolverle el saludo. Curvaron sus labios, mostrando afilados dientes amarillos.

    "¡Alto! ¡Te ordeno que pares! ¡Te estás llevando a mi badling!" llegó un grito desde atrás. Era la Reina de las Nieves volando en su trineo. Estaba a punto de alcanzarlos.

    Sorprendido, Hinbad perdió el equilibrio y, en lugar de deslizarse debajo de la página que tenía delante, voló directamente hacia ella. Bells y Oxidado vieron mucho verde y, al segundo siguiente, se estrellaron contra una alfombra de hojas, flores y lianas.

Capítulo veintidós

La Travesura de un Mono

    Al leer un libro, ten cuidado y no te cortes con el papel. Una vez que derramas sangre en las manos de un personaje, te conviertes en él. Como has visto, Pavo Real ya ha sufrido este destino, convirtiéndose con éxito en una de las hermanas vampiro. Grandioso estaba a punto de enfrentarse a su decapitación. En cuanto a Bells y Oxidado... bueno.

    Perseguido por los corceles más veloces de Tomo Loco (los tres caballos de la Reina de las Nieves) Hinbad no debía ser superado.

    "¡Intenta atraparme, carámbano loco!" chilló él. "¡No aprendí a volar por nada! Puedo superarte volando siempre, ¡mírame!"

    Por desgracia, debido a que Hinbad era joven, gigante y demasiado confiado, se concentró más en afirmarse a sí mismo que hacia dónde iba. Los monos le gritaron direcciones, tratando de evitar el choque, y fracasaron.

    A toda velocidad, Hinbad vio la página ascendente demasiado tarde. Él hizo una guiñada, aleteando desesperadamente, y luego notó que esta maniobra solo ocurría en su cabeza. En realidad, avanzaba de cabeza, atravesó la tienda de campaña de la jungla y se deslizó en rico terreno como un cuchillo se desliza por la mantequilla. Todo su cuerpo tembló por el impacto. Los monos cayeron como lluvia de su lomo, dispersándose dentro de los árboles. Y Bells y Oxidado dieron un salto mortal en un grupo de flores que apestaban como cadáveres en descomposición.

    Hubo un silencio que siguió a grandes explosiones, luego estalló con ruidos.

    Bells se sentó derecha, mareada. Se sacudió las hojas y las ramitas y miró boquiabierta a su alrededor.

    La jungla estaba llena de vida. Los insectos zumbaban. Los pájaros trinaban. Todo latía y goteaba y oscilaba. No había caminos visibles que condujeran a ninguna parte. Las ramas de los árboles se rizaban como extendidos dedos destinados a engancharse en su pelo. Las flores emitían un olor nauseabundo. Y cuando ella se movió, el suelo chapoteó, reacio a soltarla.

    "¿Estás bien?" le preguntó ella a Oxidado con sus ágiles dedos rehaciendo la coleta.

    "Estoy bien", dijo él con la cabeza gacha. "¿Y tú?"

    "Eso creo". Se dio unas palmaditas a sí misma, sin notar un tono peculiar en la voz de su amigo. “No hay nada roto. Y estamos vivos, lo cual es bueno. Pero estas flores apestan, lo cual es malo”. Ella esperó a que él comentara o al menos se riera.

    No hizo nada de ambos.

    "¿Qué pasa, Oxidado?"

    Él alzó la vista con una mano en la mejilla.

    "¿Qué te ha pasado en la cara?"

    “Nada”

    Bells frunció el ceño. "Déjame ver".

    "No es nada, en serio". Oxidado retrocedió, pero Bells fue más rápida. Ella le despegó los dedos y jadeó. Un superficial corte le corría desde el ojo hasta la barbilla en una dentada línea escarlata.

    "Todo tranqui, hombre. No hay que preocuparse. Me corté cuando nos caímos. Con un... ¡con un palo! Justo ahí." Él señaló vagamente más allá de las flores y le dedicó a Bells una débil sonrisa.

    Los ojos de Bells se abrieron al máximo. "Te arañaron".

    "¿Quién?"

    "¡Los monos!"

    "No, qué va".

    "Qué mal mientes. No parece un corte, parece un arañazo y tiene mala pinta, Oxidado. Estas sangrando. Estás..." se detuvo, enfriándose.

    "¿Qué?"

    Sus ojos se encontraron.

    "¿Qué está pasando?"

    "Escucha", dijo ella rápidamente, "solo... mantén la calma, ¿de acuerdo? Mantén la calma".

    "¿Por qué?" chilló Oxidado. "¿De qué se trata?"

    Bells dijo lo más uniformemente que pudo: "Estás cambiando en un mono".

    "No." Oxidado se palpó la cara. Un suave pelaje brotó bajo sus dedos. "¡No!" gritó y se puso de pie de un salto.

    "No te asustes, por favor. ¡Encontraremos una manera de arreglar esto!" Pero mientras lo decía, Bells no estaba tan segura. No podía apartar los ojos de la espalda de Oxidado, donde se desplegaba una cola en un rizo. Su rostro se oscureció al color del cuero negro, igual que sus manos, el resto fue superado por el pelaje gris.

    "Es ese mono", dijo, "el que estaba sentado a mi lado, ¡me arañó cuando empezamos a caer!"

    Un pensamiento terrible golpeó a Bells. Rápidamente se examinó los brazos, las piernas, luego se palpó el rostro. "¿Me ha arañado a mí también? Oxidado, dime, ¿ves algún corte?”

    Pero Oxidado sucumbió al pánico.

    "¡Esto es horrible!" chilló. "Pellízcame, estoy soñando! ¡Quiero despertar! ¡Abuela! ¡Abuela, sácame de aquí!" Y se fue disparado.

    "¡Oxidado, espera!" Bells corrió tras él.

    Fue inútil. Llevado por su nueva agilidad de mono, Oxidado botaba expertamente de árbol en árbol y pronto desapareció.

    Bells corrió un poco más y luego se detuvo, bloqueada por una maraña infranqueable de vegetación. "Eso es genial", murmuró. “¿Por qué tuviste que correr, Oxidado? ¿Cómo voy a atravesar esto?"

    Miró a la liana que colgaba como una retorcida serpiente verde, reflexionando si debía trepar por ella, cuando un fuerte ruido la hizo dar un brinco y girarse.

    Algo se estrelló en la jungla, algo pesado. Después algo resopló y algo crujió.

    Era el crujido de nieve.

    Una ráfaga de viento enfrió el aire húmedo. A Bells se le puso la piel de gallina.

    "La Reina de las Nieves", susurró ella.

    "¡Bells, mira!" llegó una llamada desde arriba. "¡Puedo trepar a los árboles como un mono!" Oxidado ya no se parecía a sí mismo, salvo por su ropa hecha jirones. Él envolvió la cola alrededor de una liana y se colgó bocabajo.

    "¡Cuidado!" gritó Bells. "Te vas a caer así".

    "No, no lo haré. ¡Esto es divertido!" Se rascó la cabeza. "¿Quieres probar? Puedo enseñarte. Es fácil".

    "Escúchame", dijo Bells desesperadamente. "No podemos trepar a los árboles en este momento".

    La cara de Oxidado se arrugó. "¿Por qué no?"

    “¡Porque necesitamos encontrar a Grandioso! ¡Y a Pavo Real! Y..." ella se interrumpió. "¿No te acuerdas?"

    "¿Recordar qué?" Oxidado atrapó algo dentro de su pelaje y lo estudió, luego se lo metió rápidamente en la boca.

    "¡Oxidado! ¡Puaj! ¡No eres un mono, eres un chico! Estamos en Tomo Loco. Un mono te ha arañado y lo has reemplazado, ¿no lo entiendes? Y la Reina de las Nieves acaba de llegar. Me persigue. Necesitamos encontrar a Grandioso y a Pavo Real y volver al estanque de los patos".

    Oxidado parpadeó. "¿El estanque de los patos?"

    "¿Quieres ser un mono para siempre?" preguntó Bells.

    “¡Totalmente! ¡Mira lo que puedo hacer!" Escaló el tronco más cercano y bajó de una liana, solo para volver a subir para otro viaje, con una expresión divertida en su cara coriácea.

    Bells se aferró la frente. "No cambias, Oxidado, mono o no". Sus palabras sonaron incómodamente fuertes. La jungla estaba en silencio. "¿Oxidado?" Tuvo la sensación de unos ojos observándola, muchos pares de ojos mirando hacia abajo desde el dosel de las hojas.

    "¡Oxidado!"

    Las ramas se sacudieron y gruñeron. Decenas de brazos peludos se extendieron hacia Oxidado de inmediato y lo agarraron, tapándole la boca. Él luchaba mirando en silencio a Bells. Docenas de caras arrugadas exactamente como la suya comenzaron a reírse. Eran los monos.

    Uno de ellos arrancó una nuez grande y se la arrojó a Bells. Ella retrocedió acobardada. Más nueces cayeron al suelo como inmensas piedras de granizo.

    "¡A por ella! ¡A por ella!" gritaron, chasquearon y ulularon.

    "¡Oxidado!" llamó Bells. "¡No te rindas! ¡Lucha contra ellos! Tienes que... ¡Auch!" Una nuez la golpeó en el codo, alcanzando un nervio.

    "Ahí estás, chica badling". La Reina de las Nieves salió de detrás del árbol. Su boca se torció con la presunción de un depredador que por fin ha arrinconado a su presa. Vapor subía de ella, y cada planta que tocaba se helaba de inmediato.

    Los monos emitieron un chillido de terror, soltaron el resto de las nueces y huyeron con Oxidado atrapado en medio de ellos. Los sonidos que atravesaban la jungla se desvanecieron rápidamente.

    Bells permaneció en silencio, masajeándose el codo y buscando una forma de escapar. Detrás de ella había un matorral de vegetación impenetrable. A su izquierda y a su derecha se alzaban árboles que solo los monos podían trepar, los espacios entre ellos eran una maraña de lianas. La única salida de esta pesadilla era ir adelante y estaba bloqueada por la reina.

    "Pobre badling", le dijo con dulzura, avanzando. "Pareces tan cansada, tan sucia, tan magullada".

    Bells retrocedió y pisó algo viscoso. Protestó liberando un olor a carne podrida. Era un grupo de flores, del mismo tipo que ella y Oxidado habían encontrado en su bastante desagradable aterrizaje en la selva.

    Ella corrió rodeando aquello.

    "¿Qué prisa tienes?" engatusó la reina. "Ven. Te limpiaré la cara. Te daré mi capa. Te protegerá de este calor insufrible." Su exhalación congeló las flores en un ramo de hielo. El buen resultado de esto fue que dejaron de apestar. El mal resultado fue que se derrumbaron bajo el zapato de la reina, la última barrera entre ella y Bells.

    Es mi perdición, pensó Bells. Se acabó, es mi perdición.

    Se imaginó a sí misma como la Reina de las Nieves, sentada en un trono helado, arreglando y reorganizando los cristales en mosaicos brillantes.

    Esto es horrible. ¡Moriré de aburrimiento!

    La reina estaba a su lado.

    "¡Espera!" gritó Bells. "Solo eres una chica como yo. No hagas esto. Quieres volver a casa, ¿verdad? Puedo ayudarte. Déjame libre y subiré por el muro de tierra y saldré al estanque y romperé a Tomo Loco por la mitad. Lo prometo. ¡Y luego puedes irte a casa !Ver a tu madre... !” Bells titubeó. Por alguna razón, eso había sido algo incorrecto que decir.

    La Reina de las Nieves siseó, el vapor nubló su rostro. "¿Casa? No quiero irme a casa. Estoy mejor aquí". Y con un brillo codicioso en los ojos, se quitó la corona helada y lanzó un golpe hacia Bells, fallando por un par de centímetros. Bells se tambaleó. Su pie se enganchó en una raíz y ella cayó. La reina sonrió con la corona colocada en la mano como un cuchillo. "Dile adiós a la vida como la conoces, Belladonna". Y ella la cortó.

    Bells se concentró en la punta afilada, esperando el dolor. Pero este no llegó. La corona se alejó rápidamente sin tocarla. La Reina de las Nieves emitió un hipo. Una expresión perpleja se extendió por sus rasgos. Se levantó y flotó en el aire, balanceándose de izquierda a derecha.

    "¿Humph uh uphm uhm mumph?" chirrió una voz familiar.

    Bells entornó los ojos. "¿Hinbad?"

    El polluelo Roc se alzaba sobre el claro, la Reina de las Nieves se balanceaba en su pico. El Roc la escupió y la vio caer con un divertido ojo naranja. “Dije, ¿te está dando problemas? Se suponía que íbamos a votar y esas cosas, como... quién recibe qué nuevo badling y... ey, señora carámbano, no va a ir a ninguna parte".

    La reina se arrastró sigilosamente detrás de un mata de helechos. Hinbad la agarró por la capa, la sacudió como una serpiente venenosa y la arrojó a la distancia esmeralda.

    Ambos escucharon.

    Hubo un grito, un chasquido, un golpe y un dichoso silencio.

    "Eso está mejor", concluyó Hinbad brincando petulantemente hacia Bells. El suelo temblaba bajo su peso. “Qué bien ha sentado eso. Llevo queriéndolo hacer desde hace mucho tiempo".

    "Gracias, Hinbad", chilló Bells.

    Él fijó un ojo en ella. "De nada. Me gustas. Serás un gran polluelo Roc".

    "¿Lo seré?"

    "¿No quieres volar?" Él alzó la vista. "Ahí va esa".

    El trineo de la Reina de las Nieves salió disparado de la jungla y desapareció rápidamente de la vista.

    "Tengo la sensación de que volverá", dijo Bells.

    "¿Quieres volar entonces?" Hinbad bajó la cabeza al nivel de la de ella.

    Ella tragó saliva. "¿Tengo... que decidir ahora mismo?"

    "¿Qué hay que decidir?" preguntó Hinbad perplejo. “Volar es lo mejor del mundo. Haroun y Hossain estarán tan celosos de que te haya reclamado." Emitió un ruido chirriante parecido a una carcajada.

    "¿Puedo encontrar a mis amigos primero?" imploró Bells. "Me gustaría despedirme de ellos", midió sus palabras cuidadosamente, "como si quisieras despedirte de tus hermanos si los dejaras para siempre".

    Haroun parpadeó. “¿Por qué querría yo despedirme de ellos? Ellos nunca se despidieron de ". chilló agitado.

    "Lo siento, eso no es lo que quise decir", tartamudeó Bells. "Solo quiero verlos una vez más para... ¡decirles que voy a ser un polluelo Roc y que volaré para que estén celosos de mí porque no pueden volar y yo sí!" Ella forzó una sonrisa.

    "¡Claro!" Hinbad asintió felizmente. "Te reclamaré ahora mismo para que puedas volar hasta ellos y presumir. ¿No les haría eso ahogarse de envidia?" Bajó la voz. "Pero, se supone que no debo hacer esto, Haroun y Hossain me dijeron que los esperara, pero no están aquí para detenerme, ¿verdad? Será una gran sorpresa para ellos, ¿no?"

    "Bueno..." Bells se retorció la coleta, "si te reemplazo ahora, mis amigos no me reconocerán. Pensarán que soy tú y huirán de mí gritando".

    "¿Eh?", dijo Hinbad, golpeando con su pico algo que se retorcía en la hierba, arrojándolo al aire y tragándolo tan rápido que Bells no pudo ver qué era, pero pensó que parecía una anaconda gorda perfectamente capaz de tragarse entera a una chica de once años, y su estómago se revolvió como una lavadora.

    Hinbad eructó. "Eres inteligente", continuó desconcertado. "No había pensado en eso".

    "Siempre puedes reclamarme más tarde", dijo Bells esperanzada. "¿Podrías llevarme con ellos? Eres tan poderoso, tan grande, tu vuelo es tan suave y rápido. Apuesto a que vuelas más rápido que tus hermanos." Observó el efecto de sus palabras asentarse.

    "Yo totalmente lo soy". Hinbad desplegó las alas, arrancando de raíiz un par de árboles en el proceso. “Soy el más rápido. Madre me dijo que yo nunca volaría tan bien como Hossain, pero soy mejor que él. Soy mejor que los dos".

    "Lo eres", lo elogió Bells. "Eres elegante y rápido. ¿Puedo experimentar una vez más el placer de viajar con un volador tan capaz?”

    "¡Puedes!" chilló Hinbad. "Sube encima. Te llevaré a la Ciudad de los Monos".

    "¿La Ciudad de los Monos?" repitió Bells. “Eso suena familiar. ¿De qué libro es eso? ”

    “¡El Libro de la Selva!

    "Debería haberlo adivinado", ella miró a su alrededor. "Ahora tiene sentido".

    "¿Lo has leído?" preguntó Hinbad.

    Bells se sonrojó. "No, pero vi la película".

    “Deberías leerlo. Es un gran libro. ¿Te subes? ”

    "Eehh". Bells levantó la vista. "¿Estás seguro de que es seguro ir allí? Quiero decir, ¿no nos estará buscando Tomo Loco?"

    "Nah, está echando una siesta", dijo Hinbad con confianza. “Se cansó con ese berrinche. Siempre lo hace".

    "¿Cómo lo sabes?"

    "¿No lo oyes?"

    Bells escuchó.

    Efectivamente, debajo del estruendo de la jungla se escuchaba un zumbido, un susurrante ronquido que podría confundirse con el murmullo de las hojas.

    "Así que, así es como se puede saber..."

    "Aunque tenemos que irnos", interrumpió Hinbad. "Antes de que mis hermanos me encuentren". Evidentemente, él estaba más aterrorizado por la ira de sus hermanos que por la de Tomo Loco. Él aplanó un ala en el suelo. Bells se subió a su lomo y ambos despegaron, elevándose sobre el mar de árboles que se movían y ondulaban como agua verde, con salpicaduras de color estallando aquí y allá en forma de alarmados pájaros tropicales.

Capítulo veintitrés

La Traición de la Reina

    Es injusto que sea más fácil destruir un libro que escribirlo. Imagina cuánto tiempo tardarías en elaborar meticulosamente cada oración, cada párrafo, cada capítulo, luego imprímelo todo y agrégalo a un libro. Ahora imagina lo rápido que puedes destrozar ese libro y tirar los restos por la ventana. Ojalá fuera así de fácil con Tomo Loco.

    "¡Hinbad!" llamó Bells por encima del ruido del viento. "Si rasgamos a Tomo Loco, ¿eso volverá a cambiar a mis amigos como eran antes?"

    "¿Eh?" chilló él. "¡No te oigo!"

    "¡No importa!" gritó Bells. "No es nada. Solo estaba hablando conmigo misma." Ella se golpeó la cabeza en el lomo. "Odio esto. Científicamente hablando, nada tiene sentido. Ni científicamente hablando, nada tiene sentido tampoco. Me va a explotar el cerebro". Respiró hondo y entró en una meditación intensiva.

    Vale, examinemos nuestras opciones. Si destruimos a Tomo Loco, ¿hará que Oxidado sea menos mono y Pavo Real menos vampiro? En otras palabras, ¿los convertirá de nuevo en sí mismos? Creo que hay dos resultados posibles.

    Resultado uno: nuestra teoría sobre que Tomo Loco es un villano típico cuyos poderes desaparecen una vez que está muerto es correcto. Eso significa que cuando se haya ido, cada uno de los badlings, incluidos Oxidado y Pavo Real, volverán a casa como estaban antes.

    Resultado dos: nuestra teoría sobre que Tomé loco es un villano típico está equivocada, en cuyo caso, si lo destruimos, Oxidado y Pavo Real se convertirán en fantasmas, al igual que todos los demás badlings. Esto significa que no podemos dañarlo de ninguna manera. Tampoco es que podamos (es demasiado grande) a menos que salgamos de aquí hasta el estanque de los patos, o los patos por alguna razón decidan rasgarlo, como dijo Grandioso. ¡Oh, ojalá él estuviera aquí! Espero que ese idiota sin cabeza no le haya hecho nada horrible.

    Ella se estremeció ante la idea.

    Al menos sé dónde está, y sé dónde está Pavo Real, y estoy a punto de ver a Oxidado.

    Bells suspiró.

    Vale, volvamos a los hechos. O más bien al hecho. Suponiendo que la mayoría de los badlings, sin contar los personajes reales ni a la Reina de las Nieves, quieren que destruyamos a Tomo Loco, ¿cuál es la validez del resultado dos? Es nulo. ¿Por qué? Porque según el resultado dos, eso también los destruiría a ellos. Sin embargo, debido a que quieren que lo destruyamos, eso apunta a la validez del resultado uno. Lo cual significa que debemos destruir a Tomo Loco porque una vez que lo hagamos, todo volverá a ser como era antes.

    Satisfecha, cerró los ojos y se inclinó hacia el viento.

    Hinbad comenzó a disminuir la velocidad.

    La jungla había llegado a su fin. Frente a ellos yacían las ruinas de una antigua ciudad india. Fragmentos de muros derruidos sobresalían como dientes rotos. Cada superficie, cada afloramiento y estante estaba lleno de monos. Vieron el pájaro descendente y ulularon. El polluelo Roc tocó el suelo. El impacto del aterrizaje sacudió a Bells, y ella se deslizó por el lomo un poco más rápido de lo previsto. Una multitud de cuerpos peludos se acercó lentamente a ella con una intención obvia.

    "¡Hola, monos!" intentó ella. "¿Habéis visto a mi amigo Oxidado?"

    Ellos gruñeron cerrando sus filas.

    “Lo trajisteis aquí. Yo lo vi. Oxidado, ¿me oyes?

    Más gruñidos, más furiosos esta vez.

    "Vale, esto no está funcionando". Bells buscó a tientas en su mente lo que tenía que decir, dándose cuenta de que eso es en lo que debería haber pensado, no en la destrucción de Tomo Loco. Parecía que ella misma podría ser destruida. Entonces se le ocurrió una idea.

    "Escuchad, vosotros no sois monos, son niños", dijo con voz ronca. "Sé que queréis volver a casa, al menos creo que la mayoría de vosotros quiere volver a casa". Ella los repasó con la mirada.

    Ellos se detuvieron, sus caras coriáceas estaban perplejas.

    “Si derramáis mi sangre, solo uno de vosotros escapará, lo que ni siquiera es un escapada real porque tendrá que quedarse en Tomo Loco. Pero si me ayudáis a encontrar a mis amigos y nos permitís volver al estanque, nos libraremos de Tomo Loco y luego todos vosotros podréis escapar. ¡Todos podréis volver a casa!”

    Los monos se rascaron la cabeza, al parecer, pensando.

    "No sois quienes creéis que sois", agregó Bells.

    Esto fue recibido con miradas confusas.

    Bells dejó escapar un suspiro exasperado y miró a Hinbad en busca de ayuda. "¿Recuerdas tú quién eras antes de llegar aquí?"

    "¿Ein?" parpadeó con sus ojos naranjas.

    "¿Cuál es tu verdadero nombre?"

    Las garras de Hinbad arañaron el suelo. "No lo recuerdo", chilló asustando a los monos. Se dispersaron por las ruinas, asomando de inmediato la cabeza y avanzando lentamente otra vez.

    Un globo de agua salió del ojo de Hinbad y salpicó sobre las piedras.

    Bells se apartó, sobresaltada.

    "Todo lo que yo siempre había querido era volar", dijo Hinbad miserablemente. "Eso es lo único que recuerdo". Extendió las alas, dispersando a los monos otra vez.

    "Yo... lo siento". Bells le dio unas palmaditas en la pata.

    "Por favor, no les digas a mis hermanos que te lo he dicho. Me matarían. Se supone que no debemos decir a los nuevos badlings quiénes somos de verdad".

    "Ellos no son tus verdaderos hermanos, ¿verdad?"

    Hinbad abrió su pico para responder.

    “¡Cállate! ¡Cállate! ¡Cállate!" gritaron los monos y lo rodearon en una tanteante manta en movimiento.

    "¡Salid de encima, bichos peludos!" Se sacudió como un perro mojado.

    "¡Parad! ¡Estáis arruinando vuestra única oportunidad! " gritó Bells, retirándose. "¡Recordad! No sois..."

    Un mono saltó hasta ella. “¡La tengo! ¡La tengo!"

    Bells lo esquivó y se topó con otro. "¡No, no la tienes! ¡Yo la tengo!" Dos monos más se abrieron paso y la agarraron. Ella cayó rodando como una pelota. Los monos levantaron las manos para arañarla justo cuando Hinbad los apartó de un golpe.

    "Ninguno la vas a tener, ella es mía", chilló. “Me dijo que podía reclamarla. Dijiste que podía, ¿verdad?" Miró a Bells con esperanza.

    "Sí", jadeó ella tocándose rápidamente la cara, los brazos y las piernas. No había ni un solo corte. "Busquemos a Oxidado". Rodeó la pata de Hinbad, aferrándose a ella como a un árbol.

    Él asintió obedientemente, dejó atrás las paredes derrumbadas y entró en una plaza cubierta de enredaderas. Al fondo se encontraban los restos de un palacio antaño magnífico. Los pocos pilares que no habían colapsado sobresalían como huesudos dedos. Las placas del suelo estaban agrietadas, hechas pedazos por las raíces. Y en la neblina brillante más allá se extendía un enredo de calles jalonadas de ruinosas casas abandonadas.

    "Un rey vivía aquí", chilló Hinbad. “Él guardaba sus elefantes aquí. A mamá le gustaba cazarlos".

    "¿No sientes pena por ellos?" preguntó Bells. "Pobres elefantes".

    "Tú espera", hinchó Hinbad. "Cuando te conviertas en un polluelo Roc, te gustarán. Saben a serpiente, solo que un poco más masticables y con cinco extremos".

    Bells tragó saliva con un "glup". "Estoo, vale. ¡Oxidado!" llamó ella

    "¡Oxidado!" repitió Hinbad. "Ey, bolas de pelo, id a buscarlo para nosotros, ¿queréis?"

    Los monos se les acercaron en una multitud gruñona. "¡Somos fuertes, duros e inteligentes!" gritaron, el aire a su alrededor crepitaba con amenaza.

    "¡Que os aplasto como un insecto!" advirtió Hinbad.

    Los monos se calmaron, pero solo por un momento. "¡Somos perversos, libres y brillantes!"

    "¡Oxidado!" llamado Bells. "Oxidado, ¿dónde estás?"

    "¡Somos la mejor gente de toda la jungla!" gritaron los monos.

    Bells se llenó los pulmones de aire. "¡Oxidado!" chilló con todas sus fuerzas.

    "¡Aquí!" llegó un débil grito desfe una de las casas. "Estoy aquí, Bells! ¡Estoy bien! ¡Saldría pero no me quieren dejar!" La cabeza de Oxidado asomó por una ventana. Dos monos le derribaron y lo retuvieron en el suelo.

    "¡Tontos cabeza de chorlito!" gritó Bells. "¡Soltadle!"

    “¡Nos ha llamado tontos! ¡Nos ha llamado tontos!" Decenas de ellos corrieron hacia Hinbad. Él se volvió a sacudir como un perro mojado y los monos huyeron con las colas en alto, chillando estridentemente.

    Una ráfaga de viento sopló desde arriba.

    Hinbad levantó la vista. "¿Haroun? ¿Hossain?”

    Los polluelos Roc batían sus enormes alas mirando con diversión a la extraña congregación.

    "Colega, hiciste trampa", dijo Haroun con aire de suficiencia, posándose en el suelo junto a su hermano. La fuerza de su descenso hizo que los monos salieran disparados rodando.

    "Sí", repitió Hossain. "Se suponía que tenías que esperarnos".

    Hinbad no tuvo la oportunidad de responder.

    Una tormenta de hielo golpeó la plaza. Envuelto en una resplandeciente nube, el trineo de la Reina de las Nieves trazó un arco en el cielo y aterrizó con un tremendo golpe. El verano murió estrangulado por el invierno. La franja de selva alrededor de la Ciudad de los Monos, tan verde hacía un momento, ahora era blanca. La reina se levantó, examinó su trabajo y, satisfecha, bajó rápidamente del trineo.

    "¡Llamo vuestra atención!" proclamó ella.

    Los monos se callaron.

    “He venido aquí para completar nuestra tarea interrumpida tan groseramente. Tres de los cuatro nuevos badlings han sido reclamados sin nuestro voto colectivo".

    Hubo gruñidos de protesta.

    La reina asintió. "Yo estoy tan molesta como vosotros, os lo aseguro. Por eso estoy aquí. Sabéis que podéis confiar en mí para cumplir con mi deber. Decreto que el último nuevo badling debe reclamarse correctamente según nuestro procedimiento acordado. Voy a proponer al candidato más merecedor y votaremos". Le lanzó a Bells una mirada helada. "El candidato para reclamar a la chica badling es..."

    "Tengo algo importante que decir", anunció Bells en voz alta, con la sangre hirviendo. Soltó la pata de Hinbad y se preparó: todas las cabezas giraron en su dirección. "Creo que todos aquí merecen saber que la Reina de las Nieves intentó cortarme con su corona para reclamarme sin vuestro voto".

    Un murmullo pasó por la plaza.

    La reina entornó los ojos. "Esa es una ultrajante mentira".

    "¡No, no lo es!" chilló Hinbad. “Yo te vi arrinconarla en la jungla. Yo la salvé. ¡Yo puedo reclamarla, no tú!" Examinó a la asamblea. “¿Por qué estamos escuchando a este carámbano loco de todos modos? La voy a echar".

    Hossain le bloqueó el camino. "Tranquilo, hermano".

    Hinbad se quedó boquiabierto. "¿Estás con ella?"

    "Colega, vamos", dijo Haroun, "rompiste las reglas".

    Los monos se acercaron a los polluelos Roc, parloteando excitadamente, y un par de ellos chillaron. "¡Rompió las reglas! ¡Rompió las reglas! ¿Habéis oído eso? Rompió las..."

    "¡Silencio!" ordenó la reina. "Haréis lo que yo os diga, montón de brutos egoístas. Traedla".

    Antes de que Bells pudiera entender lo que estaba sucediendo, un montón de brazos peludos la agarraron y la arrastraron hacia la Reina de las Nieves.

    "Qué ingenuo de tu parte pensar que podrías escapar de tu castigo", comenzó la reina. “Ninguno de nosotros jamás ha escapado, y tú tampoco. No hay nada de especial en ti, Belladonna Monterey, para garantizar una excepción".

    Gritos de apoyo surgieron de la multitud.

    “Esto te enseñará a leerte los libros hasta el final”.

    “¡Enséñale! ¡Enséñale!" cantaban los monos.

    La reina se incorporó, imposiblemente alta. "Fue mi libro el que dejaste a un lado, fue mi cuento el que no terminaste de leer, fue a mi a quien llegaste. Soy yo quien merece reclamarte. Yo y ningún otro. ¡Que se vote!”

    Se produjo un pandemonio. La mitad de los monos gritó: “¡La Reina de las Nieves! ¡La Reina de la Nieves! ¡Voto por la Reina de las Nieves! Otra mitad gritó: “¡Convertidla en un mono! ¡Convertidla en un mono!"

    “Ella me dijo que yo podía reclamarla”, chilló Hinbad.

    "¡Colega, ella no puede decidir!" objetó Haroun.

    El aire entre ellos crujió con rencor, y el pandemonio a su alrededor se intensificó hasta convertirse en una furiosa confusión.

    Estallaron peleas. Trozos de piel volaron en grumos grises. Los puños chocaron, los rostros gruñeron. Los polluelos Roc se picoteaban unos a otros. Los caballos luchaban contra los arneses, pateando y relinchando. El clamor se elevó hasta un rugido ensordecedor, y los monos que sostenían a Bell la soltaron, arrastrados por el frenesí. La Reina de las Nieves la agarró con una férrea presa y un victorioso resplandor en los ojos.

    "¿Tienes una última palabra?" le preguntó a Bells

    Bells se debatió. Estaba enfadada, enfadada con la Reina de las Nieves, con los monos, con los polluelos Roc, con todos los badlings, con sus amigos, enojada con el mundo entero. Ella no tenía ningún lugar para retirarse, ningún lugar para huir. No podía simplemente agarrar su bicicleta y salir disparada como siempre, y de repente pensó en su madre. ¡Vuelve en este instante! habían sido sus últimas palabras.

    Bells miró a la reina. "¿Fue tu madre?"

    La reina se tensó. "¿Qué?"

    "¿Fue mala contigo? ¿Tu madre? ¿Por eso no quieres volver a casa?"

    Hubo un destello de miedo en los ojos de la reina, pero se desvaneció rápidamente. "¿Qué tonterías estás diciendo?" espetó la reina.

    "Era tu madre, ¿no?", presionó Bells. “Ella te insultaba. No te aprobaba, no aprobaba quién querías ser, así que decidiste huir para darle una lección".

    La reina retrocedió con las manos tapándose los ojos. Parecía haber comenzado a derretirse. Su capa brillaba con gotas de agua, y la corona resbaló de la cabeza, disolviéndose a medida que caía. Ella parecía tan lamentable que Bells se arrepintió de sus palabras.

    "Lo siento", pió Bells, "no quise..."

    La Reina de las Nieves se estremeció como si hubiera evocado un recuerdo. "Eres una niña cruel, cruel", dijo con frialdad, "no te mereces mi hermoso palacio. He cambiado de opinión. Ya no te quiero". Y con estas palabras, agarró al mono más cercano y le cortó la mejilla con sus largas y afiladas uñas.

    Hubo un segundo de vacuoso silencio. Luego el mono lanzó un terrible grito de dolor, un grito de niño, un niño que había sido traicionado y, de repente, todos los badling dejaron a la vez de pelear, mirando a la reina, aturdidos por su traición indescriptible.

    Hinbad se recuperó primero. Sus ojos naranjas brillaban en rojo. "¿Como has podido?" chilló. "¿Cómo has podido reclamar a uno de los nuestros?"

    "¡No voy a volver, no!" chilló estridentemente la reina, saltando a su trineo. Hinbad estaba sobre ella, desgarrándole la capa. Los copos blancos revolotearon y se encontraron con los que caían del cielo. Solo que no era nieve.

    Bells atrapó uno de ellos. "Papel." Ahora podía escucharlo. Los ruidos crepitantes se mezclaban con roncos lamentos de fatalidad. "Tomo Loco", dijo ella, "es Tomo Loco. Algo lo está destrozando en pedazos".

Capítulo veinticuatro

La Curiosidad sin Igual de los Patos

    Cuando tus amigos están en peligro y tú estás en peligro, e incluso el villano que tienes que conquistar está en peligro, ¿qué haces? Pues le muestras al peligro que tú vas muy en serio.

    Bells apretó los dientes.

    Tengo que salir de aquí, pensó. Tengo que terminar con esta ridícula farsa que yo he comenzado en primer lugar. Tendré que ir sola, porque buscar a Oxidado en este jaleo es inútil, y buscar a Grandioso y a Pavo Real está fuera de la cuestión.

    Inspeccionó la plaza buscando un camino hacia el muro de tierra.

    El muro se negaba a presentarse. En cambio, una desgarradora rotura asaltó sus oídos. Llovían trozos de páginas, algunas tan grandes como pájaros. La ciudad de los monos estaba llena de badlings, personajes y fantasmas. Estaban cayendo desde arriba, no, estaban lloviendo, eclipsando la luz y sacudiendo el cielo con sus gritos.

    "¡Hinbad!" llamó Bells. Él dejó de picotear a la reina, su atención fue desviada por el caos. “Necesito que me lleves al estanque de los patos. ¿Puedes hacer eso?" Ella marchó hacia él y llamó con los nudillos a su pata.

    "¿Eh? ¿Volar adónde?" Él saltó a un lado, justo a tiempo para esquivar un molino de viento que se estrelló con un tremendo estruendo.

    Un chorro de polvo golpeó a Bells en la cara. Ella tosió, andando a tientas. "¡Tenemos que irnos ya! ¡Por favor!

    “¡Ayuda! ¡Ayuda!" gritaban los monos, aferrándose a Hinbad. Él se los sacudió de encima. "¡Haroun! ¡Hossain! ¿Dónde estáis?" Su chillido se ahogó en el triste gemido de los fantasmas. "Nos está matando... detenedlo... detenedlo..." Sus nebulosas formas se movían de aquí para allá, desesperadas, impotentes. Los caballos de la Reina de las Nieves entraron en pánico y se separaron del trineo. La reina misma no se veía por ninguna parte. Y, por encima de todos, Tomo Loco deliraba, rabiaba y se retorcía, sus gritos de dolor eran un terrible solo en el contexto de gritos angustiados.

    "Ohhh, me hacen tanto daño", gimió Tomo Loco. "Ohhh, ¿por qué me hacen daño...?" Tomo Loco destrozaba y cortaba a ciegas, agarrando cualquier cosa y todo lo que se movía. Una de sus garras se atascó en una maraña de lianas. Esta se sacudió y la página se inclinó bruscamente, arrojando a todo el mundo al suelo.

    Bells sintió que sus pies se despegaban del suelo cuando se le ocurrió una idea temeraria. Era lo mejor que se le podía ocurrir, considerando las desafortunadas circunstancias. Ella saltó hacia la garra de Tomo Loco, y cuando esta se liberó, ella la apresó.

    Tomo Loco la miró con ojos llorosos y manchados de lágrimas. "Alicia, ¿eres tú?"

    Bells clavó las uñas en la superficie dura y coriácea, temerosa de decir algo y delatarse. Le martilleaba el corazón. Le pitaban los oídos. Bells casi se desmayó y cayó de la mano.

    No me desmayaré, no me desmayaré. ¡No me desmayaré!

    "Alicia, resultó como dijiste", se lamentó Tomo Loco. “Me han traicionado. Después de todo lo que he hecho por ellos, después de haber arriesgado mi vida para buscar nuevos badlings, como ellos mismos me pidieron, fíjate, se volvieron contra mí. Me han traído una amenaza terrible, Alicia. Tú y Don Quijote sois lo único que me queda. Encuéntralo. ¡Haz que los ensarte en su lanza!”

    Bells no se atrevió a respirar.

    “Me atormentan, Alicia. ¡Ohhh, me atormentan tanto! ¿Alicia?" Tomo Loco esperó. "¿Por qué no dices nada? ¿Alicia? ¡Alicia!

    Bells tosió para aclararse la garganta, esperando que sonara lo suficientemente Aliciosa. "Estoy aquí, Tomo Loco, estoy aquí. Vine a... para ver cómo te va. ¿Estas bien?" Era obvio que no estaba funcionando ni lo más mínimo, pero la revuelta mente de Bells no pudo inventar nada mejor.

    "¡Debes ayudarme a perserguirlos!" gritó Tomo Loco.

    "¿Perseguir a quién?"

    "¡A los patos!"

    Aturdida, Bells estuvo a punto de soltar su agarre. “¿Los patos?"

    "¡Me están destrozando, Alicia! ¡Me están destrozando!" Había dolor en la voz de Tomo Loco, una miseria ancestral, como si ya no fuese un villano malévolo, sino simplemente un libro, un gran tomo de páginas no leídas, triste, desilusionado y moribundo.

    Bells estaba vibrando con demasiados sentimientos a la vez: sorpresa, alivio, asombro, temor y, extrañamente, vértigo, vértigo ante lo absurdo de todo.

    "¿Los patos te están destrozando?" repitió ella. “¿Los patos del estanque de los patos?”

    "Bueno, ¿dónde si no?"

    "¿Estás de broma?" Bells soltó una risita. "¡No puedo creerlo!"

    "Tú no eres Alicia", susurró Tomo Loco, entornando los ojos. "¿Quién eres tú? ¡Contéstame, antes de que te corte en pedazos y te arroje al olvido!"

    Su cara flotaba tan cerca que Bells podía estirar la mano y tocarla. Estaba arrugada y desgarrada como un pedazo de papel desechado: dos cortes para los ojos, dos agujeros para la nariz y una gran herida para una boca sin dientes, una lengua hinchada sobresalía de ella como una tira de cartón húmedo. Parecía mantenerse unida por unos hilos, negándose obstinadamente a desintegrarse.

    "Nueva badling", rió perversamente Tomo Loco al reconocerla. "Tú misma has venido a mí, qué conveniente. Déjame mostrarte lo que les sucede a las niñas traviesas como tú, descuidada chica boba".

    El insulto dejó airada a Bells. Ella aspiró el aire y lo dejó salir en un siseo. “Vamos, patos. Vamos. Mostradle a esta pila de estúpidas páginas..."

    "¿Qué estás diciendo?"

    Olvidando el peligro, Bells se impulsó para ponerse en pie, apoyó las manos en las caderas y proclamó: "Estoy diciendo que solo eres una pila de estúpidas páginas".

    "Estúpidas páginas, ¿verdad?" dijo Tomo Loco, divertido por esta exhibición de audacia.

    "No, perdón. Me equivoqué." Bells giró su coleta y se puso aún más alta. Sus preocupaciones la abandonaron. Sus temores se retiraron bajo la presión del dolor, el dolor de la vieja herida punzante. Nunca en su vida se había sentido tan ofendida al ser despachada como a una niña boba, e iba a demostrar que Tomo Loco estaba equivocado. Había una extraña claridad en su mente: sabía exactamente qué decir a continuación, y nada la detendría.

    "Eres una cancerosa verruga desagradable en la cara de la literatura", dijo ella bruscamente. "Ni siquiera eres un libro, eres un batiburrillo sin sentido reunido en un montón de páginas desordenadas que se jactan y alardean descaradamente de su grandiosa importancia de hacer que los niños lean más libros secuestrando a aquellos de nosotros que por alguna razón abandonaron un libro u otro y obligándonos a sufrir partes de cuentos, cuando en realidad eso no logra nada".

    Tomo Loco se quedó mirándola.

    "Lamento informarte que lo que estás haciendo tiene un efecto negativo. En lugar de alentarnos a leer esos libros, nos has asustado hasta volvernos locos y ahora los evitaremos como una plaga". Ella hizo una pausa. “Bueno, quizá no todos. Me gustaba un poco la historia de La Muerte Roja en realidad".

    "Te castigaré por esto", siseó Tomo Loco. "Elegiré la peor página, la más aterradora, la más horrible de todas, y te pondré allí durante una eternidad para hacerte desear estar muerta. Solo que no habrá muerte para ti, yo me ocuparé de eso personalmente".

    "Oh, ¿en serio?" Bells se cruzó de brazos. "¿Y qué página sería esa?"

    "Una página de un libro de horror".

    "Un clásico entonces", asintió Bells. "Mi favorito".

    "¡Estará lleno de tortura!" bramó el Tomo Loco. "¡Con sangre! ¡Con angustia que no te imaginas! ¿No estás asustada?"

    “¿Asustada de quién? ¿De ti? Pfft..." se burló Bells. "Solo eres un libro, un tomo de páginas aleatorias arrancadas de otros libros. Ni siquiera tienes tu propia historia, solo fragmentos de otras. Por eso estás loco. Desearías ser un libro real, pero no lo eres".

    "¿Qué sabes tú quién soy yo?" preguntó Tomo Loco con amargura. "¿Cómo te atreves a suponer?"

    "Mira, lo siento si he herido tus sentimientos, pero tú heriste los míos", dijo Bells. "Admito que en realidad no sé quién eres o cómo llegaste a la existencia, pero ¿importa eso? Te estas muriendo ¿Por qué no nos dejas salir?"

    Tomo Loco flaqueó. La parte inferior de sus deshilachados ojos se hundió y se empezó a mojar. "Yo fui un libro real", dijo en voz baja, "hace mucho, mucho tiempo".

    “¿Ah, sí ? ¿Cúal?" preguntó Bells.

    "Las Fábulas de Esopo. Los niños me leían tan a menudo que mis páginas comenzaron a caerse, y un día me encontré con una portada vacía. Me sorprendió lo que eso me hacía sentir. Pensé que estaría enfadado, pero no lo estaba. Estaba feliz de mi desgracia; me decía que los niños me amaban. Así que me puse a buscar mis páginas, a recogerlas y a volver a unirme. Lamentablemente, no las encontré. Estaban perdidas, se habían ido para siempre." Tomo Loco hizo una reminiscente pausa.

    "Eso es terrible", murmuró Bells. "Siento haber dicho que no eras un libro real".

    Él no la oyó, atrapado por la presencia de recuerdos. “Pero encontré otras páginas”, dijo con gravedad, “páginas que los niños habían dejado sin leer, que se habían caído del dolor y se estaban muriendo. Comencé a reunirlas, primero un puñado, luego cada vez más. Era difícil detenerse, difícil volver a sentirse vacío. ¡Y había tantas, tantas! ¿Cómo podría no hacerlo? La gran cantidad de ellas me desconcertó, luego me enfadó, luego me enfureció. Juré que encontraría a todos los niños que hacían esto y les daría un castigo, el castigo que merecían". Tomo Loco sonrió cruelmente. "Decidí hacerlos leer hasta que estuvieran enfermos, hasta que suplicaran perdón, y los llamé badlings, por las atroces y horribles cosas que le habían hecho a los libros". Miró a Bells con una sonrisa malévola.

    Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas. "Pero no quedaste satisfecho con eso, ¿verdad? No fue suficiente. Querías lastimarlos más. Entonces hiciste que reemplazaran a los personajes reales, pero eso tampoco fue suficiente. Comenzaste a matarlos, a convertirlos en fantasmas y a arrebatar más páginas y más badlings, hasta que te hinchaste tanto que casi explotaste y ahí fue cuando te volviste loco. Eres quien merece morir, no nosotros. ¡Déjanos marchar!”

    Tomo Loco se rió a carcajadas. "¿Así sin más? ¿Dejaros marchar?

    "¡Sí! Porque si no... " Bells buscó frenéticamente una amenaza apropiada.

    "¿Porque si no...?" alentó Tomo Loco.

    "¡Los patos te matarán de todos modos!"

    Una carcajada histérica sacudió el libro, y Bells perdió el equilibrio, cayendo sobre manos y rodillas.

    "¡Los patos!" gritó Tomo Loco. “Los patos han encontrado gusanos y se han alejado de mí. Nadie me impedirá terminar contigo, mocosa negligente. Sois todos iguales. Tomáis un libro, lo hojeáis y lo tiráis como si fuera un feo juguete. Molestáis a sus personajes. Cuando otro niño lo recoge, no pueden actuar. Cometen errores y tropiezan y, ¿adivina lo que sucede?. El niño deja a un lado el libro y se convierte en un badling". La rabia torcía la boca de Tomo Loco. “Desapareced, todos vosotros. ¡Desapareced!" Levantó su garra para destruir a Bells.

    Por desgracia, él se había equivocado respecto a los patos. No se habían alejado, simplemente estaban contemplando.

    La cara de Tomo Loco se contrajo súbitamente, luego se agrietó y luego, con un tirón final, se partió por la mitad.

    Los patos inclinaron sus cabezas, decepcionados. La gruesa piel coriácea que yacía a sus patas olía a donuts; pero, por alguna razón, no tenía donuts dentro.

    Lo habían sacado de la tierra no hacía mucho tiempo, atraídos por el dulce olor de las migas que Grandioso había dejado atrás. Al principio picotearon el papel hasta convertirlo en papilla, luego fueron a por la encuadernación. Los patos no son particularmente inteligentes, pero son obstinados, y aquella cosa marrón ondulante mantuvo su interés al prometer deleite comestible. ¿Y si aquello era un enorme gusano aplanado?

    Dos patos cerraron con fuerza sus picos en los extremos opuestos de aquella cosa y le dieron un fuerte tirón. Cuando aquello intentó escapar, lo arrastraron al estanque y lo sumergieron en el agua. Si los patos se habían sentido alguna vez orgullosos de sí mismos, este fue el momento. Inflaron sus pechos.

    La cosa se retorcía con aspecto muy apetitoso. Lo único que necesitaba era otro tirón. La antigua carcasa de Tomo Loco, ya mojada por haber estado en la tierra y ahora completamente empapada, no pudo soportar el abuso. Cedió y se partió en dos.

    Los patos parpadearon, confundidos.

    Al principio no pasó nada, luego el agua comenzó a ondularse. Donde flotaban los restos de Tomo Loco, surgieron niños. Primero un par, luego una docena, luego toda la superficie del estanque burbujeaba como un estofado hirviendo, dando a luz goteantes badlings que tosían.

    Los patos gritaron CUAC alarmados y se apresuraron hacia la orilla, donde se acurrucaron en una asustada bandada bajo hojas amarillas de arce, junto a una pila de cuatro bicicletas lanzadas descuidadamente una encima de otra.

Capítulo veinticinco

Sobre la Importancia de los Donuts

    Las más pequeñas bondades (o locuras) pueden generar las más grandes fortunas (o desastres). Si Grandioso no hubiera tenido la costumbre de dar de comer donuts a los patos, estos no habrían seguido el rastro de las migas ni encontrado y destruido a Tomo Loco, liberando accidentalmente a los badlings. Y si Bells no hubiese dejado de leer La Reina de las Nieves a Sofía, o si Pavo Real no hubiese rasgado Drácula, nada de esto habría sucedido.

    Solo que había sucedido.

    Y no había terminado todavía.

    Bells permanecía inmóvil en la parte poco profunda del estanque. Estaba sumergida hasta la cintura, aunque apenas se dio cuenta de este hecho ni del hecho de que el agua estaba fría y que el aire era fresco en una mañana de septiembre. A su izquierda había un chico alto y delgado y a su derecha una niña pequeña, ambos mirando al frente con expresiones ausentes.

    Detrás del niño estaba sentado Grandioso. "Um. ¿Es este nuestro estanque de los patos?" Removió el agua con la mano, mirando las hojillas de lenteja de agua flotando en círculos.

    "Cielo santo", gruñó Pavo Real a unos niños de distancia. "He vuelto". Ausentemente se acarició el cabello y se detuvo, congelado, luego tiró de unos mechones hacia abajo delante de la nariz, mirándolos con los ojos cruzados. "Mi cabello es mi pelo, mi pelo azul". Se palpó los dientes. "Ya no soy ella".

    "¡Chicos! ¡Chicos! ¡Lo conseguimos! ¡Estamos fuera!" chapoteó Oxidado enérgicamente. Su voz sacó a Bells de su estupor.

    "¡Oxidado!" chilló ella poniéndose de pie. "¡Ya no eres un mono!"

    “¡Lo sé! Aunque lo echo de menos un poco".

    “¿Puede ser esto cierto? ¿Realmente lo hicieron los patos?" Bells se frotó los ojos para asegurarse de que el estanque permanecía en su lugar. Lo hacía. No tenía prisa por desvanecerse.

    "Mira todos los badlings". Oxidado barrió a los niños con los ojos. "Hola, chicos. Animaos. ¡Tomo Loco se ha ido!"

    No reaccionaron, silenciosos e inmóviles. Verlos era desconcertante, incluso espeluznante. Al menos un centenar de ellos se sentaban a lo largo de la orilla, con el rostro en blanco y sus reflejos temblando en los bolsillos de aguas oscuras. Donde era más profundo, más de ellos flotaban arriba y abajo, solo con la cabeza visible, sus cuerpos sumergidos.

    Oxidado se estremeció, e inmediatamente encontró una nueva razón para sentirse emocionado. "¡Grandioso! ¡Pavo Real!" Los saludó con la mano. "Hombre, pensé que nunca volvería a veros la cara".

    Eufórica ante esta noticia, Bells rápidamente miró a Pavo Real para asegurarse de que había vuelto a sí mismo. Asegurada de que así era, ella le dio la espalda demostrativamente, todavía enojada con él por haber insinuado que ella apestaba y por haber querido abandonarles en el último segundo.

    Escurrió su coleta y se acercó a Grandioso. “Ey, funcionó. Tal como dijiste. Los patos lo hicieron. No me lo puedo creer. ¿Puedes creerlo?”

    "Supongo". Se levantó. Ríos de agua cayeron de sus hombros. Se limpió la cara y asintió a los niños inmóviles. "No me gusta eso".

    "Sí, algo va mal", coincidió Bells. "Están actuando muy raro". Volvió a mirar a la niña pequeña que estaba sentada quieta, ominosamente silenciosa. "Vamos a salir de aquí. El agua está congelada".

    Subieron a la orilla. Un pedazo de algo oscuro yacía medio enterrado en la tierra. Bells se agachó para recogerlo. Era un trozo de cuero, frágil y húmedo, con parches de cartón blando adheridos. Ella lo dio vuelta. Lo que quedaba de letras adornadas, depresiones poco profundas antaño llenas de pintura dorada pero ahora vacías, deletreaban tres palabras.

    "Fábulas de Esopo", leyó ella. "No me mintió después de todo".

    "¿Qué es eso? ¿Que has encontrado?" Oxidado corrió hasta ella.

    Pavo Real caminaba penosamente detrás de él. "¿Has encontrado otro libro?"

    "No", dijo Bells, "encontré lo que ha quedado de Tomo Loco". Se lo dio a Grandioso.

    Él trazó las letras con el dedo. "Um... yo creí que no tenía nombre".

    “Lo tenía. Fue un verdadero libro. Me lo dijo justo antes de morir ”, explicó Bells. "Decía que los niños lo leían tantas veces que él había perdido todas sus páginas, por lo que comenzó a buscarlas, pero no pudo encontrar las suyas. Así que buscó páginas de otros libros, las que los badlings no terminaron de leer".

    “¿Te lo dijo?" preguntó Pavo Real.

    Bells no respondió.

    "Hombre, qué locura. Estuvimos dentro esta cosa". Oxidado se rascó la cabeza. "Aún me apetece trepar por las cosas, ¿sabéis?" Se agarró a un arce.

    Bells puso los ojos en blanco. "Siempre has tenido esos impulsos, Oxidado".

    "Yo estoy seguro de que no echo de menos ser una vampira", dijo Pavo Real a Bells, su tono exigía una respuesta. Ella estaba a punto de decir algo cuando Grandioso le tocó el hombro.

    Junto a ellos emergió la niña pequeña, esa misma chica que había estado sentada al lado de Bells. Tenía los ojos azul pálido y dos trenzas del color del lino. No podría haber sido mayor de diez años, tal vez once como mucho. Su cuerpecito iba cubierto con un vestido anticuado adornado con cintas que goteaban agua sucia. Sus labios tenían un tinte azulado, pero no temblaban.

    "Hola", dijo Grandioso, con incertidumbre.

    "Tú", presionó un despectivo dedo contra el pecho de Glorioso. "Fue idea tuya." Ella desvió la mirada hacia Bells. "Y tú. Te dije que yo no quería volver. ¿Eres sorda, tonta o ambas?" La fulminó con la mirada.

    Los niños en el estanque comenzaron a revolverse. Uno por uno avanzaron rodeando con resolución a Bells y a los muchachos en un círculo sombrío. Sus pasos producían un chapoteo rítmico y sus rostros exudaban rencor.

    "¿Has oído lo que he dicho?" exigió la niña.

    Aturdida por esta grosería, Bells parpadeó en silencio.

    “Qué tonta. Estúpida como estos estúpidos patos." La niña recogió una piedra y la arrojó al arce, haciendo que los pájaros se dispersaran.

    Bells la miró con horror, reconociéndose a sí misma en la niña y finalmente sabiendo quién era. "¿Reina de las Nieves?"

    "Gracias a Dios, no eres tan tonta como pensaba", declaró la chica. "Y tengo un nombre, si no te importa".

    "Por supuesto que tienes un nombre", dijo Bells con falsa cortesía, pensando que si esta pequeña cosa la insultaba otra vez, ella trataría con ella como trataba con Sofía. "¿Puedes decirnos cuál es?"

    "Mi nombre es María", dijo la niña y levantó la barbilla.

    "María, María, me lo dices todo el día", recitó Bells automáticamente.

    Los ojos de María se abrieron al máximo. "¡Para! ¡Te prohíbo que te burles de mí!

    Obligado a redimirse, Pavo Real habló. "Oye, chicos, ¿qué queréis de nosotros? Os salvamos de Tomo Loco, os trajimos de vuelta, ¿qué más queréis? Nadie os retiene aquí. ¡Marchaos a casa!" Su súplica chocó de lleno con el silencio.

    María se cruzó de brazos. “¿Lo habéis oído? Nos está enviando a casa".

    Los niños se acercaron sigilosamente a ella. La mayoría de ellos eran extraños, pero algunos parecían extrañamente familiares, como la niña de cabello ondulado, el niño alto con una cara larga y sin sangre, o el niño que se acariciaba la barbilla como si tuviera barba. Una niña sollozaba silenciosamente, otras cinco la consolaban. Un chico endeble vestido con un traje se tocaba la cabeza como si no pudiera creer que la tuviera allí. Y en el fondo alguien trataba de despegar, agitando los brazos arriba y abajo como alas.

    "Están todos chiflados", concluyó Pavo Real, girándose hacia Bells. "Ya sabes, cucú cucú, chalados mentales."

    Ella suspiró. "Eres un membrillo".

    "Ey, yo también te he echado de menos", dijo rimbombante, y luego agregó: "Estaba preocupado por ti".

    “¿Tú? ¿Preocupado por mí?" Las cejas de Bells se alzaron. "¿Te he oído bien?"

    "En serio, sin bromas. Siento un nuevo aprecio por las chicas".

    Bells ladeó la cabeza hacia un lado. "Oh, ¿no me digas?"

    "Sí, es como..." buscó la palabra correcta. "Es como si sintieras todas estas cosas, toda esta preocupación por todo, y te vuelve loco. Quieres hablar de ello, hablar y hablar y hablar, solo para deshacerte de ello, ¿sabes?

    Bells sonrió, divertida. "Continúa".

    "¡Basta de tonterías!" interrumpió María. "¡O haré que Henry os decapite a todos!" Ella sacó al pequeño muchacho por la manga. "Díselo, Henry. Diles que lo harás".

    Henry balbuceó algo incoherente.

    Frustrada, ella lo empujó hacia atrás. "Si no puedes cumplir tu deber cuando tu reina te lo pide, Louis lo hará. Él es infinitamente más capaz que tú. ¡Louis!" Echó un vistazo a la multitud, señalando al niño que se acariciaba la barbilla. "Louis, ¿llevas el hacha contigo?"

    "Perdón", murmuró Louis.

    "¿No te la has traído?"

    "¿Qué esperabas?" dijo el chico alto bruscamente. "¿Pensabas que nos pondríamos de rodillas y cumpliríamos cada uno de tus deseos? Traidora.

    María jadeó, con la barbilla temblando. Se sentó de golpe en el suelo y comenzó a sollozar. Era una actuación bien calculada. Un grupo de chicas corrió hacia ella, lanzándole al chico miradas de reproche. Él resopló y se alejó. Hubo una oleada de murmullos.

    "¡Los decapitaré, mi reina!" llegó un grito ronco.

    María se sentó derecha, limpiándose dramáticamente los ojos que estaban completamente secos. "¿Gabriel? ¡Hazlo, Gabriel! ¡Cumple venganza por tu reina! ”

    Un raquítico niño salió entre el grupo con las piernas nudosas, agitando lo que parecía una espada de juguete antigua.

    "De modo que Don Quijote tampoco era un personaje real", dijo Bells suavemente y miró a Grandioso.

    Él levantó las manos en señal de paz. “Um, ¿Gabriel? No creo que tengamos que hacer esto. Ya pasé por una decapitación y no fue nada agradable. El Jinete Sin Cabeza me cortó la cabeza y me la ató con un hilo a las manos. Era muy incómodo sostenerla. Vibraba como si hubiera pensamientos moviéndose por ahí dentro".

    Gabriel se detuvo. "¿Ah, sí, en serio?"

    Grandioso asintió.

    Bells se pusó blanca como la tiza. Sus ojos estaban pegados a Grandioso, o, más bien, a su cabeza.

    “Muy gracioso, Grandioso. La has asustado ", dijo Pavo Real.

    "No quise hacerlo. Honestamente. Bells, todo va bien. No te preocupes. Estoy bien ahora. No fue tan horrible, lo prometo".

    "¡Guau, hombre!" exclamó Oxidado. “¿Sentiste tus pensamientos moverse? ¿Cómo fue? ”

    "Bueno, de alguna manera sientes que zumban y fluyen, como...", Grandioso dudó.

    "¿Como una corriente eléctrica?" ofreció Bells.

    “Um, algo así. Y cuando piensas demasiado, se calienta".

    "¿El qué, la cabeza?" gritó Oxidado.

    "Sí, así que cuando lo hace, debes dejar de pensar, porque si no..."

    "... crees que tu cerebro se derretirá hasta convertirse en lodo", finalizó Bells, inspirada, "e imaginas que se te escapa de las orejas y cae al suelo con un horrible plop". Ella se interrumpió, sonrojándose.

    Grandioso la miró fijamente. "Eso es exactamente. ¿Cómo lo has...?"

    "Nunca te lo he dicho", admitió Bells, bajando la mirada. "Pero pienso en estas cosas, no te lo cuento porque, bueno, se supone que no debo pensar en cosas horribles como esa, siendo una chica".

    "¿Quién lo dice?" dijo Oxidado "¡Es lo mejor del cuento! Bells, eres la mejor chica que conozco".

    Bells alzó la mirada hacia él. "¿En serio?"

    "Um, yo creo que quien diga lo que se supone que deben o no hacer las chicas son un montón de trapos descerebrados y todos pueden comer tierra del estanque de los patos", declaró Grandioso.

    "Trapos descerebrados", repitió Bells, "Me gusta eso".

    "¿Puedes contarnos más?" preguntó Oxidado “¿Qué le sucede al cerebro después de caerse al suelo? ¿Se marcha arrastrándose?"

    "¿Quieres que te lo diga?" preguntó Bells sin aliento.

    Los chicos asintieron, igual que Gabriel y un grupo de chicas que se reunieron cerca a escuchar con vívido interés.

    "¡Basta de estas asquerosas tonterías!" gritó María abriéndose camino hacia Bells. “Mejor cuéntanos la verdad sobre lo que hiciste. Sí, Tomo Loco se ha ido, pero ¿por qué estamos aquí? ¿Por qué no estamos en casa como se supone que debemos estar?"

    Bells abrió la boca, estupefacta. "¿Lo qué?"

    María se dio la vuelta para enfrentar a los badlings. "¿Lo véis? Se está haciendo la estúpida. Todos se lo hacen. Pero no temáis. Yo os lo diré. Es porque lo hicieron a propósito".

    Su diatriba produjo un incómodo murmullo.

    "Yo digo que sabían exactamente lo que estaban haciendo y que merecen ser castigados por planear y ejecutar este crimen atroz". María miró altivamente a Bells y a los chicos. “Hemos de consultar sobre vuestro castigo. Seguidme", llamó a la asamblea, "vamos adonde no puedan escucharnos".

    Desconcertada por esta nueva revelación, la multitud la siguió hasta el extremo opuesto del estanque.

    Bells los vio partir con una expresión desconcertada. "¿Habéis oído eso? ¡Nos acaba de acusar! Nos ha acusado de planear todo esto de antemano con la intención de lastimarlos. Menuda serpiente. Creo que aún se cree que es la Reina de las Nieves y que puede hacer lo que quiera. ¿Qué deberíamos hacer con ella?”

    "¿Por qué tenemos que hacer algo?" preguntó Pavo Real. "Podemos irnos y ya está".

    "Pero..." comenzó Bells, pero su estornudo la interrumpió.

    "Exactamente lo que digo", dijo Pavo Real con aire de suficiencia. "Vas a acabar enferma si te quedas aquí más tiempo. ¡Estás empapada! Todos lo estamos".

    "Pavo Real tiene razón", coincidió Grandioso. Él era el único que no tiritaba, de pie e inmóvil como una montaña.

    "¿Y dices que los abandonemos?" exigió Bells. "¿Así sin má?"

    "No sé". Oxidado se limpió la nariz que goteaba. "¿Podríamos llamar a la policía?"

    "¿Y decirles que un grupo de niños se ha caído de un libro?" resopló Bells. "No lo creerán ni por un segundo".

    "Cierto", acordó Oxidado.

    "¿Es que no saben cómo volver a casa?" se preguntó Pavo Real.

    "¿En serio?" dijo Bells. "¿Visteis el vestido de María?"

    "Sí", dijo Pavo Real, sorprendido por el tono de Bells. "¿Qué tiene que ver un vestido con..."

    "Chicos", dijo Bells con sentimiento. "No notáis las cosas hasta que os las señalan, ¿verdad? ¿Se parecía ese vestido a algo que usaran las chicas ahora? ¿Como algo que yo me pondría?”

    “¿Tú? Pero si nunca llevas vestidos".

    "Vale, de acuerdo, yo no, otra chica".

    "¿Cómo voy a saberlo?" protestó Pavo Real. "A mí me pareció un vestido normal".

    "Es viejo, membrillo. Muy antiguo. Parecía un vestido del siglo pasado".

    "¿Alguien tiene algo de comida?" preguntó Grandioso. Un pato gordo y desvergonzado le picoteaba los pantalones, claramente exigiendo un donut.

    "Yo me voy", dijo Pavo Real y se acercó a las bicicletas.

    "¡Espera!" llamó Bells. "Todavía no hemos terminado de hablar".

    Él estaba a punto de hacer un comentario mordaz, pero se distrajo por una nueva ocurrencia.

    Una pelea se había desatado entre los niños al otro extremo del estanque. Había gritos, empujones y llantos. Dirigidos por el chico alto, casi la mitad de ellos se estaban marchando en dirección al sendero que atravesaba el parque. Otra mitad se dispersaba entre los árboles, corriendo al azar en todas las direcciones. El puñado que quedó luchaba contra María y Gabriel. María gritaba órdenes, su carita estaba afilada y blanca de furia.

    "Parece que están discutiendo sobre algo", observó Bells. "Me pregunto el qué".

    "¿Y a quién le importa?" Pavo Real montó en su bicicleta. "Vámonos. Nunca he querido tanto llegar a casa en mi vida".

    Bells lo miró fijamente.

    "¿Qué? No somos responsables de ellos, no somos sus padres".

    "¿No te preocupas por ellos?"

    Pavo Real comenzó a replicar y luego se detuvo, con los ojos brillantes. "Soy un chico, recuerdas? Un chico insensible, irresponsable e indolente".

    "Y un membrillo", espetó Bells.

    "Y un membrillo", coincidió Pavo Real.

    “¡Zoquete. Idiota. Cabeza de chorlito y mastuerzo! Pero sobre todo un membrillo." Bells aspiró aire y agregó: "Me alegro de que ya no seas una chica. No te lo mereces".

    Una esquina de la boca de Pavo Real se deslizó hacia arriba y dijo: "Estoy muy contento de ya no ser una chica, no tienes idea. Fue horrible. No era solo mi cabeza, mis huesos estaban inundados de preocupación".

    "¡Pavo Real!" gritó Bells buscando algo que arrojarle.

    Él se agachó, imitando el terror. "¡No me pegues, no me pegues!"

    "Ey, ese es mi trabajo", se rió Oxidado.

    Absortos en esta divertida broma, ninguno de ellos notó un cambio que sobrevino a Grandioso. Él observaba fijamente a los niños restantes, ahora callados. Una persistente frialdad se le extendió por la tripa.

    "Entonces ¿no estás enfadada conmigo?" preguntó Pavo Real.

    "No, no estoy enfadada contigo", le aseguró Bells. "Si no fuera por ti y esas hermanas vampiro, no habríamos conseguido esto. Fue una locura y terrorífico y un poco triste, pero también fue increíble. ¿No estás de acuerdo?" Ella reprimió un estornudo.

    "Tal vez haya otro libro enterrado en alguna parte", dijo Oxidado. "¿Queréis mirar?"

    "Oxidado". Bells se apretó las sienes. "Creo que ya hemos tenido suficiente por hoy".

    "Yo lo volvería a hacer", dijo Grandioso lentamente con los ojos en los niños, "si tuviéramos tiempo para prepararnos, mochilas, sacos de dormir, bocadillos, donuts..." se interrumpió.

    "¿Qué pasa?" dijo Bells y se congeló.

    El día era cálido en septiembre, el sol estaba alto, pero un escalofrío desagradable se deslizó sobre la hierba. El agua del estanque palpitaba, frunciendo ondas. Los patos huyeron con agitados graznidos. Y unas pocas hojas de arce cayeron al suelo como pedazos de antiguo pergamino amarillento.

    Los niños restantes avanzaban hacia ellos, solo que ya no eran niños, ya no. El tiempo se había apoderado de ellos, el tiempo que habían pasado en Tomo Loco. Doblados y temblorosos, parecían cadáveres vivos respirando. Una capa de niebla pavimentaba su camino, arremolinándose en lenguas.

    "Um", dijo Grandioso. "¿Es esta la parte en que corremos?"

    Pero no podían, impactados hasta la parálisis.

    Los cadáveres se acercaban renqueando.

    Por suerte, el viaje resultó demasiado para sus huesos frágiles. Uno por uno se desmoronaron, convirtiéndose en nubes de materia pulverizada. Por desgracia, no todos estaban contentos con tal destino. La vieja bruja iba a la cabeza, su piel delgada como el papel, su cuerpo esquelético obstinadamente en movimiento. Parecía que sacaba energía de sus ojos, dos abultados glóbulos azul pálido que brillaban con odio cruel.

Capítulo veintiséis

Chicas, libros y diamantes

    Para ti, la última página de un libro anuncia el final de la historia. No para los personajes. En el momento en que terminas de leerlo y cerrarlo de golpe (o, preferiblemente, cerrarlo suavemente), los personajes se reúnen para felicitarse por el trabajo bien hecho. "¡Un badling menos en el mundo!", gritan, "¡un badling menos!" Confían en que el siguiente que lea la historia no tenga que probar el infortunio de un badling.

    "Pero", piensas, "¡Tomo Loco se ha ido!"

    Este Tomo Loco se ha ido, eso es cierto. Y, sin embargo, ¿quién sabe cuántos más hay ahí fuera acechando en lugares escondidos, esperando a que los encuentres? Pueden tener diferentes apariencias y diferentes nombres, pero puedes estar seguro de que su propósito es el mismo: enseñar una lección a los niños malos que abandonan los libros.

    Pero volvamos al estanque.

    "Asqueados, ¿verdad? ¿Asustados? No esperabais verme así, ¿verdad?" jadeó María con la boca desdentada. “Esto es lo que os sucederá, badlings. Un día olvidaréis por lo que habéis pasado y dejaréis un libro sin leer". Agotada por su discurso, se dobló carraspeando y tosiendo.

    Los cuatro la vieron luchar en busca de aliento, demasiado petrificados para moverse.

    Por fin ella levantó la cabeza, no más que una calavera envuelta en vitela. Su boca se abrió y se cerró, sin producir ningún sonido. Sus ojos brillaban con celos y rencor.

    "¿Qué os ha pasado?" preguntó Bells.

    "No la provoques", advirtió Oxidado. "Se irá pronto, como el resto de ellos".

    Pavo Real se tapó la boca. "Esto es repugnante, me pone enfermo". La bicicleta cayó de su agarre.

    "De verdad que me vendría bien un donut en este momento", murmuró Grandioso. "Un donut fresco glaseado de azúcar y una larga siesta sin sueños".

    Con un esfuerzo inhumano, María dio un paso. Hubo un chasquido, como el de romper ramas: los huesos de sus piernas se astillaron. Eso no la detuvo. Dio otro paso, y otro, balanceándose sobre tocones, unidos por voluntad propia.

    "¡Badlings!" dijo ella con voz raspada. "Qué agradable es veros en carne y hueso, cuando yo no soy más que un saco de huesos. Esto sucedió por vuestra mano. Sois responsables de mi tormento". Sus ojos brillaron. "¿Creéis que habéis escapado de mi destino? Estáis equivocados. Tomo Loco vendrá a por vosotros como vino a por mí. Yo no quería que esto terminara así. Quería vivir, en los libros, para siempre. ¡Me habéis robado la inmortalidad!" Curvó su mano huesuda en un puño y lo agitó. "¡Os maldigo! Os maldigo a que nunca..."

    Pero su maldición fue interrumpida por un pato, ese mismo pato insolente que había sacado a Tomo Loco de la tierra y que siempre le rogaba donuts a Grandioso. El pato se acercó a María y le dio un picotazo, lo cual fue suficiente para convertirla en polvo. Su cráneo se derrumbó, su cuerpo se desplomó y ascendió en una nube arenosa.

    Sorprendido, el pato despegó.

    “Guao, hombre”, dijo Oxidado, “Qué locura. ¿Veis? Os dije que se habría ido".

    "Se han ido todos", dijo Bells. "Esto es horrible. No esperaba que esto fuese a suceder. Pensé que se irían todos a casa, pero simplemente se murieron. ¡Murieron todos!"

    "Entonces ya no tenemos que hacer nada al respecto", concluyó Oxidado. "¡Problema resuelto!"

    Bells lo fulminó con la mirada. “¿Cómo puedes ser tan insensible? Quizá no deberíamos haber destruido a Tomo Loco, tal vez deberíamos habernos quedado".

    "¿Y ser los títeres a merced de los cuentos?" Pavo Real resopló. "No, gracias".

    "Um, no fuimos nosotros quienes lo destruimos, sin embargo", aventuró Grandioso. “Fueron los patos. Y no sabemos si todos los badlings han muerto, algunos se fueron. Tal vez todavía siguen vivos".

    Hubo una pausa reflexiva.

    Oxidado se rascó la cabeza. “Estos patos son raros, hombre. ¿Por qué quisieron romper un libro? ¡No son perros, son patos!" Miró a sus amigos, de repente animado. “Ah, mirad esto. La abuela me regaló una lindas zapatillas por mi cumpleaños, ¿vale? Adivina qué. Olvidé guardarlas y los perros se las comieron. ¡Se masticaron el cuero! ¡Todo entero!" Él sonrió, esperando una respuesta positiva, pero el estado de ánimo era demasiado sombrío para disolverse.

    "Deben de haber sido los donuts", reflexionó Grandioso. "Tal vez los patos los olieron".

    "Tengo frío", se quejó Pavo Real. "¿Podemos irnos ya?"

    Bells miró ya través de él, todavía reflexionando. "Creo que después de esto o bien voy a leerme todos los libros que encuentre o no voy a leerme ninguno", frunció el ceño. "Aunque supongo que tendré que leer libros cuando estudie ciencias. ¿Te imaginas que... ?"

    Voces distantes flotaron desde el sendero.

    Los cuatro miraron hacia los montículos de polvo, los lugares donde habían expirado los badlings. Podría interpretarse que se trataba de pilas de cenizas sobrantes de múltiples incendios, y si las voces pertenecieran a adultos, el resultado de tal encuentro sería malo, muy malo de hecho.

    "Caca". Oxidado se apresuró hacia su bicicleta. "Será mejor que salgamos de aquí".

    "Una idea de lo más excelente", se burló Pavo Real. "Tampoco es que yo haya estado sugiriéndola desde hace un tiempo".

    Las voces se volvieron hacia el estanque, unidas por un par de pisadas.

    En un instante, los cuatro estaban montados en sus bicicletas y saliendo a toda velocidad, pedaleando furiosamente en la dirección opuesta.

    Bells ganó la delantera rápidamente. Con los dientes apretados, coleta azotando al viento, bombeaba las piernas con una cadencia admirable. Ignorando el sendero, corrió por el césped y se desvió hacia la carretera principal de asfalto. La cual estaba mayormente desierta en este rincón del parque, fresco y sombrío bajo arces gigantes.

    "¡Ey, Bells! ¡Espera!"

    Los chicos iban rezagados.

    Sintiendo un gran júbilo por haberlos adelantado, Bells apretó los frenos demasiado fuerte. La rueda trasera se bloqueó. La bicicleta patinó y se sacudió debajo de ella. Bells cayó de cabeza y se arañó haciéndose sangre en las manos y las rodillas.

    Los muchachos pararon derrapando.

    "¿Estás bien?" preguntó Grandioso.

    Bells se sentó erguida. Le palpitaba la cabeza, le picaban los cortes y, sin embargo, increíblemente, estaba sonriendo. "Nunca he estado mejor. Más viva y completa, ¿sabes?" Ella olisqueó su palma ensangrentada y la lamió.

    "¡Ey!" protestó Oxidado. "¡Eso es asqueroso!"

    "No, no lo es. Es solo sangre. ¿Qué tiene de asqueroso? Además, me hace sentir que soy yo. Como si fuese real y no el personaje de un libro". Ella la lamió de nuevo.

    "Sabe un poco salado, ¿no?" Pavo Real extendió una mano para ayudarla.

    También lo hizo Grandioso.

    Bells dudó, pero solo por un momento. Agarró el antebrazo de Grandioso y se levantó. La cara de este ya de color rojo carmesí.

    "Gracias, George", dijo ella cortésmente.

    “Um. De nada, Belladonna". Jadeó él mortificado.

    Oxidado se rió.

    Pavo Real se ocupó en levantar la bicicleta de Bells.

    "Está bien. Me está empezando a gustar, en realidad ", dijo Bells, recordando cómo Negrita había pronunciado su nombre completo, con reverencia y estilo. “Belladonna Monterey. No suena tan mal, ¿verdad?"

    “A me gusta”, dijo Grandioso tímidamente. "Es muy de reina. Te queda bien.

    "¿En serio?"

    "Yo creo que sí".

    Bells se estiró alta, espalda recta, mentón altivo. Sus ojos oscuros brillaron con algo nuevo, algo regio. Miró el hueco entre los árboles que había delante, el lugar donde terminaba el parque y comenzaba la calle.

    Bells comenzó a explicarles.

    “¿Sabíais que Monterey en español significa «el monte del rey»? ¿Y que Belladonna en italiano significa «bella mujer». En realidad también es el nombre de una planta venenosa que se llama «letal sombra nocturna». Sus hojas y bayas son altamente tóxicas. Si las comes, alucinarás. Y si comes demasiado, morirás. Solían usarla como veneno en la Edad Media. Una gota podía matar a un caballo."

    Bells había recordado este horrible hecho sobre la marcha. No tenía idea de cuán fuerte era realmente el veneno, pero pensó que sonaba bastante impresionante, y examinó a los chicos, esperando una reacción de asombro.

    Ninguna llegó. Los chicos obviamente no habían entendido el significado de su declaración.

    "Nunca nos lo habías contado", dijo Oxidado.

    "Bueno, os lo he contado ahora", dijo ella irritada y recogió su bicicleta. "Vamos".

    "Pero... pensé que...", comenzó Grandioso, "pensé que no querías volver a casa. Quiero decir... " se aferró a su bicicleta para evitar que sus manos temblaran, "puedes pasar un rato en mi casa, si quieres. Mañana hay un gran funeral, así que mamá estará en el trabajo, y Max y Theo están con mi tía todo el fin de semana..." se detuvo abruptamente. La idea de pasar una tarde a solas con Bells lo dejaba sin palabras.

    "Podríamos pasar el rato juntos", espetó Pavo Real.

    "No puedo", suspiró Oxidado. “Le prometí a la abuela que la ayudaría a pasear a los perros. Puedo pasarme más tarde.”

    "Sí, ¿puedo ir más tarde yo también?" preguntó Bells. “Quiero mostrarle algo a mi mamá primero. ¿Os viene bien?" Se tocó el bolsillo, una terrible sensación de orgullo llenó su pecho.

    "Claro", estuvo de acuerdo Grandioso, empujando el pedal para hacerlo rodar. "Tengo donuts", agregó con esperanza.

    Bells reprimió una risita. "¿Donuts? Eso suena bien. Me gustan los donuts, especialmente los de antaño. Son más densos y más mantecosos, así que cuando los muerdes..."

    "¿Queréis dejar de hablar de comida?" espetó Pavo Real. "Me estáis dando náuseas".

    "Oye, relájate", advirtió Oxidado. "O voy a meterte un libro abierto en la cara y hacer que comiences a leerlo y luego salir corriendo. Me aseguraré de que sea de vampiros también".

    Pavo Real palideció. "Eso no tiene gracia".

    Oxidado le dio unas palmaditas en el hombro. "Oye. Relájate, hombre, no lo dije en serio. Tranqui".

    "Lo siento", murmuró Pavo Real. "Es que me has asustado".

    "Lo entendemos", dijo Bells. “Todos estábamos asustados. No te preocupes por eso".

    "¿Sí? Vale", sonrió Pavo Real. "Supongo que os veré más tarde". Y con eso, se fue.

    Lo vieron avanzar por el camino hasta desaparer de la vista. Algo sobre su partida los dejó en silencio. Una ligera brisa crujía entre los arces. Una hoja se separó. Giró y revoloteó como un pájaro amarillo, posándose a los pies de Oxidado.

    Él comenzó. "Cierto. Yo también me voy. La abuela debe de estar preocupada." Asintió a Grandioso y a Bells, se sentó a horcajadas sobre su bicicleta y se fue, moviendo la cabeza y con sus rodillas sobresaliendo cómicamente.

    Bells se giró hacia Grandioso. "Quiero irme sola, si no te importa. Es que... necesito estar sola un rato antes de... ya sabes..."

    Él suspiró. "Está bien. Lo capto".

    "Deséame suerte".

    Él la palmeó torpemente en el hombro. "Buena suerte".

    "Gracias. Allá vamos." Bells se impulsó y comenzó a pedalear, concentrándose en ganar velocidad.

    No más de diez minutos después dejó caer su bicicleta junto a la puerta del garaje. El coche de su madre estaba estacionado en el camino de entrada, lo que significaba que tanto ella como Sofía estaban en casa, a menos que hubieran ido a alguna parte a pie, lo cual era muy poco probable.

    Bells subió los escalones hasta su casa. Me pregunto cuánto tiempo ha pasado, pensó. ¿Es el mismo día? Eso parece. Entonces todavía es sábado. Eso significa que solo he estado fuera un par de horas o algo así. Entonces, ¿por qué están aquí? Deberían estar en la clase de canto de Sofía.

    Bells alcanzó el pomo de la puerta y se detuvo. Su mano estaba ensangrentada y manchada de tierra, líneas oscuras de mugre debajo de cada uña. Su ropa todavía estaba húmeda, cubierta de pedazos de barro y hojillas de lenteja de agua. Se olisqueó a sí misma.

    Genial. Apesto como un perro.

    "¡No te atrevas a volver aquí a menos que vayas limpia!" sonó en su cabeza.

    Bells lo ponderó, luego se palmeó el bolsillo y abrió la puerta con decisión.

    La casa estaba en silencio.

    Pasó de puntillas de tabla a tabla, evitando las tablas del suelo que crujían y luego se detuvo en la cocina, hambrienta de repente.

    Tomaré un refrigerio rápido y luego iré a mi habitación y pensaré qué hacer a continuación. Ella avanzó lentamente, congelándose a cada paso, pero no había nadie allí para reprenderla. Una vez en la cocina, dejó escapar una larga exhalación y echó mano hacia el armario.

    Alguien sofocó un sollozo.

    Bells pegó un brinco y dio media vuelta esperando ver el cadáver podrido de María que habría logrado levantarse de las cenizas, seguirla hasta aquí y a punto de completar la maldición.

    Pero no era María.

    Era su madre, la famosa cantante de ópera Catarina Monterey. Aunque ella no se parecía a sí misma. Al principio, Bells no la reconoció. Ella estaba sentada en la silla, con una servilleta en las manos, los ojos rojos y la cara hinchada.

    "¿Mamá?" dijo Bells.

    "Belladonna". La voz de Catarina quedó atrapada al final. "Bells", se corrigió ella misma.

    "¿Estabas llorando?" Sorprendida, Bells no supo qué otra cosa decir. Su madre nunca lloraba, ni siquiera cuando su padre los dejó. Un sentimiento de culpa se retorció en el estómago de Bells y ella tuvo la necesidad de confesar cada uno de sus crímenes, especialmente el de volver a casa sucia, y de pedir perdón. Incluso pensó que podría ducharse y ponerse un vestido solo para hacer feliz a su madre. Pero las siguientes palabras de Catarina demolieron este deseo efímero.

    “Tu práctica del coro...”

    El sentimiento de culpa fue rápidamente reemplazado por desafío. "No voy", declaró Bells. “Ni ahora, ni nunca. Y no puedes obligarme".

    Catarina solo negó con la cabeza.

    Con el corazón palpitante, Bells metió una mano en el bolsillo y golpeó en la mesa de la cocina con las gemas, pringando el mantel blanco con manchas de tierra. Los diamantes, cada uno del tamaño de un huevo de codorniz, brillaban opacamente. Le dio a Bells una inmensa satisfacción ver que los ojos de su madre se abrían al máximo.

    "¿Qué es esto?" le preguntó.

    "Es lo que querías", dijo Bells, estallando por explicarse y apenas conteniéndose, esperando la reacción de su madre.

    Catarina recogió la gema más grande y la giró en sus manos. "No puede ser..."

    “Sí, puede. Es un pago", dijo Bells llanamente, como si no fuera gran cosa. "Te pago para que nunca nunca me hagas ir a ninguna de esas ridículas clases de canto. No quiero cantar, quiero hacer ciencia, y este es mi pago para que me dejes en paz. Supongo que cubrirá el alquiler y las facturas e incluso la universidad".

    Catarina miraba boquiabierta.

    Bells continuó, decidida a dar una respuesta aplastante a cada una de las dudas de su madre. “Me dijiste que no me arrastrara de regreso aquí, pidiendo dinero. Bueno, no lo he hecho. Vine con dinero. Y te preguntaste cómo iba a ganarme la vida. Creo que acabo de lograrlo. Toma. ¿Es esto suficiente?”

    "¿Dónde los conseguiste?" preguntó Catarina.

    “Los desenterré”, dijo Bells con orgullo, “mientras hacía exploraciones científicas. ¿Qué tal eso para una científica mediocre?"

    "Pero ¿dónde?"

    Bells pensó en decir, en el nido de un pájaro gigante en la cima de una montaña , luego decidió no hacerlo. Parecía una locura, y su madre seguramente no la creería. "No los he robado, no te preocupes. Yo solo... los encontré. Hay muchos más. De hecho, hay todo un valle entero..." Bells se mordió la lengua.

    "¿Valle?" Catarina se secó los ojos con la servilleta y se puso en pie, alzándose sobre su hija. "Belladonna Monterey", comenzó.

    Bells suspiró. "Ya estamos otra vez".

    "Tendrás que explicar esto. Las gemas preciosas como estas no yacen sin más en ningún valle".

    "Sí, lo hacen", discrepó Bells sintiendo que iba a perder este combate. No había forma de detener a su madre ahora.

    "¿Dónde los encontraste exactamente?" exigió Catarina. “Debo explicarte cómo funciona esto. No te pertenecen a ti, Belladonna. No importa que las hayas encontrado tú. Pertenecen al dueño de la propiedad. ¿Entiendes?"

    Exasperada, Bells agarró los diamantes y salió corriendo de la cocina.

    "¡Belladonna! ¡Vuelve en este instante!"

    Ella respondió con un portazo.

    Al final, pensó, estoy sola. ¿Qué necesito hacer? Primero, necesito empacar mis cosas. Luego necesito... Sus pensamientos fueron interrumpidos por una inesperada presencia.

    “¿Qué estás haciendo aquí?”

    En el suelo, apoyada en la cama de Bells, estaba sentada Sofía con un libro abierto en el regazo. Ella levantó la vista, con la cara llena de lágrimas. Con horror, Bells vio que se había envuelto en su manta y descansaba ambos pies sobre su almohada.

    Todo sentimiento de anhelo por su hermanita que ella había alimentado expiró en un instante.

    "Sal de mi habitación", ordenó Bells. "Quiero estar sola".

    "Estoy castigada", dijo Sofía trágicamente y se secó la cara con el dobladillo de su vestido.

    "Eres asquerosa", dijo Bells.

    "Y tú estás sucia", replicó Sofía. "Mamá te regañará por esto". Señaló las rodillas ensangrentadas de Bells.

    Bells abrió la puerta. "Ahora".

    Sofía hizo un puchero. "No quiero estar sola en mi habitación. ¿Por favor?" Parecía tan miserable, tan abatida, que Bells se ablandó. “Vale, puedes quedarte un poco. Pero no me hagas preguntas y no te interpongas en mi camino". Ella marchó hacia su tocador y de repente se detuvo. "Espera. ¿Por qué no estás en tu clase de canto?"

    "Ya te lo he dicho, estoy castigada".

    "¿Por qué? ¿Qué hiciste?”

    Sofía jugueteó con su falda antes de responder. "No quería ir hasta que volvieras".

    "Oh". Bells se desinfló. "¿No querías?"

    "No", Sofía respiró hondo por la nariz. “Mamá se enojó mucho. Dijo que debía sentarme dentro todo el día y leer este estúpido libro, pero no quiero leerlo. siempre me lo lees. ¿Por qué tengo que leerlo yo?" Ella lo apartó a un lado.

    “¡Espera! No hagas eso". El estómago de Bell se retorció. Cogió el libro y le dio la vuelta. Una cara familiar la miró con una mirada helada, una sonrisa siniestra congelada en una burla.

    "La Reina de las Nieves", susurró Bells. Deja que termine de leerte esto. ¿Es esta la página en la que te has quedado?”

    "No quiero", se quejó Sofía. "Es una historia tonta de todos modos".

    "No, no lo es. ¿Cómo lo sabes?”

    "¿Qué está pasando aquí?" Catarina estaba parada en la puerta, con las manos en las caderas, lista para dispensar una dosis de educación materna a sus hijas que discutían.

    "Belladonna está siendo mala conmigo", gimoteó Sofía.

    Bells la miró fijamente. "No, no lo soy. ¿Cómo voy a estar siendo mala? Me ofrecí a leerte un libro".

    "Y yo dije que no quiero que lo hagas". Sofía se lo quitó de las manos y lo envió volando.

    "¡No hagas esto!" gritó Bells.

    "Es mi libro. ¡Haré lo que quiera!" chilló Sofía y salió corriendo. Bells fue tras ella, pero fue capturada por Catarina.

    "¡Suéltame!" Bells trató de zafarse del agarre de su madre.

    "Debes dejar de molestar a tu hermana", advirtió Catarina. “¿Qué tipo de ejemplo le estás dando? Piensa en eso".

    Sofía le mostró a Bells la lengua, abrió el libro con aire de suficiencia y agarró una página como para rasgarla.

    Bells se quedó helada.

    "¡Sofía!" Catarina soltó su agarre y caminó hacia Sofía, quien tercamente apretó los labios y procedió a arrancar página tras página, arrojándolas a los pies de Bells. Estas aterrizaron suavemente en la alfombra, con múltiples rostros de la Reina de las Nieves mirándola desde todos los ángulos.

    "¡NO!" gritó Bells, quien se tiró al suelo con las manos en la cara por el horror.

    Naturalmente, te preguntas qué pasó después. Por supuesto, fue según se esperaba. Solo que no puedo contarte nada de esto, porque esa es una historia diferente y pertenece a un libro diferente.

    Esta historia ha terminado.

    ¡Enhorabuena, has conseguido llegar hasta el final!

    No eres un badling después de todo. ¿No es una gran sensación? Ahora, pórtate bien, cierra este libro y ve a leer otro. Pero recuerda terminarlo (ya sabes lo que sucederá si no lo haces).

FIN