Créditos

    

Traducido por Artifacs en agosto de 2019

    Obra Original Siren Suicides (Second Edition, Copyright © 2016 by Ksenia Anske) publicada bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Esta versión electrónica en español de Suicidios de Sirena se publica bajo la misma licencia Creative Commons BY-NC-SA.

    Imagen de la Portada para el Ebook de la versión española tomada de https://static.tvtropes.org/pmwiki/pub/images/img_20190502_223048_147.jpg bajo licencia Creative Commons BY-NC-SA

    Todos los personajes en esta publicación, distintos de aquellos claramente en el dominio público, son ficticios y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es puramente una coincidencia.

Licencia CC-BY-NC-SA

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Sobre Ksenia Anske

    

    Ksenia nació en Moscú, Rusia, y viajó a los EEUU en 1998 sin saber inglés, sin haber estudiado arquitectura ni soñar que acabaría escribiendo. "Siren Suicides", una fantasía urbana ambientada en Seattle, es su primera novela. Ella vive en Seattle, con su pareja y sus tres hijos combinados, en una casa que a ellos les gusta llamar "The Loony Bin" [NdT: algo así como "El Arca de los Chiflados"].

También por Ksenia Anske

The Badlings

Irkadura

Rosehead

Introducción

    

    Me estuve rompiendo la cabeza pensando en cómo escribir la introducción para esta segunda edición. Consulté pilas de libros y leí pilas de introducciones y ninguna de ellas me ayudó en realidad con lo que quería decir, asi que pensé, "Que le follen. Simplemente lo diré tal como es."

    ¿Por qué una segunda edición? ¿Por qué reducir la trilogía de 249K palabras a 88K? Bueno, número uno, "Siren Suicides" nunca fue trilogía adecuada con la que empezar. Sencillamente, la historia no cabía en un libro y la corté en tres partes y la publiqué de ese modo (por aquel entonces no sabía hacerlo mejor). Más tarde empecé a recibir comentarios de los lectores como "¡Estupendo libro! Pero parece que acaba abruptamente…" y sin pestañear yo respondía, "Oh, la intención es que sea así." Más adelante noté que mucha gente leía el primer libro, pero difícilmente nadie leía el segundo y el tercero, y se perdía así el mensaje al final del tercer libro. De hecho, se perdía todo el sentido de la historia, pues estaba apretado en el mismísimo último capítulo.

    No sólo era yo quien pensaba esto. Montones de lectores lo mencionaban en sus reseñas, la idea de reducir la edición podía mejorarlo, y pensé, "Vale. De acuerdo. Vamos a sumergirnos otra vez a ver qué podemos hacer." Y lo hicimos, o mejor dicho, principalmente lo hizo mi primera editora, Sarah Grace Liu. Sarah trinchó y juntó y cosió y enmendó partes importantes, y yo escribí una frase aquí y otra allá para llenar los huecos, que no eran muchos.

    Lo que tienes en tus manos es el resultado de ese trabajo y de la esperanza de que esta historia llegue a más lectores y les hable como me habló a mí cuando la escribí, en aquel tiempo cuando cambié el suicidio por escribir libros, siendo este el primero. En la siguiente página verás la dedicatoria original, que ha sido recortada un poquito, y después, las sirenas te recibirán con sus frías y despiadadas miradas.

Dedicatoria Original

    

    Este libro está dedicado a mi hija, Anna Milioutina, que me dio un nuevo propósito en la vida cuando fui madre a los dieciocho. A los diecisiete escapé de la violencia de mi casa. Fui una adolescente suidida, el resultado de un padre abusivo. Luego, a los diecisiete, me quedé embarazada. Dar a luz a un bebé me sacó las ideas suicidas de la cabeza y me llenó con nueva vida. Le estoy eternamente agradecida por ello.

    Este libro también está dedicado a mi pareja, Royce Daniel, que creyó en mí como escritora y me ayudó a terminar este libro, leyendo esforzadamente y comentando sobre mi escritura todos y cada uno de los días. A los treinta y tres años me volví suicida de nuevo al revisar mi adolescencia y descubrir que mi padre abusó sexualmente de mí. Convertirme en escritora y escribir "Siren Suicides" me dio la voluntad de vivir una vez más.

    Por encima de todo, este libro está dedicado a cada ser humano que ha querido alguna vez quitarse la vida y dejar este mundo. Si estás pensando en matarte, por favor, no lo hagas. La vida es hermosa, y es aún más hermosa contigo en ella. Podría parecer que no hay otra salida a veces, pero por favor, espera, piensa en mí, piensa en este libro. Las cosas mejoran. Hay amor en todas partes si estás dispuesto o dispuesta a extender la mano y pedir ayuda. Sé lo duro que es. Sé que es casi imposible. Sé lo doloroso que parece continuar viviendo en tu cuerpo, continuar una existencia que odias. Por favor, pide ayuda. Sé que no quieres pedirla, sé que crees que a nadie le importas. Me importas a mí. Mándame un correo electrónico a kseniaanske@gmail.com, tuitéame en @kseniaanske y te responderé tan pronto como pueda.

    Si prefieres hablar con alguien anónimamente, puedes llamar al número de Prevención de Suicidio 1-800-SUICIDE (1-800-784-2433) o visitar http://www.suicide.org/

    Este libro está disponible gratuítamente, para siempre, como descarga en mi sitio web, http://www.kseniaanske.com. ¿Por qué? Porque tengo un deseo secreto. Deseo que mi novela ayude a salvar una vida, o dos, o más..

Agradecimientos

    

    Y ahora, montones de gracias a un montón de gente que ha hecho que suceda este libro.

    Gracias a todos mis lectores que me han animado a republicar "Siren Suicides" como un libro único. Hay demasiados de vosotros para listaros aquí. Vosotros sabéis quiénes sois. Gracias a mis simpatizantes de Patreon. Vosotros estáis ayudando con los costes de la impresión de este libro y los ejemplares de obsequio y el envío y mucho más. Gracias a mi hija Anna Milioutina por diseñar la preciosa portada nueva que mantiene intacto el esquema de color original... los cielos grises de Seattle, la lluvia, el agua. Me encanta. Gracias a mi editora Sarah Grace Liu por tomarse el tiempo de encoger esta extensa bestia en un cuento limpiamente ordenado Y NO DEJARME DESTRIPARLO (lo intenté). Gracias a Colleen M. Albert que editó la trilogía original y me hizo creer en mi historia. Gracias a mi maquetista Stuart Whitmore por hacer fresco y legible el interior de este libro. Gracias a mi compañero Royce Daniel que una vez más lo revisó todo por si acaso se habían pasado por alto algunos errores. Y, por encima de todo, inmensas, enormes y especiales GRACIAS a Katya Pavlopolous y Christi Frey que se han ofrecido para identificar las partes que se podían reducir y que han comentado con tinta roja y rotulador de neón y con boli negro y lágrimas (estoy segura) los manuscritos impresos que me devolvieron y que yo envié, por mi parte, a Sarah. Vosotras chicas lo empezasteis todo. Moláis un montón.

    Espero que te guste el resultado.

Capítulo 1

    

La Bañera de Mármol

    "Las Sirenas, hijas del Río Achelous y la Musa Melpómene, huyeron tras la violación de Proserpina [Perséfone], llegaron a la tierra de Apolo y allí fueron convertidas en criaturas voladoras por la voluntad de Ceres [Démeter] porque ellas no habían traído ayuda a su hija. Fue predicho que vivirían sólo si alguien oía su canto al pasar. Ulises [Odiseo] probó ser fatal para ellas, pues cuando, por su astucia pasó por las rocas en las que moraban, se lanzó al mar. Este lugar se llama Sirénides por ellas y está entre Sicilia e Italia."

    Pseudo-Hyginus, Fabulae 141, (Mitógrafo romano, Siglo II d.C)

* * * * *

    Elegí morir en el cuarto de baño porque es la única habitación de la casa en la que me puedo encerrar. Y porque el agua me calma. Tengo que estar calmada para tirar del enchufe de mi vida. Nada irritaría más a mi padre que encontrar a su hija de deciséis años, en la mañana de su cumpleaños, flotando en su vieja y amada bañera de mármol (una ridícula reliquia de la familia Bright). Cada esquina está dominada por una de las cuatro sirenas talladas, con sus bocas abiertas en una canción letal, sus manos vueltas hacia arrriba en adoración a la Sirena de Canosa, la figura de la espita de bronce.

    Qué oportuno. Ailen Bright, la difunta, guiada a la otra vida por un grifo.

    ¿Me oyes, Papá? Este es mi mórbido chiste.

    Ocho. Nueve. Diez.

    Diez segundos desde me di el chapuzón, sumergiéndome por completo en el agua de la bañera llevando vaqueros descoloridos y mi sudadera con capucha favorita azul brillante. Grandes letras blancas rezan "Sucidios de Sirena" por delante; es mi grupo de música favorito porque su música es la hostia, porque me hacen querer cantar. El azul es mi color favorito. El tres es mi número favorito. Sólo hace falta tres minutos de media para que una persona se ahogue. Sólo quedan dos minutos y cincuenta segundos.

    Aguanto la respiración.

    Hace seis años, mi madre saltó del Puente Aurora. Oí a papá gritarle a mi madre, la oí salir corriendo de casa dando un portazo. Y así fue. No había visto mucho a mi mamá durante mi infancia, pero después de ese día, la perdí para siempre. Por esto, y por todo el dolor que él me ha causado, quiero hacer daño a mi padre del único modo que puedo... enviándole un mensaje tan retorcido como su alma. Acabando con mi vida en el mismo lugar en el que él asistió mi parto una lluviosa mañana de septiembre.

    La bañera es un rasgo central en nuestro gran cuarto de baño. Sus tuberías están ocultas debajo del suelo, y la carencia de una cortina de ducha le añade autenticidad. En cierto sentido pervertido, desde que tengo memoria sus sirenas talladas han sido las hermanas que yo nunca he tenido. Siempre que me ocultaba en el cuarto de baño durante las peleas de mis padres, yo les hablaba durante horas. Incluso tenía convenientes nombres mitológicos de sirena para cada una.

    Pisinoe, la de la mente persuasiva, es la más joven de las cinco. Las dos queremos una mascota, por eso es la que más me gusta.

    Teles es la perfecta; su bonita cara, aunque ligeramente rolliza, hace que la mía sea mucho mejor, gracias.

    Raidne simboliza la mejora. Con cabello que es largo y rizado, es la envidia de mi vida; a mi pelo lo han apodado los chavales del instituto como plumas de pollo.

    Ligeia es la chillona, tal vez debido a su voz. Sus pechos perfectos han sido fuente de mi admiración secreta desde el día en que comprendí que estar plana sería mi destino. Estas son mis cuatro hermanas de mármol.

    Se levantan a sesenta centímetros de altura. Sus cuerpos desnudos sobresalen de las cuatro esquinas de la bañera, con las rodillas en el suelo, sus brazos extendidos a lo ancho como si fuesen alas de pájaro listas para volar.

    En la cabeza de la bañera, con largo pelo cubriendo su cuerpo y piernas colgando del borde, se sienta la Sirena de Canosa, mi hermana mayor de bronce. El modo en que las demás la adoran indica que ella es la jefa. Su mano izquierda sostiene el grifo y su brazo derecho se levanta sobre su cabeza en un gesto de luto. Ella es la sirena funeraria cuyo trabajo como criatura mitológica es guiar a las almas de los muertos a la otra vida.

    Pero me estoy olvidando de contar. 45. 46. 47.

    Siento las ropas extrañamente cálidas y pegajosas. Cierro los ojos. Presiono los lados de la bañera con las manos para evitar flotar hacia arriba.

    No puedo hacer esto, no puedo. Estoy asustada. Me incorporo sentada e inhalo profundamente. Me sujeto la cabeza con ambas manos para que no me dé vueltas. No, para que no dé vueltas el cuarto de baño a mi alrededor. El agua corre por mi cara. El algodón mojado se pega a mi piel en densas capas. Oigo el pomo de la puerta como si alguien intentase girarlo. Luego, después de una perpleja pausa, el pomo oscila escandalosamente varias veces más.

    Clic clic clic.

    —¿Ailen? - la voz de Papá.

    Mis músculos se contraen como si se congelaran de golpe. Mi corazón quiere salir a golpes atravesando mis costillas y me explota en la cabeza con una migraña.

    No debería estar levantado tan temprano. Maldita sea. Y otro pensamiento. Debería haber saltado del puente. ¿Por qué coño tengo tanto miedo a las alturas como tenía Mamá? ¿Y ahora qué hago?

    El cuarto de baño entero apesta a hierba. Él llama a la puerta. Yo me abrazo a las rodillas, contemplo el rayo de luz de la mañana a través de la ventana, escucho los pasos. Probablemente está buscándome en mi habitación.

    Volverá.

    De pronto entro en pánico. Un millar de agujas de terror me pinchan la piel. La imposibilidad de enfrentarme a mi padre, la imposibilidad de salir de este cuarto de baño de una pieza me inunda con nueva fuerza. El cuarto de baño deja de girar. Alcanzando un lugar de calma, un momento de silencioso vacío, decido probar una vez más. No puedo sentir lástima de mí. He pensado en todo lo que hay que pensar mientras fumaba toda la noche. No hay otra vía de escape para mí excepto la muerte.

    Oigo a Papá abrir la puerta de mi habitación y gritar mi nombre. Le ignoro. Puedo hacerlo. Tendré que pensar en algo para distraerme. Allá donde miro, la cara de mi madre emerge flotando... la memoria distante de su sonrisa, su pelo largo marrón y ojos azules, y un millar de pecas en el puente de su nariz. Como las mías.

    Parpadeo y me concentro en las toallas. Allí está ella de nuevo. Miro hacia el lavabo. Lo mismo. Entorno los ojos y sacudo con fuerza la cabeza. Eso funciona. Conjuro un recuerdo de Hunter para reemplazarla. Ahí, eso está mejor. Hunter me salva el día, como siempre. Él es mi mejor amigo, mi único amigo.

    Mientras todos los demás del instituto me evitan, el me llama por los pasillos pasando de todo, haciendo odiosos ruidos de gorila que me hacen partirme de risa con el puño en la boca. Siempre que Papá se marcha en sus viajes en barco, Hunter y yo nos colocamos en mi cuarto de baño. Es la única habitación de la casa que tiene un ventilador y una ventana.

    Anoche estuve demasiado cerca de contarle a Hunter mis planes. Estábamos soplando aros de humo, escuchando las Cuatro Estaciones de Vivaldi, que Hunter me hace escuchar siempre que nos colocamos, bajo el pretexto del enriquecimiento cultural y una divina experiencia porque, supuestamente, la música clásica te hace sentir elevado o algo así.

    Hunter tocó una de las sirenas de mármol, recorriendo su boca abierta con el dedo.

    —¿Qué harías si te encontrases con una sirena real? - me preguntó con su cabeza inclinada hacia un lado, sus largas piernas delgaduchas estiradas a lo ancho en el suelo y que acababan en unas zapatillas mal atadas.

    Él no sabía que yo les hablaba, que para mí eran reales. Cuando levanté el dedo para tocar la boca de Ligeia, ella me guiñó su ojo de mármol. Aparté el dedo de golpe pensando que podía morderme.

    —No hablo del tipo mítológico. Me refiero a una sirena real. Del tipo asesina. Aquella cuya mirada nunca queda quieta. De la que camina, de la que habla. Todos los hombres quieren oir su canción aterciopelada, la canción por la que morir.

    —Estás colocado, - dije.

    —Sí, pero... no, escucha. - dio una calada a su porro con sus finos dedos danzando por él. —Las sirenas de verdad están entre nosotros. Son las chicas que salen de noche, en la niebla, a cantar su dolor. Sus voces te obligan a hacer cosas. Te ordenan que te acerques a ellas y te sacan el alma cantando, la encienden.

    —¿Y luego qué?

    Hunter se pasó la mano libre por el pelo, dejando un mechón levantado en un caos despeinado antes de exhalar. —Luego te la devuelven. Ardiendo y humeando.

    —Creí que las sirenas mataban a la gente.

    —Sólo a los afortunados. ¿A esos? Los encuentran muertos por la mañana. No se sabe los que les ha pasado. Parece como si su corazón se hubiese detenido. Aunque lo que da miedo es que están sonriendo. Muertos, pero sonriendo. Como si fuesen felices antes de morir.

    —Has dicho que te gustaría encontrarte una.

    —¿Una sirena? Quizá lo haya hecho.

    Le miré entornando los ojos. —Eres un mentiroso.

    Él rió, haciendo vibrar toda la habitación.

    Como vibra ahora, en sincronía con los pasos de Papá regresando de mi dormitorio. Me agarro a los lados de la bañera.

    Tres llamadas cortas a la puerta.

    —¿Ailen? Sé que estás ahí dentro, cariño. ¿Qué estás haciendo en el cuarto de baño tan temprano? Abre la puerta, por favor.

    Yo susurro alzando la vista hacia Canosa para obtener su aprobación por lo que estoy a punto de hacer.

    Nada, Papá. Sólo suicidándome, eso es todo.

    Porque un minuto de fantasía es mejor que nada. Mi cabeza empieza a dar vueltas de nuevo y no sé si lo imagino o no, pero ella asiente con la cabeza.

    Es la hora.

    Me sumerjo, esta vez bocabajo. Por alguna razón, imagino el aspecto del techo de nuestro cuarto de baño detrás de mí, cómo me evoca una cara gigante. Sus largos e intricados ornamentos parecen arrugas, su decoración es una mala impresión de un baño romano diseñado por los mismos dioses. Esa escayola blanca, el tono sucio por la ausencia de una dama de la limpieza. Pienso que debo limpiarlo, pero entonces recuerdo que necesito contar.

    Uno. Dos. Tres.

    Mi cara está sumergida en el agua, mis piernas flotan libres, las puntas de los pies apenas tocan el final de la bañera. ¿Quién en su sano juicio tiene una bañera de mármol de dos metros sesenta de largo? Eson son los valores de la familia Bright para ti. No el amor, sino muchas cosas hermosas que admirar. Aguanto la respiración hasta que siento que no puedo aguantarla más.

    Pasan veinte segundos. Papá zarandea la puerta. Yo exhalo. Las burbujas recorren mis mejillas subiendo a la superficie.

    —¿Ailen? Lo que sea que estés haciendo ahí dentro, tienes un minuto para acabar. Si no abres la puerta, entraré por la fuerza. ¿Me oyes?

    Su voz está amortiguada, y aún así extrañamente amplificada por toda esta agua.

    Perfecto. Han pasado treinta segundos. Un minuto de espera más y seguramente otro minuto para derribar la sólida puerta de roble.

    Gracias, Papá.

    El último aire que me queda sale por mi nariz y lo dejó marchar sintiendo una pesadez creciente en mi pecho y la urgencia de inhalar. El pánico levanta su horrible cabeza de nuevo, pero la hago retroceder hasta su oscura esquina. No hay una hebra de cordura a la que aferrarme excepto mi última conversación con Hunter.

    —¿Te has querido suicidar alguna vez? - pregunté.

    Él se ahogó en su saliva y tosió. —¿Qué?

    Al menos su madre aún seguía viva. Yo me acerqué más a la bañera y apoyé mi pie derecho sobre la cara de Ligeia para que dejara de guiñarme el ojo y asegurarme de que no podía ver sus pechos desnudos.

    Tensé la boca para decir cada palabra lentamente. —He dicho que si has querido suicidarte alguna vez.

    —¿Estás mal de la jodida cabeza, Ailen? ¿Qué clase de pregunta es esa?

    —Dios, sólo es una pregunta. Relájate. Me estás contando historias de unas sirenas que le sacan el alma a la gente cantando, ¿y no puedo hacerte una sencilla pregunta?

    —Claro que puedes. Aunque menudo infierno de pregunta venenosa. ¿Estás bien?

    —Idiota. Estoy bien. Sólo quería saberlo, eso es todo. - cerré la boca en un intento de mantenerme callada, pero ganó mi curiosidad, como siempre. —Vale, déjame refrasearlo. Si alguna vez quisieras matarte, ¿cómo lo harías?

    Él sopló un remolino de humo y estudió el techo durante un momento con su cara laxa.

    —No me digas que nunca has pensado en eso. No me lo creo ni por un segundo.

    Para mi sorpresa, después de un minuto de vacía contemplación, respondió. —Me pondría al mando de la motocicleta más rápida que hubiera ahí fuera, entraría en una autopista y conduciría tan rápido como pudiera.

    —¿Y luego?

    —¡Luego me estrellaría! - sonrió y se giró para mirarme con los ojos llenos de traviesa malicia.

    Imaginé a Hunter montando en moto, dando gas y pasando a toda mecha entre los coches hasta una sinuosa carretera de montaña. Subiendo cada vez más alto a toda velocidad hasta chocar contra la barra de seguridad de algún precipicio... más allá del cual sólo habría aire vacío y puntiagudas rocas todo el camino hasta el fondo.

    Llevo bajo el agua un minuto y veinte segundos ahora. He extendido los brazos, formando un puente perfecto desde una fría pared de mármol a la otra, tratando de no levantar la cabeza ni de respirar aire. Tengo que permanecer abajo, tengo que hacerlo, tengo que hacerlo.

    Unos círculos empiezan a nadar frente a mis ojos y mi garganta se tensa aún más. Unos segundos más y estaré inhalando agua.

    —Ailen, tu minuto ha acabado. Abre la puerta, ahora. - Papá siempre es impaciente.

    Oír su terrible voz gorjear debido al agua me hace más determinada que nunca. Sí, valdrá la pena. Excepto que deseo poder verle la cara cuando finalmente derrumbe la puerta y me vea flotando aquí. Lo imagino contorsionándose por la sorpresa, luego por el horror, luego el remordimiento.

    Incalculable.

    Un minuto treinta y uno. Un minuto treinta y dos. Un minuto treinta y tres.

    —¡He dicho que abras la maldita puerta!

    Mi corazón late en mis oídos y empiezo a girar como si cayese por un remolino; excepto que, cuando miro al tapón, no se está moviendo. La puerta cruje bajo sus puños.

    Él grita, —¡Abre la puerta! - una y otra vez, golpeando más fuerte con los puños.

    Una extraña calma se extiende sobre mí. Dejo escapar una última burbuja de aire, mirando el mármol. Largas y delicadas líneas de plata, un paisaje de otro mundo con sus propias pendientes, colinas, bosques y montañas. Todo frío y distante, como cubierto por una capa de nieve. Lo toco. Está frío, como el agua a mi alrededor. Rezo por sentir algo por mí, algún tipo de lástima o agonía antes de morir, algo.

    Pero no queda nada. Me vuelvo insensible, insensible como el mármol, insensible como la puerta del cuarto de baño. Rezo por que sea difícil de romper. Es la única puerta de la casa que puede permanecer cerrada más de un minuto, bajo el pretexto de mis problemas mensuales de chica: calambres en el estómago, náusea, cambios de humor, tampones. Todas las cosas de las que Papá no quiere oír porque él no es mi madre.

    Ojalá pudiese verla una vez más.

    La veré. Sé que lo haré.

    Esta es mi oportunidad. ¿Me oyes, Papá? Me voy de casa. Voy a vivir con mi mamá y tú puedes comer mierda.

    Incapaz de suprimir por más tiempo la urgencia de respirar, abro la boca e inhalo.

    No es aire lo que inhalo, es agua. No hay otro modo de describirlo salvo que es como inhalar llamas líquidas.

    Me arde la garganta, me quema el pecho, llena mis oídos con pitidos. En ese instante, cambio de idea. Quiero darme la vuelta, pero es demasiado tarde. Mi laringe se cierra en un espasmo violento, interrumpiendo el flujo de agua hacia los pulmones. Mi boca se sella con un audible golpe de dientes. El tiempo se detiene. Alcanzo ese momento de tranquilidad que he estado anhelando desde el principio. Una tierra sin dolor, sin ayer, sin mañana. Una tierra donde todo existe como una secuencia de fotogramas únicos del ahora.

    Esto es lo que veo.

    Una luz brillante me ciega, como un flash fotográfico que ilumina la escena. Es mi mano flotando en el agua y al mismo tiempo, en nítida claridad, es una amplia extensión de fresco terreno pecoso. Círculos iridescentes se forman en mi visión periférica, luego otro destello me hace desear poder protegerme los ojos. Veo mi muñeca acercarse con un bosque de pelos que se agitan levemente. Bajo la mirada hacia la longitud de mi cuerpo. La sudadera azul brillante es demasiado intensa, haciendo que mis dos pies cuelguen en el extremo lejano de cada pierna, parecen más blancos de lo que son. Luego todo se vuelve borroso. Ya no puedo saber qué es arriba y qué es abajo. Cierro los ojos y escucho. Oigo algo vago.

    Tumb. Tumb. Tumb.

    Es mi corazón. Aún estoy viva. Me siento confundida y desorientada... ¿es así como se siente una cuando se está muriendo? ¿Y si es la otra vida, o como se llame, y si hay algo ahí fuera, al otro lado?

    Quiero saber qué pasa después. Pero mi cuerpo piensa de otro modo.

    Me dice, ¡sal de la maldita bañera!

    Quiero decirle que deje de gritar, pero mi lengua no se mueve, atrapada entre hileras de dientes sellados.

    Mi cuerpo dice, ya está, he tenido bastante de tu estupidez. Te voy a sacar.

    Reacia, doblo las rodillas. Mis pies no tocan nada, como si estuviera en aguas profundas. Lanzó arriba los brazos en una brazada desperada. Debería haber dos pulidos bordes de mármol que agarrar... suaves, sólidos y seguros. En su lugar, mis dedos se cierran en el agua. La bañera ha desaparecido. Abro los ojos para encontrarme en vertical, hundiéndome despacio en una especie de tinieblas. El líquido a mi alrededor se vuelve fangoso y verdoso, con manchas de borrosas plantitas suspendidas aquí y allá. Examino mi alrededor, observando el tinte verdoso volverse líquido ultramarino.

    El azul es mi color favorito. El tres es mi número favorito.

    Una insaciable necesidad de respirar me propulsa hacia arriba. Después de una docena de brazadas, emerjo jadeando en busca de aire y tosiendo agua estancada. Tirito inhalando un pulmón entero de aire después de otro, hiperventilando y sollozando histéricamente al mismo tiempo.

    Me lleva un momento calmarme y mirar a mi alrededor. El agua es clara y azul, reflejando un cielo sin nubes. Estoy en el extremo menos profundo de un lago. Está atestado de lilas. Sus tallos tocan mis piernas, su dulce y afrutado olor me abruma. Todo pensamiento se desvanece, toda emoción me abandona.

    Sólo puedo observar.

    En la orilla del lago se posa la Sirena de Canosa. Mi hermana mayor de bronze. La jefa. Sólo que ya no es de bronce. Es real y tan alta como yo. Con piel real, pelo real y un cuerpo real.

    Me clava su practicada mirada inocente que he visto tantas veces en la bañera. Sin darme cuenta, exhalo un suspiro largo de asombro.

    Es muy hermosa.

    El sol de la mañana pinta su cara pálida con un matiz dorado. El viento cálido levanta un mechón de su pelo plateado. Aún así, cuando ella sonríe, saboreo la bilis en el fondo de mi garganta y una siniestra sensación penetra mi núcleo, como si algo en este cuadro perfecto no estuviese bien.

    Oculta obscenos secretos en su interior. Hay una mentira en el aire y siento que voy a creérmela.

    Fija sus penetrantes ojos verdes en los míos y empieza a cantar. De inmediato, quedo hechizada, incapaz de retirarme, escuchando con mis oídos, con mi piel, con todo en mí que pueda absorber su voz.

    Vivimos en el prado,

    Pero tú no te das cuenta,

    Y tu pena es nuestro pasto,

    Una pena que no muestras.

    Mi mente quiere rechazar el canto, lo categoriza como falsa tristeza, su frecuencia es demasiado alta, una cuarta nota no encaja, está a un pelo de distancia de ser una canción genuína que haga que el pulso de tu corazón se acelere por su belleza.

    No eres real, quiero decirle. Tú sólo eres una figura de bronce en un cuarto de baño. Tu canción es falsa, es una herramienta. A ti no te importo. Es tu trabajo transportarme al otro lado, ¿verdad? Y probablemente odias tu trabajo. ¿Cuándo fue la última vez que te dieron un aumento de sueldo?

    Pero sigo escuchando, mesmerizada.

    Te pedimos tu dolor,

    Mójate en mi tonada,

    Flotan las notas en do,

    Sólo escucha y ama,

    Sólo escucha y ama,

    Escucha y ama.

    Percibo a otras sirenas ahora, mis hermanas de mármol. Salen de puntillas desde detrás de troncos descoloridos y se unen a Canosa para cantar juntas con ella.

    Yo quiero ahogarme en su melodía. Sus emocionantes notas me alcanzan como una mano extendida invisible que tira de mí hacia ellas. Los tallos de las lilas de agua se enredan entre mis piernas mientras vadeo el lago hacia la playa queriendo más, bebiendo de su pena, engullendo su mirada.

    Vadea conmigo el lago,

    ¿Por qué te extrañas, boba?,

    Si tu paso es mi regalo,

    ¿Acaso te ahogas ahora?

    Dejan de cantar y me observan caminar entre tropiezos hacia ellas. Caigo de rodillas a un par de pasos de Canosa, mi boca está abierta de admiración y me lloran los ojos, mis problemas están olvidados. Todo lo que puedo sentir es la misma sensación de calma que emiten sus ojos, sus voces, sus cuerpos. No es la cómoda calma de una mente feliz y despejada, sino la refrescante calma del dolor violentamente suprimldo.

    No me importa mientras mi dolor haya desaparecido.

    Canosa toma mis manos en las suyas. Las siento frías y resbaladizas en mi piel. Su aliento me baña con el hedor de un millar de años de antigüedad, emmascarado con la dulzura de las lilas de agua.

    —Ailen Bright, so niña boba, ¿por qué has tardado tanto? Te he estado esperando. - ella arruga su labio superior y niega con la cabeza.

    Yo la miro, incapaz de comprender que realmente me está hablando, y sus cuatro hermanas están asintiendo con sus cabezas detrás de ella. Está Pisinoe, la más joven, agarrada al brazo izquierdo de Canosa, espiando desde detrás de su oscura melena. Junto a ella está Teles, la perfecta, acariciando sus mejillas regordetas con ambas manos, estudiándome. Raidne se sienta a la derecha de Canosa, peinando su largo cabello castaño rizado, la envidia de mi vida. Y detrás de ella está Ligeia. Yo rápidamente aparto la vista para no ver sus pechos.

    —¡Qué grosera! ¿No sabes que se tiene que decir ¡Hola! y ¿Cómo están? y Me encanta vuestra canción, era tan bonita?

    Canosa me aparta de un empujón y deja caer mis manos. Abro la boca para decir algo en mi defensa, pero ella es más rápida. Aprieta los labios en una fina línea, apoya las manos en las caderas, sus codos sobresalen como las alas de un pájaro enfadado.

    —Me parece que no me gustas.

    A esto, las otras sirenas empiezan a protestar, pero Canosa las manda callar con un bajo siseo. Se quedan en silencio y me miran. Me siento incómoda, como si fuese comida bajo inspección, a ver si está madura.

    —¿Existes? Quiero decir, yo pensaba que sólo eras un grifo de bron...

    —De acuerdo, te perdono. Empecemos otra vez.

    Avanza hacia mí y me coge las manos. Yo casi me caigo de cara en la arena cuando tira de mí hacia ella. Las otras sirenas nos rodean en círculo con las rodillas y las manos en la arena, y el pelo caído hacia sus caras. Se lamen los labios y, de pronto, quiero escapar, pero no hago ningún movimiento.

    —No es divertido estar muerta. Es aburridísimo. ¿Verdad, chicas? - dice Canosa mirando a su alrededor en busca de aprobación. Las sirenas asienten en silencio, sus ojos no me dejan ni por un segundo, su círculo se cierra a mi alrededor

    —¿Es que estoy muerta? ¿Qué lugar es este, por cierto? - digo con voz ronca, sofocada por la abrumadora peste a peces podridos que se filtra de sus bocas abiertas. Noto sus pieles, tan transparentes y claras desde la distancia, al verlas de cerca tienen un matiz verdoso. Como una naranja vaciada. Aparto bruscamente mis manos de las de Canosa.

    —Ha estado bien conocerte, muchas gracias por la canción, pero creo que he cambiado de idea. - ellas me atacan.

    Ligeia me agarra por los pies. Canosa me coge de la barbilla y me levanta la cara, su nariz queda a centímetros de la mía.

    —Ailen Bright, puedo darte algo que quieres, si tú me das algo que quiero a cambio.

    —¿El qué? - le pregunto.

    —Haces muchas preguntas estúpidas, niña boba. Ya sabes lo que quiero decir.

    Sus labios se cierran en una fuerte líneade nuevo.

    —Pero...

    —¿Estás sorda? - esto es tan bizarro que no sé lo que decir.—Escúchame. Durante horas y horas te has sentado en la bañera y me has pedido ayuda un millar de veces, me has contado un millar de torturas y todas con el deseo de hacer daño a tu padre. ¿No recuerdas nada de eso?

    Parpadeo y siento que me pongo roja, traicionando mi deseo de mentir. Trago saliva y no digo nada.

    —Lo único que necesito de ti es tu alma. Sólo es una cosilla pequeñita. Tú no la necesitas de todos modos, ¿verdad?

    Las otras sirenas sisean a esto, sus ojos arden de hambre. Las palabras de Hunter vuelven a mi mente.

    "Los encuentran muertos por la mañana. No se sabe los que les ha pasado. Parece como si su corazón se hubiese detenido. Aunque lo que da miedo es que están sonriendo. Muertos, pero sonriendo. Como si fuesen felices antes de morir."

    —¿Estás diciendo que quieres matarme?

    En cuanto eso sale de mi boca, siento que he dicho algo estúpido.

    —Si quisiéramos eso, ya lo habríamos hecho, ¿no te parece? - Canosa rie; todas ríen. Se me erizan los pelillos de la nuca y de los brazos con el sonido. —No, lo que queremos es que te conviertas en una de nosotras, ¿verdad, chicas? - se gira hacia las demás sirenas sin soltarme la barbilla.

    Ella dan su aprobación. Pisinoe empieza a dar palmas con las manos como una niña emocionada.

    —¿Por qué? - es todo lo que puedo decir.

    Una infantil esperanza de pertenecer me atenaza y suprime todo pensamiento lógico con su sencillo anhelo. Me da igual si están vivas o muertas, si son reales o irreales. Yo nunca he pertenecido a ningún lugar, siempre he sido una proscrita. ¿Y ahora hay cinco hermanas que se pelean por aceptarme? ¿Cómo puedo explicar cuánto he querido que sucediese esto durante toda mi vida? No puedo creer que alguien, por fin, me quiera. Alguien aparte de Hunter. Mi amigo real, mi único amigo.

    —Me cansa repetirme. Por una vez más, deja de hacer preguntas estúpidas. Usa el cerebro. Piensa, niña boba, piensa. - me da golpecitos en la frente con el dedo.—Tu padre odia a las mujeres porque le hacen perder el control, ¿verdad? Ellas son como cosas bonitas para él, es dueño de ellas. No sabe amarlas de otra forma. ¿Tengo razón? - dice Canosa.

    —Yo creo que sólo es un gilipollas.

    —Nunca es tan simple y tú lo sabes. Debe de haber sido un niñito muy dulce en algún momento de su vida, ¿no crees? Grandes ojos azules, largas pestañas. - se acerca despacio a mí. —Alguien debe de haberle hecho daño, y mucho. Quizá se lo hizo una mujer, quizá fue su madre.

    —No me importa. Ya no es un niño pequeño. Él ya no tiene arreglo. Sólo hay una cosa que puedo hacer... devolverle el dolor.

    Canosa sonríe como si fuese eso lo que estaba esperando. Parece totalmente alegre cuando dice, —¿Qué tal si te conviertes en una sirena y torturas su alma con tus canciones, llevarle casi a la muerte, sujetarle por un hilo, cerca de la muerte, tanto tiempo como quieras? Verle retorcerse y suplicar como una lombriz. - mientras lo dice, todo su cuerpo tiembla, sus ojos se atiborran de una especie de fiebre frenética por alimentarse. —Hacerle daño por haberle hecho daño a tu madre. Eso es lo que tanto quieres, ¿verdad?

    El odio llena hasta el límite de mi ser. El rostro de mi madre emerge flotando en mi memoria y me apuñala dolorosamente. Todos y cada uno de los golpes e insultos de la mano de mi padre me golpean de una vez. Todas las bromas, ridiculizaciones y burlas en clase por tener el pecho plano, por ser una reclusa, una empollona, me apuñalan bajo las costillas.

    Miro a las sirenas, todas a cuatro patas sobre la arena, mirándome, esperando mi respuesta. Quieren que sea su hermana, unas chicas que son mucho más hermosas y poderosas que esas perras presumidas de clase, más poderosas que mi padre.

    Incapaz de contener por más tiempo la urgencia, grito.—¡Sí! ¡Mi respuesta es sí!

    Canosa me estrecha la mano con avaricia.—Bien. Quiero que te acerques más, mírame, mírame a los ojos y abre...

    En ese momento oigo un ruido, un silbido por el cielo como si algo pesado estuviese cayendo. El impacto envía grandes olas por el lago y una de ellas tira de mí hacia el agua cuando regresa. El lago cobra vida y oigo a las sirenas chillar. Sólo puedo distinguir algunas de las palabras de Canosa cuando los tallos de las lilas de agua tiran de mí bajo la superficie y me hunden en el fango:

    —Puente Aurora. Tu madre.

    Llego a la completa oscuridad. Regresa el calor. Siento pesado el pecho y los músculos tensos. Levanto la cabeza hacia la luz, cegadora por su intensidad. Me siento como si hubiese sido escupida por el lago... escupida como un objeto extraño que no pertenece a él, todavía no. Jadeo en busca de aire. El agua verde se torna transparente y cae rodando encima de mi. Me incorporo para sentarme.

    Estoy de nuevo en mi bañera.

    El agua está caliente, y aún así siento frío hasta los huesos como cubierta de nieve. Estoy tiritando y tosiendo agua helada, pero cada respiración es un feroz dolor seco. Mientras toso, miro el grifo. Ahí está, la Sirena de Canosa, de vuelta a su yo "grifal".

    Debo de haberla alucinando como la enemiga cantora de la historia de Hunter. Me pareció tan real. Acabo de tener una experiencia cercana a la muerte, eso es todo. Estoy viva, estoy bien. Un escalofrío de felicidad me hace temblar. Intento recordar cuántos porros he necesitado para encontrar coraje esta mañana.

    Oh, Hunter, ¿de dónde demonios sacas esta hierba? Estoy teniendo un mal colocón. Veo manchitas de índigo danzar frente a los ojos y recuerdo que también puse una gotita de ácido en los porros.

    Genial.

    Extiendo el brazo y acaricio el pelo de bronce de Canosa para asegurarme de que realmente está hecha de bronce, cuando un súbito silencio me hace sentir como si alguien me observara. Miro a mi izquierda y noto una capa de polvo y algunas astillas dispersas por el suelo. Miro más lejos y veo la puerta del cuarto de baño, sus goznes aún están cubiertos de escaloya, por haber sido arrancados de la pared.

    Mi felicidad se desvanece en un instante, absorbida por el terror creciente de lo que he hecho y el castigo que vendrá a continuación.

    Giro hacia el hueco donde solía estar la puerta. Mi padre entra y camina hacia mí con la cara decompuesta y sus manos cerradas en puños.

    —¿Papá? - digo al tiempo que veo alzarse su mano en el aire, lista para golpear.

Capítulo 2

    

La Puerta del Baño

    La amplia extensión del dorso de la mano de mi padre se aproxima a cámara lenta. Puedo ver sus uñas de meticulosa manicura, algunos pelos en el pliegue de su muñeca, su reloj Panerai de titanio mostrando unos minutos más de las siete de la mañana... asomando del todo por el dobladillo de su pijama de seda marrón.

    Levantadas del suelo por sus zapatillas de cuero de artesanía italiana, un millón de partículas de polvo giran y danzan en el aire, reflejando la luz de la mañana y formando un túnel de movimiento para que una mano lo siga. Un túnel que apunta hacia mí. Apuntado a mi cara. Con la intención de golpearme para que no me vuelva como mi madre.

    ¡Plaf!

    Su mano me pega en la mejilla y mi cabeza cobra vida con un fuego lívido. Me convulsiono en una contienda de toses, escupiendo el agua de mis pulmones. Me quema la garganta con la ardiente sensación de gravilla abrasiva bajando deprisa por ella. Intento mantenerme erguida. El cuarto de baño no solo gira en mi contra, parece girar de dentro afuera y plegarse en ondas consecutivas con un ritmo pulsante que imita el latido de mi corazón.

    —¿Qué demonios crees que estás haciendo? - me chilla Papá en el oído. —Dime.

    Tal vez hubo un tiempo en que mi cabeza y mi cerebro eran uno. Ya no. Mi cerebro flota a la suya en mi cráneo. Se inclina viscoso hacia un lado cuando muevo la cabeza en un intento de ocultarme de sus gritos. Cada sílaba, cada palabra que sale volando de los labios de mi padre, amenaza con perforar mi cordura y explotarme la cabeza en un millón de pedacitos. No me hace falta escuchar lo que dice. Estoy segura de que es la mezcla usual.

    "Tú solo espera y verás, un día te volverás igualita que tu madre. Nunca llegarás a nada. ¿Pero has visto lo que has hecho? Me has hecho romper mi puerta del cuarto de baño. ¿Sabes lo mucho que cuesta la puerta? ¿Lo que cuesta remplazar la cerradura? ¿Llenar los agujeros en la pared y pintar?"

    Lo que veo es su boca abriéndose y cerrándose, sus delgados labios se estiran encima de sus dientes con la danza de un violento monólogo que se supone que me hará aprender, que me hará bien, que me ayudará a crecer de tal modo que me permita sobrevivir en este mundo... como una mujer.

    Porque, a los ojos de Papá, las mujeres son de segunda clase. La mujeres son criaturas débiles que necesitan ser controladas, por temor a que decidan quitarle con encantos los pantalones a los hombres y obligarles a hacer mierdas estúpidas. Ellas corrompen los mismos espíritus de los hombres.

    Se me da realmente bien detectar esas cosas... años de práctica dan sus frutos.

    Mi foco cambia hacia la puerta. Yace en el suelo embaldosado, el panel de roble está cubierto de yeso. Lamento mucho que mi único refugio ya no se pueda cerrar por dentro. Y quiero salir. Salir de esta habitación, salir de esta casa. Quiero escapar y no volver nunca, como hizo Mamá aquella lluviosa mañana de septiembre.

    —¿Has oído lo que he dicho? - la voz de Papá me saca de mi momento de contemplación.

    —Sí, Papá, - le digo cambiando mi mirada hacia Canosa para asegurarme de que no se mueve.

    Me resulta difícil suprimir la urgencia de salir de un salto de la bañera y examinar a las sirenas de mármol, tocar sus rostros de mármol para confirmar que no me he vuelto loca.

    —Pues, por favor, explícame qué está haciendo esto en mi cuarto de baño. - Papá me pone su mano frente a la cara.

    Lo huelo antes de verlo y sé lo que ha encontrado. La palma hacia arriba de Papá me presenta tres colillas de porro, retorcidas y aplastadas en la tapa de la lata de refresco que ni siquiera me he preocupado de tirar porque, a estas alturas, se suponía que estaría muerta. Todo gramo de dolor se desvanece, queda barrido por el terror de haber sido pillada.

    —No es mío, - le digo sintiendo cómo se me pone roja la cara, tratando desesperadamente de controlar el flujo sanguíneo apretando los dientes.

    Es inútil. Es como si lo acelerara aún más. Cada vaso sanguíneo de mi cara se infla de culpabilidad.

    Con cierto delirio obstinado, insisto, —Yo no lo hice, lo juro. Es de Hunter.

    Ahí está, acabo de traicionar a mi único amigo. Gran jugada, Ailen.

    Otro guantazo en la mejilla me obliga a agarrarme a los bordes de la bañera para no resbalar en el agua. Este es el guantazo número dos, queda otro más. Creo que saboreo sangre.

    Papá se inclina sobre mí, el cuello de su pijama de la seda cuelga abierto, revelando el pelo del pecho, sus labios tiemblan. Después de la oleada inicial de rabia, este es su típico remordimiento.

    —No me mientas nunca, Ailen. ¿Cómo te atreves? Mírate a ti misma, mira en lo que te estás convirtiendo. Está en tu ADN. Tu madre era una mentirosa también. Me duele pegarte, cariño, pero no tengo otro modo de educarte. Me preocupo por ti, quiero que tengas una vida mejor que ella. ¿Comprendes?

    —Siento haberte preocupado, Papá, estoy bien. Estaré bien, - consigo decir, es el dolor quien habla, rezo contra toda esperanza por que no me haga mirarle.

    Es una esperanza fútil porque agarra mi barbilla, como siempre, y levanta mi cara. Sus inmensos ojos sobresalen de su cabeza en dos horribles globos amenazantes que me han dado pesadillas desde que era pequeña.

    —Papá, suéltame, hace daño. - no me oye.

    Continúa preguntando. Quiere saber lo que yo estoy haciendo completamente vestida en una bañera llena de agua hasta arriba. ¿He tomado otras drogas además de hierba? ¿Cuánto tiempo llevo levantada? ¿Cómo voy a ir a clase? Me dice que no tiene tiempo para ocuparse de esto y que debería haberlo pensado mejor. Siento que llega el final de su bronca.

    Aquí viene.

    Asciende el timbre de su voz y se equilibra sobre el familiar precipicio antes de caer hacia un abismo de furia. Se acerca la número tres, el gran final. El tres es mi número favorito porque después del tres se ha terminado. Me endurezco.

    ¡Plaf!

    El dorso de su mano me recibe con fuerza pero, para mí, él me acaricia la mejilla. Ignoro la sal en mis lágrimas fingiendo que es el sabor del mar. Me pitan los oídos por el impacto, pero imagino que es él diciéndome cómo lanzar piedrecitas a un lago para que puedan saltar por el agua como hacen las ranas. Extiende los brazos bajo mis axilas y me saca de la bañera de un tirón, me arrastra varios pasos y me apoya contra la pared. Empieza a secarme la cara con una toalla, como si tuviese cinco años. Tiritando violentamente por estar mojada y fría, contemplo a Canosa, recordando nuestra conversación, reproduciendo sus palabras en mi mente.

    "¿Qué tal si te conviertes en una sirena y torturas su alma con tus canciones, llevarle casi a la muerte, sujetarle por un hilo, cerca de la muerte, tanto tiempo como quieras? Verle retorcerse y suplicar como una llombriz. Hacerle daño por haberle hecho daño a tu madre."

    Pienso en que mi idea de hacerle daño, del único modo que puedo, era estúpida. ¿Suicidarme para hacer que sienta lástima? Seguro. ¿Provocarle una profunda aflicción? Sigue soñando, Ailen, sigue soñando. Mírale, concentrado en secarme como si su muñeca favorita se hubiese caído dentro del inodoro por accidente, con una mueca de asco en la cara que sólo se puede atribuir a lo mucho que apesto. Canosa tiene razón, a él no le importo. Nunca le importé, nunca le importaré. Está roto y ya no tiene arreglo. Sólo hay un modo de herirle.

    —Sí, - le digo a ella. —Quiero.

    —¿A quién le estás hablando? - pregunta Papá intentando localizar adónde estoy mirando.

    Dejo caer mi mirada al suelo, contemplo mis pies desnudos y observo pequeños charcos alrededor de ellos. Antes de que él tenga oportunidad de decir nada más, recuerdo algo importante.

    —Hoy cumplo dieciséis años, Papá. Te has olvidado, - le susurro.

    —No oigo lo que estás diciendo, cariño, habla alto, por favor. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? - él no me oye, claro.

    Nunca lo hace.

    Mis huesos gritan de dolor cuando me levanta la cabeza de nuevo y me mira a los ojos.—Te he hecho una pregunta y espero una respuesta.

    Miro hacia la ventana, a cualquier lugar excepto a él.

    —Mira tus ojos yendo de izquierda a derecha. Te crees más lista que yo, ¿verdad? ¿Piesas que eres tan lista? Pues aquí te daré yo una oportunidad para probarlo. Dime para que se hicieron las mujeres. Venga.

    Ahí está, su pregunta favorita para interrogarme. Su modo de asegurarse de que lo recuerdo para el resto de mi vida. Hubiese preferido que fuese un fanático religioso y me pidiera repetir una oración diaria.

    Esto es peor, cien veces peor.

    Su cara llena la grieta entre mi demencia y mi libertad, con sus ojos saltones y las venas del cuello empujando su piel.

    Abro y cierro la boca, dos veces, como un pez en la playa.

    —Responde la maldita pregunta, - me dice lentamente mientras me deslizo por la pared, dejando un rastro húmedo en ella.

    Aferra la capucha de mi sudadera en su puño izquierdo y tira de mí para hacerme regresar.

    Hazte la muerta, simplemente hazte la muerta.

    —Lo has olvidado, ¿no es cierto? Qué típico de ti, otro rasgo de tu madre. Mala memoria. Bien, deja que te lo recuerde. - sus labios rozan mi oído, ansiosos por compartir el gran secreto. —Las mujeres están hechas para transportar agua, Ailen. Métete esto en tu bonita cabecita. Estoy cansado de repetirme todo el día. ¿Por qué iba ser sino, dime, que tu madre se burló de mí así? ¿Por qué sino me iba a dar a una hija caundo sabía que yo quería un hijo?

    Me aparto sin comprender del todo lo que dice.

    —Se burló de mí, Ailen. Esa mujer débil se atrevió a mofarse públicamente. Imagina lo que se siente. ¡Estaba loca, chiflada! No sé lo que vería yo en ella. Me tenía en la palma de la mano, se quedó preñada, me hizo casarme con ella. Y luego dio su última carcajada. ¿Sabes lo que hizo? Me abandonó, para criarte yo solo. ¿Sabes lo duro que es ser padre soltero?

    Sus palabras calan en mi interior. Ailen Bright, una hija no deseada. Buen chiste, Mamá, te saludo. Suprimo una urgencia terrible de llorar. Si mis propios padres no me quieren, ¿quién lo hará? Miro a Canosa de nuevo, deseando que me salude o me vuelva a guiñar el ojo.

    Las sirenas. Mi lugar está con las sirenas. Cuánto deseo que fuesen reales.

    Papá susurra en mi oído. —Te he criado a mi propio modo. Quiero asegurarme de que sales diferente. Ya está en tu voz, esas notas seductoras. Puedo oírlas cuando hablas. Te las arrancaré de raíz. Me lo agradecerás más tarde, te lo prometo.

    Por fin me suelta y se seca las manos en una toalla. —Sabe que odio mojarme, - masculla.

    Hay un espacio de tres pasos entre nosotros. Miro a mi izquierda. El hueco donde estaba la puerta está abierto como un pasadizo a otro mundo. Así es como se debió de sentir mi madre la mañana que se marchó. Creo que la comprendo ahora y ya no estoy enfadada con ella. Veo su rostro flotando frente al agujero en la pared, sonriendo, indicándome que la siga.

    —Hablaremos más después de clase. Te quiero en casa a las tres. - Papá se alisa el pelo y se gira hacia el lavabo para comprobarse en el espejo.

    —Me marcho, - le digo, firme en mi decisión.

    Me aprieto contra la pared, empujando con la palma de las manos en ella para mantener el equilibrio. Nunca le he hablado a mi padre así en mi vida, ni una sola vez.

    —¿Qué? - él se da la vuelta, sus tupidas cejas vuelan hacia arriba.

    —He dicho que me marcho. me marcho a ver a Mamá y tú puedes comer mierda.

    Me aparto de la pared con un empujón y salgo trastabillando del cuarto de baño, aferrándome a las paredes en busca de apoyo, con una meta clara en mente.

    Sal. Sal. Sal.

    —Tú no vas a ir a ninguna parte, - oigo detrás de mí.

    Niego con la cabeza y llego entre empujones hasta la barandilla a lo alto de la escalera cuando el brazo de mi padre se estira hacia mí. Me dejo caer y ruedo escaleras abajo. El dolor me sacude y un nuevo chute de adrenalina me da la fuerza suficiente para levantarme y llegar hasta los pomos de la puerta delantera.

    Hay dos y parpadeo. Se funden en uno de nuevo.

    Mi padre, incapaz de comprender lo que estoy haciendo, me chilla desde arriba de las escaleras. Su voz me paraliza.

    —Ailen, vuelve aquí, ahora.

    Ahora o nunca.

    Me concentro en el pomo de la puerta.

    Agárralo, Ailen, sólo hay que agarrarlo.

    Este pomo era la fuente de mis pesadillas junto con los ojos saltones de mi padre. De hecho, se burlaban los dos. Primero los ojos flotaban hacia mí, fuera de la cara, creciendo y creciendo, estrujándome contra la pared. Luego se fusionaban en uno y aparecía su cara. La de ella es la cabeza de la mujer que sirve de pomo de nuestra puerta delantera. Nuestra casa está llena de reliquias italianas de dos tipos: mujeres y peces. Por mucho que ame a mis cuatro hermanas de mármol y una de bronce, a esta la odio. Es la que dejó salir a mi madre aquella mañana del siete de septiembre. La que no la detuvo. Por eso, quiero fundirla en nuestra chimenea y ver caérsele la cara con una mueca de completa sorpresa.

    Oigo a Papá bajando y me obligo a agarrar el pomo, a ella, mi palma aprieta su redonda cara de bronce, mis dedos notan cada hueco de su pelo. Quizá sea la misma Muerte y sea mi turno de cruzar la puerta.

    Como si tuviese razón, siento el pomo congelarse bajo mis dedos mientras lo giro, agarrándolo fuerte para que no resbale en mi mano sudorosa.

    Clic.

    La pesada puerta frontal se abre lentamente y el aire de la mañana sopla al interior. Lo respiro y dejo de temblar durante un segundo, olvidando que estoy mojada, olvidando que estoy asustada. Me empapo del olor del asfalto húmedo, las hojas caídas, las tristezas frescas. Algo frío recorre mi cara. Me lleva un segundo notar lo que es.

    Lloramos juntos, el cielo y yo.

    —¿Qué hago ahora? - le pregunto. pero gotea silencio, lleno de nubes grises.

    —Ailen, no me hagas salir con la lluvia. Sabes que odio mojarme. - oigo a mi padre en la escalera detrás de mí y, con miedo de ver sus ojos, salgo corriendo al porche. Algo me hace parar y levantar la cara hacia el cielo. Quizá sea la pregunta no respondida.

    —¿Te preguntó mi madre lo mismo seis años atrás? ¿Te preguntó?

    El cielo filtra más indiferencia, salpicando mi cara con gotas de lluvia.

    Doblo las manos en puños y siento lágrimas calientes bajar resbalando por mis mejillas. El cielo no responde. Quiero aplastarlo con mis puños hasta que no se le pueda reconocer más.

    Siento que Papá me coge por el brazo. Me giro y me zafo de su agarre. Él abre su boca perplejo, tal vez no esperaba que me resistiera. Su pijama marrón de seda se empapa en la lluvia. Antes de que se componga a sí mismo, bajo corriendo los escalones de nuestro porche y me doy la vuelta para chillarles a ambos, al cielo y a mi padre.

    —¡Te odio, te odio, te odio!

    —Ailen, comprendo que estés frustrada, pero así no puedes ir a ninguna parte. Te estás mojando la ropa. no llevas zapatos, cogerás una neumonia.

    —¡Como si te importara! - chillo, me castañean los dientes.

    Su cara se vuelve sombría. —Voy a contar hasta tres. A la de tres, tienes que volver dentro de esta casa. - se queda echando humo en el borde del porche, sin que le importe mojarse, lo cual es toda una diferencia en él.

    Lo único que veo son sus ojos y los siento tirando de mí hacia la casa.

    —Uno...

    Sigo mirándole, tragando lágrimas y gotas de lluvia, sin avanzar ni retroceder, tiritando de frío.

    —Dos...

    Su mirada me llena de terror, todos sus cincuenta y dos años contra mis endebles dieciséis.

    No lo conseguirás, Ailen.

    Mis piernas temblorosas no se mueven.

    —Tres. - se inclina hacia adelante y me descongelo.

    Como si el sonido de sus pasos me sacaran de mi estupor y arrancaran la tapa de mis sentidos suprimidos, salen de mí tropezando en un único grito.

    —¡Alto! - chillo.

    Se detiene.

    —Te has olvidado de algo. - retrocedo por el camino del hormigón hacia la puerta blanca de la valla atestada de viñas.

    —¿De qué?

    Hay tres metros entre nosotros, llenos de mi desafío. Agarro la puerta como un ancla y levanto el cerrojo con dedos rígidos.

    —Hoy es mi cumpleaños, ¿recuerdas? Hoy cumplo dieciséis. Ni siquiera me has deseado un feliz cumpleaños. Bueno, ya no te molestaré más, Te puedes relajar. Me marcho y no pienso volver.

    —¿Qué te hace pensar que me he olvidado? - avanza corriendo hacia mí.

    Manipulo el cerrojo, tiro de la puerta y corro veinte musgosos pasos, mis pies desnudos resbalan, los huecos entre los dedos se llenan de tierra. Al final pierdo el equilibrio y me agarro al buzón de correo de la alambrada para no caerme. Mis manos resbalan en la pintura mojada. Ma alejo de la alambrada y corro hacia la calle. Un coche que viene se desvía a mi lado y me amonesta con un bocinazo. Le enseño el dedo al conductor y me giro para mirar con el corazón latiendo rápido y con fuerza.

    Papá está a unos pasos detrás de mí, bajando los escalones de dos en dos. Una de sus zapatillas sale volando de su pie y él cae sobre el hueso del culo maldiciendo sonoramente. Por un segundo, nos observamos el uno al otro. Odia mojarse y su cadera derecha se rinde después de algunos minutos corriendo. Probablemente cree que no llegaré muy lejos. Es demasiado meticuloso para perseguirme sin ir preparado. Yo sé lo que hará a continuación. Volverá deprisa a casa, cogerá sus llaves y abrigo, se pondrá caros zapatos italianos, volverá corriendo y parará en la acera frente a nuestra puerta del garaje construído en 1909 para carruajes de caballos. Luego, agarrará el mango de metal que parece a la cara de un hombre, pulsará el botón en sus llaves, tirará de la puerta del garaje y entrará en su Maserati reluciente, negro y, por supuesto, italiano.

    Se levanta del suelo y yo salgo escopetada.

Capítulo 3

    

El Puente Aurora

    Corrí descalza a través de la lluvia. Ya no tengo diez años. tengo dieciséis, llevo vaqueros y una sudadera con capucha en vez de un pijama. Y Papá esta vez no me va atrapar, ni va a encerrarme sola.

    Y yo me voy a buscar a mi madre.

    Es mi turno de cuidar de ella. Me viene a la mente una repentina memoria de esa mañana. Oigo ecos de los golpes que Padre propina a su delicada cara detrás de la puerta de su dormitorio. Oigo el susurro de su bata de noche contra el papel de pared.

    Alguien canta mi nombre. ¿Puede que sea su voz que me llama una última vez antes de saltar del puente? Con toda lógica olvidada, la loca esperanza me hace brincar.

    —¡Mamá, espérame, ya voy! - chillo hasta quedarme sin aire.

    En cuanto las palabras dejan mis labios, creo que me he vuelto loca. Llego hasta donde la Calle Raye termina y empieza la casa de molde de galletas de la Sra. Elliott. Me paro para estornudar tres veces, tiritando sin parar. Su perro me ladra en la ventana con sus zarpas delanteras apoyadas en la cornisa, como siempre. La Sra. Elliott asoma la cabeza, sus siempre curiosos ojos examinan la escena en busca del último chismorreo del barrio. Se parece a su perro de lanas, con blancos rizos que enmarcan su pálida cara redonda. Sus ropas son de un indistinguible color pastel. Creo firmemente que apartó los ojos cuando mi madre paró en su puerta delantera, tal vez insegura de adónde ir. Al menos, eso es lo que los testigos le dijeron a los oficiales de policía más tarde. La Sra. Elliott afirmó que ella estaba dormida tan temprano esa mañana. Lo cual es mentira porque ella siempre saca de paseo a su estúpido perro a las siete de la mañana en punto.

    —¡Deja de mirarme! ¡Y odio a tu jodido perro! - chillo y me limpio la nariz, sin dejar de mirar.

    —¡Oh! - ella abre su boca, la tapa con su blanca mano, mete al perro dentro con su pierna y cierra rápidamente la puerta.

    Yo le enseño el dedo y vocalizo: "Que te jodan", antes de girarme y bajar corriendo la musgosa escalera, tiritando de frío y rabia. Conocer este barrio tan bien es una ventaja porque sé que mi padre no tiene forma de conducir hasta el Puente Aurora a menos que vaya primero hacia el Sur y luego encuentre algún punto donde dar la vuelta. Y no hay muchos. Para cuando lo haya hecho, yo habré llegado al puente a pie.

    ¿Por qué demonios voy allí? ¿Para buscar a mi madre? ¡Lleva muerta seis años! Esta idea es ridícula.

    Los pensamientos vuelan por mi cabeza mientras bajo cuarenta escalones de hormigón, apretando el pasamanos a mi derecha e inhalando el olor a madera de los abundantes cipreses.

    Me pauso al final de la escalera, miro a izquiera y derecha. La calle está desierta a esta hora. La cruzo corriendo hacia el Puente Aurora. Retumba grave el tráfico de la mañana, una mezcla de coches y enormes camiones de transporte. Esprinto hasta el punto donde el puente empieza a cruzar el agua. Otro estornudo me hace doblarme, coloco las palmas en las rodillas para no perder el equilibrio. Mi garganta arde por la irritación. Me limpio la nariz, me levanto y miro a mi alrededor.

    Excepto por el tráfico pasando, no hay nadie en el puente salvo yo. Todos los mil metros de su longitud están desiertos. En alguna parte de este lado del puente, a lo largo de la sección media que se alza cincuenta y cinco metros sobre la agua, mi madre cruzó la barrera y saltó.

    ¿Mamá? ¿Qué hice mal? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me abandonaste?

    Miro a lo largo del puente odiando a sus ingenieros. Odiando sus tripas de metal, su altura y el hecho de que se haya convertido en la mayor atracción de Seattle para los saltadores suicidas.

    Lo golpeó con ambos puños y chillo de dolor. Las lágrimas corren libremente por mis mejillas, mezclándose con la lluvia. El vaho sale de mi boca con cada respiración. La furia parece haberme calentado un poco y ya no tiemblo tanto. Impulsada por la necesidad de hacer cualquier cosa salvo quedarne en un lugar y congelarme, corro hacia la mitad del puente, esperando que pase algo, buscando algo próximo a un milagro. Quiero ver una bata de noche blanca y a mi madre peinándose el largo pelo. Espero alguna clase de respuesta... lo que sea. Y la obtengo. Tres sonidos de claxon en el carril del frente que va hacia el Norte.

    Ahogo un grito.

    El Maserati de mi padre reduce lo bastante para verle gesticular detrás del volante, con el claro intento de cruzar el puente, dar la vuelta y recogerme donde estoy, incluso si tiene que parar el tráfico. Quedan tres minutos para, o bien correr todo lo que queda de puente, o esconderme detrás del Troll Fremont o incluso llegar a casa de Hunter en la Avenida Linden.

    Alguien emerge de la escalera en el lado norte del puente y camina hacia mí con el porte familiar de un marinero. Excepto que no es un marinero. Es Hunter, vestido con sus vaqueros favoritos y chubasquero azul con la capucha puesta. Sus ojos se asientan en las profundas sombras de su cara. Me saluda a lo lejos, se para como si observase mi estado y empieza a correr.

    —Hunter, - exhalo preguntándome por qué está levantado tan temprano.

    Él no es persona de madrugar; siempre llega a clase en el último minuto.

    —¡Ailen, hey! - chilla saludando.

    Al principio, verle me llena de alegría y se me acelera el pulso cardíaco; luego el ritmo del corazón cae ante el terror inminente de meterle en problemas con mi padre. Porque, eso seguro, se pensará que Hunter ha planeado conmigo esta escapada, ha planeado encontrarse conmigo en el puente. No me importa que me castiguen, lo que me importa es no poder ver a Hunter. Mi mente se queda en blanco y mi cuerpo toma el control. Me encojo contra la barrera y me deslizo tranquilamente al suelo sintiéndome derrotada y miserable. Hunter corre hasta mí y toma mi cara entre sus manos calientes.

    —Tía, ¿qué infiernos estás haciendo aquí fuera en la lluvia, y descalza?

    Intenta tirar de mí para ponerme de pie, pero yo no cedo.

    —No sé, - le digo entre dientes temblando.

    Él toca en mis brazos y piernas. —¡Oh, Dios mío, pero si estás empapada! ¡Te estás congelando!

    El agua de su chubasquero me cae en ia cara. Me examina durante un momento, sus ojos son dos piscinas de pintura azul que laten en su esplendor. El azul es mi color favorito. Me dan un ancla para salir de este estado, como una obra de hormigón en la que apoyarme, con la que sacudirme de encima todas estas emociones desordenadas y volver a la lógica. Aún así, no me puedo mover. Quiero perderme en esas piscinas azules toda entera, piel y carne y huesos. Quiero bucear tan hondo dentro de sus ojos que nunca puedan encontrarme. Pero Papá llegará aquí en cualquier momento para encerrarme en casa.

    La caza continúa y tengo que seguir corriendo.

    Me empiezan a temblar las manos y la velocidad de mi respiración aumenta. Me hiperventilo mientras intento aplacar el inminente pánico.

    —Oh, Ailen. - Hunter me acaricia el pelo para apartarlo de mi cara.

    Siento el calor de su respiración, le veo inclinarse hacia mí más cerca y pararse en la línea invisible que todavía no hemos cruzado. Porque nosotros solamente somos amigos. Yo estoy segura de que se muere por besarme tanto como yo me muero por besarle. Pero retrocedo y me aparto, queriendo que sea algo especial, temiendo que me encuentre fría y resbaladiza y desagradable. Tal vez siente mis ideas, porque retrocede unos centímetros.

    —Cuéntame, por favor. ¿Qué demonios ha pasado?

    —Me he escapado de casa, - le digo forzando una sonrisa. —Y no quiero volver nunca más. Aunque mi padre va a llegar en cualquier momento para llevarme, así que, supongo que... no lo voy a conseguir. - el final de la frase me sale mitad riendo y mitad llorando.

    Él me apoya en el pasamanos, se desabrocha el chubasquero y se lo quita.

    —No, está bien. No lo hagas. No va a servir de nada - estornudo varias veces y doy un gritito de dolor.

    Mi garganta está ardiendo y los dedos de los pies me duelen como si estuviesen rotos.

    —Hunter, no debería haberlo hecho. No sé por qué lo hice. Estará enfadado. ¿Qué le digo? ¿Ahora qué?

    —Pues que te vas a poner enferma, eso es lo que pasa ahora. Primero deja que te ponga la chaqueta y vamos a tu casa.

    —¡No quiero ir a casa! - lloro histéricamente apartándole de un empujón y levantándome..

    —¡Siento haberlo dicho así! ¡Me refería a algún lugar seco!

    Mi respiración se acelera tan rápido que voy a desmayarme. Mis oídos escuchan extraños ruidos de grillos, mis ojos ven puntos danzando. Huelo hierro.

    —¡Mírame! - Hunter agarra mi barbilla y tira de mi cara hacia la suya. —Ailen, mírame. Respira. Tienes que calmarte y respirar. Acabas de tener un mal viaje, eso es todo. Lo pasaremos juntos, ¿vale? Contaré hasta tres.

    Eso es suficiente, esa frase de contar hasta tres que mi padre ha usado conmigo desde que puedo recordar. Siento de pronto frío, luego calor, siento que el sudor irrumpe de cada uno de mis poros. Me levanto, sofocándome. No hay bastante oxígeno en el aire.

    —¡Escúchame! ¡Respira! - Hunter me zarandea. Mi cabeza da vueltas como la de una muñeca de trapo.—Vamos, háblame, Ailen.

    Consigo aspirar algo de aire. —¿Recuerdas lo que te pregunté ayer? - le digo.

    —¿Sí?

    —Te pregunté si alguna vez has querido suicidarte.

    —Sí, lo recuerdo. Me asustó de verdad, ¿sabes?. ¿Y?

    —Pues que he intentado suicidarme esta mañana.

    En ese momento, el Maserati negro de Papá aparece rodando lentamente. Oigo a Papá tirar del freno de mano, veo parpadear las luces naranja de emergencia. Pitan un par de coches detrás de él, empiezan a sortearle. Un conductor baja la ventanilla de su camioneta plateada y grita su descontento moviendo el brazo furiosamente y mostrándole el dedo, su cara bronceada esta contorsionada en una mueca de odio.

    Hunter se da la vuelta.

    Papá sale del coche vestido en su Gucci favorito, sus botas de cuero impermeables, su traje negro de lana y una gabardina negra de Armani encima de él. Se inclina dentro del coche en busca de su paraguas. Lo saca y lo abre sujetándolo por el áspero mango curvado, por supuesto, hecho a mano. Da un portazo y camina rodeando la parte de atrás del coche hacia la barrera lateral del puente.

    —Hey, Hunter. Me alegro de verte, hijo. ¿Cómo te va?

    Mi padre siempre rebosa cordialidad cuando se trata de gente fuera de nuestra familia, para que nunca sospeches de su verdadera naturaleza. Se detiene en la barrera a la altura de la cintura y la considera de arriba abajo, probablemente decidiendo cómo sortearla. Noto que no se ha molestado en preguntarme cómo me va ni si estoy bien. Pero, claro, esos son meros detalles.

    —Hola, Sr. Bright. estoy bien, pero Ailen aquí... creo que está teniendo un ataque de pánico. Creo, no estoy seguro. Aunque no parece estar muy bien.

    Debe de ser algo en la cara de mi padre lo que hace que Hunter deje de hablar abruptamente. Yo no necesito mirar, me lo sé de memoria... la amenazante mirada que está a punto de transformarse en un ataque de furia incontrolable, apenas contenido bajo la tapadera de su cortesía. Por ahora.

    —Hunter, ¿te importa dejarme a solas con mi hija, por favor? - extiende los labios en algo que se supone que ha de parecer una sonrisa.

    —Claro. - Hunter me mira brevemente.

    —¡No, no te marches! ¡No me dejes! - oigo que castañean mis dientes mientras hablo, mi cuerpo se convulsiona violentamente de nuevo.

    Ambos son síntomas de hipotermia. Me da igual ponerme enferma, pero no quiero que Hunter me deje nunca. Hunter extiende las manos como diciendo, "Tía, no hay nada que pueda hacer, es tu padre".

    Papá presiona su mano izquierda sobre la barrera para apoyarse y, aún con el paraguas en su mano derecha, salta lentamente por la barrera, aterrizando suavemente en la acera como una pantera negra preparada para abalanzarse.

    —Qué extraño encontrarte aquí, Hunter, tan temprano por la mañana. ¿Vas a alguna parte en especial?

    Mi padre camina hasta mí y se cambia el paraguas de mano. Me encojo instintivamente para evitar un golpe, pero simplemente coloca su mano derecha sobre mi hombro. Parece pesar una tonelada. Tengo suerte de que no estemos en casa.

    —Oh, solo estaba... dando un paseo, ya sabe. En realidad quería sorprender a Ailen con algo por sus cumpleaños. Aunque no puedo decir lo que es. Se supone que es una sorpresa. Supongo que me iré a clase entonces. - se encoge de hombros.

    —Por favor. - mi padre inclina su cabeza. Puedo sentir su impaciencia.

    —Claro, claro. Nos vemos, Ailen.

    Quiero decirle, "Nos vemos", pero mis labios no se mueven. Pienso que este es el final de mi vida. Sé lo que me espera y sé que va a ser feo. Hunter se aleja andando lentamente, se gira para mirar atrás un par de veces y sigue andando. Yo intento levantarme, pero Papá presiona su mano en mi hombro y me clava en el suelo. Veo hincharse la vena al lado de su cuello. Aguanto la respiración, con miedo de moverme.

    —Entra en el coche, - me dice abriendo apenas la boca.

    Es ahora o nunca, Ailen, ahora o nunca.

    Asiento como si obedeciera y empiezo a levantarme; sopesando con cuidado la fuerza de Papá. Después de unos segundos, convencido de que voy a obedecerle, afloja su presa y me agacho debajo de su mano. Alimentada con mis últimas energías, salto sobre la barrera. Me sujeto a la valla y encaro el agua, como cientos de saltadores suicidas han hecho antes que yo, como mi madre.

    Siempre quise sentir lo que era quedarse aquí arriba pensando en quitarse la vida, pensar en soltarse. Por primera vez en mi vida, me siento en control.

    Sonrío.

    Papá corre hacia mí. —Da un paso más y salto, - le digo.

    —Vuelve aquí. ¿Qué crees que estás haciendo?

    —¿Qué te parece que estoy haciendo?

    Miro en la distancia y veo que Hunter se da la vuelta. Los coches que pasan reducen hasta arrastrarse.

    —Ailen, cariño, por favor cruza a este lado. Vamos a hablar de esto. No quieres hacerlo de verdad, ¿no es así?

    Papá da otro paso hacia mí y extiende la mano.

    —¡Alto ahí mismo! - le chillo y me alejo del borde pasando mis manos sobre la valla. Hunter llega detrás de mi padre.

    —Ailen, ¿qué coño? No hagas esto, por favor, no hagas esto.

    Papá se gira hacia Hunter, su rabia está a punto de estallar.—Este es un asunto de familia, jovencito. Te pedí que te fueras. No es asunto tuyo.

    —Pero ella es amiga mía.

    —Me aseguraré de que no lo sea pronto.

    Intento comprender qué ha querido decir con eso cuando oigo a alguien cantar mi nombre. El sonido viene del lago. Miro hacia abajo.

    —Ailen Bright, niña boba, te estamos esperando. Ven a unirte a nosotras. Ya nos han interrumpido una vez, no permitiré que suceda de nuevo. Vamos. - Canosa saluda a 55 metros por debajo, su enmarañada masa de pelo plateado oscila entrando y saliendo del agua.

    —Ailen Bright, hazlo por tu madre, ¿recuerdas? Hacerle daño. Lo único que necesito es tu alma. A ti no te sirve. Vamos, salta. Es divertido, - ella se rie y las demás sirenas se unen.

    Sus carcajadas resuenan por el agua. Alzo la vista hacia Papá y hacia Hunter para ver si las oyen. Están ocupados conversando, sus voces me llegan como saliendo del final de un túnel.

    —¿Lo juras? ¿Juras que harás lo que has dicho? - le grito mirando hacia abajo.

    —Sé una de nosotras, - responde Canosa cantando.

    Nada existe en mi mente sino el deseo de unirme a ella. Mis manos viscosas empiezan a resbalar. Me imagino como una de las sirenas, hermosa y feroz, con miembros fuertes, con cuerpo femenino, con voz fascinante. Doblo los dedos de los pies agarrando el hormigón y luego los relajo, lista para volar.

    La altura me deja perpleja.

    El agua es azul. El azul es mi color favorito. Hay tanto y es tan hermoso, tanta calma.

    —Mamá, ahora comprendo cómo te sentías. Yo estaba equivocada. No da tanto miedo en absoluto. Parece que hay paz.

    Oigo las bocinas de los coches, oigo gritar a Papá y a Hunter llamando mi nombre. Oigo gemir las sirenas de la policía, parpadean luces rojas y azules en mi visión periférica. Es un zumbido monótono comparado a la voz etérea de Canosa, y pienso, ¿y si ella estuvo aquí cuando mi madre saltó? ¿Y si ella puede decirme por qué nunca encontraron su cuerpo? ¿Era esta la respuesta que yo estaba buscando?

    Esta debe de ser.

    Escucho a mi corazón, calmado como el lago. Y yo estoy tranquila también, incluso feliz. Este es el mejor cumpleaños del mundo, con el regalo más grande del mundo. ¿Y la mejor parte? No tengo que compartirlo con nadie.

    Es todo mío.

    Me giro para echar un último vistazo.

    Oficiales de policía, gente que ha salido de sus coches, todos se difuminan en una onda de colectiva preocupación por mí, un gran lienzo de bocas y ojos increíblemente abiertos. Sigo buscando a Hunter, pero ha desaparecido.

    Mi corazón se deprime. Luego veo a mi padre. Se está moviendo hacia mí con la boca abierta, los ojos saltones y los puños cerrados. Hay cinco pasos entre nosotros y estoy harta de mirarle. Estoy harta de intentar anticipar su humor y modelar mi vida según sus deseos, suprimiedo todo lo que siento.

    Quiero escapar de su control, sentir la ingrávidez, experimentar el vuelo.

    Miro por la carretera y veo varias cabinas amarillas de teléfono que se supone que están para ayudar a que los saltadores suicidas cambien de idea. Conozco las instrucciones en su interior de memoria, al haber imaginado este momento unas mil veces.

    LEVANTE EL TELÉFONO.

    Me doy la vuelta hacia el agua, me suelto de la valla y levanto los brazos.

    PULSE EL BOTÓN ROJO UNA VEZ. Imagino la cara de Papá, siempre llena de rabia y frustración. Me equilibro esperando a que pase algo, alguna señal de que necesito vivir. Pero no hay ninguna. Y yo estoy harta de esperar, harta de tener esperanza.

    HABLE CON CLARIDAD AL OPERADOR.

    —Hoy cumplo dieciséis, - le digo al cielo y miro hacia abajo. —Hoy es mi cumpleaños. Y, como mi madre, hoy, voy a morir.

    CUELGUE EL TELÉFONO AL TERMINAR.

    Y salto.

Capítulo 4

    

El Lago Union

    Mi nombre es Ailen Bright. Nací a las 6:30 a.m. el 7 de septiembre de 1993, dos semanas antes de tiempo, pesando sólo dos kilos y medio, con cuarenta centímetros de largo, la cabeza por delante, asistida por mi padre en nuestra bañera de mármol llena de agua, mi madre dio a luz naturalmente sin anestesia ni ayuda profesional.

    Exactamente dieciséis años más tarde, estoy saltando hacia la muerte a las siete de la mañana del 7 de septiembre, pesando cuarenta y nueve kilos, ciento ochenta y cuatro centímetros de altura, los pies por delante, escapando de mi padre hacia una enorme bañera de agua llamada el Lago Union, para encontrar el destino de mi madre, habiendo consumido por capricho ácido y hierba como anestesia después de rechazar ayuda profesional.

    Y un hecho más. Hoy es lunes. Las tasas de suicidio son las más altas los lunes. Estoy a punto de convertirme en otro número.

    Todas estas ideas requieren menos de una fracción de segundo. El aire me absorbe en un vórtice como un subidón de locura que destruye todo pensamiento. La sensación de flotar se remplaza rápidamente por otra de puro terror, y por la urgencia de agarrarme a algo, cualquier cosa, para evitar caer, pero mis dedos se cierran en la nada. El viento mete su mano helada en mi boca abierta y no puedo emitir ningún sonido. Es curioso que tu vida siempre empiece con un grito, pero no siempre termine con uno. Mis brazos se mueven como las alas de un pájarillo inmaduro, las piernas suben escaleras invisibles, los oídos me pitan sonoramente. El corazón me sube a la garganta y amenaza con estallar en pedazos. Lo veo todo y no veo nada, atrapada en una nebulosa de cielo, agua, aire y lágrimas.

    De pronto, sé que acabo de cometer el mayor error de mi vida. ¿Un minuto de fantasía es mejor que nada? ¿Qué es lo que me ha dado esta estúpida idea?

    He cambiado de idea. Quiero volver atrás en el tiempo, Quiero que alguien me salve en el último segundo como en las películas. Pero esto es la vida real, y en la vida real la superficie del lago corre hacia mí a velocidad inhumana. Todo este mirar agua, preguntarme qué sintió mi madre y cada una de las imágenes que he invocado al respecto se desvanecen. En su lugar, algunas intensas preguntas me abruman.

    ¿Qué infiernos estoy haciendo? ¿Cómo demonios voy a sobrevivir a esto? Si junto con fuerza las piernas y entro recta en el agua como una caña, con los pies por delante, ¿tendré mayor probabilidad?

    Incluso eso se remplaza con grito interno: ¡QUE LE JODAN A ESTO, NO QUIERO MORIR!

    Como respondiendo a mi súplica, una voz irritada emerge desde abajo. —¡Podías haberme avisado de que ibas a saltar! Estás cayendo justo encima de mi cabeza y acabo de hacerme la permanente. En absoluto tienes modales. ¿No te ha enseñado nada tu madre? Oh, es verdad. No te ha enseñado nada.

    Consigo bajar mi cabeza pese a la racha de aire y mirar abajo, incapaz de parpadear para limpiar las lágrimas. Todo lo que veo son cinco sirenas alejándose nadando entre risitas en una formación de estrella de cinco puntas.

    Entonces golpeo el agua.

    ¡CRAAAC!

    Todo lo que he leído sobre zambullirse desde alturas vertiginosas resulta ser cierto. Después de navegar por el aire durante sólo tres segundos, Perforo la superficie del lago con mi cuerpo, los pies por delante, a la velocidad de ciento dieciocho kilómetros por hora.

    No sientes que es como bucear. No sientes que es como zambullirte en una piscina. Sientes que es como estrellarte con una roca dura y sólida.

    Mi profesor de ciencias me dijo que entrar en el agua con los pies por delante es el único modo se sobrevivir a una caída desde una altura tan loca como esa.

    Vale. Prueba a saltar de un edificio de dieciséis plantas en un intento de atravesar el hormigón y sabrás lo que se siente.

    Se rompen los huesos de mis piernas. El impacto me arranca la sudadera y la camiseta, vuelve del revés los bolsillos de mis vaqueros. El olor, sonido, gusto, vista, tacto, todo colapsa bajo el agua en un puño tirante de abrasion que me araña la piel, me parte las vértebras y aplasta mis pulmones. Otra línea que había leído me viene a la mente. La mayoría de saltadores suicidas no mueren ahogados, mueren por el impacto. Sólo después, aquellos que sobreviven se ahogan o mueren de hipotermia. El hecho que esté pensando esto me dice que, milagrosamente, aún estoy viva, pero no por mucho tiempo.

    El agua bulle en mis oídos. La inercia me transporta hacia abajo en un concentrado de chica empaquetada de agonía, que se hunde a trece metros de profundidad para mezclar su tristeza con el fondo del lago y no volver a subir jamás.

    Esto no es una bañera de mármol. No hay bordes donde agarrarse y salir tirando de mí misma.

    Esto el final.

    Envuelta en ruido de niebla y dolor excruciante, mi mente queda en blanco, una caja vacía que no se puede llenar porque dejaría de ser real. Nada es real, como si el tiempo y el espacio cesaran de existir, remplazados por un extraño vacío.

    Intento sacarme de esta nihilidad, trato de concentrarme. Lo único que tenía que arreglarse en mi vida, ya no necesita arreglarse. Es perfecto, Es absolutamente fantástico. Todo ello. Mis libros, mi casa, clases, Hunter, incluso mi padre. ¿Por qué pensé siquiera en escapar de ello? Quiero seguir viviendo, no importa lo horrible que sea a veces.

    Pero el agua helada del lago me oprime los tímpanos, me quema las fosas nasales, despierta terribles dolores a través de mis huesos rotos.

    —¡Que alguien me saque aquí! - escapa de mi boca.

    Las palabras no hacen ruido, sólo burbujas que forman estelas en las tinieblas. Aullo por el fuerte dolor en mi pecho. Mi cuerpo se equilibra en ese lugar donde no se hunde más y tampoco flota hacia arriba todavía, es una pausa momentánea.

    Está oscuro. Tengo frío, pero mi piel está en llamas, mis músculos están triturados en un gigantesco hematoma. Siento la cabeza como si se hubiese convertido en una pesada campana de bronce que tañe sonoramente, y sus paredes vibran con el ritmo de mi aún palpitante corazón.

    Intento subir a patadas y mover los brazos cuando se separa la oscuridad y una figura blanca nada hacia mí. Se acerca. Me encuentro cara a cara con Canosa. Su pelo se asemeja a una blanca manta flotante, sus amplios ojos dominan su rostro, su piel reluce suavemente como si se hubiese aplicado una crema fosforescente. Yo no puedo moverme, me siento paralizada. Ella sonríe mostrando dos hileras de dientes perfectos, demasiado blancos para esta oscuridad.

    No es una sonrisa de felicidad, es un tipo de sonrisa final llena de conocimiento que me ahoga por lo que presagia. Se lame los labios, coge mi cara congelada en sus igualmente congeladas manos y me acerca tirando de ella. Nuestras caras casi se tocan. Con una mano me pellizca la nariz y con la otro me cierra la boca. Mientras lo hace, un poquito de líquido se filtra entrando en mis labios. Sabe como a un viejo estanque donde van los peces a morir, a pudrirse, a flotar con la panza hacia arriba para que los pájaros se den un festín.

    Ella gira mi cara hacia la izquierda y hacia la derecha, la examina.

    —Mandíbula demasiado cuadrada, nariz demasiado pequeña, todos los rasgos están desequilibrados. Frente corta, ojos demasiado cerrados, pero de un bonito color azul. Me gusta eso. Cejas bien. Orejas pequeñas. Bueno, servirá. Pero, ¿por qué te has tenido que cortar el pelo?

    Estoy petrificada. En parte porque esto es lo último que esperaba que me dijese y en parte porque me ha dicho todo lo que odio de mí como si fuese yo hablando. Y principalmente porque esta es la primera vez que he oído a alguien hablar bajo el agua.

    Una curiosidad momentánea deja a un lado mi pánico. Observo sus labios y lengua moverse libremente, sin que salgan burbujas de aire. Cada palabra está amplificada, como pronunciada a un micrófono y, aún así alterada y ligeramente distorsionada. El sonido viaja cuatro veces más rápido por un medio líquido que por el aire. Mi mente escapa hacia los hechos de nuevo, pero sólo durante una fracción de segundo. La ausencia de aire y una urgencia por inhalar me devuelve bruscamente a la realidad.

    He cambiado de idea, por favor, déjame marchar. Grito en mi cabeza, pero mi cuerpo no hace ni un solo movimiento de protesta. Quedo insensible en el agarre de Canosa, mesmerizada por su mirada, temiendo que me explote el pecho si no inhalo pronto. Ella hunde más sus dedos en mi piel y examina mi cuerpo. Su voz envía profundas vibraciones dentro de mis oídos.

    —Y sin pechos. Fantástico. ¿Cómo esperas atraer hombres sin pechos? Explícamelo, por favor.

    Quiero cubrir mis patéticos pechos, recordando que estoy denuda de cintura para arriba, pero mis brazos no se mueven. Tal vez notando esto, el agarre de Canosa se relaja y se muerde el labio.

    —Oh, ¿he herido tus sentimientos? Lo siento. Ya sé cómo hacer que te sientas mejor. Vamos a charlar sobre tu salto. Ha sido un gran salto, ¿no estás de acuerdo? Eres una chica valiente, estoy orgullosa de ti. ¿Cómo te hizo sentir? ¿Fue divertido? - inclina su cabeza a un lado.

    Desearía no haber saltado nunca, quiero decirle. Si me llevas a la superficie, nunca lo haré de nuevo, lo juro. Sólo dame otra oportunidad. Por favor. No quiero morir.

    Ella se muestra indiferente a mi silenciosa súplica. Mira detrás de ella y llama a las otra sirenas. —Chicas, venid aquí. Mirad lo que he conseguido. ¿Qué pensáis, fucionará bien?

    Observo con una mezcla de horror y asombro mientras las otras sirenas emergen de las profundidades del lago y se acercan nadando. En este punto, la necesidad de respirar me causa convulsiones; siento que el cerebro se me derrama por los oídos. Canosa me mira de soslayo siniestramente. Para ella soy un pez recién atrapado que lucha por escapar del anzuelo. Ignorando mis espasmos, las sirenas unen sus manos y flotan en un círculo similar a una pandilla de colegialas burlonas, prestas a ponerme apodos y reirse de mí.

    Hermanas recién conocidas, ¿en serio? ¿En qué estaba yo pensando? ¿Podía ser yo más crédula, ingénua y necesitada? Si son tortuosas femme fatales a punto de matarme. El pánico toma el control y relajo mi vejiga, sintiendo la orina calentar mis muslos.

    —Creo que quiere decirnos algo, - dice Canosa. —¿Qué es, niña boba? Adelante, no seas tímida, todas somos amigas. Somos tus hermanas, ¿recuerdas? Es lo que nos has llamando todos estos años, ¿verdad? ¿No es esto lo que querías, convertirte en una de nosotras? Bueno, pues esto es lo que se siente al estar en el fondo del mar. Vete acostumbrando.

    Su sonrisa se transforma en una sonrisa siniestra. Las otras sirenas me llaman y chismorrean entre ellas. Aplauden, lo cual bajo el agua parece como hacer extraños ejercicios de bíceps.

    —¡Vamos a tener otra hermana!

    —Yo siempre he querido una.

    —Calla, Pisinoe. ¿A quién le importa lo que tú quieras? A mí me contaba que quería ser una sirena porque le gustan mis pechos.

    —No me hables así. Ella me dijo que le gusta mi pelo rizado, es por eso.

    —¡No, no es por eso!

    —¡Pero también le gusta!

    —¡Callaos, todas vosotras, me estáis dando dolor de cabeza! - grita Canosa.

    Observo a las sirenas callarse y reir, señalando con los dedos.

    —Está casi preparada, - dice Canosa. —Ahora, Ailen Bright, tú me darás tu alma. Espero que sepa bien, espero que sepa como... - ella traga.

    ¿Que sepa como qué?

    —... pero da igual. - Canosa suelta mi nariz y boca y yo trago agua involuntariamente mientras alguien me coge de los pies y tira de mí hacia abajo.

    Mis pies tocan el fondo fangoso del lago. Al mismo tiempo, agua apestosa corre hacia el interior de mis pulmones pudriéndolo todo a su paso. Unas saetas de luz gris comienzan a filtrarse a través de la oscuridad. Alguien tira de mi cabeza hacia arriba. La luz de dos bombillas me ciega. No, no son bombillas, son los ojos de Canosa. Dos proyectores visuales... fríos fluorescentes parpadeantes con un tinte azulado en ellos. Fija su mirada en la mía y empieza a cantar.

    Vivimos en el prado,

    Pero tú no te das cuenta,

    Y tu pena es nuestro pasto,

    Una pena que no muestras.

    Es la misma canción, pero parece que la canta con más fuerza, dirigiéndola a algo atrapado dentro de mi pecho.

    Mi alma.

    Quiero volverme del revés, lo de dentro hacia afuera y rascarme, deshacerme de este picor imposible. Advierto que ya no siento gran cosa de nada, no hay dolor en los huesos rotos, no hay agua helada, no hay urgencia por respirar, no hay dolor de cabeza. Simplemente estoy insensible. Las otras sirenas flotan a mi alrededor brillando, grotescamente retorcidas con los brazos y piernas estirados, sus ojos dirigidos hacia mí. Ojos voraces. Soy carne fresca para ellas. En esta oscuridad, advierto que todo en ellas está brillando vagamente. Me estremezco.

    Te pedimos tu dolor,

    Mójate en mi tonada,

    Flotan las notas en do,

    Tú sólo escucha y ama, ...

    Se apiñan cerca de mí extendiendo los brazos, hasta que Pisinoe, la más joven, toca mi brazo y luego aparta la mano como con miedo. Yo frunzo el ceño. Pisinoe sonríe ampliamente y me toca de nuevo. Como si eso fuese una señal, las otras sirenas empiezan imitarla, con sus cabellos flotando, sus ojos brillando, sus dedos vibrando de lujuria.

    Canosa sigue cantando.

    Quizá envalentonadas por su indiferencia, las sirenas me pellizcan, me acarician, me estrujan y me alborotan el pelo, como si yo fuese la más adorable muñequita que han visto. Yo trago horrorizada porque aún no siento sus toques. Todo este tiempo Canosa ha estado flotando directamente delante de mí, con su mirada fija en mí.

    Vadea conmigo el lago,

    ¿Por qué te enfadas, boba?,

    Si tu paso es mi regalo,

    ¿Acaso te ahogas ahora?

    Decidiendo que sus hermanas se han divertido bastante, Canosa les roba el juguete apartándome de ellas y me sujeta por la cintura, espiando muy dentro de mi mismo núcleo, deseando que aparezca mi alma, la cual choca contra mis dientes apretados y sé que no seré capaz de contenerla por mucho más tiempo antes de que me abra la boca a empujones.

    Entréganos tu alma,

    Respira nuestra tonada,

    Aquí sobran palabras,

    Tú sólo escucha y ama,

    Sólo escucha y ama,

    Escucha y ama.

    Observo un flujo de sustancia láctea vagar de mi boca y entrar en la de Canosa. Su cara queda inmóbil; sus ojos se quedan en blanco como dos cucharas de plata limpiadas con la lengua. Todo se queda quieto. Las otras sirenas dejan de moverse y flotan tranquilamente.

    Doy esperanza a tu espera,

    puedes soltarte tranquila,

    Nuestro amor es tu ladera,

    Baja aquí, que te anticipas.

    Canosa levanta más su voz. Deja una estela en el agua, amplifiada por el lago, reminiscencia de un millar de violines que llenan el espacio con menta que puede calmar una garganta irritada o una fiebre alta. Yo no quiero que acabe nunca. Ya no estoy asustada. El agua se aclara y el alma deja una estela como un zarcillo de humo.

    Danos la vida y viña,

    Que acaban con mi tonada,

    Porque ahora mismo, mi niña,

    Sólo escuchas y amas,

    Sólo escuchas y amas,

    Escuchas y amas.

    Me entra una arcada y observo el final de mi alma a la fuga entrar en la boca de Canosa. Su cara expresa satisfacción y la engulle del todo, se lame los labios, cierra los ojos, luego erupta.

    Rotas nuestras miradas, me convierto en vacío, privada de todo pensamiento o sentimiento. Oigo un eco extraño, mi alma se debate en una caja torácica extraña. Suena tan delicada como el roce al pasar las páginas de un libro, con tonos de fondo de mis canciones favoritas y agua goteando.

    Suena... ácida.

    Canosa me suelta, extiende sus brazos sobre la cabeza y aulla con un gutural grito perforante y doloroso. El alma abandona su boca y entra en la mía, convirtiéndose en agua láctea de nuevo. Su terrible sabor me hace querer vomitar, aún así se obliga a entrar, congelando mi tráquea, convirtiendo mi pecho en hielo y haciendo mi cuerpo sentirse pesado e hinchado.

    Esta debe de ser una parte de su alma, entregada para mutarme, convertirme en una sirena.

    Antes de que pueda pensar nada más, su voz me llena hasta casi reventar, como si alguien subiese el volumen cada vez más alto. No puedo soportar la vibración, está a punto de reventar mi caja torácica, latiendo al ritmo de mi corazón.

    —¡Aaaaaah! - grito.

    La piel detrás de mis oídos se separa. El deseo de deshacerme del ruido supera mi dolor físico y vierte otro grito. Ahora los músculos detrás de mis oídos se abren. Yo protesto, agitando el agua a mi alrededor. Y luego noto que acabo de emitir un sonido submarino sin respirar e inmediatamente cierro la boca sorprendida, procesando lo que estoy sintiendo.

    —Lástima que no pueda comerte para el desayuno todas las mañanas, Ailen Bright. Sabes muy bien, justo como esperaba. Una dulce tarta de alma inocente, espolvoreada con trocitos de esperanza, hecha desde cero. Deliciosa... y ácida. - Canosa eructa de nuevo, se tapa la boca. —Disculpa.

    Todo lo que dice suena imposiblemente alto. Oigo cada vocal, cada movimiento de sus labios. La presión y el rodar de su lengua. La corriente de agua entre sus palabras. Y mi alma. Me susurra suavemente dentro de su pecho. Me tapo los oídos para apagarlas, ya sin sentir el agua helada en mis huesos, mi piel, ni en mis pulmones, aunque extrañamente sofocante.

    —Adelante, no seas tímida. Inhala, - dice Canosa.

    Lo intento. El agua enfría mi garganta y sale por detrás de mis oídos. Inhalo más agua y me refresca, extende una placentera calma por mi pecho y sale por... ¿agallas? Levanto la mano para tocarlas, dos heridas en carne que se han abierto recientemente. Dos suaves ranuras bajo mis dedos que se abren y cierran rítmicamente.

    —De acuerdo, pues ya estás hecha. Creo que tenemos que celebrar esto de forma apropiada. ¿No estáis de acuerdo, chicas? Feliz cumpleaños, Ailen Bright. Bienvenida a nuestra ansiada familia sirena. Bueno, te damos la bienvenida, pero todavía no eres parte de la familia. - Canosa extiende los brazos en un intento de trazar un arco, pero flota hacia arriba en vez de hacia las otras sirenas burlonas. Nadan con la clara intención de tocarme de nuevo.

    —Dadle su espacio. Buuu, - dice Canosa. Las sirenas se alejan un poquito, tristes pero obedientes.—Échate un vistazo, ¿te gusta lo que ves? Mucho mejor, pienso yo. Muy diferente de la chica de pecho plano y apariencia rota con pelo rebelde, diría yo.

    Levanto los brazos. Son blancos. Muevo los dedos uno por uno, y trato de flexionar los pies. Todo parece funcionar comos antes, incluso mejor. Parezco ser un yo descolorido, he perdido algunos grados de saturación. Siento el agua cálida, lo que significa que estoy tan fría como un pez. Llevo las manos de nuevo detrás de mis oídos, incapaz de creer que el agua esté brotando a través de mis agallas.

    —Noto esto raro, - le digo y cierro la boca, sorprendida por la potencia que emite. —Soy una sirena. Soy una sirena. No estoy muerta. Soy una sirena. - quiero seguir balbuceando eso una y otra vez, creerlo. —Puedo respirar bajo el agua. Puedo hablar bajo el agua. Soy una sirena. No estoy muerta. Y me han salido pechos, - digo, y trago.

    —¿Cuál es el problema, ¿No te gustan? - Canosa flota cerca de mí y mira dentro de mis ojos.

    —Sí, me gustan, - respondo rápidamente, temiendo que se los lleve.

    Me pregunto por qué ya no oigo a mi alma. Es como si Canosa la hubiese absorbido.

    —Bien. Ya me imaginaba que lo aprobarías.

    Justo cuando estoy abriendo la boca para preguntarle sobre mi alma, un gorjeo distante me distrae. Llega de arriba.

    —Todo suena tan alto. ¿Qué es ese ruido? - le digo.

    —Es comida. Las almas de las personas. ¿Las oyes?

    Me concentro. Hay bocinazos de coche, golpeteo de la lluvia, corazones latiendo, respiración y, sobre todo, una multitud de ruidos llenos de cosas que hace la gente: música que escuchan, cosas que dicen, el zumbido mecánico de las herramientas, un tintineo de utensilios de menaje, el susurro ocasional de un pincel, los gritos de un bebé, el choque al jugar al rugbi, ladridos de perro y un millón más. Se mezclan en un organismo que respira, fluctuando en su frecuencia, solapándose y creando una cacofonía de imposible belleza... una pauta de la propia existencia humana. Deseos, esperanzas y sueños, orquestados en un dulce concierto abrumador que me hace la boca agua.

    Empiezo a detectar sabores.

    —¿Seré capaz de saborearlas? ¿Cada alma humana tiene un sabor? - pregunto, encogiéndome al instante al recordar que se supone que no debo hacer preguntas estúpidas por temor a que Canosa se enfade conmigo de nuevo.

    —La de los bebés es mi favorita; sus almas son tan dulces, más dulces que los caramelos, - dice Canosa, luego sonríe.

    —¿Bebés? - retrocedo. —¿Por qué ibas a comerte a un bebé?

    —¿Y por qué no? Crecerán y se morirán como todos. ¿Preferirías vivir con dolor durante años y años, o vivir feliz durante unos meses y morir sin conocer lo que te ha pasado? Causa de la muerte: canción de cuna. Ahí es donde yo querría ir. - mira a través de mí, a algún lugar distante.

    —Bueno, si me has convertido tú, ¿entonces quién te convirt...? - empiezo cuando Pisinoe me pellizca fuerte en el brazo. Contengo un chillido de dolor y la miró. Ella y las demás me miran con los dedos en los labios.

    —Bueno, no podemos quedarnos aquí mucho tiempo, - dice Canosa, ignorándome, —La policía está a punto de acudir para buscar tu adorable cuerpo. Y no me gustan sus almas. Dejan un regusto aceitoso. Ugh.

    La palabra regusto, se extiende por mi pecho, machacando como un dolor de estómago, excepto que es más bien un anhelo de completitud, como la necesidad del sonido por llenar una cámara vacía.

    —Creo que estoy hambrienta, - le digo lamiéndome los labios y mirando hacia arriba

Capítulo 5

    

El Fondo del Lago

    Una bengala de emergencia cae en el agua arriba. Un puntito rosa que resplandece. Estoy asombrada por poder verlo destellar y oirlo sisear con tanta claridad. La policía usa bengalas como esta para marcar el punto donde ha aterrizado un saltador suicida y poder localizar el cuerpo. Eso significa que piensan que estoy muerta. Deben de haberla tirado desde el puente, porque la Patrulla del Puerto de la Policía de Seattle llega a la escena apenas un minuto después. El nervioso uop-uop-uop del motor de un barco amenaza con perforar mis tímpanos.

    Maldigo mis sentidos ampliados de sirena.

    Ailen Bright, renacida. Es lo que yo quería, ¿no? En lo más hondo de mi interior, algo siniestro esta sonriendo. Ese algo me dice, "Pruébalo". Ese algo me toma el pelo, "esto es tan guay. Apostaría a que puedes hacer toda clase de cosas ahora. Apostaría a que puedes aplastar huesos entre tus dedos, gritar a un nivel que puede hacer pedazos el cristal, nadar allá donde quieras, perseguir submarinos, filtrar océanos enteros a través de tus agallas, encandilar a la gente con tu canción, y matar, matar, matar. Piensa en lo que podrías hacerle a tu padre."

    Aprieto los dientes, cierro mis manos en puños y extiendo las piernas a los lados imitando una postura guerrera. Las sirenas me observan en silencio; Pisinoe me muestra dos pulgares hacia arriba y Raidne me guiña el ojo, mascando un rizo de su pelo. Yo deseo tener un espejo. Deseo que Hunter pudiese verme. Su cara se iluminaría y mostraría esa media sonrisa que tanto amo. Me preguntaría cómo demonios lo he hecho y yo se le contaría. Se lo contaría todo y compartiríamos un porro.

    Dos buceadores saltan por el lado del bote y se zambullen en el lago. Empiezan a descender, dejando dos estelas de burbujas. Sus almas son una maraca de ruidos amplificados por el agua y mi audición ampliada. Una son bateos de béisbol, tintineos de botellines de cerveza y lo que suena como abrir conchas de cangrejo con un toque de ukulele por encima.

    Suena completamente...agria.

    El otro emite algo similar a la rotura de macetas, disparos de arma y un zumbido de maquinilla de afeitar eléctrica, todo sobre una base de mal cante en la ducha.

    Gomoso. No, aceitoso. Justo como había dicho Canosa.

    Olvidándome de todo, me agacho para subir de un impulso hacia la superficie. Canosa me agarra del brazo. —Espera. ¿Dónde crees que vas?

    —Um, no sé. Yo sólo... - frunzo el ceño. —¿A comer?

    Las sirenas sueltan carcajadas; Canosa las hace callar.

    —No tan rápido, niña boba, no hemos acabado aquí. Todavía no. Si quieres formar parte de nuestra familia, tienes que ganártelo, - me dice Canosa.

    Las sirenas se apartan en una piña y se susurran unas a otras, Ligeia está ligeramente separada de ellas con sus propias ideas.

    —Pero dijiste... - empiezo yo.

    —¡Silencio! - levanta su dedo índice derecho. —Te prometí que serías una de nosotras... una sirena. Pero no te dije que serías parte de nuestra familia.

    —Perdón. Yo pensaba... bueno, si quisiera ser aceptada en tu familia, ¿cómo he de ganármelo entonces?

    —¿Si quisieras? ¿Si quisieras? - Canosa da un pisotón con su pie y una pequeña nube de partículas de arena flotan hacia arriba. —Chicas, ¿habéis oído eso? No cree que seamos lo bastante buenas para ella. Después de todos estos años, ha resultado ser una traidora.

    —Al infierno con eso, tú sabes que eso es una tontería, - exclama Ligeia y sus labios se aprietan en una línea.

    Ella es más alta que todas las demás, más alta incluso que Canosa.

    —¡Calla! - chilla Canosa.

    Espero que Ligeia agache la cabeza como las otras, pero ella sólo se encoge de hombros y se aleja flotando una corta distancia. Canosa está echando humo. Sus nasales se encienden, el agua fluye entrando y saliendo de ellas.

    —¿Qué te pasa? ¿No estás agradecida? Me he tomado toda la molestia para darte lo que querías, ¿no es cierto? - ella chilla, directamente en mi cara.

    —Sí, lo hiciste, - consigo decir.

    —Bien. - como si alguien hubiese pulsado un interruptor, de pronto está sonriendo. —Aún no te voy a contar mi secreto. No hasta que pruebes ser digna de él. - ella gira sobre sus talones levantando una nubecilla de arena.

    —Espera, ¿adónde vas? ¿Qué secreto? - extiendo el brazo hacia ella, vagamente consciente de que varias cambian de dirección y ahora se alejan nadando.

    Sacacuartos.

    Como si esperara mi movimiento, Canosa mira por encima de su hombro y se da la vuelta. Las sirenas la observan. Me da la sensación de que hacen esto muy a menudo. Ella es la estrella del espectáculo y las demás son su público. En cualquier momento en que una de ellas falle al seguir el juego, será victima de su ira.

    Qué acuerdo más adorable.

    —Quizá sepa lo que le ocurrió a tu madre.

    Nunca pensé que me sentiría congelada de nuevo en mi vida, y aquí estoy flotando, congelada hasta los huesos. En este instante, decido seguir el juego, hacer cualquier cosa que quiera y pagar cualquier precio para conseguir que me lo cuente.

    —¿Sabes lo que le pasó a mi madre? ¿Qué? Cuéntame, ¿qué? Por favor, llevo seis años buscando una respuesta. Oh, por favor, Canosa, dímelo, haré todo lo que quieras.

    —¿En serio? - sus ojos brillan de avaricia. —Hmmm, deja que piense. - se da toques con un dedo en sus labios apretados. —¿Qué tal, como entrante, si matas a un Cazador de sirenas. - me muestra una sonrisa con una hilera de dientes.

    Un helicóptero gira sus hélices por encima de nosotras. El raquítico ruido es soportable. Parece que me estoy adaptando.

    —¿Dónde están tus modales, chica, no has oído lo que he dicho?

    —Cazador de Sirenas. ¿Hay un Cazador de sirenas ahí fuera?

    —Oh, sí. Y eres la sirena perfecta para matarlo, - sisea Canosa.

    —¿Por qué? - le pregunto.

    Todas las sirenas convergen a mi alrededor y empiezan a nadar cantándome. —Mátalo. Mátalo. - sus arengas se tornan un canto.

    Mata al Cazador de sirena,

    Trastorna su mente cantando,

    Mira su ajada piel arrugarse,

    Deja pudrir sus huesos en una pila,

    Entiérrale en la dulce sirena.

    Se arremolinan y dan vueltas. Su giro me marea.

    —¿Cómo? ¿Me como su alma y ya está? - les pregunto.

    —Un Cazador de sirenas no tiene alma, estúpida.

    —Por eso no podemos oírle.

    —Te quemaría.

    —Nos caza cuando nos alimentamos, nos espía, nos atrapa cuando somos más vulnerables.

    —Me asusta.

    —¡Yo creo que es un pervertido!

    Me siento un poco mareada por la cantidad de información. —Si tengo que matar a un Cazador de sirenas, lo haré. Pero dime lo que hay que hacer y cómo puedo encontrarle.

    Abruptamente, las sirenas dejan de girar.—Oh, esa parte es fácil. Es tu padre, - dice Canosa.

    —¿Qué? - mis rodillas ceden y bajo flotando lentamente hasta el fondo, posada allí con la boca abierta. —¿Mi padre es un Cazador de sirenas?

    —¡Aggh! ¡Deja de hacer preguntas estúpidas, chica boba! ¿Nunca has aprendido a pensar antes de hablar? - Canosa nada hasta mí.

    —Pero, mi padre. Es imposible. ¿Por qué demonios haría él eso? - intento encontrar un motivo pero, en cierto modo, eso tiene todo el sentido.

    Su odio hacia las mujeres, su modo favorito de instruirme sobre "para qué se hicieron las mujeres" y su respuesta favorita a esa pregunta sobre que "ellas sólo sirven para transportar agua". Su odio por los ruidos y por todo lo que está mojado. Sus constantes chillidos de que me callara cuando me ponía a cantar.

    —Espera un segundo, ¿convertiste a mi madre en una sirena caundo ella saltó del puente?

    —¿Lo matarás o no? - dice Canosa como si no hubiese oído mi pregunta.

    —¿Conver...? - empiezo a decir hasta que ella me aprieta el cuello con sus dedos, ahogándome y acerca su cara a mi oído.

    —Si quieres jugar con nosotras, chica boba, haz lo que te he pedido que hagas. Tú matas a tu papá querido y yo te cuento lo que le pasó a tu mamá. ¿Lo comprendes? - desliza los dedos dentro de mis agallas y un agudo dolor se extiende como fuego por mi cuerpo.

    Asiento.

    Canosa ne suelta. Al mirarlas a todas, estoy llorando.

    Esta es mi oportunidad.

    Nunca he confesado mis secretos más oscuros, mis ideas más horripilantes sobre lo que le haría a mi padre si pudiera. Mi odio choca con lo que queda de mi amor pueril. Estoy anclada al borde de la indecision, oyendo mi corazón latir como loco, apretando puñados de arena.

    Le amo. Le odio. Pero, ¿me ama él? ¿Me ha amado alguna vez? ¿Me amó en algún momento, quizá cuando yo acababa de nacer, cuando asistió el parto o cuando era un bebé?

    Como si presintiese mis dudas, Canosa pregunta, —¿Por qué dudas de ti misma, chica boba? ¿No te has preguntado nunca adónde va en esos largos viajes en barco? ¿Ni siquiera te has preguntado por qué siempre va solo? ¿Por qué nunca te ha llevado con él? Nos caza; quiere matarnos a todas. Ailen Bright, no eres muy lista. Nosotras somos sirenas y él es un Cazador de sirenas. Existimos para matarnos los unos a los otros. Ese es nuestro juego.

    Miro hacia la cara de Canosa, eternamente joven. Sé por qué suicidarme nunca le hubiese hecho daño como yo quería. Él no me ama. Nunca me amó, nunca me amará. Él nunca amó a mi madre tampoco. No puede. ¡Por supuesto que no puede ... no tiene alma! Me viene a la mente otra idea.

    —Entonces, decís que un Cazador de sirenas no tiene alma, lo cual tiene sentido, porque de lo contrario las sirenas podrían oírle. Pero, ¿cómo se convierte él en un Cazador de sirenas?

    —Demasiadas preguntas, chica boba. Te lo diremos después de que hagas lo que te he pedido, - dice Canosa.

    —¿Entonces lo sabes?

    —Estoy cansada de esto. - Canosa se aleja nadando de mí. —Hasta otra.

    Las demás la siguen detrás dejándome nadando sola en las tinieblas, sin saber lo que hacer a continuación.

    Sé que estoy hambrienta. Mi pecho gruñe con un vacío ondulado. Está tirando de mi núcleo y vuelvo mi atención hacia arriba.

    —¡No tengo ni idea de cómo alimentarme! - le digo a nadie y a mí misma al mismo tiempo.

    Y no me ha dicho cómo se supone que tengo que matar a un Cazador de sirenas. Si no tiene alma, ¿cómo demonios se la voy a sacar cantando? ¿Significa esto que mi padre no ha tenido alma en todo este tiempo? Me estremezco ante la idea. Pero algo me dice que esto es una prueba. Espero poder resolver esto yo sola. Y, de pronto, lo veo con claridad. O bien yo le mato a él o él me mata a mí.

    Mi elección es obvia.

    Me impulso hacia arriba con una sola patada, asombrada por mi nueva energía, luego me pauso justo debajo de la superficie. ¿Adónde voy ahora? Se supone que Papá aún está sobre el puente, pero si lo que dice Canosa es cierto, no le oiré porque no tiene alma.

    Me pregunto si Canosa convirtió a mi madre en una sirena. En tal caso, cuando Papá estuvo buscándola, ella le convertiría en un Cazador de sirenas. No, eso no tiene sentido. ¿Por qué iba una sirena convertir a nadie en un Cazador de sirenas?

    Mis pensamientos se ven interrumpidos por el sonido de un alma humana, hacia el Norte, al lado de la orilla Fremont. Hay otros sonidos a su alrededor, pero este es el que destaca. Con un impulso, nado hacia él. Oigo el chispear de la lluvia y el salpicar de unos remos. Alguien está remando en un bote.

    La curiosidad gana y me acerco muy poco a poco.

    Suena delicioso. Una mezcla de sonidos hogareños, el tintineo de los platos durante la cena y el trino de los pájaros detrás de una ventana, zapatillas rozando un suelo de parqué, una guitarra y algún tipo de retumbar, un retumbar mecánico.

    Delicioso es una palabra incorrecta para describirlo. Creo que este sonido es dulce, dulce como un bebé, como lo que Canosa decía sobre las almas de los bebés.

    Me paso la lengua por los labios y la impaciencia me hace temblar. Estoy muy hambrienta ahora.

    —Te enseñaré para qué se hicieron las mujeres, Papá. Sólo espera un poco. Tengo que alimentarme primero y luego iré a por ti. Apuesto a que me echas de menos, oh, apuesto a que estas llorando.

    Los peces pasan nadando a mi lado, el sonidito de sus almas parecen timbres de bicicleta.

    Trin-trin.

    Me pregunto si todos los animales tienen almas y si también me las puedo comer.

    El bote de remos se aproxima rápido, como si la persona en él supiese exactamente dónde estoy. Eso me asusta, pero entoces oigo el sonido del alma con nueva claridad y me olvido de todo lo que he sabido o querido saber alguna vez.

    Ya no hay sonido en el mundo excepto este.

    Es familiar y cálido, como el hogar, como las manos, como un desayuno. Un pedacito del concierto de Verano de Vivaldi. Todo lo que oigo de esta alma parece dulce y caliente como tarta de manzana casera recién horneada, como comida acogedora. Decido que me da igual quién sea, tengo que probarlo.

    El bote está a tres metros de distancia. Algunos segundos más y estará sobre mí. El alma vierte una melodía tan dulce que despeja todos los pensamientos de mi mente salvo uno: quiero alimentarme.

    Cierro los ojos con fuerza y me concentro.

    Uno. Dos. Tres.

    El bote se desliza justo encima de mí, su casco casi me toca la cara. ¡No sé cómo se alimenta una sirena! La idea entra en mi cerebro un segundo demasiado tarde. Todo sucede bajo algún instinto recién descubierto.

    Ya no soy humana. Soy una sirena recién nacida.

    Ataco.

Capítulo 6

    

El Bote de Bright

    Me tenso y doy una patada para saltar hacia el aire con velocidad inhumana, gritar estridentemente a medio salto para asustar y detener a mi presa. Pero en cuanto mi cabeza corta la superficie del lago, el ruido, los olores, la luz, todo me golpea con intensidad inesperada y me quedo callada de inmediato. El cielo es demasiado brillante, el aire es demasiado caliente. Las gotas de lluvia son demasiado afiladas y los sonidos son demasiado abundantes.

    Hay frenazos, conversaciones, zumbidos, bocinazos.

    Cruzo los brazos delante de mi cara para protejerme. Con los ojos cerrados, asustada de ver a quien estoy a punto de matar, me suspendo en el aire durante una fracción de segundo y caigo. Aterrizo a centímetros de alguien cálido.

    Es él... no sé cómo lo sé, Simplemente lo sé. Como harta de esperar el momento oportuno, la melodía del alma me golpea a plena potencia, una hermosa armonía interrumpida por un gozne de dolor. Puedo saborear las emociones en sus vibraciones.

    Sorpresa. Miedo. ¿Asombro? ¿Es así como se supone que ha de ser, una especie de admiración por la asesina?

    Posada como un pájaro y sujeta a los lados del bote de remos para mantener el equilibro, los primeros versos de "No Podemos Estar Separados" de mi banda favorita, Suicidios de Sirena, suenan de mis labios. No sé por qué he decidido cantar exactamente esto, pero siempre la escuchaba cuando echaba de menos a Hunter; me produce dolor y serenidad al mismo tiempo.

    Estabas aquí,

    Llorando sin mí,

    Si te rodeo,

    Ámame o muero....

    Siento el calor humano pasar rodando sobre mí en olas de aliento; Eso me pone hambrienta. Con toda lógica dilapidada, mi nuevo lado primitivo me presiona a por más, pero algo se interrumpe.

    No hay flujo.

    No sé lo se supone que es el flujo, pero el proceso parece haber salido mal. Ese de quien estaba decidida a alimentarme está intentando decir algo. Y yo no quiero oirlo o perderé el control.

    Te adoro, mírame

    O dejo mis alas abiertas

    Cuando sueño contigo,

    Tú también sueñas, no mientas...

    Su alma reverbera a mi ritmo, se sintoniza y se transforma en una sumisa armonía.

    Imagino que está sucediendo. Imagino que la estoy doblegando, diciéndole que cambie de anfitrión, que lata con mi pulso, que se escabulla dentro de mí. Imagino que mi pecho se llena de calor, que se desata una agonía de hambre, que remplaza mi vacío con alma fresca.

    Lo que realmente está sucediendo es... nada. Nada sucede. Algo va mal, algo estoy haciendo mal.

    Aún así, tal vez por pura obstinación, la sirena en mi interior me urge a seguir intentándolo.

    ¿Me coges de la mano?,

    ¿O del corazón?,

    Cógeme del alma,

    No puedo apartarme, no...

    Una mano cálida toca la mía y me ahogo en la última nota, casi chillando, el hambre me perfora de golpe. Abro los ojos. La luz se cuela por mis retinas con excruciante claridad. Las visiones se filtran por un caleidoscopio de colores y formas. Parpadeo entre lágrimas. Mi canción muere.

    —¿Hunter?

    Porque es la mano de Hunter la que está tocando la mía, la cara de Hunter se aparta despacio a unos centímetros de la mía, es la respiración de Hunter la que me calienta. Estoy tanto horrorizada como extasiada de verle.

    —¡Joder! Pensé que eras algún tipo aleatorio, casi te mato, - le digo.

    Hunter muestra su media sonrisa con ese familiar hoyuelo en su mejilla derecha. Parece tranquilo, como si acábasemos de encontrarnos arriba en el Puente Aurora y decidiésemos salir a dar un paseo en bote a observar la lluvia desde el lago en una nublada mañana de lunes. Un nuevo y curioso modo de saltarnos las clases.

    —¿Qué demonios estás haciendo aquí, en... - advierto las palas finamente pulidas, la pintura marrón del banco en el que Hunter está sentado. —... el bote de mi padre?

    —Um...¿siendo asesinado por una sirena? - él traga con fuerza.

    Me doy cuenta de que no llevo ni camiseta ni sudadera al haberse salido por el violento contacto con el agua. La única prenda de ropa que llevo puesta son mis ceñidos vaqueros favoritos descoloridos, empapados y pegados a mi piel. Lo cual significa que estoy desnuda de cintura para arriba.

    —Oh, Dios mío, me había olvidado. ¡Hey, deja de mirar! - me abrazo el torso cubriéndome los pechos con los brazos.

    —No estaba mirando, te lo juro. - él traga y se concentra intencionadamente en la cremallera de su chubasquero.

    Con un rápido movimiento, abre la cremallera, se quita el abrigo y me lo lanza echándose la capucha de su sudadera de algodón sobre la cabeza. Las gotas rápidamente dejan puntos oscuros sobre sus hombros.

    —Pero, ¿y tú qué?

    —Estaré bien.

    —No, no lo estarás. Cogerás un resfriado o algo.

    —Ailen, vivimos en Seattle. Estoy bastante seguro que puedo sobrevivir a una pequeña lluvia. Ponte ya la chaqueta. Estamos corriendo el riesgo de ser descubiertos.

    —Oh, - le digo.

    He estado tan preocupada con Hunter y mi propia nueva existencia, que he olvidado del todo la posibilidad de testigos mirándonos desde el puente. Por no mencionar a la Patrulla del Puerto del Departamento de Policía de Seattle y su lancha motora, flotando suavemente a unos veinte metros de distancia.

    Hago rápidamente una bola con la chaqueta y la aprieto contra el pecho. —Date la vuelta o cierra los ojos. Te avisaré cuando puedas mirar.

    —De acuerdo, de acuerdo. - Hunter levanta las manos y se las pone teatralmente delante de los ojos. —¿Ves?, ya no estoy mirando.

    —¡No espíes!

    —¡Ponte la maldita chaqueta!

    Meto los brazos dentro de las mangas, subo la cremallera hasta arriba del todo y meto las manos en los bolsillos.

    —Ya estoy.

    Ahora estamos al sur del Puente Aurora, al haber ido a la deriva pasando la marina y fuera del radio auditivo de los barcos. Luces rojas y azules parpadean desde el puente y un par de oficiales de policía miran hacia abajo desde el lado donde he saltado. Si miraran desde el otro lado, nos verían sin duda.

    Más al Norte flota ocioso un barco de la Patrulla Portuaria. Parece que estoy mejorando y oigo mejor los ruidos, así como los colores y olores. Desde lo hondo de mi perezosa memoria sale a la superficie una pregunta.

    —Espera un segundo, ¿cómo sabías que soy una sirena? - me giro y miro a Hunter a los ojos.

    Él mira hacia arriba rápidamente como si comprobase la lluvia, luego me mira y dice.—¿Qué sino podías ser para sobrevivir a una caída así?

    Su respuesta es demasiado rápida, sin duda ni sorpresa en su cara, como si esperase que se lo iba a preguntar. —¿Estás diciendo que lo sabías con antelación?

    —No, no, nada de eso. ¿Estás de broma, como iba a saberlor? Es decir, ahí estaba yo, paseando por el puente esta bonita mañana y...

    —Eso, ¿y que estabas haciendo exactamente en el puente? Tampoco es que sea una nueva ruta para ir al instituto, precisamente.

    —¿Sabes qué?, vamos a salir de aquí y charlamos por el camino, te lo explicaré todo. ¿Te mola?

    Coge los remos y los hunde rítmicamente a cada lado del bote, dirigiéndonos al Este hacia las profundidades del Lago Unión. Abro la boca con una urgencia súbita de tener un millón de preguntas, pero sin saber por dónde empezar. Estoy temblando por la comprensión de que sigo, de hecho, viva... y siendo una sirena. Me siento tentada de saltar al agua y probar lo rápido que puedo nadar. Al mismo tiempo, el hambre levanta su horiible cabeza de nuevo y trato de empujarla hacia abajo, porque el alma de Hunter suena demasiado tentadora.

    Respiro hondo.

    Así que mis pulmones funcionan en tierra y las agallas bajo el agua. Genial.

    —Primero, ¿adónde vamos exactamente?

    —No sé, ya lo averiguaremos. Vamos a dejar el bote en un dique seco y coger un autobús hasta mi casa. Los frenos de mi camioneta me han dicho hasta la vista, de modo que...

    —De acuerdo, me parece bien.

    —¿Tienes zapatos?

    —No, voy bien descalza. ¡No me cambies de tema! ¿Te ha dado mi padre su bote para buscarme? ¿Así es como lo has conseguido? ¿Te dijo él dónde encontrarme?

    Mientras hablo, recuerdo lo que Canosa ha dicho sobre mi padre.

    Él es un Cazador de sirenas. Debe de haber sabido que si no se encontraba mi cuerpo, probablemente me había vuelto una.

    —No, más o menos lo... pedí prestado.

    —¿Prestado? - repito.

    —Lo devolveré, lo juro.

    —Tonterías. - digo antes de él tenga ocasión de inventarse una mentira, —¿Y cómo sabías exactamente dónde encontrarme? Como si supieras que me estaba convirtiendo en una sirena. Y ayer me contaste todas esas historias sobre las chicas sirenas en el barrio y otras mierdas de esas. ¡Pensé que eran locuras por ir colocado! Y mira, aquí estamos. Ahora soy una sirena real y me estás ayudando a escapar. ¿Cómo explicas todo esto?

    —Bueno, a ver. - suelta los remos durante un minuto y se rasca la cabeza.

    Con mis nuevos sentidos casi puedo ver el vapor que se levanta de sus músculos ejercitados, caliente bajo su sudadera de algodón, que ahora tiene el tono indescifrable de la ropa mojada.

    —Para empezar, tú no me pareces la esposa del Troll Fremont...

    —Para ya. No tiene gracia, ¿vale? Estoy hablando en serio. Podía haberte matado.

    Hablar es más sencillo ahora que me estoy adaptando. Ya no me duelen los oídos y los objetos ya no parecen como marcados por un rotulador de neón.

    —Y eso habría sido una lástima. Lo habría sentido mucho por mí. Pobre Hunter Crossby, muerto por una sirena.

    Él jadea en busca de aire y se rasca la frente, luego, milagrosamente, rompe a reir. —Tía, eso ha sido impresionante. Totalmente digno de mojarme los pantalones. ¡Hey, si tengo algo para ti!

    —¿Qué quieres decir?

    Echa mano al bolsillo de los vaqueros y saca un sobre arrugado hecho de papel reciclado. Lo pone sobre su rodilla derecha y trata de alisar las arrugas con la palma de la mano, lo cual resulta un esfuerzo inútil porque el papel se ha mojado en la lluvia.

    Hunter me entrega el sobre. —Feliz cumpleaños, Ailen. - Me mira a la cara guiñándome un ojo. —¿Es una sonrisa lo que veo?

    —Pírate por "hay". - aprieto los labios, tratando de estar enfadada, pero soy incapaz.

    Me va deprisa el corazón y una idea flota en mi cabeza: No se ha olvidado. ¡Me ha traído un regalo de cumpleaños! Oigo mis dedos tocar el sobre, oigo el más leve movimiento de la piel sobre la fibra de papel. Por encima del sonido de este suave roce, oigo el alma de Hunter, el sonido imposible de felicidad envuelto en esa confortable sensación hogareña. Y de fondo oigo las olas, el sonido de la llovizna, el bote y el tráfico, y, por encima de todo eso, el zumbido de almas humanas, cada una amplificada por el cielo abierto sobre el lago.

    —¿Vas a seguir pensando qué es o vas a abrirlo ya? - dice Hunter dando golpecitos en el suelo con el pie.

    —¡Para ya! No es por eso. - acuno el sobre hacia mi estómago, tratando de pensar cómo explicarlo. —Es que es duro. Estoy hambrienta. Y tú eres... - hago una pausa, —... tan ¿dulce y delicioso?

    —¿Cómo demonios sabías eso?

    El traqueteo del motor del barco de la patrulla resuena por la superficie del lago, moviéndose hacia nosotros.

    Otro ruido se le une, un ronroneo mecánico que conozco demasiado bien, aunque mi padre nunca me ha llevado en ninguno de sus viajes.

    Su barco.

    Me obligo a distinguir de dónde viene el ruido y parece como si estuvieran acelerando por la orilla justo detrás del Gas Works a mitad de la Isla del Parque. Eso significa que en un par de minutos lo pasarán, doblarán la esquina y nos verán.

    Nos miramos el uno al otro.

    —Ese es el motor del barco de mi padre, ¿lo oyes?

    —Sí y la Patrulla del Puerto. - Hunter agarra los remos. —Estamos fritos.

Capítulo 7

    

La Isla Blake

    Miro hacia Hunter pero no le veo. Una imagen brillante de la cara de mi padre pasa por mi mente haciéndome su pregunta favorita, "Dime para qué se hicieron las mujeres, adelante". Mis piernas parecen llenarse de plomo, mi estómago da vueltas arriba y abajo. Un miedo familiar me hace querer morir antes que enfrenterme a mi padre de nuevo. Desde que puedo recordar me hacía esta pregunta y siempre me quedaba atascada sin saber lo que decir, sin comprender lo que él quería decir. Él esperaba hasta que estaba llena de humillación y luego me ofrecía su respuesta, "Para trasportar agua en las espaldas". Si le preguntaba por qué, me abofeteaba y decía, "porque en tiempos remotos, si eras débil de carácter, se te obligaba a repartir el agua. Y las mújeres son débiles. Yo quiero que superes eso, que crezcas fuerte, que hagas algo mejor en la vida que eso, ¿lo comprendes?" Y yo asentía por miedo a enfadarle más. "Quiero que dejes de ser servil, que aprendas a protestar". Pero yo siempre me encogía, lo cual le enfurecía más, hasta que le dolía la mano y tenía que dejarme, yo llorando en silencio.

    —Estarán aquí en un par de minutos. Tres minutos máximo, - dice Hunter respirando con dificultad por remar.

    Le miro sin recordar quién es o dónde estamos o qué está pasando.

    —¿Eh? - le digo parpadeando.

    La realidad corre hacia mí y noto que estoy agarrando el sobre azul aún sin abrir que Hunter me ha dado, como si fuese un cabo lanzado por la borda de un barco y que moriré si lo suelto. Lo meto rápidamente en el bolsillo del chubasquero y trato de actuar normal.

    —Tres minutos, ¿has dicho?

    Mientras lo digo, intento recordar quiénes son y por qué debería estar preocupada. Luego oigo los motores y el mundo se pone a derechas él solo. El pánico remplaza mi asombro, pero antes de que tenga tiempo de florecer, una tranquilidad extraña me calma. Recuerdo que ya no soy una débil chica. Soy una sirena y puedo hacer cosas perversas.

    Tú espera, Papá, te voy a enseñar para que se hicieron las mujeres.

    —Más bien dos, ahora, - dice Hunter.

    —No te preocupes, creo que me puedo ocupar de ellos. Al menos, me gustaría intentarlo y ver lo que puedo hacer, pero tengo la sensación de que esta va a ser buena. Esto va a ser divertido, - le digo y le muestro a Hunter una rápida sonrisa forzada.

    —¿Divertido? ¿Vas a asaltar un barco de la Patrulla Portuaria llena de polis mientras te diviertes? - da una carcajada alzando las cejas e interrogándome con los ojos.

    —¿Qué, no te crees que pueda?

    —Ya lo has intentado sin éxito, asaltar a un chaval sentado solo en un bote de remos, así que estoy seguro de que esto te será muy sencillo. - mueve la mano escéptico hacia los botes que se aproximan. —Tómate tu tiempo, adelante. - y sigue remando agitado por la adrenalina, le late el corazón como loco.

    Su sonrisa desaparece, sus ojos se fijan en mí y sus brazos siguen un movimiento fluído. Estamos avanzando a paso de tortuga, comparado con los barcos a motor que se aproximan. Se me cae el corazón a los pies. Este es el truco favorito de Hunter, disuadirne de hacer algo estúpido. Pintar el retrato de un resultado horrible y luego seguir fastidiándome, sabiendo que empezaré a dudar de mí misma y eventualmente coincidiré con él.

    —Te odio cuando tienes razón. - me muerdo el labio.

    Puedo oirlos. Ambos barcos han navegado más allá de la península y están claramente camino de atraparnos. Se acercan rápido, tal vez a veinte metros de distancia o así. Una jaqueca incomprensible me martillea la cabeza.

    Genial.

    Se supone que tengo que matar a mi padre para que Canosa me cuente lo que le pasó a mi madre, y aquí estoy, huyendo.

    —De acuerdo, tú ganas, - le digo y bajo los ojos.

    Menuda cobarde, siempre huyendo, sin atreverme nunca a enfrentar mis miedos. Me prometo a mí misma que un día, los enfrentaré.

    La Patrulla Portuaria avanza sobre nosotros, el barco de mi padre está justo detrás de ella. El bote de mi padre es tres veces mayor, un bonito Pershing 64 hecho por Ferretti... italiano, claro. Es más como una bala elegante que un barco; un placer para el ojo, con una inscripción marrón que dice: "Talia". El nombre de mi madre. Mi padre compró el barco cuando se conocieron y le puso el nombre de ella. Luego se casaron y pasaron las Navidades de luna de miel en Italia.

    Hunter está hablando pero no puedo distinguir lo que está diciendo. Miro hacia él y a través de él, le oigo y no le oigo.

    —¿Ailen? - chasquea los dedos delante de mi cara; yo no me muevo.—¡Vamos, Ailen! - me grita.

    Yo ni parpadeo, mesmerizada por el barco que avanza, como un ciervo iluminado por los faros de un coche, paralizada, entendiendo que nunca seré parte de mi vida anterior de nuevo, que estoy muerta.

    —Ailen, no vamos a conseguirlo si te sientas así, ¿me oyes? ¡Ailen! ¡Ailen! - me chilla a la cara.

    Ailen.

    Es nombre de chico. Lo escogió mi padre porque en inglés antiguo significa "hecho de roble", que significaba fuerza para él, sólo que yo fui una sorpresa.

    Él quería un hijo.

    Siento una lágrima silenciosa bajar rodando por mi mejilla.

    Hunter se detiene, respira hondo, seca la lágrima en mi mejilla y me levanta la cara. Un ola de hambre me inunda.

    —Hey, ¿estás bien? Mira, tenemos que meternos en el agua y nadar hasta la orilla, ¿me oyes? ¡Tú eres una sirena, por amor de Dios, deja de actuar como si estuvieses estupefacta!

    Me obligo a concentrarme en Hunter, aterrorizada por el deseo de beberme su alma. Todo es demasiado. Los sonidos, el tacto de Hunter, el hambre. Lo único que quiero es salir de aquí, lo más lejos posible, hacia alguna parte incolora, insípida y silenciosa. Quiero esconderme debajo de una roca. Desaparecer.

    —¡Mierda! - perlas de sudor caen rodando por la frente de Hunter cuando se inclina hacia mí.

    No recuerdo cómo me he hundido hasta el fondo.

    —¡No te desmayes ahora, respira! Dentro y fuera, dentro y fuera.

    Yo respiro y oigo los motores de los barcos. Alguien está gritando por un altavoz desde el barco de patrulla a nuestra izquierda. Está presentándose y preguntando si estamos bien. A nuestra derecha, el barco de mi padre se pone a nivel con el nuestro. No puedo verle, pero puedo oírle saliendo de la cabina a rápidos pasos, cruzar el salón y salir a la cubierta. Se apoya en el borde y le veo la cara configuada en una extraña mezcla de dolor y furia, oscura ante el cielo lácteo.

    Nuestros ojos se encuentran. Yo jadeo en busca de aire, tiritando, negando con la cabeza.

    —No voy a volver a casa, Papá, - le digo. —No quiero volver allí. Y no puedes tenerme. Soy una sirena ahora.

    Mi aliento sale en fuertes bocanadas, rápido, más rápido. Luego veo que mi padre levanta su mano y, como una señal, mi cuerpo parece tomar el control.

    La sirena en mi interior me conduce. Toco la superficie del lago ignorando los juramentos de Hunter, los repetidos gritos de Papá y la voz del oficial de policía por el altavoz. Excepto por el arrullo del agua, todo ruido se desvanece hasta el final de un túnel muy largo, muy lejano. Mis dedos se mojan, luego mis manos, muñecas y brazos hasta los codos. Siento el agua fría. El agua me calma. Me sumerjo en su ritmo profundo, dejando flotar los brazos arriba y abajo con las olas, mis ojos miran dentro del líquido azul profundo. Escucho la vibración del lago, que canta una tonada en mi flujo sanguíneo, que llega hasta mi corazón y este responde a sus pulsos. Y yo respondo también, ronroneando.

    Empiezo con un tono grave, desde el fondo de mi pecho, que se mezcla con la suaves rachas de viento y el trinar de los pájaros. Se fortalece, alimentado por el dolor, con las alas de un cisne, y aterriza en la tristeza del lago.

    El lago me comprende. Hablamos el mismo lenguaje. Parece que asiente. Yo asiento en respuesta. Y luego me ronronea. Juntos, con el lago, creo movimiento.

    Quizá mesmerizada por esto, la lluvia se detiene. El bote de remos empieza a avanzar entre la Patrulla Portuaria y el yate de mi padre. Respiro y canturreo un poco más. Aquí sobran palabras. El lago vibra conmigo y siento que un flujo de energía pasa a través de nosotros. La superficie del agua se convierte en un pasillo de velocidad y el bote de remos se desliza felizmente por él. La espuma me salpica en la cara con una ducha de gotitas.

    Desde una velocidad de tres nudos hasta veinte en pocos segundos, parece que volamos.

    —¡Uau! ¡Esto es la hostia! ¡Los hemos perdido, mira! - oigo chillar a Hunter detrás de mí por encima del ruido del viento. —¿Cómo demonios consigues hacer eso?

    Su pregunta interrumpe mi flujo y dejo abruptamente de canturrear. Aún así, me lleva un momento volver a la realidad y concentrarme en la pregunta. El bote de remos reduce la velocidad al instante y atravesamos una sombra del Puente Ballard que bloquea el cielo sobre nosotros. Levanto mi cuerpo, me giro y me siento encarando a Hunter. —No lo sé. Más o menos salió solo. Pero lo interrumpíste.

    —Mierda, perdona. No era mi intención. - Hunter se ocupa en enderezarse el pelo, pero sólo lo amontona en lo alto de la cabeza.

    Otros cuatro kilómetros y medio y llegaremos a la Bahía Shilshole. Después de eso, buscamos algun lugar para salir del bote y escapar a pie. Me tomo un tiempo para respirar. El cielo se despeja detrás de parches de nubes. El viento arrecia y pequeñas olas rompen contra el casco del bote, meciéndolo suavemente.

    —¿Serías capaz de hacer eso otra vez? - pregunta Hunter.

    —Creo que puedo hablar con el agua. Aunque no estoy segura de cómo, sólo la siento... - me quedo sin palabras, buscando alguna respuesta.

    —Asombroso. ¿Puedes hablarle ahora mismo? ¿Como, decirle que nos saque de aquí? ¿Ahora? - Hunter se abraza el torso, tiritando.

    Su sudadera de algodón está mojada y se le pega al pecho, sus vaqueros están empapados.

    —¡Oh, Dios mío, estás calado hasta los huesos! - quiero llegar hasta él, pero me detengo. Noto que cuanto más cerca estoy de él, mejor puedo sentir el calor de su respiración, lo cual tiene el mismo efecto que el de una comida recién preparada desprendiendo su delicioso aroma hasta una persona hambrienta. Mantengo las manos en mi regazo.

    —Estoy bien. ¿Crees que puedes mantenernos en movimiento?

    —¿Adónde?

    —¡Me da igual dónde, donde sea!

    —Espera, ¿por qué estás tan ansioso de escapar?

    —Te estaba rescatando, - me dice.

    —Pues, ¿por qué no me entregaste a la policía o a mi padre? - le pregunto mientras vigilo con cuidado mi hambre.

    —Ja, - suelta una risita. —Como si hubiera tenido elección. Empezaste tu canturreo y... - sonríe y veo un destello travieso en sus ojos, quizá durante una fracción de segundo. —¿Puedes oírles?

    Me concentro con atención durante un par de segundos. —No puedo oírles, pero eso no significa que no estén cerca, - digo finalmente. —Espera, voy a movernos. - Me tenso para girar en posición, luego miro a Hunter de nuevo. —Espera...¿no tienes absolutamente ni idea de adónde quieres ir?

    —Bueno, estaba pensando... podíamos ir a Ballard Locks y escondernos allii, - me dice con esperanza.—No está muy lejos.

    —Ya, lo sé. Al menos nos dará un respiro y tendremos algo de tiempo para pensar qué hacer después, ¿no?

    Temblando, me giro y me tumbo sobre el estómago para ser una con el bote, su borde me presiona las axilas, mi cabeza se coloca sobre la proa. Toco el agua y trato de concentrarme. El lago responde como si estuviese esperando mi orden, obediente, feliz de ayudar.

    Es como tocar las cuerdas de una guitarra que espera ser tocada, aún caliente por la canción previa. Al instante, vibra al ritmo de mi respiración. Se aferra a mi deseo y, en cuanto tarareo la primera nota, canturrea en respuesta.

    Aliviada, inhalo y canrrueo un poco más. Es como si la conexión fuese tan fuerte que no pudiese romperse del todo, como si su presencia esperase a ser captada de nuevo, ansiosa incluso.

    Siento que las partículas se reúnen en un urgente estruendo que comienza desde el fondo y forma una corriente para ganar velocidad y atrapar el casco del bote a su paso. En un avance poderoso, nos propulsamos hacia adelante.

    —¡Uau! - oigo detrás. —¡Mierda, Ailen! ¡No tan rápido, casi me caigo!

    No puedo evitar sonreir, pero sigo canturreando un poco más, en parte feliz por alardear de mi poder, por obtener otro ¡Uau!, estoy tarareando como loca y sintiendo la vibración de las moléculas de agua resonar a mi ritmo, hablándome, cantando conmigo y creando movimiento juntas.

    Las nubes usuales de Seattle se suspenden en una gruesa capa de peso sobre el lago. Cada vez más coches cobran vida y hacen camino sobre las carreteras, pero no hay corredores matutinos ni paseantes de perros todavía. Aún es demasiado temprano.

    Seguimos navegando, tal vez a una velocidad de ocho nudos y no más. Reduzco la velocidad del bote por temor de atraer demasiada atención.

    Está lloviendo y eso me hace feliz otra vez. Observo caer las gotas por el cielo y, en un impulso, saco la lengua para atraparlas sin dejar de canturrear, aunque ahora es un medio canturreo.

    —¡Mira arriba, el cielo es gris! ¿Lo ves?

    En este momento, vuelvo a tener seis o siete años, con la sensación de maravilla y tranquilidad que tenía cuando mi madre estaba conmigo y, me refiero a cuando estaba verdaderamente conmigo y no absorta en sus ensoñanciones o con una de sus canciones. No recuerdo mucho de mi infancia, y siempre que lo hago, es un placer. Exultalte, ausente a todo lo demás, corriendo un riesgo por el peligro en el que estamos, dejo que la memoria me transporte durante un rato.

    Me pierdo en mi ensueño riendo con mi madre, saltando en los charcos y en cada salto, la terra tiembla. No, no es la terra, es Hunter.

    Está sentado frente a mí en el bote de remos. Se le salen los ojos y planta sus dedos en mis hombros de nuevo como si fuese su último recurso en una cuestión de vida o muerte.

    —¡Mierda, Ailen, córtalo ya! ¡Despierta! ¡Despierta, maldición! ¡Mira! ¡Nos movemos con el sonido!

    —¿Qué? - gruño y giro mi cabeza a izquierda y derecha, esforzándome por permanecer erguida con el balanceo del bote.

    Noto que nos he traído a la Isla Blake y sé por qué. La isla está cubierta de acres de bosque casi virgen donde nos podemos ocultar. Mi madre me trajo aquí una vez, solo ella y yo, y desde que murió, aunque tenía que coger tres autobuses y un viaje en bote para llegar, aquí es donde iba cuando me saltaba las clases. Paseaba por los senderos, comía bayas silvestres y me sentaba yo sola en las maderas que traía la marea, fingiendo que eran los bancos de un anfiteatro al aire libre. Jugaba a que asistía a una actuación en directo de mis canciones favoritas de Suicidios de Sirena mientras me fumaba la tarde pensando en mi madre.

    Llegamos a la orilla norte de la isla. El fondo del bote se araña contra la grava y nos paramos. Arrugo los labios y salto fuera del bote. Examino los guijarros con mis pies desnudos. Puedo sentir la suavidad o aspereza de todas las piedras, aunque el dolor familiar que esperarías por tenerlas hundidas en tus plantas no se registra. Doy algunos pasos fingiendo sentir las piedrecitas, pero noto con horror que todo mi cuerpo está sintonizado con el cálido aliento de Hunter y que languidece por él, ávidamente.

    —Saquemos a este pequeño fuera de vista, - le digo mirando atrás hacia las aguas, buscando a nuestros perseguidores y notando por cuasualidad la distancia entre Hunter y yo.

    Pocos pasos.

    Siento que puedo controlarlo. Escaneo el horizonte. Está despejado, sólo perforado aquí y allá por los mástiles de barcos amarrados a lo largo de la orilla.

    —Claro, jefa. Sí, jefa. - Hunter empuja la popa del bote para ayudarme a moverlo.

    Yo tiro desde delante y, accidentalmente, lo aparto de sus manos. Con un movimiento consigo arrastrar el bote fuera del agua y propulsarlo unos metros hacia el bosque. Se desliza por la playa levantando arena.

    —Mierda, - digo mirándome las manos, sin comprender plenamente mi nueva fuerza.

    —Buen tirón, - dice Hunter detrás de mí.

    Le oigo levantarse y sacudirse la arena de los vaqueros. Quiero dar la vuelta y mirarle, decirle que lo siento, pero no puedo apartar los ojos de uno de los árboles a unos metros de distancia, con mi hambre ya olvidada.

    Es un alto abeto Douglas, no tiene nada de especial.

    —Ajá, - digo distraída por el verdor del abeto, estudiando cada aguja. Porque no sólo es verde como lo recuerdo, como debería ser. Es esmeralda que recorre los tonos del licor chartreuse en un extremo del espectro del color y malaquita en el otro, con todo tono de verde posible en medio.

    Oigo el húmedo chof-chof de las zapatillas de Hunter detrás de mí y me alejo corriendo en un intento de poner mayor distancia entre nosotros.

    Mi hambre disminuye mientras corro por el sendero hacia los arbustos de zarzamora que empiezan a crecer en la linde del bosque. Aguanto la respiración. Cada árbol y arbusto y cada tallo de hierba parece magnífico. Intento asimilar tanta de esa belleza como puedo... los colores, los olores, la sensación al tacto. Es como si mis sentidos se hubiesen sintonizado subiendo el volumen, subiéndolo al máximo. El agua es azul brillante, los árboles son verde brillante. Oigo el movimiento susurrarme desde el parque entero.. ratas almizcleras, castores, nutrias, tortugas, búhos, águilas, pájaros carpinteros. Sus almas forman una cacofonía de vida, acentuadas por las almas de inusuales senderistas. Todo contribuye a un concierto divino que hace que mi pecho vacío ruja de hambre.

    Estoy preparada para cazar.

    Una idea cruza mi mente. Cojo delicadamente una zarzamora de un arbusto cercano y la coloco en mi boca, la muerdo esperando un sabor familiar. En su lugar, chillo y la escupo en cuanto estalla entre mis dientes, me limpio la lengua con ambas manos como una loca, me empiezan a llorar los ojos.

    —¿Qué? ¿Qué ha pasado? - Hunter corre hasta mí. —Ailen, ¿Algo va mal?

    Siento su calor de inmediato y oigo la melodía de su alma. Supera al resto de los ruidos.

    Qué alma tan dulce, quiero atiborrarme allí mismo. Cierro los ojos y bizqueo para suprimir la urgencia. Una serie de toses me hacen doblarme. No puedo hablar, señalo a mi lengua. Las palmas de mis manos son púrpuras.

    —¿Qué has hecho, te has comido una mora?

    Asiento, respirando con dificultad y con la lengua fuera, parpadeando con lágrimas en los ojos. Hunter empieza a reir. Yo me recompongo y nos reímos juntos. La sensación ardiente en mi lengua se disipa lentamente y trago.

    Siento mis adentros como si se hubiesen escaldado con ácido, pero es soportable.

    Toso de nuevo.

    —¿Te picaba o algo así? - me pregunta y me acaricia ligeramente la mejilla con su mano derecha, apartándola rápidamente.

    Tanto voraz como aterrorizada, retrocedo lejos del calor de sus dedos.

    —Quemaba. Como diez veces más ácido. Creo que nunca podré comer comida humana otra vez. Es demasiado. Demasiado fuerte.

    Él se queda inmóbil, mirando hacia abajo y abrazándose, claramente luchando por no mostrarme que tiene frío. Yo tengo miedo de ir hacia él, miedo de sentir el hambre de nuevo. Creo que detecto una titilación de dolor y luego desaparece.

    Sin saber qué decir, inhalo el olor a pino, penetrante después la lluvia reciente. Me puedo concentrar en el sonido de una sola gotita de agua salpicando en la tierra, o puedo elegir oírlo todo en un alto arrullo. Pero sus cálidas respiraciones, que me vienen en oleadas, tocan algo profundo y frío en mi interior y me da hambre.

    Su tacto es peor.

    Y cuando Hunter toma mi cara, sus palmas arden. Su respiración es como el verano lleno de los silbidos de los pájaros, las risas y todo lo casero, y yo me rindo a ella, a esta sensación, incapaz de que algo me importe ya.

    —Olvida a tu padre durante un segundo. Míirame. No soy tu enemigo. Solo intento que te sientas mejor, ¿vale? ¿Por qué saltaste de ese puente? Dime la verdad.

    —¿Ahora mismo?

    —Ahora mismo. - parpadeo e intento apartar la mirada. Él exhala. —No pasa nada. Lo entiendo. Mira, me alegro de haberte encontrado, eso es todo. Pensé que nunca lo haría. Pensé que te habías ahogado.

    Su alma emite tal melodía celestial que creo que no merezco tanta belleza.

    —Me ahogué, por si no te has dado cuenta. Estoy muerta, Hunter. Muerta.

    —No, no lo estás. - sus ojos se fijan en los míos.

    —¿Ves esto? - estiro el cuello. —Esto son agallas. - le pongo la mano en ellas y gimo por el calor. —Tócalas. Yo ya no soy humana. La Ailen humana ha desaparecido. ¡Desaparecido! Ahora soy una sirena, ¿entiendes? S I R E N A. Una desalmada máquina de matar, resbaldiza y viscosa y podrida y...

    —Tú no estás podrida.

    —Eres tan cabezota a veces, te odio.

    Antes de que pueda decir nada más, Hunter tira de mi y me besa. La melodía de su alma me sobrecoge. Está ahí mismo, en el límite, y casi la inhalo, casi me siento viva. Intento resistir, apartándome, horrorizada por la súbita urgencia de derrumbarme y llorar.

    ¡Qué estás haciendo, Hunter, vas a conseguir que te maten!

    Y luego, reteniéndola, reteniéndola, reteniéndola. Y luego, perdiéndola del todo y dejándola marchar.

    Derritiéndome.

    Soy una ladrona, no tengo derecho a coger esto, pero me sigo arrastrando hacia ella como un demonio sediento.

    Más. Más. Quiero más. No quiero que esto acabe nunca.

    Los labios y lengua de Hunter queman los míos con el calor de los vivos y siento un cosquilleo por ml piel.

    Es pino. Él huele a pino. A flor de tilo y azúcar. El sabor de las primeras flores de tilo me llena la boca, como una flor comestible hundida en miel robada y en llamas.

    Nos habíamos besado y enrollado antes cuando nos colócabamos. Todo el mundo lo hace. Pero esto es diferente. No está contaminado por estar colocados o borrachos, esto es real y es maravilloso. Y me siento amargada. Amargada por no poder ser ni lo uno ni lo otro, ni una chica ni una sirena, ni muerta ni viva.

    Hunter se separa. —¿Algo va mal?

    —No estás ayudando... con la parte de desalmada sirena máquina de matar. - retrocedo un paso.

    —No me importa. - él acuna mi cara

    —Colega, un poco de realidad aquí. Que ya estoy muerta. Bueno, casi. Quizá sería mejor si acabase el trabajo. Así estarías... a salvo.

    Nuestras narices se tocan.

    —Ailen, ¿por qué estás diciendo estas cosas? ¿Algo va mal? - me pregunta de nuevo, y eso ya es el colmo.

    —¿Por qué sigues repitiendo la misma estúpida pregunta? ¿Qué quieres decir con: algo va mal? Tú eres.. yo soy... - no sé seguir, estoy desconcertada por su idiotez y por mi inhabilidad de comunicarme claramente. —¡Te lo acabo de explicar todo! - luego me acerco de nuevo y le pongo las manos bajo la nariz. —¿Ves esto? Toca. - las empujo hacia su pecho. —¿Cómo las notas?

    —Um, como tus manos...

    —Dios, Hunter, odio cuando actúas como un idiota. Ya sabes a lo que me refiero. ¿Cómo notas mis manos en el sentido de temperatura?

    —Frías.

    Cojo su mano con las mías y la aprieto contra mi pecho, justo en el medio. —¿Que me dices de aquí? - él parpadea. —Responde. ¿Sientes mi corazón?

    —Sí, claro. - parpadea de nuevo, inseguro sobre adónde quiero llegar.

    —¿Sabes lo que bombea?

    —En realidad, no, - tartamudea.

    Y de algún modo, aunque Canosa nunca me lo ha dicho, lo sé. —Bombea agua. Fría y oscura agua. Ni siquiera es sangre, es un líquido muerto, ¿lo captas? ¡Muerto! - debo de dar miedo en este momento porque él da un paso atrás.

    —Lo capto. En serio. - levanta las manos en un gesto autoprotector.

    —Estoy muerta, Hunter. M U E R T A. Muerta. Esto... - me palmeo la cara, me toco las agallas, extiendo los dedos, —... es falso, ¿vale? No es real, no puede vivir. Existe mediante el robo. El robo de la vida de los demás, temporalmente, mientras dura.

    —Tú, - susurra con los ojos muy abiertos y vulnerabilidad en su cara.

    Simplemente se queda ahí, desesperado, frotándose las manos, como inseguro de lo que hacer a conrinuación.

    Eso me pone aún más furiosa.

    —¿Qué es lo que quieres, Hunter, dime, qué? ¿Quieres enamorarte de una sirena, es eso? ¿Es eso lo que quieres? ¿Que luche constantemente por no sorberte entero? ¿Quieres ir caminando todos los días con el peligro de morir protencialmente por mi canción? ¡Quiero asesinarte! ¡Quiero asesinarte ahora mismo y alimentarme de ti!, ¿lo entiendes?

    —Perdón, no puedo evitarlo. Yo es que... te amo.

    Su boca se abre ligeramente, me contempla como un niño que ha descubierto el trozo más grande de caramelo del planeta. Incapaz de creer en su existencia, está atontado y eufórico, buscando en sus bolsillos vacíos sabiendo que no puede pagarlo.

    —¿Por qué? - casi chillo. —¿Por qué me amas?

    —Porque sí, simplemente. Eres... impresionante. - me contempla con tanta ingenuidad que empiezo a temblar entera de furia.

    —Esa razón es estúpida. No te creo. No soy digna de eso. Soy un mostruo. No se puede... amar... a un monstruo, - le digo en un murmullo agudo y reconozco la voz de mi padre en la mía, los tonos ocultos de la rabia que está casi a punto de liberarse.

    —Sí se puede, - me dice.

    Un cortina de ciego deseo me nubla la visión y lo único que quiero hacer es atacar.

    Hunter deja de ser Hunter. Es comida.

    —Vete... lejos, - siseo, ahora temblando visiblemente, ahogándome en la melodía de su alma.

    —Pruébame, - me dice con infinita admiración en sus ojos.

    —¡No! - le digo, pero es demasiado tarde.

    Algo se parte y la sirena en mí toma el control, avariciosa y feliz, por fin, de tener su más deseada comida. Corro hacia Hunter, hambrienta, llena de ciega determinación, mi mente late con un único pensamiento.

    Comida.

    Salto hacia adelante fijando mis ojos en los suyos. Enciendo su alma. Empiezo a cantar "No Podemos Estar Separados" de nuevo, la canción con la que intenté matarle antes. Es una canción del apropiadamente albúm "Fatal" de Suicidios de Sirena. Todo lo que ha estado embotellado en mí emerge en un poderosa surtidor, se vierte en mis primeros versos, sonando menos a versos cantados y más a heridos aullidos animales.

    Estabas aquí,

    Llorando sin mí,

    Si te rodeo,

    Ámame o muero.

    Hunter cae de rodillas a unos pasos de mí, extiende los brazos a ambos lados y deja escapar su alma. Una delgada banda de sus preciosos dieciséis años; una sedosa hebra de su esencia. Un fino soplo de humo al principio que deja una estela en el aire entre nosotros y aterriza en mi boca abierta, engordando mientras avanza. La saboreo con la punta de la lengua y mi hambre se intensifica, sonando a través de mi pecho vacío.

    Olvídate de fumar hierba, esto es la mejor mierda del mundo.

    Inhalo su alma con una aspiración, devorándola hasta el fondo.

    Te adoro, mírame

    O dejo mis alas abiertas

    Cuando sueño contigo,

    Tú también sueñas, no mientas.

    Estoy colocada. No me puedo detener.

    Sabe tan bien, como la primera calada después de una semana de abstinencia. No, como un chute de heroína, como lo describen en las películas porque yo nunca la he probado.

    Es como una dosis doble, directo a la vena.

    ¿Me coges de la mano?,

    ¿O del corazón?,

    Cógeme del alma,

    No puedo apartarme, no...

    Quiero más. noto que no seré capaz de parar hasta que él sea todo mío.

    Olvídate de querer bucear dentro de sus ojos... reserva eso para los estúpidos romanticos. Estará nadando en mi caja torácica pronto, dando vueltas y vueltas, de verdad.

    Esto es lo mejor. Observo su alma extenderse entre nosotros en una cinta de humo, suspendida, como el olor del herbario de marihuana.

    Penetrante.

    Me da energía. Inhalo y aullo un poco más.

    Aquí me tienes,

    Sin ti caigo en la tumba,

    Me maravillas a mí,

    Soy muro y se derrumba,

    Suéltate de mí,

    Soy una muñeca rota,

    Si sueñas por mí,

    Hago que tu sueño sucumba...

    Los árboles se agitan, la terra tiembla. Una tormenta empieza a concentrar nubes oscuras. Siento el agua de la orilla salpicar y arrastrarse, arrastrarse hacia mí.

    Le ordeno con mi voz, le mando que venga.

    Destellan los relámpagos y en esos pocos segundos, cuando la oscuridad es completa, el alma de Hunter ilumina el aire entre nosotros. Una bruma sale de mi piel como una cascada, oscureciendo todo a nuestro alrededor. Y antes de descender en una dolorosa caída que es dulce y final para ambos, la última sensación que registro de este mundo es la peculiar sensación de ser observada.

    La ignoro.

    Me concentro en Hunter, preparada para acabar con él.

    ¿Me coges de la mano?,

    ¿O del corazón?,

    Cógeme del alma,

    No puedo apartarme, no...

    La última parte de su alma sube en una pluma apenas visible y me la trago. Sus ojos se inundan y derraman lágrimas, su cara se torna gris y él pierde el equilibrio. Cae y rueda de lado.

    Está muriendo.

    Y sé que lo hice yo. Yo permití que sucediera, el miedo me atraviesa y dejo de cantar. Me arqueo y vomito, y parte del alma de Hunter rezuma de vuelta a su boca, ansiosa por reconectar con su dueño por derecho.

    Me arqueo y vomito hasta que toda queda fuera y serpentea en una vaga estela de nubes de regreso a su boca.

    Él jadea y se arquea en un espasmo, luego rueda sobre su otro costado hasta quedar inmóbil.

    Yo caigo de rodillas a su lado, exhausta y momentáneamente sobria, mi hambre ha desaparecido de pronto.

    —¡Hunter! ¡Hunter!, ¿estás bien? Oh Dios mío. Lo siento. Lo siento muchísimo. ¿Qué he hecho? Oh, mierda, casi te mato. ¿Me perdonas? Por favor, por favor, por favor... - continuo balbuceando excusas.

    Antes de que pueda decir nada más, Hunter me tira de la manga. Yo me acerco y le retiro el pelo de la frente, viscosa y sudorosa.

    —¿Estás bien?

    Él mueve los labios, secos y agrietados. —Uao, eso ha sido mucho mejor que cuando...

    —¿Qué dices? - pongo mi oído en sus labios.

    —Colega, eso ha sido... impresiomante. ¿Lo hacemos otra vez? - traga saliva.

    Así que así es como se siente una sirena hambrienta.

    Observo a Hunter, comprendiendo que tendré que separarme de él para no matarle.

Capítulo 8

    

El Pesquero Austero

    Puedo sentirla con la piel antes de verla. Canosa parece materializarse de la nada. ella apoya su cabeza cerca de nuestros oídos para entregar su mensaje, sonriendo, susurrando con su condescendiente hablar perezoso habitual, —Ailen Bright, mi besucona de comida favorita, Te pedí que matases al Cazador de sirenas, ¿o no? Luego prácticamente te entregué tu primera comida en las manos. ¿Era tan difícil de hacer? - giramos nuestras cabezas, sobresaltados, pero no hay tiempo para reaccionar, y yo estoy lenta, aún enredada con el alma de Hunter. —Deberías haberlo absorbido en el lago. Habría sido menos problema el tener que lidiar con él ahora, - me dice bajando la vista hacia Hunter con lástima.

    Luego me mira seria de pronto. —Que sepas que no serás capaz de detenerte la próxima vez. En cuanto hayas saboreado un alma, ya no puedes dejarla marchar.

    En lo más hondo de mí, de algún modo sé que tiene razón. Miro a Hunter, aterrorizada.

    —Bueno, ¿te gustaría acabar con él ahora o más tarde? Porque tenemos que irnos. Tu viejo parece ser muy impaciente, lo cual no terminará muy bien. Apostaría mi vida en eso. - me tira del pelo por detrás, cierra sus dedos alrededor de mi cuello y añade, —¡Íbamos a ser hermanas, pero no, tú tenías que hacer que te siguiera durante kilómetros! Y todo porque no estabas matando al Cazador de sirenas. ¡Todo debido a un chico!

    Y entonces, Canosa chilla.

    Cada uno de los sonidos se ahoga en su chillido. Me tapo los oídos y cuando levanto la vista, veo que está arrastrando a Hunter hasta el agua mientras él se debate en vano.

    Canosa se sumerge con él y yo buceo tras ella, buscando en las turbias aguas hasta que los encuentro, Hunter está enredado en el agarre de Canosa, cuyos brazos y piernas parecen los blancos tentáculos de un pulpo. Casi espero que expulse tinta para dificultarme la vista. No hace falta, el agua ya es oscura de por sí, oscura y densa como el plasma.

    La cara de Hunter se abre en un grito inaudible a través de las tinieblas. Las manos de Canosa le rodean el cuello, su dedos se cierran bajo su barbilla para ahogarle. Tiene una sonrisa extraña, su pelo fluye como loco alrededor de su cuerpo luminoso en el salvaje halo de un monstruo marino. Yo me impulso con las piernas hacia ellos y esta vez sé exactamente lo que hacer para que le suelte. Ella no retrocede, espera mi ataque. Confía en su invencibilidad, como si esto fuese un juego para ella para ver cómo reacciono, o incluso, para hacerme reaccionar.

    Estoy ahora a tres metros de ellos, ahora a uno y medio, ahora estoy sobre ellos.

    Giro mi cuerpo para colocarme justo detrás de ela, lejos de los ojos de Hunter por temor a que me distraiga y me haga hacer algo estúpido. Canosa gira para encararme, pero yo giro detrás de ella. Durante un segundo o dos, nos movemos en espiral en un remolino descendente hasta que presiento el momento perfecto. Su pelo la sigue en torno a ella en una hélice de seda y deja al descubierto su cuello, que brilla justo delante de mis ojos. Tiro de las mangas del cubasquero de Hunter hasta cubrirme las manos para que los bordes afilados de los cierres de Velcro queden a la altura de mis dos dedos índices, luego levanto los brazos y meto ambos dedos en las agallas expuestas de Canosa, apretando con fuerza, girándo una vez, sintiendo los bordes de su castigada piel rasgarse. Ella pronuncia un aullido de alta frecuencia que me perfora con su agonía y viaja kilómetros y kilómetros, asustando a la vida oceánica, que se oculta en las grietas de la roca.

    Saco los dedos justo a tiempo.

    Ella suelta a Hunter levantando los brazos para cubrirse las agallas mientras se dobla hacia adelante y hacia abajo. Yo asciendo nadando y le doy una patada en la sien al pasar, terminando a centímetros de la pálida cara mortal de Hunter. Se le salen los ojos de las cuencas y breves estallidos de burbujas de aire salen de su nariz y boca.

    Aprieto mi mano en su boca y le pinzo la nariz. Él capta el mensaje y deja de exhalar, asintiendo hacia mí.

    —¡Aguanta! - le grito.

    Lo hace, extendiendo de inmediato los brazos y hundiendo sus manos temblorosas en mis hombros. Le agarro por debajo de las axilas y pataleo con mis piernas en un veloz movimiento de tijera, creando un poderoso flujo de agua que nos propulsa hacia arriba. No estamos a mucha profundidad, tal vez diez metros como mucho.

    Unos pocos segundos y emergemos, jadeando en busca de aire.

    Bueno, yo no jadeo exactamente, pero por la costumbre, actúo de igual modo que Hunter e imito su pánico, dando bocanadas cortas y temblando toda.

    —¡Casi me mata! Ella... - le castañean los dientes. —Tío, qué fuerte es. - sus labios tiritan como dos líneas púrpura en una cara pálida. Sus danzantes dedos dejan de temblar y se aferran sobre me como grilletes de hierro. —¿Cómo demonios nos ha encontrado?

    —Esa perra, - digo con labios apretados y me giro para buscar a Canosa.

    No aparece por ningún sitio. En su lugar, el molesto traqueteo de un motor diesel asoma a mi espalda. Me giro a tiempo de ver un pesquero avanzar sobre nosotros. Sus muchos travesaños sobresalen en nuestra dirección y que, como las patas de un insecto gigante panza arriba, sujeta a su pesa en una maraña de redes envueltas alrededor de los patíbulos sobre la cubierta.

    Es una criatura metálica de apariencia espeluznante.

    Avanza meciéndose, subiendo y bajando sobre la superficie, acercándose a nosotros a seis metros apenas de distancia.

    —¿Qué demonios es eso - masculla Hunter entre una danza de dientes, clavando sus dedos más hondo en mis hombros.

    Y entonces lo comprendo.

    No podía haber derrotado a Canosa tan fácilmente. Era una trampa.

    Me sorprende distinguir tres almas humanas a bordo, aunque son mayormente saladas como el agua del mar y apestan a un sabor sospechoso. Uno debe de ser el capitán, que está de pie detrás del timón en la cabina. Otro está agachado sobre la cubierta y el tercero está en el puente náutico, oculto detrás del pasamanos como un buscarruidos inexperto. Sólo tengo tiempo de ver su collarín naranja cuando aparece para lanzar el brazo hacia fuera, con una amplia sonrisa dentuda entre su barba y su barbilla arrugada. Su mano enguantada sostiene un altavoz de plástico apuntado hacia mí. Sólo que no es un altavoz, descubro demasiado tarde.

    Debe de ser alguna clase de arma sónica diseñada específicamente para matar sirenas, para atontarnos con un estallido.

    Abro la boca sorpendida cuando dispara su onda sonora a través de mí.

    ¡Crack!

    Un poderoso estallido sónico me golpea en el costado derecho, el que está girado convenientemente hacia el pesquero. Me quedo inerte y empiezo a perder el agarre de la cintura de Hunter, pero no antes de registrar cómo el hombre que me ha disparado lanza ambos brazos arriba y salta de júbilo gritando, —¡Le he dado, le he dado!

    —¡Ailen! Ailen, oh, Dios mío, ¿estás bien? - grita Hunter en mi oído. —¿De dónde demonios has sacado ese chisme? ¿Quién te ha dado un arma sónica, so gilipollas? - le grita Hunter al tipo del pesquero.

    ¿Cómo sabe él...?, mis pensamientos están atorados, se giran hacia dentro. Un dolor abrasador me recorre la garganta y mis globos oculares amenazan con explotar, tengo los párpados cerrados para protegerlos. Hunter aún me está sujetando, me está gritando algo en el oído, pero me llega como un pitido. Muevo las piernas débilmente, luchando por permanecer a flote. Sumergo la cabeza hacia atrás para pivotar el cuerpo en posición horizontal, confiando así poder relajarme y hacerme flotable aún con el peso del cuerpo de Hunter que me empuja hacia abajo.

    En un segundo estoy inhalando aire y al siguiente estoy bajo la superficie. Mis agallas empiezan su bombeo contínuo, el traqueteo del motor del pesquero disminuye en un fastidioso eco. Pierdo el agarre del todo y Hunter vaga lejos de mis brazos. Salpico en un enredo de sorpresa y miedo, demasiado lenta, demasiado caótica para moverme en cualquier dirección.

    Sólo consigo oír ruidos distorsionados a través de la espesura del mar... un distante tritutar y revolver y aplastar metálicos, primero a mi derecha y luego sobre mí. Una sensación de terror toma control de mi mente y pruebo a moverme. Está oscuro y parezco ir a la deriva justo bajo la panza del pesquero. Hay un patrón de algún tipo suspendido en el agua que le da un aspecto cuadriculado. Me lleva varios segundos enfocar mi visión.

    Una red. Es una red de pesca.

    ¡Estoy dentro de una red!

    Busco a mi alrededor con las manos y siento una extensión de cuerdas, múltiples cuerdas, ásperas al tacto pero resbaladizas, cubiertas de una capa de moho y alguna porquería aceitosa. La red parece un cono, conmigo flotando dentro hacia su extremo más estrecho. El patrón cuadriculado encoge rápidamente y me envuelve como una malla para el queso gigante. El ruido se intensifica y la red se me clava en la carne, empujando algo hacia mi espalda. Soy incapaz de girarme y mirar, pero puedo oir unos ecos apenas detectablea de su alma a través del delgado tejido de mi chubasquero.

    Es Hunter.

    Estamos dentro de una red de arrastre que es la trampa del día, junto con algunos peces atrapados por accidente que retuercen sus cuerpos plateados a mi alrededor, desesperados por escapar.

    Al segundo siguiente nos levantan del agua. Surge y se intensifica el estruendo de maquinaria. Quiero taparme los oídos, pero no puedo moverme. Tengo los brazos aprisionados a ambos lados. Mis piernas están dobladas hacia mi cara, que sigue enredada en uno de los cuadrados de la red. Las cuerdas me cruzan la frente y encima de los labios, y otras dos trazan líneas verticales en mis mejillas mientras mi nariz sobresale justo en medio.

    Lo que más me preocupa ahora mismo no es cómo me siento, sino lo que siento detrás de mí. No hay charla, no hay ningún movimiento, sólo un cuerpo inerte. Ni siquiera puedo detectar respiración, sólo su calor. No sé cuánto tiempo resistirá, espero que Hunter pueda permanecer vivo. Lucho por moverme pero fracaso, así que abro la boca para cantar y emito un triste gorgorito bajo. Cruje el brazo de una grúa, elevándonos lentamente. Por el rabillo del ojo veo un carrete bobinando un extremo de la red, tensándola.

    Hay gritos por debajo. Los dos hombres con collarines naranja le dan direcciones al tipo en la cabina sobre dónde mover la red. Huelo maquinaria y su amargo hedor eléctrico saliendo de algún tipo de extractor, esforzándose bajo la carga.

    Decido hacer otro intento por cantar, de mover el agua. Me aclaro la garganta, respiro hondo y...

    ¡Bum!

    Otro disparo me atraviesa las costillas. La negrura es absoluta y analgésica. La red debe de estar balanceándose. Siento su suave movimiento de lado a lado, un mecimiento tranquilizador.

    Tal vez sea pequeña de nuevo...

    Soy un bebé y mi madre me está meciendo en una cuna de las de antes, y me canta una nana. La oigo y no la oigo, entro a la deriva en ese crepúsculo entre el sueño y la vigilia.

    Debo de haberme desmayado durante sólo unos segundos. Mi cuerpo aún está encima del de Hunter, estamos apretujados dentro del enrejado de cuerdas. La luz me asalta en los ojos con su brillo y entorno la vista para hacerla soportable. Me golpea una migraña, impulsada por la combinación del brillo deslumbrante, el ruido del filo de sierra del carrete de la red, el gemido del viento, las risas de las gaviotas y el griterío de la cubierta del pesquero debajo.

    El brazo de la grúa nos coloca directamente por encima la cubierta, produciendo durante la maniobra un intenso martilleo que me perfora los tímpanos, añadido a la tensión y el crugir del patíbulo que nos suspende listos para nuestra ejecución. Los collarines naranja de flotación de los pescadores apestan a moho. El ápero cordel me araña la cara. Ignoro la incomodidad, espiando hacia abajo, famélica de pronto.

    Mi única esperanza para reunir algo de fuerza es el sonido de esas tres almas de abajo. No me importa si saben saladas o a pescado.

    Son comida y eso es todo lo que importa en este momento.

    La grúa se detiene abruptamente y nos baja. Nos sacudimos adelante y atrás por la inercia, pendiendo del gancho que desciende hasta que estamos a unos dos metros por encima de la cubierta. Otro tirón y nos detenemos, mecidos con el ritmo del balanceo del pesquero.

    Dos de los tres hombres a bordo, con aspecto ridículo por los aparotosos auriculares sobre sus ajustadas capuchas, me miran a través de la bruma del océano con severas y siniestras facciones. Siento que el miedo acecha en sus huesos, oigo sus almas arder de trepidación.

    Sonrío con immediata satisfacción. Tienen miedo de mí y saben que yo lo sé.

    Soy una bestia que les han ordenado atrapar. No quiero pensar en quién se lo ordenado y dejo que la idea se escape de mí. El hombre rechoncho me apunta con el arma sónica, sujetándola con ambas manos como si estuviese hecha de acero. El otro, el alto, el consumido de cuarenta y tantos con una mata de pelo irregular en la barbilla, me apunta con un foco.

    Cegada, Giro la cabeza y arrugo la frente. Mis codos se hunden en el estómago de Hunter y él gruñe.

    Bien, entonces está consciente. Dejo salir un suspiro de alivio.

    Consigo doblar la mano para encontrar su cuello y siento el tacto de su piel. Está fría. Está sufriendo hipotermia. Tengo que sacarnos de aquí y calentarle antes de que sea demasiado tarde.

    En alguna parte empieza a rodar una cadena pesada con un repique terriblemente agudo. Las preguntas se retuercen en mi cabeza como un montaña de gusanos inquietos.

    Eso es bueno, supongo. Por fin estoy recuperando cierto grado de cordura. Cuando todo lo demás falla, los hechos son mi muleta.

    A ver, si me divorciase de mis emociones y aplicara la lógica... la lógica conclusión sería que hay otros Cazadores de sirenas además de mi padre. En teoría, podría ser, ¿no? Es decir, ¿y si hay otros lugares con...? Espera, ¿significa eso que hay otras sirenas ahí fuera? Tal vez no una ni dos, sino cientos o incluso miles.

    El océano se me antoja muy vasto y no tengo ni idea de cuántas podría haber. Pero tiene sentido, ¿verdad?

    Doblo los dedos alrededor de las cuerdas de la red, estiro el cuello para escuchar entre el ajetreo. Hay tres almas humanas... una versión auditica de mezclas de diferentes colores de pintura en un espectral caos marrón. El del puente, el patrón, promete tener sabor a pez rancio. Sofoco el acto de reflejo de burlarme, preguntándome si parecen tan podridos a propósito, como una medida de protección antisirena. Eso sería astuto; sería incluso más astuto si, una vez que le sacas el alma a un tipo así, luego te envenenase desde el interior.

    Sacudo la cabeza para concentrarme en la tarea entre manos.

    Sigue contando, Ailen, sigue contando.

    Tres almas y eso es todo. No oigo a nadie más. ¿Puede haber un Cazador de sirenas a bordo? ¿Uno que no puedo oír?

    Me percato de que el tipo alto me está mirando a unos dos metros de distancia, nuestros ojos están perfectamente al mismo nivel, él de pie en la balanceante cubierta del pesquero y yo colgando dentro de la balanceante red. El tipo silba, claramente impresionado. Yo le sonrío tratando de parecer siniestra.

    Funciona.

    Parpadea varias veces y da un paso atrás.

    —¿Estás mal de la jodida cabeza, Jimmy? ¡Nunca se silba en un barco, da mala suerte! - le grita el hombre rechoncho al alto, sacándole una orejera de los auriculares de un guantazo.

    El bajito rechoncho aún me apunta el arma sónica con su otra mano. Estoy segura de que lo ha hecho en un esfuerzo de que Jimmy oiga lo que acaba de decir.

    Parece que el tipo alto es un novato.

    —Buen Jesús, madre María, virgen bendita, sálvame, - dice Jimmy. —¿Has visto eso...? - su alma da un brinco de miedo cuando señala en nuestra dirección. —¡Sólo son un par se críos! Sólo ... yo no he firmado para esto, de ninguna manera.

    Su larga cara se torna gris. Me mira boquiabierto y se rasca la mata de pelo con el pálido guante. El gordo baja sus propios auriculares para apoyarlos en su gordo cuello y le arranca los cascos a Jimmy tan fuerte que los envía volando por la cubierta.

    Se pone de puntillas para levantarse y chillarle al oído.—Ya has oído lo que dijo el hombre, los quiere vivos. Nosotros cobramos y nos lavamos las manos. Así que deja lloriquear y no seas tan blandengue. Acabemos con esto. - le muestra una desagradable sonrisa que le corta la mitad de su cara redonda, perjudicada por los vientos del océano y con el morro rojo de un bebedor de cerveza.

    Jimmy mira a su alrededor y se mete las manos en los bolsillos. —El tipo no dijo nada de que era niños, ¿verdad? Porque si yo hubiese sabido....que dijo...

    —¡Qué más da lo que dijo o no dijo! - le interrumpe el rechoncho. —¿Quieres reparar el techo de tu casa o no? ¿Cuántos años han pasado ya?

    Jimmy masculla entre dientes, saca una mano y dobla los dedos hacia la palma de la mano, vocalizando números. —Tres, creo. Sí, me suena que son tres años.

    —Hey, Glen, ¿a qué esperáis? - El tercer pescador se inclina por la barandilla de la cabina, gritando y moviendo el brazo para que se apresuren los de abajo. Eso significa que Jimmy no es importante en la jerarquía. El jefe es quienquiera que paga a estos tipos.

    —¡Un minuto, Stevie! La estamos situando aquí, - responde a voces el rechoncho, Glen.

    —De acuerdo, Jimmy. ¿Estás preocupado por ellos? ¿Qué tal si les pedimos que te tranquilicen la mente, eh? - alza la vista hacia mí, apunta el arma sónica de nuevo y abre tanto la boca que puedo ver sus dientes amarillentos enmarcando una lengua púrpura. Intento no pensar en cómo podría oler su respiración. —Hey, chavales, ¿todo bien? - nos grita.

    Intento levantarme sobre Hunter, pero mis músculos se rinden y todo lo que consigo es cerrar los dedos en puños de puro odio debilitado.

    —¿Ves? Están bien. - Glen le da una palmada a Jimmy en la espalda con su mano libre y saluda al patrón, Stevie.

    —Pero si no han dicho... - empieza Jimmy.

    —He dicho que están bien, - dice Glen con tono de finalidad.

    Descendemos varios centímetros entre sacudidas y ahora estamos encima del suelo, casi tocándolo.

    —Ábrela, - ordena Glen con una movimiento del arma.

    Jimmy se acerca nerviosamente, coge la cuerda en algún punto debajo de mí, tira de ella y luego se detiene. —Glen, no estoy seguro de esto.

    —No te oigo, idiota. - se toca los auriculares que se ha vuelto a poner, luego le grita a Jimmy en la cara. —¿Quieres tu paga? Pues cierra la boca. Mételos dentro y termina. ¡Suéltala!

    Por LA, supongo que se refiere a la red. Debe de ser alguna especie de término afectivo de los pescadores. Jimmy nos mira de nuevo. Con un gran suspiro, tira de la cuerda.

    Se desenreda bajo Hunter como el hilo suelto de un jersey, vuelta por vuelta. Con otro tirón caemos fuera de la red sobre la legamosa cubierta con un crugido nauseabundo y el sonido del choque de la piel desnuda. Hunter se queja cuando aterrizo encima de él y luego el suelo empieza a moverse.

    No, no es el suelo. Es el lado blanco y plástico de una especie de tobogán, una entrada en la cubierta que yo no había visto. Y no se está moviendo, es el pesquero el que se está moviendo, haciendo que resbalemos en un agujero del tamaño de un hombre, frío y apestoso. Durante un suspiro, nos suspendemos plegados en el borde.

    Me recuerda al borde pulido de mi bañera.

    Luego, con una poco ceremoniosa bota lanzada hacia mi trasero, Glen nos envía volando abajo a ambos.

    Bajando por la madriguera del conejo, la idea pasa por mi mente. Bajando por la madriguera del conejo voy.

Capítulo 9

    

La Fábrica de Peces

    Hunter gruñe y se queja con cada giro del pozo. Yo no tengo ocasión de mirarle para asegurarme de que está bien debido a los golpes en la cabeza contra las paredes de metal, al ser incapaz de detener el poder de la gravedad. Tan abruptamente como empezó nuestra caída, dejamos de movernos al impactar contra una superficie plana. Aterrizo encima de Hunter de nuevo y el grita involuntariamente.

    Pruebo mi voz. Es endeble al principio y, después de toser agua salada, temblorosa aunque clara en su mayor parte.

    Bien, al menos he recuperado mi arma.

    Una débil luz gris emana del bajo techo pintado de un beige sucio, lleno de tuberías, toboganes de aluminio y montones de cables, con algunas lámparas fosforescentes en medio.

    Ambos yacemos sobre lo que parece ser una cinta transportadora de un metro de ancho, usada para clasificar y procesar pescado.

    O sirenas. Quién sabe lo que estos tipos pescan aquí.

    El cuerpo de Hunter se retuerce debajo de mí, su cara esta cabeza abajo y comprimida contra la baja tapa metálica que evita que nos resbalemos otro metro más hasta el suelo.

    Mis piernas aún están colgando de la salida del tobogán detrás de mí. Me agarro el borde resbaladizo de la cinta, me giro y ruedo hacia la izquierda, cayendo a cuatro patas sobre la cinta y alzando la cabeza para mirar.

    —¿Hunter? - pruebo a decir.

    La palabra sale confusa. Me despejo la garganta sintiendo debilidad por todo el cuerpo.

    —Hunter, ¿todo bien? - le zarandeo el hombro, noto el algodón húmedo de su sudadera viscoso bajo la palma.

    Mi brazo se rinde por el esfuerzo.

    —¿Eh...Que...Yo...Sssss...? - masculla.

    —Dime algo, por favor. ¿Estás...?

    Antes de que tenga ocasión de acabar, el bajo gemido de un motor cobra vida y la cinta transportadora se mueve hacia la derecha, la superficie de goma chirría.

    Me caigo y, para cuando recupero el equilibrio y me quedo a cuatro patas de nuevo, la cinta cae bajo nosotros y nos vierte en el suelo. Avanza rodando unos metros y termina llegando a una pared helada.

    Está cubierta de escarcha y cruje levemente cuando mi frente impacta con ella. Consigo sentarme, temblando por la tensión de permanecer erguida, Me froto las cara y los ojos, me atraganto del tufo a arenque podrido que viene del vaho condensado.

    —Oh, Dios mío, - digo involuntariamente.

    Porque mi corazonada era cierta, esto parece un congelador.

    Peor.

    Lo que está justo delante de mí parecen celdas, alguna clase de compartimentos refrigerados para los peces, excepto que parecen demasiado grandes para ese propósito.

    Me recuerdan pequeñas habitaciones, de esas que ves en las prisiones, completadas con puertas de negros barrotes de hierro que se pueden cerrar con llave, a juzgar por las pesadas cerraduras que cuelgan de sus pomos.

    Cuatro. No, cinco unidades de unos dos metros de alto y metro y medio de ancho de alinean junto a la pared; o, mejor dicho, están excavadas en la pared, Como si hubiesen excavado celdas en una montaña de hielo. Debajo del hielo hay zonas donde se ve la pintura, que era blanca tal vez hace muchos años, pero ahora está sucia y pelada, llena de óxido, erosionada y oscurecida.

    Un golpe fuerte proveniente de arriba me saca de mi horror.

    —¡Hunter! - chillo. Está hecho una bola en el suelo, tiritando. —Hey, mírame. - me acerco y tomo su cara en mis manos cuando otro golpe sacude el techo y hace parpadear las luces brevemente.—Hey, ¿cómo te sientes? - su respiración calienta la palma de mi mano con cortas rachas. —¿Puedes hablar? ¿Tienes frío? Jolín, pues claro que lo tienes. Está helado aquí y tú estas calado entero. Me pregunto si puedo... - no acabo la frase.

    Alzo la vista al ruido que llega desde arriba. La cara de Hunter resbala de mis manos de vuelta al suelo.

    Es Glen... puedo oír su alma. Es una mezcla de masticar con la boca abierta, petardos y un molesto gemido mecánico encima de todo ello, todo promete saber a pescado crudo y hierro. Se aleja del agujero del tobogán caminando por la cubierta donde se abrió la red. Inclino hacia arriba la cabeza durante un momento para ecuchar.

    Oigo respiración irregular. Es Jimmy. Su alma tiene una única melodía: el roce del papel rígido, tal vez de jugar a las cartas, y un tintineo de herramientas metálicas o campanas. Parece estar asomado vigilándonos para asegurarse se que hemos sido engullidos adecuadamente en la profundidad del pesquero, aún así con incertidumbre, mascullando entre dientes. Y entonces...

    ¡Bang!

    La tapa del agujero se cierra de golpe y se apagan todas las luces a la vez.

    —¡Hey! - chillo.

    Tanteo buscando a Hunter, llamando frenéticamente su nombre varias veces. Mis palabras suenan huecas en el silencio enmudecido que hay entre estas paredes, probablemente insonorizadas, porque toda palabra que pronuncio muere apenas ha salido de mis labios.

    Lentamente, mil piel empieza a resplandecer, vagamente pero suficiente para distinguir formas cercanas.

    —¡Hunter! Hunter, ¿estás bien? ¿Dónde estás?

    —Nunca he estado mejor, gracias por preguntar.

    Eso me llega débil, pero con su sarcasmo habitual. Me dice que se siente horrible, pero que lucha por parecer bien.

    —¿Y tú, estás bien? - me dice con voz ronca.

    Su respiración vaga hasta mí con una ola de calor. Mis ojos se están ajustando. La cara de Hunter apenas es visible, parece un fantasma gris en la oscuridad.

    —Sí, estoy bien. ¿Estás herido?

    Ahora un flujo de su alma me golpea de lleno en la caja torácica, especialmente pronunciada. Tiene un extraño arona ahumado que nunca he notado antes. Siento la urgencia de rodear su cuello con mis manos y asfixiarle. Me requiere un esfuerzo enorme y una profunda exhalación suprimirla.

    ¿Cuánto tiempo seré capaz de resistir la urgencia?

    —Estaba tan preocupada que pensé que tenías hipotermia, - rompo el silencio y toco su mejilla.

    Luego localizo el suave puente de su nariz con mis temblorosas manos.

    —Nah, hace falta mucho más para que Canosa me destruya. - sale su habitual bacileo. Eso es buena señal. —Me sorprende que se las arreglara para encontrarnos. Me pregunto cómo funciona eso en realidad. ¿Puedes tú oírla a kilómetros de distancia?

    A esto, nos enfrascamos en una charla fingiendo que todo es normal en un esfuerzo por olvidar nuestra debilidad, por olvidar que estamos aterrorizados por el peligro inminente.

    —Nop. Al menos, todavía no. Quiero decir, pude sentirla justo antes de que nos saltara encima, pero eso es todo, - le digo, preguntándome si podría detectar su presencia a propósito, sintonizarla como si fuese una emisora de radio. —Podría intentarlo.

    —Hmmm...interesante. - Hunter parece estar pensando y luego, rápidamente cambia de tema. —Tío, hace frío aquí dentro... - se frota las manos y antes de que pueda preguntarle si puedo calentarle de algún modo, inicia otro intento por llenar el silencio. —Hey, ¿viste el arma? Te dispararon con un arma sónica. El tipo de la barba, el bajito... - Hunter queda en silencio, tal vez notando que es obvio que he visto el arma también.

    Su pausa me hace creer que teme que le pregunte sobre ese tema, por qué él parece saber más que de lo que me ha dicho. Mis dedos recorren su labio inferior y él los pellizca con ellos suavemente.

    —¿Y los auriculares? - añado. —¿Los viste? Debe de ser contra mi voz, ¿cierto?

    —Quizá, quizá no. Creo que los pescadores los usan siempre. Ya sabes, por las cadenas y motores y demás.

    Sus manos buscan a ciegas mis hombros a través de la delgada tela del chubasquero y yo quiero derrumbarme en su abrazo.

    —¿Qué es este sitio? ¿Has podido ver algo cuando la luz estaba encendida?

    Sigo los pliegues de sus orejas, desde los bordes hasta el cartílago interior, dejando que mis dedos viajen por sus suaves paisajes.

    Hunter me lo permite,

    Incluso puedo detectar que se mueve un poquito más cerca y se queda nuy quieto.

    —Dijeron que un tipo los había contratado. ¿Lo oíste? Me pregunto quién será. Me pregunto si... podría haber otros Cazadores de sirenas ahí fuera.

    Ya está, lo he dicho, me quedo en silencio asustada por la reacción de Hunter.

    —Quién sabe, - es todo lo que consigue decir, claramente no interesado en la conversación, sus manos bajan lentamente hacia mi cintura y bajo la chaqueta.

    —Esa perra de Canosa. - Saboreo la palabra perra pensando que este uso es absolutamente apropriado después de lo que nos ha hecho. Inclino la cabeza hacia arriba. —¿Te lo puedes creer? Y yo pensaba que podía confiar en ella. Aún no entiendo cómo... - siento la respiración de Hunter acelerarse, soplando aire caliente contra mi mejilla. —... nos encontró. Por mi voz, supongo. Tengo que probar eso. Apostaría que puedo hacerlo también... ¿no crees?

    —Sí. creo... que todo esto es muy surealista.. también es asombroso en cierto modo, - masculla Hunter, sus dedos cuentan mis costillas, moviendose hacia más arriba, ei corazón me embiste el pecho.

    —¡Jesús, te estás congelando! - meto mis manos bajo su sudadera. —Ojalá pudiese calentarte de algún modo. Dios, cómo odio ser de sangre fría. - rechino mis dientes y empiezo a frotarle la barriga sin ceremonias, ejercitándome demasiado pero sin importarme. Por muy frío que esté Hunter, mis manos deben de parecer más frías porque saca abruptamente sus brazos de debajo de mi chaqueta y coge mis manos para detenerme.

    —No hagas eso,

    —¿Por qué? - le pregunto abatida, sabiendo lo que ha querido decir, —Tienes las manos frías, - y luego pensando que me podría doler oírlo. —No me ayudas, Ailen. Relájate y disfruta del espectáculo, ¿de acuerdo?

    Está nervioso y exhausto, su voz tiembla y creo que mis ojos se han ajustado lo bastante para ver la vaga silueta de su perfil. Él gira la cabeza hacia las celdas heladas, sin duda preguntándose qué demonios son, al no haber podido verlas claramente todavía.

    Una pausa momentánea es todo lo que hace falta. Nuestra magia se ha esfumado en el aire y sólo ha dejado incomodidad adolescente. Yo suspiro, triste de sentirla desaparecer. Mis manos aún están en las de Hunter, apretadas, pero sin afecto. Sólo por el deseo de sujetarse a algo en medio del explosivo caos.

    Y entonces caigo en una cosa. —¿Hunter?

    —¿Sí?

    —¿Cómo sabías el nombre de Canosa?

    —Mierda. Te has dado cuenta, ¿verdad? Supongo que te debo una disculpa. - vacila durante un momento. —He empezado a trabajar para tu padre, Ailen. Iba a contártelo. Yo... yo soy un Cazador de sirenas.

    —¿Qué?

    —Bueno, soy un aprendiz de Cazador de sirenas. Por eso sabía lo de las armas sónicas y todas esas cosas sobre las sirenas. Lo hice por mi madre. Hay tantas facturas médicas, y tu padre paga bien. Sonaba bastante sencillo... guay incluso... eso de matar criaturas no muertas con sólo pulsar un botón. ¡Puf! Haciéndolas explotar hasta no quedar nada. Nunca imaginé que tú... bueno...

    —¿Yo, qué?

    —Ya sabes cómo los Cazadores de sirenas se vuelven Cazadores de sirenas, ¿no?

    —No. - rechino mis dientes.

    —Por ellas, al devolver el alma. Ardiendo y humeando.

    Lo entiendo y no puedo creer lo que oigo

    —¿Esto es una broma?

    —Ninguna broma. El alma de un Cazador de sirenas se prende fuego y se devuelve, hasta que el fuego la consume.

    Un millón de preguntas giran en mi cabeza, pero estoy demasiado enfadada para preguntarlas. Le escucho explicarme cómo Canosa convirtió a mi padre en un Cazador de sirenas y cuánto lo siente por no habérmelo contado antes, lo desesperado que estaba. Pero lo único en que pensar es que el alma de Hunter está ardiendo ahora y que eventualmente se consumirá. Puedo oírla ardiendo y ya no estoy enfadada, sólo estoy triste. Él deja de hablar. Yo apoyo mi cabeza en su hombro y él no me empuja para apartarme.

    Le estoy agradecida por eso. Estoy esforzándome por todo lo que pueda conseguir, por recuperar un gramo de fuerza. Recuerdo todas y cada una de las veces que hemos hecho el tonto en el pasado, cada adorable ocurrencia que transpiraba mientras nos colocábamos con hierba sin sentir gran cosa de nada. Ninguno de los dos había tenido el valor suficiente para intentar nada cuando estábamos plenamente despiertos y alerta, haciendo débiles pases el uno al otro sin ir nunca más allá de los besos y algún abrazo afectusoso en el sofá o apretón estómago con estómago contra la puerta del cuarto de baño.

    —Lo siento... - empiezo, dentro de su sudadera y luego me pauso sin saber de qué me estoy disculpando.

    —¿Eh? - Hunter parece perdido en sus pensamientos, tiritando.

    —Espera, escucha... - lo que se me ocurrió vagamente antes, florece en pleno conocimiento. —¿Lo oyes?

    —¿Oír qué?

    —Escucha, - le digo y levanto la cabeza. —La la la... - intento cantar más o menos, pero mi voz sale mortecina. La nitidez y emoción habitual queda absorbida de ella en cuanto deja mis labios.—¡Está insonorizado! Este lugar está insonorizado. ¡Mierda! - le digo.

    —Pues claro, - dice Hunter.

    —¿Qué quieres decir con "pues claro"? ¿Es que lo sabías? - le respondo, queriendo apartar mis manos de él de golpe pero reprimiendo la urgencia para conservar la energía.

    No sé cuando tendré otra oportunidad para un momento íntimo como este, bizarro como es. Ambos hemos escapado estrechamente de la muerte, nos hemos contado nuestras verdades y ahora nos estamos congelando los culos, atrapados en una enorme cubitera.

    —No sé, sólo lo supongo. Pero es un barco de Cazador de sirenas increíble, créeme. - mira las celdas y pienso que veo sus labios esbozar una sonrisa, aunque es difícil saberlo en esta oscuridad.

    —Y el de tu padre es un juguete comparado con este. Así es como juegan los tipos importantes. Sí.

    Hay un tono de admiración en su voz, bastante disimulada con sarcasmo deliberado. A cierto nivel, sus comentarios me pegan hondo en el lugar incorrecto y siento que tengo que defender el barco de mi padre y su legítima caza. Además, él lo había comprado para mi madre, lo cual tiene un significado especial para mí. Estoy enfadada por ambos pensamientos. De inmediato me ponen furiosa y forman las palabras antes de que pueda detenerlas.

    —Creo que mi padre contrató a esos tipos. Te lo aseguro. ¿No es eso lo que estabas pensando? - espero su respuesta.

    —¿Cómo puedes saberlo seguro? - se opone Hunter.

    Debo tener razón. —¿Quién sino sería lo bastante listo para hacer esto? Tal vez este pesquero sea suyo desde el principio y simplemente nunca me lo ha dicho. - le advierto con un tono de orgullo en mi voz.

    Hunter debe advertirlo también, fustigándome con él. —¿Lo bastante listo? O sea, ¿en realidad hay que tener cerebro para cazar una sirena? Mírate, has vuelto a ser la chica de Papa, ¿verdad? - se filtra un desprecio mal disimulado en ese comentario.

    Parece que se anima a sí mismo para estar enfadado a propósito. Eso es todo lo lejos que llega mi lógica. De pronto, la furia rebota en mi cráneo con ardiente intensidad.

    —Así que somos animales para ti, ¿es eso? - le lanzo en respueta.

    —¡Eso no es lo que he dicho! - levanta la voz.

    —Bueno, pues eso tampoco es lo que yo he dicho,, - le siseo. —Lo que he dicho no tiene nada que ver con mi padre. ¡Le odioy tú lo sabes!

    —Maravilloso. Mensaje captado. De acuerdo. - exhala sonoramente. —Hey, no sé tú, pero ya no me apetece discutir. Me apetece un largo canuto en mi sofá favorito bajo un lío de mantas calentitas, ¿vale? Así que, a menos que tengas alguna objeción, voto porque intentemos encontrar un modo de salir de aquí. - se aleja corriendo, rozando el suelo con los vaqueros húmedos.

    Eso debe cansarlo mucho porque se detiene poco rato después, jadeando.

    —Oh, ¿sí? ¿Tú eres el listo aquí? Vale. Explícame exactamente cómo planeas escapar. soy todo oídos. - me cruzo de brazos y espero.

    No puedo creer que estuviera besando de verdad a este tío hace no mucho tiempo.

    —No lo sé. ¡Simplemente escapar! - dispara su puño contra una pared en un pueril movimiento de frustración y grita de dolor. —Ya lo averiguaremos cuando lleguemos.

    A pesar del dolor, continua pegando a la pared una y otra vez, enviando copos de nieve hacia mí. Se me quedan en la cara sin derretirse como harían normalmente si yo fuese aún una chica de sangre caliente.

    —¿Cuando lleguemos a dónde? A ver si lo comprendo. Vamos a descubrir cómo abrir la panza de metal de esta bestia, rápidamente, también, antes de que vuelvan esos tipos. Luego, saldremos nadando y volaremos por el cielo nocturno con alas mágicas y aterrizaremos en alguna isla paradisíaca de un chapuzón. ¿Tengo razón? - No es momento de ponerse sarcástica, pero no lo puedo evitar. —¿Es eso lo que tienes en mente? ¿Que mi magia de sirena salvará el día? ¿En eso estás contando?

    —¿Qué sugieres tú? - dice Hunter airadamente antes de estornudar sonoramente varias veces.

    Puedo oírle sonarse los mocos con la manga.

    —¿Ves?, ya estás enfermo. Si fuese yo sola... podría sobrevivir nadando en el agua fría, incluso en agua helada. Pero tú no puedes, ¿lo pillas? Miirate, estás tiritando.

    Tampoco es que pueda verle pero siento sus vibraciones llegar hasta mí por el aire.

    —¿Y a ti que más te da? - su voz suena sincera.

    Me siento terrible de inmediato. —¿Por qué te pones tan desagradable de repente? Todo iba bien hace una hora. - todo va mal, por supuesto. Le busco al tacto en la oscuridad, pero Hunter se aleja corriendo. —¿Qué te pasa? ¿Qué he dicho?

    Respiración difícil. —Nada.

    Espero. A veces el silencio es la mejor respuesta. A veces saber cuándo cerrar el pico es mejor que saber lo que decir.

    Parece que funciona.

    —Sólo estoy asustado, eso es todo. - Hunter se desinfla, se sorbe los mocos, mueve sus zapatillas por el suelo.

    —¿Asustado de qué? Si es mi padre quien está pilotando este barco, te dará la bienvenida con los brazos abiertos, estoy segura. Te dará un viaje personal a casa, puedes contar con ello.

    —No es eso...

    —¿Entonces qué es?

    —Estamos atrapados aquí. apenas puedo moverme, me duele todo, incluso respirar duele. - oigo lágrimas en su voz. —Y no sé lo que nos va a pasar, lo que esa gente va a... - se pausa. —... hacerte. - otra pausa. —Eres como un imán. No puedo apartarme de ti. Aquí estoy, una Cazador de sirenas, sentado y charlando, haciendo de todo para poder seguir hablando, seguir escuchando tu voz, cuando cualquier otro tipo normal daría golpes en la puerta y gritaría en busca de ayuda.

    Aguanta la respiración. Yo no puedo respirar. Parece que he olvidado cómo. Quiero decirle que yo también quiero estar a su lado, pero no me atrevo, no me atrevo a decirle que robar un momento para estar juntos es más importante para mí que escapar de mi destino.

    Por muy increíble que suene, tocarle me reconforta, me hace sentirme menos fatigada. Siento que nos da consuelo a ambos, no hasta el punto en que podamos olvidar los conflictos pasados o nuestro anhelo de matarnos el uno al otro, y no hasta el punto de recuperar la fuerza necesaria para subir escalando, abrir la tapa de una patada, o buscar alguna puerta y abrirla. No hasta ese punto.

    Todavía no, pero nos estamos acercando.

    —Tengo miedo... de perderte, de nuevo, - me dice.

    Un denso silencio se suspende entre nosotros, interrumpido sólo por el golpeteo continuo del motor del pesquero, el eco del océano y los ocasionales sollozos de Hunter.

    No dé qué decir. Y no lo necesito, porque antes de que pueda decir nada, una voz cobra vida detrás de nosotros... no, dos voces, en la esquina del laboratorio.

    A unos diez metros de distancia, en la profunda oscuridad de terciopelo, se gira una cerradura y se abre una puerta de golpe, con un fuerte "clanc" metálico.

Capítulo 10

    

El Laboratorio Mojado

    Jimmy y Glen se materializan a cada lado del marco de la puerta, las melodías de sus almas asaltan mi audición y me dan hambre.

    Bien, quizá eso me de la fuerza necesaria. Repulsivas pero comestibles.

    Mi pecho coincide con un rugido de vacío famélico listo para hacerme saltar.

    Deben de estar asustados de mí. La idea me complace y siseo involuntariamente, dandome coraje para una pelea.

    Que empiece el espectáculo, Ailen. Puedes hacerlo. Es para lo que te hicieron, ¿o no? Admítelo, te encanta.. Véngate de ellos; véngate de tu padre por todo el dolor que te ha inflingido. Él no merece vivir, ni ellos tampoco. ¡Absorbe sus vidas, puedes hacerlo! Canta hasta que pierdan la cabeza, doblega sus patéticas voluntades con tu voz, destripa a esos bebés, que les salten los huesos y se rompan.

    Lo sé, lo sé, quiero responderme a mí misma, pero me aterra no poder hacer eso a voluntad, me aterra necesitar una emoción poderosa para ponerme en marcha. Esto me vuelve loca, me cabrea la constante duda en mí misma y el miedo de aceptarme tal como soy.

    Hunter me mira. Pongo un dedo en mis labios, indicando que se esté callado. Asiente con la cabeza, con ojos expectantes, confiando milagrosamente en mí por esta vez.

    Ailen Bright, me digo a mí misma, eres una sirena. así que, ¡actúa como una!

    Hay murmullos en la puerta, un intercambio de frases enmudecidas, y luego Glen, el barbudo rechoncho, da algunos pasos tentativos dentro del pasillo.

    —Hey, chavales. Ahora tranquilos. Tranquilos...

    Envalentonado por la ausencia de respuesta, cruza el resto de la distancia y sus botas de goma rechinan en el suelo. Una pistola sónica en una mano me apunta, extiende el brazo hacia Hunter con la otra.

    —Soy el Tío Glen, que vengo a llevarte escaleras arriba. Llevo una arma, ¿me oyes? No hagam...

    Chillo.

    Me abalanzo y empujo a Hunter a un lado. Agarro los tirantes naranja de Glen que abrazan su panza de cerveza.

    Sorprendido, pierde su pie y se cae de rodillas hacia adelante como un saco de patatas, dando un porrazo seco.

    Eso debe de haberle hecho daño en las rodillas. Bien.

    Antes de que recupere el control de su cuerpo superior, estiro el brazo en su pecho y este se dobla hacia atrás cayendo plano sobre el suelo, se golpea la cabeza con un jugoso crugido.

    Aulla.

    Yo brinco encima de él, clavando su muñeca derecha en el suelo hasta desdoblarle los dedos y él pierde el agarre del arma de plástico.

    El pesquero se mece y la pistola se aleja rodando hacia la oscuridad. Hunter la atrapa y se esconde hacia las sombras, fuera de vista.

    Yo abrazo a Glen con mis muslos y le aprieto con fuerza para que no se pueda mover. Aprieto su otra muñeca hasta el suelo y bajo mi cara a pocos centímetos de su nariz.

    —Hola, gordito. Bonita panza cervecera, - le digo en su cara, dominada por un loco deseo de asustarle. Me mira boquiabierto, mudo.

    Hunter grita detrás de mí al tipo alto, a Jimmy. —¿Qué mierdas está mirando? ¡Saca tu lamentable culo de aquí mientras puedas, estúpido carapolla!

    Es su modo de atacar, gritar obscenidades antes de asustarse o antes de que su oponente perciba su miedo.

    Yo sonrío. Este es el Hunter que conoczco. También me doy cuenta de que me encanta que esté aquí.

    —Hey, no me apuntes con eso, hijo, ¿me oyes? ¡Baja eso, baja eso! - grita Jimmy en respuesta.

    Me da asco estar sentada en la panza de Glen, sintiendo los movimientos de sus gases e intestinos como si estuviese en una cama de agua.

    —Por favor, por favor, - es todo lo que consigue decir, el valor de su asalto ha desaparecido y se remplaza con patético balbuceo. Sus ojos se hunden profundamente en sus zócalos, un delgado hlillo de saliva le baja por la barba.

    —Eres un pedazo de mierda, ¿lo sabes? - le digo.

    —Por favor... no he hecho nada. Por favor, deja que me vaya ...Yo sólo...

    Su balbuceo me molesta. Sin pensar, echo la cabeza atrás y le pego fuerte con la frente dejándolo inconsciente y haciéndole callar. Se queda inerte al instante y se libera su vejiga.

    —¡Mierda! - exclamo sintiendo el calor.

    Salto rápidamente de él. —¡Se ha meado encima! - anuncio y me giro para buscar a Hunter.

    El lugar que ocupaba hace unos segundos está vacío ahora, y lo veo avanzar cargando como una oscura sombra en las tinieblas del corredor, con las piernas extendidas a lo ancho por el balanceo del pesquero. Con la mano izquierda sigue la pared para mantener el equilibrio, la derecha se cierra firmemente en el arma sónica apuntada hacia Jimmy.

    —¿Quién os ha contratado? ¿Quién coño os ha contratado? - chilla Hunter.

    Jimmy, por otro lado, parece estar congelado en el sitio, aferrado al marco de la puerta.

    Aunque me mira a mí, no a Hunter, es muy obvio. Entonces me viene a la mente. Me he olvidado que estoy brillando, que mi piel reluce en la oscuridad.

    Debo de ser una visión aterradora.

    El barco se agita. Nos caemos con él y yo pierdo el equilibrio. Me agarro a los barrotes de una de las puertas de las celdas a mi derecha.

    Simultáneamente, Hunter dispara el arma sónica.

    ¡Crack!

    El eco de la onda reverbera en un flujo de sonidos huecos que al final me alcanzan de lleno en la espalda. Sorda, doblegada por el dolor, envuelvo el enrejado de hierro con los dedos para no caerme. Emito un lamento involuntario, sintiendo que se me resbalan los pies en el suelo húmedo.

    Hunter, quiero gritar. ¿Por qué has disparado, estúpido cabezón? Eso no funciona con la gente.

    ¿Verdad?

    El ataque de náusea amaina y levanto la cabeza cuando otro estallido me desequilibra de nuevo. Su eco gira por la habitación, rebotando en las paredes insonorizadas. Como el estallido previo, este no iba dirigido a mí, aún así su efecto parece ser suficiente para debilitarme. Tenso cada músculo de mi cuerpo para luchar con la vibración del dolor, sintiendo como si me hubiesen atravesado los tímpanos con una lanza de metal caliente. Una vez, dos, tres veces. Metiendo cada vez más hondo su punta afilada, perforándome el cerebro por mil sitios diferentes a la vez.

    Ahogo un grito.

    Otro estallido. ¡Bam!

    ¿Qué demonios está pasando?, quiero gritar.

    La agonía amenaza con romperme el cráneo y hacer pedazos todos mis huesos. Parece intolerable, como si me taladraran los dientes sin anestesia, más allá de sus raíces hasta el hueso de la mandíbula.

    Doy arcadas, medio caída, medio de pie, agarrando las barras de hierro como si mi vida me fuera en ello.

    Hay un griterío distante desde el corredor. Sin levantar la vista, tengo una muy buena idea de lo que está pasando. El tipo alto parcece estar huyendo a gritos, sus botas rechinan en el suelo. Hunter grita algo tras él. Ambos sonidos me llegan distorsionados, como si estuviese al final de un túnel.

    Toso.

    Hunter, ¿estás bien?, quiero gritar, pero gimo cuando abro la boca. Sigue aquí. Me duele todo. El efecto secundario del estallido sónico zumba como cientos de moscas alrededor de mi cabeza, molesto y constante. Se me llena la garganta de una bilis de sabor metálico y la obligo a bajar. Después de un par de respiraciones, me las arreglo para levantar la cabeza el tiempo suficiente para mirar en la dirección de la puerta.

    Ahí, enmarcado por la luz del día y encarándome, está Hunter. Su rostro es gris a la tenue luz, estirada en una máscara de sorpresa y horror. Me chilla algo, algo que lleva mi nombre, y mueve los brazos. Pero mis oídos se niegan a hacer su trabajo de discernir patrones de diálogo y mi cabeza vuelve a caer.

    Una serie de pasos chirriantes y sus dos manos en mi cara más tarde, ya puedo oírle claramente desde tan cerca.

    —¡Ailen! Ailen, chica, lo siento, lo siento mucho. Mierda, No pensaba que esto tuviese este efecto en ti. Estaba apuntando a ese tío, yo... - me mira a la cara y yo le miro por las rendijas de mis párpados, dejando el peso de mi cabeza a cargo de las manos de Hunter. Mis dedos aún estás cerrados con fuerza alrededor de las barras, por miedo a tropezar si los suelto.

    —Hey, ya sé lo que necesitas. - Hunter sonríe y señala al cuerpo de Glen en el suelo, cuya panza se mueve rítmicamente arriba y abajo.

    Está respirando, está vivo. Consigo asentir.

    —Vale, apóyate en mí. Te ayudaré a acercarte. Aquí, cógeme de la mano. - Hunter retira mis dedos de las barras uno por uno, toma mis manos en las suyas y me apoya en su hombro. Yo doy un paso, luego otro. Me tiemblan las rodillas y me balanceo hasta que él me baja suavemente junto a la cara de Glen.

    Surprimo una respiración por el tufo de la orina, dejandome caer al suelo. Hunter se sienta junto a mí y me abraza. Yo apoyo la cabeza en su hombro, aterrorizada por caerme de boca sobre el estómago de Glen si intento moverme más.

    —Hala. Tienes que alimentarte, - dice Hunter.

    Esto me choca y me hace abrir los ojos al máximo. —¿Estás mal de la cabeza? - le digo, pero sale algo más como, —Edá... na... deha... caeza...

    —Necesitarás toda la fuerza que puedas conseguir para combatir con esos tíos, nena.

    Aguanto la respiración. Hunter nunca me ha llamado "nena" antes, siempre era "chiquilla" o "colega" o "tía", acompañado de mi nombre.

    Quiero congelar el tiempo. No, quiero rebobinarlo y oírlo decir de nuevo. Y otra vez. Y otra.

    —Ni siquiera puedes tenerte en pie. No servirá. Yo debería haber... - suspira, ignorante de mi desconcierto interior. —Venga, alguien está la punto de volver corriendo hasta aquí en cualquier momento. Ese Jimmy probablemente está soltando lindezas sobre nosotros en este mismo instante... - señala a la cara de Glen y le abre los párpados. —Así es como funciona, ¿no? Tienes que establecer contacto ocular.

    Asiento sin palabras. ¿Un Cazador de sirenas ayudando a una sirena a alimentarse?

    —¿Te das cuenta de lo que estás haciendo? - sale más o menos distinguible.

    —Sí, sí, aquí tienes. - suelta mis hombros, levanta su brazo y le da varias tortas a Glen en la cara, ante las cuales, el tipo gruñe.

    Sus ojos cobran vida hacia algo similar a la comprensión y tose. El sonido de su alma hace el resto. No me importa lo asquerosa que sepa. El hambre me supera. Me inclino sobre su cara, dejo caer mis brazos a cada lado para apoyarme, temblando. Hunter me sujeta por la cintura. Fijo mi mirada directamente en los pulsantes iris de Glen, luego más hondo en sus pupilas. Parece ser suficiente. Dejan de flexionarse. Fija su mirada en la mía hasta que sus iris dejan también de latir, brillando con una luz extraña de ignición. Su boca se abre un poco y una leve bocanada de humo deja su estela en el aire.

    Ya está. He encendido su alma. Ahora, a alimentarse.

    —¡Venga, Ailen, no tenemos mucho tiempo! - Hunter frota sus dedos en mi cintura.

    Medio sujeta por su abrazo, asiento y produzco una primera nota débil.

    Suena triste y débil.

    Toso, respiro hondo y canto otra nota, más intensa, más fuerte. Esta vez funciona.

    Las rojizas pestañas de Glen aletean. Sus pupilas se amplían lentamente, completamente dilatadas. Si visión se torna adormilada, luego vacía. El horrible sonido de su alma me abruma. De hecho, es tan repulsiva que no sé si puedo comérmela. Sabe a pescado podrido. Tal vez por eso fue capaz de dispararme, tal vez es un hombre de una clase especial, uno de esos que odian a las mujeres, que nos han odiado durante tanto tiempo que sus almas se han podrido sin tener que arder del todo, sin tener que enamorarse de una sirena. Tal vez al no ser capaz de enamorarse en absoluto.

    Es la última idea la que me pasa por la mente. Pongo una mueca se asco y me obligo a comer, hundiendo mi canción profundamente en su légamo, sabiendo que necesito hacer esto para sobrevivir, ojalá Hunter me llame "nena" de nuevo. Quizá me dé la voluntad de continuar viviendo.

    Quizá, sólo quizá.

    Vivo en el prado, Pero tú no te das cuenta.

    Enlazo las primeras notas con la melodía de su alma sin importar lo fantasmal que suena.

    Se convierten en un tono y se mezclan del modo en que se mezclan dos voces diferentes en un coro, sonando en armonía, deviniendo una ligadura de la vida misma.

    Aquí viene, otro arroyuelo de vapor que se vierte a través de los labios abiertos de Glen.

    Me lo trago.

    Dejan de temblarme los brazos y mi piel comienza a rezumar su niebla usual, aproximándome a la temperatura de esta habitación helada en la que estamos. Continuo cantando, dejo que fluya.

    ¿Por qué te extrañas?

    Hay una dentellada vaga, un "pop" audible y el denso vapor de un alma reluce entre nosotros en la oscuridad circundante, saliendo de la boca de Glen para terminar como la rápida corriente de un río. En ese instante, su cara se ablanda con un fulgor pueril. Sus arrugas se suavizan, sus labios se estiran en una sonrisa, mostrando los dientes amarillos enmarcados por una barba rojiza.

    Y sus ojos... sus ojos brillan con maravilla y admiración.

    Suéltate tranquilo.

    Mientras canto, recuerdo lo que Hunter decía en el cuarto de baño de mi casa sobre las víctimas de una sirena: "Aunque lo que da miedo es que están sonriendo. Muertos, pero sonriendo. Como si fuesen felices antes de morir."

    Se me ocurre que las sirenas son más vulnerables mientras se alimentan por la necesidad del contacto ocular y del tiempo que requiere sacar un alma cantando. Dejo la idea a un lado, sintiendo las manos de Hunter en mi cintura.

    Estoy a salvo.

    Mi pecho ruge de hambre, queriendo más. El alma de Glen ondula, el resto de ella pende de sus labios, su vaporosa presencia es tierna como el aliento en primavera ... ya no es asquerosa. Este es el mismísimo final de su vida, de toda, todos sus timbres y silbidos y melodías ebrias.

    Sobrecogida por el momento, no puedo evitarlo e interrumpo la canción.

    —Lo siento, Glen, - le digo mirándolo a los ojos.

    Mareado, él no ve me.

    —Ahora te mataré. Pero antes de eso, te haré feliz. Lo prometo. Porque un minuto de felicidad es mejor que nada. Te lo debo.

    Inhalo y obligo a mi voz a seguir la última cadena de notas, haciéndolas salir bien altas y claras a pesar de las paredes insonorizadas que amenazan con acallarlas hacia la nada.

    Dame tu vida, Termina en mi canción. Porque tú, Escuchas y amas. Escuchas y amas. Escuchas y amas.

    La palabra "amas" muere en el aire y mi canción termina. Al igual que lo hace la vida de Glen con un rápido "wuuush".

    Relamo el resto de ella y erupto.

    Su vida explota en mi pecho, hormiguea su esencia hacia mis miembros y mi cabeza.

    —¿Vas bien por tu cuenta ahora? - pregunta Hunter abriendo los dedos.

    Abrumada y atiborrada, asiento, intento levantarme. Me quedo sin fuerzas de inmediato, cayendo con la cara justo encima de la panza de cerveza de Glen.

    Demasiada comida, demasiado rápido.

    Estupendo, justo lo que estaba intentando evitar.

    Es olor de su sudor mezclado con el hedor de años de pesca y de arruinarse las tripas bebiendo cerveza me dan arcadas y me aparto rodando de él.

    —¡Agh! - exclamo sentándome y limpiándome la cara con las manos, escupiendo.

    Me limpio en mi chaqueta en un intento de deshacerme del tufo a podrido.

    —Dios, espero no vomitarla. Estaba tan asquerosa, no te haces una idea. Era como... ¿conoces el Lugar de Mercado de Pescado de Pike? ¿cuando esos tíos tiran el pescado, los podridos...?

    Empiezo a limpiarme los pantalones y me paro al notar un ominoso silencio. Giro la cabeza para mirar a Hunter y le veo mirando hacia la puerta con la boca abierta, su mano derecha busca la mía, la encuentra y la aprieta. Yo aprieto la suya y sigo su mirada. A cierto nivel, muy en el fondo, siempre lo supe.

    Creo que Hunter también lo sabía.

    —Papá.

    La figura de mi padre es oscura frente al halo de luz de la mañana, como si fuese trazada con rotulador negro. Viste el mismo atuendo naranja y chaqueta que el otro pescador pero, de algún modo, huele a sus trajes nuevos, a resina y fibra sintética y capa impermeable, como si lo hubiese robado de la fábrica mientras aún estaba caliente. Me quedo callada, empapada en el olor químico. Hasta sus botas de lluvia emiten el aroma de la goma del látex.

    Eso no es lo peor de todo.

    Lo peor de todo es que lo que queda de su alma ardiendo, que irrumpe a través del arrullo del océano en estallidos de crepitación, es incomprensiblemente hermosa. Simplemente no puede pertenecer a un hombre así.

    ¿La distante tonada de una flauta? ¿El batir de alas de mariposa? ¿En serio?

    Dejo escapar una gran exhalación, cerca de un lamento. Trago aire en una igualmente grande inhalación, sintiendo que su alma sabría quemada y amarga si fuese a comérmela.

    —Siento muchísimo decepcionarte, cariño. Lo admito, Yo esperaba algo... más que esto. Oh, bueno, - me dice en su manera calmada usual cuando pasa dentro del pasillo. Sus botas hacen un sonido rechinante, como la fricción de un globo muy inflado. Su cara se extiende en una sonrisa de reconocimiento.

    —Estamos jodidos, - susurra Hunter a mi izquierda, poniéndose en pie.

    Aprieto su mano un par de veces para tranquilizarle, a él y a mí misma.

    ¿De qué? No lo sé exactamente.

    De algún modo ese vago eco de su alma me da esperanza de que podamos despertar lo que sea que hay bueno en él. Debe de quedar algo bueno. Lo creo, puedo sentirlo.

    —Hola, Sr. Bright. Bonito barco tiene aquí, - dice Hunter.

    —Esa es mi chica. Buen trabajo. - mi padre ignora el saludo y señala a Glen. —Iba a dispararle de todos modos, aunque los de su clase son difíciles de encontrar últimamente, te lo aseguro. Eso me deja, en cierto modo, muy decepcionado. - da otro paso hacia el interior manteniendo el brazo derecho detrás de la espalda. Estoy segura de que tiene un arma sónica en esa mano, con los dedos cerrados con fuerza a su alrededor.

    Céntrate en los hechos, Ailen, céntrate. te ha hablado de Glen, así que pregúntale sobre Glen.

    —¿Qué clase es esa? - le pregunto y me flexiono disimuladamente, como sugiriendo que se me han dormido las piernas y necesito estirarlas.

    Advierto con un gozo extraño que mi padre parece estar hablando sólo conmigo, ignorando del todo a Hunter. No hay el usual "hijo", ni siquiera un "hola".

    Esto es pensar mal... muy, muy mal... pero la chica pequeña en mí, esa criatura necesitada, está encendida de orgullo.

    —Reservaremos esta discusión para más tarde, si te apetece, - me dice.

    Estamos a tres metros de distancia.

    —No, no lo haremos. Lo quiero saber ahora mismo. ¿De quién es este pesquero, por cierto? - le pregunto y me agacho.

    La pregunta sale como la demanda de una niña pequeña. Lo único que me falta es apisonar con el pie y la huella estará completa. Tengo que ser más lista.

    Por supuesto, él me ignora, empleando su trato habitual como una indicación de "No responderé a tus estúpidas demandas". La música de su alma, por muy quemada y rota que esté, me da esperanza.

    —Ailen... - nivela sus ojos con los míos, pronunciando mi nombre como si luchara con cada letra.

    Hay algo diferente en cómo lo dice. Algo... humano, no ha sido nunca capaz de decir mi nombre de ese modo. Como si hubiese un rastro de afecto en él.

    Confio en mi intuición, despidiendo a la niñita caprichosa que manda en mis ideas y confiando en la sirena en mi interior. Sé que independientemente de lo que me haga, yo soy más fuerte.

    —A menos que quieras aburrir a tu amante de aquí, Te sugiero que ahorres aire. No hables, sólo escucha. Lo que estoy diciendo es que me alegro de verte, a pesar del hecho de que tuviste prisa por abandonarme. Eso fue muy poco considerado por tu parte. - da otro paso.

    Yo no me muevo, no retrocedo. Esto no es un duelo, no, esto es un desafío para mí misma, para enfrentar por fin lo que debo enfrentar. Aquí mismo, ahora mismo, sin retorcerme de miedo como siempre. Miro a mi padre a los ojos, con el corazón abierto. Su mano derecha tiembla ligeramente detrás de la espalda. Su sonrisa, incluso en esta oscuridad, es todo complaciente y de falsa bienvenida. Aún así está nervioso, apesta a miedo y enfermiza admiración. En vez de estar asustada, estoy feliz, feliz de poder poner a descansar mis miedos. Sé que él es horrible, pero es el único padre que tengo. Mi única verdadera familia de sangre. Aún debe de haber una oportunidad... y estoy dispuesta a correr el arriesgo.

    —Hablaremos cuando lleguemos a casa.

    En la palabra "casa" sé que mi corazonada es cierta.—Claro, Papá, - le digo y hago una pausa. —Llévame a casa. - extiendo los brazos a ambos lados.

    —¿Qué demonios, Ailen, qué...? - empieza Hunter.

    Mi padre saca la mano de detrás de la espalda y apunta hacia mí con el amplio cañón de una inmensa pistola sónica.

    ¡BUUM!

Capítulo 11

    

El Laboratorio Seco

    Siento como si mi cuerpo estuviese aediendo en una estaca con mi espinazo atado a un poste, mi miserias su fuego. La oscuridad es abrumadora. Puedo oler mi pelo chamuscado por el calor, oír mi piel crujir mientras se empieza a ennegrecer y arrugar y separar.

    ¿Qué está pasando? ¿Es esto algún tipo de infierno para sirenas y me han metido en su sala más caliente como castigo? Ciertamente no es el cielo de las sirenas. Tal vez estoy haciendo equilibrios en el pliegue divino entre la vida y la muerte, el que se abre en cuanto ingresas.

    El más allá. Uno de los tres destinos adonde se supone que Canosa debe llevar a quien pasa.

    Lo único que sé seguro es que estoy a gran temeratura. Antes de que mis cuerdas vocales se disuelvan en este ardor brilante, quiero pronunciar un grito final.

    Muere inmediatamente en el fondo de mi lengua, apagado por una pared.

    Estoy amordazada.

    Todo mi cuerpo se agita en un ataque de tos seca. Estoy segura de que si estuviera muerta de verdad, toser sería lo último en mi agenda coporal. Mi garganta se comprime en otro espasmo y emito curiosos sonidos a través de una bola de trapo embutida en la cavidad de mi boca. Me pican los labios, estirados en la mayor forma de O que pueden. El trapo tira de la piel alrededor de toda mi mandíbula, desquiciada cerca de romperse. Hay cinta que tapa mi boca y el olor de su pegamento me pica en las narices.

    Gruño, respirando por la nariz.

    Siento como si estuviese enviando fuego en cada inhalación y exhalo incendios de aire sobresacalentado. Mi pecho está en llamas y siento las agallas agrietadas y secas.

    Estoy tumbada sobre mi espalda en el suelo de una habitación. Me duelen los ojos por la sequedad, así que los cierro, tomo otra caliente respiración y miro de nuevo, determinada a descubrir exactamente dónde estoy.

    En mi segundo intento comprendo una sencilla verdad que me estremece hasta los huesos. No sólo es una habitación caliente en la que estoy, también está acolchada. Hay una serie de almohadones cuadrados cubriendo las paredes del color de la arena lavada, que apesta a cuero sintético.

    Me concentro en una cosa cada vez. Tengo que centrarme en los hechos. La habitación.

    Es del tamaño de un cuarto de baño típico, o una celda de prisión, dependiendo en cómo se mire. Al menos no está a oscuras. En el techo, una única luz redonda fluorescente brilla a través de un protector de red de alambre. La luz que emite es tenue, como filtrada por una nube. Todo en esta habitación es blando... la espuma en las paredes, el suelo bajo mi espalda, incluso el sonido. Más bien, la carencia de él. Cada una de mis toses sale apagada y desaparece en el silencio. Esta habitación, no, esta celda, está insonorizada, tal vez diseñada específicamente para encerrar sirenas.

    Chilla todo lo que quieras, nadie te va a oír.

    Tampoco es que pueda comprobar esta teoría, gracias a la mordaza.

    Resuello. El suelo se mueve y me balanceo.

    ¿Significa esto que aún estoy en el barco?

    Aspiro el aire por la nariz y me retraigo ante el hedor del cuero falso. Respirando rápido, dedico mi atención a mis dedos. Están atrapados contra mis codos en un agarre de copa, aún así no siento que los esté sujetando. Intento mover uno, luego otro, y no puedo. Se me han dormido del todo. Mi cuerpo entero está insensible, como si no estuviese ahí. Mover mi mirada tampoco ayuda, me arden los globos oculares como si estuvieran a punto de volverse lava, y no puedo ver nada más allá de la vaga silueta de mi nariz y barbilla.

    Allí, en la distancia, borrosos, están los pies que no puedo sentir. La longitud de mi cuerpo está amortajada en la algo similar a una sábana de algodón, varias sábanas de algodón, capa sobre capa.

    Genial, soy la primera sirena crisálida.

    Algodón blanco, tal vez del mismo material que llena mi boca, me mantiene en un capullo. Flexiono las manos de nuevo, dedo a dedo, como si estiviese tocando un piano. Imaginar quién hizo esto, cuánto tiempo le llevó envolverme así y si estoy o no desnuda debajo, me hace querer vomitar.

    Mi padre... su cara es lo último que he visto... ¿dónde?

    "A ver aquí", mascullo en el trapo, pero suena más como, "Aé aí."sigo hablando para sentirme cuerda."Mi nombre es Ailen Bright y soy una sirena de dieciséis años."

    Hasta ahí recuerdo.

    "Soy una sirena y eso es todo lo que importa. Tengo asombrosos (como diría Hunter) poderes, y puedo sacarme a mí misma de este lío."

    Pausa.

    "Mi padre es un Cazador de sirenas y quiere matarme. Estábamos en un pesquero que..."

    ¿Hunter? ¿Qué le ha pasado a Hunter? Más tarde. Pensaré en eso más tarde.

    El suelo se inclina levemente y yo me doblo y contraigo. El barco salta sobre la ola y me desplomo bocabajo. Ni nariz impacta en el suelo acolchado y doy una arcada en la mordaza, sobrecogida por el hambre y la repulsión del olor. Obligo a mi cuello a girar la cabeza a la izquierda para poder respirar, o al menos evitar inhalar esta podredrumbre sintética. Me lleva una eternidad repetir el giro. Una y otra vez. Y otra. La celda acolchada se revuelve a mi alrededor como un caleidoscopio. Estoy en la tierra de "No sé por qué coño estoy aquí y quizá no quiera saberlo."

    Estoy cabreada, tumbada sobre mi espalda de nuevo, mirando al techo. Estar cabreada no me ayuda a salir de esta situación. No obstante, no puedo evitarlo. Estoy echando humo y mi mente está en blanco, ni una idea en ella, sólo furia por mi impotencia.

    Pasa un minuto, pero parece una hora.

    Respirar por la nariz se está volviendo más difícil. Mis agallas están secas hasta la laceración. Una flexión más, sólo una más. ¡Necesito salir de aquí de algún modo, lo necesito!

    Hechos, Ailen, hechos, céntrate en los hechos.

    Miro a mi alrededor. ¿Dónde está la puerta? De alguna forma han tenido que meterme aquí dentro. La pared a mi derecha está dentro de mi alcance, a sólo un par de pasos de distancia. El suelo se mueve una vez más y yo ruedo justo hasta la pared, usándola para apoyarme un poco, con mi espalda a un paso de distancia. Doblo las rodillas tanto como el capullo lo permite y golpeo la pared con los pies. Una vez, dos, tres veces.

    Dejo de respirar al notar el débil goteo de mi energía rezumar fuera de mí. Pero mis piernas se han movido, y eso me dá esperanza.

    Gruño de rabia y golpeo de nuevo. Nada. Ni sonido, ni movimiento. Ni siquiera la más diminuta vibración. El suave algodón hace resbalar mis pies sobre el igualmente liso cuero falso y no me da ninguna tracción.

    Maldigo entre dientes ¿Cuantas capas de espuma hay ahí?

    El constante balanceo del suelo se intensifica y me marea. Parece que el temporal de fuera está tan cabreado como yo. Intento llegar hasta las nubes, pero sin mi voz no soy nada.

    Quizá por eso estamos ambos tan frustrados.

    Quiero salir, muerdo la mordaza y golpeo la pared de nuevo, pauso para descansar. Repito. Ignoro el campanilleo en mis oídos y los círculos de arco iris de mi visión borrosa. Cierro los ojos y me concentro en cada gramo de voluntad para emitir un ruido, al menos para hacerles saber que estoy aquí, que aún estoy viva y coleando.

    Una tormenta. estamos en medio de una tormenta. Los suspiros del viento caminan por mi piel en una marcha de piel de gallina. Puedo sentirlo incluso a través de estas paredes. La náusea mete sus viscosos dedos en mi estómago y pierdo la cabeza en una serie de espasmos de vacío vómito. El tiempo se torna elástico y olvido cuándo empieza, no sé si va a finalizar. Quizá es un círculo sin interrupción.

    Pasa otra hora así, ¿o pasan dos? ¿Qué había que hacer aquí? La pared. Golpea la pared, y quizá prueba tu voz de nuevo.

    Pero mi garganta me abrasa con fuego cuando intento cantar. Así que me doblo y aporreo la pared una vez más con todas mis fuerzas.

    Algo cede.

    La temperatura dentro de mi celda cae algunos grados. Un ruido extraño irrumpe en el firme silencio. No me atrevo a respirar mientras me concentro en el ruido. Un eco de... algo metálico, como llaves en un llavero.. Una vuelta de la cerradura, un "clic" y varias revoluciones de lo que suena como el volante que se ve en las cajas fuertes de los bancos de las películas. Es grande y pesada.

    Un golpe metálico más leve después y veo una línea vertical crecer de una sombra hasta una grieta en la entrada de la puerta.

    He estado golpeando la pared en el lado equivocado.

    Justo frente a mí a unos dos metros, se abre una puerta. No hay melodía de alma inmediata y sólo el olor de alas de mariposa quemadas sobre un solo de flauta entra en mi audición. Su descompás me inunda con un baño de memorias, ahogándome con imágenes de ser capturada, el pesquero en el océano, el beso de Hunter, Canosa, la red y el terrible carrete que nos sacó del agua hasta la cubierta. Veo la imagen de Jimmy, el pescador alto, seguido de Glen. Papá. Y luego yo dejándole dispararme con su arma sónica, dispuesta a ver lo lejos que pretendía ir.

    Hay daño en él, lo oigo. Un vieja pátina de dolor. Eso significa que aún siente. Eso es lo que yo quería ver por mí misma antes de entregarme a mi deseo abrumador de deshacerme de este mundo de la sirena en la que me he convertido, antes de volverme como Canosa... odiosa, amargada, macabra, incapaz de parar de matar.

    Una brisa de aire frío entra en la sala. Casi me ahogo en ella mientras la asimilo con avaricia por la nariz. La abertura de la puerta se amplía y levanto la cabeza para mirar a mi padre a la cara, directamente a los ojos, azul brillante contra la oscuridad detrás de él.

    "Hola, Papá, has venido a ver cómo estoy", le transmito con los ojos. "Menudo trato. Te sorprendería descubrir que, a cierto nivel, te he echado de menos".

    Una máscara de indiferencia está firmemente instalada en sus rasgos, mantiene mi mirada, entra dando algunos pasos con cuidado y cierra la puerta detrás de él con un "clanc". Esta es la primera vez que no puedo ver lo que está vistiendo, no noto el estilo de su pelo o el olor de su colonia. Ya no importan, ni siquiera las muecas que usualmente intento leer para saber cómo comportarme y así evitar su furia.

    Tengo tanto miedo de ti, Papá. Llevo asustada de ti mi vida entera. Eres peor que mis peores pesadillas porque las pesadillas desaparecen por la mañana. Pero tú eres real... de carne y hueso... y parece que siempre me encuentras, no importa lo lejos que corra.

    Quizá ha detectado lo que le estoy intentando decir, porque se detiene con su mano aún apoyada en la puerta que no tiene pomo, ahora igualada con la pared e invisible. No veo exactamente su mano ahí, la siento, es una habilidad adquirida, tras años de ser abofeteada y golpeada, saber exactamente dónde están sus manos sin mirar.

    Sus dos pupilas oscuras se entierran en mi consciencia con vívido odio. Esta vez desenmascarado, llevado desde un profundo lugar de su interior, tal vez uno que está más allá de arreglo y que fue destrozado mucho tiempo atrás, quizá cuando era un niño.

    Un horrible agujero vacío que él no supo cómo llenar con amor, así que lo llenó de odio, porque dejarlo vacio era más doloroso que llenarlo con cualquier cosa.

    Para sobrevivir.

    Y sin embargo hay algo, algo que aún sigue encendido y yo me aferro a ello manteniendo su mirada, hablándole a mi propio modo silencioso.

    "¿Sabes qué? Hay algo que nunca he considerado por mi constante terror. Algo que nunca se me había ocurrido hasta que morí y renací como una sirena. Pero que ahora sé como un hecho."

    Aún me estudia, inmóbil, como si esperase el mensaje final.

    Y se lo doy.

    "Por mucho miedo que tenga de ti, yo también te asusto."

    A esto, exhalo, sintiendo como si acabase de practicar un discurso que quizá un día seré capaz de pronunciar en la vida real. Mi padre sigue ahondando en mis ojos con atención.

    Tres segundos, ese es el tiempo que duro. Ya no puedo seguir mirándole a los ojos y desvío mi mirada. Él gana, por ahora. El aire se mueve por la habitación con la certeza de que ambos lo sabemos.

    La aflicción me inunda. Para mi horror, lágrimas de comprensión manan en cascada por el lado de mi cara. Él tiene miedo de mí, pero tiene una vida de experiencias que convierten su miedo en violencia.

    No, no sólo es por mí. sea sirena o no, eso no importa. Son las mujeres, todas las mujeres. Está aterrorizado de la mujeres.

    "Oh, Papá, ojalá pudiese curarte de algún modo."

    Curar eso que ha desaparecido, ese lugar destrozado en su interior, sé cómo se siente. Lo he sabido siempre.

    Es tu alma, incluso antes de que Canosa la robara. Había desaparecido casi toda antes de que ella la encendiera. Ella simplemente puso el último clavo en su féretro.

    Su madre... su propia madre debe de haberle dañado antes de eso, la mujer que nunca menciona, la abuela que nunca conocí.

    ¿Qué nivel de traición debe de sentir un hijo cuando el odio viene de su propia madre? ¿Qué clase de daño inflingiría en su ego y cómo lo destrozaría permanentemente?

    De por vida.

    En este momento noto algo más... la futilidad de mis intentos. Es inútil morir delante de él.

    No funcionará.

    A él no le importo y preferiría verme muerta, cuando reuna su coraje para hacerlo en realidad. Porque yo represento su miedo y, tal vez, también me parezco un poquito a mi abuela.

    Sólo una cosa que puedo hacer... seguir cantándole y confiar en reencender algo más de su alma. Tengo que seguir cantando a pesar del miedo a que nunca escuche, del miedo a que esté permamentemente sordo a mí.

    No es que él no quiera oír. Es que no puede por sí solo.

    Necesita ayuda.

    No hay aparato que pueda recibir mi señal y transmitirla a una longitud de onda inteligible que su cerebro pueda después transladar como un vuelco en su corazón y pueda así, a cambio, interpretarla en un significado. En el único por el que vale la pena vivir.

    Amor.

Capítulo 12

    

La Celda Acolchada

    He de seguir probando, incluso si implica morir en el proceso. Sabré que hice todo lo que pude y descansaré en paz.

    Él suelta la pared y da un paso hacia mí. Sus ojos están vacíos. Finalmente sé por qué.

    Papá, no me rendiré, lo juro. sé que todos tienen un pasado y lo siento. Te doy mi palabra. Te combatiré, sólo para hacerte ver que lo digo en serio, ¿vale?

    No sé si recibe mi mensaje mientras se acerca a mí. Sólo hay un modo de combatir su futilidad: reflejando sus emociones.

    Se agacha junto a mí y levanta su mano. Retrocedo por instinto pero me detengo antes de cerrar los ojos, relajando los músculos faciales tanto como lo permite la mordaza. Me alegro de hacerlo porque, en vez de abofetearme, recorre suavemente el riachuelo de lágrimas en mi mejilla izquierda, desde el puente de la nariz hasta la humedad en el suelo. Esto me enerva incluso más que ser abofeteada.

    —Ya, ya. Tranquila ahora. Que bien que hayas vuelto. - su voz llega tan sedante, su cara eclipsa la lámpara.

    Me encojo por el hábito.

    —¿Estás bien? - me pregunta.

    Como si te importara. Basta de juegos, por una vez, y dime cómo te sientes realmente. Venga.

    Su cara titubea con un indicio de miedo que luego desaparece. Yo sonrío, si se puede llamar reir a estirar los músculos de las mejillas en una boca ya abierta, ardiendo detrás de la cinta. Se inclina un poco más cerca.

    —Lo siento, no he podido oírte bien. ¿Qué estabas diciendo?

    Su mano está acucharada en su oído, su modo favorito de intimidarme, pidiéndone repetir algo que es obvio y haciéndome sentir como una tonta.

    No funciona esta vez, lo ignoro.

    Él mira hacia la distancia, a través de la pared, concentrado en algo a kilómetros de la celda en la que estamos.

    —Mi querida Ailen, tengo que contarte algo importante, y me disculpo por que haya de suceder de este... modo. - me mira, refiriéndose a mi posición en el suelo.—Parece que mis otros intentos de explicar por qué yo estoy haciendo esto no han funcionado, lo que es una lástima. Lo que tú no comprendes es que tu futuro está en peligro. Y como somos una familia, mi futuro está unido al tuyo. Me gustaría asegurarme de que recibes el mensaje.

    Me reflejo en la suela de su zapato, hecho del mejor cuero italiano, cuando me da una patada justo en las agallas, rápida y precisa.

    ¡Ras!

    Oigo el sonido del impacto como rasgar el papel y chillo dentro del algodón. Me hace un daño del demonio. No, peor. Duele como abrir cortando una herida que acaba de empezar a curarse, una y otra vez. Jadeo con fuerza, resoplando por el esfuerzo y consigo contener mi agonía sin gritar, revelando mi maestría suprimiendo el dolor. Mi padre se levabta y me mira. Frío y calculador. Hay algo enfermizo en esto, retorcido y desagradable, aún así estoy disfrutando mucho, tal vez ha despertado un nivel de masoquismo comparable al de mi padre.

    Refleja sus sentimientos, Ailen, refléjalos.

    Eso es exactamente lo que hago, girando la cabeza para mirar, para mostrarle que puede patearme todo lo que quiera, que tal vez estoy disfrutando tanto como él, es curioso ver lo que eso hará con su psique.

    Veo la suela de su zapato una vez más.

    ¡Whack!

    Explotan estrellas en mi campo de vision. Un pincho de metal caliente me perfora desde el cuello hasta los dedos de los pies y vuelve a subir, haciéndome excretar los restos de agua que pudiera tener en mi sistema a través de la piel en una capa de viscosa humedad.

    Hace falta más que eso, Papá, ya lo sabes. Adelante, haz lo mejor que puedas.

    Intento sonreir, viendo mi mensaje reflejado en su cara.

    Bien.

    Si le perturba mi desafío, no lo muestra. Aún mirando en la distancia, marculla, —Lo que no comprendes es que la vida ea dura. No todo es aguas cristalinas, castillos de arena y sol, nada de estas cosas hermosas, desafortunadamente. Es un espejismo. En cuanto sumerges tu pie dentro, te hundes en un pantano. - se pausa. —Lo que quiero que aprendas es que las cosas buenas les suceden a aquellos que atraviesan todo el camino hasta el otro lado, vadeándolo. - baja la mirada.

    Otra patada. Apenas la siento esta vez.

    Él se da cuenta, porque un músculo se tensa ligeramente en su mejilla izquierda, recién afeitada, como siempre.

    —Oh, ¿te ha dolido eso? Dime cómo te sientes. - se agacha y acaricia mi agalla derecha con un largo y nudoso dedo.

    Me tenso para dejar de temblar para que no pueda sentir ni una sola vibración. Le miro directamente a los ojos cuando algo sucede extraordinario... algo se parte en mi interior y desaparece. No flaqueo en un esfuerzo por resistir su escrutinio, como hago normalmente, por primera vez, soy capaz de dejar atrás ese hábito de una década de duración.

    ¿Has mirado alguna vez a tu propio terror a los ojos? Hay perdición allí, más allá de la imaginación. Pero una vez que has dejado atrás el lugar donde la muerte es algo espantoso, es posible mantenerle la mirada, sin apartarse, calmada, sabiendo que si miras el tiempo suficiente, eso es todo lo que hay en realidad.

    Las pupilas de Papá se dilatan durante una fracción de segundo. Impertérrito, continúa. —Lo que quiero que aprendas es que la disciplina es la respuesta. Tienes que aprender a suprimir el dolor, aprender a llevarlo incluso cuando sientas que quieres morir.

    Las patadas han terminado. Con una mueca de repulsion, se levanta y me pisa rápidamente el cuello con su pie izquierdo. Advierto un destello de su calcetín de seda marrón, enmarcado por el dobladillo de su pierna.

    No puedo respirar. El agua se hincha en mis vasos sanguínenos, llena mis ojos, me late en los oídos. Mis agallas se abren y cierran como la boca de un pez tirado en la arena. Me obligo a quedarme quieta y a suprimir el dolor. Salgo mentalmente de mi cuerpo para observarlo desde fuera. Empujo el dolor más hondo para inmobilizarlo. Hay una alegría triunfal que se extiende por mi cara y no tengo duda de que mi padre puede verla.

    Me aprieta con más fuerza.

    Pasa un minuto, quizá dos. Los bordes afilados de su suela se me clavan en la mandíbula y en la clavícula. No me aparto, no hago ni un sonido y nunca aparto la mirada. Al final me suelta retirando su pie.

    —Bien, Ailen, muy bien. Estoy impresionado. Continúa oprimiendo tu dolor. Practica el silencio.

    Tomo una fuerte respiración. Se me hinchan las nasales.

    ¿Quieres jugar otra ronda, Papá? Apuesto a que he ganado esta, ¿no crees?

    Su rostro se tuerce y se aleja de mí como si yo fuese una carretera mortal que apesta. —Escúchame, Ailen. El silencio te hace pensar. - se palmea la frente. —El ruido es el caos. Te distrae. Sin disciplina, no eres nada, sólo un pedazo de carne dulce. Piensa en ello. Piensa sobre tu vida, sobre lo que quieres hacer. Piensa en tu futuro.

    ¡Yo quiero cantar!

    Deseo poder chillarlo en alto. Rememoro sus palabras, aquellas con las que él confiaba enseñarme, endurecerme, levantarme de tal modo que me haría sobrevivir en este mundo como una mujer. Las mujeres son débiles. Las mujeres se hicieron para transportar agua.

    No, no es así, Papá, tú fuiste hecho para cargar agua. Tú eres el único débil porque has olvidado cómo amar, cómo preocuparte, le digo con mis ojos. Él continua, perfectamente cerrado al significado de mi brillo.

    —Contrario a lo que piensas, me preocupo por tí. Profundamente. Por eso estoy siendo tan duro contigo. Quiero ayudarte... ayudarte a que talles un lugar en este mundo. Me has probado, Ailen, que tal vez... eres digna de algo más que sólo transportar agua.

    Aguanto mi respiración involuntariamente. ¿Ha salido eso de la boca de mi padre de verdad?

    —Quizá. pretendo probar mi teoría. - siempre se toma su tiempo para darme la moraleja, menteniéndome en suspense, paladeando mi terror. Esta vez no.—Cuando te cortemos las cuerdas vocales, cariño, te volverás útil para mí, creo. Sí, me ayudarás con una tarea importante... matar a las otras sirenas. Como pago, te permitiré vivir.

    Antes de que pueda reaccionar o emitir cualquier lamento, da unos golpes en la puerta con su puño. No, no en la puerta, es una ventana de inspección. Reluce una laminita de cristal rectangular que refleja la luz fluorescente. Cuero sintético sobre cuero sintético, la puerta se abre lentamente con un suave roce y luego se para, apenas entornada unos centímetros.

    Intento jadear, deseando que alguien me perfore los tímpanos para siempre y así no poder oir.

    Ahora no, no esto. Estaría mejor muerta.

    Hunter entra dando unos pasitos, con aspecto abatido y consumido en sus vaqueros y sudadera sucios, el pelo enmarañado le cuelga sobre una cara pálida. Con la cabeza gacha, aprieta sus labios. Se apoya en la puerta como si fuese un ebrio intentando estabilizarse.

    —Entra, entra, - le urge mi padre.

    Hunter no se mueve. Su mano izquierda pernanece en la puerta, la derecha frota el bolsillo de sus vaqueros. Hay un breve momento de incómodo silencio que sé que está a punto de estallar.

    —¡No te quedes ahí parado, recógela! - Papá levanta la voz y luego la baja de nuevo. —Por favor.

    A esto, levanta las manos en el aire y se frota las sienes. Un gesto de la furia que está por venir. Desde aquí sólo va a empeorar.

    —Sr. Bright... - Hunter se muerde el labio inferior y levanta la vista, aún evitándome. —¿Tenemos que hacer esto de verdad? Quiero decir, ¿no hay otra forma? Ella pue...

    —He dicho, que la recogas. - esto sale de unos labios apretados y sé dentro de mi que padre está hirviendo.

    —Pero podría simplemente enviarla sin...

    —¡Recógela! - una vena pulsa en el hueco de la sien de mi padre, sus manos se aprietan en dos puños.

    —Sí, Sr. Bright. - los labios de Hunter apenas se mueven.

    —No quiero volver a hablar de esto, ¿queda entendido? Ya hemos discutido todo lo que había que discutir, fin de la historia. - se gira dándome la espalda y se encamina hacia la puerta.

    Fin de mi historia, ¿quieres decir? ¿De verdad vas a ir tan lejosl, Papá? Es una prueba final para ti, ver si puedes hacer esto a tu propia familia, para erradicar tu pesadilla. Y yo soy la única que la representa para ti, ¿no es cierto? Lo comprendo pero, ¿sabes qué? No eres más que un cobarde apestoso que ordena a otro hacer el trabajo sucio para ti. Eres débil, con toda esa falsa bravata.

    Hunter da un pasito y se para. Mis ojos se disparan hacia su cara, buscando.

    Oh, Hunter, ¿qué te ha hecho, qué te ha dicho para que hagas esto?

    Hunter evita mirarme directamente mientras da algunos pasos tentativos y se agacha junto a mí. Me rueda sobre mi espalda, asienta las piernas, desliza el brazo derecho bajo mis hombros y el izquierdo bajo mis rodillas y me levanta con un gruñido.

    El corazón de Hunter pulsa a cien veces por minuto; sus músculos tiemblan por el esfuerzo; un vago olor de sudor se mezcla con su olor natural a pino, flores de tilo y azúcar. Me fundo con su cuerpo, extrañamente feliz y tranquila. Finjo que soy un bebé envuelto en una manta, hambriento y distraído, que necesita cuidados; que lo coja alguien que amo, alguien que también me ame.

    Es un segundo que se alarga una eternidad.

    Mi cabeza se apoya en su hombro y cierro los ojos y brillo. Hay, tal vez, una comprensión que viaja a través de nuestra piel, que toca a través de unas capas de tela. A propósito, estoy segura se eso, Hunter apenas da un paso hacia la puerta antes de seguir un tambaleo del barco con demasiada perfección y perder el equilibrio. Sus brazos me sueltan y caigo en el blando suelo, y luego él se cae sobre el trasero, moviendo la cabeza con una humillación teatral.

    —¡Mierda! - dice demasiado rápido, su tono es demasiado poco convincente. —Lo siento, Sr. Bright. Tío, no creo que pueda hacer esto, es que es demasiada pesada para mí. - levanta la cabeza expectante y sé lo que intenta hacer.

    Buen intento, tío.

    —¿Cuál es el problema, hijo? Estoy seguro de que has fantaseado con llevarla cruzando el umbral, ¿no es cierto? Pues aquí está tu oportunidad para practicar, adelante. ¿O es demasiada carga para ti?

    —No, no, no me refiero a eso. Hombre, lo has entendido todo mal, - Hunter casi tartamudea.

    Él nunca trocea las palabras, eso me dice que está loco de miedo.

    —Quiero decir que ella...

    —Hazme un favor, deja de hablar y haz lo que se te ha pedido. Ahora. A menos que quieras romper nuestro acuerdo.

    No necesito mirarle para saber que las cejas de Papá vuelan en la pregunta. ¿Qué acuerdo? De inmediato sé lo que es. Ha traído la ayuda de Hunter a cambio de perdonarme la vida, Estoy segura de ello.

    —Claro que no. lo intentaré de nuevo aquí en un minuto. Sólo tengo... que estirar las piernas un poco, - Hunter miente de nuevo, inclinándose sobre mí para levantarme, su cara es una tensa máscara de esfuerzo.

    ¡Hunter, no le creas, es un farol!, mascullo en la mordaza. No lo hagas, por favor. ¡No se atreverá a matarme, confía en mí, es demasiado débil! Es un cobarde bajo todos esos gritos y furia y..., pero sale un murmullo. Gruño frustrada.

    —No hables, Ailen, por favor. - Papa aparece y me pone inmediatamente su zapato sobre el cuello. Me ahogo.

    Hunter levanta el brazo y lo deja caer, resignado.

    —Mejor así. Aprende a estar callada, - dice Papá mirándome con una tristeza extraña. —Continúa, hijo. -

    Aunque el último comentario se dirige a Hunter, ya no me siento celosa por la palabra hijo. Sólo siento pena. Perlas de sudor llenan la frente de Hunter. Él se agacha, separa las piernas para añadir equilibrio y, con un tenso gruñido, me levanta del suelo. Yo me retuerzo como una crisálida de sirena. Un rápido golpe en la nuca me hace quedarme quieta. Mi padre lo ha enviado con su tranquila precisión habitual y ese es mi último pensamiento antes de desmayarme.

    Cuando recobro el sentido, un frío soplo de cloro me alcanza en la nariz. Una luz brillante me ciega como si hubiese un millar de soles. Mis ojos se llenan de agua, haciéndolo todo borroso.

    Me toma un momento dejar de ver las manchas flotantes de fulgor. Cuando mi visión se ajusta por fin, deseo que mis ojos estuviesen amordazados en vez de mi boca.

    Estoy desnuda encadenada dentro de una bañera, en una cámara de unos cinco por seis metros. Parece un híbrido entre una lavandería antigua, una habitación de cirugía y una ducha comunal. Sus paredes de metal están pintadas de gris, muy probablemente son de acero; un conducto redondo se abre directamente sobre mi cabeza, el final de su entrada tiene diez centímetros de diámetro. Absorbo la humedad del agua a través de mi piel, sin inhalarla exactamente, sino absorbiéndola como una esponja. Al mismo tiempo me obligo a estirarme para romper las cadenas, doblar sus eslabones y separlas.

    Las palabras de Hunter me llegan desde el pasado... sabes lo que quiero decir. "No hablo del tipo mítológico. Me refiero a una sirena real. Del tipo asesina". Noto, en retrospectiva, que era de mí de quién estaba hablando. Se refería a mí, a mi obstinación y a mi habilidad de continuar por pura voluntad cuando otras chicas se hubiesen rendido.

    Yo soy del tipo asesina y ha llegado la hora de mostarlo.

    Ya no soy una niña pequeña, Papá. No puedes hacer las cosas que me hacías cuando era pequeña. No puedes arrebatarme lai voz por la fuerza. Me pertenece a mí y sólo a mí. Soy mi propio ser, capaz de vivir sin tu constante control y no soy una cosa con la que jugar. Tengo un nombre. Mi nombre es Ailen Bright y soy una sirena. Y te voy a enseñar lo que eso significa.

    Empiezo a tararear dirigiendo mi energía hacia arriba y hacia la atmósfera. Este es un sonido hermoso... puede penetrar las paredes. Ahí, en la extensión de la oscuridad de terciopelo, a pocos pasos primero y a kilómetros después, gota a gota, la lluvia transporta mi ronroneo hasta las nubes. Lentamente, empezo a acumular la humedad de kilómetros a la redonda en un punto suspendido sobre el pesquero. Hay un estrépito de electricidad y un crugido de relámpagos producidos por la fuerza de mi voz. Me siento como la directora de una orquesta gigante.

    Vibro un poco más para añadir intensidad. Algo se rompe arriba. El agua baja en un flujo concentrado como un géiser invertido. Primero cae en el techo de la cabina, luego se desliza hacia abajo y se filtra varios metros por el material de la cubierta, abollándola y forzando a separarse sus paneles de acero, como si no fuesen más que arena.

    Ya no oigo a Hunter o a Papa. Estoy tarareando "Lluvia" de Suicidios de Sirena.

    Acumulo y empujo y atraigo cada una de las gotas que puedo mover en mi vecindad, invocando al mismo océano. Ahora hasta la débil luz de emergencia parpadea, el barco se inclina peligrosamente hacia la izquierda. La bañera debe de estar atornillada al suelo, porque no se mueve. Pero las cadenas se tensan por mi fuerza al tirar de ellas y oigo que los eslabones empiezan a ceder. La luz late con el tartamudeo del fallo del circuito eléctrico. Mueren y, en la oscuridad, las armas quedan en abrupto silencio.

    Siento la presión en el casco del barco por todos lados, como a punto de ser estrujado entre dos poderosos monstruos de la mitología griega, Escila y Caribdis. Imagino sus caras malvadas de los libros que he leído, abren sus bocas desdentadas queriendo tragarse el pesquero en un vórtice todopoderoso, succionándolo hacia el fondo del mar. Hay un sonoro estruendo y un siseo, seguido por los crugidos y gruñidos de la madera y el metal, antes de que los tornillos empiecen a saltar fuera de las paredes y del techo, aterrizando sobre mí como casquillos de bala. El serrín de la madera del techo se astilla y me cubre con una delgada capa de polvo. Después de unos segundos, el pesquero parece incapaz de resistir la enorme fuerza de la presión del agua.

    Empieza a desmoronarse y yo gano.

    El agua brota de cada rendija que encuentra y empieza a inundar la habitación. La oigo elevarse rápidamente, con una determinación ensordecedora. Me enrollo en mis cadenas y consigo liberarme los pies. Los muevo contra el extremo de la bañera, esperando que la fricción libere el resto de mi cuerpo. Quiero chillar el nombre de Hunter pero tengo miedo de interrumpir mi ronroneo, prefiero causar tanto daño al buque como pueda, albergando la esperanza de que tendré bastante tiempo para salir de aquí, encontrarle y huir juntos.

    Muevo los dedos, abriéndolos y cerrándolos hasta que encuentro los ganchos de los eslabones y los libero uno por uno. Me tienen suspendida como un puente colgante a unos tres metros del fondo de la bañera. Deshago cada gancho de la cadena junto a mi cuerpo, empiezan desde mis hombros y llegan hasta las rodillas, mis torpes dedos resbalan y mi cuerpo cae dentro la bañera mientras continúo. Después de desenganchar todos los ganchos, arranco las cadenas de sus tornillos de sujeción y todo para sacarlas de la bañera, lanzándolas al suelo sin ceremonias, una por una, hasta que por fin quedo libre.

    Un fuerte crujido recorre el suelo encima de mí y empieza a caer agua en láminas heladas. Empiezan a emerger los primeros ataques de pánico y mi canto se detiene de golpe. Tiro de la cinta que tengo en la cara. Me lleva tres intentos sacarme cada una de las capas hasta que alcanzo la bola de trapo, ahora empapada con mi saliva. La cojo con los dedos y me la saco de la boca tosiendo. Me tomo algunos segundos más para doblar la cabeza sobre las rodillas y dar una arcada por la súbita nausea.

    Me toco rápidamente la garganta como para confirmar que aún sigue ahí.

    —¡Hunter! - digo con voz ronca, tosiendo y escupiendo agua mientras me siento en la bañera. —Hunter, ¿dónde estás? Responde.

    Temblando y aún débil, subo torpemente encima del borde de la bañera. Mis pie pisan algo blando y caliente. Jimmy yace incosciente, tirado en la plataforma de la bañera. Considero absorberle el alma rápidamente y decido que no. Que tal vez haya ayudado a Hunter. O quizá haya ayudado a Papá.

    No hay tiempo. Tengo que encontrar a Hunter y sacarle de este barco hundiéndose antes de que sea demasiado tarde.

    Y mi padre... ¿qué voy a hacer con él? ¿Dejar que se hunda? ¿Rescatarle también y cargar con ambos sobre mi espalda? Imposible.

    Quedo perpleja momentáneamente, recordando la promesa que me hice a mí misma de encontrar la parte buena en él, intentar revivirle hasta el final. Y aún así, de algún modo, no consigo encontrar la motivación después de lo que ha pasado.

    Hay, no obstante, una cosa más que necesito hacer. Me agacho junto a Jimmy, hundiendo mis manos en varios centímetros de agua helada en el suelo y busco por su chaqueta y pantalones, moviéndonos juntos con el balanceo del pesquero. Intento encontrar una cremallera o botón de algún tipo. Parece llevar una eternidad, pero al final consigo quitarle ambas botas, su gabardina naranja y chaqueta y me las pongo. El conjunto queda enorme en mi cuerpecillo y se me pega el interior de goma, pero no le doy importancia. Es mil veces mejor que ir desnuda.

    El barco se sacude de nuevo y vuelo hasta el otro extremo del laboratorio dándome fuerte en la cabeza con uno de los ganchos. Jimmy gime cuando su cuerpo choca contra la pared junto a mí. Aunque sigue con la cabeza por encima del agua, no será capaz de mantenerse a flote y muy pronto se ahogará.

    Con un suspiro, me inclino y meto las manos bajo sus apestosas axilas para tirar de él delante de mí y, con cuidado, dar un paso atrás y levantarle porque, a estas alturas, el pesquero ha dejado de agitarse de lado a lado y se inclina contínuamente en una dirección.

    —¡Hunter! - chillo y corro hacia lo que espero que sea la puerta. —¡Hunter, respóndeme!

    La puerta está abierta y puedo sentir la urgencia del agua y el aire a mi espalda. Con la creciente velocidad que lleva, creo que pasarán diez, quizá veinte minutos antes de que inunde el pesquero.

    —¡Hunter! - intento de nuevo.

    Un motor cobra vida en alguna parte encima de mí... debe de ser algún tipo de generador de emergencia. Al mismo tiempo, se enciende la luz de emergencia roja.

    —¡Hunt...! - empiezo y choco con alguien a mi espalda.

    Me giro y sofoco un grito.

    —¿Papá? - me odio a mí misma por proferir este saludo involuntario.

    No importa lo que me haga, no importa lo que decida la noche o el día antes, en los momentos más críticos (cuando pienso que le he perdido) surge mi niña interiror. Durante una fracción de segundo, me alegro de verle con vida. La cara mojada de mi padre sonríe en el siniestro fulgor rojo sangre de la luz de emergencia. Está en mi camino, bloqueando el umbral y apoyado en el marco con su mano derecha. Hunter está encogido a la izquierda del hombro de Papá, que lo sujeta con el otro brazo.

    Nos miramos fijamente mi padre y yo y él sonríe.—Sabía que te encontraría aquí, - me dice.

    —Tú. ¿Qué...? - susurro, sorprendida por la urgencia de abrazar la cara de Hunter, llamarle por su nombre, preguntarle si está bien.

    Aquí es cuando necesito que mi yo sirena tome el control.

    —Suéltale. Ahora, - le digo flexionando las rodillas, lista para atacar.

    Mi padre tiene algo en la mano derecha... algo que estaba escondido detrás del marco de la puerta.

    Es un arma.

    La apunta a la cabeza de Hunter. No es un arma sónica de plástico que usa contra las sirenas. No, esta es real.

    —Un paso más y tu amigo muere, - me dice con una voz tranquila, aunque aún detecto un indicio de temor detrás de ella.

    Sabe que esta vez no tiene ventaja.

    —No te atreverías , - le susurro, cerrando mis dedos en puños.

    —¿Quién eres tú para decirme a lo que puedo o no puedo atreverme? - Una nota infantil repta por su voz y tengo la sensación de que no es conmigo con quién está hablando.—¿Cómo te atreves a hablarle así a tu propio padre? ¿Cómo te atreves a dudar de mí?

    Hay un eco de su alma que se mezcla con la conversación y siento que su alma flaquea. Está insegura. Él no quiere hacer esto. quiero acercarme a ella y sujetarla, pero no me arriesgo.

    —Lo que tú no comprendes es que los hombres y las mujeres se hicieron diferentes. Yo fui hecho diferente.

    Advierto que ha cambiado de su generalización usual de los hombres para referirse a sí mismo. Debo de haber cortado profundamente en su herida.

    —Yo no dudo. Controlo mis emociones, Controlo las cosas. Hago las cosas. Tú debes aprender de mí si quieres vivir. Muévete.

    Rápido como el rayo, estira su brazo y me empuja hacia la izquierda, haciéndome tropezar y perder mi agarre de Jimmy. Él se resbala de mis manos y mi padre le dispara en la cabeza.

    —¡Jimmy! - me inclino sobre él, ignorando el pitido en mis oídos.

    ¿Cuándo he decidido que salvarle la vida era mi responsabilidad? No lo sé, pero he fallado.

    —¡Le has disparado!

    Dicen que tu vida entera pasa delante de tus ojos en una fracción de segundo justo antes de morir. Un sueño lúcido compuesto de momentos de amor, si es que has tenido alguno. Lo que no dicen es lo que pasa cuando observas a alguien morir a sangre fría. Tu vida pasa ante tus ojos del mismo modo, sólo que doble. Todo el contenido en tu memoria se vierte en una miríada de imágenes, bobas instantáneas de la vida que hacen que te preguntes cómo sería estar en el lugar de esa persona.

    Yo he matado a Glen, sí, por comida. Esto es diferente. Lo que mi padre acaba de hacer es estúpido asesinato.

    Siento el sonido del alma de Jimmy moviéndose hacia arriba y hacia fuera, hacia mí. Involuntariamente, aún inclinada sobre él, la absorbo, dejando la muy necesaria fuerza viajar a través de mi pecho hasta mi corazón y a través de mi cuerpo. Levanto la cabeza, preguntándome si mi padre sabía que esta alma alimentaría mi fuerza.

    Papa vuelve a apuntar con el arma a la cabeza de Hunter. —¿Tenemos un acuerdo? - me pregunta fríamente.

    —Sí. Sí, por favor... - le digo extendiendo mis manos en un gesto protector. Mi desafío se evapora en un instante. —Haré lo que sea, lo que tú digas, pero por favor, no... no le mates.

    El suelo se mueve y se desliza bajo nuestros pies. Caigo hacia adelante encima de mi padre y chocamos en el pasillo resbalando por el suelo mojado hacia la estrecha escalera... el único camino para salir de esta bestia de metal antes de que sea consumida por el océano.

Capítulo 13

    

El Bote Salvavidas

    Los pensamientos corren por mi cabeza mientras volamos con increíble velocidad hacia la escalera, rebotando con tuberías que sobresalen aquí y allá, hasta que nos paramos de forma abrupta, cubriendo los primeros peldaños de acero como tres pesados sacos de arena, uno encima de otro.

    La oscuridad late por el parpadeo de la luz roja. El ángulo de inclinación del barco debe de estar cerca de los treinta grados ahora. Recuerdo haber leído en alguna parte que una vez que el buque se escora más de cuarenta y cinco grados, el hundimiento es inevitable y sucede en minutos.

    Descubro que mi cara presiona el pecho de mi padre, oigo latir su corazón, su calor me roza la frente.

    —¡No! - me quejo en su camisa empapada y oliendo vagamente a suavizante. ¿Por qué me ha impactado tanto la muerte de Jimmy? Ni siquiera le conocía. Por qué me hace llorar de pena, no lo puedo comprender.

    Mi padre da una sacudida hacia arriba para intentar sentarse. —¡Fuera! ¡Fuera de encima de mí! ¡Fuer...! - chilla entre el estruendo del rechinar del pesquero que está a punto se rendirse.

    Lleva su mano libre hacia mi hombro izquierdo y me aparta de un empujón como si fuese la criatura más asquerosa que le ha tocado en su vida. Esto es lo más cerca que hemos estado nunca de abrazarnos y deseo que suelte el arma y me envuelva con sus brazos, que me deje sollozar en su hombro. Necesito que me diga que todo irá bien y que todo lo que ha sucedido en el pasado será olvidado. Que empezaremos de nuevo y siempre brillará el sol y todo será cálido y adorable.

    Sólo que la vida no funciona así y Papa tampoco funciona así. La vida tiene modos de recordarte su frágil equilibrio justo cuando el futuro parece un campo de rosas. La vida me envia ese recordatorio mientras el pesquero se inunda otro metro, clavándome afilados dedos de pánico, sirena o no.

    —¡Hunter! - chillo entre el correr del agua extendiendo el brazo hacia él.

    Mi padre me intercepta y me aparta el brazo, chillando una respuesta. —No tenemos tiempo para esto. Levántale. Hay un bote salvavidas en la cubierta. ¡Muévete!

    Le miro. El impulso me hace querer ponerle las manos alrededor del cuello y ahogarlo, ahogarlo hasta la muerte natural. Es como un chiste cruel, un chiste sobre todo este asunto de la caza de sirenas. Estamos destinados para siempre a torturarnos el uno al otro, ambos armados con armas improbables... las sirenas con su voz, los Cazadores de sirenas con su trueno sónico.

    El cuerpo de Hunter está tumbado en la escalera, abrazado al comienzo como una muñeca de trapo rota. La mitad de su cara flota dentro y fuera del agua.

    —He dicho que te muevas! ¡Llévale arriba, ahora! - chilla Papa empujándome con el arma en el hombro izquierdo. —Quieres que tu amigo siga con vida, ¿no es cierto, cariño? - la manera de Papa de mezclar un nombre bonito que indica afecto con una furiosa arenga me golpea con horror. Sólo consigo asentir.

    —Un brazo en la escalera, un brazo en la cintura. Aquí... - mi padre señala para indicarme, agarrando la escalera con su mano libre.

    La escalera es casi vertical, de modo que Papa se apoya en ella como si fuese una pared mientras el pesquero continúa inclinándose. Me empuja hacia Hunter. Yo caigo de rodillas y levanto la cara de Hunter. Él mueve los labios, tosiendo. Se oye un peligroso crujido arriba.

    —¡Muévete! - me indica mi padre.

    A él no le gusta mancharse las manos, siempre encuentra a alguien que siga sus órdenes. Esta vez me toca a mí.

    Es mi trabajo poner a Hunter a salvo y estoy feliz de hacerlo. Así que cierro el pico y tiro de Hunter hacia arriba. Se queja y dobla las rodillas, confio solo en mi fuerza. Mi padre me observa luchar con su arma preparada. Durante los minutos siguientes combato la inundación, me levanto con un brazo y sujeto a Hunter con el otro. Con cuidado, piso los peldaños con los pies desnudos, doblando los dedos alrededor de las barras de metal. Subo para agarrar el siguiente peldaño y el siguiente, hasta que llego al nivel superior y nos caemos ambos al suelo, cubiertos de olorosa basura a pescado, bandejas de metal, bolsas de hielo derretido y otros escombros que barren las aguas.

    Un nivel más y llegaremos a la cubierta.

    Me giro y veo que mi padre emerge también del agujero. Sujetándose en el borde, primero con la mano del arma, luego con la otra, impulsándose con una agilidad que no me imaginaba que poseía y sentándose en el borde un poco de lado, con las piernas colgando.

    —Allí. ¡Ve! - me señala al final de la escalera.—¡Ahora! - exclama y yo me muevo.

    El agua se abalanza y nos cae en la cabeza en oleadas y hay otro tirón hacía abajo junto al peligroso lamento metálico del casco del barco. En mi prisa, a media altura en la segunda escalera, no advierto que la cabeza de Hunter está ladeada y se da un porrazo con una de las tuberías que salen de la pared. Se estremece de dolor y chilla sonoramente, peleándose de pronto con mi agarre. Le suelto por la sorpresa y le oigo caer varios metros abajo con un crujido de su cabeza contra el acero. Hay un lamento y una patada.

    —Jodido cenutrio. ¡Levántate!

    Otra patada.

    Mi rabia impotente está cerca de volverme loca. Seguramente en este caos, fácilmente puedo llevarme a Hunter (justo bajo las narices de mi padre) y escapar con él. Pero hay demasiado riesgo de que muera en el proceso, así que desciendo lentamente para ayudarlos a ambos. Ignoro los insultos de mi padre en un intento de ponerme en marcha e intento bloquear los lamentos de Hunter. Toco el suelo, me inclino y recojo a Hunter. Metódicamente, retomo el camino hacia arriba, peldaño a peldaño, escuchando el roce de mi nuevo abrigo, agarrando los peldaños con los dedos de los pies y mi brazo alrededor de la cintura de Hunter.

    Le oigo balbucear algo en mi hombro, pero me concentro en llegar hasta la cubierta. Me aferro al borde de la trampilla; alguien, gracias a Dios, ha debido dejarla abierta. Me tenso y salto fuera para aterrizar sobre la tapa abierta con Hunter firmemente en mi regazo. El viento me pega en la cara y silba por los huecos de mi traje de pescador. Las nubes pesadas y grises se suspenden bajas sobre el horizonte. Debe de ser el alba del día dos desde que salté del puente.

    Golpean rayos, iluminando brevemente la furiosa lluvia de la tormenta. El trueno me ensordece con un acorde que me salta los oídos. Este podría ser el último día que vea vivos a Papa y a Hunter. Siento un empujón en mi espalda y me giro para ver luchar a mi padre por permanecer en la inclinada cubierta sin resbalar. Está sujeto a la barandilla y con el atuendo equivocado para este clima.

    Al cerrar sus temblorosos dedos alrededor del pasamanos, apunta el arma hacia Hunter y me urge a levantarle y meterlo en el bote salvavidas.

    Asiento para indicar que el acuerdo sigue vigente. Levanto, coloco a Hunter sobre mi hombro y le llevo como un bebé hasta la popa de la cubierta donde reluce la cápsula naranja del bote salvavidas en la mañana gris. Suspendido de unos cabos amarrados a una de las galeras, se escora en un ángulo peligroso a punto de romperse y caer. La otra mitad de la cubierta esta completamente sumergida en el agua ahora y, que yo pueda oir, no hay otra alma humana viviente en el pesquero.

    ¿No había otro tripulante?

    Nuestras dificultades, más bien su terrible belleza, me detiene durante un momento. Un fondo incoloro de monótona agua se encuentra con el aburrido cielo y yo estoy equilibrada precariamente sobre el borde, con sólo un bote naranja como salvación. Se me ocurre que puedo dejarles a ambos, a Hunter y a mi padre aquí y ahora. Puedo saltar por la borda hacia las olas, alejarme nadando y no volver nunca. Pero mis pies no quieren moverse y mis miembros no quieren escuchar.

    Ya no puedo seguir huyendo.

    Agarro uno de los cabos tensos en el mecanismo de una polea diseñado para bajar el bote salvavidas y con una fuerte sacudida lo arranco rompiendo el elaborado sistema de carga. Observo cómo el bote salvavidas desciende sobre la cubierta, rechina y resbala los seis metros restantes hasta el agua. El bote salvavidas tiene una cubierta impermeable naranja y aperturas en su techo y una serie de ventanas circulares que adornan el frente, lo suficiente grandes para que pueda mirar una persona. El pesquero gruñe y se ladea, alcanzando rápidamente los cuarenta y cinco grados de inclinación.

    Chillando en el oído de Hunter para que aguante la respiración, confiando en que me oiga, le dejo resbalar para encararme y le abrazo fuerte. Me zambullo desde la cubierta del pesquero, emergiendo un segundo más tarde. Para mi satisfacción, le oigo respirar y rodeo el oscilante bote salvavidas. Saltando dentro con Hunter firmemente apretado junto a mi pecho, me desplomo justo en medio de ambas trampillas del techo. Sintiendo que se mueve de lado, tengo tiempo para abrir una de las trampillas y empujar a Hunter por el hueco con los pies por delante. Se queja y me agarra por los tobillos, pero yo no tengo tiempo de explicarle lo que está pasando.

    Se oye una detonación ensordecedora, mi padre sin duda piensa que he roto nuestro acuerdo y que he decidido marcharme sola con Hunter.

    Y yo podría, ¿cierto? Pero no voy a hacerlo. Simplemente soy incapaz de dejar tirado a mi padre, de dejarle morir de hipotermia o cansancio, o ambos. Me odio por sentirme así, pero no puedo evitarlo. En lo más profundo de mí, bajo capas protectoras de desprecio y repulsión y desafío adolescente, aún le amo. Le amo del modo en que toda niña pequeña ama a su padre, idolatrándolo y adorándolo sin importar qué.

    —¡Entra ahí y espérame! - le digo a Hunter al oído, empujándole dentro del agujero y volviendo a zambullirme en el océano. Amerizo en una espuma de burbujas turbulentas: la espuma blanca sobre la superficie del océano creada por el pesquero hundido. Algunos salvavidas flotan por ahí, las únicas cosas que quedan para indicar que, sólo hace unos segundos, un pesquero de doce metros de eslora estuvo aquí.

    Todo ha desaparecido, simple y llanamente.

    A unos seis metros localizo una cabeza flotando. Nado por el remolino, retrasada por el aparatoso traje de pescador que no me deja moverme lo bastante rápido. Me sumerjo, subo directamente bajo mi padre, agarro su torso y salgo a la superficie con él, deseando estar sorda a sus amenazas y gritos y dos disparos más en el aire, lo cual sólo es un desperdicio de munición. Repito mi truco de saltar del agua y aterrizar sobre el techo del bote salvavidas, consiguiendo girar en el aire para llegar de espaldas y protejer a Papá como hice con la caída de Hunter.

    El impacto hace mecerse el bote peligrosamente y empezamos a resbalar. Estiro el brazo y, antes de soltar el bote salvavida, me sujeto al gancho de seguridad que sobresale.

    Mi padre está gritando e indicándome que entre, tiritando de frío. Yo estoy mareada de suprimir la rabia, me muevo automáticamente y me centro en la tarea para no perder la cabeza. Trepo a lo alto y entro por el agujero como un gusano. Mi padre me mete prisa. Desciendo al interior de lo que parece un pequeño cuarto de baño de bajo techo y ventanitas circulares.

    No, se parece más a una sauna, con esos asientos apilados a cada lado del bote, cuatro en total, con cinturones de seguridad que cuelgan sueltos encima de ellos, con su color naranja como contrapunto al blanco de las paredes. Mis pies descalzos sienten la superficie suave del suelo. Papa salta dentro a mi lado y me empuja hacia un asiento a la izquierda, colocándose en el asiento de arriba a la derecha, el que está junto a todo tipo de controles y botones y un par de palancas. Hunter está encogido en su asiento debajo del mío, tiene los ojos abiertos, estudiándome, claramente mareado y sin comprender nada. Está vocalizando algo, mojado y tiritando con los brazos cruzados sobre las piernas flexionadas.

    Abro la boca para hablar cuando, increíblemente, lo primero que oigo en la relativa tranquilidad del bote salvavidas es la voz de mi padre, quejándose... no sobre su pesquero, no... sobre su atuendo.

    —¿Sabes lo que he pagado por este traje? - masculla. —La mejor lana italiana. Míralo ahora, está arruinado.

    Una reflexión increíble pasa por mi mente. ¿Está avergonzado por haber tenido que aceptar mi ayuda? Porque suena a eso. Nunca he visto a mi padre avergonzado antes, así que sólo puedo suponerlo.

    Levanta los ojos y hay una aturdida duda ahí, una pregunta en ellos. Yo sé lo que es sin que tenga que decirlo en voz alta. Se está preguntando por qué no le he abandonado, por qué le he salvado cuando sé que él será nuestro infierno, para Hunter y para mí.

    —Gracias, - me dice con el arma en el regazo. Luego se aclara la garganta y repite de nuevo, explicando. —Gracias por ceñirte a nuestro acuerdo. Admiro que hayas mantenido tu palabra y que hicieras lo que prometiste.

    Pero sé por su cara que las primeras gracias no significaban eso. Las primeras eran unas importantes que se le han escapado antes de que pudiese atraparlas. Que me agradecían que no lo hubiese abandonado aquí fuera, todo solo, y yo sonrío, devolviéndole el favor.

    —De nada.

    Me inclino con la urgencia de... no sé de qué. ¿Tocar su mano? ¿Abrazarle? Un segundo más tarde, estoy lamentando haberlo hecho. Una torsión de repugnancia deforma la cara de mi padre, arrugando la frente. Me apunta con el arma real, tanteando simultáneamente detrás de él y arrancando un arma sónica de la pared con la mano izquierda y apuntándola hacia mí también.

    Qué considerado, ahora sé que este era de veras su pesquero para cazar sirenas después de todo, equipado con las provisiones necesarias para hacer el trabajo. Incluso las tiene en el bote salvavidas.

    —¡Atrás! - chilla mi padre.

    Me congelo, estudiando sus ojos.

    La lluvia golpea suavemente en el suelo, cae dentro por la trampilla abierta interrumpiendo el ruido blanco del relativo silencio.

    Aún tiene miedo de mí. Después de un segundo o dos, me reclino lentamente contra la pared sintiendo que me cuelgan las piernas en el asiento y mis pies resbaladizos se calientan con el vaho de la respiración de Hunter debajo. He suprimido mi rabia volviéndola hacia mi interior y ahora me está royendo por dentro. Me está despezadando... un pedazo de mí le ama, el otro le odia, ambos no son capaces de coexistir pacíficamente.

Capítulo 14

    

El Banco Allen

    Lo peor de odiar a tu padre es mirarte en el espejo y ver esa parte paterna en tu cara. En mi caso, los grande ojos azules de mi padre son los ojos que he heredado, al igual que su nariz acentuada, los pómulos prominentes y los miembros flacos en un cuerpo elástico. Desearía que sólo fuese la apariencia, pero no lo es, fui educada por él. Me empapé de su atmósfera, su modo de vida, sus enseñanzas, sus maneras, su forma de hablar y caminar e incluso pensar. Sus miedos son mis miedos, su furia es mi furia y sus memorias son mis memorias. Somos uno y, aún así, somos dos, como el cielo vasto y el océano interminable separados por la línea del horizonte. Aquí yace nuestra lucha constante de separarnos. Aunque no podemos, estamos vinculados para siempre como padre e hija.

    —Quédate donde estás y no te muevas, - me dice mi padre bajando el arma sónica para que descanse en sus rodillas, su punta cónica apunta directamente a mi pecho. Su torno superior se mece ligeramente con el movimiento de las ondas. Levanto los brazos para empujarme más dentro del asiento.

    —¡He dicho que no te muevas! - levanta el arma de nuevo, su es voz mecánica, sus palabras son mínimas a propósito.

    Veo claramente que está enmascarando su inquietud. La idea, sin embargo, me resulta placentera. Y triste. Me doy cuenta de que es más débil que yo y que soy yo quien debe dar el primer paso, mostrarle que es posible curarse, posible extraer su dolor sin importar lo incrustado que esté por la edad. Me siento como su igual, si no superior, y sé que él también lo siente.

    —No necesitas amenazarme, Papá, - le digo mirándole directamente a los ojos. —No te voy a hacer daño, te lo prometo. - quiero añadir algo más, pero él clava el cañón del arma en el aire con renovada fuerza. Yo no retrocedo, sabiendo que no me disparará.

    —¡No te atrevas a hablarme así! - su respiración sale en agudos resuellos, unas manchas rojas florecen en sus mejillas. —¡Mira lo que has hecho!

    Aquí viene su intento usual de hacerme sentir culpable. —Mi pesquero. ¡Ahora a desaparecido! ¿Tienes idea de lo mucho que ha costado? ¿Tienes...? - está visiblimente alterado, —Tú, - me dice, pinchándome con el arma sónica. —No paras de destruir mi propiedad. Tú...

    Al principio busca las palabras, luego procede a explicar lo mucho que realmente le ha costado conseguirlo y tenerlo todo equipado, pero yo ya no estoy escuchando. Lo que me fascina es el hecho de que esté compartiendo esa información, considerándome digna de saberla, cosa que nunca ha hecho antes.

    —...acabado, ¿me has oído? Tus tejemanejes fuera de casa se han acbado. Ahora, me escuchas. Esto es lo que va a pasar. Nos vamos a casa y tú...

    Sintonizo y desintonizo, según sus ojos, que parecen echarme dentro de una ácida ciénaga de miseria y exaltación al mismo tiempo. Está hablando conmigo, hablando de verdad, en realidad, como a una adulta. ¿Significa esto que he probado algo que me hace digna de tal molestia?

    Su cara hace muecas, escupiendo cada palabra que no oigo. Ha perdido su chaqueta y las mangas de su camisa rosa están arremangadas y mojadas, formando dos elaborados rollos alrededor de sus gordos tríceps, manchadas de aceite de máquina o alguna otra suciedad. Sus dedos se cierran en las dos armas.

    No sé si es el por el balanceo de el bote salvavidas, el sosegador repicar de la lluvia con el arrullo del océano, o el hecho de que mi adrenalina... si es que las sirenas tienen adrenalina... está disminuyendo, pero ingreso en la zona postraumática.

    Sea lo que fuere, me está haciendo imaginarme como un bebé con necesidad de que me cambien. El pegajoso traje del pescador se suma a la ilusión. Este es mi sueño lúcido, mi minuto uno de fantasía que es mejor que nada, digna de cada segundo pagado con el suicidio. Estoy en una cuna, en una relajante cuna que se mece. Papa viene a cambiarme la ropa, a vestirme, a cantarme para dormir con un solo privado, sólo para mí.

    Él sigue hablando y gesticulando con el brazo, se ha olvidado de apuntarme con el arma y la apunta a los controles del bote.

    Imagino que me levanta y me pone en la mesa para cambiarme con una dulce sonrisa, acariciando mi cara, diciéndome que soy una mala chica por haberme mojado de la cabeza a los pies.

    El bote salvavidas oscila sobre una ola y me golpeo la cabeza en el bajo sobrecielo, pero pienso que es Papá lanzándome en el aire tan alto que rozo el techo con la cabeza.

    Apunta con el arma a las correas de la hebilla y luego a mí, explicando que, sirena o no, tengo que abrochármelas.

    Yo imagino que está a punto de darme un baño caliente, con suave champú en mi pelo, me abraza con una toalla, me ayuda con el pijama y me mete en la cama con un beso de buenas noches en la frente.

    Algo que mi madre solía hacer, pero algo que él nunca hizo, ni una sola vez en su vida.

    —...de nuevo, no abras la boca a menos que te haga una pregunta o te diga que puedes. ¿Lo comprendes?

    ¿Siente el efecto de mi voz sobre él?, me pregunto y asiento, sintiendo el veneno del autodesprecio verterse dentro de mis venas.

    —Excelente, - dice mi padre bajando ambas armas a su regazo de nuevo, bajando la vista. Resigna la cabeza sabiendo que no tiene otra elección salvo creerme, y yo casi puedo sentir que le abandona su ataque de histeria, dando la sensación de estar perdido. A este punto, la náusea provocada por la apenas audible alma de mi padre y mi hambre súbita me abruma. Respiro hondo y me agito en una serie de toses, cada una amenazando con partirme por la mitad.

    Cualquier ruido que hago irrita a Papá hasta el infinito y le hace gritarme que me esté callada. Me chilla que me esté quieta y se da una palmada en la rodilla por la frustración, pero eso no tiene el efecto deseado en mí, ni él tiene esa convicción.

    Es como un crío pequeño en una rabieta porque le han quitado su juguete favorito. Observo con una sonrisa moderada jugando en mis labios, cosa que advierte después de un rato, quedando en silencio.

    —Estoy harto de que seas tan ruidosa. ¿No puedes estar en silencio? ¿Es tan complicado de hacer? Siempre moviéndote de un lado para otro, siempre hablando, haciendo preguntas, rascándote, tosiendo. ¡No lo soporto! ¿No puedes estar quieta durante un minuto? Me irrita y lo sabes. Necesito que te comportes, que me dejes concentrarme para volver a Seattle, - eso dice y estoy aturdida de nuevo.

    Me habla como una adolescente, como si nada hubiese sucecido. Simplemente hemos acabado en un bote salvavidas por alguna extraña razón y ahora tenemos que llegar a casa. Todo el asunto de la caza de sirenas se ha evaporado.

    —Puedo tararear. Eso nos hará movernos más rápido, - le digo antes de poder detenerme.

    —¿Te he dado yo permiso para hablar? No.

    Aquí va otra vez el arma en mi cara. —Y no, nada de tararear. te lo prohibo. - se despeja la garganta. —Nada de tararear en este bote salvavidas, ni hablar, ni cantar. Te lo acabo de decir. A menos que yo te haga una pregunta o te diga que está bien que hables, no tienes permitido abrir la boca. Asiente para que sepa que lo comprendes.

    La frialdad metálica regresa a su voz, ha se ha recuperado de lapso de vulnerabilidad y sin duda está enfadado conmigo por ser el catalizador.

    Asiento. No lloraré, no lloraré, pero casi lo hago.

    —Bien. Recuérdalo. - mueve el arma hacia mí y cae quieta.

    Es como si hubiese perdido su habilidad para amenazarme y expresar su rabia abiertamente, sonando mecánico y estropeado. Él levanta su brazo y cierra la trampilla. Luego se inclina hacia adelante para estudiar los controles. La olas vagan lamiendo el bote salvavidas. Papá pulsa unos botones, mueve una larga palanca que tiene un mango negro redondo y un motor cobra vida. Agarra el timón con una mano, coloca las armas en su regazo con la otra, me lanza una significativa mirada y baja la cabeza para mirar a Hunter, que ha permanecido en silencio todo este tiempo.

    —¿Va todo bien, hijo? - le dice.

    Considerando que es seguro, me inclino un poco más hacia la derecha y mirar hacia abajo mejor. Estoy sentada encarando las ventanas redondas del nivel superior del bote, pero Hunter está reclinado en el asiento de abajo en la dirección del frente, así que puedo distinguir su cara en la sombra.

    Tiene una mirada perdida. Levanta los ojos hacia ambos como para identificar simplemente de dónde viene la voz, sin ver nada, perdido y pasivo.

    —Sí, bien, - nos dice.

    —Bien. - los lados superiores de las mejillas de Papá tiran de sus músculos en una mueca que se supone que ha de parecer una sonrisa. Ha vuelto su yo desagradable, pero no encarnándolo como suele hacer, forzándolo.

    Creo que he cambiado algo en él. Sí, estoy convencida.

    Su atención está en Hunter ahora mismo y en el timón del bote. Su motor ronronea tranquilamente y él cambia la marcha para coger velocidad.

    —Es desafortunado. Tú fracaso, - le cuenta a Hunter sin mirar, girando el timón y mirándome ocasionalmente. —Tendremos que intentarlo en otra ocasión. A la tercera va la vencida.

    Se me cae el corazón a los pies. Así que lo ha hecho una vez antes de mí, y ahora está planeando eliminar mi voz, incluso después de todo lo que ha pasado. Es como si poseyera algún tipo de obstinación que le da motivos para seguir a toda costa. Algo a lo que sujetarse para no hacerse pedazos.

    Quiero pellizcarme.

    ¿En serio comprendo las motivaciones de mi padre ahora? ¿Qué pasará si se lo pregunto sin más? Aún no estoy segura, temo hacer daño a Hunter en el proceso. Así que me guardo mis ideas para mí misma y miro por la ventana hacia la niebla gris.

    A pesar de todo, aún te amo, lo sabes, quiero decírselo a Papá, estudiar las nubes bajas y el brillo del día.

    Mi padre bloquea el timón en una posición configuada y se gira de lado para encararme. Su pelo gris brilla en la creciente luz, sus ojos están hundidos.

    —Bueno, estamos de camino de vuelta, que llevará otra hora en esta cosa, posiblemente más. Entiendo que ambos estáis cómodos, porque tenemos mucho de lo que hablar. Empecemos con una explicación de tu comportamiento, Ailen. Por favor. Te escucho.

    Este es el padre que conozco y me enciendo automáticamente.

    —¿Qué? ¿Qué comportamiento? Has estado a punto de matarme, ¿y me pides a mí una explicación de mi comportamiento? - le digo incrédula.

    Su miedo ha desaparecido o se ha suprimido y el arma sónica ya no está moviéndose en su mano, su dirección esta fija.

    Él tiene esa expresión pintada en su cara, luego muestra una cara de disgusto, como si cavara en una pila de pescado podrido con las manos desnudas.

    Hemos vuelto al punto cero.

    —Shhhh. Habla tranquilamente, por favor, me das jaqueca con tu voz. ¿De dónde sacas tus ridículas ideas? Aquello fue una operación realizada por tu bien, cosa que tú, como es típico, la has convertido en un desastre. Ya llegaremos a esa parte. Ahora, responde a mi pregunta.

    Me quedo tonta, sin saber lo que decir y miro a Hunter en busca de apoyo. Él se encoge de hombros mirándome y comprendiéndome al mismo tiempo.

    —Vamos, Ailen, sólo es una pregunta, - me dice.

    Creo oír un rastro de lágrimas en su voz y tal finalidad me da un escalofrío. Como si hubiese decidido algo serio y ya no le importara un rábano.

    No fui yo quien le absorbió el alma. Parece como si sintiera la imposibilidad de escapar de su discurso y se hubiese rendido.

    Sin pensar, me giro y miro a Papá en la cara. —¿Qué tal si respondes tú primero a mis preguntas? ¿Que tal si me explicas tu comportamiento? Tu incesante necesidad de hacer daño. ¿De dónde viene, exactamente? ¿Qué tal si hablas abiertamente y admites que tu madre nunca te amó, que te hizo daño, que te arrancó la confianza de tus manitas regordetas, igual que tú me la arrancaste de las mías cuando era pequeña. Porque tú no sabes hacerlo mejor, porque todo te lo han arrebatado por la fuerza y esa es la única forma que conoces. Tú no sabes cómo dar, porque nadie te ha dado nada nunca, ¿no es cierto? - Sus ojos se agrandan, yo sigo presionando.—Espera, No necesito que me lo expliques, ya lo entiendo. Tú simplemente nunca creciste. Dejaste de madurar a esa edad cuando la abuela te hizo daño. Eres como ese niño pequeño atrapado para siempre en su infancia, jugando con juguetes caros, tomando decisiones apesuradas, divirtiéndote con tus juegos, sintiéndote con ese derecho... como un completo gilipollas. No, espera, es aún peor. Al menos los gilipollas organizan sus propias mierdas. Pero tú no, oh no. A ti no te gusta hacer el trabajo sucio. Siempre contratas a otro que lo haga por ti. ¿Tengo razón? Pues dime, ¿cuánto te ha costado eso, Papá? ¿Tu corazón? ¿Tu alma? ¿Qué hace falta para que despiertes y admitas tu dolor y dejes de huir de él? Porque eso es lo que haces. Es lo que me has enseñado a hacer. Me enseñaste a suprimirlo y he crecido siendo una cobarde, igual que tú, con miedo de enfrentarme a él. ¿Qué te parece esto? ¿Lo he entendido correctamente? ¿Por qué no me explicas a mí tu comportamiento? Me gustaría mucho oír tu perspectiva. - me paro para tomar aire.

    En cuanto he terminado de hablar, el terror levanta su horrible cabeza en mi pecho.

    He osado responderle.

    Observo su cara, congelada. Hace una mueca como de dolor, pero no me ha interrumpido. Tensa el agarre en su arma, pero creo detectar un destello de sorpresa y un indicio de temor.

    —¿Has terminado? - me pregunta, su cara es cenicienta.

    —Si, por el momento, - le digo lamiéndome los labios, de pronto tengo miedo de haberle hecho daño.

    —Muy bien. Vamos a repasarlo de nuevo. Estas son las reglas. Yo hablo, tú escuchas. Yo pregunto, tú respondes. ¿Qué parte de la palabra respuesta no has comprendido, Ailen? Toma ejemplo de Hunter, ahora que es un chico inteligente ahí mismo.

    En este momento, mi padre no es sino un cansado hombre hundido, resignado a hacer lo único que sabe hacer. Mecánicamente, levanta el arma sónica y apunta hacia mí. Observo el cañón preguntándome cuántos disparos hacen falta para matar a una sirena, notando que aunque pudiese durar un rato, Hunter no duraría después de un único golpe.

    Robo una mirada hacia él y bajo el brazo, disimuladamente, espero. Hunter se mueve hacia adelante y lo coge, cerrando sus dedos con fuerza alrededor de los míos.

    Me aprieta tres veces como si tratase de pasarme un mensaje. Mi mente investiga, pero no encuentra ningún significado. Tres es mi número favorito, eso es un comiemzo, pero no se me ocurre nada más.

    La voz de Papá zumba al final del túnel. —...de nuevo. Recuerda, el ruido es el caos. Tienes que organizar tu mente, aprender a obedecer. Ahora, una vez más, responde a mi pregunta. - se obliga a sí mismo a repetirlo, presionando tozudamente.

    Dejo caer la mano de Hunter y me siento derecha como una caña. Un río de palabras salen a empujones de mi boca en un balbuceo, antes de que pueda contenerlas o darme cuenta siquiera de lo que estoy diciendo.

    —¡Eso es! Es lo que le hiciste a Mamá, ¿no es cierto? Ella te amaba, así que le lavaste el cerebro para controlarla. Porque tú no podías soportar la idea. No, tú no podías comprenderla. Nadie te ha amado nunca de verdad antes, por eso no confiaste en ella. Pensabas que ella tenía alguna especie de plan secreto para volverte loco y luego usarte y abandonarte, ¿verdad? Así que decidiste protegerte, para... - rebobino las palabras, tropezando, sin saber qué decir primero.

    Tiene perfecto sentido.

    —Tú... - empiezo de nuevo, mirándole, temblando por el súbito descubrimiento.

    —¡Patética mierdecilla, te has pensado que podías...

    ¡Bam!

    Obtengo mi respuesta. Un disparo sónico me quema la panza y me quedo momentáneamente sorda, resbalando hacia abajo en el asiento reclinado, golpeando el lateral con la mano para evitar caer. El bote salvavidas se mece salvajemente de lado a lado y creo que vamos a volcar cabeza abajo.

Capítulo 15

    

La Bahía del Salmón

    Después de lo que parece una eternidad, el bote se endereza solo, pero apenas soy consciente del mundo a mi alrededor, nadando en agonía.

    Había cometido el error de exponer el dolor de mi padre delante de Hunter, y espero que me perdone alguna vez. Pero sé que he picado en la veta de oro, que mi hipótesis es cierta. Lo he visto en sus ojos antes de que disparara. Lo he visto en su postura rota, en el estremecimiento de su mano, en su boca laxa como si le hubiesen arrancado los dientes de una patada y sus labios se hundieran hacia dentro, lo he visto en el hueco en las mejillas y su mirada perdida. Es como si lamentara ser de esa forma y aún así, no tener otra elección. Está demasiado arraigado en su naturaleza para cambiar las cosas y podría necesitar años y años, décadas, y ojalá alguien ahí fuera estuviese dispuesto a tolerar su mierda, permitirle escupirla y revivir su alma desde el principio.

    Ese alguien debería ser yo. No le queda a nadie más. No estoy segura de estar dispuesta para el trabajo.

    Observo a Papa echarse hacia atrás con los ojos abiertos de sorpresa, como si por primera vez fuese consciente de lo que está haciendo, consciente de haber hecho daño a su propia hija, de lo que acaba de hacer. Luego, esta máscara desaparece y vuelve a ser de acero.

    —¡Silencio! - chilla. —Usaré el arma, si tengo que hacerlo.

    No siento el cuerpo. Mi visión es borrosa, me pitan los oídos y una saliva amarga me llena la boca. Me cuelga el brazo derecho sobre el lateral del asiento y noto que Hunter lo coge de nuevo y lo aprieta tres veces. Ojalá comprendiese lo que quiere. Mi cerebro maldice, queriendo patearme a mí misma. Las lágrimas manan por mis ojos. Odio esto, odio esto.

    ¡Odio esto!

    El lento ronroneo del motor me recuerda que aún estamos flotando en alguna parte del Océano Pacífico.

    —Deja que sigamos. Tenemos mucho que tratar, como he dicho antes. preferiría que no me interrumpieras de nuevo, ¿está claro? - me callo y consigo asentir. —Bien. Estoy seguro de que Hunter está ansioso por oir los detalles de este trabajo particular, ¿no es cierto, hijo?

    —Sí, no puedo esperar, - dice Hunter entre dientes con un tranquilo menosprecio apenas detectable.

    La idea de poner en peligro a Hunter me enfría y sé que mi padre también lo sabe y la está usando a su favor.

    —Quiero que comprendas que los Cazadores de sirenas no cometen errores. Porque si lo hacen, se encuentran con la muerte. - esto se lo dice a Hunter. —He decidido... dado que sois inseparables, que os encargaré a ambos un trabajo. Sí, creo que será una buena lección para vuestro aprendizaje.

    Hunter me aprieta la mano tres veces de nuevo. Yo levanto la cabeza, con náuseas y titubeando.

    —¿Que tú qué? - le digo, pero es tan débil que mi padre no me oye.

    No me mira a mí, dirige sus ojos al asiento debajo de mí.

    —Hunter, tú estarás al mando. - Ahora cambia su mirada hacia arriba. —Ailen, tú harás lo que él te diga. ¿Está esto claro?

    —Espera, tú...

    —¿Quieres otro poco de esto o lo pruebo con tu amigo esta vez? - me pregunta, y todo rastro de vulnerabilidad que le quedaba ha desaparecido.

    Hunter me aprieta la mano de nuevo, tres veces.

    ¿Qué quiere decir? Tres es mi número favorito. Vale... hacen falta tres minutos de media para que una persona se ahogue. ¿Quiere decir que nos ahoguemos juntos o algo así? No, eso no tiene sentido.

    —Los dos iréis al punto donde se alimentan las sirenas, el que está debajo del Puente Aurora. Les encantan los saltadores suicidas frescos, ¿no es cierto? Quiero que os deshagáis de las sirenas: Raidne, Pisinoe, Ligeia, y Teles.

    ¿Qué pasa con Canosa?, quiero interrumpir, pero retengo las palabras justo a tiempo, antes de salgan rodando de mi lengua.

    —Si por lo que sea no están allí, o si consiguen escapar de vosotros, las buscaréis donde sea y acabaréis con ellas allí mismo. Iréis tan lejos como necesitéis hasta tener éxito. Si conseguís completar esto, - él me mira, —Ailen, te permitiré que te quedes con tu voz. Tienes mi palabra.

    No ha mencionado a Canosa. Canosa fue quien nos encontró. Estos dos deben de haber hecho un trato. Ella debe de haberle ayudado a atraparme para poder seguir intacta. Se ha comprado su propia libertad.

    Me perfora una oleada de dolor, una peor que el dolor físico del disparo sónico. Me ha traicionado.

    —Dalo por hecho, - dice Hunter desde abajo.

    Yo abro la boca, pero él aprieta mi mano de nuevo y la cierro sin decir nada.

    De acuerdo, te seguiré el juego.

    —¿Ailen? ¿He oído que estás de acuerdo? - mi padre levanta las cejas, cuestionando.

    —Sí... claro... lo haremos, - digo con voz firme.

    —Excelente. - detecto irritación en la voz de mi padre, el sonido más dulce del mundo, bueno, después del sonido del alma de Hunter, claro.

    —¿Alguna pregunta? - nos dice.

    —¿Y si fallamos? - pregunta Hunter.

    —Estás haciendo la pregunta incorrecta, hijo. Pensaba que me había explicado con claridad. Los Cazadores de sirenas no fallan. espero que comprendas que te estoy dando una segunda oportunidad. Por favor, no me demuestres que me equivocado.

    El mensaje está claro. Hazlo o muere.

    Hunter aprieta mi mano de nuevo y creo que lo entiendo. Tres minutos bajo el agua. Realmente quiere decir eso. Me había contado cómo iba a morir si tuviese que hacerlo... todo el asunto de correr en una motocicleta y estrellarse. Le aprieto la mano tres veces en respuesta, indicando que le he comprendido.

    —No te olvides, los Cazadores de sirenas no dejan testigos, - suelta mi padre mientras gira el timón del bote salvavidas y cambia de marcha. Sigue dando la tabarra. —Dejad que os repita las reglas por última vez. - su voz se mezcla con el retumbar del océano y asomo la cabeza por el lado del asiento para observar a Hunter, que adopta una expresión animada y asiente con entusiasmo. El brillo en sus ojos es el febril fulgor de alguien preparado para morir porque ya nada le importa una mierda.

    Eso me enfurece. Si no le importa nada, significa que ha decidido hacer una salida espectacular. Quiero gritar, agarrarle y zarandearle y decirle que esto va en serio, decirle que borre esa sonrisita estúpida de su cara, pero no puedo. Papá está mirando y temo hacer otro movimiento, porque no quiero que me convierta en un vegetal, y no quiero que Hunter se haga más daño.

    Papá termina su discurso con un algunos amplios movimientos de su mano y una inclinación galante de cabeza.—Recuerda, Ailen. - descansa sus ojos en mí. —Si completas este trabajo, tu amante vivirá. - me sonríe, la impenetrable máscara de indiferencia ha vuelto a su cara, su cuerpo se tensa.

    No sé si puedo reunir bastante odio que irradiar por los ojos, temo pronunciar una palabra porque me esta apuntando con el arma sónica de nuevo. Su cañón deja huellas en mis retinas, lo contemplo con dureza. Asiento y cierro los ojos.

    La debilidad me controla y casi me dejo inerte en el aisento, levantando un brazo y rodando hacia el otro lado del asiento, como en una cuna, apretando mi cara contra la fría pared y ronroneando tranquilamente, buscando reconectar con el agua en busca de fuerza, sintiendo que me responde, acelerándonos poquito a poquito para que Papa no lo note, confiando en salir de esta prisión, y luego...

    ¿Y luego qué? No lo sé, Ya pensaré en ello cuando llegue allí. Ahora mismo estoy cansada, tan cansada que, por una vez, no me importa. Estoy cansada de que me importe, cansada de todo.

    La luz de la tarde fluye por las ventanas circulares con el tono polvoriento de la vincapervinca, oscureciéndose a cada minuto. Parece que nos ha llevado el resto del día alcanzar la orilla. Supongo que es bueno que estemos a punto de llegar a Seattle bajo el abrigo de la noche, porque estoy segura de que la Patrulla Portuaria querrá investigar lo que está haciendo ahí un bote salvavidas, flotando libremente por los canales de la ciudad.

    Nos paramos en nuestra marina bajo el Puente Aurora. Mi padre apaga el motor y yo dejo de tararear aguantando la respiración.

    —Hemos llegado más rápido de lo que yo pensaba, - dice. Dejó salir mi respiración, él no lo advierte. —De acuerdo, estaré observando lo que hacéis. Ahora, fuera. Usad uno de mis botes de remos, si lo necesitáis, - dice hacia la oscuridad porque, en este momento, el interior del bote está enriquecido con terciopelo negro puntuado por luces urbanas asomando desde las ventanas.

    —¿Q...? - empieza Hunter desde abajo.

    —Hemos terminado de hablar sobre esto. Os quiero fuera. Ahora, - dice mi padre impaciente.

    —Claro, - masculla Hunter. Estira la espalda y se pone a mi nivel. —¿Ailen? ¿Estás bien?

    —Sí, - le digo. Siento la lengua de madera y los brazos y piernas rígidos.

    —¡Ahora! - chilla Papá y nos ponemos en marcha.

    Hunter se coloca entre nuestros dos asientos, se coge a los lados de la trampilla y sale del agujero al estilo gusano, con los pies colgando durante un segundo antes de que desparezcan. Se inclina hacia dentro y mete el brazo para echarme una mano.

    La cojo, no porque necesite ayuda, sino porque me siento bien al fingir ser una chica real. Le dejo que me ayude a salir, cayendo encima de él sobre el techo del bote, meciéndonos en las tiernas olas del lago y estudiándonos el uno al otro en la oscuridad.

    Inhalo el aire de la ciudad tumultuosa y miro a mi alrededor. El ruido del ocupado vecindario me pega de lleno en el pecho. A mi izquierda, al nivel de la vista, la gente transcurre por el Puente Fremont como si intentasen competir con los coches que reptan al otro lado. A mi derecha, el tráfico recorre como flechas el Puente Aurora a buenos 55 metros por encima del Lago Union, el segundo lugar más famoso del mundo por sus saltadores suicidas.

    Giro la cabeza hacia arriba. El crepúsculo pinta el aire con confusos arroyuelos lilas, las gaviotas ríen sus llamadas hambrientas y se lanzan como dardos por ahí al azar. El olor de las hojas caídas se mezcla con una humedad inminente que amenaza con caer a chorros de las nubes dispersas. El aire es frío pero no helado, tiene el sabor placentero de principios de otoño.

    Miro a mi derecha de nuevo. He saltado de este puente hace dos días, ¿para que? Para esto. Para estar atrapada de nuevo, peor que antes, sin final predecible para mi tortura. Hunter me toma de la mano y saltamos fuera del bote sobre el muelle, apenas visible en la noche. Aterrizamos en el medio y caemos al suelo.

    —Vamos a estar bien, - susurra Hunter a mi oído, levantándose y ofreciéndome su mano.

    —¿Ah, sí? ¿De qué demonios iba todo eso de apretarme la mano? - le susurro en respuesta, ahora de pie junto a él, mi cara toca la suya.

    Una corriente eléctrica de calor pasa a través de mí y me abrasa en el sitio. No me quiero mover y no quiero que me muevan, rezo por alargar más el tiempo de este momento.

    —Oh... eso. - se queda en silencio y el hueco entre nosotros se amplía.

    —¿Qué, ya lo has olvidado? Bueno, creo que sé lo que querías decir y no me gusta ni pizca, ¿me oyes? Creo... - respiro hondo para contar lo que pienso y me doy cuenta de que en realidad no lo sé.

    Podía haber sido sólo un número conveniente, un modo amistoso de apretar la mano de alguien tres veces. Hunter me mira interrogativamente, esperando.

    —Tendréis mucho tiempo de hablar más tarde, - grita mi padre desde el bote y ambos nos giramos para escuchar.

    Ha asomado la cabeza por la trampilla abierta y me apunta con el arma sónica en su mano derecha. —Olvidé mencionar un pequeño detalle, - continua mi padre. —Sobre el tiempo, no penséis que tenéis un año entero. No lo tenéis. De hecho... - comprueba su elegante reloj Panerai, —... tenéis hasta el final de mañana. Que es cuando espero que regreséis. Que volváis aquí, ¿entendido?

    De pronto pienso cómo rábanos sabrá él que lo hemos hecho. Y debe de haberme leído la mente, porque dice, —En caso de que os estéis preguntando, mi pequeño radar portátil de aquí me indica si habéis hecho o no el trabajo. Tecnología asombrosa, ¿a que sí? Ahora, perdeos.

    Dispara rápidamente los ojos a los lados. Estoy segura de que lleva el arma de verdad metida entre el pantalón. Lo supongo porque el arma sónica parece un altavoz en miniatura y no tiene miedo de blandirla en público.

    Nos señala a un par de botes que suben y bajan sobre el agua, amarrados a un noray. Entorno los ojos hacia la distancia. Yates ocasionales interrumpen la vista del lento tráfico de la autovía y la noche se oscurece con rapidez. Noto que mi padre no se atrevería disparar a Hunter aquí, a campo abierto. El agua me roba la mente con su arrullo. Nada evita que escapemos nadando hacia el vasto océano, hacia la libertad.

    Nada.

    Su cabeza desaparece dentro del bote salvavidas.

    —Vamos, - dice Hunter.

    Tira de mi mano y pasa con cuidado a lo largo del borde del embarcadero, subiendo a bordo de uno de los botes de remos y ayudándome a saltar dentro después de él. Yo le dejo. Nos dejamos caer en una posición familiar, yo en el banco delantero, Hunter en el trasero. Coge automáticamente los mangos de los remos, listo para remar. Nos miramos el uno al otro a través de un tiempo extendido, durante un segundo o tal vez un minuto entero, sin hablar, sólo contemplándonos, hasta que el cielo se abre en una rápida llovizna y las gotas nos recorren las caras, pero ninguno de los dos hace se toma el esfuerzo por limpiarlas.

    Con un último movimiento de su mano por la ventana, la cara de mi padre desaparece en la oscuridad del bote salvavidas; el motor ronronea y todo el chisme se lanza adelante.

    Sin despedidas, sin intrucciones de última hora, sin gritos siquiera.

    Somos dos cachorrillos lanzados al estanque. Sobrevivir corre por nuestra cuenta.

    Observamos en silencio maniobrar el bote para salir de la marina hacia el canal, a la deriva al principio, luego ganando velocidad y tomando rumbo al Oeste, hacia el Puget Sound.

    —Es bastante extraño, pero lo siento por él, ¿sabes?. No queda mucho odio en mi interior, principalmente es lástima. ¿Qué hay de ti? - le digo y espero alguna reacción, pero Hunter no dice nada, aprieta sus labios en una línea recta. —Has decidido algo y no quieres contármelo,

    Hunter sigue inmóbil, ignorándome obviamente. Esto es tan diferente a su forma de ser que me quedo mirándole al principio. Quiero hacerle hablar, pero luego decido dejarle en paz, por una vez.

    —De acuerdo, lo comprendo, lo capto, - suspiro y sacudo la cabeza en un intento de desenredar mis ideas hacia algún flujo coherente de lógica. —Es que esto no tiene sentido, - le digo tranquilamente.

    —¿Qué no tiene sentido? - dice Hunter como si la primera parte de la conversación no hubiese sucedido.

    —Nada lo tiene. Nada de este... asunto de lo que me está... nos está pasando... desde la mañana de mi cumpleaños hasta ahora. quiero decir, Me siento perdida... y confusa. - le estudio. —Y lo lamento, - le digo oyendo el sonido del motor del bote salvavlidas alejarse en la distancia. —Lo que sea esto, esta cosa, es culpa mía que te vieras arrastrado en ella. Nunca debería haber...

    —Ailen, para. De un modo u otro yo habría acabado haciendo esto. Tú sólo has acelerado el paso. - Hunter suspira.

    Presiento que quiere decir algo más, pero no lo hace, tal vez por vergüenza. En su lugar, desata los cabos y empuja el bote de remos fuera de la marina.

    —¿Que quieres decir con "paso"? No estarías planeando convertirte en un Cazador de sirenas profesional, ¿verdad? - le pregunto, sin aliento durante un segundo.

    Siento un arrebato próximo al hambre estimulando mi odio, alimentado por el alma de Hunter que me brama su eco. Mi instinto es hacerlo contra mi voluntad, según las leyes de nuestra inminente finalidad. Que uno de nosotros mate al otro mientras permanezcamos juntos. Tendríamos que evitarnos el uno al otro para sobrevivir a esta incesante necesidad de erradicar, rasgar, saquear y gritar y apisonar. Mis manos se cierran involuntariamente en puños y mi ritmo cardíaco aumenta un nivel. Lo mantengo bajo.

    —Sabes lo que quiero decir, así que deja de preguntar, - dice Hunter.

    Tiene esa lacrimosa mirada de nuevo que está intentado controlar, y una mueca de irritación acecha en alguna parte bajo ella también. Me pregunto si está combatiendo alguna urgencia de Cazador de sirenas por romperme el cuello, pero decido que no es este el momento oportuno para sacar el tema.

    —Has estado a punto de cortarme las cuerdas vocales, - le lanzo en respuesta, incapaz de contenerme.

    —Ni siquiera habría llegado cerca, - me dice tranquilamente.

    Me siento mal por haberle recordado que le he hecho daño y cambio rápidamente de tema.

    —Al menos dime por qué me apretabas la mano tres veces. En el bote. - le pregunto, pero creo que ya sé la respuesta. —Y por...

    Él suelta ambos remos y me pone la mano en la boca. Arde con su calor, que es de fuego. El bote de remos oscila suavemente y vagamos bajo las farolas intermitentes de la calle, deslizándonos sobre su reflejo en el agua.

    —Es muy sencillo, ¿vale? Te lo diré sólo una vez porque es muy difícil para mí decirlo, así que no me pidas que lo repita de nuevo. - se moja los labios.

    Asiento.

    Él me coge de las manos y me mira a los ojos. —Si te vas, yo me voy. No puedo vivir sin ti, Ailen, ¿te entra esto en ese estúpido cerebro tuyo?

    Sé que habla en serio, pero aún así temo dejar que el significado real de las palabras se las lleve la lluvia. Suelto lo primero que me pasa por la mente para llenar el silencio con algo. —Pero tu mamá...

    —Shhhh. - coloca un dedo en mis labios para acallarme. —Ella lo comprenderá. ella también estuvo enamorada una vez.

    —Entonces, ¿lo dices en serio?

    ¿Realmente quieres morir?, quiero añadir, pero no lo digo en voz alta, aún aferrada a la esperanza de estar equivocada.

    —Sí, correcto. Sólo que he cambiado de idea, - me dice.

    Quiero gritarle que esto no tiene gracia, que no es un buen chiste, es cruel. Pero no me parece que sea correcto hacerlo. Lo que dice parece importante, serio, real.

    —¿Has cambiado de idea? - consigo decir, confiando en que sea algo bueno. —Vale, así que si supieras que vas a morir como... en diez minutos, ¿qué sería lo último que querrías hacer, justo antes de tu muerte?

    —¿Qué?

    Su cara está cerca, sus ojos arden con fervor enfermizo. Mi corazón se detiene. Es mi turno de contemplar y de no responder, me quedo inmóbil, queriendo saltar sobre él, enterrar mi nariz en su aroma, estirarle entero a mi alrededor como una manta, acurrucarme dentro y no salir nunca, vivir en su aroma de pino y la melodía fuera de clave de su alma encendida.

    —¿Exactamente? Pues olvida lo de la motocicleta. ¿A quién le importa eso? Sólo es un juguete, un puñado de partes de metal con ruedas,

    Pone sus manos en mi cara. Ya está oscuro, pero la sombra aún más oscura del puente nos cubre por completo mientras pasamos bajo él, lentamente a la deriva.

    —Cuando estuvimos en el bote salvavidas, me pasó por la mente... no, fue antes, en el laboratorio... que no esperaba que... me pudieses perdonar, y ... siento mucho no haber combatido a tu papi mejor, lo intenté. - se pausa.

    Niego brevemente con la cabeza, indicando que no pasa nada, que no me importa, queriendo que continúe.

    —Bueno, pensé que no podría salir de esa vivo, y tú tampoco. Así que pensé... antes de que sea demasiado tarde, Yo...um... - se moja los labios de nuevo, y sé que está muy nervioso. —Te quiero. - me suelta en un bloque, como un "tekiero". Me toma un segundo comprender lo que ha dicho.

    Mi boca cae, abriéndose lentamente.

Capítulo 16

    

El Puente Fremont

    El bote de remos levanta su proa contra el tosco enrejado de la alambrada que recorre el banco debajo del Puente Fremont. El mismo puente asoma a unos diez metros encima de nosotros, gruñendo y retumbando cada vez que pasa un coche, y haciéndome estremecer con un concierto de almas humanas. Una fría brisa me alborota el pelo. Apenas registro nada de esto, enfrascada con la idea de lo que Hunter ha dicho, escuchando la sangre correr hasta sus mejillas y sintiendo el ardor de la luz sus ojos en la oscuridad aterciopelada.

    Tengo la boca seca. Primero, la imposibilidad de su proposición me deja sin habla, luego se torna una vívida imagen de que su posibilidad está sucediendo en realidad y mis ojos se abren con el rápido latir de mi corazón taidor.

    —Si pudiese elegir cómo morir, elegiría morir amándote. De... sentir tu piel bajo mis dedos. Así.

    Separa ambos lados de la áspera chaqueta de pescador y recorre el dibujo de mis huesos del cuello debajo.

    Un tipo diferente de hambre me abrasa del cuello hasta las rodillas.

    —Pues claro que me quieres, soy una sirena, ¿cierto? - trago. —Así es como se supone que tiene que ser. Simplemente significa que el encantamiento funciona, o la magia, o como quieras llamarlo. - mi voz sale débil.

    —No. No es eso. - retira sus manos de mi cuello y me coge la cara.—Sé que es difícil de creer para ti, pero por favor, por la milésima vez, por favor créeme cuando digo que no me importa la forma en la que existas. Eres Ailen para mí, siempre lo has sido, siempre lo serás. Siempre. Sólo quiero sentirte, hasta el final, al menos una vez, antes de morir. ¿Es esto tan difícil de ceer? ¿No quieres tú lo mismo? - su voz duda al final, su cabeza está echada hacia un lado, infantil y ansiosa.

    —¿Yo? - suprimo la urgencia de zambullirme y esconderme debajo del bote. —¿Tú realmente me quieres, de verdad? - le susurro empezando a temblar, como una persona enferma temblaría de fiebre alta.

    —Sí, a tí. De verdad. - él me mira con esos ojos azules suyos y yo pierdo la cabeza.

    Un catastrófico anhelo de ser abrazada, de ser amada, se desborda hirviendo y barre por completo mi odio, furia, ansiedad, culpa, todo en un suave pase, enviándolos hacia el cielo en un flujo invisible, como si la tapa que retuviera mi corazón saliese volando.

    Me abalanzo y coloco mis labios en los suyos.

    Lentamente, como un hombre que está soñando, él me toma en sus brazos. Luego me besa. Las rachas de viento lanzan gotas de lluvia bajo el puente y sobre mi cara, pero apenas las noto. Nada importa ahora mismo. Sólo esta cercanía. Con la ayuda de Hunter, me quito la pegajosa y desagradable chaqueta, luego los pantalones, y luego mi lógica y cordura, todo junto. Los lanzo al suelo del bote mientras intento no sacar la sudadera de Hunter a jirones, deseando sentir el calor de la energía de su cuerpo.

    —¿Quieres hacerlo aquí mismo, ahora mismo? - le pregunto con la última de mis dudas escapando, cuando interrumpimos el beso para tomar aire y Hunter está moviendo las piernas para sacarse los pantalones, con piel de gallina y tiritando.

    —Sí, aquí mismo, ahora mismo, - me dice y se quita las zapatillas.

    —Vale, - digo, y ya no puedo decir más porque nos enfrascamos unidos entre los bancos del bote, con nuestras piernas enredadas una encima de otra en una torpe danza.

    El banco de proa empieza a clavarse en mi cuello bajo el peso de Hunter, doblo la cabeza interrumpiendo el beso, murmurando, —Perdón, sólo un segundo.

    Me giro y le doy un puñetazo a los tablones de madera, destrozándolos y despejando un espacio en el medio con un crujido que resuena en la panza del puente.

    Me siento y rompo el banco de popa también, arrancando los pedazos restantes con un fervor similar al de alguien que trata de romper un féretro después de ser enterrado vivo. La madera cruje bajo mis dedos.

    —¡Uao! - exclama Hunter. —Me gusta. ¿Siempre rompes cosas cuando...?

    —¡Calla! - le abofeteo suavemente. Me sonríe, mirándome cariñosamente.

    Ambos reímos como lunáticos, desnudos dentro de un bote en medio de un canal del lago, corriendo el riesgo de ser descubiertos en cualquier momento.

    Recojo la madera restante y a lanzo por la borda, despejando tanto espacio como puedo, rápidamente, con el calor de la sangre fluyendo, sin querer perder la magia del momento como ha ocurrido antes. Estoy determinada a quw esto llegue hasta el final.

    —Una cosa más.

    Hunter lanza sus brazos al cielo con un suspiro.—¿Ahora qué?

    Recojo la chaqueta de pescador del suelo, arranco una larga cinta de la tela con los dientes y ronroneo para mover el bote más cerca de la alambrada. Ato la cinta, la paso por el anillo del estremo de proa y alrededor de un tosco poste mohoso, peleándome con las manos de Hunter que me soba desde atrás, aunque lamiéndolas secretamente.

    —¡Deja que termine!

    —Lo siento, no puedo evitarlo, - me susurra.

    En cuanto he terminado de hacer el nudo, él me da la vuelta.

    —Vamos a extender la chaqueta en el fondo para...

    —Que le follen, - me dice cayendo sobre mí, manteniéndome en el fondo del bote.

    Sin otra palabra, descendemos a una enredada masa de besos, suspiros y torpes búsquedas que crecen rápidamente en agarres deliberados.

    —Tío, qué caliente estás, - le digo cuando la cara de Hunter deja la mía y se mete en el pliegue de mi cuello y hombro.

    Supongo que soy incapaz de sofocar el reflejo de hablar-hablar-hablar, todo por ahuyentar mi incomodidad.

    —Iba a decirte lo mismo, - me dice desde abajo.

    —¿Yo? ¿Qué...?

    —Mala elección de palabras. En el sentido contrario. Estás muy fría al tacto, me gusta.

    —Eres raro, - le susurro, deseando que se marche lo último que me queda de resistencia.

    —Y tú. Ahora, ¿te vas a callar ya?

    Entierra su cara en mi estómago y dejo vagar mi mente.

    Las olas mecen el bote suavemente, creando un ritmo continuo, permitiéndone flotar en él, latir al unísino, sentirme viva, sentirnos juntos. Esto es lo que los mismos padres confían que sus adolescentes eviten hacer y yo entiendo por qué. Sin alcohol, sin hierba o ácido o cualquier otro inhibidor, sin todo eso, hacer el amor es como una droga... te coloca tanto que te obsesionaría y no podrías dejar de hacerlo. Pero, ¿por qué no podemos ser adictos a él? ¿Por qué está menospreciado como algo sucio, algo prohibido? Se parece al amor. ¿Qué tiene de malo ser adicto a amar?

    Me siento plena por primera vez, sin estar mareada o colocada o borracha y me siento divina.

    Si pudiese partirme en un millón de dedos sólo para entrelazarlos con los de Hunter en un millón de formas posibles, lo haría. Si pudiese volverme viento para entrar en cada hueco de nuestra conectividad y llenarlo con mis silenciosas exhalaciones, lo haría en un abrir y cerrar de ojos. Si pudiese seguir sus besos para dibujar un mapa de nuestro amor, lo miraría todos los días hasta quedarme ciega. Incluso entonces, aún podría verlo rozando los caminos con mis dedos, inmóbil, morando en la memoria de nuestra muerte final, hermosa y húmeda, llenando cada espacio de mi corazón muerto, con vida, con amor, con música tan celestial que no tendría ni nombre. Sólo un sonido éxotico... extraño en su timbre... que explota en tus oídos con un esplendor de placer más allá del cual la immortalidad se funde en la nada.

    —Te amo, - susurra Hunter en mi oído. —Ha sido estupendo. Ha sido jodidamente asombroso.

    —Yo también te amo. Si... lo ha sido, - le susurro en respuesta, apenas consciente de que nuestros cuerpos han caído uno contra el otro, pegajosa con el sudor de Hunter y un lustre de húmedad salada sobre mi piel. Estamos jadeando en el pelo del otro, cansados.

    La Luna brilla sobre nosotros con su ojo alerta a través de un claro en las nubes, andando de puntillas hacia el borde de la sombra del puente donde estamos ocultos.

    Nos ayudamos a vestirnos el uno al otro. Meto la cabeza de Hunter en su sudadera y le ayudo a entrar en ella, dado que sus dedos fallan en encontrar el agujero del cuello. Se abraza y encoge las piernas hacia el pecho. Me aseguro los pantalones de pescador alrededor de la cintura y me lanzo sobre la chaqueta. Nos sentamos uno frente al otro, embobados.

    —No puedo creer que lo hayamos hecho de verdad. Es como, irreal, - le digo tratando de apartar el vértigo, parpadeando ante los reflejos sobre la agua para asegurarme de que están ahí.

    —No, es algo especial. Acabamos de probar el mejor porro del mundo, Ailen y se llama hacer el amor. - lo pronuncia diciendo amoooor a su típica manera teatral, y sonríe.

    —¿Acabamos de tener sexo, como, aquí mismo, en el bote? - le digo aún incapaz de creerlo.

    —Te falta la expresión correcta, queridísima mía. No es sino algo llamado hacer el amor. En la oscuridad de la noche, bajo el puente, ante el ojo jubiloso de la misma Luna, que nos espía como una perra estéril que nunca ha visto dos personas tocar pelo, - dice con el tono de barítono de un actor de escenario, señalando a la Luna.

    —¡Para ya! O te abofetearé. - le miro enfadada, pero sé que Hunter reconoce que finjo.

    De hecho, me ha encantado toda la experiencia, pero me asusta admitirlo abiertamente.

    —Continúa, me estás poniendo cachonda de nuevo. - puedo ver su sonrisa en la oscuridad, amplia y traviesa, el resplandor de sus dientes blancos que reflejan la tenue luz de luna.

    —Aunque lo admito, estabas algo fría, ¿sabes?, en comparación con las otras veces. Debe de ser por el asunto de ser una sirena y todo eso. Lo entiendo. Tío, ¿me hace eso ser un necrofílico? - me dice.

    —¿Qué? ¡Que te jodan! - le empujo en el pecho.

    —Gustosamente. Aquí, déjame calentar un poco de nuevo, ¿vale? Sólo un segundo. - se frota las manos para calentarlas, luego su panza y costados, con la genuina concentración de un atleta calentando para una maratón. —Ah-uh-ah. Casi he termindado, gracias por tu paciencia. - está tan cómico que me río.

    —¡Basta! Consigues que me duela el estómago, - le digo olvidando quedarme callada.

    Mi voz rueda por debajo del puente, resonando en un serie de tonos, revereberando a través de la noche que nos rodea. La melodía del alma encendida de Hunter me envuelve con un calor familiar, fuera de clave, pero deseable. Dejo de preocuparme sobre lo que va a pasar. Sentados aquí juntos, en el bote, me hace feliz.

    Me siento en casa.

    La voz de Hunter, su misma presencia, aparta los otros ruidos. Miro hacia la luna. Su luz cae sobre el agua en una película plateada, un camino de irregulares bordes danzantes. Es hermosa. Recuerdo haber mirado abajo a este mismo punto desde el Puente Aurora, con dolor en el interior, sintiendo el deseo de finalizar mi vida.

    Me siento abrumada por ello hasta el punto de no ser capaz de seguir viviendo otro minuto, queriendo quedarme bajo el agua y no salir nunca a la superficie. Deshacerme de este cuerpo y mente que tanto odio. Deshacerme de mí misma.

    —¿Hunter?

    —Espera, todavía no estoy preparado... - empieza. Cuando ve mi cara, su expresión se torna sombría.—¿Qué pasa? ¿Qué va mal? - me toma la mano.

    —¿Has sentido alguna vez que estás fingiendo? - le digo mirando hacia el punto donde el camino plateado del reflejo de la luna termina en el horizonte.

    —¿Fingiendo qué?

    —Ya sabes, la vida. Como que estás fingiendo vivir sólo por vivir. Por mostrar a todo el mundo que puedes, pero en realidad no te importa un rábano. En realidad, te da igual.

    —¿Así te sentías? Cuando, ya sabes... - él toma mi otra mano en la suya, abrazando ambas, y el contraste de nuestra temperatura corporal me hace querer empezar a llorar otra vez.

    —¿Cuál es una razón para no morir? - le digo tranquilamente. —Recuerdo lanzar piedras contigo de niños en este lago. Yo era tan feliz entonces ¿Qué me ha pasado, Hunter? ¿Cuándo cambié? ¿Cuando yo tenía diez, doce, quince años? ¿Cuándo?

    —Quieres decir, ¿cuándo decidiste desenchufarte porque te hacía demasiado daño y era más sencillo que sobrevivir de esa forma? - me pregunta.

    Una ligera brisa mece nuestro bote.

    —Ojalá hubiese sabido que iba a llegar a esto. Mírame, - le digo y asiento hacia mi cuerpo. —Soy una sucia bolsa de plástico de persona atrapada en un charco, rota. Una bolsa de plástico sin fondo porque se ha caído y sin asas porque ambas se han roto. ¿Te acuerdas de esa bolsa de plástico que bailaba en American Beauty? ¿La película?

    —Sí. ¿Qué pasa con ella?

    —Soy esa bolsa, sólo que después, estoy demasiado llena de agua y me quedo varada en un charco de fango.

    —Eso no es cierto. - Hunter extiende la mano hacia mi cara, pero yo la aparto con un giro.

    —Sí, lo soy. Ya no podía sostener ese peso, por eso. Me volví vacía, seca. Como un pozo abandonado.

    Retiro una de las manos del agarre de Hunter y la hundo en el lago para sentirlo, para unirme.

    —Puedo llenarte. Acabo de hacerlo, ¿no? - dice Hunter y queda en silencio, tal vez notando que este no es momento correcto de hacerse el gracioso. Yo finjo que no lo oigo. —Perdón, lo siento. Chiste malo. Estúpido. - se pasa una mano por el pelo. —¿Qué quieres que haga? ¿Cómo puedo ayudar?

    —Ojalá pudiésemos dejarlo todo y escapar nadando. Escapar hacia el vasto océano, ¿sabes? - le digo, retorciendo mi mano.

    El bote se escora a izquierda y derecha en las diminutas olas, sosegándonos. Las farolas parpadean sobre la superficie del lago. Las estrellas rutilan en el cielo.

    —¿Me prometes una cosa? - dice Hunter.

    —¿El qué?

    Pone sus palmas en mi cara, la oscuridad se refleja alrededor de sus pupilas. —Prométeme que justo después de lo que voy a contarte, después de que oigas lo que voy a decir, no discutirás conmigo, ¿vale? - deja escapar una gran exhalación y espera.

    —Lo prometo, - le digo aguantando la respiración.

    Le lleva otro segundo empezar a hablar de nuevo y lo dice tranquila pero firmemente. —Si te vas, yo me iré.

    —¿Qué? Así que lo dijiste en serio. ¡Hunter, no puedes! ¿Qué pasa con tu mamá? ¿Quién va a cuidar de ella? - le pregunto.

    —Por favor. Te pedí que no discutieras. - pone una cara impaciente.

    —Pero... - empiezo.

    Él tira de mí más cerca.

    Nuestras narices se tocan... la mía fría, la suya caliente. Luego nuestros labios. Luego nuestras lenguas. La luz de luna salpica nuestras caras, unidas en un bizarro momento de desafío, un desafío para aquellos que ya no creen. Me pierdo yo misma en él.

    Un momento más tarde, una dea pasa por mi mente, preguntándome cómo es que la luna brilla sobre nosotros si supone que estamos en la sombra del puente.

    Parece un momento de déjá vu, como el beso que intercambiamos en la Isla Blake antes de que Canosa se llevara a Hunter al mar.

    ¡Canosa! ¿Dónde está ella ahora?

    Una sensación de hundimiento me congela. La cinta de tela naranja que rasqué de la chaqueta de pescador ha fallado, se ha roto, o quizá...

    El bote da vueltas, primero lentamente, luego ganando velocidad, trazando un círculo cerrado. Esa sensación de ser observada regresa a plena potencia y yo interrumpo el beso.

    —¡Hunter! - agarro su mano para avisarle.

    —¿Qu...? - empieza a decir y se pausa.

    Tres sirenas rodean el bote. Teles, Ligeia, y, por supuesto, Canosa, mi hermana mayor. Miro nerviosa a mi alrededor buscando a Raidne y Pisinoe. Canosa sonríe ampliamente y me da un animado asentimiento.

    —No te preocupes, están ocupadas. Continúad. Por favor, continúad, no queríamos interrumpir, - su voz tintinea alegremente. —Es bastante entretenido. Húmedo y sentimental, pero en ausencia de cualquier otra variedad, la aceptaré. La aceptaremos.

Capítulo 17

    

El Canal Fremont

    Parpadeo hacia Hunter en pánico, como preguntando: ¿Qué hacemos ahora?

    Ni siquiera hemos discustido cómo vamos a atraparlas, o con qué... ¡nada! Él me guiña un ojo como diciendo: No pasa nada, yo me ocupo, tú sígueme el juego.

    —Hey, chicas. Cuánto tiempo sin veros, - dice Hunter , apretando mi mano tres veces. —Demasiado frío para bañaros peladas de noche en septiembre, ¿no creéis? Aunque me gusta vuestro pelo, como siempre. Tenéis un pelo asombroso.

    Ellas dan unas risitas.—Hunter Crossby, ¿dónde has estado? Te hemos echado de menos. ¡Oh, te hemos echado tanto de menos! - dice Ligeia inclinando la cabeza hacia un lado, haciendo que sus rizos mojados rueden de sus hombros desnudos.

    No hay duda de ha practicado el movimiento .

    —¡Shhh! Calla, recuerda lo que ha dicho Canosa, - sisea Teles a su oído agarrando el borde del bote.

    —¿Y? Lo que yo diga no es asunto tuyo, así que suéltame. ¡Aparta tus dedos de mí! Eres una pesada, - dice Ligeia.

    Me recuerdan a las típicas chicas malas de instituto.

    —¿Qué tal, Teles? - dice Hunter .

    —Oh, nada, nada en particular, - dice ella y baja la cabeza como si se hubiese ruborizado.

    Mientras tanto, Canosa está callada. Su mirada es tan exigente que puedo sentirla sobre mi piel. Su pelo reluce a la luz de la Luna, mojado y trenzado de lujuria. Supongo que yo esperaba algo, cualquier cosa; un reconocimiento de lo que ella había hecho, un asentimiento que dijese: Lo siento.

    No hay nada de eso, sólo una mirada autoindulgente y modales egoístas. Como si fuese yo quien le debiera algo a ella, como si fuese culpa mía, como si fuese yo quien se hubiera comportado mal con ella y no al revés.

    —Estoy esperando, - dice finalmente.

    Yo mantengo su mirada. —¿Esperando qué?

    —Una disculpa, - dice ella como si fuese la cosa más obvia del mundo.

    Toda cautela se evapora de mi mente en un instante.

    —¿En serio? Una disculpa. ¿Estás pidiendo una disculpa? Apestosa traidora.

    Hunter me pisa ei pie desnudo, pero es demasiado tarde. Las palabras escapan de mí a un ritmo alarmante.

    —Toda esa charla sobre la familia sirena, todas estas tonterías que me has estado contando. ¿Para qué? Para servir a vuestros propios propósitos. Me convertiste en una sirena por tu enfermizo jueguecito con mi padre. Yo no soy más que un peón para ti, y en cuanto hayas terminado conmigo, te desharás de mí. ¡Bueno, pues que te jodan! Eres una traidora y una mentirosa. Hiciste un trato con mi padre y me vendiste. Nos vendiste a los dos. A mí y a Hunter. Y ni siquiera ibas a decirme dónde está mi madre, ¿verdad? De hecho, ni siquiera estoy segura de que estuvieses allí cuando ella saltó. Sólo fue otra mentira para manipularme, para hacerme hacer cosas para ti, ¿o no?

    Hunter me pisa ei pie de nuevo. Canosa gira un rizo de su cabello blanco de plata alrededor de su dedo con una expresión divertida en su cara.

    —¡Respóndeme! - demando yo.

    Ella me ignora, usa el truco que mi padre usa siempre. Nada alrededor del bote hasta la popa.

    —Hunter Crossby, aún recurriendo a tus encantos, según veo. - ella asiente en mi dirección. —Guapa, debo decir.

    Hunter la encara.—Eso no lo sé. Es un poquillo resbaladiza. Un poco difícil de agarrar, - dice con una mirada significativa. Yo no sé si él lo dice como un cumplido o como otra burla.

    —Espléndida, ¿no es ella esplendida? No está mal, nada mal. Gracias por el espectáculo, Ha sido mesmerizante observarlo. Conmovedor, de hecho. Mis chicas de aquí casi se atragantan de deseo.

    Ligeia y Teles asienten enérgicamente.

    —Me alegra que os haya gustado, - dice Hunter.

    —Tengo hambre. - Ligeia de pronto pone morritos como una niña pequeña triste que acaba de tener una rabieta.

    —¿Ah, sí? - le pregunta a Teles, agarrando su mano y nadando hacia donde está Hunter.

    —Canosa, por favor, ¿nos lo podemos comer ahora? - dice Teles, la perfecta compañera, tan cándida que quiero vomitar; su bonita cara rechoncha ha adoptado una mueca de súplica infantil. —¡Suena tan aperitoso! - ella vuelve a mirar a Hunter con lujuria carnal, transformándose de una bonita dama a un feroz demonio.

    Canosa inmediatamente golpea a Teles en la frente. —¿No recuerdas lo que te he dicho? ¿Que mantengas la boca cerrada siempre?

    Teles masculla algo en respuesta y veo una vaga sonrisa jugar en los labios de Ligeia. Debe de haber sido el deseado efecto que ella estaba esperando para subir un peldaño en los favores de su jefa.

    Sacudo la cabeza. Sigo distrayéndome de la realidad de nuestras preocupaciones. No tenemos ninguna oportunidad de escapar, ni armas con las que combatir a las sirenas. Nos han atrapado en un momento vulnerable. Hemos sido lo bastante idiotas hasta para olvidar pedirle a Papá armas sónicas, es decir, ¿no es eso estúpido? Presiento que Canosa no pretende dejarnos marchar esta vez, y Papa y sus armas están muy lejos de alcance. Un mal presentimiento crece en el aire, una sensación de estar muy cerca de la muerte, más cerca que nunca, como ser observado por la misma muerte.

    —Basta de ocio, - proclama Canosa, y las tres sirenas agarran los bordes del bote, Canosa detrás de mí y Ligeia y Teles a ambos lados de Hunter. —Hacedlo.

    Hay ferocidad metálica en su voz, una orden. Lo que sea que quiera decir con ella, no es bueno.

    Mi espina dorsal se vuelve de hielo. En una fracción de segundo, sopeso mis opciones. Podría gritar y agitar el lago entero, pero eso enviaría a Hunter al agua y las sirenas le atraparían. Podría gritar muy alto invocar el agua, confiando en que alguien llamara a la poli. ¿Y luego qué? Para cuando llegaran, ya sería demasiado tarde. Podría atacar a las sirenas. ¿Tres contra una? No tengo ni una oportunidad. O, podría simplemente hacer lo que siempre he querido hacer... dejar marchar el miedo. Dejar marchar esta miserable vida, quedarme con Hunter para enfrentar a la muerte hasta el mismo final. La persecución nunca cesará. Yo nunca tendré paz, no importa donde vaya. Las palabras suenan claramente en mi cabeza: si supieras que vas a morir como... en diez minutos, ¿qué sería lo último que querrías hacer, justo antes de tu muerte?

    Miro a Hunter a los ojos. —Querría estar junto a ti, - le digo.

    Se enternece y dice, —Yo también. -

    Mirándome a los ojos, me toma ambas manos y las aprieta tres veces.

    —¿Ves?, te dije que sucedería. Me alegro de que tuviésemos el mejor momento de nuestras vidas. Este es el momento perfecto, creo. ¿Estás preparada?

    Las sirenas empiezan a tararear. Al principio en un apenas audible barítono. Mi corazón, ya caído hasta mis rodillas, cae más aún donde no puedo sentirlo en absoluto.

    —¿Estás seguro de que quieres hacer esto? - le pregunto.

    —Sí. La primera parte está hecha, ¿no? Como he dicho, el momento perfecto. - sonríe con la finalidad de alguien que sabe que la muerte está cerca pero rechaza entregarse a su terror.

    Su pelo se mueve en la leve brisa. El ronroneo de las sirenas me enerva porque no está pasando nada.

    —En realidad no tenemos elección, ¿verdad? - le pregunto.

    —Sí, la tenemos. La estamos escogiendo ahora mismo, - me dice.

    —Ya habías tomado esta decisión hace tiempo, ¿no es cierto?

    —Lo has captado, chiquilla. - me sonríe, pero debajo de su bravata está temblando como una hoja en el viento.

    Le estudio, tiene las cejas arqueadas, con esa sonrisa hinchada que le separa la cara en dos del modo que yo amo tanto, y su pelo amontonado sobre la frente, apenas visible en la oscuridad. Me doy cuenta de que yo no sabía que él también quería suicidarse todo este tiempo, pero no tiene sentido; por eso somos amigos tan íntimos. Por eso él era el único que me gustaba, comprendía mi juego con la muerte, mi osadía, mi disponibiilidad a arriesgar la vida y no importarme mucho por ella.

    Sonrío. estoy preparada para morir. Espero el terror, o resistencia, o algo, pero no hay nada. Estoy vacía y la decisión acude fácilmente, como un alivio después de un largo viaje en coche lleno de baches. Harta de mí misma, de mis propios cambios de humor y de mi constantes dudas de decisión... el arriba y abajo perpétuo de equilibrarse en el precipicio entre la vida y la muerte.

    Quiero salir.

    —Vale, entonces. Hagámoslo. - aprieto el dorso de sus manos tres veces y revivo el momento antes de saltar, los pocos segundos de total desesperación que me llevaron al límite; sólo que ahora lo estamos haciendo juntos.

    Por el rabillo del ojo observo nadar a las sirenas, sujetas al bote y girándolo lentamente.

    —Adelante, chicas, - les digo tranquilamente. —Lo que sea que vayáis a hacer, estamos preparados.

    Por un momento, Canosa interrumpe su canto. —Ailen Bright, estoy impresionada. ¿Cuál es tu problema, chica boba? ¿Te rindes así sin más? Qué lástima, - se mofa ella, y pienso que tal vez ella esperaba resistencia como parte del plan.

    —De acuerdo, a ver que haces cuando tu amigo de aquí te pida ayuda. Ligeia, es todo tuyo. Teles, ves a por ella, - die ella vertiendo su veneno en el silencio.

    Noto ahora que nos cubre un cuenco denso de niebla con nuestro bote de remos debajo de él. Eso es lo que estaban tramando con su ronroneo, creando un bolsillo invisible a ojos curiosos. Ligeia interrumpe su ronroneo, inclina la cabeza hacia el cielo y empieza a cantar. El aire suena con su alto timbre, amplificado por el vacío sobre el lago, llegando alto, hasta el final de la capa superior de la niebla, luego tuerce en un vórtice inverso y se encamina directamente hacia el bote para dejar caer su fuerza sobre Hunter. Sus ojos siguen su canción, un delgado vertido de humo fluye de su boca en bandas.

    Mesmerizada, me concentro en sus ojos, paralizada por la belleza de la calma antes de la tormenta, cuando todo está quieto a punto de estallar.

    —¡Hunter! ¡No la escuches a ella, escúchme a mi m... - empiezo a decir.

    Pero los dedos de Teles se cierran alrededor de mi cuello, cortando mi discurso histérico y mi intento de atacar a Hunter y sacarle del hechizo de Ligeia... mi promesa de morir juntos queda olvidada. Quiero salvarle; no quiero verle perecer. Me callo y lanzo una lluvia de puños sobre la cabeza de Teles. Ella no retrocede y sólo se ríe. Yo me sacudo y balanceo el bote, pero ella aprieta más fuerte y me debilito.

    La canción de Ligeia se intensifica, zumbando en mis oídos. El alma de Hunter sale de él en un arroyuelo de humo, su arco iris salen mal, privado de todo color excepto un blanco aburrido. Está ardiendo.

    —¿Qué te parece esto, hermana? Yo digo que es un buen precio a pagar por llamarme lámina gorda todos estos años, ¿tú que dices? ¿Es mi garra demasiado débil? Puedo apretar más fuerte, ¿te gustaría que lo hiciera? - me susurra al oído, tan diferente de su previo yo pueril.

    Aprieta sus dedos hasta el punto de que creo que me va a esplotar la cabeza por el agua contenida en ella. Esta es la verdadera naturaleza de una sirena... esta lunática dualidad, infantil y caprichosa por un lado, siniestra y rencorosa por el otro. Qué paciente deben de haber sido al esperar para entregar su venganza sobre mí.

    Os olvidáis de algo, chicas. Os olvidáis de que yo también soy una sirena. Soy vuestra propia creación y ni siquiera he estado cerca de mostraros mi lado maligno. ¿Os gustaría que lo mostrara? Puedo hacerlo, ¿sabéis?

    Intento arañar a Teles con mis uñas, levantar las piernas para patearla, pero ella hunde su dedos en mis agallas y yo grito. Al final, dejo de resistirme, pero la inquietud crece en mi interior desde un diminuto brote de furia que anhela florecer.

    —Buen trabajo. Acéptalo como una mártir. Eso es lo que yo llamo justo, - susurra Teles en mi oído.

    Lo único que puedo hacer es mirar a Hunter, incapaz de discernir si es su alma la que está saliendo de su boca, o es la niebla circundante la que se vierte dentro. Quizá hay lugares para la muerte, lugares que atraen a la gente como un imán. Quizá sea este uno de ellos. Fue el lugar de la muerte de mi madre y el de cientos antes que ella. Este es nuestro lugar de muerte y somos una mota de vida a punto de ser tragada.

    La canción de Ligeia hace olas. El bote se inclina precariamente, luego se yergue de golpe y se escora hacia el otro lado. La cara de Hunter se drena de color rápidamente a medida que más de la espesa sustancia espiral rezuma de entre sus labios, lila y desangrada.

    Mi cuerpo queda insensible. Siento que me abandona el último ápice de resistencia. Hasta mis intentos por respirar se detienen, mi diafragma se relaja. Tal vez como respuesta a esto, a algo que pasa entre todos nosotros, yo, Hunter y las sirenas... una cuestión tan oscura que sólo tiene una respuesta.

    Abajo, abajo, abajo. Mamá, si me oyes, si estás por ahí en alguna parte, estoy llegando, digo dentro de mi cabeza antes de que Teles me apriete tan hondo en el cuello que siento que me arrancará la cabeza y me caerá sobre los hombros.

    Siento las manos frías y viscosas, como los pies, como el corazón. Estoy entregándome a esto voluntariamente. Ahogarme en el agua de la bañera no fue suficiente. Quiero ahogarme en las aguas muertas del Estigio, el río que los griegos creían que conectaba la Tierra con el Inframundo, la enorme marisma de miseria humana camino a la extinción. Quiero ser dragada hasta el laberinto de arroyos de fango acompañada por la sempiterna Sirena de Canosa, que porta una cítara, su brazo derecho sobre la cabeza en señal de lamento, el izquierdo sobre mi hombro, guiándome en mi viaje al más allá..

    El bote se inclina más y empieza a deslizarse dentro de un remolino, como una moneda que baja en círculos espirales por un pozo de los deseos. El azul es mi color favorito. El agua ni siquiera es azul, es negra, del color de la hierba quemada, un mal colocón por una droga peor que el amor adolescente. Un viaje con un único destino posible: la muerte.

    Sin embargo, la muerte no viene a reclamarme.

    Un coche toca el cláxon en alguna parte encima en la niebla. Alguien sofoca un grito en la orilla, un alma humana. Teles me suelta. Chapoteos locos giran alrededor del bote, y luego la canción de Ligeia muere abruptamente, terminando con un grito muy agudo.

    Canosa grita, —¡Teles, no! ¡Para! ¡Vuelve a por ella! ¡Te he dicho que pares! ¡Ahora!

    El remolino se detiene. El bote gira una vez más por la inercia y se tranquiliza. La niebla se separa en jirones sucios, dejando entrar a la noche hasta que se cuela del todo con una leve brisa. La oscuridad de terciopelo del cielo nos consume. Gritos de pelea de chicas perforan el aire.

    —¡Vaca estúpida! - se lamenta Ligeia. —Ya casi le tenía. ¡Mira lo que has hecho! Eres idiota. ¡Te hubiera dejado la mitad! Apártate de mi. Te lo dijo Canosa, ¿no la oíste? ¡Que me sueltes!

    Me pongo tensa, un brote de furia asoma por mis costillas, cauteloso, ansioso por salir. Canosa está chillando y peleando con ambas sirenas. Teles le sisea y luego le azota con una larga cadena de insultos. La luz penetra la oscuridad y veo el alma de Hunter volver hasta su interior desde los labios de Ligeia mientas Teles la tiene en una presa y la mete bajo el agua.

    Hunter se desliza hasta el fondo del bote, con los ojos cerrados, las ropas empapadas y retorcido en un ángulo innatural.

    Una fuerte sensación me paraliza. La vergüenza me inunda con una fuerza asombrosa. Vergüenza por haber pensado sólo en mí. Vergüenza por ser tan egoísta, por arrastrar a Hunter en todo esto y acceder al doble suicidio sin pedirle una razón válida, sin intentar disuadirle, simplemente siguiéndole el juego.

    ¿Es eso lo que llamas amor?, me burlo de mí misma, queriendo abofetearme.

    Pero no es demasiado tarde. No, puedo arreglarlo. Le sacaré de esto vivo. Aún está inconsciente, aún en la misma pocisión innatural, pero vivo. Puedo oir su alma. Late vagamente bajo el ruido blanco de la cacofonía de las sirenas.

    Oigo la dulzura imposiblemente deliciosa de ruidos hogareños e interminable ventura; la fragancia del verano envuelta en las hermosas variaciones de los violines de Vivaldi. Mi ritmo cardíaco se acelera a niveles increíbles, pulsando en mis oídos y avivando mi hambre creciente.

    Horrorizada, me lamo los labios para sacudirme el deseo de abalanzarme sobre él y sorberle la esencia, hacerla mía. El tiempo se ralentiza, igual que mi corazón. El mundo a mi alrededor adquiere una viscosidad líquida que puedo agarrar a voluntad. Inhalo y ronroneo para mover en silencio el bote de remos hasta la orilla, lejos de las sirenas que ahora parecen un manojo de tiburones en el frenesí de un festín. Ronroneo un poco más. El agua se hincha y cae en una serie de fuertes respiraciones que empujan el bote hasta la orilla. Las crestas de las olas se congelan en espuma, ascienden hasta que estamos flotando encima de un gigantesco oleaje que bombea al ritmo de mi ebullición interior.

    De una vez, retrocede y nos lanza sobre tierra firme, el casco del bote golpea la hierba con un golpe sordo, sus tablones de madera gruñen bajo el impacto. Me derrumbo en el suelo del bote, chocando con las rodillas de Hunter. Hunter se queja, abre los ojos y me mira como si me viera por primera vez en su vida. Estoy aterrorizada por lo que pasará a continuación, me quedo mirándole, sintiendo que el bote se resbala lentamente debajo de mí y vuelve hacia el lago.

    Nuestro primer encuentro en el bote, casi en el mismo lugar donde estamos ahora, me viene a la mente. Yo volviéndome una sirena, saltando fuera del agua en mi primera caza, intentando sacar cantando el primer alma que había detectado, sólo para abrir los ojos y descubrir que era Hunter, Hunter todo el tiempo. Mostrando su media sonrisa con ese familiar hoyuelo en su mejilla derecha, con su pelo amontonado, gotas de lluvia en sus pestañas y sus ojos azules. Y yo, boquiabierta mirándole, estupefacta por la magnífica melodía de su alma. Ahora, como entonces, le ataco por puro miedo.

    —¡Di algo! Necesito saber que estás bien. ¡Di algo, por favor!

    Lágrimas brotan en las esquinas de mis ojos. Él traga, sus pupilas crecen hasta el tamaño de dos pozos nrgros que relucen en la noche.

    —¿Ailen? - dice con voz rasgada. —¿Eres tú? ¿Qué demonios ha pasado?

    Su pecho se eleva cuando me mira. Escucho con todo mi ser. Y ahí está, el leve chasquido de una delicada flor de verano siendo arrancada de su tallo y una bocanada vaga de humo que emana de entre sus labios con cada respiración.

    Eso nunca se detendrá..

    —¿Me amas? - me atrevo al preguntar.

    —Por supuesto que sí, ¿por qué lo preguntas? ¿Dónde coño estamos?

    La luz de Luna pinta la noche con su fulgor blanco, deshaciéndose, persistiendo sólo hasta el temprano amanecer. El bote navega unos metros y yo ronroneo para guiarlo de vuelta a la orilla. En la distancia, el coro de la batalla de las histéricas sirenas (el estruendo de su rabia de otro mundo), cesa para dar paso a un grito de frustración. Tal vez por el descubrimiento de que nos hemos ido.

    —Salgamos de aquí, - le digo, y antes de que pueda añadir el hecho de que su casa está sólo a diez minutos de allí, él me lanza esa mirada penetrante. —¿No es eso lo que habíamos planeado desde el principio?

    Sus ojos llegan hasta mi interior, su cara muestra completa tristeza. Siento una idea oculta detrás de sus palabras. —Él nunca nos dejará en paz, tu papi, lo sabes, ¿verdad?

    —Sí, lo sé. - dejamos el resto sin decir, tal vez temiendo decirlo y descubrir la inutilidad de escapar.

    Me ahogo en mi impotencia. No tenemos oportunidad de elegir a nuestros padres; se nos entrega a ellos del modo que son, tanto si podemos soportarlos como si no. No puedo dar una sola respiración, no puedo cerrar la boca. Mis ojos se llenan de lágrimas, el corazón me golpea el pecho y quedo en silencio deseando asimilar algo de aire, pero no puedo. Intento rasgarme y abrirme para dejar salir esta sensación. Quiero volver en el tiempo, invertir todo lo que se ha hecho.

    —Vamos, Ailen. Hagámoslo antes de alguien más nos ayude. Preferiría morir bajo mis propios términos, - dice Hunter con una terrible finalidad. Toma mis manos en las suyas. —Doble suicidio.

Capítulo 18

    

El Monte Rainier

    Las memorias se niegan a parecer. No hay nada ahí. Es como si me hubieran destripado el pasado y sólo quede el ahora. Sólo los ojos de Hunter, azules y asustados en su determinación. Y mi propio miedo; miedo de dejarle marchar, miedo de no tener éxito al suicidarme, de que me dejen sola, de sufrir por quién sabe cuánto tiempo.

    —¿Por qué? - le pregunto.

    Ahora que estamos lejos del peligro, o al menos hay cierta ilusión de estar lejos del peligro, de pronto no quiero que muera, quizá ni siquiera deseo morir yo tampoco.

    Su voz suena cansada. —¿Qué ha cambiado? Me lo prometiste. Si te vas, yo me voy. A menos que decidamos cómo hacerlo, alguien lo decidirá por nosotros. Como esas amigas sirenas tuyas. ¿Ves lo que quiero decir? - me dice.

    —Tienes razón, - admito.

    —Cuando saltaste del puente... espero que te lo tomes en el buen sentido... estuve celoso. Celoso de ti, fue algo valiente lo que hiciste, hacen falta mucho valor.

    —El suicidio no tiene nada que ver con el valor. - le lanzo una severa mirada.

    —Espera, deja que termine. Lo que estoy diciendo es que me dio el impulso que necesitaba. Una patada en el culo, en cierto sentido. Llevo pensando en suicidarme desde hace un par de años.Desde que mi mamá supo del cancer, y de nuevo cuando mi padre nos dejó. Bueno, estuve cerca, pero me acobardé en el último minuto. - queda en silencio.

    —Nunca me lo habías dicho, - le digo, perpleja.

    —Claro que no. No quería asustarte.

    —¿Qué hiciste exactamente? - le pregunto.—Robé una moto y la llevé muy rápido. - me sonríe.

    —Jesús. ¿Lo hiciste? ¿De verdad?

    —Sí. Fue estupendo, al principio. Luego me puse a girar y perdí el control. De la nada, la estúpida rueda trasera se bloqueó, - mueve los brazos para representar lo inclinado que estaba y lo rápido que rodaban las ruedas, —y derrapé algunos metros hasta caer dentro de una zanja. Gracias a Dios que sólo había tierra y no rocas o algo peor. Dejé la moto y volví andando a casa. Me llevó tres horas, mucho tiempo para pensar en muchas cosas. Después de aquello, tenía demasiado miedo de intentarlo de nuevo. - él juega con mis dedos, pulsándolos como si fuesen teclas de un piano.

    —¿Y no te pillaron? ¿De quién era la moto? - le pregunto.

    —No sé. La moto de alguien en la calle. Le hice un puente.

    —Imagínate. Así que me mentiste cuando te pregunté si habías pensado alguna vez en suicidarte.

    —Bueno, yo sólo, ah... evadí la pregunta. Lo siento. - agacha la cabeza durante un rato y luego vuelve a levantar la vista. —¿Significa esto que estás dispuesta a ello, entonces?

    —Salté, ¿o no? - muevo la cabeza hacia el lago. —Esto ha sido el intento de suicidio número dos para mí. No, espera... tres. ¿Cuatro? Ni siquiera sé qué número es, para ser honesta. He perdido la cuenta. Supongo que me apunto. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Si tú vas, yo voy. - me encojo de hombros.

    —Estupendo, - dice Hunter y me besa como si yo acabase de aceptar subir con él a algo en un parque de atracciones en vez de hacer un viaje hacia la extinción.

    Un loco brote de emociones gira en mi cabeza y no tengo espacio para respirar siquiera, engullendo su cálida presencia como un animal enjaulado y muerto de hambre al que le han tirado un hueso por primera vez en días. El calor de la combustión del alma de Hunter me envuelve, me derrite. nos separamos, jadeando, electrificados. La cara de Hunter se desfigura con una rabia amenazadora. Rápidamente se obliga a suprimirla y sonríe. Le imito. No habrán tiempos felices después de todo. Es imposible que estemos juntos. No otra salida. Que así sea. Este desafío a la misma muerte me llena de una extraña excitación. Es algo sobre lo que por fin tengo control. Confio en poder chillar tan fuerte que mi voz supere la velocidad del sonido y yo sencillamente explote. ¿No sería eso una pasada?

    Hunter sonríe como un chico a quien no le importa que su última travesura le vaya a costar la vida, porque es demasiado emocionante intentarlo. Para salir de este mundo tan espectacularmente como podamos, ser vistos y oídos y comentados durante un buen tiempo después hayamos desaparecido.

    Ahora se darán cuenta. Ahora llorarán. Ahora se lamentarán. Ahora sufrirán. Pero nos dará igual... ya no seremos nosotros quienes suframos, será algo con lo que ellos tendrán que vivir. nosotros quedaremos libres de ello para entonces, libres y felices.

    El aire a nuestro alrededor nos llena con un propósito y una sensación de alivio. La decision ha sido tomada y el sufrimiento abandona nuestra conversación. Hemos vuelto a la planificación, como unas vacaciones.

    —Bueno, ¿cómo propones exactamente que lo hagamos? - le pregunto.

    —¿Estás pensando lo que yo estoy pensando? Porque yo pienso en que consigamos un juguete nuevo. - Hunter me tira de la mano.

    —¿Qué juguete?

    —Aquí mismo. ¿Ves? - me señala al aparcamiento que hay delante de un edificio de oficinas de dos plantas, el parking donde aterrizan algunos desafortunados saltadores suicidas. Ahora la mañana está en pleno inicio de turno y puedo oir las almas de los madrugadores camino al trabajo. Gracias al cielo, aún es temprano y apenas hay gente aquí. Al otro extremo, junto a una pila de ropas dejadas por los indigentes, una moto se inclina casualmente sobre su pata de apoyo. Apenas es distinguible, fundida entre las sombras, con un color gris inusual, plateado, y letras blancas brillantes al lado su carenado. Hunter se detiene abruptamente y me suelta la mano.

    —Mierda, Ailen. ¡Es una Ducati 748! Deben de haber hecho una personalización, mira la plata. Preciosa. De fábrica sólo vienen en amarillo, rojo o negro. - Hunter empieza a trotar y se agacha junto a la moto. Yo le sigo. —No, no está personalizada. Parece que es el color original de fábrica. Tío, creo que sé lo que es esto. Sólo se han producido una de cada cien de estas bellezas, Neiman Marcus edición limitada. ¡Es una 748L! Mira el tono metalizado, fibra de carbono, fibra en el guardabarros, Cristo... - sigue murmurando entre dientes, acariciando la moto, admirándola.

    —Um, ¿se supone que eso es guay? - le pregunto, nada impresionada.

    —¿Estás de jodida broma? Esto es lo que necesitamos. - se pasa los dedos por el pelo y se limpia las palmas de las manos en sus vaqueros al levantarse.

    —No, ¿no estarás pensando en...? - le digo tirando de su manga.

    —Oh, sí, lo pienso. Llevo mi herramienta encima también.

    —Tú estás mal de la cabeza.

    —¿Y qué? Se trata de vida o muerte aquí, ¿no? - acaricia el asiento de cuero de la moto.

    Me muerdo el labio, tratando de suprimir mi creciente excitación. Sé que es incorrecto... muy, muy incorrecto... y aún así no puedo evitar preguntarme cómo sería montar en esta bestia detrás de Hunter, abrazándole, apretando mi cara en su espalda. Qué aspecto tendríamos encima de esta gota plateada de velocidad reluciendo en este húmedo brillo después de la lluvia.

    Una mirada a la pila de ropa.—¡Oh, Dios mío! - chillo incapaz de creer lo que ven mis ojos.

    —¿Qué pasa?

    —¡Mi sudadera! - tiro de ella para sacarla y desdoblo el pringoso fardo de algodón, reconociendo al instante la gran letra S blanco brillante en la multitud de arrugas azules. —¡Es la que perdí cuando salté! Debe de haber flotado hasta la orilla. - me aplaudo a mí misma con alegría, me abro la chaqueta de pescador, la tiro al suelo y me pongo mi adorada sudadera por la cabeza, sintiendo su humedad en mi piel.

    —Te queda guay, - dice Hunter distraídamente mientras hurga dentro de los bolsillos de los vaqueros.

    Se arrodilla junto a la moto, abraza el frontal del carenado con el brazo izquierdo y mete el derecho dentro de las tripas de la moto. Un discreto "clic" más tarde, ya está en pie de nuevo, montando en la moto, pulsando el botón de arranque.

    El motor cobra vida con un rugido. Mi mundo explota con ruido brillante. Me tapo ambos oídos.

    —¿Así es como quería irme, recuerdas? - grita Hunter.

    Me sonríe, pero no hay carcajadas en sus ojos. sólo una calma vacía. Me arrastra hacia su oscuridad, deseando el vacío. Quiero que me succione dentro, que me mantenga ciega y nunca me deje marchar.

    —¿Te hace una vuelta?

    Su mano no tiembla. Largos y esbeltos dedos. Una palma hacia arriba. Y esa mirada.

    —Sí, - le digo y le tiendo la mía.

    Levanto una pierna y me deslizo sobre el asiento de atrás sintiendo el calor del tubo de escape penetrar mi ropa y escaldarme la piel desnuda de los pies. Consigo encontrar los reposapiés del pasajero y los despliego al agarrarlos con las puntas de los pies y empujarlos hacia abajo.

    —¡Hey!

    Un hombre en traje negro todo de cuero está corriendo hacia nosotros con un casco plateado balanceándose en su mano izquierda, las llaves de la moto cuelgan en su derecha. Su cabeza casi calva lleva pelo gris y los siniestros rasgos de un motorista veterano.

    Me siento avergonzada por la emoción de robar algo que le pertenece. Al mismo tiempo, el lado siniestro de mí, la sirena, sonríe con avaricia.

    ¡Aunque mierda, señor, qué oportuno!

    —¿Qué demonios hacéis los dos? ¡Bajad de mi moto! ¡Fuera, fuera!

    Los tacones de sus botas de equitación hacen claqué en el asfalto.

    —¡Agárrate! - Hunter suelta el embrague e inclina la moto, girando hacia la salida del aparcamiento para poder entrar en la carretera.

    El hombre se acerca a nosotros otros diez segundos o así, y me agarrara la capucha de la sudadera. Justo entonces, Hunter se detiene, mete la primera marcha y dá gas. La moto ruge. Le envuelvo la cintura con los brazos aún con más fuerza, entrelazo los dedos de ambas manos y giro la cabeza.

    —¡No te acerques! - le grito con maligno regocijo.

    Mi aviso recorre en cascada el aparcamiento en una poderosa onda acústica que rebota en la panza del puente. El hombre se congela en el sitio con la boca abierta y las puntas de los dedos enguantados a centímetros de distancia del tubo de escape de la moto.

    Le muestro el dedo. Y volamos.

    El viaje es turbulento, cada cambio de velocidad es una sacudida. Hunter ha perdido práctica, pero se adapta rápida y gradualmente, el movimiento se torna suave.

    Acelera el corazón.

    Somos una plateada lágrima de velocidad, primero por calles de barrio vacías, luego entre el lento tráfico de la autopista, un mar gris de aburrimiento matinal. Si hay un modo de irse con estilo, es atravesando esta tela de mundanidad rasgándola en pedazos, adelantando a los que siguen las reglas preconcebidas en las carreteras. Pasamos entre ellos ignorando bocinazos, miradas de odio y encendida indignación.

    Vivir cada minuto como si fuese el último. Experimentar un millón de vidas en un momento, en vez de media vida durante cien tediosos años. Este es mi minuto de fantasía, es mejor que nada.

    Vamos a toda velocidad por la Autopista 99, cruzamos el Puente Aurora y entramos en el centro de Seattle que bulle de vida mientras el resto de la ciudad aún está andando. La ciudad es un enjambre de almas que transportan sus cuerpos dentro de coches, que sorben de sus primeras tazas de café y que aspiran delelitadas el aire después de cada trago.

    Me abrazo más fuerte a Hunter y apoyo mi mejilla en su espalda, esperando que nos estrellemos en cualquier monento.

    Juntos.

    Porque él circula en zigzag entrando y saliendo entre los coches como un demente, rezando por que suceda.

    Un coche de policía patrulla ocioso entre los que acuden temprado al trabajo. Pasamos como una centella a su lado. Oigo que el poli derrama su café, maldice sorprendido y enciende las luces.

    Destellos rojos y azules en mi visión periférica. El cuerpo de Hunter tiembla con lo que debe de ser adrenalina. Mete la quinta. La moto se sacude y se abalanza devorando carretera. Se encienden las sirenas de policía detrás de nosotros.

    ¡Tuip! ¡Tuip! ¡Tuip!

    —¡Tenemos que perderle! - le chillo por encima del aullido del viento.

    Unos segundos después mi rodilla izquierda casi araña la tierra cuando viramos sobre la oscura sombra de la rampa de salida de la Autopista 99 hacia los dos estadios de Seattle. Hunter acelera hasta los noventa kilómetros por hora, cien, ciento veinte Pasa un semáforo en rojo, gira a la izquierda sobre la carretera que conduce a otra rampa de subida, sube hasta arriba, circula por el bucle y salta a una relativamente vacía Interstatal 5 ante las sorprendidas miradas del tráfico que repta hacia el Norte y las bocinas de los coches hacia el sur. Otro poli llega detrás de nosotros.

    Genial.

    Hunter tirita violentamente. Mi pelo ondula en la peste de los tubos de escape del tráfico. Me inclino hacia adelante y chillo, —¿Qué te pasa?

    —¡Me estoy congelando! - me responde gritando contra la marea de aire. —¡No siento los dedos!

    —Mierda, - le digo a su espalda.

    Siento caer la temperatura de Hunter mientras volamos entre los carriles de la carretera, ignorando los gritos de enfadado y pitos y las sirenas que braman detrás de nosotros. Respiro en la sudadera de Hunter, inhalando el leve aroma a humedad que me recuerda a colada mojada. Su tela se infla y ondula en el viento

    De pronto lo sé. Humedad. Vapor de agua en el aire. Tal vez pueda mover las gotitas de agua más rápido y calentar el aire al acelerarlo. Vale la pena intentarlo.

    —¡No te asustest! ¡Estoy a punto de gritar! ¡Quiero probar una cosa! - le grito.

    No hay señal de que me haya oído. Giro la cabeza hacia el cielo y empiezo un gutural lamento animal, una capela salvaje. Empieza suave y aumenta gradualmente de volumen. Subo el timbre, más alto, más alto, superando la cacofonía del tráfico perforada por las sirenas de policía detrás de nosotros.

    El cuerpo de Hunter se tensa. Froto mis manos arriba y abajo en su estómago para decirle que todo irá bien, para relajarle. Mi aullido explota en una temeraria apertura de ópera única, con su ritmo en staccato diseñado para coincidir con el ritmo de los átomos de las moléculas de agua... tres, un oxígeno y dos hidrógenos... empaquetados por enlaces químicos.

    Escúchame, te lo ordeno. quiero que bailes para mí, ¿vale? Quiero que te muevas más rápido, tan rápido como puedas y crees vapor caliente. Ellos me escuchan. Los átomos. Una enorme cantidad de ellos en un radio de unos seis metros a mi alrededor. Se mueven, se precipitan y vibran en sintonía con mi grito. Al principio creo un túnel de aire seco que separa la lluvia en vibrantes láminas. Pero puedo hacerlo mejor. Puedo producir una burbuja de calor. Puedo vincular unidades básicas de agua a mi voz. Se está acabando el aire en mis pulmones y necesito respirar urgentemente, pero temo interrumpir el flujo. Continúo berreando, perdiéndome a mí misma en el sonido.

    Siento el núcleo de Hunter calentarse, dejar de tremblar y relajarse. Al mismo tiempo, el chorro de viento que me golpea en la cara aumenta de temperatura. Me cosquillean los dedos por el calor vibrante.

    —¡No sé lo que estás haciendo, pero es asombroso! ¡No pares! - me grita Hunter.

    Tomo aire y lanzo otro lamento más haciendo la esferita del clima a nuestro alrededor casi tropical. Hay menos tráfico. Seguimos rodando rápido aún con la poli en nuestra cola, pero ahora creo detectar también el grito distante de un helicóptero:

    Wuop Wuop Wuop

    El tiempo se prolonga, o quizá encoge, no lo sé. Los edificios de la ciudad dan paso a centros comerciales y casas dispersas a lo largo de la autopista. Dos coches patrulla nos alcanzan y flanquean nuestra motocicleta robada. Puedo ver a un oficial gesticulando, ordenándonos que reduzcamos y paremos.

    —¡Cómete esto! - grita Hunter y acelera la moto.

    Avanza y cruza dos carriles hacia la derecha, virando en la salida más cercana, una nube de humo se disipa detrás de nosotros. El motor tose algunas veces, llevado a su límite. La pendiente de la rampa de salida es tan inclinada que la rueda delantera de la moto despega del suelo durante un segundo y caemos mientras Hunter frena y casi derriba la moto en la curva.

    —¡Yujú! ¡Hemos hecho un caballito! - chilla de delirante emoción.

    Aceleramos por el pequeño puente sobre la autopista. Ambos polis corren por debajo, demasiado tarde para reaccionar, pero seguro que darán la vuelta en la primera oportunidad. Llegamos a una carretera del suburbio, la subimos y de pronto vemos el Monte Rainier.

    Es una vista preciosa y me deja sin respiración. Sobre la mellada línea de techos uniformes hay un valle de árboles y una franja de casas a kilómetros de distancia, una magnífica extensión de cielo emerge detrás. El sol de la mañana irrumpe a través de las nubes y, en ese bolsillo de rosa, una enorme montaña reluce con pristina nieve blanca en su esplendor. Múltiples cerros le otorgan una apariencia tosca pero apacible, su pura grandeza me hace sentir pequeña e insignificante.

    —¿El Monte Rainier? - le digo al oído levantándome en los soportes.

    —Sip. Hay que irse con estilo, ¿no? ¿Alguna vez has volado saltando de un estratovolcán? - empieza su cómica charla gritando por encima del ruido del motor.—Damas y caballeros, bienvenidos a nuestra actuación, El mejor y único espectáculo. ¡Contra un fondo de hielo glacial y con el Valle Rainier como escenario! ¡Hoy! ¡Que no se lo cuenten! ¡No habrá repeticiones! ¡Vamos a presentar un precedente para todas las futuras víctimas de suicidio, de las cuales, les puedo asegurar, habrá muchas!

    —¡No tiene gracia! - le interrumpo.

    —¿Quién lo dice?

    Le pellizco en el estómago levemente.

    Dejamos el tema y continuamos acelerando por calles vacías. Un minuto o dos más tarde capto el quejido distante de la sirena de policía de nuevo.

    —¡La poli! - chillo. —¡A unos kilómetros por detrás!

    —¿Puedes envolvernos en una niebla o algo? - chilla Hunter pasando un semáforo en rojo e ignorando el bocinazo de un coche solitario en el cruce.

    —¡Me he adelantado a ti, loco, ya lo he planeado! - le miento.

    Bueno, sólo un poquito, para parecer superior porque aún me siento herida por su estúpido chiste.

    Un brillo azul de atmósfera nos pasa corriendo mientras mantas de niebla crecen a ambos lados de la carretera. Hunter gira y volamos sobre una estrecha carretera oculta en el bosque, llena de giros y curvas para disfrutar una última vez. Árboles amarillentos enmarcan nuestro vuelo con sus quemadas copas en lo alto de copetes verdes como si sus gigantescas cabezas peludas se hubiesen hundido en fuego. El olor a mojado de las hojas caídas se mezcla con el frescor del otoño. Un odioso ruido mecánico aparece en nuestra cola, junto con aspas de helicóptero sobre nosotros.

    Otro minuto más y nos verán.

    Inclino mi cabeza hacia arriba y empiezo una canción, la que le canté a Hunter, una de mis Suicidios de Sirena favoritos.

    Estabas aquí,

    Llorando sin mí,

    Si te rodeo,

    Ámame o muero.

    Una bruma espesa sale rodando de mi piel y nos lame bajo una manta de niebla como caramelo de algodón. Sus bordes tocan la tierra en todos lados excepto delante, dejando un hueco bastante amplio entre el cielo y la carretera para que Hunter vea por dónde vamos.

    Te adoro, mírame

    O dejo mis alas abiertas.

    Enmudecen todos los demás ruidos. Escucho buscando a la policía. Su molesto ulular ha disminuído. Hunter me enseña un pulgar hacia arriba con su mano izquierda antes de agarrar el mango del embrague nuevo.

    ¿Me coges de la mano?,

    ¿O del corazón?,

    Cógeme del alma,

    No puedo apartarme, no.

    Las palabras suenan tan verdaderas que estoy preparada para nuestra caída, observando este viaje espectacular a través de una nube de mi propia creación, cantando hasta que mi garganta se queda ronca y ya no puedo cantar más. Cierro la boca, aprieto mi mejilla en la espalda de Hunter y me pierdo en el escenario. Lentamente, la niebla retrocede con campos verdes a nuestra izquierda y un enorme lago plano a nuestra derecha.

    La carretera asciende hasta la base de la montaña y después desaparece a su alrededor hacia la nada. La misma montaña no es visible detrás de la gruesa capa de bosque.

    Me concentro en escuchar en la distancia detrás de nosotros. Aparte de algunas almas y coches transitorios, no hay nada. Al mismo tiempo, Hunter reduce y para a un lado de la carretera. Frente a nosotros se alza la entrada al parque, una estructura de seis metros de altura hecha con dos troncos de árbol a cada lado y seis más encima de ellos para formar un techo. La puerta que está asegurada a cada poste delantero está abierta. Dos cadenas de metal sostienen un tablón que reza, PARQUE NACIONAL MONTE RAINIER.

    Más adelanre hay cabañas de madera con ventanas y una bandera en medio de la carretera. De hecho, la carretera se parte en dos alrededor de la taquilla de entrada donde se supone que tienes que parar y comprar un pase al parque.

    —Los hemos perdido. Los polis, - le digo cuando bajo de la moto y estiro las piernas.

    —Tú los has perdido. Gracias. - él se gira y toma mi cara entre sus manos, la moto ronronea suavemente.

    —Bah, no es nada. ¿Cómo vamos a pasar eso? - le señalo adelante. —No llevo dinero encima. ¿Y tú?

    —No hace falta dinero, nena. Cruzaremos en moto, como siempre.

    —De acuerdo, - le digo evitando su intensa mirada.

    Más allá la taquilla de la entrada, la base de la montaña está cubierta de densa vegetación, la carretera sube en zigzag y desaparece de la vista entre una roca vertical al lado derecho y el vacío a su izquierda.

    —Nunca había estado aquí, - le digo. —¿Cómo se llamaba? Quiero decir, ¿a qué parte del Monte Rainier vamos a ir?

    —Paraíso, - dice Hunter.

    —¿En serio? ¿Se llama Paraíso?

    —Absoluta e irresistiblemente correcto. el Cerro Paraíso. ya he estado aquí antes, estooo... por las vistas. Hay un bonito precipio en... - él se acerca a mí. —¿Qué te pasa?

    Suspiro. —Nada.

    Hunter me dá un rápido beso en la nariz. —No te creo. Dime.

    Intento distinguir la cima del monte en las nubes, dorada al sol. —¿De verdad lo quieres saber?

    —Sí, de verdad, - dice Hunter. —Supogo que lo sé. Este es mi puente, en cierto sentido y para ti debe ser como...

    —No. No, no me refiero a eso.

    —¿Qué quieres decir entonces? - me pregunta.

    —No me has dicho por qué qusisiste suicidarte. Yo te lo he contado, pero tú no. Y... quiero saberlo.

    Me quedo en silencio, mordiéndome el labio inferior.

    Hunter aparta la mirada. Parece estudiar un arbusto cercano espolvoreado con brotes de bayas amarillas.

    —La semana que se marchó mi padre pensé que yo podía arreglarlo. - sus ojos se inundan de lágrimas y él mueve la mano para apartarlas, apretando los labios, sus siguientes palabras salen suprimidas como si no estuviesen destinadas a ser oídas por nadie. —Yo era estúpido y arrogante por pensar que podía arreglarlo todo. Pero luego no pude. No hay pegamento mágico para la familia, ¿sabes?, ni píldora mágica para el cáncer. Me sentía muy impotente, simplemente quería tumbarme y morir...

    —Y decidiste que ya no podías soportar el peso. Que era demasiado doloroso, - intervengo tranquilamente.

    —Sí. Me has quitado las palabras de la boca. - estira los labios en el indicio de una sonrisa. Yo simplemente le cojo de la mano.—Luego me puse furioso. Me recompuse y decidí luchar hasta el final. No teníamos dinero para el seguro médico, así que conseguí un trabajo, un trabajo de verdad con sueldo. - hay lágrimas en su voz. —Aunque era un engaño, una falsa esperanza. Sólo retrasó lo que ya sabía que pasaría al final. Ella ni siquiera me reconoce ya, tiene que preguntarme el nombre todos los días. ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es el jodio sentido? - me agarra los hombros y me zarandea.

    Yo se lo permito.—Al menos tú tienes una madre, - le susurro.

    Queda en silencio como le hubiese abofeteado.—Al menos tú tienes un padre.

    Touché.

    —Ya. Tengo un padre. Un loco del control, un loco gilipollas enfermo de odio. - paro para tomar aire, las lágrimas caen por mis mejillas en dos líneas furiosas. Él me acaricia la cara.

    —Lo siento, no era mi intención. ¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor? Dime qué puedo hacer.

    Sus ojos se abren y lo único que veo es el cielo reflejado en el azul de sus iris, latiendo de preocupación. Me llena con un brillante dolor, frontera entre el placer y el hambre que saca su horribke cabeza para oír el alma ardiente de Hunter. Me toma una enorme fuerza de voluntad no atacar y hacerle pedazos. Mi pecho se enciende con fuego y amenaza con quemarme viva desde el interior.

    —Vamos a hacerlo de una vez, - le susurro entre labios tensos, confiando contra toda esperanza que, por la fuerza de mi gritos, explotaré y dejaré de existir por fin. Imágenes de Hunter estrellándose en las rocas en un millón de pedazos inundan mi cabeza.

    Respiro hondo y exhalo el dolor, insensible. —¿Le has dado alguna vez a alguien una vuelta de una vida? - le digo e intercambiamos una sonrisa.

    —¿Qué es una vuelta de una vida? - me pregunta inocentemente.

    —Ya sabes, del tipo asesina, - le digo imitando su tono.

    —Oh, qué curioso. Nop, nunca.

    —Bueno, ¿puedo ser la primera? ¿Por favor? - me hago la tímida.

    —¿Tú? Claro. Siempre. Y para siempre.

    Me inclino hacia él y me besa. Desperada por sentir todo de ello, me aprieto con fuerza. Labios, lengua, mi cara entera. Nos engullimos el uno al otro. No hay espacio para respirar, no hay espacio para pensar, sólo esto. Su manos agarran mi pelo.

    El azul es mi color favorito. El tres es mi número favorito. Sólo hace falta un minuto para caer desde tres mil metros. Cierro los ojos e intento imaginar cómo sonaran nuestros cuerpos volando ladera abajo, cayendo entre los pinos y sobre las rocas. Decido que vigilaré a Hunter cayendo para asegurarme de que muere apaciblemente, y luego protestaré sobre su cuerpo muerto y estallaré en la nada. Luchando contra el deseo, contra una intensa fuerza magnética, nos separamos.

    —Es la hora, - dice Hunter.

    —¿Cuánto tiempo hasta la cima?

    —Bueno, no está exactamente en la cima. Es un precipio en uno de los cerros. Uno de los puntos de observación. Veinte minutos como mucho.

    —Oh, vale, - digo y susurro, —Te amo. A muerte.

    —Yo te amo más. - me sonríe y me da otro beso rápido en los labios. —Eres preciosa, ¿lo sabes?

    Y yo no sé cómo esquivar eso y dejo caer los ojos con una oleada de excitación que me recorre entera, Me tiemblan las manos. Hunter gira y se sube a la moto.

    —Mierda, estamos casi sin gasolina. ¡Sube!

    —¡Subo! - le grito, abrazándole por detrás.

    Subimos rápidos por el camino y pasamos la taquilla de entrada, ignorando los gritos del guardabosques que asoma la cabeza por la ventana, sorprendido.

    Arriba que vamos, alto, más alto, tomando curvas cerradas a increíble velocidad, esperando a que llegue el precipicio perfecto.

    ¿No es irónico experimentar los últimos veinte minutos de tu vida como los más estimulantes y felices?

    El cielo brilla con la mañana de septiembre y lo devoro con los ojos. Aspiro por la nariz el frío viento lleno de aromas del otoño. La densa caricia se acentúa con el tintineo distante de almas queridas. Por encima de todo, la ardiente alma de Hunter, aunque ardiendo sin fuego, aún es la dulce penúltima nota para acabar con todo.

    Empiezo a contar los minutos. Han pasado siete, quedan trece hasta que lleguemos a nuestro destino.

    Cada curva hace que mi corazón se pare. Viajamos aún más arriba, siguiendo la sinuosa carretera.

    —¡Allí mismo! - chilla Hunter y señala por el valle.

    Yo oso mirar a mi derecha, y luego hacia abajo... y deseo no haberlo hecho. Estamos rodando por el borde superior de un estrecho valle con un río al fondo. Hunter señala hacia un cerro al otro lado del valle. Así que nuestro descenso no será uno espectacular de 5 000 metros de altura como yo pensaba; más bien 500 metros. Aún así, es para dejarte sin respiración. Una capa de niebla roza las copas de los árboles suavemente, rasgada en parches bordados por el sol.

    Quedan seis minutos.

    Cogemos una curva cerrada a la derecha. siguiedo la carretera. Los abetos Douglas, cedros rojos y cicutas retroceden para dar paso a pinadas ocasionales frente a los claros abiertos de bayas y rocío. Abrazo a Hunter con más fuerza. Él cubre mis manos con su palma izquierda, cálida y húmeda a pesar de la rápida caída de temperatura. Presiono sus muslos con mis rodillas y aprieto con fuerza. Siento los músculos de su estómago rodas bajo mis brazos. Aprieto mi cara en su espalda queriendo fundirne con él y dejar una huella permanente... un ser sólido en vez de dos.

    Cuatro minutos.

    Pedazos de roca derrumbada vuelan bajo las ruedas de la moto y huyen hacia la oscuridad. Giro la cabeza hacia atrás para ver la montaña. El cielo se ha despejado de nubes. El sol brilla por el valle, presentándolo gris, cubriéndólo con una capa espesa bruma blanca, justo como he visto a veces en las tarjetas postales.

    Un minuto.

    Huelo toda la espalda de Hunter, tratando de absorber tanto de él como pueda, asimilando la forma de sus costillas que se curvan hacia fuera desde la columna hasta los suaves lados de su torso, tenso por la aprensión. Como en respuesta, Hunter abre más el acelerador. La moto tartamudea y tose una flema de humo púrpura.

    —¡Nos estamos quedando sin jodido combustible! - chilla él. —¡Justo a tiempo!

    —¡Te amo! - le chillo, preguntándome si estas serán las últimas palabras que le diga, frotando mi manos por todo su cuerpo en una urgente caricia loca, sintiendo su cara, tocando sus labios, deslizando mis dedos por su cuello, con el pánico rodando sobre mí.

    —¡Yo te amo más! - me grita con júbilo delirante y voz estridente.

    Estamos cerca. Puedo ver el precipicio delante de nosostros.

    Treinta segundos.

    Esta es nuestra recta final. Me aferro con los brazos a su cintura, ya sin preocuparme de si le dejo sin respiración o no. Hunter gruñe y me coge las manos brevemente, aplastando mis dedos.

    Diez segundos.

    Vamos en una línea recta justo hacia el sol, hacia una línea que divide el horizonte, azul claro y azul oscuro. El azul es mi color favorito.

    Tres. Dos. Uno.

Capítulo 19

    

El Paraíso

    —¡SÍIII! - la voz de Hunter hace eco en el espacio cuando suelta el manillar de la moto y entrelaza sus dedos con los míos.

    Al mismo tiempo me acerco a él y extendemos nuestros brazos como alas antes de que el viento arraque nuestras plumas de locura. La moto ruge, escupe y cae bajo nosotros chocando en las copas de los árboles a lo largo de la pendiente escarpada. Por inercia, trazamos un arco lejos de la pendiente y nos propulsamos hacia el valle rocoso. El viento golpea nuestras camisas y Hunter está cayendo de cara, yo voy cayendo encima de él. Pasa un segundo y luego otro. Me golpea de lleno un ataque de pánico.

    ¿Qué demonios estamos haciendo?

    El aire es fino y me congela las tripas. El viento, retumbando sonoramente, me hace llorar y la urgencia me derrota. Mi mente despliega grandes letras rojas parpadeantes para formar una palabra: ¡ERROR!

    Como si me dijese: camino equivocado, mala decisión, dirección incorrecta. Pero es demasiado tarde para volver. Demasiado tarde para nada en este punto. Cinco segundos más y seremos gachas, en el mejor caso, papilla en el peor. Nos aplastará la roca como nuestro acto final de comunión. Esto es cien veces peor que saltar del Puente Aurora. Esto es tan terrorífico que creo que se me va a parar el corazón y que entraré en coma antes de estrellarnos.

    Los dedos de Hunter se cierran en los míos con la fuerza de un cadáver en su agarre de muerte final, helado y que cruje los huesos. Rompemos la niebla blanca. Un grupo de pinos se perfila como lanzas, preparado para perforar nuestra caída. Pienso brevemente en crear una bolsa de aire para amortiguar nuestro aterrizaje cuando cambia la dirección del viento. Llegamos a una masa densa de aire con el ángulo incorrecto y caemos en espiral fuera de control. Con mis ideas dejadas despiadadamente de lado, mi cuerpo se pone al mando y se activa mi instinto de supervivencia de sirena.

    Grito.

    La desesperación pasa por mis cuerdas vocales y sale como un grito de guerra, un gruñido de muerte y un aullido rebelde todo combinado en uno.

    Estamos a dos segundos de impactar con la roca cuando la bruma cambia. Apareceren gotas en el aire y se multiplican a una tasa alarmante. El agua se condensa a nuestro alrededor y se vierte en un río de lluvia.

    Olvido la promesa que le di a Hunter. Lo único que quiero ahora mismo es salvarle. No quiero que muera. Tenso los brazos, doblo las rodillas y levanto las piernas, girando en el aire, rodeando a Hunter con mi cuerpo como una manta, con mi espalda hacia el suelo como un escudo protector.

    ¡Crack!

    Chocamos atavesando unos pinos en el fondo mismo de la pendiente. Las ramas se parten en mi espalda, sus manos furiosas me azotan en la cara y me cubren con una ducha de agujas. Pierdo todo sentido de dirección, cierro los ojos y mantengo sólo una meta en mente.

    Protege a Hunter. A cualquier coste, protege a Hunter.

    ¡Tud!

    Mi espalda aterriza en la tierra húmeda ablandada por todo el agua. Es como si hubiese conseguido crear una esfera flotante de líquido y aterrizara en medio de ella, haciéndola estallar. Una onda expansiva me atraviesa la columna, su fuerza parece romperme todos y cada uno de los huesos, estirar cada uno de mis músculos hasta su punto de ruptura.

    Aún así, no suelto los brazos, apretando a Hunter con más fuerza. No me importa lo que pase, no permitiré que Hunter se marche. No consigo captar bien el eco de su alma en combustión, ni su respiración, ni el latido de su corazón. La naturaleza misma parece imperturbada por muestra caída, apresurada a su modo. Un frío soplo del rápido río de la montaña llena mis nasales. A pesar de mi dolor, sonrío y doy una profunda inhalación, notando el aroma del musgo, los peces y los árboles forestales. Un inmenso abeto Douglas emerge sobre nosotros en un gesto protector. Está solo lejos del racimo de bayas a metros de distancia a cada lado. La línea plateada del río reluce a unos veinte metros detrás de él.

    La culpabilidad me aplasta. Estoy viva. Antes de descender el oscuro túnel de autodesprecio, oigo algo a través del marchitante pitido en mis oídos. Ahí está de nuevo.

    ¡Puedo oír el eco del alma de Hunter!

    Él se convulsiona y tose sangre. Líquido cálido se derrama entre mis dedos.

    —¡Oh, Dios mío! ¡Hunter! ¡Estás vivo, estás vivo! - Y me río, aunque la risa sale en brotes histéricos.—Estamos vivos, Hunter. ¿Me oyes? Estamos vivos.

    Él respira en cortos resuellos y no me responde.

    —¿Estás bien? - le pregunto de nuevo.

    El silencio es mi respuesta.

    No puedo mover los brazos o menear los dedos. Nada funciona. no puedo indicar el momento exacto en que mi cuerpo dejó de derretirse por un fuego interno de dolor y sucumbió a la insensibilidad helada. Intento menear los dedos de los pies o mover las piernas. No las siento en absoluto.

    ¿Me he roto los huesos? Parece que lo están... todos ellos. ¿Cómo puedo ayudar a Hunter exactamente si no me puedo mover?

    Me percato de que no he pensado en esta posibilidad.

    Un sonoro trueno cruje en las cercanías, como una explosión.

    —Por ahí va la moto, - le digo a Hunter.

    Silencio. Hunter no reacciona.

    —¿Hunter? ¿puedes oírme? Yo te oigo respirar. ¿Puedes decir algo, lo que sea, por favor? O sólo asiente para hacerme saber que me has oído. - Mi voz tiembla.

    Su pelo me cosquillea en la nariz. Más sangre brota de Hunter sobre mi manga izquierda. Él se agita en una violenta rabieta y queda inmóbil. Yo me rindo de intentar que hable.

    —Hey, no pasa nada. Estamos vivos y eso es todo lo que importa. Esto ha sido una idiotez. Estoy aquí, estoy contigo. Todo saldrá bien, - le susurro.

    No responde, sólo agudos resuellos. Hunter toma una profunda respiración y produce algo apenas audible, —Joder.

    —¡Oh, Dios. Oh, Dios, puedes hablar! Estás vivo. No hemos muerto. Esto ha sido la cosa más estúpida que hemos hecho nunca, ¿me oyes? De jodidos retardados. No me importa lo que digas, pero no pienso hacer esto de nuevo nunca más. No ha llegado la hora de morir, ¿vale? Que le jodan a esto, que le jodan al suicidio. ¿Me oyes?

    Respiración rápida.

    —Mientras no te me mueras, no tienes que responder. Tú sigue respirando, ¿vale? Sigue respirando y sigue viviendo, - le susurro.

    Una sensación de hormigueo me baja corriendo del torso hasta las piernas. Mis músculos empiezan a tejerse por su cuenta. Los siento enmendarse, los miembros me vibran. Me pica la piel como si un millón de hormigas rojas me mordieran por todo el cuerpo.

    Ignóralo, renaceré en cualquier momento, me dice mi cabeza. Suena como algo que Hunter diría .

    Me pongo a descansar, feliz de sentir su calor en mi abrazo, y siento que mis párpados caen lentamente y se cierran del todo por la debilidad.

    Cuánto tiempo pasa, no lo sé. Lo único que sé es que aún estoy rota pero reparándome rápidamente. Pruebo a flexionar los dedos. Funcionan, pero aún no puedo mover las manos. Advierto que la respiración de Hunter se hace más lenta.

    No. No no no. No entres en pánico. No pasa nada, todo va a salir bien.

    Lo único que puedo hacer es respirar en su pelo y esperar mientras escucho los vagos lamentos de violín de su alma en combustión, sabiendo que mientras pueda oírla, está vivo.

    Ahora puedo mover los brazos. Con cuidado y temor de herir a Hunter, y en lo que parece llevar una eternidad centímetro a centímetro, saco mi brazo izquierdo de debajo del suyo, dejándole tumbado sobre las rocas. Después de eso, me incorporo sobre el codo y colapso de inmediato en la tierra, pegándome en la cabeza con una piedra.

    Oigo almas y abro los ojos de golpe. A unos treinta metros de distancia, una pareja de ciervos salen de detrás de los árboles. Revolotean las orejas aproximándose cautamente, olisqueando el aire y manteniendo la distancia. Sus patas esbeltas rozan contra las piedras. Sus almas suenan como el rumor de las hojas y gorjeos animales. Me despejo la garganta, pensando si podré atraer uno para alimentarme de él. Me vendría bien. Supongo que podría alimentarme sólo de animales, ahora que lo pienso.

    ¿Por qué no? Requeriría más de ellos, en términos de cantidad, para igualar un alma humana. Como si leyesen mis ideas, esprintan y desaparecen.

    El sol es tan brilllante como lo era durante nuestra caída, y parece estar en la misma posición. Me parece que son las tres de la tarde. Me pregunto si el guardabosques ha decidido perseguirnos o no se ha molestado. ¿Nos ha visto alguien volar por el precipicio? ¿Ha oído alguien la explosión de la moto?

    Intento levantarme de nuevo. Me tiembla el brazo como loco. Perlas de fría trasnpiración me salen por la frente y mis agallas se abren, infladas. Llegar al río para meter humedad en mi sistema domina cada uno de mis deseos. Me lamo los labios y me pauso unos segundos para asegurarme de que ha desaparecido el vértigo. Lentamente, me incorporo y quedo a cuatro patas temblorosas para rodar suavemente a Hunter sobre su espalda, sujetando su cabeza y dejarle tumbado con cuidado.

    No quiero mirar lo que veo.

    Su cara está hecha polvo, arañada y magullada e hinchada en un desastre sangriento configurado en una máscara de dolor. Sus ojos son dos rendijas cerradas y pegadas. Su pelo parece una peluca vieja que hay que tirar a la basura. Está desaliñado, pringoso y sucio. Sus ropas son un montón triturado de algodón de ultratumba del color del fango. Tiene las piernas dobladas y aún lleva calcetines, pero sus zapatillas han desaparecido. Su brazo derecho no se mueve y el izquierdo sobresale en un ángulo incómodo.

    Le toco la mejilla. Parece que su voluntad de gritar nunca terminará.—¡Joder eso duele no me toques hablar duele! Oww... - protesta cayendo gradualmente en un lamento silencioso, tosiendo ocasionalmente.

    —Lo siento lo siento lo siento, - mascullo, maldiciéndome a mí misma por mi propia estupidez.

    Hunter solloza. Las lágrimas trazan dos líneas claras a ambos lados de su cara mugrienta. Durante un momento, abre los ojos. Sus brillantes iris azules son las únicas dos cosas de color limpio, tan adorables como el cielo. Los cierra, gimoteando. Decido que si le miro la cara por más tiempo, empezaré a llorar, así que me mantengo ocupada.

    Me agacho, hago una bola con el extremo de su sudadera y la rasgo de un tirón.

    —Parece que tus costillas están intactas, eso es bueno.

    Suspendo suavemente mi mano sobre sus hombros y estómago, con miedo a tocarle, mirando sus brillantes hematomas rojos a cada lado de su pecho. No hay cortes y suspiro de alivio.

    —Parece que tu brazo podría estar roto. ¿puedes moverlo?

    Lo toco y Hunter protesta, luego tose más sangre y deja de moverse. Oigo a su alma danzar dentro de su caja torácica como una polilla en la luz, queriendo huir, golpeando las paredes, rompiéndose sus alas delicadas. Me grita, me suplica clemencia. El terror me envuelve.

    —No no no no no. ¡No te me mueras ahora!

    Le abro los párpados. Su boca se abre y los primeros zarcillos de bruma salen en un remolino.

    Bruma y humo. ¡Su alma!

    No hay tiempo para pensar. Mis lágrimas se transforman en un suave ronroneo aterciopelado. Gotean en una canción, creando un flujo de agua tranquila, gota a gota, charco a charco.

    Mira arriba,

    El cielo es gris,

    ¿Lo ves?,

    Dime.

    Tomo sus manos frías en las mías, bajando mi cara sobre la suya hasta que nuestros labios casi se tocan. Canto y canto y canto, vertiendo mi deseo para llevarme su dolor. Su alma me rodea y sube al cielo, preparada para huir de su cuerpo.

    —¡No!

    Su cara ensangrentada se torna vieja, sus párpados se hunden en sus zócalos, enterrados en arrugas, huecos.

    —¡NO! - le chillo —¡No no no no no! - pruebo de nuevo.

    Háblale a mi amor,

    No sobrevivirá .

    Mi canción no parece estar fucionando como lo hace usualmente. Sale horrible, rota y disjunta. Pero no me importa. No quiero que muera, ahora no, no después de todo esto.

    ¿Qué más hay que hacer salvo intentar traerle de vuelta? No se ha ido del todo.

    Oigo su vaga respiración, el latido lento de su corazón como una luz que parpadea. Ora encendida, ora apagada.

    Me ahogo en lágrimas y sigo cantando.

    ¿Me amaste?,

    Dime,

    ¿Me amaste?.

    Recurro a la montaña, al río, a los árboles y la hierba. Parece como si se mecieran de tristeza conmigo, como si la misma tierra se estuviese lamentando.

    Memorias,

    ¿Me habéis dejado ahora?,

    Quiero saberlo.

    Mi voz se eleva y pronto se torna un aullido que rebota en la pared del cerro, para que todos lo oigan.

    Algo se mueve en el aire en la distancia, se acerca a la velocidad de la luz, como si lo único que estuviera esperando fuese mi ubicación.

    Canosa. No está sola. Y viene de camino para encontrarme.

Capítulo 20

    

El Río Nisqually

    Mi lamento muere, sacado de mí a patadas por la inminente presencia de Canosa. Durante unos momentos estoy desorientada, sin comprender del todo dónde estoy ni cómo he llegado aquí, arraigada en el flujo de la melodía que he coneguido producir con mi dolor. Parpadeo, salgo rompiendo mi aturdimiento coral.

    Hunter. Está herido. Se moría, ¿no es cierto?

    Otra melodía de otro mundo, penetrante por su belleza, toca cada uno de mis nervios y me produce paz. Le he reanimado, después de todo. Su alma ha vuelto a su esplendor de sonidos hogareños, la comodidad de una zapatillas en el suelo del parqué, el choque de las cacerolas en la cocina, la brisa de una tarde de verano llena del canto de los pájaros y risa. Risa enternecedora. Y nada de incendio. Quiero rendirme a ella, disfrutarla como si fuese el sol empapándome con su calor. Pero no puedo, no después de lo que acaba de ocurrir.

    Involuntariamente, dejo escapar un grito de consternación.

    —¿Podemos dejar de gritar, por favor? - gruñe Hunter como si llevase despierto durante un buen rato. —Creí que el paraíso era un lugar tranquilo, un lugar sin dolores de cabeza. Tío, estoy sediento.

    Mis pensamientos sobre Canosa desaparecen en un instante.

    —No te has muerto. - me arrodillo junto a él, una oleada de felicidad me hace temblar.

    —Gracias por hacérmelo saber. Me estaba preguntando eso. - sus labios se separan a lo largo de su cara sangrienta en una mueca de dolor.

    El cielo del precrepúsculo combina con el azul de lavanda de sus ojos. Me atraganto de regocijo y miseria a la vez, porque todo esto es demasiado absurdo, demasiado irreal, y entonces lo recuerdo.—Hunter. Necesito decirte algo importante. Siento no haber preparado adecuadamente un discurso para esto. No pensaba que fuésemos a vivir. Pero si no lo digo ahora, no tendré valor para intentar decirlo después. - me pauso.

    Él cierra los ojos y gime. No puedo saber si me está escuchando o no, pero ahora que empezado, soy incapaz de parar.

    —Me marcho. Y... ya no quiero que me ames más, - le digo tranquilamente.

    Se incorpora sobre el codo derecho y gime, pero no grita. —¿Qué? Perdona, no me he enterado de nada. ¿Qué has dicho?

    Levanto los ojos hacia él, incapaz de repetir la parte de "Me marcho", y suelto, —¿Estás herido? ¿Cómo te sientes?

    Estoy temblando entera. Él simplemente me mira categóricamente.—¿En serio me acabas de preguntar cómo me siento? - está tiritando. —¿Cómo te sentirías tú en mi lugar? ¿Eh? - niega con la cabeza. —De acuerdo, te lo diré. Me siento bien, muchas gracias, considerando que acabo de caer más que quinientos jodidos metros de este cerro, casi aplastado en pedazos, y probablemente ahora estoy tullido. Gracias a mi amiga sirena que ha decidido salvarme. ¿Te pedí yo que lo hicieras? Nop. Entonces, ¿por qué coño eres tú la que está llorando? Yo soy el único con derecho de derrumbarse. - me está mirando con una ensangrentada cara furiosa.

    Me limpio las lágrimas. —Perdón.

    Él entra en un bucle, soltando insulto tras insulto. Yo asimilo su resentimiento desconcertada por su ferocidad.

    Recuerdo haber leído en una revista que cuando evitas que alguien cometa suicidio, en vez de agradecértelo, te acribilla con palabras de indignación. Porque en ese espeluznante momento, cuando por fin han encontrado alivio en su dolor al dejar esta vida, le has interrumpido y queda abrumado por la tremenda devastación. La mayoría internaliza este nuevo dolor y nunca lo muestra, pero algunos son capaces de echártelo en cara.

    Hunter es del último tipo.

    Ahí estaba él, esperanzado por terminar su tortura de una vez por todas, y aquí estoy yo, rompiendo mi promesa para ayudarle.

    —En un minuto estoy volando a través del aire y al siguiente despierto en el fondo del mundo, quebrado pero vivo. Se supone que tenía que estar muerto, de acuerdo. Se suponía que... ¡basta! - muestra una total cara de enfado con gruñidos y mostrando los dientes.

    Retrocedo. A cierto nivel, me alegro de que esté enfadado. Uno no puede enamorarse en un estado de shock y confusion como el suyo. Eso me facilitará el trabajo.

    —No podemos quedarnos aquí, - le digo tan calmadamente como puedo. —Canosa me ha oído cantar. Ella y las demás vienen hacia aquí. Quizá tenemos unos minutos, como mucho, antes de que lleguen. Tengo que cargar contigo. ¿Me dejas...? - mientras lo digo, me pregunto si seré capaz de levantarle en mi estado, y no digamos cargar con él.

    En un intento por incoporarse él mismo con ambos codos, Hunter cambia su peso a la izquierda y cae al suelo. Abre la boca y emlte un grito de agonía.

    —Creo que me he roto el brazo. ¡Joder!

    —Eso pensaba yo. Lo siento. Lo... - extiendo el brazo hacia él de nuevo, pero él chilla con tal intensidad que caigo hacia atrás de culo.

    —¡He dicho que no me toques, joder!

    Las lágrimas brotan en sus ojos. Las aplasta con la mano derecha, apretando los dientes.

    Yo balbuceo. —¿Por qué estás tan enfadado conmigo?

    —¡Porque me has dejado vivir! ¿No es obvio? Pensé que estábamos de acuerdo en morir juntos. Entonces, ¿por qué demonios me has detenido? ¿Porque eras demasiado cobarde para dejarme marchar? - arruga la frente por el dolor.

    —Yo... yo sólo quería... ¡Hunter! ¡No pude no protegerte. Siento haberte fallado. De verdad que lo siento. - estoy intentando no llorar.

    Él de pronto se entristece.—Hey. - extiende la mano derecha y yo la tomo en la mía. —Hey, no sé lo que me ha dado. Lo siento, nena. Soy yo quien debería disculparse. ¿Me perdonas? - de pronto se separa y desfigura su cara.—Es que... - alza la vista hacia mí, perdido. Tras una pausa, dice, —¿Ailen? Dime que no es cierto. Dime que estamos teniendo un mal colocón. Dime que hemos tomado alguna mierda fuerte tipo medicamento. Por amor de... joder, ¿de verdad hemos caído de ese precipicio? - Mueve la cabeza. —Esto no está pasando. No puede estar sucediendo. Espera, ¿qué has dicho sobre que te marchas?

    Mis oídos se ajustan al súbito cambio. Me llevo un dedo a los labios. Hunter queda en silencio, sus ojos se agrandan. Hay silencio. De hecho, hay demasiado silencio, y la sensación de ser observada crece de nuevo en mi interior.

    —No me gusta este silencio, - le susurro.

    Hunter asiente. Yo corro junto a él, estudiando el valle y la carretera sobre nosotros, escuchando la vida del bosque, el gorgoteo vago del río. Detecto el motor distante de un coche. Un par de coches. Un ratón aquí, un pájaro allá, y ciervos. Tres ciervos, pastando en la hierba a unos sesenta metros de distancia. Sus almas vibran suavemente en el viento, las agujas de los pinos crujen bajo sus pezuñas.

    Agujas de pino cayendo.

    Agujas de pino cayendo sobre mi cabeza. Me las sacudo del pelo, miro hacia arriba y me encuentro dos ojos. Los dos de Canosa, que desciende de cabeza de las ramas de un gigantesco abeto Douglas, usándolas como los peldaños de una escalera, siseando. Sus hermanas sirena van detrás de ella, su pelo largo cuelga a trozos, dándoles el aspecto de colas de gata hinchadas.

    Mi único pensamiento es: ¿Cómo han llegado hasta aquí sin hacer un sonido, cómo no las he detectado?

    Hay una inmovilidad en el aire y sé que en cuanto yo haga un movimiento, incluso un intento por respirar, estallará.

    Canosa resplandece con un hambre intemporal. Tal vez se hayan hundido en ella un millar de almas, tal vez cien millares. La veo con esa melena blanca sobre su cara fantasmal y esos grandes ojos verdes. Su frío hace que me encoja. Es imposible para mí enfriarme más y, aún así, lo hago. Me cubro entera con una capa de escarcha y terror. Sé que se ha alimentado conmigo y que viene aquí a matar.

    —¿Cómo demonios has llegado aquí tan rápido? - consigo decir.

    —Ailen Bright, chica boba. Me alegro de verte de una pieza, - dice ella. Ese es su punto de apertura. lo capto.

    Sin romper nuestra mirada, por la esquinas del ojo veo gotas de agua atrapadas en las agujas del abeto. Las hambrientas caras de Ligeia y Teles asoman por arriba, brillando de impaciencia. Ambas han cambiado, como si hubiesen madurado... este el mejor modo en que puedo describirlas. Frías, distantes, inclinadas a alimentar su lascivia, saboreando la idea de tragarse el alma de Hunter.

    Raidne y Pisinoe aparecen detrás de nosotros. Yo soy una alfeñique herida contra una manada de nacaradas chicas acechando.

    —Chicas, os habéis ganado vuestra recompensa. Divertíos, - dice Canosa.

    Y yo he nacido de nuevo.

    Una nota sube por mi garganta y obliga a mis labios a abrirse. Lanzo un grito de guerra. Es tan alto que los árboles parecen balancearse como respuesta, la montaña misma late a mi ritmo, y la tierra se agita bajo mis pies. Lanzo un grito animal, una llamada salvaje para proteger mi territorio. Significa: Aléjate o te arañaré los ojos, te arracaré el corazón, me alimentaré de tu carne, te trituraré los huesos en mil pedazos y los escupiré para que se pudran.

    Hunter entorna los ojos y se tapa el oído con su mano ilesa. Prefiero que esté sordo que muerto.

    Las sirenas me responden con un lamento gutural. Resuena a través de la extensión de la garganta y rebota en las paredes verticales de roca, gimiendo y aullando y clamando.

    Están hambrientas, pero están esperando a que su alfa haga el primer movimiento.

    Lo hace.

    Canosa se suelta de la rama más gruesa del abeto a unos tres metros de altura y se impulsa hacia adelante con velocidad inhumana, aterrizando a mi espalda. Intenta llenarme las agallas de agujas de abeto. He anticipado el truco y estiro mi cuello hacia atrás todo lo que puedo, levantando los hombros al mismo tiempo. Agujas de pino caen dentro de mi sudadera, pegajosas de resina. Canosa me tira al suelo. Yo echo un brazo hacia atrás y agarro puñados de su pelo. Nos alejamos rodando de Hunter. La tierra se me mete en los ojos, diminutas pidrecillas vuelan dentro de mi boca.

    Amargas, crujientes.

    Canosa aprieta su agarre sobre mí. Ella es fuerte, pero yo soy más rápida, aunque no estoy curada del todo todavía. Me giro en su agarre y la golpeo en la cara con la parte de atrás de la cabeza.

    Ella me suelta con un grito.

    —¿Qué te parece eso como bienvenida? - le digo y empiezo a retroceder hacia el árbol, hacia Hunter.

    Canosa me observa, sin duda calculando su siguiente movimiento. Esta es una pelea de chicas diferente a cualquier otra que hayas visto. La escaramuza inmadura ha desaparecido. Esto es real. Aquí hay una sirena alfa, animal y primitiva hasta la médula de sus huesos. Sus nasales se hinchan y sus ojos me buscan, labios apretados.

    Retrocede, sin vaina de ropa en su pequeño, aunque femenino, cuerpo excepto gruesos mechones de pelo tan largo que toca sus pies. Ella mira hacia arriba.

    Una señal.

    Ligeia y Teles se sueltan del árbol con un grito, se lanzan sobre mi cabeza a buenos cinco metros y aterrizan en posición de ataque junto a ella. Raidne y Pisinoe me gruñen, esperando. Yo sé que ellas están dispuestas a llegar al final del viaje. No les importa si yo muero o no, sólo Canosa tiene hambre de mi muerte, o, tal vez, no haya terminado de jugar conmigo todavía. Pero yo sí. Ya no quiero formar parte de esto. Después de esta mañana, estoy harta de intentar suicidarne.

    —Bravo, - digo sentándome y buscando al tacto la mano de Hunter. La aprieto una vez. Luego, rápidamente, dos veces más. Él me aprieta tres veces como respuesta. —Hablando claro, cosa que estoy segura que necesitas, felicidades, - continuo. —Esto te dará algo de lo que alardear. ¿Cuántas sirenas has traído contigo para encargarte de mí? ¿De veras serán bastantes contra una recién nacida herida? Es decir, después de todo, sólo tengo... qué, ¿una semana de vida? Yo en tu lugar no correría riesgos. Oh, mírame; soy un monstruo tan terrible y horrible. - me burlo teatralmente para ver cuánto puedo fastidiarla.

    Canosa se endurece.

    —¿Has olvidado cómo se habla? Ya veo. De acuerdo, hablaré yo por las dos. Ahora comprendo tu plan. Esto es de lo que se trataba todo. Torturarme tanto como fuese posible, ver el dolor en mi cara, la cual se parece a la cara de mi padre en cierto modo, ¿verdad? Oh, y a la de mi madre también... así que, matas dos pájaros de un tiro. Lo entiendo. Luego esperabas que cayese por el precipicio y me rompiese todos los huesos para ser una presa fácil. Siento haber tardado tanto. En serio. Me disculpo por cualquier inconveniente. - suelto la mano de Hunter y me levanto en un intento de realizar una reverencia, casi cayendo penosamente sobre mis temblorosas piernas.

    —¡Silencio! Chica ingrata, - dice Canosa tras una pantalla de pelo.

    Pienso que le falta un espejo para comprobar lo magnífica que está. —¿Has perdido el resto de tus modales? El mundo no gira a tu alrededor ni por tus deseos compasivos. ¿Por qué esperaría yo más de una cría sin madre?

    Eso se me clava. Me encojo para no reaccionar.

    —He venido aquí para agradecerte, - continua ella. —Gracias por un trabajo bien hecho. Ahora, si puedes echarte a un lado y dejarnos terminar, quedaría deleitada. - señala hacia Hunter y asume la postura de un boxeador, piernas separadas para el equilibro, brazos doblados a los lados, manos en puños.

    —Si has venido a agradecerme, ¿por qué has traído a tus lamentables secuaces contigo? ¿No tenían nada mejor que hacer? ¿O te apoyan por si acaso sucediese algo terriblemente horribe? ¿Tienes miedo de mí? ¡Ailen Bright! ¡La chiquilla que resultó ser tan peligrosa, tan terrorífica! ¡Y no está sola! Está con su terriblemente peligrosos amigo, sólo herido por una caída de ese precipicio de ahí, nada serio. - señalo hacia Hunter, que me lanza una mirada aterrorizada, preguntándome con sus ojos: ¿Qué demonios estás haciendo? —¡Oh, Dios mío! Que Todo el mundo corra a esconderse, - concluyo.

    Me disparan un coro de siseos.

    —Bonito discurso. Esperad, chicas, - Canosa empuja a Raidne y Pisinoe hacia atrás, quienes habían empezado a avanzar.

    Le gritan su descontento, visiblemente molestas. Hunter consigue quedar sentado. Su mano ilesa tantea en busca de una piedra del tamaño adecuado que quepa en su palma. Oigo su pesada respiración sin mirar, retrocedo de Canosa y hacia él, extendiendo mis brazos en un gesto protector. Ligeia frunce sus labios y se limpia la suciedad de su cara, muestra una risa burlona con hileras de dientes mellados que yo no había advertido antes.

    —Ladronzuela. Me has robado mi premio. Otra vez. Y pensar que quería llamarte hermana.

    —Lo repartiremos por la mitad esta vez, ¿vale, hermana? Lo prometiste, - dice Teles con su voz melódica aunque cruel. Su pelo, rizado y delgado, apenas tapa su voluptuoso cuerpo.

    —Oh, ¿así que tú actuas sólo cuando te lo ordenan? Canosa es tu jefa, ¿verdad? La hermana mayor. Qué acuerdo más adorable, - murmuro con desprecio.

    —Callad. Atrás, las dos, - interviene Canosa.

    Mi mente piensa rápido. ¿Qué debería hacer ahora, cómo puedo vencer a cinco fuertes sirenas cuando aún se están endureciendo mis huesos, cuando aún se están tejiendo mis músculos, mi piel aún se está cerrando y Hunter tan gravemente herido y débil?

    —Bonito atuendo. Pero aún te prefiero a pelo. Como, totalmente desnuda, - dice Hunter de pronto. Intercambiamos una mirada. Él asiente para tranquilizarme en que confíe en él. —¿He oído que va a haber una pelea de chicas y todo por mí? Bueno, gracias, señoritas. Esto va a ser espectacular.

    —Más bien una fiesta en honor de nuestro salto, - corrijo yo. —Creo que hemos batido el récord mundial al sibrevivir a una caída de quinientos metros. Serviremos bebibas dentro de un momento. ¿Te apetece unirte?

    —Nah, no creo. No estoy vestido para la ocasión. - señala su sudadera rota.

    —Hunter Crossby, - dice Canosa, reconociendo su existencia por primera vez. —El desafortunado Cazador de sirenas al que se le ha olvidado traer su arma. Lástima. Pero es bueno verte de nuevo. Vivo. ¿Cómo está mamá? - pregunta Canosa.

    Siento que Hunter se tensa entero, despidiendo odio, pero luego el odio ha desaparecido, despejado con autocontrol.

    —Bien, gracias. ¿Cómo está la tuya? He olvidado el nombre. A ver...¿Terpsícore? No. Melpómene. Nop, ese no. ¿Estérope? ¿Chthón? Había cuatro, ¿cierto? Bonitos nombres también. Oye, siempre he querido preguntarte cómo funciona eso. ¿Se follaron todas al mismo tipo?

    Yo sonrío ampliamente. Sé que lo que Hunter ha dicho es cruel y primitivo, pero no puedo evitarlo. Una efervescencia de rabia emerge de los labios de Canosa.

    —Hacedle callar. No puedo soportar este insolente sinsentido. - gira su mano y asume la postura de una observadora indiferente.

    Ligeia y Teles chillan su aprobación y avanzan hacia mí. Yo ensancho mi postura, sintiéndome oprimida en la esquina de una bañera gigantesca enmarcada por montañas, con cerros como sus bordes, su vegetación es su sucia capa resbaladiza. Lo único que falta para completar la fotografía es el agua.

    Canosa observa la escena con sus labios estirados en una sonrisa, su cuerpo tenso por la impaciencia.

    Mi corazón se hunde a mis pies. Esto no es una pelea de chicas, esto es una carnicería. Tal vez me deje viva sólo para jugar un poco más. Tal vez mate a Hunter delante de mis ojos sólo para ver lo que haré, cómo reaccionaré.

    Ella va a ganar esta mano.

    Ligeia desciende sobre Hunter, le clava en el suelo riendo. En mi mente, ella es un gusano que se retuerce para comerse su alma, despedezarlo y succionarle las tripas, devorarle entero: huesos, tendones y pelo.

    Él grita de dolor y luego queda en silencio. Ella debe de haberle abierto los ojos a la fuerza. Capto el primer tentáculo de niebla con mi visión periférica y la temperatura del aire cae diez grados.

    Ligeia empieza a cantar.

    —¡Dijiste que lo íbamos a dividir por la mitad esta vez! ¡Ni se te ocurra comértelo entero! - grita Teles.

    Yo avanzo y me siento encima de ella, llevando sus muñecas al suelo. —Me estaba preguntando..., - le digo. —... si te gustaría en su lugar un poco de grava para cenar

    Ella empieza a chillar.

Capítulo 21

    

El Abeto Douglas

    Tengo obstáculos en mi camino para salvar la vida de Hunter y han de ser eliminados.

    Sucede que Teles es la primera afortunada. El hecho de que mi vida entera la haya llamado hermana y adorado sus rollizas mejillas de mármol ya no importa. Recojo puñados de roca aplastada y se los meto en la boca y las agallas, empujando fuertemente con los pulgares para que vayan bien hondo.

    Ella se retuerce de agonía como una sanguijuela en arena caliente.

    La bruma oscurece el valle, ocultando el abeto Douglas y vagando sobre nosotros antes de alcanzar el río como una gigante lengua descolorida. En cualquier momento, creo yo, Canosa me saltará encima desde la bruma y me hará pedazos, pero ella ha desaparecido. No hay tiempo de preguntarse dónde ha ido ni por qué. Me quedan minutos antes de que el alma de Hunter haga un excursión hacia el pecho de Ligeia.

    Bajo mi cara directamente sobre la de Teles y le grito en la boca abierta, haciendo que su cuerpo brille como si estuviese en la oscuridad. Mi aullido penetrante sube una octava más, extendiendo el alcance de mis límites, aproximándose al registro superior de voz femenina más alta posible, una estridente y dolorosa soprano.

    Si un arma sónica puede causar una vibración letal, mi voz también puede. ¿No es cierto?

    Todo baja en ondas de aire que alcanzan una velocidad superior a la velocidad del sonido para producir un estallido sónido, como una miniexplosión.

    Obligo a aumentar el timbre, más agudo más alto, hasta que empieza a vibrar con un perforador silbido diáfano, casi translúcido en el sentido musical de la palabra. Si midiese su velocidad en números, habría tenido que alcanzar más de 1 235 kilómetros por hora para romper la barrera del sónido. Todas y cada una de mis fibras palpitan en sintonía y me pierdo en su sensación resplandeciente mientras llega el crescendo.

    Al final, se me acaba el aire y mi grito cesa abruptamente. Una fuerza invisible me lanza encima de las rocas. Me golpeo la cabeza en una roca. Frente a mis ojos, el cuerpo inflado de Teles pulsa durante una fracción de segundo como un globo gigantesco lleno de demasiada agua y luego, simplemente estalla en un millón de gotitas.

    Me empapo entera.

    El agua me cae del pelo y baja por mis mejillas como una pobre imitación de lágrimas, porque yo no tengo lágrimas. Durante un momento veo la indentación de su forma en la niebla, una silueta vaga que queda grabada en mi retina. Parpadeo y desaparece.

    —La he reventado, - susurro incapaz de creerlo, dejando que el conocimiento cale en mí.

    Revivo el episodio mientras me miro las palmas de las manos. Temo lamerme los labios, eso sería como lamer un pedazo de Teles. Un estremecimiento de asco me abruma. Me limpio la cara con la manga hasta está casi seca. Me impacta el hecho de que realmente lo he hecho... me animé yo misma a hacerlo. Delirando, lanzo un grito victorioso con mi voz hasta una altura imposible.

    —¡LO HE HECHO!

    Espero que la habitual culpabilidad me cubra de horror con sus alas y se pose dolorosamente sobre mí, pero no lo hace. Estoy en mi salsa y me siento divina.

    Ruedo a cuatro patas ignorando los bordes afilados de las rocas que se me clavan en las palmas y rodillas. Levanto la cabeza y me concentro en mi siguiente objetivo como un depredador acechando a su presa, sabiendo que la victoria está de mi lado. Lo mejor de creer en ti misma es tener a otros para presenciarlo. Soy superior a Ligeia ahora mismo. Lo sé y sé que ella lo sabe.

    Cada uno de sus poros me lo dice claramente, su cuerpo enano pronuncia un millón de palabras de sumisión. Ella me ha oído y me ha visto reventar a Teles. De hecho, está mojada con sus restos, gotas de plata caen de su barbilla hasta el cuerpo de Hunter. Ambas formas parecen dos manchas grises entre la niebla que retrocede.

    Ligeia deja de cantar. Se levanta sobre Hunter como si un sueño hubiese acabado mal, con la cara distorsionada por el odio y la angustia al mismo tiempo. Sus manos vuelan para taparse los oídos.

    —Lo siento, Ligeia, pero eso no te va a servir de nada, - le digo abalanzándome hacia ella.

    Cubro los tres metros entre nosotras de un salto poderoso, asombrada de que mi cuerpo esté funcionando como nuevo, esperando que se vaya a debilitar en cualquier momento debido al esfuerzo por mi grito sónico.

    La embisto en el pecho con la cabeza y la lanzo lejos de Hunter, agarrando sus hombros y golpeando sus costillas con mi cabeza repetidamente. Aterrizamos sobre las rocas, su cuerpo queda inerte en mi agarre y le presiono la boca del estómago con las rodillas. Ella tose y escupe el alma de Hunter. Remolino a remolino, recorre el camino hacia su dueño por derecho. Él la traga entera en una sola convulsión.

    Satisfecha, grito en la boca abierta de Ligeia. Ella no se resiste, conoce su destino. Impulso mi voz hacia un familiar crescendo. La pesadilla se repite y ella se hincha. La fuerza de la explosión me lanza lejos de ella. Estoy temblando por la fatiga, y al mismo tiempo y en cierto sentido, me da energía, alentándome a continuar.

    Mis acciones y respuestas se tornan automáticas, como si en vez de destruir a otra sirena, simplemente aplastase un bicho molesto. Y sigo en la orgía de exterminio.

    Raidne y Pisinoe han desaparecido en algún escondite. Casi puedo degustar su miedo. Descubro a Raidne detrás de un árbol. Mientras la destruyo con mi canto, ni siquiera se resiste. Como si lo hubiese estado esperando o queriendo desde el principio. Quedo brevemente conmovida por nuestras similitudes, pero tengo que concentrarme. Oigo movimiento más allá en los pinos. Sigo los sonidos y encuentro a Pisinoe acercándose a una cervatilla. Pisinoe extiende el brazo y el ciervo no se mueve. Le acaricia el cuello.

    —Lo estoy acariciando, así que es mi mascota, - susurra ella. —Mi primera mascota. Por fin tengo una mascota. - ella se gira hacia mí.

    Sus ojos son blandos como la bruma. Está sin sentido, lo sé, pero no puedo parar ahora.

    La mato.

    Una más, Ailen, una más. Canosa, dondequiera que estés, tu presencia escuálida es mi siguiente objetivo a ser eliminado.

    La niebla se ha vuelto tan densa que empieza a parecer una ligera lluvia, aunque eso no supone ninguna diferencia. Me limpio la frente lo mejor que puedo y busco a Hunter. A un mero brinco de distancia, su cuerpo está acurrucado en el sedimento de barro, sus manos se cubren los oídos y cierra los ojos con fuerza. Doy un paso apresurado.

    —Espectacular. Quién hubiera pensado que poseías tal talento, - gorjea Canosa suavemente, esforzándose por instigar mis dudas usuales en mí misma.

    Me niego a flaquear. Nada tiene el efecto deseado, ni su melena blanca ni sus diabólicas burlas. Nada de eso cambia las cosas y, por una vez, no estoy asustada. Y ambas lo percibimos.

    —Me alegro de que lo apruebes, - le digo vigilando su incierta jugada.

    Ella salta con cuidado de piedra a piedra, equilibrándose casualmente en una roca a unos cuatro metros de distancia.

    —Venga ya, Ailen Bright. Pensé que podías hacerlo mejor. Mírame, aún sigo en pie.

    Su cara reluce sutilmente en la bruma. De pronto no estoy segura de cómo va a resultar esto, creo que hay una pobabilidad de que yo pudiese perder contra ella.

    Ella parece ansiosa por confirmarlo.

    Con el vuelo de un pájaro, su pelo actúa como las alas de un albatros, pero en blanco. Navega por encima de mí con un increíblemente hermoso salto y aterriza junto a Hunter, haciéndole rodar sobre su espalda y poniéndole un pie sobre el pecho.

    Él gruñe. Su respiración se eleva en una nube de vapor con forma de champiñón hacia el frío aire antes de que ella le ahogue hacia el silencio. Suprimo la urgencia de abalanzarme sobre ella y, en su lugar, respiro hondo. Me arde la garganta de tanto gritar. Cansada por el esfuerzo, decido hacerlo simple y hacer la pregunta que me ha estado incordiando desde el principio.

    —¿Qué es lo que quieres? - mi voz tiembla al final.

    Canosa siente mi incertidumbre y suelta una risita como una niña pequeña.—A ti, chica boba. Te quiero a ti. ¿No lo has descubierto con ese inteligente cerebrito tuyo? Me decepcionas. - frunce sus labios. —Bueno, ahora ya lo sabes. Estoy muy complacida. Sólo quedamos dos de nosotras, gracias a ti. ¿No es espléndido? Me has facilitado el trabajo y por eso te estoy eternalmente agradecida. Ven. - extiende la mano.

    Yo me congelo sin dejar de mirar a Hunter.

    —Oh, deja a este mortal con su sufrimiento. - pisa con más fuerza sobre su pecho. Él sólo gime, aún con los ojos cerrados. —Él es aburrido. El mundo entero es nuestro para que lo tomemos, Ailen Bright, para ti y para mí solas. Vamos a freir algún pez gordo, juntas. ¿No suena divertido?

    —Espera, ¿qué? - estoy desconcertada. —¿Querías deshacerte de tus hermanas desde el principio? -

    La idea es tan inverosímil que por un segundo bajo la guarda y empiezo a pensar que quizá esta es su intención, romper mi concentración y hacerme vulnerable para poder atacarme. Empiezo a hiperventilar, buscando frenéticamente la fuente de mi calma, deseando volver atrás.

    —Bueno, no, No fue así. No estaba segura de ti, al principio. Cuando naciste, todo lo que yo quería hacer era, um, deshacerme de ti, hacer daño a tu padre. Pero has crecido en algo más, obstinada hasta el infinito, sin ceder ante la contínua violencia de tu padre. Con nervios de acero. Me gustaba ver cómo tu espíritu resistía desde los confines de mi yo de bronce, abrazada al grifo para siempre, esperando el momento perfecto.

    —¿Y qué momento perfecto era ese? - le pregunto.

    —Decidiste quitarte la vida. Has madurado de una jovencita indefensa a una fuerte mujer tenaz que escoge la muerte antes que el dolor y el miedo... en realidad estabas preparada para convertirte en una feroz sirena con todas las plumas.

    —No lo entiendo...

    —Escucha, - sisea Canosa. —Así es como funciona. Si cantas a una demasiado joven, simplemente se muere. Si cantas a una demasiado vieja, se marchita en el sitio, se vuelve un cádaver andante, un fantasma de su vitalidad previa. ¿Has visto alguna vez a esas mujeres, secas como hojas caídas, amargadas, odiosas, sombras distorsionadas de sí mismas? Esas son las que no se convierten. Una pena. He cometido un montón de errores cuando era más joven. Demasiados. - ella se pausa dramáticamente, apuntando su dedo hacia mí. —Y entonces te encontré a ti. - sonríe y parece que sonríe de verdad. Su cara se ilumina de orgullo. —Tu alma maduró esa noche, madura y jugosa. - se lame los labios. —Convertiste el cuarto de baño entero en un infierno de humo.¡Pensé que acabaría tosiendo y arruinaría mi tapadera! Yo supe que había llegado la hora. La hora de segarte. Oh, el dulce sonido de tu alma, tus sueños, el aleteo de ti hojeando las páginas de un libro, el campanilleo de tu música favorita. Lo admito, Eras la chica más sabrosa que había convertido nunca.

    Yo retrocedo indignada. —¿Quién te dio el derecho? No era decisión tuya. Yo no te lo pedí, - le digo temblando entera.

    —Oh, pero lo hiciste. La chica no se acuerda. Me pediste ayuda. Yo sólo te complací. Tu madre perdió la oportunidad de pulir tu comportamiento, de enseñarte cuando es apropriado decir hola y adios, por favor y gracias. Vergonzoso vergonzoso vergonzoso. Qué decepcionante. - queda en silencio y me estudia, negando ligeramente con la cabeza en desaprobación.

    Yo gruño algo ininteligible, llena de furia cegadora.

    —¿Es eso lo que he oído? - pregunta Canosa.

    El terror me atenaza al principio y luego la confusión, la rabia, el desconcierto, la infantil impotencia y, finalmente, la exaltación.

    Tengo poder y lo sé. Por encima de todo, tengo mi voz. Puedo cantar.

    —No has oído nada todavía, - le digo tranquilamente.

    Sus cejas despegan de sorpresa, un indicio de miedo destella por sus rasgos. Obviamente, no es la respuesta que esperaba.

    El tiempo se detiene. Mi cuerpo se agita violentamente, listo para explotar.

    Junto los pies y me levanto en mi altura a punto se saltar hacia el cielo. Canto mientras camino a través de la llovizna, buscando la frecuencia del ritmo, el mismo tempo que hace que las partículas de Canosa se muevan, las pequeñas células de agua que forman su esencia. Es diferente de gritar en las bocas de Teles y Ligeia, cuando pude sentir sus vibraciones e imitarlas. Estamos separadas unos tres metros y tengo que imitar su latido para guiarla hasta un explosivo crescendo. Quiero desentrañarla, octava por octava, nota por nota, hasta que ya no exista más. Con cada estrofa musical que introduce su locura letal, yo me siento más tenaz, más salvaje, hasta que regresa mi confianza. Canosa toma un trago aire húmedo y me canta en respuesta, como un duelo.

    Ella no nota que ha cometido un gran error. Su canto me da su tono, la clave de su melodía directamente hasta el núcleo de su tempo. Su ADN de sirena.

    Soy como una fugitiva sin hogar empapada en la lluvia y el fango y la locura. Mi grito que agita la tierra sigue creciendo en volumen y ferocidad. Empieza a desarraigar de la tierra árboles jóvenes. Otro compás y levanta a Canosa del suelo y la lanza por el aire. Sus miembros se debaten y giran. Otra octava más alta y el plomizo cielo mismo es como una glauca masa de mal presagio que se agita a mi orden.

    Yo soy la directora de orquesta.

    Unifico toda la humedad a mi alrededor, le doy su tempo y le digo cuando pulsar. Primero caen gotas de lluvia por mis sienes. Luego, de una vez, la lluvia me golpea en la cara como si alguien me hubiese volcado un cubo de agua en la cabeza. Un ruido ensordeceder de desgarro emerge y se mezcla con un gruñido rechinante. El gigante abeto Douglas se inclina peligrosamente y cae a unos metros frente a mí con la detonación del choque, duchándome de agujas y tallos.

    Me detengo.

    Canosa ha desaparecido, barrida por mi voz. ¿O tal vez haya explotado? En tal caso, ¿no lo habría oído?

    Bajo la lluvia pesada, el silencio es absoluto. Tengo miedo de él. En cierto modo es como si algo fuese mal. He creado un áspero yermo en un radio de un kilómetro. No hay nada a mi alrededor excepto tierra.

    —¿Hunter?

Capítulo 22

    

El Lago de Fango

    Un débil violín se lamenta en el tenebroso más allá y cae en silencio. Yo me levanto de un salto y corro en su dirección, Mis pies resbalan en los charcos de barro, la respiración me rasga el pecho. Tan rápidamente como había surgido, el sonido desaparece. Me paro a escuchar.

    Ahí está de nuevo, viniendo de la pila de rocas y tierra a unos buenos quince metros del abeto caído. Tropiezo, caigo, me levanto y esprinto hacia la fuente de la melodía. Me detengo delante de un montículo y empjezo a cavar como loca, con los dedos y las uñas, como un frenético topillo. Lanzo y aparto piedras de la pila en todas direcciones, murmurando algún galimatías, confiando contra toda esperanza tener razón. Las piedras dan paso a la grava, la grava da paso a la tierra. Cuando la tierra se mueve, una mano emerge y me agarra como si la vida le fuese en ello.

    —¡Hunter! - chillo.

    Despejo su cara de escombros. Él tose y abre los ojos, azul brillante entre toda esta tierra. Traga aire, se lame los labios.

    —Agua, - vocaliza sin sonido real.

    —¡Dame un segundo! - le digo y corro hacia el río.

    Desde tan cerca resulta ser no más que un arroyo de un metro de ancho. Gorgotea su alegre cauce y me sumergo en él, vadeo más hondo y exhalo de alivio cuando me mojo la cabeza y bebo el agua del glacial derretido. Saboreo su dulzura, a inhalo a través de mis agrietadas agallas y lavo mi cara. El agua helada me refresca adecuadamente. Salgo resbalando en piedras mohosas con el precioso líquido atrapado en mis palmas. Llevándolo con cuidado hacia Hunter. Lo derramo gota a gota entre sus labios agrietados.

    —Más, - dice con voz ronca, tan tranquilamente que apenas la oigo.

    Repito mi viaje, exhaltada, sintiendo como si volase, preparada para hacer el viaje hacia el arroyo y volver un millón de veces.

    —Estás vivo, - le digo sin parar, excavando el resto de su torso hasta que queda libre de tierra, apretándole levemente contra mi pecho. —Estás vivo, estás vivo, estás vivo. lamento muchísimo haberte hecho daño, de verdad. Perdí el control, me olvidé de todo lo demás. Tenía que deshacerme de las sirenas. Ligeia te estaba succionando el alma y... - advierto su mirada incrédula. —¿Estás malherido? ¿Podrás perdonarme algún día? ¿Puedo...?

    —No te oigo, - pronuncia Hunter de forma gangosa, obviamente desorientado.

    Suena más como "noeoino".

    Meto el puño en la manga mojada de mi sudadera y le limpio los labios.

    —He dicho que lo siento. He dicho... - él me agarra con la mano izquierda, desconcertado. —¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Qué va mal? - le pregunto alarmado.

    —No pudo oírte. No puedo oírme hablar a mí mismo. No puedo oír nada.

    Su voz es baja y gangosa, apenas separa las palabras unas de otras, suenan como una larga cadena. La parálisis me deja clavada en el suelo. Me temía que pudiera pasar esto.

    —¿No puedes oírme? - repito como un loro. —¿Qué tal ahora? - le chillo en el oído, en. negación de lo que me ha dicho, sin querer reconocer lo que implica.

    Él no se aparta ante mi voz, lo cual confirma que debo de haber dañado sus tímpanos. Aunque, ¿no tendría un dolor terrible ahora mismo si lo hubiese hecho? No parece que lo tenga.

    —Venga, deja que te lleve, vamos a buscar un camino para salir de aquí. Iremos a tu casa y tomarás un baño y una siesta y te sentirás mejor y verás a tu mamá y... - yo rajo sinsentidos confiando en que le hagan sentirse mejor, pero principalmente confio en sentirme mejor yo misma.

    Le agarro por los hombros y lucho por sentarle. Me resbalo en el barro y caigo de rodillas. Me agarra el brazo y tira de mí insistentemente para acercarme.

    —Para... estoy sordo... ¡PARA!

    Las fuerzas me abandonan. La sensación de terror regresa, traída por el horrible error que he cometido. No puedo invertirlo, haga lo que haga. Irrumpo en la histeria.

    —¿Qué quieres decir con "para"? ¿Quieres decir que no puedes oírme? ¡Escúchame! ¡Las he matado, las he matado a todas!. ¡Las sirenas han desaparecido! Bueno, no estoy tan segura de que Canosa... pero incluso si ha sobrevivido, no creo que nos vaya a molestar más. No se atreverá. Deberías haberla visto volando, fue épico. No hemos muerto, ¿me oyes? Podemos vivir, podemos escapar, podemos... - busco lo siguiente que podemos hacer, pensando que, en cierto sentido pervertido, es estupendo que esté sordo, porque quizá, sólo quizá, evitará que reaccione a mi voz de sirena y tendremos una oportunidad real de crear un futuro juntos.

    Hunter niega con la cabeza. Eso me enfurece. Le grito obscenidades, agito los brazos para añadir efecto, pero la única respuesta que veo es el dolor que muestra su cara, y sé que he ido un poquito demasiado lejos.

    —¡No puedes quedarte sordo! - le chillo al final de mi furiosa arenga y rompo a llorar.

    Hunter extiende la mano hacia mi mejilla, limpiando las lágrimas de mi cara. Yo tomo su mano y le beso los mugrientos dedos, uno por uno.

    —Lo siento. Perdón. No era mi intención que saliese así... es que... estaba... estaba abrumada con toda esta mierda, ¿vale? Me está afectando, se me está metiendo bajo la piel y es demasiado. Quiero olvidar que todo esto ha sucedido y salir corriendo, esconderme en algún lugar tranquilo, ¿sabes? Juntos... - me callo sin estar segura de qué decir, ignorando que es futil, lo cual Hunter confirma.

    —No... puedo... oírte. - deletrea cada palabra con cuidado, moviendo los labios de un modo exagerado y, gradualmente, el significado cala en mí.

    —¿No puedes oírme? - repito como una idiota. él lee mis labios y asiente, apartándose el pelo de la frente y dejando una raya sucia.

    Se incorpora sobre el brazo sano y le ayudo a sentarse. Nos contemplamos el uno al otro.

    —¿Te reventé yo los tímpanos? Lo hice yo, ¿verdad? - le digo tranquilamente.

    Me tapo la boca con una mano, horrorizada, sujetando su mano con la otra. El momento clama por lágrimas rodando por mis mejillas en lugar de gotas de lluvia, pero ellas no salen. Mis conductos lagrimales están tan secos como el hueso. El cielo me llama a gritos, la lluvia me cae por la cara y me empapa la desagarrada sudadera.

    —Oh, Dios. ¿Qué he hecho? ¿Qué he hecho?

    Hunter desliza su mano fuera de la mía y me palmea el hombro. Luego, tropezando en cada palabra y parando para asegurarse de que le comprendo, empieza a hablar lentamente.

    —Ailen. No te pedí que me salvaras. El trato era morir juntos. Pero tenías que ser una chiquilla cabezota, ¿eh? Siempre haces las cosas a tu modo. Bueno, pues es mi vida y depende de mí lo que hago con ella. Decidí dejarla hace mucho tiempo. Lo planeé con cuidado para que no lo supieras. Ahora estoy vivo y sordo. Tullido. ¿Sabes lo extraño que es hablar y no oírte a ti mismo? No es solo extraño, es aterrador. No quiero cargar este dolor allá donde vaya para el resto de mi vida. Si es que se puede llamar vida, - suspira, visiblemente exhausto por el esfuerzo.

    Abro la boca. Él niega con la cabeza. —Se suponía que íbamos a salir de la vida de forma espectacular, de una vez por todas. Pensé en que caer desde quinientos metros serviría. No debería haberte arrastrado conmigo. Debería haberlo hecho solo. - contiene las lágrimas. —Debería haber podido. A priori es veinte-veinte. ¿Sabes lo que soy ahora mismo? - me pregunta, el tono de su voz roza el fastidio.

    Yo sacudo la cabeza, con miedo de levantar la mirada.

    —Un adolescente discapacitado con un sólo una madre moribunda de cáncer. Hunter Crossby, encantado de conocerte. - Ha pasado de hablar a casi chillar, lo cual suena aún más terrorífici porque falla al pronunciar las palabras claramente y suenan como una cadena rota de vocales y consonantes.

    —Un Cazador de sirenas que no puede oír. Menudo chiste. No sé qué otra cosa hacer. Esto es todo lo que sé. Es lo que tu padre me enseño a hacer. Al infierno con pistolas sónicas, ¿por qué molestarse? Explótalas con tu voz, así de fácil. ¿Para qué se me necesita después de esto? Buen trabajo, Ailen. Ve a jactarte a tu papá.

    Retira de golpe su mano de la mía. Nunca solía llamar a mi padre. "papá". Ni una sola vez. Su cara está lívida de rabia y me mira con odio.

    —¿Recuerdas cuando te pregunté si habías querido suicidarte alguna vez? - le digo. —Bueno, ¿Alguna vez has sentido que la muerte no es suficiente, por el simple hecho de que envenena la existencia de todo a su alrededor, de que arruina todo lo que tocas? Como en esa leyenda del Rey Midas. Le pidió a Dionisio, el dios griego de la viña, que le concediese un deseo especial. Convertir en oro todo lo tocaba. ¿Sabes lo que le pasó? Se murió de hambre. ¿Sabes por qué? Porque la comida que tocaba se convertía en oro. Hasta su hija se convirtió en oro cuando quiso abrazarla. Yo soy como ese Rey Midas, excepto que todo lo que toco se convierte en polvo. suprimo las siguientes lágrimas.

    Hunter me mira, pero por la expresión en su cara, puedo ver que no ha oído una palabra de lo que acabo de decir.

    La lluvia salpica sobre el troco del árbol caído. El arroyo corre y bortotea. El aire se torna oscuro e impaciente. Hunter empueza a tiritar. Yo sigo olvidando que soy yo la que se siente bien bajo la lluvia, no él. Escucho su alma, me atraganto por su melodía como si me ahogase. Aún así, ya no me suena al hogar, no me suena a nada en absoluto. Sólo es una melodía vacía de significado.

    Hunter abre y cierra la boca como un pez fuera del agua, pero no salen palabras. Desvia los ojos hacia la oscura distancia, sin mirar nada en absoluto.

    —Hace daño, ¿sabes?, no ser capaz de oírte, - dice finalmente con una vocecilla como si su cuerpo entero hubiese encogido. —Me encanta oír tu voz. Me encantaba. - siente dolor, puedo sentirlo y me agacho a su lado para consolarle.

    Él se aparta y me quedo helada con el brazo levantado. Lo bajo lentamente y me abrazo el torso, con fuerza.

    —Quiero morir. Por favor, ¿puedes dejarme solo? Déjame.

    No puedo creer lo que estoy oyendo. Quiero extender los brazos hacia él y acariciar su pelo, besar su cara, abrazarle. Mis brazos siguen abrazados firmemente el uno sobre el otro.

    —Tu padre me lo dijo, ¿sabes? - dice con su voz gangosa, pero el tono de amargura es inconfundible. —Las sirenas envenenan nuestro espíritu. Lo hacen dulcemente, tranquilamente, con un porcentaje de cien por cien de éxito - gira su cabeza para mirarme. —¿Por qué no puedo simplemente dejarte? ¿Por qué? ¿Puedes tú, por favor, salir de mi vida, por favor? ¿puedes simplemente dejarme en paz? Es todo lo que te estoy pidiendo. -

    Siento una urgencia de ahogarme en sus ojos, un deseo pueril de gritar sólo por qué. Simplemente porque le hará sentirse mejor, así que encajo este golpe virtual y asiento.

    Quería evitar que se enamorara de me otra vez después de todo, ¿no es cierto? Lo conseguí.

    Es la hora de dejarle marchar, pero no puedo moverme.

    —De acuerdo. Si no te vas tú, me iré yo, - dice Hunter.

    Me da la espalda, recoge las piernas y se levanta torpemente usando su único brazo sano, gimiendo de dolor y resbalando en la tierra. Yo estiro los brazos para ayudar, pero luego lo dejo caer, sabiendo que no la aceptará. Avanza renqueando unos buenos tres metros antes de mirar atrás. Nunca he visto sus ojos así de fríos.

    —No quiero volverte a ver nunca más, ¿me oyes? - su voz tiembla al final. —Nunca. - Y tras una pausa, —Ni siquiera sé si me oyes o no. - se da la vuelta y avanza.

    —Misión cumplida, - susurro.

    Quiero suplicarle que no se vaya, Quiero gritar y chillar y patalear, excepto por la atrofia de mis músculos. Una frase rebota contra las paredes de mi núcleo vacío: Me ha dejado, me ha dejado.

    Tengo que aceptarlo. Pero no puedo evitarlo y pierdo la cabeza del todo.

    Aullo. derramo mi aflicción en un odioso aullido animal sin palabras, sólo dolor. Su voluble timbre se dispersa por el valle con altos ecos y aullo más fuerte. Me pierdo a mí misma en mi angustia, chillando libremente al máximo de mis pulmones. Lo que no he tenido en cuenta en el efecto que mi voz tiene sobre los elementos, el agua en particular. Para cuando descubro lo que está pasando, ya no se puede invertir.

    Invocada por mi incesante miseria, el líquido se filtra desde la tierra y forma charcos, charcos que se desbordan formando riachuelos que se unen rápidamente con la corriente del río a unos diez metros de mí. Se derrama en la ribera y se eleva treinta centímetros, se traga la orilla, cubriendo la tierra rápidamente con turbios arroyos. Paro abruptamente, observando con horror cómo el barro circundante se vuelve un estanque lleno de ramas de árbol partidas y fluido amarillento. Se produce un sonido de succión desde la misma tierra, como una esponja gigantesca exprimida por la mano de algún antiguo mosntruo. De inmediato, el agua me rodea, subiendo rápidamente de mis rodillas hasta mi cintura y hasta mis hombros.

    La avalancha es irresistible.

    —¡Hunter! - le chillo moviéndome por el fangoso líquido de mi propia creación.

    Hunter está a unos diez metros de mí, agarrado al tronco del abeto Douglas, flotando en esta locura acuosa. Lucha con un solo brazo por subirse encima del tronco. Quiero ayudarle, pero su solicitud de que suelte las amarras de su vida me retienen. Ahora es el momento perfecto para dejarle marchar y morir de verdad. Ahora no hay nada por lo que vivir. Nada en absoluto.

    Este conocimiento me calma y sé lo que hacer.

    El agua sale de todas las superficies a la vez, cubriendo mis hombros, borboteando, llenando la cuenca entre los cerros de la montaña, convirtiendo el valle en una bañera gigantesca llena de cieno, con mi dolor, con el dolor de Hunter, con el dolor de mi padre, con el dolor de mi madre. Incluso concel dolor de Canosa y el dolor de las sirenas. Lo empapa todo, el caos marrón de vida que apesta, que es difícil de encarar, que empujamos en lo hondo de nuestras mentes confiando en que desaparecerá. Hunter me grita algo, señalando hacia la distancia y luego de vuelta hacia mí.

    No consigo oírle.

    Las nubes dan paso a un despejado cielo de lavanda. El Monte Rainier asoma su blanco esplendor sobre todo. Observo que rápido fluido baja corriendo la pendiente a unos noventa kilómetros por hora. Un estruendo llena el aire, anunciando nieve derretida mezclada con tierra y otros escombros del bosque. Casi suena como una avalancha musical de barro, conmigo como directora de orquesta.

    Excepto porque, a este punto, yo ya no estoy haciendo nada; he cambiado algo y lo he puesto en marcha con mi lamento, con la gloriosa erosión vocal.

    Observo desarrollarse la catástrofe con demente júbilo, mis pies apenas tocan la tierra debajo del fango. El ruido del correr del agua es ensordecedor, pero parece que lo peor ha terminado. Se está tranquilizando gradualmente. Algo choca conmigo y me saca de la ilusión. Es un tronco de árbol. Abetos arrancados de raíz luchan por espacio, sus ramas se solapan unas con otras. A varios metros de mí, flotando arriba y abajo en la agua, Hunter está sujeto a un tronco como si le fuese la vida. Me hace gestos frenéticamente. Yo no consigo decidir si es seguro de nadar hacia él y ayudar, cuando un rítmico chapoteo distinguible entra en mi alcance auditivo.

    Un objeto alargado flota en la superficie a un kilómetro de distancia. Está hueco. Me concentro en él tratando de discernir la forma exacta por el sonido y por qué me ha atraído en primer lugar. Luego entiendo por qué.

    Es un bote. Un bote de remos. Resbala por la superficie del barro líquido. Está vacío. No puedo discernir ninguna alma humana dentro.

    Perfecto.

    Lo menos que puedo hacer es guiarlo hasta aquí y que sea el medio de transporte de Hunter, si es que aún decide que quiere vivir. Es mejor que tener que sujetarse a un tronco de árbol.

    Ronroneo para crear una bajocorriente, pensando que en cuanto Hunter localice el bote y llegue hasta él, cosa que estoy segura que hará, puedo llevarle cantando en secreto de vuelta a la civilización y quizá cambie de idea respecto a lo de morir.

    El bote aparece en la distancia, no es más que un punto oscuro que reluce a través de la bruma.

    —Es para ti, Hunter, sólo para que sepas que te amo, - susurro.

    Hunter ni siquiera me mira. No le culpo. No hay nada que mirar. Soy una fría chica no muerta sumergida hasta el cuello en una espesa sopa marrón.

    Eres un monstruo, recuerda eso. No olvides nunca tu lugar.

    El bote está ahora a veinte metros de mí y Hunter también lo ve. Parece vacío, dos remos cuelgan a cada lado, sus mangos sobresalen de sus agarres, crujiendo. Su casco fue pintado de azul brillante hace tiempo, ahora está descolorido en un tono indistiguible de ultramar. Se mece sobre las olas, su peso es desproporcionado con su forma y el tamaño de su cuerpo de madera, también sumergido profundamente en la espesa pasta de tierra que he conjurado.

    Abro los ojos para ver que flota muy quieto. El bote está a tres metros de mí y a unos tres de Hunter, muerto en medio de los dos. Lo que he tomado por silencio no es silencio en absoluto. Lo oigo ahora. Bajito, pero ahí. El familiar batido de alas de mariposa, el rostro aflautado y un crepitante fuego.

    Mi padre está sentado en el bote con su cara pálida y, aún así, ufana y satisfecha.

Capítulo 23

    

La Sierra de la Cascada

    Esta es mi pesadilla.

    —Nunca dejas de sorprenderme con tus... métodos, Ailen. Sin embargo, excelente trabajo. Cuatro sirenas menos, y Canosa herida. Estoy contento contigo, muy contento de veras.

    Yo aún estoy flotando, asimilando cada detalle de nuestro encuentro en una serie de instantáneas. La frente de mi padre, su pelo gris peinado con cuidado hacia atrás. Sus ojos severos despellejándome. Su sempiterno autendo marinero, completado con una elegante chaqueta impermeable marrón y pantalones nuevos caqui. Siento una bocanada de su colonia de marca y quiero amordazarme.

    —De todos los botes, tenía que escoger el que le llevaba dentro, - susurro, cada palabra sale lentamente.

    —Chicos, - en realidad se dirige a nosotros dos, —siento haberos dejado esperando. Ciertamente no pensé que os llevaría tan lejos del Puente Aurora hacer el trabajo. Pero un trabajo es un trabajo, ¿verdad? Lo hicistéis. mantendré mi palabra. Ambos viviréis. ¿No son buenas noticias, Ailen? ¿Dónde está esa sonrisa para mostrar a tu Papá, por favor? - me mira con una nueva expresión en su cara, una que no reconozco.

    Mitad asombro, mitad fascinación, y tal vez un poco de celos mezclado con miedo. Todo bajo su máascara de falso amor paternal. Olvídate de quedarte boquiabierta, lo que quiero es vomitar. Se inclina fuera del bote y tengo la súbita urgencia de meterlo bajo el agua y mantenerlo ahí hasta que no exista más.

    —Vas a aceptar mi disculpa por abandonaros, ¿verdad? - dice mi padre.

    Mi mandíbula cae. Nunca se ha disculpado conmigo en toda mi vida. Nunca. Ni una vez. Extiende su mano derecha, su pelo gris se mueve en la brisa de la tarde y sus labios forman una sonrisa perfecta.

    Como no le doy la mano a cambio, él me acaricia la cabeza levemente con una contenida mueca de disgusto. Mi padre siempre odia las cosas mojadas, especialmente si también están sucias. Inmediatamente, se abre ambos bolsillos de la chaqueta y saca dos guantes, del tipo grueso naranja que usan los pescadores para sacar las redes fuera del agua.

    —Parece que tu amigo está herido. - me dice.—Hey, hijo, ¿estás bien?

    Esto va dirigido a Hunter. Hunter simplemente asiente.

    —Si no quieres hablar, por mi bien. Tendremos todo el tiempo del mundo para hablar más tarde.

    Mi padre obviamente está de muy buen humor y yo exhalo de alivio. Hunter parece indiferente, mirando categóricamente.

    —¿Y bien? - mi padre alza las cejas.

    Se ha disculpado conmigo. Me ha alabado por un trabajo bien hecho. Me ha escuchado y me ha respondido como un ser humano normal. Me lleva un tiempo asumir todo eso.

    Es lo que he querido toda mi vida.

    Sigo el bote y ayudo a mi padre a subir a Hunter.

    —¿Se te ha olvidado hablar o te ha aturdido ella con sus números teatrales? - pregunta mi padre a Hunter.

    —Hola, - masculla Hunter y queda en silencio, dejándose caer en una mojada pila temblorosa en el banco delantero, lanzándome una mirada de total acusación.

    —No te culpo. Yo también estaría sin habla. ¡Mira esto, ha inundado un valle entero! Dios mío. - el jovial humor de mi padre que se alimenta por el resultado de la destrucción le impide ver lo que está pasando.

    —¿Ailen? ¿No vienes? - mi padre extiende su mano enguantada, hablando en un tono jovial como si estuviésemos yendo a un picnic en verano.

    ¿Me he ganado por fin su aprobación? ¿Es posible que sienta remordimiento o culpa o, me atrevo a imaginar, amor por mí?

    Fijo los ojos en su mirada vacía. Sus pupilas se agrandan, dos pozos oscuros hacia lo desconocido. No me asustan como solían. Aunque el lila del crepúsculo se solidifica a cada minuto, veo sus ojos claramente como realmente son: sólo dos orbes llenos de proteína líquida. Podría extender mi brazo y sacarlos on los dedos, o podría gritar y hacer que hirvieran. De un modo u otro, la fuente de mi pesadillas, aquellos dos terribles esferas amenazantes han desaparecido y se han remplazado por un par de globos vulnerables, viejos y cansados, hundidos por años de conflictos internos. El comportamiento entero de mi padre es el de un viejo decepcionado que intenta que polos opuestos se encuentren, hacer lo único que sabe hacer bien: odiar a las mujeres.

    Qué triste existencia debe de ser, cuánto dolor debe llevar consigo y tener que suprimir a diario.

    Elijo creer lo increíble.

    —Claro, - le digo.

    Detengo la oscilación del bote y me impulso fuera de la sopa inmunda de un salto para aterrizar suavemente entre él y Hunter en el suelo del bote. Mis pies salpican barro en todas direcciones y observo con horror cómo la hermosa tela marrón de la chaqueta de mi padre se ensucia en varios puntos.

    Le siento abriendo a fuego un agujero en mi cabeza con su mirada y yo oso levantar mis ojos, esperando una bofetada.

    No sucede y suspiro de alivio, notando admiración en sus ojos. Admiración e incertidumbre.

    —No te preocupes, cariño, sólo es una chaqueta.

    Esto también es nuevo y me quedo mirando, esforzándome por comprender el cambio. Me da otra palmada en el hombro y sonríe.

    —Vamos a casa. - recoge los remos y los sumerge en el agua oscura.

    —Vamos a tardar una eternidad, - consigo decir.

    —Pero puedes llevarnos más rápido tarareando, ¿verdad? No tenemos que ir lejos. He dejado el coche junto al campamento, por allí. - señala al Este. —Está alto en el cerro, para evitar tu, cómo llamarlo, forzosa inundación.

    —Claro, lo haré, - asiento, sobrecogida por su atención.

    Una alarma suena con mil timbres en mi mente, pero mi corazón las cubre con una manta de esperanza, acallándolas.

    Es mi trampa y mi maldición, esta elusiva felicidad. Estoy enterrada viva por mi deseo. A pesar de ello, me agarro a la sedosa cuerda de la promesa de su amor, elusivo como es. No me queda nada que perder a estas alturas, ¿no? Pues, ¿por qué no correr el riesgo? ¿Por qué no lanzarme en esta loca creencia?

    Así que, tarareo y ronroneo, pasando las horas mientras hacemos camino hacia el campamento, que parece una península fantasmal en la noche, Privado del todo de campistas y asentado en medio de la ladera, lleno de troncos, sedimento y hasta nieve derretida.

    —Nos ha llevado, cuánto, ¿menos de una hora? Podrías ganarte un buen dinero haciendo esto, Ailen, ¿se te ha ocurrido alguna vez? - exclama mi padre.

    Yo asiento. Ningún otro comentario se intercambia durante el resto del viaje.

    El tiempo pierde significado y se atasca en una serie de aburridos movimientos prácticos, como salir del bote, llevarlo a la orilla, vadear el fango a través de la hierba hasta el oscuro aparcamiento. Mi hiperorganizado padre enciende su superbrillante linterna. Ayudo a Hunter con su cojera, ansiosa por ingresar en los cómodos confines del Maserati de Papá. Sorprendida de que no nos haya pedido que nos limpiemos, ambos subimos en la parte de atrás del coche y nos hundimos en el envolvemte cuero. Noto que había olvidado lo que era montar en un coche, disfrutar de su quieto ronroneo. Tomo la mano de Hunter y él me lo permite. La aprieto y espero. No aprieta al principio, pero luego lo hace y siento una cansada sonrisa extenderse en mi cara.

    Cómo salimos de la autopista es menos como conducir a lo largo de una carretera y más como vadear por un túnel hacia algúna luz inasequible al final... luz y vida y normalidad. Mi viaje a casa está pavimentado de angustia.

    Tres días atrás yo estaba en un lugar diferente. Tres horas requiere regresar a esa misma localización. Tres minutos para emerger de la sellada maravilla, asimilar mi casa a través de la luna tintada del coche como un fantasma del pasado. Al instante no puedo respirar, sintiendo que moriré aquí mismo, en este lugar donde crecí, donde nací.

    Llegamos en plena noche. Mi padre para el coche junto a la puerta de nuestro garaje, apaga el ronroneo del motor y me lanza una gran manta de lana para cubrirme. Al parecer, le preocupa que mi piel brillante asuste a los vecinos. Abro la puerta, me echo la manta por la cabeza y ayudo a salir a Hunter, ignorando los siseos de mi padre que nos urge a ser rápidos y discretos, por temor a que nos decubran los vecinos, quienes, muchas gracias, aún tienen la impresión de que he muerto por mi salto suicida del Puente Aurora.

    Hago que mis piernas se muevan, arrastrándolas al subir la escalera a mi casa que, con sus luces apagadas, parece una cajita enorme.

    Se acabó el correr para ti, Ailen Bright. ¿Adónde irías?

    Hunter respira rápidamente delante de mí, dando cada paso con mucho cuidado, moviéndose lentamente y gimiendo; su sudadera mojada me roza la cara cuando casi tropiezo con ella. Al haber resistido la melodía del alma de Hunter durante el viaje de tres horas, no sé cómo encontrar la fuerza para suprimir mi hambre creciente.

    Es irrestible.

    Subimos el porche y esperamos a que Papá saque tranquilamente las llaves. Hunter se apoya en la barandilla con su mirada apartada de mí. Temo molestarle y le dejo en paz, agarrando los bordes de la manta para crear una capucha. Está oscuro total a esta hora, con sólo dos farolas puntuando la noche a cada lado de nuestra calle. Mojadas por la reciente lluvia, los charcos relucen con la luz reflejada. Coches caros están aparcados a largo del bordillo derecho, mientras que contenedores de reciclado yacen limpiamente en medio.

    Qué hipócritas. Os gusta destellar vuestras perfectas fachadas a todos, pero no os atrevéis a hablar de vuestros secretos de familia. Los ocultáis dentro de vuestras hermosas casas, fingiendo que tenéis resuelta vuestra mierda cuando, de hecho, es todo lo contario.

    Pienso en mi padre y su violencia nocturna hacia mi madre, disfrazada por la mañana con la apropiada postura social de un respetado hombre de negocios con una esposa que se ha vuelto un poco cu-cú. ¿Pero qué esposa no lo hace? Ese fue siempre su contrapunto. Las mujeres se hicieron para transportar agua, sus palabras resuenan en mi mente mientras contemplo nuestro césped de manicura, tan asquerosamente pristino a la luz de la luna.

    —Bienvenida a casa, - dice mi padre abriendo lentamente la puerta hacia la oscuridad con un rechinar apenas audible. Hunter pasa dentro y yo le sigo. Papá cierra la puerta detrás de nosotros. Hunter de inmediato cojea hasta el salón y se deja caer en el sofá con las manos sobre los oídos, todo sin haber pronunciado una sola palabra, silencioso durante más de tres horas ahora. Le lanzo una mirada preocupada para ver si Papá se alarma por ello de algún modo.

    —Me temo que no podremos encender las luces en este momento, Espero que no os importe. Adelante, siéntate. - Papá me señala el mismo sofá, y luego procede a quitarse con cuidado sus zapatos sucios. Después de cambiarse de chaqueta, alisa el cuello de la camisa y se peina el pelo. Imprudentemente suelto la manta en el suelo y, sin limpiarme los pies desnudos en el felpudo, me acerco caminando para sentarme junto a Hunter, sintiendo que nunca saldré de esta casa jamás.

    Reconozco las siluetas familiares del mobiliario en las tinieblas del salón. A mi izquierda nuestra mesa de cena de madera de cerezo, un óvalo grueso equilibrada hasta arriba con una sola pata cuatro sillas metidas debajo. Los tonos de la tulipa de nuestra araña cuelgan de ella. Cristal de Swarovski, tintineando como gotas de agua suspendidas en el aire.

    Recuerdo haberme subido a la mesa una vez y empujado la araña para balancearla y observar el baile de las sombras en las paredes, jugando a que estaba bajo el agua. Papá me pegó fuerte por eso y sin avisar. Yo volé varios pasos y me partí lai barbilla en nuestro suelo de parqué pulido. Había un montón de sangre, pero yo no pronuncié sonido alguno. Retrocedo en la memoria, recordando claramente cómo Mamá estaba trayendo una cacerola y un juego de velas justo en ese momento. Ignoró la escena por miedo y desvió la mirada como si nada hubiese pasado. Casi puedo oler el queso caliente y las cerillas quemadas después de que ella iluminara las velas.

    Yo tenía cinco años.

    Parpadeo y miro a mi derecha, hacia la gran ventana no oscurecida por las persianas, porque a Papá le gusta su luz. En la negrura fuera veo las luces de la calle sobre el Puente Aurora, 1 000 metros de su acero se extiende desde mi casa casa la casa de Hunter, donde su mamá probablemente está pensando que su hijo está muerto en este momento, si es que está pensando en algo en su estado.

    Giro la cabeza y noto la mirada de Hunter en la misma dirección. Rápidamente baja sus ojos. Me pregunto lo que está pasando por su cabeza, pero no me atrevo a preguntar.

    Tampoco es que me pudiera oír de todos modos.

    Suprimo la urgencia de agarrar su mano y apretarla en mi pecho. Me muevo un poco hacia la derecha, justo para estar más lejos de su dulce melodía enloquecedora.

    —Una perfecta fusión de arte y ciencia, ¿no crees? - Papá interrumpe mi estupor deliberado.

    Levanta una esfera de cristal de la mesa del café y la gira así y asá, entornando los ojos hacia el agua contra la luz de luna que se filtra a través del vidrio, haciendo que los pececillos de su interior se dispersen en todas direcciones; chocan con las paredes de la esfera, chocan unos con otros, atrapados en su cajita de cristal hasta que mueran.

    —Sí... - mi palabra pierde fuerza, miro la esfera con nuevo entendimiento. —Hey, - le digo incapaz de llamarle Papá pero no sintiéndome cómoda para llamarle Padre tampoco en este momento particular. —Hunter necesita ver un doctor, o sea, pronto. Podría tener un brazo roto y creo que... - quiero decir que le he dejado sordo, pero me detengo a mitad de la frase, mordiéndome la lengua. —Creo que le moví gravemente. Nos caímos de un precipicio de unos quienientos metros...

    —¿No lo encuentras fascinante? - continua mi padre.

    Su trato usual ha vuelto, así que cierro el pico y le ignoro, incrédula por su capacidad de cerrarse ante los hechos más horribles y aún así entendiéndolos plenamente. Así es como debe de haber sobrevivido a su propio horror, cualquiera que fuese, haciendo que las cosas horribles sonaran nornales. ¿Te has caído de un precipicio de unos quinientos metros de altura? Eso no es nada.

    —No es muy educado ignorarme, Ailen, ya lo sabes. ¿No tienes nada que decir? - coloca de nuevo la pecera sobre la mesa, se acerca hasta mí y levanta mi barbilla hacia la ventana. Yo me congelo ante su tacto, caliente, pero no reconfortante. Estudia mi cara como si fuese mi turno de ser su orbe.

    Yo no soy transparente, Papá, Estoy vacía, no tengo alma. Es inútil mirar.

    —En serio tienes que llevar a Hunter a Urgencias, - le repito sintiendo la urgencia de matar crecer en mi pecho con amplias oleadas vehementes.

    —Estoy seguro de que puede hablar por sí mismo, ¿o no? - dice mi padre inquisitivamente.

    —Perdón, - le digo sin saber por qué. Es un hábito.

    —No tienes que disculparte. Eres mi estrella, después de todo lo que has logrado. Aunque, un poquito propensa al desastre. Pero lo comprendo. Todos adoramos un poco de fama, ¿verdad? - me acaricia el hombro.

    —Hunter necesita ver a un doctor, ahora, - presiono. —Está sufriendo. - giro mi cabeza y le veo tirado en la esquina del sofá, durmiendo sonoramente; por algún milagro desconocido no caigo encima de él ahí mismo. Verle dormir es como ver una deliciosa empanada casera emanando su dulce aroma, recién salida del horno, colocada directamente bajo tu nariz después que no has comido nada durante una semana entera.

    —Ya veo. - Papá se sienta delante de mí en otro sofá, una baja mesa de café bos separa, la pecera esférica yace en medio como un enorme huevo transparente.

    —El chico te gusta mucho, ¿verdad? - yo trago rápidamente pero no respondo.—Ahora parece que está bien, ¿no crees? Dormir le hará bien. Mientras tanto, quiero mostrarte algo. Quiero que prestes mucha atención, por favor. - mete su índice y pulgar en el bolsillo de la camisa, saca un objeto pequeño y lo coloca en la palma de su mano. Reluce a la tenue luz de la luna.

    Una perla.

    Mientras la miro, él saca un arma sónica de debajo de sus pies y la coloca sobre la mesa con una cauta sonrisa. Yo retrocedo.

    Pesé que confiaba en mí, pero aún me tiene miedo después de todo.

    —Deja que te explique algo, tal vez nos ayudará a entendernos mejor el uno al otro. ¿Sabes lo que es esto?

    ¿Me tomas por una idiota?, quiero decirle, pero el arma me hace responder su pregunta literalmente. —¿Una perla?

    —No cualquier perla. Es una perla natural. ¿Sabes la diferencia entre una cultivada y una perla natural?

    Del modo en que lo dice me hace sentir tonta. Del modo en que yo se lo explicaría, no me escucharía. Así que le doy una excusa para lucirse.

    —No, no lo sé, - le digo.

    —Claro que no lo sabes. La mayoría de las perlas en las tiendas son cultivadas, creadas en granjas de perlas. Es un proceso fascinante, en realidad. Toman una madreperla diminuta o un pedazo de arena y la implantan en un molusco... el anfitrión. - se detiene, esperando una reacción.

    Asiento, insegura de adónde quiere ir a parar.

    —Esta, - la pone en su palma, —la hizo la naturaleza. Es perfectamente redonda, lo cual es extremadamente raro. Mira. - la levanta contra la tenue luz difusa de la ventana y la pinza entre sus dedos de manicura. —Muy bonita. Cuanto más cerca está de una forma esférica ideal, más cara. Hasta el siglo pasado, eran preciadas sobre todas las otras gemas. ¿Sabes por qué?

    Niego con la cabeza, siguéndole el juego.

    —No por su belleza. Por su rareza. - me lanza una prolongada mirada. yo me muevo incómodamente.

    Algo siniestro despierta en sus ojos; no puedo ubicarlo. Se inclina sobre la mesa, Su otra mano sobre la arma.

    —Dime cómo se hacen las perlas naturales.

    Yo me quedo mirándole. —¿Tenemos que hablar de perlas ahora mismo? Hunter está...

    —Por un parásito, - me interrumpe.

    Una pelícila de fiebre rueda por su cara. Tengo la sensación de estar mirando una marioneta controlada por un maligno titiritero, luchando por recordar la última vez que me dio una lección profunda como esta sin éxito.

    —El parásito entra en el cuerpo de un molusco que no puede expulsarlo. El molusco se defiende produciendo carbonato cálcico y proteína para cubrirlo entero, capa a capa, hasta que queda encerrado del todo. Muerto. Se convierte en un quiste, un crecimiento cancerígeno. Eso es lo que una perla natural es, Ailen. - cierra los labios con mi nombre como una bofetada audible, luego se reclina en los cojines del sofá, al parecer satisfecho con mi reacción.

    Se me seca la boca.

    Capto el mensaje.

Capítulo 24

    

La Casa de los Bright

    Un coche solitario toca el cláxon una vez detrás de la ventana. Algunas almas de trabajadores de noche tintinean con una cansada escapada de una fiesta hasta casa. El alma de Hunter arde en un leve pero delicioso concierto a mi lado. La oscuridad oprime la casa con olor a gasolina y sudor nocturno. Mi lengua sabe amarga.

    Un parásito, repito en mi mente una y otra vez. Se refería a mí. Atrapada en un caparazón hermoso. Su más preciosa perla. Una obra de arte y ciencia combinada. Extraída de un molusco roto descartado después del nacimiento. Me encojo en el blando cuero. Una decepción nauseabunda me abruma. Una súbita tentación toma el control y le lanzo mis siguientes palabras a mi padre como si me importara..

    —Te has olvidado de algo, - le digo tranquilamente.

    Él levanta las cejas y toca el arma sónica con los dedos en un ritmo continuo. —Por favor, ilústrame, - me dice.

    —Te has olvidado de comprobar si el parásito aún está vivo. - saboreo la pausa.

    —Oh. No por mucho tiempo, en realidad. Resulta que he llegado a cogerle gusto al parásito que he tenido éxito de producir. - estira los labios, pero sus ojos no sonríen.—Mañana simularemos el funeral. Para tranquilizar a la gente de la ciudad y parar los rumores, para hacer saber a la gente que encontramos tu cuerpo y simplemente no estábamos preparados para revelarlo a las noticias. Ya sabes, los trabajos. Para darte una despedida apropiada.

    —¿Qué? - casi me ahogo. —¿Por qué?

    Estoy ahí sentada boquiabierta, estirando un brazo por el significado de esta noticia pero sin encontrar nada a lo que agarrarme.

    —¿Dónde te gustaría ir?

    —¿Qué? - me obligo a volver a la realidad —Lo siento, estaba distraída. ¿Qué has dicho?

    —He dicho, cuando haya terminado, ¿adónde te gustaría establecerte? No has oído nada en absoluto, ¿verdad? - sacude su cabeza. —Qué típico.

    Le miro boquiabierta. —Perdón. Es por todo lo del parásito y lo del funeral...¿por qué tenemos que hacerlo? No lo comprendo.

    —Lo hago por ti, Ailen. Nosotros tenemos que hacer esto por ti. - me estudia, enfatizando la palabra nosotros.

    —¿Nosotros tenemos que hacer esto? ¿Por mí? - repito.

    —Sí, por ti. - se aclara la garganta. —He cometido un error, como padre y me disculpo. He fallado en... al verte como mi hija, por encima de todo, sirena o no. Quiero empezar de nuevo. Quiero que nos sintamos como una familia y pongamos fin a este incesante conflicto.

    Me quedo mirando, desconcertada. Algo me huele a chamusquina.

    —En cuanto te entierren, podremos dejar Seattle y empezar una vida nueva, tú y yo. Cerraré mi negocio y abriré uno nuevo en otra ciudad. ¿Qué te parece? ¿Suena bien? ¿Hay algún lugar particular donde te gustaría ir? - me pregunta de nuevo.

    Sus nudillos se tornan blancos y su piel se estira al agarrar el arma, pero su cara se ilumina. Sólo hubo una vez cuando su cara resplandeció así, y fue caundo regresamos del funeral de mi madre. Otro funeral falso porque no había cuerpo que enterrar y su caja estaba vacía. Él disculpó su felicidad al decir que ya no tenía que mirar su cuerpo. Dijo que el funeral le había traído la paz que necesitaba. Por aquel entonces, por supuesto, yo no tenía ni idea de lo que está tan claro para mí ahora: que fue él quien la presionó para saltar del puente.

    —¿Hablas en serio? ¿Tú quieres hacer esto? ¿De verdad? - mientras digo esto, mi corazón traidor se enciende de emoción. Esperanzado, infantil, lleno de ingenua excitación. Todos sus crímenes son olvidados. Su comportamiento violento se evapora de mi memoria como si nunca hubiese existido.

    —¡Pues claro que lo digo en serio! ¿Qué te parece esto como regalo de cumpleaños? No me he olvidado, ¿lo ves?

    Le estudio, quiero asegurarme de que no hay señales de engaño en sus ojos, ningún tirón en sus músculos faciales. Estoy asustada, aterrorizada de creerle. Es demasiado bueno para ser verdad, demasiado sencillo, así de repente. Me trago las lágrimas.

    —¿Puede esto ser verdadl? - digo con ronca.

    —¿No puede un viejo cambiar en el ocaso de su vida? Vamos, Ailen, dame algún crédito. Miirame. - coloca el arma sobre la mesa del café y levanta ambos brazos en señal de rendición. —Lo admito, estoy un poco asustado de ti. Te has vuelto una fierecilla. Pero estoy orgulloso de ti. Estoy muy, muy orgulloso de ti.

    Quiero abrazarle, pero no consigo moverme. Nunca he abrazado a mi padre ni he sido abrazada por él.

    —No me importa dónde. Cualquier sitio. Escoge tú, - le digo tal como lo siento.

    —De acuerdo. Tengo una idea. ¿Qué tal Italia? En los arrabales de Roma, lejos de la población, digamos, en alguna aldea pequeña para que todos los fines de semana podamos hacer un viaje a los...

    —... Baños de Caracalla, a escuchar la ópera, - acabo automáticamente, recuperando este conocimiento de las profundidades de mi memoria.

    —Precisamente. Eso es exactamente a lo que me refería. ¿Cómo lo sabías? - me mira con curiosidad.

    —Sólo lo supe. Soy tu hija, después de todo... - digo parpadeando entre lágrimas que bajan por mis mejillas, mortificada por que me vea llorando.

    —Interesante. Tal vez eso confirme que somos parientes de verdad. - me sonríe.

    Yo ahogo un grito. —¿Qué quieres decir con eso? ¿Estás insinuando que Mamá te engañó con otro? ¿Cómo puedes siquiera considerar tal cosa? Ella nunca ... ella te amaba. - mi voz tiembla.

    Su cara se arruga de dolor. —Dejemos el tema de tu madre. Tenemos otras cosas más emocionantes que discutir. Sobre el funeral...

    No puedo parar. —¿De verdad piensas que M...?

    —¡Silencio! - su grito es tan repentino y abrupto que suenan mis dientes cuando cierro la boca.

    Todo esto parece confortable en un sentido retorcido. Mi padre ha vuelto a lo normal, y agradecidamente, sé cómo lidiar con él y sus furiosas rabietas. Finjo prestar atención.

    —Fingirás ser un cadáver, a falta de una palabra mejor. Estoy seguro de que puedes arreglártelas... tu piel es perfectamente blanca con subtonos azules característicos. ¿Te podrás quedar inmóbil durante varias horas? - me pregunta.

    —Claro, - consigo decir, temiendo perder su amor antes de que tenga siquiera una oportunidad de disfrutar de él.

    —Excelente. Hunter se quedará contigo mientras te preparas. He pensado que te gustaría eso.

    Dedico una mirada a la cara de Hunter. Esrá ensangrentada pero apacible con los ojos cerrados. Su puño sobre su pecho sube y cae lentamente con cada respiración. Tengo que permanecer alejada de él.

    —¿Y dónde estarás tú? - le pregunto.

    —Con los asuntos del funeral, por supuesto. tengo que salir algunos minutos para recoger el féreteo, - sus ojos caen hacia su reloj Panerai, —Tengo que ir a la funeraria, preparar el barco...

    —¿El barco? - le pregunto.

    —Ailen. ¿Cómo sino vas a ser capaz de salir de la caja... excavando hasta salir de la tumba en medio de la noche? Ciertamente no creo que sea una buena idea. Te daremos un entierro en el mar.

    Parpadeo. —Uao. ¿Por qué?

    —Porque es el único modo seguro en que puedes salir del ataúd. Romperás la tapa y nadarás hacia Orillas Oceánicas y nos encontraremos allí, ¿vale?

    —¿Orillas Oceánicas? ¿Es ese pueblecito en la costa donde tú y Mamá fuisteis un verano? ¿Por qué Orillas Oceánicas? - tengo tantas preguntas que mis palabras se paralizan momentáneamente, amontonadas en mi garganta en una masa de gritos.

    Papá se acerca hacia Hunter y le zarandea para despertarle, tocando su brazo con sus dedos delicados, amunciando, —Tu brazo no está roto, está dislocado. Vivirás. Ahora, escúchame. Tú trabajo es cuidar que Ailen se prepara para su funeral. Necesita darse una ducha y ponerse ropas limpias. No me importa qué mientras parezca decente. ¿Puedes hacer esto para mí?

    Los ojos de Hunter se abren en una lucha por comprender. —¿Qué...? - hace una mueca.

    No sé si es porque se ha percatado de nuevo que está sordo, o porque le duele algo, o si ha sido capaz de descifrar la palabra funeral de los labios de mi padre.

    —Deja que lo repita. - Papá se lanza a una detallada explicación del tipo de féretro que ha escogido y por qué va a ser más fácil para que yo lo abra, la gente y la hora que vendrán a recogerme, cuánto tiempo durará la ceremonia y dónde iremos después. Pero yo sólo escucho la mitad. Mi otra mitad imagina cosas que no me he atrevido a imaginar antes, como la vida con mi padre. En otra ciudad. Empezando de nuevo, desde cero.

    De pronto, noto que funeral es una palabra muy cariñosa. Implica un final feliz. Pienso que un funeral es mi nueva cosa favorita. Es donde se reúnen las familias para atestiguar el paso de un ser querido al otro lado. Como el nacimiento, pero al revés.

    Hunter asiente, tal vez con miedo de hablar, robando rápidas miradas hacia mí. Papá ha terminado su parrafada.

    —¿Lo has entendido todo, hijo? ¿Puedo contar contigo? - le pregunta.

    —Sí. - Hunter asiente.

    —Si se olvida, se lo recordaré, - le digo yo para que Papá deje la casa antes, ansiosa por prepararme y separarme de Hunter para poder descansar un poco.

    —Tu trabajo no es recordarle eso, sino prepararte. ¿lo entiendes? - me pregunta.

    —Sí, - le respondo.

    —Bien.

    Mi padre se excusa y desaparece escaleras arriba para cambiarse. Luego baja vestido con uno de sus mejores trajes de lana italiana, negro con un corbata negra que contrasta con su blanca camisa de seda. Le lleva menos de diez minutos transformarse de un pescador deportivo a un galante hombre de negocios. Durante ese tiempo no me atrevo a acercarme a Hunter, ni a hablar con él, permaneciendo en la misma posición. En el vestíbulo, Papá se ajusta los gemelos y se calza sus lustrosos zapatos italianos de cuero negro para complementar su atuendo, dirigiéndose a mí sin levantar los ojos.

    —Son cerca de las cinco a. m. ahora. Estate lista para las seis, por favor. Yo estaré de vuelta a esa hora con el féretro. - mete los brazos en las mangas de una gabardina, recoge el paraguas y luego hacer sonar las llaves antes de dejarlas caer en su bolsillo. Un rechinar de tacones contra el suelo del parqué, un "clic" de la cerradura de la puerta y ha desaparecido.

    Permanezco sentada durante un rato o dos, el rectángulo de la puerta me fríe las retinas cuando Hunter me da un codazo. Doy un brinco y me giro.

    —¡Ahora vuelvo! - le digo y levanto el dedo índice para indicar tanto mi regreso rápido como mi deseo de ir escaleras arriba.

    Luego, antes de que tenga ocasión de decir nada o retrasarme, esprinto por la escalera, abro la puerta del cuarto de baño y la cierro de un portazo. En alguna parte de mi mente, registro que esta puerta es nuevecita y huele a pintuta reciente. Por el hábito y sin pensar, la cierro por dentro, me deslizo por ella hasta el suelo y rompo a llorar. Deseo secretamente que Hunter viniera tras de mí, llamase a la puerta y me suplicara dejarle entrar. Pero no lo hace. Y sé por qué. Me está dando espacio, dejando que eche humo. Golpeo el suelo con los puños, sacando el dolor fuera de mí, hacia el exterior, convirtiéndolo en palabras, deletreándolo en voz alta y sin importarme si me pueden oír los vecinos. Simplemente tengo que purgar mi sistema de esta sonora miseria.

    —Hunter, lo siento. Quiero estar contigo, pero no puedo. Te amo, pero no puedo. Quiero morir y no puedo. Quiero recuperar a mi madre. No puedo. Quiero matar a Canosa para que..., - disparo ambos puños al el suelo, —... deje de una... - golpeo de nuevo, —... jodida vez..., - y golpeo una vez más, — de amenazarte. No puedo. No parezco ser capaz de hacerlo. Ya no quiero ser una sirena. Quiero ser normal, Quiero volver atrás en el tiempo. Quiero volver a como era antes de mi cumpleaños. ¡Pero no puedo! ¡No puedo! ¡No puedo!

    Golpeo el suelo hasta que mis nudillos sangran el líquido transparente que es mi sangre. Me levanto de un salto y dirijo el resto de mi furia contra mí misma en una especie de gozo delirante, tirándome del pelo, abofeteándome la cara. Me doy cuenta de que hay una cosa que puedo hacer y es reunirme con mi padre. Me arranco la sudadera de Suicidios de Sirena. Está viscosa y se me pega a la piel y no sale, así que la rasgo y lanzo sus sucios jirones a mi alrededor. Me quito el odioso traje naranja de pescador, rasgándolo en pedazos en el proceso. No hay nada más que destruir, de modo que dedico mi atención a nuestra antigua bañera de mármol tallada, la ridícula reliquia de la familia Bright. Casi doy una carcajada cuando veo que las sirenas han desaparecido. ¡Por supuesto! Considero levantarla y estamparla hasta hacerla pedazos. Curiosamente, me parece desnuda, aburrida y blanda sin sus sirenas y sin sus bocas abiertas en una canción letal, sin sus brazos extendidos como alas. El grifo dobla su cuello de bronce, vulnerable, solitario y frágil sin la Sirena de Canosa sujetándolo en sus delicadas manos. Para desahogar mis frustraciones, deseo tanto sumergirme en un baño que decido destrozarlo hasta dejar una pila de rocas después. Giro vigorosamente el mando del agua fría y casi lo rompo. Un espumoso chorro sale de la espita. Observo cómo burbujea, inhalando el eco del cloro como un bienvenido amigo. Coloco el tapón encadenado de resina y me deleito en el giratorio fluído. Llena rápidamente la bañera, haciéndome pensar durante un segundo que es mis cumpleaños de nuevo. En vez de ahogarme, simplemente me daré un baño y saldré, antes de que todo se vaya al infierno. Sorteo el borde y desciendo dentro del agua fría, sumergiéndome deprisa. Ladeo la cabeza hacia el techo y entro en el agua resbalando todo el camino, dejando que lave mi cara, respirando por las agallas.

    Esto es relajante. Nada malo sucede, no ha pasado el tiempo. Es el 7 de septiembre, sobre las 7:00 a. m., y hoy, cumplo 16 años. Simplemente me estoy preparando para mi gran día, para celebrarlo, para estar toda perfumada y adorable y consentida. El techo no comparte mi sentimento, sin embargo. Me mira ceñudo a través de olas circulares en la superficie del agua. No hay burbujas que escapen de mi boca, no hay perturbación de ningún tipo en mi pecho, no hay dolor en mis pulmones. No necesito empujarme hacia abajo con ambos brazos para impedir flotar hacia arriba. De hecho, puedo hacer que cuerpo sumergido flote a voluntad, sin mover un solo músculo, simplemente pensando en ello. No, ni siquiera pensando, es instintivo ahora. Extiendo tentativamente los brazos hacia arriba y me toco las agallas, recorriendo sus bordes irregulares, rasgadas unos días atrás, pero ahora suaves y curadas en dos ásperas aberturas. Chorros de fluido circulan hacia dentro y hacia fuera, imitando mi respiración.

    El pomo de la puerta gira una vez a la derecha. Oigo un claro clic amplificado por varios centímetros de agua y me incorporo sentada, con el corazón latiendo rápido. Observo el pomo. Gira tres veces hacia la derecha.

    Clic clic clic.

    —¿Hunter? - le llamo olvidando que no me oirá ahora, pero sabiendo que si fuese él, habría llamado primero y no irrumpiría dentro como un Neanderthal.

    —¿Papá?

    Esta es mi siguiente suposición. No hay respuesta, sino una única llamada tentativa en la puerta. Me abrazo las rodillas, notando con horror que he olvidado coger un cambio de ropa de mi habitación y no tengo nada que echarme encima.

    —¡Espera, estoy desnuda! Ahora salgo.

    Salto rápidamente fuera de la bañera y vierto agua por todo el suelo, pillo la toalla más cercana, me la enrollo y meto una punta en la parte de arriba asegurándome de que no se cae. Se me ocurre que, de hecho, es Hunter, ¿quién sino iba a ser? El suave concierto que rezuma de su alma se cuela por el hueco debajo de la puerta, ¿Cómo no lo he oído antes?

    —Hunter, ¿eres tú? - repito sin importarme que es inútil.

    Solo la melodía de su nombre hace cantar mi corazón.

    —¿Ailen? - dice él como si me hubiese oído. Pero llega amortiguado, apagado, borroso. —Hey, uh... te traigo vaqueros limpios. - Pausa. —Y una camiseta. - Otra pausa, seguida por su agitada respiración. —No puedo oír lo que dices, así que, ¿puedo entrar? Lo dejaré en el suelo y saldré disparado. No miraré, lo prometo. ¿Recuerdas tu número favorito? Me llevarará tres segundos...

    Las últimas frases las dice rápido, en una urgencia, y luego inmediatamente queda en silencio de golpe. Creo que oigo una tos ahogada.

    —¿Número favorito? - le digo pensando, tres.

    ¿Por qué me ha preguntado eso? frunzo el ceño, giro la palanca de la cerradura en posición abierta y agarro el pomo de la puerta. Mi palma húmeda resbala en su bronce pulido. Nuevecito y atascado, no gira. Me seco las manos en la toalla.

    —Espera. No puedo abrir el pomo, - mascullo, girándolo con más fuerza, con miedo a romperlo. No cede, atascado.

    —¿Qué demo... - maldigo entre dientes.

    Una melodía me penetra. Fuertes vibraciones vienen del otro lado de la puerta. Intento girar el pomo de nuevo. Es inútil. La canción viene a través de las paredes, como un coro de alguna ópera antigua. De inmediato, Hunter mencionando el tres tiene sentido. Él apretando mi mano tres veces. Tres minutos de media es lo que requiere una persona para ahogarse. Para nosotros, el tres es como un código para la muerte.

    —¡Canosa! - chillo y oigo su cloqueo loco.

    Su hedor podrido envenena el aire, brota a través de todos y cada uno de los huecos y me envuelve en su ruina. Me arde en las narices, se carcajea de mi ingenuidad.

    Arranco el pomo y lo tiro al suelo. Alzando la pierna derecha, pateo la puerta con enorme fuerza... una, dos, tres veces. Los goznes se llevan trozos de yeso de la pared y la tabla de madera recién pintada finalmente colapsa con un crujido, levantando una humareda de polvo.

    Se me cae el corazón a los pies.

Capítulo 25

    

La Bañera de Mármol

    El tiempo tiene un modo peculiar de darse la vuelta. Soy transportada a la primera vez que me encontré con Canosa en el borde del lago. A la alegre extensión que se desenrollaba entre nosotros como una alfombra de bienvenida de dos metros de largo. Ella está al fondo, como lo estuvo entonces, excepto que ya no es una preciosa femme fatale. Su cara y cuerpo están distorsionados, sus rasgos inclinados. La mitad de sus tejidos parecen muertos. Su boca se abre en una mueca. Su pelo ha sido reducido a una triste mata desaliñada empujada a un lado. Al otro lado sujeta a Hunter por el cuello. Lo único que no ha cambiado es su mirada penetrante, sus grandes ojos verdes rezuman algún prehistórico odio primitivo.

    —Tú, perra de bronce. ¡Suéltale! - rujo.

    —Haz otro movimiento y está muerto, - me sisea.

    Yo bajo mi pierna, casi habiendo dado un paso. Ella ladea la cabeza hacia arriba y da una caecajada, sus pulidos pechos balian desagradablemente. Siento un espasmo en las tripas por el asco.

    —Oh, me moría por ver ese dolor en tu bonita cara. Maravilloso, - exhala ella. —Ahora dale un beso de despedida a tu amigo, Ailen Bright. - ella tensa la presa mortal alrededor del cuello de Hunter.

    Él le araña los dedos, ahogándose.

    No hay tiempo para pensar.

    Esto no es el típico mirarse y acecharse la una a la otra. Olvídalo. Esto es una batalla a vida o muerte y yo me zambullo en ella con entusiasmo.

    Decir que le salto encima es robarte imaginación. Me abalanzo en una combinación de estridente onda acústica y física que rompe tímpanos, que lo consume todo a mi paso, oscilando y aullando. La embisto con la cabeza en su legamoso estómago y caemos escaleras abajo en un enredo de miembros, rodando todo el camino hasta el zaguán y parando sólo a centímetros de la puerta delantera. El estruendo que producimos debe de haber levantado al vecindario entero.

    Yo me agarro a todo lo que puedo, hundiendo las uñas en su carne, mordiéndola con los dientes, incluso levantando los pies en un intento de patearla. Hunter está en medio del sandwich, entre nosotras, moviéndose como loco. No puede chillar, le corta el aire el brazo de Canosa. Yo no puedo ver su cara, sólo la parte de atrás de su cabeza.

    Damos vueltas por el suelo, arrancando abrigos de las perchas del guardarropa abierto, esparciendo zapatos y derrumbando el árbol de los paraguas con un "clanc".

    El pelo de Canosa se me mete en la boca, sus miembros están abultados con venas. Su boca se abre casi hasta un crujido audible en su cráneo, y luego me clava los dientes en los brazos, el estómago, la cara.

    Estoy a punto de ser comida viva. No me importa. Sólo hay una meta en mi mente. Liberar a Hunter. Si no puedo vencerla con mi fuerza, puedo intentar vencerla con mi voz.

    Inhalo, pero antes de que pueda gritar una canción, mi garganta se abre. Usando las uñas, ella me arranca un pedazo de carne del cuello, rompiendo ambas agallas. Yo gorgoteo agua mientras me ciega el dolor.

    —¡Ignorante niña desagradecida! ¡Estoy harta de ti! - su voz truena a mi alrededor y a través de mí. —Te voy a enseñar a pelear conmigo. ¡Te mostraré lo que pasa cuando osas pelear con la Sirena de Canosa! - Canosa se levanta con un gruñido y se apoya en la puerta delantera con Hunter firmemente bajo su presa. Los ojos de Hunter están cerrados, ya no está gimiendo o luchando.

    Parece que se ha desmayado.

    Quiero gritarle a Canosa que le deje en paz. Intento levantarme, pero mis pies resbalan en ek suelo pulido. Los músculos de mis piernas están destrozados por sus uñas. El líquido transparente de mi sangre muerta se encharca entre las tablas de madera del parqué. Contemplo mi desnudo cuerpo mutilado, viendo que la piel y músculos empiezan a tejerse solos con un silencioso siseo, me pican como locos.

    Canosa apoya mi cabeza sobre uno de mis zapatos. —Para que puedas ver mejor, chica boba, - me susurra.

    ¿Ver qué? quiero preguntar, pero no hace falta.

    El siguiente minuto quedará grabado para siempre en mi miserable memoria. Lo único que puedo hacer es observar y escuchar, porque mi cuerpo se niega a moverse; ni siquiera puedo tararear.

    Canosa se sienta frente a mí junto a la puerta delantera. Ella tira del cuerpo tullido de Hunter y coloca su cabeza en su regazo. Yo no puedo apartar la mirada, siento que la vida se drena fuera de mí con cada uno de los movimientos de Canosa. Sé que no hay nada que yo pueda hacer. Sé que esto es el fin.

    Ella mira en los ojos de Hunter y enciende su alma. Inmediatamente lanza una canción griega que a mí me suena a completo galimatías. Se inclina sobre la cara de Hunter, apartándose el pelo para asegurarse de que lo veo todo. Hace una mueca en un bostezo mortífero y absorbe la misma esencia, su hermoso concierto, remolino por remolino, aliento tras aliento, hasta que no queda nada. Luego chasquea los labios, me lanza una mirada victoriosa y suelta una risa loca que me envía escalofríos por todo el espinazo, agitando todas las paredes de la casa.

    Así sin más, sin avisar, sin siquiera una batalla gloriosa, Hunter ha desaparecido.

    Hunter, Hunter, Hunter.

    Los segundos se funden en horas. Lentamente al principio y luego todo de golpe, el peso de la devastation me rasga un agujero en el pecho y me devora entera.

    Mis ojos ruedan hacia atrás y estoy a punto de desmayarme. Siento que Canosa me agarra bajo las axilas y me arrastra escaleras arriba. Mis pies golpean en los peldaños, uno por uno. No me importa. No tengo fuerzas para detenerla, ni fuerzas para mirar a mi alrededor. Ni voluntad para nada más.

    Sin ceremonias me tira en la bañera vacía. Me golpeo la cabeza en el mármol y abro los ojos. Ni siquiera pronuncio un grito de dolor, porque ya no registro nada. Le está pasando a alguna otra chica, a algún otro cuerpo, en algún otro mundo distante que no es de mi incumbencia.

    —Ya estás. Te he librado de tu dolor. ¿No vas a agradecérmelo? Mírame. - Hunde dolorosamente sus dedos en mi barbilla. —No apartes la cabeza. ¡Mírame! He estado pensando en ti desde que me sacaste del agua en ese valle de la montaña. ¿Has pensado tú en mí, Ailen Bright? Dime. - salta dentro de la bañera, me apresa los brazos bajo mi cuerpo y repta encima de mi pecho. No puedo apartar la mirada, atraída por sus ojos verdes, bebiendo de ellos algún tipo de frialdad que primero me ata y luego se extendiende por mi agonía, sedándola.

    —Has estado pensando en mí, ¿verdad?

    Hunter. Has matado a Hunter.

    —Ailen Bright. Pensabas que podías matarme. Qué boba, chica boba. - se inclina más cerca, su pelo se separa en dos cortinas lácteas. —Pues deja que le diga algo a la chica que piensa que es tan lista. Hace falta más que una canción. No eres la primera, ¿lo sabes?. Muchas lo han intentado antes que tú.

    No me muevo. Te amo, Hunter. No he tenido oportunidad de decírtelo un millón de veces más.

    —Te revelaré un pequeño secreto, - continua ella tranquilamente. —Un secreto sólo entre tú y yo. ¿Qué te parece? No puedes matarme. Nadie puede, - susurra Canosa.

    El aire a nuestro alrededor coincide con ominoso silencio.

    —Sólo eres carne muerta que puede cantar, nada más. - digo con voz ronca involuntariamente, porque la herida que me ha inflingido se está curando rápidamente.

    Ella de inmediato estira el brazo y me rasga el cuello de nuevo con las uñas. Fría viscosidad rezuma por ambos lados de mi cuello, goteando en la bañera.

    —Esto es lo querías ser, Ailen Bright. Esto es lo que eres: un pedazo de carne muerta que puede cantar.

    Niego con la cabeza.

    —Adelante entonces. Finge que vives. Finge que nunca nos hemos conocido. ¿Qué tal eso? ¿Te gustaría jugar a esta clase de juego?

    Hunter.

    —No sólo eres boba, eres maleducada. ¿No te enseño modales tu madre? Responde. Quiero oírte decirlo una vez más. - ella espera un segundo y me abofetea en la cara con fuerza.

    Yo sigo mirando, apenas siento nada. Mi madre nunca estuvo agí para enseñarme nada, me pasa por la mente. Por tu culpa. Observo pasar esa idea, como si fuese una racha de viento y nada más.

    Hunter.

    Quiero salmodiar su nombre.

    —¿Ves el lío en el que estás? Te lo has buscado tú. Lo aceptaste con tus propias manitas. Bueno, no estas sola. Miles antes que tú me llamaron, me rogaron. - se hinchan sus nasales, el tufo a lilas prodridas emana en oleadas. Arrugo la nariz por el olor.

    —Eres una chiquilla hecha una ruina, eso es lo que eres. Sólo piensas en ti misma. Me das asco. - ella se levanta.

    Aliviada de su peso, intento incorporarme y me resbalo de vuelra a un montón de músculos colgantes.

    —No puedes mantenerte en equilibrio entre los vivos y los muertos para siempre, eres lo bastante inteligente para saberlo. No después de haber cruzado hasta el otro lado una vez, no después de haber saboreado la dicha de la muerte. Sólo es cuestión de tiempo antes de que lo intentes de nuevo, - me dice en una voz de autoridad que no puede ser cuestionada. Ella permanece sobre mí. Su piel suave reluce suavemente en la oscuridad del tenue preamanecer que se filtra a través de la ventana del cuarto de baño.

    —Pronto, nos encontraremos de nuevo, como viejas amigas. Como hermanas. - ella brilla. —Hasta entonces, apártate de mi camino. Es mi última advertencia. Déjame ocuparme de mis asuntos y yo te dejaré ocuparte de los tuyos. Y no te preocupes por enterrar el cuerpo de tu amigo. Yo me encargaré de eso por ti. Lo usaré para alimentar a los peces, como me alimenté yo de tu madre. - se agacha y estira la mano hacia mí.

    Comprendo que ha dicho algo sobre el cuerpo de mi madre, pero parece que no puedo pillar el significado.

    Molesta, me agarra la mano y la aprieta con tanta fuerza que oigo crujir los huesos.

    Luego empieza a cantar.

    Me descubro entrelazada en la cinta de su voz. Me vincula, me levanta y me sacude hacia donde no hay dolor, ni memorias, ni. felicidad, sólo la nada.

    Me dejo llevar y caigo.

    Caigo en el vórtice de sus ojos, dentro de sus pupilas, en las profundidades oscuras, en lo que parece ser una masa de almas muertas, un caos incoloro de figuras sombrías compuestas de niebla. Caigo dentro y formo parte de esta masa que respira como un solo cuerpo gigantesco, consumiéndolo todo, rítmico.

    No puedo respirar. estoy rodeada de líquido sin oxígeno. Una corriente de este líquido me impulsa hacia el fondo de esta demente pesadilla, diez metros, veinte, cientos, hasta que mi pecho está preparado para explotar.

    Aquí se tornan fluidos viscosos, pegajosos y absolutamente negros.

    ¿Es el Río Estigio? ¿Me está mostrando mi viaje final al más allá?

    En el otro extremo de esta negrura aparece una cara.

    ¿La de Canosa?

    Destaca en la oscuridad como un punto negro definitivo, todo consumido, más allá de toda emoción, dolor en su vastedad.

    Un agujero negro.

    Un final absoluto. No veo sus ojos, pero me está mirando. Me contempla de arriba abajo y luego frunce el ceño como si le hubiese interrumpido. Seré castigada severamente por ello.

    —Sal de mi vista, - truena la cara. —Has llegado muy pronto.

    El horror me levanta cada uno de los pelos del cuerpo, me congela en un trozo de hielo peligrosamente minúsculo frente a este enorme ser irresistible.

    Sé quién es. Es la Muerte. La misma Muerte me acaba de abandonar. Hago lo único que hay que hacer.

    Salir a toda hostia.

    Me giro y corro vadeando a través de un espeso líquido aterciopelado, un pantano de aflicción y pérdida. Aquí es donde todo termina, pero no he cruzado la línea final. Aún no. El líquido me escupe y doy una frenética respiración.

    Estoy en un lago negro lleno de agua negra, flotando bajo el cielo negro. El agua se agita con cuerpos que rozan mis piernas como largos tallos de lila, viscosos y blandos. Yo chillo y nado sin sentir más que rojo pánico pulsante. Llego a una orilla, pero no es una orilla, es el borde de la bañera. Estoy en una bañera llena de agua y estoy escalando hacia fuera, pesada, como si pesara cien toneladas y no pudiese levantar mi propio cuerpo. El húmero olor a abandono comprime su moho a mi alrededor. Meneo los dedos y muevo las piernas, los brazos. Todo parece funcionar. Siento que mi garganta se ha curado sola. Una tranquilidad silenciosa cuelga en fragmentos por mi cara, el suelo resbala bajo mis palmas y rodillas cuando caigo y me quedo tumbada sobre baldosas frías, girada de lado para respirar.

    Miro hacia la puerta rota.

    Sí, Canosa ha estado aquí, y sí, Hunter se ha ido. Ella se lo llevó. Ella se lo llevó para siempre. Por alguna razón no me ha matado, me ha permitido vivir. ¿Por qué?

    Y lo sé.

    El vacío ne envuelve en una manta pesada. Recojo las rodillas, me abrazo a mí misma y gimoteo, meciéndome. Adelante y atrás. Adelante y atrás. Como si el movimiento sosegara mi dolor. Como si yo encajase en esta oscuridad y lugar solitario, mi miseria. Supero una frialdad tan profunda que toca mis huesos congelados. Quiero calentarme, oír el alma de Hunter. Pero se ha ido. Se ha ido. Se ha ido. Esto es peor que la muerte.

    —Hunter, - gimo probando mi voz.

    Funciona.

    —Hunter. Hunter. Hunter. - sigo repitiendo su nombre, como si eso fuese a traerlo de vuelta.

    Intento imaginar el sonido de su alma, recordar aquella sensación hogareña, el olor de la comida en el fogón de la cocina, el tintineo de los platos, el roce de los pies en zapatillas por el áspero suelo, risas, la espera de la comida, pájaros trinando detrás de una ventana abierta, el zumbido de los insectos tostándose con los rayos del sol de la mañana. El Verano de Vivaldi, sus violines.

    No recuerdo cómo sonaba.

    Tenso mi abrazo y sigo meciéndome.

    El tiempo tal y como lo conozco ha perdido su esencia. Intento tranquilizarme con algo similar a dormir. Pero las sirenas no duermen, así que me enquisto con mi sopor autoinducido.

    —Quiero morir, - digo. —Por favor, quiero morir.

    Me mezco un poco más. La luz de la mañana se vuelve desde un lila hasta el gris claro típico del alba en Seattle.

    —Mamá, - digo. —Ojalá estuvieses aquí. Ojalá pudieses abrazarme. Ojalá pudieses llevarme dónde quiera que estés. Quiero que estemos juntas. Por favor, quiero morir.

    Delante de la casa, grava suelta cruje bajo las ruedas del coche de mi padre. Mi corazón da un brinco de júbilo.

    —Papá, - digo. —¡Papá!

    Mi Papá es todo lo que me queda.

    De inmediato, estoy asustada de que se enfade cuando vea la destrucción que he causado a la casa y cambie de idea. Mi cabeza me late por el horror.

    Un tintineo de llaves y la puerta delantera se cierra. Ruido de pasos.

    —¡Qué todo este desastre...Ailen!

    Me levanto deprisa, doy algunos pasos sobre piernas temblorosas, arranco otra toalla del gancho y me tapo con dedos rígidos. La piel de mis cortes se ha cerrado y mis músculos se han tejido otra vez, pero aún los siento débiles. Una extraña sensación de déjá vu me deja aturdida, como si fuese la mañana de mi cumpleaños, toda desde el principio.

    —Sé que estás aquí, cariño. Responde.

    Maldiciones, seguidas de pasos por la escalera. Quiero desaparecer.

    —Espero que estés preparada. Salimos en quince minutos.

    Más pasos. Me agarro al marco de la puerta para no caerme. Mi padre emerge lentamente de la sombra, primero su cabeza coronada con su reluciente pelo canoso, después su traje negro, luego sus finos zapatos italianos. No me atrevo a mirarle a los ojos. Ambos zapatos se detienen abruptamente delante de la puerta rota, sus narices luminosas relucen de desprecio.

    —Sabía que te encontraría aquí. ¿Qué demonios ha pasado?

    Con un gruñido de determinación, levanta la puerta y la apoya contra la pared, aplaudiendo las manos para deshacerse del polvo.

    —Mira esto... - oigo enfado en su voz.

    Extiende la mano más allá de mi hombro, enciende la luz y entra en el cuarto de baño silbando su consternación. Las suelas de cuero de sus zapatos rechinan en las baldosas mojadas. La luz me golpea en la cara. Su intensidad eléctrica colorea mis manos de un tinte azulado. El azul es mi color favorito. Mi padre abre la boca y sus ojos están como locos, su dedo señala.

    —Mira lo que has hecho. - lo único que puedo hacer es observar. —¿Sabes lo que va a costar remplazar la puerta?

    —No quise hacerlo, lo juro, - le digo. —Bueno, quiero decir, lo hice yo, sí. Porque Canosa estaba estrangulando a Hunter. Ella... - él me interrumpe.

    —Mírate. Me paso toda la noche preparando, organizando, arreglando el servicio, programando el envío de flores y el estante, y recogiendo el féretro. No he dormido en toda la noche. Se suponía que tenía que recogerte aseada y vestida y preparada. Tu funeral empieza en un par de horas. Me doy prisa por volver y, ¿qué es lo que encuentro? ¡Que la casa está hecha un desastre y tú estás hecha una mierda! - su dedo me empuja en el pecho, por encima de la toalla y yo hago una mueca ante su cálido toque.

    Él olfatea el aire. —¿Hueles eso? ¿Qué es ese olor? - yo no respondo, estoy confundida.—Responde. Tu padre te ha hecho una pregunta. ¿A qué huele eso?

    —¿A qué huele? - consigo decir.

    —Creí que eras más inteligente, Ailen. Piensa.

    —Perdón, no sé lo que quieres decir... - le digo, con miedo a perder el último pilar de mi familia, el único que me queda.

    —De ti. Estoy hablando de ti. - otro golpecito con el dedo, pero yo exhalo de alivio. —Me parece a mí que hueles como la muerte. ¿Sabes lo mucho que cuesta un funeral? ¿Sabes lo mucho que he corrido para preparlo? ¿Para abandonar mi negocio aquí? ¿Para mudarme a Italia contigo? Me costará una pequeña fortuna.

    Yo tiemblo llena de terror.

    Él me levanta la cara, toma una respiración. Yo abro mucho los ojos, esperando una bofetada, sin querer creer lo que estoy oyendo.

    —Vamos, no estés asustada. ¿Te doy miedo? No era mi intención, - me dice con casi ternura.

    ¿Fue Hunter mi precio a pagar para recuperarte, Papa? ¿Lo fue?

    —Vamos a superar esto juntos. Mañana empezaremos una nueva vida. Tomaremos el sol todos los días, tú irás a una escuela nueva y conocerás nuevos amigos... ¿hmm? ¿Qué te parece eso? -

    Entorna los ojos y yo los busco, anhelando que sea cierto. —Ella le mató, - le digo tragándome las lágrimas.

    —¿Quién? ¿Qué? - él simula interés.

    —Canosa. Ella mató a Hunter, - le digo.

    Él frunce el ceño sin sorpresa. —Eso es desafortunado. Lo siento mucho Pero puedo asegurarte que ella no nos molestará más.

    —¿Así que hiciste un trato con ella? ¿Es eso lo que hiciste? ¿La compraste con Hunter? - me quedo en silencio, procesando la información que he conseguido escupir sin darme cuenta que ha estado ahí desde el principio, en la punta de la lengua.

    —Mira, cariño, lo que está hecho, hecho está. Es inútil rumiar sobre ello. Tenemos que ponernos en marcha.

    Yo sofoco un grito. —¿Lo hiciste de verdad? ¿Cómo pudiste... cómo puedes hablar de ello tan mundanamente como si fuese ir a la compra o algo así? El era mi mejor amigo. Yo... yo le amaba. - cuando digo esto, siento el pleno impacto de su pérdida y tanteo en busca de la bañera detrás de mí, deslizámdome lentamente hasta el suelo, dejando caer la cabeza entre mis manos.

    Quiero morirme, quiero morirme, quiero morirme.

    —Tú eres una sirena. Una sirena no puede tener amigos humanos, - me dice desde arriba.

    Hay finalidad en la voz de mi padre. Alzo la vista. Sus labios están apretados en una delgada línea como diciendo: No habrá discusión sobre esto.

    Rota, devastada y desesperada, tengo tanto miedo de perder mi sueño de tener su atención que decido no presionar con el tema. Es más fácil esconder el dolor y olvidar, como si mi felicidad con Hunter nunca hubiese existido.

    —¿Y te parece bien que yo sea, ya sabes, una sirena? - deseo no haber preguntado esto, anhelo que se separe el suelo y me trague antes de poder oír su respuesta.

    —Pues claro que sí. Soy tu padre, ¿recuerdas?

    Parpadeo. Ahí, a un metro sobre mí, se suspende su cara, sonriente, iluminada con la azulada luz eléctrica, resplandeciente, con un corte de pelo reciente y afeitada, aunque gris y hundida por una noche insomne. De pronto, parece un anciano compasivo y quiero consolarle. Mi resentimiento, mi odio, mi resolución por torturarle, todo queda desbordado por este nuevo deseo. Este anhelo sobrecogedor de estar juntos como una familia.

    —Hablaremos sobre esto más tarde. Ahora mismo necesito que te asees y te prepares, ¿de acuerdo? ¿Puedes hacerlo rápido? ¿En cinco minutos? - asiento. —Esa es mi chica. - me sonríe. —Ahora, esto es lo que tendrás que hacer. - habla y habla.

    Habla rápido y me lo explica todo. La recepción. Los invitados. El servicio. El barco. El entierro en el mar. El discurso. El paso del féretro. La inmersión en el océano. Las despedidas. Todo lo que oigo es ruido de fondo. Todo lo que veo son sus ojos dirigidos hacia mi durante cinco minutos enteros. Tengo a Papá durante cinco minutos, todo para mí. Es un milagro pagado con un dolor enorme y es digno de él. Ojalá me hubiese dado un abrazo.

    Cada paso a su tiempo, Ailen, cada paso a su tiempo.

    —...y saldrás rompiendo la tapa y nadarás hasta Orillas Oceánicas, y me esperarás en el faro. No te preocupes, sólo hay uno. Es fácil de encontrar y estará vacío a esa hora. Yo te encontraré allí después del anochecer. ¿Vale?

    Es la primera vez que nos tocamos y yo no retrocedo.

    —Hunter se ha ido. Hunter se ha ido, Papá. No sé si puedo soportar el dolor, - le susurro, incapaz de detener mis palabras.

    —Lo sé. Pero me tienes a mí ahora, ¿no es cierto? - él sonríe y yo no sé si bromea o si verdaderamente le importa. No sé si debería estar asustada o extasiada.

    —Sobre el funeral... - busco las palabras. —Pensé que sólo lanzaban cenizas al mar. No estarás planeando quemarme, ¿verdad?

    —¡Claro que no! - me responde. —¡Cómo has podido pensar siquiera tal cosa!

    —Vale. Una cosa más. Nuestra familia lejana, Van a estar allí, ¿sí? - el miedo me corroe el pecho con su sedoso tormento. —¿Y si descubren algo? Estoy asustada.

    —Lo harás bien. Finge que es actuación, una obra de teatro de la escuela. Tu papel es hacerte la muerta. Puedes hacerlo, tengo fe en ti. - una palmada en la espalda. —Vamos, en marcha. - tira de mi para ponerme en pie.

    Me apoyo en él, apoyándome contra la tela de lana cepillada de su traje negro. Inhalo su colonia.

    Cerca. Lo bastante cerca de un abrazo. Esto servirá.

Capítulo 26

    

Epílogo

    El cuerpo del yate se inclina diez grados, veinte, treinta. Las olas se hinchan tragándolo centímetro a centímetro. No hay tripulación que maneje las bombas, tampoco es que eso vaya a servir de algo. Ahora es demasiado tarde.

    Quiero ignorar esto como una pesadilla, como si no estuviese sucediendo de verdad. Quiero pellizcarme y despertar, tan simple como eso. Ha ido demasiado lejos. No es justo. Acabo de recuperar a mi padre. No puede simplemente morir en medio del océano porque yo estoy demasiado débil para llevarlo a la orilla. Eso sería el castigo definitivo, observar cómo se hunde en las imperdonables olas mientras yo respiro agua a través de mis agallas, flotando, incapaz de ayudarle. Casi habíamos llegado al final de la cubierta, donde se encuentra la cabina. El suelo se inclina otros diez grados y la proa del barco asciende algunos metros de una sola vez.

    La niebla atenua la luz. Será oscuro pronto.

    —¡Aguanta! - grita Papá y me suelta la mano. —Salvavidas. Justo aquí. Sólo tengo que llegar lo bastante lejos...

    Soy una sirena, ¿recuerdas?, quiero decirle, pero no puedo. Papá recibe su deseo, mis cuerdas vocales están demasiado dañadas para hablar. De pronto me pregunto si estoy lo bastante dañada para no ser capaz de nadar.

    Me agarro a las barras de metal por miedo y escucho su pesada respiración, hasta el rechinar de sus zapatos sobre la cubierta mojada. Levanta la pierna sobre la barandilla y extiende el brazo hacia un brillante círculo naranja fijado al borde exterior. Se oye un crujido y el estruendo del agua inundando. Con un poderoso balanceo, el yate se vuelve a hundir y empieza a arrastrar el resto de su cuerpo de acero bajo el agua. Papá se resbala y cae golpeándome el pecho con su espalda. Estoy demasiado débil para sujetarle, le dejo marchar y ambos caemos por la borda. Él maldice y mueve brazos y piernas vigorosamente para permanecer a flote. Yo oscilo arriba y abajo junto a él, empapada en la humedad y con mi pánico amainando.

    Puedo nadar, estoy bien. Estaré bien. Pero, ¿y Papá?

    No puedo verle y tampoco oigo su alma. Allá donde miro, emergen fuentes de burbujas con una efervescencia. La madera cruje, partes metálicas rechinan y tintinean. Junto, suena como el sentimiento de un árbol, lento, deliberado e inminente. Los escombros se vierten fuera de la cubierta, toallas, cojines, varios contenedores de plástico. Bailan sobre la espuma y luego se alejan navegando hacia la bruma.

    Papá, ¿dónde estás?

    El yate no es muy grande, pero hace mucho ruido. Con un eructo final, desaparece en el vórtice que ha creado. Requiere pocos segundos para que el océano se trague los últimos veinte metros de longitud, sus diez toneladas de su peso, su recubrimiento de teca, sus asientos de tapicería personalizada y su motor diesel.

    Me sumergo tras él.

    Salvavidas. Tengo que conseguirte un salvavidas.

    En la oscuridad, guiada solo por mi instinto, consigo girar lo bastante rápido tras él para enganchar mi brazo en el hueco y arrancar el anillo naranja de las cuerdas. Por un momento, la corriente me arrastra hacia abajo, pero la flotabilidad del salvavidas me ayuda a liberarme y salir a superficie. Escupo agua salada y miro a mi alrededor, sintiendo que las fuerzas me abandonan después del esfuerzo de esta corta aventura.

    Papá sale a la superficie a veinte metros de mí. Grita mi nombre débilmente, mueve el brazo. Apenas le veo en las turbias aguas entre toda esta niebla. Suspiro de alivio, sujeta al anillo naranja y nado moviendo las piernas a una patéticamente lenta velocidad. Me lleva algunos minutos, pero al final le alcanzo. Él se agarra al anillo. Sus manos están blancas, sin sangre. El reloj Panerai de platino reluce en su muñeca.

    —Creí que te había perdido. - sus labios tiemblan por el frío.

    Yo sigo olvidando que la temperatura del agua que es cómoda para mí debe de ser helada para él. Está hiperventilando. Su pelo perfecto es ahora una capa de pelo gris pegado a la cabeza. Su camisa negra y chaqueta están empapadas y huelen a lana húmeda. La mirada en su cara me asusta. Siento que pretende dejarme, como han hecho todos los demás.

    Primero Mamá, luego Hunter y ahora él.

    Nuestras caras están a un metro de distancia. El brillante círculo del salvavidas oscila entre nosotros, sus cuatro bandas blancas perpendiculares imitan los puntos cardinales de una rosa de los vientos. Papá está entre Oeste y Sur, y yo estoy entre Norte y Este. Estamos los dos frente al fin del mundo.

    Lo siento. Siento haberla fastidiado.

    —¿Te... sientes... bien? - es difícil para él preguntarme. Veo indicios de esfuerzo físico en su cara, un esfuerzo raro para ser bueno.

    Yo asiento, suprimiendo una idea horrible. Yo estoy bien, excepto que no tengo voz ahora, así que no puedo cantar. Eso implica que no seré capaz de alimentarme. Probablemente me marchitaré de creciente debilidad.

    Papá se inclina hacia adelante y extiende una mano. Yo me acobardo apretando la cabeza dentro de mis hombros, por instinto. Pero él sólo me aparta el pelo mojado de la cara, seleccionando con cuidado mechones individuales y apartándolos de mi frente uno por uno, hasta que queda despejada a su satisfacción. Luego me acaricia la parte superior de la cabeza, alisándola hasta que está perfectamente peinada, quizá para su comodidad más que para la mía, una tarea mecánica que pasa por un gesto cariñoso. Sus movimientos son torpes y forzados.

    Aún así estoy agradecida. Es lo bueno que hay. Levanto la mano y señalo a mi garganta. Confio en que comprenda lo que quiero decir.

    —Sí, lo sé, - me dice mirándome. —Mira. - se frota los ojos, claramente incapaz de decir algo importante. O eso espero. Quiero parar la hora del reloj del mismo,. congelar el tiempo porque creo saber qué viene después.

    —Lamento que haya tenido que finalizar así. - me dice y luego, después de una pausa, —Gracias por la canción, por cierto. Fue sorprendentemente hermosa. Casi tan buena como una ópera. - en un ensueño, mirando más allá de mí, me muestra una sonrisa, la segunda sonrisa genuína en un día.

    No sé si va dirigida a mí o la memoria de una ópera particularmente asombrosa que ha oído. Me da igual. El hecho permanece.

    ¡Me escuchó cantar! ¡Ha oído mi canción!

    Intento olvidar que estamos varados en medio del océano, agarrados a un salvavidas. Quiero estar aquí y permitirme sentir esta sed sobrecogedora por cercanía, y el dolor que viene inevitablemente con ella.

    Él me estudia. —Sí, sí, yo estaba equivocado. ¿Es eso lo que querías oir? - se agita de frío y aparta la mirada.

    Yo no me atrevo a respirar, perpleja. ¿Qué he hecho para irritarle? Sacudo la cabeza en un enérgico no.

    La niebla se espesa en una atmósfera láctea que crece hacia el índigo a cada minuto. Él mira a su lado, a alguna parte en la distancia, más allá de mi cabeza.

    —Te he fallado como padre. - se lo dice al océano, no a mí, su cabeza está ligeramente girada.

    ¡No!, chillo sin sonido, abriendo la boca, negando con la cabeza. ¡No no no! ¡En absoluto! Después de la duda inicial, extiendo el brazo y le cojo de la mano. Está tan fría como la mía. Me permite cogerle la mano

    —La vida es dura, Ailen. Quería que estuvieses prepara para ella. Fui duro contigo, quizá demasiado duro. Ese fue mi error. - me lanza una rápida mirada, casi avergonzado.

    Le aprieto la mano.

    —¿Qué? ¿Qué más quieres saber? - suelta él. Yo me encogo.—Sí, yo era jóven y arrogante cuando conocí a Canosa. - sus ojos se mueven de un lado a otro. —Estaba remando una noche y allí estaba. De pie en el lago, rodeada de lilas de agua, cantando. Pensé que estaba loca. ¿Quién en su sano juicio haría tal cosa? Así que remé más cerca. - aprieta los labios. —Ella me robó el alma. He detestado a las sirenas desde entonces. Se podría decir que me convirtió en el perfecto Cazador de sirenas. - me lanza otra mirada fugaz. —Fue diferente con tu madre. Tu madre me robó el corazón. La amaba tanto que la odiaba. - él olfatea y estornuda, temblando entero. —Fracasé al salvarla. Ella era resbaladiza, tu mamá. Ella se retorcía fuera de mis brazos. Estaba asustada de mí. Esa mirada en su cara me atormenta cada día, Ailen, cada día. - de pronto se derrumba, se convulsiona en sollozos, apartando la vista de mí. —Tú me recuerdas tanto a ella. A veces no puedo soportar mirarte. - su pulida educación usual se desploma y le veo como no le he visto nunca.

    Vulnerable.

    —Espero que puedas perdonarme, - le susurra al cielo.

    Mi corazón late rápido. Quiero decir: ¿qué quieres decir con "espero"? No, tú te agarrarás a mí y yo te llevaré a la orilla. Puedes flotar a mi lado hasta entonces. ¿No es cierto?

    Deja de temblar. Sus ojos se hunden profundamente en su cara hueca.

    —Es inútil, Ailen. - sus palabas son lentas y cansadas. —Sabes que moriré congelado pronto. La hipotermia ya ha empezado a actuar. Cualquier probabilidad de que pase un barco a recogernos en los próximos minutos es casi nula. ¿Por qué prolongar lo inevitable? - se suelta del salvavidas.—Que tengas una buena vida.

    Estas son sus últimas palabras y se hunde. El entierro en el mar está ahora completado

    Chillo dentro de mi cabeza. Oigo mi voz sonar como si una cinta de ideas pasara a través del agua, a través del mundo entero. Mi grito se desenrolla y siento tintinear cada sílaba. Suelto el salvavidas y me sumerjo tras él.

    El agua es turbia y me dificulta ver. Trago y filtro oxígeno. Sabe a lágrimas, salado. Veo la cara de Papá, sus manos blancas. El resto está oscuro, va vestido con lana negra y se funde con la oscuridad del océano. Deja escapar un chorro de burbujas. Me alcanzan desde abajo como un brillante puente entre la vida y la muerte. Abro la boca y grito llamadas al azar, una después otra, sin ninguna estructura coherente.

    ¡Aguanta! ¡No te vayas! ¡Estoy llegando! ¡No respires! ¡Dame la mano!

    Todas se hunden en la nada. Estoy muda.

    ¡Te sacaré del agua!

    Un súbito descubrimiento me colma hasta el límite de mi capacidad emocional. Presiona con tal fuerza que quiero estallar.

    Papá, no fuiste tú, fui yo. Yo cometí el error. Tenías razón. Tengo que parar este sinsentido suicida. Ya no quiero morir. ¡Quiero vivir!

    Lo digo en mi cabeza, una y otra vez.

    ¡QUIERO VIVIR! ¡QUIERO VIVIR! ¡QUIERO VIVIR!

    Quiero reir. Quiero correr por ahí, hacer bobadas, bailar bajo la lluvia. Quiero abrirme en una canción y estallar en una miríada de campanadas. ¡Quiero sentirme viva!

    Una oleada de fuerza sale de la nada y me pone en marcha. Pataleo hasta que por fin alcanzo a Papá. Tomo una de sus manos. Apenas veo su cara y no puedo saber si sus ojos están abiertos o cerrados. El agua borbotea a mi alrededor. Sujeto su mano entre las mías y, lentamente, paso a paso, muevo mi manos hasta su brazo, hasta que alcanzo su hombro. Le sujeto bajo las axilas. Su alma es apenas el eco de una mala melodía de flauta. Parpadea de vez en cuando y es pesado, muy pesado.

    ¡Papá!, le grito a la cara.

    Él abre los ojos y sonríe. Una sonrisa feliz y deja salir una gran burbuja de aire.

    La última.

    Traga agua y se convulsiona en mis brazos, luego su alma ha desaparecido. Centellea como una débil vela.

    Yo pataleo y muevo los brazos, tiro de su cuerpo nadando hacia arriba, pero sólo se hace más pesado y me lastra hacia abajo. Las fuerzas me abandonan rápidamente. Mis dedos empiezan a resbalar por su chaqueta. Me aferro a él con más fuerza, pero él se desliza entre mis dedos. sé que cualquier intento de recuperarle es futil. Mis músculos empiezan a temblar y despacio, mis dedos comienzan a soltarle. Observo con horror como su cuerpo cae fuera de mi agarre y se hunde cada vez más. Intento agarrarle de nuevo y nadar, pero mis piernas apenas escuchan. Ignorando mi muda súplica, el océano lo absorbe en las líquidas profundidades heladas.

    Ya no puedo cantar al agua ni crear una corriente para sacar su cuerpo. Tozudamente, le sigo hasta que ya no le veo más.

    Se ha ido. Y yo estoy aún aquí.

    Papá, siento no haber sido lo bastante fuerte para salvarte. Intentaré tener una buena vida, como tú querías que hiciera. Ya no quiero morir. Quiero vivir. Viviré.

    Giro en el agua, sobrecogida por la pena, tratando de encontrar algo a lo que sujetarme.

    Hechos. Los hechos me sacarán. Una cosa cada vez. Primero tengo que orientarme. Estoy en el océano. Tengo que nadar hacia arriba y encontrar el salvavidas y luego pensaré qué hacer a continuación. ¿Por dónde se va hacia arriba?

    Noto que he perdído todo sentido de la orientación en esta completa oscuridad. Confio en mis oídos y mis ojos. Sobre mí hay una quietud interminable, debajo de mí debe de estar el aire. El estruendo de las ondas onduladas. Doy la vuelta y sigo el sonido, moviendo los brazos y piernas. El agua se hace ligeramente más cálida a medida que la tenue luz empieza a filtrarse. Probablemente sea de noche ahora, y la niebla debe de haber retrocedido para permitir entrar la luz de la luna. A esta profundidad parece un flujo de fluido plateado.

    Me ciega con su repentina intensidad. Parece que si extiendo la mano, podré tocarla, como algo sólido. Me marea tanto que cierro los ojos, vadeando indolentemente a través del fulgor hasta que alcanzo la superficie e irrumpo en el aire. Intento abrir los ojos, pero la luz es demasiado brillante para mis ojos acuáticos, haciéndolo todo borroso.

    ¿Es por la mañana? ¿He estado bajo el agua toda la noche?

    El alivio de estar en la superficie es tan abrumador que al principio ni siquiera puedo respirar. Mi pecho parece colapsar sobre sí mismo. Agito los brazos buscando algo a lo que sujetarme para evitar resbalar hacia la oscuridad. Dejo que mis ojos se ajusten a la luz antes de abrirlos. Parece que la suerte me acompaña. Tanteando encontro la suave superficie del salvavidas y cierro los dedos a su alrededor con alivio. Mi ansiedad retrocede, mi diafragma se relaja y doy una fuerte respiración, una y otra vez.

    —Papá, he decidido que quiero vivir, - le digo, tosiendo agua fuera, temblando entera, hiperventilando.

    Estoy tan feliz que quiero llorar.

    —Estoy viva. Puedo hablar. ¿Puedo hablar? - digo, incrédula.

    Abro los ojos.

    Todo se enfoca lentamente. Estoy en el cuarto de baño, nuestro cuarto de baño, la única habitación en nuestra casa que se cierra. Está el techo que conozco tan bien, las toallas monogramadas que cuelgan en los ganchos junto a la puerta. Lo que yo pensaba que era un salvavidas es en realidad el borde de la bañera, la adorada bañera antigua tallada en mármol de Papá, la ridícula reliquia de la familia Bright.

    Me doblo hacia abajo frenéticamente para mirar.—Oh Dios, oh Dios, - mascullo en voz baja.

    Ahí están, las cuatro sirenas de mármol.

    Me deslizo de esquina a esquina para asegurarme de que no falta ninguna.

    Parecen tan pequeñas, sólo sesenta centímetros de altura. Aquí está Pisinoe, la más joven, que siempre había querido una mascota. Teles, ligeramente rechoncha. Raidne, con su largo pelo rizado. Y Ligeia, la estridente de pechos perfectos. Giro en la bañera y encaro a la última criatura, mirándola de arriba abajo. La sangre fluye hasta mi cabeza y empiezo a toser sin control, sintiendo que me quema la garganta. Ligeia me guiña su ojo de mármol.

    Debo de estar muy colocada, pienso parpadeando. Ella vuelve a ser fría piedra. Miro sus manos. Están justo por debajo del borde de la bañera, giradas hacia arriba adorando a la Sirena de Canosa.

    Me siento tan rápido que mi cabeza choca con la estatua en miniatura que envuelve el grifo. Dejo escapar un grito de dolor y me giro, mirándola con atención. Es exactamente como la recuerdo, una figura con forma de grifo de bronce, apenas de treinta cemtímetros de alto. Su mano izquierda sostiene el grifo, su brazo derecho se alza sobre la cabeza en un gesto de luto. Su pelo envuelve su cuerpo en sofisticadas líneas.

    Acerco la mano y la toco. Es bronce sólido.

    —Sólo eres una estatua, - le digo coreando una risa histérica y tosiendo de nuevo. La náusea hace que la visión me de vueltas. Me obligo a mirar el reloj en la pared. Son las siete y tres mimutos.

    ¿Siete de la mañana?

    Me examino las palmas, cálidas y rosas, con sangre real fluyendo por ellas. Miro mi sudadera empapada, con letras blancas que rezan Suicidios de Sirena, y mis vaqueros favoritos.

    —Hunter, ¿qué coño me has dado?

    Me inclino sobre el borde de la bañera de nuevo. Una colilla de porro yace en el suelo embaldosado, de algún modo desafiante, como si supiera algo que yo ignoro, mostrándome el dedo.

    —¿Ailen? Último aviso. ¡Abre la puerta o la derribo de una patada! Uno... - la voz de Papá viene a través de la puerta.

    —¡Papá! - chillo.

    Mi corazón me late en los oídos y empiezo a girar como bajando por un remolino. Me agarro a los bordes de la bañera para estabilizarme.

    —¡Espera, ya salgo!

    —¿Por qué no me has respondido antes? Te llevo llamando desde hace tres minutos. ¡Fuera, ahora!

    —¡Perdón! ¡Me estoy vistiendo! - le grito, llena de alegría.

    ¡Está vivo! Eso significa, significa... salgo reptando de la bañera, el agua cae como una cascada de mí. Me quito los vaqueros pegajosos mientras se aferran a mi piel. Me tiemblan las manos y tardo una eternidad.

    —Puedo respirar. Estoy viva. estoy bien. Sólo fue un mal viaje, - mascullo en voz baja para tranquilizarme a mí misma.

    Me viene otro ataque de vértigo y me apoyo en la pared, tosiendo de nuevo.

    —Dos... no me hagas contar hasta tres, Ailen, - vibra la voz de Papá por el hueco.

    —¡Ya casi estoy! - cojo la toalla más próxima, me seco la cara y los hombros, y me envuelvo en ella.

    Luego cojo mi ropa húmeda y la tiro detrás del inodoro, confiando en que no la verá ahí. Mis ojos se disparan hacia el porro y me agacho para recogerlo y tirarlo por la ventana, luego me paro. Corrijo mi alta postura y camino hacia el espejo del cuarto de baño. Una cara sobresaltada me devuelve la mirada, pelo mojado sobresaliendo por todos lados como loco, profundos círculos púrpura bajo los ojos y piel privada de cualquier color, con aspecto pálido moribundo. Pero mis ojos brillan.

    —Ailen Bright, - digo. —Quién iba a decirlo, estás viva después de todo.

    Me doy la vuelta, me acerco a la puerta y la abro.

    —¡Papá! - estoy tan feliz de verle, de pie al otro lado de la puerta, meticulosamente vestido en su fino pijama de seda con rayas rodadas apenas visibles, su pelo liso como si no hubiese acabado de salir de la cama hace unos minutos, una gota de colonia aún evaporándose de él con su delicado aroma. Amo todo eso y lo asimilo todo, queriendo acercarme deprisa y reunirme con él en un abrazo.

    Él abre la boca y lanza una cadena de maldiciones y acusaciones y advertencias: Un día ya verás, un día, te volverás igual que tu madre.

    Yo ignoro todo eso como ruido de fondo.

    —Papá, - le digo. —Estoy tan contenta de verte. - mi voz tiembla.

    Él no me oye. Casi olvido su típico patrón conversacional. Me chilla, mueve los bazos, se forma saliva en la esquina de su boca. Sus ojos salen de sus órbitas, su manos vuelan peligrosamente cerca de mi cara. Al instante, sé lo que vendrá a contimuación y decido que he tenido bastante.

    Doy un paso hacia él, le cojo por los hombros y le zarandeo bruscamente.—¡Escúchame! - le grito en la cara. —¿Has oído lo que acabo de decir?

    La completa perplejidad le congela con su boca abierta, sus pupilas dilatadas.

    Hablo en los siguientes segundos de silencio, dejando caer mis brazos a los lados.

    —Papá, te amo. Pero tienes que dejar de gritarme a todas horas, ¿vale? Hoy es mi cumpleaños, ¿lo has olvidado? Cumplo dieciséis, ya soy una chica mayor. Estaré bien. No ve volveré nada, no te preocupes.

    —¿Qué... qué has dicho? - él no lo pilla, su cara está cenicienta. Estira los dedos como si quisieran agarrar algo y estrangularlo, pero sin estar seguros sobre qué, tal vez por primera vez en su vida.

    Le miro a la cara. —Tengo dieciséis, Papá, Estaré bien. Estoy bien, en serio. No hace falta que te vuelvas loco y me controles todo el tiempo. Soy mi propia persona, y tú tienes que parar de hacer esto. Hoy. Ahora.

    —Oh, - me dice y da un paso atrás, lejos de mí, desconcertado.

    Luego da un paso al frente de nuevo.—¿Cómo te atreves a responderme así? - sigue con su parrafadas usuales. —Serás.... - levanta el brazo derecho para golpearme.

    Ya estoy preparada y lo intercepto a medio camino, cogiéndolo con ambas manos, deteniendo el golpe antes de que ocurra. Empezamos una especie de baile, un movimiento que me araña la cadera y se disuelve. Le suelto el brazo.

    —Papá, si me golpeas una sola vez más, te golpearé yo a ti. Te lo prometo. No quiero hacerlo. Así que, por favor, no me pegues nunca más. - le miro a los ojos.

    Él queda en silencio, fijando su mirada con la mía y yo la mantengo. No desvio los ojos, No me oculto. No tengo miedo. Él lo percibe y mira a sus pies brevemente antes de levantar los ojos hacia mí de nuevo, entre un incómodo silencio.

    —No te permitiré que me hagas lo que le hiciste a Mamá, ¿vale? Pero quiero que sepas que no me importa lo haya sucedido en el pasado, yo aún te quiero.

    Él gruñe y me mira de lado, como si tuviésemos una tercera persona invisible tomando parte de la conversación.

    —¿Ves? Lo sabía. Los mismos genes. Es una patología. - me mira de nuevo. —Eres igual que tu madre. ¡Loca! Eso es lo que me había temido. Todo el...

    —¡No! - le interrumpo con fuerza. —Yo no estoy loca y nunca te atrevas a llamar loca a Mamá, ¿me oyes? - se encoge justo ante mis ojos y noto que está asustado, asustado de esta ausencia de miedo que estoy exhibiendo, inseguro de lo que hacer con él.

    —No estoy interesado en pasar la mañana escuch...

    —¡Cállate! - le chillo, mi manos se cierran en dos puños.

    Por un breve momento, veo a un chico pequeño delante de mí, aterrorizado, incapaz de moverse o respirar. Luego vuelve a su yo usual, excepto que está agitado y pálido. Está perplejo y en silencio.

    —Me escucharás porque soy tu hija y tengo algo importante que decir.

    —¿Podemos hablar de este asunto importante más tarde? Tengo que usar el cuarto de baño, o voy a llegar tarde, - casi me suplica y yo me detengo, sorprendida.

    —¡Tonterías! No vas a llegar tarde. Es jodidamente temprano y lo sabes. - esta es la primera vez que maldigo abiertamente ante él, como si volase la tapa de mis emociones suprimidas, dámdome libertad para hablar, permitiéndome decir lo que he querido decir durante años.

    —Tengo una pregunta para ti, en realidad. ¿Sabes para qué se hicieron las mujeres?

    Su cara flota en algún punto entre el desconcierto y la ira. Sus ojos sales de las órbitas, sus venas laten contra la piel de su cuello. Abre y cierra la boca como un pez varado en la arena.

    —Responde a la pregunta, - le digo.

    —No me hables así, jovencita. - está temblando. —Soy tu padre y harás lo que yo diga. -

    Pero veo apagarse el fulgor en sus ojos.

    —Las mujeres ser hicieron parar amar y ser amadas, Papá, - le digo.

    —¿De dónde has sacado esa idea? - me pregunta.

    Alguien llama a la puerta delantera. Mi corazón se expande de inmediato hasta las esquinas de cada habitación, haciendo latir toda la casa.

    Yo sonrío, sabiendo quién es.

    —De aquí. - me doy una palmada en la cabeza.—De aquí es de donde he sacado esta idea. - doy un paso, incapaz de refrenarme, luego me doy la vuelta al recordar una cosa más.

    —Oh, y...uh, me he fumado un porro. Era buena hierba, ¿sabes?. Creo que deberías empezar a fumarla, Papá, te podría venir bien. - le doy una palmadita en el hombro y, antes de que tenga tiempo para reaccionar, vuelo escaleras abajo, saltando los escalones de tres en tres, derrapando hasta parar al llegar a la puerta. Hurgo con el mecanismo del estúpida pomo con la cara de la mujer durante unos segundos, mis manos temblorosas se niegan a funcionar adecuadamente. Al final, consigo abrirla.

    —¡Hunter!

    Ahí está, mirándome. Unas gotas caen en zigzag por su chubasquero azul brillante, mi color favorito. Tiene las manos en los bolsillos.

    Requiere toda mi fuerza de voluntad no lanzarme hacia él y estrujarle con mucha fuerza. Tengo miedo de asustarle, así que prefiero hiperventilar.

    —Hey. Feliz Cumpleaños, chiquilla. - me sonríe, se limpia la nariz mojada con uma mano, saca la otra del bolsillo y me entrega un sobre arrugado hecho de papel azul reciclado. Lo cojo con manos temblorosas.

    —¡Oh, gracias, gracias! Oh... - no sé lo que decir, estallando de alegría.

    Quiero empezar a dar botes, sentir cómo mis talones se levantan del suelo.—Um... ¿puedo entrar?

    —¡Oh! ¡Claro! - le digo, y me echo a un lado, ruborizándome por sus miradas a mi pecho, justo donde la toalla ha empezado a caerse. La subo de un tirón, meto la punta de la toalla dentro y le lanzó una mirada de enfado.

    —Hunter.

    —Perdón, perdón. - levanta las manos como defensa.

    Cierro la puerta y sostengo el sobre delante de mí. —¿Qué es?

    —Ábrelo. - se baja la capucha, se sacude la cabeza como hacen los perros y mira hacia arriba detrás de mí. —Buenos días, Sr. Bright. ¿Cómo le va? Quería ser el primero en desearle a Ailen feliz cumpleaños. Espero que no sea un problema.

    Giro la cabeza. Papá está en lo alto de la escalera, mirando hacia abajo. Luego se gira sin una palabra y cierra la puerta del cuarto de baño detrás de él.

    —¿Qué le pasa? - pregunta Hunter tranquilamente.

    —Te lo explico luego, - le digo, y empiezo a dar botes como una niña pequeña, presionando la toalla en mi pecho con una mano, sujetando el sobre con la otra. Hunter me sigue con sus ojos, imitando mi movimiento con la cabeza, arriba y abajo.

    —Jesús, chica. ¿tan contenta te hago?, ¿en serio? Venga, abre ya el regalo. - se apoya en el marco de la puerta, estudiándome con ese modo perezoso suyo, entornando los ojos.

    Sonrío de oreja a oreja, casi sin aliento, sintiendo el júbilo extenderse por mis miembros, incapaz de parar. Rasgo el sobre, miro el interior.

    —¡Dos entradas para Suicidios de Sirena esta noche! - las saco y me quedo mirándolas.

    —¿Qué pasa? ¿No te gustan?

    Levanto la vista. —He tenido un sueño, Hunter. Bueno, un sueño no... vale, te lo explicaré. Tuve un mal viaje. Tengo que contártelo todo después. ¡Esa mierda que me diste, joder, era muy fuerte!

    —¡Shhhh! - aprieta un dedo contra sus labios. —Te va a oir tu padre.

    —Me da igual. Le he contado que fumo esta mañana.

    —¿Que tú qué? - la cara de Hunter se contorsiona por el desconcierto como un cachorro que persigue su propia cola y no puede entender por qué es tan difícil de alcanzar.

    Hay muchas cosas que quiero contarle, apenas puedo controlarme.

    —¿Puedo hacerte una pregunta? Es importante.

    —¿Ahora mismo?

    —Sí, ahora mismo. - dejo de moverme. —¿Has querido vivir alguna vez? Como, ¿vivir de verdad?

    —¿Estás bien? - acerca la mano para tocarme la frente, serio de pronto. —¿Ha pasado algo?

    —No, estoy bien, solo escucha. - muevo mi brazo para expresarme, cogiendo el sobre. —No me refiero a fingir vivir, ya sabes, cuando sonríes educadamente, dices hola y adios y gracias y cosas así. Sacas buenas notas, haces lo que tus padres te dicen que hagas, pero odias secretamente tu vida. Es decir, ¿has querido alguna vez vivir de verdad?

    Mis manos tiemblan de emoción y siento una oleada de adrenalina.

    —Hmmm. - Hunter se frota la cara.

    —¿Has sentido alguna vez que vuelas, como si nada importase, nada en absoluto, excepto el ahora, excepto tú y esa sensación de ingravidez que esperas que nunca termine? ¿Has sentido alguna vez como si no hubiese mañana, sino sólo ahora? ¿Eh?

    —Estás colocada. - me sonríe.

    —No, no, que va, lo juro. Bueno, lo estaba, pero ya no. Volviendo al tema, lo que estoy intentando decir es... - me mojo los labios. —Hoy cumplo dieciséis y quiero empezar a vivir. Pero no sé realmente cómo, siempre he querido... - me paro, con miedo de decir la palabra morir.

    —¿Siempre has querido qué? - se acerca, tomando mi mano.

    Me inclino en su hombro y le hablo al oído. —Necesito tu ayuda. - levanto la cabeza y miro a sus ojos azules. —¿Me ayudarás? Quiero descubrir cómo vivir en el momento, descubrir lo que significa hacer amigos. Estoy tan sola a veces que hace daño. Da igual que esté rodeada de gente, aún así me siento una proscrita. Siempre que... - me pauso para respirar.—... siempre que voy a clase, y...

    —¿Qué tal si te callas, para empezar? - me dice.

    Antes de que pueda decir nada más, me besa. Su chubasquero toca mi piel, sus manos cálidas me cogen la cara. intento mascullar, acabar la frase, pero no puedo. Estoy arrastrada por el beso, desenvuelta. Mi autocontrol se evapora. Le agarro los hombros y le araño la espalda. Le aprieto con fuerza contra mí, le rodeo con mis brazos en una presa desesperada. Me inclino hacia él, en la silueta de su cuerpo y me dejo llevar, me dejo ser amada. Todo ese tiempo, contemplo la puerta delantera, recordando la mañana en la que mi madre me dejó, descubriendo que nunca podré saber con seguridad lo que le sucedió a ella o a su cuerpo.

    Y permito que se quede atrás. Dejo que todo se marche.

    Cierro los ojos. Un día moriré. Todos lo hacemos. Pero, hasta entonces, viviré. Basta de pensamientos suicidas, porque la vida en hermosa, llena de amor.

    Está todo aquí mismo, en mi corazón.

FIN