Créditos

    Lizzy (versión gratuita en español. Prohibida su venta)

    Traducción y Edición: Artifacs, octubre 2020.

    artifacs.webcindario.com

    Diseño de Portada: Artifacs. Imagen tomada de Max Pixel bajo licencia CC0.

    Obra Original: Lizzy

    Copyright © 2012 de Casey Chaplin. Todos los derechos reservados. www.horrorshots.com

    Publicada gratuitamente en Smashwords Editions: Lizzy

    ISBN: 978 1 489 51733 3

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Casey Chaplin por autorizar esta traducción y compartir con el mundo Lizzy bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

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Sobre el Autor

    

    Casey Chaplin es un autor canadiense de títulos como Lizzy y Necromancy... And Other Mystical Things. Le gusta mucho crear vivas palabras que respiran dentro del mundo real, usando la realidad para formar la fantasía.

    Posee un amplio rango de géneros, desde poesía hasta el horror y la comedia, para que siempre haya algo para todos. También ha escrito para la revista Sanitarium y actualmente escribe para Morbidly Beautiful, y ha tenido historias publicadas en varias revistas por todo el mundo. Además, es un ávido fotógrafo y el podcaster de Horror Shots podcast, que puedes encontrar en www.horrorshots.com

    Puedes saber más de Casey y sus obras en el Perfil de Casey Chaplin de Smashwords o en twitter: @MuskyFox.

Dedicatoria

    Lizzy está dedicada a todos aquellos que me ayudaron con este proceso, ya fuese mediante inspiración o apoyo, y os doy las gracias a todos.

    La existencia de este libro no habría sido posible, literalmente, sin la ayuda de Rocket Hub y mis dedicados contribuidores. Pero algunos destacan. Principalmente, Chris Nash --un héroe entre los hombres; ha sido un amigo desde hace años y es el tipo más creativo que he conocido nunca. Es un cumplido cineasta, escritor y actor, así que echa un vistazo en el futuro cercano en busca de grandes cosas hechas por él.

Lizzy

por

Casey Chaplin

Capítulo 1

    OSCURIDAD, ESO ES LO PRIMERO que recuerdo. Me sentí como si hubiese renacido de nuevo en mi cuerpo. Me sentí extraña. Me pregunto si esto es lo que se siente al tener una experiencia extracorporal. Mi nombre es Elizabeth P. Walker, pero puedes llamarme Lizzy. Yo tenía doce años y vivía en un suburbio de Chicago. Me siento mayor ahora, mucho mayor, pero lo recuerdo todo muy bien, como si estuviese sucediendo en este momento, tal vez lo esté. Después de todo, es mi vida, así que, ¿por qué no iba a estar sucediendo esto? ¿Por qué no puede esto ser real?

    Oscuridad.

    Sin embargo, como pasa a menudo con la oscuridad, no dura para siempre y, a menudo da paso a la luz y esta luz produjo entonces una visión familiar: mi cocina. Yo me sentí como si hubiese estado aquí antes, en esta posición exacta, parecía muy familiar. Todo en ello tenía una sensación de déjà vu, y después lo escuché, una voz demasiado familiar, pero no bienvenida y distante para mí.

    "¡Elizabeth!" Chillaba incesantemente mi madre desde el vestíbulo. Ella casi nunca me llama Lizzy. Yo odiaba eso de ella.

    "Elizabeth," me dijo mientras atravesaba el umbral de la cocina, donde yo me sentaba a la mesa. "Oh, aquí estás... ¿Qué, qué diablos estás haciendo?" Voceó, exagerando como de costumbre. Aunque, supongo que tenía alguna razón para estar enojada. “Hice esos panecillos para la cena. Maldición, sabes muy bien que esta noche invitamos a los miembros del club de campo." Me gritó, como hacía a menudo.

    Sin embargo, este caso en particular la hizo trabajar más de lo habitual. Ella había horneado una docena de panecillos para la cena con sus preciosos miembros de la alta sociedad a los que había invitado para una lujosa—y detestable— fiesta esa noche. Yo había destruido todo el pan.

    Los había pellizcado en pedazos. No comiéndolos, sino diseccionando y sondeando su forma de vida. Yo había estado sentada a la mesa de la cocina, pies colgando a unos cinco centímetros por encima del suelo y, con el graznido de esa banshee, continué pellizcando la última pieza. Mi madre estaba enfurecida.

    No tengo la menor idea de lo que me había dado, de dónde había venido el impulso de destruir el trabajo de mi madre. Simplemente surgió de mi subconsciente. Lo único que recuerdo es comenzar con el primero y no ser capaz de parar.

    Yo había entrado en la cocina, probablemente siguiendo el delicioso aroma de pan recién horneado. No hace falta decir que el pan recién salido del horno tiene un olor intoxicante. Yo solo quería probar uno, solo uno. Pero cuando mi mano se cerró alrededor del primero, me invadió la necesidad. Fue tan fuerte que luchar contra ella había sido un inevitable fracaso.

    Sin darme cuenta, ya había agarrado la cesta entera con una mano mientras tocaba el pan con la otra. La cesta no pesaba mucho y solo tuve que cargarla unos metros. Pero en ese corto tiempo pareció ingrávida, probablemente por qué yo no era consciente de ella.

    Dejé la cesta en medio de la mesa de falsa madera y comencé mi camino de devastación. Me senté allí, con el panecillo en la mano, mirándolo antes de que mi pulgar lo atravesara rompiendo la cálida cáscara escamosa y entrara en las cálidas y pegajosas entrañas. Recuerdo una sensación fluir por mi cuerpo cuando mi pulgar penetró más hacia centro del pan, aquello era algo que yo había experimentado solo una vez antes... Era asombroso.

    Pronto mi dedo índice siguió su ejemplo y perforó el caparazón protector. No solo comencé a palpar el interior del pan, sino que procedí a recoger y arrancar la nube sustanciosa que había estado tan caliente.

    El panecillo, un simple objeto inanimado, parecía vivo en mis manos. La forma en que la masa caía entre mis dedos era como si se moviera por sí sola. Aunque sabía que esto no era cierto, mi imaginativa mente joven me decía que había lastimado a esta criatura. Y cuando el calor se fue y la vida disminuyó, me sentí algo triste... pero más curiosa que nunca.

    Me sentía cada vez más intrigada, así que dejé el panecillo a un lado, respetando su pérdida de vida. Pero el respeto fue vencido por mi morbosa curiosidad. Agarré con cuidado otro bollo de la parte superior de la pila, tratando de no provocar una avalancha de productos horneados. Este panecillo lo sentía más o menos igual que el anterior, pero había una ligera diferencia. Su textura era única, diferente a la anterior, lo cual sugería individualidad; que estos panecillos estaban tan vivos como tú y yo.

    Una vez más, yo sabía que esto era una tontería, pero necesitaba saber. ¿Se desvanecería el calor, la vida, de este como con el primero? Rompí con cuidado la corteza. Ese aroma, antes delicioso, me golpeó los nervios olfativos, pero esta vez era nauseabundo. Quizá en mi mente semiconsciente yo había creído de verdad que este panecillo estaba vivo, y que lo acababa de matar. El olor que dejó su cuerpo era parecido al de la carne podrida. Sin embargo, seguí adelante. Tirando y pelando con precisión quirúrgica hasta que las cálidas y pegajosas entrañas se volvieron frías y sin vida. Con mucho menos respeto que el anterior, tiré el panecillo a un lado y pasé al tercero.

    Panecillo tras panecillo, tuve la misma sensación. Era inexplicable, pero empecé a pensar para mí misma: ¿es esto lo que es el morir? Cuando yo muera, ¿sentiré como si me estuviera enfriando, siendo destrozada? Esperaba que mi muerte no fuese como el final de estos productos horneados. Parecía que sería bastante doloroso.

    Este era un pensamiento intrigante. Si estos panecillos estaban vivos, como mi imaginación me engañaba para que pensara, ¿les estaba yo causando dolor? Me pregunté esto mientras el calor abandonaba otro panecillo.

    El concepto de la muerte se ha estudiado desde los inicios del hombre inteligente, quizá incluso antes. Se ha reflexionado sobre ello y se han afirmado y analizado las teorías. Aunque yo pude captar su comprensión básica a la edad de doce años mediante el desmenuzado de algunos panecillos. ¿Podría entenderse algo tan complejo como la muerte mediante algo tan simple?

    Además, ¿la tortura y la profanación de estos bollos me convertirían en una asesina, una sádica? Después de todo, yo estaba obteniendo una sensación agradable con este acto. Aunque es aterrador pensar en ello, los pensamientos continuaron llegando. Los pensamientos de una niña de doce años: Verdaderamente aterrador.

    Independientemente de mis sentimientos y pensamientos perturbados, continué con el siguiente trozo de pan. Pronto sentí que el calor dejaba más de media docena de panecillos frescos. Yo sostenía la idea de que el pan estaba vivo y cuanto más recogía y hurgaba en sus pegajosas entrañas a través de su dura corteza, más me sentía como si estuviese matando a un ser vivo.

    Después de todo, la mayoría de los seres vivos tienen una capa exterior como protección. Muchos insectos tienen un exoesqueleto, los reptiles y los anfibios tienen escamas e incluso los humanos tienen piel. Aunque todo eso es meramente superficial. Una herida en la piel sanará y dejará una cicatriz, pero una lesión en los pulmones podría resultar fatal. Lo superficial tiene su mérito y es la simple protección.

    Aunque incluso con todos estos pensamientos, yo no dejé mi asesinato de panecillos, pues eso es lo que creo que era. Después de todo, si la corteza era de veras su capa protectora, entonces la cálida nube de masa debían de ser sus órganos. Me pregunté si los panecillos sentían esta tortura.

    "¡Elizabeth Walker!"

    Yo odiaba que ella pronunciara mi nombre completo. Ya era bastante malo cuando pronunciaba Elizabeth, pero cuando usaba mi apellido, sonaba como si ella no pudiese creer que yo fuese su hija. La sensación no era agradable.

    Desde que tengo memoria, y para alguien de mi edad eso es una cantidad de tiempo extraordinaria, ella se ha sentido decepcionada conmigo. Está claro que ella y yo no somos nada iguales. Evidentemente, ella había esperado una chica femenina, alguien preppy con la que ella pudiera ir de compras y hacer cambios de imagen. Yo no podía estar más lejos de esa hija perfecta y esto la destruía. Creo que la única razón por la que me habla es porque no estoy gorda. Si ese fuese el caso, yo estaría en lista de adopción.

    “¡¿Qué diablos has hecho?! Esto es un desperdicio. ¡Agh! Ni siquiera te has comido ninguno, pero ¿qué te pasa?"

    Ella despotricaba y deliraba como una lunática que ha olvidado su medicación. Aunque esta acción resultaba ser su marca registrada, he aprendido a apreciar la capacidad que ella tiene para preguntar, acusar y volver a preguntar sin esperar una respuesta, todo en la misma respiración.

    No tuve la oportunidad de responder antes de que ella llamara a mi padre hasta la cocina. Esta era su táctica cuando sabía que la causa estaba perdida. Y por alguna razón, ella creía que yo le tenía miedo, aunque él nunca había sido un tirano al que temer. Yo siempre lo atribuía al miedo que ella tenía por su propio padre. Está claro que él gobernaba su casa con mano de hierro y eso es todo lo que ella había conocido mientras crecía; constantes palizas, incluso por las infracciones más leves, y nada más que críticas por sus pequeños defectos.

    También yo he llegado a creer que mi madre está celosa de la relación que tenemos mi padre y yo, y ella siempre espera que él me castigue, pero él nunca lo hace. Supongo que esta es otra razón por la que está resentida conmigo.

    "¿Qué pasa, Carol- oh..."

    Dijo él al entrar en la habitación. No tenía una figura muy imponente, pero a veces le faltaba paciencia. Sus ojos se agrandaron al ver la matanza de panecillos que yacía ante él. Al principio estoy segura de que quiso reírse del desastre—así de caprichoso era él—pero después de todo, se trataba de un desastre, y uno que necesitaba ser limpiado, y seguramente él sería a quien se le ordenaría limpiarlo. Yo simpaticé con él por un momento.

    "Lizzy," murmuró él en un tono comprensivo. "¿Por qué hiciste esto? Quiero decir, todos estos panecillos... destruidos sin más... "

    Generalmente yo era una chica honesta; No me gustaba mentir, no importa cuán dañina pudiese ser la verdad; aunque, por supuesto, todos mentimos en un momento u otro, este no fue uno de ellos.

    "Bueno, no sé. Olían tan bien, y me iba a comer uno, pero estaba muy caliente. Solo quería ver si otro estaba caliente porque me dio pena que el calor del primero se fuese. Luego otro y otro, supongo que me dejé llevar ." Le expliqué lo mejor que pude. Recuerda, he dicho que principalmente digo la verdad. Después de todo, si les decía que yo pensaba que eran criaturas vivas y que resultaba que yo estaba jugando a ser Dios con ellas, seguramente me enviarían a un loquero.

    "¿Entonces esto fue un error honesto?" Preguntó él con toda la ingenuidad del mundo. Él quería creer de verdad que yo no era capaz de hacer nada mal.

    Miró a mi madre. El rostro de ella estaba tenso y demacrado, listo para explotar en cuanto yo le diera la respuesta que ella ya sabía, que yo era muy capaz.

    Así que, naturalmente, mentí. “Por supuesto, papá. Me dejé llevar ."

    “Bueno, no sirve de nada enojarse por... panecillos de cena destruidos. Podemos hacer más." Esta era una respuesta típica. Él nunca podría culparme, aunque yo sostuviese en la mano la proverbial pistola humeante; como en aquel caso.

    Quizá por eso mi madre se fue como lo hizo. Después de todo, yo era culpable—y eso era obvio también. Su rostro se puso de un rojo brillante, rayando el color cereza. El gruñido que escapó de su boca fue similar al de un perro advirtiendo de la intrusión de un invitado no deseado. Esto claramente llamó la atención de mi padre. Él le explicó que tampoco era el fin del mundo y que volvería a hacer los panecillos antes de la cena. Esto hizo poco para aliviar la tensión de mi madre. Aunque en ese momento ya estaban llegando tarde a su compromiso en el club de campo.

    Fue en ese momento en particular cuando sonó el timbre de la puerta. Eso fue una gran coincidencia, pues parecía que mi padre habría sido decapitado por la ira de mi madre. El infierno no tiene ira como la de una mujer despreciada. Espero no vivir nunca hasta adoptar ese título.

    Quizá fue demasiado perfecto que la campana sonara cuando lo hizo. Efectivamente salvó la vida de mi padre a todos los efectos, aunque en el proceso bien podía haber arruinado la mía.

Capítulo 2

    YO SABÍA QUE EN MI JUVENTUD yo era una clase diferente de chica. No jugaba con Barbies ni quería ponerme maquillarme. Ni una sola vez pensaba en jugar a disfrazarme o en jugar a las casitas. Tenía pensamientos más profundos, o lo que yo consideraba pensamientos más profundos al menos. Eran pensamientos sobre la vida y la muerte. Yo sentía empatía hacia los demás y sus sentimientos, pero nunca sentía su alegría, solo su tristeza.

    De hecho, a menudo imaginaba su felicidad como una enfermedad. Quizá fuesen los celos, no lo sé con certeza, pero cuando un amigo, un miembro de la familia o incluso un completo extraño parecían felices, yo lo resentía. Pensaba en cómo se sentirían si de pronto se les privara de esa alegría. Luego pensaba en formas en las que pudiera hacer precisamente eso. Nunca actuaba en consecuencia; al menos aún no...

    Mi padre y mi madre se aproximaron a la puerta, yo permanecí en la cocina. No tenía ningún interés en ver a Samantha, mi alegre niñera animadora. Yo tenía una leve panorámica del vestíbulo principal gracias en parte a un espejo bien colocado en ángulo correcto para hacer rebotar una vista de la puerta principal hasta donde yo estaba sentada. Fue algo impactante para mí al ver a quien vi al otro lado del umbral cuando mi padre abrió la puerta. Definitivamente no era Samantha.

    Samantha, como he dicho, era una linda chica con muy buen gusto. La persona en la entrada no lo era. De hecho, la persona en cuestión no podría estar más lejos de ser una alegre animadora que busca ganar algo de dinero para mantener la adicción al Speed. Esta persona era un anciano.

    Yo le había visto un par de veces antes por el vecindario. Nunca le había hablado, pero él se sentaba junto a su ventana y miraba las calles. Yo lo noté un día mientras caminaba a casa desde la escuela. No creo que él me mirara directamente, al menos nunca hicimos contacto visual, pero aun así me asustó. Aunque podía tener pensamientos extraños para una niña de doce años, yo seguía siendo solo eso: una niña de doce años.

    La forma en que estaba parado en la puerta me recordó a Quasimodo, con la espalda encorvada como si hubiese pasado años tocando la campana en la torre de una iglesia, aunque esto podría estar sesgado por el espejo. Tampoco se presentaba a sí mismo muy bien. La camisa estaba mal abrochada y los pantalones no llegaban en línea con los zapatos, dejando al descubierto dos calcetines de color oscuro—aunque yo estaba segura de que uno era de un patrón o color diferente. Los zapatos eran bastante normales, simples mocasines marrones. Sentí la necesidad de mirar más de cerca. Este extraño hombre de pie en la puerta me recordaba a la criatura desfigurada de una historia de Clive Barker: un monstruo.

    Salí de la cocina y fui al vestíbulo principal, tratando de ser sigilosa en el proceso. Quería verle, pero no quería que él me viera a mí. Estoy segura de que me presenté en una pose defensiva, lo cual podría haber causado que él se sintiera incómodo. Yo no quería ofender al monstruo pues tenía el loco temor de que quería comerme.

    Sin embargo, pareció que mi habilidad de sigilo quedaba corta respecto a la que poseería una asesina. Fui descubierta—bastante rápido, podría agregar—por el monstruo que estaba en mi puerta. Él no dijo nada, pero miró en mi dirección e hizo sólido contacto visual. Contacto visual que no pude mantener. Estoy segura de que aparté la mirada al instante, pero ese instante pareció una hora. Se me erizó el pelo de la nuca, sentí un escalofrío y que se me empezaban a formar gotas de sudor en la frente. Pasé de la curiosidad al terror en ese instante en que nuestras miradas se encontraron.

    El cuerpo humano es algo muy curioso. Tenemos instintos incorporados, como la respuesta de luchar o huir. Siempre pensé que la mayoría de la gente sensata tiene el nervio de salir corriendo para salvar la vida. Sin embargo, en algunos casos, cuando llega el momento, el estímulo de la lucha toma el control. A menudo yo asumía que esto daba malos resultados, pero en casos extremos, como en la protección de un ser querido o en una situación de vida o muerte, se convertía en el arma más poderosa disponible. Yo pronto descubriría tal hecho.

    No fue hasta que terminó nuestro breve pero eterno contacto visual que noté la edad que él tenía en realidad. Por las pocas veces que lo había visto a través de la ventana, yo sabía que era mayor, pero él parecía casi anciano. Su joroba no estaba tan mal como en mi primera impresión, pero su rostro era más viejo de lo esperado. No era que tuviera arrugas y quizá viera muy pocos lunares. No era que su cabello fuera fino y blanco. No era que sus huesos parecieran frágiles como el vidrio... eran sus ojos. Estos tenían más edad de la que pudiese siquiera imaginar delatar cualquier otra parte de su cuerpo.

    El resto de su cuerpo estaba muy en forma. Era un hombre mayor que probablemente había trabajado como obrero toda su vida y, como muchos trabajadores de su edad, probablemente tampoco tenía mucho dinero, por lo que comía lo que podía, llevándole a toda clase síntomas y problemas relacionados con las dietas. Pero eran sus ojos—que no se parecían a nada que yo hubiese visto nunca—lo que yo no podía identificar.

    Sus ojos eran grises y fríos. Proyectaban una tristeza que, a la tierna edad de doce años, yo pude captar pero no comprender del todo. Lo único que pude entender de ellos es que eran aterradores. El gris parecía antinatural, como si nada en la tierra pudiese poseer un color tan exótico. De nuevo, él parecía más un monstruo que un hombre, pero, claro, esto era una tontería. Los ghouls como Pennywise [1] no existían en el mundo real. Él era solo un vecino que pasaba por aquí, o eso pensé yo.

    “Lizzy, este es el Sr. Gabriel. Te va a cuidar esta noche ," dijo mi papá.

    Estoy segura de haber emitido entonces cierto grado de temor, pues claramente pude sentir mi corazón caer a mis pies. Me sentí mareada y tuve que mantener el equilibrio apoyándome en el marco de la puerta.

    Él me miró. Yo no hice contacto visual, pero podía sentir su mirada sobre mí. Esto debió de haber parecido inofensivo, o mis padres habrían captado algo. Claramente, el instinto de mis padres no había sido tan astuto como el mío.

    "Vamos, no seas tímida. Di hola." Las palabras llegaron de nuevo de mi padre.

    Yo alcé la vista y encontré la mirada del Sr. Gabriel. Él me había estado mirando fijamente—observándome. Me estremecí. Supe que esto fue visible cuando mis padres intercambiaron miradas. Seguramente mi madre estaba irritada, pero capté la mirada de mi padre. Él tenía una ligera mirada de preocupación.

    "Hola," murmuré con la voz más cortés que pude conseguir. Debió de haber sido suficiente, pues esto generó una sonrisa en el rostro de Gabriel.

    Aunque yo estaba claramente angustiada, mi madre interceptó toda clase de movimiento que mi padre fuese a hacer en términos protectores.

    "Elizabeth, no le hagas pasar mal rato esta noche, por amor de Dios. Hazle caso y pórtate bien," dijo mi madre sin una pizca de preocupación ni amor materna.

    Todo en el mundo de mi madre estaba bien siempre que se siguieran las reglas. No le importaba nadie ni nada siempre y cuando se siguieran sus órdenes. Era mi padre quien a menudo mostraba el amor y la preocupación de un padre.

    ..". Y," continuó él siguiendo las órdenes de mi madre, "los números de emergencia están en el refrigerador. Y, Lizzy, ya sabes mi número de móvil. No tengas miedo de llamar si me necesitas."

    Él hacía eso a menudo. Decía ME en lugar de NOS cuando se trataba de asuntos de emergencia, como si supiera que a su esposa no le importaran tales cosas. Ella tenía un teléfono móvil, pero no recuerdo la última vez que ella respondió a una de mis llamadas. También noté que él no me había instado a que le diese al Sr. Gabriel su número de móvil y supe que este no estaba en la lista de emergencia. Hice precisamente eso y mantuve el número en secreto. Gabriel no insistió en el asunto.

    Y con eso, al parecer, mis padres estuvieron listos para irse. Mi madre fue al coche, no sin antes recordarme que me portara bien. Mi padre me dejó con un beso en la mejilla. Estrechó la mano del señor Gabriel y cruzó el umbral de la puerta principal. Esta hizo clic detrás de él.

    "Hola, Lizzy," dijo el Sr. Gabriel con voz alegre.

    Tenía acento, no pude precisar de dónde, pero era claramente de naturaleza británica ¿Escocia? ¿Irlanda quizá?

    Me desconcertó un poco que me llamara Lizzy. Aunque yo prefería ese nombre a Elizabeth, pero sonaba extraño viniendo de él. No iba a sonar bien ni aunque pasara la noche entera con él.

    "Es Elizabeth en realidad. A mi papá le gusta llamarme Lizzy ," mentí. Solo mi madre me llamaba Elizabeth, ella y ahora el Sr. Gabriel.

    Él me miró con curiosidad, "Ah, muy bien entonces, Elizabeth." Sonrió al decir esas palabras. La sonrisa era aterradora. Era siniestra e intrigante. Sus ojos parecían oscurecerse más que antes cuando la sonrisa los obligaba a cerrarse. Me recordó a la versión malvada del gato de Cheshire de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carrol.

    Su transformación estaba casi completa. Primero él se me había aparecido como Quasimodo, el jorobado de Notre Dame. Aunque incluso bajo el aspecto espantoso de Quasimodo, este tenía un corazón y un alma bondadosos. El señor Gabriel parecía haberse transfigurado desde un monstruo de buen corazón hasta más bien un demonio, seguramente tan feo por dentro como por fuera.

    Pero tal vez mi imaginación había escapado de nuevo. Después de todo, él solo era un manso anciano.

    Nos quedamos en el vestíbulo durante lo que pareció una eternidad. Nadie rompió el silencio y, aunque yo evité el contacto visual, podía sentir su mirada penetrar mi membrana protectora. Entonces habló.

    "¿Te gusta el té, querida mía?" me preguntó

    Parecía que cada matiz de su discurso me perturbaba de alguna manera. El término querida es inofensivo usado para hablar con mujeres más jóvenes cuando se intenta ser amable. Es como decir muchacho, hijo, encanto. Sin embargo, la forma en que dijo esas dos palabras me conmovió hasta la médula. Aun así, le respondí.

    "Me gusta, pero solo con mucha miel."

    No mentí, no había necesidad de hacerlo. Una vez más, calmé los nervios. No iba a dejar que mi imaginación se apoderara de mí. Él asintió y continuó sonriendo.

    "Muy bien entonces. ¿Vamos a la cocina?"

    Extendió la mano en un movimiento que implicó que yo debería guiar el camino. Lo hice de inmediato. Caminé hacia la cocina con la cabeza gacha. No era una caminata larga, pero noté que las consecuencias de la masacre de los panecillos aún no se habían limpiado. Sentí que me invadía una oleada de vergüenza justo al cruzar el umbral de la cocina.

    Aunque aquella matanza estaba a la vista de todos, el Sr. Gabriel entró en la cocina con indiferencia. El caos no le desconcertaba, era como si ni siquiera se hubiese dado cuenta. Quizá pensaba que no le correspondía a él decir nada, pero era como si no lo viera. Y si lo veía, ciertamente no le importaba. Su foco estaba en otra parte.

    Señalé en la dirección de la tetera mientras sacaba dos tazas con platillos. Él llenó la tetera y la colocó sobre un fogón. Se sentó a la mesa, frente a donde yo había ocupado residencia.

    "Señor Gabriel ," le pregunté, “¿por qué mis padres le han pedido que me cuidara esta noche? ¿Qué le ha pasado a Samantha?" Una pregunta legítimamente formulada en mi mente.

    "Bueno, Elizabeth. No estoy muy seguro de por qué ella no está aquí. Lo único que sé es que tu padre llamó a mi puerta esta tarde y me pidió que hiciera de niñera para ellos." Hizo una pausa y miró la tetera al borde de la ebullición. Pareció satisfecho y continuó hablando.

    “Me gusta ayudar a un vecino cuando puedo y, para ser honesto, no creo haber hablado con tu familia desde que me mudé hace unos tres años. Es demasiado tiempo para ignorar a un vecino, si quieres saber mi opinión," dijo con su tímido acento británico mientras mantenía esa espeluznante sonrisa suya. La tetera siseó; nuestra agua había hervido.

    El señor Gabriel preparó el té: vertió el agua hirviendo en las tazas que yo había colocado sobre la mesa, pero en lugar de preguntar dónde guardábamos nuestras bolsitas de té, sacó dos del bolsillo de su rebeca. Al principio yo desconfié de esto, pero había logrado controlar mi imaginación. No paré de decirme a mí misma que él era un hombre, no un monstruo.

    Él debió de haber notado mi aprensión hacia las misteriosas bolsitas de té, porque sonrió... de nuevo. "¿Te preguntas por qué he traído mi propio té?" preguntó en una especie de declaración. Él ya sabía la respuesta, pero necesitaba que yo le preguntara de todos modos.

    "Sí me lo pregunto. Tenemos té perfectamente bueno aquí ," dije.

    "Sí, estoy seguro de eso. Pero no es tan bueno ," dijo con un guiño.

    Eso me inquietó bastante. Lo que debería haber sido un guiño inocente y juguetón salió como algo semiseductor y totalmente extraño.

    Engullí mi terror para proceder a hablar con el hombre. "¿Por qué dice eso?" Pregunté con voz tímida. Me resultaba cada vez más difícil mantener el ánimo en mi voz. Algo iba mal; Simplemente no podía ubicarlo todavía.

    "Bueno, ya ves, lo hice yo mismo, querida," dijo mientras colocaba una en cada taza. Comenzó a remover y yo le seguí.

    "Cariño," dijo.

    Alcé la vista en un silencioso frenesí. Lo único en que podía pensar es que ahora me estaba llamando cariño. De querida mía a cariño. Sin embargo, mis temores eran infundados mal ubicados. Él estaba señalando la miel [2] en el mostrador. Llena de alivio, asentí. Él se levantó de la silla para recoger el dulce y yo exhalé el mayor suspiro de mi vida. No sabía por qué estaba tan nerviosa, todo estaba tenso. Sentí como si mi corazón se cerrara en sí mismo, como si todo el músculo hubiese decidido contraerse y aferrarse como en un barco hundiéndose, desesperado por no caer en las aguas heladas de abajo.

    Cuando él regresó con la miel, tomé dos enormes cucharadas y las dejé caer en mi taza. Él bebió su té tal cual, sin leche ni miel. Dijo que él lo había preparado y yo tenía cierta curiosidad por saber cómo—y por qué— lo había hecho.

    "Señor. Gabriel, ” dije en un tono inquisitivo. Esto cambió su mirada de relajada a intensa, no pude explicar por qué. "¿Cómo, y bueno, por qué prepara su propio té?"

    Él sonrió, no... emitió una especie de emoción que solo un niño puede igualar en la mañana de Navidad. "¡Verás, de hecho fui preparador de té en mi juventud!" dijo con mucha emoción. Luego tomé un sorbo de té: debió de haber sido bueno en su oficio.

    "Aprendí de los mejores de Inglaterra, y los ingleses entendemos de té."

    Tomé otro sorbo. Algo comenzaba a ir mal de nuevo, pero me sentía lúcida y... bien. Él continuó hablando, pero yo comencé a quedarme dormida. Podía escucharle, pero escuchar se había vuelto difícil. No fue hasta que lo escuché decir mi nombre que me espabilé lo suficiente para escuchar.

    "¿... Lizzy?" Mis ojos se abrieron de par en par, y con eso, me desmayé.

Capítulo 3

    LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS FUE sorprendente, por decir lo menos. Recuerdo lo que me ocurrió. Es decir, recuerdo ciertos eventos que pueden o no haber sucedido. Después de haber tomado el último sorbo de té, sentí algo de náuseas y mareo. La luz a mi alrededor comenzó a iluminar mi entorno en un borrón de rayas y distorsión. Los sonidos se tornaron graves y arrastrados. Podía oír lo que Gabriel estaba diciendo, sin embargo, solo distinguí una palabra, un nombre—mi nombre—claramente. Lizzy. Resonó en mi mente como sempiterno grito en el abismo más profundo. No podía deshacerme de él. Y después, todo se volvió negro.

    Recuerdo la negrura. No era como el negro de un sueño, sino más bien el negro de la muerte. Yo no podía pensar, no podía sentir. No obstante, eso podía haber sido para mejor. Recuerdo haber sido desplazada. Esto fue poco antes de perder el conocimiento.

    Después de haber sido desplazada, recordar cualquier cosa se volvió imposible durante un período de tiempo desconocido. Y luego llegué... o algo así.

    Lentamente, el sonido regresó a mis oídos, pero no el amistoso sonido de despertar un sábado por la mañana o de una canción favorita en la radio. Los sonidos que oía eran similares a los de una película de monstruos. Estaban distorsionados, como cuando me había desmayado la primera vez, pero había más. Podía oírlo todo como si acabara de haber sido iluminada. Podía oír una laboriosa respiración ronca; Podía oír latir mi corazón y algo comprimiéndose, como grava siendo pisada. También podía oír algo similar a un rugido.

    Yo quería abrir los ojos, pero no podía. Los sentía muy pesados, como pegados. Quería ver qué estaba pasando porque aún no podía sentir nada. Todavía me sentía ingrávida y pesada a la vez. La sensación era notable. Me pregunté si aquello era lo que se sentía al ser un pájaro en vuelo.

    Cómo deseaba estar volando. Los pájaros siempre parecían tan libres y despreocupados, por no mencionar ingrávidos—muy parecido a como yo me sentía en aquel momento. Aunque eso duró poco. Me desmayé de nuevo.

    Aquí es donde todo se volvió bastante extraño, aunque al principio no noté cuán extraño era. Soñé. Fue como si el cerebro se apagara, pero aun así pensaba y soñaba en un estado muy consciente. Aunque no podía decir si estaba soñando o alucinando. El caso es caso es que todo parecía muy real.

    Estaba en un bosque, aunque la vegetación a mi alrededor era escasa. Como si todo hubiese muerto, como si no hubiese vida salvo por unos cuantos rastrojos que brotaban de la tierra seca debajo. Los rastrojos debían de haber succionado la poca vida que residía entre los arbustos, la había drenado como una sanguijuela.

    No me moví al principio. Simplemente me quedé de pie y observé mi entorno, y lo único que destacaba era el sonido, no había ninguno. La heredada ausencia de ruido audible era desconcertante. Ni un grillo ni un pájaro. Sin susurros de criaturas en la maleza muerta. Silencio.

    Lo segundo que noté fue la falta de vida. Todos los árboles y plantas estaban marchitos, por lo que quizá todo lo vivo había hecho lo mismo. Miré al cielo con la esperanza de ver un pájaro flotando sobre mi cabeza. Nada.

    Aunque el cielo me llamó la atención. Además de no haber ni un pájaro, ni una polilla, ni una mosca encima de mí, no había cuerpos celestes. El sol había desaparecido y la luna no había salido. Las estrellas estaban ocultas por alguna fuerza invisible. Era negro, negro muerto.

    Según todo aquello, yo no debería haber podido verme ni la nariz en la cara. Pero podía ver claramente, hasta lo que parecían kilómetros frente a mí. Las copas de todos los árboles, tanto cercanos como lejanos, eran visibles bajo una fuente de luz desconocida.

    Mientras miraba las melladas ramas muertas de los árboles por el sendero, pude ver una estructura que parecía hecha por el hombre. No era más que un punto en el horizonte. Tenía ángulos y salientes no creados por la naturaleza. Era un castillo. Mis ojos se abrieron de emoción.

    Un castillo, pensé para mí misma, qué maravilla, me pregunto si alguien vive allí. Después de todo, yo era joven y tenía la esperanza de que una princesa o una familia real viviera dentro de los sólidos muros de ladrillo. Aunque, ¿y si no había nada? Todo lo demás estaba desprovisto de vida, ¿por qué iba ser este castillo,si eso es lo que era, ser diferente? No obstante, tenía que seguir adelante. Era mi única opción y el sendero era claro.

    Por lo que podía ver, no había nada más que muerte, una muerte gloriosa. No es frecuente que se hable de la muerte de una manera tan magnífica, aunque aquella no era una muerte inquietante. No, parecía el tipo de muerte que no había conocido ninguna otra cosa.

    Esto parece una afirmación boba, porque ¿cómo puede algo estar muerto si nunca ha vivido?

    La inherente ausencia de vida debería haberme producido un escalofrío en la espalda y hacerme correr en busca de la cálida seguridad que ofrece la posición fetal... pero no lo hice. Como he dicho, era como si nada hubiese llegado a vivir allí, así que aquella forma de muerte era lo único conocido, la muerte es vibrante.

    Podía oír el follaje crujir bajo los pies y romperse a cada paso que daba. Muchas de las ramas y hojas estaban secas y tan quebradizas que simplemente se convertían en polvo ante la noción de ser tocadas. Sentí que estaba liberando a aquellas cosas muertas de su perpetua etapa de muerte y enviándolas a una maravillosa posvida donde florecían y aprendían lo que era vivir: renacer.

    Continué mi caminata durante algún tiempo y era como si el escenario nunca cambiara. Todos los árboles parecían similares, el suelo parecía similar y el horizonte parecía similar, pero lo más desalentador de todo era que la estructura que yo confiaba que fuese un castillo nunca parecía acercarse. Yo seguí mi marcha, aunque sólo fuese por hacer algo. No había nada alrededor, así que caminé en una dirección desconocida con la esperanza de llegar a algún punto de referencia.

    El tiempo no parecía moverse en aquel lugar. La ausencia de sol y luna no mostraba ningún progreso hacia el día o la noche. Tampoco había sombra, lo que sugería que fuese lo que fuese aquella misteriosa fuente de luz, venía directamente desde encima de mí y nunca se movía. Yo seguí caminando y caminando y caminando sin ningún progreso. Y así comencé a rendirme. Mi voluntad de doce años había llegado a su punto de ruptura. Nada ante mí y, como pronto descubrí, nada detrás de mí, ni siquiera las huellas que yo sabía que había estado haciendo. Estaba atrapada en un estado tipo Sísifo. Igual que la figura mitológica obligada a empujar una masiva roca colina arriba por toda la eternidad. Me veía obligada a recorrer aquel camino de nihilidad eternamente.

    Pero ¿por qué?

    ¿Era porque había destrozado los panecillos que mi madre había horneado? Comencé a evocar todos los recuerdos que mi mente prepúber podía reunir. Yo no había sido la hija perfecta. Había sobrada cuenta de haber cometido actos cobardes y haberme salido con la mía.

    ¿Podía esto ser debido a que encontré a la gata de la Sra. McCerny en un árbol, pero olvidé decírselo a nadie? Después de todo, ¿cómo iba a saber yo que había una colmena de abejas en ese mismo árbol? ¿Fue culpa mía que la estúpida gata fuera demasiado curiosa y que, al descubrir la zumbante colmena, la atacara?

    Supongo que sí.

    Omitir es tan malo como comprometerse, ¿no es así? En aquel punto yo no sabía qué hacer. Mi cerebro se estaba llenando de ideas de arrepentimiento y remordimiento al recordar todas las maldades que yo había hecho. Pero en el momento de los hechos en cuestión, no me había sentido triste. A menudo yo no sentía nada, quizá un poco de alegría en raras ocasiones. Sobre todo sentía curiosidad. ¿No era yo diferente a esa estúpida gata? No pude evitar pensar que eventualmente me encontraría con mi proverbial colmena de abejas, la tocaría y sería aguijoneada hasta la muerte.

    Estaba en un trance de pensamientos tan profundo que apenas lo noté, ¡un susurro en el bosque detrás de mí! Me tensé en posición de firmes y di la vuelta tan rápido como pude. Pero no había nada. ¿Había sido mi imaginación? Quizá en mi subconsciente yo anhelaba algún contacto y había imaginado el ruido. Luego lo escuché de nuevo, estaba justo frente a mí, cerca también, pero no había nada a la vista.

    De nuevo, hubo un susurro de hojas, pero yo no podía verlo, solo estaba el sonido, este no tenía sentido. Pero, claro, nada parecía tener sentido. Esperé para oírlo de nuevo y, cuando eventualmente lo oí, hice lo inesperado, di la vuelta en redondo.

    Puede que no sea capaz de explicarlo correctamente, pero eso funcionó. Cuando me di la vuelta, estaba cara a cara con... nada. El quid de la cuestión era que, fuera lo que fuese esto que estaba de pie frente a mí, no tenía cara, en su lugar tenía un caos de vendas ensangrentadas. Nos quedamos mirándonos el uno al otro y aunque yo no podía verle los ojos, ni siquiera si tenía alguno, sentí que me miraba directamente. Pensé que estaba tan sorprendido por mi presencia como yo por la suya. Eso cambió pronto.

    Antes de que pudiera respirar, un estallido sónico pareció surgir de este ser. Extendió los brazos e inclinó la cabeza hacia atrás como si estuviera gritando. Aunque no hubo sonido. La explosión invisible me lanzó de regreso a la zona boscosa, enviando también una nube de polvo lo bastante densa como para oscurecer mi visión. Yo había perdido de vista a la criatura, que no era tan amigable como yo había esperado.

    A pesar de lo aterrorizado que estaba, también tuve una abrumadora sensación de alivio al saber que no era yo el único ser vivo en aquel mundo extraño... Bueno, había asumido que esa cosa estaba viva.

    Escuché de nuevo el susurro del follaje. Miré hacia donde lo había oído, pero lo pensé mejor y giré hacia el lado opuesto. Fue una sabia elección cuando vi que la cosa se aproximaba. Sus movimientos no se parecían a nada que yo hubiese visto antes. Era una forma sólida, pero se movía como un rostro fantasmal, desapareciendo y reapareciendo en un lugar diferente. Parecía que el susurro provenía de las hojas que eran agitadas por la onda de choque que hacía la criatura al reaparecer, algo así como el temblor después de la ignición de una bomba.

    Yo podía verlo venir hacia mí con su estática de desapariciones y reapariciones. Hice lo único que se me ocurrió: corrí. Pero tal como se había detenido el tiempo y la distancia, pronto se hizo evidente que yo también me había detenido. No importaba lo lejos que corríera, no hacía ningún progreso. La criatura se materializaba cada vez más cerca y, aunque claramente yo estaba corriendo, no iba a ninguna parte. Estaba atrapada en un bucle, cumpliendo con las extrañas leyes de este mundo. Pero la criatura siguió persiguiéndome sin estar sujeta por los grilletes a los que yo estaba atada.

    Fue entonces cuando ocurrió algo bastante peculiar. La criatura, que estaba lo más cerca que había estado de mí, se detuvo y se inclinó sobre mí, mirándome fijamente. No progresó más. Estaba lo bastante cerca como para sentir el calor de su aliento en mi cara, es decir, si esta hubiera estado respirando. Pues fuera lo que fuese esta extraña criatura, no respiraba, al menos no de una forma convencional. Ambos estábamos congelados en un punto muerto. Yo tenía demasiado miedo para moverme, y simplemente me quedé allí como atascada en el tiempo, como si las leyes de este mundo finalmente se hubiesen materializado en este.

    Yo estaba equivocada.

    En los pocos segundos que nos miramos, sucedió algo. Una mancha que semejaba sangre pareció brotar de su pecho, pero no había ninguna herida. La criatura cayó de rodillas y la maleza muerta que lo rodeaba se elevó en una nube de ceniza. La criatura comenzó a caer hacia adelante y yo me aparté deprisa del camino para evitar ser aplastada. Mientras caía hacia adelante, vi lo que había causado su defunción. Una flecha.

    Ver el cadáver sin vida de la criatura sobre la maleza muerta me trajo recuerdos de mi breve pasado. Esto hizo que los recuerdos fuesen mucho más nítidos en mi mente. Esa no había sido mi primera experiencia con la muerte.

***

    El patio del colegio era característicamente fresco, pues era mediados de octubre, y el viento tenía su frío habitual. El otoño en Chicago solía envolver a los niños con abrigos más pesados ​​de lo necesario, y yo no era la excepción. Mi madre nunca me había tenido mucho cariño y me culpaba de muchas cosas, pero ella no quería sufrir la humillación y la persecución del abandono infantil, al menos no en mi nombre—yo apenas valía la pena para ella.

    Así de envuelta estaba yo, como todos los demás estudiantes de mi escuela. Era la hora del recreo. Un momento para que todos se tomaran un descanso de las lecciones, tampoco es que muchos de nosotros estuviésemos muy interesados ​​en la historia estadounidense y los temas que se enseñaban. Creo que el recreo era más para los profesores, para que no se volvieran locos. Aunque en aquella ocasión, algunos educadores podían haber necesitado un año sabático.

    "¡Lizzy!" Oí gritar a Malcolm al otro lado del terreno. Yo había decidido pasar mis quince minutos de libertad en el columpio, balanceándome lentamente adelante y atrás como el péndulo de un reloj carrillón.

    "¡¿Qué?!" Grité desde los columpios.

    "¡Tienes que ver esto!"

    "¿Ver qué?" Le respondí. Podía verle ahora. Malcolm estaba agachado sobre algo en el suelo. Se puso en pie y me indicó que me acercara.

    "Trae eso aquí si es tan importante, Malc."

    Frustrado—tan frustrado como puede estar un niño de doce años—Malcolm se levantó y comenzó a correr los cincuenta metros hacia mí. Cuando llegó, él estaba sin aliento.

    Malcolm había sido mi único amigo de verdad desde el primer grado, y siempre había sido gordito. Eso era vergonzoso para él, ya que los niños pueden ser muy crueles. Quizá por eso él y yo nos volvimos tan cercanos como éramos. Él tenía poca energía y menos orgullo, y yo tenía una naturaleza muy letárgica. Mi orgullo estaba en silencio.

    El chico me agarró de la mano y me sacó del columpio de un tirón, dejándo a este balanceándose por inercia, como ocupado por un espíritu transparente dando un último balanceo antes de seguir adelante.

    "Ven, es genial," dijo Malcolm emocionado.

    Estaría mintiendo si en este punto dijese que yo no estaba emocionada con la perspectiva del descubrimiento de Malcolm. Después de todo, él y yo teníamos los mismos gustos en muchas cosas. Ambos encontrábamos al antagonista en muchas historias como el más interesante de los personajes, aunque por razones completamente diferentes. Él era inocente, casi de forma enfermiza.

    "¡Mira!" dijo él asombrado. Tenía razón para estar emocionado, pues en el suelo yacía un pájaro con el cuello roto y la cabeza torcida casi 180 grados. El bicho había volado hacia una ventana de la escuela cercana. Malcolm debía de haber sido el primero en descubrirlo.

    "Qué bicho estúpido." Dije yo.

    "¿Por qué es estúpido?" preguntó Malcolm.

    “Voló hacia una ventana y se suicidó, ¿no es eso estúpido? Quiero decir, si te chocaras tú de cabeza contra una pared y te dejaras incosciente, también te llamaría estúpido."

    Esa respuesta pareció satisfacerlo después de pensarlo un poco.

    Me arrodillé junto al pájaro muerto de plumas alborotadas. Esto, y el hecho de la criatura no había sido tirada entera a la basura por Frank, nuestro custodio, me llevó a creer que el bicho acababa de cometer el acto de suicidio accidental.

    "¿Qué debemos hacer con él?" preguntó Malcolm justamente.

    A decir verdad, yo no había sabido qué hacer, así que había ignorado su pregunta. Él no volvió a preguntar, simplemente se quedó observando como yo. Pero yo sabía que no quería que nadie más lo encontrara. Aquello era cosa mía, de Malcolm y de nadie más. Miré por encima del hombro y luego a Malcolm.

    "Voy a esconderlo," le dije a mi redondo amigo.

    Él me miró con una mezcla de sorpresa y asco.

    "¿Por qué quieres hacer eso, Liz?" preguntó.

    "Bueno, porque, Malcolm... quiero ver qué pasa con su cuerpo después de llevar muerto durante un tiempo. ¿Nunca te has preguntado qué pasa cuando mueres? "

    Me miró sin comprender por un segundo, como si asimilara el hecho de que un día él iba a morir, como si ese pensamiento nunca hubiese pasado por su mente. Pobre insensato, tan ingenuo e inocente.

    "Olvídalo," dije.

    Miré por encima del hombro una vez más para asegurarme de que Malcolm, el pájaro y yo tuviéramos privacidad. Cuando estuve segura de ello agarré el pájaro con mis propias manos. Sentí la repulsión agitándose dentro del pobre Malcolm cuando desabroché mi abultado abrigo y escondí el pájaro dentro de la pechera izquierda.

    "Vamos, Malcolm. Tenemos que encontrar un lugar para esconder esto antes de que alguien nos vea ." Él aún parecía un poco sorprendido, pero pronto se recuperó.

    “Umm, ¿qué tal debajo del árbol de la parte de atrás? Nadie va nunca allí y el tronco del árbol se ha vuelto todo loco. Tal vez podamos cubrirlo con algunas hojas hasta la hora de salir de la escuela." Malcolm siempre tuvo un aire furtivo.

    "¡Genial!" Dije más alegre de lo que había estado en meses, en años incluso.

    Y así, mi viejo amigo y yo usamos las crecidas raíces de aquel viejo roble en nuestro favor. Colocamos el cadáver del cuervo muerto bajo un grupo de raíces de aspecto particularmente retorcido y cubrimos lo que pudimos con matojos y hojas del frío suelo de octubre. Aquel pájaro cambiaría mi forma de ver la vida para siempre.

***

    La conmoción aún se apoderó de mí. No por la repentina desaparición de la extraña criatura que había estado frente a mí, sino porque parecía que toda la situación me había impactado. Por tanto, me senté rodeada por nada más que desconocimiento y un salvador invisible armado con un arco y un carcaj de flechas.

    Me asombró mi rápida recuperación del shock. Los últimos eventos se habían desarrollado en cámara lenta, pero ahora se había pulsado el botón de avance rápido. Las emociones crecieron en mí. La ausencia de conmoción no era un alivio, ya que sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas y el corazón comenzaba a latirme con fuerza en el esternón como una persona atrapada en una casa en llamas.

    El pánico es una sensación que uno no envidia. Es terrorífico y no me avergüenza admitirlo.

    Recuerda, en aquel momento yo era una niña de doce años, una simple niña. Y aunque era bastante madura para alguien de esa edad, todavía era eso: una niña. Asustada, perdida y sola. Tres de los elementos más terroríficos a los que se puede enfrentar cualquier persona. Y allí me senté, rodeada por nada más que aparente muerte y ruina. O eso pensé.

    "Malditos jodidos Krags," dijo una voz desconocida.

    Me senté más erguida de lo que pensé que podía, ojos bien abiertos y oídos doblemente atentos.

    "¡¿Hola?!" Grité frenéticamente. "¡¿Quién está ahí?!"

    "Hmm, oh... Una niña," murmuró una omnipresencia. "Interesante."

    "¿Qué tiene eso de interesante? Quiero decir, puedo ver aquí cosas mucho más interesantes que yo ," refuté.

    “Quizá para ti, joven," dijo él desde la distancia. "Pero una niña es algo que veo menos que la muerte y la decadencia."

    Y en un instante, su voz estaba en mi oído. Podía sentir el aire alrededor de mi cabeza cambiar con el calor de su aliento en mi cuello.

    Sobresaltada, giré rápidamente, pero nadie me recibió, no había nada allí. Escuché una risa a lo lejos. ¿Podría ser esta la misma amenaza que acababa de enfrentar, solo que con una forma inteligente? ¿Era todo malvado en aquel lugar? Yo no podía comprender lo que estaba pasando. Luego habló de nuevo.

    "¿Cuál es tu nombre, niña?"

    Sentí que responder sería imprudente.

    "¡Tu nombre!" dijo un poco más agravado.

    Me quedé en silencio confiando en que simplemente se aburriera de mí.

    "¡Tu nombre, ya!" presionó él. El aburrimiento no estaba en su repertorio.

    "¡Elizabeth!" Grité por miedo.

    “Hmm. Elizabeth, ¿no?" respondió, su voz sonaba más ronca ahora.

    "Sí..." dije mientras metía la cabeza entre las rodillas.

    Sentí que el aire a mi alrededor cambiaba una vez más, pero me negué a alzar la vista. Oí un susurro en la maleza detrás de mí, pero aún así no miré atrás. Estaba empezando a pensar que aquello era un sueño y que podría controlar mi entorno. Pero no pareció ser ese el caso.

    "Sí, tienes todo el derecho a estar asustada, joven," él sonaba irlandés ahora.

    Yo no respondí, pero sentí un pequeño chillido escapar de mis labios.

    “Pero no estoy en la lista de cosas a las que debes temer," dijo en un tono muy reconfortante.

    Sentí una mano caer sobre mi hombro. Mi primer instinto fue levantarme de un salto y escapar sin mirar atrás, pero algo dentro de mí sintió que con esta criatura yo estaba a salvo. Levanté la mirada hacia mi misterioso salvador.

    Él llevaba un atuendo compuesto por lo que parecía ser el guardarropa de un noble isabelino; pero no limpio ni ordenado, más bien parecía como si lo hubieran expulsado de su rango y arrojado al desierto para valerse por sí mismo sin nada más que la ropa que llevaba puesta. Su cuello estaba sin gorguera, como si hubiese sido arrancada, lo cual era una lástima; su camisa también parecía estar hecha de seda. Todo en él parecía un poco extraño. Tal vez porque una pernera de los pantalones estaba rasgada completamente hasta la cadera, y su pierna expuesta estaba cubierta mayormente por un calcetín, el resto de su muslo envuelto quizá en lo que alguna vez fue la gorguera alrededor de su cuello, modificada por supuesto.

    Cuanto más examinaba al hombre, más me interesaba. Quizá era por el hecho de que no podía verle la cara. Lo único que veía de ella eran sus ojos, estaban expuestos. Llevaba una especie de trapo que le envolvía la mayor parte de la cara, cubriendo el puente de la nariz hasta el punto más alto de la clavícula. Empezaba a dar la impresión de un forajido del salvaje oeste combinado con un personaje de un soneto de Shakespeare, o el propio Shakespeare incluso. Pero la característica más fascinante de él eran los ojos.

    En realidad esta era la única parte de su cuerpo que yo podía ver, todo lo demás estaba tapado por algún tipo u otro de tela, pero sus ojos brillaban con un tono amarillo, algo que yo nunca había visto antes. He oído que los ojos azules se describen como océanos, ojos marrones con alma profunda... pero aquellos ojos eran de un amarillo maravilloso, como si mirasen al Sol desde un transbordador espacial. Se movían y fluían con un majestuoso movimiento que me atraía. Deberían haber sido terroríficos, pero no lo eran. Eran reconfortantes.

    "No es de buena educación mirar fijamente, querida," dijo devolviéndome a la realidad. No me había dado cuenta de que le había estado mirando tan intensamente durante tanto tiempo.

    "Lo siento," dije con seriedad.

    "Ni preocuparse, joven, claramente no eres de por aquí."

    "Bueno, no. Es cierto... no lo soy en realidad. En realidad, ni siquiera sé dónde es aquí ."

    "Hmm, no necesitas preocuparte por esas cosas. Aquí o allá, no importa, siempre y cuando estés en algún lugar ," dijo él, con tanta confianza que le creí. "Ahora bien, ¿de dónde eres?" dijo, más o menos contradiciendo su afirmación anterior.

    Hice una pausa para pensar durante un momento, probablemente pareciendo un poco tonta. "Chicago," balbuceé finalmente.

    "Chicaga," dijo él con una mezcla de sus dos acentos.

    “No, Chicago,” corregí.

    “Chicago, dices. Bueno, no puedo decir que haya oído hablar de ese lugar ," respondió.

    "Bueno, es real. Llevo viviendo allí toda mi vida ," dije con total naturalidad.

    Él dio un salto atrás, como ofendido. "Bueno, si toda tu vida dice que eres de un lugar, entonces ¿quién soy yo para no estar de acuerdo?. Pero solo para aclarar, ¿cuánto tiempo ha sido toda tu vida? Preguntó.

    "Doce años," dije levantándome ahora, algo orgullosa y arrogante.

    "¡Doce años enteros!" gritó. “Vaya, creo que tengo callos en los pies mayores que tú. No les creería si dijeran que son de... de... ¿de dónde has dicho que eras?," terminó.

    “de Chicago," dije solemnemente.

    "¡Cierto! Chicago. No les creería si me dijeran que son de Chicago ," dijo, mirándome con esos ojos de supernova.

    Me vino de pronto un momento de brillantez. Le miré con una leve sonrisa y una ceja levantada. "Bueno, ¿les creerías si te dijeran que son de la planta de los pies?"

    Hizo una pausa y se inclinó hacia atrás, como empujado por una fuerza de ingenio. Llevándose la mano a la barbilla, reflexionó un momento antes de rebatir.

    "Sí, probablemente los creería entonces." Se puso de pie y me miró, no con amenaza, sino con orgullo. "Muy bien, vamos a llevarte de vuelta a ese lugar de Chicago... De hecho, creo que sé quién puede enviarte de camino. ¡Sígueme!" Dijo con un salto hacia la dirección en la que pretendía ir.

    Yo corrí rápidamentea su lado y, cuando lo encontré, él dejó caer el brazo y extendió la mano para evitar que pasara. Bajó la vista y me miró con el rabillo del ojo.

    "Pero mantente cerca y no merodees por ahí. Este es un lugar peligroso y, una vez perdida, es posible que nunca te vuelvas a encuentrar," dijo comenzando nuestro viaje con ese inquietante apunte.

Capítulo 4

    EL RESTO DEL DÍA NO PODÍA concentrarme. Mi mente estaba envuelta en pensamientos sobre el pájaro. Por desgracia, yo tenía un asiento en clase junto a la ventana y rara vez apartaba la mirada del árbol en el que habíamos enterrado al pájaro. El poderoso roble estaba enmarcado en la ventana con una perfecta sensación de tristeza. Las ramas colgaban siniestramente en esta época del año, tan débiles y frágiles en apariencia. Era todo una vista. El viento llevaba las ramas más pesadas de un lado a otro, mientras que las ramitas y ramas más pequeñas se partían y desaparecían de la vista. No pude evitar pensar que el viento volaría la cubierta de mi pájaro. Una ráfaga podía caer fácilmente quitando todas las hojas y exponiendo el cadáver. Me puse nerviosa ante la idea, un nudo se tensó en mi estómago y de pronto me sentí mal. Descansé la cabeza sobre mi mesa.

    La mayoría de las personas se sienten enfermas al ver o pensar en la muerte, pero yo me sentía mal ente la idea de perder la muerte. El pájaro era mío, supongo que un poco de Malcolm también,pero él no sentía lo mismo que yo por aquella rígida criatura. Se podía ver eso en su rostro. Tan fascinado como estaba con el pájaro, la idea de la muerte aún le asustaba. Quizá la perspectiva de compartir el pájaro era más emocionante para él, y ahora que lo había compartido, ya no le importaba. Sin embargo, eso no iba a arruinar mi diversión y emoción.

    El nudo pasó y la emoción regresó con pensamientos de lo que podría yo hacer con aquel pájaro. No había pensado en ello hasta ese momento: ¿qué iba a hacer de verdad con el pájaro? ¿Adónde iba a llevarlo? No podía llevármelo a casa. Si mi madre lo veía o me descubría con él, muy probablemente me entregarían en adopción después de que ella me quemara las manos y la ropa para desinfectarlas.

    Pero yo no podía quedarme sentada afuera con él sin más, ¿qué iba a hacer entonces, mirarlo todo el rato? No, eso tampoco servía. Además, había demasiada exposición a los elementos. Podía levantarse viento y arrebatarme el pájaro de las manos, o podía empezar a llover y empaparlo, haciendo que su exterior en descomposición se ablandara y todo se desprendiera.

    Con ese pensamiento, sentí un cosquilleo de anticipación en el pecho. Me pregunté cómo sería el interior del pájaro. ¿Estaría aún lleno de sangre, seguirían los órganos intactos, se habrían roto los huesos? Yo no lo sabía y, de pronto, me descubrí casi de pie mirando por la ventana.

    Me salvó la campana, por así decirlo. Eran las tres en punto. La campana final acababa de sonar ahorrándome la vergüenza de caerme prematuramente hacia la ventana. Recogí deprisa mis cosas y me dirigí hacia la puerta. Oí a la maestra decir algo, pero yo no estaba prestando atención sobre qué decía ni a quién iba dirigido. Me apresuré a recorrer las hileras de mesas y sillas, con cuidado de no chocar con ninguna y caer de bruces. Llegué a la puerta y tuve una visión de túnel. No podía ver nada salvo instantáneas del pájaro, allí tendido bajo el follaje justo al otro lado del patio. Comencé a trotar, batí las piernas con emoción mientras maniobraba rodeando a otros niños que caminaban por el pasillo. Todo era un borrón ahora, incluso los ruidos, me sentía como bajo el agua.

    Entonces escuché un ruido específico y familiar. Al principio estaba amortiguado, pero la segunda señal fue más clara. Era mi nombre.

    "¡Elizabeth!" gritó Malcolm detrás de mí. Parecía que él había estado trotando detrás de mí y ahora estaba sin aliento.

    "Malcolm, ¿qué... qué estás haciendo?" Dije volviendo a la realidad.

    "Pensé que íbamos a ir juntos a casa, le dije a mi mamá que vendrías," respondió.

    Llevé a un lado del pasillo a mi obeso amigo, hasta una esquina y comprobé que nadie estuviera escuchando. No quería compartir mi secreto del pájaro muerto con nadie en absoluto.

    "Malcolm, ¿ya lo has olvidado?" Le dije.

    Él mee miró sin comprender durante un instante, pero tuve la impresión de que se estaba haciendo el tonto.

    "El pájaro, recuerda...," le recordé.

    El pobrecillo se miró los zapatos para evitar el contacto visual. Estaba avergonzado, pero yo no podía entender la causa. "Ah... sí, lo olvidé," dijo con voz monótona. Yo sabía que él estaba mintiendo, pero le seguí el juego de todos modos.

    "Bueno, pues vamos. Tenemos que ir a buscarlo antes de que un gato o algo lo desentierre y se lo lleve." Dije obligándole a venir conmigo.

    Una vez más, él evitó el contacto visual y se puso a dar pataditas a una tierra invisible bajo los pies, pero yo conocía a Malcolm y sabía que estaba convencido para venir.

    "Está bien...," dijo muy de mala gana.

    Sin embargo,yo iignoré su tono y fingí que él estaba tan emocionado como yo. Eso fue muy egoísta por mi parte, pero la idea de diseccionar el cadáver sin vida de una forma u otra era abrumadora, y no era algo que yo quería experimentar solo.

    Le agarré la mano y lo llevé a rastras, como una niña emocionada que arrastra a su menos entusiasmado padre por la tienda de juguetes hacia el juego más nuevo y caro. Ambos nos abrimos paso a través de pasillos llenos de gente y, eventualmente, fuera del calor de nuestra escuela hasta el frío patio de nuestra zona de recreo.

    El viento se había levantado desde nuestro último recreo y el sol había comenzado su descenso hacia el horizonte, haciendo que la temperatura bajara rápidamente. Esto hacía que el cortante frío del viento fuese mucho más evidente. Yo había tenido tanta prisa que había olvidado parar en mi taquilla y recoger mis cosas, es decir, mi chaqueta. El suéter rojo burdeos y la fina blusa blanca que usaba en la escuela ese día servían de poco para rechazar los efectos del viento.

    Empecé a tiritar, pero no me importó. Mi premio estaba justo al otro lado del frígido campo.

    Aún recuerdo la sensación que recorrió mi cuerpo al acercarme al cadáver de mi salvación alada. La sensación en aquel momento fue similar a la emoción que yo había sentido en la mañana de Navidad. Aunque a medida que crecía, me di cuenta de que aquello fue más similar a un orgasmo.

    Me estremecía de anticipación mientras Malcolm y yo nos acercábamos a nuestro destino. Aunque en mi entusiasmo, olvidé notar la creciente palidez de mi amigo. Él no compartía mi lujuria por lo desconocido que es la muerte.

    Me arrodillé frente a la casucha improvisada que protegía al pájaro de los elementos y de las miradas indiscretas. La sensación de impaciencia era mayor en mí cuanto más me acercaba y, cuando me agaché para comenzar a despejar las hojas y las piedras pequeñas, fui interrumpida por una mano en el hombro.

    "Lizzy, ¿estás segura...?" Preguntó Malcolm posando con cautela la mano en mi hombro.

    Nosotros no éramos amigos de mucho contacto físico, tal vez debido a nuestra prepubertad, pero ni siquiera nos habíamos abrazado. Su toque en mi hombro fue una sensación más que extraña para mí, especialmente en aquel momento en particular. Tan inocente como él era, fue casi como si su toque hubiese sido el primer ladrillo en una pared erigida rápidamente. Pensé que no me importaría nada que él no me volviera a tocar nunca.

    "¿Segura de qué?" Pregunté en respuesta.

    "Sobre el pájaro. Quiero decir, ¿y si tiene una enfermedad o algo así?"

    Pensé en ello un segundo. ¿Y si la razón por la que el pájaro había entrado en el edificio era que tenía rabia o una forma de gripe aviar? Su preocupación estaba justificada, le concedí eso.

    "De acuerdo. Dame tu mochila ," exigí.

    "¿¡Qué!? Ni hablar, ¿dónde está la tuya?" preguntó.

    "Venga, me he dejado la mía en la escuela y sabes que Frank cierra las puertas como dos minutos después de que suene la campana." Le supliqué: “Déjame usarla. Te daré la mía mañana, las cambiaremos."

    "¡Pero tu mochila es rosa!" señaló con bastante justicia.

    La bolsa rosa no encajaba con mi carácter, ni siquiera a los doce. Tenemos que agradecerle a mi madre esa compra. Ella pensaba que, como jovencita, me vendría bien un poco más de feminidad.

    "Bueno, el rosa te pega más a ti que a mí de todos modos," dije medio en broma. Él no encontró gracioso el chiste.

    "Cállate," dijo.

    "Perdón, perdón... pero ¿puedo usar tu mochila, por favor?" Recurrí a la mendicidad en este punto. Por mucho que quisiera examinar más al pájaro, no quería ponerme enferma.

    “Podemos decirle a tu mamá que te la dejaste en el pasillo y que lo siguiente que supiste es que había desaparecido. Yo te respaldaré, lo prometo." Hubo un matiz de desesperación en mi voz y Malcolm odiaba verme deprimida.

    "De acuerdo," cedió él reluctante.

    Se quitó la mochila de la espalda y me la entregó en el suelo. Despejé lo que quedaba de maleza y follaje que tapaba el agujerito en el suelo. Y ahí estaba. Mi milagroso cadáver de ave, tal como lo había dejado. Me quité deprisa el suéter y lo eché encima del pájaro. Con esa capa de protección contra virus dañinos, ahora parecía bastante higiénico agarrar al pájaro y colocarlo dentro de la mochila de Malcolm. Él no estaba muy complacido.

    Estábamos cerca ahora de descubrir lo que acechaba en el interior de lo muerto. ¿Sería exuberante, rojo y radiante o sería negro y sombrío por la descomposición? Yo apenas podía esperar para averiguarlo.

    Cuando Malcolm y yo abandonamos el árbol y finalmente el patio de la escuela, pensé sobre dónde podía llevar el pájaro. Mi propia casa había quedado descartada, eso era obvio, y la mamá de Malcolm nos había estado esperando a los dos en su casa justo después de la escuela. No teníamos adónde ir salvo a un lugar que se me ocurrió de pronto.

    "Oye, Malc...," dije con un tono dulce, pero malicioso.

    "¿Si...?" Dijo él lentamente como si no quisiera escuchar el resto de lo que yo tenía que decir.

    "¿Qué dices si miramos esto mejor en tu casa del árbol?" Le pregunté.

    "¡Lizzy! ¿Por qué?" dijo él casi lloriqueando.

    "Porque, ¿adónde si no podemos ir?"

    El gordito dejó de andar. Yo no lo noté hasta haber dado un par de pasos. Hice una pausa y le miré. Me quedé allí, brazos en jarras y encogida de hombros. Incliné la cabeza hacia adelante como diciendo «¿Cuál es el problema?» Pero él no hacía contacto visual. Simplemente se quedó allí mirándose los zapatos.

    "Malc, ¿qué pasa?"

    "¿Por qué te importa tanto este pájaro, Liz?" me preguntó.

    Pensé en ello un momento. No estaba segura de qué decirle. La verdad seguramente le asustaría. Aunque él sabría que era mentira, yo mentí de todos modos.

    “No sé… ¿Curiosidad?, supongo. Nunca hacemos nada divertido, pensé que esto sería un buen cambio ," dije.

    A esta edad madura yo ya había aprendido el secreto de la mentira: no mentir más de lo necesario, siempre dejar alguna forma de verdad en el engaño.

    Él me miró con un destello de ira en el rostro. “¿Nada divertido? Entonces, ¿mirar un pájaro muerto es divertido para ti? ¿Por qué no le preguntamos a mi mamá si podemos alquilar una película o algo, en lugar de hacerle lo que sea a este cuervo? " preguntó con honestidad.

    “Porque las películas son aburridas. Esto es algo práctico. Además, tu mamá no nos dejará elegir ninguna buena, será como los Osos Amorosos o algo así. Venga, será divertido ."

    Una vez más, yo sabía que él haría todo lo que le pidiera. Era cruel que yo le utilizara así, pero en aquel momento en particular no me importó.

    "Está bien," otorgó él.

    El viento se hacía más feroz cuanto más caminábamos. Heladas agujas me perforaban la piel expuesta de las manos y entraban por las mangas de mi blusa como si estas no estuvieran allí.

    La única gracia salvadora era el sostén de entrenamiento que me había comprado mi madre. Este me daba un poco más de aislamiento en el torso, pero aún así no me gustaba. Aunque Malcolm no vivía lejos de la escuela, eso no parecía importar en ese época del año, sin suéter ni chaqueta la caminata habitual de diez minutos pareció una eternidad.

    Durante la caminata, urdí un plan para ocultar la mochila a la madre de Malcolm, después de todo, se suponía que ella tenía que creer que había sido robada en la escuela. Malcolm, quien también era un mentiroso horrible, era reluctante al plan, pero lo aceptó por mí.

    Cuando llegamos a su casa, abrí con cuidado la puerta de su patio trasero y coloqué silenciosamente la mochila con mi tesoro detrás de varios contenedores de basura. Yo sabía que los contenedores estarían allí porque el padre de Malcolm tenía la costumbre de renovarlo todo y tener contenedores cerca eran convenientes; de hecho, tenían no menos de tres altos contenedores de basura en todo momento. También sabía que su madre era muy similar a la mía: siempre tenía que mantener las apariencias, por lo que los contenedores de basura tenían que estar escondidos del mundo; rechazados por su único propósito. Curiosamente, yo me identificaba con ellos.

    Mientras yo estaba escondiendo la mochila, Malcolm entraba a la casa y le decía a su madre que me había olvidado algo en la escuela. Ella no sabía de las extrañas tradiciones de Frank sobre el cierre después de las clases.

    Malcolm le dijo a su padre que yo llegaría en un minuto y que él me había esperado, pero que luego se había enfriado y se había ido a casa. Aquello llevó a una conferencia sobre la moral y demás, pero él estaba acostumbrado y pudo ignorarla. Ese era un rasgo que Malcolm y yo teníamos en común.

    Yo esperé unos momentos tras la basura, tiritando, encogida en una bolita para calentarme mientras trataba de protegerme del viento feroz. Los pensamientos sobre el contenido de las bolsas todavía me consumían, incluso a bajas temperaturas. Estaba emocionada y comencé a tiritar aún más. Pudo haber sido el frío, pero creo que temblaba de pura impaciencia por abrir mi Caja de Pandora.

    Cuando sentí que había pasado la cantidad de tiempo apropiada, caminé hacia el frente donde la madre de Malcolm estaba de pie en la puerta, esperándome. Cuando me vio, abrió los ojos como platos, abrió la puerta y salió corriendo hacia mí. Al parecer, yo parecía congelada hasta los huesos, tiritando y tambaleándome al caminar, brazos cruzados frente al pecho; otra táctica instintiva para mantener el calor. Cuando ella me encontró en la acera, me sentí bastante idiota. Solo estábamos a unos pocos metros de la puerta principal, pero ella me había abrazado para calentarme como si yo fuese hija suya. Sencillamente yo no podía visualizar a mi propia madre haciendo eso. La desdichada bruja habría preferido cerrar la puerta de un portazo, pasar la llave y ponerse un suéter frente a una ventana por si no había quedado claro el mensaje. María, sin embargo, era muy cálida y; extrañamente, durante un instante; disfruté de su abrazo. Era agradable, pero pensé que en el interior de la casa se encontraba la más cálida de nuestras opciones.

    Dentro, María me envolvió con una manta que había sacado del sofá.

    "¡Elizabeth!" chilló ella con preocupación. A ella, como a mi propia madre, no le gustaba llamarme Lizzy. "¿Dónde está tu chaqueta, jovencita?"

    “En la escuela," respondí sinceramente.

    "Bueno, ¿y por qué está allí y no contigo?"

    "Me la olvidé. ¿No se lo ha dicho Malcolm?" Pregunté lanzándole a Malcolm una fría mirada de reojo.

    “Me ha dicho que volviste a la escuela, pero no dijo para qué. Pero eso no explica por qué no llevas la chaqueta," afirmó ella.

    "Frank no deja que volvamos a la escuela después de que suene la campana. «Una vez que estás fuera, estás fuera», dice siempre." le dije imitando mi mejor voz de hombre.

    María dio un paso atrás por un segundo, casi en estado de shock.

    "¿Quién podría dejar fuera a un niño en el frío? Tendré que hablar con el director sobre este Frank... ¿Quién es Frank?" dijo ella melodramáticamente.

    "El conserje," respondimos Malcolm y yo al unísono.

    María se puso en pie y miró a Malcolm como diciendo: «¿No podías haberle dado tu chaqueta a esta pobre chica?», pero ella giró la mirada hacia mí.

    "¿Estáis más calientes ahora?" preguntó ella.

    Fue entonces cuando noté que estaba bastante caliente, pero aún sentía temblores. Esto era una prueba de mi emoción por el pájaro.

    "Si, gracias. Lo estoy," dije, pero María se dio cuenta de los temblores.

    "Mmhmm, entonces ¿por qué estás temblando?"

    Tuve que pensar rápido. “Oh, eso... Umm,”

    Malcolm me interrumpió, gracias a Dios.

    "Oye, mamá, ¿tenemos chocolate caliente?"

    La atención de María se apartó de mí y se centró en su hijo. “Umm, eso creo. En realidad, buena idea, eso debería calentaros a los dos ," dijo.

    María entró en la cocina para comenzar a preparar dicho chocolate caliente. Yo caminé hacia Malcolm con la manta todavía sobre los hombros.

    "Gracias, me estaba quedando en blanco," le dije.

    "Claro... no hay problema. Solo quería un poco de chocolate caliente ," dijo honestamente.

    Yo puse los ojos en blanco y le entregué la manta. "Bueno, gracias, de todos modos. No podía pensar en nada," le dije.

    "Espera, ¿no estabas temblando porque tenías frío? " Me preguntó.

    "No, ¿te parece que estoy fría?" Dije mientras le agarraba el brazo, el cual estaba a la misma temperatura que mi mano.

    "No... entonces ¿por qué estabas temblando?"

    "Eso no es asunto tuyo..." Hice una pausa. "Bueno, ¿cuándo crees que podemos salir a escondidas hasta la casa del árbol?"

***

    Llevaba caminando con aquella criatura-hombre durante algún tiempo; tanto, de hecho, que parecía una eternidad. Ya me estaba sintiendo cansada y un poco débil en las rodillas—eso empeoraba a cada paso que daba—hasta que mis piernas finalmente cedieron debajo de mí. Cuando me derrumbé, hice un ruido sordo pero audible y la maleza alrededor de mi cuerpo caído arrojó al aire una nube de ceniza. Esto llamó la atención de mi compañero.

    "Oye, este no es momento de parar y echarse una siesta," dijo ahora con acento londinense. Sus acentos eran desconcertantes; Nunca antes había escuchado algo así.

    "Lo siento," dije, "estoy exhausta..." Apoyé la cabeza sobre los brazos cruzados.

    "Oh," dijo él con ligera preocupación. Se acercó y se arrodilló a mi lado.

    "Bueno, este no es un buen sitio para descansar, estamos cerca de las tierras fronterizas."

    "¿Las tierras fronterizas...?" Pregunté en un tono que implicaba mi total desinterés.

    “Sí, este no es un lugar muy seguro, todo tipo de malajes de un sitio u otro tratan de invadir la tierra de los demás. Es casi como una guerra interminable ," respondió él.

    Esto me llamó la atención. Levanté la cabeza lo suficiente para ver la cara de mi cohorte.

    "No creo que pueda... estoy tan... cansada..." dije dando cabezadas.

    Dormir en un lugar así no sería muy atractivo para una persona normal, sin embargo, yo sentía que no había otra opción. Era como si el castillo a lo lejos albergara a un mago y este me hubiese lanzado un hechizo de sueño. Temía que la única forma de despertarme era si un beso de un príncipe adornaba mis labios. Ojalá fuese ese el caso. Por desgracia, este mundo era más parecido a una pesadilla que a un sueño, y yo prefería que me devoraran a que me despertaran con un beso.

***

    Cuando desperté, no había ningún príncipe apuesto de pelo dorado flotando con gracia en el viento sobre un glorioso caballo blanco, sino sólo mi compañero de viaje. Yo estaba en sus brazos. No había ningún hechizo; no había engaño de ningún tipo. Simplemente me había quedado dormida, abrumada por el cansancio, lo cual me pareció peculiar, considerando que ya estaba en un sueño, o al menos eso creía yo.

    "¿Que ha pasado?" Pregunté con tono aturdido.

    Mi amigo al parecer no se había percatado de que yo me había despertado y bajó la mirada con bastante sorpresa. “Bueno, te quedaste dormida. ¡Niños! Me alegro de no haberlo sido nunca," soltó él con tono de descontento. Una declaración curiosa, pensé.

    "¿Cómo he podido quedarme dormida sin más?" Le pregunté.

    Él se detuvo y me dejó de pie en el suelo. "Bueno, querida, yo no tengo ni idea. Pregúntate a ti misma, tú eres la que se ha quedado dormida, no yo ," dijo fácticamente. "Pero, anda con ojo en lo que te rodea, querida. Este es el lugar más peligroso de todos. Este es el Bosque de los Muertos. Agradece que no fue aquí donde decidiste caer en las garras de Morfeo."

    Él era inteligente o, al menos, muy versado en los dioses griegos de la antigüedad, sabiendo que Morfeo era el Dios griego del dormir y los sueños.

    Seguí su consejo y miré a mi alrededor. La escena era bastante terrorífica. Los árboles se alzaban altos y grises ante un eterno cielo crepuscular, sus ramas eran torcidas y afiladas en la estática silueta de la puesta de sol. Colgando de cada rama había un cadáver equipado con una soga de verdugo alrededor del cuello. El cuerpo colgaba flácido, balanceándose en el aire, goteando manchas de sangre en el suelo gris muerto debajo.

    Mientras deambulamos por el Bosque de los Muertos, noté los charcos de sangre bajo los árboles; no eran meros charcos de alguna gota perdida ocasional, sino fosos masivos que rodeaban la base de los árboles, como si estos se alimentaran de la sangre.

    “El Bosque de los Muertos, querida Elizabeth. Uno no quiere encontrarse aquí solo, el destino de estos hombres y mujeres es eterno ," dijo con una voz llena de solemne pesar. “Estos cuerpos no están muertos, como puede implicar el homónimo del bosque. Nah, están vivos, tortura eterna. Las sogas alrededor de sus cuellos no están hechas de cuerda, están hechas del mismo árbol. La espinosa corteza se tense y se libera a voluntad, sangrando el cuerpo hasta dejarlo seco. Luego se rellena y se drena otra vez. Esto sucederá durante toda la eternidad. Sólo uno sabe quiénes son estos hombres, Elizabeth, y nadie se atreve a preguntar por temor a unirse a las filas de los muertos interminables," dijo avergonzado mientras se miraba los pies.

    Sus ojos antaño ardientes se volvieron de un azul frío, como si los soles de su hueso orbital hubieran sido eclipsados ​​por una luna de terrible tristeza.

    El Bosque de la Muerte era una experiencia única y, aunque debería haber estado aterrorizada por lo que presenciaba, no lo estaba. Si no fuese por mi extraño amigo, seguramente habría trepado a alguno de los árboles para inspeccionar mejor a alguno de los hombres colgados. Me pregunté si todavía estaban conscientes. Supuse que sí, considerando que estaban siendo torturados; después de todo, ¿qué sería la tortura si la víctima no podía sentirla?

    Mis sospechas sobre la conciencia de los ahorcados se vieron confirmadas por los ocasionales gritos que venían de cerca y de lejos y que te helaban la sangre. Cuando le pregunté a mi compañero por qué tan pocos gritan, me explicó que muchos de ellos llevaban tanto tiempo colgados que ya estaban acostumbrados al dolor y habían aprendido que gritar era inútil. O eso o llevaban gritado tanto tiempo que habían destruido sus cuerdas vocales más allá de la reparación mágica de reposición de sangre.

    Sentí pena por ellos, por las miles de afiladas agujas que perforaban su piel cada pocos segundos. Tener que ver su propia sangre brotar de heridas abiertas, correr por sus cuerpos y fluir al suelo debajo. Verla ser absorbida por la tierra y reciclada en Dios sabía qué, debía de haber sido devastador.

    Me pregunté si podían oír la carne siendo arrancada de su cuerpo, la lenta rotura y desgarro cuando el cardo salía para liberar el charco carmesí. Me estremecí al pensar en esas cosas, la misma sensación que había tenido semanas atrás cuando Malcolm y yo habíamos encontrado aquel cuervo muerto.

    De hecho, estuve reflexionado sobre tales cosas durante tanto tiempo que mi socio y yo ya habíamos salido del Bosque de los Muertos hacia una llanura abierta. Era un campo de tamaño tan vasto que llegaba hasta el horizonte y más allá. Me asombró tanto el tamaño del prado que casi extrañé el color de todo. El suelo, la hierba, los arbustos... todo era rojo oscuro, rojo sangre. Incluso el cielo había cambiado aquí, era la primera vez desde que mi llegada a este mundo que el cielo había alterado su sombrío crepúsculo. Aunque el tiempo todavía parecía estar detenido, al estar en las horas del crepúsculo, el cielo ahora tenía estrellas blancas brillantes que parecían tan cercanas como flores que pudieses arrancar del cielo.

    Otra escena interesante era la fuerza celestial que estaba presente. Era como si el sol y la luna hubiesen convergido en una gloriosa bola en el horizonte. Media luna y medio sol, pero más grande que nunca. Pero en primer plano de aquel impresionante paisaje estaba el castillo, que parecía tan lejano como cuando yo había llegado por primera vez. Mi compañero se detuvo al borde del escenario y extendió el brazo para que yo no pudiera pasar. Tan absorta en las maravillas estaba que me topé directamente con su bloqueo.

    "Elizabeth, ¿estás segura de estar preparada para descubrir qué hay en esa torre?" dijo él sombrío, todo el tiempo mirando al frente, casi con miedo de apartar los ojos del castillo.

    "Sí, creo... ¿Por qué no iba a estarlo?" Pregunté inocentemente.

    "Puede que no te diviertan las opciones dadas."

    “¿Opciones? ¿Cómo sabes que habrá opciones? "

    “Conozco al hombre que vive en ese mismo castillo. Siempre hay una opción, y ninguna de ambas es persuasión amistosa ." Hablaba ahora con su ronca voz irlandesa.

    "¿De ambas?" Le pregunté.

    “Sí, él solo da dos; a veces algo tan simple como un sí o no, a veces algo más elaborado como un acertijo con dos resultados... O la tercera... ” Él se interrumpió.

    "¿Cuál es la tercera?" Pregunté con cierto entusiasmo.

    "La tercera, querida Lizzy... Es una tarea," respondió.

    "Eso difícilmente parece una elección," dije en respuesta.

    "Sí, pero es la que tiene más opciones. Podrías negarte de lleno a aceptar la tarea, podrías aceptarla y fracasar, o podrías mentir al aceptarla sin intención de completarla ," dijo sombríamente.

    "Bueno, cuando lo pones de esa manera, supongo que hay alguna opción," dije admitiendo mi error.

    "Entonces, Lizzy, de nuevo debo preguntarte... ¿estás segura de estar preparada para lo que vas a encontrar en esa fortaleza?"

    Lo pensé por un momento, pero tomé la única decisión que me pareció razonable.

    “¿Qué opción tengo? Dijiste que quienquiera que viva en ese castillo me dará una opción, pero quiero que tú también me des una. ¿Y si no estoy preparada, y si no quiero? " Pregunté con la intención de abandonar eventualmente aquel lugar.

    Mi recién hallado amigo se pausó por un momento, pero su mirada seguía fija en la enorme estructura que teníamos ante nosotros.

    "No puedo ofrecerte una opción, y por esto estaré siempre arrepentido." Dijo con tanta tristeza que la sentí hasta la médula.

    "Supongo que estoy tan preparada como siempre... Vamos." Le dije,

    Y con eso, mi compañero bajó el brazo a su lado y partimos hacia el castillo en la distancia, a través del campo de rojo sangre hacia el crepúsculo celestial.

Capítulo 5

    LA CASA DEL ÁRBOL ES UNA DE LAS renovaciones que el padre de Malcolm lleva queriendo hacer desde que yo tengo memoria. Siempre decía que un chico necesitaba un lugar para pasar el rato con sus amigos en privado, lejos de miradas indiscretas. Aunque Malcolm tenía pocos amigos. De hecho, yo era la única otra persona de nuestra escuela que había puesto un pie dentro siquiera. Puede que yo fuese la única que lo sabía. La falta de conocimiento general probablemente era lo mejor. Yo sentía que otros chicos de la clase solo lo usarían para tener privacidad y abusar de la naturaleza amable de Malcolm en general. Algo muy parecido a lo que yo misma estaba haciendo.

    No importaba la falta de asistencia en la elevada casa-club, cumplía bien su propósito en el caso de la privacidad. La casa del árbol había existido durante casi medio año y Malcolm y yo la habíamos usado un puñado de veces, principalmente para apaciguar a su padre, quien se había esforzado mucho en ella. Rara vez participábamos en algo emocionante, principalmente hablábamos o mirábamos por la ventana para observar a la sobreprotectora madre de Malcolm observándonos como un halcón, temerosa de que su pajarito revoloteara fuera del nido y cayera al suelo. Sin embargo, la casa del árbol vería su justa parte de emoción antes de que terminara el día. En aquel fatídico día, la casa del árbol se convertiría en una escena grisácea de lo macabro, más de lo que jamás hubiera imaginado.

    A pesar de los mejores esfuerzos de María, quien se opuso rotundamente a que cayéramos en aquella "Trampa Mortal"—como ella llamaba a la casa—cuando se presentó el momento, Malcolm y yo nos sentamos uno frente al otro con el pájaro en medio y dos termos de chocolate caliente a cada lado. Ambos mirábamos al pájaro sin saber lo que hacer. A pesar de toda mi emoción, claramente carecía de la preparación para tal procedimiento. Sin embargo, Malcolm parecía carecer del estómago para estar siquiera en la misma habitación, dado que el ave producía un leve olor que podía percibirse como nauseabundo. Temiendo que nunca volvería a mirar un chocolate caliente, abrí rápidamente mi termo y arrojé su contenido por la ventana. Luego hice lo mismo con el suyo. Los dos aromas se mezclaron en el viento arremolinado brevemente después de haberlos vertido en el suelo y pronto se disiparon por completo. La expresión de Malcolm pareció menos enfermiza después de eso.

    Mi intención original era realizar una especie de autopsia, cortando el pájaro por la panza para ver qué contenía su interior, pero no teníamos herramientas.

    "Bueno, ¿y qué hacemos con él, Liz?" Preguntó Malcolm.

    "No sé. ¿Ver cómo murió?" Respondí.

    "Pensé que habíamos acordado que voló hacia la escuela y se rompió el cuello," refutó él.

    "Sí, pero eso no lo sabemos con seguridad." Mi argumento era válido, considerando que ninguna muerte se confirma sin un examen adecuado.

    "Lizzy, ¿qué vas a hacer?" preguntó Malcolm en tono preocupado.

    No pude evitarlo. Durante el tiempo que estuvimos sentados allí, mi premio estaba dispuesto ante mí y yo había estado luchando contra el impulso de despedazarlo con mis propias manos, pero la sensación no podía esperar más. No necesité responder la pregunta de los chicos con palabras, mis acciones pronto tomaron el control.

    Con el pájaro entre nosotros, arremetí con ambas manos, indolente a cualquier enfermedad que yo pudiera contraer, agarrando el torso del pájaro con firmeza. Lo llevé al nivel de los ojos, mirando su cabeza girada en un ángulo innatural para la vida. Podía ver a Malcolm en mi periferia detrás del pájaro, con la boca y los ojos muy abiertos, pero el pájaro pronto volvió a ocupar el centro de mi atención.

    Sostuve al pájaro de tal manera que mis pulgares quedaran directamente sobre el esternón de la criatura. Busqué la costura en la caja torácica, la encontré y presioné. Mis pulgares atravesaron los huesos huecos que formaban el esternón de este viejo cuervo, dejando solo un área esponjosa bajo las plumas y la piel. Mis uñas no habían estado lo bastante afiladas para penetrar la piel.

    Transferí el cadáver a mi mano izquierda y comencé a arrancar plumas frenéticamente para llegar a la áspera piel de abajo. Estaba claro que la piel de un pájaro no podía ser demasiado gruesa.

    Cuanto más tiraba de las plumas, más violenta me volvía. Arranqué con tanta furia que empezaron a salir trozos de piel y a aparecer manchas de sangre seca. Me detuve un momento al ver la sangre. No pude evitar contemplarla como en trance, me fascinaba que una criatura largo tiempo muerta pudiese sangrar... aunque solo fuese sangre seca lo que antaño había alimentado las plumas.

    La piel del ave estaba expuesta, sin plumas y manchada de sangre reseca. Una torcida sonrisa apareció en mi rostro, y me hundí en ello con todas mis fuerzas, la uña del pulgar primero. Rompí la piel solo un poco al principio, pero seguí. Comencé a rasgar con la uña de arriba a abajo, como una sierra improvisada, cortando y desgarrando la piel áspera y fría hasta que finalmente lo abrí. ¿Quién necesitaba herramientas?

    Sentí las diminutas costillas rotas frotarse contra la piel de mi pulgar, como mondadientes partidos, mientras penetraba en el corazón del cadáver. Al principio, este estaba húmedo y viscoso, pero no en mal estado. No, era fascinante por su naturaleza grotesca; de hecho, no se parecía a nada que yo hubiese experimentado antes. Estaba contenta, pero no enteramente satisfecha.

    No creo que en este punto Malcolm se hubiese percatado de mi logro. Él estaba en una especie de estado de shock. Creo que él no se podía creer lo que yo estaba haciendo. Sin embargo, ¿cómo se le podía culpar? Él no había pedido nada de lo que estaba sucediendo y, siendo honesta, yo casi había olvidado que él estaba conmigo. En mi mente solo el espíritu del pájaro me observaba desgarrar su carcasa.

    Con mis pulgares firmemente en su esternón, coloqué el pájaro al nivel del suelo. Malcolm ahora podía ver lo que yo había hecho, si es que él no lo sabía ya, pero fue lo que yo había planeado hacer a continuación lo que realmente lo desconcertó.

    El pájaro flotaba a nivel del suelo, aproximadamente a tres centímetros de este cuando separé mis pulgares. Los huesos se partieron y la carne se desgarró, algo de líquido del estómago salpicó con una pequeña explosión debido a la fuerza con la que apreté. El sonido no se parecía a nada que yo hubiese escuchado antes. Fue húmedo, como el desgarro de una hoja verde o el chasquido de una ramita que no se hubiera secado por completo. Ningún sentido quedó sin uso: la vista, el tacto, el oído, eran los obvios, aunque era el olor lo que más destacaba. El olor a putrefacción se ocupó de pronto los espacios reducidos. Era tan intenso que podía saborearse. Una vez que el aroma tocaba el nervio olfativo, solo requería un breve instante para abrirse paso hacia el núcleo del gusto. Sabía a leche en mal estado, posiblemente incluso a huevos podridos o tal vez a una mezcla de ambos.

    Malcolm vomitó y yo apenas me di cuenta.

    Me decepcionó ligeramente la ausencia de sangre y entrañas. La descomposición había estado haciendo su magia y resultaba que, para empezar, el sistema digestivo de un pájaro es muy básico. Pero lo que más me sorprendió fue el contenido del estómago, donde evidentemente yo había entrado a la fuerza.

    En el interior encontré trozos de ramitas, guijarros y trocitos de plástico—desde dónde habían llegado allí no era identificable.

    Mi trabajo aún era insatisfactorio. Los diminutos trozos de hueso y el cadáver casi seco no eran suficientes para satisfacer mi morbosa curiosidad, así que excavé más hondo en el cadáver. Mis pulgares perforaron la columna, enviando ese familiar chasquido al aire. Cuando esta se rompió, fue como partir el hueso de la suerte de un pavo después de haber sido cocido, salvo que ningún deseo se pidió por mi parte. Mi deseo se estaba volviendo realidad.

    Sentí que mi pulgar tocaba la espalda del pájaro. Su piel tenía una textura gomosa por dentro. Yo había destruido por completo la estructura ósea central del animal. Lo que antes era un cadáver sólido ahora apenas tenía la consistencia de una marioneta de calcetín. Sus alas flácidas yacían extendidas sobre mi palma, exponiendo lo que quedaba de las entrañas. Aquello no me disgustaba, pero tampoco me emocionaba como yo había esperado.

    Con su torso siendo de poca importancia después de todo, dirigí mi atención hacia su cuello roto y su cabeza sin vida. Poniendo el pájaro de nuevo en mi mano izquierda, pincé la cabeza con el pulgar y el índice y, con un movimiento giratorio, rompí la cabeza del pájaro para que me mirara; Se escuchó una fascinante molienda, como el crujir de los nudillos. Esto fue un poco más satisfactorio.

    Con la cabeza de pájaro mirándome directamente ahora, me concentré en los ojos. Los ojos eran pequeños y negros y, aunque carentes de vida, aún así eran bastante pequeños y me recordaron al caviar. Con los mismos dedos giré la cabeza de nuevo en su sitio y los hundí en la cuenca de los ojos. Fue más fácil de lo que esperaba. Cuando mi dedo índice apretó un ojo, este salió sin más trayendo consigo el nervio óptico y una pequeña cuerda de músculo. Eso era lo que yo había estado esperando.

    En el momento en que el ojo colgó de la cabeza del pájaro, escuché un ruido sordo bastante fuerte. Volviendo a la realidad por un momento, vi que Malcolm no compartía mi interés en el desmembramiento de nuestro amigo emplumado. Malcolm se había desmayado.

    Puedo decir honestamente que me encontré dividida entre ayudar a mi amigo de toda la vida y seguir diseccionando al pájaro. Aún sostenía el ave en la mano con su ojo colgando a un centímetro de su cuenca y Malcolm desmayado a mis pies. Sin embargo, no podía dejar que mi amigo sufriera, quería ayudarle. Arranqué el ojo y el tejido que pude recuperar de la cabeza y me lo guardé en el bolsillo. Estaba a punto de arrojar el pájaro por la ventana lateral, pero algo me detuvo. No podía dejarlo.

    El cuerpo destrozado ya no me importaba, pero la cabeza aún me interesaba. Acerqué el pájaro a mi pecho y, como si fuese la tapa de una botella de Coca-Cola, le arranqué la cabeza. La observé un segundo, algunos trozos de médula espinal colgaban por la mitad de la cabeza como una coleta de horror. Satisfecha con esto, me guardé la cabeza en el bolsillo lateral del pantalón y tiré el inútil torso por la ventana. Solo había una última pieza de evidencia que necesitaba ser limpiada: mi suéter.

    Yo no lo había llevado puesto al llegar a casa de Malcolm, así que pensé que sería bastante sospechoso si María o Mike se topaban con la prenda durante el rescate de su hijo. No se me ocurría lo que hacer con él, tirarlo por la ventana no parecía una buena idea, ya que podía volarse directamente hacia la casa. Ponérmelo y confiar en que no se dieran cuenta era otra opción, pero el jersey estaba lleno de las plumas de mi frenesí previo.

    Hice lo único que se me ocurrió. Metí el suéter en la mochila supuestamente robada, abrí la puerta principal de la casa del árbol y arrojé la bolsa con todas mis fuerzas al techo del cobertizo de herramientas de Mike. El cobertizo no estaba cerca precisamente, pero resultó que mi altura sobre el árbol me dio la ventaja que necesitaba para hacer aterrizar la mochila en el lado cercano. Esperaba que nadie la viera, después de todo, ¿por qué iban a verla cuando escucharan mi grito que helaba la sangre?

    Sí, grité.

    Tenía que hacer que la actuación pareciese auténtica y, aunque el desmayo de Malcolm me preocupaba un poco, no lo encontraba digno de un grito así. Tuve que actuar al máximo y funcionó. Escuché a María gritar desde la puerta trasera, casi inaudible debido en parte al viento, que aullaba con su escalofriante aullido. Grité de nuevo para dejar claro que había una emergencia. Malcolm todavía no se había despertado.

    Escuché la puerta trasera cerrarse y dos voces gritándose una a otra y acercándose cada vez más. No me atreví a mirar por la ventana, pensé que apartar los ojos de Malcolm socavaría mi supuesto estadode shock. Dejé escapar otro chillido para poner la última exclamación sobre el incidente, aunque me salió el más débil grito del trío. Gritar no era propio de mí: era ruidoso, llamaba la atención y, en mi opinión, mostraba una voluntad muy débil. No me divertía estar asociada a ninguno de ellos.

    Justo cuando mi último grito de socorro salió de mis labios, la puerta de la casa del árbol se abrió de golpe y ahí estaba Mike, luciendo como si hubiese visto un fantasma. Antes de que yo pudiese decir nada, él lo vio. Su único hijo yacía inconsciente en el suelo, y por mi culpa, aunque eso era algo que yo esperaba que él nunca descubriese.

    Mike se acercó corriendo, seguido ágilmente por su esposa. Mike atendía a su hijo mientras María veía lo conmocionada que yo parecía estar. Ella se apresuró a consolarme. Me rodeó con sus maternales brazos y me apretó contra su pecho, tan cerca que, de hecho, yo no podía ver, ni siquiera oír, lo que estaba ocurriendo con Malcolm. Mike, supuse, había estado de rodillas sujetando la cabeza de su hijo mientras trataba de no pisar el vómito. Sus instintos paternos debían de haber tomado el control, pues él no sabía primeros auxilios por oficio o profesión. Tal vez todos las películas de médicos de la saturada televisión habían tenido su uso, por lo que Mike pudo estabilizar a Malcolm de una manera improvisada como un médico de la tele.

    Toda la experiencia era bastante traumática para todas las partes involucradas. El viento aullaba, los padres gritaban, y ahí estaba yo, al lado de toda la acción, sin poder ver lo que estaba pasando, confiando únicamente que mi hiperactiva imaginación completase los detalles. Eso era suficiente, supongo.

    Para cuando María finalmente relajó su abrazo, Malcolm y su padre se habían ido. Hacían una cantidad mínima de ruido al salir de la estructura y bajar por la escalera. Tan poco, de hecho, que yo apenas oí un ruido o un golpe. María me miraba con ojos preocupados llenos de lágrimas, como una nube de lluvia demasiado llena para contener su precipitación durante más tiempo, y me dijo que la siguiera mientras bajaba por la escalera de la casa del árbol y entraba en la casa principal. Yo hice lo que me decían.

    Gracias a la ventaja inicial y a nuestro delicado descenso por la escalera de la casa del árbol; para cuando habíamos cruzado con cautela la parte trasera del patio, a través del frío viento, que solo parecía haber empeorado; Malcolm y su padre ya estaban saliendo del camino de entrada. El teléfono portátil en la mesa de la cocina se encendió y sonó casi de inmediato cuando Maria y yo cruzamos el umbral hacia un cálido abrazo, a salvo del entumecedor viento. María hizo una loca carrera para responder, como si demorarse otro segundo significara la vida de su hijo. Yo no tenía duda alguna de que era Mike quien llamaba desde el coche, eso era lo lógico. Solo pude escuchar el final de la conversación de María, pero fue como esperaba. Ella no respondió con un hola, ni siquiera estoy segura de si hizo ruido aparte de un solemne, «¿cómo está?» Las noticias al otro lado de la línea no debían de haber sido de su agrado, pues ella se derrumbó al instante. Esa era una posibilidad que ese resultado hubiera llegado sin importar lo que se le dijera. María era una mujer blanda e incluso cuando ella necesitaba mantenerse fuerte, se derrumbaba.

    Yo había visto a mi mejor amigo, mi único amigo, caer inconsciente ante mis ojos. Su pálido cuerpo sin vida había yacido tendido frente a mí, y yo solo había pensado en una cosa... en ocultar las pruebas.

    Sin embargo, me preocupaba por el chico, como he mencionado, pero no tanto como debería. Tenía otras cosas de las que preocuparme, como el aluvión de preguntas que seguramente surgirían.

    Menos mal que en medio de la conmoción pude encontrar una historia plausible, al menos creíble. Después de todo, no había mucho que limpiar. El suéter estaba dentro de la mochila que estaba encima del cobertizo, fuera de la vista por ahora, pero con el viento de otoño yo no estaba segura de cuánto tiempo permanecería allí. Afortunadamente, nadie había notado la pequeña cantidad de sangre y restos del ave en el suelo de la casa del árbol, y yo estaba segura de que eso no se notaría durante algún tiempo. Sin embargo, me preocupaba un poco que María pudiera notarlo cuando regresara pocas horas después para limpiar el vómito del suelo. Yo confiaba en que el viento pasara por la puerta y las ventanas abiertas y volara las plumas. La sangre era minúscula y el resto de las entrañas podían confundirse con ramitas embarradas o con algún follaje natural. Yo confiaba en todas esas cosas, pero en mi mente parecían tener sentido.

    María había estado hablando por teléfono con Mike todo el camino hasta el hospital, garantizado. El hospital no estaba muy lejos, pero ella colgó el teléfono y volvió su atención hacia mí. No tenía una mirada regañadora, como yo me temía. La culpa me abrumó momentáneamente, o tal vez solo era el miedo a ser descubierta.

    "Malcolm se recuperó cuando estaba en el coche," me dijo ella dando un suspiro de alivio. Yo noté que ella estaba luchando contra las lágrimas. "¿Estás bien, Lizzy?" preguntó con sinceridad.

    Yo tenía que actuar sorprendida al menos.

    "Sí... creo que sí... en realidad no sé lo que acaba de pasar...," mentí.

    "Bueno, Malcolm se desmayó, eso es todo. Nada de lo que preocuparse," mintió ella y miró al techo, luego volvió a mirarme. Claramente conmocionada y con lágrimas en los ojos, preguntó: "¿Qué pasó?"

    "No lo sé," dije bajando la mirada. "Estábamos hablando de la escuela y esas cosas cuando se puso muy blanco, vomitó y cayó sin más." Omití la parte sobre la profanación del pájaro.

    "Vale, Lizzy, te llevaré a casa y luego iré al hospital. Dile a tu mamá que la llamaré más tarde."

    Asentí y, con eso, nos fuimos.

    Como prometió, María llamó más tarde esa noche. Por supuesto, yo había informado a mis padres de lo que había sucedido, obviamente sin mencionar lo que realmente había sucedido. Les dije todo lo que necesitaban saber sobre Malcolm, la mochila “robada” y el olvido de mi chaqueta y suéter en la escuela. Como María, mi madre estaba disgustada con Frank, el conserje, por no haberme dejado volver a la escuela. Yo esperaba que ese asunto no llegara más lejos, porque Frank seguramente contradeciría mi historia, pues yo en realidad no había hecho el intento de volver a la escuela.

    Mi madre y María hablaron por teléfono durante horas, María le contó todos los detalles del hospital y yo hice todo lo posible para parecer preocupada. Pero, con toda honestidad, yo estaba más preocupada por mi propio pellejo. Esa mochila no se quedaría mucho tiempo en el techo del cobertizo y, cuando bajara, caería en el patio de Malcolm revelando un lado más siniestro de la historia que yo les había contado a todos.

    Poniendo el teléfono en su receptor, mi madre nos llamó a mi padre ya mí a la cocina. Su intención era informarnos sobre el estado de Malcolm. Nos sentamos alrededor de la mesa del comedor. La misma mesa en la que más tarde yo masacraría una legión de panecillos.

    “lMalcolm se hizo algunas pruebas en el hospital... Dijeron que todo salió bien. Nada era anormal," dijo mi madre. "Dijeron que estaba en shock."

    "¿En shock?" Dijo mi papá. "¿De qué?"

    Yo entré en pánico por dentro. ¿Y si les había dicho lo que nosotros... lo que yo había hecho? Seguramente me habrían castigado durante meses, me habrían enviado a psiquiatras infantiles, me habrían recetado medicamentos, las nueve yardas completas. Afortunadamente, mi secreto estaba a salvo.

    "No lo dijo," dijo mi mamá. "En realidad, no ha dicho nada desde que volvió en sí."

    "¿Nada en absoluto?" preguntó mi papá.

    Mi madre negó con la cabeza y volvió su mirada hacia mí. “¿Qué estabais haciendo de verdad vosotros dos allí arriba, eh Elizabeth? ¿Qué le hiciste?" Me acusó. Ella siempre me culpaba a mí.

    “Nada, mamá,” dije. “Estábamos sentados allí, hablando, cuando se puso enfermo y se desmayó. No sé, ¿tal vez fue algo que comió?" Mentí, pero tenía que dejar clara mi historia, seguramente ella y María hablarían más tarde de lo sucedido y compararían mis historias.

    "No te creo. Estás mintiendo. Eres una pequeña embustera, ¿no? ¿Porqué estás mintiendo? Maldita sea, Elizabeth Walker, ¿qué le hiciste a ese pobre chico?"

    Ya te hablado de su capacidad para acusar y sentenciar, de preguntar y responderlo todo en una larga perorata. Toda una habilidad, sin duda.

    "Déjala en paz, Carol. ¿Qué podría haberle hecho ella al niño?"

    Mi padre. Él sempiterno defensor ante la constante persecución de mi madre. Esa era nuestra rutina, yo hacía algo mal, mi madre me regañaba y mi padre era comprensivo. Por lo general, ella era indiferente a esto, aunque en esta ocasión le lanzó la mirada más perversa que he visto en mi vida. Ella se recostó en su asiento y se levantó de golpe.

    Se acercó andando hasta él, a distancia de un suspiro, y le dijo: "Que Dios me ayude, Dan, porque si ella le hizo algo al chico y tú la defiendes, me marcharé. Te lo prometo."

    Con eso, se apartó de él y salió andando tranquilamente de la habitación. Yo pude oírla agarrar su bolso y, segundos después, la puerta principal se cerraba de golpe.

    La mayoría de los niños se culpan a sí mismos por el fracaso de un matrimonio, pero aquello podía haber sido de verdad culpa mía.

    Aunque aquello claramente no iba a resultar así. Mis padres no se separaron, como es evidente por lo que te he contado antes... Antes del sueño que cambió mi vida, pero ya llegaré a eso, no te preocupes.

Capítulo 6

    VARIOS DÍAS PASARON HASTA QUE vi a Malcolm de nuevo. Varios días pasaron hasta que alguien vio a Malcolm de nuevo. Su madre dijo que cuando él llegó a casa desde el hospital, avanzó despacio hasta su habitación y bloqueó la puerta con algo. No había cerradura en la puerta—una medida de seguridad, supongo—así que el modo en que lo hizo siguió siendo un pequeño misterio durante algún tiempo. Por supuesto, finalmente me lo dijo, pues usaríamos el mismo mecanismo más adelante, pero me estoy adelantando otra vez.

    Yo echaba de menos a Malcolm pero no había nada que pudiera hacer. Aunque nadie había podido demostrar que yo le hubiese hecho algo, nadie quería arriesgarse a que yo le viera por si eso le volvía a inducir el mismo estado de shock, como una especie de reflejo natural. Yo lo entendí y simplemente me mantuve alejada.

    Nadie en la escuela se había enterado tampoco de lo sucedido, por lo cual yo estaba agradecida, porque los niños pueden ser las criaturas más crueles de todas. La mayoría de los profesores sabían que él había estado hospitalizado, pero ninguno sabía la razón exacta. Todos asumieron que tenía neumonía o algo así, pues era la época del año en que los niños enfermaban. Algunos me preguntaron a mí, ya que sabían que él y yo éramos amigos, pero yo solo confirmé las historias de gripe y otras enfermedades. Los profesores y estudiantes restantes que no preguntaron o no especularon simplemente no notaron su ausencia.

    Yo encontraba eso bastante desalentador. Malcolm había estado asistiendo a la misma escuela que muchos de aquellos maestros y estudiantes durante toda su vida, y cuando desapareció durante una semana escolar entera, pocos se inmutaron siquiera. Todos éramos engranajes de la máquina, pero, al parecer, él no era uno esencial.

    A medida que pasaban los días sin Malcolm sentado a mi derecha y con la completa ignorancia por su ausencia, empecé a enfurecerme cada vez más con este estándar de la sociedad. ¿Sabían siquiera que él existía? ¿Les importaría siquiera si se hubiese muerto? Una semana en la escuela es una eternidad.

    No obstante, cuando su ausencia estaba a punto de alcanzar al día siete, Malcolm regresó. Sentí fluir una calidez en mí, algo que no había sentido en mucho tiempo. Era una emoción diferente a la que había sentido con el pájaro, era una buena sensación, un sentimiento de calma.

    Él entró en el aula casualmente... solemnemente. Aquel no era el mismo chico con el que yo había compartido mi infancia, había cambiado. Yo podía saberlo por la forma en que caminaba. Por lo general, era lento y callado... pero su comportamiento sugería una personalidad más oscura.

    Se sentó en su asiento habitual a mi derecha, pero ni siquiera me miró. Yo lo había estado mirando desde que había entrado por la puerta. No lo oculté, de hecho esperaba que él se fijara en mí, que me sintiera observándole y se girara para saludarme, pero nada. Así que rompí la presa mortal.

    "Oye, Malc...," dije. No me miró. "¿Cómo te sientes...?" Dije en tono cauteloso. Sentí como si me acabara de dirigir a un extraño.

    "Bien," dijo él sin mirar.

    Quizá él no estaba preparado, tal vez no se encontraba mejor y su madre le había obligado a salir de su habitación y enviado a la escuela, insistiendo en que ya había perdido demasiadas clases y que se quedaría atrás. Eso era algo que mi madre haría, al menos.

    "Bien... ¿Eso es todo?" Preparado o no, yo necesitaba saber algo sobre mi amigo, necesitaba saber si en realidad estaba bien.

    “Sí, Lizzy. Estoy bien," dijo antes de lanzarme una mirada de descontento.

    "Bien... lo que tú digas," dije en un tono bastante malicioso.

    Durante el resto del día, Malcolm guardó silencio. Algunos profesores reconocieron su presencia con sorpresa, pero la mayoría simplemente marcó su nombre en la hoja de asistencia sin pensarlo dos veces y continuó con el plan lectivo. Una vez más, esto era inaceptable para mí, pero la mayor parte de mi preocupación era la carencia de emoción de Malcolm, especialmente hacia mí.

    Los siguientes días después del regreso de Malcolm fueron muy parecidos. Él no me miraba ni me hablaba. Era extraño Nos sentábamos uno frente al otro en el almuerzo, pero nunca hacíamos contacto visual. Caminábamos juntos por los pasillos y nos sentábamos uno al lado del otro en cada clase, como todos los demás días, pero yo empecé a sentirme como un cachorro perdido pellizcando los talones de lo primero que veía y decidía llamarlo madre.

    Este comportamiento continuó hasta el final del día el primer viernes desde el regreso de Malcolm. Él había regresado un miércoles. Nada en él había cambiado y ambos pasamos por la rutina de la ignorancia durante todo el día, es decir, hasta la campana final. Estábamos en nuestras taquillas, que por supuesto estaban una al lado de la otra, cuando él rompió su voto de silencio. Simplemente ya no podía retenerlo.

    "¿Por qué lo hiciste, Lizzy?" Me preguntó mirando directamente a su taquilla.

    "¿Hacer qué?" Le pregunté.

    "Lo que le hiciste al pájaro," dijo él monótonamente.

    Yo hice una pausa, me había olvidado de la mutilación del cadáver del pájaro. Aún tenía la cabeza del ave en casa, enterrada en el cajón de los calcetines.

    "No sé, Malcolm... Sentía curiosidad. No sé por qué lo hice. De verdad que no." Mi voz era casi suplicante mientras mentía entre dientes. Yo sabía por qué lo había hecho, pero volver a revelar mis verdaderas intenciones me hacía apta para la etiqueta de loca.

    "No mientas, Lizzy. Lo hiciste porque sabías que yo no quería estar allí. Querías verme enfermar y desmayarme. No eres mejor que los otros abusones de aquí... No, eres peor que ellos," dijo él. Yo pude ver lágrimas en sus ojos.

    "No, Malcolm, eso no es cierto. Tú me conoces..."

    Hice todo lo posible por convencerle. Sus acusaciones me picaron, sus palabras eran como el aguijón de una abeja molesta. Lo último que yo pretendía era hacerle daño.

    “¿Te conozco de verdad? La semana pasada no pensaba que fueses capaz de destripar el cadáver de un pájaro, pero lo hiciste. ¿Qué debería pensar ahora?"

    Era un argumento convincente. Después de todo, ¿quién era yo para discutir esa lógica? Si se invirtieran los roles, si estuviese yo en su posición, probablemente habría reaccionado de la misma manera. No podía argumentar, así que no lo hice. Por primera vez en casi una semana, Malcolm me miró a los ojos. Como no dije nada, él cerró su taquilla de golpe y se alejó de mí. Temí que por última vez.

    Lo que hice a continuación fue descarado. Si no hubiese hecho lo que hice, tal vez las cosas habrían resultado diferentes... mejores.

    Mientras Malcolm se alejaba, sentí que una insaciable oleada de culpa me invadía. ¿Estaba a punto de perder a mi único amigo en el mundo? Probablemente ese era el caso, así que corrí tras Malcolm. Grité su nombre un par de veces y noté que su cabeza se inclinaba hacia atrás como la oreja de un perro cuando lo llamas. Pero él no miró atrás. Simplemente avanzó como en trance. Ambos chocamos con los otros niños en el pasillo, pero Malcolm era grande y, cuando usaba la fuerza de su peso, era imparable. Por otro lado, mi forma esbelta simplemente rebotaba de un cuerpo a otro. Tuve que recorrer todo el camino del pasillo, bajar un tramo de escaleras y salir por la puerta lateral antes de alcanzarlo gracias al tráfico en el corredor de salida.

    Cuando por fin llegué hasta él, extendí la mano y le agarré el hombro, deteniéndolo en seco. Él movió violentamente el hombro para apartarse la mano.

    "Malcolm, espera." Él se detuvo, pero no me miró. "Te diré por qué lo hice. Pero no puedes decírselo a nadie, ¿de acuerdo?

    Miró por encima del hombro. "Bien..."

    "¡Promételo!" Exigí.

    "Lo prometo."

    Yo no quería decírselo allí. Me pareció inapropiado, así que caminamos hasta un parque cerca de la escuela, de camino a casa. El lugar estaba bastante apartado y no había nadie escuchando, solo éramos un par de niños sentados a charlar. Así que ahí es donde terminamos, en un par de columpios, como hacíamos cuando nuestras madres nos traían aquí con la mitad de la edad que teníamos en ese momento.

    "Supongo que te debo la verdad al menos, después de lo que pasó," dije balanceándome ligeramente adelante y atrás.

    Malcolm apenas asintió.

    "No sé cómo explicarlo, pero lo intentaré," le dije. Tomé una profunda respiración. "¿Nunca has sentido tanta curiosidad por algo que se apodera de todos tus pensamientos?" Esperé a que respondiera, pero él solo miraba al suelo.

    "Malcolm, aquello me estaba comiendo viva. Necesitaba saber por qué... cómo murió ese pájaro. Nunca había visto nada muerto tan cerca antes, aquello simplemente tomó control de mí. No pude pensar en nada más. Te juro que no fue mi intención lastimarte ni asustarte."

    Yo había estado mirando al suelo mientras hablaba y, cuando levanté la vista, Malcolm me estaba mirando con una ligera inclinación de cabeza. Él asintió como animándome a que continuara, y así lo hice.

    “Cuando me enseñaste aquel pájaro, estaba ansiosa por llegar hasta él. No sabía que iba a reaccionar como lo hice cuando entramos en la casa del árbol, pero una vez que comencé, no pude parar. La curiosidad se apoderó de mí. Sentía curiosidad por la muerte...," le dije con sinceridad.

    "¿Muerte?" dijo Malcolm en un tono inquisitivo.

    "Si, lo se. De locos, ¿verdad?

    "Un poco," dijo él con una sonrisa, la primera muestra de una sonrisa que le había visto en una semana. "¿Y no lo hiciste solo para molestarme?" Me preguntó con la sonrisita todavía presente en su rostro.

    "Venga ya, Malc... Yo no te haría eso," le dije con sinceridad.

    La sonrisita del chico se convirtió en una sonrisa ahora. "Si, lo se. Fue tan extraño... ” Se interrumpió.

    "Lo sé. Estoy toda loca. ¿Pero somos amigos otra vez?" Le pregunté.

    Malcolm miró al suelo, tratando de actuar como si aún estuviese enojado. Era un actor horrible. "Sí, somos amigos," dijo él.

    Aquel fue el momento brillante de mi semana. Sentados en los columpios, charlamos sobre lo que yo había hecho durante la semana que él había estado fuera, encerrado en su habitación. Hablábamos de cosillas sin importancia cuando un incómodo silencio se apoderó de la conversación, luego bromeamos sobre los momentos que solíamos pasar en el parque desde que podíamos recordar. Muchos de mis primeros recuerdos incluían a Malcolm, pero desde que él había sacado el tema de la autopsia del pájaro, yo no había podido pensar en nada más.

    Las conversaciones que tuve con mi amigo no eran sinceras, en cada oportunidad que tenía, pensaba en mis dedos desgarrando el hueso y la carne de aquel cuervo. Yo quería hacerlo de nuevo.

    El día se convirtió en tarde y el anochecer estaba sobre nosotros cuando por fin dejamos los columpios y nos separamos. Su familia aún no estaba segura de prrmitirle verme, por lo que nuestro encuentro había sido secreto. Era viernes y la última vez que vería a Malcolm en dos días exactamente. Al día siguiente, yo tendría mi fatídico encuentro con el legendario Sr. Gabriel.

***

    Atravesamos el oscuro y hermoso campo de sangre y estrellas en completo silencio. Era como si mi compañero tuviese miedo de hablar. Miraba al frente con sus ojos ardientes. Sus ojos... seguían siendo una maravilla para mí. Antes de caer en este mundo de ensueño, había tenido un encontronazo con mi niñera anciano, el Sr. Gabriel. Él también tenía ojos de intriga, pero los suyos eran temibles, penetrantes y desconcertantes. Si los ojos de Gabriel eran de pura maldad, de lo cual yo estaba segura, entonces mi amigo tenía ojos de una rectitud sin heraldo. Estaba agradecida de tenerle como mi protector y compañero, pero no sabía su nombre. La idea de preguntar no se me había ocurrido.

    Nos habíamos aproximado a un foso, tan rojo como nunca había visto. Era de un rojo carmesí oscuro y casi parecía aceite de motor... por supuesto, yo sabía que ese no era el caso. Fluía con una fuerte corriente, casi como si tuviese un propósito. Se enfurecía más agresivamente cuanto más nos acercábamos. Mi compañero se detuvo y yo seguí su ejemplo de inmediato.

    "¿Que hacemos ahora?" Le pregunté.

    "Esperamos," dijo él con acento escocés.

    "¿Esperar que?"

    "Un puente."

    “¿Un puente? Yo no veo ningún puente."

    "Habrá uno. Él sabe que estamos aquí," dijo con un tono inquietante en su voz, ahora ronca.

    Había enfatizado el «Él» justo antes de que su voz cambiara. Él había hablado de este hombre desconocido antes y siempre con descontento. Yo sabía que aquí había una historia no contada, pero sentí que curiosear sería futil.

    Fue cuando completé ese pensamiento que el suelo empezó a temblar ligeramente. Eso fue seguido de un retumbar audible, que rápidamente se convirtió en un retumbar bastante fuerte. Yo estaba asustada y sentía curiosidad al mismo tiempo, y me encontré aferrada a la pierna de mi amigo con todas mis fuerzas, pero cuando alcé la vista, él estaba imperturbable, con los ojos entornados y juré poder ver una llamarada sobresaliendo de sus órbitas.

    El retumbar y el temblor se volvieron cada vez más feroces. Cerré los ojos y escondí el rostro detrás de la pierna a la que me aferraba. No me atrevía a mirar. Mi lógica de doce años sugería que si yo veía el mal, el mal no podría verme a mí y, por tanto, no me haría daño.

    "¡¿Que esta pasando?!" Grité detrás de su muslo.

    "Nuestro puente," dijo él con gravedad.

    Decía la verdad. Saqué la cara de la seguridad de la pierna y pude ser testigo de un gran pilar de piedra que se elevaba desde abajo, desde el río cereza. Era lo bastante alto, largo y ancho para que los dos pudiéramos cruzar.

    Mi amigo me miró con una intensidad feroz en los ojos, y luego habló con una intensidad que coincidía con su mirada.

    "Es la hora." El modo en que pronunció esas dos palabras tenía el poder de mover montañas.

    Con eso, comenzamos nuestro acercamiento hacia la fortaleza sobre el río rojo profundo abajo. La fortaleza que había parecido tan lejana no mucho tiempo atrás.

    Cuando llegué por primera vez a aquel lugar desolado, el castillo era el único lugar que parecía ser la salvación. Rodeado de muerte, había sido un faro de luz que me atraía. En última instancia, siempre estuvo destinado a ser mi destino final en este mundo, pero yo esperaba un lugar de consuelo y paz. No estaba destinado a ser así y esto era cada vez más evidente cuanto más nos adentrábamos en la fortaleza.

    Las paredes estaban llenas de venas y arterias como si estuviésemos dentro de un corazón vivo y palpitante. Pulsaban con un movimiento rítmico, seguramente estábamos en el corazón de aquel mundo. No había ventanas, salvo por una justo ante nosotros al final del pasillo. La luz que surgía por la ventana era suficiente para iluminar todo el pasillo, aunque este parecía a kilómetros de distancia. Un fenómeno más que desafiaba toda lógica concebible.

    Cuando nos aproximábamos a un salón, noté movimiento a los flancos. No podía saberlo con certeza, pero creo que mi compañero no lo había notado. Su mirada se centraba al frente sobre algún objetivo lejano. Yo me descubrí gravitando hacia sus piernas una vez más, como si estas fuesen un santuario para la locura que me rodeaba.

    "No les temas, chica. No pueden hacerte daño aquí, especialmente mientras estés a mi lado," dijo él con su acento de Londres. Evidentemente, él había notado lo que fuese que había estado al acecho en las sombras a cada lado de nosotros.

    El salón era una masiva estructura cavernosa cuya superficie fácilmente podía equipararse a tres campos de fútbol, con techos que se alzaban a quince metros de altura. Aunque extraña, la sala no parecía tan gigantesca desde fuera, otra de las leyes de este mundo, pensé yo.

    Mientras progresábamos, podía distinguir la silueta de algo bastante grande delante de nosotros. Al principio era solo una masa negra, pero luego tomó forma una estructura a medida que nuestra vista se ponía en perspectiva. Cuanto más nos acercábamos, más parecía un trono, y eso era de hecho lo que era. Aunque la luz de fondo era tan intensa que no podía distinguir si había alguien sentado en él.

    Llegamos a unos diez metros del trono cuando mi compañero me detuvo y me murmuró: “No vamos más allá de aquí. La confianza es vana entre estos muros."

    Una declaración curiosa pensé, pero pronto vería por qué.

    “František, viejo bastardo,” dijo una voz desconocida desde el enorme sillón.

    "No estoy aquí en mi propio nombre, Gerard." Dijo mi compañero, cuyo nombre era evidentemente František.

    "Oh, ya lo sé, lo sé." Dijo Gerard, el hombre en el trono. "Es la niñita que traes la que necesita mi atención. Noté su presencia en cuanto entró en nuestro reino." Mientras hablaba, una de aquellas criaturas del bosque se acercó a su lado. Gerard le dio unas palmaditas en el brazo como diciendo: «Buen chico, lo has hecho bien.»

    "Son buenos chicos de los recados estos Krags. Lástima que tuvieses que matar a uno, Franky." Dijo Gerard.

    "¡No me llames así!" Gritó František, apartó la mirada, luchando contra sus emociones. "Es la chica; tenemos que llevarla de regreso a su mundo natal. No pertenece a este miserable lugar." dijo František exponiendo mi caso.

    El hombre en el sillón se enderezó ahora, nos miró a ambos con curiosidad y luego volvió su mirada hacia mí, pero aún hablaba con František.

    "¿Y eso cómo lo sabemos? Después de todo, ella está aquí, en nuestro mundo, ¿por qué no pertenece a él? ¿Porque tú lo digas? Estoy inc..."

    Yo le interrumpí.

    "Señor, no pertenezco aquí. Tengo un hogar y una familia; Tengo amigos y escuela." Le supliqué.

    Él me miró más profundamente. "¿Estás segura de eso, Elizabeth Walker?" Dijo mi nombre completo. Recuerdo haberme sorprendido por esto, pero lo que dijo después cambiaría mi vida.

    “¿Familia dices... un hogar? Sí, de hecho tienes una casa que te protege de la lluvia, pero ¿es realmente un hogar? La familia que vive en esa casa está rota. Tu madre solo vive para impresionar a los demás debido a sus deficiencias en la vida. Nada era suficiente para su padre, así que nada puede ser suficiente para ella cuando se trata de ti." Hizo una pausa para ver si yo reaccionaba.

    Pero no lo hice.

    Lo único que podía hacer era quedarme allí de pie y escuchar. Aunque él debió de haber visto una expresión de disgusto en mi rostro, pues sonrió antes de continuar.

    “Y tu padre, él y tu madre siempre están discutiendo. Eso nunca termina. Pero la riña es lo único que tú ves. Las verdaderas peleas, los ataques de gritos y las discusiones histéricas tienen lugar cuando tú no estás, pequeña Lizzy. No es de extrañar que tu padre se esté follando a la cajera del banco. Es un buen partido después de todo. Además, tampoco es que Carol le esté dando nada. Un hombre tiene necesidades."

    Sentí que apreté la mandíbula ante esas palabras, lo que le impulsó a continuar.

    "¿Y amigos? ¿Qué amigos? ¿Te refieres a ese gordo con el que caminas hasta casa desde la escuela? ¿El que traumatizaste al destripar un cuervo muerto justo delante de él? Tú no tienes amigos, Elizabeth, pero tampoco estabas destinada a tenerlos, ¿verdad? Siempre fuiste una solitaria, tú solo sentías pena por el zampabollos de Malcolm."

    "El chico te recordaba a ti misma, completamente solo en los mundos. Así que, ¿por qué no hacerse amigo de él?, al menos era alguien con quien identificarse, ¿no es así?"

    Yo había comenzado a llorar en algún momento, no recuerdo cuándo exactamente, pero cuando él terminó esa parte de su diatriba, me fluían varias lágrimas de los ojos.

    František puso el brazo alrededor de mi hombro para consolarme, pero Gerard no había terminado.

    "Y me parece que crees que tendrás una vida si eliges regresar a tu mundo." Dijo con una sonrisa. "Querida, tu vida está terminando mientras hablamos."

    Me bloqueé ante las palabras.

    "Ya es suficiente, jodido canalla baboso." dijo František en mi defensa, pero yo no quería que se detuviera, quería saber a qué se refería.

    "No, continúa... quiero saberlo." Dije.

    František me miró para preguntarme si estaba segura. Yo le miré y asentí. Gerard sonrió, “Chica valiente.

    "Lizzy, si eliges volver a tu cuerpo, descubrirás que algo es diferente. Tu cuerpo será diferente; sentirás que falta una parte de ti. Experimentarás cierta curiosidad al principio, pero eso dará paso a la vergüenza cuando descubras lo que ha sucedido, y luego todas tus emociones culminarán en una explosión de ira. Lizzy... estás siendo violada."

    Violación era un término que yo solo había escuchado un par de veces en mi vida en aquel momento, pero sabía perfectamente lo que significaba. El Sr. Gabriel, el hombre al que yo había temido desde el momento en que le vi era en verdad un monstruo al que temer. Debería haberlo sabido. Debería haberles dicho a mis padres en aquel mismo momento que me sentía incómoda con él. Pero al final, las historias de abuso de menores son solo eso: historias. Solo le suceden a la gente de las noticias, nunca a ti.

    Pero estaba equivocada.

    Mis ojos y yo miramos fijamente al narrador del pasado, del presente y del futuro. Yo estaba enojada con él y con la información que me estaba dando. No le creí. Después de todo, ¿por qué debería creerle? Que yo supiera, esto era un sueño y él era un producto de mi imaginación.

    "Estás mintiendo." Murmuré. Di media vuelta y comencé a marchar hacia donde habíamos entrado.

    "Yo no haría eso, Lizzy." Dijo Gerard. Yo no me detuve.

    "Lizzy, espera." dijo František. Me detuve.

    "Ya se lo has dicho, ¿verdad, Frank?"

    "No." Dijo él, pude oír el pesar en su voz.

    "¿Decirme qué?" Dije sin darme la vuelta. Nadie me respondió al principio. "¿¡Decirme QUÉ!?" Grité al darme la vuelta, enfurecída con František.

    "Adelante, Franky, díselo." dijo Gerard con gran imaciencia y emoción.

    František le lanzó una mirada a Gerard, pero luego volvió su mirada hacia mí. Cayó sobre una rodilla para poder mirarme a los ojos. Sus ojos, que en su mayoría eran de un naranja intenso, ahora eran de un púrpura oscuro. Estaban llenos de tristeza.

    “Elizabeth... una vez que abandones esta fortaleza, es posible que nunca vuelvas a entrar. Las puertas se cerrarán y es posible que nunca puedas regresar. Quedarás varada en este mundo, perdida, dejada a vagar hasta que mueras; e incluso entonces tu muerte se demorará cien dolorosos años. No debes irte, no hasta que te hayan encomendado tu tarea."

    El hombre que había sido mi salvador derramó ahora una lágrima, pero no era una lágrima normal. Sus ojos estaban hechos de fuego, y así él lloraba llamas. La lágrima en llamas rodó por su rostro, prendiendo fuego a su trapo. Este se quemó lo suficiente como para que yo pudiera ver una parte de su rostro por primera vez. Este estaba horriblemente marcado, todo en largas y estrechas rayas. Lo habían quemado. František había pasado muchas noches llorando, al parecer, quemándose por su tristeza.

    "¿Cómo... cómo sabes todo esto?" Le pregunté.

    No se me había ocurrido hasta ahora cómo podía él haber reunido todo este conocimiento, cómo podía aún existir como un ser pensante vivo y no muerto o cómo se había convertido en uno de esos Krags, así que me lo pregunté entonces.

    "Adelante, Frank, díselo. Tenemos tiempo." dijo Gerard desde su alto sillón. František le devolvió la mirada y volvió a centrar su atención en mí. Sus ojos todavía de un color púrpura oscuro.

    “Lo sé porque... porque una vez estuve en tu posición, Lizzy. Fue hace tanto que he perdido toda la noción del tiempo. Fui absorbido por este mundo cuando la reina Isabel reinaba supremamente. Era el año 1597 y, como tú ahora, yo vagué hasta aquí, hasta este castillo y, como tú, no estaba solo. Estaba con mi hermano." Hizo una pausa para recomponerse.

    Yo estaba pendiente de cada palabra. Su voz siempre cambiante se mantuvo como una para el discurso, su voz noble pero ronca aún resonaba sombríamente por aquellos masivos salones.

    “Entramos en este castillo y cuando lo hicimos, experimentamos lo que ahora sin duda experimentas. Confusión, miedo, dolor... Y, como tú, nos encontramos con un hombre sentado en un enorme trono en un gran salón: Gerard. Él nos explicó lo que había sucedido. Nos contó cosas sobre nosotros mismos que nadie más podía saber. Y luego nos habló de nuestro futuro y no pudimos hacer nada más sino creerle."

    “Empezó con mi hermano," continuó él, "Él se quedó, escuchó lo que Gerard tenía que decir. Aceptó su tarea, pero con plena intención de desobedecer, y cuando salió de los terrenos del castillo, una enredadera lo agarró del cuello y lo arrastró al Bosque de los Muertos. Lizzy, mi hermano está entre sus filas."

    Otra lágrima de fuego rodó por su rostro, quemando la carne al caer. Yo simpatizaba con František, él había perdido tanto, había perdido todo lo que había conocido y, para colmo, estaba atrapado en aquel extraño mundo para siempre.

    “Pero ¿qué te pasó a ti? ¿Por qué no te ahorcaron? No has podido haber completado tu tarea, quiero decir, todavía estás aquí. Si hubieses terminado lo que se suponía que debías hacer, deberías ser libre, haber regresado a casa, ¿no?" Pregunté con sincera curiosidad.

    “Sí...” Dijo él, “Eso es cierto, solo que la cosa es que... yo nunca recibí mi tarea. Cuando vi lo que le había pasado a mi hermano, no podía soportarlo y dejar que me pasara lo mismo. Gerard me advirtió, pero yo no hice caso de su consejo. Salí del castillo y, cuando lo hice, las puertas se sellaron detrás de mí con un grandioso destello de luz."

    "Pero ¿cómo es que se te permite entrar ahora? ¿Por qué estás hecho de fuego?" Le pregunté frenéticamente.

    “Bueno, Lizzy, después de vagar por este lugar tanto tiempo como he hecho, cedí. Me planté fuera de estas puertas y supliqué. Supliqué, maldije y grité hasta que, finalmente, las puertas se abrieron. Entré, y todo estaba como había estado cuando yo hube salído por primera vez, y allí estaba Gerard, sentado como está ahora. Tenía una sonrisa en su rostro y me explicó mi castigo por desobedecer."

    Él bajó la vista, como si no pudiese continuar. Fue entonces cuando Gerard intervino.

    El hombre del sillón se puso en pie, por primera vez pude verlo claramente a la luz. Llevaba una elegante túnica verde de seda. Estaba bordada con hilo dorado y borlas que sostenían cuentas hechas de piedras preciosas. Su cabello era largo y blanco como la nieve, y tenía una barba de la misma naturaleza que su cabello. Gerard bajó de su trono y puso una mano sobre el hombro de František.

    “Él había llorado todos los días desde que dejó mi castillo. Su dolor había sido tan grande que hasta el Bosque de los Muertos se compadecía de él, los Krags lo dejaban en paz y todas las temibles criaturas de este lugar lo dejaban en su miseria. Un destino mucho peor que cualquier cosa que yo pudiera ofrecer. Sin embargo, sentí que su tortura podía mejorarse." Hizo una breve pausa, “Para su miseria le otorgué ojos de fuego, para que cuando derramara una lágrima, sintiera el dolor que sentía su hermano. Después de todo, era justo, ¿por qué iba a sufrir un hermano y el otro no?"

    "Pero yo seguía sintiéndome irrespetado. Él me había abandonado, incluso después de haberle ofrecido la salvación. Así que hice lo único que pude... Le encerré en el plano por toda la eternidad. Es el custodio de este lugar. Me trae almas perdidas, como la tuya. Él es el barquero, a todos los efectos y, a cambio, yo no le envío a la horca con su engañoso hermano."

    Gerard terminó y František alzó la vista hacia mí, sus ojos permanecían en ese estado púrpura oscuro. Había llorado un poco más y ahora el pañuelo que usaba como máscara había desaparecido, quemado hasta quedar reducido a nada, revelando todas las cicatrices de quemaduras que formaban su rostro. Extendí la mano y le acaricié la mejilla con la palma derecha. Me sentía mal por el. Él pareció sonreír cuando yo hice esto, y sus ojos se tornaron de un tono naranja. Dirigí mi atención a Gerard ahora.

    “¿Y quién eres tú entonces? ¿Por qué estás aquí, por qué puedes controlarlo todo?" Pregunté acusadoramente.

    Él dio un risita, “Bueno, Lizzy, porque yo creé este lugar. Este mundo es obra mía, ¿no tiene sentido que lo controle?

    "Pero ¿cómo?"

    "Es un hechicero," indicó František. “No tiene edad y ha existido desde que existe el tiempo mismo, y es omnisciente y todopoderoso. Creó este lugar para poder tener dominio propio, por el resto del tiempo."

    František parecía triste de nuevo, pero sentí que se debía al miedo. Seguramente František nunca iba a dejar este lugar y sería el sirviente de Gerard por toda la eternidad.

    "Te dice la verdad, Lizzy." dijo Gerard mientras volvía a subir a su trono. “Aunque he dejado un pasaje abierto; aquellos que están en peligro tienen la capacidad de encontrarme en su subconsciente, como František y su hermano cuando estaban atrapados inconscientes en un edificio en llamas... o cuando te drogaron a ti y te violaron. La mente humana es algo poderoso, Srta. Walker, no subestime su voluntad de supervivencia. Si estás dispuesta a hacer cualquier cosa, y quiero decir cualquier cosa para permanecer con vida, serás traída hasta aquí. Estás en un estado metafísico, jovencita, y solo yo controlo cuándo puedes volver a entrar en tu cuerpo, si es que llegas a volver alguna vez."

    "Así, ahora debo preguntarte de nuevo. ¿Estás dispuesta a salir por esa puerta y sufrir un destino similar al de František o completarás seriamente la tarea que te voy a proponer?"

    Pensé en ello por un momento. Todavía no había escuchado su tarea, pero no estaba segura de querer hacerla. Si no podía completarla, me enviarían a unirme al ejército de hombres ahorcados, para siempre torturada y desangrada. Pero marcharse como hizo František conduciría a una eternidad de esclavitud, haciendo todo tipo de actos desconocidos. Tenía que arriesgarme.

    "De acuerdo, ¿cuál es la tarea?" Dije.

    Gerard sonrió y František inclinó la cabeza con desesperación. Asumí que él había esperado que yo me quedara, para poder ser su compañera hasta el fin de los tiempos y más allá.

    "Buena chica. Tu tarea, Elizabeth Walker, se plantea como tal. Cuando despiertes de tu coma inducido por drogas, tendrás una memoria completa de este lugar y de sus eventos. Te dejaré eso como una especie de inspiración, para que o bien nunca regreses y tu tarea se complete o bien sepas el destino que sufrirás."

    "Debes tomar venganza de todos los que te han hecho daño, jovencita. En tu corta vida, tu madre te ha ridiculizado, te ha hecho sentir inútil e indeseable. Te padre traidor te ha mentido y acabará rasgando a tiras tu familia. Tú has sido una amiga leal, Malcolm no ha sido tan leal. Él compartirá tu secreto con un psiquiatra y eso te llevará a una vida institucionalizada. Pon fin a las traiciones de estas engañosas personas, tu vínculo con este lugar se romperá y nunca volverás aquí. Tu mente borrará todas tus malas acciones y mi mundo en general. Elizabeth, ¿es tu voluntad justa, sin importar las consecuencias, es fuerte? ¿Completarás las tareas que se te han planteado? Responde sinceramente querida, sabré si estás mintiendo."

    Me tomé un momento para ordenar las ideas. Tenía mil emociones disparando pensamientos en mi cabeza y en mi corazón. Eché un vistazo a František, quien tenía la mirada fija en mí. La tristeza y la lástima en sus morados ojos en llamas eran abrumadoras. Tenía que aceptar las tareas que se me presentaban y estaba muy segura de que las completaría. Las transgresiones cometidas por los más cercanos a mí enviaron una furiosa ira a través de mi cuerpo, y pronto esa furia superó todas las demás emociones. Me sentí temblar hasta la médula.

    "Estoy de acuerdo. Lo haré." Dije.

    Hubo una pausa. Gerard y František no dijeron nada durante varios minutos, lo que a su vez pareció una eternidad, hasta que Gerard pronunció rápida y simplemente...

    "Muy bien."

    Y con eso, hubo un destello azul brillante. Yo cerré los ojos por acto reflejo y, cuando los abrí de nuevo, me encontraba tumbada en mi cama.

Capítulo 7

    MI PROPIA CAMA, PARECÍA una eternidad desde que me había acurrucado a salvo entre mis sábanas en el calor de mi habitación. La sensación era gloriosa, era fantástica, era impresionante... De hecho, fue de corta duración. Pude disfrutar de la sensación por un momento antes de que los recuerdos de mi sueño volvieran a mí. Recordé a František y recordé a Gerard, recordé el Bosque de los Muertos, y la luna y el sol celestiales como uno solo. Todo ello estaba fresco en mi mente.

    Lentamente, mientras yacía en la cama, volvieron a aparecer otras facetas del ensueño; Recordé ciertas conversaciones como si acabasen de ocurrir, aunque parecían viejas, muy antiguas. Recordé la desgarradora historia de František y el pensamiento de su pobre hermano y su eterna condenación me deprimió un poco. Recuerdo en el sueño no haber derramado una lágrima por František, incluso cuando había sentido las cicatrices en su rostro, yo había permanecido sin emociones. Pero en aquel momento, el momento en el que todo volvió, derramé una lágrima por su historia. La sentí rodar por mi mejilla y colgar en el precipicio de mi mandíbula durante un instante antes de que esta cayese sobre la almohada, evaporándose en la funda de lino como una primera lluvia en el suelo del desierto.

    No importaban todos los recuerdos que se habían apoderado de mí en ese breve tiempo, el más importante llegó al final: mi tarea. Tenía que vengarme de los que me han hecho daño, pero no se me había dado un marco de tiempo ni un orden específico para las cosas, simplemente yo estaba destinada a ejecutar esos cuatro específicos: Malcolm, el Sr. Gabriel, mi madre y mi padre. Una vez más, las instrucciones habían sido vagas. ¿Tenía que lastimarlos física o emocionalmente? ¿Arruinar sus vidas como ellos habían arruinado la mía? ¿O sería algo más drástico... estaba yo destinada a matarlos?

    Me senté erguida en la cama con los pies colgando a los lados; No miré el reloj antes de saltar al suelo. El movimiento de salto fue un mal movimiento, porque lo que fuese que Gabriel me había puesto en el té me había dejado atontada y con náuseas. Tropecé de lado y me apoyé en la pared con el hombro. Hubo un torrente de sangre a mi cabeza y de pronto todo se volvió borroso. Eso no ayudó a la sensación de náuseas. Me froté la frente con el pulgar y el índice para ayudar a aliviar el dolor de cabeza que se estaba formando rápidamente en mi cráneo.

    No tenía muchas opciones en este momento. Iba a vomitar. Ignorando todo lo que estaba en mi camino, me precipité hacia la puerta, la abrí y procedí al pasillo negro como la boca de un lobo. La oscuridad me puso un poco sobria. Los pensamientos empezaron a correr por mi cabeza: ¿Y si Gabriel todavía estaba aquí, y si mis padres aún no están en casa y yo seguía sola con aquel tirano?

    Sí, sé que tenía que arruinarles la vida a las personas que acabo de mencionar, sin embargo, no estaba preparada para hacerlo en aquel exacto momento, me asustaba la idea de que el Sr. Gabriel me encontrara primero y me hiciera otras cosas indescriptibles. Había pasado una cantidad de tiempo desconocida; podrían haber sido horas, días, semanas o más desde mi caída en el mundo de Gerard. Si eran solo unas pocas horas, seguramente Gabriel seguía en la casa. El pensamiento me golpeó en el estómago como un puñetazo y me hizo acelerar el paso hacia la maravilla de porcelana que era la taza del inodoro.

    Las náuseas golpearon con fuerza un segundo después. No estaba segura de poder llegar al baño a tiempo. De hecho, estaba segura de que no lo iba a conseguir. Antes de que pudiera dar un paso más, había vomitado... violentamente. Me incorporé una vez, pero la sensación no disminuyó, sentí que otra oleada de náuseas me invadía y, de nuevo, vomité. Podía sentir el contenido correr por mi barbilla, lo cual empeoraba la situación. Por tercera vez en unos segundos, había vaciado el contenido de mi estómago en el suelo a mis pies.

    Evidentemente, yo había hecho algo de ruido, desde ligeramente audible hasta excesivamente fuerte una vez que comenzaron los vómitos. Escuché que la puerta al final del pasillo se abría con fuerza y ​​vi una figura correr a través de la oscuridad más allá del umbral. Dada la iluminación del pasillo en ese momento, no pude distinguir quién era. Fácilmente podría haber sido una espantosa criatura con crueles intenciones heredadas de mi sueño. Me sentí impotente para retirarme de lo que fuese que se dirigía hacia mí, y sucumbí a ello, bestia u hombre. Los efectos residuales de las drogas aún no habían desaparecido ni siquiera con mis intensos vómitos, y yo aún tenía la visión borrosa y ciertos mareos. Me quedé clavada en el sitio.

    La figura en la oscuridad corría hacia mí más rápido ahora. El pasillo tenía solo unos pocos metros de largo, pero la sensación que sentí inhibía dolorosamente el movimiento del tiempo. Su movimiento me recordaba al Krag y cómo había este permanecido en un lugar para luego, sin previo aviso, evaporarse y reaparecer cerca de mí.

    Ahora hacia mí, el ser descendió en picado y me agarró en sus brazos. Yo me estremecí y casi solté un grito, pero eran brazos reconfortantes, brazos familiares. ¡Mi primer pensamiento fue František! Pero sabía que eso no era cierto. Los brazos en los que descansaba eran más familiares, eran los de mi propio padre.

    Por muy reconfortantes que sintiera yo sus brazos en ese instante particular, no podía permitirme perderme en ellos. Los recuerdos de la advertencia de Gerard seguían frescos en mi mente, y yo tenía una tarea establecida. Completar esa tarea sería más difícil con sentimientos de compasión. Aunque yo no estaba dispuesta a causar estragos a nadie en mi estado, así que descansé y me relajé mientras él me sostenía cerca de su pecho. La sensación de ser abrazada, debo admitir, era reconfortante.

    Podía escuchar su corazón batiendo rápidamente en su esternón. Él también estaba asustado. Él también estaba murmurando algo, pero yo no podía entenderlo, mi cabeza latía con fuerza y ​​todo lo que él decía estaba distorsionado, vacío. Aunque estoy segura de que fueron palabras de consuelo y cuidado, y su tono, el leve retumbar de su voz me tranquilizaba mucho, como un bebé recién nacido acostado en el pecho de su madre por primera vez. Sentí algo que no había sentido en mucho tiempo...

    ...me sentí amada.

    Una mano me acariciaba la espalda y otra me levantaba el brazo derecho por debajo del codo. Empezamos a movernos. Todos mis pasos parecían metódicos, como si tuviese que pensar con cuidado antes de posar cada pie y si no lo hacía, seguramente me caería. Me sentí ingrávida, así que no podía juzgar adónde estaba yendo, me acerqué a la pared en busca de apoyo, pero no la encontraba y mis pies sobreestimaban la altura del suelo. Yo era un desastre tambaleante—nada más que una hermana de una sororidad borracha durante las vacaciones de primavera. Si no hubiese sido por la guía de mi padre, me habría caído al suelo.

    Eventualmente fui conducida los pocos metros del pasillo que llevaban a mi habitación. Yo no había viajado muy lejos, pero el cuarto estaba a kilómetros desde mi punto de vista. Mi habitación seguía completamente a oscuras, yo no podía ver nada con la oscuridad y el mareo, e incluso con el apoyo de mi padre en la instancia, me sentía perdida. Una extraña en mi propia habitación y; en mi estado mental, después de lo que había experimentado; creía y temía que el monstruo bajo mi cama fuese real y que ni siquiera mi padre pudiese defenderme.

    Fue en ese momento cuando sentí mis piernas ceder. Al parecer yo no había sido ingrávida en absoluto, sino bastante pesada, especialmente con las piernas débiles y temblorosas. Una vez más, los seguros brazos de mi padre me agarraron antes de que yo cayera al suelo. Aunque en lugar de guiarme, sentí que mis piernas se deslizaban debajo de mí. En una fracción de segundo estaba horizontal en el aire. Él me había recogido, como en la escena de una película, y pronto me había bajado a la cama.

    Cerré los ojos y todo me dio vueltas, volví a sentir náuseas. Respiré hondo, pero eso hacía poco para calmar la sensación. Procedí a vomitar de nuevo. No recordé haberme inclinado sobre el borde de la cama, pero lo había hecho. El vómito golpeó la alfombra del suelo con un chasquido húmedo, que en mi estado hizo eco y, a su vez, me hizo sentir aún más mareada. Sentí venir otra arcada. Me atraganté y solté otra furia de fluidos corporales y varios trozos de proteína. La escena no era bonita ni siquiera desde mi aturdida perspectiva.

    Contrariamente, esta vez no hubo salpicaduras de humedad, más bien un hueco ruido compulsivo. Mi madre, de entre todas las personas, había traído un gran balde de plástico, sin duda para no tener que limpiar la alfombra por la mañana. Aunque era más probable que ella me obligara a limpiar el desorden.

    Tumbada en la cama, podía escuchar el eco de la conversación de mis padres en mi cabeza. Las palabras no eran lo bastante claras para distinguirlas, pero capté la extraña palabra. Estaban discutiendo, como de costumbre, pero esta vez no era obvio de qué se trataba. Mi nombre se mencionó un par de veces, intoxicación alimentaria, gripe y, por último, escuché a mi padre mencionar el nombre del Sr. Gabriel, en un tono bastante enojado.

    Fue después de haber murmurado el nombre de Gabriel que yo escuché una palabra con claridad: "Matarle."

    Yo no estaba asustada ni enojada con el Sr. Gabriel por lo que él había hecho, más bien sentía cierto desprecio por mi padre. Se suponía que él no debía matar a Gabriel, eso era parte de mi tarea. Comencé a preocuparme de que él cumpliera con su furiosa amenaza o, al menos, que llamara a la policía, lo cual me impediría a mí completar mi tarea... podría convertirme en parte del ejército de Hombres Ahorcados. Aunque nunca se había mencionado que fuese mi mano la que destruyera a Gabriel, asumí que si otra persona lo hacía, la situación sería ignorada. Tenía que pensar en una mentira, algo que decirle para asegurarle que el Sr. Gabriel no tenía nada que ver con mi enfermedad, pero yo no estaba en condiciones de hacerlo.

    Mi madre pareció convencerle de que la persecución del señor Gabriel podía esperar hasta la mañana. Vi ambas figuras pasar por la puerta una vez más, dirigiéndose hacia su dormitorio. El pasillo tenuemente iluminado les daba a mis padres la forma de criaturas de otro mundo a mis ojos. Sus perfiles estaban borrosos y suavizados, sus piernas parecieron inexistentes al pasar flotando por la puerta, en cierto modo esto era reconfortante, como una señal de que ellos pronto serían fantasmas. Sentí una sonrisa en mi rostro.

    Al final de todo, lo cual vendrá más adelante en este manuscrito, quizá el hecho más sorprendente de todo fue la percepción mostrada por mi padre. Sus instintos paternos habían entrado en acción, aunque tarde. De inmediato había señalado al Sr. Gabriel como la causa de mi enfermedad y se apresuró a enfrentar y a destruir tal amenaza. En restrospectiva, esto era una gran hazaña por su parte.

    Por otro lado, no era una sorpresa que mi madre no tuviese instinto maternal alguno, y si lo tenía, era totalmente capaz de ignorarlo. Después de todo, fue idea suya que un completo extraño cuidara a su única hija. Cancelar su reunión de la tarde habría sido un crimen contra la humanidad. Me disculpo, suelo perder mi ingenio cuando se trata de sarcasmo, pero mi mensaje sigue siendo el mismo. Mi madre siempre había vivido en sus años del instituto, siempre intentando impresionar a la capitana animadora y estar a la última era siempre importante entre la multitud popular.

    ¿Quién hubiera pensado que eso sería su muerte?

    A la mañana siguiente desperté sintiendo menos náuseas que la experiencia previa en medio de la noche, pero tenía un dolor de cabeza atronador. Cada parpadeo, cada movimiento del músculo ocular me causaba un dolor tan extremo que casi me hacía llorar. No me levanté de la cama por miedo a que volvieran las náuseas. Sin embargo, la desorientación parecía haberse disuelto después de dormir.

    Había dormido sin soñar. Casi había esperado la visita de František y sus ojos ardientes, o que Gerard me convocara para una última advertencia sobre lo que había que hacer, pero por desgracia, nada de eso estaba destinado a ser. Mi sueño había sido tan normal como el de cualquiera. Todo era normal, como si nunca me hubiesen drogado, como si nunca hubiese conocido a Gerard ni a František. Resultaba extraño y al principio no pude descifrar lo que era real y lo que era fantasía.

    Mi padre entró en mi cuarto poco después de que me despertara, se sentó en una silla junto a la cama; una silla que no estaba en el diseño decorativo original de mi habitación. Él debía de haberla agregado allí en algún momento de la noche.

    "¿Cómo te sientes hoy?" Me preguntó sosteniendo una taza de té caliente que trató de pasarme. Mis ojos se abrieron ante la visión del líquido caliente. El té estaba destinado a calmar, pero me repugnaba. No podía dejar que él viera esto.

    Empujé suavemente la taza y negué con la cabeza, "Mejor," dije, "Pero no sé si puedo retener nada en este momento." Él dejó la taza sobre la mesita de noche junto a mi cama.

    "Está bien." Dijo él mirando al suelo: "¿Por qué estás? ¿Estás tan enferma?" Preguntó apretando la mandíbula y mordiéndose el labio.

    Esa era mi oportunidad de aclarar lo de Gabriel, aunque estaba bastante enferma, tenía que pensar en algo, y lo hice. Usé la excusa más fiable que se me ocurrió.

    "Creo que es la gripe." Dije mintiendo sin más, confiando en que él lo creyera, pero su rostro contaba una historia diferente.

    “¿La gripe? Estabas bien esa tarde cuando nos fuimos," dijo él.

    “Sí, no sé. Comenzó un poco después de que os marcharais, vomité un par de veces y luego el Sr. Gabriel me dio un poco de té y me quedé dormida."

    Recuerda, el truco para mentir es dejar un poco de verdad en la historia.

    “¿En serio, té? Quiero decir, dormiste toda la tarde y durante toda la cena. El señor Gabriel dijo que no te sentías bien y que te fuiste a la cama, pero debes de haber dormido dieciocho horas o algo así."

    "No sé... ¿no suele dormir mucho la gente cuando está enferma?" Le pregunté.

    Mi padre miró al suelo. "Sí, pero tanto tiempo, tan profundamente... Hubo una fiesta aquí anoche, por amor de Dios, y ni siquiera te moviste." Dijo mientras miraba al suelo como si el Corazón Delator [1] latiera bajo mi cama.

    "Estaba cansada en realidad, papi, todavía lo estoy." Dije con la voz más dulce que pude producir. "¿Puedo acostarme un rato?" Tenía la esperanza de que él no pudiese resistir mi mejor intento de ser encantadora.

    "Sí," dijo él apartando la mirada. "Es una buena idea, necesitas descansar." Y con eso, se inclinó y me besó en la frente. Él era un buen hombre conmigo, iba a resultar difícil de arruinarle la vida.

    Después de que mi padre hubo salido de la habitación, por fin pude arrastrarme frenéticamente fuera de las sábanas. Durante la conversación con mi padre, había notado algo húmedo bajo las sábanas. Yo sospechaba lo que era, pero no dejé que mi mente lo confirmara. Fluía cálida y lenta, pero estaba allí. Si no hubiese estado acostada en la cama, posiblemente ni siquiera lo hubiera notado, después de todo, no había sentido que nada abandonara mi cuerpo, ninguna sensación de orinar. Aquello era diferente y extremadamente confuso.

    Cuando estuve de pie junto a la cama levanté impaciente las sábanas y las sostuve en las manos, sin querer retirarlas hacia atrás. El miedo por lo que pudiera encontrar me abrumó. Podría ser cualquier cosa y ver es creer, después de todo, así que la lógica que pasó por mi joven mente fue que si no veía lo que era, entonces no podía ser real. Contemplé la idea de ignorar lo que era y dejarlo estar, confiando en que se desvaneciera como un sueño, pero mi mente era demasiado curiosa, tenía que ver lo que era.

    Sangre.

    Allí, en medio de mi cama, había un charco de tibia y húmeda sangre. Mis sábanas aún no la habían absorbido por completo, por lo que esta brillaba con la luz del sol que se colaba por las finas cortinas suspendidas en mi habitación. Mi mandíbula quedó laxa y mis ojos se agrandaron. ¿Cómo había podido salir de mí tanta sangre, especialmente cuando me sentía tan pequeña? Mis manos temblaban sutilmente mientras sostenían las sábanas, el temblor pronto se extendió por todo mi cuerpo. Manos, brazos, espalda, piernas, todo empezó a temblar y de pronto me sentí enferma de nuevo.

    Gerard tenía razón. Yo había sido violada... violentamente.

    Sentí que el pánico me envolvía. Mi estómago dio un vuelco y mi corazón se aceleró. Me sentía furiosa y avergonzada. No sabía qué hacer con aquel desastre. Mi padre ya sospechaba algo, y esto seguramente verificaría sus preocupaciones sobre que el Sr. Gabriel había hecho algo despreciable, algo inefable y algo tan impuro que los niveles más bajos del Infierno ni siquiera aceptarían a los de su clase. Yo sabía lo que había que hacer. Me habían enviado de vuelta a este reino con un propósito. Estaba destinada a castigar a los malvados demonios en este mundo cruel que me han hecho daño. Lo entendí completamente ahora. Las palabras de Gerard ahora tenían significado, ya no eran solo palabras. Yo no podía simplemente arruinar la vida de aquellas personas... aquella gente tenía que pagar un precio definitivo.

    Me asaltó un sentimiento de revelación después de ver mi propia sangre... mi propia inocencia mancillada a través de mis forros púrpura. La venganza debía cosecharse de la peor manera posible.

    Yo no tenía idea de cómo iba a realizar las cuatro tareas que se me habían encomendado, pero tenía la sensación de que se presentaría el modo cuando llegara el momento, y estaba claro que el señor Gabriel iba a sentir toda la fuerza de mi ira. Las cosas que quería hacer con él empezaron a cruzar mi mente, la violencia, la sangre, el dolor y el sufrimiento. Sentí una retorcida sonrisa aparecer en mi rostro. De pronto comencé a sentirme mejor.

    Traición, deslealtad, dolor; ninguna persona debería tener que vivir con tales cosas y, a la edad de doce años, ni siquiera debería saber el significado de esas palabras. Pero yo las conocía todas demasiado bien. El conocimiento de que mi mejor amigo, mi único amigo en el mundo, me iba a traicionar, era a la vez estremecedor y alucinante. Yo había confiado en Malcolm con cada gramo de mi ser y él nunca me había presentado una razón por la cual yo no debiera hacerlo. Sin embargo, el profético Gerard me había dicho lo contrario. Malcom me traicionaría a mí y a mis secretos con un psicólogo, quien a su vez violaría el acuerdo de confidencialidad médico-paciente y hablaría con sus padres sobre la terrible experiencia con el ave carroñera. Una vez expuesta por mis hechos, seguramente sería evaluada, probada y vuelto a probar solo para ser descubierta como una psicópata. Después de todo, ¿qué médico podía mantener la objetividad frente a mis hazañas de desmembramiento y destrucción? Mi destino quedaría sellado en cuanto él abriera mi expediente. Sería una conclusión inevitable.

    Tres días habían pasado desde la noche de mi violación y tormento—y desde mi despertar. Yo estaba iluminada por las palabras de Gerard y la tragedia de František. Pobre, pobre František, aún sentía empatía por él. Su eterna lucha, su eterna servidumbre a algún ser inmortal... Yo temía acabar como él, o como los ahorcados, por eso completar mi misión era de suma importancia.

    Tres días, ese había sido mi tiempo de recuperación. Fingí estar enferma durante ese tiempo y mis dos padres se lo creyeron sin dudarlo. Había estado acostada en la cama todo un día antes de que mi madre entrara cuando yo estaba en el baño. Ella había notado la sangre. Solo era cuestión de tiempo que se descubriera esa evidencia. Para entonces, la mancha se ha secado y endurecido, pero el colchón de abajo permanecía ligeramente húmedo. Después de aquella primera noche, yo casi la había olvidado, así que cuando mi madre me confrontó me quedé sin palabras. Yo temblaba de nerviosa energía mientras ella me regañaba con los ojos, pero su furia se disipó y se tornó en simpatía. Ella asumió que yo había tenido mi primer período. Ella me daba la coartada perfecta y yo la seguí. Yo me hice la tonta en su mayor parte, a pesar de que habíamos aprendido sobre ello en la clase de salud.

    Ella pensó que yo era bastante joven para tenerlo, pero también había oído de niñas más jóvenes que lo tenían cada vez más a menudo.

    Me prometió no decírselo a mi papá y evitarme así la vergüenza. Eso era lo primero que pude recordar que mi madre había hecho por mí. Sin embargo, ese único acto de bondad servía de poco para cambiar mis sentimientos sobre su fallecimiento.

    El día dos fue de poco interés. Me preguntaron cómo me sentía, si podría volver a la escuela pronto, y yo acepté que el día siguiente asistiera a la escuela. Sin embargo, tuve que prepararme mentalmente para enfrentarme a Malcolm. Había oído a mi madre hablar con María por teléfono. Al parecer, él seguía actuando de manera bastante peculiar y le habían reservado una cita con un psiquiatra infantil para el viernes. Yo no podía permitir que eso sucediera, tenía que hacer mi movimiento con Malcolm antes de eso porque, después de eso, quién sabía qué sería de mí. Tenía que endurecerme mentalmente durante las siguientes cuarenta y ocho horas, pues anticipaba que serían horribles.

    Y lo fueron.

    Día tres. De vuelta a la escuela todo parecía un poco diferente, aunque nada lo era. Quizá yo me sentía diferente y lo proyectaba externamente a mi entorno, transformando todo lo que me rodeaba. Después de todo, las taquillas seguían en el mismo sitio, la gente se movía casi igual, pero yo sentía que mi propósito estaba brillando. Sentí tener más que confianza a mi alrededor y que los demás podían estar reaccionando a esto. Sé que para la mayoría eso no era del todo cierto, pero cuando vi a Malcolm por primera vez desde que me habían informado de mi deber de matarlo, supe que algo había cambiado.

    Malcolm estaba sonriendo.

    Malcolm no había sonreído desde aquel día en el parque y aquella era la primera vez desde la aniquilación del pájaro. Yo había asumido que la sonrisa casi había desaparecido de su repertorio, de modo que esta tuvo un fuerte impacto en mí.

    Me detuve en seco cuando Malcolm se acercó con esa despreocupada sonrisa en el rostro. Este era el Malcolm que yo conocía, el Malcolm de antaño. Sentí mi corazón batir en mi esternón, sentí un estado de nerviosismo. Las palabras de Gerard zumbaron en mi cabeza. Se suponía que debía matar al traicionero Malcolm... no al chico que era mi mejor amigo. Los recuerdos envolvieron mi mente. Recuerdos de ambos caminando por esos mismos pasillos uno al lado del otro, de nosotros riendo y bromeando. Los recuerdos de ambos divirtiéndonos inundaron mi mente; recuerdos de cosas que habían sucedido antes de que él encontrara aquel pájaro y desatara a la bestia que había dentro de mí.

    La nostalgia se volvió abrumadora. Comencé a llorar, sentí que se me llenaban los ojos de agua y, a pesar de mis mejores esfuerzos, una gota se me escapó de las manos. Lo sentí correr lentamente por mi mejilla. El rastro húmedo que dejaba era tan delgado como una aguja, pero a mí me pareció una cascada. La lágrima acarició la comisura de mi boca, pude saborear su naturaleza salada, y luego rodó hasta la parte inferior de mi barbilla. Allí la lágrima colgó por un breve segundo, un segundo que pareció una eternidad. Nadie a mi alrededor se dio cuenta, salvo una persona... el único chico a quien yo quería ocultarle todo eso. Malcolm.

    La sonrisa de su rostro se desvaneció. Parecía más preocupado, muy similar al chico en el que yo le había transformado en la casa del árbol aquel fatídico día. Sin embargo, la imagen de él sonriendo y caminando por el pasillo con un poco de prisa, como un perrillo emocionado, solo para encontrarse conmigo un segundo antes, permaneció fresca en mi mente. Mis emociones se estaban apoderando de mí. Cerré los ojos y, cuando los volví a abrir, Malcolm había aparecido a pocos centímetros de mí.

    Se inclinó más cerca.

    "¿Qué pasa, Lizzy?" Dijo justo por encima de un susurro.

    "Nada..." mentí. "Es que no me encuentro bien otra vez, eso es todo."

    Malcolm tensó la mandíbula y una expresión de mayor preocupación se apoderó de su rostro. "Pues ve a la enfermería. Vamos," tomó mi mano, "te llevaré."

    Su bondad atravesó mi corazón como una flecha. Después de todo lo que yo había hecho, él sentía una genuina simpatía por mi plaga, aunque falsa. Era mi mejor amigo de verdad. Aunque yo aún tenía un trabajo que hacer y volver a casa no iba a ayudar en absoluto a mi causa. Me detuve en seco, Malcolm se detuvo cuando sintió que mi movimiento cesaba.

    "Ya me siento mejor, Malc." Dije con una voz suave y mansa. “Creo que solo necesito un poco de aire fresco. ¿Sales conmigo hasta que suene la campana?"

    Malcolm asintió y me condujo hacia las puertas laterales donde nadie entraba ni salía nunca. Esto no estaba muy lejos de donde él me había mostrado el pájaro muerto...

    Malcolm empujó la puerta para abrirla e instantáneamente fuimos golpeados por ese familiar viento helado. Por lo general, yo me envolvía y me tapaba la cara con el brazo para protegerme, pero ese día sentía tanto calor bajo mi pesado abrigo de invierno que el viento afilado era un alivio para mi piel expuesta. Me quedé de pie con los ojos cerrados, abrazando el aire fresco de la mañana. Me sentía mucho mejor.

    "Perdona, Malc. El pasillo estaba demasiado lleno. Sentí que iba a vomitar." Dije sinceramente.

    "Sí, no pasa nada, Liz. Nunca te ha gustado estar en ese pasillo al comienzo de la clase." respondió Malcolm. "¿Y quée... es cierto? Es como un rebaño de ovejas o algo así, todos obedeciendo la única regla cardinal... sigan la campana."

    Yo sentí las brasas de la rabia arder dentro de mí. Mi mano comenzó a cerrarse y a contraerse. Comencé a temblar mientras continuaba.

    "Bueno, ¿y si no hay una maldita campana, Malcolm? ¿Y si hay un incendio allí y no hay alarma? ¿Se sentarían y se quemarían porque no había nada que les dijera lo contrario? Son estúpidos. La gente es simplemente estúpida." Podía sentir mi rostro endurecerse por el odio. Todo a mi alrededor empezó a molestarme. El frío del viento, la humedad en el aire otoñal, la expresión del rostro de Malcolm mientras me miraba sin comprender... todo, en ese momento, simplemente me cabreó.

    "¿Qué?" Espeté a Malcolm mientras él se quedaba parado, sin emoción, frente a mí.

    "Uh... Nada, Lizzy... Es que estás... diferente, supongo," balbuceó Malcolm mientras volvía su absorta mirada hacia sus zapatos. La nostalgia estaba comenzando a desvanecerse.

    “¿Diferente, Malcolm? ¿Cómo diablos voy a ser diferente? Quizá el diferente eres tú. ¿Alguna vez has pensado en eso?" Dije rápida y furiosa.

    Malcolm pareció conmocionado. Me miró con esa mirada vacía de nuevo. Pero luego su lenguaje corporal cambió. Pasó de pasivo a defensivo en un abrir y cerrar de ojos. Levantó la cabeza y me miró con los ojos entornados. Parecía enojado, más enojado de lo que yo nunca podría haber imaginado de Malcolm.

    El viento aullaba mientras atravesaba la pequeña alcoba fuera de las puertas de la escuela mientras Malcolm y yo estábamos atrapados en un callejón sin salida de miradas. La simpatía que había en sus ojos no hacía ni cinco minutos antes había disminuido y se había transformado en algo siniestro. Aquella mirada no le quedaba bien. Aunque yo no rompí el contacto. Permanecí concentrada en él con las palabras de Gerard corriendo por mi cabeza, recordándome lo que Malcolm me haría el viernes.

    Recordándome su traición.

    La campana sonó a lo lejos, la segunda de dos. Llegamos tarde a clase y esta revelación pareció sacar a Malcolm de su trance, sacudió la cabeza como si la limpiara de telarañas. El chico al que yo solía llamar amigo adoptó su postura habitual: hombros caídos, cabeza gacha, foco en las puntas de sus zapatillas de carreras

    Pasó junto a mí y murmuró "Llegamos tarde."

    Si él hubiese levantado la vista, habría notado la grisácea mirada en mi rostro, tan amenazante como siempre. Yo me quedé mirando a la puerta, pero no tenía intenciones de entrar a clase. No podía molestarme con tales asuntos. Tenía cosas más importantes de las que preocuparme. Estaba preparada para irme y caminar de regreso a casa cuando escuché una voz familiar detrás de mí.

    "Llega tarde, señorita."

    Giré en redondo para descubrir a Frank, el conserje, de pie sobre mi hombro. Salí de mi aturdimiento de furia y alcé la vista hacia él.

    "Ya, lo siento... es que no me encontraba muy bien." Dije en respuesta.

    “Bueno, ¿y qué va a ser? ¿A casa o a la escuela? Tengo cosas que hacer y no puedo quedarme aquí todo el día charlando contigo." Dijo con tono condescendiente.

    "Escuela." Dije sin saber por qué.

    Tenía todo el derecho a volver a casa, que la gente supiera, yo aún me estaba recuperando de una enfermedad. Sin embargo, la escuela es lo que me salió, y debía de haber salido por alguna razón.

Capítulo 8

    SABÍA QUE TENÍA QUE HACERME AMIGA DE MALCOLM de nuevo. No podía dejar las cosas como habían terminado, era el único modo de poder acercarme lo suficiente a él para hacer lo que me había propuesto hacer. Sin embargo, tampoco podía dejar que mis emociones me dominaran como lo habían hecho al principio del día cuando derramé una lágrima bajo el hechizo de la nostalgia.

    Llegué tarde a clase, según lo esperado, y a la maestra no le importó, sabía que yo aún me estaba recuperando. Me senté junto a Malcolm, como de costumbre. Él ni siquiera me miró, lo cual no me importó. Malcolm estaba igual que cuando había regresado de su colapso mental. Nos ignoramos durante la mayor parte de la mañana. Rotamos las clases como solíamos hacer, pero no hablamos entre nosotros. Ambos mantuvimos la distancia. Mi plan era hablar con él durante el almuerzo, reconstruir la conexión que teníamos a primera hora de la mañana antes de salir, cuando me había acusado de ser diferente.

    Las primeras tres horas del día pasaron terriblemente lentas. Pero el almuerzo llegó como de costumbre alrededor del mediodía. No fue difícil encontrar a Malcolm después del toque de la campana que indicaba el almuerzo, ya que nuestras taquillas estaban una al lado de la otra. Aún así me aseguré de mantener una distancia segura entre nosotros, para que él no tuviese la impresión de que le estaba siguiendo. Quería tenderle una emboscada en el comedor, arrinconarlo para que no pudiera deslizarse hacia otra mesa. Y eso es precisamente lo que hice.

    Como esperaba, Malcolm estaba sentado solo a la última mesa en el comedor. Siempre nos habíamos sentado en ese lugar, o en uno similar, para evitar la frenética multitud del comedor. Siempre decíamos que éramos más maduros que los demás niños. Ellos hacían bromas, hacían ruidos groseros y participaban en concursos desagradables, todo eso solo para alardear unos de otros. Eso era una tontería y Malcolm y yo no queríamos nada que ver con eso. De hecho, nos burlábamos de muchos de ellos, de los llamados populares, de los que me recordaban a mi madre, siempre esforzándose demasiado para encajar. Resultaba triste, en realidad, que niños y adultos pudieran ser tan similares a pesar de años de madurez, crecimiento y sabiduría.

    Supongo que siempre había sabido que las cosas no iban bien en el mundo, pero ahora, mirando atrás mi adolescencia, puedo ver lo lamentables que eran las cosas... y que son.

    Hice mi acercamiento. La cafetería estaba tan llena como siempre, pero me las arreglé para abrirme paso sin incidentes entre las oleadas de niños. Deslicé mi bandeja de comida a lo largo de la mesa a unos metros de donde estaba sentado Malcolm hasta que nuestras bandejas chocaron suavemente. Mi amigo de la infancia alzó la vista para ver quién era, no parecía complacido de verme. Una mirada rápida fue toda la atención que me prestó antes de comenzar a recoger sus cosas en la bandeja roja de la cafetería, pero yo detuve su avance con una mano en su hombro cuando él estaba a punto de ponerse en pie.

    "Venga ya, Malc, tenemos que hablar." Dije con toda sinceridad. El chico se dejó caer en su silla.

    "Sí, lo sé... es que no quiero, eso es todo." Dijo él sin mirarme.

    "¿Qué quieres decir con que no quieres? Siempre hemos podido hablar, y lo sabes." Dije en respuesta.

    "Solíamos ser capaces de hablar siempre..." Dijo apagándose mientras hablaba. "Pero todo es diferente ahora, Lizzy."

    Al menos todavía me llamaba Lizzy.

    “Ni hablar, todo puede volver fácilmente a ser como antes. Quiero decir, solo tenemos que olvidarnos de lo que pasó. Tenemos que empezar de nuevo." Dije animándome a medida que hablaba. Casi yo misma me lo creí por un momento.

    Malcolm llevó su cabeza al nivel de mis ojos, "¿Cómo...?" Murmuró él. Y sin perder el ritmo le tendí la mano.

    "Soy Elizabeth, pero todos me llaman Lizzy." Dije con una sonrisa en mi rostro.

    Malcolm me miró con cautela, ciertamente no podría estar por encima de mí, nunca había sido muy listo, y yo tenía razón. Un segundo después de su mirada, esbozó una sonrisa. Era su habitual sonrisa reconfortante y amistosa. Aparecieron sus leves hoyuelos y la mayoría de las veces yo me derretía y le perdonaba cualquier cosa que hubiera hecho. Su sonrisa siempre había sido mi debilidad, pero en esa ocasión no sentí nada.

    "Lizzy, estás chiflada." Dijo con una sonrisa.

    Él no sabía cuánta razón tenía.

    El resto del día fue bastante normal. Malcolm estaba animado conmigo de nuevo y ambos charlamos durante el resto de nuestras clases, tal como lo habíamos hecho antes de que comenzara todo aquel fiasco. Sin embargo, durante los momentos más tranquilos del día, comencé a pensar en los eventos que habían conducido a todo aquel horror. ¿Y si Malcolm no hubiese encontrado ese pájaro decrépito y roto en el patio de la escuela aquel día de viento? ¿Y si a mí no me hubiese gustado y hubiese reaccionado como una chica normal, asqueada por el bicho? ¿Y si mi curiosidad no se hubiese apoderado de mí? ¿Estaría yo ahora en la posición actual? ¿Me habría violado el señor Gabriel de todos modos? ¿Me habría visitado en mi subconsciente un hechicero inmortal diciéndome mi futuro y mi destino? Todas estas preguntas daban vueltas en mi mente y en aquel momento no pude encontrar una respuesta.

    La campana sonó por última vez ese día liberando a los estudiantes de su prisión educativa, y estos no podían estar más felices. Por otro lado, a mí me inundaba una sensación de ansiedad. Tenía el estómago revuelto y un ligero mareo en la cabeza, algo se había apoderado de mí, no una enfermedad, sino más bien conciencia. No sentía que tuviera control sobre lo que estaba haciendo, me sentía como si estuviera en un riel. En cierto modo sentía que sabía lo que iba a comenzar en los próximos minutos, horas y días; Me sentía iluminada, como si la campana de la escuela hubiese sido el activador de un acto hipnótico y, al escucharla, yo hubiese caído bajo su hechizo.

    Estaba recogiendo cosas de mi taquilla lentamente para poder esperar a Malcolm, quien estaba hablando con la profesora.

    Tuve la sensación de que él quería preguntarme algo. Yo confiaba en que quisiera invitarme a su casa. Tenía que poner en marcha mi misión antes de que fuese demasiado tarde. En cuanto Malcolm se reuniera con el doctor el viernes, Mi capacidad para completar mis tareas quedaría extremadamente limitada.

    Miré por encima del hombro justo cuando Malcolm cruzaba el umbral del aula. Él también me vio y me lanzó la clásica sonrisa de Malcolm. Mientras se abría paso entre la masa de estudiantes en el pasillo, me vino un pensamiento a la cabeza: tal vez Malcolm no quería contarle al psiquiatra nuestras actividades. Era posible que él hubiese vuelto a su estado normal e incluso convencido a sus padres de que ya no necesitaba ser examinado. Pero ¿no significaría eso que Gerard estaba equivocado? Quizá todo había solo un sueño después de todo.

    "¿Lizzy?" Dijo Malcolm sacándome de golpe de mi hechizo de pensamientos.

    "Sí, perdón, ¿qué quería la maestra?" Le pregunté

    “Nada, me perdí el informe de un libro a principios de semana. ¿En qué estabas pensando?"

    "Hmm, oh, nada." Dije, y me giré confiando en que Malcolm me siguiera. "¿El informe de qué libro?" Le pregunté para distraer su atención hacia él mismo y lejos de mis pensamientos.

    "Ah, sí, tú no estabas. No te preocupes, solo es un informe de un libro sobre algo que se suponía que teníamos que leer el lunes y el martes, no hay problema." Dijo con su tono despreocupado.

    No pude evitar sentir que mi amigo, mi verdadero amigo de la infancia, volvía a ser él mismo. Sin embargo, pude ver esto como positivo para mí. Fuese él mismo o no, yo necesitaba continuar con mi encargo como si nada hubiese cambiado.

    Pero las cosas habían cambiado; Yo no quería hacerle daño. No tenía ninguna urgencia, ningún deseo de que mi amigo sufriese daño alguno porque eso era exactamente lo que lo había transformado otra vez en mi amigo. La sensación de ansiedad e hipnotismo empezó a flaquear ahora y me sentí más como yo misma, como antes de la violación, antes del sueño, antes del pájaro. Me sentía, por primera vez en semanas, como debería sentirse una niña de doce años: despreocupada.

    Cuando comenzamos nuestro viaje a casa, Malcolm me ofreció ir a su casa, una oferta que acepté de todo corazón, no por el hecho de completar mi tarea de asesinato, sino porque quería de verdad. Había pasado tanto tiempo desde que yo había podía pensar con claridad en todo, quería un descanso de la vida y tenía la esperanza de poder buscar ese refugio con mis más viejos amigos.

    El paseo hasta la casa de Malcolm era uno que yo había hecho con él cientos de veces durante los últimos años, ya fuese desde la escuela o desde mi casa, pero aparte de la familiaridad, algo parecía extraño hoy. A pesar de lo emocionada que estaba por tener por fin un tiempo a solas con Malcolm, había una sensación molesta en mi estómago que yo no podía precisar. Tal vez fuese el clima. Desde la salida de la escuela, la atmósfera había cambiado drásticamente; el viento había amainado sustancialmente y el sol comenzaba a ponerse más temprano ahora que se acercaba el otoño, haciendo que el cielo pareciera sombrío y quieto. Sin embargo, lo más escalofriante era quizá la ausencia de ruido.

    Las calles estaban excesivamente silenciosas para ser media tarde. Los árboles no se movían, no se oía ningún crujido. El único movimiento notable vino desde lo alto en forma de un pájaro indistinguible. Su suave graznido no era sino un sonido de fondo, y su deslizamiento silencioso me envió un escalofrío por la espalda.

    De hecho, aquel pájaro era la cosa más inquietante de todas, ya que parecía estar siguiéndonos a Malcolm ya mí, vigilándonos. Podría haber sido simplemente que volaba tan alto que no parecía moverse, a pesar de las enormes distancias que muy bien podía haber cubierto. En ese momento yo no estaba segura, pero aquello seguía siendo desconcertante.

    Cuando por fin llegamos a casa de Malcolm, su madre, María, nos saludó como de costumbre, pero no fue igual que en el pasado. A menudo ella era más una madre para mí que la mía, sin embargo, en esa ocasión en particular, se mostraba distante, tan distante de hecho que apenas me dijo hola. Evidentemente, María ni se fiaba de mí ni le complacía mi presencia, y había dejado ese hecho bastante obvio, pero esa era una situación a la que yo llevo años acostumbrada. Mi propia madre solía proyectarse así regularmente a todas horas: la vergüenza, el desrespeto, dolor de saber que su hija no era nada parecida a como ella había imaginado. Pese a todo, yo intenté conversar con María.

    "Hola, Maria." Dije con voz alegre, usando al máximo mi talento como actriz.

    Ella me miró insegura sobre lo que hacer. Claramente no había planeado hablar conmigo y era obvio que no tenía nada que decir hoy, pues le tomó unos largos e incómodos segundos responder.

    "Hola, Lizzy..." Esas fueron las únicas dos palabras que pudo reunir en cinco segundos para pensar.

    "¿Cómo está?" Dije cortésmente. María aún me miraba con desdén, pero siguió complaciéndome de todos modos.

    "Estoy bien." Hizo una pausa y respiró con frustración. Hizo todo lo posible para tratar de ocultarla con una sonrisa falsa. "¿Y tú cómo estás? Malcolm me dijo que faltaste a la escuela... ” Dijo esas palabras con sinceridad, pero sin una pizca de emoción en ellas.

    "Oh, estoy bien. Estuve un poco malita, no era nada de qué preocuparme." le dije con una sonrisa.

    Miré a mi alrededor por un segundo y luego le indiqué a María que se acercara. Ella se inclinó hacia mí por pura reacción, no hubo duda en su movimiento. Yo me puse de puntillas y sonreí mientras acercaba mis labios a sus oídos para susurrar: "Ahora soy una mujer, María."

    La sentí apartarse un poco, orejas en alto, su boca formó un enorme agujero cuando se movió la bisagra de su mandíbula. Ella echó la cabeza ligeramente hacia atrás para verme mejor. La sonrisa que había adornado mi rostro aún permanecía cuando mis ojos se encontraron con los suyos. María parecía sorprendida. Yo apenas podía imaginar lo que podría estar pasándole por la cabeza en ese momento particular, pero no había terminado con mi historia. Me incliné hacia ella y ella hizo lo mismo. La curiosidad se había apoderado de ella.

    “Fue increíble," susurré de nuevo, “El dolor y el miedo de no saber lo que estaba sucediendo era estimulante. La presión y el extraño efecto posterior fue algo que nunca antes había experimentado." Hice una pausa para dejar que todo esto penetrara. “Y luego, por supuesto, la sangre. Supongo que la primera vez produce más. Pero eso no es tan malo, ¿verdad? Quiero decir, la próxima vez que suceda no será tan doloroso. Yo ya estaré trabajada por dentro."

    Me aparté y nuestras miradas se encontraron de nuevo. Ella parecía como si acabara de ver un fantasma. Sus ojos estaban muy abiertos, brillantes, su piel estaba un poco más pálida. María estaba sin palabras, congelada en el tiempo.

    "¿¡Lizzy!?" Oí llamar a Malcolm desde arriba. "¿Vienes o qué?" Debía de haberse ido a su cuarto esperando que yo lo siguiera.

    "¡Sí, ya voy!" Le grité. Miré a María, que no había cambiado, "Bueno, hora de divertirse." Dije con tono pícaro: "Malcolm está esperando." Le guiñé un ojo.

    Vi un ligerísimo cambio en el rostro de la mujer. Pasó de la confusión y la conmoción a un terror absoluto en un instante. El rostro humano es capaz de cientos de expresiones diferentes, pero las más pequeñas son las más reveladoras.

    Sentí una sonrisa en mi rostro cuando pasé junto a la mujer agachada. Espié sobre el hombro, pero ella permanecía de cuchillas, derrotada. Yo no estaba segura de que ella pudiese volver a ponerse en pie. Había dejado caer una semilla de miedo en su cabeza, de miedo a lo desconocido. Ella no tenía forma de saber cuáles eran mis intenciones con su hijo y eso la estaba matando, y a mí llevando al éxtasis.

    Pero no podía permitir que ella interfiriera. Al dejar atrás a la mujer rota, me detuve y miré por encima del hombro por última vez. Ella seguía encorvada. Girando sobre mis talones, me acerqué a ella desde atrás, rápidamente pero con discreción, y una vez tras ella, le clavé el codo en la nuca. Tras un chasquido, muy similar a cuando le arranqué la cabeza al cuerpo del pájaro, ella golpeó el suelo con un ruido sordo.

    Eso debió de ser suficiente.

    El corto paseo hasta las escaleras fue nostálgico. Era un paseo que yo había hecho más deccien veces, sin embargo, la nostalgia que sentí en aquella ocasión fue diferente a la que había sentido antes cuando vi a Malcolm en el pasillo. Sentí que aquella sería la última vez que haría esa caminata. Mi memoria destellaba escenas en mi cabeza de mi infancia con Malcolm en esta misma casa: fiestas de cumpleaños, reuniones familiares, juegos y pasar momentos divertidos. Era como si me estuviera muriendo y mi cerebro me parpadeara mi vida entera, aunque claramente no me estaba muriendo. Las luces blancas destellaban como transiciones entre recuerdos, sí, pero lamentablemente yo no sentía nada más que resentimiento por mi contraparte en esas retrospectivas, resentimiento por Malcolm. ¿Cómo habíamos podido tener una infancia tan tremenda, un vínculo tan inquebrantable al crecer juntos, y que él tirara todo eso a la basura en una única sesión con un jodido loquero?

    Cuando me acerqué al primer escalón, hice una pausa por un momento, pensando en cuántas veces había subido esa escalera y cómo era posible que nunca volviese a suceder. Recuerdo el crujido que emitió a mitad de camino. Me gustaron estas escaleras, tenían un carácter que nunca había podido apreciar hasta ese momento. Sonreí al pisar el primer escalón y comencé a subir. Paso tras paso, el tiempo pareció detenerse. Sentía los pies pesados, ​​como revestidos de plomo, cada aterrizaje de mi pie hacía eco con un "boom" a través de mi cuerpo. Llegué al escalón que crujía y sentí que me invadía una satisfacción. El crujido sonó más como un "crak" en este caso, me recordó a la caja torácica del pájaro colapsando bajo el peso de mis pulgares.

    Me estremecí.

    El escalofrío fue de pura emoción.

    Me planté sobre ese escalón durante un par de minuto, empapándome del sonido y el recuerdo que había liberado, era fascinante. Justo cuando el escalón gemía con el peso adicional que le proporcionaba, suspiró con el alivio de la presión. Me dirigí al final de la escalera y recibiéndome cara a cara estaba yo. Una foto de Malcolm y yo colgaba allí en lo alto. Era de nuestro primer día de sexto grado. Él tenía el brazo alrededor de mí y ambos teníamos genuinas sonrisas en los rostros, aunque había una pizca de preocupación en los ojos de ambos. Yo recordaba bien ese día. Estábamos comenzando en una escuela nueva, éramos pececillos en el océano otra vez y no estábamos seguros de lo que nos depararía el futuro.

    Mi cabeza se había ladeado al recordar esto. No me gustaba esta foto, así que la rompí. Caminé hasta ella, quité el alambre del clavo del que pendía, la sostuve en mis manos durante un momento y luego rompí el vidrio contra el clavo. Se oyó un pequeño crujido, pero el vidrio no se rompió. El cuadro colgaba perfectamente en la pared con el clavo sobresaliendo. El extremo romo del clavo había atravesado la cabeza de Malcolm.

    Me sentí contenta, me sentí poderosa y me sentí confiada. Caminé por ese pasillo con un propósito, como si fuese el pasillo el día de mi boda y marchara hacia el resto de mi vida. Extendí la mano y raspé con las uñas el papel tapiz de motivos florales con la fuerza suficiente para que la textura emitiera un sonidito estridente. Cuanto más avanzaba por el pasillo, más fuerte raspaba la pared. La presión que ejercí para cuando llegué a la habitación de Malcolm fue excesiva. Trozos de papel tapiz habían quedado atrapados bajo las uñas y, a mi paso, quedaron cuatro líneas irregulares que atravesaban el revestimiento decorativo de la pared.

    Cuando llegué a la puerta entornada, la empujé suavemente para abrirla y allí, al otro lado del umbral, estaba Malcolm sentado a su silla del ordenador. El suave resplandor del monitor iluminaba su rostro exagerando sus rasgos con sombras y una luz azul parpadeante.

    El ahora anticuado ordenador zumbaba y pitaba con cada clic del ratón, lo cual cubría todo ruido que este podía hacer. Malcolm estaba tan obsesionado con el contenido que estuviera en la pantalla que no se dio cuenta de mi acercamiento. Yo caminaba con cuidado para no hacer ruido. Lo hacía inconscientemente porque, en aquel momento, no tenía ninguna razón particular para ser silenciosa. Quizá fue para practicar, para moverme sin que me vieran—una habilidad que sería útil en el futuro.

    Pasó un minuto, después de haber entrado en la habitación, sin que Malcolm se diese cuenta de mí. Eso fue hasta que estuve detrás de él durante unos segundos y mi reflejo rebotó en el monitor entre las pantallas de carga. Él había estado jugando a un videojuego. Yo no tenía ninguna duda de que Malcolm habría sido un gran genio de los ordenadores si hubiese crecido.

    "¡Lizzy!" Gritó él cuando vio mi reflejo. "¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie?"

    "Unos minutos." Dije fría y monótona.

    "Bueno, ¿y por qué no dijiste nada? Jesús, casi me cago del susto, " confesó.

    "No sé. No me apeteció, supongo." Dije mirando a mi viejo amigo con intensidad en mis ojos.

    Él notó esto y comenzó a acobardarse con una mirada de disgusto en el rostro.

    "¿Puedes al menos dejar de mirarme así?" Preguntó aún alejándose de mí en su silla.

    Yo seguí mirándolo sin comprender. Él me mantuvo la mirada como si estuviera demasiado nervioso para apartarla. La expresión de disgusto en su rostro ahora era una expresión de miedo.

    Yo no dije nada.

    "¿Lizzy?" Esperó a que respondiera, pero no lo hice.

    "¿Qué estás haciendo?" Pregunté entonces con una sonrisilla en el rostro, con las manos a la espalda. El pobre Malcolm parecía haber visto un fantasma. Aún acechando sobre él, rompí el trance.

    "Solo te estaba mirando jugar, eso es todo, eso parece divertido." Dije.

    Su rostro se iluminó levemente, pero aún parecía nervioso. Se giró de nuevo hacia la pantalla, aferrándose al tema del videojuego para no tener que mirarme a los ojos.

    "Bueno, ya ves, no puedo pasar de este nivel. Ese tipo me mata siempre." Dijo mientras mostraba el desastre que tenía lugar en la pantalla. Me incliné para ver de cerca y fue entonces cuando noté lo que estaba matando a su avatar en la pantalla.

    "Esa es una chica." Le ije. Malcolm me miró desconcertado.

    "¿Qué?" Preguntó.

    "No es un chico ni un hombre lo que te está matando. Te está matando una chica." Dije lenta y ominosamente. ¿Podría ser esto arte imitando la vida?

    Malcolm miró más de cerca la pantalla y entornó los ojos hacia la figura pixelada. Pareció un poco asombrado.

    "Hmm," sonó, "Tienes razón." Soltó una risita y me miró, "¿Qué tipo de cutre héroe es asesinado por una chica?" Se rió de nuevo, pero cuando sus ojos se encontraron con los míos, se detuvo. La intensidad de mi mirada había aumentado desde que había notado que era una villana quien diezmaba al corpulento héroe.

    "Da igual," dijo al apagar el ordenador, "¿Qué quieres hacer?" dijo girando en la silla para mirarme a los ojos de nuevo. Seguía incómodo. La expresión en su rostro se encogió cuando vio crecer la intensidad en mis ojos.

    "¡Lizzy!" Espetó. Parpadeé y perdí un poco de mi trance.

    "¿Qué?" Le respondí.

    "¿Que quieres hacer? ¿Ver la tele, una película?" Preguntó. Pensé por un momento la mejor manera de mantenerlo distraído.

    "Una película, supongo...," respondí.

    Él tenía una televisión y un video VHS en su habitación, por lo que no tendríamos que salir. Conocía bien a Malcolm y, cuando él veía películas, las veía a un volumen absurdamente alto. Siempre decía que amaba todo lo relacionado con las películas. La narración de historias, la fantasía y, en última instancia, la vía de escape que proporcionaban las películas eran sus favoritas. Quería ser director de mayor.

    También habría hecho un gran trabajo.

    "Estaba esperando que dijeras eso. Tengo una nueva que he estado guardando para que la veamos juntos."

    ¿Para verla juntos? Él tenía algo especial guardado para nosotros, para ese exacto momento o un momento similar.

    "¿Por qué?" Tuve que preguntar.

    “No sé, me recordaba a ti. Cuando la vi en la tienda, pensé: «Ey, a Lizzy le encantaría esta». Así que la compré con mi dinero y la guardé para verla cuando no estuviéramos... ya sabes... ” Se detuvo y miró al suelo con vergüenza.

    "Peleados." Añadí yo. Él asintió.

    "Si," murmuró.

    Creo que fue en ese momento cuando ambos nos dimos cuenta de cuánto tiempo había pasado desde que habíamos socializado el uno con el otro. Desde el asunto del pájaro, Malcolm había sido muy diferente, pero desde que fui violada, yo me había vuelto más volátil. Había tenido cambios de humor de una forma muy bipolar. Al momento estaba disgustada y al borde de las lágrimas, al siguiente al borde del asesinato. Malcolm lo había notado. Yo no me creía que él quisiera de verdad ver una película, creo que quería hacer algo que no implicase mucho contacto conmigo. Quería terminar esta visita rápidamente y con una comunicación mínima.

    Una película era la tapadera perfecta para eso. Dos horas y estaríamos cada uno por su lado. Lo único que restaría sería decir adiós.

    Malcolm colocó la película en el vídeo, este absorbió el casete con un zumbido y, después de un "clic," la pantalla se volvió negra y apareció una exención de responsabilidad en la pantalla. Era rojo con escritura blanca; Mientras salía el anuncio en la pantalla, Malcolm había ido y apagado las luces. La habitación quedó iluminada en rojo. Me atrajo como una polilla a una llama. Me acerqué un poco más sin recordar haberlo hecho y, a cada paso, mi cuerpo se volvía rojo también. Comenzó con mis manos. Bajé la mirada y alcé las manos frente a mí. La luz roja las rodeaba como si estuviesen cubiertas de sangre. Debí de haberme quedado mirándolas durante un buen tiempo, porque juro que las vi gotear al menos una vez. Tan fascinada como estaba con mis manos manchadas de rojo, otra cosa me llamó la atención.

    Un espejo.

    A la derecha de la tele, Malcolm tenía un tocador a nivel con la pared y, colgado a la altura de los ojos, había un espejo rectangular. Fue mi reflejo lo que me llamó la atención. Mis manos lavadas en sangre eran una cosa, pero mi rostro era una bestia completamente diferente. Fijé los ojos con los de mi reflejo durante un par de segundos antes de que la pantalla pasara a un azul brillante. Pero incluso así podía verme cubierta de un color rojo sangre.

    Sonreí ante la perspectiva.

    Malcolm se acercó por detrás y se sentó en su cama, pude oír el armazón chirriar bajo el peso agregado.

    "Liz, ¿te vas a sentar o qué?" Me dijo. Giré la cabeza lo suficiente para mirarle de reojo.

    "Sí," dije encarando el espejo para echar un último vistazo.

    Ya no estaba bañada en el tono rojo sangre, pero ahora la pantalla parpadeaba con diferentes colores de los trailers que iban apareciendo. Se movían muy rápido, rebotando por la habitación y por mi cara. En el espejo me veía como un monstruo a cada parpadeo.

    Di media vuelta y caminé hasta encima de la cama, me arrastré sobre la colcha y me senté junto a Malcolm, como siempre hacíamos cuando veíamos películas.

    La cinta pasó los trailers—que Malcolm siempre tenía que ver—y llegó a la presentación del largometraje. Aunque la película por lo general habría sido de mi agrado, no podría haberme importado menos en ese momento. Era una comedia negra, pero no recuerdo el nombre. Aunque me recordaba al clásico Pesadilla en Elm Street. No obstante, yo solo tenía una cosa en mente: encontrar el momento perfecto para eliminar a Malcolm.

    No importa cuán normales parecieran las cosas en ese momento, no pude evitar sentir que la advertencia de Gerard era cierta. Malcolm lo iba a contar todo y me pondrían bajo supervisión psiquiátrica, me obligarían a participar en pruebas y exámenes, y nunca más podría vivir una vida normal. Aunque me declararan mentalmente competente, mis compañeros de escuela me dejarían en ridículo, mi madre ni se dignaría a mirarme, lo cual, con toda honestidad, no habría sido algo tan horrible, y mi padre puede que incluso estuviese disgustado conmigo. No era una vida a la que quería verme obligada.

    Yo prefería crear mi propio destino.

    La pantalla siguió parpadeando con movimientos y luces, y Malcolm y yo continuamos sentados en silencio y mirando. Pero Malcolm pausó la película a la mitad— haciendo que la imagen tartamudeara en el sitio, saltando arriba y abajo como si tratara de saltar las líneas de estática en la pantalla—y se volvió hacia mí.

    "¿Hora de palomitas de maíz?" Preguntó.

    "Claro." Dije mirando al frente.

    Mi respuesta me dejó perpleja. No me apetecían palomitas de maíz. Pero pronto supe por qué había aceptado la mantecosa delicia.

    "De acuerdito," dijo él bastante animado. "Vuelvo en un momento."

    Malcolm se arrastró fuera de la cama y se dirigió a la puerta. Yo le observé todo el camino. Abrió la puerta y se alejó por el pasillo. Fue entonces cuando me acordé de la foto que yo había destruido. Respiré hondo mientras escuchaba sus pasos por el pasillo. A Malcolm le encantaban las palomitas de maíz, así que sus pasos eran apresurados y pesados. Conté unos tres segundos antes de exhalar. Tres segundos, más o menos el tiempo que le lleva a un niño regordete bracear por un pasillo hacia las escaleras.

    No hubo paradas ni dudas cuando llegó a lo alto de las escaleras, y el distante golpeteo de los pies sobre la madera se alejaba cada vez más. Había llegado a la planta baja, sin duda estaría en la cocina buscando paquetes de palomitas de maíz para microondas.

    Me alegré de haber conseguido arrastrar a María hasta el armario del recibidor. ¿Olvidé mencionarlo? Bueno, no podía dejar su cuerpo inconsciente al pie de las escaleras para que todo el mundo, o solo su precioso bebé, lo viera, ¿verdad?

    Fue en ese momento, cuando Malcolm había estado más lejos, que una nueva sensación me abrumó. Me senté derecha en la cama y contemplé la habitación. Mi vista comenzó a desorientarse, los objetos se tornaron borrosos y todo pareció fundirse en uno. Había empezado a respirar rápido y con dificultad, y justo en el momento en que los síntomas empeoraron tanto como era posible, se detuvieron tan abruptamente como habían aparecido.

    Aunque yo no me sentía normal. Me sentía más ligera, iluminada incluso. Sentía como si pudiera flotar por la habitación sin tocar el suelo, podía deslizarme en el aire. Por supuesto, esto era una tontería, pero es lo que sentí de verdad en ese momento.

    Tenía la cabeza despejada y me sentía revitalizada. Sabía lo que tenía que hacer.

    El instinto tomó el control en ese momento. La claridad en mi cabeza era refrescante y sabía adónde tenía que ir y cómo tenía que hacer lo que había que hacer. Salté de la cama en un solo movimiento. Había un cinturón colgado al poste de la cama, lo agarré al pasar en mi salto. Algo me decía que lo iba a necesitar.

    De ahí me dirigí detrás de la puerta del dormitorio. Me paré al nivel de la pared y logré reducir mi respiración. Sostuve el cinturón cerca del pecho, enrollado ligeramente a través de la hebilla del cinturón, lo suficiente para que tuviese la forma de un lazo básico. Y allí esperé con la paciencia de una leona que acecha a su presa en las abiertas llanuras del Serengeti.

    Tenía una sensación en el estómago, estaba nerviosa, pero no tenía idea de por qué. Me había movido y actuado en esos últimos instantes en un estado casi inconsciente. No sabía de verdad lo que estaba haciendo, aunque mi mente y mi visión eran muy claras. Simplemente no conseguía recordar por qué había agarrado el cinturón y me había colocado así, detrás de la puerta pegada a la pared, ni por qué había atado el cinturón en casi una soga.

    Y entonces lo oí.

    Podía oír pasos que subían despacio por las escaleras. Era Malcolm, quien subía el cuenco de palomitas de maíz por las escaleras, desesperado por que no se le cayera. También debía de haber cogido algún tipo de bebida, o habría entrado disparado en la habitación con tanta emoción como había salido.

    Mi audición se perfeccionó, cerré los ojos para utilizar mejor mis sentidos auditivos. Imaginé a Malcolm a tres pasos de lo alto, luego a dos, luego a... Hubo una pausa. Debió de haber notado algo. ¡La foto! Respiré hondo una última vez y contuve el aire. Esperé, medio creyendo que iba oírle llamar a su madre, pero el destino quiso que no lo hiciera. Le oí por fin dar el último paso hacia el rellano. Su paso se aceleraba, ahora que no tenía que preocuparse de caerse por las escaleras. Mi corazón comenzó a correr ahora, llenando el cuerpo de adrenalina. El pomo de la puerta se movió y con un "clic" apenas audible la puerta se abrió.

    Primero vi su pie irrumpir en el umbral de la puerta. Yo no me moví. A continuación, con un movimiento rápido, Malcolm atravesó la puerta. No pude verle el rostro en ese momento, pero debía de mostrar una expresión de sorpresa cuando él se detuvo en seco.

    "¿Lizzy?" Gimoteó.

    Yo no dije nada.

    Él dio otro vacilante paso al frente y comenzó a mover la cabeza de izquierda a derecha. Aún no me había visto, y yo todavía no había exhalado desde que él había abierto la puerta. Yo era un fantasma, transparente y sin aliento, y él no tenía idea de lo que le esperaba.

    Dio un último paso al frente antes de que yo hiciera mi movimiento. Salí de detrás de la puerta, lenta pero rápidamente. Él no me había visto, de hecho, no me vio hasta que la soga que yo había hecho con el cinturón le envolvió cómodamente el cuello.

    Sí, yo había empezado a estrangular a mi viejo amigo de la infancia. Apenas noté que el cuenco de plástico con palomitas de maíz explotaba por todo el suelo, ni vi la taza llena de cola salpicar todo el suelo de madera. Estaba demasiado preocupada, demasiado concentrada en la muerte que estaba teniendo lugar.

    El cinturón se deslizó por su cuello perfectamente, como si yo hubiese sabido que el lazo sería del tamaño perfecto. Una vez que estuvo en un lugar satisfactorio, tiré hacia atrás de la holgura que quedaba libre, ese fue el principio del fin para el pobre Malcolm. El cinturón se apretó alrededor de su tráquea y el chico agitó los brazos presa del pánico. Él no dijo nada. No podía decir nada, y aunque el cinturón no estuviera en el lugar perfecto, él aún se habría quedado en silencio. El impacto de lo que le estaba sucediendo había sido demasiado extremo para que él lo comprendiera, y yo sabía que ese sería el caso.

    Mientras se retorcía y caía de rodillas en un frenesí, lo único que yo podía hacer era apretar mi agarre en el cinturón. Sigo sin estar segura de dónde saqué la fuerza. Hoy en día lo atribuyo a mi instinto de luchar o huir, y a la potencia de adrenalina que me daba mi impulso de lucha, pero esta fuerza no parecía natural, parecía como si yo estuviera obteniendo poder de otra parte. Sin importar de dónde vinieran mi fuerza y ​​resistencia, lo único que sabía con certeza era que no iba a soltar ese cinturón.

    Cuando Malcolm cayó sobre manos y rodillas, me acerqué como un pescador que recoge carrete con su pesca. Me moví despacio hacia la base del cinturón que le envolvía el cuello. Quería verle mejor.

    Cuanto más tiraba, más fuerte se ponía y más resuellos podía oír. Es algo que no se puede describir fácilmente, estrangular a otra persona. La presión que se necesita para aplastar la tráquea es inmensa, y más de lo que pensaba que yo tenía. Cuanto más se apretaba la improvisada soga, más difícil era sujetarla. Ni el cuero ni el cuello de Malcolm cedían, pero estaba claro que algo tendría que ceder, y ese penúltimo momento estaba más cerca de lo que yo pensaba.

    Cuando me acerqué lo máximo posible al rostro de Malcolm, noté que sus mejillas se habían sonrojado, la falta de oxígeno y el miedo habían quitado todo el color de su ya pálido rostro. No había creído posible que Malcolm se pudiese volver más pálido de lo que ya estaba, pero la muerte tiene formas para drenar a la gente de todo. En su palidez, un tinte azul comenzó a emerger, no sé por qué la gente se ponía azul, seguramente una reacción química o algo así, pero eso añadía mucho más intriga a la situación.

    Aún sosteniendo el lazo, di la vuelta para encontrarme con Malcolm cara a cara. Quería ver cómo la vida se desvanecía de sus traicioneros ojos. Mientras me movía por delante de él, noté que el cinturón no había fluido tan libremente como pensaba. Había retorcido la piel alrededor de la garganta en un patrón de sacacorchos. Esto me intrigó. La piel retorcida parecía estar a punto de romperse. Permanecí derecha y bajé la vista hacia la piel contorsionada. Empecé a retorcer aún más el cinturón. La hebilla, que había quedado colocada firmemente sobre la nuez de Adán, también había comenzado a moverse, trayendo más piel consigo. Le di al cinturón un violento giro y, con este, la piel se rompió y la sangre comenzó a filtrarse por las pequeñas heridas. La piel casi se había pelado de su cuerpo, pero debido a la presión del cinturón alrededor del cuello, la sangre era mínima. Esto me entristeció un poco.

    Mientras el cinturón giraba, quemaba y rasgaba la piel, Malcolm había hecho de todo menos un pío, así que volví mi atención a su rostro, que ahora estaba manchado de azul y rojo. Los capilares de sus mejillas se habían rasgado por la presión y los vasos sanguíneos de los ojos se habían roto, inundando de sangre sus retinas. No había más destellos de color que el rojo que fluía.

    Malcolm se estaba muriendo, rápidamente. Sin embargo, se las arregló para alzar la vista y mirarme a los ojos. Eso no me desconcertó. Simplemente miré a mi amigo moribundo con una sonrisa en el rostro. Una sola lágrima escapó de su ojo manchado de sangre y, mientras yo seguía la lágrima hasta su barbilla, vi que sus labios azulados pronunciaban dos palabras...

    "¿Por qué?"

    ¿Por qué? ¿Tenía el descaro de preguntarme por qué?. En ese momento me enfurecí mucho, aunque, en retrospectiva, yo no sabía exactamente por qué había hecho lo que hice. Me habían contado el destino que me esperaba si le permitía vivir, pero aún no tenía idea de lo que depararía el futuro.

    "¿Por qué?" Murmuró él con una débil bocanada de aire, tuve que responderle.

    "Porque, Malcolm... quiero hacerlo."

    Y con eso, giré el cinturón tan fuerte como pude hacia la derecha. Su cuello se rompió con un crujido y su cuerpo sin vida cayó al suelo con un poderoso ruido sordo.

    No merecía saber por qué estaba siendo castigado. Los pecadores deben enfrentar su destino. Eligieron su camino, ahora debían recorrerlo. Malcolm siempre recorrerá su camino solo, siempre en el frío, para siempre en el Bosque de los Muertos.

    Eso eso fue todo. En cuestión de segundos mi amigo de toda la vida, el único amigo que siempre había estado ahí por mí, que siempre me había hecho sonreír, que siempre parecía tan feliz, era ahora un trozo de carne sin vida en el suelo. Sus mejillas estaban llenas de capilares reventados, todo rojas e hinchadas Su cuello estaba lacerado y desgarrado y, con la presión del cinturón liberada, comenzó a gotear sangre.

    Ver la cabeza torcida en ese ángulo envió un escalofrío de excitación por mi espalda. Había matado a una persona, a un niño como yo. Mi mejor amigo, pero no sentía nada más que placer. Admiré mi obra durante un par de minutos, pero aún no había terminado. No podía dejar el cuerpo aquí, no parecía un acto correcto. Inspeccioné mi entorno, tratando de decidir el mejor curso de acción, y fue entonces cuando la vi escondida en un rincón de la habitación. La mochila de Malcolm, la misma que yo había tirado al tejado después de los sucesos en la casa del árbol.

    Sentí una ligera oleada de pánico fluir sobre mí, pero sentí curiosidad. ¿Cómo había llegado aquello aquí? Creí que nadie la había visto en el tejado. Creí que era demasiado pesada para haberse volado o, tal vez, solo había sido una vana esperanza, de cualquier manera esto significaba que alguien había subido y la había recuperado. Habría resultado bastante obvio que alguien la había lanzado allí arriba, claramente no había caído del cielo y aterrizado sobre el tejado del garaje. Pero la mochila nunca se había mencionado, ni por Malcolm ni por María ni por mi madre, con quien María seguramente habría chismorreado. Esto era desconcertante y preocupante. ¿Y si alguien había descubierto lo que yo había estado haciendo? Después de todo, había cierta evidencia de mi destrucción dentro de esa mochila.

    Caminé hacia la bolsa lentamente, como si esta fuese un animal depredador dispuesto a atacar y yo fuese la presa viéndolo acechando entre los arbustos. Tuve cuidado cuando me acerqué lo suficiente para arrodillarme a su lado, siendo muy cautelosa. Extendí la mano y agarré la correa del hombro para acercarla. Giré la mochila para tener la cremallera de la abertura principal frente a mí. Los dientes entrelazados parecían barrotes de una feroz criatura desconocida. Mi imaginación comenzó a vislumbrar cosas imposibles. La mochila cobraría vida y comenzaría a devorarme el brazo, y luego consumiría lentamente todo mi cuerpo. O se abriría la cremallera para revelar un agujero negro que succionaría la habitación conmigo en ella. Todo parecía posible.

    Después de mi experiencia en el mundo de los sueños gobernado por Gerard, cualquier cosa podía ser real y cualquier cosa podía pasar. Pero la mochila estaba en el mundo real, yo no estaba soñando, o eso pensaba entonces. Por otra parte, no creí haber estado soñando cuando conocí a František o cuando pasé junto a los hombres ahorcados. Todo parecía muy real. Incluso en un mundo sádico y tortuoso, ¿qué maldad podía venir de una simple mochila?

    Sacudí los pensamientos de fatalidad y abrí la cremallera de la bolsa. Dentro no había nada de lo esperado. Yo había anticipado que el contenido estaría lleno de pruebas incriminatorias, pero solo tenía un libro. No un libro escolar, sino un cuaderno de tapa dura. Nunca lo había visto antes. Era obviamente de Malcolm y estaba claro que él intentaba mantenerlo inconspicuo, al ocultarlo a plena vista, al camuflarlo donde debería estar. Había camuflado el libro dentro de la mochila que él le había dicho a su madre que se había dejado en la escuela y que finalmente habían robado. Eso era bastante ingenioso por su parte. Saqué el libro de la bolsa y lo sostuve en mi regazo un momento. Las fundas encuadernadas en cuero le daban un toque muy gótico. El libro era grueso, lleno de páginas a ser llenadas de emoción. Lo abrí y lo que vi me asustó. Las páginas estaban llenas de garabatos, casi como un balbuceo. Las palabras eran legibles, pero en su mayoría incoherentes, y en ciertas partes no tenían ningún sentido.

    Malcolm estaba loco. Yo no tenía ni idea... Él era como yo. Tenía secretos de naturaleza profunda y oscura. Nunca me lo hubiera imaginado. Era difícil decirlo con certeza, pero parecía que esa colección de divagaciones se había iniciado antes del incidente con el pájaro. Supuse que el evento se habría mencionado en la primera página si el diario se hubiera empezado después de que él hubiese salido del hospital y regresado a un estado consciente. Pero el pájaro no estaba en la primera página, por lo que pude deducir, en su lugar había algo escrito sobre Frank, el conserje de la escuela.

    Tampoco era agradable. Malcolm parecía despreciar de veras a Frank por una razón u otra. Esto era algo que yo no sabía.

    Seguí hojeando el libro y una página en particular me llamó la atención. Una palabra ocupaba una página entera. Estaba escrita toda en mayúsculas y garabateada más de una vez. Decía "MUERTE." Paré ahí para investigar más a fondo. Había escrito esto con cierto enfado y era algo más que la letra grande lo que delataba este hecho. La página estaba casi rasgada y en algunos puntos tenía varias pequeñas lágrimas por la agresiva huella de su pluma.

    Pasé a la página siguiente y, como sospechaba, había comenzado a escribir sobre el pájaro en la casa del árbol. Comenzó muy parecido a la página de MUERTE. PÁJARO estaba escrito con letras grandes y agresivas, pero resultó que había más garabatos debajo. No pude distinguirlos, como si estuvieran escritos en otro idioma. Sin embargo, encontré mi nombre y eso fue desconcertante.

    Cuanto más leía, más pruebas de mis actos producía el libro. Malcolm lo había documentado todo, desde mi improvisada necropsia hasta mi cambio de comportamiento durante las últimas semanas.

    Las advertencias de Gerard eran cada vez más precisas. Malcolm había llevado esto a la atención de su doctor. No había ninguna duda al respecto. Yo había hecho lo correcto. Pero en ese momento, necesitaba hacer algo con su hinchado cadáver.

    El libro hizo un ruido sordo al caer al suelo después de escaparse de mis manos. El libro significaba poco para mí ahora y yo tenía asuntos más urgentes que atender que un galimatías. Me levanté tras estar de rodillas y caminé hacia Malcolm. Me detuve junto a su cuerpo durante un rato pensando en lo que hacer; ¿Cómo iba a mover más de cincuenta kilos de peso muerto?

    Fue entonces cuando se me ocurrió una idea. Agarré el cinturón que le rodeaba el cuello y lo usé como una cuerda improvisada. Comencé a caminar lentamente por la habitación tirando del cadáver detrás de mí. Este chirriaba y retumbaba por el suelo de madera, cada rincón que golpeaba con los dedos los enviaba rebotando lo suficiente como para golpear el suelo. Esto resonaba en mi cabeza. En ese momento supe cómo se sentía el narrador de El Corazón Delator. El nivel de decibelios del sonido pareció aumentar hasta el punto del trueno, pero en realidad, el ruido apenas se podía escuchar.

    ¿Era esta mi conciencia? ¿Me sentía mal por haber matado a mi amigo? ¿Arrepentimiento y remordimiento? Es algo que debería estar experimentando, pero no lo estaba. No tenía ninguna razón para sentir ningún tipo de simpatía por el chico. Había resultado ser traicionero y embustero, tal como había dijo Gerard. Se merecía su destino.

    Mi plan estaba ahora en el penúltimo momento. Había llegado a la ventana. La ventana del dormitorio de Malcolm daba al patio trasero y, cuando miré afuera, no pude evitar perderme en la tristeza del día. Abrí el viejo marco de madera de la ventana. Las nubes se habían formado bastante espesas y el sol comenzaba a descender hacia el horizonte, y el cuadro que pintaba estaba más allá del gótico. El árbol que sostenía la infame casa era una silueta negra ante el cielo crepuscular. Sus ramas destrozadas se balanceaban y se desviaban del tronco como una mano deformada que alcanza el cielo en busca de un salvador. La escena era inerte, ni siquiera al árbol poderoso le quedaba vida para esa estación, pues todas las hojas habían muerto, caído, secado y volado. Era hermoso.

    Mi admiración por la belleza de la naturaleza tuvo corta vida, después de todo tenía una tarea que terminar. Malcolm era pesado y yo estaba lejos de ser fuerte, pero tenía que hacerlo. Agarré el cinturón con fuerza en mi mano, lo envolví alrededor de mi muñeca una vez para un apoyo adicional y tiré hacia arriba, llevando el cuerpo de Malcolm a una posición vertical. Luché por mantenerlo allí por mucho tiempo, pero no podía soltarlo. El ruido sordo seguramente llamaría la atención. Con un movimiento rápido pude deslizar mi mano izquierda bajo el brazo de Malcolm, dándome algo de apoyo.

    Las cosas habían comenzado a ponerse problemáticas ahora. El peso muerto de Malcolm se estaba volviendo demasiado. El cinturón se había estado apretando lentamente alrededor de mi mano y muñeca con la tensión adicional. Empezaba a doler. El alivio que proporcionaba mi otra mano hacía poco para aliviar la presión sobre el cinturón.

    Respiré hondo, cerré los ojos y, con cada gramo de mi ser, levanté el obeso cadáver. No estaba en el aire, pero ahora casi estaba de pie, eso era todo lo que yo necesitaba. De nuevo, con un movimiento rápido, pivoté en el sitio, girándome lo justo para tener el cuerpo de Malcolm entre la ventana y yo. Me acerqué a la pared con pasos torpes de pato hasta que sentí la brisa fresca deslizarse por la ventana abierta, supe que estaba cerca. Solté el brazo de Malcolm y agarré rápidamente el cinturón de cuero con ambas manos. Usé los pies para encajar el cuerpo entre la pared y yo, para mantenerlo lo más erguido posible.

    Estaba funcionando. Cómo estaba funcionando se me escapaba, pero mi plan casi se había hecho realidad. El torso de Malcolm estaba de cara a la ventana abierta y su estómago había quedado casi a la altura perfecta, con la parte inferior del marco encontrando la mitad de su panza.

    Lentamente, dejé que el cinturón se desenredara de mi mano derecha, mientras usaba la izquierda para mantenerlo firme. El cuerpo comenzó a inclinarse hacia adelante por la ventana. Su peso cayendo hacia adelante casi me había superado, pero yo había atascado uno de mis pies contra la pared como apoyo. El cadáver estaba casi en un ángulo de noventa grados, su cuerpo formaba una esquina casi perfecta.

    Aquí es donde se volvió más complicado. La mitad inferior del cuerpo de Malcolm estaba dentro de la habitación, mientras que la mitad superior estaba inclinada fuera de la ventana. Tenía que sacar la mitad inferior también sin que yo cayera a plomo al suelo. Eso frustraría el propósito. Tenía que construir mis siguientes movimientos con cuidado.

    Todavía tenía un pie en la pared que me mantenía sujeta, y el otro sujetaba la mitad inferior de Malcolm en la ventana, así que decidí que sería mejor soltar lentamente las piernas de Malcolm. Vigilantemente, solté el pie izquierdo de Malcolm y casi instantáneamente el cuerpo comenzó a inclinarse hacia adelante. Podía sentir el peso transferirse a su parte superior. Su otra pierna quería hacer lo mismo, pero sentí que si en ese momento soltaba su otra pierna, el cadáver se caería por la ventana, llevándome a mí con él.

    Con toda la fuerza de mi cuerpo, aguanté tirando del cinturón hacia atrás y empujé la parte restante de su cuerpo tratando desesperadamente de mantener el cadáver dentro de la casa como estaba.

    Sabía lo que tenía que hacer a continuación: tenía que desenredar el cinturón de mi mano. Iba a ser un movimiento arriesgado. Si perdía el agarre del cinturón, el cuerpo caería dos pisos y mi tapadera desaparecería. No obstante, tenía que hacerse.

    El cinturón se desenredaba lentamente de mi muñeca, sentí que el cuero se deslizaba sobre mi piel y, a cada segundo que pasaba, el chico del otro extremo se volvía cada vez más pesado. No pasó mucho tiempo antes de que el cinturón se soltara por completo. Lo único que mantenía el cadáver de Malcolm en la casa eran mis pequeñas y frágiles manos. Aguanté con todas mis fuerzas, pero no eso no era suficiente, no podía aguantar más.

    El peso del cadáver de Malcolm era demasiado abrumador, se deslizaba lentamente hacia adelante y me llevaba con él. Mi cerebro me gritaba que soltara el cinturón, pero mis manos estaban bloqueadas, congeladas en el tiempo. No podía soltarlo.

    Yo estaba a punto de caer. Podía ver el suelo debajo y no pude evitar pensar que este era el final. La predicción de Gerard era errónea. Mi destino parecía casi sellado. Cerré los ojos y esperé a que el viento me azotara la cara mientras caía por la ventana del segundo piso. Pero entonces algo milagroso ocurrió.

    Recuerdo, aparentemente de la nada, haber oído un estallido. El ruido repentino me sobresaltó y solté el cinturón. El cuerpo de Malcolm cayó por la ventana, pero no oí el ruido sordo de su saco de carne sin vida golpeando el suelo. De hecho, nunca llegó al suelo. Me había impactado tanto lo repentino del choque que no había notado que la ventana se había cerrado de golpe. Curioso, caminé hacia el cristal. ¿Qué pudo haber causado que se cerrara tan abruptamente? Y ahí fue cuando lo vi.

    Atrapado bajo el marco de la ventana había un pequeño trozo de algo. Era negro y de forma triangular...

    ¡Era el cinturón! El cinturón había quedado atrapado por el repentino ventanazo. Frenética, me acerqué a la ventana y en la luz que se desvanecía apenas podía distinguir la figura que colgaba debajo. Era el cadáver de Malcolm. Pero algo iba mal, había algo atrapado entre el cinturón y su cuello: una gran pluma negra, no muy diferente del tipo de pluma que yo había arrancado unas semanas atrás. En ese momento no pude pensar mucho en eso, una feliz coincidencia en el mejor de los casos. Pero seguramente había algo más en la ominosa pluma de lo que creí originalmente.

    No podía maravillarme tanto como me hubiera gustado, aunque sentí una inmensa cantidad de orgullo por mi logro. Una cuarta parte de mi misión había sido completada y el momento del último tercio se acercaba rápidamente.

Capítulo 9

    TOMÉ UNA PROFUNDA RESPIRACIÓN. EL FRÍO aire vespertino entraba helado en mis pulmones. Lo mantuve allí por un momento o dos, asimilando lo que acababa de suceder. Se había quitado una vida. Sentí como si hubiera arrancado el alma de Malcolm de su cuerpo y la hubiera metido dentro de mi bolsillo para mantenerla a salvo, como la cabeza del pájaro. Su vida era mía, me sentía segura y poderosa mientras miraba de pie hacia su casa.

    Me las había arreglado para salir tranquilamente de casa de Malcolm sin incidentes. No había madre ni padre, era como si se hubiesen desvanecido para darme el tiempo que necesitaba para escapar. No podía hablar de su padre, pero estaba segura de que María seguía inconsciente en el armario del pasillo. Aunque yo ahora estaba de pie en la parte trasera de la casa, mirando desde el poéticamente destrozado árbol del patio hacia el cadáver colgado de un amigo largo tiempo desaparecido. Lo único que quedaba de Malcolm eran sus alocadas divagaciones que había escrito en ese libro encuadernado en cuero, el mismo libro que yo sostenía en mis brazos.

    El cadáver sin vida se balanceaba con el viento, rozando gentilmente el alféizar. Aunque yo estaba unas casas más allá, sentada en el patio trasero de un vecino, juré que podía oír el cuero del cinturón suspirando por el peso del cuerpo de Malcolm. El crujido fluía a través del cielo nocturno y el viento lo traía hasta mis oídos. No pude evitar sonreír de nuevo.

    No recordaba haber sonreído tanto como en esa semana.

    Escuché un sonido de raspado detrás de mí. Al parecer, mi santuario no era tan pacífico como pensaba.

    "¡Ey!" Gritó una voz. Yo mire atrás. "¡¿Quién está ahí?!" Qué pregunta más inútil. Como si fuese yo a dar la vuelta y gritar: ¡Elizabeth P. Walker! Menudo idiota.

    Me giré para echar un último vistazo a mi obra maestra antes de salir corriendo del patio. El viento se notaba muy frío en los pulmones, especialmente después de mi rápido trote y salto de la verja de alambre. Respiraba con más dificultad, no podía entenderlo. Acababa de levantar a un chico de más de cincuenta kilos y colgarlo de una ventana, pero ¿una vallita y un trote rápido me dejaban sin aliento?

    Una pregunta legítima sobre la que seguramente habría reflexionado más si no hubiese sido por el maravilloso sonido de pánico que se emitía detrás de mí... los vecinos habían visto el cuerpo.

    Me detuve en seco para escuchar.

    "¡Oh, Dios mío! ¡Lucy!" La misma voz que me había gritado. Di media vuelta y los miré desde el abrigo de un frondoso árbol del jardín contiguo. Una mujer salió corriendo del patio trasero a la llamada de su marido.

    "¿Qué?" dijo ella en un tono frenético.

    El hombre se había movido hasta el medio del patio. Las nubes se habían vuelto pesadas desde mi llegada a casa de Malcolm y los días otoñales cada vez más cortos me proporcionaban la oscuridad adecuada para continuar mi voyeur.

    Oí cerrarse una mosquitera por su propio peso a mi izquierda. El sonido fue seguido por una mujer arrastrando los pies por la hierba para plantarse junto a su esposo, que estaba con la mirada fija en algo en la distancia.

    "Cariño, vuelve-" su frase fue cortada. "Dios bendito." Dijo ella. Ningún Dios había estado presente esa noche; Te lo puedo asegurar.

    El viento se recogió y pude oír el resto de la conversación, pero la mujer se apresuró a regresar a la casa. Lo tomé como una señal de que debía despedirme. No quería desgastar mi bienvenida. El hombre seguía allí, mandíbula laxa, mirando la casa de la que yo acababa de irme. Había visto el cuerpo de Malcolm meciéndose al viento con un hermoso ritmo en el precioso primer plano que el árbol proporcionaba.

    Como he dicho, me había despedido del patio. Me pegaba a las cercas y setos que crecían en muchos jardines cerca de la acera. No quería llamar atención indeseable. Un chico acababa de ser asesinado, quién sabía qué clase de monstruo rondaba acechando ahí fuera y depredando a los niños pequeños. No es que yo fuese sospechosa, sino más bien una víctima potencial a los ojos de cualquier oficial de policía que patrullara por allí.

    Y así, correteaba como un ratón cerca del follaje protector y las paredes con la esperanza de que no me vieran. A cada paso apretaba con fuerza el libro de Malcolm contra el pecho. Fui de cuadra en cuadra sin que me vieran, pero luego llegué a un cruce. El parque, el mismo parque que Malcolm y yo visitábamos casi todos los días de camino a casa desde la escuela. El parque tenía un camino con una intersección en Y, con una rama hacia mi casa, otra rama hacia la casa de Malcolm y la tercera hacia la escuela.

    Me detuve y miré hacia el negro abismo en el que se convertía el parque después de la puesta de sol. Atravesar el terreno seguramente habría proporcionado más cobertura, pero este parecía ominiso. Yo acababa de asesinar al mismísimo amigo con el que había pasado una cantidad infinita de horas en ese parque. No podía ser prudente tentar al destino y cruzar más allá.

    Sin embargo, me liberé rápidamente del pensamiento. Aquel no era momento para supersticiones. Tenía que ser práctica en mi escapada. El parque estaría desierto en ese momento y la oscuridad seguramente proporcionaría la cobertura que necesitaba si me topaba con un transeúnte.

    El parque era la elección lógica. Estaba muy oscuro, ciertamente, y me ahorraría unos minutos de mi viaje a casa, así que tomé la decisión y comencé a vagar hacia la noche.

    Era como había pensado, frío, oscuro y solitario—perfecto para mis propósitos. El área no era del todo grande, podía ver de un extremo a otro. Y hacia la rama opuesta de la intersección en Y—y esta yacía ausente de vida—estaba en paz. La noche era fría, pero eso no me molestaba. El viento se había calmado en el área rodeada de árboles y todo parecía inmóvil.

    Caminando hacia el sendero que me llevaría a casa, pasé por un columpio, el mismo en el que Malcolm y yo habíamos tenido muchas conversaciones. Hice una pausa un momento, recordando nuestra última charla. Parecía una eternidad atrás en el tiempo, apropiado, supongo, pues nunca volveríamos a tener una allí: una eternidad pasada, una eternidad por venir.

    Sacudiéndome la nostalgia, me reconcentré. Tenía que llegar a casa antes de que crecieran las sospechas, así dejé atrás el columpio de mi infancia quizá por última vez. Mientras me alejaba, eché una última mirada atrás y, al hacerlo, vi la sombra de un único Cuervo aterrizando en la viga transversal del columpio.

    El hogar. Hay tantos clichés cuando se trata del caserío: «Hogar, dulce hogar» y «El hogar es donde está el corazón», por nombrar algunos. Yo no conocía el significado de ninguno de los dos dichos. Mi hogar nunca había parecido un hogar de verdad para mí, e incluso mientras estaba en el umbral de la puerta principal en ese momento, no podría haberme sentido más como una extraña. Una intrusa en mi propia casa, que es precisamente como me sentía. Nada parecía familiar. Miré por el pasillo delantero y por las fotografías en la pared y en las mesas. Una familia feliz debía de vivir aquí. Las fotografías mostraban a una madre y un padre de pie tras una hermosa hija. A primera vista, parecía ser una familia feliz y saludable, pero después de una inspección más detallada, ese no era el caso para nada. Las sonrisas eran forzadas y falsas, incluso algo tristes. Mirando de cerca podía ver lo que había querido decir Gerard: esta era una familia rota. Mi padre estaba un paso más alejado de lo que debería, como para distanciarse de mi madre y de mí. Mi madre forzaba la sonrisa más que nadie en la foto, pero es propio de ella ser falsa para parecer normal. Ella no era normal.

    Y luego estoy yo, la inocente niña pequeña en brazos de sus padres. Mi padre tenía un fuerte agarre en mi hombro. Recuerdo el día en que se hizo la foto. No teníamos ninguna verdadera razón para hacernos una foto de familia, pero mi madre pensó que nos haría parecer más una unidad. Ella no lo dijo, pero yo sabía que se refería a parecer más una familia para sus amigos del club de campo. Eso era de hecho todo lo que le importaba. Mi padre no quería ir, eso estaba claro, él lo veía como un desperdicio del domingo. Discutió con mi madre a puerta cerrada sobre ir, se mostró más inflexible sobre no ir de lo que debería.

    Sin embargo, fuimos a la sesión de fotos y todo el rato estuvo lleno de momentos incómodos. Desde el primer fotograma hasta el último, se escenificó todo lo relacionado con el día. El camino hacia el centro comercial donde se encontraba el estudio de retratos estuvo lleno de silencio, el camino hasta el estudio no fue diferente. Mi madre pasó corriendo a nuestro lado enfadada y caminó unos buenos tres o cuatro metros delante de mi padre y de mí, como para dejar claro algo. Cuando llegamos al estudio, mi madre ya estaba sentada esperándonos con total desdén e impaciencia. Ella resopló ante nuestra entrada y apartó la mirada cuando nos sentamos al lado.

    "Menuda familia." Murmuró para sí misma, pero lo bastante fuerte para que la escucháramos. Esas fueron en realidad las únicas palabras que recuerdo de ese día. En el fondo yo sabía que teníamos un hogar roto. En el fondo había algo que no iba bien en todo. Y yo había tenido razón.

    Cuando por fin llegó el momento de que nos hicieran el retrato de familia, todos estábamos en una etapa de tal tensión que incluso el fotógrafo feliz de la vida pudo sentirlo. El ánimo en la voz de mi madre se apagó y la energía a su paso se desvaneció. Ella sabía que la sesión iba a ser un desastre.

    Y lo fue. Ese día, en un lugar generalmente lleno de felicidad y alegría, una familia triste y desolada entró y fingió todo un estado de ánimo, y lo fingió mediocremente.

    Lo que nos quedó fue una foto de alta calidad que destacaba todas nuestras faltas, faltas que todos podían ver, excepto mi madre, segura de una foto de la que estar orgullosa. Yo suspiré ante el fracaso de la foto, que a su vez mostraba el fracaso de nuestra familia. Todo en mi vida había sido un fracaso. Yo había empezado a ver eso más y más claro en las últimas semanas. Yo era una hija mediocre, una amiga mediocre, una estudiante mediocre y una persona mediocre en general, pero aquel no era momento para autodesprecios. Tenía que trabajar rápido, sería cuestión de tiempo antes de que los padres de Malcolm o la policía conectaran a mi yo pequeña de doce años con el crimen.

    Dejando la vergonzosa fotografía a mi paso, me dirigí hacia la cocina. Usualmente se podía encontrar a mi madre tomando un café a la mesa. Caminé por el pasillo principal lleno de retratos familiares mayores, algunos parecían genuinamente felices. Yo aún era un bebé o una niña en pañales en muchas de estas y tenía aún que destruir el alma de mi madre. Sin embargo, cuanto más caminaba por donde iba, más recientes se volvían las fotos. La progresión de una familia feliz de rostro fresco hasta otra dolida y distante resultaba clara y obvia. Es un milagro que nunca lo hubiera notado antes. Nuestro hogar estaba roto, eso estaba claro.

    Entré en la cocina solo para encontrarla carente de vida. No encontré a mi madre, sin embargo, entré. Caminé hacia la mesa en la que yo había pasado tanto tiempo, simplemente sentada, mirando y pensando. Extendí el brazo al pasar andando y acaricié ligeramente su suave acabado con las yemas de los dedos. Miré a la izquierda, hacia el fregadero lleno de platos sucios, pero algo me atrapó mi vista. Ladeé ligeramente la cabeza a la derecha hacia el objeto que me llamaba la atención. Posado en una bandeja de secado junto al fregadero había un cuchillo de cocina de veinte centímetros. Quedé atraída hacia él. La forma en que la luz captaba la hoja de acero la hacía brillar, todos los pequeños arañazos superficiales demostraban carácter, y el modo decía... destacaba para mí. Tuve la innegable urgencia de acercarme a él.

    Algo en la cocina ese día me atrajo hacia aquel cuchillo de chef, una fuerza desconocida, como si fuese, pareció agarrar mi mano y guiarme suavemente hacia él. Yo obedecí sin dudarlo. Estaba facinado. Había visto este cuchillo en la cocina cientos de veces. A mi padre usarlo para trinchar el pavo, cortar pan, rebanar carne, pero, en ese momento, fue como si nunca lo hubiera visto antes. Me resultaba hermoso, no por su versatilidad culinaria, sino más bien por lo que yo podía hacer con él.

    Sostuve la empuñadura sobre mi mano ante mí. La torcí y giré lentamente para echar un vistazo desde todos los ángulos. La luz captaba el frío acero y creaba un destello a ciertos grados, era realmente algo digno de contemplar.

    Antes de que pudiera admirar plenamente la artesanía de aquella fina hoja, oí un ruido de movimiento desde arriba. Giré la cabeza bruscamente para encarar la dirección por donde había venido, entorné los ojos y esperé otro ruido para estar segura de lo que había oído. Con seguridad, lo oí de nuevo.

    Sin dudarlo, me apresuré hacia el ruido, dejando el libro de Malcolm sobre la mesa al pasar. Me moví en silencio, más silenciosa de lo que me creía posible y, igual que en mi sigilo cuando me había escondido detrás de la puerta de Malcolm, me sorprendió. Era como si algo se hubiese apoderado de mi cuerpo, como si todos mis movimientos estuviesen siendo controlados por algún titiritero invisible.

    Rápidamente, me encaminé hacia las escaleras. El ruido provenía del segundo piso. Estaba indecisa cuando llegué abajo, escondiéndome en la pared lateral más alejada, asomando la cabeza lentamente por la esquina para ver si había alguien allí. Pareció que no había moros en la costa, así que hice mi ascenso.

    Todo parecía demasiado familiar, casi idéntico, de hecho, a los eventos en la casa de Malcolm. Aunque esta vez no hubo momentos nostálgicos en mi camino escaleras arriba. Yo no tenía recuerdos privados de los momentos ni emociones. Simplemente subía flotando los escalones, o así me parecía. No hice ni un solo ruido ni un sonido. Sentía como si mis pies fuesen tan ágiles como los de una bailarina actuando en el escenario. Paso a paso, fui moviéndome más rápido y con más urgencia.

    Una vez más, no tenía idea de por qué aceleraba el paso, o de cómo me estaba moviendo tan rápido siquiera, pero el hecho es que me estaba moviendo de una manera ágil.

    Llegué al rellano de arriba y me quedé congelada en el acto. Quise apresurarme más por el pasillo, pero de nuevo esas cuerdas invisibles me estaban reteniendo. Manteniendo la posición por estos grilletes, miré al doblar la esquina hacia el final del pasillo, y menos mal que lo hice. Saliendo del baño, completamente desnuda, estaba mi madre. Acababa de salir de la ducha. El vapor salió detrás de ella al abrir la puerta, oscureciendo su visión del pasillo. Su dormitorio era la siguiente habitación a la derecha, a solo unos pasos del baño, por lo que no tenía que preocuparse por ser modesta y cubrirse. Tampoco esperaba que yo estuviera observando en silencio desde el otro lado de la niebla.

    Cuando dobló la afilada esquina a través del umbral de la puerta de su dormitorio, hice mi movimiento. Aún silenciosamente, progresé por el pasillo. Eché un vistazo a mi dormitorio al pasar. Nada era fuera de lo ordinario, aunque tuve una repentina necesidad de detenerme y entrar. La necesidad era casi abrumadora, sin embargo, la fuerza que me impulsaba hacia adelante me dominó y continué avanzando.

    Más adelante en el pasillo, dejé baño atrás, este estaba al otro lado del pasillo, pero el vapor de la ducha aún salía. Salté hacia el mismo lado que el baño para usar el vapor como cobertura de manera más efectiva. Cuantas menos posibilidades tuviera de ser vista, mejor.

    Una vez más, mientras caminaba pasando el baño, espié dentro de la niebla para una investigación rápida, no había nada a notar. Casi esperaba haber visto a mi padre desnudo, aún secándose después de una ducha a dúo con mi madre. Por fortuna no fue ese el caso. El cuarto estaba vacío, así que dirigí mi atención hacia el pasillo, hacia la última habitación a la izquierda: la habitación de mis padres.

    Despacio, avancé de puntillas y en diagonal por el pasillo, manteniéndome discreta y en silencio para permanecer invisible. Me sentía como un animal acechando a mi presa, muy similar a cómo me había sentido al esperar a Malcolm detrás de la puerta. Estaba dispuesta a desgarrar la carne y rasgar el alma. Entorné los ojos al salír de la niebla y atravesar la puerta de la habitación de mi madre. Mi madre estaba de hecho en mi punto de mira y yo era una pitón lista para atacar, para hundir los dientes y enrollarme alrededor de su cuerpo, succionando lentamente la vida de su débil y patético cuerpo.

    Ella no tenía seguimiento de que yo hubiera entrado en la habitación. Simplemente estaba sentada a su tocador frente al espejo, cepillándose el cabello. Estaba envuelta en una toalla blanca a la altura del pecho y, mientras yo me aproximaba, cuanto más me acercaba, más podía oír el cepillo tirar del enredado pelo mojado, sonaba doloroso, pero ella ni se inmutaba.

    La observé desde el lado, lo bastante lejos para no quedar atrapada en el reflejo del espejo. Me quedé allí, en silencio y mirando. Ella no tenía idea de mi presencia. El cuchillo colgaba inerte en mi mano derecha, meciéndose adelante y atráas, esperando ser usado.

    Todo a su tiempo.

    En mi silenciosa demora, esperaba una oportunidad antes de hacer un movimiento. Y esa oportunidad estaba a punto de presentarse. Mi madre empezó a pasar el cepillo por su espeso cabello castaño cuando el cepillo se enganchó en un nudo bastante complicado. Mi madre dejó escapar un gemido de descontento y el cepillo se le cayó de la mano.

    Su atención ignoraba el espejo. Yo me moví rápidamente por el suelo del dormitorio, de nuevo sin hacer ningún sonido. Yo era borrosa. Mi destino estaba detrás de la cama, directamente detrás de mi madre sentada, pero fuera de la vista del espejo.

    No pude evitar mirar tras la esquina de la cama. A pesar de todos mis nuevos instintos, aún no tenía la capacidad de ver a través de los objetos. Lentamente, me coloqué de modo que un ojo vigilara desde los pies de la cama, y ​​lo que vi fue inesperado. Mi madre no se había sentado con la espalda recta y continuaba cepillándose el pelo, no. Ella había estado mirando fijamente el lugar donde yo acababa de estar de pie. Ella aún se inclinaba sobre la silla, con una mano en el suelo agarrando el cepillo, pero mirando directamente donde yo había estado.

    La observé con gran interés, era como si estuviese esperando a alguien. Fue entonces cuando mi madre se compuso y se puso en pie. Se acercó a la puerta y miró hacia el pasillo. Yo estaba, a todos los propósitos intensivos, a plena vista. Me había sentado con la espalda recta contra la cama y, por impulso, cerré los ojos.

    Esto era infantil, pero mi razonamiento venía de la escuela de pensamiento que decía que si yo no podía verla, ella no podía verme a mí. Me senté, quieta como un ratón, conteniendo la respiración, esperando que cualquier deidad escuchara mi súplica de que ella no se diese la vuelta. Tenía la mano que sujetaba el cuchillo en el suelo y me movía al nivel de la cama, pero no me había dado cuenta de que el cuchillo no estaba alineado con la cama... ¡parte de él se había metido debajo!

    La idea no tardó más de un segundo antes de notar que debería meterme debajo de la cama. Era un hueco estrecho, pero la cama estaba lo bastante elevado como para meterme debajo con un mínimo de jaleo, y bastante rápido también.

    Avancé arrastrada como una serpiente para espíar por debajo de la ropa de cama y echar otro vistazo a mi madre. Ella seguía de pie, pero su cabeza estaba colocada fuera del umbral, mirando hacia el pasillo.

    "¡¿Hola?! ¿Hay alguien ahí? Gritó ella.

    Como si un intruso fuese a responder. Claramente ella había pensado, o al menos esperado, que fuese mi padre o yo.

    "¿Elizabeth?" Gritó ella de nuevo.

    ¡Yo odiaba que ella me llamara así! Iba a disfrutar los próximos veinte minutos.

    Ella esperó una respuesta que no llegaba. Volvió a gritar: "David...." Comenzó a gritar, pero su voz se apagó, como si supiese que llamar a mi padre era inútil. Bajó la vista a los pies por la decepción.

    "Ya, como si fuese a llegar a casa temprano. Seguramente no habrá terminado con la cajera del banco." Murmuró..

    Me quedé en shock... ¿¡Ella lo sabía!? Bueno, Gerard lo sabía. Ese sueño se estaba haciendo realidad poco a poco. Aunque en ese momento, lo que me sorprendió más fue que mi madre lo supiese y no hubiese hecho nada. ¿Cómo podía saberlo y no actuar en consecuencia? El dolor que mi padre debía de estar causándole tendría que ser abrumador a veces.

    Eventos del pasado empezaron a tener sentido, la mecha corta de mal genio con él, enfadarse conmigo sin razón, solo porque necesitaba sacarlo fuera, todo. Sentí lástima por ella. La forma en que actuaba mi madre era enteramente culpa de mi padre.

    Pero, ¿hay de vedad excusa para tratar a una hija como ella me trataba a mí? Un hogar roto, un marido infiel, una vida social fraudulenta no son motivo para desquitarse con tu única hija.

    Quizá yo fui la gota que colmó el vaso. Lo único que la mantenía alejada del punto de ruptura era el hecho de que tenía una hija. Una hija con la que pudiera compartir sus intereses femeninos. Alguien con quien ir de compras y simplemente hacer cosas de chicas. Pero yo no era esa chica.

    Yo era muy diferente. No podía ser esa hija que ella quería. Nunca podría soportar vivir así. Yo odiaba todo lo que ella representaba y, a su vez, ella me odiaba por lo que yo era.

    Eso era inaceptable.

    Era en momentos como ese cuando una hija consideraba cambiar, caminar hacia su madre y darle un abrazo y pedirle que fuesen juntas de compras. Sin embargo, yo no era esa clase de hija. Yo no le agradaba, eso estaba dolorosamente claro. ¿A qué madre no le gusta su hija? Respondiendo a esta pregunta retórica: una madre horrible. El trabajo de un padre es aceptar al hijo tal como es, pero ella no podía. Su mente estaba sellada para cualquier cosa externa a su mundo. A ella no le gustaba el cambio, no le gustaba nada nuevo y no le gustaba gran cosa. Como he dicho, ella no era una buena madre y era aún peor persona.

    Quizá lo que mi padre está haciendo sea algo bueno. Tal vez ella merezca ser víctima de adulterio. Ella era una persona fría por naturaleza y no me cabía duda de que era fría con mi padre en el más íntimo de los modos.

    A pesar de los sentimientos mezclados que pudiera yo haber sentido o no, necesitaba hacer mi movimiento. Yo seguía mirando desde debajo de la cama, acechando como la peor pesadilla de cualquier niño. Mi madre volvió al tocador y se sentó de espaldas a mí a cepillarse el pelo. Y así salí lentamente de debajo de la cama, con el cuchillo de cocina todavía en la mano.

    Esa extraña sensación me invadió de nuevo, la misma sensación que tuve en casa de Malcolm momentos antes de recorrer el pasillo, como si me estuviesen guiando. Yo me movía como un comando de élite del ejército, no como una niña de doce años. Mis movimientos no eran naturales, sino que fluían, y en poco tiempo, salí de debajo de la cama y mi madre no se enteró de nada.

    Era tan silenciosa que ni siquiera yo podía oír moverme. Mi manga larga ni rozó ni se enganchó en la alfombra, el cuchillo no se movió arañando el suelo ni la colcha que colgaba por el borde de la cama hasta el suelo, todo estaba yendo de nuevo a mi manera.

    Despacio, repté desde debajo de la cavernosa cama centímetro a centímetro, como saliendo de un enorme sistema de cuevas. Mis movimientos fueron meticulosos y planificados. Cada movimiento parecía perfectamente pensado. No hice ningún sonido al reptar por la alfombra, me deslizaba como una serpiente en busca de su presa. Y mi presa estaba a unos pocos pasos frente a mí.

    Una sensación de urgencia se apoderó de mí y me detuve en el acto. Sentí que se me formaba una gota de sudor en la frente. Pasé de la silenciosa malicia de ritmo deliberado a quedarme congelada en el tiempo. Todo instinto parecía haber abandonado mi cuerpo, y algo me estaba diciendo que me retirara.

    Estoy segura de que en ese momento hice algún tipo de ruido al girar y arrastrarme de vuelta a la cueva de la cama, pero todo ruido que hice fue enmascarado por unos golpes, unas llamadas bastante fuertes de nudillos en la puerta principal.

    Mi corazón se aceleró y mi respiración se acortó. Casi me había convencido de que estaba sufriendo un infarto. Aunque había sido solo un ataque de pánico, yo aún estaba preocupada. Desmayarse no era una opción en aquel momento.

    Mi madre no me había oído, se levantó del tocador y pude ver sus pies desde debajo de la cama. Caminaron hacia la puerta y salieron de la habitación. La curiosidad me superó. Tenía que ver quién había estado llamando a la puerta. Por supuesto, mi primer pensamiento fue la policía. Después de todo, ¿por qué no iban a venir a buscarme? Estuve en casa de Malcolm y me escapé sin mencionar nada a nadie. Mi mejor amigo, al parecer, acababa de ser asesinado, su madre había sido hallada inconsciente dentro de un armario y yo no había hecho nada, aparte de huir de la escena. Eso parecería sospechoso a la gente más ingenua e indulgente.

    Mi única gracia salvadora en ese momento era que mi madre no sabía que yo estaba en casa. Ella enviaría al oficial de policía a otra parte y yo estaría a salvo y tendría la privacidad requerida para hacer mi tarea.

    Pero aún así tenía curiosidad. Quería saber quién estaba en la puerta. Me incorporé y salí corriendo de debajo de la cama. Aparté las mantas que colgaban a un lado y me levanté con una carrera frenética. Corrí por el pasillo, tratando de hacer el menor ruido posible, y me detuve en lo alto de las escaleras, lo bastante cerca del hueco para escuchar una conversación, pero lo bastante lejos como para permanecer fuera de la vista si alguien miraba hacia arriba.

    Me incliné hacia delante, la conversación era distante. Podía distinguir la voz de mi madre, pero la otra era casi inaudible. Cerré los ojos y concentré toda mi energía en los oídos. Me imaginé acercándome a la voces, flotando por el aire. Funcionó.

    Mis ojos se abrieron de golpe y casi sentí que mis pupilas se dilataban. Jadeé y sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. Tenía miedo, miedo de verdad. El escalofrío me caló hasta los huesos y yo me congelé. Quería llorar, quería gritar. No salió nada, salvo una lágrima que se deslizó por mi mejilla.

    Giré y me apoyé en la pared, sentí que comenzaba a hiperventilar. Cerré los ojos de nuevo y esta vez me invadió esa sensación familiar, la misma que había sentido en casa de Malcolm. De pronto, me sentí tranquila y supe qué hacer. Regresé a la habitación de mi madre a esperar mientras ella terminaba su conversación con el Sr. Gabriel.

    Yo no podía ni imaginar qué querría ese monstruo. Era claro que no lo habían invitado, pues mis padres sospechaban de él y de lo que pudo o no pudo haberme hecho esa fatídica noche. Yo no quería pensar mucho en ello, su hora llegaría. Sin embargo, mientras me sentaba frente al tocador de mi madre, no pude evitar pensar en las atrocidades que quería perpretar en el cuerpo del Sr. Gabriel.

    Me miré en el espejo frente a mí y lo que vi me sobresaltó. En una primera mirada, juré haber visto una figura detrás de mí, di media vuelta a una velocidad vertiginosa, pero no había nada detrás de mí, por supuesto. Me estaba imaginando cosas. Todo lo que había sucedido en las últimas horas debía de estar pasando factura en mi estado emocional. Yo estaba en un innegable estado de decadencia mental, pero a los doce años yo no había pensado mucho en ello, al menos hasta que me miré al espejo.

    Sin embargo, había alguien allí, no detrás de mí, sino más bien dentro del espejo.

    ¡Era František!

    Mi corazón comenzó a acelerarse de impaciencia. Estaba emocionada de verle, a pesar de que él representaba el miedo y el odio del mundo que Gerard había creado. Yo sentía cierta conexión con František, algo que no podía explicar del todo.

    Sin embargo, mi entusiasmo duró poco. Él no se movía, no hablaba y no intentaba ningún tipo de comunicación. Sentí que la emoción abandonaba mi rostro y daba paso a la decepción. Examiné la parte baja del tocador durante un mero segundo antes de volver a concentrarme en el espejo y ser recibida por una cara ensangrentada y vendada; el Krag.

    Di un brinco. La cara me había sobresaltado y yo di media vuelta por segunda vez. Y esta vez había algo allí, a unos diez pasos de mí. Durante algún movimiento reflejo, yo había soltado el cuchillo de cocina que había estado empuñando. El primer golpe contra mi madre se había realizado.

    El cuchillo entró en su objetivo con tal fuerza que lo envió tambaleándose varios pasos atrás antes de que ella cayera sobre una rodilla.

    ¿He mencionado que ella gritó? Dejó escapar un poderoso aullido que me estremeció hasta la médula. Yo incliné la cabeza ante el sonido con la esperanza de que cesara, pero no lo hizo. Era una respiración tras otra saliendo como un grito, un chillido tan irritante que tuve que hacer que parara.

    Con mi madre todavía sobre una rodilla, caminé hacia ella, me detuve y observé un instante antes de darle un puñetazo en la sien izquierda tan fuerte como pude. Ella colapsó inconsciente en cuanto mi puño hizo contacto con su cabeza, pero lo más importante era que ella había dejado de chillar.

    Pasaron al menos diez minutos antes de que ella despertara. Yo había conseguido arrastrar su cuerpo hasta el tocador y sentarla en la silla. Le había atado pies y manos a la silla y a la mesa lo mejor que había podido. Ella no podía moverse.

    También había dejado el cuchillo en su pecho.

    Cuando despertó, miró por la habitación con frenética torpeza antes de notar que la empuñadura de un cuchillo aún sobresalía de su cuerpo. Intentó chillar de nuevo, pero lo único que salió fue un sofocado gemido. Por supuesto, yo la había amordazado. No podía soportar los chillidos otra vez, era imposible saber qué habría hecho yo para callarla del todo rápidamente. Quería tomarme mi tiempo.

    Los frenéticos movimientos de mi madre continuaron durante algún tiempo, y durante todo ese tiempo yo me quedé justo sobre su hombro derecho. Ella no me vio hasta que me miró en el espejo, fue entonces cuando ella dejó de tener un ataque de proporciones epilépticas. Inclinó la cabeza hacia un lado, como si eso la ayudara a comprender la situación en cuestión.

    "¿Lizzy?" balbuceó ella con curiosidad.

    Yo no dije nada; Me quedé allí con una pétrea expresión fría en la cara. Estoy segura de que ella esperaba que yo estuviera conmocionada, después de todo, ¿qué niña de doce años no quedaría traumatizada tras apuñalar accidentalmente a su madre con un cuchillo? Supongo que la omisión de acciones por mi parte hizo mucho por que ella comprendiera la situación. Comenzó a chillar y agitarse de nuevo, por supuesto en vano, con la mordaza y las improvisadas correas hechas con cinturones.

    Me quedé allí, inescrutable, tan quieta como pude. Esperé a que su ataque se detuviera y, cuando lo hizo, miró mi reflejo de nuevo. Me vio el tiempo suficiente para verme cubrir la cabeza con la funda de la almohada. No quería que ella tuviera que ver lo que vendría después. Después de todo, era mi madre. Además, estaba convencida de que la funda de la almohada me sería útil en breve.

    Recuerdo haber visto mi reflejo en el espejo, no era la primera vez esa noche que veía mi retorcida transición. También había sucedido en casa de Malcolm. La noche anterior yo era una niña normal, tan normal como era posible dada mi situación, pero yo no era una asesina... no era una psicópata.

    Con la funda de la almohada protegiendo los ojos de mi madre de los horrores que estaban a punto de acontecerle, yo estaba lista para empezar. La empuñadura del cuchillo aún sobresalía de su cuerpo como la de un cuchillo de trinchar sobresaliendo de un pavo en Acción de Gracias. Usé este método a mi favor. A ella le encantaba cocinar y hornear para sus amigos: comida que siempre era para los demás y nunca para su propia familia. Básicamente, ella proveía a todo el mundo menos a los suyos. Quizá le gustaría que la trincharan.

    Agarré la empuñadura del cuchillo y, al hacerlo, oí un gemidito patético bajo la funda de lino. Aflojé el agarre sobre el cuchillo un segundo, no por remordimiento o simpatía, sino por puro placer. Una vez más, esa sonrisa había aparecido en mi rostro. Estaba disfrutando de su dolor y tortura... era satisfactorio.

    Bajé el cuchillo, desgarrando tan fuerte como pude.

    Ella chilló.

    Tejidos blandos, músculos y tendones se desgarraron, se partieron y cedieron bajo la afilada hoja.

    Ella continuaba chillando.

    Los gritos se convirtieron en sollozos e hiperventilación mientras ella sangraba como un cerdo atrapado. Por supuesto, los gritos y sollozos se amortiguaban debido a los calcetines enrollados que le había metido hasta la mitad de la garganta. Era tan patético... era maravilloso.

    El cuchillo se detuvo abruptamente cuando golpeé una costilla. No estoy segura de qué costilla en particular, pero era mucho más grande y más densa que la del pajarito. El cuchillo estaba atascado, así que lo moví arriba y abajo—sin duda desgarrando músculos y otras cosas corporales en el proceso—pero la hoja apenas se movió. Esto no me complacía, a pesar del dolor en el que ella estaba, yo no había terminado. Agarré el cuchillo con ambas manos y tiré de él hacia fuera con todas mis fuerzas. Se movió, aunque ligeramente. Tiré y tiré hasta que el cuchillo se soltó, lo cual me hizo caer hacia atrás con una buena cantidad de fuerza.

    Aterricé con un ruido sordo, pero relativamente imperturbable... hasta que miré mi mano y vi sangre. No de mi madre, sino la mía. El cuchillo se me había escapado por el impacto con el suelo. Eso había causado que la hoja resbalara hacia abajo y me cortara la palma mano en dos. Podía mover la mano y, pese a lo mucho que me dolía, yo estaba más que fascinada. Aún no había visto cómo era yo por dentro. Supongo que pensaba que sería diferente a todo el mundo. Esta era una idea tonta, pero claro, yo no era como la mayoría de la gente.

    Me quedé sentada mirándome la mano durante un rato, admirando la sangre que fluía y me chorreaba por el brazo. Luego oí ese familiar gemido desde la improvisada prisión de mi madre y me devolvió a la realidad. Tenía un trabajo que terminar, ya me miraría la sangre de la herida más tarde.

    Me levanté, agarré el cuchillo en un movimiento de barrido y me acerqué a mi víctima con un propósito. Ahora podía sentir mi modo de andar, tenía más que un propósito... tenía deseo. Yo quería ver esto a través del ahora más que nunca.

    Con cada paso que me acercaba a ella, sentía una oleada de emoción dispararse por todo mi cuerpo. Yo ni siquiera había notado que mi brazo estaba levantado, y en cuanto estuve a distancia de ataque, bajó con toda la fuerza que pude reunir—la cual había recientemente descubierto que era más de la que debería tener una niña de doce años. El cuchillo atacó la herida previamente infligida, y esta vez esa molesta costilla se partió. La hoja se hundió empapándose en la sangre de mi madre y, cuando la saqué, sus fluidos se desparramaron y salieron escupidos llenándome la cara y torso con la sustancia carmesí. Fue una maravilla.

    Ella dejó escapar un último gemido antes de desmayarse. Yo estaba segura de que no había muerto—aunque su cabeza había caído hacia adelante como la de una oveja muerta—pues ella seguía respirando.

    Por mucho que quería que ella sintiera todo lo que estaba por venir, me complacía el silencio. Aunque el silencio nunca duraba mucho. Un golpe vino desde la planta baja, desde la puerta principal. Una vez más alguien había venido a interrumpirme. Intenté ignorarlo, pero era imposible continuar mis... actividades con alguien ahí fuera al alcance auditivo. Tuve que implorar a mi paciencia que se quedara conmigo un momento más. Eso resultaba increíblemente agotador. Mi curiosidad por saber quién llamaba a la puerta estaba despertando y mi ansiedad por terminar mi trabajo aquí y seguir adelante era como una piedra en mi estómago. Pero mi curiosidad por saber quién estaba en la puerta principal estaba a punto de quedar satisfecha.

    Escuché una voz llamar tras una serie de golpes bastante fuertes y violentos, pero no podía distinguirla desde el dormitorio de mi madre. Avancé de puntillas por la alfombra tan lentamente como pude porque temía que cada movimiento se amplificara, hiciera eco en toda la casa y resonara en los oídos de mis visitantes. Todo paranoia, lo sé, pero es que no podía dejarme atrapar. El miedo a la condenación eterna me mantenía avanzando a un ritmo cuidadoso.

    Una vez en la escalera, miré entre dos barrotes de la barandilla, haciendo todo lo posible por permanecer oculta. Era el mismo lugar desde el que había espiado aquella vez al Sr. Gabriel y a mi madre. Estaba segura de que era un lugar seguro para esconderme. Podía ver a través de la ventana de vidrio esmerilado de la puerta principal. Tras la puerta había dos figuras de pie, altas y bien formadas, robustas como dos descomunales árboles. Giraban sobre los talones para mirar por encima del hombro y comprobar su entorno. Yo sospechaba quien podrían ser estas dos misteriosas figuras, pero nada era concluyente en mi mente de doce años.

    Pero entonces volvieron a llamar y, esta vez, sin paredes que obstruyeran mi audición, estuvo claro como el agua.

    "¡D.P. de Chicago! ¡Abran la puerta!"

    Se me cayó el corazón a los pies. Mi estómago dio un vuelco. Me sentí enferma, violentamente mareada. Sentí una oleada de pánico invadir mi pequeño, y ahora tembloroso, cuerpo.

    Habían encontrado a Malcolm.

    Malditos vecinos entrometidos.

    ¿Qué iba a hacer ahora? Respiré hondo y miré a mi alrededor. Todo era tan familiar, pero muy extraño al mismo tiempo. No era yo misma... o quizá, por primera vez en mi vida, era yo misma.

    Mi propia habitación al final del pasillo, sonreí ante la idea de acurrucarme cálida y acogedoramente dentro de los confines de mi cama. Pero la sensación de euforia no duró mucho. Imágenes de sangre y violación llenaron mi mente y, otra vez, me sentí enferma. Esta casa ya no podría ser mi hogar, ¿cómo podría después de todo lo que había sucedido aquí? No, yo no podía volver a dormir en aquella cama de recuerdos manchados de sangre y sábanas violadas. Tenía que hacer lo que fuese necesario; Tenía que terminar con mi obligación.

    Después de otra serie de golpes de nudillos y gritos, lo mejor de Chicago se rindió y ambos regresaron a su coche patrulla y por fin abandonaron la casa.

    Volverán, pensé yo.

    Si sabían que había sido yo, probablemente asumirían que aún no habría vuelto a casa. Este sería el último lugar al que yo iría, ¿verdad? De una forma u otra, antes de que terminara la noche, volverían para apagar un fuego u otro. Pero ahora yo tenía asuntos que atender y necesitaba darme prisa.

    Después de volver corriendo a la habitación de mi madre, noté que su cabeza ya no estaba inclinada hacia un lado. Estaba erguida. Cuanto más me acercaba, más podía oírla gemir, como un caballo escaldado. Eso me complació. Me acerqué a ella por detrás para que pudiera verme en el espejo. Pude ver el reflejado miedo de sus ojos.

    "Shh, tranquila, madre. Solo era la policía." Dije mientras me inclinaba hacia su oído.

    Ella se sobresaltó y abrió mucho los ojos con cierta esperanza.

    Yo solté una leve risilla, "No creerás que respondí, ¿verdad? No. Ya se han ido."

    Su expresión decayó y las lágrimas comenzaron a fluir de nuevo. Me pregunté si sabía que iba a morir o si todavía le quedaba una vida por vivir. Yo esperaba sinceramente que fuese la primera de las dos, pero estábamos hablando de mi ingenua y estúpida madre... Probablemente se aferraba al más pequeño hilo de esperanza.

    Había ahora mucha sangre. Mi mano seguía gotendo y dejaba un rastro de sangre desde la habitación hasta el rellano en lo alto de las escaleras. El interior de la habitación se parecía mucho a un matadero. Las paredes estaban salpicadas de sangre, la ropa de mi madre estaba empapada y el suelo debajo de ella era un charco de sangre. Aunque no le hiciera nada más, seguramente se moriría desangrada. Pero, ¿qué diversión había en ello? Yo quería que ella sufriera, no que se durmiera, se desmayara y muriera mientras dormía. No, tenía que dejar un mensaje, un cadáver sin vida es una cosa... un cadáver sin cabeza, otra.

    La idea dio vida en mi interior a algo que no pude identificar. Estaba emocionada, sí, pero era más que eso. Era como si experimentase la Navidad por primera vez en una familia rica después de ser adoptada de la calle... pero más. Era mejor que eso.

    El cuchillo había caído de la herida abierta en el pecho de mi madre y descansaba en el charco de sangre bajo sus pies. Lo recogí y lo examiné durante un instante. Vi que la sangre goteaba lenta y meticulosamente, golpeando el suelo con un satisfactorio chapoteo.

    No estaba segura de cómo se desarrollaría esto. El cuchillo estaba afilado, claro, pero ¿estaba lo bastante afilado para hacer lo que estaba a punto de pedirle? ¿Sería lo bastante fuerte? Si las películas eran de alguna indicación, lo siguiente habría ido rápido y fluido.

    No fue ese el caso.

    Balanceé el cuchillo en el punto medio del cuello y, cuando este atacó, se encontró con mucha más resistencia de la que esperaba. En el momento del impacto, todos los músculos de su cuello se tensaron, deteniendo el cuchillo en seco. Eso debía de haber dolido... un montón.

    Yo misma estaba un poco sorprendida. La hoja solo había entrado un centímetro a un lado del cuello, ni siquiera lo bastante hondo como para tocar alguna arteria importante. Ella sangraba, pero sin salpicar. Yo quería que ella salpicara.

    Aunque lo que le faltó de efecto visual lo compensó con creces chillando. Era escandalosa, incluso con la improvisada mordaza en la boca. Tenía los ojos como si quisieran salirse de los párpados y, cuando yo di un paso atrás para observarla retorcerse y debatirse, ella me miró fijamente. El dolor en sus ojos no era solo físico... era emocional. Su propia hija estaba intentando decapitarla. Probablemente nunca había visto venir tal cosa y, sin embargo, estaba sucediendo ante sus propios ojos.

    Después de saborear el momento, me reconcentré. Agarré el mango del cuchillo otra vez. La hoja estaba atascada con firmeza, encajada entre dos trozos de músculo tenso—según comencé a ver. Mecí el cuchillo de lado a lado, cortando pedazos de carne y rasgando piel a medida que avanzaba hasta que por fin salió la hoja.

    La sangre comenzó a brotar de la herida como una pequeña cascada. Debía de haber cortado cerca de algo que llevaría a la salpicadura de sangre, ¿quizá la infame yugular? Una vez más, la perspectiva me emocionó. Estaba deseando trinchar y destrozar un poco más, y así lo hice. Levanté el cuchillo por encima de la cabeza y lo bajé en picado. Cuando hizo contacto, el cuchillo la atravesó mucho más fácilmente que la primera vez: lo había clavado justo de lleno en la primera herida. El cuchillo cortaba la anatomía interna más blanda con bastante facilidad, y esta vez se me concedió mi deseo.

    La sangre brotó de su cuello como la bruma de las Cataratas del Niágara, bañándome con su cálida esencia sustentadora de vida. Por supuesto, si la sangre de mi madre estaba sobre mí, en realidad no podía mantenerla con vida, ¿no?, pero esa ironía hacía que el momento fuese aún más dulce. Aunque pensé que era imposible que alguien sobreviviera a la pérdida de sangre que ella estaba sufriendo, aún sentía curiosidad por saber si ya había muerto. Necesitaba investigar.

    Dejé el cuchillo clavado en medio del cuello y rodeé el cuerpo, ahora inerte, para verlo de frente. Su cabeza estaba un poquito inclinada hacia adelante, pero quedaba anclada por arriba por la cuña creada por el cuchillo. Sin embargo, sus ojos me intrigaron porque permanecían abiertos, como demasiado asustados para cerrarse. El impacto de aquella terrible experiencia le impedía parpadear. No había lágrimas y sus pupilas eran enormes, como mirando su propia alma en el espejo frente a ella.

    Estaba muerta.

    Suspiré, respiré hondo y me pausé durante un rato. Ahora yo estaba sin madre. La idea era un poco inquietante. La mayoría de las personas que pierden a sus padres sufren confusión emocional—por no mencionar que yo también había perdido a mi mejor amigo—aunque la mayoría de las personas no provocan esa pérdida intencionalmente ellos mismos. La inquietante sensación no provenía de la pérdida, sino de la ausencia de emoción en mí por dicha pérdida. Yo estaba, a todos los efectos, sola en el mundo. Solo me quedaba mi padre ahora y, pronto, él tampoco estaría conmigo. Me convertiría en una huérfana. Aunque eso no importaba en realidad, supongo. Solo había dos resultados para todo esto y ninguno involucraba a mis padres quedándose a mi lado.

    La muerte está a nuestro alrededor en cada minuto de cada día. Siempre hay algo, en algún lugar, que está muriendo. La mayoría no lo nota, pero cuando eres un heraldo de la muerte, lo notas mucho, mucho más, y después es casi imposible ignorar su presencia.

    Mi madre era un desastre sangriento, pero yo no había terminado con ella. Supuse que su estado inerte debería facilitar mucho la decapitación. No habría músculos tensos interponiéndose en el camino, solo había que cortar cartílago y vértebras, y eso es exactamente lo que hice.

    Golpe tras golpe, sierra tras sierra, su cabeza cayó por fin al suelo. Debí de haber tardado más de lo que esperaba porque no hubo mucho flujo sanguíneo. No fue como las películas, con una fuente de sangre chorreando hasta el techo—estoy segura de que eso habría sido espléndido—pero tampoco me sorprendió demasiado. Después de todo, ella ya había perdido mucha sangre.

    Quedé satisfecha cuando su cabeza golpeó el charco de sangre bajo ella con un chapoteo aún mayor que antes. La alfombra estaba completamente empapada, por lo que el peso de su cabeza obligaba al exceso de sangre a acumularse a su alrededor, haciendo que pareciese que se estaba ahogando en su propia sangre.

    Levanté la cabeza y la sostuve a la altura de mis ojos. La examiné, la estudié. La cabeza era fascinante. Algunos fragmentos de columna aún sobresalían por la parte de atrás. La boca estaba abierta y tenía los dientes manchados con su propia sangre. La lengua estaba fuera de la boca como la de una cabra muerta. Pero fueron sus ojos los que llamaron mi atención. Sus ojos azules, antes brillantes y vivos, me estaban mirando, lo cual resultó un alivio. Por primera vez en mi vida, sus ojos no tenían esa mirada de decepción, ahora tenían miedo. Había muerto aterrorizada y yo no lo habría querido de otra manera.

    Solo había un obstáculo más en mi camino antes de poder llegar a mi gran premio: mi padre. Yo temía ese momento. Amaba a mi padre. Él nunca había sido bruto ni injusto. Siempre me había tratado como si fuese su princesita—y lo más importante, me defendía cuando a mi madre se le iba la cabeza... Aquello iba a ser duro.

    Justo cuando clausuré ese pensamiento, escuché la puerta principal cerrarse de golpe y una voz que llamaba a mi madre a gritos. Era mi padre. Llamó un par de veces, resultaba algo triste saber que él nunca obtendría una respuesta.

    Sonreí.

    Descarté la cabeza de mi madre sobre el tocador, frente al cual su cuerpo sin vida estaba sentado, atado y descabezado. La cabeza aterrizó con un estruendo y quedó mirándose directamente en el espejo.

    Le di la espalda a mi madre por última vez y salí de la habitación, empapada en sangre y sonriendo. La herida en mi mano seguía sangrando y goteando, dejando un rastro de miguitas de pan a dondequiera que yo iba. Cuando llegué al pasillo, escuché los frenéticos pasos de mi padre subiendo las escaleras. Me paré y esperé a que él doblara la esquina. Cuando lo hizo, verme le hizo retroceder tambaleante.

    Dio un paso atrás en estado de shock, casi cayendo sobre el escalón superior—y también habría caído si no hubiese sido por su torpe agarre en la barandilla. Lástima que no se cayera, me habría hecho la vida mucho más fácil.

    Cuando recuperó el equilibrio, se tapó la boca con la mano. No estuve segura de si era por la conmoción o por si iba a vomitar. En cualquier caso me pareció gracioso. Me reí tímidamente de él y él inclinó la cabeza como un perro, confundido al oír mi aguda burla. Avanzó dos pasos hacia mí. Apenas podía mantener sus ojos fijos en mí, iban de pared a pared, de techo a suelo y, de vez en cuando, me miraba fijamente para luego apartar la mirada al instante.

    Yo le asqueaba.

    Cuando se acercó lo suficiente, se arrodilló frente a mí. Puso las manos sobre mis hombros y me miró a los ojos. Noté que él quería estar en cualquier otro lugar menos allí en aquel momento.

    "Lizzy, ¿qué... te... son...?" Tropezaba con las palabras, era algo encantador. Respiró hondo, cerró los ojos y continuó. "¿Estas bien? Me ha llamado la policía a la oficina." Abrió mucho los ojos, "Malcolm está..." Buscó la palabra adecuada. Pensé en ayudarle un poco.

    "Muerto." Dije con bastante indiferencia.

    Sus ojos se abrieron de par en par por la conmoción, pero cambiaron rápidamente de conmoción a intensidad. Me miraba con ferocidad ahora, y tensó su agarre sobre mis hombros.

    "Lizzy." Me dijo ahora inspeccionando mi cuerpo. "¿Por qué estás llena de sangre... dónde está tu ma..." Se detuvo y levantó la vista al notar el ensangrentado rastro de miguitas de pan—que no conducía a una deliciosa casita de pan de jengibre, sino más probablemente al cadáver de la pobre Gretel.

    Se puso en pie, aparentemente olvidándose de mí y de mi sangriento atuendo. Desde donde estábamos, estuve segura de que él solo podía ver un adelanto de lo que había sucedido en aquella habitación abandonada. Él quería el espectáculo completo, pero sabía que no podría soportarlo. Sabía que las espantosas vistas tras el umbral de esa puerta le destrozarían.

    Yo lo estaba deseando.

    Pasó junto a mí en un frenesí de emoción. Estoy segura de que su tren de emociones evolucionó desde la negación, el miedo, la tristeza hasta la aceptación en cuestión de segundos. Irrumpió en el dormitorio y cayó de rodillas de inmediado con la cabeza entre las manos. Yo lo había seguido de cerca y me apoyé entonces en la jamba de la puerta, cruzando los brazos con satisfacción. Le observé caer lentamente en la desesperación y... ¡oh, cómo cayó! Podía imaginarlo en mi cabeza cayendo a un pozo de sombras oscuro y profundo, con decenas de manos extendidas saliendo de la piedra por todos lados, buscando agarrarle, pero cuando él estiraba sus propias manos siempre quedaba corto y nada de lo que pudiera hacer evitaría que cayera en el pozo de la desesperanza.

    Comenzó a sollozar un poco, negándose a mirar el cadáver decapitado que había sido mi madre. Cuando reunió el valor suficiente para echar un vistazo, vomitó. Yo di una carcajada bien alto ante el panorama. No pude evitarlo. Aquel fuerte hombretón proveedor reducido a lágrimas y vómitos por una niña de doce años y un poco de sangre.

    Hilarante.

    Después de reirme en la manga de mi camisa, mi padre giró la cabeza y me vio por encima del hombro.

    "Tú... Tú hiciste esto, ¿verdad?"

    "¿Quién si no, papi?" Dije con una sonrisa y ladeando la cabeza. Él se puso en pie.

    "Pero ¿por qué? ¿¡Por qué!?" Gritó. Esa era la primera vez que yo le oía gritarme. Me aparté un poco por lo inesperado, pero no parpadeé.

    “Porque, papá, se lo merecía. Era una horrible perra y necesitaba un castigo." Dije honestamente, parafraseando un poco las sabias palabras de Gerard. Los ojos de mi padre se abrieron con enojo y conmoción.

    "Tú, pequeño mons..." Comenzó a decir al precipitarse hacia mí con intención asesina.

    Por suerte, yo había previsto tal reacción. Mientras él venía directo hacia mí, yo di un paso atrás y cerré tranquilamente la puerta del dormitorio. Cuando lo hice, giré el pomo para bloquear la puerta.

    Una cosa que he olvidado mencionar antes es que, mientras mi madre estaba inconsciente, yo había desmontado el pomo de la puerta. A ver, yo no tenía ningún conocimiento real de cómo hacer eso. Fue algo muy parecido a lo que había sucedido en casa de Malcolm, cuando se me había cedido una fuerza de origen desconocido. Yo había sabido de pronto cómo desarmar el pomo sin romperlo y sin que pareciera que había sido manipulado.

    Mi padre aporreaba la puerta con gran furia. Pateaba, empujaba y golpeaba todo el rato mientras chillaba maldiciones casi inaudibles. La puerta reverberaba con cada golpe. Me quedé tan cerca que podía sentir las vibraciones en la nariz. Tomé una profunda respiración. Era un cambio nuevo y emocionante. El hecho de que él estuviese enojado conmigo envió un hormigueo por mi espalda. Era un sentimiento tan fascinante, solo engrandecido por el hecho de que la ira que él sentía hacia mí ahora sería lo último que sentiría.

    Me alejé de la puerta y seguí mi rastro de sangre hasta el rellano de las escaleras. Miré a mi alrededor por un momento y asimilé el vacío. Esta casa había sido mi hogar durante toda mi vida, era una pena lo que tenía que hacer, pero como ya he dicho, tenía que hacerlo. Bajé tranquilamente las escaleras hasta la cocina, abrí un cajón, agarré lo que estaba buscando y volví a subir las escaleras. Cuando seguí mi rastro manchado de sangre de regreso a la puerta, los gritos y las patadas de mi padre se habían detenido. Debió de haber notado mi sombra bajo la puerta, porque me llamó en cuanto regresé.

    "¿Lizzy?" Preguntó muy tristemente.

    "¿Sí, papi?" Pregunté con la voz más encantadora posible.

    "¿Por qué? ¿No te tratábamos bien?"

    Una pregunta válida desde su punto de vista, pero él no había visto lo que yo había visto. Su punto de vista era parcial; por supuesto, él se consideraba el padre modelo, el perfecto hombre de familia. A sus ojos, siempre nos había cuidado y se había preocupado por mi madre y por mí. Pero él no lo sabía. ¿Cómo iba a saberlo? En cuanto a mi madre, bueno, eso solo había sido ignorancia por parte de mi padre.

    “Bueno, mamá siempre fue una especie de perra, papá. Quiero decir, ¿es que no lo veías? Ella me odiaba." Dije con honestidad.

    “¡¿Pero cortarle la jodida cabeza?! En serio, Lizzy, ¿qué coño te pasa en la cabeza?" Dijo con un tono muy acusador.

    "No me pasa nada, papi. Es que he descubierto algo últimamente. Quiero decir, desde que dejaste que el Sr. Gabriel me follara. Esas cosas cambian a una chica, ¿sabes?" Dije con indiferencia.

    Hubo una pausa desde el otro lado de la puerta. Yo estaba ansiosa por oír su respuesta, pero podía esperar. No me quedaba nada salvo tiempo.

    Cuando por fin respondió, parecía que el silencio se hubiese prolongado eternamente. Su respuesta fue de infarto.

    “¿Follada? ¿Él...?"

    No creí que él pudiese terminar de decirlo, así que le ahorré el tormento. Eso no era algo que él se mereciera, tener que decir que su hija había sido violada por la niñera que él había contratado.

    “Me violó. Si." Dije sin saber muy bien lo que significaba esa palabra.

    "Lo juro por Dios, Lizzy... no tenía idea... ¿Por qué no dijiste algo? Déjame salir de aquí, te conseguiremos ayuda y me aseguraré de que Gabriel reciba lo que le espera." Jugó su última carta, pero no funcionó. Fue un bonito gesto como último suspiro, pero no funcionó.

    De nuevo, he olvidado mencionar cierto detalle, algo que hice deliberadamente. De la cocina yo había recogido dos cosas esenciales para el siguiente propósito. Combustible líquido y fósforos. Durante la conversación con mi padre, yo había empapado la puerta y el suelo.

    Las cosas estaban a punto de ponerse interesantes.

    Encendí una cerilla y la volví a meter dentro de la caja. Observé cómo el pequeño fuego ardía con un glorioso naranja. La llama danzaba con un viento invisible, el humo actuaba como una cinta, imitando cada movimiento que hacía la llama debajo. Era hermoso. Di unos pasos atrás y la tiré al suelo. El fluido del combustible estalló en una deslumbrante exhibición de rojos, naranjas y azules mientras recorría la puerta con su danza. El humo tardó un instante en llegar al techo y pude oír a mi padre entrar en pánico. Le dejé allí con su miseria, sin decir una palabra más. Lo dejé para que ardiera con su esposa por siempre en el ígneo infierno que habían creado juntos... por toda la eternidad.

    El calor del fuego fue inmenso y rápido en actuar. Me tomó por sorpresa lo rápido que ardía y lo caliente que se ponía; era como una pared de ladrillos abalanzándose hacia mí. Por mucho que quisiera observar y ver el sufrimiento que estaba a punto de sobrevenir, no podía. No quería quemarme viva, al menos hoy no. Aún quedaba una piedra por quitar y no iba a dejarla así, esta era la más importante.

    Le di la espalda a la puerta en llamas y a los chillidos que contenía. No pude evitar sentirme orgullosa. Era una obra maestra. Lo había pensado todo en detalle y todo había salido perfectamente, como si me hubiese guiado una mano divina.

    Mientras bajaba las escaleras, podía sentir el infierno de llamas detrás de mí, era la caída de telón perfecta para los eventos del día. El fuego es a menudo algo incontrolable e impredecible, muy parecido a lo que yo había sido hoy. Nadie sospechaba de la niña inocente, ¿cómo iban a hacerlo? Yo no encajaba en ningún perfil. Aunque había en mi interior una sustancia volátil preparada para arder en un llameante carnicería frenética, nadie la notaba. ¿No es así como empiezan los incendios forestales más horribles? ¿Una pequeña chispa de calor comprimido que entra en erupción hacia un reino de fuego? Es el más pequeño de los comienzos el que termina con una explosión.

    Mientras bajaba las escaleras, miré por encima del hombro hacia el fuego que se estaba gestando a mi espalda. Era precioso. Danzaba como la bailarina en El Lago de los Cisnes. Tuve que parar y admirar su belleza. Era imposible no pensar en su engaño—tan deslumbrante y tan mortal. La forma en que se movía era caótica, pero suave y fluida. Las llamas atravesaban la puerta, el suelo y el techo de una manera tan hermosa que resultaba mesmerizante. Por supuesto, su verdadera gloria estaba en su destrucción, en la forma en que lo destruia todo a su paso sin esfuerzo. Esa es la verdadera belleza del fuego.

    Lo asimilé todo por otro breve instante y luego continué mi descenso por las escaleras. Había dejado el cuchillo en el dormitorio, clavado en mi madre, así que necesitaba hacer una última parada antes de salir para siempre de aquella casa abandonada. Entré en la cocina y agarré el segundo cuchillo más grande del bloque. Era más brillante que el otro, quizá nunca se había usado, si ese era el caso, seguro que estaría afilado. Admiré su brillo un momento, pero fui interrumpida por un grito agonizante desde el piso de arriba. Era hora de irme.

    Afuera, en el patio delantero, me quedé contemplando el infierno ardiente que antaño había sido mi hogar. Una casa que pronto se reduciría a nada más que calcinados escombros en medio de un vecindario suburbano, y que no podía importarme menos.

    Me quedé allí, cuchillo en mano y sangre goteando sobre el cuchillo y sobre el césped. Casi me había olvidado del pequeño corte. No tenía tiempo para demorarme con eso, tenía una parada más que hacer esa noche y el departamento de bomberos no tardaría mucho—ni la policía tampoco, que seguramente me estaría buscando.

    Con una última mirada a la casa, salí por la calle a ritmo tranquilo y controlado. No quería llamar la atención, además, no tenía mucha prisa y la casa del Sr. Gabriel no estaba muy lejos, justo en la siguiente cuadra. Cuanto más tiempo, más podía pensar en lo que quería hacerle. Quería saborear cada momento del sufrimiento de esos bastardos, cada grito, cada gemido y cada llanto. Quería que mi alma lo empapara tan profundamente que cuando fuese vieja y atestada de senilidad, el único recuerdo que quedará intacto fuese el del Sr. Gabriel sufriendo hasta su último aliento. Sonreí al pensarlo. No creo haber sonreído tanto en mi vida como lo hice aquel día.

    Había una brisa extraña en el aire. Era octubre y el viento debería haber tenido un efecto escalofriante, pero la atmósfera era cálida. El efecto podría haber sido causado por la pequeña hoguera que había prendido momentos antes, pero era por algo diferente. El viento soplaba ferozmente, golpeando hojas y basura por todas partes a mi alrededor, pero no hacía frío. Ni un solo picoteo. No podía explicarlo del todo, pues aquel viento particular venía de la dirección opuesta al incendio de la casa. Me detuve en medio de la acera y miré a mi alrededor, tuve la repentina sensación de que me seguían, pero no había nadie cerca, nada salvo un cuervo posado sobre una alta valla de madera en la esquina de la cuadra, justo al lado de la casa del Sr. Gabriel.

Capítulo 10

    LA CASA - SU CASA... SE CERNÍA ante mí como un gran coloso, como una gran criatura de una lejana tierra que quisiera romper raices y transformarse en una suerte de gigante. Me recordada un poco al castillo de Gerard en ese sentido. Al principio estaba asustada y confundida, pero eso dio paso a la curiosidad y la intriga. Finalmente deseché mis inhibiciones y cedí a mis urgencias más primarias. Yo quería saber. Que le follaran al miedo y a la duda.

    Me planté en la puerta de la casa del Sr. Gabriel con un propósito y miré por la acera, consciente de que podría ser el último paseo que daría, aunque eso no me desconcertó—estaba preparada. Caminé lentamente por el sendero, respirando aire fresco, había planeado estar allí un rato y el aire me venía bien. Era fresco y enérgico y me enfriaba los pulmones con cada respiración. Resultaba estimulante. Me hacía sentir despierta, preparada.

    Dejé que la oscuridad me envolviera. Abracé su fresca comodidad

    Por primera vez me sentí una conmigo misma. Sabía quién era, me sentía en paz conmigo misma, pero lo más importante es que me sentía... feliz. Solo quedaba una parada en mi recorrido de venganza y sabía que estaba lista para lo que esperaba al otro lado del umbral de esa puerta principal.

    ¿Pero estaba realmente preparada? Contemplé la idea mientras caminaba por el camino de piedra, pero tuve que descartar el pensamiento; Necesitaba la fuerza mental y la confianza para terminar lo que había comenzado.

    Me imaginé de pie ante la robusta puerta de roble que marcaba la entrada a su casa y me sentí orgullosa. Había logrado mucho recientemente, en el último día más o menos, y todo estaba a punto de llegar a un gran final. Volví a mirar al cuervo gigante que seguía posado en la parte superior de la cerca, de alguna manera eso me hizo sentir en paz. Llamé a la maciza puerta de madera, luciendo inocente, escondiendo el cuchillo de trinchar detrás de la espalda.

    Me imaginé que él llegaría a la puerta curioso por ver quién llamaba a una hora tan tarde. Creí haber oído pasos al otro lado de la puerta, después el interruptor de la luz del porche. Entorné los ojos mientras miraba el inquietante brillo de la bombilla incandescente, respiré hondo y miré al frente de nuevo. Alguien retiró el cerrojo, el pomo hizo "clic" y la enorme puerta se abrió despacio. Al otro lado de la rendija pude ver un par de ojos entornados mirándome. Yo entorné los ojos de broma. Aquellos ojos pasaron de estar entornados a agrandarse cuando reconocieron quién estaba llamando a su puerta.

    Me pregunté si él estaba de verdad tan sorprendido de verme. Tal vez había esperado que yo no recordara lo que me había hecho, que me había violado. Pero al mismo tiempo, ¿cómo podía esperar que yo lo olvidara? Gerard no quería dejarme olvidar.

    Gabriel ha cambiado mi vida para siempre, y en más de un sentido. Me había roto física y mentalmente, había arruinado la vida de mi familia, me había obligado a asesinar... Pero al mismo tiempo me había liberado.

    Nunca me había sentido tan viva. En cuanto hube despertado de mi coma inducido por las drogas, había comenzado a sentirme cada vez más fresca, como un oso saliendo de la hibernación. Tenía toda una energía reprimida gestándose dentro de mis propios cimientos, y necesitaba desatarla como un huracán.

    Es bastante obvio que había dejado que mi control sobre aquella tormenta saliese de mi interior, el viento y la lluvia habían estado debilitando mi barrera, y en el penúltimo momento, yo había estado apuntalando la puerta principal con todas mis fuerzas para evitar que la inundación escapase.

    Pero iba a suceder, en el instante en que la puerta de entrada se abriera, todo dentro de mí azotaría.

    No envidiaba lo que le iba a suceder al señor Gabriel, pero tampoco le compadecía. Él se lo había buscado; después de todo, no se podía decir cuántos otros inocentes había violado. Su plan había sido demasiado preciso, demasiado planeado. Él lo había hecho antes. Había traído el vil té mezclado con Dios sabe qué con un propósito. No fue un feliz accidente que yo bebiera un sorbo del malvado cáliz y cayera en un sueño insaciable. No, había sido premeditado desde el principio.

    Pero a pesar de toda su planificación, no podría haber visto el resultado. No podría haber predicho que yo me deslizaría hacia este otro reino, reconocería a mi salvador en Gerard y a un compañero en František y despertaría en este mundo con un propósito.

    Yo había despertado con sed de venganza y, en mi viaje, me habían tentado con minucias de sangre por las que yo estaba hambrienta, pero Malcolm y mis padres habían sido meros bocados, nada más que aperitivos del plato principal: Gabriel.

    Volví a la realidad. Era hora de que cumpliera aquella fantasía... Así, arañé suavemente la maciza puerta de madera. Los golpecitos terminaron abruptamente, pero el sentimiento resonaba en mi propio ser. Ya estaba, no hay vuelta atrás ahora... Tampoco es que yo quisiera.

    Pasaron unos segundos antes de poder oír el paso de los pies tras la puerta y luego se encendió una luz en el interior. La ventana junto a la puerta principal reveló al larguirucho anciano que miraba hacia la noche. Su rostro desapareció del marco y el pestillo de la puerta se retiró de la robusta puerta de roble.

    La puerta se abrió con un crujido y reveló un ojo retroiluminado demasiado familiar. Reprimí un escalofrío cuando todo tipo de recuerdos y emociones se precipitaron por mi cuerpo. No podía parecer débil ahora, no en aquel momento, eso sería inaceptable.

    El ojo que me miraba se tomó un momento para adaptarse al contraste de la casa iluminada con la oscuridad de la noche que me envolvía, pero cuando enfocó su mirada, notó quién estaba de pie en las escaleras de entrada.

    Con ojos muy abiertos, Gabriel pareció desconcertado. No parecía seguro de lo que hacer, de lo que estaba pasando. ¿Por qué estaba yo en su casa en la oscuridad de la noche? Sin embargo, antes de que pudiera resolver el escenario en su cabeza, yo le hablé.

    "¿Señor. Gabriel? Dije con la más suave de las voces.

    "Uhh..." Dijó por un momento, tratando de pensar en algo que decir, "¿Sí... Elizabeth?"

    "Me he perdido... y estoy herida." Dije extendiendo mi mano ensangrentada frente a mí. La herida del cuchillo todavía supuraba y rezumaba sangre.

    "¡Oh Dios mío!" Gritó él abriendo la puerta de par en par. "¡¿Cómo te ha sucedido esto, niña?!" Dijo llevándome al interior. Yo escondí el cuchillo bajo la camisa lo más rápido posible.

    "Con un cuchillo." Dije honestamente. No tenía sentido mentir ahora.

    "¿Un cuchillo?" Dijo él con curiosidad.

    "Mmhmm." Dije lo más lindo posible mientras escaneaba su vestíbulo. Era un escenario muy típico de un anciano. Tenía fotografías de personas colocadas en un escritorio contra la pared, un pez disecado montado sobre una puerta al final del pasillo y, en general, todo tenía un toque muy terrenal. Los suelos eran de madera noble, las paredes hechas principalmente de tablones de madera con un acabado brillante. Todo el interior parecía la cabaña de madera de un bosque en algún lugar, no en los suburbios de Chicago.

    "¿Qué estabas haciendo con un cuchillo?" Dijo cerrando la puerta y arrodillándose para inspeccionar mejor la herida. Me agarró la mano y no pude luchar contra el impulso de retroceder ante su toque. La herida no dolía, al menos no tanto como saber de lo que eran capaces aquellas manos.

    "Sí, apuesto a que duele, amor." Dijo sin tener en cuenta su pregunta previa.

    "No tanto." Dije. Él se puso de pie y se dirigió a la cocina.

    “Vamos, voy a coger unas vendas. Puedes decirme qué te pasó mientras te curo." Dijo alejándose de mí. Yo lo seguí a la cocina y le vi hurgar en diferentes armarios sin éxito. En todo ese tiempo yo había sacado la hermosa hoja de debajo de la blusa.

    "Se enganchó en el hueso." Dije bastante ominosamente. Gabriel dejó de buscar en un cajón y miró por encima del hombro para verme de reojo.

    "¿Perdón?" Me preguntó.

    “El cuchillo, se atascó en un pedazo de hueso y se me resbaló la mano por el mango y la hoja. Así es como me corté." Dije tranquilamente.

    Una gota de sudor rodó por la mejilla del Sr. Gabriel, aunque podría haber sido una lágrima. En cualquier caso, él no se movió; de hecho, se mantuvo tan increíblemente estático que imitaba una estatua.

    "¿Y qué es lo que estabas cortando?" Preguntó con un temblor en la voz.

    Hice una pausa y me acerqué poco a poco al anciano de aspecto frágil.

    "El cuello de mi madre." Dije con una sonrisa. Gabriel hizo el movimiento de darse la vuelta, pero fue demasiado tarde. Mientras le contaba mis hechos, le corté la parte posterior de la rodilla a ese bastardo y, con un grito de ballena, cayó al suelo. La sangre comenzó a filtrarse por la pernera del pantalón cuando él extendió la mano para presionar la herida.

    Cuando estiró el brazo le corté la parte superior de la mano con la hoja, como si estuviera regañando a un perro por intentar robar algo de comida del plato de su amo. Negué con la cabeza y balanceé el cuchillo en un movimiento pendular.

    "Nada de eso." Le dije obligándole a encogerse de miedo.

    Continuó gimiendo y temblando. El miedo hace cosas maravillosas a la gente; todo el mundo tiene una respuesta única, pero claro, siempre habrá dos funciones básicas: Luchar o Huir. Lamentablemente, la mayoría de las personas elegen la última de las dos, pero eso tiene sentido... la mayoría de las personas son débiles. El Sr. Gabriel era un excelente ejemplo de esta debilidad. No era más que un abusón que se metía con los débiles e inocentes, pero cuando se enfrentaba a alguien de menos de la mitad de su tamaño, se acobardaba y se cagaba encima.

    "¿Sabes por qué estás aquí, verdad?" Dije limpiando la sangre de la hoja con mi camisa. Retrocedió encogido en sí mismo de nuevo, pero no habló.

    "Ahh, ya veo. Demasiado miedo de una niña para hablar, ¿eh? Venga ya, tenías mucho que decir antes de violarme."

    Sus ojos se abrieron mucho, no con miedo, sino casi con incredulidad, abrió la boca para hablar, pero rápidamente le puse la punta del cuchillo en la garganta, convirtiendo sus palabras en un chillido. Su boca colgaba abierta como la entrada abierta a una cueva, y eso me dio una idea.

    Rápidamente, le metí la mano en la boca con una fuerza violenta y decidida. Por supuesto, él se tambaleó hacia atrás y se golpeó la cabeza con un cajón del armario. Pude sentir que intentaba morderme la mano, pero lo único que yo tuve que hacer fue recordarle con un pequeño giro dónde estaba el cuchillo.

    Me miró con ojos llenos de miedo y yo solo pude sonreír mientras le sacaba la lengua de la boca, cortándola con un rápido movimiento. Él gritó de agonía, pero todo sonó bastante silencioso. Sostuve durante un momento el trozo de carne que colgaba frente a mí, no era exactamente como yo había esperado, pero aún así era fascinante. Su humedad era diferente a la del pájaro muerto que Malcolm y yo habíamos descubierto. En lugar del cadáver seco de un pájarillo, la lengua parecía más viva, la sangre corría por mi mano y el calor era reconfortante.

    Me metí aquello en el bolsillo y volví a enfocar mi mirada en el ensangrentado Sr. Gabriel. Su boca era como una cascada, pero en lugar de una suave neblina de agua que fluía por el borde de un acantilado; arrojaba sangre como una erupción volcánica. Me tomé un momento para disfrutar de la gloria de todo. El miedo en sus ojos, lágrimas brotando, la sangre de su boca, era como una pintura gloriosa; un verdadero estado de agonía humana y la célebrada naturaleza del Karma.

    Mientras la erupción de sangre y los ahogados gemidos de agonía brotaban de la boca de Gabriel, noté que su conciencia comenzaba a desvanecerse. Yo no quería eso. Lo quería despierto. Puede que eerl me hubiese concediera la cortesía de un estado catatónico mientras profanaba mi cuerpo, pero ciertamente yo no me sentía tan generosa. Quería que sufriera. Quería mirarle a los ojos y ver cómo se le escapaba la vida. Quería ver su alma morir lentamente mientras él me observaba cortar partes de su cuerpo, y fue entonces cuando se me ocurrió la idea... no puede cerrar los ojos sin párpados.

    Después de absorber el esplendor que era el estado del cuerpo del Sr. Gabriel y tener mi momento de eureka, sonreí de nuevo. Giré la cabeza fascinada y me agaché junto a su rostro.

    Extendí la mano y le acaricié el rostro carmesí con la mano. Él trató de alejarse pero estaba demasiado débil; después de todo, había perdido mucha sangre. Sentí una sensación de poder mientras sostenía su cabeza en mi mano; Me sentí casi piadosa. Yo controlaba su destino; pese a estar segura de que él iba a morir, yo era dueña de la rapidez con que él perecería.

    Y así tomé el cuchillo de trinchar y marqué suavemente la parte superior de sus párpados, uno a la vez. La carne se desprendió del pegajoso globo ocular como un caramelo medio derretido pegado a un mostrador. Él gritó como nada que yo hubiera escuchado antes; era asombroso—la mezcla de sangre y gárgaras—casi sonaba como si se estuviera ahogando, lo cual quizá fuese cierto.

    El ojo humano sin esa capa protectora de piel parecía incómodo. Él intentaba y intentaba, pero no importaba cuánto esfuerzo pusiera en su empeño, no había nada que bloqueara su visión. Arrugaba la frente una y otra vez, pero en vano. Su lucha resultaba graciosa y no pude evitar reírme de su miserable intento de conservar algo de gracia. Nada le iba a salvar y él lo sabía... y para colmo, ni siquiera podía apartar la mirada.

    Le obligué a mirar cada segundo, es lo que se merecía y nada menos. Su fortuna—su destino—era sufrir así; desde el momento en que nació, su línea de vida estaba destinada a deshilacharse al final. Siempre destinado a tener una muerte lenta y dolorosa. Era un pervertido que atacaba a los débiles e indefensos, pero ahora sabía lo que sucede cuando los débiles se vuelven fuertes y los indefensos pasan a la ofensiva.

    Y así le corté la mano. Fue un movimiento rápido, justo en la muñeca, y me salió un corte más limpio y suave de lo que hubiera pensado. Cada segundo pensaba en lo que él había hecho y en todos los demás a los que él también podría haber hecho aquello. Eso me llenó de tal rabia que empuñé aquel cuchillo de trinchar como si estuviese al rojo vivo.

    Y luego le corté la otra mano, sin dejar de mirarlo a los ojos. Él trató de escapar hacia alguna parte en su mente. Quizá pensó en su infancia en Inglaterra, quizá pensó en el té de los domingos con su madre o en jugar al fútbol con su padre. No importa a dónde fue durante esos pocos segundos, me aseguré de que él volviera al presente.

    Le pasé el cuchillo por la frente para llamar su atención. La conmoción de perder las manos comenzó a apagar los centros nerviosos de su cerebro y estaba claro que se estaba desvaneciendo rápidamente, pero el pequeño movimiento lo trajo de regreso.

    Empezó a gimotear como un cachorro perdido, asustado y con frío, en algún callejón bajo una tormenta de lluvia. El mismo cachorro gemía y lloraba esperando un salvador; un poco de misericordia de un transeúnte, tal vez incluso un poco de comida y, a veces, si el destino lo permitía, alguien con un corazón generoso detectaría al cachorro perdido y frío y lo acogería. Lástima que no hubiese tal salvador en el futuro del Sr. Gabriel: solo yo, la siempre acechante tormenta enviada para aterrorizar y torturar.

    El dolor físico era solo la mitad de la ecuación cuando se trataba del Sr. Gabriel. Él me había lastimado de la manera más personal, pero también había destruido mi ser. Era justo devolver el favor. Quería hacerle sufrir emocionalmente tanto como fuese posible antes de que él cambiara este mundo por el Bosque Muerto de Gerard, donde experimentaría un implacable infierno por toda la eternidad. Pero quería que supiese lo que él estaba sufriendo, que eso era lo que me hacía feliz.

    Sin manos, sin lengua y condenado para siempre a ver ininterrumpidamente, el Sr. Gabriel yacía como un montón de carne ensangrentada en el suelo frente a mí, pero aún no estaba muerto y aún quedaba una última retribución a cobrar.

    Él me había hecho sangrar antes de tiempo, me había hecho hizo daño donde yo no debí nunca ser lastimada, era hora de igualar las cosas.

    Dejé su cabeza y por primera vez rompí el contacto visual con él. Me deslicé por su cuerpo hasta su cintura. Él llevaba pantalones de deporte con cintura elástica. Metí el cuchillo y corté los pantalones a lo largo de la entrepierna. Vi su cabeza asomar por mi periferia y sonreí al saber que aún estaba consciente. Allí yacía ensangrentado, roto y expuesto con su pene mirándome a la cara. Era la primera vez que yo veía uno, la miserable pieza de anatomía humana. Estaba hecho para nada más que violar, estaba hecho para herir y penetrar a los inocentes. No quería volver a ver otro, y de un solo golpe, lo corté en la base.

    La cantidad de sangre que salió fue fenomenal. Fluía de él como una cascada y yo estaba tan obsesionada que casi ignoré el último grito del violador. El espeluznante chillido llenó mis oídos y mi mente, fue eufórico.

    Eso fue todo. La pérdida de sangre sufrida evidentemente era demasiado para que Gabriel la manejara. Lentamente, su cuerpo se retorcía y resbalaba por el suelo como un pez fuera del agua. No pasó mucho tiempo antes de que quedara inmóvil y silencioso en su propia sangre, la cual aún rezumaba de todas sus heridas. Salía de él tan profusamente que me encontré rodeada por el río carmesí.

    Se pegaga a mis muslos y mis manos casi como pegamento. Levanté las manos y las mantuve frente a mí para poder ver cómo la sangre se filtraba por mis dedos y goteaba hacia el estanque que me rodeaba. Era asombroso, de verdad. Podía ver que algunas partes comenzaban a coagularse, que comenzaban a formar trozos de sangre en las palmas de las manos y en la punta de los dedos; poco después me descubrí a mí misma rodando la sangre entre mis dedos.

    El cuerpo del Sr. Gabriel era mucho más divertido que el del seco pájaro muerto, y yo quería jugar. Examiné su cuerpo sin vida, aún goteando sangre, y me concentré. Estaba harta de ver el exterior. El suave y endeble caparazón que contenía todo lo que nos hace vivir y respirar es increíblemente aburrido. Yo quería ver lo que había adentro, quería cortar y tirar hasta que no quedara nada.

    Y así comencé. Tomé el cuchillo de trinchar y lo hundí profundamente en el esternón inmóvil. El cuchillo atravesó el hueso con relativa facilidad y fue directo al corazón. Sentí que el cuchillo chocaba con algo firme pero maleable, y supe entonces que debía haber sido su corazón, el corazón sin latidos.

    Mecí la hoja de un lado a otro hasta que esta comenzó a cortar el hueso. Lenta pero segura, estaba abriendo de par en par aquel saco de carne. A medida que la brecha se hacía mayor, no pude resistir más el impulso. Necesitaba sentir el calor del interior.

    Saqué el cuchillo del cadáver y lo tiré a un lado—ya no iba a ser necesario en esta circunstancia. Con los ojos muy abiertos y un nivel insondable de emoción, profundicé en el pecho abierto con ambas manos y lo sentí... Celestial.

    El cuerpo seguía caliente internamente, aún cuando nada seguía vivo; sin latidos del corazón, sin respiración, nada más que una muerte magnífica. Sabía con cada movimiento de mi mano que sus células comenzaban a erosionarse y descomponerse, como las de un tronco muerto. En poco tiempo, su cuerpo sería el hogar de varios habitantes; insectos, carroñeros, cualquier cosa que buscase una comida caliente y un lugar cálido para vivir un tiempo. Pero yo había llegado aquí primero.

    Como una leona en las llanuras del Serengeti, sentí satisfacción con mi muerte. Pero a diferencia de la leona, yo no tenía un orgullo que alimentar, no, era puramente por el placer de cazar y matar. Sigo siendo humana, después de todo; las máquinas de matar más feroces y despiadadas del planeta. Pese a todo, su sangre sigue fresca hoy y apesta a victoria, mi victoria.

    Tenía las manos profundamente dentro de su esternón y lo único en que podía pensar era en cuán lejos podría llegar, así que empujé adelante con todas mis fuerzas y comencé a hundirme más y más en la sangre y entrañas, hasta los codos.

    Podía sentir al tacto todo tipo de cosas maravillosas. Sus pulmones, su corazón, su estómago... Todo estaba a mi alcance y yo quería verlo, no por dentro, sino por fuera. Me estaba aburriendo de mi juguete. Quería destrozarlo.

    Agarré un puñado de algo en lo profundo de las entrañas de su cuerpo y, con un titánico tirón, se abrieron las costillas y mis manos salieron llenas de todas las golosinas que había estado buscando. Las entrañas y visceras fluían fuera de su cavidad torácica como una piñata en un cumpleaños, excepto que no había niños pululando para obtener la mayor cantidad de botín posible. Estaba solo yo y todos los premios eran míos.

    A través de todo el destrozo, vi una cosa que llamó mi atención; su corazón. Yo había sentido que el cuchillo lo había atravesado, y sentía ahora que mis manos lo recorrían dentro del cuerpo, pero no había podido verlo. Esta era la fuente de vida de su ser. Este músculo que una vez había estado batiendo, impulsando a este monstruo; dándole fuerza y capacidad para vagar por este mundo. Pero ya no latía, sino que yacía sin vida y bastante pequeño justo en el suelo frente a mí.

    Una sola lágrima rodó por mi rostro, no por lo que había hecho, sino por la tristeza de que una cosita tan pequeña pudiese sentir tanto. Podía traer alegría y tristeza, podía mantenernos vivos o matarnos. Pero en ese momento, no parecía más que un bistec que lanzar a una barbacoa.

    Lo recogí y lo examiné, acercándolo cada vez más a mi cara. Si tenía olor, no lo reconocía. Su textura me recordó a una viscosa pelota de béisbol, con su rigidez en las costuras y la suavidad en el cuero; tampoco pesaba mucho, tal vez medio kilo, si es que llegaba a eso.

    Solo había una última sensación que necesitaba experimentar. Lo había visto y tocado. Lo había olido y oído... pero ahora tenía que probarlo. El impulso se apoderó de mí, necesitaba sentir la carne rodar alrededor de mi lengua, quería sentir mis dientes desgarrarlo y masticarlo hasta que no quedara nada.

    Y eso es exactamente lo que hice. Era difícil de masticar y tenía un sabor horrible, pero era muy satisfactorio. Devorar el corazón de tu enemigo es el triunfo definitivo; la satisfacción que sentí fue como ninguna otra cosa. Saber que él me había robado una parte de mí, que había contaminado mis pensamientos y corrompido mi psique, destruido lo que yo era como persona. Yo había perdido, había sido vencida por un anciano con un brebaje que él me había engañado a beber Me había sentido como una idiota, pero cuando sentí su corazón rodar en mi boca, cuando sentí su sangre correr por mi cara, todos esos sentimientos de pérdida y dolor simplemente desaparecieron. Yo estaba limpia de nuevo.

    Triunfante, de levanté junto al cadáver ensangrentado de mi presa. Estaba hecho, mi tarea estaba completa, pero ¿qué iba a hacer ahora? Gerard no había dicho nada de lo que iba a pasar después de terminar lo que se me había pedido. Yo ni siquiera había pensado en ello.

    No pasó mucho tiempo antes de que una oleada de confusión cayera sobre mí, tanto que me tambaleé hacia atrás teniendo que agarrarme a la encimera central de la cocina para mantenerme en pie. Mi cabeza comenzó a latir con fuerza como si hubiera algo adentro tratando desesperadamente de salir del cráneo. Me agarré la frente y traté de masajearla, pero eso no servía de nada y, segundos después, la peor oleada de náuseas se apoderó de mí. Sentí que iba a vomitar.

    No tenía idea de lo que estaba pasando, ninguna en absoluto. Pasaron por mi mente algunas teorías rápidas; tal vez todo lo que yo había hecho por fin me estaba calando, tal vez lo había bloqueado todo y ahora estaba tan agotada mental y físicamente que mi cuerpo solo quería apagarse. No lo sabía con certeza, pero sé que necesitaba salir de la casa. Necesitaba aire fresco.

    Salí tambaleante de la cocina y crucé el vestíbulo estilo cabaña hasta llegar a la robusta puerta de roble que conducía a la salvación. Trabajé en el pomo durante un momento antes de reunir por fin la fuerza para moverlo y abrir.

    Ni una hora atrás me había sentido más fuerte que nunca. Había sentído que podía hacer cualquier cosa y que nada podía detenerme; pero en ese momento, al luchar con una simple puerta, nunca me había sentido tan débil en mi vida.

    Espera, eso no es del todo cierto. Me había sentido así de débil cuando él me había tenido en sus garras. Me había sentido así de débil cuando fui violada por ese monstruo.

    La puerta se abrió con un suspiro del marco y una ráfaga de viento atravesó el umbral con tanta fuerza que casi me empujó hastacel suelo. Pero me agarré al pomo y mantuve el equilibrio. Me abrí paso a través de la abertura y salí a la noche gélida. La misma noche que antes había parecido fresca y reconfortante ahora parecía devastadoramente fría, como el helado agarre de la mano de la muerte.

    Quizá me estaba muriendo de verdad. Tal vez la herida que había sufrido al cortar a mi madre había provocado una gran pérdida de sangre; tal vez estaba infectada. En cualquier caso, no era agradable.

    Me abalancé por el porche hacia la acera, luchando a cada paso que daba para no caer al suelo, y entonces lo oí. El cuervo que al parecer me había seguido toda la noche soltó un graznido que sonó en mis oídos con tal fuerza que me hizo caer de rodillas.

    Dejó escapar otro grito agudo que me hizo caer de rodillas al suelo. Me vi obligada a taparme los oídos por su graznido, el cual me dejó pateando y rodando por el suelo en agonía.

    Me latía la cabeza aún más, mi estómago la igualaba en nudos y, con las manos aún tapándome los oídos, me arrastré hasta la acera y me apoyé sobre los codos. Cada centímetro era más doloroso que el anterior, pero sentí la necesidad de seguir moviéndome; pensé que moriría si me detenía.

    Logré llegar hasta la acera; pero, cuando lo hice, todo se volvió borroso. Recuerdo haber visto luces parpadeantes y un extraño zumbido apagado antes de que todo se volviera de ese familiar azul brillante.

Capítulo 11

    EL CASTILLO DE GERARD ERA TAL COMO lo recordaba. El corredor era masivo con ese inmenso e intrincado trono posado al final de este. Cuando entendí dónde estaba, noteer que mi cabeza había dejado de latir y mi estómago parecía desatarse del enredo en el que había estado momentos antes.

    Una vez de pie, pude escuchar palmadas desde la distancia. Eran palmadas lentas, casi un aplauso, y el sonido venía desde atrás del trono. Miré detrás para ver quién estaba allí y, durante un segundo, no vi a nadie, pero cerré los ojos y sacudí la cabeza y, cuando los volví a abrir, él estaba allí de pie: Gerard.

    Tuve que parpadear un par de veces para asegurarme de que él era real, que estaba allí, que como vivo y respiro él estaba ante mí. Se acercó andando hacia mí y dejó de aplaudir. Quedó allí con los brazos cruzados y una sonrisa de satisfacción en el rostro, mirándome con una mirada casi orgullosa. Por alguna razón eso me asustó, así que di un paso atrás.

    Pero mi camino fue bloqueado por el pie de otra persona. Asustada, me congelé y me encorvé esperando lo peor, pero al dar la vuelta vi una figura amistosa; era František.

    Me sentí abrumada por la alegría y pude dar un salto en el aire y rodearle el cuello con los brazos.

    Él también me abrazó y me susurró al oído con énfasis: "Buen trabajo, Liz." En un inglés muy suave y reconfortante.

    Le solté y le sonreí y él me devolvió la sonrisa antes de asentir hacia alguien detrás de mí. Salté de sus brazos y me volví para enfrentar al gobernante de aquel extraño lugar, Gerard.

    Él aún me miraba con una sonrisa de satisfacción en el rostro, pero yo seguía incómoda, hubiera preferido aferrarme a František. Me hacía sentir segura y confortable, mientras que Gerard me hacía sentir increíblemente intranquila.

    Ideas fluyeron por mi cabeza; preguntas como por qué me habían traído. Yo había creído que nunca iba a volver a ver aquel lugar, no quería volver a ver aquel lugar; Era un lugar muy desagradable para estar.

    "Apuesto a que se está preguntando por qué la he traído, Sra. Walker." Dijo Gerard sonriendo. Asentí en respuesta. Él soltó una risita. "Bueno, tenemos algunas cosas que discutir, pequeña."

    Tragué saliva y asentí de nuevo. Me descubrió ahogando el miedo, desé que no lo hubiera hecho.

    "No hay necesidad de tener miedo, lo hiciste bien." Me dijo: "¡Mejor de lo que podría haber esperado!" Exclamó lanzando los brazos al aire.

    “Los nuevos adornos de mi jardín son... adorables. La forma en que gritan... ¡Ooh! Lo adoro. La carne fresca siempre llora mejor y, por eso, Elizabeth, te doy las gracias."

    Lo único que pude hacer fue asentir de nuevo; su presencia me intimidaba hasta silenciarme.

    “Venga, niña, habla. No muerdo." Dijo sonriendo mientras se apoyaba en su colosal trono.

    Me enderecé de valor y dije dócilmente una palabra: "Perdón."

    Con todo lo que había pasado ese día y ni siquiera podía pronunciar unas palabras cortas, lo único que pude hacer fue disculparme. Quizá yo no era tan fuerte como pensaba; quizá todo había sido una ilusión.

    "No hace falta disculparse, Lizzy. Lo has hecho bien; tal como te pedí, de hecho. ¿Recuerdas lo que te prometí por un trabajo bien hecho?" Dijo Gerard.

    Él no había prometido nada que yo recordara, nada aparte que la salvación de mi alma. Todo había sido un chantaje glorificado, él quería cuatro almas, pero se habría conformado con solo una: la mía, y yo todavía no entendía plenamente por qué.

    "Tú... Me prometiste que no me colgarías de un árbol para siempre." Dije sonando muy insegura de mí mismo.

    Él sonrió aún más que antes, "¡Eso es! Qué memoria tiene esta, ¿eh, Frank?"

    Frank no hizo nada salvo gruñir entre dientes, lo bastante alto para que yo lo oyera. Pensé que Gerard no habría podido oírlo desde donde estaba, pero aun así me asusté; František estaba enojado por alguna razón, y eso me inquietaba.

    "Bueno, Elizabeth... me gustaría mostrarte algo; ven conmigo, ¿quieres?" Dijo extendiendo la mano. Me giré para mirar a František y tranquilizarme, y él asintió lentamente en dirección a Gerard, así que obedecí. Subí los escalones del trono y tomé la mano de Gerard. Él la agarró con firmeza, pero con suavidad, y salimos andando de la mano.

    No lo había notado antes, pero Gerard era absurdamente alto. Se elevaba sobre mí como un gigante. Por un momento me sentí como si él fuera King Kong y yo Ann Darrow, el amor de su vida. Pero en realidad, él era más como el troll que conducía a los niños debajo del puente. Me sentía extremadamente incómoda, sensación que empeoró cuando miré atrás y noté que František no me estaba siguiendo.

    Estaba sola con este monstruo—igual que antes. Los nudos volvieron a mi estómago, pero hice todo lo posible para ocultarle mi dolor a Gerard; Estaba sola con él y molestarle era lo último que quería hacer.

    "¿Adónde vamos?" Conseguí graznar.

    Mirando al frente, sonrió maliciosamente de nuevo, "Ya lo verás, pequeña. Es un lugar especial que tengo aquí, un lugar para que personas como tú se diviertan." Y con eso, continuamos nuestro extraño paseo detrás del trono.

    El corredor era excesivamente largo, del mismo largo que ofrecía la entrada, como si el trono estuviese justo en medio de la habitación. A lo lejos pude ver un gran ventanal, con ese poderoso sol asomándose, casi como si nos estuviera mirando. Y ahí fue donde la noté: una puerta.

    La puerta estaba tallada en el cristal que formaba el enorme ventanal. Era tan fina que era casi indetectable, como mechones de cabello esparcidos por el cristal. Nos detuvimos justo ante la ventana y, al mirar afuera, pude ver un campo enorme que se extendía hasta el horizonte y más allá. Era impresionante. La forma en que el sol brillaba en el campo dorado, la forma en que las plantas en la distancia se mecían al ritmo de la canción invisible que tocaba el viento, todo en ello era majestuoso.

    Me quedé boquiabierta cuando miré a Gerard; fue como si todos mis miedos y preocupaciones se desvanecieran al ver aquel hermoso paisaje.

    "Es precioso." Dije, tan obvio como era.

    "Lo sé. Es mi lugar favorito de este mundo entero." Dijo Gerard.

    "¿Podemos... podemos salir ahí fuera?" Pregunté tímidamente.

    "Me alegra que lo preguntes, Lizzy." Dijo suavemente abriendo la puerta, "Después de ti."

    Y así crucé el umbral hacia el dorado campo de la gloria. Había una brisa cálida que venía del Norte, al menos yo pensé que era del Norte, y había un aroma en el aire, como nada que hubiera olido antes.

    Yo estaba en sobrecarga sensorial, mi mente apenas podía comprender la belleza y la elegancia de un lugar así. En un lado del mundo, la gente permanecía colgada para siempre una y otra vez resistiendo siempre una tortura sin fin; pero al otro lado de aquel extraño mundo, estaba este pacífico jardín. Yo no sabía qué pensar, así que me quedé allí de pie y disfruté de su asombrosa naturaleza.

    Y después Gerard me tocó el hombro, "Me alegra que te guste, querida."

    "Oh, me gusta." dije

    "Hay una última cosa que me gustaría mostrarte, si fueras tan amable."

    "Claro." Dije, aún protagonizando el esplendor. Tenía la esperanza de que lo que fuese que quería mostrarme se comparara con la belleza que aquel lugar ofrecía.

    Me condujo hacia el jardín maravilloso, todavía de la mano. Alcé la vista de nuevo, pero su rostro no reveló nada de lo que se avecinaba; simplemente miraba al frente sin un foco particular en mente.

    La brisa sopló de nuevo y ese olor llenó mis fosas nasales, enviando un escalofrío por mi espalda. No pude ubicarlo del todo, pero fue, con mucho, el olor más atractivo que jamás había tenido el placer de experimentar. Cerré los ojos mientras caminábamos. Bloqueé todos los demás sentidos para poder disfrutar del aroma que producía este cielo. Casi me recordó a galletas recién horneadas, y con eso me refiero a que la sensación que provocaba era similar, pero no olía para nada a galletas horneadas, solo era reconfortante como tal.

    Abrí los ojos de nuevo cuando nos detuvimos. Primero miré de nuevo a Gerard, pero no me dio pistas de lo que estaba pasando, y luego noté el camino. Separado del campo principal, había un pequeño sendero de maleza que conducía a un jardín vallado, aunque estaba lo bastante lejos como para que no pudiera ver lo que había más allá de la cerca de hierro forjado.

    "¿Qué es eso?" Pregunté con sincera curiosidad. Hasta ahora, todo lo que había hecho Gerard tenía un propósito, yo no esperaba que ahora fuese diferente.

    “Mis posesiones más preciadas. Mi lugar favorito en todo este universo." Dijo con cierto tono ominoso.

    "¿Oh?" Dije simplemente. Estaba completamente intrigada en ese momento, casi como en un punto sin retorno, no había vuelta atrás ahora. Miré a Gerard de nuevo, y en lugar de una mirada hierática, él me miró a los ojos. Parecía tranquilo cuando asintió hacía mí.

    “Ve y compruébalo por ti misma. Mira las maravillas que este mundo puede ofrecer de verdad. No te decepcionará." Dijo sonriendo con picardía. Enarqué una incierta ceja, pero la curiosidad me superó. Si este magnífico jardín no era su lugar favorito, no podría ni empezar a imaginar lo que podría haber más allá de esa puerta. Mi imaginación se desbocó con imágenes de grandeza y belleza, y sentí que Gerard podía sentir mi emoción, parecía estar alimentándose de ella.

    Miré por encima del hombro hacia el final del senderito oculto, respiré hondo y di un paso.

    "¡Lizzy, espera!" Escuché gritar a una voz escocesa, así que me detuve en seco. Di media vuelta para ver a František justo detrás de Gerard, quien tenía una mirada muy disgustada en su rostro.

    “¡František! ¿Qué?" Pregunté en pánico.

    "No vayas allí, Lizzy." Me dijo.

    "¿Qué? ¿Por qué...?" Hizo ademán para hablar, pero se detuvo, encaró a Gerard, quien aún tuvo que girar y mirar a su sirviente.

    “Oh, no... Adelante, Frank. Díselo," dijo Gerard mirándome, pero hablando con František. La mirada en el rostro de Gerard pasó de traviesa a francamente sádica en un parpadeo.

    "Tú... no lo hagas, Lizzy. Es por tu propio bien." Dijo František. Sin embargo, en un suspiro, Gerard dio media vuelta y agarró a František por el cuello. Me acerqué instintivamente unos pasos.

    "No, no, Franky. Vas y nos interrumpes, te dejas llevar por el momento y entras aquí egoístamente sin mi permiso... Puedes decirle por qué has hecho tal cosa," dijo Gerard entre dientes rechinantes. František tragó saliva y me miró, pero no dijo nada.

    "Te daré una última oportunidad, Frank, y tú me conoces, no doy segundas oportunidades muy a menudo—y tú ya tuviste una. Díselo o te arrancaré la garganta." Amenazó Gerard mirándole directamente a los ojos.

    Como František no volvió a hablar, Gerard levantó la mano a punto de arrancarle literalmente la garganta.

    "¡No! ¡Espera!" Grité. Gerard paró y mantuvo su mano en el aire. Me miró por encima del hombro. "Está bien, Frank... puedes decírmelo." Terminé.

    František miró atrás, se encontró con la mirada de Gerard y asintió. Gerard lo tiró al suelo y giró hacia mí de nuevo.

    "Muy bien, Lizzy. Acabas de salvarle la vida, o lo que queda de ella." Se cruzó de brazos, "No, continúa y dile lo que hay más allá de la verja, Frank."

    František se incorporó y miró a Gerard con gran desprecio, pero cuando empezó a hablar, sus ojos se fijaron en mí, esos brillantes y maravillosos ojos suyos. Parecía triste y su voz igualaba la tristeza.

    "Lizzy... lo que vas a ver ahí abajo... no es lo que esperas." Dijo dando un paso hacia mí, pero Gerard le lanzó una mirada que le dejó paralizado. "No será agradable, podría... " Hizo una pausa, como ahogando un sollozo, "Podría destruirte en más de un sentido."

    Me tambaleé un poco hacia atrás, sin saber muy bien qué decir, pero tuve que preguntar de todos modos: "¿Qué... qué hay ahí abajo?"

    František fue a hablar, pero Gerard extendió una mano para silenciarlo.

    "Ya es suficiente. Deja que la chica descubra por sí misma qué maravillas yacen más allá." Nos dijo a ambos con una sonrisa en el rostro.

    "Pero... no estoy segura de querer saberlo." Dije con bastante timidez. Gerard me miró a los ojos y mostró una sonrisa tranquilizadora, "Querida, Lizzy... No tienes otra opción."

    "¿Qué?" Dije con sorpresa.

    "¿Qué te hizo pensar que tenías una opción en algo que sucediera aquí, Elizabeth? Este es mi mundo, mi reino... Esto no es una democracia, lo que yo digo, es. Ahora, o bien puedes recorrer ese camino por tu cuenta y ver por ti misma los beneficios que esperan o puedo arrastrarte allí yo mismo y obligarte a verlo, y dejarte allí por toda la eternidad. Así que, de cualquier manera, amor... tú vas a cruzar esa verja."

    La curiosidad se convirtió en miedo y comencé a temblar; ¿Qué podría haber al otro lado de esa puerta? Aunque, debería haberlo sabido, Gerard parecía indiferente a la gloria que generaba el campo, parecía que solo el dolor y el horror podían satisfacer sus retorcidas necesidades.

    Giré para encarar la puerta como si esta fuese mi destino. Tragué saliva, respiré hondo y comencé a caminar por el estrecho sendero de maleza. Mis nervios temblaban a cada paso y, tras unos pocos pasos, había empezado a temblar como si estuviese de pie desnuda en medio de una tormenta de nieve.

    Gerard infundía un miedo profundo en mis huesos, y yo no podía deshacerme de él. En vedad él hacía que lo desconocido fuese aterrador. Aunque yo sentía curiosidad por la anónima naturaleza que se encontraba al otro lado de esa puerta, el miedo estaba empezando a ser abrumador. Por mucho que antes había querido saber, estaba menos segura a cada paso.

    Cada paso se volvía más corto hasta que mis pies no hacían más que arrastrarse, aparentemente en el mismo lugar. Tenía la esperanza de que esto me diera la ilusión de seguir adelante, pero sentí la mirada de Gerard mirando a través de mi alma, instándome a seguir adelante con su mente.

    Así que miré atrás para echar un último vistazo a aquel paraíso; Aspiré su esplendor y gloria, y me hizo sentir más a gusto. Sonreí y por primera vez en mucho tiempo fue una sonrisa genuina de gozo.

    Mientras estaba en ese lugar, me sentí como una niña de nuevo, inocente y de buen corazón, sin ninguna preocupación o inquietud en el mundo. Me gustó esa sensación; me sentía bien y saludable, como despertarse en la mañana de Navidad.

    Era un sentimiento que nunca más volvería a tener y, en lo más profundo de mi corazón, yo lo sabía. Gerard y Gabriel me habían cambiado para siempre y no habría vuelta atrás hacia la paz que una vez sentí.

    Nunca volveré a tener el placer de ver una película con Malcolm;

    Nunca sentiré el embarazoso gozo de escuchar un chiste malo de mi padre;

    Nunca volveré a sentir el abrazo de mi madre.

    Una lágrima rodó por mi cara ante el recuerdo de todo lo que había tenido y perdido. Casi me había olvidado de lo que estaba sucediendo entonces. Me olvidé de la puerta y me olvidé de Gerard y sus amenazas; Estaba viviendo en un mundo que ya no existía.

    Que fuese Gerard quien me sacara de mi fantasía y me devolviera a la realidad que él había creado.

    Un grito espeluznante me hizo girarme rápidamente, un grito proveniente de František. Gerard lo tenía agarrado por la nuca con una hoja de intrincada apariencia pegada a su mejilla, penetrando lo suficiente como para hacer que la sangre goteara. El cuchillo estaba colocado sobre las horrendas quemaduras de František.

    "Vamos. Venga, Lizzy." dijo Gerard con severidad. Mis ojos se abrieron y se alejaron de él, y me apresuré a correr hacia esa verja.

    Mi movimiento se convirtió en un trote, y luego en una carrera hasta que finalmente llegué a la verja y la atravesé con la fuerza suficiente para que se abriera y se cerrara detrás de mí.

    Era otro jardín, aunque más oscuro, como si el sol nunca hubiera penetrado en esta parte del mundo. No solo estaba oscuro, era la muerte. El impulso que me llevó por el precipicio y por el acantilado hacia esta perdición se detuvo en un instante.

    Estaba oscuro, sí, pero lo más aterrador de todo era el silencio. A pasos detrás de mí estaba ese hermoso paisaje lleno de todo lo que están hechos los sueños, pero más allá de la puerta había un infierno febril solo concebible en las pesadillas del mismísimo diablo. Sentí pavor y tristeza con solo mirar al abismo; no había nada, o eso parecía; pero no me atreví a dar marcha atrás con un miedo mayor: el miedo a que Gerard matara a František, mi querido y ahora único amigo. Ya había habido últimamente suficiente derramamiento de sangre, no era necesario más.

    Y así continué mi viaje hacia la oscuridad, y parecía que con cada paso que daba, la oscuridad se volvía más densa y sustancial hasta rodearme. Sentí que solo había dado unos pocos pasos, pero ya no podía ver la verja ni el jardín que había más allá.

    Así que avancé hacia el vacío, pero nunca podría haber estado preparada para lo que me esperaba al otro lado.

    Caminé, caminé y caminé quién sabe cuánto tiempo, pero para mí fue una eternidad. Fue como cuando había llegado por primera vez a este lugar, era como si el tiempo se hubiera detenido y cada movimiento que hacía me llevara un paso adelante y dos hacia atrás, y justo cuando pensaba que toda esperanza estaba perdida, cuando quería sentarme, rendirme y llorar, lo oí.

    Oí la voz de ella. Escuché... la voz de mi madre. Un escalofrío sacudió mi cuerpo y las lágrimas salieron incontrolablemente de mis ojos. Sabía que Gerard quería tomar las almas de los que yo había matado y torturarlas por siempre jamás, pero ella sonaba feliz. Sonaba como si viviera y respirara pasando un buen rato. La oía reír.

    Corrí y corrí lo más rápido que pude hacia su voz, hacia su risa, pero lo único que veía era oscuridad; dondequiera que miraba y giraba solo había oscuridad. Pero seguí corriendo; Estaba decidida a no rendirme. Corrí y corrí hasta que no pude correr más y, en medio de aquella llanura desprovista de cualquier cosa más que los sutiles sonidos de un mundo que alguna vez fue, colapsé.

    Yací en el suelo ennegrecido como un fardo, sollozando incontrolablemente hasta sentir que algo pasaba sobre mí. No me atreví a mirar por miedo a que fuera un Krag, o incluso el propio Gerard allí para perseguirme, torturarme. Él me había atraído a aquel pozo de oscuridad, tal vez estaba aquí para acabar conmigo.

    Y entonces lo sentí de nuevo, pero algo en esa presencia no me asustaba, parecía reconfortante. Alcé la vista y lo que vi envió una ola de emoción palpitando a través de mi cuerpo: confusión, miedo, tristeza y felicidad me golpearon a la vez.

    De pie frente a mí, envuelta por la luz, estaba mi madre. Tenía buen aspecto y buena salud, pero no parecía reconocerme. Simplemente estaba allí mirando fijamente. Reuní valor y caminé hacia ella con los brazos extendidos ante mí, atrapada en un estado de asombro. Cuanto más me acercaba, más real parecía, pero sé que no podía ser cierto: la había matado yo misma, yo aún tenía la herida en la mano.

    La urgencia de mirar dicha herida se apoderó de mí, así que miré la mano, que no tenía nada en ella. La herida tan profunda antes de entrar en aquel mundo había desaparecido, no quedaba ninguna cicatriz, era como si nada hubiera pasado. La miré más allá de la confusión, pero un movimiento más allá llamó mi atención; era mi madre.

    Parecía feliz cuando la vi por primera vez, pero algo había cambiado, estaba asustada, pero no sorprendida, como si esperara que sucediera algo; como reaccionaría si su padre llegara borracho a casa. Estaba alterada y asustada. Observé con impaciencia lo que iba a suceder, y luego todo lo que ella estaba esperando tomó su curso. El miedo en sus ojos se expresó con lágrimas. Sus ojos se inundaron y cuando rompió el precipicio de agua, una lágrima rodó seguida de otra y otra hasta formar un flujo constante.

    Yo no podía saber de qué tenía miedo hasta que sucedió; era su padre. Pasó junto a mí como si yo ni siquiera estuviera allí y avanzaba hacia ella con un cinturón en la mano, lo levantó y la hebilla le cruzó la cara. Di un brinco atrás de miedo por ella, lloré, no quería verla siendo lastimada así, pero luego él lo hizo una y otra vez... y poco a poco me fui acostumbrando: me fascinaba cada vez que el frío latón golpeaba su rostro.

    La tristeza y la simpatía que había sentido con el primer golpe se disipó. Todos los pensamientos sobre ella y su tortura emocional vinieron a la mente; me hacían querer unirme a la paliza, y cuanto más miraba, yo más lo animaba. Era el peor de los temores de mi madre, mi abuelo. La oí decirle a mi papá un día que él la había agredido sexualmente a ella y a su hermana casi todas las noches, que las golpeaba con un cinturón si no cooperaban, y ellas nunca cooperaban.

    Fue cuando ese recuerdo pasó por mi mente que el abuelo le dio la vuelta a Carol y la inclinó. Ella dejó de llorar y se concentró en un lugar lejos de allí. Dejándose bajar los pantalones y ser montada, mi abuelo comenzó a violarla. Tuve que apartar la mirada. Sabía lo que era ser violada y nadie se lo merecía, ni un alma. Grité y grité que se detuviera, le supliqué que la golpeara, se merecía una buena paliza, pero no aquello. Estaba tan distraída por lo que estaba sucediendo que no noté que mis gritos no hacían ningún sonido, pues el lugar desprovisto de luz también estaba ausente de sonido. Era como el vacío del espacio; y era cierto, nadie podía oírte gritar.

    Justo cuando no pude mirar más, el abuelo se detuvo como si se lo hubiesen ordenado. Dio un paso atrás y se abrochó los pantalones hasta la cintura para mirar algo que estaba más allá de mi visión. Yo sentí curiosidad, así que di un paso hacia la oscuridad con los ojos entornados, tratando de ver cualquier cosa que pudiera, y lo vi. O debería decir, vi quién era. Al principio no lo podía creer. Seguramente mis ojos me engañaban. Era la oscuridad que me rodeaba jugando conmigo a las ilusiones ópticas; engañando a mi mente para que yo viera algo que no estaba allí. Pero la figura se acercó un paso más y no hubo duda. La persona a la que estaba mirando era yo.

    Temblé. Allí estaba caminando hacia mi madre inclinada sosteniendo ese cuchillo de trinchar. Me vi sonreír y burlarme de ella. Me vi molestándola y provocándola con la hoja. Me vi susurrarle al oído, incluso pude oír lo que dije: "La muerte es solo el comienzo de tu tormento." Palabras de las que yo apenas sabía el significado, pero mientras estaba allí, esas fueron las palabras que fluyeron hacia mis oídos. Cuando la forma que era yo se apartó, miró a mi madre directamente a los ojos y con una sonrisa, le hizo un corte en la mejilla.

    Yo me retiré de nuevo, pero ella golpeó una y otra vez hasta que no quedó nada en su rostro. Mi madre aún no había muerto. Vi un poco más y la tortura solo empeoraba. Le cortó los dedos de las manos y de los pies, le cortó las rodillas y los codos; y sin embargo mi madre vivía. Me sentí atrapada, mi voz no hacía nada, y cada vez que avanzaba hacia la cruel escena, esta se movía en la misma dirección. No podía acercarme a ella. Finalmente me di por vencida y caí de rodillas. No quería ver más. Me acurruqué en una bola y escondí mi cara entre mis rodillas, pero la escena cambiaba, así que siempre estaba a mi vista. Si cerraba los ojos, podía verla reproduciéndose en mi mente. Si me tapaba los oídos, podía oír los gritos de mi madre. No había forma de escapar de las visiones, y justo cuando estaba en mi punto de ruptura, todo cesó y, una vez más, lo único que podía ver era una oscuridad total.

    Me levanté y miré por el espacio, pero no vi nada. Una vez más me sentía vacía y asustada, perdida sin rumbo hacia nada. Caminar habría sido inútil, así que permanecí en el sitio hasta que algo venía; y efectivamente, algo, alguien, venía a través de la oscuridad. Como en una nube, flotando hacia mí estaba Gerard. Él observaba en paz mientras se acercaba. Parecía satisfecho al saber que yo había visto lo que había visto. Se detuvo justo ante mí, pero no bajó de lo que fuera que lo había traído flotando. Sonrió y me miró de reojo. Me asusté y bajé la vista hasta los pies.

    "¿Disfrutaste el espectáculo, Lizzy?" Preguntó. Me negué a mirar hacia arriba o hacer ruido; Simplemente negué con la cabeza "No."

    “Tsk, es una pena. Lo había coreografiado todo para ti. Pensé que disfrutarías de cada gramo de dolor causado. Después de todo, ella no era una muy buena madre..." Hizo una pausa y se arrodilló para mirarme a los ojos. "¿O sí lo era?"

    Mi corazón se aceleró en mi pecho, golpeando contra mis costillas como tratando de escapar. ¿Qué quería decir? No dije nada, pero le miré a los ojos, yo estaba en trance y no podía apartar la mirada.

    "Lizzy, ¿sabes qué es este lugar?" Preguntó de nuevo, y de nuevo negué con la cabeza "No."

    "Hay un lugar de descanso final para todos, Lizzy, y este es solo uno de ellos. Desafortunadamente, no tengo la suerte de conseguir todas las almas que mueren, pero consigo las que quiero. Yo... alisto, a falta de una palabra mejor, gente como tú para que salga a buscarme almas para mis diversos jardines y bosques. Pero hay almas específicas que me gustan y, cuando las consigo, terminan aquí en mi lugar más preciado." Dijo de un modo amplio. No me atreví a preguntar cuál era tal lugar. En ese momento, no quería saberlo.

    “Esto, mi dulce hijita," dijo abriendo los brazos, como si estuviera arrojando la oscuridad y atrayendo toda la luz del mundo hacia él. Él lo expuso todo, pude verlo todo; fue como si me hubiera quitado una venda invisible de los ojos. El paisaje había cambiado. Ya no había un abismo negro a mi alrededor, sino que era de un blanco brillante con formas borrosas entrando y saliendo de foco a mi alrededor.

    "Este es el Jardín de la Inocencia." Dijo Gerard. Las palabras resonaron por toda mi alma. Tragué saliva y miré a mi alrededor. Cuando el blanco se desvaneció y las formas se convirtieron en figuras, pude ver una cerca, y detrás de dicha cerca estaba mi madre sentada en una silla frente a su espejo de tocador, atada como yo la dejé. Junto a ella estaba mi padre, que estaba allí, mirando por encima de la cerca que los contenía; él estaba en llamas. Cada segundo que pasaba veía un trozo de su carne alejarse de su cuerpo, pero él no reaccionaba. A su lado estaba Malcolm, el único amigo que yo había tenido. Colgaba de una ventana independiente de una casa, pero tenía los ojos abiertos y, sin embargo, tampoco reaccionaba. Y finalmente, a su lado estaba un Sr. Gabriel desnudo, cortado y sin manos, sin lengua y sin pene.

    Todos y cada uno de ellos parecían estatuas, congelados en el tiempo esperando que sucediera algo, que alguien los liberara, pero yo no era esa persona. Yo no podía hacer nada más que mirarlos y sentir que me invadía una extraña oleada de satisfacción. Estas eran las personas que me habrían arruinado la vida, o la habrían empeorado mucho. Se merecían lo que tenían, pero luego me percaté: El jardín de la inocencia. Entonces me giré y le miré y él ya me estaba mirando como si preparado para la pregunta. Abrí la boca para hablar, pero Gerard levantó una mano para silenciarme.

    "Hagamos un recorrido, ¿de acuerdo?" Dijo poniendo una mano en mi espalda. No tuve elección en el asunto. Me acompañó hasta mi madre, sentada en su tocador.

    "Esa escena que viste hace unos momentos, Lizzy, eso fue lo que tu madre temdrá que vivir por el resto del tiempo y más allá." Dijo mientras yo tragaba saliva luchando por contener una lágrima. “El jardín consta de dos tipos diferentes de sufrimiento. El emocional es el primero. Mientras estén aquí, los habitantes experimentarán sus miedos y recuerdos más dolorosos con vívidos detalles; sentirán cada rasguño y vivirán cada segundo de su experiencia más atormentada como si estuviera sucediendo en tiempo real." Explicó llevándome hacia mi abrasado padre.

    "Tu padre no tenía muchos miedos, Elizabeth, solo el de perderte. Él era bastante noble, pero por su nobleza no gana más que encontrarte ensangrentada sobre tu cama, tan enferma como es posible. Por supuesto, modifiqué un poco la memoria para que él recuerde que quemaste la casa, pero contigo en ella, por supuesto. Tiene que verte arder viva y luego experimentarlo él mismo." Dijo con indiferencia, como si estuviera describiendo la trama de una película a un amigo.

    Después me guió hasta Malcolm, no pude luchar contra la influencia de Gerard, por mucho que quisiera, así que obedecí y caminé hacia la jaula donde estaba mi mejor amigo. Allí colgaba sin vida, pero muy vivo. No pude evitar mirarlo a los ojos y, por un breve momento, me sentí bien al ver que sus ojos no mostraban nada de dolor o tristeza; aunque yo sabía que él lo estaban torturando por dentro; estaba reviviendo un recuerdo terrible una y otra vez, y eso era debido a mí.

    "Tu mejor amigo en todo el mundo," comenzó Gerard, pero yo le interrumpí. Ya había tenido suficiente de aquella gira de los condenados; Quería respuestas y no quería escuchar otra historia.

    "¡Basta!" Grité. Gerard se detuvo y me miró con curiosidad. "Quiero saber qué está pasando aquí, Gerard. ¿Por qué están en este jardín? ¿por qué se llama el jardín de la inocencia?" Dije con severidad, mirándolo directamente a los ojos.

    "Porque, querida," dijo sonriendo, "no han hecho nada malo." Concluyó.

    Yo le miré a los ojos buscando una esquirla de mentira, pero no vi nada más que sinceridad. Me sentí mal, necesitaba vomitar, necesitaba sentarme y necesitaba alejarme de aquel lugar. Pero sabía que no importaba cuánto lo intentara o lo rápido que corriera, no podía escapar de aquel lugar. Así que me senté, acerqué las rodillas a mi pecho y pensé en las palabras de Gerard: no han hecho nada malo. ¡¿Cómo es posible?! No es cierto, pensé. Todos me habían arruinado la vida de una forma u otra. Me habían violado, me habían mentido, me habían traicionado, me habían quebrado... Todos me habían hecho algo que habría sido irreversible.

    "Estás mintiendo." Dije mirando desde mis rodillas directamente a Gerard. "Estás mintiendo. Todos me hicieron daño; me lo dijiste tú mismo. ¡Todos se lo merecían!" Le grité.

    Él continuaba sonriéndome, contento de permanecer así, al parecer: “No, Lizzy. Esa es la belleza de todo. Mataste a cuatro personas inocentes." Me dijo.

    "¡No! ¡No lo hice! ¡No te creo!" Chillé al borde de un berrinche.

    "Déjame mostrártelo entonces, pequeña."

    Gerard me tocó el hombro y fuimos transportados instantáneamente de regreso a lo que parecía ser el mundo real. Estábamos en mi cocina y mi madre estaba sentada a la mesa del comedor. Ella estaba trabajando en algo, así que deambulé por el otro lado para verlo bien. Me tomé mi tiempo, no quería ver qué era; mi primer pensamiento fue un régimen de belleza o algo en vano por mi parte; pero cuando me acerqué, vi que no era nada de eso.

    En la mesa frente a ella había folletos de clases de arte y papeles de inscripción. A mí me encantaba dibujar y pintar, pero no tenía ni idea de que ella supiera eso.

    "Ella lo estaba logrando, Elizabeth." Gerard dijo: "Te iba a inscribir en clases de arte durante tus vacaciones de invierno y primavera, y si te gustaba, lo cual seguramente hubiera ocurrido, ella habría influido en la junta de una escuela de arte de gran reputación para aceptarte durante el programa de verano. Todas esas reuniones de clubes de campo habían sido por ti."

    La palabra de Gerard atravesó mi corazón como una flecha desgarradora. Sentí las lágrimas rodar por mi rostro; lágrimas que ni siquiera sabía que estaban brotando. Tanto si era una mentira como si no, no podía afrontar la posibilidad de que mi madre realmente me quisiera, que quisiera algo para mí en contra de sus necesidades egoístas.

    Sentí su mano en mi hombro de nuevo, me condujo hacia la derecha—hacia mi padre carbonizado. Apenas podía mirarlo, pero algo me obligó a hacerlo. Él era el infiel, estaba tonteando con su secretaria y, nuevamente, al pensarlo me enojé. Pero, ¿cómo podría yo creerlo? Quizá él no estaba engañando a mamá; pero ¿por qué trabajaba hasta tan tarde casi todas las noches? Luché conmigo misma tratando de averiguar lo que pensar. La confusión era abrumadora.

    “Tu padre, el mismo hombre del que estabas convencida que estaba engañando a tu madre, y por mucho que la despreciaras, tú sentías que tal deslealtad era una gran falta de respeto. Te frustraba y querías ver arder a tu padre lentamente, tal y como él estaba quemando a tu familia. Bueno, lo lograste, salvo que él no se quedaba hasta tarde para engañar a tu madre; más bien estaba trabajando horas extras para ahorrar dinero. Un dinero que planeaba gastar en la compra de una casa de verano junto a un hermoso lago en el campo. Tú y tu madre habríais quedado extasiadas y, seguramente, habríais disfrutado de muchos veranos allí." Hizo una pausa y vimos cómo un trozo de la mejilla de mi padre se despegaba gradualmente del hueso y golpeaba el suelo con un ruido sordo y húmedo.

    "Querida, tú habrías ido allí a los dieciocho años y habrías creado tu primera obra maestra; una impresionante acuarela del paisaje." Su voz chirrió contra mis nervios como clavos sobre una pizarra. Comencé a balancearme de un lado a otro tratando de borrar de mi memoria sus palabras, pero me habían golpeado bien hondo... esas palabras vivirán conmigo para siempre.

    Sentí su mano guiarme de nuevo, esta vez hacia mi viejo amigo Malcolm. Su muerte era la que más me había dolido, sentí. Él nunca me había hecho daño en vida, pero incluso después de que haberlo ahorcado de la ventana, él aún tenía que algo que hacer. Y había estado a punto de hacerlo... él iba a romper la confianza que habíamos construido a lo largo de los años. Me iba a hacer algo insondable; iba a ser infiel a nuestra amistad contándoles a todos lo del pájaro y lo que yo le había hecho. Como dijo Gerard, yo me tomaba en serio la deslealtad y no podía permitir que Malcolm cometiera tal traición.

    “Este joven tenía un futuro brillante, bueno, hasta que tú acortaste ese futuro, pero él se lo merecía, ¿verdad? Él era un mentiroso y fue engañoso contigo; tenía un cuaderno íintimo, tan íintimo que ni siquiera tú sabías que existía. Entre sus páginas guardaba los secretos que tú atesorabas más que la vida misma, pero él estaba a punto de revelar todo lo que tanto te esforzaste por ocultar... ¿O lo estaba protegiendo con su vida, protegiéndote así a ti? Él mantuvo oculto ese libro a todo el mundo, ni siquiera su terapeuta sabía lo que contenían sus páginas. Él era el guardián de los secretos, tus secretos, y eso le estaba volviendo loco; después de todo, él estaba loco por ti, pero tú no confiaste en él y ahora cuelga para siempre de ese mismo alféizar." Gerard me miró y yo no necesité mirarle, podía sentir sus ojos sonriendo ante mi agonía.

    Y agonía es lo que sentía. No sabía qué creer.¿Estaba Gerard diciendo la verdad o era todo una mentira? Yo no podía concluir en un sentido ni en otro. Si estaba mintiendo sobre esto, podría haber estado mintiendo sobre todas sus acciones y los males que cometieron, nada de lo que decía me otorgaba ningún mérito. Pero sé que una cosa era segura, sé que la siguiente persona en aquel desfile de condenados era una persona verdaderamente malvada. Ninguna historia que se le ocurriera a Gerard me convencería de lo contrario: él me había violado y eso no se podía negar.

    Sin la ayuda del suave empujón de Gerard, me moví hacia el sangriento desastre en el que permanecía el señor Gabriel. Sonreí ante la vista de ese viejo bastardo, la idea de lo que me había hecho regresó con tanta fuerza que la sentí como un puño en el estómago, pero esos recuerdos fueron seguidos por algo mucho más agradable: los pensamientos de mí misma torturando y, finalmente, poniendo fin a su lamentable vida.

    “La puta, el infiel, el mentiroso y, ahora, el violador; este era el elenco de tu propia tragedia personal, Lizzy. Este fue el hombre que te contaminó, que le hizo cosas innombrables a tu frágil cuerpecito. Las cosas que te hizo incluso serían indescriptibles en mi reino, es decir, si es que realmente te violó. Pero fue todo lo contrario, Elizabeth. Bebiste el té, el mismo té que él bebió y, de hecho era una infusión especial, pero él nunca tuvo la intención de enviarte a una espiral de inconsciencia. Resulta que eres alérgica a cierto ingrediente. Yo aproveché ese hecho. Yo lo veo todo, todo lo que ha llegado y lo que está por llegar, y lo aproveché para tomar un alma rota como la tuya y manipularla a mi gusto."

    "Lizzy, Gabriel no te violó; él estaba intentando revivirte. Tú recuerdas el violento giro y su cuerpo encima del tuyo porque él te estaba aplicando un MRC [2] y, quién sabe, sin sus técnicas de reanimación es posible que ahora estuvieras muerta. Mira, esta es mi única culpa, Lizzy. No puedo cosechar las almas en tu reino, solo puedo cosechar las que me trae un transportista como tú, por lo que si él no te hubiese salvado la vida de manera efectiva, tú no me habrías servido de nada. Él, a todos los efectos, fue tu salvador, y tú lo mataste."

    No pude reaccionar, no supe cómo hacerlo. Busqué en los rincones más profundos de mi mente para tratar de racionalizar todo lo que había dicho y, con suficiente búsqueda, encontré el único agujero en la trama de su gran esquema de mentiras. Me giré y le miré directamente a los ojos. Aún me sonreía con ellos, como si estuviera satisfecho consigo mismo por revelar todas esas no verdades.

    "¿Gerard?" Le pregunté, él asintió y me animó a continuar, "Si no me violó, ¿de dónde venía toda esa sangre?" Le había pillado, sabía que él no tenía nada con qué contrarrestar eso, pero no pareció desconcertado lo más mínimo. Sin embargo, no me atreví a romper la mirada, no podía parecer débil—yo no soy débil.

    "Lizzy, querida." Dijo arrodillándose para encontrarse conmigo en terreno llano. Me puso la mano en el hombro como un médico que le dice a un paciente que solo le quedan unas semanas de vida. Eso me puso un poco nerviosa. "Ahora eres una mujer." Dijo inquietantemente

    "¿Qué?" Dije en un sobresalto de sorpresa.

    “Pequeña, les pasa a todas las señoritas de tu edad; alrededor de la pubertad. Tuviste tu período."

    "¿Mi periodo?" Pregunté pensando lo más lejos que pude. Recordé una pequeña conversación que tuve con mi madre sobre eso una vez, pero fue increíblemente incómoda y traté de borrarla de mi memoria.

    Él asintió y me miró con consuelo en sus ojos, pero por supuesto sabía que todo era una fachada; él era el verdadero mal. Aparté su mano de mi hombro y di un paso atrás. Todo lo que decía tenía extraño sentido, pero aun así yo lo negaba todo, tanto en mi cabeza como en mi corazón. Me negué a creer una palabra de ese infeliz; ¿cómo podría? Él continuó mirándome como si fuese un padre orgulloso al ver a su hija marcar su primer gol en un partido de fútbol. Cualquier consuelo que pudieran haber contenido sus ojos se evaporó rápidamente en un inquietante escalofrío, incomparable a cualquier cosa que yo hubiera encontrado.

    "Estás mintiendo." Dije con severidad.

    "Por supuesto que piensas eso, ¿y cómo podría yo culparte? Todo parece tan... perfecto." Dijo de pie, pero yo no dije nada, negándome a involucrarme en su locura.

    “Debo admitir que la llegada de tu primer período tuvo un momento impecable. Es curioso cómo el destino interviene de esta manera. Debo decir que fue una verdadera señal de que esta era la forma de las cosas. Así es como supe elegirte; recuerda, puedo ver todo lo que está por venir, sabía que reaccionarías mal a ese té, y también sabía que tendrías tu primer período. Lo único que tuve que hacer fue llenar los espacios en blanco."

    "No." Dije en estricta negación.

    Yo estaba hirviendo de rabia por sus palabras. Si estaba mintiendo, serían horribles y sucias mentiras que sólo tenían la intención de herir y mutilar mi psique; pero la verdad es de lo que yo tenía miedo. Si lo que él había soltado era cierto, ¿cómo iba yo a afrontar lo que vendría? Sería una asesina sin causa, todo por culpa de un retorcido y enfermizo juego jugado por un anciano aburrido.

    "No te creo, Gerard." Dije con menos confianza de la que quería.

    "De nuevo," dijo sonriendo, "no te culpo. Es mucho para asimilar, pero lo aceptarás, seguramente."

    "No aceptaré mentiras. No está bien. Yo sé lo que es verdad, es mi vida, sé lo que ocurrió." Dije en mi defensa.

    “¿Eso crees, Lizzy? Me duele ser quien te diga esto, pero te elegí no solo por la alineación de eventos inusuales. Te elegí porque eras capaz. Miré dentro de ti y vi algo que no muchas personas poseen: la capacidad de matar sin remordimientos. Quitaste cuatro vidas sin pensarlo dos veces, incluso personas que han sido violadas y abusadas desde la infancia no recurren a tal cosa. Lizzy, tú eres una asesina nata."

    Sus frías y duras palabras se me clavaron como una aguja helada. Era cierto, todo ello. Ni siquiera había pensado dos veces lo que había hecho. Cualquier pensamiento de arrepentimiento se desvaneció cuando sentí que sus vidas se me escapaba hacia ese Jardín. Sí, quizá estaba triste por la pérdida, aún cuando él había revelado la farsa no sentía remordimiento, solo más tristeza.

    Miré a mi alrededor en busca de una respuesta, algo que fuera cierto, pero no había nada, nada que pudiera hacer. Gerard estaba diciendo la verdad sobre todo, de eso no había ninguna duda. Así que nos quedamos en silencio por unos momentos antes de recordar algo que él había dicho al comenzar esta gira por los condenados.

    "Gerard, dijiste que había dos tipos de sufrimiento..." Hice una pausa, no del todo segura de querer concluir la idea, pero Gerard pareció leer mi mente.

    "¿Cuál es el otro, te preguntas? Sabía que querrías saberlo, está en tu naturaleza." Dijo siniestramente: "El primero era emocional, pero cuando me aburro de ver cómo se desarrollan las escenas de terror, hago esto."

    Con un chasquido de sus dedos, descongeló todas las estatuas que yo había ayudado a construir. Los gritos de dolor resonaron desde los cuatro habitantes, mi madre sangraba profusamente por todas las heridas que yo le había infligido; una línea de sangre apareció alrededor de su cuello, y la piel se despegó lentamente hasta completar el recorrido de atrás hacia adelante. Su cabeza cayó al suelo, pero esta aún producía gritos espeluznantes.

    Mi padre ardía y se quemaba como antes, pero ahora él podía sentirlo. Cada centímetro de él ardía, ningún lugar estaba a salvo de la llama que gradualmente consumía su propio ser. Se debatía y rodaba por su sección del jardín, pero era en vano. Finalmente se rindió y simplemente yació en el suelo, mirándome. Yo no estaba segura de si podía verme o no, pero su mirada me atravesó. Tuve que apartar la mirada, pero solo había otro lugar al que podía mirar.

    Malcolm estaba colgado de esa ventana incorpórea con un cinturón que se ajustaba lentamente alrededor de su cuello para siempre, hasta que cayera desde una gran altura. Tras el impacto, no moriría; su cuello se rompería pero él todavía tendría que asfixiarse. No había descanso para él, ni para nadie que yo había puesto allí. Quise apartar la mirada una vez más, pero no pude. Me sentí mal, me sentí atrapada, me sentí responsable, pero cuanto más miraba, más fascinante lo encontraba. Quizá Gerard tenía razón, tal vez yo era capaz y solo era una bomba de relojería esperando para estallar.

    Por último, estaba el Sr. Gabriel, el hombre que finalmente me había salvado la vida, y lo pasaba peor que todos. Dolorosamente, aparecieron líneas sobre un dedo por vez hasta que la carne se despegó de cada falange exponiendo huesos y músculos, tendones y cartílagos. Una por vez, todas esas cosas fueron cortadas y arrancadas de su cuerpo; sucedió diez veces, una por cada dedo. Continuó subiendo por su cuerpo, hasta que lo desollaron vivo; hasta que todos sus nervios estuvieron expuestos, el aire a su alrededor le picaba y le causaba grandes cantidades de agonía. Sufriría así por toda la eternidad.

    "Mira, Lizzy. Todo esto es obra tuya, y la parte más fascinante es... que lo disfrutas."

    Sus palabras aterrizaban en un campo de verdad, pero también tocaban un nervio propio. Por mucho que yo lo disfrutara en ese momento, y aunque el gozo estaba creciendo en mí, yo no quería que me gustara. No quería disfrutar viendo a gente inocente así, y la razón por la que lo hacía era completamente culpa suya. Le culpé a él por todo el asunto, ¿quién si no tenía la culpa? Él me había hablado de un futuro en el que sería feliz si todo lo que había ocurrido simplemente no hubiese ocurrido.

    "Te odio." Murmuré en voz baja.

    "¿Disculpa?" Dijo inclinándose más cerca de mí.

    "TE. ODIO." Dije claro como el día mientras me inclinaba hacia su oído.

    Él se apartó y me miró a los ojos. Su sonrisa dio paso a una apariencia más seria mientras me ojeaba de arriba abajo, como si me estuviera evaluando para algo.

    "No, no... todavía no." Dijo amenazadoramente, elegí ignorar el significado oculto detrás de eso. Estaba demasiado llena de odio ardiente para leer entre líneas proverbiales.

    "No, te odio. ¡Todo esto, todo lo que ha sucedido es tu maldita culpa!" Dije pisando fuerte con los pies y poniendo las manos en las caderas. Él sonrió ante mi comportamiento infantil y se puso en pie mostrando su imponente tamaño.

    “¿Mi culpa, Lizzy? Siento disentir. Tú blandiste el cuchillo, tú prendiste fuego a la casa. Lo tenías dentro de ti todo el tiempo, estabas de pie en el precipicio mirando hacia el océano que era tu cordura, yo solo te di un empujón."

    Hizo una pausa y miró a los prisioneros que yo había reunido para él. Aún chillaban y lloraban de agonía detrás de mí. Me giré para mirar a mi madre, solo por mórbida curiosidad, y noté que su cabeza había vuelto a unirse a su cuerpo. Al principio me sorprendí, pensando que todo había terminado, que ella podría descansar por el momento, pero luego apareció esa línea de sangre y, como temí, su cabeza fue cortada por una hoja invisible, la hoja que sin duda yo había proporcionado.

    "Lizzy," dijo recuperando mi atención. “Como he dicho, esto estaba destinado a ser. Ese mundo perfecto donde tú eras una maestra artista viviendo tus veranos en una hermosa casa en la playa, solo era una de las muchas realidades que podrían haber ocurrido y, honestamente, era una realidad muy aburrida. Esta es mucho más emocionante, ¿no estás de acuerdo?" Terminó.

    "Fue culpa tuya. ¡Todos estarían vivos si no me hubieses arrastrado hasta aquí!" Pisoteé de nuevo.

    “Pero en el fondo, no era eso lo que tú querías, ¿no? La noche de caos que causaste te trajo más orgullo, más disfrute que toda una vida pintando y sentada en una casa en la playa." Dijo, y mientras lo decía, busqué en mi alma las respuestas, respuestas que no pude encontrar.

    Yo estaba en un estado de confusión. Por un lado, él tenía toda la razón: yo había encontrado placer en cada momento que había causado dolor, pero la pacífica serenidad que la casa de la playa dibujaba en mi mente me relajaba. Me recordaba al jardín que existía al otro lado de la puerta, con los campos dorados y los árboles danzantes. Era un lugar en el que yo quería estar.

    "Me has engañado, ¿verdad?" dije.

    Sorprendido, Gerard alzó las cejas mientras me miraba. "¿A qué te refieres, pequeña?" Me respondió.

    "Bueno, ¿cómo sé que no me has alimentado con mentiras todo el tiempo, solo para justificar estos asesinatos? ¿Cómo sé que no me engañaste para que te hiciera el... el... trabajo sucio?" Acusé.

    Sus cejas arqueadas bajaron de nuevo y esa sonrisa inquietante volvió a aparecer en su rostro.

    "Ven, niña... hay una última cosa que quiero mostrarte." Dijo ignorando por completo mis preguntas y acusaciones.

    Puso la mano sobre mi hombro una última vez y me vi obligada a seguirle adonde él me conducía. Me guió más allá del corral de Gabriel, que a primera vista no era más que esa terrible oscuridad, pero a medida que avanzábamos en ella, la oscuridad dio paso a la luz, como si Gerard fuera la fuente de energía. La luz reveló una última verja de hierro forjado frente a nosotros, como las que retenían a mis víctimas, excepto que la nueva estaba vacía. Nos detuvimos justo enfrente. Me hacía sentir incómoda.

    "Lizzy," dijo arrodillándose junto a mi oído, susurró: “Yo nací para controlar. Tú naciste para obedecer."

    Y con un poderoso empujón, fui enviada volando por el aire hacia la verja. La puerta de esta se abrió justo antes de que yo estuviera a punto de impactar, pero en lugar de chocar contra ella, pasé volando por la puerta y aterricé dentro del corral. Me levanté lo más rápido posible y corrí hacia la puerta, hacia mi libertad, pero fue inútil. La puerta se cerró de golpe antes de que yo pudiera escapar. Agarré los barrotes y los sacudí con todas mis fuerzas, pero eran tan sólidos como los de la celda de una prisión.

    Me dejé deslizar por los barrotes hasta caer de rodillas y miré a mi captor, quien parecía contento con su nueva mascota.

    "¿Por qué...?" Murmuré mitad para mí, mitad para Gerard.

    "¿Por qué? Bueno, Lizzy, porque puedo."

    "Pero me prometiste que yo no terminaría aquí."

    “No, Lizzy. Te prometí que no terminarías entre los hombres ahorcados. He cumplido mi promesa, y también puedo prometerte que esto será mucho peor." Dijo alejándose de mí.

    Mi corazón se aceleró, estaba en un estado de pánico, no había ningún lugar al que pudiera ir que no fuera un área cercada. Estaba atrapada y la ansiedad que sentía por la claustrofobia me golpeó como un martillo en el pecho. Me quedé sin aliento. Temí lo que tendría que soportar por toda la eternidad. Pensé en Malcolm y en mis padres y sus torturas; Pensé en el Sr. Gabriel y con lo que tendrá que lidiar por ahora y durante el resto del tiempo. Me preocupaba que mi castigo triunfara sobre todos los de ellos, que varias bestias me profanarían y violarían. Temí que los Krags me atacaran.

    Me volví una última vez para suplicar mi libertad, pero ninguna palabra escapó de mis labios; Me volví a silenciar. Metí la mano entre los barrotes, pero mientras lo hacía mis brazos ardían a la luz que irradiaba de Gerard, él me miró y sonrió con esa enfermiza sonrisa torcida. Pero él no esperaba ver lo que vio, yo tenía una mirada de esperanza en mi rostro. Yo no parecía tener miedo por mi vida. Él no esperaba que yo viese a František detrás de él.

    Gerard inclinó la cabeza, confundido, y se dio la vuelta, solo para encontrarse con el puño de František en la cara. Gerard tropezó hacia atrás sujetándose la mandíbula, y mientras lo hacía, el rápido y ágil František agarró la hoja con la que Gerard le había amenazado antes, debajo de una faja alrededor de su cintura. Cuando Gerard recuperó el equilibrio, fue sujetado a punta de cuchillo. El cuchillo estaba pinchando en la garganta de Gerard, todo menos perforando su piel. Esto parecía ser lo único en el universo que Gerard temía, mientras levantaba las manos en defensa. Los dos hombres de otro mundo estaban enzarzados en una intensa competencia de ingenio, ninguno de los cuales estaba dispuesto a rendirse.

    “Si me matas, František, todo este mundo colapsará sobre sí mismo. Implosionará en una poderosa bola de luz y luego dejará de existir sin más, matando todo lo que hay dentro, incluyéndote a ti... Incluyendo a la chica." Gerard reveló.

    “Lo sé, Gerard. Llevo aquí el tiempo suficiente para haber descubierto tus secretos, y tienes razón, seguramente pereceríamos." respondioo František con profundo y perturbado acento escocés y ojos azules ardientes. "Pero a la chica no." Dijo con sus ojos cambiando de enfoque por una fracción de segundo. "Ella sale en libertad."

    Gerard se echó a reír: "¿Osas amenazar con matarme y luego pedir la libertad de esta pequeña lunático?" dijo Gerard aún riéndose para sí mismo.

    "Oh, no te lo estoy pidiendo, amigo, ¿verdad?" Y con eso František atravesó la garganta de Gerard, luego rasgó con el cuchillo hacia la izquierda y le abrió la garganta. No fue sangre lo que brotó, sino algo que parecía luz pura escapó de la herida. No se parecía a nada que yo hubiera visto antes. Una miríada de colores brotaba de su garganta, era como si dentro de su cuerpo estuvieran todos los matices y colores del cosmos; como si su cuerpo no fuera más que un recipiente para una fuerza celestial.

    František giró el cuchillo en su mano, lo sostuvo por la hoja y me miró por última vez con esos ojos ardientes, y juro que pude ver una sonrisa a través de su venda. Con un movimiento fluido, arrojó el cuchillo en mi dirección. Lo vi volar por el aire, casi parecía ir en cámara lenta mientras dividía los colores que comenzaban a llenar el mundo. El cuchillo golpeó la puerta con una fuerza poderosa, una fuerza lo bastante grande como para enviarme volando hacia atrás. Golpeé el suelo con un gran ruido sordo y sentí que mi cabeza también rebotaba contra algo duro. Estaba empezando a perder el enfoque y entonces, por última vez, vi esa maravillosa luz azul brillante.

Capítulo 12

    OSCURIDAD ERA TODO LO QUE PODÍA VER, de nuevo. František había arrojado el cuchillo, este había golpeado la puerta y me había enviado volando por los aires; eso era lo último que yo podía recordar y ahora, oscuridad. Mi mundo se había llenado de una gran cantidad de oscuridad, y no pude evitar sentirme atrapada en su abrazo. Sentí que nunca volvería a ver la luz del día. La oscuridad era un vacío; no había sonidos, ni olores, nada que tocar... simplemente existía dentro de este vacío. Ni siquiera sabía cómo estaba respirando, porque no había aire, no había nada en absoluto, pero extrañamente me sentí en paz con ello.

    Si no hubiera realidad, si nada viviera y respirara, entonces no tendría que enfrentarme a los fantasmas de lo que había hecho. No tendría que pensar en mi madre ni en si era una persona cariñosa y amorosa o la perra diabólica que yo había visto. No tendría que preocuparme por el adulterio de mi padre ni si trabajaba hasta tarde para pagar una casa en la playa. No tendría que pensar en la lealtad de Malcolm. Podría considerarlo un buen y querido amigo. Y lo más importante, no tendría que preocuparme si había sido violada o no. El Sr. Gabriel simplemente no podría existir en esta realidad provista de nada. Yo podría haber estado en paz.

    Eso fue hasta que un ruido comenzó a desvanecerse desde la distancia. No había nada que yo pudiera ver, solo una enorme masa negra extendiéndose por la eternidad, pero había un chirrido rítmico proveniente de alguna parte. Busqué a mi alrededor, pero cada paso que daba no parecía producir ningún progreso; todo estaba igual, salvo el gorjeo, que se acercaba y sonaba como si se estuviera transformando del gorjeo de un pájaro a un pitido mecánico. Aunque se volvió cada vez más claro de pronto, pero con cierto eco sordo en ello.

    Con cada pitido también llegaba otro ruido; sonaba como voces, más de una seguro. Empecé a sentir pánico, después de todo, esta era mi propia serenidad pacífica y no quería intrusos. El bip sonó de nuevo y con él llegaron más voces incorpóreas. Sonaban como si estuvieran hablando un idioma extraño, nada que yo hubiese escuchado antes. Estaban increíblemente amortiguadas y, al igual que el pitido, las seguía un eco sordo.

    Un último pitido, una última voz perturbadora y luego lo vi. En la distancia, aquello que pensé que nunca volvería a ver, lo único que deseaba más que nada, pero lo único que temía más que la muerte misma... una luz. Desde el horizonte de oscuridad sin fin surgió una luz que atravesó las sombras y comenzó a inundar mi entorno. La oscuridad se retiró como un perro aterrorizado con la cola entre las piernas. Traté de escudarme de ella, ya que dolía mirarla, pero era cálida y acogedora. Yo estaba en una encrucijada: por un lado quería quedarme en la oscuridad donde nadie pudiera verme. Estaba cómoda allí, lo sabía bien... era mi amiga.

    Pero la luz había entrado y la había ahuyentado, la misma luz que me quemaba los ojos, la misma luz que me hacía sentir calor de nuevo; y la calidez era algo de lo que yo no sabía mucho. La apreciaba, pero aún así me asustaba. Me podían ver en la luz, podía ser oída en la luz, y en esa luz temía ver cobrar vida mis pecados y atormentarme para siempre. De hecho, era peculiar, generalmente la oscuridad es sinónimo de maldad y la luz es el signo de los justos; pero yo me sentía como en casa en la oscuridad. La luz era mi enemiga.

    Decidí que no quería que la luz ahuyentara a mi amiga, la oscuridad. Yo quería el vacío recoger la aspiradora familiar y luché para que regresara. Me negué a abrir los ojos, pero la luz era demasiado fuerte y no tardó en penetrar mis párpados. Cuando lo hizo, trajo los pitidos y las voces con ella. Ya no estaba sola y no me gustaba la sensación de ser vista.

    "Está volviendo en sí." Escuché decir. Yo aún me negaba a abrir los ojos.

    "¡Rápido, trae a Jerry aquí!" Escuché decir a otra voz. Mantuve firme mi negativa a abrir los ojos.

    "¡Revisa constantes vitales, B.P subiendo!" Dijo otra voz. Intente ignorarla. Mis ojos aún estaban cerrados. Escuché muchos movimientos y ruidos de cosas y la curiosidad comenzaba a apoderarse de mí; sin embargo, mantuve los ojos cerrados tan fuerte como pude.

    "Mira si está consciente." gritó alguien, y fue entonces cuando sentí algo de goma tocar mi cara. Sentí como si dos pinchos intentaran abrirme los ojos. Intenté mantener los ojos cerrados con cada gramo de fuerza que tenía, pero yo no era rival. El sello entre mis dos párpados se despegó. La luz me picaba en los ojos, pero la luz ambiental no era nada comparada con la linterna que se metían en la cara.

    "Está despierta." Dijo otra voz mientras ella apartaba de mi cara lo que descubrí que eran sus dedos. Podía volver a cerrar los ojos, por el momento. Pero cuando lo hice, no sentí lo mismo. La oscuridad artificial no parecía tan reconfortante como antes, ahora sabía lo que había ahí fuera y ya no parecía tan aterrador. Eché un vistazo a través de un párpado medio abierto para escanear mi entorno y, evidentemente, estaba en un hospital y donde debería haber estado durante mucho tiempo.

    "Señorita, señorita, ¿puede verme?" Dijo un hombre a mi derecha, giré la cabeza para mirarle, pero no dije nada.

    "¿Sabes tu nombre?" Preguntó haciendo todo lo posible por mantener la calma. Yo lo recordaba, pero no di ninguna indicación.

    "¿Sabes dónde estás?" Preguntó de nuevo, yo sabía que estaba en un hospital, pero no se lo dije.

    "Vale, agárrate fuerte." Dijo antes de llamar a una enfermera. Metió una jeringa en el tubo de la V.I., y un momento después volvió la negrura. Estaba regresando al mundo donde nadie podía verme, donde todavía era una niña inocente. Sentí una pequeña sonrisa aparecer en mi rostro. Caí de nuevo al abismo.

***

    No soñé. No me imaginé a mí misma envuelta por esa reconfortante oscuridad. No sentí nada, lo que esperaba que fuera una pacífica escapada se convertía en un paso del tiempo sin experiencia alguna. Simplemente dormí. Por eso, cuando me desperté, estaba bastante malhumorada. Mis expectativas no se habían cumplido y estaba bastante disgustada con la idea, así que me enfurruñé cuando desperté. Pero me enfurruñé solo, no había otra alma, lo cual me pareció extraño, ya que lo último que recordaba había sido un grupo de enfermeras bulliciosas chocando entre sí; pero ahora no había nada, como si me hubieran olvidado. Ya no era el nuevo cachorro de la tienda, así que me han ignorado.

    La sensación era un poco extrema, pero no era agradable de ninguna manera. Escudriñé la habitación con la esperanza de encontrar una ventana por la que pudiera salir, pero no había nada; sólo una puerta con una única y cuadrada ventana de observación demasiado alta para que yo pudiera ver a través de ella. Me desanimé más cuando mi búsqueda de una vista se quedó corta. Debía de haber habido alguna forma de llamar la atención de las enfermeras, pensé, así que hurgué en la cama en busca de algo que tal vez pudiera tirar a la puerta; me era imposible levantarme, conocía esa sensación demasiado bien, y la última vez que lo había intentado en ese estado, casi había colapsado.

    La búsqueda terminó pronto, una vez más. No había objetos sueltos tirados en la cama ni dentro de mi alcance inmediato, y justo cuando estaba a punto de rendirme, eché la cabeza atrás contra la almohada con frustración, y fue entonces cuando lo vi. Un botón, justo al lado de la cama a la vista que decía "Enfermera" con la imagen de una cruz en él. Dejé escapar un suspiro de alivio, luego me reí por mi estupidez y pulsé el botón. Sonó un pitido y una lucecita naranja se iluminó encima. Lo único que tenía que hacer era esperar y, por suerte, no tuve que esperar mucho.

    Vi una cabeza aparecer por la ventanita de la puerta, pero solo se quedó un segundo antes de agacharse. La puerta se abrió poco después de la desaparición de la cabeza, y esa misma cabeza asomó por la puerta—por suerte un cuerpo estaba adherido a dicha cabeza, o habría temido Gerard hubiese venido y me hubiera succionado a su reino de nuevo. Ese era un lugar al que yo no estaba demasiado ansiosa por volver.

    "Ya veo que estás despierta." Dijo la alta y rubia enfermera. Su apariencia parecía la de una actriz interpretando el papel de una enfermera, o una modelo que exhibía las últimas tendencias en moda de enfermería, pero de ninguna manera encajaba con la apariencia de una enfermera tradicional. Me sorprendió su llegada, pero no lo demostré. Simplemente la miré, ignorando su pregunta.

    "Bueno, yo creo que estás despierta, aunque no hables. Deja que vaya a buscar un médico." Me dijo.

    "¡No, espera!" Dije de repente. No sé por qué lo dije, pero ella se paró en seco y se giró para mirarme, aunque no dijo nada, se quedó en la puerta esperando a que yo terminara mi pensamiento.

    “Solo quiero un poco de agua…” dije más dócilmente de lo que me hubiera gustado. La enfermera sonrió, asintió y salió de la habitación. La puerta se cerró tras ella con un suave siseo.

    En realidad yo no quería el agua y no sé del todo por qué le había pedido que se quedara. Fue una reacción, un acto reflejo sobre el que yo no tenía control; de hecho, ni siquiera había tenido que establecer cómo me sentía. No fue hasta que vi a la enfermera que noté que estaba realmente despierta, o en mi mundo.

    Pero no pasó mucho tiempo antes de que todo tipo de sentimientos y recuerdos diferentes volvieran a mi cabeza. Todo me golpeó como una bola de demolición y pude sentir cómo se construía dentro de mí. Mi corazón comenzó a latir con fuerza de nuevo, y todos los instrumentos a mi alrededor también me alertaban. El pitido se incrementó hasta que el chirrido de otra máquina lo puso en marcha, haciendo un sonido aún más fuerte, y fue entonces cuando la alta y rubia enfermera irrumpió por la puerta seguida por otras dos enfermeras y un médico.

    "¡Está ocurriendo otra vez!" Dijo una de las enfermeras.

    "¡Está teniendo otro ataque!" Dijo la rubia.

    "¿Debería darle otra inyección?" Dijo la última enfermera sosteniendo una jeringa. Hizo el movimiento hacia la bolsa de la vía intravenosa, pero el médico extendió el brazo y la detuvo.

    "No, dejémosla superar este." dijo él.

    En ese momento, sentía tenso el pecho y apenas podía respirar. Estaba hiperventilando tanto que las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas. El médico se sentó en el costado de la cama y me tomó por los hombros, mirándome directamente a los ojos, me dijo: “Respira, concéntrate en mi voz y nada más. Sólo respira." Hice lo que dijo. Me concentré en su voz, la cual tenía un efecto muy tranquilizador. Me recordaba a mi padre esa noche. Así sentado al lado de mi cama y haciendo todo lo posible por consolarme. El doctor lo repetía, solo respira, cada vez que lo decía, era más suave, más lento y más tranquilo, y gradualmente mi respiración la imitó.

    El frenético pitido comenzó a calmarse con el ritmo decreciente de los latidos de mi corazón; eso fue quizá lo más satisfactorio del resultado. Cerré los ojos y respiré hondo por última vez, inhalando y exhalando, luego abrí los ojos y miré alrededor de la habitación. Todavía había cuatro personas a mi alrededor, mirándome con la preocupación escrita en sus rostros, a excepción del médico. Él no parecía preocupado ni aliviado; simplemente parecía contento, como si supiera que yo iba a salir adelante sin el uso de drogas o maquinaria.

    "Eso... es... chica," me dijo con calma, "La respiración resuelve la mayoría de los problemas de la vida." Dijo sonriendo con sus ojos, ojos que eran los más gentiles que jamás había visto. Miré hacia los profundos estanques marrones y me perdí en ellos. Estaban llenos de sabiduría y compasión, pero lo más importante, estaban llenos de bondad, no creo que haya visto ojos así en mi vida. Él continuó mirándome también, como si estuviera estudiando mi alma, lo que por supuesto no podría haber sido cierto, porque si hubiera visto de qué estaba hecha mi alma, no se vería tan contento, sino más bien disgustado y horrorizado.

    "Bueno, ¿recuerdas tu nombre, cariño?" Me preguntó el sabio doctor.

    "Ya se lo he preguntado, doctor. No lo recuerda." Intervino la enfermera rubia. El médico la miró y luego me miró como si esperara una respuesta diferente. Asentí afirmativamente a su pregunta. Él sonrió y, mientras lo hacía, las patas de gallo alrededor de sus ojos se agruparon, dándole la apariencia del padre perfecto de todos los dibujos animados que yo había visto, eso también fue bastante reconfortante.

    "Bueno, continúa," me animó él, "dinos tu nombre." Levanté una ceja a las distintas enfermeras, dando a entender que hablaría con él y solo con él. Él captó el mensaje.

    “Muy bien, ustedes tres; eso será todo por ahora. Creo que estaremos a salvo de aquí en adelante." Les dijo a las enfermeras, quienes se miraron entre sí con una especie de decepción, pero dejaron la habitación en fila india.

    "Vale, solo estamos tú y yo. ¿Puedes decirme tu nombre?" Dijo balanceando sus piernas alrededor de la cama para que estuviéramos sentados uno al lado del otro, hombro con hombro. Le miré de arriba abajo. Era un hombre más alto, pero no autoritario; no era delgado y no era grande, simplemente parecía perfecto tal como era, como si se sintiera atraído por ser exactamente así. Sin embargo, aún así le evalué por un momento. Yo quería hablar, pero no podía encontrar el valor en ese momento, todavía estaba un poco nerviosa.

    "Tranquila, cuando estés lista." Me dijo. Su falta de agresión y su paciencia fueron bien recibidas. Lo último que necesitaba era que me presionaran. Cuanto más tiempo pasaba sentado allí, más cómoda me sentía hasta que por fin, reuní ese coraje esquivo y hablé.

    "Elizabeth," murmuré medio entre dientes. Él sse inclinó más cerca para escuchar mi voz susurrada. "Pero todo el mundo me llama Lizzy."

    "Buena chica." Me dijo. Por lo general, esas palabras no significarían nada, solo una frase rudimentaria para una tarea completada, pero no cuando el Doctor la dijo; no, cuando pronunció esas palabras genéricas, las decía en serio. En una fracción de segundo, le dio un nuevo significado al más simple de los dichos. Sentí como si hubiera logrado algo con solo decir mi nombre en voz alta. Él no se parecía a ningún hombre que yo hubiera encontrado en mi vida.

    "Bueno, Lizzy. Mi nombre es Dr. Fredrick, pero puedes llamarme Martin." Dijo con un guiño que me hizo sonreír con una genuina sonrisa de felicidad.

    “Lizzy, ¿tienes un apellido por casualidad?" Preguntó. Le miré y no pude resistir sus ojos amistosos.

    "Walker." Dije suavemente. Revelar mi apellido no fue lo mejor que pude haber hecho en ese momento, pero estaba fascinada.

    "Lizzy Walker," dijo él, "me gusta, da vueltas en la lengua." Le sonreí de nuevo, no pude evitarlo.

    "Gracias." Dije en respuesta.

    “Debería intentar localizar a sus padres, ¿verdad? Hacerles saber dónde te encuentras. Deben de estar muy preocupados." Mi corazón dio un vuelco y mi estómago se retorció en mi garganta ante las palabras. Casi me había olvidado de ellos, Malcolm y el señor Gabriel. Casi me había olvidado de mi noche de dolor y sufrimiento, de venganza. Martin se levantó de la cama, pero yo apoyé la mano sobre la suya con la esperanza de que se quedara un poco más, aunque solo fuese para retrasar lo inevitable.

    Recibió el mensaje. Detuvo su impulso ascendente y quedó suspendido en el aire un segundo, mirándome por encima del hombro. Podía sentirme acobardada debajo de él, y mi comportamiento patético debió haber tocado una fibra sensible en las cuerdas de su corazón, pues asintió por simpatía y se sentó de nuevo en la cama.

    "Está bien, me quedaré un par de minutos, pero debería decirles a tus padres que estás bien." Dijo colocando su mano libre sobre la mano que yo tenía descansando sobre la suya, lo que me hizo sonreír de nuevo. Su toque fue... agradable.

    "Lo sé." Dije suavemente, "pero me gustaría que te quedaras un poco más." Supliqué gentilmente.

    "Eso sé hacerlo." Me respondió: "Pero, ¿te importaría contarme lo que pasó?" Dijo mirándome, luego escaneando la habitación en busca de algo. Miré hacia mi regazo tratando de recordar todos los detalles. Yo sabía lo que había hecho, pero algunos de los detalles parecían borrosos. Martin quitó la mano de la mía y fue entonces cuando lo noté por primera vez; mi mano estaba vendada desde los dedos hasta la muñeca. La levanté y la sostuve frente a mí, estudiándola, tratando de recordarlo todo.

    "No pasa nada si no lo recuerdas; la medicación que tuvimos que usar contigo puede haberte dejado un poco grogui. Pero es un comienzo... como, ¿sabes cómo te hiciste ese corte en la mano?" Preguntó suavemente. Todavía le miraba con los ojos abiertos, haciendo todo lo posible por recordar lo que había sucedido. Me perdí en mis pensamientos y comencé a hablar, aunque en el más bajo de los susurros.

    "Me corté." Dije como mitad un hecho, mitad una pregunta, "En..." Y luego recordé a mi madre y lo que yo le había hecho. No había sido solo un sueño. ¡Todo lo que había pasado había sido real! Yo confiaba en haberlo soñado todo, que todo aquello estuviera solo en mi cabeza. Después de todo, cuando había despertado no había nada que contradijera eso. ¿Y cómo podía yo, una niña de doce años, cometer actos tan atroces? Sin duda, había pensado yo, todo estaba en mi imaginación; una imaginación enfermiza y retorcida, pero ficticia al fin y al cabo. Pero el corte en mi mano era el arma humeante.

    "Lo corté con un cuchillo." Dije lo bastante alto para que Martin y yo lo escucháramos. Le miré esperando una expresión de sorpresa o disgusto, pero no vi ninguno de ambos. Más bien vi al amable doctor mirándome con esos ojos cariñosos. Asintió como si supiera de qué se trataba. Mirando atrás, por supuesto que lo sabía, era médico; una herida de cuchillo no habría sido muy extraordinaria para él.

    "Ya veo," dijo. "Debería...," se puso en pie. "De veras que debería llamar a tus padres." Dijo mientras salía de la habitación. No tuve tiempo de acercarme a él, de suplicarle que se quedara unos minutos más, pero al final entendí. Pues era curioso que no me hubiese preguntado mi dirección ni número de teléfono, y pronto descubrí por qué.

    Sentado de espaldas a la puerta, escuché que se abría con un zumbido para que el médico se fuera, pero no se cerró. Sabía, en el fondo lo que iba a pasar, sabía quién entraría por esa puerta; Ni siquiera miré. Sentí la presencia de al menos tres o cuatro personas que cruzaban el umbral y entraban en la habitación.

    "Elizabeth Walker." Un hombre que parecía brutal habló, no preguntando, sino demandando. Me senté allí sin responder, esperando que sucediera algo más. De mi lado vino una mujer y se abalanzó frente a mí, se arrodilló para mirarme a los ojos. Estaba bien vestida con una falda lápiz, medias y una chaqueta de tweed. Sus ojos eran castaños y su cabello era largo y ondulado. Era lo bastante agradable de mirar, al igual que Martin, el médico antes.

    "Elizabeth," dijo, "Mi nombre es Anne, trabajo para el ayuntamiento como consejera. Te transferiremos ahora, ¿de acuerdo? Así puedo hacerte algunas preguntas." Dijo con amabilidad en su voz, pero al final, no estaba preguntando. Yo no tenía otra opción, me trasladarían tanto si me gustaba como si no.

    "¿Puede venir Martin también?" Le pregunté, él me hacía sentir cómoda y bienvenida, aunque fuese por un breve momento.

    "¿Martín?" Dijo ella con curiosidad.

    "Dr. Fredrick." Dije.

    "Oh... ya veremos." Dijo la mujer, lo cual significaba: «de ninguna manera». Dejé caer la cabeza con desesperación cuando ella me tomó por los hombros y me llevó hacia un ordenanza tras una silla de ruedas. Una enfermera movió mi bolsa de gotero a un soporte portátil y me siguió hasta la silla. Me moví por su acuerdo, no di un paso voluntario por mi cuenta. Incluso me quedé como un maniquí, posicionada para las necesidades de otro. Me llevaron en la silla a través de la puerta y salí de la habitación donde vi a Martin de pie junto el mostrador de la estación de enfermeras. Ahora me miraba con ojos tristes; con ojos culpables. Yo sabía que él se sentía mal por haberme entregado, que es lo que había hecho. No puedo culparle; era lo que él tenía que hacer.

    Por una fracción de segundo nuestras miradas se encontraron y yo sonreí, la última en mucho tiempo. La silla de ruedas chirrió, pero no miré atrás; no tenía sentido hacerlo. Martin seguramente estaría en mi pasado, sentí que nunca volvería a ver su reconfortante mirada y no quería pensar en eso. La pandilla que me rodeaba se movía como un solo ser, con un objetivo, muy parecido a una manada migrando, buscando el abrevadero más cercano. Avanzamos hacia las grandes puertas plateadas del ascensor. Solo quedaba una pregunta: ¿subimos o bajamos?

    Parecía una elección simbólica para que el destino lo decidiera en ese momento. Arriba o abajo; es lo que todos reflexionamos a lo largo de la vida: adónde irán nuestras almas después de dejar este mundo. Desafortunadamente, yo conocía uno de los lugares y no parecía estar arriba o abajo, sino en un mundo más allá del nuestro, quizá incluso paralelo. Sin embargo, como en esta circunstancia, no es una elección que te hayan dado, sino una decisión que se tomará por ti. No sé si el ascensor sube o baja, pero en mi caso, ninguno de los dos era prometedor. Sabía hacia dónde me dirigía y no era un lugar agradable.

    Las puertas del ascensor se abrieron y el grupo que me seguía entró. No me moví, solo miré por la abertura hacia el pasillo, donde Martin me seguía mirando, pero no duró mucho cuando las puertas comenzaron a cerrarse lentamente hasta juntarse firmemente. Una vez más me sentí atrapada, pero me senté perfectamente quieta mientras observaba al ordenanza seleccionar un piso; íbamos abajo. Era lo apropiado. Dante descendió los nueve niveles del infierno, cada cámara peor que la anterior, los castigos y torturas aumentaban en extremo cuanto más descendía; demostrando así que el descenso era a menudo lo peor, y cuanto más bajabas, más horrible era la experiencia.

    Íbamos al cuarto piso; sólo estábamos en el noveno, así que no tuve mucho tiempo para averiguar adónde me llevaban, pero tenía algunas conjeturas. El ascensor bajó rápidamente provocando que mis oídos saltaran un poco; Cerré los ojos y tragué con fuerza recuperando el equilibrio de presión, y cuando los abrí, la puerta del ascensor se abrió de nuevo y vi a dónde me habían llevado. Fue justo como pensaba; después de todo, era el único lugar lógico al que podía ir alguien como yo. Sabía lo que era, no me hice ilusiones en ese momento.

    La pared opuesta al ascensor era de una clara cáscara de huevo, pero había un pequeño letrero atornillado a la pared en forma de flecha. Me encaminó hacia la verdad del asunto; Sabía lo que era, pero el cartel lo confirmaba: Pabellón Psiquiátrico.

    Me pusieron a prueba de la forma en que pondrían a prueba a cualquier paciente mental; me pesaron, me tomaron la presión arterial y también tomaron algunas muestras de sangre. Todas las cosas que probablemente querían hacer en la planta de arriba, pero no pudieron hacerlo debido a mi estado catatónico, sin embargo, me sentí como una rata de laboratorio a la que empujaban y manoseaban para el disfrute de los demás. Independientemente, cuando terminaron todas las pruebas, me llevaron a una especie de sala de entrevistas que estaba destinada a niños. Las paredes eran de varios colores brillantes y agradables que iban desde el amarillo hasta el morado y el azul, también había juguetes y juegos esparcidos por todas partes, pero no me importaban mucho. A un lado, junto a lo que era obviamente un espejo de doble cara, había pinturas realizadas por los pacientes hospitalizados. Todo era muy cursi; todo era bastante repulsivo.

    Me senté sola en la habitación durante bastante tiempo, por lo que pude familiarizarme con las obras pegadas a la pared. Evidentemente, Mikey era bastante popular entre el personal de enfermería, ya que su obra de arte era la que más se exhibía. Quise conocer a Mikey, estaba familiarizada con su trabajo, así que sentí que era apropiado conocer al artista, es decir, si todavía estuviera presente. Eso era lo que me preocupaba en ese momento, conocer a un niño perturbado que pintaba cuadros de flores y casas, no la inminente sesión de interrogatorios. Quizá estaba tratando de mantener mi mente ocupada, desviar mis pensamientos a otra parte para evitar preocuparme, pero en el fondo sabía lo contrario. Simplemente eso no me importaba mucho.

    Cuando me desperté más temprano en el día, estaba preocupada, me preocupada lo que les había pasado a mis padres y a mi amigo, pero en las horas que pasaron desde entonces, podría haberme importado menos. Mi estado de ánimo era como un péndulo que se balanceaba en un sentido y en otro un segundo después. Estaba confundida y, siendo honesta, un poco asustada, pero aún así no me importaba. Estaba asustada únicamente por lo que iba a ser de mí y de mis emociones. Indudablemente, alguien iba a cruzar esa puerta y hacerme preguntas, decirme que mis padres, mi amigo y mi niñera estaban muertos y esperarían que yo reaccionara abatida, desanimada y enfadada, como reaccionaría una persona normal.

    Pero yo no soy normal precisamente, ¿verdad? El pensamiento de ellos muertos no me hacía nada, no me importaba; pero la idea de matarlos, los recuerdos que traerían de vuelta, cómo iba a contenerme. Por supuesto, debían de haber sabido que yo era el responsable, después de todo, me habían llevado al ala de las enfermedades mentales de su hospital; debían de tener algunas sospechas. Me quedé en mi silla de ruedas inmóvil como una estatua y examiné la obra de arte de Mikey. Esperé y esperé el momento oportuno hasta oír el clic de la puerta. No miré directamente, sino que moví los ojos para comprobar mi visión periférica antes de volver al espejo y usarlo para ver quién era el intruso en mi sala de arte privada.

    Era Anne, la trabajadora social, la que había enviado la orden de llevarme a este manicomio. Se acercó a la mesa detrás de mí y dejó un montón de carpetas antes de volver su atención hacia mí. Podía verla mirándome con cautela, juzgándome, mostrando signos de asco hacia mí; eso fue hasta que notó que yo la estaba viendo en el espejo. Una mirada de sorpresa se apoderó de ella por un momento antes de dar paso a una gigantesca sonrisa falsa. Se aclaró la garganta y caminó hacia mí, la miré en el espejo, pero no di media vuelta para encontrarme con ella. Puso la mano en los mangos de la silla y se arrodilló a mi lado.

    "De acuerdo, Elizabeth, vamos a tener una charla ahora, ¿vale?" Preguntó suavemente, pero con un gran tono de demanda. No dije nada; me quedé sentada mirándola en el espejo. Ella debió haber tomado eso por un sí, mientras giraba la silla hacia la mesa en el medio de la habitación. Parecía satisfecha consigo misma y luego regresó al lado opuesto de la mesa donde colocó todas sus carpetas y papeles. Yo la observaba con gran intensidad, pero sin interés en charlar, como ella lo había expresado tan elocuentemente.

    "Bueno, Elizabeth, ¿cómo te sientes?" Me preguntó; me sobresalté.

    "¿Mejor entonces, supongo?" Una vez más, yo no dije nada, solo la miraba; ella rodó los ojos por un momento antes de volver su atención a los papeles sobre la mesa. Yo no los miré, no me importaba lo que decían, además, tenía la sensación de saberlo ya.

    "¿Sabes lo que pasó cuando intentamos llamar a tus padres?" Dijo ella severamente. Yo lo sabía, pero no respondí.

    "No hubo respuesta. Nadie contestó al teléfono, ¿sabes por qué?" Preguntó con desprecio. Ella lo sabía, solo quería escucharme decirlo. Y dicen que soy yo la enferma.

    "Fue porque la casa había quedado reducida a cenizas con tus padres dentro." Dijo ocultando un poco de placer. En ese momento, ya no la miré; más bien, miré a través de ella. Ella estaba muerta para mí; esta mujer, Anne, era una lamentable excusa como cuidadora. Lo único que quería era verme retorcerme y sudar por los crímenes que había cometido, no quería hacerme sentir mejor o verme curada. No, ella quería verme sufrir, admitir lo que había hecho para poder tener la satisfacción de tener razón. Me negué a darle ese gusto.

    "¿No te molesta eso, Elizabeth?" Preguntó, apartándose un momento de sus papeles para mirarme. "¿No te molesta que tus padres estén muertos?" No reaccioné, solo me quedé allí sentado, inmóvil.

    “Sin mencionar a tu amigo Malcolm y a un anciano al final de la calle. ¿Coincidencia, tal vez?" Preguntó condescendientemente. La verdad sea dicha, ella se estaba poniendo debajo de mi piel, pero me negué a ceder bajo el peso de sus palabras. Me mantuve fuerte en mi silencio.

    "¿Nada? Interesante... ” Dijo ordenando sus papeles. Durante los siguientes momentos nos quedamos allí en puro silencio. Yo la miraba a ella y ella miraba sus papeles, sin leer nada, simplemente evitando el contacto visual conmigo. No estaba consiguiendo lo que quería, así que, a todos los efectos, ella estaba teniendo una rabieta interna. Aunque, sorprendentemente, fui yo quien rompió el código de la silencio.

    "Quiero hablar con Martin." Dije monótonamente. Ella me miró lentamente con un ceño fruncido que pertenecía al rostro de una bruja de dibujos animados, pero rápidamente lo convirtió en una sonrisa de desprecio y luego asintió.

    "Muy bien, si eso es lo que quieres. Veré si puedo llamar a tu precioso médico." Dijo poniéndose de pie, dejando sus papeles sobre el escritorio. Se volvió enojada hacia la puerta, pero se detuvo y miró por encima del hombro. Puso una sonrisa aún más falsa para quien estaba mirando detrás del espejo y se acercó a mí. Se arrodilló a mi lado y acercó la boca a mi oído tanto como estaba dispuesta a hacerlo, lo cual fue bastante cerca. Podía sentir su cálido aliento en mi cuello, me sopló el pelo y me hizo cosquillas en el cuello, pero no me inmuté, y luego susurró algo aterrador, algo que yo había olvidado.

    "Encontramos la lengua, chica." Eso fue todo lo que murmuró antes de levantarse con esa sonrisa de chiflada y salir de la habitación. Me había olvidado por completo de la lengua; en aquel momento estaba fascinada por ella, había querido jugar con ella y diseccionarla más. ¿Cómo iba a saber que Gerard me succionaría de vuelta a su mundo? No era justo, fue un error, el único, un error que iba a acabar conmigo. No había mentira que pudiera decir que me sacara del lío; nadie me creería. Tenía que idear una estrategia, un plan para intentar demostrar mi inocencia. Por primera vez desde mi llegada al mundo artístico de Mikey, me sentí nerviosa. Por primera vez en mucho tiempo, comencé a sudar.

    Pasó algún tiempo antes de que Martin bajara, lo que me dejó mucho tiempo para pensar e imaginar; Usé eso para imaginar a Martin de pie junto a la enfermería, apoyado en el mostrador cuando lo dejé. Parecía preocupado, pero como médico, debería parecerlo; hay innumerables vidas que dependen de él día tras día, pero no era ese tipo de preocupación. Era como si tuviera miedo, no por sí mismo. Se enfrentaba a la muerte y la descomposición a diario, otra cosa le tenía preocupado, pero yo podía entenderlo. Visualicé el timbre del ascensor con la llegada de la cabina y las puertas abriéndose, en el rostro de Martin un brillo de esperanza, pero esta volvía a caer al ver que solo Anne cruzaba el umbral.

    Le imaginé observándola caminar por el pasillo, lenta, pensativa antes de llegar a él. Cerré los ojos, tratando de entablar una conversación entre los dos, pero no pude pensar en ello en profundidad. Lo único que conseguí fue que Anne le decía a Martin: "Quiere que vayas." Yo confiaba en que fuera eso lo que ella le diría, después de todo, yo quería verle. Lo deseaba más de lo que nunca había deseado a nadie antes, y no sabía por qué. Quizá era la bondad en sus ojos o la calidez que yo encontraba en su sonrisa. Fuera lo que fuese, era la única persona en el mundo con la que quería hablar. Era la única persona con la que podía hablar.

    Lo imaginé confundido después de que Anne le dijera esas palabras. Él daba un paso atrás y la miraba, pero ella no hacía más que encogerse de hombros. Luego él miraba detrás de ella, hacia el ascensor. Pensaba en entrar, pero sentía que era su deber no solo como médico, sino como persona. Yo esperaba que él sintiera algo hacia mí, cualquier cosa, aunque solo fuese una pizca de simpatía, y recé para que esta fuese suficiente para que él viniera a visitarme por última vez. En mi mente, él tomaba el largo pasillo y entraba en ese fatídico ascensor. Estaba solo en el ascensor, lo cual le daba tiempo para pensar. Él también quería idear un plan de juego, algo que decir cuando finalmente entrara en la habitación y me viera sentada casi catatónica en una silla de ruedas.

    La preocupación en su rostro se fortalecía. Apenas tenía tiempo para ordenar sus pensamientos y ralentizar los nerviosos latidos de su corazón antes de que el ascensor se detuviera, sonara y las puertas se abrieran de par en par. Cruzaba las puertas con mucha vacilación, sentía pesadas las piernas y cada paso era como si usara zapatos magnéticos y el suelo fuese de hierro. Luchaba por salir del ascensor y avanzar por el pasillo. No sé por qué imaginé lo que yo hacía a continuación, pero lo hice. Imaginé un grupo de personas en traje, tal vez cuatro de ellos al final del pasillo y detenían a Martin para hablar con él. Yo no podía comprender lo que estaban diciendo, ni siquiera sabía por qué estaban allí. Martin asentía y continuaba. Se detenía fuera de la habitación para recomponerse. Respiraba hondo...

    Abrí los ojos y, justo entonces, la puerta de la habitación se abrió con un clic y entró Martin exhalando. Incliné la cabeza a un lado por la confusión. Eél entró en la habitación unos metros antes de verme, pero cuando lo hizo, se detuvo en seco. Una pequeña ola de miedo se apoderó de él, quizá yo le daba pavor; después de todo, mi estado actual no era digno de contemplar, pero el miedo se desvaneció lo bastante rápido en esa encantadora sonrisa suya, y lo mejor de todo fue que no trató de ocultar que se había sorprendido al principio. Respiró hondo y suspiró; me miró con sus ojos amables y se sentó en la silla frente a mí.

    Le devolví la sonrisa, no quería, pero no pude evitarlo; había algo en él que no podía superar. Mantuvo sus ojos fijos en los míos, pero podía sentirlo a la deriva, con ganas de mirar las carpetas esparcidas por la mesa. Luchó contra el impulso, pero solo pudo hacerlo durante un tiempo; cedió. Miró las carpetas y abrió una de ellas. Yo le miré, sin interés en lo que contenían los sobres, pero lo que fuera que eran no podía haber sido agradable. Martin arrugó el ceño y apretó los labios, yo no podía saber si estaba enojado o disgustado; era más probable que fuera ambos, pero fue su curiosidad lo más asombroso. Después de la primera carpeta, rápidamente abrió otra, y luego otra, cada vez su expresión se volvía más profunda y oscura. No le gustaba lo que veía.

    Algo dentro de mí no quería que él viera lo que tenía delante. Sabía que las carpetas contenían información sobre mí, sobre lo que había hecho, pero no sabía hasta qué punto, y tampoco quería que Martin se enterara todavía. Tenía que cambiar el tema de conversación; No quería que profundizara en las páginas.

    "¿Quién es Mikey?" Pregunté en voz baja, el menor ruido de mi voz desvió su atención de las páginas; me miró y negó con la cabeza.

    "Perdón, ¿quién?" Preguntó.

    "Mikey, el chico que pintó los cuadros." Dije señalando la pared detrás de mí, sus ojos siguieron a la pared de obras de arte.

    "Oh, cierto..." Comenzó a mirar las carpetas de nuevo.

    "Me gustan mucho sus dibujos." Dije devolviéndome la atención de Marin.

    “Sí, tenía bastante talento. Yo era su tutor sanitario." Por mucho que lo reconstruyera, él no siempre hablaba en un lenguaje entendible por los niños.

    "¿Pasaste mucho tiempo con él?" Pregunté, estirando el tema.

    "Lo hice." Dijo sin revelar nada. Estaba demasiado interesado en lo que contenían las carpetas.

    "¿Como era?" Le pregunté

    “Él...” Martin dejó de intentar pensar en el pasado, “Era un niño con problemas. Los padres murieron a una edad temprana, pero a pesar de lo inestable que era, rara vez lo demostraba externamente. Era muy... introvertido." Me explicó.

    "¿Introvertido?" Pregunté sin saber lo que significaba.

    "Sí, lo siento...," dijo Martin bastante abatido, "No compartía lo que estaba sintiendo con demasiada frecuencia, y eso salía cuando pintaba o cuando hacía algo creativo." Lo que decía debía de ser cierto. Los cuadros eran de casas, en su mayoría, pero con nubes oscuras encima o jardines lluviosos con flores marchitas. Nada perturbado exteriormente, pero todo era muy lúgubre; Sentí que podía identificarme con él.

    "Oh." Dije: "¿Qué le pasó?" Pregunté, todavía tratando de desviar su atención de la mesa.

    "Bueno," comenzó mientras finalmente me prestaba toda su atención, "Se mató." Dijo muy en serio. Mis ojos se abrieron con sorpresa, pero parte de eso fue para mostrar. Yo no esperaba el suicidio, pero tampoco fue tan impactante.

    "Oh..." dije de nuevo, "¿Cómo... cómo lo hizo?" Le pregunté vacilante, sin saber si eso le molestaría o no. Era extraño, después de todo lo que había hecho, no quería molestar a Martin, un hombre al que conocía hacía apenas unas horas. No pude explicar por qué. Sin embargo, Martin se atragantó con un nudo en la garganta y se reclinó en su silla, lo que implicaba que estaba más lejos de las fotos. Se sentó allí por un momento, buscando en sus bancos de memoria el escenario y tratando de ponerlo en palabras.

    "Michael era joven, Lizzy, de tu edad cuando vino aquí. Él y sus padres tuvieron un accidente de coche una noche, pero él fue el único sobreviviente. No saben cómo sucedió, pero su padre perdió el control y se metieron en una zanja bastante profunda... ambos padres sufrieron fracturas de cuello y murieron en el acto. Cuando la policía llegó allí, dijeron que Mickey estaba en tal estado de shock que no mostraba ninguna emoción, simplemente se quedó fuera del coche mirando hacia la carretera." Hizo una pausa para ordenar sus pensamientos. La historia era mucho más fascinante de lo que yo podría haber imaginado.

    “Entonces, naturalmente lo trajeron aquí donde lo reconocí por primera vez. Fue extraño, para una víctima de un accidente de coche, donde habían muerto otras dos personas, él no tenía ni un rasguño... ni una sola herida, je, ni siquiera tenía la marca del cinturón de seguridad." Dijo mirando a un lado y rascándose la cabeza como si eso aún lo confundiera.

    “Lo mantuvimos aquí durante unos días, solo para asegurarnos de que no tuviera reacciones tardías, pero no hubo nada. Los servicios sociales llegaron poco después de su ingreso y nos dijeron que necesitaba un examen psiquiátrico completo, así que cumplimos. Vino aquí y se reunió con los psiquiatras que le realizaron una tonelada de pruebas antes de declararlo... loco."

    "Algo dentro de mí lo sabía, pero no podía enfrentarlo, incluso después de decirlo el médico, yo aún vivía en la negación. No quería creerlo. Quiero decir, él era tan joven que no parecía justo. No pasó mucho tiempo después de ser internado en la sala psiquiátrica que dejó de hablar; de hecho, dejó de hacer muchas cosas. Todavía mostraría signos de emoción. Sí se reía de alguna broma ocasional y sonreía ante los juegos cursis que yo y los demás jugábamos con él, pero cuando dibujaba... bueno, era entonces cuando podíamos ver lo perturbado que estaba."

    "No fue hasta que probaron la hipnoterapia que habló sobre lo que había sucedido esa noche en el coche. Lizzy... Él mató a sus padres, y lo más extraño fue que dijo que alguien le había dicho que lo hiciera."

    Yo me aferré a cada palabra, a cada respiración. No quería que se detuviera, por alguna razón me conecté con el chico.

    "¿Quién... quién le dijo que lo hiciera?" Yo necesitaba saber eso por encima de todo.

    “Nunca nos lo dijo. Después de esa sesión con el psiquiatra... fue entonces cuando se suicidó." dijo Martin mirando hacia abajo y hacia otro lado, claramente molesto por la historia.

    "Pero basta de eso, estoy aquí para hablar contigo..." Dijo rápidamente, volviendo su atención a las carpetas y papeles sobre la mesa. Mi corazón se hundió de nuevo, y como antes, él quedó fascinado con su contenido, y como antes, su rostro se volvió largo y oscuro, perturbado por lo que leía y veía. Los examinó durante unos minutos y yo no pude detenerlo. Cuanto más investigaba los crímenes de mi pasado, más intrigada me volvía.

    No pude evitarlo, su curiosidad se filtraba por el aire y finalmente me picó. Tuve que mirar hacia abajo, los papeles y carpetas me llamaban, querían que mirara ahora, no como antes donde no tenían voz. Querían que yo viera qué le estaba causando tanta angustia a Martin, querían mostrarme qué horror tenían, y yo les obedecí. Miré hacia abajo, pero la mayoría de los artículos estaban medio cubiertos por otra hoja de papel. Traté de enfocarme en uno que parecía estar a la vista, pero Martin lo movió fuera de la vista sin querer. Entre los movimientos y el papeleo, noté que había fotografías grapadas a las hojas, hojas que parecían informes o formularios y fotografías por sí mismas.

    Más me frustraba cuanto más tiempo se me ocultaban los documentos, tan frustrada de hecho que extendí la mano y golpeé una pila de papel. Martin salió de su estado de trance y me miró. Tiré del papel y las fotos hacia mí, pero él puso la mano en la mitad restante y me detuve por un segundo. Me miró con tristeza en los ojos y dejé de tirar por un momento. Eso era nuevo, sus ojos solían ser amables y suaves, pero ahora parecían patéticos.

    "No te conviene ver eso, Lizzy." Dijo con toda la simpatía del mundo. Apreté la mandíbula y tiré de la pila fuera de su agarre. Tenía razón, no quería verlos, eran atroces y viles, pero eran mi obra. El primer informe decía:

    La muerte fue causada por múltiples heridas de cuchillo y decapitación. La víctima probablemente se desangró hasta que su cabeza fue separada del cuerpo.

    En el otro lado, grapada al informe había una fotografía de un cadáver sin cabeza, la cabeza en cuestión estaba en el tocador justo al lado de los restos. Toda la carne se había derretido, los ojos ya no estaban en la cuenca y la boca se había quedado abierta. No había sido así como yo había dejado el cuerpo, el fuego había pintado una escena mucho más espantosa de lo que yo recordaba, pero no me disgustó, estaba intrigada. Cuando había apuñalado a mi madre hasta la muerte, hubiera dado mi alma por ver arder su cadáver, pero al ver las fotos, no me hicieron ningún bien. No me había dado cuenta del todo si eso era algo bueno o malo.

    Sentía un ligero matiz de culpa, por supuesto. Después de todo, ella era mi madre, pero me trataba como si yo no valiera nada en la vida. Aunque lo que Gerard había dicho se me había quedado grabado, también estaba cada vez más segura de que solo habían sido mentiras. Yo nunca había visto la bondad de la que él hablaba, solo había sentido la ira que ella transmitía. Pude sentir mi cara temblar y deformarse al pensar en ella. Ella seguía enfadándome desde la tumba, seguía torturando mis emociones.

    Entonces pasé a uno de los otros papeles que había agarrado. Necesitaba calmarme, podía sentir la rabia creciendo dentro de mí de nuevo. Me sentía como cuando todo esto había empezado, cuando me desperté ensangrentada en la cama. La siguiente foto que vi era solo una imagen. Mostraba a un niño con laceraciones alrededor del cuello. Eran profundos y crudos, y algo en su cuello parecía fuera de lugar, algo sobresalía por un lado, estaba roto. Tan desfigurado como estaba su rostro, y tan hinchado como se había vuelto su cuerpo, yo podía saber con certeza que era Malcolm. Me sentí triste al verlo, de hecho era mi único amigo, pero él tenía todas esas notas y escritos en el diario y yo no podía dejarlo pasar; eso eventualmente me habría arruinado la vida.

    Pero me sentí triste solo porque era muy joven. Ni siquiera le habían besado; había tantas cosas que el chico no llegaría a experimentar. Quizá me recordaba a mí misma, mi vida había terminado efectivamente y, aunque había sentido la penetración del sexo, nunca experimentaría el verdadero tacto de un amante. Solo sabía lo que era estar contaminada, y por eso estaba amargada. Pasé a la siguiente y última hoja en mi mano. Era de la casa, mi casa, o más bien lo que quedaba de ella. La una vez poderosa estructura victoriana estaba reducida a una carcasa negra carbonizada. Era un horno en cuyo interior yo había cocinado un pájaro muerto y otro vivo; el vivo seguramente había sufrido el más horrendo de los destinos, pues el ave ya muerta eran su compañera.

    Él había afirmado haberla amado, pero ¿por qué nunca regresaba al nido a tiempo? Siempre salía hasta tarde retozando con Dios sabe quién y, sin embargo, había pasado toda su vida con esa chica que había sido desangrada como un cerdo, y luego se había asado con ella también. Le tenía bien empleado, mi padre merecía quemarse, sin importar cuánto pareciera querernos.

    "¿Lizzy...?" Dijo una voz devolviéndome a la realidad.

    "¿Eh?" Fue todo lo que pude reunir en respuesta. Estaba perdida en los recuerdos que me traían estas imágenes. De hecho, sentí una sonrisa de euforia todavía en mi rostro.

    "¿Estás bien?" Preguntó el médico frente a mí.

    "Hmm... Sí, estoy bien."

    "¿Seguro? Quiero decir... esas fotos son bastante... gráficas." Dijo luchando por encontrar las palabras. Era cierto, las imágenes eran violentas y espantosas, pero después de todo, había sido yo quien había montado la obra de arte para el fotógrafo.

    "Mmhmm." Dije con más alegría de lo que esperaba, "todos se lo esperaban de todos modos." Dije con indiferencia a Martin, quien se reclinó lentamente en su silla. Claramente, no se esperaba eso.

    "¿Qué quieres decir?" Preguntó mirándome con cautela.

    “Se lo merecían. El mentiroso, el traidor, la..." Busqué la palabra, pero no pude pensar en ella.

    "¿La qué, Lizzy?" preguntó Martin, pero yo aún no podía pensar en ello, así que dije la única palabra que sabía que podía describir al Sr. Gabriel.

    "El violador." Dije. Martin quedó en silencio, pero luego se inclinó hacia mí. Lo sorprendí mirándome en el espejo y podría haber jurado que lo vi negar con la cabeza muy levemente.

    "¿Qué violador?" Me preguntó suavemente.

    Crucé los brazos y miré avergonzada hacia otro lado. Esa era la primera vez que sentía vergüenza por lo que había pasado con el Sr. Gabriel. Yo había estado enojada, había estado disgustada, me había sentido contaminada, pero nunca avergonzada. Supongo que fue por ser la primera vez que lo admitía, y al hacerlo me sentía tan débil, tan vulnerable, tan... irrespetada.

    "El Sr. Gabriel." Dije suavemente. Martin se reclinó en su silla de nuevo y me estudió de arriba abajo. Tenía algo que quería decir, podía decirlo, pero se lo guardaba para sí mismo.

    "¿Qué?" Espeté sintiéndome demasiado a la defensiva. Martin respiró hondo y comenzó a acariciarse la barbilla como sumido en sus pensamientos.

    "¿Por qué crees que fuiste violada, Lizzy?" Me preguntó, todavía en la pose de pensador.

    “Porque," comencé, “lo recuerdo... Mayormente. Él estaba encima de mí, susurrándome cosas, y cuando me desperté... ” Me detuve al recordar el baño de sangre en mi cama. Contuve un sollozo y continué: "Cuando me desperté, había sangre... mucha sangre." Terminé.

    Martin me miraba desde el punto más alejado de su silla como si necesitara ver todo mi cuerpo mientras hablaba.

    "Lizzy..." Se inclinó y descansó sobre su codo en la mesa volviéndose muy solemne y serio con bastante rapidez; eso me preocupó un poco. Continuó lentamente, como para ayudarme a comprender mejor la seriedad y el realismo de sus palabras.

    “Estuviste inconsciente durante mucho tiempo mientras estuviste bajo nuestro cuidado, y en ese tiempo pudimos realizar un examen médico completo. Lizzy, no había señales de abuso o agresión sexual... ” Terminó.

    "¿Qué...?" Dije en voz baja, pero intensamente, ya que este sería un momento decisivo en mi joven vida y daría forma al futuro como un escultor que trabaja con arcilla.

    “El único trauma físico que tuviste... quiero decir, las únicas heridas con las que llegaste fueron esa herida en la mano y un esternón levemente magullado, el tipo de lesión que podríamos ver en un niño o una persona debilitada tras un MRC." Sus palabras me atravesaron como un cuchillo caliente que diseca una barra de mantequilla. Ardía y picaba, pero yo aún no podía creerlo.

    Me lancé hacia adelante en la silla con ferocidad y grité: “¡No! ¡Fui violada! ¡Yo sé lo que pasó! ¡Tú no estabas allí!" Martin no estaba preparado para eso, de hecho, yo tampoco. Dio un salto hacia atrás y estuvo a punto de volcar la silla, y yo casi tiré del cable de la I.V. de mi brazo también, pero eso no impidió mi arrebato. Continué con mi diatriba, a decir verdad, apenas estaba comenzando.

    “¡Ese imbécil me violó! ¡Mi madre era una maldita perra que me odiaba! ¡Mi padre era un bastardo mentiroso y traidor! Y Malcolm, que se joda Malcolm, ¡era un mierdecilla de dos caras!" Grité sin saber siquiera que tenía esas palabras en mi lengua vernácula. Estaba furiosa. Yo no podía haber sido un simple asesina. Había estado en una misión, enviada por Gerard para asegurar mi propia salvación. Ellos no podían haber sido inocentes, nadie era inocente. Todos esas ideas volaban por mi cabeza mientras mi arrebato continuaba.

    “Todos se lo merecían, todos y cada uno de ellos. ¡Cortar, colgar, quemar, apuñalar! ¡Cada uno se llevó su merecido! Gerard me lo dijo, ¿por qué me iba a decir lo contrario?" Por supuesto, en el fondo yo sabía por qué. Él quería sus inocentes almas para su precioso jardín.

    Sin embargo, en mi confusión e ira, había admitido mi culpa. Fue en ese momento cuando dos hombres grandes con traje gris irrumpieron por la puerta seguidos por dos ayudantes. Seguí gritando y chillando sinsentidos. Luché contra los oficiales y los ordenanzas, pero era obvio quién iba a ganar esa batalla. Pero antes de que me refrenaran y tranquilizaran, capté la expresión del rostro de Martin. Se veía triste por lo sucedido, pero también había una pizca de confusión en sus ojos, y luego todo se fundió en ese negro familiar.

Capítulo 13

    CUANDO OIGAS MI VOZ DECIR el número uno, despertarás, una voz hueca sonó en mi cabeza, tres... dos... uno... y en un brillante destello de blanco me desperté en un lugar familiar. No era el hospital en el que trabajaba Martin, ni tampoco la habitación de mi infancia. No, era un lugar en el que había pasado bastante tiempo. El diván de cuero marrón, los escritorios de caoba y la decoración rústica, sí, todo era muy familiar. Era la oficina del Dr. O'Neill. Últimamente mis sesiones se han prolongado más y los tratamientos parecían estar funcionando, al menos por ahora. Pero no habían sido los primeros en tener éxito solo para que yo volviera a recaer.

    Yací en el diván de terapia un momento para recobrarme, dejé que mis ojos se adaptaran a la luz tenue—él la mantenía así para que no me cegara al despertar. Cuando estuve lista, me incorporé derecha y me senté con la cabeza entre las manos.

    "¿Por qué sigues haciéndome revivir aquel momento?" Le pregunté mientras él tomaba a lápiz algunas notas en su diario y me vigilaba por encima de sus gafas de lectura.

    "Porque, Lizzy, nos ayudará a ti y a mí a comprender mejor las razones de lo que hiciste." Dijo: "Además, te estás volviendo increíblemente más detallada con cada sesión. Eso es bastante notable." Dijo haciéndome sonreír. Era verdaderamente un hombre amable y gentil.

    "Ahora, señorita Walker," dijo con una sonrisa, sabía que no me gustaba que me llamara así, pero él lo decía en broma. “¿Cómo te sientes al revivir ese momento específico? ¿Comprendes mejor cómo se desarrolló el evento? ¿Eres más consciente de las razones que te llevaron a hacer lo que hiciste?"

    "¿Te refieres a matar a mi familia, a mi mejor amigo y a la niñera?" Le pregunté abierta y directamente.

    Él asintió. "En efecto." Eso es todo lo que pudo decir.

    "No, en realidad no. Quiero decir... creí lo ese hombre dentro de mi sueño me dijo." El Dr. O'Neill levantó una mano para detenerme, yo sabía por qué.

    "Perdón, en mi alucinación."

    Mira, cuando uno está inconsciente, no puede soñar, al menos eso dice mi médico, por lo que debe de haber sido un efecto secundario de lo que sea que ingerí en el té.

    “De todos modos, doctor… le creí, era muy creíble, era muy real. Lo recordaba todo tan... vívidamente, sus palabras, lo que me dijo, incluso cómo me sentí cuando dijo esas cosas. Y todas las cosas que me dijo tenían sentido; al menos lo tenían en ese momento." Expliqué.

    “Mmhmm, muy bien. No creerás que fue real, que Gerard y František fueron reales, y que ese... dominio de otro mundo realmente existió, ¿verdad?" Aparté la vista de él. No pude mirarle a los ojos en ese momento.

    "No. Claro que no." Mentí.

    Yo aún creía en aquel lugar incluso después de todo este tiempo. ¿Cómo no iba a hacerlo? Gerard sabía cosas sobre mis padres y Malcolm que ni siquiera yo sabía. Como las clases de la escuela de arte, por ejemplo, yo no tenía ni idea, pero entre los escombros de la casa, posado en un casillero de pruebas en algún lugar, hay un folleto de la escuela de arte para jóvenes más prestigiosa del Medio Oeste estadounidense. Yo lo vi con mis propios ojos durante el juicio, y fue por primera vez. Sin embargo, le dije al Dr. O'Neill lo que él quería escuchar, aunque no creo que él me creyera.

    "Buena chica, Lizzy. Lo único que tienes que hacer es juntar las piezas del rompecabezas. František, el amistoso compañero de tu alucinación, se confunde fácilmente con Frank, el conserje de tu escuela. Después de todo, František a menudo se abrevia como Frank en muchas naciones de Europa del Este. Y Gerard, bueno, todos sabemos por quién se llama, ¿no?"

    Yo lo sabía, descubrí poco después del incidente a la persona que también llevaba ese nombre.

    "El Sr. Gabriel." Dijimos al unísono.

    "Pero Doc," le supliqué, "yo no tenía ni idea de que el nombre de Gabriel era Gerard, y tú dijiste que era una alucinación, ¡la segunda vez yo no había tomado té!" Dije en un desastre casi frenético, pero me contuve para no desbordar.

    "Lizzy, cariño, hemos pasado por esto innumerables veces. El recuerdo de la alucinación seguía fresco en tu mente y tu estado mental te permitía ser vulnerable a tales imágenes. Además, estabas tan desesperada por creer en ello que tu mente cedió a esa desesperación." Se detuvo y respiró hondo. Dejó el lápiz y el diario en la mesita junto a él y me miró con severidad, como solía hacer cuando estaba preocupado por mí.

    "Ah, y según tu examen físico del mes pasado..." Él miró hacia abajo y lejos, "No te han desflorado. Sigues siendo pura, virgen. No fuiste violada. No puedo decir con certeza qué hizo tu niñera esa noche, pero no fue una violación." Me miró con ojos cariñosos y, desafortunadamente, decía la verdad que sugería la evidencia.

    “Pronto cumplirás dieciocho años, tienes que superar esto, ya no estarás bajo la tutela del estado, lo que significa que tendrás que aprender a valerte por ti misma o te encerrarán para siempre en Torchridge. En última instancia, la decisión depende de ti."

    Torchridge.

    No era ese un lugar donde yo quería acabar, el asilo para los locos mentales; más o menos donde acababan todos los verdaderamente trastornados psicológicamente y, como decía el médico, donde acabaría yo también cuando tuviera dieciocho años.

    "Bueno, Elizabeth, nuestro tiempo se ha acabado. Continúa y disfruta del tiempo que te queda de recreo. Te veré de nuevo mañana." Dijo con esa amable y comprensiva sonrisa suya. Él era un poco extraño y un poco encantador, el hecho de que su sonrisa siempre tuviera un toque de simpatía aún cuando él no la necesitaba. Debía de haber sido solo un grabado permanente en su rostro, como la cicatriz de un guerrero en la batalla.

    Me levanté del diván, le devolví la sonrisa y me dirigí hacia la puerta, pero antes de irme, me detuve y le miré.

    "No quiero terminar en Torchridge, doctor." Y con una sonrisa incómoda, salí de la habitación.

    Centro psiquiátrico de Meadowvale. Este ha sido mi hogar desde que el tribunal me encontró mentalmente inestable. El Dr. O'Neill ha sido mi médico desde el primer día. Él fue tanto un padre para mí como este lugar fue mi hogar. Yo llevaba aquí cinco o seis años y, lamentablemente, era lo único que conocía; los pacientes van y vienen, pero son como mi familia. A veces nos llevamos bien, otras veces peleamos; sin embargo, al personal no le gusta mucho que nos peleemos. Muchas veces eso implica que los tranquilizantes y las correas están para ser usadas, y a nadie le gusta que le apuñalen con una jeringa y despertar en una cama con esposas de cuero y lana alrededor de las muñecas y los tobillos.

    Como aludió el médico, es tiempo de recreo. La mayoría de las veces, la mayor parte del día se dedica a hacer una gran cantidad de nada, después de todo, hay una buena cantidad de personas aquí que no son capaces de pensar en absoluto. Así que nos animan a estimularnos mentalmente, a interactuar unos con otros de una manera pacífica y a rehabilitar cualquier parte de nosotros que esté rota. Todos disfrutan de algo un poco diferente, a algunos les gusta estar al aire libre sin importar las condiciones climáticas. Llueva o haga sol, nieve o granice, están fuera. A algunos les gusta la sala común con todos los juegos, televisores y películas. Yo, por otro lado, prefiero la biblioteca.

    ¿Y por qué no? La biblioteca tiene una gran cantidad de conocimientos:ordenadores e Internet, libros antiguos y nuevos, y la miríada de recortes de periódicos antiguos. El lugar bien podría ser mi santuario. He pasado mucho tiempo aquí, rodeada de viejas vigas de madera y mesas de roble macizo. Era como si esta fuese la única parte del edificio intacta durante décadas, tal vez más, lo único moderno en esta biblioteca en particular son los ordenadores que zumban y vibran en medio de la habitación. Su suave susurro es el único ruido que se escucha, siempre se esta tranquilo.

    No había mucha gente aquí, como he dicho, la mayoría disfrutaba del recreo en la sala con todos los juegos y televisores para ocupar sus mentes simples. Por muy cercanos a una familia que sean, en realidad no son el grupo más inteligente. Dicho esto, sin embargo, algunos de nosotros disfrutamos de la biblioteca. Un chico viene aquí a dibujar, otro, con una memoria eidética, usa los días para memorizar la vasta riqueza de libros a su disposición, pero no estoy segura porque él y yo nunca hemos hablado.

    La biblioteca era el lugar frecuentado por los extraños, sin duda. Por mucho que yo fuese diferente a los demás que frecuentaban la tumba de los libros, en realidad era muy similar. He estado aquí más tiempo que todos los pacientes juntos, pero tengo la menor cantidad de amigos, si es que se les puede llamar así. La mayoría sabe de mi atroz pasado y aquellos que no lo saben se enteran antes de lo que sería de mi gusto—por lo que me evitan como una plebeya infectada de plagas—pero eso me afecta poco. No estoy aquí para hacer amigos. Después de Malcolm, me he preocupado poco por los demás. Lo más parecido a un amigo que tengo es el Dr. O'Neill, y no me hago ilusiones con su amabilidad: le pagan por ser mi amigo. No es diferente a pagar a una furcia para que te folle y luego llamarla tu novia. Eso no funciona del todo.

    Sin embargo, debo confesar que he venido a la biblioteca a lo largo de los años con un propósito principal en mente: encontrar la verdad sobre Gerard, František y el mundo en el que ambos habitaban. Lo sé, el médico puede demostrar que nunca fui violada y que mi madre y mi padre no eran personas horribles—pero a mí me dijeron todo eso después de que yo los hubiera matado. El Dr. O'Neill dice que fue la culpabilidad lo que se apoderó de mí, que se me ocurrieron esos escenarios por un sentido de responsabilidad; después de todo, estos no se podían probar ni negar. La única evidencia que tengo para respaldar tales afirmaciones es aquel folleto de la escuela de arte que vislumbré, pero incluso entonces, podría haber sido correo basura entregado a nuestra casa.

    El buen doctor dice que probablemente lo vi el día en que todo comenzó, y que quedó almacenado en mi subconsciente. Es posible, pero yo no me lo creo del todo y estoy decidida a averiguar todo lo que pueda sobre el mundo, la gente del mundo y ese chico, Mikey, que pudo haber experimentado lo mismo que yo. Tal vez era algo sobre el suburbio en el que vivía, tal vez había algo especial en el área; Mikey no vivía demasiado lejos de donde yo vivía y solo íbamos a escuelas a menos de una milla de distancia. Era demasiada coincidencia que le hubiesen dicho que matara a sus padres y lo hiciera sin pensar.

    Yo no podía ignorar las señales y, de mi investigación, me había acercado mucho, pero todavía faltaba algo, la evidencia tangible que necesitaba. No la necesitaba para O'Neill, ni para nadie en realidad, era estrictamente para mí. Si podía demostrarme a mí misma que no estaba loca, eso es lo único que importaría. Además, de ninguna manera esperaría que nadie me creyera. Aún así buscaba algo día tras día y, como he dicho, me he estado acercando.

    El quedo zumbido de las computadoras me dio la bienvenida como siempre cuando acerqué la silla a su suave y brillante abrazo. Escribí el nombre de usuario y la contraseña proporcionados a todos los pacientes aquí, y el PC se inició. Por supuesto, existen limitaciones para lo que podemos usar Internet. Sin correos electrónicos, sin pornografía, sin sitios violentos, solo los artículos de noticias y las historias que se remontan a cientos de años están bien, sin importar el derramamiento de sangre o la muerte involucrada. Después de todo, solo pueden censurar hasta cierto punto. Abrí el navegador web y me llevó a la página de inicio, que por supuesto era Google.

    Anteriormente había buscado la historia de Mikey, pero había encontrado muy poco, solo los artículos de noticias y obituarios del periódico local. Ni siquiera escribieron sobre su muerte, solo un pequeño recuadro en el obituario. Ese había sido un callejón sin salida, pero había ampliado mi búsqueda, buscando asesinatos extraños llevados a cabo por chicos de entre diez y trece años, pero también obtuve muy pocos resultados. Había uno o dos, pero no tenían connotaciones misteriosas— todos habían sido declarados culpables, no locos.

    Si ellos hubieran visto lo que yo había vsto, y lo que seguramente Mikey había visto, habrían sido como nosotros; estallidos casi catatónicos y violentos... temerosos. Ninguno de ellos tenía esos síntomas, así que tuve que descartarlos. Pensé que tal vez mis búsquedas eran demasiado estrechas, me estaba concentrando en Chicago y las áreas circundantes, pero tal vez Gerard había viajado de un lugar a otro; de hecho, yo sabía que esto era cierto. Sabía lo de František y el incendio en el año 1500, sabía que él no había sido de Chicago, ni siquiera de América del Norte.

    Eso se me ocurrió ayer, de hecho. Fue una tontería no pensar en ello antes. Lo tenía mirándome directamente a la cara y yo lo había ignorado. Lo que tenía que hacer era investigar la muerte de mi compañero, mi salvador... mi František. Escribí su nombre en Google, pero los resultados no fueron del todo lo que estaba buscando. Los pintores y los atletas eran el tema principal de elección para quienes buscaban ese nombre, pero no para mí. Así que amplié mi búsqueda escribiendo su nombre más la palabra «incendio». Una vez más, no surgió gran cosa, nada que pudiera considerar útil al menos, así que lo intenté de nuevo.

    Esta vez escribí todo lo que se me ocurrió. Puse su nombre, más incendio, más el año, más el país del que supuse que provenía: Inglaterra. Esa parecía ser la combinación mágica. Los resultados de la búsqueda arrojaron tres artículos, por lo que hice clic en el primero: era un enlace muerto. El dominio ya no existía. En el siguiente quedó vacío con el nombre de dominio ya no registrado. Me estaba poniendo nerviosa e impacientando. El tercero y último tenía que tener algo, cualquier cosa que me acercara un paso más a la verdad última. Hice clic en el texto azul y vi que la barra de carga en la parte inferior de la página se llenaba lentamente.

    Me senté con la respiración contenida en anticipación por lo que podría surgir, en todo caso. Y luego, aparentemente en un abrir y cerrar de ojos, se cargó una página web. Era un diseño sencillo, blanco con tipografía negra, pero lo más llamativo eran las imágenes esparcidas en los márgenes izquierdo y derecho, me atraían. La primera era una imagen de un antiguo edificio en llamas, parecía casi un granero, pero no estaba muy claro. Pude hacer clic en él y agrandarlo, y en ese primer plano me di cuenta de que no era una fotografía, sino una pintura. No se citaba a ningún artista, pero mostraba dos cuerpos tendidos uno al lado del otro, y una única leyenda en la página decía: Hermanos.

    Sentí que un escalofrío recorría mi cuerpo después de ver la imagen, así que volví al artículo principal. Comencé a leer, y desde el principio. Era extraño y peculiar, pero en última instancia familiar. El artículo no llamaba la atención por su presentación, y si lo encontrabas en una búsqueda aleatoria en la web no sería demasiado interesante para ti. Pero para mí, las primeras palabras me llamaron la atención y no podía dejar de leer; rezaba:

    Esta es la verdadera historia de un hombre y su hermano, perdidos para siempre en un reino que no es el suyo. Un incendio los llevó allí, pero fue la dedicación de uno y la débil voluntad de otro lo que los mantuvo allí. En el año 1597 se incendió en Inglaterra la casa de campo perteneciente a una familia de Europa del Este, la familia Kovac. No hubo un origen discernible para el incendio y finalmente se dictaminó que fue accidental, sin embargo, el incendio se cobró dos vidas, Patrick y František.

    Dejé de leer allí para tomarme un momento y asimilarlo todo. Me sentí casi mareada después de leerlo, pero estaba más allá de la curiosidad ahora, tenía que leer más, tenía que saber qué más había dentro de estas palabras. Había estado buscando durante años y no había recibido ningún resultado; esta era de lejos la mejor investigación que había hecho. El texto continuaba:

    Los dos jóvenes no murieron de inmediato, informes y registros de la época sugieren que ambos quedaron en coma. Patrick durante tres días, František durante una semana. Un coma en esa época era casi inaudito, la infección y la falta de soporte vital a menudo implicaba la muerte de la víctima en unas horas, uno o dos días como máximo. Pero esos dos aguantaron, o más bien algo los estaba reteniendo. Varias revistas y diarios del personal médico dijeron que ambos sufrirían terrores que ocurren al azar, a menudo en momentos simultáneos. Eso duró hasta que Patrick murió, una vez que falleció, los terrores de František cesaron, como si se hubiera rendido. Permaneció despierto durante cuatro días más antes de fallecer en el aniversario de una semana del incendio.

    Me interesaba principalmente este evento por una razón: yo conocía a František. Estuvo en un sueño, o eso pensaba yo. Vino a mí vestido como lo haría un hombre de esa época y me habló; me advirtió del futuro y de los horrores que me esperaban si me desviaba de un camino recto. No lo vi como un hecho religioso, era demasiado aterrador para ser obra de Dios o de Jesús; más bien lo vi como un demonio, o al menos un sirviente de algún tipo de infierno. Me contó partes de su historia, me dijo su nombre y me habló de su hermano. Me dijo que averiguara qué le había sucedido, que demostrara que una vez él había sido una persona real que se había desviado del camino y ahora estaba atrapado para siempre en la condenación.

    Revisé los libros de registros, busqué en Internet, pero no fue hasta que descubrí una publicación extraña en un foro que obtuve mi primera pista. Después de años de búsqueda, descubrí que yo no era la única. Otros lo mencionaban con mucho más detalle, y algunos hablaban de otro hombre, un hombre mucho más aterrador y poderoso cuyo nombre nunca encontré. A pesar de lo aterrador que fue escuchar las historias de estas otras personas, también me sentí aliviada de no estar sola, y lo más probable es que, si estás leyendo esto, te haya visitado František, o tal vez incluso el otro hombre misterioso. Tampoco estás solo.

    El texto terminaba ahí. Me senté y miré la pantalla por lo que pareció una eternidad, sentí como si el monitor y yo fuéramos las únicas dos cosas que existían, con su suave resplandor azul claro abrazándome. Sentí que se me formaba una gota de sudor en la frente; los escritos fueron tan intensos que me olvidé de las otras imágenes del sitio. Había varios bocetos y dibujos de lo que las otras personas habían visto; su recuerdo de František. Había ligeras diferencias y muchos de los dibujos eran deficientes, pero todos tenían algo en común; sus ojos ardían con un fuego glorioso.

    Estaba confundida, por mucho que no quisiera estarlo, pero no podía entenderlo. Todo lo que me dijeron el médico y los consejeros; cada hueso racional de mi cuerpo me decía que no podía ser real, pero todavía quedaba una pizca de fe dentro de mí que mantenía vivo el pensamiento de que esto en realidad podría ser una realidad y no una alucinación. Después de todo, ¿por qué habría continuado con la búsqueda todos estos años? Supongo que nunca pensé que encontraría algo sustancial. Pensé que si buacaba lo suficiente y no encontraba nada, los recuerdos se desvanecerían como un mal sueño.

    Pero ahora teniia pruebas, por circunstanciales que sean. Había otros por ahí que habían experimentado lo mismo que yo, o al menos algún aspecto de ello. Todas las emociones que fluían por mi cuerpo eran escandalosas. Estoy feliz, pero triste; revivida, pero aterrorizada. ¿Es esto realmente suficiente para tranquilizarme? Tuve que buscar más. Frustrada por la idea de investigar más, golpeé el teclado con la mano y luego sostuve la cabeza entre las manos con irritación. Después de un breve momento de respiración terapéutica que me había enseñado el Dr. O'Neill, volví a mirar la pantalla y no esperé encontrar lo que encontré.

    Cuando presioné el teclado, inadvertidamente moví la página hacia abajo revelando una última sección que seguramente habría pasado por alto, un pequeño enlace en la parte inferior de la página con una leyenda que decía: «Registros históricos de František Kovac.» Con nervios exagerados, pero con mayor impaciencia, hice clic. Esperé a que se cargara la página. Observé el relojito de arena en la pantalla girar una y otra vez hasta que apareció una escritura de propiedad que había sido escaneada en una computadora y cargada en algún lugar. En la parte superior estaba la fecha, 1596 y debajo había una dirección—que supuse que sería del granero que se había quemado— y los nombres Patrick y František Kovac firmados en el documento.

    Sin cometer el mismo error que cometí antes, desplacé la página hacia abajo, y menos mal que lo hice, ya que había un recorte de periódico del mismo año que se enfocaba en los dos. No entiendo cómo ese papel había sobrevivido todos esos años, pero ahí estaba, tan claro como el día. Era una crónica de la inversión del hermano y el plan de convertir el viejo establo en una especie de gallinero para el cuidado y entrenamiento de aves como cuervos, palomas y cuervos.

    Cuervos. La idea pasó por mi mente. Yo sabía de un cuervo y, pensándolo bien, mi obsesión por lo muerto había comenzado con un cuervo... Debió de haber sido solo una coincidencia, una casualidad y nada más. Yo había adquirido el hábito de examinar demasiado las cosas, y es un hábito del que he tratado desesperadamente de deshacerme. Sin embargo, mi curiosidad era tan fuerte como siempre y quería saber más. Justo cuando extendí la mano hacia el ratón, una mano se deslizó por mi hombro provocando que se me escapara un grito agudo. Miré atrás para ver a la bibliotecaria de pie sobre mi hombro.

    "Se acabó el tiempo de recreo." Dijo mirándome. "¿Y qué es lo que estás leyendo?" Se inclinó sobre mí, traté de hacer clic en la página, pero fue inútil. “¡¿Una escritura de propiedad con una dirección?! ¡Elizabeth, sabes que buscar información privada está estrictamente prohibido!" Gritó agarrándome por debajo del brazo y levantándome de la mesa.

    "¡Pero no lo entiendes!" Grité, pero ella no iba a aceptar nada de eso, me alejó del ordenador, lentamente pude ver que el maravilloso brillo de este se desvanecía hasta desaparecer como las luces traseras de un automóvil pasando. Dejé de luchar y dejé que me arrastrara.

    “Oh, Lizzy. Al Dr. O'Neill no le va a gustar saber nada de esto." Me dijo.

    Las palabras me golpearon como un ladrillo.

    "¿Qué? ¡No! ¡Por favor, no se lo digas!" Supliqué y me debatí más que antes.

    "No me dejas elección, tengo que hacerlo." Me respondio.

    "¡No tienes que hacerlo! ¡Por favor, no!" Grité. Si él se enteraba de que yo había estado abusando de mis privilegios de Internet, querría comenzar el tratamiento desde el principio, y eso significaría que terminaría en Torchridge en unas pocas semanas.

    Pataleando y gritando, yo estaba siendo arrastrada por los pasillos de las instalaciones de Meadowvale, suplicando mientras avanzábamos, pero la bibliotecaria no iba a aceptar nada de eso. Algunas personas se detuvieron y miraron fijamente, otras simplemente ignoraron lo que estaba pasando, de todos modos a mí eso me importaba un bledo. Fui implacable en mi lucha, pero no era eso en lo que yo debía concentrarme. Ya fuese ahora o después, yo tendría que enfrentarme al Dr. O'Neill en algún momento y sería mejor utilizar mi tiempo en pensar una excusa, pensar en algo que pudiera sacarme de aquel lío, así que dejé de patalear y gritar y me dejé llevar por los pasillos.

    Tenía ideas entrando y saliendo de la cabeza, pero en esa circunstancia, tendría que ser más inteligente de lo habitual, el Doctor no se dejaba engañar. Examiné los pasillos en busca de alguna pista, pero no había nada más que puertas abiertas y habitaciones vacías a mi derecha. A mi izquierda había ventanas enrejadas, pero habíamos subido a la segunda planta y no había mucho que ver, solo el nítido cielo azul y las copas de algunos árboles. Me miré los pies con decepción; no había nada en lo que pudiera pensar. Quizá ser honesta fuese la mejor ruta para el éxito.

    Llegamos a la oficina del Dr. O'Neill, mi terapeuta y lo más parecido que he tenido a un padre desde que quemé el mío tantos años atrás. Es ese tipo de relación lo que me daba miedo en este momento en particular, porque como haría un padre, él me disciplinaría por romper las reglas de la casa. Siempre era más duro conmigo, pero eso no me importaba, no estaba amargada, sabía que era porque él se preocupaba por mí. Dicho esto, aún así él haría su trabajo y si eso significaba que su recomendación al comité de Torchridge era que yo estaba comprometida, yo no tendría elección en el asunto.

    La bibliotecaria llamó a la puerta antes de irrumpir en la oficina. Dentro, el Dr. O'Neill estaba sentado más o menos como yo lo había dejado hacía unas horas. Tenía las gafas puestas en la punta de la nariz y leyía algo cerca de su regazo. Apenas reaccionó cuando cruzamos la puerta. Simplemente miró por encima de sus gafas de lectura con un curioso brillo en los ojos. Nos miró a las dos enarcando una ceja.

    "¿Si?" Preguntó casi sarcásticamente.

    "Encontré a esta," dijo ella colocándome frente a ella, "buscando direcciones y personas extrañas en uno de los ordenadores."

    Yo miré al suelo avergonzada y sentí una lágrima o dos brotar de mis ojos, pero no me atrevía a dejar que el médico reconociera esta admisión de culpabilidad.

    Él se reclinó en la silla y dejó escapar un suspiro mientras evaluaba la situación antes de hablar.

    "¿Qué tipo de direcciones y personas?" Preguntó a la bibliotecaria.

    "Bueno... no lo sé exactamente. Vi lo que parecía una escritura de propiedad y un recorte de periódico." Anunció ella.

    "Entonces, ¿lo que estás diciendo es que en realidad no viste a quién pertenecía esta propiedad o de dónde es?" preguntó de nuevo. Sentí que el agarre de la bibliotecaria se aflojaba y su peso cambiaba mientras daba un par de pasos atrás, perdiendo la confianza en sus acusaciones.

    "Bueno, no. Pero eso no viene al caso. Sigue yendo contra de las reglas." Declaró.

    "No, en realidad no, Sra. Sutherland." Dijo él. Lo cual me sorprendió muchísimo. “Podría haber sido literalmente cualquier cosa. ¿Quién tiene la escritura de la tierra hoy en día? Podría haber sido una imagen con la que se tropezó; y lo que realmente no viene al caso es que sus cortafuegos no deberían permitirle a ella ni a ningún otro paciente acceder a sitios no autorizados, ¿cierto? Son chicos, por supuesto que van a tropezar con cosas que no deberían, ¿significa que deberíamos colgarlos?" Dijo esperando a que ella respondiera, pero apenas le dio tiempo suficiente para pensar en algo que decir.

    "No, no es así. Esto no es una cacería de brujas, señora. Estos son chicos que perdieron su camino o les quitaron el camino. El castigo injustificado no nos llevará a ninguna parte, estamos aquí para ayudarles y guiarles." Dijo.

    Yo estaba conmocionada, aturdida, en total incredulidad, tanto que hice todo lo posible por ocultar una risa y una sonrisa. Nunca antes me habían defendido y me hizo sentir especial. El Dr. O'Neill suspiró de nuevo y negó con la cabeza. Nos miró a las que estaban de pie en su puerta y nos indicó que nos fuéramos.

    "Gracias, señora Sutherland. Puede salir." Dijo muy aletargado, "pero deje a la chica." Dijo, y mi corazón dio un vuelco. La bibliotecaria me soltó el brazo de una manera semiviolenta, empujándolo hacia adelante con disgusto antes de girar sobre los talones y salir dando un portazo. Vi al Dr. O'Neill sentado allí masajeándose las sienes.

    "¿Qué estás haciendo, Lizzy?" Preguntó, yo no sabía muy bien cómo responder a eso.

    "¿Que? ¿Que quieres decir?" Pregunté algo asustadiza.

    Él se levanto de un saltó de su escritorio lanzando un bolígrafo al otro lado de la habitación. Yo nunca le había visto tan alterado, tan enojado antes, y la verdad sea dicha, me asustó.

    "¿¡Que quiero decir!?" Gritó: "Lizzy, llevas aquí seis años, tu decimoctavo cumpleaños es dentro de una semana y tienes una evaluación con la junta en tres días. Estabas haciendo un progreso maravilloso, nunca habías roto una regla ni pasado de la raya; ¿porqué ahora?" Suplicó.

    "Yo... no lo sé. Estaba leyendo una historia en Internet e hice clic en un enlace en la parte inferior de la pantalla." Dije, contándole la verdad.

    "¿Que historia?" Preguntó.

    "¿Qué?"

    "¿¡Que historia!? ¿Qué estabas leyendo?" Me gritó. Tuve que pensar rápido; él sabía lo de František y Gerard, así que no podía decírselo.

    "Yo..." Me detuve, no podía pensar.

    "Estabas leyendo mierdas sobre tus alucinaciones, ¿no es así? Sobre ese otro mundo y esos hombres." Me quedé impactada. ¿Cómo podría haberlo sabido?

    "¿Qué... cómo... qué?" Fue todo lo que pude reunir en el momento.

    "Lizzy, mi maldito trabajo es saberlo. Ha habido mejores mentirosas que tú en esta oficina. ¿Piensas que me he creído por un momento que habías superado lo que crees que viste? Quiero decir, eso no es algo que alguien supere, especialmente alguien tan joven como tú. Lizzy. Creías que había un mundo donde tus padres y amigos eran torturados. Tú, a todos los efectos, viviste sus sufrimientos individuales. ¿Cómo puedo esperar que te olvides de eso?" Dijo nervioso, enojado y molesto por todos lados. Yo sabía que el se preocupaba por mí, pero no tenía idea de que era hasta ese punto.

    "Lo siento." Dije. ¿Qué más había que decir? Me miró suavemente, con cariño y sonrió con una pequeña sonrisa.

    “Lo estabas haciendo tan bien que estaba orgulloso de ti. Pero vas y te pillan husmeando en cosas que no deberías haber estado mirando en primer lugar; has roto nuestra confianza, Lizzy...” Me dijo.

    "Lo sé... lo siento." Y realmente lo sentía. El Dr. O'Neill era la última persona a la que yo quería hacer daño, pero se lo había hecho y no había vuelta atrás. La bibliotecaria, por otro lado, era una verdadera perra, ¿verdad?

    "¿Qué vamos a hacer ahora, Lizzy?" Me preguntó

    "No sé," respondí.

    "Tengo una idea." Dijo. Le miré con curiosidad.

    "Se acabaron los privilegios de ordenador hasta después de tu audiencia con la junta." Sus palabras salieron como cuchillos y cada una me apuñaló en el corazón. Pude sentir las lágrimas brotar de mis ojos. Estaba tan cerca de encontrar la verdad y ahora, años de búsqueda se habían desperdiciado.

    "De hecho, Lizzy... Solo para estar seguro, se acabaron las visitas a la biblioteca hasta después del jueves."

    "¡¿Qué?!" Grité. Yo pasaba la mayor parte del tiempo allí y no había absolutamente ningún otro lugar en el que quisiera estar.

    "Lo siento, pero no me dejas otra opción. Si no quieres terminar en Torchridge, es lo mejor. No querrás que te pillen de nuevo, y seguramente la señora Sutherland te observará como un halcón si vas por allí. No podemos arriesgarnos a más incidentes antes de la audiencia. Es por tu propio bien." Me dijo. Eso tenía sentido, claro, pero yo aún estaba furiosa, no quería escuchar eso.

    "Es casi la hora de cenar de todos modos, ¿por qué no vas a la cafetería y comes algo? Nos vemos mañana para nuestra sesión." Dijo sentándose a su escritorio. Me quedé allí mirándolo pasar unos papeles. Esperaba que me mirara y me sonriera como solía hacer después de nuestras sesiones, pero ni siquiera reconocía que yo estaba en la habitación. Cerré los ojos y sentí que una lágrima corría por mi mejilla. Respiré hondo, giré para abrir la puerta y salí de la oficina.

    No tenía hambre y no quería ir a la cafetería a cenar. Estaba enojada y quería desahogarme, quería volver al único lugar que sabía que me calmaría, el único lugar en el que me sentía bienvenida y sola al mismo tiempo. Quería ir a la biblioteca. La pared con muchas ventanas dejaba que el sol entrara en el pasillo, iluminándolo con el brillo de los cielos. Me paré y disfruté de él fuera de la puerta del Dr. O'Neill por un momento mientras ordenaba mis pensamientos. Continué con los ejercicios de respiración, pero no funcionaban. Todo se estaba acumulando dentro de mí; la prohibición de la biblioteca, la audiencia con el comité y, por último, esa maldita señora Sutherland. Yo necesitaba un paseo.

    Las instalaciones solían estar tranquilas, a menos que un paciente tuviera algún tipo de rabieta, pero estas eran pocas y distantes entre sí, después de todo, mantenían a las personas más inestables en un ala diferente del hospital. Pero el hospital a esta hora del día, durante la cena, era siempre el más tranquilo, casi todo el mundo estaba en la cafetería comiendo o siendo alimentado. Era en este momento exacto en el que yo tenía toda la instalación para mí. Podría ir a cualquier lugar que quisiera. Y así comencé a vagar. Caminé hacia los dormitorios. No mucha gente pasaba tiempo en sus habitaciones cuando no era necesario. Todas y cada una de las puertas solo se podían abrir desde el exterior. Todas y cada una de las puertas eran de acero sólido, la mayoría eran de un gris mate debido a la suciedad y la mugre acumulada con el tiempo, y todas y cada una de las puertas tenían una ventanita con barrotes lo bastante alta en la puerta para que solo los pacientes mayores pudieran ver a través de ella.

    Recuerdo que cuando ingresé por primera vez, pasé horas, días, meses e incluso años tratando de mirar por la ventana después de que se apagaran las luces, pero no fue hasta hace unos dos años que fui lo bastante alta para ver algo. Lo había acumulado tanto en mi mente que pensé que vería a las enfermeras y los enfermeros en una fiesta o a todos los demás pacientes deambulando, y yo era la única encerrada en mi deprimente celda oscura. Pero no fue ese el caso, en realidad fue bastante aburrido. Los pasillos estaban demasiado oscuros para ver algo, y la enfermera ocasional pasaba con una linterna para iluminar el camino, pero en general, era aburrido.

    Lo peor de las celdas es que eran solo eso: celdas. Me hacía sentir—y a muchos otros aquí—encarcelada. No podíamos evitar sentirnos atrapados, como animales enjaulados. Eso es extraño en un lugar donde la libertad es bastante abundante, lo único que es verdaderamente nuestro es lo único que realmente nos frena. Cuando no estaba en la biblioteca, a menudo deambulaba por el complejo visitando todas las áreas en las que no estaba prohibido. Por mucho tiempo que pasara rodeada de conocimientos, necesitaba un descanso de vez en cuando, y hoy era un acontecimiento especial.

    Como dije, el tiempo que no estoy en la biblioteca lo paso deambulando por los jardines, pero siempre hay gente alrededor; la privacidad en este lugar no está disponible, es algo que debe tomarse cuando surge el momento, y este es el momento perfecto. Todo el mundo está en una habitación, dejando, más o menos, toda la instalación de la mina durante aproximadamente una hora. Sonreí ante la perspectiva de pasar un tiempo para mí misma, sin preocuparme por las reglas y regulaciones, solo yo probando ese pedazo de libertad que todos deseamos tanto. Con ese pensamiento, despegué por el pasillo celestial sin ningún destino en mente; parte de la libertad es tener la voluntad de no estar en un camino establecido, de desafiar lo desconocido, de ir a donde tu cuerpo y mente te lleven.

    Entré casi con vértigo por el pasillo hasta la primera escalera. La ignoré, pasé junto a esta sin siquiera pensarlo dos veces. Ese no era el camino que quería tomar, evidentemente, así que seguí caminando tomando la siguiente a la derecha y luego a la izquierda por este sendero sinuoso. Era muy emocionante, si soy sincera, por triste que parezca, sin embargo, la imprevisibilidad de mis vagos meandros es un cambio refrescante en mi rutina diaria. Salté por el siguiente pasillo, pero giré bruscamente a la izquierda en la tercera escalera y bajé. Salté dos escalones a la vez, balanceándome en las esquinas del pasamanos. No me importaba nada en el mundo en este momento. El Dr. O'Neill esperaba que me dirigiera a la cafetería, pero confiaba demasiado en mí. No es frecuente que me aproveche de su confianza, pero él me había prohibido la entrada a la biblioteca.

    Me merecía un poco de libertad y elección, y eso es exactamente lo que estaba tomando. Mis pies aterrizaron en el último escalón con un fuerte golpe. El estallido hueco resonó levemente a través de las paredes vacías, y mientras miraba delante de mí, podía escucharlo reverberando. El lugar estaba absolutamente en silencio. Me encantó. Pero lo que estaba frente a mí lo amaba aún más, era el patio, y como en cualquier otro lugar, estaba vacío. No pasé mucho tiempo afuera; después de todo, no había nada para mí. No quería participar en ningún juego en el patio con personas de cerebro en mal funcionamiento, no disfrutaba del aire fresco y, especialmente, no me gustaban los árboles esparcidos por las instalaciones. Había un árbol en particular que no me gustaba y había evitado mirarlo durante años.

    Me recordaba mucho a Malcolm y a cómo había arruinado nuestra amistad. En el otro extremo del patio había un enorme sauce, sus ramas y vegetación habían crecido salvajemente, y su tronco estaba todo retorcido y deformado. Las ramas colgaban lo bastante bajas como para que, si pasabas debajo de ellas, estuvieran al nivel de los ojos. Se veía casi exactamente como el árbol en el que yo había escondido el pájaro, el mismo pájaro que había diseccionado con mis manos en la casa del árbol ese fatídico día. Fue a partir de ese momento que Malcolm se distanció, cayó enfermo, tanto física como mentalmente, y el pobre chico cambió para siempre a peor.

    La terapia con el Dr. O'Neill me hizo darme cuenta de que yo nunca me había perdonado realmente lo que sucedió, cómo arruiné su vida de manera efectiva, pero por más que eso sea cierto, me encontré mirando por la ventana fijada en ese árbol.. Lo había evitado durante años, pero en este momento, no podría haberme sentido más atraída por él. Salté desde el último escalón a tierra firme, caminé hacia la puerta que daba al patio, empujé la manija y, con un clic, me abrió el camino. El aire afuera era un poco de frío, más de lo habitual en esa época del año, pero el sol calentaba en la cara.

    Había pasado tanto tiempo desde la última salida fuera que parecía agradable respirar el aire fresco, sentir el sol en mi piel, experimentarlo todo de nuevo. Caminé lentamente hacia la parte de atrás del patio, pero no estaba distraída por nada, tenía mi mente enfocada y ahí es donde quería ir. Pasé el contorno de lúpulo escocés pintado en el hormigón, y casi ignoré la gran variedad de bolas esparcidas por la superficie. Pasé por delante de las ventanas sin una segunda mirada. Casi me fijé en el canto de los pájaros, los oía inconscientemente, como el eco de un recuerdo en los recesos de mi mente.

    Y luego llegué al árbol. Me paré debajo, sintiéndome empequeñecida por su impresionante presencia. Era enorme. No me había dado cuenta de lo grande que era en realidad. Las ramas colgaban por lo menos cinco metros. Extendí la mano y toqué una, pasé la vid como tentáculos a través de mis manos. Era rugosa y abrasiva, pero la textura era fascinante. Caminé bajo el dosel que hacían las ramas; era como caminar hacia un mundo diferente. Las hojas actuaban como una cortina, bloqueando la luz del sol mientras intentaba penetrar, aunque algunas todavía se colaban dejando patrones maravillosos de luz abstracta sobre el suelo del tronco.

    Me sentí como si estuviera dentro de un caleidoscopio impulsado únicamente por el sol. Abracé su maravilla y belleza. Extendí los brazos y di la vuelta para asimilarlo todo: esto es lo que era la libertad. Cerré los ojos e inhalé el aire fresco, asegurándome de llenar cada centímetro de mis pulmones con su refrescante cualidad. Lo contuve un corto tiempo antes de dejarlo salir todo lentamente para poder sentir cada molécula de él rozar mis labios, y luego me senté. La hierba estaba verde y suave debajo de mí, apreté un puñado de ella solo para sentirla, y luego la arranqué del suelo para poder olerla. La hierba tiene una elegancia interesante, y por primera vez lo estaba descubriendo. Empezaba a ver que las pequeñas cosas de la vida eran más valiosas de lo que les damos crédito.

    Me tumbé en el suave abrazo de la vegetación, pero mientras lo hacía, me golpeé la cabeza. ¡Ay! Murmuré y agarré la nuca al girar para ver qué era; era una raíz demasiado crecida. Parpadeé rápidamente, liberándome de las telarañas recién adquiridas y fue entonces cuando me di cuenta, esa eta la razón por la que no me gustaba el árbol. Esa raíz en la que me había golpeado la cabeza era exactamente igual a la que yo había usado para esconder el pájaro. Estaba perdida en la belleza del momento, y por un breve instante había superado mis miedos e inseguridades; por una fracción de segundo pude disfrutar del esplendor de todo. Apreté la mandíbula mientras la miraba y, cuanto más miraba, más podía sentir una ira creciendo en mí.

    Uno... dos... tres... cua...Que le follen. Me dije a mí misma, no quería calmarme y relajarme. Hacía tanto tiempo que no sentía una emoción real que agradecí la oleada de ira y dolor que esta traía consigo. Los últimos minutos me hacían apreciar el valor de un sentimiento verdadero y honesto, y eso es exactamente lo que estoy sintiendo ahora: una rabia honesta. La terapia y los tratamientos no fueron curas, no; eran tiritas, trampillas, por así decirlo. Una solución rápida para evitar que las personas reales que somos se derramen y causen todo tipo de caos. El infierno que se forjaría con los pacientes dentro de Meadowvale sería devastador. El trabajo del médico era evitar que seamos quienes realmente somos.

    Bueno, ya no. No permitiré que me retengan más, ya no me dirán qué hacer y comenzaré por corregir los errores de la Sra. Sutherland y el Dr. O'Neill. La biblioteca siempre ha sido mi paraíso, mi salvación, lo que les da derecho a decirme que ya no puedo entrar allí. ¿Qué les da derecho a evitar que me entere de mi pasado? Es mi pasado, y si quiero cavar y cavar hasta encontrar ese fósil de la verdad que se encuentra a kilómetros bajo la superficie, entonces debería poder hacerlo.

    Mi deriva me había traído aquí por una razón, y fue para mostrarme la verdad. Mi subconsciente me hizo tomar esa escalera específica a esa puerta específica para poder ver este sauce salvaje. En el fondo, sabía a dónde quería llegar desde el principio, qué tenía que hacer, qué quería hacer. Desde debajo del dosel con cortinas, comencé mi nuevo viaje, pero esta vez no había nadie dándome tareas; ahora mis empresas eran mías. Corrí por el patio, pasé por todas las ventanas vacías, ignorando las pelotas y el whisky escocés, y atravesé la puerta por la que había venido. Ahora estaba de vuelta adentro, y frente a mí había dos opciones, las mismas dos direcciones que enfrentaba antes. Arriba o abajo.

    Sin embargo, esta vez había una diferencia. Tenía la capacidad de tomar una decisión. No estaba amarrada a una silla de ruedas rodeada de enfermeras, policías y ordenanzas. No, esta vez estaba libre, y esta vez quería bajar. Me agarré a la barandilla y salté los escalones de dos en dos hasta llegar abajo. Frente a mí ahora había otra elección: izquierda o derecha. No había estado en esta parte del hospital en mucho tiempo y no podía recordar muy bien adónde me llevaban, así que elegí la derecha. Abrí la puerta de acero y pasé. Cuanto más avanzaba, más mareada me sentía; de hecho, casi había hecho un salto juguetón, como si volviera a tener diez años.

    Troté por el pasillo dejando que el instinto me guiara de nuevo.

    Sabía a dónde quería ir, pero no sabía muy bien cómo hacerlo desde aquí, así que cedí a la intuición y confié en mí misma para llevarme a mi destino. Giré a la izquierda en la esquina y luego pasé unas cuantas puertas antes de decidir tomar otro giro a la izquierda a través de otra puerta. Cuando entré por esta, me detuve, un poco confundida. No había estado antes en esa parte del hospital, pero me resultaba familiar. A mi izquierda había libros; a mi derecha había libros; a mi alrededor no había nada más que libros. No podría haber llegado a la biblioteca, ¿verdad? Me acerqué lentamente, mirando a izquierda y derecha, estudiando el lugar.

    No pasó mucho tiempo antes percatarme de que era el almacén de la biblioteca. Nuevos envíos, libros viejos y gastados que necesitaban reparación y poco más de existencias y copias múltiples se almacenaban aquí. Caminé junto a la pared, mirando hacia arriba y acariciando el lomo de los libros con los dedos. Se suponía que no debía estar aquí, en el mejor de los casos, pero se suponía que no debía estar aquí durante mi prohibición. Sin embargo, no me importaba, y este era mi destino: la biblioteca.

    Lo que realmente quería hacer era investigar más sobre las historias que había encontrado online. Quería saber sobre los otros que habían tenido problemas con Gerard y František. No, era más que un deseo, era una necesidad. Necesitaba saber sobre estas otras personas, qué tareas se les asignaron, si terminaron muertos como lo hizo Mikey. Salí del aturdimiento de mirar los libros y escaneé la habitación en busca de un camino hacia la biblioteca principal. No podía ver, gran parte de la habitación estaba hecha un desastre, pero había una escalera rodante montada en la pared del fondo, así que me abrí camino. Pisé y tropecé con libros sueltos y cosas así antes de llegar, trepé hasta la mitad e inspeccioné la habitación en busca de la otra salida, la cual encontré, pero lo que no esperaba ver era la ventana directamente encima. Podía ver la planta principal y lo que vi fue inquietante. La biblioteca estaba tranquila, pero nunca antes la había visto desierta. No había un alma, ni siquiera la Sra. Sutherland estaba sentada en su sillón detrás del escritorio de referencia. La vista que yo tenía estaba casi directamente detrás de dicho escritorio, y desde donde estaba podía ver toda la biblioteca, no era de extrañar por qué se sentaba ella allí, y eran los puntos de vista perfectos para ver todo y a todos. La única vista clara que no tenía era de todas las pantallas de ordenador, que seguían encendidas.

    Salté de la escalera y me abrí camino a través del laberinto de libros y escombros antes de asomar la cabeza por detrás de la puerta. El hecho de que no pudiera ver a la señora Sutherland no significaba que ella no estuviera merodeando por alguna parte. Avancé lentamente hacia la habitación. Me quedé agachada para que el escritorio me cubriera de cualquier mirada indiscreta que pudiera estar mirando. Todavía arrastrándome lentamente, usando el escritorio como cobertura, asomé la cabeza por un lado del escritorio, no habia nadie. Ahora me sentía lo bastante segura como para hacer una carrera hacia los ordenadores.

    Saltando desde detrás del gran escritorio de madera, corrí más o menos en la oscuridad casi perfecta hacia el resplandor de los monitores, como una mosca atraída por la luz azul fluorescente del matador de insectos; solo esperaba que no me frieran de una manera u otra. Cubrí la distancia en poco tiempo y saqué la silla de la misma máquina que había estado usando antes; esperaba que el historial se guardara para poder volver a visitar la página. Sacudí el ratón para despertar el monitor de su letargo salvapantallas y tecleé la contraseña. Tal como deseaba, el PC cobró vida al revelar el escritorio. Hice doble clic en el navegador web y la confiable página de inicio de Google apareció en la página blanca.

    Mi primer instinto fue buscar en el historial. Hice clic en el botón de la barra de herramientas, pero, por desgracia, lo habían limpiado. Lástima, pensé que esto iba a ser más fácil, pero aún así no debería ser demasiado difícil. Escribí los mismos parámetros de búsqueda que antes: František, más incendio, más 1597, más Inglaterra. Como antes, me devolvió tres resultados. Los dos primeros, si recordaba correctamente, eran enlaces muertos, así que fui directo al tercero. Hice clic y esperé con impaciencia a que se cargara. El relojillo de arena dio vueltas y vueltas, pero la página permaneció en blanco. Debía de ser por una conexión lenta, así que esperé un poco más, con la mirada fija en ese reloj de arena digital que giraba. Respiré hondo por la frustración y solté el aire con un bufido de ira. ¿Por qué estaba tardando tanto?

    Justo en el momento de mi frustración, algo apareció en la pantalla. Había palabras en la página, pero no las palabras que yo quería ver: «No se pudo encontrar la página; nombre de dominio no registrado». Miré con los ojos muy abiertos. ¿Cómo es posible? La acababa de ver hacía menos de una hora. Esto no iba bien. Hice clic en recargar y esperé de nuevo mientras el reloj de arena se burlaba de mí, volteando, sabiendo algo que yo no sabía. Sabía que la página no estaba allí, le llevó tiempo dar vueltas y girar, burlándose de mí, hasta que, una vez más, dio paso al cursor. La recarga resultó en más de lo mismo. No podía encontrar la página; ¡no tenía sentido! ¿Cómo iba alguien a derribar ese sitio en cuestión de treinta minutos?

    Volví a hacer clic en el navegador y volví a la consulta de búsqueda. Hice clic en el primer enlace, pensando que tal vez los resultados habían cambiado. Pensé que tal vez, dado que había pasado algún tiempo antes de que se hiciera clic por última vez, tal vez el sitio que quería estaba arriba, como una especie de filtro de popularidad. No fue así, esta vez fue instantáneo. Hice clic en la página cargada con el mismo error que obtuve la primera vez. Hice clic de nuevo y probé el segundo enlace, era más de lo mismo. La ira comenzó a crecer dentro de mí. Hice clic por última vez y probé el tercer y último enlace.

    Esta vez, el reloj de arena sólo se volteó una vez antes de revelar nada más que ese mensaje de error: No se pudo encontrar la página; nombre de dominio no registrado. Mi ojo comenzó a temblar involuntariamente. La pantalla blanca con esas nueve palabras era lo único en mi mente. ¿Que le pasaba a esto? Era imposible que yo lo hubiera imaginado, ¿no? Justo cuando comencé a reflexionar sobre ello con más profundidad, algo desvió mi atención de la pantalla y de mi proceso de pensamiento; fue un clic, un tintineo. Miré hacia la puerta principal y vi nada menos que a esa pequeña bibliotecaria regordeta, la Sra. Sutherland. Mi primer instinto fue quedarme allí y seguir con mis asuntos, pero lo reconsideré rápidamente. Cerré la ventana y apagué el monitor para que, si ella pasaba, no viera que alguien había iniciado sesión.

    Silenciosamente bajé de la silla y la volví a poner bajo el escritorio sin hacer ruido. Lentamente, sin perder de vista esto, me deslicé de vuelta al refugio del pasillo del misterio. Era irónico que estuviera rodeada de gente como Anne Rice, James Patterson y las ocasionales novelas de Dean Koontz y Stephen King, pero este no era el momento de elegir material de lectura de medianoche. Ser atrapada sería mi fin, sin duda. No podía verla, así que cerré los ojos para sintonizar mejor mis otros sentidos. Podía oírla arrastrando los pies por el suelo, oí las llaves cayendo pesadamente sobre una mesa, seguidas del chirriar de las ruedas de una silla. Esperé, pero no la oí sentarse, lo cual me puso nervioso.

    Quizá notó la pantalla negra del monitor. No debería haberla apagado, debería haber dejado que se activara el salvapantallas, pero había entrado en pánico. Auun así me quedé quieta, pero abrí los ojos y miré hacia el área principal en busca de sombras o cualquier movimiento de cualquier tipo; afortunadamente no vi nada. No me había dado cuenta, pero estaba conteniendo la respiración e, inesperadamente, dejé escapar todo el aire en lo que sentí que fue el huracán de un suspiro. Me quedé tan quieta como pude y bajé la cabeza. Esperaba que ella hubiese escuchado eso. Esperé, cada segundo pareciéndome un eón, pero de nuevo, no hubo movimiento de ningún tipo.

    Ahí fue cuando lo noté: las luces ni siquiera se habían encendido. Me sentía cómodamente escondida en la oscuridad, como había sido mi amiga en el pasado. Había rezado para que nuestra relación se mantuviera sólida. Asomé la cabeza por el estante elevado para ver mejor adónde había ido la bibliotecaria. Lentamente, asomé un ojo para poder ver el escritorio de recepcción, pero ella no estaba allí. Encima de este había una taza de café y una bolsita de almuerzo. Me retiré dentro del nido de estantes para ordenar las ideas. No sabía dónde estaba ella y eso no me hizo sentir bien. Sentí que la ventaja se me escurría entre los dedos y caía gradualmente en poder de la Sra. Sutherland.

    Estaba inquieta y podía sentir que se acercaba una sensación de ansiedad; un ataque de ansiedad era lo último que necesitaba. Pero aún tenía el elemento sorpresa, aunque ella sabía que alguien estaba aquí, no sabía que era yo y no sabía dónde estaba ese alguien. De hecho, yo aún tenía la ventaja. Decidí mirar de nuevo y, con suerte, ver algo más que pudiera haber pasado por alto antes. Así de nuevo, lentamente, asomé la cabeza, ¡pero mientras lo hacía las luces se encendieron! Mi corazón saltó a mi garganta y mi estómago se convirtió en nudos en un abrir y cerrar de ojos.

    Tragando saliva y sintiéndome como si me hubieran visto, desafié la idea de mirar fuera de nuevo. Cuando lo hice, esta vez vi a la Sra. Sutherland danzando desde la trastienda, la misma habitación por la que yo había entrado. Ella Salió con auriculares, de ahí el baile. Sentí una oleada de alivio, en parte porque no me había visto y en parte porque era ligeramente entretenido, pero sobre todo porque mientras ella llevara esos auriculares, no podría oírme. Saqué la cabeza y me apoyé en el estante; por eso había sentido la necesidad de venir aquí, ya no me importaba el artículo y la página web que se desvanecía, eso solo había sido una faceta para meterme aquí, para enfrentar mi verdadero destino.

    La torpe figura de la Sra. Sutherland bailaba tontamente en su escritorio contenido mientras organizaba los elementos en la mesa. Giró y se agitó, parecía que se estaba divirtiendo; lástima que no supiera que yo estaba observando y planeando. Continuó su rutina totalmente ajena a su audiencia de uno, una audiencia que pronto sería parte del espectáculo. Cuanto más se movía y brincaba, más me acercaba. Me pegaba a las paredes y entraba y salía de los estantes, agachándome bajo las mesas cuando era necesario y, en general, tan callada con un ratón, un ratón que llevaba un ejemplar de tapa dura de la Enciclopedia Británica.

    La señora Sutherland era una mujer baja y rechoncha y no se movía con mucha gracia. Mientras hacía cabriolas, tropezaba; mientras tamborileaba en el aire, perdía el equilibrio; en general, toda la escena era incómoda, si no ligeramente divertida. Esas observaciones no son en realidad para criticar su capacidad de baile, sino más bien su tasa de supervivencia frente a un atacante. Ella era baja, como he mencionado antes, lo cual le daba a la mayoría de los depredadores la ventaja al empuñar un arma diseñada para el golpe de gracia de un ataque furtivo. Ella era rechoncha, fornida, regordeta, lo cual la hacía más lenta sobre los pies y, por su reacción; probablemente también significaba que tenía algún tipo de afección respiratoria, lo cual significa que si estallaba una pelea para defenderse de dicho depredador, se cansaría fácilmente. Y, por último, no tenía gracia al ponerse de pie, lo que significaba que no era necesaria una emboscada, pues no podría correr—pero esto era mucho más divertido así.

    Estaba tan cerca de ella ahora que podía oírla tararear la melodía que se estaba reproduciendo por los auriculares, pero no pude identificarla. Supongo que es apropiado agregar sordera a su lista de defectos. La pobre mujer no tenía talento, era bastante dura de vista, había posibilidades de que viviese sola—en el lado positivo eso significa que probablemente no la echaría mucha gente de menos, si es que lo hacía alguien. Giró una última vez con los ojos cerrados, yo paré a un metro de ella, pero ella no tenía idea de que yo estaba allí acechándola. Se detuvo de espaldas a mí, pero yo no me moví, solo observé y esperé. Quería ver la expresión en su rostro cuando viese quién estaba allí de pie. Sin embargo, dejó de pronto de hacer lo que fuese que estaba haciendo en la mesa y se puso en pie. Yo sonreí. Lentamente, comenzó a girar la cabeza para mirar atrás; una sensación debió de haberse disparado en su cuerpo, algo en su alma seguramente debió de enviar una alarma. La mayoría de las criaturas pueden saber cuándo están siendo observadas; al parecer, ni siquiera los humanos han perdido ese agitación primordial.

    Cuando finalmente giró la cabeza, sus ojos se agrandaron al verme y saltó hacia atrás, casi lo suficiente para caer. Se apoyó en la escritorio con miedo, tratando de recuperar la compostura. Incliné la cabeza como un perro viendo a su dueño hacer el ridículo con las tareas más simples, mientras ella se tambaleaba tratando de ponerse de pie sin la ayuda de la mesa. Comenzó a calmarse cuando notó que era yo y pudo estabilizarse. Con un fuerte impulso en el escritorio, se puso perfectamente vertical y, durante un poderoso bateo con la enorme Enciclopedia, ella estaba en posición horizontal.

    El libro le cruzó la mejilla con tal fuerza que al principio pensé que le había partido el cuello. Los dientes y la sangre volaron de su boca, el auricular que recibió el golpe se hizo añicos y el otro se soltó antes de que ella cayera al suelo como un árbol siendo talado. La conmoción que ella produjo al caer hizo que la silla se volcara, bolígrafos y papeles que estaban sobre el escritorio ahora cubrían el suelo. Me quedé mirando su cuerpo tendido inerte en el suelo. Me pregunté si la había matado tan fácilmente; así, un golpe de bateo—por así decirlo—y estaba acabada. Sinceramente esperé que no. Primero quería divertirme un poco más con ella.

    Todo aquello me recordó cuando yo tenía doce años, cuando pude divertirme con la gente por primera vez. Gracias a los tratamientos de hipnoterapia del Dr. O'Neill, nunca olvidaré lo que sentí al colgar a Malcolm desde la ventana de su dormitorio, o lo que sentí al arrancarle la cabeza al cuerpo indefenso de mi madre. Todo condujo a ese fatídico momento en que le corté la polla a ese bastardo del Sr. Gabriel: Gerard Gabriel. Al ver a la gorda bibliotecaria tendida ante mí, todos y cada uno de los sentimientos de fantasía abandonaron mi alma para siempre, o eso parecía. No los quería de vuelta nunca más, me debilitaban. Pensé en el árbol afuera y en su maravillosa y gloriosa exhibición de colores psicodélicos... pensé en el delicioso huerto dorado detrás del maravilloso castillo de Gerard y esas imágenes ya no me hacían sentir cálida y libre, lo único que me hacía sentir fueron náuseas.

    Sentí que nunca volvería a ver la belleza del mundo, pero al mirar el cuerpo de la Sra. Sutherland, supe que aún había belleza en el mundo, solo que estaba en lugares diferentes a los que la mayoría de la gente la buscaría. Ella se agitó levemente y luego dejó escapar un suave gemido; claramente estaba volviendo en sí. No pareció tomarle mucho tiempo, tal vez tenía un cráneo grueso que coincidía con su obeso cuerpo. Gimió de nuevo, y esta vez sus ojos empezaron a temblar, tratando de abrirse—cosa que yo no podía aceptar—así que me abalancé. Salté sobre su enorme cuerpo y me senté a horcajadas sobre ella. Intentó luchar, pero seguía un poco atontada para su desgracia. Sus brazos se movían sin rumbo fijo, débiles, como dos tallarines mojados, y cuando se acercaban a mí, yo simplemente los apartaba con un golpe tranquilamente.

    Con mi presa incapacitada en el suelo, puntos débiles al descubierto y vulnerables, su cabeza se inclinó hacia un lado y fue entonces cuando vi mi oportunidad. En un abrir y cerrar de ojos, extendí mis manos y envolví su cuello con ellas. Apreté y agarré con todas mis fuerzas. La sensación de morir debió de haberla superado, pues su voluntad de sobrevivir se activó con un poco de fuerza propia. De pronto encontró algo de poder en sus carnosos brazos, comenzó a menearse y a debatirse como un pez fuera del agua, algunos golpes alcanzaron su objetivo, pero la mayoría fallaron. Sus golpes aterrizaban en mis hombros y no dolían mucho, al menos no lo suficiente como para derribarme.

    Además, yo estaba concentrada. Mis ojos estaban fijos en matar y ninguna fuerza me detendría. Ella consiguió aterrizar la mano en mi cara y empujar hacia atrás con todo lo que tenía, pero al final no tenía mucha fuerza, o podría haberme apartado de un empujón. Aunque con su mano tapándome la mayor parte del rostro, no podía verla del todo y yo quería ver cómo le succionaba la vida a su cuerpo. Así que mordí con todas mis fuerzas la grasa exterior de su mano. Sentí que mis dientes penetraban, seguido de un sabor muy metálico. Ella quiso gritar, yo podía verlo en su rostro y sentirlo crecer en su garganta, pero nada más que un roto gemido escapó de sus labios.

    Ella estaba ensangrentada y perdiendo aire, pero no lo bastante rápido. Al parecer, estrangular a alguien con tus propias manos es toda una inversión de tiempo, energía y fuerza, pero eso estaba bastante bien, yo tenía tiempo. Cuanto más tiempo se tardara, más divertido sería; cada segundo que pasaba, más débil se volvía, cada segundo que pasaba moría un poco más de ella. No iba a rendirme, había llegado a un punto sin retorno y no planeaba volver jamás. Iba a ver aquello hasta el final, quería verla luchar hasta el último momento en que su cuerpo se agarrotara y luego cayera inerte.

    Sus brazos aún se agitaban, pero carecían del control y el vigor de antes. Ella se estaba desvaneciendo ahora, no pasaría mucho más tiempo hasta que ella muriera. Mi agarre comenzó a retorcerse más fuerte sin que yo lo supiera. Quería tanto que esto sucediera que mi subconsciente tomó el control, ni siquiera recuerdo haber ejercido tanta fuerza. Mi agarre era tan fuerte que incluso comenzaron a dolerme las manos y a sentirlas en carne viva por todo el roce con su cuello, pero aún había más que suficiente en mí para ocuparme de ello. Tensé la mandíbula y apreté los dientes con todas mis fuerzas, me incliné sobre su tráquea, bloqueando cualquier vía de aire que pudiera estar filtrándose.

    La sentía temblar, la escuchaba gemir, pero sobre todo, la sentía rendirse. Ella nunca había tenido muchas posibilidades. Primero noqueándola con el libro, luego colocándome en ventaja encima de ella y usando mi peso para aplicar tanta presión como podía, ella no iba a vivir más allá de esa noche. Lo cual era el destino. Me había atraído allí esa fuerza invisible que nos guía a todos. Allí para matar a la gorda bibliotecaria que me había hecho daño. Observé su rostro, que ahora estaba girado y me miraba directamente. Vi sus ojos, grandes y azules, dejar de vivir; no había nada más que una sola lágrima que no había tenido oportunidad de caer. Podía ver a través de sus ojos, de su alma, al parecer. Fue como si, al estrangularla, se creara una especie de conexión.

    Yo misma me sentí muy cerca de esta muerte, era íntimo. No sentía la misma sensación que cuando había estrangulado a Malcolm, pues entonces había tenido un cinturón para ayudarme; no, esto era con mis propias manos y no se parecía a nada que hubiera experimentado antes. La única lágrima colgaba en el precipicio de su párpado, tambaleándose, pero se aferraba con fuerza en su lugar como si no quisiera caer. Era la última pizca de calor que había en su cuerpo y por alguna fuerza permanecía allí encaramada, agarrada. Sentí curiosidad. Me incliné y la observé de cerca, tan cerca que pude ver mi reflejo en su ojo azul cristalino. Se desvió mi atención de la lágrima un momento cuando vi algo extraño. Me toqué la boca y me miré la mano... Sangre. Casi me había olvidado de que le había mordido la mano y de la sangre que siguió a eso, la misma sangre que ahora me enmascaraba la cara. Me aparté y me tapé la boca con la mano. Tenía que quitármela, pues seguramente se asentaría y me mancharía y entonces no habría forma de explicarlo.

    Me levanté del cuerpo rápidamente y miré a mi alrededor. La biblioteca estaba bien iluminada y cualquiera podía entrar. Ni siquiera había pensado en eso mientras la estrangulaba. Tenía que asearme y hacer algo con el cuerpo; No quería que lo descubrieran, al menos de inmediato. Traté de mantener la calma a pesar del pánico que comenzó a crecer dentro de mí. Revisé la biblioteca, pero no sabía lo que estaba buscando, así que cerré los ojos y comencé a respirar, haciendo los ejercicios de relajación que me había enseñado el Dr. O'Neill. Yo pensaba que eran una tontería, pero parecían estar funcionando.

    Con la cabeza despejada, sabía lo que estaba buscando: ¡el baño de la biblioteca! Solo esperaba que la puerta estuviera abierta. Fui en dirección a las instalaciones, pero me detuve y me volví hacia el cuerpo de la Sra. Sutherland. Me quedé de pie junto a ella de nuevo por un momento, escaneándola, solo estudiándola, pero ella no tenía lo que yo quería: las llaves. Suspiré y negué con la cabeza, y fue entonces cuando vi por el rabillo del ojo, un destello de metal en el escritorio: sus llaves. Sonreí, las agarré y comencé a alejarme, pero nuevamente me detuve. Miré el cuerpo por encima del hombro y noté que la lágrima aún colgaba en el limbo. Regresé al cuerpo y le di una patada en el costado de la cabeza. Su cuello estaba tan flácido que la cabeza se volteó con facilidad, fue como si pateara una pelota de fútbol atada a una cuerda corta.

    Le pisé la cabeza y la rodé hacia mí; la lágrima se había ido y quedé satisfecha al saber que no quedaba nada de ella que recordara a un alma. Con un asentimiento de aprobación, di la vuelta y me dirigí hacia los baños. Pasé por delante de muchos estantes de libros, pasé por delante de las computadoras y miré a una pantalla negra mientras pasaba, tratando de ignorar lo que debería haber allí. Continué hasta la puerta del baño, empujé y se abrió. No necesitaría las llaves, así que las metí en mi bolsillo y entré al baño. Estaba oscuro, la Sra. Sutherland no había tenido la oportunidad de regresar aquí para iluminar el lugar todavía, así que le hice el pequeño favor de presionar el interruptor de la luz por ella, era lo menos que podía hacer.

    Subí al espejo y vi una cara familiar allí. Los ojos marrones y el cabello castaño oscuro cortado, la suavidad blanca de porcelana en forma de lágrima, y ​​por supuesto la boca manchada de sangre me devolvió la mirada. No pude evitar sonreír; era casi la misma cara que yo había visto en el dormitorio de Malcolm hacía años. Abrí el agua, me salpicé la cara y comencé a frotar. Parte de la sangre se desprendió, pero la mayor parte permanecía, así que repetí. Aún así, un poco se escapó. Bombeé el dispensador de jabón y llené mi mano con una enorme pila de la sustancia antibacteriana rosa y la froté por toda mi boca. Froté tan fuerte que me dolió un poco, y luego me eché más agua en la cara para enjuagar cualquier cosa suelta. Esta vez salió una buena cantidad, pero había un anillo alrededor de mis labios que no quería salir.

    Miré por la habitación para ver si había algo más y, por supuesto, había toallas de papel. Qué idiota de mi parte no haberlas visto. Agarré una pila entera y las empapé y luego las froté vigorosamente contra mi cara. Al principio eran abrasivas, pero a medida que el agua entraba, todo empezó a desmoronarse. Los grumos cayeron en el fregadero, pero las toallas de papel blancas tenían un tono rojizo, ¡lo que significa que estaban funcionando! Froté hasta quedarme sin papel, y cuando me miré al espejo de nuevo, toda la sangre parecía haber desaparecido. Aunque mi cara estaba bastante roja por todo el frotamiento, salí del baño satisfecha. Apagué la luz y cerré la puerta detrás de mí, y fue entonces cuando se me ocurrió la idea.

    Corrí hacia el cadáver y evalué la situación, no sería fácil de mover, pero tenía que intentarlo. Además, su mano ensangrentada iba a dejar bastantes manchas. Por suerte no sangraba demasiado, no quería dejar un rastro de sangre a mi paso. Me incliné y le desabotoné la blusa, logré levantar un lado de ella y quitarle la manga, era todo lo que necesitaba. Tomé el extremo suelto de su camisa y la envolví alrededor de la mano tantas veces como pude. Sentí que mi hatillo improvisado sería suficiente. Luego respiré hondo y me preparé para el largo camino que tenía por delante.

    Agarré su mano no mordida y comencé a levantar. Tiré con todo lo que tenía y, lenta pero segura, avanzó poco a poco. Hacer que la pelota se mueva, por así decirlo, es la parte más difícil, porque después moverse de ese lugar, y con un poco de impulso de mi lado, comenzó a deslizarse por el suelo de baldosas mucho más fácil de lo que esperaba. Aunque todavía era pesada y comencé a sentirme cansada y débil, pero ni siquiera estaba a medio camino del baño todavía. Me detuve sin aliento y miré a mi alrededor en busca de algo que pudiera usar. Sabía una cosa, ya no podía estar de pie y necesitaba sentarme.

    Estábamos lo bastante cerca de las computadoras como para poder sentarme, y cuando lo hice, lo hice con tanta fuerza que la silla rodó hacia atrás. Me dio la sensación de caer por un segundo, así que me estabilicé, pero me dio más que esa sensación de caer, me dio una idea. Salté de la silla pocos segundos después de sentarme; Estaba revitalizada por la revelación que acababa de tener. Corrí unos pocos metros hacia la Sra. Sutherland arrastrando una silla detrás de mí, la miré por un momento, pero sin pensarlo demasiado me arrodillé y pasé su brazo por encima de mi hombro y la levanté. El peso muerto era inmensamente pesado, pero usé toda la fuerza que tenía y logré poner una cuarta parte de su cuerpo en la silla.

    Pero había un problema, la silla comenzó a rodar hacia un lado bajo el peso. Extendí la mano lo más rápido que pude y detuve la silla para que no se alejara demasiado. Ahora estaba en una situación incómoda. La mitad de la enorme mujer encima de mí y la mitad de mí en la silla para evitar que se moviera, y sin dejar caer a la mujer, jalé la silla hacia nosotras. Me utilicé como una especie de rampa, recostándome sobre la silla y tirando del cadáver sobre mí hasta que ella estuvo más o menos centrada en él. Me deslicé desde abajo y listo, ella se quedó en la silla. Con un suspiro de alivio y secándome el sudor de la frente, hice rodar a la gorda muerta el resto del camino hasta el baño.

    La puerta se abrió y la atravesamos, presioné el interruptor de la luz y la electricidad fluyó, iluminando la habitación una vez más. Empujé la silla y la puerta para cerrarla. Sentí la necesidad de apurarme por alguna razón. Rápidamente, arrojé el cadáver al suelo frente a los lavabos, ella cayó con un ruido sordo en la dura baldosa. Agarré la silla y salí rápidamente por la puerta hacia la biblioteca principal. Detrás de mí cerré la puerta con llave y volví a guardarme las llaves en el bolsillo por instinto, pero lo pensé mejor. En el pasado, cuando guardaba un trofeo, este había regresado para morderme. Podría vivir sin las llaves, así que las arrojé a un laberinto de estantes.

    Revisé y me aseguré de que no hubiera nadie al acecho, y estaba segura de que no había un alma cerca. Las únicas personas que estaban aquí éramos yo y otros tres o cuatro, ninguna de las cuales había regresado después de la cena. Cuando sentí que estaba a salvo, devolví la silla a su espacio vacío. Me sacudí el polvo de las manos y me dirigí a la salida; una sensación de plenitud y alivio se apoderó de mí, y me sentía tranquila, relajada. Casi había olvidado este tipo de satisfacción y, a decir verdad, no había nada igual en el mundo.

    La biblioteca había visto más acción en los últimos quince minutos que en la última década, sentí que le había hecho un servicio al lugar; una vez descubierto el cuerpo, tendrá una historia que contar. Leyendas de fantasmas entre sus muros ahora profanados; será un lugar de fama... o más bien de infamia. Este me había dado tanto a lo largo de los años. Sentí que le había dado algo maravilloso a cambio, algo que agradecería si fuera un ser vivo: una buena historia. Contiene innumerables cuentos de toda naturaleza, pero ahora tiene una propia, que es todo lo que cualquier institución de la literatura puede pedir.

    Con la biblioteca a mi espalda, regresé al pasillo, al principal, no a la entrada trasera por la que me había colado antes, lo cual había sido arriesgado, ya que alguien podría haberme visto, pero por suerte, no había habido un alma. Me sentí confiada y comencé a caminar por el pasillo hacia una escalera. Subí las escalones de dos en dos, me sentía vigorizada, como una nueva, no, mejor, yo que se había deshecho de su caparazón del pasado y había dado a luz un alma completamente nueva. Llegué a la parte superior de las escaleras, abrí la puerta y comencé a caminar por el pasillo principal hacia el área de los dormitorios. Matar a la mujer me había dejado exhausta y solo quería acostarme un rato, aunque tuviese un cierto ánimo en mi paso.

    Al doblar la última esquina, pensé en mi cabeza golpeando la almohada y, con un poco de suerte, soñando con quitar vidas; reviviéndolo, por así decirlo. Cerré los ojos pensando en esa lágrima que colgaba del ojo de la señora Sutherland, la que se negaba a caer, la que aguantaba hasta el último minuto; hasta que le di una patada al olvido. Pero cuando abrí los ojos, me encontré con un rostro inesperado: el Dr. O'Neill. Me detuve en seco, congelada como un ciervo ante los faros. Me miraba con severidad, pero con una pizca de confusión. Creo que tenía sospechas de mi visita a la biblioteca, pero yo sabía que él no tenía idea de lo que yo había hecho; aún así, me sentía nervioso.

    ¡Lizzy! ¿Dónde has estado?" Me preguntó.

    "Uhh..." dije mirando a mi alrededor, esperando una respuesta. "Solo estaba caminando, matando el tiempo." Mi juego de palabras no fue intencionado.

    "¿Estabas en la biblioteca?" Preguntó gravemente.

    "No." Dije rápido sin siquiera pensarlo, quizá respondí demasiado rápido mientras él me miraba acusadoramente.

    "Entonces, si le pregunto a la Sra. Sutherland, ella me dirá que no te vio, ¿verdad?" Preguntó, obviamente sin saber del desafortunado destino de la bibliotecaria.

    "Absolutamente no." Dije.

    "Bien." Dijo mirando detrás de él, "Ahora no importa de todos modos. Tengo algo que decirte." Me dijo. Mi interés despertó de repente.

    "¿Oh? ¿El qué?" Pregunté con curiosidad.

    "Estás escuchando, Lizzy... Se ha adelantado." Dijo haciendo que mi corazón sufriera un ataque espástico.

    "¿Qué quieres decir con adelantado?" Pregunté conteniendo el aliento.

    "Que se ha cambiado a hoy, a ahora mismo. La junta ha tenido un conflicto de horario. Han venido aquí para una revisión y preguntaron si estabas en condiciones de hacerlo hoy. Lizzy," Dijo poniendo una mano en mi hombro. “Esta podría ser una oportunidad maravillosa para ingresar en un centro de rehabilitación. Yo les di mi recomendación y creo que estás preparada, siempre y cuando me sigas viendo regularmente dos veces por semana. Decir que estás preparada incluso después de que hayan adelantado tu evaluación sin avisar es un gran testimonio de tu estabilidad emocional."

    Resultaba irónico que dijera eso, por más tranquila que yo pareciese por fuera, por dentro era un caos. Un huracán atravesaba mi cuerpo, pero permanecí como un pato: tranquila en la superficie, pero bajo el agua, mis pies trabajaban a una milla por minuto para mantenerme a flote.

    "Vale," dije simplemente.

    “¿Vale...? ¡Es genial! Vamos pues, te están esperando. Ven, sígueme.” Dijo guiándome por el hombro.

    Caminamos por el pasillo, pasamos por mi habitación, pasamos por su oficina y bajamos hacia el ala de administración. Aquí era donde iban todos los archivos, donde todos los entrometidos secretarios y asistentes lo clasificaban todo, organizaban los papeles y se aseguraban de que todos los cabos sueltos estuvieran atados. Al final de un pasillo muy largo había un juego de grandes puertas de madera roja, parecían bastante siniestras. El Dr. O'Neill y yo nos detuvimos justo antes ellas. Yo nunca las había visto antes, pero eran realmente hermosas. Se veían originales, con intrincadas tallas grabadas en ellas para un atractivo estético.

    "Llegó la hora, Lizzy... ¿Estás lista?" Dijo El Dr. O'Neill. Podía escuchar la sonrisa y la emoción en su voz, pero yo estaba obsesionada con las puertas. Quizá era por la belleza de las mismas, aunque creo que fue más por lo que había al otro lado.

    “Este es el resto de tu vida. Sé tú misma y no ocultes nada. Ellos saben cuando la gente les dice lo que creen que es lo correcto. La honestidad es la mejor ruta, saben que no todo el mundo es perfecto y, si finges que lo eres, no te creerán. Pero estoy divagando. Están esperando. Buena suerte." Dijo quitando la mano de mi hombro y abriendo la puerta.

    Lo que yace al otro lado de esas puertas es una única cosa: mi destino. Algo sobre lo que no tengo control. Un grupo de personas decide mi destino ahora y no se sabe lo que tienen reservado para mí. Eran los Moirae sosteniendo el hilo de mi vida en sus manos: podían cortarlo y enviarme a una vida de desesperación o podrían ser generosos y darme la segunda oportunidad de una vida próspera. Supongo que ahora solo el tiempo lo dirá.

    Menos mal que no saben lo de la Sra. Sutherland.

FIN

Notas de esta versión

Capítulo 7

    [1] Corazón Delator: referencia al relato homónimo de Edgar Alan Poe. Si no recuerdo mal, en el relato, cuando la policía le visita en su casa para interrogarle, el asesino empieza a oír el latido del corazón de la víctima cuyo cuerpo ha escondido bajo las tablas del suelo de la casa. Creyendo que la policía también puede oír el insoportable latido, el asesino se vuelve paranoico y confiesa su crimen allí mismo, revelando el cadáver a los agentes del orden.

Capítulo 11

    [2] MRC: siglas de Masaje de Reanimación Cardíaca.