Créditos

    Madres y Otros Monstruos

    Obra Original Mothers & Other Monsters (Copyright © 2005 by Maureen F. McHugh)

    Edición: Artifacs, sep-2019.

    artifacs.webcindario.com

    Traducción: Artifacs, mar-2019.

    Traducción de los relatos Presencia y La Hija de Frankenstein: Marcheto (Cuentos para Algernon)

    cuentosparaalgernon.wordpress.com

Licencia Creative Commons

    Mothers and Other Monsters se presentó como Descarga Gratuíta, bajo Licencia Creative Commons BY-NC-SA, el 22 de Abril de 2008 en http://smallbeerpress.com/download/16248/McHugh_Mothers.txt.

    Esta versión electrónica de Madres y Otros Monstruos se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es.

    Si quieres conseguir la versión original del libro impreso, Mothers and Other Monsters está disponible en Small Beer Press; Powells y se distribuye al mercado por Consortium.

Licencia CC-BY-NC-SA

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Sobre Maureen F. McHugh

    Maureen F. McHugh ha pasado la mayor parte de su vida en Ohio, pero ha vivido en la ciudad de Nueva York y, durante un año, en Shijiazhuang, China. Es la autora de cuatro novelas.

    Su primera novela, China Mountain Zhang, ganó el premio Tiptree y su última novela, Nekropolis, fue recomendada en Book Sense 76 y fue Elección de los Editores del New York Times.

    McHugh también ha escrito para los juegos de realidad alternativa I Love Bees y Last Call Poker. McHugh ha impartido clases en la John Carroll University y en los talleres Imagination y Clarion.

    Vive con su marido y dos perros en Austin, Texas. Puedes descubrir más sobre Maureen visitando https://smallbeerpress.com/tag/maureen-f-mchugh

    Madres y Otros Monstruos

    Maureen F. McHugh

Relato 1 - Dinero Ancestal

Ancestor Money, publicado en SciFiction, octubre 2003

    En la otra vida, Rachel vivía sola. Tenía una cabaña de madera y un patio lleno de gansos grises que podía alimentar o no, a ellos les iba bien en ambos casos. La enredadera púrpura entraba por la puerta de la cocina. Siempre era una temprana mañana de verano y así había sido desde su muerte. Al principio, se había preguntado si aquello era algún tipo de otra vida católica. Ella ni sentía la presencia de Dios ni echaba de menos su ausencia. Pero en el éxtasis de esta mañana de verano, era difícil preguntarse o preocuparse, año tras año.

    Los escandalosos gansos le dijeron que alguien estaba viniendo. Los gansos eran mejor que los perros y quizá más perversos. Era Velocidad.

    —¿Rachel? - llamó él desde la valla.

    Ella apenas había conocido a Velocidad en vida. Era el tío de su marido y no una persona que a ella le gustara o aprobara. Pero había llegado a gustarle su compañía cuando ya no tenía que temer el pecado o las malas compañías.

    —Rachel, - dijo él, —has recibido correo de China.

    Ella salió y se quedó en el umbral, cubriéndose los ojos del día.

    —¿Qué? - dijo ella.

    —Que tienes correo de China, - dijo Velocidad.

    Sostenía un sobre. Era grande, hecho de algún papel rojo rígido y estaba sellado con un poco de cera roja más oscura.

    Ella nunca había recibido correo antes.

    —¿Dónde lo has encontrado? - preguntó ella.

    —Estaba en el buzón al final del hueco, - dijo Velocidad. Había dicho —huerto - en vez de —hueco. - Velocidad tenía un espeso mechón de rebelde pelo negro que nunca se peinaba plano sin gomina.

    —Ahí no hay buzón, - dijo ella.

    —Lo hay ahora.

    —Cielos, Velocidad. ¿quién te ha metido en esto, - dijo ella.

    —Es aún peor, nadie. Ábrelo.

    Se acercó y lo cogió. Había letras chinas de arriba a abajo en el lado izquierdo del sobre. El sello era tan grande como la palma de la mano. Era una grulla blanca volando en un fondo gualda. Su nombre estaba en medio allí mismo, en hermosa tinta negra.

    Rachel Ball. n. 1892 m. 1927

    Hueco del Estanque del Cisne, Kentucky. Estados Unidos

    Velocidad estaba un punto de tener una apoplegía, pues Rachel se demoraba en abrirlo, girando el sobre un par de veces. El papel rojo tenía una marca de agua de dragones chinos enroscados, apenas visible. Era un objeto hermoso en su conjunto.

    Lo abrió con reluctancia.

    En el interior rezaba:

    Honorable Ancestra de Amelia Shaugnessy: una ofrenda de dinero funerario y bienes ha sido realizada para usted en el Templo Tin Hau en Yau Ma Tei, en Hong Kong. si quisiera reclamarla, por favor, contacte con nosotros por correo o teléfono. hk8-555-4444.

    Había otras letras chinas, probablemente diciendo lo mismo.

    —¿Qué es eso? - preguntó Velocidad.

    Ella se lo mostró.

    —Ah, - dijo él.

    —¿Sabes tú algo de esto? - preguntó ella.

    —No, - dijo él, —excepto que los chinos practican la veneración por los ancestros. ¿Vas a llamar?

    Ella volvió dentro y él la siguió con sus botas sonando sobre el suelo. Ella estaba descalza y por eso no hacía ruido.

    —¿Quieres un café? - preguntó ella.

    —No, - dijo él. —¿Vas a escribir una respuesta?

    —Voy a llamar, - dijo ella.

    Alexander Graham Bell había creído que el teléfono permitiría eventualmente la comunicación con los espíritus de los muertos, de modo que el enlace entre los muertos y los teléfonos se había establecido. Rachel tenía un teléfono móvil que nunca había usado. Tecleó con él ahora, de pie en medio de su limpia cocina, el dobladillo de su falda, mojado en el patio, colgaba frío alrededor de sus muslos.

    El teléfono sonó cuatro veces y luego una voz dijo, —Wei.

    —¿Hola? - dijo ella.

    —Wei, - dijo la voz de nuevo. —¿Wei?

    —Hola, ¿habla usted inglés? - dijo ella.

    Hubo el vacío sonido del éter en las ondas. Rachel frunció el ceño hacia Velocidad.

    Luego una voz dijo, —¿Hola? ¿Sí?

    Rachel pensó que era la misma voz, con acento pero clara. No sonaba humana, pero tenía una hueca cualidad aflautada.

    —Soy Rachel Ball. He recibido un sobre que decía que debería llamar a este número acerca de, um, - comprobó la carta, —dinero funerario. - Rachel no había sido capaz de leer muy bien en vida pero esa era una de las cosas que se resolvían solas en la ultratumba.

    —Ah. Rachel Ball. Un momento ...

    —Sí, - dijo ella.

    —Sí. Se trata de una sustanciosa cantidad de bienes y dinero. ¿Le gustaría reclamarla?

    —Sí, - dijo ella.

    —Espere, - dijo la voz. Ella no podía decir si era hombre o mujer.

    —¿Qué pasa? - preguntó Velocidad.

    Rachel movió la mano para acallarle.

    —Honorable Ancestra, su reclamación ha sido registrada. Puede venir a cualquier hora dentro de los próximos noventa días para reclamarla, - dijo la extraña voz aflautada.

    —Pero, ¿ir hasta allí? - preguntó ella.

    —Sí, - dijo la voz.

    —¿Pueden ustedes enviarla?

    —Ay, - dijo la voz, —no podemos. - Y se cortó la conexión.

    —¡Espere!, - dijo ella. Pero cuando pulsó rellamada, conectó directamente con el buzón de voz. Estaba en chino.

    Velocidad la estaba observando con atención. Ella miró hacia sus pies descalzos y dobló los dedos.

    —¿Vas a ir? - le preguntó Velocidad.

    —Supongo, - dijo ella. —¿Quieres venir?

    —He viajado demasiado en vida, - dijo él y eso fue todo.

    Rachel nunca había ido más lejos de veinticinco millas del Estanque del Cisne en vida y había recorrido menos en la muerte. Pero Velocidad había sido un trotamundos durante la Depresión, abandonando su esposa e hijos sin una palabra y viajando al sur y al oeste. Rachel no entendía por qué Velocidad estaba en el cielo, o por qué algunas personas estaban aquí y otras no, o dónde estaban las que no estaban. Ella había imaginado que su ausencia de interés formaba parte de estar muerta.

    Rachel había muerto en 1927 en el Estanque del Cisne, Kentucky, seguramente de complicaciones de meningitis. Había esperado que Robert, su marido, se reuniera eventualmente con ella. Pero en vida, Robert se había casado de nuevo de mala manera y tenía otros siete hijos más, dos de los cuales murieron siendo jóvenes. Ella veía a Robert de vez en cuando y no sentía nada por él salvo un afecto distante. Él había reconstruído su vida, e incluso en la muerte, él ya no era Robert.

    Pero ahora algo se movió en ella, un cierto descontento. Amelia Shaugnessy era su nieta. Hija de su tercer hijo y segunda hija, Evelyn. Amelia le había enviando una ofrenda. Rachel se acariciaba los labios con los dedos, mientras pensaba. Se tocó el pelo.

    ¿Era ella con quien había hablado por teléfono? ¿Una especie de espítiru chino? No un angel.

    —Pues ya te contaré cuando vuelva, - le dijo ella a Velocidad.

    No se llevó nada. Ni siquiera cerró la puerta.

    —Rachel, - dijo Velocidad desde la puerta. Ella de detuvo con la mano apoyada en la valla. —¿No vas a ponerte zapatos? - preguntó él .

    —¿Crees que los voy necesitar? - preguntó ella.

    Él se encogió de hombros.

    Los gansos estaban reunidos en un blando cúmulo gris en el jardín al lado de la cabañita de tablas donde habían estado picoteando entre las tomateras. Todas las cabezas estaban giradas hacia ella.

    Ella salió por la puerta de la valla. La carretera estaba llena de polvo pálido como el talco, ya caliente por el sol. Lo sentía tan bien que se alegraba de no haberse puesto zapatos .

    Mientras caminaba, le parecío avanzar en el tiempo. Bajó el camino y salió de la cuenca, pasó una blanca granja con un granero, un silo y radios en la ventana en rosetón de la casa. Algunas personas jugaban una partida de beisbol, los Rojos contra los Padres. Había un coche negro marca Rambler aparcado frente a la casa y la colada colgaba secándose en la brisa, las sábanas blancas sacaban sus barrigas al viento.

    Donde la carretera se encontraba con la autopista había una limpia casa de ladrillo con un camino pavimentado y un paciente pastor alemán tumbado a la sombra de un árbol. Tras él había una antena de televisión como un pararrayos. El pastor alemán observó a Rachel sin ladrar.

    Ella esperó en la autopista y tras unos minutos, vio un autobús Greyhound acercándose por el valle que seguía el Río Laurel. Lo vio girar por las curvas, escuchando el traqueteo del subir y bajar de las marchas. El letrero delantero del bus decía Lexington, donde se suponía que ella iría después.

    El bus suspiró al parar delante de ella y la puerta se abrió.

    Para cuando llegó a Lexington, el bus ya se había modernizado. Tenía un cuarto de baño y las ventanas estaban tintadas de un color grisáceo. La Autopista 25 se había convertido en la Interestatal 75 y por la ventana pasaron granjas con caballos tras vallas de tablas blancas entre campos verdeazulados. Caballos altivos con crines como cabellos de mujer relucían al sol.

    —Aeropuerto, primero, - avisó el conductor. —Después, la terminal de autobuses con conexiones a Cincinnati, Nueva York y Sausalito, California. - A ella le pareció que el hombre sonaba norteño.

    Rachel bajó del bus delante de la terminal. El asfalto era agradablemente cálido. Cuando salió el bus, la brisa que se levantó a su paso le infló la falda y le hizo cosquillas en la nuca. Ella se preguntó si quizá debería haber traído sombrero.

    No tenía miedo... ¿qué podría pasarle aquí? Estaba muerta. El bus la había dejado delante de unas puertas de cristal que se abrieron debido a alguna indicación invisible. Había un mostrador de Hong Kong Air recorriendo un frío y amplio espacio. Tras el mostrador había una china diminuta de atuendo verde y gorrito pillbox bordado en oro. La plaquita del nombre decía: Chica Jade - pero su piel era tan blanca como dientes de porcelana.

    Rachel titubeó por primera vez desde que había salido de casa. Esta nieta suya que le había enviado dinero, ¿qué obligación había puesto sobre Rachel? Tras más de setenta años, mucho más de lo que ella había vivido, Rachel había estado en paz en su casita de madera sobre el arroyo, sobre la cuenca. Echaba de menos el acompañante sonido de los gansos y la espera era dolorosa de un modo que ella había olvidado. Estaba tan sobresaltada por la emoción que se llevó una mano al silencioso corazón.

    —¿Puedo ayudarla? - preguntó la mujer.

    Sin palabras, Rachel le mostró el sobre.

    —¿Sra. Ball? - dijo la mujer tras el mostrador. —Su vuelo no sale hasta dentro de un par de horas. Pero tengo su tarjeta de enbarque.

    Le entregó la tarjeta, un plastiquito rojo chillón con dragones dorados y negros. Rachel lo cogió porque se la estaban ofreciendo. La china tenía manos bonitas, pero Rachel tenía las manos de una jardinera, limpias pero sin manicura y nada suaves.

    La tarjeta de embarque provocó que algo se agitara dentro de ella y sintió miedo. Miedo. No había tenido miedo en más de setenta años. Y estaba descalza y no había traído un sombrero.

    —Si quisiera ir de compras mientras espera, - le dijo la mujer tras el mostrador y gesticuló la mano.

    Había un letrero encima de ellas que decía Terminal A/Puertas 1-24A con una flecha, y Terminal B/Puertas 1-15B.

    —Hay tiendas a lo largo de la plaza central, - dijo la china.

    Rachel miró su pasaje. Entre letras chinas ponía: Puerta 4A. - Alzó la vista hacia el letrero. —Gracias, - dijo ella.

    La sensación de temor se drenó de ella como el agua en la arena y sintió ser ella misma de nuevo. ¿Qué había sido eso?, se preguntó. Siguió las flechas hasta un área bien iluminada llena de tiendas. Había una librería y una floristería, una tienda de postales y juegos de saleros y animales de peluche. También había sandalias, cosas de plástico de brillantes colores. La falda de Rachel era de azul pálido, así que escogió un par azul. No eran sandalias normales. El letrero decía havaianas y tenían una especie de correa entre el dedo gordo y el segundo dedo extraña al tacto. Pero decidió que si le molestaba mucho, siempre podía llevarlas en la mano.

    Escogió una postal con un precioso caballo y encontró una pluma sobre el mostrador. No había dependienta. Escribió, Querido Simon, El viaje en bus fue agradable. -

    Ese es el verdadero nombre de Velocidad. Ella hizo una pausa, no muy segura de qué otra cosa decir. Pensó en contarle las extrañas sensaciones que había tenido en el mostrador pero no sabía cómo explicarlas. Al final escribió: Saldré para Hong Kong en unas horas. Afectuosamente, Rachel.

    La dirigió a Simon Philpot, Cuenca del Estanque del Cisne. En la puerta de la tienda había un buzón en un poste. Metió la postal dentro y levantó la banderita. Imaginó a Simon sacando la postal del buzón nuevo que había al final de la cuenca y una fantasmal nostalgia se agitó en su pecho. Así que se alejó de allí como se había alejado de la puerta de su valla esa mañana, sus nuevas havaianas sonaban un poco cuando andaba. A medio camino de la plaza pensó en algo que quería añadir, se giró y volvió al buzón. Iba a escribir: No estoy segura de esto. - Pero la banderita estaba bajada y cuando abrió el buzón, la postal ya no estaba.

    Había otra gente yendo hacia la Puerta 4A. Una de ellas era una china con cara azul y sobra alrededor de los ojos. Tenía los ojos muy abiertos, lo blanco era todo visible alrededor de una pupilas muy negras. Llevaba zapatos extraños con las puntas hacia arriba, medias rojas, elaborada armadura roja y un extraño sombrero rojo. Estaba leyendo un periódico chino. Parecía un demonio.

    Rachel se sentó a un par de filas de distancia del demonio. Se abanicaba con el bonito sobre rojo, aunque no tenía calor. Había una TV y en ella un calvo le decía a la gente lo que deberían y no debería hacer. El tipo era una especie de doctor, el Dr. Phil. Decía extrañas groserías y la gente estaba sentada con las manos dobladas como los niños pequeños y asentía.

    —¿Recogiendo dinero ancestral? - preguntó un hombre. Llevaba un traje oscuro, camisa blanca y corbata y un sombrero. —Mi hijo se casó con una china y todos los años tengo que hacer este viaje. - Él sonrió.

    —¿Ha hecho esto antes? - preguntó Rachel. —¿Es seguro?

    El hombre se encogió de hombros. —Es diferente, - dijo él. —Consigo un traje nuevo. Son sastres estupendos. Es una ultratumba diferente, supongo. Con todo el budismo y demás.

    Budismo. Desapego. Y por un instante, fue como si todo girara alrededor de ella, un momento de vértigo. Rachel se encontró a sí misma indispuesta para pensar sobre el budismo.

    El hombre aún estaba hablando. —¿Sabe?, Aún puedo sentir la fuerza con la que mi hijo quiere las cosas. El tirón de los vivos y su modo de obligarnos, - dijo él, y soltó una risita.

    Rachel no había sentido mucha obligación ante los vivos desde hacía años. Pues sus hijos, todos salvo dos, estaban muertos. No había casi nadie vivo que todavía la recordara.

    —¿Qué pasa con...?, - ella señaló hacia el demonio.

    —No le mires, - dijo el hombre, en voz baja.

    Rachel bajó la vista hacia su regazo, hacia el sobre y el pasaje de plástico. —No estoy segura de que debiera haber venido, - dijo ella.

    —La mayoría de la gente tampoco, - dijo el hombre. —¿Qué número tiene su asiento?

    Rachel miró su pasaje. Ahora, en adición a: Puerta 4A, - también ponía, Asiento 7A.

    —Pensaba que viajaríamos juntos, - dijo el hombre. —Pero me temo que el mío es el 12D. Asiento de pasillo. Prefiero el pasillo. El 7A es asiento de ventanilla. Podrá ver las estrellas.

    Ella ya podía ver las estrellas en casa.

    —Ahí está el avión, - dijo él.

    Ella pudo oir el gemido del mismo, chirriante, como metal contra metal. Era un 747 de gran pasaje, rojo por arriba y plateado debajo, con un largo drágon dorado que recorría la longitud del avión. A ella no le gustó.

    Permaneció con el hombre del sombrero mientras embarcaban. Un joven en dorado traje ajustado, que le quedaba perfecto, recogió sus billetes. La etiqueta del joven decía Chico Dorado. Su cara era tan pálida como el platino. En la puerta del avión había dos mujeres con aquellos preciosos trajes verdes y sombreritos pillbox de asistentes de vuelo, ambas idénticas a la chica del mostrador. Al estar de pie, Rachel pudo ver que sus faldas caían hasta los tobillos pero estaban abiertas en un lado casi hasta la rodilla. Sus plaquitas decían Chica Jade. - Dentro del avión, el hombre con el sombrero indicó a Rachel dónde estaba su asiento.

    Ella se sentó y miró por la ventanilla. En el tiempo que habían estado esperando el avión, había empezado a oscurecer, aunque ella no podía aún ver las primeras estrellas.

    Aterrizaron en Hong Kong al amanecer, entrando en vuelo bajo por el puerto, que era liso y brillante como el estaño. Se acercaban cada vez más hasta que pareció que estaban rebañándolo y luego, de pronto hubo tierra, ruído y el gimoteo de las ruedas tocando el suelo.

    El corazón de Rachel dio un doloroso vuelco. Ella soltó un —Huy, - bastante involuntario y se llevó las manos al pecho. Bajo su mano derecha sintió el corazón acelerando de nuevo y ella jadeó mientras el aire llenaba sus quietos pulmones hasta que crugieron un poco y ganaron elasticidad. Su corazón latió y la llenó con... al principio ella no sabía con qué y después notó que era excitación. Creciente excitación, placer y temor en una mezcla intoxicante. Los colores eran nítidos y cuando una de las Chica Jade abrió la puerta del avión, el aire tenía un dulzor incierto y, bajo este, un olor a muchedumbre como a calcetines viejos.

    —Bienvenidos al Puerto Fragrante, - corearon las Chicas Jade, con voces tan similares que sonaron como una sola. El hombre con el sombrero pasó a su lado, miró atrás sobre el hombro hacia ella y sonrío. Ella le siguió por el pasillo, notando sólo después de levantarse que el demonio estaba ahora detrás de ella. El demonio olía a carbón mojado y ella podía sentir el calor de su cuerpo como si fuera un horno. Ella no se giró para mirarle. Fuera, había escalones que bajaban hasta el asfalto y el calor le dejaba sin aliento, aunque un refrescante viento soplaba desde el agua. Rachel se quitó sus havaianas para no tropezar y bajó las escaleras hacia China.

    Un Chico Dorado estaba esperándola, tal como una Chica Jade había estado esperando al hombre con el sombrero. —Bienvenidos a San-qing, el Cielo de la Más Alta Pureza, - dijo él.

    —Se suponía que tenía que ir a Hong Kong, - dijo Rachel. Dejó caer sus havaianas al suelo y movió los pies para ponérselas.

    —Este es el Hong Kong de ultratumba, - dijo él. —¿Ha venido a quedarse?

    —No, - dijo ella. —Recibí una carta. - Ella le mostró el sobre chino.

    —Ah, - dijo él. —Templo Tin Hau. Excelente. Y felicidades. ¿Le gustaría un taxi o prefiere viajar en autobus? Las tasas se descontarán del dinero que recoja.

    —¿Qué me recomienda? - preguntó ella.

    —En el bus la gente puede que no hable inglés, - dijo él. —De modo que no sabrá dónde bajar. Y tendrá que hacer trasbordo para llegar a Yau Ma Tei. Yo le recomiendo un taxi.

    —De acuerdo, - dijo ella.

    ¿Gente que no habla inglés? Nunca se le habría ocurrido. Quizá debería haber mirado por que alguien hubiera venido con ella. Esta nieta suya quizá hubiera quemado dinero ancestral para Robert también. ¿Por qué no? Robert era su abuelo y Amelia no conocía a ninguno de los dos, así que... ¿por qué iba sentir ella preferencia por Rachel? Había sido una idiotez no comprobar si Robert habría querido venir. No lo había visto en el avión, pero quizá no quisiera venir solo. Quizá había ido a buscar a Rachel y ella ya había salido.

    No se había sentido tan sola antes hasta que llegó aquí.

    El Chico Dorado la guió por el aeropuerto. Era un espacio cavernoso lleno de gente. Todos parecían estar gritando. Mujeres bajitas patizambas cargaban bolsas de tela llenas de naranjas y los hombres se apoyaban a lo largo del muro fumando cigarillos y sonriendo hacia ella mientras pasaba con el Chico Dorado. Había monos por todas partes, vestidos con atuendos chinos y sombreritos, hablando el mismo idioma que la gente. Monos detrás del mostrador y monos que empujaban carritos y monos que oteaban periódicos chinos ajenos. Algunos monos eran cositas negras de arrugadas caritas blancas y manos y pies tan relucientes como cuero negro. Otros eran más grandes y andaban erguidos como las personas. Tenían dientes manchados de amarillo y uñas del mismo color que las manos. Estaban ocupados. Uno de los chiquitillos gritó algo en chino con una voz curiosamente humana cuando pasaron y después gritó como un animal, mostrando los dientes a otro mono. Ella se sobresaltó.

    El Chico Dorado sonrío, imperturbado.

    En la entrada del aeropuerto llamó a un taxi. el coche que paró era amarillo con un techo blanco y ponía Toyota y Comodidad Corona en la parte de atrás. Había parado pasándoles un poco y el Chico Dorado tomó a Rachel del codo y se acercaron. Rachel esperaba que el conductor fuese un mono pero era humano. El Chico Dorado se inclinó hacia el asiento delantero y gritó al conductor en chino. El conductor gritó en respuesta.

    Rachel estaba exhausta. Nunca debería haber venido aquí. ¡Su pobre corazón! Se iría a casa ahora mismo.

    El Chico Dorado abrió la puerta de atrás, hizo una reverencia y se marchó andando.

    —¡Espere! - llamó ella.

    Pero él ya estaba dentro el aeropuerto.

    El conductor le dijo algo brusco y ella saltó dentro del taxi. Tenía asientos rojos y olía mucho a humo de tabaco. El conductor giró el coche para entrar en el tráfico tan bruscamente que la puerta de Rachel se cerró sola de golpe. Un gran brazalete de plástico dorado con largos pendientes rojos se balanceó bajo el espejo retrovisor. Él lo señaló y dijo, —Hong Kong pó-li-za de se-gu-ros , - y le sonrío amistosamente complacido por su chiste, si se le podía llamar chiste.

    —He cambiado de idea, - dijo ella. —Quiero volver a casa.

    Pero aparentemente, Hong Kong póliza de seguros - era en gran parte, si no todo, el inglés que sabía. Él le sonrío por el espejo. Sus dientes eran marrones y faltaban algunos.

    Esto no era la idea que Rachel tenía de la muerte.

    La calle estaba llena de coches, bicicletas, tractores de dos tiempos con un cilindro y palanquines. Su taxista circulaba entre y alrededor de ellos. Pararon en una intersección a esperar el cambio de luz verde. Dos hombres estaban bajando uno de los palanquines. Dentro había una mujer sentada en una silla. La mujer posó una mano sobre el hombro de uno de los hombres y se levantó con cuidado. Su atuendo era un remolino de azules verdosos, platas y dorados. Estaba mirando a otra parte y no se le veía la cara pero llevaba un sombrero como la cabeza de un zorro. Había algo raro en sus pies... no parecían mayores que la palma de una mano humana. Rachel pensó, Está andando sobre los dedos de los pies. - La mujer miró hacia el taxi y Rachel vio que no era un sombrero, que la mujer tenía unos maravillosos ojos dorados de zorro y que la punta de su lengua sobresalía de su morro canino. La luz cambió y el taxi aceleró subiendo una colina, empujando contra el asiento a Rachel, ya mareada.

    Calles estrechas adornadas por encima con pancartas. Los olores de pescado seco, y algo peor, hicieron a Rachel sentirse cada vez más enferma. La náusea trajo memorias viscerales de tres años del padecimiento previo a su muerte: confusión, miedo y pis en la cama. Ella no las había olvidado, pero no las había sentido antes. Ahora sentía las memorias.

    La callejuelas eran tan estrechas que el espejo lateral del conductor rozó el hombro de un peatón cuando pasaron. El espejo se dobló un poco y se recolocó de golpe. Un furioso sobresaltado gritó tras ellos. Rachel quedó experando que la cara del taxista cambiase, quizá en un cerdo o algo peor, quizá era el demonio del avión.

    El taxi llegó a una parada. —Listo, - dijo el conductor y sonrió al espejo. Su cara era la misma cara humana que cuando habían empezado. Las letras en el taxímetro decían $72.40, parpadearon tres veces y mostraron $00.00. Como Rachel no se movía, el conductor repitió, —Listo, - y algo más en chino.

    Ella no sabía cómo abrir la puerta del coche.

    Él salió, se acercó y abrió la puerta. Ella también salió.

    —¡Listo! - dijo él animadamente, saltó de vuelta a su asiento y despegó dejando solo el olor del tubo de escape.

    Ella estaba de pie en una callecita apenas tan ancha como el taxi. A ambos lados del callejón había largas paredes rojas, punctuadas por anchas puertas, todas cerradas. Un hombre pasó a su lado hacíendo malabares con un largo palo sobre los hombros con cestas a ambos extremos. El palo estaba arqueado por el peso y se flexionaba a cada paso. Justo delante de ella había una puerta roja con remaches. Si inclinaba la cabeza por encima de la pared podía ver un edificio con tejados curvados que emergía del terreno como una exótica tarta nupcial.

    La puerta se abrió con facilidad cuando ella la empujó.

    Dentro estaba el templo y, delante de él, un patio pavimentado de piedra de pizarra. Un inmenso caldero de bronce lleno de arena tenía barritas de incienso quemándose en él y olía a sándalo. Tras la relativa quietud del callejón, del templo se oía ruido de gente. Una banda china tocaba una cacofonía de tambores y gongs: chong, chong, changchong, mientras una mujer asentía y sonreía. La banda estaba claramente tocando para ella. A Rachel no le parecía que la música sonara muy musical.

    Había pilares rojos sosteniendo el tejado del templo y todo el frontal del edificio estaba abierto, de modo que el patio formaba parte del templo. Dentro estaba oscuro y olía a sándalo incluso más fuerte. Una inmensa sortija de incienso pendía de un cono desde el techo. El interior del templo estaba lleno de pájaros, no los animales domésticos, plácidos y reconfortantes como sus gansos. Aquellos tenían largas colas en abanico, alas puntiagudas afiladas. Revoloteaban desde el suelo hasta los tejados y observaban con brillantes ojos negros reptilianos. La gente los ignoraba.

    Un hombre en un ceñido traje blanco se acercó a ella hablando al aire en chino. Llevaba gafas de sol. A ella le tomó un momento darse cuenta de que el hombre no estaba hablando con algún espíritu invisible, sino que llevaba un auricular para teléfono móvil, la mayoría del mismo era invisible entre su pelo negro lacio. Se apartó un poco el micro de la cara y se dirijió a ella en chino.

    —¿Habla usted inglés? - preguntó ella. No había llegado a acostumbrarse a este martilleo cardíaco que sentía.

    —Inglés no, - dijo él y añadió algo más en chino.

    El sobre y la carta tenían caracteres chinos en ellos. Ella se lo entregó. Tras esto, se le ocurrió que no sabía si él tenía algo que ver con el templo o si era, quizá, algún tipo de hombre de confidencia.

    Él se bajó las gafas de sol por la nariz y miró por encima de ellas para leer la carta. Movía los labios ligeramente mientras leía. Se subió el micro y dijo algo, luego sacó un delgado teléfono móvil no mayor que una tarjeta y tecleó algunos números con el pulgar.

    —¡Wei! - le gritó al teléfono.

    Le devolvió la carta y le indicó que le siguiera. Cruzó el templo a paso rápido y andando entre la gente sin parecer tener que esquivarlos. Rachel tenía que trotar para seguirle, casi torpemente con sus inoportunas havaianas.

    En una alcoba lateral la pared estaba pintada con un mural de una calle de Hong Kong con coches y autobuses y taxis en rojo y blanco, semáforos y pasos de peatones. Pero sin Chicas Jade ni mujeres con cabeza de zorro ni palanquines ni tractores. Todo parecía muy contemporáneo. La luz se reflejaba desde las ventanas de cristal plateado, las maletas y los abrigos de piel. Tan contemporáneo como el hombre del traje blanco. El hombre levantó una mano para que ella esperase aquí. Él desapareció de vuelta a la multitud.

    Ella pensó en salir, coger un taxi y volver al aeropuerto. ¿Necesitaría dinero? No había necesitado dinero para llegar aquí, aunque le habían dicho que la cantidad del taxi se había sustraído de su dinero. ¿Tendría bastante para volver? ¿Y si se tenía que quedar aquí? ¿Qué haría entonces?

    Una anciana con una túnica gris y pantalones negros le dijo, —¿Rachel Ball?

    —¿Sí?

    —Soy Lily. Hablo inglés. Puedo ayudarla, - dijo la mujer. —¿Puedo ver su notificación?

    Rachel no sabía lo que era una notificación. —Todo lo que tengo es esta carta, - dijo ella. La carta tenía marcas del manoseo, como si sus manos hubieran estado húmedas. ¿Qué clase de lugar era este donde los muertos transpiraban?

    —Ah, - dijo Lily. —Ya está. Muy bien. ¿Le gustaría su dinero en metálico o en una tarjeta de débito?

    —¿Hay bastante para llevarme a casa? - preguntó Rachel.

    —Oh, sí, - dijo Lily. —Mucho más que eso.

    —Metálico, - dijo Rachel. No le gustaban las tarjetas.

    —Muy bien, - dijo Lily. —¿Y le gustaría hacer gestiones para vender sus bienes o los mandará por transporte?

    —¿Qué se hace con el dinero? - preguntó Rachel.

    —Se usa para comprar cosas, comida y bienes, como hacía en vida. Usted es cristiana, ¿no es cierto?

    —Baptista, - dijo Rachel. —¿Pero todo este dinero es para los chinos después de morir? ¿Lo mismo que estando vivo? ¿Qué le pasa a la gente que no tiene dinero?

    —La gente que no tiene dinero, no tiene nada, - dijo Lily. —Así que tienen que trabajar. Pero este es el primero de los siete el cielos. La gente que es buena aquí progresa hacia los cielos superiores. Y si continúan, eventualmente alcanzarán un estado que se podría llamar transcendencia, lo que llamamos los tres reinos y cuando van más allá de esto, ilusión de materia.

    —¿Se puede morir aquí?

    Lily inclinó la cabeza. —Morir no, pero si no progresan, puede entrar en los siete infiernos.

    —Pero tengo bastante dinero para volver a casa, - dijo Rachel. —Y si le dejo el resto, el dinero y los bienes, ¿podría dárselo a alguien aquí que lo necesite?

    —En casa no progresará, - dijo Lily amablemente.

    Eso hizo pensar a Rachel. Si volvía a su casita y a sus gansos, todo sería tan intemporal como lo había sido antes. Aquí progresaría.

    ¿Progresar para qué? Estaba muerta. La muerte es la eternidad.

    Llevaba muerta más de setenta años y estaría muerta para siempre jamás. Muerta más tiempo que aquellos enterrados en las tumbas de Egipto, donde los muertos habían sido preparados para una ultratumba tan elaborada como esta. En su mente, el para siempre se extendía hacia atrás y hacia adelante a través de la época de los dinosaurios, su tiempo de setenta años se hacía cada vez más pequeño en proporción. A través de cuatro mil millones de años de la tierra.

    Y aún más atrás y adelante, a través del tiempo que requería girar el molinete de la galaxía, el inmenso lapso de un día galáctico y un año galáctico, en el que todo lo reconocible se hacía enano.

    Y seguiría muerta.

    El progreso no significaba nada.

    No suponía ninguna diferencia lo que escogiera.

    Y ella volvió hacia su puerta en Estanque del Cisne, de pie en el polvo de talco y no suponía diferencia si aquello era 1927 o el 2003 o el 10,358. Hong Kong quedaba atrás en el tiempo de un parpadeo. No estaba sorprendida. Frente a ella estaba la cabaña de madera, ya no era blanca y pulcra sino satinada de gris por la edad. Las ventanas no tenían cristales ni cortinas y bajo un cielo vespertino, un viento golpeaba una contraventana rítmicamente contra la casa abandonada. Los tomates se habían tornado en maleza y no había gansos para recibirla.

    Y aquello daba igual.

    Una gran calma se instaló en ella y su indomable corazón se aquietó en su pecho.

    Todo estaba en calma.

    FIN

Relato 2- En el Aire

In the Air, publicado en Killing Me Softly. HarperPrism.

    Me apunto a un club canino. Me llevo a Smith conmigo, mi golden retriever de siete meses, porque, por supuesto, si vas a apuntarte a un club canino es porque quieres entrenar al perro. Smith ya sabe plantar el culo en suelo cuando oye el traqueteo de la caja de galletas. Incluso se sienta a veces cuando se lo digo, sin evidencia alguna de galleta para perros. Pero Smith no sabe andar a tu lado ni quedarse quieto.

    Esto no me parece un problema grave. Smith sabe hacer sus cosas fuera, que es lo que de verdad importa. Y si salta sobre la gente cuando vienen a la puerta, bueno, la única persona que ha venido recientemente fue el mensajero de UPS para traerme la cinta de video sobre Decorando con Sábanas - y si me he vuelto la clase de persona que vive en los suburbios y tiene un golden retriever y pide cintas de vídeo llamadas Decorando con Sábanas, entonces la vida ya es demasiado surrealista para preocuparse sobre si Smith puede o no andar a tu lado o quedarse quieto.

    —Estoy pensando en pintura con esponja, - digo al aire, a Michael, que prácticamente es aire de todos modos. Michael asiente. Aún cuando no le estoy mirando, sé que asiente, somos mellizos y sé esas cosas sobre Michael. —Imagínalo, pintura con esponja. Papel de pared. -

    Mi ventana trasera tiene vistas a los árboles y a veces se ven vacas. Estoy mirando por ella en vez de a Michael. —Lo siguiente será pintura de telas y decoupage.

    —No hay una regla que diga que sólo porque vivas en los suburbios tengas que ser sosa, - dice Michael, oh sí, en voz baja, lo bastante baja para que su voz pudiera no estar aquí siquiera.

    Michael viste una camisa a cuadros, una camiseta blanca y botas. Noto que la camisa parece de las de Joe. La cual lleva puesta probablemente a propósito aunque, con Michael, no sé si propósito es exactamente una descripción adecuada. (¿Tiene la hierba un propósito cuando crece? ¿Tienen los gatos un propósito cuando cazan?)

    Joe aún está en Brooklyn y yo estoy aquí en Ohio y no he visto a Joe desde que se mudó con Keith hace cinco años y ya no soy de las que sólo salen con sus amigos gays, soy una matrona suburbana. Ni siquiera echo de menos a Joe o toda esa tensión sexual... la suya por los tíos, la mía por él.

    Pienso en aquellos intentos abortivos de tener sexo con Joe y me avergüenzo tanto por Joe como por mí misma.

    —Soy de la edad media, - digo.

    Michael no dice nada. No dice que treinta y seis años difícilmente es ser de la edad media. No dice que sólo porque he engordado más de cuatro kilos y ahora peso 63 implique que me haya vuelto de repente fofa y descuidada con mi apariencia e invisible.

    No sé por qué pesar 63 kilos significa que soy de la edad media, pero lo hace. Es un número mágico. Un número de matrona. Es más importante que desear que la gente joven se retire el pelo de los ojos y más importante que pensar que Green Day suena banal o que la MTV es demasiado sexista. Si pudiera perder 5 kilos, entonces quizá pudiera salir de la edad media durante un tiempo. Pero la idea de hacer dieta, de pensar en comida a todas horas, parece demasiado para considerarla.

    —Tienes que salir de este lugar, - dice Michael. —Tienes que conocer gente.

    Por eso me apunto a un club canino, para evitar la edad media un tiempo.

    El club canino fue antes un arsenal. Hay clases de obediencia y luego tienen una reunión. Hay once personas en la clase de obediencia: ocho mujeres y tres hombres. Hay dos golden retrievers, un labrador retriever, un cocker spaniel, un dóberman, un bóxer, dos caniches y tres perros que pueden ser chuchos, hasta donde yo sé. El cocker spaniel y uno de los chuchos son completa y totalmente vistosos, lo que me hace sentir mejor respecto a Smith. Smith es un cabeza de chorlito que lucha con el extremo de su correa hasta que se estrangula en su propio éxtasis de conocer otras personas y otros perros, pero el cocker spaniel muerde a quien quiera que se acerque y el chucho pasa tanto de su dueño que bien podría estar sordo.

    Me alejo tanto del cocker spaniel como del chucho cuando se ponen en fila y el labrador retriever termina detrás de nosotros. Una dama muy alta, en vaqueros lavados a la piedra, está delante de nosotros. La dama tiene un diminuto caniche rosa... es blanco blanco, pero tan blanco que su piel asoma a través del pelo y le hace parecer rosa. Tiene un collar rosa.

    —Probablemente se llama Ángel o Cariñín, - dice por lo bajini el hombre con el labrador.

    El caniche rosa apenas llega hasta la mitad de la pantorrilla de la mujer. No tiene ni idea de lo que se supone que tiene que hacer y la mujer gigante está bastante incómoda.

    —Tira de la correa, - dice el profesor.

    La mujer gigante da un tentativo tirón que el caniche rosa no nota realmente. El caniche rosa baila alrededor sobre sus piececillos, mirando hacia arriba. Los caniches tienen caras de vieja, como los pigmeos.

    —No, - dice el profesor a la mujer gigante, —tienes que ser firme. Tiene que saber lo que quieres.

    —¡Sentado, Armand! - dice la mujer gigante, y tira, y el pequeño caniche salta con sus pies y vuela hasta los muslos de la mujer. La mujer gigante se agacha afligida y tranquiliza a Armand, que no parece particularmente preocupado. La lengua de Armand también es rosa.

    Smith pesa al menos treinta kilos y no es probable que vuele hacia el extremo de su correa como en el juego de tetherball.

    El profesor por fin consigue que el caniche rosa se siente.

    Somos los próximos. Meto la mano en el bolsillo y digo, —Sentado. - Smith, que sabe lo que significa la mano en el bolsillo, posa el culo obediente en la moqueta sobre el suelo de hormigón del arsenal.

    —¿Le puedo dar una galleta? - pregunto.

    —No, - dice el profesor, —aprenderá a obedecerte por amor.

    —¡Buena chica! - digo llena de entusiasmo y Smith me sonríe con los ojos fijos en mi bolsillo.

    Smith me ama, pero le gustaría de veras una galleta y le he prometido una implícitamente, así que es traición no dársela, pero al menos Smith se ha sentado a su orden. El profesor queda complacido y continúa.

    Podría darle a Smith la galletita a escondidas, pero no hay sutileza alguna en el modo en que Smith come galletas para perros. Oh, bueno, a veces los perros tienen que experimentar el fracaso de sus expectativas. Me arrodillo, le acaricio a Smith las orejas y le susurro que la vida no es justa, pero a Smith no le importa la filosofía y quiere meterse en mi bolsillo.

    Detrás, el profesor está trabajando con el hombre y el labrador negro.

    —Cruise, - dice el hombre, —¡Sentado! - El labrador negro salta emocionado hacia el profesor. Cruise es tan negro que reluce como una foca mojada bajo luz fluorescente.

    —¡Cruise! - dice el hombre, exasperado. La lengua de Cruise parece ser de un metro de largo y quiere desesperadamente lamer al profesor.

    —Está bien, - dice el profesor. Acaricia a Cruise durante un minuto y luego da un paso atrás.

    —¡Sentado! - dice el hombre. Cruise vacila, mirando hacia arriba, quizá con su inteligencia aumentando en ese cerebro del tamaño de una nuez, como diría Michael. —¡Sentado! - Cruise deja caer su culo en el suelo.

    —¡Buen chico! - dice el hombre aliviado.

    Y Cruise se lanza a por el profesor moviendo la cola, emocionado hasta la muerte, con la lengua chorreando y las pezuñas del tamaño de platos soperos.

    —¡Cruise! - dice el hombre, abrazándose a sí mismo y haciendo una mueca. El impacto del labrador tirando de la correa es casi suficiente para levantar al dueño del suelo. El profesor prosigue con el siguiente estudiante y el hombre tira de la correa. A Cruise le da igual. Sé todo sobre que te levanten del suelo... Smith podría felizmente estrangularse a sí misma con su cadena de presa, aparentemente despreocupada de que el oxígeno no esté entrando. Michael siempre dice que es porque su cerebro es tan pequeño que no requiere mucho oxígeno.

    El tipo está obviamente avergonzado. Cruise no había estado tan mal.

    —Es un compañero alegre, ¿verdad? - digo. Cruise me sonríe con su larga lengua y trata de brincar encima de mi.

    —Al menos sus pezuñas no son rosas, - dice el hombre, siendo trasportado por el perro.

    El nombre del hombre es Larry y Cruise tiene el nombre que le ha puesto su hija de trece años, que está enamorada de Tom Cruise y la película de vampiros, Entrevista con un Vampiro. Larry no lleva un anillo de boda. —La veo todos los fines de semana, - dice. —Ella vive con su madre. - Sonríe de un modo autodesaprobador. —Su madre le permite ver películas de clasificación R. Vivo con Cruise aquí.

    —Cruise es un buen nombre para él, - digo sin pensar en la película del vampiro, que no he visto, sino en las películas de cazas a propulsión y carreras de coches. Tom Cruise tiene un tipo de aspecto juvenil que encaja con un labrador negro.

    Larry esta bien. Es un aliado en esta clase. Uno, porque es malicioso en el buen sentido, sobre cosas como los caniches con pezuñas rosas. Dos, porque Smith se comporta mejor que Cruise. No estoy segura de que pudiera haberme gustado Larry si hubiera tenido un perro perfecto, que es penoso, pero ahí está.

    —Quizá podamos vernos este fin de semana para practicar, - dice Larry.

    —Vale, - le digo.

    —Yo vivo en un apartamento, - dice Larry. —¿Tienes un lugar donde podamos practicar?

    —Podríamos practicar frente a mi casa, - digo antes de pensarlo siquiera. —Dar ejemplo a los vecinos.

    Y entretener a Michael también.

    Michael está allí cuando llego a casa.

    —¿Nos estabas esperando? - Es difícil saber si Michael espera a la gente o no.

    —¿Cómo ha ido el primer día de guardería? - pregunta él.

    No va vestido como Joe. Esta vez viste como Tony, pantalones caqui, mocasines y chula camisa negra artística. Como el Tony casado.

    —¿Por qué sigues la historia de mis desastres románticos? - pregunto.

    Michael no responde.

    Smith corre hacia él, moviendo el rabo en éxtasis. Smith parece que acaba de encontrarse con alguien que ella adora y que no ha visto durante meses. A veces, puedo hacer que se vuelva loca saliendo fuera, haciendo sonar el timbre de la puerta, y volviendo a entrar. Pero Smith adora a Michael, aunque no puede tocarle. Ella baila alrededor de él, brincando y saltando.

    —Deberías vestirte como Sharon, - digo. Sharon era la esposa de Tony y atormentaba nuestra relación mucho más que Michael. No sé cómo se vestía Sharon. Nunca llegué a conocerla. Sólo la conocía por lo que Tony decía y Tony decía que ella estaba haciéndose la manicura.

    —La clase fue bien, - digo. Miro en la nevera por una lata de soda light. —He conocido a alguien. Un tipo llamado Larry, con un labrador negro llamado Cruise. Vamos a practicar juntos este fin de semana.

    Miro por encima de la puerta de la nevera para ver la reacción de Michael, pero Michael se ha ido.

    Smith brinca sobre el sofá y olisquea. ¿Ha dejado Michael un olor, un remanente ectoplásmico?

    Sospecho que Michael está cabreado con Larry.

    —Está divorciado, - le digo al aire vacío y en calma. —Tiene una hija de trece. No me interesa nadie con un hijo.

    El aire se agita, lo que a veces significa que es Michael y a veces sólo significa que es una corriente.

    —No estoy loca, - digo, queriendo decir que no me interesaría en alguien con una chica de trece.

    No hay reacción.

    A veces, por la noche, cuando pongo al perro en su cajón y subo las escaleras, Smith ladra. Smith no quiere dormir conmigo, siempre ha dormido en el cajón, y si la subo para dormir en la cama conmigo, se sienta en la puerta y gimotea. Pero es como un niño pequeño y a veces no está preparada para ir la cama a la hora de dormir.

    Smith ladra, y luego hay el sonido de algo chocando contra metal. El sonido es Smith moviendo el rabo y golpeando el cajón. Un silenciado ching, ching, ching. Un meneo de saludo. Un meneo feliz. Michael está con el perro. Nunca oigo algo más, ni el cajón abriéndose ni a Michael diciendo nada. ¿Está él dentro del cajón con Smith?

    Smith no es la única a la que Michael visita por la noche. No todas las noches, ni siquiera la mayoría de las noches, pero lo suficiente. Yo nunca veo nada. Él simplemente se sienta sobre la cama o siento sus rodillas detrás de las mías, mi espalda hacia su pecho, calentándome. Me duermo con su brazo alrededor mío. Solía robarme la manta cuando era pequeña. Él era todo codos cuando éramos críos. Se fue durante años y años, desde los doce, a la facultad. Pero volvió después, se metía conmigo en la cama mientras Laurie, mi compañera de habitación del colegio mayor, dormía ignorante en la otra cama. Él siempre tiene mi edad. Un fantasma que crece como yo. Un fantasma que nunca estuvo legalmente vivo.

    Mi mellizo muerto al nacer.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Larry conduce un viejo Accord y Cruise se sienta de copiloto a su lado sacando la lengua rosa. Cruise se lanza por el cambio de marchas hacia el regazo de Larry y Larry no puede abrir la puerta durante un rato mientras pelea con el perro, aunque finalmente, ambos salen frente a la casa.

    Smith está, alternativamente brincando y tirando de la correa. Cruise le lanza contra la suya.

    —¡Hola! - saluda Larry y deja que Cruise le arrastre andando hasta la casa, y los dos perros se encuentran nariz con nariz, luego cabeza con cola y luego empiezan a jugar como locos por ahí, enrollando sus correas.

    Yo estoy sonriente, aunque los dos perros están siendo realmente molestos y Larry está llamando a Cruise un —tonto del culo. - Tonto del culo - lo dice con tal desgastada práctica y profundo afecto que sé que Cruise cree que es su verdadero nombre.

    —Entra, - le digo.

    —¿Estás segura de que quieres que lo haga? - pregunta Larry.

    No hay nada que dos perros vayan a hacerle a mi casa que un perro no haya hecho ya. De modo que entra en mi casa vacía. No hay mobiliario en el salón ni el comedor, sólo el cajón de Smith. Hay un sofá y dos sillas en la habitación de familia, pero no tengo ninguna mesa acabada, sólo un cajón de lechugas, uno real, cogido de la parte trasera de una tienda de alimentación. Los cajones reales no tienen el panache de los que la gente compra como mobiliario. No hay cuadros en las paredes.

    —Cuando aparqué, pensé que este barrio no se parecía nada al que me esperaba, - dice Larry.

    —No llevo viviendo aquí mucho tiempo, - digo, prácticamente como disculpa. —Acabo de comprar esta casa. - Me siento obligada a explicar que mi madre murió y dejó la casa que vendí para poder comprar esta, pero no quiero decirle eso porque él se sentirá obligado a ofrecerme simpatía, y la muerte de mi madre fue horrorosa y no quiero simpatía ahora mismo, quiero entrenar perros.

    Entrenamos frente a la casa, desfilando arriba y abajo y diciendo —¡SENTADO! - muchas veces. Larry está nervioso, tira bruscamente de Cruise para llamar su atención. Tampoco es que esto parezca molestar a Cruise, que se sienta sobre una cadera, lengua colgando, mirando por ahí. Smith está de un humor disperso, más interesado en mordisquear la correa que en escuchar.

    —Puedes poner manzana amarga en esa correa para que deje de morderla, - dice Larry.

    —No sé, mmh, ¿importa realmente si la muerde?

    ¿Es malo? ¿No se supone que los perros muerden las correas? Smith siempre muerde su correa.

    —Supongo que no, - dice Larry. Esto parece hacerle oscuramente feliz. —Leí que a algunos perros en realidad les gusta la manzana amarga de todas formas.

    —Yo la rocío con espray en el cubo de la basura, - le digo.

    —Eso es una buena idea, - dice Larry.

    Michael se acerca rodeando la casa, y Smith y Cruise ambos brincan y saltan hacia él.

    Resulta difícil no mirar hacia Michael. Pero dado que nadie más puede verle, trato de no hacerlo cuando alguien más está cerca.

    —Mierda, - está diciendo Larry. —¡Cruise! ¡Serás tonto del culo! ¡Cruise!

    Márchate, pienso. Michael, nada de juegos, vete.

    Smith se agacha con las orejas hacia atrás, meneando el rabo, disparada hacia el extremo de la correa. Está encantada con Michael. Michael se detiene a observar a los críos calle abajo. Cruise ladra, pero Michael no parece notarlo. Trato de vigilarlo por el rabillo del ojo.

    —¿Qué pasa? - Larry pregunta. —¿Qué están persiguiendo?

    —No sé, - le miento.

    Larry deja que Cruise le arrastre hacia Michael, pero Michael no se queda quieto, por supuesto. Cruise salta por ahí, ladrando y ladrando. Smith quiere investigar el lateral de la casa, pero como no ve a Michael allí, decide ir hacia Larry. Me doy cuenta demasiado tarde. Smith cruza las correas y Cruise vuelve para ver lo que está pasando y cada vez que intento rodear a Larry para desenredar a Smith, Smith y Cruise me siguen.

    Eso debería ser divertido, pero no lo es porque estoy enfadada con Michael. —¡Smith! - no dejo de gritar. —¡Smith, maldito perro!

    —¡Quieto!, - está diciendo Larry. —¡Espera!, deja que... no, ve por ese lado...

    Él está demasiado ocupado tratando de que yo lo haga a su modo para ver lo que pretendo y me sorprendo a mí misma pensando en lo típico que él es, mientras que, al mismo tiempo, trato de no enfadarme. Ambos somos enormemente educados cuando por fin se desenredan los perros y Cruise se sienta sobre una cadera con la lengua colgando, observando a los chavales calle abajo, y Smith tumba la panza en la acera tratando de refrigerarse.

    Les doy a los perros un poco de agua, le traigo a Larry un vaso de té helado y nos sentamos en el porche a contemplar el día.

    —La madre de Caitlin me ha dicho que probablemente van a trasladar a su marido a San Diego, - dice Larry.

    Me lleva un momento recordar que Caitlin es la hija de Larry. —Oh no, - digo, —no pueden hacer eso, ¿o si?

    —Tendremos que renegociar el calendario de visitas. Quizá ella se quede conmigo en el verano o algo. - Larry está mirando hacia Cruise.

    No sé qué decir.

    —Creo que han tenido bastante descanso, - dice Larry. —Venga, perezoso, vamos a ponerte en forma.

    Cruise se levanta y volvemos a la acera frente a la casa. Smith no siente mucho interés en aprender a andar a tu lado.

    Michael regresa rodeando la casa.

    Los perros saltan.

    —Maldición, - dice Larry. —¡Cruise!, tira de la correa del perro hasta la posición de sentado y le pega con el dorso de la mano en el lomo

    Sobresaltado, Cruise se aparta.

    Por primera vez esa tarde, Michael juega con Cruise, pezuñas en el aire, sumiso, y luego mira hacia mi.

    Él no es cruel, quiero decirle. ¡Tú eres cruel, tú estás causando esto!

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Me niego a reconocer la presencia de Michael. Por la mañana, Smith está haciendo ruído en su cajón. La oigo antes de bajar las escaleras. Smith lleva su pelota en la boca y su deleite es creciente. Bailando con las patas. Raug-raug-rou-ra. Déjame salir. Déjame salir y jugar. Michael debe de estar aquí porque Smith insiste en creer que Michael puede dejarla salir. Quizá él lo haga por la noche, ¿cómo voy a saberlo? Desde la parte baja de las escaleras sólo puedo ver a Smith y el cajón. Smith alza la vista, me ve y cambia felizmente su atención. Raug-raug-rou-ra. Aquí no hay nadie más.

    Después de beberme el café y subir las escaleras, reaparece reflejado en el espejo del cuarto de baño mientras me cepillo los dientes. Pero cepillo estoicamente sin mirar en su dirección siquiera. Él se apoya en el marco de la puerta, silencioso y a modo de disculpa. Mete las manos en los bolsillos de sus vaqueros. Al menos no viste como un antiguo novio. ¿Está perdiendo pelo, son eso entradas en la frente? Pero evito la tentación de mirar. Quizá ha estado perdiendo pelo todo este tiempo y no me había dado cuenta hasta ahora, como cuando no notas el cambio gradual de algo familiar. Como cuando no notas que las cosas van acumulando polvo hasta que las ves, cubiertas de polvo.

    Froto el cepillo inclinada en el lavabo, todo eficiencia y trabajo. Cuando me giro, él ya no está. Me desvisto y me doy una ducha. Me suelo duchar con Michael por ahí cerca. No creo que él mire.

    Cuando salgo de la ducha el espejo está todo empañado y en el vaho está escrito: —Sin ti no existo.

    Enciendo el ventilador, abro la ventana y las palabras se secan sin dejar rastro. Si las hubiera escrito yo, tras secarse se podría ver el rastro de mis dedos pero, cuando lo hace Michael, sólo desaparecen.

    Apago el ventilador antes ir a trabajar.

    Larry me llama al trabajo. Me ha llamado dos veces antes, una vez para conseguir la dirección de mi casa y otra sólo para charlar. Está interesado en mí, lo cual por una parte me gusta y por otra no. En realidad no me siento atraída por él, así que, probablemente terminaría siendo más problema de lo que vale la pena. Se representa mal a sí mismo. Me dijo que no estaba interesado en salir conmigo, que sólo quería pasar un tiempo para ponerse de pie y concentrarse en su trabajo. —no quiero ser un rebote, - dijo él. Tuve la imagen de Larry saltando detrás de una bola de baloncesto, cosa que, dada la altura de Larry, no es tan extraña.

    Larry quiere saber si podríamos cenar juntos.

    —Te invitaría a comer, - me dice, —pero estoy en el centro y no quiero pedirte una cita, - y luego hace una pausa. —Es decir, tampoco es que piense que no seas atractiva ni nada de eso, pero de veras tengo la sensación de que podríamos ser amigos, ¿sabes? Y no tengo muchos amigos. Bueno, tampoco es que no tenga amigos, No estoy diciendo eso. De verdad tengo amigos. No sé por qué he dicho eso. Pero no quiero arruinar nuestra amistad, ¿sabes?

    —¿Por qué no vamos al Dutch?, - le digo. —Me gusta la idea de la amistad y yo tampoco busco una relación.

    Él suspira al otro lado del teléfono, aliviado. Está teniendo problemas con su hija, Caitlin, la de trece años. —No sé nada sobre chicas de trece años, - me dice.

    —Es una edad bastante horrible, - le digo, empáticamente.

    Él se ríe. —Entonces, ¿hay esperanza de que crezca superándola?

    —Bueno, - le digo, —si su único problema es que tiene trece años, entonces está en muy buena forma.

    Después del trabajo conduzco hasta casa para dejar salir a Smith del cajón. Fuera en el patio, dejo que mee el perro, le tiro un palo un par de veces y luego de vuelta al cajón. Smith no está feliz después de haberse pasado todo el día en el cajón.

    No quiero volver y encontrarme con Larry. Tengo una sensación, una antipatía por las fiestas, por la mayoría de los eventos sociales. Si voy, lo pasaré bien. La mayoría de las veces, una vez que llego allí, lo paso mejor de lo que me había esperado. Pero parece tanto problema sentarse y escuchar a un hombre que apenas conozco hablar sobre su hija.

    El aire está agitado, caliente. Smith alza vista con las orejas hacia adelante y pone a trabajar el olfato. La punta de su cola se menea. Me prodría quedar en casa. Me podría quedar con Michael y Smith. Sería más fácil.

    Agarro mi chaqueta y corro.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    El local de Applebee está hasta arriba de gente y tenemos que esperar una mesa. —Deberíamos haber llegado aquí antes, - dice Larry.

    —El precio de los dependientes, - le digo y luego me percato que, dado que Larry está preocupado por su hija, llamar a nuestro perros dependientes puede sugerir que pienso que son tan importantes como Caitlin. Pero Larry sonríe.

    Larry viste un traje, lo cual le da un aspecto muy diferente. Las ropas de perro le cambian, le hacen accesible y un poco bobo, como todos los hombres con ropas casuales. Él no es bobo en absoluto vistiendo un traje gris. Me hace sentir incómoda, pero interestada en cierto modo.

    Espero que empiece a hablar sobre Caitlin, su hija. Estoy deseando que lo haga, pero él empieza a hablar del trabajo. Se encarga del departamento de diseño gráfico para una compañía de papelería. Solía ser un artista, pero, como él dice, vendía por la promesa de una hipoteca y una familia. —Tampoco es tan mala idea, - me explica. —En realidad no tengo el temperamento adecuado del buen artista. Odio estar solo. Todo eso de trabajar en mi estudio, nada más que yo y mi musa. Y mi musa no te sigue mucho la conversación, supongo.

    A él le gusta su trabajo, algo que surge incluso aunque charla sobre demasiadas fechas de entrega con poco tiempo. Le gusta trabajar con los diseñadores jóvenes por su música y sus extraños cortes de pelo.

    Larry resulta mucho más interesante de lo que esperaba. Al final no llegamos a hablar sobre Caitlin.

    Me siento un poco mal cuando no me besa antes de que entre en el coche. Espero que él también lo sienta.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Michael está en el aire, pero eso es todo. No sé si eso es bueno o malo. Tendré que escoger. Michael nunca me ha hecho escoger antes. No es justo que me haga escoger porque sólo haya salido con este hombre a cenar y haya sido sólo como amigos. ¿Por qué se comporta así? ¿Y si escojo a Larry y no funciona?

    —Cachorrillo, - susurro a Smith, buscando apoyo. Smith sostiene mis dedos en la boca, sin morder, no mucho. Smith es feliz, ahí tumbada sobre el sofá, sujetando mis dedos.

    En la cocina, algo golpea el suelo y se hace pedazos. Smith se sobresalta. Cuando entro en la cocina el plato en el que cené está rotó en el suelo. El vaso que usé en la cena se desliza por el mostrador y se rompe en el parqué.

    —Michael, - digo.

    La puerta de la nevera se abre y un tarro de mostaza resbala y cae al suelo, pero ese no se rompe. Rueda hacia la alacena.

    Michael nunca ha hecho algo así antes.

    —Michael, - susurro. —Basta.

    No sucede nada más.

    Smith se acobarda detrás de mis piernas. —No pasa nada, cariño, - le digo. Me siento en el suelo y ella corre hacia mi y salta en mi regazo, treinta kilos de perro.

    —Has asustado al perro, - le digo al aire acusadoramente. A Michael le gusta Smith. Al menos, creo que a Michael le gusta Smith.

    Si Michael empieza a hacer estas cosas, ¿qué voy a hacer? No puedo dejar a Michael. No se trata de un edificio encantado, se trata de mi. Donde quiera que viva, Michael viene conmigo.

    Imagina la vida sin Michael.

    No puedo, no puedo.

    —Me utilizas. - Eso es lo que dice en el vapor sobre el espejo la mañana siguiente.

    No sé lo que significa, así que finjo que no lo veo.

    Abro el armario y miro mis ropas. Ya no puedo vestir mis ropas urbanas, Estoy demasiado gorda para mis faldas bohemias y mis camisas de seda. Sólo puedo ponerme las cosas que he comprado desde entonces. Mi ropero de los suburbios, mis vaqueros de culo gordo y sudaderas.

    —¿Me estás avisando? - le pregunto al aire. —¿Qué tiene Larry de diferente?

    El indiferente aire no responde.

    Escoge. Escoge entre los vivos o los muertos. Puesto así, debería ser fácil.

    Tengo que hacer algo. Llamo a Larry, medio esperando que cuando yo levante el teléfono, el contenido de mi escritorio acabe volando por la habitación, o los archivadores se abran y derramen lenguas de manila. Pero no ocurre nada.

    ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦ ♦

    Larry suena como si le hubiera despertado. Ocho treinta de un sábado por la mañana, quizá estuviera dormido, aunque Smith no me dejaría dormir hasta tan tarde.

    —Me estaba preguntando si querías traer a Cruise y practicar un poco. - le digo.

    —Claro, - él dice. —Sí. ¿Qué hora es?

    —Quizá puedas pasarte un rato y dejar a Cruise aquí para irnos a desayunar. Salvo que ya hayas comido. - Aunque sé que no ha comido.

    —Vale, - dice.

    —Va a venir, - le digo a la habitación tras colgar el teléfono.

    No hay respuesta. No espero ninguna.

    Dejo salir a Smith al patio trasero. Enciendo la televisión y voy cambiado los canales, apago la televisión. Empiezo a meter los platos en el lavavajillas y decido hacer té primero y luego, mientras se prepara el té, subo las escaleras, hago la cama y me olvido del té. La casa está vacía.

    ¿Dónde va Michael cuando no está aquí?

    Pasa una eternidad antes de que Larry llame y diga que ahora está despierto, que viene de camino, ¿deberíamos comer en Bob Evans?

    ¿Se agita el aire de la habitación cuando su coche para delante de casa o sólo estoy impaciente?

    —¿Quieres una taza de café antes de irnos? - le pregunto de pie en mi escalón delantero.

    —Claro, - dice Larry. Viste pantalones cortos caqui y pienso brevemente en Tony, pero Tony siempre quería parecer como si estuviera de camino a una inauguración de alguna galería del Soho y Larry parece un encargado de departamento. ¿Qué tiene Larry de diferente? ¿Por qué de pronto quiere Michael que escoja?

    Cruise salta con exuberancia dentro del recibidor. Larry parece cansado. ¿Por trabajo? ¿De levantarse por la mañana? ¿Qué sé yo de este hombre?

    El aire se detiene. Smith ladra y Cruise da vueltas en éxtasis. Busco a Michael, pero no veo nada.

    —¡Cruise! - dice Larry. —Jesús, ¿por qué siempre hace eso?

    —No, - digo, —no pasa nada.

    No puedo ver a Michael. ¿Ha habido alguna vez en la que Smith podía ver a Michael y yo no? Ha habido veces en las que Michael acababa de irse cuando yo llegaba, pero nunca ninguna en la que Smith pudiera verle y yo no.

    De pronto, no me encuentro bien.

    Cruise brinca y pone sus pezuñas sobre el pecho de Michael, o los hombros o algo... y cae atravesándolo. El asombro del perro resultaría cómico si no estuviera tan asustada. Smith ladra, coleteando de felicidad y deleite.

    Larry observa sin comprender.

    Cruise prueba de nuevo, luego prueba a meter el hocico en la mano de Michael.

    Larry se acerca para ver lo que pasa, entra caminando en el espacio donde Cruise intenta llegar hasta Michael. ¿Están Michael y Larry ocupando el mismo espacio? La idea me hace sentir enferma, Michael dentro de Larry, Larry dentro de Michael.

    Me tapo la boca con la mano, pero no puedo pensar en nada que decir. Por un momento me siento muy furiosa con Larry. ¡Hombre charlatán inconsciente en mi casa! ¡Fuera! Pero Larry está sobre una rodilla, tratando de calmar a Cruise.

    —Hey, hey, hey, - está diciendo Larry, dejando que Cruise le lama la cara y baile y sea simplemente el gran animal negro que es. A Larry le gusta Cruise. Pues claro que a Larry le gusta Cruise pero, en cierto modo, cada vez que veo a Larry, está preocupado sobre si Cruise se está comportando o no.

    Smith se tumba, con la lengua fuera. ¿Michael se ha ido?

    Y, si se ha ido, ¿va a volver alguna vez?

    Michael. Michael. ¡No me abandones!

    Algo cae al suelo escaleras arriba y, durante un segundo, pienso que es un cuerpo. Algo grande y pesado. ¡Suicidio! Pero Michael en realidad no tiene un cuerpo. Subo corriendo las escaleras y encuentro volcada mi estantería de los libros.

    De modo que no se ha ido.

    No me importa que esté furioso mientras no se marche.

    Larry sube las escaleras despacio. —¿Qué ha pasado?

    —La estantería se ha caído, - digo.

    No hay razón en el mundo para que se haya caído la estantería y, aún así, ahí está. Mientras nos quedamos ahí de pie mirándola, mi alto archivador de cuatro cajones se inclina hacia adelante lenta y majestuosamente, los cajones resbalan y se abren, los papeles empiezan a derramarse cuando se desequilibra del todo y cae.

    —Oh, Dios mío, - dice Larry.

    —Es un fantasma, - le digo. —Es el fantasma de mi hermano. Hemos tenido una discusión por ti.

    Larry mira hacia mi frunciendo el ceño.

    —De verdad que lo siento, - digo torpemente. —Michael, basta, vas a asustar a los perros. - Y luego a Larry de nuevo, —Le gustan los perros. Al menos, eso creo.

    —¿Esto es una broma? - pregunta Larry. Mira hacia la pared y luego hacia los cuatro cajones. Seguramente se pregunta si esto es algún tipo de humor bizarro. Como si yo fuera David Copperfield, Penn y Teller o algo así, y esto fuera lo que hago con mis posibles novios.

    Michael está de pie en medio de la habitación con el pecho agitado por el ejercicio. —No me ignores, - me dice.

    Larry está de pie boquiabierto.

    —¿Le ves? - le pregunto.

    —¿Qué...? - dice Larry, —¿Qué pasa aquí? -

    ¡Puede verle! ¡Nadie ha visto a Michael antes!

    —Larry, - le digo, —este es mi hermano, Michael. Michael, este es Larry.

    Me siento mareada. Al mirar a Larry, no sé si se marchará o se quedará. No sé cuál de ambas cosas va a escoger. Pero no me importa. Estoy, de hecho, extraña y delirantemente feliz.

    FIN

Relato 3- El Coste para ser Sabio

The Cost to Be Wise, publicado en Starlight 1, Tor.

    El sol estaba alto sobre la nieve y todo era brillante cuando aterrizó el deslizador. Aterrizó sobre el largo trozo de tierra detrás de la escuela, descendiendo en la nieve como un gran insecto. Se suponía que yo bajaría a la destilería a ayudar a mi mamá, pero necesitábamos agua y tenía que coger un hacha de hielo, así que salí cuando llegaron los exoplanetarios.

    El deslizador era de Barok. Barok era una ciudad. Estaba tan lejos que nadie que yo conociera en Sckarline había estado allí (excepto los profesores, claro) aunque para los exoplanetarios, el viaje duraba sólo unas horas. El deslizador venía un par de veces al año para traerle paquetes a los profesores.

    El deslizador se asentó allí durante un momento, esperando mientras nada sucedía, excepto por la gente que empezaba a venir a mirar, y luego la compuerta se abrió y un exoplanetario salió alegremente a la nieve. Pero el exoplanetario no era el piloto del deslizador, era un chico alto y delgado. Tapé el sol con la mano y observé. Tenía las manos frías pero quería ver.

    El exoplanetario vestía extraños colores para estar por la nieve. Los Exoplanetarios siempre visten colores innaturales. Este chico vestía púrpuras y naranjas y negros, todo reluciente como si estuvieran húmedos y ninguno de ellos lo bastante grueso para mantener caliente a nadie. Estaba de pie con las rodillas tiesas y el cuerpo rígido porque el deslizador había compactado la nieve en un plano de hielo resbaladizo y él no estaba seguro de poder mantener el equilibrio. Pero era alto y me figuré que tenía mi edad, así que parecía raro que no supiera cómo andar sobre la nieve. No tenía barba, como los chicos, pero era de piel más oscura que cualquiera de nosotros.

    Alguien dentro del deslizador le entregó una bolsa. Era roja y brillante como si fuese dura y también estaba arrugada. Mi padre cruzó hacia el deslizador y le cogió la bolsa al chico porque estaba claro que el chico se podría caer con ella y era incómodo verle tratando de mantener el equilibrio mientras cargaba algo.

    Los perros estaban ladrando y llegaba más gente de Sckarline porque habían oído el deslizador.

    Quise ver de qué estaba hecha la bolsa, de modo que fui hasta la compuerta del deslizador para cargar algo. No recibíamos muchas cosas de los exoplanetarios porque no eran apropiadas, pero a mí me gustaban las cosas exoplanetarias. No podía ver gran cosa dentro del deslizador porque estaba oscuro y yo había estado fuera al sol pero, de pie junto al asiento donde se sentaba el piloto, había un viejo de pelo blanco todo estirado y alto. Tan alto como Ayudesh, el profesor, que quiere decir más alto que cualquiera que yo conociera. Ahora el viejo no le entregó una bolsa al chico, sino una caja con una gruesa tapa blanca. Una caja de plástico. Una caja exoplanetaria. El chico me la entregó a mí.

    —Gracias, - dijo el chico en inglés.

    Desde tan cerca pude ver que el chico era en realidad una chica. Los Exoplanetarios se visten todos igual y son tan altos que es difícil saberlo a veces, pero esta era una chica morena de pelo corto y piel tan oscura como la madera.

    Mi padre llevó la bolsa dentro de la gran casa de invitados y yo llevé la caja allí también. Era mediodía, a camino de la noche invernal, de modo que el sol era un fulgor rojo sobre el horizonte. La bolsa parecía negra salvo donde caía el rojo cuadrado de luz desde el umbral. Brillaba como el metal, igualito, como nada que tuviéramos. Toqué la bolsa. También era de plástico. Me gustó el tacto del plástico. Me gustaba el sonido de la palabra en la lengua. Si tuviera una hija alguna vez, quizá la llamaría Plástico. Sería un nombre rico, un nombre exótico. A los profesores no les gustaría, pero era un nombre que a mí me gustaría tener.

    Ayudesh estaba caminando por la nieve hacia el deslizador cuando volví afuera. La chica (yo no me quitaba de la cabeza haber pensado en ella como un chico) le extendió la mano. ¿Debería haberle estrechado yo la mano? No, ella sujetaba la caja, no podía haberle estrechado la mano. Parecía que lo había hecho bien. Wanji, el otro profesor, también estaba llegando.

    Llevé leña para la estufa de la casa de invitados, escarbando la madera de abajo a arriba porque la de arriba estaría mojada. Llevaría mucho tiempo calentar la casa de invitados así que, cuanto antes empezara, antes se acomodarían los exoplanetarios.

    Había una ventana amarilla en la casa de los visitantes que destacaba en la nieve blanca purpúrea.

    Dentro, todo el mundo estaba sentado en el suelo, charlando. Ninguno de los profesores estaba allí, ¿estaban con el viejo? Pude oler whisak pero no lo vi, los hombres estarían bebiéndolo fuera. Me senté en el borde del grupo, donde estaba oscuro, junto a Dirtha. Dirtha observaba a la chica exoplanetaria que negaba la cabeza hacia Harup intentando decirle que no comprendía lo que le estaba preguntando. Harup señaló hacia la caja azul de la chica. —¿Puedo verla? - preguntó él. Harup tenía la edad de mi padre, por eso no hablaba nada de inglés.

    Se estaba calentando aquí dentro, aunque cuando la chica exoplanetaria se inlinaba hacia adelante y respiraba, con su boca en forma de O, su aliento humeaba en el aire durante un instante.

    Era demasiado frustrante ver a Harup tratando de hablar con la chica.

    —¿Cuál es tu parentesco? - le preguntó. —Soy Harup Sckarline. - Se tocó el pecho con el pulgar. —¿Cuál es tu parentesco? -

    Como ella negaba con la cabeza sin entender estas palabras, él miró alrededor y sonrió. Harup no pararía hasta que se aburriera y eso llevaría un buen tiempo.

    —Lo siento, - dijo la chica, —No hablo tu lengua. - pareció triste al decirlo.

    Ayudesh se pondría furioso con nosotros si averiguaba que ninguno de nosotros había intentado practicar nuestro inglés.

    Yo tuve que pensar cómo preguntar, antes de aclarme la garganta para que la gente supiera que iba a hablar al grupo.

    —Te pregunta cuál es tu nombre, - le dije.

    La barbilla de la chica se alzó como un animal sorprendido. —¿Qué? - dijo ella.

    ¿Es que lo había dicho mal? ¿O mi acento era tan malo que ella no podía entenderme? Me miré las botas, las pegatinas alrededor de los dedos se estaban cayendo. Habían sido de mi madre.

    —Tu nombre, - le dije a mis botas.

    Los dedillos de los pies se agitaron un poco, empáticos. Quizá debería haber guardado silencio.

    —Mi nombre es Veronic, - dijo ella.

    —¿Qué ha dicho? - preguntó Harup.

    —Dice que su parentesco es Veronic, - respondí.

    —Eso es no es un parentesco, - dijo el Pequeño Shemus.

    El Pequeño Shemus no era suficiente mayor para tener barba pero era lo bastante para criticarlo todo.

    —Los Exoplanetarios no tienen parentesco como nosotros, - le dije. —Ella ha pronunciado su primer nombre.

    —Pues pregúntale el nombre de su parentesco, - dijo el Pequeño Shemus.

    —Te lo acaba de decir, - dijo Ardha, sacándose de la boca la punta de su coleta. Ardha era un año más joven que yo. —No tienen nombres de parentesco. Ayudesh no tiene un nombre de parentesco. Wanji tampoco.

    —Pues claro que sí, - dijo Shemus. —Su nombre de parentesco es Sckarlineclan.

    —Somos nosotros los que los llamamos así, - dijo Ardha y sacó sus redondos labios. Ardha siempre era mandona.

    —¿Qué están diciendo? - me preguntó la chica.

    —Pues, eh..., preguntan, cuál es tu... - ¿tu qué? ¿Cómo iba yo a preguntar siquiera lo que era en inglés su nombre de parentesco? Había una palabra para eso, pero yo no conseguía recordarla. —Tu otro nombre.

    Ella frunció el ceño. Sus cejas eran bastante negras. —¿Quieres decir mi apellido? Es Veronic Tuombly.

    No era tan difícil decir apellido. Me acordé tan pronto como lo dijo. —Tauomby, - repetí yo. —Su parentesco es Veronic Tauomby.

    —Tauomby, - dijo Harup. —Asombroso. No suena a una palabra. Suena a inventado, como hacen los niños. ¿Qué hay en esa caja?

    —Yo sé lo que hay en su caja, - dijo Erip. Todo el mundo se carcajeó excepto Ardha y yo. Hasta El Pequeño Sherep rió a gusto y él ni siquiera lo entendía.

    La chica me miró en busca de explicación.

    —Él pregunta dónde dentro caja. - Tuve que desenredarme. Las preguntas eran difíciles.

    —¿Dónde está lo que hay dentro de la caja? - preguntó ella.

    Yo asentí.

    —Está dentro, - dijo ella.

    Yo no entendí su respuesta, asi que esperé que se explicara.

    —No sé lo que quieres decir, - dijo ella. —¿Alguien ha traído la caja dentro?

    Yo asentí porque no estaba segura de lo que había dicho, pero ella no echó mano a la caja ni trató de abrirla ni nada. Me puse a pensar en cómo decirlo.

    —Dentro, - dijo Ardha, probando. —¿Qué es?

    —La caja, - dijo ella. —Oh espera, ¿quieres saber lo que hay en la caja?

    Ardha miró hacia la puerta para no tener que mirar hacia la exoplanetaria. Yo no estaba segura y sólo asentí.

    Ella le dió la vuelta a la caja y la abrió. Algo relucía con fuerza, había cajitas verdes, amarillas y rojas llenas de letras en lingua y ella dijo, —Regalos para Ayudesh y Wanji. -

    Todo el mundo se levantó para mirar dentro y yo no conseguía ver, pero la oía decir cosas. Las palabras no significaban nada. Té, que yo supiera. Wanji hablaba sobre el té.

    —Esto son dulces, - La oí decir. —Ya sabes, caramelos.

    Conocía la palabra —dulce, - pero no sabía qué significaba el resto. Hablar inglés con ella era mucho más difícil de lo que era en clase con Ayudesh.

    Nadie prestaba atención a lo que ella había dicho excepto yo. A ellos les daba igual mientras pudieran ver. Ojalá yo hubiera podido ver.

    Ni siquiera nadie pensaba en mí o en que si yo no hubiera estado allí, ella nunca hubiera abierto la caja. Pero así era siempre. Si hubiera vivido en cualquier otro sitio, mi vida sería diferente. Pero Sckarline no era ni tierra ni cielo y yo vivía mi vida en el medio. La gente miraba y señalaba, pero ella no les dejaba quitarle las cosas, ni siquiera a Harup, que era tan alto como ella y mucho más fuerte. La gente más joven se aburrió y se sentó y, por fin, pude ver a Harup examinando y empujando cosas dentro con el dedo y a la chica exoplanetaria observando. Ella me miró.

    —¿Cuál es tu nombre? - preguntó ella.

    —¿Yo? - le dije. —Pues..., Janna.

    Ella pronunció mi nombre. —¿Cuál es tu apellido, Janna?

    —Sckarline, - le dije.

    —Oh, - dijo, —como el asentamiento.

    Yo asentí simplemente.

    —¿Cuál es su nombre? - Ella señaló.

    —Harup, - le dije. Él alzó la vista y sonrió.

    —¿Cuál es tu nombre? - le preguntó a él y yo le traduje.

    —Harup, - dijo él.

    Luego ella rodeó la habitación preguntando y diciendo el nombre de todo el mundo. A todo el mundo le agradó ser reconocido. Ella era así de lista. Y aquello era sencillo. Luego ella intentó recordar todos sus nombres, lo que hizo reirse a carcajadas a todo el mundo por las correcciones. Yo no tuve que hablar en absoluto.

    Ayudesh entró, más alto que cualquiera, y yo noté, por primera vez en mi vida, que en realidad él era un exoplanetario. Ayudesh había estado ahí toda mi vida y yo sabía que era un exoplanetario pero, para mí, él siempre había sido simplemente Ayudesh.

    Luego, se pusieron a hablar sobre mí y Ayudesh fue Ayudesh de nuevo.

    —¿Janna? - dijo él. —Muy bien. Te diré algo. Cuida de Veronic, es un encargo. Eres su traductora, ¿de acuerdo?

    Yo estaba asustada porque en realidad no podía entenderla cuando hablaba, pero supuse que era mejor en ello que cualquier otro.

    Veronic deshizo el equipaje, el cual era interesante, luego empezó a poner cosas aquí y allá y todo el mundo se fue marchando hasta que sólo quedamos ella y yo.

    Veronic hacía un montón de cosas extrañas. Usaba mucha agua. Lo primero que hice para ella fue conseguirle agua. Me siguió fuera y me observó picar el hielo y llenar el cubo. Ella señaló el cubo de madera y la cuerda. Dijo algo que no entendí porque tenía "do" en ello y un montón de pronombres y me resulta complicado seguir frases como esas. Sonreí hacia ella, pero creo que se percató de que yo no la entendía. Tenía botas púrpura. Yo nunca había visto botas púrpura antes.

    —Son extraños, - dijo ella. Yo no sabía lo que le parecía extraño.

    —Me gustan tus botas, - me dijo despacio y claramente. Eso lo entendí, pero luego no supe lo que hacer, ¿quería que le diera mis botas? Eran las viejas botas de mi madre y no me hubiera importado dárselas si hubiera tenido algo que ponerme en su lugar.

    —Hace frío de verdad, - dijo ella.

    Aquello me resultó algo extraño de oir hasta que recordé que los exoplanetarios suelen hablar del clima, Ayudesh nos había hecho practicar las charlas sobre el clima. Decía que era de lo que hablaban los extraños.

    —Sí lo hace - le dije. —Pero no nevará esta noche. - Aquello resultó, la hizo feliz.

    —Y se hace oscuro tan temprano, - dijo ella. —Ni siquiera es tarde y es como la noche.

    —Donde vives, hace frío como aquí, eh, - Yo no había hecho bien la pregunta, pero la entendió.

    —Oh no, - me dijo, —Donde vivo es cálido. Hace calor, quiero decir. Sólo hay nieve en las montañas.

    Ella quería calentar el agua, puse el cubo sobre la estufa y luego me enseñó fotos de su madre y su padre y su hermano en su casa. Era verano y sólo llevaban trozos de ropa.

    Luego me mostró una foto de sí misma y un hombre con barba. —Este es mi novio, - dijo ella. —Nos vamos a casar.

    Él parecía viejo, mayor. En la foto, Veronic también parecía mayor. Miré hacia ella de nuevo, sin estar segura de la edad que tenía. ¿Será mayor que yo? Wanji decía que los exoplanetarios se casaban cuando tenían más edad, no como los clanes.

    —Yo tengo novio, - le dije.

    —¿Ah, sí? - Ella me sonrío. —¿Cómo se llama?

    —Tuuvin, - le dije.

    —¿Estuvo aquí antes?

    Negué con la cabeza.

    Luego ella me enseñó su bolsa, la roja oscura. Me encantaba ese color. La acaricié y era tan pulida y brillante como el cuero.

    —¿Plástico? - pregunté.

    Ella asintió.

    —Me gusta el plástico, - le dije.

    Ella sonrío un poco, como si yo hubiera dicho algo mal. Pero la bolsa era tan perfecta, incluso en el color.

    —¿La quieres? - preguntó ella.

    Eso me hizo pensar en mi botas y si ella las quería. Negué con la cabeza.

    —Te la puedes quedar, - dijo ella. —yo puedo conseguir otra.

    —No, - le dije. —No es apropiado.

    Ella dio una carcajada, un ataque de risa. Yo no entendía lo que la había causado y se sentó en mi estómago la sensación de una idiota, aunque yo no sabía lo que resultaba tan idiota.

    Ella dijo algo que no entendí, lo que me hizo sentir peor.

    —¿Qué has dicho? - dijo ella. —¿Apropiado?'

    Yo asentí. —No es apropiado, - le dije.

    —No lo entiendo, - dijo ella.

    Nuestras clases de desarrollo apropiado usaban muchas palabras en inglés porque era difícil decir esas cosas de otro modo, por eso encontré con facilidad las palabras que decirle.

    —Plástico, - dije, —No es apropiado. Las tecnologías apropiadadas se basan en las necesidades y las capacidades de las personas, deben ser sostenibles sin apoyo exterior, como la destilería. El plástico no es apropiado para la economía de Sckarline porque no podemos crearlo y remplaza cosas que sí podemos, como las bolsas de piel. - Acaricié la bolsa de nuevo. —Pero me gusta el plástico. Es precioso.

    —Guau, - dijo Veronic.

    Ella me miraba fijamente, en alerta como un estabros oliendo a un perro por primera vez. No tuve miedo, aunque no estaba segura de lo que pensar.

    —Para mí, - me dijo despacio, —vuestras bolsas de piel son preciosas. Las casas de madera, - tocó la negra pared de madera pulida. —Son preciosas.

    Ayudesh y Wanji siempre nos decían que los exoplanetarios pensaban que nuestro bienes eran maravillosos pero, ¿cómo podía alguien ver una bolsa de piel y luego ver una de plástico y no ver lo brilliante que eran los colores en el plástico? Seca una bolsa roja de piel y aún parece una bolsa de piel, igual de sucia.

    —¿Cuánto tiempo tú, eeh..., te vas a quedar? - le pregunté.

    —Catorce días, - dijo ella. —Soy una estudiante, he venido con mi profesor.

    Yo asentí. —Ayudesh, él es un profesor.

    —Mi profesor es un amigo de Ayudesh. Desde hace años, - dijo ella. —¿Has vivido siempre aquí? ¿Naciste aquí?

    —Sí, - le dije. —Nací aquí. Mi madre y mi padre nacieron en el clan Tentas, pero vinieron aquí..

    —¿El clan Tentas es otro asentamiento? - preguntó ella.

    Negué con la cabeza. —No, - le dije. —No. Sólo Sckarline es un asentamiento.

    —Entonces, ¿qué es el clan Tentas?

    —Son personas. - Yo no sabía cómo explcarle los clanes en absoluto. —Tienen parentesco y tienen estabros, y están juntos.

    —Estabros, eso son animales, - dijo ella.

    Yo asentí. —Sckarline, es... es una misión de tecnología apropiada.

    —Entiendo, una misión que empezaron Ayudesh y Wanji. El clan Tentas es un clan, ¿cierto?

    Yo asentí. Me estaba aburriendo de hablar con ella.

    Tras esto, ella bebió algo de té y luego la llevé por ahí para mostrarle Sckarline. Ya estaba casi oscuro. Le mostré el generador donde quemábamos manteca de estabros para crear electricidad. Llevé una linterna allí.

    Le mostré los corrales de estabros y los perros, aunque no era muy interesante, en realidad. Tuuvin estaba allí y Gerdor, mi tito, apoyado y observando los estabros, que no hacían nada salvo escarbar el fango del corral y esperar a que alguien les tirara algo de comer. Los estabros movían las cabezas y escarbaban con sus largos dedos frontales.

    —¿Ese es Tuuvin? - preguntó Veronic.

    Yo me ruboricé. Uno de los estabros, un castrado con largas orejas emplumadas, alzó la cabeza hacia mí. Yo extendí el brazo y tiré de los largos pelos de su grupa hacia los extremos de sus orejas y me lamió la mano. Tenía una larga lengua púrpura. Soltaba vaho al respirar. Su aliento siempre me recirdaba al olor de la pulpa whisak.

    —¿Los usais como montura? - preguntó Veronic.

    —¿Qué? - pregunté.

    —Si, um, os subís encima de sus lomos. - Ella creó una persona con los dedos andando en el aire, luego los dedos saltaron sobre la otra mano.

    —¿Un estabros? - le pregunté. Tuuvin y Gerdor se rieron. —No, - le dije. —Ellos no sirven así. Estabros enfadados, mucho. - yo fingí dar una coz. —Sirven para leche, a veces. Y para trineos, - le dije triunfalmente al recordar la palabra.

    Ella se inclinó sobre la valla. —Son preciosos, - dijo ella. —Tienen bonitos ojos rojos. Parecen tan tristes cuando bajan sus orejotas.

    —¿Qué? - preguntó Tuuvin. —¿Qué es bonito?

    —Ella dice que tienen ojos bonitos, - le dije.

    Gerdor se rió, pero Tuuvin y yo le miramos fríamente.

    Los perros estaban brincando y ladrando y arañando la puerta. Ella se detuvo y extendió una mano para tocarlos.

    —Los perros son de la Tierra, - dijo ella.

    —Los perros son del Aufmundo, - le dije. —Como nosotros. Los Estabros son útiles.

    —¿Qué significa eso? - preguntó ella.

    —Los Estabros pueden comer comida del Aunmundo , - le dije. —Nosotros no, los perros tampoco. Pero nosotros podemos comer estabros así que, están en medio.

    —¿Los estabros son de la Tierra? - Veronic preguntó.

    Yo no lo sabía, pero Tuuvin sí, lo cual me sorprendió. —Los Estabros son de aquí, - dijo él. —Ayudesh me explicó de dónde vino todo, ¿te acuerdas? Hasta los animales y las plantas eran de aquí, pero pudimos sacar provecho de ellos. Los animales y plantas del Aunmundo nos provocan enfermedades.

    —Ya sé que nos hacen enfermar, - le solté. Pero lo traduje lo mejor que pude.

    Veronic estaba mirando a los perros. —¿Muerden? - preguntó ella.

    ¿Morder?

    —¿Te refieres si... - cerré la boca haciendo chocar los dientes —...como cuando comen? A veces. Sobre todo si pelean.

    Ella retiró la mano.

    —Te conseguiré un perrito, - dijo Tuuvin y pasó una pierna por encima de la valla del corral y paseó a través de los perros.

    Tuuvin cuidaba un montón de los perros, por eso no tenía miedo de ellos. A mí no me gustaban mucho. Me gustaban más los estabros.

    —¿Hay una camada invernal? - le dije.

    —Sí, - dijo él. —Pero no ha hecho demasiado frío, deberían estar bien. Si se congelan, siempre podemos comérnoslos.

    El cachorrillo parecía una salchichilla con cortos brazos y piernas y un hocico rosa. Veronic curvó los brazos, Tuuvin se lo entregó y ella lo acunó entre sus brazos. Ella le hablaba, pero lo hacía de un modo gracioso, como hablan los bebés. Yo no entendía nada de lo que decía.

    —¿Cuál es su nombre? - preguntó ella.

    —¿Su nombre? - le dije.

    —¿No les ponéis un nombre? - preguntó ella.

    Yo miré a Tuuvin. Hasta Tuuvin debería haber sido capaz de entender eso; lo primero que cualquiera aprende en lingua era "¿Cuál es tu nombre?" Pero él no estaba prestando atención. Le pregunté si los perros tenían nombres.

    Él asintió. —Algunos. El macho negro es un perro líder, se llama Tipo Importante. Y aquel es Perro Amarillo. Pero los cachorritos no tienen nombres.

    —Creo que este debería tener un nombre, - dijo Veronic cuando le traduje. —Creo que será un gran cazador, por eso le llamaré Cazador.

    Yo no entendía que tenían que ver los perros con la caza y pensé que, de todos modos, era una perrita, pero no quise avergonzarla, así que se lo dije a Tuuvin. Tuve miedo de que se echara a reir, pero no lo hizo..

    —¿Cómo se dice eso en inglés? - me preguntó. —¿Cazador? Bien, me acordaré. - Él sonrío a Veronic y acarició el hocico del cachorrito. —Cazador, - dijo él.

    El cachorrito le lamió con una lengüecilla rosa.

    Veronic también le sonríó. Y a mí eso no me gustó nada.

    Veronic fue a encontrarse con su profesor. Yo bajé a la destilería para decirle a Ma por qué no estuve allí para ayudarla. Tuuvin me siguió colina abajo. La destilería apestaba, por eso estaba debajo de Sckarline en los árboles, justo sobre los campos.

    Él me cogió por la cintura y yo me quedé allí para que pudiera acariciarme el pelo con los labios.

    —Hace demasiado frío aquí fuera, - le dije y salí bruscamente de entre de sus brazos.

    —Vamos a la parte de atrás, - dijo él.

    —Tengo que hablar con Ma, - le dije.

    —Si hablas con tu Ma, habrá un montón de cosas que hacer y no tendremos tiempo de estar juntos, - me dijo.

    —No puedo. - pero le dejé que decidiera por mí.

    Rodeamos el lateral de la destilería, dejando el rastro por la nieve seca donde nadie caminaba mucho, a través de los puntiagudos árboles invernales hasta la puerta del almacén trasero. Hacía tanto frío allí detrás como lo hacía fuera y estaba oscuro. Olía a pulpa de whisak y al vago olor de carbón cargado dentro de los toneles. Whisak de latón, whisak de Sckarline.

    Tuuvin me impulsó sobre una pila de toneles y me besó.

    Tampoco es que gustaran mucho los besos. Estaban bien, pero Tuuvin me hubiera besado durante horas y horas si le hubiera dejado y siempre que podíamos encontrar un lugar para estar a solas. Tuuvin me habría besado hasta desgastarme la cara y dejarla roja. Pero quería tanto estar con Tuuvin. Quería charlar con él y que paseara conmigo. Le habría dejado que me besara si hubiera podido susurrarle. Me gustó el modo en el que se apretó contra mí. Su cuerpo era cálido y yo tenía frío.

    Me daba besitos: besito, besito, besito. Me gustaron los besitos. Casi parecía que me hablara en besitos. Luego me besó en serio y metió su lengua. Yo nunca sabía que hacer con mi lengua cuando él metía la suya en mi boca, así que, simplemente la dejaba quieta. Podía sentir el duro borde del tonel bajo las piernas, y si cambiaba el peso, el tonel se mecía sobre el de abajo. Giré la cara a un lado para sacar mi nariz del camino y abrí los ojos para mirar por encima de Tuuvin. En la oscuridad apenas podía discernir el ojo de Uukraith quemado encima de todos los toneles para evitar que se estropearan. Uukraith era la bruja de la puerta. La hermana de Uukraith, Ina, le quitaba las almas a su madre y las ponía en las semillas, ponía esas semillas en las mujeres para hacer bebés. Los toneles estaban todos dispuestos en direcciones diferentes, los ojos miraban por todas partes. Yo cerré los mios de nuevo. Uukraith también era virgen.

    —Ohhhh, ¡Heth! ¡Eeeúu!

    Yo pegué un salto, pero Tuuvin no, él simplemente me soltó la cintura, dio un paso atrás y se cruzó de brazos del modo en que lo hacía cuando se sentía incómodo. Sentí el aire frío donde él lo había dejado caliente.

    Mi hermanita Bet apareció meneando su trasero.

    —Besucona, besucona, besucona, - dijo ella. —¡MA, JANNA ESTÁ OTRA VEZ EN LOS TONELES CON TUUVIN!

    —Cállate, Bet, - le dije. Tampoco es que decirlo sirviera de algo.

    —Baboseo, baboseo, - dijo ella como si fuésemos la rumia circulante de los estabros. Se puso a bailotear, todavía meneando el trasero. Sacaba los morritos y hacía ruidos de húmedos besuqueos.

    —Jodida perrilla, - le dije.

    Tuuvin me frunció el ceño. A él le caía bien Bet. Claro, ella no era su hermana pequeña.

    —¡MA! - chilló Bet, —¡JANNA HA DICHO JODIDA!

    —Janna, - llamó mi madre, —ven aquí.

    Traté de pensar en lo que hacerle a Bet. Me hubiera gustado quitarle la tontería de una bofetada. Pero se habría ido llorando a Ma y me daría verdaderos problemas. La cosa es que pensé que ella era muy lista y, al mismo tiempo, muy estúpida.

    Ma estaba en su alto taburete repasando la contabilidad. Mi ma llevaba pantalones muy a menudo y era alta y de rostro viril. Así con todo, gustaba a los hombres. Yo me parecía a ella, así que estaba secretamente contenta de que los hombres la miraran al pasar, aun cuando ella nunca lo notaba.

    —Deja en paz a tu hermana pequeña, - me dijo ella.

    —¡Que la deje en paz! - le dije. —¡Pero si ha sido ella quien ha venido a buscarme!.

    —No le digas palabrotas. Hablas como un viejo. - Ma actuaba como un patriarca, incluso con su voz y frialdad.

    —Si ella no hubiera venido a buscarm...

    —Si hubieras estado trabajando como se suponía que debías, ella no habría tenido a nadie a quien buscar, ¿no es cierto?.

    —Fui a ver a los visitantes, - le dije. —Hay dos. Un viejo y una chica. Ayudé a Pa a llevar las cosas a la casa de los visitantes.

    —Y eso significa que está bien que insultes a tu hermana.

    Aquellas eran el mismas palabras que siempre intercambiábamos. Las mismas discusiones, ya suavidadas por el desgaste y relucientes como la madera de un yoke. La marca para los toneles se calentaba en el fuego y podía oler el hierro al rojo en el estiércol.

    —Me tratas como una niña pequeña, - le dije.

    Ella ni siquiera respondió, pero yo sabía lo que hubiera dicho, que yo actuaba como una niña pequeña. Como si lo que Tuuvin y yo estábamos haciendo tuviera algo que ver con ser una niña pequeña.

    Yo estaba tan harta de aquello que pensé que iba estallar.

    —Vuelve al trabajo, - dijo Ma girando en su taburete. Diciendo: esta conversación ha terminado, con los hombros y los ojos.

    —No se puede vivir de esta manera, - le dije.

    Ella me volvió a mirar.

    —Si viviéramos con los clanes, Tuuvin y yo podríamos estar juntos.

    Eso la hizo enfadar.

    —Esta es una vida mejor que la de los clanes, - dijo ella. —Tú no sabes de lo que estás hablando. Vuelve al trabajo.

    Yo no dije nada. Simplemente la odié. Ella no comprendía nada. Ni ella ni mi Pa habían esperado hasta hacerse mayores. No habían esperado para nada y habían abandonado su clan para venir a Sckarline cuando yo era pequeña. Me quedé de pie delante de ella, obligándola a que me sintiera allí, toda airada y en silencio.

    —Janna, - dijo ella. —No toleraré tu rabieta... - La ponía furiosa cuando yo no le hablaba.

    De modo que me abofeteó y luego yo salí corriendo, llorando, pasando al lado de Bet, que estaba deleitada, y pasando al lado de Tuuvin, que estaba con la boca abierta y con una estúpida mirada en su cara. Y yo deseé que todos ellos desaparecieran.

    Veronic se sentaba con Tuuvin y conmigo a la cena en la casa de los huéspedes. La casa de los huéspedes estaba llena de humo. Todos nos sentábamos en el suelo con fieltros y mantas. Yo miré y vi sobre lo que Veronic estaba sentada y era maravilloso. Era de color azul oscuro, oscuro y muy limpio por fuera. Y por dentro tenía cuadrados rojos y negros. Lo toqué. Tenía un largo abrochador de metal, un chisme afilado que bloqueaba unos dientes entre sí y que Veronic había desabrochado para poder sentarse sobre el blando rojo y negro de dentro. Oscuro por fuera, rojo por dentro; era como si representara alguna extraña bestia exoplanetaria. Mi manta de fieltro era roja, pero era vieja y los bordes estaban grises por el polvo. Los exoplanetarios eran muy limpios, como si siempre fuesen nuevos.

    Ayudesh estaba con el viejo que había venido con Veronic. Wanji estaba allí, pero estaba callada y a la suya, como solía estarlo Wanji.

    Tuuvin había traído el cachorrito a la casa de los huéspedes.

    —Ella me lo pidió, - me dijo cuando le pregunté lo que estaba haciendo.

    —No te lo pidió, - le dije. —La gente está viendo un perro en esta casa. Además, tú no la entiendes cuando habla.

    —Yo también la entiendo, - dijo él. —También fui a la escuela.

    Yo llevé mis ojos al cielo. Tuuvin había ido a la escuela de pequeño, pero la dejó en cuanto fue lo bastante mayor para cazar. Los hombres siempre la dejaban en cuanto eran lo bastante mayores para cazar. Y, en cualquier caso, él odiaba la escuela.

    Veronic emitió un gritito cuando vio el cachorro y lo tomó de Tuuvin como si fuese un bebé. Todo el mundo observaba por el rabillo del ojo. Ayudesh pensó que era divertido. Se suponía que todos éramos iguales en Sckarline, pero Ayudesh era en realidad como un patriarca.

    Ella puso el cachorro sobre su manta exoplanetaria y la enrolló sobre su espalda descubriendo su bronceada barriga. Probablemente el perrito terminaría meando en la manta.

    Mi pa se inclinó hacia mí.

    —Espero que no sea la cena. - Mi pa odiaba comer perro.

    —No, - le dije. —Simplemente le gusta.

    Mi pa le dijo a ella, —Hola. - Luego me dijo a mí, —¿Cómo se llama?

    —Veronic, - le dije.

    —Veronic, - dijo él. Se señaló a sí mismo. —Guwk.

    —Hola, Guwk, - dijo Veronic.

    —Hola, Veronic, - dijo mi pa, cosa que me sorprendió, porque nunca le había oído decir nada en inglés antes. —Pídele su copa, - me dijo.

    Ella tenía una, lisa y de amarillo brillante. Pero mi pa la sostuvo sin ceremonia, como si manejara cosas preciosas todos los días. Él tenía una bota de piel y sirvió whisak en la copa de Veronic. —Mi esposa, - movió una mano hacia Ma, —hace whisak para Sckarline.

    Traté de traducir, pero yo no sabía lo que era 'whisak' en inglés.

    Veronic tomó la copa. Mi pa alzó una mano para que ella esperara y se sirvió a sí mismo una copa. Luego él asintió hacia ella para que lo probara.

    Ella dio un gran trago. No había esperado que quemara, eso estaba claro. Empezó a ahogarse y se le puso la cara roja. Tuuvin le dio unas palmaditas en la espalda mientras ella tosía.

    —Oh Dios mío, - dijo ella. —¡Qué fuerte! - No creí necesario traducir eso.

    II.

    El sonido de las armas es como el azote de los látigos. Como el quebrar de los huesos. Los exploradores del Caudillo de Scathalos entraron en Sckarline con gran estrépito de cháchara, ruido de latón, hombres cantando y disparando sus armas al aire. Sobresaltó a los ladrantes perros, asustó a los estabros e hizo salir fuera a todo el mundo.

    Scathalos teñía las pezuñas y las crines de sus estabros de amarillo kracken. Colgaban hebillas de latón de los arneses de los animales de su caravana y pedazos de cristal azul lácteo de los arneses de sus perros. En aquel día soleado todo relucía. Sólo sus estabros lecheras eran planas, y sólo lo eran porque ni siquiera la voluntad de un cazador podía hacer tratable a un estabros hembra.

    Veronic salió conmigo. —¿Quiénes son? - me preguntó.

    Después de tres días ya podía entender a Veronic mucho mejor. —Pertenecen a un gran clan, Scathalos, - le dije. —Vienen a comprar whisak. -

    O eso esperábamos. A veces, cuando venían los exploradores de Scathalos, simplemente se lo llevaban sin pagar.

    —¿Son otro clan? - preguntó ella. —¿Dónde están la mujeres?

    —Son exploradores, - le dije. —Salen, cazan y comercian. Los exploradores son hombres no casados.

    —Tienen muchas armas, - dijo ella.

    Tenían más armas que las que yo hubiera visto nunca. Normalmente, cuando venían los exploradores tenían un arma o dos. Las armas eran difíciles de conseguir. Pero parecía como si casi cada explorador tuviera un arma.

    —¿Sckarline tiene armas? - preguntó Veronic.

    —No, - le dije.

    —No son apropiadas, ¿verdad?

    Mucha gente decía que deberíamos tener armas, tanto si Ayudesh y Wanji creían que eran apropiadas como si no. Tenían que comprar los cargadores que iban con ellas. Ayudesh decía que los exoplanetarios usaban la necesidad de cargadores para controlar a los clanes. Decía que no eran apropiadas porque no podríamos mantenerlas nosotros mismos.

    Mi pa dijo que quizá había algunas cosas que debíamos comprar. Comprábamos cosas a otros clanes, eso era comercio. Quizá las armas eran comercio, también.

    Los perros nipped hacia los doe estabros, turning them, haciéndoles detenerse hasta que los exploradores pudieron slip hobbles sobre ellos. Los estabros tenían muy buen aspecto. Eran en su mayoría hembras, y los machos tenían peso sobre los hombros, con las cabezas agachadas y hacia adelante sobre sus cuellos. Eran mejores que la mayoría de nuestros animales. Los largos pelos de sus orejas estaban trenzados con hebras rojas y amarillas. Los cuidadores desengancharon los trineos de la manada de estabros.

    Dos de ellos encontraron las marcas del deslizador más allá de la escuela. Se pararon y miraron a su alrededor. Vieron a Veronic. Luego otro se quedó mirándola, evaluándola.

    —Ven conmigo, - le dije.

    Nuestros perros ladraban y sus perros ladraban. Los explorador hablaban a gritos. La gente de Sckarline permanecía en las puertas de sus casas y no hablaba en absoluto.

    —¿Algo va mal? - preguntó Veronic.

    —Ven a ayudarnos a mi Ma y a mí. -

    Ella también estaría bajo la mirada de ellos en la destilería, pero yo sospechaba que lo estaría en cualquier parte y de este modo, Ma estaría allí.

    —Scathalos ha venido aquí por whisak, - le dije a mi ma, aunque ella podía verlo por sí misma. Ma fue hacia la puerta, se tapó el sol de los ojos y los observó acampar. Alguien debería haberles dicho que teníamos gente en la casa de los huéspedes y ofrecerles un lugar para los animales, pero nadie se movía.

    —Tuuvin está ahí detrás, - me dijo Ma señalando con la barbilla. —Ve y ayúdale.

    Tuuvin estaba escondiendo el whisak más añejo, lo que quedaba del latón de whisak de tres años. Scathalos había venido por whisak hacía dos años, se habían llevado lo que lo que habían querido y dejado casi nada, salvo estabros lamentables. Dijeron que era porque habíamos favorecido el comercio con el Clan Toolie. La única razón de que nos quedara whisak de tres años era porque ellos no sabían diferenciarlo.

    Así que mi pa y algunos de los hombres habían cavado un sótano en la destilería. Tuuvin estaba de pie en el sótano, bajando toneles que había apilado en el borde. No era muy profundo, no más que la altura de su pecho, pero los toneles eran pesados. Yo empecé a apilar más para que los fuera ocultando.

    Me pregunté lo que harían los exploradores si nos pillaban en mitad de la tarea. Me pregunté si Tuuvin estaría pensando lo mismo. Habíamos escondido algo allí abajo en la primavera, antes de que los estabros subieran a pastar durante el verano, pero luego habíamos sacado algunos de los toneles más viejos para beber cuando los estabros volvieron en otoño.

    —Deprisa, - dijo Tuuvin en voz baja.

    Mi manos estaban resbaladizas. Veronic empezó a llevar toneles, también. Ella no podía levantarlos, así que los hacía rodar sobre el borde. Sus manos eran suaves y bonitas, no estaban acostumbradas a los ásperos toneles. Parecía que ella tardaba una eternidad. Las manos de Tuuvin eran duran y rojas. Yo nunca había pensado en lo duras que eran sus manos. Las mías eran como las suyas, todo rojas. Mi manos eran feas comparadas con las de Veronic. Seguramente él estaba notando eso también, pues cada vez que Veronic hacía rodar un tonel, sus manos quedaban a la vista.

    Y entonces, el último tonel estaba en el borde cuando el ojo de Uukraith me miró, extrañamente impasible. O quizá divertido, quizá enfadado. Pa decía que los espíritus no sienten como sentimos nosotros. Los profesores nunca decían nada que tuviera algo que ver con los espíritus, por eso sabíamos que estos no les escuchaban. No había mucho espacio en el sótano, justo lo bastante para que Tuuvin quedara de pie y quizá un poco más.

    Tuuvin puso las manos sobre el borde y se impulsó para salir del sótano. Frente al almacén oimos el crujir de la puerta sobre sus goznes y los tres dimos un respingo.

    Tuuvin deslizó la cubierta de madera sobre el agujero del suelo.

    —Movedlos. - dijo él señalando hacia unos toneles vacíos.

    Yo no oía voces fuera.

    —¿Habéis terminado ya? - dijo Ma, sobresaltándonos de nuevo.

    —¿Están aquí? - le pregunté.

    —No, - dijo ella. —Todavía no. -

    Ella no parecía asustada. Yo había visto a mi ma asustada antes, pero eso no ocurría a menudo.

    —¿Qué hace ella aquí? - preguntó ma, señalando a Veronic.

    —Pensé que debería estar aquí, quiero decir, tenía miedo de dejarla sola.

    —No es una niña, - dijo Ma.

    Pero lo dijo con suavidad para que yo supiera que no importaba. Luego nos ayudó a apilar toneles. Todos tratamos de no hacer ruido, pero sonaban como tambores huecos. Llenaban de ruido el espacio a nuestro alrededor. Me parecía que los exploradores nos podrían oir desde fuera. Yo no dejaba de mirar a Ma, que apilaba toneles como si ocultáramos whisak a todas horas. Tuuvin también estaba nervioso. Sus hombros estaban tensos. Casi le dije, —eres un manojo de nervios, chico, - como lo decían los cazadores, pero ahora mismo no creí que le aquello le hiciera gracia.

    Ma esparció polvo alrededor de los toneles.

    —¿Lo encontrarán? - le pregunté.

    Ma se encogió de hombros. —Ya veremos.

    Había mucho que preparar para los exploradores además de esconder el mejor whisak. Ma nos hizo contar los toneles, Veronic incluída. Luego, cuando los tres estuvimos de acuerdo sobre un número, ella lo anotó en su libro de cuentas.

    —Así sabremos cuánto vendemos, - dijo ella.

    Habíamos terminado de contar cuando llegaron los exploradores con Ayudesh. Entraron por delante. Primero entró el viento como un perro salvaje colándose por la puerta y agitando el fuego. Luego Ayudesh y luego los exploradores. Los exploradores parecían de baja estatura comparados con Ayudesh. Y parecían incluso más cansados que nosotros. Tenían las mejillas rojas por el frío. Sus fieltros estaban todo oscuros por el polvo, como si hubieran estado al raso durante mucho tiempo.

    —Hola, - dijo uno de los hombres al ver a mi madre.

    Todos sonrieron. La gente siempre parecía sorprenderse de que fueran a comerciar con mi ma. Los exploradores ya olían a whisak, así que la gente, finalmente, les habían dado la bienvenida. O quizá alguien tuvo la sensatez de notar que si les daban de beber, tendríamos tiempo suficiente para preparar las cosas. Quizá mi pa.

    Mi ma se quedó de pie como siempre hacía, con sus brazos cruzados, tan alta como cualquiera de ellos. Atendiéndoles.

    —¿Qué es esto?, - dijo el hombre mirando a su alrededor. —¿Eh? ¿Qué es esto? Apesta aquí dentro. -

    La destilería siempre apestaba.

    Merodearon mirando los toneles, tocaban el tubo de cobre y el cierre. Uno metió el dedo en el destilado, probó la cosa en bruto e hizo una mueca de asco. Ayudesh parecía incómodo, pero los profesores siempre decían que la destilería era nuestra y ellos no interferían en el modo de llevarla. Ma estaba al mando aquí.

    Ma los dejó curiosear. No giró la cabeza para mirarlos.

    Ellos vieron la marca. —¿Qué es esto? - dijo el hombre de nuevo.

    —Marcamos todos nuestros toneles con el ojo de Uukraith, - dijo Ma.

    —Trabajo de mujer. - dijo él. Se detuvo y miró hacia Veronic. La estudió durante un rato, luego frunció el ceño. —Tú no eres un chico, - le dijo.

    Veronic me miró, el blanco de sus ojos brillaba incluso en la oscuridad, pero ella no dijo nada.

    El hombre sonrió y dio una carcajada. Los otros dos exploradores se acercaron a ella y señalaron el tejido de su manga, tocaron su pelo. Veronic se apartó.

    El primer explorador se aburrió y paseó por la habitación un poco más.

    Dio una palmada a un tonel. No como lo hacía Ma, escuchando, sino como si todo aquello fuese suyo. Tenía un sucio pelo marrón en el dorso de las manos. Por todas partes donde mirara, me fijaba en las manos de la gente. No me gustó el modo en que ponía sus manos sobre las cosas.

    Luego señaló a un tonel, no el que había golpeado, otro diferente, y uno de los hombres lo recogió.

    —¿Este es bueno? - preguntó.

    Mi ma se encogió de hombros.

    A él no le gustó eso. Avanzó dos pasos y la golpeó en la cara. Yo miré hacia el negro suelo de tierra compacta.

    Ayudesh emitió un ruido.

    —Es bueno. - dijo mi ma.

    Yo alcé la vista y vi que ella tenía una marca roja a un lado de la cara. Ayudesh parecía que iba decir algo pero no lo hizo.

    El explorador agarró la trenza de mi Ma, ella se apartó cuando él avanzó pasando la cara de ma y tiró de su cabeza.

    —¿Este es bueno, mujer? - le preguntó.

    —Sí, - dijo ella con una voz casi sin aire, como si no pudiera respirar.

    Él tiró y ella cayó de rodillas. Luego la soltó y salieron todos con el tonel.

    Ayudesh dijo: —¿Estás bien? -

    Ma se puso de pie de nuevo y se tocó la trenza, luego la giró hacia atrás del cuello. No miró hacia ninguno de nosotros.

    La gente estaba en la escuela. Ayudesh se sentaba a la mesa del frente y la gente se sentaba en el suelo comentando si aquello era una reunión. El profesor de Veronic estaba sentado junto a Ayudesh y Veronic se movió como si fuera a sentarse con él. Después miró a su alrededor y se sentó con Ma, Tuuvin y conmigo.

    —Bueno, ¿vamos a dejarles que se lleven lo que quieran? - dijo Harup.

    No estaba bromeando ahora, sino hablando como un cazador veterano. Se sentaba sobre los talones como lo hacían los cazadores cuando esperaban.

    Ayudesh dijo, —Aunque pudiéramos conseguir armas, ellos están acostumbrados a usarlas para pelear y nosotros no. ¿Qué crees que pasaría?

    Veronic estaba muy atenta.

    —Si no nos defendemos nosotros mismos, ¿qué va a pasar? - dijo Harup.

    —Si les provocas, nos destruirán, - dijo Ayudesh.

    —Profesor, - dijo Harup extendiendo las manos como si estuviera contando una historia. —Los estabros no cazan animales, eh. No tienen dientes afilados como los lupinos o los perros. Los lupinos son cazadores, son manadas de cazadores que no hacen nada salvo cazar estabros. Hay más estabros de los que todos los lupinos pudieran comerse; eh. ¿Y cómo escogen? No matan a los estabros grandes con fuertes patas y cabezas, ellos van a por el joven, el viejo, el enfermo, el indefenso. Nosotros no queremos ser lupinos, profesor. Sólo queremos que los lupinos se vayan a cualquier otra parte a por presas fáciles.

    Wanji entró detrás de nosotros y el fuego en la estufa bajó y saltó en el corriente. Wanji no se sentó a la mesa sino, como era su costumbre, se agachó en el suelo.

    —Cadera vieja, - murmuró como si todo el mundo en la habitación no la estuviera observando. —Las viejas tienen caderas viejas.

    Cuando yo pensaba en Kalky, la anciana que hacía las almas de todo, me la imaginaba como Wanji. Wanji tenía una cara pequeña y una narizota. Tenía profundas arrugas desde la nariz hasta la barbilla.

    —¿Qué te ha pasado, hija? - le preguntó a mi ma.

    —Los exploradores vinieron a la destilería para llevarse un tonel. - dijo Ma.

    Noté que la asamblea ahora se había girado, apartando la vista de Ayudesh en la mesa y mirando hacia nosotros en la parte de atrás. Wanji siempre decía que Ayudesh era vanidoso y le gustaba sentarse en alto. A veces ella le llamaba Caudillo.

    —¿Y...? - dijo Wanji.

    La cara de mi madre todavía estaba roja por el golpe, pero aún no se había puesto púrpura.

    —No creo que a los exploradores les guste hacer negocios conmigo, - dijo Ma.

    —Uno de ellos la golpeó, - le dje yo, porque Ma no iba a hacerlo.

    Ma tampoco hablaba sobre ello cuando mi pa la golpeaba. Aunque él no lo hacía tanto como solía cuando yo tenía la edad de Bet.

    Ma me miró, pero no pude saber si estaba enfadada conmigo o no.

    Harup extendió las manos, queriendo decir: ¿Lo ves?.

    Wanji chasqueó la lengua..

    —Llevamos el whisak de tres años al sótano, - dijo Ma.

    Yo estaba buscando, pero no encontré a mi pa.

    —¿Qué están diciendo?, - preguntó Veronic.

    —Están hablando..., - le dije y tuve que pensar cómo decirlo, —... sobre lo que hacemos, pero ellos, eh, no, ¿no saben? No saben lo que es correcto. Harup quiere armas. Quiere armas. Ayudesh dice armas son malas.

    —Wanji, - susurró Tuuvin, —Wanji pregunta a ella, eh, - y luego en nuestra propia lengua, —Dile que le estaba preguntando a tu ma lo que ha pasado.

    —Wanji preguntar a mi madre lo que pasa, - le dije.

    Veronic miró hacia Tuuvin y luego hacia mi.

    —Las armas son malas, - dijo Veronic.

    Tuuvin frunció el ceño. —Ella no lo entiende, - dijo él.

    —¿Qué? - dijo Veronic, pero yo sólo negué con la cabeza en vez de traducirle lo que había dicho Tuuvin.

    Algunos de los hombres estaban hablando sobre las armas. Wanji escuchaba sin decir nada, apoyando la barbilla en su mano. A veces parecía que Wanji ni siquiera pestañeaba, que se volvía de piedra y no sabías lo que estaba pensando.

    Otros hombres charlaban con Ayudesh sobre el whisak. Yet, la esposa de Harup, se levantó y puso a calentar agua en la estufa para que los hombres bebieran y Gran Sherep salió por la puerta de los hombres por la parte de atrás de la escuela, lo que significaba que iba a por whisak o cerveza.

    —Nada se hará ahora, - dijo Tuuvin, disgustado. —Vámonos.

    Se levantó y Veronic alzó la vista hacia él, luego se apresuró a levantarse.

    —Ahora ellos hablan, hablan, hablan, - le dije en inglés. —Sin decir nada, sólo hablan, ¿entiendes?

    Fuera había exploradores. Parecía que estaban por todas partes, aunque en realidad no había muchos de ellos. Vieron a Veronic.

    Tuuvin les mostró una cara severa y yo miré a sus armas. Largas armas negras colgaban de sus espaldas. Nunca había visto un arma de cerca. Mi pa estaba de pie con tres exploradores, sosteniendo un arma en sus manos como si fuera una caña de pescar, admirándola. Estaba sonriendo y asintiendo con la cabeza del modo en que lo hacía cuando alguien contaba una buena historia de caza. Por supuesto, él no sabía que uno de esos hombres había pegado a Ma.

    Aún así, me puso furiosa que fuese tan amistoso con ellos.

    —Deberíamos irnos a alguna parte, - dijo Tuuvin.

    —¿La destilería? - le pregunté.

    —No, - dijo él, —volverán allí. - Y él miró hacia Veronic. Ir con Veronic era como ir con Bet, siempre tenías que estar pensando en ella. —Llévala a tu casa.

    —¿Y hacer qué? - le pregunté. Estaba un poco enfadada con él porque ahora había decidido que no iba a volver con nosotras.

    —No sé, enséñale a coser o algo así, - dijo él. Se giró y fue andando hacia donde estaba mi pa.

    Los exploradores se llevaron dos toneles más de whisak y se pusieron a armar jaleo. Clavaron antorchas en la nieve y los arneses de los perros relucían y parpadeaban, y les dimos un estabros para que lo mataran y lo asaran. Algunos de los hombres de Sckarline, como mi pa y hasta Harup, se sentaron con ellos a charlar y cantar. Yo no entendía por qué Harup estaba allí, pero allí estaba, riendo y contando historias sobre la vez que mi pa se cayó de la barca de pesca.

    Ayudesh estaba allí, pero sólo escuchaba. El abuelo de Veronic estaba allí fuera, también, aún cuando él no podía entender lo que estaban diciendo.

    —¿Cuando se van? - preguntó Veronic.

    Yo me encogí de hombros.

    Ella preguntó algo que yo no entendí.

    —Cuando comercias, - me dijo, —¿comerciais?

    —Comerciar, - le dije, —comerciar whisak, ¿sí?

    —Sí, - dijo ella. —Cuando comerciais whisak, ¿vienen hombres? ¿Tenéis miedo cuando comerciais whisak?

    —¿Miedo? - le pregunté. —Cuando viene Scathalos, sí.

    —Cuando viene otra gente, ¿tenéis miedo? - preguntó ella.

    —No, - le dije. —Sólo Scathalos.

    Ella se sentaba sobre mis pieles.

    Mi ma estaba sobre la cama y Bet se había ido a dormir. Ma nos observaba hablar sentada con las piernas cruzadas y remendando las botas de Bet. Ella no entendía nada de inglés. Me pareció mal hablar sin que Ma lo entendiera, pero Veronic tampoco podia entender nada cuando yo hablaba con Ma.

    —Tengo que volver a mi cabaña, - me dijo Veronic. —Ian volverá y estará preocupado por mí.

    Fuera, el aire era tan frío y seco que lo sentíamos dentro de las narices.

    —¿No te cansa sentir frío? - me preguntó Veronic.

    El frío cansaba a las personas, pensé, sí. Por eso la gente dormía tanto durante la noche invernal. Yo no sabía siempre qué decir cuando Veronic hablaba sobre el tiempo.

    —Le decimos a tu profesor, tú duermes en nuestra casa, ¿sí? - le ofrecí.

    —¿Quién? - dijo ella. —¿Te refieres a Ian? Él no es mi profesor en realidad como vosotros lo entendéis. Él es mi mentor.

    Traté de pensar en lo que podría ser un mentor, ¿quizá la persona que te cuidaba cuando tu padre se moría? Siempre parecía que el inglés no tenía bastantes palabras para los diferentes familiares, pero aquí había una que yo no sabía.

    Los exploradores y los cazadores de Sckarline estaban cantando sobre Fhidrhin, El Cazador, y alcé la vista para ver si podía distinguir las estrellas que lo formaban, pero el cielo tenía nubes pasajeras y no pude encontrar las estrellas.

    No podía ver lo bastante bien, la luz de la hoguera convertía a todo el mundo en sombras. Cogí a Veronic de la mano y empezamos a rodear el círculo de cantantes buscando a Ayudesh y al profesor de Veronic o lo que fuera que era. Las caras alzaron sus miradas, caras de espíritus a la luz del fuego. El humo sopló en dirección a nuestro camino, luego cambió y olí el sudor que venía de las ropas de los hombres que se calentaban al fuego. Y el whisak, por supuesto. El estabros estaba en los huesos.

    —Janna, - dijo mi pa. Su cara también era extraña, no humana, como una máscara. Sus ojos parecían innaturalmente luminosos. —Vuelve con tu madre.

    —Veronic tiene que decirle al exoplanetario que se queda con nosotros.

    —Vuelve a la casa, - me dijo de nuevo.

    Yo podía oler el whisak en él. El whisak a veces le hacía ser malo. Mi pa solía beber mucho whisak cuando yo era joven pero, desde que nació Bet, ya no lo bebía tan a menudo. Decía que las mañanas eran muy duras cuando te hacías viejo.

    Yo no sabía lo que hacer. Si seguía buscado al abuelo de Veronic y él se enfadaba, probablemente me pegaría. Yo asentí y me alejé tirando de Veronic. Entonces, cuando él dejó de mirarme, empecé a rodear la hoguera por el otro lado.

    Uno de los exploradores se levantó y se tropezó con nosotras antes de que pudiéramos esquivarlo.

    —¿Eh...? - Yo tiré de Veronic para alejarnos pero él le agarró un brazo. —¿Chico?

    El aliento sobre la cara de Veronic la hizo cerrar los ojos y girar la cabeza a un lado.

    —No eres chico, - dijo. Estaba borracho, probablemente iba a vaciar la vejiga. —No eres chico, chica extranjera, guapa como un chico, - dijo él. —Extranjeras, ¿les gustan las extranjeras? ¿Eh?

    Veronic agarró mi mano.. —Vámonos, - me dijo en inglés.

    Él no necesitaba hablar inglés para ver que ella tenía miedo de él.

    —¿No soy lo bastante guapo para ti? - dijo él. —¿Eh? ¿No lo bastante guapo? -

    Él no era guapo, era delgaducho y le faltaban dientes en un lado de la boca. —¿Porque no soy de Sckarline? ¿Con sus bonitas casas como las de los exoplanetarios? No soy guapo, ¿eh?

    Veronic exhaló aire como en un sollozo.

    —Déjala en paz, por favor, - le dije, —tenemos que encontrar a su profesor.

    —Mira el color que tiene, - dijo él, —¿se puede lavar? ¿Eh?

    —¿Sabes dónde está su profesor? - le pregunté.

    —Cállate, chica, - me dijo. Se lamió el pulgar y lo llevó hacia la cara de Veronic. Veronic alzó la mano para rechazarle y él le retorció el brazo. —Estate quieta. - Le frotó la mejilla con el pulgar y se acercó hacia ella.

    —Maldición, - dijo complacido. —¿Cómo es que el viejo no es oscuro?

    —Quizá sean de clanes diferentes, - le dije.

    Él se quedó mirándola como si sopesara lo que yo había dicho. Como si estuviera pensando. Aunque, en realidad, parecía demasiado borracho para pensar mucho. Luego se inclinó hacia adelante y trató de besarla.

    Veronic le empujó con el brazo libre. Él tropezó y cayó, llevando a Veronic al suelo con él.

    —¡Suéltame! - aulló ella.

    ¡Cálla!, pensé, ¡calla, calla! Ríndete, está demasiado borracho para hacer gan cosa. Traté de liberarle el brazo, pero la tenía agarrada con demasiada fuerza.

    —¿Qué pasa ahí? - estaba diciendo otro explorador.

    —Fohlder ha encontrado a alguna chica.

    —¡Tenía que ser el jodido Fohlder!

    Veronic le dió una bofeada y luchó tratando de escapar.

    —Hey, tranquilos, - estaba diciendo Ayudesh, —tranquilos, la chicha es una invitada, una exoplanetaria. - Pero nadie estaba prestando atención.

    Todo el mundo estaba mirando cómo el otro explorador peleaba con ella. La tenía sujeta por los brazos por encima de su cabeza y la besaba.

    Veronic estaba llorando y golpeando. Estate quieta, seguía yo pensando, quédate quieta o no te dejará en paz.

    Su abuelo trató de apartar al explorador. Yo ni siquiera le había visto acercarse.

    —No no no no no, - le decía como si reprendiera a alguien. —No no no no no...

    —Déjalo en paz, - le gritó otro explorador.

    Ayudesh dijo, —¡Parad! ¡Es nuestra invitada!

    —Así que es tuya, ¿eh? - dijo alguien.

    —No, - dijo Ayudesh, —A ella se le debería dejar en paz. Es una invitada.

    —Tu invitada, de acuerdo. No está interesada en lo que nos gusta.

    Otro gruñó y soltó una carcajada.

    —A ella le gusta más Sckarline, ¿eh? -

    —Eso es porque no conoce nada mejor.

    —Fohlder se lo enseñará.

    Todos apestais como borrachos, quise gritarles, porque era cierto.

    —¿Crees que es oscura por dentro como lo es por fuera?

    —Hay que esperar hasta mañana para verlo.

    Oh, mi pa iba a estar muy enfadado conmigo. Esa estúpida perra, por qué no se quedó quieta, estaba borracho, estaba borracho, por qué había tenido que pegarle, más estúpida que Bet, era más estúpida que mi hermana pequeña. Se suponía que yo tenía que cuidar de ella, se suponía que tenía que protegerla, mi pa iba a ponerse furioso...

    Se oyó el romper de huesos de un arma de fuego y todo el mundo quedó inmóbil.

    Harup estaba de pie junto al fuego con un arma de explorador apuntando hacia arriba como si estuviera disparando hacia Fhidrhin, allí arriba en las estrellas. Su expresión era tranquila y estaba estudiando el arma como si no se hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando.

    —¡Hey! - dijo un explorador, —¡Deja eso en el suelo!

    Harup miró hacia los exploradores, hacia nosotros. Miró lentamente a cada uno. Su aspecto no era normal, no parecía ni divertido ni enfadado, parecía como si hubiera salido en barco por el hielo. Tranquilo, lejano, frío como las estrellas. Parecía que podía matar a alguien.

    Los exploradores también tuvieron la misma sensación. No se movieron. Si disparaba a uno de ellos, los otros le matarían, pero el que recibiera el disparo aún seguiría muerto. Nadie quería ser el que pudiera estar muerto.

    —Es una bonita pieza. - dijo Harup, —Pero si la usáis para cazar, pronto os quedaréis tan sordos que no podréis oir moverse nada. - Les sonrió.

    Alguien soltó una carcajada.

    Todo el mundo empezó a reirse.

    —Janna, - dijo Harup, —llévate a tu amiga y tráenos más whisak.

    —Fohlder, vieja picha andante, suelta a esa chica. - Uno de ellos se agachó y le apartó los brazos. Parecía enfadado.

    —¿Qué?, - dijo Fohdler, —qué...

    —Vete a echar una meada, - le dijo el otro explorador.

    Todo el mundo empezó a reir de nuevo.

    III.

    Veronic se quedó conmigo esa noche, tumbada junto a mí dentro de mis mantas y pieles. Ella no dormía. Yo la oía respirar. Sentí que debería ayudarla a dormir. Yo estaba allí tumbada tratando de decidir si debería rodearla con el brazo, pero no sabía qué hacer. Quizá ella no quería ser tocada.

    Y se había portado como una estúpida, de todos modos.

    Ella yacía tensa en la oscuridad.

    —¿Vas a ser una profesora? - le pregunté.

    Ella soltó una risa. —Si es que salgo de aquí.

    Esperé a que dijera algo más, pero no lo hizo.

    "Sal de aquí" se usaba para que alguien se fuera. Quizá ella quería decir si es que se sacaba a sí misma.

    —¿Vienes aquí de la Tierra? - le pregunté para hacerla hablar, aunque yo estaba harta de lingua y en realidad no quería tener que pensar sobre nada.

    —Mi familia vino aquí de la Tierra, - dijo ella.

    —¿Por qué?

    —Mi padre es un antropólogo, - dijo ella. —¿Conoces antropólogo?

    —No, - le dije.

    —Es una persona que estudia cómo vive la gente. Y él es un profesor.

    Todos los exoplanetarios que yo había conocido eran profesores. Me pregunté quién hizo toda la obra en la Tierra.

    —Debido a que la Tierra había perdido el contacto con tu mundo, la gente aquí es muy interesante para mi padre, - me dijo ella.

    Su voz era indiferente en la oscuridad y ella era incluso más difícil de entender cuando yo no podía verla bien. No la entendía, así que no dije nada. Lamenté haberla hecho hablar.

    —Historia, ¿conoces la palabra historia? - preguntó ella.

    Pues claro que conocía la palabra historia.

    —Estudio historia en la escuela - le dije. La enseñaban Anneal y Kumar.

    —¿Conoces la historia de este mundo?

    Le llevó un buen tiempo a mi cansada cabeza descifrar eso. —Sí, - le dije. —Somos una colonia. La gente de la Tierra vino aquí a vivir. Luego hubo un gran problema en la Tierra y la gente de la Tierra se olvidó que estábamos aquí. Nosotros olvidamos que veníamos de la Tierra. Luego la Tierra nos escontró de nuevo.

    —Algunas personas tienen historias sobre la llegada desde la Tierra, - dijo Veronic. —Mi padre está reuniendo esas historias de personas diferentes. Yo soy una estudiante graduada.

    Los clanes no tenían ninguna historia de la llegada desde la Tierra. Decíamos que los primeros en llegar salieron del sol. Cosa que, en cierto modo, parecía avergonzante. Yo no entendía qué tipo de estudiante era ella.

    —¿Has venido buscando historias? - le pregunté.

    —No, - dijo ella. —Ian es un viejo amigo de tu profesor, de cuando ambos estaban con el grupo de observación. Simplemente vinimos de visita.

    Yo no entendí lo que dijo salvo que estaban de visita.

    Nos quedamos en silencio después de eso. Fingí estar dormida. A veces se oían disparos fuera y dábamos un respingo, incluso Ma en su cama. Todo el mundo salvo Bet. Una vez que Bet se dormía, era imposible despertarla.

    Me quedé dormida pensando en lo mucho que deseaba que se fueran los exploradores de Scathalos. Soñé que estaba en el hogar de los exoplanetarios, donde era verano pero nadie cuidaba los estabros, y todos eran felices, y yo era una heroína... y me desperté sobresaltada por un disparo.

    Más bebida y disparos.

    Deseé que mi pa volviera a casa. No me parecía justo que nosotras tuviéramos que quedarnos aquí tumbadas y con miedo mientras los hombres se emborrachaban y cantaban.

    Los exploradores se quedaron al día siguiente, llevándose tres toneles de whisak más pero sin una palaba sobre comerciar. Al día siguiente enviaron cazadores, pero no encontraron comida propia así que se llevaron otro de nuestros estabros, el castrado que yo le había enseñado a Veronic. Y más whisak.

    Bajé a la destilería después de que se llevaran un poco más de whisak. Ya estaba oscureciendo. La oscuridad llegaba muy temprano en esta época del año. La puerta estaba abierta y el fuego apagado. Ma ya no venía. No había trabajo que hacer. Habían tumbado los toneles y algunos los habían dejado abiertos. Otros se habían derramado. Habían empezado con el verde sin saber lo que era y habían tirado la mayoría en la nieve pensando, probablemente, que estaba malo. Los ojos marcados sobre los toneles miraban por todas partes.

    Pensé que quizá no se irían hasta que se acabara todo el whisak. Durante un loco instante pensé en dar hachazo a los toneles, en quitarles el motivo para quedarse.

    En vez de eso, los escuché cantar con sus voces lejanas. No quería regresar andando hacia las voces, pero tampoco quería estar fuera en la oscuridad. Caminé hasta que pude ver la gran hoguera que habían montado y oler el asado de estabros. Luego me quedé parada un rato porque no quería cruzar la luz más que quería llegar a casa. Quizá alguien me estaba reteniendo, quizá mi espíritu sabía algo.

    Busqué a mi padre. Vi a Harup frente al fuego. Su cara estaba iluminada. Él no estaba cantando, sólo observaba. Vi a Gerdor, mi tito, el medio hermano de mi padre. No veía a mi padre por ningún lado.

    Entonces lo vi. Me daba la espalda. Sólo era una negra silueta contra el fuego. Tenía las manos abiertas como si explicara algo. Harup observaba a mi padre explicarle algo a los exploradores y algo fue mal.

    Uno de los exploradores giró la cabeza y escupió.

    Los hombros de mi padre, yo no podía oir su voz pero sí veía su cuerpo, se movían mientras explicaba. Sus hombros se movían como si estuviera nadando. Demasiado trabajo, eso de hablar con las manos abiertas, hablando y hablando.

    El explorador dio dos pasos, se agachó y llevó su rifle hacia la luz. Era un chisme negro, una cosa larga a la luz del fuego. Mi padre dio un paso atrás y sus manos subieron, empujando algo.

    Y luego el explorador disparó a mi padre.

    Se pararon todas las canciones. El fuego crepitaba y las chispas subían como estrellas mientras mi padre se debatía en la nieve. Se debatía con esfuerzo, peleando y arañando por la nieve. Avanzando con los codos. El explorador estaba mirando el largo cañón del rifle.

    Levántate, pensé. Levántate. Durante un largo rato, Levántate, levántate. Pa, ¡levántate! Pero ningún sonido salió de mi boca y había algo negro sobre la nieve, en el azaroso rastro que dejaba mi padre.

    El explorador disparó de nuevo.

    Mi padre se hundió en la nieve y pude ver la luz en su cara cuando alzó la vista. Luego quedó inmóbil.

    Harup observaba. Nadie se movía excepto el explorador, que guardó su rifle.

    Pude sentir enrojecer mi carne, el martilleante músculo en mi pecho. Lo sentí exprimiendo y exprimiendo. El calor afloró en mi cara, en mi manos.

    Los exploradores gritaban a otros exploradores. —Serás mierda, - gritó uno al que había disparado a mi padre. —¡Estúpido borracho de mierda! -

    El que había disparado a mi padre se encogió de hombros como si no le importara y más tarde se enfadó también, gritando.

    Yo tenía el aliento en mi pecho, demasiado lleno. Si respiraba en alto, los exploradores me oirían allí fuera. Traté de dar cortas respiraciones, me faltaba aire. No recordaba el momento en que había empezado a aguantar la respiración.

    Harup y los cazadores de Sckarline se sentaron, como rezando, ocultos en su quietud. La discusión seguía y seguía hasta que no tuvo nada que ver con mi padre en absoluto y su cuerpo quedó olvidado en la sucia nieve. Discutían sobre quién era el estúpido y quién tenía el favor del Caudillo. Era el whisak quien hablaba.

    Yo no podía pensar en nada salvo en el aire.

    Regresé a través de la oscuridad, fuera de Sckarline, y vagué por detrás de las casas, en la negrura y el frío hasta que pude entrar a nuestra casa sin pasar por la hoguera. Tomé grandes bocanadas de frío aire, sacadas de las gotas de niebla.

    Mi madre trataba de acallar a Bet cuando entré.

    —No, - estaba diciendo, —o paras ya o te daré algo por lo que llorar.

    —Ma, - dije, y Bet empezó a llorar.

    —¿Qué? - dijo ella. —Janna, tienes toda la cara roja. -

    Era mi ma, con la cara girada hacias mí, y yo nunca había visto su cara tan claramente.

    —Van a matarnos a todos, - le dije. —Han matado a Pa con un rifle.

    Ella no dijo una palabra, sólo salió corriendo y me dejó allí. Bet empezó a llorar aunque ella no sabía en realidad por qué estaba llorando. Sólo sabía que debería estar asustada. Veronic estaba inmóbil. Tan inmóbil como Harup y los cazadores.

    Wanji vino, me encontró y me llevó a la casa de Ayudesh porque nuestra casa es pequeña y la de Ayudesh tenía bastante espacio para unas cuantas personas más. La nieve se amontanaba en los pliegues de los pantalones de mi padre. También estaba en sus manos, congelada. Yo había visto personas muertas antes y mi padre se parecía a todas ellas. No se parecía a sí mismo en absoluto.

    Mi madre le había seguido tan lejos como podían ir los vivos o, al menos, tan lejos como podía alguien sin entrenamiento en los viajes espirituales, y tampoco ella era del todo ella misma. Estaba sentada en el suelo junto a su cuerpo, meciéndose adelante y atrás con las piernas cruzadas. Yo había visto mujeres así antes, pero no a mi madre. No quise mirar, parecía indecente. Peor que mirar el cuerpo de mi padre, puesto que mi padre ya no estaba allí.

    Bet estaba gritando. Tenía la cara roja por el esfuerzo. Yo la llevaba en brazos aunque pesaba mucho y no paraba de inclinar el cuerpo lejos de mí como hace un bebé durante una rabieta.

    —¡MA! ¡MA! - seguían gritando.

    La gente entró y se sentó junto al cuerpo durante un rato. Hablaron sobre las armas. Era importante que yo cuidara de Bet, así que lo hice hasta que, por fin, se agotó de llorar y cayó dormida. La sostuve en mi regazo hasta quedarme sin sangre en las piernas y sin poder sentir el suelo. Luego Wanji me trajo una manta, envolví a Bet con ella y la dejé dormir.

    Wanji me indicó que la siguiera. Apenas pude levantarme con las piernas dormidas. Me apoyé en la pared y miré a mi alrededor. A mi madre sentada junto al cuerpo vacío, a mi hermana que, aunque dormida, aún estaba viva. Luego seguí a Wanji con cortos pasos como si yo fuese la anciana.

    —¿Dónde está la chica? - dijo Wanji.

    —Durmiendo, - le dije. —En el suelo.

    —No, la chica, - dijo Wanji irritada. —La chica de Ian. La de la universidad.

    —No sé, - le dije.

    —Se suponía que debías cuidar de ella. ¿No te dijo Ayudesh que la cuidaras?

    —¿Te refieres a Veronic? Está en mi casa. En mi cama.

    Wanji asintió y aspiró el aire entre los dientes. —Bien, - dijo ella. Y luego repitió para sí misma. —Bien.

    Wanji me llevó a su casa, que era pequeña y oscura. Tenía una lámpara con forma de pájaro que llevaba en su casa tanto tiempo como el que podía recordar. No daba mucha luz pero a mí siempre me había gustado. Nos sentamos en el suelo. El suelo de Wanji siempre tenía alfombras apiladas y pieles y mantas. Era difícil caminar pero servían para sentarse. Wanji había cogido frío y le dolían los huesos así que siempre hacía un nidito cuando se sentaba. Se tapó el regazo con una manta roja y azul.

    —Siéntate, sentada, sentada, - dijo ella.

    Yo tenía frío, pero había una manta para echarme a los hombros. No conseguí recordar haber estado así antes, sola con Wanji. Pero todo era tan extraño que no tampoco parecía suponer ninguna diferencia y estaba bien tener a Wanji para decidir lo que hacer, yo no tenía que decidir nada.

    Wanji hizo té sobre la lámpara del pájaro. Me entregó una copa y di un sorbo. El té era una bebida extraña. A Wanji y a Ayudesh les gustaba y lo atesoraban. Era demasidado amargo para ser muy bueno. pero estaba caliente y su olor siempre era especial. Bebí y lo sostuve junto a mí. Empecé a calentarme. La manta se calentó conmigo y olía vagamente a Wanji, un vetusto olor seco.

    Me adormilé un poco. Habría estado bien quedarme dormida allí mismo en mi nidito en el suelo de Wanji.

    —Chica, - me dijo Wanji. —Debo darte algo. Debes cuidar de Veronic.

    Yo no quería cuidar de nadie. Quería que alguien me cuidara a mí. Se me empezaron a llenar los ojos y al momento estaba llorando lágrimas saladas dentro del té.

    —No hay tiempo para eso, Janna, - dijo Wanji.

    Siempre severa con nosotros. Algunos tenían miedo de Wanji, como yo. Pero me sentía bien al llorar y no sabía cómo parar, así que no lo hice.

    Wanji no prestaba ninguna atención. Estaba rebuscando por la casa, comprobando el interior de un cofre, tirando de las capas de mantas para mirar en una esquina. ¿Iba a darme un arma? No podía pensar en otra cosa que fuera mucho más útil en ese nonento, pero no podía imaginar que Wanji tuviera un arma.

    Ella regresó a mi lado con una caja de plástico azul no mucho mayor que la palma de mi mano. Aquello era casi tan asombroso como un arma. Me sequé la nariz con la manga. Estaba calentada y cansada. ¿Me dejaría Wanji dormir aquí mismo en su suelo?

    Wanji abrió la caja de plástico lejos de mí para que no pudiera ver lo que había dentro. Rebuscó dentro de ella con dos dedos, como si estuviera mirando dentro de una caja de costura, buscando algo. Quise mirar pero tuve miedo de que si lo intentaba, ella me apartara la mano.

    Me miró. —Esta es mía, - me dijo. —Ambos tenemos una y decidimos que si la gente que se instaló en Sckarline no podía tenerlo, nosotros tampoco.

    A mi no me importaba todo eso. Era charla de viejos. Quería saber lo que era.

    Wanji no estaba preparada para decirme lo que era. Tuve la sensación de que Ayudesh no sabía nada de esto y temí que ella cambiara de idea. Ella lo miraba y pensaba. Si yo pensé algo, pensé en que mi padre estaba muerto. Di un sorbó al té y traté de pensar en estar caliente, en dormir, pero esa sensación ya había pasado. Me pregunté donde estaría Tuuvin.

    Pensé en mi pa y empecé a llorar de nuevo.

    Pensé que enfadaría de verdad a Wanji y traté de ocultarlo, pero ella no me prestaba atención. El mantón que llevaba en la cabeza se le había caído un poco cuando alcé la vista y pude ver dónde se le separaba el pelo y la línea en la pálida piel. Parecía tan desnuda que quise cubrirla de nuevo. Me recordaba a la la nieve en las manos de mi padre.

    —Esto ha sido un error, - dijo Wanji.

    Pensé que se refería a la caja y me sentí terriblemente decepcionada de no poder ver lo que había dentro.

    —¿Entiendes lo que estábamos intentando hacer? - me preguntó.

    ¿Con la caja? En absoluto.

    —¿Cuáles son los seis preceptos de la filosofía del desarrollo? - preguntó.

    Tuve que pensar.

    —Uno,, recordé, —que el desarrollo económico debería ser gradual. Dos, que analizar el crecimiento económico mediante los bienes de producción en vez de las necesidades y capacidades de la gente conduce al desplazamiento y al incremento de la pobreza. Tres, que el desarrollo económico debería venir del desarrollo integrado de las áreas rurales con el sector tradicional...

    —Sólo son palabras, - me cortó ella severamente.

    Yo no sabía lo que había dicho mal, así que agaché la cabeza, sollocé y esperé a que se enfadara porque yo no podía parar de llorar.

    En vez de enfadarse me acarició el pelo.

    —Oh, chiquita. Oh, Janna. Eres de las brillantes. Si no lo entiendes, entonces es que no lo hemos hecho bien, ¿no es cierto? -

    Sentí que su mano era agradable en mi pelo, y parecía tan raro en Wanji que me paralizó de miedo.

    —Intentábamos ayudar, ¿sabes? - dijo ella. —Intentábamos ser útiles. Sacrificamos nuestras vidas para venir aquí. ¿Te das cuenta?

    ¿Es que estaba diciendo que iban a morir? ¿Ayudesh y Wanji?

    —Esto, - dijo animada de repente. —Esto es para, como los llamáis, batidores. Batidores extranjeros. Es para audarles a sobrevivir. Voy a dártelo para que ayudes a Veronic, ¿entiendes?

    Yo asentí.

    Pero no me lo dio. Se quedó sentada sujetando la caja, mirando en su interior. No quería regalarlo. No sentía que fuese apropiado

    Suspiró de nuevo, un terrible sonido. De la caja sacó unos paquetes de láminas brillantes, azules, rojas y amarillas. Eran del tamaño de la palma de su mano. Se colocó las gafas que le colgaban del cuello como hacía en el aula de la escuela, indiferente al gesto. Estudió las letras de las láminas.

    Yo adoraba las láminas. El plástico era hermoso, pero las láminas, las láminas eran algo inimaginable. El té venía en paquetes de láminas. Las extrañas comidas que los profesores sacaban del deslizador venían en láminas.

    Mi té se enfrió.

    —Este, - dijo, —es un tipo de señal. - Me miró por encima de las gafas. —Escúchame, Janna. Tu vida depende de ello. Cuando lo tengas, puedes enviar una señal que pueden oir los extranjeros. Pueden oirlo desde Bashtoy. Y responder, si puedes esperar en el mismo lugar, enviarán a alguien a buscaros a ti y a Veronic.

    —¿Pueden oirlo en Bashtoy? - le dije.

    Yo ni siquiera había conocido a nadie, a parte de Wanji y los profesores, que hubiera estado en Bashtoy.

    —Pueden recibirlo con sus instrumentos. Tienes que enviarlo todos los días hasta que llegue alguien.

    —¿Cómo lo envío?

    Ella leyó el paquete. —Tenemos que preparar la señal, tú y yo. Primero tenemos que ponerla en ti.

    Yo no entendía nada, pero ella estaba leyendo, así que esperé.

    —Voy a ponerlo en tu oído, - dijo ella. —Desde ahí, migrará hasta tu cerebro.

    —¿Me va a doler? - le pregunté.

    —Un poquito, - dijo ella. Pero tiene su propia forma de llevarse el dolor. Bueno, ¿cuál es el código?" Ella estudió el paquete. Sacó los labios.

    Algo en mi oído. Sentí miedo y quise decir que no, pero me daba más miedo Wanji y no lo hice.

    —Sabes silvar, ¿no? - me preguntó.

    Yo sabía silvar, sí.

    —Bien, - dijo, —aquí está. Te podré esto en el oído y luego esperaremos un rato. Cuando todo esté listo, prepararemos el código.

    Ella abrió el paquete del todo y dentro había otro paquete y una horquillita de metal. Abrió el paquete interior y sacó un disquito diminuto, casi como un huevecito de pez. Se inclinó hacia mí y me lo puso en el oído izquierdo. Luego lo empujó con fuerza y yo me aparté.

    —Quédate quieta, - me dijo.

    Algo se estaba moviendo y haciendo ruidos en mi oído y yo no podía estarme quieta. Me aparté y sacudí la cabeza. El ruido era alto, una especie de sonido de roce. No podía oir las cosas normales con mi oído izquierdo. Se bloqueaba por lo que fuera qur estaba haciendo ese sonido. Luego empezó a doler. Al principio un poco, luego cada vez más.

    Me llevé la mano al oído y apreté contra el dolor. ¿Acaso me iba a devorar por el oído? ¿Qué podía detener que me abriera un agujero en la cabeza a mordiscos?

    —Páralo, - le dije a Wanji. —¡Haz que pare!

    Pero no lo hizo, simplemente se quedó mirando allí sentada.

    El dolor se hizo insoportable y luego, de pronto, se detuvo. El sonido, el dolor, todo .

    Aparté la mano del oído. Aún estaba sorda en el lado izquierdo pero ya no me dolía.

    —¿Se ha parado? - preguntó Wanji.

    Yo asentí.

    —¿Estás mareada? ¿Tienes náuseas?

    Yo estaba bien.

    Wanji recogió el siguiente paquete. Era azul.

    —Mientras el primero trabaja, haremos este. Después haremos el tercero, el más fácil. Este te hará más rápida cuando estés enfadada o asustada. Hará que el tiempo se mueva más lento. No necesita código. Algo en tu cuerpo lo inicia.

    Yo no tenía ni idea de lo que me estaba contando.

    —Después de que eso haya ocurrido, te sentirás cansada. Utiliza tu energía.

    Ella estudió el reverso del paquete, luego se acercó a mí hasta que ambas quedamos sentadas de piernas cruzadas y tocándonos las rodillas. Wanji tenía duras rodillas huesudas incluso a través del fieltro de su vestido..

    —Abre los ojos, ábrelos mucho, - me dijo.

    —¡Espera!, - le dije. —¿Esto me va a doler?

    —No, - dijo ella.

    Abrí los ojos tanto como pude.

    —Mira hacia abajo, pero deja los ojos abiertos,

    Yo lo intenté.

    —No, - me dijo irritatada, —deja los ojos abiertos.

    —Los tengo abiertos, - le dije.

    Pensé que no debería tratarme así. Mi pa acababa de morir. Debería ser amable conmigo. Pude oir cómo abría el paquete. Quise parpadear pero me daba miedo. Lo hice porque no pude evitarlo.

    Ella se inclinó hacia mí y me estiró el párpado de un ojo con el índice y el pulgar. Luego me tocó rápidamente, justo en el ojo.

    Yo me aparté. Me había puesto algo en el ojo. Podía sentirlo justo bajo el párpado. Era muy incómodo. Parpadé una y otra vez. Mi ojo se inundó de lágrimas, sólo en ese ojo, lo cual era muy, muy extraño.

    Me empezó a doler la cuenca del ojo.

    —Me hace daño, - le dije.

    —No durará mucho.

    —¡Dijiste que no me iba a doler! - le dije, asustada.

    —Mentí, - dijo Wanji tan tranquila.

    Me dolía cada vez más. Me quejé.

    —Eres odiosa, - le dije.

    —Muy cierto, - me dijo, imperturbable.

    Cogió el tercer paquete, el rojo.

    —No, - le dije, —¡No lo haré! ¡No! ¡No puedes hacerlo!

    —Chitón, - me dijo, —este no duele. Lo he guardado para el final a propósito.

    —¡Estás mintiendo! -

    Me aparté de ella. El aire estaba frío alrededor del nido de mantas. Me dolía la cabeza y aún no podía oir nada con el oído izquierdo.

    —Mira, - me dijo, —Te lo leeré en lingua. Es un parche, nada más. Dice que lo sentirás frío, pero eso es todo. Ves, sólo es un cuadrado de tela que se pone en el cuello. Si te duele, puedes quitártelo.

    Yo me aparté un poco más.

    —Janna, - dijo. —¡Basta! - Estaba enfadada.

    Yo tenía miedo de aquello, pero aún tenía más miedo de Wanji. Me encorvé hacia ella. Tenía tanto miedo que sollozaba mientras ella pelaba el reverso del cuadrado y me lo ponía.

    —¿Ves?, - me dijo, aún enfadada conmigo, —No duele nada. Deja de llorar. Para, ya está bien. - Movió las manos por encima de su cabeza, disgustada. —Estás histérica.

    Me lléve la mano al parche. No dolía pero estaba frío. Me acurruqué en el nido, me envolví en una manta y me entregué a mi miseria. Me dolía la cabeza y el oído, y empecé a marearme un poco.

    —Túmbate, - me dijo Wanji. —Vamos, túmbate. Te despertaré cuando podamos preparar la señal.

    Me hice mi propio nido en el caos del suelo de Wanji y me eché una manta encima. Quizá la oscuridad me calmara la cabeza. Me quedé dormida.

    Wanji me despertó con sacudidas. Yo no había dormido mucho y todavía me dolía la cabeza. Ella tenía en la mano la horquillita de metal del paquete del oído, el paquete amarillo. Se me ocurrió que iba a meterlo en mi oído.

    Me tapé la oreja con la mano. Me dolía bastante la cabeza. No iba a permitir que Wanji me metiera una horquilla por la oreja.

    —¡No te tapes, - me dijo.

    —Me duele la cabeza, - le dije.

    —¿Estás mareada? - preguntó.

    Me sentía desequilibrada pero no mareada, en realidad no.

    —Mueve la cabeza, - me dijo Wanji.

    Negué con la cabeza. Aún me sentía igual, pero no peor.

    —No me metas eso en el oído, - le dije.

    —¿Qué? No voy a meterte esto en el oído. Es una horquilla musical. Voy a hacer un sonido con ella y acercarlo a tu oído. Cuando te lo diga, quiero que silbes algo, ¿vale?

    —¿Silbar qué? - le dije.

    —Lo que sea, - me dijo, —No me importa. Sílbame algo ahora.

    No conseguí pensar en nada que silbar. No podía pensar en nada distinto a desear que Wanji me dejara en paz y me dejara dormir.

    Wanji se sentó allí. Vieja perra implacable.

    Por fin pensé en algo que silbar, una loca canción de perros para los niños. Empecé a silbar...

    —Es suficiente, - dijo ella. —Ahora no digas nada, pero cuando te avise, silba eso. No me digas nada. Si lo haces, lo estropearás todo. Mueve la cabeza si lo entiendes.

    Yo asentí.

    Ella golpeó la horquilla con la mano y pude ver vibrar las largas puntas. Las llevó hacia mi oído, el que no podía oir nada. Las mantuvo allí, concentrándose furiosamente. Luego, asintió.

    Yo silbé.

    —Vale, - dijo ella. —Bien. Así es como lo inicias. Ahora silba otra vez.

    Silbé.

    Todo se hizo oscuro y de pronto noté mucho calor en la cabeza. Después pude ver de nuevo.

    —Bien, - dijo Wanji. —Acabas de enviar una señal.

    —¿Por qué se ha vuelto todo oscuro? - le pregunté.

    —Toda la luz se usa en la señal, - dijo Wanji. —Ha usado toda la luz de tu cabeza, por eso no podías ver.

    Me dolía la cabeza aún más. Ahora, además, me dolían los ojos, las sienes me zumbaban. Sentí una fiebre. Levanté la mano y sentí calor en las mejillas.

    Wanji cogió el paquete azul.

    —Ahora tenemos que descubrir cómo va el tercero, el que te permitirá hibernar.

    Yo no quería aprender nada sobre hibernar.

    —Me siento enferma, - le dije.

    —Probablemente sea demasiado pronto, de todos modos, - dijo Wanji. —Duerme durante un rato.

    Me sentía tan mal que no sabía si podría dormir. Pero Wanji me trajo más té y me lo bebí todo. Me tumbé en mi nido y al rato ya estaba soñando.

    IV.

    Hubo un sonido de arma de fuego, lejano, un simple pop. Y luego más pop-pop-pop.

    Me sobresaltó aunque había estado oyendo armas de los exploradores por la noche desde que llegaron. Desperté con fiebre y lo sentía todo como si aún estuviera soñando. Estaba sola en la casa de Wanji. La lámpara seguía encendida, pero no sabía si la habían rellenado ni cuánto tiempo había dormido. Durante la larga noche de la oscuridad invernal es difícil saber cuánto se duerme. Me levanté, apagué la lámpara y salí al exterior.

    El frío de la mañana es peor cuando te despiertas en una cama caliente. La seca nieve crugía en la oscuridad. No se movía nada salvo los perros que ladraban, su voces me llegaban desde todas partes.

    Los exploradores habían desaparecido del centro del pueblo, no quedaba nada salvo los restos de su hoguera y los pisoteados lugares resbaladizos donde habían caminado. Me resbalaba un poco mientras caminaba por allí. Sentía la cabeza mareada y me concentré en caminar porque si no pensaba en ello, no sabía lo que hacían mi pies. Tenía que mear.

    De nuevo oí el pop-pop-pop. No podía saber de dónde venía porque el sonido rebotaba en las casas que me rodeaban. Pude oler el humo y vi el tenue fulgor del fuego sobre los árboles. Estaba debajo de Sckarline, el fuego. Al principio pensé que habían montado una hoguera grande de veras y luego pensé que habían prendido fuego a la destilería. Me fui a casa.

    Veronic estaba despierta en un nido de mantas, algunas de ellas eran mantas de mis padres.

    —Han prendido fuego a la destilería, - le dije. No lo dije en inglés, pero ella se incorporó y se frotó la cara sentada en la cama.

    —Hace frío, - dijo ella.

    No se me ocurría nada que responder.

    Ella se sentó allí, apoyando la cabeza en sus manos.

    —Ven, - le dije en inglés. —Vamos a ver a tu profesor. - Tiré de su brazo.

    —¿Dónde está todo el mundo? - dijo ella.

    —Mi padre muere, mi madre está, um, esperando con el muere.

    Ella me frunció el ceño. Yo supe que no había dicho nada con sentido. Tiré de ella de nuevo, se levantó y tropezó por ahí hasta ponerse las botas y la chaqueta.

    Fuera oí el pop-pop-pop de nuevo. Esta vez pensé que venía desde más cerca.

    —¿Están disparando otra vez? - preguntó.

    —Han disparado a mi padre, - le dije.

    —Oh Dios, - dijo ella. Ella se sentó en las mantas. —Oh Dios.

    Yo tiré de su brazo.

    —¿Estás bien? - me preguntó.

    —Deprisa, - le dije.

    Hice un bulto de mantas. encontré mi hacha y algunas otras cosas y las metí en el bulto. Luego me lo colgué todo al hombro. No sabía lo que íbamos a hacer, pero si estaban disparando a la gente, deberíamos huir. Tenía que mear con urgencia.

    Ella se dio prisa, por fin despierta. Cuando salimos fuera y la golpeó el frío, ella tiritó y se quitó de encima lo que le quedaba de sueño. Vi el movimiento de sus hombros en el fulgor del fuego sobre el horizonte, sobre el falso amanecer.

    La gente se estaba moviendo cerca de las casas donde eran invisibles frente a la madera negra. Evitaban los espacios abiertos. Nos quedamos cerca de mi casa, esperando para ver qué personas se estaban moviendo. Veronic iba cogida de mi brazo. Un perro pasó la escuela corriendo hacia el claro donde había estado la hoguera de los exploradores, se detuvo y olisqueó. Quizá era el lugar donde había muerto mi padre.

    Arrastré a Veronic a la parte trasera de la casa. La puerta espíritual estaba cerrada y mi padre estaba muerto. Me agaché y corrí, sujentándola por el brazo, hasta que llegamos a los árboles. Luego ella se resbaló y me arrastró con ella. Resabalamos por la nieve con los pies por delante, colina abajo entre los troncos ocultos en los charcos de sombra bajo los árboles. Luego nos detuvimos y esperamos.

    Aún sentía fiebre y como si nada fuese real.

    La nieve bajo los árboles era todo polvo. Manchó nuestras medias y se amontonó en grumos en las arrugas detrás de mis rodillas.

    Nada venía tras nosotras que pudiéramos ver. Nos levantamos y nos adentramos entre los árboles y luego colina arriba, alejadas de la destilería, pero aún rodeando la aldea. Dejé sola a Veronic durante un momento para mear, pero ella me siguió y nos agachamos juntas. Deberíamos correr, pero yo no sabía hacia dónde correr y el asentamiento tiraba de mí. Caminamos en círculo a su alrededor como atadas a un poste, como si una cuerda tirara cada vez más mientras subíamos la parte de la colina de la aldea. Pasamos por los árboles más allá del campo detrás de la escuela. Pude ver el corral de los estabros y algo de luz. Los exploradores estaban en el corral de los estabros y los estabros yacían en el suelo. Un par de hombres estaban cortando la carne de los cuerpos.

    Nos tropezamos con Harup en la oscuridad. Caímos sobre él, literalmente, en los arbustos.

    Estaba muerto. Tenía el estómago destripado por los disparos y los ojos abieros. No podía saber en la oscuridad si se había arrastado a sí mismo hasta aquí fuera para morir o si alguien había tirado el cuerpo. Estábamos demasiado cerca.

    Empecé a retroceder y a alejarme. Veronic estaba tiesa como un estabros asustado. Levantaba los pies muy alto en la nieve y pisaba fuerte y con mucho ruido. Uno de los perros del corral nos oyó y empezó a ladrar. Pude verlo en la luz con las orejas levantadas y el rabo curvado sobre el lomo. Los otros también ladraron, las orejas nos apuntaban en la oscuridad. Yo me quedé quieta y Veronic hizo lo mismo. Unos hombres en el corral espiaron hacia la oscuridad. Un par recogió sus rifles y los apoyaron en sus brazos mientras caminaban hacia nosotras.

    Yo retrocedí lentamente. Quizá encontraran el cuerpo de Harup y pensaran que los perros le ladraban a eso. Pero ellos eran cazadores, podían ver las huellas de nuestras botas en la nieve y seguirnos. Si corríamos, podrían oirnos. Yo no era una cazadora. No sabía lo que hacer.

    Retrocedimos un lento paso tras otro mientras los exploradores se alejaban de la luz. No venían directemente hacia nosotras, pero caminaban lado a lado y se dispersarían para encontrarnos. Yo tenía mi cuchillo. Había cobertura alrededor, en su mayoría árboles, pero yo no sabía lo que podría hacer contra un cazador con un rifle ni si, en caso de que pudiera detener a uno, el resto nos oiría o no.

    Hubo unos gritos que salían de las casas.

    Los exploradores siguieron andando pero los gritos no pararon y luego se oyó el pop de las armas. Eso distrajo a uno, luego al otro y ambos se volvieron a medias..

    Los perros se giraron ladrando hacia los gritos.

    Los exploradores empezaron a trotar hacia la escuela.

    Nosotras retrocedimos en la oscuridad.

    Había llamas por allí, hacia las casas. No pude decir qué casa estaba ardiendo. El fuego estaba colina abajo de la escuela, lo que significaba que podría ser nuestra casa. La gente estaba corriendo entre la escuela y la casa de Wanji y los exploradores levantaron sus armas y dispararon. La gente, tres personas, siguieron corriendo.

    Los exploradores dispararon una y otra vez. Una de las personas tropezó, pero todos siguieron corriendo Eran formas negras que surcaban el campo. La nieve sobre el campo no era profunda porque el viento la llevaba hacia los árboles. Una persona llegó bajo los árboles. Los exploradores dispararon de nuevo, pero los otros dos escaparon también hasta los árboles.

    Había un campamento de verano por ese camino, bajando el río, para secar pescado.

    Tiré del brazo de Veronic e hicimos camino a través de los árboles.

    Había gente en el campamento de verano y esperamos en los árboles para asegurarnos de que eran gente de Sckarline. Había un falso amanecer gris para cuando llegamos allí. No me acordaba de haber estado en el campamento de verano en invierno antes. Los secadores de pescado eran postes desnudos con una punta cubierta de nieve y la pendiente estaba casi toda cubierta de nieve. Aquí no había refugio.

    Había huellas de tres o cuatro personas en la nieve pisoteada. No creí que fueran de los exploradores allí abajo porque, ¿cómo iban a saber dónde estaba el campamento de verano?, pero ya no estaba segura de nada. No sabía si pensaba correctamente o no.

    Veronic se inclinó hacia mi oído y me susurró tan bajo que apenas pude oir nada.

    —Tenemos que volver.

    Negué con la cabeza.

    —Ian está allí.

    Ian. Ian. Ella se refería a su profesor.

    Ella tenía una capucha en su ropa púrpura y yo la retiré para susurrar, —Ahora no. Esperamos aquí..

    Ella estaba tiritando.

    Yo no tenía tanto frío. Aún sentía fiebre, como si todo estuviera lejos de mí, como si caminara a medias por este mundo. Me senté y miré hacia la nieve amontonada en una hoja marrón y mi mente quedó vacía. Las cosas no parecían ir tan mal. No sé cuánto tiempo nos quedamos sentadas.

    Alguien entró andando en el campamento de verano. Pensé que era Sored, uno de los chicos.

    Cogí el brazo de Veronic y la levanté de un tirón. Yo estaba rígida por la sentada y más fría que nunca, pero moverse ayudaba. Bajamos resbalando por la colina hasta el campamento de verano.

    El campamento de verano tenía forma de V que miraba hacia el río helado más abajo. Sored ya estaba saliendo del campamento cuando llegamos allí, pero él nos saludó con la mano desde los árboles y nosotras corrimos hasta allí arriba. Veronic se resbalaba y usaba las manos.

    Había dos personas agachadas alrededor de un fuego tan pequeño que era invisible. Una de ellas era Tuuvin.

    —¿Dónde están todos los demás? - me preguntó Sored.

    —No lo sé, - le dije. Tuuvin se levantó.

    —¿Dónde está tu madre y hermana? - me preguntó.

    —Estuve en casa de Wanji toda la noche, - le dije. —¿Dónde está tu familia?

    —Mi pa y yo estuvimos en el corral de los estabros esta mañana con Harup, - dijo.

    —Hemos encontrado a Harup, - le dije.

    —¿Has encontrado a mi pa? - preguntó.

    —No. ¿Le han disparado?

    —No lo sé. No creo.

    —Vimos a algunas personas corriendo por el campo detrás de la escuela. Quizá uno de ellos recibió un disparo.

    Él bajó la vista hacia Gerda, se agacho junto al fuego. —Ninguno de nosotros recibió un disparo.

    —¿Habéis venido juntos?

    —No, - dijo Sored. —encontré a Gerda y a Tuuvin aquí..

    Él había bajado a ver el fuego de la destilería. Los exploradores se habían llevado algunas barricas. Sored no sabía cómo había empezado el fuego, si fue un accidente o si lo habían hecho ellos a propósito. Hubiera sido fácil si alguien derramaba algo demasiado cerca del fuego.

    Veronic estaba agachada junto al diminuto fuego. —Janna, - me dijo, —¿ha visto alguien a Ian?

    —¿Habéis visto al profesor exoplanetario? - les pregunté.

    Nadie lo había visto.

    —Tenemos que encontrarle, - dijo ella.

    —Vale, - le dije.

    —¿Qué vas a hacer con ella? - preguntó Sored señalando a Veronic con la barbilla. —¿Está enferma?

    Ella se agachaba frente al fuego como alguien enfermo

    —No está enferma, - le dije. —Tenemos que ver lo que está pasando en Sckarline.

    —Yo no pienso volver, - dijo Gerda sin mirar a nadie.

    Yo no conocía a Gerda muy bien. Era bastante mayor para tener hijos pero ella no tenía a nadie. Vivía sola. Le habían cortado la nariz en su clan por adulterio, pero nunca supe si estuvo casada o no. Algunas personas venían a Sckarline porque ya no querían formar parte de su clan. La mayoría de ellas regresaba, pero Gerda se había quedado.

    Tuuvin dijo, —Yo iré.

    Sored dijo se quedaría por si alguien más iba al campamento de verano. En un día o dos, todos irían hacia el oeste a ver si podían atravesar los pastos de invierno del Clan de Haufsdaag. Sored tenía parientes allí.

    —Eso está muy lejos. - dijo Tuuvin. —El clan de Toolie está más cerca.

    —Tienes parientes en el Clan Toolie, - dijo Sored.

    Tuuvin asintió.

    —Nosotros vamos a Sckarline, - le dije a Veronic.

    Ella se levantó. —Hace tanto frío, - dijo ella. Luego dijo algo sobre la falta de café. Yo no entendía mucho de lo que decía. Dio una carcajada y dijo que ojalá pudiera haber desayunado algo.

    Sored me miró. No traduje nada. Él le dio la espalda a ella, pero Veronic no lo notó.

    Nos llevó hasta el amanecer, pasada la corta mañana medio invernal y entrada la tarde llegar hssta Sckarline. Lo único bueno de la noche invernal es que también era oscura para los exploradores

    Escasas horas de luz diurna.

    Nada se movía cuando volvimos a Sckarline. En la parte de atrás de la escuela todo parecía despejado, pero las casas estaban todas quemadas. Pude ver dónde había estado mi casa. Troncos chamuscados en el rojizo sol de la tarde. La tierra a su alrededor estaba húmeda y embarrada por el calor de los fuegos.

    La casa de Tuuvin. La casa de Ayudesh. La casa de Wanji. Frente a la escuela había cuerpos. El cuerpo de mi pa, tirado otra vez en la nieve. Mi ma y mi hermana. Mi hermana tenía la cabeza abierta. Mi ma no llevaba puestos los pantalones. La fachada de la escuela había ardido, pero el fuego debió de haberse apagado antrs de que el edificio entero desapareciera. Los perros se movían entre los cuerpos, olisqueando, parando para tirar de la carne congelada.

    Tuuvin les gritó para desbandarlos.

    La pelvis de mi ma asomaba bajo la piel sangrienta y su sexo estaba allí para a la vista de todo el mundo, pero me llamaron la atención sus pies descalzos. Sus suelas estaban negras. Sus dedos eran gruesos y sus pies parecían viejos, unos viejos pies de anciana. Como si fuese tan vieja como Wanji.

    Miré hacia la gente buscando quien más estaba allí. Vi a Wanji, aunque no tenía cara, pero la reconocí por la piel. El profesor de Veronic estaba allí con la cara roja y pelada por el fuego. Los blancos ojos cocidos como pescado ahumado. Ayudesh no tenía orejas ni sexo. Le habían quitado las ropas.

    Los perros estaban merodeando en círculos, vigilando a Tuuvin.

    Él les gritó. Luego se sentó sobre los talones, se cubrió los ojos con el brazo y lloró.

    Yo no sentía nada. Todavía no.

    Silbé la canción que Wanji me había enseñado para enviar el mensaje y el mundo quedó a oscuras. Era lo que había que hacer y durante un rato, no tenía que mirar hacia los pies descalzos de mi ma.

    El lugar para los muertos de Sckarline estaba colina arriba más allá del pueblo, lejos del río, pero sin estabros no conseguí pensar cómo podíamos llevar estos cuerpos allí. No teníamos nada para los cuerpos. Nada para el viaje espiritual, ni siquiera mantas para envolverlos.

    No podía soportar pensar en mi madre sin pantalones. Había muchas mujeres muertas en la nieve y muchas de ellas sí tenían pantalones. No parecía justo que mi madre debiera llevar los de otra persona, pero no podía pensar en hacer nada salvo quitarle las medias a Maitra y ponérselas a mi madre. En realidad no podía ponérselos bien, mi ma era alta y su cuerpo estaba rígido por el frío y la muerte. Yo odiaba tener que tocarlo.

    Veronic me preguntó lo que estaba haciendo, pero aun cuando supiera el suficiente inglés para responder, estaba demasiado avergonzada para explicarlo.

    La carne de mi ma era blanca y extraña al tacto. No parecía carne en absoluto. Como el plástico. De aspecto blando pero no al tacto.

    Tuuvin me observaba sin decir nada. Finalmente me dijo, —No podemos llevarlos al lugar de los muertos.

    Yo no sabía qué decir a eso.

    —No tenenos a nadie que le hable a los espíritus, - dijo. —Sólo yo.

    Él era el hombre aquí. Yo no sabía si Tuuvin había hablado con los espíritus o no, la gente no hablaba sobre eso con las mujeres.

    —Digo que este lugar es un lugar de los muertos, también.. Su voz era extraña. —Sckarline es un lugar de los muertos ahora.

    —¿Los dejamos aquí? - le pregunté.

    Él asintió.

    No tenía barba, pero era un chico y era lo bastante mayor para que hubiera caminado a través de la puerta espiritual. Me alegré de que él tomara la decisión.

    Examiné las casas en busca de cosas para que los muertos las llevaran con ellos, pero la mayoría de las cosas estaban quemadas. Encontré cosas medio quemadas y a veces sin quemar. Encontré un abrigo de piel y lo usé para tapar a la mujer cuyas medias le había robado. Traté de asegurarme de que todo el mundo tuviera algo, algo zurcido o una copa o algo, para que no estuvieran del todo sin posesiones. Conseguí encontrar algo para casi todos y encontré bastantes mantas para envolver a la familia de Tuuvin y el profesor de Veronic. Envolví a Bet con mi ma. Separé mantas para Veronic, Tuuvin y para mí, y todo lo que encontrara que pudiéramos usar que no le había dado a los muertos, pero todo lo demás se lo di a ellos.

    Tuuvin se sentó en la escuela y yo no sabía si lo que hacía era una cosa espiritual o si sólo era aflicción. No le molesté. Él mantenía alejados a los perros. Veronic me seguía y recogía cosas a través de los postes ennegrecidos de las casas. Ambas teníamos los guantes y las ropas manchadas de negro, junto con marcas negras en las caras.

    Paramos cuando se hizo demasiado oscuro y luego acampamos en la escuela junto a los muertos. Normalmente, yo no hubiera sido capaz de permanecer tan cerca de los muertos, pero ahora me sentía parte de ellos.

    Tuuvin había matado, preparado y cocinado un perro. Veronic lloraba mientras comía. No como había llorado Tuuvin. Sin sollozos. Sólo lágrimas desesperadas que le caían por la cara. Como si no las notara.

    —¿Qué vamos a hacer? - preguntó ella.

    Tuuvin dijo, —Intentaremos llegar al Clan Toolie.

    Yo no tenía ni idea de dónde estaban sus pastos de invierno, mucho menos cómo encontralos y casi le preguntó a Tuuvin si él lo sabía, pero no quería avergonzar su hombría y lo dejé estar.

    —El deslizador volverá aquí, - dijo Veronic. —Tengo que esperar aquí..

    —No podemos esperar aquí, - dijo Tuuvin. —Va a oscurecer, el invierno se acerca y no tendremos sol. No tenemos animales. No podemos vivir aquí..

    Le traduje lo que Tuuvin había dicho. —Tengo, aquí dentro, - me señalé la cabeza, —Llamo a tu gente. Wanji me lo da.

    Veronic no entendía y ni siquiera intentaba entender.

    Yo intentaba no pensar en los perros merodeando entre los muertos. Traté de no pensar en el mal tiempo. Traté de no pensar en mi casa o mi ma. No quedaba mucho en lo que pensar.

    Tuuvin tenía parientes en el Clan Toolie pero yo no. Aunque Tuuvin era mi pariente de clan, aun cuando no fuera un primo ni nada. Me pregunté si aún me querría después de llegar al Clan Toolie. Quizá allí habría otras chicas. Chicas nuevas con las que él nunca había hablado antes. Serían bonitas, algunas, al menos.

    Mis parientes estaban en Lagskold. Yo no sabía donde estaban sus pastos, pero alguien lo sabría. Podría irme con ellos si no me gustaba el Clan Toolie. Había conocido a un par de mis primos cuando vinieron y trajeron al medio hermano de mi padre, mi tito.

    —Escucha, - dijo Tuuvin tocando mi brazo.

    No lo oí al principio, luego sí.

    —¿Qué? - dijo Veronic. —¿Están volviendo?

    —Calla, - le regañó Tuuvin, y aunque ella no entendía la palabra, se calló.

    Era un deslizador.

    Estaba muy lejos. Los deslizadores no aterrizaban por la noche. Ni siquiera venían por la noche. Había venido por mi mensaje, supuse.

    Tuuvin se puso de pie y Veronic se apresuró a imitarlo y todos salimos al borde del campo detrás de la escuela.

    —¿Puedes oirlo? - pregunté a Veronic.

    Ella negó con la cabeza.

    —Escucha, - le dije. Yo podía oirlo, sólo un rumor. —El deslizador.

    —¿El deslizador? - dijo ella. —¿El deslizador viene hacia aquí? Oh Dios. Oh Dios. Ojalá tuviéramos luces para ellos. Necesitamos luz para indicarles que hay alguien aquí..

    —Dile que se calle. - dijo Tuuvin.

    —Envio el mensaje, - le dije. —Saben que hay alguien aquí..

    —Deberíamos mover el fuego.

    Podía enviarles otro mensaje, pero Wanji había dicho que lo hiciera una vez al día hasta que vinieran y estuvieran aquí..

    Los perros empezaron a ladrar.

    Finalmente vimos las luces del deslizador, unas extrañas estrellas verdes y rojas. Se movían por el cielo como si se hubieran soltado.

    Veronic dejó de hablar y se quedó quieta.

    Las luces venían hacia nosotros muy lentamente. Se hacían más grandes y brillantes que cualquier estrella. Parecía que estuvieran paradas, pero las luces brillaban cada vez más y decidí finalmente que venían directamente hacia nosotros y que no parecía que se estuvieran moviendo, pero lo hacían.

    Luego pudimos ver el deslizador con sus propias luces.

    Volaba bajo sobre nosotros y Veronic gritó, —¡Estoy aquí! ¡Estoy aquí!

    Yo grité y Tuuvin gritó también, pero el deslizador no parecía oirnos. Aunque luego se giró y trazó una curva lentamente, su sonido se alejó y el deslizador quedó suspendido en el aire. Llegó hasta donde había estado antes y regresó. Esta vez venía volando más bajo encendiendo luces rojas hacia el suelo. Una. Dos. Tres.

    Se acercó por tercera vez y me pregunté lo que haría ahora. Pero esta vez aterrizó con un sonido tan alto que pude sentirlo además de oirlo. Era un deslizador diferente del que siempre veíamos. Era más grande, con una panza como si estuviera embarazado, blanco y rojo. Se acercó suavemente sobre la nieve con los motores apuntando al suelo, fundiendo la nieve bajo ellos.

    Y luego se posó con las luces parpadeando. Las luces rojas sobre el suelo se encendían y apagaban. Los perros ladraban.

    Veronic corrió hacia él.

    Se abrió la puerta y un hombre gritó para avisar de algo, pero yo no lo entendí. Veronic se detuvo y desde donde yo estaba, ella era una forma negra frente a las luces del deslizador.

    Al final, un hombre saltó a la nieve y luego dos hombres y dos mujeres más, y corrieron hacia Veronic.

    Ella gesticuló y las luces parpadearon de acuerdo a los movimentos de sus brazos hasta que me dolieron los ojos y tuve que apartar la mirada. No podía ver nada a nuestro alrededor. Las luces de los exoplanetarios me cegaron bastante.

    —¡Janna! - llamó Veronic. —¡Tuuvin! -

    Movió los brazos para que nos acercáramos. Salimos de la oscuridad hacia las implacables luces del deslizador.

    No entendía lo que estaban diciendo en inglés. Me hicieron preguntas, pero yo sólo negaba con la cabeza. Estaba cansada y, finalmente, quise llorar.

    —Janna, - dijo Veronic. —Les has llamado. ¿Verdad?

    Yo asentí.

    —¿Cómo?

    —Wanji me da ... en mi cabeza ... -

    No tenía ni idea de cómo explicarlo. Me señalé la oreja

    Una de la mujeres se acercó y me cogió la cabeza como si yo fuese un estabros, la giró para retirar el pelo y miró dentro de mi oído. Yo aún no podía oir muy bien en ese oído. La mujer no me cogía la cabeza con brusquedad, pero no era algo que las personas se hacían unas a otras.

    Ella hablaba y asentía, aunque yo no entendí nada. El idioma inglés nos envolvía.

    Uno de los hombres nos trajo algo caliente, amargo y dulce para beber. La bebida estaba en copas de plástico azul, el mismo color que las chaquetas que llevaban todos excepto por el hombre de chaqueta roja con letras blancas. Eran bonitas. Veronic bebió de la suya agradecidamente. Yo hice lo mismo. Todo eso negro y amargo debía ser medicina.Tuuvin sólo sostenía su copa.

    Luego sacaron linternas. Caminamos todos y examinamos los cuerpos. Los perros rehuían las luces, quedándose en el borde con las cabezas gachas como si se sintiesen culpables de algo.

    —Janna, - dijo Veronic. —¿Cuál es Ian? ¿Cuál es mi profesor?

    Tuvimos que andar entre los cuerpos. Los habíamos dejado fuera con las todas las cabezas encarando la escuela y su pies apuntando al centro de la aldea. Eran más bultos que gente. Podía haberle indicado a Veronic quién era su profesor en la luz, pero en la oscuridad con las linternas, era difícil ver nada allí donde no estaban apuntando. Me llevó un rato encontrar a Harup. Luego encontré al profesor.

    Veronic lloró y la mujer que me había mirado en el oído la abrazó como si fuese su hija. Aunque la mujer no tenía piel oscura como Veronic y pensé que sólo se comportaba como un pariente porque ella era una exoplanetaria, no por lazos de sangre. Todos los exoplanetarios eran como Sckarline: parientes por ser de donde venían, no por ser familia.

    Los dos hombres de chaquetas azules cargaron el cuerpo del profesor. Andaban torpemente con cuerpo sobre la nieve aplastada. El hombre que sujetaba la cabeza del profesor resbaló y cayó. Tuuvin tomó la cabeza del profesor y yo sujete los pies. No tenía botas. Tenía los pies desnudos como los de mi ma. Los había tapado con una piel, pero no era muy grande y le sobresalían los pies. Estaban muy fríos, parecía carne, no una persona.

    Caminamos directamente hasta la puerta del deslizador y yo pude mirar en el interior. Era grande. Hueco. Estaba oscuro en el fondo. Yo había imaginado que estaría lleno de luces ahí dentro y me decepcionó un poco. Había cosas colgando en las paredes pero en su mayoría estaba vacío. Uno de los exoplanetarios saltó dentro del deslizador y ya no parecía torpe en absoluto. Llevó el cuerpo a la parte de atrás del deslizador.

    Se pusieron a hablar de nuevo. Tuuvin y yo estábamos de pie sobre la nieve. El aliento de Tuuvin era una enorme pluma blanca con las luces del deslizador. Yo movía los pies. Las luces eran brillantes pero engañosas. No daban calor.

    Los exoplanetarios querían regresar donde los cuerpos, así que volvimos.

    —Tus profesores, - dijo Veronic. —¿Dónde están tus profesores?

    Me acordé del cuerpo de Wanji. No tenía cara pero era sencillo saber quién era. El cuerpo de Ayudesh seguía desnudo bajo la manta que había encontrado. La manta estaba quemada por un lado y no le cubría del todo. Donde había estado su sexo, la sangre congelada reflejaba la luz de las linternas.

    Querían llevarse los cuerpos de Wanji y de Ayudesh al deslizador. Nos indicaron que cargáramos a Ayudesh.

    —¡Espere!, - dijo Tuuvin. —No deberían hacer eso.

    Yo me senté en los talones.

    —Son gente de Sckarline, - dijo Tuuvin.

    —Su espíritu ya se ha ido. - le dije.

    —No tienen nada. - dijo él.

    —Si los exoplanetarios se los llevan, ¿no les darán cosas exoplanetarias?

    —Ellos no querían cosas exoplanetarias, - dijo Tuuvin. —Por eso estaban aquí..

    —Pero no tenemos nada para darles. Al menos, si los exoplanetarios les dan cosas, tendrán algo.

    Tuuvin negó con la cabeza. —Harup... - empezó a decir, pero se detuvo.

    Harup hablaba con los espíritus mejor que cualquiera. Él habría sabido lo que hacer. Pero yo no sabía cómo preguntarle y no creía que Tuuvin lo supiera tampoco, aunque no estaba segura de esto último. No había ningún tambor ni nada para que su espíritu hablara, de todos modos.

    Los exoplanetarios nos miraron.

    —Vale, - dijo Tuuvin.

    Me levanté y cargamos el cuerpo de Ayudesh y los dos hombres exoplanetarios cargaron el de Wanji y los llevamos al deslizador.

    Un perro nos siguió en la oscuridad.

    El hombre de la chaqueta roja subió al deslizdador y fue a la parte delantera. Había sillas allí, se sentó en una y habló con alguien por radio. Me acordaba de la palabra radio en inglés. Ayudesh solía usar una hasta que dejó de funcionar y consiguió otra.

    Las ideas daban vueltas por mi vacía cabeza.

    Colocaron los cuerpos de los profesores junto al cuerpo del profesor de Veronic. Tuuvin y yo nos quedamos fuera en la puerta, inclinados para mirar. El suelo del deslizador era de metal.

    Uno de los chaquetas azules nos trajo dos mantas. Las mantas eran del mismo azul que las chaquetas y tenían un símbolo rojo en ellas. Un círculo con palabras. No les presté mucha atención. Nos trajo paquetes de láminas. Cinco. Diez en total.

    —Comida, - dijo señalando los paquetes.

    Yo asentí. —Comida, - .

    —¿Tienen armas? - preguntó Tuuvin rápidamente.

    —¿Armas? - le pregunté. —¿Tenéis armas?

    —Nada de armas, - dijo el chaqueta azul. —Nada de armas.

    Yo no sabía si se suponía que teníamos que entrar en el deslizador o si los regalos significaban que nos fuéramos. Veronic se acercó y se sentó en el umbral. Me abrazó.

    —Gracias, Janna, - me susurró. —Gracias.

    Luego se levantó.

    —Apartaos, - dijo el chaqueta roja como ahuyentándonos.

    Nos alejamos trotando del deslizador. Se encendieron los motores y la tierra bajo él hirvió. El deslizador se elevó y los motores giraron para apuntar hacia atrás. Se alejó volando, pesada y lentamente al principio, pero cada vez más rápido y más alto.

    Parpadeamos en la oscuridad, sujetando nuestros regalos.

    FIN

Relato 4 - El Tren de Lincoln

The Lincoln Train, publicado en The Magazine of Fantasy & Science Fiction, abril 1995

    Los soldados del G.A.R. están a lo largo de las vías. Son los soldados del General Dodge, que mantienen las vías para el Tren de Lincoln. Si me muevo a la derecha, los bordes de mi pamela son como pantallas y no consigo ver a los soldados en absoluto. Es una tarde de primavera. En la casa, las lilas están floreciendo. Mi madre lleva un pimpollo en la solapa de su vestido bajo su cameo. Puedo olerlo, incluso en el ambiente de todas estas personas que esperan el tren. Puedo oler las lilas y el aroma de demasiada gente agrupada junta, y un vago sabor de carbonilla en el aire. Quiero irme a casa, pero esa casa ya no es nuestra. Me aliso mi vestido negro. En la plataforma del tren todos estamos de luto.

    El tren nos llevará a San Louis, desde donde saldremos para los territorios de Oklahoma. Dicen que iremos andando, pero no sé cómo lo hará mi madre. Ella no ha estado bien desde el invierno del 62. Compruebo mi bolsa con nuestra agua y provisiones.

    —Julia Adelaide, - dice mi madre, —Creo que deberíamos irnos a casa.

    —Hemos venido a coger el tren, - digo, muy áspera.

    Soy Clara, mi hermana Julia es once años mayor que yo. Julia está casada y vive en Tennessee. Mi madre parpadea y toca el pimpollo de lilas con duda. Si no soy áspera con ella, seguirá insistiendo sobre ello.

    Espero. Cuando era más joven solía intentar instruir mi indominable yo en la caridad cristiana. Dios no nos envía nada que no podamos soportar. Ahora sólo intento que se refleje en mi rostro, intento mantener disciplinado mi yo exterior. Hay una sensación dentro de mí, un enfado del que ni siguiera puedo hablar. Algo se está tensando, como un arco, tensando y tensando y tensando...

    —¿Cuando nos vamos a casa? - dice mi madre.

    —Pronto, - le digo, porque es fácil.

    Aunque ella no lo recordará y en un momento me lo preguntará de nuevo. Y una y otra vez, a través de este largo, largo viaje en tren a San Louis. Estoy intentando ser una hija cristiana y me recuerdo a mí misma que no es culpa suya que la guerra la convirtiera en una anciana o que su mente esté llena de agujeros y todo lo nuevo se vaya por el sumidero. Pero tampoco es culpa mía. Ni siquiera intento refrenar mis emociones y sé que emergen hasta mi cara. El único modo de ser verdadera es ser verdadera desde dentro y yo no lo soy. Estoy llena de emociones no cristianas. La enfermedad de mi madre es su prueba y también es la mía.

    Ojalá yo fuese otra persona.

    El tren llega por la vía lentamente, toscamente. Es viejo y bastante usado, pero puedo ver que una vez fue un modelo de pura y hermosa fabricación. Bajo el polvo hay un oscuro color del vino clarete. Se decía que el motor se construyó para que lo usara el Presidente Lincoln, pero desde el intento de asesinato se encuentra demasiado inseguro para viajar. La gente empieza a empujar hacia el borde del andén llevando sus bolsas y pertenencias. No sé cómo subiremos nuestra maleta. Si Zeke pudiera haber venido, al menos yo podría haberme asegurado de que se cargaba en el tren, pero los negros son libres ahora y no quieren ayudar. El aviso decía que ninguna familia negra podía venir a la estación, aunque veo sus caras aquí y allá entre la multitud.

    El tren se detiene fuera de la estación para recoger algo de agua.

    —¿Es ese tu padre? - dice mi madre. —¿Lo ves en el tren?

    —No, Madre, - digo. —Somos nosotras las que vamos a subir en el tren.

    —¿Vamos a ver a tu padre? - me pregunta.

    Da igual lo que le diga, lo olvidará en unos minutos, pero no puedo decirle a ella que sí. No puedo decirle que veremos a mi padre ni para darle unos momentos de alegría.

    —¿Vamos a ver tu padre? - me pregunta de nuevo.

    —No, - digo.

    —¿Dónde vamos?

    Se lo he explicado todo minuciosamente y ella lloró cada vez que lo hice. La gente empieza a empujar por el andén hacia el tren y yo estoy intentando decidir si debería mover mi maleta hacia el frontal del andén. ¿Por qué tienen tanta prisa en subir al tren? Nos están llevando por el camino.

    —¿Dónde vamos? Julia Adelaide, respóndeme a esto ahora mismo, - me dice mi madre con una voz demasiado temblorosa para sonar del todo como la suya.

    —Soy Clara, - le digo. —Vamos a San Louis.

    —San Louis, - dice. —No tenemos que ir a San Louis. No podemos cruzar las líneas, Julia, y yo... estoy bastante indispuesta. Volvamos a casa ya, esto es una tontería.

    No podemos volver a casa. El General Dodge ha dejado muy claro que si no aparecemos en el andén del tren esta mañana y registramos nuestros nombres en la lista, arrestará a todo hombre en la ciudad y fusilará cada décimo hombre. La ciudad sabe que habla en serio, habían puesto al mando de los trenes hacia Washington al General Dodge y había hecho lo mismo entonces. Arrestó a los hombres y los retuvo, y cada vez que atacaban el tren, colgaba a un hombre.

    Hay un grito y solo puedo ver a la multitud moviéndose como una ola, vertiéndose en el borde del andén. Todo el mundo teme que no haya sitio. Cojo la maleta y el brazo de mi madre y tiro de ambas. La maleta es tan pesada que me hace daño en los dedos y el peso de nuestra agua y comida me pesa en el brazo. Mi madre es pequeña y cuando la meto en la cama por la noche, es pequeñita como una niña, pero ahora se niega a moverse, tira contra mi y abre la boca, una boca rosa por dentro y mojada y abierta en un lamento que apenas puedo oir por encima del griterío del tumulto. No sé si debería soltar la maleta para tirar de ella y, durante un momento, pienso en soltarla a ella, que otro la monte en el tren y ya la encontraré más tarde.

    Un hombre en el tumulto con cara retorcida por la ira la empuja por detrás con fuerza. ¿Por qué está tan enfadado? Mi madre cae hacia mi y la masa de gente nos empuja. Intento mantener agarrada la maleta, pero mis guantes son resbaladizos y sólo puedo agarrarla con mi mano derecha, con la izquierda intento sujetar a mi madre. La multitud nos está empujando por todos lados, intenta llevarnos hacia el borde del andén.

    El tren silba como si fuera a moverse. Hay gritos a nuestro alrededor. Mi madre cae sobre mí, su cara doblada hacia arriba, hacia mí, me presiona los senos. Está muy asustada. Su cara está apretada contra mi en una intimidad impropia, como si fuese mi hija. Mi madre como mi hija. Me llena de repulsión y horror. La presión contra nosotros empieza a disminuir. Aún sujeto la maleta. Todo irá bien. Deja que empujen, esperaré y subiré la maleta de un modo u otro. No conseguirán que viajemos sin nada.

    Tengo los ojos de mi madre muy cerca. Su cara arrugada mira hacia arriba, la piel bajo los ojos forman bolsitas como segundos párpados ciegos. Todo es muy grotesco. Estoy bajo un hechizo. Ojalá pudiera estar en otra parte donde pudiera salir y cerrar las ventanas. He tenido estos hechizos desde que nos dijeron que mi padre estaba muerto, donde todo se llena de horror y extrañeza.

    Las personas detrás de mi se están acumulando a mi espalda y quiero decirles que paren, pero no puedo. La gente a nuestro alrededor está voceando. No puedo ver nada salvo la gente que me empuja. La gente aún empuja, pero ahora no empujan hacia el lado del andén sino hacia delante, hacia donde estará el tren cuando nos permitan embarcar.

    —¡Esperen!, - grito, pero no hay forma de saber si ya nos han llamado o no. No puedo oir nada hasta que silba el tren. ¿Se ha movido el tren? ¿Traen el tren a la estación? No puedo saberlo, no sin soltar a mi madre y la maleta. Mi madre está siendo arrastrada dentro de la masa. La siento resbalando de mi. Tienen los ojos cerrados. Es una enorme muñeca de trapo, inerte en mis brazos. Ni siquiera intenta agarrarse a sí misma. Se ha rendido en este momento.

    No puedo sujetar a mi madre y a la maleta. Suelto la maleta.

    Oh Dios misericordioso.

    No sé cómo voy a superar este momento.

    La multitud a mi alrededor es algo que me oprime y me empuja y tira arriba y abajo. No puedo respirar por la presión. veo estrellitas delante de los ojos, chispas blancas demasiado brillantes, como el metal y como la luz. Mis pies no están debajo de mí. Estoy flotando por la multitud y mi pies están detrás de mí. Soy incapaz de ponerme de pie, incapaz de caer. Creo que mi madre está junto a mí, pero no puedo saberlo y en esta masa no sé cómo podrá ella respirar.

    Creo que me voy a morir.

    Todo el ruido a mi alrededor ya no parece ruido. Es otra cosa, algún elemento, como el agua o como algo que me rodea y me supera.

    Es así durante un buen tiempo hasta que, finalmente, vuelvo a tener los pies debajo de mí y me apoyo en la gente. Siento que me hundo, pero no puedo detenerme. El andén es sólido. Siento todo el cuerpo magullado y brutalmente usado.

    Mi madre no está conmigo. Mi madre es un bulto de negro en el suelo y me agacho hacia ella. Ojalá pudiera decir mientras me agacho que me preocupa su estado, pero en este momento no soy más que básica naturaleza animal y me agacho hacia ella porque ella es mía y no hay nada más en el mundo que pueda identificar como mío. Su falda está toda arrugada y se le ven los tobillos y las tibias. Su cara es negra. Al principio creo que son ropas, pero es su cara, tan llena de sangre que está negra.

    La gente aún empuja hacia el tren, pero hay gente sobre el andén a nuestro alrededor, sin contar la de detrás. Y otra cosa. Un sorprendente número de zapatos, todos muy usados. Abrigos, trambién. Bolsas. Bultos y gente.

    Trato de levantar los brazos de mi madre sobre su cabeza para forzar la respiración de sus pulmones. Sus brazos son finos, pero no van hacia donde quiero que vayan. Leí en el periódico que cuando dispararon al Presidente Lincoln, él dejó de respirar y su médico personal le hizo respirar de nuevo. Aunque quizá el periódico estaba equivocado, o quizá era más complicado de cómo yo lo entiendo o quizá no funciona siempre. Ella no respira.

    Me siento en el andén y trato de pensar en lo que hacer. Mi cabeza está vacía de ideas útiles. Vacía de plegarias.

    —¿Señorita?

    Es un soldado del G.A.R.

    —¿Sí, señor? - digo.

    Me resulta difícil mirar hacia arriba, mirar hacia el sol.

    Él se agacha pero no la toca. Al menos no la la toca. —¿Se ha quedado alguien más? ¿Primos o alguien? ¿Alguien que no sea 'recalcitrante' con el trato de sus Negros?

    —En la ciudad no, - digo.

    —¿Es creyente? - pregunta él a su modo norteño.

    —Sí señor, - le digo, —lo era. Era metodista y usted debería contactar con el reverendo. El Reverendo Robert Ewald, señor.

    —Más tarde, señorita. Ahora tiene que subir al tren.

    —¿Y dejarla aquí? - le digo.

    —Sí señorita, el tren se marcha. Lo siento, señorita.

    —Pero no puedo, - digo.

    Él me coge del codo y me ayuda a levantarme. Yo le dejo.

    —No somos recalcitrantes en realidad. - le digo. —¿Dónde se supone que iban a ir Zeke y Rachel? ¿Se suponía que los íbamos a echar?

    Él me ayuda a subir al tren. La gente se me queda mirando mientras subo y me doy cuenta de que debo de estar toda desarreglada. Me quedo de pie bajo todas las miradas tratando de enderezarme la pamela y alisarme el vestido. No sé lo que hago con los ojos y las manos.

    No hay asientos. ¿Es que tendré que ir de pie hasta San Louis? Me agarro al respaldo de un asiento para sujetarme. Hace calor de repente y todo es distante y creo que me voy a desmayar. Se me revuelve el estómago. Respiro por la boca, ni siquiera estoy segura de que siga agarrada al respaldo del asiento.

    Pero no me caigo, a Jesus gracias.

    —No es Lincoln, - está diciendo alguien, la voz de un hombre, rica y barítona, y me aferro a las palabras como un salvavidas, arrastrándome a mí misma de vuelta al vagón del tren, al mundo. —Es Seward. Lincoln ya no tiene capacidad de gobernar.

    El tren huele a cuerpos y cálida lana sudorosa. Es un olor que me amenaza y tengo que concentrarme en respirar por la boca. Respiro en cortos alientos, como un perro. El calor se me pega en la piel, no tiene aire.

    —Por supuesto, Lincoln ya no puede gobernar, pero ese maldito actor le ha convertido en un santo cuando le disparó, - dice una segunda voz, —Y ahora nadie se atreve a oponerse a él. Da igual si sus normas tienen sentido o no.

    —Se equivoca, - dice el primero. —Seward gobierna de su parte. Lincoln es un imbécil. No puede gobernar, mire cómo ha gestionado la guerra.

    El segundo se burla. —Él ganó.

    —No, - dice el primero, —nosotros perdimos, hay una diferencia, señor. Perdimos aún cuando el norte nunca pudo encontrar un general competente.

    Conozco a los tipos como el primero. Es de los que se piensa que es brillante, que siempre supo lo que el Presidente Davis debería haber hecho. Si están busando un sureño recalcitrante, han encontrado a uno.

    —Grante era competente. Pero no brillante. Cualquier militar distinto a Alejandro Magno parece inadecuado comparado con el General Lee.

    —Grante era un bebedor, - dice el primero. —Fue por sus subordinados. Habían pasado por años de guerra. Sabían lo que hacer.

    Hace mucho calor en el tren. Me pregunto cuánto falta para que parta el tren.

    Me pregunto si el Reverendo escribirá a mi hermana en Tennessee y le contará lo de nuestro madre. Ojalá el tren fuese al este hacia Tennessee en lugar de al norte y oeste hacia San Louis.

    Mi maleta, todo lo que tengo, está en el andén. Me giro y voy hacia la puerta. Está cerrada y pruebo la palanca pero está demasido rígida para mí. Miro a mi alrededor buscando ayuda.

    —Está cerrada, - dice una mujer de gris que no parece amable.

    —Mis cosas, las he dejado en el andén, - le digo.

    —Oh, cielo, - me dice, —no van a dejarte volver ahí fuera. No dejan salir del tren a nadie.

    Miro por la ventana, pero no puedo ver la maleta. Aunque puedo ver a algunos de los soldados, así que golpeo en la ventana. Uno de ellos alza la vista hacia mi frunciendo el ceño, pero luego me ignora.

    El tren silba que va a salir y yo golpeo el cristal más fuerte. Ojalá pudiera romper el cristal. No lo entienden, me ayudarían si lo entendieran. El tren da una sacudida y yo me tambaleo. Está todo ahí fuera, en alguna parte de ese andén. Las ropas de mi madre y mías, mantas, cosas que necesitaremos. Cosas que necesitaré.

    El tren sale de la estación y me encuentro tan mal que me siento en el suelo, en todo el polvo de los pies de la gente y lloro.

    El tren avanza lentamente primero, pero luego coge velocidad. El clack-clack clack-clack me balancea. Es inapropiado, pero le dejo que me balancee. Estoy en otras manos ahora y no hay nada que hacer salvo ser paciente. Se me da bien eso. Así ha sido toda mi vida. He intentado ser obediente, pero algo en mí no funciona bien y nunca he sido capaz de matener una mentalidad cristiana, como un pollo en un corral, Siempre he puesto los ojos en las cosas pequeñas. Me he volcado en lo que estaba delante de mí, primero la casa, luego mi madre. Cuando no podíamos conseguir azúcar, aprendí a cocinar melaza y miel. Ahora me siento y dejo que mi mente se vacíe y que el tren me mezca.

    —Chica, - dice alguien. —Chica.

    La mujer de gris ha estado intentado llamar mi atención durante un rato, pero he estado sentada y abandonada al balanceo.

    —Chica, - me dice de nuevo, —¿quieres un poco de agua?

    Sí, descubri, quiero. Ella tiene una jarra y me la ofrece para que dé un sorbo.

    —Gracias, - digo. —Nosotras trajimos agua, pero la perdimos en la aglomeración del andén.

    —¿Ibas con alguien? - me pregunta.

    —Mi madre, - digo, y empiezo a llorar de nuevo. —Ella es mayor y había tal presión en el andén, y se cayó y fue pisoteada.

    —¿Cuál es tu nombre, - dice la mujer.

    —Clara Corbett, - digo.

    —Soy Elizabeth Loudon, - me dice. —Y puedes viajar conmigo.

    Hay algo en ella, una sencilla amabilidad que me hace confiar. Es una mujer menuda, con una naricita y ojos tan grises como su vestido. Es más joven de lo que había pensado al principio, ¿quizá en la treintena?

    —¿Qué edad tienes? ¿Tienes familia? - me pregunta.

    —Tengo diecisiete. Tengo una hermana, Julia. Pero ella ya no vive en Mississippi.

    —¿Dónde vive? - pregunta la mujer.

    —En Beech Bluff, cerca de Jackson, Tennessee.

    Ella niega con la cabeza. —No lo conozco. ¿Es un buen país?

    —Eso creo, - digo. —En sus cartas parece un buen país. Pero no la he visto en siete años. -

    Por supuesto, nadie podía viajar durante la guerra. Ella tiene tres hijos en Tennessee. Mi hermana tiene veintiocho, casi tan mayor como esta mujer. Es difícil de imaginar.

    —¿Estabais muy unidas? - me pregunta.

    No sé si éramos íntimas. Pero es mi hermana. Ella es todo lo que tengo ahora. Espero que el Reverendo escriba sobre mi madre, pero no sé si él sabe donde vive. Tendré que escribir yo. Pensará que debería haber cuidado mejor de ella.

    —¿Viaja sola? - le pregunto.

    —Mi acompañante está a unos pocos asientos al frente. Él y yo no pudimos encontrar asientos juntos.

    ¿Su acompañante es un hombre? No era su marido, ¿quizá era su hermano? Aunque ella habría dicho que era su hermano si era eso lo que quería decir. Un mujer que viaja con un hombre. Una aventurera, pienso. Hay historias de mujeres viajeras que esperan encontrar chicas sin ataduras como yo misma. Se amiguean con las jóvenes y luego las envían a los burdeles de Nueva Orleans.

    Durante un momento, Elizabeth es una siniestra contratista. Pero esto es un tren lleno de sureños recalcitrantes, no hay ocasión para secuestrar a nadie. Elizabeth es como yo, una mujer que ha perdido su hogar.

    Llevará el resto del día y una noche llegar hasta San Louis, y Elizabeth y yo hablamos. Es como si habláramos en código. En vez de hablar sobre el hogar hablamos sobre jardinería y puedo ver el jardín de mi casa, lleno de abejas. Ella es una tapicera. Yo no hago tapices, pero solía hacer ganchillo, así que hablamos sobre costura y sobre lo difícil que ha sido conseguir colores. Y charlamos sobre remendar y quehaceres, las dos hemos estado remendando durante mucho tiempo.

    Cuando oscurece, puesto que no tengo asiento, me quedo donde estoy sentada junto a la puerta del tren. Estoy muy cansada, pero en la oscuridad todo en lo que puedo pensar es la cara de mi madre en la multitud y su desesperada boca abierta. No quiero pensar en mi madre, pero estoy delirando por la fatiga, rodeada de oscuridad y el traqueteo del tren y el distante murmullo de las voces. Me quedo dormida sentada junto a la puerta del tren, agitada y mecida. Tengo sueños como sueños febriles. En mi sueño estoy en una casa extraña, pero se supone que es mi propia casa, aunque nada está donde debería estar, y empiezo a creer que en realidad he entrado en la casa de unos extraños y que volverán y me encontrarán allí. Cuando despierto y vuelvo a dormir, estoy de nuevo en esta extraña casa, revisando cosas.

    Despierto antes del amanecer, sólo he descansado un poco. Me duelen los hombros, caderas y espalda y estoy apoyada, pero no tengo energía para levantarme. No tengo energía para hacer nada salvo resistir. Elizabeth cabecea, a veces despierta, a veces dormida, pero ninguna de nosotras habla.

    Finalmente el tren reduce la velocidad. Atravesamos una ciudad, pero la ciudad parece seguir y seguir. Debe de ser San Louis. Nos detenemos. El sol sale y calienta el vagón como un horno. No hay movimiento de aire. Hay muchos edificios en San Louis y muchos de ellos son tan altos, de dos plantas, que me pregunto si bloquean el viento y si por eso está todo tan quieto. Pero al final, el tren avanza y entramos despacio en la estación.

    Soy una de las primeras que sale del tren en virtud de mi cercana posición a la puerta. Un soldado la desbloquea y nos grita a todos que desembarquemos, pero él no tiene que preocuparse pues empieza una carrera. Soy transportada hacia adelante en el comienzo, pero puedo parar al fondo del andén. Temo haber perdido a Elizabeth, pero la veo en la multitud. Ella va del brazo de un hombre más joven con un sombrero hongo. Hay algo en su semblante que le hace diferente, está hecho un pimpollo y aparentemente fresco incluso tras el largo trayecto.

    Casi los dejo pasar, pero la perspectiva de quedarme sola me hace extender el brazo y tocar el hombro de Elizabeth.

    —Estás aquí. - me dice.

    Nos unimos a una hilera de gente que espera para usar un trasbordo. El olor es espantoso, amonio ácido y lacrimoso. Hay una pared para separar a los hombres de las mujeres, pero la mujeres están todas juntas. Me agacho, tratando de no notar a nadie y de mantener en alto mi falda para evitar la suciedad. Es horroroso. Es peor que todo. Me siento horrible.

    ¿Y si mi madre estuviera aquí? ¿Qué haría yo? Pienso que quizá fuera mejor así, que quizá fue la mano de Dios. Pero eso también es una idea horrible.

    —Chica, - dice Elizabeth cuando salgo, —¿qué pasa?

    —Es horrible, - digo. No debería llorar, pero sólo quiero estar limpia y en casa. Quiero irme a la cama y dormir.

    Ella me ofrece una galleta.

    —Deberías guardar tu comida, - le digo.

    —No te preocupes, - dice Elizabeth, —Tenenos suficiente.

    No deberían aceptarla, pero estoy tan hambrienta. Y cuando como un poco, me siento un poco mejor.

    Intento imaginar cómo será el fuerte al que iremos. ¿Tendremos un lugar para dormir o serán barracones? O aún peor, tiendas. Aunque después de la noche que he pasado en el tren no puedo imaginar nada que pudiera ser peor. Imagino que si tengo que hacer estancia por un tiempo en una tienda, entonces me las arreglaré como mejor pueda.

    —Creo que esto de estar en el limbo es quizá peor que nada que podemos esperar al final, - le digo a Elizabeth. Ella sonríe.

    Me presenta a su acompañante, Michael. Es bastante parecido a ella para ser su hermano, pero no creo que lo sean. Estoy resuelta a no preguntar, si quieren decírmelo, ya lo harán.

    Estamos de pie juntos sin decir nada, cuando hay cierta comoción más adelante en el andén. Es una mujer. Su vestido negro está como ahumado. Está corriendo por el andén hacia nosotros. Hay mucha gente y aún así es como si no hubiera obstáculo para ella.

    —NO NO NO NO, ¡NO ME TOQUES! ¡MANOS ASQUEROSAS! ¡NO LES DEJÉIS QUE OS TOQUEN! ¡NO SUBÁIS A LOS TRENES!

    La gente se aparta de su camino. ¿Dónde están los soldados? La tela de su vestido está tan deshilachada que está podrida y rasgada en las costuras. Su falda es negro grasiento, manchada y mate. Su cara es muy delgada.

    —¡ANIMALES! ¡ALLÍ NO HAY NADA! ¡LA GENTE NO TIENE COMIDA! ¡ALLÍ NO HAY NADA EXCEPTO INDIOS! ¡NOS ENVIARON A INSTALARNOS PERO ALLÍ NO HABÍA NADA!

    Espero que pase corriendo, pero me agarra del brazo, se detiene y me mira a la cara. Tiene ojos luminosos, ojos pálidos en un rostro oscuro. Está loca.

    —¡TODOS NOS MORÍAMOS DE HAMBRE, POR ESO FUIMOS AL FUERTE PERO EL FUERTE NO TENÍA NADA. ¡TODOS MORIRÉIS DE HAMBRE, COMO MATARON DE HAMBRE A LOS INDIOS! ¡OS DEJARÁN MORIR A TODOS! ¡A ELLOS NO LES IMPORTÁIS! -

    Está gritándome en la cara y su saliva me salpica, cálida como su aliento. Su mano es todo tendones y nudos, pero es tan fuerte que no puedo escapar.

    Los soldados la agarran y la apartan de mí a tirones. Me duele el brazo donde lo ha estado sujetando. No puedo mantenerme de pie.

    Elizabeth tira de mí para incorporarme.

    —Quédate cerca de mí, - me dice y empieza a andar hacia el otro lado del andén. La gente está mirando a otra parte, siguiendo a la voceante mujer.

    Elizabeth tira de mí a su lado. No dejo de pensar en la mano y la muñeca de la mujer, negras de suciedad. Recuerdo que la cara de mi madre estaba negra cuando cayó en el andén. Negra como algo podrido.

    —Por aquí, - dice Elizabeth andando hacia una vieja puerta pintada de verde ya desgastada. Se abre la puerta y pasamos dentro.

    —¿Qué? - digo.

    Mi ojos se han acostumbrando al brillo matinal y no puedo ver en la oscuridad.

    —Su nombre es Clara, - dice Elizabeth. —Tiene parientes en Tennessee.

    —Ven conmigo, - dice otra mujer. Su voz suena mayor. —Pasa por aquí. ¿Dónde están sus cosas?

    Estoy siendo raptada. Oh Dios misericordioso, Voy a morir. Dejo escapar un lamento.

    —Ha perdido sus cosas, mataron a su madre en un tumulto en el andén.

    La mujer de negro chasquea la lengua empáticamente. —Pobrecilla. ¿Tiene ya Michael su pasajero?

    —En un momento, - dice Elizabeth. —Tuvimos suerte por la conmoción.

    Estoy empezando a ver. Es un almacén lleno de cosas abandonadas. La mujer que me coge del brazo es mayor. Hay algunas sillas rotas y un taburete. Ella me sienta en una silla. ¿Es Elizabeth algún tipo de aventurera?

    —¿Quién es usted? - le pregunto.

    —Somos amigos, - dice Elizabeth. —Te ayudaremos a llegar hasta tu hermana.

    No les creo. Acabaré en Nueva Orleans. Elizabeth es una especie de aventurera.

    Tras un rato, se abre la puerta y esta vez es Michael con un joven.

    —Este es Andrew, - dice.

    ¿Un hombre? ¿Qué quieren hacer con el hombre? Eso es lo que me detiene de decir, ¡Corre!. Andrew está cegado por el cambio de luz y puedo verle el asombro operando en la cara, igual que debe de estar operando en la mía.

    —¿Qué es esto? - pregunta él.

    —Estás con Amigos, - dice Michael, y quizá lo haya dicho de modo diferente a Elizabeth, o quizá es sólo que esta vez tengo el capricho de oirlo.

    —¿Cuáqueros? - dice Andrew. —¿Abolicionistas?

    Michael sonríe. puedo ver el blanco de sus dientes en la oscuridad. —Sólo Amigos, - dice.

    Abolicionistas. Gente loca que roba esclavos para liberarlos. ¿Han venido para secuestrarnos? Somos sureños recalcitrantes, nunca he oído que los Cuáqueros buscasen venganza, pero todo el mundo sabe que los Abolicionistas están locos y no son fiables para hacer nada.

    —Tendremos que esperar aquí hasta empiecen a sacar gente, será de noche antes de que podamos irnos, - dice la mujer mayor.

    Estoy muy asustada. Sólo quiero estar en casa. Quizá debería intentar escapar y correr hacia el andén. Hay soldados norteños allí fuera. ¿Me protegerían? ¿Y luego qué, me marcho a un fuerte en Oklahoma?

    La mujer mayor le pregunta a Michael cómo van a pasar los guardias tan fácilmente y él le habla sobre la mujer loca. Una —refugiada, - la llama.

    —La devolverán. - dice Elizabeth suspirando.

    Devolveran... ¿significa eso que realmente vino de Oklahoma?

    Hablan sobre lo malo que será este invierno. Michael dice que hay indios de Wisconsin realojados allí abajo, pero no tienen comida y llevan muriéndose de hambre con los repartos del gobierno durante un par de años. Ahora habrá más gente. No están preparados para el invierno.

    No pueden haber quedado muchos repartos durante la guerra. Ya era bastante difícil alimentar a los ejércitos.

    Nos explican a Andrew y a mí que saldremos furtivamente de la estación esta noche, después del anochecer. Pasaremos un día con una familia cuáquera en San Louis y luego nos enviarán a la siguiente familia. Y así iremos pasando de mano a mano, como un cubo en un incendio, hasta reunirnos con nuestras familias.

    Lo llaman el ferrocarril clandestino.

    Pero somos esclavistas.

    —Lo que está mal, está mal, - dice Elizabeth. —Algunos no podemos soportar ver personas pasando hambre.

    —Pero sólo dos personas de un tren entero, - dice Andrew.

    Michael suspira.

    La anciana asiente. —No está bien.

    Elizabeth me escogió porque mi madre había muerto. Si mi madre no hubiera muerto, yo estaría allí fuera con los demás camino de morir de hambre.

    No puedo evitarlo y empiezo a llorar. No estaba bien sacar provecho de la muerte de mi madre. Debería haberla mantenido a salvo.

    —Silencio, ahora, - dice Elizabeth. —Silencio, estarás bien.

    —No está bien, - susurro. Intento no hablar en alto, no deben descubrirnos.

    —¿Qué, chica?

    —No deberían haberme escogido, - le digo.

    Pero estoy llorando tanto que no creo que puedan entenderme. Elizabeth me acaricia el pelo y me seca la cara. Puede ser la última vez que alguien haga estas cosas por mí. Mi hermana tiene tres hijos suyos y no necesita otra niña. Tendré que trabajar duro para ganarme el sustento.

    Hay mantas allí y nos echamos sobre el duro suelo, todos excepto Michael, que se sienta en una silla y duerme. Duermo esta vez con pocos sueños. Pero cuando despierto no puedo recordarlos. Tengo la sensación de haber estado soñando sueños intranquilos.

    Las estrellas son brillantes cuando por fin salimos de la estación. Una noche llena de estrellas. Las estrellas serán las mismas en Tennessee. El andén está vacío, el tren y la gente se han ido. El Tren de Lincoln ha vuelto al sur mientras dormimos para sacar más gente de Mississippi.

    —¿Volverán ustedes para salvar a más gente? - le pregunto a Elizabeth.

    Las estrellas son un estandarte detrás de su cabeza inmóbil. —Salvaremos a todos los que podamos, - me dice.

    No es justo que yo fuese escogida. —Quiero ayudar, - le digo.

    Ella queda en silencio durante un rato. —Sólo trabajamos con los nuestros, - me dice. Hay algo en su voz que no ha estado allí antes. Una aspereza.

    —¿Qué quiere decir? - le pregunto.

    —No hay esclavos en nuestras filas, - me dice y su voz es fría.

    Me siento como si tuviera fiebre, cansada pero con la mente despejada. Nunca he llegado tan lejos y nunca he caminado más allá de la ciudad. Las calles de San Louis están vacías. Hay algunes luces. A lo lejos está cantando una mujer y su voz es clara y se transporta fácilmente en la noche. Una voz hermosa.

    —Elizabeth, - dice Michael, —sólo es una niña.

    —Ella tiene que saber, - dice Elizabeth.

    —¿Por qué me han salvado entonces? - le pregunto.

    —No se combate el mal con el mal. - me dice Elizabeth.

    —¡Yo no soy el mal! - le digo.

    Pero nadie responde.

    FIN

Relato 5 - Entrevista: En un Día Cualquiera

Interview: On Any Given Day, publicado en Starlight 3, Tor.

    Nota: (Cita extraída de la parte superior de la página web.)

    Emma: Yo tenía un virus y estaba dentro de mí. Podía haber estado causando todas esas clases raras de cáncer...

    Entrevistador: ¿Qué clases de cáncer?

    Emma: Todo tipo de cosas raras de las que nunca había oído, como leucemia celular peluda y lesiones cancerígenas en los huesos y cáncer de páncreas. Pero yo no estaba enferma. O sea, no me sentía enferma. Y ahora, incluso después de todos los antivirales, ahora me preocupo por eso a todas horas. Ahora siempre pienso que estoy enferma. Es como si me hubieran robado algo que nunca supe que tenía.

    Nota: (Lo siguiente es una transcripción de una entrevista para la presentación de Un Día Cualquiera del 4-12-2021. Esta transcripción no representa toda la presentación. Más entrevistas e información están presentes en la página web. Un Día Cualquiera ha sido posible gracias a la Internet Pública Nacional, al afiliado NPIBoston.org y a un donador del Fondo Familiar de Caridad Carrol-Johnson. Para más información sobre cómo comprar esta o cualquier otra presentación completa de la página web en CDM, por favor, visite NPIBoston.org.)

    Nota: Las citas destacadas y notas de la página web de la entrevista están incluídas en esta transcripción.

    Nota: La siguiente entrevista fue realizada en el verano de 2018 a Emma Chicheck, una estudiante de quince años que entró en una clínica de salud en la ciudad suburbio de Charlotte; a las afueras de Cleveland, Ohio; con una versión transmitida sexualmente de un proto-virus, llamado pv414, que había sido identificado recientemente como resultado de partes contaminadas de material genético asociadas con la terapia de la telemerasa usada en el rejuvenecimiento. El virus sólo había sido detectado con anterioridad en ancianos rejuvenecidos y la presencia del virus en adolescentes fue vista al principio como posible evidencia de que el virus había cambiado de vectores. El trabajo de investigación médica realizado para rastrear el virus y el cuadro de comportamiento de la adolescente que surgió fue la base para el documental de la página web llamado Los Niños Abandonados. Emma fue una de las estudiantes identificada con el virus.

    Nota: El mapa de la página web proporciona enlaces a una descripción del proto-virus, a un mapa de la transmisión del virus de Terry Sydnowski a tres chicas hasta un total de otras once personas y entrevistas con oficiales del ministerio de salud.

    Emma: Yo tenía catorce años cuando perdí la virginidad. Estaba borracha y había un tipo llamado Luis que me daba unas bebidas con sabor a melón, esa cosa verde que todo el mundo bebía cuando se podía conseguir. Me dijo que le gustaban mucho todas mis cosas egipcias y no dejaba de juguetear con mi brazalete de esclava. El brazalete tenía cadenas que iban hasta unos anillos que te ponías en el pulgar, en el dedo corazón y el dedo medio.

    —¿Puedes ser mi esclava? - no dejaba de preguntarme y al principio pensé que era gracioso porque era el único que me traía bebidas, ¿vale?. Empezamos de besarnos y luego entramos en el dormitorio y me tocó los pechos. Luego quiso tener sexo. Yo sentí como si le hubiera seducido, ¿vale?, así que no dije que no.

    Le vi de nuevo un par de veces después de esa, pero no me prestó mucha atención. Él era mayor y no iba a mi escuela. Yo me arrepentí. Ojalá hubiera sido un poquito más especial, yo era demasiado joven.

    A veces pensaba que si fuera un chico, sería uno de esos chicos que entran un día en la escuela y empiezan a disparar a la gente.

    (Música: "Poor The Little Rich Girl" por Tony Bennett.)

    Entrevistador: ¿Qué es una friqui de la cultura?

    Emma: ¿No sabe lo que es? ¿Esto es para la entrevista? Vale, con mis propias palabras.

    Una friqui de la cultura es una persona a la que le gusta de verdad otras culturas y escucha bandas de friquis de la cultura y no se conforma con la forma normal de vestir o las cosas del armario de Louis Vuitton. Bueno, a mí me gusta de verdad lo egipcio, en un modo espíritual, también. Leo las Cartas del Tarot. Son egipcias de verdad, la gente cree que son para Brujas pero yo leo de verdad sobre cómo van a envejecer y tengo una baraja egipcia. Mi amiga Lindsey es como yo, pero mi otra amiga, Denise, es más de cosas hindues. A Lindsey y a mí nos gusta lo hindú también y a veces vamos con las manos todas de henna.

    Entrevistador: ¿Escuchas música de friquis de la cultura?

    Emma: Me gusta mucho la música, no sólo músicia de la cultura. Me gusta Helicópteros Negros, Me encanta su CDM: Nuevo Orden Mundial, porque es super retro y paranoico. Me gusta algo de lo que oye mamá y papa, también; Tupac y Lauryn Hill. Me gusta la banda Shondonay Shaka Zulu. Tiene mucho de dron. Me gusta eso.

    (Música: "My Favorite Things" por John Coltrane.)

    Tengo diecisiete. Tendré dieciocho en abril. Fui al jardín de infancia cuando sólo tenía cuatro. Ya había sido aceptada en Noresteern. Quise ir a Barnard pero mis padres dijeron que no querían que fuera a una escuela de Nueva York.

    Mi papá trabaja en telecomunicaciones. Está en Hong Kong durante seis semanas. Está intentando reunir fondos para un satélite de barrido. Son muy chulos. Los satélites, ¿vale?, son muy pequeños, pero tienen un enorme, como..., una red delante, ¿vale?, kilómetros por delante y kilómetros de largo. La red gira por sí sola. Si los escombros espaciales chocan con algo duro lo perforan, pero cuando chocan con esta red grande, la red cede y hace que el trozo de chatarra, o lo que sea, se aleje resbalando para que no choque con el satélite. Así no pasará como con ese satélite en el 2007 que causó esa reacción en cadena que dejó a la mitad de los Estados Unidos sin poder usar los teléfonos.

    Mi mamá es profesora. Va a clases nocturnas dos noches por semana para su recertificado. Siempre tiene que dar clases y siempre va una noche a la semana para eso. Luego están las cosas después de la escuela. Ella nunca llega a casa antes de las seis. Cuando yo era pequeña se tomaba los veranos libres, pero ahora hace trabajo de oficina y biblioteca para un paisajista todos los veranos, porque mi hermano y hermana ya están en la universidad.

    El paisajista es uno de esos babyboomers del rejuvenecimiento. Es un grano en el culo, como dice mi papá, todo egoísta y eso. ¿Por qué no dejan que los demás tengan una vida? O sea, los años sesenta se acabaron y están intentando empezarlo todo otra vez. Odio cuando salimos y vemos a un montón de babyboomers todos hasta arriba de hormonas actuando como adolescentes. Y luego vuelven a casa y van a trabajar y no dejan que la gente como mi papá reciban una promoción porque ellos no se jubilan.

    Quieren tener las dos cosas. Mi mamá dice que cuando todos acabemos las clases, va a retirarse y a empezar una vida totalmente diferente. Una vida menos materialista. Dice que va a quitarse de en medio y dejarnos a nosotros vivir nuestras vidas. La gente tiene que aprender cómo avanzar hacia la siguiente fase de sus vidas. Como los chinos. Ellos tienen cinco fases de vida y cuando tienes éxito, se supone que te retiras y escribes poesía y eres un artista. Pero claro, ¿cuánto éxito hay que considerar para una profesora de instituto?

    (Música: "When I'm Sixty Four" por The Beatles.)

    Vale, salimos un sábado a la bolera y nos quedamos en la calle porque la poli nos había echado. Los polis aquí son lo peor. Discriminan a los adolescentes. Todo el mundo discrimina a los adolescentes. La pizzería, ¿vale?, tiene un letrero que dice que sólo se permiten seis personas de menos de dieciocho al mismo tiempo... o sea, adolescentes. Si tuvieran un letrero con sólo se permiten seis personas de más de dieciocho o sólo seis personas negras, todo el mundo estaría gritando hasta quedarse sin cabeza, ¿no? Nosotros alquilamos los zapatos y todo, pero aún no estábamos jugando, estábamos charlando porque no habíamos decidido si íbamos a jugar y luego nos echaron.

    Nos pasamos por la tienda de alimentación y la farmacia CVS para sentarnos en los escalones y nos encontramos allí a un boomer. Intentaba vestir como un chico normal. Fíjate y verás que la mayoría de boomers van con vaqueros de campana y de negro y demás, y todos tienen pelo largo, especialmente los hombres. Supongo que es porque muchos de ellos estaban calvos antes del tratamiento. Este tipo también tenía el pelo largo, peinado hacia atrás en una coleta, pero vestía un mono de camuflaje. Habría parecido estúpido en naranja, como si se esforzara demasiado, pero el mono de camuflaje estaba bien.

    Nota: En 2018, Terry Sydnowski tenía setenta y un años. Pulse aquí para información sobre la reparación de telemerasa, terapia endocrinológica y técnicas de cirugía cosmética de rejuvenecimiento.

    Nosotros estábamos ignorándole. Estábamos yo, Denise y Lindsey, y este tipo negro mayor llamado Kamar y estos dos tíos de la escuela, DC y Matt. Kamar había traído un montón de cuarenta y cincos. Ya sabe, licor de malta. A mí me ponía un poco nerviosa Kamar. Kamar parecía muy adulto en muchos sentidos. Le habían arrestado dos veces. Una vez por hurtar en una tienda y otra, creo que por posesión. Siempre me llamaba chiquilla. O sea, me veía y me decía, —¿Qué haces, chiquilla? - y me sonreía.

    Nota: Entrevista con Kamar Wilson, realizada en la penitenciaría del Condado de Summit donde Wilson está cumpliendo dieciocho meses por posesión de narcóticos.

    Emma: Yo estaba medio borracha y empecé a sentir pena por ese membrillo que sólo estaba de pie junto a la pared mirándonos. Le dije a Denise que él tipo parecía triste.

    A Denise no le importaba realmente. Recuerdo que ella llevaba una marca azul de casta justo en mitad de la frente, del tipo de brilla con la luz de las farolas. Cuando movía la cabeza parecía que la marca se le movía en la frente. Ella pensaba que los boomers daban miedo. Le dije que probablemente tenía dinero y DNI. Pero a ella no le importó porque DC siempre tenía dinero y ese otro, Kamar, tenía DNI.

    Sé que los boomers ya tuvieron infancias y todo eso, pero este tío parecía triste de verdad. Pensé que quizá no había tenido infancia. Quizá su mamá era alcohólica y él tuviera que cuidar de sus hermanos y hermanas. Con sólo mirarle sentía toda esa tristeza real en él. no sé por qué. Quizá porque no se comportaba de modo arrogante. Estaba claro que no era como el tipo para el que trabajaba mi madre, que era un poco capullo. Aquel no estaba restregándonos nada en la cara ni nada de eso. Los boomers normalmente salen unos con otros, ya sabe.

    Luego DC nota al tipo. DC está loco de verdad y yo me temía que él y Kamar decidieran meterse con él o algo.

    Le dije que el tipo me daba pena.

    Y DC me dijo algo como, ¿quieres que dé pena de verdad? Kamar se rió.

    Les dije que le dejaran en paz. DC está loco. El tipo no iba a hacer nada. Cualquier otro sí, DC tiene que ser el malo.

    Entrevistador: Háblame de DC.

    Emma: DC siempre tenía mucho dinero, él vivía con un tipo que era su padrino porque sus padres estaban divorciados y su mamá estaba muy deprimida o algo así y siempre estaba tumbada a todas horas. Su padrino siempre le estaba dando dinero. Kamar tenía diecinueve y un DNI falso con el que compraba cosas. Pasaban la cuenta por el ID de su teléfono y luego pagaba.

    DC hacía todo tipo de locuras. DC y Matt decidieron que iban a matar a un montón de críos sólo porque estaban enfadados. Decían que iban a hacer un Columbine. Así que bebieron como uno de aquellos quintos de vodka Popov, ¿sabe el tipo que digo? Iban a conseguir las armas de un tipo que Kamar conocía, pero en su lugar, DC simplemente cogió un bate de beisbol y empezó a pegar a este chaval, Kevin, al que odiaba.

    Entrevistador: ¿Por qué odiaba a Kevin?

    Emma: No sé, Kevin siempre era un pesado, no sé. Era un empollón que siempre estaba hablando mal de la gente. Solía pelearse con este chaval negro, Stan, al comienzo de cada año escolar. Stan ni siquiera era bueno peleando, pero le había dado a Kevin algún puñetazo que otro un par de veces y eso bastaba para que Kevin empezara a hablar mal de él al año siguiente. Era como si todo lo que Kevin dijera sacara de sus casillas a DC. Así que DC estaba super echo polvo, paseando en coche por ahí con una panda de amigos y ve a Kevin delante de la casa de Wendy y grita, —¡Para el coche!. Salta del coche con un bate de beisbol y va corriendo hacia Kevin y lo balancea hacia él y Kevin levanta el brazo y consigue un brazo roto y luego otras personas sacan a DC de allí.

    No, yo no estaba allí. Aunque me lo contaron todo al día siguiente. Y Kevin tenía el brazo escayolado. Iba todo orgulloso por eso, en realidad. Él es así de membrillo.

    No, los padres de Kevin iban a ir a juicio, pero nunca lo hicieron. No sé por qué.

    Nota: Nunca se presentaron cargos. Kevin y sus padres se negaron a ser entrevistados.

    Bueno, por eso yo estaba muy preocupada por DC y este boomer. Afortunadamente, Lindsey estaba colada por DC esa noche y salieron a pasear por la calle de la bolera para buscar a otra chica cuyos padres se habían ido todo el fin de semana. Íbamos a ir todos a casa de la chica para una fiesta.

    Entrevistador: ¿Dónde estaban tus padres?

    Emma: ¿Mis padres? Estaban en casa. Tenía que volver a medianoche, pero si era una buena fiesta, me iba a casa a medianoche y mis padres ya estaban en la cama, así que les decía que estaba en casa y luego me escapaba por la puerta lateral del sótano y volvía a la fiesta.

    Entrevistador: ¿Crees que tus padres deberían haberte vigilado más de cerca?

    Emma: No. Es decir, no podían. Vale, Denise tiene una PDA con un localizador. La pillaron una vez usando el DNI de la hermana de Lindsey cuando fue al Rick en los Pisos...

    Nota: Una industria ha desarrollado el arsenal de aparatos de monitorización utilizados para rastrear adolescentes: pagers, localizadores, paquetes espía y chips, así como la variedad de trucos que usan los adolescentes para subvertirlos.

    Entrevistador: ¿Puedes describir un localizador?

    Emma: Es como un chip o algo así y se supone que le dice a tus padres dónde estás. Denise entró al club y ahora todos los clubs tienen esas cosas, ¿vale?, en la puerta o algo así, que inicia el localizador, y luego esta empresa llama a tu casa y le dice a tus padres dónde estás. Pero Kamar se descargó un programa para Denise y lo puso en su PDA, y cuando lo inicia, le dice al localizador que está en otra parte. Es como, pones mi número de teléfono, ¿vale?, y luego le dices al localizador que estás en mi casa.

    Bueno, estábamos yo, Denise, Kamar y este tío, Matt, y Kamar se fue a no sé dónde... no me acuerdo. Denise empieza a bromear con que no me atrevo a hablar con el boomer.

    Yo estaba un poco bebida para entonces y cuando bebía solía pensar que todo era divertido. Ah, sí, Kamar había ido a buscar a otro chaval que conocíamos, pero a lo que iba. Estábamos tonteando. ¿Vale? Y Denise seguía diciendo que yo no iba a hablar con el tío. Así que, al final, fui. Fui directa hacia él y le digo hola.

    Y él dijo hola.

    Desde tan cerca, tenía ese aspecto gracioso que tienen los carcas... o sea, los boomers. Ya sabe, con la nariz, la barbilla muy grande, con las orejas demasiado grandes para sus caras o algo así. Yo estaba bastante borracha y no sabía qué decir, así que empecé a reir porque estaba nerviosa y cuando estoy nerviosa, a veces, me río.

    Me preguntó lo que estaba haciendo, pero bien. Sonriendo. Y le dije, —Hablando contigo. - Pensé que era gracioso.

    Él dijo que yo parecía un poco bebida. Dijo "chispada", lo que era gracioso porque sonaba tan pasado de moda...

    Por un minuto pensé que podría ser un poli o algo. Pero luego decidí que no lo era porque nos podía haber multado a todos desde hacía un buen rato y además, no estábamos haciendo nada aparte de beber. Pues bueno, le presento a Denise y a Matt. Él dijo que se llamaba Terry, que parecía un verdadero nombre de carca, ¿vale? Aunque era muy simpático. Tranquilo.

    Entrevistador: ¿Conocías a alguien rejuvenecido?

    Emma: No, Yo no conocía a ningún boomer, o sea, no a los rejuvenecidos, excepto al tipo para el que trabaja mi madre y a ese en realidad no lo conozco. Mi abuela va a hacerlo el año que viene, pero tiene que esperar hasta que pase algo con no se qué clase de acciones de jubilación.

    Creo que le pregunté al boomer si era un poli, pero sin preguntarlo en serio. Yo me estaba riendo porque sabía que no lo era en realidad.

    Me dijo que sólo estaba buscando a alguien para pasar el rato.

    Le pregunté: —¿por qué no pasas el rato con otras personas como tú?. O sea, suena un poco bestia soltarlo así, pero en serio, era extraño, ¿vale?

    Él me dijo que todos eran muy viejos y él quería ser joven. No quería salir por ahí con un montón de viejos que creían que eran jóvenes. Me dijo que no lo había pasado bien cuando era un chaval, así que iba a probar de nuevo.

    Aquello me hizo pensar que yo tenía razón sobre lo que había pensado antes sobre que no había tenido una infancia o algo. Me gustó la idea de que tuviera una ahora, así que le pregunté si quería ir a la fiesta.

    Denise pensó que era una idea estúpida, podría verlo en su cara, pero sabía que, una vez que le explicara lo de la infancia, sentiría pena por él también.

    Él preguntó donde era la fiesta y le dijimos que era en casa de una chica pero que teníamos que esperar a que volvieran DC, Lindsey y Kamar. Luego me empecé a preocupar por DC.

    Nos dijo que él conseguiría la cerveza, lo que era genial, porque así convenceríamos a mucha más personas de que él era buena gente. Nos preguntó sobre el tipo de cerveza que queríamos.

    A Denise le gustaba mucho esa cerveza con limón, ¿cómo se llama?... Squash. Así que le dijimos que trajera esa. Él entró en su coche aparcado cerca de la gasolinera. Sin baterías, era un coche de músculo real, como un Mercury o algo así. Le dije a Denise mi teoría sobre que no había tenido una infancia.

    Ella estaba preocupada de que DC se volviera loco pero pensé que si Terry traía cerveza, a DC le daría igual. Denise seguía diciendo que DC iba a cabrearse de verdad.

    Matt decía que a DC le daría igual si Terry traía cerveza o no, pero yo empezaba a ponerme nerviosa sobre DC, porque si él decidía que quería ser un grano en el culo... uy, lo siento, no debería hablar así, pero así es como hablamos cuando somos nosotros. ¿Se puede hablar así?

    Bueno, pues yo tenía miedo de que DC fuese un grano en el culo porque nunca se sabía por dónde iba a tirar DC. Yo esperaba que Kamar o DC o Lindsey volvieran antes que el carca para poder ir a la fiesta y olvidar todo el asunto. Kamar volvió. Pero luego Terry volvió antes que DC y Lindsey.

    Y cuando volvieron DC y Lindsey, DC ni siquiera le prestó atención a Terry. Nos dijeron que Brenda ya se había ido a su casa así que nos fuimos todos a la fiesta.

    (Música: "Downtown" por Petula Clark.)

    La segunda vez que vi a Terry estaba con Kamar en otra fiesta. Me sorprendió mucho por el modo en que vi a Kamar. Eran como buenos amigos, lo que me hizo pensar que eso cabrearía mucho a DC. A Kamar le caía bien DC, pero era en parte porque DC siempre tenía dinero, y Terry siempre tenía dinero. Terry siempre compraba cerveza y demás. Pensé que Terry me ignoraría porque eso es lo que hacen los tíos, son simpáticos contigo una noche y te ignoran la siguiente. Pero Terry fue muy simpático y me trajo una Squash porque pensaba que era lo que me gustaba.

    Es a Denise a la que le gusta pero pensé que era un detallazo que se acordara.

    Él pasó un rato conmigo. Era guapo para ser un carca. Apuesto a que cuando era un chaval era muy guapo. Simplemente me olvidé de que era diferente. Me parecía un chaval normal, solo que muy simpático. Luego, de repente me miraba y yo pensaba en lo raro que parecía, ¿vale?, como si la cara fuese diferente y sus nudillos fueran gruesos. O sea, sus manos y cara eran suaves pero... Bueno, me dijo una vez que él era consciente de ello y que otras personas, la gente de las películas y eso, se habían afeitado el cartílago de la nariz y la barbilla. Tras un rato pensé, tengo que acostumbrarme a eso y ya ni siquiera lo notaba.

    Bueno, me quedé con él y después me empezó a besar y demás. Estaba muy cachondo, muy rápido. Ya era quizá las 22:30 y yo estaba borracha, así que subimos las escaleras y Matt y Lindsey estaban en el dormitorio, así que nos apuntamos. Estaban en la cama, así que extendimos unos abrigos en el suelo. Esto es muy vergonzoso de decir.

    (Música: "Days of Wine y Roses" por Frank Sinatra.)

    Emma: ¡Oh Dios mío! Me acabo de acordar de algo. No, no debería contarlo.

    Entrevistador: No tienes si no quieres.

    Emma: No lo pondrá en la cinta si no quiero, ¿no? (Risa.) ¡Oh Dios mío, tengo la cara roja! ¡Era un champiñón!

    Entrevistador: ¿Un qué?

    Emma: Ya sabe, un champiñón. No puedo creer que esté diciendo esto. La tenía recortada. No recuerdo la palabra para eso.

    Entrevistador: ¿Circuncidado?

    Nota: Más del noventa por ciento de todos los hombres nacidos entre 1945 y 1963 estaban circuncidados.

    Emma: Eso. Nunca había visto a un chico así antes. Denise tuvo sexo con un tío que lo estaba, pero yo nunca lo había hecho antes. Fue extraño. Sé que tengo la cara roja. Supongo que puede dejarlo. Un montón de boomers están circuncidados, ¿no?

    ¡Oh Dios mío!. (Se cubre la cara con las manos, riendo.) ¡Qué cosa tan estúpida para acordarse!.

    (Música: Más de "Days of Wine y Roses" por Frank Sinatra, que ha sonado de fondo en esta parte de la entrevista.)

    Entrevistador: ¿Con cuántas personas has tenido sexo?

    Emma: Cuatro. He tenido sexo con cuatro tíos. Sí, incluídos Terry y Luis.

    Entrevistador: ¿Te arrepientes de algo?

    Emma: Claro, ojalá no lo hubiera hecho. Los antivirales me dejan enferma. Pierdo casi un mes de clase al año porque, cada vez que recibo un tratamiento, quedo enferma durante tres días. Y todo el mundo sabía por qué faltaba a clase, y eso que me daba mucha vergüenza. Había diecisiete de nosotros que lo habían cogido.

    Se pensaban que los antivirales se encargarían de eso y que no pillaríamos cáncer, pero no lo saben porque es muy nuevo. Así que me he tenido que hacer análisis de sangre y chequeos todos los años. Los odio porque nunca pensé que estaba enferma antes, no de verdad, y ahora cada vez que me siento rara ya estoy pensando: ¿es un tumor? Con cada dolor de cabeza ya estoy pensando, ¿es un tumor cerebral?

    A veces me enfada mucho que Terry estuviera rejuvenecido, él consigue cuarenta años extra y yo puede que ni siquiera llegue a vieja por su culpa. La mayoría del tiempo creo que los antivirales me curarán y que, como mi mamá dice, todos los chequeos indican que si enfermo alguna vez, lo detectarán mucho más rápido que en cualquier otra persona, así que, en cierto sentido, yo podría ser la afortunada.

    Normalmente creo que me han curado los antivirales, pero a veces, como cuando me sacan sangre, soy consciente de verdad de cómo me siento y me temo que tengo cáncer, y justo después no puedo creerlo. No fui lo bastante afortunadada para que no me sucediera esto, ¿por qué iba a serlo para que fuera a funcionar? Sé que no tiene sentido.

    Terry y DC discutieron una vez. DC decía que cuando fuera viejo no se rejuvenecería. Que le daría a otra persona una oportunidad. Pero Terry le dijo que cambiaría de idea una vez que se hiciera viejo. Y Terry tenía razón. Siempre pensé que yo no querría ser rejuvenecida, pero cada vez que pienso que estoy enferma, realmente quiero vivir y no creo que sea diferente cuando sea vieja.

    Terry no sabía que tenía el virus. En realidad no fue culpa suya ni nada. Pero a veces aún estoy muy enfadada con él.

    Por eso estoy hago esto. Para que quizá nadie tenga que pasar por lo que pasé yo.

    Entrevistador: ¿Sigues en contacto con Terry?

    Emma: No. no lo he visto en tres años.

    Entrevistador: Tus padres querían presentar cargos estatutarios por violación, ¿no es cierto?

    Emma: Ya, pero pensé que sería estúpido. No ocurrió así.

    Entrevistador: ¿Por qué no?

    Emma: La violación estatutaria es estúpida. Él no me violó. Él fue amable, más amable que muchos de los otros tíos.

    Entrevistador: Pero Terry es un adulto. Terry tiene unos setenta.

    Emma: Lo sé. Pero no parece un tipo de setenta años... Es diferente. Es decir, en un sentido no lo es, lo sé, pero lo es, porque Terry era como uno de nosotros, ¿vale? O sea, no era del todo diferente de Kamar. También hubiera sido violación estatutaria con Kamar, pero nadie diría nada de eso. No me acosté con Kamar, pero conozco a muchas chicas que sí lo hicieron y nadie le carga eso a Kamar sobre los hombros.

    A Kamar le cargan sobre los hombros todo lo demás. Decían que nos estaba vendiendo drogas y que era el proveedor jefe, pero se puede conseguir drogas en cualquier parte. Puedes comprarla en la escuela. Y él no era un proveedor jefe. No había ningún proveedor jefe. No nos hacía falta un jefe para hacer todo lo que hacíamos.

    Entrevistador: ¿Era Terry uno de vosotros?

    Emma: Sí ... no. No. En realidad no. Él quería serlo. Es decir, ojalá yo hubiera sabido esas cosas antes, ojalá hubiera sabido que no debía involucrarme con Terry y todo esto, pero también deseo que pudiera haber sido un chaval más tiempo.

    (Música: "The Kids Are All Right" - por The Who.)

    ¿La última vez que vi a Terry? Fue antes de que me hicieran los análisis, antes de que nadie supiera nada sobre el virus. Antes de que toda esta gente me dijera: —Tienes suerte de que no sea el S.I.D.A, en tal caso tendrías que tomar medicamentos para el resto de tu vida.

    Estuvimos juntos cuatro meses, creo. Desde noviembre a marzo porque rompimos justo después del cumpleaños de Denise. En realidad no rompimos, más bien decidimos que quizá deberíamos ver a otras personas, que no deberíamos ir en serio. Terry era alguien complicado con el que hablar. Nunca supe lo que estaba pensando. Sabía muy poco sobre él. Estaba jubilado y había tenido un trabajo de oficina o algo así. Descubrí que no había tenido una mala infancia, que sólo no lo había gustado. Él me dijo que no había tenido muchos amigos y era demasiado serio antes.

    Entrevistador: ¿Por qué rompísteis?

    Emma: No estábamos en sincronía. A él le gustaba toda esa música boomer, rock y roll y Frank Sinatra y demás. Y no nos podíamos enamorar exactamente porque él era muy diferente.

    Él siempre era amable conmigo después. No era uno de aquellos tipos que simplemente te ignora.

    Todos pasábamos las tardes en el parque junto a la biblioteca después de clase. Era fin de curso, las clases estaban a punto de acabarse. Kamar salía con Brenda. No era exactamente su novio porque ella también estaba saliendo con ese otro tío llamado Anthony y un fin de semana lo pasaba con Kamar y el fin de semana siguiente lo pasaba con Anthony.

    Todo el mundo estaba charlando y algo de lo que dijo Terry cabreó mucho a DC. No sé lo que era. Me sorprendió de verdad porque DC siempre actuaba como si Terry ni siquiera existiera. Cuando estaba Terry, le ignoraba. Cuando no estaba, DC se iba con Kamar. Pero DC empezó a gritarle cosas como: ¡por qué no tienes amigos! ¡Perdedor! ¡Jodido perdedor! ¡Tienes que venir con nosotros porque no tienes amigos! ¡Pues no te queremos aquí tampoco! ¡Así que por qué no te mueres de una vez!

    Terry tenía una mirada extraña en la cara.

    Un par de tipos se llevaron a DC y le calmaron. Pero todo el mundo miraba a Terry como si fuese culpa suya. No sé por qué, es decir, él no había hecho nada.

    Esa noche yo me iba a quedar en casa de Denise, de verdad, no como cuando le decía a mi mamá que me quedaba en casa de Denise y luego salía de fiesta. Así que me llevé mis cosas a su casa y luego mi hermano, que vino a casa desde Duke, nos recogió y nos llevó al Pizza Hut para que pudiéramos comer algo y luego paseamos hasta los escalones fuera de la CVS porque vimos gente por allí fuera.

    Lindsey estaba allí y me dijo que DC estaba buscando a Terry. Que DC decía que iba a matar a Terry. —Han arrestado a Kamar. - me dijo ella. Eso significaba que no había nadie para tranquilizar a DC.

    A Kamar lo habían arrestado antes por hurtar en una tienda, pero consiguió el aprobado. Aunque esta vez le habían arrestado por posesión. Parcialmente fue porque Kamar es negro.

    Todo el mundo estaba hablando sobre el arresto de Kamar y sobre que DC iba a llegar hasta el final.

    Lindsey no dejaba de decir, —Oh Dios mío. - Me ponía de los nervios. Vale, yo sabía que DC odiaba a Terry. DC simplemente odiaba a Terry. Decía que Terry era un impostor y que sólo utilizaba a la gente.

    Entrevistador: ¿Eras muy amiga de DC?

    Emma: Conocía a DC, pero nunca hablábamos en realidad, pero Lindsey le había estado viendo durante un par de meses y le conocía mejor que Denise y que yo.

    Lindsey pensaba que DC y Kamar eran amigos de verdad. Yo pensaba que Kamar sólo iba con DC porque tenía dinero. Kamar era unos tres años mayor que DC. Pero Lindsey decía que Kamar sólo usaba a Terry, y que él y DC eran colegas de verdad.

    No sé quién de las dos tenía razón.

    Tras un rato, Terry apareció. Yo no sabía lo que debería hacer ni si deberíamos decírselo o no, pero al final creí que sería lo mejor. Terry estaba sentado con la puerta del coche abierta hablando con unas personas.

    Le dije que habían arrestado a Kamar por posesión.

    Él quería saber lo que había pasado y yo no sabía nada a parte de lo que Lindsey me había contado.

    Terry quería saber si Kamar tenía un abogado.

    Yo nunca había pensado en un abogado. Como he dicho antes, era sencillo olvidar que Terry no era sólo un chaval como todos los demás.

    Terry llamó a la comisaría con su teléfono móbil. Pulsó información y llamó. Dijo que era un amigo de Kamar Wilson. No le querían decir nada por teléfono, así que colgó y dijo que iba a ir a la central.

    Me sentí muy rara de repente al hablar con él porque sonaba igual que un adulto. Pero le dije que DC le estaba buscando.

    —Que le jodan a DC, - dijo Terry.

    Pensé que Terry saldría en ese momento para ir a la comisaría. Pero él seguía hablando con la gente sobre Kamar y sobre lo que podría haber sucedido, así que me rendí y volví a sentarme en los escalones con Denise y Lindsey. Estábamos mejorando nuestro bronceado porque nos haría parecer más egipcias o hindúes. Tampoco es que pensara en hacer eso ahora, aunque el cáncer de piel no sea uno de los tipos de cáncer.

    Al final, DC llegó caminando desde la calle de la tienda de hardware y Denise lo vio y dijo, —Oh mierda.

    Yo me quedé allí sentada porque Terry era un adulto y me figuré que podía encargarse él solo. Había intentado avisarle. Y estaba un poco enfadada con él también, no sé por qué.

    DC empezó a gritar a Terry que era un perdedor.

    No recuerdo si alguien dijo algo, pero Terry no salía del coche. Así que DC se acercó y le dió una patada al coche, una fuerte. Eso no resultó en nada así que saltó sobre el capó.

    Terry le dijo que bajara del coche, pero DC quería que saliera y hablara con él. Terry, al final, salió del coche y DC le dijo algo como, —Voy a matarte, colega.

    DC tenía un cuchillo.

    Denise quería que nos metiéramos dentro de la CVS. Pero estábamos muy lejos y, de todos modos, la gente dentro de la CVS daba miedo. Estaban llamando a la policía justo en ese momento. Terry se quedó junto a la puerta del coche, mitad fuera y mitad dentro.

    Lindsey estaba diciendo, —Oh Dios mío. Oh Dios mío. -

    Me estaba poniendo de los nervios. Yo no creía que fuera a pasar nada. Terry seguía diciendo cosas como, —Tranquilo colega.

    DC estaba voceando tonterías, decía que Terry pensaba que sólo porque era mayor podía hacer todo lo que quisiera.

    Terry al final entró en su coche y cerró la puerta. Pero DC no bajaba del capó. Saltaba arriba y abajo y el capó hacía un curioso ruído resbaladizo. Terry debió de haberse cabreado, condujo el coche hacia adelante como para hacer daño y DC cayó, se golpeó fuerte.

    Terry paró para ver si DC estaba bien. Salió del coche y DC estaba ahí tumbado de costado un poco encogido. Terry se inclinó sobre DC y DC dijo algo. Yo no podía ver porque Terry estaba entre mí y DC, Matt era uno de los chavales que estaba allí cerca y me dijo que Terry se abrió la chaqueta y que tenía un arma. Tomó el arma con la mano y se la mostró a DC y le dijo que se fuera a tomar por culo. Un montón de chavales lo vieron. Matt dijo que Terry llamó a DC jodido crío rico.

    Entrevistador: ¿Has visto alguna vez un arma?

    Emma: Una vez, en una fiesta. Un chaval que yo no conocía tenía una. Se la estaba enseñando a todo el mundo. Me dio un poco de miedo.

    Entrevistador: ¿Cuando volviste a ver a Terry?

    Emma: Nunca vi a Terry después de aquello, aunque le hablé a la clínica sobre él, de modo que estoy segura de que han contactado con él. Él fue el origen de la enfermedad.

    Yo no había sido la única que había tenido sexo con él. Brenda tuvo sexo con él, y otra chica que no conozco muy bien, JaneAnne. JaneAnne tuvo sexo con otras personas después y yo he tenido sexo con mi novio después de aquello. Sobre Brenda, no lo sé

    Nota: Las entrevistas de JaneAnne y Brenda. JaneAnne fue entrevistada en su casa de Georgetown, MD, donde se mudó su familia seis meses atrás. Brenda aún vive en Charlotte con su madre.

    Emma: Esto me enseñó algo. Los adultos son diferentes. No sé si quiero convertirme en una.

    Entrevistador: ¿Por qué no?

    Emma: Porque DC estaba actuando como un estúpido, ¿vale? Pero DC era un crío. Y Terry no, da igual lo malo que quisiera ser. Así que, ¿por qué se comportó como un crío?

    Entrevistador: De modo que, ¿fue culpa de Terry?

    Emma: Su culpa no, no exactamente. Pero se colocó a sí mismo en el lugar equivocado en el peor momento.

    Entrevistador: ¿Terry debería haber gestionado mejor la situación?

    Emma: Sí. No, quiero decir, él no podía gestionarla mejor. En cierto modo fue culpa mía porque la mayoría del tiempo, si estábamos en la calle de la bolera y un par de carcas venían y trataban de ser jóvenes, simplemente les ignorábamos y ellos nos ignoraban. Es sólo instinto o algo así. Si no hubiera hablado con Terry, nada de esto habría sucedido.

    Terry tiene reglas diferentes a las nuestras. No estoy diciendo que los críos no se hagan daño unos a otros. Pero Terry siempre estaba pensando, ¿vale?

    Entrevistador: ¿Qué quieres decir?

    Emma: No sé. Pues que siempre estaba pensando. Aun cuando no tuviera que hacerlo, aunque estuviera enfadado, siempre estaba pensando.

    (Música: "Solitude" por Duke Ellington.)

    Emma: Cuando mis padres lo supieron les impactó mucho. Pasaron a total negación. Mi papá lloró. Eso daba miedo.

    Ahora estamos más unidos. Aunque aún no hablamos mucho sobre nuestras cosas. Se ve que no somos esa clase de familia.

    Entrevistador: ¿Aún vas a las fiestas? ¿Aún bebes?

    Emma: No, ya no festeo como solía. Cuando estaba con los antivirales, estaba demasiado enferma y dejé de salir. Mis padres me dieron una PDA con un localizador, como el de Denise. Pero ya no hago nada. Lindsey aún ve a todo el mundo. Me cuenta lo que pasa. Pero es diferente ahora. no quiero ser una adulta. Eso debe de haber sido lo que sentía Terry. Es curioso pensar que soy como él.

    (Música: "My Old School" por Steely Dan.)

    FIN

Relato 6 - Rediviva

Oversite publicado en Asimov's, septiembre 2004.

    —No duele, yaya, - dice Renata.

    Mi hija de dieciseis años se sube la manga de su camiseta para mostrarle el brazo desnudo, la estival piel marrón y el ligeramente hinchado músculo de sus suaves bíceps perfectos.

    —Me lo puse cuando era pequeña y mira, ni siquiera lo dirías.

    Mi madre está sentada en la salita de análisis que da a la sala de vida asistida. Todo es blanco como en un hospital, pero no hay camilla de examen. Sólo hay un escritorio, una mesita blanca con dos sillas y una escala. La doctora, una mujer que no conozco, está sentada en la otra silla. Mi madre está confusa con la cara girada hacia mi. Tiene Alzheimer.

    —No pasa nada, mamá, - le digo.

    Ella quiere entender, puedo verlo. Así que se lo explico de nuevo.

    —Es un implante que les permitirá saber dónde y cómo estás. No duele.

    Sus ojos ahora se mueven constantemente. En el tiempo que me lleva explicarle, ella capta y pierde las palabras, capta y pierde las frases mientras pasan.

    Mira hacia mí y luego hacia Renata, que está sonriendo, y finalmente se somete sin comprender. La hemos agotado. La doctora desnuda el brazo de mi madre, donde la carne cuelga suelta sobre los huesos. La doctora humedece la parte superior del brazo con antiséptico y dice, —Voy a darte algo para dormirlo, ¿de acuerdo? - Para mí, la doctora lo dice con su voz normal, —Sólo es un poco de lidocaína. -

    No me gusta la doctora, pero no sé por qué. Ella no se anda con tonterías. Hasta tiene cabello profesional con mechas luminosas. Esta no es razón para que no me guste.

    Mi madre gime por la inyección y se sorprende de nuevo. Alza la vista hacia mí, hacia Renata. Estamos sonriendo las dos.

    —De acuerdo, - dice mi madre.

    De qué está de acuerdo, no tengo idea.

    Esperamos durante algunos minutos.

    Mi madre dice, —¿Es hora de irse?

    —Aún no, - le digo. —Van a darte una inyección.

    —¿Qué? - me dice.

    —Van a implantarte un chip. Les ayudará a cuidar de ti.

    Intento decirlo siempre como si fuese la primera vez que se lo digo. No quiero avergonzarla. Su cabeza se balancea de Renata hacia mí, hacia la doctora y luego de vuelta hacia Renata.

    —No pasa nada, yaya, - dice Renata.

    —Renata, - dice mi madre.

    La doctora tiene una hipodérmica y mientras mi madre está concentrada en mi hija, la doctora apoya la hipodérmica contra el brazo de mi madre e introduce el chip.

    —¡Oh! - dice mi madre.

    Ese fue otro momento leve de horror, pero pienso en ese momento particular con mi madre porque Renata estaba allí y estábamos unidas, ella y yo. Y eso es un buen recuerdo. Regreso a ello con frecuencia. En él está Renata brillando, es joven, está sana y bien, está levantando el brazo para mostrarle a su abuela que el chip no es nada, nada en absoluto.

    Las pasadas dos noches he soñado con perros en apuros. No sueño sobre Renata, aunque cuando los sueños me despiertan, es pensar en Renata lo que me mantiene despierta. La primera noche soñé ver un perro callejero y yo no paraba de recogerlo aunque estaba merodeando en un aparcamiento vacío junto a una concurrida carretera. Esa fue la primera noche que Renata no vino a casa y no hace falta ser Freud para descubrir lo que eso significaba. A los diecisiete años se duerme en los sofás de las amigas, lo sé. Quizá Renata estaba durmiendo en el coche de su amiga.

    La segunda noche soñé que estaba en una isla desierta y Sonia, nuestro golden retriever, estaba conmigo. Había algún horrible destino inminente para Sonia y yo tenía que matarla antes de que algo peor le sucediera. La tumbé sobre algunos palos. Ella se fía de mí, es más mi perro que de cualquiera y, aunque a ella no le gustó, se tumbó allí por mí. En mi sueño le decía, —Quieta, Sonia. Quieta.

    Ella se quedó quieta porque yo la sujetaba allí con sólo mirarla a los ojos, de ese modo en que puedes a veces someter la voluntad de un perro. Se quedó quieta mientras yo encendía el fuego. Y luego el horror de todo aquello me impactó y le dije, —¡Sonia, arriba!

    Y desperté.

    Eso fue la noche pasada, la segunda noche que Renata no vino a casa.

    Hoy es martes y los martes conduzco desde el trabajo hasta el asilo donde está mi madre. Voy a verla los martes, jueves y sábados y aunque ella no sabe qué día es ni qué días la visito, pienso que mantener la regularidad es importante.

    Es un lugar agradable. Los pasillos están alfombrados y no hay nada de ruido ni eco, nada de la institucionalización que yo asociaba con los asilos. Es más como un hotel junto a la autovía, del tipo que incluye desayuno en el vestíbulo. La habitación de mi mamá tiene el mobiliario de su apartamento, su sofá dorado, su cama, su mesita para comer, el ángel blanco de cerámica que se sentaba en un extremo de la mesa. Ella consiguió el ángel en un intercambio de regalos de Navidad en su club de bridge, pero ella piensa que es algo heredado, antiguo.

    —Clara, - me dice cuando me ve. —¿Qué estás haciendo aquí?

    Por un momento, todo parece normal.

    —Hola, mamá, - digo. —He venido a verte.

    Ella se inclina hacia mí y me susurra, —Llévame a casa.

    —Vale, - le digo.

    Mi madre pasea. Intenta escapar. Por eso le implantaron el chip. Se llama un Ángel Digital y monitora su presión sanguínea, temperatura y tiene un GPS para que la recepción pueda restrearla. Cuando ella vivía en su apartamento, la policía la encontró en bata y con un par de zapatos de tacón alto llevando un libro de bolsillo, caminando por Ashleigh Drive. Eran las cinco de la madrugada. Cuando la recogí en la comisaría, sus tobillos desnudos casi me rompen el corazón.

    —¿Dónde está Renata? - me pregunta. Ella cree que Renata aún tiene ocho años.

    —Está en casa, - le digo.

    Mi madre frunce el ceño. Tiene la sensación de que se le escapa algo. Ya no comprende que tiene Alzheimer, pero a veces sabe que algo va mal. Que ella está desapareciendo. La placa completa los espacios intersticiales entre sus neuronas, su cerebro como un queso suízo lleno de moho fibroso.

    —Está con la niñera, - me dice.

    —Renata tiene diecisiete ahora, - le digo brillantemente, como si fuera completamente normal que nueve años hayan sido absorvidos por los hongos. Y por supuesto, Renata no está en casa. No sé dónde está Renata.

    Mi madre saca un poco los labios. Ella presiente cuando miento. A veces me corrige y a veces está ahí, feroz y totalmente activada. Mira hacia mí con sus pálidos ojos brillantes, su pelo a lo Einstein destellando alrededor de su cabeza. Se inclina hacia adelante. Tengo una sonrisa esculpida en la cara.

    —Llévame a casa, - me susurra.

    Compramos un Ángel Digital para Renata cuando ella tenía nueve años. Había habido una oleada de abduciones, otro verano de chicas desaparecidas. Matt y yo sabíamos que, estadísticamente, ella estaba en mayor peligro que nuestro coche. Mientras me estaba preparando para ir al trabajo por la mañana, cogí el hábito de ver Juicio TV y había un juicio sobre un hombre que había raptado a una chica. Él vivía en un camping. Estaba en la cincuentena, medio calvo y con un bigote en forma de manillar como un actor para un personaje realista occidental. Yo me metía en la ducha y cuando salía, me secaba y volvía al dormitorio para acariciar inconscientemente a Sonia, el golden retriever. Ella yacía al pie de la cama confiando en no ser echada de allí. En la televisión estaban hablando sobre que no habían encontrado el cuerpo. Sobre lo difícil que era culparle. Sobre la huella de la palma de la chica encontrada en la pared sobre la cama del tipo. Yo visualizaba a la chica apoyando su peso allí durante un momento para estabilizarse.

    De modo que le dije a Matt que iba a hacerlo y él estuvo de acuerdo. Matt es así. Se lo dije por teléfono y le oí suspirar en voz baja, aliviado. Aliviado de que yo hubiera tomado la decisión que ambos queríamos, aunque ambos sabíamos que era un poco idiota. Estuvimos de acuerdo en que era una idea idiota, pero no era cara, sólo cien dólares así que, ¿por qué no?

    El chip podría rastrearla por ordenador en DigitalAngelMap.com. La página tiene un mapa de las calles, una tecla de zoom in y de zoom out, como los de las direcciones para conducir. Sólo que es Renata quien aparece en ella como un triángulo amarillo. Mientras iba hacia el trabajo, podía conectar con su número y mi contraseña y ver el triángulo amarillo que era Renata en 2216 Gary, la casa de Kerry, su mejor amiga. Lo dejé encendido en mi ordenador, funcionando de fondo, mientras hablaba por teléfono o hacía las columnas en hojas de cálculo. Soy planificadora. Hago pedidos de piezas para manufactura. La planificación es una ciencia inexacta, una especie de arte. Si encargo muchas piezas, entonces el dinero se asienta como inventario, costándonos espacio. Si encargo las piezas demasiado despacio y se nos acaban, entonces la línea de montaje se detiene y eso es aún peor.

    Cuando llevé a Renata a los doctores para que le implantaran el chip, ella se sentó en la mesa de análisis, asustada, mientras la doctora le humedecía el brazo para aplicarle la lidocaína. Yo la mantuve allí con mis ojos, igual que podía hacer a veces con Sonia, el golden retriever.

    Renata no lloró. Sólo se apartó.

    No hay rastro de Renata en DigitalAngelMap.com. Tuvimos una discusión. Le dije que llegara a casa a las once, ella dijo que lo intentaría y yo repliqué que intentarlo no era suficiente. La cosa fue subiendo de tono a partir de ahí. Me dijo: —¡Tú mira! ¡Mira con tu ordenador! ¡En un minuto estaré ahí y al siguiente se acabó! ¡No sabrás dónde estoy y eso te matará!

    Los críos se envuelven cinta metálica en los brazos para bloquear la señal. Yo sabía eso. Lo que no sabía era que ella lo sabía.

    Matt dice, —¿Deberíamos llamar a la policía? ¿Denunciar su desaparación? ¿Informar de que se ha escapado?

    —Tendrá dieciocho dentro de cinco meses. ¿Qué vamos a hacer entonces?

    —¿No queremos enviar un mensaje? - pregunta él. —¿Hacerla saber que nos tomamos esto en serio?

    —Creo que tiene volver por ella misma, - le digo.

    —Yo creo que deberíamos llamar a la policía, - me dice.

    —Pero, ¿no la arrestarán? Podría acabar en algún tipo de centro de detención juvenil o considerarse el hecho como antecedente. ¿Y si Keith tiene algo en el coche? -

    Nosotros creemos que fuman hierba. Lo hemos discutido.

    —Voy a hacer algunas llamadas, - me dice. —Voy a llamar a Kerry y luego a la tía de Keith.

    —Vale, - le digo, aunque no espero nada.

    Kerry y Renata se han estado distanciando. Kerry sigue el camino hacia la universidad, Renata va... donde quiera que sea que vaya Renata.

    Matt entra en el coche y conduce por ahí. Me llama desde el parque para decirme que no está allí.

    Renata tiene un novio, Keith. Keith es bajito y delgaducho y tiene tres líneas marcadas bajo su labio inferior, radiando como los rayos de un sol. No le dimos permiso a Renata para que se marcara, tatuara, o se pusiera un piercing. Keith se ha estado afeitando la cabeza durante un tiempo, pero ahora se está dejando crecer el pelo. Matt me comentó una vez: —¿Te has dado cuenta de que Keith siempre necesita algo?

    Eso fue la noche que Keith necesitó ayuda con la batería para poner en marcha su coche. Matt se quedó en la acera frente a la casa, vestido en su atuendo del trabajo (Matt es ingeniero) y enganchando los cables de la batería, hablando amigablemente con Keith mientras Renata se sentaba en los escalones delanteros con los brazos desnudos cruzados sobre las rodillas, su barbilla apoyada en los antebrazos, mirando hacia la nada. Renata se había teñido el pelo de negro una semana antes. Llevaba unos pantalones de hombre, pantalones de traje gris carbón. Hasta donde yo sabía, ella había dejado de usar ropa interior.

    No puedo recordar ningún día de mi vida en que no haya llevado ropa interior.

    Cuando se tiñó el pelo de negro, me desafió, —¿Vas a decirme que no puedo teñirme el pelo?

    —No, - le dije. —Puedes teñirte el pelo del color que quieras. Puedes rapártelo si quieres. -

    Confié en que al decirle que podía raparse el pelo, ella no lo haría. Aunque Matt y yo habíamos decidido que podía hacer cualquier cosa temporal, pero nada permanente, ni tatuajes, ni piercings ni marcas.

    Es una fase, rebeldía adolescente, el proceso de la separación. Quiero culpar a Keith, por supuesto. Renata saca todo Sobresalientes y Notables desde que iba a la escuela media. Ahora saca un Sobresaliente en arte y Suficientes e Insuficientes en todo lo demás.

    Renata saca un Sobresaliente en arte, a pesar del hecho de que ni siquiera se molesta en hacer los proyectos.

    El Sr. Vennemeyer, su joven profesor de arte, simplemente se encoge de hombros y dice, —De todas las personas que he enseñado, Renata es la única artista real. -

    Cuando ella tenía quince años empezó en un Club de Arte donde él le enseñaba a extender lienzos, imprimarlos y elegir colores para la base. Otros chicos y chicas hacen escultura, collage y trabajo con el horno. Renata pinta. De vez en cuando se interesa en algo que él le asigna y hace un laberinto 3-D o un collage, pero mayormente pinta.

    Pinta en nuestro sótano. Le compro óleos y lienzos y extensores. Matt no sabe cuánto me he gastado en tubos de óleo Windsor y Newton.

    —¿Cómo puedes pintar en el sótano? - le pregunto. —¿No necesitas más luz?

    Ella se encoge de hombros. —Necesito espacio, - me dice.

    Ella y Keith pasan horas allí abajo con la música sonando a bajo volumen en el viejo altavoz de su padre. He bajado lo bastante a menudo para asegurarme de que nunca tengo la sensación de que están haciendo nada. No hay movimientos apresurados, no hay indicios de desaliño. Sólo Renata pintando y Keith sentado en un viejo sillón ajado que encontraron abandonado en la basura.

    Matt no baja al sótano. Su banco de trabajo y herramientas está en el garaje. Yo bajo a por algo de vez en cuando, cajas para regalos de Navidad o vasos que guardo allí abajo. No debería mirar las pinturas de Renata. Son suyas. Hay algo privado en ellas. Pero lo hago.

    —Ven abajo, - le digo a Matt la segunda noche que Renata sigue desaparecida.

    Él baja conmigo y nos rodeamos la cintura con los brazos el uno al otro mientras él mira las pinturas de Renata.

    Renata pinta cuadros de chicas siendo atropelladas por coches. Siempre hay cuatro pinturas: el momento cuando la chica es golpeada, la chica resbalando por el capó o impactando contra el parabrisas, la chica en el aire y la chica desmenuzada en el suelo. Renata tiene que clasificar fotos pegadas en su caballete y sobre la mesa que usa para los tubos. Tiene pinturas de su mejor amiga, Kerry. Keith tiene a Kerry sujeta alrededor de la cintura y tira de ella hacia atrás con fuerza, todo lo que se puede ver de Keith son sus brazos. Renata usa la cámara digital de Matt. En su primera serie de chicas atropelladas por un coche, se puede ver que se basa en Kerry.

    También hay cuadros de coches y capós de coche. El de Matt, el mío, el de Keith, otros coches que no reconozco.

    En la primera serie, la serie de Kerry, la chica parece torpe, no del todo bien, excepto en el cuadro donde ella está volando por el aire. Creo que Renata realmente capta algo ahí.

    En la segunda serie, la chica es una chica negra que parece tener unos diez años. Hay una foto de una revista de una mujer negra cayendo de una salida de incendios y se ve a esa chica en el aire. En esa serie, la mejor pintura es la chica desmenuzada sobre el pavimento. En la tercera serie, la chica es una enorme gorda pelirroja de piel blanca. Oscila volando en el aire, está pintada como un enorme globo rosa de un Desfile de la tienda Macy's. Lleva una blusa roja, tobilleras blancas y zapatos Mary Jane. No parece asustada. Y cuando yace desmoronada sobre el pavimento, Se le ve la rabadilla y asoman las braguitas blancas. Su enorme pantorrilla está pintada de rosa y es suave como el yogurt de fresa.

    Renata está trabajando ahora mismo en una serie de una chica amish. Trabaja en ellas todas a la vez, de modo que están dispuestas en fases. Sobre su caballete está la chica amish siendo atropellada por el coche. La chica amish está en gris, con un gorro blanco bocetado sobre su pelo. Lleva zapatillas. El coche es el coche de Keith.

    —Bueno, - dice Matt lentamente. —Tendrá que volver a por todo esto, ¿no?. Ella no dejaría todo esto.

    Yo no lo sé.

    Hay una carpeta abierta llena de fotos de chicas recortadas de las revistas y, bien visible, la esquina festoneada de una vieja fotogafía. Extiendo el brazo para cogerla y Matt dice, —No toques eso, - pero lo hago de todos modos. Es de uno de mis álbumes de fotos. Es una antigua foto en blanco y negro de una joven, quizá de la edad de Renata, que lleva un traje de baño de una pieza al estilo de los años cuarenta. Para los estándares de hoy, es un poco ancha de caderas. Su flequillo cae hasta la frente le hace parecerse algo a Betty Page. El traje de baño tienen númerosos puntos de colores. Es sexy y sólida como una chica pin-up. Es mi madre. Se la muestro a Matt y luego me la llevo conmigo escaleras arriba. Matt no dice nada.

    Brenda, una de las ayudantes donde vive mi madre, me deja un mensaje de voz en el trabajo de que a mi madre se le han acabado algunas cosas: barra de labios (Cool Watermelon de Revlon, un extraño y demasiado vívido tono que mi madre prefiere), loción y compresas, porque a veces mi madre tiene pequeñas fugas urinarias. Es miércoles y la veré el jueves, pero paro de camino a casa desde el trabajo, recojo cosas en la tienda de alimentación y se las acerco.

    Siempre quiero salir nada más llegar, así que siempre me obligo a sentarme y decirle algo a mamá. La toco mucho, en el brazo, en el hombro. La beso en la mejilla a veces. No somos una familia de muchos abrazos. No somos tan remotos como la clásica familia presbiteriana (mi marido dice que en momentos de gran emoción, los hombres de su familia se dan la mano) pero no nos tocamos mucho unos a otros. Aunque a mi madre ahora parece gustarle que la toquen.

    Suena el teléfono. No puedo imaginar quién podría llamar. Le digo a mi madre que vendré a visitarla aunque no obtengo señal de que lo recuerde. Ella solía consultar las notas que se escribía ella misma: viene clara a verme. Pero ya no. Descuelgo, esperando que sea un televendedor. Es Matt.

    —Ha llamado Renata, - me dice. —Está de camino a casa.

    —¿Está bien? - pregunto.

    —No me lo ha dicho, - dice.

    —Voy para allá ahora mismo.

    Mi madre me está observando como un pajarillo. —¿Dónde está Renata? - me pregunta.

    Perdida, quiero decirle. —No sé donde está, mamá. Se ha ido de casa. Tiene diecisiete años y se ha ido. Pero está de camino a casa ahora.

    Mi madre mira hacia mí, extiende el brazo y cubre mi mano con la suya. Su mano es fría. Ella me toca la cara. Pienso que ella está junto a mí en este momento y sé lo que va a decir. Es lo que me dijo a mí cuando Renata tenía dos años y le conté que a veces yo tenía miedo y me despertaba en mitad de la noche para ver si Renata estaba respirando. Ella me dijo, —Nuestros hijos son rehenes del mundo.

    Ella acaricia mi mano y luego me dice, —Llévame a casa.

    Nuestro camino de entrada a casa está un poco inclinado. Keith aparca en la acera como siempre lo hace y Matt y yo estamos de pie en la puerta, observando. El coche sigue quieto durante un largo momento mientras Renata y Keith parece que están hablando. Luego la puerta se abren, Renata sale y sube el camino de entrada con la cabeza agachada, anda inclinada hacia adelante contra la pendiente. Lleva una cinta de fontanero alrededor de la parte superior del brazo. Keith sale y se apoya contra la puerta del coche, con los brazos cruzados.

    Yo jadeo y Matt dice, —Oh, mierda. -

    El labio de Keith está partido y su cara está toda magullada en un lado, tan hinchada ahora que un ojo está medio cerrrado.

    Renata no se gira para mirarle, no nos dice nada, simplemente entra en la casa.

    Matt baja el camino y sé lo que está preguntando. ¿Estás bien? está preguntando. ¿Quieres que te acompañe a urgencias? Pero Keith está negando con la cabeza.

    Yo sigo a Renata dentro.

    —¿Has comido algo? - le pregunto.

    Oigo la puerta detrás de mí, es Matt entrando.

    —Hemos parado en un McDonald. - me dice Renata.

    Ella probó para ver si era vegetariana durante una semana o dos, pero es una carnívora. Incluso siendo un bebé, Renata prefería el filete al helado.

    —Bueno, ¿dónde has estado? - le pregunta Matt.

    —Un tipo que conoce Keith tiene un amigo que tiene un trailer. Lo usa para pescar o algo así. A las fueras de Sandusky. -

    Puedo imaginar el trailer, bajo y barato y estrecho. La historia va saliendo a pedacitos y antes de que haya salido mucho de ella, Renata está llorando. El tipo del trailer se llama Don y apareció allí arriba hoy. Estaba colocado de algo, Renata cree que quizá era crack.

    —Le faltan un montón de dientes, - nos dice, —y no puedo entenderle cuando habla. - Ella llora de un modo que es casi como un hipo. —Así que yo le sonreía y asentía como si supiera de lo que me estaba hablando pero tenía miedo de estar moviendo la cabeza en los momentos equivocados o algo así. Y luego se enfadó con Keith, no sé por qué. Y él se puso todo desagradable y, bueno, le lanzó un cenicero a Keith y le dio en la cabeza y empezaron a pelear y luego Keith y yo salimos de la casa y él dijo que iba a por su pistola y nosotros estabámos en mitad de no sé donde y yo me asusté y corrimos hacia el coche de Keith. Mientras intentábamos dar marcha atras por aquella porquería de camino, nos disparó y le dio a la parte de atrás del coche. Hay un agujero en el maletero. Seguimos marcha atrás muy rápido y su camino es muy largo. Eran sólo dos roderas, ni siquiera gravilla ni nada.

    Nos sentamos en el sofá y, para tener diecisiete, ella casi gatea hasta mi regazo. Yo le acaricio el pelo, áspero de tinte negro.

    La castigamos, por supuesto.

    —Este es el trato. - le digo. —Te llevo a la doctora y te quito el chip. Pero tienes que poner de tu parte. Tienes que decirnos dónde vas y lo que estás haciendo.

    Ella está rendida y escucha sin asentir ni disentir.

    Matt y yo le leemos la cartilla, aun cuando sabemos que es lo peor que se puede hacer. ¿Cómo no íbamos a hacerlo? Todos nuestras emociones se derraman en forma de advertencias. Ella tiene que corregirse. Tendrá dieciocho en cinco meses y tendrá que tomar algunas decisiones. Si quiere que la ayudemos a ir a la escuela de arte, tendrá que sacar mejores notas. Y etc, etc.

    Su papá va al cuarto de baño y yo saco de mi bolso la foto de mi madre. La deslizo por la mesa del café.

    Ella frunce el ceño hacia ella y levanta la mirada hacia mí, confundida.

    —Te la puedes quedar, - le digo. —Pero, por favor, no la pintes siendo atropellada por un coche. Yo no podría soportarlo

    Ella se cubre la boca con la mano, pensando. ¿Qué palabras están atrapadas detrás de esa mano?

    Luego asiente y dice en voz baja. —De acuerdo, mamá.

    A las dos de esa mañana, me despierto asustada por algún sueño. Estoy tumbada en la cama y catalogo mis pecados; obsesiva, comprensión insuficiente, ensimismada. Luego me levanto y consulto DigitalAngelMap.com. Primero introduzco el código de Renata, que me sé de corazón. El triángulo amarillo está quieto en nuestra calle. Lo observo un buen tiempo. Sonia sube los escalones. Puedo oirla. Es una perra vieja ahora y tiene artritis. Entra en el dormitorio extra donde tenemos el ordenador, se tumba y suspira.

    Introduzco el código de mi madre. Tan pronto como empiezo a teclearlo, quedo presa por la profunda convicción, la premonición de que mi madre está fuera vagando por ahí.

    Pero el triángulo está justo donde debería estar, inmóbil. Apago el ordenador, luego me acerco hacia el perro y apago la luz, camino a ciegas con el perro y me siento en la silla. La oscuridad y quietud se extiende a mi alrededor, arropando la casa y la calle. Los coches están en silencio y quietos y todas las chicas están a salvo en sus camas.

    FIN

Relato 7 - Traviesa

    Lo primero que ardió en llamas fue una bolsa de alimentos en la parte de atras del Explorer. Traer la compra a casa era un momento sobre el que ella había bromeado con el cajero de la tienda. La tienda más cercana a su casa estaba un poco por encima de la escala, era un poco pija y cuando compraba allí en lugar de en la tienda Kroger más barata, sabía que aquello suponía otro de sus lapsus morales. Pero le gustaba solucionar el ir de compras tan rápido como pudiera de modo que, mayormente, compraba en la tienda cara.

    Los chicos de las bolsas cargaban las compras en el coche para los clientes y mientras Joe estaba embolsando, ella dijo, —¿Puedes venir a mi casa y descargarlas por mí?

    Joe, que aún iba al instituto, sólo soltó una risita.

    Pero ella odiaba de veras descargar la compra. Seleccionarla tenía el aliciente de la posibilidad, descargarla era como limpiar tras la fiesta. Triste. Ella abrió el maletero del SUV, vio la pila de bolsas y sintió un terror que rayaba la desesperación. Simplemente se quedó allí, mirando. Luego un rizo de humo subió de la bolsa de cereales y de pronto, en lugar de una bolsa de cereales y macarrones y queso, era una bolsa de llamas.

    Eran hermosas y su corazón se calentó con ellas. No sintió más que placer durante un momento y luego pensó distantemente que debería sacar esa bolsa. Pero no lo hizo. En vez de eso, observó cómo se prendía fuego la siguiente bolsa con las cebollas, pimientos rojos y champiñones portabella. Alimentos caros, bolsas dobles con cobertura exterior de plástico, derretidas, después ennegrecidas. El asiento trasero se incendió también, denso humo negro, apestoso y acre por los químicos.

    Ella salió del garaje. ¿Explotaría el coche? Pero no lo hacía. Sólo ardía escandalosamente, las llamas lamían el techo del garaje.

    El vecino de la puerta de al lado gritó: —¡Llamaré al 911!

    Ella ni siquiera había notado que el vecino estaba cerca.

    Deja que arda, pensó ella.

    Miró hacia el buzón calle abajo y, al instante, el humo se filtró por las rendijas. Luego la parte superior del poste se encendió, el fuego era casi invisible a la luz del día.

    El garaje era engullido por las llamas y ella podía ver el humo tras las ventanas delanteras de la casa. Su marido estaba en el trabajo. Los niños estaban en la escuela. ¿Se sorprenderían?

    ¿Quién iba a limpiar todo esto?

    No seré yo, pensó ella.

    FIN

Relato 8 - Laika Vuelve a Salvo

Laika Comes Back Safe, publicado en Polyphony, Wheatland Press.

    Había un progama especial cuando yo iba a quinto donde venía un fotógrafo y nos enseñaba cosas. Se llamaba el Proyecto de Arte Apalache y nos abría una ventana al arte. Todos conseguimos esas camaritas de plástico llamadas Dianas que ni tenían flash ni nada y funcionaban con película en blanco y negro. La primera semana sacamos fotos de nuestra familia y luego las revelamos y escogimos una para nuestra autobiografía. La semana siguiente nos hicimos fotos unos a otros. La tercera semana hacíamos fotos de cosas importantes en nuestras vidas. La cuarta semana hacíamos fotos de sueños.

    No esperanzas y sueños, teníamos que hacer una foto de algo sobre lo que pudiéramos soñar. Yo tenía un libro de la biblioteca de la escuela sobre exploración espacial. Era viejo, de los setenta, y hablaba de la historia de la exploración espacial. En realidad era más un libro para chicos, mis libros favoritos eran los libros de caballos. Todo lo que recuerdo de él era la parte sobre la perra Laika. Entrenaron a esta perra y la enviaron al espacio y la usaron para ver si la gente podía sobrevivir en el espacio y luego, como no pudieron traerla de vuelta, la dejaron morir allí arriba.

    Aquello me molestó de verdad porque yo tenía un pastor alemán llamada Lacey y no dejaba de pensar en Laika allí arriba toda sola y con sus huesos dando vueltas y vueltas. Tuve una pesadilla en la que se llevaban a Lacey al espacio. Así que, cuando llegó la hora de hacer la fotografía de un sueño, cogí cuerda y cinta y puse a Lacey hasta arriba de cinta de embalar por el pecho y la cabeza y le hice la foto sentada allí en el patio. Yo tenía un paracaídas de uno de esos soldaditos de plástico que envolvías con el paracaídas y lo tirabas al aire y esparabas a que el paracaídas se abriera. Pues también se lo puse a Lacey encima y le dije a mi mamá que sujetara en alto el paracaídas (se puede ver su mano y un poquito del brazo en la foto) y luego, mientras mamá evitaba que Lacey se quitara la cinta y las cuerdas con las patas, hice la foto. Es una buena foto, sale mirando hacia mí y tiene las orejas tiesas. La titulé: Laika Vuelve A Salvo.

    Colgamos todas las fotos en el rail de tiza de la pizarra. Recuerdo que alguien hizo una foto de sus pasos bajando a su sótano. Nadie parecía pensar nada de Laika Vuelve A Salvo quizá porque se podía ver la mano de mi mamá y el paracaídas era, en realidad, demasiado pequeño.

    Tye Petrie estaba detrás de mí en la fila del almuerzo.

    —Británica, ¿es esa tu perra? - me preguntó.

    —Sí, - le dije.

    —Parece un perro elegante.

    Aquello era más de lo que Tye Petrie me había dicho en mi vida. Aunque era mi primo segundo, no hacíamos picnics ni reuniones de familia ni nada con los Petries.

    —Su nombre es Lacey, - le dije, y luego, —La quiero más que a nadie en la Tierra.

    Pensé que sonaba estúpido decirlo, pero Tye Petrie sólo dijo, —¿En serio? - de un modo que lo hizo sonar como si pensara que era algo bueno.

    —¿Tienes perro? - le pregunté.

    —No, - dijo él. —No me dejan.

    —Puedes venir y jugar con Lacey, - le dije.

    Teníamos una casita blanca de bloques grises que mi papá había construído la mayoría de ella él mismo. Yo estaba haciendo mis deberes de clase y mi papá se estaba preparando para salir para el segundo bateo, el turno en el que trabajaba en la central antes de que se le complicara todo, y mi papá miró por la ventana y dijo, —¿Quién es ese brezo que asoma por la verja?

    Mi papá no quería decir nada con eso, él llamaba brezo a todo el mundo, pero Tye Petrie tenía pelo muy claro en la cabeza y ojos muy pálidos en una cara oscura y él parecía un poco como broza blanca. Él estaba esperando junto a nuestra puerta.

    —Ha venido a ver a Lacey, - le dije y salí afuera.

    Para entonces, Lacey estaba ladrando como loca. La desaté. Papá decía que tenía que estar atada aunque tuviéramos una verja de alambre porque arañaba todo el frontal del patio. Lacey fue brincando hacia Tye. Se detuvo cuando llegó cerca de él, mirando atrás hacia mí con una pata levantada como si no estuviera segura de algo. Luego agachó la cabeza como siempre hacía cuando se presentaba a otro perro, con la cola ni muy arriba ni muy abajo y meneándose un poco.

    Se estaba comportando de ese modo porque Tye era un hombre lobo, aunque en realidad no lo era, aún no. Yo no sabía que Tye era un hombre lobo porque él no me lo dijo hasta después de muchos años. En las películas, los perros tienen miedo de los hombres lobo, pero eso no es cierto. Sólo se creen que son otros perros y si tu perro odia a otros perros, entonces odia a un hombre lobo también. Soy como una experta en hombres lobo después de conocer a Tye todos estos años, pero no es algo que me sirva de algo. Pensé en llamar a Expediente X a ver si podían usar todas esas cosas para una película, pero no sabía como conseguir el número de teléfono de un programa de televisión.

    Tye y Lacey se cayeron bien y la llevamos a pasear por la calle. Estuvimos un rato por ahí y me llevó al lugar donde había construído un fuerte en el bosque. Se pasaba bastante a menudo por mi casa después de aquel día y creo que hasta vino una vez a patinar con mi mamá y conmigo. Nunca hablábamos en la escuela porque yo siempre estaba con Rachel y Melissa y Lindsey y él siempre estaba con Mike y Justin o alguien.

    Cuando mi papá tuvo el accidente de motocicleta y se complicó la espalda y la pierna y perdió el empleo, tuvimos que vivir a costa del condado hasta que consiguió arreglar su pensión de la seguridad social. Nos mudamos a la ciudad y me traspasaron del sistema escolar de Knox County al de las Escuelas de la Ciudad de Barbourville y fui a la escuela media de Landry. Tuvimos que regalar a Lacey. Se la quedó la gente que vivía calle abajo de nuestra antigua casa. Yo sólo veía a Tye Petrie en la iglesia y nunca nos decíamos nada el uno al otro.

    Yo estaba en 4-H entonces, haciendo costura y me tropecé con Tye en la Feria de Knox County. Él no estaba en 4-H, él sólo estaba en la feria. Él no estaba allí con nadie y yo estaba en el establo viendo los grandes caballos. Él se acercó hasta mi lado mí como si fuera la fila del almuerzo de la cafeteria de la escuela y se quedó mirando un caballo.

    —Hola, Tye, - le dije.

    —Pasé a ver a Lacey la semana pasada, - me dijo él. —Le va muy bien.

    Cuando regalamos a Lacey, yo no me enfadé ni me puse a llorar como hacen en la TV. No dije, —¡No os la podéis quedar! - y ella no se escapó para buscarme, pero en realidad me dolió profundamente y nunca lo superé. Era lo peor que me había pasado nunca, incluso peor que cuando mi papá se hizo daño. No podía decir nada, porque tenía miedo de que me pusiera a llorar.

    —Quise decírtelo en la iglesia, pero nunca tuve una ocasión, - me dijo él. —La visito una vez por semana. La cuidan muy bien. No la atan, la dejan correr por su patio.

    Yo respiré hondo y sonó como un sollozo. —Gracias, - le dije. Salió un poco tembloroso.

    —Bueno, ¿cómo van las cosas?

    Yo me encogí de hombros. —Apestan, - le dije.

    —Sí, - dijo él. —Es cierto.

    —¿Quieres subir al Pulpo? - le dije.

    No sé por qué lo dije, el Pulpo siempre me deja mareada. Pero era la única atracción que se me ocurrió.

    Pasamos todo el día juntos. Mi mamá tuvo que llevar a mi papá a casa porque le dolía tanto la espalda que le dio una migraña y la mamá y papá de Tye dijeron que me llevarían a casa. La mamá de Tye tenía la misma coloración que Tye, pelo claro, cara oscura, ojos muy claros y llevaba el pelo recogido detrás de la cabeza, un poco pasado de moda. Tenía acento, me dijo Tye, porque ella venía de Parish en Louisiana. No era guapa ni nada, parecía muy normal y de pueblo. Ella no decía casi nada cuando yo estaba presente.

    Aunque mayormente íbamos solos y por la tarde hacía frío y las luces aparecían a mitad de camino y las atracciones te subían en la oscuridad y luego te bajaban hacia la luz.

    —Brittany tiene un pretendiente, - dijo mi mamá cuando llegué a casa y pensé que era cierto.

    El martes de la semana pasada, antes de que empezara la escuela, fui andando todo el camino hasta el Estanque del Cisne para verle a él y a Lacey. Llegué antes que él. Lacey se volvió loca, saltando y ladrando, y la Sra. West salió a ver lo que estaba pasando pero, cuando me vio, me saludó y dijo que podía cruzar la verja. Entré y abracé a Lacey y me lamió la cara. La Sra. West tenía un jardín precioso y tenía caléndulas y petunias rojas y blancas.

    Tye llegó y le dije que podía cruzar la verja. Lacey le saltó encima. Luego él se puso a Lacey sobre la espalda mientras yo la acariciaba.

    —¿Has querido ser un perro alguna vez? - me preguntó.

    —Sí, - le dije. —Muchas veces.

    —No es lo que se piensa, no es como para partirse de risa, - dijo él.

    Yo pensé en ello. Probablemente no lo era. Lacey no había pedido tener dueños nuevos, pero yo tampoco había pedido mudarme a la ciudad y vivir de cartillas de comida.

    Charlamos sobre la vida de un perro. Luego él me contó que sus padres nunca hablaban el uno con el otro. Nunca peleaban, simplemente nunca hablaban el uno con el otro y su padre le había contado una vez que había hecho un error al casarse con su madre. Su madre tomaba litio para los nervios. Le dije que mi mamá era una perra a veces, cosa que era cierta, y ella probablemente debería de estar toman litio o algo, y que desde que mi papá se quedó estropeado, simplemente había dejado de hacer todo lo que hacía.

    Para cuando llegué a casa ya era tarde para la cena pero, de todos modos, puesto que mi papá ya no iba a trabajar, comíamos cualquier cosa en cualquier momento y no importaba.

    Le dije a mi mamá que había ido a ver a Lacey. No le dije nada de Tye porque no quería que me fastidiara.

    Tye y yo nos encontrábamos a menudo después. Jugábamos con Lacey y luego paseábamos por la carretera de grava hasta el cementerio de Pope-Ball. Sólo es un pequeño cementerio de una familia de granjeros, un lugar cercado con verja de alambre y un montón de lápidas en mitad de la montaña Pope-Ball. No es mayor que el patio de la Sra. West pero hay algunos árboles a lo largo de toda la verja trasera. Algunas de las lápidas son muy viejas, de 1890 y más, pero la mayoría son de mis abuelos y bistías y bistíos.

    Tye me dijo que nunca tendría una novia y que nunca se casaría. Había un problema genético en su familia y no quería trasmitirlo. No me dijo lo que era pero, por el modo en que lo dijo, siempre pensé que tendría algo que ver con su pene o algo así y que por eso no me lo contaba.

    Aunque a mí aún me gustaba charlar con él y pensé que quizá cambiaría de idea por mí. Pensé en no tener hijos nunca y no sabía si podría casarme con alguien así.

    Nos veíamos al menos una vez a la semana hasta que empezó a hacer demasiado frío y luego, cuando hizo calor, le llamaba y le decía que iba a ver a Lacey. Yo subía a través del barro y allí estaba él y todo era bastante como siempre. Empezamos el instituto y aún seguíamos en contacto, aunque yo empecé a salir con Rick. Le contaba a Tye todo sobre Rick aunque nunca le contaba a Rick nada sobre Tye. Tye pensaba que Rick era un impostor. Rick vestía de skater con pantalones anchos aunque, en realidad, él practicaba el skateboard pero no hacía trucos.

    Mi mamá estaba teniendo problemas de diabetes y gran parte de eso era por su culpa. Descubrió que tenía diabetes cuando siguió esa dieta de líquidos donde te bebías una lata de algo por la mañana y una lata de algo por la tarde y se desmayó. Entonces la doctora le dijo que perdiera peso y fue aún peor. Yo nunca supe lo que íbamos a comer en casa. Durante un tiempo ella siguió una dieta de choque de Susan Powter. Susan Powter es la nena con el corte de pelo a maquinilla, y básicamente, te dice que no puedes comer nada bueno. Mamá probó la dieta vegetariana durante un tiempo hasta que papá dijo que teníamos que tener carne para cenar. Luego probó la dieta de sopa de repollo y perdió algo de peso pero lo ganó todo después. La mayoría de las veces, Rick me recogía y nos íbamos a comer a un Taco Bell o a un Dairy Queen. Muchas veces le traíamos comida a papá.

    Los padres de Tye se divorciaron. Él decía que era un alivio. Su mamá consiguió un empleo en un Kmart en la ciudad y su papá se mudó. Desde que su mamá trabajaba por la tarde, él traía un pack de seis cervezas y lo escondía en el cementerio y después de ver a Lacey ibámos allí a sentarnos y yo me bebía dos y él se bebía cuatro y charlábamos de nuestras cosas.

    Rick empezó a salir con sus amigos y no venía a verme. Se había comprado una pistola de paintball y jugaba a paintball a todas horas y nunca tenía dinero para hacer nada, nunca quería pasarse mucho a verme. De todos modos era un pesado porque de lo único que hablaba era de que se iba a apuntar a la Fuerza Aérea y ser un piloto, o que la música que le gustaba era todo lo de Jimi Hendrix y Led Zeppelin, y cantaba "Sweet Home Alabama", o cosas de Garth Brooks y Clint Black. Yo me harté de que nunca tuviera tiempo para verme y tuvimos una gran discusión y rompimos y luego lloré durante una semana.

    Yo salía a ver Tye casi todas las tardes y nos sentábamos en el cementerio arropados en nuestros abrigos de invierno hasta bien pasada la noche. Ya no pensaba en Tye como un posible novio, era más como un hermano o algo así. Él tenía un viejo abrigo de pana y se sentaba allí con la espalda contra la lápida de granito rojo de mi bistía Ethe (la lápida más grande del cementerio; aunque tanto ella como mi bistío Jake bebían como cosacos y nunca tenían dinero; porque John, su hijo, y mi primo segundo, tenían un buen trabajo en la central nuclear de Knoxville, Tennessee; y él pagó el funeral), y escuchábamos Pearl Jam o U2 o Sublime hasta que se agotaban las pilas de su reproductor de CD. Yo estaba hablando sobre hacerme veterinaria. Eso es lo que quería hacer, ser una veterinaria.

    —No podré venir estas noches, - dijo él.

    —¿Trabaja tu mamá por el día?

    —Sí, - dijo él, se quedó mirando su cerveza. —Y, um, me vuelvo un poco loco a veces y voy a estarlo el próximo par de días.

    —¿Es que haces una agenda para eso? - le dije. Yo no sabía si se suponía que tenía que reirme o qué.

    —No, - me dijo, —Sólo sé cuando va a pasar. - Estaba serio de verdad

    —Tye, - le dije, —¿qué quieres decir?

    Él se encogió de hombros. —Es una enfermedad hereditaria. Ya te dije que tenía una enfermedad hereditaria.

    —¿Que te vuelve loco a veces?

    —Más o menos, - dijo él.

    —¿Qué quieres decir con 'más o menos'?

    Él no dijo nada más.

    Hacía demasiado frío y era tarde. Me prometió que volvería el martes si no llovía. Teníamos el acuerdo tácito que si estaba lloviendo, vendríamos la próxima vez que hiciera sol.

    Enrollé nuestra manta y la metí en su saco de plástico, luego lo medio escondimos bajo un árbol caído y lo rocíamos con esta cosa espantabichos que usábanos para ahuyentar a los animales. Recogí las latas de cerveza y el reproductor de CD de Tye. Tiré las latas de cerveza en el contenedor que había detrás de la tienda china que pasaba camino a casa.

    Vivíamos en un complejo de apartamento por aquel entonces y yo atajaba por el aparcamiento. Podía ver la luz a través de las cortinas de la puerta de cristal deslizante. Teníamos un apartamento en la primera planta debido a la pierna de mi papá.

    Mi mamá estaba hecha un basilisco cuando entré.

    —¿Dónde has estado?

    —En casa de Shelly, - le dije.

    —He llamado a casa de Shelly y no estabas allí.

    —Fui a dar un paseo.

    —¿De cuatro horas?

    —Sí. Salí a ver a Lacey, mi perra y luego a pasear.

    Ella no se lo creyó. No sé por qué no le dije que había estado con Tye salvo por el hecho de que no quería que ella viniera al cementerio y me pillara bebiendo cerveza. Ella me estaba gritando que yo nunca estaba en casa y yo le solté, —Ya, lo que tu digas, - y ella me dio una bofetada.

    Mi papá dijo, —¡Por amor de Dios, Betty, pegarla no va a mejorar las cosas!

    —¡Jesus! - gritó mi mamá, —¿quieres a tu hija correteando por ahí toda la noche?

    Oh Dios, han estado discutiendo. Me quedé allí de pie, con la mano en la cara, sintiendo unos pequeños sollozos como hipos.

    —¡Ha estado fuera durante horas sin decirle a nadie dónde ha estado! ¿No tengo derecho a saber dónde ha estado mi hija?

    —¡No tienes ningún maldito derecho a pegarla!

    —¡Quizá si tú te comportaras como un padre...!

    —¡Quizá si tú sacaras tu culo gordo y consiguieras un empleo!

    —¡Tú no estás en tus cabales, Dios me ha dado una cucaracha! ¿Sabes qué, Joseph Gaines Ball? ¿Sabes qué? ¡Yo he madurado! ¡Tú nunca has madurado! ¡Tú sólo sigues bebiendo y corriendo encima de una maldita motocicleta!

    Yo corrí hasta mi cuarto y cerré la puerta.

    —¡Maldita sea! - rugió mi madre. —¡Sal aquí fuera, perrilla!

    Mi mamá empezó a golpear mi puerta. Mi papá debió de haber intentando sujetarla porque la oí darle una bofetada. Luego debe de haberlo empujado porque él cayó en el pasillo. Tenía problemas para levantarse debido a su espalda y su pierna, así que ella también podía pegarle mientras seguía en el suelo.

    —¡Maldita sea! - estaba gritando él. —¡Maldita sea! -

    Luego pude oir a mi madre correr por el pasillo sollozando.

    Mi papá estaba tirado en el suelo allí fuera, encima de la moqueta malva que no pegaba nada con nuestro mobiliario.

    —Voy a por mi pistola - dijo mi papá con un monotono. —Voy a coger la pistola y a volarme la jodida cabeza. - pude oirlo claramente a través de las finas paredes.

    —Claro, - exclamó mi madre desde la cocina. —¡Quédate ahí tumbado y siente lástima de ti mismo! ¡Si piensas que voy a rogarte que te guardes tus excusas de lastimoso de por vida, estás equivocado!

    —Voy a volarme la jodida cabeza, - dijo mi papá de nuevo.

    Yo yacía sobre la cama en la oscuridad y apretaba contra el pecho mi gran perro de peluche fingiendo que era Lacey.

    Mi mamá y papá aún estaban dormidos cuando me desperté. Llegué tarde a la escuela al día siguiente y me perdí la primera hora de Matemática General, lo cual no era una gran pérdida.

    Cuando llegué a casa, mi mamá me estaba esperando y empezó de nuevo, así que le dije, —Me marcho.

    Ella me cogió por el brazo pero yo simplemente me zafé de su presa retorciéndolo y salí corriendo por la puerta. Fui a ver a Lacey pero estaba dentro de la casa, de modo que subí hasta el cementerio, encontré nuestra manta y me envolví con ella. No podía afrontar volver a casa todavía y no sabía lo que hacer. Hacía algo de frío, pero no frío de verdad. Me senté al sol, apoyada en la lápida de mi bistía. Mis padres habían discutido hasta las dos o tres de la madrugada y yo estaba cansada y me quedé allí dormida.

    Desperté un par de veces y de pronto era oscuro y había cogido frío. No era oscuro del todo porque la luna estaba alta, pero fue extraño y espeluznante caminar hasta casa en la oscuridad. Mi mamá me estaba esperando, todavía enfadada. Tuvimos otra pelea y le dije que tenía miedo de venir a casa con una mamá psicópata. Ella dijo que la escuela había llamado y dicho que yo había llegado tarde y yo le dije que quizá si ella se levantaba y me dejara en la escuela como una mamá normal, no hubiera llegado tarde.

    Mi papá salió y dijo que yo no estaba siendo justa y me dijeron que estaba castigada durante una semana.

    Yo no podría ir al cementerio hasta que se levantara el castigo. Llamé a Tye Petrie y le dije que me habían castigado. No hablamos sobre ello por teléfono. Tye no quería hablar por teléfono. Simplemente me dijo que me vería la semana siguiente.

    Él estaba esperando en el patio de la Sra. West y Lacey estaba feliz de verme. Le hice todas las cosas que le gustaban, frotar mis nudillos en sus orejas y rascarle el pecho, como disculpa por no haber venido a verla.

    —¿Qué pasó? - me preguntó Tye.

    —Mi mamá y papá estaban discutiendo, así que vine al cementerio y me quedé dormida y no volví a casa hasta las nueve.

    —¿Sí? - dijo Tye

    Parecía cansado. Había estado haciéndose cada vez más alto de repente y había pasado de parecer un chavalín de la escuela media a parecer como uno de los juveniles. Incluso tenía un poco de bigote.

    —¿Te volviste loco? - le pregunté.

    —Sí, - dijo él.

    Quise saber cómo era eso de volverse loco. —¿Qué hiciste?

    —Pues, sólo me volví loco.

    Eso fue todo lo que dijo y luego ninguno de nosotros supo de lo que hablar.

    —Cuando desperté en el cementerio, - le dije, —ya era oscuro. Me entró un miedo de muerte, - le dije.

    —Brittany, - me dijo, —no deberías salir sola de noche.

    —No esperaba que fuera de noche, - le dije irritatada.

    —No, en serio. Quiero decir, me ... um, ¿y si algo te ataca?

    —Los únicos que venimos al cementerio somos tú y yo, - le dije.

    —¿Y si te ataco yo? - dijo él.

    —No digas cosas raras, Tye, - le dije.

    —Soy raro, - me dijo y yo sonreí, pero él empezó a llorar.

    Nunca había visto llorar a Tye.

    —Jesus, - le dije, —¿qué pasa?

    Ahí es cuando me contó que era un hombre lobo.

    Pensé que quizá estaba chiflado de verdad, ¿sabes? Ahí estaba él, llorando y diciendo que era un hombre lobo, por amor de Dios. Le di unas palmaditas y me dijo que estaba mejor. Yo me había preguntado antes muchas cosas sobre Tye, como si era gay, o si su padre estaba, no sé, abusando de él, pero nunca me esperé que estuviera loco. Me contó un montón de cosas locas como que no había empezado a cambiar en lobo hasta este año porque el cambio no ocurría hasta que se empezaba a pasar la pubertad. Me contó que había estado temiéndolo durante años y que no podía recordar en realidad lo que había pasado después, porque era como tuviera las experiencias de un modo totalmente diferente, como a través del olfato.

    —Así que, ¿ves?, - me dijo, —podría haberte hecho mucho daño, Brittany. ¡Mucho daño!

    —Tú no me hiciste daño, - le dije, porque no sabía qué otra cosa decir.

    Era una locura. En cierto modo, Tye estaba loco de verdad. A veces se emocionaba mucho, era como si se activase por algo y hablaba a mil por hora. A veces dormía todos los sábados y domingos y estaba muy deprimido.

    Nos sentamos allí un buen rato mientras me contaba que la familia de su madre en Louisiana era así y que su mamá se había ido para intentar huir de todo eso. Todo era una locura y daba miedo escuchar a Tye porque él realmente se lo creía, pero eso era lo extraño, era realmentente interesante. Yo sabía que si actuaba como que quería irme, Tye hubiera pensado que no le creía.

    No dejaba de decirme: —Sé que parece una locura, seguramente no me crees, pero es cierto, - y seguía mirándome de una forma desesperada, como si yo fuese la última persona de su vida.

    Al final llegó la hora en la que me tenía que ir a casa o me castigarían de nuevo.

    Al día siguiente, medio pensé que él no iría a casa de la Sra. West, pero allí estaba, junto a la verja, y Lacey estaba sentada mirando arriba hacia él como si estuviera intentado hablarle. Yo pensé en lo mucho que había cambiado últimamente y noté por primera vez, bueno, lo sexy que parecía de pronto.

    Lacey y yo dijimos hola.

    Le preguntamos a la Sra. West si podíamos llevar a Lacey a dar un paseo, a veces lo hacíamos y Tye me tenía tan confundida que quería que la perra viniera conmigo. La llevé por la correa y subimos al cementerio paseando. Tye sacó las cervezas y me serví un poco en la mano para Lacey. A ella le gustaba la cerveza.

    Lacey me lamió la cara y luego me plantó sus patas delanteras sobre las piernas. Normalmente sólo hacía eso cuando yo lloraba o algo así.

    —Lacey, - le dije, —¿qué pasa contigo hoy?

    —Ella sabe que estás asustada, - dijo Tye. —Puede oler tu miedo. Intenta que te sientas mejor.

    Casi dije, —¿Asustada de qué?, ¿de ti? - pero era cierto, estaba asustada. Tampoco era porque Tye fuese a hacerme daño, sino porque él estaba loco y yo no sabía lo que hacer.

    —Yo también puedo olerlo. - dijo él.

    Acaricié a Lacey, tratando de pensar algo que decir.

    —No me crees. - dijo él. —puedo oler eso, también. No pasa nada, Todo es bastante loco. Pero puedo oler tus emociones. Puedo oler lo que has comido. Hamburguesa con queso.

    Yo comía una hamburguesa con queso casi todos los días porque era la única cosa que podía soportar en la cafeteria de la escuela. Quiero decir, Tye podía haberlo adivinado. Habíamos hablado sobre eso porque habíamos hablado sobre lo malos que eran los almuerzos de la escuela. Pero tal y como lo dijo me asustó incluso más.

    —Puedo oler que estás preocupada, - dijo él. —Puedo oler emociones para las que ni siquiera hay nombre. Puedo olerte mejor que puedo verte, Brittany.

    Fue entonces cuando llegué al punto en el que o tenía que creerle o tenía que dejar de verle.

    Las cosas cambiaron después de aquello, como si estuviéramos cayendo, hacia fuera, lejos. Yo subía al cementerio y era como si ya no estuviera en Barbourville. Tye era más alto de lo que recordaba y el pelo claro sobre sus antebrazos parecía tan blando que quise tocarlo. Yo sabía que tenía que haber olido aquel cambio en mí, pero él no decía nada sobre ello. Así que yo estudiaba el modo en que la manga de su camisa estaba arremangada contra su piel.

    Me contó que cuando salía por la noche, durante lo que llamábamos sus 'momentos locos', el mundo entero era diferente porque su cerebro era diferente.

    —No puedo recordarlo después,

    Empezó a llover. Yo tenía una chaqueta con una capucha y la lluvia era lo bastante pesada para que golpeara encima como un techo. Oía la lluvia sobre las hojas muertas y el cementerio tenía abundantes hojas de roble y arce.

    —Vi un lugar la pasada noche, - dijo Tye. Sus ojos estaban oscurecidos por debajo como si no hubiera dormido mucho. —Cuando llegué allí, la luz estaba encendida y podía ver a través de las cortinas. Me quedé allí tumbado junto a la puerta con mi nariz apoyada contra la rendija. Olía a macarrones y queso.

    Sentí erizarse el pelo de mi nuca porque conocía el lugar que había visto.

    —No estaba pensando en macarrones y queso - dijo él. —Pero hoy puedo recordar el olor y el olor de la gente dentro, un hombre y dos mujeres. -

    Me contó todas las cosas que habíamos hecho, ver la TV y demás. Pensé que cuando yo estaba haciendo mis deberes de español él estaba allí, a escasos tres metros de distancia, oliéndome. Tuve la curiosa imagen de Tye allí echado en la oscuridad del patio: como una persona, no un lobo. Era espeluznante.

    Me contó que las luces se habían apagado y que oía la televisión aún encendida. Mi papá se sentaba a oscuras para ver la TV.

    Tye tosió. Estaba resfriado

    Quise tocarle el brazo, pero estaba sentada sobre la lápida y sentía la lluvia sobre mis manos frías.

    —Fui hacia la siguiente ventana, - me dijo, —y olí ese olor casi tan familiar como el mío.

    Yo empecé a llorar. Alcé el rostro hacia la lluvia de noviembre. Todo estaba girando tan rápido, estábamos sobre la tierra que giraba, girando con ella. La fría lluvia mojaba mi rostro girado hacia arrriba y Tye se inclinó y me besó y caímos hacia el cielo, como Laika, girando en la distancia.

    Sus labios estaban helados por la lluvia y muy blandos.

    —Acabaré por hacerte daño, Brittany, - dijo él. —No querré hacerlo. Seguiré tu olor.

    —No lo harás, - le dije. Estaba llorando tanto que las palabras salían todas amortiguadas. —¡Tú nunca me harás daño!

    Pero él se levanto, salió del cementerio y bajó la montaña.

    La tarde siguiente salí a ver a Lacey y Tye nunca apareció. Salí todos los días durante una semana y aún no aparecía. Le llamé a su casa, algo que casi nunca hacíamos, y se puso al teléfono.

    —Hey, Tye, - le dije. —Soy Brittany.

    —Hola, - dijo él. El silencio se prolongó ahí. —Voy a empezar a trabajar a tiempo parcial.

    —No puedes trabajar, - le dije, —sólo tienes quince años.

    —Puedo conseguir un permiso de trabajo por privación porque mi mamá está divorciada y hay un tipo que me va a contratar para trabajar en su tienda de pesca. Ya no podré ir a ver a Lacey.

    —¿No puedes?, - susurré.

    —Brit, tengo que irme. - me colgó.

    No le vi durante un año después de eso, pero consiguió un empleo en el CogeYPaga como chico de almacén y le veía cuando entraba a veces. Me saludaba y actuaba amigablemente, pero no era realmente un trato personal. Era más bien educado. Y para cuando yo salía con Kevin y conseguí un empleo en Dairy Queen, no tenía mucho tiempo. Estaba ahorrando dinero para mudarme, pero el radiador y la bomba del agua del viejo Accord se estropearon y necesitábamos un coche y tuve que arreglarlo yo porque mi mamá no tenía el dinero. Esas cosas pasaban.

    Fue Jack Pope el primero que nos dio las noticias. Yo estaba sentada a la mesa de la cocina después de clase viendo mi cinta de Hospital General y mi mamá estaba comiendo una de esas galletas libres de grasa, aunque yo le había dicho que no le harían nada bien a su azúcar, tenían más azúcar que las normales.

    Jack no conduce y él y su esposa viven fuera en la montaña cerca del cementerio de Pope-Ball, de modo que él camina millas y milas, y cuando pasa por nuestra casa, a veces, se para a por un vaso de agua. Yo no pensaba en nada cuando él asomó la cabeza por la puerta.

    Le dijo a mi mamá, —Betty, ¿Has oído lo de Tye Petrie? Se ha suicidado.

    Normalmente, no le hubiera creído. Jack no mentía, sus dos críos estaban en educación especial y pasaban por honestos, de modo que me figuraba que se había confundido algo, pero cuando lo dijo, lo supe.

    Mi mamá dijo, —¿Tye Petrie? ¿El hijo mayor de Roger Petrie? Tú le conocías, ¿no, Brit? - Y luego llamó a mi papá, —¿Joe? ¿Joe? ¡Jack Pope está aquí y dice que el hijo mayor de Roger Petrie se ha suicidado!

    Mi papá estaba en el dormitorio como siempre, pero él entró cojeando en la cocina aunque, probablemente, ni siquiera le importaba Roger Petrie o Tye Petrie. No dijo nada, se quedó allí plantado mirando a mamá y a Jack.

    Mamá preguntó a Jack Pope lo que había pasado, pero yo no quería oirlo. Había un anillo de agua sobre la mesa de la cocina donde había estado mi vaso de soda light y tracé líneas con el dedo a través del anillo, arrastrando el agua.

    Mi papá estaba de pie allí en la cocina y mi mamá estaba hablando con Jack Pope. Yo simplemente me quedé sentada allí y me morí y nadie lo notó.

    Mi mamá ha estado teniendo cada vez más problemas con el azúcar y ahora tiene problemas en la vista. Como siga comiendo así, me imagino que se quedará ciega y no sé cómo va a cuidar de todo mi papá. Lacey murió el año que lo hizo Tye. Sus caderas empeoraron con displasia y tuvieron que ponerla a dormir. No la había vuelto a ver desde que Tye dejó de ir al cementerio. A veces, cuando estaba recordando a Tye y todo que había pasado, pensaba que ella era yo.

    Kevin, mi novio, tiene un trabajo en un taller mecánico y quiere que nos casemos. Él quiere un terrenito para que criemos un par de vacas, como hace su papá. No sé de ninguna razón para no casarme y Kevin dice que tener un perro estaría genial. Voy a tener un montón de perros, pastores alemanes y huskies y demás. Voy a ser una ayudante de veterinaria, pero aún no puedo porque necesitamos más dinero, así que he aceptado un empleo de cajera en el CogeYPaga.

    A veces bajamos a Corbin a un bar allí abajo que pone country y enseña baile, y salimos por la interestatal. Jack Pope nos dijo que encontró el coche de Tye aparcado en la interestatal sobre uno de los puentes. Mientras cruzamos el puente me sorprendo pensando. ¿Podría yo hacerlo? ¿Es difícil? ¿Tuvo él que reunir el valor?

    Dicen que cuando saltas no hay sensación de caída. Quizá él simplemente se inclinó hacia adelante y cayó en el ahumado aire verde y azul.

    FIN

Relato 9 - Presencia

Presence, publicado en The Magazine of Fantasy & Science Fiction, marzo 2002

    El presente relato ha sido traducido por Marcheto y publicado en su blog Cuentos para Algernon el 8 de Diciembre de 2005, bajo Licencia Creative Commons CC-BY-NC-SA, en https://cuentosparaalgernon.wordpress.com/2015/12/08/presencia-de-maureen-f-mchugh/

    Cuentos para Algernon fue Blog ganador del Premio Ignotus en 2014 al Mejor sitio web.

    Muchas gracias, Marcheto, por regalarnos esta historia.

* * * * *

    Mila está sentada en su mesa en Ohio y coge el mango de la nueva maquinilla de afeitar desechable en… ¿Shen Zhen, en China?, ¿en Juárez, en México? No recuerda dónde están ensamblando las piezas. Mueve la cámara hacia la izquierda y hacia la derecha, y decide que debe de ser Shen Zhen, porque cuando mira a su alrededor no hay nadie más en su campo visual. La diferencia horaria es de doce horas. En China son las once de la noche, así que la única actividad corresponde a otro ingeniero de producción trabajando telepresencialmente: manipuladores por control remoto revisando un cubo lleno de bisagras dos mesas más allá en un círculo de luz. Las fábricas son lugares sucios y poco iluminados, pero las cámaras necesitan luz, así que las estaciones telepresenciales son islas en la oscuridad.

    Levanta la pieza de plástico azul oscuro y la sitúa delante de la máquina de medición de coordenadas, y espera a que esta mida la cavidad. Calcula que alrededor de un veinte por ciento no se ajustan a las especificaciones, pero llevan tanto retraso en el lanzamiento de las maquinillas que no pueden permitirse esperar a que el vendedor les proporcione una nueva remesa; así que al día siguiente, los mal pagados empleados chinos del departamento de materias primas de Shen Zhen tendrán que inspeccionar a mano las piezas, descartar las malas y pasar las demás a la sección de embalaje.

    Suena el teléfono.

    Se quita los manipuladores y el visor. La pantalla del teléfono muestra el número de su casa y Mila da un respingo.

    —Hola —dice su marido, Gus—. Hola, ¿quién es?

    —Soy Mila —responde ella—, soy Mila, cariño.

    —¿Mila? Eso es lo que decía la tecla de marcación abreviada. ¿Dónde estás?

    —Estoy en el trabajo.

    —¿En P&G?

    —No, cariño, ahora trabajo en Gillette. Tú también has trabajado en Gillette.

    —Yo no —dice él con recelo.

    Gus tiene alzhéimer a sus cincuenta y siete años.

    —¿Dónde está Cathy? —le pregunta Mila.

    —¿Cathy? —Gus baja la voz—, ¿se llama así? Te llamaba porque ella estaba aquí. ¿Qué está haciendo en nuestra casa?

    —Está en casa para ayudarte —responde Mila sabiendo que no va servir de nada.

    Cathy es la nueva cuidadora. Ya lleva casi tres semanas a cargo de Gus durante el día, pero él sigue telefoneando para preguntar quién es.

    —Es negra —dice Gus—. Aunque no es que eso me importe. ¿Es del barrio? ¿Es amiga de Dan?

    Dan es su hijo. Tiene veinticinco años y vive en Boulder.

    —¿Tienes hambre? —le pregunta Mila—. Cathy puede prepararte un sándwich. ¿Te apetece un sándwich?

    —No necesito que me ayuden —dice Gus—. ¿Dónde está mi coche? ¿Está en el taller?

    —Sí —responde Mila, aprovechando el cambio de tema.

    —No es verdad. Me estás mintiendo. En casa hay una mujer, una desconocida, y es ella quien ha cogido mi coche.

    —No, cielo —le asegura Mila—. ¿Quieres que vaya a comer a casa?

    Son las once; podría salir a almorzar temprano. Aunque no es que le apetezca demasiado ir a casa si Gus está agitado.

    Gus cuelga el teléfono.

    «Hijo de puta», piensa Mila, y luego agarra su bolso.

* * * * *

    Cathy está en la puerta, sujetándose los codos con las manos. Tiene veinticinco años y Gus es el primer trabajo que le asigna la agencia de servicios domiciliarios de asistencia a la salud. A Mila le cae bien, e incluso le gustan sus largas uñas pulidas y bellamente decoradas

    —Señora Schuster… el señor Schuster se ha escapado. Iba a seguir su localizador, pero se ha llevado mi receptor. Lo siento, lo tenía en el bolso y ni se me pasó por la cabeza que lo fuera a coger…

    —¡Oh, Dios! —exclama Mila.

    Corre al piso de arriba y coge su receptor de la mesilla de noche. Lo enciende y ve que Gus está a menos de trescientos metros. La flecha indicadora dice que no se dirige hacia Glenwood, donde está todo el tráfico, sino hacia el extremo sin salida de la calle o quizás hacia el estanque.

    —Lo siento, señora Schuster —se disculpa Cathy.

    —No está lejos. No es culpa tuya. Es muy astuto.

    Bajan los escalones de la entrada. Cathy es muy joven. Ahora mismo está muy preocupada y continúa abrazándose nerviosamente los codos como si le dolieran las costillas. Tiene las uñas rosas, adornadas con largos trazos que parecen los rayos de un amanecer. Sigue de cerca a Mila, arrastrando sus zapatos planos. Es una chica tranquila, que no se suele alterar, y por eso Mila había tenido esperanzas de que a Gus le cayera bien.

    Encuentran a Gus al doblar la esquina y girar hacia el extremo sin salida de la calle. Está en el jardín lateral de una casa a cuyos dueños Mila no conoce… y menos mal que durante el día en la vivienda nunca hay nadie, salvo los niños. Está en cuclillas con los pantalones bajados junto a un arriate; Mila vislumbra los vellosos muslos y cruza los dedos para que no se lo esté haciendo en los pantalones. Detrás de él se alzan espigas de malvarrosas rosa pálido.

    —¡Gus! —le llama.

    Él le hace un gesto indicándole que se vaya.

    —Gus —insiste ella, con Cathy todavía a la zaga—, Gus, ¿qué estás haciendo?

    —¿Es que no se puede ir tranquilo al baño? —dice él, y suena tan a Gus que, si Mila no estuviera acostumbrada a toda esta locura, quizás se hubiera echado a llorar.

    Pero no llora. Porque le trae sin cuidado. Y es en ese momento cuando decide que todo esto tiene que terminar. Porque le trae sin el más mínimo cuidado.

* * * * *

    «En ocasiones se puede curar el alzhéimer, pero lo que no es posible es curar a la persona que tiene alzhéimer —explica el vídeo informativo sobre el tratamiento—. Podemos reparar el cerebro y reemplazar las neuronas dañadas con tejido cerebral nuevo, pero no podemos reemplazar los recuerdos perdidos». «El alzhéimer siempre ha sido así —piensa Mila—, una enfermedad progresiva e insidiosa, que se lleva a la persona a la que conocías y te deja a este desconocido desorientado y cascarrabias». El vídeo continúa explicando cómo el tratamiento (que es casi plenamente efectivo en alrededor de solo el treinta por ciento de los casos, pero que detiene el progreso de la enfermedad en un noventa por ciento y proporciona una cierta mejoría funcional en prácticamente la totalidad de los mismos) no puede reparar las zonas del cerebro que han sido destruidas.

    Mila es ingeniero de calidad. Y está acostumbrada a moverse en este campo, entre porcentajes y estimaciones, afirmaciones seguras sobre grupos grandes y tan solo conjeturas sobre individuos particulares. Así que es capaz de traducirlo: «Podemos prometerle todo, pero lo que no podemos prometerle es que le vaya a suceder a Gus».

    En cualquier caso, Gus ya no está allí, salvo en los raros momentos en los que todavía se impone la fuerza de la costumbre.

    Cuando se lo diagnosticaron, Gus y ella hablaron de si debían probar este tratamiento. Se habían sentado en la mesa de la cocina, un par de ingenieros, y habían examinado la cuestión con detenimiento. Gus había dicho que no. «Hay bastantes probabilidades de que en cinco años volvamos a tener el alzhéimer aquí —había dicho—. Y nos encontraremos con que habremos gastado todo este dinero en un tratamiento que no habrá servido de nada, y ¿qué pasará contigo entonces?».

    En algunos casos, el alzhéimer reaparece a los cinco años. No obstante, el tratamiento solo lleva siete años aplicándose, así que ¿quién sabe?

    Gus había pintado un diagrama con las ventajas. En el mejor de los casos, se curaría; pero lo más probable sería que lo único que consiguieran fuese gastar un montón de dinero para ralentizar la enfermedad. «E incluso aunque me cure, el alzhéimer podría atacar de nuevo —había dicho—. No creo que quiera tener esta enfermedad durante mucho tiempo. Y sé que no quiero tenerla dos veces».

    Para ser un hombre tiene las manos pequeñas, pero no delicadas, aunque pueda sonar a eso. Sus manos son perfectas; las uñas, limpias y lisas, sin que tuviera que andar arreglándoselas continuamente. Había sido muy mañoso con los lápices; era bueno haciendo dibujos técnicos antes de que se empezara a utilizar el ordenador, y su diagrama de ventajas e inconvenientes en un trozo de papel de la impresora le había quedado elegante y claro. «No llores», le había dicho Gus.

    Gus no sabía qué hacer cuando ella lloraba. Durante los treinta años de su matrimonio, cuando había tenido que llorar (que siempre era por la noche, al menos por lo que ella recordaba), Mila había bajado al piso de abajo una vez él ya estaba acostado, se había sentado en el sofá y había llorado. Le hubiera gustado que Gus la consolara, pero en el matrimonio se aprende cuáles son los límites de la otra persona. Y los de uno mismo.

    Con lo que saque de la venta de la casa, Mila puede hacer que introduzcan una enzima en el cerebro de Gus que limpiará la placa alzheímica que ha remplazado gran parte de su estructura neural. Y luego introducirán células no diferenciadas, y una sustancia llamada Transglycyn que contendrá un virus que le dirá al ADN del interior de esas células que cree las neuronas que constituirán el nuevo cerebro de Gus.

    Mila telefonea a Dan, que está en Boulder.

    —Creía que papá y tú no queríais ese tratamiento —dice Dan.

    —Eso creía yo también —responde ella—. Pero no sabía cómo iba a ser esto.

    Dan se queda en silencio. Silencio digital. Un silencio en el que se oiría el vuelo de una mosca.

    —¿Quieres que vaya a casa? —pregunta Dan.

    —No. No, tú quédate ahí. Acabas de empezar en el nuevo trabajo.

    Dan es chef. Había estudiado en el Instituto Culinario Estadounidense y pasado un par de años trabajando como jefe de partida en el restaurante Four Seasons de Nueva York. Y ahora Étienne Corot va a abrir un nuevo restaurante en Boulder llamado, cómo no, Corot, y Dan ha conseguido trabajo como segundo jefe de cocina. Es un ascenso. El siguiente paso para conseguir hacerse un nombre, y así algún día poder abrir su propio restaurante.

    —No pierdas de vista el Schuster’s —le dice Mila.

    Se trata de un vieja broma entre ellos, lo de que él va a abrir un restaurante de lujo que se llamará Schuster’s. Y ambos están de acuerdo en que Schuster’s suena a nombre de restaurante franquiciado.

    —Artesia —dice él.

    —¿Artesia?

    —Es el último nombre —explica Dan. Desde que empezó en el Instituto Culinario, los dos han estado proponiendo nombres para el restaurante que abrirá algún día—. ¿Te gusta?

    —Si consigo no pensar en la ciudad ganadera de Nuevo México que también se llama así.

    —¡Venga ya! —dice Dan, y Mila se lo imagina en el otro extremo de la línea telefónica, la cabeza gacha, igual que su padre.

    Dan es un par de centímetros más alto que Gus y tiene sus mismos largos brazos y piernas. Por desgracia, también ha heredado las entradas de su padre y, a sus veinticinco años, sus sienes ya desnudas despiertan en Mila sentimientos de protección y ternura.

    —Puedo coger un avión —ofrece él.

    —No es una operación —le dice Mila repentinamente irritada. Le gustaría que Dan fuese, pero tampoco iba a servir de nada—. Y me iba a cansar de estar ahí sentada contigo, cogidos de la mano, esperando estos tres meses mientras eliminan la placa, porque ni tú ni yo vamos a notar que esté pasando nada.

    —Vale.

    —Dan, tengo la sensación de que me estoy gastando tu dinero.

    —El dinero me trae sin cuidado. Y además no me gusta hablar del dinero de ese modo. Lo que pasa es que como papá se negó a someterse al tratamiento me da un poco de mal rollo.

    —Ya lo sé, pero es que ya no siento que esta persona siga siendo tu padre.

    —Después del tratamiento no será papá, ¿verdad?

    —No. No, pero al menos es posible que sea una persona capaz de cuidar de sí misma.

    —Mira, mamá —dice él, con voz adulta y seria—. Eres tú quien está ahí, quien se está enfrentando a ello todos los días. Haz lo que tengas que hacer. No te preocupes por mí.

    Mila siente cómo los ojos se le inundan de lágrimas.

    —De acuerdo, cielo —dice—. Bueno, tienes cosas que hacer…

    —Llámame si quieres que vaya.

    Mila quiere que cuelgue antes de empezar a llorar.

    —Lo haré.

    —Te quiero, mamá.

    Sabe que se ha dado cuenta de que estaba llorando.

* * * * *

    —No estoy enfermo —dice Gus.

    —Es solo una revisión —le asegura Mila.

    Gus está sentado en calzoncillos y camiseta en la mesa de examen del consultorio. Tiempo atrás, cuando lo veía así, le recitaba la lista de todo de aquello que le gustaba en él: la nariz, los ojos azules hechos para mirar a lo lejos, el hueco de la clavícula, las largas piernas… «Enséñame el trasero», le decía, y él se volvía y lo sacudía frente a ella, y los dos se partían de risa como un par de críos.

    —Ya hemos esperado bastante —se queja Gus.

    —Tampoco llevamos tanto —dice Mila, y, en ese momento, el doctor llama y abre la puerta. Lo acompaña una ATS, una mujer negra, con un carrito.

    —¿Quién es usted? —pregunta Gus.

    —Soy el doctor Feingold.

    Y tiene paciencia, el doctor Feingold. El día anterior estuvo reunido con ellos una hora, y esa misma mañana han estado hablando unos minutos antes de que a Gus le hicieran el análisis de sangre. Pero Gus no se acuerda. Estaba peor de lo normal. Están en Atlanta para el tratamiento. Lexington, en Kentucky, y Windsor, en Ontario, también tienen clínicas donde se aplica, pero el doctor Feingold ha trabajado con Raymond Miller, el especialista que lo ha desarrollado. Por eso Mila ha elegido Atlanta.

    Gus está inquieto.

    —Usted no es mi médico —dice.

    —Soy un especialista, señor Schuster —le explica el doctor Feingold—. Voy a ayudarle con sus problemas de memoria.

    Gus mira a Mila.

    —Es cierto —le asegura ella.

    —Quieres hacerme daño. Me vas a matar, ¿verdad?

    —No, cielo. Estás enfermo. Tienes alzhéimer. Estoy intentando ayudarte.

    —Me has estado envenenando.

    «¿Será porque tiene miedo?, ¿porque todo le resulta completamente extraño?»

    —Si quiere, puede vestirse —interviene el doctor Feingold—, y podemos intentarlo de nuevo dentro de una hora.

    —No quiero intentar nada —afirma Gus.

    Se pone de pie. Lleva unos calcetines deportivos blancos y tiene las pantorrillas enjutas de un anciano. La enfermedad lo ha envejecido mucho más allá de sus cincuenta y siete años. En cierto modo, Mila lo está matando. Gus no va a regresar jamás, y ahora ella lo va a reemplazar con un desconocido.

    —Tómense su tiempo —dice el doctor.

    Es la primera vez que Mila está en la consulta de un médico que no tiene una agenda apretadísima. Aunque también es la primera vez que paga 74.000 dólares por una consulta, que es lo que va a costar la inyección de Transglycyn que le van a poner ese día a Gus para limpiar la placa del cerebro. Bueno, no es solo la visita y el Transglycyn. Se van a quedar un par de días más durante los que Gus va a estar monitorizado.

    —¡Que os den! —suelta Gus, volviéndose a sentar—. ¡Anda y que os den a todos!

    —Muy bien, señor Schuster —dice el doctor Feingold. La ATS acerca el carrito y el doctor Feingold continúa—: Voy a ponerle una inyección, señor Schuster.

    —¡Que os den! —repite Gus.

    Gus no solía decir cosas así antes.

    El Transglycyn con la enzima debe ser inyectado en la columna vertebral, pero el doctor Feingold coge una jeringuilla hipodérmica y le pone una inyección a Gus en la parte interior del codo.

    —¡Quédese tumbado un momento! —le dice el doctor.

    Gus se queda en silencio.

    —¿No se pone en la espalda? —pregunta Mila.

    —Así es, pero ahora mismo lo que quiero es que se calme un poco, así que le he puesto algo para tranquilizarlo.

    —No me había comentado nada de esto —se queja Mila.

    —No quiero que cambie de opinión mientras le estamos inyectando la enzima. Esto lo relajará y lo hará más manejable.

    —Manejable… —repite Mila. Debería quejarse: lo están drogando y no se lo habían advertido. Pero está más que acostumbrada a que Gus no sea manejable. Manejable suena bien. Suena estupendamente—. ¿Es un tranquilizante? —pregunta.

    —Es un nuevo fármaco —asegura el doctor Feingold mientras escribe en el informe de Gus—. La mayoría de los tranquilizantes pueden hacer que los pacientes con alzhéimer se pongan todavía más nerviosos.

    —Tengo alzhéimer —les interrumpe Gus—. El alzhéimer hace que me ponga nervioso. Pero a veces lo sé.

    —Sí, señor Schuster, así es —dice el doctor Feingold—. Esta es Vicki. Me ayuda siempre con esto, y lo hacemos muy bien, pero cuando lo coloquemos de costado necesito que se quede muy quieto, ¿de acuerdo?

    Gus, que odiaba que los médicos lo trataran con condescendencia, responde medio grogui por la inyección, «De acuerdo». Gus, que durante una colonoscopia, con un buen colocón producto de la sedación, le preguntó al médico si ya habían llegado al íleon, porque, incluso con el cerebro mecido por los opiáceos, le gustaba enterarse de todo.

    Entre Vicki y el doctor colocan a Gus de costado.

    —¿Está cómodo, señor Schuster? —pregunta Vicki, con el acento sureño de Atlanta.

    El doctor sale de la consulta. Regresa con otras dos personas, dos hombres, y le colocan a Gus un almohadón detrás de las rodillas, para que no le resulte fácil girarse, y luego otro en la nuca.

    —¿Está bien, señor Schuster? —le pregunta el doctor Feingold—. ¿Está cómodo?

    —Bien —masculla Gus.

    Vicki le levanta la camiseta y deja al aire la nudosa columna. El doctor Feingold marca un punto con un bolígrafo negro. Le palpa la espalda como una mujer ciega, el rostro ausente por la concentración, y luego coge una jeringuilla y dice:

    —Va a notar un pinchazo, señor Schuster, que hará que se le adormezca la piel de la espalda, ¿de acuerdo?

    Y le pone otra inyección a Gus.

    Gus dice, «Ay», con solemnidad.

    El doctor Feingold y Vicki hacen algunas marcas más con el bolígrafo. Y luego, con otra jeringuilla, el doctor le pone cuidadosamente otra inyección en la espalda. Deja dentro la aguja durante un instante y retira la parte donde está el fármaco. Vicki la coge y le da otra jeringa, y él la encaja en la aguja hipodérmica e inyecta el contenido.

    Mila no está segura de si es más analgésico o de si es el Transglycyn.

    —Muy bien, señor Schuster —dice el doctor—. Ya hemos terminado con el fármaco, pero quédese tumbado sin moverse unos minutos.

    —¿Es como cuando te hacen una punción lumbar? —pregunta Mila—. ¿Le va a doler luego la cabeza?

    El doctor Feingold mueve la cabeza negativamente.

    —No, señora Schuster, esto es todo. Cuando se sienta con fuerzas para sentarse, puede hacerlo.

    Así que ya está en su interior. Pronto empezará a devorar la placa de su cerebro.

    Aunque las zonas que deje limpias ya habían dejado de ser Gus. Así que no es que Gus vaya a perder nada que no hubiera perdido ya. Pero, a pesar de ello, a Mila le molesta pensar en ese mejunje, el Transglycyn, moviéndose por los senderos gris plateado de sus neuronas, limpiando ese queso suizo en que se ha convertido el cerebro de Gus por culpa de la enfermedad. Y luego, ¿qué?, ¿quedan agujeros en el cerebro? Agujeros rellenos de fluido, el tejido poroso como una esponja, y el pobre Gus caminando arrastrando los pies, colérico y desesperado.

    Le gustaría acariciar su pobre cabeza. Pero está tranquilo, sedado, y quizás sea mejor que lo deje en paz.

* * * * *

    La clínica se parece más a un hotel que a un hospital; la cama tiene una colcha con flores y encima de la cabecera hay un cuadro con un jarrón con rosas color crema y melocotón. Tras haber pasado el día sedado, Gus está inquieto. No quiere irse a la cama. Si Mila se acuesta, intentará salir al pasillo, aunque la puerta está cerrada por dentro para impedírselo. Junto a la puerta hay un teclado, y Mila ha utilizado como clave la fecha del cumpleaños de Dan. No cree que Gus sepa ya cuándo es el cumpleaños de Dan. Un cartel en la puerta dice que, en caso de incendio, todas se abrirán automáticamente. Gus pasa los dedos por la rendija que queda entre la jamba y la pared.

    —Quiero salir —dice, y ella le dice que no puede—. Quiero salir —insiste él.

    —No estamos en casa, tenemos que quedarnos aquí dentro —le explica Mila.

    —Quiero salir —repite Gus, una y otra vez, mucho después de que Mila haya dejado de responderle.

    Por fin acaba sentándose y mira la televisión durante cinco minutos, pero luego se levanta y se acerca de nuevo a la puerta.

    —Vámonos a casa —dice esta vez, y, cuando ella no responde, sus largos dedos corren como arañas arriba y abajo por el borde de la puerta.

    Se sienta, se levanta y se queda junto a la puerta durante varios minutos, veinte, treinta minutos seguidos, hasta que ella, ciega de cansancio y con los ojos ardiéndole por las lágrimas, le acaba gritando:

    —¡No se puede salir!

    Durante un instante, Gus la mira, perplejo. Luego se vuelve de nuevo hacia la puerta y repite quejumbrosamente:

    —Quiero salir.

    Llega un momento en que Mila se le acerca y, tomando sus manos entre las suyas, le dice:

    —Los dos estamos atrapados.

    Se siente mareada por la fatiga, pero si llora él todavía se pondrá peor. Gus la mira y luego retoma su examen de la puerta, con los dedos revoloteando como polillas. Mila apaga la luz y él empieza a gemir, «Aaay, aaay, aaay…», hasta que ella vuelve a encenderla.

    Finalmente, Mila lo aparta a un lado y sale, dejándolo encerrado en la habitación. Baja a la sala de espera, se sienta en un sofá y levanta los pies descalzos para meterlos dentro del camisón. La sala está desierta. Se plantea el quedarse a dormir allí durante unas horas. Se siente vacía y vulnerable. Echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos; le llega un ruido lejano, del sistema de ventilación, y ese extraño vacío audible de las habitaciones grandes, y nota cómo al momento su cerebro se lanza en picado hacia una especie de pesadilla en la que se va quedando dormida pensando en que alguien está enfermo y en que tiene que hacer algo al respecto, y, cuando se despierta con un sobresalto, una ola de agotamiento anega todo su cuerpo

    No puede quedarse en la sala. ¿Estará Gus gimiendo en la habitación?

    Cuando abre la puerta, allí está Gus de pie, pero Mila tiene la extraña sensación de que es posible que no se haya percatado de que se había marchado.

    Alrededor de las tres y cuarto de la madrugada, por fin consigue convencerle de que se acueste, pero se vuelve a levantar poco después de las seis.

    Al día siguiente, Mila pregunta si puede deberse a lo que le han inyectado, pero no es eso, por supuesto. Es la sensación de extrañeza. La habitación extraña, el lugar extraño, el alzhéimer, su cerebro devastado.

    El asistente social sugiere que, hasta que estén preparados para introducir las células y estimular el crecimiento neuronal, Gus debería quedarse en una residencia para ancianos con demencia.

    Incluso aunque se lo pudiera permitir, Mila piensa que debería negarse. Cuando reesculpan su cerebro, Gus será una persona distinta, pero seguirán casados, y ella quiere estar con él y participar en todo el proceso, de manera que, tal vez, su nuevo marido, el nuevo Gus, sea todavía alguien a quien ella ame. O al menos alguien con quien pueda seguir estando casada.

* * * * *

    Mila tiene suerte de poder permitirse el tratamiento. Se trata de un tratamiento experimental, por lo que el seguro no lo cubre. Gus y ella habían guardado para su jubilación algo del dinero de sus padres, pero no puede tocarlo porque, según su gestor, eso sería como la explosión de una bomba de relojería que haría que su impuesto por incremento de patrimonio saliera despedido hacia las nubes. Pero sí que pueden vender la casa.

    Vende la casa por 217.000 dólares. La primera mitad del tratamiento cuesta unos 74.000; la segunda, algo más de 38.000. La terapia física debería costar poco más de 2.100 dólares al mes. La asistencia domiciliaria contratada a través de una agencia, alrededor de 32.000 (el seguro ya no seguirá pagándola al tratarse de un tratamiento experimental). Y eso sin contar los billetes de avión y montones de gastos imprevistos. Al menos la casa está totalmente pagada, y su gestor se las arregla para conseguir que le queden 30.000 dólares para la entrada de un pequeño adosado.

    El adosado tiene dos pisos, un patio trasero del tamaño de un sello postal y unos gastos de comunidad de 223 dólares al mes. La cuota mensual de la hipoteca es de 739 dólares.

    El salón y la cocina están en el piso de abajo y en el de arriba hay dos dormitorios. La alfombra es gris pálido, y los muebles de salón de Mila, que son de unos anticuados e intensos tonos marfil, ocre y rojo, no encajan demasiado bien, pero tampoco quedan tan mal.

    —¿Por qué está aquí nuestro sofá? —pregunta lastimeramente Gus—. ¿Cuándo podemos marcharnos a casa?

* * * * *

    Una noche, cuando Gus dice que quiere irse a casa, Mila lo monta en el coche y arranca. Cuando Dan era un bebé y no conseguían que se durmiera, el sonido del motor del coche lo calmaba, y ahora parece ejercer el mismo efecto sobre Gus, que se acomoda contento en el asiento del pasajero de su sedán Honda de siete años y, mientras ella conduce, acaricia el reposabrazos y tararea. Al principio Mila no está segura de si el tarareo significa que está nervioso, pero pasado un rato decide que suena contento.

    —¿Te gustan los paseos en coche? —le pregunta.

    Gus no responde, pero continúa tarareando, «la, la, la, la».

* * * * *

    Otra noche se despierta sola en la cama. Los enfermos de alzhéimer no duermen demasiado. Antes, cuando Gus o Dan se levantaban por la noche, los oía, pero últimamente está demasiado cansada.

    Lo encuentra en la cocina, sacando de la nevera el bol con macarrones con salsa de queso, que está tapado con papel de aluminio porque Mila se ha quedado sin film transparente.

    —¿Tienes hambre? —le pregunta.

    —Ya lo hago yo —dice Gus.

    Su voz suena normal y segura. Mete el bol en el microondas.

    —No puedes meterlo en el microondas, cielo —le avisa Mila—. Primero tienes que quitar el papel de aluminio que lo tapa.

    Mila odia el hecho de que solo lo llama cielo cuando está molesta con él o cuando no quiere hacerlo enfadar. La hace sentir pasiva agresiva, o algo así.

    Gus cierra la puerta del microondas y aprieta el botón para programar el tiempo.

    —Gus, no hagas eso.

    Mila alarga el brazo y abre la puerta del microondas, y Gus la aparta de un empujón.

    —Gus, para.

    Alarga de nuevo el brazo hacia la puerta y él la vuelve a apartar con otro empujón.

    —Déjalo —le dice Gus.

    —No se puede. Tiene papel de aluminio.

    «Por el amor de Dios, Gus es ingeniero. O lo era.»

    Mila intenta detenerlo. Le agarra el antebrazo con la mano, y él se vuelve hacia ella con una mueca de ira en el rostro, libera el brazo y le da un puñetazo en la cara.

    Sigue siendo un hombre alto y fuerte, y el puñetazo la derriba.

    Mila ni siquiera sabe cómo reaccionar. Nadie le ha pegado un puñetazo desde que tenía unos doce años, y aquel fue un puñetazo bastante torpe, aunque le hizo sangrar la nariz. El golpe le impide pensar mientras yace sobre el suelo de la cocina. Gus aprieta el botón y el microondas comienza a funcionar.

    Mila se palpa el rostro. Tiene un corte en el labio y nota el sabor a sangre. Le duele la cara.

    La luz oscila cuando en el microondas salta un arco eléctrico. No se siente capaz de levantarse y hacer algo al respecto. Gus mira con cara de pocos amigos. No a ella, sino al microondas.

    Mila se sienta y se examina la cara. Con la lengua nota que tiene un diente flojo. Gus no le presta ninguna atención. Está observando el microondas. Concentrado. Es una parodia del ingeniero resolviendo un problema.

    En el microondas, los arcos voltaicos empiezan a saltar ya en serio y Gus retrocede.

    Mila se queda sentada en el suelo hasta que del microondas empieza a salir humo, y solo entonces se levanta. Ni siquiera tiene ganas de llorar, aunque le duelen la mejilla y la boca. Aprieta el botón para pararlo, lo saca de su hueco y lo desenchufa. Dejándolo medio fuera, va hasta el fregadero y escupe saliva ensangrentada. Se aclara la boca y luego limpia el fregadero.

    —Sube y acuéstate —dice.

    Gus la mira. «¿Estará enfadado?», piensa Mila mientras retrocede fuera de su alcance. Tiene miedo. Gus no es un niño, es un hombre corpulento. ¿Va a enfadarse con ella porque sigue teniendo hambre?

    —Te voy a calentar un poco de sopa —le ofrece Mila—. ¿Te parece?

    Gus aparta la mirada, con la boca entreabierta.

    Mila coge una manopla de cocina, abre con cuidado el humeante microondas y saca los macarrones. El bol de cerámica se ha partido por la mitad y el papel de aluminio está ennegrecido, pero consigue sujetarlo todo bien junto hasta que lo tira a la basura. Gus se sienta. Mila saca el microondas al jardín. No cree que esté ardiendo por dentro, pero tampoco está segura. Y no puede sentarse a vigilarlo y dejar a Gus solo. Así que si empieza a arder, pues mala suerte. Y además la hierba está húmeda.

    Cuando vuelve adentro, se encuentra a Gus en el salón comiendo helado directamente del envase con una cuchara de servir. Tanto él como el sofá están manchados de helado.

    Le da miedo acercársele, así que se sienta en una silla y lo mira comer.

    No puede quitarse de encima la sensación de que el hombre que tiene delante no debería ser Gus, porque el Gus con el que ella ha estado casada nunca, nunca jamás le hubiera pegado. El Gus con el que estaba casada tenía ciertas características inalienables: su limpieza, casi maniática; su meticulosidad; su desesperada necesidad de ser bueno, de ser muy bueno. Pero este hombre sigue siendo Gus. Incluso con el helado chorreándole por las piernas y por el sofá. ¿Qué es exactamente Gus? ¿Qué es lo que define la gusnidad? ¿Con qué se casó? No es solo con ese cuerpo tan familiar. En su interior también hay algo de Gus. Algo que está presente aunque ella no consiga dar con ello; aunque tal vez sean tan solo los hábitos propios de la gusnidad.

    Más tarde, cuando Gus se acuesta pringado de helado, Mila tira el envase aunque todavía está medio lleno. En el exterior, el microondas sigue inerte sobre el césped, oliendo ligeramente a electrodoméstico recalentado. Mila sube y se acuesta en el otro dormitorio.

    Intenta decidir qué hacer. El Transglycyn está devorando la placa, pero Gus no empezará a mejorar hasta que reemplacen las neuronas y crezcan las nuevas, y a Atlanta todavía no tienen que volver hasta dentro de un mes. Además, Mila no va a empezar a apreciar ninguna mejoría hasta tres meses después de este segundo viaje.

    Menudo cabrón… menudo cabrón es el alzhéimer.

    No sabe qué hacer. Ni siquiera puede permitirse pedir unos días de permiso en el trabajo. Así que decide que el sábado contratará un cuidador, reservará una habitación en un hotel y dormirá unas horas. Le sentará bien. Cuando no esté tan cansada pensará mejor.

* * * * *

    Su mejor amiga en el trabajo es Phyllis, que también es ingeniero de calidad. Cada vez hay más y más ingenieros de calidad que son mujeres, y Phyllis dice que es por eso por lo que los ingenieros de calidad ganan diez mil dólares menos al año que los de diseño y los de producción. «Es como Recursos Humanos —asegura—. Se ha convertido en el gueto femenino de la ingeniería». Lo de gueto femenino es un tanto irónico, viniendo de Phyllis, que mide menos de un metro sesenta, pesa cerca de noventa kilos y lleva su canoso pelo muy corto.

    Phyllis se pasa por el cubículo de Mila a media mañana y le pregunta:

    —Y bien, ¿cómo sigue el viejo cabrón?

    Phyllis había conocido a Gus cuando todavía era Gus.

    —Pues hecho todo un cabronazo —responde Mila, y aparta la vista del monitor del ordenador para mirar a Phyllis, con el lateral del rostro totalmente amoratado.

    —¡Uf, Dios!, pero ¿qué te ha pasado?

    —Gus me tumbó de un puñetazo.

    —¡Dios!

    En la cafetería, sentada con una taza de café delante de ella, Phyllis comenta sarcásticamente, «¡Tienes un aspecto impresionante!», lo cual es un alivio, porque el sobresalto inicial de Phyllis, el que se hubiera quedado sin palabras, era casi más de lo que Mila podía soportar. Si Phyllis no era capaz de hacer bromas sobre el asunto…

    Lo que Phyllis no le dice es, «Tienes que meterlo en una residencia». Y lo que sí le dice es, «Gus estaría horrorizado».

    —Sí —dice Mila, enormemente agradecida—, ¿verdad que lo estaría?

* * * * *

    Van a la clínica de Cleveland, donde anestesian a Gus para extraerle un poco de médula espinal. La médula congelada es enviada a Atlanta para que allí puedan extraer células madre no diferenciadas, que le serán inyectadas para reemplazar las neuronas que faltan.

    Durante los dos días posteriores a la anestesia, Gus está inquieto. Le falla el equilibrio y le duele la cadera en el punto de donde le extrajeron la médula espinal, y llama zorra a Mila.

    Dos semanas más tarde van a Atlanta, y el procedimiento para inyectar las células no diferenciadas y el virus catalizador es casi idéntico al de la primera vez. Gus intenta pegarle en otras dos ocasiones: una en la clínica de Atlanta y la otra cuando ya están de vuelta en su adosado; pero como ahora le tiene miedo, Mila está atenta y consigue esquivarlo las dos veces. Se lo avisa a Iris, la nueva cuidadora —Cathy se ha marchado porque su novio tiene un primo en Tampa que le puede conseguir trabajo—. Iris tiene treinta y pico años, es fornida y no demasiado simpática, sin llegar a ser antipática. Le dice a Mila que con ella Gus nunca se porta así. Mila se pregunta si estará mintiendo, aunque ¿por qué iba a mentirle?

    ¿Acaso Iris está insinuando que Gus la prefiere a ella? Siempre tiene la sensación de que Iris piensa que debería estar más en casa, que debería ser la propia Mila quien estuviera cuidando de Gus.

    A Gus le gusta salir a dar paseos en coche… a veces. Los dos suben al coche de Mila.

    —¿Adónde vamos? —pregunta Gus.

    —A terapia —responde ella. «Y ahora empezará a ponerse nervioso», piensa.

    Pero Gus baja la ventana y, mientras ve pasar los árboles, reclina la cabeza hacia atrás y canturrea.

    —¿Estás contento, mi saxofonista? —le pregunta Mila.

    Ahora mismo se encuentran en una situación estacionaria: Gus no va a mejorar ni a empeorar hasta que suceda algo con las células que le han introducido en el cerebro. Tres meses hasta que noten alguna diferencia, como poco. Pero ahora, un mes después de que le inyectaran las células nuevas en su cerebro plagado de agujeros, le van a hacer algunas pruebas para tenerlas como referencia.

    Es de lo más razonable. «Es una pena que cuando estamos sanos no nos hagamos pruebas patrón», piensa Mila. A lo mejor, ella misma debería hacerse una. Mila Schuster, resultados brutos de las funciones cognitivas a los cincuenta y un años. Y así, si la demencia la atrapara entre sus fauces, podrían hacer el seguimiento de todo el proceso. Sí, señor, hacer pruebas patrón a toda la población, igual que a las mujeres entre los cuarenta y cinco y los cincuenta años se les hacen mamografías para tenerlas luego como referencia.

    Salvo que ya haya empezado. En el trabajo se le olvidan cosas. Aunque sabe que es por lo preocupada que está con todo lo del alzhéimer. «Lapsos de viejo», así es como Allen, uno de los cuidadores a domicilio, llamaba a esas ocasiones en las que uno se encuentra en la cocina sin conseguir recordar qué es lo que ha ido a buscar.

    Si un día tuviera alzhéimer, ¿quién la cuidaría? Gus y ella acabarían en una residencia, los dos con pañales y sin reconocerse el uno al otro.

    Gus canturrea.

    —Saxofonista —le dice Mila.

    Esa ruina en la que se ha convertido Gus tiene algo que despierta su cariño, a pesar de todo el miedo, la rabia y el abatimiento. Es la ruina de todo un cerebro, del ingeniero que tantas veces podía dar con la solución de un problema y decir, «Justo, eso es. Cuanto más fuerte sea el plástico del asa, más frágil va a ser. Tenemos que disminuir ligeramente la resistencia para que pueda doblarse, porque si no se va a romper. Sobre todo si le da el sol y los rayos ultravioleta empiezan a descomponerlo».

    «Tenías un cerebro tan estupendo… —piensa Mila—. Tú lo explicabas y entonces yo lo veía, y todo el mundo lo veía, era algo obvio. Pero todo es obvio una vez se entiende.»

    Van a terapia a un lugar llamado Centro de Rehabilitación Baobab, que está en un centro comercial. La tienda estrella del complejo es una ferretería Sears, que es como un supermercado Sears que solo vende herramientas. Por dentro, el centro de rehabilitación es como cualquier compañía de seguros o de créditos hipotecarios: hay macetas con ficus delante de las ventanas y un complicado laberinto de cubículos como los que hay en los edificios de oficinas más antiguos. En una ocasión, años atrás, Gus y Mila iban caminando juntos por su oficina, y de repente él se agachó un poco para quedar a la altura de ella, que mide un metro sesenta, y le dijo, «Para ti sí que es un laberinto». Fue entonces cuando Mila se percató por primera vez de que Gus veía por encima de las mamparas de los cubículos, y que por lo tanto para él no eran verdaderas paredes.

    También ahora Gus está mirando por encima de las mamparas.

    Su terapeuta es una joven, que sale a recibirlos.

    —Señor Schuster, señora Schuster, soy Eileen.

    A Mila le gusta que le hable a Gus. A él puede que le importe o no, pero ella piensa que eso es signo de que en ese centro las cosas no se hacen a la ligera.

    Eileen los acompaña por entre los cubículos hasta una habitación de verdad con una mesa y estanterías en la pared.

    —Señora Schuster, me gustaría que esta primera vez se quedara con nosotros —dice.

    A Mila ni se le había pasado por la cabeza el no quedarse, aunque de pronto se muere de ganas de que la dejen marchar. Podría ir a dar una vuelta. O a echar una cabezadita. Pero lo más probable es que Gus se disguste si lo deja con una desconocida.

    Y prácticamente todo el mundo es un desconocido para Gus.

    Gus se sienta a la mesa, un tanto desconcertado.

    Eileen coge de una estantería un puzle de grandes piezas de madera y le dice:

    —Señor Schuster, ¿le gusta hacer puzles?

    —No —responde Gus.

    ¿Le gustaba a Gus hacer puzles? ¿No es la ingeniería una especie de puzle? Mila no consigue recordar a Gus haciendo nunca un puzle normal… si bien es cierto que siempre estaban ocupadísimos. Su vida no propiciaba exactamente el que se sentaran a hacer puzles. Durante una temporada, Gus construyó telescopios. Y luego maquetas de cohetes. Hacía unos cohetes preciosos. Se sentaba delante de la televisión y lijaba los alerones para conseguir una forma totalmente aerodinámica, con el polvillo cayéndole en una toalla o en el regazo, y luego los pegaba al cuerpo del cohete utilizando un pegamento de acción lenta, y, finalmente, cuando ya estaban casi fijos, se mojaba el dedo con alcohol de desinfectar y lo pasaba por la juntura para dejar la ensambladura lisa y perfecta. Hacía unos cohetes preciosos y luego los lanzaba, poniendo en peligro todo su trabajo.

    —Probemos a hacer un puzle —propone Eileen.

* * * * *

    —¿Mila? —Es Gus quien está al teléfono.

    —Seguimos dentro de un momento —le dice Mila a Roger, el ingeniero de producción del proyecto en el que está trabajando.

    —Espera, solo necesito una firma y ya te dejo en paz… —dice Roger.

    —Es Gus —le explica Mila.

    —Mila, cielo, lo siento, pero tengo cuatro mil piezas en Auditoría de Calidad.

    Roger quiere que le firme la autorización para que esas piezas sean utilizadas, a pesar de que no se ajustan totalmente a las especificaciones, y Mila está casi segura de que él tiene razón y se pueden utilizar, pero su trabajo consiste en estar segura.

    —Mila —dice Gus en su oído —, creo que tengo abejas dentro de la cabeza.

    Roger conocía a Gus. Y Roger es un cabronazo miope al que lo único que le importa son cuatro mil piezas de plástico ABS. Bueno, en realidad Roger únicamente está haciendo su trabajo. Es una persona concienzuda.

    —Te prometo que puedes estar tranquila —le asegura Roger—. He montado veinte y funcionan bien.

    Mila suspira.

    —Mila… —dice Gus—, ¿me oyes? Creo que tengo abejas dentro de la cabeza.

    —¿Qué quieres decir, cariño?

    —Me pica dentro de la cabeza.

    Gus no debería sentir nada durante el tratamiento. En el cerebro no hay terminaciones nerviosas, no puede estar sintiendo nada. Ya han pasado cuatro meses desde la segunda fase del tratamiento.

    —Te pica dentro de la cabeza —repite Mila.

    —Eso es —le asegura Gus—. ¿Me puedes venir a recoger? Ya estoy preparado para irme a casa.

    Gus está en casa, por supuesto, con Iris, la cuidadora; pero si Mila le dice que está en casa se enfadará.

    —Enseguida paso a recogerte. Déjame hablar con Iris.

    —Me pica la cabeza —insiste Gus—. Por dentro.

    —Sí, cariño. Déjame hablar con Iris.

    Gus no quiere pasarle el teléfono a Iris. Quiere… algo. Quiere que Mila haga algo que alivie sus picores de cabeza, o lo que sea que le esté pasando. Mila no sabe qué es lo que Gus sabe sobre el tratamiento. A lo mejor se ha inventado esta historia para que ella vaya a recogerlo y se lo lleve a casa. O a lo mejor es que realmente le pasa algo raro. Se trata de un tratamiento experimental. A lo mejor esta extravagancia es también fruto del alzhéimer. O a lo mejor le duele la cabeza y esta es su manera de expresarlo.

    —Son abejas —repite Gus.

    Por fin deja que Mila hable con Iris.

    —¿Tiene fiebre? ¿Te parece que le pasa algo? —le pregunta.

    —No, hoy se está portando estupendamente, señora Schuster —responde Iris—. Creo que las células cerebrales deben de estar volviendo a crecer, porque estos últimos días se ha portado muy bien.

    —¿Hace falta que vaya a casa?

    —No. Es que ha insistido en llamarla. No sé de dónde ha sacado eso de las abejas, a mí no me lo había dicho.

    A lo mejor el tejido en su cerebro está siendo rechazado, aunque eso no debería suceder. Son células madre nuevas. Y de su propio cuerpo. Aunque tal vez haya habido algún error.

    Cuando Mila llega a casa, Gus no lo menciona.

    Sentada frente a él en la mesa durante la cena, no es capaz de decidir si Gus está mejor o no. ¿Maneja mejor el tenedor?

    —Gus, ¿quieres que miremos unas fotos después de la cena? —le pregunta.

    —Vale.

    Lo sienta en el sofá y saca un álbum de fotos. Lo ha cogido al azar, y resulta ser de cuando Dan iba a primero.

    —Este es Dan —señala Mila—, nuestro hijo.

    —Ajá —dice Gus.

    Sus ojos vagan por la página. Pasa a la siguiente, sin mirar realmente.

    ¡Es tanto lo que se ha perdido…! Si Gus recupera la lucidez, tendrá que volverle a enseñar su pasado.

    Hay una fotografía de Dan sentado encima de una gran calabaza. A un lado hay alguien, un desconocido, y también se ve una hilera de calabazas, a la venta claramente. Dan está sentado con el rostro levantado, sonriendo con esa sonrisa exagerada que ponía siempre que le sacaban una foto. Tendría unos seis años.

    Mila no recuerda dónde tomaron la fotografía.

    ¿De qué se disfrazó Dan para Halloween ese año? Mila le hacía los disfraces. ¿Fue ese el año en que iba de caballero?, ¿el año en que Mila le hizo un escudo, pero como pesaba demasiado lo terminó llevando Gus? No, porque el escudo lo hizo en el garaje de la casa que estaba en Talladega Trail, y cuando se mudaron allí Dan ya tenía ocho años. A Dan el escudo le había decepcionado, aunque no recordaba por qué. Era por algo del emblema. Ni siquiera se acordaba del emblema, tan solo recordaba que el escudo era rojo y blanco. Le había llevado horas el hacerlo. Había sido un desastre, aunque Dan lo había seguido utilizando durante un par de años en sus batallas con espadas de juguete en el césped de delante de la casa.

    ¿Cuántos recuerdos tiene una persona? ¿Y cuántos merece la pena conservar?

    —¿Quién es esa? —pregunta Gus, señalando.

    —Es mi madre. ¿Te acuerdas de mi madre?

    —Claro —responde Gus, lo que no quiere decir nada, y añade—: La baraja.

    —Sí, mi madre jugaba al bridge.

    —Y al póquer, con Dan.

    «Esa mente de urraca, dispersa y fragmentada —piensa Mila—. No se acuerda de dónde vive, pero sí de que mi madre le enseñó a Dan a jugar al póquer.»

    —¿Y este quién es? —pregunta Gus.

    —Es el vecino que teníamos en South Bend —responde Mila. Por suerte, su nombre está escrito junto a la foto—. Mike. Es Mike. Era bombero voluntario, ¿te acuerdas?

    Gus no está mirando las fotos, sino el cuarto.

    —Creo que ya estoy preparado para que nos vayamos a casa —dice.

    —Vale. Nos iremos dentro de unos minutos.

    Eso lo deja satisfecho hasta que se olvida y se lo vuelve a decir.

* * * * *

    Dan entra por la puerta con su maleta.

    —Es bonita, mamá —dice—. Es francamente bonita. Por lo que me contabas, pensaba que estabais viviendo en un tugurio.

    Mila se echa a reír, encantada de verlo y tremendamente agradecida.

    —No dije que estuviera tan mal.

    —No es nada del otro mundo —dice él, con la voz más aguda para imitar la de ella—, tan solo cuatro paredes, pero no está mal.

    —¿Quién está ahí? —pregunta Gus.

    —Soy yo, papá. Dan. —Su rostro se crispa por… ¿la preocupación? Por los nervios, decide Mila.

    —¿Dan? —repite su padre.

    —Hola, papá —le saluda Dan—. Soy yo, Dan, tu hijo. —Examina el rostro de su padre en busca de indicios de reconocimiento.

    Es uno de los días buenos de Gus, y Mila solo tiene un instante de pavor antes de que Gus diga:

    —Dan, estás de visita, hola. —Y a continuación, con esa asombrosa normalidad con la que se comporta a veces, añade—: ¿Qué tal te ha ido el vuelo?

    Dan sonríe.

    —Estupendamente, papá, estupendamente.

    ¿Es el tratamiento lo que hace que Gus recuerde?, ¿o es simplemente uno de esos momentos puntuales?

    Dan ha ido a casa para Navidad. Le dice a Mila que es su regalo de Navidad, para que así ella tenga un respiro. Aunque no es un respiro, porque Mila ha estado limpiando e intentando comprar regalos por internet. ¡Y menos mal que está internet! Le ha comprado a Dan varios CD y libros de cocina, y un precioso juego de cuchillos alemanes que él siempre había querido pero que no se compraba porque nunca cocina en casa. Se ha gastado demasiado dinero, y además, ¿qué se le puede comprar a Gus? Le ha comprado bombones para un paladar que se ha vuelto infantil. Un par de alegres camisas bien gruesas. Y un puzle.

    —No puedo creer que estés aquí —le dice Mila, y siente cómo su rostro se estira en una sonrisa demasiado amplia.

    —Estoy aquí. Claro que estoy aquí. ¿Dónde más podría estar? Lisa os manda recuerdos.

    Lisa es su nueva novia.

    —Podías haberla traído —le dice Mila.

    Gus está de pie, ausente y apático.

    —Papá, he conocido a una chica estupenda.

    Mila le ha hablado a Gus de Lisa, pero sobre todo por oír su propia cháchara y porque a Gus parece tranquilizarle el oírla parlotear. No sabe si habrá reparado en el nombre con esas migajas de mente que le ha dejado la urraca.

    —No la he traído porque pensé que bastante trastorno ibais a tener ya conmigo.

    Gus ni siquiera parece que esté intentando seguir la conversación.

    —Te enseñaré tu cuarto —le dice Mila.

    Va a instalar a Dan en el cuarto de invitados, así que ella tendrá que dormir con Gus. Esta semana Gus se ha estado acostando a las diez o incluso antes. Y ha dormido hasta primera hora de la mañana, hasta las cinco o las seis. «Tiene que ser por el tratamiento», piensa Mila.

* * * * *

    Para Nochebuena, Dan prepara un fabuloso festín. En Nochebuena solían tomar rosbif, y luego se pasaban todo el día de Navidad comiendo sándwiches de rosbif; sin embargo, estos últimos años, Mila se ha limitado a preparar una comida normal para ellos dos. Dan prepara un asado navideño y un pudin para acompañarlo. También hay salsa de castañas, patatas asadas y una ensalada con granada y aliño de champán. «Y para postre, crème brûlée. He cogido prestado un soplete de Corot’s», dice Dan, blandiendo un pequeño soplete portátil como los de los catálogos de instrumentos de cocina para gourmets. Y añade riéndose, «¡Esta va a ser la mejor Navidad de nuestras vidas!», su chanza particular durante años: una alusión irónica a todos esos especiales navideños de la televisión.

    Gus está haciendo un puzle. Los ha estado haciendo en las sesiones de terapia, y la terapeuta (distinta a la de la primera vez, que ahora está de baja maternal) dice que hay síntomas claros de que las células están aglutinándose, de que están rellenando los huecos. A Gus le gustan los puzles. Mila le compra los que son para niños de ocho a doce años. Tienen puesto un CD de Cannonball Adderley. Mila se relaja un poco. La Navidad nunca ha sido una época en la que pasen cosas buenas, no según su propia experiencia. Siempre ha pensado que es porque hay demasiado en juego, con todas esas expectativas de que esa sea la mejor Navidad de la vida.

    Sin embargo, en ese momento, siente una profunda gratitud.

    —¿Necesitas ayuda? —grita en dirección a la cocina. Dan le ha dicho que no puede entrar so pena de muerte.

    —No —le responde Dan.

    El olor de la grasa del asado lo inunda todo. Mila ha estado alimentándose de precocinados para microondas y de la comida para llevar que compra en la tienda de comestibles y en el restaurante chino.

    —¿Por qué has quitado el microondas? —pregunta Dan desde la cocina.

    —Tuvo un cortocircuito —responde ella.

    Gus no aparta la mirada del puzle. ¿Tendrá algún ligero recuerdo de aquella noche? Fue después de que le limpiaran la placa del cerebro, así que no debería ser algo que hubiera perdido. Pero ¿acaso lo ha tenido alguna vez? ¿Es consciente de lo que está viviendo, de cada momento, o para él son como granos de arena?

    —¿Estás ahí? —susurra.

    A las seis de la tarde hay más comida de la que tres personas podrían llegar a comer en un mes. Dan ha cortado el asado y ha colocado elegantemente las lonchas ya limpias en los platos (y Mila ve que la de Gus ya está troceada, y sus ojos se llenan de gratitud). El asado, cocinado a la perfección, está colocado encima de una salsa marrón con una espiral de salsa de rábano picante. En su plato y en el de Dan hay una flor hecha de zanahoria sobre unas hojas de laurel; Gus tiene la flor, pero ninguna hoja de laurel que le pueda parecer comestible. La ensalada reluce y los granos de granada parecen granates. Ella y Dan tienen vino en el vaso, y Gus tiene zumo.

    —¡Dios mío! —musita. Es una cena para adultos en una casa que lo único que ha visto ha sido lasaña congelada y comida china para llevar—. ¡Oh, Dan!, ¡qué maravilla!

    —¡Más me vale! Vivo de esto.

    —Gus, ven a comer la cena que ha preparado Dan —dice Mila.

    —No tengo hambre.

    —Entonces ven y hazme compañía mientras como.

    A veces va y a veces no. Esa noche va y ella lo acompaña hasta su asiento.

    —Es Nochebuena, papá —dice Dan—. Y tenemos rosbif para cenar.

    A Mila le gustaría decirle que no se esfuerce tanto, que se limite a dejar que Gus vaya a su aire, pero después de todo ese trabajo… «Por favor, que vaya todo bien», piensa.

    —¿Rosbif? —repite Gus. Coge el tenedor y come un trozo—. Está bueno.

    Mila y Dan se sonríen y ella come un bocado.

    —¿Dónde has comprado esta carne? —pregunta.

    —En el supermercado.

    —No me lo creo…

    —Pues créetelo. Lo que pasa es que llevas tantos años cocinando que ya no te acuerdas de cómo sabe cuando lo único que has hecho ha sido olerlo. Todos mis talentos culinarios los he heredado de ti, mamá.

    No es cierto. Dan es igual que su padre: igual de meditabundo, con su misma meticulosidad. Cocinar es siempre como hacer un puzle. Para ella cocinar era un entretenimiento. Dan cocina con la misma profunda obsesión con la que Gus construía maquetas de cohetes.

    —No me gusta eso —dice Gus.

    —¿El qué? —le pregunta Dan.

    —Eso. —Gus señala hacia la espiral de rábano picante—. Está asqueroso.

    —¿El rábano picante? —dice Dan—. Pero si siempre te ha gustado.

    A Gus le volvía loco el rábano picante. Y el wasabi, el chile picante y el jengibre. Le gustaba el regaliz, el kimchi, el queso azul y cualquier cosa con un sabor fuerte.

    —Está asqueroso —repite Gus.

    —Te pondré un poco sin rábano —interviene Mila antes de que Dan se ponga a discutir. «No le contradigas nunca. No tiene importancia», le dice mentalmente—. Ya no está acostumbrado a los sabores fuertes —le comenta de pasada a Dan, confiando en que Gus no preste atención, en no tener que dar más explicaciones.

    —Ya voy yo —se ofrece Dan—. Tú siéntate.

    Dan trae un plato.

    —¿Qué es lo que has estado comiendo, papá?, ¿requesón? Mamá, ¿no debería comer cosas con distintos sabores para… no sé, estimularle o algo así?

    Gus frunce el ceño.

    —Déjalo —le pide Mila.

    Como si no fuera suficientemente difícil ya sin necesidad de que Dan le empiece a echar cosas en cara…

    Gus se ha refugiado en las comidas prácticamente insulsas y come igual que un crío de tres años. Macarrones gratinados. Sándwiches de queso a la plancha. Sopa de tomate. Helado. Y ella le ha dejado porque era lo más sencillo. Se le pasa por la cabeza contarle a Dan que Gus le ha pegado, que la última temporada ha sido muy difícil.

    Es posible que invitar a Dan haya sido un error. Gus necesita una rutina, sin nada que lo trastorne.

    —¿Qué tal está, papá? —pregunta Dan.

    —Bien —responde Gus.

    Gus se come el rosbif sin salsa de rábano, las patatas y la salsa de castañas. Rebaña el platito de la crème brûlée con el dedo índice mientras Dan lo mira, sonriendo estupefacto.

    Y entonces, ahíto, sube al piso de arriba y se acuesta vestido. Una hora más tarde, Mila sube, lo descalza y lo tapa. Gus duerme plácidamente, como un niño, hasta casi las siete de la mañana del día de Navidad.

* * * * *

    —Estoy mejorando —anuncia Gus un día de febrero tras terminar la sesión de terapia.

    —Sí, así es —dice Mila.

    Ahora va a terapia tres veces por semana, donde hace el tipo de ejercicios que se emplean con los niños con problemas de integración sensorial. Mucho tocar y moverse. Las noches de los días que ha tenido terapia, se acuesta temprano, agotado.

    —Me acuerdo mejor de las cosas —asegura Gus.

    Eso también es cierto. Se acuerda de que viven en el adosado, por ejemplo. Ya no le pide que se vayan a casa, aunque dice que le gustaría que siguieran viviendo en su antigua casa. Y en esa afirmación a Mila le parece percibir una cierto matiz recriminatorio.

* * * * *

    —¿Te apetece que cenemos fuera? —le pregunta Mila una noche.

    Llevan sin salir a comer… bueno, años. Ya ha perdido la costumbre.

    Mila decide ir a Applebee’s, donde la comida es tranquilizadoramente insulsa. Ahora mismo, Gus podría ser alguien que ha sufrido una apoplejía. Ya no tiene la expresión ausente. Hay alguien ahí, aunque a veces Mila tiene la sensación de que se trata de un desconocido.

    Después de la cena van a alquilar un DVD. Gus vaga por entre las estanterías de DVD y se detiene en la zona del videoclub donde todavía tienen cintas de vídeo.

    —Esta la hemos visto —dice Gus.

    —Sí, con Dan.

    —Dan es mi hijo —dice Gus, tentativamente, aunque por lo que ella sabe nunca ha llegado a olvidar quién es Dan.

    —Dan es tu hijo —confirma Mila.

    —Pero ya es mayor.

    —Cierto.

    —Elígeme una película —le pide Gus.

    —¿Qué te parece una película que te gustaba?

    Mila elige Planeta prohibido. La tenían en vídeo hasta que se mudaron al adosado. Había tirado todas las viejas cintas de vídeo de Gus cuando se trasladaron porque no tenían suficiente espacio. Gus tenía todas las películas de la saga de La guerra de las galaxias, incluso las pésimas. Y todas las de Star Trek, y 2001, Blade Runner y la primera y tercera de Regreso al futuro.

    —Esta es una de tus favoritas —le dice—. Hiciste una maqueta del cohete.

    De niño, a Dan le encantaba que le contaran cosas de cuando era un bebé, y a Gus ahora le pasa lo mismo con lo relativo a su forma de ser anterior. Gus le da la vuelta al DVD, una y otra vez.

    Una vez en casa, lo mete en el reproductor y se sienta frente a la pantalla. Tras unos minutos pone mala cara.

    —Es vieja —dice.

    —Es un clásico —le explica Mila.

    —Es una tontería. A mí no me gustaba esto.

    Mila está a punto de decirle que era su favorita. La habían visto cuando salían juntos, sentados los dos en el sofá. Gus le había puesto todas sus películas de ciencia ficción y las habían visto en la televisión. No obstante, se calla, no empieza una pelea. Cuando se enfada, Gus recae en el comportamiento típico del alzhéimer: intranquilo, andando de un lado a otro, para terminar encerrándose en sí mismo.

    Mila enciende la televisión y va cambiando de canal.

    —Espera —le pide él—, retrocede.

    Ella va retrocediendo hasta que le dice que pare. Es un programa de esos de policías, de los que hoy en día ve todo el mundo. Está rodado en directo con tres cámaras, y a ella le parece un cruce entre Cops y la vieja comedia Vida y milagros del capitán Miller.[1] A ratos es más o menos gracioso, como las series cómicas, y a ratos está plagado de tacos y de idiotas con tatuajes de más y dientes de menos.

    — Este programa no me gusta—comenta Mila.

    —A mí sí —dice Gus. Y lo ve hasta el final.

* * * * *

    Mila despide al cuidador de Gus.

    Iris los dejó al cambiarse de agencia, Mila no sabe por qué, y entonces les mandaron a William. Por suerte, para cuando empezó William, no pasaba nada aunque Gus se quedara solo algunos ratos, porque William nunca llegaba antes de las ocho y media y ella se tenía que marchar al trabajo antes de las ocho. Era un veinteañero agradable y desmañado, pero a Gus parecía caerle bien. ¿Sería porque era un hombre en lugar de una mujer?

    —Gracias por aguantarme —le dice Gus, y William sonríe.

    —Me alegro muchísimo de que esté mejor, señor Schuster —le dice William—. Es la primera vez que me tengo que ir porque un paciente ha mejorado.

    —Has sido de gran ayuda —le asegura Gus.

    Gus ya puede quedarse solo. Hay muchísimas cosas que todavía no sabe, que se entremezclan con todas las cosas extrañas que sí que sabe. Sin embargo, ya es capaz de seguir instrucciones. El último terapeuta (durante los diez meses que Gus lleva yendo a terapia han tenido cuatro, y el último es un hombre joven y paciente llamado Chris), el último terapeuta dice que Gus tiene la capacidad necesaria para llegar a ser prácticamente normal. Tan solo es una cuestión de reaprendizaje. Y está reaprendiendo como si fuera mucho más joven de lo que en realidad es, porque esas nuevas neuronas están estableciendo conexiones.

    Esas nuevas neuronas generan una cierta inquietud. Los niños van estableciendo más y más conexiones hasta que llegan a la pubertad, y entonces parece como si el cerebro las organizara, eliminando unas y reforzando otras, para ser más eficiente en otros campos. Nadie sabe qué va a pasar con Gus. Y, por supuesto, el factor desencadenante del alzhéimer todavía sigue latente. Es posible que dentro de diez años comience a empeorar de nuevo.

    —Te estoy enormemente agradecido —le dice a Mila cuando William ya se ha marchado—. Has tenido que pasar tanto por mí…

    —No tiene importancia. Tú harías lo mismo por mí.

    Aunque no sabe qué es lo que haría Gus. No sabe si le gusta este nuevo Gus. Este niño grande.

    —Yo haría lo mismo por ti —repite él.

    —¿Seguro que no me meterías en una residencia?, ¿y me visitarías solo una vez al mes? —Intenta decirlo con un tono que no pueda dar lugar a dudas, que cualquiera se pueda percatar de que el comentario es solo una broma.

    Pero Gus no se percata. Las bromas lo ponen nervioso.

    —No, te lo prometo, Mila —le dice—. Cuidaría de ti igual que tú has cuidado de mí.

    —Lo sé, cielo. Solo era una broma.

    Gus frunce el ceño.

    —Venga, vamos a revisar los deberes —le dice ella.

    Gus está estudiando para obtener el diploma de secundaria. Es un objetivo que fijaron entre el terapeuta y él. Mila iba a decir que Gus no solo tenía el título de ingeniero, sino que también contaba con el certificado necesario para ejercer como tal, pero claro, ese era el antiguo Gus.

    Está estudiando la Guerra Civil, y Mila le revisa los deberes antes de que se vaya a clase.

    —Creo que me gustaría ir a la universidad —dice Gus.

    —¿Qué quieres estudiar?

    «¿Ingeniería?», está a punto de decir Mila, pero la realidad es que a Gus no le gustan las matemáticas. La aritmética nunca fue lo suyo, pero la matemática pura (álgebra, cálculo, ecuaciones diferenciales…) se le daba estupendamente. Sin embargo, ahora ya no tiene la paciencia necesaria para los ejercicios de fracciones y de raíces cuadradas.

    —No lo sé. A lo mejor quiero ser terapeuta. Creo que quiero ayudar a la gente.

    «Ayúdame a mí», piensa Mila, pero rápidamente aparta el pensamiento de la cabeza. Gus está ahí y está mejorando. Ya no está en cuclillas entre las malvarrosas. Ya no le tiene miedo. Y, aunque es posible que ya no lo quiera como a un marido, la verdad es que todavía lo quiere.

    —¿Cómo se llamaba ese chico? —pregunta Gus, mirando hacia la calle con los ojos entornados.

    Se refiere al cuidador.

    Durante unos instantes, Mila no consigue acordarse, y siente cómo el miedo le encoge el estómago. Le ha empezado a ocurrir últimamente; cuando se olvida de algo siente ese pánico repentino. ¿Tendrá alzhéimer?

    —William —responde—. Se llama William.

    —Era agradable —comenta Gus.

    —Sí —dice Mila, con la voz y el rostro tranquilos, pero con el corazón latiéndole demasiado deprisa.

    _______________________

    NdT: Cops es una serie de telerrealidad estadounidense de gran éxito que sigue y graba a policías auténticos durante su trabajo diario.

    Vida y milagros del capitán Miller fue una serie cómica de ficción cuyos protagonistas eran los agentes de una comisaría de Nueva York, y que fue emitida en EEUU entre 1975 y 1982.

FIN

Relato 10 - Historia en Ocho Partes

Eight-Legged Story, publicado en Trampoline, Small Beer Press.

    1. Narrativa Naturalista

    Bolis baratos. Mi matrimonio no va a sobrevivir a esto. Tampoco los bolis. Compré los bolis porque ningún boli está a salvo cuando Mark anda cerca; su mochila es un agujero negro para los bolis, así que compré un paquete de bolis baratos, uno de ese tipo que no funcionan (aunque en lugar de tirarlo, lo metí en el tarro de los bolis, lo cual es estúpido), y dos de ellos no van bien cuando intentas que salga la punta y se esconda de nuevo. Aunque está bien tenerlos porque me ocupo del teléfono. Tim, mi marido, ha salido a peinar el Sendero Buckeye en el Parque Nacional con unos voluntarios, ha salido a buscar a mi hjio adoptivo de nueve años, Mark. Mark lleva desaparecido veintidós horas. Él estaba con ellos y al minuto siguiente ya no estaba. Estoy preocupada por Mark. Estoy segura de que que si está muerto, me sentiré terrible. Ojalá me hubiera caído mejor. Ojalá le hubiera dejado coger algunos de estos bolis. Tampoco es que Tim vaya a descubrir nunca que le dije a Mark que no podía quedarse con ninguno de estos bolis.

    Suena el teléfono. Es la madre de Mark, Tina.

    —¿Hola? - dice ella, —¿Hola, Amelia? ¿Hola? - Su voz es espesa por la medicación y las lágrimas. Tina es maníaca depresiva y vive en Texas.

    —Hola, Tina, - le digo. —No sabemos nada.

    —Oh Dios, - dice Tina.

    Sal de la línea, pienso. Pero no puedo echar a la madre de Mark del teléfono.

    —¿Llevaba su chaqueta? - me pregunta. Me ha preguntado eso cada vez que ha llamado. Como si hubiera notado alguna vez que su hijo llevaba puesta la chaqueta o no.

    —Sí, - le digo con tono tranquilizador. —Es un chico listo.

    —Puede que sólo se haya torcido un tobillo, - dice ella. —Le encontrarán. -

    Le ofrecí yo misma ese escenario hace un par de horas, pero se ha olvidado de que lo sugerí yo y cree que me está tranquilizando. Me permito a mí misma sonar confortada. Ella dice que puede volver a llamar en un hora. Yo estoy convencida de que él se ha ahogado. Puedo verlo: el brillo blanco de sus manos y cara en el agua metálica. No puedo decírselo a nadie.

    ¿Qué le ocurrirá a mi matrimonio? Cuando un niño muere, el divorcio es bastante común. Dos personas atrapadas en su aflicción, incapaces de conectar. Pero yo no sufro como Tim y cierta parte de mí se revelará. Soy honesta conmigo misma sobre esto. El secreto en nuestro matrimonio se revelará lentamente por sí solo. Él descubrirá que yo no amaba a Mark y ¿cómo puedes amar a alguien que no amaba a tu único hijo?

    Cuando me casé con Tim, Mark sólo tenía seis años. Era el hijo de un matrimonio disfuncional. Era propenso a los estallidos de rabia, acumulaba el resentimiento. Todo lo que tenían eran vasos de plástico y yo compré vasos baratos de cristal, pero a Mark no le gustó. Él quería los vasos "de ellos". Yo hacía las cenas y él odiaba los vasos de plástico verde lima. Yo quería sentarme a una mesa bonita.

    Era un drama clásico de las familias adoptivas. Está en los libros. Yo me comprometí. Usé los espantosos platos de su madre, esos con los gansos de granja, pero insistí sobre los vasos de cristal. Era nuestra mesa de familia, expliqué, una mezcla de lo antiguo y lo nuevo, como nuestra familia. Mark odiaba todo lo que yo cocinaba. Yo usé la misma mezcla enlatada de sloppy joe que su padre siempre había usado y Mark se sentó a la mesa, un chico rubio que era pequeño para su edad, que lloraba silenciosamente con su sandwich. Él odiaba los sloppy joes.

    Su padre no podía soportar oirle gritar que tenía hambre. Yo me senté en la cama del dormitorio principal. Quizá debería haber cedido. Era difícil de decidir. Él tenía seis años y no tenía una hora fija para dormir, no se vestía él solo para la escuela por las mañanas. Se tiraba al suelo a llorar mientras le ponía los calcetines. Le dije a su padre que le metiera en la cama a las nueve todas las noches. Antes de que nos casáramos, Mark tenía dolores de cabeza terribles, tan terribles que su padre le había llevado al hospital y le habían hecho una prueba TAC. Después de que nos casáramos y empezamos a comer en horas regulares y él tuvo una hora fija para ir a dormir, los dolores de cabeza desaparecieron.

    Debería haber cedido sobre los vasos verdes pero, ¿por qué tenía yo que comer en una mesa fea cuando él le quitaba toda la alegría a la cena de todos modos, cuando cenar era siempre una batalla de gritos? ¿Qué se supone que tenía que hacer yo? ¿Cuándo era importante que él tuviera sus propias cosas y cuándo era importante que no se saliera con la suya?

    El teléfono no suena. Eso es bueno, porque cuando lo haga, será Tina.

    Cuando digan que han encontrado su cuerpo, reconfortaré a Tim. Simplemente le reconfortaré con mis manos. Sencillamente, estaré ahí. Sin hablar. Sólo ahí. Como en una escena de Jane Eyre. En realidad, me impacientaré, porque por fin le tendré para mí sola y aún así Mark le tendrá. No se puede competir con los muertos. Siempre creí que si permanecíamos casados el tiempo suficiente, eventualmente conseguiríamos esos momentos que tiene la gente sin hijos al principio del matrimonio. Seremos recién casados de cincuenta años saliendo para ver una película por capricho y sin preocuparse sobre el cuidado de los niños.

    No puedo creerlo.

    Este es el último momento de mi matrimonio. O quizá mi matrimonio ya esté acabado.

    Tengo la súbita urgencia de levantarme, salir y meterme en mi usado Honda de ocho años que compré con mi propio dinero, y conducir. Tomaría la autovía que iba hasta mi primer empleo. Yo trabajaba en un parque de atracciones durante el verano cuando tenía dieciseis años. Odiaba el trabajo y odiaba estar en casa. Solía coger la autovía que iba al norte y pensar que podría sencillamente continuar hasta Detroit, cruzando hasta Windsor, Ontario y hasta Quebec, donde conseguiría un empleo en un lugar de comida rápida y aprendería a hablar francés.

    Suena el timbre de la puerta. Es Annette, la vecina del otro lado de la calle. Me gusta Annette, aunque siempre he sospechado que a ella no le gustaba Mark y, por lo tanto, a Tim y a mí como padres. Annette tiene dos hijas y, cuando todos nos mudamos a la calle, sus hijas tenían cinco y siete años mientras que Mark tenía ocho. Mark y los chicos de la puerta de al lado corrrían por ahí en camuflaje de cazador jugando a la guerra y espiando por las ventanas.

    Ella se sienta y toma una taza de té. Annette es una madre trabajadora. Aquí en los suburbios hay madres trabajadoras, hay amas de casa y estoy yo. Yo soy una paisajista arquitectónica y trabajo en mi casa.

    —Es curioso que Tim sea el que esté fuera vagando por el bosque, - le digo a Annette.

    —¿Sí? - dice Annette.

    —Bueno, - digo, —Tim odia los exteriores, odia trabajar en el patio, odia las plantas. - Tim es ingeniero. Los ordenadores son sus paisajes.

    Ella se ríe un poco para mí. —Lo estás llevando muy bien, ¿lo sabías? - dice ella.

    Por supuesto que lo llevaré bien. Si fuese su hija la que estuviera allí fuera, Annette estaría devastada. Si Tim hubiera desaparecido, yo sería incoherente. Ojalá fuese incoherente con Mark.

    Suena el teléfono. Lo cojo esperando oir a Tina diciendo, ¿Amelia?

    —¿Amelia? - es la voz de un hombre.

    —¿Sí? - digo, notando sólo después que es Tim.

    —Lo hemos encontrado, - me dice. —Está bien. Un poco de hipotermia y un poco deshidratado. Nos vamos a la clínica para que le hagan un chequeo. ¿Puedes encontrarme allí?

    Tim suena normal.

    Empiezo a llorar cuando cuelgo el teléfono porque estoy aterrorizada.

    2. Exposición

    Un Ensayo en Ocho Partes es un formato chino. Consiste en ocho partes, cada una presenta un ejemplo de un clásico antiguo. Juntas, las partes son vistas como el argumento. La conclusión se asume como aparente para el lector. Es implícita más que explícita. No es mejor o peor que el argumento y la conclusión. Es diferente. Es más como una historia. Esto no es un Ensayo en Ocho Partes. Si lo fuera, yo usaría ejemplos de la literatura clásica. Érase una vez una chica llamada Cenicienta. Érase una vez una chica llamada Blancanieves.

    Entramos en todas las relaciones importantes sin idea real de dónde vamos: matrimonio, nacimiento, amistad. Llevamos mapas que creemos que son ciertos: la relación de nuestros padres, lo que dicen en los libros de bebés, el paisaje de nuestra propia infancia. Estos mapas son, en el mejor de los casos, aproximados, peligrosamente engañosos hacia lo peor. Las familias disfuncionales engendran familias disfuncionales. El abuso se pasa de generación a generación. Esto que muestran las cosas de los progamas de 12 Pasos y charlas no lo hace menos cierto o menos profundo.

    El mapa de ser madre o padre adoptivo es uno de los peores porque se basa en una mentira. La mentira es que serás mamá o serás papá. Si has obtenido la custodia del niño, vas a criarlo. Estés allí o no. O soy la madre de Mark y le preparo los almuerzos; reviso sus deberes con él, le llevo y traigo en coche a los Boy Scouts, y le digo que se coma las zanahorias; o le estoy descuidando. Después de todo, Mark necesita comerse las zanahorias. Necesita a alguien que se tome en serio sus deberes. Necesita que le digan que se ponga los zapatos, que va a llegar tarde para coger el autobús. Necesita que le digan que no debe decir "mierda" delante de su abuela y sus profesores.

    Pero él ya tiene una madre y yo no soy su madre y nunca lo seré. Él lo sabe, yo lo sé. Las madres adoptivas no representan cosas buenas para los hijos. Mark no podía hacer que su padre y su madre volvieran a estar juntos sin, en cierto modo, sacarme a mí de la foto. Significaba que tenía que aceptar a una extraña a quien no conocía y quizá nunca quisiera realmente en su casa. Significaba que él era casi impotente.

    Esa es la primera cosa maligna que hice.

    La segunda cosa maligna que hacen los padres adoptivos es formar parte del alejamiento de un padre o madre. Imagina lo siguiente, estás casado y tu esposa dedice de pronto traer a alguien a casa sin preguntarte. Estás obligado a adaptarte. Tu esposa presta atención al Otro, y mientras se prestan atención una al Otro, no te presta atención a ti. Imagina que el Otro fuese capaz de hacer reglas. En los matrimonios, esto se llama bigamia y es ilegal.

    En el hospital, el garaje del aparcamiento es un laberinto. Sigo flechas hasta las escaleras y bajo pasando el camino a la entrada principal, la cual es prácticamente inaccesible desde la calle. El camino está sembrado de geranios del hospital auxiliar y el centro de la calle delantera es una estatua abstracta rodeada por la ubicua masa de lirios de día, Stella de Oro. El edificio delantero está todo inclinado y la entrada es una puerta giratoria. ¿Cómo sacan sillas de ruedas por una puerta giratoria? Pero al fondo, para que la gente como yo no la vea de inmediato, hay una enorme puerta deslizante para la accessibilidad.

    Los ascensores no están cerca de la recepción. Estoy tratando de decidir cómo componer mi cara. No puedo conseguir alegría. ¿Alivio? Estoy aliviada, pero al mismo tiempo no lo estoy. Mark no maneja muy bien el estrés incluso para los estándares de nueve años. Las cosas van a ponerse difíciles después de esto. Nos llamará el profesor sobre su comportamiento en la escuela. Paso un McDonals (¿en un hospital? Bueno, parece buena idea) y la tienda de regalos y giro a la izquierda hacia los ascensores.

    Mark no está en una habitación del hospital, está dormido en algún tipo de sala de examen con un cama con la cortina abierta. Tim está sentado sobre el borde de la cama llevando su gorra de beisbol que dice "Instituto Roswell para el Estudio OVNI." Se la compré como una broma.

    —Está bien, - susurra Tim. —Le podemos llevar a casa cuando queramos.

    —¿Estás bien? - pregunto.

    —Estoy bien, - dice Tim. —¿Estás tú bien?

    Le digo que estoy bien y flotamos serenamente en un mar de "bienes".

    Nos abrazamos. Tim mide dos metros.

    —Creo que, en cierto sentido, tú estabas más preocupada que yo, - dice Tim. —Sé que te preocupas mucho por él.

    Le sonrío una mentira.

    Mark está durmiendo como un niño mucho más joven, abandonado al agotamiento. Tiene la boca un poco abierta y un puño cerrado junto a la mejilla. Tim lo levanta y él se remueve para descansar sobre el hombro de Tim pero no se despierta.

    Atravesamos el vestíbulo, la familia feliz, la familia que rozó el desastre y escapó.

    3. Cuentos de Hadas: La Bella y la Bestia

    Antes de que Mark se perdiera vivimos en otra ciudad. Ambos estamos empleados en la misma empresa. Estoy estudiando paisajismo arquitectónico. La empresa que nos contrata es una gran compañía que vende muchos productos diferentes: detergentes, pañales y patatas fritas.

    En marzo llaman a nuestras respectivas divisiones y dicen que la compañía pasará por una reestructura, dicen que no tienen intención de despedir a nadie. Mientras caminamos a la cafetería tras salir de la reunión, Tim dice, —Eso significa que seguro que hay despidos. - yo me río y él empieza a llamar cazarrecompensas.

    Despiden ciento cincuenta personas cuatro meses después. Nos piden a algunos que nos quedemos durante la transición y nos ofrecen a Tim y a mí posiciones como contratistas con una bonificación bastante lucrativa por quedarnos hasta el 31 de diciembre.

    Tim encuentra otro empleo en septiembre y se muda a cuatro horas de distancia.

    Después de que Tim se haya ido, el viernes, Mark y yo salimos a por pizza. Mark tiene siete. Vamos a una pizzería donde la mitad del restaurante tiene forma de la torre inclinada de Pisa excepto que sólo tiene tres pisos de alta. Se llama Torre de Pizza y la pizza es mediocre, pero tienen una sala especial para niños donde ven películas de Disney en una gran pantalla de TV.

    Está nevando, de modo que debe de noviembre o así. El video es La Bella y la Bestia.

    —Esto apesta, - dice. Mark —Siempre nieva aquí. Odio esto.

    —¿Quieres sentarte en la parte normal del restaurante? - le pregunto.

    —No, - dice Mark. —Aquí está bien.

    Él quiere un Mountain Dew porque tiene cafeína. —La cafeína mola, - me dice. —¿Cuándo viene a casa papá?

    —Esta noche, tarde, - digo. —Primero pizza, luego cogeremos un video y puedes llevarlo a casa para verlo y esperaremos a tu papá.

    —Yo quiero que papá esté aquí ahora, - dice Mark.

    —Y yo. - le digo. —¿Cómo ha ido la escuela?

    —Odio la escuela, - dice Mark.

    —¿Habéis hecho gimnasia hoy? - Intento hacer preguntas específicas que alienten una respuesta positiva. ¿Cómo ha ido la escuela? es un error táctico y lo sé tan pronto como lo he dicho.

    —Sí, - me dice. —No tengo hambre.

    Si le llevo a casa, tendrá hambre a los cinco minutos de salir del coche y nada de lo que haya en casa será lo que quiera. Lo que él quiere es su papi, por supuesto. —Vamos a comer una pizza, - le digo. —Tendrás hambre una vez que la pruebes.

    Él no responde. Está viendo la tacita rota danzando.

    —¿Puedo ir a ver la TV? - pregunta él.

    —Claro, - le digo.

    Yo leo un libro mientras él ve la TV y cuando llega la pizza le llamo. Pizza pepperoni. A mí no me gusta la pizza pepperoni, pero es la única clase que come Mark.

    —¿Cuánto tengo que comer? - pregunta él.

    —Dos porciones, - le digo.

    Él suspira teatralmente.

    Después de la pizza, paramos y escogemos una película de Navidad sobre un personaje llamado Ernest. Habíamos visto la primera película de Ernest, la película de Halloween de Ernest y la película en la que salía el cañón gigante y el tesoro escondido. Ernest es estúpido terminal y eso se supone que es gracioso. Al menos Ernest es un adulto y en esta peli no salen los habituales padres despistados.

    —¿La ves conmigo? - pregunta Mark.

    —Vale, - le digo.

    Me siento con él y leo el libro y deseo poder irme a la cama. Los viernes estoy tan cansada que no puedo ni pensar. Tim llegará a casa sobre las once. Son las siete treinta. Me quedan tres horas y media y luego le pasaré el mando a Tim..

    —¿Puedo comer palomitas? - me pregunta Mark.

    —Pero si acabas de comer pizza, - le digo.

    —Tengo hambre, - su voz sube una octava.

    —No, - digo. —Si tenías hambre, deberías haber comido más pizza.

    —Pero no tenía hambre antes, - me dice, —pero ahora tengo hambre.

    —¿Por qué la comida es siempre una batalla contigo? - le digo porque estoy cansada.

    Mark empieza a llorar.

    Meto de un golpe la cinta en el VCR y subo las escaleras. Me siento en la cama. Pienso en bajar y decir que lo siento. Pienso en darle una bofetada.

    Suena el teléfono y corro a cogerlo. Es Tim.

    —¿Amelia? - me dice.

    —¿Dónde estás? - le digo. Debería estar a mitad de camino de casa.

    —Ni siquiera he salido de la ciudad todavía. Se ha averiado el coche, - me dice. —Estoy en una BP de la Ruta 16. ¿Te acuerdas del Big Boy donde desayunamos? Es allí mismo. He tenido que quedarme en la autopista durante media hora. Está nevando de la hostia.

    —¿Se puede reparar el coche?

    —Amelia, - me dice, exasperado, —Son casi las ocho y aquí no hay mecánico. Tengo que llamar a una grúa, remolcarlo hasta un garaje y luego ya veremos. No puedo estar en casa esta noche.

    Me dejaste sola. Me dejaste aquí con tu hijo. —Vale, - le digo. —¿Se lo dices a Mark? - De lo contrario, me culpará a mí. Con siete años se culpa al mensajero.

    —Claro, - me dice, resignado.

    —¿Mark? - le llamo. No hay respuesta, aunque puedo oir a Ernest en la TV. —¿Mark? - Después de un momento le digo a Tim, —Espera, - y bajo las escaleras.

    Mark está sentado en el sofá, sordo al mundo. —¡Mark! - le digo en voz alta.

    Él se gira. —¡Qué!

    —Tu papá está al teléfono.

    Él salta del sofá y corre hacia el teléfono de la cocina gritando, —¡paapiiiii! -

    Es artificial. Es el comportamiento de un niño que ha crecido viendo comedias televisivas. Me pone de los nervios.

    Subo las escaleras y cuelgo la extensión.

    Mark está sollozando cuando bajo otra vez. Me entrega el teléfono, sale corriendo de la cocina y se lanza bocabajo sobre el sofá.

    —¿Amelia? - dice Tim. Suena cansado. Está de pie en el frío. No sabe cuánto va costarle la reparación. Me he comportado como una mierda, por supuesto. —Te llamo mañana. - me dice.

    —Vale, - le digo.

    Entro y le froto la espalda a Mark. Después de un rato gira su cara manchada de lágrimas hacia la TV, la mira y yo vuelvo a mi libro.

    El sábado por la mañana me siento en los escalones mientras Tim me habla sobre el coche. El cable del teléfono está estirado desde la cocina hasta el vestíbulo.

    Con una lastimera voz de niña pequeña, le digo, —Tienes que venir a casa. - Mark está viendo dibujos y no quiero que me oiga llorar. —Tienes que venir a casa.

    —No puedo, - me dice. —El coche no estará reparado hasta hoy por la tarde, si es que terminan hoy.

    —¿No puedes alquilar un coche?

    No ha pensado en eso. —No sé, - me dice.

    —Tienes que venir a casa, - le digo en un susurro.

    No puedo pensar en otra cosa que decir. ¿Quién soy? ¿Quién es esta insípida mujer cuya voz sale de mi boca, suplicando, llorando?

    —Llegaré a casa, - dice. —Te llamaré.

    Cuando él llegue a casa, no podré hablarle. Temeré que si abro la boca, salgan sapos y culebras y gusanos y que diré algo irrevocable.

    Mark ha estado tumbado en el sofá. Hace un momento estaba gritando que quería ver a su papi y lo quería ahora mismo, pero su padre sólo está a mitad del camino a casa. Bueno, solo a mitad de camino de nuestra casa. Su papi ya no vive aquí. La casa está en venta. Nos mudaremos a finales de diciembre.

    Quiero decirle a Mark que si no hubiera sido por mí, su papi no habría venido a casa este fin de semana. Pero no digo nada. Cierro la boca para que no salga nada feo

    Soy buena. Me esfuerzo mucho por ser buena.

    4. Correspondencia

    Queridos Sr. y Sra. Friehoff,

    Mark es un chico brillante, totalmente capaz de hacer las tareas asignadas. A menudo es un chico encantador. Tiene bastante sentido del humor. Sin embargo, controla pobremente sus impulsos, no permanece en su asiento, habla inapropiadamente en clase y pega a otros chicos cuando está frustrado. Sus notas reflejan su incapacidad para controlarse.

    Ha sido recomendado por la oficina de consejería escolar para una evaluación, sin embargo, no creo que Mark sufra de hiperactividad o ADD. Está madurando emocional y físicamente más despacio que intelectualmente. Los chicos maduran a ritmos diferentes y esto no es motivo de alarma.

    Por favor, llámenme para una cita. Me podrán encontrar mejor entre las 12:15 y las 12:50 o después de las clases...

    5. Intrusion de la Autora

    Es importante destacar que esta historia es una historia de particulares. La mayoría de hjios adoptivos vive con su madre, luego la situación de esta historia es inusual, aunque no única. Hay tres razones comunes por las que un jurado concede plena custodia al padre, que son: 1) abandono de la madre biológica; 2) significativa y documentada inestabilidad mental de la madre; o 3) una historia de abuso de substancias en la madre.

    La mayor amenaza para los hjios adoptivos es el compañero adulto del padre biológico. Los novios cuentan como un gran porcentaje de abuso infantil. Citaría la fuente de esto, pero lo leí en McCall's o Better Homes y Gardens mientras estaba esperando que la Organización de Cuidados Médicos rellenara mi prescripción y no me pareció correcto llevarme la revista. Las madres adoptivas también cuentan como un porcentaje significativo de casos de abuso infantil, estoy segura.

    Lo que no está documentado es el efecto sobre el hijo de vivir con alguien que no abusa físicamente de él ni le descuida, que es aparentemente un considerado padre decente, que pasa por todas las formas de paternidad sin sentir siquiera lo que siente un padre. Esto no es abuso, sólo es el destino. Si alguien tiene la culpa es el adulto, pero ¿cómo te obligas a sentir algo que no sientes? ¿Cuál es la obligación del adulto? ¿Cuál es la obligación del niño?

    6. Elecciones

    Tim llama a casa desde el trabajo a las cuatro. Mark sale del autobús a las tres treinta.

    —Hola, cariño - me dice Tim. —¿Cómo va todo?

    —Bien, - le digo. —Mark sacó un dos. -

    Mark recibe una nota todos los días en la escuela que puntúa su comportamiento en una escala de cinco puntos, de pobre a excelente. Dos es un nivel por encima de pobre. Se puede llamar normal.

    —¿Qué le dijiste? - pregunta Tim.

    —Sólo lo normal. Ya sabes, ¿Qué ha pasado? ¿Estás seguro de todo fue culpa de Keith? ¿Tú no tienes nada que ver con ello? ¿No hay nada que pudieras haber hecho para evitar que pasara? Esas cosas.

    Tim suspira al otro lado del teléfono. —¿Qué está haciendo ahora?

    —Se supone que haciendo los deberes, - le digo. —Creo que está jugando con el gato.

    —Oh. Déjame hablar con él.

    —¡Mark! - Llamo hacia las escaleras. No hay respuesta. Nunca la hay. —¿Mark? Tu papá está al teléfono. -

    Escucho durante un buen rato. Justo cuando decido que no me ha oído, Mark descuelga y respira, —¿Hola?

    Yo cuelgo el teléfono suavemente. Me siento sobre la cama junto al teléfono y me pregunto lo que están diciendo. Aliso las arrugas del edredón rojo. Quiero hablar con Tim sobre la jornada de puertas abiertas de la escuela y si no se lo digo ahora, se me olvidará esta noche. Llevo olvidándome toda esta última semana.

    Descuelgo el teléfono y Tim está diciendo, —... y no enfades a Amelia.

    —Vale, - suspira Mark como si el comentario fuese una letanía familiar.

    —¿Tim? - digo.

    —Amelia, - responde él. —Vale Mark, cuelga.

    —Quería hablarte sobre la visita a la escuela del jueves.

    —Mark, - dice Tim, —cuelga. - Noto la tensión en su voz.

    —Vale. - Mark cuelga sonoramente.

    Charlo con Tim sobre la visita a la escuela, le comento que se me he olvidado decírselo. Tim promete estar en casa a su hora.

    —Recogeré a Mark, nos iremos los dos a por comida rápida y luego a la escuela.

    —Voy contigo, - digo.

    —Si quieres, - dice Tim. —Pero no tienes que venir.

    —No pasa nada, - digo.

    —En serio, no tienes que venir, - me dice Tim. —Es mi hijo. -

    Antes de que termine, oigo a alguien decir algo de fondo, su jefe, probablemente irritado de que Tim esté invirtiendo el tiempo en llamadas personales. Tim cubre el receptor con la mano y dice algo.

    —Tengo que irme, - me dice.

    —Muy bien, - le digo.

    Me quedo al teléfono después de que haya colgado, escuchando durante un momento el aire vacío.

    7. Charla de Almohada

    Los días de puertas abiertas no tienes que hablar con los profesores. Sólo te sientas con un montón de otros padres y el profesor te cuenta todo sobre la escuela. En un mes habrá conferencias padres-profesores. Tim anota con poco estusiasmo las fechas de las conferencias en su organizador. Sospecho que será toda una experiencia familiar.

    —Mark es un chico brillante, pero tiene problemas para permanecer en su asiento. ¿Sabías que llora con mucha facilidad?

    A Mark le gusta la novedad de tenernos en la escuela.

    —¿Queréis ver el gimnasio? - Él nos conduce intencionadamente por los pasillos de techo bajo. Los pasillos siempre parecían muy grandes cuando yo era niña. Nos lleva al aula de arte. Le gusta el arte. Hay un pez de papel maché en la pared. Es enorme, azul y verde, con una boca abierta y una expresión de sorpresa. Un glorioso pez gigante.

    —Es estupendo, - digo. —Es muy guay.

    Mark está brincando sobre las puntas de los pies, no parece haberme oído.

    Tim dice, —¡Mark! ¡Estate quieto!

    Yo toco el brazo de Tim. —No pasa nada, - le digo. —No está molestando.

    Mark es así y quizá deberíamos ser un poquito más tolerantes con él. Pedirle que se esté quieto es pedirle que haga algo para lo que está erróneamente programado.

    Intentaré, me prometo a mí misma, darle a Mark espacio donde pueda vibrar un poco.

    En casa esa noche, Tim y yo nos metemos en la cama. No hemos hecho el amor en un mes y no se lo sugiero ahora.

    —¿Te importa si veo la tele? - pregunta Tim.

    Me giro de lado con la espalda hacia él y trato de dormir. Las noticias parpadean cuando cierro los ojos, como llamas. Como.. algo. No sé qué. Quiero llorar.

    —¿Te sientes alguna vez dividido? - le pregunto.

    —¿Eso es un 'tenemos que hablar'? - dice Tim.

    Es una broma entre nosotros. Él dice que las peores palabras que una esposa puede pronunciar son: Oh, Tim, tenemos que hablar.

    —¿Te sientes dividido entre hacerme feliz y hacer feliz a Mark?

    —A veces, - él dice.

    —¿Tienes miedo de mí? - le pregunto.

    —¿Miedo de ti? - dice Tim. Se ríe.

    —No de ese modo, - le digo. —Me refiero a miedo de cómo actuaré con Mark. Miedo de que me enfade con él o algo.

    Tim queda en silencio durante un rato. Finalmente dice, —Tengo miedo de que acabes tan harta de mi malvado hijo que salgas corriendo.

    Estoy pensando en que no puedo vivir así. No puedo ser la que teme todo el mundo. Estoy pensando en que si me marcho, Mark habrá sido abandonado de nuevo. Estoy pensando en que estoy llegando a entender a Mark, como esta tarde en la escuela, en modos que Tim no puede. Y Mark necesita eso.

    Estoy pensando en que estoy atrapada.

    Piensa en ello como una sentencia de cárcel, me digo a mí misma. En nueve años, Mark tendrá dieciocho y se habrá ido.

    Me desprecio a mí misma.

    8. Perspectivas

    Nos reunimos con una consejera como un familia. Ha sido idea de Tim, basada en la nota del profesor sobre la posibilidad de que Mark sea un chico con trastorno de déficit de atención. A mí me parece que el TDA es más bien una descripción de personalidad. La terapeuta es una mujer llamada Karen Poletta. Me gusta. Es de mediana edad y tiene un poco de sobrepeso. Es una profesional con hijos sin ser una especie de madre modelo. Me gusta su pelo gris: liso y brillante. Me gusta el modo en que me mira directamente.

    Para el año 2010, habrá más familias adoptivas que... que, ¿cuál es la palabra adecuada, familias naturales? ¿Familias nucleares? ¿Familias normales? Es una idea vagamente confortante. Me imagino un ejército de nosotras, de madres adoptivas, marchando por el país. Marchando no: andando de puntillas. No puedo imaginarnos marchando.

    Estoy exteriorizando algunas de mis preocupaciones. —No confío en mí misma, - estoy diciendo. —No confío en mis reacciones.

    Tim me está mirando. Karen Poletta me está mirando. Esta es una sesión sin Mark, que está en casa de mi madre. Miro la estantería con los juegos Lego y las marionetas. Consejera de familia. Me alegra que haya considerado que Mark no tenga nada que ver con las marionetas.

    —No sé si estoy siendo demasiado estricta, si sencillamente me estoy enfadando. No sé si, por ejemplo, le estoy dejando salir hasta muy tarde porque no le quiero cerca, porque se está más tranquilo cuando no está cerca. Así que intento ver lo que hacen los otros padres y hacer lo que ellos hacen.

    Karen Poletta parece una persona considerada y atenta. —¿Por qué iba a ser diferente para una madre biológica? - me pregunta. —Particularmente cuando se tiene un hijo como Mark, que es un chico difícil. No eres la única madre con un chico difícil que quiere un respiro. Pienso que algunas de las cosas que crees que se deben a que eres una madre adoptiva, realmente son asuntos de madre adoptiva, pero muchas de ellas son sólo asuntos de padres.

    No lo son, pienso, no es lo mismo. Yo no lo amo. No me gusta.

    Karen Poletta habla sobre la mejora que supone para Mark que esté con nosotros en vez de con su madre. Que a veces las cosas no son perfectas, pero son bastante buenas. Que Mark tiene un hogar seguro y estable.

    Aunque, de pronto, no estoy segura. ¿Y si son lo mismo, algunas de esas cosas? ¿Asuntos de padres?

    Hay aire en la habitación y noto que estoy respirando hondo. Grandes inhalaciones.

    —Pero él necesita una madre, - digo, interrumpiendo.

    —Y él no tiene una, - dice el terapeuta. —Pero tiene un padre y una madre adoptiva.

    Eso es lo que tenemos.

    FIN

Relato 11 - La Bestia

The Beast, publicada en Asimov's, marzo 1992)

    Yo tenía trece años. Era primavera, el desolado tiempo de marzo cuando no puedes estar segura de si de verdad hace más calor, pero estás tan desesperada por el cambio que te dices a ti misma que el lodo en el borde de la acera es diferente del lodo del invierno y estás segura de que el olor de la tierra mojada tiene de pronto un poco de la esencia de las lluvias de verano, de la hierba y las lombrices. Y lo tiene porque es primavera y dentro del suelo algo se mueve. Yo llevaba un vestido de lino amarillo que mi madre había escogido y que, por lo tanto, no me gustaba aunque sabía que me favorecía. Mis zapatos eran blancos y me concentraba en no pisar el barro. Mi padre y yo íbamos a misa. Mi madre no iba. Ella era protestante. Mi padre puso la mano sobre mi pelo con su palma sobre mi cabeza y pude sentir el hueso y piel de mi cráneo y el calor de su palma, tan cálida y fuerte. Cuando yo era pequeña, él lo hacía a menudo, y me llamaba Músculos. No me había llamado Músculos o puesto la mano sobre la cabeza desde hacía mucho tiempo. No pude evitar arquear mi espalda un poco, quise empujar su mano como un gato pero, el instinto de tener trece, la cautela medio comprensible que hace a un chica tímida o alocada, la timidez me dijo que siguiera andando solamente. Quise sentir el rugoso borde del bolsillo de su abrigo contra mi mejilla, pero yo era demasiado alta. Quise tener siete años de nuevo y estár a salvo. Pero aún quería empujar su mano y poner mi mano en su bolsillo y robarle el guante de cuero, ese animal secreto.

    En su lugar, entré en la iglesia, cogí un libro de canto, metí el dedo en el agua bendecida e hice una genuflexión. El interior de la iglesia olía a madera mojada y barniz para muebles, nada vivo en absoluto. Mi padre se quitó el abrigo y lo colgó en el borde del banco y cuando volví de comunión le robé el guante. El sabor del papel de la hostia aún estaba en mi boca y respiré hondo el cuero. Olía a marzo.

    Volvimos caminando atravesando la escuela porque estaba chispeando. Mi padre iba altivo en su traje azul marino y mis zapatos hacían ruido sobre el linóleo. Había dos clases para cada curso, empezado en sexto y bajando hasta primero. El recibidor terminaba en una T y giramos a la izquierda hacia el gimnasio. Caminamos bajo los bancos de la grada y nos quedamos junto a la puerta lateral a esperar a que dejase de llover.

    Estaba oscuro bajo los bancos. Mi padre era joven, treinta y cinco, era más joven porque le gustaba salir, jugar a softball los sábados y llevarnos a mi madre y a mí al camping en vacaciones. Se mecía sobre los talones con el abrigo echado sobre los hombros y las manos en los bolsillos. Yo pensé en huevos con beicon y tostadas con mermelada de melocotón. Tenía mucha hambre.

    El espacio bajo los bancos era secreto y oscuro. Había cosas en las sombras: un cubo de metal, una mopa, trapos. Junto a la puerta había un alto candelabro de hierro, del tipo que se ponía a cada lado del altar.No tenía portavelas y el extremo estaba mellado. En el suelo había un envoltorio de Chicle French, de los que vendían durante los partidos de baloncesto de octavo curso los viernes por la noche. La luz de la puerta oscurecía las sombras de los bancos, el largo espacio se alargaba en la distancia.

    Escuché la lluvia y el vago roce del papel y olía el hormigón mojado. No estaba cerca de mi padre pero tenía mi mano en mi bolsillo sintiendo el suave guante de cuero.

    Oía un roce sobre el hormigón y el chapoteo de la leve lluvia. Me pregunté si alguien había investigado alguna vez bajo los bancos, si había grillos o ratones allí. El roce podría haber sido por los ratones. Deseé que dejase de llover. Quería ir a casa. Yo hacía ruidos con mis talones pero eran demasiado sonoros y dejé de hacerlos. Algo dio un golpecito y traté de ver lo que era pero no podía ver nada. No era tan ruidoso como mis talones. Mi padre se aclaró la garganta, mirando hacia fuera por la puerta.

    Imaginé a un hombre allí abajo en la oscuridad, un convicto escapado o un loco.

    Casi había dejado de llover. En quince minutos estaríamos en casa y mi madre nos freiría unos huevos.

    Oí un ruido como de papel. Mi padre también lo oyó, pero él fingió que no o, al menos no giró la cabeza. Y había otro sonido más fuerte, un raspado, como una caja arrastrada por el hormigón. Miré hacia mi padre pero él no giró la cabeza. Ojalá girara la cabeza. Hubo otro golpecito y roce de nuevo, y yo no podía pensar en lo que podría ser. No tenía explicación para esa combinación particular de sonidos. Sin duda sucedían dos cosas diferentes que hacían ruidos al mismo tiempo. Una vez, durante una fiebre, escuché miles de pájaros en mi ventana y quedé aterrorizada de que entraran volando atravesando el cristal y me atacaran, pero era sólo la lluvia sobre la cornisa.

    Desde entonces había aprendido que el mundo era más normal de lo que yo sospechaba: que los pájaros no se acumulan fuera de las ventanas, que las mantis religiosas no se hacen gigantes, que no había nada bajo mi cama salvo polvo y que los lunáticos escapados no se acurrucan bajo los bancos de una escuela católica. Pero escuché de nuevo el sonido de la caja siendo arrastrada. Mi padre no giró la cabeza y yo no podía pensar que podría ser salvo por el súbito olor como a perro mojado.

    Los golpecitos sonaban como las uñas de un perro sobre el hormigón, luego hubo otro roce de nuevo y el sonido de arrastre. Mirando hacia mi padre, le dije, —¿Es un perro? - y él por fin giró la cabeza.

    Y allí estaba. Era alta y tenía una cabeza absurdamente pequeña, una cabeza de pájaro con un pico duro y corto como el de una paloma, excepto por el extremo, que se curvaba cruelmente hacia abajo. Las plumas de su cabeza eran amarillentas y tenía una nube de mosquitos alrededor de sus ojos dorados. Tenía un cuerpo parecido a un gran oscuro animal peludo, el pelaje era más fino en sus caderas, no como un caballo, quizá como un león, y sus pies eran escamados como los de un pájaro. Aunque eran más gruesos y fuertes, los correosos tendones se oscurecían desde el dorado hasta el gris satinado y los pies terminaban en gruesas garras de grafito. Era tan alta como mi padre.

    Se quedaba allí con una pata delantera levantada y su negra lengua de pájaro moviéndose como si jadeara. Su aliento olía a perro mojado. Creí que iba a decir algo, no podría soportar que dijera algo. Me pregunté si esto era fin del mundo, pero no estaba preaparada.

    Mi padre dió un paso atrás, los talones de sus zapatos arañaron el suelo. La bestia inclinó la cabeza hacia nosotros y la giró de lado, mostrando su lengua negra y húmeda como una babosa. Mi padre agarró el ajado candelabro de hierro. La bestia se irguió sobre sus patas traseras y gritó como una chica, un sonido extraño y terrible salió de la garganta de la bestia y mi padre le lanzó el pesado hierro al pecho y la punta la atravesó como si fuese de papel. La bestia se dobló alrededor de él del modo que una sábana húmeda tendida se te pega si corres hacia ella y mi padre me agarró. El grito de la bestia retumbó en el gimnasio.

    Yo estaba apretada dentro del abrigo de mi padre y él me sostenía la cabeza y susurraba, —No grites, no pasa nada. Sssh.

    Aunque yo no había gritado. Yo no había hecho ningún sonido en absoluto. El abrigo de mi padre me envolvía y me ocultaba y yo temía mirar hacia fuera, temía que el mundo hubiera cambiado. Ya no estaba segura de nada, aunque él había detenido a la bestia, ya no sabía si podía contar con que mi padre fuese suficiente.

    —Ha dejado de llover, - me dijo mi padre como si todo fuese normal y yo miré hacia fuera. No había bestia, sólo el mellado candelabro de hierro bajo los bancos. Fuera estaba el olor mojado de la primavera. Mi padre me dejó en el suelo, se ajustó el abrigo sobre los hombros y me sentí avergonzada.

    Salí fuera con cuidado de no ensuciar mis zapatos de pátina blanca. Todos los coches del aparcamiento habían desaparecido y el letrero frente a la escuela decía: "Vacaciones de Primavera; 4 Abril 2011, Conduzca con Cuidado."

    Una mojada paloma se posó sobre los arbustos.

    Miré hacia mi padre, aún en la oscuridad del umbral. Su cara era extraña, vacía. Sus ojos eran dorados y, donde estaban sus pupilas, reflejaban el color rojo, como los de un gato en la oscuridad, pero cuando salió fuera se parecía a sí mismo.

    Quise estar en casa para comer tostadas con mermelada de melocotón, así que olvidé todo aquello. En casa, mi madre estaba esperando. Cuando le preguntó a mi padre lo que le había pasado a su otro guante, él no lo sabía.

    Y yo no se lo dije.

    FIN

Relato 12 - Necrópolis

Nekropolis, publicado en Asimov's, abril 1994.

    ¿Cómo he llegado a estar anillada?. Bueno, como la mayoría gente anillada, me vendieron. Yo tenía veintiún años cuando me vendieron tres veces en un día. Una después de la otra. Primero a un tratante que me examinó los dientes, las orejas y me hizo un escáner de ampliación. Luego a un segundo mercader donde me sentaba al fondo de su oficina a beber té y a hablar con un chico de dientes mellados que se suponía que iba a ser vendido al dueño de un restaurante como recepcionista. Y finalmente, esa misma tarde, al dueño de ese mismo restaurante. El propietario del restaurante no quería al chico de todos modos, dado que el puesto era para trabajar en el lado la casa de su esposa.

    Llevo con mi actual propietario desde que tenía veintiuno. Eso fue hace bastante tiempo, ahora tengo veintiseis. Yo era una buena estudiante. Obtenía buenas notas, de modo que fui adquirida para supervisar la limpieza y los suministros. Esto es mucho mejor que si fuese una chica bonita y tuviese que depender de la apariencia. Soy bastante normal, con una mandíbula cuadrada y cabello ordinario.

    Me gustaba mi propietario, me gustaba mi trabajo. Pero ahora me gustaría ir a verle y pedirle que me vendiera.

    —Diyet, - me diría él tomando mi mano a su modo paternal, —¿No eres feliz aquí?

    —Mardin-salah, - respondería yo con los ojos mirando remilgadadamente a mis pies. —Usted es como un padre y sólo he sentido felicidad en su casa. -

    Lo cual es cierto incluso más que estar anillada. No creo que me hubiera importado ser parte de la doméstica de Mardin aunque estuviera libre. Mayormente, Mardin no me presta atención, cosa que prefiero. Me gusta mi trabajo y mi habitación. Me gusta estar anillada. Hace las cosas más fáciles.

    Todo estaría bien si no fuese por el nuevo.

    No tengo problems con la IA. No me importa la máquina de limpieza, pobrecilla, y como jefa doméstica de parte de las mujeres, trabajo con la inteligencia doméstica a todas horas. Puedo haber tenido una sencilla educación conservadora, pero he llegado a estar muy cómoda con la IA. El Sagrado Mandato no significa que toda IA sea una abominación. Pero las IAs no debería ser construídas biológicamente. Las IAs no debería estar hechas a imagen de la humanidad.

    La IA piensa por sí misma. Tiene un nombre. Tiene un género.

    Cree que es masculino. Y es el jefe doméstico del lado masculino de la casa, por eso cree que deberíamos trabajar juntos.

    Parece un varón humano, tiene pelo moreno rizado y suave piel color miel. Flirtea mirándome de soslayo con vulnerables ojos negros de gacela. Me sonríe con una sonrisa que no es vulnerable en lo más mínimo.

    —Vamos, Diyet, - me dice, —trabajamos juntos. Deberíamos ser amigos. Ambos somos jóvenes, podemos ayudarnos el uno al otro en nuestros trabajos.

    No me molesto en responder.

    Sonríe maliciosamente (aunque sé que no es malicioso, sólo es algo artificial y progamado. Desalmado. No soy tan conservadora como para condenar la clonación, pero esto no es un clon. Es una construcción biológica.)

    —Diyet, - me dice, —eres muy solemne. Dime, ¿es porque estás anillada?

    No sé cuánto sabe, ¿entiende el proceso de anillado?

    —El Segundo Coran dice que tal como sólo se doma un halcón anillado y no el atado, así sea el sirviente unido por el afecto y el deber, no por las cadenas.

    —¿No dice el Segundo Coran que no debería hacerte infeliz, Diyet?

    ¿Puede algo no humano blasfemar?

    Por la mañana, Mardin me llama a su oficina. Me ofrece té verde transparente con aroma de flores, doy un sorbo mirando mis sandalias y mis dedos rosas. Él hojea el informe de la mañana, asintiendo, haciendo ruidos de complacencia, sorbiendo ocasionalmente su té. Las tardes y noches, Mardin está en su restaurante. Yo he estado allí, pero entiendo que es un lugar excepcional.

    —¿Qué vas a hacer esta tarde? - me pregunta él.

    Es mi tarde libre.

    —Kari, mi amiga de la infancia, y yo iremos de compras, Mardin-salah.

    —Ah, - me dice sonriendo. —Gasta una plata extra. - me dice, —Cómprate unos pendientes o lo que quieras. Haré que el crédito esté disponible.

    Le musito mi agradecimiento. Él hace un paginado de muestra a través del informe y las hojas de papel murmuran unas contra otras.

    —¿Y qué piensas del harni, Akhmim? ¿Está trabajando bien?

    —No paso mucho tiempo con ello, Mardin-salah. Su trabajo es doméstico en la parte de los hombres .

    —Eres una chica pasada de moda, Diyet, eso es bueno. - Mardin-salah aparta un poco el informe adoptando una distinguida pose de lectura. —El harni tiene entrenamiento social, pero nada de práctica. El marchante me recomendó que enviara eso fuera, para hablar y conocer gente tanto como fuese posible.

    Yo muevo los dedos de mis pies. Ha dejado de referirse a ello como una persona, lo cual es bueno, pero ahora va a intentar enviarlo conmigo.

    —Debo encontrar a mi amiga Kari en su casa en la Necrópolis, Mardin-salah. Quizá no sea un buen lugar para llevar a un harni. -

    La Necrópolis es un lugar conservador.

    Mardin-salah mueve la mano airosamente. —Todo está en orden, Diyet, - me dice refiriéndose a los informes frente a él. —Mi esposa ha pedido que uses un poco más de aromas en las sábanas.

    Su esposa cree que soy demasiado tacaña. A Mardin-salah le gusta pensar que él lleva una casa frugal. No lo hace, se sangra el dinero en esta casa, la plata se derrama por las paredes y recorre las calles dentro de los bolsillos de todo el mundo en esta ciudad. Ella fue la que quiso comprar el harni, estoy segura. Ella es así, le divierten los juguetes. Se rodea de cosas, proyecta aún más cosas, hasta que resulta difícil saber lo que hay realmente en sus aposentos y lo que sale de las paredes. Probablemente lo vio y tuvo que poseerlo, del mismo modo que tenía que poseer ese asqueroso perrillo de pelo largo que Fadina tiene que alimentar y bañar. Fadina es su sirvienta de cámara.

    Espero que Mardin se olvide del harni pero no lo hace. No hay tregua. Debo llevarlo conmigo.

    Me está esperando después del almuerzo. Yo visto de lavanda y amarillo claro, con largas cintas amarillas atadas a las munnnecas.

    —Anillada Diyet, - me dice. —No me llevarías contigo si no lo estuvieras.

    Por supuesto que estoy anillada. Siempre llevo cintas cuando salgo.

    —El Segundo Coran dice que las cintas son un símbolo de devoción a lo Más Sagrado, así como al amo terrenal.

    Pasa sus largos dedos por su pelo rizado, sacude su cabeza y su pendiente dorado baila. Artífice, la pretensión de humanidad. Aunque supongo que incluso el pelo de un harni se le puede meter en los ojos.

    —¿Por qué querrías estar anillada? - me pregunta.

    —El anillado sólo da peso a mi tendencia natural, - le digo.

    —¿Y por qué estás tan triste? - me pregunta.

    —¡No estoy triste! - le respondo, cortante.

    —Lo siento, - me dice de inmediato.

    Benditamente, hay silencio mientras bajamos hacia el metro. Señalo en la dirección que vamos y aquello asiente y me sigue. Consigo asiento en el metro y aquello queda de pie frente a mí. Baja la mirada hacia mí. Sonríe. Me parece que mira como si sintiese pena por mí. (Artífice, ¿siente la máquina de limpieza pena por alguien? ¿Siente acaso pena por sí misma? ¿Lo hace la inteligencia doméstica? La química corporal de un harni puede que esté basada en la humana, pero está cuidadosamente calculada.)

    Aquello viste una camisa blanca. Yo estudio las uñas de los dedos de mis pies.

    El metro nos deja a las afueras de la Necrópolis, en el Moussin del Halcón Blanco. Hay plañideros de blanco fuera del Moussin y puedo oler vagamente el incienso en el aire caliente. El sol es cegador después de la fría oscuridad del metro y tanto el Moussin como las ropas de las plañideras son dolorosos de mirar. Están hablando y riendo. A menudo, las plañideras no se ven unas a otras durante años, la familia se extiende por todo el país.

    El harni mira a su alrededor, tan curioso como un niño o un grajo. La Necrópolis es todo de piedra blanca, los umbrales se abren hacia la oscuridad.

    Yo crecí en la Necrópolis. No teníamos agua corriente, se enviaba todos los días en un gran camión cisterna y la gente salía y la compraba junto al montículo de piedras. Y vivíamos en tres mausoleos adyacentes en vez de un apartamento pero, salvo por eso, fue una infancia bastante normal. Tengo una hermana y dos hermanos. Mi madre vende ornamentos funerarios de papel, así que la Necrópolis es un muy buen lugar para ella, nada de largos viajes en metro cada día. La parte en la que vivíamos era antigua. Junto a mi cama estaban las fechas de las personas enterradas detrás del muro, de 3673 a 3744. Toda la familia llevaba muerta hacía siglos, nunca nadie venía a estame mausoleo para dejar flores y pájaros de papel. De hecho, cuando yo tenía cuatro años, compramos los derechos de este lugar a una anciana cuya familia había vívido mucho tiempo antes que nosotros.

    Nuestra casa siempre olía a vainilla y al perfume que mi madre usaba para sus flores y pájaros de papel. En medio del mausoleo había arreglos funerarios por todas partes y, cuando comíamos, despejábamos un espacio en el suelo y nos sentábamos rodeados de ellos. Cuando era pequeña, aprendí los diferentes usos de los papeles. Cómo usaba mi madre papel trasparente para los claveles, papél satinado endeble para las rosas y papel fuerte con el grano del lino para los arrogantes halcones. Cuando éramos pequeños, todos olíamos al perfume y cuando me quedaba por la noche con mi amiga Kari, me rodeaba la cintura con los brazos y me susurraba en el cuello, —Hueles muy bien.

    No espero al harni. Tiene que seguirme, no tiene crédito para el viaje en metro. Si no presta atención y se pierde, tendrá que ir a casa andando.

    Cuando miro hacia atrás un bloque y medio más tarde, veo que me está siguiendo. Su largo pelo rizado cuelga libre sobre su hombro y su cara está girada ingenuamente hacia el sol. ¿Disfruta de la sensación de la luz del sol sobre la piel? Probablemente, esto es un placer biológico básico. Debe de disfrutar de las cosas igual que disfruta al comer.

    Kari sale corriendo con pies ligeros.

    —¡Diyet! - me llama.

    Ella aún vive frente a mi madre, pero ahora tiene un marido y una preciosa hija de dos años, un bebé regordete de pelo negro y piel clara del color del ámbar. Tariam, la pequeña, se queda de pie en el umbral con el pulgar en la boca. Kari me coge por las muñecas y suenan mis brazaletes.

    —¡Sal del calor! - Ella mira por encima de mi hombro y dice, —¿Quién es ese?

    El harni se quedá allí con una mano en la cadera, sonriendo.

    Kari me suelta las muñecas y se alza un poquito el velo rosado. Sonríe pensando, por supuesto, que he traído un guapo joven conmigo.

    —Es un harni, - digo y me río, una risa estridente y nerviosa. —Mardin-salah me pidió que lo llevara conmigo.

    —¿Un harni? - me pregunta con voz de duda.

    Yo despacho el asunto con la mano. —Ya sabes, la señora, siempre queriendo juguetes. Él está a cargo del cuidado doméstico de los hombres. - Él, digo, queriendo decir eso, Eso está a cargo.

    Pero no me corrijo, no quiero llamar la atención sobre el error.

    —Me llaman Akhmim, - dice eso suavemente. —¿Eres la amiga de Diyet?

    Su familiaridad me enfurece. Aquí estoy yo, de pie en la calle delante de la casa de mi madre y eso fingiendo ser un hombre sin ningún respeto por mi reputación. Si eso es un hombre, ¿qué estoy haciendo escoltando a un hombre extraño? Y si la gente sabe que es un harni, eso es igual de malo. En la Necrópolis, a la gente ni siquiera le gustan las IAs como las máquinas de limpieza.

    —Kari, - le digo, —Vamos.

    Ella mira hacia al harni un momento más, luego regresa a su pequeña, la recoge y la lleva dentro. Normalmente, yo entraría, me sentaría y charlaría con su madre, Ena. Pondría a Tariam en mi regazo y desearía tener una niña pequeña con uñitas perfectas y tal olor limpio a leche dulce. Se estaría frío y oscuro dentro, el ambiente estaría controlado y comeríamos dulces de miel y beberíamos té. Yo cruzacía la calle, vería a mi madre y mi hermano más joven, que es el único en casa ahora.

    El harni se queda en la calle, mirando hacia el suelo. Parece incómodo. No me mira, al menos tiene la decencia de aparentar que no vamos juntos.

    Kari sale haciendo sonar sus brazaletes. Mientras vamos de compras, ella no se refiere al harni, pero, como nos sigue, mira hacia atrás a menudo. Yo miró hacia atrás y me ilumina con una blanca sonrisa. Parece perfectamente contento de pasear, mirando a los puestos del mercado con sus toldos rojos.

    —Quizá deberíamos dejarle caminar con nosotras, - dice Kari. —Parece grosero ignorarle.

    Yo suelto una carcajada llena de nerviosismo. —No es humano.

    —¿No tiene sentimientos? - pregunta Kari.

    Yo me encojo de hombros. —En cierto modo. Es una IA.

    —No parece una máquina, - dice ella.

    —No es una máquina. - digo irritada con ella.

    —¿Cómo puede ser una IA si no es una máquina? - presiona ella.

    —Porque está fabricado. Es la creación de un técnico. Una combinación artificial de genes cultivados en alguna parte.

    —¿Genes humanos?

    —Probablemente, - digo. —Quizá tenga genes de animal. Quizá tenga algunos que se inventan ellos mismos, ¿Cómo voy a saberlo? - El harni me está arrruinando la tarde. —Ojalá se ofreciera a irse a casa.

    —Quizá no pueda. - dice Kari. —Si Mardin-salah le ha dicho que venga, tendría que hacerlo, ¿no?

    En realidad no sé nada sobre un harni.

    —No parece justo, - dice Kari. —Harni, - le llama, —ven aquí..

    Él inclina la cabeza en señal de alerta. —¿Sí, señora?

    —¿Están los harni prescritos para el gusto? - interroga ella.

    —¿Qué quieres decir, el gusto por la comida? - pregunta él. —puedo degustar, igual que tú, - él sonríe. —Aunque, personalmente no soy un gran entusiasta de las cerezas.

    —No, no, - dice Kari. —Colores, ropa. ¿Eres capaz de ayudar a elegir ropas? ¿Como pendientes, por ejemplo?

    Él se acerca para examinar las mercancías del puesto, selecciona un par de lágrimas de esmalte doradas y rosas y las sostiene en alto para ella. —Creo que mi gusto no es mejor que el de una persona media, - le dice, —pero me gustan estos.

    Ella frunce el ceño, me mira tras las pestañas. Me hace pensar en "eso" como "él". ¡Y está flirteando con él! ¡Kari! ¡Una mujer casada!

    —¿Qué opinas, Diyet? - me pregunta. Ella coge los pendientes, los sostiene al lado de su cara. —Son preciosos.

    —Opino que son llamativos.

    Ella se siente dolida. A decir verdad, le quedan bien.

    Ella frunce el ceño hacia mí. —Me los llevo, dice ella.

    El hombre del puesto nombra un precio.

    —No, no, no, - dice el harni, —no deberías comprarlos, este hombre es un ladrón. - Extiende el brazo para tocarla como si fuese a tirar de ella y yo aguanto la respiración atónita... ¡como si esa cosa tuviese permiso para tocarla!

    Pero el hombre del puesto interrumpe con un precio más bajo. El harni se pone a regatear. Es bueno regateando, pero debería serlo, no tiene compasión ni preocupación por el mercader. La caridad es una virtud humana. El Segundo Coran dice: un humano en necesidad se convierte en el hijo de todo hombre.

    Interminable, este regateo, aunque finalmente, los pendientes son de Kari. —Deberíamos parar y tomar un té, - dice ella.

    —Tengo dolor de cabeza, - le digo, —creo que debería ir a casa.

    —Si Diyet está enferma, deberíamos irnos, - dice el harni.

    Kari me mira, aparta la mirada, culpable. Debería sentirse culpable.

    Bajo al recibidor para acceder a la IA doméstica y allí está el harni. Aparentemente ocupado, pero esperándome.

    —Termino en un minuto y me quito de tu camino, - me dice.

    Dedos y huesos de las muñecas hermosos , hermoso rostro y negro pelo rizado que muestra justo dónde se cierra su camisa. Está construído con elegancia. Esbelto y de largas piernas, como un sabueso. Cuando el técnico lo construyó, ¿sabía qué aspecto iba a tener cuando creciera? ¿Los diseñan estéticamente?

    Toma el informe y se echa a un lado, pero no continúa con su trabajo. Yo le ignoro, hago mis tareas como si no estuviese allí, me quedo de pie dándole la espalda.

    —¿Por qué no te gusto? - me pregunta al fin.

    Considero mis respuestas. Podría decir que él es una cosa, no algo que me deba gustar o disgustar, pero eso no es cierto. Me gusta mi cama, mis cosas.

    —Por tu arrogancia, - le digo al sistema.

    Emite un siseo de aliento hacia el interior.

    —¿Mi... arrogancia? - me pregunta.

    —Tu presunción. -

    Me resulta difícil mantener mi voz nivelada. Cada vez que estoy cerca del harni, descubro que odio el modo en que hablo.

    —Yo... lo siento, Diyet, - susurra. —Tengo muy poca experiencia. No me di cuenta de que te había insultado.

    Me siento tentada a dar la vuelta y mirarlo, pero no lo hago. El harni no siente dolor, me recuerdo a mí misma. Eso una cosa, no tiene más sentimientos que un pez. Menos.

    —Por favor, dime, ¿qué he hecho?

    —Tu comportamiento. Esta conversación, aquí, - le digo. —Siempre tratáis de hacer pensar a la gente que sois humanos.

    Silencio. ¿Lo está considerando? ¿O sería mejor decir procesando?

    —Me culpas por ser lo que soy, - me dice el harni. Suspira. —No puedo evitar ser lo que soy.

    Espero a que diga más, pero no lo hace. Me doy la vuelta, pero se ha ido.

    Después de aquello, cada vez que me ve, inventa cualquier excusa para evitarme. No sé si le estoy agradecida o no. Estoy muy incómoda.

    Mis tareas no son complicadas. Examino la máquina de limpieza y la suelto en la casa de las mujeres cuando moleste a la señora. Estoy anillada a Mardin, aunque sirvo a la señora. Me alegra no estar anillada a ella. Fadina lo está y tiene que tolerar un montón de cosas. Tengo la precaución de nunca culpar a la señora delante de Fadina. Y mucho menos culpar al estúpido perrillo por ensuciar la alfombra. Ella sabe que no se puede razonar con la señora, pero claro, ella está vinculada emocionalmente por el afecto y el deber.

    Las mañanas de los viernes, usualmente, la señora está en sus aposentos preparándose para su bismek del domingo. Las tardes de los viernes sale para jugar a Fichas con sus amigas y para chismorrear sobre los maridos y esposas que no están presentes. Yo limpio las tardes de los viernes. Llamo a la máquina de limpieza y me sigue por el pasillo como un perro, husmeando los tablones del suelo en busca de polvo.

    Abro la puerta y huelo el aceite de rosas. La habitación es diferente, el suelo blanco es de mármol con venas de oro y amatistas, cubierto de alfombras púrpuras. Hay braseros y enormes ventanas abiertas que dan al exterior en una pasalera con pilares. Más allá de las vistas, un mar de lavanda. Es el escenario bismek de la señora. Un joven está leyendo una carta en la pasarela, una chica está de pie detrás de él con su cara manchada por las lágrimas.

    Fantasías interactivas. Los personajes se generan a partir de una lista de rasgos, son proyecciones controladas por quien quiera que sea la señora del juego del bismek y los encarna la IA doméstica. Todas los participantes se acercan y se convierten en personajes del escenario. Hay envenenamientos e intrigas amorosas. Los escenarios de la señora son antiguos y parecen ser bastante populares. Algunas de sus amigas tienen dos o tres identidades en el juego.

    Ella nornalmente lo apaga cuando sale. La pequeña máquina de limpieza se detiene. Puede leer la diferencia entre la realidad y la proyección, pero tiene ordenado que nunca entre en la proyección porque la señora dice que la visión de la máquina husmeando por las paredes interfiere la sensación de realidad alterada. Yo paso detrás de la pantalla y apago el proyector para poder limpiar. La escena desparece, incluso las proyecciones normales, y sólo quedan las habitaciones de la señora y sus paredes desnudas.

    —Adelante, - le digo a la máquina y empiezo a entrar en las habitaciones de la señora para recoger cosas para la colada.

    Para mi horror, la señora sale de su dormitorio. Lleva su largo pelo suelto y despeinado y va vestida en ropa de diario, obviamente no tiene intención de salir. Me ve en el pasillo y se detiene, atónita. Luego su rostro se oscurece, sus hermosas cejas pobladas se doblan hacia su nariz y yo empiezo a rertroceder instintivamente.

    —Oh, Señora, - le digo, —Lo siento, no sabía que estaba dentro, Lo siento, deje que recoja la máquina de limpieza y salga, estaré fuera de aquí en un momento, creí que usted había salido a jugar a Fichas, debería haberlo comprobado con Fadina, es culpa mía, señora-

    —¿Los apagaste tú? - demanda ella. —Muchacha estúpida, ¿apagaste a Zarin y a Nisea?

    Yo asiento en silencio.

    —Oh, Sagrado, - dice ella. —¡Horrorosa muchacha incompetente! ¿Has perdido todo el sentido? ¿Crees que estarían aquí si no estuviera yo aquí? ¡Ya es bastante complicado prepararlo sin interferencias!

    —Lo volveré a encender, - le digo.

    —¡No toques nada! - me chilla. —¡FADINA!

    La señora tiene un bismek muy popular y Fadina siempre me está explicando lo difícil que es para la señora idear nuevos e interesantes escenarios para que participen sus amigas.

    Yo voy retrocediendo hacia la máquina de limpieza mientras la señora me sigue por el pasillo chillando —¡FADINA! - y como estoy mirando a la señora, me tropiezo con Fadina cuando entra por la puerta.

    —¿No le has dicho a Diyet que estaría dentro esta tarde? - dice la señora.

    —Por supuesto,, - dice Fadina.

    Yo estoy boquiabierta. —¡Tú no me lo dijiste! - le digo.

    —Claro que sí, - dice Fadina. —Estabas de camino al acceso. Te lo dije claramente y tú dijiste que limpiarías más tarde.

    Empiezo a defenderme y la señora me abofetea en la cara.

    —Tengo bastante de ti, muchacha, - dice ella.

    Y después la señora me obliga a permanecer allí y me reprende, extiende los brazos y me agarra del pelo y tira haciéndome daño porque, por supuesto, ella cree a Fadina, cuando es la chica quien está mintiendo claramente para evitar el castigo. No puedo creer que Fadina me haya hecho esto. Ella tiene miedo de ofender a la señora, pero siempre ha sido una buena chica y yo soy inocente. Me duele la mejilla y la cabeza por el tirón del pelo, pero lo peor es que estoy furiosa y tan... tan humillada.

    Al final se nos permite salir. Sé que debería darle a Fadina una parte de lo que pienso, pero sólo quiero escapar. Salgo al recibidor, Fadina me agarra con tanta fuerza que me clava las uñas en la parte blanda del brazo.

    —Te dije que está absolutamente loca los sábados, - me susurra. —¡No puedo creer que hayas hecho eso! ¡Y ahora estará de un humor terrible toda la tarde y lo sufriré todo yo!

    —Fadina, - le protesto.

    —¡No me vengas con 'Fadina', Diyet! Si no me llevo un guantazo por esto, será por intervención del Sagrado!

    Yo ya me he llevado un guantazo y ni siquiera era culpa mía. Me zafo del agarre de Fadina y trato de caminar pasillo abajo sin perder mi dignidad. Mi cara está ardiendo y estoy a punto de llorar. Todo se hace borroso por las lágrimas, así que me oculto en las sábanas tendidas y me siento en un cesto. Quiero dejar este lugar, no quiero trabajar para esa vieja. Ne doy cuenta de que mi única amiga en este mundo es Kari y ahora estamos tan separadas y me siento tan dolida y sola que sencillamente lloro.

    La puerta del patio de las sábanas se abre y le doy la espalda pensando, Márchate, quien quiera que seas.

    —Oh, discúlpeme, - me dice el harni.

    Al menos se irá. Pero la idea de que la única cosa próxima sea el harni, me hace sentir aún más solitaria. No puedo dejar de sollozar.

    —Diyet, - me dice dudando, —¿estás bien?

    No puedo responder. Quiero irme y no quiero irme.

    Después de un momento, me dice justo detrás de mí, —Diyet, ¿estás enferma?

    Yo niego con la cabeza.

    Puedo sentirlo allí de pie, perplejo, pero no sé lo que lo hacer. No puedo dejar de llorar y me siento como una idiota. Quiero a mi mamá. Tampoco es que ella fuese a hacer otra cosa que recordarme que el mundo no es justo. Mi madre cree en afrontar la realidad. Sé fuerte, dice siempre. Y eso me hace llorar aún más.

    Después de un minuto, oigo que el harni se marcha. Inundada de autocompasión, lloro también por eso. Mi sentido del ridículo empieza a desequilibrar mi sentido de infelicidad, aunque perversamente descubro que estoy disfrutando de mi llanto. Esa sensación ha estado edificándose en mi interior cada vez con mayor fuerza y ni siquiera lo he sabido.

    Luego, alguien entra de nuevo y yo enderezo la espalda y finjo estar comprobando las toallas. La única persona que podría ser es Fadina.

    Pero es el harni con una caja de pañuelos. Se agacha a mi lado con la cara llena de preocupación.

    —Toma, - me dice.

    Avergonzada, cojo uno. Si no lo supieras, dirías que es un humano normal. Hasta huele a aroma limpio de hombre, como mis hermanos.

    Me sueno la nariz, preguntándome si harni ha llorado alguna vez.

    —Gracias, - le digo.

    —Tenía miedo de que estuvieras enferma. - me dice.

    Niego con la cabeza. —No, sólo estoy enfadada.

    —¿Se llora cuando se está enfadado? - pregunta él.

    —La señora está cabreada conmigo y es culpa de Fadina, pero me tenía que llevar la culpa yo. -

    Eso me hace empezar a llorar otra vez, pero el harni es paciente y simplemente se queda agachado junto a mí entre las sábanas, sujetando la cajita de pañuelos. Para cuando me compongo un poco, hay una pilita de pañuelos arrugados y algunos se han caído al suelo. Cojo dos pañuelos y empiezo a doblarlos en forma de flor, como hace mi madre.

    —¿Por qué eres tan bueno conmigo cuando he sido tan mala contigo? - le pregunto.

    Él se encoge de hombros. —Porque no era tu intención ser mala conmigo, - me dice. —Te hace sufrir. Siento mucho que te haga sentir incómoda.

    —Pero no puedes evitar ser lo que eres. - le digo, probablemente con los ojos enrojecidos.

    Los harni nunca lloran, estoy segura. Son demasiado perfectos. Mantengo los ojos sobre la flor.

    —Tú tampoco, - me dice. —Cuando Mardin-salah te hizo llevarme contigo en tu día libre, ni siquiera fuiste libre de enfadarte con él. Lo supe porque estabas enfadada conmigo. -

    Tiene los ojos como Fhassin, mi hermano (que había tenido largas pestañas como una chica, igual que el harni).

    Pensar en Mardin-salah me da un poco de dolor de cabeza y pienso en otra cosa.

    Recuerdo y me tapo la boca horrorizada. —Oh no.

    —¿Qué pasa? - pregunta él.

    —Creo... creo que Fadina sí me dijo que la señora estaría en casa, pero yo estaba, estaba pensando en otra cosa y no le presté atención.

    Yo estaba de pie en el acceso preguntándome si el harni estaba cerca, dado que él estaba donde yo me lo solía encontrar la mayoría de las veces.

    —Eso es algo bastante natural. - me dice la cosa innatural que es. —Si Fadina no estuviera anillada, probablemente sería más comprensiva.

    Él está programado para ser amable, me recuerdo a mí misma. No debería atribuir motivos humanos a una IA. Pero no he sido justa con él y él es el único en todo el puesto doméstico, aquí entre las sábanas, con una caja de pañuelos. Extiendo los pétalos de la flor y la pongo entre las sábanas. Una blanca flor de papel, una flor funeraria.

    —Gracias... Akhmim. - Me resulta difícil decir su nombre.

    Sonríe. —No estés triste, Diyet.

    Soy cuidadosa y evito la mirada de la señora lo mejor que puedo. Fadina es civilizada conmigo, pero no amigable. Me saluda educadamente con un hola y continúa con lo que sea que está haciendo.

    Es Akhmim, el harni, quien me para una tarde y me dice: —La señora nos quiere en el bismek mañana. -

    No es la primera vez que se me ha pedido que participe, pero normalmente es Fadina quien me hace saber lo que se supone que tengo que hacer. Últimamente, sin embargo, he tratado de ser amable con Akhmim. Se puede hablar bien con él y, como yo, está solo en el cuidado doméstico.

    —¿Qué se supone que vamos a ser? - le pregunto.

    El harni mueve sus largos dedos restando importancia a eso. —Sirvientes, por supuesto. ¿Cómo es el juego?

    —¿El Bismek? - Yo me encojo de hombros. —Es actuar.

    —¿Como los juegos de los niños? - pregunta él con mirada escéptica.

    —Bueno, sí y no. Ya han pasado un par de años y hay cientos de personajes, - le digo. —Todas las damas tienen papeles y tienen que recordar llamarse por los nombres de sus personajes y no por sus nombres reales. Y tienen que fingir que todo es real. Pasan todo tipo de cosas, la gente se mete en problemas y todos solucionan elaboradas tramas y la gente coge extrañas enfermedades y todo el mundo profesa su afecto inmortal. La señora metió a su mejor amiga en prisión durante un rato, Fadina dijo que era muy popular.

    Él me mira durante un rato, parpadeando sus largas pestañas.

    —Te estás riendo de mí, Diyet, - me dice escéptico.

    —No, - digo riendo, —Te digo la verdad. -

    Aunque también me río por él. —Akhmim, nadie se hace daño ni se incomoda nunca.

    Creo que él no consigue decidir si creerme o no.

    El sábado por la tarde voy vestida con una ropa de campesina que deja mis hombros al descubierto y que, podría añadir, me hace parecer ridícula. Seguramente soy una sirvienta. Las proyecciones son más bonitas que las personas reales, pero no son muy útiles para servir comida real.

    Llego temprano a las dependencias de la señora. El olor de un pesado, casi amargo, incienso es abrumador. La cocinera está dispensando comida real, usando nuestro propio servicio, pero la mesa es demasiado alta para sentarse en el suelo y hay velas y cuencos de latón de tiempos que parecen antiguos. Sin la proyección, la elaborada mesa parece extraña dentro de la habitación, que salvo por la mesa, está vacía de mobiliario. Akhmim está ayudando a traer sillas del vestíbulo para que los invitados puedan reclinarse hacia la mesa. Va vestido con ropa blanca que le cae hasta las rodillas y lleva sandalias marrones con elaborados lazos en cruz y, como yo, sus hombros están descubiertos. Aunque el harni parece elegante. Quizá la gente vestía de verdad ropas como estas. Estoy avergonzada de que me vean con un hombre con mis hombros y cuello al descubierto. Recuerda, pienso, Akhmim es lo que es, no es un humano de verdad o no estaría aquí. La señora no tendría un hombre en el bismek, no en sus dependencias. Todo el mundo estaría muy incómodo y Mardin-salah nunca lo permitiría.

    Akhmim alza la mirada, me sonríe y se acerca.

    —Diyet, - me dice, —Fadina dice que la señora está de un humor terrible.

    —Siempre está de un humor terrible cuando está nerviosa, - le digo.

    —Yo estoy nervioso.

    —¡Akhmim! - le digo riendo, —No te preocupes.

    —No entiendo nada de este juego de fingir. - se lamenta en voz baja, —¡Nunca he tenido una infancia!

    Tomo su mano y se la aprieto. Si fuese un hombre, no le tocaría.

    —Lo harás bien. No tenemos que hacer gran cosa de todos modos, sólo servir la cena. Seguro que puedes ocuparte de eso, probablemente mejor que yo.

    Él se muerde el labio inferior y, de pronto, me acuerdo tanto de mi hermano Fhassin que podría llorar. Le aprieto la mano de nuevo. También estoy nerviosa, pero no por servir la mesa. He estado evitando a la señora desde el incidente con la máquina de limpieza.

    Fadina entra, enciende la proyección y de pronto la blanca habitación de mármol brilla a nuestro alrededor. Se llena de sirvientes y músicos afinando sus instrumentos. Me siento mejor al poder ocultarme en la multitud. Akhmim mira la sala.

    —Es emocionante, - dice pensativo.

    Hay cinco invitadas. Fadina las recibe en la puerta y las conduce al guardarropa para cambiarse. Cinco mujeres de mediana edad vienen a fingir. Le digo a Akhmim los nombres de sus personajes mientras entran para que sepa cómo llamarlas.

    Los músicos comienzan a tocar. Las proyecciones de hombres y mujeres se reclinan todas en sus sofás proyectados. Sé algunos de su nombres. Por supuesto, tienen sirvientes proyectados y comida proyectada. Ojalá supiera de qué trata el escenario. Normalmente, Fadina me lo dice con antelación, pero ella no habla mucho conmigo estos días. Poco después entra la señora con los invitados reales y todos encuentran los sofás reales donde pueden charlar unos con otros. El primer plato es pan y queso, ya sobre la mesa, y Akhmim tiene que servir el vino, pero yo me quedo allí de pie junto a una sirviente proyectada. Incluso a esta distancia parece real, exótica con su pelo pálido. Le pregunto cuál es su nombre y me susurra, —Miri. - Fadina está de pie junto al sofá de la señora, mira una vez hacia mí. Se supone que no debo hacer que la IA doméstica haga trabajo extra.

    La primera parte de la comida es aburrida. Las amigas de la señora se levantan de vez en cuando para susurrarse cosas unas a otras o a una proyección, y las proyecciones hacen lo mismo. Se está desarrollando algún tipo de intriga, la gente parece muy tensa y excitada. Akhmim y yo nos miramos y sonreímos. Mientras estoy sirviendo, le susurro, —No está mal, ¿eh?

    Los dos amantes que yo apagué están en esta cena. Supongo que son personajes importantes ahora mismo. Las amigas de la señora siempre están ahí, pero las proyecciones cambian muy rápido. La chica se supone que debe de ser la hija de una de las amigas de la señora. Tendrá algo que ver con la chica, imagino.

    Tras casi dos horas de cena, la chica está discutiendo con su amante y se levanta para marcharse. Pero, con los ojos en blanco, cae al suelo de mármol con gran estrépito. Se produce una actividad histérica, hay personajes proyectados corriendo hacia la chica. La mujer cuyo personaje se supone que es la madre de la chica se comporta con dignidad teatral en el círculo de mujeres reales. El amante está histérico, arrodillado y sollozando. Me hace sentir incómoda, tanto la conmoción de la chica como las reacciones. Busco a Akhmim, está de pie junto a la pared sosteniendo una jarra de vino, observando. Parece pensativo. El amante de la chica alarga el brazo hacia la mesa y coge el vaso de vino mientras todos los demás le observan. La acción está tan resaltada que sólo un idiota fallaría al reconocer lo que se supone importante.

    La "madre" chilla de repente, —¡Detenedle! ¡Es veneno! -

    Se produce más actividad histérica, pero es demasiado tarde. El amante apura el vaso de vino. La "madre" es "sujetada" por sus amigas, expeditosamente, dado que los demás personajes son proyecciones y quedaría como una idiota si tratase tocarlos.

    Me avergüenza el melodrama, el modo en que estas mujeres juegan con la violencia. Miro atrás hacia Akhmim, pero él aún está observando. ¿Qué está pensando?, me pregunto.

    Llaman a un galeno, las proyecciones corren en varias direcciones. Después hay una larga tertulia sobre la escena de la muerte de la chica, seguida por otra, igualmente larga, sobre la muerte del amante. Las mujeres están sollozondo abiertamente, Fadina incluída. Yo junto mis manos, las aprieto, miro al suelo. Por fin, todo se representa, se sientan en el "comedor" y las amigas discuten el escenario y lo bien realizado que ha sido. La señora parece cansada pero complacida. Una por una se cambian, luego se conducen ellas solas fuera de la casa hasta que sólo quedan la señora y la "madre".

    —Ha sido maravilloso, - no para de decirle a la señora.

    —¿Tan bueno como cuando Hekmet estuvo enfermo? - pregunta la señora.

    —Oh, sí. ¡Ha sido maravilloso! -

    Finalmente van al fondo para cambiarse, seguidas por Fadina para ayudar. Akhmim y yo podemos empezar a quitar los platos de la mesa.

    —Bueno, ¿qué te ha parecido? - le pregunto, —¿era cómo esperabas?

    Akhmim hace un gesto poco comprometido.

    Yo apilo los platos y los dejo sobre una bandeja. Akhmim recoge la bandeja, equilibrándola hacia su hombro como un camarero. Es mucho más fuerte de lo que parece.

    —No te ha gustado. - me dice finalmente.

    Niego con la cabeza.

    —¿Por qué no, porque no es real?

    —Por toda esa violencia, - le digo. —Nadie querría vivir de esa forma. Nadie querría que le pasasen esas cosas.

    Estoy recogiendo los vasos de vino, azul transparente y rosa como burbujas de jabón.

    Akhmim está de pie mirándome, me observa del modo que observaba a las mujeres. Pienso, ¿qué somos para los harni? Él es hermoso con la bandeja equilibrada esforzadamente y los músculos de su brazo y hombros desnudos. Parece bastante pagano con esas ropas blancas, con su perfecta cara intemporal. Hasta su largo pelo rizado parece correcto.

    Intento explicarme. —Se divierten con el sufrimiento.

    —Sólo son proyecciones, - me dice.

    —Pero parece real, la finalidad de todo esto es que te olvides de que son proyecciones, ¿no lo ves? -

    Los vasos tintinean unos con otros mientras los recojo.

    En voz baja, me dice, —Sólo son mujeres aburridas de lo que tienen en sus vidas.

    Quiero que entienda que pienso diferente.

    —No me digas que esto no afecta el modo en que ven a las personas, ¡mira el modo en que la señora trata a Fadina! - Akhmim trata de interrumpirme, pero quiero acabar lo que estoy diciendo. —Ella quiere emociones, aunque eso signifique mirar a la muerte. Observar a una chica sufriendo una conmoción, eso no es entretenido, no a menos que algo vaya mal contigo. Lo que hacen es decadente, es... ¡es pecaminoso! La muerte no es un entretenimiento.

    —¡Diyet! - dice él.

    Entonces la señora me agarra y tira del pelo y todos los vasos en mis brazos caen al suelo y se hacen pedazos.

    Dulce infancia. La madurez sabe a sal. Tampoco es que no sea recompensante, lo sé, pero es diferente. Las recompensas de la infancia son la alegría y los placeres, la recompensa de la madurez es la fuerza. Me castigan, pero es un castigo leve, no es algo que demande mucha fuerza. La señora me golpea. En realidad no me hace mucho daño, todo es ruidoso y me asusto y me corto la rodilla al apoyarla sobre cristal roto, pero no hay daño serio. Me encierran en mi habitación y sólo se me ofrece comida de castigo: pan, té y un trozo de queso. Pero puedo tener todo el papel que quiera y lleno la habitación de flores. Rosas blancas de papel, iris blancas con petalos plegados hacia abajo para revelar sus centros, lilas de nieve como trompetas y amapolas y tulipanes de papel como terciopelo. Las paredes son blancas y el mundo es blanco, lleno de flores blancas.

    —¿Qué tal unas margaritas? - me pregunta Akhmim.

    Viene a traerme la comida y mi papel.

    —Demasiado inocente, - le digo. —Las margaritas son sólo para las niñas.

    Fadina recomendó a la señora que Akhmim fuese mi carcelero. Ella cree que odiaría tenerle cerca, pero no podría haber pedido mejor compañía que el harni. Él nunca se impacienta, nunca viene a pedirme que atienda sus propios problemas. Quiere aprender a hacer flores. Intento enseñarle pero nunca puede aprender a hacer nada salvo torpes copias de mi modelo.

    —Las creas a partir de tu propia cabeza - me dice. Sus sagaces dedos tropiezan y arrugan el papel.

    —Mi madre también hace pájaros, - le digo.

    —¿Puedes hacer pájaros? - me pregunta.

    No quiero hacer pájaros, sólo flores.

    Pienso en la Necrópolis. Akhmim está haciendo sus tareas y las mías, de modo que está ocupado durante el día y, en su mayoría, estoy sola. Cuando no estoy haciendo flores, me siento y miro por la ventana, observo la calle o duermo. Probablemente es porque no estoy comiendo mucho, pero puedo dormir durante horas. Pasa una semana, luego dos. A veces siento como si tuviera que salir de esta habitación, pero luego me pregunto a mí misma dónde querría ir y descubro que no supone ninguna diferencia. Esta habitación, el exterior, son el mismo lugar, excepto que esta habitación es segura.

    El lugar al que quiero ir es la Necrópolis, es el que estaba en mi mente, pero ha desaparecido. Yo fui la de más edad, luego mi hermana, Larit, luego mi hermano, Fhassin, y luego el bebé, Michim. En las familias de cuatro, bajo la lucha, hay siempre parejas, dos y dos. Fhassin y yo éramos un par. Mi hermano y yo. Pienso mucho en Fhassin y en la Necrópolis, encerrada en mi habitación.

    Duermo, me como el frugal desayuno que Akhmim me trae, duermo de nuevo. Luego me siento a la ventana o hago flores, duermo de nuevo. El único momento malo es por la tarde, casi de noche, cuando he dormido tanto que ya no puedo dormir y mi estómago está rugiendo y rugiendo. Me siento irritable y llorona. Cuando Akhmim entra por la noche con la cena, me devuelve los sentidos hasta que me acostumbro a su presencia. Su voz tiene muchos tonos, su piel es tan elástica, tan aceitosa y con textura como el papel, que me abruma.

    A veces se sienta con sus brazos alrededor de mis hombros y yo me apoyo en él. Finjo que la intimidad no importa porque él es sólo un harni, pero sé que me estoy mintiendo a mí misma. ¿Cómo he podido haber pensado que no había peligro con él porque estaba hecho en vez de nacido? Entendí desde el principio que él no era de fiar pero, en realidad, era yo de quien no podía fiarme.

    Él siente curiosidad por mi infancia, me dice que él nunca fue un chico. Para mantenerle cerca de mí le digo todo lo que puedo recordar sobre crecer, todo sobre los juegos infantiles, le enseño las canciones para saltar a la comba, las rimas que usábamos para escoger a quién le toca, cómo todo el mundo ponía los puños en el centro y se tocaba un puño en cada sílaba fuerte mientras cantábamos:

    en CA-sa DE miher-MA-na

    MEEN con-TRÉ con U-na RA-na

    DI me RA-na

    U-no y DOS

    DA-meun BE-so

    y DI-mea DIOS.

    —¿Qué significa? - me pregunta él, riendo.

    —No significa nada, - le explico, —es una forma de escoger a quién le toca. Quién es el zorro o quién sostiene la escoba mientras todo el mundo se esconde. -

    Le hablo sobre el zorro y los perros, sobre cómo una vez mi hermano Fhassin, que era un temerario, para escaparse, se subió al tejado de la casa de la abuela de Kari y corrió por todos los tejados y cómo mi nuestra madre le castigó. Y sobre cómo nos peleamos una vez y le di un empujón y, al caerse, se rompió la clavícula.

    —¿Qué hace Kari? - pregunta él.

    —Kari está casada, - digo. —Su marido trabaja, él conduce un camión cisterna, como el que envía el agua.

    —¿Has tenido alguna vez un novio? - me pregunta.

    —Sí, su nombre era Zard.

    —¿Por qué no te casaste? - Él es tan inocente.

    —No funcionó, - le digo.

    "¿Es por qué fuiste anillada?

    —No, - digo.

    Él es paciente, espera.

    —No, - le digo de nuevo. —Fue por Shusilina.

    Y entonces, tengo que explicárselo.

    Shusilina se mudó al mausoleo de la calle de enfrente, donde el abuelo de Kari ha vivido hasta que murió. El abuelo de Kari había sido un soldado de joven y por su valor para con el Sagrado, había recibido un implante Serinitin, para que cuando se hiciera mayor ya no recordara quíen era. Y cuando murió, Shusilina y su marido se mudaron a su casa. Shusilina tenía pelo blanco, orejas puntiagudas y quería un bebé. Yo sólo tenía veinte y trataba de decidir si debería casarme con Zard. Él no me lo había pedido, pero yo pensaba que lo haría y no estaba segura de lo que debía responder. Shusilina era más joven que yo, diecinueve, pero ella quería un bebé y eso parecía terriblemente adulto. Y venía de fuera de la Necrópolis y tenía orejas puntiagudas y todo el mundo pensaba que estaba demasiado llena de sí misma.

    Hablamos sobre Zard y ella me dijo que, después del matrimonio, no era todo miel sobre hojuelas. Fue muy vaga sobre lo que quería decir con eso, pero yo debería saber que, estar enamorada de Zard, no era lo que parecía, que debería entregarme a él, pero que debería guardarme parte de mí privacidad y no permitir que el matrimonio me engullera.

    Ahora me doy cuenta de que ella era una joven novia que trataba de aprender la diferencia entre el romance y la vida, y las conversaciones eran muy obvias y adolescentes, pero parecía muy adulto hablar del matrimonio de este modo. Era como algo sagrado y yo estaba iniciándome en los misterios. Me teñí el pelo de blanco.

    Mi hermana la odiaba. Michim le ponía ojitos a todas horas, pero él sólo tenía trece. Fhassin tenía diecisiete y él se reía de Michim. Fhassin se reía de toda suerte de cosas. Él miraba el mundo tras sus largas pestañas, tan en contraste con su cara de barbilla afilada y sonrisa de mono. Eso fue el año que Fhassin, que siempre había sido más bajo que todo el mundo, casi tan bajito como Michim, se hizo muy alto de repente. Le visitaban las chicas entre risitas, pero él nunca se tomó a ninguna de ellas en serio.

    Todo eso estaba fuera, no dentro de la familia. Por las tardes nos sentábamos en el suelo en medio de nuestros tres mausoleos y hacíamos flores de papel. Viviámos en una casa llena de perfume. Yo tenía veinte, Larera diecinueve, pero nadie había dejado la casa de mi madre y nunca pensamos que eso fuese extraño. Pero lo era, lo era el modo en que nos manteníamos allí.

    Así que cuando a Fhassin dejó de parecerle tonta y empezó a ver a Shusilina como una ¿persona?, yo ni lo sospeché. Las chicas de las risitas pasaban por casa y Fhassin, aunque sonreía, no les prestaba mucha atención. Fueron cuidadosos. Se encontraban por la tarde, cuando su marido estaba construyendo nuevos mausoleos al otro extremo de la Necrópolis y el resto de nosotros dormía.

    Creo que Fhassin lo hacía porque siempre fue un temerario, era como caminar por los tejados de las mausoleos, o como la vez que sacó dinero del tarro de nuestra madre para poder colarse y viajar en metro. Se perdió en la ciudad durante horas y luego se coló furtivamente en el metro arriesgándose a que le pillaran por no pagar.

    No, eso no es cierto. La verdad debe ser que él estaba enamorado de ella. Yo nunca me había enamorado de Zard, quizá nunca me he enamorado de nadie. ¿Cómo iba yo a entenderlo? No podía soportar la idea de dejar la familia para casarme con Zard, ¿Cómo podía él darle la espalda a su familia por Shusilina? Pero alguna alquimia debió de haberle transformado, haberle hecho verla como algo diferente a una vanidosa chica boba, sí, es un cliché llamarla vanidosa chica boba, pero eso es lo que era. Estaba casada y ya no era muy emocionante, no era ni la sombra de lo interesante que era cuando su marido la cortejaba. Fhassin la hacía sentirse importante, mira el riesgo que está asumiendo por ella. ¡Por ella!

    Pero, ¿qué le estaba pasando a Fhassin? Fhassin despreciaba el amor romántico y la sentimentalidad.

    El marido de ella sospechaba, se quedó a esperarlos y los pilló. El barrio entero salió a la calle para ver a mi hermano descamisado y protegiendo a Shusilina, cuyo pelo estaba todo desamarrado alrededor de sus hombros. Fhassin tenía un filo y lo usaba para alejar al vociferante marido. El calor se vertía por sus marrones hombros y pecho adolescentes. Todos nos quedamos en la calle, mirando, sudando. Y Fhassin estaba riendo, completamente serio, pero riendo. Estaba tan lleno de vida. ¿Era la intensidad? ¿Era eso el encanto de Fhassin? Este era mi hermano, el que yo había conocido toda mi vida y era un extraño.

    Me di cuenta de que la Necrópolis era un lugar extraño y no conocía a nadie detrás de la máscara de piel de sus caras.

    Se llevaron a mi hermano y a Shusilina, la divorciaron de su marido por adulterio y los azotaron a ambos, luego los echaron a la prisión durante siete años. No esperé que Zard me pidiese matrimonio, tampoco es que lo hiciera ahora. Me teñí el pelo de negro de nuevo. Me convertí en una hija trabajadora y obediente. Cuando tenía veintiuno, me anidaron, me impresionaron para sentir deber y afecto a quien quiera que pagara la tasa de mi impresión.

    Akhmim no lo comprende. Tiene que irse. Yo lloro cuando se ha ido.

    Finalmente, después de veintiocho días, Salgo de la habitación, blanca y temblando como Iqurth saliendo de la tumba, para afrontar el mundo y mis deberes. No sé lo que la señora le ha contado a Mardin, pero soy objeto de una leve reprimenda, que estoy segura de que Mardin piensa que es paternal. Fadina evita encontrar mi mirada cuando me ve. La chica que trabaja con la cocinera mira al suelo. Me muevo como un fantasma a través de las dependencias de las mujeres. Sólo la señora me ve, fija sus ojos sobre mí cuando sucede que paso a su lado y su mirada es cruel. Si la oigo venir, trato de salir de la sala tan rápido como puedo.

    El viernes por la tarde, ella está jugando a Fichas y yo llevo la máquina de limpieza a su habitación. He preguntado a Fadina para confirmar que ella no está, pero no puedo convencerme a mí misma de que ella se haya ido. Quizá Fadina se haya olvidado, quizá la señora no se lo ha dicho. Entro de puntillas y me paro a escuchar. La proyección usual está encendida. No es el bismek, sino las sedas de diario y frágiles mesas con marcos de plata, lámparas antiguas y cerámica de cobalto. La máquina de limpieza no entra. Me paro y escucho, no hay más sonido que la brisa a través de las cortinas de la ventana. Camino de puntillas por las dependencias, temblando. La cama está deshecha, un bulto de bordados de azul y plata. Eso es inusual, Fadina siempre hace la cama. Pienso en hacerla, pero decido que es mejor que no. Haz lo que siempre has hecho o la señora se te echará encima, me digo. Mejor hacer sólo lo que es seguro. Recojo las ropas del suelo, vuelvo de puntillas y apago la proyección. La máquina empieza.

    Si ella regresa temprano, ¿qué voy a hacer? Me quedo de pie junto al botón del proyector, reacia a salir incluso para poner la ropa en la lavandería. Si regresa, en cuando la oiga encenderé de un golpe la máquina de proyección. La máquina de limpieza se parará, la cogeré y saldré. Es lo único que puedo hacer.

    La máquina de limpieza olisquea extrayendo el polvo en los bordes de las ventanas, en la mesa, en el suelo. Es tan lenta. No paro de encender el proyector creyendo haber oído a la señora. La máquina se para y yo escucho, pero no oigo nada y vuelvo a apagar la proyección y la máquina de limpieza empieza de nuevo. Finalmente termino las habitaciones y la máquina de limpieza y yo hacemos nuestra escapada. He usado aroma extra en las sábanas de lino del armario como a ella le gusta y he puesto acetite extra en los anillos sobre las lámparas y perfume extra en el humidificador de aire. Todo esto es un desperdicio, todo ese dinero, pero así es como lo gusta.

    Tengo un terrible dolor de cabeza. Voy hacia mi habitación, espero y trato de dormir hasta que se me pase. Estoy dormida cuando Fadina golpea en mi puerta y me siento adormilada y desaliñada.

    —La señora quiere verte, - grita mirándome.

    No puedo ir.

    No puedo no ir. La sigo sin arreglarme el pelo o ponerme las sandalias.

    La señora está sentada en su dormitorio, aún vestida de azafrán y con velo. Imagino que acaba de regresar.

    —Diyet, - me dice ella, —¿has limpiado mi habitación?

    ¿Qué he desordenado? No hice nada en esta habitación excepto recojer la ropa sucia y pasar la máquina de limpieza. ¿Acaso falta algo?

    —Sí, señora, - le digo. Oh, mi corazón.

    —Mira esta habitación, - me sisea.

    Yo miro sin saber lo que estoy buscando.

    —¡Mira la cama!

    La cama parece igual que cuando entré, mantas y sábanas apiladas, brillantes de azul y plata, el olor de su perfume en el frío aire.

    —Ven aquí, - ordena la señora, —De rodillas. - Me arrodillo para no ser más alta que ella. Ella me mira durante un rato, tan furiosa que parece que no consigue hablar. Entonces la veo venir, pero no puedo hacer nada. De arriba viene su mano y me abofetea. Yo me inclino hacia un lado, en gran parte por la sorpresa.

    —¿Eres demasiado estúpida para no saber siquiera cómo se hace una cama?

    —Fadina siempre hace su cama, - le digo. debería haberla hecho... debería haber... Sagrado, qué idiota soy.

    —¿Así que la única vez que Fadina no hace tu trabajo, eres demasiado perezosa para hacerlo tú misma?

    —Señora, - digo, —Tenía miedo de...

    —¡Haces bien en tener miedo! - me grita.

    Me abofetea en ambos lados de la cara y me grita con su cara cerca de la mía. Y me grita y sigue gritando. Yo no escucho, es sólo sonido. Fadina me acompaña hasta la puerta. Mantengo la cabeza erguida, trato de mantener algo de dignidad.

    —Diyet, - susurra Fadina.

    —¿Qué? - digo pensando que quizá ella se haya dado cuenta de es culpa de la señora, de que no es culpa mía.

    Pero ella sólo niega con la cabeza.

    —Intenta no cabrearla, sólo eso. Simplemente no la enfades. -

    Su cara muestra súplica, quiere que entienda

    ¿Entender qué? ¿Que ella está anillada? Como dice Akhmim, sólo somos lo que somos.

    Pero entiendo cómo va a ser a partir de ahora. La señora me odia y no hay nada que pueda hacer. El único modo de escapar es pedirle a Mardin que me venda, pero entonces tendría que dejar a Akhmim. Y dado que es un harni, ni siquiera puede viajar en metro sin que alguien le de crédito. Si me marcho, nunca volveré a verle de nuevo.

    La habitación está llena de susurros. La ventana está abierta y la brisa suena entre las flores de papel. Hay flores por todas partes, sobre el vestidor, la sillas. Akhmim y yo nos sentamos en la oscura habitación, iluminada sólo por la luz de la calle. Él está sentado sobre una pierna. Como un animal, una pantera, indolente.

    —Aún serás joven cuando yo sea vieja, - le digo.

    —No, - me dice. Eso es todo, sólo una palabra.

    —¿Os hacéis viejos?

    —Sí, vivimos nuestro tiempo natural. Unos sesenta, sesenta y cinco años.

    —¿Os salen arrugas? ¿Canas?

    —Algunas. Nuestras articulaciones empeoran, se hinchan, como la artritis. Las cosas se estropean. -

    Él está tan calmado esta noche. Normalmente es animado.

    —Eres tan paciente, - le digo.

    Él hace un gesto con las manos. —No es importante.

    —¿Es difícil ser paciente?

    —A veces, - me dice. —siento frustración, enfado, miedo. Pero nos engendran para ser pacientes.

    —¿Qué te pasa? - le pregunto.

    Sueno como una niña pequeña, con la voz casi toda respiración.

    —Estoy pensando que deberías irte de aquí..

    La señora siempre está encontrando algo. Nada de lo que hago está bien. Me tira del pelo, me confina a mi habitación. —No puedo, - digo. —Estoy anillada.

    Él está tan quieto en el crepúsculo.

    —Akhmim, - le digo, súbitamente cruel. —¿Quieres que me vaya?

    —Se supone que los harni no tienen que querer,' - me dice con su voz plana.

    Nunca le oído antes pronunciar la palabra harni. Suena obsceno. Me llena de nerviosismo, de energía sin usar. Si él se está desesperando, ¿qué me espera a mí? Voy por todo el mobiliario, recojo una brazada de flores, arrugadas y frías, y la suelto en su regazo.

    —¿Qué? - me dice.

    Cojo más flores y las tiro sobre sus hombros. Gira la cara hacia mí, iluminada por las farolas, llena de maravilla. Reúno flores de la silla, las dejo caer sobre él. Hay flores por toda la cama, flores funerarias. Él levanta los brazos, las flores caen de sus mangas y coge mis brazos para hacerme parar, diciendo, —Diyet, ¿qué? -

    Me inclino hacia adelante y cierro los ojos.

    Espero, oyendo la brisa susurrar a las lilas, las amapolas, las rosas sobre la cama. Espero una eternidad. Hasta que él, por fin, me besa.

    Él no hace más que besarme. Tumbado entre todas las flores aplastadas, me acaricia la cara, el pelo, me besa, pero eso es todo.

    —Tienes que irte, - me dice, desesperadamente —Tienes que hablar con Mardin, decirle que te venda.

    No me iré. No tengo ningún lugar a dónde ir.

    —¿Me amas porque tienes que hacerlo? ¿Es porque eres un harni y yo soy humana y tienes que servirme? - le pregunto.

    Él niega con la cabeza.

    —¿Me amas por eso? - le presiono. No hay palabras para las preguntas que le hago.

    —Diyet, - me dice.

    —¿Amas a la señora?

    —No, - me dice.

    —Deberías amar a la señora, ¿verdad?, pero tú me amas a mí.

    —Vete a casa, vete a la Necrópolis. Huye, - me urge besando mi cuello, diminutos besos como si hubiera estado pensando en mi cuello durante mucho tiempo

    —¿Huir? ¿De Mardin? ¿Qué voy a hacer durante el resto de mi vida? ¿Hacer flores de papel?

    —¿Qué habría de malo es eso?

    —¿Vendrías conmigo? - pregunto.

    Él suspira y se apoya en el codo. —No deberías enamorarte de mí.

    Esto es gracioso. —Menudo momento escoges para decírmelo.

    —No, - me dice, —es el correcto. - Lleva la cuenta con su elegantes dedos. —Uno, soy un harni, no un ser humano, y pertenezco a otro. Dos, sólo te he causado problemas, si yo no hubiera estado aquí, no habrías tenido estos problemas. Tres, la razón por la que está mal que un humano ame a un harni es porque las relaciones harni-humano son malos paradigmas para el comportamiento humano, dificultan las relaciones humano-con-humano-

    —No tengo ninguna relación humano-con-humano, - le interrumpo.

    —La tendrás, eres muy joven.

    Me río de él. —¡Akhmim, tú eres más joven que yo! Sólo es sabiduría programada.

    —Pero sabiduría al fin y al cabo, - me dice, solemnemente.

    —¿Entonces, por qué me has besado? - le pregunto.

    Él suspira. Es tan parecido a un suspiro humano, lleno de frustración. —Porque estas muy triste.

    —Ahora mismo no estoy triste. - le digo. —Estoy feliz porque estás aquí. -

    Estoy algo nerviosa. Asustada. Porque todo esto es muy extraño y aunque no dejo de decirme a mí misma que es muy humano, temo que en el fondo sea un extraño, más desconocido que mi hermano. Pero quiero que se quede conmigo. Y estoy tan feliz. Asustada pero feliz.

    Mi amante. —Quiero que seas mi amante, - le digo.

    —No. - Se sienta en cama.

    Éstá hermoso incluso despeinado. Puedo imaginar mi aspecto. Quizá ni siquiera le gusto, quizá tiene que actuar así porque yo quiero. Se pasa los dedos por el pelo, sus pendientes relucen a la luz de la calle.

    —¿Se enamoran los harni? - le pregunto.

    —Tengo que irme, - me dice. —Hemos aplastado tus flores. -

    Recoge una lila cuyos largos pétalos se han retorcido y arrugado y trata de enderezarlos.

    —Puedo hacer más. ¿Tienes que ser así porque yo quiero?

    —No, - me dice muy bajito. Luego, más claro, como una recitado, —Los harni no tienen sentimientos, no en el sentido humano. Somos leales, flexibles y afectivos.

    —Eso te hace sonar como un perro listo, - le digo irritatada

    —Sí, - me dice, —eso es lo que soy, un perro listo, un perro muy listo. Buenas noches, Diyet.

    Cuando abre la puerta, la brisa entra y las flores se mueven y algunas caen fuera de la cama, tratando de seguirle.

    —Hija, - me dice Mardin, —No estoy seguro de que esta sea la mejor situación para ti. - Él me mira amablemente. Ojalá Mardin no pensara que tiene que ser mi padre.

    —¿Mardin-salah? - digo, —No lo entiendo, ¿ha sido insatisfactorio mi trabajo? -

    Por supuesto que mi trabajo ha sido insatisfactorio. La señora me odia. Pero temo que descubran lo que hay entre Akhmim y yo, aunque no sé cómo podrían. Akhmim me está evitando de nuevo.

    —No, no, - él mueve su mano airadamente, —tus cuentas están en orden, has sido una chica buena y frugal. No es culpa tuya.

    —Yo sé... soy consciente de que he sido torpe, que quizá no siempre he comprendido lo que la señora deseaba pero, Mardin-salah, ¡estoy mejorando! -

    Estoy mejorando en ignorarla, quiero decir, pero no quiero parecer inadecuada. Sentada aquí, me doy cuenta del problema que le he causado. Él odia tener que lidiar con los asuntos domésticos. Estoy anillada a este hombre, sus sentimientos son importantes para mí. El rechazo de mis servicios es doloroso. Este ha sido un buen trabajo, he sido capaz de ahorrar algo de dinero para que cuando sea vieja, no acabe como mi madre, obligada a luchar y confiar en que los hijos sean capaces de mantenerla cuando ya no pueda trabajar.

    Mardin está incómodo. La parte de mí que está anillada puede ver que esta no es la clase de deber que a Mardin le gusta. Esto no es como él se ve a sí mismo, él prefiere ser el patriarca benevolente.

    —Hija, - me dice, —has sido ejemplar, pero las esposas... . - suspira. —A veces, hija, tienen sus caprichos y es mejor para mí y para ti, si te encontramos otra buena posición en otra casa.

    Al menos no ha dicho nada sobre Akhmim. Yo inclino la cabeza porque temo empezar a llorar. Estudio mis pies. Intento no pensar en Akhmim. Sola de nuevo. Oh Sagrado, Estoy tan cansada de estar sola. Estaré sola toda mi vida, las mujeres anilladas no se casan. No puedo evitarlo. Empiezo a llorar. Mardin lo toma como una señal de lealtad y me da golpecitos en el hombro.

    —Vamos, vamos, hija, todo irá bien.

    No quiero que Mardin me conforte. A la parte de mí que observa, que no está anillada, ni siquiera le gusta Mardin, pero al mismo tiempo, quiero hacerle feliz, de modo que trato de sonreir.

    —Yo ... sé que sabéis lo que es mejor, - consigo decir.

    Pero mi turbación le deja incómodo. Me dice que cuando se hayan hecho los arreglos, me lo dirá.

    Busco a Akhmim para decírselo, pero él permanece en el lado masculino de la casa, lejos del centro donde comemos y muy lejos del lado de las mujeres.

    Empiezo a entender. Él no me amaba a mí, sólo es un harni... fui yo quien le conduje hacia mí misma. Quizá yo no sea mejor que Shusilina, con su cabello blanco y orejas puntiagudas. De modo que sigo trabajando, ¿qué otra cosa me queda? Y evito a la señora. Evidentemente, Mardin le ha debido decir a su esposa que se está deshaciendo de mí, porque los cesan los ataques. Fadina incluso me sonríe, aunque distante. Me gustaría hacerme amiga de Fadina de nuevo, pero ella no me da una oportunidad. No lo volveré a ver nunca. Él ni siquiera está muy lejos de mí y yo no volveré a verle de nuevo.

    No hay nada que hacer. Akhmim me evita. Miro por el patio y el comedor hacia el lado de los hombres, pero casi nunca le veo. Una vez estuvo allí, con su largo pelo rizado y sus negros ojos de gacela, pero él no miró hacia mí.

    Meto mis cosas en la mochila. Viene mi nueva señora. Es una mujer alta de pelo gris, de ojos ligeramente saltones. Tiene una voz aguda y un modo de encorvar los hombros como si en realidad deseara ser una mujer más bajita. ¿Se supone que debo entregarle mi vida? Eso es algo monstruoso.

    Estamos en la oficina de Mardin. Estoy enfadada, quiero desesperadamente dejar esta casa. Temo entrar en una habitación y encontrarme a la señora. Intento no pensar en Akhmim. Pero lo que es más triste es la idea de dejar a Mardin. ¿Comprenderá la próxima chica que él quiere fingir que es frugal, pero que realmente no lo es? Estoy casi abrumada por la vergúenza de haber causado esto. Sólo me marcho por mi propia idiotez y le he fallado a Mardin, que sólo quería paz.

    No lloraré. Estas son emociones impresionadas. Pronto las sentiré por esta extraña mujer. Oh Sagrado, qué malvada suerte haber cambiado a esta mujer por la señora. Ella viste de bronce y blanco. El bronce estaba muy de moda cuando vine por primera vez y la señora lo vestía a menudo, pero esto fue años atrás y estas son ropas de segunda clase, ropas de jovencita y no propias de mi señora en absoluto. Ella está nerviosa, deseando que a mí me guste y todo lo que quiero hacer es tirarme a los pies de Mardin y avergonzarle pidiendo quedarme.

    Mardin dice, —Diyet, ella ha pagado la tasa.

    Me muestra la transacción de crédito y veo que la tasa es menor que cuando vine a la casa de Mardin.

    —Te ordeno que aceptes a esta mujer como tu nueva señora.

    Ya está. Ese es el activador. Me siento un poco desorientada. Nunca había notado en realidad lo laxa y blanda que era la papada de Mardin. En realidad no tenía descripción de él. Me pregunto lo que debe ser para la señora estar casada con él. Ella es alta y vivaracha, si acaso un poco rellena y era una belleza en sus días. Ella debe de haberle encontrado decepcionante. No me sorprendería que fuese una amargada.

    Mi nueva señora me sonríe tentativamente. Bueno, ella puede o no estar a la moda como lo estaba mi antigua señora, pero parece amable. Eso espero, me gustaría vivir en una casa amable. Le devuelvo la sonrisa.

    Y ya está. Estoy impresionada.

    Mi nueva casa es mucho más pequeña. La última cuidadora de la casa de la señora era claramente ineficiente. Me mantengo ocupada durante días sólo tratando de ordenar las cosas. Debo ser frugal, hay mucho menos dinero en esta casa. Es sorprendente lo mucho que me he acostumbrado al dinero en la casa de Mardin. Esto es mucho más como crecer.

    Hago inventarios de las ropas y sábanas y limpio todas la habitaciones de arriba abajo. Al principio estoy nerviosa, pero mi nueva señora no es como la antigua en absoluto. Ella observa atónita mí trabajo y nunca se ofende si entra en su habitación y yo tengo la máquina de limpieza funcionando. Aprendo a no trabajar demasiado alrededor de ella, ella es extrañamente sensible sobre ello. No me lo dice, pero empieza a hacer curiosos gestos de vergúenza o sugiere que me prepare un té para mí misma. Su marido es un anciano. Me sonríe y me cuenta chistes muy malos, juegos de palabras de los que tengo que reirme para ser educada. Me gustaría evitarle porque él me aburre hasta sacarme las lágrimas. Tienen una hija que es un terror. Se mete en problemas a todas horas. Se gasta el dinero, coge la ficha de crédito de su madre sin pedirla. Se han visto obligados a poner un gobernador para las compras diarias y están en proceso de bloquearle el crédito de los padres a la chica.

    La hija es bastante simpática conmigo, pero su amabilidad es falsa. Ella discute con su madre sobre gastar dinero en conseguir una sirviente anillada, en lugar de enviarla a la escuela. Pero las notas de la hija en la academia son horrorosas y la señora dice que ya no gastará más dinero.

    Akhmim. Pienso en él a todas horas.

    Animada por la aprobación de mi señora, redecoro el mobiliario. Cojo algunas cosas que tiene, no son muy bonitas, y las pongo en su habitación. Reprogamo la IA doméstica. Es muy limitada, insuficiente para algo tan complicado como un bismek, pero puede manejar proyecciones, por supuesto. Recuerdo las cosas que solía gustarle a mi antigua señora y las pongo alrededor de los vasos de cobalto y fotos con marcos de plata. Los suelos de mármol abrumarán estas habitaciones, pero la baldosa que escojo es bonita.

    Mis días libres son los martes y la mitad del domingo. El martes, mi señora me pide disculpas. Van un poco justos con el crédito y no puede adelantarme mi paga de ocio hasta el domingo, ¿me importa?

    Pues, un poco, pero le digo que no. Paso la tarde haciendo flores.

    Cuando hago flores pienso en Akhmim y en mí sobre la cama, rodeados de claveles e iris aplastados. No es bueno pensar en Akhmim, él no me echa de menos, estoy segura. Es un harni, siempre es una cosa con dueño, sujeto a los caprichos de sus propietarios. Si no le hubieran construído con lealtad duradera, su vida sería horrible. Seguramente, cuando el técnico construyó sus genes, se aseguró de que Akhmim olvidara rápidamente. Me dijo que los harni no aman. Pero también me dijo que lo hacían. Y me dijo que no amaba a mi antigua señora, aunque quizá sólo lo dijo porque tenía que hacerlo, porque yo no amaba a la antigua señora y su deber es hacer feliz a los humanos.

    Pongo las flores en un jarrón. Mi señora está deleitada, piensa que son adorables.

    Largas lilas, estambres espinosos y largos pétalos como lenguas colgando. A veces tengo sensaciones que no tienen palabras, y miro las flores de papel y quiero rasgarlas en pedazos.

    En domingo, mi señora tiene mi renta de ocio. Mardin solía añadir algo extra, pero noto que, en mi nuevas circunstancias, no puedo esperar eso. Voy al Moussin del Halcón Blanco a las afueras de la Necrópolis para oir el servicio.

    Luego subo al metro hacia la calle de la casa de Mardin. Ni siquiera intento andar por la calle pero, claro está, lo hago y me quedo fuera de la casa, buscando un rastro de Akhmim. Temo quedarme mucho tiempo. No quiero que nadie me vea. ¿Qué dirían, que tengo nostalgia? Estoy anillada.

    Me gusta llevar algo que hacer en el metro para que el viaje no sea tan aburrido. He traído una bolsa de papel para hacer flores. Pienso en ganarme un dinerillo extra haciendo coronas. No se me permite dárselo a mi señora, va contra la ley. La ley es para proteger al anillado, esto es cierto.

    En la Necrópolis, vivía en los mausoleos, rodeada por la muerte. Quizá no sea extraño que yo resulte un poco mórbida y quizá por eso saco una flor de mi bolsa y la dejo sobre un alféizar en el lado de la casa de los hombres. Después de todo, algo murió, aunque no puedo decir con palabras exactas el qué. En realidad no sé qué ventana es la de Akhmim, pero no importa, sólo es un gesto. Sólo me hace sentir boba.

    El lunes despierto temprano y bebo té de menta caliente. Lleno cubos de agua y friego el patio de piedra. Hago una lista de todas las reparaciones que hay que hacer. Cojo las impresiones de la señora y las empaqueto. Ella las guarda, se suscribe a varios servicios y siente que podrían ser útiles. Mi antigua señora tendría bastante que decir sobre alguien que guarda hojas impresas. La señora sale de compras y yo limpio todo su almacén. Ella tiene ropas que debería tirar, cosas de hace quince años y desesperadamente fuera de fecha, (recuerdo cuando yo llevaba el pelo blanco. Y más tarde cuando solíamos envolvernos el cabello con velos, las puntas seguían a la parte de atrás de nuestras rodillas. Parecíamos tan bobas, tan altaneras. ¿Qué llevan las jóvenes ahora? ¿Cómo he llegado a hacerme tan mayor? Ni siquiera tengo treinta.)

    Separo todas el cosas que debería arreglar, pero no quiero sentarme aún. Pongo en marcha la máquina de limpieza, un torpe trasto viejo incluso más estúpido que el de Mardin. Me afano durante todo el día. soy un torbellino. No hay bastantes cosas que hacer en esta casa, incluso limpio la máquina de limpieza, así que limpio algunas habitaciones dos veces.

    Aún así, cuando es hora de dormir, no puedo. Me siento en mi habitación haciendo una corona funeraria de claveles y pequeñas rosas medio abiertas. Las rosas blancas relucen como el satén.

    Despierto en mi día libre, cansada y rígida. En el espejo, parezco horrible, tengo el pelo enredado y ojeras. Menos mal que el harni nunca me vio así, pienso. Pero ya no pensaré en Akhmim. Esa parte de mi vida ha acabado y he dejado una flor en su mausoleo. Hoy llevaré mis coronas funerarias y veré si puedo encontrar una tienda que las compre. Son un buen trabajo, con seguridad alguien estará interesado. Sólo rentaría calderilla, un ligero alivio para el bolsillo de mi señora. Así no se sentirá como si no me estuviera proporcionando extras. Puedo proporcionarlos por mí misma.

    Voy en metro todo el camino hacia la Necrópolis, protegiendo con atención mis coronas del resto de pasajeros. Camino todo el día por la Necrópolis hablando con los mercaderes de los puestos, parando a veces para un té y, cuando he vendido las coronas, me siento durante un rato a observar a la gente y a vaciar la mente.

    Estoy en paz, ahora puedo regresar con mi señora.

    El Segundo Coran nos dice que la oscuridad en nosotros mismos es algo siniestro. Espera hasta que nos relajamos, espera hasta alcanzar los momentos más vulnerables y luego nos embauca. Quiero ser trabajadora. Quiero cumplir con mi deber. Pero cuando regreso al metro, pienso hacia dónde me dirijo. A la casita y a mi vacía habitación. ¿Qué haré esta noche? ¿Hacer más flores de papel, más coronas? Estoy harta de ellas. Harta de la Necrópolis.

    Puedo subir al metro hasta la casa de mi señora o puedo pasarme por la calle donde está la casa de Mardin. Estoy cansada. Estoy lista para ir a mi pequeña habitación y relajarme. Oh, Sagrado, me aterroriza la noche vacía. Quizá debería pasarme por la calle, sólo para llenar el tiempo. Tengo que hacer algo con este tiempo vacío frente a mí. Esta noche y mañana y la semana siguiente y el mes siguiente y así a través de los años, pues nunca me casaré y me convertiré en una mujer exahusta. Noches invertidas en doblar papel. Días limpiando la casa de otra persona. Tardes libres invertidas en comprar un poco, parar en puestos de té porque me duelen los pies. Eso es lo que los vivos hacen, ¿no? ¿Intentar llenar nuestro tiempo con una actividad diseñada para evitar que nos demos cuenta de que no tiene significado? Me siento a una mesita del tamaño de una bandeja y observo a los chicos pasar zumbando encima de sus scooters, a las chicas sentadas detrás de ellos, aferrando sus cinturas con una mano, sujetando sus velos con la otra, mientras sus vestidos fluyen y aletean detrás de ellas y brillan con el fulgor del oro (la moda del año).

    Bajo del metro, camino hasta la calle donde vive Mardin y subo la calle más allá de la casa. Paro y miro hacia ella. Las paredes son de piedra amarillo pálido. Yo visto de rosa y azul celeste, pero he salido sin cintas alrededor de mis muñecas.

    —Diyet, - dice Akhmim asomándose sobre el alféizar, —aún estás triste.

    Él parece tan familiar y está tan tranquilo, como si hiciéranos esto todas las tardes.

    —Vivo una vida triste, - le digo con voz normal.

    Pero mi corazón está latiendo. ¡De verle! ¡Por hablar con él!

    —Encontré tu muestra, - me dice.

    —Mi muestra, - digo, sin entender.

    —La flor. Pensé que hoy sería tu día libre así que traté de vigilar todo el día. Pensé que habías venido y te echaba de menos. -

    Luego él desaparece durante un momento y, luego, está sentado sobre la alféizar, piernas y pies por fuera y salta ágilmente hasta el suelo.

    Le llevo a una tienda de té. La gente nos mira, preguntándose lo que está haciendo una joven sin compañía con un joven. Deja que miren.

    —Pide lo que quieras, - le digo, —Tengo algo de dinero.

    —¿Eres más feliz? - me pregunta. —No pareces más feliz, pareces cansada.

    Y él parece perfecto, como siempre. ¿Me he enamorado de él precisamente porque no es humano? No me importa, siento amor, da igual la razón. ¿Importa acaso la razón para un sentimiento? La sensación que tengo por mi señora puede estar ahí sólo porque estoy impresionada, pero la sensación es lo bastante real.

    —Mi señora es amable, - le digo mirando hacia la mesa. A sus manos perfectas, hermosas uñas y largos dedos ahí apoyados.

    —¿Eres feliz? - pregunta él de nuevo.

    —¿Y tú? - pregunto.

    Él se encoge de hombros. —Un harni no tiene el derecho de ser feliz o infeliz.

    —Yo tampoco, - digo.

    —Pues es culpa tuya. ¿Por qué lo hiciste? - pregunta él. —¿Por qué escogiste ser anillada? Eras libre. - Su voz es amarga.

    —Es difícil encontrar trabajo en la Necrópolis y no pensé que me fuera a casar nunca.

    Él sacude la cabeza. —Alguien te desposaría. Y si no lo hicieran, ¿es tan horrible no casarse?

    —¿Es tan horrible estar anillada? - le pregunto.

    —Sí.

    Eso es todo lo que dice. Supongo que a él le parece como si yo lo hubiera abandonado todo, pero ¿cómo puede entender cómo nos arrebatan nuestras elecciones? Él ni siquiera entiende la libertad ni lo que es realmente una ilusión.

    —Huye, - me dice.

    ¿Y dejar a la señora? Estoy horrorizada.

    —Ella me necesita, no puede llevar esa casa sola y le he costado mucho dinero. Ha hecho sacrificios para comprarme.

    —Podrías vivir en la Necrópolis y hacer coronas funerarias, - me urge. —Podrías hablar con quisieras y nadie te ordenaría nada.

    —No quiero vivir en la Necrópolis, - le digo.

    —¿Por qué no?

    —¡Porque no hay nada allí para mí!

    —Tienes amigas allí.

    —No las tendré si huyo.

    —Haz amigas nuevas, - me dice.

    —¿Irías tú? - le pregunto.

    Él niega. —No soy una persona, no puedo vivir.

    —¿Y si pudieras vivir, huirías?

    —Sí, - me dice, —sí. - Endereza los hombros con desafío y me mira. —Si pudiera ser humano, lo sería. -

    Me está avergonzando.

    Llega nuestro té. Mi cara está inflamada de color. No sé qué decir. No sé lo que pensar. Él parece moralmente superior. Cree que sabe que la verdad es digna de algo que yo he deshechado. No comprende nada en absoluto.

    —Oh, Diyet, - me dice en voz baja. —Lo siento. No debería decirte estas cosas.

    —No pensaba que pudieras tener esos sentimientos, - le susurro.

    Él se encoge de hombros de nuevo. —Puedo tener algunos, - me dice. —Los harni no están anillados.

    —Me dijiste que pensara en ti como un perro, - le recuerdo. —Leal.

    —Soy leal, - me dice. —No me pregustaste a quién era leal.

    —Se supone que has de ser leal a la señora.

    Él tamborilea la mesa con los dedos, taptaptaptap, taptaptaptap. —Los harni no son como los gansos, - me dice sin mirarme. Su pendiente es dorado, valioso y de apariencia elegante. No me había percatado en mi nuevo lugar de lo hambrienta que me había vuelto por las cosas caras.

    —No nos impresiona la primera persona que vemos. - Luego él niega con la cabeza. —No deberíamos hablar sobre todo este sinsentido. Debes marcharte, yo debo volver antes de que noten mi ausencia.

    —Tenemos mucho de que hablar, - le digo.

    —Tenemos que irnos, - me insiste.

    Luego, me sonríe y toda la infelicidad desparece de su rostro. Ya no parece humano, parece complaciente, un harni. Siento un escalofrío. Él es tan extraño. Le entiendo menos de lo que entiendo a la gente como mi antigua señora. Nos levantamos y aparta la mirada mientras yo pago

    Fuera de la casa de Mardin, le digo, —Volveré el próximo martes.

    Es bueno que lo hiciera tan temprano porque camino como sonámbula a través de los días. Dejo la máquina de limpieza en el umbral donde la señora casi tropieza con ella. Olvido colocar las ropas en orden. No sé lo que pensar.

    Oigo a la señora decirle a la vecina, —Ella es una bendición, pero tan temperamental. Un día lo hace todo y al día siguiente no se puede contar con que se acuerde de poner la mesa.

    ¿Qué derecho tiene ella de hablar así de mí? Su casa era una pocilga cuando llegué.

    ¿Qué estoy diciendo? ¿Qué problema tengo para culpar a mi señora? ¿Dónde tengo la cabeza? Me siento enferma, se me inundan los ojos y la cabeza. No puedo respirar, me siento mareada. Debo ser trabajadora. Solía tener esa emoción de vez en cuando la primera vez que fui anillada, es parte de ajuste. Debe de ser el cambio. Tengo que hacerme los ajustes otra vez desde el principio.

    Encuentro a la señora, le digo que no me siento bien y me acuesto.

    La tarde siguiente justo antes de la cena sucede de nuevo. El día después de ese estoy bien, pero luego sucede al mediodía del tercer día. Es domingo y tengo la tarde libre. Me obligo a mí misma a trabajar toda la mañana. Tengo la voz ronca y me duele la cabeza. Quiero dejar todo listo porque no estaré aquí para cenar por la tarde. Queso blanco, olivas y tomates en una bandeja. Mi estómago se rebela y tengo que ir corriendo al cuarto de baño.

    ¿Qué me está pasando?

    Voy al Moussin por la tarde cargando mi bolsa, que es pesada por el papel, y me siento en la fría oscuridad polvorienta, apoyando mi pobre cabeza. que debiera rezar. Debería pedir ayuda, pedir una guía. El Moussin es tan viejo que la piedra está gastada irregularmente y a través de mis zapatillas puedo sentir las pequeñas cimas y valles del mármol. Sobre del recibidor principal de adoración hay galerías ocultas por arabescos tallados en virutas. Kari y yo solíamos sentarnos allí arriba cuando éramos pequeñas. Por encima de aquello, la luz del sol destella a través de las ventanas del claristorio. Donde la luz golpea, el suelo de mármol brilla con fuerza haciéndome daño en los ojos y la cabeza. Apoyo la frente en el brazo, me siento de lado en el banco para poder apoyarme sobre la espalda. Con los ojos cerrados, huelo el incienso y mi propio olor a perfume y transpiración.

    Hay gente que asiste al servicio, pero nadie me molesta. ¿No es asombroso?

    O quizá sea porque todos pueden ver que soy impura.

    Me canso de mi propio melodrama. No dejo de pensar en que la gente me está mirando, que alguien va a decirme algo. No sé otro sitio dónde ir.

    Ni siquiera intento pensar en volver a mi habitación. Subo al metro para ir a casa de Mardin. Subo las escaleras del metro, estas son más nuevas pero, como el suelo del Moussin, están desgastadas irregularmente, ajadas en el centro del suelo por el peso de esta concurrida ciudad. ¿Cómo sería cruzar el mar e ir al norte? ¿Ir a la peninsula Ida o hacia el norte desde allí, hacia el continente? Solía sentir deseos de viajar, de ir a un lugar donde la gente tuviera el cabello amarillo, de ver bosques enteros de árboles. Cruzar los océanos, aprender otros idomas. Le decía a Kari que me gustaría incluso probar a comer perro, o pecarí, pero ella pensaba que yo estaba alardeando. Pero es cierto, hubo un tiempo en que me hubiera gustado probar otras cosas.

    Estoy emocionada, llena de energía y propósito. Puedo hacer cualquier cosa. Puedo comprender a Fhassin, de pie en la calle con su filo, riendo. Vale la pena, todo vale la pena por este sentimiento de estar viva. He sido anillada, he estado dormida durante tanto tiempo...

    Hay gente en la calle de Mardin. Es domingo y la gente está de visita. Me quedo de pie frente a la casa al otro lado de la calle. ¿Qué voy a decir si alguien abre el puerta? Que estoy esperando a una amiga. ¿Y si no se marchan, y si Akhmim los ve y no quiere salir? El sol me tuesta el pelo y la cabeza. Akhmim, ¿dónde estás? Mira por la ventana, pienso. Probablemente está esperando a la señora. Quizá haya una fiesta bismek y esas mujeres estén envenando a Akhmim. Podrían hacer cualquier cosa, son sus dueñas. Quiero agacharme en la calle y taparme la cabeza con las manos, mecerme y llorar como una viuda de la Necrópolis. Como mi madre debe de haber hecho cuando murió mi padre. Yo crecí sin un padre, quizá por eso soy tan alocada. Quizá por eso Fhassin está en prisión y yo voy de camino allí. Me levanto el velo para darme sombra en la cara. Para que nadie pueda ver mis lágrimas.

    Oh, mi cabeza. ¿Estoy borracha? ¿Estoy loca? ¿Acaso el Sagrado, al ver mis pensamientos, me ha vuelto loca?

    Me miro mis manos marrones. Me tapo la cara.

    —¿Diyet? - Él me coge los hombros.

    Alzo la vista hacia él, hacia su hermosa cara familiar y me atenaza el terror. ¿Qué es él? ¿A qué estoy confiando mi vida, mi futuro?

    —¿Qué pasa?, - me dice, —¿Estás enferma? -

    —Me estoy volviendo loca, - le digo. —No puedo soportarlo, Akhmim, No puedo volver a mi habitación-

    —Silencio, - me dice mirando a un lado y otro de la calle. —Tienes que soportarlo. Sólo soy un harni. No puedo hacer nada, No puedo ayudarte.

    —Tenemos que irnos. Tenemos que escapar a algún lugar. Tú y yo.

    Él niega con la cabeza. —Diyet, por favor. Guarda silencio.

    —Dijiste que querías ser libre, - le digo.

    Me duele muchísimo la cabeza. Las lágrimas no paran de salir aunque ya no estoy llorando realmente.

    —No puedo ser libre, - dice él. —Aquello sólo fueron palabras.

    —Tengo que irme ahora, - le digo. —Estoy anillada, Akhmim, es difícil, si no me voy ahora, no me iré nunca.

    —Tu señora...

    —¡NI LA MENCIONES! - le grito.

    Si él habla de ella puede que no sea capaz de marcharme.

    Él mira de nuevo a su alrededor. Somos todo un espectáculo, un hombre y una mujer en la calle.

    —Ven conmigo, iremos a otro lugar, a charlar, - le digo, todo melosa.

    Él no me lo puede negar, lo veo en él. Tiene que salir de la calle. Iría a cualquier sitio. Cualquier lugar es más seguro que este.

    Me deja que le conduzca hasta el metro, que bajemos las escaleras hasta el andén. Me coloco mi velo índigo contra la cara. Esperamos en silencio. Él tiene las manos en los bolsillos. Parece un chico de la Necrópolis ahí de pie, sólo en camisa, sin abrigo. Mira a la distancia, cambia su peso de un pie al otro para buscar comodidad. Es tan humano. Los acontecimientos le hacen más humano, se llevan toda la incertidumbre.

    —¿Qué clase de genes tienes en ti? - le pregunto.

    —¿Qué? - pregunta él.

    —¿Qué clase de genes?

    —¿Me estás preguntando por mi cesta de la compra? - me dice.

    Niego con la cabeza. —¿Genes humanos?

    Él se encoge de hombros. —Mayormente. Algunas secuencias artificiales.

    —¿No hay genes animales? - le digo.

    Sueno irracional porque no puedo aclararme a mi misma lo que quiero decir. El dolor de cabeza hace que me salte ideas, me deja la lengua espesa.

    Sonríe un poco. —Ni de perros ni de monos.

    Le sonrío, está de broma. Ya he empezado a aprender cuándo está de broma.

    —Tengo nuevas noticias complicadas para ti, Akhmim. creo que eres un simple ser humano.

    Su sonrisa se devanece. Me lo niega con la cabeza. —Diyet, - me dice. Está a punto de hablar como un padre.

    Le detengo con un gesto. Aún me duele la cabeza.

    El tren susurra al entrar en la estación, sonando como el viento. Oh, las luces. Me siento en el andén cubriéndome los ojos y él se pone delante de mí. Puedo sentirle mirándome desde arriba. Levanto la mirada y le sonrío o quizá es una mueca. Me devuelve la sonrisa con aspecto preocupado. En el Moussin del Halcón Blanco, salimos. Es curioso que vayamos a un cementerio a vivir. Pero sólo durante un rato, pienso. De algún modo encontraré un medio que nos permita escapar. Iremos al norte, por el mar, hasta el continente, donde seremos extraños. Le conduzco a través de la calles y me detengo delante de una hilera de la mausoleos, como el de Lachims, pero este es una posada. Le doy dinero a Akhmim y le digo que nos alquile un lugar para la noche. —Diles que tu esposa está enferma, - le susurro.

    —No tengo crédito. Si cogen mi identificación, lo descubrirán, - me dice.

    —Esto es la Necrópolis, - le digo. —No usan crédito. Venga. Aquí tú eres un hombre.

    Él me frunce el ceño, pero coge el dinero. Le observo por el rabillo del ojo, está regateando, señalando hacia mí. Paga de una vez, pienso, aúnque no tenemos casi nada de dinero. Sólo quiero acostarme y dormir. Por fin sale, me coge la mano y me conduce a nuestra habitación. Un diminuto lugar de toscas paredes encaladas, una cama, una silla, una jarra de agua y dos vasos.

    —Tengo algo para tu dolor de cabeza, - me dice. —Me lo dio el hombre. - Sonríe con lastima. —Él cree que estás embarazada. - Mi mano tiembla cuando la extiendo. Él pone la píldora blanca en mi mano y me sirve un vaso de agua. —Te dejaré aquí, - me dice. —Volveré. No le diré a nadie que sé dónde estás.

    —Entonces, me estabas mintiendo - le digo. No quiero discutir. Akhmim sólo se queda hasta mañana. Luego será demasiado tarde. —Dijiste que si podías ser libre, lo serías. Bien, pues eres libre.

    —¿Qué puedo hacer? No puedo ganarme la vida, - me dice angustiado. —¡No puedo conseguir un trabajo!

    —Puedes vender coronas funerarias. Yo las haré.

    Él parece roto. Una cosa es pensar cómo actuarías, otra es estar en esa situación y hacerlo. Y yo sé, al ver su cara, que él es de verdad humano porque su problema es un problema muy humano. Seguridad o libertad.

    —Hablaremos de esto por la mañana, - le digo. —Me duele la cabeza.

    —Pero estás anillada, - me dice. —Es muy peligroso. ¿Y si no ganamos suficiente dinero? ¿Y si nos atrapan?

    —Así es la vida, - le digo.

    Yo iría a prisión. Él sería enviado de vuelta a la señora. Castigado. Quizá a trabajos forzados.

    —¿Vale la pena el dolor? - pregunta él en voz baja.

    No lo sé, pero no puedo decir eso. —No cuando sientes el dolor, - le digo, —pero después lo vale.

    —Tu pobre cabeza. - Me acaricia la frente. Su mano es fría y suave.

    —No pasa nada, - le digo. —Duele nacer.

    FIN

Relato 13 - La Hija de Frankenstein

Frankenstein's Daughter, publicado en SciFiction, abril 2003

    El presente relato ha sido traducido por Marcheto y publicado en su blog Cuentos para Algernon el 14 febrero de 2013, bajo Licencia Creative Commons CC-BY-NC-SA en https://cuentosparaalgernon.wordpress.com/2013/02/14/la-hija-de-frankenstein-de-maureen-mchugh/

    Cuentos para Algernon fue Blog ganador del Premio Ignotus en 2014 al Mejor sitio web.

    Muchas gracias, Marcheto, por regalarnos esta historia.

* * * * *

    Estoy en el centro comercial con mi hermana Cara, haciendo mi imitación de un robot. «Zzzt-chu. Zzzt. Zzzt». Pivotar rígidamente sobre los talones, cuarenta y cinco grados, recolocarme para continuar hacia el frente, en dirección a la tienda de la cadena Sears, con los brazos rígidos y moviéndome con precisión mecánica.

    —¡Robert! —dice Cara.

    No es difícil hacerla reír, y la imitación del robot le encanta. La hice por primera vez hará alrededor de un año, y me siento un tanto raro haciéndola en público, en el centro comercial; pero quiero que Cara esté contenta. Cara tiene seis años, pero es retrasada mental, así que es más como si tuviera tres o cuatro, y probablemente su edad mental nunca llegue a superar los cuatro o cinco. Aunque es muy grande. Ya nació grande, con huesos grandes, como de vaca. Mandíbula grande, nudillos grandes. Y grandes ojos azules. El pelo rubio es lo único que tiene fino. Te tienes que fijar muy bien para percatarte de su parecido con Kelsey. Kelsey era mi hermana mayor. Yo tengo catorce años. A Kelsey la atropelló un coche a los trece, y ahora tendría veinte. Cara es el clon de Kelsey, salvo por el detalle, por supuesto, de que Kelsey no era retrasada mental ni grande como una vaca. En el salón de casa hay una fotografía de Kelsey en mallas de gimnasia de pie junto a la barra de equilibrio, en la que más o menos se puede ver cómo se le parece Cara.

    —Vamos a entrar a Spencer’s —propongo.

    Cara me sigue. Spencer’s, la tienda de regalos, es una especie de paraíso para una niña retrasada, con todas esas falsas bebidas derramadas, las luces negras, las lámparas de lava, las proyecciones ópticas y lo que más le gusta a Cara: las guirnaldas de luces japonesas. Están al fondo, con las guirnaldas con lucecitas con forma de chiles y de botellas de Coca-Cola. Parecen una especie de luces de Navidad raras. Si las miras directamente, solo parpadean, pero si las miras como de reojo, ves todas esas letras y símbolos japoneses. Cara solo las mira fijamente. Yo creo que es por el parpadeo. La dejo mirándolas y me acerco hasta la parte de delante de la tienda.

    Spencer’s es el paraíso de los ladrones, así que tienen unas medidas de seguridad excelentes. Al fondo está ese tipo rechoncho, colocando mercancía y sudando a mares. También hay cámaras. Y en la caja registradora de la entrada hay una chica que se aburre como una ostra y que está jugueteando con uno de esos bolígrafos estrafalarios que venden, pero que si se molesta en mirar ve prácticamente toda la tienda. Pero yo tengo a Cara. Y además, estoy al tanto de cuál es el secreto de un buen ratero: no sentir emoción alguna. Mantener la calma en todo momento. Soy capaz de desconectar por completo y convertirme en una máquina pensante que se ciñe al plan al pie de la letra. Si estás nervioso, entonces la gente se fija en ti. Témpano. Ese es mi nombre, mi mote. Ese es mi nick cuando chateo. Ese soy yo.

    Miro los juegos de mesa picantes. Me coloco delante de la estantería de manera que prácticamente bloqueo la visión de la cámara. No sé con exactitud dónde están las cámaras, pero si no dejo demasiado espacio entre mi cuerpo y la estantería, ¿cómo van a poder ver gran cosa? Espero. Un minuto o dos más tarde, Cara ya está agarrando las guirnaldas de luces, y un par de minutos después, la chica que está vigilando desde la caja registradora pide que alguien vaya a pararle los pies, y yo birlo un mazo de la Baraja de la noche de bodas. Es demasiado pequeña para que tenga alarma antirrobo. No sudo ni una gota, mi corazón no se acelera, nada de nada. El hombre témpano. Echo a andar hacia donde está Cara.

    Todos se limitan a mirar a la extraña niña retrasada, excepto el tipo regordete, que está intentando hacer que deje las luces, pero que no se atreve a tocarla.

    —Eso no se toca —le dice—. ¿Dónde está tu mamá? ¿Está en la tienda?

    —Lo siento —intervengo.

    El tipo regordete me mira frunciendo el ceño.

    —Cara, las cosas no se tocan —digo.

    Cara me mira, mira las luces. Intento quitárselas con suavidad.

    —¡No! —gimotea—. ¡Bonitas!

    —Lo siento, soy su hermano. Es deficiente mental. ¡Cara! Cara, no. Eso no se toca.

    Gimotea, pero me deja que le desenrede las manos.

    —Lo siento —repito, el preocupado hermano mayor—. Estaba echando un vistazo y pensaba que estaba conmigo. Nuestra madre está mirando ropa en Dillard’s.

    El tipo regordete se queda por allí cerca hasta que le quito las luces a Cara y, en cuanto las dejo en la estantería, las agarra y empieza a estirarlas para volverlas a colocar bien.

    Conduzco a Cara hacia la parte de delante de la tienda y articulo un «lo siento» para que la cajera de la entrada lo lea en mis labios. Es bastante guapa y me sonríe. El educado hermano mayor con una hermana retrasada.

    Cuando salimos de nuevo al centro comercial, Cara está gimoteando, lo que le podría desencadenar un ataque de asma. Así que para distraerla le pregunto si quiere una galleta.

    Mamá la tiene a dieta, así que por supuesto que quiere una galleta. Se anima igual que se anima nuestra perrita sheltie cuando se le dice «chuche». La llevo a la zona de restauración y le compro una galleta con trocitos de chocolate; yo me pido un refresco y, mientras se come la galleta, saco la baraja del bolsillo y le quito el envoltorio. Faltan quince minutos para que nos tengamos que reunir con nuestra madre.

    La idea es ir consiguiendo parejas, y cuando se tiene una entonces se tiene que hacer lo que digan las cartas: «Átale las manos a tu pareja con un pañuelo de seda. Bésale por donde quieras, para ver cuánto aguanta sin moverse y sin hacer ningún ruido. El que más aguante tiene derecho a sacar una carta extra».

    Nada salvaje, pero mola bastante. Me muero de ganas de enseñársela a Toph y a Len.

    Cara se ha manchado la boca de chocolate, pero me deja que se la limpie.

    —¿Preparada para volver con mamá? —le pregunto.

    Cuando volvemos a pasar por Spencer’s, Cara se detiene.

    —Uhhh —dice, señalando la tienda.

    Mamá siempre intenta obligarla a que diga qué es lo que quiere, pero yo ya sé qué es y no quiero pelearme con ella.

    —No —digo—. Vamos con mamá.

    Cara arruga la cara y se encorva alzando sus recios hombros.

    —Uhhh —repite, enfadada.

    —Venga, vamos.

    Cara intenta golpearme. Le agarro la mano y la arrastro detrás de mí. Hace ademán de ir a sentarse, pero yo no dejo de tirar, así que me sigue, gimoteando y tragando con esfuerzo.

    —¿Qué has hecho? —pregunta mi madre cuando nos ve.

    Mi madre tenía que comprar varias cosas (pantalones cortos de deporte para mí y ropa interior para ella), así que yo me había ofrecido a quedarme con Cara mientras ella iba a hacer sus compras. En la mano lleva una bolsa de Dillard’s.

    —Como quería entrar en Spencer’s, entramos, pero no paraba de tocar las cosas, así que me la tuve que llevar y ahora está enfadada.

    —Robert… —dice con irritación mi madre mientras se pone en cuclillas—. Vamos, Cara, no llores, cielo.

    Salimos del centro comercial con paso cansino, Cara de la mano de mi madre, sin dejar de gimotear.

    Cuando llegamos al coche, Cara está respirando con dificultad. Mamá saca su inhalador y Cara obedientemente se mete un chute. Yo lo probé una vez y fue bastante horrible. La sensación que tuve mientras intentaba que esa sustancia llegara a mis pulmones fue de lo más rara, y me hizo sentir un tanto colocado, pero ni siquiera me resultó agradable, así que me resulta bastante alucinante que ella lo haga.

    Cara se sienta en el asiento de seguridad infantil en la parte de atrás del coche y durante todo el camino a casa no deja de jadear, poniéndose cada vez peor; para cuando aparcamos en la entrada, tiene la zona de alrededor de la boca con esa misma palidez de otras veces.

    —Robert, voy a tener que llevarla a urgencias —dice mi madre.

    —Vale —digo yo, y salgo del coche.

    —¿Quieres llamar a tu padre? No sé cuánto tardaremos en volver. —Mi madre mira el reloj. Son las tres y pico—. A lo mejor no hemos vuelto a la hora de la cena.

    No quiero llamar a mi padre, que, de todas maneras, seguramente estará con Joyce, su novia. Joyce está todo el tiempo esforzándose por caerme bien, lo que me saca de quicio al cabo de un rato… porque es que se pasa.

    —Me puedo preparar un sándwich y listo.

    —Entonces no quiero que te muevas de casa. Llevo mi móvil por si necesitas llamarme.

    —¿Puedo invitar a Toph y a Len?

    —Vale —dice con un suspiro—, pero nada de armar jaleo. Y acuérdate de que mañana tienes clase.

    Abre la puerta del garaje para que yo pueda entrar.

    Me quedo allí y la miro salir marcha atrás. Se gira, para mirar por dónde va, y pienso que tiene que volver a ir a la peluquería porque las raíces canosas se le distinguen perfectamente. Cara me mira a través del cristal mojado, con la boca un poco abierta. Le digo adiós con la mano.

    Me alegro de que se hayan marchado.

* * * * *

    Observo cómo mi hija se esfuerza por respirar. Cuando Cara tiene un ataque de asma, se queda quieta, supongo que ahorrando energía. El rostro se le vuelve inexpresivo. La gente cree que Cara siempre es inexpresiva, pero su cara suele estar llena de vida… aunque es posible que no sea más que un débil y tembloroso reflejo del mundo que la rodea, como el titileo de luces en el fondo de una piscina, de ese mundo lleno de experiencias en el que se encuentra sumergida.

    —Cara, mi niña —digo.

    No entiende por qué ya no la cojo en brazos, pero es que pesa más de treinta kilos y me resulta totalmente imposible.

    No le gusta la sala de urgencias, pero tampoco le da miedo porque ya está acostumbrada. Con la mano en su espalda la voy guiando a través de las puertas, hasta el mostrador de admisiones. No conozco a esta recepcionista. Le entrego mi tarjeta sanitaria. Cuando Cara nació, la adoptamos de manera oficial, igual que si hubiéramos recurrido a una fecundación in vitro convencional de una madre de alquiler y luego hubiéramos adoptado al bebé, así que Cara está cubierta por nuestro seguro médico. Por supuesto que hoy en día los seguros sanitarios no cubren a los niños clonados, pero Cara fue uno de los primeros casos.

    La recepcionista nos toma todos los datos. La sala de espera no está demasiado llena.

    —¿Está hoy el doctor Ramanathan? —pregunto.

    El doctor Ramanathan, un indio de voz suave y manos pequeñas, ya conoce a Cara. Es amable con ella y está al tanto de las extrañas particularidades de su afección: tiene los pulmones extrañamente vascularizados, en ocasiones reacciona de manera atípica a la medicación… Pero el doctor Ramanathan no está.

    Nos sentamos en la sala de espera.

    Las sillas de la sala de espera no tienen brazos, así que coloco a Cara atravesada sobre una silla con la cabeza sobre mi regazo y le acaricio la frente. Si se la calma, se evita que el ataque se agrave. Necesita que se le cambie el pañal, pero no se me ha ocurrido traer uno. Estábamos haciendo algunos progresos en nuestra campaña por que aprendiera a ir al baño ella sola hasta que, hará unos dos meses, decidió que odiaba el váter.

    Aprendí a no forzar las cosas cuando Cara resolvió ponernos las cosas difíciles a la hora de la cena. Es grande y, aunque no sea exageradamente fuerte, cuando se enfada golpea con fuerza. La última vez que quise enseñarle a utilizar un tenedor, cuando le puse uno en la mano e intenté hacer que la cerrara, empezó a gritar. Son gritos estridentes, furiosos, que no tienen nada de animalesco, sino que están llenos de algo terriblemente humano y demasiado viejo para una niña tan pequeña. Le agarré la mano, y ella me pegó en la cara con el puño y me rompió las gafas de leer. Así que ya no fuerzo las cosas.

    La enfermera nos llama poco después de las cinco.

    Coloco a Cara en la mesa de examen. Como hace frío la arropo con una manta. Me mira, cargada de paciencia, la boca abierta. Tiene unos ojos azulísimos. Los mismos ojos de Kelsey y de mi ex marido, Allan. Noto en su respiración la opresión que tiene en el pecho. Me siento a su lado y tarareo, y ella me frota el brazo con la palma de la mano, como si estuviera alisando una arruga en una manta.

    No conozco al médico que entra. Es joven y su cara tiene una expresión jovial y amable. Tiene una oreja agujereada. No lleva pendiente, pero veo un pliegue donde la oreja está perforada y eso me anima un poco: amable y un tanto inconformista. Parece una buena combinación. Se llama doctor Guidall. Suelto mi discursito: que tiene asma, que ha tenido un ataque y que no ha respondido al inhalador, que tiene un retraso en el desarrollo…

    —¿Han tenido que venir anteriormente a urgencias? —pregunta.

    —Muchas veces, ¿verdad, Cara?

    Cara no contesta, tan solo me mira.

    El doctor la examina con cuidado. Le avisa de que el estetoscopio va a estar frío y la trata como a una persona, lo que es una buena señal.

    —Su vascularización pulmonar es atípica —señalo.

    —¿Es usted médico? —pregunta.

    Cuando Kelsey, la hermana de Cara, tuvo el accidente, yo estaba al frente de la división internacional de la empresa de alimentación Kleinhoffer Foods. Ahora trabajo como vendedora en una inmobiliaria.

    —No, pero es que he aprendido mucho con Cara. A veces nos atiende el doctor Ramanathan. Él ya está familiarizado con los problemas de Cara.

    El doctor Guidall frunce el ceño. A lo mejor el doctor Ramanathan no le cae bien. Es joven. Los médicos de urgencias suelen ser jóvenes, al menos en el hospital al que llevo a Cara.

    —No tiene síndrome de Down, ¿verdad?

    —No —respondo. No quiero añadir nada más.

    Me mira, y me doy cuenta de que acaba de encajar las piezas.

    —¿Su hija es el clon?

    «El», no «un».

    —Sí.

    El doctor Ramanathan me pidió permiso para escribir sus observaciones sobre Cara y publicarlas, y yo se lo di, porque me pareció que su preocupación por Cara era sincera. Y a veces me llegan peticiones de otros médicos para examinarla. Cuando nació, también recibí cartas insultantes y amenazadoras, de gente que decía que no debería haber nacido, que ante los ojos de Dios era una abominación. Me molesta que el doctor Ramanathan haya hablado de Cara con otros.

    El doctor Guidall está examinándola en silencio. Me imagino su desaprobación. Aunque a lo mejor me equivoco, a lo mejor lo único que pasa es que está sorprendido.

    —¿Es alérgica a algo?

    —No es alérgica, pero tiene reacciones atípicas ante determinados fármacos, como los antagonistas de los receptores de leucotrienos.

    En la cartera llevo siempre una lista de medicamentos. La saco y se la entrego. La lista está vieja, con arrugas tan marcadas que el papel está empezando a rasgarse.

    —¿Utiliza un nebulizador? —pregunta—. ¿Y qué fármaco está utilizando?

    —Budesonida.

    No son imaginaciones mías. Me trata con sequedad.

    El doctor le coloca en la cara un nebulizador, más una máscara que un inhalador, para que lo único que tenga que hacer sea respirar. Se marcha para ir a buscar su historial en los archivos.

    Sé que vamos a estar aquí un buen rato. He pasado mucho tiempo en hospitales.

    El doctor quiere castigarme. Examina a fondo a Cara, que se ha quedado dormida al ir remitiendo el ataque de asma. Le ausculta los pulmones, comprueba los reflejos y le mira el interior de los oídos. Lo de los oídos es totalmente innecesario, pero ¿cuántos niños clonados va a tener la oportunidad de examinar? La clonación de humanos es ilegal en los Estados Unidos, aunque no hay ninguna ley que impida que te clonen un niño en Israel, por ejemplo, y que luego lo adoptes y lo traigas aquí.

    —No me gusta cómo suena su respiración —dice—. Me gustaría hacerle algunas pruebas.

    Su actitud es más formal, lo que quiere decir que pasa algo malo. Me muero de ganas de irme a casa, no quiero que esta noche empiecen las complicaciones. Las complicaciones… No es que las crisis sobrevengan siempre cuando se está cansado y pensando en la casa que se tiene que enseñar al día siguiente, pero sí muchas veces.

    El doctor Guidall es muy joven y muy severo. Cuando se es joven es fácil ser severo. Me imagino lo que le gustaría preguntarme: «¿Por qué coño hizo esto? ¿Cómo lo justifica?». Los problemas respiratorios de Cara van a acabar con ella, probablemente antes de los doce años y, casi con toda seguridad, antes de los dieciocho.

    Puede que él esté furioso conmigo, pero Cara está aquí. Toda esta gente que está enfadada conmigo, ¿qué es lo que quieren que haga?, ¿que me la lleve a casa y le tape la cara con una almohada? ¿Cómo le explico, les explico, que cuando Cara fue concebida yo no estaba en mis cabales? No hay nada que te prepare para la muerte de un hijo. Nada que te enseñe cómo vivir con ello.

    Como me diga algo, yo le voy a decir, «¿Tiene hijos? Espero que nunca pierda uno».

    Pero no dice nada.

* * * * *

    La baraja de la noche de bodas no impresiona a nadie, porque Toph se ha apuntado un muy buen tanto. Acompañó a su padre a una tienda de informática donde este iba a comprar un programa de contabilidad y, cuando Toph estaba matando el rato jugando con los videojuegos, un vendedor sacó un Hacker Vigilante, para enseñárselo a un cliente, y justo entonces lo llamaron por megafonía y se olvidó de volverlo a guardar bajo llave.

    —Así que lo cogí y me lo metí debajo de la camiseta —explica Toph—, y cuando llegamos al coche, lo escondí debajo del asiento antes de que mi padre entrara.

    Nos ha dejado impresionados, a Len y a mí. Es la hazaña más grande jamás lograda por uno de nosotros. Toph está examinando la caja, como si no fuera nada del otro mundo, pero sabemos que en realidad está dando botes de contento con todo este asunto.

    A mí no me dejan tener el Hacker Vigilante. En ese juego, tienes que realizar misiones en las que debes averiguar el paradero de terroristas, y haces de todo para conseguir dinero, como robar. Mi madre no me deja tenerlo porque una de las cosas que se pueden hacer para ganar dinero es recoger a dos adolescentes en la estación de autobuses, conseguir que te hagan una película porno y luego colgarla en internet. Tampoco es que se llegue a ver nada: las chicas empiezan a quitarse la blusa y entonces la puerta de la habitación del hotel se cierra; pero te partes de la risa.

    Alucino en colores. Es que no me lo creo.

    —Tío, menuda potra… —digo, porque es la verdad: ningún vendedor se ha dejado nunca nada tan guay delante de mí.

    —Es que hay que saber aparentar naturalidad —dice Toph.

    —Yo aparento naturalidad, soy de lo más natural, pero es que a ti te cayó como llovido del cielo.

    —Anda, pringao —dice Toph, riéndose de mí—, ¡que te den!

    Len también se está riendo de mí. Noto cómo me sonrojo y cómo me arden las orejas, y estoy tan enfadado que me gustaría partirles la cara. Toph se limita a recoger lo que deja por ahí tirado algún tonto del culo que no tiene ni puta idea de lo que vende, mientras que yo tengo que andar preparando estratagemas en el maldito Spencer’s, donde todo el mundo sabe que es muy difícil apuntarse un tanto porque tienen unas desquiciadas medidas de seguridad de lo más jodidas.

    —Vais a ver, gilipollas, vais a ver —digo—. Se me ha ocurrido una buena. Mañana abrid bien los ojos cuando vayáis en el autobús escolar y vais a ver.

    —¿El qué? —pregunta Len—. ¿Qué vas a hacer?

    —Ya veréis.

* * * * *

    Para cuando trasladan a Cara a una habitación, ya son casi las siete. Me las apaño para ir a un teléfono y llamar a Allan. Lo coge Joyce, su novia.

    —Hola, Joyce —digo—. Soy Jenna, ¿está Allan?

    —Sí, un momento, Jenna.

    Joyce. Jenna. A Allan le gustan las mujeres con «J». En realidad, a Allan le gustan las mujeres delgadas, con pelo oscuro y con un cierto toque de implacabilidad irlandesa. Joyce y yo podríamos ser primas, aunque ella es más guapa que yo, y más joven. Siempre que hablo con ella, utilizo su nombre demasiadas veces, y lo mismo le pasa a ella con el mío. Y estamos haciendo todo lo posible por tener una relación cordial.

    —Jenna, ¿qué hay? —pregunta Allan.

    —Estoy en el hospital con Cara.

    —¿Hace falta que vaya? —me pregunta, demasiado deprisa.

    Allan es una persona concienzuda y se está mentalizando. «¿Es una crisis?», es lo que quiere saber.

    —No, solo es un ataque de asma, pero al médico de urgencias no le han gustado sus niveles de oxígeno o algo por el estilo, y quieren que se quede. Pero Robert está en casa solo, y quieren hacerle más pruebas a Cara esta noche…

    —Ah, vale. Déjame que piense un momento.

    Es domingo por la noche. ¿Qué puede tener que hacer un domingo por la noche?

    —¿Estás ocupado? Quiero decir, ¿te pillo en mal momento…?

    —No, no. Joyce y yo íbamos a vernos con unos amigos, pero puedo llamar y avisarles. No era nada importante.

    Intento pensar en qué es lo que irían a hacer un domingo por la noche.

    —Solo es la congregación de Joyce —me explica Allan ante la pausa—. Los domingos por la noche tienen un acto social, bueno, en realidad es una especie de reunión de estudio.

    No sabía que Joyce fuera religiosa.

    —En ese caso, a lo mejor puedes simplemente pasar a ver cómo está… ¿O te va a obligar a desviarte demasiado de tu camino?

    —No, me pasaré.

    —Échale un vistazo. Si te parece que está bien, a lo mejor bastaría con que le llamaras alrededor de las diez para asegurarte de que está en la cama, o por si necesita algo.

    —No, puedo quedarme con él. Tú te vas a pasar horas en el hospital, lo sé.

    —Tiene catorce años. Haz lo que te parezca oportuno, pero es que odio tener que importunaros a ti y a Joyce.

    —No pasa nada. Son mis hijos.

    Me siento bastante culpable, así que cuelgo sin decir, «¿La congregación?». Unas Navidades, la cabeza loca de mi hermana mayor había estado hablando de cómo Dios le había evitado una calamidad insignificante, una crisis doméstica en la que la camioneta de su marido podía haber resultado abollada, y cuando más tarde íbamos en el coche camino a casa, Allan había comentado con una sonrisa, «Me alegro tanto de que Dios cuide de la camioneta de Matt… Hace que le perdone que durante… pues lo de Camboya o la Peste Negra estuviera ocupado con otras cosas».

    Allan va a la iglesia por Joyce.

    Bueno, también pasó por todo el proceso de la clonación por mí. No es que yo sea quién para echarle nada en cara.

* * * * *

    Me acuesto pronto porque mi padre y su novia se han plantado en casa para hacerme de canguro. Toph y Len se esfuman en cuanto aparece papá. Joyce se muestra tan cariñosa que tengo la sensación de que está actuando, aunque con mi padre también se porta de lo más raro, amabilísima. Han traído una película que han alquilado y, cuando mi padre le pregunta si le apetecen unas palomitas para la película, Joyce le dice algo como, «Sí, por favor, te lo agradecería», como si apenas se conocieran.

    Así que juego un rato en mi cuarto con el ordenador y luego me acuesto. Shelby, nuestra perra, se sube conmigo a la cama de un salto, aunque normalmente duerme a los pies de la cama. Me acuesto con los vaqueros puestos, con intención de no dormirme, pero me quedo dormido. Shelby me despierta cuando mi madre llega a casa, porque cuando la oye llegar empieza a golpear la cama con la cola. Mi madre habla unos minutos con Joyce y mi padre; no alcanzo a oír lo que dicen, pero sí el murmullo. Cuando mi madre entra a verme, finjo que sigo dormido. Shelby está hecha un ovillo, pero se alegra de ver a mi madre, que entra, la manda callar con un «chist» y la acaricia unos instantes.

    Lo difícil es mantenerme despierto después. Mi reloj dice que son las 11.18 cuando mi madre sale de mi cuarto, y quiero darle al menos media hora para que tenga tiempo de dormirse profundamente. Pero me quedo dormido y, cuando me despierto con un sobresalto, es la 1.56 de la madrugada.

    Estoy a punto de quedarme en la cama. Estoy agotado, pero me obligo a levantarme. Shelby se despierta y salta al suelo. Ella es mi mayor preocupación a la hora de escabullirme de casa. Si la dejo encerrada en mi habitación, se pondrá a arañar y luego a ladrar. Así que me sigue hasta el piso de abajo y la dejo salir por la puerta de atrás. Con suerte, mi madre pensará que necesitaba salir, aunque cuando eso ocurre yo no me suelo despertar y ella baja al piso de abajo y se mea en el comedor, y a la mañana siguiente mi madre pilla un buen cabreo conmigo.

    Estoy a punto de quedarme dormido en el sofá mientras espero que Shelby vuelva a entrar. Podría decirles a Toph y Len que como vino mi padre no pude escaparme, y que lo haré mañana por la noche. Pero mientras Shelby está fuera, me obligo a bajar al sótano para coger un spray de pintura negra. Mi madre utilizó pintura negra en spray para repintar el mobiliario exterior, y este envase está sin utilizar en su mayor parte.

    Me pongo una sudadera azul marino con capucha y abro la puerta corredera de atrás; dejo que Shelby entre y luego salgo. De este modo, la puerta solo se ha abierto dos veces: una para dejar salir a Shelby y otra para dejarla entrar.

    El jardín de atrás está oscuro y el frío que hace resulta un tanto chocante. Mi madre no deja de repetir que le parece increíble que solo falten cuatro semanas para que sea junio y se abran las piscinas, pero a mí me gusta el frío. Levanto la mirada hacia las estrellas. La única constelación que conozco es Orión, pero, si está en el cielo, debe de estarlo detrás de los árboles o al otro lado de la casa. Cuando llego a la parte de delante, estoy seguro de que Shelby está mirándome por la ventana. No la distingo, pero sé la pinta que tendrá, porque lo hace siempre que alguien se marcha en coche; se pone encima del sofá, erguida sobre las patas de atrás para poder mirar por la ventana, aunque lo único que alcanza a ver el que se marcha es una carita, como de una Lassie en miniatura, con las orejas tiesas… una monada.

    Camino calle abajo y tengo la sensación de que la gente me está mirando por las ventanas, como Shelby; pero todas las ventanas están a oscuras. En cualquier caso, si alguien mirara me vería, y es después del toque de queda. Debería atajar por los jardines, pero están demasiado oscuros, y los perros de las casas ladrarían, los vecinos se pensarían que estoy robando y avisarían a la policía… y sobre todo es que no me apetece.

    La comisaría está a unos tres kilómetros, pasado el instituto. Al cabo de un rato, dejo de tener la sensación de que la gente me está mirando. Todo el mundo está en la cama y yo estoy aquí, en la calle. Soy el único que se está moviendo. Me los imagino, bien arropados en la cama. Sin enterarse de nada.

    Lo contrario a mí. Eh, vosotros, los durmientes, aquí estoy, en la calle. Y no tenéis ni idea de que estoy aquí. Mientras vosotros dormís, yo podría hacer cualquier cosa.

    ¡Cómo mola! Es genial. Como si yo fuera un asesino o algo así. Un asesino a sueldo. Ese soy yo. Moviéndome por las calles oscuras. Soy un lobo y vosotros no sois más que conejos o algún otro bicho.

    ¡Me siento genial! No tengo frío porque voy andando y me siento genial. Para cuando llego a la comisaría, me siento mejor que nunca. Mejor que después de robar algo, que hasta ahora había sido lo más de lo más. Pero esto es todavía mejor. El asesino a sueldo avanzando en la oscuridad. La oscuridad es mi amiga. Vigilo un rato la comisaría, pero no hay movimiento alguno. Sacudo el spray de pintura y el cojinete que hay dentro hace bastante ruido, y durante unos instantes el corazón me late con fuerza, pero enseguida ya vuelvo a sentirme bien.

    Soy un soldado. Mejor que eso: soy de las Fuerzas Especiales. ¡Soy el terror de las calles!

    Me tomo un minuto para mirar la pared antes de empezar a escribir en un extremo con el spray, las palabras bien grandes, lo suficientemente grandes para que se vean desde el autobús: «para dar parte de un delito, llame al 425-1234».

    Las bosquejo deprisa y luego las voy rellenando con cuidado. Y después esbozo mi firma: «Témpano». Pinto las letras bien angulosas y puntiagudas. Es una putada que solo tenga pintura negra: deberían haber sido azules y blancas con el borde negro. Con cuidado empiezo a pintar la «T» más oscura. A Toph y a Len les va a dar algo. Me parece tan divertido que hasta estoy sonriendo. Aquí estará cuando ellos pasen en el autobús. ¡Joder, en la mismísima comisaría! El 425-1234 es el número de verdad de la policía. Al principio iba a poner «protegido por la patrulla de vigilancia vecinal», pero me pareció que esto era más gracioso.

    Y entonces el coche patrulla llega sigilosamente, enciende los reflectores y el mundo entero se vuelve de color blanco.

* * * * *

    No tenía ni idea de que en las comisarías hubiera salas de espera, pero cuando voy a recoger a Robert, ahí es donde acabo. Es una sala, con asientos a lo largo de las paredes, luces fluorescentes y una ventanilla a prueba de balas. La ventanilla tiene un círculo metálico, como las taquillas de cine. Le digo a la joven que soy la madre de Robert y que me han llamado para que viniera a recoger a mi hijo, y ella coge un teléfono para informar a alguien de que estoy aquí.

    Sale un policía acompañado por Robert, que parece estar bien asustado. El policía, que tiene el pelo castaño claro, un bigote estilo Dalí y aspecto bastante juvenil, se presenta diciendo que se llama Bruce Yoder. Yoder es un apellido amish, aunque está claro que Bruce Yoder no lo es. Seguro que sus padres son menonitas, que son menos estrictos que los amish. Es lo que haces cuando eres amish y no has ido al instituto pero quieres tener coche: te haces menonita. Y ahora su hijo es poli: el mismo camino hacia la asimilación de mis antepasados irlandeses. Pero ¿por qué estoy pensando en esto mientras mi hijo, que casi es tan alto como el policía, está ahí de pie, sombrío y asustado, con las manos hundidas en el bolsillo delantero de la sudadera?

    Salimos y rodeamos el edificio para que pueda contemplar la obra de Robert.

    La comisaría es de ladrillos de color arenisca clara y las letras negras, tan altas como yo, destacan incluso bajo la tenue luz. No sé qué decir.

    —¿Qué es eso de «Témpano»? —pregunto finalmente—. Robert… —digo ante la ausencia de respuesta.

    —Es un apodo —me explica.

    —Ustedes son la familia de la niñita, la clon… —dice el policía.

    —Sí, Cara.

    Cuando la gente la llama «la clon», siempre siento el impulso de decir su nombre. El policía parece un tanto azorado.

    Volvemos a entrar y hablo con él. Robert ha sido fichado y tendrá que presentarse ante un funcionario de un juzgado de familia. Repito varias veces que lo siento. Un funcionario de un juzgado de familia, justo lo que necesitamos. Es justo lo que todo el mundo necesita: alguien que le explique las reglas. Cuando sonó el teléfono, pensé que sería del hospital, que a Cara le había pasado algo, y luego me invadió una irrefrenable cólera fría. «¿Cómo puedes hacerme esto?», pensé. Pero está claro que esto no tiene nada que ver conmigo.

    Llega Allan. Lo llamé antes de salir de casa y, en cuanto comprendió que no se trataba de Cara, en cuanto comprendió lo que estaba pasando, dijo: «Tendrá que venirse a vivir conmigo. Teniendo a Cara, esto es demasiado para ti».

    Me alegro mucho de ver a Allan. Ha habido momentos en los que lo he amado, otros en los que lo he odiado, pero ahora mismo él es de mi familia. A pesar de todos sus defectos y de todos los míos, cuando lo veo entrar con una vieja sudadera de la Universidad de Michigan, el cabello alborotado, lo que me permite apreciar cómo le ralea y vislumbrar sus pobres y vulnerables sienes, solo siento alivio, y los ojos se me inundan de lágrimas. Un llanto que me pilla por sorpresa.

    Allan habla con el policía, con el poli ex amish, mientras yo gimoteo con la cara hundida en un pañuelo de papel viejo y arrugado que he encontrado en el bolsillo de la chaqueta.

    Salimos de la comisaría.

    —Creo que esta noche debería llevármelo a mi casa —dice Allan—. Te seguiremos hasta la tuya, para que coja algunas cosas. Mañana me pasaré y empezaré a organizarlo todo para que vaya al instituto en Marshall.

    —¿Qué? —interviene Robert.

    —Te vas a venir a vivir conmigo.

    —¿Durante cuánto tiempo? —pregunta Robert con la voz entrecortada.

    —Para siempre, supongo —responde Allan.

    —¿Está Joyce…? —«¿Está Joyce en tu casa», casi llego a preguntar, pero no lo consigo.

    —Joyce se ha marchado temprano, mañana tiene que ir a trabajar —responde Allan, y mira hacia el otro extremo del aparcamiento, con la boca fruncida.

    Esto es un problema para él, toda una contrariedad. Empiezo a alargar la mano mientras repito que lo siento, y los ojos se me inundan de lágrimas, de nuevo.

    —¿Y qué pasa con el instituto? —pregunta Robert—. Mañana tengo que ir. ¡El martes tengo un examen de Álgebra!

    —Ese es el menor de tus problemas —dice Allan sin alterarse.

    —¡¿Y mis amigos?! ¡No me puedes hacer esto!

    Veo que a él también le brillan los ojos. La familia que llora unida…

    —Sí que puedo, y lo voy a hacer. Y ahora que ya nos lo has hecho pasar suficientemente mal a tu madre y a mí, sube al coche.

    —¡No! ¡No me puedes obligar!

    Allan alarga la mano para cogerle del brazo y Robert se escabulle, de un salto, alto y desgarbado, y luego, como en un arrebato, se da media vuelta y echa a correr.

    Abro la boca, tomando aire para gritar su nombre, y él corre, las piernas largas como las de su padre, lleno de salud y desesperación, corre en vano. Es imposible escapar, de aquello de lo que huye, pero justo antes de gritar su nombre, me alegro, me alegro de verlo correr, a mi hijo, que creo que conseguirá sobrevivir.

    —¡Robert! —grito justo a la vez que su padre, pero Robert avanza calle abajo, con la cabeza bien levantada y moviendo vigorosamente los brazos. No llegará lejos.

    —¡Robert! —vuelve a gritar su padre.

    Me alegro, sí, cómo me alegro… «Corre —pienso con alborozo—, corre, cabroncete, ¡corre!»

    FIN

Capítulo 14 - Entrevista a Maureen F. McHugh

Entrevistadora: Gwenda Bond

    P. El título de la colección identifica el motif recurrente de las madres y sus interacciones con otros miembros de la familia, un motif central a muchas de estas historias. ¿Fue esto una elección consciente o un patrón que reconociste después de escribir y publicar las historias?

    R. Empecé a escribir historias sobre madres debido a algo que dijo la escritora Karen Joy Fowler en un taller. Durante la lectura de una historia de otro escritor, apareció la mamá del personaje principal y Karen hizo el espontáneo comentario de que le alegraba ver a una madre en una historia. En la epoca yo estaba luchando poderosamente con todo el trabajo que implica ser una madre adoptiva y una de las cosas que tenía problemas para resolver era la diferencia entre los asuntos que eran asuntos de 'madre adoptiva' y las mismas cosas comunes para todos los padres. A mis ojos, todo era debido a que yo no era la 'verdadera mamá' de mis hijos. (Teníamos plena custodia de mi hijastro.) Algunas de aquellas cosas sólo eran cosas para los padres. Cuando algo es importante para mí y no lo comprendo, a menudo escribo sobre ello.

    Se espera que las madres sean perfectas, ¿sabes?

    Algunos de los relatos de la colección ya estaban escritos en este punto, pero encontré que las madres ya habían empezado a aparecer en mi ficción y cada vez aparecían más. Había estado pensando en una colección si o no durante años, y barajando nombres, la mayoría de los cuales eran bastante estúpidos. Entonces Small Beer Press me pidió que hiciera una colección y de pronto descubrí que el nombre de la colección era Madres Y Otros Monstruos y todo, en cierto modo, giró en torno a eso.

    P. ¿Qué es lo que hace a las madres un territorio tan rico en la ficción?

    R. Nadie escribe mucho sobre ellas. Hay algunas historias estupendas sobre las madres, pero en su mayor parte, la maternidad es un papel muy rígido. Una actriz de Hollywood observó hace poco que había llegado al punto donde ella tenía dos opciones en los papeles: Mami Buena o Mami Psicópata. (Shirley MacLaine se especializó en la versión abuela de esos papeles, decía que las Abuelitas Psicópatas también dispensan sabiduría y permiten a los hijos ser ellos mismos.) Yo soy una madre diferente a las madres de los amigos de mi hijo. Y ellas son todas diferentes a otras muchas en modos mucho más complicados que los papeles de Madre Buena y Madre Mala.

    Hay algunas cosas realmente buenas escritas sobre la maternidad. La historia de Tillie Olsen , I Stand Here Ironing - (N.d.T: Estoy Aquí Planchando), es desgarradora. La de Lorrie Moore People Like That Are the Only People Here - (N.d.T: Aquí Sólo Hay Gente Como Esa) es otro maravilloso relato. Pues, en su mayoría, podemos explorar las relaciones entre amantes y entre padres e hijos, pero nos ponemos nerviosos al hablar sobre madres e hijos.

    P. También eres capaz de enfocar de cerca las experiencias de niños y adolescentes en tales historias como "Entrevista: En un Día Cualquier" y "Laika Vuelve a Salvo." ¿Cuáles son las dificultades relacionadas en la captura de las voces de estos personajes más jóvenes?

    R. El lenguaje. Mi lenguaje para adolescentes es inevitablemente un poco pobre. Mi hijo me ayudó un poco. Me dije a mí misma que aunque su lenguaje fuese preciso, en cinco años sonaría anticuado, de modo que lo escribí tal cual. También soy extrañamente protectora de mis adolescentes. Trabajo muy duro para no avergorzarlos. Mis memorias como adolescente eran normalmente un humillante fracaso moral o social tras otro. Tiendo a evitar hacerles eso a ellos.

    Pero me siento muy cómoda con historias anacrónicas. Creo que mi generación nunca ha creído que éramos adultos.

    P. Parece como si la ficción literaria haya regresado por fin a un espectro más amplio, más inclusivo que el realismo que había sido predominante durante tanto tiempo. Tus historias a menudo trabajan con elementos especulativos. ¿Cómo percibes el papel del realismo en la ficción?

    R. ¿Sabes?, siempre respondo esta pregunta en la otra dirección: ¿cómo percibo los elementos especulativos en realidad?. Esa es una pregunta estupenda. A mí me atrajo la ciencia ficción por el modo en que me permitía saltar partes de la vida real que odiaba. Me gustaba la Ci-Fi que hacía mi vida más romántica. Me gustaba que los protagonistas de Andre Norton descubrieran que no eran ordinarios. Quería ser una mutante, quería una vía de escape hacia una realidad diferente donde yo fuese especial.

    Estudié escritura durante años. Algo de aquello fue formal... Tengo un máster de la Universidad de Nueva York que sería un MFA en escritura creativa si lo hiciera hoy en día. Algo de ello era un modo más tradicional para llegar a ser escritora. Escribe mucho, la mayoría será malo, encuentra gente que pueda decirte que es malo. Aprende a mejorar. Yo encontré fuerza en el realismo. Me gustaba el realismo psicológico cuando lo leía. Aquellos detalles (los momentos que todos experientamos pero quizá nunca vemos escritos) funcionan como una especie de descarga eléctrica en una buena historia. En la historia de Lorrie Moore que he mencionado, su hijo de dos años tiene cáncer. Ella describe estar en la oficina del oncólogo pediatra y su hijo está haciendo eso que los críos hacen tan alegremente, encender y apagar la luz, mientras el oncólogo pediatra explica lo que significa el cáncer y lo que hará. Cuántas veces he visto a un crio deletitado con el interruptor de una linterna, una aspiradora, cualquier cosa. Y eso juxtapuesto al paciente doctor que va explicando hace ese momento casi insoportable.

    P. ¿Cómo crees que trabajar con elementos fantásticos o propios de la ciencia ficción enriquece tu obra?

    R. Es como una lente. Captura la historia y proyecta los elementos de relación en alta resolución. En La Hija de Frankenstein, - la situación no es tan incomún. La hija tiene problemas crónicos de salud que serán potencialmente fatales. La madre presta muy poca atención a su hijo porque su hija está demasiado a menudo en una situación de vida o muerte. El hecho de que la hija sea un clón de su hija muerta sólo amplifica la situación. Justifica la misma sensación común de 'es culpa mía' porque es ella quien ha elegido esa existencia para su hija. Y sobresalta la historia en cierto modo. Me gusta que los problemas psicológicos de la hija salgan directamente de la literatura científica sobre la clonación. Pero también me gusta que, mientras escribía la historia, encontraba que la familia era mucho como un montón de otras familias.

    P. Tus historias se han reconocido como dentro y fuera del género Ci-Fi. ¿Te sientes más cómoda siendo una escritora de un único género?

    R. En ambos y ninguno, supongo. La ciencia ficción ha sido muy buena para mí, pero soy consciente de haber decepcionado a un montón de lectores. La gente se queja de que escribo historias aburridas. Historias depresivas. Que mis historias podrían ser sobre hoy si quitas los elementos especulativos. Algunas de mis historias, como Laika Vuelve a Salvo, - pueden no tener un elemento especulativo. (Aunque sólo porque yo lo piense, no significa que sea cierto.)

    Pero, fuera del género, creo que soy vista como un pequeño tesoro. Escribo historias de ciencia ficción sobre mamás. Un nicho propio, más o menos, en el modo en que la escritura feminista es visto como un nicho. Siento que durante años mis historias no se leerán fuera del género. De modo que dentro del género se me vio como no lo suficiente ciencio-ficticia y fuera del género como demasiado.

    Esto es un poco como los asuntos de maternidad verdadera y maternidad. Los escritores sin género que conozco también tienen dificultades con el modo en que su obra se modela visiblemente para el mercado. Cada vez que un libro o historia sale al mundo, está en algún lugar dentro de una tienda de libros, en alguna revista específica que implica que algunas personas la verán y otras no. A menudo hay personas que no lo ven que podrían gustarle mucho, y gente que sí la ven y que se siente engañada por el envoltorio.

    P. Tus historias a menudo tratan con escenarios originales domésticos. ¿Sientes que la ficción que se centra en la vida doméstica o de mujeres de más edad se trata de modo diferente?

    R. A veces. Por un lado me preguntan mucho sobre los padres. ¿Dónde están los padres? Pero mayormente no. Se me ha recibido realmente bien y he recibido una atención extraordinaria de mis lectores. Diría que mi ficción se ha tratado muy bien por gente en los talleres como Sycamore Hill y Rio Hondo, y por East Side Writers y el grupo de escritores local de Ci-Fi. Se implicaron directamente con ella, me llamaron para que contara con ellos y en gran parte me permitieron convertirme en la escritora que soy hoy. Los editores siempre han publicado mi obra, no la han marginalizado.

    P. Varias de las historias en la colección (especialmente en Oversite y Presencia) presentan personajes que tratan con la decadencia del Alzheimer o demencia en sus vidas. ¿Qué estás explorando en estas historias?

    R. La de Alzheimer, como otras enfermedades del cerebro, trae a colación la cuestión de la misma naturaleza del yo. ¿Qué es el yo? ¿Quiénes somos? Yo creo que somos nuestros yos físicos, particularmente nuestros cerebros. Siento un temor particular por la demencia y la pérdida del yo. Aún más, diría yo, que del miedo a la muerte. La ironía de esto es que ahora mi madre tiene demencia, de modo que durante los últimos años he estado privada de una visión cercana sobre el modo en que el yo se disuelve. El yo, debo decir, es muy persistente. Incluso cuando mi madre pierde aspectos del lenguaje y algo de su personalidad cambia, hay un núcleo obstinado de algo que, en este punto al menos, aún está reconociblemente conectado a la histórica 'ella'.

    P. La consciencia e identidad emergen como dos temas fuertes dentro de la colección. ¿Qué has querido decir al tratar con ellos?

    R. No creo que haya querido decir nada. Pienso que no comprendo ni la consciencia ni la identidad. Hay un dicho en la ficción: "Escribe lo que sabes." Creo que la mejor ficción surge al escribir sobre las cosas que son importantes para mí, pero sobre las que no estoy fundamentalmente segura. Esto no significa que me sienta y diga: "Voy a escribir una historia sobre la identidad". Siempre pienso que voy a escribir una historia sobre una chica que piensa que su mejor amigo es un hombre lobo. Simplemente sucede que doy círculos y vuelvo a esos asuntos sobre la identidad.

    Como escritora, tengo un par de picores que rascar, cosas a las regreso una y otra vez. Tiendo a ser arrastrada hacia la maternidad porque estoy tratando de encontrar un modo de convencerme a mí misma de que yo no era un monstruo. Obtengo una idea para una historia y pienso, ya sé, hablaré de una madre que tiene Alzheimer. No pienso sobre la conexión entre una adolescente que encuentra su camino ni una anciana que pierde el suyo y una madre en el medio, desesperada por facilitar ambos pasajes. Averiguo todas esas cosas años más tarde. Las puse allí porque aquellas cosas eran interesantes para mi. Pero no es consciente.

    P. ¿Aprendiste algo nuevo sobre estas historias durante el proceso de escogerlas y ordenarlas para el libro?

    R. Me cuesta mucho releer mi propia ficción. Estuvo bien ver que mucha de ella aún sigue en forma. Y me sorprendió lo mucho que siguen apareciendo las mismas cosas, una y otra vez. La madre en El Tren de Lincoln, - por ejemplo, tiene cierta forma de demencia.

    P. ¿Cómo son estas historias diferentes de tus novelas, ¿si es que lo son? ¿Cómo difiere tu proceso de escritura entre las dos?

    R. A menudo escribo historias con una fecha de entrega. A menudo es para un taller. La mayoría son, probablemente, ideas que no estoy segura de que vaya a desarrollar. Puedo aceptar más riesgos porque la mayor parte del tiempo sé que en un par de meses tendré al menos un manuscrito.

    Dos de mis novelas han surgido de relatos de modo que, a ese nivel, hay cierto solapamiento. Pero cuando empiezo intencionadamente una novela, estoy pensando en que tendrá más ingredientes que un relato. Más cabos sueltos. Más preguntas y más cosas.

    P. Has hablado en el pasado sobre talleres con otros escritores como una parte importante de tu vida en la escritura. ¿Qué tomas de esas experiencias?

    R. Según me hago mayor, creo que mejoro al leer y comprender las historias, y algo de eso viene de los talleres.

    Mayormente, era muy raro que alguien no me dijera algo que no me enseñara un nuevo modo de leer la historia que yo había escrito. Muchas veces no era el modo de lectura que yo quería para la historia. Y muchas veces, aquello decía cosas sobre la historia y sobre mi escritura que no se me daba bien escuchar.

    Pero este es el único modo que conozco para mejorar.

    P. ¿Qué escritores admiras o han influenciado tu obra?

    R. En cualquier momento, cualquiera. Leo a quien me parece que va tener un fuerte efecto en mí.

    Cuando tenía veintitantos me llamó la obra de Samuel R. Delany y las novelas de Joan Didion. Creo que fui arrastrada por el romanticismo de Delany. También por el modo en que muchas de las historias de Didion sucedían fuera de la página. También me atrajo con fuerza un librito de Marguerite Yourcenar llamado Coup de Grace - (N.d.T: Golpe de Gracia). Lo releí hace un par de años y vi toda clase de aspectos de él que me alarman ahora, que tengo cuarenta, pero que me afectaron poderosamente cuando era más joven.

    Hace algunos años quedé totalmente escantada por la pura artificialidad de las historias de Raymond Carver. Siempre había pensado que eran muy realistas psicológicamente. Mínimas y demás. Pero lo que me gusta de ellas ahora es lo artificiales que son. Perfectas pequeñas tramas que saltan rápido a la conclusión. Ultimamente he estado leyendo los relatos de Joy Williams. Es realmente impresionante.

    Me gusta mucho la obra de Kelly Link.

    Me gustan las novelas de Harry Potter. Estupendas para evadirte.

    Cuando era más joven, esperaba encontrar en la lectura lo que pensaba que era una rigurosa carencia de sentimentalismo en las novelas. Todo lo demás me parecía un engaño. Últimamente, me he ido cada vez más hacia cierto tipo de sentimientos. Libros como 'I Capture the Castle' de Dodie Smith.

    P. ¿Qué podemos esperar ver en tu próximas obras?

    Estoy trabajando en una novela. Llevo trabajando en ella desde hace seis o siete años. Pero esta vez, juro que voy a terminarla.

    FIN