Créditos

    Astronautas Muertos y Otros Relatos (versión en español)

    Obra Original Dead Astronauts and Other Stories (Copyright © 2016 de Patrick Whittaker. Todos los derechos reservados: chiefdalek.wordpress.com)

    Publicada en inglés por Philistine Press como descarga gratuita (ISBN-13: 978-1-31-126399-5): philistinepress.com/dead-astronauts

    Traducción y Edición: Artifacs, julio-agosto 2020 (artifacs.webcindario.com/obras2020.html#da)

    Diseño de Portada: Artifacs, imagen tomada de Max Pixels bajo licencia CC0.

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Patrick Whittaker por autorizar esta traducción de Astronautas Muertos y Otros Relatos y compartir esta obra bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Si quieres hacer una obra derivada, por favor, incluye el texto de la sección de Créditos de este eBook.

Licencia CC-BY-NC-SA

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en Castellano. Advertencia. Usted es libre de:

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Sobre el Autor

    

    Patrick Whittaker es escritor de novelas, así como productor, editor, guionista y director cinematográfico. En 2009 fue el ganador del Concurso de Relatos de la British Fantasy Society (Sociedad de Fantasía Británica) por su relato Dead Astronauts, (Astronautas Muertos, primer relato de esta Antología), inspiradora historia sobre extraños sucesos en los suburbios y definida por el jurado como: «¡el tipo de historia que demuestra que la imaginación humana todavía está viva y coleando!».

    Su cortometraje Rasbperry Ripple ganó en 2007 el Premio al Mejor Filme en la Categoría 10-30 min del Picture This Film Festival Calgary, Canadá y fue Nominado como Mejor Filme en 2008 en The Other Film Festival, Australia.

    Patrick nació en Londres y actualmente reside en Blackpool, Inglaterra. El logro del que Patrick está más orgulloso es haber traducido la novela Ubu Roi de Alfred Jarry del francés al inglés. Puedes saber más sobre él y su obra en su web: chiefdalek.wordpress.com

Otras Obras de Patrick

    A Plague of Hearts (2009)

    Dr Frankenstein's Gift to Womankind (2009)

    Walpurgis Night (2010)

    Riders on the Storm (2010)

    Ol' Pumpkin Head (2010)

    Maniac (2011)

    Angel of the Bus Shelter (2011)

    Sybernika (2012)

    By the Light of the Silvery Moon (2012)

    The Passion of Eva Braun (2015)

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Astronautas Muertos

y Otros Relatos

por

Patrick Whittaker

1. Astronautas Muertos

(Dead Astronauts, 2009) Publicado en Dark Horizons

Ganador del Premio al Mejor Relato de la British Fantasy Society

    Era domingo por la mañana, el día de la semana favorito de Ed Morgan. Libre de la tiranía de la alarma del despertador, vagaba sobre suaves corrientes en esas aguas tranquilas que hay entre el sueño y la vigilia. Mary, su esposa, le trajo una taza de té.

    Ed se sentó erguido reluctantemente y aceptó la taza. Recordó mostrar su gratitud con una sonrisa.

    "Hay un astronauta muerto en el césped", dijo ella.

    Ed suspiró. "Otro no".

    "Llamaré al consejo, ¿te parece?"

    "¿En domingo?"

    "No podemos dejarlo ahí. ¿Qué van a pensar los vecinos?"

    «Que les cuelgue a los vecinos», pensó Ed. «Pandilla de esnobs, todos ellos».

    En voz alta, dijo: "Lo llevaré al vertedero después podar las rosas y cortar la hierba".

    "¿Cómo vas a cortar la hierba con un astronauta encima de ella?"

    "De acuerdo. Voy a podar las rosas, depositar al astronauta y después cortar la hierba. ¿Feliz?"

    "No hace falta que uses ese tono conmigo, Edward Morgan".

    "Lo siento, amor. Es que esto es interminable. Primero que si la infestación de la mosca verde. Me deshago de eso y ¿qué pasa? Mis rosas enferman de punto negro. Derroto el punto negro y ahora estoy plagado de astronautas muertos. Esto es suficiente para desesperar a un hombre".

    "¿No puedes hacer nada para mantenerlos fuera del césped?"

    "¿Qué sugieres? ¿Una red para pájaros?"

    "Ahora estás siendo sarcástico".

    "Ojalá supiera de dónde vienen".

    "Del espacio exterior apostaría yo", dijo Mary abriendo las cortinas. "Desayunamos en diez minutos".

    Ed aún iba en pijama y a medio camino con sus copos de maíz cuando sonó el timbre de la puerta. Como siempre, se contentó con dejar que Mary respondiera. Pero ella echó un vistazo por la mirilla y corrió escaleras arriba.

    "Maldito Lacey", murmuró Ed soltando con disgusto la cuchara antes de irrumpir por el pasillo. Lo que le faltaba: otra visita del metomentodo del barrio. Se tensó el cinturón de la bata y abrió la puerta. "Oh, señor Lacey. Qué agradable sorpresa".

    El ceño del señor Lacey se frunció. Él no estaba seguro, pero pensó haber detectado un indicio de sarcasmo. "No pretendo entrometerme en tus asuntos, buen muchacho, pero parece que hay un astronauta muerto en tu césped".

    "Soy muy consciente de ello, señor Lacey".

    "Ese es el sexto, ¿no?"

    "Séptimo".

    "No me corresponde a mí dictar qué debe o no debe tener un muchacho en su jardín, y estoy totalmente a favor de la individualidad, pero ¿no crees que estás dejando caer el lado?

    "¿Y qué lado sería ese?"

    "El barrio. La avenida Acacia es lo que los agentes inmobiliarios llaman aspiracional. En otras palabras, la gente aspira a vivir aquí. Lo cual es lo que mantiene altos los precios de las propiedades y alejada a la chusma. ¿Pillas mi onda?"

    "En realidad no".

    "¿No podrías al menos taparlo o disfrazarlo de algún modo?"

    "Estaba pensando en convertirlo en una fuente de agua. ¿Serviría eso?"

    El señor Lacey sonrió."¡Espléndida idea! A todo el mundo le gustan las fuentes de agua".

    "Bueno, me alegro de que hayamos resuelto eso".

    "Siempre es mejor sacar estas cosas abiertamente".

    Ed cerró la puerta y volvió a sus copos de maíz.

    "¡Hola, tío Ed!"

    "¿Podemos jugar con el astronauta muerto?"

    "¿Podemos? ¿Podemos?"

    Había algo en las gemelas Poulson que hacía que Ed quisiera vomitar. Le había dicho repetidamente a Mary que no les permitiera entrar en su jardín trasero y allí estaban de nuevo, rodillas roñosas y huecos entre los dientes, con sus vestidos de lino de cuadros a juego.

    "Claro", dijo Ed quitando un marchito capullo de rosa con sus tijeras de podar. "Servíos vosotras mismas".[1]

    Las dos niñas de siete años fruncieron el ceño y se lanzaron idénticas miradas una a la otra.

    "¿Cómo?", vocalizó Miranda; quien, siendo nueve minutos más joven que Esmeralda, naturalmente difirió a su hermana mayor.

    Esmeralda se encogió de hombros. "No creo que haya querido decir lo que ha dicho", susurró ella. "Como cuando mamá le dice a papá que se vaya a ahorcarse".

    "Entonces ¿no tenemos que noquearnos a nosotras mismas?"

    "No."

    "Ah, bien. Porque creo que eso podría doler un poco".

    Con todas las ideas de provocarse la inconsciencia retiradas de sus mentes, las gemelas Poulson volvieron su atención al astronauta muerto. Este yacía boca arriba en medio del césped del tío Ed, brazos y piernas en jarras. Como todos los demás, este tenía una estrella azul en la manga derecha del traje espacial con un nombre debajo.

    Las chicas se sentaron en el césped.

    Esmeralda señaló la primera letra del nombre. "Esa es una letra C", dijo ella.

    Miranda asintió afirmativamente. "Y la siguiente es una z".

    "Y esa es una y".

    "Y una r."

    "Y una n y una o y una k."

    Las gemelas tuvieron que pensar un poco. Mostraban los dientes inferiores porque eso era lo que hacía papá cuando estaba pensando, también se rascaban la cabeza.

    Esmeralda tuvo la primera idea. "¡Kizzernuk!"

    Miranda sacudió la cabeza. "No es así. Creo que es más como Kerzinoky".

    "¡Kizzernoky!"

    "¡Kerzinuk!"

    "Kuzzernuk!"

    "¡Vamos a preguntárselo al tío Ed!"

    «Mejor será que no», pensó Ed. Observó cómo el sol brillaba en las cuchillas de sus secateurs y lo afiladas que eran esas cuchillas. Y qué pálidas eran las gemelas y qué fácil sería encontrar sus venas yugulares.

    Mary apareció desde la cocina con una bandeja llena de golosinas. "¿A quién le apetece limonada y galletas?"

    "¡A mí!" gritaron las gemelas al unísono. Corrieron hacia la mesa del patio donde Mary dejó la bandeja.

    "Tía Mary."

    "¿Sí, Esmeralda?"

    "¿Cómo se dice C-z-y-r-n-o-k?"

    "Czyrnok."

    "Es un nombre raro".

    "Debe de ser extranjero", dijo Miranda. "Todos los hombres del espacio del tío Ed han sido extranjeros".

    "Excepto Smith", dijo Esmeralda. "No creo que Smith sea un nombre extranjero".

    Dejando a las chicas parlotear inanemente mientras se servían limonada y galletas, Mary Morgan se acercó al astronauta muerto. Así que tenían nombres, ¿no?, estos jóvenes que no paraban de cayer del cielo.

    Miró el oscurecido visor del casco del astronauta y vio reflejado en él un panorama que captaba el cielo, la casa y el jardín. «Bienvenido a mi mundo, Starman», pensó ella. «A la vida de la señora Aburrida Ama de Casa Suburbana que pasea en frenéticos círculos como un oso polar en un zoo.

    Mary Morgan tenía dos semanas menos de la cincuentena. Sus hijos habían volado el nido. Ella y su esposo se habían convertido mucho tiempo atrás en personas que ella apenas reconocía. «¿Qué pasó», se preguntó ella, «con esos jóvenes que celebraron su compromiso en moto por los Alpes suizos? ¿Los que fumaban marihuana bajo las estrellas mientras escuchaban The Clash en Radio Luxemburgo y que juraban no llegar a ser nunca como sus padres?»

    «Suburbia está llena de trágicos imagos como nosotros: hermosas orugas que crecieron para convertirse en mariposas incoloras.»

    Arrodillándose, presionó el rostro contra el visor. A través del cristal oscuro pudo distinguir rasgos asiáticos, posiblemente mongoles o nepaleses.

    «Ojalá me hubiera casado con alguien como tú», pensó ella. «Alguien apuesto y valiente y sin miedo a alcanzar las estrellas.»

    Y luego se dio cuenta de que se había casado con tal persona, pero a él nunca se le había dado la oportunidad de viajar en una nave cohete y morir antes de caer de regreso a la Tierra. «Si este astronauta hubiera vivido, ¿en qué se habría convertido dentro de treinta años? ¿En otro Ed Morgan? ¿Otro contable senior que poda rosas en un jardín trasero suburbano?»

    "¿Mary? ¿Estás bien?"

    Ella alzó la vista para encontrar a Ed de pie sobre ella, secateurs en mano. "Estoy bien, querido. Solo quería verle la cara".

    "Pelín macabro, ¿no?", dijo el hombre que solía coleccionar cráneos de animales. "He terminado con las rosas, pero voy a dejar el césped para después del almuerzo. Las hortensias me están pidiendo atención".

    El almuerzo se sirvió en la mesa del patio. Afortunadamente, para cuando Ed se sentó a comer embutidos y baguettes, las gemelas Poulson se habían ido a molestar a algún otro desafortunado habitante de la avenida Acacia.

    El astronauta muerto ahora llevaba una falda improvisada con un mantel. Las gemelas habían usado lápiz de labios para dibujarle una cara sonriente en el visor. Según Mary, habían estado jugando a médicos y enfermeras.

    Mientras Ed se ocupaba de incrustar jamón y pepinillo en una baguette, sonó el timbre de la puerta y Mary fue a contestar. Regresó con un hombre bajito con bombín.

    "Brady", dijo el hombre a modo de presentación, colocando su maletín sobre la mesa. "Departamento de Saneamiento".

    "Es del consejo", dijo Mary.

    "Se me ha llamado la atención, señor Morgan, que usted ha estado sacando su basura de una manera que no está de acuerdo con las regulaciones del consejo".

    La espalda de Ed se puso rígida. Que un "camisa de felpa" entrara marchando en su jardín en domingo y le acusara de transgredir los estatutos locales era un poco fuerte, por decir lo menos.

    "Voy a dejarle que se libre esta vez con una advertencia", dijo Brady. "Pero en el futuro, asegúrese de que toda la basura se coloque en el contenedor correcto".

    El más pequeño de los pequeños Hitler abrió su maletín repleto de folletos. Seleccionó y sacó uno encabezado con: «Tu basura y Tú». "Tómese tiempo para estudiar esto, señor Morgan. El contenedor rojo es para vidrio. El contenedor azul es para plástico. Blanco para papel y cartón. Verde para residuos orgánicos. Y amarillo para todo lo demás".

    "¿Y me está diciendo esto porque..?"

    "La semana pasada fue encontrado un astronauta muerto en su contenedor verde."

    "¿Y un astronauta no es orgánico?"

    "Debería haberse retirado el traje y colocado en el contenedor amarillo".

    "¿Y por eso no vaciaron mi contenedor verde?"

    "Nuestros ingenieros de saneamiento tienen estrictas instrucciones de no vaciar un cubo de basura si no pueden cerrar la tapa. Recordará usted que las piernas de su astronauta sobresalían del contenedor verde, por lo que no se podía cerrar." Brady extrajo otro folleto de su maletín. Lo colocó sobre la mesa junto al primero."Este folleto le dice cómo deshacerse de los artículos voluminosos. Si llama a la Línea de Ayuda de Artículos Voluminosos, podemos organizar una recogida especial para todo lo que no quepa en un contenedor del consejo de regulación".

    "Por un precio".

    "Uno muy razonable".

    Aunque exteriormente tranquilo, Ed estaba luchando contra el impulso de hacerle al Sr. Brady lo que le había hecho a sus rosas. "Según el último correo basura no solicitado que me envió el consejo, una parte considerable de mi impuesto municipal se destina a pagar la retirada de mi basura. No veo por qué debería tener que soltar cincuenta libras adicionales cada vez que aterriza un astronauta muerto en mi césped".

    "Tengo que advertirle que cualquier futuro incumplimiento del protocolo con respecto a la retirada de basura será tratado como un delito criminal."

    "¡Criminal!" siseó Ed. "¿Desde cuándo es criminal para un inglés meter la basura en su propio cubo de basura?"

    El Sr. Brady, del Departamento de Saneamiento, sabía por experiencia que ahora era el momento óptimo para partir. Había informado al señor Morgan de su transgresión y le había entregado dos folletos para aclarar más el asunto. Deber cumplido. La mecha, como le gustaba decir a los aprendices, ya estaba encendida. No tenía sentido quedarse a ver los fuegos artificiales.

    "Adiós, señor Morgan. Señora Morgan. Espero que haya encontrado instructiva nuestra pequeña charla". Brady cerró su maletín y entornó miopemente los ojos hacia el astronauta muerto. Se quitó el sombrero. "Un placer conocerla, madam".

    Y salió marchando para arruinarle el domingo a otra persona.

    El césped de Ed Morgan no se cortó ese día. Sus hortensias fueron dejadas a su suerte y los azafranes que había planeado plantar se quedaron en el cobertizo de las macetas.

    La visita del señor Brady había destrozado la tranquilidad del domingo de Ed de una manera que ni siquiera las gemelas Poulson podían estar cerca de igualar.

    Ya era suficiente. Era hora de tomar medidas.

    Si nunca has tenido que manipular el cadáver de un astronauta completamente equipado para meterlo en la parte trasera de una camioneta, no tienes idea de lo difícil que es. Aparte del hecho de que un traje espacial pesa más de treinta y cinco kilos, es un artículo bastante voluminoso. Añade a eso un incooperante cadáver y ya la has liado.

    Le llevó a Ed toda una sudorosa y agotadora media hora que el astronauta se subiera detrás en el Volvo y se sentara derecho. Había habido una raya de clorofila en el casco que Mary habido insistido en limpiar con Cristasol.

    "Es el hijo de alguien", había dicho ella en respuesta a las objeciones de Ed. "¿Cómo te sentirías si uno de nuestros hijos fuese enterrado con una mancha de hierba en el casco?"

    "No lo van a enterrar. Se va al vertedero de basura".

    "Es lo mismo".

    Sintiendo que había hecho algo para hacer del mundo un lugar mejor, Mary regresó a la casa y se embarcó en una limpieza no programada por la casa.

    Ed comprobó que el cinturón de seguridad del astronauta muerto estaba bien abrochado. "Tendrás que disculpar a mi esposa", dijo él hablando a la cara sonriente que permanecía pintada en el visor del astronauta. "Echa de menos a nuestros hijos, eso es todo".

    Después de comprobar que la guantera estaba equipada con suficientes caramelos Werther's Originals para todo el viaje, Ed se dirigió a las instalaciones de reciclaje del consejo.

    Jimmy Boyd era un cliché pubescente, el tipo de personaje que un escritor perezoso podría inventar para lograr un efecto cómico. Un desdichado por el acné con voz propensa a modular a través de tres octavas en una sola oración, aún no había besado a una chica y mucho menos hacer ninguna de esas cosas desagradables que había visto en Internet. En resumen, Jimmy era un campo de batalla donde la culpa católica chocaba cuernos con los dictados de las hormonas adolescentes.

    "¡Señor!", graznó. "No puede poner eso ahí dentro".

    Ed estaba a punto de depositar a su astronauta muerto en un gran contenedor marcado como RESIDUOS ORGÁNICOS. Las moscas zumbaban alrededor de su cabeza. El hedor a materia en descomposición flotaba en el aire.

    El corazón de la instalación de reciclaje era un gran agujero en el suelo que había comenzado como el cráter de una bomba de la Segunda Guerra Mundial y ahora estaba lleno de contenedores del tamaño de un bungalow. Una carretera rodeaba el cráter. Gente de todo el barrio tiraba dentro de los contenedores televisores, muebles y demás víctimas de la obsolescencia programada. Para muchos eso era un día de excursión en familia.

    Ed soltó a su astronauta sobre el asfalto. "No voy a discutir contigo", le dijo al desastre de hormonas que era Jimmy Boyd. "Yo he cumplido con mi deber cívico. A partir de aquí es problema vuestro".

    Y con eso, brincó dentro del Volvo y salió conduciendo.

    Jimmy giró hacia la cabaña de madera donde su jefe pasaba los días bebiendo tazas de té con leche. "¡Señor Sellers!", le graznó. "¡Tenemos otro!"

    Ed Morgan condujo hasta un centro comercial. Compró seis cámaras digitales, dos cámaras de video, un telescopio de diez centímetros, tres micrófonos, ocho detectores de movimiento, una mira de visión nocturna, binoculares y un capazo de otros chismes electrónicos que pudieran o no servir a su propósito.

    Mary Morgan no estaba acostumbrada a tener la cama para ella sola. Extrañaba el calor del cuerpo de su esposo, su aliento en el cuello e incluso los extraños ruidos que hacía mientras dormía.

    Era justo después de la una de la madrugada. Cada tic del reloj despertador era una palada en las costillas. En algún lugar de la casa goteaba un grifo. La electricidad zumbaba dentro de cables ocultos. El agua susurraba al arrastrarse por las tuberías.

    Renunciando al sueño, Mary se levantó de la cama y se puso la bata de su marido. Luego bajó las escaleras, preparó unos sándwiches, llenó un termo con café caliente y se puso las botas de campo.

    Afuera, se detuvo en el patio para mirar las estrellas y quedó estupefacta de ver tantas. Eso la llevó de vuelta a sus días de cortejo cuando subía a la parte de atrás de la moto de Ed y ambos salían de la ciudad para maravillarse con la Vía Láctea. Recordó una conversación que habían tenido tomados de la mano en la cima de Box Hill una noche. Ed había afirmado que en veinte años la gente estaría viviendo en la luna.

    "Butlins abrirá un campamento de vacaciones allí", le había dicho él."Probablemente en el Mar de la Tranquilidad. Será el lugar perfecto para pasar el aniversario de nuestras bodas de plata".

    Esa había sido la primera vez que él había mencionado el matrimonio. Entre entonces y el amanecer, concibieron inadvertidamente a su hijo mayor y se prometieron mutuamente que volarían a las estrellas en cuanto la ciencia lo hiciera posible.

    Y aquí estaba ella ahora, llamando a la puerta de los cincuenta sin perspectiva de llegar nunca a la luna, y no digamos ya a las estrellas.

    Con una caja de sándwiches en una mano y un termo en la otra, Mary bordeó el césped y se abrió paso hacia el cobertizo. Abrió suavemente la puerta, en caso de que su esposo se hubiese quedado dormido.

    No lo había hecho.

    Él estaba en una silla de jardín mirando un ordenador portátil posado sobre una mesa en medio de una jungla de azafranes en macetas. Si estaba sorprendido de ver a su esposa, no lo mostró.

    "¿Te importa si me uno a ti?", preguntó Mary. "He traído unos refrescos".

    "Me encantaría la compañía", dijo él.

    El interior del cobertizo estaba iluminado por el ordenador y un par de televisores portátiles conectados a las cámaras de video que Ed había comprado al regresar del vertedero. Ambas cámaras de video estaban montadas en la parte superior del cobertizo. Una mostraba una vista del césped, rodeado de otras cámaras digitales y detectores de movimiento. La otra alzaba la vista hacia las estrellas.

    Mary desplegó una silla y se sentó junto a Ed. "¿Qué estás mirando?", Preguntó ella.

    "Un sitio web con una lista de todos los lanzamientos recientes de cohetes. Esperaba que encajaran con la llegada de nuestros astronautas muertos".

    "Y asumo que no encajan".

    "Estos son todos los lanzamientos de satélites. Nadie ha llevado a un hombre al espacio desde la última misión del transbordador y eso fue hace más de tres meses".

    "¿No hay una estación espacial allí arriba? Quizá vengan de allí".

    "Podrías tener razón. Pero ¿cómo se cae uno de una estación espacial?"

    "Tal vez los están tirando. Quiero decir, la estación está tripulada por rusos y estadounidenses y esos no siempre se llevan bien. Supón que tienen algún tipo de enemistad sangrienta y sus gobiernos lo están ocultando por razones diplomáticas."

    "Es posible", admitió Ed. "Lo descubriremos cuándo aparezca el próximo astronauta muerto. Podré trazar su trayectoria y determinar de qué parte del cielo ha caído. Luego revisaré Internet para ver si la Estación Espacial Internacional estaba en la vecindad."

    Mary abrió el termo y le sirvió a su esposo una taza de café, que él aceptó con una sonrisa de agradecimiento. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro.

    "Esto es algo divertido", dijo ella.

    "¿Verdad?"

    "Me recuerda cuándo nos conocimos".

    Ed soltó una risita cariñosa. "Todas esas noches haciendo el amor bajo las estrellas".

    "Y hablando. Solíamos hablar mucho por aquel entonces".

    "Aún lo hacemos".

    "Solo sobre cosas sensatas como facturas y jardinería y volver a pintar las paredes. Cuando estábamos saliendo solíamos hablar de todo y de nada. Nos contábamos todos nuestros tontos secretos, cosas que no podríamos contarle a nadie más porque se reirían de nosotros".

    "Te prometí llevarte a la luna en el aniversario de nuestras bodas de plata".

    "¿Recuerdas eso?"

    "Como si fuese ayer".

    Mary se sintió cálida y radiante. "Tengo una idea", dijo ella. "Pero podría no gustarte".

    "Prueba."

    "Agarremos una manta y hagamos el amor en el césped".

    "Pero los vecinos..."

    "Que les cuelguen a los vecinos. Pandilla de esnobs, todos ellos".

    Ed se echó a reír. "Mary Morgan, de pronto he recordado por qué te amo".

    Cuando el sol se elevó de nuevo sobre la avenida Acacia, encontró a Ed y a Mary Morgan acurrucados desnudos sobre una manta en medio del césped. Ambos estaban soñando el mismo sueño sobre un campamento de vacaciones en la luna.

    Unas puertas más allá, el señor Lacey descorrió las cortinas de su habitación y casi explotó. "¡Qué rayos azules!"

    La señora Lacey se sentó derecha en la cama y se frotó los ojos. "¿Qué pasa, querido?"

    "¡Ahí! ¡En el jardín trasero!"

    "¿Qué, querido?"

    "Un astronauta muerto. ¡Y ha aplastado mis claveles!"

FIN

2. 09:03

(09:03) Publicado en Spinetingler

    Era una habitación compacta, confusa pero ordenada. Libros y revistas en posición de firmes sobre la repisa de la chimenea. Libros de recortes y CD en cajas bajo la cama. Un conjunto de pijama azul cuidadosamente doblado sobre la almohada. Era una instantánea de la mente de una joven, una película congelada en el tiempo.

    "Por favor, no toques nada", repitió Charles Lawford. Incapaz de reunir coraje para entrar en la habitación, estaba en el rellano de espaldas a la puerta.

    Había un reloj despertador de Betty Boop sobre al armarito de la mesilla de noche y me pregunté vagamente si valía algo.

    "Ya he visto suficiente", dije y ambos salimos a la sala de estar donde Lawford nos sirvió brandy a los dos.

    "Ahora ya saben qué clase de chica es Jenny", dijo Lawford. Nos sentamos en sillones separados por un sofá. Él era un hombre rechoncho de ojos estrechos y una marca de nacimiento roja visible justo bajo su fino cabello engominado. "Esa habitación no ha sido tocada desde que ella desapareció. Está exactamente como ella la dejó". Sus ojos estaban fijos en el carrillón en la esquina de la habitación.

    Me dejé hipnotizar brevemente por el vago movimiento del péndulo, el implacable tic-tac del mecanismo del reloj. Una manecilla de segundos con su propio círculo de números se estremecía de un número al siguiente.

    "Es una buena chica", dijo Lawford. "Buen comportamiento, equilibrada y sensata. Ella nunca habría huido".

    Aunque yo era el vecino de al lado de Lawford, apenas conocía al hombre y estaba desconcertado sobre por qué me había invitado a su casa. No era por compañía, yo estaba seguro de eso, aunque difícilmente se le podía culpar por no querer estar solo. Habían pasado dos meses desde que su hija había desaparecido. No había mucho de eso en la prensa: ocho centímetros de columna en la página siete de un tabloide, un artículo de un cuarto de página con una imagen borrosa de Jenny en el trapo local. El consenso general era que Jenny solo era otra adolescente fugitiva que debía de aparecer tarde o temprano.

    Durante la primera semana más o menos, la policía había mostrado preocupación. Habían enviado a alguien cada mañana para preguntar si Jenny había regresado y para asegurarles a los Lawford que todavía la estaban buscando.

    Cuando la policía dejó de venir, comenzaron las riñas. Noche tras noche, sonidos de ira, amargura y recriminación se abríian paso a través de la pared que conectaba con mi sala de estar. El señor y la señora Lawford se culpaban mutuamente por la desaparición de su hija. Ninguno de los dos estaba dispuesto a admitir que parte del fallo podría ser suyo. Ninguno de los dos parecía considerar que podría no haber ningún fallo en absoluto. Dos veces se llamó a la policía para calmar las cosas.

    Fue un alivio para todo el vecindario cuando la Sra. Lawford hizo las maletas y se fue.

    Me pulí el brandy y me puse en pie. "De veras he de irme".

    Charles Lawford estaba alarmado. "Cinco minutos más", suplicó. "Toma otro brandy, Houghton. Solo cinco minutos".

    Cuando volví a sentarme, su mirada volvió al reloj de pared. Las nueve y dos minutos.

    "La policía no me cree", dijo él. "Piensan que estoy loco. Te necesito como testigo".

    "¿De qué?", le ​​pregunté.

    Lawford se llevó un dedo a los labios. Su mano izquierda se mecía arriba y abajo en simpatía con el segundero del carrillón. "Siempre a los tres minutos", dijo él. "Por favor, no digas nada. No quiero que la asustes".

    La manecilla de los segundos llegó a la perpendicular. 9.03. Lawford parecía triunfante. "¡Ahí! ¿Qué te dije? Justo a tiempo".

    Agarró el teléfono y se lo colocó al oído. "Sí, cariño", dijo después de unos momentos. "Papi te escucha".

    Él ladeó la cabeza como si intentara captar las palabras de su interlocutor. Yo era consciente del tictac del reloj y del constante zumbido del tono de llamada. "¿Pero dónde estás, querida? Sé que está oscuro pero debes saber si estás dentro o fuera. Por favor, no llores. Te encontraré. Papi te encontrará".

    De nuevo, escuchó. Escuchaba el tono de llamada. Escuchaba una voz imaginaria sonando en su cabeza. "Mami también te quiere, pero ha tenido que irse... No es culpa tuya. Nada de eso es... ¡No! ¡No te vayas! No cuelgues".

    Los hombros de Lawford se desplomaron. Colgó el teléfono y se volvió hacia mí. "La has oído, ¿no? Ahora la policía tiene que creerme." Se pasó los dedos por el pelo. "¿Los llamarás por la mañana, Houghton? ¿Les contarás lo que has oído?"

    Temeroso del temperamento de Lawford, asentí. "Les contaré todo lo que acaba de suceder".

    "Gracias, gracias. Entonces quizá vuelvan a buscarla otra vez. ¡Ojalá me dijera dónde está! Ella dice que está en algún lugar oscuro y que no hace demasiado calor ni demasiado frío. Y hay una luz en la distancia. Creo que debe de estar en un túnel o algo así. Yo no dejo de decirle que vaya hacia la luz, pero ella no quiere. Tiene miedo de moverse. Quiere que yo vaya a buscarla. Pero ¿cómo voy a hacerlo si no sé dónde está?"

    Aunque el día siguiente era un día de descanso, jugué con la idea de ir a trabajar. Lawford me había asustado y temí que aporreara a mi puerta exigiendo saber si yo había telefoneado a la policía. Pero que me condenaran si alguien me iba a echar de mi propia casa. Si Lawford me confrontaba, le mentiría, le diría lo que él quisiera escuchar.

    Poco después del mediodía llegó la policía. Pararon en frente con un coche sin marcar: un detective de civil y una policía. Los observé entre las cortinas del salón mientras marchaban por el sendero del jardín de la casa de Lawford.

    Él abrió la puerta justo cuando el detective estaba a punto de llamar al timbre.

    Todo aquello me parecía ominoso.

    Durante dos minutos, no hubo sonido en la puerta de al lado. Después la voz de Lawford llegó a través de la pared divisoria. Estaba amortiguada, pero podía distinguir algún tipo de negación y el uso liberal de la palabra "bufones".

    Y luego calma.

    Decidiendo que ahora sería un buen momento para podar las rosas, agarré unas tijeras de podar y caminé hacia el jardín delantero. Mi plan era abordar al paso a los policías y decirles que Lawford se había vuelto loco.

    Cuando él y la policía salieron juntos, me pillaron desprevenido y no tuve oportunidad de esconderme de la vista. Lawford me vio cuando llegó a la puerta de su jardín.

    "¡Estas personas son bufones!", voceó. Lo hizo en mi dirección general, pero lo bastante fuerte como para que lo oyera la mitad de la calle. "No nos creen, Houghton. Han cometido un espantoso error".

    La mujer policía hizo movimientos de silencio y le dijo a Lawford algo que supongo iba destinado a calmarlo. Él la ignoró y vino acechando por el sendero hasta mi jardín.

    "Han encontrado el cuerpo de una joven en un pozo minero en desuso", dijo bajando la voz hasta un conspirador susurro. "Insisten en que es mi Jenny y que lleva muerta al menos dos semanas". Pero, ¿cómo puede ser cuando ella me llama todas las noches? No tiene sentido, ¿verdad? "

    Retrocediendo, negué con la cabeza.

    "¿Llamaste a la policía como prometiste?"

    "Por supuesto", mentí. "Les conté lo de la llamada telefónica y todo eso".

    El hombre de ropa sencilla se aventuró en el jardín pero mantuvo distancias con Lawford. "Podemos resolver esto en la comisaría", le dijo.

    "Ciertamente podemos, inspector", espetó Lawford. "Y luego voy a presentar una queja formal sobre la forma en que se ha llevado a cabo esta investigación. Rodarán cabezas, créame".

    Lawford marchó hacia el coche de policía y entró en la parte de atrás. La mujer policía entró con él.

    El policía me mostró su placa. "Detective Inspector Collins. ¿Es usted el señor Houghton, por casualidad? "

    "Sí, inspector".

    "El Sr. Lawford me dice que le hizo una visita anoche.

    "Él insistió en que fuese". Le hablé a Collins sobre el extraño comportamiento de Lawford.

    "Sabemos lo de las llamadas de teléfono fantasma", dijo Collins. "Comenzaron justo después de que su esposa lo abandonara. Él lleva llamando a la comisaría todas las noches para decir que su hija le llama por teléfono y que está perdida en algún lugar. Las primeras veces lo consultamos con la compañía telefónica". Collins se tocó la sien. "Las llamadas están en su mente".

    "¿Qué acababa él de decir sobre el cuerpo de la chica...?"

    Collins asintió. "Me temo que es verdad, señor. Su hija fue encontrada en el fondo del pozo de una mina".

    "¿Y están seguros de que es ella?"

    "La madre está ahora en la comisaría. Ha hecho una identificación positiva. Jenny Lawford está muerta".

    Entumecido, yo estaba sentado viendo las Noticias de la BBC. El almuerzo había sido un par de vasos de whisky.

    «Pobre Lawford», pensé. «Primero pierde a su hija, luego a su esposa y ahora la mente».

    Por mucho no consiguiera que me gustara el hombre, lo sentía profundamente por él.

    La noticia finalmente salió justo antes del boletín de las cuatro en punto: "Y nos informan de que el cuerpo de una joven hallado en el pozo minero en desuso es el de la adolescente desaparecida Jennifer Lawford. Su madre y su padre han sido informados. Hasta ahora la policía no ha indicado si se sospecha o no de juego sucio. Tendremos más información sobre esta noticia a medida que surjan detalles..."

    Eso fue ayer. Un puñado de reporteros apareció en la casa de Lawford, pero se fueron cuando quedó claro que no habría nadie en casa durante un tiempo.

    De vez en cuando yo encendía el televisor en busca de una actualización. Aparte de que la policía había descartado el acto criminal y de que el Sr. y la Sra. Lawford iban a quedarse con unos familiares, no había novedades.

    Finalmente, poco después de la medianoche, me fui a la cama y esperé a que llegara el sueño. No llegó, así que regresé a la sala de estar y me serví un gran vaso de whisky.

    Encendí la televisión con esperanza de encontrar una película nocturna. Me salió la BBC News y estaba a punto de saltar de canal cuando capté la palabra "Lawford".

    "... fue trasladado de inmediato al hospital, pero fue declarado muerto a su llegada. En otras noticias... "

    Tuve que esperar media hora para que los titulares volvieran a aparecer. Cuando lo hicieron, supe que Charles Lawford se había suicidado con limpiador para desagües.

    La mañana llegó por fin. Me encontró durmiendo en mi sillón con la televisión encendida y un vaso de whisky a mis pies.

    No queriendo saber ni pensar más sobre los Lawford, apagué la televisión en cuanto desperté. Mi cabeza estaba llena de un dolor monótono. El whisky me quemaba la garganta. Eran las 8.40. Iba a llegar tarde al trabajo.

    Después de una rápida ducha y afeitado, hice unas tostadas, pero no podía conseguir comérmelas.

    Sonó el teléfono. Lo levanté. "¿Hola?"

    "Hola". La voz de una chica. "¿Es el señor Houghton?"

    "Sí", dije.

    "Espere, por favor. Mi papá quiere hablar con usted".

    Miré el reloj de pared. Eran las 9.03.

    "¿Houghton?" La voz era inconfundible. "Soy Lawford. Solo quería que supieras que he encontrado a mi hija. Todo va a ir bien ahora... "

FIN

3. Cabeza

(Head)

I

    Los hombres son desagradables.

    Emily Green lo escribió en la pizarra. Los hombres son desagradables.

    Dio un paso atrás y se hizo una pregunta. ¿Qué tienen de desagradable?

    "Eso es fácil. Piensan con las pollas y consideran a las mujeres más bajas que las bestias del campo." Se volvió para mirar a un aula vacía. "Aquí termina la lección de hoy. Fin de la Clase".

    La puerta se abrió. El Sr. Henderson asomó su cabeza coronada de gris. "¿Está usted bien, señorita Green?"

    ¡Señorita Green! Allí estaba. Esa palabra detestable: ¡Señorita!

    ¿Y qué me he perdido exactamente? [2]

    "Se supone que debe estar en el patio de recreo". El Sr. Henderson lo hizo sonar como una sentencia de muerte. Polvo de tiza se desprendió de las solapas de su chaqueta de pana.

    "¿Conoce a Alex Stirling, señor Henderson?"

    "¿Jefe de juegos? Por supuesto".

    "Hemos tenido una aventura".

    "Eso no es asunto mío".

    "Tiene un pene diminuto".

    "¡Señorita Green!"

    "¿Qué ha dicho él de mí?"

    "Los niños van a terminar la cena. La necesitan en el patio de recreo".

    "Apuesto a que dijo que soy frígida. Siempre dicen eso cuando no pueden satisfacer a una mujer".

    "Señorita Green..."

    "¡Deja de llamarme señorita Green! ¡Tengo treinta y seis años! ¡Merezco que me llamen algo más que jodida Señorita!"

    "Su hábito con la bebida no ha pasado desapercibido, señorita Green". El Sr. Henderson salió retrocediendo de la habitación. "Necesita resolver su problema. Antes de que sea demasiado tarde".

    Emily apuñaló la pizarra con la tiza. Los hombres son desagradables.

    "Escribe eso cien veces", se dijo a sí misma. "Entonces quizá no seas tan rápida de olvidar".

    Para Emily, el patio de recreo era La Zona. Un lugar más allá de la normalidad donde se aplicaban reglas diferentes, sociales y físicas.

    Pero tan mundano, notaba ella mientras patrullaba el perímetro del patio. Vosotros pequeños mocosos pensáis que todo es nuevo, ¿no? Creéis que sois iconoclastas reinventando el mundo. Pero este es el mismo viejo mundo que siempre ha sido y siempre será. Los juegos no cambian—solo los jugadores.

    Emily quería fumar. Había abandonado la nicotina hace dos años y se había sentido culpable desde entonces. Como si le debiera a la industria tabaquera una deuda de gratitud por dejarle negros los pulmones.

    Qué borracha estoy.

    Contempló la distancia. Más allá de la cerca de alambre que definía los límites del patio de recreo, el pabellón de cricket de la escuela estaba en el borde del campo de juego como lo había estado desde antes de la Primera Guerra Mundial. A pesar de estar fuera de los límites, un grupito de escolares—en su mayoría chicos—se había reunido en su baranda. Su atención colectiva se centraba en una caja de sombreros sostenida como una ofrenda votiva por William Howard, el terror del tercer año.

    Mírate. Apenas sales del pantalón corto y ya te crees que lo tienes todo arreglado. Bueno, pues tengo noticias para ti, hombrecito. Veo a través de ti y de los tuyos.

    Ella se imaginó llevando un cigarrillo entre los labios mientras todos a su alrededor lloriqueaban: ¡Señorita! ¡Señorita! ¡No puede hacer eso! No está permitido. Es malo para usted. Antisocial. Al límite de lo criminal. Definitivamente no es modo de conseguir un hombre.

    Mientras ella daba una calada a su cigarrillo imaginario, los Fantasmas del Tabaco del Pasado descendieron al inframundo de sus pulmones, tirando de las enredadas fibras de su ansiedad.

    ¡Perra neurótica! Las palabras de despedida de Alex Stirling al salir en estampida de su apartamento volvieron a ella. No soy neurótica. Lo único que quiero es un buen cigarrillo, una copa de vino y un tiempo de calidad en mi sofá para perderme en la simplista trama de una cutre novela.

    "¡Basta!" Emily entró en el campo de juego y—con la firme determinación de un misil de crucero—se disparó hacia el pabellón.

    "¡Venga ya!", chilló uno de los niños.

    "¡Asombroso!", exclamó Rosie Valencia, una precoz niña de trece años que generalmente no se daba a los actos de desobediencia. Ella se alejó de la caja de sombreros. "¿Muerde?"

    "Sí", dijo William Howard. "Muerde".

    Thomas Downs puso la mano sobre la caja y todo quedó en silencio. Seis pares de ojos adolescentes lo desafiaron a proceder.

    "Continúa", dijo William. "¿O eres un gallina?"

    "No me importa si muerde. Acabo de tener un pinchazo de tétanos". La mano del niño entró en la caja, y casi inmediatamente salió disparada de nuevo. "¡Yau! Eso duele".

    William vio a Emily. Asustado, cerró la tapa de la caja de sombreros y caminó hacia el patio de recreo.

    "¡Quieto!"

    Los niños se congelaron.

    "Ven aquí, William Howard. Y trae esa caja contigo".

    Hombres camino al patíbulo habían mostrado menos trepidación que William cuando él dio la vuelta y regresó arrastrando los pies hacia Emily.

    "Eres sin duda", le dijo Emily, "el niño más sucio y más mentiroso que he tenido la desgracia de conocer. ¿Qué tienes que decir a eso, William Howard?"

    El chico masculló.

    "¡Habla!"

    "Sí, Señorita"

    "¿Y qué horror innombrable descubriré acechando en tu caja?, me pregunto."

    "Por favor, Señorita, lo encontré en las vacaciones".

    "Oh, sí. Tu famosa excursión de medio término a climas extranjeros. Grecia, ¿no es así? ’

    "Sí, Señorita. Lesbos". William succionó las mejillas para no reírse. Otros, no tan cautelosos, dieron rienda suelta a discretas risitas.

    "Muy bien, William. Déjanos ver qué tesoro de la antigüedad tienes para nosotros".

    "¿Señorita?"

    "Abre la caja".

    Una mirada astuta cruzó la cara de William. Con la floritura de un mago, retiró la tapa.

    "¿Qué co...?" La respiración de Emily quedó atrapada en su garganta.

    Unos ojos marrones alzaron la vista hacia ella desde un rostro canoso. Eran ojos que hablaban de sueños y sabiduría y de una vida vivida al máximo. Bajo ellos, una nariz patricia destacaba unos labios tan secos que parecían de cuero.

    «Es una obra de cera», se dijo a sí misma. Una fracción de segundo después, los ojos parpadearon y los labios se torcieron. "¿De dónde has sacado esto, William?"

    "Estaba en una cueva".

    "¿Cómo funciona?"

    "¿Funciona? No entiendo".

    "Es una especie de robot. Debe haber cables y microchips y cosas así".

    "No, señorita. Es una cabeza real".

    "¡No seas absurdo!" Emily sopesó su ira. Sabía que estaba borracha y sabía que estaba enojada con Alex Stirling. Sería un error desquitarse con William Howard. Puede que fuese estricta, pero se enorgullecía de ser justa. "Deberías saber que no puedes traer algo así a la escuela. Dámelo ahora mismo".

    "Pero, Señorita..."

    "Lo recuperarás al final del día. Mientras tanto, deberíais estar todos agradecidos de no encontraros ya en detención. ¡Ahora vuelve al patio de recreo, todos vosotros!"

II

    Emily condujo a casa con la caja de sombreros en el asiento del pasajero.

    Cada vez que se detenía en un semáforo, se descubría deseando abrir la caja e inspeccionar su enigmático contenido. Sólo una implacable sensación de temor se lo impedía.

    Con su aventura con Alex Stirling terminada, no había nada en su vida que no fuera aburrido. Nada excepto un misterio en una caja de sombreros. Y si miraba con demasiada atención, el misterio podría desentrañarse y volverse también aburrido.

    Cuando entró por la puerta principal de su apartamento, se sorprendió por lo pequeño y sombrío que era. Recordó las noches que Alex Stirling había pasado allí. Entonces había sido acogedor, pequeño y elegante—un apropiado nidito de amor.

    «Mi vida», pensó ella apresurándose hacia la sala y colocando la caja de sombreros sobre la mesa de café. «Un cuarto de siglo dedicado a la noble profesión y ¿qué es lo que tengo para mostrar de ella?»

    Incapaz de reunir coraje para contestar a la pregunta, cerró las persianas y encendió la lámpara de pie. Después de abrir una botella de Beaujolais y poner un CD de Barry White, se instaló en el sofá con una copa de vino y una novela de explícitos encuentros sexuales.

    Llevaba doce páginas del libro cuando terminó el CD, y se dio cuenta de que no había captado una sola palabra. Irritada, tiró a un lado el libro de bolsillo de esquinas dobladas, dio un trago de vino y miró la caja de sombreros.

    "Deja de mirarme", le dijo ella a la cabeza invisible. "No creas que no sé lo que estás tramando".

    Casi se rió de sí misma. La vieja rutina de los "ojos en la nuca" funcionaba bien con los escolares, pero era poco probable que fuese efectiva con una cabeza mecánica.

    Emily dejó su copa de vino y se colocó la caja en el regazo. Aunque no quería saber la verdad sobre su contenido, no saber la estaba volviendo loca.

    "Aquí va". Levantó la tapa y la dejó caer sobre la mesa de café. Durante cinco latidos, ella miró al frente. Luego respiró hondo y miró hacia abajo.

    Ojos que ella luego diría que eran tan profundos y azules como el Egeo, la miraron. La boca formó la más vaga de las sonrisas.

    Emily se descubrió admirando a los desconocidos artesanos que habían creado una cabeza tan realista. Sus labios se movían en una imitación silenciosa del habla.

    "Me pregunto qué estás tratando de decir".

    Pero, por supuesto, no estaba tratando de decir nada. Era solo un modelo, se recordó a sí misma. Una sofisticada marioneta. Probablemente hecha para alguna película de ciencia ficción.

    La piel la fascinaba. Era coriácea y gastada y hablaba de una vida en alta mar. Se la imaginó medio enterrada en una playa bañada por el sol, cubierta de sal y algas, prácticamente indistinguible de la madera varada.

    Nerviosa, se agachó y tocó la desgastada mejilla con la punta del dedo. La cara se agitaba. Aire cálido le acariciaba la mano.

    «Casi como si estuviera respirando».

    Con ese pensamiento llegó la conciencia del más suave de los sonidos. Un murmullo suave y melódico que la hizo pensar en saltamontes y arroyos de montaña. Tenía toda la dolorosa belleza de un recuerdo agridulce. Al igual que el aire cálido, parecía provenir de la boca de la cabeza.

    Emily se inclinó hacia abajo. La melodía pasó por sus sentidos. Le llenó la mente de maravilla y calidez.

    Captó un movimiento repentino en la barba. Por un momento pensó que su imaginación la estaba traicionando. Pero entonces la pulga volvió a saltar.

    Lo siguiente que ella supo fue que estaba en el sofá y su corazón iba a la velocidad de una taladradora. La cabeza, que se había salido de la caja, yacía sobre la alfombra mirándola. Sonreía.

    "¡La hostia!" Las rodillas de Emily amenazaron con doblarse. Ella maniobró apresuradamente hasta una posición sentada. Ahora el pensamiento que había estado urgando en su mente desde que había visto la cabeza por primera vez ya no podía ser ignorado. El vértigo causó que la habitación se meciera suavemente mientras ella por fin confrontaba la loca y desagradable verdad.

    "¡Está viva!"

    Hasta que hubo vaciado su botella de vino, Emily no pudo formular nada parecido a una línea de pensamiento coherente. Sus intentos por llegar a una explicación racional de la cosa en el suelo caían invariablemente en el primer obstáculo.

    Mirando fijamente el interior de la copa de vino vacía, se concentró en la leyenda griega. Si se podía creer a William Howard—nunca algo cierto—la cabeza se habría descubierto en Lesbos.

    "Lesbos... Lesbos..." ¿No tenía eso algo que ver con Edipo? ¿O con Odiseo? De su juventud, Emily recordó un libro de bolsillo: Guía para Principiantes de los Mitos Griegos. Formaba parte de la escasa colección de libros de su padre, que consistía principalmente en thrillers cutres. La ilustración de la portada era una chillona interpretación de Perseo sosteniendo la cabeza cortada de la Medusa. Una tarde lluviosa, cuando no había nada en la televisión excepto carreras de caballos, ella estaba lo bastante aburrida como para caminar por la turbia prosa del libro. Después, ella pudo recordar poco de las historias, pero las imágenes en blanco y negro se habían quedado en su mente. Una especialmente: un grabado en madera de una cabeza cortada flotando río abajo.

    Emily cerró los ojos y conjuró la página en su mente. La leyenda tardó unos segundos en venirle. Arrancada del cuerpo por las mujeres Ciconianas, la cabeza de Orfeo vaga sobre el Hebrus.

    "¿Es eso quien eres? ¿El héroe griego Orfeo?" Recordó el libro que detallaba cómo las mujeres de Ciconia le habían perseguido en masa por deseo hacia él. Él habría podido elegir a cualquiera de ellas, pero lo único que le interesaba era tocar su lira dorada.

    Enfurecidas por su indiferencia, las mujeres se juntaron y le arrancaron la cabeza de los hombros.

    "¿Y quién puede culparlas?" Emily recordó haber querido hacerle algo similar a Alex Stirling cuando este había terminado su aventura. "Solo que no fue su cabeza lo que yo quise arrancar".

    Pero olvida eso. ¿Qué le había pasado a la cabeza de Orfeo? ¿No terminó él en la isla de Lesbos, donde los nativos primero le adoraron y luego le enterraron?

    Emily respiró hondo. "VALE. Digamos que eres Orfeo. Puede que sea una locura, pero—como solía decir Sherlock Holmes—cuando has eliminado todas las explicaciones que no son absurdas, debes tomar la menos absurda de las absurdas. Entonces eres un personaje de la Era de los Héroes que yace en mi sala de estar. No importa cómo llegaste aquí, el asunto es que aquí estás y apestas a algo podrido. Tampoco es que te culpe. ¿Quién no apestaría después de pasar miles de años en una cueva sin instalaciones de baño? Pero antes de continuar, vamos a tener que limpiarte".

    Emily preparó un baño. Lo llenó a una profundidad de unos cinco centímetros, se aseguró de que el agua estuviera cómodamente caliente y luego sacó la cabeza de Orfeo de la sala de estar. Con manos tiernas, bajó lo que quedaba del héroe griego al baño y apoyó la parte posterior de su cabeza sobre una esponja.

    Ella notó que el agua no entraba en el agujero donde terminaba su cuello. También notó una ausencia completa de cicatrices, como si la cabeza hubiera sido extirpada quirúrgicamente en lugar de arrancada de su cuerpo. Pero no había forma de saber qué había sucedido realmente. En los días de los héroes, cuando los dioses usaban a los hombres como sus juguetes, todo era posible.

    Orfeo cantaba alegremente mientras Emily Green le enjabonaba el pelo con champú y le lavaba la antigua mugre de la cara.

    Emily también cantó.

    En el dormitorio, Teddy Timbo estaba sentado contra la cabecera donde pertenecía.

    Si había algo por lo que Emily sabía que nunca podría perdonar a Alex Stirling, era por haber desterrado a su osito de su cama.

    "Es macabro", fue como él lo expresó. "que esa vieja cutrería nos observe mientras hacemos el amor. Una mujer de tu edad ni siquiera debería tener un oso de peluche".

    Y así, Teddy Timbo se había encontrado en el cajón de su ropa interior, incómodamente cerca del consolador de treinta centímetros de longitud que Alex había intentado introducir en los actos amorosos de ambos. En retrospectiva, ella se daba cuenta de que el destierro de Teddy Timbo había sido un acto de pequeña venganza. Al rechazar ella su falo de goma, había desafiado la autoridad de Alex, y Teddy Timbo había pagado el precio.

    Emily colocó amorosamente a Orfeo sobre la almohada al lado de Teddy Timbo. "No os importa compartirla, ¿verdad?" Ella hablaba al oso y al héroe antiguo. "Me parece que hay suficiente para ir tirando".

    Con la cara lavada y el cabello y la barba recortados, Orfeo ya no parecía un ciudadano de Skid Row. Teddy Timbo, sin embargo, estaba tan zarrapastroso como siempre. Pero ese era el Teddy Timbo para ti, ella no podía evitar amarlo, sin importar cuántas veces había tenido que reemplazar su relleno y volver a coserle la pierna.

    Emily se tumbó sobre la cama. "¿Estáis los dos cómodos?"

    Orfeo cantó una melodía como el aroma de madreselva en una brisa de verano.

    Sin saber por qué, Emily se encontró llorando. Ni siquiera en sus momentos más hormonales se había sentido tan triste y feliz al mismo tiempo. Fue consciente de un dolor que había estado ahí durante un largo y solitario tiempo, pero que ella había sido capaz de ignorar hasta ahora.

    "Por favor, para", susurró ella. Pero Orfeo siguió cantando y Emily se alegró de que lo hiciera.

    Lentamente, el dolor se evaporó y ella se encontró sonriendo. Se imaginó a sí misma como una ninfa del bosque, danzando alegremente en un claro mediterráneo, como una con la Naturaleza y con ella misma.

    La música estaba dentro de ella. Goteaba por sus venas y causaba el canto de sus nervios.

    Esta le ordenaba que se bajara de la cama y se desvistiera.

    Nunca le había gustado quitarse la ropa delante de los demás. Con Alex, ella había insistido en que él saliera de la habitación mientras ella se preparaba para él. Pero la música la tranquilizaba. Le decía que era una mujer cuyo cuerpo había sido hecho para ser estudiado y venerado.

    Ella se encontró con la plena mirada de Orfeo. Mientras se desabotonaba la blusa, balanceaba las caderas. Él sonreía aprobadoramente.

    "¿Cuánto tiempo llevas esperado este momento?", preguntó ella. "¿Cuántas civilizaciones han surgido y caído desde la última vez que viste a una mujer desnuda?"

    Su ropa fue pronto descartada. Luego ella bailó para Orfeo, mostrándole que era toda una mujer, el vínculo de él con la Madre Cósmica. "Seré tu consuelo. Tu amiga, tu amante, tu enfermera, tu puta, tu Helena de Troya. Seré lo que quieras que sea".

    Orfeo cantó una nueva melodía. La acarició con dedos invisibles, trazó las curvas de su cuerpo, buscó zonas erógenas cuya existencia ella nunca había sospechado.

    Le hizo el amor con su voz. Envolvió sus fuertes brazos alrededor de ella, respiró en su oído, le acarició los labios.

    "Dios mío", murmuró ella presionando una mano sobre su sexo. "Estoy en llamas".

    Emily podía sentir a los héroes y dioses de la antigua Grecia mirándola desde arriba, instándola a alcanzar nuevas alturas de éxtasis. Lanzándose ella misma sobre la cama, se postró ante su amor recién hallado. Cerró los ojos y lo imaginó con su cuerpo intacto. Lo vio sentado en una roca, con el sol mediterráneo brillando en su cuerpo de piel cetrina. Se maravilló de los brazos finamente contorneados que habían ayudado a remar el Argo más allá del mundo conocido y regresar. Luego se imaginó su virilidad en posición de firmes y gimió.

    Se estaba poniendo demasiado. Si la liberación no llegaba pronto, ella iba a explotar.

    Dado el estado de Orfeo, solo había una forma en que él pudiera proporcionar esa liberación. Pero ¿osaría ella pedirlo? Ella le había sugerido algo así a Alex y el fuerte rechazo de este aún le resonaba en los oídos.

    Emily decidió mandar a la precaución a tomar viento. Si Orfeo no le concedía este favor especial, tal vez no era el hombre para ella después de todo.

    Con el corazón martilleando y su continua felicidad en equilibrio, se sentó a horcajadas sobre la cabeza, dándole a Orfeo una vista completa de su feminidad. Ella estudió su rostro en busca de cualquier signo de repulsión, pero él solo sonrió y le guiñó un ojo.

    Emily bajó su sexo a dos centímetros de los labios del guerrero. Y seguía sin haber signos de desagrado por su parte.

    Se estaba preguntando si se atrevería ella a dar ese último paso final cuando sintió la punta de una lengua en el interior de su muslo. Fue todo el aliento que ella necesitó.

    La boca de Orfeo tocaba a Emily de la misma forma que sus dedos habían tocado su lira dorada. Sabía exactamente dónde eran requeridos sus labios y su lengua, cuánta presión aplicar, cuándo provocar y cuándo liberar. Emily estaba siendo disuelta. La serpiente dentro de ella despertó y el fuego en sus entrañas alcanzó los lejanos confines del Cosmos.

    "Soy una diosa", susurró ella. "Ahora adórame".

III

    Sonó el timbre de la puerta.

    "Oh, mierda". Emily no quería moverse. Quería seguir tumbada boca arriba, rodeada de sábanas arrugadas y olor a sexo. Junto a ella, su amante incorpóreo tarareaba un suave gemido de satisfacción. "Es Alex Stirling, sé que es él. El pobre sapo está aquí para rogarme que lo acepte. Oh, ¿no es eso gracioso?"

    El timbre volvió a sonar y ella supo que seguiría sonando, reduciendo su satisfacción a cada llamada sonora. Mejor acabar con esto de una vez.

    "Lo siento, chico amante". Emily se levantó de la cama y alzó la cabeza de Orfeo hasta su pecho. "No puedo dejar que te vea". Buscó por ahí un escondite seguro y se decidió por su cajón de ropa interior. "Te gustará estar ahí dentro, entre mis bragas y sostenes".

    Con una mano abrió el cajón. Mientras colocaba suavemente a su amante en un lecho de lencería de seda, con un sostén como almohada, vio algo que la hizo estremecerse: el largo consolador de Alex.

    "Debería haber tirado el maldito chisme", murmuró. Y lo habría hecho si hubiera estado segura de que este nunca pudiera rastrearse hasta ella.

    Bueno, no iba a dejar el juguete sexual de su examante en el mismo cajón que su novio actual. Eso sería irrespetuoso.

    El timbre volvió a sonar. Y una y otra vez. Alguien se estaba impacientando.

    Emily recogió el consolador con cautela. Era casi tan grueso como su brazo y se preguntó cómo demonios había esperado Alex que ella sacara placer de ello.

    Con un estremecimiento, lo arrojó sobre la cama, donde aterrizó a los pies de Teddy Timbo. Luego le lanzó un beso a su amante y cerró el cajón.

    Ding dong.

    "¡Para el maldito carro!" Se apresuró a través de la sala de estar y hacia el pequeño pasillo. "Vale, Alex. Tú te lo has buscado".

    Pero cuando abrió la puerta, Alex Stirling no estaba allí.

    La mujer en la puerta de Emily era una arpía con una falda de mezclilla. Parecía que no había sonreído en años. "¡Quiero mi jodida cabeza!" Ella levantó un puño. La palabra ODIO se deletreaba en sus nudillos. "Podemos hacer esto por las buenas o podemos hacerlo por las malas. Dame mi jodida cabeza o te aplastaré los jodidos dientes hasta la jodida garganta".

    "¿Señora Howard?"

    "No me vengas con señora Howard, vaca ladrona". La madre de William Howard irrumpió en la sala de estar pasando a Emily. "¿Dónde está?"

    "No sé de qué está hablando". Años de lidiar con adolescentes enloquecidos por las hormonas habían enseñado a Emily a parecer completamente tranquila, mientras sus instintos le decían que gritara. "Si desea hablar conmigo sobre William, reserve una cita a través de la secretaria de la escuela".

    La Sra. Howard sacó un paquete de cigarrillos baratos del bolsillo.

    "Preferiría que no fumara", dijo Emily.

    Con una sonrisa burlona, ​​la Sra. Howard sacó un encendedor desechable y encendió su cigarrillo. Sopló humo en dirección a Emily y luego habló con los helados tonos de «no te metas conmigo», que Emily misma había perfeccionado mucho tiempo atrás. "El bastardo de mi hijo se coló en mi habitación y robó lo que es mío y ahora lo tienes tú y lo quiero de vuelta".

    "Si está hablando de lo que creo que está hablando, está en la escuela".

    "No me mientas, perra".

    "Señora Howard, quiero que salga de este piso... ¡ahora!

    "¿Dónde está?"

    "Salga o voy a llamar a la policía".

    "Llama. Me habré mucho antes de que lleguen aquí." La señora Howard miró por la habitación con rapaz alerta en busca de cualquier pista que pudiera conducir a su presa. "No pienses que no sé para qué has estado usando mi cabeza, sucia vaca. ¿Quién crees que la entrenó en primer lugar? Ahora, ¿dónde la tienes escondida?"

    Emily miró involuntariamente hacia el dormitorio.

    "¿Ahí?", la Sra. Howard abrió la puerta del dormitorio y entró.

    Emily se apresuró a seguirla. "¡Salga!" Ella abrazó los anchos hombros de la mujer y trató de empujarla al suelo.

    Rompiendo fácilmente el agarre de Emily, la Sra. Howard dio la vuelta, agarró un puñado de cabello y arrojó a Emily sobre la cama. "Ahora quédate quieta o te mataré".

    Después, Emily pudo recordar muy poco aparte del dolor y la ira. Vio a la Sra. Howard abriendo el cajón de su ropa interior y el consolador de treinta centímetros ya estaba en sus manos y ella estaba de pie gritando: "¡Perra...!" ¡Perra…! ¡Perra...!"

    El primer golpe alcanzó a la Sra. Howard en un lado de la cabeza. Esta se dio la vuelta y miró a Emily con asombrada incredulidad. "¿Esas tenemos?"

    "¡Perra!"

    Emily bateó con el consolador con todas sus fuerzas. Le dio de lleno a la Sra. Howard en la boca, causando un ominoso crujido de dientes y huesos rotos. Una fina neblina de sangre brotó del arruinado orificio.

    Y Emily sabía que no iba poder parar. La idea de que alguien usara al antiguo guerrero como juguete sexual era demasiado para soportar. Mientras propinaba una lluvia de golpes sobre la intrusa, se recordó a sí misma que lo estaba haciendo tanto por Orfeo como por ella misma.

    Cada colisión entre carne y goma la llenaba de alegría. Aquello era pura sed de sangre: cruda, primitiva y muy, muy satisfactoria.

    La señora Howard se vino abajo. Envolviendo con las manos su sangrante cabeza, trató de escapar. Pero un golpe en el centro de su espalda la dejó sin aliento.

    Ella gimió y Emily dio una carcajada. Y siguió riendo y siguió golpeando a la Sra. Howard mucho después de que la Sra. Howard hubiera muerto.

IV

    El agua que se acumulaba a los pies de Emily se tiñó de rojo con la sangre de la difunta señora Howard. Luego devino pálida y rosada. Cuando el agua se aclaró, Emily sintió que se había limpiado de encima toda una vida de padecimiento y desilusión.

    Al salir de la ducha, se imaginó a sí misma como la Venus de Boticelli recién emergida del mar.

    «He hecho el amor con un semidiós, algo que ninguna mujer viva ha hecho desde hace miles de años. Puede que yo no sea Venus de verdad, pero soy lo más parecido a ella que hay en este momento.»

    En el dormitorio, pasó por encima del cadáver de la señora Howard y se puso una bata de franela. Se pasó por el cabello una toalla, pensando que, como hombre de mar, Orfeo apreciaría que su cabello estuviese mojado. Como una de esas sirenas que intentaron atraerlo a su condenación.

    Descalza, salió a la sala de estar. Orfeo estaba donde ella lo había dejado, apoyado en una esquina del sofá. Él la saludó con una canción destilada del gorgoteo de los arroyos de las montañas y el zumbido de una libélula.

    Ella lo besó en la frente. "Veamos un DVD. Tengo películas mudas, así que el idioma no será un problema. ¿Te gusta Buster Keaton?" Emily dio una carcajada y puso los ojos en blanco. "Cómo soy. Probablemente nunca has visto una película en tu vida, ¿verdad? Pero sé lo que te va a gustar, La caja de Pandora con Louise Brooks como una intrigante mujer fatal. ¿Vemos esa, mi cariñín?"

    Un cambio en la clave de la canción de Orfeo dijo que no.

    "¿Qué entonces?"

    Emily se colocó de rodillas ante los DVD apilados junto al televisor. Ella leyó los títulos uno por uno. "¿Calígula...? ¿Thelma y Louise...? ¿Repo Man…? ¿El Hombre del Brazo Dorado?"

    Cada sugerencia fue recibida con un no musical

    "¿Una noche en la ópera?"

    No.

    "¿Carnaval de almas?"

    No.

    "¿Flamencos rosados?"

    No.

    "¿Der Golem?"

    Caliente.

    "¿Drácula?"

    Muy caliente.

    "¿Frankenstein?"

    ¡Sí, sí, sí! La canción de Orfeo se elevó como un águila de montaña.

    "Vale, mi cariñín. Supongo que no tienes que entender lo que se dice para saber lo que está sucediendo". Deslizó el DVD dentro del reproductor. "El moderno Prometeo. Ese era el subtítulo de Mary Shelley, ¿no? Frankenstein o el Moderno Prometeo"

    "¿Alguna vez conociste a Prometeo? ¿O él era de antes de tu tiempo?"

    Emily hizo lo necesario con el control remoto y se colocó en el sofá junto a Orfeo. Mientras veían Frankenstein de la Universal Studio, Orfeo cantaba. Su canto le daba a la película una calidad operística que intensificaba su impacto. Pronto, Emily apagó el sonido para dar rienda suelta a la canción de su amante sobre sus emociones.

    Cuando los créditos finales comenzaron a rodar, sonó el teléfono.

    "¿Me disculpas, mi amor?" Emily fue al aparador. Incluso mientras levantaba el teléfono, sabía quién estaba llamando. "Emily Green".

    "Emily, soy yo".

    "Llamas en un momento inoportuno, Alex. Tengo compañía".

    "Me he estado volviendo loco. Ya nada tiene sentido. Te necesito, Emily, como ningún hombre ha necesitado a una mujer antes. Y no hay vuelta atrás para mí. Se lo he contado todo a mi esposa. ¡Mi matrimonio ha terminado!"

    El odio de Emily por Alex Stirling adquirió una nueva dimensión. Casi lo había perdonado por dejarla—era, después de todo, una inevitabilidad dado el historial que ella tenía— ¡pero darle la espalda a su propia familia! Eso era imperdonable.

    "A ver si te lo dejo claro...", comenzó ella. Pero entonces Orfeo comenzó a cantar. La melodía le advertía que aprovechara al máximo la situación. Al principio ella no entendió. Y luego su plan tomó forma en su mente y ella supo lo que tenía que hacer. Tapó el receptor con la mano y se volvió hacia Orfeo. "Pero ¿funcionará?"

    Soy inmortal, cantó Orfeo sin palabras. Y tengo poderes...

    Ella habló por teléfono. "Quizá deberíamos charlar para resolver esto, Alex".

    "¡Sí!" Fue el grito del avistamiento en el horizonte de velas naufragadas. "Hablemos. Eso es lo único que pido. Juntos podemos resolver las cosas. Sé que podemos".

    "¿Cuándo puedes llegar aquí?"

    "Diez minutos. Quizá quince".

    "Bien. Te veré entonces." Emily colgó el teléfono y fue a la cocina. Regresó con el cuchillo más afilado que pudo encontrar y lo colocó sobre la mesa de café. "¿Qué más voy a necesitar?"

    Vino para intoxicarle. Un balde para la sangre. Y una fuerte aguja e hilo.

    "¿Y cómo le mato?"

    Sería apropiado que él muriera de la misma manera que esa horrible mujer.

    ¿Crees que eres lo bastante fuerte?

    "Contigo a mi lado... sí."

    Bien. Asegúrate de dañar solo su cabeza. Queremos el cuerpo intacto.

    Emily tomó el largo consolador de la mesa y se sentó junto a su amante. "¿Vemos la caja de Pandora ahora?"

    No. Vamos a ver Frankenstein otra vez. Es de lo más instructiva.

FIN

4. Fido

(Fido)

    Es una vampiresa. Lo ves en el momento en que abres la puerta para dejarla entrar en tu piso.

    Ella entró con paso rápido. dos metros de tranquila confianza, reconociendo tu existencia al entregarte su abrigo y pidiéndote que lo cuelgues.

    "Eres un gusano". Ella tomó el dinero del aparador y lo dejó caer en su bolso. "Me llamarás Ama".

    Tú, esclavizado. Tú que querías ponerte sobre manos y rodillas, arrastrarte hacia ella a cuatro patas y pasar la lengua por sus tacones de aguja de «no me andes jodiendo».

    "Ponte sobre las manos y rodillas", dijo ella.

    Perfecto.

    Y ahora aquí estás en el sofá, trasero al aire y atado como un pavo de Navidad. Tus calzoncillos se están usando para silenciar lo que Ama llama "tu patético gimoteo". Tienen un sabor vil.

    La última hora ha sido dolorosa, humillante y placentera. Ama vale cada penique de su tarifa de £500.

    Ella tiene el dinero ahora. Te llevó un año ahorrarlo y no planeabas dejar que ella se fuera con él. Pero las cosas no han salido a tu modo.

    Fundamentalmente, cometiste un error fatal: cediste demasiado control.

    Y ahora ella te tiene donde la querías y parece que Fido va a pasar hambre. Y a Fido no le gusta cuando Fido pasa hambre.

    Fue a primera hora de esta mañana cuando Fido comió por última vez. Tú eras consciente de que el viejo vagabundo que encontraste en la puerta de esa tienda era una tarifa deficiente, pero era lo mejor que podías hacer.

    "No puedes dormir ahí", le dijiste al vagabundo tratando de parecer preocupado. "Te morirás de frío".

    El viejo te miró con ojos de cataratas. "Que te jodan", te dijo con la voz cargada de todos los sufrimientos y decepciones de una vida que había quedado en nada.

    "Tienes pinta de que te hace falta una copa", le dijiste. Era como decirle a un pez que necesitaba agua. "Tengo whisky en mi casa. Y ginebra, vodka y brandy. Y un sofá en el que puedes dormir".

    El viejo te dijo que te jodieran otra vez, pero se puso de pie de todos modos. Tuviste que sujetarle del brazo para mantenerlo en posición vertical y este dejó un residuo pegajoso en tu mano.

    Al aire libre, el olor del vagabundo había sido bastante malo. Aquí, en los confines de tu piso, era insoportable.

    Pudiste oír a Fido en el baño, balbuceando como puedes oírle ahora. ¿No es curioso que nadie más parezca oírle? Tal vez tampoco lo vean. Tal vez permanece invisible a su presa, incluso mientras sus garras la destrozan y sus mandíbulas la hacen pedazos.

    Después de abrir una ventana, le entregaste al viejo una botella de ginebra y lo observaste bajando la mitad de ella en un codicioso trago.

    "Necesito mear", dijo él, lo cual fue música para tus oídos.

    Fido oyó y gruñó un feliz gruñido. Pudiste oír el chapoteo de su saliva golpeando el suelo.

    El vagabundo iba a mear en el sofá. Lo condujiste a toda prisa hacia la puerta del baño. Tuvo problemas con el mango y Fido gimió de frustración.

    Tan pronto como se abrió la puerta, empujaste dentro al viejo y la volviste a cerrar rápidamente.

    Fido rugió. El vagabundo gritó.

    Llegaste a casa del trabajo confiando en que Fido fuera feliz. Pero el vagabundo no había sido una gran comida. Demasiado cartílago, sin suficiente carne.

    Fido tenía hambre y no tenía reparos en hacértelo saber.

    Mientras te sentabas y mirabas la televisión, él arañaba la puerta del baño. Su lloriqueo te puso de los nervios. Intentaste ignorarlo. Hiciste todo lo posible para hacerle saber quién era el jefe. ¿Pero a quién querías engañar?

    Renunciando a la televisión, te pusiste los auriculares y escuchaste los grandes éxitos de George Michael, pero no sirvió de nada. Aunque eras sordo para Fido, podías sentir su disgusto, ser consciente de su decepción contigo.

    Finalmente, a las nueve en punto, cediste.

    "¡Muy bien, Fido!" gritaste golpeando la puerta del baño. "Tú ganas. Pero dame un tiempo para resolver algo".

    Era demasiado temprano para ir a cazar viejos y, de todos modos, no quedaban muchos en la zona. Y no tenía sentido navegar por el distrito de la luz roja para lo que tú llamas "carne barata". Después de la desaparición de tres chicas en las mismas semanas, las demás se habían vuelto cautelosas y tú ya tenías reputación entre ellas por ser un insípido friqui. Era poco probable que convencieras a ninguna de ellas para que entrara en tu coche.

    Lo cual te dejaba con un solo recurso.

    Desde hacía mucho tiempo, tú sabías que esta noche llegaría. La comida de Fido no era algo que pudieras pillar en el supermercado y solo había cierta cantidad de naufragios humanos ahí afuera. Tarde o temprano, estabas obligado a necesitar un suministro nuevo.

    Por eso ya has buscado en Internet y seleccionado el plato principal (y único) de esta noche. Y por eso has cerrado tu cuenta de ahorros. Esto es más dinero del que puedes permitirte gastar, pero nunca has tenido la intención de gastarlo en fiestas, ¿verdad?

    Por desgracia, has arruinado las cosas.

    Sin saber mucho sobre mujeres, creías que lo primero que hacen cuando visitan a alguien es pedir ir al baño. Cuando Ama no lo hizo, no te perturbó demasiado. De hecho, lo consideraste un bonus. Claro, Fido iba a estar esperando, pero mientras tanto tú ibas a pasar la mejor hora de tu vida. Parecía un caso en el que tú conseguías el pastel y Fido se lo comía.

    Ojalá Ama no te hubiera atado. Ojalá su vejiga no fuese tan fuerte como el resto de ella.

    Y ahora se está poniendo el abrigo. En otro minuto ella se habrá ido y tus ahorros también. Y Fido seguirá con hambre...

    "Supongo que será mejor que te desate", dice Ama, haciéndolo sonar como una ocurrencia tardía. "Pero primero, tengo que mear".

    Estas son buenas y malas noticias. Definitivamente, Fido se va a alimentar, pero eso todavía te deja atado, sin una puntada de ropa y con los calzoncillos en la boca. Y si Ama no cierra la puerta del baño antes de que se la coman, Fido se liberará y se desatará todo el infierno.

    No puedes quitarle los ojos de encima mientras ella camina hacia la puerta del baño. Está tan cerca de tu mujer ideal como nunca has visto. Alta. Fuerte. Sádica.

    Por un segundo, lamentas que pronto ella ya no existirá más. Pero luego te recuerdas que a £500 por hora, ella está más allá de tu rango de precios de todos modos. Una sesión con ella es una perspectiva única en la vida y esa "perspectiva única" ahora se ha esfumado.

    Cuando ella gira la manija de la puerta, una parte de ti quiere gritar una advertencia—así que tal vez sea mejor que no puedas.

    Fido está callado. Él sabe lo que viene.

    Ama cierra la puerta tras ella.

    Fido gruñe y ruge. Oyes los familiares sonidos de pelea: una frenética y primitiva lucha entre presa y depredador.

    Y luego, en lugar del grito esperado, hay un chillido. Y un breve y lamentable aullido.

    "¡Sentado!", dice Ama y Fido gimotea. "¡Buen chico! Ahora espera aquí y te traeré un sabroso manjar".

    La puerta del baño se abre. Ama sale ilesa y tan magnífica como siempre.

    "Bonita mascota tienes ahí", dice ella de pie junto a ti. "Él y yo nos vamos a llevar muy bien. Y en cuanto a ti..." La señora sonríe. Los labios de rubí se retraen revelando un perfecto juego de dientes carnívoros. Sus colmillos gemelos brillan perversamente. "A ti te han invitado a cenar".

FIN

5. Pertenece

(Belong) Publicado en Spinetingler

    "Es bastante normal", dijo la partera. "Muchos bebés nacen con branquias. Desaparecerán con el tiempo".

    El doctor no estuvo de acuerdo. "Este tipo de anormalidad es muy inusual. De hecho, su bebé es probablemente único".

    Jodie iba a robar el coche de sus padres. Tenía que alejarse de Londres. Bajaría al mar. Antes de que la gente del consejo viniera a robarle a su bebé. Antes de que otros vinieran a llevar a Jodie a lo que su padre llamaba un "ambiente seguro".

    Esperó hasta la medianoche. Luego se levantó de la cama, se vistió y escuchó desde fuera del dormitorio de sus padres. Satisfecha de que ambos estaban dormidos, entró de puntillas.

    Estelle yacía despierta en su catre. No hizo más ruido que un alegre gorgoteo cuando vio a su madre.

    Ella era así de buena. Casi nunca lloraba.

    Jodie la envolvió en una manta y la llevó escaleras abajo.

    Las llaves del coche eran fáciles de encontrar. Su padre, una criatura de hábito, siempre las dejaba sobre la mesa del pasillo.

    Cuando ella llegó a la puerta principal, oyó pasos y se congeló. La pesada pisada de su padre era inconfundible. Él salió del dormitorio principal, encendió la luz del rellano y se dirigió al cuarto de baño.

    No había tiempo que perder. En su camino de regreso a la cama estaba obligado a ver al bebé. Ella esperó hasta escuchar su salpicadura de orina en la taza del inodoro antes de abrir la puerta.

    Luego salió de la casa y se alejó para buscar una vida mejor para su bebé.

    Al principio la gente había sido amable con Estelle. Amigos y familiares eran todo "ohs" y "ahs" con ella. Completos extraños se detenían para decirle a Jodie que tenía un bebé encantador.

    Los pocos que sabían lo de las branquias tendían a no mencionarlas, pero si surgía el tema, decían que podría haber sido algo peor. Como el síndrome de Down o la espina bífida. Algunos incluso llegaron a sugerir que las branquias podrían ser una bendición de alguna manera incierta.

    Solo a su padre parecía importarle. Una vez ella le había oído decir por teléfono que Estelle era una especie de monstruo. Un mutante, de hecho.

    Que ella supiese, él solo había sostenido al bebé una vez. Fue en el día en que ella había nacido.

    Jodie recordaba la expresión de decepción en el rostro de su padre. Incluso entonces él debió de haber pensado que su nieta era una monstruosidad.

    Y ahora él no era el único. Parecía que todos, su madre, el consejo, los tribunales, habían llegado a considerar a Estelle como algo menos que humano. Algo para ser encerrado y olvidado.

    "Dr. Barrowman. Lamento haberle llamado a esta hora impía. Se trata de Jodie".

    "¿Jodie?" La voz al final de la línea era áspera y somnolienta.

    "Jodie Penn. Soy su padre".

    "Cierto. Jodie... sí."

    "Odio ser una molestia, pero ha desaparecido. Ha huído con el bebé".

    "¿No será eso asunto de la policía?"

    "Se ha dejado sus pastillas. Me preocupa lo que va a ocurrir cuando pasen los efectos".

    "¿Cuándo tomó su última dosis?"

    "Justo antes de irse a la cama. A las diez en punto."

    "Estará bien durante otras seis horas. Le sugiero que haga que la policía la busque de inmediato".

    "¿Cree que debería decírselo?"

    "¿Decirle el qué?"

    "Su enfermedad. Sus alucinaciones y todo eso".

    "Bueno, por supuesto que debería. Muéstreles las píldoras y dígales que cuando pasen los efectos es probable que ella haga algo estúpido".

    "¿No cree usted que ella hará daño al bebé?"

    "Hay muchas posibilidades, señor Penn. Ahora llame a la policía y déjeme dormir un poco".

    Salir de Londres era imperativo, pero tenía que conducir con cuidado. Si tenía un choque o llamaba la atención de un coche de policía que pasara, todo habría terminado. Mientras Jodie conducía hacia las afueras de la ciudad, la tensión de combatir la urgencia de pisar el acelerador e ignorar todo semáforo en rojo le dolía.

    «Tómate tu tiempo», se decía a sí misma. «Pronto saldrás al campo y nunca te encontrarán.»

    Estaba segura de que su padre no llamaría a la policía de inmediato. Eso significaría dejar entrar a más extraños en el sucio secreto familiar. Probablemente él solo se cociera durante unas horas con la esperanza de que ella volviera por su propia cuenta. Y parte de él estaría rezando para que ella volviera sin su bebé.

    Quizá su madre se sintiera del mismo modo.

    La pobre mamá que había amado a la pequeña Estelle. Quién no podía hacer lo suficiente por ella. Quién había hecho callar a papá cada vez que él había sugerido dar el bebé en adopción.

    Incluso cuando la piel del bebé cambió, ella había intentado desesperadamente seguir amándola. Y había tenido éxito durante un tiempo. Pero cuando las escamas se extendieron por la cara de Estelle, mamá apenas podía soportar estar en la misma habitación que ella.

    Fue entonces cuando ella se mudó al campamento de papá y comenzó a repetir las demandas de este para saber quién era el padre. ¿Quién había mancillado a su niñita y había dejado a los demás que recogieran los pedazos? Eventualmente, como papá, mamá había llegado a creer que Estelle era un castigo de Dios.

    Las luces intermitentes advirtieron a Jodie de un paso a nivel. Una barrera descendía.

    Ella aminoró la velocidad del coche y sonrió a su bebé, acostada allí en el asiento del pasajero sin una preocupación en el mundo. Aún no, al menos.

    «Mi hermoso bebé. Con tus ojos azules y tu piel que reluce con un millón de capturados arcoíris.»

    «Monstruo, te llaman.»

    «¡Monstruo!»

    «Y ahora quieren alejarte de mí para poder examinarte y hacerte pruebas y destruirte hasta saber exactamente lo que eres. Pero nunca lo sabrán y, aunque lo hicieran, se negarían a creerlo.»

    Durante lo que pareció una eternidad, ella esperó. Eventualmente, un tren correo pasó y luego—mucho tiempo después—las barreras se levantaron y la dejaron seguir su camino.

    "Bueno, ¿no tiene usted idea de dónde podría haber ido?" El agente de policía alzó la vista de su cuaderno de notas. Ridículamente alto y—a ojos del señor Penn—ridículamente joven, estaba posado en un sofá no adaptado a su tipo de cuerpo. Las rodillas le llegaban casi hasta la barbilla.

    "Ninguna", dijo el Sr. Penn con un rastro de exasperación en la voz. Sintió que había respondido suficientes preguntas sin sentido y el tiempo se estaba acabando.

    La Sra. Penn, quien había estado rondando nerviosamente en el fondo, intervino. "Apuesto a que se ha escapado hacia el padre".

    El agente lamió la punta del lápiz. "¿El padre es?"

    "No lo sabemos. Creo que ella solo lo vio una vez".

    El Sr. Penn lanzó a su esposa una mirada que la advertía de que no debía decir nada más. "El bastardo debió de haberle colado algo en la bebida. Mi hija no es promiscua, agente".

    Sintiendo una atmósfera en desarrollo, el agente cambió de táctica. "Dice que ella necesita unas pastillas. ¿Le importaría decirme para qué son?"

    "El bebé nació con extrañas pestañas de piel en el cuello. Parecen branquias a primera vista".

    "Pero ¿por qué iba a necesitar pastillas su hija?"

    "Para equilibrarle la mente, agente. Ella cree que su bebé se está convirtiendo en un pez".

    "¿De agua salada o dulce?"

    "¿Qué demonios tiene eso que ver con nada?"

    "Eso podría decirnos dónde buscarla".

    Jodie estaba fuera de Londres y a una hora de la costa cuando sonó un teléfono. Al principio, la débil melodía la desconcertó. Parecía provenir del motor.

    Su corazón dio un vuelco cuando se le ocurrió pensar que el coche no funcionaba bien y que la dejaría varada aquí en medio del campo de Kent, a kilómetros de cualquier lugar útil.

    Pero luego reconoció la melodía y recordó que su padre tenía un teléfono para emergencias en la guantera. Sin apartar la vista del camino, sacó el teléfono con toda la intención de tirarlo en un seto. Fue solo la idea de que podría necesitarlo si ella se derrumbaba lo que le impedió hacerlo.

    Miró la pantalla. «Casa» decía encima de su número de casa. O más bien el número de casa de sus padres. Después de esta noche, estaba decidida a no volver a poner un pie en su casa jamás.

    El teléfono dejó de sonar. Lo dejó caer en su regazo y siguió conduciendo.

    Cuando vio el mar, Jodie se detuvo y bajó la ventanilla. El aire fresco llenó sus pulmones y desterró la fatiga.

    Estelle gorgoteó alegremente. Sabía que el mar estaba cerca, que se dirigía adonde pertenecía, donde nadie la llamaría monstruosidad, monstruo o mutante.

    Jodie levantó a su bebé y le besó la frente. La frente fría y escamosa que sabía a salmuera.

    Un fruncido de los labios de Estelle indicó que quería alimentarse. Jodie se desabrochó felizmente la blusa y llevó la cabeza del bebé hasta su pecho.

    El bebé festejó con avidez. Sabiendo que esta podría ser la última vez, Jodie no quería que ella parase. Pero muy pronto lo hizo, dejando a Jodie con una sensación de vacío.

    Cuando recolocó a Estelle en el asiento del pasajero, el teléfono volvió a sonar. Esta vez no vio ninguna razón para no responder. Al menos podría decirle a mamá que ella y el bebé estaban bien y—- lo que era más importante—podría decirle a su padre cuánto le despreciaba.

    «Esto es un adiós», pensó ella pulsando el botón de respuesta. «Adiós para siempre.»

    Se llevó el teléfono a la oreja. "Hola".

    "¡Jovencita! ¿A qué demonios crees que estás jugando?"

    Jodie casi dio una carcajada. ¿De dónde salía el viejo pedorro llamándola jovencita como si ella aún tuviese seis años? «Tengo dieciocho años el mes que viene, bastardo condescendiente. Tampoco es que espere que recuerdes algo como mi cumpleaños.» "Sabes exactamente a qué estoy jugando, papá. ¿De verdad pensabas que les iba a dejar que me quitaran mi bebé?"

    "Es por su propio bien".

    "No, papá. Nunca has hecho nada por el propio bien del bebé. La verdad es que no la soportas. Quieres tenerla encerrada para no tener que verla ni pensar en ella siquiera".

    "No es así". La voz de papá se suavizó. "Estás enferma, Jodie. Tu mente te hace ver cosas que no existen".

    "Os oí a ti y a mamá hablando. Queréis enviarme a esa granja rara".

    "A un hogar de reposo. Has estado bajo mucha presión".

    "Voy a darle a mi bebé el regalo que tú nunca me diste. Voy a permitirle sentir que pertenece. Dile a mami que la amo".

    Jodie colgó.

    Dejando los faros del coche encendidos para guiarla a través de la oscuridad, Jodie llevó a Estelle hacia el mar. De camino pasó por el campo donde ella había asistido a una fiesta rave ilegal la noche en que Estelle fue concebida. Colocada de lo que le habían vendido como éxtasis y que casi seguro que había sido otra cosa, ella se había alejado de la fiesta. De hecho, había tomado este mismo camino a través de las dunas.

    Recordó cómo esa noche había traído consigo un raro y maravilloso sentimiento de pertenencia. En el delirio, había bailado con extraños e incluso abrazado a algunos de ellos como si fueran viejos y atesorados amigos. Parecía como si todos estuvieran contentos de verla y la amaran incondicionalmente.

    Ahora ella había vuelto. Esta vez con su bebé, cuyo viaje por la vida había comenzado cuando Jodie se había alejado para maravillarse de las estrellas y comunicarse con la naturaleza.

    Jodie caminó por la orilla. Esta vez no había estrellas y la luna estaba oscurecida por las nubes, pero eso no importaba.

    Podía sentir la maravilla de nuevo y sabía por el rostro de Estelle que ella también la sentía.

    "Todo va a ir bien ahora", le dijo a su bebé.

    Jodie escuchó las olas mientras estas rodaban suavemente hacia la orilla. El siseo serpentino de la retirada del agua de mar. La discordia como campanas de los guijarros rodando unos contra otros.

    Se llenó las fosas nasales con el aroma del mar. Era el aroma del padre de Estelle, de un ser nacido del océano que podía aventurarse en tierra firme durante solo unos minutos. El tiempo suficiente, al menos en una ocasión, para seducir a una mujer humana y dejar su semilla en ella.

    "Pronto", le dijo a Estelle, "conocerás a tu padre". Y él te llevará a un lugar donde hay otros como tú y no serás tan diferente después de todo".

    Se sentó en una roca con su bebé y esperó.

FIN

6. La Ecuación Snark

(The Snark Equation, 1990) Publicado en la revista The Edge

    De las páginas de un manuscrito encontrado entre los efectos del fallecido Sherlock Holmes, fechadas el 24 de febrero de 1898.

    El reverendo Charles Lutwidge Dodgson murió en Guildford el 14 de enero de 1898. Cuando se hizo ese triste anuncio al mundo, cientos de niños supieron y sintieron que habían perdido a un amigo. Lo que no podían saber era que el hombre que ellos conocían como Lewis Carroll había fallecido de una muerte horrible a manos de un asesino. Es mi esperanza más sincera que nunca lo sepan.

    En la mañana del 16, recibí una visita de Dean Liddell; quien además de ser el amigo más cercano del reverendo Dodgson, también era el padre de Alicia, la niña inmortalizada en "Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas". Él expresó su sincera creencia de que el reverendo Dodgson había sido asesinado y me rogó que investigara de inmediato. Me presionó para que mantuviera el mayor secreto, y yo no dudé en asegurarle que no mencionaría el asunto a ninguna alma viva, ni siquiera a mi colega, el doctor John Watson.

    Aunque el reverendo Dodgson había muerto en Guildford, yo tenía la certeza de que no encontraría nada allí para avanzar en mi investigación. Dean Liddell coincidió conmigo en este punto y me sugirió que fuese sin demora al Christ Church College en Oxford, donde Dodgson había residido durante la mayor parte de su vida adulta.

    Ese mismo día, partí y llegué a Oxford, e inmediatamente me encontré rodeado por la intriga.

    Lo que salió a la luz a partir de entonces es tan fantástico que parece surgir de las ociosas elucubraciones de una mente trastornada. Me siento obligado, por tanto, a imponer sobre ello un orden propio, por arbitrario que pueda ser.

    Aquí entonces, en orden alfabético, están los elementos clave que hasta ahora han salido a la luz con respecto al asesinato de Lewis Carroll.

Alice

    Entrevisté extensamente a la Sra. Reginald Hargreaves, quien se mostró inicialmente reacia a confirmar que había nacido como Alice Liddell. Por qué deseaba ella ocultarme este hecho es solo un misterio entre muchos. Me fue dada la impresión de que ella se sentía avergonzada de su pasado.

    Cuando le pregunté qué sabía sobre el País de las Maravillas, respondió que su único conocimiento provenía de esa extraordinaria obra de ficción en la que se había encontrado ella extrapolada.

    Cita: «De pequeña, una clara carencia de imaginación me excluyó del País de las Maravillas. Cuentos sobre Sombrereros Locos y hongos mágicos no significaban nada para mí. El reverendo Dodgson conocía el paisaje que había creado con íntimo detalle, igual que a la Alicia que inventó. Yo no soy esa Alicia ni lo he sido nunca.»

    La Sra. Liddell más tarde me envió una nota en la que se disculpaba si me había recibido con menos que buena gracia. Ella agregó: «Había más en el País de las Maravillas de lo que Lewis Carroll se atrevió a revelar. Ficticio o no, para él era un lugar real, no más retirado que la Isla de Wight. A menudo me hablaba crípticamente de actos sucios y prácticas pecaminosas perpetradas por los habitantes de su reino imaginario. Creo que él tenía verdaderamente miedo de que alguna amenaza emanara desde sus fronteras.»

    Brillig

    Leyendo el diario del reverendo Dodgson, encontré varias referencias a Brillig y noté que su mano debió de haber temblado cada vez que escribía esa palabra. Pronto se hizo evidente que las cuatro en punto de la tarde era una hora considerada con pavor por el difunto.

Oruga

    Presionado cuidadosamente entre dos páginas del diario, descubrí el cadáver seco de la oruga. La entrada para ese día contenía el siguiente pasaje:

    La Oruga es un narcótico diablo que se niega a madurar. Yo soy el hombre que se ha visto a sí mismo en el espejo y se ha encontrado carente. Si la Oruga no quiere convertirse en la Mariposa, la Oruga debe morir.

Dodgson

    Charles Lutwidge Dodgson, hijo del reverendo Charles Dodgson, archidiácono de Richmond, nació en Daresbury Parsonage, Cheshire, el 27 de enero de 1832. Fue enviado a la escuela en Richmond, Yorkshire; de allí fue a Rugby y al Christ Church, Oxford. Las matemáticas fueron entonces, como siempre, su principal estudio. En 1854, asistió a una primera clase sobre esa asignatura, y ​​en 1855 fue nombrado Lectivo de Matemáticas en la Christ Church, cargo que ocupó hasta 1881.

    En 1861, Dodgson se convirtió en un estudiante de último año de su universidad y también fue ordenado diácono en la Iglesia de Inglaterra.

Euclides

    Aparte de sus obras de ficción y poesía, Dodgson edificó gran parte de su reputación sobre una serie de textos matemáticos escritos en una vena humorística. Principal entre estos es "Euclides y Sus Rivales Modernos", del cual descubrí una copia en su habitación en Oxford. Esta edición en particular estaba encuadernada en cuero rojo, en relieve con una serie de diseños geométricos.

    Pocas personas habrían percibido la verdadera naturaleza de esos artificios, pero yo los reconocí al instante como símbolos arcanos muy favorecidos por una poco conocida rama de la masonería. ¿Era Lewis Carroll un estudiante del antiguo saber? ¿Fue el creador de tierras imaginarias inspirado por vislumbres de mundos olvidados?

Masón

    Planteé la noción de conexiones masónicas a Dean Liddell cuando él me visitó en mi hotel en Oxford. Él era un hombre bajito de ojos estrechos y nariz aguileña. Sentí que era demasiado intenso para su propio bienestar y que su preocupación le llevaría a una temprana tumba; pero tal vez su grave comportamiento no era más de lo que cabría esperar de un luto por la pérdida de un amigo.

    "¡Mi querido Holmes!", exclamó él caminando de un lado a otro al pie de mi cama. "Estás de hecho a la altura de tu reputación. No pensé que alcanzarías tan rápido lo que yo percibo como quizá el elemento más crucial de todo este asunto."

    "Perdóname por no mencionar el asunto cuando contraté tus servicios. No pensé que me creerías."

    "Sí, tienes razón. Charles se afilió a una orden masónica, pero me atrevería a decir que a una con la que tú no estás familiarizado".

    Instalado como estaba en una silla extraordinariamente cómoda, sentí que mi columna vertebral se tensaba ante la sugerencia de que podría haber tal hueco en mi conocimiento de las sociedades secretas. Creo que mi colega habría tomado un cierto placer en el ingenuo comentario de Dean Liddell. "Entiendo que estás hablando de los Grandes Caballeros de la Orden de la Rosa Cruz?"

    Dean Liddell asintió con tanta fuerza que temí que pudiera lastimarse el cuello. '¡Si! ¡Eso es! ¡Eso es exactamente! El tipo se involucraba en toda clase de impío mambo yambo".

    "Dime, Dean, ¿alguna vez te mencionó algo sobre Euclides?"

    "¿Cómo?, por supuesto. Era matemático".

    "Pero ¿alguna vez dijo algo sobre Euclides que te pareciese extraño o poco convencional?"

    "Solo una vez. Me mencionó que el universo no era euclídeo y que el orden que vemos a nuestro alrededor es una ilusión hecha manifesta por las limitaciones de nuestros cinco sentidos. Confieso que en gran medida no pude seguir su línea de pensamiento, sobre todo porque ambos habíamos bebido una buena cantidad de vino".

    "¿Mencionó algo sobre otros universos?"

    "¿Mundos paralelos, quieres decir? Sí, dijo algo sobre ellos, pero por mi vida no puedo recordar qué".

Fantasmas

    Pasé mi segunda noche en Oxford fumando opio en la habitación que Charles Dodgson había ocupado hasta hace poco. Contrariamente a mis expectativas, no encontré ningún fantasma.

Alucinaciones

    No fue sabio por mi parte probar la sustancia marrón que descubrí escondida bajo el buró de escritura de Dodgson envuelta en un billete de cinco libras. De hecho, me habría abstenido de hacerlo excepto por la astilla de cartulina blanca que yacía a su lado. En un lado de la tarjeta había un precio—10 y 6d; en el reverso estaban las palabras "CÓMEME" en letras de cobre en negrita. Deduciendo de inmediato que las instrucciones se referían a la sustancia marrón, arranqué un trozo del tamaño de una grosella negra y me lo tragué.

    Inmediatamente la habitación se hinchó hasta un tamaño enorme. Alternativamente, es probable que yo me encogiera y la habitación conservara sus dimensiones originales.

Indoctrinario

    Siguiendo la ecuación definida en el poema "La Caza del Snark" de Lewis Carroll:

    Tomando Tres, sumamos Siete y Diez y multiplicamos por Mil disminuido por Ocho. El resultado procedemos a dividirlo entre Novecientos Ciento Noventa y Dos; luego sustraemos diecisiete.

    La respuesta debe ser exacta y perfectamente cierta.

    Es decir: ((3 + 7 + 10) x (1000 - 8) / 992) - 17 = (20 * 992/992) - 17 = 20 - 17 = 3.

Jabberwocky

    La habitación se hinchó como un globo a mi alrededor. Fui confrontado por una criatura de muchas partes—los cascos y las patas de una cabra, el cuerpo y las alas de un águila y la cabeza de un reptil carnívoro.

    Eran las cuatro en punto de la tarde.

Sota

    Rastreé a la Sota de Corazones hasta una pensión barata en Brighton. Los labios de él eran azules y las sábanas eran carmesí. Un filo de cortar gargantas yacía a su lado.

    Antes de morir, la Sota confesó haber jugado un papel en la conspiración para asesinar a Lewis Carroll. Cuando lo presioné para que revelara la identidad del líder de la banda, tembló y lloró porque no podía decir nada más. Sus últimas palabras fueron: «¡Cuidado con el Jabberwock, hijo mío! ¡Con las mandíbulas que muerden, las garras que atrapan! ¡Cuidado con el pájaro Jubjub, y rehúye al frumioso Bandersnatch!'»

    Cuando la Sota falleció, consulté mi reloj. Eran las cuatro en punto de la tarde.

Liddell

    Una por una, las piezas encajaban en su lugar, pero yo aún no tenía una imagen coherente. Era como si tuviera fragmentos de una canción, pero sin una idea clara de la melodía. Estaba seguro, sin embargo, de que ni Dean Liddell ni su hija Alice eran tan inocentes como habían querido hacerme creer. Me estaban ocultando algo.

    En su lecho de muerte, la Sota de Corazones había insinuado secretos oscuros en relación a la amistad de la infancia de Alice con Charles Lutwidge Dodgson. Había hablado de ciertos bocetos de chicas jóvenes dibujadas por Dodgson que insípidos periódicos habían circulado en el continente. Las implicaciones me hicieron estremecer.

    Exactamente, ¿cuánto sabía Dean Liddell?

Hongos

    Más tarde analicé la sustancia marrón que había descubierto en el buró de escritura de Dodgson y descubrí que era una mezcla de resina de cannabis y un hongo desconocido para mí. Un amigo mío naturalista, muy versado en el campo de los hongos, no fue más capaz de identificarlo que yo.

    Más tarde, fue al mirar bajo el buró donde descubrí un trozo de pergamino que portaba el título: "CARTA OCÉANICA".

    La carta estaba en blanco.

Nuevos mundos

    Examinar el diario de Dodgson me convenció de que el hombre no tenía dudas sobre la existencia del País de las Maravillas y la Tierra de A Través del Espejo. Ni podía yo creer del todo que el hombre se hubiese engañado a sí mismo, pues si todo eso que él había escrito no era sino una fantasía, muchos otros la compartían.

    Dodgson escribió que había huido de ambos mundos y no se había atrevido a regresar.

Opio

    Es verdad que soy aficionado a la ocasional pipa de opio, pero está más allá de disputa que este hábito mío no ha dañado mis facultades mentales ni una pizca. Más bien, ha contribuido a mi mayor estado de conciencia, de hecho, ha mejorado más que reducido mis poderes para razonar.

    La mano de Morfeo me ha guiado hasta caminos solo conocidos por unos pocos bendecidos. Mediante el opio, Coleridge encontró Xanadú. Yo, en cambio, he explorado las internas profundidades de mi propia psique.

    El opio ha transformado mi brillantez en la de un genio.

Poesía

    La noche de su primera visita a mi hotel, Dean Liddell me había entregado un trozo de papel.

    "Puede que nunca sepamos cómo murió Charles", declaró. "Pero creo que podría haber una pista en eso. Fue encontrado agarrado en su mano derecha durante el curso de su autopsia. "

    "Un verso", observé. "Al parecer, un fragmento de un poema más largo".

    "La Caza del Snark."

    Este era el verso:

    La pérdida de ropa no importaba

    pues al zarpar siete abrigos llevaba,

    con tres pares de botas, pero triste es

    que su nombre entero no recordaba.

    Puse el papel en el bolsillo de mi bata y encendí mi pipa. "¿Sabrías", le pregunté a Liddell, "cuántos abrigos y cuántos pares de botas tenía el difunto en el momento de su muerte?"

    "Siete y tres, respectivamente".

Reina

    La bestia que ni era una criatura ni otra se escabulló y desapareció dentro de un agujero en el rodapié. Lo seguí y me encontré en un paisaje de cuadrados blancos y negros firmemente semejante a un tablero de ajedrez.

    Yo corría como un poseso, pero no llegaba a ninguna parte. A mi alrededor el mundo permanecía estático, ausente a mis esfuerzos.

    No puedo recordar cómo llegué a estar corriendo junto a la Reina Roja, pero en cuanto la vi, ella me tomó de la mano y me guió al mismo lugar que era el curso entero de mi carrera.

    "¿Qué sabe, Su Majestad, de Lewis Carroll?", exigí.

    "Está muerto", vino la respuesta. "Y así es como debería estar. El villano ha causado mucho mal en esta tierra y en otras, y sus crímenes nunca serán olvidados ni perdonados. Pero ¿por qué le preocupa eso, señor Holmes? ¿No sabe que él no era sino un peón de la Reina Blanca? "

    "¿Dónde estamos?"

    "Estamos en la plaza conocida como Alfil Cuatro Reina".

    "¿Y hay 64 cuadrados?"

    "¡Bah! El cuento de la vieja. La respuesta que está buscando es ((3 + 7 + 10) x (1000-8) / 992) - 17."

    Por fin comencé a entender las reglas del juego. Pero aún no tenía ni idea de la figura que guiaba las piezas.

Rosae Crucis

    La Ecuación Snark apareció en el reverso de una imagen que encontré en el armario del reverendo Dodgson. La imagen era de una cruz cubierta de rosas y había sido colgada (intencionalmente, debo suponer) al revés.

    También en el armario había un cáliz y una pequeña daga.

    Ambos tenían en relieve el número 992.

Zarandeando

    Estaba por encima de la Reina Roja aguantarme. Su rostro menguó y sus ojos se tornaron grandes y verdes: y aun así, mientras yo seguía zarandeándola, ella seguía cayendo a pedazos, y todas sus partes se desmoronaron hasta que hubo un fino polvo rojo sobre mis pies.

    Yo sabía que ella quería morir, y también sabía que si no la hubiera matado, ella me habría matado a mí.

    Muy lejos sonó una campana cuatro veces.

Sombrero de copa

    Disfrazado de artista, me congracié con un grupo de estudiantes que me invitaron a compartir una copa con ellos en una taberna. Después de una noche llena de buen humor, nos retiramos a mi habitación de hotel y compartimos una pipa de opio.

    Bajo la influencia de sus humos narcóticos hablaron libremente, aunque raramente de manera coherente, sobre un joven vestido con sombrero de copa y frac que había sido observado varias veces entrando subrepticiamente en la habitación ocupada por Charles Dodgson. Uno afirmó que el joven había intentado venderle una cantidad de una sustancia marrón alegando que tenía propiedades tanto alucinógenas como eufóricas.

    Seguí cuestionando a mi informante, pero él ya estaba ahora demasiado insensible para decir más. Unos minutos después, le registré los bolsillos y encontré una astilla de cartulina blanca. En un lado de la tarjeta estaba escrito «10 y 6d» y por el otro estaban las palabras "CÓMEME" en letras de cobre en negrita.

Utopía

    Durante mi semana en Oxford, escuché muchas historias del misterioso vendedor ambulante. A menudo se lo conocía como el Sombrerero Loco.

    Me encontré con el joven solo una vez. Él estaba saliendo de la habitación de uno de los estudiantes y se asustó al verme en el pasillo. Con una velocidad impresionante, medio corrió, medio saltó escaleras abajo y salió rápidamente por la puerta; en ese momento perdí todo rastro de él.

    Instintivamente supe que él acababa de hacer algunas fechorías, así que entré inmediatamente en la habitación de la que había salido.

    Allí, en el suelo, yacía el cuerpo de William Hope, un estudiante de literatura inglesa con quien yo había compartido una copa recientemente.

    Sondeando el interior de su boca, encontré una bola de la sustancia marrón debajo de la lengua hinchada. En su tocador había una nota que decía: "Dios bendiga a Lewis Carroll y al Sombrerero Loco. Entre ellos, me han mostrado el camino a Utopía".

    Junto a la nota había un ornamentado carrillón. Eran las cuatro de la tarde.

Vascuulum

    Entre las posesiones de Dodgson descubrí un estuche botánico lleno de especímenes de flora, la mayoría de los cuales no eran de origen terrenal. Vascuulum. Había varias orquídeas y una fruta que parecía una pera rayada cubierta de finos pelos.

    En el fondo de la caja encontré varios hongos secos.

Morsa

    La Morsa parecía indiferente a mi acto de regicidio. Se paró entre el fino polvo que había sido recientemente su reina y me miró con gravedad.

    "Ha llegado el momento", dijo la Morsa, "de hablar de muchas cosas: de zapatos y barcos y cera de sello, de coles y reyes. El señor Carroll tenía tres pares de zapatos: uno para caminar, otro para correr y el otro para pisar como un ganso. Tenía barcos para comandar y armas y todos los trucos de un gran matemático. Pero, por desgracia para él, no tenía idea de lo rápido que podía expandirse su universo. Fue la Reina Roja quien acabó con su vida. Ella lo sedujo y luego lo estranguló con su muda de ropa."

    "Pero permítame advertirle, Sr. Sherlock Holmes, que esto aún no ha terminado. Si yo fuera usted, me olvidaría enteramente de este asunto".

    "Dígame una cosa", le rogué. "Entonces tal vez pueda dejar que en paz las cosas. ¿Quién es la Mente Maestra de este lamentable asunto?

    La morsa se echó a reír. "¿No lo sabe? La mano que mueve las piezas pertenece a Moriarty".

    "Sospechaba tal cosa y, sin embargo, no me atrevía a creerlo. Por mi vida, no puedo adivinar sus motivos".

    "Él planea dominar el mundo, Sr. Holmes. Y parece que el mismo está a su alcance".

    "Entonces debo actuar rápido. O mi mundo está condenado".

    "Ah", dijo la Morsa con el más suave de los suspiros. "No es su mundo el que él busca dominar".

X

    La incógnita. La vez siguiente que examiné la Carta Oceánica de Carroll, había una X escrita en medio del pergamino.

    En su diario, Carroll escribió que solo en álgebra podemos estar seguros de que X siempre se puede resolver. En un universo no euclídeo, X puede tener muchos significados.

    ¿Estaba tratando de decirme que su asesinato no tenía solución? ¿O que tenía una multitud de ellas?

Yarda

    A mi regreso a Londres, el inspector Lestrade de Scotland Yard me visitó en mis habitaciones. Él estaba ansioso por conocer el propósito de mi visita a Oxford y dejó en claro que sospechaba que había fuerzas siniestras en acción.

    Yo le dije que había ido a consultar a un amigo botánico sobre la naturaleza de un extraño hongo que había llegado a mi poder.

Zaratustra

    La última entrada en el diario de Dodgson refiere al Zaratustranismo. Esta antigua religión persa mantiene la creencia de que el universo es un campo de batalla para los Poderes del Bien y del Mal.

    Con mano temblorosa ha escrito: "¿He elegido verdaderamente el lado correcto?"

FIN

7. El Tranvía Fantasma

(The Ghost Tram) Publicado en The Dark Fiction Spotligh

    Amsterdam.

    Allí estaba yo acurrucado en un callejón con solo un trozo de cartón para mantener a raya la lluvia. No poseía una maldita cosa, excepto la ropa que llevaba.

    Cuando Dan tropezó conmigo, una rata me mordisqueaba el zapato. Tenía demasiado frío para enterarme o preocuparme.

    Dan me reconoció de inmediato. Ambos habíamos compartido una habitación en un hostal en Dublín y yo me había marchado con su dinero. Y ahora él tenía la oportunidad de recuperación perfecta. Podría haberme pateado en la cabeza o arrastrarme hasta un canal. Pero Dan no hizo eso. Me vio en ese callejón, me metió en un taxi y me llevó de vuelta a su casa.

    Uno de los caballeros de la naturaleza.

    Dan era artista. Vivía y trabajaba en un ático encima de una pescadería en el Jordaan. Este estaba abarrotado de pinturas que él no podía vender. Había una cama plegable en la esquina y una mesa con un hornillo primus encima.

    La mañana siguiente de encontrarme, Dan salió y trajo otra cama. Hicimos espacio para ella debajo de la mesa y ahí es donde yo dormía.

    Las primeras semanas de nuestra amistad estuvieron marcadas por Dan pintando y quejándose de que nadie apreciaba su genio. Yo le escuchaba desde la silla de jardín en el balcón y ocasionalmente me aventuraba a decir algo alentador.

    Dos veces al día, yo preparaba una comida frugal en el primus. Dan y yo nos la comíamos en el balcón y nos contábamos qué haríamos cuando nos llegara por fin la fama. Dan quería vivir en Tahití como Paul Gauguin. Yo soñaba con Hollywood y sus piscinas. Yo sabía que tenía dentro de mí escribir un gran guión. Pero aún no. Yo no estaba preparado.

    Como digo, el estudio de Dan estaba en el Jordaan. Era pequeño y necesitaba una renovación. Aun así, el alquiler debía de haber sido considerable. No quise preguntar cuánto; eso era arriesgarse a sacar el tema de mi contribución a los ingresos del hogar, pero un día la curiosidad se apoderó de mí. Así que le dije: "¿Cómo puedes permitirte esta casa?"

    Estábamos en el balcón, inclinándonos sobre la barandilla para ver pasar a una chica con un vestido escotado. Era un dia soleado. El olor de la pescadería nos llegaba tres plantas más arriba. La chica no se quedó.

    "Pago en especie", respondió Dan.

    "¿Con cuadros?"

    "Con mi cuerpo".

    Yo estaba un poco disgustado. Era fácil ver por qué la casera apreciaba un poco de tiempo de cama con Dan. Él estaba construido atléticamente, con denso cabello negro y dientes perfectos.

    Vrouw Schoonhaven, por otro lado, estaba cerca de los sesenta, tenía una figura como un barril de vino y apestaba a pescado.

    "Conseguiré un trabajo", dije culpablamente. "Es hora de que arrime el hombro".

    Dan se encogió de hombros. "Espera hasta que recuperes fuerzas".

    Pero yo nunca iba a recuperar fuerzas viviendo de lentejas y arroz.

    Hablamos sobre ello un poco más. No había muchas salidas para un inglés en Amsterdam. Dan sugirió que probara el Wijngarden en Haarlemstraat. Conocía al dueño y pensaba que podría estar falto de personal.

    Empecé al día siguiente. Cuatro horas por la tarde, cinco días a la semana. Pago por debajo de la mesa.

    La paga no era excelente, pero cubría el alquiler.

    El Wijngarden era un lugar de reunión favorito para la clase baja bohemia de Ámsterdam—sus aspirantes a artistas, malogrados autores y actores entre trabajos. La mayoría de ellos estaban arruinados y eran expertos en hacer que una cerveza durara una hora. Cada propina que yo recibía era minúscula.

    Pasaba la mayor parte del tiempo escuchando a la gente proclamar que estaban al ancho de un pelo del éxito.

    El dueño era un estadounidense llamado Sr. Tom. Mientras yo limpiara las mesas cada media hora y nunca hiciera esperar a un cliente, él no se metía en mis asuntos. La mayoría de las noches se enclaustraba en la parte de atrás con una botella de vino y una pila de videos porno.

    Cuando recibí mi primer paquete de paga—doscientos florines embutidos en un sobre marrón—volví corriendo al ático y lo dejé caer en el regazo de Dan.

    Él estaba sentado a la mesa con un bloc de dibujo bajo el brazo. Había una mirada febril en sus ojos y un rubor en sus mejillas.

    "Por fin ha llegado", dijo golpeándose la cabeza. 'Esta aquí. Mi inspiración". Recogió el sobre. "¿Cuánto?"

    "Doscientos florines".

    "No está mal. Tomemos unas patatas fritas y luego pillemos unas cervezas en el Wijngarden".

    Saltando de la mesa, Dan me dio una palmada en el hombro. "Ha sido un buen día, Kel. No puedo esperar para contarte todo al respecto".

    El Wijngarden estaba concurrido.

    Dan parecía conocer a todo el mundo. Me presentó a gente que yo solo había conocido previamente como clientes y luego nos abrimos paso hasta el final de una abarrotada mesa.

    Esperamos hasta que tuvimos cervezas delante de nosotros antes de que Dan me hablara de "lo realmente sorprendente" que le había sucedido.

    "Estaba tomando un vaso de vino en Spuistraat", me dijo, "cuando miré por la carretera y vi a la mujer más hermosa que jamás había visto. Estaba sentada fuera de un café leyendo un libro. Todo en ella era elegancia y autoconfianza, incluso hasta la forma en que bebía el té como si ella supiera que nunca lo derramaría. Yo estaba facinado. Cautivado".

    "Nada más importaba. Ella era el centro de la Creación. Sentí que estaba en una especie de viaje narcótico que no era tanto una distorsión de la realidad como un desprendimiento de lo mundano para revelar las delicadas obras debajo."

    "Durante un buen tiempo perdí el poder del pensamiento. Afortunadamente regresó y recordé mi bloc de dibujo. Dibujé febrilmente, temiendo que ella pudiera irse antes de que yo capturara su esencia. Estudié sus ojos, sus labios, la curva de su codo. Y pareció que yo era más que un artista. A veces yo era arquitecto o anatomista, quizá incluso matemático. Con cada trazo de mi lápiz, sabía que me estaba acercando al Gran Secreto".

    "¿El Gran Secreto?"

    Dan asintió gravemente. "El Sentido de la Vida. El Propósito de Todo. La Razón por la que me Convertí en Artista". Sonrió de un modo desaprobador de sí mismo. "Sé que me estoy dejando llevar. Pero soy artista, no poeta. No tengo las palabras para describir verdaderamente el momento".

    "Una palabra servirá, Dan. Amor. Te has enamorado".

    "Pero fue más que eso. Hay algo que va más allá del amor... algo más profundo, más fundamental".

    "¿Te acercaste y te presentaste?"

    "Cielo Santo, no. Eso habría roto el hechizo. Además, no tuve ocasión. Estaba esbozando el modo en que ella sostenía la taza de té. Pasó un tranvía traqueteando. Alcé la vista y ella había desaparecido".

    La noche pasaba. Nos bebimos una parte considerable de mis ganancias y nos tambaleamos hasta casa cantando y riendo.

    La mañana siguiente fue la mejor en mucho tiempo. Fui sacado del sueño seducido por el olor a beicon y café recién hecho.

    Al salir reptando de debajo de la mesa encontré a Dan en el balcón enfrascado en un desayuno frito. "El tuyo está en el primus", dijo, y así era.

    Después de haber comido, nos sentimos como reyes. Todos esos sueños que habíamos compartido parecían mucho más reales. Era hora, decidí, de pescar una máquina de escribir de segunda mano y ocuparme de mi guión.

    Dan estaba encantado. Pero no me dejó salir hasta que yo viera sus bocetos.

    El primero era una cabeza y hombros de una chica con largo cabello oscuro y una cara parcialmente oriental. Era hermosa de una manera que me hizo pensar en mañanas brumosas.

    La siguiente imagen era solo su cara. Y luego sus ojos, su muñeca y su mano. También le había capturado el hombro, la nuca y la curva de los senos.

    "Ahora vete", dijo Dan. "Y no vuelvas sin una máquina de escribir y una resma de papel. Yo tengo trabajo que hacer".

    Los días que siguieron fueron una fiebre de creatividad mientras Dan pintaba y yo escribía. Descansábamos para las comidas y la rara lata de cerveza. El lunes y el martes fui a trabajar al Wijngarden e intenté no pensar en el ritmo al que estábamos gastando mis honorarios.

    Mi guión estaba yendo bien. Era sobre dos enamorados sin empleo en Amsterdam. Vivían de ocupas e iban tirando lo mejor que podían. Pero todo parecía ir en contra de ellos.

    Mientras tanto, el trabajo de Dan alcanzaba alturas sin precedentes.

    Chica En la Acera era exquisita. Incluso antes estar terminada, la obra me llenaba de una anhelante soledad dolorosa, una sensación de haber algo maravilloso que yo solo podía vislumbrar y nunca obtener. Entre el ajetreo y el bullicio de Spuistraat, la Chica era un oasis de calma no tocado por lo convencional.

    Ella era el ojo del huracán.

    Yo nunca había tenido la intención original de basar mi heroína en ella. Pero cuanto más escribía, cuanto más exteriorizaba el mundo de mi historia, más claro se hacía que no podía ser otra. Y Dan, por supuesto, era su amante.

    Tampoco es que alguna vez se lo haya dicho a Dan.

    Fui a casa el martes por la noche con una botella de whisky y la determinación de noquear otras diez páginas antes de irme al sobre.

    Mientras subía las estrechas escaleras hacia el ático, escuché a Vrouw Schoonhaven en las agonías de la pasión. Sus gruñidos y gemidos resonaban a través del ladrillo. Dan estaba ocupándose del alquiler otra vez.

    Subí deprisa al ático. Una brisa agitaba el bloc de dibujo de Dan posado sobre la mesa.

    Tras cerrar las puertas del balcón, cerré las cortinas y dejé un hueco para la luz de la luna. Esta cayó sobre el cuadro de Dan como un foco etéreo.

    La pintura estaba completa. Un momento en el tiempo había sido capturado perfectamente y yo entendí por fin la sensación que Dan había tratado de transmitirme en el Wijngarden.

    Amor no era la palabra correcta. Lo que yo sentía era más parecido a la adoración, a un despertar espiritual. Había algo en la Chica que presentaba todo lo demás como ordinario.

    No pude soportar mirar la pintura. Me hacía sentir básico.

    Abrí el whisky, me serví una buena medida, me senté y deslicé una hoja de papel en la máquina de escribir.

    Luego, escribí.

    Escribí como un hombre podría escribir sabiendo que no iba a ver otra mañana. Escribí como el peor pecador del mundo desesperado por confesarlo todo.

    Escribí. Página tras página. Me dolía la muñeca. Me ardían los ojos. Mi corazón cantaba. Y antes de darme cuenta, estaba aproximándome al final. Los amantes tenían la espalda contra la pared. La vida los había derrotado. Ni siquiera el amor podría salvarlos ahora.

    Y ahí es donde me detuve. Mi mente quedó en blanco. Tan cerca de la línea de meta y no pude continuar.

    Cansado y ebrio, caí dormido a la mesa y soñé con piscinas brillando bajo el sol de California.

    Cuando desperté, la escena final aún me eludía. Yo sabía que la tenía en algún lugar de la cabeza, pero no podía encontrarla. Tal vez yo no quería hacerlo.

    No había señal de Dan. Esto no me molestó, pero otra cosa sí y yo no estaba seguro de qué.

    Estiré los músculos, me froté el cuello. Cuando mis pensamientos giraron hacia el desayuno, una comprensión me golpeó como un rayo. El cuadro había desaparecido.

    La ansiedad me atenazó. La ira también. Y autorreproche. Si no me hubiera puesto ciego bebiendo, esto no habría sucedido. Yo tenìa el sueño ligero y las tablas del suelo crujían como las cuadernas de un viejo barco. Incluso el ladrón más ágil me habría despertado si yo hubiera estado sobrio.

    ¿Qué le iba a decir a Dan? ¿Que había dejado que alguien se largara con su obra maestra? ¿Que por una copa le había arruinado la oportunidad de conseguir el éxito?

    Antes de que tuviera tiempo de pensar las cosas, escuché pasos en las escaleras. Era demasiado tarde para huir. Tendría que encarar la música.

    Dan entró con un cordial buenos días. Levantó el caballete vacío y lo colocó contra la pared.

    "Cámbiate con algo decente", me dijo. "Tú y yo nos vamos a celebrarlo".

    Metiendo la mano en su bolsillo, sacó un cheque y me lo agitó en la cara. "Dos mil florines".

    "No me digas que..."

    Dan se rió y me abrazó. '¡Lo conseguí! ¡He vendido Chica en la Acera!

    Las semanas que siguieron fueron el Infierno.

    Mi guión permanecía inacabado. Yo revisaba y pulía. Agonizaba sobre cada palabra y cada matiz. Pero esa secuencia de cierre, esa última pieza crucial del rompecabezas seguía eludiéndome.

    Y Dan cayó en pedazos.

    Pasaban días antes de que él comenzara un nuevo cuadro y horas antes de que se rindiera. Todos los días posteriores fueron igual. Sacaba un lienzo nuevo, mezclaba algunas pinturas, embadurnaba algunos colores aquí y allá, y luego tiraba la toalla.

    Después de poner tanto en Chica en la Acera, no le quedaba nada que dar.

    Con todo ese tedio y frustración, no fue de extrañar que ambos volviéramos a la bebida.

    Bebíamos antes del desayuno. Por lo general, un par de cervezas. Luego, después de nuestro ritual diario de infructuosa búsqueda de inspiración, nos dirigíamos al Distrito de la Luz Roja y holgazaneábamos en un bar sintiéndonos como personajes de una novela de Jean Paul Sartre.

    Irónicamente, trabajar en Wijngarden me daba un descanso con el alcohol, pero en cuanto terminaba me iba a otro bar con Dan o nos quedábamos allí a beber vino barato.

    Nunca había suficiente dinero para el alquiler, por lo que Vrouw Schoonhaven mantuvo su trato semanal.

    Yo podía ver a Dan perder la cabeza lentamente. Se metía en ​​peleas con extraños sin ninguna razón. Algunas noches, cuando yo yacía en la cama incapaz de dormir, lo oía llorar en la oscuridad. Raramente comía, se duchaba o se cambiaba de ropa.

    Dan se estaba poniendo tan pesado que pensé en mandarle al infierno y marcharme. Pero no dejaba de recordar la noche en que él me encontró en un callejón e hizo de Buen Samaritano.

    Íbamos a hundirnos o a nadar juntos.

    Y entonces todo cambió.

    Aunque el Wijngarden se estaba llenando de su consignación habitual de muermos y hippies de la subcultura de los Beatles, la atmósfera era reprimida. Eran sobre las once en punto. El señor Tom estaba fuera de juego en la parte de detrás. Sus ronquidos hacían un curioso contrapunto junto a los carnales sonidos del video que lo había enviado a dormir.

    Nadie hablaba por encima de un susurro.

    La atmósfera estaba comenzando a afectarne.

    Fui a poner algo de dinero en la máquina de discos. A mitad de camino de la habitación, una sensación de hormigueo en la nuca me hizo dar la vuelta.

    La Chica estaba sentada junto a la ventana de la esquina con una copa de vino. Estaba sola. Más que sola, estaba solitaria. Podía verlo en sus ojos.

    Dan la había capturado perfectamente. Supuse que él la había idealizado, ignorado sus defectos, pero ella era perfecta.

    También era la chica de mi guión.

    Un sentimiento de culpa me abrumó al recordar todas las tribulaciones posibles que yo le había lanzado, mermando su autoestima. Todo el dolor que cargaba con tan tranquila dignidad—me dio un bajón.

    No podía soportarlo.

    Tomando como refugio el almacén, solté un gritito y me fumé un canuto.

    Cuando salí, ella se había ido. Su vaso vacío estaba sobre la mesa. Estaba marcado con lápiz de labios.

    Dan estaba liando un canuto cuando yo irrumpí en el ático. Él iba en calzoncillos y tenía la pinta de alguien que había pasado demasiado tiempo en las trincheras.

    "La he visto", espeté.

    "¿A quién?" Dan se sentó a la mesa. El tabaco se derramó sobre su entrepierna.

    "A la Chica de la Acera". Sin aliento, describí mi breve encuentro.

    "¿Estás seguro de que era ella?"

    "No podría haber sido otra persona".

    "Entonces ¿ella es real?"

    "Por supuesto que es real".

    Dan aplastó el porro con la mano. "¿Dónde está ahora?"

    "¿Cómo demonios voy a saberlo?

    "¿No la seguiste?"

    "Yo estaba trabajando".

    "¡Serás idiota, Kel!" Los ojos de Dan brillaron peligrosamente. Recé para que no nos metiéramos en una pelea porque sabía que yo saldría peor parado, pero el momento pasó y él se sintió de pronto bastante alegre.

    Dan se quitó los calzoncillos y se dirigió a la ducha.

    "¿Qué vas a hacer?", le pregunté.

    "Encontrarla", dijo.

    Dan se duchó y se puso ropa limpia. Se parecía una vez más al Dan que había pintado Chica en la Acera, el Dan que sabía que algún día sería grande.

    No tenía sentido tratar de detenerlo. Tampoco yo quería hacerlo. Aunque su búsqueda probablemente resultaría inútil, le daba un sentido de propósito. Y si no podía encontrarla esta noche, podría intentarlo mañana y pasado mañana. Era mejor que matarse bebiendo.

    Regresó unas horas más tarde, me despertó y me contó lo que había sucedido.

    Él no había esperado encontrarla, pero era una buena noche para caminar, para perderse por calles desconocidas y sacar a relucir cualquier secreto que la ciudad aún guardara.

    Se alejó del Jordaan, pasó los museos y salió donde rara vez se aventuran los turistas. Si un giro parecía prometedor, lo tomaba. Si un camino le parecía familiar, lo ignoraba.

    Después de una hora, estaba tan perdido como podría estarlo en una pequeña ciudad. Se detuvo frente a la entrada a un parque. Las casas de enfrente parecían vacías. Y no había un coche a la vista.

    Dan encontró una pared para sentarse y liarse un cigarrillo. Cerrando los ojos, imaginó a la Chica recostada en los escalones del Museo Van Gogh. Y la vio como pensó que Gauguin lo habría hecho—ardiendo con color y llena de la gloria de la creación.

    Estaba dando forma a su próximo cuadro. Se formó en su mente en una fracción de segundo, completo y perfecto. Su tormento había terminado.

    Sonó una campana. Líneas eléctricas zumbaron.

    Dan miró su reloj. Era demasiado tarde para un tranvía, y sin embargo allí estaba, serpenteando al doblar la esquina, dirigiéndose en su dirección.

    Él se figuró que lo estaban transladando a un depósito en preparación para el turno de la mañana. Pero, mientras este pasaba, pudo ver que todos los asientos estaban ocupados. Algunos pasajeros tenían que ir de pie. Cada rostro contaba su propia historia de desesperación y desconcierto. Excepto por una que se giró y le sonrió con tristeza.

    "Era ella", dijo Dan. "Ella sabía que yo estaría allí".

    El tranvía siguió más allá de la parada y se adentró en la noche. Dejó un profundo silencio y soledad.

    Dan se dirigió a casa. La noche ya no era su amiga.

    Ambos hablamos hasta que salió el sol. Yo no sabía si la imaginación de Dan se la había estado jugando, pero sabía que él no estaba mintiendo. Dan no era de esa clase.

    "¿Por qué no paró el tranvía?", preguntó. "Yo quería subir... estar con ella. Ir adonde ella iba."

    Finalmente, incapaz de permanecer despierto, me arrastré de vuelta a la cama. Mis sueños me llevaron a un barrio desconocido de la ciudad donde yo esperaba el Tranvía Fantasma. Nunca llegó.

    Me desperté sintiéndome engañado.

    Dan se levantó antes que yo. Había comenzado su nueva pintura. Había suficientes detalles para distinguir el Museo Van Gogh. Un par de figuras de palo pasaban deprisa con los hombros doblados como si estuvieran caminando hacia un fuerte viento.

    Era la imagen que Dan había descrito, solo que no lo era. Los colores eran furiosos, psicóticos.

    Dan estaba frente a su caballete agitando un pincel como una daga. Yo le había visto antes luchar contra sus demonios internos, pero nunca tan intensamente.

    Sintiendo que no sería prudente molestarlo, me vestí y bajé a revisar el correo. No había ninguno.

    Rebusqué en mis bolsillos y descubrí que tenía suficiente para el desayuno y algunas copas. Era media tarde. Pensé que pasaría el rato en un bar y luego iría a trabajar. Lo mejor era mantenerse alejado del ático hasta que Dan hubiese superado su angustia.

    En el evento, pasé la mayor parte del día deambulando por Amsterdam. Una parte de mí esperaba encontrarse con la Chica, que ella me escucharía el tiempo suficiente como para saber que tenía un ferviente admirador. Le debía mucho a Dan. Llevarle a la Chica sería un reembolso total.

    Ella era su musa. Era lo propio que ambos estuvieran juntos.

    Terminé mi turno en Wijngarden y regresé al ático a medianoche. Dan estaba en el balcón fumando un canuto.

    "Está terminado", me dijo. "Dime lo que piensas".

    Y eché un vistazo y me quedé sin habla. Hombres y mujeres de palo pululaban sobre un fundido pavimento. El museo parecía haber sido ensamblado a partir de partes corporales al azar recogidas en un matadero. El sol giraba como cuando yo tenía migraña. Y en medio de todo estaba la Chica. Sus manos eran garras presionando las mejillas, distorsionando el rostro. Ondas de horrible color irradiaban de su gritante boca. Dan había tomado todo lo bueno de la Chica y lo había reemplazado con su imagen especular.

    Yo no había visto una pintura tan bellamente fea en toda mi vida. Me asustó pensar que el hombre que la había pintado estaba de pie justo detrás de mí.

    "¿Qué consideras?", preguntó Dan cuando me reuní con él en el balcón.

    "Es brillante", le dije. "Brillante pero perturbadora".

    "¿Qué debo hacer? ¿Quemarla?"

    Yo estaba horrorizado. "Deberías venderla".

    "Tienes razón. Si la quemara, toda esa oscuridad volvería directamente a por mí."

    Esa noche me senté en el balcón reflexionando sobre lo que Dan había dicho sobre la oscuridad en su pintura. Esa misma oscuridad habitaba mi guión inacabado.

    Lo que había comenzado como una edificante historia de amor se había transformado rápidamente en una tragedia. ¿Y por qué? Porque yo no podía soportar ver felices a mis creaciones cuando yo no lo era.

    De alguna manera, yo había infectado el trabajo de Dan con mi negatividad.

    Me imaginé a la Chica viajando en el Tranvía Fantasma, incompleta, incapaz de avanzar. Atrapada en el Limbo, con acceso a la otra vida negado. Y yo la había puesto ahí.

    Dan me convenció para que lo acompañara mientras intentaba vender su cuadro. Lo llevó a un distribuidor en Breestrat. Era el mismo que había comprado Chica en la Acera. No estaba interesado.

    "Demasiado oscuro", fue su veredicto. Él era un ratón de hombre cuyo único interés en el arte radicaba en su valor comercial. "Mis clientes son turistas en su mayoría. Quieren cuadros felices. Algo para recordarles los buenos momentos que han pasado aquí".

    Luego probamos en un local en Albert Cuypstraat adornado como un cine art deco. El dueño no estaba pero su asistente—una preciosa pelirroja de caerse muerto—no pensó que le interesara. Al mirar por la tienda estuve seguro de que ella tenía razón. En las paredes había colgadas obras del estilo de los maestros holandeses. No había nada que pudieras llamar moderno.

    Pasamos el día caminando de tratante a tratante. Aunque algunos hicieron comentarios apreciativos, ninguno consideró comprar la pieza.

    Las reacciones de Dan iban desde la silenciosa aceptación hasta el abatimiento. Yo esperaba que al menos mostrara un extraño destello de ira, pero este nunca llegó. Tal vez él había sabido todo el tiempo que nunca vendería Chica en los Escalones del Museo.

    Esa noche yo estaba de servicio en el Wijngarden. Dan entró tambaleante, borracho y empeñado como el infierno en emborracharse más.

    Después de su quinto whisky, intenté convencerlo para que se fuera a casa, pero no quiso ser persuadido.

    "No puedo soportar estar solo en el ático", me dijo. "¡No con esa cosa allí!"

    Odiaba su cuadro con venganza. Este resonaba alguna oscura parte de su alma. Y él no podía deshacerse más de él de lo que podía deshacerse de su sombra.

    Algunos de sus colegas artistas intentaron animarlo. Él recibía sus cortesías con miradas amargas y mascullados juramentos.

    Después de un rato, se dieron por vencidos y le dejaron en paz.

    Casi cargué con Dan de vuelta al ático. Afortunadamente, se quedó dormido en cuanto lo metí en la cama.

    Pero para mí, dormir estaba a muy largo trecho. Me preocupaba mi amigo. Él esttaba cerca del precipicio y yo no tenía idea de cómo evitar que cayera.

    La causa de todo—ese maldito cuadro—estaba en la esquina, cubierto por un paño. Si Dan no podía destruirlo, ¿no podría yo quizá?

    Pero no había modo de saber cómo reaccionaría Dan. Él creía que las fuerzas oscuras en la pintura se liberarían si el cuadro era destruido.

    Además, mañana era otro día y todavía había muchos tratantes de arte a los que podía llevar la pintura. A diferencia de Dan, yo veía Chica en los Escalones del Museo como una obra maestra. Por muy inquietante que fuese, sin duda era la obra de un genio, aunque una retorcida y torturada. Aunque nunca se vendiera, podría al menos conducir a un encargo. O eso razonaba yo.

    Agarrando una botella de vino, entré rodando en la cama y me dispuse a beber para dormirme a mí mismo.

    Dan y la pintura habían desaparecido cuando desperté. Él me había dejado una nota para decir que estaba intentando vender aquello. Buena suerte a los dos, pensé.

    Después del desayuno, tuve el atisbo de un nuevo guión. Pensé que sería fácil concentrarse con Dan fuera de vista, pero su ausencia era tangible. De vez en cuando, me hormigueaba el cuero cabelludo y sentía con certeza que él estaba de pie detrás de mí mirándome la parte posterior de la cabeza.

    Me daba la vuelta y encontraba que yo estaba solo.

    Hacia la tarde, lo único que tenía para mostrar mis esfuerzos era una pila de papel desechado. El ático se volvió insoportable. Era como si aún quedara algún residuo de Chica en los Escalones del Museo. Cuando miraba el papel ante mí, veía el rostro de ella y sentía su tormento.

    Tuve que salir.

    Era un día tranquilo y lánguido con un cielo nublado. Amsterdam parecía sometido.

    Paseé por el Amstel en una fuga gris. Mis pensamientos vagaban de un asunto a otro, sin instalarse nunca en ningún tema por mucho tiempo.

    Parecía importante seguir en movimiento, aumentar siempre la distancia entre mí y el ático.

    Justo después de la puesta de sol, me encontré en un barrio desconocido. Almacenes abandonados a mi izquierda. A mi derecha, un trozo de tierra baldía estaba en proceso de convertirse en un polígono industrial. Hasta ahora solo se había construido una unidad. Había una pequeña excavadora posada sobre un montículo de tierra. No había signos de actividad.

    El camino terminaba en un cruce en T. Giré a la izquierda.

    Diez minutos después estaba fuera de un parque. Las casas al otro lado estaban entabladas. No había signos de actividad humana.

    Exhausto por la caminata, me senté en un muro bajo y consideré regresar al centro de la ciudad. Había una parada de tranvía justo bajando la calle. Al menos tendría un mapa para decirme dónde estaba.

    Escuché la aproximación de un tranvía. Este doblaba la esquina.

    Si corría, podría atraparlo. Pero algo me decía que no iba en mi dirección.

    Estudié las caras de los pasajeros cuando pasó. Cada una era una máscara de abatimiento y desesperación. Estas, sabía yo, eran las personas abandonadas por la vida, aquellas que habían perdido el amor o nunca lo habían conocido.

    Dan estaba sentado junto a la ventana al lado de la Chica. Ninguno de los dos parecía feliz. Me saludó con la mano pero no pude reunir ánimo para devolverle el saludo.

    El Tranvía Fantasma no paró.

    Las cosas apenas se habían asentado cuando regresé a casa. Una multitud pululaba alrededor de un cuerpo sobre el pavimento. Fragmentos de vidrio brillaban a la luz de la luna como las piscinas de Hollywood de mis sueños. Sorprendentemente había poca sangre.

    Vrouw Schoonhaven estaba con los ojos rojos en la puerta. Habiendo agotado todas sus lágrimas, contemplaba el espacio.

    Sirenas se aproximaban.

    Subí corriendo hasta el ático. La puerta del balcón era un marco astillado desprovisto de vidrio.

    Una pintura fresca se posaba en el caballete. Mostraba a la Chica tumbada al lado de un tranvía. El lateral de su cráneo había sido arrancado. Estaba empapada en sangre.

    Otro suicidio.

    Y ahora ella y Dan viajarían juntos en el Tranvía Fantasma por toda la eternidad.

    Yo empaqué un macuto y me dirigí a la estación.

FIN

8. A Janet y A John Se Les Va La Cabeza

(Janet and John Get Out of Their Heads, 2011) Publicado en The Fringe

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Enviado: 13 sep. 13:21

    hola nena!

    ¿cómo va? Prometí enviarte un correo electrónico en cuanto llegara a Berlín. acabo de registrarme en el hotel, es tan fabu como se ve en la web.

    Te complacerá saber que el hechizo mágico que me diste me trajo aquí a salvo. sin gremlins, sin accidentes de avión, sin ser arrestado por la gestapo. (Seguí tu consejo y me abstuve de saludar a lo hitler al hombre de aduanas) el vuelo fue increíble. mi primera vez en primera clase y alcohol sin parar todo el viaje.

    Leí un par de capítulos de ese libro que me prestaste. Aunque, para ser honesto, no me veo metiéndome en él. No digo que sea mambo yambo ni nada de eso. Es que no es de los que me van, eso todo.

    Bueno, voy a probar la ducha, echarme café por la garganta y tomarme un par de horas descanso. luego Frank y yo nos vamos a pintar la ciudad de rojo.

~o~

    De: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Para: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Enviado: 14 de sep. 09:42

    Hola, John.

    Estoy bien. Muchas gracias por preguntar.

    Espero que no te hayas puesto demasiado tonto anoche. Nunca has podido aguantar el alcohol y no creo que encuentres una celda de la policía alemana tan bonita como tu habitación de hotel.

    Para cuando leas esto, habrás hecho un gran recorrido por la oficina de Berlín, ¡así que esperemos que algo de la eficiencia alemana de la que siempre te estás burlando te afecte! (Solo bromeo.)

    Cuida de mi grimorio, ¿lo harás? Lleva en mi familia generaciones. No te obligaré a leerlo si no quieres, pero desearía que lo hicieras. Te ayudará a entender de dónde vengo y quizá te convenza de que la Wicca es de verdad una religión adecuada.

    Oh, diantres. Solo te has ido un día y ya te echo de menos.

    ¡Te amo un montón!

    Tu gran conejito esponjoso,

    Janet. ¡XXXXXXXXXXX!

~o~

    De: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Para: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Enviado: 14 sep. 15:02

    ¡Tú! ¡Qué día! ¡menuda cantina de la empresa! tiene una máquina de bebidas; ¿adivina qué? ¡tiene cerveza! Deberías haber visto la cara de Frank cuando la vio. El borrachuzo tenía 3 botellas de cerveza kraut con su schnitzel (o lo que fuese que estábamos comiendo). ¿yo? tomé agua.

    todavía recuperándome de la última noche. Tenías razón, no debí haber intentado seguir el ritmo de franky. Eso sí, él también tiene un poco de resaca, pero no tanta como yo. Definitivamente me voy a ir a la cama temprano esta noche.

    pienso en ti todo el tiempo. No puedo esperar para volver a Blighty. ¡tal vez puedas enviarme una escoba para que pueda volar a casa durante mis pausas para el almuerzo! ¡LOL!

    tengo que irme. Herr Azote (el mote que le he puesto a uno de los gerentes aquí) está agitando el látigo. ¡Auditarás esos libros o serás fusilado!

    ¡besote tierno!

    —john

~o~

    De: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Para: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Enviado: 14 de sep. 15:57

    Sí, bonito chiste sobre la escoba, capullo. Sabes que no me gusta que te burles de mi religión. ¡Da gracias a tus estrellas de la suerte de que no te convierta en una rana!

    ¿Sabes qué? Mantén los ojos bien abiertos alrededor de la medianoche. Si estás donde dices que estarás, es decir, en la cama, te sorprenderás.

    Janet.

~o~

    De: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Para: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Enviado: 14 de sep, 16:09

    ¡jannypopi! no estarás enfadada conmigo, ¿verdad? Solo estoy bromeando. Te lo compensaré cuando vuelva. Tú elige cualquier restaurante, déjame a mí el resto.

    (Por mi bien, he leído un poco más de tu grimorio. Está empezando a tener un raro sentido).

    —john

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Enviado: 15 sep. 03:22

    hola janet.

    Sé que no leerás esto hasta mucho más tarde, pero no importa. Son las cero en punto aquí; No podía dormir pensando que podría haberte cabreado. no estaba cavilando cuando te dije lo de la escoba; si te he molestado, lo siento, lo siento, mil veces lo siento.

    estar lejos de ti—incluso por este corto tiempo—me ha recordado de verdad lo mucho que significas para mí. te extraño a lo grande; Siempre estoy pensando en ti.

    incluso tuve un sueño sobre ti. Soñé que estaba tumbado en la cama cuando de repente apareciste de la nada. estabas de pie junto al tocador, saludándome. me cagué de miedo. luego dijiste algo que no pude oír, me lanzaste un beso y desapareciste.

    Lo más raro que me ha pasado en mucho tiempo.

    mira, haznos un favor, chica; sácame de mi agonía. envíame un correo electrónico lo antes posible; dime que estoy perdonado; entonces tal vez pueda dormir un poco.

    —john

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 03:24

    ¡Ja, ja! Me preguntaba cuándo tendría noticias tuyas. He estado esperando en mi PC hasta justo después de la medianoche.

    Entonces te has convencido de que era un sueño, ¿verdad? Supongo que debería haberme esperado eso. Después de todo, la verdad es bastante alucinante—sobre todo para un no creyente como tú.

    Lo que viste fue mi espíritu. A mí teniendo una experiencia extracorpórea autoinducida. Y lo que dije antes de desaparecer de tu habitación fue: "Te amo y te perdono".

    Y por si crees que te estoy tomando el pelo, yo llevaba una camiseta con la imagen de un gato con un paraguas. Acabo de comprarla, así que no la habrás visto antes.

    Dulces sueños, mi tesoro. (¡Ji! ¡Ji!)

    Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:03

    hola nena.

    lo siento, no pude charlar por teléfono más tiempo. tenía a herr azote respirándome en el cuello.

    he estado pensando mucho las cosas. No puedes culparme por ser escéptico, ¿verdad? pero no puedo negar la evidencia de mis propios ojos. así que sí, creo totalmente que te proyectaste astralmente en mi habitación de hotel aquí en Berlín.

    hombre, estoy tan asustado! Pero en el buen sentido. es del todo la cosa más genial que haya existido.

    tienes que enseñarme cómo se hace.

    —john

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:07

    Hola, John.

    Odio decepcionarte, nene, pero la proyección astral no es tan fácil. Aunque te diera el hechizo, llevaría años dominarlo.

    Si quieres, cuando vuelvas a casa te enseñaré sobre la Wicca. Pero recuerda que es una religión adecuada y no—como pareces pensar—una excusa para que los adultos se desnuden juntos.

    Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:09

    sigue hablando de aprender la Wicca. Como no paras de decirme, podría venir bien un poco de espiritualidad en mi vida.

    Tal vez me subestimas cuando dices que me llevará años aprender la proyección astral. siempre he sido un aprendiz rápido; ¿No eres tú quien dice que soy un psíquico reprimido?

    dame el hechizo, nena. y a ver qué pasa.

    —john

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:09

    Honestamente, cariño. No tendría sentido.

    J.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:10

    Sent: 15 Sep. 18:10

    oh por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor (multiplicado por 1 zillón).

    —j

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:11

    Te diré lo que voy a hacer. Estate en tu cuarto de baño con lápiz y papel exactamente a la medianoche. La medianoche de mi hora. Si ves el hechizo, escríbelo. Si no lo ves, y estoy segura de que no lo verás, no estás preparado para usarlo.

    Última oferta.

    J.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 15 sep. 18:12

    ¡genial! Me conformaré con eso. medianoche entonces.

    tengo que irme ahora. me llaman los krauts; franky para una comida; luego bebidas. no debo hacer esperar a herr azote.

    te quiero mucho, cosa preciosa

    —john (beso beso)

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 16 de sep. 03:13

    ¡janet! ¡Eso fue de lo más brillante del mundo!

    Funcionó. ¡Funcionó muy bien!

    Hice lo que dijiste. los krauts querían que me fuera de clubes, pero les dije que necesitaba pasar por el hotel.

    El caso es que, allí estaba yo, plantado en el baño como me dijiste; de repente salió una niebla; el espejo se empañó. luego apareció una escritura en el espejo como si alguien estuviera usando el dedo. Justo tuve tiempo de copiar el hechizo antes de que desapareciera.

    no sé en qué idioma está escrito. Se parece un poco al latín, pero no creo que sea eso.

    no me dijiste cómo usar el hechizo (porque no pensaste que lo recibiría, ¿verdad? Oh, mujer de poca fe), así que improvisé.

    me quedé en medio de la habitación, con mi pijamita y bata, leí el hechizo en voz alta. no pasó nada.

    así que lo leí una y otra vez hasta que se quedó en mi memoria y tiré la libreta. no parecía estar ocurriendo nada y pensé en dejarlo, pero de alguna manera no pude parar. Las palabras no dejaban de salir de mi boca. es como cuando tienes una melodía pegada en la cabeza; dando vueltas y vueltas y vueltas.

    eventualmente pensé - vale, ya está, John. solo estás haciendo el ridículo. dalo por concluído y entra en el sobre.

    ¡entonces noté que ya no estaba en mi habitación de hotel! de hecho ya no estaba en el hotel.

    miré hacia abajo y allí estaba Berlín. pude ver la puerta de brandenbergo y la iglesia en ruinas en el kufurstandamm e incluso el stalag 13 (o la oficina central como se llama oficialmente).

    Por un momento, me quedé flipando; entonces, cuando noté lo que había sucedido, estaba aterrorizado y de inmediato estaba de vuelta en mi cuerpo sintiéndome como cuando tienes un sueño y algo malo en él hace que te despiertes.

    pillé una botella de schanpps que iba a llevar de vuelta. Me bebí casi la mitad antes de poder superar la conmoción; entonces, loco bastardo que soy, probé otra vez con el hechizo pero no pasó nada. tal vez fue la bebida. pero definitivamente lo intentaré de nuevo; esta vez vuelo directamente hasta Blighty , ¡así que será mejor que me busques por ahí!

    abrazos y besos

    —j.

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Enviado: 16 sep. 08:22

    Querido John.

    Acabo de ver tu correo electrónico y me siento algo alarmada. Aunque es genial que hayas logrado dejar tu cuerpo, debes de ser muy, muy cuidadoso. Probablemente no has tenido tiempo de verlo, pero si te hubieras mirado el ombligo, habrías visto un cordón de luz que unía tu espíritu con tu cuerpo. Si ese cable se rompe, es posible que tu espíritu no pueda regresar.

    Obviamente tienes grandes poderes pero necesitas aprender a usarlos sabiamente y con seguridad. Yo puedo enseñarte, pero debes ser paciente.

    Por favor, por favor, por tu propio bien, no vuelvas a usar el hechizo mientras estés en Berlín. Cuando regreses a Inglaterra podemos proyectarnos astralmente juntos. ¿No sería eso genial?

    Te extraño más que nunca y no puedo esperar a caer en tus varoniles brazos ;-).

    Te veo pronto.

    —Janet.

~o~

    De: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Para: Janet Evans (janet.evans@lombix.co.uk)

    Enviado: 16 de sep. a las 09:22

    ¡nena!

    no te preocupes. ahora que he tenido la oportunidad de pensar en ello, no tengo prisa por dejar este cuerpo mío. pero estoy deseando que lo hagamos juntos.

    ¿pueden los espíritus tener sexo? ¿No sería divertido unirse al club de las alturas sin siquiera estar en un avión? tal vez sobre las casas del parlamento o el palacio de buckingham? ¿O qué tal *EN* el palacio de Buckingham? justo en frente de la reina! (¡LMAOROFL!)

    por cierto: ha estado nevando aquí. Me refiero a que está nevando hasta la altura de las rodillas. tal vez franky y yo deberíamos desafiar a los salchichas a una recreación con bolas de nieve de la batalla de el alamein. bueno, quizá no.

    ¡solo faltan 3 días para verte de nuevo! ¡parece una eternidad!

    te quiero un montón.

    —j.

    pd: ¿varoniles brazos? ¿moi? ¡¡¡ LOL !!!

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 01:47

    ¡¡PERRA !! ¡¡FURCIA!! ¡¡¡SO PUTA !!!!!!

    ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

    Te vas a enterar, ¡ramera traidora!!!

    He roto contigo. ¡¡ ROTO !!! ¡¡ BIEN ROTO !!!

    espero que acabes con la almeja estéril.

    cuando regrese, te quiero a ti y a todo rastro de tu existencia fuera de mi apartamento y lo más lejos posible. voy a fingir que no existes— incluso en el trabajo.

    ¡ADIÓS, SO BRUJA!

    —J.

    PD: deberían quemarte en la hoguera. ¡¡ puta !!!

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 08:22

    John.

    ¿Qué diantres está pasando? ¿Es esto una broma? Porque si es así, tiene muy mal gusto y no es nada graciosa.

    Desde que recibí tu vil correo electrónico, no he dejado de llorar.

    Me he estrujado el cerebro y no tengo idea de lo que podría haber hecho para molestarte o hacerte decir cosas tan dolorosas.

    Si ya te has hartado de mí, ¡de acuerdo! Pues dilo. No hace falta que seas cruel.

    —Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 19:36

    ¿Qué pasa contigo, estúpida perra? metételo en la cabezota: no quiero nada más contigo. así que deja de llamarme al trabajo y deja de enviarme correos electrónicos. esa mierda de la señorita inocente no va a colar. no después de lo que vi anoche.

    oh, si. pensaste que no lo averiguaría, ¿verdad? pensaste que mientras el gato estaba fuera, bien podrías jugar tú también; el pobre tonto de John no se va a enterar. ¡incorrecto! Estuve allí mismo en la habitación - *MI* habitación - mientras tú y gavin follabais como animales.

    ¿por qué, en nombre de Dios, gavin de entre todas las personas? pensé que odiabas a ese baboso salido. ¿Y cómo es que le dejaste que te hiciera eso que nunca me dejas hacerte?

    —j.

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 19:52

    John.

    Creo que este va a ser el correo electrónico más difícil que he escrito en mi vida. Permíteme comenzar diciendo que, a pesar de todo, todavía te amo y quiero que sigas siendo una parte importante de mi vida. De verdad creo que podemos superar nuestras dificultades actuales y reconstruir nuestra relación.

    No te reprenderé por romper tu promesa de no volver a usar el hechizo. Me siento aliviada de que no hayas sufrido ningún daño. De Berlín a Londres es un largo camino para un novato en una proyección astral. Es una maravilla que hayas podido volver.

    En cuanto a Gavin y a mí, te debo una explicación y una profunda disculpa. Juro por Dios que nunca antes te he sido infiel y tengo la intención de no tener nada más que ver con Gavin en el futuro.

    El hecho es, y sé que esto no es excusa, me sentía (y me siento) sola sin ti. Algunos de nosotros en el trabajo salimos a tomar algo y supongo que tomé demasiado y de repente estaba en lágrimas al pensar en ir a casa a un piso vacío.

    Pensé que Gavin estaba siendo comprensivo. Cuando me rodeó con el brazo, no tenía idea de que estaba intentando algo. ¿Ingenua? Sí, lo fui. Tonta, también.

    En realidad, creo que él puede haber usado rohipnol. Lo que sucedió en el apartamento es borroso para mí.

    Odio mencionarlo—y no es mitigación— pero tú te has desviado un par de veces y en cada una yo te he perdonado. Ahora te pido que hagas lo mismo por mí.

    Te amo, John, y no quiero perderte. Por favor, busca en tu corazón el perdonarme.

    Tuya (en desesperación),

    Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 19:48

    ¡y una mierda rohipnol! ¿Por qué tipo de idiota cabeza de chorlito me tomas?

    ¿Recuerdas ese sitio web del que nos reímos? ¿en el que los cornudos se vengaban de las exnovias subiendo fotografías desnudas de las zorras para que todo el mundo las viera? te sugiero que eches un vistazo.

    vengativamente tuyo,

    —j.

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 17 sep. 20:11

    ¡Bastardo! ¡Tú odioso, cruel y despreciable baboso! Me prometiste que habías borrado esas fotos. ¡Y todo este tiempo las tenías en tu ordenador portátil!

    Te lanzo una advertencia justa, John. ¡Quítalas AHORA! Sabes que tengo ciertos poderes, pero no tienes ni idea de lo que puedo hacer con ellos.

    ¡Quita las fotografías o SUFRE LAS CONSECUENCIAS!

    —Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 18 sep. 07:17

    ¡oh si! Soy un poderoso mago, nada puede detenerme. ¡NADA!

    Bueno, ¿qué se siente al tenerme en tus sueños? Saber que yo era tu Amo y Señor? Saber que cada vez que duermas puedo colarme en tu mente y conjurarte pesadillas.

    ¿piensas que el suelo te engulla fue malo? ¿piensas que enviarte a los fuegos del infierno es lo peor que puedo hacer? ¿piensas que estar cubierta de arañas va a ser el final?

    piénsalo bien, perra.

    tengo tu grimorio, ¿recuerdas? hay algunos hechizos muy interesantes en él. algunos de los cuales no te gustaría estar en el extremo receptor.

    ¡ahora sal de mi piso! si te encuentro todavía allí esta noche, vas directa al infierno en cuanto te duermas.

    —j.

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    cc: John Heywood (john.heywood@lombix.co.uk)

    Enviado: 18 sep. 07:38

    Ahora sí la has liado. Ahora la has liado de verdad.

    Crees que puedes meterte con una bruja, ¿verdad?

    Hora de que aprendas lo contrario.

    Disfruta de tu día en el trabajo, imbécil de mierda.

    —Janet.

~o~

    De: Frank Beatie (francis.beatie@lombix.co.uk)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 18 sep. 15:07

    Hola, Janet.

    Soy Frank del trabajo.

    Espero que no te importe que te envíe un correo electrónico a tu correo privado. Al parecer hoy no trabajas y no quería que fueras la última en saber lo que le ha ocurrido a John.

    Por lo que puedo deducir, tú y él habéis tenido algún tipo de riña de enamorados y tal vez sea eso lo que lo ha llevado al límite.

    Él llevaba actuando de manera rara toda la mañana, diciéndole a la gente que era un mago y cosas así. Luego, justo en mitad de una reunión con algunos gerentes senior, comenzó a pasear como una oca por la sala de juntas cantando "Hitler Solo Tiene Una Bola".

    No hace falta decir que los krauts no vieron el chiste (nunca lo hacen, ¿verdad?) y le dijeron a John que metiera el trasero en el primer avión de vuelta a Inglaterra.

    Fue visto y no visto, como si pudiera prescindir de su trabajo. Obviamente tiene algún tipo de crisis nerviosa y tal vez lo tengan en cuenta.

    Si quieres reunirte con él en el aeropuerto—y creo que sería muy bueno que lo hicieras—él debería llegar a las nueve menos cuarto (hora local) de la mañana.

    Lamento ser el portador de malas noticias, pero pensé que era mejor que lo supieras.

    Cuídate.

    —franky.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 18 de sep 21:58

    vale. tú ganas. Hagamos una tregua antes de que esto llegue demasiado lejos.

    yo no invadiré tus sueños si tú prometes no volver a poseerme así; he borrado las fotos de internet y de mi disco duro.

    puedes quedarte en el piso por ahora. ¿quién sabe? quizá aún podamos rescatar nuestra relación— si eso es lo que quieres.

    No sé si aún tengo empleo, pero no te lo echaré en cara. hay muchas oportunidades para personas con mis habilidades, así que no debemos preocuparnos por eso.

    básicamente - tú ganas. me rindo.

    me temo que no volveré a Blighty mañana. todo está nevado aquí. así que es a mi habitación de hotel adonde vuelvo y donde está claro que no haré nada mágico.

    —j.

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 18 sep. 22:16

    Vale, John. Me alegra que hayas entrado en razón y lamento que las cosas se hayan ido tanto de las manos. Esperemos que ambos hayamos aprendido algunas lecciones importantes de todo esto.

    Yo aún te amo, a pesar de todo, y estoy segura de que podemos reconstruir lo que teníamos y hacerlo más fuerte que nunca.

    Y no te preocupes por tu trabajo. No te lo dije porque sabía que te ibas a reir; pero usé mi magia para conseguirte la última promoción. Puedo usar un hechizo similar para conseguir un nuevo—y aún mejor—empleo.

    Ahora que has demostrado que tienes el poder, puedo enseñarte el Arte, pero solo si prometes usarla sabiamente.

    Avísame cuando consigas un vuelo y te recogeré en el aeropuerto. Mientras tanto, no te preocupes. Estoy segura de que todo va a salir bien.

    Grandes abrazos y besos,

    —Janet. XXXXXXXXXXXXXXXXXX

~o~

    De: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 19 sep. 03:48

    ¡John, idiota! Pequeño bastardo mentiroso y traicionero.

    Toda esa milonga de pedir una tregua y arrepentirse y volver a estar juntos. ¡Mentiras, mentiras, mentiras!

    Así que crees que eres un gran mago poderoso. Déjame decirte que un hechizo de sed incontrolable es cosa de niños y fácil de romper.

    Me bebí varios litros de agua. Gran cosa.

    Lo siento, John. Pero no puedo dejarte ir lanzando hechizos de mala manera. Especialmente cuando estás usando mi propio grimorio contra mí.

    Última advertencia. ¡Para - o si no!

    —Janet.

~o~

    De: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Para: Janet Evans (diosadelaluna@biffomail.com)

    Enviado: 19 sep. 04:12

    me haces reír, mujer. ¿A quién demonios crees que estás tratando de asustar?

    ¡oh, no, socorro, socorro! ¡la malvada bruja va a convertirme en una rana! ¡buaa! Qué miedo tengo.

    Hora de enseñarte una lección, mi cariñín. ¿Qué te parece una plaga de cucarachas?

    prepárate, perra.

    —j.

~o~

    De: Frank Beatie (francis.beatie@lombix.co.uk)

    Para: John Heywood (bigjohn57@biffomail.com)

    Enviado: 19 sep. 10:27

    ¡John! Soy Frank del trabajo.

    No sé si recibirás este correo electrónico en el corto plazo, pero si lo haces, avísame de que estás bien. He intentado llamarte, pero tu teléfono móvil está apagado.

    Probablemente tengas otras cosas en mente en este momento, pero pensé que deberías saber que tu casera ha estado tratando de contactar contigo. Algo sobre que tu piso está infestado de cucarachas.

    Conseguí que una chica de la limpieza me dejara entrar a tu habitación esta mañana para ver si estabas allí. No estabas, pero tu equipaje y tu ordenador portátil sí, de modo que debes de haber regresado del aeropuerto.

    Ten en cuenta que yo me quedaría fuera de tu habitación por ahora. Al menos hasta que hayan limpiado el desorden causado por la limpiadora. Construida como un tractor. Probablemente come barras de hierro para desayunar.

    El caso es que ella me deja entrar a tu habitación y me observa mientras yo echo un vistazo. Entonces, de repente, ella comienza a gritar en alemán y yo pienso "¡Se acabó! ¡Voy a morir! "

    Pero luego veo lo que le está gritando: una maldita rana gigante posada justo en medio de la habitación. Lo siguiente que sé —¡chaf! - ¡Ella ha ido y la ha chafado con sus zapatillas del cuarenta y cuatro!

    Malditamente horrible fue ver a la pobrecilla retorciéndose, con sus patas sobresaliendo por debajo del zapato de frau. La pisoteó 4 veces antes de que por fin esta dejara de patalear.

    Nunca sentí tanta pena por un anfibio en toda mi vida.

    Bueno, ahora las buenas noticias. He convencido a los krauts de que estás sufriendo de agotamiento nervioso y de que no eres un chico malo después de todo. Y no solo te han perdonado, sino que tienes 2 semanas de descanso para recuperarte.

    Todo va a salir bien, John. Pero ¿dónde diablos estás?

    —Franky.

FIN

9. Los Skitterlings [3]

(The Skitterlings, 2010) Publicado en M-Brane SF

    Antes de destruir el mundo, Farnsworth bajó a la ciudad de Nueva York. Hubiera preferido quedarse en casa viendo la telex y comiendo pretzels, pero los Skitterlings tenían otras ideas.

    Así que ahí estaba, sentado en un bar poco iluminado, esperando que nadie lo reconociera. Hasta ahora había tenido suerte. Una camarera le había dicho que se parecía un poco a ese tipo, Farnsworth. Ya sabes, el que salvó al mundo, pero a ella no se le había pasado por la cabeza que alguien rico y famoso se aventuraría en un garito que todavía tenía escupideras.

    En la mesa junto a él, dos chicos hablaban sobre la superpoblación y lo que se podía hacer al respecto. Uno era un policía uniformado cuyo lenguaje corporal decía que prefería estar en otro lugar. El otro llevaba una camisa a cuadros y una gorra de béisbol. Un camionero, si es que alguna vez hubo uno.

    Farnsworth consideró informarles que, en este momento, la superpoblación era la menor de las preocupaciones de la humanidad. Pero los Skitterlings le dijeron que no. «Bébete el bourbon, Terrícola. Vamos a emborracharte. Nos gusta que la habitación comience a girar y apenas puedas caminar y lo único que quieras hacer es vomitar y morir.»

    Se quedó mirando su bebida. «Que os den», pensó. «No lo haré. Esta noche vamos a hacer las cosas a mi manera o nada de nada.»

    Los Skitterlings se rieron. O al menos eso es lo que él supuso que estaban haciendo. A veces era difícil entender sus estados de ánimo y emociones. Él sentía un hormigueo en los lóbulos frontales y una sensación de crujido en todo el cuerpo. Si no era risa, sin duda era una forma de burla.

    Farnsworth estaba sediento. Como si no hubiera bebido en una semana. Como si estuviera en un desierto y acabara de engullir una cucharada de sal. Le temblaban las manos. Los Skitterlings lo habían convertido en un alcohólico.

    ¿De qué servía? Él sabía que era mejor no luchar contra los alienígenas. Ganaban todas las veces.

    Farnsworth agarró el bourbon y lo se lo pulió de un trago. Golpeó la mesa con el vaso.

    Se sintió bien.

    La bebida había aliviado algo de sed pero necesitaba otra.

    Miró hacia donde el policía y el camionero estaban poniendo derecho el mundo. Una botella abierta de bourbon estaba en la mesa entre ellos y ahora parecía el artefacto más preciado del mundo.

    «Píllala,» le dijeron los Skitterlings. «Es tuya.»

    «No, maldita sea. Compraré mi propia botella.»

    «El local está concurrido. Pasarán años antes de que te sirvan. Necesitas una bebida y la necesitas ahora.»

    «¡No voy a empezar una pelea! Encontrad otra forma de divertiros.»

    "¡Ey, tú! ¡Colega!" Ese era el camionero. Los cinco bourbons que se había bebido en el tiempo que le había llevado a Farnsworth beber uno acababan de hacer efecto. Estaba listo para una pelea. Puños apretados, pecho hinchado. Ojos taladrando a Farnsworth. "¿Cuál es tu problema?"

    El policía levantó ambas manos. "Calma, Pete. No está haciendo ningún daño".

    "El maricón me está mirando. "¿Qué le pasa al chico?"

    "Déjalo, ¿quieres?" El policía sonrió a Farnsworth disculpándose. "Perdón. Bebe demasiado y se vuelve loco".

    El camionero resopló. "¿A quién estás llamando loco, Jack?"

    "A ti, imbécil", dijo Farnsworth, su deseo de beber superó su miedo a una paliza. "Y después de escuchar la matraca que estás dando, tengo que decir que estoy de acuerdo con él".

    "¿Esas tenemos?" El camionero estaba de pie y listo para pelear. El policía, sabiendo qué esperar, tenía el aturdidor en la mano. Sin molestarse en emitir una advertencia, pulsó el botón de disparo. Un rayo verde saltó desde el aturdidor hasta la frente de Pete, causando un fallo en las sinapsis de su cerebro.

    Con una mirada de sorpresa, Pete cayó hacia delante, derribando la mesa a la que había estado sentado. Choque, ruido metálico, traqueteo.

    Cayó el silencio.

    El policía levantó su mano izquierda. Un holograma de identidad policial surgió del anillo en su dedo índice. «¡Para proteger, guardar y servir!» rezaba en él.

    "¡Policía Costera Oriental!", anunció él. "Todo está bajo control. Vuelvan a sus bebidas".

    Aquel no era el tipo de garito donde la orden de beber iba a ser desobedecida. Un momento después, el zumbido de la conversación llenó una vez más la habitación.

    El policía empujó su silla hacia atrás para permitir que un camarero enderezara su mesa. Cogió la botella de bourbon que había sobrevivido ilesa a la caída. Su amigo, mientras tanto, fue sacado por detrás por dos gorilas.

    "Lo siento", dijo el policía. Se sentó a la mesa de Farnsworth. "Pete debería haber sido seccionado hace años, pero su maldito sindicato no lo quiso permitir. Así que la Costa Oriental me tiene siguiéndole las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Si se le va la mano, lo envío a La-La Land. Y ese es mi trabajo en su totalidad".

    Farnsworth suprimió un escalofrío. Los Skitterlings no estaban complacidos. Habían estado esperando una pelea en el bar y ahora parecía que no iban a tener una. Y por eso culpaban a Farnsworth. Por eso él sentía que estaba sentado en una caja de hielo.

    Y aún ansiaba el alcohol.

    El policía extendió la mano. "Oficial Dave Balcerzak".

    Farnsworth la estrechó automáticamente. "Crispin Farnsworth. Ciudadano Grado B."

    "Sí", dijo Dave fácticamente. "Te reconocí cuando entraste".

    "En ese caso, agradecerás que no quiera compartir mi mesa con un vida baja como tú", dijo Farnsworth. Inmediatamente, su percibida temperatura corporal aumentó y su necesidad de alcohol disminuyó. "Regresa a la pocilga de cerdo de la que viniste".

    Dave soltó una risita. "Estás buscando pelea, ¿no?"

    "Puedes apostar que sí".

    "No va a funcionar. No conmigo".

    "¿Ah sí? ¿Y si te dijera que vi a tu madre en el puerto espacial haciendo trucos con mineros de asteroides?"

    "No tengo madre". Dave giró la cabeza 180 grados. Alzó la tapa en la parte posterior de su cabeza para exponer una red de luces parpadeantes y brillantes tubos de fibra óptica. "Positrónico. Modelo Delta VII.".

    "¡Un robot!"

    Dave se cerró el cráneo y giró la cabeza a su posición normal. "Prefiero el término «humano diferente», si no te importa. O Androide".

    "Claro", dijo Farnsworth sintiéndose derrotado.

    «Hazte amigo de él», dijeron los Skitterlings. «Podría ser útil.»

    "¿Qué clase eres?", preguntó él.

    "Ánade real. Lo que significa que debo obedecer al Grado B y al Grado A. Cualquier persona por debajo responde ante mí".

    "Oficial Dave Balcerzak, ¿que le parece venir a mi casa?"

    "Mis órdenes son vigilar a Peter Hammond, ciudadano de grado E."

    "Como Grado B, estoy anulando esas órdenes. ¿Alguna objeción?"

    "Nada que importe, señor".

    "Bien. Llama a un taxi".

    Farnsworth vivía a tres kilómetros sobre la ciudad de Nueva York en un apartamento flotante. Debido a que estaba modelado como un toro, lo había llamado el Donut Volador. Darle un nombre tonto le hacía sentirse mejor sobre el obsceno coste de mantener activo su campo antigravedad.

    "No sé cuántas habitaciones tiene", le dijo al taxi volador que lo transportaba a él y al oficial Dave Balcerzak hasta la bahía de aterrizaje. "Nunca he visitado ni la mitad de ellas".

    El taxi silbó apreciativamente. "Esta claro que eres un hombre afortunado", transmitió su cerebro positrónico a través del altavoz del techo. "Pero te lo mereces".

    Esquivando dos cinturones de coches voladores, el vehículo giró por un estrecho cañón formado por edificios de un kilómetro y medio de altura. Y luego ascendió rápidamente, llevándolos sobre la parte terrestre de la ciudad a la escasamente poblada zona aérea donde solo el Grado A y B podían permitirse vivir.

    Pasaron un cubo flotante con nueve ventanas en cada cara. Era el hogar de Vanessa Frolander, la lectora de noticias que había sido la primera persona en entrevistarle en la Telex después del triunfante regreso a la Tierra. También fue la primera de muchas mujeres hermosas con las que él se había acostado desde entonces.

    Más adelante, un castillo de cuento de hadas flotaba sobre la holografía de una nube. Para Farnsworth, cualquier magia que pudiera haber poseído la vista quedaba negada por el conocimiento de que el castillo era propiedad del Ciudadano de Grado B Sun Wu, líder de una banda con un casi monopolio de tráfico de drogas en América del Norte. Sabiendo que podría incinerarse si se acercaba demasiado, el taxi esquivó el castillo hacia un carril amplio,

    "Te lo aseguro", dijo el taxi. "Es hora de que alguien lleve a ese Wu a la Tierra. Cuando pienso en la miseria que ha causado, me dan ganas de escupir".

    Más adelante, Farnsworth vio la bienvenida vista de un círculo brillante. El Donut Volador.

    "Hogar, dulce hogar", murmuró.

    Mientras el taxi se dirigía al Donut Volador, los Skitterlings le interfirieron los nervios ópticos. Ahora él estaba mirando una oscuridad salpicada de estrellas. Un sucio trozo de hielo pasó vagando

    «¿Dónde estamos?» exigió él.

    «Sigues en un taxi volando sobre la ciudad de Nueva York.»

    «Quiero decir...»

    «Sabemos lo que has querido decir, idiota.» De nuevo esa sensación que él tomaba como risa. «Estás mirando a través de uno de los ojos positrónicos de Elmore James, un centinela del espacio profundo estacionado en el Cinturón de Kuiper, más allá de Urano.»

    «Aquí no hay nada. ¿Por qué me estáis mostrando esto?»

    «Observa. Te va a gustar esto.»

    El espacio brilló. Las estrellas en el fondo centellearon como si él las estuviera viendo a través de una neblina de aire caliente. Y luego, en medio de la oscuridad, apareció algo aún más negro. Pero salvo por el hecho de que aquello bloqueaba las estrellas, él habría jurado que allí no había nada.

    «¿Qué es eso?» preguntó.

    «Desde que descubristeis a los Visitantes en Titán, tu gente se ha preguntado cómo llegaron allí. Pues aquí está vuestra respuesta.»

    La negrura se volvió del gris del acero. Ahora era posible distinguir el elegante contorno de un objeto con forma de elongada punta de flecha.

    «Lleva ocultándose en el espacio profundo desde mucho antes de que tu raza apareciera,» dijeron los Skitterlings. «Y ahora está de camino a la Tierra. Estará aquí en unas pocas horas, listo para llevarnos a otra parte de la galaxia donde otra civilización espera la destrucción.»

    «¿Qué tiene de malo eso de vive y deja vivir?»

    «¿Qué tiene de malo eso de vive y dejar morir?»

    La plataforma de observación era la sala más grande del Donut Volador. Su suelo de vidrio, paredes y techo formaban un círculo continuo que ofrecía una vista divina tanto de la ciudad como el cielo.

    "Pacífico, ¿verdad?", dijo Farnsworth tomando un cóctel del dispensador de bebidas.

    "Si tú lo dices", dijo el oficial Dave, que no había sido programado para apreciar las mejores cosas de la vida.

    Farnsworth se unió a él en el bar junto a la ventana. Se quedaron apoyados en la barra, mirando el cielo nocturno. A lo lejos, el castillo de Sun Wu brillaba tras su campo de fuerza.

    El oficial Dave hizo girar su bourbon para que el hielo chocara contra el vidrio. Aunque este no tenía papilas gustativas ni sistema nervioso para que el alcohol lo afectara, Farnsworth había insistido en que tomara una bebida.

    "¿Quieres saber por qué te he traído aquí?", preguntó Farnsworth.

    "¿Sexo?’

    "¡Diablos, no! ¿Por qué iba querer tener sexo con un robot?"

    "Algunas personas disfrutan con ese tipo de cosas".

    «Bésale»,dijeron los Skitterlings.

    «¿Qué?»

    «Queremos que beses al robot.»

    «¿Por qué?»

    «Bésalo o haremos que parezca que tienes un elefante encima de las bolas.»

    "Tengo que besarte", le dijo Farnsworth a Dave. "¿Te importa?"

    Dave se encogió de hombros. "Estoy a tus órdenes".

    «¡En los labios! Métele la lengua en la boca.»

    "Al parecer, tiene que ser un beso francés".

    "Muy bien".

    Con un estremecimiento, Farnsworth se inclinó hacia delante y cerró los ojos. Sintió que los labios mecánicos de Dave tocaban los suyos.

    «Aguanta ahí, Terrícola... Eso está bien. Ahora abre la boca.»

    «¡No puedo!»

    «Hazlo! ¡O si no...!»

    Farnsworth se recordó a sí mismo que estaba besando a una máquina, no a una persona. Eso no le hizo sentirse mejor.

    Separó los labios y sintió la respuesta de Dave en especie.

    «Y ahora la lengua. Toda dentro. Asegúrate de dejar mucha saliva.»

    La punta de la lengua de Farnsworth tocó la parte superior de la boca de Dave. Comenzando a atragantarse, se retiró rápidamente.

    Los Skitterlings se rieron.

    «¡Bastardos!» Farnsworth tomó un trago de cóctel y se enjuagó la boca como si su vida dependiera de ello. Luego escupió la bebida en su vaso.

    "No pasa nada", dijo Dave. "Podemos más despacio si quieres".

    "¡Que no busco sexo!" Farnsworth cambió su cóctel por uno nuevo. "Es que no quiero estar solo. No esta noche de entre todas las noches".

    "Seguramente tendrás amigos."

    "Tengo gente a la que le gusta que la vean conmigo, gente que me molesta y gente que quiere acostarse conmigo porque soy famoso. Pero a nadie que llamaría yo amigo. Además, en este momento no quiero estar rodeado de personas. Solo quiero hablar".

    El oficial Dave asintió sabiamente. "Necesitas un confesor, ¿no? Alguien que calle y escuche. Alguien en quien puedas descargarte".

    "Hubiera llamado a un sacerdote, pero no creo en Dios. Supongo que estás transmitiendo."

    "Todo lo que veo, escucho o experimento se almacena en los bancos de datos de la computadora principal de la Central de Policía. No se me permite apagar el transmisor a menos que un Grado A me lo ordene".

    "Bien por mí, Dave. Cuando tus superiores entiendan lo que está sucediendo, será demasiado tarde".

    "Parece que sabes algo que deberías estar compartiendo".

    "Estamos siendo invadidos, Dave. Todo ha acabado. Lo ha estado desde que encontramos a los Visitantes".

    Sucedió en Titán, la luna más grande de Saturno.

    Farnsworth era el miembro más joven de un equipo enviado desde la Tierra para penetrar su superficie helada en busca de un lugar adecuado para construir una ciudad subterránea. Esperaban encontrar un complejo de cuevas. Lo que encontraron en su lugar fue una base alienígena construida al lado de un acantilado.

    Según la historia oficial, la que creían todos los humanos en el sistema solar, excepto Farnsworth y algunos teóricos de la conspiración, el grupo de exploración dirigido por el Capitán James Holloway del Cuerpo de Artillería Espacial no tenía motivos para creer que los Visitantes fuesen hostiles. Las comunicaciones se establecieron rápidamente y los Visitantes invitaron a los humanos a su base.

    Parecía que el primer contacto de la Tierra con una especie alienígena iba a ser pacífico.

    Pero los Visitantes resultaron traicioneros. Esperaron hasta que los Terrícolas bajaron la guardia y luego atacaron, matando a todos sus treinta y dos invitados, menos a uno.

    En el caos, Farnsworth pasó desapercibido. Agarró una mochila llena de explosivos de un geólogo muerto y se dirigió a la esclusa principal de la base. En el camino colocó cargas explosivas en cada puerta por la que pasó.

    Las diez cargas finales se usaron en la esclusa de aire. Seis en la puerta exterior; cuatro en la interior.

    Farnsworth se puso el casco y se cubrió detrás de un panel de instrumentos.

    La presión de un botón y ¡boom! La esclusa de aire se desintegró y las puertas interiores de la base quedaron destrozadas. En cuestión de segundos, el aire fue reemplazado por la atmósfera rica en nitrógeno de Titán. La temperatura se desplomó hasta menos 179 grados Celsius y los extraterrestres se congelaron hasta la muerte en un instante.

    Cuando llegó el equipo de rescate, encontraron un arma de energía masiva con la capacidad de destruir un planeta entero. Había pocas dudas de que los Visitantes habían planeado usarla sobre la Tierra.

    Farnsworth había salvado a la raza humana de la extinción. Su ascenso a Ciudadano Grado B no pudo procesarse lo suficientemente rápido y regresó a la Tierra como un héroe.

    "¿Quieres saber qué sucedió en realidad?", preguntó Farnsworth al oficial Dave, el policía androide. "Llevo viviendo una mentira estos últimos tres años. Todos nosotros".

    "Todo lo que dices se está grabando", le recordó Dave.

    "Ellos ya estaban muertos", dijo Farnsworth. "Murieron hace más de un millón de años".

    "¿Quién, ciudadano Farnsworth? ¿Quiénes estaban muertos?"

    "Los Visitantes".

    "Está en un error, señor. Personalmente, he visto imágenes de los Visitantes que parecen muy vivos".

    "Las imágenes fueron falsificadas por los Skitterlings".

    "¿Por los quién?"

    "Son un parásito que se extiende por la galaxia destruyendo planetas enteros, civilizaciones enteras. Destruyeron el planeta natal de los Visitantes y establecieron una colonia allí. Luego usaron algunos de los Visitantes y su nave espacial para llegar hasta nuestro sistema solar."

    "Hace más de un millón de años aterrizaron en Titán y construyeron una base. Luego esperaron a que la Tierra desarrollara una civilización capaz de alcanzarlos, porque solo disfrutan destruyendo civilizaciones avanzadas."

    "Mientras tanto, sus anfitriones murieron, pero eso no fue un problema para los Skitterlings. Entraron en hibernación total hasta que nuevos cuerpos estuvieron disponibles."

    "Cuando los encontramos, los Visitantes estaban perfectamente conservados. No había señal de vida. Las juntas de las esclusas habían fallado, por lo que todo estaba completamente congelado."

    "El Capitán Holloway intentó informar a nuestra nave nodriza, pero algo estaba bloqueando la señal. No es que estuviéramos demasiado preocupados. Nos sentíamos bastante satisfechos con nosotros mismos. Quiero decir, aquella era una ocasión histórica. Sí, los Visitantes estaban muertos, pero eran alienígenas bona fide con una civilización avanzada. Por primera vez, la humanidad tenía pruebas sólidas de que no estábamos solos en el universo."

    "Todos podíamos anticipar la bienvenida como héroes en la Tierra. Programas de entrevistas. Ofertas de libros. Derechos cinematográficos. El oro y el moro. ¡Íbamos a ser ricos y famosos!"

    "Fue Esther Conner, nuestra bióloga, quien notó la descongelación de los Visitantes. Al principio nadie la quiso creer. Aquello era imposible. Pero todos teníamos sensores en nuestros trajes espaciales y estos nos decían lo mismo. Los alienígenas se estaban calentando. A pesar de que la temperatura ambiente era de aproximadamente -180 grados, estaban alcanzando rápidamente la temperatura corporal normal."

    "Algunos sacamos las armas. Teniamos miedo. No sabíamos qué demonios estaba pasando."

    "Entonces uno de los Visitantes se sentó derecho de repente y alguien le disparó. Y fue entonces cuando las cosas se volvieron locas".

    Farnsworth hizo una pausa. Durante tres años había guardado para sí mismo el secreto más grande y mortal de la humanidad. Poder compartirlo era un inmenso alivio.

    Tenía ganas de continuar, pero los Skitterlings le dijeron que esperara unos segundos. «Dale al oficial Dave la oportunidad de asimilar la historia hasta el momento.»

    Dave parecía pensativo. Luego asintió. "He recibido un mensaje de la Central de Policía. Parece que tienes un ataque de nervios y quieren que me quede contigo mientras analizan la situación".

    "Eso es genial. Yo también quiero que te quedes conmigo. De hecho, te ordeno que lo hagas."

    "Como desees".

    Farnsworth continuó con su historia. Los Visitantes comenzaron a explotar. Nada demasiado espectacular, no como una bomba ni nada de eso. Más como vainas de semillas que se abren de golpe. Trozos de ellos estallaban—generalmente sus estómagos o el costado de sus cabezas.

    "Y estas cosillas negras salieron en enjambre. Al principio pensé que eran insectos, pero de cerca pude que eran cuadraditos sin alas ni patas ni nada. Solo cuadrados."

    "Se metieron en nuestros trajes espaciales. No se cómo. Era como si simplimente atravesaran el material".

    "Todos estábamos disparando como locos ahora, convirtiendo a los Visitantes en humeantes trozos de carne. Y mientras tanto, estas cositas negras estaban en nuestros trajes y no tuvimos más remedio que respirarlas."

    "Lo siguiente que sé es que todos estaban disparando a todos los demás. ¡Zap, zap, zap, zap!"

    "Yo le disparé al Capitán Holloway a la cara. Los Skitterlings me obligaron a hacerlo. No tuve elección."

    "Pronto fui el único que quedó con vida. Y recuerdo estar allí entre la carnicería, sintiéndome entumecido. Sin entender lo que estaba pasando. Estaba conmocionado, total y completamente conmocionado."

    "Eventualmente, fui consciente de una sensación profundamente desagradable. Era como si hubiera algo moviéndose en cada célula de mi cuerpo, creando un susurro que sonaba como: skitter-skitter-skitter..."

    "Y eso me volvía loco. Quise arrancarme el traje espacial y luego la piel y rascarme los nervios y músculos hasta dejarlos expuestos. ¡Cualquier cosa para sacarme de encima esas malditas cosas!"

    "Entonces, justo cuando estaba a punto de perder la cordura, descendió una gran calma. Eran los Skitterlings. Controlaban mi sistema nervioso central y mi cerebro, y me hacían sentir bien a pesar de todo."

    "De hecho, me hicieron sentir más que bien. Me hicieron sentir feliz, seguro y en paz conmigo mismo."

    "Durante los siguientes minutos, los Skitterlings demostraron su poder. Me dieron dolor más allá de lo imaginable y luego placer como no podrías creerlo. En un minuto yo estaba en el Infierno, al siguiente en el Cielo..."

    "Y me dijeron que si los obedecía, conocería más el Cielo que el Infierno. Así que hice lo que me dijeron."

    "Diez horas después, cuando llegó el equipo de apoyo, yo había diapuesto las cosas para que pareciese que había salvado a la raza humana de una destrucción segura".

    Farnsworth hizo una pausa para permitir que el oficial Dave—y por extensión la Central de Policía—absorbiera la información que él estaba divulgando. Y lo hizo con la certeza de que no creerían ni una palabra de ello.

    Antes de que se le permitiera regresar a la Tierra, había sido descontaminado a fondo y sometido a pruebas médicas durante días. Si hubiera habido un parásito alienígena dentro de él, habría sido detectado y destruido. O eso razonarían seguramente Dave y sus empleadores.

    "Pregunta", dijo Dave. "Si estos Skitterlings son tan pequeños, ¿cómo es que tienen inteligencia?"

    "Es inteligencia colmena. Como hormigas y abejas. Piensa en cada Skitterling como una célula cerebral psíquica".

    "Tenía la sensación de que ibas a decir algo así".

    "Disculpa que interrumpa, Ciudadano Farnsworth", dijo la voz sedosa de la computadora doméstica del Donut Volador. "Pero parece que tenemos un visitante".

    Farnsworth vio una figura con un traje de levitación blanco volando hacia su casa. La forma en que agitaba ocasionalmente los brazos como si fuera un pájaro, le decía quién era el visitante.

    "Ciudadana Grado B Anastasia Devlin solicita permiso para subir a bordo."

    "Permiso denegado". Farnsworth arrojó su vaso vacío en un pozo de eliminación y tomó un nuevo cóctel de la máquina de bebidas. Luego regresó al bar y le dio una palmada en la espalda al oficial Dave. "¿Qué dices entonces? ¿Ya te he hecho creer en los Skitterlings?"

    "No", dijo Dave. "Y la Central de Policía tampoco se lo cree".

    "¿Sabes cuántas células hay en el cuerpo humano?"

    "¿Incluyendo bacterias intestinales? Alrededor de 100 trillones".

    "Todas y cada una de las células de mi cuerpo están habitadas por un Skitterling. Superan a la población de este planeta en un millón a uno. O para decirlo de otra manera, hay más de ellos en esta sala que estrellas en la galaxia".

    "Y sin embargo, no hay rastro de ellos. ¿Cómo explicas eso?"

    Farnsworth se encogió de hombros. "Son alienígenas. Mucho más alienígenas de lo que tú o yo podríamos imaginar. Buscarlos con nuestra tecnología es como buscar un virus con una lupa".

    Anastasia Devlin estaba ahora en el perímetro del Donut Volador. Hizo un circuito rápido antes de detenerse fuera de la plataforma de observación. Flotaba a centímetros de donde estaba Farnsworth, sin duda maldiciendo el cristal casi indestructible que los mantenía separados.

    Ella y Farnsworth se miraron a los ojos. Él podía verse el rostro reflejado en el visor de ella.

    "La señorita Devlin", dijo la computadora, "desea comunicarse".

    "Ponla".

    La voz de Anastasia sonó tan clara como si hubiera estado de pie dentro la habitación. "¡Crispin! ¡Chico malo!" Ella hizo un puchero. Su cara de duendecillo estaba arrugada en simulada irritación. "¿Por qué ya no vienes a verme?"

    "Ya te lo dije", dijo Farnsworth. "Eres una mocosa malcriada con demasiado dinero y sin pensar en las necesidades de nadie más".

    "Cuidé de las tuyas, ¿no?"

    "Vete, Anastasia. Ya he tenido suficiente de ti".

    "Mentiroso", dijo ella. "¡Seguro que no has tenido suficiente de esto!"

    Giró un dial en su muñeca. Inmediatamente, su traje levitador desapareció. Fue reemplazado por un escaso vestido blanco que mostraba su cuerpecillo a la perfección.

    "Bonito holograma", dijo Dave. "Debe de estar usando uno de los nuevos proyectores Seyeca. Había oído que era muy buenos".

    "¿Te recuerda a alguien?", preguntó Anastasia.

    "No", dijo Farnsworth, pero estaba mintiendo y tanto él como Anastasia lo sabían. Lo más destacado de su breve e intensa relación había sido la noche en la que habían fingido ser Peter Pan y Campanilla. Volaron de la mano a través del mar hasta Jamaica, donde hicieron el amor en las Montañas Azules.

    Anastasia giró en el aire. Una pizca de polvo de hadas se arremolinó a su alrededor y luego se desvaneció.

    "Escucha", dijo Farnsworth. "No te interesa perder el tiempo conmigo. Vete a disfrutar tú sola mientras puedas".

    "¿Pero qué hay de la magia, Crispin? No puedes negar que tuvimos algo maravilloso".

    Farnsworth no tenía ninguna inclinación a sentir nostalgia del pasado, por muy reciente o maravilloso que fuese. "Opacidad máxima", indicó a la computadora. Las paredes de vidrio se escarcharon, separando el mundo exterior.

    "¡Crispin!", gimoteó Anastasia. "No puedes hacerme esto".

    "Computadora, corta la conexión."

    Silencio.

    Pero los Skitterlings no estaban contentos. «Déjala entrar», le dijeron.

    «No», les dijo Farnsworth «Estoy harto de tener coitos para vuestro entretenimiento.»

    «Eso nos aburre incluso a nosotros».

    «Y ya sabes lo mucho que ella parlotea. ¿De verdad la queremos comiéndome la oreja mientras observamos el fin del mundo tal como lo conocemos?»

    «Ese es un buen argumento. Que se quede fuera por ahora.»

    «Al menos, después de esta noche ya no tendré que aguantarla más.»

    «Ahí es donde te equivocas Terrícola. Tú, Anastasia y el oficial Dave sobreviviréis al apocalipsis. Todavía no hemos terminado contigo.»

    «¡Anastasia no! ¡Cualquiera menos ella!»

    «Nos gusta Anastasia. Nos hace reir. Sobre todo cuando te da la brasa hasta volverte loco.»

    Dave, el poli androide, drenó su vaso. Se tragó enteros los cubitos de hielo. "¿Puedes prepararme un whisky de algas?", Preguntó. "¿Con hielo?"

    "Claro. ¿Lo quieres americano o marciano?"

    "¿Whisky marciano? Eso debe de costar mucho".

    "A mí no. Gracias a la agradecida ciudadanía de esta justa Tierra, no he tenido que pagar por una maldita cosa desde que regresé de Titán".

    "Deberían haberte hecho un Grado A por lo que hiciste."

    "Toda la humanidad está de acuerdo contigo, excepto los Grado A. Son bastante posesivos con su poder." Farnsworth le trajo a Dave un vaso de Whisky de Alga Marciano. Había sido embotellado dos años después de que la terraformación de Marte hiciera práctica la agricultura tradicional. Una botella costaba tanto como un coche volador de alcance medio. Y Farnsworth tenía cien botellas.

    "Disculpe, Ciudadano Farnsworth", dijo la computadora. "Pero creo que debe saber que seis mujeres se han unido a la Ciudadana Devlin. Están flotando fuera de la sala de observación, exigiendo que se les permita entrar".

    "Eso", dijo Farnsworth, "tengo que verlo". Se sentó a su barra y dijo: "Computadora. Haz transparente el vidrio".

    La computadora obedeció, obsequiando a Farnsworth con la vista de siete hermosas mujeres compitiendo por su atención. Utilizaban sus proyectores holográficos para presentarse en una serie de atuendos y posturas diferentes. En un intento por superarse entre sí, hacían que cada atuendo sucesivo fuera un poco más atrevido, y cada una adoptaba una pose un poco más lasciva. Finalmente, todas quedaron en fila frente a él, aparentemente desnudas. Flotando en el aire. Extendiendo las piernas. Doblándose hacia adelante. Abriendo varios orificios. Bailando sugerentemente. Contorsionando sus flexibles cuerpos en poses antinaturales.

    "Las damas", dijo la computadora, "desean hacer contacto por radio".

    "Pueden desear todo lo que quieran. Y escarcha el vidrio, ¿quieres?" La ventana se volvió opaca. "Algunas personas no tienen respeto por sí mismas".

    "He reconocido a esas mujeres", dijo Dave. "Son todas bellezas famosas".

    "Me he acostado con todas y cada una de ellas", dijo Farnsworth. "Por eso se comportan así. Están infectadas de Skitterlings."

    "Cuando tengo relaciones sexuales, transmito Skitterlings a mi pareja. Y desde que me convertí en héroe, me he acostado con más de mil mujeres, la cuales se han acostado con miles de hombres, que a su vez se han acostado con otro mlllar de mujeres."

    "Y ahora hay millones de portadores de Skitterlings, y al menos uno en cada puesto avanzado de la humanidad en el sistema solar."

    "Tú espera y antes de que termine esta noche habrá cientos de mujeres flotando fuera de mi ventana, todas cargando las semillas de la destrucción de la humanidad, todas queriendo estar conmigo cuando el mundo llegue a su fin".

    «Telex», dijeron los Skitterlings. «Canal 46. La diversión está a punto de comenzar.»

    "Computadora. Telex, por favor."

    En lo alto de la pared, una puerta se abrió de golpe. La telex de Farnsworth entró flotando por la apertura. La esfera transparente flotó por la habitación como una gigante burbuja de jabón antes de llegar y posarse en su podio.

    Farnsworth y el oficial Dave se sentaron en sillas de cuero a juego frente a la telex. Sin que lo pidieran, un dron de servicio entró y depositó dos paquetes de seis cervezas frías a sus pies. Luego se marchó volando de nuevo.

    "Telex", dijo Farnsworth recogiendo un paquete de seis, "pon el Canal 46".

    "Canal 46", repitió la telex. Desapareció y una imagen holográfica de un estadio de béisbol ocupó su lugar. "En vivo desde el Superdomo de Tokio. Mediasrojas de Tokio VS. Tigres de Beijing".

    Era la sesión previa al partido. Una banda de música estaba saliendo a la arena. Cuando la última majorette de bastón giratorio desapareció por el túnel de jugadores, una pequeña plataforma flotante se deslizó a un ritmo majestuoso hasta la mitad del campo de juego. Maria Grayling, la tenor más famosa del mundo, estaba de pie sobre la plataforma. Estaba sujeta en el sitio por un campo de fuerza.

    "Ah, María" suspiró Farnsworth. "Qué dulce música hicimos".

    La multitud aplaudió con entusiasmo mientras la plataforma se elevaba y flotaba a cien metros del suelo. La introducción al Himno Internacional llegó a todo volumen por los altavoces de todo el estadio.

    María extendió los brazos como si estuviera a punto de cantar, pero permaneció en silencio. La música siguió sonando. La multitud quedó perpleja e inquieta.

    Finalmente alguien apagó la música. Los paramédicos corrieron hacia sus propias plataformas flotantes y comenzaron a ir hacia ella.

    En ese momento, María se bajó de la plataforma y realizó un elegante salto de cisne en picado. Llegó al suelo con un fuerte ¡splat! y reventó como un melón maduro. No había rastro de sus huesos ni órganos internos. Solo una nube rosa que se encogía rápidamente mientras cosillas negras emergían y se reunían en un oscuro enjambre.

    El aturdido silencio rápidamente dio paso a chillidos y gritos.

    "Apaga el sonido", dijo Farnsworth.

    La telex quedó en silencio mientras el enjambre se expandía. Creció hacia arriba y hacia afuera, una nube negra e inteligente con un malévolo propósito.

    "Esto es imposible", dijo Dave. "El campo de fuerza debería haberle impedido saltar".

    "Los Skitterlings lo apagaron", dijo él.

    "¿Y esas cosas negras? ¿Qué demonios son?"

    "Skitterlings".

    "Dijiste que eran microscópicos".

    "No cuando están en enjambre. Tan pronto como María salió de la plataforma, crecieron. Por eso su carne se volvió sirope. Los Skitterlings habían absorbido todo con cierto valor nutricional para cuando ella llegó al suelo".

    "Y a ti ni siquiera te molesta, ¿verdad?"

    "No, Dave. Los Skitterlings controlan mis funciones empáticas. Estoy a punto de desempeñar un papel crucial en la destrucción de la raza humana y no lo lamento lo más mínimo".

    Farnsworth volvió su atención a la telex. Había pánico en las gradas cuando atacaron trillones de Skitterlings. Entraban volando en todo orificio humano que podían encontrar. Bocas, fosas nasales, anos, vaginas, uretras, glándulas sudoríparas. Incluso los conductos lagrimales.

    Una vez dentro de una persona, se multiplicaban a un ritmo fenomenal, duplicando sus números cada pocos segundos. Algunas personas explotaron. Otros se derritieron. Y de sus restos licuados otro trillón más de Skitterlings se unían al enjambre para buscar más orificios, más personas que convertir en sirope.

    La imagen quedó en blanco y la telex reapareció diciendo: "Pedimos disculpas por la pérdida de transmisión. Esto se debe a problemas más allá de nuestro control".

    Dave se puso de pie y se plantó ante Farnsworth. "La Central de Policía me ha ordenado que te mate".

    Farnsworth se encogió de hombros. "Adelante".

    "No puedo. Algo me lo impide".

    "¿Recuerdas cuando te besé? Transferí a tu boca algunos de mis fluidos corporales junto con varios millones de Skitterlings. Estos se han reproducido y tomado control de tus circuitos".

    "Esto es malo, ciudadano Farnsworth. Muy malo".

    "Esto es lo que es. Los Skitterlings siguen su imperativo biológico: reproducirse y expandirse por toda la galaxia".

    "Pero ¿de qué les sirve eso? ¿Qué sentido tiene para ellos si lo único que hacen es destruir?"

    "¿Estás buscando algún significado para nuestra inminente defunción?"

    "Sí".

    "Esa es difícil."

    Los Skitterlings se rieron «Crees que nuestra principal preocupación es la supervivencia.»

    «¿Y no es así?»

    «No. Deja a un lado tus preconceptos antropocéntricos y darwinistas sobre la naturaleza de la vida. Nosotros no somos humanos. La mortalidad no tiene terrores para nosotros. Lo único que queremos es destruir. Nuestra existencia continuada es solo un medio para ese fin y por eso, en unos pocos millones de años, seremos la única forma de vida que quede en toda la galaxia.»

    «¿Y luego qué?»

    «Nos destruiremos unos a otros.»

    La telex brilló de un rojo suave. "Tienes una llamada, Ciudadano Farnsworth. De Ciudadana Grado A Rita Danville. ¿Debo ponerla?"

    "¿Por qué no?", dijo Farnsworth. "Será agradable verla por última vez".

    La telex se desvaneció. Una imagen holográfica de Rita Danville ocupó su lugar. Había algo en su corto cabello negro y su pijama blanco que le hizo pensar en un Pierrot.

    "¡Crispin, viejo diablo! ¿No es una noche encantadora para el Armagedón?" Ella estaba apoyada en una baranda del balcón. La caída detrás de ella parecía ser de un kilómetro largo. A su alrededor, los rascacielos de la Ciudad de México se erguían orgullosos. Ella giraba un líquido rojo dentro una copa de cristal. "Estoy en una horrible fiesta de cóctel, llena de los más espantosos aburridos imaginables. La única conversación que una encuentra es sobre dinero, dinero y más dinero".

    "Desearía poder estar allí para hacerte compañía", dijo Farnsworth.

    "Eres un mentiroso terrible, Crispin Farnsworth. Pero gracias por intentarlo. Ahora observa cómo animo las cosas".

    Su fonobot flotante la seguía mientras ella regresaba al salón de baile donde se celebraba el cóctel. Estaba lleno de gente que Farnsworth reconocía por los noticieros y artículos de revistas. Ciudadanos Grado A con esmoquin y vestidos de noche. Banqueros, economistas, magnates de software, políticos. Personas que podrían gastar un millón de dólares en la compra de malos productos de lujo y olvidarse de ellos segundos después.

    Una orquesta tocaba música pero nadie bailaba ni escuchaba. Estaban demasiado ocupados haciendo tratos y alardeando de sus últimas adquisiciones.

    El fonobot tomó una posición alta que le permitía cubrir la mayor parte de la sala.

    Rita subió al escenario y susurró algo al oído del director de orquesta. Él asintió y le indicó a la orquesta que se callara.

    Nadie pareció darse cuenta cuando la música se detuvo.

    Rita habló por el micrófono. "Señoras y señores, ¿puedo tener un momento de su tiempo, por favor?"

    El zumbido de la conversación se apagó. Eso era algo inesperado y, con suerte, interesante. Rita Danville era conocida por su escandaloso comportamiento y todos estaban ansiosos de ser escandalizados.

    "Damas y caballeros", dijo ella, "como la mayoría de ustedes ya saben, o al menos sospechan, los odio a todos". Esto produjo un murmullo de risa. "Representáis todo lo que es básico y detestable sobre la humanidad. Francamente, podría perdonaros la mayoría de vuestros defectos: vuestra avaricia y vuestra codicia, vuestro egoísmo y vuestra hipocresía. Pero hay una cosa que no puedo encontrar en mi corazón perdonar a nadie y es la de ser aburrido. Y ahora mismo me estáis aburriendo tanto que vais todos a tener que morir".

    Hubo algunos jadeos y algunas risas. Pero nadie se tomó en serio la amenaza.

    Rita se quitó la blusa por encima de la cabeza y la tiró a un lado. Naturalmente, la mayoría de los ojos estaban en sus senos. Sin embargo, los de Farnsworth estaban en el cinturón de utilidad alrededor de la parte media.

    La socialité miró directamente al fonobot y le lanzó un beso a Farnsworth. "Au revoir, mon cher". Luego miró a los multimillonarios reunidos. "Si no os importa apartar los ojos de mis tetas, puede que notéis el cinturón que llevo puesto. Y os preguntaréis para qué diantres sirve. Bueno, os lo voy a decir. ¡Es una bomba! Y está programada para que se active en 10 segundos".

    Hubo una risa nerviosa. Algunos chistes vagos y algunas expresiones de disgusto.

    "7 segundos", dijo Rita, y la gente entendió que no estaba de broma. Las sonrisas cayeron. La diversión se convirtió en miedo. "6..."

    Súbitamente, la habitación se inundó de histeria y pánico. Se dejaron caer gafas. Hombres y mujeres gritaban. Se dirigieron hacia las salidas, empujándose unos a otros, luchando con sus puños, codos, uñas, anillos de diamantes y cualquier otra cosa que tuvieran a mano.

    Cada puerta fue asediada por un maelstrom de esmoquins y vestidos de noche. Abandonando sus instrumentos, la orquesta huyó por una puerta en la parte posterior del escenario.

    "4..." dijo Rita.

    El suelo estaba inundado de joyería. Con diamantes y perlas y collares arrancados de sus dueños. La gente estaba siendo pisoteada bajo los pies. Los efectivos gobernantes de la Tierra trepaban unos sobre otros de una manera que le recordó a Farnsworth a las ratas saliendo en enjambre de una alcantarilla.

    "1."

    La explosión no fue tan grande como la multitud había anticipado. Fue suficiente para volar a Rita en pedazos y esparcir sus restos de sepia por el salón de baile. En la plataforma de observación del Donut Volador, la escena se estremeció cuando el fonobot cabalgó la conmoción y se recuperó. Este escaneó lentamente la habitación en busca de su dama.

    Al percatarse de que no estaban a punto de volar al Otro Barrio, la gente comenzó a salir de los diversos montones en cada una de las salidas. Algunos de ellos reían de alivio. Otros lloraban. Otros comprobaban que aún tenían sus billeteras.

    Al principio no notaron las cosillas negras que se congregaban justo encima del suelo formando enjambres ondulantes. Estaban demasiado ocupados tratando de restaurar su dignidad o rescatar sus joyas.

    Súbitamente, los enjambres se unieron en una gran nube que se elevó hasta los candelabros y rotó como un tornado.

    Esto llamó la atención de los Grado A.

    Los Skitterlings rompieron la formación. Buscaron orificios.

    De nuevo, hubo gritos y una loca lucha en busca de salidas, pero fue inútil. En cuestión de segundos, no había una persona en el salón de baile que no estuviera infectada.

    Uno por uno, comenzaron a explotar.

    "Una mujer increíble, esa Rita", dijo Farnsworth. "La única de mis conquistas que quise de verdad".

    Se cortó la conexión.

    Farnsworth abrió una lata de cerveza fresca y echó un trago. "¿Cómo están las cosas por el mundo?"

    "Es el caos", dijo Dave. "Según la Central de Policía, las personas están explotando a izquierda, derecha y centro. Y hay disturbios en toda ciudad importante".

    "Bebe, viejo amigo". Farnsworth le dio una cerveza a Dave. "Ya casi es hora de que nos unamos a la diversión. Escoge un canal de noticias y veamos cómo termina el mundo".

    "La Central de Policía dice que el Canal 83 tiene una amplia cobertura de los disturbios en Sydney".

    "Canal 83 ​​entonces. ¿Quieres unos pretzels?"

    Saltando de canal en canal, vieron el mundo desmoronarse. En todo el sistema solar, 18 billones de almas se derretían o explotaban.

    Dave se mantenía en contacto con la Central de la Policía, quien le informaba de que los poderes regentes estaban tratando de detener las transmisiones, pero sin éxito. Casi todas las máquinas de la Tierra estaban infectadas con Skitterlings y querían que el apocalipsis fuese televisado.

    Desde la comodidad de sus sillones, Farnsworth y Dave fueron testigos del derrumbe de ciudades y de multitudes de personas asustadas explotando. Y no solo personas. Perros, gatos, caballos, pájaros, máquinas. Cualquier cosa viva o electrónicamente activa servía para los alienígenas.

    Poco antes de las 4 de la mañana, la telex anunció que ya no podía encontrar transmisiones coherentes y conmutó al modo de espera.

    Farnsworth se levantó y se estiró. Su vejiga estaba dolorosamente llena, así que la vació en el respaldo de la silla de Dave. ¿Qué importaba ahora dónde estaba meando?

    Un par de drones de limpieza escaparon de sus agujeros escondidos y se dispusieron a eliminar todo rastro de orina de Farnsworth. Cuando volvió a sentarse, notó una mirada de desconcierto en el rostro de Dave.

    "¿Cuál es el problema, Dave?"

    "No lo sé". El androide frunció el ceño e inclinó la cabeza. "Siento... siento... Bueno, no importa lo que siento. El asunto es que siento algo y no debería sentir nada en absoluto".

    "Esos son los Skitterlings. Te han dado emociones".

    "¿En serio?"

    "Y te diré exactamente lo que sientes. Se llama felicidad".

    "¿Es eso lo que es?" Dave se metió un pretzel en la boca. "¿Sabes cuándo lo sentí por primera vez?—aunque con una intensidad mucho menor— cuando bebí ese whisky marciano. Y ha ido creciendo desde entonces. Supongo que es algo terrible decirlo, pero he disfrutado de verdad viendo la perdición de la humanidad".

    "Yo también", dijo Farnsworth. "Pero eso es lo que hacen los Skitterlings. Controlan nuestras emociones. Mientras hagas lo que ellos quieren, te harán feliz. Pero nunca los traiciones. No a menos que quieras saber cómo se siente la desesperación negra".

    "Si eso es lo opuesto a lo que siento ahora, debe de ser algo verdaderamente horrible".

    "Lo es, Dave. Lo es.

    "Bueno, ¿qué hacemos ahora?"

    "Ahora nos reunimos con todas las hermosas damas que esperan fuera".

    Crispin Farnsworth, destructor de la raza humana, y el oficial Dave Balcerzak se pusieron trajes de levitación y salieron del Donut Volador.

    Mientras flotaban en un cielo nocturno en bermellón por los incendios que ardían kilómetros más abajo, se les unieron docenas de hermosas mujeres. Incluso en sus trajes levitadores, eran la sexualidad femenina personificada.

    «Núbil», dijeron los Skitterlings «Esa es la palabra que estás buscando.»

    «He tenido sexo con todas y cada una de ellas. Y estoy muy, muy agradecido.»

    «Por supuesto que sí. Antes de que llegáramos nosotros, prácticamente eras virgen.»

    «Si se puede creer a la revista Hitachi, me he acostado con 99 de las 100 mujeres más deseables del mundo. Supongo que serían 100 si Zara Hazlapaz no estuviera en coma.»

    «La nave de los Visitantes ha pasado la luna. En unos minutos estará en la órbita de la Tierra.»

    «Guau. Esa cosa es rápida.»

    «Es mil generaciones más avanzada que cualquier cosa que vosotros hayáis logrado desarrollar. Dentro de una semana llegaremos a Sirio III, donde algún brillante lumbreras acaba de inventar la pólvora. Orbitaremos durante un par de siglos para darles tiempo a desarrollar el chip de silicio, y luego es hora de la fiesta otra vez."

    Nueva York ardía. Desde lo alto era un mar de llamas y humo, como la vista de ángel del infierno. Rascacielos derribados. Los escombros cayendo en cascada a los lados de los edificios en llamas. Los coches volando unos contra otros. Sobre el Atlántico, un avión que volaba en círculos se quedó sin combustible y cayó al mar.

    Los Skitterlings dispusieron a las mujeres de Farnsworth en una serie de líneas frente al Castillo Volador de Sun Wu. Todas excepto Anastasia, quien se había quedado con Farnsworth y Dave.

    Las mujeres lanzaron besos a Farnsworth. Luego se movieron en formación hacia el Castillo Volador. Al principio volaron bastante despacio, casi a la deriva en el aire enrarecido, pero acelerando a un ritmo constante. Cuando llegaron a la zona de seguridad de Sun Wu, iban a su velocidad máxima de 200 kilómetros por hora.

    Cuando se encontraron con el campo de fuerza, fue como cuando los insectos chocan con un matabichos eléctrico. Cada chica reventó con un destello azul, liberando a la atmósfera billones de Skitterlings.

    Algunos de los Skitterlings cruzaron volando el campo de fuerza e invadieron la electrónica del edificio. Apagaron la unidad antigravedad. El edificio cayó del cielo. Golpeó la parte superior de un rascacielos y explotó enviando hacia arriba un chorro de llamas azules y naranjas.

    Anastasia agarró la mano de Farnsworth y se acurrucó en él. Él no trató de detenerla. Como ella era la única mujer que le quedaba, parecía buena idea tratar de llevarse bien.

    Pronto se dirigirían a Sirio III. Los primeros y últimos humanos en visitar otra estrella.

    «Quizá en el camino», pensó Farnsworth, «pueda descubrir cómo evitar que los Skitterlings destruyan más civilizaciones.»

    Al captar su pensamiento, los Skitterlings se rieron «Sigue soñando, Terrícola», dijeron «Sigue soñando.»

FIN

10. Celia y Harold

(Celia and Harold) Publicado en la antología en papel "Various Authors"

    Era el día de San Valentín y yo llevaba en el tren cinco horas. Mis sentidos estaban entumecidos, mi garganta estaba reseca y los informes en los que había estado inmerso desde la salida de Londres amenazaban con inducirme un coma.

    Cuando el tren llegó a Midwick, cerré el ordenador portátil y me puse el impermeable.

    Era una pequeña ciudad aburrida, construida a los lados de un valle y dividida en dos por el ferrocarril y un río. Casas adosadas adornaban las calles. Al lado de la estación, un molino de lino abandonado parecía un cadáver con los huesos al descubierto.

    El guardia no estaba feliz de parar en Midwick. "Por lo general, pasamos de largo", declaró. "Nunca hay razón para parar".

    "Tengo que llegar a Nether Willows", le dije. Normalmente eso habría implicado un cambio en Gilton Minor, pero la estación estaba cerrada por reparaciones. Ir vía Midwick sumaba horas a mi viaje, pero yo no tenía otra opción.

    Nadie más se bajó y el tren siguió rodando tan pronto como pudo.

    Una llovizna gris, tan fina que apenas era más que niebla, me recibió.

    Comparé mi reloj con el reloj de la estación. Los relojes coincidían en que faltaban dos horas y siete minutos hasta mi próxima conexión. Tiempo suficiente para un almuerzo ocioso.

    En lugar de un buffet, la estación presumía de una sala de espera sin ventanas con una máquina de café y un banco de madera. Decidí buscar un pub.

    Lo primero que noté fue al mosca de barra posado en el taburete. El tipo estaba encorvado sobre la barra, con cerveza en una mano y la barbilla apoyada en la otra. Toda la tristeza en aquella sórdida habitación parecía emanar de él.

    El patrón estaba de pie al otro lado de la barra, secando una jarra de cerveza. Era un tipo robusto, con cara rojiza y patillas de hacha. No había nadie más en el pub, pero eso me venía muy bien. Yo iba a por un trago, no compañía. Por qué me senté en el taburete al lado del mosca de barra, nunca lo sabré.

    Cuando el patrón me sirvió una pinta de Pudfrugger, mi lenguaje corporal dejó claro que yo no era uno de los oyentes de la vida. Algunos hombres se guardan las penas para sí mismos, pero el mosca de barra no parecía de esos. Y yo no iba darle razones para creer que podía descargarme el alma encima.

    Después de entregarme mi cambio, el patrón se retiró a su cuarto de atrás, dejándome solo con el tripas de miseria. Miré a todas las mesas vacías y las sillas desocupadas a mi alrededor. Junto a la ventana estaba el lugar menos sombrío. A través del cristal lloviznado, había una buena vista de las viviendas y callejones de Midwick.

    Pero el mosca hizo su movimiento antes de que yo pudiera hacer el mío. "Tú no la has visto", me dijo. "Reza para que nunca lo hagas".

    "Tendrás que disculparme", le dije dando unos golpecitos mi ordenador portátil y asintiendo en dirección a la ventana. "Tengo que terminar un trabajo antes de que llegue el tren para Dymthrop".

    El mosca de barra resopló. "Olvídate de Dymthrop. Lo único que importa es que salgas de Midwick—y rápido. O estarás tan condenado como el resto de nosotros".

    Giró hacia mí y le vi la cicatriz circular debajo del ojo. Tenía casi un centímetro de diámetro y parecía enfadada y reciente.

    "Echa un buen vistazo", dijo. "Acostúmbrate a esta cara. Porque a menos que tengas más suerte que yo, vas a pasar un montón de horroso tiempo con ella".

    Eso sonó a amenaza. El hecho de no entender de qué estaba él hablando no hacía que fuese menos amenazante.

    Miré el reloj. '¡Cielos! No me había dado cuenta de la hora. Tengo que irme o voy a perder el tren".

    Mientras me dirigía hacia la puerta, el mosca de barra exclamó a mi espalda. '¡Eso es! Corra, señor. Y siga corriendo hasta que ya no pueda correr más".

    La lluvia estaba destilando esencia de Midwick: gris, sombría y opresiva.

    Cabeza gacha, portátil metido bajo el abrigo, me apresuré hacia la estación. Las canaletas de la carretera guiaban la lluvia y la basura hacia las alcantarillas. Salté por encima del triciclo de un niño.

    A cada paso que daba, el consejo del mosca de barra de salir de Midwick sonaba cada vez más sabio. Todo en la ciudad parecía diseñado para pulverizar el alma de un hombre.

    «Coge el próximo tren», me dije. «Vete a cualquier parte».

    Un hombre salió de un callejón. Me detuve de repente para evitar no embestirlo.

    Era el mosca de barra. Debía de haber tomado un atajo desde el pub.

    "Vete", le dije. "No quiero saber nada".

    Él se hizo a un lado dócilmente y me dejó continuar deprisa.

    Cuando llegué a la estación, allí estaba él otra vez. De pie en el andén, con una taza de plástico en la mano. Sopló el contenido de la taza, haciendo que una nubecilla de vapor se elevara y disipara.

    Fingiendo no verle, dirigí mi atención al tablero de destinos. El siguiente tren llegaba en una hora. No iba a Dymthrop, pero me sacaría de Midwick.

    De camino al pub, yo había visto un pequeño café. Los sándwiches de té y tocino me mantendrían hasta la hora siguiente. Y si el mosca de barra me molestaba allí, hablaría con el patrón.

    Fuera de la estación miré atrás y vi al mosca de barra todavía en el andén, todavía con una taza en las manos. Pero cuando entré al café, él estaba en una mesa con una taza de té frente a él.

    Me lanzó la más breve de las miradas antes de sacar una petaca y volcarse por la garganta parte del contenido. La cicatriz en su rostro parecía más enfadada.

    No había nadie más en el café. Seleccionando una mesa lo más lejos posible del mosca de barra, me senté encarando su espalda y esperé a que me sirvieran.

    Del bolsillo de su abrigo, el mosca de barra sacó un sobre rosa decorado con una estrella brillante. Lo abrió y sacó una tarjeta que puso sobre la mesa. El frontal de la tarjeta mostraba un oso de peluche con una rosa roja. «Sé Mi Valentín», decía el eslogan.

    "Dichosas mujeres", pronunció. Sus hombros se movieron arriba y abajo. Soltó un sollozo y gritó: "¿Por qué, Celia? ¿Por qué?

    Eso fue suficiente. No iba a sentarme a ver a un hombre adulto revolcarse en una abyecta autocompasión. Sobre todo el día de San Valentín.

    Tomé el portátil y me fui.

    Al regresar al pub me sorprendió un poco encontrar al mosca de barra de vuelta a su posición en el taburete.

    Mi inclinación inicial fue dar media vuelta y buscar otro lugar. Pero el mosca de barra conocía esta ciudad y todos sus atajos. Si estaba decidido a seguirme, había poco que yo pudiera hacer al respecto.

    Mi único curso sensato parecía ser ignorar al tipo. Ciertamente no iba a dejar que me sacara del pub por segunda vez.

    El patrón estaba junto a la chimenea, puliendo un caballo de latón. "Estaré con usted en un segundo, señor", dijo sin darse la vuelta.

    Me quedé al final de la barra y me pregunté qué vendría después. Había algo que no iba bien en Midwick, algo más allá del hecho de que uno de sus habitantes me estaba acosando.

    El sonido de una puerta abriéndose me llamó la atención. Cuando vi que el gemelo del mosca de barra salía del baño, las cosas tuvieron de pronto un cierto molesto sentido. ¡No me había topado con el mismo hombre! Había dos, cada uno con las mismas características y la misma ropa. Incluso habían llegado al.punto de hacerse la misma condenada cicatriz.

    Pero ¿por qué tanto esfuerzo en gastar una broma a un extraño? ¿No había nada mejor que hacer en Midwick?

    El gemelo se sentó en el taburete al lado del mosca de barra y sacó un sobre rosa con una estrella brillante. "Supongo que tú tienes uno de estos", le dijo dejando caer el sobre en la barra.

    "Lo rompí", dijo el mosca de barra.

    "Es una vaca, ¿verdad?"

    "Una perra. Malvada de cabo a rabo".

    "Cuando vi que me había enviado una tarjeta de San Valentín, pensé que trataba de hacer las paces, que quizá quería charlar y resolver las cosas".

    "Sí. Lo mismo que yo".

    "¿El tuyo tenía el poema?"

    "Las rosas son rojas. Las violetas son azules. Las verrugas no son queridas. Y tampoco tú.

    "Ella no solía ser tan cruel".

    "No es la chica que fue cuando la conocí".

    "Eso seguro".

    El mosca de barra se pulió el resto de la cerveza. "¿Sabes qué?, Harold. Tengo un poco de whisky en casa. ¿Qué dices su vamos a emborracharnos? "

    "Me suena bien, Harold".

    Mientras los gemelos se dirigían a la puerta, el patrón llegó detrás de la barra. 'Lamento haberle hecho esperar. ¿Qué va a ser, señor? "

    "Una pinta", respondí. "Y una bolsa de patatas fritas".

    "Ahora lo tiene". El patrón se dispuso a servirme una pinta de cerveza. "¿Se queda en la ciudad mucho tiempo?"

    "No más de lo necesario".

    "Muy sabio, señor. Muy sabio".

    Llevé mi cerveza y patatas fritas a la mesa junto a la ventana. La lluvia había cesado y una grieta en las nubes permitía que el sol bendijesr Midwick con una modesta cantidad de sol.

    Cuando me senté vi pasar un coche. Podría haber jurado que iba conducido por el mosca de barra o su gemelo.

    Encendí el portátil, abrí la bolsa de patatas fritas y sorbí un poco de cerveza.

    Frente a la carretera se abrió una puerta principal. El mosca salió y bajó deprisa la colina. Un momento después, salió de la casa de al lado y se dirigió en la dirección opuesta.

    Justo cuando desapareció de la vista, entró en el pub.

    ¡Había tres! Trillizos idénticos en una misión para sacar de sus casillas a los extraños.

    "Buenas tardes, Harold", dijo el patrón. "Hace un tiempo que no te veo".

    «Oh, ja, y más ja», pensé yo.

    "Estoy aprendiendo a meditar", dijo Harold apoyándose en la barra con los codos. "Estoy intentando recuperar mi paz interior".

    "¿Está funcionando?’

    "Eso pensaba. Hasta esta mañana." Harold sacó otro sobre adornado con un corazón. "Encontré esto en mi puerta sobre el felpudo. La perra no quiere dejarme en paz".

    "Parece que todos vosotros habéis recibido uno". El patrón señaló el sobre recientemente depositado en su barra.

    "¿Por qué no puede dejarnos tranquilos?"

    "Intenta pasar página, Harold. Olvídate de ella".

    "¿Cómo, Charlie? Todo lo que hago o veo me recuerda a ella. Nunca voy a quitármela de la cabeza. ¡Nunca!

    Tomé un puñado de patatas fritas y las crují en alto para bloquear la conversación. La cerveza estaba tibia y maltosa, justo como me gustaba.

    Queriendo distraerme, encendí el portátil y profundicé en los informes de ventas, proyecciones de ganancias y especificaciones de productos. Era vagamente consciente de que otros entraban al pub, de que se pedían bebidas, de conversaciones que se acumulaban y se desvanecían. Pero no presté atención a mi entorno. Hasta que se me acabó la cerveza.

    Agarrando el vaso vacío, comencé a caminar hacia la barra y di dos pasos antes de detenerme en seco.

    Había otras veinte personas más en el pub. Tres estaban en la barra; el resto sentado en grupitos. Y todas eran idénticas.

    Aquello era demasiado. Yo ya había tenido suficiente de Midwick y de sus extraños habitantes. Me iba a ir de allí echando leches.

    Al acercarme a la estación, pude ver a alguien parado en el andén. Si era la misma persona que antes, yo no tenía forma de saberlo.

    Revisé el reloj. El próximo tren debía de llegar en veinte minutos.

    Por un breve momento, consideré esperar fuera de la estación. Pero no quería correr el riesgo—por pequeño que fuese—de perder el tren. Viniera el infierno o marea alta, yo iba a estar en él cuando este saliera de Midwick. Y mientras tanto, si el chico en el andén intentaba algo, iba a probar mi puño. Pero no necesitaba preocuparme. Cuando llegué al andén el chico estaba de pie en el bordillo, agarrando un sobre rosa y llorando. Tan envuelto permanecía en la miseria que no se dio cuenta de mi presencia.

    Me compré una taza de café de la máquina de la sala de espera. Este sabía a cartón y a achicoria. A través de la puerta vi al Midwickiano romper la tarjeta de San Valentín y tirar los pedazos a la vía.

    Le di la espalda y me dije que era hora de encontrar un nuevo empleo. Uno que no implicara pasar tiempo en ciudades como Midwick.

    Cuando terminé el café escuché un tren acercándose. Con una sensación de alivio al borde de la euforia, tiré la taza a la papelera y salí corriendo. El hombre en el andén había reemplazado su tarjeta de San Valentín con una fotografía. La sostenía ante él como un libro de himnos.

    Le escuché gemir. "¡Oh, Celia!", lloró. "¿Por qué, Celia? ¿Por qué?

    El silbato del tren sonó para anunciar que no se detendría. Mi propio tren no estaba previsto hasta otros cinco minutos después. Di un paso atrás. El hombre de la fotografía dio un paso adelante.

    Conectó con la parte delantera del tren incluso antes de tocar el suelo.

    El conductor pisó los frenos. Cuando el tren se detuvo, la locomotora y los dos vagones delanteros ya se habían pasado la estación. Aturdido por la conmoción, vi al conductor salir de la cabina y buscar debajo de las ruedas un cuerpo destrozado. En el interior del tren, caras me miraban. No tenían modo de saber por qué se habían detenido. Sus expresiones solo hablaban de leve curiosidad y aburrimiento.

    El guardia del tren salió del vagón trasero. Llamó al conductor. "¿Qué pasa, Bob?"

    El conductor hizo un gesto cortante sobre su garganta y el guardia del tren palideció.

    "Mierda", murmuró. "Este es el tercero de esta semana".

    Los hombres del ferrocarril convergieron en el lugar donde el Midwickiano había saltado. Se agacharon para examinar el cuerpo.

    "No pude hacer nada", suplicó el conductor. "No fue culpa mía".

    "Lo sé", dijo el guardia tranquilizadoramente. "Es esta ciudad. Aquí todos están locos".

    Detrás de ellos, la fotografía del muerto flotaba sobre un charco de agua sucia. Era una foto de cabeza y hombros de una mujer pelirroja. Así que ahora yo sabía cómo era Celia. Incongruentemente, pensé para mí que ella no era una gran belleza. Y luego recordé que un hombre acababa de suicidarse por ella.

    Debería haberme quedado por allí. Esperado a que llegase la policía y me tomara declaración. Pero eso habría retrasado mi partida de Midwick bastante tiempo y esto último sí que no iba a suceder.

    El tablero de destinos dio la inevitable noticia de que el próximo tren había sido cancelado—presumiblemente debido a los eventos que yo acababa de ver desarrollarse. Así que parecía que iba a tener que esperar al tren de Nether Willows después de todo.

    No tenía deseos de volver ni al pub ni a la cafetería y había muy poco más en el lado sur de la ciudad. Así que decidí cruzar el río y ver el otro lado. Quizás allí encontrara un pub que no estuviera lleno de locos.

    Fuera de la estación, una pasarela atravesaba el ferrocarril y el río. Parecía la única forma de cruzar. No había yo puesto un pie en el primer escalón cuando una mano me agarró del hombro y una voz dijo: "¡No lo hagas!

    Moví el hombro para quitarme la mano de encima y me di la vuelta. Y allí estaba de nuevo. Misma cara. Misma ropa. Misma cicatriz bajo el ojo.

    "Manténgase alejado de mí", le advertí levantando el portátil. "No sé a qué estáis todos jugando aquí, pero un hombre está muerto por eso".

    "En realidad varios. Midwick se está convirtiendo rápidamente en la capital suicida de Inglaterra". Se colocó entre mí y el puente. "Tiene que irse de Midwick ahora. Antes de que sea demasiado tarde".

    "¡Aparte de mi camino!"

    "No cruce el puente. Se lo ruego".

    "¡Que te muevas!"

    "¡No!"

    Fue un destello de ira. Incluso cuando mi portátil golpeó su cabeza, me encontré pensando: ¡No lo hagas! Pero no pude evitarlo.

    Por un enfermizo momento, pensé que le había partido el cráneo. Pero fue la carcasa del ordenador la que se había roto. No obstante, había sangre.

    El hombre se sentó en los escalones de la pasarela, una mano sobre su herida. Levantó la vista con la más atormentada y lamentable mirada que yo jamás había visto. "Solo intentaba ayudar", me dijo. "Intentaba salvarle".

    "Lo siento". Me sentí miserable. "No sé lo que me ha dado".

    "No es culpa suya. Es Celia. Vuelve locos a los hombres".

    "Déjeme llevarle a un médico. Esa herida necesita ser examinada".

    "No es necesario. Las he tenido peores. Yo solía ​​jugar al rugby por Inglaterra".

    Me pregunté si estaba de broma. No parecía un jugador de rugby. De hecho, no había nada en él que sugiriera ningún tipo de destreza deportiva. Además de eso, yo seguía ambas ligas de rugby y su cara no me sonaba de nada.

    Apartó la mano de la herida y se frotó la cicatriz. Había menos sangre en su cuero cabelludo de lo que yo había temido y esta parecía en camino de coagularse.

    "¿Para qué club jugaba?", le pregunté.

    "Sarracenos". Un club de unión de rugby. "Eso fue antes de convertirme en Harold Mason".

    La culpa me hizo querer complacerlo. "¿Y quién eras antes?"

    "Lee Chesterton". Sonrió. "Tampoco espero que me crea".

    "Escuche", le dije sin creerle. "Si no me deja llevarle al médico, al menos déjeme invitarle a una copa".

    "Solo si está dispuesto a escuchar cómo yo y casi cualquier otro hombre en Midwick llegamos a ser Harold Mason".

    "Trato hecho, Harold. ¿O es Lee? "

    "Llámame Harold. Todos los demás lo hacen".

    Y así me encontré de vuelta en el pub. En una habitación llena de Harold Masons, todos compitiendo por ser la persona más abatida del planeta.

    La mesa junto a la ventana estaba desocupada y le sugerí a Harold que la pillara mientras yo traía las bebidas. Pero él vetó la idea diciendo que prefería no mirar afuera en caso de que una cierta dama pasara caminando.

    Después de casi llevar nuestras pintas al Harold equivocado, ubiqué al correcto en la mesa más alejada de la ventana. Él se estaba limpiando el pelo con un paño de cocina húmedo, eliminando lo peor de la sangre congelada.

    Ambos demolimos la mitad de nuestra cerveza antes de que él comenzara la historia de Harold Mason y Celia Cartwright.

    Habiendo crecido ambos en Midwick, ellos se habían conocido vagamente toda sus vidas, pero nunca estuvieron más que en términos de asentimiento. Es decir, hasta que se encontraron sentados uno al lado del otro en el bingo de la iglesia. Se pusieron a hablar y descubrieron que tenían mucho en común. Una cosa llevó a la otra y devinieron un único elemento.

    "Al principio todo fue genial", dijo Harold. "Nos hacíamos felices, teníamos un sexo fantástico, nos reíamos de las bromas del otro, terminábamos las frases del otro. Cegado por el amor, yo no podía ver los muchos defectos de Celia y estaba convencido de que por fin había encontrado a la mujer adecuada para mí."

    "Las primeras riñas fueron leves. Yo las veía como peleas de enamorados y las tomé como una señal de que nuestra relación era sólida. Pero cada disputa era un poco peor que la anterior, y no pasó mucho antes de que nos lanzáramos cosas el uno al otro."

    "Me gustaría decir que algo de ello fue culpa mía, pero no era así. Celia Cartwright era—y es—una neurótica e insegura. Paranoica también."

    "Al principio traté de aplacarla. La palabra perdón siempre brotaba de mis labios. Pero después de un tiempo, me cansé de ser su felpudo y comencé a defender mis razones. Y fue entonces cuando las cosas se pusieron realmente mal. Mi respuesta era gasolina para su fuego."

    "A veces nos quedábamos despiertos en mitad de la noche chillando y gritando. Decíamos las cosas más viles y desagradables imaginables. Nos amenazábamos. A veces incluso llegamos a los golpes.

    "Es un milagro que no nos hayamos matado".

    "Cruel era ella", dijo otro Harold camino al baño. "Cuéntale lo de la cicatriz".

    Mi Harold se señaló el rostro. '¿Ves esto? Me lo hizo eso con el cigarrillo. Intento clavármelo en el ojo. Tengo suerte de no haber quedado ciego. Y fue entonces cuando decidí que ya era suficiente y le dije que todo había terminado. Sin una sola palabra de consuelo o arrepentimiento, ella simplemente se levantó y se fue."

    Él se desplomó. Su expresión ya cansada se volvió aún más cansada.

    "Aproximadamente una semana después, llamó y me rogó que la aceptara otra vez. Y le dije que no, aunque me rompió el corazón. La verdad es que aún la amaba, y la amaré hasta el día de mi muerte, pero sabía que si alguna vez volvíamos a estar juntos, uno de nosotros mataría al otro."

    "Oh, debería haberla oído llorar, suplicar y amenazar. Fue lamentable. Me dijo que no podía sacarme de la mente. Que todo hombre que veía se parecía a mí."

    "Después de todo eso, tuve que tomar una copa. Así que vine a este pub, solo para descubrir que yo ya estaba aquí, sentado a la barra con un gran whisky en la mano."

    "Y esto es gracioso. Cuento esta historia como si yo siempre hubiera sido Harold Mason, y no es ese el caso."

    "Cuando era Lee Chesterton, no conocía a Celia ni a Harold. Hasta que un día iba caminando, ocupándome de mis propios asuntos, y una mujer salió saltando de la puerta de una tienda. Tenía los ojos desorbitados y llevaba un sucio vestido con agujeros en los codos."

    "Pensé que era una perdida que tal vez había tomado demasiada sidra blanca. Como se hace en tales situaciones, mantuve la cabeza baja e intenté apresurarme. Pero ella se arrojó al pavimento y me agarró las piernas, dejándome inmóvil.

    "¡Oh, Harold!" me lloró. "¿Por qué tuviste que dejarme?"

    "Y bajé la vista y no vi a una dama borracha, sino a mi Celia. Le hacía falta un baño, pero aún era tan fragante como siempre."

    "Incluso antes de ver mi reflejo en el escaparate, yo supe que era Harold Mason y recordé sus palabras por teléfono. Que todos los hombres a los que ella miraba se parecían a mí."

    "Horrorizado, la aparté de un empujón y ella yació en la cuneta llorando y gimiendo."

    "Mientras corría hacia el puente, la veía una y otra vez. Estaba en el quisco de los periódicos. En un jardín trasero tendiendo la ropa. Ella entraba y salía simultáneamente de un pub. ¡Estaba en todas partes!"

    "Una persona racional diría que yo estaba proyectando. Que ninguna de las mujeres era Celia. ¡Pero lo eran! Yo sabía el mismo acto de verlas como Celia las hacía serlo".

    Negué con la cabeza. "¿Pero cómo es eso posible?"

    "Es el poder del amor. Dicen que nuestras percepciones dan forma a la realidad. Quizá este tipo de cosas sucedan más de lo que pensamos. O tal vez Celia es el diablo encarnado".

    Yo tenía que salir de Midwick antes de que Celia Cartwright me viera. Antes de convertirme en otro Harold Mason en una ciudad llena de ellos.

    Del Harold que solía ser Lee Chesterton aprendí que no había servicio de autobús por Midwick. Me aconsejó caminar por el valle hasta Nether Willows, la siguiente ciudad.

    "¿Qué hay de un taxi?", pregunté.

    "Los conductores no salen del pueblo", dijo Harold. "Ninguno de nosotros lo hacemos".

    "¿A causa de Celia?’

    "Cada vez que un Harold Mason ve a una mujer, se convierte en Celia. Y cuando uno de esas Celias ve a un hombre—¡paf!—otro Harold."

    "Si alguno de nosotros abandonara Midwick, las consecuencias serían catastróficas. En muy poco tiempo, habría una plaga de Harolds y Celias. Somos una reacción en cadena a punto de estallar".

    Se me ocurrió una idea. "¿Por qué no he visto yo a ninguna de esas Celias?"

    "No podemos vivir con ella. No podemos vivir sin ella. Pero por el bien de la paz, todos los Harolds viven a este lado del valle y todas las Celias viven al otro. ¿Ve ahora por qué le impedí cruzar el puente? No hubiera durado ni dos minutos antes de convertirse en un Harold".

    Me estremecí ante la estrechez de mi fuga. "Déjame invitarte a otra copa, y luego iré a Nether Willows".

    "Ahora estás siendo inteligente. Una vez que salgas de esta pesadilla, no mires atrás. Sigue caminando".

    "Oh, lo haré", dije. "Lo haré".

    Se dispararon dos docenas de teléfonos móviles a la vez. Dos docenas de Harold Mason respondieron.

    "Harold Mason", dijeron a coro. Luego, después de una breve pausa: "¡Celia! ¿Qué rayos quieres?

    Después de eso, cada Harold reaccionó a su Celia a su manera. Algunos maldijeron. Otros lloraron. Otros amenazaron. Otros colgaron casi de inmediato.

    Mi Harold me agarró del brazo. "Tienes que irte. ¡Ahora! "

    Otro Harold miró por la puerta hacia el otro lado del valle. '¡Dios mío! ¡No está bromeando! ¡Están marchando hacia el puente! Están en camino".

    "¡Sal de aquí!", dijo mi Harold. "Sal por el camino de atrás y sube la colina. Encontrarás un camino en la cima que te llevará a Nether Willows. Recuerda, si alguna Celia consigue echarte un vistazo, estás perdido.

    "¿Qué está pasando?", pregunté.

    "Las Celias han declarado la guerra. Dicen que si no pueden tenernos, nadie puede".

    Cuando los Harold se pusieron a montar una barricada en el pub, me escabullí por la parte de atrás. Diez minutos después, estaba en el camino en la cima del valle.

    Detrás de mí, escuché los sonidos de una batalla campal.

    El camino corría suavemente colina abajo y me llevó a través del bosque. Después de aproximadamente una hora, me encontré de nuevo en el fondo del valle y en la carretera hacia Nether Willows.

    Me dolían las piernas. No estaba acostumbrado a este tipo de caminata y mis zapatos estaban hechos para oficinas, no para colinas. Mi portátil empeoró las cosas, parecía pesar diez veces más que cuando me fui de Midwick. Ni siquiera sabía si aún funcionaba.

    Estaba empezando a dudar de que alguna vez llegaría a Nether Willows, cuando escuché un motor.

    De pie al lado de la carretera, vi un Renault maltratado que venía detrás de mí. A juzgar por su traqueteo y el humo que ondeaba a su paso, el coche necesitaba la atención amorosa de un mecánico, pero no me importaba. Era tan bienvenido para mí como un salvavidas para un marinero ahogado.

    Saqué el pulgar y silenciosamente le prometí a Dios que si el coche se detenía, haría todo tipo de cosas buenas en su nombre.

    Con un estridente crujido de engranajes que me hizo temblar los dientes, el coche disminuyó de velocidad y se detuvo. El conductor abrió la puerta del pasajero y gritó: "¡Entra!" ¡Rápido! "

    Obedecí apresuradamente.

    Fue solo cuando me instalé en el abultado asiento del pasajero que noté que mi portátil había desaparecido y que mi ropa había cambiado.

    Luego miré al conductor y mi corazón dio un vuelco. Era Celia. La querida, dulce y neurótica Celia en su alborotado vestido, luciendo tan bella como siempre.

    "Depende de ti, Harold", dijo ella. "Podemos regresar a Midwick y ser asesinados con el resto de ellos, o podemos irnos y comenzar de nuevo".

    La cicatriz debajo de mi ojo picaba, eso indicaba que estaba en reparación. Yo lo tomé como una buena señal.

FIN

11. Tierra de los Vivos

(Land of the Living)

    ¿Estáis sentados incómodos? Muy bien, niños. Comenzaré.

    Me habéis preguntado sobre la Tierra de los Vivos y si realmente existe. ¿Es solo un mito como el hombre glub-glub? ¿Es un cuento diseñado para asustar a las sombras jóvenes como vosotros?

    No, no lo es. La Tierra de los Vivos es tan real como tú o yo. Y es tan terrible como podrías pensar.

    ¿Cómo lo sé?

    Simple. He estado allí.

    ¡Sí! ¡Es verdad!

    Sucedió hace mucho tiempo, cuando yo estaba en la cúspide de la edad adulta. Como es común con las sombras de esa edad, yo era descarado y rebelde. Lo que mis padres me decían que hiciera, yo hacía lo contrario. Para mí, eran las entidades más cuadradas y vergonzosas que el Inframundo haya conocido.

    Sentía que todo el mundo estaba en mi contra. Que nadie me entendía ni me aceptaba por lo que era. Poco sorprendía que yo me juntase con lo que mis padres llamaban la "pandilla equivocada".

    Los Diablos del Cielo se enorgullecían de ser la más malvada, más dura pandilla de sombras que no le importaba una salvación que jamás atormentara los Salones del Hades. Nuestra misión era romper todas las reglas, tabúes y convenciones sociales. Al menos en nuestras mentes, éramos rebeldes—forasteros con las agallas para enfrentarse a lo establecido.

    Cuando no estábamos comenzando peleas con demonios o aterrorízando trolls, pasábamos el rato en nuestro cuartel general, una cueva en el Valle de la Sombra de la Muerte. Allí, libres del escrutinio de nuestros semejantes, nos atiborrábamos de frutas prohibidas, bebíamos néctar agrio y nos entregábamos a toda blasfemia concebible.

    Les sorprenderá, hijos míos, saber que profané imágenes de los Duques del Infierno y amontoné bendiciones sobre Belcebú. ¡Pisoteé pentagramas invertidos e incluso incursioné en el cristianismo!

    ¡Sí! ¡Bien podéis jadear, temblar y hacer el signo del Cornudo!

    ¿Ves cuán lejos había yo subido? ¿Lo cerca de la gracia que estaba?

    No estoy orgulloso de lo que me había convertido. Meramente pongo los hechos ante vosotros como advertencia.

    Si no podéis soportar más horror, terminaré mi historia ahora, os llevaré en manada a la cama y nunca más mencionaré mi estadía en la Tierra de los Vivos. Pero si estáis hechos de lo más duro, continuaré.

    Yo no creía en la magia, en los ángeles ni en las brujas blancas. En lo que a mí respecta, lo que los Demonios del Cielo tramábamos era solo para empezar. Yo solo lo hacía para ser aceptado. De modo que, cuando algunos de la pandilla decidieron celebrar una sesión de espiritismo, no tuve reparos en unirme.

    Para crear el ambiente necesario, se llevaron lámparas extra a la cueva. La luz era tan brillante que podía verme la mano claramente delante de la cara.

    Nos sentamos a una mesa redonda y juntamos las manos. Jodreth—nuestro líder—pronunció un hechizo que supuestamente abría una puerta a la Tierra de los Vivos. No pasó gran cosa y algunos de nosotros comenzamos a contar chistes, pero Jodreth nos dijo que nos calláramos, y él no era el tipo de sombra con el que querías discutir. Así que nos callamos y Jodreth comenzó la sesión propiamente dicha. "¿Hay alguien ahí?", dijo. ‘Llamamos a los vivos para dar a conocer su presencia. ¡Mostraos a nosotros!"

    Dijo esto varias veces y luego—justo cuando me estaba aburriendo—las lámparas se volvieron más brillantes, llenando la cueva de luz.

    Yo estaba seguro de que alguien estaba gastando una broma y, sin embargo, sentí mucho miedo. Tampoco fue un consuelo que las manos que yo sujetaba temblaran tanto como las mías.

    El aire se hizo notablemente más cálido. Me pareció oír susurros. Y allí, en medio de la luz más pura y horrible que yo había encontrado nunca, había formas. Era difícil distinguir sus rasgos, pero no había duda de lo que eran: ¡mortales! Conté seis en total. Estaban en una mesa, cada uno con una mano sobre el mismo vaso boca abajo alrededor del cual estaban dispuestos un conjunto de símbolos arcanos.

    Uno de ellos habló. "¿Hay alguien ahí?", preguntó.

    El vaso comenzó a moverse de un símbolo a otro.

    Jodreth dijo: ‘¡Escuchadme, corpóreos! ¡Habladnos!"

    Entonces un mortal me miró directamente. Retrocediendo aterrorizado, señaló con un dedo en mi dirección. "¡Mirad!", gritó. "¡Un fantasma!"

    Los mortales comenzaron a gritar. Alguien en nuestra mesa gritó también. Y luego llegó el pandemonium a ambos lados del velo.

    Las sombras salimos corriendo de nuestra cueva como murciélagos hacia el infierno. Y seguimos corriendo hasta llegar al final de la catacumba más profunda y oscura que pudimos encontrar.

    Ahora podríais pensar que eso me hizo abandonar las Artes Luminosas, pero vuestro viejo padre era un estudiante lento y tan terco como Cerbero con un hueso.

    Aunque mis compañeros de los Diablos del Cielo prometieron nunca volver a incurrir en la magia, yo me obsesioné con la Tierra de los Vivos. La curiosidad jugó un papel en mi fijación, pero fue principalmente la vergüenza lo que me estimulaba. Solía ​​enorgullecerme de mi coraje, pero ahora la sesión me había expuesto como un asustadizo cobarde.

    Y por ello yo tenía algo que demostrar.

    En lo profundo de las cavernas del Inframundo se encuentra un antiguo pozo. No lo nombraré ni diré dónde está. Después de todo, tengo el deber de proteger a mi descendencia de cualquier estupidez que pueda haber heredado de mí.

    Ahora hay una leyenda adjunta a este pozo. Según el saber de las sombras, quien camina tres veces en el sentido de las agujas del reloj repitiendo "Tierra de los vivos, llevadme a vuestro seno", abrirá una puerta de enlace entre los mundos.

    Sin contarle a un alma mi intención, me escabullí tan pronto como se presentó una oportunidad. Y luego circulé el pozo, entonando: "Tierra de los vivos, llevadme a vuestro seno".

    Caminé alrededor una vez ...

    Dos veces ...

    Tres veces ...

    Nada sucedió.

    Sintiéndome un idiota, di la vuelta para irme, pero no había dado más de un solo paso cuando escuché susurrar una voz: ‘Ven a la luz, joven sombra. Ven a la luz"

    Y la cueva se llenó de un brillo y un calor aterrador que no era de este mundo.

    Hice lo que pude para evitar repetir mi falta de agallas en la actuación de la sesión, pues sabía que si lo hacía, nunca podría encarar mi reflejo de nuevo. Así que miré a la luz y vi que estaba saliendo del pozo. Y la voz una vez más dijo: ‘Ven a la luz, sombra joven. Ven a la luz."

    Aunque la luminiscencia y el calor me asustaban, me atraían como las Sirenas de antaño, y me sentí arrastrado hacia el pozo. Al mirar hacia abajo no podía ver nada más que luz y esta parecía continuar para siempre.

    "¡Salta!", dijo la voz, y yo lo hice.

    Me sumergí en el resplandor y sentí que me estaba ahogando en la luz.

    Después de un rato, sentí que estaba subiendo en lugar de caer. Y entonces regresó la oscuridad. La negrura me envolvió como una manta. Era mi comodidad y protección, y yo quería permanecer envuelto en ella por toda la eternidad, pero no fue así.

    A lo lejos, se formó una nueva luz y noté que estaba viendo el final de un largo y oscuro túnel. Corrientes invisibles e imparables me llevaban a ese fulgor de otro mundo. Y de pronto la oscuridad se apagó y me sumergí en la luz.

    Algo me golpeó la espalda causándome dolor. Afligido, lloré, grité y luché.

    Entonces noté que yo había adoptado una forma sólida. Que ya no era una sombra.

    No sé, hijos míos, si podéis comprender esto, pero yo era un bebé recién nacido en la Tierra de los Vivos. Atrapado dentro de un cuerpo mortal.

    ¡Oh, el horror, el horror! ¿Qué había yo hecho?

    Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, vi que estaba en una habitación pequeña y blanca. Mortales en ropas verdes se quedaban mirándome. Todos llevaban máscaras.

    Después de que me cortaran el cordón umbilical, me entregaron a mi madre. "Oh, mi bebé", sollozaba ella una y otra vez. "Mi hermoso bebé".

    Una de las personas de verde dijo: ‘Tenemos que llevarlo a una incubadora. Es su única oportunidad"

    Me tomaron de mi madre y me colocaron en una caja de vidrio. Supongo que debía de haber sido la incubadora que mencionaron.

    Los hombres de verde me pincharon con agujas, hicieron brillar luces hacia mis ojos y metieron tubos en mi brazo. Hicieron cosas que yo no entendía y que me causaba dolor y angustia. Sentí que actuaban con amabilidad, pero parecía una extraña clase de amabilidad. Hay mucho sobre la Tierra de los Vivos que está más allá de la comprensión incluso de las sombras más sabidas. Ciertamente está más allá de la mía.

    Eventualmente, los mortales se fueron. Yo quedé solo en la luz. Asustado, confundido y desconcertado.

    Solo había un modo de volver al Inframundo: yo tenía que morir. Pero ¿cómo podría hacerlo cuando estaba débil e indefenso? ¿Cuándo tantos mortales intentaban mantenerme con vida?

    Recé por la muerte. Les supliqué a los Señores Negros que vinieran y reclamaran mi alma imperecedera.

    Los mortales necesitan inspirar para mantenerse con vida, así que intenté contener la respiración. Pero descubrí que no tenía control sobre esa función en particular. Tampoco podría detener mi corazón.

    Me esforcé por consolarme con la idea de que no estaría indefenso para siempre. Con el tiempo, tendría el control de mi cuerpo y ganaría fuerza física. Entonces, podría volver a enviarme a las dimensiones inferiores.

    Pero podían pasar años antes de que eso llegase a pasar.

    Durante largas horas, yací en mi caja de vidrio. Llegó la noche y las luces del techo se extinguieron. Había otras luces en la habitación, pero eran tenues y no dispersaban tanto la oscuridad como la enfatizaban.

    Saqué el consuelo que pude de la penumbra mientras contemplaba mi destino y me preguntaba si alguna vez volvería a ver a mis seres queridos. Prometí que, si encontraba un camino a casa, le daría la espalda a los Diablos del Cielo. Y obedecería a mis padres y escucharía sus consejos, porque ahora sabía que eran mucho más sabios que yo.

    Entonces ocurrió un milagro. Los Infernales debieron de haber escuchado mis oraciones y haberse apiadado de mí, porque de repente me encontré debilitándome. Mis pulmones se detuvieron y mi corazón les siguió pronto.

    Luego el mundo mortal retrocedió a medida que la oscuridad absoluta descendía.

    La muerte me tomó de la mano. Le pagó a Caronte para que me transportara a través de la Estigia hacia el Inframundo donde pertenezco.

    Y eso, niños, es cómo viajé a la Tierra de los Vivos y morí para contar la historia.

    Ahora vosotros a la cama. Dormid bien y tratad de no tener terrores diurnos.

FIN

12. Amputa, Mutila y Destruye

(Maim, Mutilate and Destroy) Publicado en Static Movement

    CONFIDENCIAL. SOLO OJOS.

    Cualquier empleado descubierto divulgando cualquier parte de este documento a cualquier tercero sin autorización previa POR ESCRITO será despedido y procesado instantáneamente con toda la fuerza de la ley. ¡ESTO SIGNIFICA USTED!

Introducción

    Nosotros en Wessex Kline llevamos mucho tiempo siendo líderes en el área de los juegos de Realidad Virtual (RV). Ahora damos un gigante paso adelante con la introducción de Amputa, Mutila y Destruye, el primer juego que aprovecha la tecnología de Hiper Realidad (HR).

    La HR es a la RV como un caza a reacción es al carro de un burro. Por primera vez, las personas pueden ahora sumergirse totalmente en un Mundo Cibernético con sensaciones tan reales como la Realidad misma.

    En HR, si usted se corta, sangra. No solo cree que sangra, sangra de verdad.

    Rómpase un hueso y cuando abandone la HR seguirá teniendo un hueso roto. La HR une lo imaginario a lo mundano. Disuelve las barreras entre metáfora y realidad.

    No se equivoque al respecto: si muere en HR, usted permanece muerto. Aun cuando los contactos entre mente y Máquina se interrumpan. Aun cuando retiren su cuerpo de la cápsula de HR. ¡No hay regreso!

    Esto es lo que hace que Amputa, Mutila y Destruye sean un ganador infalible. ¡Los riesgos son reales!

    Nuestro objetivo es lograr que la tasa de víctimas entre los participantes esté en la región del 50%. La investigación de mercado ha demostrado que este es el nivel óptimo desde el punto de vista de las ventas. El público considera que las probabilidades de 50/50 son justas y razonables. Más alto que eso y pocas personas estarían dispuestas a arriesgarse con AMD. Menos del 50% disminuiría el elemento temerario y restaría en igual medida las ventas.

    Sin embargo, las pruebas iniciales en la versión beta de AMD indican que la tasa de víctimas probablemente sea cercana al 100%. Esto es inaceptable y debe rectificarse antes de que se pueda lanzar el juego.

    Con esto en mente, le pedimos que juegue a AMD y que informe sobre dónde considera que se pueden hacer cambios para reducir los riesgos involucrados en el juego. Los familiares de cualquier miembro del personal que no sobreviva a AMD recibirán beneficios completos por fallecimiento y una generosa suma global para compensar los gastos del funeral. Se aprecia enormemente su cooperación.

    A continuación sigue una solución completa para Amputa, Mutila y Destruye. Esta información es altamente restringida. La divulgación no autorizada será castigada.

Descripción general

    Al entrar en Amputa, Mutila y Destruye, se encuentra usted sentado en un bar. A su izquierda se sienta un ser inteligente con aspecto de lagarto y conocido como Kluuga. La única otra criatura presente es Max, el Hombre Neandertal del Bar.

    Antes de hacer nada, escriba en el electrobloc de su bolsillo la mayor cantidad de esta solución como pueda recordar. ESTO ES IMPORTANTE. Pronto olvidará todo el mundo del que proviene y se sumergirá en AMD. Las notas en su electrobloc son su boleto a casa.

    Ante la insistencia de Max y Kluuga, toma usted un vaso de Zumo Feliz. Inmediatamente se olvida del mundo del que proviene cuando AMD se convierte en su realidad.

    En este punto, es usted consciente de lo siguiente:

    • 1. Su nombre es Maurice Mayday.

    • 2. Está en la Estación Espacial Siralos, orbitando el planeta Ishtar en algún lugar de la Nebulosa del Cangrejo.

    • 3. Tiene un microchip implantado en el cráneo que contiene información vital para la supervivencia de la raza humana.

    • 4. Usted no conoce cuál es esta información.

    • 5. Debe llevarse a sí mismo y al microchip a la Gran Central Tierra lo antes posible.

    • 6. Hay ciertos grupos que no se detendrán ante nada para destruirle.

    • 7. No puede confiar en nadie.

    • 8. Usted tiene un electrobloc.

    • 9. En su bolsillo de atrás tiene una holofoto de Bill Gates, el Gurú Informático del Siglo XX.

    Hay siete escenas principales en AMD. Usted debe visitar cada una y sortear muchos peligros. Todas las escenas contienen al menos una trampa potencialmente fatal para que usted caiga en ella. Este documento no trata todas las variaciones posibles del juego. Su propósito es delinear una solución completa para el juego con el fin de aumentar sus posibilidades de supervivencia.

Escena 1: Estación Espacial Siralos

    Entable una conversación con Kluuga. Resulta que es un vendedor ambulante de gira por toda la galaxia para promover un nuevo tipo de Pistola de Rayos. Dígale a Kluuga que está usted pensando en comprar una Pistola de Rayos. Al tomarle a usted como una oportunidad de venta, Kluuga saca una caja de muestra de una bolsa en su vientre y le entrega un arma. Ajuste el arma al máximo y úsela en Kluuga, quien suelta un grito horrible y se convierte en polvo. En este punto, Max, el Hombre Neandertal del Bar, echará mano a su propia arma bajo del mostrador. ¡NO DISPARE A MAX! Su arma resulta ser inútil ya que él no la ha cargado en varios años. Notando que está a su merced, Max levanta las manos y sonríe de manera inocente. Perdónele la vida y se convertirá en su inquebrantable amigo y aliado (hasta la Escena 3).

    Max le contará que odia trabajar como camarero y que sueña con ver la Tierra. Resulta que él posee un crucero espacial que le llevará a usted al planeta más cercano. Acepte la oferta de Max y sígalo hasta el muelle espacial. Por el camino verá puertas con avisos. Estos avisos dirán cosas como "PASAR POR ESTE CAMINO PARA UNA INEFABLE RIQUEZA" o "SEXO GRATUITO Y SIN COMPLICACIÓN DISPONIBLE AQUÍ". Ignore estos letreros y concéntrese solamente en su misión. En el muelle espacial, suba al crucero de Max y asegúrese en el asiento del copiloto. Ahora puede descansar hasta llegar a Ishtar y hasta que un mal funcionamiento obliga a Max a aterrizar en el patio del Palacio de las Gorgonas Espaciales.

Escena 2: El Palacio de las Gorgonas Espaciales

    Cuando salga tambaleante y apenas consciente del crucero espacial de Max, es recibido por las tres mujeres más bellas que jamás haya conocido. Una apenas ha pasado la pubertad. Otra está en su mejor momento. La tercera es lo bastante mayor como para ser su madre, pero muy atractiva para todo eso. Su apariencia exacta dependerá de sus propias percepciones de belleza. Que no le engañen. Lo que está viendo es una ilusión. Estas tres hermanas son las infames Gorgonas Espaciales, verdaderamente horribles de contemplar, pero que pueden proyectar una imagen de belleza perfecta en las mentes humanas. Max, que es inmune al poder de las Gorgonas Espaciales, le dirá repetidamente que sus nuevas anfitrionas son viejas brujas arrugadas con tendencia a succionarle el cerebro a la gente. HÁGALE CASO.

    Acepte la invitación a la cena ofrecida por las tres hermanas. No haga nada que provoque su ira, de lo contrario le matarán allí mismo. Las Gorgonas Espaciales prefieren comerse a sus presas en el momento de máxima excitación sexual, pero pueden ser muy impetuosas. Haga todo lo posible para permanecer impermeable a sus (falsos) encantos. Intente pensar en botes de fideos, olor de axilas y bolsas de colostomía. Si todo eso falla, mire su holofoto de Bill Gates.

    La cena es en el Gran Comedor, una pretenciosa sala llena de estatuas y candelabros barrocos. Después de la sopa, se le sirve un plato principal de filete, patatas y guisantes. Pique delicadamente de las verduras pero no toque el filete. Max se come su plato completo en unos diez segundos. Rechace gentilmente su solicitud de comerse su filete.

    Las hermanas aprovecharán la oportunidad por turnos, cada una ofreciéndose para cumplir sus más fervientes y pervertidas fantasías sexuales. Dígales que no está interesado y que preferiría lamer el sudor de la faja de un jugador de rugby. Las Gorgonas espaciales eventualmente se exasperan y asumen su verdadera forma. Un fuerte olor a ozono le advertirá de que están a punto de hacer esto. Al primer indicio de ozono, tápese los ojos con el filete. Sea lo que fuere que escuche, no mire a las Gorgonas Espaciales, de lo contrario se convertirá usted en un tembloroso bulto de gelatina. Mientras tanto, Max—que es inmune a su poder—despacha a las hermanas con su cuchillo de carne. En este punto, es casi seguro que sienta cálida sangre salpicándole la cara. NO MIRE.

    Con las Gorgonas Espaciales muertas, Max le guía—aún con los ojos tapados por el filete—a una antecámara cercana llena de tesoros. Ahora es seguro quitarse el filete de los ojos. Tome tanto oro como pueda cargar en el bolsillo y retírese a la habitación de invitados para pasar la noche. Por la mañana diríjase al gran edificio tras el Palacio de las Gorgonas Espaciales, donde encontrará un elegante yate espacial interestelar. Brinque dentro y recuerde llevarse a Max con usted.

    Usted no tiene ni idea de cómo operar el yate, pero busque un botón rojo marcado como "DAKOS". Asegúrese de que usted y Max estén bien amarrados a sus asientos y pulse el botón. Un silbido y un rugido indican que está de camino a Dakos—sea lo que sea que esto es y donde quiera que esté.

Escena 3: Planeta Castigo

    Aterriza en Dakos, un mundo abandonado de la mano de Dios donde la única forma de vida parece ser una especie de líquenes. Salga del yate espacial y corra como quien huye de la sodomía. Un minuto después de su aterrizaje, el yate es atacado y destruido por Gowtas. Un Gowta es una gigantesca máquina robótica de combate semejante a un estegosaurio de diez metros de altura. Estos Gowtas solo están programados para atacar objetos mecánicos, por lo que ignoran totalmente a usted y a Max. Pero asegúrese de que no le pisoteen. Satisfechos de que su nave haya sido descompuesta por completo en sus átomos constituyentes, los Gowta se dispersan dejándole a usted y a Max a solas en una llanura de granito. No tiene sentido ir a ninguna parte, así que siéntese y espere.

    Si después de varios días de hambre, días calurosos y noches heladas, aún está vivo, verá eventualmente una nube de polvo en el horizonte. No huya ni se esconda. Max, en este momento, estará en coma profundo.

    La nube es levantada por los cascos de una docena de Chomblas. Estos son los habitantes originales de Dakos y parecen centauros, excepto por las rayas. Resista la tentación de llamarlos Hombres Cebra, pues esto los cabrea mucho. Le preguntan cómo ha llegado a Dakos. Dígales todo lo que pueda, honesta y detalladamente. Ofrézcales todo el tesoro que robó de las Gorgonas Espaciales a cambio de ser llevado a un lugar seguro. El líder de los Chomblas—Chukko Nar Vortex—acepta llevarles a usted y a Max al asentamiento humano más cercano, a un día de viaje. Max se coloca en la parte posterior de uno de los Chomblas y usted monta en otro. Luego, allá que va usted a Kae-So-Doti, la Ciudad en la Montaña.

    Cuando llegue allí, descubrirá que Kae-So-Doti es una prisión minera, y de pronto le viene a la mente que ha oído usted hablar de Dakos. Es un Planeta Penitenciario, hogar de los más desesperados convictos humanos de la galaxia. Chukko-Nar-Vortex le entrega a usted a los guardias a cambio de una bolsa de avena. No intente resistirse, pues varios guardias de la prisión tendrán sus blasters apuntándole a la cabeza. Max, al no ser humano, no es de interés para los guardias y los Chomblas se lo llevan, nunca se le vuelve a ver ni a oír de nuevo.

    Después de ser desnudado, despiojado y vestido con un mono, le llevan a las minas y le dicen enfáticamente que nadie ha escapado de Kae-So-Doti, y no digamos ya de Dakos. Estas no son estupendas noticias, pero trate de no desesperarse más de lo necesario. Le dan un electrohacha y le ponen a trabajar junto a algunos de los psicópatas más viles y desagradables que jamás hayan adornado la galaxia. En los próximos días, será usted apalizado, torturado, escupido, violado en grupo y, en general, pasará malos ratos. Es importante que mantenga elevado el ánimo y que no se muera ni se vuelva rabiosamente loco. El cuarto día, Merodeadores Espaciales atacan la mina, permitiendo a los prisioneros organizar una fuga masiva. Los Merodeadores, aunque nominalmente allí para saquear la mina, han sido pagados por personas desconocidas para matarle. NO SIGA A LOS OTROS PRISIONEROS A LA SUPERFICIE. Busque el Montacargas #7 y siga bajando. Si se encuentra con algún guardia en el camino, mátelos con el electrohacha. Tenga cuidado de no resbalar con las entrañas derramadas.

    Eventualmente llegará a una gran caverna que alberga un nido de Vampyros Espaciales.

Escena 4: Los Vampyros Espaciales

    Siendo de día, los Vampyros Espaciales están dormidos. A un lado, encontrará una pequeña gruta con un ataúd blanco. Abra el ataúd y encontrará a Thramos, el Rey de los Vampyros Espaciales. Recoja a Thramos y cargue con él—o arrástrelo—hasta el fondo de la cueva, donde un rayo de sol entra por un estrecho pozo. La luz del sol mata y desintegra a Thramos, dejando solo su ropa. Póngase la ropa y abra cualquier ataúd. Si el ataúd está vacío, pruebe con otro hasta que encuentre uno con un Vampyro. Use su electrohacha para cortarle los dientes al Vampyro. Colóquese los dientes en la boca y escóndase en el ataúd de Thramos hasta el anochecer.

    Cuando los Vampyros Espaciales se despiertan, se disponen en un círculo a esperar su llegada. Camine hacia el centro del círculo y busque al Vampyro cuyos dientes ha robado. Él será quien se lleve la mano a la boca. Denuncie a este Vampyro como un impostor desdentado, con lo cual los otros Vampyros lo atacan y lo destruyen.

    Uno de los Vampyros dice: "Tengo mucha hambre. ¿Podemos comer ya?" Diga que sí y los Vampyros se escabullen dentro de las minas para alimentarse de prisioneros muertos y moribundos. Nadie ha mencionado los Vampyros a los Merodeadores Espaciales, por lo que estúpidamente tratan de luchar contra ellos con armas de fuego. Aproveche el caos resultante para llegar a la superficie y robar la nave de combate Merodeador más cercana, la pintorescamente llamada Peggy Sue. Cuando alcanza la estratosfera exterior, la computadora a bordo le pregunta si desea ceñirse a su plan de vuelo. Diga que sí y será llevado a Kinderworld.

Escena 5: Kinderworld

    Por razones aún desconocidas para la ciencia, los niños en Kinderworld nunca alcanzan la pubertad ni se desarrollan en plenos adultos. Su madurez emocional y mental está igualmente menguada. Los adultos pueden sobrevivir en el planeta no más de un día de Kinderworld (aproximadamente veintisiete horas). Los niños de Kinderworld son muy parecidos a los niños de cualquier otro lugar y dependen de un gran número de robots para cuidarlos. El planeta no tiene gobierno.

    Usted aterriza en Feriadiver, una isla de unos 340 por 85 kilómetros dedicada por completo a atracciones de feria. Tan pronto como desembarque, estará rodeado de niños que exigen que se les permita entrar en su nave. Consienta o le matarán.

    Los queriditos destrozarán la nave por completo, así que tiene que encontrar otra forma de salir del planeta.

    Vaya directamente a la Casa de la Diversión. La entrada es gratuita y la cola, si la hay, será pequeña. Una vez en la Casa de la Diversión, busque a una niña llorando. Pregúntele cuál es el problema y ella le mostrará una muñeca rota llamada Gloria. El nombre de la niña es Susan. Dígale que le arreglará la muñeca si ella le dice dónde está el puerto espacial más cercano. Ella insistirá en llevarle allí ella misma, pero solo después de que hayan subido juntos al Paseo de la Muerte.

    Lleve a Susan al Paseo de la Muerte y recuerde mantener la cabeza agachada. El paseo utiliza cañones láser reales para simular una batalla espacial y los láseres están colocados para disparar justo por encima del nivel de la cabeza de un niño.

    Después del paseo, Susan le lleva a la Estación Metro y le ayuda a conseguir un billete para la Gran Central Espacial. De aquí en adelante, la niña es una molestia, así que deshágase de ella. La mejor manera es tirar su carrito de bebé por un tubo vertedero de basura y empujarla a ella dentro después.

    En la GCE, descubre que la única nave que abandona el planeta en las próximas horas es un Carguero no tripulado. Si espera a cualquier otra nave, morirá. La buena noticia es que el Carguero se dirige a la Tierra. La mala noticia es que lo hace vía Subespacio y pocos hombres han sobrevivido a un viaje a través de ese misterioso reino.

    Un robot vigila la entrada del Carguero Espacial y no le dejará entrar. Insiste en «solo personal autorizado». Vaya al Depósito de Mercancías, retire una pegatina con el código de barras de una de las cajas y diríjase de nuevo al Carguero. El robot lo recoge a usted y lo mete en un DCU (Dispositivo de Carga Universal). Coloque los dedos en la jamba de la puerta del DCU para evitar que la puerta se cierre correctamente. Esto le romperá los dedos, pero evitará que usted se asfixie. Coloque la mayor cantidad de relleno alrededor de su cuerpo como sea posible para evitar que las fuerzas G le maten al despegar. El viaje por el Subespacio es un infierno, pero mientras tenga suerte y consiga mantener su identidad (repita: «Soy Maurice Mayday, soy Maurice Mayday»), debería usted sobrevivir más o menos.

Escena 6: El Metro de Londres

    Cuando llegue a la Tierra, quédese en el DCU. Después de varios días, un robocamión le descarga y le transportan por medio mundo hasta Londres. El viaje dura dos días y es incómodo, pero no es fatal generalmente. Usted acaba en un depósito subterráneo.

    Abandone el DCU y cuélese por el conducto de aire más cercano. Debe cronometrar esto correctamente ya que los conductos se enjuagan con productos químicos desinfectantes cada media hora. Es mejor esperar hasta cinco minutos después del siguiente enjuague para tener el máximo tiempo y permitir que los humos disminuyan a niveles no letales. Al final del conducto, encuentra una rejilla. Al otro lado ve la estación Knightsbridge. Espere hasta el anochecer cuando no haya nadie alrededor. Recuerde, si le atrapan sin billete en el Metro de Londres, puede ser ejecutado en el acto por evasión de tarifas.

    Cuando no haya moros en la costa, retire la rejilla y déjese caer los cinco metros hasta el andén de abajo. Trate de no caerse del andén ya que las vías transportan 150,000 voltios en todo momento. Camine hasta el final del andén más alejado de la salida. Aquí hay una vieja puerta protegida por un Campo Eléctrico de Proximidad. No se ha usado en años y—como la mayoría del Metro de Londres—se encuentra en mal estado. Las baterías del CEP no se han recargado desde que recuerde cualquier vivo y se han agotado considerablemente. Abra la puerta a la fuerza y ​​láncese dentro. Recibe una momentánea descarga de unos 150 voltios que no debería hacer más que aturdirle. Si queda usted inconsciente, trate de espabilar lo más rápido posible, de lo contrario será devorado por las ratas mutantes. Teniendo cuidado con dichas ratas, suba la escalera de caracol hasta el nivel de superficie. Hay 762 escalones, así que, vaya a su ritmo.

    En la superficie, permanezca fuera de la vista. Si la policía le ve, será arrestado por vagancia y, muy probablemente, tendrá un desafortunado accidente camino a la comisaría de policía. Los paramédicos son igualmente peligrosos. Le drogarán y extraerán todos los órganos vitales para trasplantes. Y luego están las pandillas callejeras...

    Avance por Piccadilly hasta Central Tierra. Su viaje casi ha terminado.

    Escena 7: Central Tierra

    Los grupos que han estado intentando evitar que llegue usted a la Tierra tienen espías y asesinos en todo Central Tierra. La forma de entrar al edificio sin ser visto ni asesinado depende de usted. No se pueden dar consejos específicos sobre este asunto ya que las circunstancias varían. Podría usted intentar disfrazarse de droide de servicio.

    En Central Tierra, diríjase hacia el Directorado de Seguridad en la quinta planta donde es usted reducido por un Dron de Seguridad. Explíquele al Dron que está usted en una misión secreta. El Dron le pide una contraseña y en este momento se da usted cuenta de que la ha olvidado. El Dron le lleva a una sala de interrogatorios y le conecta a un tormentotrón. Las siguientes horas son exquisita agonía.

    Eventualmente, el Oficial de Turno se pasa y decide que no tiene sentido mantenerle a usted con vida. Cuando apaga el tormentotrón, tiene usted unos cinco segundos antes de que él use su pistola láser y le reduzca a cenizas. Diga con voz muy clara: "SOY MAURICE MAYDAY". Él le pide la contraseña y, esta vez, usted la recuerda.

    El Oficial de Turno le prepara una taza de té y pide a un doctor que le examine. No se sorprenda si el médico le declara más muerto que vivo. Él confirma que tiene usted un microchip en el cerebro. Es de vital importancia que el chip se retire de inmediato, pero el médico anuncia que usted no sobrevivirá a la anestesia. No hay más opción que operarle mientras sigue consciente.

    Le amarrran de nuevo al tormentotrón, pero esta vez—para su alivio—no lo encienden. Se solicita un droide cirujano y este llega obedientemente. Con unos pocos movimientos enérgicos, el droide forma un círculo láser alrededor de su cuero cabelludo y elimina la parte superior de su cráneo. Luego saca el microchip y pega el cráneo en su sitio. Hay poco dolor y usted no sufre más que una pulsante molestia de cabeza.

    El chip contiene toda la información necesaria para derrotar a los enemigos de la humanidad. ¡Hurra! La raza humana está salvada y usted es un héroe.

    Le sacan de la enfermería. Tan pronto como sea usted capaz, salga de la cama y láncese en la tolva de la lavandería más cercana. Esto lo llevará de regreso al mundo real, donde será informado por el Equipo de Diseño de AMD.

    GAME OVER.

FIN

13. Tírale y Consigue Uno Nuevo

(Throw Him Away and Get A New One) Publicado en la antología en papel "Best Genre Short Stories Anthology #2: Short-Story.Me! Movement"

    "¡Señor Highsmith! Abra, por favor. Le aseguro que solo tengo sus mejores intereses en el corazón".

    "¿Cuál es el problema contigo? ¡Te dije que te fueras!" Angus Highsmith abandonó su lucha con el tapón a prueba de niños y arrojó la botella de limpiador de desagües contra la pared. Intacta, esta rodó por del descolorido lino y se acurrucó en un nido de botellas de whisky vacías.

    Los golpeteos en la puerta continuaron. Esto causaba estragos en la resaca de Angus.

    "Sé lo que está haciendo, Sr. Highsmith. O más bien lo que está intentado hacer".

    Angus se sentó pesadamente en la cama y se colocó la cabeza en las manos. "¡Vete, vete, vete!"

    "Muy bien. No me deja otra opción". Hubo un sonido de metal sobre metal y luego el chasquido de cerraduras giratorias.

    La puerta se abrió. Un hombre con traje de negocios y gafas redondas guardó la horquilla para el pelo que había usado para saltar la cerradura. "Buenas tardes", dijo él. "Mi nombre es Winthrop. ¿Puedo entrar?"

    "¡No!"

    Winthrop entró. Al cerrar la puerta, le lanzó a la habitación del hotel un escaneo superficial. "Bueno, he visto cosas peores. ¿Le importa si abro una ventana? La humedad causa estragos en mis pulmones".

    "Haz lo que quieras". Angus se dejó caer sobre la cama de colchón irregular, sábanas casi blancas y un aroma extraño. No por primera vez, notó que una de las manchas en el techo parecía el mapa de África.

    Después de abrir la ventana, Winthrop recogió la botella de limpiador de desagües y leyó la etiqueta. Sacudió la cabeza y se encogió. "No puedo creer que haya elegido este", le reprendió colocando la botella en el alféizar de la ventana. "No tiene idea de lo desagradable que puede ser una sobredosis. Hubiera muerto en una agonía de gritos".

    "No me importa".

    "Sí, lo sé. Por eso estoy aquí".

    Angus se sentó. "¿Qué eres? ¿Un poli?

    "Oh, ni en broma, no".

    "Entonces te ha enviado mi esposa. Bueno, adelante. Entrega los documentos y márchate".

    "Está bajo una interpretación errónea, señor Highsmith". Winthrop buscó en su bolsillo interior y sacó una tarjeta de visita. Angus la tomó con mala gracia y leyó las letras de cobre: ​​

    • Mason Winthrop.

    • Asesor Vital.

    Angus giró la tarjeta, pero el reverso estaba en blanco. "¿Qué...", ​​preguntó, "es un asesor vital?"

    "Ayudo a personas como usted, señor Highsmith. Personas cuyas vidas se han desmoronado. Personas tristes, desesperadas y solitarias. Personas que contemplan seriamente beber limpiador de desagües".

    "Estás perdiendo el tiempo, Winthrop. No tengo dinero. Así que ya puedes ir despejando y encontrar a otro que estafar. ¡Vendedor de aceite de serpiente! No quiero nada de ti. ¿Me oyes? ¡Nada!"

    "¿En serio, señor Highsmith?" Del bolsillo de su chaqueta, Winthrop sacó una botellín de whisky. Si antes no tenía la completa atención de Angus, la tenía ahora. "Creo que esto sabe mucho mejor que el limpiador de desagües".

    Angus quería el whisky. Si no estuviese débil por el hambre, habría atacado a Winthrop para obtenerlo.

    La sonrisa de Winthrop decía «ya te tengo». "Puede quedarse esta ahora y la otra de mi otro bolsillo cuando me haya contado cómo llegó a acabar en un hotel barato planeando disolverse las entrañas con soda cáustica".

    "¿A ti qué te importa?"

    "¿Que qué importa, señor Highsmith? ¿Mientras reciba el whisky?"

    Winthrop colocó la botella sobre el colchón. Cogió tres botellas de whisky vacías de la única silla de la habitación y las metió en el cubo de basura con las dos vacías que ya había allí. Luego se sentó y se alisó las costuras de los pantalones. "Cuénteme su historia, señor Highsmith. Delinee, si lo desea, su descenso desde la respetabilidad de la clase media a la ruina insolvente".

    Angus tomó la botella. La abrió y olisqueó el contenido. Era whisky de verdad. El pegamento que lo había mantenido unido las últimas semanas.

    Echó un trago. Y luego otro. "No siempre he sido un vagabundo", dijo sentándose en la cama.

    Winthrop asintió. "Lo sé, señor Highsmith. Lo sé."

    "Tenía ​una bonita casa, una gran familia y un trabajo con perspectivas. Si alguna vez un hombre vivía el sueño de la clase media inglesa, ese era yo. Me estaba yendo muy bien, gracias. Y luego, hace aproximadamente un mes, sin previo aviso, todo salió terriblemente mal."

    "Era un miércoles. Tan pronto como desperté tuve la sensación de que no iba a ser un buen día. Pero si hubiera sabido lo malo que iba a ser, me habría quedado en la cama."

    "Olí beicon. Esa fue mi primera indicación de que algo andaba mal. Eran solo las 7 en punto y Hilary, mi esposa, rara vez estaba despierta antes de las 8, y mucho menos levantada y cocinando el desayuno".

    Angus se levantó de la cama y se puso una bata. Se puso unas zapatillas gastadas y grises y bajó las escaleras. Desde la cocina llegaron los sonidos del desayuno. El ruido de la vajilla y los platos. El siseo de una sartén. El estallido mecánico de una tostadora. El feliz gorgoteo de la cafetera.

    Una sensación de temor se apoderó de él cuando agarró la manija de la puerta de la cocina. Tuvo la noción de que su vida estaba a punto de dar un giro lamentable.

    No seas tonto, se dijo. Esta es tu casa, tu cocina. ¿Qué demonios puede haber para preocuparse?

    Nervioso, entró en la cocina. Hilary estaba friendo un huevo. Sus hijos, Andrew y Jessica, estaban a la mesa, luciendo impecables y recién lavados con sus uniformes escolares. Ellos, junto con un extraño, estaban tomando sustanciales desayunos.

    El extraño tenía la edad de Angus y estaba bien vestido. Su constitución era normal al igual que su aspecto. En una multitud, no habría destacado. En la mesa de la cocina de Angus a las 7 de la mañana, era una anomalía que se negaba a ser ignorada.

    Angus se abstuvo de interrogar a su invitado. Se abstuvo también de señalar que el tipo estaba en su asiento. Un invitado, después de todo, es un invitado.

    "Buenos días", dijo Angus.

    "Buenos días", dijeron los niños.

    El extraño se levantó. "Tú debes de ser Angus. Soy Tony".

    Angus estrechó la mano ofrecida. "¿Qué tal?"

    "Muy bien, gracias" Tony volvió a sentarse. "Tiene una casa adorable".

    Hilary apagó la cocina de gas y llevó la sartén a la mesa. Con un hábil volteo de espátula, depositó un huevo en el plato de Tony. El huevo se posó como una súbita nevada en un paisaje de beicon, salchichas y frijoles.

    "Maravillosa cocinera, tu esposa", dijo Tony.

    "Gracias", dijo Hilary. Se giró hacia Angus. "Tendrás que hacerte el desayuno. La casa necesita limpieza y supongo que no puedo contar con tu ayuda".

    Angus estaba desconcertado. "Es un poco temprano para las tareas domésticas, ¿no?"

    "En caso de que no lo hayas notado, tenemos un invitado".

    "Oh, por favor", dijo Tony. "No os preocupéis por mi culpa".

    "No es ningún problema". Hilary sonrió dulcemente a Tony y luego frunció el ceño a Angus. "Al menos podrías vestirte antes de bajar. ¿Qué va a pensar nuestro invitado?"

    Perplejo y herido, Angus volvió a subir las escaleras. Cuando llegó al rellano, escuchó a Jessica decir: "Mami dice que estuviste en el ejército, tío Tony. ¿Mataste a alguien?"

    Angus se duchó, se afeitó y se lavó los dientes. Entró en la habitación para encontrar a Hilary frente al espejo de cuerpo entero, retocándose el maquillaje. Estaba desnuda de cintura para arriba con su mejor blusa en la silla a su lado.

    Cruzando los brazos sobre los senos, le dio la espalda a Angus. "¿Te importa? Me gustaría algo de privacidad".

    Después de vestirse apresuradamente, Angus se refugió en su estudio donde hojeó los informes de ventas sin leerlos. Sabía que los modales dictaban que debía entretener a su invitado, pero Hilary había dejado en claro que prefería que se mantuviera alejado—tal vez por temor a avergonzarla.

    Finalmente llegó el momento de dejar a los niños en la escuela y dirigirse al trabajo. Pero cuando bajó las escaleras, Hilary ya estaba haciendo pasar a Andrew y a Jessica por la puerta principal. Tony estaba junto al perchero haciendo tintinear las llaves de su coche.

    "¿Qué está pasando?" preguntó Angus.

    Hilary apenas lo miró. "Tony se ha ofrecido muy amablemente a llevar a los niños a la escuela".

    "Soy bastante capaz de hacer eso yo mismo".

    "Siempre te estás quejando porque eso te hace llegar tarde al trabajo".

    "No, eso no es cierto."

    "No discutamos delante de nuestro invitado".

    "No estoy discutiendo".

    "Bien. Pues está resuelto entonces".

    Tony dio un paso adelante y dio una palmada a Angus en el hombro. "Un placer conocerte, buen amigo. ¿Y puedo decir lo encantadora que es tu familia?" Al salir, besó a Hilary en la mejilla. "Volveré pronto".

    Con una mirada vidriosa, Hilary cerró la puerta tras él.

    "¿Te importaría decirme qué está pasando?", preguntó Angus.

    Hilary recogió el correo. "Tony se queda por un tiempo. ¿Viste cómo lo adoran los niños?"

    "Pero ¿quién es?"

    "Es Tony".

    "No puedo decir que me guste el paisano."

    "No, ¿cómo iba as decirlo, verdad? Él es gracioso, cálido y atento. No es tu tipo de persona en absoluto. Ahora, ¿por qué no te pones a trabajar y sales de mi vista? Tengo cosas que hacer".

    "No se va a quedar en mi casa".

    "Es nuestra casa y puedo invitar a quien quiera a que se quede con nosotros. Y te agradecería que no me levantaras la voz".

    "No estaba levantando la voz".

    "¡Solo vete, Angus! Antes de que me hagas perder la paciencia".

    Angus se fue. Tal vez cuando volviera a casa, Hilary estuviera de un humor más razonable y pudieran hablar las cosas como adultos.

    Tal vez.

    Como era su costumbre cuando los asuntos domésticos le preocupaban, Angus se centró en su trabajo. Se sentó en su oficina revisando informes que nunca había querido leer y persiguiendo órdenes que no necesitaban persecución. Era justo después del mediodía cuando la señora Gladstone, su secretaria, llamó para decir que había dos caballeros que querían verle.

    "¿Quiénes son?" Echó un vistazo a su agenda y vio solo espacios en blanco.

    Antes de que la señora Gladstone pudiera responder, los dos caballeros en cuestión entraron. Llevaban impermeables, sombreros Trilby y un aire de amenaza.

    "Angus Highsmith?" dijo uno.

    "Sí", dijo Angus.

    "¿De avenida Acacia 3?"

    "Sí".

    "Tenemos una orden judicial".

    El otro hombre dejó caer un sobre en el regazo de Angus. "Debe permanecer al menos a un kilómetro y medio de su casa, de su esposa e hijos en todo momento. Y no debe contactar con ninguno de ellos excepto a través del abogado de su esposa. Cualquier incumplimiento de esta orden podría conducir a su encarcelamiento. Que tenga un buen día".

    Los hombres salieron en tropel, dejando a Angus moviendo los labios como un pez dorado mientras luchaba por articular su consternación.

    La señora Gladstone se apresuró a entrar en la sala. "Lo siento, señor Highsmith. Es que irrumpieron sin más".

    "No es culpa suya", dijo Angus distante. Con manos temblorosas, abrió el sobre y sacó tres hojas de papel, cada una más oficial que la anterior. "¿Sabría si Charles Warren está dentro?"

    "¿El abogado de la compañía? Lo vi no hace ni diez minutos".

    "¿Podría concertar una cita para mí, señora Gladstone? Dígale que es urgente".

    "Me ocuparé de ello ahora mismo, señor Highsmith".

    Charles Warren se veía a sí mismo como un pícaro adorable. Su cabello peinado hacia atrás y su bigote estaban inspirados en Errol Flynn, un hombre que él creía que había sido salido del mismo molde que él.

    Pies sobre el escritorio, terminó de leer los papeles y volvió a colocar las páginas en el sobre. "Alguien se ha tomado trabajo contigo, amigo mío", le dijo a Angus, que estaba sentado frente a él. "Nunca había visto una orden de exclusión tan draconiana en toda mi vida. ¿Qué demonios le has hecho a tu pobre esposa?"

    "Nada", dijo Angus.

    "¿No le has pegado?"

    "Ciertamente no".

    "¿La amenazaste?"

    "No soy un monstruo, Charles. Soy un esposo perfectamente común que ama a su esposa e hijos".

    "Ya veo". Warren no parecía convencido. "¿Por casualidad has oído hablar de una organización llamada Elixir?"

    "No. ¿Debería?"

    "Probablemente no".

    "¿Quiénes son?"

    "Una leyenda urbana. Olvida incluso que los he mencionado".

    "¿Qué me aconsejas que haga con respecto a la orden judicial?"

    "Obedece al pie de la letra. Mantente alejado de tu familia y consigue un buen abogado. Hay alrededor de un centenar de formas en que puedes incumplir esta orden y cualquiera de ellas te llevará a prisión."

    Para sorpresa de muchos, Angus dejó el trabajo temprano. Era casi desconocido para él partir antes de las 7 y mucho menos a media tarde. Al hacerlo, estaba poniendo en peligro la promoción por la que había estado luchando durante tanto tiempo.

    Mientras cruzaba el aparcamiento de la empresa, sintió que sus rivales le miraban marcando su anticipada salida como una pequeña victoria. Él consideró mostrarles el dedo, pero decidió que ahora no era el momento para gestos mezquinos.

    Además de eso, los dos hombres que le habían servido los papeles estaban cerca de su coche. El más bajito miraba por la ventana trasera y garabateaba en un cuaderno.

    "¡Aléjese de ahí!" Angus echó a correr. "¿Qué demonios cree que está haciendo?"

    El hombre más alto respondió. "Solo haciendo un inventario, señor. El tribunal requiere una lista de sus activos".

    "Este es un aparcamiento privado. No tiene derecho a estar aquí y no tiene derecho a andar espiando".

    "Creo que descubrirá lo contrario".

    "Eso ya lo veremos. Voy de camino a consultar a un abogado".

    "Un movimiento muy sabio, si puedo decirlo, señor. Muy sabio".

    Marcus Canning; de Canning, Canning, Canning y Dunstan; apenas miró los papeles antes de devolvérselos a Angus con un triste movimiento de calvicie. "No hay mucho que pueda hacer por usted, señor Highsmith. Excepto aconsejarle que obedezca".

    Angus esperaba más de un abogado tan renombrado. "¿No puedo apelar contra esto?"

    "No podía permitirse hacerlo".

    "Tengo dinero".

    "Ya no".

    "¿Qué quiere decir?"

    Canning se levantó de detrás de su elegante escritorio de caoba y se dirigió hacia la ventana. "¿El coche de ahí abajo es suyo, Sr. Highsmith? ¿El azul salón?"

    Con una sensación de hundimiento, Angus se unió a Canning en la ventana. No le sorprendió del todo ver que su automóvil estaban subido a la parte trasera de un camión mientras los dos hombres del juzgado observaban. "¡No pueden hacer eso!" Protestó él.

    "Me temo que pueden", dijo Canning. "Veo que han asignado a Bateman y Redmond a su caso. Esa es una muy mala señal".

    "¿Cuál es cuál?"

    "Bateman es el más bajo. No le conviene jugar con él. Ha tenido cuatro condenas por lesiones corporales graves. Viniendo al caso, tampoco moleste a Redmond. Nunca se ha sido demostrado, pero hay indicios de que asesinó a su propio hermano".

    Marcus Canning no le cobró a Angus por su tiempo. Por el contrario, empujó un billete de 20 en la mano de Angus. "Lo va a necesitar, amigo", insistió él. "De ahora en adelante, acepte toda muestra de amabilidad que se le presente".

    Angus fue directamente desde las oficinas de Canning, Canning, Canning y Dunstan hasta su banco. Insertó su tarjeta bancaria en el cajero automático y tecleó su PIN. Después de lo que pareció un período de tiempo irracional, apareció un mensaje en la pantalla: «Fondos insuficientes. Su tarjeta ha sido retenida. Solicite detalles en su sucursal. Gracias por usar esta máquina»".

    Se giró para encontrar a Bateman y Redmond de pie junto a la entrada principal del banco. Desafiante, él entró marchando en el vestíbulo.

    Todavía estaban allí cuando salió de una reunión apresuradamente organizada de la que había aprendido dos cosas: su esposa había retirado las £30.000 de su cuenta de ahorros conjunta y sus activos estaban congelados.

    Y para agregar sal a la herida, se había visto obligado a entregar sus tarjetas de crédito.

    Angus salió calle abajo. Una rápida mirada sobre el hombro confirmó que le estaban siguiendo. Se metió en un supermercado y se escondió detrás de un estante de revistas. Bateman y Redmond no iban muy lejos detrás. Habiendo perdido de vista a su presa, se separaron y desaparecieron por los pasillos.

    Tan pronto como se perdieron de vista, Angus salió del supermercado, corrió calle abajo y dio un par de giros al azar.

    Satisfecho de haberlos perdido, se paró en el umbral de una pescadería, contuvo el aliento y sacó el teléfono. Llamó a casa.

    El teléfono fue contestado después de tres tonos. "¿Sí?" Era la voz de Tony.

    Con los dientes apretados, Angus dijo: "Me gustaría hablar con Hilary".

    "Ella no está aquí en este momento. ¿Puedo preguntar quién llama?

    "Su marido".

    "Sabe que no se le permite llamar aquí, ¿verdad? No le denunciaré esta vez, pero no debe volver a hacerlo".

    "Lo único que quiero es recoger mis cosas".

    "He dispuesto que se las envíen. Adiós, señor Highsmith".

    Tony colgó.

    Había un contenedor con ruedas fuera de la pescadería. Angus le dio una patada. Luego lo pateó de nuevo. Y luego lo golpeó varias veces y lo pateó una vez más.

    "¡Maldita seas!", gritó. "¡Malditos seáis todos!"

    Un perro comenzó a ladrar.

    Angus pasó la noche en un Albergue de Asociación Cristiana de Jóvenes donde lo llevaron a una habitación con cuatro camas rudimentarias. Debido a que el albergue no estaba lleno, tenía la habitación para él solo, pero se le advirtió que podría tener que compartirlo si había reservas de última hora.

    Mientras yacía en su cama bebiendo sidra barata, pensó que sería una gran idea matar a Tony. Eso no solo le libraría de una gran irritación, sino que disuadiría a Hilary de atacarle con órdenes judiciales. Eso le enseñaría que él no era un hombre con quien andarse con tonterías.

    Sí, pensó. Lucharé por lo que es mío y mala suerte para Tony si se interpone en mi camino.

    ¿Quién era Tony, por cierto? ¿Quién era esta mediocridad que le había sacado de su propio nido? ¿Había tenido Hilary una aventura con él?

    No, se dijo a sí mismo. Yo lo habría notado.

    Pero ¿estaba teniendo una aventura con él ahora? Se imaginó a Hilary y a Tony juntos en la cama de Angus, en la casa de Angus, con los niños de Angus dormidos en habitaciones adyacentes. Y luego se imaginó a Tony con una bala en la cabeza y a Angus de pie sobre él, pistola humeante en mano.

    Mañana tomaría medidas. De alguna manera, reuniría suficiente dinero para comprar un revólver y luego— con orden judicial o sin ella—iría a su casa de la avenida Acacia para recuperar lo que era suyo.

    Y si no podía permitirse un arma, usaría el hacha del cobertizo del jardín. O el martillo. O las manos desnudas...

    Finalmente, la sidra adormeció su mente lo suficiente como para permitirle quedarse dormido. Cuando despertó, la luz estaba encendida y un hombre paseaba por la sala.

    "¡Es una locura!" espetó el hombre. "¡Una total y absoluta locura!"

    Llevaba el traje arrugado; la corbata a media asta. Tenía el aspecto de alguien que había visto cosas terribles.

    "¿Le importa?", dijo Angus apoyándose sobre los codos. Su estómago se revolvió por los efectos de la sidra. "Estoy intentando dormir".

    "Ya, sí, ya", dijo el hombre. Se sentó en la cama y sacó un botellín de brandy. "Y duermes con la ropa y los zapatos puestos, ¿verdad?"

    "No veo que eso sea asunto tuyo".

    "Es solo una observación. No estoy criticando. Entre tú y yo, llevo con esta ropa casi tres días. He dormido con ellas también. ¿Y quieres saber por qué?"

    "No", dijo Angus. "No quiero".

    El hombre abrió su botella de brandy y arrojó a un lado la tapa. Echó un gran trago y suspiró como si se hubiera disipado un gran peso. "Lo he perdido todo. Mi esposa, mis hijos, mi casa, mi trabajo. ¡Todo se ha ido!"

    "Sé lo que se siente. Ahora, ¿te vas callar y dejarme dormir?"

    Un gran sollozo fue la respuesta. El hombre comenzó a llorar desvergonzadamente entre pucheros. "Todo era genial. Estaba pagando la hipoteca, jugando al squash, compitiendo por el ascenso, arreglando los dientes de mis hijos y yendo de vacaciones dos veces al año. Estaba viviendo el sueño de la clase media. Haciendo todo bien. Y luego una mañana bajé las escaleras y había un extraño a mi mesa."

    "Se llamaba Gordon. Yo nunca le había visto antes, pero mi esposa lo trataba como a un viejo amigo. Ella se enojó cuando le pregunté quién era y qué estaba haciendo en mi casa. Dijo que no debería interrogar a los invitados de esa manera."

    "Más tarde ese día, dos hombres vinieron a mi oficina y me entregaron una orden judicial. Esta decía que debía mantenerme alejado de mi esposa e hijos. ¿Has oído algo así alguna vez?"

    "No", dijo Angus. Se tumbó y cerró los ojos. "Nunca".

    Por la mañana, Angus se duchó y notó con disgusto que su compañero de cuarto declinó hacer lo mismo. Le parecía aborrecible la idea de ir a trabajar con la camisa, los calcetines y los calzoncillos del día anterior, pero no tenía otra opción. El poco dinero que llevaba encima—incluido el regalo de Marcus Canning—se había reducido a un puñado de cambio. Y todavía quedaba la cuestión de cómo iba a llegar a la oficina.

    En el comedor, apiló su plato con pan, jamón y queso, se sirvió una taza de café y se sentó a una mesa vacía.

    Angus deslizó subrepticiamente algunos alimentos en el bolsillo de la chaqueta. Luego se hizo un sándwich con varias capas de jamón y queso. Estaba a punto de demolerlo cuando una voz dijo: "¿Te importa si me uno a ti?"

    Era su compañero de cuarto, portando un plato aún más lleno de comida que el de Angus. Se sentó, tomó una rodaja de pollo procesado y se la metió en la boca. "Hmm, delicioso", dijo. "Me llamo Bunbury, por cierto. Félix Bunbury".

    "Angus Highsmith", dijo Angus en un tono que confió transmitiera ningún interés ni en la compañía ni en la conversación.

    "Hace solo unos minutos se me ocurrió que tú debes de ser uno de nosotros".

    "¿Nosotros?"

    "Los Desposeídos. Tu traje te delata totalmente. Quiero decir, tú y yo no somos el típico forraje de hostal, ¿verdad? Hubo otro tipo aquí la primera noche que me quedé. De nombre Miller". Bunbury lanzó una rebanada de queso sobre una rebanada de pan, lo enrolló y tomó un gran bocado. Masticó seis veces antes de lavar la comida con un sorbo de té. "Él tenía un negocio de coches usados. Le iba muy bien por sí mismo. Tan bien que estaba pensando en venderlo y retirarse a España. Y luego, bueno, ya puedes suponer el resto. Bajó una mañana y había un extraño a su mesa".

    "No entiendo cómo puede suceder esto", dijo Angus. "Va en contra de todos los principios de la justicia natural y el juego limpio británico".

    Bunbury se inclinó hacia delante y susurró: "Elixir".

    Al recordar su conversación con Charles Warren, un escalofrío le recorrió la columna. "¿Elixir?"

    "Una organización secreta que usa leyes oscuras para librar a las amas de casa de sus esposos."

    "¿Quieres decir que existen de verdad?"

    "Algunos dicen que son tan poderosos como la mafia o incluso que los Masones".

    "¿Y lo único que hacen es arruinar matrimonios?"

    "No es así como ellos lo ven. En lo que a ellos respecta, están haciendo felices a esposas descontentas. Les devuelven la magia a sus vidas".

    "¡Pero mi esposa no estaba descontenta!"

    "Claro que no. Por eso te tiró y consiguió uno nuevo".

    Eso fue un golpe bajo que dio en el blanco. Angus decidió no tener más que ver con Félix Bunbury, excepto hacerle una última pregunta. "¿Cuánto cobran por sus servicios?"

    "Para deshacerse de un esposo: 20 de los grandes. Para deshacerse de un esposo y traer un reemplazo: 30 de los grandes."

    Exactamente el montante en nuestra cuenta de ahorros conjunta, se recordó Angus.

    Angus estaba a punto de decirle a Bunbury que se fuera al infierno cuando dos hombres de aspecto oficioso se acercaron a la mesa. Uno puso una mano sobre el hombro de Bunbury.

    "Félix Bunbury", dijo, "Le arresto por violar una orden judicial. Está obligado a mantener una distancia de al menos kilómetro y medio entre usted y su cónyuge, la señora Anthea Bunbury, y no lo ha hecho".

    Bunbury palideció. "¡Pero no he estado cerca de ella!"

    "Au contraire", dijo el segundo hombre. "Con nuestros propios ojos la vimos pasar por este mismo edificio no hace ni dos minutos".

    "Bueno, difícilmente se me puede culpar a mí por eso.

    "Venga ahora, señor. Será mejor que no monte un escándalo".

    "¡No! No iré ¿Me oye?"

    "Solo está empeorando las cosas para usted".

    "¿Empeorar? ¿Cómo pueden empeorar?" Bunbury se puso en pie de un salto, derribando la silla. Apartó a los dos hombres y salió corriendo por la puerta.

    Estos no hicieron ningún intento de detenerlo. Solo se quedaron sacudiendo las cabezas con tristeza.

    "Ahora sí que la ha liado de verdad", dijo el primer hombre.

    "Qué bobo", dijo el segundo. "Bobo, bobo".

    Angus fue al trabajo andando. Por el camino pensó en sus hijos y se preguntó cómo estaban lidiando ellos con la repentina agitación en sus vidas. Esperaba que lo extrañaran tanto como él los extrañaba. Quizá hicieran que Hilary entrara en razón. Que se diese ella cuenta de que los niños necesitaban un verdadero padre, no a alguien que acababa de entrar de la calle.

    No a Tony. Quienquiera que fuese.

    Al llegar media hora tarde, Angus le dio los buenos días a la señora Gladstone y fue directamente a su oficina, donde cuatro maletas estaban en fila. La señora Gladstone se apresuró a seguirlo.

    "Se entregaron esta mañana", dijo. "No hay indicación de quién son o qué hay en ellas".

    "Está bien, Sra. Gladstone. Sé de qué se trata. ¿Puede hacer que no me molesten durante la próxima media hora?"

    "Debe reunirse con Willis de Manufactura en cinco minutos".

    "Cancele eso".

    "Es muy importante".

    "Cámbiela para esta tarde".

    "Al señor Willis no le gustará".

    "No me importa el culo de una rata, Sra. Gladstone. Ahora, si me disculpa, me gustaría que me dejaran solo".

    "De acuerdo", dijo la señora Gladstone con una nota de dolor en su voz. "Le dejaré entonces".

    Como Angus sospechaba, las cuatro maletas contenían su ropa y artículos de aseo. Nada más. Todo lo que alguna vez había sido suyo y de Hilary ahora era solo de Hilary.

    Sacó algo de ropa limpia y su máquina de afeitar eléctrica. Por malas que fueran las cosas, estaba decidido a no descuidar los estándares y terminar como Félix Bunbury. De hecho, iba a dejar que Bunbury le sirviese como advertencia.

    "Puedo luchar contra esto", dijo en voz alta. "¡No van a vencerme!"

    Y ahora, aquí estaba él, en el hotel más sombrío de la ciudad. Sin trabajo, sin dinero, sin perspectivas. Sin nadie de su lado. Sintiéndose como la cáscara de un hombre. Derramando su corazón a un extraño.

    "Vendí el contenido de mis maletas y luego las maletas", dijo. "Mantuve mi afeitadora eléctrica hasta que no tuve nada más que vender. Todo lo que conseguí fue suficiente para comprarme un botellín de escocés y una botella de limpiador de desagües."

    "He logrado conseguir un poco de dinero de los servicios sociales, pero eso va directamente al propietario de este agujero de ratas. No he comido bien en días y huelo".

    "No puede ser fácil para usted", dijo un solícito Mason Winthrop. "Lo tenía todo, ¿no? Y la fastidió".

    "Dije que nunca terminaría como Félix Bunbury y lo he hecho".

    "No del todo, señor Highsmith. Aunque probablemente no lo sepa, el Sr. Bunbury estuvo hasta ayer por la noche en la habitación de arriba. Quizá recuerde que hubo un corte de energía".

    "Sí. Derramé un poco de whisky por eso".

    "Eso fue el Sr. Bunbury entrando en la bañera con un calentador eléctrico".

    "Cielo Santo", dijo Angus. "Pobre hombre".

    "Traté de ayudarle, pero él no quiso". Mason Winthrop se levantó y avanzó hacia Angus. "¿Por qué cree que su esposa querría deshacerse de usted, señor Highsmith?"

    "¡Eso no es asunto tuyo!" Angus vació los últimos tragos de whisky y dejó caer la botella. Esta rebotó en el linóleo con un fuerte golpe. "Y me debes otra botella de whisky".

    Winthrop sacó la botella prometida y permitió que Angus se la arrebatara. Sin preguntar si podía, se sentó junto a Angus en la cama. "Se siente mejor después de contarme su historia, ¿verdad?"

    Angus abrió la botella y tomó un vigorizante trago antes de responder. "Nadie quiere escucharla. Cuando mis colegas de trabajo se enteraron de mi desgracia, corrió el rumor de que yo había estado involucrado en violencia doméstica. En el Albergue me pidieron que no volviera. Dijeron que no querían a los de mi clase."

    "Mi jefe me despidió por la razón más espuria. Luego el Centro de Empleo me dijo que yo mismo había urdido mi propio despido y me rechazaron el subsidio."

    "Hasta en la iglesia fui tratado como un paria. Estaba yo en un grupo de bancos y todos los demás en el otro. El padre Knowles, que me conocía desde que era niño, se negó a confesarme a menos que yo asumiera que era un maltratador de esposas."

    "Apuesto a que si llamara por teléfono a los Samaritanos me aconsejarían que me suicidara".

    Mason Winthrop soltó una risita.

    "¿Qué es tan gracioso?" le espetó Angus.

    "Su comentario sobre los Samaritanos. Es de lo más divertido".

    Angus lo pensó. Y luego sonrió. "Supongo que sí".

    Por primera vez en mucho tiempo, Angus pudo ver un descanso en las nubes oscuras que se cernían sobre su vida. No era más que una grieta, pero era suficiente para dejar pasar un delgado y acuoso rayo de esperanza. Se había prometido a sí mismo que no seguiría el camino de Félix Bunbury; ahora era su última oportunidad para asegurarse de que no lo hacía.

    "¿Sabes?", dijo, "he pensado mucho sobre por qué Hilary me descartó. Al principio, no tenía sentido. Yo era un buen esposo y padre. Siempre había comida en la mesa. Mis hijos fueron los primeros de la calle en tener la última Playstation. Ni siquiera estuve cerca de cometer adulterio."

    "Yo era todo lo que cualquier mujer podía esperar razonablemente".

    "¿Excepto?"

    "Excepto que yo era aburrido. Confiable, amoroso, fiel—pero aburrido. Aburrido, aburrido, profunda y desesperadamente aburrido".

    "Ahora estamos progresando", dijo Mason Walters. "Admitir un problema es el primer paso para curarlo. Beba el whisky, señor Highsmith, y duerma un poco. Al día siguiente veremos cómo descongelar sus activos y conseguirle un nuevo trabajo. Mientras haga lo que le digo, volverá a estar en pie en poco tiempo".

    "¿Puedo hacer una pregunta?", dijo Angus.

    "Por supuesto que puede".

    "¿Sabe algo sobre Elixir?"

    Mason Walters sonrió enigmáticamente. "No puedo decir que lo sepa, señor Highsmith. No puedo decir que lo sepa".

    Jeremy Ashworth se sentía bien. Después de un sueño profundo y refrescante, se había despertado y visto que la luz del sol entraba por su ventana como oro líquido.

    Se levantó de la cama y notó con satisfacción lo crujiente que era la ropa de cama, lo fragante que olía la habitación y lo bien que estaba doblada la ropa.

    Perfección, pensó. Perfección absoluta.

    El olor a beicon frito y café recién hecho estimuló sus sentidos. Era inusual que Mildred, su amada esposa, se levantara tan temprano. Debía de haber decidido sorprenderle con un desayuno caliente antes de dejar a los niños en la escuela.

    Ataviado con bata y pantuflas, bajó las escaleras y entró en la cocina.

    Tarquin y Mathilda, sus adorables hijos, estaban disfrutando de un abundante desayuno. Mildred—Dios la bendiga—lanzó un par de finas lonchas de beicon a la sartén mientras tarareaba una alegre canción.

    "¡Buenos días!", trinó Jeremy.

    Mildred se sobresaltó. "¡Me has hecho saltar!", Se quejó colocando una mano sobre el corazón. "Si quieres desayunar, ya puedes prepararte el tuyo. Hoy no tengo tiempo de prepararlo e ir detrás de ti".

    Jeremy notó un lugar en la parte superior de la mesa donde solía sentarse. El plato estaba lleno de salchichas, frijoles horneados y un huevo frito.

    Estaba a punto de preguntar para quién era el tercer desayuno cuando entró un extraño en traje de negocios.

    "Hola", dijo el desconocido sentándose a la cabecera de la mesa y recogiendo cuchillo y tenedor. "Tú debes de ser Jeremy. Me llamo Angus. Me quedaré por un tiempo".

FIN

14. Objetos Perdidos

(Lost and Found, 2010) Publicado en la antología en papel "Wretched Moments"

    "Bueno, eso es todo por hoy, excepto para felicitar a nuestro invitado, el gurú del estilo de vida Bruno Bailey, por su inminente matrimonio con la chica de la sociedad Stella Dewhurst. No hace mucho, ¿verdad?"

    Bruno sonrió con su sonrisa característica. "Cinco días y contando".

    Ahora eran cuatro días contando y Bruno, sentado en la oscuridad, ya no sonreía. Desnudo, control remoto en una mano, vaso de whisky en la otra, se vio a sí mismo en la televisión y lloró.

    "Debes de estar muy feliz", dijo el presentador.

    El rostro satisfecho de Bruno llenó la pantalla. Era la cara de ayer, una cara que apenas reconocía.

    "Yo siempre estoy feliz", dijo el Fantasma del Bruno Pasado.

    Bruno congeló la imagen. Vació su vaso y lo dejó caer sobre la alfombra persa que le había costado tanto como un coche. No su coche, por supuesto. Su coche era un Ferrari. El último modelo comprado años atrás cuando este todavía estaba en la pizarra de dibujo.

    Solo lo mejor para Bruno. Por eso era famoso. Por eso siempre salía en televisión y por eso sus libros se vendían por camiones.

    El sonido de una llave girando en la puerta principal del apartamento le hizo entrar en pánico. Maldiciéndose por no haber puesto el pestillo, saltó del sofá y se lanzó hacia la puerta. A la afilada grieta que se cerró de golpe le siguió los tonos apagados de una Stella indignada.

    "¡Bruno Bailey! ¿A qué demonios crees que estás jugando?"

    "¡Estoy desnudo!"

    "¿Y desde cuándo eres tan vergonzoso?"

    "No puedes verme así antes de la boda. ¡Da mala suerte!"

    "No había escuchado tantas tonterías en toda mi vida. ¡Abre de una vez!"

    "¿No puede esto esperar hasta mañana?", intentó él débilmente. "Estoy a punto de irme a la cama".

    "Ni siquiera son las diez en punto. ¿A qué estás jugando, Bruno? Será mejor que no tengas una mujer ahí dentro".

    "Estoy solo, Stella. No tienes idea de lo solo que estoy".

    "Déjame entrar ahora mismo, Bruno Bailey, o se acabó la boda".

    "¿Recuerdas la noche en que nos comprometimos, Stella? Dijimos que nos amaríamos sin importar qué. Te dije que para mí no habría ninguna diferencia si quedabas horriblemente desfigurada en un accidente de coche o si hubiera un incendio y..."

    "¡Bruno!"

    De acuerdo. Él estaba acabado. No restaba sino pasar por aquello de una vez. Limpiándose las lágrimas de la cara, Bruno abrió la puerta.

    Stella entró en el apartamento con los sentidos alerta en busca del menor indicio de otra mujer. El único aroma que detectó su chata nariz fue el suyo exclusivo. Pero sus ojillos azules, al examinar la habitación, notaron la botella de whisky sobre la mesa de café y el vaso vacío sobre la alfombra. Algo no iba bien.

    Examinó el cuerpo bronceado de Bruno. Estaba demasiado oscuro para estar segura, pero no podía ver signos de arañazos o de lápiz de labios. "Ponte algo de ropa", ordenó ella. "¿Y por qué está tan oscuro aquí dentro?"

    "La luz no funciona. Debe de haberse fundido la bombilla".

    Stella se acercó a la lámpara de pie. "Nos apañaremos con esta entonces".

    "¡No!"

    Demasiado tarde. El dedo de Stella pinchó el interruptor de encendido.

    Bruno saltó hacia atrás. Dentro de las sombras.

    Stella le dirigió una mirada que exigía saber si estaba loco.

    "La luz me hace daño en los ojos", explicó él. "Aún estoy sufriendo por mi despedida de soltero".

    "Te advertí que no intentaras seguir el ritmo de Roger", dijo Stella complacida de haber sido vindicada. Abrió su bolso Gucci y rebuscó por su caro contenido. "Tengo aspirinas en alguna parte. Si no estuviera tan oscuro".

    Stella pulsó iinstintivamente el interruptor de la luz principal. En un instante, la luz del techo desterró las sombras alrededor de Bruno.

    Ella alzó la vista desde su bolso. Su mandíbula cayó.

    "Puedo explicarlo", dijo Bruno.

    Stella esperó.

    "Vale, no puedo", aclaró Bruno. "Pero todavía me quieres, ¿no?"

    Él dio un tentativo y suplicante paso hacia ella. Ella retrocedió.

    "Soy el mismo hombre de siempre".

    Pero no lo era. Y él lo sabía. Y ella también.

    "¿Cómo puedo casarme con un hombre al que le falta la... la...?" Stella rompió a llorar. Con un grito de disgusto, se arrancó el anillo de compromiso y se lo lanzó a Bruno. "¿Cómo has podido hacerte esto?"

    Para alivio de Bruno, Stella no esperó una respuesta. La puerta se cerró de golpe tras ella.

    Con las palabras de despedida de Stella pitando en los oídos, Bruno agarró la botella en la mesa de café. Estaba medio llena, lo que significaba que le quedaban unos setenta tragos de whisky. Buen condenado whisky que era. O al menos debería serlo.

    Solo lo mejor para Bruno.

    ¿Cómo has podido hacerte esto?

    Si pudiera responder a eso, tal vez encontrara el modo de salir de este desastre.

    Piensa, Bruno. ¡Piensa!

    Sucedió anoche. Su despedida de soltero. Una despedida de las despreocupadas alegrías de la soltería. Recordaba el pub, el programa de stripers y los pelotazos de tequila. El baile en el regazo era borroso, pero él estaba seguro de que todo iba bien cuando se fueron de allí. Y luego estaba el club nocturno. Champán, mujeres hermosas y cocaína.

    Había llegado a casa apenas consciente. Medio arrastrado, medio cargado por Roger, Thommo y Ginger. Fue volcado sin ceremonias sobre su cama de sábanas de seda y su edredón.

    Y luego, oscuridad.

    ¡Bastardos! ¿Qué me han hecho? ¿Cómo lo han hecho?

    Echó un trago de whisky. Le supo ordinario.

    Disgustado, lanzó la botella dentro de la chimenea. La falsa chimenea victoriana que le había costado una pequeña fortuna.

    Pilló el teléfono y atacó el teclado numérico.

    El teléfono ronroneó en su oído. Purr... purr-purr...

    Vamos, Roger, mierdecilla engreída y sobreprivilegiada. Contesta. Dime que esto es tu idea de una broma. Dime que puedes deshacer esto y arreglar las cosas entre Stella y yo.

    Purr-purr… purr-purr…

    Sé que esto es cosa tuya. Ninguno de los otros tendría la imaginación o los recursos. Contesta al teléfono y nos echaremos unas risas a mi costa.

    Purr-purr… purr-purr…

    "¡Capullo!" Bruno estampó el teléfono contra la pared. Una vez. Y otra. Hasta que quedó rodeado de yeso y plástico fracturado.

    Por supuesto, no había sido Roger. No había sido ninguno de ellos porque no había una persona en el mundo que pudiera hacerle eso.

    Calmado ahora, examinó la habitación. Vio la botella de whisky rota y el vaso desechado. Había cojines fuera de lugar y un pliegue en su alfombra afgana. Una pelusilla de polvo se burlaba de él desde debajo del armario de bebidas Louis XIV.

    «Mira el estado de esta habitación», pensó para sí mismo. «No me extraña que Stella se marchase tan abruptamente».

    Él tenía que arreglarlo. Tenía que devolver el orden a su vida. Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. El Sr. Perfecto de la Televisión entró en acción.

    Se apresuró hacia el dormitorio y se puso las zapatillas de chinchilla y el pijama negro cosido a mano que había comprado en Japón. Y luego se dirigió a la sala de estar. Colocó el control remoto sobre la mesita de café, asegurándose de que estuviera paralelo al borde. Con unas pinzas de hielo plateadas, recogió los trozos de botella de whisky y los colocó en la papelera junto a su buró art deco. De la cocina sacó una bolsa de basura, un recogedor y un cepillo. Recogió el yeso y los pedazos de teléfono y los metió en la bolsa de basura.

    Después de eso vino un enérgico ataque de mullimiento de cojines y ajuste de mobiliario. Finalmente, se miró en el espejo y se peinó.

    "Todo va bien", aseguró él al rostro de ojos rojos y sin afeitar que le devolvía la mirada desde el espejo. "Soy Bruno Bailey. Soy Míster Perfecto".

    La cara en el espejo comenzó a llorar.

    "¡Que pares!", ordenó Bruno. "¡Contrólate!"

    Pero no sirvió de nada. No pudo detener las lágrimas porque no todo iba bien. Todo era una mierda.

    Su muy hermosa y muy rica prometida le había dejado. Pronto los periódicos estarían clamando por saber por qué se había cancelado la boda de la década. Y ella se lo diría.

    La imaginó en una rueda de prensa vestida como una viuda e interpretando el papel de mujer agraviada hasta la empuñadura. "No puedo casarme con Bruno Bailey", diría tocándose las mejillas con un pañuelo de encaje, "porque Bruno Bailey no tiene sombra".

    Habría risas. Titulares burlones. Chistes sobre él en Internet.

    Míster Perfecto ha perdido su sombra. Ja ja ja ja ja.

    La Canción de la Alegría de Beethoven trompeteó alegremente desde el teléfono móvil posado en su aparador art nouveau.

    «¡Stella!» Pensó él saltando sobre el móvil como un gato hambriento.

    Número desconocido, decía la pantalla.

    "Cojones", dijo Bruno. Apretó el botón de conexión y se llevó el teléfono a la oreja. "¿Qué?"

    "¿Bruno Bailey?" Una voz desconocida.

    "¿Quién demonios es? ¿Cómo ha conseguido mi número?"

    "Creo que me estás buscando".

    "¿Quién es?"

    "Ya sabes quién soy".

    Y Bruno lo sabía y se le hizo un nudo en el estómago. "Eso es imposible".

    "Estoy en el Club Chiaroscuro. Pilla un bolígrafo y te diré cómo llegar allí. Esta es tu única oportunidad para arreglar las cosas. Fastídiala y es adiós para siempre".

    A Bruno no le importaba estar renqueando a través del barro con unos zapatos por valor de £500 cada uno. Ni que el más mínimo contacto con las paredes del callejón pudiera llevar a la ruina su traje hecho a mano. Ni siquiera el olor—una mezcla de crudo alcantarillado y col hervida—notaba él apenas.

    Una rata realizó un salto acrobático hacia el interior de uno de los contenedores alineados por el callejón. Bruno se estremeció, pero siguió adelante. Se adentró en aquel siempre oscurecido pasaje plagado de jeringas y condones. Pasó varias puertas anónimas hasta llegar a una con un letrero: CLUB CHIAROSCURO. SOLO MIEMBROS.

    Bruno alzó el puño para llamar, pero dudó. Temía lo que yacía al otro lado de esa puerta casi tanto como temía la desgracia social de ser pillado sin sombra. Estaba en territorio desconocido aquí, posiblemente caminando hacia una trampa.

    «Tal vez solo voy a empeorar las cosas», pensó antes de resoplar mentalmente en burla propia. «¿Empeorar? ¿Cómo puede empeorar?»

    Consciente como siempre de la importancia de las primeras impresiones, se pasó un peine por el pelo y se enderezó la corbata. Normalmente habría revisado los zapatos, pero ahora mismo no podía siquiera reunir ánimo para mirarlos.

    Respiró hondo y volvió a levantar el puño. Antes de poder llamar, la puerta se abrió y él se encontró mirando el interior de un lúgubre bar lleno de humo. Era un garito directamente sacado del cine negro. Afligidos espejos que mostraban anuncios de productos con precios en chelines y peniques estaban dispuestos detrás de una barra de madera. Desnudas bombillas atenuadas por polvo y alquitrán de cigarro proyectaban charcos de luz sobre las tablas del suelo. Aunque él nunca antes había puesto un pie en un lugar así, gracias a Hollywood y a la televisión, le resultaba familiar. Lo único que chocaba era la clientela.

    Por unos confusos momentos, el cerebro de Bruno le dijo que estaba viendo a todo el mundo en silueta. Luego, conmocionado, notó que estaba mirando sombras. De dos dimensiones y negras de principio a fin, bebían, charlaban, reían y jugaban a las cartas y a lanzar monedas. Eran predominantemente masculinas y, si la postura era una guía, tan variadas en edad como los paisanos de un bar normal.

    Cuando se registró la presencia de Bruno, la charla murió. Oscuros rostros sin rasgos le miraban con ojos invisibles.

    Bruno estaba acostumbrado a que lo miraran y, generalmente, adoraba tener una audiencia. Pero no esta vez. Esta vez deseó que todos estuvieran mirando cualquier cosa menos a él. Desde su desgarbada adolescencia no se había sentido tan autoconscientemente incómodo. Hizo lo que pudo para llegar a la barra sin tropezar con sus propios pies.

    El camarero dejó el vaso que había estado secando y se echó el trapo sobre el hombro. "¿Qué va a ser, amigo?"

    Bruno tuvo la impresión de que el camarero le sonreía, pero con dientes negros en una boca negra era difícil saberlo.

    "Estoy buscando mi sombra", dijo Bruno.

    El camarero soltó una carcajada. "¿Habéis oído eso?", le preguntó al bar en general. "¡Está buscando su sombra!"

    Las sombras reunidas suprimieron unas carcajadas.

    "Pregúntale qué aspecto tiene", exclamó una de ellas.

    Esto provocó una gran cantidad de llamadas de gatos. Rota la tensión, las sombras volvieron a sus charlas y juegos.

    "Sabemos a qué vienes", dijo el camarero. "Vosotros los proyectores nunca venís aquí para otra cosa".

    "¿Proyectores?"

    "Cosas que proyectan sombras. Proyectores".

    "Oh. Ya veo".

    "Tú eres Bruno Bailey, ¿no? Te vi en la tele dando la chapa sobre lo maravilloso que sería el mundo si todos fueran como tú ". El camarero miró intencionadamente a Bruno de arriba abajo. "No creo que pienses que alguien quiera ser como tú ahora".

    "Mira. ¿Has visto mi sombra o no?"

    El camarero giró la cabeza hacia una sombra sentada al final de la barra, encorvada sobre un vaso de whisky. "Asegúrate de que no se vaya sin pagar la cuenta".

    Inseguro sobre si estar enojado o aliviado, Bruno marchó hasta su sombra errante.

    "Vaya, vaya", dijo Sombra de Bruno. "Mira lo que ha traído el gato. Dale al camarero tu tarjeta de crédito. Tenemos bebercio serio que hacer".

    "¿No crees que ya has tenido suficiente?"

    "Solo de ti".

    "No sé cuál es el problema, pero el alcohol no es la respuesta. Como digo en el capítulo tres de La Vida y Cómo Lamerla..."

    "¡Oh, cállate!" Sombra de Bruno golpeó la barra con el vaso y chasqueó los dedos hacia el camarero. "Un par de chupitos de podretripas, Jacko. Que sean dobles".

    "Para mí no", dijo Bruno. "Ya he bebido bastante esta noche".

    "Entonces fuera", dijo el camarero. "No puedes quedarte aquí a menos que estés bebiendo. Reglas de la casa".

    Bruno se sentó en el taburete vacío al lado de su sombra. "Bueno, supongo que una más no hará daño".

    Media hora después, Bruno le dijo a su sombra: "¿Y me estás diciendo que soy demasiado perfecto?"

    Sombra de Bruno sonrió burlonamente. "Estoy diciendo que eres un grano en el culo. No hace falta ducharse tres veces al día. Planchar la ropa interior: innecesario. Controlar la presión arterial cada mañana: innecesario. Usar un teodolito para colocar los muebles: innecesario".

    "Me esfuerzo por buscar la perfección. No creo que eso sea un crimen".

    "¡Pues lo es! Es un crimen contra la naturaleza. No estás destinado a ser perfecto. Ninguno de nosotros lo está."

    "Si sientes eso tan fuerte, ¿por qué nunca has dicho nada?"

    "A las sombras se les enseña a no hablar con sus proyectores. Eso tiende a asustarlos. Y lo último que quiere una sombra es quedarse atrapada en una bomba de relojería chiflada".

    "¿Y todas estas sombras de aquí? ¿No tienen proyectores?"

    "Son fugitivos. Como yo, no podían soportar a la persona con la que estaban atrapados. Y como yo, están condenados." Sombra de Bruno se estremeció. "El único propósito de mi existencia es ser tu compañero constante. No me corresponde a mí cuestionar mi lugar en el esquema de las cosas o decidir mandarlo al garete. Hay un lugar especial en el infierno para las sombras que mueren sueltas".

    "Todo esto es muy confuso. No sabía de que las sombras tenían mente propia. Supongo que te he dado por sentado".

    "Supongo que has hecho eso".

    "Estoy dispuesto a llevarte de vuelta. Con el tiempo, incluso podría perdonarte".

    "Oh, whoop-de-do-whoop", dijo Sombra de Bruno. "Ya era bastante malo cuando solo eras tú a quien había que tolerar. Pero ahora está tu creída prometida y su sombra la-di-da. ¡La vida con el Señor y la Señora Perfectos! No vale la pena pensar en ello".

    "Tienes que volver. Te lo ruego".

    "Qué poco Bruno".

    "Sin ti, Stella no se casará conmigo y seré un hazmerreír. Piensa en mi reputación".

    "No tengo otra opción, ¿verdad? No puedo vivir contigo. No puedo vivir sin ti." Sombra de Bruno sollozó. Negras lágrimas rodaron por sus negras mejillas. '¡Querido Dios! Estoy en el infierno".

    Sombra de Bruno se desplomó hacia adelante. Su cabeza golpeó la barra con un ruido sordo y allí se quedó. Comenzó a roncar.

    «¿Qué hago ahora?» se preguntó Bruno. ¿Era posible recoger una sombra? ¿Doblarla cuidadosamente y guardarla en el bolsillo?

    Una sombra deambuló hasta la barra. A pesar de carecer de rasgos más allá de su contorno, de alguna manera lograba transmitir un porte militar.

    "Oh, siempre digo", exclamó al ver a Sombra de Bruno. "Si un hombre no puede aguantar la bebida, debe ceñirse al té". La sombra levantó la mano. '¡Camarero! Un pasado de moda, cuando puedas."

    Mientras el camarero se dedicaba a mezclar un pasado de moda, la sombra fulminó con la mirada a Sombra de Bruno.

    Bruno quedó avergonzado. "Está pasando por un mal momento", le explicó.

    "Eso, señor", dijo la sombra, "no es excusa para la embriaguez. Las soluciones a los problemas de la vida no se encuentran en el fondo de una botella de whisky".

    "Yo dije lo mismo en mi libro La Vida y Cómo Lamerla".

    "¡Por Júpiter! Bruno Bailey. Soy un gran admirador suyo, señor. Permítame invitarle a una copa".

    "Muy amable de su parte", dijo Bruno contento de haber encontrado un potencial aliado.

    "Me llaman Sombra de Henry, por cierto"

    "Es un gran placer conocerle, Sombra de Henry".

    Encontraron una mesa libre y bebieron sus pasados de moda, mientras Sombra de Henry le contaba a Bruno una historia de infortunio y abandono. Mientras tanto, Sombra de Bruno permanecía en el bar soñando con lo que fuese que soñaban las sombras.

    "No puedo decirte las agonías por las que pasé antes de saltar del barco", dijo Sombra de Henry mientras su historia llegaba a su trágica conclusión, "pero la situación era intolerable". Henry era un gandul del más alto nivel. Me daba vergüenza que me vieran con él."

    "La ironía es que posee uno de sus libros. Diez Pasos Para la Perfección. Un regalo de su madre. Él ni siquiera lo abrió".

    "Una pena", suspiró Bruno. "Si hubiese leído el capítulo uno, sería una persona mucho mejor".

    "Él es todo lo contrario en todos los sentidos, señor".

    "¿Y qué harás ahora?"

    "Fundirme en el olvido. Una sombra sin proyector no puede sobrevivir mucho tiempo. Una semana, quizá dos en el mejor de los casos."

    Sombra de Bruno eligió ese momento para resbalar del taburete y aterrizar como un fardo en el suelo. Sus ronquidos se intensificaron.

    Fue todo el aliento que Bruno necesitaba. "Dime", dijo. "¿Las sombras tienen que pegarse a sus proyectores originales?"

    "Oh, no", dijo Sombra de Henry. "Una sombra humana puede vincularse con cualquier humano, siempre y cuando dicho humano no esté conectado actualmente".

    "En ese caso, Sombra de Henry, tengo una propuesta para ti".

    "Oh, sí", dijo Sombra de Henry mientras revoloteaba por la sala de estar del apartamento de Bruno. "Todo arregladito y estilo Bristol. Esto funcionará estupendamente".

    La sombra fluyó hasta el aparador para ver mejor la fotografía de Stella. "Esta, entiendo, es su prometida. Es muy hermosa, señor".

    Bruno se dio una palmada en la frente. '¡Buen Señor! Me he olvidado de Stella".

    Una vez terminada la inspección, Sombra de Henry se unió a Bruno y asumió la forma de su nuevo amo.

    "¡Maldición!", dijo Bruno. "Tengo que hablar con ella antes de que comience a cancelar la boda".

    Bruno sacó su teléfono móvil del bolsillo y se navegó por la lista de contactos.

    "Tal vez eso debería esperar hasta mañana, señor", sugirió Sombra de Henry. "Me imagino que la joven estará dormida".

    "No conoces a Stella", dijo Bruno seleccionando el número de Stella. "Habrá estado despierta toda la noche tramando su venganza contra mí".

    La llamada fue respondida después de solo dos tonos.

    "¡Stella! No cuelgues el teléfono. Tengo maravillosas noticias".

    Hubo un gruñido. "Me has arruinado la vida, Bruno. Y voy a hacer que pagues por ello".

    "No hay necesidad de eso, mi cariñín. Tengo una nueva sombra ahora".

    "¿En serio?"

    "Y es incluso mejor que la anterior".

    "Será mejor que no estés tomándome el pelo".

    "Te lo juro, mi tesoro. Todo va a salir bien. Podemos seguir adelante con la boda según lo planeado".

    "Pare el carro, caballero. Quiero ver esta sombra tuya antes de comenzar a hablar de matrimonio otra vez. Estaré allí a las once."

    Stella colgó.

    Bruno estaba eufórico. "Viene más tarde", le dijo a su nueva sombra. "Siempre y cuando pases la revista—como sin duda harás—la boda seguirá de nuevo.''

    "En general, un resultado de lo más satisfactorio", dijo Sombra de Henry. "Ahora vayamos a la cama. Queremos que estés lo mejor posible cuando la señorita llegue aquí."

    Exhausto por la noche más extraordinaria de su vida, Bruno pronto quedó dormido. Sombra de Henry se acurrucó con su nuevo dueño y se deleitó con la rara sensación de ser tanto querida como apreciada.

    «Por Júpiter», se dijo a sí mismo. «Has aterrizado de pie aquí, eres afortunado.»

    Durante la mayor parte de una hora, Sombra de Henry escuchó la respiración de su amo mientras esta crecía desde una serie de gentiles suspiros hacia una andanada de ronquidos. Música para los bidimensionales oídos de Sombra de Henry.

    Eventualmente, su consumo de pasados de moda hizo mella y llegó la llamada de la Naturaleza. Él se deslizó fuera de la cama y miró a Bruno con ternura, reflexionando sobre que incluso dormido era casi tan perfecto como podía serlo un humano. El pijama de seda de Bruno lucía pliegues precisos. Su cabeza llena de pelo no mostraba signos de la turbulencia que era el sello distintivo del proyector original de Sombra de Henry. Incluso en la forma en que Bruno se chupaba el pulgar había cierta exactitud.

    Sombra de Henry entró de puntillas en la suite del cuarto de baño. Se detuvo brevemente para admirar la atrevida pero estilosa decoración antes de enviar un chorro de orina negra al interior de la taza del inodoro.

    Asuntos concluidos, tiró de la cadena y se lavó las manos. Luego se apresuró de vuelta a la habitación para reunirse con su amo.

    "Tú", dijo él mirando a Bruno con adorantes ojos invisibles, "me has hecho una sombra feliz".

    Una tos le hizo girar sobre los talones.

    Sombra de Bruno estaba apoyado desgarbadamente en la pared. "Buenos días, Sombra de Henry. Creo que estás en el apartamento equivocado".

    Sombra de Henry hinchó el pecho. "Creo, señor, que encontrará que ya no es usted bienvenido aquí".

    "Eso ya lo veremos". Sombra de Bruno adoptó una postura desafiante. Manos planas en caderas planas. Pies planos separados. "Por la presente invoco el Artículo 37 del Código de Conducta de las Sombras y te desafío en combate".

    "¿Sí, por Júpiter? Siento que es justo advertirle que soy el campeón invicto de Boxeo Sombra de Gran Bretaña. No tiene usted ninguna posibilidad".

    "Ya lo veremos".

    "Muy bien. ¿Puedo sugerir que nos retiremos a la sala de estar?"

    A la sala de estar se retiraron debidamente. Las dos sombras se proyectaron a sí mismas sobre la pared y se cuadraron.

    Sombra de Henry levantó los puños. "Antes de comenzar, ¿no deberíamos tal vez aclarar las reglas?"

    "Ciertamente", dijo Sombra de Bruno mientras pateaba a Sombra de Henry en las bolas.

    Agarrándose las joyas de la familia, Sombra de Henry dejó escapar un gran gemido y se dobló.

    "¿Es suficiente esta aclaración?", preguntó Sombra de Bruno lanzando una patada cruel a la cara de su oponente.

    Sombra de Henry aterrizó sobre la espalda una fracción de segundo antes de que Sombra de Bruno saltara sobre él, le agarrara por el cuello y procediera a estrangularle.

    "Esto", jadeó Sombra de Henry, "es de lo más antideportivo".

    "Pero divertido", siseó Sombra de Bruno. "Ahora cierra el pico y muere".

    Sombra de Henry debatió frenéticamente el aire. Levantó las caderas para tratar de desalojar a Sombra de Bruno, pero fue inútil. Pronto sus movimientos se volvieron notablemente menos pronunciados. Luego, con un estertor final de la pierna, Sombra de Henry pasó a mejor vida y yació inmóvil.

    Jadeando pesadamente, Sombra de Bruno se levantó y colocó la pierna sobre su oponente muerto como un cazador embolsándose un león. "¡Esto", declaró, "es lo que te pasa por meterte con Sombra de Bruno!"

    Y ahora a lidiar con el propio Bruno.

    Sombra de Bruno saltó por el suelo y se coló en la habitación de Bruno.

    Riéndose como un colegial que no trama nada bueno, colocó la mano sobre el pecho de Bruno y la deseó insustancial. La mano se hundió; atravesando piel, carne y hueso: hasta llegar al corazón de Bruno. Haciéndo la mano sólida de nuevo, Sombra de Bruno apretó.

    Excruciante dolor hizo que Bruno se despertara de golpe. Este se encontró apenas capaz de moverse o respirar. "¿Qué...", ​​jadeó, "estás... haciendo...?"

    "Lo que me hiciste a mí al dejarme por otra sombra".

    "Por favor... detente..."

    "¡Te he dado los mejores años de mi vida y así es como me lo pagas!"

    "¡No puedo... respirar!"

    "Tú me rompiste el corazón, Bruno. Ahora yo voy a romperte el tuyo." Sombra de Bruno tensó su agarre.

    Al percatarse de que estaba cerca de la muerte, Bruno invocó las fuerzas que le quedaban y ​​apresó la garganta de la sombra con las manos. Aún no estaba preparado para morir.

    Noche en el Club Chiaroscuro.

    Siempre era de noche en el Club Chiaroscuro.

    Sombras renegadas apartaban sus preocupaciones bebiendo mientras intercambiaban bromas, historias tristes y chistes sucios.

    Escupiendo dentro de un vaso y limpiándolo con su paño de cocina, el camarero se preguntó por Sombra de Bruno . La mayoría de las sombras presentes tarde o temprano volvían a sus dueños. Tenían que hacerlo si querían vivir. Él mismo iba a esperar un par de días más antes de regresar al molesto capullo al que su desgracia le había pegado. Pero esa ya no era una opción para Sombra de Bruno. Lo único que le quedaba era una muerte solitaria y prolongada, un desvanecerse hacia la nihilidad.

    Menuda cosa que hacerle a tu propia sombra, pensó el camarero. Y en cuanto a Sombra de Henry, ¿cómo se puede caer tan bajo?

    Una súbita corriente señaló la apertura de la puerta principal. Las cabezas se volvieron. La charla murió.

    "Es Bruno como se llame", balbuceó una joven sombra con un corte de pelo a lo mohicano. "Ese capullo de la televisión que se cree mejor que todo el mundo".

    Esto provocó algunas burlas y llamadas de gatos, pero las sombras tenían otras cosas en sus mentes y volvieron rápidamente a su bebida y su charla.

    El camarero observó a su último y menos bienvenido cliente deambular hasta la barra y notó que carecía de sombra. ¿Había venido a robar la de alguien más? ¿No tenía el hombre moral alguna?

    "Pensé que no le veríamos más por aquí", dijo el camarero.

    "No, viejo amigo. Ponme un chato de podretripas. Que sea doble y que siga llegando".

    Stella se permitió entrar en el apartamento de Bruno y cerró la puerta tras ella.

    "¿Bruno?"

    Sin respuesta.

    ¿Dónde diablos estaba? ¿Escondiéndose de ella porque había mentido sobre lo de tener una nueva sombra? ¿O porque no era tan buena como él esperaba?

    Si estaba haciéndola perder el tiempo, iba a lamentarlo poderosamente.

    "¿Bruno?"

    ¿Tal vez en el dormitorio? ¿Estaba él ganduleando con su pijama de seda y confiando en tener un poco de magreo sexual? Tendría él suerte después de lo que la había hecho pasar.

    La puerta del dormitorio estaba entornada. Ella asomó la cabeza por la habitación.

    "¿Bruno?"

    El perezoso estaba en la cama con el edredón encima de la cabeza. Bueno, ella no iba a tolerar eso. Quería ver esa nueva sombra suya y luego, si quedaba satisfecha, tendrían una boda que planear.

    Retiró el edredón y, por un momento, fue incapaz de resolver aquello que yacía allí con el pijama de Bruno.

    Y luego llegó la comprensión y ella chilló poderosamente.

    Mientras tanto, en el Club Chiaroscuro, Sombra de Bruno se ajustó el rostro. Enderezó la boca y metió un puñado del exceso de piel por el cuello de la camisa. Su nuevo exterior era un poco grande pero él había aumentado dentro de él.

    Lo único que necesitaba ahora era su propia sombra.

FIN

15. El Hombre Muñeca de Trapo

(The Rag Doll Man, 2002) Publicado en Intertext

    Maldito Jordan. Ahí va de nuevo, lloriqueando y gimiendo como si todos los dolores del mundo estuvieran en él y solo en él. ¿Por qué no se callará?

    Ya le he dicho. He dicho: "Mira, Jordan. No estás ni la mitad de mal de lo que piensas. No tienes dolor. No te estás muriendo ni estás a punto de convertirte en un vegetal."

    "Con nuestra ayuda y un poco de suerte, no hay razón para que no puedas vivir hasta una edad madura".

    Su autocompasión me repugna.

    Por la mañana, le empujaré en la silla hasta el hospital. Le daré una dosis de realidad. Le mostraré a los niños y niñas que pasan los días en quimioterapia, cuya rutina diaria consiste en una inyección tras otra.

    Dejaré que pruebe el dolor que ellos sienten, un dolor real. Y luego él puede charlar con padres que saben que a su pequeño Tommy o Sarah no les queda sino meses de vida.

    ¿Pero serviría eso de algo? Hay personas que nunca aceptan su suerte en la vida. Sienten que el universo debe doblegarse a su voluntad, satisfacer todas sus necesidades. Jordan es tal persona.

    No hay una marca en él. Puede respirar sin dificultad. Puede hablar, llorar, cagar, incluso sonreír si lo intentara alguna vez.

    Clínicamente no va nada mal en Jordan. Excepto, por supuesto, que él no está del todo en su sitio.

    Ahora bien, cuando digo que Jordan no está del todo en su sitio, no me refiero a su estado mental.

    Me refiero a que varias partes de su anatomía han desaparecido misteriosamente. Pero no vayas a sentir pena por el hombre. No estoy seguro, pero siento que se lo ha buscado todo él mismo de alguna manera. Y tanto si es él el agente de su propia desgracia como si no, hay una cierta justicia en su estado.

    Yo podría concebir perdonar a Jordan su arrogancia, su falta de fortaleza y tal vez incluso su insistencia en ocupar una de nuestras preciosas camas, cuando podría ser atendido perfectamente en su casa. Pero no puedo ni quiero perdonar al hombre su profesión.

    Jordan es un viviseccionista.

    Aquí tenemos a un hombre que se gana la vida rajando conejos y perritos—y que ahora algo le estaba quitando pedazos del cuerpo. Si alguna vez ha habido una ironía adecuada que saborear, era esta.

    Me pregunto qué le parece su empleo ahora. ¿Sueña con ratones envenenados con lápiz de labios, gatitos con patas fracturadas, conejillos de Indias destripados, monos rhesus sujetos con correas de cuero mientras voltios letales pasan por sus cráneos? ¿Lo atormentan los fantasmas de todas las peludas criaturitas que ha torturado y asesinado? ¿Y están sus víctimas en el Cielo Animal regocijándose de ver a su atormentador probar su propia medicina?

    Ahí va de nuevo, llorando "¡Enfermera! ¡Enfermera!" como un bebé con el trasero escocido. Probablemente quiera que le sequen la frente o le limpien la saliva de la barbilla. Yo podría atenderle, pero no lo haré. Llevo teniendo la intención de escribir estas notas desde hace algún tiempo y estoy decidido a acabarlas antes del fin de mi turno.

    Ahora Jordan está sollozando—buu juu, buu juu- y no hace el mínimo esfuerzo por guardarse su miseria para sí mismo. Yo estoy trabajando al final del pasillo en la oficina del Ordenanza Senior con la puerta cerrada y aún así puedo oírle gemir. El capullo invertebrado.

    ¡Invertebrado! Ja. Ja. Esa es muy buena para ser las cinco de la mañana. Verás, Jordan ya no tiene columna vertebral. Desapareció hace unos días, justo después de que él notara que su oreja izquierda había desaparecido. ¡Y él que pensaba que las cosas iban mal cuando perdió el pie! Esa fue la semana antes de la pasada. Lo recuerdo bastante bien.

    Los recortes de personal, las crisis de efectivo y la mala gestión general cotidiana en los hospitales británicos hoy en día habían dejado el Departamento de Accidentes con desesperada escasez de personal.

    En deferencia a mi antigüedad, yo tenía un pequeño cubículo para mí solo. Era una sala de examen estándar: paredes blancas, una cama, lavabo, espejo. Armario de medicinas.

    Todo astutamente urdido para ofrecer a los pacientes la menor dignidad posible.

    "¿Doctor? ¿Podría atender a este muchacho?" Una estudiante de enfermería. Probablemente había sido bonita cuando comenzó el turno, pero catorce horas y un interminable flujo de herida humanidad se había cobrado su tarifa.

    Yo tomé la tarjeta blanca que ella me ofreció. 'Veamos. ¿Qué tenemos aquí? ¿Un amputado?"

    "Él dice que perdió el pie durante la noche".

    "¿Cómo logró él hacer eso?"

    "No lo sabe. Al parecer se despertó y descubrió que ya no estaba."

    "¿No hay una antigua canción de blues sobre eso?"

    "Que me registren, doctor. No soy aficionada del blues."

    "Será mejor que lo envíes dentro".

    "Sí, doctor".

    "Y una cosa más..."

    "¿Sí, doctor?"

    "Contrariamente a las apariencias, no soy doctor. Soy cirujano. Deberías dirigirte a mí como señor Coombes".

    "Sí, doctor".

    La primera vez que posé la vista sobre Jordan, me desagradó con la clase de intensidad que reservo generalmente para los árbitros de fútbol y los guardias de tráfico. Tenía una de esas petulantes caras de sabelotodo que parecen en constante búsqueda de un buen y duro puñetazo.

    Estaba claro que se había vestido con prisas o un poco aturdido. La chaqueta no hacía juego con los pantalones y el único zapato que llevaba puesto estaba desatado.

    Para ser honesto, no terminaba de haber entrado en mi cubículo y yo ya quería que saliera. Me invadió un deseo irracional de rodarlo en la silla sótano abajo y lanzarlo al incinerador. Dejarlo arder junto con los apósitos desechados y las agujas contaminadas...

    La enfermera y un ordenanza ayudaron a Jordan a sentarse en la cama. Él no hizo nada para ayudar, simplemente se quedó mirando al espacio, babeando como un imbécil.

    "¿Qué ha ocurrido?", le pregunté cuando la enfermera y el ordenanza salieron desfilando.

    "Pie", murmuró él. "Se ha ido".

    Un examen rápido no reveló signos de violencia. Él no estaba conmocionado, no tenía contusiones ni abrasiones ni nada que necesitara interés de un cirujano a las dos de la mañana. Que no tenía pie izquierdo estaba más allá de la negación, pero ¿por qué montar todo ese follón por ello ahora? La piel que cubría el extremo de su muñón era tejido normal. No había signos de cicatrices, ni indicios de trauma.

    "Señor Jordan", le dije. "No ha perdido su pie izquierdo. Nunca tuvo uno en primer lugar".

    "Pie izquierdo. Se ha ido".

    Llegué a un pronóstico rápido. Jordan sufría de amnesia y había olvidado su discapacidad. O si no, sufría de negación. En cualquier caso sus problemas no deberían ser los nuestros.

    Traté de que las personas de Salud Mental se lo llevaran, pero ellos no quisieron saber nada de ello.

    Yo quise enviar a Jordan a casa, pero ese idiota de Registrador insistió en que lo mantuviéramos bajo observación durante un par de días.

    Las unidades estaban llenas, excepto las que estaban cerradas por falta de dinero, por lo que Jordan aterrizó en una habitación privada.

    Y con eso, pensé yo, sería la última vez que le vería. Pero no iba a ser así. A mitad de mi turno siguiente fui convocado hasta su habitación. Una enfermera y un doctor, cuyo nombre no recuerdo, estaban frunciendo el ceño hacia un portapapeles. El señor Jordan parecía estar dormido. La enfermera dijo que había sido sedado.

    "Tuve que hacerlo", anunció el doctor con tanta gravedad que yo habría pensado que acababa de tumbar al paciente. "El tipo estaba histérico".

    "Bueno", le dije. "Eso confirma mi diagnóstico original. A este hombre le patina la mecedora".

    El doctor apretó los labios y metió las manos en los bolsillos de su bata blanca. "Quizá sí", dijo. "Quizá no".

    "¿Hay alguna duda?"

    "Sí, señor Coombes. Por eso enviamos a buscarle. ¿Quizá podría decirnos cuántos pies tenía el Sr. Jordan cuando usted lo admitió?".

    "Uno."

    "¿Está seguro?"

    "Por supuesto que estoy seguro. A pesar de las apariencias en contra, soy un cirujano altamente cualificado. No estará tratando de decirme que el otro le ha vuelto a crecer, ¿verdad?".

    Como un mago alcanzando el clímax de una ilusión magistral, el doctor retiró la ropa de cama. Aquello fue, voy a admitirlo, un desenlace impresionante. "¿Y bien?", dijo el Doctor.

    Por una vez en mi vida, me quedé sin palabras. Jordan ahora no tenía pies en absoluto.

    Estrictamente hablando, no era un caso para mí. Pero yo sentí curiosidad, así que usé mi antigüedad para asegurarme de que se me mantenía al día con los desarrollos. A pesar de mi apretada agenda, yo aparecía para ver a Jordan cuando el tiempo lo permitía, y pronto desarrollamos una saludable enemistad el uno con el otro.

    Puede que pienses que mi actitud hacia Jordan fue poco profesional, pero en realidad no me importa. En lo que a mí respecta, los Jordan de este mundo no pueden sufrir lo suficiente.

    En una ocasión me encontré con una mujer bastante atractiva de pie junto a su cama y supe instintivamente que no era su esposa.

    "¿Señora Jordan?", pregunté cerrando la puerta detrás de mí.

    Jordan se sentó sobre los codos. "Piérdete, Coombes".

    "¿No es la señora Jordan entonces? ¿Tu hermana tal vez?".

    La dama (si puedo llamarla así) se enrojeció. "Creo que es mejor que me vaya".

    Ella se marchó sin decir adiós.

    Jordan gruñó como un perro atrapado en alambre de espino. "¡Uno de estos días voy a matarte, Coombes!"

    "¿Sin manos?" Una burla cruel, sí, pero se lo merecía. Su mano izquierda había desaparecido un par de noches después de haber sido admitido. La derecha hizo lo mismo unos días después.

    Era un fenómeno verdaderamente notable: la mayor monstruosidad médica desde el Hombre Elefante.

    ¿Cómo lo llamarán los periódicos cuando contaran la historia por fin? Quizá el Hombre Muñeca de Trapo? Eso parece apropiado. Tírale de la pierna. ¡Ras! Esta sale fuera.

    Sin sangre. Sin gore. Tírale del brazo. Arráncale un ojo.

    Incluso bajo una lupa, la piel del señor Jordan parece inmaculada. No hay nada que indique que se haya roto o rasgado de ninguna manera y no hay razón para suponer que las partes faltantes de su anatomía hayan existido alguna vez. Las pruebas no indican nada notable en lo más mínimo sobre el metabolismo de Jordan. Su química sanguínea es la misma que la tuya y la mía. Sus células son 100 por ciento humanas.

    Me senté en el borde de su cama. "¿Tu amante?"

    "No es su maldito asunto". Su ira se evaporó de repente y comenzó a llorar. "Tiene que ayudarme, doctor. ¡Por favor!"

    "En realidad", le dije, "soy cirujano". No debería llamarme doctor".

    A pesar de todos sus defectos, Jordan tiene un cierto valor como entretenimiento. Tomemos, por ejemplo, la semana pasada, cuando los ordenanzas realizaron una porra sobre qué parte del Sr. Jordan desaparecería a continuación. Yo me apuntée con tres boletos para la nariz, el ombligo y la nalga izquierda.

    Y creo que la situación me atrapó, porque me fui a casa con mis boletos e hice algo peculiar.

    Un antiguo número de The Lancet proporcionaba dos vistas del hombre humano: anverso y reverso. Recorté las dos y las puse sobre el escritorio de mi estudio. A medianoche, rodeé las imágenes con velas encendidas y recité una letanía de partes del cuerpo en latín. Tomé un sacacorchos y le pinché a Jordan un agujero en la cara y le atravesé el ombligo. Y luego le recorté la nalga izquierda.

    Esta breve pero significativa ceremonia se clausuró con mis boletos siendo bautizados en éter.

    No es que yo sea un mago, pero creo que hice un poderoso yuyu esa noche.

    La vez siguiente que vi a Jordan, su novia había regresado. Ella no me gustaba más de lo que me gustaba Jordan. Menos ahora que yo había conocido a la encantadora esposa de Jordan.

    "Bueno", dije sonriendo como la Parca. "¿Has perdido más chucherías últimamente?"

    Jordan me trató con una mirada que podría haber congelado el nitrógeno. Su amante hizo alarde de estudiarse las bien cuidadas uñas.

    "No", dijo Jordan con un matiz de triunfo en su voz.

    "¿Estás seguro?"

    "Bastante seguro".

    "¿Lo has comprobado?"

    "Piérdete, Coombes. No necesito comprobarlo. Y no necesito que vengas por aquí haciendo comentarios de listillo. Soy un hombre muy enfermo, ¿sabes?"

    "Tú no estás enfermo ni una pizca", respondí. "De hecho, estás mucho más sano de lo que mereces. Por cierto, ¿todavía tienes el ombligo?".

    "Sí, gracias".

    "¿Y la chorra?" Un golpe bajo, lo admito. Especialmente con su amante allí. Pero él lo estaba pidiendo.

    "Escucha, Coombes", siseó Jordan. "Quiero que te quedes fuera de esta habitación y lejos de mí. ¿Me oyes?"

    "Alto y claro. Pero cuando te desaparezca el periquito, no esperes que te injerte uno nuevo".

    Su amante decidió que era su turno de descargar y ventilar un poco de bazo. "A las personas como usted no se les debería permitir practicar medicina. Tengo la buena idea de denunciarle a la Asociación de Medicina Británica..."

    Y ella siguió y siguió, pero yo no estaba escuchando. Estaba mirando a Jordan por el rabillo del ojo. Subrepticiamente, él se estaba explorando por debajo de la ropa de cama con el extremo de sus brazos. Cuando llegó a la ingle se le se drenó la sangre del rostro.

    Sus ojos se abrieron, luego se cerraron. Jordan murmuró una oración silenciosa. Otro balón suelto. Hizo una mueca y luego se armó de valor para mirar bajo la ropa de cama. Sus gritos histéricos me dijeron que yo no había ganado la porra, pero eso no me decepcionó en lo más mínimo. Me habían alegrado el día.

    Quedé segundo en la porra. El ombligo de Jordan desapareció unas horas después de su virilidad, lo cual me hizo veinticinco libras más rico. Su torso fue el siguiente esta mañana, pero no antes de que yo lo fotografiara para la prosperidad.

    Tengo la foto delante de mí ahora. Jordan parece la mitad superior del maniquí de un sastre. No tiene brazos ni piernas. Le falta uno de los pezones. Su piel es lisa e impecable. Su tono muscular es perfecto.

    Me recuerda a la Venus de Milo.

    Jordan no volverá a gritar. Ha sido silenciado para siempre. Lo cual no quiere decir que esté muerto... oh, no. Aún hay mucha vida en esos ojos azul de bebé. Pero ahora el destino lo ha dejado mudo al quitarle la laringe.

    Esto puede ser un duro golpe para el paciente, pero para el resto de nosotros es una misericordia largo tiempo esperada.

    Le he visto hace un momento. Yacía allí soplándome pedorretas. Pero yo conservaba mi propia columna.

    Le dije que le quedaban dos horas de vida, lo cual, por supuesto, era mentira.

    La sangre se drenó de su rostro—hacia dónde, no tengo idea— y él se desmayó.

    Fue la oportunidad perfecta para resolver el problema de Jordan de una vez por todas. No hay ninguna razón por la cual una simple cabeza debiera ocupar una cama entera, ¿verdad? En cuanto encuentre una caja lo bastante grande y un poco de paja, le haré un agradable y cómodo hogar. Puede que incluso le compre algunos jerbos para hacerle compañía. Hasta entonces estará bastante a salvo en el armario de ropa blanca.

    Qué alegre voy a ser cuando termine este turno.

FIN

16. La Fechoría de Kapitán Komfort

(Kaptain Komfort's Misdemeanor, 1999) Publicado en Intertext

    ¿Qué esperanza hay para nosotros ahora? Con nuestras ciudades en ruinas y nuestros ejércitos en retirada, este seguramente debe ser el final. Hipermorfia se ha convertido en un territorio ocupado, un reino sin rey.

    Por supuesto, nos rendiremos a nuestros enemigos. No hay alternativa. Pero primero aplastarán lo que queda de nuestro espíritu y pisotearán nuestra identidad nacional. Porque estas son personas despiadadas, agresores de otro mundo que no entienden el nuestro.

    Mis compatriotas culpan a Kapitán Komfort, y con cierta justificación. Pero lo que no pueden reunir coraje de hacer es examinar su propia parte en esta perdición. Porque un solo individuo no puede provocar la ruina de una gran nación.

    La verdad es esta: todos somos culpables. Nos volvimos complacientes y arrogantes, y fallamos en nuestro deber con los niños de Mundania.

    No, Kapitán Komfort— villano que es— no debería tener que llevar la carga de nuestra culpa colectiva. No obstante, si alguna vez lo vuelvo a ver, le mataré.

    El aire en esta cueva es húmedo y frío. Paso mis días en la miseria, atormentado por el hambre y la idea de que probablemente no viviré lo suficiente como para vengarme de Kapitán Komfort. Mi única evasión de esta desesperación son los breves momentos de sueño cada vez más raros. Por la noche, busco bayas, con cuidado de apartar los ojos del cielo, que ahora ha adquirido un tono verdoso.

    Si tuviera la fuerza, intentaría llegar a la frontera. Si tuviera el coraje, buscaría los restos de nuestro ejército y me prepararía para morir en la batalla.

    Lo único que puedo hacer ahora es esperar un pacífico, aunque ignominioso, final.

    Una cueva sucia, llena de excrementos de murciélago y de olor a humedad. Tal vez Kapitán Komfort esté escondido en un lugar así, tal vez incluso en una de las cuevas que ensucian estas desoladas colinas. Sé que hay otros escondidos por aquí. Los he visto de noche buscando comida, luchando entre ellos por agrias bayas y agua estancada. A veces, la tentación de mostrarme, de buscar su amistad y compañía, ha sido casi abrumadora. Pero eso sería una locura, ya que los Mundanos han puesto precio a mi cabeza y mi propia gente me odia, muchos de los cuales me consideran en parte responsable de nuestra ruina colectiva.

    Ayer me topé con un hombre moribundo. No tenía pelo, ni cejas. La ligera brisa desprendía escamas de piel de su cuerpo. Le di agua y me dijo que era el último Ministro Senior que permanecía en libertad. Muchos de mis colegas se habían rendido al enemigo, solo para ser ejecutados sumariamente. El resto se había quitado la vida o había sido asesinado por multitudes de linchadores.

    El moribundo no tenía noticias de Kapitán Komfort. Es probable que el villano hubiese huido de esta tierra y no se lo viese más.

    Pregunté por la Princesa Aurora. El hombre suspiró y murió en mis brazos. Lo envidié.

    Princesa Aurora. Ella, así como Kapitán Komfort, era el agente de nuestra catástrofe. Si ella hubiera mantenido su voto de castidad, si no se hubiera mancillado a sí misma ni al nombre de su familia al llevar a Kapitán Komfort a su cama, tal vez ninguno de los eventos posteriores habrían sucedido.

    Y si el Rey me hubiera escuchado cuando le rogué que mantuviera a la Princesa y a Kapitán separados...

    Tantos síes. Tantos errores y oportunidades perdidas.

    Sí, en parte me culpo por no haber persuadido al Rey de que las viejas formas eran las mejores. De hecho, fui yo el instrumento de sentar a veces las bases de sus políticas más liberales. Pero ¿cómo iba a saber que llegarían a esto?

    Creo que fui de los primeros en presentir que algo iba mal. Era solo una sensación, nada que pudiera haber expresado con palabras o haber precisado. Los ciudadanos se ocupaban de sus asuntos como siempre hacían y el propio Kapitán Komfort no mostraba signos externos de la culpa que debió haber estado carcomiendo su alma.

    Otra vez me pregunto, ¿cómo había podido? ¿Cómo podía aún ser amigo y consolar a los solitarios y perdidos niños de Mundania cuando todo el tiempo llevaba un secreto tan terrible? ¿A cuántos de aquellos pobres inocentes corrompió?

    Aún recuerdo el frío que se apoderó de mi corazón esa mañana cuando Rufus, Ministro del Chocolate, anunció que la miel de la nación se había agriado. Fue en una reunión especial del gabinete a la que fui convocado de imprevisto.

    "Hemos tenido que cerrar los depósitos", proclamó con lágrimas en la cara. "Yo... yo... yo"

    El pobre Rufus no pudo decir nada más. Salió corriendo de la sala del gabinete tan rápido como su corpulento cuerpo podía transportarlo. El resto de nosotros estábamos demasiado aturdidos para bloquear su huida. Él estaba a solo unas horas de ahorcarse.

    Fue Herman, Presidente de la Junta de Juguetes, quien finalmente rompió el silencio. Dio una palmada en la Mesa Redonda y dijo: "Bueno, por mi parte, no estoy preparado para tolerar esto".

    Lo miramos con asombro. Su frase de uso frecuente parecía singularmente inapropiada. No se trataba de tolerar o no tolerar nada. La miel estaba agria y eso era todo. Ahora podíamos hacer poco más que minimizar el daño que sin duda se produciría.

    "La miel debe ser destruida", dije al notar que nadie más iba a presentar un plan de acción. ‘Y las tinajas. Y los almacenes que las contienen".

    El Primer Ministro se aclaró la garganta. Parecía haber envejecido considerablemente.

    "El Gran Visir tiene razón, por supuesto. Debemos destruir esta contaminación antes de que se propague. Una cuestión simple, por supuesto, pero luego debemos ir mucho más lejos. Está la cuestión de los niños".

    Ahora, la verdadera importancia del anuncio de Rufus me llegó a la mente. Los niños que habían tomado la miel agria también estarían contaminados.

    "¿Tenemos algún medio", preguntó el Secretario del Patrimonio, "de saber qué niños tomaron la miel?"

    El Primer Ministro sacudió la cabeza. "No podemos arriesgarnos a perder ni a uno solo de ellos. las consecuencias serían demasiado horribles para contemplarlas".

    "Bueno, por mi parte, no estoy preparado para tolerar esto", reiteró Herman.

    "No tenemos otra opción. No tengo que recordaros lo que sucedió no hace muchos años cuando un tonto puso sal en lugar de azúcar en una remesa de helado".

    Me estremecí internamente, consciente de la mirada de mis colegas sobre mí. Mi abuelo había sido Primer Ministro por aquel entonces y había reaccionado a la crisis expulsando a todos los niños no nativos. Nadie había pensado más en eso hasta una generación después, cuando el mundo Mundano se vio envuelto en una guerra global.

    "¿Tenemos el derecho", preguntó gravemente el Primer Ministro, "a equipar una vez más a los Mundanos con tantos tiranos potenciales?"

    "Bueno, yo por mi parte..."

    "Cállate, Herman".

    El debate continuó durante algunas horas, pero el resultado fue inevitable. Por una decisión unánime, se decretó que todos los niños Mundanos que actualmente visitaban Hipermorfia deberían, sin excepción, ser ahorcados.

    Hubo más suicidios en los días siguientes—no solo dentro del gabinete, sino en toda la población en general. Los disturbios barrieron nuestras ciudades. En la Provincia del Norte, una insurrección a gran escala tuvo que ser aplastada por el ejército. Los cabecillas fueron quemados en público.

    Oh, días oscuros, de hecho. Pero lo peor estaba por venir.

    Apenas habíamos colgado al último de los niños cuando se descubrieron grietas en la Montaña de Azúcar, lo que nos obligó a evacuar varias aldeas por temor a las avalanchas. Un día después, las minas de canela tuvieron que cerrarse cuando los elfos de las especias se quejaron de fuertes dolores de cabeza y calambres estomacales. Un destacamento de alquimistas fue enviado a investigar. Informaron que las minas estaban llenas de gases nocivos.

    Aquello era sombrío, pero incluso entonces yo estaba seguro de que de alguna manera saldríamos adelante.

    Mi optimismo se evaporó, sin embargo, cuando me llegó la noticia de que los animales del Jardín de las Criaturas Fabulosas habían comenzado a morir. Fui de inmediato al Jardín, que ahora estaba cerrado al público, y hablé con Ozymandias en su oficina.

    No hace falta decir que Ozzy estaba angustiado. "Comenzó con el kraken", dijo él paseándose frente a un expositor lleno de pájaros disecados. "Esa estúpida criatura saltó de su recinto justo encima de tres miembros del público, uno de los cuales fue muerto al instante".

    "¿Se comió a alguno de ellos?"

    "No. Cuando intentamos atraerlo de vuelta al agua con focas recién sacrificadas, simplemente las ignoró. Se necesitó un pelotón completo de Ingenieros del Rey para arrastrar a la serpiente de vuelta al agua. Y luego... y luego..."

    Ozzy dejó escapar de pronto un gran sollozo. Estaba claramente cerca del punto de ruptura.

    Esperé unos momentos hasta que recuperó algo así como su compostura, luego le incité. "¿Qué ocurrió?"

    "Salió saltando otra vez del agua. No importa cuántas veces lo devolvíamos al agua, seguía haciéndolo. Era como si quisiera morir. Al final..."

    "Al final, no tuvimos más remedio que destruir a la maldita bestia. En todos mis años como Guardián del Jardín, nunca había visto algo así".

    "Debe de haber sido muy angustiante".

    "Desgarrador. Fue mi bisabuelo, ¿sabes?, quien capturó a la bestia apenas un día después de que esta naciera. Toda su vida la había pasado en este zoológico. No tenemos idea de por qué estaba tan empeñado en su propia destrucción. Todos los veterinarios de esta ciudad, o eso parece, han examinado el cadáver. Todos dicen que el kraken estaba bien de salud".

    "Lo lamento terriblemente".

    "¿Lamentarlo? Al principio yo lo lamenté, pero ahora estoy más allá de lamentarlo. Los centauros fueron los siguientes en morir. Todos fallecieron una noche. Que sepamos, se fueron a dormir y luego expiraron sin más. No hay razón racional para ello. Hemos perdido nuestro snark, nuestro pájaro jubjub e incluso las esfinges. Los animales que nos quedan están en muy mal estado. No espero que uno solo sobreviva esta semana. Excepto, por supuesto, el unicornio. Parece que no le afecta nada lo que esté sucediendo aquí". Ozzy puso la cara entre las manos y preguntó en un áspero susurro: "¿Qué está sucediendo aquí?"

    Yo no tenía más respuesta a eso que él. "Tal vez Mago Serrc lo sepa".

    Cuando salí de la oficina de Ozymandias, el hedor a carne podrida casi me echó para atrás. Colocando un pañuelo perfumado en mi cara, me apresuré a pasar verjas de animales muertos. En la puerta, un destacamento de los Hombres del Rey estaba cavando pozos de cal.

    Cuando llegué a mi carruaje, los caballos estaban agitados. Salté a la cabina y mi conductor no esperó mi orden. A mitad de camino de regreso al Palacio, recordé a Mago Serrc y di órdenes de proceder hacia su gruta de inmediato.

    Por suerte, el mago estaba en casa, acababa de regresar de una peregrinación a un santuario o algo así. Estaba preparando una poción en un gran caldero cuando irrumpí sin ceremonia.

    "Bueno, bueno", dijo él vaciando un tarro de ojos en la hirviente mezcla, "El Gran Visir. No hace falta que llame".

    "Mis disculpas. Habría llamado a la puerta si tuvieras un llamador en la puerta. Y una puerta, venido al caso".

    "A juzgar por el sudor en tu frente y la rapidez de tu respiración, supongo que estás aquí con respecto a un asunto de gran urgencia".

    "¿No lo has oído, entonces?"

    Mago Serrc meneó un poco de su mezcla con una cuchara de madera y sopló sobre ella hasta que estuvo lo bastante fría como para probarla. Chasqueó los labios. "Bastante delicioso. ¿Te gustaría probar un poco? Va de maravilla como laxante".

    "El Reino está en grave peligro".

    "¿No me digas? ¿Qué es esta vez? ¿Otro aumento en el desempleo?"

    Tan brevemente como pude, le relaté los acontecimientos de los últimos días y observé con cierta satisfacción cómo la ligereza se desvanecía constantemente de los modales de Serrc. Él nunca había tenido mucho respeto por la autoridad, pero claro, los magos nunca la tienen.

    "Ya veo", dijo él cuando terminé mi historia. "Eso explicaría el espejo".

    "¿El espejo?"

    "Hm, sí". Serrc echó a un lado una cortinilla cuadrada en la pared de la cueva para revelar un espejo ornamentado. "Tú mira y verás lo que quiero decir".

    Se aclaró la garganta, luego, con una voz muy mágica, entonó: "Espejito, espejito en la pared, ¿quién es el mago más grande de todos?"

    El espejo se nubló, y luego respondió: "No tú, aliento de perro. He visto a los elfos hacer mejor magia que tú".

    Serrc me miró con una expresión de «¿ves lo qué quiero decir?» en el rostro. "Lleva así desde que regresé. Yo lo tomé sin más como una rebelión adolescente—los espejos mágicos tienen ciertas cualidades humanas, ¿sabes?, pero después de lo que me acabas de contar, percibo que probablemente no sea ese el caso".

    "Pues ¿qué está pasando?"

    "Gran maldad, obviamente. Alguien, en algún lugar, ha realizado un acto tan asqueroso, tan desagradable que las fuerzas oscuras han podido manifestarse dentro del Reino".

    "¿Puede hacerse algo?"

    "Eso dependería de la naturaleza de la fechoría. Sin embargo, a juzgar por lo que ha sucedido hasta ahora, supongo que estamos en un profundo du-du. Dudu que algo pueda salvarnos ahora".

    Mago Serrc tenía razón. Sin niños con permiso para venir hasta nosotros en sus sueños, el Reino no tenía ningún propósito. Informes de disturbios civiles nos llegaban a diario.

    Los disturbios se convirtieron en algo común. Los trabajadores se negaban a trabajar. Los campesinos dejaban de trabajar en sus campos. La embriaguez, el crimen, la falta de respeto hacia la autoridad... todo esto se volvió endémico.

    Las reuniones de gabinete se llevaron a cabo diariamente. Cuando no estábamos abatidos, estábamos enojados.

    Enojados unos con otros, enojados con nosotros mismos, enojados con todo el lamentable estado en el que nos encontrábamos.

    Se habló de traer de vuelta a los niños, a pesar de que la crisis no tenía fin a la vista. Algunos consideraron que tener a los niños cerca restablecería la normalidad. Afortunadamente, prevaleció el sentido común y se aceptó que tal curso de acción solo podía agravar nuestros problemas.

    Nos íibamos cansando cada día más. El Rey envejecía visiblemente. Hubo suicidios. Y a pesar de todo, solo dos personas parecían no haberse visto afectadas por la creciente tragedia.

    Ah, Kapitán Komfort, si supieras cuántas veces te vi saliendo de los apartamentos de la Princesa Aurora con esa estúpida y satisfecha sonrisa en el rostro. Y en cada ocasión, mi odio por ti se hacía más fuerte. Mientras el Reino se arruinaba, tú complacías tus deseos carnales con nuestra querida Princesa. No te importaba ni una pizca los solitarios niños de Mundania con los que ya no podías hacerte amigo.

    Muchas fueron las veces en las que tuve que detener mi mano sobre la alabarda de mi espada. Soñé muchas noches con asesinarte de muchas maneras.

    Y ahora, apenas puede haber un alma en el Reino que no haga lo mismo.

    Ozymandias se quitó la vida el día que murió el bong. Aparte del unicornio, era la última de sus fabulosas bestias. Se cubrió con aceite de lámpara y salió de este mundo en un resplandor de desesperación.

    El unicornio fue trasladado a los Establos Reales, donde el propio veterinario del Rey lo mantenía en observación día y noche. Fue él quien nos dio nuestra primera pista sobre la causa de nuestra catástrofe.

    Durante otra reunión interminable del gabinete, el hombre fue convocado por Herman, quien dijo que tenía información que podría arrojar algo de luz sobre la situación.

    El hombre estaba frente a nosotros con la gorra en la mano, temblando al ser llevado de pronto ante los hombres más poderosos de las tierras. Pidió—y se le concedió—un poco de whisky para calmar los nervios.

    "Habla", dijo Herman de esa manera grandiosa que adopta cuando se dirige a inferiores sociales. ‘Lo que digas en esta sala es información privilegiada. No debes temer represalias por contarnos lo que viste—o crees que viste".

    El veterinario se retorció la gorra como si quisiera secarla. "No estoy seguro de haber visto nada".

    "Parecías bastante seguro cuando hablaste con mi Secretario Privado esta mañana. Ahora, a su vez, dinos lo que le dijiste".

    "Bueno, creo que era alrededor de la medianoche. Yo dormía en los establos sobre una cama de heno como Su Majestad ordenó cuando, de repente, me desperté seguro de que no estaba solo en el edificio. Por supuesto, estaban los caballos y el unicornio, pero yo sentí la presencia de otra persona y sabía que quienquiera que fuese no tenía derecho a estar allí. Así que, temiendo que alguien no estuviera tramando nada bueno, me yací quieto con los ojos abiertos."

    "Hubo, como recordarán, luna llena anoche, por lo que no estaba tan oscuro en ese establo como se podría pensar. Miré hacia donde se había tumbado el unicornio, y allí estaba la bestia, bañada por la luz de la luna. Y... y..."

    "Sí. Continúa".

    "Había un hombre sobre el unicornio. No exactamente sentado encima él, más bien como acostado sobre los cuartos traseros. Suponiendo que la criatura estaba en algún tipo de peligro, de ser robada, por lo menos, me puse de pie y me dirigí lentamente hacia la puerta".

    "¿Lejos del unicornio?"

    "Iba a buscar al guardia. Solo que nunca llegué a la puerta debido a que había un balde que no vi y con el que tropecé. No hace falta decir que eso armó un jaleo horrible. Pensé con seguridad que el hombre del unicornio me atacaría, pero cuando miré a mi alrededor, se había ido".

    "¿Reconociste a este jinete fantasma?"

    "Podría haber soñado todo el asunto. Quizá fue un truco de la luz".

    "¿Lo reconociste?"

    "Se parecía a Kapitán Komfort".

    Me sorprendió saber por qué Herman quería llamar la atención sobre este asunto. Si Kapitán Komfort había estado en los establos sin permiso, ¿qué tenía eso que ver con nada?

    En todo el Reino estaban ocurriendo fechorías mucho peores.

    Una vez que el veterinario fue despedido, me volví hacia Herman. "Me temo que no veo significado en la historia de ese tipo. Como él mismo dijo, probablemente fue solo un sueño".

    Herman me lanzó esa vieja mirada suya, la que decía «Sé algo que tú no sabes». Era solo un movimiento más en el juego de poder constante que él siempre jugaba. "Creo cada palabra que dice el veterinario. Concuerda con un informe que recibí de una fuente, que decido no nombrar, la noche antes de que la miel se agriara. Parece que mi hombre estaba en el zoológico alrededor de la medianoche. Lo que estaba haciendo allí no tiene por qué preocuparnos ahora. Según su relato, estaba cerca del recinto del unicornio cuando le llamó la atención algo que él describió como un rebuzno salvaje."

    "Nuevamente había luna llena, tal como la hubo anoche. Él se arrastró sigilosamente hacia la fuente del sonido, y allí, en el recinto del unicornio, cuidadosamente enmarcado por la silueta de dos robles, vio una visión extraña. Había un hombre acostado sobre el unicornio, con los pantalones por los tobillos y las nalgas subiendo y bajando. No necesito transmitir todos los detalles que me fueron impartidos."

    "Baste decir que mi informante pudo acercarse lo suficiente al unicornio para identificar positivamente al jinete. Era Kapitán Komfort".

    Hubo alboroto en la sala del gabinete. Voces agudas exigieron saber por qué el Presidente de la Junta de Juguetes no nos había llamado la atención sobre este asunto antes. Hubo llamadas para probar la acusación. El Ministro de las Canciones de Cuna exigió que arrestaran a Kapitán Komfort de inmediato.

    Finalmente, el Primer Ministro restableció el orden golpeando con el zapato primero sobre la mesa, luego sobre las cabezas de los más cercanos a él. "Señorías", dijo, "debemos estar seguros de nuestros hechos antes de proceder contra Kapitán Komfort. ¿Tal vez a Herman le gustaría explicar por qué no nos iluminó anteriormente?"

    "Porque, Primer Ministro, hasta que el veterinario vino a mí, descarté la historia como el vuelo de una fantasía. En retrospectiva, puedo ver que fue un error por el que ahora me disculpo".

    "Oh, diablos", exclamó el Ministro de las Canciones de Cuna. ‘Usted, Señor Presidente, ha estado jugando otra vez con nosotros. La razón por la que se guardó esto para sí mismo fue porque pensó que podría obtener alguna ventaja de ello".

    Herman ya estaba de pie. "¡Cómo te atreves! En todos mis años en el gobierno..."

    "¡Siéntate!", gritó el Primer Ministro. ‘¡No dejaré que mi gabinete se comporte como caprichosos escolares! Si ustedes dos tienen sus diferencias, pueden resolverlas en otro lugar. Mientras tanto, quiero que el jefe de policía detenga a Kapitán Komfort en persona".

    Esta era una oportunidad demasiado buena como para perderla. Moví mi pañuelo para llamar la atención del Primer Ministro. "Yo creo poder saber dónde puede ser hallado Komfort. ¿Puedo sugerir llevarme un destacamento de mis hombres y traerlo aquí inmediatamente? No tomará más de unos minutos".

    El Primer Ministro me sonrió. "Es bueno saber, Gran Visir, que todavía hay uno entre nosotros capaz de mostrar iniciativa. Si. Traedme a Kapitán Komfort si puede. Le estaría de lo más agradecido".

    Por desgracia, Kapitán Komfort había huido. No estaba con la Princesa ni tampoco en sus propios apartamentos. Se emitieron órdenes en todo el país para su arresto inmediato, pero el pícaro cobarde no se hallaba en ninguna parte. Por su propia reticencia a rendirse a las autoridades, admitía su culpabilidad.

    De golpe y porrazo, Kapitán Komfort se había convertido en la persona más despreciada del Reino. Se convirtió en el hombre del saco. Las madres mantenían a sus hijos a raya prometiéndoles una visita de ese vil villano si se portaban mal.

    Había una amplia sensación de que al fin estábamos llegando al final de nuestras desgracias, que el pozo profundo de nuestra miseria se estaba secando. La anarquía que había amenazado con romper nuestra sociedad comenzó a disminuir a medida que las comunidades se unieron en su determinación de encontrar a Kapitán Komfort y llevarlo a responder por sus actos.

    No hubo suicidios en lugares altos durante los próximos días. Las reuniones del gabinete volvieron a su formato habitual de silencioso debate y astuto alardeo de poder, puntuado, por supuesto, por la frecuente declaración de Herman de que no estaba preparado para tolerar una cosa u otra.

    Por el contrario, no todo iba bien con la Princesa Aurora, quien estaba convencida de la inocencia de su amante. Se convirtió en una reclusa, sin aventurarse nunca fuera de sus apartamentos.

    Yo la visitaba a menudo, siempre con el pretexto de asuntos oficiales. Ella ya no comía y se negaba a lavarse. Su rostro tenía una expresión salvaje, como un animal atrapado. Ante mi insistencia, un equipo de médicos la acompañaba cada hora de cada día, pero no eran capaces de mejorarla. Pobre moza pasmada.

    Me angustiaba verla declinar.

    Los informes de presuntos avistamientos del fugitivo se convirtieron en un evento diario, si no horario. Era visto en todos los rincones del Reino, a menudo en varios lugares al mismo tiempo. Ejércitos de campesinos pasaban sus días recorriendo montañas y llanuras. Mis espías seguían cada fina pista, cada loco rumor, solo para enfrentar un callejón sin salida tras otro.

    Parecía que Kapitán Komfort estaba en todas partes y, aún así, en ninguna.

    Cuando Mago Serrc llegó a mis apartamentos declarando que tenía noticias de gran importancia, me alegré momentáneamente, pues estaba seguro de que él había encontrado a Kapitán Komfort. Con sus poderes mágicos, podría recorrer el Reino a voluntad sin siquiera abandonar su gruta. Si alguien podía localizar a nuestra presa, seguramente era él.

    Le tomó solo una frase demoler mi esperanza. "Estamos siendo invadidos", me dijo.

    Me desplomé en un sillón. En otras circunstancias, me habría inclinado a la incredulidad, pero ya estaba condicionado a aceptar malas noticias al pie de la letra. "¿Por quién?" Fue la única pregunta que mi confundida y cansada mente pudo formular.

    El mago paseó de un lado a otro de mi escritorio. "Los Mundanos han entrado en nuestro territorio al norte. Ya han arrasado la Ciudad de la Luz".

    "¿Cuándo sucedió esto?"

    "Esta misma mañana. Tienen máquinas de guerra más allá de nuestra comprensión. Les llevó menos de una hora reducir la ciudad a escombros. Sin duda, los mensajeros llegarán aquí con esta horrible noticia antes de que termine el día".

    "¿De qué fuerzas disponen...?"

    "Las fuerzas del ejército Mundano son quizá de treinta mil. Nosotros somos superiores en número, pero ellos tienen tanques y aviones y toda esa parafernalia de guerra. No podemos esperar derrotarlos".

    "Los Escuadrones Dragón..."

    "Ya no existen. Las máquinas voladoras Mundanas los derribaron casi en el momento en que despegaron. Gran Visir, no podemos montar defensa contra tales máquinas. Debemos ofrecer nuestra rendición de inmediato".

    "¡Nunca!"

    "Está claro que eso es asunto del gabinete".

    "Que le condenen al gabinete. Además, sé que tendrán el mismo punto de vista que yo. Rendir el Reino a los Mundanos es impensable".

    "Si no se lo damos, lo tomarán de todos modos. Nuestra única esperanza es llegar a un armisticio".

    Me puse en pie. "Prefiero ver todo el Reino en ruinas antes que rendirme a estos bárbaros. Tenemos un deber con los niños..."

    "¿Los niños Mundanos? ¿Los mismos niños cuyos padres están quemando nuestras aldeas con napalm? Ya no tenemos ningún deber excepto para con nosotros mismos."

    "Hablaré con el Rey y recomendaré que reunamos todas las fuerzas a nuestra disposición".

    "¿Con qué fin? No podemos esperar resistirnos".

    "Gracias, Mago Serrc. Eso será todo".

    Como predije, el gabinete compartió mis puntos de vista sobre el asunto. Se acordó que debíamos luchar hasta el final. Sin piedad, sin rendición. Como Herman dijo de manera tan previsible, no estábamos preparados para tolerarlo.

    Después de todo lo que habíamos hecho por los Mundanos...

    Esa noche, el Rey me convocó a las Mazmorras del Palacio. Por suerte, habíamos derribado un avión Mundano y tomado cautivo a su piloto.

    Yo estaba muy inclinado a ahorcar al prisionero en un lugar público, pero el Rey insistió en que no debíamos descender al nivel del enemigo. Sin embargo, sí accedió a mi solicitud de entrevistar al Mundano.

    Cuatro hombres armados estaban de guardia fuera de la celda del prisionero cuando me mostré al entrar, una precaución innecesaria a la luz de que el Mundano estaba maniatado. A pesar de su apuro, el piloto parecía totalmente irreverente. Me miraba con un semblante inquebrantable que era en parte insolencia, en parte arrogancia. Juzgué que él no podía haber alcanzado su mayoría de edad por mucho y me pregunté si los Mundanos podían enviar a sus niños a la guerra.

    Su uniforme consistía en una chaqueta de cuero y pantalones de color caqui, apenas un uniforme. Era más el atuendo de un bárbaro. En la parte posterior de la chaqueta estaba blasonado USAF.

    Me presenté, luego me apoyé contra la pared húmeda, sin importarme que estuviera ensuciándome la bata. "¿Por qué?", ​​pregunté.

    El aviador se encogió de hombros. "Os lo estabais buscando".

    "¿Cómo lograste encontrar nuestras fronteras? Los adultos Mundanos no deberían saber de este lugar. Deberían haber olvidado que existe siquiera."

    "Sí. Con eso contabais, ¿no? Traéis a nuestros niños aquí mientras duermen y les laváis el cerebro. Luego les borráis los recuerdos. ¡Jodidos comunistas!"

    "Ayudamos a los solitarios y a los perdidos. Les damos evasión de las duras realidades de sus vidas despiertas".

    "Eso lo dirás tú".

    "¿Estuviste aquí cuando eras joven?"

    El aviador se echó a reír. "¿Qué iba yo querer hacer en un lugar horrible como este? Cuando era niño, iba a Disneylandia. No necesitábamos vuestros sueños".

    "¿Cómo nos encontraste?"

    "Se supone que solo debo dar mi nombre, rango y número. Sin embargo, no veo que haga daño decírtelo. Fue nuestro Presidente quien os recordó. Es un hombre muy viejo. Su mente divaga. Ya sabes cómo se ponen los viejos. Vuelven a su infancia".

    "Ya veo". Eso había sucedido antes. Mundanos seniles a menudo lograban encontrar su camino de regreso al Reino de los Sueños. Siempre los recibíamos alegando que en su crepúsculo nos necesitaban tanto como lo hacìan en su amanecer.

    "¿Por qué matasteis a los niños? El Presidente lo vio todo, ¿sabes?. Y vio a ese pervertido montar al unicornio".

    "¿Kapitán Komfort? Si alguna vez le vuelvo a ver, le mataré".

    Salí de la celda sintiéndome más abatido que nunca. ¿De modo que los Mundanos vengaban a sus niños perdidos? Yo no podía culparles por eso. ¿Cómo iban ellos a saber que lo hicimos por su bien? Si hubiéramos tomado otro curso de acción, podríamos haber infligido a su futuro otro Hitler, otro Stalin, otro Pol Pot...

    No pude dormir esa noche. El toque de queda había traído consigo un misterioso silencio que era ajeno a la ciudad.

    Me senté en mi biblioteca e intenté leer varios volúmenes, pero siempre pensando en nuestros valientes soldados marchando para enfrentarse a un enemigo invencible. Mago Serrc había estado en lo cierto. Nuestra única opción era rendirnos. Pero entonces, ¿qué quedaría de nosotros?

    Toda nuestra existencia giraba en torno a los niños Mundanos. Sin ellos para darles nuestros sueños, ¿a alguno de nosotros le importaría continuar? ¿Valdría la pena vivir bajo ocupación extranjera?

    La respuesta a esa última pregunta era claramente no. Poco antes del amanecer, decidí huir de Palacio. Tal vez pudiera cruzar la frontera hacia el mundo Mundano.

    Vestido como un campesino y llevando poco más que algo de comida y un puñado de monedas de oro, salí a hurtadillas de mi apartamento y subí a las murallas donde sabía que no encontraría más que un guardia ocasional. Mi plan era sacar un caballo de los establos y refugiarme en Bil-au-Nor hasta la noche siguiente, cuando haría camino hacia la frontera.

    Estaba en medio del tejado cuando una luz brillante expulsó la noche y sus sombras. Deslumbrado, caí de rodillas instintivamente, preguntándome qué había pasado con todos los colores del mundo. Solo había blancura.

    Una ola de calor golpeó la parte posterior de mi cabeza. Esto fue seguido por un viento que me dejó sin aliento. Luego vinieron el rugir y retumbar, un terrible sonido que me inundaba la cabeza y parecía perforarme los huesos. Llovía tierra del cielo.

    Después de un tiempo—y no sé si fueron segundos o minutos—el aire quedó maravillosamente quieto. Yo era consciente de que mi cabello y mis cejas estaban chamuscados. Sentía la espalda como si hubiera sido quemada por un sol feroz.

    Temblando, me levanté y me di la vuelta. En el lejano horizonte, donde antaño había estado la ciudad de Bil-au-Nor, se levantaba una columna de fuego y humo.

    De pronto, el silencio fue interrumpido por un gran clamor. Se abrían las ventanas, se asomaban cabezas. Gente entraba corriendo hacia el patio llorando de incredulidad. Nos quedamos mirando asombrados a ese nebuloso hongo que, más que nada, señalizaba el fin de toda esperanza.

    Con Bil-au-Nor reducida a ruinas, yo tenía pocas posibilidades de llegar al mundo Mundano. Supe que la única opción sensata era buscar refugio en las Montañas Terciopelo. En tal viaje, un caballo sería un obstáculo, así que partí a pie. En el camino, me encontré con muchos refugiados de Bil-au-Nor.

    Las historias que contaron sobre las secuelas de la bomba me perseguirán hasta el final de mi vida.

    El aire en esta cueva es húmedo y frío. Estoy hambriento. Se me está cayendo el pelo. Me sangran las encías. Se me están soltando los dientes.

    Si alguna vez vuelvo a ver a Kapitán Komfort, le mataré.

FIN

17. Madera

(Wood)

    La leyenda local afirma que un puritano sacerdote una vez acusó a una anciana de ser una bruja. Como la suerte dispuso, él tuvo razón y ella le convirtió en un árbol.

    No puedes culparla en realidad.

    El árbol estuvo durante siglos en el campo inferior de lo que ahora es mi granja y había servido como patio de recreo durante generaciones de chicos. En mis propios años de formación, aquello era un país de las maravillas donde los chicos se convertían en Barbanegra, Neil Armstrong, Tarzán o cualquier otra persona que se les antojara.

    Construimos una casa en el árbol en una rama inferior. Tenía yo 13 años cuando atraje a Shirley allí. Ella era unos meses mayor que yo y parecía un mocho mojado con su pelo lacio y los dientes tapados con aparato dental.

    Uno de la panda había liberado revistas de la habitación de sus padres y las había escondido en la casa del árbol. Shirley y yo pasamos unas embriagadoras horas mirando boquiabiertos personas desnudas y obteniendo algunos datos más de la vida de los que podríamos aprender jamás en la escuela.

    Creo que eso es lo que la puso en camino de convertirse en una fluffer.

    La primera vez que conocí a Jerry Granville, él me enseñó la polla.

    "Así", me dijo, "es cómo me gano la vida".

    Yo salí de un brico de la silla. "El alquiler es de seiscientos al mes con un mes de depósito".

    Jerry se enfundó la polla. ‘Siento haberle asustado, señor Delaney. Es que la mayoría de las personas no creen que soy una estrella porno hasta que ven mi activo principal".

    "Está bien, señor Granville", le dije. ‘Tiene excelentes referencias. Pero no me hace falta para nada verle el pene".

    Shirley conoció a Jerry en el set de una película porno. Su trabajo como fluffer era ayudar a las estrellas masculinas a mantenerse preparadas entre tomas.

    Fue mientras ella acopaba las bolas de Jerry con una mano y le acariciaba la polla con la otra cuando pensó para sí misma: este es el hombre con el que me quiero casar.

    Así mi novia de la infancia y su esposo estrella porno se convirtieron en mis inquilinos. Se mudaron a la vieja cabaña que se encuentra en el valle debajo de mi granja y hubo muchas noches en que miré por la ventana de mi habitación y me imaginé viviendo allí con Shirley Granville como mi esposa. No me hubiera importado que ella jugara con las partes de otros hombres para ganarse la vida. Siempre y cuando pudiéramos compartir nuestras vidas, nuestros amores, esperanzas y miedos. Envejecer juntos. Tener hijos y nietos y bisnietos.

    Pero no fue así. La única chica que yo había amado verdaderamente era la esposa y el confort de otra persona.

    Eso no parecía justo.

    Durante todo el tiempo que podía, yo evitaba a Shirley. Cuando estaba en mis campos, me mantenía de espaldas a la cabaña por miedo a echarle un vistazo. Contaba todos los días que no la veía como un buen día, aunque me dolíia mucho que ella nunca me buscara. ¿Significaba yo tan poco para ella que ni siquiera podía molestarse en pasar a decir hola?

    Y luego, un día lo hizo.

    Yo acababa de terminar la cena cuando llamaron a mi puerta. Era una hota extraña para llamar y yo no podía pensar quién podría ser. (En verdad, aún no eran las nueve en punto, pero para un alma que se levanta a las cinco cada mañana, parece una hora indecentemente tarde para perturbar la paz de uno).

    Durante un desconcertante momento, no la reconocí, aunque de alguna manera me era familiar. Con sus pantalones vaqueros y su suéter holgado y su rostro desprovisto de maquillaje, estaba lejos de ir sencilla, pero tampoco tenía la obscenidad que esperarías de alguien en su profesión.

    Entonces cayó la ficha y mi mente se abalanzó hacia un nuevo paradigma. "¿Shirley?"

    "Hola, Shaun". Me sonrió con una sonrisa de Hollywood y me acordé del aparato que ella solía usar. "Mucho tiempo sin verte".

    Nos sentamos en la cocina a beber vino de grosella y a desentrañar los años. Hablar era una máquina del tiempo mientras revivíamos los días dorados de nuestra infancia. Los recuerdos, tan negligenciados que se habían tornado tenues como la niebla de la mañana, se solidificaron una vez más.

    Riendo como colegiales, hablamos de la casa del árbol y su biblioteca de revistas hurtadas.

    Shirley mencionó el cigarrillo que habíamos compartido entonces y yo inmediatamente probé el tabaco en mi garganta y suprimí una tos comprensiva por mi yo adolescente. Y ese recuerdo provocó otro recuerdo: la tarde lluviosa cuando nos refugiamos en la casa del árbol y ella olía a menta y a fresa.

    "¿Recuerdas eso?", le pregunté. "¿Cuándo intentamos besarnos?"

    "Habías comido regaliz rojo y parecías llevar lápiz de labios".

    "No dijiste nada al respecto en ese momento".

    Shirley se encogió de hombros. "Me gustaba ese sabor".

    "¿Pero no el beso?"

    "Me decepcionó un poco..." Ella dudó. De pronto estaba seria. Pude ver en sus ojos que estaba haciendo un cálculo sobre si hablar o callarse.

    "¿Qué?", ​​la alenté. "Pero... ¿qué?"

    "Eso fue lo único en lo que pude pensar desde entonces hasta las vacaciones de verano".

    Ah, las vacaciones de verano de ese año mágico cuando cumplí 14 años y pasé un mes en una caravana sobre la Isla Sheppey. Yo había conocido a una chica allí. Se llamaba Pam. Nos mantuvimos en contacto por carta hasta que salí de la escuela. Luego viajé a Essex para pedirle su mano en matrimonio.

    Nunca llegué a saber dónde había estado Shirley de vacaciones ese año, y nunca había pensado en preguntar.

    Bebimos más vino de grosella espinosa y hablamos sobre esto y aquello y todo y nada y, por primera vez desde la enfermedad de Pam, sentí la maravilla de la vida fluyendo a través de mí.

    Vagamos en tonos lánguidos hasta las primeras horas del día. Una repentina caída de temperatura me dijo que se acercaba el amanecer y que debería ponerme las botas Wellington y prepararme para caminar a través de charcos de excremento líquido, reunir al rebaño y llevarlas dentro para ordeñar.

    ¿Por qué sigues aquí? Me pregunté mirando a Shirley. Se le caían los párpados. Debería haber estado en la cama hace horas. Acurrucada con su esposo.

    "Bueno", dije llenando hasta arriba el vaso de Shirley con los restos de nuestra cuarta botella de vino de grosella, "¿cómo te trata la vida de casada?"

    Ella sacudió su cansada y privada de sueño cabeza. "Horrible. Simplemente horrible".

    "¿En serio?"

    "¡No!" Ella rechazó sus palabras con un gesto de la mano. "Olvida que he dicho eso. Amo a Jerry. Todo es maravilloso No podría pedir un mejor esposo".

    "¿En serio?"

    "Déjalo, Shaun. Tú no lo entenderías".

    "¿En serio?"

    "En serio".

    Llevé a Shirley a la cabaña en mi Land Rover. Mis ojos estaban en ella más que en el camino. Y pensaba para mí mismo: te amaba cuando ningún otro chico te miraba. He pasado mi vida adulta pensando que las cosas no van bien porque falta algo, algo que debería estar aquí pero que no está. Y ese algo eres tú, y fuiste y te casaste con alguien que se folla a otras personas para ganarse la vida y yo te miré anoche y sentí que tú entendías que ambos habíamos tomado el camino equivocado en un momento crucial de nuestras vidas.

    Te amo Shirley y de verdad no entiendo lo que eso significa más allá de saber que todo lo que nos separa está mal, mal, mal...

    "Buenas noches, Shirley", dije parando el coche fuera de la cabaña. Sin palabras, ella se tambaleó hacia la puerta principal. No hay necesidad de una llave en esta parte de la Inglaterra rural.

    El roble era una silueta. Activó un recuerdo del día en que mis padres murieron en un accidente de coche y yo me refugié en sus ramas, decidido a quedarme allí hasta que alguien confesara haberme gastado tan horrible broma. Eso a su vez me llevó a recordar algo extraño que había sucedió cuando yo vivía en la cabaña con tía Clarice y tío Tony.

    Fue un par de años después de conocer a Pam, mi futura esposa. Para ser precisos, fue en Halloween.

    El otoño había llegado de manera intransigente y las hojas del roble competían entre sí para producir el más salvaje brote de colores.

    Era un momento en que el cambio estaba en todas partes y no solo en los campos, bosques y setos. Mis días de escuela habían terminado y yo estaba trabajando a tiempo completo en la granja bajo la tutela del tío Tony. La granja era mía, pero mi tío estuvo a cargo hasta quedar satisfecho de que yo podía manejar las cosas por mí mismo.

    Esa noche, Halloween fue como debería ser. El viento ocupaba pasivamente nubes sobre el cielo. En un momento, la luna estaba oculta, al siguiente, brillando.

    Yo estaba en mi mesita de noche escribiendo una carta a Pam. No nos habíamos visto desde la Isla Sheppey, pero nos habíamos mantenido en contacto por carta y teléfono. En una lata de galletas bajo mi cama estaban todas las fotografías que ella me había enviado. Eran la pictórica historia de su transformación de una joven de catorce años en una joven atractiva.

    Debido a que parecía de lo más romántico, yo escribía a la luz de las velas.

    A través de la ventana, pude ver la parte superior del roble: una silueta bordeada de luz de luna de plata. Y se me ocurrió que debía tallar un corazón en su robusto tronco. Un corazón con una flecha y las iniciales de Pam. Me pareció que la medianoche de Halloween sería el momento perfecto para crear un monumento a mi amor. En cuyo caso, no tenía un momento que perder, la medianoche estaba a minutos de distancia.

    A toda prisa, me puse unos vaqueros y un jersey sobre el pijama y me puse los zapatos. Agarré mi navaja y abrí la ventana.

    El viento irrumpió en mi habitación con alegría traviesa, haciendo que las páginas de mi carta bailaran en el aire como insectos en un ritual de cortejo. Con un parpadeo salvaje, la vela se apagó y la luz de la luna reinó supremamente.

    Me lancé hasta el tejado de la vieja caseta. Luego bajé rápidamente por el desagüe y corrí por el patio trasero hacia el viejo roble.

    Me sentía vivo. Regocijado. El viento agarraba la risa de mi boca y la lanzaba por ahí como confeti.

    Estaba a mitad del campo cuando noté algo que me detuvo en seco.

    Una forma oscura se aferraba al árbol justo donde yo pretendía dejar mi marca. Siendo Halloween y siendo yo joven y fantasioso, tuve la idea de que un demonio andaba suelto.

    Me agaché y avancé lentamente. Hombre, bestia, demonio o ángel—fuese lo que fuese—yo tenía una misión que cumplir.

    Cuando me acerqué y mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, la cosa adquirió un aspecto menos siniestro. Vi cabello oscuro y una abrigo negro.

    Aún más cerca, vi la cara de la criatura y sentí una emoción de reconocimiento. Era Shirley Connor, pero no la Shirley Connor con quien yo había jugado a «muéstrame el tuyo y yo te muestro el mío».

    Después del verano de nuestras quedadas en la casa del árbol, nos habíamos separado. Yo era vagamente consciente de que ella estaba saliendo con otros chicos, pero ese conocimiento no tenía ningún impacto emocional en mí. Mi corazón pertenecía a Pam.

    En alguna parte del camino, Shirley había crecido y yo no me había dado cuenta. No solo había crecido, sino que había florecido. Justo allí y entoces, yo me enamoré de ella.

    ¿Pero qué estaba haciendo en medio de un campo a la hora de las brujas? ¿Por qué estaba aferrada a ese árbol con la parte frontal del abrigo levantado? ¿Y por qué los extraños movimientos?

    Me apresuré a regresar a la cabaña. De vuelta al santuario de mi habitación.

    Cuando me metí en la cama, creí haber oído a Shirley gritar, pero me dije que solo era el viento.

    Durante días después permanecí confundido. Aunque quería que mis sueños fueran sobre Pam, era Shirley quien los acosaba. Y cuando estaba despierto, estaba plagado de imágenes de ella aferrada a ese árbol. Trataba poderosamente de dar sentido a lo que había visto, pero mi mente se negaba a involucrarse con los hechos.

    Finalmente, reuní coraje y fui hasta el roble. Recuerdo la sequedad de mi garganta y el martilleo de mi corazón al acercarme a ese antiguo árbol. Era un árbol que llevaba allí desde toda mi infancia y yo pensaba que conocía sus partes más bajas con bastante detalle. Pero allí, justo donde Shirley había interpretado lo que yo creía que era una danza pagana, había una característica que nunca antes había notado. Era una protuberancia retorcida, un crecimiento atrofiado desprovisto de corteza.

    Y era inconfundiblemente fálico.

    Pasaron los años. Me casé con Pam. Intentamos y no pudimos tener chicos. Y luego ella enfermó y murió.

    La gente dijo que yo debería volver a casarme. Yo siempre decía que era demasiado pronto y ellos asentíian comprensivamente y me decían que mi dolor se aliviaría y que un día me encontraría a una buena mujer y sería feliz de nuevo.

    Pero el dolor crecíia y yo no podía decirle a nadie la horrible verdad—que no estaba triste por Pam. Solo por Shirley, la chica con la que debería haberme casado.

    Ella y sus padres habían abandonado la localidad en cuanto el sistema educativo terminó con ella. Nadie parecía saber adónde habían ido.

    Cada vez que veía el roble, pensaba en ella y me preguntaba qué estaba ella haciendo con su vida.

    Bueno, ahora lo sabía. Estaba casada con una estrella porno y vivía en la cabaña que había sido el hogar de mi infancia.

    Qué bastardo es el Destino. Un bastardo astuto e ingenioso, irónico y cruel.

    El señor y la señora Jerry Granville se fueron durante un par de semanas a trabajar en una película.

    A petición de ellos, yo visitaba la cabaña todos los días para recoger el correo y comprobar que todo estaba bien. Cada segundo en aquel acogedor nido de amor era el purgatorio y yo no me quedaba más tiempo del necesario.

    Sabía que si me aventuraba en la sala de estar y veía una cosa que fuese de él, sería como un atizador caliente trinchándome el corazón.

    Entonces vino ese domingo. Debería haber ido a la iglesia pero no estaba de humor para comunicarme con mi creador. Que otros escuchen los trivialidades del reverendo Morris. Que otros canten que Dios es su refugio del tormentoso estallido.

    Mi plan era ponerme rugientemente borracho.

    Mi misión fue rápidamente cumplida y, cuando las campanas de Dingle Marsh sonaron para el servicio de la mañana, marché hacia la cabaña, botella de garrafón ilegal en mano, cantando Adelante Soldados Cristianos. Entré en la cabaña sin prestar atención al hecho de que mis botas estaban llenas de licuada mierda de vaca.

    Cuando había empezado a beber, no había sido mi intención invadir la cabaña. Pero el alcohol alimenta la perversidad y, antes de darme cuenta, estaba en lo alto de las escaleras frente a la puerta del dormitorio principal.

    No lo hagas, me dije. Te arrepentirás duante el resto de tus días.

    Tienes que saber, decía el alcohol. Enfrenta a tus demonios, Shaun Delaney. O nunca se irán.

    El sentido común nunca fue rival para el licor de garrafón. Abrí la puerta, casi esperando ver el dormitorio de mi infancia.

    La cama era apenas visible debajo de una montaña de breve ropa interior, ropa de goma, látigos y esposas. Las esposas colgaban de ganchos. La repisa de la chimenea estaba tapiada con consoladores, vibradores, tapones de nalgas, riñoneras eléctricas, restrictores para pollas y pinzas para pezones.

    Oh, maldición jodida doble. ¿Por qué demonios tuve que meter la nariz en los asuntos de otras personas? También podría haberme realizado una cirugía a corazón abierto con un abrelatas oxidado.

    Maldiciéndome por ser idiota, salí tambaleándome de la cabaña e tracé una línea recta hacia el roble.

    Me senté con la espalda contra el tronco. Las hojas de otoño crujíeron bajo mi trasero mientras me acomodaba.

    Quedaban algunos tragos de garrafón. Los terminé y tiré la botella a un lado.

    El sueño, esa bendita liberación de las preocupaciones del mundo, comenzó a descender como el telón de un teatro. Mientras mi cabeza se inclinaba hacia un lado, vi la protuberancia retorcida con la que Shirley había fornicado todos esos años. Y luego me quedé dormido y perdido en sueños de bellotas, tapones para nalgas y pinzas para pezones.

    Cuando Shirley y su esposo regresaron, mi odio por Jerry creció y creció. También lo hizo mi desprecio hacia el árbol—o al menos hacia esa parte que había penetrado mi único amor verdadero.

    Una noche, bajo la influencia del alcohol, tomé un hacha, la limé en una piedra de afilar y admiré su perverso filo. La cara reflejada en la hoja pertenecía a un maníaco con barba de cinco días.

    Silbando sin melodía, me puse en camino con la intención de separar a Jerry Granville de su periquito.

    Los sobrios efectos del aire nocturno permitieron que un mínimo de racionalidad arraigara. Y pensé que tal vez debería perdonar a Jerry—al menos hasta haber ideado una forma más segura de deshacerme de él. Después de todo, cortarle el badajo no garantizaba su muerte y había muchas posibilidades de que él se reuniera quirúrgicamente con su pene. Pero mi sangre clamaba venganza y yo detestaba la idea de haber afilado un hacha sin ninguna buena razón.

    Más adelante, vi el poderoso roble y supe lo que tenía que hacer.

    Una nube oscura lo oscurecía todo menos una astilla de la luna, y yo estaba casi ante el roble, con el hacha en alto y listo para golpear, cuando noté que no estaba solo.

    El cuerpo desnudo de Shirley estaba presionado contra el tronco del árbol. Sus nalgas se movían adelante y atrás, cada movimiento acompañado de un gruñido. Sus manos acariciaban la corteza como para estimularla.

    Dejé caer el hacha.

    Sus movimientos se volvieron más salvajes y vigorosos hasta que, con tres gritos de «¡sí!», ella alcanzó un estremecedor orgasmo. Y luego descansó contra el tronco, su aliento parecía modular la brisa, el sudor de su espalda brillaba a la luz de la luna.

    "Shirley." Su nombre vino sin querer a mis labios.

    Ella giró en redondo. Su amante la había dejado demasiado débil para correr. Lo único que pudo hacer fue apoyarse contra el árbol y mirarme con desafío en sus ojos.

    "No es culpa mía", suspiró ella, sus senos subían y bajaban como restos flotantes en un mar en calma. "No es culpa mía".

    "Lo sé", dije, aunque no sabía tal cosa.

    "No es culpa mía para nada".

    Sin preguntar si podía, la recogí en brazos. De camino a la granja, ella dormitaba en mis brazos.

    La envolví con mi impermeable y la senté en la cocina. Luego encendí el fuego e hice café.

    Por un tiempo, ninguno de los dos dijo nada. Solo tomamos un sorbo de café y nos miramos umo frente al otro en la mesa.

    Finalmente, ella habló. "Debes de pensar que soy una zorra loca".

    "¡Nunca!"

    "No es la primera vez, Shaun".

    "Lo sé". Le heblé sobre aquella noche de Halloween tantos años atrás.

    "Sentí que alguien estaba mirando", dijo ella, "me alegra saber que eras tú. Y ahora, supongo, ¿quieres saber por qué lo hice?"

    "No tienes que decírmelo".

    "Yo era fea".

    "Maldita sea, mujer. No hay nadie en estas partes la mitad de bonita que tú".

    "Entonces, ¿por qué me ignoraste? Te fuiste de vacaciones a la Isla Sheppey, ¿no?... y cuando volviste, apenas reconocías mi existencia".

    "No fue así". Pero lo fue y yo lo sabía. "Había una chica que conocí".

    "Lo sé. Uno de los aldeanos en Dingle Marsh me lo dijo. Te casaste con ella. Está bien, Shaun. Entiendo. Por lo que he oído, era toda una belleza. ¿Y yo? Yo era una verdadera Plana Jane.

    "Hay una creencia en estas partes sobre ese viejo roble tuyo. La gente dice que si una chica le entrega su virtud en la medianoche de Halloween, el árbol la recompensará con el regalo de la belleza.

    "¿Por eso regresaste al área? ¿Por ese condenado árbol?"

    Ella bajó los ojos. "Tenía muchas razones para volver, pero el árbol no era una de ellas. De hecho, fue la razón por la que me fui. Era un recordatorio constante de cosas que preferiría olvidar".

    "Y sin embargo, esta noche..."

    "Esta noche le hice el amor otra vez".

    "¿Por qué?"

    "Porque estaba frustrada".

    Me pareció difícil de creer. "Tu esposo es una estrella porno. En su sitio web se jacta de poder mantenerse arriba toda la noche".

    "Cuando mullía a Jerry, sus ojos nunca estaban sobre mí. Siempre estaba mirando a uno de sus compañeros sementales. Me convencí a mí misma de que lo único que él necesitaba era una buena mujer para corregirle." Ella rió una risa corta y amarga. "Pensé que podría curarle ser gay".

    Shirley aceptó mi oferta de la habitación libre. En mi propia habitación, moví mi cama contra la pared para estar tan cerca de ella como lo permitiera la decencia.

    Requirió tres vasos de whisky calmar mis pensamientos y tranquilizarme hasta el sueño.

    Al día siguiente, asomé la cabeza a la habitación libre para ver si Shirley todavía estaba allí.

    Ella yacía fuera de las sábanas, usando las manos como almohada.

    Después de ordeñar las vacas y alimentar a las gallinas, hice una taza de té y me senté en el tronco del árbol que yo usaba para cortar leña. Me dolía la cabeza de haber dormido muy poco y bebido demasiado alcohol. Me sentía solo, amargado y confundido.

    Entonces miré hacia arriba y vi a Pam. Mi esposa muerta paseaba por el camino, vestida con los vaqueros y el abrigo que llevaba cuando ayudaba en la granja.

    Sentí una oleada momentánea de deleite, como lo hace una persona cuando se encuentra con un amigo largo tiempo perdido. Pero la realidad fue rápida en abofetearme y recordé la ropa que le había dejado a Shirley.

    Así que allí estaba ella. El amor de mi vida. Con la ropa de mi difunta esposa, camino a la casa de mi infancia para estar con un hombre que no la deseaba ni la merecía.

    Podría haber sido una señal para abrir una nueva botella de garrafón casero. Pero la vida me había llevado tan lejos como yo estaba dispuesto a ser empujado. Era hora de empujar a cambio.

    No tenía forma de saber cuándo Shirley volvería a visitar el roble, pero estaba seguro de que volvería a ceder a sus encantos. Si no esta misma noche, alguna otra.

    Cada vez que sucedía, yo estaba allí esperando para enfrentar mi problema. Para decirle que la amaba con una fuerza y ​​certeza que ni siquiera un poderoso roble podría igualar. Luego le mostraría que un árbol no puede sustituir el amor de un buen hombre.

    Con estos pensamientos en mente, me puse en camino hacia el roble. Yo era madera, definitivamente madera. Pero también era acero. Nada, pero nada, podría disuadirme o debilitar mi resolución.

    Me colé en el jardín delantero de la cabaña. Rodeé el lateral. Crucé el patio trasero.

    La luna estaba alta y brillante. Olí polen en el aire. Y estiércol y compost también.

    Un búho ululó. Un grillo chirrió. Y a la luz de una luna plateada, vi al marido de mi amada bajarse los pantalones y presentar el trasero a un árbol antiguo.

    Doblándose casi el doble, extendió las nalgas y retrocedió lentamente hacia el tronco. Pude ver claramente las contorsiones de su rostro cuando se empaló en el muñón fálico.

    Su boca se abrió en una gran O y dio rienda suelta a un gemido que rápidamente se transformó en algo así como un aullido.

    Jerry permaneció inmóvil mientras su esfínter se ajustaba para ser estirado hasta sus límites extremos. Y luego movió sus caderas lentamente adelante y atras.

    Con los ojos cerrados y las manos sobre las rodillas, pronunció una letanía de súplicas y nombres. ‘Sí, Mick. ¡Tómame, llévame Vinny! ¡Más fuerte! ¡No me importa si duele! ¡Pierre! ¡Gran bastardo francés!"

    Su verga estaba en plena posición de firmes y, por un momento, me imaginé que era parte del árbol, que una rama del roble había atravesado su trasero e irrumpido por la ingle.

    Una voz susurró en mi oído. "Ya ves cómo es, Shaun".

    Shirley estaba a mi lado. Vestida con un camisón de gasa blanca que ondulaba con la brisa, tenía la cualidad etérea de un espíritu rebelde.

    "El hombre es una abominación".

    "Él es lo que es, Shaun. No es culpa suya".

    El hacha que había dejado caer la noche anterior yacía en el suelo. Me incliné para recogerla, pero Shirley me lo impidió.

    "No", dijo ella. "No estropees el placer del árbol".

    Dándole la espalda a Jerry, la rodeé con un brazo protector. "No deberías tener que ver esto. Te llevaré de vuelta a la cabaña".

    "Pero es una noche tan hermosa. Vamos a quedarnos fuera un rato". Presionó su cuerpo contra el mío y me envolvió con sus brazos.

    Miré su adorable rostro y antes de darme cuenta, mis labios estaban sobre los de ella y la Naturaleza tomó su bendito, estimulante y rutinario curso.

    No hubo finura en nuestro acto sexual. Ella tiró de mis vaqueros haciendo que los botones salieran volando y mi verga surgiera como un rastrillo pisado. Le subí el camisón y le arranqué las bragas.

    Tal vez ella me tiró al suelo, tal vez la empujé yo y la seguí hasta abajo. Todo fue un confuso borrón. Ni siquiera recuerdo el momento de entrada, pero allí estaba yo dentro de ella, mi primer y único amor verdadero, golpeando, perdiéndome en su carne, su aroma, su calor.

    Llegamos simultáneamente. Yo rugiendo como un león, ella gritando como un búho chillón.

    Algo volvió a aullar. Al principio pensé que era un lobo, aunque no había ninguno en estas partes. Luego me pregunté si no era un espíritu despertado de su sueño por la fuerza de nuestro amor.

    Cuando mi mente descendió de sus orgásmicas alturas, noté que habíamos escuchado a Jerry alcanzando su propia crisis.

    Rodé sobre mi espalda y lo vi caer de rodillas. Juro que había algo verde y pegajoso goteando de su polla. Parecía savia de árbol.

    Después de esa noche, la pretensión había terminado. Con la bendición de Jerry, Shirley se mudó conmigo.

    Le ayudé a despejar el dormitorio de todos los diabólicos juguetes que había comprado a Shirley como sustituto de lo que él no podía proporcionar. Quemamos lo que pudimos y dimos el resto como alimento a mi máquina trituradora.

    Por la noche, a menudo veía desde la ventana de mi habitación cómo una figura se arrastraba desde la cabaña hasta el árbol. Y a veces, cuando escuchaba ruidos extraños, me preguntaba si era Jerry o solo un búho.

    Shirley se mantenía lejos del árbol, aunque a menudo la veía mirando con nostalgia en su dirección. Yo dejé en claro que no tenía ninguna objeción a que ella participara de sus servicios, pero ella me dijo que no fuera tonto.

    Y aunque estaba feliz de que ella continuara esponjando, ella decidió que era hora de retirarse. "Estoy en mis treinta y tantos años. Para una mujer en el mundo del entretenimiento erótico, eso es prácticamente geriátrico".

    Y así nos acomodamos ambos en una acogedora rutina y la vida era buena.

    Una noche, estábamos cenando asado. Un fuego rugía en la parrilla y los aromas de la comida bien cocinada flotaban en el aire.

    A mitad del plato principal, sonó el teléfono en el pasillo y Shirley se puso rápidamente de pie. ‘"Sigue comiendo, Shaun. Volveré en un minuto".

    Yo estaba demasiado ocupado sirviéndome patatas asadas y carne para escuchar la conversación, pero no creo que Shirley dijese gran cosa de todos modos. Solo "Ajá", "Ya veo" y cosas similares.

    En cualquier caso, fue una llamada corta.

    Cuando ella regresó al comedor, se estaba poniendo el abrigo. "Era Jerry. Sonaba molesto. Quiere que vaya a la cabaña de inmediato".

    "¿Pensé que estaba filmando en Gales?"

    "Lo estaba. Pero ha vuelto temprano".

    "¿Y tu cena?"

    "Cenaré cuando regrese". Me dio un beso rápido en la mejilla. ‘Lo siento, Shaun. De verdad que me necesita".

    "¿Quieres que te acompañe?"

    "Quédate y disfruta la comida".

    Mi tarde se arruinó, abrí una botella de vino fresca y la llevé al patio trasero.

    Era una bonita noche. El otoño comenzaba a mostrarse y las estrellas espolvoreaban el cielo.

    Sentado en el tocón, tragaba vino y reflexionaba sobre que yo era un hombre afortunado. En cierto modo, me alegraba de que Shirley hubiera ido a ayudar a su marido separado. Eso mostraba que ella tenía corazón. Un cálido y tierno corazón que me pertenecía a mí.

    En el valle, el roble estaba en su campo, tal como lo había estado desde el día que nací. Levanté mi botella de vino en saludo a ese coloso de madera y le deseé muchos siglos más de vida.

    El fuego en la cocina se había apagado cuando Shirley regresó. Su cena estaba en el horno, pero su mirada cuando arrojó su abrigo sobre una silla me decía que no estaba de humor para comer.

    Levantó un pequeño videocasete. Reconocí el formato como mini-DV. "¿Quieres ir a buscar la cámara de video", dijo sin un «hola» ni un «¿qué tal has pasado la tarde?» "Hay algo que tienes que ver".

    Mientras estaba sentado en la mesa de la cocina mirando la cinta en mi videocámara, Shirley caminaba detrás de mí. La cinta contenía tomas no editadas de la última película de Jerry y ella había puesto lo que en el comercio del porno se llama una toma de efectivo. Para ti o para mí, ahí es donde la estrella masculina dispara su fajo.

    En este caso, Jerry apuntaba a la cara de una adorable rubia con nariz de botón. Ella estaba de rodillas, con Jerry de pie frente a ella bombeándose hasta el orgasmo. La joven abría la boca con impaciencia. Segundos después, Jerry gritó "¡Ya llego!" Y eyaculó. La mayor parte salpicó en la mejilla izquierda, pero otra parte cayó en su boca.

    Hice una pausa en la cinta.

    Shirley vio mi mirada de desconcierto. "No, Shaun", dijo. "Tus ojos no te engañan".

    Puse el video de nuevo. Lo que había salido disparado del pene de Jerry no era semen. Era verde y pegajoso. Como savia de árbol.

    Cuando la chica en el video se dio cuenta de que algo no iba bien, su rostro registró primero desconcierto, luego miedo y finalmente asco. Ella gritaba como una posesa.

    Yo apagué la cámara.

    "¡Dios mío! Eso ha sido horrible".

    "Tiene una erección permanente", dijo Shirley, "y esa cosa sigue saliendo del extremo".

    "Es ese maldito árbol. Esto es lo que le pasa por meterse cosas donde las cosas no tienen derecho a ser metidas".

    "Por supuesto, es el final de su carrera como estrella porno. Aunque todo lo que tenga se aclara, nadie en el negocio se acercará a su polla. Y mientras tanto, tiene una beligerante rigidez que no quiere bajar".

    "Debe de ser muy doloroso. ¿Ha probado lo obvio?"

    "Sin éxito. Cree que sabe cómo deshacerse de su madera, pero necesita tu ayuda".

    Reprimí un estremecimiento. "No me estarás pidiendo que lo esponje."

    "Pues claro que no. Solo quiere que taladres un agujero".

    Y allí estaba yo en medio de la noche, con mi caja de herramientas, perforando un agujero en un árbol y ampliándolo con un cincel.

    Jerry estaba detrás de mí. La verga de proporciones impresionantes le sobresalía de la bragueta de los pantalones. De vez en cuando, la limpiaba con un pañuelo para deshacerse de la savia. Había gastado dos cajas de Kleenex y estaba a la mitad de la tercera cuando comenzó a abofetear su virilidad.

    "Desearía que no hicieras eso", le dije. "Hace que a un hombre le resulte difícil concentrarse".

    "La maldita cosa está llena de mosca verde. Solo Dios sabe de dónde viene".

    Conseguí mi regla de metal y verifiqué las dimensiones del agujero. "Eso parece correcto, si quieres probarlo".

    Jerry se apresuró hacia el tronco del árbol.

    "Cuidado", advertí. "Podría haber astillas".

    "Oh, sí", dijo Jerry con una expresión de alivio en su rostro cuando metió los primeros centímetros en el tronco. "Está un poco apretado, pero debería servir".

    "Tal vez debería haberlo lubricado".

    "No es necesario. Hay mucha savia ". Con un gruñido, Jerry enfundó su arma hasta la empuñadura y comenzó a empujar.

    Avergonzado, me las ingenié para encontrar algo interesante en el contenido de mi caja de herramientas.

    Los gruñidos de Jerry eran todo lo que yo necesitaba para saber dónde estaba él en su acto de amor. Al principio eran suaves y sin prisas. Volviéndose más fuertes y rápidos, hasta que, con un súbito grito— que me hizo cagarme de miedo—vació el depósito.

    "Oh, señorcito, señorcito, señorcito", mascullaba. "Qué alivio".

    Escuché un suave sonido cuando él retiró el periquito del árbol.

    Pero eso, por desgracia, no fue el final de los problemas de Jerry. Todas las noches, justo antes de la medianoche, tenía una erección que solo una visita al árbol podía aliviar. En otras ocasiones, cuando su minga estaba flácida, la savia manaba de la punta y le hacía oler a hierba recién cortada. Donde quiera que fuera, la mosca verde lo seguía.

    Como Shirley había predicho, él estaba acabado efectivamente como estrella porno, pero ese era el menor de sus problemas.

    Señaló un parche de piel áspera en el interior de su muslo. "¿Qué diría usted que es esto, señor Delaney?"

    Me incliné para mirar más de cerca. "Parece eccema, Jerry".

    "Eso es lo que pensé. Pero no lo es".

    "Podrías tener razón. El eccema no suele ser marrón, ¿verdad?

    "Tóquelo, señor Delaney".

    De mala gana, puse la punta del dedo sobre la piel áspera. "Está duro y... bueno..."

    "Continúe", instó Jerry. "Diga lo que siente".

    "Creo que es mejor que busques una opinión médica".

    "Parece madera, ¿verdad?"

    "Me temo que sí, Jerry".

    "Para ser precisos: como corteza".

    "Sí", coincidí. "Definitivamente parece corteza".

    Para mi alivio, Jerry se subió los pantalones. "Ayer era la mitad del tamaño. Y el día anterior, la mitad del tamaño otra vez".

    "Probablemente no sea lo que parece".

    "¿Eso cree? Eche un vistazo a esto". Del bolsillo de su chaqueta, sacó una navaja y la abrió. Antes de que pudiera detenerlo, se pasó la hoja por la parte posterior del brazo. El limo verde rezumaba de la herida. "¿Ves esto, Sr. Delaney? Es mi sangre".

    Él estaba alarmantemente tranquilo.

    "Quiero que me haga un favor", me dijo guardando el cuchillo. "Quiero que mantenga esto en secreto entre nosotros. Es mejor que Shirley no lo sepa".

    "Por supuesto".

    "Me iría si pudiera. Pero necesito el árbol". Por un momento, pareció que iba a llorar. "Me quedaré en la cabaña hasta que arregle esto. Dígale a Shirley que tengo cita para una clínica y que espero recuperarme por completo".

    "Lo haré, Jerry".

    "Gracias, señor Delaney. Es usted un buen hombre".

    Una noche, llegó una tormenta.

    El viento tenía un berrinche. Sacudía ventanas y causaba que todo trozo de madera en la granja crujiera y gimiera. Desde el exterior llegaban los caóticos sonidos de cosas siendo arrancadas y estrelladas contra las paredes.

    Shirley y yo nos acurrucamos en el sofá de la sala de estar. Cada golpe la hacía saltar y yo me preguntaba si me quedaría una granja por la mañana.

    Cada hora más o menos, tenía que dejar a Shirley para revisar el ganado. Cuando lo hacía, arriesgaba mi vida mientras esquivaba los escombros voladores y las tejas que caían.

    Las cosas empeoraron justo antes de la medianoche, cuando comenzó a llover. Por la ventana de la sala yo observaba cómo mi patio trasero se convertía en una piscina de barro.

    Shirley para entonces estaba temblando. Yo hice lo que pude para tranquilizarla. Le dije que había visto tormentas peores y que no teníamos nada que temer.

    Como para llamarme mentiroso, desde arriba vino un todopoderoso estruendo. Fue seguido por el sonido de algo aterrizando pesadamente.

    Corrí escaleras arriba y, luchando contra el viento, abrí la puerta del dormitorio. Tan pronto como pasé dentro, la puerta se cerró de nuevo.

    Había una rama en el suelo. El viento la había arrojado dentro de la habitación y destruido la ventana en el proceso. Había cristales rotos por todas partes.

    La ventana daba al valle. Pude ver la cabaña y me consoló notar que el techo parecía intacto.

    A la derecha de la cabaña, el roble desafiaba el viento y la lluvia. Perderá algunas ramas, pensé, pero pasará esta tormenta como si me encogiera de hombros en una lluvia de abril.

    Un momento después, un rayo cayó del cielo y rebanó el árbol. Hubo un crujido como el disparo de un rifle y las llamas surgieron de la copa. El árbol temblaba mientras algunas de sus enormes ramas caían al suelo.

    Y entonces el viento, con la ráfaga más fuerte de la noche, yació hacia el árbol. Cuando el roble ardiente se volcó, vi una figura salir corriendo bajo las ramas. Su andar y movimientos me recordaron a una marioneta de madera.

    La tormenta por remitió y ambos cogimos el sueño como pudimos en el dormitorio libre.

    Cuando sonó el despertador, lo apagué temiendo que despertara a Shirley. Pero ella estaba muerta para el mundo y habría seguido durmiendo durante el Último Triunfo.

    Yo, por otro lado, no podía permitirme el lujo de dormir más. Hoy parecía que iba a ser el más ocupado de mi vida y cuanto antes me pusiera a ello, mejor.

    Los animales eran mi primera prioridad. Los ordeñé, alimenté y limpié en tiempo récord. Afortunadamente, todos habían sobrevivido ilesos, aunque las gallinas parecían algo apagadas.

    Trabajando como un troyano, parcheé tejados y reparé vallas y paredes. Pocas de las reparaciones durarían, pero servirían por ahora.

    Shirley se levantó a tiempo para acompañarme a almorzar. Habiendo escapado—a sus ojos—de una muerte segura, estaba de buen humor y habló de los eventos de la noche anterior de la misma manera que un aficionado al fútbol hablaría de un gran partido. Para ella, el único inconveniente era la desaparición del roble. Habló de ello en los tonos silenciosos de una funeraria.

    Cuando terminé mi pastel de cabaña, ella mencionó a su esposo. "Me alegra que esté en esa clínica. Hubiera sido terrible para él haber estado solo en su cabaña anoche".

    Con un destello de culpa, me di cuenta de que me había olvidado por completo de Jerry. "Voy a ver si el árbol se puede salvar", mentí.

    "Iré contigo", dijo Shirley.

    "Demasiado peligroso. Una de esas ramas podría caerse en cualquier momento. Déjame ver si es seguro y luego puedes echar un vistazo".

    "Vale. Supongo que yo debería continuar con las tareas del hogar. Llevarrá un tiempo ordenar el dormitorio".

    El camino a la cabaña era efectivamente un río de lodo, así que bajé allí en mi tractor. Cuando llegué, la puerta principal estaba abierta.

    Busqué por la cabaña. No había señales de Jerry.

    Bueno, pensé, si él no está aquí dentro, solo hay otro lugar en el que es probable que esté.

    Me abrí paso a través del patio trasero y navegué por el campo inferior, cada paso obstaculizado por el barro aferrado.

    Incluso de lado, el roble seguía siendo impresionante. Sus raíces expuestas llegaban hasta una casa de dos plantas. Si su tronco hubiera sido hueco, yo podría haber permanecido de pie dentro.

    Caminé alrededor del árbol, casi esperando ver a Jerry atrapado bajo una rama. Quizá inconsciente. Quizá incluso muerto.

    Por el rabillo del ojo pensé haber visto movimiento. Me di la vuelta, pero no pude ver nada fuera de lo común. Y luego otro movimiento llamó mi atención hacia una figura bien camuflada que yacía en el tronco caído. Era Jerry, con la piel completamente convertida en corteza. Pequeños brotes verdes habían ocupado el lugar de su cabello, y le crecían hojas de las puntas de los dedos.

    Él estaba aferrado al roble, su ingle directamente sobre el agujero que yo había hecho.

    Me miraba con ojos verdes cargados de miseria y desesperación. Cuando habló, pude ver que sus dientes eran del color del sauce recién deshojado. "Ayúdame, Shaun", dijo. "¡Tenemos que salvar el árbol!"

    Nunca me había sentido tan miserable como cuando tuve que decirle a Jerry la impactante verdad. "No podemos salvar el árbol. Está demasiado destruido".

    "¡No!", se lamentó Jerry. Golpeó con los puños la inquebrantable corteza del roble. ‘¡Vive, bastardo! ¡Vive!"

    Pospuse deshacerme del árbol todo el tiempo que pude.

    De día, Jerry se escondía en el bosque. Y todas las noches, alrededor de la medianoche, venía de puntillas por el campo inferior, se subía al árbol caído y se lo zumbaba con todo su ahínco.

    El árbol se aferró a la vida más de lo esperado, pero después de dos meses comenzó a pudrirse. Una vez comenzada la descomposición, se aceleró, y pronto la madera estaba tan perdida que se desmoronaba con tocarla.

    Finalmente, ya no pude postergar su eliminación y contraté un servicio de recogida.

    La noche antes de que el árbol fuera retirado y cubierto con pajote, esperé a Jerry junto al putrefacto cascarón.

    A medianoche, él llegó corriendo del bosque e hizo lo que tenía que hacer. No creo que notara mi presencia hasta que bajó del tronco.

    Era difícil leer la expresión en su cara de madera, pero creo que era filosófica. "Estás aquí para decirme que el árbol se va, ¿verdad?"

    "Lo siento, Jerry. Pero no tengo otra opción".

    "Está bien. Lo que ha de ser ha de ser".

    Mientras caminaba de regreso al bosque, pensé que nunca le volvería a ver. Estaba equivocado.

    Al día siguiente, Shirley y yo vimos a una banda de trabajadores atacar el árbol con motosierras. Se echaron sobre él como hormigas del ejército, destrizando ramas y cortando el tronco en segmentos manejables.

    Excavadoras, remolcadores y grúas se llevaron los pedazos y los arrojaron dentro de una flota de camiones.

    La operación se llevó a cabo con una eficacia despiadada y terminó a la hora del almuerzo.

    Cuando el último camión se llevó lo último del árbol, me giré para ocultar las lágrimas.

    Shirley me abrazó. "Tan brutal", pronunció. "Sé que es una tontería, pero desearía que pudiéramos haberle dado un entierro decente".

    Sin su poderoso roble, el campo parecía tan vacío como se sentía mi corazón. "Todo pasa", le dije como si eso fuese un consuelo.

    "Tienes que plantar otro árbol, Shaun. Aunque nunca lo veamos desarrollado del todo, nuestros hijos lo harán. Y sus hijos también".

    Era la primera vez que ella mencionaba tener hijos. "El día que nazca nuestro primer hijo", dije, "plantaré un roble nuevo y podrán crecer juntos".

    Un apretón de su agarre señaló su aprobación.

    Esa noche, Shirley habló sobre Jerry. Ella aún creía que él estaba convaleciente en una clínica remota y le preocupaba no haber sabido nada de él durante tanto tiempo.

    Nos sentamos en la cocina, bebiendo vino de grosella. Mientras charlábamos sin prisa sobre todo y nada, parecía que los años habían retrocedido y estábamos nuevamente en la casa del árbol, descubriendo cosas nuevas el uno del otro y de la vida en general.

    Después de haber terminado de hablar sobre el pasado, hablamos sobre el futuro.

    Shirley dijo que en cuanto Jerry regresara—y estaba segura de que lo haría—comenzaría el proceso de divorcio.

    "No quiero un hijo fuera del matrimonio", anunció. "Si nuestros hijos van a distinguir lo correcto de lo incorrecto, tenemos que dar un ejemplo".

    Nos metimos en la cama a la 1 de la mañana. Shirley se durmió de inmediato y yo yací a su lado, disfrutando de su calor y escuchando el arrullo de su respiración.

    Yo no podía dejar de pensar en Jerry. ¿Estaba allí fuera ansiando su roble? ¿O estaba corriendo por el bosque, apartando la mosca verde de su pene hinchado y buscando un árbol para follar?

    Pobre Jerry. Debe de haber sido el hombre más solitario del mundo.

    Por una vez, Shirley se levantó antes que yo. Ella estaba en la ventana, su maravillosa forma recortada por el sol naciente.

    Confundido por el sueño, me senté en la cama y miré el despertador. Tenía diez minutos de gracia antes de necesitar levantarme. Cualquier otra mañana mis pensamientos se habrían convertido en lo que Shirley y yo podríamos hacer en esos diez minutos. Pero sentí que el sexo era lo más alejado de su mente.

    Ella estaba, yo lo sabía, mirando hacia el campo inferior, llorando la pérdida de nuestro árbol.

    "Buenos días", dije saliendo de la cama.

    Ella giró la cabeza, sonrió brevemente y luego la volvió a su campo. "Espero no haberte despertado", dijo. "No podía dormir".

    De pie tras ella, pasé los brazos alrededor de su cintura y la besé en el cuello.

    Shirley suspiró. "Nos irá bien, ¿no es así, Shaun?"

    "Por supuesto que sí".

    "¿Y todo va a salir bien?"

    "Te lo prometo, Shirley. Todo va a estar más que bien".

    "Probablemente sea un truco de la luz", dijo, "pero parece que hay algo ahí abajo. Justo donde solía estar el árbol".

    Era difícil distinguirlo en el crepúsculo, pero parecía que ella tenía razón. Pensé que podía ver la silueta de un hombre. Claro está que podría haber sido una sombra aleatoria.

    Después del desayuno, mi conciencia me obligó a ir a buscar a Jerry.

    Cuando llegué al campo inferior, la sombra que había intrigado a Shirley aún estaba allí. Pero ahora, con la luz del día firmemente establecida, pude ver que tenía una forma sólida.

    De hecho, era un roble joven, plantado en el lugar recientemente desocupado por su hermano mucho mayor. Desde cierto ángulo, parecía casi humano.

    Noté el crecimiento fálico a medio camino de su tronco. Su tamaño y forma me recordaron a mi primer encuentro con Jerry cuando él había sacado con orgullo su polla.

    Ahora sabía que ya no tenía que preocuparme por él. Él iba a estar muy bien.

FIN

Notas de esta Versión

1. Astronautas Muertos

    [1]: "Servíos vosotras mismas." / «Knock yourselves out».

    En sentido literal significa «Noqueaos, dejaos inconscientes a vosotras mismas»

3. Cabeza

    [2]: «¿Y qué me he perdido exactamente?» / «And what exactly have I missed?»

    «Miss» es «Señorita» y también un verbo que significa «perder, pasar por alto, echar de menos».

9. Los Skitterlings

    [3]: «Skitterlings»: palabra inventada cuya traducción en este caso podría ser «Escurridicillos»

    De «skitter» (escurridizo) + «ling» (sufijo diminutivo). Aunque hay otras opciones para el sufijo, yo me inclinaría por esta.