Créditos

    Caja de Yesca (versión gratuita en español. Prohibida su venta)

    Copyright © 2021 de Sasha McCallum. (Algunos derechos reservados. CC-BY-NC-SA)

    Publicada en Artifacs Libros

    Traducción y Edición: Artifacs, enero 2021.

    Diseño de Portada: Sasha McCallum.

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    Obra Original: Tinderbox

    Copyright © 2020 de Sasha McCallum (Todos los derechos reservados).

    ISBN: 978 0 463328 32 3

    Publicada gratuitamente en Smashwords

Licencia Creative Commons

    Muchísimas gracias a Sasha McCallum por autorizar esta traducción al español y por compartir con el mundo Caja de Yesca bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

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Licencia CC-BY-NC-SA

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Sobre la Autora

    Todavía estoy solo experimentando. Parece que no consigo ceñirme a terminar las historias de formas deprimentemente realistas. Las señales están ahí, tengo de todo con lo que trabajar, pero me acaban gustando demasiado los personajes como para castigarlos.

Contacto con Sasha

    Puedes contactar (en idioma inglés) con Sasha McCallum en: mccallumsasha@gmail.com

Otras Obras

    Todas estas obras son gratuitas y puedes descargarlas en inglés en el perfil de Sasha de Smashwords o en español en Artifacs Libros

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    • Cuartos de Baño y Oficinas Psiquiátricas (Bathrooms & Psychiatric Offices, 2017)

    • La Lectora y La Escritora (The Reader & The Writer, 2017)

    • Habrá Sangre (There Will Be Blood, 2017)

    • El Lago (The Lake, 2018)

    • El Arreglo (The Arrangement, 2018)

    • Hija de la Noche (Daughter of Night, 2018)

    • Dijo la Araña (Said the Spider, 2018)

    • Oculi ( 2019)

    • Lugar Bien Feo (Pretty Ugly Place, 2019)

    • Caja de Yesca (Tinderbox, 2020)

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Caja de Yesca

por

Sasha McCallum

Parte 1: Hospital

    No hay cómo describir la nihilidad. La palabra en sí es algo. De modo que solo tenemos espacio para describir la pérdida del yo, una espaciada ausencia de pasado, revelada solo al despertar. Y de allí, la búsqueda para llenar el vacío.

    Una mujer yace en una cama en una habitación de la séptima planta.

    Se despierta, los párpados se abren de golpe para revelar grandes ventanas color avellana hacia la confusión. Ella puede sentir sus extremidades, ver una mano al levantarla frente a ella. Su cuerpo es pesado y está postrado; su mente, una caverna vacía. Puede oler desinfectante y oír el tenue sonido de pasos y voces más allá de las cuatro paredes que la rodean.

    Está sola en la habitación, con una fina manta extendida sobre su mitad inferior. La niebla en su cabeza coincide con la que vaga al otro lado de las ventanas a su izquierda. Entonces aparece un nombre, persistente: Michelle Coderre. Su nombre. Pasa cuidadosamente la mirada por el entorno. La pintura de las paredes, de un color de cáscara de huevo que antaño pudo haber sido blanco, está agrietada y pelándose en algunos puntos, el suelo tiene polvo acumulado fuera de las bien trilladas áreas alrededor de la cama. Cortinas amarillentas cuelgan indiferentes en las ventanas, abiertas a la marchita semiluz al otro lado. Dos puertas yacen frente a ella, una en la pared derecha no tiene pomo, la otra perpendicular, y no del todo cerrada, revela una franja de oscuridad al otro lado. Ella supone que la puerta entornada es un cuarto de baño y que la puerta sin pomo es la salida. Ella está encerrada aquí, pero es el obstinado vacío de su mente lo que le causa mayor incomodidad.

    Un lavabo de acero inoxidable sobresale de la pared opuesta, dispensador de jabón antibacteriano suspendido sobre este, pequeño estante flanquea a la derecha. Un barato reloj de plástico pende junto a la puerta del baño, manecillas que apuntan a las 12 y las 5.

    Ella levanta las manos de nuevo y las estudia. Las siente embutidas de piedras en cada extremidad, pero parecen ilesas, fuertes ligamentos bajo una piel de claridad famélica de sol. Hay pegada una cánula en una vena del dorso de la mano izquierda, desconectada, solitaria; aferrándose a su carne con cinta médica. Puede ver el rojo brillante de su sangre filtrándose dentro del entubado. Ella viste una bata de hospital, siente un nudo presionándole en la espalda y la hendidura de piel fría donde este ha fallado en permanecer en su sitio. Si se levantara, tendría el trasero a la vista de todo el mundo. Pero no hay nadie al otro lado de las ventanas y la habitación está vacía.

    Está mugrienta, hay un olor a sudor sin lavar bajo el escote de su bata.

    La habitación no se parece a ningún hospital que ella tenga en mente. Espartana, despejada de vendas y jeringas de cloruro de sodio. Es una habitación de hospital tercermundista. ¿Había resultado herida en un viaje a Filipinas o México? Excepto que esto es más básico que el tercer mundo, casi de otro mundo. Las grietas en la pintura se burlan de ella con su historia; podemos contarte cosas, dicen, ¡sabemos!

    Un botón de aviso a enfermeras la encara desde el soporte junto a la cama, pero ella no lo pulsa. No hasta que haya planeado alguna línea de interrogatorio; por ahora, su mente permanece nublada.

    Michelle Coderre. Michelle. Coderre.

    Recuerda una presencia en la habitación con ella antes de haber dormido. Una presencia reconfortante sentada tranquilamente en la modesta y destartalada silla más cercana a ella. Si cierra los ojos, casi aún puede sentirla. Una enfermera nocturna. O vigilancia suicida, la idea ocurre insolícita. ¿Había intentado ella suicidarse? Esa es una posibilidad, una explicación de por qué está aquí, encerrada. Si había sufrido una sobredosis, tal vez la amnesia fuese normal. Amnesia, eso era cuando no podías recordar nada. La palabra le da confianza, nombrar lo que está padeciendo, también lo hace el recuerdo de alguien estando aquí con ella. Ella puede resolver esto sin quedar en ridículo.

    Levanta el cuerpo a una mejor posición y se inclina para abrir el cajón superior de la mesita de noche. Solo descubre que está esperando encontrar un teléfono cuando no lo encuentra. El cajón contiene un espejito de doble cara y un sencillo cuaderno de ejercicios de aula con un bolígrafo azul enganchado sobre la tapa de cartón. El cuaderno está marcado con un gran número 3 negro y, cuando lo abre, hay una lista en la portada.

    Su visión es borrosa pero las palabras están impresas en rotulador, son legibles pero proporcionan poca ayuda.

    Michelle Coderre

    9 de agosto de 1990

    Leah Sherwood

    Declan Kerr

    Zach Whitby

    Esme Baskov

    Su nombre y fecha de nacimiento. Su hermana, Leah. Los nombres Declan y Zach no significan nada para ella, pero la entrada final, más separada y más gruesa que las demás, le envía un escalofrío por la espalda. No sabe por qué. Parece una lista horríblemente pequeña.

    Recoloca el cuaderno, toma el espejo y lo sostiene ante ella. La mujer que le devuelve la mirada es pálida, lacio pelo castaño, ojos avellana con círculos cetrinos. Está desaseada, desaliñada y cansada. Siente que debería impactada por lo que ve, pero no puede reunir la energía. Un dolor agudo le clava los dientes en las sienes mientras ella mira, pero ella no detecta heridas visibles. Quiere levantarse e ir al cuarto de baño para salpicarse un poco de agua en la cara y tener una mirada más clara. Está retirando la sábana y la manta de las piernas cuando un ruido metálico fuera de la puerta la congela en el sitio y esta se abre. No ha tenido tiempo de entender la situación, pero es demasiado tarde ahora. Levanta las mantas y adopta una expresión de indiferencia.

    "Hola," dice el hombre que entra con acento escocés y brillante sonrisa. "Es bueno verte despierta, ¿cómo te sientes?"

    Su respuesta es una innegable punzada de gratitud: oír una voz humana, recibir una sonrisa, saber que ella es real y que está ahí. Recipiente vacío que es, al menos ella no está fuera de lugar, se supone que debe estar aquí.

    "Hola," responde ella llanamente. Es la voz que adopta cuando no sabe qué esperar, cuando no está segura de lo que viene después.

    "Deberías haberme llamado." El hombre se acerca a la cama y saca jeringas del bolsillo de la chaqueta. "Estaba esperando que despertaras de entre los muertos."

    "¿He estado muerta?" las palabras se le escapan demasiado rápido y ella se arrepiente, pero los ojos pálidos se pliegan con diversión.

    "¡Aún no!" resopla él.

    Él parece increíblemente joven, un adolescente. Viste ropa común y tiene un simple cordel alrededor del cuello que no muestra nada salvo un código de barras. Su rostro es amable y paciente.

    Ella extiende la mano y dice: "Mi nombre es Michelle Coderre," tratando de poner algo de tono en la voz.

    "Sé quién eres," dice él. "Todo el mundo sabe quién es usted, señorita Coderre. Soy Owen, su enfermero de hoy."

    "Solo Michelle está bien. ¿Dónde estoy?"

    "Está en Todo..." Se detiene y se corrige. "Aberdeen Mercy Health. Está a salvo." Inserta la más pequeña de las agujas en su cánula.

    ¿Qué está haciendo ella en Escocia? Y más preocupante, conoce Aberdeen, ha pasado tiempo aquí, pero este hospital en particular no es familiar.

    "¿Qué me estás dando?"

    "Alivio de dolor. ¿Cómo está la cabeza?"

    "Me duele, pero estoy más confundida que nada. ¿Puedes decirme cómo he llegado aquí?"

    "Tuvimos que cambiar de habitación, tuviste una noche difícil ayer y necesitábamos vigilarte mejor."

    Eso no responde a la pregunta, pero no está segura de cómo reformularla para obtener una mejor. Ella se esfuerza, indispuesta a revelar cuán en blanco está. Necesita más tiempo para pensar, para recordar.

    Hay una pizca de malicia cuando dice: "Pareces bastante joven para ser enfermero."

    Él ríe. "Estoy cualificado, no te preocupes." Vacila con curiosidad. "¿Cuántos años tienes... Michelle?"

    Hay tristeza en ese rostro, un cansancio del mundo que no debería estar presente en alguien de su edad. Y con todo, una chispa cuando se encuentra con los ojos de Michelle y dice su nombre de esa manera vacilante e insegura.

    "Treinta y uno." La respuesta llega sin pensar y ella sabe que es verdad.

    "Eso son sólo seis años mayor que yo," dice él con una sonrisa y ella lo mira de arriba abajo mientras él descarga la cánula.

    Ella pregunta: "¿Es correcto ese reloj? ¿Son las cinco de la noche o del día?"

    "Son las cinco de la tarde," responde. "Llevas durmiendo todo el día."

    "¿Volverá la enfermera de anoche?"

    Finge estar dolido, "¿Yo no soy lo bastante bueno?"

    No está segura de cómo responder a su carácter familiar, nada de esto le parece a ella una broma.

    "Ella..." Sí, era una mujer. Aunque un rostro permanece fuera de su alcance, recuerda las canciones navideñas en la habitación anoche. "Era simpática. Creo que ponía música."

    "No estoy seguro de a cuál te refieres. Echaré un vistazo y veré quién está en tu lista. La cena estará aquí pronto, ¿tienes hambre?"

    Ella desliza la lengua por la boca. "No." De Verdad. No. "¿Qué fecha es?"

    "Veintiuno de diciembre."

    "Eso tiene sentido." En cuanto a los villancicos al menos.

    Él lleva la jarra a lavabo y la llena junto con el vaso de plástico a su lado.

    "Si puedes obligarte a comer un poco, estaría bien. La Dra. Bernard también llegará en breve para tu ronda." Una doctora. Pronto. Una doctora podría responder a sus preguntas de modo más metódico. "¿Necesitas algo más?"

    "No." Ella quiere que se marche para poder pensar.

    Él le muestra una dulce sonrisa y sale de la habitación. Ella lo ve pulsar junto al marco un botoncito que libera la puerta antes de que él la cruce empujando y esta se reselle detrás de él. Ella no está encerrada, puede salir. Eso trae una sensación de alivio: no puede haber hecho nada demasiado terrible. El enfermero mozo parece conocerla pero no la ha tratado como a una criminal. La aguda tensión dentro de las sienes está remitiendo, reemplazada por una líquida ola de calor y frío. Se siente bien, como un viejo amigo que la saluda en un hogar largo tiempo perdido. Deben de estar dándole algo muy fuerte.

    Por qué siento dolor le choca como una pregunta relevante. Ella tira del cuaderno hacia sí e intenta estabilizar la mano con el bolígrafo. Su escritura es sobredimensionada y oscilante, pero legible. ¿Qué problema hay conmigo?

    Tiene que levantarse, buscar la ropa. Tuerce las piernas de debajo de la fina manta y las baja al suelo. Tiene un catéter que le sale de la ropa interior. ¿Cuando ha ocurrido eso? Revisa y encuentra su vello púbico demasiado crecido. Una ola de náuseas la marea, ella vuelve a hundirse hacia el colchón y respira hondo. Algo va muy mal, apenas puede andar. El botón junto a la puerta se burla de ella; ni a tres metros de distancia y ella no puede llegar hasta él.

    Esta muy cansada. Descansará la cabeza, solo por un momento, para ordenar las ideas. No sabe adónde ir de todos modos, cuando intenta pensar en un destino, este se le escapa elusivamente, como la sombra de una rata en una alcantarilla. Trabajo, piensa, tengo trabajo que hacer. Pero no recuerda dónde es. Debe de estar dentro de ella, en alguna parte, el porqué está aquí, qué ha sucedido. Ella tira de la sábana hasta debajo de la barbilla.

    Hay otra conmoción afuera y la puerta se abre. Ella endereza su flácida cabeza y trata de parecer alerta. En archivos una mujer de mediana edad con un portapapeles, dos jóvenes, una asiática y una negra, detrás de ella. Todas vestidas con el mismo gris mudo que las vistas al otro lado de las ventanas.

    "Señorita Coderre," dice Portapapeles. Tiene un leve acento francés. "Parece renovada."

    Uno de las subordinadas mantiene la puerta abierta mientras entra una cuarta mujer, que desliza una bandeja sobre la mesa y sale manteniendo los ojos bajos y la boca cerrada. Sándwiches envueltos.

    "No tengo hambre," dice ella. "¿Es usted la Dra. Bernard?"

    "Llámeme Alice. ¿Cómo se siente?"

    "Débil y confundida. El enfermero me dio una inyección de algo. Necesito saber qué me ha ocurrido."

    "Atrofia cortical. Sufre una sustancial pérdida de memoria."

    "No me diga."

    "Está a salvo, pero dado su estado, la monitaremos de cerca durante los próximos días. Señorita Coderre..."

    "Deje de llamarme así," espeta, el rostro de Portapapeles permanece complaciente.

    "El señor Kerr está afuera, le gustaría verla, si está preparada."

    "No conozco a ningún Kerr. ¿Dónde está mi teléfono? ¿Dónde está mi familia?"

    "Uhm." El rostro de la doctora se contrae brevemente para que Michelle sepa que está mintiendo al decir: "Ellos llegarán pronto."

    No tiene sentido que quisieran mentir sobre eso. Si no pueden responder con sinceridad una simple pregunta, no puede confiar en que le digan la verdad. Se le empieza a acelerar el corazón, la respiración es rápida y ella está enojada.

    "Dra. Bernard," dice de la manera más profesional que puede convocar. "¿Qué problema tengo? ¿Qué quiere decir con atrofia cortical?"

    Las dos internas se lanzan una mirada furtiva por de los hombros, pero Portapapeles mantiene sus acuosos ojos fijos en Michelle.

    "Sufrió un AIT anoche. Ataque isquémico transitorio."

    "Corta esa mierda, no soy médica."

    "Un miniataque cerebral, Michelle. Necesitará abundante descanso y tomar una buena cantidad de medicamentos para que asegurarnos de que eso no vuelve a ocurrir."

    "Un ataque cerebral..." Michelle lo mira conmocionada. "Eso no es posible, soy demasiado joven."

    "Hasta los bebés tienen ataques cerebrales. Lo siento."

    "¿Voy a recuperar la memoria?"

    "Que esté alerta y hablando es una buena señal."

    "¿La memoria?" presiona.

    "Solo el tiempo lo dirá. Lo más importante es no entrar en pánico, trate de mantener la calma."

    "No tengo mucha elección, apenas puedo levantarme."

    "Es de esperar debilidad física. Dese tiempo."

    Michelle desvía la vista para mirar fuera hacia la niebla gris. Un ataque cerebral. Seguro que no era cierto.

    Hay unos momentos de silencio antes de que la doctora hable de nuevo.

    "El Sr. Kerr está... Usted no está preparada para una visita, ¿verdad?"

    "Le he dicho que no conozco a ningún Kerr. Cuando mi madre llegue aquí, la veré a ella. O a mi hermana."

    "Cierto. Solo familia." Mira por encima del hombro a las demás. "La dejaremos descansar y nos vemos mañana. Si siente que se pone extranerviosa, llame a la enfermera. ¿Vale?"

    ¿Extranerviosa? ¿En qué momento los nervios se vuelven extranervios? Odia la forma en que esas miradas se desvían hacia sus cuadernos o hacia las ventanas, hacia cualquier parte menos hacia ella. Odia la forma en que hablan, como si ella fuese una niña que requiere paciencia.

    "Vale," asiente Michelle insípidamente. Quiere que se vayan, no puede confiar en ellas.

    Ellas le echan una última mirada y luego salen en fila en el mismo orden en que entraron. La puerta se cierra con un clic y Michelle cierra los párpados a la habitación, a esta situación sin sentido. ¿Por qué no le han preguntado nada? ¿Ahondado?

    Cuando abre los ojos, otra mujer está emergiendo silenciosamente del cuarto de baño. A diferencia de las doctoras, esta porta una sonrisa tímida y mira a Michelle abiertamente.

    "¿De dónde has salido?"

    Ella está erguida y es alta, mira atrás hacia la puerta del baño con diversión, como si fuese obvio. No habla. Su piel es pálida, el cabello oscuro y suelto, cayendo en cascada por detrás de los hombros. Igual que con Owen, no parece una enfermera, pero es mayor, más cercana a la edad de Michelle. Viste diferente también, lleva un abrigo cruzado ocre oscuro, botines de tacón y un ceñido vestido blanco. Michelle se siente en desventaja, languideciendo, desaseada con una bata de hospital mientras esta arreglada y compuesta mujer la mira. Pero su expresión no contiene pena o desinterés, más bien un atento afecto. Su rostro es un libro abierto, ofrece respuestas. Michelle se ajusta la bata en el escote.

    "Tú me miras diferente que ellas." Señala con la mano la puerta por la que han desaparecido las personas grises. "¿Por qué?"

    La mujer se aleja de la pared, se acerca a la cama, su boca se curva hacia arriba.en las comisuras, labios carnosos y rojos. Un vampiro preparándose para comer.

    "Ellas no ven a la chica que yo veo. Ven otra cosa, una paciente que tratar."

    Su voz golpea a Michelle como una bofetada en la cara, una sacudida que la hace sentir más fuerte y más débil al unísono.

    "Yo te conozco," dice y la mujer alza una ceja. "Estuviste en mi habitación anoche. ¿Vienes a verme esta noche también?"

    Ella inclina la cabeza contemplativamente. "Sí."

    "Bien," concluye Michelle. "¿Puedes quedarte un minuto?"

    La mujer acerca una silla y se sienta.

    "Me están mintiendo. Las doctoras."

    "¿Sobre qué están mintiendo?"

    "Puede que no me acuerde de ayer, pero reconozco una mentira cuando la veo. Mi familia no va a venir. Lo que implica que también me mienten sobre el ataque cerebral. Soy demasiado joven para un ataque cerebral."

    "¿Qué hay de tu amnesia?"

    "Me tenéis bajo potentes drogas. Tal vez incluso algún tipo de alucinógeno inductor de psicosis."

    La mujer suelta una risita, una risita de felicidad, no de despecho.

    "Tienes razón," coincide. "Tu familia no va a venir. Pero nadie aquí intenta hacerte daño."

    "Entonces, ¿por qué mintieron? ¿Y por qué no está aquí mi hermana?"

    "Leah está ocupada en otra cosa."

    "¿Conoces a Leah?" pregunta Michelle sorprendida.

    "Sé de ella."

    "Demasiado ocupada para ver a su hermana enferma. ¿No puedo hablar con ella por teléfono al menos?"

    "No."

    "Estoy muy confundida. ¿Cómo te llamas?"

    "Puedes llamarme Thana." Extiende la mano para abrir el armario de la mesita de noche, donde Michelle puede ver una pila de libros de bolsillo. Los ignora y saca dos cuadernos de ejercicios idénticos al del cajón superior. "Esto te ayudará," dice y se los ofrece a Michelle.

    También tienen rotuladores en la portada, numeradas con 1 y 2 respectivamente, pero a diferencia de la 3, esas páginas están llenas y abultadas con tinta azul. No despiertan recuerdos, pero son suyas, con la misma lista básica en las portadas y una letrita ordenada dentro. El rotulador es legible pero el bolígrafo no lo es.

    "No puedo distinguir las palabras," dice Michelle y la mujer le entrega unas gafas para leer. "Yo no uso gafas."

    "Pruébatelas"

    Las sostiene críticamente frente a la cara. Son bastante feas, pero si la ayudan a enfocar... Se las engancha sobre las orejas y vuelve a mirar las páginas, palabras claras como el día ahora.

    "¿Por qué lo escribí? Me pregunto. Hubiera sido mucho más rápido y fácil en una tablet o en una computadora portátil."

    "Quizá no querías que fuese rápido o fácil."

    "Esto es demasiado, me llevará días superar todo esto."

    "Tienes tiempo. Mira a tu alrededor, sin televisión, sin teléfono. También hay algunas novelas, pero esto será más útil, te ayudará a recordar."

    "¿No puedes decirme qué hay aquí?"

    "No lo sé. Son tuyos, tu relato personal."

    "¡Joder, ¿relato de qué?!" exclama, su frustración es montañosa.

    "Debe de ser algo que no querías olvidar."

    "¿Sabía yo que iba a sufrir un ataque cerebral?" Se arrepiente de su tono áspero, sobre todo no quiere alienar a esta enfermera. La primera con la que se siente cómoda. "Recógelo. Llévatelo, estoy cansada."

    "¿Me marcho?"

    Una ola de melancolía recorre a Michelle ante la idea. "Sólo... un minuto más."

    Los ojos de la enfermera sonríen y se inclina hacia adelante, quita gentilmente las gafas de las orejas y las coloca sobre la mesa de noche.

    "Sé lo confundida que estás," continúa la suave voz. "No hay prisa, lo resolverás." Sus palabras están llenas de emoción.

    "No es sólo la memoria. Siento el cuerpo pesado, débil."

    Espera una explicación, pero no se le ofrece ninguna. A Michelle le gusta su cara, esta la tranquiliza solo con su presencia. Con entendimiento tácito. Michelle pierde interés en las respuestas que busca. Un tumor cerebral, piensa, que le provoca psicosis, amnesia, ese dolor infernal en la cabeza que ahora se ha aliviado. El rostro de la mujer se vuelve más hermoso, un halo a su alrededor, un calor resplandeciente. Es tan familiar. Abandona su lucha por recordar, sus párpados se cierran aleteando contra la almohada y ella flota.

***

    Por el pasillo fuera de la habitación, y sin el conocimiento de sus ocupantes, la Dra. Alice Bernard habla con un trajeado hombre alto en una por lo demás vacía sala del día.

    "Tengo que verla, ella me necesita." La expresión del hombre en traje decae. "Seguro que no es saludable mantenerla sola sin estimulo."

    "Tiene libros. Es la sobreestimulación lo que me preocupa: necesita permanecer en calma, un extraño irrumpiendo reclamando saber..."

    "¡Yo no soy un extraño!"

    "Ella no lo recuerda, Sr. Kerr."

    "¿Cuánto tiempo estará así?"

    "No hay forma de estar seguros. Es importante mantenerla tan libre de estrés como sea posible. Su bienestar es extremadamente importante para nosotros."

    "Lo sé." Sacude la cabeza y comienza a caminar. "Es que es duro estar mirándome el ombligo mientras..."

    Las voces se abren paso a empujones por la puerta de una sala de guardia y se desvanecen en tránsito.

***

    Michelle se despierta sobresaltada. Se despierta con la desgarradora sensación de que le sueltan la mano. Una mirada a su alrededor demuestra que está sola de nuevo. Se ha encendido una luz detrás de ella y las ventanas se han fundido en la oscuridad detrás de la dispersión de la cortina. La silla donde se ha sentado la enfermera de noche contiene los dos primeros cuadernos. Ella los mira fijamente.

    Thana. No ha olvidado su nombre.

    Una bebida proteica y sándwiches envueltos aún yacen sobre la mesa, lo que hace que se le arrugue la nariz. Apetito cero. Se engancha las gafas sobre las orejas y saca el bolígrafo de delante del Cuaderno 3.

    Thana, escribe ella en la primera página. Enfermera de noche.

    Owen. Enfermero de día.

    Derrame cerebral. 20 de diciembre. Pérdida de memoria.

    Dra. Alice Bernard. ¿Mentirosa?

    Su escritura es más disciplinada esta vez. El nombre Declan Kerr la incita desde la portada interior. La doctora lo había mencionado y, sin duda, despedido. Había tenido la presciencia de escribir ese nombre y sigue sin significar nada. Quizá debería haberlo visto, él podría haberle dicho algo. Cualquier cosa. Cierra la página y vuelve a meter el 3 en el cajón superior, se inclina torpemente hacia el asiento vacío y toma el cuaderno 1. La redacción es directa, al grano. La misma la atrae.

    Cuaderno 1

    No hay un modo fácil de empezar esto excepto con una lúcida verdad. Me lo han diagnosticado. Supongo que era inevitable. He tenido suerte de evitarlo durante tanto tiempo. El tratamiento debería haber sido efectivo durante unos meses, pero el deterioro progresa más rápido de lo previsto. Perderé la memoria y, lentamente, mi agarre a la realidad. No se me ha aconsejado escribir, grabar, tomé la decisión yo misma. Tanto tiempo invertido en intentar olvidar ciertas partes de mi vida y ahora sé que esta se me escapará entre los dedos, no quiero olvidar. Escribo esto como un contrarresto, como una recopilación de lo que ha sucedido, memorias de lo que es precioso para mí. Aunque puede que no haya entendido lo precioso que es hasta ahora.

    De todas las situaciones trascendentes, esta es la más aterradora. No tengo miedo a la muerte, tengo miedo a la pérdida del yo que vendrá antes. Temo tener que depender de los demás, temo ser una carga. Estos son hechos y no requieren mayor mención. Mi propósito en esta empresa no es demorarme en lo que va a suceder, sino en lo que ha sucedido.

    No se trata de mi carrera política, o de las terribles circunstancias que permitieron a esta alcanzar las alturas que alcanzó. Se trata de lo que vino antes, un relato personal de algo que nunca he permitido que salga de mi mente de esta manera. Declan respetará mi deseo de destruir el libro, este no es para consumo público. Su propósito es preservar la cordura ahora y, más tarde, tal vez retener lo que es especial un poco más tiempo de lo que yo podría.

    Hasta ahora, es mi memoria a corto plazo la que causa problemas, pero pronto desaparecerá mi memoria a largo plazo. Debo anotar esto antes de que desaparezca. Así es como lo recuerdo, esto es lo que siempre ha estado en el fondo de mi mente, a través de todo.

    Como todo el mundo, mis problemas comenzaron humildemente.

    Yo era una chica obstinada, desafiante. Una menuda niña pelirroja que luchaba por hacerme oír y lo hacía de cualquier modo que podía. En ningún lugar era esto más obvio que en la mesa del comedor. Yo comía como un pájaro y mamá apilaba comida mi plato hasta alturas insensatas. Cuando me negaba a comer lo que había en este por la noche, La familia entera sufría. Después de una noche particularmente difícil, papá, un personaje elusivo hasta ese punto, decidió que todo tenía un límite. Esperó hasta el día siguiente y me llevó a un lado para tener una conversación seria: era la primera vez que me prestaba atención exclusivamente y yo lo escuché con asombro.

    Explicó que mamá no necesitaba saber cuándo hacía yo algo con lo que ella no estaba de acuerdo, que no siempre tenía yo que decírselo. Sería mucho más fácil para todos que yo aprendiera a guardar secretos. Mamá estaría feliz de saber que su hija estaba siguiendo sus órdenes y yo estaría feliz de no tener que comer tanto.

    Ese día se abrió un nuevo mundo para mí y papá se convirtió en un mentor mucho más valioso que mi madre. Me sentaba junto a él en la cena desde entonces, y yo le pasaba trozos de carne y patatas por debajo de la mesa mientras mamá permanecía ignorante. Él tenía razón, todo el mundo era feliz. Yo tenía una conexión con mi padre que se alzaba por encima de todas las demás. Él era un solucionador de problemas, yo lo adoraba.

    A la madura edad de cuatro años, mi padre me había enseñado el concepto y el valor del engaño.

    La comida fue solo el comienzo, por supuesto. En una familia con cinco hijos, yo tenía que luchar por todo, y siendo la más joven y débil, llevaba mi lucha a lugares tortuosos. Teóricamente, yo entendía que eso estaba mal, pero en un sentido práctico, la verdad devino redundante y la mentira y la manipulación, la regla, no la excepción. Esto era necesario para resistir dentro de esa espesa mezcla de deseos y emociones en conflicto. Estaba preparada para afrontar la vida con una similarmente limitada conciencia, aunque esta chocara con mis ideales.

    Estos son comportamientos que he analizado desde la distancia, solo en los años desde que los he entendido, para que se puedan explicar como un proceso claramente ordenado. Porque yo no me veía como engañosa en el sentido tradicional, eso era algo que tenía que hacer cuando no encajaba con cómo quería yo que fuesen las cosas. Mi deseo de cambiar el mundo puede haber sido el resultado de este choque. Los sentimientos reprimidos temprano en la vida terminan expandiéndose y evolucionando, de modo que en la edad adulta se han convertido en una entidad por sí mismos que hierve a fuego lento bajo la superficie, saboteando la identidad externa, esperando una oportunidad para tomar el control.

    A los treinta y dos estaba prometida con Dominic Rylan y llevaba cuatro años como diputada, mi humanidad aún iba tirando. Pero yo no estaba en un buen espacio mental, estaba perdiendo los principios que siempre había codiciado. Mis logros se ensombrecían por fracasos: todo era una competición, todo el mundo era un rival. Yo tenía un plan para mi vida útil asignada, aunque uno distorsionado, pero que me condenaran si iba a dejar yo que algo se interpusiera en mi camino. Mi comprensión de que lo que estaba muy mal en la sociedad se extendía profundamente en mi propia psique era limitada.

    La vida tiene un modo de convertirnos a palos en las peores versiones de nosotros mismos; ahí es donde yo estaba, esperando y aceptando lo malo. Me sentía vieja, arrugada y amargada. Hablando en plata, me había convertido en una insensata y una perra. Es fácil verlo y decirlo ahora, en aquel momento mi consciencia no era tan amplia.

    La gente a mi alrededor, incluido mi futuro esposo, se habían unido en una mezcla, se habían tornado poco más que cáscaras huecas detrás de máscaras pintadas. Yo no veía auras alrededor de la gente ni nada tan plebeyo, les adjuntaba un único estereotipo; la gente era en gran parte superficial y predecible, rara vez su símbolo cambiaba con el tiempo. Pasitos hacia el éxito de la campaña me hacían sentir bien. Ocultos debajo, había otras: la inocencia en la sonrisa de un niño, la carcajada de un bebé; los grandes ojos marrones de un Schnauzer en miniatura empujándome un húmedo hocico en la mano.

    No había alegría por mi inminente boda, sino una sensación similar al alivio, otra cosa más tachada en mi lista. Dominic llevaba viviendo en mi apartamento solo tres meses cuando la noté adecuadamente. Ella vivía en la misma calle y estoy segura de que debí de haberla visto antes, pero mi estilo de vida sobrecargado, estresado y totalmente egocéntrico hacía que yo no absorbiera fácilmente los detalles periféricos de mi entorno.

    Fue un día como cualquier otro cuando nuestras miradas se encontraron. Incoloro, anodino.

    Había un Caffe Nero cerca de mi edificio en Thackeray, era temprano por la mañana y me detuve con Dominic antes de separarnos para ir a nuestros respectivos trabajos. El caso es que yo estaba impaciente y me sentía sofocada por su nueva y constante presencia. Empecé a quedarme hasta más tarde en la oficina para evitar noches aburridas. No era difícil vivir con él, era aburrido, no estimulante, no estábamos en la misma longitud de onda. Él apoyaba mi carrera y luchaba constantemente por cambiar las cosas, pero no entendía y no compartía nada de mi pasión. Ahora reconozco que me sentía resentida con él, que yo vivía en un mundo donde el matrimonio era la norma. No había considerado descartarlo sin más, seguir la senda menos transitado. En aquel momento mi lucha se centraba en mi carrera, no en mi vida personal.

    El café estaba a rebosar, yo estaba irritable y aproveché la oportunidad para tener una acalorada discusión con Dominic sobre la reforma constitucional. Esta fue unilateral, yo siempre tenía la sensación de que él simplemente miraba mientras yo hablaba y que nunca absorbía una palabra. Intenté hacerle entender demasiadas veces. Él no discutía y todo habría parecido un epíteto de mal genio para un observador.

    Resultó que la observadora era Esme. En mitad de una arenga sobre la representación proporcional hacia un prometido con cara de memo, la vi sentada sola en una mesa a la derecha. Rara vez desviaba yo los ojos hacia extraños. Estaba enfrascada en mis propios asuntos, los extraños no me interesaban. Esta mujer era diferente, miraba abiertamente, sin disfraz, su mirada penetraba hasta el centro. Seguro que había oído lo que yo estaba diciendo y mi tono brusco. Sus ojos me capturaron, grandes y azules, y parecía ser ella mi audiencia preferida, no el hombre de delante. Perdí la fluidez a mitad de la frase y la discusión murió en mi garganta cuando ella apartó la vista eventualmente hacia una libreta y un lápiz frente a ella. Por qué su mirada me atravesó de manera tan irreparable en ese momento, no lo sé. Salimos unos minutos después y me sumergí en los detalles del día, pero la mirada se me quedó grabada en la memoria: una atenta molestia, como si ella no hubiese coincidido conmigo y luchase por mantener la boca cerrada. Yo estaba leyendo demasiado del asunto, pero aún así, me descubrí imaginando la conversación que podría haber tenido lugar si hubiese estado ella sentada conmigo en vez de Dominic.

    La vi otras dos veces esa semana, en la calle y saliendo de, lo que noté subrepticiamente era, su edificio, a siete puertas del mío, delante del Nero junto a la licorería. Llevaba abrigos largos de lana en beige o negro y botas de varios tamaños de tacón. Su ropa se ajustaba a su figura pero no era nada cara. Ella no me vio esos dos breves vistazos y yo me sentí disgustada por la falta de atención. Con una sola mirada, ella se me había metido en la cabeza, provocado un atractivo tangible. La imagen que asociaba con ella, incluso antes de que hubiéramos hablado, no era como ninguna otra: un huracán diáfano, una anomalía.

    La tercera vez, yo estaba casi en mi puerta y venía Leah conmigo. Ella se había estado quejando sobre su problema con el último hombre y yo definitivamente dije algo salvaje al notar que la mujer venía directamente hacia nosotras. La interrumpí y las siguientes palabras de Leah se me perdieron. La mujer pasó en la dirección opuesta, tan cerca que percibí una bocanada de «Black Opium». Se hizo la conexión, de nuevo me miró con altivez, desafiante. No apartó los ojos de los míos hasta que nos cruzamos y seguimos moviéndonos como si nada hubiese pasado. Pero había pasado, yo quería hablar con ella. Dos veces ella me había presenciado siendo una perra y reaccionado con esa expresión. Yo sentía la necesidad de justificarme, de reparar mi reputación. A una extraña.

    El lunes siguiente me topé con ella directamente. Un tragicómico accidente.

    Era tarde, casi las nueve, y yo había tenido un día caótico. Brazos cargados de bolsas, llegué a Thackeray Street y me acerqué a la licorería a por una botella de vino decente. Salí con tres y estaba distraída mientras iba a cruzar la calle. Solo el maletín del portátil se me resbaló al chocar con el volumen de otra persona; el vino estaba a salvo. Suspiré de alivio hasta ver los grandes ojos de mi colisionador, me detuve y me quedé mirando con irritación.

    "Te has chocado conmigo," dije defensivamente y me sentí tonta, enfajada hasta arriba con capas. Hacía frío ese diciembre, el más frío que habíamos tenido en años.

    "No lo he hecho," dijo y recogió la cartera y la sostuvo cerca de mis pocos dedos libres. "Hola, Michelle."

    Su voz no era la que yo había esperado. No era inglesa, tenía acento. Europa del Este, pensé; meliflua y suave, como ronca vainilla. Su franqueza me pilló por sorpresa, la forma en que pronunció mi nombre (Meshell) envió una corriente por mi médula espinal.

    "Hola. Perdón. Es que estaba... Acabo de salir del trabajo."

    Su respuesta, "Fascinante."

    ¿Cómo había llegado aquí, incapaz de salir con un comentario mejor que ese y ella rechazándolo tan fácilmente? Yo no podía moverme, enraizada a la acera y ella tampoco hacía ningún intento de continuar por su camino. Su cabello era denso, oscuro y ondulado, volando sobre sus mejillas de marfil debido a la brisa en su espalda. Su símbolo de tormenta se consolidó en mi mente.

    "¿Como sabes mi nombre?"

    "Liberal Demócrata. Estoy al corriente de ti." Las palabras fueron presentadas con una mueca, haciéndome sentir ofendida.

    "¿Por eso me miras como lo haces? No estás de acuerdo con mi política."

    El comentario, demasiado abierto, salió sin obstáculos. Inapropiación aparte, las palabras llamaron su atención, sus ojos me bebían de la cabeza cosmopolita a los pies con botas Miu Miu. Parecía crítica, pero no respondió.

    "Me odias," le dije, incómoda con la profundidad del silencio.

    Se movió, pasó la tarjeta hacia su edificio, echando un vistazo a mi muda figura en el pavimento. La ira se encendió en mi pecho.

    "Ey," comencé y, cuando me sostuvo la puerta abierta, crucé agachada. "Eres de lo más grosera. ¿No puedes responder una simple pregunta?"

    "Odio es una palabra fuerte. Me disgustas," dijo mientras yo la seguía hacia una puerta de madera oscura con un 10 negro en ella. "La mujer con la que paseabas el otro día parecía al borde de las lágrimas."

    No me preguntaba por qué la seguía tan libremente hasta su edificio y posteriormente hasta su apartamento, mi frustración por su actitud era irresistible y había una arcana familiaridad en ella. Era por la simple honestidad de la mujer.

    "Mi hermana y yo tenemos una antigua dinámica, no es algo que un extraño pueda entender."

    Mi esfuerzo estaba yendo al guano, ella no prestaba atención a mis palabras, no parecía interesada cuando cerró la puerta detrás de nosotras y se abrió paso por las diáfanas habitaciones hacia una escasa cocina. Mis tacones repiqueteaban demasiado fuerte en el suelo de parqué de roble.

    "¿Estás buscando una discusión?" preguntó.

    "Tal vez. Me tratas con menos cortesía que a un vagabundo."

    Eso sonó infantil y yo casi esperaba que riera, pero se limitó a poner dos bolsitas de té en una taza de cerámica negra y preparar una tetera sin mirarme. Ridículo, que esta mujer me desarmara tan fácilmente con el silencio.

    "¿Me vas a ofrecer uno?" Dije eventualmente.

    Me miró de reojo, se giró otra vez y sacó una segunda taza del armario.

    "No tienes que quedarte ahí de pie pareciendo perdida." Eso era una invitación para dejar las bolsa y acepté.

    Me senté a una mesa ovalada de nogal y miré a la mujer, decidida a no volver a hablar hasta que ella lo hiciera.

    "Bueno, quieres que te diga por qué te miro de esa manera," murmuró hacia una corriente de vapor que se elevaba desde la tetera.

    Lo hizo sonar patético y me sentí avergonzada, sentada a esta mesa de extraños exigiendo una explicación por una mirada. No había forma de responder sin avergonzarme más, particularmente porque ella no lo había formulado como una pregunta. Me metí las manos en los bolsillos y permanecí tercamente callada, contemplando una disculpa y una rápida salida. Pero ya era demasiado tarde.

    "No estoy en desacuerdo con su política," dijo. Añadió leche a las tazas y las llevó a la mesa. Se quitó el abrigo y lo dejó sobre una silla, sentándose perpendicular a mí. "Pero cuando te miro, veo a una persona que contradice sus propias palabras. Al escuchar tus puntos de vista sobre la desigualdad económica, una pensaría que eres un vagabundo vestida con harapos y durmiendo en una caja de cartón."

    "¿Te decepciona que no lo sea?"

    "Un poco. Deberías estar viviendo tu filosofía, no solo predicando sobre ella. Da el ejemplo."

    "Debería estar..." Nunca había tolerado que nadie me dijera lo que debería hacer, su bravuconería me impactó y me fascinó, pero su punto de vista era oblicuo. "¿Esperas que me mude dentro una caja?"

    "Es más que eso. No creo que te conozcas muy bien."

    "Pero ¿tú sí? Me has visto dos veces en la calle y no en mi mejor momento."

    "Eres una persona que se rodea de lo mejor de todo. Alguien que desea constantemente más y mejor; una consumidora masiva victimizada por la publicidad y los medios. Además, eres lo bastante despiadada para decirle a los de tu propia sangre que te avergüenzas de ella porque ella vive diferente a ti."

    Yo la miré. Ella había oído todo comentario sarcástico que yo le había dicho a Leah ese día y ella, una completa desconocida, ahora estaba atacando eso. Nadie me había llamado víctima antes, eso hacía vibrar mis extremidades. Era tentador devolver el fuego, pero yo no tenía munición propia. Además, me lo había buscado al invitarme yo sola a entrar y exigir respuestas. No tenía ningún derecho.

    Ella me mantuvo la mirada casi con una sonrisa, anotándose un punto con los ojos. Así es, sé lo que eres, decían.

    Chocho creído, pensé con interés. Observó como me quitaba los guantes, acercaba la taza e inhalaba el vapor. Hacía una infusión fuerte, solo unas gotas de leche y sin azúcar. Olía apetecible a pesar de su inferior calidad.

    Me apresuré a formar mi siguiente oración y me agitó aun más la forma en que salió.

    "No sería la primera vez que la hago llorar."

    No dije lo que realmente me estaba molestando, que su instantánea evaluación resonaba como asombrosamente precisa. Me sentí obligada a darle la vuelta, pero cambiar la base de tu ser no es tan fácil. Pude ver desde el principio que no se trataba de una persona influida por la actuación. Su mirada me retaba a mentir. Yo no quería, tanto si lo eran como si no, mis verdades no deberían ser comprometedoras.

    "¿Qué ves cuando miras a tu hermana?" preguntaron los ojos perceptores.

    Una pregunta sumamente directa, y yo la consideré por un momento. Lo que apareció por primera vez en mi mente no era algo que admitiera como regla, pero esta mujer exigía la verdad en toda su fatalidad.

    "Una vagina abierta cantando Britney Spears," dije en voz baja y estudié mi té.

    La imagen me repugnaba pero siempre sospeché que si se lo contaba a alguien más, se reirían o me acusarían de algo incestuoso. No se produjo ninguna risa y yo me atreví a alzar la vista.

    "¿Y cuando ves al hombre con quien vives?"

    "Un signo de dólar."

    "Putulica," murmuró en voz baja y solo pude asumir que era una expresión grosera en su lengua materna. Sacudió su cabeza. "¿Qué soy yo?"

    Este me hizo dudar brevemente. Le dije: "Tú eres diferente, un tornado."

    "Reduces a la gente a una sola idea," reflexionó sin que mis revelaciones hicieran nada para ayudar a mi causa.

    "Y eso es un reflejo de mí misma, no de ellos," terminé, atrapada en el deseo de mantener el paso.

    No lo había pensado mucho, pero era cierto. Mi compañía parecía animada por mi honestidad, no sorprendida ni repelida, y yo no estaba tan incómodo como debería. La conversación era como onírica, siendo representada sobre el escenario o reproducida en una sala de cine. Retirada de la realidad, pero aún así más sustantiva que cualquier discusión que yo había tenido recientemente. Yo estaba desorientada, como si ambas hubiésemos estado antes aquí muchas veces.

    "Sí," dijo ella. "Tal vez lo entiendas."

    "No me tomes por boba."

    Debajo del tema, examiné los acentos que había oído antes, intentando identificar el país de origen de la mujer. Di un sorbo de té y la noté fijada al pedrusco en mi dedo de compromiso. Se inclinó hacia delante y acarició la solapa de mi abrigo; un gesto tan dulce e íntimo que casi me aparté estremecida.

    "¿Cuánto te costó?" preguntó. "¿Cientos? ¿Más? Y probablemente tengas otros cinco en el armario."

    "Nueve. Me gustan las cosas bonitas."

    "No pagas por las cosas bonitas. Pagas por la aprobación de los demás, la envidia de los demás y el asombro de los demás. ¿Te has sometido a una cirugía estética?"

    Sentí el ardor de la humillación en mi rostro e ignoré justamente la pregunta.

    "¿Es eso lo que te impulsa a atacarme? ¿Envidia?"

    "Estás en problemas, Michelle."

    Me gustó la forma en que decía mi nombre. Hice clic en mi ranura como destinatario de la culpa y comencé a sentirme empoderada por el desnudo emocional. Podía soportarlo, yo era fuerte.

    "¿Porque poseo ropa cara? Crecí en una familia sucia de pobre, no está mal que quiera algo diferente."

    "No lo creo. Tanto tú como tu hermana tenéis ese engreído ámbito de clase media."

    "Leah solo estaba tan ansiosa por dejar atrás sus raíces y fingir una educación en la escuela pública como yo. Sangró a su esposo hasta dejarlo seco para llegar donde está, se me permite ser honesta con ella."

    "Al luchar tanto para liberarte de las cadenas de la pobreza, has creado otras nuevas," me devolvió el enfoque con facilidad y estudió mi rostro por un momento. "Hablas del espacio entre ricos y pobres, luchas por reducirlo, pero mírate. La encarnación de la arrogancia y el despilfarro."

    "¿Por qué te tomas tanta molestia en pasarme por el corte?"

    "¿Es que puedes decir que valoras todo lo que tienes? En tal caso, si fueses a perderlo, no tendrías la fuerza de carácter para afrontarlo."

    "No me conoces lo bastante para hacer esa evaluación."

    "¿Me equivoco?"

    "Yo no soy mis posesiones. Luché duro para llegar a donde estoy, si fuese ha perderlo, la lucha comenzaría de nuevo."

    "¿Para qué? ¿Riqueza material? ¿Status?"

    "Poder. Quiero el poder para cambiar las cosas."

    "En detrimento de los valores personales. Tú lo sabes también o no estarías sentada ahí con tanta calma escuchando las verdades de una extraña. No quieres validación, estás desesperada por que alguien vea lo que eres y te sugiera que arregles tú misma antes de arreglar el mundo."

    Miré, abrí y cerré la boca dos veces. No era la razón que tenía lo que me desconcertaba, era que tenía el valor para decírmelo a la cara con tanta confianza. Me hizo preguntarme cuánto tiempo me había estado observando desde la distancia y cuánta información podía encontrar una persona sobre mí en Internet.

    Lo único que pude decir fue: "¿Crees que quiero oír que soy un pedazo de mierda?"

    "Sí."

    "¿Qué te hace pensar que puedes decirme estas cosas sin consecuencias?"

    "Espero las consecuencias, me gustan las consecuencias, me gustaría hacerte cambiar de opinión. Quieres que la gente discuta contigo, pero cuando lo hacen, los descartas. Te rodeas de gente que se inclina ante ti. Eso es feo."

    "Obviamente no están luchando lo bastante." Estudió mi rostro, su expresión era increíblemente difícil de leer. "Parece que ya has diagnosticado mis defectos, hablemos de los tuyos."

    El músculo de su mandíbula se tensó y ella miró su taza, dio un sorbo.

    "Mientras tú determinas el rasgo más evidente que presenta una persona, yo busco los que están ocultos. Tal vez seamos tan malos como la una con la otra," dijo.

    "Eso es lo más agradable que ha salido de tu boca hasta ahora." Eché un vistazo a la espaciosa cocina. "¿Vives aquí sola?"

    "Tengo una gata, estará en el sofá."

    Al fallar en mi intento de clasificar el acento de la mujer, lo enfrenté directamente.

    "Tu inglés es muy bueno, ¿de dónde eres?"

    "Crecí junto al Mar Negro. Rumania."

    Empecé a hablar, interesada en cuestionar más, pero me sonó el teléfono. Pulsé el círculo rojo en el nombre de Dominic y quedé aturdida al ver la hora. Casi las diez, había malgastado casi una hora eligiendo vino y enfrentándome a una vecina rara.

    "Tengo que irme," dije rápidamente.

    La interrupción fue lo mejor, no quería darle a estq extranjera impertinente más información personal estando demasiado cansada para ver con claridad. Quizá cuando mi mente estuviera más clara...

    Recogí las bolsas y ella me mantuvo abierta la puerta mientras yo la cruzaba andando. En la entrada, me di la vuelta, intrigada.

    "No te he preguntado el nombre," dije.

    "Esme."

    "Gracias por el té." Me fui sin mirar atrás.

    Y así fue mi primer encuentro con Esme. Abierto. Honesto. Me había dejado en cueros por primera vez en años. Me había insultado mordazmente y yo no había respondido, sino que le había ofrecido la verdad sobre las imágenes que yo adjuntaba a la gente. Las predicciones promedio decían que debería haber lamentado mi franqueza, pero no lo hacía. Me había sentido bien, liberador. Como si me hubieran purgado, era más fácil volver a las mentiras.

Parte 2: La Búsqueda

    Michelle se está cansando, tiene los párpados caídos. El reloj avanza inquieto, apuntando a las doce quince. Ella dobla la esquina de la página, pasa las páginas hasta los primeros párrafos y los relee. Deja caer en derrota la cabeza sobre la almohada.

    "Estás llorando," dice una voz suave y Michelle abre los ojos.

    La enfermera nocturna ha vuelto, sentada en la misma silla. Es un personaje engañoso que entra y sale a escondidas sin ser oída, pero Michelle está contenta de su presencia.

    "Estoy triste."

    "¿Por qué?"

    Se limpia una lágrima perdida en la mejilla y levanta el cuaderno.

    "Lo único que dice es que fui diagnosticada. ¿Con qué?"

    "Tu cerebro está degenerando."

    "¿Por eso tuve el derrame cerebral? No voy a mejorar. No hay vuelta atrás."

    "Siempre hay un modo."

    Michelle la mira a los ojos. "Tengo treinta y dos en esta historia. He perdido un año."

    "¿Tiene problemas al leerlo o entenderlo?"

    "No, pero... no recuerdo nada de eso. Es difícil de creer. Quizá ya estaba delirando cuando comencé. Aquí hablo de una mujer que parece odiarme."

    "Eso no puede ser cierto."

    "Me insulta a cada oportunidad." Frunce el ceño. "Es una lectura interesante... Pero ¿cómo se supone que voy a averiguar qué ha sucedido a partir de un montón de fantástico sinsentido?" Cierra el libro.

    "¿Cómo se llama? La mujer."

    "Esme. Una que vive en mi calle en Londres. Al parecer."

    "Sigue leyendo, debe haber respuestas."

    Michelle mira el rostro amable y confía en él. "Lo retomaré más tarde, tengo los ojos cansados."

    "El descanso es bueno. ¿Puedo hacer algo por ti?"

    "Bueno..." Michelle duda. "¿Cuánto tiempo crees que voy a estar atrapada en esta habitación?"

    "Unos pocos días."

    "Eso de ahí es un cuarto de baño, ¿verdad?"

    "Está conectado a la habitación del otro lado. Se comparte pero se puede cerrar por dentro."

    "Me siento sucia. Estoy sucia. Quiero lavarme."

    "Hay una ducha en el baño. Si crees que estás lo bastante fuerte, puedo ayudarte."

    "Mi necesidad de estar limpia tout de suite [1] supera mi debilidad."

    "¿Solo uno breve entonces? ¿Mantener la puerta abierta de este lado?" pregunta y Michelle asiente. "Está bien. Tendrás que tener cuidado con tus...," señala al brazo de Michelle, "cachivaches."

    "Término técnico." Michelle frunce el ceño con curiosidad. "No eres enfermera, ¿verdad?"

    "No. ¿Pensabas que lo era?"

    "Pensé que eras mi enfermera nocturna habitual, me eres familiar, pero es difícil retener el recuerdo."

    "Soy más como una cuidadora. No podría lidiar con el vómito y la sangre a diario."

    "Sin embargo, aquí estás. Conmigo."

    "Tú no vomitas por todas partes."

    "Es bueno saber que puedo confiar en ti si las cosas se ponen difíciles."

    "Puedes confiar en mí," dice y Michelle queda atrapada por su tono serio. Se levanta, se abre camino a través de la puerta del cuarto de baño y enciende una luz. "Hay toallas y jabón. También tiene un pequeño asiento. Es algo chulo."

    "Bien. No me caeré de culo y no necesitaré que me rescaten." La imagen de estar tendida desnuda y agitándose bajo un chorro de agua, enfermeras corriendo en su ayuda, no es atractiva.

    "Negligé limpio también." Thana reaparece en la habitación con una sonrisa, cargando otra maldita prenda de hospital.

    "¿Negligé?" Michelle suelta una risita. "Eso es un maldito delantal."

    Ella empuja la manta y pende las piernas sobre el lateral de la cama. Se apoya pesadamente en Thana para hacer los pocos metros hasta el cuarto de baño, endeudada del apoyo.

    No se queda mucho tiempo bajo el agua, solo lo suficiente para darle un repaso a su salada piel con un paño. Su cabello tendrá que esperar hasta que esté más fuerte, la ayuda mientras esté desnuda no es una opción, su cuerpo está en mal estado. Sin mantenimiento implica pelo en todas partes. Altamente vergonzoso desfilar frente a otra persona.

    "Hueles a rosas," comenta Thana con una sonrisa cuando lleva a Michelle a la cama.

    Ella se arropa con las mantas a su alrededor como una protectora mamá gallina.

    "Se te da bien esto. Demasiado cotorreo sobre las rosas, pero pintas maneras."

    Thana ríe, pura alegría escrita en su rostro.

    "¿Te sientes mejor ahora?"

    "Mucho. Cansada en un buen sentido."

    "¿Puedo alentarte a comer un sándwich?" Sostiene el paquete en alto. "Jamón y queso, te ayudará a asentar el estómago. No necesitas náuseas con todo lo que tienes."

    "Continúa pues. No debo exponerte al vómito."

    Michelle da cuenta de ambas mitades bajo la vigilante mirada de Thana, está a punto de masticar inconsciente cuando deja la última corteza y su guardiana retira el carrito de hospital de la cama. Michelle lucha por mantener los ojos abiertos.

    "Duerme," dice Thana. "Estás a salvo."

    "Tengo miedo. ¿Y si no recuerdo nada cuando me despierte?"

    "Entonces comenzaremos de nuevo."

    "¿Estarás aquí más tarde?"

    "Mientras sea bienvenida."

    "Eres bienvenida."

    "Gracias," sonríe y los ojos de la mujer sobre la cama se cierran.

***

    Es despertada por el chico enfermero entrando en la habitación. Thana se ha ido, el reloj reza poco más de las ocho.

    "Te recuerdo," le dice adormilada a su animado rostro. "Owen."

    "Asombroso." Esa es una respuesta genuina; ella le ve feliz. "¿Te he despertado? ¿Has tenido buena noche?"

    Él toma una taza de pastillas y ella las acepta porque ha decidido confiar en lo que le ha dicho Thana. Ha decidido confiar en este joven escocés.

    "Sí, la verdad. Estuve leyendo mis cuadernos y luego me di una ducha."

    "¿Tú sola?" pregunta él con sorpresa.

    "Thana me ayudó a entrar al cuarto de baño."

    "Ah. Thana," dice. "Hoy no dudes en llamarme si necesitas ayuda. No te sientas obligada a hacer cosas por tu cuenta."

    "Soy bastante capaz."

    "Lo eres, ¿no? ¿Cómo está ese dolor?"

    "De puntillas un poco ahora."

    "No sorprende." Inserta una aguja en la cánula. "Lo estás haciendo increíblemente bien al superar tramos tan largos. Eso es otra cosa que debes sentir libertad de pedir, queremos que estés cómoda. El desayuno está aquí," dice mientras entra una mujer, coloca una bandeja en su carrito y llena la jarra de agua. "Te comiste los sándwiches ayer. Excelente."

    Él acerca el carrito a la cama cuando la señora de la comida se va.

    "Y dormí muy profundamente."

    "Bien. ¿Hay algo que pueda ofrecerte?"

    "No." Recoge sus cuadernos de la mesita de noche. "Voy a leer un poco."

    "Una estupenda idea. Mantén el cerebro estimulado. Tengo mucha curiosidad por saber qué hay en esos diarios."

    "Me están ayudando a recordar, he notado que me he perdido un año." Agrega: "Son personales."

    "No te preocupes, no voy a fisgonear," él sonríe.

    Él no es tan solícito como la cuidadora, pero le cae bien. La recóndita penuria velada por el optimismo. Se alegra de que no sea un extraño.

    "Sé que mi cerebro está enfermo," dice ella con curiosidad y él hace una mueca.

    "No dejes que eso te afecte."

    "¿Estarás aquí todo el día?"

    "Es un privilegio estar a su entera disposición."

    Cuando él se marcha, ella suspira y toma una cucharada de huevo duro. Anota el 22 de diciembre en el Cuaderno 3. Tacha «Enfermera nocturna» junto a «Thana» y la reemplaza con «Cuidadora». La taza de té humeante junto al plato le hace pensar en su historia. En la mujer, Esme, y en la extraña interacción de ambas. Abre el libro 1 por su página con la esquina doblada.

    Continuación del Cuaderno 1…

    Esme era una rareza, descolocada en mi mundo. Después de una conversación limitada, llegué a la conclusión de que estaban probando mi estilo de vida de rigor. Mi ego la veía como un crisol personal y, sobre esto al menos, yo tenía razón. Me gustaban las pruebas, sabía que volvería a hablar con ella. Ella era un desafío que yo aceptaba, y vaya, ella estaba a la altura.

    Los días siguientes me encontré escaneando rostros de peatones que iban y venían de Thackeray. Mientras contemplaba a los extraños que vivían a mi alrededor, me ofrecían sonrisas y palabras de saludo que nunca había notado.

    El jueves hice un esfuerzo por llegar temprano a casa y comer con Dominic como una pareja de novios normal. Él estaba de buen humor, pero la conversación en la mesa parecía más monótona de lo usual.

    "Masticas demasiado alto, Dominic. Cierra la boca."

    "Hay cena en casa de mamá y papá el sábado, no lo olvides," dijo él.

    "Por amor de Dios." Otras dos horas sentada con los futuros suegros. Otra matiné.

    Sentí que me miraba. "Cariñín."

    "Cariñín sólo significa siempre «cierra la boca» en ese tono."

    "Al menos son simpáticos contigo." Él sonaba tan irritado por ello como yo, con cara de perro, codos apoyados en el blanco mantel de damasco.

    "Caroline querrá repasar revistas de bodas."

    Di por concluída mi comida casi intacta y viajé por la habitación hasta las ventanas.

    "Eso es cosa de mujeres." Levantó la voz para cubrir la distancia.

    "Soy demasiado mayor para pasar por la rutina de la novia ruborizada," suspiré.

    "La dama vieja más sexy que he visto en mi vida."

    La calle de abajo aún llevaba gente envuelta de la cabeza a los pies en lanas de invierno. Niebla se elevaba desde sus pulmones y el aire fresco formaba halos alrededor de las farolas. Oí a Dominic moverse hasta la cocina y dejar con un golpe el plato en el lavavajillas.

    "Estás en uno de tus rarores humores. ¿Vas a estar ahí de pie toda la noche?" exclamó él.

    La vi cuando él terminó la pregunta, doblando la esquina de la calle Cambia, a pie y aún a una distancia considerable de su puerta. Hombros encorvados contra la noche y un bolso de gran tamaño abrazado al lado. Mi vista se agudizó y el pulso se aceleró. Revisé mi móvil, casi las ocho. Si me apresuraba, podría pillarla justo afuera.

    "En realidad, voy a dar un paseo. Necesito aire," dije.

    "¿Con este clima?"

    Sus pisadas se acercaron y me puso un beso en la mejilla. Pude oler su loción para después del afeitado en su cara y la langosta para llevar en su aliento. Me aparté de su proximidad hacia el armario de los abrigos.

    "No tardaré." Le mostré mi mejor sonrisa.

    "Haz lo que tengas que hacer."

    Me abrigé deprisa y tomé el ascensor los tres pisos hasta el nivel de la calle.

    Ella casi estaba en mi edificio. Tenía la cabeza gacha, metida en una bufanda de cachemira blanca, los ojos sin párpados hacia el pavimento y yo caminé directamente hacia la tormenta. Normalmente, la gente encontraba intimidante este método de aproximación; tendían a retroceder, como yo si fuera a atacarlos. Esme no lo hizo, se detuvo en seco y se paró a mi altura. Me miró con las mejillas sonrosadas por el frío y los ojos brillantes. Llevaba el pelo recogido en un moño, las manos metidas en los bolsillos de un abrigo a medida, las botas de cuero le llegaban hasta las pantorrillas de unas gruesas mallas de invierno. Yo la veía bien.

    "Buenas," dije bloqueando el camino y su boca formó una pequeña O.

    "Camina conmigo," invitó eventualmente y pasó por mi lado rozándome con el hombro. "Tengo que mantener las piernas en movimiento. Este frío..."

    La seguí al paso a su lado. No me pregunté por qué estaba yo otra vez en el exterior, vagando con una don nadie cuando debería estar acomodándome para pasar la noche. Esto parecía natural.

    "Fuiste bastante grosera conmigo el otro día."

    "¿Te gustó?"

    "Un poco," admití. "¿Por qué me gustó?"

    "Ya sabes por qué. Estás aburrida."

    "Trabajo demasiado para estar aburrida."

    Me lanzó una mirada desdeñosa. «Bah», decía, y su cuerpo se estremeció dentro de sus capas.

    "¿Puedo invitarte a un chocolate caliente?" Hice un gesto hacia el resplandor de Nero al otro lado de la calle y cuestioné con los ojos. Asintió.

    Pocos clientes tan tarde. Secuestré un sofá y me quité los guantes. Esme llevaba un jersey azul pálido debajo del abrigo, hacía que sus ojos parecieran más grandes y profundos.

    "¿A qué te dedicas?" Pregunté suspendiendo flácidamente un dedo en la enorme bolsa de mensajero que ella colocó en el suelo.

    "Dibujo."

    "Una artista, no me sorprende. ¿Puedo ver algo?"

    "Tal vez." No hizo ningún movimiento hacia la bolsa.

    El joven camarero trajo dos tazas y las dejó sobre la mesa, marshmallows [2] flotando espesos en la parte superior. Olía delicioso pero yo no podía beberlo, mi dieta era estricta y la bebida era una excusa. Esme no tenía ese problema, se metió en la boca uno de los mallows derretidos.

    "Mm." Comentó: "La mayoría de la gente iría a un bar a esta hora de la noche."

    "Las granjas de carne son la escena de Leah, no la mía," dije y una línea se formó entre sus cejas.

    "¿Miras con desprecio a las personas que buscan placer?"

    "Depende. Tú no pareces ser de bares tampoco."

    "'La vida de hedonista es la mejor preparación para convertirse en mística."

    "¿Quién dijo eso?"

    "Hermann Hesse."

    "¿Ese no era nazi?"

    "Estás pensando en Rudolf Hess. Hermann Hesse ganó el Premio Nobel de Literatura en 1946."

    Concluí: "No eres de bares."

    "Háblame del hombre con el que vives," recanalizó y eso me decepcionó.

    "¿Por qué?" Se me ocurrían cosas más interesantes de las que hablar.

    "Porque te lo he pedido."

    "Juega al fútbol y trabaja en un gimnasio."

    "No estoy preguntando qué hace para ganarse la vida," dijo y yo lo sabía.

    Eché un ansioso vistazo a nuestro entorno, nadie estaba sentado cerca.

    "¿Puedo confiar en ti?"

    "¿Para hacer qué?"

    "Para mantener en privado lo que digo. No puedo estar camelando a un enemigo."

    "Eres una figura pública," asintió. "Puedes confiar en mí. No me interesan las fanfarrias."

    Hubo unos momentos de silencio mientras la estudiaba. Esperó, sin apartar los ojos de los míos.

    "Dominic es cinco años menor que yo," dije en voz baja. "Aprendió a decir las cosas correctas en el momento adecuado, aprendió a usar su apariencia y encanto para distraer a la gente. Pero no es necesario investigar mucho para ver que tiene la profundidad personal de un adolescente."

    Y ahí estaba, mi lado honesto; esto es lo que hace mi lado honesto. Casi lo había olvidado.

    "¿Así es como hablas de la persona con la que te vas a casar?"

    "Asumí que querías la verdad. Eres la única que la quiere."

    "¿No tienes sentido de la lealtad?"

    "Por el contrario, me gusta su falta de intelecto. Lo hace menos monstruo que todos los demás."

    "Miras a tu alrededor y ves monstruos. Eso dice más de ti que de ellos."

    "Quizá sí, pero me mantiene a salvo."

    "¿De qué?"

    "De ser utilizada, supongo."

    "Que no sientas nada por él lo pone a salvo. Tú eres la que usa y se sientes sola."

    "Yo tengo novio, amigos, familia. Tú eres quien siempre está sola, yo lo tengo todo."

    "Esa imagen prudentemente pulida que has inventado lo tiene. Tú has reunido todas las cosas esperadas a tu alrededor, pero me dices claramente que tu prometido es un accesorio."

    "No dije tal cosa." Hice una pausa para ordenar mis pensamientos. "No sólo un accesorio al menos. Es una puerta, su familia es honrada; tienen conexiones valiosas."

    "Perdóname, pensaba que eras superficial."

    "¿Por qué cada frase que sale de tu boca tiene que ser tan acerba?"

    "No voy a desperdiciar mi despecho contigo a menos que crea que eres digna. No deberías casarte con un hombre del que puedas hablar tan insensiblemente."

    El papel de Esme como crisol parecía claro de nuevo.

    "Es guapo," me encogí de hombros. "También es fácil de controlar. Es mucho más de lo que la mayoría de los hombres pueden ofrecer. Tengo treinta y dos años, no quiero terminar siendo una solterona."

    "¿Por qué temer estar sola? Sólo una persona patética prefiere una bonita mentira a una fea verdad."

    "¿Me estás llamando a mí patética?"

    "Sí."

    "Cristo en muletas."

    "El mundo que ocupas..." se calló suavemente y sacudió la cabeza con decepción.

    "Ese mundo me brinda una posición de respeto, una familia que me da la bienvenida."

    "¿Cómo se sentiría esta familia si te escucharan hablar de su hijo como lo haces?"

    Una pregunta bastante simple que hizo que mi ilusión se desmoronara. Aunque yo no iba a admitirlo, iba a defender mi posición hasta el final. Yo podía funcionar con la fea verdad.

    "Su familia está compuesta en gran parte por historias de éxito: personas inteligentes, con mentalidad empresarial y un intelecto único, pero él resultó denso como dos tablas cortas. Por eso me aprobaron de inmediato, tienen la idea equivocada de que su cerebro inferior se equilibrará con alguien como yo cerca. Si me oyeran hablar de él de esta manera, probablemente estarían de acuerdo."

    Bajé el tono de mi honestidad, la mezclé con una pequeña mentira, lo que de inmediato me hizo sentir incómoda. Esme podía ver a través de mí, la mujer era bruja. Un fantasma solitario, omnividente.

    "No eres feliz," dijo. "Eres una hipócrita, sepultada por tu propia miopía."

    "¿Y tú eres el Diablo que propone una salida?"

    Esme dio una risita y un voltio me viajó por la espalda.

    "¿Aceptarás el trato?"

    "Estoy aquí, ¿no? ¿Qué hay en la letra pequeña?"

    "El Diablo no ofrece detalles."

    Pude olvidar por un momento que éramos especies diferentes. Dejó la taza y señaló la mía, que se estaba enfriando gradualmente.

    "¿Te vas a beber eso?"

    "No."

    Estiró el brazo y tiró de mi taza hacia ella

    "Sírvete tú mismo, por favor."

    "No desperdiciar, no querer. ¿Es ese término correcto?"

    "Correcto. ¿Puedo asumir que no tienes pareja?"

    "Puedes."

    "¿Por qué no?"

    "No necesito una relación para la afirmación pública."

    "Pero ¿no estaría bien? ¿Tener a alguien?"

    "¿Es bueno para ti?"

    No respondí; las razones por las que era bueno no serían adecuadas para alguien como Esme. Ella enrornó los ojos ante mi silencio.

    "¿Crees que te ama?"

    "Por supuesto."

    "¿Del modo en que quieres ser amada?"

    Yo no sabía cómo quería ser amado. Supuse que ella estaba hablando de un amor romántico, del cual yo era lo bastante sabia como para notar que no sabía nada. Inhalé y exhalé lentamente por la nariz.

    "Eres una idealista, Esme. Crees que el mundo se puede convertir en un cuento de hadas con solo ceñirte a un conjunto de principios sumamente morales. Eso es bonito pero es de segundo año de escuela. Ojalá tal cosa pudiera ser tan simple, pero simplemente no lo es."

    "Sin embargo, aquí estoy aún. Con mi ideología. Y tú la estás escuchando. ¿No tienes miedo de que contamine tu mundo perfecto e inconsciente con mis ideas?"

    Los diminutos pelos de mi nuca se pusieron en posición de firmes.

    "¿Eres feliz? ¿En ese solitario podio?"

    "La realidad depende de quien la percibe. Mi mundo de cuento de hadas existe para mí, pero debido a tu tipo de mentalidad, en su mayoría está compuesto por villanos. Soy feliz de saber que no me he vendido, que he alterado mi forma de ver la vida para que los gilipollas parezcan aceptables. ¿Has oído el dicho: «Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra»?

    "Mi madre solía usar esa maldita frase," me burlé.

    "Probablemente te estaba advirtiendo sobre el futuro," dijo y esperé a que continuara. "Tu ropa, tus accesorios, tu apartamento, tu prometido. Dices que si los perdieras, la lucha comenzaría de nuevo, pero ¿y si esta vez tu lucha no tuviera éxito? Eso le pasa a miles de materialistas todos los días. Te bajaría la estima, te deprimirías, perderías la esperanza. Después de meses y años, ¿volverías a beber y tomar pastillas?"

    "¿Meses y años?" Lo visualicé. "No lo sé."

    "El budismo considera que el yo es una ficción y la causa principal del sufrimiento humano."

    "¿Eres budista?"

    "El mundo podría beneficiarse de más filosofía."

    "En serio."

    "Cuando anhelas cosas materiales o deseas cumplidos para mejorar tu reputación, el budismo dice que estás tratando como real tu yo ficticio, reificando el yo. Pueden que estas cosas traigan una gratificación instantánea, pero también te atrapan y causan un sufrimiento persistente. Para un budista, un yo es peor que una enfermedad física pasajera, es una aflicción duradera."

    "¿Por eso piensas que soy infeliz?"

    "Por eso sé que no estás contenta. Tus prioridades no están alineadas con tus necesidades, has perdido de vista por qué eres impulsada hacia el avance."

    "Al menos no llevo botas «Fóllame»," le dije y ella miró hacia abajo y luego hacia mí.

    "¿Botas Fóllame? ¿La gente las llama así? ¿Por qué?"

    "Eso es lo que dicen. Fóllame."

    "Oh, no, esto no es bueno. No quiero decírselo a todo el mundo en la calle." Parecía tan preocupada que yo sofoqué una risa.

    "Estaba siendo sarcástica. Lo que quiero decir es que no veo que tú minimices tus necesidades. Tu apartamento es enorme."

    "Tampoco me ves quejándome públicamente sobre la paradoja de la desigualdad."

    "Suena lógica. ¿Cómo te puedes permitir ese apartamento, por cierto, si pasas el tiempo dibujando?"

    "Mi tío es el dueño del edificio. Llámame superintendente."

    "Debe ser rico."

    "Sí. Es un hombre inteligente y bueno."

    "¿Tus padres también están en Inglaterra?"

    "Murieron hace mucho tiempo."

    "Siento oír eso."

    La gente a menudo se sorprendía de que yo tuviera un padre muerto a los treinta y dos y Esme no podía haber llegado a los treinta aún. Su encogimiento de hombros me dijo que no estaba interesada en hablar de su familia.

    "Si no soy un yo, ¿qué soy?" Pregunté.

    "Una pequeña parte de una intrincadamente tejida red en la que todo afecta a todo lo demás. Una persona tiene un cerebro, pero toda una población contribuye con una mente. Es una filosofía que debes adoptar si quieres ser una primera ministra honorable."

    La estudié con el ceño fruncido. "Eso es un gran salto. Primera ministra."

    "Tu asiento en la Cámara de los Comunes está asegurado, pero la credibilidad de Dhruv Hale se ha roto. Estás preparada para asumir el liderazgo pronto."

    "Está bien, has oído los rumores. Eso es todo lo que son, rumores."

    "Eres ambiciosa, ¿no?"

    "Sí." La miré fijamente, sus pupilas eran diminutos puntitos nadando en azul oscuro. "Soy ambiciosa."

    "Tienes razón, has trabajado duro para llegar a este punto y aún eres joven. No eres de las que lideraría como un títere, pero debes preocuparte por la gente. No desde la distancia, sino de cerca y en persona.. "

    Entorné los ojos aún más. Ella me conocía. Puede que ella no hubiese aceptado todo con gracia, pero sabía quién era yo.

    "¿Tu madre es cristiana?" me preguntó.

    "Protestante."

    "La idea prevalece también en la cultura occidental. En exceso, las comodidades de las criaturas conllevan gran riesgo, terminas perdida sin ellas. En la mayoría de los casos, la fuerza interior y la riqueza material son irreconciliables. La máxima de los mansos no es budista, es del Nuevo Testamento, pero habiendo sido criada como protestante, ya debes saber eso."

    "Dejé la religión hace años. Demasiado doble trato."

    "Eso es irónico viniendo de ti. Nadie debería permitir que las facetas negativas disminuyan el valor de los escritos históricos."

    "No a todo el mundo se le da tan bien distinguir entre los dos." Hice una pausa para reflexionar y dije: "Creo que tengo fuerza interior."

    "Más de lo que crees," convino Esme para mi sorpresa. "Pero no lo has aprovechado y llegará el momento en que la necesitarás."

    "No serás una especie de entrenadora de vida, ¿verdad?"

    "No, ¿por qué preguntas?"

    "Me estás guiando," le dije.

    "Me concierne. Una persona preparada para una gran responsabilidad en un viaje de poder."

    La forma en que habló no indicó condescendencia. Ella creía en mí, tal vez más que yo.

    Cuando salí del café esa noche y la vi caminar en la dirección opuesta, fue con desgana. Como con esa primera mirada arrogante que me lanzó, ella se grabó a fuego un poco más en mi mente.

    Puede que su trato no fuese realizado con el tipo de consideración que yo exigía de los demás, pero había un nivel de intimidad que no había encontrado antes. No me desagradaba la propia Esme, sino la innegable atracción. Puede que simplemente haya involucrado oposición y consideré brevemente la posibilidad de que me estuviera convirtiendo en una masoquista. Mi conclusión fue negativa al respecto; sus palabras parecían menos abusivas que las mentiras que otros ofrecían; su capacidad para decir y desviar la verdad era una señal de respeto. Todas las capas de engaño con las que me ocupaba durante el día quedaban desnudas y eso me pareció un alivio. Un alivio poco elegante. Me ofrecían un anodino, aunque sólo fuera por un breve período; mi mundo al descubierto en toda su imperfección.

    Dominic y yo cenamos en Bel Canto ese jueves. Lo estudié a la mesa mientras él hablaba de sus compañeros de equipo. Era un guapo diablo, mandíbula cincelada y juguetones ojos verdes; Me concentré en estos. No habíamos tenido sexo en días, la parte aterradora era que yo no podía recordar cuántos. Lo apresuré durante el postre y lo arrastré al límite a casa. Por múltiples razones teníamos que tener relaciones sexuales, estadística en lo que a mí respecta. Inicié con agresión cuando llegamos al apartamento y Dominic respondió con entusiasmo. La simplicidad de los hombres, pensé, cuando a mitad de camino se me ocurrió que yo no iba a llegar al orgasmo. Lo empecé pero no me complacía el acto. Podía oír los ruidos que salían de mi boca, podía detectar los movimientos habituales de mi cuerpo; pero estos no indicaban cómo me sentía. Que estaba teniendo un debate completo conmigo misma sobre mis inclinaciones sexuales. ¿Con qué frecuencia hacía esto?, me pregunté, ¿con qué frecuencia fingía? No había sido un hábito; nuestra compatibilidad puede haber terminado ahí, pero Dominic y yo solíamos tener una vida sexual saludable.

    Es desde que se mudó, me di cuenta. Yo era un cliché andante; mi deseo por Dominic había disminuido desde nuestro compromiso mutuo. Y ahora estaba fingiendo para terminar más rápido. Yo no debería tener que fingir, debería alejarlo de un empujón ahora mismo.

    Esme no se molestaría en fingir.

    No sé por qué se me ocurrió ese pensamiento en ese preciso momento, pero con él vino el rostro y la voz de Esme, sus críticas mordaces; la absoluta compostura con la que los entregaba. Y, de repente, los ruidos que yo estaba haciendo se volvieron genuinos. Verdaderamente, fantásticamente reales. Me acerqué a mi clítoris para ayudarlo y mantuve el recuerdo de Esme en mi mente. El orgasmo llegó rápida y explosivamente, el alivio y la liberación demasiado satisfactorios para mí como para cuestionar el método por el cual lo logré. No permití que se hundiera la veracidad decisiva del acto: que acababan de sacar el primer clavo de mi ataúd figurativo de un compromiso.

    Ordené las minucias del trabajo en los días siguientes. Las pocas veces que me paré en mis ventanas a altas horas de la noche, la calle de abajo estaba vacía. Me di cuenta de que esperaba ver a Esme y cada vez que no aparecía, me sentía un poco más decepcionada. Mi estado se volvió comparable a la retirada de sus obviedades. Estaba hambrienta de ellos.

    A las siete y media, una semana después de nuestra última conversación, mis pies se negaron a llevarme más allá de su edificio. Sentí picazón cuando disminuí la velocidad en su entrada, retrocedí y pulsé el timbre del 10. Ella tardó demasiado en responder y me volví paranoica sobre si era apropiado visitar de esta manera, pero Esme no cumplía con las reglas sobre qué era apropiado o no.

    "¿Si?" llegó por fin a través del intercomunicador.

    "Soy Michelle," dije y agarré con fuerza el termo-viajero que apretaba en la mano.

    Ella no respondió. Un crujido, la cerradura se soltó y pasé a la entrada.

    Mi garganta se contrajo al verla sosteniendo abierta solo unos centímetros la puerta del número 10. Ella no pareció sorprendida por la visita y me miró con ojos tranquilos, rodeados con el mismo delineador de ojos pesado que tanto le gustaba. Sus iris no eran de un azul puro, observé; en esa luz brillante del vestíbulo había motas verdes y grises que no había notado antes.

    "Una visita a domicilio de Michelle Coderre. Qué privilegio," dijo.

    "¿Puedo pasar?"

    Ella desapareció dejando la puerta entreabierta y me abrí paso dentro.

    La sala de estar era espaciosa y escasamente amueblada, lo que hacía que la figura de Esme pareciera dentro más pequeña. Se sentó en un asiento junto a la ventana, luces centelleantes a través del cristal detrás de ella, las rodillas levantadas y una enorme libreta contra ellas, lápiz en mano.

    "No te he visto por unos días," dije y apreté los labios con terquedad para evitar que saliera algo más.

    "Mm," gruñó Esme.

    El muro occidental; materiales de arte apilados, dos caballetes contra él y enlucidos con bocetos; me convocó. Los dibujos eran de pequeñas criaturas con ojos negros en varias poses, detalladas al extremo. A la derecha, las criaturas se presentaban hermosamente, bocas suaves con pequeños bebés en sus brazos; las cosas más lindas que nunca había imaginado. Cuando mis ojos se movieron hacia la izquierda, sus poses cambiaron, se volvían agresivas. En el extremo izquierdo, sus caras eran aterradoras; locura en los ojos, colmillos afilados al descubierto mientras gruñían y gritaban desde sus ventanas blancas. Mientras que los de la derecha inspiraban una cálida ráfaga de afecto, quise huir de ellos y olvidar que los había visto.

    "¿Son extraterrestres?" Pregunté con voz casi perdida en el espacio del lugar.

    "Terrícolas," dijo y me aparté de los dibujos para mirarla. "Monos tibetanos de nariz chata."

    Mantuvo los ojos en su página y yo estudié de nuevo los detalles de los bocetos.

    "Debes haberlos alterado. Estas cosas no pueden ser reales."

    "La dualidad de la naturaleza es más asombrosa que la ficción."

    "No estoy segura de eso... Tienes talento, Esme."

    "No tienes por qué darme coba, puedes decir lo que sientes."

    "Son espeluznantes."

    "Eso está mejor. Gracias."

    Apoyé la bolsa en el único sofá de la amplia habitación, un lomo de camello azul zafiro y mi taza en una mesita baja. El delicado aroma a canela y manzana impregnaba el aire y un pequeño gato gris yacía acurrucado en un cojín con un ojo abierto una rendija, observándome. La escena era bastante doméstica, el aroma de algo que solía hacer mi madre.

    "Siéntate," ordenó Esme. "No te va a morder."

    Llevaba vaqueros descoloridos con roturas en las rodillas, un jersey de lana y botas de piel de oveja beige. Yo la veía dolorosamente cómoda comparada conmigo. Obedecí y miré al gato.

    "¿Cuál es su nombre?"

    "Higgins."

    "Eso es tan inglés," me reí.

    "Es una engreída gata inglesa. ¿Cómo estás?"

    "No tan maravillosa," dije. No había venido aquí para mentir.

    "Háblame de tus problemas, niña," respondió Esme con un sacerdotal tono de barítono.

    "No hay problemas, en realidad no." Fallé en seguir adelante. "Solo algo de ansiedad. Lo usual."

    "A veces ayuda meterte un dedo en el ano," dijo rotundamente.

    Transferí mi mirada del gato. "¿Disculpa?"

    "Un buen restregón duro será suficiente en la mayoría de casos, pero en casos extremos es necesaria una penetración completa."

    "La hostia," comenté después de un momento de silencio con los ojos muy abiertos. "Vas en serio."

    "El esfínter anal tiene mucha tensión y puede descuidarse. Pareces de esas personas que sufren mucho de estreñimiento. No es sexual, es como el yoga, pero más rápido, lo único que necesitas hacer es ir al cuarto de baño. Recuerda lavarte las manos."

    Ella no me miraba, mantenía la concentración en la libreta y noté una mancha de carbón en la línea definida de su mandíbula. Miré el pequeño detalle hipnótico.

    "Eres una aberración."

    "Pruébalo. Mejor que el Klonopin."

    "No puedo salir de la oficina en medio de una reunión para meterme un dedo el culo."

    "Tú misma," se encogió de hombros. "Estás pensando que digo esto para escandalizarte."

    "Por supuesto que sí."

    Vi que sus hombros cubiertos de lana se levantaban con indiferencia de nuevo. El tejido de lana se me estaba metiendo bajo la piel. Aunque normalmente lo asociaba con los apolillados cárdigans de las ancianas, en Esme adquiría cierto encanto, me hacía querer acercarme, tocarlo, olerlo. El recuerdo de la cara de Esme siendo responsable de mi último orgasmo volvió de forma inconveniente. Me mordí el labio y aparté la mirada de la mujer, el color se elevó a mis pómulos. Alejé el pensamiento y me alegré de que Esme no estuviera concentrada en mí.

    "¿Qué estás dibujando? ¿Más monos?"

    "Sí."

    "¿Puedo verlo?"

    Giró la libreta y yo me acerqué para estudiarla. Este era diferente. El mono era singular desde el torso hacia abajo, pero arriba su cuerpo se retorcía en dos criaturas separadas, como gemelos siameses. La izquierda era hermosa, serena; la derecha gritaba y arañaba a la izquierda como si sufriera una terrible agonía durante el proceso de emerger. Era perturbador y abrí la boca para comentar, pero Esme se levantó abruptamente y tiró el cuaderno sobre su asiento de una manera descuidada.

    "Te quedarás para un trozo de tarta," dijo y caminó hacia la cocina.

    "¿Perdón?" Mis ojos permanecieron en el grotesco boceto, visto desde un ángulo incómodo.

    "Empanada. Está lo bastante fría."

    Su voz se amortiguó por la distancia y aparté los ojos del dibujo y la seguí, abandonando al gato a su siesta. Esme rebuscó en un cajón y yo me senté a la mesa. La tarta mencionada estaba colocada sobre esta y un plato y un tenedor frente a mí. Era casera y me recordaba más a mi madre. Parecía delicioso y mi estómago aulló una orden.

    "No puedo comer esto," dije ignorando la súplica. "Demasiado azúcar."

    "Manzana y ruibarbo," murmuró Esme. Me había ignorado. Sirvió un triángulo en mi plato y añadió una gran cucharada de crema. "La hice yo."

    "Huele bien. Pero en serio, no puedo comer nada."

    "Has perdido mucho peso recientemente," continuó llevándose a la boca una porción de su propio plato. Una mancha de crema se adhirió a su labio y yo la observé. Tuve la inusitada compulsión de limpiarla con el dedo.

    "Eso no es cierto," mentí. Tomé un tenedor y pinché el cremoso crocante, el movimiento del tenedor hacia la boca fue instintivo.

    "¿Lo haces para la boda? Si es así, es contraproducente. No tienes buen aspecto."

    "Muchas gracias. No hemos fijado una fecha aún. Tengo que vigilar mi dieta, tengo treinta y dos años." Hablé con la boca llena pero no me di cuenta. Tenía que dejar de mencionar mi edad, tal vez esperaba que Esme supliera la suya. No lo hizo.

    "No es la época del año para bajar tanto de peso." La mancha de crema aún seguía en el labio y mantuve mi tenedor ocupado para dejar de mirarla. "Tienes que comer algo de carne en invierno."

    "Vete a la porra, Esme. ¿Por qué me molesto contigo?"

    "Sabes que tengo razón."

    Yo no respondí. Aquel estúpido y condenado orgasmo; y la mancha de crema... No podía correr el riesgo de sonrojarme de nuevo, no mientras estábamos frente a frente de esta manera.

    "Tienes una... um..." Hice un gesto hacia el labio sin mirarla a los ojos y Esme lo frotó con una servilleta antes de seguir comiendo. Necesitaba llenar el silencio. "¿Dibujas todo el día?"

    "Estuve en el tribunal seis horas hoy," dijo. "Servicio de jurado."

    "Dios." Mi mirada en blanco fue una expresión de verdadera simpatía. "¿Cuál es el caso?"

    "Asesinato. «Dios» viene al caso, el sistema de justicia es uno de los elementos de la sociedad moderna a los que los políticos deben prestar atención. Requiere una profunda reforma."

    Admiré la forma en que le había dado la vuelta; se les habría advertido que no hablaran del caso con extraños.

    "¿Sí? Yo expliqué las fallas del sistema de justicia criminal."

    "Aunque la evidencia de ADN conecta a un acusado con un crimen," dijo clavando el tenedor enfáticamente en el aire inocente, "no determina si tuvo intención. El papel del jurado en muchos casos es decidir el grado de culpabilidad para que se puede dictar una sentencia adecuada, ¿no?"

    "Correcto."

    "Por inferencia mental, doce personas deben decidir si una persona tuvo la intención de causar daño. Los miembros del jurado tienen el inverosímil deber de ser clarividentes."

    "Estás dramatizando. Clarividente no es un término exacto, e aunque lo fuera, es una cualidad humana innata, poder leer las expresiones de una persona, juzgar sus sentimientos. Tú mismo dijiste que se necesita una población para crear una mente." "

    "Dije eso. Pero esto tiene más que ver con la disparidad entre los cerebros individuales. En un cerebro que predice, un juicio es una conjetura construida en base a las acciones del acusado y no hay un criterio objetivo de intención. Un juicio depende de los conceptos de emoción de los jurados, que pueden ser muy diferentes a los conceptos de emoción del acusado."

    Mastiqué las palabras antes de hablar.

    "Está diciendo que, a menos que el juez y el jurado sientan y expresen sus emociones alineadas con las del acusado, todo el proceso será defectuoso."

    "Precisamente. Un buen ejemplo es cuán profundamente la cultura determina las acciones y las experiencias. Por ejemplo, un hombre criado en Ucrania es acusado de asesinato; en el estrado muestra poca emoción porque el estoicismo es parte de cómo se les enseña a los hombres a comportarse en ese país. Por el contrario, una mujer criada en el Reino Unido probablemente expresaría un gran pesar, aunque no lo sienta, porque eso es lo que le han enseñado que debería estar sintiendo. Si bien los jurados ingleses pueden ver el estoicismo externo de los hombres como una expresión de culpa sin remordimiento y darle la sentencia más completa, la mujer podría recibir una sentencia menor. Sólo por que ella hizo lo que se espera de ella."

    "Ese es un ejemplo amplio, pero tienes toda la razón."

    "Las diferencias culturales simples causan malentendidos todo el tiempo y se pone serio en una sala de tribunal donde se juega con el futuro de una persona. Cuando ese malentendido podría ser la diferencia entre unos pocos años o una vida entera en prisión."

    "Eligieron a la persona adecuada para el trabajo, obviamente te lo estás tomando en serio. ¿Has estudiado derecho?"

    "No es una cuestión de derecho, es una cuestión de psicología, la cual tiene aplicaciones en todos los demás campos."

    "¿Te gusta la política?" Dije y ella asintió.

    "Piensa en el derecho de la Primera Enmienda de la Constitución estadounidense."

    "Te meterás en problemas si empiezas a debatir eso," me reí entre dientes, pero Esme continuó sin inmutarse.

    "Se fundó sobre la noción de que la libertad de expresión produce una guerra de ideas que eventualmente permite que la verdad prevalezca. En 1787 los autores no entendían que la cultura conecta el cerebro, que nuestro entorno activa y desactiva los genes. Una vez que una idea está programada, es difícil para una persona rechazarlo."

    "¿De verdad estás ahí sentada discutiendo contra la libertad de expresión?"

    "Sí. Las ideas siempre están detrás de las acciones; mientras que la ley apunta a las acciones ilegales, no hace nada sobre las causas probables. Ese es un tema de política. Pero como ya sabes, la gente está apegada a su libertad de decir tonterías, aunque se propague odio."

    "Eres una radical."

    "Puede que estés de acuerdo con el progreso que hemos logrado en todos los campos del entendimiento desde 1787. No reescribir la política de acuerdo con los nuevos conocimientos es un acto de negligencia y una absoluta idiotez. No hay duda de que si queremos sobrevivir y progresar, la gente tendrá que renunciar a ciertas libertades. «Los hombres libres no son iguales, los hombres iguales no son libres. La libertad no es gratuita»."

    "Ahora suenas como una comunista."

    Raspé mi tenedor contra el plato y lo encontré tristemente yermo.

    "Te la has terminado," dijo Esme.

    "¿Qué?" Absorbí el plato vacío y desanimé las manchas de pastel y crema en el plato frente a mí, sentí que me ponía pálida. No estaba mareada, solo horrorizado. "No. No puedo comer."

    "Pues lo hiciste bien. Una vez que empezaste."

    "Me distrajiste," acusé. "Oh, no, eso no es bueno. Lo siento mucho. Tu tarta."

    Me sentí profundamente avergonzada. Esme me había visto comer a dos carrillos sin darme cuenta. La mujer apenas había parpadeado. Y pensar que yo había tenido una pizca de triunfo por lograr que ella hablara con libertad.

    "Me comí un trozo. La hice para ti de todos modos. Relájate, era una tarta pequeña."

    "¿Para mi?"

    "Pensé que tendría una visita esta noche," se encogió de hombros y llevó los platos al fregadero.

    No supe qué decir, creo que tal vez quise abrazarla pero no sabía cómo funcionaban los abrazos con alguien como Esme. Eso podía resultar incómodo, especialmente con el recuerdo de la escena de sexo aún indecentemente fresco en mi mente. Entonces pensé que tal vez debería gritarle; la perra astuta me había visto consumir tres trozos de pastel y no me había detenido.

    Esme regresó a su asiento, juntó las manos con recato e inclinó la cabeza pensativa.

    "A pesar de lo que dije, no te equivocas al ver el mundo lleno de monstruos," dijo.

    "Dios nos libre."

    "Es el conocimiento de que, en un momento dado en este planeta, millones de criaturas vivientes están en tormento emocional y físico. Este mundo es un lugar defectuoso y deformado. Solo tenemos la ilusión de la ley y el orden, cualquier persona inteligente puede ver eso. La mayoría decide no hacerlo porque, si lo hicieran, querrían suicidarse las veinticuatro horas del día."

    La miré fijamente.

    "Me gustabas más cuando no estabas de acuerdo conmigo. No hablas mucho de ti misma."

    "Creo que eso te gusta, creo que no quieres saber la historia de mi vida." Hizo una pausa y luego dijo: "Anoche tuve un sueño en el que apuñalé a alguien y eso me gustó. Freud diría que se trataba de la envidia del pene y el deseo de penetrar."

    Mis ojos se agrandaron. Le dije: "Cuando eres abierta, eres muy abierta."

    Asintió. "Puede que Freud tenga razón."

    "Quieres penetrar."

    "Todos lo quieren."

    "Vale. Tengo que preguntar, ¿estás un poquillo zumbada?" Me miró a los ojos con una sonrisa.

    "¿Un poquillo?"

    "Hay muchos niveles de enfermedad mental, ¿no?"

    "Oh, sí. Y muchas más no hemos puesto en la caja aún."

    "¿Y bien?"

    "Estoy tan cuerda como tú."

    "¿Me estás insultando o negando la locura? Nunca lo tengo claro contigo."

    "¿Sabrías tú si estuviera loca? ¿Lo admitiría yo?"

    "¿Puedes decirme algo sobre ti no diseñado para escandalizarme?"

    Se quedó en silencio por un minuto, su mirada nunca se apartaba de mi cara.

    "No quiero dar nada por sentado," dijo. "Nada. Todo lo que veo, todas las cosillas que uso, desde el cepillo de dientes hasta las bolsitas de té, cada pequeño detalle de mi mundo," señaló con el dedo índice, "cada persona que veo, con quien hablo, que me mira; quiero mantenerlo todo en animación suspendida. Nunca subestimado, nunca olvidado. ¿Es eso lo bastante aburrido para ti?"

    Esas palabras en particular se han apoderado de mi memoria desde entonces y me han roído aún peor después de mi diagnóstico.

    "Para nada, es romántico," dije.

    "Pero honesto."

    "Nunca he entendido que alguien pueda pensar que las mentiras son románticas."

    "La gente está tan ansiosa por ver el romance que aceptará cualquier cosa."

    "Hmm. Una verdad sólo es una verdad temporalmente."

    "Tomaré la verdad a largo plazo." Se inclinó hacia adelante sobre la mesa. "Te diré un secreto," dijo en voz tan baja que yo también me incliné. Fue apenas un susurro, haciéndolo aún más poderoso y miré. "Hay una parte de mí que odia a los hombres. No se puede confiar en ellos. Son sus penes, los obligan hacer cosas terribles. Si a todos les cortaran la minga al nacer, no serían tan malos."

    Aquella noche se ciño descaradamente al tema de la penetración, pero su tono era sombrío, sin rastro de diversión. Yo asentía automáticamente en acuerdo. Los grandes ojos azules continuaban mirando a los míos, como temerosos de su propia admisión.

    No pude decir nada, ella estaba tan cerca. Ropa tan terriblemente descuidada y yo la estaba retirando mentalmente; todo su cuerpo debía estar cubierto por esa piel lechosa. De locos. Quise besarla. Me costó un esfuerzo enorme no cerrar la pequeña distancia y presionarle los labios con los míos. La realidad del impulso batía con fuerza hercúlea.

    "Quiero tu número," espeté para detenerme.

    Pero la asociación se había hecho, el deseo estaba establecido, miré en un estado de tentación mientras ella pulsaba su número en mi teléfono y me lo devolvía. Fue abrumador, me cagué de miedo.

    "Tengo que irme," dije y me levanté rápidamente del asiento.

    Ella no pareció molesta por mi abrupta partida.

    Ni me enteré del frío paseo a casa esa noche. Dentro de mi apartamento oí la televisión llegar desde la sala de estar. Fui directamente al cuarto de baño y me encerré dentro. No podía ver a Dominic hasta que me recobrara. Me senté y descubrí que las lágrimas se me acumulaban en los ojos. No había llorado desde hacía mucho tiempo. No me las tragué, mejor sacarlas, terminar de una vez mientras estaba sola.

    Debería haber sabido después de ese orgasmo que la atracción de Esme sobre mí era más que intelectual. Tal vez debería haberlo sabido desde la primera vez que nuestras miradas se encontraron, pero me di cuenta de que el aceite estaba hirviendo en mis venas. Nunca había pensado en otra mujer de esa manera. Aunque lo hubiera hecho, era Esme por amor de Dios, éramos muy diferentes. Quizá ese era el atractivo, pensé secándome incansablemente las lágrimas. Tal vez había comido demasiada tarta y eso había alterado mi razón de ser.

    Me había dado su número tan fácilmente...

    Me voy a casar. Ese debería haber sido un pensamiento reconfortante e inocente, pero pronto mis mejillas estaban empapadas de nuevo.

***

    Michelle ha llegado al final del cuaderno 1. Se quita las gafas de las orejas y se frota los ojos. Los cierra con una profunda exhalación. Duerme tranquilamente hasta que entra la señora de la comida con una bandeja y una sonrisa. Michelle observa la habitación, aturdida. Thana está sentada en su silla habitual, pero la señora de la comida no la saluda.

    "Pollo Kiev al ajo para ti esta noche," dice.

    "Gracias, haré lo mejor que pueda."

    La mujer regordeta y de cabello gris se detiene para estudiar a Michelle con ojos brillantes antes de salir.

    "¿A qué a venido todo eso?" Michelle se vuelve hacia su cuidadora.

    "La gente te ama," dice. "Te tienen un poco de miedo, pero te aman."

    "¿Por qué?"

    Thana no responde, solo se encoge de hombros y sigue sonriendo. Michelle descansa la cabeza con un suspiro.

    "Pareces preocupada. ¿Qué pasa?"

    "Son los cuadernos. Aunque sea pura fantasía, su contenido es una sorpresa."

    "¿Qué sientes cuando estás leyendo? ¿Sientes que no es verdad?"

    "No lo sé." Ella frunce el ceño. "No, siento que es familiar de cierto modo. Es que... es increíblemente confrontador."

    "¿Es la mujer otra vez, la mujer que te odia?"

    Michelle despacha la pregunta con una mano bajo esa intensa vigilancia.

    "Es muy personal. ¿Podrías asegurarte de que nadie los toca? Por si, si estoy dormida o en el baño y ves a alguien..." no termina la frase.

    "Me aseguraré," asiente Thana.

Parte 3: Sueño Interior

    Michelle sueña que es un edificio en una ciudad devastada por la guerra y las enfermedades. Sus ventanas están rotas y sus puertas eléctricas ya no funcionan. La vida de los humanos ha cambiado y ya no la cuidan, colocan bombas que destruyen a sus vecinos. Pasan los meses, los años. Las personas que suben sus escaleras disminuyen, hasta que ella es invadida solo por saqueadores y esos pocos enfermos que buscan refugio para pasar la noche mientras hurgan en el paisaje. Rompen el pequeño cristal que le queda y le roban la madera de las paredes para quemarla. Una jauría de perros salvajes son sus últimos ocupantes, luego ella está vacía, nadie viene. Está vacía y sin amor. Su ciudad, la gente que la hizo, ha expirado.

    Despierta. Agita las manos frente a la cara para asegurarse. No es un edificio, pero el sueño la ha dejado sintiéndose irritada.

    La luz gris entra por las ventanas, el reloj marca las once y Thana se ha ido. Sus cuadernos yacen inocuamente a su lado.

    El contenido de los libros no parece pertenecer en absoluto a su enfermedad ni cómo ha llegado ella aquí. Se pregunta si tenía razón al confiar en Thana; puede que llegue al final sin descubrir nada.

    Pero no puede resistir leer más, no tiene otra cosa que hacer y quiere deshacerse del sueño. Recoge el cuaderno 2.

    Cuaderno 2

    Mantuve la cabeza gacha en Thackeray durante los siguientes días. Pensé en el número de Esme muchas veces pero no me atreví a usarlo. En un estado de confusión, mi método era la evasión. Hablar por teléfono no me atraía de todos modos. Me gustaba mirarla a los ojos cuando ella sus enviaba sus reprimendas.

    La primera mañana que me detuve sola en el Nero, un ordenado encuentro ocurrió. Dominic se había ido temprano para entrenar y yo tenía algunos correos electrónicos para leer. Estaba agachada rebuscando en mi bolsa de mensajero cuando dos bien formadas piernas que emergían de una falda a la altura de la rodilla se detuvieron frente a mí y yo estiré el cuello hacia arriba.

    Cuando me encontré con sus juguetones ojos, supe que aquello no fue algo único. Otra vez quise besarla allí mismo.

    En aquel momento, no podía decidir si era solo Esme o si era posible que alguien llegara a los treinta y dos sin saberse atraída por las mujeres. Yo había encontrado historias así antes y siempre las había ridiculizado, etiquetando a la persona como ignorante o cobarde. ¿Era yo una cobarde ignorante? Pensé que tal vez. La verdadera emoción personal jugaba poca parte en mi vida, excepto como un peligro.

    "Di algo insultante," le espeté. "Rápido."

    "Estás demasiado consciente de la imagen. Eso es un rasgo vil."

    "Está bien," inhalé y me volví a sentar erguida.

    "¿Puedo?" hizo un gesto hacia una silla vacía y yo asentí.

    "Estás levantada temprano. ¿Tienes juzgado hoy?"

    "En un par de horas." Miró el plato frente a mí. "Ese croissant es atractivo."

    "Te pediré uno," dije sacando el bolso.

    "No." Abrió su bolsa. "No deberías invitarme a nada."

    "Y tú no deberías alimentarme con tarta," le dije y me acerqué al mostrador antes de que ella pudiera discutir.

    Cuando regresé, me concentré en mi plato. Estaba evitando sus ojos y tenía hambre esa mañana. Escuchar el pequeño gemido de satisfacción que emergió de la boca de Esme cuando probó el suyo me abrió más el apetito. Y me excitó.

    "¿Quién es tu contacto de emergencia, Michelle?"

    "¿Perdona?"

    "Contacto de emergencia. ¿El nombre que pones en los formularios y esas cosas?"

    "¿Por qué diantres querrías saber eso?"

    "Dice algo sobre una persona, quién es su contacto de emergencia."

    Lo considere. "Normalmente es mi hermana."

    "¿La hermana a la que haces llorar?"

    "Puede que Leah sea una zorra, pero es increíble la calma que mantiene en una crisis. Además, es la única que vive en Londres y no tenemos mucho contacto con nuestros otros hermanos."

    "Pero ¿no es tu prometido? ¿Cuál es su nombre?"

    "Dominic. Supongo que lo será pronto."

    "¿Tú y él tenéis algo en común?"

    "Ninguno de nosotros quiere hijos."

    "Eso es importante."

    "¿Tú quieres hijos?"

    "Yo no estoy comprometida."

    "Pero ¿los quieres?"

    "Los hijos están bien. El parto me asusta."

    La arruga que se formó en su nariz fue adorable.

    "Yo misma encuentro eso bastante perturbador."

    "Mire a ese hombre en el rincón," dijo y yo me giré para ver a un caballero muy anciano encorvado sobre un libro en el fondo de la cafetería. "¿Qué ves cuando lo miras?"

    "Edad. Muerte. Veo muerte y aflicción."

    "Deberías ver la vida, una comprensión ilimitada y una gran cantidad de experiencia. ¿Ves el libro que está leyendo? The Inevitable de Kevin Kelly, trata sobre las fuerzas tecnológicas que darán forma a nuestro futuro. La semana pasada leía un libro sobre las fallas del capitalismo y sobre cómo terminará este. Él se siente anticuado y trata de mantenerse al día con la cultura moderna. Tiene éxito, su saber hacer sobre la rapidez con que cambian los tiempos a lo largo de la historia le da una visión única como receptor de nueva información. Su mente es aguda y útil. "

    "¿Ves todo eso?"

    Asintió. "Hay gente de verdad a nuestro alrededor. Gente hermosa."

    Su evaluación era sentimental. Cuando volví a mirar al hombre, también yo vi esto. Volví a mirarla. Olvídate de cuernos y tormentas, pude ver un jodido halo alrededor de su cabeza. Arrancó otra sección de su croissant y lo masticó pensativamente.

    "¿Por qué te quedas mirándome los pechos?" preguntó de la nada.

    "Por amor de Dios. Estaba mirándote las manos, son bastante elegantes."

    Las movió sugestivamente. "Dedos de pianista. Sé hacer cosas increíbles con ellos."

    Apuesto a que sí, pensé. Le dije: "¿Tocas?" y su respuesta fue inesperada.

    "Toco en el Table du Roi tres noches a la semana."

    "¡Nunca me lo dijiste!"

    Ella rió ante mi sorpresa. "¿Pensabas que no trabajo?"

    "No sé. El Table du Roi es elegante, debes de ser buena."

    "Odio a toda la gente rica y sofocante que se deja la mayor parte de la comida en el plato. ¿Para qué pides?, siempre pienso, ¿para qué pides si no te lo vas a comer? Absurdo," murmuró.

    "Tienes razón," sonreí. "Eso es un maldito absurdo. Es un alivio decirlo."

    "Soy una buena influencia para ti."

    "Mi tía Fanny," dije y Esme frunció el ceño, miró a su alrededor y luego me miró a mí.

    "¿Qué pasa con ella?"

    Su rostro vacío me hizo reír.

    "Esa es una expresión de incredulidad."

    "Tendré que recordar eso. ¿Tía Fanny? Parece extraño." Parecía dudosa, pero cuando me reí de nuevo, sonrió. "Tienes una risa seductora, deberías hacer eso más."

    "Caramba, Es. Me preocupa cuando dices cosas bonitas."

    "Eso también lo recordaré."

    "Yo intenté aprender piano en la escuela."

    "¿Te gustaba?"

    "No era buena. Supe desde joven que mi talento radicaba en proteger a los artistas, no en ser uno."

    "Ah, sí. Tú sabes cuál es tu lugar, pues ¿qué es un político sino un protector?"

    "Un chorizo," ofrecí y ella sonrió.

    "Estás volviendo a la tierra." Asintió en señal de aprobación.

    Siempre me sentía como en un sueño con ella, como si estuviéramos fuera de nuestros propios mundos, nuestras propias líneas de tiempo. En la duración desde entonces, esa sensación solo ha aumentado. Con vidas tan diferentes, solo podíamos encontrarnos en el puente del medio, un lugar donde estábamos separadas de todos los demás.

    Esme se convirtió en mi confidente durante las siguientes semanas. Alenté a Dominic a entrenar temprano para poder estar a solas con ella en el Nero algunas mañanas y, cuando los horarios lo permitían, visitaba su apartamento por la noche. Me daba golosinas cuando estaba allí y yo desarrollé el hábito de aceptarlas.

    Ella no tenía experiencia en los detalles de la legislación o las políticas públicas, pero escuchaba, reaccionaba y continuaba recordándome el panorama general. Era tenía un tipo diferente de inteligencia a la que yo estaba acostumbrada, invertía en su cerebro a nivel personal, no por trabajo o dinero. Siempre me decía si yo estaba siendo maliciosa o irracional, y sus arrebatos podían surgir en momentos inesperados por cuestiones extrañas.

    De su pasado, de su familia o de sus amigos, no se hablaba, pero ella nunca me aburría. En su mayor parte, yo ignoraba mi móvil cuando estábamos juntas. Cuanto más la conocía, más interesada estaba. Sus orígenes se volvieron tentadores, por eso no hice preguntas directas. Su acertijo era mi búsqueda del tesoro, la caja de Pandora. Cuando pienso en eso ahora, suena terriblemente egoísta, pero ella parecía tan satisfecha con el estado de nuestra amistad como yo. Porque en eso se convirtió, una amistad; la amistad más fiable que yo jamás había tenido.

    Su francés era superior al mío y hablaba igualmente rumano y ruso. Con demasiada frecuencia le pedí que repitiera algo en rumano. Su voz me hacía cosas; cosas atrevidas, cosas que no debería sentir. Eso era estimulante y causa de culpa. Mi dolorosa atracción hacía que nuestra amistad fuese poco menos que ideal. Física, emocional e intelectualmente, aumentaba con cada semana que pasaba. Aprendí a ocultarla, estaba segura de que ella no era consciente.

    Hice un verdadero esfuerzo por no pensar en ella durante el sexo con Dominic, pero el orgasmo resultante cuando lo hacía estaba más allá de mi control como para resistirme. Era fenomenal, peligroso porque cuando luchaba por retener su imagen, mi entusiasmo en la cama era irrefutablemente una farsa.

    Había momentos con Esme en los que me olvidaba de mi vida casi por completo, como la noche en que me dejó sin parpadear. Estábamos sentadas en su sofá y yo había estado ojeando el cenicero sobre la mesa de café durante algún tiempo antes de decir nada.

    "¿Eso es un porro?"

    Ella lo miró sin comprometerse. "Sí. ¿Quieres un poco?"

    "¡No!"

    "Es medicinal. De hecho, podría ayudarte con la ansiedad."

    "¿Mejor que meterme un dedo en el culo, quieres decir?"

    "No, mejor que eso no."

    "No he fumado desde la universidad."

    "Aburrida. A mí me ayuda a ver las cosas como son." Sus ojos sonrieron, la astuta diablo podía ver que yo lo estaba considerando.

    "¿Te brotarán cuernos si le doy una bocanada?"

    "Mis cuernos son tímidos. Tal vez te broten los tuyos."

    Acercó el cenicero hacia ella y encendió el canuto. Quedé mesmerizada por los labios que sostenían el gordo cigarrillo, tan regordetes, tan suaves. Eran estos lo que yo quería, pero me conformaría con cualquier cosa que los hubiera tocado. Mi deseo se había convertido en causa de preocupación.

    Ella me enseñó a bailar mambo esa noche, no recuerdo qué causó que surgiera el tema, pero fue lo más divertido que yo había hecho en años. Vi su cuerpo moverse con gracia y mi corazón se detenía cada vez que me tomaba de la mano.

    Cuando llegué a casa después de las diez, y aún un poco colocada, Dominic estaba viendo la televisión en la sala de estar. Me sonrió, pero no se levantó para darme un beso ni yo me incliné hacia él en busca de uno. Me senté en el borde de un sillón y lo estudié.

    "¿Vas a preguntar por qué llego tan tarde?"

    "Trabajaste hasta tarde. Siempre trabajas hasta tarde, mi pequeñita futura esposa," dijo alegremente.

    Mi mueca ante el epiteto debió ser visible, pero sus ojos habían vuelto a la pantalla. Si la etiqueta de futura esposa era causa de ofensa, me pregunté cómo se suponía que iba funcionar la de esposa.

    Entonces llegó el día en que sentí que el golpe de influencias externas interrumpía mi poco ortodoxa alianza con Esme. Una mañana en el Nero, me dijo que había tenido una cita la noche anterior. Lo dijo casualmente en respuesta a una pregunta que he olvidado ahora.

    El escalofrío que me recorrió fue puro pánico, el cual hice todo lo posible por ocultar.

    "¿Con quien?"

    "Un violinista. Tenía un pelo bonito."

    "¿Cómo fue?"

    "Fascinante," dijo.

    Condenación. Estaba segura de que eso debió de notarse; que para mí, esta noticia era un desastre aplastante.

    "Pensé que no estabas interesada en la validación social. ¿Saldrías con él de nuevo?"

    "No. El ritual de citas me divierte más que nada. El ritual de apareamiento es tan artificial. Intento inyectar algo de sabor, pero la mayoría de ello pasa desapercibido. Creen que estoy... ¿cuál fue la palabra que usaste? Zumbada. Piensan que estoy zumbada."

    Me reí. Una carcajada de auténtico socorro.

    "Una cita contigo sería interesante. ¿Otra noche sin penetración entonces?"

    Sus ojos estudiaron mis labios. No debería haber preguntado eso, estaba siendo examinada y sentí la amenaza de un sonrojo.

    "Era demasiado pomposo. Él no podría mojarme aunque lo intentara," dijo, estudiosa en colocar declaraciones para un óptimo valor escandaloso.

    Un chillidito se me escapó de la garganta y Esme se rió.

    "Tengo otra el viernes por la noche con un artista," continuó y entorné los ojos de nuevo. "Puede que un artista sea menos formal que un violinista."

    Miré hacia mi café y di un sorbo.

    "Dominic y yo tenemos que asistir a una recaudación de fondos esa noche," dije en voz baja.

    Porque no quería darle la brasa sobre la otra cita, porque no quería mostrar el miedo que se apoderaba de mí. Yo no tenía derecho a estar celosa, estaba comprometida. Esme no era para mí. Nunca lo sería. Nunca me había hablado antes de citas y ahora había dos dentro de unos días. Ella estaba saliendo, estaba buscando a alguien. Estaría pronto con pareja y nosotras ya no tendríamos nuestras exclusivas charlas. Eso me dolía y, al día siguiente, me descubrí mirando la vida a través de una lente gris. La amenaza de perder el tiempo que pasaba con ella pesaba mucho. Pensé que lo superaría, pensé que este era un enamoramiento irracional; uno fácilmente superable si yo continuaba resistiéndome.

    Organicé una sesión en mi oficina el viernes por la tarde, escuchando las quejas de los electores sobre la calidad de los servicios públicos. Estaba lo bastante ocupada como para olvidarme conscientemente, no solo de la cita de Esme sino de mi propia cena programada. Aunque aquello estaba allí, acechando en mi inconsciente, mis acciones después del trabajo tenían «ahogamiento en tristeza» escrito por todas partes. A las siete y media, mis pies me llevaban al Day's End, un pequeño bar en la esquina de Soryn Street. No es una bar de ligues, la gente iba sola, su ambiente era lúgubre, apagado, una realidad de vacaciones para bebedores solitarios.

    Hacía calor, un respiro del mordiente viento, y lo bastante oscuro para adaptarse a mi estado de ánimo. Me metí en un lugar apartado, coloqué mi computadora portátil sobre la mesa y comencé una cuenta con un Daiquiri de fresa. Me sumergí en la redacción de un discurso sobre la crisis mundial para un próximo evento de caridad y el camarero mantuvo Daiquiris fluyendo. Mi producción fue escasa esa noche, pero fueron dos horas agradables destruidas, «trabajando» mientras me ponía bolinga pacientemente.

    Empecé a pensar en las palabras de Esme en nuestra segunda conversación. No se me había ocurrido en aquel momento, pero ahora me preguntaba si me había estado sugiriendo que la llevara a un bar. Un bar sería como una cita. Traté de imaginarme su cita con el violinista, las expresiones de Esme; sus respuestas presumiblemente condescendientes a la charlatanería mediocre. Si no me hubiera aliviado tanto, podría haber sentido lástima por el violinista. La emoción que sentiría una persona por que ella aceptara alguna vez una noche de fiesta con ella. Yo quería esa emoción, quería esa oportunidad. Tan desesperadamente que hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas.

    Sabía que era hora de irme cuando las borrosas palabras en la pantalla se volvieron difíciles de leer. Si no salía ahora, estaría demasiado tambaleante para llegar a casa. El camarero se ofreció a llamar a un taxi, pero yo estaba llena de la confianza del ron.

    Estaba nevando cuando salí. Diminutas hadas blancas descendiendo de los cielos, posándose sobre mis hombros y cabello. Me puse los guantes, me ajusté la bufanda y caminé hacia Thackeray mirando hacia arriba. La escena era psicodélica, yo iba demasiado como una cuba para que el frío fuese una molestia.

    Una parte de mí sabía que no debería hacer una visita en este estado, pero estaba débil y fui sometida a intimidación por mi deseo de verla. Llamé al número 10 al llegar a su edificio. No fue hasta que esperé un minuto completo que noté que ella no estaba allí y recordé su cita con el artista. Artista, fruncí el ceño. ¿Qué quería ella con un artista? Yo no era lo bastante buena para ella, una simple política. Eran las nueve y media, eso ya debería haber terminado a estas alturas. Debía de haber ido bien, la idea hizo que mi corazón se hundiera. Me sentí enojada y rechazada. Luego infantil y avergonzada.

    No quería volver a casa. En lugar de eso, llegué tropezando a la parada del autobús y me senté en un banco a mirar la nieve. Esta se estaba levantando, arremolinándose en la leonada luminiscencia de una farola. Me tumbé en el banco para tener una mejor vista, y los pensamientos de Esme se negaban a dejarme estar. Debería estar en casa, pensé, ya debería estar en casa a estas horas.

    "Me engañaste," me escuché murmurar. "Que el Diablo..."

    Mi mente divagó, acostada en ese banco como una vagabunda. Los copos de nieve se derretían en la cara y se escurrían dentro de la bufanda. La humedad se abrió camino a través del grueso abrigo y, finalmente, mi falda. Sentí que mi trasero se entumecía y no me importó, quería que el frío me llevara, mi vida perfecta parecía una desventura.

    Pasó el tiempo antes de que escuchara el acento que necesitaba. "Liberal chiflada. ¿Qué estás haciendo?"

    Abrí los ojos, mi visión era confusa, pero su voz era inconfundible.

    "Estás aquí," le dije soñadoramente.

    El rostro de Esme se asomó hacia el mío, sus ojos parecían enormes, ojos gigantes inclinados sobre mí.

    "Estás borracha," dijo y yo sonreí.

    "Borracha no... Quizá un poquito."

    "So tonta. Estás demostrando que tengo razón sobre ser frágil."

    Las palabras se fundían entre sí, pero yo estaba tan feliz de verla.

    "Tú eres para mí. Mi fantasma," le dije.

    "Te estás poniendo azul."

    "Yo soy azul," coincidí.

    Ella me agarró por debajo del hombro, instándome a levantarme.

    "Venga, arriba." Su voz fue firme, no tuve más remedio que obedecer inestablemente. "Camina," ordenó, luego un murmullo menos audible, "Oh, maldición, Michelle."

    "Méshelllll," imité con una risita.

    No recuerdo mucho entre entonces y el despertar, sentí que podía escabullirme ahora que Esme estaba allí. Llegué a su apartamento porque, cuando me desperté, lo único que podía oler era a ella. El dormitorio tenía una luz verde desconocida que se vertía desde la calle a través de ventanas herméticamente selladas y la nieve aún caía al otro lado de estas. Yo estaba cálida y yacía estirada de lado en una cama como una nube, rodillas y pies hundiéndose en su suavidad. No estaba llevando el restrictivo traje que me había puesto antes, estaba demasiado cómoda. Me quedé quieta, el olor de Esme estaba por todas partes. Su calor me empapaba la espalda, un brazo descansaba sobre mi cadera. Ella me había encontrado en la parada del autobús y me había traído, me había dado su calidez. Yo no sentía dolor de cabeza ni náuseas. Las respiraciones detrás de mí eran uniformes, ella estaba dormida. Se había quedado dormida compartiendo su calor.

    Dominic y yo no nos acurrucábamos. Yo no era una persona tierna. Los novios cuchara no habían durado, el apego me dejaba absolutamente fría.

    Esto era enteramente diferente. Empecé a asarme de inmediato. Incómodamente. No quería molestarla, una parte de mí quería quedarse allí para siempre. Nunca había estado tan cerca de ella, quizá nunca volviera a experimentar esa intimidad, pero el calor no es una acción voluntaria. No pasó mucho tiempo antes de que ella se moviera, arrastró el brazo fuera mi cadera y su calor se desvaneció cuando ella se alejó.

    Esperé hasta estar segura de que ella seguía dormida y me di la vuelta. Ella había rodado sobre la espalda, con la cabeza inclinada hacia afuera, la oreja y mandíbula provocaban a mis ojos. Solo unos centímetros y mis labios podrían estar sobre esa piel aterciopelada. Su camiseta era de cuello en V; su clavícula, bien definida. Las profundas abolladuras subían y bajaban lentamente. Cuántas veces había admirado su curvatura lechosa. Yo siempre había encontrado sexy el esternón, incluso en los hombres. El de una mujer era mejor, el de Esme era la perfección. Suspendí un dedo sobre este y tracé sus líneas en el aire. El calor le subía del pecho, pero tocar estaba fuera de cuestión.

    Me tumbé preguntándome por la adorabilidad de su perfil. Sabía que debía levantarme e irme a casa, pero se estaba tan agradable. Me sentía apacible y, cuando me acerqué un poco más para poder respirar el aroma de su cabello en las almohadas, ella seguía durmiendo y yo volví a la inconsciencia.

    Cuando me desperté de nuevo había luz y tenía la cara pegada a su hombro. Me sobresalté ante el pundonor de mi yo dormido, luego le di las gracias. Esme se deleitaba en silencio, los párpados no mostraban ningún movimiento. Esos labios carnosos estaban ligeramente separados y las pestañas descansaban largas encima de una piel de marfil. No me aproveché de la cercanía, el impulso era lo bastante poderoso como para espantarme.

    Me deslicé fuera de la calidez de su nebuloso refugio y fui en busca de mi ropa y mi teléfono. Mi abrigo colgaba de una percha fuera de la puerta de su armario y la bolsa del portátil y los zapatos estaban junto una cómoda de roble. El traje de falda y la blusa que llevaba ayer estaban en una desordenada pila sobre la alfombra, estaban empapados. No me había percatado de haber estado en tanta humedad y esperé no estar incubando un resfriado.

    "Hay ropa seca en la cajonera," sonó una voz ronca desde la cama. El edredón se movió cuando Esme giró sobre el estómago. "Sírvete tú misma."

    La cajonera (qué americano [3]) ocupaba casi un lado entero de la habitación.

    "Perdona si te he despertado," dije y abrí un cajón.

    "Necesito unos cuantos minutos más," gruñó con la voz ahogada por el colchón y yo sonreí.

    Pedí prestados unos pantalones ajustados a juego con mis botas (el cuero había resistido la nieve) y cerré la puerta del cuarto de baño. Cuando salí, Esme estaba encorvada a un lado de la cama, frotándose la cara. Mi estado mejoró ahora que mis dientes estaban limpios y yo estaba vestida y maquillada, pero no me sentía cómoda con la forma en que ella me había visto anoche. Había claras lagunas en mi memoria sobre lo que había dicho cuando ella me trajo aquí. Cuando ella me cambió de ropa.

    Había un sillón junto a la pared a su izquierda, moví una chaqueta hasta el reposabrazos y me senté, sintiéndome remilgada y nerviosa. La vi estirar sus largos brazos por encima de la cabeza con un bostezo. Su camiseta y pantalones cortos de seda mostraban más carne de la que yo había visto, toda tonificada y tentadora.

    Ella me miró con una sonrisa turbia.

    "¿Cómo te sientes?"

    "No demasiado mal. Gracias por la ayuda."

    "Todos hemos estado ahí. No sabía que las recaudadoras de fondos fuesen tan bacanales."

    "¿Qué?" Sentí que mi cara palidecía al recordar. "Dios mío, me había olvidado por completo de eso."

    "Oh, Michelle," chasqueó la lengua en desaprovación. "¿Qué ocurrió?"

    "No lo sé, me estaba sintiendo... fui a un bar después del trabajo. Para escribir un discurso."

    "Y tomaste unas cuantas de más. ¿Es grave que hayas olvidado tu evento?"

    "Solo terrible," gruñí. "No he hecho nada tan condenamente estúpido en meses." Dominic ya estaría llamando a los hospitales, pero una noche de irresponsabilidad no era el fin del mundo. "Mi teléfono está muerto, ¿tienes un cargador que pueda usar?"

    "Hay unos cuantos en la cocina, puede que uno quepa. ¿No tienes prisa por irte?"

    "Día libre. Tú tuviste una cita anoche. Perdona si... ¿Te la fastidié?"

    "No," dio una risita y se frotó el hombro. "Vine a casa sola."

    "¿No salió bien?"

    "Una pifia. ¿Es ese el término correcto?"

    "Mm. Él no era bueno para ti de todos modos."

    "¿Cómo lo sabes?"

    "No te conviene un artista, te conviene alguien que te desequilibre."

    "Dijiste que debería bajarme del podio, pensé que aprobarías que me mezclara más."

    "No lo desapruebo, es que... creo que tienes razón en ser exigente."

    Ella me estudió. "Soy muy exigente," dijo. "Eres la primera persona que duerme en mi cama desde hace tiempo."

    Allí estaba, ese vórtice arremolinándose en mi estómago. Estaba a punto de ponerme como la remolacha, podía sentirlo trepándome por el cuello. No quería pensar en quién había sido la última persona que había dormido en su cama. Ni en la siguiente.

    "Me vendría bien un café. ¿Quieres café?" Dije apresuradamente.

    "¿Sabes como va la cafetera? Yo tengo que ducharme."

    "No hay problema."

    "Se supone que debemos discutir," suspiró ella. "¿Dónde empezó todo a ir tan mal?"

    "En algún lugar entre el hedonismo y la tarta de manzana."

    Retiró su teléfono de la mesita de noche. "Son casi las nueve."

    Se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Yo la veía absurdamente bien por la mañana, una de esas personas molestas que se caían de la cama con el pelo desordenado y sin maquillaje, y seguían siendo atractivas.

    Luché con la cafetera de expresso y busqué tazas. La gata de Esme estaba sobre la encimera de la cocina, mirándo con interés y deleitada con el rascado de cuello que le ofrecí. La nevera era un lugar colorido, lleno de alimentos que indicaban que el estilo de vida contenía más cocina y menos comida para llevar que la mía. Yo estaba hambriento. No me solía entrar hambre hasta avanzada la mañana, especialmente no con resaca, pero me había saltado tontamente una comida anoche. Tuve la descarriada idea de que podría hacerle el desayuno a Esme a cambio de su ayuda. Y por todas sus golosinas. Aguacate, queso de cabra, hummus de remolacha, todos los ingredientes estaban ahí para una tostada decente, una de las pocas cosas que yo sabía hacer en la cocina. Regresé a la habitación que daba al baño para gritar si Esme estaba interesada.

    Me detuve en seco en la puerta del dormitorio, el viento me golpeó en un instante. La ducha estaba cerrada, Esme estaba de pie en el guardarropa, revolviendo entre las perchas. No llevaba nada más que ropa interior azul pálido. Sus hermosas piernas estaban coronadas por un firme y bien formado trasero, cintura estrecha y el lado curvo de un pecho hinchado fue visible cuando ella levantó el brazo.

    El efecto fue inmediato. Comencé a sobrecalentarme, el pulso se me disparó. No era una situación que yo pudiera controlar. Había pasado toda la noche en la cama con ella, pero fue en ese momento cuando colapsó mi resolución, mi cuerpo reaccionó sin consentimiento. Dejé caer la bolsa de tomates que sostenía, el plástico hizo demasiado ruido al tocar el suelo. Ella se giró. Sucedió tan rápido que levanté la cara al nivel de la suya y aspiré un afilado aliento. Me habían pillado. Ella lo había visto. Ella inclinó la cabeza con curiosidad, solo por un momento, ante mi boca abierta y mis ojos inmóviles, luego dejó caer sobre la alfombra la camisa que sostenía y encaró todo su cuerpo hacia mí. Yo no me lo esperé. Me dejó mirarla abiertamente, era aterrador. Su areola oscura era atrevida en la fresca mañana. Yo oía la sangre correr por mis oídos, golpear detrás de las costillas.

    "Perdón, yo..." Mi tartamudeo fue una farsa, todo recuerdo del desayuno se había desvanecido.

    Me habría girado y salido tan rápido como había invadido, pero ella me miraba a los ojos y luego dio un paso hacia mí.

    "Mon Dieu," dijo. "No eres de escarcha después de todo."

    Y ella estaba cerca ahora, su aroma era emocionante. Yo no la había visto a menudo sin maquillaje, su piel resplandecía por el agua caliente, natural, juvenil. Recuerdo haber pensado en lo increíblemente hermosa que era. Lo dije también.

    "Eres hermosa, Es. Eres tan hermosa."

    Nunca antes había sentido tanta necesidad de hablar, y tanta decepción de que mis palabras no fueran suficientes.

    "Quería que me miraras de esa forma," dijo en voz baja. Chispas cursaban mis venas mientras sus ojos recorrían mi figura plenamente vestida.

    Extendió la mano y me tocó la mejilla. Su mano era suave, yo la acaricié con la nariz, inhalándola. Cerré los ojos y le presioné la palma con los labios. Pasó un momento y sentí su cálido aliento en el lóbulo de mi oreja, en mi cuello. Aquello era demasiado, retorcí la cara, mis labios se encontraron con los suyos, mi lengua se encontró con la suya y yo estaba perdida.

    Debería haberlo detenido, sabía que me dirigía a un lugar del que no podía regresar. Pero me sentía tan bien. Solo un error, una mirada, había sido todo lo que esto había necesitado, se había abierto la compuerta de una presa y ambas estábamos en ignición. Pasé las manos por su cintura, ahuequé la palma en su pecho, el cual se amoldaba perfectamente en mi mano, el pezón rígido. Dios me ayude, yo quería esto.

    Me desabrochaba los botones de la camisa mientras movía los labios sobre los míos. Metió la mano en el interior y me bajó el sujetador, acarició un pezón. Me flaquearon las rodillas y ella se dio cuenta. Su fuerza me impulsó hacia la cama y yo caí de espaldas, con Esme siguiéndome de cerca. Pasó los dedos por mis pechos, sobre mi estómago, mis costados, mientras me miraba. Su toque era diferente a todo lo que yo había experimentado: contenía necesidad, pero también cuidado, como si apreciara que cada pequeño movimiento era importante. Por primera vez, yo sentía amor en el toque de otra persona y eso no me desanimaba. Yo estaba completamente deshecha por ello.

    Cuando me las arreglé para estar encima de ella, la miré a los ojos, más oscuros de lo habitual a la plomiza luz de una mañana de invierno. Deslicé la mano por su plano estómago y la movi poco a poco entre sus piernas. Me di cuenta al llegar a su ropa interior de que ella no tenía vello. Yo nunca había imaginado que las partes íntimas de una mujer pudieran tener un tacto tan perfecto. Podía trazar el contorno de sus labios, podía sentir...

    "Estás mojada," me oí gemir. "Jesucristo, estás mojada." Eso no debería haber sido sorprendente, dada nuestra actividad, pero me alegró. Yo había logrado lo que el violinista no había podido.

    Lo que quería era apartar la molesta prenda y sumergir los dedos en aquella cálida humedad, pero Esme se movió de pronto. Dio la vuelta y mi mano se desplazó. No importaba, su rostro se cernió sobre mí y ella me desabrochó los pantalones y metió la mano dentro. Yo inhalé bruscamente ante la acción, pero la mano no se demoró. Esme se la llevó a la boca y la chupó entre sus labios. No dijo nada, no necesitaba hacerlo. Yo estaba saturada. Ella bajó el rostro hacia el mío.

    Sus manos regresaron a mis pezones. Yo estaba en otra dimensión. No intenté cambiar de posición de nuevo, me quedé donde estaba, con todo mi ser iluminado por su toque, su beso.

    Se arrodilló frente a mí y sacó los pantalones de mis ansiosas piernas, me pasó una mano por el interior del muslo, acariciando con los dedos mis labios hinchados y desnudos. Su rostro se cernió sobre el mío.

    "Di algo," susurró.

    "Por favor, sigue haciéndolo."

    Y esos dedos diestros estuvieron dentro de mí y yo me estremecí incontrolablemente. Ella notó lo cerca que yo estaba, porque sus movimientos fueron lentos. Cada palabra hostil de Esme me pasó por la mente, cada juicio, y eso me excitó más. Aquello no se podía llamar follar, era demasiado gentil, pero con cada embestida mi cuerpo era menos mío y más suyo.

    Iba a correrme. Muy rápida y abrumadoramente, me subía por dentro de cada parte del cuerpo. Mantuve los ojos abiertos, hacia su impresionante rostro, hasta el final. El orgasmo venía desde lo más profundo, apenas perpetuado por sus movimientos, era tanto emocional como físico, si no más. Qué diferente podía ser la experiencia entre un orgasmo y otro, como si no debieran ocupar la misma etiqueta o definición. Este me hizo querer envolver con los brazos a su heraldo y nunca soltarlo. Una sensación tan extraña y aterradora que no pude hacer nada más que mirar a Esme con terror.

    Entonces hice algo de lo que me arrepentiría. Me aferré a ella con fuerza... y lloré. Esme no dijo nada, me acarició con los dedos la espalda con dulzura. Lo que yo quería, forzosamente, era quedarme allí con ella, quedarme en la cama todo el día. Todo el año. Toda mi maldita y lamentable vida. Eso me asustó mucho. La histeria no duró mucho, me recompuse y me senté erguida, abotonándome la camisa y poniéndome los pantalones.

    Y corrí. Huí del apartamento de Esme como la cobarde que era.

    Caminé hasta casa esa fría mañana, medio ardiendo aún de necesidad, medio entumecida.

    Eran más de las diez cuando abrí la puerta y colgué el abrigo.

    El rostro preocupado de Dominic emergió de la sala de estar. "Dios mío, ¿dónde has estado?"

    Me zumbullí. "Bebí de más después del trabajo, Dom, una amiga me rescató y me quedé con ella. Lo siento, de veras. Ayer pasé un día increíble y me olvidé por completo de la recaudación de fondos. "

    Él asintió lentamente. "Te he estado llamando como loco, ¿has perdido el teléfono?"

    "No, debe haberse agotado la batería después del trabajo."

    "¿Qué está pasando contigo últimamente? ¿Ya es mucho que trabajes tanto, pero ahora ni siquiera se te puede contactar por teléfono?"

    "Ha sido una semana larga," fue lo único que se me ocurrió.

    Si Dominic decía una palabra sobre que yo tenía que poner ordena en la cabeza, yo iba a gritar. No lo hizo. Me envolvió con los brazos y yo me puse rígida. ¿Detectaría el olor del sexo?

    "Para ser honesto, no me arrepiento de haberme perdido otra de esa mierda de cenas. Me alegro de que estés bien. Estaba preocupado."

    Él no sospechó nada sobre mis actividades y yo me solté de su abrazo. Ni siquiera me preguntó con quién me había quedado, dónde había estado. ¿Estaba ciego? ¿Lo estaba yo? Había tan poca intimidad entre nosotros, no porque él no lo intentara, sino porque yo no podía aceptarla. Aquella era una realización lamentable. Dominic y yo estábamos tan desparejos como un cepillo de dientes y una vieja bota de cuero. No era culpa suya, pero... ¿de verdad me iba a casar con este hombre?

    No fue hasta que él se fue a la práctica que yo me senté en la encimera de la cocina con el té y me permití pensar en serio en lo que había sucedido esa mañana. Esme me había hecho correrme, y de forma alucinante. La hostia en verso, yo era lesbiana. Yo había llorado. Luego había salido disparada. El recuerdo me dejaba lesionada de vergüenza, qué cosa más terrible había yo hecho. Mi cabeza estaba tan agotada que no podía concluir la naturaleza de lo que era terrible: si era la comunión en sí o el huida sin palabras posterior.

    Yo era la peor de las personas. No solo había traicionado a Dominic, sino también a Esme.

    Pero era Esme quien me preocupaba. Mientras me quedaba allí sentada, trabajando en mis sentimientos, noté que ella tampoco había dicho nada cuando me había ido. Yo ni siquiera había tratado de devolverle el favor, ni siquiera le había dado la cortesía de un adiós. Se me encendía el rostro de arrepentimiento cada vez que eso pasaba por mi mente. Nada había sido tanta fuente de tanto arrepentimiento, ¿cómo podría yo tener a una persona como ella entre mis brazos y no tocarla como ella me había tocado? Eso era un castigo. Porque cuando no estaba al borde del arrepentimiento, lo único que podía sentir eran sus curvas bajo las manos, la ternura de su tacto. Sus dedos dentro de mí. Ese aberrante deseo de permanecer envueltq entre sus brazos.

    La llama de mi anhelo no había sido sofocada, había sido fortalecida. Yo tenía un prometido y estaba completamente atrapada con otra persona.

    Cuando emchufé el teléfono, el asalto de mensajes comenzó de inmediato, la mayoría de parte de Dominic. Estos inspiraron más culpa. Más tarde esa mañana, recibí uno que hizo que mi pecho hiciera una voltereta hacia atrás. De Esme.

    No te enfades conmigo.

    Debo haberlo leído cincuenta veces en un minuto. Los únicos mensajes de texto que habíamos intercambiado hasta aquel momento eran para fijar horarios de reunión en el Nero o en su apartamento. Ella se culpaba a sí misma de que yo hubiera salido corriendo, se culpaba a sí misma de mi cobardía. Eso hizo que mi corazón se encogiera dentro de su cavidad. Tenía que verla, tenía que arreglar esto. Respondí tan pronto como terminó el minuto.

    No estoy enfadada contigo. ¿Puedes reunirte conmigo en el Nero en una hora?

    Vale.

    Ella ya estaba sentada a una mesa cuando yo llegué. No había pedido nada ni se había quitado el abrigo. Me miró con ojos enormes cuando me senté, y todas mis palabras preparadas salieron volando por la ventana.

    "Esme. Esta mañana... lo que pasó..." titubeé y ella aprovechó la oportunidad.

    "Lo sé."

    "¿Qué sabes?"

    "Que fue un error. Te vas a casar con el jugador de fútbol. Fue solo un error."

    Fruncí profundamente el ceño, pero Esme, por primera vez, estaba evitando mis ojos. Un error. Aquello no podía haber significado para ella lo que lo había significado para mí. No lo percibí demasiado al principio, pero en realidad yo estaba muy enojada. Pensar que ella podía saltar de inmediato a esa conclusión, pensar que confiaba tan poco en mí. Pero, por supuesto, estos sentimientos estaban completamente mezclados con el enfado conmigo misma. No podía pensar en una parte de la situación en la que yo hubiese actuado de manera apropiada, de acuerdo con mis verdaderas emociones. Y ante las palabras de Esme, no me redimí, en cambio, las agarré como los ardientes clavos que eran. Concedí. El amor en el tacto de Esme era una ilusión, ella no sentía nada por mí y yo era libre de tachar de la lista el matrimonio con Dominic. Lo que hice esa tarde en el Nero fue asegurarme de que mis conversaciones y amistad con Esme continuaran como estaban.

    Lo que hice fue egoísta y una completa mentira: el alivio de que Esme estuviera de acuerdo fue agridulce.

    La semana siguiente fue difícil incluso para mis estándares. Un horario de trabajo agitado no me distrajo de los cambios que esperaba que no ocurrieran entre Esme y yo, pero inevitablemente lo hicieron. Ella ponía una excusa cada vez que yo intentaba visitarla en su apartamento: ella estaba en el trabajo, estaba en una clase. Yo ya no estaba al tanto de su espacio privado. Charlábamos en el Nero, pero nuestra conversación parecía forzada, Esme mencionaba cada vez menos su vida privada y no me miraba a los ojos como solía hacerlo.

    Aquello dolía como el infierno. Mi cerebro de tortuga debería haberse dado cuenta de que Esme estaba con mayor dolor que yo. Debería haber sido obvio: el distanciamiento gradual, el evitar la mirada.

    También era cruel lo que yo le estaba haciendo a Dominic, alejándolo cada vez que se acercaba. Yo no podía soportar sus manos sobre mí con el recuerdo de Esme. Eso no servía, no era nada comparado con esa única y demasiado corta comunión entre nosotras. La ropa interior que yo había sacado de su cajón esa mañana se convirtió en mi consorte favorita, era la cosa más abyecta que yo había atesorado nunca.

    En nuestra tercera mañana en el Nero esa semana, la realidad de mi situación finalmente se hizo evidente. Recuerdo la escena perfectamente. Llegamos más temprano de lo habitual y aún no estaba lleno ni había mucho ruido. Una vieja canción de John Denver, Take Me Home to West Virginia, sonaba de fondo.

    Debo haber estado de humor sentimental esa mañana. Comenté soñadoramente, "No he oído esta canción desde hace tiempo, ¿no es bonita?"

    Esme, frunciendo el ceño dentro de su taza de café, respondió: "Es un cliché. Esos hombres anhelan salir de sus pueblecitos de origen y triunfar en la ciudad con su música y, cuando llegan allí, todos terminan cantando sobre que echan de menos su casa y anhela volver."

    Habló con suavidad y no levantó la vista de su taza. La miré por unos momentos antes de responder.

    "Tú no eres usualmente de las que están cansadas."

    "Tengo el síndrome premenstrual ahora," dijo con un mínimo de asentimientos. "No me podría importar mucho menos."

    "Información innecesaria."

    "No la estoy twitteando. Esperas demasiado de mí, Michelle."

    Me reí. "No quieres estar encasillada por las expectativas. Puedo besarte el culo, ¿cierto?"

    Inclinó levemente la cabeza. "Puedes besarme el culo si quieres."

    Fui a un lugar sórdido: puede que la etapa premenstrual sea una época irritable, pero también es una época de mayor sexualidad. Ella está sentada allí, quejándose, pero es muy vulnerable, lo que necesita es un orgasmo animal. La progresión natural desde ahí era volver a su tacto, a la suavidad de su piel. Mientras yo me quedaba allí diciendo bobadas, me di cuenta de que pasar el rato así ya no sería suficiente. Busqué en sus ojos una señal de que ella sentía lo mismo, pero las pocas veces que estos se encontraban con los míos eran fugaces e insustanciales. Yo tenía tantas ganas de abrazarla de nuevo, necesitaba que me mirara como solía hacerlo. Habíamos cruzado una línea, o al menos yo había cruzado una línea, de la que no podía regresar.

    Lo que supe esa mañana fue esto: tal vez aquello no tuviese ningún sentido, pero estaba profundamente enamorada de Esme. Del tipo de amor que no desaparece. Siempre.

    Pasarían dos días más de insomnio e inquietud antes de que yo aceptara el hecho en su plenitud.

    El sueño no se me acercó el sábado por la noche. Yací junto a la forma inconsciente de Dominic durante tres horas, consumida por las ideas de que yo estaba en la cama equivocada, al lado de la persona equivocada. A las dos de la madrugada, una urgencia se había apoderado de mí, yo estaba en el precipicio y a punto de saltar. La necesitaba, y esta noche, necesitaba superar el miedo, iba a arreglar la situación.

    Me levanté de la cama y me puse unos vaqueros y una camisa, me cubrí contra la oscuridad invernal. Dejé una nota en la encimera de la cocina: No podía dormir, he ido a casa de Leah. Juega bien hoy y nos vemos luego.

    Caminé hasta el edificio de Esme con el terror de la anticipación alimentando cada uno de mis pasos.

    Llamé al timbre tres veces (esa noche no era la noche para rendirme) antes de que ella respondiera con un "¿Hola?" y liberara la cerradura al oír mi nombre.

    Abrió la puerta del 10 aferrada a un vestido de seda alrededor de ella, con el cabello despeinado.

    "Son las dos y media de la mañana," dijo. "¿Ha ocurrido algo?"

    "¿Estás sola?" Pregunté, asustada de veras de que no lo estuviera, pero ella asintió con el ceño fruncido. "¿Puedo pasar un minuto?"

    Ella cedió y yo la seguí hasta la cocina.

    "No está bien que te presentes sin previo aviso de esta manera," dijo, y yo lo sabía. "¿No puedes usar mi número de teléfono como una persona normal?"

    Su molestia no tuvo el efecto esperado, yo lo veía ahora, veía su dolor.

    "A ti no te gusta la gente normal."

    Ella vaciló y yo vi sus procesos de pensamiento. "Eso es cierto," admitió. "¿Cuál es el problema?"

    "No he dormido en dos días."

    Ella dio un degradante asentimiento y se acercó a un armario para sacar un vaso. Su bata se abrió y solo vi una camiseta sin mangas delgada y ropa interior debajo. Mi silencio fue ensordecedor mientras ella vertía el agua. Mis ojos absorbieron la provocativa vista.

    "¿Quieres que te cante una canción de cuna rumana?" Dijo con picardía y se apartó del mostrador.

    "Quizá deberías." Ella arqueó una ceja y me acerqué despacio.

    Extendí la mano y tracé su esternón con la punta de mis dedos, sus ojos se conectaron con los míos, me miró con miedo. Y anhelo. Me acerqué más, deslicé una mano alrededor de su estrecha cintura, medio atrapada en la seda de su vestido y oí que su respiración se aceleraba.

    "Creí que no querías..." comenzó y yo la acallé, presionando mi palma contra su pecho.

    "Nunca dije eso, Es. No lo dije."

    Ella me miró con los ojos muy abiertos y yo debí haberla mirado igual.

    "Eres una persona tan difícil de amar," susurró eventualmente.

    Un escalofrío me recorrió la espalda y cerré el espacio entre nosotras, nuestros cuerpos y bocas se entrelazaron como piezas perdidas de un rompecabezas. La semana anterior se disolvió en la nada. Mi necesidad por ella era titánica, mis manos buscaron sus suaves curvas, las respiraciones rápidas y los pequeños gemidos que salían de su garganta eran un testimonio de nuestra química.

    Bajé la mano por su torso y la deslicé por debajo de sus braguas de satén, pero Esme puso una mano sobre la mía para detenerla y apartó sus labios de mí.

    "Tengo sangre," dijo con pesar.

    "No me importa." Tomé su mano en la mía y tiré de la tela hacia abajo con la otra. "Quiero tu sangre. Te necesito. Necesito, necesito..."

    "La naiba," dijo con voz ronca y no volvió a combatirme.

    Hice lo que debería haber hecho aquella primera mañana, hice que Esme temblara, me agarrara y me empapara la mano con sus fluidos, ella presionada contra la encimera de la cocina. No fui tan amable con ella como ella lo había sido conmigo, las semanas de dolor no quisieron permitirlo. Ella no se opuso. Fue fácilmente la experiencia más estimulante que yo podría haber imaginado, todo mi pesar se esfumó cuando la oí gemir mi nombre antes de llegar al clímax. Y esta vez, ni hablar, de ninguna manera, iba yo a escapar. No hubo lágrimas, yo la acorralé, de pie en la cocina mientras sus piernas aún estaban débiles y, por primera vez, yo estaba exactamente en el lugar donde se suponía que debía estar.

    Esme recuperó la compostura y me besó, abriendo los botones restantes y desabrochándome los vaqueros. Pasó un dedo por la cintura de mi ropa interior y miró hacia abajo.

    "Esas son mías," dijo.

    "Las robé."

    "Eres muy mala."

    "Las necesitaba."

    "Las quiero."

    Escapó de donde yo la tenía encajada y salió de la cocina tirando de mí por la ropa interior. No tardó mucho, la habría seguido a cualquier parte, pero su dormitorio envió un dolor de ardor a través de mí.

    Me quedé con ella esa noche, y cuando desperté tarde para encontrarla aún acurrucada entre mis brazos, no sentí deseos de irme. No sentí pánico ni urgencia. Estaba con la persona adecuada, contenta y completamente emocionada.

***

    "Alguien viene."

    La voz familiar de la cuidadora rompe el estado de fuga de Michelle y esta levanta la vista de la página. Está tan involucrada en la historia que resulta duro volver a sus circunstancias. Thana se sienta en la silla junto a Michelle y se inclina hacia adelante con una mirada de ojos saltones. Sus palabras no se han asimilado.

    "¿Perdón?" dice Michelle.

    Un hombre irrumpe por la puerta y la mira fijamente: es alto, de cincuenta y tantos años, vestido con un arrugado traje gris. Michelle se pone rígida y agarra con fuerza la manta a su cintura, el cuaderno cae al lado de las piernas. Ella queda agradecida de cuando Thana la toma de la mano.

    "Tranquila, no te va a hacer daño," susurra cerca del oído de Michelle. "Él es un buen hombre."

    "¿Quién eres tú?" le pregunta a sus ojos muy abiertos.

    "Soy yo, Declan," dice con voz suave y un matiz de súplica. "No querían que te viera. Tenía que hacerlo, tenía que verte una vez más."

    Michelle intenta estabilizar la respiración y aprieta la mano de Thana con más fuerza.

    "Lo siento, no te recuerdo," dice en voz baja.

    Él avanza, toma su mano directamente de la de Thana y ella la recupera. Él no se detiene, se agacha, tan cerca de Thana que respira en su cara. Él no la reconoce, mira a Michelle con afecto.

    "Lo sé," dice él. "No es culpa tuya."

    Owen y una enfermera entran en la habitación. Esto se está volviendo demasiado para Michelle, busca la mano de Thana de nuevo y la agarra.

    "Señor Kerr," dice Owen. "Hora de irse."

    "Seguiré el plan," dice el hombre del traje, mirada demasiado intensa. "Tal como hablamos. Eso es lo único que quería decir. Y... no te olvidaré. Nadie lo hará."

    Los ojos en él son desesperados. Michelle se estremece dentro del vestido y se inclina hacia la comodidad de Thana. El hombre se vuelve abruptamente y se aleja, con la enfermera detrás. Owen se demora.

    "Siento mucho eso, señorita Coderre."

    "Está bien. Lo siento. Dile que lo siento."

    "Lo haré. ¿Está bien? ¿La asustó?"

    "Le puso el morro en la cara de Thana. Eso pareció un poco grosero."

    "¿Thana?" Mira detrás de él hacia la puerta del cuarto de baño. "¿Thana está aquí ahora?"

    Michelle se gira para mirar el rostro a su lado, confundida. Ella está ahí, sólida, real, hermosa, con una sonrisa nostálgica en sus ojos. La expresión de preocupación de Owen solo se centra en Michelle. Entonces lo sabe, realmente ha perdido la cabeza.

    "No importa," dice ella. "Estoy muy cansada."

    "La dejaré descansar. ¿Estás segura de que está bien?"

    "Sí."

    Él se marcha y ella mira a Thana, siente su primera punzada de incomodidad con la mujer, incluso ira.

    "¿Qué acaba de suceder?" susurra Michelle, perpleja. "Ellos... Ellos no pueden verte."

    "Me alegra que te des cuenta ahora. Nadie más podría verme, estoy aquí para ti."

    "Estoy alucinando. No eres real."

    "No soy de este mundo, eso no significa que no sea real."

    "¿Qué significa eso? ¿Eres un fantasma?"

    "Algo así."

    "Los libros son verdad, he perdido el sentido de la realidad."

    "Los libros son verdad," consiente.

    "Pero tú... tú no lo eres..."

    Thana ha sido lo único real en este lugar, y ahora saber que... Su respiración se vuelve dificultosa y los ojos de Thana se llenan de preocupación.

    "¿Quieres que vaya?"

    "Sí... No. Aún no." Michelle la necesita, su voz es demasiado suave y hermosa para ignorarla.

    "Te estás acercando al final de los libros," comenta con una sonrisa.

    Michelle no quiere hablar de los libros, eso es demasiado personal.

    En voz baja, le dice: "Anoche soñé que era un edificio en una ciudad moribunda."

    Los ojos de Thana brillan y las comisuras de su boca se elevan.

    "Sí," dice ella. "Puede que recuerdes más de lo que crees."

    "Soñé que era un edificio. ¿Soy un edificio? Y tú ni siquiera estás allí."

    Pone una mano cerca de la frente de Michelle y la acaricia con el pulgar. El gesto es tierno, una droga que se apresura para rescatarla.

    "¿Me sientes como real?"

    "Sí." La frustración de Michelle se desvanece y ella se relaja sobre las almohadas y cierra los ojos. "Eres un espíritu corpóreo."

    "Sé lo confundida que estás," continúa la suave voz. "Termina los libros, luego hablaremos adecuadamente."

    "Si termino de leer, ¿me dirás por qué mi familia no está aquí?"

    "Sí. Por ahora, descansa."

Parte 4: Un Caballo Pálido

    «Y miré, y contempla un caballo pálido; y el nombre de él que se sentaba sobre él era Muerte, y el Infierno seguía con él.»

    Ella despierta de su siesta de nuevo. Pone a prueba su memoria. Los últimos dos días están en su sitio, el accidente cerebrovascular, los doctores, los cuadernos, el sueño. La extraña interrupción de Declan Kerr. Owen, Thana... Thana.

    Recuerda la escena anterior. Ha habido algo ultraterrenal sobre la extraña mujer, tener confirmación, saber que otros no pueden verla. Como si Michelle no estuviera ya lo bastante inquieta. Ahora no puede verla en la habitación, por ejemplo, las sillas a su lado están vacías; la luz gris que se filtra a través de las ventanas tiene diminutas motas de polvo flotando en ella. Pero aún puede olerla, un aroma afrutado; no como imagina que debe oler un fantasma. Supone que no importa, la mujer no es peligrosa, el olor que la sigue es un deleite entre otros olores químicos. Ella es una aparición apacible.

    Está bien despierta ahora. Thana prometió una conversación adecuada, Michelle tiene que continuar su historia. No puede negar estar turbada por esta. Está avergonzada de que la intrusión ocurriera en un momento tan inoportuno.

    Se pone las gafas.

    Continuación del Cuaderno 2…

    Hice mi plato de tostadas esa mañana y palmeé la mano de Esme cada vez que ella intentaba ayudar. Una mano que luego volvería a alguna parte de mi piel; el desayuno resultó descuidado pero era digno.

    Cuando encendí el teléfono, ya eran las diez de la mañana y yo sabía lo que venía. Era agradable dejar aparte durante un tiempo al resto del mundo, pero yo necesitaba confrontar mis sentimientos y necesitaba desesperadamente que Esme fuese receptiva. No quería ocultarle nada. Por eso estaba deliciosamente ansiosa cuando fue ella quien abordó el tema con su natural integridad.

    "¿Dominic?" preguntó cuando sonaron varios tonos. Asenti. "¿Qué vamos a hacer al respecto entonces?"

    "No lo sé." Sinceramente, quería oírlo de ella, yo nunca había estado con alguien que yo quisiera tener más control de ese modo. Esme no me decepcionaba.

    "Creo que tienes que decidir," dijo y lo único que podía ver eran esos hermosos ojos, serios y mirándome finalmente como lo hacían antes. "Tienes que decidir lo que quieres de mí, porque no puedo ser un... cuál es la palabra," murmuró frunciendo el ceño y yo sonreí.

    "Objeto sexual [4]," dije.

    "Sí. Objeto sexual. No soy tu muñeca hinchable."

    "¿Tú... querrías...?"

    "Habla, Michelle," aulló y un bufido escapó de mi nariz.

    "¿Me quieres para algo más?"

    "Por eso estoy preguntando, boba."

    "¿Estás dispuesta a robarme de mi prometido?"

    "¿Podría? Él no puede hacerte feliz y yo te amo. Yo te compartiría con tu trabajo, pero no con otra persona."

    La ola de reverencia que sentí se mostró en mis ojos y en mi sonrisa, no en mis palabras. Yo nunca se lo dije, no le dije que la amaba. Eso me ha atormentado desde entonces.

    "Eres tan démodé [5]." Dije.

    "Y egoísta," coincidió.

    "Tuviste una forma divertida de demostrar que me amabas."

    "Tenía que hacer que volvieras por más."

    "Eso es diabólico."

    "Estás evitando el aaunto."

    "¿Me puedes dar un par de días?" Dije y sus cejas se arquearon con deleite. "Necesito arreglar algunas cosas."

    "¿Lo vas a hacer? ¿Vas a dejarlo por mí?"

    "Sí. Eres un sarpullido que no puedo quitarme de la piel."

    Eso es lo que dije, terrible al recordarlo. La comparé con un sarpullido.

    "¿Un sarpullido bueno?" preguntó y yo le toqué el esternón suavemente.

    "Una sarpullido satisfactorio que rascar."

    "Arregla las cosas entonces. Yo estaré aquí."

    "Entretanto, ¿trabajas esta noche?

    "De cinco a diez."

    "¿Pasarías el día conmigo hoy?"

    Sonrió ante una uva verde que colgaba de sus largos dedos. "Sí. ¿Qué hay de Dominic? ¿Te escapaste a escondidas anoche?"

    "Dejé una nota. El tiene un partido hoy de todos modos."

    "Tienes que hablar con él."

    "Esta noche."

    Leah y Dominic nunca se habían llevado muy bien, pero siempre existía la posibilidad de que él la llamara y descubriera mi mentira. Eso no me importaba, ahora todo era de color de rosa. Aún no estaba lista para terminar mi encuentro con Esme. Dominic podía esperar, esto tenía que hacerse cara a cara. Esme no dijo nada, me estudió con ojos brillantes y yo supe que confiaba en mis intenciones.

    "Siento mucho haberte agotado esa mañana." La disculpa había estado marinada durante demasiado tiempo en mi imaginación. "Estaba confundida y loca de miedo."

    "No pasa nada. Estás aquí ahora."

    "Quise llevarte a salir desde que supe del violinista," le dije y su sonrisa creció. "Quizá antes, pero... El violinista." Negué con la cabeza.

    "¿Estaba celosa la reina de hielo?"

    "Grillada de celos," admití.

    "Eso me gusta," parpadeó bruscamente.

    "Me puse ciega por culpa del artista."

    "Ah, sí, el artista," dijo y luego se estremeció. "Dejó la mitad de su primer plato sin tocar. La mitad."

    "Crimen capital, pobre memo. Voy a llevarte algún lugar precioso y tu vas contarme todas las cosas zumbadas que se te ocurran."

    "¿Sin obligaciones hoy?"

    "A la mierda las obligaciones."

    "Están asomando tus malas raíces." Se pellizcó la piel de una de las manos. "Creo que estoy soñando."

    "Llevo sintiéndome así desde que nos conocimos, pero nunca me he sentido más bien que cuando estamos juntas."

    Al menos dije algunas de las palabras que quería. El aura de Esme estaba en llamas. Se había alcanzado la conclusión a consideración. Habría que planchar un montón de arrugas, pero yo estaba atrapada en la luz del amanecer de un nuevo comienzo, ambas lo estábamos.

    Se levantó del taburete y me dio un fuerte abrazo.

    "Siempre estuviste destinada a ser la elegida para cambiarlo todo."

    Ese domingo que pasé con Esme fue el ojo de una tormenta que yo ya no veía en ella. Mi corazón estaba vivo floreciendo en mi pecho; mi cerebro, aligerado ante la posibilidad de que no vacilara cuando yo la observara alejarse por última vez, y me dirigí a casa temprano esa noche.

    Dominic había escrito un mensaje de texto sobre mi ausencia, pero no había llamado para tener una pelea adecuada. Dependía de mí ahora seguir adelante. Esta, pensé sin malicia, iba a ser la parte difícil. Supongo que, a mi manera ensimismada, pensé que la disolución de nuestro compromiso no le llegaría a él como una sorpresa, o al menos que no le iba a romper el corazón. No habíamos tenido relaciones sexuales desde hacía dos semanas y, considerando que vivíamos juntos, el tiempo en la compañía del otro era un flaco margen diario.

    El proceso fue más difícil de lo esperado. Él se alegró de verme y me explicó que había hecho una reserva para nosotros a las siete. Todas las madrugadas, distancia emocional, todo el tiempo invertido pensando en otra persona y él no tenía la más mínima idea.

    Mordí la bala con fuerza, rompí el compromiso.

    No fue rápido, fue una conversación larga y prolongada sobre el porqué y el cómo y el «Mamá y papá quedarán devastados», y el dolor y la confusión en sus ojos dejaron en claro que yo era la mala. Me llamó fría perra y él tenía razón, incluso a mí eso me sonó si le estuviera liberando de un arduo contrato de empleo. También yo sentí eso, le estaba dejando marchar, lo cual solo hizo que la decisión fuese mucho más escrupulosa. Fue su dolor lo que me hizo no hablar de la otra persona; él lo descubriría muy pronto. No se lo dije porque era algo que primero tenía que discutir con Esme. No sabía si ella querría llevar las cosas tan lejos; después de su ultimátum y mi acuerdo, el tema se había dejado de lado por un desbocado torrente de romance y autoestima.

    Aquello duró tres horas, tres agotadoras horas de disculparse, de intentar hacerle entender sin decirle toda la verdad; de decir que yo estaba equivocada, que él encontraría a alguien mejor. Al final, corrió como loco por el dormitorio cargando una bolsa y lanzando algún que otro insulto en mi dirección. No me importó la ira, él tenía todo el derecho y eso era mucho más fácil de afrontar que las lágrimas.

    Para cuando se marchó para quedarse con un amigo y beber cerveza, habíamos hecho un impreciso plan para hablar sobre los arreglos para mañana. No temía enfrentarme a sus padres, pensé que era obvio que yo estaba haciendo lo correcto, aunquen Esme en el cuadro.

    Mi plan de permanecer despierta hasta que ella saliera del trabajo se vio frustrado por un cerebro exhausto. Un largo día de alternancia de extremos y varias noches de sueño interrumpido habían pasado factura.

    Desperté a las nueve, arrepentida pero sin la menor idea de lo que me esperaba ese día. Dominic y sus padres podían esperar, yo estaba sedienta de pasar antes una hora con Esme.

    Pero ella no contestaba al teléfono, saltó directamente el buzón de voz. No respondió a mis mensajes de texto. Mi suposición fue que aún estaba dormida, que había puesto el teléfono en modo avión o que había dejado que le acabara la batería. Pero a las once yo me estaba impacientando, me dirigí a aporrear su puerta si tenía que hacerlo.

    No hubo respuesta cuando llamé al telefonillo del número 10. Llamé cinco veces hasta que una anciana que volvía a casa con dos hesianas bolsas de compras me dejó entrar al edificio y desapareció al subir en el ascensor. Llamé a la puerta, pero nadie vino y una sensación de malestar comenzó a asentarse en mi estómago.

    Quedé junto a la pared mirando sus mensajes de texto previos y preguntándome qué iba a decirle. Mi impaciencia por verla se vio empañada por la frustración: «podría haberme dicho que no iba a estar aquí esta mañana» y la paranoia: «¿y si me estaba evitando?» Mi imaginación recorría varios escenarios diferentes mientras yo me apoyaba en la pared del vestíbulo, pero ninguno de estos me preparó para los siguientes minutos.

    "¿Puedo ayudarte con algo?" preguntó una voz profunda y melódica y yo alcé la vista.

    Un sofisticado hombre con un traje precioso, aunque arrugado, me miraba de reojo. Tenía los ojos inyectados en sangre y una barba incipiente le tapaba la parte inferior de la cara. Su acento era un poco más denso que el de Esme, eso me envió un escalofrío de alivio; él solo podía ser su tío.

    "Estoy buscando a Esme," dije. "¿Eres su tío?"

    Su rostro se inclinó más y él desvió la mirada. Cuando me volvió a mirar, no respondió la pregunta.

    Dijo: "¿Eres amiga de Esme?"

    "Sí. ¿Dónde está?"

    "Lamento ser el elegido..." No terminó la frase y desvió la mirada de nuevo. Mi ceño se frunció profundamente antes de que continuara. "Tuvo un accidente anoche. Ha fallecido."

    Se esforzó por pronunciar las palabras, yo solo lo miraba. «Está mintiendo,» pensé, «o no se aclara con el inglés». Pero sus ojos azul verdoso, tan similares a los de Esme, parecían sinceros y con el corazón roto.

    "Eso no es posible." Luché contra la información, luché contra la ola de miedo en mi pecho.

    Él me preguntó si yo me emcontraba bien. Yo empecé a adormecerme, sentí que mi cuerpo se debilitaba. Caí resbalando por la pared y el tío se agachó frente a mí.

    "Lo siento," repitió él. "¿Esme y tú eráis muy amigas?"

    Él usó el vernáculo pasado.

    "Yo no..." me atraganté, incapaz de terminar. "¿Y Higgins? ¿Su gata?" Le pregunté como una prueba, una prueba de su reacción.

    "Voy a ir a buscarla ahora. Se vendrá a mi casa. ¿Te gustaría ent...?"

    No escuché el resto, el mundo daba vueltas; no me entraba aire en los pulmones. Me levanté por la pared, corrí unos metros hasta la puerta principal y la crucé. Salí disparada de aquel edificio como si fuese mi tumba. Yo era consciente de que el tío me seguía, podía oír y sentir su presencia, pero yo estaba bajo el agua, nada era real.

    El frío aire de la mañana hacía cero por aliviar mi terror. Me apoyé pesadamente en la barandilla de la escalera y sentí una mano que me sujetaba por debajo del codo. Él siguió hablando.

    "Deberías darme tu número de teléfono y, cuando esté organizado, te enviaré los detalles del funeral."

    Funeral. No podía ser tan simple, una flecha envenenada disparada directamente al corazón a plena luz del día en una calle llena de gente. Nadie lo notaba mientras yo moría. Funeral.

    No recuerdo si dije algo más. Seguí los movimientos de anotar mi nombre y mi móvil en la libretita que él me tendió. Luego me fui, ignorando su oferta de ayuda. Caminé aturdida hasta casa. Esme no podía haberme dejado. Yo no veía nada, no escuchaba nada.

    Mi estado de conmoción me obligó a tomarme una semana de días por enfermedad mientras calaba la realidad de la fatalidad de Esme. Ignoré los intentos de contacto de Dominic, como hacía con todas las comunicaciones no relacionadas con el trabajo. Me quedé encerrada en mi apartamento y traté desesperadamente de comprender lo que me había sucedido, pasando por la negación, la rabia, el vacío y el monstruo más negro, una profunda y enfermiza depresión.

    Recibí los detalles de su funeral y asistí en estado de estupefacción. Solo recuerdo una multitud de vestidos y trajes negros, ni un rostro grabé. Excepto el rostro en el ataúd abierto.

    La miré durante mucho tiempo. Parecía dormida, como si pudiera extender la mano y tocarla... Pero había gente alrededor y aquello era demasiado para mí.

    Me habían engañado. Yo no podía haber sospechado que sería una víctima tan desafortunada del draconiano destino.

    Porque aquello sucedió. Esme murió esa noche. Incluso después de todo este tiempo, aún me sorprende decirlo, sacarlo como la verdad que era. Investigué el accidente, el conductor ebrio que lo causó, la afirmación de que ella murió en el impacto no me trajo consuelo. Yo había estado dormida. Había estado dormida durante el evento más traumático que había ocurrido en mi vida. Quizá esto suene egoísta e insensible, dada la cantidad de vidas que se perdieron en el período siguiente. Pero el amor es egoísta. Esme era mi amor, mi pérdida.

    Fuerza interior. Fuerza interior. Fuerza interior. Eso se repetía en un bucle en mi cabeza con el acentuado acento de Esme. Llegará el momento en que lo necesitarás. Lo necesitaba ahora, el momento en que más débil me sentía. Por el bien de Esme, por su fe en mí, fingí tenerla.

    Mi congoja era paralizante. Solo en el trabajo o en público podría mantener una conducta apropiada, a solas o desocupada, me derrumbaba. El dolor fue profundo al principio, luego me insensibilizó.

    Un mes después de ese terrible día, recibí una llamada del tío de Esme. El sonido de su acento en el teléfono alivió mis abandonados oídos. El contacto fue inesperado: él quería hacerme una visita, pero no dijo nada de qué se trataba. Hice los arreglos para estar en casa ese domingo por la tarde, estaba dispuesta porque él era la única conexión que me quedaba con esa hermosa persona que había desaparecido de mi mundo. Yo no estaba muy impaciente por la reunión, ciertamente no sabía que que se avecinaba otro giro del destino, un pivote más en el camino de mi vida.

    Cuando él llegó, mi técnica de anfitrión-invitado se quedó corta, no pude estrecharle la mano, no me presenté formalmente. Estaba demasiado angustiada, las únicas veces que había visto a este hombre habían sido al informarme de la muerte y en el funeral. Al menos logré llevarlo a la sala de estar y ofrecerle una bebida.

    "¿Puedo traerle algo? ¿Café, whisky?"

    Parecía un hombre de whisky. Tenía sesenta y tantos años, el negro le moteaba el cabello plateado, aún guapo y distinguido, con traje de tres piezas y zapatos italianos. Su vello facial le había crecido hasta convertirse en una barba y un bigote cuidadosamente recortados, pero parecía tan cansado y preocupado como yo. Me pregunté si su dolor estaba a la par con el mío.

    Declinó cortésmente mientras se sentaba en un sillón delante.

    "Creo que debe de haber sido toda una sorpresa saber de mí de nuevo," dijo él.

    "Me sorprendió." Pensé en preguntarle por su estado, pero él podría preguntar por el mío después. Dije: "¿Cómo está Higgins?"

    Las comisuras de sus ojos se arrugaron afablemente. "Está bien. Los gatos son criaturas resistentes."

    «Mierdecillas con suerte», pensé, pero mantuve la boca cerrada.

    "Iré al grano, señorita Coderre."

    "Michelle, por favor."

    "Michelle. Pues llámame Iosif."

    Pronunció mi nombre como Esme, eso fue desorientante, como una antigua realidad distorsionada. Se inclinó hacia el maletín de cuero que tenía a un lado y sacó un sobre de un bolsillo lateral.

    "Creo que esto te pertenece."

    Con el ceño fruncido, lo acepté de su mano extendida y... una sola página y, mientras la desdoblaba, pude ver que las palabras eran de Esme. Escritas con su letra inclinada, con una fecha, 29 de febrero de 2022 en la parte superior. Nuestro último día juntas. Era una nota garabateada, breve, que hablaba de su dedicación a un críptico "tú," sus planes. Mi frágil corazón dio otro vuelco y supe que aún no estaba completamente roto. Leí sus palabras dos veces, atónita, confundida, pero también, por primera vez desde ese terrible día, con una pequeña chispa de vida dentro de mí.

    "Se trata de ti entonces," la voz profunda de Iosif interrumpió mi estupor y yo alcé la mirada para verlo estudiándome intensamente. "Tú eres la elegida, ¿no?"

    "Es... Trata de mí. De nosotras." Las palabras salieron con obstinada dificultad.

    "Tú y Esme estabais enamoradas."

    Presentó la afirmación con cuidado, sucintamente, con poder, y mi compostura se derrumbó. Mi rostro decayó, las lágrimas se acumularon y se derramaron de ojos hinchados.

    "Quizá me tome ese whisky después de todo," dijo.

    Dio media vuelta galantemente y caminó la corta distancia hasta la cueva del licor. Llevó dos vasos a la mesa de café y me tendió uno.

    Lo acepté con gratitud, di un sorbo y luché por recuperar mi aplomo.

    "No te contengas por mi," continuó Iosif, leyendo mi estado. "Si me lo permites, llenaré el vacío. Me gustaría hablar libremente."

    Asenti. Porque él tenía razón, yo no podía comentar, la carta me tenía de rodillas; recibir tal comunicación después de que la muerte nos hubiera separado. Me aferraba a su página con una mano, a la bebida en la otra, pañuelos en mi regazo, y escuché su voz eufónica.

    "Primero, me gustaría disculparme. Yo no lo sabía, si lo hubiera sabido, te habrías sentado al frente conmigo en el funeral. Es donde deberías haber estado. En segundo lugar, la nota estaba doblada en un bolsillo del bolso que ella llevaba la noche del accidente, sin marcar, o yo no la habría leído. En tercer lugar, me alegro de haberla leído, o no habría sabido de ti."

    Hizo una pausa y tomó un sorbo de su vaso antes de equilibrarlo en el reposabrazos. Sus palabras fueron inflexibles pero suaves y él permaneció caballeroso, manteniendo sus ojos desviados de mis manchadas mejillas.

    "La forma en que está escrita dejaba en claro que ella estaba involucrada con alguien." Sacudió la cabeza. "Involucrada no, emamorada. Quizá no lo creas al mirar a este anciano ante ti, pero el amor expresado en esa nota es algo que valoro tremendamente. Para mí, saber que ella encontró tal amor fue una gran bendición. No puso tu nombre, como puedes ver, así que me llevó un tiempo desentrañar el misterio de quién eras. Me retrasó la suposición de que eras un hombre. Ella no me lo iba a decir, ¿ves?," sonrió con nostalgia. "Ella era una chica ferozmente reservada."

    Inhaló lentamente y dio un sorbo, apoyó la cabeza en el respaldo de la silla durante un momento, con los ojos cerrados. Yo esperé, quería que él continuara, que me lo contara todo sobre ella. Abrió los ojos con un suspiro.

    "La parte de tu carrera es lo que me llamó la atención al final, lo de estar siempre en el ojo público. La política, pensé, la mujer en su apartamento. No estuviste presente en el funeral. Ah, estuviste ahí, pero no allí. Eso no era el dolor de una simple amiga, lo reconozco ahora. Pasé varios días averiguando lo que pude de ti y preguntándome qué hacer con la nota. No soy un hombre al que le gusten los cabos sueltos y.... me dolía el corazón tu silenciosa pérdida."

    Dejó el vaso en la mesa, colocó su maletín en su regazo y lo abrió.

    "Mi conflicto nació de la preocupación, no quería ser portador de dolor innecesario. Entonces encontré esto en su casa."

    Sacó un boceto y me lo pasó. Mis ojos se agrandaron. Era solo tamaño A4, yo misma, expuesta en desnudo esplendor, había capturado cada pequeño detalle de mi rostro, cada curva de mi cuerpo. En cualquier otra circunstancia, podría haberme sentido avergonzada, pero ahora lo miraba asombrada. ¿Cuándo lo había hecho? Yo estaba en sobrecarga, la cavidad que había sido mi corazón se puso en marcha de un salto.

    "Ella no dibujaba seres humanos," dijo Iosif. "Era una especie de fobia para ella, se negaba, ni siquiera para una clase. Tú debes ser la única persona que ella dibujó. Cuando lo vi, mi indecisión se resolvió. Tenía que presentar mis respetos."

    "Dos regalos," me dije. "¿Puedo quedarme con esto?"

    "Por supuesto, son tuyos. Junto con cualquier otra cosa que yo pueda ofrecer."

    "Es increíble que me traigas esto. He estado luchando durante un mes..." Cerré la boca y me llevé un pañuelo a la nariz.

    "¿Alguien sabe de tu relación con mi sobrina?"

    Negué con la cabeza. "Yo no iba a mantenerla en secreto." Lo habría gritado desde la azotea si ella hubiera estado de acuerdo.

    "No has tenido la oportunidad de hablar de ella y eso no es aceptable. El amor... El amor debe ser reconocido, apreciado. Me hablarás a mí, tendremos una amistad ahora."

    Por primera vez en semanas, la más mínima sugerencia de una sonrisa me arrugó los ojos. Él era tan parecido a Esme, con una columna de dura confianza que camuflaba su ardiente compasión.

    Respiré temblorosamente antes de hablar. "¿Dijiste que la nota estaba en su bolsa?"

    "Sí. Ella solía escribir notas así para sus padres, siempre las quemaba. Tal como está escrita, ella no tenía la intención de dártela. Pero yo sabía que debías tenerla."

    "Tuvo que haberla escrito esa noche en el trabajo. Después de que nosotras... antes de que ella..."

    "Lamento que esto te cause dolor."

    "No. Gracias por traerla. Gracias por el boceto, no sabes... estoy en deuda contigo."

    "Tonterías. Yo estoy en deuda contigo, Michelle Coderre."

    Me soné con el pañuelo de papel y me sequé los ojos. "No veo cómo."

    Mostró otra de sus tristes sonrisas.

    "Esme no era una chica muy feliz. Mi hermano y su esposa murieron en un accidente de avión cuando ella tenía siete años. Ella no fue la misma. Hasta unas semanas antes del accidente, una chispa. Sé que ella estaba saliendo con alguien, yo nunca tuve muchas esperanzas de eso, los novios eran artistas en su mayoría," dijo con una reveladora ampliación de sus fosas nasales y yo casi sonreí de nuevo. "Ella nunca dijo una palabra sobre ti, pero yo lo veía en sus ojos, ella tenía un secreto, algo que necesitaba guardar para sí misma. Algo muy valioso para ella. Tú."

    No me avergonzaba de las lágrimas que aún me salían de los ojos, este hombre me había hecho sentir cómoda, bienvenida, había convertido mi dolor en algo hermoso. Las lágrimas que fluían ahora no eran del todo infelices.

    "Decía que pensaban que estaba zumbada. Sus citas, quiero decir. Yo pensé que estaba zumbada cuando nos conocimos por primera vez."

    Iosif me miró a los ojos con una sonrisa.

    "Ella era excéntrica, como su tío. Durante mucho tiempo, me preocupé que no encontrara a nadie. Pero mírate," señaló con un gesto amplio. "Mi sobrina tenía un gusto impecable."

    "Soy la persona más afortunada del mundo, por haberla conocido el breve tiempo que tuvimos." Lo dije en serio con todo mi ser.

    "Gracias por decir eso, me alegra el corazón."

    "Rompí mi compromiso la noche que ella murió," sollocé.

    "Sí, y estás recibiendo críticas por ello en Internet. Hacer ese sacrificio sólo por... A la muerte, parece, le gusta llevarse a mi familia joven."

    "Tú criaste a Esme," dije, porque quería que siguiera hablando.

    "Sólo nos teníamos el uno al otro. Recuerdo el día en que llegó a mi puerta, tan pequeña y seria. Necesitaba un protector, un cuidador. Me convertí en madre y padre. Ella fue mi mayor y gratificante inversión."

    "Era la persona más rara que he conocido. Ella... me hizo verme a mí misma."

    "Volver la mirada hacia dentro fue una lección que ella aprendió de joven. Debo preguntarte algo directo y simple, pero no fácil: ¿lo estás sobrellevando? ¿Vas a estar bien?"

    Su mirada era penetrante. Al igual que con Esme, sentí que había poco espacio para mentir o evitar. Pensé cuidadosamente en mi respuesta. Su visita me había animado por el momento, pero reuní mis emociones de las últimas semanas y encontré su suma oscura e implacable. Tenía razón, era una pregunta simple sin una respuesta fácil.

    "¿Crees en la otra vida?" Pregunté finalmente.

    Me estudió en silencio un momento. Se levantó para rellenar nuestros vasos.

    "En un sentido metafísico, sí," dijo cuando se recostó en su asiento. "Creo que si nuestra conducta es digna en este plano, nos mudaremos a un lugar mejor. Si me preguntas si volverás a ver a Esme, no podría decirlo. La naturaleza del otro mundo está más allá de la comprensión de los vivos."

    Mi existencia en esas semanas era un caos, había una parte de mí que se aferraba a mi sufrimiento, cuidaba mi herida, se apegaba a ella. Esa parte de mí pensó que no quería estar viva; si pudiera tener a Esme de vuelta, habría muerto feliz.

    Iosif, sabio como era, sabía esto. Su capacidad de intuición era similar a la de su sobrina.

    "No merece atención, Michelle," dijo con severidad. "No puedes retirarte de la vida por elección, eso lo sé. No lograrás nada si te rindes. ¿Has perdido a alguien antes?"

    "A mi padre."

    "Estás familiarizada con la Aflicción."

    "No así... no tan..." No era posible describir mi devastación. La aflicción no me había apuñalado regiamente la última vez que nos habíamos visto. "No tengo nada."

    “Tú eres política, tienes un deber. Con la población y con mi sobrina. ¿Cómo crees que se sintió cuando ella perdió a sus padres? Todos cargamos con nuestra cruz, no las dejamos de lado, aprendemos a usarlas como herramientas, aprendemos a llevarlas con gracia."

    Como Esme, él sabía qué botones pulsar conmigo. Si bien mis aspiraciones políticas no mantenían su peso anterior, Esme era una central de energía. Eso era lo que ella hubiera dicho. Seguir luchando. Esme era mi cruz. Las palabras de Iosif me dieron mi primer indicio, ella se convertiría en un símbolo de fuerza, no de debilidad. En la muerte, ella era una prueba mucho mayor que en la vida.

    "¿Respondió eso a la pregunta?" Dije.

    "Muy sinceramente. No me sorprende y agradezco tu sinceridad. Pero no dudes que la forma en que respondas a esta prueba definirá si tu futuro es un éxito."

    "Últimamente no he podido pensar en el futuro. No parece haber ninguna diferencia en lo que hago, siempre hay más."

    "Puedo saber, al ver tus logros, que sientes pasión por tu trabajo. Me gusta lo que estás haciendo en el parlamento, tu trabajo con el NHS [6]. Respeto tu capacidad para desafiar a tus ministros superiores. Eliges bien las batallas y no retrocedes. Eres una movilizadora y agitadora, Esme lo sabía. Debes concentrarte en tu carrera ahora, debes redescubrir tu pasión. En verdad, creo que puedo serte de alguna ayuda."

    Alcé una ceja sin entusiasmo. "¿Sí?"

    "¿Alguna vez te dijo Esme lo que hago para ganarme la vida?"

    "Me dijo que eras un hombre inteligente y bueno."

    "Sí. Ahí está de nuevo, su profunda privacidad. Pero ahora estamos reunidos en su ausencia y me siento obligado a compartirlo contigo, si quieres oírlo."

    "Por favor."

    "Gané un dinero en la exportación de energía hidroeléctrica. Ahora estoy semiretirado, tal vez podría llamarme filántropo. Yo también, a mi manera, trato de disminuir la división entre el proletariado y el burgués. Puede que seas escéptica, un hombre de riqueza y estatus rodeado de riqueza y estatus. Pero estoy seguro de que todos vosotros comprendéis que es la élite adinerada la que necesita mayor orientación. Se convierten en personas egoístas y astutas, y tienen el poder de hacer un gran daño. Es responsabilidad mía hacer lo que pueda para influir en sus mentes. Con pequeñas decisiones, en ocasiones, y a veces, en asuntos más grandes."

    "Hablas como ella," le dije con ojos brillantes. "Ella no tenía reparos en poner en palabras sus opiniones políticas."

    "El interés de Esme en la política comenzó temprano," dijo asintiendo lentamente. "Cuando vienes de un lugar de tanta agitación controladora, eso se convierte en una conciencia intrínseca del peligro de la política, el peligro de los políticos. Cuando era niña, estaba llena de preguntas sobre cómo era vivir en la República. "

    "Rumania estaba en el Bloque del Este," dije. "Mi conocimiento del tema es limitado."

    "Fue una época oscura, una dictadura represiva, sus consecuencias aún estaban suspendidas sobre el país cuando Esme estaba creciendo. A ella le gustaba que yo fuese honesto con ella."

    "Se puede aprender mucho de los errores del pasado."

    "Tienes mucha razón, lo cual me lleva de regreso al futuro. Porque este es precisamente el momento equivocado para perder de vista lo que está por venir. Estás en un mal lugar, estás viendo tu vida y tu carrera desde un ángulo desesperado. Permite que estimule tu imaginación con un escenario."

    Lo miré de reojo, tenía una mirada curiosa de recelo.

    "Está bien," dije, agarrando el salvavidas. "Estimula."

    "Ya que estamos hablando de tribulaciones capaces de cambiarte la vida, lo expresaré en términos existenciales. La estabilidad del gobierno y la sociedad tal como está ahora es muy frágil. El virus de la década del 2020 fue leve, se avecinan tiempos turbulentos; la tierra no puede sostener una población de ocho mil millones."

    "Tienes mi atención. ¿Prevés una segunda pandemia?"

    "Preveo un proceso de selección más allá de todo lo que hemos presenciado. Nos tambaleamos al borde del conflicto; eso es inevitable, lo que no es, es si sobreviviremos o no. Eso dependerá de las personas y, lo que es más preocupante, de lo que se esconde en la mente de los propios líderes. Tú tienes fuerza, corazón y juventud, serán ministros como tú los que marquen la diferencia en estas circunstancias."

    "Tienes una imaginación activa," sonreí.

    "De hecho, la tengo," dijo con un guiño, y continuó en la misma línea. "Cuando nuestros sistemas e infraestructura fallan, me gustaría saber que he hecho todo lo posible para influir en un resultado relativamente positivo. Como dicen los ingleses, no me gusta poner todos los huevos en la misma cesta. La arena política es una cesta importante."

    "No estoy muy segura de lo que estás diciendo."

    "Mm," murmuró y se acarició la barba contemplativamente antes de relanzarse. "Los principales partidos políticos de los países democráticos, y el tuyo no es la excepción, están tan estrechamente orquestados que los diputados a menudo tienen poco margen de acción. Así que, sí, entiendo tu frustración por marcar la diferencia. El problema en el futuro es que, cuando el conflicto se establece a una escala internacional, el margen de acción de los pocos líderes que quedan en pie se ampliará ante la poca competencia y la total confianza. ¿Ves a donde quiero llegar?"

    "Creo que sí. Tienes miedo de que los líderes que quedan sean unos chorizos."

    "La probabilidad es un elemento básico agotador, tú debes saberlo."

    "Lo sé. Pero estás haciendo un estudio de factores desconocidos."

    "Por supuesto que sí," asintió con una sonrisa. "Estamos hablando hipotéticamente. Me gusta considerar las posibilidades, creo que tú también."

    Sabía que Iosif estaba tratando de apartarme la mente de pensamientos más oscuros, de hacerme pensar en el futuro de nuevo. Yo le estuve agradecida, por un momento pude dejar a un lado mi interés personal y recuperar un poco de perspectiva. No sabía que algún día recordaría sus palabras como una profecía.

    "Pero ¿qué acción te gustaría ver?" Le pregunté.

    "Ah, te me adelantas," se rió y se formaron arrugas profundas alrededor de sus ojos. "Esme te eligió a ti, ahora yo te elijo a ti. Me gustaría que estuvieras bajo mi ala."

    "¿Cómo exactamente?" Pregunté suspicazmente.

    Aunque era un alivio tener algo más que mi aflicción en lo que concentrarme, no estaba segura de sus intenciones. Que me compraran no estaba en mi lista de características personales.

    "Nada adverso," dijo quitando importancia. "Me gustaría que vinieras a mi casa a almorzar el próximo domingo. Me gustaría que nos conociéramos. Quizá, que confiemos el uno en el otro."

    "Yo..." Lo que comencé a decir fue que confiaba en él, sus amables palabras y compartir la historia de Esme fueron responsables de eso. Su interés en mi carrera me detuvo. Estaba cautelosa pero, aún así, interesada. "¿Podrías contarme más sobre Rumania? ¿Sobre la infancia de Esme?"

    "Eso me divertiría mucho. Puedo mostrarte fotos y puedes saludar a Higgins. ¿Vendrás?"

    "Iré."

    El hecho de que Iosif fuera el tío de Esme me hacía receptiva al hombre, pero nuestro precipitado diálogo de ese día, que mi dolor fuera reconocido y valorado, hizo que él me agradara. Si podía ganarse mi confianza como lo había hecho Esme, sería un paso atrás declinar.

    Esa fue una sabia decisión, a nuestro almuerzo de ese domingo, le siguió el siguiente y el de después.

    Él habló sobre su época en la Rumanía comunista, sobre la brutal dictadura que soportaron bajo Nicolae Ceausescu y su esposa. Habló del progreso que habían logrado las sociedades modernas y de su carencia de progreso. Me mostró fotos de Esme cuando era niña y estas me hicieron llorar. Algunos podrían pensar que fue cruel por su parte o una tontería por mi parte, pero Iosif era claro en un asunto: la aflicción no era para evitarla, era para afrontarla, para experimentarla plenamente, y yo descubrí que mis lágrimas, cuando estaba con él, no eran las oscuras y enfermizas lágrimas que había derramado el mes siguiente a la muerte de Esme.

    Puede parecer poco probable, pero mientras hablábamos de la historia de Esme, me enamoré más de ella. Deseé que fuera ella quien me contara sus secretos, que me expusiera su hermoso espíritu. Él hablaba de ella a menudo y abiertamente, pero entre esas brevas reseñas, nutría mi mundo real, mis opiniones políticas y mi posición. Su mentalidad era dolorosamente similar a la de Esme, él me recordaba constantemente a ella, me guiaba como ella lo había hecho, con confianza y, cuando era necesario, con una acalorada oposición. Su enfoque en el futuro era admirable y, con el tiempo, el futuro también se convirtió en mi enfoque. Al igual que Esme, Iosif tenía un profundo conocimiento de una amplia gama de temas y de la capacidad de conectarlos de formas que al principio me parecieron desconcertantes. Yo no había comprendido del todo la importancia de las iniciativas transdisciplinarias antes de llegar a conocerlo. Tenía una visión de un mundo diferente, uno en el que expertos en una amplia gama de campos existentes se combinaban para crear otros nuevos, él acentuaba la relevancia de la iniciativa global y las análogas leyes globales.

    Los almuerzos juntos se expandieron a entornos menos personales. Iosif me invitó a funciones donde me presentaba gente. Él no me había hablado de la cantidad de personas que conocía. Sus contactos se extendían por Europa y Oriente Medio hasta Asia y América. Diplomáticos, magnates de la industria, magnates del petróleo, la lista continuaba, y él siempre ofrecía la verdad sobre lo peligroso o poderoso que era un individuo. Poco a poco, me fui insertando en su red. Encontré un equilibrio y un terreno común dentro de un grupo de personas de las que yo había tenido poco apoyo hasta ese momento. Supongo que eso era lo que él había pretendido desde el principio, pero que no había podido explicarlo mientras éramos desconocidos. Al igual que su sobrina, tenía una forma sutil de conseguir lo que quería, un método que yo misma aprendería con el tiempo. Lo que Iosif se convirtió para mí durante los dos años siguientes fue en una figura paterna con un toque profesional. Él se adhería firmemente a la creencia en el situacionismo y la teoría zeitgeist del liderazgo, conceptos que me hicieron ver los detalles diarios de mi trabajo parlamentario desde un gran angular, mientras me enfocaba profundamente en un objetivo principal. Yo me consideraba una competente pensadora crítica, pero el progreso que obtuve bajo su tutela fue fenomenal: él proporcionaba un marco filosófico a mi servicio. Estas no eran lecciones incidentales, el punto de vista que me inculcó durante ese tiempo aún me acompaña ahora, su influencia fue tan valiosa como sus presentaciones.

    Más tarde, el año siguiente a la muerte de Esme, conocí al recién nombrado diputado laborista, Declan Kerr. Éramos rivales, enemigos incluso. Él pensaba que yo era una arpía hinchada de mí misma con demasiados amigos en las altas esferas, y yo pensaba que él era un inmaduro chovinista mujeriego.

    Luego, los brotes se descontrolaron, comenzó la violencia y todo eso cambió. Mientras nuestros colegas huían o morían uno por uno, tanto por astucia como por mala suerte, Declan y yo sobrevivimos. Empezamos a vernos cara a cara, compartíamos un objetivo común; ya no éramos la Debutante Liberal y el Laborista, formamos un frente unido. Los contactos que yo había hecho mediante Iosif proporcionaron zarcillos de esperanza y poder que yo no habría tenido de otro modo. Él había estado muy en el dinero. Los gobiernos colapsaban y se creaba un mundo nuevo, casi desde cero. Esme también había tenido razón, la gente de la izquierda tuvo que renunciar a muchas de las libertades que dábamos por sentadas. Dondequiera que eran seguras y útiles, se podía abrazar otras libertades. Declan y yo trabajamos dentro de estos parámetros y logramos una plataforma desde la cual pudimos establecer las ciudades seguras.

    Aunque aprendí a lidiar con la pérdida de Esme, nunca me recuperé de ello. No volví a ser quien era antes de conocerla y nunca sería la persona que fui durante nuestro breve tiempo juntas. Me convertí en alguien nuevo, alguien que tenía todas las palabras de Esme patológicamente cerca del corazón, alguien en quien yo pensaba que ella podría estar orgullosa. Soy conocida por mi empatía ahora, mi benevolencia, nadie sabrá nunca que eso se debió a su intervención.

    Yo no sabía cuánto necesitaba a alguien diferente en mi vida, Esme fue mi oráculo, quien me abrió los ojos en un mundo ciego. Su memoria me perservó a través de cada prueba futura. Debido a eso, puede que la hubiera convertido en algo más de lo que ella fue. Por supuesto, después de que ella me dejara, fue Iosif quien retomó un papel similar. Llegué a confiar en su fuerza y ​​ternura y abrió canales que me servirían bien. Durante esos primeros años, comencé a creer de nuevo en lo que estaba haciendo, como habría dicho Iosif, redescubrí mi pasión. No me enorgullece decirlo durante una época en la que se perdieron tantos y tantas, pero era cierto: yo tenía una causa.

    Quizá no lo he recordado perfectamente, probablemente he conectado puntos con la imaginación, pero ha sido agradable revivir mis momentos con Esme. Menos lo ha sido para Iosif, pero considero que su lugar es parte integral de mis logros en la vida. Sin él, no habría llegado aquí, sin Esme, no lo habría conocido. Me siento más tranquila ahora que esto se ha calmado. Si es necesario, puedo revisitarla sin luchar.

    He hecho todo lo posible por ser una buena líder. Mantuve metas simples: no se trataba de salvar tantas vidas como fuese posible (aunque estoy segura de que la gente comparte esa creencia), se trataba de crear un nuevo paradigma para nuestra especie, uno en el que la calidad de vida de los supervivientes se basara en sacar lo máximo de lo poco que teníamos.

    El futuro tenía que ser uno en el que nos enseñaran las prioridades correctas, lo que no era esencial se limitaba a elementos personales y sentimentales. Lo que la gente podría optar por recibir más era educación, sabiduría, experiencia y compasión. Estos atributos los hacían dignos de vivir, cuanto más de estas cosas tuvieran, menos desearían el lujo material. Este es el significado de la iluminación colectiva, un nuevo orden mundial, con los cerebros reconfigurados para un mayor bien, la armonía de toda vida. Hablé con la población de poder restante dentro del espíritu y ellos escucharon, sus valores cambiaron, lo poco que teníamos se convirtió en nada más que el motor que impulsaba nuestra voluntad de cambiar, de vivir.

    No hay posiciones preordenadas, solo la capacidad de aprender y dar. La supervivencia no significa nada sin la evolución de la mente. Donde la gente alguna vez pensaba en la mente del individuo, ahora la mente es de toda una población. Estos ideales se han puesto a prueba y demostrado, continuarán en mi ausencia.

    Mientras estoy aquí sentada, no puedo recordar qué he desayunado esta mañana, no puedo recordar cuánto tiempo he estado sentada aquí, no puedo recordar mi último ni mi siguiente viaje al médico. Sin embargo, recuerdo a Esme, a Iosif, a mi padre, mi madre, recuerdo los años de confusión. Y sé que he logrado algo.

    Me han ofrecido tratamientos experimentales, que he rechazado, es hora de pasar la antorcha. Se puede confiar en Declan, él ha estado conmigo en todo, sabe lo que todos sabemos. Amboa formulamos el plan de lo que debería suceder durante la próxima década, y él tiene sus propios protegidos ahora. Una cosa es llevar a una población a través de una época de enfermedad y guerra, y otra completamente distinta es cultivar una nueva sociedad de acuerdo con nuevas reglas.

    Declan tomará mis riendas, un líder por la paz.

***

    Es la última página. Michelle gira la contraportada pero no hay nada más, un gruñido de frustración se escapa de su garganta. El libro tiembla en manos trémulas. Ella lo deja y se quita las gafas, se frota los ojos, los cierra con un suspiro. No sabe qué entender de eso. Si las partes anteriores eran confusas, los últimos párrafos son inverosímiles, seguro que no estaba en sus cabales cuando los escribió.

    "Lo has terminado," dice alguien voz baja y los ojos de Michelle se abren de golpe.

    "¿Quieres dejar de entrar de puntillas? Me has dado un susto de muerte."

    "Lo siento." Thana está sonriendo, no lo siente.

    "Ni siquiera debería estar hablando contigo... Pero no te vayas," agrega rápidamente Michelle. Sostiene el segundo cuaderno. "Dijiste que las cosas tendrían sentido si leía esto, pero estoy más confundida que nunca."

    "No te creo," dice con curiosidad. "Creo que sientes la verdad."

    Un escalofrío recorre la nuca de Michelle. Abre el libro y mira de reojo a sus palabras y a la mujer junto a su cama. Lucha obstinadamente contra el omnipresente sentido de la realidad.

    "Suponiendo que esto se haya escrito con lucidez, aún así me dice muy poco."

    "Escribiste lo que querías recordar."

    "Dijiste que no sabías lo que había en ellos."

    "Mentí."

    "Los has leído. No deberías haber hecho eso."

    "Es una hermosa historia."

    "Es una grandiosa ilusión. Yo no soy una líder."

    "Pero lo eres."

    Michelle la mira fijamente durante mucho tiempo, atraída hacia los profundos ojos que nunca se apartan.

    "El final de este cuaderno dice que sucedió algo terrible," dice Michelle finalmente, cautelosa hasta los huesos. "No sé si quiero oír lo que tienes que decir."

    "Quieres," dice Thana claramente. "Eres la persona más fuerte que conozco."

    Michelle tiene miedo, comienza preguntando: "¿Cuánto tiempo llevo en este hospital?"

Parte 5: Caja de Yesca

    «Todo lo que vemos o parecemos. No es sino un sueño dentro de un sueño.»

    "Es hora de una sesión de cotilleos." Thana ríe, un tintineo que envía un escalofrío de déjà-vu a través de Michelle. "Me gusta esa palabra, cotilleo. Vosotros, los ingleses, sois graciosos [7]."

    "¡Thana! No estoy de humor. Mi día ha sido... Ya sabes lo que hay en los libros, delirante o no, es muy triste."

    "Sí." La sonrisa de Thana se atenúa pero no desaparece. "No llevas aquí mucho tiempo. Hace diez días tuviste un derrame cerebral en su casa y te trajeron aquí. Fue cuando perdiste la noción del tiempo. Ha tenido dos pequeños derrames cerebrales subsecuentes."

    "Tres derrames," dice vagamente. "¿Por qué no está aquí mi hermana? ¿Tres derrames no merece una visita?"

    No hace la pregunta que más teme, cuánto tiempo ha perdido. Thana la estudia con interés. Es una sensación extraña que la miren de esta manera, como si no fuese solo una amnésica con un feo delantal.

    "¿Thana?" incita.

    "¿Sabes lo que significa Thana?"

    "Es tu nombre, ¿no?"

    "No. Es mi papel, mi elección."

    "¿Qué significa eso? ¿Quieres dejar de hablar con acertijos y decirme dónde está Leah?"

    "Ya llegaré a Leah. ¿Qué notas sobre tu entorno?"

    "¿Qué entorno? Estoy en una habitación de hospital, en una cama de hospital. Drogada hasta las trancas."

    "¿Has notado lo que hay fuera de las ventanas?"

    "No puedo ver nada, solo niebla."

    "Ven." Se pone en pie y extiende el brazo. "Te te mostraré."

    "Estoy muy débil," dice Michelle con duda.

    "Dame la mano."

    Michelle lo hace. Puede llegar a la silla sorprendentemente bien con la mano de Thana en la suya. Cuando la piel hace contacto, se siente más ligera y vibrante. Incluso recuerda más, fragmentos, como sueños oscurecidos. Esto le dice lo que se avecina, una bofetada, una tormenta.

    Thana acerca la otra silla y se sienta mientras Michelle se inclina hacia las ventanas y coloca una mano sobre el cristal.

    Al mirar hacia abajo, Michelle puede ver edificios alzándose desde la bruma, algunos dañados, desplomados sobre sí mismos. Además del daño, lo que la impacta es la carecia de luces. Una ciudad a esta hora de la noche debe ser deslumbrante, ruidosa, debe haber destellos, movimiento, ventanas brillantes, aviones parpadeando, letreros de neón reluciendo en la niebla. Aquí las luces visibles están separadas por extensiones de monotonía gris envueltas en las sombras del crepúsculo. La ciudad de abajo le resulta extraña, un yermo de hormigón que se extiende hacia un manto de nubes. Michelle puede sentir los ojos de Thana sobre ella, absorbiendo su consternación.

    "Dorothy no está en Kansas," dice y Michelle desvía la mirada de la escena de abajo hacia la mujer que la observa. Puede que las palabras hayan sonado opresivas, pero una sonrisita curva las esquinas de sus ojos brillantes.

    "¿Dónde diablos estamos?"

    "Anteriormente conocido como Aberdeen. La gente lo llama Alianza ahora. Extraoficialmente."

    Michelle sabe lo que ella está diciendo. Es inquietante, como descubrir estar cubierta por una gruesa capa de telaraña.

    "¿Por qué no hay luces?" pregunta débilmente.

    "Este es uno de los pocos edificios con electricidad. Los hospitales tienen prioridad."

    "Se están cayendo en pedazos. ¿Qué ha ocurrido con la..." Mira por la ventana de nuevo. "¿Qué ha ocurrido?"

    "Ataques," Thana se encoge de hombros. "Desde dentro y fuera de la ciudad."

    "En nombre de Dios, ¿por qué?"

    Thana se inclina muy de cerca y el calor se extiende a través de Michelle ante su olor, ante la intención en esos ojos.

    "Es un mundo roto," le susurra cerca del oído. "Verás, no tienes ningún lugar adónde huir. Esta es una de las pocas ciudades seguras. Has olvidado muchos años de caos."

    Y con esos susurros llega una mayor claridad; aún indistinguible, pero poderosa. La deja tambaleándose: enfermedad, guerra, muerte, triunfo, poder, seguridad... soledad. Año tras año de aplastante soledad.

    Hace la pregunta que más teme.

    "¿Cuántos años?"

    Thana se reclina y hace un gesto hacia la cama. "Mira."

    Michelle gira y mira. Se tapa la boca con la mano en estado de shock. Una pequeña y arrugada dama yace dormida en la cama, con el cabello rojo con mechas gris pálido sobre la almohada. Está conectada a un monitor de frecuencia cardíaca y un gotero, pero parece apacible.

    "Esto es lo que los demás ven cuando te miran," dice Thana mirándola intensamente. "Intentan protegerte porque te aman, porque este es el momento cuando se te permite que te escapes entre sus dedos."

    Michelle se levanta y se acerca a la cama, estudiando con lágrimas en los ojos a la mujer.

    "Soy yo," dice. "Soy vieja."

    "Sí. Por eso estás débil, por qué has perdido tu pasado."

    "Demencia vascular, justo como mi padre," dice Michelle. Sostiene una mano juvenil frente a ella y la estudia, vuelve a mirar el bulto arrugado debajo de las mantas. "Parezco feliz, no parezco muerta."

    "No estás muerta, simplemente fuera de tu cuerpo. Para ayudarte a ver."

    "Esto es..." Ella mira a Thana al descubrirlo. "Leah no está aquí porque está muerta."

    "Sí. No tienes familia superviviente."

    Las lágrimas brotan de los ojos de Michelle. Se aparta de la figura inconsciente y regresa a su asiento para mirar por la ventana. Si se enfoca en su reflejo en lugar de la vista más allá, aún parece joven. Se toca la cara con la punta de los dedos, su piel tiene un tacto suave y flexible.

    "¿Te parezco joven a ti?"

    "Siempre me has parecido igual."

    Michelle presiona el cristal con los dedos y digiere el paisaje de nuevo.

    "Los cuadernos son verdad."

    "Sí. Como dirían los estadounidenses, la mierda ocurre."

    "¿Puedes darme un resumen?"

    "Oleadas de infección desestabilizaron la infraestructura civil y global, miles de millones murieron en un par de años. Los sistemas colapsaron, reinó la anarquía. La gente tomó lo que quería del prójimo, estalló la guerra."

    "No recuerdo los detalles," dice Michelle y se seca los ojos con un pañuelo de papel. "Tengo una sensación de muerte y miedo. Miedo constante e implacable."

    "Las guerras duraron dieciséis años. Después de las armas químicas... Londres, por ejemplo, fue destruida, ya no es habitable. Eso," Thana asiente hacia las vistas, "es lo que una buena ciudad parece ahora. Tú eres responsable de ello, hiciste este lugar lo que es."

    "Soy una líder." Tiene que decirlo en voz alta, eso aún está muy distante.

    "Sí."

    "No lo detuve. Vaya líder que soy."

    "Nadie pudo detenerlo," dice Thana con una suave sonrisa. "Viviste, recogiste los restos de lo que quedaba y creaste refugios seguros. Los supervivientes de toda Europa lo arriesgaron todo para llegar aquí y no los rechazaste. Creaste este lugar, y otro más al Sur, completamente autosuficiente."

    "Pero no estoy en mi cuerpo, ¿por qué no puedo recordar? ¿Y por qué sigo tan débil?"

    "Aún estás atado a ella. Estás limitada por las leyes de este mundo, por la enfermedad en tu cuerpo. No tienes que estarlo, puedes dejarla marchar."

    "Moriré."

    "Lo único que hace un cuerpo es enhebrar tu conciencia en una cierta época, la realidad. Todo se vuelve claro cuando no estás atrapada por él. Ambas podemos seguir adelante."

    Michelle mira a Thana a la tenue luz, a los entornados y perspicaces ojos. Ella aún usa el mismo abrigo cruzado, botines y vestido que tenía el primer día. Pero eso parece poco importante ahora.

    "¿Quién eres tú?"

    "Tonta, Michelle," da una risita. "Tú sabes quien soy."

    Las vibraciones tocan una canción sobre su piel con el sonido de su nombre. Es la primera vez que ella lo pronuncia.

    "Di mi nombre de nuevo."

    "Michelle."

    Las vibraciones se han extendido por su pecho y miembros débiles. Ella estudia la figura sentada en la silla a su lado. Piel marfil, pelo lustroso con su ligero rizo. Ojos de un azul profundo rodeados de kohl y salpicados de verde. Y sí, ella sabe quién es esta mujer. Es instintivo, de corazón, no de la desolada mente.

    "Hace tres días me desperté con la sensación de que me soltaban la mano," dice. "Fue una sensación terrible y desgarradora, como si me estuvieran arrancando una parte de mí. Pero ahora lo recuerdo, esa sensación no era nueva, ha estado alrededor durante muchos años."

    "Sí." No parece sorprendida, tiene esperanzas, los ojos brillan, esperando más. "Dime."

    "Es tu mano la que sostengo mientras duermo. Tus hermosos dedos de pianista. Esme."

    Dos lágrimas le bajan dejando un rastro por las mejillas, ella acerca la silla y toma la mano de Michelle.

    "No pude llegar hasta ti de otra manera. Hasta ahora."

    "Entonces es cierto. En realidad estás..." El miedo y el asombro reducen a Michelle a la mudez.

    Sin soltarla de la mano, Esme saca el cuaderno 1 de la mesa de noche y lo hojea.

    "Mi ego la veía como un crisol personal y, sobre esto al menos, yo tenía razón," lee con una sonrisa. "Tenías una memoria extraordinaria antes de perder la chaveta."

    Michelle casi puede sentir recuerdos filtrándose a través de la piel de la mano. Si es que los fantasmas tienen piel, piensa.

    "Tú eras mi ángel," dice, porque es verdad.

    "¿Te gustaría saber lo que veía?"

    "Sí."

    "Veía a una hermosa luchadora pelirroja con una lengua demasiado afilada para tener muchos amigos íntimos. Profundos e interminables ojos color avellana que nunca retrocedían. Veía a una mujer con una ambición más allá de lo que yo había conocido. La pasión y la completa autarquía te hacían formidable... y la amante más increíble que pude haber imaginado."

    Michelle exhala bruscamente por la nariz y mira los ojos juguetones de Esme. "Pero ¿?"

    "No hay peros. Te amo."

    "Me dejaste," dice Michelle. "Me dejaste para lidiar con toda esta mierda yo sola."

    Esme ríe. Carcajadas. Michelle se queda mirando, luego relaja el rostro. Supone que es gracioso que una de las primeras cosas que diga al volver a ver a Esme sea una acusación.

    "Lo que teníamos, eso fue real, ¿no? Quiero decir, estábamos..."

    Esme asiente. "Debería haber sido nosotras."

    Le viene a la mente a Michelle, un recuerdo poderoso y claro como el día.

    "Te iubesc," dice.

    Nuevas lágrimas salen de los ojos de Esme. "Aprendiste rumano."

    "Iosif me enseñó algo. Llevo treinta años diciéndolo en mi cabeza. Te amo, Esme Baskov."

    Se inclina hacia adelante y envuelve con los brazos a Michelle, quien se aferra a ella por su vida.

    "No me dejes otra vez, Es. No me importa que no seas real, pero no te vayas."

    "No me iré de aquí sin ti."

    Michelle se retira del abrazo y bebe en su hermoso rostro.

    "Me hizo tan feliz que tú y mi tío os hicierais amigos," dice Esme con ojos sonrientes.

    "Él fue como un segundo padre y ahora ni siquiera puedo recordar lo que le ocurrió."

    "Murió en el tercer brote. No estés triste, todos tenemos papeles en la vida, a veces los cumplimos, a menudo no. El tío Iosif logró el suyo."

    Michelle niega con la cabeza y cierra los ojos durante un momento.

    "Siempre fuiste tú, nunca encontré a ningún otro."

    "Muy pocos lo hicieron. El amor se perdió cada segundo de cada día."

    "Jesús, Es. Qué jodida mierdecilla de vida solitaria que he tenido. Me engañaron... Y ahora estás aquí. Ahora."

    "Los dos fuimos víctimas de las circunstancias. Yo cumplí mi papel contigo; mi recompensa, la elección de que nos volviéramos a encontrar. Ahora tú has cumplido tu papel."

    "No lo bastante bien," Michelle hace un gesto hacia la vista exterior.

    "Negociaste conversaciones de paz entre facciones previamente hostiles, estableciste lugares protegidos y enseñaste a la gente cómo vivir dentro de ellos. Gracias a ti, ellos tienen un futuro. Creaste un nuevo zeitgeist, ¿no es eso suficiente para ti?"

    "No lo sé. ¿Hice yo todo eso?"

    "Sí. Fuiste una red de seguridad."

    "Yo lo hubiera sacrificado todo por ti."

    "Lo sé. Por eso fue mejor que yo no te acompañara en tu camino."

    "¿Tú lo sabías?" Michelle mueve la mano hacia a la ventana. "¿Que esto iba a ocurrir? Dijiste que yo estaba preparada para una gran responsabilidad."

    "Era el estado de ánimo de la época. Todos sentían que algo estaba a punto de ocurrir."

    "Eso me asusta." Se frota la cabeza con los dedos, una cabeza de la que ya no comprende la fisicalidad en esta. "Y saber que todo ha sido borrado sin más."

    "No ha sido borrado," Esme se encoge de hombros. "Puedes recuperarlo, y mucho más."

    Michelle estudia esos ojos brillantes. Dice: "Esperaba que la Muerte fuera más siniestra."

    "¿Por qué? Has vivido una buena vida, me has hecho sentirme tan orgullosa."

    "¿Qué se siente? ¿Morir?"

    "Como pisar el universo."

    Michelle absorbe a la mujer frente a ella, se rostro fresco y hermoso. Exactamente igual que hace treinta años.

    "¿Es esa la ropa con la que moriste?" pregunta y Esme se mira a sí misma.

    "Eso creo," dice con una sonrisa.

    "¿Y yo estoy condenada a llevar esta maldita bata para siempre?"

    Esme ríe y niega con la cabeza. Michelle no puede dejar de contemplarla.

    "Aun cuando no te reconocí, sentí una abrumadora afinidad. ¿No te reconocí antes hace tres días? ¿No te había visto alguna vez antes?"

    "No. Fue... increíble tenerte mirándome de nuevo."

    "Pero ¿qué hay de mí?" Michelle mueve una mano hacia la cama con disgusto.

    "Creo que eres hermosa," Esme mira con cariño a la figura inconsciente. "¿Te gustaría saber cómo parecería yo si hubiera vivido tanto tiempo?"

    Michelle lo considera. Dice: "No, eres perfecta así. Eres la más adorable..." Se queda muda con el ceño fruncido y vuelve a mirar la cama.

    "Vaya vida has vivido, Michelle. Mucho más de lo que yo podría haber hecho."

    "Pero mírame."

    "Te estoy mirando," dice Esme sin apartar los ojos de Michelle. "Te veo igual que siempre."

    "No a esta yo. A ese diezmado cu..."

    No puede terminar, Esme se inclina hacia delante de repente y atrapa los labios de Michelle con los suyos. En un instante, Michelle está de vuelta al Caffe Nero, mirándola por encima de un croissant, fantaseando con ella mientras está con Dominic. Besándola en su dormitorio esa mañana. Sus labios son suaves, su beso tierno, brazos cálidos. No es un beso largo, ella retrocede deprisa y mira a los ojos muy abiertos de Michelle.

    "Aún lo sientes," concluye Esme.

    Michelle no responde, se inclina hacia Esme con una fuerza que no ha sentido en esta habitación aún. Sí, aún lo siente. Oh, Dios, si lo siente. Cuando deja que la boca se aleje, la sonrisa de Esme es inmensa.

    "Ca alors," dice ella. "Lo siento. Vale la pena esperar."

    "Yo..." es lo único que Michelle puede producir mientras absorbe el efecto del beso y la resplandeciente sonrisa de Esme.

    Su expresión se vuelve tímida. "¿Vendrás conmigo ahora?"

    "Sí," dice Michelle apresuradamente, luego agrega: "¿Adónde?"

    "A un lugar donde todo tiene sentido."

    "¿Querrías contarme todo sobre ti? Sobre Esme mientras crecía."

    "Podemos hacerlo mejor. Fuera del tiempo, puedo mostrártelo."

    Michelle observa cómo la puerta se abre por sí sola, revelando el vacío más allá.

    Esme se pone en pie y extiende la mano con una sonrisa de bienvenida. "Entidades aguardan."

    Michelle la acepta, Michelle la sigue.

    Dos enfermeras se apresuran a atender a la mujer en la cama cuyo corazón se ha detenido.

***

    La habitación está vacía ahora, el cuerpo de Michelle Coderre ha sido retirado. El Sr. Kerr ha ido a recoger sus efectos personales. Lo único que queda es la cama vacía, aún desaliñada en las últimas horas de ella, algunos mechones de cabello rojo plateado sobre las almohadas.

    Mientras Owen saca las sábanas, una página de papel amarillo agrietado se escapa del interior de una funda de almohada y cae al suelo. Él la recoge con cuidado y lee las inclinadas palabras escritas en tinta negra.

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    29 de febrero de 2022

    Hoy me alejé andando de ti como la persona más feliz del mundo porque sé que estamos unidas. Romperás tu compromiso. Será difícil para nosotras, tienes una personalidad pública que mantener, puede que no estés muy dispuesta a ser abierta sobre nuestra relación. No me importa siempre que te tenga a puerta cerrada. Entiendo que tu carrera es tu vida, la respeto porque creo en ti y yo no me interpondría en tu camino. Lo que siento permite infinitas concesiones, nada podría evitar que quiera vivir la mayor parte de mi vida contigo. Cuando salgas del trabajo, estaré ahí. Cuando necesites ayuda, te ayudaré. Cuando no necesites nada, te lo proporcionaré todo. Es curioso que dos personas tan diferentes puedan desbloquearse entre sí. Ojalá fuese el tipo de persona que pudiera expresar estos sentimientos, pero contigo no es necesario porque puedo verte en los ojos que tú también lo sientes. Tuviste éxito ocultándote por un tiempo, pero ahora veo. Quizá sepas que te amé desde el momento en que nos conocimos. Te gustaba que yo te insultara, pero, como yo pensaba, hay una persona hermosa debajo de tus tontas ropas y la forma en que blandes tus palabras como armas. Me rescataste de una pesadilla anoche y hoy me regalaste un día perfecto

_________

    Eso es todo, nada más. Una frase que quedó pendiente sin un punto final, una comunicación del pasado que Owen nunca entenderá. Pero era de ella, su paciente, su ídolo, y el acertijo de la nota es hermoso. Él cierra los ojos manchados de rojo durante un momento, luego desliza delicadamente la página en el bolsillo de la chaqueta.

FIN

Notas de esta versión

    Fuente: Wikipedia.

Parte 2

    [1] tout de suite: en francés en el original, «en seguida», «de inmediato».

    [2] marshmallow: Dulce esponjoso que se prepara con huevo batido, azúcar fundido y gelatina.

Parte 3

    [3] Qué americano: se refiere al término en inglés (lowboy) que yo he traducido como «cajonera». Un lowboy es un mueble de baja altura con cajones.

Parte 4

    [4] Objeto sexual: Booty call en el original. Booty significa aquí: «mujer considerada como objeto o pareja sexual».

    [5] démodé: (pasada de moda) en francés en el original.

    [6] NHS: (Servicio Nacional de Salud) acrónimo inglés de National Health Service.

Parte 5

    [7] Vosotros, los ingleses, sois graciosos: en el original, la palabra que le hace gracia es chinwag, que se podría traducir literalmente como «meneo de barbilla». La palabra en inglés define una ligera conversación informal para ocasiones sociales. Yo la he traducido como «sesión de cotilleo» y «cotilleo» en ese párrafo.