Créditos

    GEEK MAFIA

    Trilogía G33K MAFIA: Libro Uno

    Copyright © 2019 de Rick Dakan (www.rickdakan.com) CC-BY-NC-SA. Algunos derechos reservados.

    Traducción y Edición: Artifacs, septiembre 2019 (artifacs.webcindario.com)

    Última revisión del texto: marzo 2023.

    Diseño de Portada: Artifacs, imágenes tomadas de max pixel bajo licencia CC-0

    Obra Original GEEK MAFIA Copyright © 2006 de Rick Dakan. Publicada bajo Licencia CC-BY-NC-ND, algunos derechos reservados.

Licencia Creative Commons

    Muchas gracias a Rick Dakan por autorizar esta tradución al español y por compartir con el mundo este eBook GEEK MAFIA: Trilogía G33K MAFIA #1 bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

    Muchas gracias a Ramsey Kanaan y a todas las personas de la editorial PM Press (pmpress.org) por autorizar la publicación de la trilogía entera en español. Sois todos geniales.

Licencia CC-BY-NC-SA

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Sobre Rick Dakan

    Vive, escribe y enseña en Sarasota, Florida, su hogar y ciudad natal. Actualmente enseña escritura creativa y la historia del arte de los videojuegos en la Facultad de Arte y Diseño de Ringling.

    Nacido en 1972, creció en Florida antes de asistir a la Universidad Americana de Washington DC (donde estudió un BA en Historia) y luego en la Universidad Estatal de Ohio (donde no consiguió un MA en Historia). Fue en aquellos descoloridos y fríos años de Ohio de mediados de los años 90 cuando empezó a escribir para ganarse la vida.

    Y no ha parado desde entonces.

    Durante los siguientes años rascó de una recompensante, si bien poco lucrativa, vida escribiendo juegos de rol para numerosas líneas de productos, Incluyendo: Wraith: El Olvido, Kult, Conspiracy X, Deadlands, Vampiro: La Mascarada y Dragones y Mazmorras.

    En el 2000 se le ocurrió una idea para un juego online que eventualmente llegó a ser el famoso City of Heroes del 2004. En equipo con un amigo de toda la vida, Michael Lewis, y una pandilla de paisanos con talento, se mudó a San Jose, California, y ayudó a fundar Cryptic Studios. Tres años después, sus socios le despidieron, pero aquello no le detuvo de seguir trabajando en el juego y escribir y publicar una serie de doce cómics basados en el mismo.

    Escribió su primera novela, Geek Mafia, publicada en 2006, seguida de sus secuelas Geek Mafia: Mile Zero en 2008 y Geek Mafia: Black Hat Blues en 2009. Su cuarta novela, The Cthulhu Cult: A Novel of Lovecraftian Obsession, se publicó en 2010.

    Escribe una columna semanal sobre videojuegos para la página web Pop Matters donde también copresenta el Podcast Moving Pixels. En 2010, completó su Master en Buenas Artes en Escritura Creativa mediante el Taller de Escritura Ranier en la Universidad Luterana del Pacífico. Continuó para fundar y trabajar como director de diseño de juegos para Mob Rules Game.

    Desde 2013 ha trabajado como escritor y constructor de niveles para Blue Mammoth Games.

    Puedes descubrir más sobre Rick en www.rickdakan.com

Novelas del Autor

    • Geek Mafia #1: Geek Mafia (Blue King Studios, 2006)

    • Geek Mafia #2: Mile Zero (PM Press 2008)

    • Geek Mafia #3: Black Hat Blues (PM Press 2009)

    • The Cthulhu Cult: A Novel of Lovecraftian Obsession (Arcane Wisdom 2011)

Trilogía G33K Mafia en papel

    Puedes conseguir las novelas originales de la Trilogía en:

    • PM Press - Geek Mafia #1

    • ISBN: 978-1-60486-006-1

    • Páginas: 355

    • Tamaño: 8" por 5"

    • Género: Ficción, Thriller

    • PM Press - Geek Mafia #2: Mile Zero

    • ISBN: ISBN: 978-1-60486-002-3

    • Páginas: 330

    • Tamaño: 8" por 5"

    • PM Press - Geek Mafia #3: Black Hat Blues

    • ISBN: 978-1-60486-088-7

    • Páginas: 372

    • Tamaño: 8" por 5"

    GEEK MAFIA

    Trilogía G33K MAFIA #1

Capítulo 1

    Paul Reynolds cruzaba su block de dibujo con furiosos trazos, llenando las páginas con imágenes de la venganza que tomaría contra sus antiguos compañeros de trabajo de «Juegos Miedo y Cargando». Había fundado la compañía tres años atrás y apenas hacía unas horas que sus socios y antiguos amigos le habían despedido sin motivo ni aviso.

    Se concentraba mientras su lápiz daba vida a las figuras demoníacas de uno de los comics best-seller que había creado, ciberhombres blandiendo guadañas llamados Myrmidons que despedazaban con garras y colmillos a sorprendidos programadores informáticos. Por el resto de la página, los ordenadores se ensamblaban solos en Golems del siglo 21, alzándose contra CEO traidores y contra productores para aplastarlos hasta una pulpa sangrienta mientras estos se acobardaban bajo sus escritorios.

    Sentado en el bar en el Restaurante Mexicano del Señor Goldstein en San Jose, California, el arte misma de Paul le había enganchado por primera vez desde hacía meses, quizá años. Bajo otras circunstancias, eso le habría hecho feliz. Pero las circunstancias de hoy sólo permitían dos emociones: desesperación y un ardiente deseo de venganza. Sin querer sucumbir al primero, y no queriendo del todo buscar un arma y volver a la oficina, había decidido dibujar.

    Acababa de girar una página nueva y empezaba a bosquejar su más elaborado plan de venganza cuando una mujer entró caminando en su línea de visión. Ya había otras cuatro o cinco mujeres en el restaurante (la mayoría de ellas empleadas), pero esta destacaba. Esta mujer podría haber destacado en cualquier parte. Llevaba el pelo corto y erizado tintado de un magenta tan brillante que casi relucía. Vestía una camiseta negra de tirantes, pantalones cortos holgados color oliva, que pendían de pronunciadas caderas, y pesadas botas negras con suelas de cinco centímetros de grosor. Llevaba una bolsa de mensajero, negra y descolorida, cruzada al pecho, la correa presionaba entre sus pechos. Si Paul tuviese que adivinar, diría que la mujer no llevaba sujetador. Definitivamente no era la técnico medio de Silicon Valley en una temprana pausa para el almuerzo y ciertamente no era una empleada del restaurante.

    Agradecido por la distracción, Paul se concentró en la novedad, enfriando su furia durante un momento con un rápido sorbo de margarita y hielo derretido. Se pasó una mano por su fino pelo castaño, alisó algunas arrugas de su camiseta de Linterna Verde y escondió un poquillo su barriga cervecera antes de volver a su bloc de dibujo para seguir esbozando. No le importaba lo que pusiera su lápiz sobre la página mientras que pareciese ocupado. Que Paul supiese, un hombre triste sentado en un bar antes del mediodía no era alguien que hiciese a las mujeres con pelo rojo entablar una conversación aleatoria. Sin embargo, como la pasada experiencia en muchas cafeterías y bares de carretera le habían enseñado, un dibujante bocetando, mientras los paisanos normales deberían estar trabajando, a menudo atraía todo tipo de atención interesante. Y por ello, siguió dibujando.

    —Estoy aquí para hablar con el encargado —dijo la mujer al barman.

    —Sí, está aquí —respondió el camarero y se alejó para buscar al jefe.

    La chica se apoyó sobre la barra, tamborileando con los nudillos en la madera algún ritmo al azar mientras miraba por el local. Paul, que había estado espiándola por el rabillo del ojo, y aprovechó el ruido como una excusa para examinarla. Ella le estaba mirando directamente, sonriendo.

    —Ey —dijo ella.

    —Ey —respondió él y le mostró una sonrisa, aunque por dentro se avergonzó de pronto por la atención.

    No quería ligar. Quería emborracharse y descubrir si había un modo de poder evitar el destino que le esperaba. Aunque no había salido con nadie en más de un año y ciertas urgencias (y ciertas mujeres) se negaban a ser ignoradas.

    —¿En que estás trabajando ahí? —preguntó ella.

    —Oh, sólo estoy garabateando, ya sabes —dijo cuando bajó la vista hacia la página. Bocetó la silueta de un monstruo con forma de hidra con cinco cabezas y diez tentáculos. Cuatro de las cabezas estaban riendo mientras los tentáculos estrangulaban a la quinta. —Soy un… soy un dibujante de comics.

    ¿Era cierto eso? ¿Entonces ya no era un diseñador de videojuegos, así sin más?

    —¿En serio? Muy guay.

    —Gracias.

    —Pero dime algo —dijo ella mientras se acercaba y reclamaba el taburete de la barra junto al suyo. Olía a jabón y champú, limpia y fresca—. ¿De verdad eres un dibujante de comics o eres... como un dibujante de comics que atiende mesas?

    —¿Qué?

    —Ya sabes, te encuentras tíos a todas horas en los bares, en Starbucks o donde sea, que llevan sus cuadernos y blocs de dibujo y dicen que son escritores o dibujantes. Pero en realidad son camareros o dependientes o algo así. —ella se pausó para ponerle una mano tranquilizadora sobre el antebrazo. Su tacto era cálido y la sensación de su carne le dio una pequeña excitación interna—. Tampoco es que haya nada malo en eso ni nada. Yo soy todo tipo de cosas en mi cabeza que en verdad no soy en la vida real.

    —No, no, yo soy real. Hasta me han publicado. Demonios, hasta solían pagarme dinero decente por hacerlo.

    —¿Ya no?

    —Bueno, no. He pasado a otra fase en el mundo o, al menos, mi nómina lo ha hecho.

    —Todo vendido, ¿eh?

    —Todo vendido, sí. Dejé los comics hace unos años y me ayudaron a empezar una empresa de juegos de ordenador. He sido el director de diseño de un juego llamado Metrópolis 2.0. —se frotó el tatuaje en su brazo, el logo de la compañía tal como él lo había diseñado.

    En su apartamento Paul aún tenía ese primer bloc de dibujo de hacía cinco años con aquellos primeros bosquejos. Bosquejos que devinieron en el siguiente juego online que la revista PC Gamer había presentado como «la publicación más esperada del próximo año». Por contraste, la expectación de la gente por su juego había tenido una precipitada caída en picado en las últimas horas.

    Ella asintió en señal de aprobación. —Muy guay. ¿Ya está publicado?

    —Aún no. Sale en agosto.

    —Dime otra cosa… —empezó a decir ella, pero justo entonces llegó el camarero para interrumpir su idea.

    —Lo siento, el encargado está en el banco o algo así —dijo el camarero—. ¿Quiere dejar un mensaje?

    La mujer de pelo rosa miró al camarero durante un momento, luego volvió a mirar a Paul y le guiñó un ojo. —¿Cuánto tiempo piensas que estará fuera?

    —No sé, quince minutos quizá. Debería estar de vuelta antes de la hora punta de la comida.

    —Vale, le esperaré.

    El camarero asintió y empezó a girarse cuando ella extendió el brazo y le tiró de la manga. —Mientras espero, ¿puedo tomar un chupito de Sauza, y otro margarita para mi amigo? —ojeó a Paul una vez más. De nuevo, un guiño—. Que sean dos margaritas y dos chupitos. Tengo que ponerme al día.

    —Claro.

    Ahora ella se giró hacia Paul, quien tenía que admitir que un ya extraño día había tomado de pronto un nuevo giro extraño... aunque al menos estaba por fin girando en la dirección correcta.

    —Vale, ¿de qué estábamos hablando? —preguntó ella.

    —Me querías contar algo.

    —¡Ah sí! Cierto. Ahora lo tengo. Bueno —dijo ella de nuevo—. Dime una cosa. ¿Por qué has dicho que eres un dibujante de comics si eres un diseñador de juegos de ordenador? Es decir, hoy en día eso es tan guay como ser un dibujante, quizá más, ya que implica que probablemente te ganas la vida de modo decente y puedes invitarle a una copa a una chica.

    Paul bajó la vista hacia su boceto de hidra, un monstruo atacándose a sí mismo. —Bueno, supongo que porque me acaban de decir que voy a ser despedido mañana.

    —Oh, sí, vale, eso apesta. Qué bueno que te invite yo a esta ronda entonces, ¿eh? Aún mejor que haya pedido esos chupitos —echó mano al bolsillo de su pantalón y sacó una gastada cartera de cuero negro. Paul echó un vistazo a sus bragas rojas cuando el peso de la mano en el bolsillo bajó el pantalón de su percha en la cadera. —Hablando de eso, aquí viene mi hombre.

    El camarero había llegado con las bebidas. Las extendió ante Paul y su nueva amiga... un chupito y un margarita para cada, diciendo: —Dieciséis dólares.

    Ella sacó un billete de veinte, se lo entregó y recogió ambos vasos de chupito, dándole uno a Paul.

    —Porque te despidieron y que les follen a los jodidos que empuñaron el hacha.

    —Beberé por eso —dijo Paul, y lo hizo de un único trago feroz. Se sorprendió a sí mismo por no toser y escupir cuando el licor le quemó toda la garganta hasta bajo. Lo acompañó con un sorbo de su margarita y dijo: —Pero basta de esa mierda —la rabia y tristeza florecían de nuevo, a pesar de la chica guapa.

    Hora de cambiar de tema.

    —¿Qué te trae por aquí, buscas trabajo?

    Ella hizo un ruido completamente negativo desde el fondo de la garganta. —Difícilmente. No, estoy aquí para hacer un trato. —abrió su bolsa en el hombro y sacó un par de figuritas de plástico. Eran pequeños Mariachis con guitarras—. Primicia en saleros y pimenteros —dijo ella—. A la "jet set" les entusiasma esta temporada.

    —¿Vendes esto? —preguntó Paul sorprendido.

    —Algo así —respondió con una media sonrisa y dio otro sorbo a su bebida. Se limpió rápidamente la mano en su pantalón y luego se la tendió a Paul—. Hola, por cierto, soy Chloe.

    —Paul —dijo él estrechando la mano y mirándola a los ojos por primera vez.

    Verde profundo.

    Ella le devolvió una sonrisa llena de entusiasmo.

    —Encantado de conocerte.

    —Encantada de conocerte también, Paul. Adelante, quédate con estos pequeñines —gesticuló hacia las figurillas—. Piensa en ellos como mi obsequio para ti. Pueden hacerte compañía en lo que sea que trabajes luego —propuso un brindis, tintinearon vasos y bebieron.

    Paul sonrió, su primera sonrisa genuína en todo el día, que él recordara.

    —Me siento honrado. Gracias —los dos se miraron en un incómodo momento de silencio seguido por más sorbos—. Bueno —dijo él finalmente—. ¿Qué estáis tú y tus micromariachis haciendo aquí?

    Chloe dejó su bebida y dijo —Oh, sólo hemos salido a dar un paseo, a admirar el paisaje. No, en serio, estoy esperando a que el restaurante me permita ponerlos en las mesas durante un día. Estoy haciendo investigación de mercado para la compañía que los fabrica. A ver si la gente piensa si son bonitos o molestos.

    —¿Cómo les va por ahora?

    —Por ahora bien, en realidad.

    Algo sobre el hombro de Paul llamó la atención de ella mientras hablaba y la mirada de la mujer vagó hacia la puerta delantera.

    —Esta es mi última parada antes de que me tome un descanso para comer. Y si no me equivoco, el tipo con quien necesito hablar acaba de entrar por la puerta. ¿Me disculpas un minuto?

    —Claro.

    —Vigílame la bebida. En realidad, pídenos otra ronda —Chloe cruzó el restaurante para interceptar al encargado.

    Paul la siguió con la mirada mientras ella caminaba y decidió justo entonces y allí mismo que estaba tocado. Ella parecía perfecta y él no podía esperar para descubrir, como sin duda sería el caso, de qué modo no era perfecta en realidad. Aunque por ahora, Paul pidió otra ronda de bebidas y la observó charlar con el encargado. El tipo pareció inseguro al principio, con prisa por prepararse para la hora punta del mediodía. Pero ella se lo ganó muy rápido y luego le entregó un par de saleros para que los examinara. Él sonrió unas cuantas veces antes de soltar una carcajada, lo bastante alta para que Paul la oyera desde la otra punta de la sala, cuando ella le indicó cierta idiosincrasia, al parecer divertida, en el Mariachi para la pimienta. Charlaron unos minutos más antes de entrecharse las manos y separar sus caminos con una sonrisa. Ella se detuvo a medio camino entre el encargado y la barra, y sacó un teléfono móvil del bolsillo. Lo movió por la sala para tratar de captar señal y luego llamó. Habló durante unos minutos, cerró el teléfono antes de regresar junto a Paul, quitando polvo a sus manos en un gesto universal de éxito.

    —Misión cumplida.

    —Buen trabajo. Parece que lo aceptó muy rápido —dijo Paul.

    —Oh, los tíos siempre son fáciles, especialmente los encargados de restaurante. Normalmente les importa un rábano. Si no son esclavos de algún superseñor corporativo que decide la decoración o alguna loca mierda de esas, normalmente me va bien —se volvió a sentar a su lado y apuró lo último de su bebida justo cuando llegó la siguiente ronda—. En realidad me dijo que se acordaba de haberme visto en alguna parte... aunque no sabía dónde. Lo que él diga. Ha dicho que sí y eso es todo lo que importa.

    —Eres bastante memorable.

    —¿Tú crees? No sé, quizá tengas razón.

    —Créeme, definitivamente dejas una primera impresión memorable.

    Ella levantó su vaso para brindar. —Sip, al menos eso es lo que me dijo tu madre anoche.

    —¿En serio? —dijo Paul fingiendo indignación—. Guao, no puedo creer que mi madre dijera eso —se pausó para dar efecto dramático—. Después de todo, estaba tan cansada después de trabajarse a tu madre que me dijo que cayó dormida en cuanto llegó a casa.

    Chloe soltó una carcajada, más porque Paul le había devuelto la broma que porque fuese graciosa. Adoptó un acento británico durante un momento. —Bien jugado, pájaro, bien jugado —luego su voz volvió a ser normal—. Tienes toda la razón, Paul. La mayoría de la gente no jugaría la carta de Mamá tan rápido. Especialmente si me conocen y saben que mi madre murió de cáncer de mama el año pasado.

    Paul quedó horrorizado. ¿Iba en serio? No podía ir en serio, ¿no? Él empezó a disculparse: —Oh, eso es… lo siento. Yo…

    —Sólo te estoy jodiendo, chaval —dijo ella, dando una carcajada—. No hay problema. Mamá está bien y viviendo a lo grande en los suburbios.

    Paul dio una carcajada con ella, aunque la suya tenía un tinte de nerviosismo que intentó ocultar.

    ¿Quién demonios era esta mujer?

    Aún así, decidió que oficialmente sentía un flechazo por ella ahora mismo y no iba a permitir que un extraño sentido del humor lo disuadiera de una muy necesitada distracción. ¿Y qué si la chica hacía bromas sobre su madre moribunda de cáncer? Al menos se las estaba haciendo a él.

    —¿Sabes, Chloe?, tienes un sentido del humor bastante jodido —dijo Paul. —Me gusta eso en una mujer.

    —Para el carro, campeón. No entremos en lo que te gusta en una mujer todavía... acabamos de conocernos después de todo.

    Este repentino giro sexual en su comentario conjuró un par de imágenes que él no podría haber ignorado aunque hubiese querido, cosa que no quiso. Chloe se quedó mirando a Paul durante largo tiempo con algo que él confiaba fuese atracción o, al menos, interés. Luego su teléfono vibró y ella miró brevemente a la pantalla antes de volver a mirarle.

    —Paul, ¿has comido ya? —preguntó ella.

    —No, aún no —dijo él gustándole la dirección hacia la que estaban yendo las cosas.

    —Bueno, yo me he saltado el desayuno y, para ser muy franca, me estoy sintiendo un poco más mareada por estas bebidas de lo que esperaba. Necesito comer algo.

    —¿Quieres pedir una mesa? —preguntó Paul moviéndose hacia la sección del restaurante.

    Chloe dejó un fajo de billetes sobre la barra cuando se levantó. —¿En esta casa? Ni de coña. Es muy caro, bajo nivel de especia —ella caminó pasando de largo a Paul hacia la puerta y él se apresuró a barrer de la barra su bloc de dibujo y pertenencias para seguirla.

    —Nos vamos a mi casa.

Capítulo 2

    La casa de Chloe le recordaba a Paul a un cruce entre una tienda de libros usados, un taller de ordenadores y el dormitorio de una facultad. Una pared de estanterías con libros dominaba el salón, cada estante atestado con dos, y a veces con tres, capas de libros, cintas de vídeo, CD y DVD. Había otras pilas de libros y revistas en cada esquina. Paul estaba seguro de que habrían ocupado todo el espacio del apartamento si no fuese por los ordenadores a medio montar y los tres polvorientos monitores viejos que ocupaban la mesa del café, los mostradores y lo que había entre estos. Los únicos espacios semidespejados eran los dos sofás enfrentados en cada punta de la habitación. Una gran manta a cuadros rojos y negros cubría uno de ellos, mientras que el otro tenía el cuero marrón agrietado, aunque aún operativo. «Comprados en tiendas baratas», pensó Paul.

    —Los chismes informáticos eran de una de mis compañeras de piso —dijo Chloe—. Siempre estaba trasteando con esas cosas para conseguir mejor rendimiento o lo que fuera. Los libros son casi todos míos o de mi otro compañero de piso, de Kurt. Ven a la cocina y nos prepararemos un sandwich.

    Paul la siguió hasta la zona abierta de la cocina, la cual (dado que él estaba allí al parecer para comer) le alivió ver que estaba limpia. Había desorden ahí dentro ciertamente, pero sin platos sucios ni restos de comida evidentes. A lo largo de la pared izquierda había una barata mesa de patio de plástico con largos bancos de madera a cada lado y sillas de formas diferentes en cada extremo. Periódicos, libros y un ordenador portátil ocupaban la mayoría de su área superficial, pero el extremo más próximo a Paul parecía bastante despejado para verlo como lugar real para cenar.

    —¿Te va bien la crema de cacahuete? - le preguntó moviéndole hacia una de las sillas.

    —Claro —dijo él y se sentó a la mesa.

    Mientras ella empezaba a preparar un par de sandwiches de crema de cacahuete sobre pan de molde, le dijo: —Bueno, dime Paul, ¿por qué te van a despedir mañana?

    —A decir verdad, no estoy totalmente seguro —dijo él, aunque esto era una táctica.

    Él sabía muy bien por qué estaba siendo despedido, lo que no tenía claro era cómo ponerlo en palabras. Sólo habían pasado un par de horas desde que su amigo del instituto y CEO le había dicho lo que estaba pasando.

    —Es decir, me dieron razones, pero no eran razones realmente. No eran cosas que yo hacía mal.

    —¿Y eso qué significa? ¿No les gustaban tus pintas?

    —Sí, básicamente —dijo Paul—. Para ser precisos, no les gustaban las pintas de cómo estaba haciendo las cosas. Lo que quiero decir es que no soy un tipo técnico, ¿vale? Soy dibujante y escritor. Estoy acostumbrado a trabajar en casa y garabatear y cumplir con mis fechas de entrega. Así que cuando ayudé a empezar esta compañía, me imaginé que sería más o menos lo mismo. Me figuré que me iba a sentar en mi oficina y que haría mi trabajo y cumpliría con mis fechas de entrega y asistiría a mis reuniones y todo eso.

    —¿Y no hacías eso? —preguntó Chloe mientras colocaba un plato con un sandwich delante de él y volvía a la nevera.

    —No, eso es exactamente lo que hacía, lo cual era parte del problema.

    —¿Quieres cerveza o una "coque" o algo? —le preguntó.

    —Una "coque" está bien.

    Chloe volvió con dos coca colas y las puso sobre la mesa antes de tomar asiento junto a Paul. —Y espera. ¿Cómo es que hacer tu trabajo es un problema?

    —Yo no trabajo como un programador —dijo él—. No me siento y dibujo o escribo durante doce o catorce horas seguidas como ellos. No puedo hacerlo. Mi cerebro termina antes de que ocurra. Cuatro horas de escritura al día y ya no me queda nada que decir. No hay nada ahí. Alternativamente, puedo dibujar durante el doble de ese tiempo. Claro, puedo hacer más... mucho más si hay una fecha de entrega o si hay que hacerlo realmente, pero luego me quedo en blanco. Ya no sirvo para nada durante los días siguientes.

    —Y tus colegas de trabajo pensaron que te estabas aflojando porque no echabas las mismas horas —dijo ella—. Básicamente te despiden por ser un vago que mira el reloj. ¿Esa es la única razón?

    —Bueno, eso y el hecho de que probablemente cabreé a un puñado entero de ellos, aunque no fuese mi intención.

    —Ya, bueno, eso sí tiene sentido. ¿Qué es lo que hacías para que todos te odiaran?

    —Tampoco creo que fuesen todos... algunos. Para ser honesto, no tengo la reputación de prestar atención a las ideas de la gente —Paul la detuvo antes de que ella pudiera comentar—.Y sí, sí, eso sería malo si fuese cierto, pero no lo es realmente. Sí escucho las ideas de la gente. Me gusta escucharlas. Pero si las ideas no son buenas, no voy a usarlas sólo por hacer feliz a la gente.

    —Además —continuó con la rabia creciendo en su voz—, me contrataron por mis ideas. El juego mismo fue MI idea, basada en MI cómic. Y claro que escuchaba las ideas de la gente. Pero yo tenía una visión y, te lo aseguro, ninguno de ellos tenía nada remotamente parecido a una visión.

    Ella asintío, su expresión era empática. —Vale, Paul, creo que capto la idea general. Resumiendo, te jodieron bien.

    —Sí —dijo él.

    Decírselo en voz alta a ella le puso furioso de nuevo. Furioso por lo que le habían hecho. Furioso y traicionado y…

    —Aunque tengo una pregunta —dijo Chloe interrumpiendo su ensueño de furia.

    —Dispara —dijo él.

    —Estás hablando en tiempo pasado, como si ya te hubiesen despedido, pero antes dijiste que te iban a despedir mañana. ¿Qué pasa con eso? La mayoría de la gente que conozco a la que la despiden le enseñan la puerta al instante. ¿Por qué esperar veinticuatro horas?

    —Oh, pesé que te lo había explicado —dijo Paul—. No pueden despedirme. Es decir, no pueden simplemente entrar andando y decirme que me vaya. Soy uno de los fundadores. Poseo el nueve por ciento de la compañía y soy miembro del Comité de Dirección. En realidad han votado para echarme.

    —¿En serio? —dijo Chloe con una chispa de renovado interés en su voz.

    —Sip. Como he dicho, todo este proyecto, todo el sentido de esta compañía, fue idea mía.

    —Así que la votación no ha ocurrido aún, ¿cierto? —le preguntó—. ¿Cómo sabes que van a votar para echarte?

    —Bueno, sólo somos cinco en el comité y hoy me han dicho cómo van a votar. Querían tener una reunión en ese mismo momento y hacerlo, pero tengo derecho a una espera de veinticuatro horas y la reclamé.

    —¿Por qué?

    —En realidad no lo sé. Estaba muy perplejo. No tenía ni idea de que estuviesen pensando hacer algo así siquiera. En serio. Ni idea. Y soy algo propenso a hacer cosas precipitadas, ya sabes, ponerme furioso y demás. Sabía que si iba a la reunión en ese momento iba a estallar. Podría herir alguien o meterme en más problemas. Una parte de mí fue lo bastante inteligente para decir "hey, sal de aquí ahora mismo". Y eso es lo que hice.

    —Tiene sentido —dijo ella.

    —Seguro que habría chillado y gritado o roto algo. O a alguien. Esas emociones vinieron más tarde, una vez que estaba en el coche —Paul bajó la vista hacia su sandwich.

    Aquel trabajo, aquella compañía había sido su gran idea, la oportunidad de hacer algo que toneladas de personas iban a ver y a disfrutar. Se suponía que él iba salir de allí como un millonario. Que nunca tendría que trabajar de nuevo si no quería. Pero le habían dado la patada y algunos de ellos eran buenos amigos suyos. Le habían robado su idea y dado la patada. Esa mañana, mientras había estado sentado allí, dentro del coche fuera de la oficina, había contemplado la idea de meter la primera y conducir atravesando las puertas de cristal de la oficina, pisar a fondo y poner su confianza en que los airbags le salvaran.

    O no. Daba igual.

    Paul no pensaba que pudiese haberlo hecho, pero realmente deseaba lo contrario. Deseaba tener dentro de sí mismo el estar tan abatido que no le importasen cuáles fueran las consecuencias de su venganza.

    Pero le importaban.

    Le preocupaba su futuro. Y por ello se sentía como un cobarde.

    —Y entonces hiciste lo único lógico bajo esas circunstancias —dijo Chloe—. Fuiste a por una copa.

    —Sí, eso hice.

    —¿Y estás seguro de que van a votar para echarte mañana?

    —Oh sí, lo dejaron muy claro. Ya me han ofrecido dos meses de dividendos, lo cual es más de a lo que están obligados. Además, aún soy el dueño de esas acciones en las que invertí.

    —Esto apesta —empatizó Chloe—. Aunque esa última parte es bueno, ¿no? Aún eres dueño de parte de la compañía, así que, si el juego despega, deberías ganar algún dinero.

    —Ya —dijo Paul, pero no sonó convencido.

    Y resultó que Chloe tampoco. —Está claro que probablemente haya un puñado de formas diferentes de fastidiarte con eso, ¿no? Como en los negocios de la películas donde la gente recibe un porcentaje de los beneficios pero ninguna película renta realmente beneficios debido a algún truco contable o lo que sea. Estoy segura de que las compañías de videojuegos hacen la misma mierda.

    —Sí —Paul no había tenido esta particularmente deprimente idea hasta ahora—. Dudo de que me paguen dividendos o algo así mientras esté sentando sobre el nueve por ciento de las acciones.

    —¿Sabes qué, Paul? Te tienen bien doblado. Te están dando por el culo y lo único que queda por negociar es quién se va a mover hacia adelante y atrás.

    —No había pensado en ello de ese modo. Gracias por la imagen.

    —¿Alguna vez te han follado por el culo, Paul? —le preguntó con su voz totalmente seria.

    —¿Quieres decir antes de hoy? —le preguntó no muy seguro de adónde lo estaba llevando.

    —No, me refiero a follado por el culo de verdad.

    —No creo —él reía. «Vale, esto es extraño», pensó él—. No creo.

    Ella se inclinó para acercarse a él, su cara estaba a unos treinta centímetros o así de distancia ahora. —¿Y te gustaría que te follaran por el culo?

    —Um…no. No está en mi lista de cosas que quiero experimentar.

    —¿Tienes una lista? ¿Qué hay en la lista?

    —Pues, yo, ummm…

    —Ya volveremos a la lista. Te estás preguntando qué demonios quiero decir, ¿verdad?

    —Um, sí. Definitivamente.

    —Este es el asunto, Paul —puso sus manos encima de las de Paul, donde descansaban sobre la mesa de la cocina.

    De nuevo, el tacto de su piel le hizo estremecerse por dentro, estremecerse en el buen sentido.

    —Te acaban de follar tanto que quieres gritar. Demonios, probablemente ya has gritado. Pero es hora de levantarse y superarlo. O eso, o irse acostumbrando a ser la perra, ¿cierto?

    —Vale, seguro —dijo Paul.

    Daba igual lo atraído por ella que estuviese en ese mismo instante, estaba seguro de que ella no estaba hablando sobre permitirle dar o meterle algo en el culo. Bueno, eso era probable, pero él no pensaba que las cosas estuviesen yendo en esa dirección.

    —No suenas convencido —dijo ella.

    —Bueno, soy nuevo en esto —sonrió—. Sé delicada, es mi primera vez.

    —No te preocupes, aprenderás rápido —ella apartó sus manos de las de él, haciéndole echar de menos su tacto de inmediato, pero ella las necesitaba para gesticular cortando el aire y enfatizar su conclusión. —¿Sabes qué es mejor, Paul? ¿Mejor que tumbarte ahí y aceptarlo como una perra? Yo te lo diré. Es mucho mejor ser el que jode. Por eso voy a ayudarte, Paul. Voy a ayudarte a joder a esos bastardos hasta que no puedan caminar derechos durante un año.

    —Suena bien —coincidió Paul—. Pero ¿cómo puedes ayudarme?

    —¿Qué clase de ayuda necesitas? —le respondió—. Tengo un montón de talentos ocultos, pero no puedo pensar la solución por ti. Tienes que saber lo que pedir.

    —Creo que necesito un abogado más que nada.

    —Vale, digamos que soy abogada. ¿Entonces qué?

    —¿Eres abogada?

    — Fingiremos que soy abogada. ¿Qué haría una abogada por ti?

    Paul pensó en ello. ¿Qué haría una abogada por él? En su experiencia, no mucho. Los abogados de la vida real tendián a decir esto y lo otro y a andarse por las ramas. Raramente daban respuestas directas y nunca eran los tiburones directos a la garganta que ves en las películas.

    —En realidad, lo que realmente necesito es alguien como un abogado de las películas —dijo él—. Alguien que entre allí y amenace a todo el mundo para que me dé lo que quiero. Asustarles con pasarse en los tribunales la próxima década. Pero eso me suena a que costaría un montón de dinero y probablemente no funcionaría en realidad.

    —¿Y qué es eso que quieres, Paul? —preguntó Chloe—. ¿Quieres volver al trabajo?

    —No, ya no. Me cabrea que me hayan despedido, pero nunca podría trabajar con ellos de nuevo. No, quiero lo que me pertenece. Tengo mis acciones, pero no valdrán nada hasta dentro de unos años, si es que lo hacen alguna vez. En realidad preferiría tener ese dinero ahora y abandonar a esos mamones para siempre.

    —Hmmmm —musitó Chloe.

    —¿Hmmmm? —preguntó Paul.

    —Empiezo a ver un plan. Un plan brillante —ella sonrió ampliamente—. Absoluta y jodidamente brillante. Un modo de hacerles pagarte hasta el último centavo que te corresponde y que lo hagan mañana. Lo cierto es que, en realidad es tu plan. Y créeme, es uno muy muy bueno. Al menos lo será una vez que terminemos de inventarlo. Pero primero tengo que hacerte algunas preguntas.

    Paul tenía una mirada escéptica en su cara. —Vaaaaleeee —dijo él—. ¿Qué necesitas saber?

    —¿Aún tienes una llave de la oficina y los códigos de seguridad y todo eso?

    —Sí —dijo Paul.

    —Estupendo —dijo ella mientras sacaba el teléfono móvil del bolsillo y empezaba a llamar—. ¿A qué hora se van todos a casa?

    —Es difícil de saber —dijo Paul—. La mayoría se va a las siete u ocho, pero aún se quedan un par de programadores hasta la medianoche o después —la observó mientras ella sujetaba el teléfono en el oído—. ¿A quién estás llamando?

    —Estoy reuniendo a la banda. No podemos hacerlo nosotros solos. Hay que llamar a toda la Tripulación.

    Luego empezó a hablar por el teléfono, dejando un mensaje a alguien llamado Raff. Después de hacer otras cuatro o cinco llamadas mientras Paul se quedaba allí sentado, él se preguntó quiénes eran ellos y si alguno de ellos sería el novio (o novia, quizá) de Chloe, si es que tenía un novio/novia en primer lugar. Ella no le decía a esas personas lo que estaba pasando, sólo que tenían que acercarse hasta su casa a las seis y que tenían un trabajo que hacer esa noche.

    —Una cosa más, Paul —dijo Chloe cuando colgó al último miembro de esta banda misteriosa—. Necesito que me cuentes todo lo que sepas sobre los abogados de tu compañía y la experiencia legal de tus socios.

Capítulo 3

    Paul sabía que el plan era una locura, y que probablemente era ilegal. Ciertamente, las cosas que él había estado ayudando a hacer a Chloe y a su banda de seguidores durante las últimas horas eran técnicamente ilegales.

    Él les había preguntado por qué le estaban ayudando, qué esperaban ganar a cambio. Le habían contestado que aquello era lo que hacían para divertirse. Chloe le había asegurado que "esta gente vive para esta clase de mierdas".

    Vale, de acuerdo. Paul más o menos podía tener claro eso.

    Una vez que estuvo allí, ayudándoles a idear el plan y luego llevándolo a cabo de verdad, tan seguro como que hacía calor en el infierno que aquello había resultado emocionante, probablemente lo más emocionante que él había hecho en su vida. Ahora que estaba en casa y solo, con sus recelos y paranoia, todo le parecía una idea realmente estúpida. Si no fuese por Chloe y su mesmerizante entusiasmo, no había duda de que él no lo habría hecho. Pero ahora era demasiado tarde.

    ¿Lo era?

    Eran las cinco de la mañana cuando Paul había vuelto a su apartamento. Le había dicho a Chloe que quería ganar unas horas de sueño antes de la gran reunión, pero ahora se daba cuenta de que le era imposible relajarse. Cuando había salido por la puerta veintidós horas antes, aún tenía un trabajo y estaba deseando hacer una presentación al resto del equipo de arte con sus nuevos diseños para algunos de los monstruos de los niveles más altos que quería añadir al juego.

    «Que le zurzan», pensó él. «Son mis monstruos ahora. Los usaré en otra parte.»

    Aquel plan podía no llegar a funcionar. ¿Cómo iba a funcionar?

    Justo entonces y allí mismo, Paul decidió que iba a cancelar todo el asunto.

    No era demasiado tarde. Esos tipos aún no habían hecho nada que no fuese reversible. Nadie había resultado herido. Ningún dinero había cambiado de manos. No habían mentido a nadie. Si lo cancelaba ahora podría simplemente olvidar el asunto y dejar atrás toda su lamentable situación.

    Se sentó en el sofá, el único mueble del salón además de la TV, y empezó a llamar al número de Chloe. Luego se detuvo.

    «No», pensó. «Todavía no. Piénsalo un minuto. Podría funcionar. Y si funciona tienes la vida resuelta. Lo único que quieres es salir de esta porquería de situación.»

    Paul decidió preparar una taza de café y darse una larga y agradable ducha caliente. Se suponía que debía reunirse con Chloe en la oficina a las 9:00 AM en punto. Si la llamaba a su casa dentro de algunas horas, podría repasar el plan con ella de nuevo y, si le apetecía cancelarlo, podría hacerlo.

    Mientras permanecía en la ducha se preguntó de nuevo por qué le estaban ayudando. Sí, vale, eran buscadores de emociones, pero el plan no era hacer grafitis o saltar de un avión sobre una tabla. En cierto modo, era robo o extorsión, o posiblemente fraude. Podría haber un buen tiempo en prisión detrás de esto. Pero Chloe, con su misteriosa confianza, le había asegurado que ellos estarían bien, que no era tan grave como sonaba. No tan contra la ley como Paul pensaba que era.

    Ella había llamado a algún amigo abogado (¿le había dicho antiguo abogado o antiguo amigo?) y había resuelto algunas cosas para Paul.

    —Tranqui —había dicho ella—. Todo se resolverá solo.

    Él casi la había creído.

    Decidió vestir como un profesional para aquella confrontación final y ponerse un traje, pero no tenía ninguno. Ni siquiera tenía una corbata. De hecho, no estaba del todo seguro de recordar cómo se ataban. Habían pasado diez años desde su trabajo en Barnes & Noble, donde tenía que llevar corbata. Advirtió que ahora ya no obligaban a los dependientes a llevarlas. Paul tenía una camisa de botones que llevaba colgada en el armario desde antes de la boda de su amigo Matt. La había comprado para la ocasión y luego se había olvidado de meterla en la maleta. Encontró unos pantalones chinos relativamente limpios para combinar con la camisa, los pantalones negros estaban hechos una bola en la esquina de la habitación y cubiertos de hilillos de alfombra.

    A las 6:30 de la mañana estaba vestido y preparado, sus zapatos de cuero le pinchaban en las puntas de los pies. Tras mirarse en el espejo, decidió que estaba vestido justo para la ocasión. Quería enfrentarse a sus acusadores con dignidad y profesionalidad, aunque decidiera cancelar el plan, del cual ahora tenía dudas. Lo revisaría de nuevo con Chloe, la dejaría convencerle o no y luego decidiría.

    Pero cuando la llamó, sólo encontró su buzón de voz. Le dejó un mensaje pidiendo que le llamara aunque, de algún modo, no esperaba oírla de nuevo. Quizá fuese ella quien se había echado atrás.

    Sin querer quedarse quieto y sin querer comer, Paul se metió en el coche y condujo por la autovía durante una hora, escuchando Air America, pero sin prestar atención realmente. La emisora de radio liberal normalmente le hacía bien y encendía su indignación izquierdista, provocada por los últimos ultrajes del ala de la derecha, pero hoy todo aquello pasaba fluyendo a través de él. A pesar de tener efectos calmantes, él no dejaba de darle vueltas a lo que estaba a punto de hacer.

    Llegó a la calle de su oficina a las 8:30, pero paró en un aparcamiento a media manzana de distancia. Desde allí podía ver el aparcamiento de la oficina y pudo saber que Chloe aún no había llegado. Aunque Greg, su amigo y CEO (¿antiguo amigo? ¿Antiguo CEO?) estaba allí, y también Jerry, el productor del juego. Frank, el director de programación todavía no había llegado, pero a Paul le habría sorprendido lo contrario. Frank rara vez llegaba antes de las 11:00 en un día normal (y Paul sabía que él no había salido la noche antes hasta cerca de la medianoche), de modo que hacer una reunión a las 9:00 AM siempre era duro para él. También desaparecido en combate estaba Evan, el director de arte. Había otro coche en el aparcamiento que Paul reconoció como perteneciente a la abogada de la compañía.

    Paul se quedó sentado dentro del coche a observar y escuchar, esperando a que llegasen los demás. Evan entró veloz al aparcamiento cinco minutos más tarde y Paul lo vio entrar en la oficina. Paul se había agachado cuando había visto a Evan entrar en la calle, aunque si Evan se hubiese molestado en mirar, podría haber reconocido el coche de Paul.

    «Oh, bueno», pensó, «tampoco hubiera supuesto mucha diferencia.»

    A las 8:55 todavía no había señales de Frank. Y lo más alarmante, no había señales de Chloe. Comprobó su buzón de voz, pero nadie había llamado.

    «¡Mierda! ¿De qué demonios va esto?»

    No podía creer que ella llegara tarde. Por una fracción de segundo se preguntó si se había imaginado todo el asunto. Quizá Chloe no existía. Quizá había tenido un colapso mental y había soñado a la mujer, a la banda, el plan... todo. Pero no, eso no parecía demasiado plausible. Lo más probable era que ella simplemente se había echado atrás. O quizá que ella había estado jugando con él desde el principio. Cualquiera de esas opciones tenía más sentido que la otra, la de que ella iba a llevar a cabo de verdad el plan que habían ideado juntos. Paul puso en marcha el coche y condujo los sesenta metros hasta su, dentro de poco, antigua oficina. Justo cuando salía del coche, oyó neumáticos derrapando desde la calle detrás de él.

    «¿Chloe?»

    No, era el Miata rojo de Frank.

    «Oh, genial.»

    Paul y el director de programación se vieron el uno al otro, pero ambos decidieron que sería más cómodo fingir que no se habían visto. El tipo continuó hasta el interior y evitó todo incómodo enfrentamiento en el aparcamiento.

    La sala de conferencias estaba al fondo a la derecha, en una esquina de la oficina que apenas se visitaba. El estómago de Paul revoloteaba y la bilis le subía hasta la garganta. Sentía el sudor caerle por la espalda, aunque la oficina estaba fría como un refrigerador.

    «Esto va a ser horrible», percibió.

    Al menos Chloe le había dado algo: que hubiese pasado las últimas veinticuatro horas planeando su venganza y flirteando con una hermosa chica en vez de obsesionarse por su destino. En cierto modo, estaba agradecido de tener sólo algunos pocos minutos más de ominosa impaciencia antes de que cayera el hacha. Todos, salvo Frank y Paul, ya estaban en sus asientos frente a la improvisada mesa de conferencias (que era cuatro mesitas puestas juntas para formar una gran superficie). La tímida como un ratocillo abogada de la compañía, Marie Woods, estaba sentada en el asiento que Paul normalmente ocupaba para esas reuniones.

    «Si hay una señal, es esa», pensó él.

    —Hey, Paul —dijo Greg, quien también iba vestido para la ocasión con corbata amarilla y una chaqueta azul, demasiado grande sobre su cuerpo rollizo.

    —Hey —dijo Paul. Se dio cuenta de que se había olvidado el cuaderno y quiso volver al coche para cogerlo. Pero era demasiado tarde, ya no había vuelta atrás—. Hey, Evan. Jerry.

    Los otros dos hombres asintieron hacia él. Evan dijo algo inaudible, hacia su gruesa barba, que podría haber sido un hola. Paul pensó que Frank debería haber entrado ya a estas alturas. La reunión debería comenzar, pero Paul supuso que el mamón se habría parado para comprobar primero sus correos electrónicos, como siempre.

    Jerry, que vestía pantalones chinos y un polo con el logo de la compañía, intentó aligerar el humor. —Tus Bucaneros están tomando muy buena forma, ¿eh? —El equipo de la ciudad natal de Paul había fichado a un corredor estrella durante el fin de semana—. Este podría ser su año.

    —Sip —dijo Paul.

    «¿De qué demonios me está hablando?»

    Los dos siempre hablaban de deportes, era su único vínculo común real pero, en serio, ¿era este el momento?

    «Sólo lo hace por romper el silencio», supuso Paul. «Que le follen a romper el silencio.»

    Tomó un asiento y bajó la vista a sus manos, deseando de nuevo tener su cuaderno para al menos poder fingir estar ocupado. Por fin entró Frank, delgado, bajito, con una cabeza rapada y una perilla desgreñada. Pasó de largo, rozando el lugar donde se sentaba Paul, sin decir una palabra y ocupó su lugar en la mesa.

    —Hey —le dijo a Greg, que acababa de asentir hacia él.

    —¿Estás preparado Paul? —preguntó Greg—. ¿No dijiste ayer algo sobre traer un abogado?

    —Um —dijo Paul—. Supongo que estoy preparado. Da igual —ni siquiera apartó la vista de sus manos mientras hablaba—. Vamos a empezar con esto.

    —Vale —dijo Greg con voz triste, aunque Paul no estaba seguro del porqué.

    «Si está triste, que no me hubiese despedido.»

    —Todos sabemos por qué estamos aquí, pero tenemos que hacerlo del modo correcto para que sea oficial. Voy a pedir a Marie que dirija la reunión para asegurarnos de que cubrimos todas las bases legales —se detuvo y apartó la mirada de sus notas.

    Sonó un golpe que vino de alguna parte. Parecía ser la puerta delantera, la cual se cerraba por dentro automáticamente.

    —De acuerdo, primero para el registro necesitamos anotar quién está presente… —dijo la abogada, pero el golpe se había vuelto insistente y Paul la interrumpió.

    —Creo que hay alguien en la puerta —dijo Paul.

    —Quien sea puede esperar —intervino Evan hablando por primera vez.

    Paul sabía que Evan odiaba la confrontación, los cuatro la odiaban. Preferían susurrar y quejarse en privado en lugar de decirle a nadie que tenía un problema con ellos. No había duda de que Evan quería acabar con esto tan rápido como fuese possible.

    Marie iba a continuar, pero Paul la detuvo. —Debería ir a ver quién es. Podría ser… um… podría ser mi representante —parte del plan era que se suponía que él no iba a llamarla abogada. ¿Sería Chloe? Ningún mensajero de FedEx llamaría tanto tiempo y tan fuerte.

    —Pensé que habías dicho que no tenías representación —dijo Greg con aspecto tan confuso como preocupado.

    —Bueno, no estaba seguro de que ella… —el golpeteo empezó a ser muy fuerte.

    Todos podían oír la puerta de cristal temblando en su marco.

    —Lo dejaré entrar —dijo Frank saltando de su asiento para salir por la puerta de la sala de conferencias.

    Unos segundos más tarde oyeron voces amortiguadas y Frank regresó corriendo a la sala con una mirada de alarma en su cara. Chloe entró un momento más tarde, aunque Paul casi no logró reconocerla.

    —Lamento llegar tarde —dijo ella junto a Paul, estampando su maletín de cuero sobre la mesa—. No le han despedido todavía, ¿verdad?

Capítulo 4

    Por un momento, Paul no estaba seguro de quién había entrado en la sala. Chloe se había transformado totalmente desde que la había visto por última vez. Para empezar llevaba una peluca, y una muy buena. Esta era de pelo castaño claro y largo hasta los hombros. Parecía tan natural que si él no hubiese sabido que Chloe tenía el pelo mucho más corto, habría supuesto que lo llevaba teñido.

    Pero era el atuendo lo que suponía el cambio.

    Vestía una combinación falda/chaqueta gris muy profesional y de buena costura, con una blusa de seda amarilla. En la muñeca lucía lo que al lego ojo de Paul le pareció un caro y elegante reloj de señora dorado del cual detectaba el fulgor del diamante.

    Resumiendo, era idéntica a la abogada de alto salario que se suponía que debía ser. Ciertamente era la persona mejor vestida de la sala.

    Chloe extendió el brazo a través de la mesa para estrechar la mano de Greg, estirándose hacia adelante al hacerlo. Paul pescó a Greg bajar la vista hacia el escote mientras estrechaban las manos.

    —Soy Rachel Roth, aquí en representación del Sr. Paul Reynolds.

    —Hola —dijo Greg—. Soy Greg Driscol y este es…

    —Conozco a la galería de pícaros que hay aquí —dijo Chloe interrumpiendo a Greg y mirando a la asamblea de miembros del comité—. He estudiado todo sobre ustedes, caballeros.

    Marie se levantó y estrechó la mano de Chloe. —Marie Cooper, de Johnson, Myers y Wick —le dijo—. Encantada de conocerla.

    —Vale, ahora que hemos acabado con las presentaciones, ¿empezamos con el sucio asunto?

    —Um, claro —dijo Greg mientras se sentaba de nuevo—. Acabo de dejar las cosas a cargo de Marie.

    El plan estaba ahora en acción e iba bien por el momento, pero Paul sabía que este era un momento crucial. Chloe no sabía leyes de verdad, sólo algunos puntos con los que su amigo la había ayudado. Ella no podía permitir que la abogada real tomara el control de la reunión. Su dramática entrada inesperada los había cogido con la guardia baja y Paul confiaba en que ella aprovechara el momento y presionara.

    Chloe pasó directamente al siguiente plato del menú. —¿Sí, sabéis qué? Antes de que permita a Marie continuar, hay algunas cosas que necesito repasar con vosotros. Pienso que podrían esbozar el rumbo real sobre cómo se va a proceder con la materia de aquí en adelante.

    —Bieeeen… —dijo Greg—. Supongo que no hay problema.

    Paul había oído decir a Greg un centenar de veces que nunca le gustaba ir a una reunión de la cual no supiese ya el resultado.

    Iba a odiar esta.

    El CEO miró hacia Marie en busca de apoyo y ella simplemente se encogió de hombros, Dios sabía lo que aquello significaba.

    —Primero lo primero, quiero hacerles saber que Paul aquí presente está más que dispuesto a renunciar a su asiento en el comité. Notamos que esta situación no ha resultado del modo en que habíamos esperado y es hora de que las dos partes vayan por caminos separados.

    Aquello pareció consolarlos.

    —Así que, todo lo que hemos de hacer ahora es descubrir lo que Paul obtiene del trato —continuó ella—. Es decir, todo este proyecto fue idea suya y posee una parte considerable de acciones. Demonios, vosotros, tíos, ni siquiera estarías aquí si no fuese por él, ¿cierto?

    Nadie dijo nada.

    —Así que imaginamos que se le debe algo por su tiempo y esfuerzo.

    A Greg no pareció gustarle a dónde estaba yendo aquello. —Le hemos ofrecido un dividendo a Paul hace meses y, por supuesto, él mantiene todas acciones en las que ha invertido.

    —Ja —se burló Chloe—. Sí, como has dicho, por supuesto que mantiene las acciones en las que ha invertido. Él ya es dueño de eso. No hay gran cosa que podáis hacer al respecto. Así que, eso no es una concesión realmente. Ahora bien, darle el resto de las acciones en las que él habría podido invertir si hubiese permanecido en la compañía, eso sí sería una concesión.

    —Me temo que eso no entra en la discusión —dijo Greg.

    —Sí, ni hablar —intervino Frank.

    Paul no quedó sorprendido de oir eso. Nunca se habían llevado muy bien y a Frank siempre le preocupaba la letra pequeña (algo que Paul había admirado en cierto modo hasta aquel momento).

    —Muy bien, muy bien —continuó ella—. Que no cunda el pánico por nimiedades, chicos. Sólo queremos lo que es nuestro —rebuscó en su maletín buscando algo y luego levantó la mirada—. No, eso no siquiera es correcto. Paul quiere irse. Quiere deciros adiós y olvidaros como una pesadilla. Y por eso está dispuesto a venderos lo que es suyo.

    —¿Quiere que le compremos sus acciones? - preguntó Greg.

    —Sip.

    —¿Por qué íbamos a hacer eso? No valen nada todavía —dijo Greg.

    —¿Eso es lo que le cuentas a tus inversores, Greg? - preguntó Chloe.

    —Les cuento que todavía no valen nada. Que su valor es potencial.

    —Pero seguro que has pagado un montón por ellas, ¿no es cierto, Greg? —dijo Chloe mirando la hoja de papel que había sacado del maletín—. Pagaste dos quinientos por tu parte.

    —Eso es porque soy un inversor y creo en este juego —dijo él.

    Greg había ganado dinero, un montón de dinero, vendiendo su primera empresa emergente a un conglomerado mucho mayor. Él y Paul habían sido amigos en el instituto y, cuando Greg dijo que quizá estuviese interesado en entrar en los videojuegos, Paul sugirió hacer uno basado en su serie de comics. Así había nacido la compañía.

    —No eres el único —dijo Chloe—. ¿No lo calificó PC Gamer como el juego online más esperado del próximo año?

    —Sí, uno de los más esperados. Creo que éramos el número tres.

    —¿Y no hizo una presentación GameSpot.com justo la semana pasada, un prestreno de cuatro partes del juego, llamándolo el juego más innovador del mundo de los últimos años?

    —Sí —coincidió Greg—. ¿Adónde quiere llegar con todo esto? - dijo Frank.

    —Sólo a que el juego parece que podría tener un gran éxito —dijo Chloe—. Lo cual se debe en gran parte a las ideas de Paul. Así que, tal como nosotros lo vemos…

    —Escuche —Ahora fue el turno de Greg de interrumpir—. Nada de esto tiene que ver con por qué estamos aquí hoy. Es imposible que vayamos a comprar las acciones de Paul para echarle. No tenemos motivos para eso. Hemos hecho una buena oferta y, si la empresa llega a venderse alguna vez, entonces a Paul probablemente le irá bien por su cuenta.

    —Sí —dijo Chloe—. A largo plazo eso podría ser cierto. ¿Pero a quién demonios le importa eso? Nosotros hablamos del corto plazo. Estamos hablando de que Paul está siendo despedido sin ninguna razón real.

    —No necesitamos una razón —dijo Frank, lo cual era cierto y lo más inteligente que decir.

    Chloe había confiado en hacerles decir algo, cualquier cosa que pudiese usar contra ellos para mostrar discriminación o carencia de causa. Pero ellos no necesitaban una razón y eran lo bastante inteligentes para no dar una.

    —Ya, simplemente no os gusta el tipo. De acuerdo, podemos aceptar eso. A Paul tampoco le gustáis mucho, pero eso no importa. La verdad es que si al juego le va muy bien, o incluso sólo bien, va a haber bonificaciones y aumentos de sueldo por aquí, ¿verdad? Probablemente decenas, quizá cientos, de miles de dólares para cada uno. Pero las bonificaciones sólo van para aquellos de vosotros que aún escribís los cheques. Podríais reducir todos los beneficios sin más y Paul no vería nunca un centavo. Sus acciones no le valdrían de nada.

    —Tambien hay límites sobre cuánto… —dijo Marie, por fin intentando entrar en la conversación.

    —Lo sé, lo sé. Hay límites. Pero ambas sabemos de los buenos abogados y de los contables de certificado público y de todo el que pueda encontrar agujeros legales y mierdas así —Chloe volvió a su maletín en busca de otro documento—. A vosotros no os gusta Paul. Probablemente os gusta mucho menos ahora que me habéis conocido. Así que apuesto a que en cuanto tengáis una oportunidad para fastidiarle, vais a aprovecharla —lanzó un montón de documentos grapados sobre la mesa.

    —¿Qué es eso? —preguntó Greg recogiendo uno de los paquetes de folios.

    —Esto es nuestra proposición —Chloe simplemente se levantó y miró a los cuatro miembros del comité.

    Su abogada se tomó un momento para leerlo por encima.

    —Y una mierda —dijo Frank—. ¿Quiere le paguemos 850.000 dólares? Aunque tuviésemos esa cantidad de dinero, que no la tenemos, y una mierda íbamos a dárselo —se giró para hablar directamente con Paul—. ¿Qué crees que has hecho para merecer esto, eh? Te vas a casa a las cinco, si no antes, todos los días. No tienes habilidades técnicas. No tienes experiencia. Tú eres un grano en el culo...

    —Venga, Frank —dijo Greg—. Cálmate un segundo —luego se giró hacia Chloe negando con la cabeza—. Como he dicho, Paul ha recibido bastante por su tiempo aquí y…

    —No, Greg —insistió Chloe—. Nosotros no pensamos que ha recibido bastante. Pensamos que se queda corto con 850.000 dólares.

    —Esto es una bobada —dijo Greg—. En serio, no tenemos tanto dinero para continuar con este sinsentido. Como Paul sabe, tenemos poco más de medio millón en el banco y necesitamos cada centavo para pagar salarios hasta que terminemos este juego.

    —Tú tienes el dinero, Greg —Chloe sonrió leyendo el papel que acababa de sacar del maletín—. Según los archivos de impuestos, deberías tener unos diecisiete millones en el banco. Más las dos posiciones decimales y el apartamento en Florida.

    —Aunque eso fuese cierto —dijo Greg, que Paul sabía que nunca le gustaba hablar sobre cuánto dinero tenía—. ¿Por qué iba yo a querer pagar tanto para echar a Paul? Ya poseo el treinta por ciento de esta compañía, que es más que suficiente.

    —¿Es que no confías en vuestro jueguecito? —preguntó Chloe.

    —Eso no importa. Como usted ha indicado, tengo mucho dinero. En realidad no necesito más, y darle a Paul 850.000 dólares no va a mejorar el juego ni ayudar al negocio. No hay ventajas para mí —Greg cambió la mirada hacia Paul—. Lo siento, hombre, pero no voy a darte más dinero.

    Paul sólo se le quedó mirando, tratando de no romper a reir.

    «Greg, no tienes ni idea de lo que viene ahora.»

    —Verás, Greg, ahí es donde te equivocas —dijo Chloe. Tenía un montón de cuatro carpetas en su mano y señaló a Greg con ellas para enfatizar su argumento—. De hecho, es para el mejor interés de tu compañía hacer feliz a Paul ahora mismo. Porque si Paul está feliz, entonces él y yo simplemente nos marcharemos. No volverás a saber de nosotros.

    —¿Va a demandarnos? —dijo Frank, rápido en captar el subtexto—. No tienes caso. No necesitamos una razón para despedirte —Frank se giró a la abogada de la compañía, Marie, buscando confirmación—. ¿No es cierto?

    —Eso es correcto. La compañía no tiene que presentar motivo de finalización —dijo la abogada.

    Chloe no había mirado a ninguno de ellos durante el intercambio, había mantenido toda su atención en Greg.

    —No estoy preparada para decir si coincido con eso o no —dijo ella—. Pero estoy segura de que Marie también puede decirte que sólo porque creas que no tenemos caso, no significa que no podamos demandaros. Os demandaremos, tan seguros como el joder, hasta enviaros al infierno.

    Marie se encogió de hombros de nuevo, al menos eso es lo que Paul pensó que hizo. Fue un movimiento sin compromiso, al menos. Como él le había contado a Chloe, Marie era una abogada laboral, no una abogada de tribunal. Era sólida en los detalles pero no muy buena en la confrontación. Además, ella tenía el molesto hábito de los abogados de nunca decir nada sin estar cien por cien segura. Siempre sopesaba sus suposiciones y daba inconvenientes junto a sus consejos.

    —Es posible —le dijo Marie a Greg—. Que puedan tener una demanda, aunque es improbable que lleguen muy lejos con ella.

    —Pero, hey —dijo Chloe—. Todo se trata de horas contables por los derechos de la empresa. ¿Cuánto cobráis? ¿300 dólares la hora por algo así?

    Marie no se dignó a responder.

    —No ganarás —dijo Greg—. Ya he pasado por esto antes, lo mismo exactamente, con mi primera compañía. Nos costarás algún dinero, sí, pero también le costará dinero a Paul. Después de todo, te está pagando, ¿cierto?

    —¿Qué? —dijo Chloe sonando distraída. Había empezado a leer algo de una de sus carpetas.

    —Sólo he señalado que Paul va a tener que pagarte también. Perderá este caso y le costará un montón de dinero, y sé que Paul no tiene mucho en forma ahorros, ¿cierto?

    —Nop —dijo Chloe—. Parece bastante estúpido con el dinero, tienes razón. Pero eso no importa. No le voy a cobrar nada por esto. Esto lo hago gratis.

    —¿Eres una amiga de su tío o algo así? —preguntó Greg, un poquito confundido ahora.

    —Oh no, nada de eso. Nunca le había visto en mi vida. No, mira, Paul aquí ha puesto mucha cabeza. Y me refiero a MUCHA cabeza. Baja como nadie al asunto. Mejor incluso que la mayoría de las mujeres que conozco. Así que imaginé que se lo debía. Además, quiero tenerle cerca y, si él no consigue su muy merecida paga, podría mudarse y venirse conmigo a Florida.

    Aunque Paul quedó impactado cuando ella dijo aquello. Los demás quedaron clavados en sus sillas. Greg tuvo el sentido común de cerrar la boca después de que se le cayera la mandíbula. Marie se ruborizó y bajó la vista hacia sus notas y los otros tres la imitaron rápidamente. Chloe continuó antes de que pudiesen recomponerse de aquel particular conjunto de imágenes que ella había conjurado para ellos.

    —Y tengo mucho tiempo y energía que dedicar con vosostros, tíos. Será una demanda de finalización perjudicial, os lo puedo prometer, pero esto es sólo el principio, sólo la punta del iceberg. Porque, mirad, Paul es un importante accionista de esta compañía. Ha invertido el 8,5% en ella, lo cual ciertamente le da poder para protestar sobre cualquier tipo de mala gestión financiera. Y por lo que Paul me cuenta, hay una buena suma de eso involucrada en esto.

    Chloe se detuvo para repartir sus carpetas por la mesa. Hubo una para cada uno de los otros cuatro fundadores y una para ella. Marie no recibió nada.

    —Además hay asuntos de dinero corporativo gastado en animación personal y lenguaje sexista y homofóbico que crea un ambiente de trabajo hostil. ¿Es realmente apropiado usar ancho de banda y espacio en disco para descargar pornografía? Así como canciones descargadas ilegalmente, en violación de varias leyes de derechos de copia y exposición a la compañía a un sólido litigio con la Industria Musical de América.

    Todos ellos, excepto Frank, estaban ahora examinando las carpetas que Chloe les había pasado. Él ni siquiera se molestó en tocar la suya.

    —De verdad que te interesa examinarlo —dijo Chloe—. No tiene nada que ver con todas esas canciones que descargaste.

    Frank sonrió sin humor y abrió el archivo. Mientras leían lo que había en las carpetas, Jerry y Evan empezaron a palidecer visiblemente. La media sonrisa de Frank desapareció, remplazada con furia concentrada.

    Chloe continuó. —Todos sabemos que aquí pasan un montón de cosas que no deberían estar pasando. Y todo sabemos que hay algunas cosas que es mejor mantener en silencio.

    Marie, que no había visto el material de ninguna de las carpetas, exclamó. —Creo que necesitamos hacer un inciso en esta reunión. Me gustaría hablar con mis clientes y todos necesitamos una oportunidad para calmarnos.

    —Y yo creo que tus clientes van a continuar esta reunión aquí y ahora —dijo Chloe—. Vamos a resolver todo esto tan rápido como sea posible. Así podremos todos volver a nuestras excéntricas, secretas y a veces pervertidas vidas.

    Todas las caras de los cuatro miembros del comité estaban cenicientas. Evan estaba casi asintiendo. Frank estaba al borde de un estallido de furia, pero probablemente tenía miedo de que eso sólo empeorase su situación. Jerry se había levantado y ahora estaba susurrando algo a Greg en el oído. Jerry siempre sabía cuando se estaba hundiendo el barco, pensaba Paul.

    «Él sería el primero en ceder.»

    —Marie —dijo Greg después de escuchar a Jerry durante un minuto—. ¿Podrías salir durante un minuto?

    La abogada quedó perpleja. Aquello debía de ser algo más que extraño para ella y muy diferente a cualquier otra reunión en la que había estado.

    —Yo no creo que eso sea una buena idea, Greg. Deberías parar esto ahora y darme la oportunidad de examinar eso, de saber más sobre lo que realmente está pasando aquí.

    —Sí —dijo Chloe—, demos a todo el mundo la oportunidad de saber un poquito más sobre lo que realmente está pasando aquí —sonrió animadamente.

    —Por favor, Marie, puedo encargarme a partir de aquí —dijo Greg, bajando la vista hacia la mesa frente a él.

    También estaba enfadado, cosa que sorprendió a Paul. Había visto a Greg frustrado y molesto, pero ahora el CEO por primera vez parecía en realidad hervir de rabia. Daba un poco de miedo, pero también era un poco gracioso. Aunque él era el As en la manga. Greg tenía bastante dinero "que te jodan" para apoyar su farol. Sólo se rendiría bajo presión de los otros tres.

    Marie empezó a protestar, pero después pareció notar que estaba pasando algo en la sala que ella se estaba perdiendo. Recogió su maletín y su ordenador portátil y salió por la puerta. Jerry aún estaba junto a Greg y estaban susurrándose el uno al otro. En cuanto se cerró la puerta detrás de Marie, Chloe empezó de nuevo.

    —Como podéis ver, tengo lo bueno de todos vosotros. Hay cosas en esas carpetas que probablemente no sabéis unos de otros. Joder, en tu caso, Jerry, hay cosas ahí dentro que probablemente tu esposa ni siquiera quiera saber, ¿verdad?

    Jerry no respondió. Aún estaba susurrando en la oreja de Greg.

    —Bueno, vamos a acabar con esto, ¿de acuerdo? Estoy aquí para daros una…

    —¿Cómo has conseguido esto? —disparó Frank—. No puedes haber conseguido legalmente lo que hay en esta carpeta. Imposible.

    —Eso no importa —dijo Chloe.

    —Importa —insistió Frank—. Porque no puedes usarlo en un juicio.

    —¿Quién ha dicho nada de usarlo en un juicio? Tengo un montón de cosas para usar en un juicio, como ya he dicho —Chloe se sentó en su asiento junto a Paul por primera vez, apoyando un pie sobre la mesa mientras se reclinaba en la silla.

    Ella olía muy bien, pensó Paul. No a perfume, sino a otra cosa. A algo sutil.

    —Para ser honesta, Greg, tu carpeta es la menos interesante. Seguro que has gastado algún dinero en algunas cosas cuestionables, como llamar a chicas y comprar juguetes sexuales raros, pero eso no tiene gran importancia. Aunque te puedo asegurar que hay cosas en esas otras carpetas mucho mucho más jugosas que leer. Preguna a Jerry, ahí lo tienes.

    —Esto son mentiras —dijo Frank. Se levantó y golpeó en la mesa. —¡Son jodidas mentiras!

    —Ya, bueno, Estamos jugando duro ahora, campeón —se burló Chloe—. Y estáis perdiendo tiempo importante. Tíos, lo tenéis todo. Ya habéis despedido a Paul y él no tiene nada que perder. No tiene familias ni matrimonios que quiera preservar, como Jerry o Evan. Y no tiene un esqueleto legal en su armario como tú, Frank. Un esqueleto que podría incluir un buen tiempo en la cárcel.

    Frank empezó a decir algo, pero luego lo pensó mejor y se sentó. Ninguno de ellos sabía lo que hacer o lo que decir. Todos se lanzaban furtivas miradas los unos a los otros, tratando de adivinar los secretos de los demás mientras escondían los suyos propios. Los amigos de Chloe (su Tripulación como ella los llamaba) habían tenido una ajetreada noche. Lo habían revisado todo en los ordenadores de la compañía, incluyendo todos los correos electrónicos y, casi igual de importante, todo el tráfico de Internet de los cuatro fundadores. Tenían sus números de la seguridad social, información de sus cuentas bancarias, mensajes de correo electrónico, cuentas en páginas pornográficas, información de agencias de viaje, extractos de las tarjetas de crédito, registros telefónicos y mucho más.

    Lo habían sacado todo en una hora y luego habían usado alguna herramienta de búsqueda a nivel chantaje que Kurt y Raff habían diseñado para rastrear las montañas de datos en busca de lo bueno. A las 4:00 de aquella mañana, Raff había entrado en el salón de Chloe con las buenas noticias. Todos tenían secretos y Raff había encontrado cosas verdaderamente únicas. Eso ayudó a que Paul ya confirmara sus propias sospechas sobre cada uno de ellos y había permitido a la tripulación de Chloe concentrar sus parámetros de búsqueda.

    El matrimonio de Jerry estaba, en el mejor de los casos, tenso. Paul siempre había sospechado que Jerry estaba metido en algo, demasiados fines de semana fuera sin explicación y misteriosas llamadas telefónicas a "nadie importante".

    Raff había anunciado que estaba ahora 99% seguro de que Jerry estaba engañando a su esposa, a juzgar por los vuelos, las llamadas, las habitaciones de hotel y los acalorados e-mails que Jerry había estado enviando a una mujer llamada Carla en Portland. Todo aquello era información por la que la esposa de Jerry se volvería balística. Solo con las llamadas de teléfono probablemente habría bastado para cerrar los papeles del divorcio. Y eso implicaría que Jerry perdería la mitad de todo, incluyendo sus acciones.

    Lo de Evan era incluso más interesante, aunque Paul se sentía más que un poco mal por usar tales secretos contra el hombre. Pero entonces Chloe le había recordado que era mejor joder que te jodieran, además, ¿quería el dinero o no? Evan tenía una reputación en el ambiente S&M y todo eso, lo cual hoy en día y a su edad no era tan malo. Pero aquel era el sorprendentemente homofóbico mundo de los programadores de videojuegos, y aunque Evan pudiera no ser gay, al parecer le gustaba vestir con ropas de mujer. Su mujer sabía todo esto (al parecer ella le ayudaba a escoger los vestidos), pero Evan era una persona muy privada y le resultaría muy complicado demandar respeto a sus intolerantes empleados si estos descubriesen la verdad. En realidad, probablemente le molestarían durante una semana y se olvidarían de ello, pero Paul sabía que Evan no pensaría así. Haría lo que fuese por mantener su secreto.

    El de Frank era el peor de todos, aunque era también el único sobre el que tenían menos pruebas. Parecía que uno de compañeros de trabajo de Frank de una empresa creativa le enviaba correos electrónicos bastante furiosos acusando a Frank de haberle robado su código. De hecho, este código al parecer comprometía el núcleo del motor gráfico que hacía posible su proyecto actual. Por supuesto, el antiguo compañero furioso no tenía ninguna prueba. Pero ahora Chloe y Paul sí, gracias a Raff. Habían hallado correos electrónicos encriptados de Frank discutiendo el problema el uno con el otro. También habían encontrado el código original, que era línea por línea lo que el furioso compañero había dicho que sería. Esto no era suficiente prueba, pero si la información de Raff se desenterraba en manos de la persona correcta, Frank podía estar metido en mierda hasta el cuello.

    —¿Qué quieres? —preguntó Greg.

    Paul quiso decir algo, pero Chloe, presintiendo esto, le puso una mano en la rodilla para detenerle. Fue ella quien respondió a Greg. —Como he dicho antes, queremos la parte justa de Paul. Tan simple como eso. Compras personalmente las acciones de Paul a un dólar por acción, aquí, ahora. De lo contrario, la esposa de Jerry descubrirá que la está engañando, todos descubrirán que Evan es un travestido y muchos otros abogados lo sabrán todo sobre el código robado de Frank.

    Ahora todos bajaron la vista hacia la mesa, excepto Chloe y Jerry. Chloe estaba mirando fijamente a Greg, observando a Jerry susurrar en el oído una vez más. Un momento más tarde, Frank se levantó y empezó a susurrar en el otro oído de Greg, lo cual pareció casi lo bastante ridículo para hacer reir a Paul bien alto. Los tres se retiraron a una esquina de la habitación para conversar con un poco más de privacidad. Chloe sacó un teléfono móvil y empezó a llamar.

    —Caballeros —dijo Chloe haciendo que los tres conspiradores en la esquina se dieran la vuelta hacia la mesa—. No estoy llena de paciencia en este momento, así que estoy llamando a uno de mis asistentes. Va a empezar a enviar por e-mail el contenido de esas carpetas. Creo que empezaremos por… Evan. A toda la compañía, con fotos. También pondrá copia a toda la prensa de los videojuegos.

    Ahora fue el turno de Evan de levantarse y unirse a los susurros, pero Greg le interrumpió antes de pudiera exponer su caso.

    —Sabes que esto significa que hemos terminado, ¿no es cierto, Paul? —dijo Greg—. He hecho un montón de cosas por ti. He gastado un montón de dinero en este juego tuyo. No funcionó y lo siento, pero aún podríamos ser amigos. Cancela esto ahora y tú y yo podremos solucionarlo. Quizá empezar un nuevo proyecto juntos, algo que encaje más con tu temperamento.

    Paul quedó tentado. ¿Por qué quemar puentes? ¿Por qué tirar por la borda quince años de amistad? Las lágrimas empezaron a inundar sus ojos. Justo cuando empezó a decir algo, Chloe se inclinó hacia él y le puso una mano en el muslo mientras susurraba en su oído.

    —Está jugando contigo —le dijo—. No quería enseñártelo anoche, pero Raff consiguió algunos e-mails que escribió sobre ti. Si los leyeras, sabrías lo lleno de mierda que está. No caigas en esta. Ya hemos ganado.

    Paul cerró los ojos y se secó una lágrima errante.

    Sabía que ella tenía razón. Ya habían ganado y, francamente, la amistad se había terminado de todos modos.

    Se giró hacia Chloe y asintió.

    —Basta de tonterías, chicos —dijo Chloe—. Se acabó el juego. O pagáis el dinero ahora o todos lo pagaréis de modo diferente al final del día —Chloe sonrió a Greg—. Además, Greg, si le va bien al juego una vez que Paul esté fuera, como dijiste en tu e-mail, recuperarás el dinero multiplicado varias veces. Escribe el puto cheque y habremos desaparecido.

    —No tengo tanto dinero en mi cuenta corriente —dijo Greg.

    —Sí lo tienes —respondió Chloe satisfecha.

    —¿Qué?

    —Que sí que lo tienes, Greg. Tienes 1,2 millones de dólares en tu cuenta corriente porque vas a comprar una casa para tu mami y tu padrastro. Les enviaste el cheque ayer, pero aún no se ha cobrado porque no se confirma hasta las 3:00 de esta tarde.

    —¿Cómo has…?

    —Escribe el puto cheque, llama a tu banco y cancela el dinero de tu mami. O transfiere más dinero a tu cuenta. De un modo u otro, puedes escribir el puto cheque y puedes hacerlo ahora mismo —Chloe buscó dentro de su maletín y deslizó un montón de hojas por la mesa hacia Greg—. Luego firmaremos estos papeles para transferirte las acciones de Paul y wham, bam, gracias madam, acabamos con esto y podéis continuar con vuestro día.

    Todos en la habitación miraron ahora a Greg. Jerry, Evan y Frank, estaban todos detrás de él. El CEO miró a los papeles sobre la mesa. Hubo un largo silencio mientras Greg hojeaba las páginas, aunque Paul dudaba de que estuviese leyéndolas en realidad, estaba pensando. Greg no dijo nada durante un buen rato. Todos le miraban y esperaban, aguantando la respiración.

    Finalmente se rindió.

    —De acuerdo. Lo que tú digas. Eso es todo lo que siempre hago por aquí de todos modos, ¿no es cierto? —dijo Greg—. Firmar cheques —Luego miró a los tres hombres que le miraban desconsoladamente detrás de él—. Pero se acabó. Ahora estoy yo al mando. Vosotros tres me debéis una grande y ya no quiero que se cuestione lo que digo ni que os quejéis de las reglas que hago. Se acabó. Os poseo.

    —Vale, Greg. Ya lo tienes —dijo Jerry. Frank y Evan sólo asintieron.

    Paul sabía que a Frank le desagradaba Greg casi tanto como le desagradaba Paul, y que inclinarse de ese modo ante él era doloroso. Eso hacía aquel momento sólo un poquito más dulce de lo que ya era.

    —Quedaos aquí mientras voy a por mi libro de cheques.

    Quince minutos más tarde, se había terminado. Greg escribió el cheque y firmó los papeles que Chloe había escrito para la transferencia de propiedad de las acciones. Los seis no intercambiaron más de diez palabras. Al salir, Chloe y Paul pasaron frente a Marie, que estaba sentada en el vestíbulo hablando por su teléfono móvil. La abogada de la compañía no quedó complacida con lo que fuese que estaba pasando. Luego salieron por la puerta hacia la calle.

    —Vine en taxi —dijo Chloe—. Tendrás que llevarnos al banco.

    El corazón de Paul corría a mil por hora.

    Era rico. Era libre. Acababa de apuñalar a su mejor amigo por la espalda y de extorsionarle casi un millón de dólares.

    Lo vomitó todo en el aparcamiento cerca del coche de Frank.

    Chloe le entregó un botellín de agua de su maletín.

    —Vamos, Paul, casi hemos terminado.

    —Vale… estoy bien.

    —Bien. Ahora conduce hasta el Banco de América tan rápido como puedas y deja que cobremos este cabronazo antes de que cambien de opinión y cancelen el cheque.

    Paul dio un trago de agua para lavarse la boca y escupió hacia el edificio de la oficina.

    —Ya te digo —dijo él.

Capítulo 5

    Resultaba que Greg habría tenido dificultades para cancelar el cheque, aunque hubiese cambiado de idea. La Tripulación de Chloe había saltado a la acción en cuanto ella y Paul habían salido del edificio. La compañía usaba una centralita controlada por ordenador para conmutar llamadas telefónicas, y esta se vino abajo de inmediato, igual que el acceso a Internet.

    Mientras tanto, un tosco pero efectivo ataque de denegación de servicio fue lanzado contra la página Web de la compañía, aunque si Greg decidía usar su teléfono móvil no había gran cosa que ellos pudieran hacer, pero la esperanza estaba en que él estuviese tan liado con toda esta otra mierda que no tuviese tiempo para pensar en ello. Paul no creía que todo eso fuese necesario. Greg se había rendido y no iba a llamar para cancelar el cheque ahora. Había aceptado firmarlo por una razón, y una vez Greg tenía una razón para tomar una decisión, normalmente era imposible que cambiase de idea.

    Y cambiar de idea no tenía sentido de todos modos.

    Lo único que podría haber hecho era ganar un poco más de tiempo. Pero Chloe y Paul habrían vuelto a entrar allí y lo habrían empezado todo de nuevo, probablemente después de enviar las fotos de "drag queen" de Evan a todos los empleados. Desde su punto de vista, Greg no tenía motivos para hacer eso.

    Por supuesto, aún suponía un riesgo enorme para ellos. Si Greg simplemente quisiese un retraso para involucrar a los abogados, entonces Chloe y Paul iban a estar en problemas.

    Chloe y Paul había quebrantado todo un puñado entero de leyes en las últimas doce horas. Tenían que cobrar ese cheque y desaparecer lo más rápido posible.

    El banco presentó un pequeño problema respecto al cheque, lo cual era una razón más por la que Paul odiaba el Banco de la Jodida América. Siempre tenían alguna norma para fastidiar a un cliente. Pero Chloe hizo un montón de ruido y gritó y, en serio, saltó arriba y abajo en cierto momento hasta que eventualmente salieron caminando del banco con el cheque validado.

    Luego fueron a otro banco de propiedad local donde Chloe tenía un contacto que trabajaba como ayudante del director. La había llamado antes para hacerle saber que iban a llegar con un gran cheque que querían cobrar en el mismo momento, así que todo el papeleo consistió en esperar a que Paul firmase y, veinte minutos más tarde, había abierto una nueva cuenta y depositado el cheque.

    La amiga de Chloe había asegurado el tramite y había colocado una orden para el dinero, ya que el banco no tenía ni de cerca esa cantidad de dinero para entregar en mano. Su amiga incluyó un aviso de urgencia en la orden y les dijo que podrían recoger el dinero a las 4:30 de esa tarde.

    Ahora eran las 11:00.

    Paul y Chloe volvieron al apartamento de Paul donde se encontraron a dos tipos llamados Filo y Max que tenían una furgoneta. Los cuatro entraron en casa de Paul y empezaron a embalar todas las cosas que a Paul le importaban. Que en realidad no eran muchas, ya que Paul no tenía mucho en forma de mobiliario. Su trabajo artístico, comics, ordenador, TV, Tivo, CD, libros, videojuegos y ropas fueron dentro de la creciente pila de cajas. Las cajas fueron dentro de la furgoneta y, cuando esta quedó llena, usaron su coche. Cuando este quedó lleno, una bolsa de ropas y una caja de libros fueron dentro del cubo de la basura.

    —Que les follen —dijo Paul—. Ahora soy rico, ¿cierto? Debería comprarme un guardarropa entero nuevo —Añadió otra caja de ropa al cubo.

    Luego, se pusieron en marcha, aunque Paul notó que la furgoneta de Filo iba en la dirección contraria que llevaba a la casa de Raff.

    —¿Adónde vamos con mis cosas? —preguntó Paul.

    —A las taquillas de almacén al otro lado de la ciudad, conozco al dueño y te he conseguido un espacio.

    —¿No voy a necesitar mis cosas? —preguntó Paul.

    —¿Pensé que ibas a comprar cosas nuevas?

    —Bueno, sí, pero eso no significa que no necesite algo de esto. Mis cuadernos de dibujo y el arte terminado de todos mis viejos comics están ahí dentro.

    A Paul no le importaba mucho el resto, pero esos originales eran literalmente incalculables para él y representaban once años de duro trabajo.

    —No te preocupes, tus cosas estarán allí cuando las necesites —Chloe sacó de su bolsillo una llave con una etiqueta y se la entregó a Paul—. Aquí está la llave. La dirección y número están en la etiqueta.

    —Vale.

    —Además, no hay bastante espacio para toda esa basura en mi casa.

    —¿Tu casa? —preguntó Paul—. Pensé que me iba a quedar con Raff.

    —Lo he pensado mejor —dijo ella—. Quiero tenerte vigilado. Además, después de la fiesta que vamos a hacer esta noche, no vas a estar en condiciones de salir durante una semana o dos de todos modos.

    Paul condujo hasta la agencia de alquiler propietaria de su almacén y revisó sus llaves. Firmó un par de papeles mientras el tipo detrás del mostrador parloteaba sobre no pagar el alquiler y los depósitos de fianza de seguridad, pero Paul apenas escuchó. Le dio un apartado de correos para la correspondencia y Paul salió.

    A continuación canceló el servicio de teléfono móvil. Luego cerró todas sus viejas cuentas bancarias. La noche anterior, él y Chloe había tenido una larga charla sobre lo que pasaría después de que terminaran con su pequeña extorsión. Le había advertido que podría interesarle ponerle difícil a sus exsocios encontrarlo para causarle problemas, tanto legales como físicos.

    —Vas a hacer un montón de enemigos en esa sala hoy —le había dicho ella.

    —Creo que ya eran mis enemigos.

    —Nop. Antes simplemente no les gustabas mucho. Antes probablemente no tenías un enemigo real en tu vida. Ahora vas a tener tres o cuatro.

    —Creo que deberías definir tu término enemigos aquí —había dicho él .

    —Gente que no dudaría en hacerte daño físico si pudiesen salir indemnes de ello. Gente que maldice tu nombre todos los días y te desea mal sin fin. Estoy hablando de gente que quiere activamente verte muerto. Ya sabes, enemigos.

    —Tienes razón, no creo haber tenido nunca uno de esos —había dicho él.

    —Bueno, a juzgar por lo que he visto de esos tíos, y basándome en cómo vamos a joderles totalmente mañana a primera hora, vas a tener algunos pronto.

    —Vale.

    —Lo que significa —había dicho ella—, que no quieres estar donde puedan encontrarte. No quieres dejarles ninguna oportunidad para devolverte el golpe. Especialmente en las primeras veinticuatro horas o así, cuando aún estén tan enfadados que casi les duela físicamente. Cuando puedan lanzar mierda como locos. Cuando llegarían a dispararte a las ruedas o lanzarte ladrillos por la ventana. Por eso tienes que desaparecer de la vista. No deberías ir a casa durante al menos tres días. Quizá una semana.

    Paul pensó en ello durante largos minutos. ¿Por qué dejar su porquería de apartamento durante sólo una semana? ¿Por qué no dejarlo del todo?

    La idea de cortar todo enlace con su antigua vida se aferró a la imaginación de Paul y no la dejó marchar. La pura libertad que acompañaba a tal decisión le ofrecía una colección de intoxicantes posibilidades. Paul había decidido, entonces y allí mismo, abandonar su apartamento del todo.

    Sólo había alquilado el lugar porque estaba cerca de la oficina. No tenía memorias felices allí, ninguna atadura con el lugar en absoluto.

    ¿Por qué no mudarse y hacer imposible que Greg o cualquier otro lo encontrase?

    Chloe pareció sorprendida por la decisión de Paul, pero también complacida. Había arreglado que la Tripulación le ayudara a evacuar lo más rápido posible. Desde ahí, él había planeado más o menos tocar de oído. Y ahora, al parecer, el plan era que se quedase con Chloe.

    Aún con todo, eso sonaba un plan bastante atractivo. Paul no tenía ni idea de lo que ella quería de él ni por qué hacía todo aquello, pero asumía/esperaba que ella se sintiese atraída por él como se sentía él por ella. Con suerte, lo averiguaría esta noche en la madre de todas las fiestas que ella estaba planeando.

    Descargaron rápidamente el coche en el salón de Chloe —Ya lo ordenarás todo más tarde. Ahora mismo estoy hambrienta, vamos a pillar algo para comer.

    Comer significó ir a un tugurio de comida tailandesa no demasiado lejos de la casa de Chloe. Los propietarios parecían conocerla y les trajeron a ella y a Paul tés helados tailandeses sin preguntar. Chloe pidió Pad Thai y Paul pidió el especial (gambas envueltas con algo) y luego, por primera vez en horas, tuvo ocasión de recuperar el aliento.

    —Guao —dijo él—. Ha sido un jodido día de locos.

    —Apostaría —respondió ella— que es mejor que ahogar tus penas en margaritas baratas, ¿a que sí?

    —Ya te digo, asumiendo que no vayamos todos a la cárcel.

    —Nadie va a ir a la cárcel. Nunca me han pillado todavía.

    —¿Haces estas cosas a menudo, entonces? —preguntó Paul.

    —Bueno, exactamente esta clase de cosas, no. Pero he estado en mierdas mucho peores que esta —extendió los brazos sobre la mesa, posó ambas manos sobre las de Paul y le miró directamente a los ojos—. No te preocupes por esto, Paul. Todo va a salir bien. Lo prometo, ¿vale?

    Y él la creyó.

    No estaba seguro de por qué, pero la creyó.

    —Bueno, ¿qué vas a hacer con todo ese dinero?

    —No lo sé —dijo Paul—. Probablemente mudarme de vuelta a Florida. Comprar una casa. Invertir el resto, supongo.

    —¿Qué hay en Florida? —le preguntó.

    —Mi familia, la mayoría de mis amigos. Greg y yo somos de allí, pero él se mudó aquí hace años para empezar su primera compañía. Yo sólo salí para empezar la compañía del juego. Ahora no hay un verdadero motivo para quedarme.

    —¿No te gusta esto?

    —Oh, esto está bien —dijo él—. En realidad está bastante bien. Pero es caro. Y pienso que mis 850.000 dólares durarán muchísimo más allí que aquí. Allí en casa podría comprar un apartamento como en el que estaba viviendo por menos de cien mil. Aquí me costaría dos o tres veces más.

    —Ya —dijo Chloe—. Yo crecí aquí, así que supongo que estoy acostumbrada a los precios locos y demás. Aunque ciertamente entiendo que quieras ir a casa.

    Entonces llegó la comida y se dedicaron a ella en ese momento. Estaba bueno. Malditamente bueno por cinco pavos, y Paul se lo dijo a Chloe.

    —¿Ves? —dijo ella—. No todo aquí es caro. Sólo necesitas una guía local que te muestre los entresijos.

    —Quizá tengas razón —dijo Paul—. Para ser honesto, llevo aquí casi tres años y en realidad no conozco muy bien la zona. La mayoría del tiempo lo pasaba en el trabajo, en casa o saliendo con gente del trabajo hacia la casa de alguien.

    —Suena a que necesitas salir más y ver algo de nuestras ofertas locales antes de irte al Este.

    —Esa es una muy buena idea.

    «Ciertamente no hay prisa por ir a ningún sitio», pensó él. Estaba malditamente claro que no había nadie como Chloe esperándole en casa. Ni siquiera cerca.

    Chloe y Paul se tomaron un momento para picar de la comida. Era lo bastante picante para que se le inundaran los ojos, que era justo como a Paul le gustaba, y le complació ver que Chloe apilaba aún más salsa de chili en su plato. A cierto nivel, Paul pensaba que todo aquel a quien no le gustase la comida picante era un blandengue, y resultaba cada vez más obvio a cada hora que pasaba que no había nada blando en Chloe.

    —Pero volviendo a mi pregunta —dijo ella después unos minutos—. ¿Qué vas a hacer con todo ese dinero?

    —Ya te lo he dicho —dijo él—. Comprar una casa, vivir de los intereses.

    —Ya, claro, pero, ¿qué vas a hacer en realidad? ¿Cómo vas a pasar el tiempo?

    —Ah, bueno, no estoy seguro. Podría empezar un cómic nuevo, supongo. Quizá algo basado en lo que me ha sucedido aquí.

    —¿Echas de menos hacer comics? —le preguntó.

    —Un montón. En realidad echo de menos ser mi propio amo y no tener que pasar sentado en interminables reuniones donde tengo que justificar cada decisión a todo el mundo en la compañía.

    —Te gusta ser amo de tu propio destino —dijo Chloe—. Yo soy exactamente igual. Ya ni si quiera puedo mantener un trabajo. Me cabrea demasiado que gente tonta me diga lo que tengo que hacer.

    —¿Cómo te ganas la vida entonces? —preguntó Paul, aunque mientras preguntaba notó que le asustaba un poco la respuesta.

    —Oh, ya sabes, esto y lo otro. Sólo intento pasarlo bien —se detuvo e inclinó la cabeza hacia un lado—. Ahora que lo pienso, en realidad no sé cómo gano dinero. Aunque siempre parece que sale algo. La vida es más divertida de esa forma.

    Paul entendió que eso significaba que no era asunto suyo.

    —Pero, venga ya, Paul, responde a la pregunta —presionó ella—. ¿Qué vas a hacer con 850.000 dólares?

    —Estoy bastante seguro de haber respondido a eso —dijo Paul.

    —Sólo has respondido a medias.

    —¿Qué quieres decir?

    —Quiero decir —dijo Chloe, reclinándose en su silla y apartando su plato vacío—. Que tu respuesta apesta y voy a seguir preguntando hasta que se te ocurra otra mejor.

    —¿Qué? —dijo Paul—. ¿Quieres que te dé una parte del dinero?

    Ella se rió —No, tontorrón. No me hace falta tu dinero. Pero esta es una oportunidad única en la vida para ti. Podrías hacer algo realmente emocionante con este dinero. Podrías hacer casi cualquier cosa, al menos durante un tiempo.

    —Y luego me quedaría sin dinero y de vuelta adonde empecé —dijo él.

    —O quizá te quedases sin dinero y a millones de kilómetros de distancia de donde empezaste —dijo ella—. Quizá hicieras algo que cambiara tu vida para siempre y nunca fueses capaz de volver. Quizá nunca quisieras volver.

    —¿No he cometido bastantes felonías por hoy? —le preguntó bromeando.

    —¡Shhh, tú! —le regañó—. No existe eso de demasiados crimenes siempre que sean los crimenes correctos.

    —Hablando de eso —dijo Paul mientras consultaba su reloj—. Creo que es hora de hacer una retirada.

    —Vale, compañero, vamos a por tu botín —dijo Chloe al levantarse..

    —¿Botín? —preguntó Paul, su mente giró hacia otro tipo de botín mientras se ponía en pie también.

    —¡Ya sabes! Tus ganancias mal ganadas. Tu asqueroso lucro —de pronto, ella saltó en sus brazos. Él la atrapó a duras penas con un audible "uuf" —¡Venga ya! ¿No conoces la jerga pirata, niño rico?

    Él sonrió ampliamente, aunque se esforzó por sujetar todo el peso de Chloe. Sus caras estaban muy cerca ahora, a centímetros de distancia.

    —Ahhhhh… ¡Botín!— dijo él. Pensé que íbamos a un club de stripers o algo así.

    —Ya, eso quisieras tú, vaquero.

    Su cara estaba muy cerca ahora y ellos se estaban mirando directamente a los ojos. Paul decidió ir a por el beso. Ella giró la cabeza justo lo suficiente para que los labios chocaran con la mejilla, en vez de sus labios, pero él lo jugó como si fuese eso lo que él había planeado. Hizo un falso y sonoro ruido de beso al apartarse.

    —Entonces de acuerdo —dijo Chloe, desenredándose ella misma y poniendo los pies en el suelo de nuevo—. Acabemos esto y a por tu paga —lanzó un billete de veinte dólares sobre la mesa y se giró hacia la puerta.

    Paul la observó alejarse andando y recuperó la respiración. De pronto se sintió mareado de nuevo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué había hecho? ¿Quién era esta persona?

    Luego ella se giró y miró sobre su hombro hacia él, sonriendo —Vamos, bucanero. Tu botín te espera.

    Paul no podía haber dejado de contemplarle el culo aunque hubiese querido.

    —Justo detrás de ti —dijo él, y salió para recoger su dinero.

    Cuarenta y cinco minutos más tarde, se peleaban con el tráfico de hora punta. Sin embargo, la bolsa de gimnasio llena de dinero que había en el maletero hacía mas fácil que Paul tolerase la multitud de coches. Todo el mundo en el pequeño banco no había dejado de mirarles durante todo el tiempo que habían estado dentro. No pasaba a menudo que alguien sacara 850.000 dólares en metálico. Chloe se había puesto su peluca y gafas de sol, sólo por si acaso, y Paul deseó haber tenido un disfraz para él. Mientras se alejaban conduciendo, Paul observó a Chloe por el rabillo del ojo mientras ella se quitaba la peluca. La había llevado porque no quería ser reconocida en la cinta de vídeo. No quería ser reconocida porque lo que ellos habían hecho probablemente era ilegal. No quería ser reconocida porque ella era una ladrona.

    Paul paró el coche, aparcando en un McDonald.

    —¿Tienes hambre otra vez? —dijo Chloe sorprendida—. Va a haber comida en la fiesta, ¿sabes?

    Él notaba seca la garganta y le daba vueltas el estómago, pero tenía que hacer esto, era lo único que tenía sentido.

    —¿Puedo encontrarte en tu casa más tarde? —le preguntó— ¿En la fiesta?

    —¿Qué quieres decir? —dijo ella examinándole intensamente —Paul, ¿qué pasa?

    —¿Puedes pillar un taxi desde aquí? —le preguntó.

    —¿Desde aquí…? Yo no…

    —Es que —dijo Paul— necesito estar solo durante un ratillo. Hacer algunas cosas. Cosas privadas.

    Chloe se le quedó mirando severamente. Luego se inclinó hacia adelante, le besó en la frente y abrió su puerta.

    —Vale —dijo ella dulcemente—. Lo entiendo. Aunque, ¿aún vienes a la fiesta, verdad?

    Él sonrió de modo poco convincente —Por supuesto —dijo él—. Llevaré algo de champán para celebrarlo.

    —Estupendo —dijo Chloe—. ¿Te veo en unas horas, entonces?

    Él simplemente asintió y ella cerró la puerta. Él volvió de inmediato al tráfico en busca de la autovía.

    Ocultó el dinero. Se aseguró de que estaba a salvo. Aunque Chloe y sus amigos resultaran ser ladrones desalmados, no serían capaces de robarle. Sacó 10.000 dólares, lo cual le pareció una cantidad absurda de dinero para llevar encima, y escondió el resto en un lugar seguro que él conocía. Después condujo por ahí durante un rato, debatiendo una y otra vez si ir a la fiesta o simplemente desaparecer. O quizá incluso devolverle el dinero a Greg. O tal vez…

    No.

    Esos tipos no habían hecho sino ayudarle. Les debía darles las gracias como mínimo.

    Y él quería averiguar algo.

    Averiguar lo que Chloe quería realmente. Decidió pasar por su casa, sólo durante unos minutos. Sólo para dar las gracias.

Capítulo 6

    Paul llegó tarde a la fiesta de la victoria. Cuando finalmente volvió a casa de Chloe, encontró su puerta y calle tan llenas de coches que tuvo que aparcar en la siguiente calle. Le preocupaba un poco dejar su coche fuera de vista en ese barrio, pero realmente era su nerviosismo por la fiesta lo que ataba nudos en su estómago. Con una botella de champán de 120 dólares bajo el brazo, Paul caminó valerosamente hasta la puerta delantera, la cual se abrió desde dentro antes de que él pudiese tocar el timbre.

    —¡8:17! —gritó Chloe mientras abría la puerta del todo con un reloj de pulsera en su mano—. ¿Quién apostó más cerca de las 8:17?

    Chloe vestía un sari verde y azul enrollado bajo la cintura y una camiseta en la que alguien había usado un rotulador para escribir delante: PÉSCALA.

    Una joven y rechoncha asiática americana llamada Abeja avanzó un paso. Llevaba una hojita de papel en la mano que sacudía juguetonamente en la cara de Chloe.

    —¡8:15! ¡Dije a las 8:15!

    Detrás de las dos mujeres apareció un hombre alto, delgado como un palo, con un polo azul descolorido con el logo de Microsoft y pantalones militares. Paul le reconoció como Raff, a quien había conocido la noche antes.

    —Mejora por poco mis 8:00 —dijo él.

    Raff era el informático, el mejor hácker del grupo, responsable de clasificar la montaña electrónica de datos que habían robado y de robar los pedacitos jugosos. También había urdido el ataque sobre la página Web de la compañía y los otros asuntos que habían atado a los antiguos socios de Paul las horas después de haber recibido el cheque.

    —Quise apostar "nunca", pero Chloe ya había cogido esa.

    —No le hagas caso, Paul, —dijo Chloe—. Aposté "nunca" porque sabía que todos los demás la querían y yo era la única que tenía fe en tu regreso. Pero los demás decidieron hacer una pequeña apuesta sobre cuándo aparecerías después de tu pequeño acto de desaparición —Chloe movió un dedo hacia él fingiendo regañarle—. Eres un traviesillo por haberme dejado tirada así.

    Paul había estado esperando ese castigo, aunque había temido que Chloe se mostrara mucho más seria al respecto. Después de todo, la había dejado en la cuneta de la carretera sin nada más que la tarifa del taxi.

    —Ya, de veras que lo siento. Me gustaría explicar…

    Chloe le cogió del brazo y tiró de él hacia dentro de la casa. —Olvida eso. Lo comprendo todo. Tenías que hacer algo solo. Lo único que importa es que ahora estás aquí y... ¡es hora de divertirse un poco!

    La casa estaba llena en toda su capacidad. Un hazaña que no era demasiado difícil, dado que en realidad no había mucho espacio para los humanos en la casa llena de trastos. Los numerosos ordenadores del salón se habían triplicado en el curso de su pequeña "operación" y ahora servían de mesas improvisadas para jarras de cerveza, ceniceros y platos de comida. Paul reconocía a la mayoría de la gente de la noche anterior, aunque había muchas caras nuevas también. Se preguntó cuál era el protocolo en una situación como esta. ¿Sabían todos estos extraños sobre sus crimenes y la extorsión que habían hecho el día antes? ¿Debería él mencionarlo siquiera?

    —Chloe, ¿puedo hacerte una pregunta?

    —Claro, Paul. La cerveza está en la cocina. —señaló hacia el fondo de la casa—. Puedes poner tu botella de champán en la nevera si quieres. Deberíamos reservarla para más tarde, creo yo. Tú sírvete lo que te parezca bien.

    —En realidad, tenía otra pregunta.

    Ella le sonrió y pasó un brazo alrededor de sus hombros. —¿Qué necesitas, chaval?

    —¿Cómo…? —tartamudeó. El tacto de Chloe era cálido y sugerente y, una vez más, ella olía muy bien. —¿Qué debería…? ¿Qué le digo a la gente? Sobre lo que ha pasado hoy, me refiero.

    —Lo que quieras. Todos aquí lo saben. Demonios, casi todos aquí echaron una mano para hacerlo posible. Así que supongo que lo primero que yo diría sería gracias y seguir a partir de ahí. Aunque sin problemas, aquí somos todos familia. Esta es mi Tripulación... te puedes fiar de ellos.

    —Oh —dijo Paul—. Vale, eso es estupendo entonces.

    ¿Toda esta gente? ¿Todos ellos los sabían? Habría unos quince extraños en esta casa, y todos le habían ayudado a extorsionar una tonelada de pasta a su mejor amigo. Empezó a pensar que quizá había tomado la decisión correcta al llegar tarde y ocuparse de su asuntillo primero.

    —Guay, —dijo ella—. Ahora mismo tengo que mear. Píllate una cerveza.

    Y con eso, Chloe desapareció por el zaguán y Paul quedó con sus propios pensamientos, aunque no por mucho tiempo. Fue como si el alejamiento de Chloe fuese una señal para que los demás de la fiesta cayeran sobre él. Raff fue el primero, tendiéndole su mano de largos dedos para darle la enhorabuena.

    —Hoy ha sido un logro enorme, hombre —dijo el alto hácker.

    Tendría unos dos metros catorce al menos, todo piel, huesos y cerebro. Raff, sin embargo, no tenía la inseguridad física que Paul asociaba con los programadores de ordenador con los que había trabajado. Este hácker radiaba confianza e incluso cierto estilo. Más como una estrella de baloncesto que como un torpe experto de oficina.

    —Lo estuvimos oyendo todo por el micro del maletín de Chloe. Les dio caña de verdad a esos tíos, ¿eh?

    —Sí, —dijo Paul—. Ella es asombrosa. Estuvo asombrosa, quiero decir. No supieron lo que les había golpeado.

    —Nunca lo hacen con Chloe —dijo Raff—. Por eso ella es El Puto Amo.

    —Cierto, —dijo Paul—. Bueno... Raff, ¿verdad? Sólo quería darte las gracias por ayudarme. De veras que lo aprecio.

    —¡Sin problema, hombre! Ha sido un verdadero golpe. Yo vivo para esta mierda. Oye, ¿te traigo una cerveza o algo? ¿Newcastle? ¿Guinness?

    —Una Newcastle sería estupendo, gracias —dijo Paul—. Pero iré yo... tú ya has hecho mucho por mí.

    Paul pasó como un ninja al lado de Raff y entró en la cocina, donde vio a Abeja y a otra mujer, ya de pie delante de la puerta abierta de la nevera. Abeja tendría quizá metro sesenta y cinco de altura y una constitución rechoncha que nunca sería delgada, aunque perdiera algo del peso extra que ella portaba a todas partes. Chloe había dicho que ella era una ingeniera eléctrica con mucho talento, y que se habría encargado de instalar todas las cámaras ocultas si la Tripulación hubiese escogido un plan diferente la noche antes, en vez del que acabaron llevando a cabo. Abeja ya había sacado una botella de Newcastle y se la estaba entregando a Paul.

    —Gracias —dijo él.

    —Hay un abridor en el mostrador de ahí —dijo Abeja, con su atención ahora concentrada en el contenido del refrigerador, el cual Paul veía que consistía casi totalmente en diferentes cervezas irisadas marrones. —Bueno. A ver, ¿qué te parece excelente para el vientre?

    —¿Qué más te da? Ni siquiera te gusta la cerveza —dijo la mujer de pie junto a ella, que había sacado una Newcastle para ella.

    Luego giró su atención hacia Paul, dejando a Abeja hacer la elección por sí misma. Le tendió su cerveza a Paul, quien acababa de abrir la suya después de dejar la botella de champán en el mostrador.

    —¿Me lo haces también?

    —Claro —dijo él. Paul tomó la cerveza ofrecida y la abrió. Al devolvérsela, le dijo: —Soy Paul, por cierto.

    —Pues claro —dijo ella—. Eres el único extraño aquí, así que tienes que serlo, ¿no crees?

    Ella era una mujer atractiva, con pelo marrón oscuro que le caía en rizos sueltos hasta los hombros. Llevaba pantalones vaqueros, un cinturón de cuero con remaches de acero y una camiseta negra. Se limpió la mano en los pantalones antes de tenderla hacia Paul, quien la estrechó inmediatamente.

    —Soy Confetti.

    —Encantado de conocerte, Confetti.

    —Bueno, —dijo ella acercándose a Paul y apoyándose en el mostrador de la cocina—. ¿Estás satisfecho de cómo han ido las cosas hoy?

    —Sí, definitivamente. Es decir... guao. Es bastante impresionante.

    —Eso diría yo. No hemos formado parte de un logro como ese en meses.

    —Cuatro meses, al menos —intervino Abeja, quien aún intentaba escoger una cerveza.

    —No sé qué es más impresionante, —dijo Paul—. El hecho de que me ayudarais a sacar esto adelante hoy o el hecho de que ya hayáis hecho una locura como esta antes.

    —¡Ja! —dijo Confetti—. Esto no ha sido nada, guapo de cara. Esto ha sido un paseo para nosotros. Quiero decir, Chloe tuvo suerte al encontrarte en el lugar correcto en el momento adecuado, y lo hicimos. Ha sido una guasa, ¿sabes lo que quiero decir? No había verdadero riesgo para nosotros. Sólo para echar unas risas y darles el sablazo a estos geeks de los juegos, lo cual siempre es la bomba.

    —Bueno, pues gracias de nuevo. ¿Qué fue lo que tú... ya sabes, hiciste? Espero que no sea grosero que lo pregunte.

    —No, ningún problema. Era tu golpe, ¿no? ¿A quién nos vas a delatar? —dio un trago a la cerveza—. En realidad yo iba ligera en este. Clasifiqué algunos e-mails de tu viejo socio productor. Había cosas jugosas allí dentro entre él y lo que estaba ocultando. Yo recogí las mejores para que Chloe las usara en sus carpetas de chantaje. Luego conduje un poco y me quedé esperando en la esquina como apoyo por si la cosa se avinagraba.

    —¿Por si la cosa se avinagraba? —preguntó Paul.

    —Ya sabes, por si llamaban a la poli o alguien se ponía violento o tú te asustabas o algo.

    —¿Y qué hubieras hecho entonces?

    Ella dio otro trago a la cerveza y ojeó a Paul durante un momento. Su expresión decía que se estaba preguntando si él estaba perdido o si sólo era un lerdo. Paul no pudo saber qué opción había decidido.

    —No puedo saberlo. No con exactitud. Depende de lo que hubiese salido mal, ¿no? Habría hecho lo que hubiese sido necesario para sacar a Chloe de cualquier problema.

    —¿Sólo a Chloe? —preguntó Paul.

    —Bueno, si hubieses sido tú el que se hubiese avinagrado, entonces sí, demonios, pues claro que sólo a Chloe.

    —Tiene sentido, —dijo Paul—. Para ser honesto, aún no estoy del todo seguro de por qué me habéis ayudado en primer lugar. O sea, ¿qué ganáis vosostros?

    Esta, por supuesto, era la gran pregunta que se había estado haciendo una y otra vez durante las últimas veinticuatro horas.

    Ella pareció un poco sorprendida, y estaba a punto de decir algo cuando Abeja interrumpió y anunció que había decidido que no quería una cerveza después de todo.

    —¡Quiero champán! —dijo ella—. ¿Paul? ¿Podemos abrir esto? —Abeja señaló a la botella caliente que él había traído con él—. Me gustan las burbujas.

    Paul se preguntó si ella había cambiado de tema a propósito.

    —También hay burbujas en la cerveza —indicó Confetti, captando el mensaje de no responder a la pregunta de Paul.

    —Ya —dijo Abeja—. Pero no me gusta la cerveza, ¿recuerdas?

    —Claro —dijo Paul mientras le entregaba la botella a Abeja—. Pero probablemente deberías meterla un rato en el congelador primero. No está fría.

    —Nah —dijo ella—. Tengo un modo más rápido —puso la botella sobre el mostrador y empezó a escarbar en el armario debajo del fregadero—. ¡Ajá! —exclamó Abeja.

    Tenía un extintor de incendios en las manos. —Paul, ¿puedes hacerme un favor y abrirme la puerta del fondo? —dijo mientras sacaba también una gran olla.

    —Vale —dijo Paul—. Claro…

    La casa tenía un patio trasero sorprendentemente grande, con árboles y una hamaca y una parrilla grande sobre el patio de cemento. Tres personas que Paul no reconocía estaban encorvadas sobre la parrilla y hacían perritos calientes mientras se pasaban un canuto. Abeja colocó la gran olla en el suelo del patio y luego metió dentro la botella de champán.

    —¡Vale, echaos hacia atrás! —dijo ella.

    Los tipos junto a la parrilla miraron y dieron unas carcajadas. Confetti cogió la mano de Paul y tiró de él algunos pasos hacia atrás. Abeja liberó el pasador de seguridad y apuntó el extintor hacia la olla. Apretó el mando y una nube de vapor blanco pronto envolvió la olla y sus piernas. Siguió disparando ráfagas durante un par de minutos hasta vaciar el extintor. Después de que la niebla retardante del fuego se hubo despejado, ella metió la mano y saco la botella helada.

    —Listo —dijo ella llevando la botella hacia Paul.

    La botella estaba fría como el hielo.

    —No sabía que eso funcionaba —dijo él asombrado.

    —CO2 bajo presión —dijo Abeja—. Mejor que un baño de hielo y sal —tomó la botella y le quitó el aluminio al tapón.

    Un segundo más tarde el corcho salió volando por el aire.

    —Vosotros sí que tenéis un modo interesante de pasarlo bien —dijo Paul.

    —No has visto nada todavía, vaquero —dijo Confetti.

    Le quitó la botella a Abeja y bebió un trago antes de pasársela a Paul. Luego ella y Abeja le cogieron cada una por un brazo y empezaron a conducirle dentro.

    —Vamos —dijo Abeja—. Entremos al salón. ¡Es hora de la historia!

Capítulo 7

    La hora de la historia resultó que era sólo eso, un momento para relatar a todo el grupo lo que había pasado esa mañana. La Tripulación entera, que sumaba dieciocho personas, se reunió en el salón ocupando cada trozo de espacio del sofá y del suelo. Paul terminó con Abeja en el regazo, lo cual, aunque no aliviaba el calor de la atestada sala llena de humo, tenía algo de agradable en ello.

    Ella le llevaba a los labios una pipa cargada de hierba para que él diese caladas de vez en cuando mientras se pasaba por el círculo.

    Paul no era un experto, pero rara vez la hierba había ido tan rápidamente a la cabeza como aquella.

    Chloe presidía los eventos como maestro de ceremonias, contando la historia con algunas increíblemente graciosas (aunque imprecisas) imitaciones de Greg y el resto de los socios de Paul.

    Antiguos socios.

    También reprodujo una selección de cortes de la grabación de audio que había hecho en secreto con el micrófono oculto en su maletín. Abeja era quien reía más alto y con más ganas, lamentando repetidamente no haber tenido oportunidad de poner las cámaras para verlo todo en video. Paul reía tanto como cualquiera y dio alguna que otra buena risotada por su propia humilde parte en el asunto.

    Cuando acabó su actuación, Chloe hizo una reverencia mientras la habitación entera aplaudía, vitoreaba y silbaba. Dio una profunda segunda reverencia y luego sacó el CD del reproductor que había estado usando durante su historia. Lo sostuvo en alto junto con otros dos discos sin marcar.

    —¿Qué decís vosotros, bucaneros? ¿Hemos triunfado verdaderamente? —gritó Chloe.

    —¡¡HEMOS!!! —respondió la habitación entera (excepto Paul).

    Paul notó que aquello debía de ser algún tipo de ritual que ya habían realizado antes.

    —¿Y han sido todas las huellas bien borradas y más allá de toda esperanza de recuperación? —gritó ella de nuevo.

    —¡¡HAN SIDO!!! —respondió la habitación.

    Chloe se dirigió a Raff, que estaba de pie contra la pared al fondo del salón, sonriendo ebriamente.

    —¿Qué dice usted, Sr. Raff? ¿Están limpias sus huellas y discos?

    —¡Están! —gritó él—. ¡Limpios y listos para nueva acción!

    Todos vitorearon ante esto también y Raff dio un gran trago de su jarra de cerveza en reconocimiento. Chloe ahora se giró hacia Abeja, que se estremeció en el regazo de Paul.

    —¿Qué dice, Sra. Abeja? ¿Están borradas sus cintas de video y limpias las cámaras?

    —¡Están! —gritó Abeja—. Ni siquiera llegué a usar las cámaras. La próxima vez…

    Los demás se burlaron, lanzándole a ella y a Paul palomitas de maíz mientras ella daba risitas sin control. Todos habían oído suficiente sobre la ausencia de las cámaras. Chloe dejó que el improvisado combate con comida muriese antes de continuar.

    —¡Entonces Yo, como El Capitan Du Jour, oficialmente certifico esta última sortie un éxito!

    Todos aclamaron de verdad este anuncio, lanzando más palomitas por todos lados, pero principalmente a Chloe. Ella sostuvo en alto tres CD una vez más.

    —Y ahora certifico que estos representan los únicos restos del registro de nuestras aventuras.

    Con esto, rompió los discos en dos, uno a uno. Paul nunca había visto a nadie hacer eso. Le pareció peligroso, pero nadie más pareció alarmarse por los afilados fragmentos de plástico que salieron volando por el salón con cada rotura.

    ¡Crack!

    La habitación ovacionó.

    ¡Crack!

    Más orgía ebria.

    ¡Crack!

    La ovación más grande de todas.

    Chloe dejó caer a sus pies los pedazos plateados.—¿Qué es lo que decimos siempre? —gritó ella—. Si no hay pistas…

    —¡NADIE SABE LO QUE HA PASADO! —rugió la habitación en repuesta.

    Paul notó que algo unía a estas personas además de la habilidad técnica y la naturaleza canalla. Habían hecho esto antes, como ellos admitían libremente y, según Paul lo entendía, como lo habían hecho un montón de veces. Aquel ritual era antiguo para ellos, tan preciso y quizá incluso tan significativo como una misa católica. Paul era el extranjero aquí y, aunque había una chica guapa en su regazo y una cerveza en su mano, de pronto se sintió más como un pez entre tiburones que como el invitado a una fiesta.

    Ellos eran criminales. No eran aspirantes a Robin Hood ni alegres bromistas. Quizá no se tratase siempre de dinero, pero lo que fuese que hacían, era muy probable que raramente estuviese en los confines de la ley.

    «Vale», pensó, «hora de hacer mi escapada.»

    Estaba contento, muy muy contento de haber decidido en el último momento esconderle su dinero a Chloe y al resto. No estaba seguro de que hubiese salido de la casa con él si lo hubiese traído.

    Mientras se acababa el ritual a su alrededor, empezó a pensar en algunas excusas para levantarse y salir. Pero entonces Chloe se dirigió a él.

    —Ahora —dijo ella acercándose hasta quedar delante de Paul y Abeja—. Escuchemos al mismo hombre del momento. ¡Venga, Paul! ¡Levántate y propón un brindis!

    Abeja se las arregló para encontrar bastante espacio en el sofá y escurrirse fuera del regazo de Paul hasta sentarse junto a él. Ahora le empujaba desde atrás mientras Chloe tiraba de sus brazos por delante.

    —¡Vamos, machote! Es tu turno —le reprendió Chloe.

    Paul estaba un poco avergonzado y nervioso. Aún quería salir de allí, pero la hierba le había ablandando bastante y no estaba demasiado preocupado al respecto. Había mucho tiempo. Después de todo, el dinero estaba seguro y a él siempre le había gustado hablar en público. La multitud aplaudió cuando él pasó hacia el centro de la habitación. Chloe ocupó su lugar en el sofá, esta vez sentada en el regazo de Abeja.

    —Vale, vale —dijo él—. Primero de todo, quiero decir gracias. Gracias a todos vosotros por ayudarme hoy —se detuvo para dejarles aplaudir y vitorear durante un rato, aunque no fue nada comparado con el aplauso que había recibido Chloe.

    —Ayer sólo era el peor día de mi vida. Vi que me quitaban todo por lo que había trabajado. Todo se estaba convirtiendo en una mierda. Y entonces esta chica —señaló a Chloe—. Esta chica de aquí salió de la nada y, bueno, me dijo la mierda más loca que jamás había oído. Es decir, la mierda absoluta más loca que jamás había oído.

    Todos se rieron y Chloe enterró la cara en el hombro de Abeja, riendo de vergüenza, que podía o no haber sido real.

    —Pero sigo, sólo tengo que decir que vosotros habéis hecho más por mí aquí de lo que pueda agradeceros algún día. Es realmente asombroso. O sea, los riesgos que corristeis por un completo extraño. Me pasma la mente. Quizá sea por las drogas buenas de verdad que tenéis aquí, pero guao. ¡Tíos… vosotros de verdad sois la hostia! Si hay algo que pueda hacer alguna vez por vosotros, lo que sea, sólo tenéis que pedirlo.

    —¡Danos parte del dinero! —gritó alguien del fondo de la habitación. Todos se carcajearon por esto. Paul intentó sonreir.

    ¿Era este el momento? ¿Era este el momento de pagar el precio por lo que él había hecho? Por lo que ellos habían hecho por él.

    —Bueno, Yo…uh, —Paul estaba pensando rápido—. Quiero decir, claro. Ya sabes.

    Él se sentía agradecido por ellos. Bueno, al menos una parte de él lo estaba. No tendría dinero ahora si Chloe no le hubiese seducido a entrar en esta loca estafa. Pero al mismo tiempo, al recordarlo, estaba empezando a pensar que quizá había sido un gran error.

    Sí, había conseguido una pasta, pero si hubiese mantenido esas acciones, probablemente valdrían algo algún día, quizá incluso mucho más de lo que le había extorsionado a Greg. Pero se había apresurado y eso era culpa suya. En cierto sentido, esta gente le podría haber costado dinero a largo plazo. Tampoco es que él fuese a contarles eso. Afortunadamente, Chloe se lo ahorró.

    —Está jodiéndote, Paul. Todos sabemos que ésta era gratis.

    Todos rieron, al parecer coincidiendo con ella. Estaban disfrutando del momento de la incomodidad de Paul, pero eso era todo.

    —¡Aunque si quieres, paga al menos la cerveza! —gritó Chloe.

    —¡Trato hecho! —dijo Paul, sonriendo de verdad ahora que había resuelto aquello—. ¡Cerveza para todos!

    Definitivamente ovacionaron a eso. La respuesta más grande que había recibido hasta el momento. Paul pensó que eso era todo y dio un paso hacia la cocina, caminando con cuidado a través de la multitud.

    Pero aún no estaba del todo a salvo. Alguien estaba gritando desde el fondo de la habitación. Al parecer querían una cosa más de él antes de que se pudiera ir.

Capítulo 8

    p—¡Tramas y Planes! —gritó Raff desde el fondo de la habitación.

    Paul miró atrás hacia él. ¿Qué había dicho? ¿Camas y panes?

    —¡Dejad que Paul haga Tramas y Planes!

    La gente empezó a aplaudir y a silbar. Parecía que les gustaba la idea de que Paul hiciera las camas. ¿De qué estaban hablando?

    —¿Qué? —dijo Paul.

    Chloe se levantó ahora, gracias a Dios en ayuda de Paul. —Venga ya, Raff, ya sabes que él no es un miembro de la Tripulación. No tiene que hacer Tramas y Planes.

    —No estoy diciendo que tenga —respondió Raff—. Estoy diciendo que lo dejemos. Será divertido.

    —¿De qué está hablando? —preguntó Paul.

    —Solo es un pequeño ritual que tenemos —dijo ella—. Siempre que anotamos una gran hazaña, como la que hicimos para ti hoy, tenemos una pequeña sesión llamada Tramas y Planes. Básicamente, quien juzgamos que se ha beneficiado más en la última hazaña tiene que inventarse la siguiente. Pero claro, obviamente esta regla no se aplica contigo, puesto que no eres parte de nuestra Tripulación. Pero si quieres jugar, estaría guay. Es muy divertido.

    —¿Cómo funciona eso?

    Todos les estaban observando ahora, atentos para ver si Paul seguiría el juego o se achantaría.

    —No es gran cosa, en realidad. No hay reglas ni nada de eso. Tú piensa una idea sobre lo que hacer a continuación. No te preocupes si ninguna de las ideas son buenas. En realidad es sólo un juego para divertirse. Casi nunca hacemos la mitad de las cosas que se nos ocurren.

    —Venga, Paul —dijo Confetti desde el suelo cerca de los pies de Paul—. ¡Es divertido! Tú piensa alguna estafa. Un modo de hacer dinero y divertirse sin, ya sabes, trabajar de verdad por él.

    —Vale, vale, jugaré —dijo Paul. Todo sonaba algo intrigante. —¿Puedo tener un minuto para pensar en algo?

    —Claro, si quieres, —dijo Chloe—. Pero parte de la diversión del juego es decir lo primero que te venga a la cabeza. No estamos buscando una idea con una trama planeada hasta el último detalle. Se trata sólo de ocurrencia de ideas. Ya sabes, brainstorming.

    —Um… vale. ¿Cómo empiezo?

    —Te ayudaremos, esa es nuestra parte de la diversión —Le dio un rápido beso en la mejilla y se sentó en el sofá junto a Abeja—. Tú suelta la primera idea que se te ocurra.

    La primera idea que se le ocurrió fue agarrar a Chloe y besarla, pero supuso que aquello no resultaría muy bien.

    —Podríamos… —Paul estaba pensando rápido.

    «¿Cómo robar dinero?»

    Buscó en su cerebro el mayor catálogo de películas comprensible... Heat, El Golpe, Ocean's 11, El Gran Halcón…

    —Podríamos robar un banco.

    Esa sugerencia produjo un coro de buus bien intencionado.

    —Buscamos algo un poco más original —dijo Raff.

    —Y mucho menos peligroso —añadió Chloe—. Intenta ser más creativo.

    —¿Qué tal la falsificación? —aventuró Paul.

    Más buus.

    ¿Qué demonios querían? Los criminales eran ellos, no él.

    —Va, Paul —Esta vez fue Confetti quien intervino—. Nos gusta rápido y sucio como hoy. Nada demasiado elegante o que requiera un montón de tiempo y equipo.

    —Deja que piense —dijo Paul. Para su sorpresa, aquello estaba resultando un desafío emocionante, aunque él no era muy bueno en ello. —Bueno, ¿es algo más en la línea de una estafa directa?

    —¡Exactamente! —dijo Abeja.

    —Y las mejores estafas son aquellas en las que la persona ni siquiera sabe nunca que ha sido estafada, como en El Golpe, ¿cierto? —dijo Paul—. Tenemos que inventar algo donde las víctimas nunca se enteren.

    —Bueno, eso no es un requisisto —dijo Chloe—. ¡Basta con que no se enteren hasta que hayamos salido con la pasta!

    La Tripulación dio una carcaja de apreciación.

    —Entonces nada de falsificar dinero —dijo Paul. Estaba lanzado ahora. Se le ocurrió una idea. —Pero habrá algo que sea, no sé, más fácil de falsificar.

    —¿Como qué? —preguntó Raff aún apoyado en la pared del fondo.

    —Vale, tengo un amigo que colecciona vinos. Compra botellas muy caras de Burdeos o lo que sea y luego las guarda durante años y años. Se supone que lleva entre diez o veinte años hasta que esos vinos estén preparados para beber —Paul en realidad no tenía un amigo así, había leído algo en una revista una vez. Pero pensó que sonaría cutre decirlo—. Así que, podemos hacer botellas de vino falsas. Ya sabéis, comprar vino barato y usar Photoshop para hacer las etiquetas caras.

    —No está mal —dijo Chloe—. Es un buen inicio.

    —¿A quién se las venderíamos? —dijo Raff—. ¿Quién va a comprar botellas de vino de 500 dólares a gente que no conoce?

    —No lo sé —dijo Paul—. ¿No se venden por eBay?

    —No creo que se permita hacer eso —dijo Abeja—. Tendríamos que comprobarlo.

    Pero Paul aún iba lanzado. La respuestas estaba en eBay. —¡Vino no! —dijo él—. Comics. ¡Podríamos vender comics falsificados online!

    Ellos rieron. Era una loca idea idiota, pero a la Tripulación pareció gustarle.

    —Escuchadme ahora, en serio. Yo sé de comics. Llevo siete años publicando el mío.

    Todo estaba tomando forma en la cabeza de Paul, un plan ridículo, sí, pero estaba convencido de que reunía todos los criterios para este juego suyo.

    —Todos sabéis lo fanáticos que pueden ser los coleccionistas de comics, sobre la calidad de sus ejemplares y cosas así, ¿vale? Ya sabéis, como nuevo, seminuevo y lo que sea. Bueno, hay una compañía ahora llamada el Grupo de Puntuación de Comics. Básicamente ha tomado totalmente el control del negocio de la tasación de comics. Funciona así. Les envias un cómic que piensas que quizá vale algún dinero ahora o podría valer un dinero más adelante. Ellos tienen unos tasadores profesionales que evalúan el cómic y le dan una puntuación en una escala de uno a diez.

    Paul tenía toda la atención ahora, aunque algunos de ellos parecían no tener claro adónde estaba yendo con todo eso.

    —Por supuesto, esa puntuación no te servirá de nada a menos que puedas asegurar a un comprador potencial que el cómic aún tiene el mismo estado que tenía cuando lo tasadores lo evaluaron. Y aquí está lo guay. Los tíos del GPC sellan el cómic en un sobre de plástico transparente con la puntuación sellada ahí dentro con él. Ahora bien, mientras que ese sello no se rompa, entonces cualquiera que compre el cómic tiene la garantía de saber que el cómic de dentro está en el mismo estado que ellos dicen que tiene. La gente paga treinta pavos por esto.

    —Te lo estás inventando —dijo uno de la Tripulación, un tipo llamado Chris, si Paul recordaba correctamente—. ¡Si está sellado en plástico, ni siquiera puedes leerlo!

    —¡Exactamente! —dijo Paul—. ¡Esa es la belleza del asunto! Mientras esté dentro del plástico, el coleccionista sabe exactamente cuánto vale. Si lo sacan para leerlo, entonces han desperdiciado su dinero en hacer que lo tasen y lo sellen en primer lugar. Además, dado que la mayoría de comics se reimprimen en colecciones hoy en día, pueden leerlo de ese modo. Esta cosa sellada en plástico sólo es para los coleccionistas más fanáticos.

    —A ver si lo he entendido bien —dijo Chloe echándose para adelante en el asiento—. ¿La gente compra estos comics tasados que están sellados en jodido plástico y nunca los abren?

    —Exactamente.

    —Lo que implica que no tienen ni idea en realidad de lo que hay dentro de esos plásticos —continuó ella.

    —Exactamente. Excepto la portada y la contraportada, que sí pueden ver, claro está.

    —Lo que implica que si podemos descubrir un modo de falsificar nuestro propio chisme de sellado de plástico, podemos vender comics tasados a la gente y nunca sabrían la diferencia —dijo Chloe haciendo la señal de comillas en el aire en la palabra tasados.

    —¡Exactamente! —dijo Paul—. ¿Cómo van a saberlo? No querrían comprobarlo, y si sólo hacemos comics que están en otras colecciones en otro formato, ni siquiera se sentirán tentados a leerlos, pues podrían leerlos de otro modo sin romper el sello.

    —Tengo que decir —dijo Chloe sonriendo ampliamente—. Que no es plan muy malo para un grumete como tú, Paul.

    Paul se hinchó de orgullo. Lo estaba pasando en grande, especialmente ahora que se había ganado la aprobación de Chloe. Pero sólo había un problema con su plan, y tonto como era, no pudo callarse el mencionarlo.

    —Sólo hay un problema —dijo Paul—. No tengo ni idea de cómo se sellan estas cosas. Y son muy herméticos sobre el proceso —confió en que esta omisión no arruinase la buena impresión que habían tenido de él.

    Chloe se levantó y quedó junto a Paul, deslizando un brazo por su cintura. —No te compliques con los detalles ahora. Tramas y Planes se trata de pensar en ideas locas. Siempre puedes ocuparte de esa mierda más tarde. Yo, por ejemplo, creo que has tenido una idea gorda, ciertamente bastante gorda para ser la primera vez —le besó en la mejilla una vez más y luego se giró hacia el resto de la Tripulación—. ¿Vosotros qué decís? —les gritó—. ¿Es un Plan Digno?

    La asamblea vitoreó y la mayoría de ellos se puso en pie. Abeja levantó su vaso de champán y dijo en voz alta —¡Puedes apostar su bonito culo que lo es!

    El resto de la Tripulación se unió al brindis. Y así sin más, la hora de la historia se había acabado y la asamblea se separó en una docena de conversaciones diferentes. Paul había pasado la prueba que fuese que le había lanzado, un hecho que le complació mucho más de lo que había pensado.

    Chloe le besó una tercera vez, un rápido beso en los labios, y dijo —Buen trabajo, Paul.

    —Gracias —dijo él latiéndole el corazón en el pecho—. Tengo que admitir que esto ha sido divertido.

    Chloe le pasó el brazo por la cintura y le dio un pequeño pellizco en el culo. Paul dio un saltito tras el toque. —¡Te dije que te mostraríamos una buena fiesta, vaquero! Al final iremos a convertirte en un Tripulante.

    El resto de la noche se fundió rápidamente en un borrón de sensaciones para Paul. Varias horas y muchas bebidas más tarde, se descubrió sentado en el suelo entre Chloe y Abeja mientras los tres, junto con Kurt, trataban de vencerse unos a otros en un "shooter" en primera persona que se proyectaba en una gran sábana blanca que habían colgado delante de las estanterías de libros. Según las reglas, cada vez que morías o bien tenías que beber o darle una calada a uno de los tres o cuatro canutos que había circulando por la habitación. Él se defendió bien durante un rato hasta que Chloe y Abeja empezaron a empujarle siempre que enlazaba una muerte en su marcador. Cuando estuvo demasiado borracho para disparar, recurrió a quitarle el mando a Chloe. Ella saltó encima de él, ahogándole la cara entre sus pechos mientras intentaba luchar para recuperarlo de sus manos. Él disfrutó bastante con ello, al menos hasta que ya no pudo respirar. Luego rodó hasta quedar encima de ella, presionando la mitad inferior de sus cuerpos. Su erección fue lo bastante fuerte para hacerse daño mientras esta hacía fuerza a través de sus pantalones contra la cadera de Chloe. Ella le sonrió intecionadamente y le guiñó un ojo, pero antes de que él pudiese avergonzarse, Abeja le cogió de la pierna y empezó a reír como loca mientras tiraba para apartarle de Chloe. En ese momento, Raff y Confetti pasaron con otros tipos y reclamaron el juego para ellos, echando a Abeja, a Paul y a Chloe al sofá entre un montón de risitas.

    Kurt, que nunca había dejado el juego ni un momento, de pronto levantó los brazos en señal de victoria y gritó —¡Sí! ¡He ganado!

    No pudo entender bien por qué todo el mundo había empezado a reirse de él.

    Chloe tomó un canuto cuando se lo pasaron y anunció en voz bien alta que lo reclamaba para la Gente de la República del Sofá. Dio una larga calada y se lo pasó a Paul, quien se estaba poniendo muy muy ciego. Realmente demasiado bolinga para pensar siquiera, lo cual estaba bien, por lo que a él le concernía. Excepto por que quizá aquello podría impactar negativamente en su plan de seducir a Chloe más tarde, en ese mismo momento todo iba total y absolutamente bien. Se extendió en el sofá y Chloe se tendió junto a él mientras observaban a los otros tipos jugar a los videojuegos. Él acariciaba ociosamente el brazo de Chloe y esto pareció bien, aunque la vez que su mano acarició el borde de su pecho, ella cambió de posición para asegurarse de que eso no sucedía de nuevo. Él captó la indirecta. Por su parte, Abeja se había enrollado en el extremo del otro sofá y se había quedado dormida. Paul no podía recordar la última vez que había estado en una fiesta como esta, una fiesta así de divertida. La mayoría de la vida social que había tenido giraba en torno a los amigos del trabajo. La conversación en tales eventos se centraba inevitablemente en el trabajo también. Pero esta gente, Chloe y sus amigos, eran totalmente libres, estaban totalmente en el momento. Ni siquiera hablaban de lo que habían hecho por Paul ese día. No había charla de trabajo aquí.

    Chloe se movió encima de él, apoyando la cabeza en su hombro. Paul olió su pelo, el cual a pesar de su tinte color chicle, despedía un ligero aroma a manzanas frescas. Una oleada de culpa le recorrió al recordar cómo la había echado del coche antes ese día. No comprendía por qué esta gente no le habían pedido nada de su dinero, y sabía que no tenía sentido. Pero esta gente no era como nadie que hubiese conocido en su vida. Le habían dado la bienvenida a su casa y ayudado en su momento de necesidad. Mientras se iba quedando dormido, Chloe roncó levemente en su regazo, él suspiró.

    «Esto está bien», pensó. «Podría aprender a vivir así.»

    Aunque podría haber sido la hierba quien hablaba.

Capítulo 9

    Paul oyó golpes. No el ruido normal de la música. Ni siquiera el ruido normal de un martillo. Aquello eran golpes ocasionales. No se oía nada durante un rato y luego se oía un trastazo sordo. Algo pesado dejado en la alfombra.

    Tumb.

    Apretó los ojos como si pudiese cerrarlos más de lo que ya estaban y luego intentó enterrar la cabeza en el sofá para hacer parar el ruido.

    «El sofá. Vale», estaba en un sofá. El sofá de Chloe.

    Le dolía la cabeza. ¿Quizá el ruido estaba sólo en su cabeza? No. Ahí venía de nuevo.

    TUMB.

    Esta vez fue lo bastante cerca de donde estaba que sintió las vibraciones. Algún condenado idiota estaba soltando cosas pesadas en el suelo.

    «¿Bolas de bolos, quizá?», no quería saberlo.

    Oyó que se abría una puerta. Ruido del tráfico afuera. Personas hablando en susurros. ¿Por qué susurraban si no parecía importarles hacer esos ruidos horribles? ¿Pisadas sobre la alfombra? ¿O lo estaba imaginando...?

    TUMB

    ... no, ahí estaba de nuevo.

    Obviamente no le iban a dejar volver a dormir. Se permitió espabilarse para ser más consciente de su situación. Estaba en el sofá de la casa de Chloe. Vale. Había estado aquí con Chloe; quien, que él supiera, se había ido. Sí. La recordaba marchándose. Un rápido beso en la frente cuando se fue tambaleante a dormir. Alguien le había echado a él una manta encima, lo cual era bueno porque acababa de percatarse de que no llevaba pantalones. Aún llevaba puesta la camisa y los calcetines, pero que le condenaran si sabía a dónde habían ido a parar sus pantalones y su ropa interior.

    Tuvo una tenue imagen de haber estado medio dormido, muy borracho y quejarse sonoramente de tener calor o estar incómodo. Algo de eso. Tanteó con el pie y encontró lo que pensaba que podría ser unos vaqueros, hechos una bola y embutidos entre los cojines del sofá.

    «Eso esta bien.»

    Asumiendo que no fuesen los de Chloe. No. Ella se había llevado la ropa. Incluso la había llevado puesta. Ella se había ido vestida y su ropa era una falda. Probablemente estos pantalones eran los suyos.

    «Bien.»

    TUMB.

    «Ok, no han terminado de soltar bolas de bolos todavía.»

    ¿Por qué necesitarían tantas malditas bolas de bolos?

    «¡Joder! Por supuesto, podría ser otra cosa además de bolas de bolos.»

    Tenía que abrir los ojos para saberlo con seguridad.

    TUMB.

    «Vale, vale», captó el mensaje.

    Paul entornó los ojos hacia la luz. Sentía las lentillas pegajosas. Normalmente se las quitaba antes de ir a dormir. Tuvo que frotarse con cuidado los ojos durante un momento antes de que algo se enfocara en realidad. Emitió el bostezo del hombre que despierta mientras se estiraba y frotaba los ojos, para que todo el mundo supiese que estaba despierto y no necesariamente complacido por ello. Alguien se estaba acercando hacia él.

    Era Chloe.

    Levantó la vista hacia ella y sonrió avergonzado. —Debo de haberme desmayado —dijo él—. Perdón.

    —Tranquilo. Eres bienvenido al sofá en cualquier momento —ella llevaba pantalones negros recortados a la altura de la rodilla y un top blanco de tirantes con sujetador negro. Paul sintió un familiar estremecimiento ahí abajo.

    «¡Mierda!»

    No era lo que necesitaba ahora mismo. Lo que necesitaba era ponerse los pantalones.

    —¿Qué está pasando? —preguntó Paul—. ¿Qué hora es?

    —Sobre la una de la tarde —dijo ella—. En cuanto a lo que está pasando, bueno... ¡es tu plan en acción! —le señaló a las cajas que ahora llenaban la habitación.

    «Cajas. No bolas de bolos.»

    Eso tenía más sentido. Y no eran cualquier tipo de cajas. Eran largas cajas rectangulares diseñadas específicamente para contener comics. Había al menos una docena de cajas de comics apiladas sin ton ni son por la habitación.

    —¿Eso son comics? —preguntó.

    —Síp.

    —¿De quién? ¿Son míos?

    —Nop, supongo que son míos —dijo ella—. O más bien nuestros. De la Tripulación. Los hemos comprado hoy.

    —¿Qué?

    —Los hemos comprado hoy para poder llevar a cabo tu plan.

    Paul se sentó erguido ciñendo la manta alrededor de la cintura. Chloe se refería al plan de falsificar comics que él había soñado anoche.

    «¿Estaban locos?»

    —¿Estáis locos? —preguntó—. Ese plan era una idiotez. Lo sé porque se me ocurrió a mí.

    —Pues supongo que no te has dado cuenta de tu propia genialidad. Todos nosotros pensamos que era un plan bastante bueno. Así que empezamos a investigar. Luego Raff y yo salimos y pillamos un puñado de comics de un cuarto de dólar y diez centavos de una de las tiendas de cómic locales, que es lo que ves aquí ante ti —Paul miró a las cajas reunidas, confundido.

    «¿Hablaban en serio?»

    —Vamos —dijo Chloe—. Ponte los pantalones y levántate. Te prepararé un sandwich y te pondré al corriente de tu parte.

    Paul se ruborizó al notar que no había llevado manta cuando se había desmayado la noche anterior. Sin duda alguien le había traído una para taparle y ese alguien probablemente había sido Chloe. Gracias a Dios, Chloe ya había desaparecido dentro de la cocina (o bien por discreción o por estar lo bastante desinteresada) para darle un momento de privacidad mientras se ponía la ropa. Paul tiró de sus pantalones de entre los cojines. Aún no había rastro de su ropa interior, pero se puso los pantalones sin ella. Luego entró en la cocina para encontrar a Chloe haciendo sandwiches de crema de cacahuete de nuevo.

    —¿Has dormido bien? —le preguntó.

    —Debo de haberlo hecho —dijo Paul—. No he dormido más tarde del mediodía en años.

    —Bueno, tuviste un día muy ajetreado.

    —Ya —dijo él sentándose a la mesa de la cocina—. Bueno, ¿qué pasa con todos esos comics?

    —Ya te lo he dicho —le respondió—. Estamos siguiendo tu plan.

    —¿Pero por qué necesitáis toda esa porquería de comics viejos?

    —Pensé un poco en ello y probablemente podemos falsificar las portadas y cosas así, pero no veo por qué deberíamos molestarnos en falsificarlo todo. Así que les vamos a quitar las portadas a estos de aquí y ponerles la nuestra falsa. Hemos comprado los más baratos que pudimos encontrar para tener mucho donde elegir cuando haya que imitar tamaños y edad y estado, o lo que sea.

    Esa línea de razonamiento tenía un montón de sentido para Paul, aunque aún no creía del todo que fuesen a seguir con el plan.

    —Lo primero que necesitamos de ti —continuó— es que escojas algunos candidatos de la colección para la falsificación. Tal y como lo imagino, no queremos hacer nada demasiado famoso o llamativo, como el número uno de Superman o lo que sea. Nada que sea tan conocido y que atraiga mucha atención indeseada. En vez de eso, cuento con que escojas comics que valgan un poco, ya sabes, entre 100 y 300 dólares cada uno. Apuesto a que hay una tonelada de esos ahí fuera, ¿verdad?

    —Seguro —dijo él—. Una tonelada. No debería haber mucho problema. Sólo necesito una guía de precios, puedo revisarla y escoger muchos de esos que necesitas.

    ¡Ya había accedido a ayudarles! La noche anterior se había querido marchar, pero ahora se sentía culpable. Se sentía como si hubiese traicionado de algún modo a Chloe por echarla del coche, cosa que tenía todo el sentido, dado que aquello probablemente era lo único inteligente que había hecho ayer. Además, Chloe parecía totalmente tranquila al respecto. O quizá sólo estaba fingiendo y en realidad estaba cabreada o disgustada o molesta por dentro. Paul no lo sabía, pero sabía esto, por alguna razón, él no quería defraudarla. Ella contaba con él.

    —Tengo ya algunos buenos candidatos en mente —le aseguró Paul.

    Chleo había acabado los sandwiches y los acercó hasta la mesa junto a un vaso de agua y dos aspirinas para Paul.

    —Gracias —dijo él. Se tragó las dos píldoras con un poco de agua. Aunque en realidad no tenía hambre, de modo que dejó el sandwich por el momento. —Pero, ¿cómo vais a falsificar los sellos plásticos que usa la compañía de tasación?

    —Eso, amigo mío, es la parte difícil. Aún estamos trabajando en ese ángulo. Raff está fuera investigando a esos tipos del Grupo de Puntuación de Comics. Al parecer tienen sede en LA, así que podríamos tener que dar una vuelta por allí mañana y echarles un vistazo. ¿Has tenido contacto con ellos alguna vez?

    —No —dijo Paul—. Yo nunca he sido mucho de coleccionar. Sólo me gusta leerlos y dibujarlos, así que nunca he sentido la necesidad de sellar ninguno. Además, principalmente leo comics de publicaciones independientes que no valen mucho. No de coleccionista, al menos.

    —Vale —dijo ella—. Bueno, Raff sacará alguna información sólida. Siempre lo hace. Cuando vuelva podemos planificar nuestro siguiente movimiento a partir de ahí. Ey, ¿te vas a comer eso? —asintió hacia el sandwich.

    Él negó con la cabeza y ella cogió la mitad. Paul apenas lo notó, sus ideas ya habían vuelto a la elección de comics.

    Después del almuerzo, Paul ayudó a Chloe a clasificar los comics de las cajas, sólo para asegurarse de que no había joyas ocultas allí dentro que valiesen dinero de verdad. No las había, era bastante raro que una tienda cometiese esa clase de error hoy en día. Paul sugirió que podrían probar en las ventas de garaje ese fin de semana, no tenían comics a la venta muy a menudo, pero cuando tenían, se podía encontrar ocasionalmente algunas golosinas.

    Buscaría algunas de las ediciones mejor preservadas, especialmente si eran de los setenta o principio de los ochenta, pensando que ese sería el periodo de donde saldrían la mayoría de sus falsificaciones. Después de algunas horas, Paul había reunido una buena pila de unos cincuenta ejemplares preparados para donar sus tripas al fraude. Raff apareció sobre las siete y traía con él un cubo de pollo frito.

    —¡Hora del Chow! —dijo él al llegar a la puerta.

    Abeja surgió de pronto de una de las habitaciones del fondo, para gran sorpresa de Paul. Ni siquiera sabía que seguía en la casa. Debía de haberse ocultado en uno de los dormitorios, sin duda fascinada en algún proyecto técnico o haciendo algo en el ordenador. Los cuatro se sentaron a cenar pollo y cerveza. Raff se metió una servilleta de papel en el cuello de su polo negro, tapando el logo de Cisco, y luego les puso al corriente de lo que había encontrado.

    —Vale, así es como va el Grupo de Puntuación de Comics —dijo Raff entre mordiscos de pollo—. Tienen sede en San-nosequé, uno de esos suburbios en el área de LA. Normalmente no aceptan envíos directamente, tienes que darles los comics a una tienda de comics normal y ellos los envian al GPC para la tasación y sellado. Pero hacen excepciones para clientes importantes. Si has reunido una enorme colección de comics valiosos que quieres tasar, te permiten ir en persona. Como en cualquier otro negocio, los peces gordos reciben trato especial. La mayoría de la gente sólo tienen uno o dos ejemplares para tasación cada vez, recordad que cuesta 30 dólares por cómic. Pero si alguien entra y dice que ha conseguido 500 o 1000 comics raros que quiere tasar y sellar, bueno, ahora hablamos de dinero de verdad. Así que creo que ese tiene que ser nuestro modo de entrar.

    —Tiene sentido —dijo Chloe—. Enviamos una cara para jugar la carta de triunfo. Eso nos mete un pie en la puerta y dentro de su sistema.

    —Vale —dijo Paul—, pero ¿por qué queréis entrar por la puerta? ¿No podéis hackear sus ordenadores desde fuera?

    —Bueno —respondió Chloe—, queremos descubrir cómo hacen el proceso de sellado que queremos falsificar. Y sí, queremos entrar en su red, pero eso es mucho más sencillo si podemos entrar en el edificio.

    —Es importante que nos aseguremos de que el producto terminado se parece al real —intervino Raff—. Así que, idealmente, compraremos nuestro material en el mismo lugar que ellos e imitaremos con exactitud sus movimientos.

    —En serio estáis lanzados a hacer esto, ¿no es cierto? —preguntó Paul.

    Raff le lanzó una mirada que estaba en algún punto entre molesta y sorprendida.

    Tener a Raff y Abeja allí había roto el hechizo bajo el que Paul había estado a solas con Chloe. Le caían bastante bien Abeja y Raff, pero como grupo todo parecía mucho más sórdido.

    Las últimas seis horas habían sido una diversión al cuadrado. Había pasado la tarde en una habitación llena de comics y con una mujer hermosa, el sueño de todo geek. Pero ahora estaba empezando a despertar.

    —Ey, Paul, escucha un minuto —dijo Chloe—. No te estamos pidiendo que hagas nada ilegal aquí. De verdad que no. Esto es lo que nosotros hacemos para divertirnos, ¿vale? Me gustaría que nos ayudaras con una parte del trabajo de preparación porque, bueno, no sabemos nada de comics. Tu idea sonaba bien, pero no tenemos un experto como tú. Sí, vale, todos hemos leído una tonelada de comics y tal, pero tú estuviste en el negocio de verdad. Conoces las cosas desde ese lado. Si puedes ayudarnos a llevar a cabo esto, de veras que lo apreciaría.

    Paul no estaba seguro de lo que hacer. Se lo debía. Ciertamente, desde la perspectiva de Chloe, él se lo debía. Se hizo el duro para ganar tiempo.

    —Sólo me sorprende, eso es todo. Es decir, ¿de veras hay tanto dinero en esto? ¿Por qué dedicarle todo este esfuerzo?

    —Honestamente, Paul, sólo es para ver si podemos —dijo Chloe—. Como ayer cuando te ayudamos. Nunca lo habíamos hecho antes. Nunca habíamos logrado una hazaña con tan poca preparación ni la habíamos representado tan rápido y con tantos cabos sueltos. Te lo aseguro, ¡no me había divertido tanto en años! Fue todo un subidón, ¿sabes? Colársela a esos gilipollas que te jodieron. Me encanta joder a verdaderos bastardos como esos. Es más o menos para lo que vivimos. ¿Ves a lo que me refiero?

    Raff y Abeja estaba sonriendo mientras Chloe hablaba, la observaban. Parecian sentir lo mismo que ella.

    Paul asintió. Vio lo que ella quería decir. Para ser honestos, devolvérsela a sus "socios" era de lejos lo más peligroso y emocionante que había hecho en su vida. Y aunque ahora tenía ciertos remordimientos, aún saboreaba las perplejas miradas en las caras de sus antiguos amigos cuando Chloe se había situado entre ellos. La mujer había estado brillante... la Tripulación entera lo había estado. Y ahora él se sentía más que un poco halagado por que ellos pensaran que valía la pena llevar a cabo el plan que se le había ocurrido. Eso le hacía sentirse como uno de ellos. Quizá fuese sencillo hacer esta estafa de los comics.

    —Además —dijo Raff sacando otra pata de pollo del cubo—, esto es prácticamente una hazaña sin víctimas. Es decir, como tú has dicho, nadie va a abrir nunca esos comics sellados, ¿no? Así que, en realidad sólo estamos enriqueciendo a la gente. Al comprar uno de nuestros comics falsos será como comprar el cómic real. Probablemente se lo quedarán y lo venderán ellos mismos dentro de unos años y sacarán un beneficio.

    —Eso es lo que realmente me atrajo personalmente de esto —dijo Chloe—. Es exactamente lo contrario de lo que hicimos ayer. Lo de ayer fue cable de alta de tensión, en tu cara, golpea y pilla la pasta. Esto es tan sutil que nadie sabrá nunca que lo han estafado. Ese es el reto aquí... hazlo bien y nadie lo sabrá nunca.

    Paul sabía que toda esa charla eran chorradas, por supuesto. Pero, en cierto modo, aquello le bastaba. Le bastaba para seguir el juego al menos, y ver adónde conducían las cosas a partir de ahí.

    —Vale, tíos, no hay problema. Es que estoy… como he dicho, estoy sorprendido, eso es todo. Halagado, en realidad. Os ayudaré. Ya tengo algunas buenas ideas para los comics que podéis falsificar.

    —No tienes que hacer nada con lo que no te sientas cómodo, Paul —dijo Chloe poniendo una mano sobre la de él para consolarle—. Pero toda ayuda es bienvenida.

    —Hablando de eso… —dijo Raff.

    —Cierto —Chloe le interrumpió—. Casi me olvido. Paul, ¿tienes comics en tu colección que merezcan ser tasados y sellados?

    —Un par quizá. Una serie completa de Milagro Man. Esos son bastante difíciles de conseguir. ¿Por qué?

    —Bueno, podríamos necesitar algunos comics valiosos de verdad que llevar a las oficinas de GPC cuando nuestro hombre cara entre allí para explorar las oficinas.

    —Tengo esos y un par de cosas, pero nada que valga más de 100 dólares. Si quieres que alguien pase como un colecionista en tiempo real, necesitarás algo más impresionante.

    —Pues entonces —dijo Chloe—. Supongo que mañana tú y yo nos vamos a comprar cebo.

    —A mí me conocen aquí en la mayoría de las tiendas de la ciudad —dijo Paul, de pronto reticente de visitar alguna de sus viejas tiendas familiares por miedo a toparse con alguno de sus antiguos compañeros de trabajo—. Probablemente me reconocerán.

    —Pues nos iremos a San Francisco —dijo ella—. Pasaremos allí el día. Quizá te compremos ropa nueva también.

    La perspectiva de pasar otro día a solas con Chloe iluminó todo el semblante de Paul.

    —Suena a buen plan —dijo él—. ¿A qué hora vengo?

    —¿Qué quieres decir? —le preguntó ella.

    —Mañana. ¿A qué hora vengo para ir a la ciudad?

    —¿Es que vas a alguna parte?

    —Pensé que debería pillar una habitación de hotel o algo así —dijo Paul.

    Él había asumido que eso era lo que él iba a hacer.

    —No seas bobo. Alguien puede rastrear tu tarjeta del crédito y no necesitas llamar la atención ahora mismo. Deberías quedarte aquí, conmigo.

    Eso, a Paul, le sonaba perfecto. —Vale, gracias. De veras te lo agradezco.

    Por un breve momento se preguntó ociosamente qué cama le iban a dar para dormir.

    —Ese sofá en realidad se abre en una cama —dijo ella haciendo pedazos sus sueños—. En realidad es bastante cómoda —mordió de su pollo, que ni siquiera había empezado todavía y volvió su atención a Abeja—. Bueno, Abejita, ¿qué vas a necesitar que preparemos para dejarlo todo montado del modo que te gusta?

    Empezaron a discutir los turbios detalles de todos los preparativos que iban a necesitar y las ideas de Paul vagaron. Esperó que de veras fuese tan cómodo el sofá-cama como ella había dicho.

    Parecía que iba a quedarse allí por algún tiempo.

Capítulo 10

    No les llevó mucho tiempo concluir sus planes. Abeja y Raff tenían sus listas de tareas y Paul había hojeado una guía de precios. Habían escogido unos cincuenta comics prometedores para falsificar. Para terminar el plan necesitarían imágenes de alta resolución de las portadas y contraportadas de cada uno de ellos, cosa que era parte del trabajo de Paul y Chloe al día siguiente. El resto de la tarde fue bastante tranquila, cosa que a Paul le vino de perlas porque su jaqueca no había desaparecido del todo.

    Chloe le dio un recorrido completo por la casa, que consistía en tres dormitorios, dos baños, cocina y salón. Este último tenía un zona apartada que se podía aislar con puertas deslizantes. Esa guarida se conocía oficialmente como La Sala Del Servidor y a Paul le parecía una cueva. Tenía su propia unidad de aire acondicionado para mantenerla fría como una cubitera, y mesas plegables baratas llenas de ordenadores en fila en todas las paredes. Unas gruesas cortinas tapaban la única ventana, que él nunca había visto abierta. Paul acabó sabiendo que La Sala del Servidor estaba abierta a todos los miembros de la Tripulación a todas horas y la gente iba y venía como si estuvieran visitando otro edificio. Entraban por la puerta delantera, iban directos a la Sala del Servidor y nunca decían hola. Había una tácita comprensión de que esta sala singular era diferente del resto de la casa, la cual era definitivamente el dominio de Chloe.

    Abeja vivía en uno de los dormitorios más pequeños. Ella alardeaba orgullosamente de su colección de figuras de acción de los Simpson, aún en sus envoltorios, que cubría una pared entera del suelo al techo. Aparte de eso, la habitación consistía principalmente en pilas de ropa bajo la que se escondía una cama en alguna parte y estanterías con hileras de libros de ingeniería y ciencia ficción. Chloe era una fanática de no dejar platos por ahí; de lo contrario, Paul suponía que habría tazas y platos sucios por todas partes. Abeja probablemente también habría dejado parte de sus herramientas de ingeniería eléctrica por todos lados si ya no hubiera tomado el control del garaje.

    El garaje era el taller de Abeja. Junto a un saco de boxeo de peso pesado y un conjunto de oxidadas barras de pesas en una esquina, bancos de trabajo y herramientas de electrónica dominaban cada espacio de la habitación. Abeja pasaba la mayoría de su tiempo aquí dentro, desmontando y montando ordenadores, trasteando con cámaras diminutas y ensamblando sus propias invenciones. Otros miembros de la Tripulación también usaban el taller, pero siempre se aseguraban de preguntar a Abeja primero. A diferencia de la habitación del servidor, este espacio definitivamente no estaba abierto en absoluto y, aunque pareciese un desastre, Abeja afirmaba saber exactamente dónde estaba todo.

    El segundo dormitorio parecía tener una especie de inquilino rotante. Ahora mismo estaba Kurt, que estaba fuera haciendo otras cosas esa noche, pero que los otros le aseguraron a Paul que volvería mañana. Puesto que él no estaba en casa, el tour de Paul no incluyó esta habitación, aunque él se coló dentro más tarde esa noche al volver del cuarto de baño y quedó decepcionado de encontrarlo bastante espartano... solo un futón, una cómoda y algo de ropa. Kurt no había hecho gran cosa para decorarlo a su estilo, pero quizá no llevaba allí el tiempo suficiente.

    La habitación de Chloe estaba al fondo del pasillo y se calificaba como la gran suite. Era la única habitación de la casa que parecía estar decorada. Había una clase de sensación asiática, o quizá escandinava, dispersa por ella, un montón de líneas sencillas y mobiliario de madera rubia. Una pared tenía varias máscaras de diferentes estilos Kabuki colocadas en cuidadosas disposiciones, mientras que otra tenía dos grandes abanicos pintados sujetos elegantemente a la pared. La de Chloe era la única cama hecha de la casa. Paul vislumbró el fulgor de una cadena sujeta a uno de los pies dobles de la cama, la mayor parte de su longitud se ocultaba bajo la cama. Chloe estaba especialmente orgullosa de su armario, que ocupaba una pared entera de la habitación. Era lo más próximo a lo que Chloe llegaba a ser desorganizada, y uno sólo tenía esa impresión porque había tantas cosas en él que se estaba quedando sin espacio. Contenía tal loca variedad de atuendos que Paul pensó que quizá ella realmente tuviese ropa para cada ocasión. Vestidos, vaqueros, trajes, blusas, camisetas, y hasta uniformes, colgaban de perchas de madera. Chloe señaló una hilera de cajas a lo largo del anaquel superior,

    —Pelucas —dijo ella—. Tengo como una docena. Este pelo rosa chicle que llevo tiende a llamar la atención.

    Esas no eran sus ropas, por supuesto. Eran disfraces. Como el traje de abogada que había llevado el día anterior, eran herramientas del negocio.

    A la mañana siguiente, Paul y Chloe subieron en el coche y se dirigieron al Norte por la 101 hacia San Francisco. Paul había hecho una lista de varias tiendas de comics en la ciudad que deberían visitar antes de cruzar el Puente de la Bahía para entrar en Berkley e ir a las tiendas verdaderamente buenas junto a la Universidad.

    Para cuando volvieron a San José, habían circumnavegado la Bahía de San Francisco y visitado la mitad de una docena de tiendas. Paul pensó que sería suficiente para encontrar todo lo que necesitaban.

    —¿Sabes? —dijo Chloe mientras pulsaba con los pulgares por los menús de su iPod—. Tu selección de música es un poco limitada aquí, chaval.

    —Soy un tipo más de charlas de radio, en realidad.

    —Supongo que todo es de los podcast de Al Franken, pero ¿sabes?, a veces necesitas una estupenda canción para conducir. Y a veces la estupenda canción para conducir no la ha escrito Madonna ni las Barenaked Ladies, que parecen ser las dos únicas opciones que tienes aquí.

    —Me gusta lo que me gusta. No me molesto en buscar bandas nuevas, un hecho del que culpo no a mi propio conocimiento limitado de música, sino más bien al hecho de que hay demasiada porquería ahí fuera. ¿Has visto la MTV últimamente?

    —Por supuesto que no he visto la MTV últimamente. Todo es música de mierda. Debería decir que toda su música es una puta porquería. En el mundo entero de toda la música hay toneladas, literalmente toneladas, de enorme mierda. Sólo necesitas la guía de una experta, eso es todo.

    —¿Ves?, ese es el problema con la música —dijo Paul—. Necesitas la guía del experto para encontrar lo bueno. Cuando debería sencillamente salir a flote y ser autoevidente.

    —¿Y supongo que con los videojuegos y comics es diferente? —le preguntó.

    —Demonios, no. Con los comics es incluso peor. Bueno, peor no, pero ciertamente igual de malo que con la música. O con las películas. Se trata todo de moda y publicidad y, bueno, tradición. Los X-Men siempre venden, da igual si son buenas de verdad o realmente malas. Con los videojuegos quizá sea un poco diferente. A diferencia de los otros, te tienes que sentar e interactúar con el juego. No puedes decir: oh, todos dicen que este es bueno y supongo que no es activamente ofensivo, así que fingiré que me gusta de verdad. Con un videojuego tienes que jugarlo y, si es un juego malo, no hay modo de esconder que te estás aburriendo.

    —Tiene sentido, supongo. ¿En qué prefieres trabajar, comics o videojuegos?

    —Oh, comics, seguro. Definitivamente. Me divierto mucho más concentrándome en contar una historia. Con un videojuego tienes que preocuparte de que todo lo que quieres hacer es técnicamente posible, además de asegurar que sea divertido, y eso requiere docenas de personas para que tenga éxito. Puedo hacer un cómic yo solo, y lo único que tengo que hacer es contar una buena historia.

    —Que no siempre es fácil.

    —Nop. Pero al menos es algo dentro de mi control. Eso espero, al menos.

    Chloe había escogido por fin una canción. —¡Ja! Aquí hay algo con un poco más de caña. ¡Violent Femmes! La diversión de la vieja escuela de los 80 —Pulsó un botón y los dos empezaron de inmediato a oír el canto desde la cacofónía hasta la brillantez de "Blister in the Sun". Paul seguía mirando de reojo a Chloe de vez en cuando mientras ella movía la cabeza atrás y adelante y sobreactuaba en cada verso que cantaba.

    Señor, que erótica estaba.

    —¿Y tú qué? —preguntó él después de que acabase la canción—. ¿Qué es lo que más te gusta de lo que haces?

    —¿Qué es eso que crees que hago, Paul?

    —Ya sabes, robar a la gente.

    —Al parecer eso es lo que haces tú también ahora —le respondió con un ligero matiz de severidad.

    —No, yo sólo he robado a mis antiguos mejores amigos.

    —De momento.

    —No tengo planeado hacer de esto un hábito. Además, me estoy quedando rápidamente sin amigos.

    —Pero se hacen nuevos a todas horas —le dio una palmada en el hombro—. Serías muy bueno en esto, creo yo. Se te ocurrió esa estafa de los comics.

    —Estafa de los comics. Eso tiene gracia.

    —¿Qué quieres decir? —le preguntó ella. —En serio creo que es una idea muy buena.

    —Me refiero a la frase "comics con", como en las convenciones de comics. Así llaman a la gran convención de comics, la "Cómic Con" de San Diego y eso es lo que estamos haciendo. Una "cómic con".

    Chloe dio una carcajada.—Tienes razón, tiene bastante gracia. Quizá algún día podamos hacer una hazaña real, hacer una estafa de comics de Cómic Con como Dios manda. Deberías empezar a pensar en eso.

    —Ya, ¿sabes?, no me interesa mucho hacer de esto algo a tiempo completo, ya sabes. Sólo estoy ayudando con esto porque siento que os lo debo por toda la ayuda que me disteis.

    —Eso está guay —dijo ella—. Sin presión. Ya veremos cómo van las cosas.

    Condujeron en relativo silencio durante un rato, escuchando música. Paul se preguntó lo que ella estaría pensando, si para salir con ella tendría que pedírselo y ya está. Tenía el hábito de preguntar a sus amigas ‘¿qué estás pensando?' siempre que tenían una mirada melancólica en la cara. Algunas encontraban eso condenadamente molesto y no habían sido tímidas en indicarle ese hecho. Él no pensaba que Chloe lo apreciara más que ellas. Probablemente menos. Después de un rato, cuando ya no pudo lidiar con el silencio.

    —¿Cuánto piensas que podemos sacar con esto? —le preguntó.

    —No estoy segura. Raff hizo algunos números y cree que podemos sacar cincuenta de los grandes sin demasiado problema. Eso hace que valga la pena, aunque no quiero pasar ocupada en ello más de una semana. Tenemos demasiadas cosas pendientes.

    —¿Puedo preguntarte algo? —dijo Paul, ligeramente nervioso ahora.

    —Claro.

    —¿Quién demonios sois vosotros?

    —Somos una tripulación.

    —Te refieres a una banda.

    —En general, es lo mismo, supongo. Excepto que nosotros somos una tripulación, no una banda. En realidad no sé cómo fucionan las bandas hoy en día, pero por lo que he visto en las películas, tienen jefes y soldados y todos hacen lo que les dicen. Nosotros no somos así.

    —¿Tú no eres el jefe? ¿O lo es Raff?

    —¡Ja! Eso quisiera él. Si tuviésemos un líder oficial, supongo que sería yo. Yo sería el capitán de esta tripulación. En realidad estamos modelados como solían funcionar las tripulaciones de piratas, aunque rotamos la responsabilidad del "capitán" en cada hazaña, dependiendo de quién tiene el mejor plan y de quién sea la idea.

    —Piratas. ¿Como los de: Jo jo jo y una botella de ron? Ni siquiera tenéis un barco —Paul hizo una pausa—. No teneís un barco, ¿o sí? ¿Tenéis cañones? ¿Y loros?

    —Creo que Filo tiene un loro, o quizá una cacatúa. No sé muy bien la diferencia. Pero nada de barco ni de cañones, y no por no haberlo intentado.

    —Pero yo creía que los piratas tenían captaines que gobernaban la nave. Como Barbarroja o el Capitán Hook.

    —Claro, esos sí, y algunos eran jodidamente autoritarios, pero no todos eran así. De hecho, muchas tripulaciones pirata eran las instituciones más demócráticas que probablemente se podía encontrar en cualquier parte del mundo en aquellos tiempos. En muchos sentidos funcionaban como comunidades flotantes. Votaban sobre adónde ir y sobre el tipo de botín que tomar. Y cuando saqueaban algún botín, todos recibían la misma parte. El captitán quizá recibía una parte y media o algo así. Era bastante igualitario, lo cual tenía sentido, puesto que estaban todos juntos en ello, proscritos sin nadie con quien contar salvo ellos mismos.

    —¿Es así como os veis vosotros? ¿Una banda de proscritos?

    —Supongo. Pero sin lo indigno.

    —¿Cómo conociste a todos esos tipos, por cierto? ¿Los recogiste a todos en restaurantes mexicanos el día que iban a despedirlos?

    —Te sorprendería la frecuencia con que eso funciona —dijo ella con una sonrisa—. Pero no, la mayoría de ellos tenían un poco más de experiencia criminal que tú.

    —¿Y tú fuiste, no sé, al mercado de ladrones local y empezaste a reclutar? ¿O hay una sala de chat o algo así que todos solíais visitar para afilar vuestros cuchillos digitales?

    —Yo creo que eres genial y todo eso, Paul. No me malinterpretes. Pero si los demás te oyen hacer demasiadas preguntas como esas, podrían entenderlo del modo incorrecto. Aún eres un desconocido para ellos y ellos... bueno, yo incluída supongo, somos un poco reservados respecto a nuestra propia historia.

    —Oh, vaya —dijo Paul—. Lo siento. Debería haberlo notado. Es que, bueno, todo esto es tan extraño para mí.

    —Calma. No hay problema. No estoy enfadada ni nada. Sólo te estoy dando un consejito a modo de prefacio sobre lo que estoy a punto de contarte. Y sólo para hacerte saber que no voy a contarte nada sobre ninguno de ellos. Ni sobre cómo entraron en la Tripulación ni sobre de dónde vinieron. Pero te daré la versión resumida de mi historia. Aunque ten en cuenta que los nombres han sido cambiados para proteger al inocente y que probablemente me estoy inventado todo el asunto.

    —Dale. Me gusta una buena historia, real o ficticia.

    —Bien, porque la mía es poquito de ambas.

El Cuento de Chloe

    —Como todas las grandes historias, la mía empieza a la tierna edad de catorce, que fue la primera vez que vi una producción teatral en directo con actores reales y escenario, en vez de esas obras con chicos de la escuela media vestidos con disfraces caseros. Fue en un viaje de la escuela para ver una producción itinerante de Macbeth, y hombre, fue guay. Es decir, los actores y todo probablemente estaban bien, en realidad no me acuerdo, pero fueron las indumentarias y los conjuntos los que me fascinaron. Su diseñador de vestuario era milagroso. Habían apostado por todo el realismo, eso no es algo que se vea mucho con esos extravagantes vestidos modernos de las producciones de Shakespeare, y habían convertido ese escenario en un puto castillo. Era brillante. Yo asumí que era piedra real lo que habían usado, parecía tan bien hecho. Pero después nos dieron un recorrido por los bastidores, porque nuestro profesor conocía al regidor o algo así. Bueno, pues vi esas paredes de piedra de cerca y eran de espuma. Eso fascinó mi pequeña mente adolescente.

    —Ahí es cuando decidí que el teatro era mi nueva obsesión. Siempre he sido una chica del tipo propensa a la obsesión. No tanto por los tíos o las bandas ni nada de esas chorradas, sino más sobre aficiones. Antes del teatro había sido la escalada en roca y antes de eso había sido el patinaje sobre hielo y antes de eso había sido la gimnasia rítmica. Siempre había algo. Y yo no sólo hacía lo que sea que fuese; también tenía que aprender todo lo que había que saber sobre ello. Me había leído todos los libros que había en la biblioteca y en las librerías locales sobre escalada de montaña. Había planeado elaborados viajes que iba a hacer algún verano. Todo esto sin haber escalado nada aparte de una pared de alpinismo en un gimnasio.

    —Pero la cosa del teatro fue diferente. Mi instituto tenía algo que se acercaba a un club dramático decente y me uní el día después de volver de la obra. No había una tonelada de gente en el club, así que todos teníamos que hacer un poco de todo. Yo actuaba un poco, hacía vestuario, aprendía a operar el cutre sistema de iluminación que teníamos. Y por sistema de iluminación me refiero a un par de focos y poco más. Pero mayormente yo siempre estaba trabajando en los conjuntos. Me leía todo lo que podía encontrar y siempre convencía a alguien para que me dejara entrar en los bastidores y en los talleres de costura de todas las compañías de teatro grandes y pequeñas aquí en el Área de la Bahía. Nuestras pequeñas obras del colegio llegaron a tener un aspecto condenadamente bueno al final de mi periplo en el instituto.

    —En la universidad yo aún estaba loca por el teatro. Pensé que quizá me metería en hacer vestuarios para las películas o algo así, así que me metí con eso. Nunca me saqué el título, acabé distrayéndome. Eso fue al principio de los noventa, ¿sabes? Internet acababa de llegar fuerte. Los BBS y grupos de noticias eran lo que había por aquel entonces, y había un par dedicados al teatro y realización y cosas así. Yo estaba tan hambrienta por un trocito de conocimiento que posteaba en todos esos a todas horas. Me volví adicta.

    —Entonces llegó ese funesto día. Un tipo posteó algo en un BBS de teatro sobre intentar duplicar una elegante oficina corporativa. Decía que era para una película o un documental, o algo así, que estaba haciendo, y que necesitaba que fuese exacta a la real, pero sólo tenía un presupuesto limitado, como tal vez mil pavos. Parte de la idea real era que aquello recreara la vista de la ventana de su oficina, que estaba a veinte plantas de altura y en una parte de Manhattan. Yo tuve algunas ideas sobre el problema y hablamos online y por e-mail sobre ello.

    —El tipo no soltaba prenda sobre de qué iba la película ni sobre quién era él, pero parecía bastante listo. Incluso hablamos por teléfono un par de veces. Por fin me invitó a bajar a LA (resultó que él estaba en LA, no en Nueva York como había dicho en sus correos) para ayudarle a construirlo. Yo era una universitaria de diecinueve años cuyos padres le pagaban la gasolina. Por supuesto, fui.

    —No voy a entrar en detalles sobre ello, aunque estoy segura de que te encantaría oírlos, porque no estoy preparada para contártelos, pero todo el asunto fue una estafa. Afortunadamente, yo no fui la única que fue estafada. Pero también pude saber rápidamente que aquellos payasos no iban a hacer ninguna película ni nada parecido. En realidad trabajaban en un ruinoso almacén que habían ocupado por las buenas. Yo me encontraba con ellos allí. Todas las noches desaparecian adonde fuese que estaban sus casas, y estaba clarinete que a mí no me invitaban a ir. Acabé durmiendo en el coche. Pero ellos nunca habrían podido hacer la estafa sin mi ayuda, eso te lo garantizo. Tenían fotos de una revista y de algunas cintas de vídeo cutres que habían filmado en la oficina (que resultaba estar en LA también, no en Nueva York). Los tipos habían contratado a algún iluminador profesional y demás, pero la parte más difícil era que ese fondo pareciese real. Aunque al final lo resolvimos.

    —Uno de ellos se marchó durante un día entero y volvió. Nos puso a hacer un montón de pequeños cambios diferentes en el escenario de la oficina que habíamos construído. Cambiamos el calendario de encima del escritorio y añadimos un nuevo conjunto de lápices que él había comprado en alguna parte. Mierdecillas así. Iban a dejarme marchar y prometieron enviarme mi dinero en una semana (me habían prometido doscientos pavos). Yo estaba en plan: Que le jodan al dinero, quiero ayudar en la filmación. Esto no fue bien recibido al principio, pero me mantuve firme. Les insinué que sabía que estaban tramando algo turbio aquí y que quería formar parte. Eso salió incluso peor.

    —Ahora, Paul, aquí hay un consejito para ti. Lo que hice entonces fue perversa y jodidamente estúpido. Es decir, de tonta tonta tonta. Primero de todo, la regla dorada: nunca les hagas saber lo que sabes. Segundo, yo no conocía a aquellos tipos. En retrospectiva, eran bastante discretos, pero algo arriesgados al meterme en el plan. Un buen riesgo, puesto que era probable que yo fuese una cabeza de chorlito de teatro. Resultó que estaban equivocados. Si aquello hubiera sido diferente, una tripulación con un núcleo más duro, probablemente me habrían hecho desaparecer allí mismo. Yo sabía que uno de ellos quizá se lo estaba pensando. Pero tuve suerte, me dejaron quedarme y ayudar con la filmación antes de enviarme por mi alegre camino. Incluso me dejaron hacer el maquillaje. Aunque, para que conste, nunca recibí mi dinero, los muy cabrones.

    —Llegó otro tipo. Alguien a quien yo nunca había visto antes. Él no parecía para nada curioso de verme, me trataba como un lacayo durante el montaje de la película. Hasta este día, estoy convencida de que era algún aficionado a actor al que habían engañado para que pensara que estaba actuando en una película indi. Demonios, hasta podrían haberle pagado. Yo le hice todo el maquillaje y luego iluminamos el escenario y le pusimos a trabajar. El actor llevaba una especie de mascarilla y un traje. Parecía Avispa Verde o Spirit o uno de esos viejos héroes de pulpa. Resultaba un poco bobo, pensé yo.

    —Filmaron todo en SVHS y tenían un micro girafa encima del tipo para recoger cada palabra. Él soltó un discurso extraño sobre que obviamente había comprometido el sistema de seguridad de última tecnología y que podía hacerlo en cualquier momento. Luego dijo que quienquiera que fuese a ver esta cinta debería rendirse a sus demandas o enfrentar serias serias consecuencias. Que la próxima vez no iban a filmar una cinta de vídeo. La próxima vez iban a plantar una bomba. El actor en realidad lo vendió bastante bien. A mi me dieron escalofríos por la espalda. Estuve segura entonces de que yo tenía razón y de que aquellos cabrones no tramaban nada bueno.

    —Hicimos algunas tomas y dejamos que se marchara el tipo. Lo desmontamos todo en menos de una hora, apilándolo en un par de furgonetas y peinando el almacén en busca de cualquier prueba que nos pudiéramos haber dejado allí. Yo estaba cagada de miedo en ese momento. Pensé en salir corriendo, pero noté que una de las furgonetas había bloqueado mi coche dentro del almacén. Nunca me escaparía de ellos. Como resultó, en cuanto terminamos de limpiar, se metieron en sus vehículos y despegaron. Dijeron que me llamarían en una semana. Nunca volví a saber de ellos de nuevo.

    —Yo tenía que saber qué coño habían estado tramando. De hecho, esa se volvió mi nueva afición obsesiva. Necesitaba averiguar en qué había formado parte. Sabía algunas cosas, que la oficina estaba en LA y hasta la parte general de la ciudad donde estaba (basada en el fondo que habíamos creado). Aún así podía ser de una docena de edificios diferentes al menos y, después, una oficina de cualquiera de cientos de oficinas diferentes. También sabía que había sido fotografiada profesionalmente por una revista de la que esos tipos habían recortado fotos para usar como modelo. Yo me salté las clases y me pasé la semana siguiente en la biblioteca pública de LA, revisando todas y cada una de las condenadas revistas de casa y jardín locales que tenían en el archivo, y comprobando los periódicos en busca de una señal, de algún tipo de historia relacionada con alguna de las empresas de alguno de los edificios que había identificado como posibles.

    —Al final encontré la oficina. Había sido fotografiada en una revista local de unos tres años atrás. Era la oficina de un abogado bastante conocido, especializado en casos de mala praxis médica. Le investigué y el tipo en realidad tenía un historial bastante bueno en esas cosas, no era de los que hacían demandas sin base o como se diga. No pude encontrar nada sobre él en las noticias. Incluso fui a la Secretaría del Tribunal y leí los archivos sobre todos sus casos recientes, pero no vi ningún nombre que reconociera o que tuviese alguna conexión con la gente con la que yo había trabajado. Al final volví aquí y conseguí sacar notas pasables, a pesar de las tres semanas y media de clases que me había perdido. Usé el viejo truco de la madre muerta.

    —Seguí la pista al abogado lo mejor que pude y descubrí que seis meses más tarde se había retirado anticipadamente a la tierna edad de cuarenta y dos. Decía que quería recuperar el contacto con sus raíces y que se mudaba a Portugal. Yo pensé que eso tenía que algo ver con ese engaño que aquellos tipos habían hecho, pero claro, yo no tenía ni idea. Ellos no dejaron ni una sola pista que yo pudiera encontrar.

    —Y así, sin más, estafar a la gente se volvió mi nueva obsesión. Bueno, no simplemente así sin más. Tuve una pequeña guía de un viejo amigo, pero eso es otra historia —concluyó Chloe.

    Paul había escuchado con ensimismada atención cómo ella le había contado ese cuento. No había sido lo que él había esperado.

    —¿Eso es verdad en serio? —le preguntó.

    —Sip —dijo ella. Luego le guiñó un ojo—. Que tu sepas, al menos.

    —¿Y cuánto hace de esto? Principios de los noventa, ¿verdad? ¿Qué edad tienes, por cierto?

    —Una dama nunca dice su edad. Digamos que estoy bien para mi edad.

    —Yo creo que estás bien para cualquier edad.

    —Qué encantador eres. Aún así no voy a decirte la edad que tengo. —empezó a rebuscar en la bolsa de la cámara que había traído y sacó una cámara digital de apariencia muy cara—. ¿Sabes usar una de estas?

    —Claro —dijo Paul—. Bueno, nunca he usado una tan buena antes, pero sí, conozco la esencia. ¿Por qué?

    —Ese es tu trabajo del día, eres el fotógrafo.

    —¿Y qué eres tú?

    —¡Yo soy la reportera, bobo! ¿Qué iba a ser? —sacó una tarjeta de negocios que la identificaba como Rachel Moore, una reportera de estilo de vida del San Francisco Chronicle—. Estamos en una misión.

    El plan iba deliciosamente bien.

    Chloe y Paul entraron en todas las tiendas de comics del área de la Bahía durante las siguientes ocho horas. Ella posaba como una reportera que hacía una noticia sobre coleccionismo de comics. La nueva película de Spiderman salía el mes próximo y el Chronicle presuntamente estaba preparando un complemento sobre los comics. A cambio de la promesa de mencionar en el artículo el nombre de las tiendas, los dueños estuvieron más que felices de dejar a Paul a su aire.

    Con la cámara configurada a una resolución cercana a la de una película de 35mm, Paul tomó cuidadosas fotos de todos los comics valiosos que pudo encontrar. Siempre que era posible, intentaba convencer a los dueños de que le dejasen sacar los ejemplares de sus fundas de plástico. Esto era imposible de hacer con aquellos que habían sido tasados y sellados, pero él sacó buenas fotos de esos también. Todos necesitarían bastante retoque sustancial en Photoshop antes de que estuviesen listos para la "imprenta" pero la cámara de alta calidad le dio una base sólida para construir sus portadas falsas.

    Paul estaba constantemente impresionado con lo encantadora que Chloe podía llegar a ser. Tenía a los dueños comiendo de su mano, y no sólo por ser una rubia atractiva (gracias a una peluca), sino porque sabía cómo conectar con ellos a su nivele, fuese este cual fuese. A los tipos que eran verdaderos fans del género y los comics en general, ella les hablaba de sus personajes y líneas argumentales favoritas. A los que les gustaba la línea de fondo, ella enfatizaba cómo les ayudaría el artículo a traerles negocios. Y a los que no les importaba ni una cosa ni otra, ella sabía cuando dejarlos en paz.

    Para el final del día, Paul había reunido buenas fotos de un centenar de probables sospechosos, portada y contraportada. Ya estaba revisando en su cabeza lo que tenía que hacer en Photoshop para hacer la imagen perfecta para la estafa. Iba a ser bastante simple, pensó, pero tenía que hacer algunas pruebas para asegurarse de que resultaba bastante convincente. Mientras descubrieran cómo falsificar la dura funda de plástico para los comics sellados y tasados, pensó que tendrían una buena probabilidad de llevar a cabo esa estafa.

    Cuando llegaron a casa de Chloe, la encontraron atestada con una media docena de miembros de la Tripulación. Habían colocado la gran sábana blanca de nuevo y todo estaba preparado para jugar al torneo del "shooter" en primera persona. Paul había jugado en muchos de esos eventos cuando trabaja en «Miedo y Cargando» y, en muchos sentidos, llegar a una casa con algo así hacía que todo pareciese un poco más normal. Además, él estaba ansioso por halardear de su habilidad cuando no iba bebido y colocado.

    Tomó asiento y se zambulló en el juego, reventando a sus nuevos amigos durante las próximas cuatro o cinco horas, hasta que se acabó el Red Bull y él cayó en el sofá una vez más.

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    NdT: Perdido en la Traducción: comic con = estafa/convención de comics.

Capítulo 11

    Los días siguientes pasaron volando para Paul. Él disfrutaba como un demonio de su tiempo en la casa. No había diferencia con los tiempos de la universidad, todos a su alrededor eran inteligentes y estaban siempre preparados para hacer algo divertido al primer aviso. Siempre había un montón de cerveza para beber y buena hierba que fumar si querías. Todos trabajaban duro, Paul mismo trabajaba más que como lo había hecho en su propia compañía, pero las maratones de juegos de ordenador y fiestas espontáneas con frecuencia interrumpían el trabajo.

    A Chloe le encantaban particularmente los viejos juegos de lucha estilo Street Fighter y retaba rutinariamente a contiendas en la Playstation a todo el que llegaba. Paul luchaba con ella una y otra vez, pero nunca llegaba cerca de vencerla.

    Paul se pasaba la mayoría del tiempo en la Sala del Servidor, trabajando con el Photoshop en uno de los ordenadores. Kurt por fin había aparecido de nuevo y había traído una impresora láser a color de calidad profesional. Al parecer, tenía un amigo que tenía un amigo en el negocio de la impresión, o algo así. Kurt sólo se quedó una noche, la mayoría de la cual la pasó haciendo la colada y comiendo tallarines en su habitación. Luego desapareció de nuevo la mañana siguiente, dejando la impresora aún dentro de su caja para que Paul averiguase como instalarla. Abeja se ofreció a ayudar.

    —¿Qué le pasa a Kurt? —preguntó Paul mientras los dos sacaban la voluminosa impresora del acolchado de espuma.

    —¿A qué te refieres? —le respondió ella.

    —No viene mucho por aquí, ¿eh?

    —No, últimamente no. A veces. Es que depende.

    —¿Depende de qué?

    —De lo que esté haciendo —dijo Abeja—. Esta estafa de los comics no es lo único que está en marcha ahora mismo. Kurt está al mando de otra idea en la que algunos están trabajando.

    —No tenía ni idea —dijo Paul.

    Excepto en la noche de la primera fiesta, él nunca había visto al grupo entero reunido en un lugar. Simplemente había asumido que salían a vivir sus propias vidas o a sus trabajos o algo así. No había habido ninguna pista sobre que hubiese en marcha otra estafa.

    —Bueno, ¿y por qué ibas a tenerla? —preguntó Abeja con sorpresa—. En realidad no estás envuelto en ella. Bueno, ahora que pienso en ello, en realidad lo estás un poquito.

    —¿Eh? —preguntó Paul, confundido.

    —Bueno, realmente envuelto no, pero ¿sabes?, viste el show en movimiento —dijo Abeja.

    —¿Cuándo fue eso?

    —El día que te encontraste con Chloe. En ese restaurante mexicano donde ella estaba intentando que colocaran en las mesas los saleritos y pimenteros mariachis.

    —Ah, sí… —dijo Paul.

    Se había olvidado de la excusa original de Chloe para estar en el restaurante. Había afirmado estar haciendo investigación de mercado; pero, en retrospectiva, eso tenía que haber sido mentira.

    —¿Qué eran esas cosas, por cierto?

    —Eran micros —dijo Abeja—. El objetivo come allí a todas horas o algo así y Kurt quería escuchar la conversación en la mesa. Así que tuvimos que descubrir un modo de pinchar todas las mesas. Los construí yo misma.

    —Guao —dijo Paul al ver las nuevas profundidades de esta tripulación y lo lejos que tenían de ir—. ¿También hiciste los hombrecillos mariachi?

    Abeja se rió. —No, Kurt los encontró. En realidad el tipo es bastante sorprendente en ese sentido. Es parte de lo que hace.

    —¿Qué quieres decir?

    —Kurt da sablazos, ya sabes. Su tema es saber cómo encontrar cosas. Pero se guarda sus métodos para él. Siempre es el amigo de un amigo o algo así, pero nunca lo sabemos seguro. Personalmente, no me sorprendería que sea él quien roba esas cosas.

    —¿En serio?

    —Podría ser. No tengo ninguna razón para creerlo; pero, venga ya. ¿Un tío tan callado? ¡No puede tener TANTOS amigos! Casi siempre puede encontrar cualquier parte de equipo que necesitamos y raramente le lleva más de unos días conseguirla.

    —Ja. Interesante —empezaron a desenrollar cables y a escarbar por detrás de uno de los ordenadores, tratando de encontrar el puerto correcto—. Me sorprende que no tuvierais ya una impresora de alta calidad como esta. Parece ser útil.

    —No tanto como te pensarías —dijo Abeja—. Nosotris no hacemos muchas cosas en papel, ¿sabes? Cuanto más digital mejor, eso pensamos. Es mucho más fácil borrar las huellas de ese modo, asumiendo que sabes lo que estas haciendo. Se le puede seguir la pista al papel, teóricamente, o podrías dejar una huella o lo que sea.

    —Huellas dactilares. Ni siquiera había pensado en eso. Probablemente deberíamos llevar guantes cuando manejemos estos comics falsificados, ¿no?

    —Esa es una buena idea —coincidió Abeja—. Estoy segura de que Chloe ya ha pensado en eso... siempre piensa en todo, que es en parte por lo que es la caña. Pero asegúrate de que se lo mencionas. Como poco, te hará parecer inteligente —ella le dio una reafirmadora palmada en el hombro—. Chloe siempre se cuela por los tipos inteligentes.

    —Gracias —dijo Paul, sorprendido pero complacido con ese consejo romántico. —Lo haré.

    Después de pasar algunas horas tratando de encontrar los drivers correctos para instalar en la máquina, conectaron la impresora y funcionó como en un sueño. Paul hizo algunas pruebas y salieron estupendas. Se le ocurrió que deberían tener una bolsa para quemar todo lo que no usaran o que no quedase bien... los papeles triturados aún se podían ensamblar, pero no si se convertían en ceniza. Tendría que mencionar eso a Chloe también. Quería mostrarle que podía encargarse de su parte. Después de todo, aquello había sido idea suya.

    Todos los miembros de la Tripulación que trabajaban en esa estafa se reunieron al día siguiente, incluso el huidizo Kurt, que estaba haciendo doble servicio. Paul llevaba sus muestras con él. Se embutieron todos en el salón de Chloe una vez más y ella presidió la asamblea llevando una camiseta ajusada de Supergirl en honor a la ocasión.

    —Vale, chicos, el juego está en marcha. Estamos a punto de saltar a la acción aquí y quiero asegurarme de que todos sabéis de qué va —giró su atención hacia Paul durante un momento—. Como sabes, Paul, siempre tratamos de mantener al corriente a todos en la Tripulación tanto como sea posible. Aunque puede que no todos tengan mucho papel en esta hazaña, todos formamos parte del equipo, así que todos tienen derecho a saber.

    Aquélla revelación hizo diana en Paul por el hecho de no ser realmente parte del grupo, de lo contrario le habrían contado qué estaba tramando Kurt. Al menos de momento, él aún era un extranjero.

    —Estamos a punto de dar luz verde a esto de la falsificación de comics —continuó Chloe—. Pero hay algunas cosas que hemos tenido que decidir. Es un poquito más complicado de lo que pensaba al principio, pero no pasa nada. Aún así, no es nada que no podamos manejar. Tenemos tres equipos principales trabajando en esto. Os daré primero las malas noticias. La mayoría de vosotros, tíos, vais a ser e-Esclavos en esto.

    Hubo un coro de lamentos en el grupo.

    Chloe ya le había explicado este término a Paul: los e-Esclavos eran los que iban a pasar horas y horas vendiendo todos los comics falsificados en e-Bay. Era una tarea ingrata, pero definitivamente necesaria y, puesto que querían llevar a cabo su plan rápidamente, iban a necesitar tanta gente concentrada en vender como fuese posible.

    —Lo sé, lo sé, apesta y recibes la misma parte que todos los demás. El equipo dos será el jefe de red. Resulta que hay un aspecto de seguridad informática que capear. He estado mirando en la página web del Grupo de Puntuaciones de Comics y tienen una base de datos ahí arriba que lista todos y cada uno de los comics que han tasado alguna vez. Así que, cuando tasan El Castigador #1 o lo que sea, lo añaden a la base de datos. Así el coleccionista sabe cuántos ejemplares de cada uno hay ahí fuera. Es un modo de disuadir a gente como nosotros.

    Esto recibió una carcajada.

    —Vamos a necesitar entrar en esa base de datos y hacer algunos cambios a voluntad. Entrar no debería dar mucho problema. Sé que vosotros podrías hackearla ahora mismo si quisierais, pero vamos a entrar por la puerta, así que bien podéis esperar hasta que montemos esa parte. En cuanto estemos dentro y funcionando en su sistema, Paul os hará saber qué comics está falsificando y podéis añadir los ejemplares en la base de datos gradualmente, para no dar pistas a nadie. También vamos a necesitar que trunquéis algunos números en su sistema de inventario, pero llegaré a eso más tarde.

    —Y eso nos deja nuestro equipo principal. Vamos a hacer un viaje de carretera. Las oficinas de la compañía están en LA y necesitamos echar un buen vistazo a cómo hacen las cosas. Hemos separado un puñado de estos comics sellados y tasados y es un proceso especializado. Preparar nuestra propia instalación y sellar estas cosas del modo correcto habría costado más de lo que vale la pena, así que creo que vamos a tener que usar las máquinas en la misma compañía, lo cual debería ser divertido.

    —El equipo de carretera será Raff, Abeja, Filo y yo. Paul vendrá con nosotros también. Salimos mañana, en cuanto se impriman las falsificaciones —Tomó las muestras de Paul y las pasó por la gente—. Que todo el mundo eche un vistazo a ver si puede encontrar algún defecto o fallo. Cuanto más ojos en esto, mejor. A mí me parecen estupendas, pero ¿qué coño sé yo?

    El grupo examinó las portadas falsas, la mayoría con bastante atención, otros sólo superficialmente.

    —Y ahora vamos adelante a toda vela, así que todo el mundo tiene que actuar en consecuencia. Sin filtraciones. Sin charlas con extraños. Todos concentrados en sus trabajos y podremos hacer una bonita pequeña hazaña. ¿Capisce?

    Todos asintieron.

    —Vale, chicos, separaos en grupos. Kurt, escoge cuatro hackers. Después de que entremos en sus oficinas y plantemos el Caballo de Troya, tienes que empezar a mirar todo lo relacionado con este GPC, pero ¡hazlo discretamente! Confetti, cielo, tú te encargas de los e-Esclavos. Lo siento, chica, te llevaste toda la diversión en ese trabajo del hotel el mes pasado. Coge a todos los que queden, sirve una ronda de chupitos y empieza a plantar esas portadas falsas para las cuentas de e-Bay, por email también, ¿vale?

    —Y, ¿Paul? Ponte los guantes de látex y prepárate para algo de diversión. Tú y yo vamos a hacer falsificaciones de comics muy muy bonitas durante el resto de la noche —le cogió de las manos y tiró para levantarlo del sofá y hacia sus brazos—. Venga, grandullón. Abeja va a echarnos una mano.

    Pasaron el resto de la noche y la mayoría del día siguiente haciendo falsificaciones, según lo prometido.

    Paul había hecho del método una ciencia al haber hecho pases previos de prueba, así que el trabajo fue bastante rápido. Las portadas falsas resultantes se recortaban hasta el tamaño adecuado y se grapaban encima de las tripas de los comics que Paul había seleccionado de las cajas y cajas que la Tripulación había traído. Se divirtieron particularmente mezclando portadas clásicas de los X-Men con anodinos interiores de Archie y empalmando el semblante de Batman sobre Richie Rich.

    —Ambos son arruinados fondos de inversión —había señalado Chloe.

    Paul se había ocupado del problema de desgastar algunas portadas en Photoshop para que pareciesen descoloridas por el sol y el tiempo. Tampoco mucho para que no comprometiera seriamente el valor, pero lo bastante para hacerlos más creíbles. Abeja pasaba el tiempo con algunas pequeñas herramientas y una taza de té. Estaba añadiendo otras señales de envejecimiento a los comics más antiguos, manchando algunos con el té. Con las herramientas, hacía pequeñas fracturas y pliegues de estrés. Abeja amaba tareas de detalle como esa y Chloe tenía que empujarla para que hiciera sólo algunos cambios y siguiera con el siguiente.

    Pusieron los falsos en fundas de plástico para almacenado seguro y, en el transcurso de las dieciséis horas o así, llenaron tres largas cajas de comics, cada una con unas cien falsificaciones.

    Una hora más tarde, Raff y Filo llegaron con una gran furgoneta que habían sacado de alguna parte. Cargaron los comics, junto con algo de equipo electrónico, sacos de dormir y una nevera llena de comida.

    Poco después estaban en la carretera, Raff y Filo delante, conduciendo al Sur hacia LA, mientras Chloe, Paul, y Abeja iban detrás. Una cosa era segura, pensaba Paul. Chloe y sus amigos raramente perdían mucho tiempo.

    Esa noche montaron campamento en un par de habitaciones de motel a un kilómetro de la sede del Grupo de Puntuación de Comics. Estaban todos en una habitación revisando el plan para el día siguiente. Un arsenal de electrónica yacía disperso por la cama mientras Raff y Abeja explicaban cómo funcionaba cada pieza. Pero Paul no estaba escuchando en realidad. Estaba pensando en su papel en el plan y en el hecho de que ya no era tan significativo como quería. Para ser honestos, ni siquiera estaba seguro de por qué le habían traído con ellos. Este era su plan después de todo y quería una parte más central en él.

    —¿Puedo hacer una sugerencia? —preguntó Paul interrumpiendo a Raff, quien le disparó una mirada de sorpresa—. ¿Por qué entra Raff haciéndose pasar por coleccionista? Sin ofender, hombre, pero no sabes nada de comics.

    —Para eso estás tú aquí, Paul, para ayudarme.

    —¿Por qué no entro yo en tu lugar? —dijo Paul, su estómago de pronto le dio vueltas. ¿Es esto lo que quería? Al parecer sí.

    —¿Quieres entrar? —preguntó Chloe—. ¿Por qué?

    —Bueno, es que creo que tiene más sentido. Yo hablo su lenguaje, ya sabes a lo que me refiero. Además, por lo que tú has dicho, no hay gran cosa que hacer. Básicamente entro y soy yo mismo, me muestran la oficina y demás. Es que creo que hay menor riesgo de que yo levante sospechas o lo que sea.

    —Tú nunca has hecho nada parecido, ¿verdad, Paul? —preguntó Raff—. Es estupendo que nos estés ayudando y todo eso, pero ¿y si te pones nervioso? ¿Y si te das cuenta de pronto de que estás a punto de cometer fraude y te echas atrás? No vamos a tener una segunda oportunidad como esta... no sin levantar MUCHAS sospechas.

    —Entiendo lo que estás diciendo, pero os lo aseguro tíos, puedo hacerlo —Paul giró su atención hacia Chloe—. Puedo hacerlo. Soy el mejor hombre para este trabajo.

    Chloe dio una carcajada y extendió el brazo para alborotarle el pelo —Vale, campeón, tú ganas. Te permitiremos entrar. Eso significa que tenemos que comprobar tu culo con algo de este equipo de aquí. Raff, te parece bien esto, ¿verdad?

    —Mientras no la joda, me parece bien, sí —dijo Raff, sonriendo también—. Si implica que no tengo que pasar una hora de parloteo con algunos geeks de los comics, por mí estupendo.

    —Entonces vale —dijo Chloe— Empecemos de nuevo desde el principio, esta vez tenemos a Paul como la cara.

    —¿Te refieres como en el Equipo A? —dijo Paul, recordando el personaje de La Cara de la vieja serie de acción/aventura de los 80— Me encanta esa serie.

    —Sip —dijo Chloe—. Excepto que no vamos a hacer volar nada por los aires. Al menos, esta vez no.

Capítulo 12

    Las oficinas del GPC se encontraban en la esquina delantera del Parque Industrial Redfield, justo en uno de los muchos edificios idénticos en el área. La puerta tenía una cerradura electrónica donde los empleados colocaban sus tarjetas de pase para acceder. Puesto que él no tenía tal tarjeta (todavía), Paul tuvo que dar unas leves palmadas en el cristal para llamar la atención de la recepcionista. Ella le abrió educadamente desde su escritorio. Paul tenía una cita para encontrarse con el jefe de tasación, que saldría en un minuto. El nombre del hombre era Kevin Carrey, un paisano bien alimentado con un polo azul con el logo de la compañía y pantalones militares. Le estrechó la mano a Paul cálidamente mientras este último miraba brevemente hacia la tarjeta de seguridad que colgaba del cinturón de Kevin.

    —Bienvenido al GPC, Sr. Feldman. soy Kevin Carrey, Vicepresidente de Relaciones al Cliente.

    —Pete Feldman. Me alegro de conocerle, —dijo Paul—. Le agradezco que me haya permitído pasar en persona. Sé que es un poco inusual.

    —Intentamos que nuestros clientes se sientan cómodos, especialmente los nuevos clientes. ¿Le gustaría ver la oficina?

    —Eso sería estupendo.

    Las salas principales de tasación estaban divididas en tres secciones diferentes. Las mayores contenían cinco tasadores que trabajaban con comics publicados desde 1980, el león del negocio de la compañía. Las dos más pequeñas tasaban comics de la edad de plata (años 60 y 70) y edad de oro (años 30 a 50) respectivamente. Carrey también indicó una habitación de restauración donde los comics dañados podían recuperar su gloria recreada. La oficina daba una sensación informal, con música bramando de altavoces y paredes cubiertas de carteles relacionados con los comics. Probablemente un lugar divertido donde trabajar si te gustan los comics, pensó Paul.

    Pero lo destacado del recorrido (de hecho, una de las metas principales para entrar allí en primer lugar) era la habitación de sellado. Aquí tomaban los comics tasados y los sellaban en dos capas de plástico. Primero en una funda flexible de plástico que se ceñía alrededor del cómic. Luego un envoltorio exterior de plástico duro que incluía un holograma y el titulo del cómic con la tasación impresa directamente sobre el plástico. Usaban calor para fundir el plástico y hacer los sellos, de modo que no había modo de abrir el producto final sin romper el sello, eliminando así la veracidad de la tasación. Paul echó un largo y buen vistazo por esa habitación, incluyendo las cámaras de seguridad montadas en lo alto de la pared. La cámara digital, oculta dentro de las gafas de cristal grueso de Paul, tansmitía todo lo que él veía al resto de la Tripulación, que estaba en una furgoneta al doblar la esquina. Paul insistió en observar dos veces todo el proceso de sellado de principio a fin, cosa que su guía encontró un poco aburrida, pero el hombre atendió la solicitud de Paul.

    —Muy chulo —dijo Paul—. Tienen un bonito montaje aquí. ¿Cuántos de estos hacen al día?

    —Una media de mil al día. En realidad aún estamos un poco bajos de personal. Recibimos más comics por día de los que podemos tasar, pero podemos dar preferencia a clientes especiales y ponerlos en lo alto de la fila, especialmente si hacen muchos negocios con nosotros.

    —Hablando de eso, ¿hablamos de mi pequeña colección?

    —Ciertamente. Venga a mi oficina y podemos hablar allí.

    Paul echó de pronto mano al bolsillo de los pantalones, donde había el bulto inconfundible de un teléfono móvil.

    —Oh, caramba, tengo una llamada. ¿Le importa?

    —No, por favor, adelante.

    Paul sacó el teléfono y lo encendió, fingió hablar con alguien sobre un trato inmobiliario mientras le daba la espalda a Carrey. De hecho, el teléfono no era un teléfono en absoluto. Era un pequeño artefacto que Abeja había creado y metido dentro de una carcasa de teléfono móvil. Paul hizo una buena actuación paseando por la habitación, hablando airadamente con su agente de la propiedad. El Sr. Carrey quedó de pie en silencio, fingiendo no escuchar.

    —Escucha, estoy en una reunión, —dijo Paul—. Tengo que colgar. Te llamaré. Tú hazlo, ¿vale? Que. Lo. Hagas —Paul golpeó el botón de finalizar la llamada, activando de hecho el artefacto de Abeja.

    Se acercó hacia Carrey con el teléfono aún en la mano.

    —Perdón por eso. Continuemos.

    Cuando Paul pasó cerca de Carrey, dejó que el brazo que llevaba el teléfono móvil barriera casi tocando la tarjeta de seguridad que colgaba del cinturón del vicepresidente. El falso télefono funcionaba casi igual que el escáner de tarjetas de seguridad electrónica de la puerta delantera de la compañía. Como el escáner de la puerta, lo único que necesitaba era estar a unos centímetros de una tarjeta de seguridad para leer la señal del microchip de la tarjeta. El invento de Abeja grababa esta señal automáticamente y les permitiría duplicarla más tarde.

    Paul bajó la vista hacia la pantalla digital del teléfono mientras seguía a Carrey hacia su oficina. Rezaba: «Llamada Completada», indicando que había funcionado la captura de la tarjeta.

    Dos tareas hechas, una para terminar.

    Se sentaron en la espaciosa oficina de Carrey. Carecía del color y del carácter del resto de la instalación, pero tenía cinco comics muy valiosos, sellados y tasados, colgando con gusto de la pared. Paul no estaba actuando cuando silbó apreciativamente a la copia de Amazing Fantasy 15, donde se vio la primera aparición de Spiderman y que valía varios cientos de miles de dólares.

    —Guao. ¡Qué pasada! —dijo Paul señalando a la imagen del lanzarredes en la pared.

    —Sí, ¿no es estupendo? Es lo primero que compré cuando la compañía empezó a ir bien. Sólo tasado a 5,4, pero aún así es asombroso, ¿sabe?

    —Definitivamente. No tengo ese en mi colección, pero he conseguido algunos buenos, eso seguro.

    Paul se inclinó torpemente en su silla para pescar un CD en una funda de papel de su otro bolsillo. Señaló al ordenador de escritorio de Carrey.

    —¿Eso tiene el Excel?

    —Por supuesto, —dijo Carrey, tomando el disco y poniéndolo en su ordenador—¿Tiene su colección entera ahí?

    —Sip, en realidad no sé mucho de ordenadores, pero contraté algunos chavales de la facultad para hacer el inventario de toda mi colección y grabarla en una gran base de datos o algo así. Les llevó todo el verano. También pesaron mis comics, resulta que tengo una tonelada literal de comics. Unos 980 kilos.

    —Eso es bastante impresionante. Yo he reducido mi propia colección en los últimos años, sólo unos dos mil que realmente quiero conservar.

    —Yo estoy planeando hacer lo mismo, pero primero quería que cuatrocientos o quinientos los tasarais y sellarais, sólo los más valiosos, ya comprende.

    A 30 pavos por tasado y sellado por cómic, Paul le acababa de ofrecer al hombre 15.000 dólares de negocio. No sería su mayor cliente, pero era bastante como para pedir cierto respeto.

    —Ese disco sólo tiene una lista de los comics que creo que serían los candidatos más probables para la tasación. Si podéis examinarla y comentarme vuestras sugerencias, lo apreciaría de verdad.

    De hecho, la lista sólo era una ficción que Paul se había inventado en el curso de algunas horas. Había sido cuidadoso de que sólo un puñado de los comics coincidieran con los que habían falsificado. No tenía sentido dejar una lista de sus falsificaciones por ahí, aunque nadie fuese a asumir nunca que la estafa salía según lo planeado. Sin duda el disco ya había cumplido su verdadero cometido.

    Caundo Carrey había abierto la base de datos, también había liberado un Caballo de Troya en la red de la compañía. El programita estaba ahora oculto en el sistema, y lo dejaría abierto de par en par para el equipo hácker.

    Misión tres cumplida. Hora de moverse.

    —Me encantaría revisar esa lista con vosotros, —dijo Paul—. Pero en realidad tengo que irme. Mi agente inmobiliario parece determinado a estropear un trato y necesito asegurarme de que sale según lo planeado. —Sacó su billetera y le entregó al Sr. Carrey una tarjeta de negocios falsa—. Llamadme o dejadme un e-mail cuando hayáis tenido oportunidad de revisarla.

    —Sin problema, Sr. Feldman. Nos alegrará ayudarle con su colección. Sólo mirando por encima, se ve que tiene algunos comics impresionantes aquí.

    —Gracias —dijo Paul girándose para salir—. Oh, sólo una cosa más en realidad. ¿Puede guardar ese archivo en su ordenador y devolverme el disco? No tengo una copia en mi portátil en el hotel y quería examinarlo una vez más.

    —Por supuesto. Sólo un segundo. —Carrey salvó el archivo y sacó el CD, se lo entregó a Paul—. Aquí tiene, arreglado.

    —Guay —dijo Paul—. Bueno, tengo que irme. Gracias de nuevo.

    —Deje que lo acompañe —dijo Carrey.

    Dos minutos más tarde, Paul estaba subiendo de vuelta a la furgoneta. En cuanto cerró la puerta detrás de él chilló de júbilo.

    —¡Whuuu juuuu! —gritó—. Ha sido increíble —había estado tranquilo durante toda su visita, pero en cuanto había salido por la puerta, su corazón había empezado a acelerarse.

    Era una sensación estimulante, engañar a alguien tan completamente. Fingir hacer una cosa, pero hacer en secreto algo mucho más furtivo. Chloe le dio un gran abrazo y un beso rápido en los labios, lo cual fue todo en lo que él pensó durante los siguientes momentos mientras aplaudía e intercambiaba felicitaciones con los otros miembros de la Tripulación.

    —Gran trabajo, Paul —dijo Chloe—. Has actuado como un pro.

    —Casi olvido recuperar el disco —dijo él entregando a Abeja el teléfono móvil/escáner de tarjetas y el disco.

    Raff ya estaba conduciendo la furgoneta de vuelta al motel. —Aunque lo hiciste bien.

    —Gracias —dijo Paul.

    —Demonios, ni siquiera me di cuenta de que te lo habías olvidado, —dijo Chloe—. Creí que estabas actuando en plan duro ahí dentro. Haciéndole un Colombo al tipo: Sólo una cosa más, señor.

    —No creo que haya sospechado de nada —dijo Paul casi jadeando de emoción y orgullo.

    —¿Por qué iba a hacerlo? ¿Quién coño haría algo tan tonto sino nosotros? —dijo Chloe.

    De vuelta al motel planearon la parte verdaderamente peligrosa. O si no peligrosa, al menos la parte más complicada de explicar si les pillaban. Abeja hizo una tarjeta de seguridad duplicada que les haria entrar por la puerta delantera. Mientras tanto, el equipo hácker en San José entró en el sistema del GPC en busca de todo lo que pudiese ser de ayuda. Con el Caballo de Troya en su sitio, tenían libre gobierno de la red interna de la compañía y de su página web. Empezaron a meter las imágenes en la base de datos para los comics que planeaban falsificar. Un búsqueda por los correos electrónicos de los empleados devolvió un código de alarma actualizado que alguien había enviado idiotamente a otro empleado. También estaban las agendas de todos. Era viernes por la noche y no se esperaba que nadie llegase hasta el sábado, por tanto deberían estar a salvo, pero querían estar fuera antes del amanecer por si acaso.

    Esta fase siguiente de la operación pertenecía a Filo. Paul había decidido que era un tipo bastante majo. No había pasado mucho tiempo con él antes del viaje a LA, pero había llegado a caerle bien el miembro de la Tripulación de afeitada cabeza tatuada. La habilidad principal de Filo era la escultura y fabricación de metal. También era un experto en equipo, arreglando (y quizá robando) coches en su tiempo libre. Había pasado un buen tiempo examinamdo cómo se unían las fundas de plástico y observando el vídeo que Paul había grabado dentro de la instalación, y parecía confiado en que podía duplicar el proceso muy fácilmente.

    Volvieron a las 11:00 PM, una media hora después de que el servicio de limpieza hubiese terminado. Todo parecía despejado, así que salieron de la furgoneta detrás del edificio y descargaron las cajas de comics falsos. Luego Chloe dio la vuelta hasta el frontal y usó la nueva tarjeta de seguridad de Abeja para abrir la puerta. El código de alarma funcionó y entraron. Ella abrió la puerta de carga trasera y Raff y Filo empezaron a meter cajas en la habitación de sellado. Paul había querido entrar con ellos en el edificio para ayudar a montar las falsificaciones, pero tanto Chloe como Raff había vetado ese plan. Él lo había hecho bien antes, sin duda, pero lo que estaban haciendo ahora era un trabajo de allanamiento con precisión. No podían permitir ninguna metedura de pata. Además, necesitaban un vigilante, y ese era Paul. Condujo la furgoneta hasta el otro lado de la calle, desde donde podía ver a cualquiera aproximarse, y mantuvo guardia a regañadientes. En su cabeza imaginaba lo que estaba pasando dentro. El grupo se habría encaminado ya al interior de la habitación de sellado. La habitación no tenía ventanas que dieran a la calle, así que él no podía saber si estaban instalados y produciendo o no. El tipo del GPC le había dicho que cerraban los comics valiosos en cajas fuertes cada noche, de modo que no había mucha probabilidad de que se sintieran tentados de robar nada. Tampoco es que él pensara que lo harían. Todo el plan se centraba en la idea de que nadie se diese cuenta nunca de que se había cometido un crimen.

    El equipo hácker ya había entrado y cambiado los números del inventario en el ordenador del GPC para descontar las fundas y envoltorios de plástico faltantes. Incluso habían descontado la tinta que usaría la Tripulación para imprimir su valoración falsificada y los hologramas que marcaban los comics falsos como comics oficialmente tasados por GPC. Paul tenía el teléfono móvil de Chloe en llamada rápida, listo para hacer la llamada en cuanto pasara algo que pudiese comprometer su cobertura. Tuvo un momento de pánico tres horas después de la operación cuando un Camero que él había visto en su visita previa paró en el aparcamiento. Estaba a punto de hacer la llamada cuando vio que el conductor entraba en la oficina de la puerta de al lado. Llamó a Chloe de todos modos, sólo para hacérselo saber.

    —Dime —dijo ella al responder a la llamada.

    —No hace falta que salgáis ni nada, pero pensé que deberíais saber que hay alguien trabajando en la oficina de la puerta de al lado. No sé lo que está haciendo ese tipo ahí dentro, pero aseguraos de no hacer ruido o lo que sea.

    —Gracias. Asegúrate de hacerme saber si sigue allí cuando estemos listos para salir.

    —¿Cómo va todo ahí dentro?

    —Bien. Adiós —y colgó.

    Definitivamente ella era todo trabajo cuando se trataba de hacer estos golpes. Paul esperó durante varias horas tranquilas sentado en la furgoneta y tratando de permanecer despierto. Debió de haberse quedado dormido al menos una vez, porque despertó con el inicio del sonido gutural del motor del Camero cobrando vida cerca de las 2:30 de la mañana. La emoción de toda la aventura se había empezado a disipar y se estaba sintiendo simplemente exhausto. Estaba cansado de dormir en sofás y en la parte de atrás de las furgonetas. Nunca había probado una cama de agua antes y se preguntó durante un somnoliento rato cómo sería. Para permanecer despierto, encendió la luz del techo y empezó a hojear ociosamente una copia de la Revista Wizard que había traído consigo.

    Dedicada a las noticias y coleccionismo de comics, la revista también contenía una guía de precios en la parte de atrás de cada ejemplar. Pasó a la sección de publicaciones indi y encontró la línea del cómic que había definido su carrera. El Metrópolis 2.0. Número 1 en perfectas condiciones iba por los 12 dólares. Había subido algunos dólares desde que se había anunciado el videojuego. Paul suspiró y apagó la luz al notar que con ella encendida le podían ver desde la calle.

    Había estado trabajando como artista freelance en la industria de los comics durante sólo tres tímidos años cuando tuvo la idea de Metrópolis 2.0. Inspirado por la película de Fritz Lang, más que en el hogar ficticio de Superman, el cómic contaba la historia de alienados obreros robóticos que combatían contra un tiránico sistema utópico en su búsqueda de igualdad de derechos. Esta búsqueda envolvía un gran número de batallas épicas robot contra ciborg, giros elaborados y tanto humor negro como Paul podía razonablemente embutir en cada ejemplar de veintidós páginas. Pero dado que sólo podía trabajar en él en su tiempo libre, había tenido problemas para terminar ese primer número. Paul había edificado su cartera trabajando para varias compañías editoriales de segunda y tercera categoría. Había dibujado muchos comics basados en películas y series de TV y hasta algunos videojuegos. Después de establecerse, ambas compañías de comics, Marvel y DC, expresaron cierto interés en contratarle, una propuesta que era casi el sueño de todo dibujante. Pero Paul se había obsesionado con ver impreso Metrópolis 2.0 y les envió el cómic a las compañías. Ambas editoriales le rechazaron y, en el proceso, consiguió perder su oportunidad para trabajar para ellas también.

    Ellos querían ansiosos artistas jóvenes cuya única ambición fuese dibujar X-Men o Batman, no querían un testarudo aspirante a "auteur" que sólo quería trabajar en sus propios proyectos. Frustrado, Paul hizo todo lo que pudo para que se imprimiese el maldito cómic: pidió tantas tarjetas de crédito como pudo, dejó sus otros trabajos de freelance y echó todo lo que tenía en publicar su cómic por su cuenta. Después de un año de comer tallarines Ramen y avena todos los días, nadie quedó más sorprendido que Paul cuando su cómic fue un bombazo. Nunca llegó a los números de ventas de X-Men, por supuesto, pero consiguió mucha buena publicidad cuando salió en el circuito de convenciones para impulsar su cómic. Pronto llegó a vender cerca de 15.000 copias al mes (un número enorme para un libro independiente). Se había convertido en el nuevo chico de oro del cómic underground y nunca había estado más feliz en su vida.

    Después de dieciséis meses, la molienda mensual empezó a agotarle. Escribir e ilustrar veintidós páginas es una cantidad enorme de esfuerzo y la labor agotadora le pasó factura. Aunque al cómic le iba mejor que nunca, Paul sólo quería un descanso. Al mismo tiempo, no quería contratar a otro artista porque no se fiaba de nadie con su bebé. Y ahí es cuando él y Greg tuvieron su fatídica conversación. Ambos acordaron que Metrópolis 2.0 sería un escenario perfecto para un videojuego online. Juntos y con los demás socios formaron Miedo y Cargando. Greg invirtió el dinero y Paul invirtió sus ideas, entregando la propiedad intelectual de los derechos de Metrópolis a la nueva compañía. Obviamente, aquello no salió según lo planeado y ahora ni siquiera era dueño de su propia creación. Pero al menos les había hecho pagar con creces habérsela arrebatado.

    Vibró el teléfono sobre el salpicadero, sobresaltándole en mitad de su ensueño semiconsciente. Era Chloe. Se concentró para no sonar tan dormido como estaba realmente.

    —Dime —dijo él imitando la respuesta de Chloe de antes.

    —Estamos preparados. ¿Todo despejado?

    —Sí, el tipo del Camero se ha ido —eran cerca de las 5:00 AM—. ¿Aparco la furgoneta detrás?

    —Sip. Vuelve —y colgó.

    Cargaron las cajas en la furgoneta. Paul salió para ayudar y notó que había más cajas entrando en la furgoneta de las que habían salido originariamente.

    —¿Qué son estas cajas extra?

    —Siempre son los pequeños detalles los que te pillan —dijo Chloe—. No calculamos bien el volumen que tendrían estas cosas una vez selladas en las fundas y en los envoltorios de plástico duro. No podíamos encajarlos todos en las cajas que habíamos traído, así que tuvimos que robar algunas de su almacén de aquí.

    A Paul le sorprendió lo ansioso que eso le hizo sentir. Todo había salido tan perfecto, incluso este pequeño error le colmó de pronto de nerviosismo.

    —¿Y si alguien lo nota?

    —Con suerte no lo harán, sólo son cajas después todo. Tampoco es que podamos hacer gran cosa al respecto ahora —Ella y Raff cargaron la última caja dentro de la furgoneta—. Reactivaré la alarma y te encontraré en frente. Llama al equipo hácker y que hagan lo que puedan para resetear los registros de entrada y salida de la puerta y del sistema de seguridad. Nadie comprueba esas cosas, pero quiero que esté hecho antes de que abran de nuevo, por si acaso.

    Un minuto más tarde estaban en la carretera volviendo a San José. Todos estaban demasiado cansados para muchas celebraciones y la furgoneta estaba ahora inundada de cajas y equipo técnico. Después de veinte minutos por la autopista, la Tripulación entera quedó dormida, dejando a Paul combatir el sueño mientras conducía hasta la Interestatal 10. Estaba un poco alegre y aliviado de que aquello hubiese acabado. Pronto la emoción se disipó y Paul empezó a bostezar. Se sentía más como un conductor de reparto que como un ladrón. Para cuando llegaron a San José, todos en la furgoneta se habían espabilado un poco.

    Pararon para un café justo fuera de la ciudad y llamaron para que el resto de la tripulación supiese que estaban en camino de regreso. Incluso en su estado de privación de sueño, Paul encontró contagiosa la emoción en la furgoneta. Como los demás, estuvo de humor para alardear y vitorear un poco y, gracias a su papel como el hombre-cara, imaginó que el grupo podría empezar a aceptarle como uno de los suyos.

    En cuanto hubieron cargado las cajas en la casa, empezaron a abrirlas. Algunos de los hackers y e-Esclavos ya estaban en la Sala del Servidor, así que el triunfante equipo de carretera tenía una audiencia lista para sus historias. Las cosas no se pusieron especialmente divertidas cuando Chloe sacó una guía de precios de cómic y empezó a calcular verbalmente el beneficio potencial.

    —Aquí tenemos un «Ultimate Spider-man», tasado en 9,6; un poco generoso, creo. Yo le habría dado un 9,2, pero deberéis ser capaces de venderlo por 180 dólares al menos. No aceptéis ni un centavo menos —lanzó el cómic sellado por la habitación hacia uno los e-Esclavos y sacó otro de la caja—. Ooooh, aquí hay un cómic raro pero muy guay, uno de mis favoritos: «Tales to Astonish 46». Actualmente vale cerca de.... ¿cuánto dirías tú, Paul?

    —Oh, unos 150 dólares, al menos.

    Chloe lo lanzó a otro miembro del equipo e-Esclavo —Ahí vas. 150 dólares. Paul y yo repasaremos la guía de precios y de eBay, y pondremos post-it en todos estos. Luego depende de vosotros, tíos. Recordad, no inundéis todo el mercado de golpe, pero tampoco tardéis demasiado. Raff tiene otro papel en los trabajos, así que deberíamos acabar esto en una semana, quizá dos.

    —Dalo por hecho —dijo Confetti, líder del equipo de e-Esclavos —Hemos configurado las cuentas y estamos listos. He explorado los foros de comics más populares y grupos de mensajes también, y todos hemos establecido multiples ID en ellos, así que podemos publicar nuestra oferta allí. Un poco de anuncios gratis.

    —Estupenda idea —dijo Chloe—. Esto ya depende de vosotros ahora, muchachos. No es diferente de cuando vendimos ropas ‘vintage' o cartas raras de Magic, así que nada de excusas.

    —¿Cuál es la cuenta que se busca? —preguntó Confetti.

    Esta era obviamente una pregunta en la mente de todos, toda la habitación volvió su colectiva atención hacia Chloe.

    —Bueno, tal como lo veo, buscamos algo entre 40.000 y 65.000. Quizá 85 mil si trabajáis bien las subastas. ¿Creéis que podéis llegar a eso? ¿Podéis sacar 85.000 a partir de 50 dólares gastados en viejos comics cutres? —Estaba prácticamente gritando al final, espoleando la emoción entre los e-Esclavos.

    —¿85.000? —dijo Confetti—. Demonios, chica, podemos hacer eso durmiendo. Llegaremos a 100 mil para cuando hayamos terminado. ¡Sólo espera y verás!

    Los otros e-Esclavos recibieron esto con apoyo entusiasta y un coro de —Joder, sí.

    —Vale, vale, ya veremos. Eso sería genial. Si alguien puede, sois vosotros. Pero recordad, esta es una estafa extendida. No estamos buscando la mayor puntuación del mundo, no si atrae atención que no queremos.

    —De acuerdo, vale, ya sabemos las reglas. No te agobies, Chloe. Nosostros nos ocupamos. Vosotros deberíais ir a dormir un poco.

    —Gracias, Confe. Está en tus manos ahora. Paul y yo le pondremos los precios a estos comics y luego desapareceremos de tu vista.

    Paul y Chloe se sentaron en el sofá con una guía de precios y empezaron a pegar post-it en las falsificaciones con las pujas iniciales sugeridas.

    —Tío —dijo Paul mientras pegaba una nota post-it de 100 dólares en uno de los envoltorios de plástico—. Necesito unas vacaciones. Esta mierda de estafador es todo un trabajo.

    —Oh, venga ya, sabes que te encanta —respondió Chloe.

    —Sí, quizá sí. Pero eso no significa que no quiera unas vacaciones. deberíamos ir a alguna parte.

    —Acabamos de volver de LA.

    —Me refiero a alguna parte divertida.

    Chloe le sonrió —Tal vez tengas razón. Pero primero lo primero, acabemos de poner precio a estos cachorros.

    —Sí, señor, sí capitán —dijo él, pero sólo recordó haber pegado otros veinte precios antes de desmayarse de puro cansancio, con su cabeza en el regazo de Chloe. Ella le quitó con cuidado la guía de precios de sus manos y entró en la cocina para acabar el pegado, dejando a Paul roncando apaciblemente en el salón.

Capítulo 13

    —Tenías razón, Paul. Vamos a hacer un viaje —dijo Chloe de pie sobre él mientras Paul yacía sobre el sofá, frotándose el sueño de los ojos.

    Ella vestía otra de su serie interminable de camisetas ajustadas. Ésta con una imagen de un gorila vestido de militar y lanzando un cóctel Molotov.

    —¿Qué? —preguntó él en un balbuceo.

    —Vamos a hacer esas vacaciones que tú querías. La operación está ahora en manos de los e-Esclavos. Seguro que no nos necesitan por aquí. Vamos a la playa.

    —¡Estupendo! Pero es tu turno de conducir.

    —Por supuesto. Prepara una bolsa, ropa para tres o cuatro días y yo intentaré encontrar un saco de dormir por aquí para ti. Despegaremos en cuanto te levantes y estés preparado.

    —¿Saco de dormir? ¿A qué playa vamos?

    La ropa de Paul aún estaba embutida en las maletas donde él las había lanzado al abandonar su apartamento. Hacer el equipaje debería ser fácil.

    —Un poco hasta la costa. Unos amigos me dejan usar su casa de la playa —ella empezó a tirarle del brazo, sacándolo del sofá—. ¡Venga, huesos perezosos! ¡Hay café en la cocina y una artista sexy de la estafa quiere ir contigo de viaje por carretera! ¿Qué más le puedes pedir a la vida?

    —No mucho, supongo —Paul se levantó, se crujió el cuello y espalda. Un saco de dormir probablemente no sería peor que este viejo sofá.

    Una hora más tarde estaban en la carretera, esta vez con Chloe al volante de un coche que Paul nunca había visto antes: un SUV Saturn rojo que parecía nuevecito. Le dijo que era el coche de un amigo, lo cual Paul empezó a imaginar que era el código de la Tripulación para: "no preguntes de dónde ha salido, sólo alégrate de que esté aquí".

    Era una mañana de domingo y el atasco habitual de la 880 estaba relativamente libre de coches, permitiéndoles hacer buen crono por Oakland y Berkley antes de desviarse al país del vino. Paul, queriendo ponerse al día de las noticias que se había perdido en su fuga de falsificación de cinco días, trató de convencer a Chloe para poner Air America, pero ella se negó a poner algo tan aburrido como la política en un día tan hermoso. Preparó su iPod y escucharon en confortable silencio una sucesión de bandas punk y Ska que Paul nunca había oído.

    Fueron pasando bodegas de vino grandes y pequeñas, hacia un pequeño conjunto de casas de playa cerca de donde se había filmado la película de Los Pájaros de Alfred de Hitchcock.

    —¿Sabes?, nunca he estado aquí arriba antes —dijo Paul.

    —¿En serio? Yo pensaba que te gustaba el vino.

    —Me gusta, pero nunca he venido aquí. Nunca he tenido a nadie que quisiera venir conmigo. Era tan sencillo liarse con el trabajo que difícilmente salía siquiera de San José.

    —Lo cual es una lástima —dijo Chloe—. Porque San José es un agujero.

    —Es como una gran franja de centro comercial que ha decaído —coincidió Paul—. Pero si lo odias también, ¿por qué estás aquí? ¿No podíais hacer vuestras cosas, las que sean, en cualquier otra parte?

    —Sí, podríamos. Pero aquí es donde está la acción. La mayoría somos un grupo de puros geeks. Yo soy más la excepción que la regla. Yo sé de estafas cara a cara, pero la mayoría de mi Tripulación son mentes técnicas hasta el núcleo. Y no hay mejor lugar para eso que aquí.

    —Yo había pensado que la mayoría de lo que hacéis se podría hacer desde cualquier parte. ¿No se trata de eso?

    —Seguro, ese es un modo de hacer las cosas. Incluso es uno de los modos en los que hacemos las cosas, pero no es el único. A veces puedes hackear un sistema desde fuera, acceder y hasta ganar algo de dinero usando ese acceso, pero no siempre. Como la jugada que acabamos de hacer con los comics. No podríamos haberlo hecho todo digitalmente... o al menos no habría sido tan barato y rápido. Estar en Silicon Valley me deja usar mis pericias y la de personas como Filo y Abeja mucho más efectivamente. Eso nos da muchas más opciones. Si se lo dejáramos a Raff y a Kurt y al otro hácker, tendríamos un número limitado de movimientos en cada situación. Y la variedad no es sólo la esencia de la vida, también te mantiene fuera de la cárcel. Dado que podemos hacer jugadas en muchas direcciones diferentes, no tenenos patrones reconocibles fácilmente. Y sin patrón, a la policía le resulta difícil pillarnos. Además, es mucho más divertido jugar con vestuario y gente que sentarte delante de un ordenador y robar ceros y unos. Hay hackers ahí fuera que entran en los sistemas y los joden sólo por diversión. Sólo para ser un grano en el culo o ponerse a prueba ellos mismos de que pueden. Nosostros no vamos por ahí.

    —Vosotros váis a por el dinero —dijo Paul, incómodo con el hecho de estar acostumbrándose a la idea de enamorarse de una ladrona.

    —Sí. Joder sí, vamos a por el dinero, pero no porque queramos ser ricos. Vender comics falsos no va a hacernos ricos, pero va a pagar las facturas y poner comida en la mesa y nadie va a ser lo bastante listo como para saber de dónde ha salido el dinero. Y por nadie me refiero a Hacienda, al gobierno y a cualquier otro que quiera meter sus narices en mis asuntos. Vivimos totalmente fuera de la red de la información, lo cual es a por lo que REALMENTE vamos.

    —¿Entonces no pagas impuestos ni nada de eso? —preguntó Paul—. Quiero decir, imagino que no informas de tus ingresos robados, ¿pero cómo permaneces del todo ‘fuera de la red' como tú dices? ¿Cómo alquilas una casa o te sacas el permiso de conducir o tarjetas de crédito? —Paul encontraba el concepto increíblemente atractivo.

    Hacía mucho que él había soñado con desaparecer del escrutinio público y del gobierno. De hecho, ese sueño había sido uno de los temas de conducción en su cómic Metrópolis 2.0.

    Chloe mantuvo una mano en el volante, sacó su billetera del bolsillo y buscó un permiso de conducir para entregárselo a Paul.

    —Echa un vistazo a esto —le dijo.

    El permiso mostraba la fotografía de una sonriente Chloe, con su nombre pero con una dirección diferente. A Paul le pareció perfectamente legítimo.

    —¿Qué, es falso o algo así? ¿Por qué hay una dirección incorrecta?

    —No es falso. Pero tampoco es real. Obviamente la dirección está mal, pero nunca llevo nada encima que ponga mi dirección real. Es fácil... tampoco es que te comprueben en la Base de Datos de Vehículos cuando te mudas. Y ese es un permiso de conducir real oficial de California. Pero no es mi nombre real. Y no es el único que tengo. Lo mismo para la tarjeta de la seguridad social ahí dentro. No son falsos, pero no son yo.

    —¿Ladrona de identidad?

    —Más o menos. A veces. Típicamente es gente muerta... un viejo certificado de nacimiento y nadie se entera. De modo que sí, ese permiso es para Chloe Carmichael. Y yo pago una tasa todos los años para Chloe también. Ella gana un salario mínimo como limpiadora de casas autónoma y apenas sale adelante, lo que implica que no paga mucho en forma de impuestos. Pero es una tapadera limpia si la necesito alguna vez.

    —Todo eso es bastante parecido a lo que me imaginaba —mintió Paul devolviéndole el permiso.

    De hecho, esa idea ni siquiera se le había pasado por la mente. ¿Quién era ella en realidad?

    —Pero ahora hay algo nuevo que me mosquea. ¿Cuál es tu nombre real?

    —Chloe.

    —Pero no Chloe Carmichael, ¿no?

    —Para el mundo, para mis amigos, para ti, yo soy Chloe. Ese es mi nombre real. ¿Qué importa el nombre con el que nací? ¿A quién coño le importa? Cualquiera que fuese, no lo elegí yo. Mis padres lo eligieron. Yo elegí Chloe y eso es todo lo que necesitas saber —dijo ella en tono fáctico, aunque Paul detectó un indicio de fastidio en sus palabras y decidió dejar el tema.

    —Guay —dijo él, aunque no estaba del todo seguro si realmente lo era.

    Viajaron en silencio durante unos minutos antes de Chloe hablara de nuevo. —Hablando de padres, ¿has hablado con los tuyos?

    —Sí, un par de veces. Quieren que vaya a casa en Florida y los vea. Lo sienten mucho por mí. Lo único que saben es que me han despedido. No saben lo del dinero ni, ya sabes, nada de lo que he estado haciendo.

    —Pues deberías. Deberías ir a verles —se detuvo para pescar un Altoid del estante debajo del cenicero—. Yo nunca he estado en Florida —ella lo dejó ahí.

    ¿Era una solicitud de ir con él o sólo un comentario perdido?

    —Iré a verles. En algún momento iré. Hay un festival Pirata en Key West en noviembre. Creo que podría volver para eso. Parar en Sarasota y verles al mismo tiempo.

    —¿Un festival pirata? ¡Ahora estás hablando mi idioma! ¡Podría llevar a la Tripulación entera! ¡Nos volveríamos locos en esa mierda! ¿Has estado alguna vez?

    —Nop, pero se supone que es muy divertido. He estado en el Fantasía Fest, que es una especie de versión Mardi Gras de Key West, excepto que es por Halloween, y es increíble. Si te va le libertinaje ebrio y el desnudo público.

    —Es lo que más me va —dijo Chloe.

    —Me imagino el festival pirata igual, pero claro, con piratas.

    —Suena a una buena fiesta. Tenemos que ir como sea. Lo miraré, a ver si hay algunos ángulos que podemos jugar para conseguir dinero mientras estamos allí.

    —Siempre estás buscando ángulos, ¿verdad?

    —Parece que no me encuentro ángeles, así que ángulos es todo lo que queda.

    Aunque era avanzada la tarde y principios de verano cuando subieron la colina y entraron en la "ciudad" de Playa Killian, ya había una niebla flotando sobre el Océano Pacífico. Sin embargo, Paul tuvo que admitir que era una vista preciosa. La ciudad era poco más que una única tienda de conveniencia/gasolinera/restaurante y unas cincuenta casas de playa caras dispersas a lo largo de los acantalidos que miraban a la playa debajo. Para Paul, un nativo de la costa oeste de Florida, estas playas de la California norteña siempre le parecían surreales. En vez de las planas extensiones de arena blanca y agua caliente con las que había crecido, estas playas era sólo pedazos de arena al pie de altas paredes de roca, y el agua estaba inevitablemente demasiado fría para nadar en ella. Aún así, eran obviamente bonitas.

    Chloe condujo hasta a unas elegantes casas de playa dispuestas en el extremo más alejado del acantilado, a unos buenos trescientos metros de la verdadera playa. Aún así tenía una estupenda vista que miraba a las otras casas y al agua debajo. En el interior, la casa de veraneo de dos plantas estaba completamente amueblada y decorada con gusto. Era algo entre un hotel y una casa modelo. Había una espaciosa zona iluminada para el salón comedor, con ventanas de suelo a techo que miraban al mar. Tres dormitorios, dos baños, una habitación de recreo con una mesa de billar y una gran pantalla de TV, y una cocina bien ataviada acababa el interior. Pero la mejor parte era la gran cubierta que rodeaba dos lados de la estructura y que contenía el más clásico e importante equipo de California: la bañera caliente.

    —La casa es muy bonita —dijo Paul.

    —De verdad que sí. El único inconveniente es que sólo tiene acceso telefónico a Internet, pero aparte de eso, tenemos de todo.

    Ella dejó su mochila en el centro del salón y empezó a sacar su portátil.

    —Coge cualquiera de los dormitorios que quieras y siéntete como en casa.

    Dormitorios separados, por supuesto. Como él había asumido, aunque secretamente esperado que no fuera ese el caso. Paul, por despecho, eligió el dormitorio grande para él y puso su ropa en los cajones vacíos. Tenía una cama de matrimonio y, cuando se lanzó de espaldas sobre ella, se sintió en el cielo, muchísimo más cómoda que el sofá. Ya estaba empezando a dar cabezadas cuando Chloe llamó a su puerta abierta.

    —¿Te apetece dar un paseo conmigo por la playa? Necesito estirar las piernas después de estar confinada en ese coche durante horas.

    —Claro —dijo él—. Vamos.

    Caminaron a paso tranquilo por la sinuosa carretera hasta el acceso a la playa. Chloe pasó el tiempo contando historias de sus locos años en el instituto, que al parecer habían tenido muchas acampadas en playas muy parecidas a aquella. Llevaba su bolsa de mensajero con su billetera dentro por si querían hacer alguna compra en la tienda de la conveniencia. Pasearon de un lado a otro de la playa, tiritando ligeramente por el vigor de la brisa que soplaba desde el mar. La niebla se estaba espesando ahora y ya ni siquiera podían ver todo el camino de regreso a la casa.

    La tienda de conveniencia tenía un poco de todo, incluyendo algunos vinos y pizzas congeladas, que compraron para la cena, y también había una oficinita de correos donde Chloe echó una carta.

    —¿Para quién es? —preguntó Paul.

    —Sólo es para mantener el contacto con un viejo amigo. Me olvidé de enviarle un e-mail antes de salir y la encontré en mi bolsa.

    —Oh, bien. ¿Estás lista para volver caminando? Estoy hambriento.

    —Ya sé lo raro que te pones cuando no has comido, Paul, así que en marcha. Esa colina que bajamos no va a ser tan divertida de recorrer en el otro sentido.

    Subieron resoplando para regresar a la cima del acantilado y preparar la cena.

    Paul se ofreció voluntario para la ardua tarea de precalentar el horno, meter la pizza congelada y abrir el vino. Chloe empezó a calentar la bañera caliente y luego comprobó sus correos electrónicos en la mesa del comedor.

    —¿Cómo van las cosas con la estafa de los comics? —preguntó Paul mientras colocaba un vaso de vino junto a Chloe y sorbía del suyo. Un poco ácido para su gusto, pero era ciertamente bebible.

    —Parece que bien. Han conseguido vender ya dos docenas en e-Bay y están obteniendo cierto interés. Les llevará cinco o seis días antes de que sepamos realmente cómo está yendo —dio un profundo trago del vaso de vino—. Bueno, es una cosecha mediocre, seguro. Pensé que sabrían hacerlo mejor, al estar tan cerca de Napa y todo eso.

    —El vino barato es vino barato en todo el mundo —dijo Paul.

    —Odio lo barato. Lo módico está bien. Es la hostia a veces. Pero eso no implica que tenga que ser barato. Hay estupendos vinos por aquí por el precio que hemos pagado por esta botella, pero todo lo que había es este baratillo.

    —Sip, pero el lado bueno es que hay tres botellas ahí dentro, es más que suficiente para emborracharnos y dejar de advertir lo barato que es.

    —Jodidamente cierto —dijo Chloe con una sonrisa, drenando su vaso—. Serviré otra ronda.

    Cenaron y se terminaron otra botella de vino en el salón, charlando sobre vino, cerveza y comida, materias sobre las que Paul sabía bastante. Una de sus muchas aficiones abandonadas era la buena cena y cocinar, y Chloe pareció impresionada con su conocimiento. Cuando se bebieron la segunda botella, Chloe se levantó para sacar la tercera, pero cuando salió de la cocina caminó directamente hacia la bañera.

    —Vamos —dijo ella.

    Paul se obligó a levantarse del cómodo sofá, le daba vueltas la cabeza por el vino, y la siguió afuera. Sintió el frío mordisco del aire. Chloe había retirado la lona de la bañera caliente y estaba probando el agua.

    —Aún no está cerca de hervir, como a mí me gusta, pero está lo bastante caliente. ¿Quieres acompañarme?

    —Claro, ¿por qué no? Deja que vaya por mi bañador.

    Ella dio una carcajada. —Esa es buena. Estás de broma, ¿no?

    —Pues supongo que sí —dijo él, aunque no lo había estado.

    —Esto es California. Una bañera caliente en California. La regla de etiqueta es estríctamente "au natural".

    Y entonces, como para dejar claro su argumento, se quitó la camiseta por encima de la cabeza con un rápido movimiento, revelando un sujetador negro que podía haber sido un modesto top. —Venga, no seas tímido.

    Paul se quitó la camisa autoconscientemente. No estaba en la mejor forma de su vida, pero tampoco estaba demasiado mal. Mostraba los primeros signos de michelines y estaba un poquito fofo en el medio. Chloe ahora se quitó los pantalones cortos y, para sorpresa de Paul, vio que no llevaba bragas. Ella dejó al descubierto una densa mata de vello púbico negro sobre la cual había un tatuaje que ponía algo que Paul no pudo distinguir a la tenue luz. Chloe le dio la espalda para desabrocharse el sujetador y él no pudo evitar echar un buen y meditado vistazo a su culo completamente redondo. Sintió una agitación en sus pantalones, los cuales ya estaban en proceso de desabrochado. Ella lanzó su sujetador a la cubierta y pasó al interior de la bañera, hundiéndose en el agua caliente.

    Paul se quitó los pantalones y ropa interior y quedó ahora desnudo en el frío aire de la noche. Su ligero momento de embarazo y los escalofríos pusieron fin a su creciente excitación, lo cual a Paul le pareció bien. Siguió a Chloe al interior de la bañera, pero en cuanto su punta del pie tocó el agua, lo sacó rápidamente.

    —¡Hostia, cómo quema! —dijo él.

    Ella dio una carcajada. —No seas tan blandengue. Sólo húndete dentro, te acostumbrarás en un segundo —estiró el brazo hacia el lado donde había dejado el vino junto a los controles.

    Giró un botón y puso los chorros de agua en movimiento con un rugido. Luego sirvió dos vasos de vino. Paul se metió debajo del agua; feliz por la cobertura que las bullentes burbujas le proporcionaban. Observó a Chloe servir los vasos, sus pechos húmedos y rosados pezones fueron el único foco de su atención hasta que ella se giró hacia él para entregarle un vaso.

    —Así que esta es la genuína bañera caliente de California, ¿eh? —preguntó y le sonó en voz alta mucho más patético que cuando lo había pensado un momento antes.

    Ella sonrió y se reclinó en la bañera para que sólo su cabeza y hombros quedasen por encima del agua, facilitando a Paul la tarea de mirarla directamente sin desviarse hacia sus pechos.

    —Un ejemplo de primera. Usualmente las vistas no son tan bonitas, pero el vino es mejor. Entiendo que nunca has hecho esto antes.

    —En realidad, no. No así.

    —¿Ves?, soy buena para ti, Paul. Te implico en toda clase de nuevas actividades interesantes.

    —Seguro. Falsificación. Fraude. Allanamiento y baño caliente.

    —Ey, para ser justos, la falsificación fue idea tuya, no mía.

    —Ahí le has dado. Soy culpable por eso.

    —Y fuiste tú quien dijo que necesitaba un abogado. Yo sólo me ofrecí para representarte. Y como no soy una abogada de verdad, tuve que compensar mi carencia de conocimiento legal con el puro celo por mi cliente.

    Paul levantó su vaso hacia ella a modo de brindis, —¡Cosa que agradezco enormemente! Gracias de nuevo por eso.

    —Fue un placer —dijo ella—. Fue un trabajillo fácil, para ser honestos. Ojalá fuesen todos tan simples.

    —¿Y qué viene a continuación? —preguntó Paul—. ¿A dónde vamos a partir de aquí?

    —¿Te refieres a mientras disfrutamos de nuestras pequeñas vacaciones o a lo que trama mi Tripulación a continuación?

    —Supongo que a ambos.

    —Bueno, con suerte tendremos oportunidad de ver a un amigo mío mientras estamos aquí. Tendré que coger mañana el coche y dar una vuelta, así que estarás aquí solo la mayoría del día, si te va bien.

    —Puedo ir contigo si quieres.

    —No no, está bien. Tengo que hacer algunas cosas. Aunque daremos una vuelta por ahí pasado mañana. Un Tour por la Autopista de la Costa del Pacífico, que es sencillamente precioso.

    —Suena bien.

    Paul sabía que ella tramaría algo mañana, pero no tenía sentido presionarla, ella habría desviado cualquier interrogatorio que él hiciera.

    —Me quedaré en la casa y dibujaré un poco, supongo. Quizá empiece a trabajar en algunas ideas que tengo para un nuevo cómic.

    —¿Estás pensando en empezar una nueva serie? ¡Eso es genial! ¿Sabes?, cuando estuvimos reuniendo todos esos comics para la estafa, busqué algunos viejos ejemplares de tu obra. Me encantó especialmente esa serie de seis números que hiciste hace cinco o seis años. Termina Muerto, creo que se llamaba.

    —Gracias. Ese es uno de mis favoritos también. Me encanta dibujar zombis y esa clase de cosas. No se vendió muy bien, pero a la crítica le gustó.

    Chloe sirvió un poco más de vino, mostrando sus tetas mojadas al hacerlo.

    —Los Zombies son la hostia —dijo ella—. La Noche de Los Muertos Vivientes original es una de mis películas favoritas de todos los tiempos. Me compré el pack de cuatro DVD que salió hace un tiempo. Es impresionante.

    —¿De dónde viene tu fascinación por los zombis, aparte del hecho de que son la hostia?

    —Es todo, realmente. Me han gustado las pelis de monstruos desde pequeña. Cuando tenía catorce años hasta me hice un tatuaje inspirado por las películas de monstruos, más o menos.

    —¿Qué tatuaje?

    —¿No lo has visto hace un rato?

    —Vi algo, pero no pude distinguir lo que decía.

    —Mira, echa otro vistazo —se levantó en su asiento hasta que el agua sólo le llegó hasta las rodillas.

    Su mojado vello púbico estaba caído y goteaba, lo cual fue todo lo que Paul estuvo mirando en un primer momento. Luego su visión se expandió para incluir la sensual forma de las caderas de Chloe.

    «Como un violonchelo», pensó.

    Lo tercero en lo que se concentró fue en las letras de estilo gótico que había justo sobre la línea de su vello:

    COMEHOMBRES.

    Eso decía.

    —¿Comehombres? ¿Es una advertencia o no debería tomármelo como algo personal?

    Chloe dio una carcajada mientras se hundía de vuelta a su asiento, salpicando a Paul al hacerlo.

    —La parte más graciosa es que yo ni siquiera entendía todo el chiste en aquel tiempo. Tenía catorce años y mi mejor amiga me convenció de que era buena idea. Había algo de ácido en la historia, no lo recuerdo con seguridad. Simplemente pensé que era divertido... ya sabes, un comehombres, como Tiburón o un zombi o algo así.

    —¿No caíste en el dentado giro vaginal?

    —¡Yo ni siquiera tuve sexo hasta los dieciséis! Eso era en lo último que estaba pensando. Sólo quería tener este tatuaje en alguna parte que mis padres no pudieran ver. Llevé trajes de baño de una pieza durante años como resultado.

    —¿Has pensado alguna vez en cambiarlo o quitártelo?

    —¿Estás de coña? ¡Por supuesto que no! A diferencia de cuando tenía catorce, ahora es cierto en realidad —dijo ella con un sonriente mordisco en el aire—. Rrrowr.

    —Vale —Paul rió—. Ahora has conseguido asustarme de verdad. Definitivamente necesito más vino.

    —¿Qué me dices de tu tatu de ahí, chaval? —Chloe señaló el hombro derecho de Paul, donde él tenía el logo de su compañía, Juegos Miedo y Cargando, tatuado en rojo brillante—. Tendrás que taparte ese bebé ahora que has, digamos, cortado toda atadura.

    Paul estiró el cuello y bajó la vista hacia el tatuaje, hacia el logo que había diseñado. Representaba un "gamer" estilo Ralph Steadman cayendo hacia atrás de su ordenador portátil, con ojos de diferente tamaño bien abiertos en lo que podría ser una expresión de miedo o, más probablemente, de frenesí narcótico. Debajo, en apresuradas letras de grafitti, decía: Juegos Miedo y Cargando. Se había acostumbrado tanto a él que apenas recordaba que estaba allí a veces.

    —No sé. A veces es bueno tener un recordatorio de tus errores. Además, es diseño mío. Al menos es algo que no me pueden arrebatar.

    Chloe extendió el brazo por la bañera y llenó el vaso de vino de Paul.

    —Ese es el espíritu —dijo ella—. Ahora bébetelo todo, marinero y cuéntame más sobre de dónde sacaste las ideas para Termina Muerto.

    Terminaron la botella al final de la hora siguiente y siguieron charlando sobre zombis y comics y tatuajes y todo lo que les vino a las cabezas hasta que se les arrugó la piel por el agua.

    Bostezando, Chloe finalmente dio por concluída la velada y se encaminó a su cama. Paul observó su cuerpo desnudo mientras ella fue dentro a coger unas toallas, dejando huellas mojadas en la alfombra. ¿Lo iba a seducir? Nada en su lenguaje corporal (aparte de estar desnuda) sugería tal cosa. Pero claro, estaba el desnudo. Las bañeras calientes estaban muy lejos de la zona de experiencia de Paul y él no sabía cuál era la etiqueta para algo así. Afortunadamente, estaba lo bastante bebido para no pensar demasiado en ello.

    Ella regresó con una gran toalla de playa envuelta en el cuerpo y le lanzó otra a él.

    —Puede que me haya ido para cuando despiertes mañana, pero volveré por la tarde. Buenas noches.

    —Bien. Buenas noches —dijo él saliendo del agua y envolviéndose en la toalla.

    Fue sólo entoces caundo recordó vagamente que ella no le había respondido a su segunda pregunta. Su atención había vagado rápidamente a otros temas, especialmente a ese tatuaje.

    ¿Qué estaba planeando hacer la Tripulación a continuación? Y sea lo que fuese, ¿lo incluía a él? Tendría que preguntar de nuevo por la mañana.

Capítulo 14

    Chloe, de hecho, había desaparecido para cuando Paul salió de la cama tarde la mañana siguiente. Se sentía un poco incómodo en la extraña casa vacía, así que decidió hacer un poco de exploración. Curioseó por la casa, abriendo algunos cajones y buscando señales sobre el dueño de la misma. No había nada que lo llevara a creer que viviese alguien allí en realidad. La cocina estaba llena de tres clases diferentes de cubertería y una tonelada de vajilla de juegos diferentes. Había dos licuadoras. Todo estaba inmaculadamente limpio y habían limpiado el polvo recientemente. No le parecía la casa de playa de alguien, sino más bien una casa de alquiler para las vacaciones. Sabía que en esa zona abundaban casas así, que iban desde cientos de dólares por noche.

    ¿Había alquilado Chloe la casa por una semana o de verdad conocía a los dueños?

    Tras un desayuno/almuerzo de pan y crema de queso, se sentó a la mesa del comedor con su cuaderno de dibujo. Chloe se había llevado el portátil para esos misteriosos asuntos suyos y la recepción de la TV resultó ser inexistente. Garabateó durante un rato, tratando de averiguar un modo de volver al negocio de los comics de nuevo. Tampoco es que lo necesitara realmente. Tenía 850.000 dólares escondidos en un garaje de depósito en San José, un hecho en el que no pensaba muy a menudo a decir verdad. El dinero ni siquiera le parecía real. Si jugaba bien sus cartas, no tendría nunca que volver a trabajar de nuevo en su vida.

    Compra una casita en alguna parte. Invierte el resto. No necesitaba mucho más que 20.000 dólares al año para ser feliz. Como dibujante de comics había vivido cuatro o cinco años con menos que eso. Si no iba a dibujar comics por dinero, ¿para qué lo iba a hacer entonces?

    Miró el bloc de dibujo, examinó los bocetos inspirados en la elaborada venganza en la que había estado trabajando en el bar donde se había encontrado por primera vez con Chloe. Tuvo una idea. Podía hacer un cómic sobre lo que había experimentado desde entonces. Hasta el momento eso era lo más iinteresante que le había pasado nunca. Claro está que tendría que cambiarlo para no implicarse él mismo en los crimenes que había cometido. Pero eso se podía hacer fácilmente. Cambiar el escenario quizá, convertirla en una historia de ciencia ficción o quizá de horror. Quizá una secuela del cómic Termina Muerto que a Chloe le había gustado tanto. Ese era un lugar por donde arrancar, al menos lo único que Paul necesitaba para empezar a dibujar. Pero a Paul le resultó difícil concentrarse en imágenes de venganza. Su primer intento de un zombi fue una rolliza animadora que usaba brazos amputados como pompones. Le gustó el chiste, pero el boceto resultó ser sorprendentemente sexy y, lo más perturbador de todo, la criatura tenía los labios y ojos de Chloe. Bueno, casi los ojos de Chloe. Pasó la página y empezó de nuevo, tratando de capturar la cara de ella en el papel. Luego pasó a retratos de cuerpo entero, recreando la deliciosa forma de la figura que recordaba de la noche anterior. Según avanzaba el día, los dibujos se volvieron cada vez más eróticos, luego más explícitos y finalmente, simple y llanamente pornográficos. Eran casi las 4:00 PM cuando oyó el coche parar en la puerta. Cerró de golpe el bloc de dibujo y lo metió en su mochila, sacando una novela de bolsillo. Lo último que quería era que Chloe viese lo que había estado dibujando. Al menos no hasta después de haber tenido ocasión de reproducir algunas de esas imágenes en la vida real.

    Oyó voces en el zaguán de la entrada. ¿Había traído Chloe a un amigo?

    —¿Hola? —dijo él—. Estoy en el comedor.

    Silencio.

    Luego un cerrado acento español.

    —¿Hola? ¿Hay alguien aquí?

    ¿Quién era?

    Se levantó de la mesa y atravesó el salón hasta la puerta delantera. Había dos mujeres hispanas de mediana edad con una aspiradora y un cesto de utensilios de limpieza. Eso explicaba por qué el lugar estaba tan limpio.

    Las mujeres parecieron sobresaltarse al verle.

    —Oh…um, ey —dijo él.

    —Se supone que no debería haber nadie aquí ahora —dijo la limpiadora de la aspiradora—. ¿Quién es usted?

    —Soy un amigo de… mi amiga Chloe. Es amiga de los dueños. Estamos de visita.

    —Mi lista dice que no debería haber nadie en esta casa hasta dentro de una semana —dijo ella sacando una hoja doblada de papel de su bolsillo.

    —De verdad que no sé nada de eso. Como he dicho, sólo soy un invitado aquí. Quizá deberían volver… —estaba a punto de sugerir que llamaran a los dueños, pero se percató de pronto que esa podría no ser la jugada más inteligente—. Sí, ¿pueden volver mañana?

    La limpiadora estaba mirando la hoja con suprema concentración. Paul no pensó que lo hubiese oído siquiera.

    —No no. Se supone que nadie debería estar aquí en toda la semana. Esto es de esta mañana —movió el papel delante de él.

    —Escuche —dijo Paul—. Yo no sé nada de eso, ¿vale? Quiero decir, sólo estoy aquí como invitado.

    ¿Qué habría hecho Chloe? Ella habría contado una historia. Él podía hacer eso. Pensó en ponerse a chillar a las señoras para salir de la situación con gritos y ademanes, pero percibió que ese tiro saldría por la culata. Eso podría hacer que las mujeres llamasen a los polis, y ciertamente a los dueños. No, necesitaba simpatía.

    —Es que, acabo de tener… —tartamudeó—. Ha sido una semana muy mala, un mes muy malo, ¿entienden? He descubierto que … digamos… que he sabido... que tengo problemas de salud. No es bueno —intentó hacerlo sonar como si se estuviera ahogando para contener las lágrimas.

    Las dos señoras se miraron una a la otra sin saber lo que hacer.

    ¿Se lo estaban creyendo?

    —No me queda mucho tiempo, ¿entienden? Meses ha dicho el doctor. Mi novia y yo queríamos irnos de vacaciones… un último viaje antes de que… antes de que me ponga demasiado mal.

    Ellas parecían empaticas, o como poco muy incómodas.

    —Mi novia llamó a su amigo y reservó la casa en el último minuto. Quizá no está en los libros o es un favor o algo así. Yo no lo sé. Lo siento… —se llevó las manos a la cara como para ocultar las lágrimas, aunque en realidad lo hizo por que no podía ponerse a llorar a voluntad y no quería que ellas lo advirtieran.

    —Volveremos después —dijo la señora jefa—. Sentimos que no se esté sintiendo bien. Volveremos.

    —Gacias. Lamento los inconvenientes que les he causado en su horario o...

    Sollozó.

    —No hay problema. En serio. Volveremos —Ella y su compañera se retiraron de la puerta y la cerraron detrás de ellas.

    Paul las oyó hablar en voz baja mientras se alejaban, pero no pudo distinguir lo que estaban diciendo.

    —¡Mierda! ¡Qué pasa aquí! —dijo él a nadie en particular.

    Y entonces, no por primera vez en los últimos cinco minutos, se preguntó dónde demonios estaba Chloe.

    Por fin apareció sobre las 6:30.

    Cuando oyó el SUV parar en la puerta, Paul se acercó a una ventana temiéndose que habían vuelto las limpiadoras, o incluso el dueño.

    Pero no, era Chloe, gracias a Dios.

    El SUV estaba un poco más sucio desde la última vez que lo había visto y ella obviamente había conducido a través del barro en alguna parte, pues los ejes de las ruedas estaban cubiertos de él.

    La recibió en la puerta, abriendo antes de que ella pusiera su mano en el pomo.

    —¿Dónde has estado, jovencita? —le preguntó en desaprobadora broma (o quizá no tanta broma)—. ¡Tu madre y yo hemos estado muy preocupados!

    Ella sonrió y le entregó una de las dos bolsas de compras que había traído desde el vehículo.

    —Oh, ya sabes, Papá, saltándome las clases y drogándome con mis amigos, lo normal —él la siguió hasta la cocina—. ¿Cómo te ha ido el día? ¿Cuándo te has despertado? —le preguntó.

    —Sobre las 11:30.

    —Iba a dejar que vinieras conmigo, pero parecías tan apacible ahí, roncando en la cama, que no pude soportar despertarte.

    —Sí, claro. ¿Cómo ha ido tu misión secreta?

    —Oh, de lujo. Robé los planos secretos, hice saltar por los aires la base aérea enemiga y rescaté a la chica. Además pillé algo de vino decente y un par de filetes para cenar —dijo ella mientras descargaba las compras.

    —Suena bien. Yo también he tenido un día interesante, la verdad. Hemos tenido visita.

    Ella se quedó inmóvil de pronto durante un momento, luego se dio la vuelta para mirarle directamente. Estaba sonriendo, pero Paul detectó sorpresa, quizá preocupación.

    —¿En serio? ¿Se han pasado los vecinos a pedir una taza de azúcar?

    —Nop, fueron las limpiadoras. Querían limpiar la casa. Estaban más que un poco sorprendidas de encontrarme aquí. Al parecer, tu amigo no les dijo que veníamos.

    —Ya, los amigos imaginarios son un desastre en esa clase de cosas. No le dicen nada a nadie excepto a mí.

    —Así que supongo que esta no es realmente la casa de tu amigo.

    —Um, no. Realmente no. Lo que quiere decir que, no lo es en absoluto.

    —¿Y eso qué significa? —preguntó él.

    —Significa que deberíamos irnos. Y echando hostias —ella empezó a poner los comestibles de vuelta a las bolsas de la compra—. ¿Qué les dijiste?

    —Que me estaba muriendo de cáncer y que esta era mi última fiesta con mi novia antes de morir.

    —No, en serio, ¿qué les dijiste?

    —Eso mismo. Les dije que me estaba muriendo y que el dueño era un amigo de la familia que me había prestado la casa en el último minuto. Creo que hasta las convencí, pero no estoy seguro.

    Ella le miró sobre el hombro y le examinó durante un momento, escaneándole de arriba abajo con una rápida mirada. —Nada mal ahí, campeón. Puedes habernos hecho ganar tiempo hasta mañana. Pero no podemos arriesgarnos.

    —Entonces, ¿volvemos a San José? Ya sabes, si encontramos un hotel u otro alquiler por aquí, no me importaría...

    —No hace falta —le interrumpió—. Hay una especie de fiesta a la que estamos invitados más tarde esta noche. Es como un campamento. Iremos allí.

    —Supongo que ese saco de dormir me será útil después de todo.

    —Por supuesto. Deberías saber a estas alturas que siempre pienso en todo.

    —Excepto en las limpiadoras.

    —Vale, excepto en las limpiadoras —le sonrió—. Ahora vamos, hagamos las maletas y salgamos de aquí.

    Dejaron las maletas en el coche diez minutos más tarde, listos para salir. Chloe volvió dentro a hacer un último barrido en la casa usando una toalla húmeda para limpiar todo que ella recordaba haber tocado, o al menos todos los lugares obvios. Cuando acabaron, no había señal de que hubiesen estado allí. Se sentó en el asiento del conductor y despegaron camino a la ciudad y de vuelta al Norte hacia la Autopista de la Costa del Pacífico. O al menos, Paul pensaba que era el Norte. Las carreteras eran tan sinuosas que él había perdido el sentido de la orientación. Chloe parecía saber a dónde estaba yendo incluso en la niebla y la oscuridad. Canturreba sin melodía para sí misma como si no hubiese una sola preocupación en el mundo.

    —Te lo estás pasando en grande, ¿verdad? —le preguntó Paul—. Estás disfrutando de verdad del hecho de que tengamos que huir.

    Ella lo pensó durante un momento antes de responder. —Supongo que sí. Es emocionante, ¿verdad? Que casi te pillen haciendo algo que no deberías estar haciendo. Esa es la parte divertida de la vida del crimen.

    —¿Y qué crimen exactamente estábamos cometiendo allí hace un rato? Pensaba que la casa era de un amigo tuyo.

    Ella se rió. —Oh, venga ya, tú nunca te llegaste a creer eso, ¿o sí?

    —No, en realidad no. Creo que voy entendiendo ese código particular vuestro. Amigos sin nombre igual a Lo robé.

    —No siempre. No soy así de predecible, pero en este caso tienes razón. Hace un tiempo sacamos una estafa que envolvía tangencialmente el uso de algunas propiedades de alquiler vacacional como casas seguras y localizaciones como tapadera. Entramos en las oficinas de unas grandes empresas de gestión inmobiliaria que se ocupa de un centenar de esas casas para las vacaciones y, bueno, copiamos todas sus llaves. Además, nos colamos en su sistema informático. Bueno, eso me permite saber cuándo está alquilada una casa y cuándo no, y así en adelante. Así que, cuando necesito un descanso, simplemente compruebo su registro informático y veo lo que está disponible ese día. El plan perfecto.

    —Excepto por las limpiadoras —añadió Paul.

    Ella le dio una alegre palmada en la pierna. —¿Vas a dejar de hablar de las jodidas limpiadoras? Normalmente vienen antes o después de que se alquile la casa, y nadie había reservado esa en dos semanas. O bien debían de ir atrasadas en su horario o quizá se iban a montar una fiesta sin invitación como nosotros. En cualquier caso, ya estamos fuera de allí y nadie se ha enterado de nada.

    —¿No crees que los dueños o los admistradores de la propiedad o quien sea sospechará cuando algo cuando oigan la historia de las limpiadoras?

    —Tal vez. Pero lo que es extraño es que sospechen lo que ha pasado en realidad; que tengo llaves maestras de todas sus propiedades. ¿Quién iba a estar lo bastante loco para soñar hacer algo así?

    —Alguien condenadamente loco, te concedo eso.

    —Esa soy yo, culpable de los cargos —se concentró en la carretera durante un rato al entrar en una sección particularmente sinuosa que enlazaba con la autopista.

    Resultó que la Autopista de la Costa del Pacífico no era del todo una autopista, sino más bien una carretera asfaltada de dos carriles que bordeaba peligrosamente la mencionada costa del pacífico. Paul sintió una ligera oleada de vertigo cuando miró a la izquierda y no vio nada más que veinte metros de pura roca entrando en la niebla (y presumiblemente hasta el agua debajo). Imaginó que sería una vista preciosa a la luz de día, pero ahora, en la oscuridad y con la bruma, parecía el fin del mundo.

    Chloe encendió su iPod y puso una de sus muchas bandas de Ska, Paul no podía distinguir una de otra, y viajaron a través de las pendientes y las curvas de la carretera. Pasaron varios pueblos de playa como el que acababan de dejar, junto con casas solitarias y urbanizaciones. Paul pensó en lo extaña que debería ser la vida en una de esas casas. Sí, tenías una estupenda vista, pero no estabas cerca de nada conveniente, como una tienda de alimentación. Y al mismo tiempo estabas justo en la cima de una de las más famosas autopistas y atracciones turísticas del estado, así que tampoco es que tuvieses mucha paz y privacidad. Esa no era vida para él. Tampoco es que fuese una opción, apostaba que la más pequeña de esas casas costaría hasta el último centavo de los 850.000 dólares que les había sacado a sus antiguos socios. Si se compraba una casa así, tendría que trabajar de verdad para poner comida en la mesa y él ya no tenía intención de hacer eso muy pronto.

    Necesitaba un descanso.

    Por supuesto, estaba la opción de Chloe. Ella y su tripulación ciertamente no tenían trabajos fijos y parecian pasarlo en grande. La última semana que él había pasado con ellos, a decir verdad, había sido la época más feliz que había tenido desde que se había mudado a California.

    Y aquí estaba ahora, viajando por un famoso tramo romántico de carretera con una mujer hermosa y vivaz, y con 850.000 dólares bien guardados. Lo único que necesitaba ahora era un modo de descubrir si Chloe estaba realmente interesada en él o no.

    —Ya casi hemos llegado —dijo ella de repente.

    —¿Llegado adónde? ¿A la fiesta?

    —Sip.

    —¿Cómo lo sabes?

    —Porque sé donde voy, tontorrón. ¿Cómo crees que lo sé?

    Paul miró por la ventana hacia la niebla más allá. —¿Cómo puedes ver por dónde vas con esta niebla?

    —Sólo tienes que escuchar las señales.

    Unos minutos más tarde, Chloe pisó abruptamente los frenos y aparcó el SUV al otro lado de la carretera, cruzando el (gracias a Dios vacío) carril del tráfico en dirección contraria. Pararon en una zona de grava junto a un lado de la carretera, que tenía bastante espacio para aparcar quizá diez coches. Ahora mismo había otros coches junto al de ellos: una ruinosa furgoneta blanca y un Honda de finales de los 90. Nada a lo que le echarías un segundo vistazo.

    —Hemos llegado.

    —¡Estupendo! ¿Adónde?

    —A la fiesta, por supuesto, ¿no oyes la música?

    Ella apagó el motor del coche y el estéreo con él. Con la música apagada, Paul podía ahora oír el batido de tambores llegando desde alguna parte debajo.

    Chloe salió del SUV y fue atrás para recoger su equipo. Se colgó la bolsa de mensajero cruzada al pecho y luego sacó una mochila con un saco de dormir sujeto a ella. Pescó una linterna del bolsillo y apuntó a Paul en la cara.

    —Te iría bien descubrir un modo de atar ese saco dormir a tu bolsa o a la espalda o a algo. Es probable que necesites las dos manos libres para bajar.

    —¿No hay un camino?

    —No, en realidad no. Más o menos. Ya lo verás .

    Paul decidió verlo primero antes de tomar ninguna decisión. El acantilado junto al que habían aparcado tendría quizá unos quince o veinte metros de altura. No era un descenso muy escarpado, pero maleza y arbustos cubrían la ladera del acantilado. La linterna de Chloe reveló una delgada estela de arena que atravesaba la maleza en un pronunciado ángulo. No llegaba a ser un camino, pero casi servía para lo mismo. Debajo había una playa, una extensión de arena de quizá veinte metros de ancho que seguía la curva del acantilado y desaparecía al doblar la esquina.

    Paul podía oir los tambores mucho más claramente ahora, aunque aún no podía saber de dónde venían. Al mirar abajo a la estela, decidió que Chloe tenía razón. Necesitaría ambas manos libres para bajar. Aun así, le parecía que había buenas probabilidades de que se resbalara o cayera.

    Después de darle vueltas al saco de dormir durante unos minutos, intentó sujetarlo a la espalda y se rindió. Llevó la masa de nailon acolchado hacia el borde del acantilado. Chloe chilló una ovación cuando él dio tres pasos corriendo y lanzó el saco hacia la noche. Ella siguió su parábola con la linterna mientras el saco volaba a través de la niebla y aterrizaba en las matas a unos dos metros de la playa.

    —No demasiado mal —dijo Paul bajando por el camino escarpado detrás de Chloe.

    —Tienes futuro olímpico en el lanzamiento de saco de dormir.

    —Creo que será deporte de exhibición de los Juegos Extremos el próximo año.

Capítulo 15

    La bajada fue más traicionera de lo que Paul había anticipado y varias veces cayó de culo al perder el equilibrio, aunque era mejor que caer de cara por el acantilado. Chloe pareció tener menos problemas, aunque era ella quien llevaba la linterna. Después de que Paul recuperara su saco de dormir donde había aterrizado, se pusieron en marcha por la playa hacia el sonido de los tambores. Hacía un frío categórico cerca del agua y una fina capa de condensación de la niebla ya les cubría el cuerpo entero. Paul deseó haberse puesto una sudadera antes de salir del coche. Siguieron el descomunal ritmo de los tambores a través de la bruma. Al rodear la esquina del acantilado, Paul vio a unos cien metros de la playa una gran fogata rodeada por un círculo de varias docenas de personas. A medida que se acercaban, Paul vio que la mayoría de las figuras estaban sentadas con las piernas separadas junto a varios tipos de tambores africanos. En el centro, cuatro o cinco figuras danzaban con salvaje abandono alrededor del fuego, disfrutando del ritmo de inspiración tribal.

    —Guao —dijo Paul.

    —Sí, ¿no es enorme? —dijo Chloe—.Adoro a esta gente.

    Cuando se aproximaban, una figura salió de las sombras cerca del acantilado y los interceptó. Paul no estaba seguro de si había estado montando guardia o acababa de alejarse del círculo para mear o algo así.

    —Ey, Chloe, me alegro de que pudieses venir —dijo él y le dio un abrazó a Chloe.

    —No me lo perdería —ella lo liberó del abrazo y señaló hacia Paul—. Keith, este es Paul. Paul, Keith

    El hombre rodeó a Paul en un abrazo amistoso que olía a pachuli y sudor. —Qué bueno conocerte, hermano.

    —Ey —dijo Paul, quien no tenía problemas con los abrazos amistosos, pero que no le gustó nada el mareante olor duzón de la hierba de pachuli—. Encantado de conocerte.

    Keith guió el camino hacia el círculo de percusión, contando con entusiasmo a Chloe quién estaba allí y la clase de tambores que estaban usando y quién tenía la mejor hierba. Paul los seguía un paso detrás con su atención centrada en el deslumbrante espectáculo de acto y percusión frente a él.

    El fuego era enorme, al menos dos metros de largo y bien alto sobre una pila de leña encima de carbón al rojo más antiguo. Había cinco personas bailando en el espacio entre los tambores y el fuego, dos hombres y tres mujeres. Estaban tan cerca del fuego que llevaban ropas muy ligeras, a pesar del frío en el aire. Dos de las mujeres llevaban faldas con flores y tops de tirantes, mientras que la tercera danzaba en pantalón de chándal y sin top en absoluto. Los dos hombres tampoco llevaban camisetas. Uno era joven y extremadamente en forma, el otro, de mediana edad con una blanca barba rizada y una panza redonda como un tambor. Este último bailarín parecía el más absorto en el ritmo, girando y cabeceando locamente. Para completa sorpresa de Paul, incluso dio una carrera saltando a través/por encima del fuego, siendo digno de vitores y ovaciones por parte del grupo reunido. Paul contó catorce percusionistas en el círculo junto con otros tres que daban palmas con las manos o en sus rodillas mientras se mecían con la música. La mayoría eran tambores estilo africano de aspecto artesanal, cada uno de un metro de alto y tocado con ambas manos. Otros eran más grandes, tambores graves que se tocaban con baquetas de puntas redondas blandas. Algunos tenían tambores de conga y otros comprados en tiendas. La mayoría mantenía un continuo ritmo, sencillo pero rápido, que los más habilidosos luego embellecían con más rápidos e intricados compases. Sin ser un experto en música, Paul no podía comprender la complejidad del sonido del grupo, pero sabía que sonaba bien.

    Chloe lo cogió de la mano y lo llevó hasta el círculo. Dejaron su equipo de acampada en la arena y se mezclaron entre el grupo, un percusionista y un bailarín los sonrieron y les dieron la bienvenida a la fiesta. Chloe sacó una manta delgada de su bolsa y la tendió en la arena entre los numerosos tapetes, toallas y otras mantas que el círculo ya había colocado. Paul se sentó detrás de Chloe y ella apoyó la espalda contra él mientras se relajaban y contemplaban el espectáculo. El hombre mayor pronto emergió como el líder del círculo. Los otros bailarines imitaban sus movimientos mientras este saltaba y giraba alrededor del círculo. Ocasionalmente, el líder se detenía delante de un tamborilero y doblaba las rodillas para tocar en el instrumento algún ritmo delirante. Había estado tan inmerso en esta salvaje celebración de forma libre que no había advertido la llegada de Chloe y de Paul. Fue sólo después de veinte minutos o así que llegó a reconocerla. Su cara se iluminó con deleite.

    —¡AH JAAAA! ¡Chloe! —gritó tomándola por las manos y tirando de ella para ponerla de pie.

    Ella soltó un chillido cuando él la arrastró dentro del círculo (aunque cuando Paul más tarde le recordó que ella había chillado, ella lo negó). De inmediato empezaron ambos a bailar mano con mano y el círculo captó su ritmo. Luego se separaron en un giro cuando los movimientos del hombre se volvieron tan frenéticos que ninguna pareja de baile podía seguirlos. Chloe, en total consonancia con los tambores ahora, danzó en su propia dirección, moviéndose con elegancia entre los otros cuatro bailares. Todos ellos imitaron momentáneamente los movimientos de Chloe a modo de bienvenida.

    Paul nunca hubiese imaginado que la normalmente autocontrolada Chloe pudiese bailar con tal abandono, y la visión le fascinó. Ella se movía con gracia, eso era cierto, pero era su vivacidad y energía lo que él encontró más atractivo. Sus piernas batían arriba y abajo, sus brazos se mecían adelante y atrás al compás de las bailarinas. Elevándose y agachándose, el hombre más viejo las rodeó como un espantapájaros panzudo, no de forma lasciva, sino como si estuviese de algún modo honrando su contribución al baile. El hombre junto a Paul le ofreció una calada de su pipa. Paul se lo agradeció y dio una profunda calada a pleno pulmón de humo de hierba. Aguantó la respiración todo lo que pudo antes de devolverle la pipa. Se quedó observando a Chloe bailar durante muchos minutos más mientras la euforia de la calada (y las otras tres que dio después de esa) lo inundaba.

    Otros miembros se habían unido al baile ahora y, en cuanto se acabó la hierba, el percusionista sugirió a Paul que se unieran ambos también al baile. A Paul solía gustarle mucho salir a los clubes cuando iba a la universidad, pero había salido muy poco a bailar entonces y nada después de haber llegado a California.

    «¿Por qué no?», pensó. «¡Ya que no sé tocar el tambor, bien podría bailar!»

    Paul se levantó y se balanceó en su sitio al compás de la música durante un rato, tratando de cogerle el truco al ritmo. Luego Chloe lo localizó y le silbó para que se acercara. Lo tomó por la cintura, tirando de él para tenerlo cerca de ella. Paul movió su cuerpo con ella y contra ella, aprendiendo el ritmo que le indicaban las caderas de su pareja de baile, un proceso completamente adorable. Una vez que Paul se estaba acercando de nuevo a Chloe, ella dio un paso atrás un momento y gritó.

    —¡No es genial!

    —¡Sí!

    —¡Hace tanto calor junto al fuego!

    —¡Del todo! —dijo él antes de ver que cómo ella se quitaba la camisa de manga larga por encima de la cabeza y la lanzaba encima de manta.

    Llevando ahora sólo vaqueros y sujetador, tiró de él para tenerle cerca de nuevo.

    —¡Venga! ¡A bailar!

    Y lo hicieron.

    Durante horas rodearon la hoguera, moviéndose al ritmo. El círculo cambiaba y tomaba nueva forma con los cambios de ritmo. Los percusionistas se turnaban cuando se cansaban o decidían unirse al baile durante un rato. Para cuando el círculo empezó a menguar, Paul se había quitado la camisa. A veces él y Chloe bailaban cerca, con su piel desnuda en contacto. Otras veces daban saltos por separado alrededor del círculo, interactuando brevemente con los otros bailarines. Y siempre estaba el hombre viejo, aparentemente en todas partes a la vez, dirigiendo la bacanal asamblea de puro entusiasmo por la danza.

    Cuando bailarines y músicos por fin colapsaron por el cansancio, Paul y Chloe cayeron de vuelta a sus mantas, cubiertos de sudor y jadeando. Los demás sacaron botellas de agua y vino, que pasaron por el círculo.

    Paul se apoyó en Chloe y le susurró al oído.—¿Quién es esta gente?

    Ella tomó la cabeza de Paul entre sus manos y guió su oído hacia su boca, susurrando, —Esta es una verdadera tripulación. Ellos son verdaderos.

    Antes de que Paul pudiese preguntar qué demonios significaba aquello, el espantapájaros barrigudo empezó a dirigirse a todo el círculo.

    —Esto ha sido maravilloso... de veras, maravilloso. Os agradezco a todos, desde el fondo de mi corazón, por haber compartido conmigo una vez más vuestros cuerpos y almas en el baile. Esta comunidad especial nunca deja de conmoverme. En una noche como esta, noto que realmente tendremos siempre todo lo que necesitemos mientras tengamos nuestra libertad y nos tengamos los unos a los otros —sonrió ampliamente y luego gritó—. ¡Libertad y Compañía!

    —¡Libertad y Compañía! —respondió el grupo con un grito.

    Paul recordó la llamada y respuesta de la sesión que Chloe había dado a su tripulación después de que lo hubiesen ayudado. ¿También son estas personas criminales de alta tecnología? No lo parecían.

    El hombre continuó. —Mañana, una vez más empezamos de nuevo. Emergeremos del fondo de la tierra como los primeros brotes de primavera y llevaremos un pedacito de nuestra propia versión de la vida hasta el duro y frío mundo que nos rodea. Y a cambio tomaremos lo que necesitamos para continuar, para seguir enseñando al mundo que hay otro camino, que hay modos de vivir en verdadera libertad. Nuestras acciones tendrán eco en el universo como las ondas en un estanque. Lo que empezamos nosotros, otros algún día lo terminarán. La revolución está llegando.

    —La revolución está llegando —entonó el círculo como una congregación en una oración.

    —Que así sea —El hombre miró en silencio al grupo a su alrededor durante un minuto, esperando a ver si alguien quería añadir algo, pero los únicos sonidos fueron el crepitar del fuego y el murmullo de las olas. Luego mostró una contagiosa sonrisa dentada—. Bien, mañana nos ocuparemos de los detalles, hermanos y hermanas. Esta noche tenemos invitados y queda diversión por celebrar. ¡Bebed, fumad, y sed felices! ¡Pues mañana podréis volar!

    El grupo empezó a reir y luego se separó en una docena de conversaciones diferentes. Dos de los músicos se levantaron para conversar con el hombre viejo, pasándole un canuto al hacerlo.

    Paul tenía que saber lo que estaba pasando. —Entonces, ¿ellos son una tripulación como tú y tus amigos? —le preguntó a Chloe.

    —Sí y no. Ellos son mucho más de la vieja escuela que nosotros. Y son mucho más que una comunidad. En realidad son más como una comuna.

    —Entonces, ¿son comunistas? —bromeó Paul.

    —Algunos probablemente lo son. Comunistas y anarquistas y lo que sea que haya entre los dos.

    Paul apenas sabía que tales personas existiesen ahí afuera, pero nunca había considerado realmente que alguien aún pudiese ser comunista. En su mente, todo eso era una memoria distante de los ochenta, como Ronald Reagan y los New Kids on the Block, nada hacia lo que él quisiera volver.

    —Ja —fue todo lo que pudo pensar en decir.

    —Estos tíos se conocen de verdad —continuó Chloe—. Son una tripulación trenzada íntimamente, mucho más íntima que yo y la mía. Ellos se aman y se apoyan unos a otros. Para ellos, no se trata de la siguiente hazaña. Eso es sólo un modo de llegar de aquí hasta allí en paz y prosperidad.

    —Si ese es el caso, ¿no podrían sencillamente, ya sabes, conseguir empleos? ¿Empezar una granja orgánica o algo así?

    —Podrían. A veces lo hacen, al menos durante un tiempo —Chloe se estaba animando más ahora. Ella admiraba plenamente a este grupo—. Pero viven totalmente fuera de la sociedad. No dejan huellas en el complejo industrial de la información. Ni números de la seguridad social. Ni impuestos. Ni permisos de conducir. Son una Tripulación de verdad, como la clásica tripulación pirata de los siglos dieciesiete y dieciocho.

    —Yo prefiero pensar en nosotros como cazadores recolectores —dijo una suave voz grave.

    Era el hombre viejo. De pie sobre ellos donde estaban sentados. Chloe y Paul ambos empezaron a levantarse, pero él movió una mano para que permaneciesen sentados y se sentó junto a ellos en la arena con la espalda hacia el fuego.

    —Nunca he sido un entusiasta de la metáfora pirata, pero sé que a algunos de nosotros les encanta la idea. Como yo lo veo, sólo somos una tribu de cazadores recolectores.

    —Eso es porque eres un maldito viejo hippie —bromeó Chloe.

    —Cierto, cierto —le tendió la mano a Paul—. Mi nombre es Winston. Bienvenido a nuestro círculo.

    —Gracias —dijo Paul al estrechar la fuerte y áspera mano—. Esto es genial. Estoy pasando una noche estupenda. Mi nombre es Paul.

    —Y yo estoy feliz de que estéis ambos aquí. Me ha encantado vuestro baile. Chloe nunca me ha presentado a un miembro de su tripulación antes. Debes de ser muy especial.

    Esto sorprendió a Paul, y su cara debió de haberlo mostrado. —Yo… uh…

    —Paul no es en realidad parte de mi tripulación —dijo Chloe—. Es más un cliente convertido en amigo. Lo traje porque pensé que le divertiría el círculo y estábamos… en el barrio juntos.

    —Ahhh, ya veo —dijo él—. Bueno, es maravilloso conocerte en cualquier caso y eres bienvenido a quedarte con nosotros aquí todo el tiempo que gustes. Por supuesto, nosotros no estaremos aquí mañana por la mañana, pero eso no significa que os tengáis que ir. Esta es una hermosa cala. Os sugiero de verdad que os relajéis y la aprovechéis el mayor tiempo posible. Es un raro obsequio el que se os ha dado, esta vida vuestra.

    —Gracias —dijo Paul.

    «Qué cosa más rara ha dicho», pensó él

    Toda la situación era rara, por supuesto, pero había algo particular en Winston que no tenía claro. Por el modo en que hablaba, parecía que siempre estaba diciendo dos cosas al mismo tiempo, quizá más, y Paul no estaba captado del todo el pleno significado de ninguna de ellas.

    —Winston, ¿darías un paseo conmigo? —preguntó Chloe al levantarse.

    —Pues claro, cielo. Será un placer —Asintió a Paul—. Encantado de conocerte, Paul. Disfruta del círculo. Hazlo tu casa por esta noche.

    —Volveremos enseguida —le dijo Chloe—. ¿Estarás bien aquí?

    —Claro —dijo Paul—. Estaré bien.

    Winston puso un brazo alrededor del hombro desnudo de Chloe y ambos se alejaron caminando hacia la niebla. Mientras Paul los veía marchar, el hombre más viejo se inclinó hacia ella, le susurró algo al oído y luego la besó en la mejilla, provocando lo que Paul pensó celosamente que fue una risita infantil de Chloe. Pero bien pudiera ser que estuviesen discutiendo alguna especie de asunto relacionado con las tripulaciones. Quizá ella le estaba lanzando una idea para una hazaña o similar.

    Aún así, él no pudo evitar sentir una punzada de envidia, tanto por los secretos que compartían como por su obvia intimidad.

    Mientras observaba a los dos desparecer en la niebla, varios músicos se acercaron y se sentaron junto a él para felicitarle por su danza. Se pasaron canutos y botellas de cerveza casera y vino sin etiquetar alrededor el fuego y charlaron sobre clases diferentes de tambores, diferentes estilos de danza, música, películas e incluso comics durante un rato. Ninguno de ellos le preguntó siquiera su nombre ni nada sobre su vida. Incluso cuando él traía a colación algo de su pasado, educada pero significativamente cambiaban de tema. No querían saber nada sustancial sobre su identidad real y ciertamente no compartían ningún detalle íntimo con él. Si, como Chloe decía, todos vivían "fuera de la red", serían por naturaleza muy celosos de cualquier detalle que pudiese identificarlos.

    Paul podía de verdad aceptar eso. En realidad, en cierto modo lo envidiaba, esa idea de dejarlo todo y no mirar atrás, no tener que lidiar nunca con toda la tontería del mundo moderno.

    Sin reloj, Paul no estaba seguro de cuánto tiempo había pasado desde que Chloe y Winston se habían ido. Uno de los músicos le estaba enseñando los fundamentos básicos de mantener un ritmo cuando de pronto advirtió a Chloe atravesando el círculo, dando una calada al canuto de alguien. Ella descubrió a Paul mirándola y le guiñó el ojo antes de volver a su conversación.

    Paul se concentró en su tambor, tratando de aprender los toques básicos y de mantener el ritmo con la mujer que le estaba enseñando. Después de unos diez minutos, Paul le agradeció la lección y regresó a su manta.

    Hacía ya mucho que se había vuelto a poner la camisa y alguien le había prestado un deshilachado aunque limpio jersey para protegerse mejor del aire frío de la noche. El fuego estaba empezando a morir ahora y, aunque lo mantenían vivo con nueva leña de vez en cuando, ya no era el rugiente fuego de cuando Paul había llegado por primera vez.

    Paul se sentía bien, muy bien. De un modo que incluso lo hacía poderoso. Al recordar lo bien que había ido la estafa de los comics, recordó un fuego diferente, mucho más controlado que junto al que se había sentado unos tres años atrás.

    Fue en McGarry, un bar del centro de San José. Junto a la barra había una chimenea de gasolina que compensaba el frío aire moderado del exterior. Llevaba en California un mes trabajando con Greg para hacer despegar Miedo y Cargando. Tenían el dinero y la idea, pero carecían de personal técnico para hacerlo realidad. Necesitaban un jefe de programación inteligente y con talento, pero estaban tenido dificultades para encontrar candidatos viables. Frank fue su última elección y Paul sabía que si no podía convencerlo de unirse a su compañía, el proyecto podría no despegar nunca. Como experimentado progamador de videojuegos, Frank tenía un cómodo trabajo de programación en Electronic Arts. Estaba en la cima del juego y se aburría mentalmente. Frank quería destacar por su cuenta, pero tenía sus dudas sobre el plan de Paul y Greg.

    —No os ofendáis —había dijo Frank—, pero ninguno de vosotros ha hecho nunca un videojuego. Y, Paul, nunca has trabajado siquiera en tecnología. Creo que estáis subestimando lo duro que va a ser esto.

    —Bueno —había respondido Paul—, por eso estamos hablando contigo. Tú tienes la experiencia y el conocimiento técnico. Nosotros el dinero y el concepto.

    —Ya sé que Greg tiene el dinero, y esa es en realidad la única razón por la que me he reunido con vosotros. En cuanto a la idea, he de decir que no me gusta. No veo qué lo hace mejor que otra docena de juegos en los que se está trabajando ahora.

    En ese momento, Paul había pensado que Frank era un capullo. Pero se había mantenido tanquilo y aprovechado la ocasión. —Lo que tienes que recordar, Frank, es que Metrópolis 2.0 es una idea probada. Es uno de los comics indi mejor vendidos de los últimos años. He recibido dos nominaciones a los Eisner por él. A diferencia del montón de tonterías derivadas en las que están trabajando las otras compañías, este será un juego con una audiencia acumulada, basado en historias y arte ya demostrados en el mercado.

    —Pero eso sólo son comics. Eso es una industria diminuta que…

    —Sí —había coincidido Paul interrumpiendo a Frank—, pero los comics son de donde vienen muchas de las ideas con éxito de ventas. Es la prueba de laboratorio definitiva para la imaginación, porque no hay límites en la forma. Se puede contar cualquier clase de historia con los comics. Todo con lo que puedas soñar. Y todo lo que determina tu éxito es lo buen contador de historias que eres y lo originales que son tus ideas.

    Paul había simplificado las cosas mucho con eso. En nombres realmente importantes como X-Men o Superman, importaba mucho más las historias originales a la hora de producir verdaderas ventas, pero Frank no sabía eso y Paul no iba a decírselo. —El hecho es que, mis ideas se han demostrado en el tiempo. Fueron un éxito como cómic y lo serán como videojuego también. ¿Por qué? Porque nada tiene tanto éxito como el éxito.

    Paul había explotado esa veta durante una hora, alabando sus propios logros y apelando al propio complejo de superioridad de Frank como ingeniero de amplio software. Paul había sentido que el programador quería ayudar a fundar su nueva compañía, pero también que Frank era un hombre cauto y conservador que necesitaba que acallaran todos sus miedos antes de tomar tan drástica decisión.

    Así que se enfrentó al escepticismo y dejó claro que necesitaba convencerlo. En el transcurso de la tarde Paul hizo justo eso. Le mostró al veterano programador una arrogancia y seguridad contagiosas, cualidades que él veía reflejadas en los propios modales de Frank. Bocetó en servilletas de bar y habló con verdadera pasión, le describió en detalle el mundo que había creado en sus comics y cómo evolucionaría perfectamente en la experiencia de juego online. Al final derrumbó las defensas de Frank, y cuando el programador empezó a hacer sus propias sugerencias sobre líneas argumentales o la implementación del mundo del cómic a su forma digital, Paul supo que lo había ganado.

    Salir victorioso de la primera charla junto al fuego le había hecho sentir un subidón, como si ahora pudiese convencer a cualquiera de todo si ponía su mente en ello. La misma sensación que había tenido al abandonar las oficinas del GPC unos días atrás.

    Greg lo había felicitado y los dos habían reído como niños de felicidad por su éxito.

    Al mirar atrás ahora, Paul se preguntó si en realidad había convencido a Frank alguna vez de que era capaz de las cosas que había dicho que lograrían. En retrospectiva quizá no. Pero después de lo que él y la tripulación le habían hecho a Frank y a Greg y a los demás, Paul estaba seguro de que por fin había obtenido la atención y respeto del programador. Le había mostrado lo capaz y convincente que podía ser en realidad. Ahora mismo, la memoria de la mirada en la cara de Frank en la sala de juntas, cuando él y Chloe había hecho saltar la trampa, calentó a Paul más que el moribundo fuego.

    Al final, Chloe encontró el camino de regreso hasta él desde el otro lado del círculo. Ella aún llevaba sólo sujetador y vaqueros, y estaba tiritando.

    —¡Joder, que frío! —dijo ella.

    —Será tu muerte jovencita, corriendo por ahí con los pechos colgando así —dijo Paul con su mejor imitación de voz de abuela.

    Le entregó a Chloe su sudadera y ella se la puso rápidamente. —Oh, sabes que te encanta —bromeó ella.

    Se sentó entre las piernas estiradas de Paul y se envolvió el cuerpo con sus brazos, tiritando. —Joder, que estupidez —dijo ella.

    —¿Por qué?

    —Vagando por ahí en esa niebla sin camiseta. Tenía tanto calor durante la danza que me estaba quedando sin culo de tanto sudar. El aire frío fue agradable unos cinco minutos.

    Él la abrazó más fuerte, saboreando la sensación de tenerla entre sus brazos. —¿Por qué no volviste a ponerte ropa?

    —Oh, no sé. Supongo que quería parecerle dura a Winston. Él tampoco llevaba camisa.

    —Ya, pero, y esto sólo es una suposición aquí, ¿no está el tipo un poco chiflado?

    —Hmmm, ese es un bueno argumento.

    —Si hubiese pensado en ello, mi madre habría dicho lo de siempre: no se llega a ninguna parte intentando impresionar a una persona loca.

    —Parece que tu madre sería buena dando consejos si hubiese pensado en ello.

    —Pues sí. Ella sería así de guay.

    Frente al fuego, uno de los percusionistas había materializado una guitarra de alguna parte en la niebla.

    «¿Es que tienen un coche aquí fuera en alguna parte? ¿De dónde han sacado eso?»

    —¡Oh! —exclamó Chloe—. ¡André va a tocar! Es muy bueno, deberíamos escuchar —ella aún estaba tiritando de frío.

    —Aún tienes frío —dijo Paul—. Tal vez deberías meterte dentro de tu saco de dormir o algo así.

    En el trasfondo, André empezó a afinar su guitarra.

    —Buena idea, échame una mano y nos podemos cerrar los dos juntos dentro, no quiero desprovechar el poder térmico de tu cuerpo.

    A Paul le gustó mucho esa idea.

    Les tomó unos minutos desempacar los sacos de dormir y extenderlos juntos. André empezó a tocar una melodía de guitarra clásica. Era muy bueno, pensó Paul. Había una tranquilidad y suavidez en sus notas que hablaban de profundo conocimiento musical, incluso por encima de los cambios de acorde más complicados.

    Ambos escurrieron sus cuerpos dentro de su doble saco de dormir. Paul tumbado hacia afuera del círculo y Chloe acurrucada contra él más cerca del fuego. Se quedaron como cucharas en un cajón escuchando tocar a André y cayendo lentamente dormidos.

    Paul despertó unas horas más tarde. Había formas inconscientes en sacos de dormir y bajo mantas por todas partes rodeando el fuego moribundo. En alguna parte alguien estaba roncando muy alto y eso es lo que había despertado a Paul. Él tenía la maldición del sueño ligero. Chloe estaba totalmente dormida y él tenía aún sus brazos alrededor de ella. Aquello era estupendo y todo eso, excepto por que se le había dormido el brazo izquierdo bajo el peso de la cabeza de Chloe. Paul había conseguido desarrollar una incómoda erección durante su sueño también, lo cual encontraba vagamente embarazoso dado que esa parte de su cuerpo inferior estaba presionando rápidamente la de Chloe. Intentó maniobrar su brazo para sacarlo de debajo de su cabeza sin despertarla, pero no tuvo tanta suerte. Ella se agitó cuando él bajaba su cabeza hacia el saco de dormir.

    —Quepaasa…? —susurró ella con voz ronca.

    —Shhh, nada —respondió—. Vuelve a dormir.

    —¿Tas roncando tú…? —le preguntó adormilada.

    —No, yo ekstoy despierto. Es otra persona.

    Ella se quedó así durante unos momentos mientra él se frotaba el brazo dolorido, tratando de recuperar un tacto que no fuesen pinchos ni agujas. Luego ella habló de nuevo. —Quien sea, ronca jodidamente alto.

    —Sip.

    Quedaron así durante un rato, aún con sus cuerpos apretados uno contra el otro. Al intentar ponerse cómoda, Chloe se balanceó un poco, acercándose aún más a Paul y frotando su parte de atrás con la parte delantera de él. Paul sintió un creciente embarazo al saber que ella debía de estar sintiendo su erección.

    Aunque aquello no pareció detener sus movimientos. Si acaso, sus contoneos adelante y atrás parecían durar más tiempo del necesario para ponerse cómoda.

    —¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.

    —¿A qué te refieres?

    —Con tu brazo. ¿Te pasa algo?

    —Se me ha dormido.

    Ella se alejó rodando de él brevemente y se dio la vuelta para quedar ambos cara a cara..

    —Déjame ver —dijo ella.

    El levantó el brazo hacia ella y Chloe empezó a frotarlo vigorosamente durante un minuto o así hasta que volvió la sensación normal. —¿Mejor?

    —Totalmente.

    Las manos se movieron sobre el brazo de Paul hasta los lados de sus hombros, apretándolos. En la tenue luz, Paul apenas podía distinguir los rasgos de Chloe, incluso estando a sólo unos centímetros de distancia. Su tacto no estaba haciendo nada para reducir su excitación. Él acercó el brazo y le devolvió el favor, acariciando suavemente su brazo y hombro y luego bajando la mano por el lateral de su cuerpo hasta la cadera y de nuevo hacia arriba, y luego hacia abajo.

    —Me gusta eso —dijo ella—. Me gusta que me acaricien.

    —A mí también —respondió él.

    La mano de Chloe empezó a imitar sus movimientos, reflejando cada movimiento que él hacía en ella.

    Ella movió su pie desnudo hacia adelante para frotarlo con el de Paul. Este deslizó su mano bajo la camisa por la espalda, frotando la piel desnuda de Chloe. Ella hizo lo mismo. Ahora él tiró de ella para acercarla, su mano recorría la espalda arriba y abajo bajo la sudadera, hasta más allá de la banda del sujetador y luego hacia abajo de nuevo. Ella cerró los ojos disfrutando de las caricias incluso cuando sus propias manos habían interrumpido su pauta y se movían hacia abajo para apretarle a él el culo, acercándoles aún más.

    Paul tomó aquello como una señal inconfundible y la presa se desbordó.

    La besó despacio en los labios y ella respondió, lo cual con todo el ímpetu añadido, Paul necesitó ir a por ello. La besó a fuerza bruta, con la lengua saltando a la acción. Su mano se movió de atrás hacia adelante para agarrar uno de los pechos y maniobrarla para sacarlo de la copa del sujetador. Ella gimió muy suavemente y luego rodó encima de él, a caballo sobre él, abriendo el saco de dormir. Se quitó la camisa por encima de la cabeza y él se inclinó hacia adelante para chupar con ansia un pezón desnudo, acariciándolo rápidamente con la lengua, lo cual pareció ser el movimiento corecto en ese momento, pues aquello la hizo gemir con entusiasmo. Él urgó con el cierre del sujetador y ella tuvo que ayudarle a quitárselo antes de empezar a quitarle la camisa también. Se besaron con gusto mientras se quitaban el resto de la ropa, rodando de un lado a otro sobre el montón de sacos de dormir y tratando de no despertar a los demás en el círculo.

    Paul estaba cerca del frenesí, recorriendo el cuerpo de Chloe arriba y abajo con su boca, mordisqueándola juguetonamente entre lametones y besos. Sólo se detuvo una vez, cuando estaban ambos completamente desnudos, para maravillarse de su buena fortuna. Ella lo miró con fingida seriedad que le preguntaba por qué se había detenido, lo cual fue todo lo que él necesitó para empezar de nuevo. Frotó la longitud de su cuerpo contra el de ella, con una mano explorando fervientemente entre sus piernas y la otra tomando un pecho mientras él lo chupaba.

    Entonces ella pronunció esas tres palabras fatales.

    —¿Tienes un condón?

    ¡Por supuesto que no tenía un condón! ¿Por qué iba a tener un condón? ¿Cómo iba a saber él que iban a practicar sexo? ¡No había comprado condones en meses y meses desde que había roto con Jenny!

    —Um…no —dijo él, pausando una vez más—. ¿Y tú?

    —No —dijo ella—. De modo que tendremos que ser buenos —ella envolvió con una mano el pene de Paul y lo masajeó algunas veces—. Pero aún podemos divertirnos —subió su cuerpo encima de él con su cabeza hacia los pies y lentamente se metió el pene en la boca. Movió la cabeza arriba y abajo durante un momento de pura gloria antes de detenerse y girar la cabeza hacia Paul.

    —Ey, colega, ¿puedes ayudar un poco ahí atrás? Un 69 necesita dos dígitos, si sabes a lo que me refiero.

    Mirando la oportunidad que ahora estaba literalmente justo en la punta de su nariz, le dijo él, —Claro que puedo.

    Y le mostró a Chloe lo mucho que podía.

    Después, ambos quedaron muy satisfechos, pero también con mucho frío de pronto. Deshacieron los nudos de las mantas y sacos de dormir sobre los que habían estado y reptaron de vuelta bajo las mantas. Paul quedó dormido casi al instante, un hecho facilitado porque los ronquidos habían parado.

    ¿Habían despertado al que roncaba?

    «¿A quién le importa», pensó mientras abrazaba el cuerpo desnudo de Chloe hacia él.

    «Nada de ahí fuera importa ahora mismo.»

Capítulo 16

    Durmieron durante todo el amanecer y Paul consiguió dormir incluso mientras el resto del círculo despertaba y empacaba sus cosas. Cuando por fin entornó los ojos hacia la luz blanca que rebotaba en la niebla en todas direcciones, Chloe estaba emocionantemente junto a él.

    ¿Eran las 8:00 AM o el mediodía? Paul no podía saberlo.

    Oyó movimiento a su alrededor, gente andando por la arena y charlando tranquilamente unos con otros. Luego, de la nada, allí estaba Winston, mirando desde arriba hacia ellos. Vestía un chubasquero azul y vaqueros ahora, y tenía el pelo largo atado en una coleta. Sostenía un termo de café y dos tazas de cerámica.

    —Vosostros dos, gatos, ¿queréis una taza de café antes de que nos vayamos? —preguntó él.

    —Um, claro —dijo Paul.

    —¿...quiénesese? —murmuró Chloe—. Win… ¿eres tú, jodido viejo hippie? —ella se sentó y Paul advirtió que en algún momento de la noche ella se había puesto la sudadera.

    Mientras dejaba que el frío aire entrase en su capullo de dormir, él deseó haber hecho lo mismo.

    —¿Besas a tu madre con esa boca? —preguntó Winston mientras servía el café en dos tazas y se las entregaba.

    —Nop, pero a tu madre parece gustarle.

    —Siempre con los chistes de madres —dijo el viejo—. ¿Qué te pasa? ¿Es alguna especie de complejo de Electra? ¿Alguna antipatía reprimida hacia tus propios padres o una profana manifestación de tu propia necesidad interna por reproducirte?

    —Sí, cualquiera de esas me vale. Además de que son divertidos, ¿sabes?

    —Eso dicen algunos —enroscó de nuevo la tapa del termo—. Esa es una conversación que tendremos que terminar en algún otro momento. Mi pequeña familia aquí presente tiene que ponerse en marcha. Quédate demasiado tiempo en un mismo sitio y nada bueno saldrá de ello. Incluso en un lugar como este.

    —Bueno, gracias por invitarnos, Winston. Siempre es estupendo verte. ¿Y te acordarás de lo que hablamos anoche?

    Winston dio una palmada en el bolsillo de su abrigo, donde Paul vio sobresalir la esquina de un sobre. —Todo se está gestionando, cielito mío.

    Chloe se levantó para darle un abrazo, aunque no se había puesto aún los pantalones. —Gracias de nuevo, viejo. De verdad que lo aprecio. Como siempre.

    Él la liberó del abrazo y sonrió una última vez. —Un placer. Como siempre —se dio la vuelta y se encaminó hacia el agua, aunque Paul no podía ver en realidad el oleaje a través de la densa niebla—. Que tengáis buen viaje de vuelta, chicos.

    —¿Adónde va? —preguntó Paul.

    —Eso no es asunto nuestro —le dijo ella mientras empezaba a buscar sus pantalones por las mantas—. Joder, qué frío.

    —Me refiero a ahora mismo. ¿Por qué está andando hacia el océano?

    El súbito rugido de un motor diesel respondió a su pregunta. Tenían un bote ahí fuera en la niebla, lo cual explicaba muchas cosas.

    —¿No te dije que eran una tripulación pirata? —dijo Chloe—. Se van en su barco, bobo.

    —¿Tienen un barco? ¿Tiene cañones y una Jolly Roger?

    —Bueno, por barco me refiero a una lancha a motor. Pero captas la idea. Así es como hacen la mayoría de sus desplazamientos, en una flotilla de barquitos que navegan arriba y abajo por la costa Oeste.

    —Ja, loco.

    —Hablando de eso —dijo ella—, tenemos que ponernos en marcha. Lo que significa que probablemente deberías vestirte.

    Paul estaba disfrutando de verla subirse los vaqueros ajustados. —¿Qué prisa hay? ¿No podemos tumbarnos por aquí un poquito más de tiempo, divertirnos un poco?

    —Lo siento por eso, chaval, pero esta es una playa privada y no somos, ya sabes, los dueños. No queremos que nos pillen aquí con los pantalones bajados literalmente. Créeme, sé lo que es eso —ella tiró de los vaqueros de Paul para sacarlos de la pila y se los lanzó a la cabeza—. Así que tápate y en marcha, soldado. Nos vamos desfilando.

    —Sí, señor—dijo él—. ¿Adónde vamos entonces, general? —él le siguió el juego, pero estaba decepcionado.

    Había confiado en que lo de anoche no hubiese sido sólo un lío ebrio/somnoliento entre ellos, y si ella se hubiese mostrado amorosa esta mañana, habría sido una señal muy positiva. En vez de eso, estaba recibiendo señales que eran, en el mejor de los casos, mezcladas.

    —Nos vamos a casa. Hay trabajo que hacer.

    Fueron de un lado otro mientras empacaban su equipo y volvieron a subir la ladera del acantilado hasta el coche. Siempre que Paul abordaba un tema relacionado con sexo o con lo que había sucedido la noche anterior, Chloe desviaba diestramente la conversación en otra dirección. Paul captó la indirecta bastante rápido y dejó de intentarlo, lo cual pareció ponerlos a ambos mucho más cómodos. Cuando dejaron el equipaje en el SUV y condujeron hacia la carretera, cayeron en un relativamente cómodo silencio, escuchando aún más Ska.

    —¿Por qué nos vamos a casa tan pronto? —preguntó Paul, un poco estupefacto por haber pensado en la casa de Chloe como su casa.

    —Bueno, hemos perdido la casa de playa y yo he terminado lo que tenía que hacer con Winston. Además, Abeja mencionó por e-mail ayer por la mañana que Raff está tramando algo y quiero estar allí para asegurarme de que no jode las cosas.

    —¿No confias en Raff? Pensé que era como tu segundo al mando.

    —Oh, me fío tanto como confio en cualquiera. Pero en realidad no tenemos una estructura de mando en la Tripulación. Tampoco es que yo sea en realidad el capitán ni nada de eso. Somos todos iguales. Raff y yo tendemos a conducir las cosas porque eso es lo que mejor se nos da. El problema con Raff es que no siempre tiene el mejor juicio.

    —¿Por eso no lo has traído nunca a conocer a Winston?

    Ella quedó en silencio durante un segundo. No lo bastante para que cualquiera que no la conociera lo notara, pero Paul lo captó.

    —¿Qué quieres decir?

    —Winston, cuando pensó que yo era parte de tu tripulación anoche, dijo que nunca le habías presentado a nadie de tu tripulación. Me estaba preguntando por qué me trajiste a mí.

    —No lo sé realmente, para ser honesta —ella no apartaba los ojos de la sinuosa autopista, pero puso una mano en la rodilla de Paul—. Supogo que debo de confiar más en ti que… más de lo que usualmente confío en la gente. Winston es especial para mí. Él es mi pequeño secreto y los demás no saben nada de él. Me gustaría que siguiese siendo de ese modo. ¿Puedo confiar en ti para que no les cuentes nada de esta parte del viaje? Ninguna parte del viaje.

    —¿Esto es como una especie de lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas?

    —Algo así.

    Ella obviamente confiaba en que aquello terminase ahí, pero él seguía mirándola para que continuara.

    Al final ella dijo: —Hay cosas sobre este viaje que los demás no comprenderían. Te he dejado entrar en muchas cosas. Entrar mucho en mi vida en general. La gente ya estará preguntándose sobre nuestro viaje. Si descubren algo sobre Winston y, ya sabes, todo lo demás, van a haber algunos celos. Quizá muchos celos. Así que necesito que no menciones nada de esto a nadie. ¿Tiene esto que he dicho sentido para ti?

    —Nada de esto tiene mucho sentido en absoluto. ¿Qué quieres decir con dejarme entrar mucho? Yo no sé nada.

    —Sabes más de lo que crees que sabes. O al menos, has visto más —Una nota de frustración empezó a reptar en su voz—. ¿Puedes simplemente hacer esto por mí, por favor? ¿Puedes sencillamente mantener nuestros asuntos privados, privados? ¿Es eso mucho pedir, joder?

    —No no, pues claro que no. Está bien. No lo contaré a nadie. Tampoco es que fuese a hacerlo de todos modos. Es decir, ¿a quién se lo iba a contar? Tú eres la única persona de todo el grupo con quien tengo cierta intimidad —él luchó por encontrar las palabras—. Es que… es frustrante.

    Ella le masajeó el muslo y le dio un reconfortante apretón. —Lo sé. Ya lo sé, ¿pero lo estás pasando bien?

    —Sí, en la mayor parte.

    —Bien, pues concéntrate en eso por ahora. Es una vida divertida si dejas que sea de ese modo. Mira a Winston, ¿has visto alguna vez a alguien que ame la vida más que él?

    —El tipo parecía bastante feliz.

    —Es asombroso. Él es mi inspiración.

    —¿Y cómo empezó él? Asumo que no empezó haciendo escenografía.

    —Eso es un secreto. No le gusta hablar de ello. —condujeron en silencio durante un minuto.

    —Pero tú lo sabes, ¿no? Te lo contó.

    Ella dejó escapar un bufido de sorpresa. —Sí, más o menos. En realidad lo descubrí por accidente. Pero él lo admitió.

    Más silencio. Paul simplemente se quedó mirándola, pero ella no iba a caer tan fácil una segunda vez.

    —Bueno, venga, cuéntame la historia.

    —No puedo. ¿Pensabas que iba a contártela?

    —Sip.

    Ella quedó callada un instante. —Tienes razón. Te la contaré. Pero sólo por una razón, porque Winston me dijo que podía hacerlo. Yo nunca traicionaría el secreto de un amigo. Nunca.

    —¿Te dijo que podías contármelo? ¿Por qué a mí?

    —No a ti específicamente. Cuando lo descubrí, me dijo que podía contarlo a quien yo quisiera. Que daba igual. Su antigua vida quedaba muy atrás de él ahora, no hay problema. A nadie le importan ya sus viejos secretos. Creo que en realidad estaba tan triste como nunca lo había visto cuando me dijo eso. Me dijo: Chloe, cuando vives esta vida, tarde o temprano todo lo que has luchado tan duramente por esconder se vuelve irrelevante. Después de un tiempo, ya no le importa a nadie en realidad. Aún recuerdo eso como si fuese ayer.

    Paul no entendió del todo por qué aquello era motivo de tristeza, pero quería oir la historia.

    —Vale, desembucha. ¿Quién es Winston?

    Chloe apagó el estéreo. Si iba a revelar la historia de Winston quería total atención. —Por supuesto, primero de todo, su nombre no es Winston en realidad.

    —Me lo he ido imaginando. ¿Por Churchill o algo así?

    —Cerca, Winston Smith de 1984 de George Orwell.

    —Interesante elección. ¿Sabes su nombre real?

    —Joder, apenas recuerdo mi nombre real. Y no, no lo sé. Pero vi una fotografía suya una vez de cuando era joven. Lo reconocí. Por la nariz y esas orejas, quizá, No sé lo que fue, pero supe que era él en cuanto vi la foto.

    —¿Dónde la viste?

    —En un libro que estaba leyendo sobre grupos radicales de los sesenta y setenta.

    —Apuesto a que lo leías en busca de inspiración.

    —Sí, de hecho así fue. Ahora, ¿me vas a dejar contar la historia o no?

    —Perdón —dijo él—. Continúa.

    —Bueno, pues él estaba en el libro. Había un puñado de fotos en blanco y negro en las páginas centrales, Ya sabes que hacen eso, ponen las páginas satinadas en el centro. Esta sección iba sobre el Weather Clandestino, y allí estaba, de pie en las calles de Chicago en 1969 con un bate del béisbol en la mano, viendo a alguien lanzar un ladrillo a una ventana. El texto decía simplemente: Dos hombres desconocidos de Weather durante los Días de Furia. Esto fue justo antes de que se hicieran clandestinos, ¿sabes?

    —Más o menos. Los hombres de Weather eran como activistas pacifistas de los sesenta o algo así, ¿no? ¿Qué pasa con él?

    —Formaron un grupo separado de una de las grandes organizaciones protesta a finales de los sesenta, Los Estudiantes para una Sociedad Democrática, o ESD. Tuvieron una riña con la ESD sobre cómo hacer las cosas y se separaron y empezaron a hacer las cosas a su modo. Por los setenta decidieron que su modo incluía volar mierda por los aires. Así es como pasaron de hombres de Weather a hombres de Weather Clandestinos. O Weather Clandestinos. Misma diferencia.

    Aquello empezó a sonarle a Paul. Había visto algo en la TV sobre ellos una vez hace algunos años. —Vale, creo que he oído algo de ellos. ¿No ponían bombas en toda clase de edificios? Básicamente eran terroristas, ¿cierto?

    —Si le preguntas a Winston, te diría que eso depende de tu perspectiva. Los hombres de Weather nunca mataron ni hirieron a nadie, aunque pusieron bombas durante una década entera. Atacaban centros del gobierno, bancos y otras instituciones conservadoras. Pero todo fue sólo daño a la propiedad. Siempre daban mucho tiempo de aviso. Las únicas personas que murieron fueron algunos de los suyos por una bomba en la que estaban trabajando que se disparó accidentalmente en un apartamento.

    —Pero aún así —insistió Paul—, hacían estallar bombas y aterrorizaban a la gente. Eran terroristas.

    —Pero no significaba lo mismo que ahora. Aquello fue mucho antes del 9/11. Aquello fue Vietnam, cuando los mayores terroristas del mundo éramos nosotros. Nosotros éramos los que aterrorizábamos con bombardeos a los civiles en Camboya y Laos. Los hombres de Weather pensaban que el único modo de combatir era usando violencia por su parte, sólo que no era violencia letal.

    —Y me imagino que eso les funcionó de maravilla, ¿eh?

    —No, claro que no. creo que probablemente hizo más mal que bien por su causa. Pero aún así, tienes que admirar su devoción y su compromiso y su valentía. Muchos de ellos vivieron en la clandestinidad durante años... más de una década en muchos casos.

    —O cuatro décadas en el caso de Winston —dijo Paul—. ¿Has dicho que él era uno de esos tipos?

    —Lo fue, aunque él dice que no se involucró realmente con ellos hasta la mitad de los sesenta. En esa fotografía del 69 él sólo tenía 16 años. Había estado viviendo en Chicago con una tía y oyó hablar de la manifestación estudiantil esa noche y acudió. Con el tiempo se hizo un hombre de Weather, pero él no era en realidad parte del grupo cuando se hizo aquella foto, lo cual es bastante raro, si piensas en ello. Bueno, yo en realidad no sabía nada de lo que hizo mientras estaba con ellos. Sólo sabía que vivía una vida a la fuga, siempre usando nombres falsos y mudándose de un lado a otro. Probablemente era parte de una célula y probablemente ayudó en algunos bombardeos, pero él nunca me admitió eso, ni en un sentido ni en otro. Lo único que sé es que así aprendió a vivir la vida y a no mirar nunca atrás. La mayoría de los demás se entregó en 1980. Salieron por suerte, en realidad, porque el FBI había quebrantado tantas leyes al intentar atraparlos que ninguno de los casos contra los hombres de Weather se pudo sostener en el juicio. La mayoría de esos gatos están en la calle hoy en día, viviendo vidas normales.

    —Pero no Winston —dijo Paul—. ¿Por qué le gusta tanto esta vida de chiflado?

    —¿Qué te he preguntado antes? ¿Lo estás pasando bien? Para él, la respuesta a esa pregunta es siempre sí. Siempre lo está pasado bien. Y no ha rendido su idealismo tampoco. A diferencia de mi tripulación, él y su grupo hacen hazañas que tienen un sentido, y yo admiro eso. A veces deseo que nosotros fuésemos más como ellos. Ellos van a por los capitalistas y los contaminadores y los fascistas allí donde viven. Nada escandaloso, nada público, pero se llevan su mordisco y viven la buena vida mientras lo hacen.

    —¿Qué quieres decir con que se llevan su mordisco? ¿Aún ponen bombas? ¿Qué cosas hacen?

    Ella le mostró una media sonrisa. —Eso sería contarte un secreto. Y Winston no me ha dado permiso para soltar esos secretos. Tampoco es que yo sepa los detalles de todos modos. Pero no, no bombardean cosas, ya no hay nada violento. Nada de volar cosas por los aires tampoco. Pero en cuanto a los detalles, no lo sé. Igual que Winston no sabe nada sobre que te ayudamos a sacar la estafa de tus antiguos socios o que nos ayudaste a falsificar comics. Nada bueno puede salir de contarle a la gente mierda que no necesita saber.

    —Mencionaste que deseabas que tu tripulación fuese más como la de Winston. Más socialmente activa o lo que sea. ¿Por qué no lo sois? ¿Por qué no hacer estafas con un sentido político en vez de simplemente robarle a la gente?

    —Como he dicho, me gustaría. Probablemente me encantaría si lo intentara. Pero es que no tenemos esa vibración.

    —Cierto, todo sólo es por dinero.

    —Más o menos, sí, por supuesto. Todo es por dinero porque el dinero es lo que mantiene unida y feliz a la tripulación. Y la tripulación es mi familia. Mis compadres. Quiero que sean felices.

    —Ja —dijo Paul meditando sobre esas palabras.

    Había algo en lo que ella estaba diciendo, pero él no podía saber qué, algo sobre la diferencia en la vibración entre la tripulación de Chloe y la de Winston. La tripulación de Chloe parecía una fraternidad o un club: gente no muy íntima que se apoyaban unos a otros, pero todos con sus propias agendas. Por otro lado, la tripulación de Winston parecía una familia donde lo más importante del mundo era apoyarse unos a otros. Así era la sensación que él había tenido, al menos, pero él sólo había pasado una noche con ellos.

    —¿Y cómo conociste a Winston? —preguntó él—. ¿Cómo llegasteis a ser tan íntimos?

    —Hay un red entera de grupos como nosotros ahí fuera, cada Tripulación opera totalmente independiente de la otra. Pero seguimos en contacto. Winston, de hecho, es quien montó la red originalmente, al menos aquí en la Costa Oeste. Tampoco es que mucha gente sepa eso ya. Pero todos nos comunicamos con los otros a través de mensajes en código y lugares de entrega secretos. Es bueno tener otros contactos en el juego en caso de que necesites algo de un área de experiencia que no puedes cubrir. Nosotros estamos bastante equilibrados porque es el modo en que me gusta que funcione mi Tripulación. Pero otras se especializan. Hay especialistas hácker o especialistas en seguridad, incluso especialistas en allanamiento, hay toda clase de tripulaciones diferentes ahí fuera. Más de las que el gobierno pudiera preocuparse de imaginar, estoy segura. Cuando empezó nuestra Tripulación por primera vez, Winston me descubrió de alguna forma y presentó a mi grupito dentro de la red. Es mi mentor en esta vida.

    Paul quedó en silencio y pensó sobre esta idea durante un momento.

    Chloe empezó a decir algo más, pero él la interrumpió. —Nunca sé cuándo creerte y cuándo no.

    —¿Y eso por qué?

    —Bueno, has admitido ser una estafadora para empezar.

    —Claro, pero, ¿por qué dudas de mí ahora?

    —¡Porque es una locura, por eso! Me estás diciendo que eres parte de una vasta conspiración secreta o algo así. Que hay toda una red de vosotros ahí fuera viviendo clandestinamente y estafando al paisano normal.

    —Lo que es una locura es que te consideres a ti mismo un paisano normal —dijo Chloe—. Aparte de eso, ¿por qué el resto es una locura? Somos una comunidad, no una conspiración, como los Dead Heads o la mafia o las bandas de motoristas o cualquier otro grupo especializado de este país. No es una locura, de hecho es tan cotidiano que me sorprende que te sorprenda.

    Paul no sabía lo que decir a esto y no dijo nada. Después de un momento, Chloe volvió a poner la música y se concentró en conducir. Su historia parecía encajar con todo lo que él había visto con sus propios ojos las últimas dos semanas, pero no encajaba en absoluto con la visión del mundo que él había desarrollado durante los últimos treinta años. Aún tenía montones de preguntas, pero decidió que era mejor no presionar el asunto ahora.

    Viajaron en silencio durante unos minutos antes de que él se lanzara a un nuevo gambito conversacional destinado a aligerar el humor.

    —¿Quién es esta banda de música que estamos escuchando? —preguntó él—. La mujer que canta me suena familiar, pero no conozco la canción.

    —Soy yo, tontorrón, pues claro que me reconoces —dijo ella—. Yo y mi banda. Los Sonados Voladores.

    —¿Estuviste en una banda?

    —Obviamente nunca me has oído cantar, pues claro que estuve en una banda —ella miraba melancólicamente a la carretera, como si recordara sus días de gloria sobre el escenario—. Tío, te podía contar algunas historias sobre esos días.

    —Adelante—dijo Paul—. Es un viaje largo.

    Fue sobre una hora más tarde, cuando ella ya no pudo contener la risa al describir el tour de la banda por Albania, cuando Paul finalmente se dio cuenta de que le había estado tomando el pelo una vez más. Pero sus historias hicieron que el viaje fuese más divertido y ambos se rieron cuando él se lo hizo saber.

    Y Paul definitivamente la prefería cuando ella reía.

Capítulo 17

    Cuando volvieron a casa de Chloe, no hubo modo de encontrar una plaza de aparcamiento. El lugar parecía lleno hasta los cimientos de miembros de la Tripulación, pero no había ninguna fiesta en marcha.

    Paul y Chloe abrieron la puerta y entraron al caos.

    Abeja estaba allí en el salón montando una red de varios ordenadores conectados por un grueso cable con la sala del servidor.

    —Ey, Chloe, Paul —fue todo lo que se tomó el tiempo de decir antes de volver a su trabajo.

    —Parece que he llegado justo a tiempo —dijo Chloe a nadie en particular. Le entregó a Paul su mochila y le dijo—: Paul, ¿puedes poner esto en mi dormitorio. Bien podrías deshacer tu propio equipaje allí dentro también, la Tripulación parece haber coocupado tu sofá.

    —Claro —dijo Paul, un poco encrespado por que le dijeran lo que tenía que hacer, pero feliz por dar el salto del sofá hasta el dormitorio de Chloe—. ¿Qué está pasando?

    —Es la pequeña hazaña de Raff. Ya no parece tan pequeña —le dijo Chloe a Paul tanto como a sí misma antes de girarse hacia la cocina y gritar—: ¿Dónde está Raff?

    —Está en el garaje —dijo Abeja.

    Chloe recorrió todo el salón hasta la parte de atrás de la casa. Paul la siguió hasta la puerta del garaje, pero Chloe la abrió y la cerró detrás de ella antes de que él pudiese captar una palabra o echar un vistazo.

    Él fue a la habitación de Chloe y dejó sus bolsas. Le dirían lo que estaba pasando en algún momento. Ahora mismo se sentía frío y pegajoso, y decidió que probablemente debería ducharse antes de sentarse siquiera en la cama de sábanas blancas de Chloe. Ella tenía su propio cuarto de baño, lo cual era un bonito lujo en esta atestada casa. Paul se desnudó y se dio una ducha, confiando en que Chloe pudiese decidir unirse a él.

    Resultó que Paul no volvió a ver a Chloe ese día.

    Para cuando Paul salió del dormitorio, ella había ido a alguna parte, aunque ninguno de la docena de miembros de la tripulación parecía saber adónde (o más probablemente no estaban dispuestos a decírselo).

    Abeja lo interceptó cuando él trató de entrar en el garaje, diciendo que no le estaba permitido entrar ahí ahora mismo, lo mismo para la Sala del Servidor. Él había recorrido el resto de la casa, pero nadie tenía tiempo para hablar con él.

    Se hizo un sandwich de pavo y observó el ajetreo y actividad que giraba a su alrededor. Desde su posición, sólo podía ver el perímetro de la operación y ni siquiera empezaba a sospechar lo que ellos estaban haciendo.

    Abeja se tomó un pequeño tiempo para sentarse con él mientras ella se metía cucharadas de tallarines Ramen en la boca.

    —¿Cómo fue vuestro viaje? —le preguntó ella.

    —Bien. Muy divertido.

    —Genial.

    —¿Qué está pasando aquí? —le preguntó él.

    —No mucho —respondió ella—. ¿Qué hicisteis en el viaje?

    —No mucho, en realidad —fue todo en lo que pudo pensar decir.

    Pero ella captó el mensaje. Todos aquí tenían secretos y había que respetar esos límites y no hacer preguntas que sabías que la gente no quería responder. Terminaron de comer en silencio.

    —Deberías ir al cine a ver una película o algo así —dijo Abeja mientras enjuagaba su cuenco en el fregadero—. No va a haber nada emocionante ni divertido por aquí esta noche.

    —Quizá —dijo Paul—. ¿Sabes cuándo va a volver Chloe?

    —Nop.

    —Vale, gracias —él la observó cuando ella se dio la vuelta.

    Abeja había visto algo que uno de los miembros de la tripulación estaba haciendo mal y lo corrigió, quedando absorta en su trabajo de inmediato una vez más.

    Paul decidió no ir a ver una película. No estaba interesado en ninguno de los estrenos. La verdad era que no había películas ahí fuera que fuesen más interesantes que su propia vida desde que había conocido a Chloe. Terminó tumbado en la cama leyendo una pila de comics viejos que habían quedado de la estafa de los comics. Se quedó dormido sobre la 1 AM con las luces encendidas.

    Vio a Chloe a la mañana siguiente, cuando ella entró en su habitación para darse una ducha rápida y cambiarse la ropa que aún llevaba desde el día anterior. Ella se llevó unos vaqueros y camiseta limpios al cuarto de baño y cerró la puerta con pestillo. Paul tomó aquello como una señal de que lo que fuese que había sucedido en la playa, podría no volverse un hábito entre ellos. Fingió seguir dormido cuando ella recogió tranquilamente su ropa y luego salió al salón mientras ella se duchaba. No mucho había cambiado en el resto de la casa. Con el ambiente tenso y la multitud de hackers encorvados delante de sus ordenadores, Paul advirtió poca diferencia entre ahora y ocho horas antes. Saqueó algunos cereales, pero tuvo que echarles leche de soja. Unos minutos más tarde, Chloe entró en la cocina, aún mojada por la ducha.

    —Ey —dijo ella—. ¿Hay café hecho por aquí?

    —No que yo haya visto —dijo Paul hacia su bol de cereales.

    Chloe sacó una bolsa de granos de café de la nevera y empezó a medirlos en el molinillo. —¿Has dormido bien?

    —Sí. ¿Has podido dormir algo?

    —Tristemente, no. Funciono echando humo aquí. Bueno, malos humos y una ayudita farmacéutica. Ha sido una noche ocupada.

    —¿Qué está pasando? —preguntó Paul aún mirando a su cuenco de copos de maíz empapados de soja.

    El agudo zumbido del molinillo de café llenó la habitación enfatizando el rechazo de Chloe a responder a su pregunta.

    Mientras esperaba a que el café hirviese, Chloe limpió los platos y ordenó la cocina, manteniendo su espalda estudiosamente hacia Paul mientras él acababa su desayuno. Sabía que ella no le iba a contar lo que estaba pasando, pero eso no implicaba que se sintiese feliz al respecto.

    «Deja que ella se encargue de la incomodidad de la situación. No hay razón para hacérselo más fácil.»

    Y así, esperó la respuesta en silencio. Chloe finalmente se rindió y se sentó junto a Paul a la mesa con una taza de café.

    —Escucha, Paul, tú sabes cómo funciona esto, ¿verdad? —Sorbió de la taza—. Obviamente estamos tramando algo y sólo aquellos, ¿vale?, que tienen que saber, bueno, pues lo saben.

    —¿Y yo no puedo estar entre los que lo saben?

    —Tú no eres un miembro de la Tripulación, Paul. Tú no has demostrado nada. Esto es mierda seria y nadie confía de verdad en ti todavía. Tampoco es que debieran.

    —¿Qué pasa con la estafa de los comics? ¿No ha probado eso mi lealtad o como se llame?

    —Más o menos, sí —ella se inclinó hacia adelante y le acarició la mejilla suavemente con el dorso de la mano. Él levantó la cabeza y la miró a los ojos. —Yo confío en ti, Paul. Lo sabes. Te he contado mierda que nadie de la Tripulación sabe y confio en que guardes mis secretos. Nuestros secretos. Y ahora tienes que confiar en mí. Confía en mí en esto. Tú de ninguna manera quieres formar parte de esta mierda que estamos perpetrando ahora mismo. Esta es una hazaña seria y no hay espacio para los errores. No son libros divertidos falsos. No es el momento adecuado. Después de que estemos libres y despejados de esto, entonces, quizá, podamos hablar sobre que te unas de verdad —ella se pausó para sorber su café—. Si es eso lo que realmente quieres hacer todavía.

    —¿Por qué no iba querer? —preguntó Paul, su voz se mostró un tanto defensiva.

    —¿Y por qué ibas a querer? —le respondió ella.

    Esa era una buena pregunta.

    ¿Por qué iba a querer? ¿Por qué involucrarse con personas así?

    Chloe estaba pensando en la misma pauta. —Acabas de conseguir un cargamento de dinero, Paul. Si lo juegas bien y lo inviertes bien, probablemente no tendrás que trabajar nunca más o, al menos, no hasta algunas décadas. Es una hazaña que cualquiera de nosotros envidiaría. Joder, todos nosotros ya la envidiamos. ¿Por qué andar tonteando con pobres como nosotros?

    —No lo sé —dijo Paul—. Tal vez porque esto es lo más divertido que hecho nunca. Porque no tengo otra cosa que hacer. Porque me gustas.

    —Yo creo que deberías tomarte un descanso —dijo Chloe—. Gasta algo de ese dinero. Pasa una noche fuera de la ciudad. Alquila una habitación elegante de hotel en San Francisco y contrata a un puñado de putas. Vive a lo grande un poco, amigo mío.

    —Eso suena estupendo —dijo él—. ¿Por qué no vienes conmigo? Viviremos a lo grande juntos.

    —No puedo, Paul, ahora mismo no. No tengo tiempo para ti.

    —Esperaré.

    Ella tomó un extra largo sorbo de café y quedó en silencio durante un momento.

    —Sé que lo harás, Paul. Pero no puedes hacer decisiones de vida basadas en… basadas en eso.

    —¿Basadas en qué?

    —Basadas en esperarme.

    —Oh —dijo él—. Sí, probablemente tengas razón —Paul sabía lo que ella estaba intentando decirle.

    Y ella tenía razón, él había cometido el mismo error antes. Por cierta lógica razonable, ella tenía razón. Pero, por supuesto, a él le importaba una mierda la lógica. Aunque había aprendido lo bastante en sus treinta y dos años para no apartar más a Chloe presionándola con el tema. Ella pareció agradecida de que Paul hubiese captado el mensaje sin tener que recurrir a un lenguaje más franco.

    Ella ablandó un poco el golpe con una palmadita en su rodilla. —Aunque pasaremos esa noche en la ciudad, Paul. Sólo que no ahora mismo. Cuando hayamos terminado el trabajo. Hasta entonces, ¿por qué no te tomas algún tiempo para ti? Sal y relájate un poco. No voy a tener mucho tiempo para nada salvo trabajar y respirar de vez en cuando.

    —Está bien —dijo él—. Eso parce una buena idea. Quizá vaya a Santa Cruz o algo así. A aprender a hacer surf.

    Chloe se levantó y le sonrió. —¡Esa es una idea estupenda! Luego puedes enseñarme —Se terminó rápidamente el resto del café—. Tengo que irme. Diviértete. Y ey, hay un teléfono móvil para ti que te he dejado junto a la cama. Úsalo todo lo que quieras, Está limpio y pagado.

    —Gracias —dijo él—. Te lo agradezco.

    —No hay problema —dijo ella mientras volvía hacia el salón—. ¡Y diviértete!

    Los días siguientes, Paul intentó hacer justamente eso, aunque resultaba un poco más complicado de lo que él había pensado. La única vez que alguien había hablado con él durante más de un minuto fue cuando Confetti le dio cinco de los grandes como su parte de la paga de la estafa de los comics. El personal por fin había vendido en e-Bay lo último de los comics falsificados y habían sacado más de 80.000 dólares en pujas. La parte de Paul llegaba a casi cinco mil. Junto al dinero que ya tenía, podía hacer lo que quisiera.

    Era el cálculo de lo que quería la parte que encontraba tan difícil.

    No quería ir a ninguno de sus lugares usuales donde se pudiese topar con alguien del trabajo. No tenía amigos en San José aparte de sus antiguos socios y compañeros de trabajo, de modo que eso no le dejaba con un montón de opciones sociales. La tienda de comics y tienda de juegos tampoco eran buenas opciones, tenía amigos en el personal de ambas y sabía que lo habían mencionado a uno los tipos que él había extorsionado dinero recientemente. Mejor era dejar toda esa mierda atrás y empezar de cero. Pasó algún tiempo al teléfono con sus padres, que estaban compresiblemente preocupados por él. Habían oído de boca de su antiguo socio y CEO Greg lo que había pasado, al parecer Greg había intentado ponerse en contacto con él y el único número que él había dejado que funcionase era el de la casa de los padres de Paul en Florida. Paul redujo la historia considerablemente, diciendo sólo que le había vendido las acciones a Greg y que ahora quería algún tiempo a solas para pensar en lo que hacer a continuación. Aunque le pidieron más detalles, la desgana de Paul los hizo rendirse bastante pronto. Estaban acostumbrados a que él no les contara mucho de su vida personal.

    Principalmente, Paul conducía por el Área de la Bahía. Compraba sus comics en Berkley y vagaba por San Francisco algunas tardes. Nunca se había tomado tiempo en realidad para hacer turismo, había estado trabajando desde el día en que había llegado aquí. Bueno, trabajando o descansando. En cualquier caso, sólo había estado en la ciudad un puñando de veces, aunque la misma estaba a menos de una hora de distancia. Como todas las grandes ciudades, San Francisco fascinaba y abrumaba a Paul. Le encantaba el hecho de que pasaban muchas cosas, había mucha gente interesante, pero sin una persona local que le mostrara la ciudad, le resultaba difícil elegir qué hacer. Aunque él nunca había encontrado crimen en San Francisco, por alguna razón, el temor de ser asaltado anidaba en el fondo de su cerebro y este se negaba a marcharse hasta que su coche estaba ya en la autopista. Fue sólo cuando iba hacia el Sur por la 101 que encontró la raíz de la causa de la paranoia. Era perfectamente natural, pensaba él, para alguien que ahora vivía con un puñado de criminales, que le gustara más Santa Cruz. Un pequeño pueblo costero como su propia casa natal, pero tampoco se sentía muy bien allí. Una inexplicable mezclar de hippies y alquileres de increíblemente alto coste hacían el pueblecito de playa universitario mucho menos atractivo como lugar de residencia permanente, y más como un lugar de diversión que visitar, aún cuando el Océano Pacífico estaba demasiado frío para pensar siquiera en nadar, mucho menos surfear sin un traje de neopreno. Con dinero recientemente robado en su bolsillo y nada que hacer, decidió llevar a cabo su amenaza y alquilar una habitación de motel junto a la playa. Era ciertamente menos frustrante que quedarse dando vueltas por la casa de Chloe.

    Se pasó por el cuartel general de la Tripulación justo el tiempo suficiente para hacer la maleta. La operación había tomado control de casi la casa entera. El salón se había vuelto un área de montaje y depósito de piezas sueltas y ordenadores estropeados, sin una toma de red libre para enchufar la TV. La cocina rebosaba de platos sucios y cajas de pizza, una señal segura de que Chloe no pasaba mucho tiempo allí. No llegó a ver Chloe, y Abeja parecía ser la única al mando de la parte doméstica de la operación. El único lugar donde había algo de paz y silencio era el dormitorio de Chloe y él no se sentía cómodo allí. Había pasado las primeras noches después de su charla con Chloe tratando de averiguar qué demonios estaban tramando.

    No había tenido mucha suerte.

    La Tripulación era muy consciente de la seguridad y la mayoría de las cosas realmente "sensibles" pasaban en el garaje o en la habitación del servidor. A ninguna de las cuales se le permitía echar un vistazo siquiera. Aún así, todos eran perfectamente simpáticos con él, si acaso un poco callados. Aunque a pesar de todo ese secretismo, Paul escuchó y vio suficientes detallitos para tener una vaga noción de lo que estaban tramando. Por las constantes referencias susurradas a Él y El Tipo, Paul conjeturó que tenían a una persona específica como su objetivo. Además, por lo que él había entendido, la Tripulación parecia saber una cantidad enorme de cosas sobre este hombre, quienquiera que fuese. Eso significaba que probablemente lo estaban espiando, y no sólo consultando el histórico de su tarjeta del crédito y cosas así. Lo que le confundía era que a veces parecía que estaban espiando a esta persona y otras veces sonaba como si en realidad estuviesen trabajando con él, o al menos, hablando con él. O quizá hubiera dos Él. Paul no podía saberlo con seguridad. Pero era imposible saberlo sin cierto espionaje serio y él sabía que la Tripulación lo estaba vigilando de cerca por eso.

    Salir de la casa y bajar a la playa era la única opción que le quedaba antes de que su curiosidad e imaginación lo metieran en problemas.

    Después de algunos días por la fría playa y algunas noches pasadas en bares llenos de universitarios, Paul empezó a inquietarse de nuevo. Había visitado las tiendas de comics locales y cargado un montón de comics. Incluso había compado una nueva X-Box para poder jugar en la habitación del motel. Pero una vez que hubo visto todas la películas en los cines y bebido más bourbon que el debido mientras escuchaba bandas locales, se empezó a aburrir una vez más.

    Llamó a la casa para ver lo que estaba pasando y si era seguro volver. Habló con Kurt, a quien no había visto desde el trabajo de los comics. Paul le pidió que le dijese a Chloe que había llamado y Kurt prometió que lo haría en cuanto la viera de nuevo. Dos días más tarde, justo cuando estaba pensando en conducir hasta Monterey para pasar unos días (otra cosa de la California del Norte que no había hecho nunca), su bolsa empezó a tocar la canción del tema de El Gran Héroe Americano:

    Believe it o not,

    I'm walking on air.

    I never thought I could feel so free-ee-ee.

    Flying away on a wing and a prayer,

    Who could it be...

    Era el teléfono móvil que Chloe le había dado. Paul nunca lo había usado y nunca lo había oído sonar, aunque lo mantenía encendido y cargado en caso de que ella lo llamara. Pescó el teléfono del fondo de su bolsa y miró al ID de la llamada.

    NÚMERO DESCONOCIDO

    Eso rezaba.

    Paul pulsó el botón de hablar y se llevó el teléfono al oído.—¿Hola?

    —Paul. ¿Cómo va? —no era Chloe. Era Raff.

    —Va bien, Raff. ¿En qué andas metido?

    —Demasiado para pensar siquiera en ello, tío. Escucha, ¿puedes hacerme un gran favor?

    —Um, claro, supongo —Paul asumió que Raff le pediría recoger algo de comida o baterías o toallas de papel, todo lo que él les había acercado antes de que alquilara la casa en la playa—. ¿Qué necesitas?

    —Necesito que recojas algo por mí.

    —Estoy en Santa Cruz ahora mismo. En realidad no puedo pasarme por la casa ni nada.

    —Esto es importante, Paul —Raff en realidad sonaba un poco ansioso.

    —¿Qué es? ¿Qué ha pasado?

    Raff quedó en silencio durante un largo rato. —Nos hemos topado con un pequeño tocón... en el trabajo —hizo una pausa de nuevo,—. En realidad necesitamos tu ayuda o, bueno, si no, estamos jodidos. Yo quería cancelar todo el asunto, pero Chloe me dijo que debería llamarte.

    —¿Ella está ahí? Quizá debería hablar con ella…

    —Está ocupada, tío. Todo atada en esto. Hasta el fondo, si sabes a lo que me refiero.

    —En realidad no. A ver, no sé qué quieres decir realmente.

    Exasperado, Raff empezó a perder su paciencia. —Escucha, ¿puedes ayudarnos o no, Paul?

    —Sí, sí, claro. Por supuesto —Por supuesto que tenía que ayudarlos, ¿qué otra cosa iba a hacer?—. Sólo dime lo que necesitas.

    —Genial. ¿Tienes lápiz y papel? Vas a tener que escribir esto para que lo entiendas exactamente bien.

    La línea quedó en silencio un momento. —No hay espacio para el error aquí, Paul. Ningún espacio en absoluto.

    —Vale —dijo Paul mientras tomaba una libretita de papel del cajón de la mesita de noche.

    Una hora más tarde, Paul estaba en el Parque Gillespie, cerca del centro de San José, esperando.

    Raff le había dicho que buscara al hombre de la corbata roja y que simplemente aceptase el maletín que este llevaba. Sonaba bastante simple, especialmente dado que no parecía haber nadie en cinco manzanas que llevase corbata, y mucho menos en el parque. Había algunos indigentes y algunos padres vigilando a sus hijos jugar en la hierba. No muchos tipos de negocios a la vista. Ninguna corbata roja a la vista.

    Paul se sentó en un banco, mirando categóricamente a su hoja de papel y escuchando el latido de su corazón. No sentía nada en este sencillo trabajo. Ciertamente nada comparado con el trabajo de los comics. Lo único que estaba haciendo era recoger un maletín. Ni siquiera tenía que hablar con nadie. Raff en realidad había insistido bastante en que hablara con el hombre sólo para darle la frase del código. Aún así, lo que fuese todo esto, era grande. Eso era muy obvio por cómo se habían estado comportando todos los de la tripulación las últimas semanas.

    Un coche se detuvo frente al parque en una zona de prohibido aparcar y regurgitó a un par de tipos de mediana edad.

    Bingo. Uno de ellos llevaba corbata roja y un maletín, un maletín sobredimensionado (dos veces más grueso que el típico maletín accesorio de los abogados) y con acabado de acero. El hombre miraba descaradamente por el parque, retando a cualquiera que le mirase a los ojos.

    Hasta Paul apartó la vista cuando Corbata Roja fijó su mirada en él.

    Pero él se levantó y se concentró mucho en doblar el papel mientras se movía hacia los hombres. El acompañante de Corbata Roja, un demacrado hombre de pelo blanco y traje gris, notó la aproximación de Paul y la pareja se paró en seco, mirando a Paul con abierta amenaza según este se aproximaba. Corbata Roja parecía estar en sus cincuenta y muchos, rechoncho y cabreado, con fino pelo marrón y un traje arrugado azul. No parecía que hubiese dormido mucho últimamente.

    En cuanto Paul llegó a distancia auditiva, el hombre demacrado avisó con una voz profunda. —¿Eres tú?

    Paul dejó de andar. —Estoy aquí por el paquete. La Navidad llega temprano este año —dijo Paul, dando un respingo interno al pronunciar la frase de código que Raff le había dado.

    —Un jodido gracioso —respondió Corbata Roja.

    Se quedaron mirando el uno al otro, los dos hombres esperaban a que Paul dijese o hiciese algo más. Por su parte, Paul decidió simplemente esperarles a ellos.

    —¿Y bien? —preguntó el hombre demacrado—. ¿Vamos a hacer esto?

    —Sip —dijo Paul—. Dame el paquete. La Navidad llega temprano este año.

    Los dos hombres se miraron en uno al otro.

    —Eso lo dirás tú, gilipollas —gruñó Corbata Roja—. Ahora, ¿no tienes un número de teléfono para nosotros?

    Paul, por supuesto, no tenía un número de teléfono. ¿De qué estaba hablando? Recordando su encuentro con las limpiadoras en la casa de la playa, Paul dijo: —Claro. Aunque será mejor que tenga buena memoria. Sólo voy a decirlo una vez. Ahora dame el maletín y te daré el número —extendió la mano, expectante.

    Después de un momento de intensa meditación, Corbata Roja avanzó un paso y le entregó el maletín.

    —408-349-1969 —era el viejo número del trabajo, lo primero que le vino a la mente.

    —¿Un número local? —preguntó el tipo demacrado— Está de broma, ¿verdad?.

    El corazón de Paul se aceleró. Tomó plena custodia del maletín y empezó a alejarse caminando. —Nop. Llama y verás.

    Pero el tipo demacrado ya se le había adelantado, sacando el teléfono móvil y llamando. Paul intentó apresurarse sin parecer que estaba asustado. Su coche estaba en la otra punta del parque. No pasaron ni treinta segundos antes de que le empezaran a gritar y correr hacia él. Paul rompió a correr hacia el coche. El demacrado era sorprendentemente rápido para su edad y Paul no. Mientras Corbata Roja resoplaba y trataba de seguir el ritmo a su lado, el otro tipo estaba acercándose rápidamente a Paul.

    Entonces una furgoneta blanca que Paul había visto antes ese día cobró vida con un rugido en su plaza de aparcamiento de la calle. Esta se subió al bordillo y se acercó a toda velocidad sobre la hierba directamente hacia Paul. Asustado más allá de toda comprensión, él se quedó inmóvil de golpe, sosteniendo el maletín en su pecho, ya fuese por protección o por comodidad. Su perseguidor resultó ser más propenso a la pelea que a la fuga y un instante más tarde, placaba a Paul por la espalda estampándolo al suelo encima del pesado maletín. Antes de que su atacante pudiera dar continuidad al placaje, el conductor de la furgoneta derrapó por el lado derecho justo delante de ellos, lanzando tierra y hierba. La puerta lateral se deslizó y tres hombres con pañuelos rosas envueltos alrededor de las caras saltaron fuera y corrieron hacia el prono dúo. Uno de ellos avanzó corriendo y echó la pierna hacia atrás como un jugador de fútbol lanzando una falta. El pie conectó con el hombro del viejo, enviándolo rodando lejos de Paul. El pateador se vino al suelo tanbién al perder todo lo parecido al equilibrio mientras ejecutaba la patada. Pero el otro agarró por los hombros a Paul, que aún estaba recuperando el aliento que había perdido después de haber sido derribado. Paul forcejeó con el maletín durante un par de instantes contra esos dos hasta que el más alto de los intrusos enmascarados le susurró duramente en el oído.

    —¡Basta, Paul! ¡Haz que parezca real, pero no luches tan fuerte! ¡Sigue el juego! —era Raff.

    Paul gritó y pateó con fingida futilidad, aunque una ola de alivio le empezaba a inundar. Gracias a Dios que habían venido a por él.

    Corbata Roja aún estaba corriendo hasta allí, gritando ininteligiblemente. El demacrado podía haber sido rápido, pero el tipo no había planeado que le patearan y todas sus ganas de pelea se habían evaporado. Se quedó allí sentado mirando ceñudo cómo los tres hombres enmascarados subían a Paul a la furgoneta y salían a toda velocidad cruzando el parque. Paul se preguntó si el hombre podía oír las carcajadas maníacas de Raff en cuanto cerraron la puerta.

    —Eso ha sido genial —dijo Paul.

    —Tienes razón, eso HA SIDO simplemente genial —coincidió Raff.

    —Estaba siendo irónico, ¿sabes? —dijo Paul mientras doblaba incómodamente el brazo en su asiento en un intento de echar un vistazo a la enorme contusión que estaba seguro que el viejo demacrado le había dejado en la espalda al tumbarlo a tierra. —¿Qué demonios ha pasado?

    —¿Cuál es el problema, Paul? Has estado enorme. Impresionante incluso. No tuvimos que recurrir al plan B ni nada.

    —¿Y esto era el plan A? Me lo podrías haber dicho.

    —¿Dicho qué? —preguntó Raff, aunque había vuelto la mayoría de su atención hacia la combinación del maletín.

    —Que me iban a pedir un número de teléfono. Tuve que sacármelo del culo.

    —¡E hiciste un trabajo enorme! —Raff probó la cerradura, pero la combinación que había girado no funcionó. Empezó de nuevo—. Para ser honesto, eso fue error de ellos, no nuestro. Debieron de haberlo entendido mal. Les dijimos que les llamaríamos con el número después de que nos entregaran el maletín. Debieron de haberse echado atrás.

    —Ya, pero, ¿y esa estupida mierda de la Navidad llega temprano este año que me pediste que dijera. Pensaba que era una frase en código, pero esos tipos no tenían ni puta idea de lo que les estaba hablando.

    —Pensé que te haría parecer guay —Otro intento fallido de combinación.

    —Pues te equivocaste. Parecí un idiota.

    —Quizá haya sido por la entrega. Si hubieses puesto un poco más de Clint Eastwood en ti, podías haber vendido la frase.

    —Tengo que decir que es culpa del escritor esta vez, Raff. Me diste una mierda con la que trabajar, por mucho Clint Eastwood que le hubiese puesto.

    —Vale, vale, tú eres el escritor. La próxima vez te puedes inventar tú la frase —Saltó la cerradura esta vez— ¡Ja! —exclamó Raff—.Si no es 666 ni 911 siempre es 321. ¡La gente es tan predecible que me darían pena si no les estuviera robando! —Raff no abrió el maletín.

    Descubrir el código pareció haberle dejado satisfecho por ahora y lo dejó a un lado.

    —¿Qué pasa? ¿No vas a abrirlo? —preguntó Paul.

    —¿Para qué? Ya sé lo que hay dentro y no hay nada que pueda hacer con ello ahora mismo.

    —¿Y qué hay dentro?

    —Eso sería contar un secreto —dijo Raff con una sonrisa.

    —¿Qué es esto, el jodido dilema del Prisionero? —preguntó Paul—. Soy un socio en esto ahora. Imagino que me estampen la cara en el césped me da derecho al menos a saber para qué me he jugado el cuello.

    —Eso fue inesperado, ¿verdad? No pensé que el tipo fuese a llevar a nadie con él. Incluso al ver al segundo vejestorio, nunca pensé que te perseguiría de ese modo. Estaba ágil para su edad el viejo, ¿eh?

    —¿Y eso no era parte del plan A tampoco? Parece que tu estrategia inmaculada casi te llena de mierda del todo.

    —Ningún plan de batalla sobrevive al contacto con el enemigo, Paul. Eso es algo que tienes que aprender en este juego. Pero ey, le echaste hierro e hiciste que funcionara.

    —¿Y te he entregado un maletín que contiene qué, exactamente? ¿O sólo Marcellus Wallace puede saber lo que hay dentro del maletín? —dijo Paul refiriéndose al personaje de Ving Rhames en Pulp Fiction.

    —Entonces eso me hace a mí Samuel L Jackson o John Travolta? —preguntó Raff.

    —Puedes ser Travolta, Raff. Te viene al pelo.

    —¿Estás seguro de eso, Paul? Porque si Chloe es Mia en nuestro pequeño drama Pulp Fiction, eso significa que me llevo yo el gran número de baile, no tú.

    —Pero por otro lado, tú eres el que acaba acribillado a balazos por Bruce Willis —respondió Paul.

    —Me gusta jugar el juego hasta el final —Raff se rió y recogió el maletín. Se lo entregó a Paul—. Adelante, campeón, echa un vistazo. Me temo que no hay luz naranja brillante.

    Paul tomó el maletín y lo equilibró en su regazo. Abrió los cierres y quedó decepcionado al ver sólo lo que parecía cuatro detectores de humo y una bolsa precintada llena de tarjetas de memoria. Cerró el maletín.

    —No es muy sexy, ¿eh? —dijo Raff—. Te dije que no había nada con que poder hacer algo ahora mismo.

    —Bueno, ¿y qué son esas malditas tarjetas de memoria entonces?

    —Eso de verdad sería contar un secreto, Paul y no tenemos tiempo de entrar en eso. Baste decir que tu amigo de la corbata roja acaba de joder bien jodidos a sus jefes y que lo que les hicimos a tus amigos palidece en comparación.

    —¿Y eso es todo lo que vas a contarme?

    —Eso es todo lo que recibes por que te hayan tirado al suelo. Al menos por el momento —viajaron en silencio.

    Paul estaba enfadado, pero también emocionado. Las bromas de Raff habían pretendido ser bien intencionadas y Paul realmente apreciaba que lo hubiesen dejado ayudar en el trabajo. Confiaba que su parte en el robo y la emoción de la carrera de hoy pudiera respaldar su plaza dentro del grupo. Como mínimo, le daría a Chloe algo en que pensar la próxima vez que discutiera con él sobre unirse a ellos.

    Quince minutos más tarde, pararon en un garaje de aparcamientos en Cupertino y descargaron rápidamente todo lo que había en la furgoneta dentro de coches alquilados. Se separaron en dos grupos y volvieron a casa de Chloe.

    Misión cumplida y hora de la historia.

Capítulo 18

    Todo el personal se reunió de nuevo en casa de Chloe, la cual parecía igual que cuando Paul la había visto por última vez. Los ordenadores aún llenaban toda superficie horizontal y los cables serpenteaban enmarañados por el suelo hacia la sala del servidor. Nadie de la Tripulación se fiaba de las redes inalámbricas: tenían demasiada experiencia en hackearlas. El personal se movía con un propósito, terminando las fases finales de la operación, borrando discos duros y cubriendo toda huella digital que pudieran haber dejado. Raff había llegado en el otro coche, que llegó después del grupo de Paul. Como se había vuelto la norma, nadie le prestó mucha atención cuando él pasó por la puerta. Requirió la llegada del larguirucho líder unos minutos más tarde para espolear cierta emoción en el grupo.

    Raff entró en la habitación agachándose en el umbral, y sostuvo el maletín con ambas manos por encima de la cabeza como un atleta presentando un trofeo de campeonato.

    —¡Lo tenemos! ¡Tenemos al jodido bastardo por las bolas ahora! —gritó Raff.

    Los miembros de la tripulación se giraron atónitos y empezaron a aclamar. Mientras corrian hasta Raff para abrazarle y felicitarle, Paul consiguió escabullirse entre los cuerpos hasta la cocina y evitar así ser pisoteado. Acribillaron a Raff a preguntas, quien parecía determinado a responder todas ellas a la vez. Al parecer había encontrado tiempo para comprobar el contenido de las memorias mientras estaba en su propio coche, fuera de la vista de Paul. Más miembros salieron de las otras habitaciones para ver de qué iba todo el jaleo. Paul observaba desde la entrada de la cocina, frotándose la espalda magullada incómodomente.

    Cuando Chloe entró al salón andando desde el fondo de la casa, fue directa hacia a la multitud que tenía a Raff como centro. Como si hubiesen sentido su presencia, los miembros de la Tripulación se echaron a un lado para que ella pudiese abrazar a su compañero del crimen.

    El pelo de Chloe aún estaba húmedo y vestía sólo un ajustado top de tirantes y unos pantalones cortos boxer masculinos. Debía de haber estado en la ducha cuando había oído llegar a Raff. Paul se enderezó y empezó a volver hacia el salón, pero encontró el progreso imposible cuando la concurrencia se apretó hacia él. Se retiró a la cocina y decidió esperar aquel brote de camadería pirata.

    Realizaron casi el mismo ritual que habían hecho cuando lo habían ayudado a obtener venganza de sus antiguos socios. Paul se sentó a la mesa de la cocina y bebió una cerveza que había encontrado en un desbordado refrigerador. Habían planeado una celebración esta noche.

    Escuchó cómo Chloe dirigía al grupo su autocelebratorio resumen. Aunque esta vez, Raff habló casi tanto como ella y ciertamente recibió todas las carcajadas más grandes. Toda la operación había sido idea suya desde su concepción y Chloe era una líder lo bastante fuerte para echarse a un lado y darle su momento bajo el foco. Paul pensó que ella sonaba como una orgullosa e indulgente madre. Paul se bebió tres cervezas en el tiempo que les llevó recontar la historia de la victoria. Toda la Tripulación había ayudado en este trabajo, lo cual era inusual. Sin embargo, sólo algunos de ellos habían estado involucrados íntimamente en cada detalle del plan, así que Chloe y Raff repasaron todo el asunto desde el principio.

    El objetivo había sido un hombre llamado Jackson Gondry, el CEO de una compañía de desarrollo de software cercana a Cupertino. Un año atrás, Gondry había empezado su propia compañía, Advantriq, después de que una disputa con sus antiguos socios en Bendix Software causara que lo despidieran. Le llevó a Gondry menos de un mes reunir dinero para iniciar y contrar personal para Advantriq, dejando a muchos observadores de la industria especulando sobre que había planeado en secreto empezar su propia empresa desde el principio. Desde el día uno, Gondry abiertamente fanfarroneaba de que su nueva compañía sacaría a Bendix del negocio en menos de dos años. Según todo indicio, Gondry estaba bien encaminado a cumplir su fanfarronada. La nueva línea de software de Bendix era antigua, mientras que Advantriq tenía un producto competitivo en el mercado en menos de diez meses (un paso inaudito en la industria del software). Todos asumieron que Gondry debía de haber robado parte de su trabajo de Bendix, pero esto era imposible de probar. Incluso cuando el software de Advantriq llegó a la estantería, los analistas de Bendrix no pudieron encontrar ninguna prueba positiva de que Gondry hubiese usado ilegalmente código de software mientras trabajaba para ellos.

    Según contaba Raff, Bendix no se había rendido. Si su ya retrasado producto no se vendía bien, iban a tener que despedir a la mitad de su personal, quizá algo peor. En toda esta agitación de Silicon Valley, Raff vio una oportunidad. No era ningún secreto que el nuevo CEO de Bendix, un hombre de negocios llamado Oliver Fruch, odiaba a Gondry más allá de toda razón. Había alegremente lanzado una bebida a la cara de Gondry durante una conferencia de la industria sólo algunos meses atrás. Incluso mientras el resto de la Tripulación había estado trabajando en la estafa de los comics, Raff y unos elegidos habían estado escarbando en la vida y la historia de Fruch en toda forma concebible. No llevó mucha excavación para tener una lectura del tipo. Como la mayoría de los CEO de Silicon Valley, el tipo vivía en la oficina, echaba dieciséis horas al día como norma general. Tenía una esposa y un hijo, pero apenas los veía excepto los domingos. Su única otra distracción era su partido de vóleibol semanal en un local de Fitness 24H. Raff decidió seguirle a todas partes. También había investigado a Gondry, por supuesto, lo cual fue sencillo, pues el ardiente programador nunca era tímido al hablar en los medios. Hasta mantenía su propio blog diario que servía como su foro favorito para criticar a todo el mundo que no fuese él o una de las otras tres o cuatro personas en el universo que él respetaba. No era sopresa que Fruch cayese bajo frequente fuego en ese blog. Raff alardeó de que este hecho le facilitó casi demasiado aproximarse a Fruch una tarde en el gimnasio.

    Raff explicó: —Simplemente caminé hacia él y le dije: Ey, tú eres Oliver Fruch, ¿verdad? Tú y yo deberíamos hablar, hombre. El tío me miró como diciendo, ¿quién coño eres tú?. Le dije, soy Larry Carlson y fui el compañero de cuarto de Gondry en la facultad. En cuanto oyó eso, se ofreció a invitarme a una copa allí mismo. Y eso hicimos.

    Resultaba que uno de los objetivos favoritos de Gondry en su blog era su compañero de facultad, alguien a quien sus lectores sólo conocían como Larry. Gondry nunca daba el apellido, pero usaba el nombre de "Larry" como un sinónimo para la persona más tonta imaginable. Constantemente escribía historias con referencia a las cosas idiotas que su antiguo compañero había hecho en el colegio e incluso tenía un premio regular de "Larry de la Semana" que le daba a alguien de las noticias que hubiese hecho algo que él juzgaba ser particularmente inane.

    Raff vio de inmediato el potencial en la infamia del compañero de cuarto. Hizo una diligente búsqueda para intentar descubrir la verdadera identidad de ‘Larry', pero no encontró nada que le diese el apellido de Larry ni ninguna indicación de quién era en realidad.

    —Me imaginé que Gondry probablemente se había inventado a este Larry, —explicó Raff—. El tipo ama sentirse el señor de personas más estúpidas que él, pero odia que una de ellas pruebe que está equivocado. ¿Qué mejor pardillo que alguien que te acabas de inventar, cierto? Puesto que no había señales del Larry real, investigué y adopté su papel. Yo sabía que Fruch tenía que estar leyendo el blog de Gondry. Pues estaba obsesionado con el hombre. Y como la única persona que Gondry daba más mierda que a Fruch era este Larry, imaginé que él sabría quién era. O quien yo decía que era.

    "Larry" y Fruch salieron de inmediato. Raff había leído el blog entero de Gondry y sabía cada historia de Larry de cabo a rabo. Aún más importante, él tenía una versión alternativa para la mayoría de esas historias donde era Gondry quien hacía de tonto, no Larry. Fruch se lo creyó todo, interviniendo emocionadamente con sus propias historias sobre cómo Gondry le había calumniado sin piedad de vez en cuando. Terminaron su conversación horas más tarde, con "Larry" induciendo a Fruch a expresar su ferviente deseo de infligir algún tipo de venganza sobre el bastardo que les había atormentado a ambos.

    Desafortunadamente, (ambos estuvieron de acuerdo con eso en ese mismo momento), Gondry parecía intocable. Intercambiaron tarjetas del trabajo antes de separarse para más tarde. Había plantado las semillas.

    Fue mientras Chloe y Paul estaban en la casa de la playa que Raff hizo la llamada de seguimiento. Esperó hasta que Gondry inevitablemente hiciese otra abrasante crítica de Fruch, sólo para asegurarse de que su nuevo "amigo" estaba listo y preparado.

    —Le dije que se me había presentado una oportunidad y que si estaba interesado, en realidad podríamos tener ocasión de vengarnos como habíamos estado soñando. Él aceptó de inmediato. Le dije que yo tenía un viejo colega del colegio que ahora trabajaba con Gondry. Todos nos habíamos conocido supuestamente en la facultad. No me llevó mucho tiempo convencer a Fruch de que mi amigo ficticio estaba dispuesto a vender a Gondry después de que el villano nos hubiese estado fastidiando una y otra vez. Fruch no podía esperar para que le contara más, pero yo me negué a hacerlo por teléfono. Le dije que estaba asustado y me temía que ya pudiese estar pensándomelo mejor.

    Mientras Paul escuchaba, recordó algo de lo que Chloe le había contado sobre el estilo particular de Raff. Le gustaba correr riesgos, particularmente riesgos en nombre de la verisimilitud. Cuanto más nervioso e inseguro y hasta balbuceante llegaba a estar cuando lidiaba con un objetivo, más quedaban absorbidos en la falsa realidad que les estaba lanzando. Ocasionalmente, esto le salía por la culata, por supuesto. Raff convencía al objetivo de estar tan nervioso y balbuceante que el tipo perdía confianza en toda la situación y se retiraba. Pero el juego daba resultado más a menudo de lo que fallaba, y Chloe no podía poner tacha a su estilo, aunque no fuese realmente de su gusto.

    Cuando Fruch y "Larry" se encontraron por fin en el Jack in the Box cerca del club de fitness, Raff consiguió maniobrar al CEO para convencerle activamente de revelarle su plan de retribución. Coincidieron en un plan muy sencillo. El topo de Ralph dentro de la compañía de Gondry estaba dispuesto a entregarle todo tipo de archivos confidenciales por un módico precio. Ese precio eran 200.000 dólares. Larry dijo que él pondría casi la mitad si Fruch podía conseguir el resto. La Tripulación ya había analizado la situación financiera de Fruch y la experiencia y el análisis les había dicho que Fruch podía fácilmente poner las manos en una suma de 100 mil sin quedarse temblando.

    —Resultó ser la cantidad perfecta —explicó Raff—. Él fingió pensar sobre ello durante un minuto, pero en cuanto le dije que no tendríamos que pagar hasta recibir los bienes, ya estaba vendido. Ofreció 112.000 y hasta me prometió algunas acciones de su compañía si los datos resultaban ser tan valiosos como pensaba que serían. Le dije que haría la llamada y nos separamos con sonrisas en nuestras caras, aunque la mía se suponía que era una sonrisa nerviosa.

    Todo ese plan entero también seguía otra de las reglas de la Tripulación que Chloe le había explicado a Paul. Nunca robes algo que no sepas que ya puedes vender.

    Raff preparó el primer día de paga y luego la Tripulación empezó la parte difícil, producir los bienes. Habían empezado esta parte del proceso cuando Chloe y Paul habían vuelto de la casa de la playa, y ahora Chloe tomó el control de la narración de la historia.

    —Como sabéis, —dijo ella—. Me tomé las noticias del pequeño plan de Raff bastante bien —Todos se carcajearon ante esto, cosa que Paul se figuró que significaba que a ella no le había complacido del todo. —Tras una pequeña… discusión —más risas—, empezamos la parte difícil de verdad: sacar los jodidos datos de la compañía de Gondry.

    Chloe fue la autoproclamada reina de la organización. Ella puso a todos en marcha, construyendo sobre la investigación que Raff y su sub-tripulación ya habían hecho. Decidió rápidamente que un asalto hácker frontal a la red de Gondry desde fuera no era factible.

    —Puede que el tipo fuese un capullo, pero era inteligente y su seguridad era lo más —explicó Choe.

    Las opciones de que entrasen y saliesen con los datos que necesitaban sin ser vistos eran prácticamente nulas, si es que de hecho lograban entrar en un principio.

    —Además —dijo Chloe con una sonrisa en su voz—. Ya me conocéis, prefiero el toque humano.

    Y así empezaron a trabajar buscando eslabones débiles en la cadena de empleados. No tardaron en encontrar uno. A Gondry le gustaba llevar su compañía de modo eficiente y ponía todos sus recursos más en ingenieros de software y equipo que en aquellos a los que se refería como idiotas inútiles. Así había muy poca gestión orientada a la no progamación, tales como directores de personal y similares.

    —Sólo un gestor de oficina a tiempo completo que entregaba las nóminas y, alegría de alegrías, un Jefe de Finanzas a tiempo parcial, —explicó Chloe—. Gondry usa un servicio llamado CFO En Marcha, que ofrece profesionales CFO muy competentes y experimentados a compañías más pequeñas que no necesitan un experto en finanzas a tiempo completo. Puesto que Gondry toma la mayoría de las decisiones económicas importantes, el CFO de En Marcha sólo tenía que asegurarse de que hicieran todas las finanzas de impuestos según la ley.

    —Ese era nuestro tipo —intervino Raff—. En cuanto vi su archivo, supe que era nuestro hombre. Cincuenta y seis años. Divorciado con dos hijos en la universidad, sólo algunos billetes grandes en la cuenta bancaria y un IRA de bajo rendimiento. Como la mayoría de estos tipos de dinero de Silicon Valley, había ardido mal cuando explotó la burbuja del 2000 y aún intentaba recuperar las pérdidas. Sólo tuvimos que mover la palanca correcta, y yo sabía que podíamos comprarlo.

    Paul escuchaba mientras Chloe repasaba brevemente los detalles de cómo habían excavado cada centímetro de la vida personal y financiera del CFO. Los extractos de la tarjeta de crédto en la basura les dijeron dónde le gustaba comer y comprar. Las grabaciones de ordenador de la tienda de vídeo les indicaron el tipo de películas que veía y sus llamadas de teléfono les dijeron con quien hablaba. Hasta sabían su handicap de golf.

    —Es un tipo bastante normal, considerando todas las cosas. Pero como la mayoría de nosotros, le venía bien dinero extra. También es un tipo decente, en absoluto el tipo que probablemente roba en el trabajo sólo para facilitarse la vida. Era imposible que este buen ciudadano se creyese el típico escenario gana/gana en el que ambos sacábamos dinero en el trato. Triste pero cierto. Tuvimos que ir con "gana mucho/pierde mucho" para el CFO du jour.

    Paul no sabía seguro de lo que era "gana mucho/pierde mucho", pero suponía que no era agradable. Asumió que el hombre con la corbata roja que se había encontrado antes había sido el CFO, y ciertamente no parecía feliz sobre cómo habían salido las cosas. Mientras Raff explicaba (con útiles interjecciones del resto de miembros de la Tripulación que había participado en aspectos específicos del golpe) que mientras Gondry tenía gran seguridad, el CFO no la tenía y a menudo se llevaba el trabajo a casa y dejaba sus archivos abiertos de par en par en el ordenador. Y aunque no tenía nada particularmente útil en su máquina sobre Gondry, tenía más que bastante info privada sobre sus clientes para sabotear su trabajo si esos archivos se hacían públicos alguna vez. Y salir al público era exactamente con lo que Raff y compañía lo amenazaron. A partir de ahí, había sido sencillo. Contactaron con él anónimamente y le probaron con detalles que sabían más sobre los archivos de su ordenador que él. Si seguía el juego, la información seguiría privada, si no, perdería su trabajo y quizá toda su carrera. Lo único que él tenía que hacer a cambio era copiar algunos archivos de la red de Gondry. El objetivo se había resistido al principio, pero se derrumbó al final. Ahora sólo quedaba un problema: en realidad el tipo no tenía acceso a las partes de la red de donde ellos querían sacar los datos. Como Chloe había dicho, la seguridad de Gondry era lo más.

    —Y aquí es donde entra mi equipo —dijo Abeja.

    Era el pequeño momento para que la ingeniera brillara, y ella sonó como una colegiala orgullosa describiendo su premiado proyecto de ciencias. Su topo no estaba, ni en el mejor de los casos, dispuesto a colaborar ni a correr muchos riesgos por parte de la Tripulación, incluso con su carrera en el punto de mira. Chloe había explicado que un reacio co-conspirador siempre era peligroso. Tenías que saber cómo presionarlo. Demasiada presión y toda la estafa se iba al garete. Necesitaban que él hiciese algo que no pareciese demasiado peligroso.

    —Queríamos que un conjunto modificado de cámaras cubriera cuatro departamentos diferentes —explicó Abeja—. La seguridad de Gondry era lo bastante eficiente para que esa clase de software no autorizado o registros clave que podíamos colocar pudiesen ser detectados. Sin embargo, la seguridad humana era bastante de risa. Los empleados son tipos muy trabajadores, como yo. Y puesto que eran como yo, ya sabéis lo que eso significa: están totalmente ausentes del mundo que los rodea cuando trabajan. Ciertamente demasiado ausentes para advertir algo tan aburrido como un nuevo detector de monóxido de carbono instalado sobre sus escritorios.

    Chloe y Abeja habían decidido simplificar el trabajo del CFO. Lo único que el hombre tuvo que hacer fue decirle a Gondry que necesitaban nuevos detectores de seguridad y luego programar la cita. Luego Kurt y Filo entraron e instalaron cuatro cámaras ocultas en las oficinas adecuadas. Cada detector tenía una camarita dentro con conexión a las líneas de teléfono que las alimentaban con energía y les permitía transmitir vídeo. La instalación tuvo lugar a la hora del almuerzo, cuando todas salvo una de la oficinas estaban vacías (el almuerzo en gran grupo es tan tradicional en Silicon Valley que es casi tan fiable como el amanecer o el ocaso). También escogieron un día en el que sabían que Gondry estaría fuera de la ciudad, sólo para estar seguros.

    —La cámara número tres nunca nos dio mucho realmente —dijo Abeja—. La colocamos en mal ángulo y, cuando el programador se sentó, resultó más alto de lo esperado y nos bloqueaba la vista. ¡Pero las otras funcionaron genial! Conseguimos el tecleo de sus contraseñas y vimos cómo navegaban por sus redes y sistemas de archivos, todo lo necesario para acceder al sistema a voluntad.

    A partir de ahí, debería haber sido basante sencillo. El CFO tenía todo lo que necesitaba para conseguir cualquier dato que quisieran. Ahora lo único que tenían que hacer era esperar hasta que él entrase en la oficina de nuevo. Este fue en realidad un momento arriesgado. Todo estaba en su sitio, pero no se podía hacer nada. El CFO sólo entraba una vez, quizá dos veces, por semana y mientras esperaban su día programado, él tenía mucho tiempo para echarse atrás, cosa que, por supuesto, ocurrió. Le habían dado un número (un móvil desechable) al que podía llamar y dejar mensajes para ellos. Dos noches antes del gran día, dejaron un sobre en su buzón con las contraseñas y los directorios de archivos que querían copiar, junto con instrucciones para comprar una docena de tarjetas de memoria en la que descargar la información. Lo habían seguido a distancia para asegurarse de que compraba el equipo, y monitoraron sus llamadas y e-mails para asegurarse de que no hacía contacto con la policía o, peor, con Gondry. Tuvo una cena con un amigo, pero aparte de eso, todo parecía ir según lo planeado.

    —Y todos sabemos lo que pasó a continuación —dijo Chloe tomando el control de nuevo.

    Hubo un gruñido general de la Tripulación. Paul se acercó a la cocina y abrió otra cerveza. Quizá eso explicara por qué Raff le había llamado de pronto en el último momento. Chloe describió cómo el CFO había llamado y dejado un mensaje diciendo que cancelaba el trato. Que no iba a seguir con aquello y que al diablo con las consecuencias. Raff y Chloe había medio esperado esto y ya habían estado preparados. Tenían que usar la otra única palanca que tenían como recurso: sus hijos. Más específicamente, su hija mayor, quien, a juzgar por las llamadas de teléfono del hombre, era un poco alocada y fuente constante de irritación. Dos días antes, Raff había llamado a la hija a su habitación del campus en San José State. Le había dicho que había ganado un concurso del proveedor de su teléfono móvil, que incluía un nuevo teléfono libre y un viaje de tres noches a Hollywood. Como la mayoría de universitarios, la chica no iba dejar de pasar la oportunidad de divertirse, especialmente si era gratis, y la hija chilló deleitada. Raff le envío por Fed-Ex el teléfono (que ya tenía su nuevo número programado) y los billetes de avión, que eran para ese día. Ella y sus amigos salieron para el aeropuerto a tiempo y ciertamente no se molestaron en llamar a sus padres para decírles adónde iban. Cuando el CFO intentó cancelar el asunto, Raff le devovió la llamada y le explicó que habían secuestrado a su hija y que ella sólo regresaría a salvo una vez que él hubiese hecho lo que se le había pedido. El tipo dio un bote hasta el techo, empezó a chillar y a gritar y a amenazar con llamar a la policía. Raff calmadamente le dijo que llamara a su hija y viera lo serio que iban. Cuando el tipo llamó, en vez de la voz usual de su hija, oyó una voz extraña (disfrazada por un artilugio que Abeja había hecho) advirtiéndole de que su hija estaba en buenas manos por ahora y que regresaría cuando hubiese terminado su trabajo. Un par de llamadas rápidas más revelaron que nadie parecía saber dónde estaba su hija tampoco, incluyendo a su exmujer. Afortunadamente, el tipo no le dijo a ella ni a nadie que su hija había desaparecido, por miedo a que entraran en pánico. El tipo llamó y dijo a la Tripulación que lo haría. Oír a Raff relatar esta particularmente desagradable parte, hizo a Paul sentarse erguido en su silla. Ya sabía que ellos tramaban algo fuerte, pero amenazar a un hombre inocente con su hija, aunque ella no estuviese bajo ningún peligro real, hizo a Paul darse cuenta de lo cabrones que podían llegar a ser. Una parte de él quiso escabullirse por la puerta de atrás y no mirar atrás nunca más. Pero el deseo de averiguar cómo terminaba la historia y por qué lo habían implicado, lo hizo quedarse y escuchar a Raff mientras este continuaba el cuento.

    La mañana siguiente, el CFO despertó con un mensaje en su puerta delantera: instrucciones sobre dónde y cuándo dejar las tarjetas de memoria y los detectores de monóxido de carbono falsos. Sólo le llevó unas horas copiar los archivos y salir. Después de hacer la entrega, recibiría un número de teléfono para llamar y averiguar dónde estaba su hija.

    —Y parece que todo funcionó según lo planeado —dijo Chloe—. Raff, ¿cómo fue tu encuentro con el objetivo? He oído que intentó tirar algo de mierda. Aunque tú pareces estar bien. No debe de haber intentado nada en realidad, de lo contrario le habría dado una paliza a ese flacucho culo tuyo.

    Todos rieron a eso, incluyendo Raff. Paul aún no había oído nada de por qué lo había llamado Raff. Al parecer incluso Chloe pensaba que se suponía que Raff iba a hacer la recogida.

    —En realidad, —dijo Raff—. Tenía miedo de lo que ese tipo pudiese hacerme. Yo quería una cara nueva para la recogida. Así que traje a un guionista.

    —¿Qué coño, Raff? —dijo Chloe—. ¿Por qué coño no se me dijo nada de esto?

    —Lo siento, Chloe, pero no tuve tiempo. Me asusté un poco y…

    —Lo que tú digas, Raff, —le interrumpió ella cabreada—. ¿Y a quién metiste? No sería Leo de nuevo, ¿verdad?, porque ese mamón…

    —Fue Paul.

    —¿Paul quién?

    —Ya sabes, Paul, Paul. Tu Paul.

    Hubo un largo silencio, lo cual Paul tomó como su indicación. Se preguntó si Raff lo había planeado de este modo o si sólo había sido una feliz circunstancia que él hubiese estado esperado fuera de la vista en la cocina durante toda la historia. Ahora ya no importaba realmente. Él sabía reconocer un momento dramático en cuanto lo oía. Caminó dentro del salón y vio a Chloe de pie al fondo de la habitación, con el mucho más alto Raff a la derecha de ella. Como todos los demás, ella estaba mirándole fijamente a él. Y a él le encantó ser el centro de atención de nuevo.

    Fue un buen cambio desde el pasado par de semanas en el que todos lo habían ignorado tan estudiosamente. Le gustaba especialmente el hecho de que estaba obviamente cogiendo a Chloe totalmente por sorpresa. Eso era algo raro.

    —Me ha parecido oír mi nombre, —dijo Paul—. ¿Qué pasa?

    Varios de la Tripulación soltaron algunas risitas a eso. Chloe apartó su mirada de Paul y quedó mirando a Raff en la silla donde este se había sentado a unos metros a su izquierda.

    —¿Qué coño, Raff? ¿Qué? ¿Coño?

    —No tengo… —empezó a responder Raff.

    —¿Sabes qué, Raff?, olvídalo ahora. Tendremos esta conversación más tarde. Puedes apostar seguro que tú y yo vamos a tener unas jodidas palabras —ella miró con odio a Raff durante un largo momento, su cuerpo entero estaba tenso de rabia, pero ella estaba intentando actuar normal y mantenerlo bajo control. Se giró hacia Paul y sonrió lo mejor que pudo, indicándole que se acercara a su lado.

    —Paul, ven hasta aquí. ¿Por qué no acabas la historia? Déjame verte, no pareces demasiado peor.

    Él se abrió paso a través de la multitud hasta el frente de la habitación. Ella le levantó la camisa para revelar el azulado cardenal que le subía por la espalda.

    —Mierda, ese viejo te dio bien. ¿Qué pasó?

    Paul contó su propia historia de lo que había sucedido, empezando con la llamada de teléfono y terminando con la entrada en la furgoneta con Raff y los demás. Añadíó algunos pequeños embellecimientos y chistes para aligerar el humor, cosa que el resto de la Tripulación pareció apreciar. Raff mismo dio las mayores carcajadas. Chloe simplemente se quedó a su lado con su brazo cómodamente sujeto alrededor de su cintura. El tacto de Chloe dio combustible a su relato y él lo arrastró todo lo que pudo. Cuando hubo acabado, Chloe indicó a los demás que le dieran un breve aplauso en apreciación por el buen trabajo. Luego ella habló con Raff de nuevo.

    —Bueno, ¿quién demonios era este otro payaso que placó a Paul? ¿Cómo es que no llegamos a saber nada de este tío? —le preguntó con la rabia volviendo a su voz.

    —No lo sé —dijo Raff, aún tranquilo y estupendo—. Me pareció familiar, pero no pude ubicarlo.

    —Creo que lo sé —dijo Abeja levantando la mano como una empollona en clase—. ¿Es este? —levantó un portátil con la pantalla apuntando a Chloe, a Paul y a Raff.

    Había una foto del hombre que había placado a Paul unas horas antes. Se había tomado de noche, al parecer en un aparcamiento.

    —Ese esv—dijo Paul—. ¿Quién es?

    —Es alguien con el que cenó el CFO hace varias noches. Es una de las pocas conversaciones que tuvo que no pudimos oír. Supongo que es a quien aprovechó la oportunidad de ponerle al corriente de lo que estaba pasando. Si tuviese que apostar, yo diría que es algún tipo de investigador privado o un asesor de seguridad.

    —Joder —dijo Raff—. Lo siento, Paul. Si lo hubiese sabido, nunca te habría metido.

    —Que es exactamente el jodido motivo de por qué no metemos gente sin una buena puta razón —dijo Chloe casi gritando.

    —No pasa nada, Chloe —intervino Paul—. Me alegro de haber podido ayudar. Ha estado bien entrar por fin en lo que el resto de vosotros estabais haciendo. Ya sabes, entrar en la diversión.

    Chloe fijó a Paul una mirada intensa, e iba a empezar a decir algo que Paul sospechó habría sido bastante cruel. En vez de eso, ella cerró los ojos y respiró profundamente, consciente de que la habitación entera los estaba observando.

    —Hablaremos sobre esta mierda más tarde. Ahora mismo vamos a terminar.

    Paul se sentó en el suelo cerca de los pies de Chloe (el único espacio libre que quedaba en el salón) mientras ella presidía el ritual que la Tripulación realizaba cada vez que completaban un trabajo. Todos entregaron discos y archivos. Chloe y Raff y dieron su palabra de que no había registros de nada de lo que habían hecho en ningún ordenador de ninguna parte. Abeja reunió todo equipo de vigilancia y otras chucherías técnicas que habían sido usadas durante la extensa vigilancia. Oficialmente cortaron todos los lazos con el CFO y todos juraron no volver a tener contacto con él de nuevo. Completado el ritual, empezó la celebración. Raff ya había estado en contacto con Fruch y este había acordado hacer el abono mañana por la tarde. Con suerte, habrían doblado o triplicado sus beneficios si Fruch accedía a pagar una cuota extra a cambio de la alta calidad de los datos que habían conseguido guardar. Pero nadie parecía demasiado preocupado sobre eso ahora mismo. Estaban demasiado ocupados pescando cervezas en los refrigeradores, sacando bongos, y metiéndose pastillas.

    Chloe ayudó a Paul a levantarse y dijo:—Gracias, Paul. De verdad que siento que Raff te hiciera esto. Esto no debería haber pasado nunca así.

    —Chloe, mira, no pasa nada… —empezó a decir él.

    —No. Sí pasa. Nosotros tenemos reglas y Raff las rompió —sus ojos se dispararon por la habitación hacia donde Raff estaba riendo con Kurt y Filo—. No puedo dejar que pasen esta clase de mierdas. Así es como la gente termina en la cárcel.

    —Yo quería ayudar, Chloe. ¿No entiendes eso? Yo quería…

    De nuevo, ella le interrumpió: —Ahora mismo no, ¿vale? —dijo ella, su voz le rogaba que lo dejara por el momento—. ¿Puedes hacerme un favor y traernos algo de beber?

    Paul la miró a los ojos. Ella no estaba de humor para él ahora mismo. Quizá una bebida le hiciera bien. Incluso con tres cervezas ya dentro de él, él sabía que eso la ayudaría.

    —Claro, por supuesto —Paul le dio un rápido beso en los labios—. Ahora vuelvo.

    Hiló a través de la multitud de vuelta a la cocina para pillar cerveza. Mientras se inclinaba sobre el refrigerador, alguien apareció detrás de él y le dio un abrazo de oso desde atrás —¡Ey, asesino! —dijo Abeja en un tono hiperalegre incluso para ella—. Buen trabajo.

    —De nada —dijo Paul mientras se daba la vuelta para encararla.

    Ella dio un paso atrás y reveló una pildorita blanca en su mano. —Esta es para ti. Tarda un rato. Chloe va a tener unas palabras con Raff. Debería empezar a hacerte efecto dentro de una media hora.

    Paul hizo una pausa antes de tomar la píldora de la mano de la chica y lanzarla dentro de la boca. Asumió que sería éxtasis, lo cual sólo había probado un par de veces. Pero se fiaba de Abeja, y si él había averiguado algo, era que esta Tripulación siempre tenía acceso a narcóticos de alta calidad. Abeja le observó tragarse la píldora y luego sacó otra para ella. Le destelló una torpe sonrisa y se tragó la pastilla. Luego salió hacia la multitud entregando pastillas a todo con el que entraba en contacto.

    Para cuando Paul volvió al salón, Chloe y Raff habían desaparecido. Habló con Confetti durante un rato y se bebió ambas, su cerveza y la de Chloe. Luego se acabó la de Confetti también. A medida que el X empezada a hacer efecto y lo inundaba de euforia, buscó a Chloe por la casa en vano. Oyó gritos desde el interior del garaje, pero la puerta estaba cerrada por dentro.

    ¿Estaban ella y Raff discutiendo ahí dentro?

    «Mejor dejarlo estar», pensó él. «No hay razón para involucrarse en mierda pesada como esa.»

    Al coger otra cerveza del refrigerador y otra pastilla de Abeja, Paul decidió esperar a Chloe en su dormitorio. Mientras se tumbaba, creyó que aún podía oírles gritar, pero podría haber sido la música. Era difícil de saber. Y después, se quedó dormido.

Capítulo 19

    Cuando despertó la mañana siguiente, a Paul le sabía la boca como si se hubiese tragado unos kilos de algodón en bruto. Estaba en una cama. La cama de Chloe. Intentó recordar cómo había llegado allí y no logró reunir todos los fragmentos. Le llevó otro momento notar que aún llevaba toda la ropa, sin zapatos. Eso significaba que nada improbable había sucedido entre él y Chloe durante la noche, lo cual probablemente era lo mejor, dado que si hubiese sucedido algo, le habría gustado poder recordarlo.

    Oyó el inconfundible sonido de alguien meando detras de la puerta del baño, seguido por la descarga y luego una ducha poniéndose en marcha. Asumió que sería Chloe. Paul se preguntó una vez más qué demonios estaba haciendo él allí. Las cosas con Chloe no estaba procediendo del modo que él quería. Al menos no a la velocidad que él quería. Aunque mientras recordaba las píldoras que se había tomado anoche, Paul notó que había una buena probabilidad de que la mayoría de contratiempos románticos recientes podían haber tenido algo que ver con su incapacidad de aguantar las drogas, más que por falta de interés por parte Chloe.

    Aún así, necesitaba tomar alguna iniciativa aquí, avanzar o salir corriendo.

    Unos minutos más tarde, la ducha paró y Chloe pasó al dormitorio. Una sobredimensionada toalla verde estaba envuelta alrededor de su torso y ella se frotaba el corto pelo vigorosamente con una toalla blanca más pequeña que había pertenecido una vez a un Holiday Inn.

    Ella advirtíó a Paul mirándola.—Ey, campeón. Por fin despierto, ¿eh?

    —Sí —dijo Paul con voz ronca y la boca todavía seca—. Me quedé marmota total, ¿eh?

    —Joder si te quedaste. ¿Te ha dicho alguien que roncas como un cabronazo?

    —Tengo esa reputación.

    —Afortunadamente respondes bien al codazo y empujón ocasional, así que no he perdido demasiado sueño—. se sentó en la cama junto a él lanzando la toallita de hotel al suelo.

    —¿Qué me dio Abeja que me derrumbó de esa forma? —le preguntó Paul al incorporarse hasta quedar en posición sentada, fortándose el sueño de los ojos y parpadeando para humedecer las lentes de contacto.

    —Sólo era algo de X. Lo mismo que tomaron todos. No sé por qué se te sube al culo así. Aunque supongo que fue toda esa cerveza y no las drogas —le tocó la frente brevemente—. ¿Te sientes bien?

    —Sí sí, estoy bien. Pero tengo sed —tragó algunas veces, tratando de pasar algo de saliva por su garganta seca.

    —Deja que te traiga un vaso de agua —dijo Chloe. Dio un salto y volvió al cuarto de baño para llenar un vaso en el lavabo. —Escucha, Paul, otra vez, siento mucho que Raff te metiera en este trabajo. Le mastiqué y le dejé hecho un gilipollas nuevo anoche, te lo aseguro.

    —Te lo estoy intentando decir. No pasa nada, Chloe, de verdad.

    El vaso de agua le dio alivio instantáneo y ya sonaba mucho más despierto ahora. —En realidad me divertí.

    —¿Te divirtió que te tumbara un viejo? No sabía que eras un jodido rarito.

    —Bueno no, esa parte no. Y para ser honesto, estoy un poco mosqueado por todo eso del secuestro, aunque fuese falso. Me pareció crueldad innecesaria. Pero me gustó interpretar un papel. Yo…

    —Aún así —dijo Chloe, interrumpiéndole—. Si quería que te implicaras, no era ese el modo. Te utilizó, Paul. Ya sé que él piensa que te estaba haciendo un favor y yo sé que estás feliz ahora porque todo salió bien, pero ese no es el modo en que yo hago las cosas. Ese no es el modo en que llevamos esta Tripulación. No utilizamos personas sin informarlas totalmente.

    —¿Qué quieres decir? —preguntó Paul—. Utilizáis a las personas a todas horas. Oí toda la historia anoche, ¿sabes? Utilizasteis y abusasteis de ese CFO, él obviamente…

    —Alto ahí mismo, Paul. Ya sé adónde vas con eso. Sí, le utilizamos, joder. Le utilizamos y bien. Era un jodido objetivo. Fastidiar a tíos así es lo que hacemos. Pero tú eres un amigo, Paul. Tú eres mi amigo y me preocupo por ti y nosotros no jodemos a las personas que nos importan.

    —Aprecio el gesto. De veras que sí. Pero yo no quiero ser arropado ni protegido. Yo quiero entrar. Quiero ser parte de la Trpulación.

    Chloe miró severamente a Paul durante un largo momento antes de apartar la mirada, disgustada. Dejó caer la toalla al suelo, exponiendo su parte trasera desnuda a Paul. Él la contempló descaradamente mientras ella se doblaba hacia abajo y se ponía unos pantalones cortos que había en el suelo y una camiseta antes de girarse y encararle.

    —¿Por qué, Paul? ¿Por qué quieres hacer esto? Ya has conseguido tu día de paga. Un día de paga mayor que el que cualquiera de nosotros probablemente vaya a ver dentro de poco. ¿Por qué coño quieres arriesgar todo eso?

    —Porque necesito hacer algo. Y nunca había imaginado nada como vosotros. Como tú, Chloe. Eres una especie de…

    —Nosotros no somos Peter Pan y los jodidos Niños Perdidos, Paul. Simplemente no lo somos —ella estaba casi chillando ahora—. Esto no es para ti. Tú deberías dibujar. Deberías escribir. Deberías trabajar en tu estupendo siguiente juego.

    —Pero yo pensaba que…

    —La respuesta es no, Paul. Me encanta tenerte aquí. Te has convertido en un buen amigo y me siento feliz de haberte ayudado a conseguir tu hazaña. Pero esta vida... esto no es para ti. Es un compromiso enorme de cambio de vida unirse a una Tripulación, Paul. Y francamente, no estás preparado para tomar esa decisión. Y estoy segura de que no la estás tomando por las razones correctas. Así que déjalo de una puta vez, ¿vale? —Ella abrió de golpe la puerta al acabar y salió del cuarto hacia la parte delantera de la casa.

    —Bueno, joder —dijo Paul a nadie en particular.

    Quince minutos más tarde, Paul salió del cuarto de baño después de su propia ducha rápida y se sorprendió de encontrar a Raff tumbado en la cama de Chloe leyendo uno de los comics de Paul. Era demasiado alto para la cama y sus piernas colgaban del extremo. Como siempre, vestía pantalones militares y un polo de una compañía informática para la que nunca había trabajado. En este caso era Sun Systems.

    —Ey, Paul —dijo él—. ¿Quieres venir al HoBee a tomar un desayuno?

    —Um…

    —Chloe ha salido hace cinco minutos. Parecía bastante cabreada.

    Paul pensó durante un momento antes de responder.

    «¿Qué demonios?»

    Necesitaba un descanso de aquella casa de todos modos: —Claro. Deja que me vista.

    —Genial —dijo Raff al volver a su cómic.

    No mostró signo de querer dar a Paul ninguna privacidad. Como Chloe, Paul dejó caer la toalla después de pescar algo de ropa limpia de su maleta. El desnudo casual raramente importaba mucho con estas personas.

    Fueron al restaurante en coche sin hablar mucho, escuchando a los políticos locales en la KQED discutir una nueva ley que aparecería en el sufragio ese otoño. A ninguno de ellos les interesaba, pero le daba a Paul una excusa para ordenar sus ideas. No había pasado mucho tiempo con Raff y no estaba seguro de cómo actuar con él. Quizá ese desayuno fuese su modo de pedir disculpas. Mientras esperaban al camarero, Paul por fin rompió el cómodo silencio. —.Bueno, parece que Chloe te echó una buena bronca anoche.

    —Oh sí —dijo Raff—. Me arrancó la cabeza, eso seguro. Y con razón. Meterte iba contra las reglas, pero demonios, somos jodidos piratas, ¿no? Se supone que tenemos que romper las reglas.

    —¿Y qué es lo que te va a pasar?

    —Oh, nada. He acordado dar algo de mi parte como castigo y tengo que limpiar los cuarto de baños de la casa de Chloe durante una semana.

    —¿Es así como funciona cuando alguien rompe las reglas?

    —Si hubiese querido, podía haber pedido una audición delante de toda la Tripulación y ellos habrían decidido el castigo juntos, pero eso habría sido un bajón de verdad. Yo ya había imaginado más o menos que iba a llevarme algún tipo de castigo, así que sugerí este.

    —¿Y a Chloe le pareció bien? —preguntó Paul, intrigado por aprender más sobre cómo fucionaba la Tripulación.

    —Claro, por supuesto. Quiero decir, aún estaba enfadada conmigo como un demonio, pero reconoce un buen castigo en cuanto lo oye, y ella no quería una gran audiencia más que yo.

    —¿Por qué no?

    Raff sonrió y negó con la cabeza. —Porque matan el buen rollo. Todos se ponen serios y se deprimen y luego la gente empieza a gritarse unos a otros. Sólo lo hemos hecho un par de veces y, bueno, nadie quiere repetir eso a menos que sea necesario.

    Llegó el camarero y les tomó nota. Paul podió el huevos revueltos con patatas fritas, como siempre. Raff pidó tortitas. No fue hasta después que haber pedido la comida que Raff reveló su verdadero propósito.

    —Yo me metí en esto por el dinero. —dijo Raff—. En realidad soy un poco único en ese sentido. Es decir, estoy aquí porque quería hacer dinero y no tener que trabajar para nadie.

    —¿No estáis todos en esto por el dinero? Eso es lo que Chloe me dijo.

    —Claro, claro —dijo él antes de sorber su café—. Todos queremos hacer dinero con estos trabajos que sacamos, pero para la mayoría de ellos es sólo porque sin el dinero no podríamos permitirnos todo lo que necesitamos para sacar más trabajos. Lo hacen para poder seguir haciéndolo, por la diversión. Pero yo... yo empecé a estafar a la gente porque era el único modo que tenía de ganar algo cuando no tenía ni dos centavos que poner juntos.

    —Creo que Chloe ya me ha dado esta charla.

    —Sólo escúchame por un segundo, ¿vale? Me metí en esto por el dinero, pero ¿sabes?, para ser honesto, el dinero que sacamos no es tan estupendo. Mira este último trabajo que nos ayudaste a sacar. Pienso que puedo trabajarme a nuestro tipo por otros 50 mil, quizá más. Digamos que sacamos 160 mil en total. Pasamos unos siete grandes en equipo y otros gastos, y eso haciendo que una genio certificada en mecánica como Abeja recicle todo lo que pueda. Así que son 153 mil. Ahora, todo contado, la Tripulación entera juega un papel en esta estafa. Hubo un montón de trabajo de vigilancia, que requiere un montón de horas de trabajo. ¿Me vas siguiendo?

    —Claro —dijo él.

    Los intrincados detalles de la financiación era una tema que Chloe había evitado con él, así que le sorprendió que Raff le estuviera hablando tan abiertamente de ello.

    —Y siempre lo dividimos todo en partes iguales entre todos los de la Tripulación. Y puesto que yo te metí en esto al final, tú te llevas una parte también.

    —Yo no necesito el dinero, no te preocupes por eso.

    —Pero esto no funciona así. Todos reciben la misma parte. Siempre. Así que, en este caso, la parte de una persona sale a unos ocho mil quinientos pavos.

    —No está mal.

    —No, nada mal, pero medido contra los mayores costes de vivir bajo el radar y el riesgo de que te pillen e ir a prisión, no es mucho tampoco.

    —¿Por qué no ir a por más entonces? ¿Por qué parar en 160.000?

    —Porque 160.000 es un montón de dinero. Pero no tanto como para que nuestro banquero tenga problemas de pagarlo. Pero ese no es el asunto. De donde yo vengo, 8.500 libre de impuestos es un montón de dinero también. Ciertamente más que suficiente para vivir durante tres o cuatro meses.

    —Supongo —dijo Paul—. Pero vosotros... como Abeja o vuestos especialistas hackers, ellos podían estar ganando diez veces más en el sector privado.

    —Demonios, yo podía vender coches usados y ganar más dinero. A eso me refiero totalmente. Esa es la misma razón por la que quieres unirte a nuestra banda de alegres perpetradores de felonías

    Paul comprendió. —No es por el dinero. Es la vida.

    —Exactamente —dijo Raff—. Es La Vida. Incluso yo sigo en esto por la vida. Lo único que siempre he querido era dinero fácil y ahora es la misma Tripulación lo que me hace volver por más.

    —Creo que sé lo que quieres decir. Es difícil de encontrar un… no sé la palabra. ¿Compañerismo? Es difícil de encontrar esta clase de camaradería fuera de una familia.

    —Es imposible de encontrar. Supongo que el Ejército quizá, pero ellos no se divierten tanto como nosotros y no están ni cerca de esa clase de libertad. Ni cerca —Raff se pausó cuando el camarero les trajo la comida—. La libertad es realmente la clave. Podemos hacer lo que queramos y no hay nadie... nadie, mirando por encima de nuestros hombros.

    —Excepto la policía, por supuesto.

    —Ya, ya, y Hacienda si lo quieres mirar de ese modo. El FBI también, probablemente. Pero yo no pienso en eso.

    —¿Cómo piensa uno en algo así?

    —Es más fácil de lo que crees. No le he visto el pelo a los oficiales de las fuerzas del orden desde que era un capullo skater punky en mi adolescencia.

    —Por la forma seria en que Chloe maneja la seguridad, parece que todos vosotros pensáis un montón en ello.

    —Ya, pero para nosotros es algo distante, como hacerse viejo o tener una enfermedad del corazón o alguna mierda de esas. Sí, tomamos un montón de precauciones igual que cuando haces ejercicio y comes bien para no ponerte gordo y acabar enfermo. Lo hacemos porque hacerlo nos permite no preocuparnos por el futuro. Porque estamos tan a salvo que somos efectivamente invisibles.

    —¿Cómo podéis ser invisibles y hacer las cosas que hacéis? Ese tío que me derribó me vio la cara claramente.

    —¿Pero fue a llamar a la poli después? Te puedo asegurar que no lo hizo porque aún tenemos pinchado su teléfono y alguien lo está siguiendo. Cuando hacemos bien nuestro trabajo, cuando tomamos todas las buenas precauciones, las autoridades nunca saben que ha pasado algo. Nunca aparecemos en su radar.

    —Y asumo que lo mismo es cierto para impuestos y esa clase de mierda —dijo Paul—. No tenéis trabajos en los libros. No poseéis propiedados bajo vuestros nombres reales. Hacienda no puede audiitaros si no saben que existís.

    —Exactamente —dijo Raff antes de meterse una cucharada de comida en la boca—. Ahora bien, hay dos modos de vivir fuera de la red. Puedes mudarte a la jodida Montana, construir una choza en el bosque y cultivar o matar tu propia comida. O puedes reunir un grupo y vivir una vida civilizada con todos los encantos como hacemos nosotros. Personalmente, prefiero la comida rápida, comics y videojuegos y olvidarme de los huertos de patatas.

    —Además de la buena compañía —dijo Paul—. La gente, me refiero.

    —Sip —dijo Raff con la boca llena—. No se puede comprar eso.

    —¿Acaso no lo sé? —coincidió Paul.

    —Por eso quieres ser parte de la Tripulación, pero Chloe nunca va a dejar que te unas. En realidad no. Ella piensa que sería un error por tu parte. Y si fuese sólo por el dinero, tendría razón. Has conseguido todo lo que necesitas ahora, ¿cierto?

    —No. No todo.

    —No —dijo Raff—. No todo.

    —Como has dicho, hay cosas que el dinero no puede comprar.

    Comieron en silencio durante un rato. Paul sabía que Raff había puesto un dedo exactamente en cómo él se estaba sintiendo. Nunca había habido un momento en el que se hubiese sentido totalmente bienvenido a la misma compañía que había ayudado a empezar. Su carencia de experiencia previa en los juegos siempre había obrado contra él con algunos de sus socios y él nunca se había unido a ellos de verdad como un equipo. A medida que habían contratado más y más empleados, sólo se había ido complicando más mantener ese espíritu de grupo. Para cuando todo había empezado a caerse en pedazos, él apenas se llevaba bien con algunos de sus compañeros de trabajo. Y antes de ese "trabajo soñado", había trabajado la mayor parte de su vida como profesional privado, un artista con su bloc de dibujo que trabajaba en guiones o escribía su propio material. Lo que había sentido al trabajar con Chloe y la Tripulación no tenía comparación en su vida. Además, nunca había sentido nada tan fuerte por nadie como lo que sentía por Chloe.

    —Es extraño, ¿sabes? —dijo Paul después haber acabado su gran plato de desayuno—. Chloe dice que me quiere allí. Dice que se preocupa por mí. Pero no me quiere en el grupo. No nota lo duro que es. Quiero decir, mientras estuvisteis ocupados en ese último trabajo, me sentí como un fantasma vagando por la casa.

    —Sé exactamente lo que quieres decir. Vi por lo que estabas pasando, pero no había mucho que yo pudiese hacer —Raff se detuvo y bajó la vista hacia su plato. Pareció como si hubiese algo más que quisiera decir.

    Paul supuso lo que era: —Por eso me llamaste, ¿no es cierto? —dijo él—. No me necesitabas a mí para hacer la recogida, sino que querías incluirme en el trabajo.

    Raff no dijo nada durante largo tiempo.

    Paul le prensionó. —¿Por qué hacerme un favor así? ¿No va eso contra el código de la Tripulación o lo que sea? ¿Por qué traicionar a Chloe así?

    —Escucha, Paul, yo creo que serías bueno en esto. Tienes una enorme imaginación. Una estupenda imaginación. Y eso es una mercancía vital en este negocio. Lo de los comics que creaste fue brillante, principalmente porque era muy extraño. ¿Quién iba a imaginar ponerse a falsificar comics? ¡Especialmente sin molestarse en realidad en hacer falsificaciones reales! Tenemos estupendas, estupendas habilidades técnicas en el grupo. Y yo sólo he conocido a una persona en el mundo mejor que yo con la charla rápida y esa es Chloe. Pero nos estamos quedando varados. Todas nuestras estafas son más o menos lo mismo. Roba algo de un ordenador. Chantajea a alguien para que haga algo para nosotros. Mojar, frotar, repetir. Creo que te necesitamos para lo mismo sobre lo que he estado hablando... para hacer esto más divertido.

    —Pero Chloe no está de acuerdo.

    —Chloe no es el capitán de nuestra banda de piratas, Paul. Ella sólo es la mejor en organizar nuestra mierda. No tenemos un líder. Ni Dios ni amo, como dice el dicho. Si los demás te queremos en la Tripulación, ella te permitirá entrar. El truco es convencerlos mientras Chloe no quiere tan obviamente. Puede que ella no sea el patrón, pero todos respetamos muchísimo su opinión.

    —¿Y cuáles son mis opciones entonces? Teniendo en cuenta que no quiero enfadar a Chloe ni menospreciar su posición ni nada de eso. No quiero apartarla de mí.

    —Es complicado. Tienes que probar al resto que estás comprometido. Que en realidad quieres dejarlo todo y unirte a este grupo. No sólo unirte a este grupo, sino unirte a esta vida.

    —¿Cuál es la distinción?

    —Bueno, como hemos hablado antes, para que este estilo de vida funcione, tienes que pasar sin dejar ninguna huella atrás. Sin impuestos, sin tarjetas de crédito ni cuentas bancarias a tu nombre. Nada de eso. Nunca te faltará de nada y, con mayor fracuencia, no conseguirás todo lo que quieras porque compartimos lo que tomamos y tomamos lo que necesitamos. Necesitas probar que eres así de generoso.

    —Ja —dijo Paul—. Esa es una difícil —se acababa de dar cuenta de adónde estaba yendo Raff con todo aquello.

    El dinero.

    Raff quería que Paul compartiese el dinero que habían extorsionado a sus antiguos socios. Si les ofrecía a todos una parte de ese gran día de paga, sería bienvenido en el grupo.

    ¿Lo sería? ¿Bastaría comprarles su respeto a los demás? ¿Compraría el de Chloe? Él pensaba que no. Entregar todo su dinero no le encajaba bien a Paul, pero decidió dejar que Raff creyese que lo estaba considerando realmente.

    —Entiendo lo que estás diciendo —continuó Paul—. Es algo a ponderar.

    —Bueno, tómate tu tiempo y piensa en ello un poco —dijo Raff—. Pero yo ya no presionaría a Chloe hasta que tuvieras una idea de cómo quieres proceder. Tómalo de alguien que la conoce bastante tiempo. No le gustan las técnicas de venta agresivas y es cabezota como el demonio. No cambiará de idea una vez que haya tomado una decisión a menos que haya cierta nueva dinámica que no estaba allí antes.

    —Gracias, Raff. Pensaré seriamente en ello. Aprecio que me hayas expuesto todo esto así. Me ayuda de veras a entender cómo funciona todo en vuestro grupo.

    —Sin problema, hombre, me alegra poder ayudar. Si has terminado, podemos salir de aquí. Quizá si tienes suerte, Chloe se habrá calmado para cuando lleguemos a casa y los dos podáis besaros y achucharos.

Capítulo 20

    Paul no entró en la casa cuando él y Raff regresaron del desayuno. En vez de eso, fue a buscar su propio coche (que uno de la Tripulación había traído para él desde el parque). Estaba aparcado a tres calles de la casa, así que Paul le había dicho a Raff que le dejara allí y le había explicado que tenía que encargarse de unos asuntos y pensar bien algunas cosas. Le dijo que volvería a la hora de la cena y que hablaría con él entoces. Raff pareció muy comprensivo y, como cualquier miembro de la Tripulación, sabía lo suficiente para no curiosear demasiado profundamente en los asuntos privados de un amigo.

    Paul condujo hasta la autopista y cogió la 17 Sur en dirección a Santa Cruz. Se había dejado las cosas en la habitación de motel y en realidad no se había molestado en dejar la habitación, de modo que imaginó que sería mejor hacerlo antes de que le cobraran la estancia de otra noche. No quería cargar gastos innecesarios en la tarjeta de crédito que Chloe le había dado. Esto también le dio un tiempo para pensar en qué coño iba a hacer a continuación. Por un lado quería quedarse con el grupo y con Chloe. Pero él sabía que a menos que le diesen la bienvenida a su círculo interno completamente, estar con ellos no era una opción soportable. O quedaría demasiado frustrado por su posición o ellos acabarían tan hartos de él que ya no sería bienvenido. Podía buscarse su propia casa e intentar salir con Chloe como una persona normal, pero eso no sonaba muy plausible tampoco. Chloe no conducía el estilo de vida que se prestara a las citas casuales. La única opción que quedaba era buscar un modo de obligar/convencer a Chloe de que lo dejase entrar en la tripulación sin alienarla en el proceso. Podía aceptar el velado consejo de Raff y tratar de comprarse la plaza, pero ese dinero era su colchón de seguridad, y ahora mismo era lo único que tenía. No tenía intención de dividirlo con otras quince personas por mucho que envidiase su renegado estilo de vida. Además, dudaba de que Chloe le respetara si compraba a los demás.

    Nop. Comprar su plaza estaba fuera de la cuestión. Prefería más la otra opción: idear una estafa por su cuenta que fuese tan brillante que el resto de la Tripulación no pudiese resistirla. Entonces, como Raff había explicado, Chloe tendría que aceptarle.

    Su problema era que en realidad no le había gustado mucho lo que había oído sobre el último trabajo que habían sacado. Sí, este programador, Gondry, parecía un verdadero gilipollas y quizá incluso mereciese que le robaran. Pero lo que realmente le perturbaba era el modo en que habían tratado al tipo de la corbata roja, el CFO. Paul comprendía por qué lo habían elegido como su acceso al interior de la compañía, pero fingir secuestrar a su hija le había dejado un muy mal gusto en la boca. El pobre viejo no había hecho nada malo y le habían hecho pasar una semana infernal. Paul culpaba a Raff por esa muestra de crueldad en el trabajo. Aunque, como líder, Chloe había compartido responsibilidad por todo lo sucedido, él tenía la sensación de que ella nunca habría seguido esa línea si hubiese estado implicada en la planificación desde el día uno. En cierto sentido, su cooperación en la estafa espoleó la fe de Paul en poder encontrar su propia estrategia para entrar en la Tripulación. Si ella había aceptado la voluntad del grupo en algo tan potencialmente cruel como chantajear al CFO, seguramente aceptaría seguir adelante con ese plan brillante.

    En cuanto averiguase qué plan era ese.

    Paul recordó la profunda admiración de Chloe por Winston y su tripulación. Ella en realidad conectaba con el modo en que el envejecido hippie y su cohorte sacaban sus trabajos con algún tipo de elevado significado político. También se acordaba de que ella deseaba que su tripulación tuviese más consciencia social en sus estafas. Quizá si se le ocurría algo dentro de esa pauta, tendría una mayor probabilidad de que se le ocurriese algo con lo que él pudiese vivir sin remordimiento de conciencia, pero que también los impresionara a todos. Ciertamente tendría mayor probabilidad de dormir por la noche si podía decirse a sí mismo que estaba robando por el bien mayor.

    Como Robin Hood o algo así.

    Si se le ocurría un digno objetivo que atacar, y quizá incluso desviar algo del dinero a una causa digna, entones tendría el plan perfecto. Y él estaba muy seguro de que Chloe también pensaría que sería el plan perfecto.

    La gerencia del motel ni siquiera había notado la ausencia de Paul y él encontró todas sus cosas donde las había dejado en su habitación. Al parecer, el servicio de limpieza iba retrasado hoy, puesto que era ya más del mediodía. Se había pasado la hora de abandonar la habitación por una hora y media, pero a los de recepción no les importó y no le cobraron por un día extra. Esto era Santa Cruz después todo (el centro hippie) y los negocios locales tendían a ser relajados con cosas así.

    Después de abandonar la habitación, condujo al centro hacia la Avenida Pacífico para mirar en las tiendas y librerías y esperar encontrar algo de inspiración para este gran plan que se seguía diciendo que tenía escondido en alguna parte de su cerebro. Ni siquiera la tienda de comics tenía nada para él (lo cual no le detuvo de salir cargado con el nuevo lote de comics semanales). Convertirse en una mente maestra del crimen no estaba resultando tan sencillo como había pensado.

    Encontró un asiento en una cafetería llamada Latitud 23.5 y puso su bloc de dibujo sobre la mesa. Quizá su pluma le proporcionase alguna inspiración, ya que su cerebro parecía estar fallándole ahora mismo. Empezó a bocetar la panoplia de gente interesante que caminaba por la acera. Todos, desde hippies indigentes hasta millonarios punto com vagaban arriba y abajo por la Avda. Pacífico.

    Frente a la calle, un hombre con traje del payaso montó su puesto con un carro lleno de globos. Paul lo bosquejó mientras empezaba a hacer animales inflados para los niños viandantes. Los chicos parecían felices con las creaciones del payaso, y los padres pagaban obedientemente al hombre por su trabajo. En las páginas de su bloc de dibujo sin embargo, el payaso era una criatura espantosa de dientes irregulares y rotos, con colmillos de jabalí salvaje. Su loca peluca atraía insectos que reptaban dentro y fuera de ella y su ajada indumentaria tenía ominosas manchas. A su lado había un cañón de desperdicios tóxicos que usaba para llenar los globos antes de retorcerlos en formas demoníacas y entregarlos a los aterrorizados niños. Después de una hora o así, Paul repasó su docena de esbozos de payasos tóxicos y cerró el bloc de dibujo con rabia. Estaban bien, muy bien, incluso. Pero no eran un plan y no iban a conseguir que él entrase en la tripulación.

    Decidió volver a casa de Chloe.

    Al regresar a la Autopista 17, Paul intentó activar su iPod en modo repaso de canciones. Quizá cuando oyese el trozo adecuado de canción le llegase por fin la inspiración. La Autopista 17 es una autopista de cuatro carriles que sube y rodea las Montañas de Santa Cruz y baja hacia Silicon Valley. Puede ser traicionera cuando hay niebla o lluvia, pero en un día soleado como hoy, entre las horas punta, era casi divertida de conducir. Indicios de vértigo le dominaban en algunas de las curvas más cerradas, especialmente cuando la carretera caía precipitadamente hacia su derecha. Siendo un chico nacido en la tierra plana de Florida, aún no estaba del todo acostumbrado a todas aquellas carreteras tridimensionales. Cerca del punto medio, en la cúspide de la autopista, había un breve trecho de carretera casi plana antes de empezar el descenso hacia Los Gatos y apuntar al Norte. El modelo viejo de un gran Ford Taurus, al que Paul no había prestado atención, había elegido ese momento para dejar de seguirle y echarle de la carretera.

    Como siempre en esta carretera, Paul estaba en el carril de la mano derecha. El otro coche aceleró de pronto y adelantó por la izquierda de Paul antes de ponerse delante y pisar a fondo el freno. Paul tuvo bastante tiempo de advertir las gastadas pegatinas pro Rush Limbaugh (RUSH tiene RAZÓN) en los parachoques del coche antes de pisar sus propios frenos y girar involuntariamente el volante a izquierda y derecha. Ambos coches derraparon y chirriaron. El propio vehículo de Paul echaba chispas mientras se trituraba contra la barandilla. Cuando Paul paró por fin, gritando, notó que ya no estaba derrapando por el lado del acantilado y por tanto, que todo iba a salir bien.

    Repensó esa idea un momento más tarde cuando vio al conductor de Taurus infractor abrir de golpe la puerta del coche y salir corriendo hacia él. Era el viejo demacrado que le había derrumbado el día anterior.

    —¡Oh, mierda! —dijo él.

    El motor del coche se había parado y Paul rápidamente lo puso en marcha. Pero antes de que pudiese salir marcha atrás, el hombre estaba en la puerta del coche que, sólo ahora se percató, no estaba cerrada por dentro. Con su brazo izquierdo, el agresor abrió la puerta y con el derecho agarró a Paul por el pelo y tiró hasta sacarlo del coche.

    Dos años de Tae Kwon Do en la facultad le habían enseñado a Paul una cosa: que no sabía una mierda de pelear. Forcejeó con la sorprendentemente fuerte mano del hombre, quien aún llevaba el mismo traje y camisa con la que Paul le había visto por última vez. Hasta tenía manchas de hierba en el lado izquierdo. En alguna parte de su mente, Paul sospechaba que el hombre probablemente no había dormido bien la última noche.

    Pero la mayoría de su cerebro estaba trabajando en abrir su boca y gritar: —¡JOOOOOODER! —mientras él era estampado con fuerza contra el lateral de su propio coche. e—¿Dónde está ella, desgraciado de mierda? ¿Dónde está?

    El tipo no daba tiempo a Paul para responder antes de golpearle contra el coche una y otra vez.

    —¿Dónde está Erica?

    Esa debía de ser la hija del CFO, asumió él.

    —¡Está bien! —intentó gritar Paul, aunque encontraba difícil gritar con la mano del hombre en su garganta y el hecho de que los golpes le habían dejado sin aire —¡No la secuestraron de verdad! ¡Está en Hollywood! ¡De vacaciones!

    —¿Qué? —dijo el agresor, su voz era una mezcla de furia y confusión—. Repite eso.

    —¡Nunca la secuestraron! —croó Paul—. Simplemente la enviaron de vacaciones gratis y le dieron un teléfono móvil nuevo!

    El agresor parecía, como poco, confundido. Aún furioso, por supuesto, pero también confundido.

    —¿Dónde? ¿Dónde podemos llamarla?

    —¡No lo sé! ¡Yo sólo era el tipo de la recogida!

    No muy feliz con esta respuesta, el atacante estampó a Paul contra el coche y sólo ligeramente apretó la garganta de Paul. Realmente estaba en buena forma para su edad... y andaría camino de los setenta. Por primera vez en su vida, Paul pensó que quizá debería haberse metido en serio con eso de las artes marciales. Si salía de esta, tendría que apuntarse a algunas clases.

    Asumiendo que saliese de esta.

    —Disculpad, tíos. ¿Me podéis echar una mano aquí? —preguntó una voz femenina lejos, muy lejos.

    Paul creyó reconocerla, pero la carencia de oxígeno en su cerebro empezaba a hacer que todo pareciese muy tenue.

    —¡Me alegro tanto de haber encontrado a alguien aquí parado! —continuó la voz, acercándose—. Mi coche se ha estropeado y no consigo señal en mi móvil aquí arriba. ¿Puede alguno de vosotros llevarme?

    ¿Es que no veía esta mujer que habían tenido un acidente y que este tío lo estaba estrangulando?

    El agresor parecía estar haciéndose la misma pregunta mientras aflojaba la garganta de Paul.

    ¡Por fin! ¡Podía respirar de nuevo!

    El aspecto negativo de aflojarle la garganta fue que esto liberó un feroz ataque de tos que hacía que le doliese aún más la garganta, sólo que esta vez de dentro afuera.

    Cuando levantó la vista, la mujer estaba sólo a unos metros de distancia. Y lo más importante, la mujer era un moteado clon moreno de Chloe con un jersey verde gigantesco. A medida que más oxígeno por fin se abría paso hacia su cerebro, Paul notó que probablemente no era un clon en absoluto, sino la verdadera Chloe con una peluca.

    —Qué ha dicho, —dijo el viejo—. No la he oído —el tipo estaba ganando tiempo. Suspicaz.

    —Que necesito ayuda con mi coche —dijo ella señalando a un coche que Paul no había visto nunca antes y que estaba parado al otro lado de la carretera a unos cincuenta metros más adelante—. ¿Me pueden llevar a la próxima salida? —ella siguió caminando hacia ellos y estaba ahora a sólo un paso de distancia.

    —Madam, lo siento, pero nosotros mismos acabamos de tener un problemilla —dijo el hombre—. Tenemos que intercambiar la información del seguro y esas cosas.

    —¡Oh Dios! —dijo Chloe—. ¡Están todos bien? Soy enfermera. Quizá debería examinaros para estar seguros de que no hay lesiones en el cuello ni nada —ella avanzó otro paso, casi insertándose ella misma entre el hombre y Paul.

    —No no, ambos estamos bien —insistió el hombre—. Sólo un poco aturdidos, eso es todo…

    —Guao, él parece herido de gravedad —dijo ella mirando de cerca a las marcas rojas alrededor del cuello de Paul.

    Tocó con cuidado el lado de su cara con la mano izquierda y aplicó la presión justa para girar su cabeza hacia un lado.

    —Mire esto de aquí —dijo ella mientras se inclinaba de cerca—. Esto es serio de verdad.

    El viejo dudó un momento y luego, sólo por ser educado, se inclinó hacia adelante para mirar.

    Eso fue todo lo que Chloe necesitó.

    Oculta a los dos hombres, una pistola aturdidora bajó deslizándose por la manga del jersey y cayó en su mano derecha. En un movimiento contínuo, ella la activó y clavó los dos aguijones en la nuca expuesta del viejo, haciéndole caer de rodillas en un instante. Ella cogió a Paul de la muñeca y tiró de él detrás de ella, corriendo hacia su coche. Entraron y se pusieron en camino antes de que el hombre pudiese siquiera levantar la cabeza para verlos escapar. Paul miró hacia atrás por el espejo retrovisor y vio a su atacante luchando por ponerse en pie y maldecir mientras ellos conducían fuera de la vista.

    —Bueno —dijo Chloe mientras maniobraba el coche por la sinuosa carretera hacia casa— ¿Qué has estado haciendo?

    Mientras su corazón empezaba gradualmente a recuperar su ritmo natural, Paul recordó la última imagen que había visto antes de que el mamón le sacara de la carretera. La condenada pegatina «RUSH tiene RAZÓN». Por supuesto, el bastardo era un fan de la tertulia radiofónica derechista. Paul siempre supo que los republicanos irían a por él.

    —Sólo buscando inspiración —dijo Paul—. ¿Y tú?

    —Sólo siguiéndote por ahí.

    —Gracias, supongo.

    —No hay problema, campeón, —dijo ella encendiendo el estéreo—. Ahora sabes que siempre tengo un ojo en tu parte de atrás.

Capítulo 21

    —Debe de haber seguido el coche de Paul en el parque —dijo Chloe—. Es lo único que tiene sentido.

    —Supongo que eso ha de ser —coincidió Raff—. Chloe, de veras que siento haber dejado que pasara esto. Quiero decir…

    —Es a Paul a quien deberías pedirle jodidas disculpas. Y a mí. Y a la Tripulación entera. ¿Y si nos hubiera encontrado aquí? ¿Eh? ¿Y si hubiera aparecido en la casa? Entonces estaríamos bien y verdaderamente jodidos, ¿no te parece? Sería el jodido Fremont otra vez.

    —¡Lo sé, lo sé! Me siento como una mierda por todo esto.

    —Pasemos a control de daño. Necesito que te ocupes del coche de Paul. Está varado en el arcén de la 17 y a estas alturas ya habrá llamado la atención de la policía. Si es que tenemos suerte y no ha sido remolcado ya. Pero yo no contaría con que vaya a estar allí mucho tiempo. Paul dejó las llaves en el contacto, así que tendrás que hacerle un puente si nuestro nuevo misterioso amigo las ha cogido.

    Desde el pasillo donde estaba espiando, Paul oyó a Raff abrir la puerta delantera. —Voy de camino.

    —Que te jodan —suspiró Chloe después de que cerrara la puerta—. Menudo jodemierdas.

    Paul se movió de su escondite y entró en el salón. —¿Voy a volver a ver ese coche de nuevo?

    Ella alzó la vista hacia él con una vaga sonrisa. —Lo siento, aunque probablemente lo convertiremos en algo de dinero para ti. Y podríamos ser capaces de entrar en los archivos de Tráfico y despeinar un poco el registro, pero si este tío de verdad era un detective privado, probablemente ya sabe quién eres.

    —Eso no puede ser bueno.

    —No, en realidad, no. Por otro lado, al sacarte de la carretera y ahogarte ha quebrantado más leyes que nosotros, así que no es probable que vaya acudir a la policía. Además, Abeja oyó en las llamadas de teléfono que la hija ha llamado a su papi, así que su principal motivación para ir a por ti ha desaparecido.

    —Ja —bufó Paul—. Menudo consuelo.

    Se dejó caer en el sofá junto a Chloe, quien subió las piernas para que descansaran en su regazo. Él empezó a masajear ociosamente sus pies desnudos.

    —Tengo una pregunta para ti, Chloe.

    —¿Por qué te estaba siguiendo?

    —Eso me había pasado por la cabeza.

    —Me sentía tan mal por haberte gritado esta mañana que estaba preocupada de que pudieses hacer algo estúpido.

    —¿Estúpido como qué?

    —Estúpido como marcharte.

    —¿Temías que me iba a ir simplemente sin decir adios?

    —No sería la primera vez. La gente con la que me encuentro en esta… este estilo de vida tiene el hábito de desaparecer en el viento. Yo incluida.

    —Pues quizá sea yo quien debería estar siguiéndote.

    Ella dio una carcajada. —Puedes intentarlo al menos

    —Bueno, hoy he conocido a un simpático detective privado. Quizá pueda ayudarme.

    —Deberías preguntárselo la próxima vez que os encontréis.

    —Asumiendo que no tenga su mano apretándome la garganta, haré justamente eso.

    Quedaron ambos en silencio durante un incómodo momento antes de que Chloe dijera: —Lo siento de verdad por eso. Le eché una bronca a Raff por pifiarla de esa forma.

    —Como una mujer sabia sugirió una vez, pasemos a control de daño.

    Ella sonrió: —Esta bien. Raff se está ocupando del coche y yo he puesto a algunos chicos a investigar quién demonios es ese mamón. Conseguí el número de la matrícula antes de freirlo con la pistola.

    —Eres bastante habilidosa con ese chisme, por cierto. El tipo ni lo vio venir.

    —Nunca lo hacen.

    —Pero esa no es la clase de control de daño de la que estoy hablando. Pienso que necesitamos retomar nuestra conversación de esta mañana.

    —¿Es necesario? Siempre que tenemos esta charla sales corriendo y un completo extraño te pega una paliza.

    —Hablo en serio, Chloe. Más que nada, lo de hoy prueba que estoy metido en esto ahora. Directamente, justo en el medio. Sabe quién soy. Necesito que vosotros me ayudéis a esconderme.

    —Haremos eso, Paul. Yo cuidaré muy bien de ti, te lo prometo, pero…

    —No, Chloe. No quiero ser tu protectee, si es que eso es una palabra. Yo quiero participar en mi propia defensa. Quiero pagar por mi propio camino.

    —¿Tú sabes lo que estás diciendo, Paul? Hace falta algo grande para ganarte a la Tripulación.

    —Yo creo que tú eres la única con quien estoy teniendo problemas de ganarme, Chloe. Los demás parecen bastante dispuestos a aceptarme.

    —Yo no estaría tan segura de eso, Paul. Y por favor, no hagas nada que puedas lamentar más tarde.

    —Lo tengo todo pensado, Chloe —dijo Paul.

    De hecho, sólo tenía la silueta básica de una idea, pero la tendría resuelta para cuando fuese la hora de la reunión. Después de todo, era diseñador de juegos y dibujante. Grandes ideas geniales eran sus acciones y activos.

    —Me gustaría decírselo a todos a la vez. ¿Puedes reunir a todo el mundo esta noche?

    —¿Por qué?

    —Ya lo verás .

    —No me gustan las sorpresas, Paul. Son malas para los negocios.

    —Te gustará esta. Confía en mí.

    Había creído que estaría nervioso, pero no lo estaba. La idea había germinado en su cabeza y, cuanto más pensaba en ella, más le encantaba. Paul no tenía problemas en dirigirse a una audiencia y había dado docenas de presentaciones más complicadas que esta cuando buscaba un editor o nuevos fondos para el juego. A diferencia de los corporativos con dinero, él ya caía bien a esta gente, en teoría. Nada de lo que preocuparse. Sólo preséntalo ahí fuera para ellos y lo aceptarán.

    Antes, cuando había estado trabajando en los detalles de su gran plan, había hecho una lista de lo que no le gustaba de los planes que había visto ejecutar a la tripulación.

    El primero de todos, carecían de plumaje. No había drama en ellos, no había teatro. Y aunque eso probablemente los hacía mejores para el crimen, no funcionaba para la clase de impresión duradera que Paul quería dar. Como con sus comics y sus juegos, él quería crear algo nuevo y excitante y sobre lo que estas personas estuvieran hablando durante los años venideros.

    Segundo: él no quería hacer nada que hiciese daño a la gente, especialmente gente inocente como el CFO en la estafa de Raff. No había nada divertido en asustar a un viejo con amenazas sobre su hija, por muy falsas que fuesen esas amenazas. Necesitaba escoger objetivos selectos, la clase de personas que él imaginaba que Winston podría elegir si fuese él quien ideara el plan. Pesados, hipócritas, avariciosos, y, lo más importante, gente crédula a la que le vendría bien un pequeño escarmiento. La pegatina en el parachoques le había dado la chispa de la inspiración y él había abanicado las llamas creadoras a partir de ahí. Su plan era un poco más barroco y entregado que nada que él hubiese visto hacer a la Tripulación antes, pero pensaba que lo apreciarían en cuanto se lo expusiera.

    El salón no estaba tan lleno como lo había estado la noche antes. Chloe lo había avisado de que no vendrían todos sólo para oírle hablar. Raff por fin había regresado de hacer lo que fuese que había hecho con el viejo coche de Paul. Le había mostrado el pulgar arriba a Paul al pasar por la puerta y luego había tomado su lugar de costumbre apoyado contra la pared del fondo de la habitación.

    —Parece que hemos conseguido la mayor multitud que vamos a tener, así que empecemos —dijo Paul.

    Había diez de ellos allí, incluyendo todos los que habían trabajado con él en la estafa de los comics. Al menos se había ganado algunos fans con su primer loco plan.

    —No sé quién sabe cuál es mi situación aquí, pero probablemente ha sido bastante difícil no verme ronceando por ahí las últimas semanas. Me he divertido mucho trabajando y pasando el rato con todos vosotros y, bueno, me gustaría intentarlo y hacer de esto una relación más permanente.

    Nadie pareció sorprendido por este anuncio, así que siguió con ello.

    —Soy consciente de que este es usualmente un club solo para invitados y, bueno, nadie me ha invitado oficialmente ni nada de eso. Imagino que probablemente eso tiene mucho que ver con el hecho de que no tengo ninguna habilidad o historial que pudiese ser, ya sabéis, útil —recibió varias educadas risas sofocadas que mostraban pleno acuerdo con eso—. Ciertamente no soy un hácker ni nada de eso. Sin embargo, tengo algo en mí, algo por lo que os debo una a todos vosotros y algo que pienso que puedo compartir con vosotros.

    Varios se inclinaron hacia adelante expectantes tras oír esto. Paul se preguntó cuántos de ellos estarían esperando que él fuese a darles su dinero.

    —Habéis hecho que me dé cuenta de que puedo usar mi imaginación para algo más que dibujar comics y hacer videojuegos. Creo que tengo creatividad y una afinidad para lo inesperado que puedo blandir en beneficio de todos nosotros. Y se me ha ocurrido un plan que me gustaría proponeros. Un plan que pienso que puede darnos un montón de dinero.

    —Aquí está mi proposición. Os propongo este infame plan mío. Si os gusta y si todo va bien, me permitís entrar y ser un miembro oficial de vuestra alegre banda —examinó las caras de la asamblea y notó que esperaban algo más de él.

    Sin pensarlo, añadíó: —Y si todo va mal, bueno, compensaré la diferencia con el dinero que vosotros me ayudasteis a conseguir de mi antigua compañía —casi los había perdido hasta que llegó a esa última línea.

    No había planeado hacer esa oferta, pero podía saber que no los estaba impresionando con su pequeño discurso. Las palabras simplemente se le escaparon de la boca.

    Chloe estaba triste y negaba con la cabeza, pero al menos tenía la atención íntegra de todos ahora.

    —Vamos a oír el plan —dijo Raff desde el fondo, lanzando a Paul un conspiratorio guiño de apoyo.

    Al menos una persona pensaba que esto era buena idea.

    —Bueno, estaba conduciendo por ahí hoy temprano buscando inspiración y me choqué con ella literalmente. ¿Quiénes son las personas más crédulas e ilógicas de ahí fuera? ¿Quién se puede creer cualquier condenada idiotez sin importar lo ridícula que sea mientras se diga con autoridad? ¿Quién merece que separen su dinero de sus cuentas bancarias por principio general, sólo por ser tan detestables?

    Se detuvo para saborear el momento.

    —La respuesta es obvia... radioyentes de tertulias de derechas. 

Capítulo 22

    Dos semanas más tarde, La Fiesta de Calle Anual de Los Gatos se extendía a lo largo y ancho del mayor parque de la mayor comunidad adinerada del centro. Localizado sólo a algunas millas al Sur de San José, Los Gatos es sólo una de tantas en la extensión de ciudades que alfombran Silicon Valley. A diferencia de lugares como Cupertino, Milpitas, Santa Clara y Campbell, que son totalmente indistinguibles del propio San José, Los Gatos tiene bastante distancia física y socioeconómica para distinguirla. Paul había oído una vez que la ciudad se describía como el "Cielo de los Yuppies" y él no había encontrado ningún motivo para discrepar. En un domingo por la tarde normal, el parque estaría lleno de gente paseando a sus perros con pedigrí, sorbiendo su café helado de diseño y conduciendo por ahí sus malcriados infantes en carritos de alta tecnología.

    Hoy no era diferente, excepto que tendrían la distracción añadia de variadas tiendas llenas de pinturas y artesanías por las que navegar. En un extremo del parque había un escenario de buen tamaño con una banda instalada y esperando a que la alcaldesa dijese algo oficial y bonito sobre la tarde. En el fondo se mostraban prominentes logos de los dos principales patrocinadores corporativos: Starbucks y BP. Paul se preguntó si la alcaldesa cambiaría su discurso a la luz de lo que ellos estaban a punto de hacer.

    El reloj dio las 1:45 y, según lo esperado, una multitud considerable de un centenar de personas se había reunido en la vecindad del escenario general. Un lacayo dio tres golpecitos en el micrófono para asegurarse de que funcionaba el sistema de sonido y asintió hacia fuera del escenario a la alcaldesa de que todo estaba preparado si ella lo estaba.

    De pie entre la multitud, Abeja advirtió todo esto y envió la señal. En el interior de la gran furgoneta de carga aparcada a menos de una manzana de distancia, la señal le llegó a Chloe.

    —De acuerdo, tropa. Afuera.

    Se abrieron de par en par las puertas traseras de la furgoneta y salieron cinco payasos de cara triste llevando botas amarillo brillante hasta las rodillas y monos verde neón con símbolos de peligro biológico cosidos a la espalda. Chloe iba en cabeza llevando una másara de payaso y una deslumbrante peluca púrpura gigante al estilo afro. Blandía un megáfono con forma de cuerno de toro en una mano y un cartel que proclamaba: "COMERCIO LIBRE = COMERCIO SANGRIENTO" en la otra.

    Detrás iban Paul y Confetti cargando una taza de café de Starbucks de dos metros de alto hecha de papel maché. La taza tenía una pajita inclinada que sobresalía por la parte superior.

    Los dos últimos payasos, Filo y Kurt, desplegaron una larga pancarta de lienzo que pendía entre dos postes de madera y que usaban como mangos. En cuanto salieron de la furgoneta, alzaron el estandarte sobre sus cabezas y revelaron su mensaje entero de tres metros de largo: "GRANOS COCINADOS CON SANGRE – PETRÓLEO DRENADO DE LA CARNE."

    Paul había sido muy insistente en que los lemas tuvieran un tono muy visceral. Chloe se llevó el megáfono a la boca mientras guiaba a su pelotón de manifestantes directo al hueco entre la multitud delante del escenario. A cuatro manzanas de distancia, otros dos miembros de la Tripulación estaban representando una escandalosa "riña doméstica" que ya había atraído la plena atención de los oficiales de policía más próximos.

    —¡Damas y caballeros! —gritó Chloe—. ¡Chicos y chicas! ¡Niños de todas las edades! ¡Bienvenidos al Festival Burgués de los Explotados!

    Todos, desde la alcaldesa en adelante, se giraron hacia el excéntrico grupo. Las expresiones iban desde curiosa hasta furiosa perplejidad, con un poco en medio de amistosas sonrisas por parte de algunos niños.

    —¡Somos los Arlequines de la Hegemonía! ¡Los Payasos de la Corporatocracia! ¡Los Bufones de la Justicia! ¡Estamos aquí para traeros a todos noticias que os harán vomitar! ¡Todo lo que habéis temido preguntar sobre el sorprendente enlace entre la negra bilis que derramáis por vuestros tanques de gasolina!

    La alcaldesa, siendo una mujer de las que toman el mando, dio un paso hasta el micrófono y dijo: —Discúlpeme, necesita un permiso para...

    Que fue todo lo que todo el mundo oyó, una vez que Abeja pulsó el botón que interrumpía de forma remota el sistema de sonido del escenario. Sin asistencia electrónica, la alcaldesa no podía competir con la amplificada arenga verbal de Chloe.

    «Esto va bien», pensó Paul. «Todo se acabará bastante pronto.»

    Bajo la cobertura de los delirios gritados de Chloe, el equipo había llegado al frente de la multitud, que estaba más que ansiosa de abrirles el camino. El miedo a lo inesperado intimida a grandes masas de yupis con facilidad. Además, cinco personas de la multitud eran parte de la Tripulación, plantados allí mismo en el frente para ayudar a dirigir la asamblea de turbamulta yupi en la dirección adecuada.

    Chloe continuó: —¡Dais energía a vuestros cuerpos con el fruto de un trabajo con salarios de exclavo! ¡Conducís vuestros coches con líquido extraído del cuerpo de la Madre Tierra sin ninguna consideración por ella o por vuestro bienestar!

    Paul y Confetti levantaron el artefacto de la taza de café sobre sus hombros, la pajita inclinada apuntaba directamente a la multitud. Paul llevó la mano bajo el fondo de la taza y encontró el interruptor de la bomba.

    —¡Este festival maldito al que todos habéis venido! ¡Este desesperadamente maquinado y falso evento de regocijo está patronizado por dos de las más despreciables y odiosas camarillas criminales del mundo! —señaló con su letrero hacia los logos corporativos al fondo del escenario. La alcaldesa estaba buscando a la seguridad a gritos, pero nadie podía oírla.

    —¡Este es un festival de muerte, opresión y, por encima de todo, SANGRE!

    Paul activó el interruptor y el ingenioso mecanismo de la bomba de Abeja se puso impecablemente en acción. La pajita en lo alto de la taza escondía una tobera que disparó un chorro de líquido rojo sangre trazanzo una parábola sobre la multitud. Paul y Confetti pivotaron la taza de un lado a otro, rociando a tantos de los pronto berreantes y huidizos yupis como era posible. Incitados por los miembros de la tripulación entre ellos, la multitud empezó a retirarse hacia las tiendas del artesanía. Después de treinta segundos, el depósito de sangre estaba vacío.

    Chloe estaba en ese momento gritando sin palabras por el megáfono, ululando como loca para enfadar aún más a la multitud. Cuando vio que se había agotado la sangre, Se detuvo un brevísimo momento antes de girarse hacia sus camaradas.

    —Vale, soltadlo todo y correr. Ahora.

    Entonces empezó a gritar de nuevo mientras se giraba hacia la furgoneta y empezó a correr a toda velocidad. Los dos lanzaron la taza de café hacia la multitud que se retiraba. Con el depósito vacío era bastante ligera. Nadie había tocado ninguna pieza del artefacto sin llevar guantes de látex y ninguna de las partes comunes utilizadas en su construcción se podría usar nunca para seguir el rastro hasta ellos. Incluso se habían deshecho de las herramientas utilizadas para montar la bomba, en caso de que algún ambicioso policía tratase algún día de comparar marcas de herramientas. La larga pancarta cayó al suelo también y los cuatro payasos corrieron detrás de su líder. Tras ellos, la policía por fin había llegado a la escena, pero estaban pasando demasiadas cosas allí para dar sentido siquiera a alguna de ellas. La alcaldesa les estaba vociferando desde arriba del escenario, de modo que naturalmente su primer instinto fue asegurarse de que ella estaba bien. Mientras los dos polis luchaban por atravesar la multitud hacia el escenario, Chloe y compañía ya estaban dentro de la furgoneta. Frente al parque, ocioso en el porche de un restaurante cercano, un comensal larguirucho observaba desplegarse toda la escena a través del objetivo de su cámara de vídeo. No consiguió captar la matrícula de la furgoneta cuando esta aceleró hacia la entrada de la autopista, pero estaba diseñado para que así fuese. Mientras el orden en el parque se restablecía por sí solo de nuevo, Raff cerró su cámara de vídeo y puso 20 dólares para cubrir su almuerzo. Quería asegurarse de salir de allí antes de que aquella multitud decidiera que ya habían tenido bastantes emociones ese día y se fuesen a casa. Tenía al menos una cadena de TV que visitar antes de las noticias de la tarde.

Capítulo 23

    —¡Joder, sí! —aclamó Paul en la parte trasera de la furgoneta mientras se quitaba la peluca de payaso de la cabeza—. ¡Whuuuuu¡!

    El resto de la tripulación no pudo evitar unas carcajadas por el entusiasmo de Paul. —¡Ha sido increíble! ¡No puedo creer que funcionara de verdad! ¡La sangre! ¡Vísteis su reacción?

    —Y no olvidemos la siempre importante escapada —intervino Chloe.

    Ella estaba observando por una ventanilla tintada en la puerta trasera de la furgoneta, alerta ante cualquier signo de persecución policial. Habían salido de la autopista justo a pocos kilómetros de donde habían entrado y ahora estaban conduciendo a una sensible velocidad de circuito por las calles de Campbell, encaminándose hacia San José donde podían dejar la furgoneta y tomar vehículos separarados.

    —¡Cierto! —dijo Paul—. ¡La escapada! Muy importante para todo el plan. ¡Joder! Aún no puedo creer que sacáramos esto, ¿y vosotros? ¡Van a hablar sobre esto durante AÑOS!

    —Bueno, ¿qué es lo siguiente, Paul? —preguntó Chloe—. Este es tu espectáculo.

    —Bueno, primero vemos lo buenas que son las habilidades de Raff grabando cintas de víedo —dijo Paul, su mente avanzaba deprisa recorriendo los siguientes pasos del plan—. He comprobado la página web esta mañana y todo parecía estupendo. De modo que en cuanto consigamos las fotos de Abeja, podemos subirlas a la página junto con nuestro comunicado.

    —Parece que lo tienes todo bajo control.

    —Eso creo. Me harías saber si la estoy fastidiando demasiado, estoy seguro.

    —No, yo no dejaré que la fastidies en absoluto. —Chloe se giró y le sonrió—. Lo estás haciendo genial. Tú sólo concéntrate y todo el plan te saldrá bien.

    —Gracias. eso espero.

    —Saldrá, pero primero tienes que quitarte ese jodido maquillaje de payaso.

    Paul dio una carcajada. Se había olvidado del todo que tenía la cara pintada de blanco. Chloe había usado una máscara para poder volver a lo ‘normal' rápidamente y conducir. Los otros cuatro habían optado por maquillaje completo.

    —¿En serio? Justo cuando empezaba a gustarme mi nuevo aspecto.

    —Tú eliges, genio —le dijo al lanzarle una toalla húmeda—. Pero te aseguro una cosa: ni de coña voy a besar esa cara.

    Paul empezó a limpiarse la cara con la toalla. —Bueno, el look de payaso es tan de la temporada pasada. Tal vez debería reconsiderarlo.

    —Buena elección —dijo Chloe.

    Tres de las cuatro cadenas de TV locales emitieron sus informativos de la tarde con el reportaje de la protesta en Los Gatos. Raff había conseguido editar su vídeo rápidamente en trozos diferentes de la historia para que cada emisora pudiese tener su propia "exclusiva". Incluso con el vídeo, podría haber sido una historia de poco nivel de interés humano o hasta pasar desapercibida. En vez de eso, se había catapultado hasta el cielo por los correos electrónicos en masa que Paul había enviado a todos los mercados de los medios en el Área de la Bahía.

    La presentadora del Canal 4 dijo: —Perplejidad y consternación hoy en Los Gatos cuando unos manifestantes anarquistas radicales que se hacen llamar el Ejército de la Libertad Global pertubaron un evento comunitario con un espantoso espéctaculo. Como muestra este vídeo esclusivo, aunque iban vestidos de payasos, estos manifestantes no fueron nada graciosos.

    Este corte particular mostraba una amplia toma de los cinco payasos ante la multitud y luego un primer plano de la taza de café gigante rociando sangre sobre los sorprendidos espectadores.

    —El Canal 4 acaba de recibir un mensaje del grupo admitiendo la responsibilidad por la desorganización en la que afirman que rociaron sangre infectada de Vaca Loca sobre los muy confiados viandantes. El Canal 4 no ha sido capaz de confirmar esto con las autoridades sanitarias locales, pero urgimos a todos los expuestos a tomar las precauciones apropriadas.

    —¡Perfecto! —exclamó Paul desde el sofá el salón de Chloe—. Tendrán la verdadera historia en un par de horas cuando descubran que sólo es agua y colorante alimenticio, pero ese meme de la Vaca Loca va a dar vueltas por internet hasta que la verdad salga a la luz. ¡Hemos conseguido nuestra primera impresión!

    —Y todos sabemos lo importante que es eso —dijo Raff desde la silla—. Gran trabajo, Paul. No puedo creer que se lo hayan tragado.

    —Son noticias de TV local. Mostrarán cualquier cosa mientras suene emocionante.

    ¿Cuál es el dicho? Si sangra, hay titular.

    Cambiaron a las noticias de los otros canales y vieron similares reportajes. Todos mostraban el titular de las Vacas Locas y los videos de Raff como las estrellas del espectáculo.

    —¿Cómo va nuestra cobertura web? —exclamó Paul.

    Desde la Sala del Servidor, Chloe respondió gritando: —Preparado para salir ahora. Vamos a llegar a todos los importantes blogs de derechas en cuanto las noticias terminen de cubrirlo.

    Paul, siendo un lector de blogs desde hace mucho tiempo, había creado una docena o así de personalidades para que la Tripulación usara cuando postearan en los foros de mensajes y secciones de comentarios de algunas de las páginas web conservadoras más populares. Habían estado usando estas identidades falsas durante dos semanas para establecer ciertas bona fides con la demás gente que regularmente visitaba las páginas. Cada persona tenía un punto de vista decididamente derechista, pero diferente, desde el radicalmente religioso hasta el ultraconservador del libre mercado. Los miembros de la Tripulación publicarían una gran variedad de comentarios que Paul había preparado sobre los 'horribles sucesos' en Los Gatos, para remover la olla del ultraje con tantas cucharas diferentes como pudiera. Cuando las últimas noticias terminaban su cobertura, la Tripulación saltó a la acción y publicó el primer comentario. Durante las siguientes dos horas, propagaron la palabra a toda esquina conservadora de la web. Paul mismo publicó una de sus mezclas favoritas:

    «Autodenominados 'radicales' (léase, colgados de izquierdas) la han montado de nuevo. Rociaron Sangre Enferma encima de familias y NIÑOS en un parque de California. Enferma como su propia sangre, pero supuestamente de una vaca con la enfermedad de Las Vacas Locas. ¿¡¿¡¿¡Podéis creer a estos traidores?!?!? No se merecen a respirar aire en EEUU y menos a tener derechos y votar (tampoco es que son lo bastante inteligentes para hacer eso probablemente). Tenemos que de hacer algo para ayudar a detener a esta gente y ayuda a la gente buena que enpaparon con sangre enferma.»

    Paul pensó que la escritura torpe y los errores gramaticales capturaban más que la precipitada fraseología de un incendiado de derechas. Había escrito un par de cientos asi, incluyendo dialogos completos entre diferentes identidades en la pantalla. Así armada, la Tripulación podía controlar la dirección de la conversación y conducir las cosas a su modo. Evitaron las salas de charla, donde el flujo dinámico de la conversación era más complicado de controlar y modelar. Además, todo el mejor debate (e inflamadas guerras) tenía lugar en las secciones de comentarios de los blogs políticos y en algunos grupos de mensajes selectos. En sólo unas horas, varias páginas web tenían hilos de comentarios dedicados exclusivamente al ultraje en Los Gatos. A la Tripulación en realidad le estaba resultando difícil mantenerse por delante de la conversación, aunque habían hackeado algunas de las páginas para poder controlar el discurso con más precisión.

    Las noticias de las seis repitieron la misma historia que una hora antes, aunque habían intercalado un extra al afirmar que las autoridades negaban que alguien hubiese quedado expuesto a la enfermedad de las Vacas Locas y afirmaban que la sangre era falsa. A pesar de ello, por el bien del sensacionalismo, los informativos dejaron bastantes calificativos y dudas en su copia de las noticias para que un espectador asustadizo aún pudiese sospechar que había pasado algo verdaderamente horrible. Tuvieron que pasar otras cinco horas antes de que las noticias locales saliesen con una visión más reforzada (y verdadera) de lo que había pasado en realidad. Para entonces, la versión de Internet de la historia se había convertido en una fuerza casi imparable.

    A las 7:00 PM, Paul dio la señal para que la página web del Ejército de la Libertad Global se hiciese pública. Hospedada fuera del país y a través de una serie de filtros que hacían el rastreo imposible, la página mostraba cortes de vídeo grabado por la cámara oculta de Abeja junto con el texto completo del manifesto anti-corporativo y anti-libre comercio del grupo. La página principal mostraba la gran foto de un hombre vistiendo un polo y Dockers siendo empapado en sangre en el parque de Los Gatos ese día. Sobre ella aparecía el titular: ESTO ES SÓLO EL PRINCIPIO, y debajo, ATACAREMOS DE NUEVO POR LA LIBERTAD.

    En cuanto la página salió al público, la Tripulación empezó a poner enlaces de ella en todos los blogs que habían estado preparando durante horas para ese mismo momento. Incluso sin su posterior intervención, los lectores de derechas habrían explotado ultrajados por la página, pero con Paul y compañía guiando el camino, las autojustificadas llamadas a la acción alcanzaron un nivel febril. A las 9:00 PM tanto Instapundit como el Drudge Report estaban conectados a la historia, así como numerosos blogs de izquierdas como Atrios, Talking Points Memo y Daily Kos.

    Paul sintió una punzada de culpa liberal por este último desarrollo, pero sabía que no podía permitir que sus propias inclinaciones políticas se interpusieran con su gran estafa. Además, en última instancia eran los radicales de derechas quienes sentían el dolor en esto, no los demócratas. Así que lanzaron la fase izquierdista de la campaña de desinformación.

    En las últimas dos semanas también habían establecido un puñado de nombres falsos de liberales con expreso propósito de añadir leña al fuego. Mientras que la mayoría de comentadores liberales describía la protesta como traviesa o peligrosa (o ambas), algunas personas ofrecían su pleno apoyo a la acción del Ejército de la Libertad Global. Incluso recibieron apoyo de nombres que ellos no habían creado. Y por supuesto, las falsas identidades de la derecha se enteraban rápidamente de lo que estaban diciendo las falsas identidades de la izquierda, y publicaban enlaces y citas de ellas en las páginas conservadoras. Todo yonqui de la política y amargado con el mono de Internet que no tenía nada mejor que hacer un domingo por la noche estaba involucrado en el debate, y poco después había más charlas de las que la Tripulación podía controlar.

    A las 10:45 Chloe gritó desde la Sala del Servidor —¡Estamos en MSNBC!

    Paul pulsó rápidamente en el icono de su navegador para entrar en MSNBC.com. Y allí estaba. Un titular de una línea en la parte derecha de la pantalla: «Bromistas de California Causan Pánico con las Vacas Locas.» Perfecto. Era domingo, una noche de noticias lentas con la que contaban para que les diese más atención de la que merecian. Paul sabía que muchos reporteros de internet que gestionaban laa horas importantes de las páginas web de las redes imformativas también mantenían al menos un ojo en los blogs políticos. Algo tan ultrajante y de tanta carga politíca probablemente iba a acabar en la página de las Noticias de la Fox también, especialmente desde que Drudge la había anunciado.

    Era ahora pasada la medianoche y eso implicaba que eran después de las 3:00 AM en la costa Este, y las cosas estarían por fin empezamdo a morir. Paul sugirió que recogieran y durmieran algo. Mañana liberarían el vídeo completo que Abeja había grabado con cámara oculta (camuflada como unas gafas), junto a la amenaza de interrumpir otro evento público en las próximas dos semanas. Paul estaba preparado para irse a dormir de todos modos y, además, mañana necesitaba estar preparado para lo que podría ser su desafío más duro... la charla en la radio. 

Capítulo 24

    Cuando Paul había dado su primer paso para convertirse en dibujante profesional de comics, también había estado trabajando como repartidor de pizza en Papa Johns. Puesto que él era más creativo por la noche (especialmente de madrugada), había escogido el turno de la comida. El castigado sistema estéreo de su viejo Volvo del 86 se tragaba todas las cintas de música y eso le dejaba sin nada salvo la radio. Fue durante esas largas y calurosas tardes conduciendo por Tampa cuando había aprendido a apreciar el horror y el espectáculo de este Rush Limbaugh. Él odiaba todo lo que salía de la boca de Rush, y lo peor eran los papagayos de los oyentes que llamaban y sus inanes parloteos. Pero por alguna razón, él no podía apagar la radio, no conseguía parar de escuchar. Conoce bien a tu enemigo, como dice el dicho, o al menos era lo que se decía a sí mismo. En realidad, lo que realmente le fascinaba era la facilidad con que Rush podía mentir, distorsionar y lo rápido que sus radioyentes se zampaban cada palabra suya. Cuando emergió la revolución de la radio derechista en los noventa y en la era Bush II, Paul escuchaba y seguía la actualidad.

    Ahora, gracias a Dios, tenía la emisora de izquierdas Air America para satisfacer sus ideales políticos, aunque sus oyentes a veces parecían tan cerrados y creídos como los de Rush. Al haber pasado incontables horas escuchando ambos lados, Paul se consideraba un verdadero experto en los entresijos del coloquio de la radio conservadora. Con la mañana del lunes aquí, era hora de poner ese conocimiento a prueba.

    Había dormido muy poco la anoche anterior, dando vueltas y moviéndose tanto que Chloe le había echado de la cama porque la estaba despertando. Aunque habían compartido la cama desde que él había regresado, no había habido nada sexual entre ellos desde la playa. Paul tenía la impresión de que ella estaba esperando para ver cómo se manejaba él como líder. Paul estaba convencido de que si sacaba esta estafa como la había planeado, ella le vería por fin como un compañero y, esperaba él, amante.

    Aunque casi todos los sabios técnicos en la Tripulación habían estado conversando en blogs y boletines de noticias de Internet, ninguno de ellos había oído mucha tertulia en la radio. Eran definitivamente más un grupo de gente que escuchaba música, así que Paul tuvo que hablarles bastante extensivamente sobre cómo se comporta el típico oyente en la radio. Había creado una persona sencilla para que la interpretara cada uno de ellos y había escrito un par de guiones básicos con los que trabajar. A Paul no le preocupaba demasiado que ellos dijesen lo mismo en dos programas diferentes, porque era probable que no llegaran a entrar en ninguno, al menos no en ninguno de los programas nacionales. Los chicos importantes que tenían sindicación nacional como Rush y Hannity, y hasta O'Reilly, tenían miles de oyentes que llamaban cada hora. Entrar en uno de esos progranas sería pura suerte. A diferencia de los otros aspectos de la estafa, esto era algo que Paul no podía planificar ni controlar. Aunque entrar en el aire no era necesario, sería un estupendo impulso en el negocio. En cuanto se abrieron las líneas de teléfono nacionales, los miembros de la Tripulación empezaron a llamar. Paul les había advertido que tendrían que esperar al teléfono durante una hora o más. Mientras tanto, Paul, Chloe, y Raff habían decidido concentrarse en las llamadas de los programas locales, donde se imaginaban que tendrían mejor oportunidad de salir en antena, sobre todo después de fingir que habían sido testigos presenciales del verdadero evento. Bueno, fingir no en realidad, ya que ellos habían estado allí cuando había sucedido, sino más bien fingiendo ser meros viandantes inocentes llenos de ultraje por lo que les había pasado. Cada oyente tenía su propio Walkman y auriculares sintonizado en la emisora asignada y un teléfono que Abeja había preparado especialmente para la ocasión. Algunos de los programas mantenían registro de las llamadas entrantes y todas tenían identificador. Bloquear simplemente la señal ID podría levantar algunas sospechas, de modo que Abeja había inventado un pequeño chisme que daba un nombre y número falsos. Cada caja negra tenía el nombre y número falso impreso en ella para que el miembro de la Tripulación que lo usara no olvidara quién se suponía que era.

    Chloe fue la primera en entrar en antena, en su caso a un prograna llamado El Programa de Sam Evers. El presentador; un DJ de cincuenta y tantos, antiguo top 40 que se había vuelto conservador de pronto al empezar a perder contacto con la juventud; llevaba un programa que las noticias Mercury de San José había calificado como "El equivalente de derechas de los maestros de la radio sensacionalista". Al tipo le encantaba hacer crudas canciones paródicas sobre los gays en San Francisco, sobre los dos senadores democráticos de California y, por supuesto, sobre Hillary Clinton. Emergió hasta destacar durante la rellamada a las urnas de California como uno de los mayores propulsores de Arnold, apareciendo en docenas de eventos por el Área de la Bahía. En muchos sentidos, Paul tenía a Evers en mente cuando había concebido Los Gatos como lugar para la broma. Sabía que Evers vivía en las montañas justo al norte de la ciudad y había confiado en que el tipo incluso pudiese haber estado presente. No hubo tal suerte, pero había sido útil en un aspecto: la broma resultó ser el tema principal en el programa de Evers. Despotricaba contra esos Sucios Punky de Berkley que habían declarado una Guerra Abierta contra todo lo bueno y decente en el Área de la Bahía con sus ateas tácticas terroristas comunistas. Chloe, habiendo pasado la selección de llamadas, era la tercera oyente con quien él hablaría.

    —Jody en Campbell, estás en antena con Sam Evers —dijo él.

    —Uh, hola, Sam. Me encanta tu programa —dijo Chloe—. Desde hace mucho tiempo, primera vez que llamo.

    —Estupendo tenerte con nosotros, oyente. ¿Creo que fuiste testigo de este ataque terrorista de primera mano? ¿Es correcto?

    —Totalmente cierto, Sam. Estuve allí y… y te lo aseguro, Sam, fue de lo más ultrajante que he visto.

    —Cuéntanos lo que pasó, Jody. ¿Qué hicieron esos descerebrados empapados en pachuli?

    —Tengo que decirte, Sam, que yo vivo una buena y decente vida cristiana. No quedan muchas familias como la mía hoy en día. Ya no hay muchos lugares para una familia con verdaderos valores. Bueno, mi marido y yo estábamos deseando llevar a nuestra hija pequeña a este festival de arte.

    —¿Qué edad tiene tu hija?

    —Tiene cinco años, Sam. Y es una niña encantadora. Nunca ha estado expuesta a nada así y, te lo aseguro, anoche tuvo pesadillas como no creerías... nos quedamos toda la noche levantados con ella, la pobrecilla.

    —Una niña inocente, aterrorizada, posiblemente para toda la vida —dijo Sam con su voz tan seria como en un funeral—. Si estos degenerados de verdad se preocuparan tanto por los pobres y supuestamente explotados trabajadores, quizá les molestara el hecho de haberle dado un susto de muerte a esta pobre niña con su perversa broma autoindulgente.

    —Eso es cierto, Sam. Y sólo quería llamar para decirte eso, ¿sabes?, alguien debería hacer algo. Es decir, la policía dice que están investigando, pero apuesto a que, aunque atrapen a esos, no harán nada. Apuesto a que el ACLU saldrá ahí fuera con su estúpida basura y defenderán a esas personas.

    —Esos terroristas —añadió Sam.

    —Cierto. Exactamente. Esos terroristas. Y el ACLU y los jueces liberales los dejarán en libertad. Alguien tiene que hacer algo. La gente decente de aquí tiene que unirse y enviarles el mensaje de que esto no está bien —la voz de Chloe empezó a ahogarse con falsas lágrimas—. No aquí, no en nuestra América.

    Sabiendo que no conseguiría nada mejor que esa frase empapada en lágrimas que Chloe le acababa de servir, Sam tomó el control a partir de ahí. —Gracias por tu llamada, Jody, y dale a tu hija un gran abrazo de parte de todos nosotros de aquí del programa de Sam Evers.

    Chloe fue entonces desconectada, lo cual era un alivio, porque de inmediato empezó a reir. Paul y Raff había sintonizado el programa de Evers en cuanto Chloe había entrado en antena y empezaron a reir también.

    —Dios, ha sido perfecto —dijo Paul quitándose los auriculares y dando a Chloe una alentadora palmada en la rodilla.

    —El nivel perfecto. ¡Podía imaginarme a Jody exactamente! ¡Y a su pobre hija! —Raff aún tenía los auriculares en una oreja—. Dios, este pesado mamón aún sigue con lo de la hija —les informó—. Eso ha sido un gran ángulo, Paul.

    —Los de derechas siempre se creen la línea de "protege a nuestros hijos" —explicó Paul—. Es su propia excusa para todo lo que hacen, así que aprovecharán cualquier oportunidad para subirse a ese manido y viejo carro.

    —Bueno —dijo Chloe girándose hacia Paul—. ¿Cuando publicamos la segunda página web?

    —No estoy seguro —le respondió—. ¿Qué piensas tú?

    —Tenemos dos factores diferentes a considerar. Es la elección que tienes que hacer con casi cualquier estafa. Ahora mismo el tema está que arde. Seguro que vamos a tener más exposición de la que imaginamos. Así que cuanto antes demos el siguiente paso, más gente arrastraremos.

    —Pero —dijo Paul— ¿no fuerza la credulidad pensar que alguien haya podido montar una página web así tan rápidamente? ¿La gente empezará a sospechar que se trama algo?

    —Exactamente. Esa es la pregunta. Y creo que en algo como esto, tienes que ir con la inercia. Sé que no estábamos planeando salir con la página hasta mañana, pero nuestra audiencia objetivo está hablando de esto ahora mismo. No va hacerse más grande a menos que le demos un empujón.

    —No estoy seguro —dijo Paul—. ¿No crees que parecerá demasiado conveniente? Esto sólo funciona si la gente cree que es real.

    —Pero tú lo ves desde dentro, Paul. Para ti, todos los engaños parecen demasiado convenientes y demasiado obvios porque sabes que son fabulaciones. Pero los demás no lo miran con tanto detenimiento. Esos locutores y lacayos de Internet, lo único que quieren es una gran historia que seguir. Y tú te inventaste una gran historia. Van a creerla porque quieren creerla. No están buscando agujeros en la historia. Quieren algo con lo que enfadarse. No lo puedes pensar demasiado. En cuanto empiezas el juego tienes que tomar decisiones en el momento y no quedarte paralizado con excesivos análisis. Recuerda, como siempre decimos por aquí, ningún plan de batalla sobrevive al contacto con el enemigo, por eso no puedes pensarlo demasiado cuando la vida real se adelanta a tu plan.

    —Ahhh —dijo Paul—. Entendido. Vale, hagámoslo. Sube la página web. Pero quizá hazla un poco más boba, quita algo de las funciones como el "streaming" de vídeo. Sólo lo básico.

    —Pero incluimos la parte donde donas dinero —le recordó Chloe.

    —Por supuesto. Para eso estamos aquí, ¿no?

Capítulo 25

    —Es buena señal cuando completos extraños hacen el trabajo por ti —dijo Chloe.

    Era de noche ahora y estaban esperando al teléfono para hablar en otro programa de radio local. Sólo otros tres miembros de la Tripulación habían salido en antena durante el día, uno de ellos en el Programa de G. Gordan Liddy y otro en un programa de la NPR local de San Francisco, mientras que Confetti en realidad había entrado en el programa de Sam Evers también para decir lo mismo que había dicho Chloe. Liddy ya había sacado la historia de la broma, así como Rush y Hannity. No consiguieron salir en ninguna de las mayores emisoras esa noche, ni en la CNN. Sin embargo, O'Reily les mencionó en su programa de noticias de la Fox, lo cual era todo un bombazo.

    Subieron la página de Ciudadanos Preocupados Por una América Moral poco antes de la medianoche. Durante las siguientes horas habían pintado con enlaces las páginas de los derechistas y habían conseguido anotar más de diez mil visitas para la hora de la cena. Ahora, mientras esperaban al teléfono, otra locutora local, la Dra. Nancy Keller, estaba aceptando una llamada de alguien sin ninguna relación con la Tripulación. Este oyente desconocido parecía estar leyendo alguno de los manuscritos de Paul, pues tocaba todos los puntos correctos. Como Chloe había dicho, era estupendo cuando otros hacían el trabajo por ti. El oyente incluso dio la dirección de la página web de Ciudadanos Preocupados y la presentadora prometió poner un enlace de ella en su propia página web. Perfecto. Ciudadanos Preocupados Por una América Moral era, por supuesto, una total invención de la Tripulación. La página web del grupo afirmaba que el CPAM se había formado después del "Ulltrajante e Immoral Asalto" cometido en Los Gatos el domingo. Aunque la página tenía detalles y fotos de primera mano desde el incidente, la atracción principal era la recompensa. La página prometía una recompensa económica a cualquiera que proporcionara información para desenmascarar y arrestar a los responsables del susto de las Vacas Locas. Incluso tenía un formulario que los informantes podían usar para enviar sus acusaciones por correo electrónico directamente a los voluntarios de Ciudadanos Preocupados, que supuestamente la pasarían a las autoridades. Lo más importante de todo, la página tenía una sección para que otros ciudadanos preocupados hiciesen donaciones. Por cada dólar donado al fondo de la recompensa, los fundadores del grupo donarían dos dólares. La página empezaba con un botín inicial de 10.000 dólares y ya había subido hasta 37.000, más de 10.000 eran generosas donaciones de la vida real de verdaderos ciudadanos preocupados que habían sido imitados por dólares fantasma de la Tripulación.

    Todo iba bien por el momento.

    —De acuerdo, creo que hemos hecho bastante por hoy —dijo Chloe cuando colgó su teléfono—. Necesitamos reservar algo para el resto de la semana.

    —Voy a quedarme aquí un rato más —dijo Paul—. Al menos para controlar los programas de madrugada. ¿Estás segura de que no quieres unirte a mí?

    Paul estaba tan mareado de emoción por la estafa que el sueño era lo último que tenía en mente.

    Ella bostezó y se estiró —Nah, joder, estoy hecha polvo. Aunque siento renovado respeto por los teleoperadores, te lo aseguro. Ahí sentados con un teléfono en el oído todo el día, te deja jodido.

    —La próxima vez deberíamos conseguir auriculares —dijo Paul.

    —La próxima vez deberíamos contratar un centro de llamadas en la India.

    —Genial, ¿vamos a llevar al extranjero el trabajo de fraude nacional también? Los estafadores y estafadoras de América tienen que ganarse el pan.

    —No empieces a creerte tu propia retórica, tipo listo, ese es el modo más seguro de desilusionarse en este negocio.

    —Lo recordaré. No me gustaría acabar siendo una vieja cínica amargada.

    —¿A quién estás llamando vieja?

    —Lo siento. Una preciosa cínica amargada.

    —Eso está mejor —dijo Chloe dándole un rápido beso en la mejilla—. Buenas noches. Y no se lo digas a nadie, pero estás haciendo un trabajo estupendo. Mantén la cabeza alta.

    Paul se paró el tiempo suficiente para asimilar realmente su progreso del día, pero parecía que todo estaba saliendo muy bien. Pensó brevemente en volver al dormitorio con Chloe ahora, pero ella obviamente estaba cansada y él estaba aún disparado por la adrenalina y el café. Le apetecía algo más que sueño de ella ahora mismo. No habían compartido nada más intimo que un beso o un abrazo casual desde la noche en la playa. Las cosas siempre parecían resolverse de modo que se iban a la cama en momentos diferentes. O uno o el otro se quedaba dormido en el sofá. Siempre pasaba algo y él se estaba hartando de eso. Pero el subidón que sentía al ver su plan cobrar vida compensaba con creces la carencia de sexo.

    Bueno, casi la compensaba.

    Además, no se podía permitir distracciones ahora mismo. Todos estaban tanto dependiendo de él como observándole de cerca. Vigilando en busca de alguna indicación de que él tropezara y la presión lo venciera.

    «Concéntrare en el juego», se dijo a sí mismo. «Lo demás llegará cuando llegue. Sin juego de palabras pretendido.»

    Volvió a encender la radio y llamó por teléfono de nuevo. Quizá entrara en antena esta vez.

    Durante los tres días siguientes, la página web de Ciudadanos Preocupados Por una América Moral recibía cada vez más visitas mientras se propagaban las noticias de su cruzada para desenmascarar a los Terroristas de las Vacas Locas (como la página se refería a ellos). Varias veces al día Paul componía actualizaciones con pistas y revelaciones falsas sobre quiénes podrían ser en realidad los misteriosos vándalos. Estos avances alentaban la más loca especulación al inventar lazos con el Partido Verde, el Concilio de las Artes Fancesas y, por supuesto, el saco de boxeo de los derechistas, Hillary Clinton.

    Por su parte, el Ejército de la Libertad Global mantenía su propio ritmo y estaba recogiendo su propio apoyo de la izquierda radical. Emitían comunicados diarios que prometían acciones futuras y criticaban la hegemonía corporativa y al Gran Café. Ambas páginas albergaban furiosos debates incendiarios entre los dos lados. Al principio, estos eran eventos puramente orquestados y llevados a cabo por la Tripulación, pero pronto la disputa tomó vida propia y la pelea izquierda contra derecha se volvió totalmente automantenida. El botín ascendió hasta 75.000, representando sólo unos 30.000 de dinero real recaudado por la página web. Los beneficios eran buenos y el trabajo de campo estaba preparado para la fase tres.

    La Tripulación se había reunido en el salón de nuevo, y esta vez había mucho interés en lo que Paul tenía que decir. Los rumores en la casa había sido positivos desde la broma del parque, y especialmente desde que el dinero había empezado a entrar.

    Como siempre, Chloe abrió la reunión. —Vale, chicos. Lo estamos haciendo genial aquí, como estoy segura de que todos vosotros sabéis. Aún estamos por delante en la agenda y parece que vamos a seguir así. Vamos a montar la gran fiesta la próxima semana si podemos manejarlo —Esto generó un murmullo de emoción en la habitación—. Cederé la palabra a Paul y él os dará vuestras misiones.

    —Sé que esta es la parte que preocupa a la mayoría de vosotros —dijo Paul—. Tenenos que interactuar cara a cara con un gran número de personas, incluyendo algunos tipos oficiales del gobierno, así que Chloe está preparada para proporcionaros disfraces y demás. Pero aún así, no quiero pedir a nadie que haga algo en lo que no confiemos. Voy a encargarme de los planes de la fiesta y del cáterin y demás. Raff va a encargarse de conseguir los permisos. Chloe va a salir para entrechar manos con los políticos y los medios. De modo que tenemos cubiertas todas las tareas de alto riesgo.

    —¿Qué queda entonces? —preguntó Kurt, siempre dispuesto a ir al grano.

    Paul miró nervioso a Chloe. —Hemos hablado sobre ello y, bueno, hemos decidido no contratar ayuda con el cáterin. Así que…

    —¡Quieres camareros! —dijo Confetti—. ¿Sabes?, la mayoría de nosotros se metió en esto para no tener que atender mesas.

    Todos rieron a eso.

    —Ya lo sé, lo sé —dijo Paul—. Es trabajo que apesta. Lo único que puedo decir es lo grande que van a ser las propinas al final de la noche.

    —Esperamos sacar una gran puntuación esa noche —dijo Chloe—. Y las cosas irán mucho mejor si no tenemos a un puñado de universitarios hasta arriba de marihuana sirviendo canapés en traje de pingüino y memorizando nuestras caras. Los comensales no prestan mucha atención al cáterin, pero el cáterin presta mucha atención a la gente que paga las facturas. Además, hay que estar seguros de que tenemos cubierta la retirada una vez que se haya terminado el golpe.

    —Bueno —dijo Paul—. ¿Algún voluntario? —Todos levantaron las manos, una muestra de apoyo que Paul sabía que significaba que todos creían que la estafa iría como él pensaba.

    —Guay —fue todo lo que dijo mientras se hinchaba de orgullo.

    Chloe intervino. —Genial, Estáis todos contratados. Ahora, Confetti, cielo, ya que tú tienes la experiencia en hostelería, puedes encargarte de que estos gatos pasen una rápida sesión de formación o dos para acelerarlo todo. Y que todos vayan a ver a Abeja para que les monte los auriculares de radio, ¿vale?

    —Gracias, tíos —dijo Paul—. Vamos una montar una fiesta del demonio, ¿vale?

Capítulo 26

    Al principio, Paul había querido conseguir un permiso para usar el mismo parque donde habían hecho su broma nueve días atrás. Pero los permisos resultaron más complicados de obtener de lo que había pensado, así que tuvieron que usar un local alternativo: El Restaurante Woodbine, que resultaba ser el mismo lugar donde Raff había estado comiendo cuando había grabado la broma por TV.

    Mientras Paul observaba a los derechistas fanáticos de la radio y a los tecno-conservadores de Silicon Valley pulular por las dos barras libres y masticar sushi y tartas de cangrejo pilladas de las bandejas que portaban merodeantes miembros de la Tripulación, notó que esta era una mejor, mucho mejor elección. Por un lado no tenían que preocuparse de un almacén ni de ningún equipo caro cuando llegase la hora de darse a la fuga. Por otro, afuera estaba lloviendo.

    La recaudación de fondos inaugural de Ciudadanos Preocupados Por una América Moral mostraba todo los signos de ser un evento exitoso. Ya había casi ciento veinte personas aquí, y más llegando a través de las puertas en todo momento. Habían alquilado el restaurante entero para una noche y pagado por la comida y la barra. El Woodbine era el típico gigantesco comedor a gran escala de fusión culinaria de California. En los días del bombazo tecnológico se llenaba de aventureros capitalistas e ingenieros "nouveau riche" todas las noches. Ahora estaban más que felices de alquilarlo durante lo que habría sido un flojo martes por las noche. Aún así, les habían cobrado 20.000 dólares y se había llevado un pedazo considerable del dinero de la "recompensa" que habían conseguido online.

    Chloe y Paul estaban en la cocina observando a través de la rendija de la puerta cómo los objetivos escuchaban atentamente al presentador del programa local de tertulia Sam Evers mientras este les arengaba el horror de las historias de la bufonada en el parque de Los Gatos. La multitud estaba engullendo todas y cada una de sus palabras, lo que no era sorpresa, dado que el locutor había sido el instrumento de que muchas de ellas estuvieran allí esa noche. La asamblea era rica y crédula, justo como ellos habían planeado.

    Raff permanecía a unos pasos detrás de ambos con su teléfono apretado en una oreja y un dedo metido en la otra para bloquear el ruido de la cocina. Como Chloe, iba vestido con pantalones negros y chaleco del miembro del cáterin. Paul, llevando un nuevo traje de etiqueta, era la cara de la operación, y hasta el momento era el único con cierta conexión pública con la organización de la recaudación de fondos. Con el pelo teñido de rubio, un mostacho falso pegado al labio superior y gafas, confiaba en que su cara no fuese fácilmente reconocible. Bajo el traje vestía relleno que añadía otras cuatro tallas más de cintura y le hacía parecer diez kilos más pesado de lo que era en realidad.

    Abeja fue quien había cosido la indumentaria y él estaba sorprendido por lo cómoda que resultaba. Estaba teniendo algún problemilla con los zapatos que le hacían más alto y hacían su andar un poquito más tambaleante si no se concentraba.

    Raff colgó el teléfono y se acercó hasta ellos.

    —Ese era el jefe de personal del Congresista. Viene de camino. Debería estar aquí en veinte minutos. Quizá treinta con la lluvia.

    Conseguir que apareciese el Congresista había sido su mejor golpe. Un derechista notoriamente representativo del valle central. Andy Felson era querido en el circuito de las tertulias de radio y un célebremente exitoso recaudador de fondos. Su consentimiento para hablar traía un aire de credibilidad muy necesario para sacar esta estafa, aunque les había costado una donación a su campaña de 10.000 dólares.

    Evers estaba terminando en el escenario, despotricando sobre los terristas liberales y la amenaza que representaban para toda la gente buena y decente de América. Concluyó con su famosa frase: —¡No aquí! ¡No en mi América! —y la multitud se volvió loca.

    —Vale, hora de dar mi discurso —dijo Paul enderezándose la corbata por enésima vez.

    —Tú hazlo breve y bonito y te irá bien —dijo Chloe.

    —Sí, sólo recuérdales que las bebidas son gratis y te amarán para siempre —añadió Raff.

    —De acuerdo. Vale. Allá voy.

    Paul salió con confianza de la cocina y caminó hacia el pequeño escenario que habían preparado en el fondo del comedor, donde Evers estaba estrechado manos con sus fans. Mientras enhebraba por su camino a través de la multitud, pasó por las mesas de la subasta silenciosa alineadas en una pared. Las mesas tenían brillantes fotos satinadas de cruceros, spas y comedores de algunos de los mejores restaurantes de San Francisco y Napa Valley. También había fotos de joyería, relojes, y hasta un cartel que prometía recorridos personalizados en helicóptero por Muir Woods. Junto a cada expositor había una pequeña pantalla y un lector de tarjetas de crédito que mostraba la puja más alta actual de cada uno de los artículos. Mientras Paul escaneaba las pujas actuales, vio que cada paquete tenía al menos una puja en él. Y eso era una pequeña maravilla. Comparado con los viajes y regalos extravagantes en el expositor, las pujas mínimas eran todas bastante razonables. ¿500 dólares por una cena para 6 en el French Laundry? ¡Un regalo por el tercio del precio! ¿Una semana de recorrido por las bodegas de vino de Robert Mondavi? Si es que lograbas poner un precio a tal experiencia, seguramente sería mucho más que los 3.000 dólares de puja mínima. Por supuesto, lo único real en cualquiera de estos paquetes eran los letreros que los describían... y las máquinas de tarjeta de crédito que usaban las marcas para hacer sus pujas.

    Paul también había insistido en que prepararan un número de mesas donde la gente pudiese donar a la caridad. Estos eran todos relativamente oscuros grupitos, de ayuda internacional y que abogaban por derechos laborales, de los que ninguno de los invitados había oído hablar. Paul asumió correctamente que los amantes de las fiestas donarían ciegamente a caridad, puesto que tenían el sello de aprobación del grupo de derechas que estaba organizando el evento, no sabían que su dinero estaba siendo destinado a comprar condones y control de natalidad en África o para apoyar uniones de comercio en Sudamérica. Paul mismo planeaba donar su parte en esta estafa a estos grupos, después de todo, él no necesitaba el dinero.

    Este ángulo de caridad era el que había encontrado la mayor resistencia de algunos miembros de la Tripulación, pero Chloe y Raff le había respaldado y con ello se había salido con la suya.

    Ella había parecido impresionada con su generosidad.

    Detrás de las mesas estaban Kurt y Confetti, dos de los miembros de apariencia más respetable de la Tripulación. Explicaban atenta y pacientemente a los usuarios cómo utilizar el sistema de donación de tarjeta de crédito. A Chloe y a Raff les había preocupado que la gente no aceptara esta nueva innovación en las subastas silenciosas. ¿Pasaría alegremente la gente sus tarjetas en una máquina extraña? Paul quedó agradecido al ver que la respuesta parecía ser sí. Después de todo, esto era Silicon Valley. A todos aquí les encantaba un chisme nuevo.

    Paul redujo su marcha un poco para escuchar a Confetti dar su diálogo a una aspirante a la puja.

    —Buenas noches, madam —dijo Confetti a una mujer de mediana edad que llevaba perlas increíblemente grandes y suficiente perfume para cinco mujeres en la habitación.

    —Vaya, nunca he visto una de estas antes —dijo la mujer al examinar la mesa con ojo curioso—. ¿Cómo funciona?

    —Es muy sencillo, madam —respondió Confetti con una sonrisa—. Son máquinas de tarjeta de crédito como las que ve en cualquier tienda o supermercado. Como puede ver, cada una está etiquetada con el nombre de un artículo de subasta diferente. Sólo ha de pasar la tarjeta de crédito o débito y teclear la cantidad de su puja. Luego recibe un impreso que muestra su puja. Sólo la puja más alta se carga en la cuenta, por supuesto. Todo lo recaudado va directamente a encontrar a los terroristas liberales responsables de arrastrar a América hacia un sumidero de comunismo.

    Paul pensó que se había pasado un poco con lo último, pero a la mujer pareció gustarle.

    —Bueno, ¿no es inteligente eso? —exclamó la mujer—. ¿No es asombrosa la tecnología?

    —Lo es ciertamente, madam.

    —¿Y cuánto dice que cobran estas máquinas?

    —Puede pujar por lo que quiera —repetió Confetti ocultando admirablemente su frustración al tener que lidiar con la misma pregunta por, probablemente, la centésima vez esa noche—. Sólo mire la pantalla para ver la puja actual.

    —Bueno, a ver aquí —dijo la mujer sacando su billetera del bolso y escarbando a través de la docena de tarjetas de crédito en su interior—. ¿Acepta usted AmEx?

    —Por supuesto —dijo Confetti.

    Paul siguió su camino, feliz de ver que los objetivos estaban creyéndose esta nueva innovación. Paul llegó al fondo de la habitación, donde subió al escenario por tercera vez esa noche. De pie junto a Evers en el escenario, le estrechó la mano a la personalidad de la radio y le agradeció toda su ayuda. El presentador de tertulias había caído más en el engaño que nadie y estaba más que feliz por la exposición extra que le proporcionaba aparecer en el evento. Terminado su discurso, agradeció a Paul y se encaminó hacia su mesa donde lo esperaba su esposa con una bebida fría. Paul se limpió en los pantalones el sudor de las manos de Evers y luego dió unos gopecitos en el micrófono.

    —Um, hola de nuevo, a todos —dijo Paul.

    Trató de proyectar una voz más aguda de lo normal, con el tono nasal que Chloe le había descrito como oficiosidad burocrática. La idea era sonar como alguien con quien nadie quisiera hablar. De ese modo, prestaban menos atención a los detalles sobre ti porque estarían apartando la mirada por vergüenza o desagrado. Parecía estar funcionando porque sólo un tercio de los invitados se molestaron en girarse hacia él.

    —Sólo quiero recordarles a todos que sólo queda una hora antes de que cierre la subasta silenciosa. Hemos conseguido unos paquetes realmente coj… maravillosos para que ustedes pujen y les aliento a todos a que comprueben de nuevo los artículos sobre los que se ha pujado porque hay una lucha feroz aquí fuera —dejó salir una carcajada nerviosa.

    Algunas personas rieron un poco por pura educación.

    —También, el Congresista Felson está en camino y tomará la palabra. Así que asegurémonos de darle una cálida y patriótica bienvenida cuando llegue, ¿vale? —Paul empezó a aplaudir y la multitud mostró cierto entusiasmo superficial al aplaudir con él antes de regresar a sus bebidas y pujas.

    Paul no era Sam Evers, por lo cual estaba agradecido. Cuando Paul se apartó del micrófono miró hacia el frente y vio que debía de haber ahora unas doscientas personas. El lugar estaba al completo. Si cada artículo falso que habían puesto ahí fuera recibía simplemente la puja mínima, tendrían unos 296.000 dólares, pero todo indicaba que iba a ser mucho mayor que eso. Quizá dos o tres veces más.

    Bajó del escenario y se abrió paso a través de la multitud para regresar a la cocina y a su relativa seguridad. La breve ansiedad de estar en el escenario había pasado ahora y la euforia empezaba a inundarle para remplazarla. Miró por la habitación y pensó en el sencillo hecho de que todos en la habitación estaban allí porque él lo había ideado. Había hecho realidad el cuento más importante de su carrera como contador de historias y esta gente estaba pagando miles de dólares para participar en ella. Era como ver su primer cómic impreso, sólo que un centenar de veces más gratificante. Todos ellos estaban representando los papeles que él había escrito, y representándolos perfectamente.

    Alguien le agarró del brazo por detrás y dijo —Paul, ¿eres tú?

    Sobresaltado por el sonido de su nombre, apartó el brazo de un tirón y se giró para ver una cara muy familiar y muy poco bienvenida. Era Frank, programador jefe de su compañía y una de las cuatro personas en el mundo que probablemente odiaba a Paul más que a todos aquellos que lo hubiesen cabreado juntos.

    —Joder —dijo Paul.

    —¿Qué estás haciendo, Paul? —preguntó Frank.

    Paul no tenía una respuesta. 

Capítulo 27

    Paul y Frank habían tenido una complicada relación laboral. En cualquier otro escenario, los dos no se habrían mostrado amistosos. En realidad, Paul tenía problemas para imaginar cualquier otro escenario donde sus caminos se hubiesen podido encontrar. Frank vivía para tres cosas: escribir estupendos programas de ordenador, escuchar música muy alta y las carreras de regatas. A Paul no le gustaba ninguna de esas cosas. Frank era, sin la menor duda, un hombre muy muy inteligente y un excelente programador. Tenía tanto el ojo para el detalle como la imaginación necesaria para hacerlo un verdadero innovador de software. Al mismo tiempo, la visión del mundo de Frank era absolutamente práctica y dedicada a teminar el trabajo tan rápida y eficientemente como fuese posible, lo cual le evitaba quedarse enfangado en el minutero. Paul por otro lado, había sido el soñador oficial de grandes sueños en la compañía y los dos a menudo entraban en coflicto siempre que sus delirantes sueños colisionaba con el pragmatismo de Frank. Ambos tenían un hábito de elevar lenta pero irremediablemente sus voces durante una discusión, y las reuniones de diseño a menudo terminaban a gritos entre ellos, aunque ninguno estuviese realmente enfadado del todo. Hasta el día en que Frank había propuesto despedirle, Paul siempre había pensado que ambos sentían cierto respeto mutuo. Resultaba que aunque Paul respetaba las habilidades de Frank, el programador jefe siempre le había visto como un flojucho vago nada profesional. Una vez que había tenido a los demás socios a bordo, había saltado a la menor esperada oportunidad para mostrarle a Paul la puerta. Y ahora, aquí estaban de nuevo, uno frente al otro. Paul notó que había olvidado una cosa sobre Frank.

    La cuarta cosa sobre Frank; además del código informático, la música y los veleros: Frank era republicano.

    —Joder —dijo Paul una vez más, porque honestamente no sabía qué otra cosa decir.

    Paul fue transportado de nuevo a la sala de reuniones, a lo furioso que Frank había estado.

    «Joder», pensó. «¿Qué va a hacer?»

    —Bonito bigote —dijo Frank— ¿Lo compraste tú?

    Paul simplemente se quedó mirando mientras daba un paso atrás hacia la puerta de la cocina.

    —¿Qué está pasando, hombre? —persistió Frank, su boca se torció en una media sonrisa maliciosa marca regisrada que conseguíia transmitir masivo desdén con sólo un ligero tirón del labio superior—. ¿No tienes nada que decirle a tu antiguo socio?

    De hecho, Paul no tenía nada que decir. En alguna parte de su mente pensó que quizá aún podía salir de esta simulando un caso de confusión de identidad, convenciendo a Frank de algún modo de que él no era Paul en absoluto. Pero el sublime absurdo de esa idea lo mantenía en silencio, le impedía formular cualquier clase de diálogo. Su espalda chocó contra la puerta de la cocina y él retrocedió de sorpresa.

    —Siempre pensé que eras un liberal, Paul —dijo Frank—. Recuerdo todas esas charlas sobre los derechos laborales de nuestros empleados y las cosas que podíamos o no decir en la oficina sin ofender a las mujeres o a los gays. Eso no me parece propio de la clase de tipo al mando de algo como esto —movió un brazo casual hacia la habitación detrás de ellos—. ¿Qué pasa?

    Congelado, con la mente en blanco, excepto por visiones de todo derrumbándose entre las llamas, Paul se retiró cruzando la puerta. Frank, siempre inclinado a presionar cuando tenía ventaja en una discusión, lo siguió de cerca sin pensarlo dos veces.

    —¿Qué pasa, Paul? —dijo Raff, que estaba mirando la PDA en su mano, monitorando las pujas—. Esto va genial. creo que… —y luego se detuvo y alzó la vista hacia Frank al entrar en la cocina—. ¿Quién es este?

    Chloe, que había estado hablando con los miembros de la Tripulación que trabajaban en el cáterin, se dio la vuelta ante el súbito cambio de tono de Raff. Mientras Paul retrocedía hacia Raff en busca de apoyo, despejó una línea visual clara entre Frank y Chloe, quien le clavó la mirada al instante. Frank entornó los ojos y el reconocimiento lo inundó de inmediato. Incluso con una peluca diferente y gafas puestas, la reconoció.

    —Bueno, pero si esto es una fiesta —dijo Frank—. Hasta te has traído a tu abogada.

    Raff avanzó un paso y extendió la mano hacia Frank con una sonrisa amistosa: —Hola. Randy Mitchell, Coalición para la Familia Americana. Encantado de conocerlo. ¿Está disfrutando de la fiesta?

    Paul confió en que Frank no notase que Raff vestía de camarero.

    —Claro, claro —dijo Frank mientras sonreía a su vez con ojos llenos de malicia—. Paul y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Mucho tiempo.

    —Eso es estupendo —dijo Raff—. Ciertamente nos alegra que haya podido venir esta noche.

    —Cuando vi la invitación en el buzón del correo no pensé en venir. Este tipo de cosas no me interesan en realidad, pero ahora estoy muy contento de haber venido.

    —Bien, de nuevo, gracias por acercarse —dijo Raff.

    Por el fondo, Chloe estaba avanzando hacia donde estaban hablando los tres hombres. Paul, sientiéndose ligeramente más tranquilo con sus amigos a su lado, estaba en realidad llegando a un punto en el que podía hablar de nuevo. Raff seguía intentando la charla amistosa con Frank.

    —Ahora bien, tenemos unos cuantos de detalles que necesitamos resolver en este mismo momento, así que, si puede darnos diez minutos, estoy seguro de que usted y su viejo amigo pueden ponerse al corriente más tarde.

    Ignorando a Raff, Frank se giró hacia Chloe: —Ahora lo sé todo sobre ti.

    —¿Disculpe? —dijo Chloe—. ¿Nos conocemos?

    —Tú no eres más abogada que Paul recaudador de fondos conservador.

    —Me temo que me confunde con otra persona —dijo Chloe—. Tiene razón, no soy abogada, pero yo nunca he dicho que lo fuese.

    —Gretchen es del Comité Nacional Republicano —dijo Raff—. Vino en avión desde Washington para ayudar a organizar este evento. Ahora, por favor, si puede…

    —El pelo es diferente. Y las gafas —dijo Frank—. Pero eres tú. No podría olvidarme de ti en mucho tiempo —Asintió hacia Paul—. ¿Cómo podría olvidarme de alguno de vosotros?

    Raff giró su mirada hacia Chloe y Paul, y fingió confusión: —Gretchen, Paul, ¿de qué está hablando este caballero?

    —No tengo ni idea —dijo Chloe—. Nunca le he visto en mi vida —puso una mano en el hombro de Paul para estabilizarle—. No lo conoces, ¿verdad, Paul?

    —Sí, yo… —Paul respiró profundamente—. Sí.

    —Pues claro que me conoce —dijo Frank—. Hemos trabajado juntos día y noche durante años. Bueno, por el día al menos. Paul no se quedaba mucho por las noches —dio una carcajada y apuntó un dedo acusador directamente hacia Chloe—. Y tú eres la perra de la abogada, perdón, de la falsa abogada, que le ayudó el día que lo despedimos.

    —Le he dicho antes… —empezó a decir Chloe.

    —¿Te crees que soy tan estúpido? ¿Piensas que no te reconozco porque llevas puesta una peluca diferente? Jesucristo, señorita, ¿quién si no ibas a ser, ahí de pie junto a él de esa forma?

    Chloe, en vez de enfadarse, adoptó un aire de perplejidad: —Escuche, señor, no sé qué cuál es su problema, pero sea cual sea no tiene nada que ver conmigo.

    Antes de que Frank pudiese responder, Raff pasó entre él y Chloe y deslizó una mano sobre el hombro de Frank. Con unos buenos treinta centímetros más alto que Frank, Raff estaba mirando directamente hacia abajo al programador desde menos de un paso de distancia.

    Bajó su voz hasta casi un susurro conspiratorio: —Señor, aprecio que tenga algunos asuntos que resolver con Paul, y me alegraría mucho dejarle resolverlos más tarde, pero ahora mismo tenemos mucho trabajo que hacer y no mucho tiempo para hacerlo. Este es un importante evento para nosotros y, puesto que ha salido hasta aquí esta noche para apoyarlo, asumo que también es importante para usted. Le prometo que puede hablar con Paul y Gretchen en un corto espacio de tiempo; pero, por favor, denos algo de espacio para acabar nuestro trabajo, ¿vale?

    Frank alzó la vista hacia Raff durante un largo momento, como si estuviese decidiendo confiar en él o no. Por fin, se encogió de hombros para apartarse y dio un paso atrás.

    —Vale, vale, os dejaré con ello. Tenéis que preparar las cosas para el congresista, ¿cierto?

    —Exactamente —dijo Raff—. Y después podemos todos reunirnos y llegar al fondo de esto.

    —De acuerdo —dijo Frank—. Caramba, quizá eso sea incluso mejor. Quizá al congresista mismo le interese saber la clase de criminales y estafadores para los que está recaudando fondos. Estoy seguro de que Sam Evers lo pasará en grande en su programa de radio cuando lo descubra.

    Se giró y empezó a volver al comedor.

    —Espere —dijo Chloe—. Venga aquí.

    Sobresaltado, Frank se dio la vuelta y miró a Chloe.

    —Arreglemos esto ahora mismo —dijo Chloe—. Venga aquí.

    —¿Para qué? —preguntó Frank, su voz era menos confrontadora que antes debido al tono autoritario de Chloe.

    —Para que podamos resolver este sinsentido ahora mismo. Venga. Aquí —Frank dio algunos tentativos pasos hacia Chloe.

    Sin saber lo que esperar a continuación, Paul se retiró del camino. Notó los ojos de Chloe disparase hacia Raff, quien estaba ahora detrás de Frank. Raff hizo el más ligero de los asentimientos en señal de reconocimiento.

    —¿Qué? —preguntó Frank—. ¿Vas a quitarte la peluca para mí o algo así?

    —Voy a zanjar esto —Chloe estaba echando una mano al pequeño bolso que llevaba colgando de un hombro—. Voy a mostrarle mi permiso de conducir.

    —Vale. Deja que lo vea. —Frank estaba ahora a menos de un metro de Chloe, cuya atención aún estaba centrada en escarbar por su bolso en busca de algo.

    —Tenga —dijo ella mientras empezaba a sacar algo del bolso. Luego sus ojos se movieron rápidamente hacia Raff y gritó: —¡Ahora!

    Raff agarró a Frank por detrás, un largo brazo envolvió el torso del desprevenido programador, el otro le tapó la boca. La mano de Chloe sacó del bolso su arma aturdidora. Esta crujió con electricidad cuando ella pulsó el contacto y presionó el arma contra el pecho de Frank. Frank se convulsionó, se tensó y luego cayó al suelo, retorcido y aturdido, pero no inconsciente. Chloe y Raff se arrodillaron de inmediato junto a Frank y empezaron a sujetarle. Raff le sacó el cinturón a Frank y lo usó para atarle las manos. Chloe recogió un trapo de la cocina y se lo metió en la boca.

    —Vamos —siseó ella a los miembros de la Tripulación aún vestidos de camareros—. Ayudadnos a moverlo rápido antes de que entre alguien de afuera.

    Paul se quedó mirando mientras el resto encerraba a Frank en un armario. Paul estaba nervioso. Su mente corría tratando de concebir algún escenario donde esto pudiese terminar bien. Se apoyó en un mostrador respirando con dificultad. Confetti cruzó la puerta de la cocina.

    —El congresista está aquí —dijo ella y luego miró a Paul—. Joder, ¿estás bien? Estás pálido como una sábana.

    —Estoy bien —jadeó Paul—. Sólo necesito un segundo aquí.

    —Tienes que salir ahí fuera y presentarle —dijo ella—. Pero ahora mismo.

    —Yo lo haré —dijo una voz detrás de él.

    Era Chloe.

    —No, estaré bien —protestó Paul.

    —No vas a estarlo ahora mismo —dijo ella al pasar por su lado hacia la puerta—. Yo lo haré.

    Paul permaneció allí y la observó salir. Treinta segundos más tarde, la oyó dar el discurso que él había escrito para sí mismo, el que daba la bienvenida al Congresista Felson y elogiaba su registro ultraconservador. A Paul aún le costaba respirar y lo hacía demasiado rápido. La multitud ovacionó cuando Felson subió al escenario. Raff se apoyó en el mostrador junto a Paul y le entregó un vaso de agua.

    —Toma, bebe algo.

    Paul sorbió del vaso de agua: —Gracias.

    Ambos se quedaron allí en silencio durante un momento, escuchando los sonidos apagados del discurso del Congresista, quien había abierto con un ataque a los responsables de la bufonada en el parque, tal y como habían esperado.

    —¿Está bien él? —preguntó Paul a Raff.

    —¿Tu amigo? Estará bien. El personal de limpieza lo encontrará atado y amordazado una vez que hayamos desaparecido.

    — ¿Estamos totalmente jodidos? —preguntó Paul.

    —Depende. ¿Viste si vino con alguien más? ¿Hay alguien esperándole?

    —No lo sé.

    —Si lo hay, bueno, eso sería un problema.

    —¿Y si no lo hay?

    —Entonces puede que salgamos de esta a corto plazo. Por supuesto, el tipo va a llamar a la poli en cuanto lo encuentren.

    —¡Joder! —dijo Paul—. ¡Joder! Jesús, Raff, la he fastidiado de verdad, ¿no?

    —No es culpa tuya, hombre —dijo Raff—. Era imposible que pudieses haber esperado que él apareciera. Imposible —Le dio a Paul una palmada en la espalda—. Esta estafa que has montado es enorme, tío. Un plan estupendo. Y lo llevaste bien. Estas mierdas suceden a veces, eso es todo. Uno aprende a encajar con los golpes.

    —Me quedé congelado. Cuando lo vi. Cuando lo vi me quedé congelado y no supe lo que decir. No debería haberle traído a la cocina. Debería haberme encargado de él ahí fuera.

    —No te fustigues con esa mierda ahora, Paul. Sólo recomponte. Tenemos que seguir con esto en la siguiente hora o así y luego volamos a casa.

    —¿Tenemos el dinero?

    —No lo sé —dijo Raff—. Con la poli involucrada y el congresista... No lo sé. Tendremos que ver cómo sale todo esto.

    —Pero, honestamente, Raff. Estamos totalmente jodidos, ¿no es cierto?

    Raff le miró y luego suspiró en resignación: —Sí. Probablemente.

    En el comedor, el Congresista estaba terminando su discurso y alentando a todos a pujar en los artículos de la subasta silenciosa y a votar por él en las próximas elecciones. La sala rompió a aplaudir con entusiasmo. Paul y Raff estaban sentados en silencio y escuchaban mientras el murmullo de la conversación aumentaba. Según lo acordado, el Congresista aparecería y los saludaría durante sólo cinco minutos antes de volver a su siguiente compromiso. Finalizó de hablar tras siete minutos y medio, pero oyeron a Chloe en el micro de nuevo agradeciendo al Congresista y anunciando su salida. Treinta y ocho segundos más tarde, ella irrumpió por la puerta de la cocina y agarró a Paul por el brazo, conduciéndole hacia la salida de atrás.

    —Tenemos que irnos —dijo ella con voz quebrada.

    Paul no podía estar más de acuerdo.

    —¿Adónde váis? —dijo Raff sorprendido, mientras Paul seguía a Chloe hacia la salida trasera.

    —Voy a sacarle de aquí. Que Confetti haga la recogida. Y no te olvides de asegurarte de que Frank puede respirar en ese armario. Lo único que puede empeorar esto es que alguien se nos muera. Te llamaré desde la carretera.

    —¡Ey! —gritó Raff a sus espaldas mientras huían —¿Qué hay de…?

    Pero ya era demasiado tarde. Ambos habían salido por la puerta y habían desaparecido. 

Capítulo 28

    —¿No vamos a volver a la casa? —preguntó Paul cuando Chloe giró el coche al Sur sobre la 17, dirigiéndose arriba hacia las colinas en vez de hacia abajo hasta el valle.

    Ella maniobraba una ruta entre el tráfico y miró hacia adelante durante un largo momento antes de responderle.

    —Nop.

    Paul se quedó mirándola, esperando obtener algún tipo de reacción además de la estoica calma en un rostro de crisis. —De veras que siento haberla jodido allí antes.

    —No pasa nada —dijo ella—. Es sólo un mal contratiempo, eso es todo. Si robar fuese fácil, todo el mundo lo haría. Como dice la pegatina en los parachoques: La Mierda Ocurre.

    —Vale.

    Silencio.

    Paul había asumido que estaban yendo a Santa Cruz y al Sur, pero sólo a unos kilómetros de carretera ella salió de la autopista y se dirigió hacia una sinuosa carretera que subía hacia las montañas.

    —¿Adónde nos dirigimos?

    —A Boulder Creek.

    —¿Dónde demonios está eso?

    Paul, aunque había vivido en el valle durante varios años, aún tenía un entendimiento geográfico muy limitado sobre todas las ciudades pequeñas y comunidades en el área. Generalemente, si no podía llegar allí usando una salida de autovía, no sabía dónde estaba.

    —Está por este camino —dijo ella.

    —Oh.

    Sin querer hablar en ese momento, Paul cerró el pico y se quedó observando mientras subían por la incrementalmente retorcida e inclinada carretera. Aunque él raramente se mareaba en el coche, su estómago empezó a revolverse con la serie interminable de curvas y giros. Aunque Chloe parecía conocer bien la carretera, pues estaba conduciendo a velocidades a las que Paul no se habría atrevido por estas peligrosas carreteras de montaña. Había pocas señales de tráfico. Mayormente sólo había aceras de tierra y arcenes que conducían hacia luces entre los densos árboles que él asumía indicaban casas. Intentó cerrar los ojos, pero eso sólo empeoró las cosas. Sintió la bilis intentando subir reptando por la garganta, y el la bajó tragando. Tomó una profunda respiración. Luego otra.

    —Joder —dijo suspirando suavemente.

    Inhala. Exhala.

    Su incomodidad se tornó lo bastante obvia para que Chloe finalmente la notara.

    —¿Estás bien? —le preguntó.

    —Un poco mareado, eso es todo —respondió él—. ¿Falta mucho para llegar?

    —Poco. Diez minutos, quizá. Hay una botella de agua en la guantera, creo.

    —Gracias.

    Él encontró el agua y dio pequeños sorbos. Eso pareció ayudar.

    Por fin llegaron, aunque Paul nunca habría sido capaz de encontrar el modo de volver él solo. Era una casita en forma de A embutida entre los árboles. Estaba oscuro, pero apareció una luz exterior cuando pararon en el escarpado camino de tierra frente a la casa.

    Chloe aparcó y al salir dijo: —Espera aquí.

    Desapareció por la parte de atrás de la casa. Paul se levantó sobre piernas temblorosas al salir del coche. Se dobló y combatió con éxito la urgencia de vomitar. El aire aquí arriba era notablemente más frío que en Los Gatos, pero al menos había parado de llover. Paul había sudado bastante en el coche y ahora los puntos húmedos en su camisa se estaban volviendo incómodamente fríos. Al menos llevaba puesta la chaqueta del traje acolchado. La casa frente a él se iluminó desde dentro y, momentos más tarde, Chloe salió por la puerta.

    —Jesús —dijo ella—. Tienes un aspecto de mierda —abrió sus brazos y le envolvió en un abrazo—. Pasa adentro a que te prepare una jodida bebiba.

    La casa consistía en una habitación enorme que incluía zonas de cocina, comedor y salón, y un único cuarto de baño y dormitorio al fondo. El mobiliario era una mezcla de estilos y estados de reparación, un conjunto de deshechos prestados y de recogidas en la basura. Chloe y Paul se sentaron en un bajo sofá que había perdido su muelle hacía mucho tiempo atrás y estaba cubierto con una manta. Paul tomó un vaso de Jim Beam entre sus manos y sorbió de él. Chloe acababa de cerrar el teléfono móvil después de su tercer intento fallido de obtener señal.

    —De vez en cuando se puede conseguir señal aquí arriba, sobre todo de noche. Pero hoy no, al parecer —dijo ella—. Tendré que entrar online para comprobar las cosas.

    —¿Dónde estamos?

    —En las Montañas de Santa Cruz —respondió ella, molestándole.

    —Sí, ya, eso ya lo sé. Me refiero a cuál va a ser el drama de esta casa. ¿Vamos a tener que pelear con limpiadoras para que se vayan mañana por la mañana o qué?

    Ella dio una carcajada: —¿En serio crees que alguien podría librarse de los cargos de alquilar este sitio?

    Paul miró las ruinosas cortinas y las manchas de humedad del techo: —No, probablemente no. ¿Entonces qué es?

    —Esto es una casa segura. Uno de los sitios que usamos por la zona. Yo la odio un poco porque está demasiado lejos de todo, pero hay mucha paz. Por la noche vienen ciervos hasta la casa. Se comen las flores que plantó Abeja.

    —Ja —dijo Paul, principalmente porque no sabía qué otra cosa decir.

    —¿Tu estómago se va sintiendo mejor? —le preguntó dando una juguetona palmadita en su sección media.

    —Sí, está mejor, en gran parte. Esas carreteras de montaña son una putada.

    —Te acostumbras, supongo.

    —Si tú lo dices —dio otro sorbo de whiskey. Luego pensó por un momento. No hay razón para hacer la gran pregunta de nuevo: —Um, ¿por qué has dicho que hemos venido aquí?

    —Bueno, Frank va a llamar a la policía y yo no quería que estuvieras donde pudieran encontrarte.

    —¿Qué te hace pensar que habrían sido capaces de encontrarme en tu casa?

    —Nada. Pero sí sé que no serán capaces de encontrarte aquí. Y necesitábamos un sitio para hablar con total seguridad.

    —¿Y ese sitio es aquí?

    —Ese sitio es aquí.

    Paul pensó en las últimas horas. ¿Cómo habían conseguido las cosas ir tan mal tan rápido?

    —Vale, bueno, hablemos.

    —Genial —dijo ella y cogió un bolígrafo y una libreta de la mesa del café.

    —Empecemos —suspiró Paul.

    Sólo quería tumbarse, cerrar los ojos y que la noche acabara, pero más que eso, quería descubrir lo que hacer a continuación.

    —¿De qué vamos a hablar exactamente?

    —De Morbosidad y Mortalidad.

    —¿Qué? —preguntó Paul sin entender la referencia.

    —Eso es lo que hacen los hospitales cuando algo sale mal. En su caso, cuando alguien muere sobre la mesa de operaciones o acaba jodido. Vamos a repasar los detalles de esta noche ahora, cuando aún los tenemos frescos, para poder descubrir lo que salió mal.

    —Para descubrir dónde la fastidiamos, querrás decir.

    —Si la fastidiamos nosotros, entonces sí. Pero podría haber sido otra cosa lo que nos ha jodido, u otra persona. Así que repasemos.

    —Vale, estoy en el juego.

    Chloe enderezó la espalda y puso todo el aire de una eficiente y correcta psiquiatra hablando con un paciente: —Hábleme sobre el procedimiento, Doctor. ¿Cuándo advirtió por primera vez una complicación con su paciente?

    Durante la siguiente media hora repasaron con detalle los eventos del día. Todo había salido casi exactamente según lo planeado. El personal del restaurante se había resistido un poco a entregarles la cocina, pero Chloe había manejado eso con una habilidosa combinación de intimidación y soborno (su golpe favorito uno-dos). Habían tenido un problemilla al montar la red inalámbrica para las tarjetas de crédito, pero eso se había arreglado antes de que hubieran llegado los invitados. Por otra parte, todo había ido como la seda hasta que Frank había confrontado a Paul.

    —Hablemos de Frank —dijo Chloe—. Cuéntame más sobre él. Sobre él y tú.

    —En realidad nunca nos hemos llevado bien del todo. Discutíamos y nos gritábamos el uno al otro de vez en cuando, pero a veces teníamos debates interesantes de verdad, especialmente sobre cosas sin relación con el juego. Siempre que hablábamos de política o filosofía o películas, la conversación era bastante interesante. Es un tipo inteligente, más liberal que republicano, en realidad. Fundamentalmente es un realista. Gana un montón dinero y quiere dar al gobierno tan poco de ese dinero como pueda. Con los republicanos consigue eso que quiere. Y no le importan mucho los asuntos sociales.

    —Así que, probablemente no le habría preocupado nuestra bromita en el parque, ¿no? —preguntó Chloe.

    —No. Si acaso, yo diría que la habría encontrado algo graciosa.

    —¿Sabes si era generalmente activo políticamente? ¿Donaba dinero al partido republicano o se presentaba voluntario en las campañas?

    —Nunca lo he visto ponerse una pegatina en el parachoques del coche. Nosotros no hablábamos con detalle sobre esa clase de cosas, pero nunca me dio la impresión de que le importara mucho la política. Y como he dicho, es bastante tacaño con el dinero.

    —Entonces, teniendo eso en cuenta, que él apareciese allí esta noche no parece muy posible.

    —Ha sido mi tonta mala suerte —dijo Paul—. La peor de todos los tiempos. Aunque quién sabe, quizá Frank haga esa mierda a todas horas y simplemente nunca me lo ha mencionado.

    —¿Pero tú habrías apostado que no?

    —Sí, yo habría apostado que no ni en un millón de años.

    Chloe quedó en silencio, dando golpecitos con el boli en la libreta, repasando sus notas: —Hmmmm... —dijo ella.

    —¿Qué?

    —Tengo una extraña sensación en la cabeza desde que Frank dijo algo en la cocina. Ahora está empezando a preocuparme de verdad. Y a cabrearme.

    —¿El qué? Asumo que te refieres a algo diferente a amenazar con contarlo todo al Congresista.

    —Sí, aparte de eso. Él dijo algo sobre que cuando vio la invitación en el correo, no pensaba asistir, pero luego cambió de idea.

    —¿Y te estás preguntando por qué cambió de idea?

    —No, me estoy preguntando por qué coño recibió una invitación por correo en primer lugar —dijo Chloe—. Si fuimos nosotros los que le enviamos una, ese es un fallo bastante grande.

    —Oh, mierda —dijo Paul—. Esa sería una gran cagada.

    —Aunque no parece probable, ¿cierto? —dijo Chloe—. Es decir, nosotros sacamos la lista de invitados de la base de datos de la CNR. Todos eran donantes importantes, gente que daba decenas de miles de dólares en todas las fiestas anuales. Aun cuando Frank hiciera estas cosas en ocasiones, no suena muy probable que fuese tan generoso con su dinero, ¿cierto?

    —No. O sea, el vivía bien, pero no tan bien. Me quedaría jodidamente atónito si Frank fuese de los que regalan decenas de miles de dólares cada año.

    —Algo está jodido aquí. Y jodido al estilo de Podrido en el Estado de Dinamarca. Tengo que ver nuestra lista.

    —¿Qué crees que ha pasado? —preguntó Paul.

    —No lo sé. Necesito comprobar eso primero —se levantó del sofá y se encaminó al mostrador de la cocina donde su ordenador portátil estaba conectado a la línea del teléfono.

    —Pero tienes alguna idea, ¿no?

    —Sí —dijo ella mientras pulsaba el icono de conexión y el módem empezaba a llamar—. Jodida conexión telefónica —murmuró entre dientes.

    —Bueno, ¿y qué es entonces? ¿Qué crees que ha pasado?

    —Creo que alguien nos ha vendido —dijo ella—. Creo que hay un jodido traidor en nuestras filas.

Capítulo 29

    Chloe permaneció online durante las siguientes horas. Le llevó tres minutos enteros conectarse, con Paul mirando sobre su hombro, así que él decidió retirarse al dormitorio y cambiarse de indumentaria. Se quitó el traje de gordo y se dio lo que había esperado que fuese una larga ducha caliente. Desafortunadamente, el mohoso cuarto de baño parecía tener sólo unos litros de agua caliente en su depósito, y Paul tuvo que enjuagarse con agua fría en vez de caliente. Tiritando, se enrolló rápidamente en una toalla seca (cortesía de algún Hampton Inn de alguna parte del mundo) y empezó a vestirse. Su traje manchado de sudor yacía arrugado en el suelo, frío y pegajoso y apestando a miedo. Un poco de curioseo por el único mueble con cajones del dormitorio le rentó unos pantalones de chandal de la Universidad de Santa Cruz y una descolorida camiseta de Batman. Olían un poco a rancio, pero no demasiado mal, así que decidió ir con ello.

    En la gran habitación, Chloe no se había movido. Aún seguía encorvada sobre el ordenador y ahora tecleaba con furiosa intención. Paul pensó en preguntarle si había habido algún progreso, pero por la mirada en su cara, ella no tenía interés en responder preguntas ahora mismo.

    —¿Te molesta si enciendo la tele? —le preguntó—. Tal vez haya alguna noticia o algo.

    Sin respuesta.

    —¿Chloe? ¿Tele?

    —Claro, sírvete tú mismo —dijo ella sin levantar la vista.

    La TV parecía ser de las nuevas, o como poco menos usada que el resto del equipo en la habitación. Paul encontró el mando remoto y la encendió llenando la habitación con molesto ruido de estática. Silenció la tele rápidamente y empezó a cambiar canales.

    Nada. Sin recepeción. Sin satélite. Sin cable.

    —Crudo —dijo Paul—. Sin señal.

    —Hmm —dijo Chloe.

    —¿Cómo vas? ¿Alguna noticia? —le preguntó.

    Su única respuesta fue seguir tecleando.

    —¿Chloe? ¿Alguna noticia?

    —¿Por qué no juegas a algo? Pon el canal 3. Hay cartuchos en esa cesta de ahí.

    Paul se levantó y fue hacia la mesa donde se posaba la TV.

    —¿Cartuchos? —le preguntó.

    —Mm hmm —respondió ella.

    Paul no podía creer lo que vieron ojos. Allí, en una gran cesta junto a la TV, había una Atari 2600, el sistema de videojuegos de principios de los 80 de la casa original. Cuando iba al colegio había pasado horas y horas jugando a esos innovadores juegos. Escarbando por la caótica pila de cartuchos de juegos vio todos sus antiguos juegos favoritos.

    Era como volver a séptimo curso de nuevo: Space Invaders, Pac Man, Adventure, Missile Command, Wizard of Wor. Y allí estaba, su favorito de todos los tiempos: Combat.

    —Guay —dijo él.

    Le llevó algunos minutos conectar la vieja consola de juegos a la relativamente moderna TV, pero todo lo que necesitaba estaba allí mismo. El corto cable del sencillo controlador joystick le obligó a tirar de un ajado cojín en una esquina para tener algo donde sentarse. Se dejó caer encima del cojín y empezó a reventar cosas de los viejos días de escuela. Hoy en día esos juegos parecerían primitivos si los jugabas en un móvil de hace tres años, pero los fundamentales estaban todos allí. Por supuesto, todos los juegos eran una cutrada, pero no importaba. Ahora mismo, el séptimo curso parecía mucho mejor época en la que estar que la presente.

    Sobre una hora después, Paul oyó que Chloe cerraba el portátil. Mientras él maniobraba a Harry del Pitfall sobre otra serie interminable de cocodrilos, la oyó gruñir y gemir al estirar la espalda. Ella se doblaba y crujía su espinazo con una serie de chasquidos que Paul podía oír desde la otra parte de la habitación. Luego ella cogió otro cojín que había en la esquina y lo lanzó junto a Paul. Se dejó caer sobre él y proclamó: —Me toca luego.

    —¿Tienes la suficiente edad para recordar estos juegos siquiera? —preguntó Paul.

    —Por supuesto que la tengo —dijo Chloe—. Jugué con ellos hace seis meses.

    —Sabes a lo que me refiero.

    Saltar, agarrar la liana, balancerse por encima del cocodrilo. Repetir.

    —¿Teníais esto cuando eras pequeña?

    —Nop. Pero no teníamos videojuegos. Ni tele tampoco.

    Paul sabía por experiencia que no sacaría más de ella sobre ese tema. Se concentró en el juego entre manos, pero consiguió fallar el siguiente salto crucial, probablemente porque Chloe le había embestido en el costado con el hombro. —¡Uuups! —dijo ella—. ¡Me toca!

    —Ni hablar, aún me quedan dos vidas.

    —Veremos el tiempo que te duran —dijo ella con burlona amenaza.

    —O podríamos jugar al Combat.

    —Oooh, ¿me estás retando, chavalín? ¿Retando al maestro?

    —Puedes apostar tu bonito culo a que lo estoy —dijo él.

    —Ya llegaremos a mi bonito culo más tarde —dijo ella al levantarse para cambiar el Pitfall por el Combat—. ¿Tanques o biplanos? —le preguntó.

    —Las damas eligen.

    —¡Pues tanques!

    Combat ofrecía una media docena o así de diferentes variaciones de duelos de tanques y decidieron jugar cada uno de ellos por turnos, el mejor de tres partidas en un total de cinco. Chloe de veras debía de haber estado jugando hacía seis meses, porque las habilidades de su comandante de tanques superó con creces a las del propio Paul en las primeras tres rondas. Al final él quedó fuera de la competición y sólo jugaba por orgullo.

    —Eres mío, chaval. ¡Inclínate ante mi poder blindado! —gritó Chloe.

    —Ya veremos.

    Paul movió su tanque hasta una posición expuesta, corriendo el riesgo. Cuando Chloe fue a disparar, él la empujó en el hombro hacia un lado causando que ella fallara el disparo. La había empujado más fuerte de lo pretendido y la había inclinado sobre el cojín hasta tumbarla en el suelo. Ella quedó allí de lado dando carcajadas. Él aprovechó la oportunidad para disparar un disparo vencedor antes de girarse para burlarse de ella.

    —La revancha es justa… —dijo él, y luego ella ya estaba encima de él, luchando y tumbándole sobre su propio cojín.

    —¡Eres un picado! —gritó ella con una sonrisa mientras le clavaba los hombros al suelo.

    —Empezaste tú —dijo él.

    Ella subió a horcajeadas sobre el torso de Paul ahora, presionándole el pecho con las manos. Él deslizó las manos hacia arriba siguiendo el contorno de las piernas de Chloe hasta sujetar suavemente su cadera.

    —Eso no te hace menos mal perdedor —ella se inclino hasta que sus caras quedaron a centímetros de distancia y él deslizó sus manos hacia arriba siguiendo la espalda.

    —PI-CA-DO —pronunció ella lentamente, pero cuando hubo terminado mantuvo la proximidad.

    Paul deslizó sus manos hacia abajo, más allá del cinturón, y empezó a acariciarle el culo. Ella simplemente se quedó así, sonriéndole. Su sonrisa decía: continúa, y Paul continuó. Inclinó hacia arriba el cuello sólo lo justo para unir sus labios. Ella lo besó con fuerza, echándole la cabeza hacia atrás hasta el suelo. Él la asió del culo con la misma fuerza y ella apretó su cuerpo contra la longitud del de Paul. La erección instantánea de este presionó el fino tejido del pantalón del chándal.

    —Te dije que ya llegaríamos a mi bonito culo —le susurró Chloe cuando interrumpió el beso y enderezó la espalda. Se quitó la blusa y expuso sus pechos a las manos de Paul, las cuales los encontraron al instante. Ella apretó su entrepierna contra la erección.

    —Ahora ven conmigo, comandante de tanques. Tienes una nueva misión.

    Acabaron en el dormitorio. Para su inestimable alivio, Chloe reveló que aquella casa segura de montaña estaba de hecho equipada para cualquier emergencia, incluyendo una caja de condones en la mesita de noche.

    Después, mientras yacían extendidos por la cama, Paul observaba con total gozo cómo Chloe jugaba ociosamente con su momentáneamente flácido pene. Él acariciaba casualmente uno de sus pechos como respuesta.

    —¿Tu amigo de aquí está con ánimo para otro asalto? —dijo ella mientras lo acariciaba.

    —Si sigues haciendo eso, estoy seguro de que él y yo lo estaremos.

    —Los penes son tan raros —dijo ella mirándolo.

    —Si tú lo dices.

    —Lo digo.

    Se quedaron así durante un largo rato después de eso. Paul contemplaba el techo y miraba por la sórdida habitación. La casa no estaba tan mal en realidad, tenía cierto encanto, de hecho. Lo único que necesitaba era un poco de engrase y darle otro aire. Podía ser feliz allí. Si estuviera allí por otros motivos. Y entonces sucedió lo inevitable. Los eventos previos a esa noche llegaron atropellándole de golpe. Estaban allí porque la habían jodido. O los habían traicionado.

    —Ey, ¿qué ha pasado? —dijo Chloe sujetando su miembro flácido de pronto—. Pensé estar consiguiendo algo.

    —¿Qué está pasando, Chloe?

    —Que esperaba tener sexo otra vez en unos minutos. Esta vez tengo que estar yo encima.

    —No, me refiero con la Tripulación. Con el trabajo.

    —Ah, con eso —ella suspiró, se rindió y dejó de masajearlo de momento. Se irguió sentada en la cama y bajo la vista hacia él, simpáticamente—. Ahora mismo nada. He hablado con Abeja por IRC y me ha contado lo que pasó después de irnos.

    —¿Y bien, que pasó?

    —Todo lo demás salió bastante según el plan. Confetti cerró la subasta y ató los cabos. Sacaron un total de 465.300 dólares en pujas.

    —¿Y Frank?

    —Cuando se marcharon, lo dejaron en el armario. Si tenemos suerte, nadie lo encontará hasta mañana, pero dudo que tengamos tanta suerte. El personal de limpieza ya estaba entrando allí cuando nuestro equipo se marchaba.

    —Lo que implica problemas.

    —Un cargamento entero de mierda.

    —Aún así —dijo Paul meditadamente—. 465.000 dólares no está mal del todo. Aunque estoy convencido de que podía haberles convencido para subir otros 100 mil. Aún así, está bastante bien.

    —Bueno, estaría bastante bien si fuésemos a quedarnos el dinero.

    —¿Qué? —dijo Paul. Ahora era su turno de sentarse en la cama, confundido y enfadado—. ¿Por qué no íbamos a quedarnos el dinero?

    —Bueno, Kurt, Abeja y Raff están trabajando en intentar sacar tanto dinero como sea posible, pero eso normalmente requiere 24 horas. Contábamos con mover el dinero a cuentas irrastreables antes de que ninguno de los que pujaron se diera cuenta de que lo habían timado. Pero ahora mismo esos cargos están aún, en su mayor parte, en las compañías de tarjetas de crédito. Si Frank va a la policía y la policía informa a todos los que pujaron sobre lo que ha pasado y si ellos llaman a los bancos... bueno, podríamos no sacar nada. En realidad, probablemente no saquemos nada.

    —¡Joder! —dijo Paul—. Joder, joder, joder. Jodido Frank.

    —Sip —respondió Chloe—. Yo no podría haberlo dicho mejor.

    —¿Y no nos llevamos nada?

    —Bueno, usamos siete cuentas de banco diferentes y algunos otros trucos para poder sacar algo. Depende de lo que pase con Frank. Afortunadamente nadie excepto nosotros tiene la lista completa de todos los que estuvieron allí, así que tampoco hay un modo sencillo de que la policía descubra quién fue timado. En realidad tendrán que acudir a los periódicos y a las noticias locales para que se extienda el hecho, y eso podría hacernos ganar algo de tiempo. Y los depósitos directos a caridad que preparaste probable se mantienen, no estábamos mintiendo sobre esos, así que eso podría mantenerse. Quizá.

    —Joder —dijo Paul. Lo pensó durante un rato antes de decir: —Que me jodan.

    —Sip.

    —¿Y aún piensas que hay un traidor en nuestras filas? —preguntó Paul, buscando a alguien a quien culpar por ese miserable giro de acontecimientos.

    —Estoy trabajando en eso. Le he pedido a Abeja que me envíe por e-mail la lista de invitados, pero seguro que esa lista está en uno de los servidores de la casa, así que tardará algunas horas. Después de que haya terminado de ayudar a todos a recuperar tanta pasta como puedan, veremos si Frank estaba realmente en la lista o no.

    —Y si no estaba... —dijo Paul—. ...entonces sabemos que alguien ideó un modo de invitarlo.

    —Lo que implica que alguien estaba saboteando todo el evento —concluyó Chloe.

    —Pero ¿por qué?

    —Asumo que por el dinero.

    —Creí que no íbamos a poder quedarnos con el dinero.

    —Bueno, según tu jodidamente estúpida promesa, a todos nos irá bien. Tú eres el único que queda con los bolsillos vacíos aquí. —Le dio una palmada en la rodilla—. Asumiendo que mantengas tu jodidamente estúpida promesa.

    —Cristo... —dijo Paul dejándose caer de espaldas.

    Se tapó los ojos con un brazo. Se había olvidado de su promesa de pagar a la Tripulación si no se hacían con un buen dinero con la estafa. Eso implicaba entonces que todo su nido para el huevo desaparecía tan fácilmente como había llegado.

    —Fácil viene, fácil se va… —dijo Paul.

    —Siempre he odiado esa expresión. Además, ese dinero no se va a ir fácilmente a ninguna parte hasta que hayamos descubierto lo que ha pasado aquí. —ella se tumbó junto a él.

    —Aún así no tiene sentido.

    —No, no lo tiene.

    —Deberíamos haber conseguido seiscientos o setecientos de los grandes si todo hubiese salido bien. ¿Por qué joderlo todo y arriesgarse con meter en esto a la policía por sólo 100,000 más? Eso suma... cuánto —Paul se detuvo unos segundos para hacer los cálculos en su cabeza—. Otros seis mil dólares más para la persona que invitó a Frank. No parece que el riesgo valga la pena.

    —No, no lo vale.

    —¿Entonces qué es? ¿Alguien que no me quiere en la Tripulación? ¿Alguien tiene algo contra mí personalmente? —preguntó Paul.

    —Es por el dinero. Siempre es por el dinero —dijo Chloe.

    —Pero, ¿correr riesgos con la policía y todo eso por seis de los grandes? ¿Tiene alguien un problema relamente serio con el juego o algo así?

    —Si lo tuvieran, sabrían que la Tripulación se lo cubriría. Especialmente si es una cantidad tan pequeña como esa. —Ahora fue el turno de Chloe para pensar en silencio.

    Quedaron allí tendidos durante largo rato, desnudos en la cama. En otras circunstancias aquello habría sido un sueño hecho realidad para Paul. Pero ¿en aquellas circunstancias? No parecía para nada un sueño.

    Por fin Chloe rompió el silencio: —Paul, no te preguntaría esto si no tuviera que hacerlo. Pero necesito que confíes en mí.

    —Confío —dijo Paul, y lo dijo sin pensarlo dos veces.

    —Necesito saber dónde está tu dinero.

    Este era el gran secreto entre ellos. O más bien, era el gran secreto que ella no sabía. Paul ni siquiera estaba seguro de si Chloe era su nombre real, y mucho menos dónde guardaba ella su dinero o dónde había nacido o lo que ella quería de la vida siquiera. Pero aún así, él confiaba en ella. Además, parecía que tendría que entregar la pasta muy pronto de todos modos si quería quedarse en la Tripulación. Y ahora más que nunca, con Chloe desnuda junto a él, eso era exactamente lo que quería.

    —Está en un garaje de depósito en Milpitas —dijo él—. Está bajo el nombre de mi prima. En realidad es su garaje de depósito. Ella vivía aquí, pero cuando fue transferida a Sydney, puso la mayoría de sus cosas en depósito. Me dio la llave y la contraseña para que cuidara de él y para usarlo si lo necesitaba.

    —¿Y no hay no rastro electrónico que lleve hasta ti?

    —Nop. Ella ni siquiera es mi prima. O sea, es la sobrina de tía. Mi tía de casó con el hermano de mi madre. Así que no hay relación de sangre. Tampoco el mismo apellido ni nada —se pausó durante un momento a consider si contarle hasta el último detalle.

    «Oh, qué demonios, ¿por qué no admitirlo?»

    —En realidad no me fié de vosotros en el primer par de días, ¿sabes? Y después de ver lo que hiciste a mis antiguos socios y todo, bueno, pensé que era mejor prevenir que curar. Incluso hice un montón de maniobras evasivas para aseguarme de que no me estaban siguiendo. Sólo estaba paranoico, supongo.

    —No lo estabas —dijo Chloe—. Siendo seguido, quiero decir, ni paranoico tampoco. Actuaste de modo inteligente. Hiciste lo que yo habría hecho —Ahora Chloe se detuvo a media frase, pareciendo cavilar sobre si entregar una confesión por su parte—. Por supuesto, todo eso de la conducción evasiva no te habría servido si hubieses tenido un artefacto de seguimiento en tu coche.

    —¿Lo tenía?

    —No. —Otro largo momento—. No teníamos ninguno funcionando en ese momento. Todo sucedió demasiado rápido y Abeja los había desmontado para mejorarlos.

    —Si hubiesen estado funcionando, ¿me habrías puesto uno en el coche?

    —No lo sé. No se me ocurrió porque no teníamos esa posibilidad. —Paul no necesitaba preguntar por qué iban a querer rastrearle. Habrían ido a por el dinero. Chloe continuó: —Pero ahora mismo lo importante es que el dinero está seguro donde está, por ahora. ¿Has vuelto al garaje de depósito desde entonces?

    —No —dijo Paul—. Llevo diez de los grandes en metálico conmigo y en realidad no he necesitado mucho dinero desde que estoy con vosotros.

    —Bien, bien. Eso nos da cierto espacio de maniobra.

    —Vale, pero, ¿qué importa eso ahora mismo? Voy a tener que entregárselo a la Tripulación de todas maneras si voy a quedarme contigo. Con vosotros, quiero decir.

    —Cuando dijiste antes que jodernos por unos míseros seis mil dólares no tenía sentido tenías toda la razón. Si alguien nos vendió, es que va a por un precio mucho mayor.

    —¿Cuál, que yo acabe en prisión?

    —Ese podría ser un bonito bonus para ellos, pero no. Lo quieren todo.

    —Joder —dijo Paul con súbita noción—. Van a por todos los 850.000 dólares.

    —Sip.

    —¡Joder!

    —Sip.

Capítulo 30

    Paul nunca había salido por la TV antes.

    Habían usado una fotografía suya que llevaba años en la página web de su antigua compañía. Habían recortado de la foto original la figura de acción del Spider Jerusalem que había al fondo de su escritorio, para mostrar sólo su cara sonriente en la parte superior izquierda de la pantalla. Justo al lado de la seria presentadora.

    —Las autoridades buscan a este hombre, Paul Reynolds, relacionado con una estafa que tuvo lugar en Los Gatos anoche. Según testigos presenciales, Reynolds y varios de sus cómplices perpetraron un falso evento de recaudación de fondos para explotar a la comunidad ultrajada por la discutible protesta que tuvo lugar el mes pasado.

    Ahora la cara de Paul fue reemplazada por un montaje que había grabado Raff de su bufonada.

    —La policía ahora sospecha que Reynolds y sus cómplices pueden tener relación con la organización de dicha protesta, mostrada aquí, en la que familias locales fueron rociadas con falsa sangre que causó poco después el pánico de las Vacas Locas en la zona.

    Ahora regresó la cara de Paul, ocupando toda la pantalla esta vez.

    —La policía pide a todo asistente al evento de recaudación de fondos de anoche y a cualquiera que sepa el paradero de este hombre, que contacte con ellos de inmediato.

    Por último, foto en la izquierda de la pantalla. —En otras noticias…

    El corte terminaba ahí abruptamente. Paul y Chloe apartaron la vista de la pantalla del ordendor portátil, se miraron el uno al otro y suspiraron.

    —Siempre he querido ser famoso —dijo Paul.

    —Creo que la palabra es infame —dijo ella cerrando la ventana del reproductor de vídeo. Abeja les había enviado por correo electrónico el corte de las noticias locales de la mañana—. Al menos no ha salido en nacional todavía.

    —Jesús… —Paul no quería ni pensar en lo que harían sus padres cuando lo vieran—. ¿Crees que esto será muy grande?

    —Podría —dijo ella—. Tú sabes mejor que nadie lo rápido que la radio y los blogueros de derechas se suben a una mierda como esta. Ahora que tienen el nombre de un semifamoso dibujante de comics y antiguo diseñador de videjuegos que adherir a la historia de la bufonada del parque, y van a funcionar con ella.

    De pronto Paul no podía respirar. Aspiraba y aspiraba, pero nada de aire parecía conseguir llegar a sus pulmones. Se le aceleró el corazón.

    —Jodeeeeee… —consiguió decir.

    Chloe le sujetó los hombros y le reconfortó: —Tranquilo. No pasa nada. Sólo respira.

    Pero no podía.

    «¿Ataque al corazón? ¿Toda esa pizza y cortezas de cerdo por fin le pasaban factura?»

    —¡No pasa nada! —le gritó Chloe—. ¡Sólo es un ataque de pánico! —le puso las manos sobre la espalda y apretó firme pero suavemente—. ¡Relájate!

    —Uuuuuh… —dijo Paul.

    Chloe lo dobló hacia adelante, con la cabeza de Paul entre las rodillas y empezó a masajearle los hombros.—No pasa nada, cariño, no pasa nada —dijo ella—. Sólo intenta respirar, ¿vale? Lo resolveremos. —le frotó la nuca.

    La cabeza de Paul se ralentizó. Su respiración empezó a entrar más hondo en sus pulmones. Se iba calmando lenta pero eficientemente, agachado sobre una Chloe que le acariciaba la espalda.

    —Tranquilo, cariño —dijo ella—. Tranquilo. Sólo relájate. Yo me ocuparé de todo. Tú relájate.

    Y él se relajó, al menos lo bastante como para desmayarse allí mismo.

    Paul estaba tendido en el sofá, sorbiendo agua, mientras Chloe tecleaba en el portátil detrás de él. Junto al corte de vídeo de las noticias, Abeja le había enviado también la lista que habían usado para invitar al evento potenciales objetivos. La habían recopilado a partir de varias listas (o bien robadas o compradas) de donantes conservadores. Abeja también había enviado esas listas originales, así que Chloe podía comprobarlas buscando el nombre de Frank. Si Frank estaba en alguna de las listas; quizá, sólo quizá; todo aquello había sido una coincidencia. Si el nombre de Frank estaba en su lista de invitados, pero no en ninguna de las listas, entonces estaba pasando algo sospechoso. Lo mismo ocurría si no estaba en ninguna de las listas.

    —Por supuesto —dijo Paul —Si Abeja es la traidora, entonces estamos totalmente jodidos.

    —Abeja no es la traidora —replicó Chloe—. Ni hablar. Confio en ella totalmente.

    —Pensé que confiabas en todos en la Tripulación.

    —Y confío. O confiaba.

    —¿Y qué hace a Abeja tan confiable?

    —Ella no es como el resto de nosotros —dijo Chloe—. Ella es como tú.

    —¿Como yo cómo?

    —Ella no está en esto por el dinero. Ella está en esto por la diversión, porque disfruta con desafíos de ingeniería. Disfruta con esta vida. Para ella esta es la única familia que ha conocido que de verdad se preocupa por ella. Ella tuvo una… tuvo una educación dura.

    —¿En qué la hace eso diferente del resto de vosotros?

    —El resto de nosotros somos unos jodidos ladrones.

    —A veces olvido eso —dijo Paul, y hasta cierta extensión, lo hacía.

    No siempre le parecía robo. Era un juego, una revolución, un nuevo modo de vivir. Era fácil de olvidar lo que estaba pasando realmente.

    —Pues no deberías —respondió ella—. Sobre todo ahora —Estudió la pantalla ante ella durante un par de largos minutos antes de decir: —Vale, ven a echar un vistazo a esto.

    Paul se levantó y se acercó hasta el mostrador de la cocina. La pantalla mostraba una hoja de Excel listando nombres, direcciones y donaciones de los últimos cinco años.

    —Esta es la lista maestra que recopilamos de todas las diferentes bases de datos a las que pudimos echar mano —pulsó Ctrl-F y tecleó el nombre completo de Frank en el parámetro de búsqueda.

    El programa saltó a su línea de inmediato.

    —Ahí está —dijo Paul—. Y mira eso, ninguna donación en los últimos cinco años.

    —Bueno, al menos sabemos cómo consiguió la invitación —dijo ella—. Se la enviamos nosotros. Deja que vea la lista fuente y veremos si aparece aquí.

    —Espera un segundo —dijo Paul—. Primero quiero comprobar algo. Mira si esta lista tiene a Greg Driscol.

    Greg no sólo había sido el CEO de la antigua compañía de Paul, sino un amigo de la infancia. Paul lo conocía muy bien, y no por ser políticamente activo. Y allí estaba, en la lista de potenciales donantes.

    —Que me jodan —dijo Paul.

    —Mierda —dijo Chloe.

    —Comprueba los demás —dijo Paul.

    Estaban todos allí, todos y cada uno de sus antiguos socios, Evan incluído.

    —Sé que esto es mentira —dijo él—. Es imposible que Evan estuviese nunca en una condenada lista de donantes republicanos. Es izquierdista de la vieja escuela. Unión familiar, demócrata de toda la vida. Da dinero al CND y al ACLU y al Partido Verde sólo por precaución. Solíamos llamarnos camarada por la oficina a veces porque éramos los tíos más liberales del edificio.

    —Bueno, eso responde la duda, entonces —dijo Chloe—. Comprobaré las listas fuente para estar segura, pero he de decir que esto lo deja todo bastante claro. Alguien quería que te reconocieran y por eso invitaron a toda la gente que más te odiaba en el mundo. Sólo Frank mordió el anzuelo, pero quienquiera que lo hizo sólo necesitaba a uno.

    —¡De Jodido Sobresaliente! ¿Quién ha podido hacer esto? ¿Quién tenía acceso a esta lista?

    —Bueno, teóricamente —dijo Chloe pensando en alto—. Sólo Abeja, Kurt, Raff, tú y yo. Pero, joder, es una casa llena de hackers y hay gente entrando y saliendo de esa sala del servidor a todas horas. Cualquiera que estuviese allí en las dos últimas semanas podía haber añadido los nombres.

    —Pero sabrían que íbamos a sospechar. Que comprobaríamos la lista.

    —Lo cual apunta a alguien con un acceso más restringido —intervino ella—. De lo contrario habría borrado los nombres en cuanto los hubiese invitado.

    —No —dijo Paul—. Tenían que esperar. Invitaron a los cuatro, pero no sabían quién iba a aparecer. Querían ver quién hacía aparición y luego dejar esos nombres en la lista mientras borraban todos los demás. Sospecharíamos más si uno de ellos hubiese aparecido sin estar en la lista. De modo que tenían que esperar hasta después para hacer coincidir la lista con lo que había pasado en realidad.

    —Vale, eso tiene sentido —ella abrió una ventana IRC y empezó a llamar a Abeja de nuevo—. De modo que quien hizo esta mierda va a querer entrar en la base de datos en cuanto pueda y borrar a Greg y a los demás. Han de asumir que no la hemos visto todavía, puesto que no hemos estado en casa y, por tanto, no hemos podido acceder al servidor de seguridad.

    —¿Por qué no lo cambiaron anoche? —preguntó Paul—. ¿Antes de que Abeja pudiese haberla enviado?

    —Las cosas serían un caos anoche. Todas las manos estaban ocupadas tratando de sacar tanto dinero como fuese posible antes de que la poli y los bancos lo bloquearan. Abeja, o quizá Kurt probablemente, estaban sentados en esa máquina toda la noche. También está toda la información de ruta bancaria en ese ordenador.

    —Lo cual significa que probablemente no fue Kurt —dijo Paul.

    —Probablemente no —coincidió ella.

    El ordenador pitó. Abeja estaba online. Las palabras: ¿QUÉ PASA?, aparecieron en la pantalla.

    «Necesito tu ayuda», tecleó Chloe.

    OK, respondió. DISPARA.

    «Vigila el monitor del servidor de seguridad y hazme saber quien lo usa. Luego envíame de nuevo copias actualizadas de estos archivos cada hora.»

    ¿POR QUÉ?

    «Demasiado complicado. Ya te contaré más tarde.»

    OK. LO HARÉ.

    «Gracias.»

    Chloe terminó de teclear y se giró hacia Paul: —Eso nos dará un registro de todos los que entran en el servidor y actualizaciones de la lista cada hora para ver cuándo se han borrado los nombres.

    —Y así pillamos al tipo.

    —O a la tipa —dijo Chloe.

    —¿Y luego qué? —preguntó Paul—. ¿Qué hacéis con los traidores, por cierto?

    —Los hacemos caminar por la jodida tabla —dijo ella con una sonrisa sin humor—. No lo sé. Nunca ha surgido esto. Una vez nos jodió un asociado, alguien de otra tripulación con quien estábamos trabajando. Le pateamos el culo y le dejamos sin blanca.

    —Un castigo que abarca dos siglos de jurisprudencia —dijo él.

    —Nos gusta la mezcla.

    —¿Cómo crees que reaccionarán los demás cuando lo descubran?

    —Se cabrearán. Eso puedo apostarlo…

    Justo entonces, el ordenador pitó de nuevo. Había otro mensaje de Abeja en la ventana de IRC.

    ¿CUÁNDO VOLVÉIS A CASA?, le preguntaba.

    «No sé. Pronto», tecleó Chloe en respuesta.

    PORQUE RAFF ESTÁ AQUÍ. QUIERE REUNIRSE CON VOSOTROS AHORA MISMO.

    «¿Él está ahí mismo?», tecleó Chloe. Hubo una pausa más larga de lo normal y luego,

    HOLA, CHLOE. SOY RAFF. TENGO QUE HABLAR CONTIGO Y CON PAUL YA MISMO. AHORA. 911.

    Paul miró a la ventana de IRC, la cual mostraba toda la conversación que Chloe y Abeja se habían tecleado una a la otra.

    —¿Crees que ha leído todo eso? —le preguntó.

    —Espero que no, pero sí, probablemente. —ella empezó a teclear de nuevo.

    «Ok. ¿Dónde?»

    CENTRO COMERCIAL DER GROSSE, dijo la respuesta. ¿SABES DÓNDE?

    «Sip. Dame dos horas.»

    OK. NOS VEMOS.

    —Que me jodan… —murmuró Chloe entre dientes mientras se concentraba muchísimo en la pantalla delante de ella, releyendo el intercambio. Chloe pulsó para cerrar la ventana.

    —¿Qué es el Centro comercial Der Grosse? —preguntó Paul.

    —Ya sabes, el Gran Centro Comercial. En Milpitas. Quiere reunirse en la fuente delante del cine.

    —¿Allí, por qué? ¿Por qué no en la parte de atrás?

    —Quiere un lugar público. Un lugar percibido como zona neutral. Un lugar donde haya demasiada gente como para que puedan seguirnos, pero fuera de la vista del resto de la Tripulación.

    —¿Qué crees que quiere? —preguntó Paul, aunque estaba bastante seguro de ya saber la respuesta.

    —¿Tú qué crees? —dijo ella—. Quiere tu jodido dinero.

    —¿Es él nuestro traidor?

    —Oh, sí —dijo Chloe—. Leche y en botella que es nuestro traidor. No quiero creerlo, pero es lo único que tiene sentido. Joder…

    La furia inundó el pecho de Paul. Se le aceleró el corazón. Pero esto no era otro ataque de pánico, esto era adrenalina y rabia. Raff le había caído bien. Raff le había apoyado cuando nadie de la Tripulación lo había hecho. Jodido Raff. Había estado jugando con Paul desde el principio.

    —¿Cuál es el plan? —preguntó él, listo para hacer lo que hiciese falta.

    —No lo sé todavía, pero sea lo que sea lo que se nos ocurra, será mejor que sea absoluta y jodidamente brillante.

Capítulo 31

    El Gran Centro Comercial solía ser una fábrica de coches y era la atracción más grande en Milpitas, que linda justo al Norte con San José. A diferencia de la mayoría de centros comerciales, no ocultaba muy bien su masiva naturaleza a aquellos que se aproximaban, porque, por supuesto, solían manufacturar coches allí. Habían invertido desde entonces una buena cantidad de dinero en pintura y decoración, pero la pura naturaleza monolítica del lugar se negaba a ser escondida. Y así, habían aceptado su voluminosidad y seguido con ello autodesignándose a sí mismos El Gran Centro Comercial. Este nombre conducía naturalmente a usuales y repetidas variaciones por los ingeniosos paisanos locales hacia el efecto de: "Pues tampoco es que sea un centro comercial tan grande".

    Y Paul coincidía. En realidad no era tan grande. No obstante, grande o no, en un miércoles por la tarde estaba lleno de gente. El cine de veinte pantallas había sido una adición posterior, un edificio separado adyacente a la estructura principal y conectado mediante un patio de hormigón con una fuente en su centro. Cientos de personas de todo tamaño, edad y etnia imaginable pululaban por allí. Silicon Valley era el verdadero y proverbial pañuelo del mundo, y Milpitas en particular era el hogar de una gran población de inmigrantes asiáticos y latinos. Una de las cosas que más le gustaba a Paul sobre la zona era la diversidad de culturas y el hecho de que probablemente podías oír chino, indi o español cuando hablabas inglés. Una de las cosas que menos le gustaba a Paul sobre Silicon Valley estaba ahora de pie a veinte pasos de distancia de él.

    Era Raff.

    Su delgado cuerpo se encorvaba sobre la fuente, lanzando ociosamente centavos en los chorros del agua y observándolos volar hacia el aire hasta caer dentro de la fuente. Alardeando de su anterior hazaña, el polo marca registrada de Raff llevaba el logo de Bendix Software. Él parecía no haberles visto todavía, pero Paul estaba seguro que era una pose de tranquilidad planeada por su parte.

    Chloe y Paul miraron a su alrededor tan subresticiamente como pudieron, buscando a otros miembros de la Tripulación que pudiesen estar observándoles. Chloe le había dicho que asumía que Raff estaba trabajando con al menos un socio, quizá dos, quizá más. Quizá había vuelto contra ellos a la Tripulación entera.

    Mientras se acercaban hasta diez pasos de distancia, Raff por fin alzó la vista y les sonrió. Uno de los muchos dones de Raff era su sonrisa contagiosa y Paul sintió su propia boca girando hacia arriba en respuesta. Se dejó llevar y le sonrió en respuesta, extendiendo una mano para estrechar la de Raff.

    —Ey —dijo Raff—. ¿Cómo os va? ¿Os habéis instalado bien en las montañas?

    Este era el modo de Raff de hacerles saber que sabía dónde habían estado, pero ellos habían esperado que él ya lo hubiese descubierto.

    —Estamos bien —dijo Paul—. Tan bien como se puede esperar, al menos.

    —Entonces, habéis visto las noticias —dijo Raff tornando su mirada seria—. Eso es un duro contratiempo, hombre. Lo siento de verdad.

    Chloe intervino en este punto: —La cuestión ahora es: ¿qué coño vamos a hacer al respecto?

    —Tienes razón, esa es la pregunta. He estado despierto toda la noche con el resto de la Tripulación tratando de salvar lo que hemos podido de este plan de Paul, pero… —se giró y miró directamente a Paul a los ojos—. Me temo que es una pifia, hombre. Conseguimos sacar 16 mil antes de que los bancos echaran la persiana.

    —¿Dieciséis mil? —exclamó Paul—. ¿Eso es todo?

    —Sí, lo siento, colega, pero eso es todo lo que pudimos salvar. Hay una tonelada de presión en esto. Una jodida tonelada de presión. Con el congresista estando allí y todo eso, están entrando los federales también. El Tesoro, el FBI y no sé quién más. No podíamos sacar nada más sin dejar nuestros culos al aire.

    —Vale, es una cagada total —dijo Chloe—. Esto apesta, pero es hora del control de daños. Tenemos que descubrir un modo de desviar a Paul de todo esto. Hay que prepararle una coartada para la última noche. Algo.

    —Esa es una buena idea —dijo Raff cordialmente—. Tal vez encontrar un hotel en LA y hackear la cinta de seguridad. Deberíamos investigar eso, de acuerdo. Pero ahora mismo hay problemas más inmediatos.

    —¿Ah, sí? —dijo Chloe—. ¿Cuáles?

    —Es la Tripulación. El resto de la Tripulación, quiero decir.

    —¿Qué pasa con ellos?

    —Están muy cabreados. Todos lo estamos, pero más que eso están asustados

    —¿Asustados de qué? —preguntó Paul—. ¡No es su fotografía la que está en todas las televisiones!

    —Pero hasta donde a ellos les concierne, bien podría estarla —respondió Raff.

    Su voz era tranquila y empática: —Esto es mucho más publico que nada de lo que hayamos hecho antes. Es territorio nuevo para la mayoría de ellos y no están cómodos en él.

    —Es como sobre lo que hemos hablado, Paul —dijo Chloe—. Si te pasa algo a ti, eso puede volverse contra todos nosotros. Si te pillan o lo que sea, seguirán tu estela hasta el resto de la Tripulación y entoces, bueno, sería malo.

    —Exactamente —coincidó Raff, complacido de tener a Chloe de su lado.

    —Ya, ya, joder, eso lo entiendo, ¿vale? —rezongó Paul—. Pero, ¿y qué? Yo estoy asustado. Ellos están asustados. Bien. ¿qué coño vamos a hacer ahora que todos estamos en esta mierda juntos?

    Raff se inclinó hacia adelante y apoyó un brazo alrededor del hombro de Paul, mirando a su alrededor conspiratoriamente como si se estuviese asegurando de que nadie les estaba escuchando: —Ese es el asunto, Paul. Para algunos de ellos, nosotros no estamos todos en esto juntos.

    —¿Qué quieres decir?

    —Quiero decir que algunas personas; yo no, ¿me comprendes?; pero algunos miembros de la Tripulación están diciendo que todo esto de hacerse público era tu plan, y eres tú quién tiene el marrón por ello. Que no eres realmente un miembro, ¿lo ves?

    —¿Qué demonios? —gritó Paul.

    —¡Shhh! —siseó Chloe—. Habla bajo, Paul. Deja que acabe.

    —Yo estoy aquí contigo, hombre —entonó Raff en tonos sosegadores—. Eso es una tontería. Pero cuando la gente se asusta empieza a volverse loca. Su sentido del bien y el mal sale por la ventana y empiezan a cuidar primero de sus propios pellejos. Empiezas oír cosas como FBI y Departamento del Tesoro y tienes a los paisanos meándose en los pantalones.

    —Eso es perfectamente comprensible, Paul —añadió Chloe tomando su mano entre la suyas y apretándola—. ¿Recuerdas lo loco que te pusiste cuando viste tu fotografía en la tele esta mañana? Ellos se sienten del mismo modo.

    —¡Excepto que no era su jodida fotografía!

    —No, no lo era, pero eso no cambia lo que está pasando. Es algo con lo que tenemos que lidiar —continuó ella—. Necesitamos su ayuda si vamos a sacarte de este atolladero. Los tres no podemos solos, ¿verdad, Raff?

    —No, no podemos. Estás entre una roca jodidamente grande y un lugar jodidamente difícil, Paul. Nadie sabe eso mejor que tú. Necesitas a todos los amigos que puedas conseguir ahora mismo.

    —Pensé que tenía amigos. Pensé que yo era parte de esta condenada Tripulación vuestra. ¿No protegéis a los vuestros?

    —Por supuesto que lo hacemos —le aseguró Raff—. Por supuesto. Pero ellos tienen que saber que eres uno de ellos. Tienen que confiar que harías lo mismo por ellos. La lealtad se gana, no se regala. Además, hay otro problema.

    —Por supuesto que lo hay —dijo Paul—. ¿Ahora qué?

    —Salió en las noticias hace una media hora. Recuerdas a ese tipo que estaba con el CFO cuando hiciste esa recogida para nosotros?

    —¿El tipo que me tiró al suelo, quieres decir? ¿El detective privado que me obligó a salir de la carretera? Sí, creo que me acuerdo de él.

    —Cierto, bueno, al parecer te reconoció en la tele y ha ido a la policía y a la prensa. Dice que eres un conocido extorsionista.

    —Oh, joder —dijo Chloe.

    Paul podía ver que ella estaba honestamente sorprendida ante esto. Por su propia parte, él estaba sin palabras.

    —Sí —continuó Raff—. Y como sabemos que debe de haberte seguido, Paul, hasta pocas manzanas de la casa… bueno, probablemente no es buena idea que vuelvas allí en mucho tiempo.

    —Todas mis jodidas cosas están allí —dijo Paul.

    —Yo puedo traértelas, no hay problema —le aseguró Raff—. Pero primero tenemos que descubrir lo que hacer para aplacar al resto de la Tripulación.

    Paul echó humo en silencio durante un momento, mirando de un lado a otro entre Chloe y Raff. Por fin dijo: —Bien, ¿qué coño quieren entonces?

    —Como tú dijiste cuando estabas lanzando tu plan —dijo Raff—. El dinero que te ayudamos a conseguir de tus viejos socios. Dijiste que nos pagarías a todos con eso si el plan salía mal. Bueno, obviamente ha ido bastante mal.

    —¿Y no me ayudaréis a menos que os pague ochocientos de los grandes? La lealtad no se compra, Raff, se gana. Si yo soy parte de este equipo, no debería tener que pagaros para ayudarme —apartó su mano del agarre de Chloe y se zafó del confortante brazo de Raff sobre su hombro—. Esto me suena mucho a una jodida extorsión.

    —Estoy de acuerdo, Paul. De verdad que sí, pero…

    —Pues entonces, ¿por qué no les decís vosotros dos que entren en razón y me ayuden, eh? Se supone que vosotros sois los líderes aquí.

    —Sabes que esto no funciona de ese modo, Paul —dijo Chloe—. No somos un ejército ni una dictadura. Todos son libres. Todos tienen un voto. Todos opinan en los asuntos.

    —Me temo que Chloe tiene razón, Paul —añadió Raff—. Por mucho que deseo a veces que sea de otro modo, ese es el modo en que opera esta Tripulación. A las buenas y a las malas, necesitas pagarles esos 850 mil o te van a dejar colgado hasta que te seques y no hay nada que Chloe o yo podamos hacer al respecto.

    Paul pareció desinflarse. Totalmente abatido: —¿Puedo pensar en ello durante un par de horas? Eso es lo que me llevaría recoger el dinero de todas formas —preguntó con voz blanda.

    Sintiendo la victoria, Raff le apoyó: —Por supuesto, por supuesto.

    —¿Qué tal mañana? —dijo Chloe—. ¿Puedes decirnos tu decisión para mañana?

    Esto, al parecer, no encajaba con los planes de Raff y él así lo dijo: —Me temo que eso podría ser demasiado tiempo. Algunos de ellos ya han desaparecido.

    —Vale, ¿qué tal esta noche? —sugirió Chloe—. Si él decide hacerlo, traerá el dinero esta noche. ¿Te sirve eso, Paul?

    —Claro —dijo Paul y empezó a caminar de vuelta al aparcamiento—. Lo que vosotros digáis.

    —Sé que esto apesta, hombre —gritó Raff a su espalda—. Pero te sacaremos de esta. Te lo juro.

    Paul no respondió. Simplemente se quedó allí de pie, esperando a que Chloe terminase de hablar con Raff.

    Raff se giró hacia Chloe: —¿Cómo estáis de dinero? —le preguntó Raff—. Yo llevo unos cien pavos encima si los necesitas —sacó su billetera y la abrió—. ¿Ayudaría eso?

    —Gracias —dijo Chloe sin responder de verdad a la pregunta de Raff. Echó mano a la billetera abierta y sacó el dinero con un rápido movimiento—. Estaremos en contacto —dijo ella por encima del hombro cuando ella y Paul se encaminaron hacia el aparcamiento.

    Justo antes de que desaparecieran doblando la esquina del cine. Paul miró atrás y vio a Raff sacar su teléfono móvil para empezar a llamar.

Capítulo 32

    Cuando subieron de nuevo al coche, Chloe se inclinó a un lado y le dio a Paul un beso en la mejilla. Luego se demoró lo bastante para susurrar: —Recuerda, probablemente han puesto un micro en el coche.

    Paul asintió en señal de que lo comprendía.

    —De veras que siento todo esto —dijo ella en volumen de conversación normal.

    —Estoy seguro —dijo Paul con su voz goteando veneno—. ¿Sabes qué? Todo esto son chorradas.

    Chloe condujo fuera aparcamiento y empezó a navegar de vuelta a la autopista: —No veo que tengamos un montón de opciones con esto.

    —Podría coger el dinero y huir. Podría dejaros a todos, locos bastardos, y largarme a cualquier parte. Ochocientos cincuenta mil dólares me durarán un buen tiempo en Costa Rica.

    —¿Tienes pasaporte acaso, Paul? ¿Tienes alguna idea de cómo desaparecer? La policía y el FBI estarán controlando la casa de tus padres. Necesitamos a la Tripulación si vamos a sacarte de esta.

    —Eso es lo que no para de decirme todo el mundo.

    Condujeron en silencio durante un rato. Paul buscaba irritadamente emisoras de radio, buscando algunas noticias sobre sí mismo. Al final, Chloe le cogió la mano, la apartó de los controles y apagó la radio.

    —Escúchame, Paul —dijo ella con voz severa—. Es la hora de la jodida decisión. Si nos vas a dejar ayudarte, estupendo, déjanos. Si no dime dónde quieres que te deje y puedes salir huyendo si quieres. Pero decide, joder. ¿Vale?

    Paul suspiró con resignación. Mientras lo hacía, pensó que quizá estaba exagerando un poco, actuando demasiado dramático. Pero Chloe le había dicho que la calidad del sonido del chisme que los cómplices de Raff habrían plantado en el coche sería muy pobre, así que tenían que sobreactuar un poco.

    —¡De acuerdo! —Paul prácticamente gritó—. Me he fiado de vosotros hasta ahora. De perdidos al jodido río.

    Chloe le dio una palmada en la rodilla: —Has tomado la decisión correcta, Paul. De verdad que sí —se detuvo para dar una pausa de tensión dramática—. Ahora dime, ¿dónde ocultas el dinero?

    —Está en un depósito bajo el nombre de mi prima. Te llevaré allí, pero ¿podemos comer algo primero? Estoy hambriento.

    —Por supuesto que podemos —dijo Chloe—. ¿Qué tal este sitio de aquí?

    Diez minutos más tarde estaban sentados en un puesto de Don Pablo, masticando ociosamente patatas fritas y salsa suave. Sorprendentemente, estaban riendo como colegiales.

    —No sé por qué me estoy riendo. Esto no es gracioso —dijo Paul entre risitas.

    —Sólo es el estrés —sonrió Chloe—. Lo hiciste genial, por cierto. Hiciste de víctima cabreada muy bien... Raff se lo ha tragado todo, estoy segura.

    —No fue difícil. Simplemente recordé la época en la que toda mi vida se había ido por el retrete. Tú la recuerdas, ¿no? Creo que fue esta mañana —masticó otra patata y no pudo evitar sonreir—. Aún así, fue bastante bien, ¿no? Él se comportó exactamente como tú dijiste.

    —Sí, él intenta mantenerse cercano, hacernos creer que es amigo nuestro.

    —Aunque seguramente va a sospechar algo —dijo Paul—. Si vio lo que tú y Abeja estuvisteis tecleando, sentirá curiosidad.

    —Ya, pero creo que le lancé una bola curvada al presionarte a que entregaras el dinero. Creo que se creyó la idea de que aún intento conseguir la pasta para la Tripulación como grupo. Si tenemos suerte, estará apostando que no hemos descubierto que aquí el traidor es él.

    —¿Y tú estás cien por ciento segura ahora de que él es el malo de la película?

    —Sí —dijo Chloe con absoluta certeza—. Totalmente.

    —¿Qué te ha convencido? Aún podría haber sido otra persona la que se colara en el servidor de seguridad.

    —Me preguntó cómo íbamos de dinero —dijo Chloe—. Hasta me dio cien pavos.

    —¿Qué prueba eso?

    —Eso no va con él. Él y yo nunca nos pedimos dinero. Nunca le preguntamos al otro si tiene dinero o no. Pero lo preguntó porque quería saber lo amarrados que estábamos de metálico. Quería saber qué clase de recursos tenemos a nuestra disposición —El camarero pasó al lado de ellos en ese momento y ella le llamó—. Disculpe, ¿puede preparar nuestro pedido para llevar? ¿Y traer la cuenta cuando pueda?

    El camarero asintió que no había problema.

    —¿No vamos a comer aquí? —dijo Paul.

    —Quiero probar una teoría.

    —¿Cuál?

    —Que Raff ha cancelado todas nuestras tarjetas de crédito.

    Paul pareció perplejo: —¿Qué? ¿Cómo…? —Chloe le lanzó una mirada que decía: "venga ya, recuerda con quién estás lidiando". —Oh, pero ¿por qué?

    —Nos quiere desesperados. Quiere presionarnos a tope y asegurarse de que no hacemos ningún movimiento que pudiéramos hacer.

    —Si tuviésemos crédito —dijo Paul mientras comprendía lo que estaba pasando—. Podríamos huir y esperar a que las cosas se calmaran un poco. Pero sin tarjetas de crédito, ni siquiera podemos ponerle gasolina al coche, lo que implica que el único modo de que huyamos es ir a por el dinero.

    —Y conducir a Raff directo hasta él.

    El camarero regresó con dos cajas de cartón y la cuenta. Chloe asintió a Paul y le dio al camarero la tarjeta de débito de Paul. Unos minutos más tarde, el hombre regresó diciendo que el cargo había sido rechazado. Chloe le dio una de sus tarjetas. Resultó rechazada también, de modo que acabaron pagando con el dinero de Raff.

    —Joder —dijo Chloe—. Es un solapado bastardo.

    —¿Qué?

    —Esa tarjeta que he usado, no pensé que supiese siquiera que la tenía. Es de una de mis cuentas ocultas.

    —Jesús… ¿qué más sabe?

    —Al parecer sabe tanto de mí como yo de él —dijo Chloe—. Yo podría limpiarle o congelarle una docena de sus cuentas si quisiera, pero no creo que eso sirva de nada ahora mismo. Probablemente tiene a la Tripulación entera respaldándole en esto y yo no puedo vencerlos a todos juntos.

    —Así que, procedemos con el Plan A, entonces —dijo Paul.

    —Sip —dijo ella mientras se levantaba para irse—. Esperemos que Raff no sepa todos mis secretos, si no estamos jodidos de verdad.

Capítulo 33

    Las instalaciones de Tú-Almacena-Bien permitía a sus clientes acceso diario a sus garajes de depósito las 24 horas. Cada cliente tenía un código único que le daba acceso a través de la puerta delantera, así como otro código y una llave necesarios para abrir el garaje. Diez años atrás, el local había tenido cámaras de seguridad de última tecnología y tres guardas haciendo rondas a todas horas. Hoy en día, el personal se limitaba a un sólo hombre en una cabina de seguridad mirando un monitor de vídeo que sólo recibía señal del 30% de las cámaras que aún funcionaban, y sólo trabaja por el día. Extendido sobre un acre que consistía en fila tras fila de garajes con puertas de metal, todo el lugar parecía gastado y ruinoso durante el día. Por la noche no era categóricamente amenazador.

    Fue después de las 9:00 PM cuando Paul y Chloe pararon frente a la puerta delantera y ella sacó el brazo por la ventanilla para pulsar el código de entrada en el castigado teclado de metal. Un motor cobró vida y la verja de la puerta se abrió ante ellos. Avanzaron despacio al interior de la instalación y llegaron hasta una hilera de garajes de depósito cerca del fondo del espacio. Ambos escudriñaron hacia la oscuridad en busca de señales de alguien que pudiese estar acechando cerca. Todos los garajes tenían una luz sobre el umbral de la puerta. Todas las luces juntas habrían proporcionado bastante iluminación a cada hilera, pero más de la mitad estaban fundidas o rotas y dejaban zonas de oscuridad lo bastante grandes como para ocultar un coche. Era imposible saber si estaban ellos dos solos o no.

    Chloe condujo hasta parar frente a la puerta marcada como G13. Era una de las unidades con un luz fundida, así que dejó las luces del coche enfocadas hacia la puerta, salieron del coche y se encaminaron a la entrada del garaje. Paul tecleó el código en un cuadrado junto a la puerta y el LED sobre la cerradura cambió de rojo a verde. Luego Paul sacó una llave del bolsillo. La metió en la cerradura al principio, pero la giró con cuidado durante unos segundos hasta que por fin los vástagos cayeron en su sitio.

    La cerradura hizo clic y Paul dijo: —Vale, allá vamos.

    —Estás tomando la decisión correcta, Paul.

    —Sí, ya. No me dices otra cosa —rezongó Paul como si Raff estuviese escuchando en secreto, lo cual probablemente era cierto.

    Paul se agachó y levantó la parte inferior de la puerta de entrada al garaje. Con un sonoro traqueteo, la persiana rodó hacia arriba hasta el tope, revelando un espacio de tres por seis metros lleno de cajas hasta el techo. Paul bajó el interruptor de la luz de la pared interior, pero nada sucedió. Lo movió airadamente arriba y abajo varias veces, pero no obtuvo diferente resultado.

    —Cómo no —suspiró—. La jodida luz no funciona. Espera un segundo, voy a buscar la bolsa.

    Mientras Paul hurgaba por dentro del depósito, dos figuras salieron paseando de la esquina. Una de ellas, la figura más pequeña, permaneció oculta en las sombras, pero el larguirucho delgado avanzó confiadamente.

    Era Raff. Chloe lo miró sorprendida.

    —¿Qué estás haciendo aquí? —le siseó ella lo bastante alto como para que Paul lo oyese—. ¿Qué coño, Raff?

    Él trotó silenciosamente hasta quedar junto a ella: —No pasa nada —dijo él—. Sólo me estoy asegurando de que todo va bien.

    —¿Cómo coño has encontrado este sitio? —le preguntó en voz baja y enfadada—. Te dije que nos encontraríamos contigo esta noche.

    —Cálmate, Chloe, todo va bien.

    Se oyó el grave retumbar de un motor detrás de ellos cerca de la entrada del depósito. Un coche apareció a la vista, avanzando con las luces apagadas. Era un viejo y grande Cadillac del 78.

    —¿Quién es ese? —le preguntó ella a Raff con la voz más alta de lo que debería si estuviese intentando mantener la discreción, pero lo bastante como para que Paul la oyera dentro del garaje—. ¿A cuánta gente has traído contigo?

    —Shhh —dijo Raff—. No pasa nada. Sólo queremos asegurarnos de que nadie resulta herido.

    Raff se acercó para poner un brazo alrededor del hombro de Chloe, pero ella se apartó de él hacia la entrada abierta del garaje de depósito.

    —¿Herido? —ella prácticamente chilló—. ¿Por qué coñó iba nadie a resultar herido, Raff?

    El coche paró justo detrás del vehículo de Chloe, bloqueándolo. Otras dos personas salieron del coche e, incluso a la tenue luz, ella los reconoció como Kurt y Filo, ambos originariamente reclutados en el grupo por Raff. Vestían abrigos largos y tenían las manos dentro de los bolsillos.

    —¿Qué coño está pasando aquí, Raff? ¿Qué hacen aquí Kurt y Filo? —gritó Chloe—. Te dije que yo me encargaría de todo.

    —Lo sé —dijo Raff—. Pero tuvimos una pequeña charla —señaló hacia Kurt y Filo—, y decidimos cambiar un poco las cosas. Ya sabes, mantenerlo interesante.

    —Íbamos a daros el dinero —dijo ella—. Joder, para eso hemos venido. Para llevar el condenado dinero. —ella hizo una pausa y alzó la vista hacia su cara sonriente—. ¿O no es eso lo que tú querías, Raff? ¿Tenías otra cosa en mente? —señaló hacia la figura que aún se demoraba en las sombras de la esquina.

    Con Raff delante de ella, Kurt y Filo a su izquierda y el extraño a su derecha, ella no tenía ningún sitio por donde huir.

    —¿Quién ese amigo tuyo de ahí? ¿Le vas a dar una parte también?

    —No pasa nada, Chloe —dijo Paul saliendo del garaje con una bolsa azul de vinilo en las manos—. Tengo el dinero aquí mismo.

    —Ey, Paul —dijo Raff—. Qué bueno verte.

    —Ajá —respondió Paul sin mucho afán mientras avanzaba pasando delante de Chloe—. Toma —le ofreció la bolsa a Raff.

    —¿Qué es eso? —preguntó Raff.

    —El maldito dinero —dijo Paul.

    —¿En serio? Eso es estupendo, Paul. Sé que esto apesta, pero así es mejor para todos.

    —No te fiabas de que fuera a volver con él, ¿eh?

    —Bueno, te marchaste bastante enfadado esta tarde. Yo sólo he venido aquí para asegurarme de que tomabas la decisión correcta.

    —Ajá —repitió Paul mientras avanzaba y dejaba caer con un fuerte golpe la bolsa a los pies de Raff.

    Luego se retiró hasta el lado de Chloe. Raff siguió allí de pie, aún sonriendo. Filo avanzó y recogió la bolsa.

    —¿Vas a contar eso aquí? —preguntó Paul.

    —¿Contar qué? —preguntó Raff con burlona confusion en su voz.

    —¡El maldito dinero! —gritó Paul.

    —Oh… sí, ey, Filo, ¿por qué no te llevas eso al maletero y lo cuentas súper rápido? Nosotros esperaremos aquí.

    A Paul le resultó complicado ocultar su ansiedad mientras observaba a Filo llevar con cuidado la bolsa hasta el coche. Este abrió el maletero y puso la bolsa dentro, pero con la gran puerta del maletero abierta, Paul no podía ver exactamente lo que estaba haciendo.

    —Regalar ese dinero debe de doler seguro, ¿eh, Paul? —dijo Raff ignorando a Filo.

    —¿Qué pasa, Raff? —se interpuso Chloe—. ¿De qué va todo esto?

    —De acuerdo —dijo Raff.

    Toda su contención cambió en un instante. Su sonrisa amistosa y postura abierta se transformaron en una sonrisa amenazadora y una pose agresiva inclinada hacia adelante.

    —¿Cartas sobre la mesa, Chloe?

    Chloe respondió igual, sacando pecho y avanzando un paso hacia Raff—. Totalmente. Vamos a soltarlo todo aquí.

    —Tú sabías que nosotros os estábamos siguiendo —declaró Raff.

    —Por supuesto que lo sabíamos.

    —Y sabías que estábamos escuchando.

    —Obviamente.

    —Y aún así seguiste el juego como si no lo supieras. Nos guiaste hasta aquí.

    —Así parecería.

    —Pues dime, Chloe, conociéndote como te conozco, y sabiendo todo eso, ¿por qué cojones voy a creer que la bolsa que Filo está examinando con tanto cuidado contiene en realidad el dinero?

    —Sólo hay un modo de averiguarlo. —ella se giró hacia el coche y gritó —Ey, Filo, ¿has encontrado el dinero ya?

    —Cállate, Chloe —respondió Filo gritando.

    —¡Ábrela ya, por amor de Dios! —le gritó ella.

    —¡Cállate, Chloe! —le respondió más alto que antes.

    —Shhh, venga —dijo Raff suavemente—. Necesita concentrarse. —gritó hacia Filo—. Tómate tu tiempo. Esperaremos .

    Filo gruñó en respuesta y Raff se volvió a girar hacia Chloe: —Bueno, dime, Chloe, ¿cuándo te volviste contra todos nosotros?

    —Yo podría hacerte la misma pregunta —dijo Chloe—. De hecho, lo haré. ¿Cuándo te volviste contra nosotros, Raff? ¿Fue cuando me llevé a Paul conmigo a la playa en vez de a ti? ¿Estabas celoso?

    —Estás proyectando tu propio drama sobre mí —Raff sonrió—. ¿Qué pasa con este tío, por cierto? —gesticuló a Paul—. O sea, es un buen tipo y todo eso pero, ¿por qué ese trato especial? ¿Cómo pasó tan rápidamente de objetivo a tu mejor colega? ¿Cómo es que decidiste dejar que se quedara con su dinero? ¿Y por qué, dime por qué, no se nos consultó a los demás?

    —Ya hemos tenido esta conversación.

    —Sí —dijo Raff meditadamente—. Sí, la hemos tenido. De acuerdo, entonces, pasemos a nuevos asuntos. —se giró de nuevo hacia Filo—. ¿Cómo va eso? —le gritó.

    Otro gruñido de Filo.

    —Casi hemos terminado —dijo Raff mientras se giraba de vuelta hacia Chloe—. Hablemos sobre Paul durante un minuto.

    —¿Es necesario? —dijo Paul con un suspiro—. Parece que es lo único de lo que quiere hablar todo el mundo hoy en día. De mí y de mi dinero.

    —De ti y de tu dinero robado —corrigió Raff.

    —Lo que tú digas —dijo Paul.

    —¿Qué pasa con Paul? —preguntó Chloe —¿Quieres saber si su polla es más grande que la tuya? Tendría que serlo, ¿no?

    Raff soltó una risita—. Dejadle a Chloe que tire las cosas por el sumidero. No, yo en realidad iba a cantar sus elogios durante un momento.

    —Eso estaría bien —dijo Paul.

    —Eres muy bueno en todo esto, Paul —continuó Raff—. Tus planes son astutos, si acaso demasiado complicados. Tienes el fuego para esta vida y, a juzgar por tu actuación esta tarde conmigo y en el coche mientras escuchábamos, puedes hacer la estafa del cara a cara también.

    —Gracias —dijo Paul, aunque no lo pensaba realmente.

    —Incluso conoces el secreto de mentir a la gente con éxito... siempre incluye un pedacito de verdad. Dijiste que tu dinero estaba en un garaje de depósito y, mirad y contemplad, aquí estamos en un garaje de depósito. Incluso explicaste por qué no estaba a tu nombre, que tu prima lo había alquilado. Por supuesto, nosotros no tuvimos tiempo de investigar los registros de todos los garajes puesto que no conocíamos la instalación de depósito hasta que os seguimos hasta aquí, así que no pudimos comprobar eso.

    —¿Adónde esta yendo esto, Raff? —preguntó Chloe.

    A Paul no le gustó el hecho de que Raff estuviera regalando tanta información sobre lo que sabía y lo que no. Chloe le había contado a Paul una y otra vez que nunca se revelaba lo que sabías a menos que tuvieras que hacerlo. Paul se preguntó si su brillante plan era realmente tan brillante.

    —Estoy llegando a eso —dijo Raff—. Paciencia. Como te estaba diciendo, no pudimos comprobar que lo habías alquilado en esta instalación de depósito, pero pudimos investigar a tu familia.

    El corazón de Paul empezó a latir con fuerza en su pecho.

    —Y llevó algo de faena, pero encontramos a la prima que no es realmente una prima. Francesca Kohl, ¿cierto?

    Paul se quedó mirándole con cara de bobo, pateándose a sí mismo por haberle mencionado a su prima en primer lugar. Pero el sabía lo bastante para no asentir o reconocer la afirmación de Raff.

    «Negar, negar, negar.»

    —No me suena de nada —dijo Paul extrayendo de su voz la mayoría de la ansiedad.

    Raff continuó como si no hubiese oído a Paul: —Y mirad y contemplad, los registros de la tarjeta de crédito de la Srta. Kohl ciertamente muestran un cargo de alquiler mensual de un garaje de depósito en el Área de la Bahía. Sólo que no es este —se detuvo para que dejar que aquello calara y luego se giró hacia Chloe—. ¿Ves, cariño?, esto es lo que consigues cuando trabajas con talento de aficionado. Momentos de brillantez mezclados con jodidos errores tontos —miró de nuevo hacia Filo—. ¿Cómo está yendo por ahí?

    —¡Preparado cuando quieras! —gritó Filo en respuesta.

    Paul miró a Chloe. Ella captó su mirada y asintió muy discretamente hacia su derecha. Paul miró a la cuarta figura oculta en las sombras. Se preguntó quién demonios era, pero decidió que eso no suponía mucha diferencia a estas alturas.

    —¡Adelante! —avisó Raff a Filo.

    Silencio durante un momento.

    Paul aguantó la respiración por la impaciencia. Chloe tensó los músculos. Raff observaba con una sonrisa serena, como un malevolente Buda raquítico. Un fuerte POP salió del maletero abierto del coche, seguido por un poderoso siseo.

    —¡Joder! —gritó Filo, y todos se giraron para ver una ondulante nube de humo verde saliendo del maletero del coche. Filo salió tambaleante hasta la parte delantera del coche, su cara estaba oculta por una máscara de gas. Tenía una llave de hierro para cambiar las ruedas en la mano.

    —¡Qué os parece eso! —gritó Raff aullando de deleite—. Yo tenía razón. Te dije que sería gas, no una bomba aturdidora.

    Filo recuperó el equilibrio hasta parar junto a Kurt, que había permanecido completamente inmóvil durante todo el proceso, observando desplegarse todo con una intensa mirada de curiosidad. Filo se quitó la máscara de gas de la cabeza y dijo: —Sí, sí, tenías razón.

    Paul y Chloe parecían sorprendidos y asustados. Cuando la bomba de gas se había disparado, él había cogido la mano de Chloe y aún no la había soltado. Juntos dieron unos pasos atrás hacia la oscuridad del fondo del garaje. Raff les siguió avanzando con una mano buscando algo en el bolsillo del abrigo.

    —Vale, peques, se acabó la hora de los juegos. Ya hemos visto el espectáculo de fuegos artificiales. Ahora volvamos a los negocios.

    —Vale —dijo Chloe entre dientes apretados—. ¿Qué quieres?

    Con un movimiento continuo, Raff sacó su mano del abrigo y la sacudió de arriba abajo. Con una dentellada metálica, la porra metálica retráctil se estiró en toda su longitiud. Señaló amenazante con ella a Paul: —¡Su puto dinero!

    —No —dijo Paul, su voz sonó mucho más calmada que su corazón—. Eso no va a pasar.

    —Oh, sí va a pasar —dijo Raff.

    Detrás de él, Filo avanzó un paso con su llave de hierro en guardia y lista para la acción. Kurt también avanzó con ellos, aunque sus manos permanecían en los bolsillos. La sombría figura a su derecha permaneció donde estaba.

    —De un modo u otro. Puedes llevarnos allí ahora, que es tu mejor opción. Puedes esperar a que te lo saquemos a golpes, que es una putada para ti, o puedes dejar que te apalicemos hasta quedar hecho jodida pulpa, que lo descubramos por nuestra cuenta y entremos en el garaje correcto. Tenemos bastante experiencia en esta clase de cosas, en caso de que no lo hayas oído.

    Paul alzó las manos en un gesto de rendición: —Vale, vale. lo has dejado muy claro. Sé lo que me conviene.

    Raff no dejó de avanzar hacia él, pero dijo: —Genial, pues deja que te atemos y vamos todos al garaje.

    —No no, lo has entendido mal. He decidido la opción número tres. La de... ¡Ven a pillarme, gilipollas! —gritó Paul airadamente.

    Tiró del brazo de Chloe y ambos se giraron y corrieron hacia la oscuridad del garaje, escondiéndose fuera de la vista detrás de un montón de cajas.

Capítulo 34

    Mirando desde la oscuridad del garaje, Paul observó cómo Raff se giraba hacia Kurt: —¿Me crees ahora? —le preguntó.

    Kurt parecía confuso por lo que había visto. Finalmente asintió y sacó la mano del bolsillo. Llevaba un bastón extensible que era gemelo del que Raff empuñaba. Lo agitó hasta su longitud de combate y se unió a Raff y Filo mientras estos avanzaban hacia el fondo oscuro.

    —¿Qué estás haciendo, Chloe? —exclamó Raff desde algunos pasos de distancia fuera de la entrada del garaje—. Estoy seguro de que has descubierto que eso es un callejón sin salida.

    No hubo respuesta, excepto un movimiento de pies y cajas hacia la parte trasera del garaje. Raff movió la cabeza hacia sus dos compañeros y luego miró a su izquierda a la figura envuelta en sombras con la que había llegado. Luego los tres se pasaron al interior de la oscuridad con las armas preparadas.

    Desde dentro del garaje, dos pares de brazos oscuros batearon con palos de béisbol desde las esquinas de las sombras a cada lado de la entrada, saliendo en arco desde la oscuridad y golpeando a los intrusos. Filo se llevó un golpe directo a la frente que le derribó de espaldas. Raff consiguió apartarse en el último momento y el bate le rozó el hombro. Antes de que pudiese reaccionar, otras dos figuras vestidas de negro cargaron desde la pila de cajas delante de él con bates de madera alzados y listos para la acción.

    —¡Joder! —gritó Raff tropezando hacia atrás y saliendo por la entrada hasta el callejón.

    Kurt dio media vuelta y corrió también, con los misteriosos atacantes en sus talones. Cuando la pelea salió a la más brillante luz exterior, Raff debió de sorprenderse al percatarse de que ninguno de los atacantes era Chloe o Paul. Uno de los cuatro era claramente una mujer, pero esa era mucho más robusta y un poco más alta que Chloe. Los cuatro de la emboscada vestían pantalones y sudaderas negras en varios tonos marinos y mates. Todos llevaban pañuelos alrededor de las caras, que lo tapaban todo bajo los ojos, y oscuros cascos de ski que lo cubrían todo por encima. No parecían tanto soldados uniformados como un cuarteto de gente a quienes les habían dicho vestir igual para la ocasión. Raff sólo tuvo un instante para asimilar todo esto cuando el grupo cargó en avanzada.

    Kurt, que siempre era rápido, estaba esprintando en busca del coche. Un perseguidor se detuvo y reafirmó sus pies antes de lanzar el bate con maestría a la espalda en retirada de Kurt. La madera giratoria se enredó en las piernas de Kurt, derribándole con fuerza en el asfalto. El enmascarado corrió hacia él y saltó sobre la espalda de Kurt antes de que este pudiera levantarse.

    Los otros tres ignoraron a Filo, que estaba fuera de combate, y se abrieron en abanico para rodear a Raff. Él sujetaba su bastón en alto con una pose defensiva, tratando de mantener a los tres delante de él. Era una propuesta perdedora. Los atacantes se conocían bien unos a otros y peleaban con terrorífica coordinación. En cuanto lo tuvieron flanqueado, cierta señal invisible e inaudible pasó entre ellos. Todos cargaron al mismo tiempo y batearon. Raff saltó atrás y luego esquivó como loco a su izquierda, moviéndose dentro del giro de su atacante antes de que el bate pudiese conectar. Soltó su propia arma y sujetó a su atacante por los hombros. Giró con fuerza sus caderas y ambos cayeron al suelo uno encima de otro. Raff aterrizó encima y su atacante chocó contra el suelo con fuerza, su cabeza se echó hacia atrás e impactó con un audible crujido.

    Raff gritó de dolor. Uno de los otros bates por fin había conectado, alcanzando su brazo izquierdo con fuerza. Raff rodó fuera del hombre que lo había tirado y quedó sobre el suelo de espaldas cubriéndose la cara justo al tiempo que recibía otro bateo en el antebrazo.

    Los dos atacantes en pie se erguían sobre él ahora con los bates en alto. Paul emergió de su escondite, le daba a Raff tres segundos, quizá cuatro, antes de que este acabase hecho papilla sangrante en el asfalto. Raff consiguió desviar un segundo golpe con su ya lesionado antebrazo. Ahora ya estaba roto sin duda. Gritó por la total agonía.

    De la oscuridad salieron tres rápidos rugidos de un arma de fuego disparada de cerca. Uno de los atacantes cayó de rodillas. El otro saltó hacia adelante fuera de la línea de fuego. Actuaba como si ya se hubiese encontrado en un tiroteo antes y supiera salir de la mira lo más rapido posible. Raff parecía sólo vagamente consciente del súbito cambio de su fortuna mientras se retorcía de dolor en el suelo. Luego el tirador estaba a su lado ayudándole a ponerse en pie.

Capítulo 35

    Paul y Chloe miraban desde el fondo del garaje cómo se desarrollaba la pelea ante ellos. Una sonrisa maliciosa cubrió la cara de Paul al observar a Raff y a sus matones chillar de horror cuando las tropas de Winston les emboscaron.

    Después de recibir la llamada de Raff por IRC, habían tenido que actuar rápido. Había sido idea de Paul llamar a Winston. Él sabía que necesitaban ayuda. De hecho, necesitaban músculo, y Paul se imaginó que ya que Winston era un antiguo hombre de Weather, debía de saber mover un bate. Chloe se había resistido, argumentando que él nunca la había ayudado antes, que no era tan sencillo contactar con él y, además, que ellos dos podían cuidar de sí mismos. Aunque Paul sabía la verdad, ella no quería parecer débil delante de su mentor. No quería que Winston supiese que ella había perdido el control de su Tripulación. Al final prevaleció la lógica sobre el orgullo y ella hizo la llamada. Tenían que asumir que Raff tenía pinchado el teléfono de la casa segura, junto con sus teléfonos móviles, de modo que esperaron a que su vecino de la casa de al lado en las montañas se marchase. Chloe entró en su casa y usó ese teléfono para contactar con Winston. Como Paul había sospechado, Winston estaba ansioso por ayudar a su aprendiz favorita.

    Ella y Winston habían resuelto la base de un plan muy simple, Winston ya tenía un garaje de depósito que podían usar, donde él y su tripulación pudieron montar la bolsa bomba y la emboscada. La llave estaría pegada a la puerta, fuera de vista, lo único que Paul tenía que hacer era dar una palmada cuando tecleara el código y luego fingir que la sacaba del bolsillo. Chloe y Paul guiarían a Raff, y a quien fuese que trabajara con él, dentro de la trampa. Luego, voilà, Lo emboscarían y se ocuparían de todo el problema.

    Y hasta ese punto todo pareció funcionar según lo planeado. Vieron a Filo caer al primer golpe y a Winston y a su tripulación saliendo a la carrera tras Raff y Kurt. Chloe y Paul, que habían corrido al fondo del garaje para atraer a Raff dentro, luego regresaron a la entrada.

    El arma aturdidora de Chloe estaba en su mano y Paul había agarrado un bate del béisbol que Winston le había dado. Salieron fuera justo cuando Winston y una mujer llamada Lily estaban de pie sobre Raff golpeándole con sus bates. Luego, por su derecha avanzó corriendo una figura. Era el hombre de las sombras y tenía una pistola automática en la mano. Empezó a disparar, soltando tres sonoras detonaciones en el aire de la noche. Chloe y Paul se resguardaron en busca de cobertura dentro del garaje. Hubo una pausa y luego más disparos seguidos por gritos.

    —¡Todo el mundo atrás! —gritó el pistolero—. ¡Atrás o alguien más se va a llevar una bala en la cabeza!

    Paul se asomó desde detrás de una caja volcada para ver al hombre ayudar a Raff a levantarse. Dos de los bateadores estaban en el suelo y uno de ellos estaba sangrando gravemente. Oyó que un coche se ponía en marcha y asumió que era Kurt haciendo su propia fuga.

    —¡Alto ahí! —gritó el hombre del arma—. Nos vamos contigo.

    Raff y su ángel guardián salieron fuera de la línea visual de Paul. Unos segundos después oyó abrirse y cerrarse las puertas del coche y luego el Cadillac metió primera y salió zumbando hacia la puerta delantera.

    —¡Winston! —gritó Chloe al lado de Paul.

    Ella salió corriendo al callejón hacia la figura sangrando. El pistolero había alcanzado a Winston. Paul corrió detrás de ella. Los miembros de la tripulación de Winston ya estaban a su lado presionando las heridas con las manos. Winston gorgoteaba sinsentidos, pero al menos aún estaba respirando. Le retiraron el pañuelo de la cabeza y vieron una fea herida a lo largo del cuello. La bala había errado toda parte vital, pero aún así, el roce del disparo había cortado un gran pedazo de carne. Otra bala le había atravesado el bícep izquierdo. La tercera aún estaba dentro, justo debajo del omóplato izquierdo. Había riesgo de que le hubiese perforado el pulmón.

    —¡Tenemos que llevarlo a un hospital! —gritó Chloe apartando con cuidado la cabeza de Winston del pavimemto y acunándola en sus manos.

    Él respiraba con dificultad entre un terrible dolor.

    —Estamos en ello, —dijo Lily quitándose su propio pañuelo y buscando su dos-vías—. Ayuda, —dijo ella a la radio con voz seria pero calmada.—¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!

    A cinco hileras de distancia oyeron encenderse un motor. Paul permanecía sobre la sangrienta escena, estupefacto.

    ¿Cómo había acabado esto tan mal? ¿Cómo había acabado alguien recibiendo un disparo?

    Reprodujo el último minuto una y otra vez en su cerebro mientras seguía perplejo por el horror de la sangre de Winston manando sobre el suelo. La imagen del extraño con el arma seguía viva en su cabeza. La iluminación era pobre, la situación demencial, pero algo en el hombre era familiar. No era un miembro de la tripulación, sino…

    Una abollada furgoneta corrió doblando la esquina y llegó a parar chirriando ruedas. Más gente de la tripulación de Winston. Un hombre y una mujer, que Paul reconoció del círculo de tambores en la playa, saltaron fuera de la camioneta y acudieron corriendo hacia su líder caído, la mujer aferraba entre sus manos un botiquín de primeros auxilios. Empujaron a un lado a Lilly y a Chloe y empezaron a atender a su paciente. Chloe se levantó y se retiró de la escena.

    —Tenéis que llevarle a un doctor —dijo ella—. Esto no es una tontería.

    La mujer con el botiquín de primeros auxilios estaba usando unas tijeras para cortar la vestimenta de Winston y exponer sus heridas.

    —Yo soy doctor —dijo la mujer.

    Lilly, que parecía estar al mando ahora que Winston estaba tendido, tomó a Chloe del brazo y la condujo a ella y a Paul pacientemente hacia la camioneta.

    —Kelly sabe lo que se hace —dijo ella. Su presencia y compostura tuvieron un efecto sosegador sobre Paul. Parecía muy segura de todo lo que decía—. Ella se ocupará ahora. Si podemos tratarle, lo haremos. Si no, le llevaremos a Urgencias.

    —Pero… —empezó a decir Chloe.

    —Aún tenemos que discutir otra cosa —continuó Lilly sin dejar a Chloe interrumpirla—. ¿Qué vais a hacer vosotros dos?

    —¿Qué quieres decir? —preguntó Paul.

    —Os llevaremos con nosostros si queréis. —Lilly frotó el hombro de Chloe con afecto—. Sé que tú y Win sois íntimos amigos y él nos dijo que os ayudaramos a salir. Así que si queréis, podéis venir con nosotros.

    Chloe no respondió.

    —¿Ir con vosotros a dónde? —preguntó Paul.

    —Hacia el viento. Tengo que sacarnos de esta ahora... asegurarme de que Win está bien es lo único que me importa. No podemos ayudaros a recuperar el dinero ahora mismo. Quizá en una par de semanas podamos reagruparnos.

    —En un par se semanas Raff y el dinero habrán desaparecido hace mucho tiempo —dijo Chloe—. Ahora sabe dónde está el dinero y, si no lo recuperamos rápido, lo conseguirá por su cuenta sin problemas.

    —Te aseguro que no puedo ayudarte en esto, Chloe, —insistió Lilly—. Lo siento, pero…

    —No, ya lo sé. No pasa nada. Habéis hecho más... —miró atrás hacia donde Kelly estaba trabajando con las heridas de Winston—... habéis sacrificado más de lo que yo podría pediros. Pero no puedo permitir que Raff pille el dinero. Sobre todo después de esto.

    —No tenemos que hacer esto, Chloe. Sólo es dinero —dijo Paul.

    Ella se volvió hacia él: —No es sólo dinero, Paul. Es tu futuro. Quizá es el único futuro que tienes —hizo una pausa, avanzó un paso y envolvió sus brazos alrededor de él en un feroz abrazo—. Lo siento mucho, Paul, pero no sé lo que va a pasar si no conseguimos ese dinero con el que trabajar.

    —No entiendo —dijo él—. ¿No es suficiente con que estemos vivos después de todo lo que acaba de pasar?

    —¿Lo has olvidado? ¿Por qué estamos aquí? Los polis te buscan. Tu reputación está arruinada. Eres un hombre perseguido. Y quizá, con toda la Tripulación respaldándonos, todo eso serían obstáculos sorteables. Pero Raff los ha envenenado contra nosotros. Lo prueba la presencia de Kurt aquí. Sin ellos ayudándome yo no puedo salvarte. Esta vez tenemos que huir y eso requiere dinero.

    Paul pensó sobre ello. Estaba asustado. Asustado de que ella tuviese razón y preocupado por lo que tenía que hacer a continuación. Con todo cayéndose a pedazos a su alrededor, ella era la única fuente de estabilidad y apoyo que le quedaba. Verla asustada y casi empezando a derrumbarse lo hacía incluso peor. Pensó en las veces que ella ya le había salvado el culo: en la sala de conferencias con sus socios, en el restaurante con Frank, en la autopista con ese detective privado…

    —¡Cristo! —exclamó Paul—. Ah, joder…

    —¿Qué? —dijeron juntas Lily y Chloe mirando a su alrededor en busca de algún nuevo peligro.

    —Ese tío del arma. Joder. ¡Ese tío! Conozco a ese tío. Era el jodido detective privado de la autopista y de la recogida del maletín.

    —¿Estás seguro? —preguntó Chloe.

    —Sí. Totalmente seguro ahora.

    Y lo estaba. Incluso con la mala iluminación había reconocido la constitución del hombre. Aunque nunca había echado un buen vistazo a la cara del tirador, había oído su voz, la misma voz que lo había amenazado en la cuneta de la autopista 17.

    —¿Y qué coño estaba haciendo ese aquí? —preguntó Chloe a nadie en particular.

    Sus ojos estaban desenfocados, su mente concentrada en profundos pensamientos, calculando las ramificaciones de esta nueva información. Desde donde yacía Winston, oyeron decir a la Dra. Kelly en voz alta: —Okey, a la de tres. Una. Dos. Tres.

    Ellos se giraron para ver a cuatro de la tripulación de Winston levantándole y cargándole hacia la camioneta. Lilly se separó de la conversación y corrió a ayudarles.

    —¿Cómo está? —le preguntó a Kelly.

    —No es tan grave como podría haber sido. Ningún disparo letal. Dos balas lo atravesaron y la otra está alojada en la espalda. Creo que puedo sacarla, pero necesito mejor luz y mejores condiciones. Tenemos que irnos. Ya.

    Los demás ya estaban cargando a Winston dentro de la furgoneta.

    —Vale, marchaos —dijo Lilly—. Yo me llevaré el otro coche y me reuniré con vosotros en el punto seguro.

    Kelly asintió y corrió hacia la camioneta. Paul y Chloe observaron desaparecer la furgoneta fuera de la vista siguiendo el mismo camino por el que Raff se había retirado justo unos minutos antes.

    —¿Qué va a ser? —les preguntó Lilly—. ¿Venís conmigo o no?

    Paul miró a Chloe esperando confirmación y ambos coincidieron en silencio.

    —No —dijo él. No estaba preparado para rendirse todavía.

    —Vale —respondió Lilly con un indicio de tristeza en su voz—. Buena suerte —les lanzó un última mirada, recogió su bate del suelo y empezó a correr hacia la oscuridad.

    —Lilly, espera un segundo —gritó Chloe—. ¿Puedes hacernos un último favor?

    —Claro —dijo ella, —¿Qué?

    —¿Podemos intercambiar los coches? —preguntó Chloe.

    —¿Por qué?

    —Raff ha puesto un micro y un rastreador en el nuestro y todavía no he desactivado ninguno de los dos. Necesitamos un vehículo limpio.

    Lilly pensó en esto durante un momento: —Entonces será capaz de rastrearme, ¿no?

    —Sí, pero no va detrás de ti —Lilly no pareció creerse esa línea de razonamiento—. Sé que esto sería un gano en el culo, pero necesitamos movernos rápido y no tengo tiempo de poner ese coche en un elevador y repasarlo. Y sé que tú tampoco lo tienes, pero…

    Lilly alzó una mano para detenerla: —No, está bien —sacó un llavero de su bolsillo y se lo lanzó a Chloe—. Es el coche de Win de todos modos. Se cabrearía si supiese que no te lo di cuando me lo pediste.

    —¡Gracias, Lilly! —dijo Chloe lanzándole a Lilly sus propias llaves—. De veras que lo aprecio.

    Ella cogió las llaves y subió al coche de Chloe. Desde la ventana abierta dijo: —El Jetta verde aparcado en la calle frente al depósito.

    Luego salió acelerando hacia la noche. Sin mirar atrás, Chloe y Paul se pusieron a la carrera hacia la salida. Sabían que no tenían mucho tiempo.

    Cuando Filo por fin recuperó el conocimiento horas más tarde, no sabía lo que había sucedido. Todo el mundo simplemente había desaparecido. Cuando se levantó advirtió el charco de sangre en medio del callejón. Sin tener idea de quién era o dónde estaban sus amigos, huyó con un buen dolor de cabeza. Le llevó otra hora y media llegar hasta la casa principal de la Tripulación. Cuando llegó, habían cambiado las cerraduras y la casa había sido vaciada. La Tripulación había desaparecido.

Capítulo 36

    —¿Adónde vamos? —preguntó Paul unos minutos más tarde—. Al depósito de verdad se va por ahí —señaló hacia una rampa de subida de la autovía.

    —Primero necesitamos un sitio para planificar. Además, si él sabe dónde está, lo tendrá cubierto. Habrá puesto vigilancia en el depósito.

    —Sabía que deberíamos haber recuperado el dinero primero —dijo él.

    —Si hubiésemos hecho eso, nos habrían atrapado allí, en vez de donde teníamos refuerzos. Raff se habría quedado con el dinero y a nosotros nos habrían roto la cabeza —Condujo el coche al interior del aparcamiento de un restaurante Denny, apagó el motor y se giró para encarar a Paul—. Primero hablemos sobre este mamón detective privado, —dijo ella—. ¿Estás seguro de que era él? Yo no pude verle bien la cara.

    —Sí, estoy seguro. Total y jodidamente seguro. Lo que no sé es lo que eso implica. ¿Cómo llegó allí? ¿Por qué estaba ayudando a Raff?

    —Creo que siempre estuvo ayudando a Raff.

    —Pero él estaba con el CFO cuando fui a recoger el dinero. Es el tipo que me derribó en el parque. No podía estar trabajando con Raff entonces…

    —¿Por qué no? —dijo Chloe—. ¿Por qué no podía haber estado trabajando con Raff desde el principio?

    Paul no tenía respuesta a esa sorprendente sugerencia. ¿Podía ser eso posible? ¿Había estado planeando esto desde entonces?

    —Raff fue quien preparó toda esta estafa de Gondry —dijo Chloe—. Montó todo esto mientras estábamos fuera y él era definitivamente el líder en esto.

    —¿Quieres decir que toda la estafa era un montaje?

    —No, eso era genuíno. La paga fue ciertamente genuína y toda la Tripulación trabajó en ese golpe. Ni siquiera Raff podría habernos engañado a todos con algo tan grande. Ni siquiera yo podría haber hecho eso. Pero el detective privado fue una adición posterior a la mezcla... debe de haber usado alguna tapadera para acercarse al objetivo y que él pudiese estar allí en el intercambio. Por eso nos sorprendimos todos tanto cuando apareció en el parque.

    Paul repasó la reunión después de aquel golpe: —Lo cual por fin justifica por qué Raff me llamó en el último minuto. Él no necesitaba una cara nueva y no estaba intentando ayudarme a entrar en la Tripulación. Me la estaba jugando. Estaba preparando todo para presionarme. Le dijo al detective privado dónde encontrar mi coche y lo puso en mi estela.

    —Ni siquiera creo que sea un detective privado de verdad. Sólo es otro complice de Raff. Su ‘Winston', quizá. Él sabía que yo tenía a alguien en la vida fuera de la Tripulación. Siempre sospeché que el también lo tenía, pero nunca pude encontrar ninguna pista de quién podría ser. Debe de ser ese viejo mamón homicida. El mentor de Raff en este negocio.

    —Eso no puede ser bueno para nosotros —dijo Paul

    —Nada bueno en absoluto.

    —De modo que han ido detrás del dinero desde el inicio. ¿Simplemente para repartirlo entre los dos? —le preguntó.

    —Eso parece.

    —Mamones.

    —Sip. En realidad es bastante brillante —meditó Chloe—. Tengo que decir que si no estuviese tan cabreada, estaría impresionada. Lo realmente astuto es que consiguiera envenenar a la Tripulación entera contra nosotros. Mi propia condenada Tripulación.

    —Quizá no lo haya hecho con todos —dijo él con esperanza.

    —Eso no importa. Ahora que sé que tiene a algunos, es imposible que pueda fiarme de ninguno. Esa es la parte brillante. Sabe que ahora no correré riesgos y mientras tanto se ganará a más de ellos a su lado —ella frunció el ceño—. Para cuando sea seguro mostrar mi cara, si es que eso de verdad sucede algún día, no tendré oportunidad de recuperarlos.

    —A menos que podamos probar que fue él quien los traicionó.

    —Jodidamente improbable.

    —Pero vale la pena intentarlo, ¿no?

    —Tal vez —dijo ella—. Pero eso es un problema para el mañana. Ahora mismo tenemos que conseguir el dinero antes de que ellos se cuelen allí y lo cojan.

    —El lugar de depósito que usa mi prima en realidad tiene bastante alta seguridad. No es la ratonera de donde acabamos de salir. Es todo interior. Seguridad las 24 horas. Cámaras. Toda la instalación tiene sólo unos años.

    —Entonces necesitarán un plan para entrar —dijo Chloe—. Eso al menos les llevará un poco más de tiempo prepararlo —pensó durante un rato, repasando escenarios en su mente—. Lo que necesitamos es alguien en quien podamos confiar para entrar allí y recoger la pasta por nosotros. Alguien que ellos no reconozcan. Pero alguien en quien podamos confiar.

    —¿Por qué no probar a disfrazarnos? —sugirió Paul.

    —Demasiado arriesgado. Eso es lo que estarán buscando, sobre todo ahora que saben que estamos sobre ellos.

    Ambos pensaron en silencio durante largo rato. El coche empezó a volverse incómodamente sofocante.

    —Este es el problema cuando todos tus amigos se vuelven contra ti —dijo Chloe—. Que no tienes a nadie que recoja tu dinero robado en medio de la noche. Sobre todo en este barrio.

    Paul miró rápidamente por las ventanas llenas de vaho hacia el aparcamiento y las calles más allá. De hecho, él conocía aquel barrio bastante bien, cosa inusual en él en San José.

    —En realidad yo tengo un amigo en este barrio —dijo él en voz baja—. O al menos, lo tenía.

    —¿En serio? —dijo Chloe—. ¿Querrá ayudarnos?

    —Probablemente no. Pero puede valer la pena intentarlo.

    —¿En quién estás pensando?

    —No te va gustar —dijo él.

    —No me está gustando nada desde hace tres días. ¿En quién estás pensando?

    —En Greg.

Capítulo 37

    Paul había conocido a Greg en el instituto cuando ambos jugaban en la misma partida semanal de Dragones y Mazmorras los sábados por la tarde. Habían congeniado casi de inmediato, lo cual sorprendía a muchos observadores, ya que externamente no tenían casi nada en común.

    En aquella época (finales de los ochenta) la imagen y sentido de moda de Paul pendía en algún punto entre el punk y el gótico, con un montón de cuero negro y camisetas de grupos de música (aunque, en retrospectiva, él era un el ejemplo de manual de un impostor). Greg era regordete y socialmente torpe, pero brillante. Bastante parecido al empollón esteriotipado, excepto por su amor al esquí normal y acuático. Aunque bajo la superficie tenían casi todo en común. Ambos habían sido fanáticos del Dr. Who de pequeños. Compartían la pasión por los mismos escritores de ci-fi y fantasía, desde la comedia de Douglas Adams y Piers Anthony, pasando por la ci-fi dura de Poul Anderson e Isaac Asimov, hasta las mórbidas y deprimentes fantasías de Stephen Donaldson y Michael Moorcock. Estaban obsesionados por los X-Men y leían The Dark Knight Returns y Watchmen con las bocas abiertas de asombro. Y, por supuesto, se regocijaban con Star Wars y veían Start Trek Nueva Generación. Eran, resumiendo, geeks en potencia. Pero más que nada, tenían en común un amor por los juegos. Su grupo de Dragones y Mazmorras se tornó el centro de sus vidas sociales.

    Cada partida de los sábados se alargaba hasta la noche del domingo. Durante la semana hablaban constantemente sobre sus aventuras y sus personajes y sobre varios modos de retocar o mejorar las reglas para hacer sus partidas más divertidas. En sus ensueños de medianoche más especulativos, ideaban y planeaban la compañía de juegos que crearían si tuvieran la oportunidad, describiendo con todo detalle cómo mejorar las cosas. Después del instituto siempre siguieron en contacto, incluso cuando fueron a diferentes universidades a cientos de kilómetros de distancia.

    Greg había estudiado ingeniería de sistemas en la Técnica de Georgia, donde sabía más que la mayoría de los profesores y descubrió que tenía un talento especial para el diseño e ingeniería de chips. Paul fue a la Facultad dr Oberlin en Ohio, donde consiguió un título de Artes e Ilustración.

    Todas las vacaciones de Navidad y verano, el viejo grupo de Dragones y Mazmorras se reunía de nuevo, y el núcleo del grupo de cinco jugadores se mantenía tan unido como una cuadrilla de ladrones. Siete años después de graduarse en la facultad, Greg había empezado una empresa de diseño de chips y la había vendido a otra compañía mucho mayor rentándole veinte millones de dólares en el proceso. Paul había trabajado como artista para varias compañías antes de autopublicar su propia serie, Metrópolis 2.0, que devino en uno de los mejores comics indi de finales de los noventa. No tenía nada parecido a la cantidad de dinero que Greg había hecho, pero ambos tenían éxito y estaban contentos con sus carreras escogidas.

    El paso siguiente fue obvio: un plan tramado mediante una serie de emocionadas llamadas de teléfono que resultó en la fundación de Juegos Miedo y Cargando. Greg puso el dinero y cierto conocimiento técnico y Paul puso la propiedad intelectual y la inspiración para su primer juego, basado en su cómic. La red de contactos de Greg en Silicon Valley le permitió encontrar con mucha facilidad otros socios fundadores. Incluso Jerry y, por supuesto Frank, pronto se unió a su equipo. Se incorporaron, alquilaron una oficina y se pusieron a trabajar para hacer el siguiente bombazo de los videojuegos.

    Aquello había sido tres años atrás ahora, y las cosas no habían resultado como Paul había esperado. Dos años y medio de trabajo juntos había minado la amistad de Paul con Greg. Paul encontraba a Greg extrañamente distante y al tiempo opresivamente controlador. Greg sin duda pensaba que Paul era una persona malhumorada, perezosa y complicada con la que trabajar. Pasaron cada menos tiempo social juntos y, al final, a Paul le había resultado difícil recordar la última vez que los dos viejos amigos habían visto una película o comido juntos.

    —¿Y estás seguro de que esto es una buena idea? —preguntó Chloe a Paul por quinta vez.

    Estaban de pie en el porche delantero de la modesta casa de Greg en San José. Pese a todo su dinero, Greg no era la clase de tío que compraba grandes casas y coches caros sólo porque pudiera. Aquella era la misma casa que él había comprado cuando se había mudado a San José por primera vez. Tenía más espacio del que necesitaba tal como estaba y, puesto que pasaba la mayoría de su tiempo en la oficina de todos modos, no veía razón para ampliarla.

    —No —dijo Pau —Por quinta vez, no estoy seguro de que esto sea para nada una buena idea. Pero está claro que es una idea.

    —Una mala idea —insistió Chloe.

    —¿Tienes una mejor? —le preguntó él cansado de esta conversación.

    —No he tenido tiempo de pensar en una. He estado demasiado ocupada intentando convencerte de que este plan es una estupidez.

    —Demasiado tarde —dijo Paul pulsando el timbre de la puerta.

    —Joder, esto es de locos —susurró Chloe entre dientes.

    Ella echó mano a su bolsa en el hombro. Paul sabía que era la pistola aturdidora, no el ordenador portátil, lo que ella estaba preparando. Oyeron pasos dentro y luego se abrió la puerta. Era Greg, en pantalones cortos y una camiseta de Miedo y Cargando, con un billete de veinte dólares en la mano.

    —No sois los de la pizza —dijo él, confundido a primera vista.

    —Nop —coincidió Paul.

    El reconocimiento golpeó a Greg como una tonelada de ladrillos. Se retiró de la puerta diciendo —Jesús… Paul…

    —Hola, Greg. ¿Podemos entrar?

    —¿Qué…? —tartamudeó Greg—. ¿Qué estás haciendo aquí? —No había miedo en su voz, sólo total sorpresa.

    —Necesito hablar contigo, Greg. Sobre todo lo que ha pasado. Tengo que hablar contigo.

    Greg se retiró del umbral y alzó torpemente un brazo indicando que entraran al salón. —Muuy bieen —exclamó cautelosamente.

    El salón seguía escasamente decorado como siempre. Dos mullidos sofás de Room-to-Go encaraban la gran pantalla de una tele de plasma de 66 pulgadas y el sistema de sonido de alta gama de Greg. Chloe y Paul quedaron incómodamente en medio del salón mientras Greg cerraba la puerta y luego les miraba con igual incomodidad.

    —Bueno —dijo Greg finalmente—, Frank me dijo que se había encontrado contigo la otra noche.

    Paul reconoció eso como un típico eufemismo de Greg.

    —Sí —dijo Paul—, sobre eso es de lo que quería hablarte. No es lo que todo el mundo dice que es.

    —¿No lo derribaste y lo ataste dentro de un armario?

    —Yo no sé nada de eso, Greg, lo juro. Yo estuve en esa recaudación de fondos, pero no tuve nada que ver con Frank ni con lo que sea que le pasó.

    —Ajá —respondió Greg—. Eso no es lo que dice Frank.

    —Voy a ir a hablar con él después —dijo Paul—. Intenta entender esto. Mi cara está en todas las noticias y demás mierda y eso me está asustando como el infierno.

    Greg gesticuló hacia Chloe: —¿No te puede ayudar tu abogada?

    Paul miró a Chloe en busca de ayuda, pero la cara de ella era una máscara de piedra.

    —Debería explicarte eso también. Ella es mi amiga, Greg. En realidad no es abogada. Sólo me ayudó con lo de la reunión porque… —empezó a flaquear—. Porque yo no sabía a quién acudir y estaba como en una especie de shock y bueno —alzó la vista hacia Greg esperando ver algún signo de empatía de su viejo amigo, pero este simplemente estaba allí de pie, tan grave e inescrutable como Chloe—. Escucha, de verdad que siento cómo salió todo. Pero tienes que comprenderlo, Greg, yo estaba muy cabreado y…

    Greg lo interrumpió de pronto: —Me chantajeaste, Paul. Nos chantajeaste a todos para que te pagáramos. Leíste e-mails privados, saqueaste los servidores de la compañía. ¿Cómo se supone que voy a comprender esa clase de traición?

    Paul vio que Greg se estaba enfadando y, a pesar de sí mismo, sintió su propia garganta alzando la voz —No fui yo el primero en traicionar a alguien aquí. Tú me traicionaste, Greg. Tú y Frank y todos los demás, me despedisteis sin motivo. Sin avisar. Se trataba de mi jodido juego y me despedisteis.

    —¡Te despedimos porque era imposible trabajar contigo! —replicó Greg—. Eras perezoso y era insufrible hablar contigo. Te tomabas la menor de las críticas como una afrenta personal. Tu documentación de diseños era complicada de comprender en el mejor de los casos, y nunca estabas por ahí para explicar las cosas cuando los programadores o los artistas tenían preguntas. No me dejaste elección, Paul.

    —¿Que era imposible de hablar conmigo? —Paul estaba cerca de gritar—. ¿Has tenido alguna vez una conversación con Frank en la que no te menospreciara? ¿Has intentado alguna vez hacer que Evan tome una decisión en menos de tres días? ¿Te ha dicho Jerry alguna vez las mismas cosas que dice a tus espaldas? Ninguno de nosotros éramos perfectos allí. Tú lo sabes mejor que nadie.

    Greg caviló esto durante un minuto antes de responder: —Tienes razón, Paul, era difícil trabajar con ellos. Pero ellos también eran algo que tú dejaste de ser. Eran indispensables. Los necesito a todos ellos para acabar el juego. Pero tú, tú en realidad no habías añadido nada a la mezcla en más de un año. Sí, fue idea tuya y era tu cómic, pero ¿qué has hecho por mí últimamente?

    —¿No es eso suficiente? ¡Ni siquiera habría un juego ni una compañía si no fuese por mí!

    —No, al principio no los habría. Pero tengo noticias para ti. La compañía aún está ahí y le va bien sin ti, incluso mejor en muchos sentidos. Fracasaste en hacerte necesario, Paul, y una vez que eso sucedió fue sólo cuestión de tiempo.

    En su interior Paul sabía que todo lo que Greg estaba diciendo era cierto. Él mismo había sabido eso mucho antes de que lo despidieran, lo cual era el motivo de que hubiese empezado a llegar al trabajo cada vez más tarde y marcharse antes. En realidad nadie le necesitaba y ciertamente nadie le quería por allí. Su sitio en la compañía se había evaporado mucho antes de que ellos lo hubieran hecho oficial y lo despidieran. La cabeza de Paul empezó a palpitar, un dolor de cabeza del nivel de una migraña. Se sentó en uno de los sofás y se tapó la cara con las manos.

    Chloe habló por primera vez: —Greg, de verdad que siento mi parte en todo esto —Había un temblor de miedo en su voz—. Yo sólo quería ayudar a Paul... él estaba tan disgustado cuando le despediste y, bueno, yo estaba preocupada por él. Yo no había llegado a conoceros a vosotros y lo único que veía era que alguien que me importaba estaba sufriendo. Quise hacer lo correcto con él, y siento que eso significó hacer lo incorrecto con vosotros.

    Greg realmente se concentró en Chloe por primera vez desde que ambos habían asomado a su puerta: —¿Cómo es que nunca he oído a Paul mencionarte antes?

    —Bueno, vosotros ya no érais exactamente íntimos para cuando yo lo conocí. Sé que vosotros habéis sido mejores amigos desde siempre, así que debe de haber sido compicado separaros así. Dios sabe que sé lo que es eso.

    Una pincelada de tristeza reptó por los rasgos de Greg ante la mención de su amistad perdida.

    Chloe presionó hasta el final: —Habéis sido amigos durante años —continuó ella—, por eso estamos aquí, porque cuando le pregunté a Paul en quien confiaba, en quién podía contar en un momento de dificultad, me dijo: Greg. Sin pensarlo siquiera. Me dijo que podía confiar en ti.

    Greg miró sorprendido a Paul, quien aún tenía la cara entre las manos. Ella vio un indicio de humedad en las esquinas de los ojos de Greg.

    —Y nosotros estamos en un infierno de problemas ahora. Justo sobre nuestras cabezas.

    —Ya —dijo Greg girándose para mirar de nuevo a Chloe—. He visto las noticias en la tele.

    —Esto no es lo que parece. Ni mucho menos —ella se acercó y se sentó junto a Paul, poniéndole un consolador brazo alrededor del hombro y apretándole cerca de ella—. Es complicado y difícil de explicar, pero la versión corta es que yo nos metí en un problema bastante desagradable. ¿El tipo que organizó esa recaudación de fondos donde nos vio Frank? Su nombre es Ralph Kryswiki y es un viejo conocido mío. Me pidió que le ayudara, eso es todo. Nosotros no teníamos ni idea de que todo era un timo. Pero cuando las cosas salieron mal, culpó a Paul de todo. Él es sólo un cabeza de turco.

    Greg se movió hacia el centro de la habitación y observó a los dos: —¿Es eso cierto, Paul?

    Paul finalmente alzó la vista, frotándose las sienes: —Sí Greg, lo es. No sé cómo pasó esto. No sé lo que está pasando, pero este Ralph está acabando de verdad con mi vida. Resulta que es una especie de estafador y ahora lo sabe todo sobre mí. Sobre mi familia. Está amenazando con destruir mi vida entera.

    Greg lo contempló en silencio, con expresión boquiabierta por lo que Paul estaba diciendo.

    —Necesito tu ayuda, Greg. Este tipo está observando cada movimiento que hago y necesito tu ayuda.

    —¿Qué puedo hacer yo? —le preguntó— ¿Necesitas dinero o algo así?

    —No —dijo Paul—. Ya me has dado dinero más que suficiente, Greg. Sólo necesito que me hagas un favor. Necesito que recojas algo para mí.

    —¿Recoger qué?

    —¿Recuerdas esas vacaciones de primavera cuando fuimos a Nueva Orleans y nos quedamos con mi prima?

    —Sí —dijo Greg con una sonrisa inconsciente al pasar recuerdos por su mente—. Claro que me acuerdo de eso.

    —Bueno, ella vivía aquí antes de que yo me mudara a San José. ¿Recuerdas que te lo dije?

    —Vagamente.

    —Bueno, ella dejó un puñado de cosas en un garaje de depósito aquí en la ciudad cuando se mudó. Yo también he estado usando el garaje y necesito que saques algo de allí para mi.

    —¿Por qué me necesitas a mí para cogerlo?

    —Este Ralph va a por nosotros. Observa cada movimiento que hacemos. No puedo arriesgarme a ir personalmente.

    Greg empezó a parecer escéptico de nuevo: —Tal vez deberías acudir a la policía sin más —dijo él.

    —¡Lo haré! —dijo Paul— Dios sabe que quiero hacerlo, pero necesito resolver unas cosas y ver a un abogado primero. Y no puedo hacer eso hasta mañana y tengo miedo de lo que pueda pasar si no saco la bolsa de allí esta noche.

    —Sé que suena un poco fuera de lo normal —intervino Chloe—. Pero no tenemos a nadie más a quien podamos recurrir.

    Greg los observó a ambos por turnos, meditando las cosas. Ellos lo miraban con aspecto tan desesperado y triste como podría uno imaginar, agarrados y sentados en el borde del asiento del sofá de Greg.

    —¿Qué hay en la bolsa? —preguntó finalmente.

    —Dinero —dijo Paul—. El dinero que me pagaste por mis acciones.

    Greg tuvo que reír ante eso, aunque no había mucho humor en ello. —Estás de broma, ¿verdad?

    —No, hablo en serio —suplicó Paul—. No te estaría pidiendo esto si no hablara en serio.

    —¿Quieres que te ayude a recuperar el dinero que me extorsionaste antes de que otro te lo robe? —preguntó Greg incrédulamente—. Hay que tener coraje.

    —Lo sé, Greg, lo sé. Pero en este punto lo único que quiero hacer es asegurarme de que este Ralph no lo coge o haga que me arresten. Eso es lo único que me importa... sólo quiero recuperar mi vida.

    —Ajá —dijo Greg, su cara estaba empezando a volverse de piedra de nuevo y Paul sabía que tenía que actuar rápido.

    —Escucha, si haces esto por mí, puedes coger lo que quieras de la bolsa. Deja lo que pienses que merezco. Pero, por favor, necesito tu ayuda en esto.

    Greg les dio la espalda y salió del salón, dejando a Chloe y Paul a solas e intercambiando miradas de sorpresa.

    —Te lo dije —le susurró Chloe.

    Pero un momento más tarde, Greg regresó con una libreta de papel y una pluma que lanzó sobre el regazo de Paul.

    —Escribe la información del garaje de depósito y cómo quieres que recoja la bolsa para ti —dijo él.

    El alivio inundó el cuerpo de Paul: —¿De veras lo harás? —dijo él—. De verdad que no puedo agradecerte lo bastante…

    Greg alzó la mano para detener a Paul: —Ey —le dijo con una sonrisa de labios tensos—. Sé bueno a partir de ahora, ¿vale?

    Paul sólo pudo asentir su acuerdo y, quizá, su vergüenza.

Capítulo 38

    —¿Quieres este dinero? —preguntó Chloe mientras se alejaban conduciendo de la casa de Greg—. ¿Por qué sigues intentado regalarlo?

    —¿De qué demonios estás hablando? —le preguntó él airadamente.

    —Diciéndole que podía coger lo que quisiera del dinero, básicamente dándole el visto bueno para que se lo quedara todo —ella siguió hablando antes de que el pudiese responder—. Y antes de eso, lo que nos ha metido en todo este lío... diciendo a la Tripulación que les darías toda la pasta si fallaba tu estafa. Si no hubieses dicho eso…

    —¡Si no hubiese dicho eso, Raff habría encontrado algún otro modo de pillarme! —gritó Paul—. Ya tenía a su colega armado intentando acojonarme antes de eso, si lo recuerdas. Y ya había metido a ese tío antes de que nosotros hubiéramos vuelto de la playa!

    —Ya —concedió Chloe—. Vale, pero…

    —Y en cuanto a Greg —dijo Paul—. A él no le importa el dinero. Tienes que confiar en mí, conozco a este tío de toda la vida. Tiene mis mismos férreos puntos de vista sobre lo que está bien y lo que está mal. No está cabreado conmigo porque le haya robado 850.000 dólares, está enfadado conmigo por que me he llevado algo que él piensa que yo no merecía. Tenía que convencerle de que no se trataba para nada del dinero, de que yo estaba buscando su perdón y su ayuda. Si le hubiese intentado ocultar lo que había en la bolsa o intentado comprarle con una parte del dinero, se habría echado atrás. Créeme, conozco a este tío.

    —Vale, vale, te concederé que este puede haber sido el único modo de jugar esa carta. De acuerdo. Pero… —luego se detuvo y se concentró en conducir.

    —Pero ¿qué? —preguntó Paul.

    —Olvídalo. Ahora tenemos que planificar nuestro siguiente movimiento. Si Greg va a recoger la bolsa en una hora, como ha dicho que hará, necesitamos prepararnos para darle algo de cobertura.

    Habían pensado en decirle a Greg que esperase su señal de que todo estaba despejado, pero decidieron que cuantas menos acciones pareciesen parte de alguna empresa criminal, mayor probabilidad habría de que cooperase. Y así le habían permitido escoger su propio marco de tiempo, lo cual suponía esperar hasta que él se hubiese acabado la pizza y cambiado de ropa. Una hora.

    —¿Cómo lo hacemos, entonces? —preguntó Paul.

    —Entramos nosotros primero, atraemos su atención.

    —Dirás que atraemos sus disparos —corrigió Paul.

    —Con suerte no, pero sí, quizá. No podemos permitir que Greg entre allí con ellos observando. No lo reconocerán, pero podrían seguirlo sólo debido al momento de su visita. Si lo siguen hasta su casa o comprueban su matrícula y luego averiguan su conexión contigo, van a saltar sobre él.

    —Ni siquiera sabemos si de verdad tienen a alguien vigilando el depósito —indicó Paul—. Si sólo son tres o cuatro trabajando juntos, no podrían tener tantos recursos humanos.

    —Si no lo hacían antes, ciertamente lo hacen ahora. Desde que les dimos la paliza, Kurt habrá ayudado a Raff a ganarse a la Tripulación entera. Y aunque no los meta en esto, han tenido mucho tiempo para llegar hasta allí mientras nosotros estábamos lidiando con Greg. No, ahora definitivamente hay alguien vigilando el edificio.

    —¿Y vamos a entrar allí sin más y fingir que nos llevamos el dinero? ¿Otra vez? ¿Vamos a usar el mismo plan dos veces?

    —No —dijo Chloe—. Esta vez es diferente. Esta vez no tenemos refuerzos con bates de béisbol.

    —Ah, bueno, entonces todo debería salir de perlas.

    —No te preocupes, tengo un plan —ella se giró hacia él y le guiño un ojo.

    El mismo guiño de ojo que había atraído a Paul hacia ella el día en que se conocieron. Que lo había arrastrado a su mundo y lo había atrapado allí. Ese que tenía una docena diferente de matices, desde el flirteo hasta la advertencia. Paul había visto todas y cada una de las variaciones un centenar de veces desde aquella primera mañana, pero aquella era una mirada nueva. Y de pronto se dio cuenta de que conocía a Chloe lo bastante bien como para leer el significado sin necesidad de haberla visto antes.

    —No, no tienes un plan —afirmó Paul.

    La sonrisa de Chloe desapareció y ella giró la cabeza rápidamente hacia la carretera. Después de un largo silencio, ella dijo: —No. no lo tengo..

    El verdadero escondite del dinero era el edificio de Almacén-Trato de dos plantas construido hacía sólo cuatro años atrás. Era naranja amargo y marrón oscuro, con ventanas brillantemente iluminadas que interrumpían la fachada cada seis metros o así en la segunda planta. Desde la carretera se podía ver las puertas de acero de los garajes de depósito de dentro, iluminados bajo luces fluorescentes que no dejaban espacio a las sombras.

    La entrada principal daba a un aparcamiento que lindaba con la carretera. Cualquiera con un garaje tenía acceso las 24 horas. Lo único que tenían que hacer era usar su llave y código de seis dígitos para abrir la puerta delantera, firmar la entrada con el guarda de seguridad en servicio detrás del escritorio y luego proceder hasta el garaje y usar la misma llave y código de nuevo para abrir la puerta, todo eso mientras era grabado por las cámaras internas de seguridad.

    Paul le había dado a Greg su llave y código, de modo que era imposible que ellos pudiesen entrar en el edificio, y mucho menos dentro del propio garaje.

    Chloe condujo frente al edificio dos veces en un periodo de cinco minutos, reduciendo la marcha escasamente en ambas ocasiones. No había coches en el aparcamiento ni parados dentro de la línea visual del edificio. Si Raff y su tripulación estaban vigilando, no lo hacían a campo abierto.

    —Han puesto una cámara oculta —dijo Chloe—. Estarán observando desde alguna parte fuera de vista, pero cerca, esperando a que lleguemos para hacer un movimiento.

    —Si son inteligentes no querrán mostrarse hasta después de que hayamos entrado, o incluso hasta después de que hayamos salido con el dinero, ¿cierto? —dijo Paul.

    —Exactamente —dijo ella—. Lo que implica que tenemos que encontrar la cámara y neutralizarla. Entonces estarán ciegos durante un momento y tendrán que mostrar sus cartas para averiguar lo que ha pasado.

    El área alrededor del edificio objetivo tenía cientos de lugares para ocultar una cámara. Árboles, umbrales, tejados, ventanas, sumideros. Si empezaban a registrarlos todos, avisarían a quienquiera que estuviese observando. Chloe condujo por la ubicación una última vez y luego aparcó en un edificio de oficinas a dos manzanas de distancia. Se giró hacia la parte de atrás del coche, sacó su ordenador portátil y lo encendió. Luego sacó una cajita negra del tamaño de un "busca" y la conectó a uno de los puertos.

    —La única ventaja de ser traicionado por tus amigos es que aún usáis todos el mismo equipo —dijo ella.

    —¿Qué es eso?

    —La cámara, donde quiera que esté, es casi con seguridad una de las de Abeja. Eso significa que tiene su propia fuente de alimentación y transmite lo que sea que está filmando a un receptor inalámbrico. Esto —dijo ella indicando la cajita negra— es uno de los receptores caseros de Abeja que yo llevo en mi ordenador portátil. También sirve para espiar llamadas de móvil, así que es útil tenerlo a mano. Sólo tengo que encontrar la frecuencia correcta y rezar para que estemos lo bastante cerca de la señal.

    Ambos quedaron sentados en silencio y observando mientras Chloe configuraba el chisme en la pantalla de su ordenador portátil. Este se puso a buscar automáticamente por las frecuencias disponibles y, después de unos minutos, la pantalla se iluminó con una verdosa imagen de visión nocturna de la puerta delantera de la instalación de depósito.

    —Genial —dijo Paul.

    —Súper genial —coincidió Chloe.

    La imagen era de frente y desde un ángulo muy bajo.

    —Tiene que estar oculta en ese sumidero de ahí. O eso, o en los bajos de un coche o algo así, pero no había coches en la calle.

    Siguieron buscando durante otros cinco minutos, pero su escáner no captó ninguna otra cámara que estuviera emitiendo.

    —¿Sólo una? —preguntó Paul.

    —Eso parece —respondió Chloe—. Están con lo justo, según parece, y tienen tanta prisa como nosotros. Lo cual es bueno, porque es fácil bloquear esa cámara. Bien podríamos ser capaces de quitarla.

    —Vale —dijo Paul—. Greg estará aquí pronto. ¿Vamos?

    —Totalmente. Primero necesito coger algo del 7-11 —Chloe puso el coche en marcha y volvió hacia la calle de la cámara que les esperaba. 

Capítulo 39

    El coche dio un sonoro frenazo al lado de la carretera, su rueda delantera derecha quedó directamente delante del sumidero de lluvia. Paul se asomó por la ventanilla y le dijo a Chloe que avanzara despacio para estar seguros. Luego consultó la pantalla del ordenador portátil y confirmó que la cámara estaba bloqueada del todo.

    —Toma el volante y estate preparado —dijo Chloe antes de abrir la puerta y correr por la calle desierta, su bolsa al hombro rebotaba a su lado.

    Paul se cambió al asiento del conductor y ajustó los espejos para poder mantener un ojo en la compañía que estaban esperando en cualquier momento. Chloe había supuesto que quienquiera que estuviese observando esperaría un minuto o dos para ver si la obstrucción se despejaba sola antes de enviar a alguien a comprobarla en persona. Paul observó cómo Chloe llegaba hasta la puerta delantera y empezaba a llamar al cristal. Un rápido escaneo por la calle le mostró que no había nadie más.

    Por ahora, todo bien.

    Desafortunadamente, Chloe parecía estar teniendo dificultades para convencer al guarda de que la dejase entrar. Al otro lado de la puerta, el tipo estaba moviendo una mano para que ella se fuese, e incluso movió la otra mano hacia su cinturón, justo a unos centímetros de su arma. Chloe gesticuló con un brazo hacia la carretera y luego blandió su teléfono móvil. Ella estaba clamando que había una emergencia de algún tipo. Ambos siguieron hablando a través del cristal, pero el guarda se negaba a abrir la puerta. La conversación prosiguió durante dos enfurecedores minutos y Paul empezó a agitar de impaciencia la pierna derecha.

    Un par de faros aparecieron en el espejo retrovisor. Un coche salió de una calle lateral a una manzana de distancia. Paul pulsó el claxon brevemente.

    El guarda de seguridad se había rendido y regresado a su mesa, donde levantó el teléfono. Ignorando al guarda y al claxon, Chloe abrió su bolsa al hombro y sacó dos grandes bolsas marrones que había cogido en el 7-11 veinte minutos antes. Las abrió y las puso en el suelo delante de la puerta. El guarda la observó con curiosidad y con su mano ya tocando el mango del arma. Chloe sacó luego un periódico y empezó a separar páginas y a arrugarlas en bolas. Paul vio que el coche detrás de él avanzaba despacio por la calle, muy por debajo el límite de velocidad. No era el Cadillac de esa noche, pero eso no significaba nada. Con el brillo de los faros directamente en su ventana trasera, resultaba imposible que Paul viera quién estaba detrás del volante ni cuántas personas había dentro del vehículo. Al otro lado de la carretera, el guarda de seguridad estaba gritando a Chloe desde el interior mientras ella acababa de meter las bolas de papel de periódico dentro de las bolsas para la compra. Ambas bolsas parecían ahora llenas. Posiblemente incluso llenas de dinero si no sabías la verdad. Ella se colgó la bolsa de mensajero sobre el hombro de nuevo y tomó una bolsa de la compra en cada mano. Hizo un estupendo trabajo imitando un peso que no estaba allí.

    El coche ahora paró al lado Paul a menos de un paso a su izquierda. Él no pudo evitar mirar hacia el lado. Había dos personas en el coche, un hombre y una mujer, ninguno de los cuales Paul reconocía. Desde el asiento del pasajero, la mujer le lanzó a Paul una mirada rápida y una sonrisa. El conductor tenía los ojos fijos en Chloe delante en la calle. Redujo su vehículo un poco más hasta una marcha de apenas 5 km/h. En la calle, Chloe se paró en seco y se quedó mirando a los recién llegados. Ella y el conductor intercambiaron miradas brevemente y luego el tipo pisó el acelerador, moviéndose por la calle y girando a la derecha en el primer cruce. Chloe avanzó esprintando.

    —¡Vámonos! —le gritó ella.

    Paul ya estaba preparado para hacer justamente eso. En cuanto Chloe subió al asiento de atrás, él sacó el pie del freno y salió hacia la calle haciendo un giro en U y volviendo a la carretera en dirección contraria a la que había ido el misterioso coche.

    —¿Quiénes eran esos? —preguntó Paul mientras se encaminaba en busca de la entrada más cercana a la autovía, a menos de un cuarto de kilómetro de distancia.

    —No estoy segura, amigos de Raff, quizá. No los reconocí.

    Paul vio aparecer un par de faros en su espejo retrovisor, luego otro par.

    —Dos coches ahí atrás —dijo él.

    —Tú llega a la autopista y los perderemos —dijo ella.

    —Parece que ha funcionado —dijo Paul.

    Ambos coches se estaban acercando a ellos.

    —Creen que hemos recogido el dinero. ¿Por qué no intentaron atraparte cuando saliste?

    —Probablemente no pensaron que yo sería capaz de entrar y salir con el dinero tan rápido como lo hice. Quienquiera que fuesen esos dos, no estaban preparados para asaltarme. Probablemente sin músculo, sólo otro par de ojos.

    —¿Cuánta gente crees que ha metido Raff en esta condenada carrera?

    —Supongo que es su mentor y la tripulación de su mentor. Puede que Raff haya asustado totalmente a mi antigua tripulación sólo para despejar el campo y cortarme el apoyo —ella estaba hablando rápido y le llevó un segundo notar todas las implicaciones de lo que acababa de decir—. Lo que implica que Raff podría haber estado jugando con todos nosotros desde el principio, no sólo contigo.

    —Bueno —dijo Paul—. Es bueno tener compañía.

    Entraron en la autopista 880 dirección Norte y aceleraron. Ambos coches los siguieron. Paul se mezcló con el tráfico del carril derecho. Así lo hicieron sus nuevos amigos. No parecian demasiado preocupados en ocultar su presencia. Uno de ellos pasó al carril central y empezó a acelerar para ponerse al lado de Paul. Mientras ganaban velocidad, Paul de pronto dio un volantazo hacia la derecha. Atravesaron una zona sin asfalto y de milagro no chocaron contra una barrera de hormigón. Paul pisó a fondo los frenos al llegar a una curva cerrada de grava y salieron de la autopista tan rápidamente como habían entrado. Ningún coche habría podido reaccionar a tiempo a ese súbito cambio. El coche en el carril central siguió hacia el Norte por la autopista. El coche que aún iba detrás de ellos había dado un frenazo, pero se había pasado el giro y quedado parado en el carril de emergencia a una docena de metros por donde Paul había girado.

    —¡Joder, sí! —chilló Paul.

    Chloe estaba riendo y dándole cordiales palmadas en el hombro.

    —Sí, pero no te pares —dijo ella vigilando por la ventanilla de atrás—. Tenemos que mantenerlos ocupados durante unas horas para que Greg puede entrar allí sin problemas.

    Paul dio el primer giro que pudo y luego el siguiente, serpenteando por un laberinto de pequeñas oficinas y almacenes. No había señal de perseguidores, pero él siguió conduciendo evasivamente durante los siguientes quince minutos en busca de algún lugar fuera de la vista desde la carretera donde pudieran aparcar y reagruparse.

    Finalmente entraron en un aparcamiento medio lleno detrás de un complejo de tres edificios de oficinas. Se debían de haber topado allí con algún tipo de servicio al cliente de último turno, así que había bastante cobertura para perderse dentro, pero no mucho tráfico entrante y saliente como para preocuparse de que un empleado los viera.

    Y lo más importante, no había signo de personal de seguridad. Chloe se cambió al asiento delantero y ambos se relajaron durante un momento para recuperar la respiración.

    —¿Crees que se lo han creído? —le preguntó Paul después largo rato.

    —Sí —dijo ella—. En serio, creo que sí. Lo que implica que ahora mismo están cagados de miedo. Piensan que estamos en el viento con el dinero. Si eso es cierto, saben que es imposible que nos encuentren.

    —Pero no estamos libres y limpios aún.

    —Bien podríamos estarlo —dijo Chloe con un risita—. Joder, no puedo creer que hiciéramos que esto funcionara de verdad.

    —Sí —suspiró Paul. Su voz no estaba tan llena de alegría y alivio como la de ella.

    —¿Cuál es el problema? —le preguntó ella.

    —Aún está el asunto de que me busca la policía —dijo él.

    —Ah, que le jodan a eso. ¿Qué gran problema hay con eso? No se robó dinero real al final. A nadie le va importar después de un par de semanas. Confía en mí. Dejarán de buscarte.

    —Pero eso no limpiará mi nombre. Aún seguiré en busca y captura.

    —¿Y? —le preguntó ella .

    —¿Y? ¿Y? —dijo él con la exasperación aumentando en su voz—. Pues que tendré que vivir mi vida como un fugitivo.

    —No es tan malo.

    —Los cargos no desaparecerán.

    —No —le interrumpió ella—. Me refiero a vivir como un fugitivo. No está tan mal.

    Paul la miró incrédulo: —¡Pues claro que lo está! ¿Cómo puedes dec…? —y entonces ella tomó su cabeza hacia la propia y lo besó. Pero interrumpió el beso el tiempo suficiente para decir: —Confía en mí, lo sé. —antes de besarle otra vez.

    Las manos de ambos recorrieron el cuerpo del otro y Chloe empezó a mordisquearle el cuello.

    —Llevo viviendo así diez años… —le susurró ella. Él gimió cuando ella empezó a acariciarle por dentro de los pantalones—. Puede ser divertido si tienes los amigos adecuados.

    Paul no discutió cuando ella le desabrochó los pantalones y ella no discutió cuando él le quitó la camisa por encima de la cabeza. Él ciertamente no discutió cuando ella le deslizó un condón y subió encima de su regazo. Justo en ese momento, mientras él se deslizaba dentro de ella, Paul sintió tener todo lo que siempre había querido de la vida.

    Quizá ella tuviese razón. Quizá ésta fuese una vida para él.

Capítulo 40

    Como es a menudo el caso con los hombres después del orgasmo, Paul empezó a tener dudas.

    Las ventanas del coche estaban todas empañadas y ambos sudaban mientras hurgaban por los rincones buscando la ropa para volver a vestirse. Chloe estaba hablando sobre dónde podían ir a continuación y sobre cómo iban a tener que conseguir nuevos documentos de identidad. Paul apenas escuchaba mientras todos sus problemas lo inundaban de nuevo. No quería un nuevo documento de identidad. No quería vivir en un barco con la Tripulación de Winston (asumiendo que el viejo hippie aún siguiera vivo). Por otro lado, no tenía mejores ideas. Ojalá hubiese algún otro modo de salir adelante por ellos mismos.

    Y ese pensamiento le sorprendió. Estaba pensando en términos de nosotros, no de yo.

    Cualquier cosa que fuese a pasar a continuación, sabía que quería pasarla con Chloe. A pesar de todas las dudas poscoitales sobre su futuro inmediato, no tenía duda alguna sobre lo que sentía por ella. No cabía duda de que, fuese cual fuese el siguiente paso, el mismo implicaba a los dos juntos.

    Paul la miró sentada en el asiento del pasajero mientras ella se ponía los pantalones y le detallaba los encantos de San Diego como buena opción de escondite durante el invierno.

    Él extendió una mano y le puso un dedo en los labios. Ella lo miró con curiosidad.

    —Te amo, Chloe —dijo él con el corazón en la garganta.

    —Yo también te amo, Paul —le respondió ella sin un segundo de pausa, como si fuese la cosa más obvia del mundo, como si él fuese un imbécil por haber pensado siquiera lo contrario.

    —¿Me amas? —le preguntó él.

    Ella rió y lo besó. Luego lo besó de nuevo, con más fuerza: —Por supuesto que sí, ¿no lo sabías? ¿Por qué si no iba yo a hacer todo esto?

    Él no sabía si lo habría sabido o no, pero ahora…

    Ahora el teléfono de Chloe estaba sonando.

    Ambos miraron sorprendidos el teléfono, que había caído al suelo del asiento de atrás. Chloe se inclinó y lo recogió, miró a la pantalla. Lo único que decía era Número Privado, y Número Privado significaba que probablemente era un televendedor o un miembro de la Tripulación. Ella lo observó sonar durante un momento antes de decidir responder por fin.

    —¿Hola? —preguntó ella. Paul no podía oír voz al otro extremo. —¿Abeja? —dijo ella con asombro— ¿Dónde estás? ¿Estás bien?

    Paul observó cómo la cara de Chloe cambiaba de la sorpresa a la preocupación y hasta una intensa resolución y concentración.

    —No sé nada de eso —dijo ella. Una larga pausa.. —Vale, vale, confio en ti. Sabes que confío —otra larga pausa—. Sí, ya, de acuerdo. Sí, conozco el lugar. Te veo luego.

    —¿Abeja está bien? —preguntó Paul.

    —Eso creo —dijo ella—. Pero dice que necesita ayuda. Quiere que nos reunamos con ella.

    —Oh, Cristo —dijo Paul—. Eso no suena a una jodida buena idea.

    —No —coincidió Chloe—. No lo parece. Pero tenemos que ir.

    —¿Y si está de parte Raff?

    —No lo está —insistió Chloe—. Ella no está con Raff.

    —¿Estás segura?

    —No —dijo ella, su voz apenas era murmullo.

    —¿Tienes un plan?

    —No.

    Ambos se miraron el uno al otro, aunque en realidad estaban mirando más allá del otro, pensando en todos los peligros posibles ante ellos. Paul notó que ni siquiera podía concebir qué peligros podrían ser esos, por tanto era mejor seguir con ello y averiguarlo de primera mano.

    —De acuerdo —dijo Paul—, pero yo conduzco.

    Pararon en el aparcamiento de un motel de diez habitaciones al sur de San José, un barrio principalmente hispano por el que Paul, dada su aislada existencia como técnico, nunca había conducido antes, y mucho menos parado en él. Se consoló a sí mismo con la idea de que había pasado menos de una hora desde que habían perdido a sus perseguidores en la autovía y, por tanto, fuese cual fuese la trampa que les podrían haber preparado, no podría ser terriblemente compleja. Paul reconoció uno de los coches frente al motel como el pequeño utilitario de Abeja. La Tripulación normalmente cambiaba de coche tan fácilmente como de ropa, y era una sorpresa ver que Abeja estaba advirtiendo su presencia tan abiertamente a cualquiera que la conociera. Paul no estaba seguro de qué entender de eso.

    —¿Qué entiendes de eso? —le preguntó a Chloe.

    —No sé. Aparte del hecho de que es el coche de Abeja. Probablemente ella está ahí dentro de verdad —le señaló hacia la habiación 8, que era la única con la luz interior encendida—. Como ella dijo que estaría.

    Se habían pasado los últimos diez minutos recorriendo las calles colindantes, escaneando con el ordenador portátil de Chloe en busca de otras cámaras ocultas y cualquier coche o cara familiar. Todo había resultado despejado. Sin más precaciones que tomar, se habían quedado sin excusas para no acudir. Excepto, pensó Paul, por la excusa obvia de que aquello era una mala idea.

    —¿Por qué has dicho que estamos haciendo esto? —le preguntó Paul por décima vez desde que habían recibido la llamada de Abeja.

    Ella decidió ignorarlo esta vez. Sacó su pistola aturdidora de la bolsa, se inclinó hacia adelante y la guardó entre los pantalones a su espalda antes de bajarse la camisa por encima. Paul aparcó marcha atrás el coche en el espacio justo delante de la habitación 8 para que pudieran hacer una escapada rápida si lo necesitaban.

    —Dejaré el motor encendido —dijo él mientras ella abría la puerta.

    —Y los ojos abiertos —dijo ella dándole un beso rápido en la mejilla—. Si me encuentro problemas, llamaré a la caballería.

    Paul levantó su teléfono móvil. —Ese soy yo, caballería de uno. Tendré el caballo ensillado y listo para el galope —dijo él con una vaga sonrisa.

    Ella le guiñó el ojo y fue hacia la puerta de la habitación del motel. Él se quedó sentado en el coche e hizo lo que pudo por mirar a todas partes a la vez, pero no le estaba yendo muy bien, así que se concentró en vigilar a Chloe por el espejo retrovisor. Ella llamó levemente a la puerta y esperó. Después de unos segundos, puso la mano en el pomo de la puerta y lo giró. Paul echó un vistazo a la luz amarilla que salió del interior, pero nada más. Chloe se coló dentro de la habitación sin abrir la puerta del todo y luego la cerró detrás de ella. Paul suspiró y escaneó la quietud de la noche a su alrededor. En la calle de en frente había una gasolinera y una serie de pequeños centros comerciales con varias tiendas y un restaurante. Todos los letreros estaban en español y todos los negocios estaban cerrados.

    Se tensó cuando una camioneta de reparto pasó por la calle, pero esta ni siquiera redujo la marcha y el conductor nunca sacó los ojos de la carretera. Paul supuso que Raff o el detective podían estar en cualquiera de los escaparates vacíos o en cualquier habitación adyacente del motel. De hecho, podían haber esperado dentro con Abeja y tener ahora a Chloe entre sus garras.

    Según pasaban los segundos sin ninguna señal de Chloe, otra posibilidad reptó como una intrusa dentro de su cabeza.

    ¿Y si Chloe le estaba preparando una trampa? ¿Era eso posible, incluso después de todo lo que había sucedido? ¿Era todo aquello la más complicada estafa imaginable, un sólido plan para robarle el dinero?

    Dado el hecho de que Winston se había llevado un balazo antes, eso parecía imposible. Raff y Chloe estaban definitivamente enfrentados en este asunto, no había duda de eso, pero ¿qu é había entre Abeja y Chloe? ¿Podían ellas haber planeado algo? ¿Por qué se arriesgaría Chloe a venir aquí si no fuese por el bien de algún preacuerdo con Abeja?

    Le vibró el teléfono móvil que tenía en el regazo, sacándole con un susto de su ensueño. Paul bajó la vista hacia la pantalla y vio el nombre de Chloe. ¿Eh?

    —¿Hola? —dijo él.

    —Actúa tranquilo. Disimula —dijo Chloe—. Pero sal tranquilamente del coche y entra aquí ahora mismo.

    —¿Q…?

    —Ahora mismo —insistió ella.

    Él apagó el motor y salió del coche con el teléfono aún en la mano. Se preguntó si hablar por el teléfono le haría parecer más o menos tranquilo y decidió que averiguaría lo que estaba pasando muy pronto, así que mantuvo la mano y el teléfono a su lado. La puerta de la habitación del motel se abrió fácilmente y él pasó al interior.

    En medio de la sórdida habitación estaban Abeja y Chloe. La única cama de matrimonio de la habitación estaba llena de chismes electrónicos, incluyendo el ordenador portátil con su pantalla abierta y encarada hacia la puerta. Le llevó a Paul un momento comprender lo que estaba viendo en la pantalla.

    —Cierra la puerta —siseó Abeja.

    Paul movió el brazo hacia atrás para buscar la puerta al tacto y la cerró, manteniendo en todo momento sus ojos fijos en la pantalla. Allí vio una imagen de sí mismo desde una posición elevada detrás de él, mirando hacia la puerta de la habitación del motel. Había un punto de mira en la parte de atrás de su cabeza. Cuando la puerta se cerró, el punto de mira se movió para apuntar a la mirilla de la puerta.

    —¡Qué coño! —dijo Paul.

    —Es una trampa —dijo Chloe.

    —Perdón —dijo Abeja mansamente.

Capítulo 41

    —¿A qué coño estoy mirando? —preguntó Paul mientras contemplaba la imagen de la puerta de la habitación del motel en el monitor del ordenador.

    El superpuesto punto de mira rojo estaba casi, pero no del todo, quieto en la mirilla de la puerta. Los tres dentro la habitación tomaron cuidado de no permanecer cerca de la misma.

    —Es… —empezó a explicar Abeja—. Es una cámara en directo en la calle de en frente… estoy buscando la señal de quien sea que la está controlando.

    —¿Y el punto de mira? —preguntó Paul.

    —Bueno, creo que es porque la cámara está sobre un arma, pero es imposible estar seguro —ella miró de nuevo a la pantalla—. En realidad es muy astuto, si lo piensas…

    —¿Alguien nos está apuntando con un arma controlada remotamente? —a Paul no le importaba mucho si resultaba astuto o no.

    —Un rifle probablemente —dijo Abeja distante, con sus ojos fijos en la pantalla.

    —Oh, Dios mío… —dijo Paul apartándose unos pasos de la puerta.

    Chloe sujetó suavemente a Abeja por los hombros y giró a la mujercilla para encararla —Abeja, escúchame, por favor. ¿Es esta el arma de la cámara de Raff? ¿Raff la está controlando?

    —Creo que quizá —dijo Abeja—. Es mi equipo el que está usando al menos. Robado de la casa cuando lo despejaron todo antes. Así que, si no sois vosotros, entonces tiene que ser Raff. O quizá otra persona —Su voz era distraída, distante.

    Paul pensó que la voz sonaba como si Abeja estuviese en shock, cosa que no le sorprendía, ya que él mismo se sentía del mismo modo.

    —Entonces, ¿por qué no nos ha disparado? —preguntó Paul, el pánico se abrió paso desde su cerebro hacia su voz—. Si yo estaba en su mira, joder, ¿por qué no me ha disparado?

    —Porque no sabe si tenemos el dinero con nosotros —dijo Chloe con voz sorprendentemente tranquila..

    —Pero ahora nos tiene atrapados aquí dentro, ¿no? —dijo Paul mientras miraba por la pequeña habitación.

    Cama, armario, televisor, cuarto de baño. Sin salida de atrás. Sin otras ventanas laterales aparte de la que daba a la calle. Sin vía de escape.

    —Sí, pero tiene razón en una cosa —dijo Chloe—. No tenemos el dinero con nosotros. Si quiere eso, tendrá que hacer un trato. Aún tenemos cierta influencia aquí. Lo único que tenemos que hacer es esperar a que contacte con nosotros y saldremos de esta conversando.

    —Así de simple, ¿eh? —dijo Paul.

    —Así de simple —le aseguró ella—. Nos llamará. Confía en mí, no querrá llegar y echar esa puerta abajo hasta que sepa más sobre lo que tenemos aquí dentro.

    Chloe se giró hacia Abeja y escaneó la pila de electrónica y cajas negras de plástico que cubrían la cama y el suelo: —¿Qué tenemos aquí dentro, por cierto, Abeja?

    La ingeniera se sentó en la cama entre su equipo, como una niña rodeada de sus animales de peluche.

    —Sólo es todo lo que pude salvar cuando llegó el aviso de Kurt de limpiar la casa esta tarde.

    —¿Esta tarde? —dijo Chloe con sorpresa—. ¿No esta noche?

    —No, esta tarde. Después de que Raff y Kurt fuesen a encontrarse con vosotros en el Gran Centro Comercial, llamó y dio la señal de despejarlo todo. Ya lo habíamos recogido todo de todos modos en cuanto vimos a Paul en la tele. Fue una locura recogerlo todo, y cuando se hizo oscuro sacamos todas las cosas importantes. Yo saqué todo lo que pude meter en mi coche.

    —¿Hay un punto de retirada? —preguntó Chloe.

    —Se supone que hay que llamar a un número. Kurt y Raff dijeron que lo habían preparado —dijo Abeja—, pero no creo que eso vaya a suceder, ¿verdad? No creo que vayamos a preparar una reunión en absoluto… —la voz de Abeja se apagó y ella miró amorosamente al equipo a su alrededor—. Se han ido todos.

    Paul miró a Chloe y preguntó: —¿De qué está hablando?

    —La Tripulación ha huido de la casa —dijo Chloe—. Es como un procedimiento de emergencia cuando todo se va a la mierda. Todo el mundo recoge todo lo que podría tener valor o podría ser incriminante o vagamente interesante para la policía. Luego se marchan por caminos separados. Todos van a un lugar y nadie sabe dónde se esconden los demás. Todos tienen un número o la dirección de una página web o algo donde pueden comprobar futuras instrucciones sobre cómo se supone que vamos a reunirnos.

    —¿Y Raff dio esa orden?

    —Eso parece. Y tenía a Kurt respaldándole. Excepto que, por supuesto, Kurt, Raff y Filo no huyeron. En vez de eso vinieron a por nosotros con su amigo y su arma.

    La atención de Abeja se dirigió hacia Chloe cuando oyó eso: —¿Qué? —preguntó Abeja.

    Chloe despejó de chismes un espacio en la cama y se sentó junto a Abeja, poniendo una mano tranquilizadora en la rodilla de su amiga: —Raff intentó matarnos a mí y a Paul hace unas horas. Está trabajando con ese detective privado que atacó a Paul en la autopista. Él es quien montó todo esto desde el principio... quien invitó al antiguo compañero de trabajo de Paul a la recaudación de fondos. Todo fue un montaje.

    Abeja pareció abrumada: —¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Por qué te traicionaría él así? ¿Fue por Paul?

    —Él no me traicionó sólo a mí o a Paul —insistió Chloe—. Nos traicionó a todos. Mira lo que ha hecho, Abeja. Metió a la policía en esto y acudió a uno de fuera en busca de ayuda para jodernos a todos los demás.

    Abeja pensó en ello durante un buen rato mientras Chloe y Paul la miraban en incómodo silencio. Ella bajó la vista hacia sus manos, que jugaban con un clip para hojas de papel.

    Cuando Chloe decidió que ella no iba a decir nada más, le dijo: —Abeja, ¿hay algo aquí que pueda ayudarnos? Quizá haya un modo de interferir la señal que está controlando el arma o algo así.

    Pero Abeja no parecía haberla oído. En vez de responder a la pregunta de Chloe, dijo: —Para ser justos, Chloe, tú metiste a uno de fuera primero, ¿verdad?

    —¿Eh? —dijo Chloe— ¿Te refieres a Paul?

    —Sí. Se suponía que él iba a ser otro objetivo, ¿verdad? Cuando me llamaste desde ese restaurante mexicano y me pediste que comprobara su fotografía y su nombre. Dijiste que tenías uno al rojo. Un objetivo al rojo vivo —Abeja no alzaba la vista de sus manos mientras decía esto—. Eso es lo que dijiste. Me dijiste que investigara todo lo que pudiera encontrar sobre él lo más rápido posible y que te enviara un texto diciendo si era un buen objetivo. Y cuando descubrí que de verdad era el fundador de esa compañía de juegos, hice eso. Te dije que era un buen objerivo.

    Le llevó a Paul un minuto entender de verdad lo que Abeja estaba diciendo. Ella estaba hablando del día en que él había conocido a Chloe en el Señor Goldstein. El día en que le habían despedido. Recordó a Chloe hablando por teléfono. En ese momento había pensado que ella estaba llamando a sus jefes de la empresa de investigación de mercado para la que trabajaba, cosa que parecía perfectamente plausible dadas las circunstancias. No había pensado en ello desde entonces pero, en retrospectiva, se percató de que ella había estado llamando a alguien de la Tripulación. Y al parecer ese alguien había sido Abeja.

    —Abeja, venga, eso es diferente —protestó Chloe—. Tenemos que concentrarnos en nuestro jodido gran problema del momento —le señaló la pantalla del ordenador portátil—. En el arma que está apuntando directamente hacia nosotros.

    —Lo único que Raff quiere es el dinero, ¿verdad? —dijo Abeja, su voz era plana y vacía de emoción—. El dinero que se suponía que íbamos a robarle a Paul en primer lugar. ¿Por qué no se lo damos? Simplemente, dale el dinero y llamaremos a todo el mundo y nos mudaremos a la casa y…

    —¡Abeja, no! —gritó Chloe—. No. Estamos más allá de eso ahora. Raff ha separado a la Tripulación porque ese fue siempre su plan. No quiere compartir el dinero con el resto de vosotros; lo quiere para él, simple y llanamente. Intentó matarme. ¿Eres capaz de entender eso, joder? ¡Me dispararon e intentaron matarme!

    —Si le damos el dinero… —Abeja intentó continuar.

    —¡No! —Chloe se levantó—. Tienes que confiar en mí ahora, chica. Confía en mí. Raff ya no es amigo tuyo. Tenemos que concentrarnos en el problema entre manos.

    Paul podía ver lo furiosa y frustrada que se estaba poniendo Chloe, mientras que Abeja parecía cada vez más distante. Paul se estaba poniendo bastante furioso por su parte, aunque le sorprendía lo poco sorprendido que estaba de que Chloe y todos los demás hubiesen planeado robarle desde el principio. En alguna parte de su interior, siempre había asumido que era ese el caso, lo cual era el motivo por el que él mismo había ocultado el dinero en primer lugar. Tener todo al descubierto era en realidad todo un alivio. Decidió intervenir y ver si quizá podía calmar la situación un poco.

    —Abeja, comprendo lo mucho que puedes culparme por fastidiar las cosas. Mi plan con el parque y la recaudación de fondos y todo fue una chifladura, pero tienes que saber que Raff nos la jugó. Si quieres una parte del dinero, puedo dividirlo contigo cuando lo consigamos. Una parte entera, a medias…

    Abeja finalmente apartó la vista del clip y miró a Paul: —No no, —dijo ella—. No fue culpa tuya en absoluto. En realidad fue culpa mía si lo piensas. En realidad fue un error mío lo que causó todo esto.

    —¿De qué error estás hablando? —preguntó Paul— Fue Raff quien…

    —Fue mi artefacto de seguimiento lo que falló —dijo ella.

    Paul se quedó mirando pasmado.

    —¡Oh, Cristo, esto otra vez no! —dijo Chloe lanzando los brazos al aire en disgusto— ¿No hemos dejado eso atrás todavía?

    Abeja ignoró el arrebato de Chloe y concentró su mirada aún más en Paul: —Pusimos un artefacto de seguimiento en tu coche mientras tú y Chloe estabais en la reunión con tus antiguos socios. Estaba funcionando bien, pero luego pasó algo más tarde. Cuando estabas en el banco. Así que cuando dejaste a Chloe para irte a esconder el dinero, no tuvimos modo de seguirte. Había un coche siguiéndote también, pero se quedaron atrapados en el tráfico —Por primera vez le sonrió, una vaga sonrisa de resignación por los crueles trucos del destino—. De verdad que tienes mucha suerte, ¿sabes?

    —Sí, me estoy sintiendo afortunado —dijo Paul distraídamente.

    Así que le habían estado rastreando después de todo. Eso era de lo más lógico. Incluso tenía lógica que Chloe lo hubiera mentido sobre ello antes, cuando le había dicho que no habían tenido un aparato de seguimiento funcionando. En cierto modo, eso había sido cierto de verdad.

    Él miró hacia Chloe, queriendo hacerle saber que no le importaba, que lo comprendía, pero ella evitaba su mirada. En su lugar, había decidido abrir fuego sobre Abeja con ambos cañones.

    —¡Lo hemos entendido, joder! —chilló Chloe. Abeja retrocedió por el grito y se retiró dentro de sí misma— ¡Lo hemos entendido de puta madre! ¡Pero como sigo intentando meterte en la cabeza, eso ha quedado atrás! ¡Jodidamente atrás! Ese Raff y su amigo de ahí fuera tienen armas apuntándonos. Y ey, chico, no me jodas, ¿no son eso malas noticias? ¡Y ahora! ¿Qué demonios vamos a hacer al respecto?

    Abeja se quedó sentada allí durante un momento, en silencio. Luego explotó como una bomba con retardo. Se levantó de un salto de la cama y empujó a Chloe para apartarla de ella.

    —¡No me hables así! ¡No me trates así! —Intentó empujar a Chloe de nuevo, pero ahora que Chloe la vio venir, fintó fácilmente el ataque de la mujercita— ¡Esto es culpa tuya! ¡Tuya! ¡Tuya! ¡Tuya! ¡Te odio! —empujó sin éxito a Chloe una última vez y luego se dio la vuelta, tomó el ordenador portátil de la cama y se retiró a la esquina del fondo de la habitación para sentarse acurrucada en el suelo, agarrando el ordenaodor protectoramente.

    Chloe se quedó donde estaba, pero no dejaba de chillar. —Pues, ¿por qué demonios nos has hecho venir aquí? Si todo es culpa mía, ¿por qué me llamaste llorando y me dijiste que estabas en problemas? ¿Eh?

    Abeja no estaba llorando ahora. Sus ojos estaban secos y concentrados y muy muy enfadados: —Quería ver si podíamos resolver esto. Ver si podíamos llegar a un acuerdo. Quería hacer que todo fuese como antes de que él —señaló a Paul— llegara a la casa.

    —¡Qué le jodan a eso, Abeja! ¡Eso ya ha quedado atrás! ¡Te sigo diciendo…! —Chloe se detuvo a mitad de frase y luego su voz quedó tranquila de nuevo— ¿Sabes qué? Olvídalo. Prefiero dejar que Raff me dispare que discutir contigo toda esta mierda de la culpabilidad —estiró el brazo hacia Paul, tiró de él hacia ella, lo besó con fuerza en los labios y luego volvió a mirar a Abeja—. No, estafar a Paul no nos funcionó y sí, como te dije hace semanas, me enamoré de él. Y me enamoré en serio. ¿Y no tengo derecho? ¿Por qué no puedo enamorarme de quien yo quiera?

    —Pero… —empezó a protestar Abeja, pero Chloe no permitió que la interrumpiera.

    —¡Y todo podría haber sido estupendo! ¡Tú misma decías que él era un prometedor miembro de la Tripulación! Te gustó la estafa de los comics y la broma del parque. Votaste por todo eso, ¿o no votaste?

    —Sí, —admitió Abeja—. Pero…

    —¿No éramos todos felices? ¿No estaba todo tal y como tú querías? ¿Y luego qué pasó? Todo iba estupendo hasta que ese miserable mamón de Frank apareció en la recaudación de fondos, ¿cierto?

    —Supongo… —susurró Abeja.

    —Bueno, ¿recuerdas esas listas que me enviaste por e-mail? Alguien había puesto el nombre de Frank en esas listas. Alguien lo invitó a la fiesta sólo para que pudiese reconocer a Paul. Con el expreso propósito de que lo soplara todo a los cuatro vientos, ¿cierto?

    Abeja sólo pudo asentir.

    —¿Y ese alguien? Ese alguien fue Raff. Fue el jodido Raff, Abeja, y puedo probarlo.

    —¿Por qué iba él…? —tartamudeó Abeja—. ¿Por qué haría él eso?

    —¿Por qué haríamos nosotros cualquier cosa, Abeja? —Chloe suspiró—. Por el dinero.

    —Yo no, no… no… —Abeja parecía confundida, herida.

    Paul recordó su conversación con Raff y lo que este le había dicho sobre las personas como Abeja y él, que amaban la Tripulación no por el dinero, sino por el estilo de vida. Percibió el error que él mismo había cometido al tratar de comprar la ayuda de Abeja. Para ella, no se trataba de dinero.

    —Abeja, escúchame —dijo Paul—. Sé que estás enfadada con lo que ha pasado y sé que nos culpas a mí y a Chloe y yo comprendo eso. Lo comprendo más de lo que tú crees.

    Chloe lo miró escéptica, pero él tenía la atención de Abeja.

    —¿Qué quieres decir? —le preguntó Abeja.

    —Yo era la única persona que sabía dónde estaba mi dinero. En cualquier momento podía haberme ido, haber recogido mi dinero y simplemente haber desaparecido. Podía haber vuelto a Florida a dibujar comics y a vivir una buena vida durante los próximos veinte años sin preocuparme de nada. Pero no lo hice. Me quedé. ¿Por qué?

    —¿Por Chloe? —aventuró Abeja.

    —Claro, ese fue un motivo, sí. Pero tampoco es que Chloe y yo estuviésemos de verdad juntos de ese modo, ni siquiera dormíamos juntos ni nada de eso. Sí, la amo, pero os amaba a todos vosotros también. Amaba vivir en esa casa, vivir en el mundo que todos os habíais creado. Teníamos todo lo que necesitábamos y todo lo que queríamos y nadie nos decía que no podíamos pasarlo bien o tomar drogas o divertirnos con nuestros amigos. De verdad que ese era el primer lugar que parecía como estar en casa desde que dejé a mis padres para ir a la universidad.

    —Sé a lo que te refieres —dijo Abeja. Él podía ver las primeras lagrimas en los ojos de Abeja—. Era el único lugar que me ha parecido como en casa. La única familia que he tenido. La única que me ha gustado, al menos —empezó a respirar con la nariz obstruída—. Y ahora todo eso se ha acabado.

    —No tiene por qu é ser así —la tranquilizó Paul—. Podemos construir eso de nuevo. Tú, Chloe y yo. Y quienquiera que podamos encontrar. Podemos construirlo de nuevo. Lo haremos, te juro que lo haremos. Porque eso es lo que todos queremos. Porque por eso me quedé.

    Chloe intervino en este punto, recogiendo la inercia de Paul: —Tiene razón, Abeja. ¿Por qué crees que vine aquí cuando me llamaste, aun cuando sabía que podría ser una trampa? Porque te amo, Abeja. Porque somos una familia. Y si vamos a reconstruírla, tenemos que hacerlo juntos. Y tenemos que empezar ahora.

    Abeja empezó a llorar de veras ahora. Bajó la vista hacia el ordenador en su regazo y se secó las lágrimas. Se quedó mirando a la pantalla, al parecer pensando en lo que le habían dicho. Paul y Chloe la conocían lo bastante como para dejar que ella resolviera las cosas por sí misma. De pronto alzó la vista del ordenador portátil.

    —Vale, ayudaré —dijo ella—. Pero tenemos que darnos prisa. Raff está aquí.

Capítulo 42

    —¿Aquí como... aquí dentro? —preguntó Paul con un indicio de pánico.

    —Como en la puerta —dijo Abeja.

    Paul y Chloe se lanzaron simultáneamente hacia la puerta de la habitación del motel. Al estar más cerca, Paul llegó primero y giró el seguro del pomo en posición de cerrado. Un segundo más tarde, quienquiera que estaba afuera trató de abrir la puerta.

    —Ey —dijo Raff desde fuera. Llamó suavemente a la puerta—. Abeja, soy yo. Raff.

    Chloe y Paul se miraron el uno al otro con perplejidad y luego miraron a Abeja, quien aún estaba contemplando su pantalla.

    —Le dije que viniera —susurró ella—. Está esperando a que le deje entrar.

    Raff llamó de nuevo, esta vez más alto. —¡Abeja! Venga. ¡Déjame entrar!

    Chloe sacó el arma aturdidora de entre sus pantalones a la espalda y le mostró a Paul que estaba preparada con ella. Asintó para que él siguiese adelante y abriera la puerta mientras ella se retiraba al otro lado de la cama, donde se agachó fuera de la vista. Él no estaba seguro de que aquello fuese una buena idea, pero era un plan al menos. Se movió hacia la puerta y, tan tranquilamente como pudo, abrió el seguro. Después de que quedara abierto, Abeja esperó unos largos segundos antes de que Chloe la instara a hablar..

    Luego Abeja dijo: —Entra.

    Raff giró el pomo y empezó a abrir la puerta. Paul se movió a un lado para quedar oculto detrás de la puerta cuando Raff entrara.

    —Abeja, ¿qué está pasando? —dijo Raff al pasar al interior de la habitación.

    Su brazo izquierdo estaba en un cabestrillo improvisado y su cara tenía un feo hematoma púrpura que le cubría toda la mejilla derecha.

    Vio a Abeja agachaba en la esquina y dijo: —Jesús, ¿que estás haciendo ahí abajo? ¿Qué está pasando? —avanzó dejando la puerta abierta con Paul aún oculto detrás de ella. Por supuesto, si Raff se giraba a la izquierda lo más mínimo, vería que Paul estaba allí. Paul se preguntó si quizá debería saltar encima de Raff ahora o esperar a que Chloe hiciese el primer movimiento.

    —Quédate ahí —dijo Abeja con voz temblorosa—. Quédate justo donde estás, Raff.

    Raff se detuvo y alzó su mano buena en un gesto de rendición y paz: —Está bien, Abeja. Pero tenemos que darnos prisa. Dijiste que Chloe estaba llegando aquí, ¿verdad?

    —Eso es lo que dije —susurró Abeja.

    —¿Qué? —preguntó Raff.

    —Que sí, ella está viniendo —Abeja por fin alzó la vista de su pantalla—. Pero necesito saber algo primero, Raff.

    —Claro, Abeja. lo que necesites saber.

    —¿Por qué lo hiciste? —preguntó ella.

    —¿Hacer qué? ¿Evacuar la casa? Ya te le conté, con los polis detrás de Paul, y él y Chloe huyendo, era demasiado peligroso que…

    —No —dijo Abeja—. Me refiero a por qué lo hiciste —ella volvió a bajar la vista hacia su ordenador portátil—. ¿Por qué añadiste a los antiguos socios de Paul a la lista de invitados? ¿Por qué hiciste que ese Frank acudiera a la recaudación de fondos?

    —¿De qué estás hablando, Abeja? Yo no hice…

    —Estoy viendo la lista aquí mismo, Raff. Está todo aquí mismo en mi ordenador. Los cinco nombres están en la lista y no deberían estar.

    —Te juro que no sé de lo que estás hablando. Cualquiera podría haber puesto esos nombres en la lista. Demonios, Paul probablemente los puso allí él mismo. Sabes lo ansioso que estaba por probar que era uno de nosotros, aunque él realmente nunca lo fue.

    Detrás de Raff, Paul observaba cómo el larguirucho deslizaba su mano buena detrás de la espalda. Justo en el mismo sitio donde Chloe tenía guardada su arma aturdidora, Raff tenía su bastón extensible. Al menos, no era la maldita pistola, pensó Paul. Y luego recordó al detective y la cámara frente a la calle con el punto de mira. Raff dio un paso hacia Abeja aún tratando de salirse con la suya hablando.

    —¿Por qué los invitaría yo? ¿Por qué traería yo a los polis y todos esos problemas a nuestra Tripulación? Me conoces, Abeja. Me conoces desde hace casi dos años. Yo nunca haría eso, ¿no?

    Abeja no apartaba la vista de la pantalla del ordenador portátil.

    —Lo hiciste por el dinero. Para quedarte el dinero para ti solo.

    Raff dio otro paso hacia adelante. Estaba ahora al mismo nivel que la cama, y en algunos pasos más sería capaz de ver a Chloe, agachaba detrás de esta. Raff tenía el bastón a su lado, sujeto cerca y a lo largo de la pierna para que Abeja no pudiese verlo.

    —Ni hablar —insistió Raff—. Es imposible que yo hiciera eso. Yo soy como tú, Abeja. Yo amo esta vida. No es el dinero, es la vida. Lo mismo para mí que para ti.

    Abeja por fin apartó su mirada de la pantalla cuando oyó esto. Paul se preguntó si Raff la estaba convenciendo. Le alegró haber tenido oportunidad de usar esta táctica con ella primero. Aún así, Abeja siempre se había fiado de Raff hasta hoy.

    Las viejas lealtades podían ganar por la mano.

    —No, Raff, no es lo mismo —dijo Abeja—. No es lo mismo en absoluto. Arruinaste nuestra familia. Lo arruinaste todo.

    Ella entonces bajó la vista hacia la pantalla del ordenador portátil. La voz de Raff era suave y tranquila cuando avanzó y levantó el bastón para golpear.

    —Eso no es cierto, Abeja. —El bastón trazó un arco sobre su cabeza mientras Raff se movía rápidamente para rodear la cama—. Yo soy tu amigo.

    Si no hubiese sido por Chloe, habría golpeado a Abeja en la cabeza hasta dejarla aturdida allí mismo. En vez de eso, Chloe atacó avanzando desde su posición agachada y le clavó el arma aturdidora en el pecho, empujándolo hacia atrás contra la pared del motel con un crujido de electricidad. Paul se dispuso a cerrar la puerta de golpe y a cargar hacia adelante también, preparado para reducir a un Raff aturdido.

    Salvo que Raff no estaba aturdido.

    Presionado contra la pared, apartó a Chloe de una patada, alcanzándola de lleno en el estómago y doblándola sobre la cintura. Raff bajó el bastón sobre la espalda de Chloe, enviándola al suelo de rodillas. Paul cerró la puerta de la habitación del motel de una patada y luego embistió a Raff por el costado izquierdo. Los dos cayeron al suelo. El brazo de Raff que blandía el bastón quedó atrapado bajo ambos cuerpos, y él gritó de dolor cuando Paul aterrizó con fuerza sobre su brazo izquierdo roto.

    —¡Jodeeeer! —gritó Raff.

    Chloe levantó la cabeza, resoplando en busca de aliento después de que la hubieran dejado sin aire. Vio a Raff y a Paul luchando en el suelo a pocos pasos de distancia y reptó hacia ellos con el arma aturdidora aún en su mano. Mientras Raff se retorcía bajo él, Paul luchaba por sujetar al hombre más alto y más fuerte en el suelo. Raff consiguió erguirse sobre la espalda y liberar el brazo bueno para aporrear a Paul con el bastón. El golpe le rozó el hombro, pero aún así dolió como un cabronazo. Ahora sentado con las piernas abiertas sobre el torso de Raff, Paul agarró el brazo del bastón con ambas manos.

    Chloe buscó un espacio, aún sorprendida de que Raff no hubiese sentido nada de la descarga del arma. Cuando Paul se aferró al brazo de Raff, ella vio una capa de goma negra bajo la camisa de Raff. El pillo llevaba un traje de neopreno. Realmente conocía todos los trucos favoritos de Chloe. Ella sonrió y le presionó el arma aturdidora en el cuello. Raff al instante dejó de resistirse y empezó a convulsionarse de dolor.

    Paul no había tenido oportunidad de recuperar el aliento antes de que un atronador golpe llegase desde la puerta delantera. Abeja mantenía los ojos en su ordenador portátil. Él y Chloe se giraron ambos para ver lo que era aquel ruido, cuando la puerta voló al abrirse con un estallido de astillas. En el umbral estaba el detective con su arma apuntando directamente a Paul.

    —¡Manos arriba! —gritó el detective—. Soltadlo todo, apartaos de él ahora mismo o dispararé .

    Antes de que Chloe y Paul se pudiesen mover, la parte delantera de la cabeza del detective explotó con un húmedo plop. Sangre y cerebros y fragmentos de cráneo de esparcieron por la habitación y el hombre cayó hacia adelante encima de lo que quedaba de su cara.

    Abeja por fin alzó la vista de la pantalla de su ordenador portátil.

Capítulo 43

    Paul y Chloe miraron con atención a Abeja, perplejos y horrorizados por el suceso que acababan de presenciar. Raff estaba debajo de Paul, aún ignorando lo que le había pasado a su camarada.

    —¿Qué…? —intentó decir Paul, aunque salió más como un —¿Eeeh?

    —¿Hackeaste tú la cámara del arma, Abeja? —dijo Chloe con voz en algún punto entre el asombro y el escepticismo.

    Las lágrimas comenzaron a fluir por la cara de Abeja. Ella no podía hablar, pero después de un momento, sacudió la cabeza vigorosamente en un no.

    —¿Entonces por qué han…? —De pronto, la ficha cayó en la mente de Chloe—. Esa nunca fue su cámara, ¿verdad?

    Abeja sólo sacudió la cabeza de nuevo. No.

    —¿Montaste tú todo esto?

    Un lacrimoso asentimiento afirmativo de Abeja.

    —¿A quién estabas planeando disparar? —Abeja luchó para encontrar palabras, pero Chloe dio voz a sus ideas por ella—. Ibas a matar a quien destruyó a tu familia, ¿verdad?

    Abeja asintió, abiertamente, sollozando ahora.

    —Lo hiciste bien, Abeja —le aseguró Chloe con voz tranquila—. Atrapaste al tipo que nos jodió a todos. Y si no lo hubieras hecho, probablemente nos habría disparado —la voz de Chloe era consoladora, casi maternal—. Lo hiciste bien, cariño, pero quizá sea mejor que desconectes ese arma ahora, sólo por si acaso, ¿vale?

    Abeja asintió de nuevo entre lágrimas, agradecida, tanto por la aprobación como por que le dieran una tarea que realizar. Empezó a teclear en el ordenador portátil de nuevo.

    Girándose hacia Paul, Chloe dijo: —Cierra la puerta y ayúdame a atarlo, deprisa.

    Aún le dolía el hombro del golpe del bastón, Paul gimió al ponerse en pie. El cuerpo muerto del detective aún bloqueaba la entrada. Después de un momento de inacción, agarró las piernas del hombre, las pasó por la puerta y cerró esta detrás de él. Miró afuera pero no había nadie más allí, al menos no que él pudiera ver. Paul estaba sorprendido de lidiar con el cuerpo muerto tan fácilmente como lo hacía. Habría pensado que la mera visión del mismo lo habría dejado inútil por el asco y el horror. Pero desde hacía menos de unos minutos había estado 99.9% seguro de que el hombre iba a dispararle mortalmente, lo único que realmente sentía era alivio. Imaginó vagamente que el impacto y la alarma se dispararían en cualquier momento.

    —¿Qué pasa? —preguntó Raff desde el suelo.

    Chloe estaba ocupada atándole con un cable eléctrico que había arrancado de una lámpara.

    —¡Auh! —gritó él cuando Chloe tiró de su brazo roto hacia atrás a la espalda y le ataba las muñecas.

    Le embutió una toalla en la boca para callarle y se levantó del suelo con un respingo de dolor.

    —Vale, el arma está apagada —dijo Abeja con voz baja y tímida.

    —Genial —dijo Chloe—. Ahora necesito que empieces a recogerlo todo. Mete en bolsas todo este equipo lo más rápido que puedas.

    Arrancó otro cable de la otra lámpara de la habitación. Ahora la luz sólo llegaba desde la puerta abierta del cuarto de baño.

    —Paul, ¿había alguien más ahí fuera?

    —No que yo haya visto —dijo él.

    —Bien —Chloe se dobló de nuevo sobre Raff, esta vez para atarle las piernas por los tobillos—. Necesito que cojas una toalla, la mojes y limpies las huellas de toda superficie de la habitación. Todo, ¿vale?

    Paul asintió y se puso a trabajar. Abeja estaba metiendo su electrónica en tres grandes bolsas de nailon y un cajón de leche. Tras probar los nudos para asegurarse de que Raff estaba bien atado, Chloe recogió el bastón, el arma aturdidora y la pistola del hombre y lo guardó todo en su bolsa al hombro. Luego ayudó a Abeja a empacar.

    —¿Bajo que nombre te registraste? —le preguntó a Abeja.

    —Suzy Wu —dijo ella.

    La contínua dirección de Chloe y el tono profesional en su voz había hecho mucho por calmar a Abeja. Paul también lo encontraba una fuente de fuerza para sí mismo y se preguntó si era esta cualidad en particular lo que la hacía ser una líder tan fuerte.

    —¿Pago en metálico? —preguntó Chloe.

    —Sí, pero asegurado con una tarjeta de crédito falsa.

    —Vale —dijo Chloe—. Voy a salir para echar un vistazo rápido. Para asegurarme de que los otros amigos de Raff no están ahí fuera también. Luego vamos a salir de aquí y sin mirar atrás, ¿vale?

    —Vale —dijo Abeja—. Pero no he visto ningún otro coche cuando Raff llegó aquí.

    —Aún así tengo que comprobarlo.

    Se acercó a la ventana y echó a un lado una esquina de la cortina para revisar el aparcamiento. Después de un minuto de cuidadosa observación, dejó caer la cortina, pasó por encima del cuerpo muerto y abrió la puerta lo justo para escurrirse afuera. Paul y Abeja llevaron a cabo sus misiones en silencio. Terminadas estas, se quedaron mirando incómodamente el uno al otro. Raff parecía inconsciente en el suelo, pero Paul decidió que probablemente estaba fingiendo. Ahora que había acabado de limpiar la habitación, temía tocar algo. Abeja empujaba con fuerza su pila de equipo dentro de las bolsas, pero ya estaba todo lo compactado como era posible.

    —Yo en realidad creo en lo que te dije —anunció Paul finalmente, interrumpiendo el opresivo silencio.

    Abeja simplemente lo miró con una triste y curiosa mirada en la cara.

    —Sé que Raff y yo dijimos lo mismo, que la Tripulación era una familia para nosotros, pero para mí era cierto de verdad. Es cierto, y sé que probablemente es incluso más cierto para ti. Sé que aún soy una especie de extranjero, pero… —se pausó notando que estaba empezando a balbucear—. Quería que lo supieras. Y gracias. Gracias por salvarme la vida —gesticuló hacia el cuerpo muerto.

    Ninguno de ellos quiso mirarlo.

    Por fin concluyó con: —Y lo que sea que suceda a continuación, quiero que nosotros tres lo hagamos juntos, que permanezcamos juntos, que seamos una familia.

    Abeja lo miró y empezó a llorar. No, descubrió Paul. Era él quien estaba llorando ahora, volviéndolo todo en la habitación con la tenue neblina de las lágrimas. Abeja se puso en pie de un salto con sorprendente velocidad y apretó sus bracitos alrededor de Paul, abrazándole con fuerza. Él le devolvió el abrazo.

    —Gracias —dijo ella—. Gracias…

    —No, gracias a ti… —respondió Paul, y le dio un afectuoso beso en lo alto de la cabeza.

    Quedaron así durante algunos minutos, confortándose simplemente el uno al otro. Finalmente Chloe regresó, deslizándose silenciosamente por la puerta hasta el interior.

    —¿Qué es esto? ¿Desaparezco diez minutos y ya estás con otra mujer?

    Ellos sonrieron y extendieron un brazo para que Chloe se uniera al abrazo.

    —Ya, sí, vale —ella les dió un apretón superficial y se apartó—. Todos nos amamos unos a otros. Bla bla bla, pero no hemos terminado del todo aquí. Aún tenemos esto con lo que lidiar —dijo ella señalando a Raff.

    —¿Por qué no podemos dejarlo aquí así? —preguntó Paul.

    —Quizá podamos —dijo Chloe—. Pero primero necesito hablar con él.

    —¿Sobre qué?

    —Tenemos que zanjar unos asuntos —dijo ella.

    Sacó el arma aturdidora de su bolsa y se agachó junto a Raff antes de sacarle la toalla de la boca. Él abrió los ojos entonces, rindiendo toda pretensión de estar inconsciente.

    —Ey, Chloe —dijo él—. ¿Cómo va?

    —No va mal —dijo ella—. Me temo que a tu amigo de ahí le han volado la cabeza.

    —Sí, me he dado cuenta —Raff estiró el cuello para echar un vistazo a la cabeza de su mentor—. Tengo que admitir que estoy un poco cabreado por eso.

    —Bueno, él disparó a mi amigo primero.

    —Supongo que eso es cierto —dijo Raff—. Aunque eso no habría pasado si…

    —Cortemos el juego de quién tiene la culpa, Raff. Ambos sabemos el marcador en este momento y ambos sabemos quién hizo qué a cuál.

    —A quién —corrigió él.

    —Lo que sea. Ahora tenemos que averiguar lo que hacer a continuación.

    —Me imagino que probablemente no me vas a matar, así que eso implica que me vas a dejar aquí atado para que me encuentre el servicio de habitaciones.

    —Esa es una opción —dijo Chloe.

    —¿Hay otra opción? —preguntó Raff.

    —La hay. Podemos sacar tu atado culo fuera de aquí y dejarte en alguna parte sin cadáver adyacente, para que al menos no tengas que lidiar con la poli.

    —A mí me suena bien. ¿Qué quieres a cambio?

    —Que me prometas que esto se ha terminado entre nosotros. Ahora vamos por caminos separados y nunca miramos atrás. Sin resentimientos, sin vendetas.

    —Puedo vivir con eso —dijo Raff—. ¿Algo más?

    —Sí —dijo Chloe—. Cuarenta y siete mil doscientos once dólares y dieciocho centavos.

    —Oh… —dijo Raff—. Sabes eso, ¿eh?

    —¿Que si sé todo el dinero que has rebañado de todos los trabajos que has ayudado a sacar a la Tripulación? Sí, lo sé todo sobre eso.

    Raff echó la cabeza hacia atrás y miró al techo: —A ver, añadimos mis cuarenta y siete mil a los setenta y siete mil que tú rebañaste y obtienes cerca de 120 mil, ¿correcto?

    Chloe rió: —Supongo que ambos sabemos un montón del otro, ¿eh?

    —Supongo —coincidió él—. ¿Sabes?, de verdad que voy a echarte de menos, Chloe.

    —Deberías haber pensado en eso antes de joderme.

    —Lo pensé —dijo él—, pero decidí que echaría más de menos ese dinero.

    —Y ahora no consigues ni lo uno ni lo otro.

    —Pero al menos consiguo quedarme atado en una cuneta en vez de en una habitación con un cadáver pudriéndose —concluyó él.

    —Buen modo de mirar el lado bueno —dijo Chloe—. Dame el número de cuenta, contraseña y ruta para el dinero y habrá una adorable cuneta en tu futuro.

    —¿Cómo voy a rechazar una oferta así? —dijo él con un suspiro.

    —No puedo creer que le dejemos irse —dijo Paul mientras sacaba el coche del aparcamiemlnto del motel.

    Había habido un momento particularmente ansioso cuando Abeja había subido al tejado de la gasolinera y había recuperado su rifle por control remoto, pero no había pasado ningún coche durante ese momento. Ahora el coche de Abeja estaba justo detrás del de ellos.

    —Vamos a soltarle sin un centavo en una cuneta, por amor de Dios —dijo Chloe—. Eso es castigo suficiente.

    —Vale, vale —dijo Paul—. El tipo sólo me ha arruinado la vida. Tampoco es para tanto.

    —¿Siempre lloriqueas tanto? —contraatacó ella en broma.

    —Sólo lloriqueo cuando se trata de venganza y cunetas —dijo él con una sonrisa.

    —Supongo que puedo vivir con eso.

    Condujeron durante algunos kilómetros.

    Chloe tenía en mente un tramo particular de carretera con cunetas embarradas que estaba lo bastante lejos del camino trillado como para que Raff no recibiera ayuda muy pronto, pero no tan lejos como para que nunca fuese encontrado.

    —Y supongo —dijo Paul—, que desde un cierto punto se vista, Raff está sufriendo un legítimo agravio.

    —Me sorprende oírte a ti decir eso —dijo Chloe.

    —Bueno, me metiste en la Tripulación para intentar robarme el dinero, ¿cierto? —dijo él.

    —Sí, te quería explicar eso… —respondió Chloe

    —Y desde su punto de vista, por muy jodido que este sea, le estafaste el dinero que le correspondía. Y como me has recordado repetidamente, todos sois un puñado de jodidos ladrones.

    —Vale, Paul, ya sé que lo que Abeja y yo dijimos puede haberte sorprendido, pero yo de verdad…

    —No, no ha sido sorprendente en absoluto —dijo Paul—. ¿Crees que no sabía que ibas detrás de mi dinero todo el tiempo? Por supuesto que lo sabía. ¿Para qué me ibas a querer si no?

    —¿Qué? —dijo Chloe sorprendida.

    —Creo que la pregunta que tienes que hacerte ahora mismo es: ¿quién ha timado a quién?

    —¿Qué? —repitió ella.

    —Míralo desde mi punto de vista —él la miró destellando hacia ella una brillante sonrisa —Yo me llevo la chica y el dinero. Todo lo que siempre he querido de esta situación. Vale, sí, soy un fugitivo buscado, pero tú misma has dicho que eso no está tan mal.

    Ella inclinó la cabeza a un lado y le miró como si lo viera bajo una nueva luz.

    —¿Sabes que hay una posibiliidad que nunca has considerado? —dijo Paul.

    —¿Cuál? —le preguntó.

    —Que quizá no fue Raff quien puso a mis antiguos socios en la lista de invitados. Quizá fui yo. Quizá yo soy quien tramó todo esto como prueba para ver de qué lado te ponías. El mío o el de la Tripulación.

    Por primera vez desde que la había conocido, Paul creyó que Chloe estaba realmente sin palabras.

    —Es decir, piensa en ello. Raff nunca llegó realmente a admitir que había hecho nada, ¿verdad? Nunca salió y dijo que había puesto los nombres en la lista. Nunca dijo que me tendió una trampa.

    Por el rabillo del ojo, él podía ver que ella estaba intentando recordar todo lo que Raff había dicho y hecho en los últimos días.

    —¿No lo dijo…? —dijo ella para sí misma.

    —No, te aseguro que no. Me pregunto por qué.

    —Espera —dijo ella de pronto—. Sí lo dijo. Lo admitió. Me acuerdo perfectamente.

    —¿Estás segura? —preguntó Paul apenas pudiendo contener su propia risa.

    Y entonces Chloe finalmente lo entendió: —Me estás jodiendo, ¿verdad? —le preguntó— ¡Me estás tomando el jodido pelo!

    La risa por fin salió de golpe de él.

    —¡Serás mamón! —gritó ella dándole en broma un puñetado en el hombro— ¡No puedo creer que de verdad me la hayas colado durante un minuto! ¡Mamón! —le pegó de nuevo.

    —¡Auh! ¡Ey, que estoy conduciendo aquí!

    Ambos estaban riendo ahora. Ella se inclinó, lo besó en la mejilla y le apretó la rodilla con una mano.

    —Supongo que me lo merecía —dijo ella.

    —Intentaste robarme —le remarcó él.

    —Cierto —se acurrucó junto a él con la cabeza apoyada en su hombro—, pero eso fue antes de llegar a conocerte.

Capítulo 44

    Habían dejado a Raff en la cuneta según lo planeado.

    Después de que Abeja usara un módem móvil para confirmar la transferencia bancaria de su cuenta secreta, él cooperó plenamente e incluso saltó dentro (bueno, dio un botecito dentro, dado que aún tenía las piernas atadas) por propia voluntad, privando a Paul del gozo de empujarlo.

    Chloe dijo que había llamado a una ambulancia para que fueran a recogerle en doce horas en cualquier caso. El siguiente orden de asuntos fue deshacerse del coche de Abeja, que acabó aparcado en una calle lateral en Santa Clara donde probablemente permanecería allí hasta que expirase su registro en ocho meses. No estaba a nombre de Abeja para que no guiase a las autoridades a ninguna parte, pero en caso de que el dependiente del motel recordara el coche, no querían arriesgarse a dejarlo cerca de la escena del crimen. Lo limpiaron, borraron las huellas y lo abandonaron.

    Lilly llamó a Chloe y le hizo saber que Winston iba a recuperarse. Ninguna de las heridas había sido demasiado seria y su doctora de a bordo se había podido ocupar de ellas. Él estaba ahora descansando, recuperándose en una ubicación secreta y ansioso por ver a Chloe, quien dió un enorme suspiro de alivio por las noticias. Suspiro que Paul compartió.

    Abeja quiso saber de quién diantres estaban hablando, así que Chloe la informó de los detalles generales. Chloe había querido ir directa a ver a Greg y recoger el dinero, pero Paul las hizo esperar. Lo último que querían era despertarle a las 5:00 de la mañana. Todo tenía que parecer tranquilo y bajo control. En vez de ir allí, se registraron en un motel mucho más elegante y, después de parar en el Wal Mart a por ropa no manchada de sudor y sangre, se lavaron y se pusieron presentables. Abeja había estado bastante callada durante las últimas horas, pero una ducha caliente y una camisa limpia parecieron sentarle bien. Ella no era su antiguo yo animado todavía, pero tampoco parecía lista a romper a llorar en cualquier momento. Chloe permaneció a su lado constantemente durante este periodo, dándole alentadoros abrazos y amistosos toques para mantener animado su espíritu. Paul se sentía un poco incómodo mostrando esa clase se afecto con Abeja, así que se lo dejó todo a Chloe. A las 7:30 AM Chloe estaba preparada para encaminarse a casa de Greg de nuevo, pero Paul aún insistía en que era demasiado temprano.

    —Esos tipos nunca llegan al trabajo antes de las 10:00 o las 11:00. Es imposible que esté despierto todavía. Vamos a buscar algunas tortitas.

    Abeja pensó que esto era una gran idea y Chloe se rindió, aunque Paul podía ver que ella se estaba poniendo un poco nerviosa por ponerse en camino. En una tranquila esquina de HobBee, comieron tortitas y tarta de café y arándanos y charlaron tranquilamente sobre lo que hacer a continuación.

    —Entre lo que yo he ahorrado y el dinero de Paul, tenemos cerca de un millón de pavos —dijo Chloe—. Eso es bastante para instalarnos donde queramos.

    —Yo tengo unos ocho mil en metálico —dijo Abeja—. Tendría más si no hubiese comprado equipo tan guay.

    —Pero es estupendo todo ese equipo —le aseguró Paul—. Tiene que ser muy valioso.

    —¡No voy a venderlo! —dijo ella a la defensiva— Además, la mayoría lo hice yo misma.

    —Lo sé, ya lo sé —dijo Paul calmadamente—. Me refería a que puesto que ya tenemos todo ese equipo tuyo, ya estamos por delante del juego cuando se trate de montar nuestra propia tripulación.

    —Ah —dijo Abeja sonriendo avergonzadamente—. Ese es un buen argumento —se giró hacia Chloe ahora—. ¿Crees que seremos capaces de encontrar a alguno de los otros? ¿Como a Confetti quizá? ¿O a Max?

    —No lo sé —dijo Chloe—. Tal vez. Pero aún deberíamos alejarnos del Área de la Bahía primero y ver lo que podemos hacer. Ese número que os dejó Raff a todos no sirve, así que no hay modo seguro de encontrarles.

    A Abeja no le gustó mucho esta respuesta, pero pareció resignada a ella —Ya, eso es lo que imaginaba. Aún así deberíamos intentarlo.

    —Claro —dijo Chloe.

    —¿Y adónde deberíamos ir entonces? —preguntó Paul.

    —Portland es guay —intervino Abeja—. O Seattle. Ambas son áreas con mucha tecnología y llenas de gente guay. Podríamos encontrar tantos objetivos allí como aquí, quizá más.

    —Demasiado frío —dijo Paul—. Demasiado lluvioso. Tuve una entrevista de trabajo allí arriba una vez y dos días de mal tiempo bastaron para deprimirme una semana.

    —Siempre he pensado que Nueva York sería un lugar estupendo —sugirió Chloe—. Mucha gente con egos muy grandes, la ciudad entera está madura para cogerla.

    —Tal vez podamos estafar a Donald Trump —bromeó Paul.

    Chloe lanzó el brazo alrededor del cuello de Paul y le hizo una presa de lucha —¿No has aprendido nada sobre estafas públicas bajo los flashes de las cámaras? —bromeó ella.

    —Vale, vale, papá —dijo él—. He aprendido la lección.

    —Qué hay de ti, Paul? —dijo ella al soltarle— ¿Qué quieres hacer?

    Él recordó el día en que ella lo había ayudado a cambiar su vida para siempre: —¿No hemos tenido ya esta conversación? —le preguntó.

    —Supongo que sí —ella le sonrió—Aunque no presté mucha atención en ese momento porque no pensaba dejar que te quedaras con el dinero.

    —Ja, ja —dijo él—. Muy gracioso. Bueno, pues hora tendrás que escuchar.

    —Soy todo oidos —dijo ella.

    —Y yo también —coincidió Abeja—. Además, me lo perdí la primera vez.

    Paul se reclinó en su asiento y las miró a ambas. —Me gustaría volver a Florida. Sin nieve, sin invierno, sin chorradas técnicas.

    —Pero lleno de mosquitos, humedad y caimanes —dijo Chloe.

    —Y ancianos —le recordó él—. Nunca olvides a los ancianos.

    —Es una posibilidad, supongo —dijo Chloe—. Aunque ya sabes que no puedes ver a tu familia, ¿vale?, ni a ninguno de tus viejos amigos. Ni siquiera tu ciudad natal tampoco.

    —Sí, ya lo sé —dijo él—. Pero es como estar en casa al menos, o más cerca de ella. Podríamos ir a cualquier parte, en realidad. La otra costa, quizá.

    —Nunca he estado en Florida —dijo Abeja—. Diantres, nunca he estado más al Este de Las Vegas, suena divertido.

    —Una vez mencionaste Key West. ¿Estaría bien ir allí? —preguntó Chloe.

    —¡Key West sería estupendo! —dijo Paul— ¡Adoro ese lugar! ¿Por qué lo preguntas?

    —Tengo algunos contactos en esa zona. Podríamos ser capaces de montar algo y funcionar muy rápidamente.

    Paul meditó esta posibilidad: —Suena estupendo y todo eso, Chloe, pero no me emociona la idea de sobrevivir estafando el dinero de la jubilación a los ancianos o lo que sea.

    —Naahh, los ancianos son objetivos fáciles, no hay desafío ni diversión en eso —respondió Chloe—. Además, me gustó la dirección a la que fuiste con tu estafa.

    —¿Te refieres a fastidiarla totalmente y dejar que se involucrara la prensa y la poli?

    —Esa parte no tanto —dijo Chloe—. Más bien el aspecto Robin Hood, ya sabes, más como la clase de acciones que Winston y su tripulación sacarían.

    —Lo admito, ellos fueron parte de la inspiración para mi plan.

    —Solo intentabas impresionarme para poder meterte en mi cama, ¿verdad? —le preguntó con un guiño.

    —Funcionó, ¿no crees?

    —Supongo que sí —dijo ella—. Bueno, ¿Key West entonces?

    —¡Suena a un buen plan! —dijo Paul con su voz tan feliz como no había estado en mucho tiempo, tanto por la expectativa de volver a casa como por el hecho de que Chloe hubiese recordado lo que él le había contado sobre Key West.

    —Abeja, ¿te parece bien a ti? —le preguntó.

    —Claro —dijo ella—. Mientras tengan DSL allí abajo.

    —La tienen, la tienen —le aseguró Paul—. Todas las comodidades del hogar, te lo prometo.

    —Más mosquitos y caimanes —remarcó Chloe .

    —Y tiburones —dijo Paul—. Pero esa son las comodidades del hogar en lo que a mí respecta.

    Chloe se levantó y lanzó dos billetes de veinte dólares sobre la mesa —De acuerdo. Vayamos empezando entonces. Y eso significa ir por fin en busca de tu dinero.

    Aparcaron frente a la casa de Greg y Paul salió del coche a solas.

    —Dejad que me encargue de esto a solas, por si quiere hablar en privado o algo así.

    —Vale —dijo Chloe—. Pero si encuentras problemas, no dudes en llamar a la caballería.

    —Gracias —dijo él—, pero no pasará nada.

    Caminó hasta la puerta delantera y, a medida que se aproximaba, advirtió la bolsa negra en la que él había metido su dinero apoyada junto a la puerta con una hojita de papel pegada en ella. Aquel era un barrio seguro y todo eso, pero aún así, a Paul no le pareció que fuese particularmente inteligente dejar tal cantidad de dinero ahí fuera de ese modo. Quizá ser rico había arruinado el sentido de proporción de Greg. Paul despegó la nota de la bolsa y la desplegó;

    «Paul, aquí está tu bolsa. He sacado lo que pensé que era justo, como sugeriste, y te he devuelto algunas de las cosas que te dejaste en la oficina. Buena suerte. Greg.»

    Se metió la nota en el bolsillo y abrió la bolsa. A pesar de sí mismo, sonrió ante lo que vio. La bolsa era pesada y él gruñó al lanzarla sobre el asiento de atrás del coche junto a Abeja.

    —Eso ha sido rápido —dijo Chloe— ¿Qué te ha dicho?

    —Nada —dijo Paul—. Dejó la bolsa en el porche.

    —¿En serio? Eso es mucho fiarse de… —la voz de Chloe se apagó de golpe, ella se giró en su asiento para decirle a Abeja —Ábrela. Cuéntalo.

    Abeja abrió la cremallera de la bolsa y se quedó mirando sencillamente confundida.

    —Solo son un puñado de comics —dijo ella mientras excavaba en el contenido de la bolsa— ¡Aquí no hay ningún dinero!

    Chloe se giró lentamente para encarar a Paul. Él vio su expresión de furia congelada y la interrumpió antes de que pudiese empezar a chillar.

    —Me dejó un cheque —dijo él sacando un sobre que había encontrado en la bolsa.

    —¿Por cuánto? —dijo Chloe muy lentamente.

    —Exactamente lo que él acordó —dijo Paul entregándole el sobre. Ella lo rasgó y sacó el cheque.

    —12.640 —dijo ella con voz mucho más calmada de lo que estaba en realidad.

    —Dos meses de dividendos —dijo Paul—. Justo lo que prometió cuando me despidió.

    —¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —gritó Chloe golpeando el volante con los puños—. ¡Joder, lo sabía! ¡Joder!

    Paul y Abeja la miraron boquiabiertos, demasiado asustados para decir nada que pudiese disgustarla más.

    —Joder —dijo ella de nuevo, con voz más tranquila—. Joder —tomó una profunda respiración.

    Luego otra. Luego un tercera. Luego, sin una palabra, lanzó el coche marcha atrás y salió de la acera.

    —¿Adónde vamos? —preguntó Paul.

    —¿Tú que crees? —dijo ella.

    —Chloe, no podemos ir a ver a Greg. No hay modo de…

    —¿Quién ha dicho nada de Greg? Pensé que querías ir a Key West.

    —Pero sin…

    Ella paró el coche en mitad de la carretera con un derrape y se giró rápidamente para encarar a Paul. Le agarró la cabeza y le plantó un fuerte, casi doloroso, beso.

    —Ya no se trata de dinero —dijo ella—. ¿Recuerdas?

    —Sí —dijo Paul, recuperando momentáneamente la respiración.

    —Además —dijo Chloe con una sonrisa—, aún tenemos más de cien de los grandes entre todos. Eso es más que suficiente para que dos atractivas damas y un geek de los comics se abra camino en el mundo, ¿no creéis?

    —¡Totalmente! - dijo Abeja.

    —Yo no soy un geek de... —empezó a protestar Paul.

    Chloe le dio una afectiva palmadita en la rodilla: —Sé que no quieres admitirlo, cariño, pero sí, lo eres —bromeó ella mientras pisaba el acelerador de nuevo y apuntaba el coche hacia la Autopista 101 Sur.

    —Te quiero, pero definitivamente eres un geek.

FIN