Créditos

    Mi Secreto de $100 Millones de Dólares

    Obra Original My $100 Million Dollar Secret (Copyright © 2006 by David Weinberger, Publicada bajo Licencia CC-BY-NC-SA)

    weinberger.org

    my100milliondollarsecret.com

    Traducción y Edición: Artifacs, dic 2019.

    artifacs.webcindario.com

    artifacslibros.x10host.com

    Diseño de Portada: Stellio LLC. (Adaptación al castellano: Artifacs)

    stelliollc.com

Licencia Creative Commons

    Esta versión electrónica de Mi Secreto de $100 Millones de Dólares se publica bajo Licencia CC-BY-NC-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/legalcode.es

Licencia CC-BY-NC-SA

    Esto es un resumen inteligible para humanos (y no un sustituto) de la licencia, disponible en Castellano. Advertencia. Usted es libre de:

    • Compartir: copiar y redistribuir el material en cualquier medio o formato.

    • Adaptar: remezclar, transformar y crear a partir del material.

    • El licenciador no puede revocar estas libertades mientras cumpla con los términos de la licencia.

    • Bajo las condiciones siguientes:

    • Reconocimiento: Debe reconocer adecuadamente la autoría, proporcionar un enlace a la licencia e indicar si se han realizado cambios. Puede hacerlo de cualquier manera razonable, pero no de una manera que sugiera que tiene el apoyo del licenciador o lo recibe por el uso que hace.

    • No Comercial: No puede utilizar el material para una finalidad comercial.

    • Compartir Igual: Si remezcla, transforma o crea a partir del material, deberá difundir sus contribuciones bajo la misma licencia que el original.

    • No hay restricciones adicionales: No puede aplicar términos legales o medidas tecnológicas que legalmente restrinjan realizar aquello que la licencia permite.

Agradecimientos

    Gracias

    Gracias

    Gracias

    Gracias primero a nuestros tres hijos por estar tan interesados en los libros e historias.

    Gracias también a aquellos que leyeron las primeras versiones e hicieron comentarios útiles, incluyendo a Jerry Gasche, Staci Kramer, Alexandra Noss, y Michael Shook. Gracias especiales a Julianne Chatelain por su muchas, muchas sugerencias.

    Gracias especiales a Stellio LLC (stelliollc.com) por diseñar la portada. Queda muy bien, ¿verdad?

    

Capítulo 1

    No puedo decir que aquel viernes 13 de abril fuese un buen día, aunque fue el día en que gané la lotería.

    No es que mis estándares fueran demasiado altos. Ciertamente no fue un mal día. Fue más bien un día complejo: ese viernes se llevó mi sencilla vida de niño y la hizo más enredada que un jersey tejido por una ardilla en una montaña rusa.

    Uno pensaría que tener dinero lo facilitaba todo. Si te manchas de hierba tus mejores pantalones, pues busca en el armario donde cuelgan otros cien pares. Si no puedes decidir cuál de dos videojuegos comprar, pues compras los dos y echas otra docena en el carrito de compras... que empujará tu mayordomo. Pero ser rico tuvo exactamente el efecto contrario en mí. Tal vez fue porque me hice muy rico de repente. O tal vez fue por la forma en que me hice rico. O tal vez fue porque comprar pantalones y videojuegos era la parte fácil.

    O tal vez fue porque... Bueno, es una larga historia.

    El lunes anterior a ese viernes 13 yo estaba en el Pilla-un-Pollo. Eso es lo que el letrero decía fuera, aunque ya no era realmente un Pilla-un-Pollo. Era una Tienda de Esto Eso y Aquello de Herb. Yo soy solo un niño y solo puedo nombrar otras tres empresas que solía haber en ese local. Primero fue la Lechería de McCardle, que era genial porque tenían Chicles Pop, una barra de helado verde lima limón con chicle en el medio. Luego fue Carnes de Moishe, que prácticamente yo quité de mi mapa, ya que cuando tenía siete años era poco probable que me apeteciera navegar en una carnicería con bloques de vacas muertas y pollos sin plumas en la ventana como si eso realmente atrajera a la gente. Creo que esto sería cierto incluso si no yo fuera vegetariano. Luego fue La Casa del Centavo, que vendía periódicos y comics y otras cosas que costaban mucho más que un centavo. Se cerraron las tres, quizá porque no puedes mentir en el nombre de tu tienda y esperar salirte con la tuya durante mucho tiempo. Y luego, alguien llamado Herb la compró y supongo que dejó de intentar averiguar qué es lo que iba a vender, por lo que se convirtió en la tienda de Esto Eso y Aquello, que era exactamente lo que había. Pero, durante todo este tiempo, el viejo letrero de Pilla-un-Pollo permaneció donde estaba, recorriendo el lateral del edificio de ladrillos. Cuando llegó Herb, el letrero de Pilla-un-Pollo era prácticamente un hito local. Luego, el letrero que colgaba en la tienda era Esto Eso y Aquello, aunque el pollo era una de las pocas cosas que de ninguna manera se podía comprar allí.

    Mis padres no habían proscrito exactamente el Herb, pero no les volvía locos que yo fuera allí, ya que casi no había nada bueno para mí. Dulces pero sin fruta. Cómics pero sin libros. Jabón de broma que te pone las manos negras pero sin papel de cuaderno cuadriculado. Por tanto, cuando fui, intenté hacerlo de camino a otro sitio para poder entrar.

    Infiltración es la palabra correcta porque Herb, quienquiera que fuera, había colocado allí dentro tres hileras de estantes cuando solo cabían dos. Así que tenías que caminar de lado, y si te topabas con alguien en el mismo pasillo, uno de los dos tenía que retroceder todo el camino y avanzar por otro pasillo. De hecho, siempre pensé que era cruel que Herb hubiera puesto los alimentos de dieta en el pasillo de en medio, porque si realmente los necesitaba, probablemente no podría entrar para obtenerlos.

    Pero no fue por eso que estuve allí ese lunes. Mi clase de violín había terminado y pensé en regalarme un Ding Dong Doggie antes de caminar las ocho manzanas de regreso a casa. Sabes que te gustan de verdad los Ding Dong Doggies cuando estas dispuesto a pedir uno por su nombre. Lo que Ding, Dong o Doggie tenían que ver con un pastel de caramelo con crema de vainilla en el interior nunca lo sabré, pero me gustaban, así que me acerqué al Pilla-un-Pollo.

    Cogí mi Ding Dong Doggie. (Por favor, ¿puedo llamarlo "Triple D" de ahora en adelante?) Cogí mi Triple D en la mano y me dirigí al mostrador para pagar. Pero había una mujer delante de mí comprando boletos de lotería. Ella había rellenado 20 formularios en los que eliges a qué números quieres apostar, y la Sra. Karchov estaba escribiendo los números en la máquina de lotería en el mostrador. Uno a uno. A aquel ritmo, antes de llegar a casa yo tendría edad suficiente para afeitarme.

    Entonces, metí la mano en mi bolsillo y busqué monedas. Pero una Triple D cuesta 85 centavos, y merece cada centavo, y ¿quién tiene 85 centavos en monedas? Si los hubiera tenido, podría haberlos dejado en el mostrador y mostrarle la Triple D a la Sra. Karchov. Ese es el modo en que te permiten saltarte la cola, al menos según mi padre, que a veces paga los periódicos de esa manera. Pero, como yo no tenía las monedas, lo único que podía hacer era dejar el billete de un dólar que tenía en la mano. Y yo no quería pagar quince centavos adicionales por una Triple D. El dinero no crece de los árboles, ¿sabes? (Por cierto, tampoco crecen yunques. Menos mal, ¿no?).

    Entonces esperé. Y esperé y la señora Karchov tecleaba y tecleaba. Y vi a la dama delante de mí. Era mayor que mi madre pero no tanto como mi abuela. En alguna edad en el medio. Pero eso era todo lo que ella tenía en la media. Estaba construida como la Nave Estelar Enterprise original: no muy alta, muy ancha y, debido a su sombrero, plana en la parte superior. Sin su sombrero, no se habría parecido en nada a una nave espacial. El sombrero era redondo como una tortita con doble porción de mantequilla en lo alto. Era azul, como el color del jarabe falso de arándano. Parecía que estaba hecho de algún tipo de plástico brillante que te deja los dedos pegajosos cuando te has terminado las tortitas. De hecho, todo indicaba que quizá lo había comprado en la Casa Internacional de Malos Sombreros.

    Y la mujer parecía un poco nerviosa o insegura de sí misma. Ella seguía murmurando disculpas y cortesías como "Aquí hay otro, si no te importa" y "Lamento ser una molestia" y "Aprecio toda tu ayuda". Y cada tres boletos tecleados se volvía hacia mí y me sonreía para decirme que se sentía mal por hacerme esperar.

    La cuestión era que ella no tenía que obligar a la señora Karchov a escribir todo eso. La máquina de lotería en la tienda es una computadora y está perfectamente contenta de elegir números por ti. No hay razón para elegir tus propios números, a menos que pienses que tienen algún tipo de conexión directa con las bolitas que usan para elegir los números ganadores cada semana. Para lo único que sirve elegir tus propios números es para hacer que la Sra. Karchov se pare allí y los escriba.

    Yo entiendo de esto porque mi papá es el tipo de padre que no solo te dice que no hagas algo, sino que además te explica cada detalle sobre lo que se supone que no debes hacer. Por ejemplo, cuando me dijo que no dejara el removedor de pintura en el fregadero después de lavar los pinceles que yo había usado para decorar la maqueta de un coche, no solo me dijo que no lo hiciera, sino que también me contó todo lo que los seres humanos habían aprendido sobre El Efecto de las Soluciones Inflamables en el Medio Ambiente.

    Y cuando me dijo que no jugara a la lotería, también aprendí todo lo que la ciencia conoce al respecto. Oh, aquel era un tema rico para papá. Me llevó la mayor parte del viaje al campamento nocturno, un viaje de tres horas, para descubrir exactamente cómo funcionaban las loterías, su efecto en la economía, su historia a lo largo de los siglos y por qué son malvadas. Como resultado, supe más sobre la lotería en ese viaje de tres horas de lo que aprendí sobre la historia de los Estados Unidos en todo un año de séptimo grado. (¡Sin ofender, señor Saperstein!)

    Lástima que la mujer delante de mí no supiera lo que yo sabía. Si lo hubiera sabido, o bien no jugaría a la lotería o bien habría dejado que la máquina escogiera los números por ella. Y toda mi increíble experiencia no hubiera sucedido.

    O si hubiera estado dispuesto a renunciar a los quince centavos, hubiera dado una palmada al dólar en el mostrador y hubiera salido de allí por mi semi alegre camino.

    Pero no, esperé mientras la señora Karchov tecleaba y la mujer que tenía delante me miraba disculpándose. Y finalmente, la mujer había terminado. Bueno, casi. Pagó sus boletos de lotería con un billete de veinte dólares. Y luego, en el último minuto, cuando pensé que mi turno finalmente había llegado, recordó que también había comprado una bolsa de botones. La sacó del bolsillo de su chaqueta naranja y dijo: “¡Oh, Dios mío! ¡Casi salgo de aquí sin pagar esto!” Otros dos dólares cambiaron de manos, y por fin la mujer terminó. Nada se interponía entre mí y mi Triple D excepto entregarle a la Sra. Karchov mi billete de un dólar y recuperar mi cambio.

    Puse el billete en el mostrador y escuché el sonido de unos cien pequeños golpecitos. Sin siquiera mirar, supe que la señora había dejado caer la bolsa de botones. "¡Oh!", dijo ella.

    El suelo estaba lleno de lunares con botones. "Deje que la ayude", dije, porque resulta que soy un buen chico... tú pregúntale a cualquiera. La mujer apenas cabía en el Pilla-un-Pollo, y no había forma de que pudiera ponerse en cuclillas y recoger los botones.

    Entonces, me puse de rodillas y junté todos los botones, primero varios a la vez, y luego, a medida que se hicieron más difíciles de encontrar, uno por uno. E hice un buen trabajo. Algunos eran obvios, pero otros se habían deslizado debajo de los estantes como ratones asustados de un gato. Pero miré, me incliné, me retorcí y tanteé hasta que pensé que los tenía todos.

    "Muchas gracias", dijo la mujer una y otra vez mientras yo buscaba los botones. Y cuando terminé, ella me dijo: “Realmente eres un chico de lo más amable. Tus padres deben de estar muy orgullosos de ti".

    "Sí, señora", dije, porque parecía la clase de cosas que diría un chico amable, especialmente si sus padres estaban muy orgullosos de él. De hecho, creo que probablemente fue la primera y única vez que llamé a alguien "señora". La verdad es que lo único en lo que podía pensar era en obtener mi Triple D y correr a casa antes de que mis padres comenzaran a elegir una foto para los carteles de "¿Ha visto a...?" que pondrían en los postes telefónicos.

    "Toma", me dijo, "te quedas uno de estos como recompensa", entregándome el boleto de lotería más importante de su montón.

    "Oh, no podría aceptarlo", le dije pensando en la expresión de los rostros de mis padres si llegaba a casa no solo tarde, sino con un boleto de lotería en la mano.

    "Oh, de verdad que puedes", dijo dándomelo. Y siendo un buen chico, y un chico amable, y un chico que realmente quería comerse un Ding Ding Doggie, dije: “Está bien. Muchas gracias.” Y, sin pensarlo mucho, abrí mi estuche para el violín y metí el boleto dentro.

    “Y si ganas”, dijo la mujer, “puedes pensar en mí como tu hada madrina”.

    "Gracias. Adiós", dije con una voz fingida y alegre. Pero lo que estaba pensando era: "Sí, el día que gane la lotería será el mismo día que pensaré que es divertido estar con mi hermana Maddie y los cerdos podrán volar".

    Ese día, simplemente te demuestra lo equivocado que puedes estar.

Capítulo 2

    No volví a pensar en el boleto hasta el martes por la noche. Después de todo, todos saben que si tienes una clase de violín el lunes, no tendrás que practicar hasta veinticuatro horas más tarde. Incluso los padres entienden esto. Es prácticamente una ley.

    Entonces, por supuesto, no abrí mi estuche de violín hasta el martes por la noche. Acababa de terminar mi tarea de matemáticas y pensé que terminaría con el violín. Esto resultó ser afortunado para mí por dos razones. Primero, significaba que abrí el estuche en mi habitación, en lugar de en el estudio donde suelo practicar, de modo que cuando cayó el boleto de lotería, nadie lo vio excepto yo. Segundo, haber terminado de trabajar en problemas matemáticos me puso en el estado de ánimo adecuado.

    Acababa de estrujarme el cerebro con esos problemas en los que tienes que averiguar cuál es el siguiente número captando el patrón en los números anteriores. Por ejemplo, si la serie era 1,3,7,15, el siguiente número sería 31 porque entre 1 y 3 hay 2, y entre 3 y 7 hay 4, y entre 7 y 15 hay 8, por lo que el siguiente se obtiene multiplicando la última diferencia por dos y sumando eso al último número. Y eso resulta ser lo mismo que multiplicar por dos el último número y sumarle uno. ¡Qué interesante!

    Entonces, cuando el boleto de lotería flotó de mi violín y cayó al suelo, por primera vez vi el número que la señora del sombrero había elegido. 35-8-27-9-18-9. Ahora bien, normalmente me cuestan mucho muchísimo este tipo de problemas, pero este me salió enseguida, a pesar de que no había razón para pensar que había algo que resolver. Quizá por eso lo hice. O tal vez fue solo que noté que los dígitos del primer número: 35, sumaban el segundo número. Y luego, mientras estaba en eso, noté que si le restabas el segundo número al primero, 35 menos 8, obtenías el tercer número. Y, cómo no iba saber que si sumas los dígitos del tercer número, obtienes el cuarto. Y si le restas el cuarto al tercero, obtienes el quinto. Y si sumas los dígitos del quinto, obtienes el sexto.

    ¿Coincidencia? Tal vez. Si te fijas lo suficiente en cualquier serie, puedes comenzar a encontrar algunas formas de que funcionen. Pero esto era demasiada coincidencia. La mujer en el Pilla-un-Pollo debía de haber puesto su propia y retorcida mente matemática a trabajar horas extras para elegir los números.

    Pero tenía cosas más importantes de las que preocuparme: tenía que terminar mi práctica de violín a tiempo para poder ver la repetición de Los Simpsons en la televisión. Entonces, dejé el boleto en mi estuche de violín y me puse a trabajar.

    Y allí permaneció... hasta el día siguiente.

    Yo estaba en el estudio, jugando al comandante Keen en el ordenador de los pequeños. Keen es un juego antiguo, pero es un desperdicio de tiempo real y debido a que no hay violencia ni sangre, mis padres prácticamente me animan a jugarlo. Mi madre estaba sentada en el escritorio, revisando las cuentas, abriendo sobres y negando con la cabeza. Y entra mi hermana Maddie blandiendo el boleto y diciendo: "¿Qué es esto?", toda inocente.

    Tienes que entender que Maddie tiene cinco años y se basta ella sola para volver loco a cualquier hermano. Ella es la peor variedad de encantador: del tipo que es encantador y lo sabe. Lo único que tiene que hacer es sacar un poquito su pequeño labio inferior debajo del superior y mirarse los zapatos y arrastrar los pies, y prácticamente puedes escuchar a una multitud decir "Ooouuuh". Y luego consigue lo que quiere.

    No es que haya nada realmente malo en ello. Yo también lo haría, si pudiera salirme con la mía. Pero a mí me parecía que Maddie lo hacía cada vez más últimamente, como si reconociera que estaba a punto de llegar su cumpleaños, y ya no le funcionaba igual. Tenías que darle crédito. Ella lo estaba exprimiendo con todo su empeño.

    Yo salté de mi asiento en un instante, pensando en cómo explicar la historia de haber terminado con el boleto cuando, para mi sorpresa, mi madre realmente ignoró a Maddie. Sonó el teléfono, y mamá estaba tan molesta por haber sido interrumpida mientras trabajaba en las facturas que fue a buscar el teléfono para que dejara de sonar como si este fuera una ardilla que ella tenía que sacar de la casa. Entonces, mientras mamá hablaba por teléfono con alguien que intentaba venderle otra tarjeta de crédito, y con lástima del pobre vago al otro lado de la línea, yo ya estaba frente a Maddie y le había quitado el boleto de la mano.

    "¿Pero qué es?", preguntó ella.

    "Te lo diré después. Ahora calla o le diré a mamá que estabas tocando mi violín de nuevo”. Rápidamente metí el boleto en mi bolsillo, volví a Keen, Maddie volvió a su habitación y mi madre colgó al chico del compañía de tarjetas de crédito con una sonrisa malvada en su rostro.

    Esa noche, Maddie entró en mi habitación para pedirme que le prestara mis rotuladores buenos. Había una razón por la cual eran míos y no de Maddie. Eran permanentes. Y permanentes de verdad. Yo lo había comprobado científicamente a los cinco años, cuando decidí que el sofá del salón tendría mucho mejor aspecto con una imagen de nuestro perro. Ocho años después, nuestro perro se había ido y el sofá estaba en la "sala de ocio" del sótano, y mi hermoso dibujo todavía estaba allí en todo su color original. Permanente. (Por cierto, creo que sé por qué llamamos a la sala de ocio, la sala de "restos" para abreviar).

    "No", le dije a Maddie, "sabes que se supone que no debes usar estos rotuladores".

    "Pero mañana tengo que colorear un dibujo para la escuela".

    "¿Y qué les pasa a tus rotuladores?"

    "Apestan", se quejó ella. Normalmente habría corregido su idioma, no porque realmente me importara la palabra "apestar" sino porque es mi obligación como hermano mayor ser lo más molesto posible. Pero sus rotuladores realmente apestaban. El amarillo apestaba a plátanos viejos, el marrón a chocolate falso, el rojo a medicina para la tos con sabor a cereza. Sus rotuladores realmente apestaban. Además, no pintaban muy bien.

    "Si haces un solo punto en cualquier cosa que no sea papel, yo seré el culpable. Y yo te culparé a ti", prometí. Bajé el juego de rotuladores y, manteniéndolo fuera de su alcance, agregué: "¿Los quieres?"

    "Sí, acabo de pedírtelos". Ella estiró los brazos, pero yo fui más rápido.

    "¿Los quieres? ¿Los quieres?" Oh, yo estaba actuando como un verdadero imbécil.

    "Tendré cuidado", me suplicó tratando de saltar para alcanzar los rotuladores.

    "Ya lo sé. Pero cuando pequeñas de cinco años tienen cuidado, de alguna manera la alfombra termina con marcas de rotulador”.

    "¡Déjame usarlos!"

    "Nop. No voy a llevarme la culpa cuando cometas un error y escribas tu nombre en la alfombra".

    "Dame los rotuladores".

    "¿O que? ¿Me vas a morder los tobillos?"

    "O les diré a mamá y papá que has comprado un boleto de lotería".

    Bueno, eso me provocó una reacción rápida. Subí los rotuladores lo más al fondo que pude en mi estante más alto. "Definitivamente no", le dije.

    "Bien, entonces, se lo diré de todos modos".

    Tengo que admitir que Maddie sabía cómo pelear. Por supuesto, ella había aprendido todo lo que sabía de mí. Ese es el problema de ser el mayor: todas las brillantes técnicas que has inventado te las roban los que te siguen. Es el precio del pionero.

    Entonces, pensé por un momento. En realidad solo había una forma de obligar a Maddie a mantener en secreto el boleto de lotería. "Maddie", le dije, "¿sabes qué? Te voy a dar un montón. Esta es la ganga de tu vida. No digas nada del boleto, y no solo te prestaré mis rotuladores, sino que también te dejaré compartir mi boleto. Al Noventa y diez".

    "¿Qué quieres decir?"

    La pobre aún no había llegado a porcentajes en la escuela. "Eso significa que si gano, te daré diez centavos de cada dólar que gane".

    "¿Me darás diez centavos?" Parecía bastante feliz con los diez centavos, pero yo no sentí que realmente pudiera engañarla de esa manera.

    "No exactamente. Te daré diez centavos por cada dólar que yo gane. Por ejemplo, si gano treinta dólares, te daré tres dólares a ti y yo me quedaré con 27 dólares. Y si gano cien dólares, te daré diez dólares a ti y yo me quedaré con noventa dólares".

    "¿Me vas a dar diez dólares?" Aquello iba más allá de su comprensión.

    “Sí, pero solo si el boleto gana cien dólares. Da igual, tú sólo créeme cuando te digo que es una gran oferta".

    "¡Voy a tener diez dólares!"

    Había creado un monstruo. De alguna manera, ahora ella creía que no solo le estaba prestando los rotuladores, sino que además iba a ganar diez dólares. Lo intenté por última vez: “Pero SOLO si el boleto de lotería gana. Si NO gana, ninguno de nosotros se lleva ningún dólar".

    "¡Diez dólares!", dijo ella mientras yo le entregaba el juego de rotuladores. Pero yo noté que ella me había entendido y ahora era ella quien estaba actuando como una idiota.

    Pero al menos ahora, ella era mi compinche en el crimen y no iba a hablar con nuestros padres, no si le iba a costar diez dólares.

    Entonces, confiando en que mi secreto estaba a salvo porque ahora era nuestro secreto, guardé el boleto en mi estuche de violín y comencé a practicar "A Sailor’s Shanty" una y otra vez.

Capítulo 3

    La vida en la escuela secundaria Horacio J. Oakes es mucho más compleja de lo que la mayoría de la gente piensa. Es una escuela donde la popularidad cuenta más que casi cualquier cosa. Podías ser el capitán del equipo de hockey, un buen estudiante de sobresalientes, con gran apariencia y la estrella de la obra de teatro de este año, ("El Hombre de la Música", en caso de que te lo estés preguntando), pero si se sabía que eras impopular, bueno, bien podías también encontrar una cueva con televisión por cable porque no vas a hacer mucho más con tu tiempo.

    Por supuesto, si fueras todas esas cosas, probablemente también serías popular. Pero ahí está la cosa, es solo una probabilidad. La popularidad es una de esas cosas que es difícil de juzgar, es como intentar decidir si eres apuesto. Puedes saber si eres un buen atleta al ver lo rápido corres en una carrera, pero la popularidad es difícil de medir.

    Y también es un poco como ser una celebridad que es famosa solo por ser famosa. Una vez que se corre la voz de que eres popular, bueno, entonces eres popular. Pero si eres popular y nadie lo sabe, entonces no eres realmente popular. No se puede decir: "Yo soy popular, pero nadie está de acuerdo", como tampoco se puede decir: "Yo soy famoso, pero nadie lo sabe".

    (¿Te importa si cambio de tema? Esto me está dando dolor de cabeza...)

    De todos modos, la verdad es que no podría afirmar que era uno de los niños más populares de la escuela. Tampoco es que si dividieras la escuela en dos equipos, los Populares y los Impopulares, me convirtieran en el capitán de los Impopus. De hecho, en realidad tendrías que formar un tercer equipo, los A Quién Le Importa, y yo definitivamente estaría en la línea de salida.

    El porqué es así me supera. No soy el tipo de niño irritante que trata de hacer que la gente se fije en él colgándose boca abajo en el gimnasio de columpios del patio de recreo hasta que se le caiga la calderilla de los bolsillos y la cara se le ponga roja y se le haya salido la camisa dejando la barriga al aire y la baba le gotee de la boca mientras grita: “¡Soy Batman! ¡Soy Batman!" No, ese no soy yo. Ese es mi mejor amigo Ari.

    Me llevo bien con la mayoría de todo el mundo y me gusta especialmente casi nadie.

    Pero al comienzo del año escolar, descubrí una manera de arreglar todo eso. Como eres popular si la gente piensa que eres popular, Ari y yo decidimos crear un club para gente popular. Era un club muy exclusivo. Solo con invitación, y secreto. Los dos únicos miembros conocidos éramos Ari y yo.

    Lo llamamos "La Sociedad de los Escúteres" porque "Escúteres" no significaba nada pero sonaba genial, algo así como la palabra "popular". La Sociedad de los Escúteres tenía un lugar de reunión secreto, reuniones secretas, actividades secretas y miembros secretos.

    Por supuesto, en realidad no existía nada de eso.

    Pero nosotros empezamos a dejar pistas. Yo imprimí un aviso para una próxima reunión y luego lo arrugué y lo dejé en el pasillo cerca de un bote de basura, esperando a que alguien lo notara y lo leyera. Ni siquiera el Sr. Carbone lo hizo cuando lo recogió y lo tiró a la papelera.

    Escribí el acta de una reunión y la dejé en una mesa de la sala de estudios para que el próximo ocupante la encontrara. Las actas se referían a los miembros por nombres en clave, que yo esperaba que fuesen obvios para cualquiera que lo leyera. Por ejemplo, Joel Hess (capitán del equipo de fútbol e inmensamente popular, y desagradable) era "Juel Heist" y Cazy Dimura (habla francés con fluidez, de modo increíblemente hermoso y desagradable) era "Café Di-Una-Hora". Vale, no era tan sutil, pero la idea era que los nombres se entendieran.

    Luego envié un aviso anónimo a Louellen Parness, quien escribe una columna de chismes para el Observador de Robles, nuestro periódico escolar. "Test Relámpago: ¿De qué trata la Sociedad Secreta de los Escúteres?", escribí yo. “¿Y cuánta popularidad tienes que tener para entrar? Ponga una B si responde: Mucha. Pero ponga una A si ni siquiera tiene que pensarlo".

    Esto resultó ser tan tonto como parecía. Nadie lo notó, o si lo notaron, no les importó. Los niños populares no necesitan sociedades secretas. Y aunque la gente se hubiera dado cuenta, no nos habrían asociado a mí y a Ari con ella porque, como ya he mencionado, no somos populares.

    Entonces, en esta época del año, yo no solo había perdido interés en esto, sino que me daba vergüenza. Pero a Ari no. Él quería hacer reuniones y decía que iba a postularse como vicepresidente.

    Aquel jueves, sin embargo, él no estaba pidiendo una reunión. Tenía una idea diferente. Quería formar una banda de rock and roll llamada, ¿adivina cómo? Los Escúteres. Y yo acepté probar.

    Verás, aunque me peleo con el violín, en realidad soy un guitarrista aceptable, sin haber ido a ninguna lección. Mi madre toca, ella estuvo en una banda de rock cuando iba a la escuela secundaria, cosa que yo no puedo imaginar, pero aún así, fue fácil para mí aprender. Si nunca me has oído tocar el violín, casi podrías pensar que tengo algo de talento musical.

    Mi padre me llevó a casa de Ari para el primer ensayo de Los Escúteres, porque habría sido un poco difícil meter la guitarra y el amplificador en la cesta de mi bicicleta. Cuando llegué allí, Ari ya estaba tocando la batería en su garaje, y Mimi estaba tocando el bajo. El resultado algunos podrían haberlo llamado música jazz progresivo y otros podrían haberlo llamado música moderna. Yo lo hubiera llamado simplemente música mala.

    Pero daba igual. Era nuestro primer ensayo y el guitarrista, o sea, yo, ni siquiera la había enchufado todavía.

    Mimi era mi amiga más antigua. De hecho, era tan vieja amiga que "amiga" ni siquiera es la palabra correcta. Mimi y yo íbamos a la misma guardería cuando teníamos doce meses. Cuando mi mamá tuvo que salir corriendo para llevar a Maddie a la sala de emergencias para que le sacaran de la nariz el proyectil de un Lanzacohetes de Rayos Termo Nuclear Capitán Galáctica, llamó a Marcie, la mamá de Mimi, para vigilarme. Cuando Marcie tuvo un pase extra para el espectáculo de patinaje sobre hielo Hiel-O-Rama, fue natural que ella se ofreciera a llevarme a mí. De hecho, al comienzo del segundo grado, mi madre dejó que Marcie nos llevara a mí y a Mimi a comprar ropa. Eso sí que es confianza.

    Por eso no me sentí tan mal cuando me reí en su cara cuando la vi sentada en el triciclo del hermano pequeño de Ari, vestida con pantalones cortos de color rosa, zapatillas rojas y una camiseta morada que decía "Solo di ¿Eh?", toda una imagen de una reina del rock 'n roll.

    No tocamos mucha música ese primer ensayo. Pasamos la mayor parte del tiempo haciendo lo básico: afinando nuestros instrumentos, tratando de hacer que Ari sonara más suave y discutiendo sobre el nombre de nuestro primer álbum. A Ari le gustaba "Conoce a Los Escúteres", a Mimi le gustaba "Los Escúteres Segundo Album" y yo personalmente prefería "Los Escúteres Toma Uno".

    Al final del ensayo, Mimi se quitó el flequillo de los ojos y dijo: "Bueno, esto ha sido divertido", y todos estuvimos de acuerdo. En realidad, más o menos lo fue.

    ¿Y quien sabe? Si los Escúteres se convirtía en una banda popular, ¿no tendrían que ser populares los tres miembros de Los Escúteres? Quizá La Sociedad de los Escúteres, a su manera, nos iba a introducir en el mundo de lo popular.

Capítulo 4

    El viernes era día de prensa para mi padre. Él publica el periódico local que sale una vez por semana. Durante mucho tiempo pensé que yo odiaba ese periódico porque cada vez que él hablaba de eso, se quejaba: las empresas locales no anunciaban, las que anunciaban no pagaban, los residentes locales no se suscribían, los periodistas no informaban. Una queja tras otra, a veces durante una cena entera o una caminata los domingos por la mañana.

    Y cuando le pregunté hace unos años por qué no renunciaba, parecía sorprendido. "¿¿Dejarlo?? Jake, me encanta La Gace. ¡Yo no trabajaría en otra cosa!” (La Gace era la abreviatura de La Gaceta Melville.) "¿Por qué lo preguntas?” Cuando le dije que todo lo que había escuchado de él eran quejas, se pudo ver cómo se hundió. Después de eso, mi padre hacía un enorme esfuerzo por tratar de ser positivo acerca de La Gace a mi alrededor. Eso fue bonito.

    Los viernes son días tensos para mi papá porque es el día en que el papel se imprime. Significa que él tiene que ir a la imprenta para supervisar la producción. Pero también es la última oportunidad para descubrir y solucionar cualquier problema de última hora, y descubrir que se ha cometido errores que ahora no se pueden solucionar porque el papel ha sido impreso.

    Entonces, en la cena del viernes, cuando mi mamá preguntó cómo fue el día de mi papá, no es como en los otros días en los que solo esperas un "Bien" que no significa nada. El viernes, la respuesta de papá nos dice cómo será el ambiente de la cena y del fin de semana.

    Esta noche, obtuvimos "Bueno, ya está hecho, de todos modos". Lo cual los largos años de escuchar a mi padre dicen que significa: "Día difícil, pero al final el periódico salió bien".

    Parece que en el último minuto, papá tuvo que quitar un artículo de la página principal porque el comité municipal de reciclaje no se había reunido, por lo que no había nada de qué informar. “Entonces, cambié mi editorial sobre loterías a la portada. No me gusta poner editoriales en primera plana, pero era lo único que encajaba". Siempre me sorprende descubrir cosas como esta: que lo que aparece en la primera plana de un periódico puede depender de cosas como la longitud correcta del artículo en lugar de puramente lo que es más importante. Otra ilusión destrozada.

    "Esa es la última editorial de la serie, ¿no?", preguntó mi madre mientras mi papá le servía patatas asadas al horno.

    "Sip. Lo cual tiene más sentido que poner una del medio de la serie en la portada. En esta última, resumo todas las demás".

    De repente perdí interés en las patatas, normalmente una de mis comidas favoritas. El anuncio en primera plana sobre que mi padre odiaba la lotería, cuando yo tenía un boleto de lotería en el piso de arriba, me estaba incomodando.

    Había leído las editoriales de papá sobre el tema. Mi papá es un buen escritor, eso hay que decirlo. Y no puedo decir que en realidad yo no esté de acuerdo con él. Aquí están sus razones:

    Primero, la lotería fue creada para coger el dinero que la gente pobre estaba gastando en juegos de azar ilegales, un juego diario llamado "los números", y hacer que ese dinero llegase al gobierno estatal en lugar de ir al crimen organizado. Por tanto, la lotería comenzó como una forma de que el gobierno actuara igual que los delincuentes.

    Segundo, la lotería es un juego de tontos. Las probabilidades de ganar son tan pequeñas que si apuestas todos los días de tu vida, tus posibilidades de salir adelante al final son casi las mismas que la posibilidad de que te atropelle un automóvil rosado conducido por un payaso llamado Moe. Sería mucho mejor poner la misma cantidad de dinero en un banco todos los días.

    Tercero, la lotería la juegan más los pobres que los ricos, pero el dinero que gana el estado se distribuye de manera uniforme en todas las ciudades. Eso significa que los pueblos pobres terminan con menos dinero del que comenzaron. Mi papá llama a esto un "impuesto sobre los pobres".

    Cuarto, alienta a las personas a jugar. Todos los anuncios de lotería hacen que el juego suene divertido y una forma de enriquecerse rápidamente.

    Quinto, es una forma inapropiada de pagar los programas educativos (que es adonde va el dinero que gana el estado). Los programas educativos no deberían depender de las personas que juegan.

    Mi padre no era fanático de esto. En realidad, él era razonable sobre el tema. Es que él siempre actuaba de esa manera. Una vez que comenzaba, podría continuar durante horas. Su cara se enrojecía, sus cejas se ataban en un nudo, y se inclinaría hacia con quien estuviera hablando como si estuviera esperando la oportunidad de decirle por qué estaban todos equivocados.

    No creo que haya otro tema sobre el que mi padre se haya sentido de esta manera.

    Es por eso que la editorial terminó en la portada.

    Las dos primeras partes de la serie que había escrito habían conseguido que mucha gente enviara cartas, principalmente en desacuerdo con él. Siendo una persona justa, él las había impreso todas en la sección Cartas al Editor, excepto una que decía "Querida comadreja con cara de idiota".

    "¿Sabes lo que paga la lotería esta semana?", preguntó mi padre con un poco de amargura. “Más de 100 millones de dólares. ¡Cien millones de dólares! ¿Puedes creerlo? Cuando conduje a casa, vi una cola de gente que salía de la tienda Pilla-un-Pollo. Gente haciendo cola para comprar sus boletos de última hora. Pobres tontos. Bien podrían poner sus billetes de un dólar en la papelera frente a la tienda y saltarse la cola".

    No le pregunté si vio allí a una mujer que se parecía a la Nave Espacial Enterprise. Y decidí, justo después de la cena, asegurarme de que mi boleto aún seguía oculto de manera segura en el estuche de mi violín.

    Después, logramos terminar la cena, practiqué el violín (y revisé mi boleto), y luego pasé una hora trabajando en algunas canciones para Los Escúteres. En otras palabras, se estaba convirtiendo en un viernes por la noche normal.

    La rutina normal de los viernes es que se me permite permanecer despierto hasta las once para ver mi programa favorito, un programa de médicos detectives, aunque la verdad es que no me gustaría tanto el programa si no me proporcionara una excusa para permanecer despierto hasta las once. Luego me voy a la cama y mis padres ven las noticias locales en el canal 5.

    Entre mi programa y el comienzo de las noticias, el canal 5 televisa el sorteo de la lotería estatal.

    Mientras me quedaba viendo los créditos de mi programa con el argumento de que los créditos eran legalmente parte del programa, y todos estaban enfrascados todavía en la charla estándar de buenas noches, la brillante Ginny Wombach apareció en la pantalla para anunciar el ganador. Detrás de ella había una máquina que mezclaba 40 pelotas de ping pong numeradas, como si estuvieran atrapadas en una máquina de palomitas de maíz.

    "Bueno, será mejor que te rindas, Jake", dijo mi padre cuando el primer número saltó dentro del vaso y fue anunciado por la siempre sonriente Ginny. Era el 35. ¡Hasta ahora todo bien! Pero, me di cuenta de que las probabilidades de que el próximo fuese un ocho, mi próximo número, eran de 39 a uno. Había 39 formas en que podía aparecer un número incorrecto, y solo una forma en que podía aparecer el correcto. Y eso sería cierto para los próximos cinco números. Las probabilidades eran ridículamente malas.

    ¡Pero conseguir el primero correcto me llamó la atención! Así que me detuve un poco, mientras fingía no prestar atención a la televisión. "Sí", dije, "estoy bastante cansado". Luego, un bonito y largo bostezo.

    Ginny dijo: "¡Y el siguiente número es el 8!", como si el ocho fuese un número especialmente emocionante.

    Lo fue para mi. 35-8-27-9-18-9. Esos eran los números mágicos. Estaban grabados a fuego en mi cerebro debido a la secuencia que descubrí dentro de ellos.

    "¿Sabes?", dije tratando de mantener a mis padres distraídos de la televisión, "el episodio de esta noche fue algo decepcionante. Muy predecible".

    "¿No es predecible todas las semanas?", dijo mi mamá. "Los malos hacen algo mal, los buenos los atrapan".

    "Bueno, sí", dije mientras Ginny decía: "¡27!" Traté de no mostrar que estaba prestando atención a lo que Ginny estaba diciendo, pero todo lo que podía pensar era en el siguiente número: ¡9, 9, 9, 9! Continué, "pero por lo general no puedes imaginar cómo los van a atrapar".

    "Eso es cierto", dijo mi padre. “Se podría decir lo mismo de cada novela de misterio jamás escrita. El malo asesina a alguien, el detective descubre quién es. A mi madre le encantan las novelas de misterio".

    Esta podría haber sido una conversación fascinante, pero todo lo que escuché fue a Ginny decir: "¡Y el siguiente número es el 9!" ¡Estaba a solo dos números de ganar!

    En este punto, yo estaba demasiado distraído para poder participar en la conversación y solo esperaba que la discusión que había empezado la continuaran mamá y papá sin mí. Los estaba mirando, pero mis oídos no escuchaban nada más que a Ginny. Ginny fue de repente mi persona favorita en todo el mundo.

    Y ella dijo mi palabra favorita en todo el mundo: "¡Dieciocho!", chilló ella. Todo lo que me impedía chillar con ella era un número de distancia.

    Dios mío, pensé. Supongamos que realmente gano. ¡Cien millones de dólares! Pero no estaba pensando en lo que podría hacer con el dinero. Estaba pensando en cómo les diría a mis padres todo aquello.

    Aún así, faltaba un número para ganar. Una posibilidad entre 36 para ganar.

    Ese fue el momento en que mi madre se dio cuenta de que la lotería estaba en la televisión, y ese fue el momento en que la apagó y dijo: "¿Qué estamos haciendo viendo esto?". No sé si se dio cuenta de que yo estaba prestando atención a Ginny, o si la conversación sobre cómo las novelas de misterio eran predecibles era demasiado aburrida. Pero justo cuando la pelota de ping pong salió de la canasta de lotería y Ginny inhaló para anunciar el último número emocionante... ¡CLIC!

    "Vale, Jake, hora de dormir", dijo mi padre.

    "Ya has estado despierto bastante tiempo", dijo mi madre.

    "Um, está bien, supongo que me iré a la cama", dije como si no estuviera a un número de cien millones de dólares.

    Luego, me fui a la cama.

    Pero no para dormir.

Capítulo 5

    A la mañana siguiente no me desperté temprano.

    Eso es porque estuve despierto toda la noche. Me tumbé y no dejé de dar vueltas. Prácticamente hice natación sincronizada terrestre. Mis mantas estaban retorcidas a mi alrededor tan fuerte como si los duendes traviesos hubieran pasado toda la noche practicando para recibir su distintivo de mérito. Y cuando finalmente amaneció, me quedé dormido.

    Dormí y soñé. Soñé con volver a casa de la escuela con billetes de un dólar metidos en cada bolsillo y bajo la camisa, bajo la gorra y dentro de la sandwichera. Billetes de un dólar colgando de mi persona. Y mi madre y mi padre esperando, preguntándome cómo había ido mi día escolar y si me apetecía un refrigerio, mientras yo empujaba frenéticamente los billetes de vuelta a sus escondites, rezando por que mis padres no los vieran.

    Eran las nueve y media cuando me desperté, lo cual era tarde para mí un sábado por la mañana. Incluso antes del desayuno, hice una excusa para hacer algo de ejercicio y me subí a mi bicicleta.

    El Pilla-un-Pollo estaba abierto. Afuera había una pila de periódicos. Agarré uno y entré corriendo, sacando un dólar del bolsillo de mis pantalones. La Sra. Karchov se sentía particularmente habladora ese día, y pareció una eternidad antes de que me diera mi cambio de cincuenta centavos.

    Agradeciéndole, recuerda que soy un buen chico, salí, me senté en la acera y, con temblorosos dedos, miré en el índice donde estaba el número ganador de la lotería. Página 56. Es sorprendente lo difícil que puede ser encontrar una página cuando realmente quieres encontrarla.

    Sabía que tenía cinco de los seis números correctos. Y cuando llegué a la página 56, leí al revés, de derecha a izquierda. Ahí estaba, en grande y hermosa tinta negra: 9.

    Habia ganado.

    El premio, según el periódico, era de $111,000,000.

    ¿Y ahora qué iba a hacer?

    Así que hice lo que cualquier chico estadounidense de sangre roja haría: me puse en pie, cerré el puño, estiré el codo y grité: "¡Síiiiiiiiiii!"

    Ese fue el momento en que la Sra. Floyd, mi maestra de matemáticas, decidió pasar por allí

    “¿Por qué estás tan emocionado?”, preguntó ella.

    "Oh, um, mi equipo favorito acaba de ganar". Aquello fue desesperado. Ni siquiera tengo un equipo favorito. Tengo que seguir recordándome a mí mismo que el béisbol es el juego que tiene bases.

    "Bueno, felicidades", dijo mientras entraba en el Pilla-un-Pollo. Odio ver maestros fuera de la escuela. Es muy confuso.

    Me senté en la acera nuevamente, esta vez porque comenzaba a sentirme mareado pensando en lo que me acababa de pasar.

    Había ganado $111,000,000.

    Empecé a pensar en todas las cosas que podía comprar. Y después de que cada pensamiento apareciera en mi cabeza, surgía una imagen de mis padres castigándome durante 111,000,000 días.

    Un súper reproductor de CD. Mamá negando con la cabeza.

    Una lancha rápida para nuestras vacaciones en el lago Winpucket. Papá pareciendo decepcionado de mí.

    Coches nuevos para mis padres. Mamá y papá devolviendo las llaves al vendedor de coches.

    ¿Es que no podía yo aceptar el premio? ¿Podía fingir que había perdido el boleto o que la mujer nunca me lo había dado? Pero, ¿cómo se puede rechazar $111,000,000? Podría darlo todo a la caridad, pero no soy un niño tan bueno.

    Supongo que yo no parecía tan feliz cuando la mujer que se parecía al Enterprise regresó a la tienda con nuevos boletos de lotería en la mano.

    "¡Oh, hola!", dijo ella alegremente.

    "Hola", le dije evitando sus ojos.

    "Oh, querido, pareces molesto", preguntó ella. "¿Puedo ayudarte?"

    Prácticamente me reí. "No exactamente", dije.

    "¿Qué te molesta?"

    "Bueno", le dije, "en realidad es culpa suya".

    "Mi culpa", dijo la mujer con gran sorpresa, poniendo su mano en el pecho como si su corazón le estuviera fallando.

    "Solo un poco". Ahora tenía que explicarme. "¿Recuerda que me dio ese boleto de lotería hace un par de días porque la ayudé a recoger algunos botones que se habían desparramado?"

    "Sí, de hecho. Fuiste muy amable.

    “Solo fui educado”.

    "Bueno, es agradable conocer a una persona joven que ha aprendido sus modales. El boleto era lo menos que podía hacer por ti".

    "¿Valió $111,000,000 que yo la ayudara?"

    "¿$111,000,000...?"

    "Sí. El boleto que me dio ganó."

    "¡No! ¿De verdad?"

    "Sip."

    "¿Estás seguro?"

    "Totalmente. ¿Sabe que sus números estaban en una serie?"

    "Por supuesto. Me ayuda a elegir números usar una pequeña secuencia como esa. De lo contrario, paso una eternidad tratando de decidir qué números elegir. ¿Entonces has ganado?"

    "Bueno, en realidad, ha ganado usted", le dije. "Era su boleto".

    "Bueno, bueno. Nada de eso. Te lo di a ti. Justo y honesto".

    "Pero no me parece correcto..."

    “Yo quería que lo tuvieras. Pero, oh, Dios mío, ¿qué vas a hacer con todo ese dinero?"

    "No tengo ni idea."

    "¿Eso es lo que te molesta?", preguntó amablemente.

    "En realidad no. Mis padres están decididos a no jugar a la lotería."

    "Oh, ya veo."

    "De hecho, mi padre ha puesto una editorial en contra en la portada de este periódico".

    La mujer desdobló un periódico debajo de su brazo. Era El Gace. ¿Te refieres a este artículo? ¿Este es tu padre? Es muy buen escritor. La editorial tiene mucho sentido”. Ella sostenía sus boletos de lotería en la otra mano.

    "Así que, en realidad no puedo decirles que gané".

    "Bueno", dijo, "¿Por qué no vienes conmigo al Zumo Soda y nos sentamos e intentaremos resolver esto?"

    Así que cruzamos la calle hasta el pequeño bar verde y blanco. "Por cierto", dijo, "soy la señora Fordgythe. Sra. Moira Fordgythe. ¿Cuál es tu nombre?"

    "Jake", le dije.

    "Bueno, Jake, vamos a una cabina y tomemos un refresco", dijo sentándose en una cabina de cuero rojo donde apenas cabía.

    "Pagaré yo", dije. "Um, en realidad", dije revisando mis bolsillos, "tendrá que prestarme algo de dinero..."

    "Bah", dijo ella, "no te preocupes por eso".

    La camarera vino y yo pedí una Coca-Cola, aunque en realidad estaba de humor para una Coca-Cola con una bola de helado de Galletas y Crema, de esas en las que ponen la mayoría de sus postres en un solo vaso. La Sra. Fordgythe pidió "un simple vaso de agua con gas de sifón", le dio unas palmaditas a su estómago de nave espacial, "Y, oh, una rebanada de ese pastel de queso de aspecto de ensueño. Y en lugar de lima en el agua con gas, ¿le importaría agregar solo un par de batidos de jarabe de chocolate y unas dos onzas de crema fresca? Sería tan encantador, gracias, querida. Oh, y una bola de helado de pistacho en ese pastel de queso sería divino. Muchas gracias."

    Nos sentamos en el silencio de dos personas que no se conocen compartiendo una cabina en una heladería.

    "Esto debe ser muy duro para ti, pobre querido", dijo ella al fin.

    Asenti.

    "Tus padres deben de estar muy en contra de la lotería".

    Asentí de nuevo.

    "Y deben de tener mucho respeto por ti al pensar que actuarías por principio y no jugarías a la lotería".

    Tuve que asentir de nuevo. Era cierto, pero yo no lo había pensado de ese modo antes.

    "Bueno", dijo ella, "creo que tengo una idea sobre cómo conseguirte el dinero sin que tus padres lo sepan".

    "¿Ah, sí?"

    "Sí, pero, por supuesto, ese no es tu verdadero problema".

    "¿Ah, no?"

    "No. Tu verdadero problema es hacer que tus padres entiendan cómo conseguiste un boleto de lotería y por qué se te debe permitir conservar tus ganancias".

    Eso también era cierto.

    "¿Cuál es su plan para conseguirme el dinero?"

    "Oh, creo que es un muy buen plan. Confía en mí".

    No dije nada. Para confiar en alguien debes conocerle lo bastante bien como para pensar que no hay peculiaridades extrañas que puedan hacer que actúe de una manera que no podrías predecir. Y hasta ahora, la señora Fordgythe era toda una peculiaridad. Pero yo confiaba en ella. No podría decirte por qué.

    "¿Qué tengo que hacer?", le pregunté.

    "Tienes que prestarme tu boleto durante unos días".

    "¿Pero por qué no puede simplemente explicarle a mis padres que usted me dio el boleto por ayudarla?"

    "Oh, no no no", dijo, "no creo que eso sea sabio en absoluto. Tus padres pensarán que no deberías haber aceptado el boleto, y me gustaría mucho ayudarte a encontrar una manera de que te quedes con el dinero".

    En ese momento, llegó nuestra comida y eso pareció borrar de la mente de la señora Fordgythe todo pensamiento sobre boletos de lotería, padres y 111 millones de dólares. Todo lo que existía para ella era su cuchara, su boca y su Postre Montaña.

    Cuando terminó, con una sonrisa satisfecha en sus labios, dijo: "Ahh. Qué refrescante".

    Y le entregué mi boleto de lotería, ligeramente doblado tras su viaje en el interior de mi bolsillo.

    "¿Que va a hacer con él?", le pregunté, lo que realmente significaba: "¿Alguna vez volveré a verlo, o a usted?"

    "Gracias, Jake", dijo ella al tomarlo. "Realmente creo que este plan funcionará".

    "¿Cómo lo sabré?"

    "Vuelve a Pilla-un-Pollo el miércoles a las 3. ¿Vale?"

    "Pero ¿y si tiene que contactar conmigo antes de...?"

    "Siempre puedo llamarte".

    "Pero no sabe mi número".

    "No seas tonto. Richter está en la guía telefónica".

    La camarera regresó y dejó la cuenta en nuestra mesa. Metí la mano en el bolsillo buscando dinero, pero luego recordé que solo tenía el cambio de cincuenta centavos del periódico. Miré a la señora Fordgythe, avergonzado. "Oh, no seas tonto, cariño", dijo mientras dejaba dinero para la cuenta. "¡Todavía no tienes tus ciento once millones de dólares!"

    Nos pusimos en pie para irnos. Me sentí mucho más ligero sin el boleto en el bolsillo. La señora Fordgythe me tocó en el brazo y dijo: "Te veré el miércoles, cariño. Ahora no te preocupes por nada".

    Por un momento no lo hice. Y luego tuve un pensamiento repentino. "Espere, Sra. Fordgythe", la llamé mientras ella comenzaba a alejarse. "Tengo una pregunta."

    "Sí, cariño", dijo dulcemente, volviéndose hacia mí.

    “Nunca le he dicho mi apellido. ¿Cómo lo supo?", casi pude escuchar la dramática música de fondo cuando el detective descubre la pista que lo revela todo.

    Ella señaló su copia de La Gace. "Aquí pone el nombre de tu padre, querido".

    "Ah, si. Claro."

    "No te preocupes por nada", me dijo otra vez y se fue.

Capítulo 6

    "Fácil viene, fácil se va", es lo que me dije a mí mismo durante todo el camino a casa. Tampoco es que tuviera el dinero de verdad, así que en realidad no podría perderlo. Aún así, mis bolsillos se sentían poderosamente vacíos al caminar a casa.

    Pero, cualquier sentimiento que tuve de haber cometido un error se borró cuando entré por la puerta. "Shhh", insistió mi madre, "tu padre está en la televisión".

    Efectivamente, había una entrevista con papá en un programa de noticias local. "No importa, Connie", le estaba diciendo al presentador del programa, "la lotería no es más que un juego de azar, respaldado y alentado por sus impuestos".

    La mujer sentada a su lado comenzó a hablar, pero papá continuó. “¿Sabes lo que realmente me molesta? El hecho de que nuestro gobierno publique anuncios que alientan a las personas a jugar".

    La mujer habló. "Sin embargo, prefiero que el gobierno administre la lotería y que el dinero vaya a la educación en vez de que vaya al crimen organizado".

    "Oh, Laureen", dijo mi padre, "También podrías decir que el gobierno debería comenzar a vender cocaína porque es mejor que dejar que la vendan los delincuentes. ¡Y luego verás anuncios que te dicen lo buena que es la cocaína! Esa es exactamente la situación en la que estamos con la lotería".

    La presentadora intervino para señalar que la lotería no era exactamente lo mismo que vender drogas, pero mi padre solo estaba ganando inercia. Saber que el boleto de lotería estaba fuera de mis manos me hizo mucho más fácil ver el resto del programa.

    Esa tarde, cuando mi padre llegó a casa, todavía con un parche de maquillaje por la aparición de la televisión en la frente, todos le dijimos el gran trabajo que había hecho.

    "Los productores del programa también pensaron que me fue bastante bien", dijo, obviamente bastante satisfecho por algo. "De hecho", agregó haciendo una pausa para mantenernos en suspenso, "quieren crear un debate especial sobre el tema, Lotería: Sí o No. Y yo sería el portavoz del lado No".

    "Eso es maravilloso", dijo mi madre.

    "¿Qué es un heladonón?", preguntó mi hermana.

    "¿Qué es un heladonón?", pregunté yo completamente confundido. "¿Un sorbete de dinosaurio?"

    "No, no", dijo mi madre, "Maddie quiere saber qué significa estar Del Lado No. Es alguien que no está de acuerdo con algo. Está del lado que dice que no, eso es todo".

    Me gustaba más mi respuesta.

    "¿Puedo salir en el programa de televisión?", preguntó Maddie.

    Papá y mamá se rieron. "Tal vez cuando seas mayor. Es muy para adultos".

    "Pero eso no es todo", dijo mi padre. "¡Si todo sale bien, les gustaría que yo fuese el anfitrión de toda una serie!"

    "¡Mi papá, una estrella de la TT!", dijo Maddie. Todos nos reímos porque "TT" había sido la linda manera de mi antigua niñera de decir "TV". Maddie nunca la había conocido, pero la tía Flo (como la llamábamos) vivía en la leyenda familiar, junto con uno de los antiguos clientes de mi abuelo que solían recitarme el poema "Hiawatha" cada vez que me veía. Y estaba Whiskers, el perro de la infancia de mi padre, que una vez se comió un plato entero de pasteles de la mesa de la cocina y luego tiró un vaso de leche y se lo bebió. Supongo que cada familia tiene un conjunto de personajes que, de alguna manera, se convierten en leyendas como esta.

    Con mi padre cada vez más famoso por su puesto antilotería, el hecho de que probablemente nunca volviera a ver aquel boleto de lotería debería haber sido un alivio. Pero me acosté en la cama esa noche sin poder dormir durante más de una hora, pensando en lo que podría haber hecho con ciento once millones de dólares. Principalmente pensé en cosas realmente tontas, como comprar un yate y llenarlo completamente con esos recipientes de plástico con forma de huevo que salen de las máquinas expendedoras. ¿Serían suficientes $111,000,000 - 440 millones de contenedores? Es realmente difícil de imaginar. Además, si llevara diez segundos poner un cuarto de dólar y girar la manija, llevaría 1,222,222 horas solo para sacarlos todos. Eso es más de 50,000 días. Más de 139 años. Me quedé dormido pensando en los años bisiestos. Luego me desperté en medio de la noche y pensé en comprar una colección de las mejores guitarras eléctricas del mundo, con cada artilugio musical jamás inventado. Traté de enumerarlos para dormir, y me había puesto agudos aumentando los wah-wah con reverb de graves cuando finalmente me dejé caer.

    Desperté sintiendo que había perdido algo. Solo después de sacudir mi cabeza un par de veces me di cuenta de que estaba sintiendo la pérdida de los ciento once millones de dólares que en realidad nunca tuve.

    Los lunes generalmente me siento rico porque tengo mis cinco dólares de asignación en mi bolsillo. Pero aquel lunes me sentí pobre porque ¿qué son $5 en comparación con los ciento once millones de dólares que no tenía?

    Nuestro profesor de gimnasia nos dejó salir diez minutos antes, y yo me encontré con Ari afuera, mirando a algunos de los niños mayores lanzar aros. Podríamos haber intentado unirnos, pero verlos suspirar y poner los ojos en blanco hizo que no valiera la pena preguntar. Así que nos sentamos sobre nuestros talones y hablamos. Ari me contó sobre una visita realmente molesta a casa de su tío durante la cual su padre y su tío casi se pelean por una estúpida partida de ping pong. Cuando terminó, dijo: "Bueno, ¿qué has hecho este fin de semana?"

    Casi respondí: «Ganar ciento once millones de dólares y dárselos a una señora que parece una nave espacial». Pero aquello no parecía tener sentido. Y lo más importante, descubrí que una parte de mí todavía pensaba que la Sra. Fordgythe podría aparecer con el dinero.

    La gente es curiosa, ¿no? O tal vez no sea curiosa sino simplemente complicada. Aquí estaba yo sintiéndome pobre porque estaba convencido de que nunca volvería a ver el dinero de la lotería, pero otra parte de mí decía: "Bueno, no te apresures demasiado. Aún puedes obtener el dinero después de todo."

    Si no puedo entenderme a mi mismo, ¿xómo puede alguien esperar entender a las otras personas?

    Especialmente a Ari. El lunes por la noche tuvimos otro ensayo de nuestra banda. Cuando llegué allí, no era necesario ser miembro de la Red de Amigos Psíquicos para saber que algo estaba molestando a Ari. Él estaba sentado en una vieja mesa de café que había estado en su garaje desde siempre, estudiando los cordones de sus zapatos, y apenas levantó la cabeza para saludar. Mimi estaba leyendo una vieja copia de la revista People.

    "Hola, Ari", le dije. "¿Qué te pasa?"

    "Nada."

    Todo esto es parte del ritual que todos parecemos realizar. Los chicos, de todos modos. Cuando alguien pregunta qué te molesta, siempre debes negar que algo está mal al menos tres veces antes de poder admitirlo. Ari, siendo Ari, sin embargo, no siguió el juego. Solo tuve que preguntarle una vez más.

    Sin embargo, no estaba preparado para lo que él tenía que decir. Yo me esperaba algo como: "Me acabo de dar cuenta de que Wiley Coyote nunca atrapará al Correcaminos" o, "Mis padres no me dejan pintar mi habitación de negro", o incluso, "Creo que mi pie de atleta se ha extendido a mi hígado."

    No estaba preparado para: "Estoy enamorado".

    Cuando una pequeña risita se me escapó, en realidad debería recibir crédito por no reírme a carcajadas en su cara, me pareció que no estaba siendo justo. ¿Qué tenía de malo que Ari se enamorara? Vale, sí, actuaba de manera rara y tenía formas extrañas de expresarse, pero tenía sentimientos como cualquier otra persona. Y, más concretamente, se le permitía estar colado por alguien como cualquier otra persona. No digo que todos los que se enamoran sean imbéciles. Algunas personas se vuelven idiotas cuando se enamoran. Esa ha sido mi experiencia hasta ahora, al menos. ("Ya verás cuando te pase", es lo que dice mi prima Melinda, de veinte años, y ella no es idiota).

    “¿Enamorado?” dije. "Pensé que se suponía que eso hacía feliz a la gente".

    "Yo también. Pero solo si ella te también te quiere."

    "¿Quien?"

    "Amanda".

    "¿Amanda Loy?", preguntamos Mimi y yo al mismo tiempo. Aquello no era gracioso. Aquello era extraño. Y tal vez incluso peligroso.

    Ari solo se miró las zapatillas y asintió con la cabeza sombríamente.

    "Amanda Loy", dije de nuevo. Amanda Lohi-izo, como se la conocía, porque si nombrabas algo que siempre habías querido hacer, Amanda ya lo había hecho. Windsurf, pase de bastidores a un concierto, un vuelo de primera clase a las Bermudas para bucear con un tutor privado, tener su propia tarjeta de crédito... Amanda Lo hizo. Sus padres eran dueños de Rengencias Loy, Manufacturas Loy, Torres Loy, propiedades Loy y Aldea Loy: un edificio de apartamentos, un edificio de oficinas, una comunidad de casas y un bloque de apartamentos principalmente ocupado por personas mayores. Todos tenían el nombre "Loy" escrito en ellos en la misma fea letra cursiva más alta que Stretch Levine, nuestro jugador estrella de baloncesto. Mi padre había publicado un par de artículos sobre Aldea Loy porque algunas personas afirmaban que el Sr. Loy estaba dejando que el lugar se desmoronara para que las personas mayores se fueran y los Loy pudieran alquilar los apartamentos a personas con más dinero. No había pruebas contundentes, pero se creía de todos modos.

    La vida de Amanda parecía girar en torno al hecho de que su familia era rica. Había cosas importantes; como el hecho de que ella siempre estaba perfectamente vestida y despreciaba a cualquiera que ella pensara que no era su igual. Y estaban ciertas cosillas como el hecho de que ella comenzaba todos los días con un bolígrafo nuevo, sin siquiera tratar de gastar el antiguo.

    ¿Ari y Amanda? Difícil de imaginar.

    Y eso era tan difícil imaginar como lo que Ari vio en Amanda. A Ari no le importaba la ropa. Eso era obvio por cómo se vestía. No le importaba el dinero, siempre y cuando tuviera suficiente para comprar un batido triple en el Zumo Soda. A Ari ni siquiera le importaban las chicas, al menos hasta ahora.

    Entonces, después de fingir estar repentinamente fascinado por una lata de aceite en la ventana del garaje de Ari para poder mantener mi cabeza alejada de él mientras ponía una expresión adecuada, dije con calma: "¿En serio? ¿Cuándo empezó eso?"

    Ari se sentó en su amplificador, sus piernas flacas balanceándose en sus pantalones muy anchos. "Desde siempre", dijo con una voz soñadora como si no estuviera hablando conmigo, sino con las nubes. "O ayer".

    "¿Que pasó?"

    "Bueno, yo estaba volviendo a casa en patinete". Eso explicaba las costras en las rodillas, los codos y las manos, y los rasguños en la mejilla, los brazos y el tobillo: la pegatina de la señora Rumple siempre parecía atraparlo. “Y allí estaba ella, caminando con Lydia Marmon. Estábamos en Hillside Hill, así que íbamos a la misma velocidad. Entonces pude oírla hablar”. Dijo «ella» como si no fuera digno de pronunciar su nombre. Sus ojos estaban húmedos y melosos.

    Después de ver esto más de lo que quería, le azucé. "¿Y qué estaba ella diciendo?"

    “Fue como las campanas. Campanillas plateadas."

    "¿Y de qué estaba hablando?"

    “Sobre el baile. Ah, el baile..." Ari quedó en su ensueño, probablemente pensando en llevarla por la pista de baile en un remolino de brillo.

    "¿Qué pasa con el baile?"

    "Que no puede ir", dijo.

    "¿Por qué no?"

    "Su padre la ha castigado. ¡Será pícaro!” Su rostro se estaba poniendo rojo de ira. No creo haber escuchado a nadie usar el término "pícaro" antes.

    "¿Que pasó?"

    "Que perdió la Cuchara Terwilliger de su padre".

    "¿Su qué?"

    “Su Cuchara Terwilliger. Estoy bastante seguro de que eso es lo que dijo. Su voz era tan plateada... "

    Antes de que pudiera perderse en el recuerdo de su voz tintineante, agudicé mi tono y le pregunté: "¿Sabes qué es eso?"

    “Creo que era algo que se transmitió en su familia. El señor Loy colecciona cucharas. Ella dijo algo como: «Al menos no tomé prestada una de las cucharas con joyas», así que supongo que algunas tienen diamantes y rubíes".

    "¿Y por qué se la prestó?"

    “Para una pequeña fiesta de té que estaba dando. Tal vez algún día me invite a una... "

    Que yo supiera, Ari no sabía ni por qué lado de una tetera se servía el té. El amor hacía cosas extrañas a las personas.

    De repente, fue como si Ari oyera lo tonto que sonaba y se sonrojó. "Practiquemos", insistió, y no nos dejó parar durante dos horas.

    ¿He mencionado que el amor hace cosas extrañas a las personas?

Capítulo 7

    El miércoles llegó más lento que una babosa en un sándwich de gelatina y mantequilla de cacahuete. (No preguntes cómo lo sé).

    El miércoles fue el día en que se suponía que la Sra. Fordgythe me iba a decir cómo iba yo a conseguir mis ganancias de la lotería. O, como yo pensaba, el miércoles era el día en que sabría con certeza si la señora Fordgythe había hecho lo que cualquier persona normal habría hecho: cobrar el boleto de lotería y mudarse a Disneylandia.

    Regresaba yo a casa de la escuela cuando la Sra. Fordgythe de repente apareció a mi lado. No la vi venir, pero de alguna manera se había puesto allí y dicho mi nombre, pidiéndome que caminara más despacio.

    "¡Señora Fordgythe!", dije sorprendido, casi conmocionado.

    "Buenos días", dijo ella.

    Por un momento casi esperé que ella comenzara a regodearse canturreando: "Tengo ciento once millones de dólares y tú no... na na".

    Pero en cambio me dijo: "¡Tengo una noticia espléndida!"

    "¿Cuál es?"

    "He encontrado una manera de darte tu dinero sin que nadie lo sepa. Bueno, casi nadie."

    "¿Cómo?"

    "Ven conmigo", respondió ella tomándome del codo y guiándome hacia el centro de la ciudad.

    Delante de nosotros estaba el Banco Primer Dominio. Algunos de los bancos más nuevos de la ciudad parecían moteles o restaurantes de comida rápida, pero no el viejo Primer Dominio. Estaba hecho de hormigón gris y mármol, con puertas delanteras tan grandes que podía pasar un elefante por ellas, lo que resultaría útil porque probablemente se necesitaba un elefante para cerrar las puertas todas las noches. Mientras la señora Fordgythe y yo subíamos los escalones, pude sentir el cálido olor del banco envolviéndome, como el aroma de un cajón de la mesa que no has abierto en un par de años.

    Nuestros pasos hacían eco detrás de nosotros hasta llegar a un escritorio de madera con un letrero que decía "Julia Minder". La Sra. Minder levantó la vista y pareció complacida. "¡Señora. Fordgythe! Esperábamos su visita. Iré a por la Sra. Harrigan".

    En todos mis años de venir al Primer Dominio, generalmente acompañando a mi madre en un recado, nunca había llegado a un escritorio, solo al mostrador donde los cajeros están detrás de las rejas y se cuenta el efectivo. Ahora la Sra. Minder nos llevaba más allá de los escritorios, hasta una oficina privada. Llamó a la puerta y la abrió. Tan pronto como nos vio, la Sra. Harrigan se puso de pie y se acercó a nosotros con la mano derecha ante ella, lista para estrecharla.

    "Pase, pase", dijo la Sra. Harrigan. "Señora. Fordgythe, ¡señora Fordgythe! Este debe ser Jacob Richter." Ella nos estrechó las manos. Era mayor que mi madre pero más joven que la señora Fordgythe, y vestía una falda gris con una chaqueta casi gris y una especie de bufanda blanca que cubría por completo su cuello y casi le llegaba a la barbilla. “Tomen asiento, tomen asiento”. Al parecer, ella era el tipo de persona a la que le gustaba decir las cosas dos veces, quizá sólo para convencerte de que lo había dicho en serio la primera vez. Nos hizo sentarnos en las sillas de cuero rojo frente a su escritorio.

    Al parecer éramos muy populares en aquel banco.

    "Bueno, bueno", dijo la Sra. Harrigan. "Así que este es nuestro nuevo depositante".

    "En realidad", dijo la señora Fordgythe, "no es un nuevo depositante".

    "No, para nada, para nada", dijo Harrigan, "pero está a punto de convertirse en nuestro mayor depositante".

    "¿Qué quiere decir?" Yo pregunté. No quería admitir que sabía lo que estaba pasando hasta que lo supiera de hecho.

    La Sra. Harrigan sonrió y dijo: "La señora Fordgythe está a punto de hacerte un pequeño regalo, un pequeño regalo". Ella asintió con la cabeza a la señora Fordgythe, que rebuscó en su enorme bolso durante lo que parecieron tres días.

    "Oh, ¿dónde está? Sé que lo cogí esta mañana", dijo mientras yo escuchaba los crujidos y ruidos de su bolso. Yo prácticamente esperaba que sumergiera de pronto la cabeza dentro y saliera con un equipo de buceo. "Oh, sí, aquí está", dijo al fin sosteniendo un pedazo de papel rectangular azul claro en su mano.

    Y ella me lo dio.

    Lo miré. Era un cheque. Estaba hecho para mí.

    El montante era de $110,999,997.46.

    Mi mano comenzó a temblar, así que la apoyé en el escritorio.

    "¿Para mi?", dije finalmente.

    La señora Fordgythe asintió.

    Debí de haber quedado en shock porque lo primero que pensé no fue lo que podía hacer con tanto dinero. Fue por qué no ponía $111,000,000. Tampoco es que me importara la falta de un par de dólares. Pero es que sentí curiosidad. Aunque no quise parecer la persona más tacaña de la historia por preguntar.

    En cambio, busqué en lo profundo de mi alma para encontrar las palabras exactas y expresar mis sentimientos. Creo que se me ocurrió algo bastante poético. "¡Santa vaca!", dije.

    "Santa vaca, santa vaca", repitió la Sra. Harrigan. Parecía una buena mujer, pero de repente me alegré de que no fuera mi madre. Eso me habría vuelto loco como una chota.

    Ella continuó: "La Sra. Fordgythe usó su boleto de lotería para cobrar el dinero de la Comisión de Lotería, y luego vino aquí para asegurarse de que pudiéramos ponerlo en tu cuenta sin tener que decírselo a nadie más. Lo cual, por supuesto, podemos hacer."

    "Santa vaca", le dije de nuevo, brillantemente.

    "Sí, fue una pequeña aventura ir a la Comisión de Lotería", dijo la Sra. Fordgythe. "Fueron muy amables al respecto. No parecían muy entusiasmados, pero supongo que dar millones de dólares se convierte en la rutina de un día de trabajo después de un tiempo".

    "¿No saldrá el ganador en los periódicos?"

    "No. Aprobaron una ley hace unos meses. Los ganadores se molestaban tanto de que la gente les pidiera dinero que los funcionarios de la lotería no pueden dar el nombre del ganador, a menos que el ganador lo desee".

    "¿Aunque el ganador sea un niño?"

    "Bueno, eso no lo sé. Pero oficialmente, no ganó un niño. Fue una anciana".

    "Hey, usted no es tan vieja, señora Fordgythe".

    "Qué amable de tu parte, Jake, pero sé exactamente cuántos años tengo, y soy una anciana. En cualquier caso, depositemos este cheque en su cuenta".

    La Sra. Harrigan se inclinó y señaló el reverso del cheque. "Solo firma tu nombre aquí, aquí".

    Tomé el bolígrafo que me ofreció la Sra. Harrigan. Estaba tan nervioso que hice la "J" de "Jake" especialmente grande y me pregunté si eso significaría que el cheque no contaría. Pero a la Sra. Harrigan no pareció importarle. Me quitó el cheque, lo sostuvo con admiración y dijo: "Muy bien, muy bien. Felicitades, Jake, lo pondremos en tu cuenta a partir de esta tarde, esta misma tarde".

    "Genial", dije. "Pero hay algo más que tengo que hacer".

    "¿Te gustaría retirar algo de dinero? No hay problema, no hay problema".

    "Sí por favor."

    "¿Cuánto?", preguntó la Sra. Harrigan.

    "Once millones de dólares, por favor".

    Esto dejó sin aliento a la Sra. Harrigan. "Onz... um, once... um, once millones... um..."

    "Prometí dividir las ganancias con mi hermana. Diez por ciento. Ella también tiene una cuenta aquí".

    "Entonces no debería haber ningún problema en absoluto".

    "Qué amable de tu parte cumplir tu promesa, Jake", dijo la señora Fordgythe.

    No sabía qué decir porque no se me había ocurrido que podría no cumplir mi promesa: era la maldición de ser un buen chico.

    "Bueno", dijo la Sra. Harrigan, "¿Te gustaría retirar un poco de dinero de bolsillo para gastar? Puede ser útil, ser útil".

    "Bueno, claro, supongo".

    "¿Cuánto?"

    "No lo sé. ¿Qué tal diez dólares?"

    La Sra. Fordgythe respondió: "Bueno, Jake, no conviene que vengas al banco todos los días. Eso podría hacer que la gente sospechara. Creo que deberías retirar un poco más que eso".

    "¿Quince?" La señora Fordgythe negó con la cabeza. "¿Veinte? ¿Cincuenta? ¿Cien dólares?" La señora Fordgythe finalmente asintió. "Cien dólares parece mucho".

    Ms. Harrigan sonrió. "Jake, vamos a invertir tu dinero para que ganes el diez por ciento de tus 100 millones de dólares. Eso significa que si no gastas nada de eso, en un año, los 100 millones de dólares en tu cuenta bancaria rentarán 10 millones de dólares. Simplemente por no gastarlo. Y luego tenemos que hablar sobre formas de invertir el dinero para que pueda ganar más que eso. Realmente creo que tendríamos que involucrar a tus padres en cualquier discusión sobre inversiones". La señora Fordgythe asintió.

    "Pero mis padres no tienen por qué saber nada de esto, ¿verdad?"

    "Absolutamente no. He consultado con nuestros abogados y este premio está libre de impuestos. Por supuesto, tendrás que rellenar algunos formularios de impuestos al final del año, pero podemos ayudarte con eso".

    "¡Diez millones de dólares al año!" El hecho de que obtuviera esto por no hacer nada más que dejar que el dinero se quedara en el banco me hizo sentir que no había ganado ciento once millones de dólares, sino una bolsa mágica que siempre se llenaba otra vez sin importar cuánto gastara.

    "Vale", dije, "retiraré cien dólares".

    La Sra. Harrigan hizo un impreso y se levantó, indicando que nuestra reunión estaba a punto de terminar.

    "Sin embargo, una pregunta más", dije. "Sra. Fordgythe, ¿por qué depositó $110,999,997.46 en lugar de ciento once millones?"

    "Oh, mi querido muchacho", dijo, "Recuerda que dijiste que al helado invitabas tú".

Capítulo 8

    Cuando me desperté al día siguiente, me sentía cansado e inquieto, como si hubiera algo que se suponía que debía hacer, pero no podía recordar qué. Al principio pensé que debía haber sido un sueño, pero cuando me puse la ropa, me di cuenta de que tenía cien millones de dólares en el banco y que lo que se suponía que debía hacer ese día era ser rico.

    El problema era que no tenía idea de cómo ser rico. No podía chasquear los dedos y hacer que entrara Jeeves, el mayordomo. No podía ir a la tienda Rolls Royce, elegir un modelo y decir: "Qué diablos, póngame dos". Ni siquiera podía comprar una nueva pelota de baloncesto sin hacer sospechar a mis padres.

    Me di cuenta de dos cosas que hacer, aunque probablemente te parecerán terriblemente insignificantes, algo patético de verdad. Primero, durante el almuerzo compré un pastel extra. Y luego, después de la escuela, fui a la tienda de mascotas Vidas Pequeñitas y compré dos peces de colores que había admirado durante mucho tiempo, pero que ni siquiera había considerado comprar porque estaban fuera de mi escala de precios. Pero mis padres no lo sabrían. No tenían ni idea de cuánto costaba el pescado a menos que los compraran por kilos.

    Mi único temor era que ellos (mis padres, no los peces) me preguntarían cuánto había pagado por ellos (por los peces, no por mis padres). Me prometí a mí mismo que nunca mentiría sobre el dinero. No quería que el dinero que había ganado me convirtiera en un mentiroso.

    Vacié la bolsa en la pecera y vi a mis nuevos y raros peces exóticos examinar su nuevo hogar. No parecía importarles nada en absoluto. Hay que cogerlos con la mano para pescarlos: aguantan mucho antes de molestarse por algo.

    Mientras yacía yo en mi cama mirando la pecera, pensé en lo extraño que había sido mi día en la escuela: mi primer día como multimillonario. El día transcurrió normalmente hasta que recordé que era rico y me ensoñé un poco. Me quedaba pensando en las musarañas un poco y luego algo me traía de vuelta a la escuela. Prestaba atención a la escuela por un tiempo, y luego... otra vez en las musarañas.

    Dejé mis cien dólares en casa y fui a la escuela con tres dólares en mi mochila. Los sentía diferente ahora. Antes, eran los tres dólares que tenía y todo lo que podía comprar estaba limitado a ellos. Ahora, eran solo una pequeña parte de un flujo interminable. Es como la diferencia entre llevar una cantimplora y tener agua corriente. Con una cantimplora, hay que preocuparse constantemente porque tomar un trago ahora significará que tendrás sed más tarde. Con agua corriente, sabes que siempre está ahí. Es una buena sensación.

    Pero lo más interesante que me pasó ese día no pareció tan interesante en aquel momento. Era Ari volviendo de haber estado en casa de Amanda. Estábamos caminando de Inglés a Ed. Fis. (o "Edufis", como solía pensar que se llamaba), la caminata más larga de la escuela. Y como estábamos en mitad de una prueba de ejercicios aeróbicos, ninguno de nosotros estaba corriendo exactamente para llegar allí. Yo solía ​​pensar que correr en el mismo lugar era la actividad humana más estúpida del mundo, pero solo antes de que nuestra clase comenzara a hacer "ejercicios aeróbicos" en los que subes y bajas una escalera de un solo escalón.

    Ari hablaba y hablaba de cómo el cabello de Amanda olía a castañas asadas y su sonrisa era como perlas cuadradas con tirantes como el cuello de un cisne, o algo así, y que ella caminaba como una gacela, excepto que a dos patas y sin pastar tréboles silvestres ni rumiar.

    Este último episodio de fiebre de Amanda fue provocado por el hecho de que él realmente había hablado con ella. Tomó la mayor parte del camino al gimnasio descubrir qué era lo que había sucedido, pero parecía que Ari se había caído de su patinete justo antes de entrar al edificio de la escuela y, por suerte, fue empujado directamente hacia la puerta de la escuela precisamente cuando Amanda estaba empezando a entrar. Ari rebotó en la puerta, y Amanda supuso que estaba tratando de sostener la puerta para ella. Ella lo miró a él y Ari, en su pánico al ser notado, en realidad soltó, "Terwilliger..." Era la única palabra en la que pudo pensar.

    Amanda sonrió con la sonrisa de una diosa griega (recuerda que esto lo dijo Ari) y dijo: “¿Terwilliger? ¿Qué hay de Terwilliger?

    "Cuchara", dijo Ari.

    "Sí lo es. ¿Qué sabes al respecto... um...?", dijo ella haciendo una pausa para que él le dijera su nombre, a pesar de que ambos llevaban en la misma aula desde hacía cuatro años, por lo que ella habría escuchado su nombre unas 720 veces.

    Después de unos momentos en los que Ari consideró lo que se necesitaría para cambiar su nombre a "Rock" o "Lance", dijo, "Ari".

    "Bueno, Ari, ¿cómo sabes lo de la Cuchara Terwilliger?"

    "He oído que la perdiste".

    “¿De quién podrías haber oído algo así?”, preguntó ella, no tan dulce esta vez.

    "De ti. Estaba detrás de ti cuando hablaste de eso con Lydia."

    "¿Estabas escuchando?"

    "No. Bueno, sí, pero no a propósito."

    Amanda se dio la vuelta y comenzó a caminar por el pasillo. Desesperado por extender la conversación, Ari soltó: "Puedo ayudarte a encontrarla".

    "¿Y cómo es eso?"

    "Creo que sé dónde está".

    "¿Dónde está eso?"

    "Um, el último lugar donde la viste".

    ¿En el café Madagascar?"

    "Sí, es cierto, el Maga... Mada... Magadas Dacasdagar".

    "Bueno, ¿y por qué no me la traes?"

    "Entonces puedes ir al baile", dijo Ari esperanzado.

    Pero ella se cruzó de brazos y le atravesó con la mirada. "Puedo ir a cualquier baile que quiera", dijo ella con frialdad.

    "Pero pensé que tu padre te había castigado".

    "Eso es lo que él piensa", dijo. Bajó las llamas de sus ojos y dijo, dulcemente de repente: "Pero si puedes conseguirme la Cuchara Terwilliger, te lo agradecería". Ella sonrió como una boa constrictor digiriendo un conejo particularmente jugoso y caminó lentamente hacia su primera clase.

    Cuando vi a Ari durante el camino a Edufis, él ​​se balanceaba de un lado a otro entre el deleite de pensar que Amanda le había prestado atención y el temor de haber hecho una promesa que no podía cumplir.

    "¿Qué voy a hacer?", dijo durante uno de los momentos de temor. "No tengo idea de dónde está la Cuchara Terwilliger".

    "Bueno", le dije, "te ha dado un punto de partida. El café Madagascar. ¿Por qué no vamos allí esta tarde y vemos si la han encontrado? "

    "Vale. Pero ojalá hubiera comido en un lugar más fácil de pronunciar".

    Esa tarde, después de ir a la tienda de peces y hacer mi compra, dos Danio Kyathi de Birmania, Ari vino y montamos en nuestras bicicletas hasta el Madagascar. Se notaba que este era uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad porque solo tenía un pequeño letrero. Además, había flores de verdad en jarrones de vidrio sobre manteles blancos en cada mesa. Este era definitivamente el tipo de lugar en el que Amanda pasaría el rato. Por supuesto, facilitaba el hecho aquello bajo el letrero que decía que era "Un miembro de empresas de la familia Loy", otro local en la ciudad propiedad del padre de Amanda.

    Nos quedamos fuera sin saber cómo abordar el asunto.

    "Podríamos preguntar", le dije.

    ¿Preguntar si han encontrado una cuchara elegante? Sabrán que no es nuestra".

    "¿Y qué? Les diremos que es de Amanda y llamarán a su padre".

    "Entonces no me llevaré yo el crédito. Además, ¿no crees que se habrían dado cuenta si hubieran encontrado una cuchara? Debe de haberse mezclado con sus cucharas normales, que probablemente son muy elegantes por sí mismas".

    "Podríamos pedir que nos enseñen sus cucharas", dije.

    "Sí, claro", dijo Ari sarcásticamente. “‘Bureau Adolescente de Inspección Cucharil. Muéstrenos sus cubiertos o sufran las consecuencias".

    "Vale, vale", dije.

    Nos quedamos en silencio con nuestras bicicletas apoyadas entre las piernas. “¡Ya lo tengo!” le dije. ¡Podrías conseguir empleo ahí lavando platos! Entonces podrías inspeccionar todas las cucharas sin levantar sospechas."

    Ari se iluminó. "¡Sí!", dijo con entusiasmo, y luego, "¡Oh no! ¿Cómo voy a conseguir un empleo ahí? Mis padres ni siquiera me dejan unirme al club de informática porque ya estoy haciendo muchas cosas después de la escuela".

    Meditamos de nuevo. Y así fue como terminé siendo yo el nuevo ayudante lavaplatos del Madagascar.

    Esta no era la forma en que esperaba pasar mis tardes después de ingresar $100,000,000 en mi cuenta bancaria.

    No tardé mucho en asegurarme de haber visto todos los cubiertos del restaurante. Y todos eran iguales. En lo que a mí respecta, solo había dos tipos de cubiertos en el Madagascar: los cubiertos con comida pegajosa y los limpios, pero tan calientes que apenas podía tocarlos.

    Hubiera renunciado, pero habría sentido que le había mentido al gerente del Madagascar, un hombre grande con un delgado bigotillo que me fascinaba. Además, resultó ser un tipo muy agradable. Así que decidí aguantar una semana.

    Cuando terminé, le informé a Ari que no había una Cuchara Terwilliger allí.

    Ari se limpió la mayor parte de la leche del labio superior y dijo: "Bueno, pues es el fin".

    "No necesariamente", dije.

    Yo tenía un plan, pero no podía contárselo a Ari sin revelarle que yo era un niño rico. Luego, cuando insistió en saberlo, todo lo que dije fue: "No puedo decírtelo todavía. Pero voy a necesitar tu ayuda".

    "Lo que sea", dijo, y la esperanza comenzó a latir en su corazón de nuevo.

    "Necesito averiguar exactamente cómo es la Cuchara Terwilliger".

    "¿Por qué?"

    "Tú confía en mi."

    "Bueno, está bien", dijo. "Pero, ¿cómo vamos a descubrir cómo es?"

    "¿Dónde si no? En Internet."

    Por lo general, somos buenos encontrando lo que necesitamos, Ari especialmente tiene un don para ello, pero esta vez nos quedamos en blanco. Luego, esa tarde fuimos a la biblioteca y revisamos casi todos los libros y revistas del lugar. Incluso solicitamos la ayuda del Sr. Lipton, el bibliotecario. Él había sido levantador de pesas y se rumoreaba que había llegado tercero en el concurso de Mister Universo. Cuando Mimi le preguntó una vez al respecto, él respondió dándole un número decimal de Dewey que resultó ser el de un estante de libros sobre rumores.

    El Sr. Lipton nos indicó a Ari y a mí unas referencias a obras de las que nunca habíamos oído hablar. Una pesaba tanto que tuvimos que abrirlo entre los dos, aunque el Sr. Lipton lo llevó en una mano. Todo lo que encontramos fue una entrada en El Centenario Libro de los Logros, que en realidad era una guía para personas ricas. Descubrimos que Graham Terwilliger había hecho una fortuna en la India importando armas, que luego intercambió por obras maestras de arte indio, y quien más tarde se estableció en este país donde hizo una segunda fortuna intercambiando obras maestras indias por derechos de tala en el noroeste. La única conexión con una cuchara era una referencia a sus elaboradas fiestas. Quizá usó la cuchara para servir caviar... que probablemente sirvió sobre arrugadas obras de arte de la India.

    No abandonamos la biblioteca siendo más sabios, al menos, no más sabios sobre la Cuchara Terwilliger.

    Ari, como era previsible, estaba triste. Le dije: "Vayamos al Zumo Soda".

    "Me he quedado sin dinero", dijo Ari. "Lo gasté todo en un nuevo par de zapatos para el baile".

    "Vale, creo que tengo algo", dije. "Ya sabes, de lavar los platos en El Madagascar". Había ganado $54 en mi trabajo. Cuando fui a depositarlo, la Sra. Minden me llevó a un lado, marcó algunos números en una calculadora y me dijo que en las nueve horas que había trabajado en el Madagascar yo había ganado $4,109.59 en intereses, sencillamente por no hacer nada. Eso era $684.93 cada hora de nada.

    Mientras estábamos sorbiendo el último pedazo de chocolate del fondo de nuestros Soleados Atómicos, tuve una idea.

    “¿Qué pasa?” Preguntó Ari.

    "Ya te lo diré. Y la mejor parte es que puedes volver a hablar con Amanda."

    Luego, al día siguiente, Ari se presentó en la escuela cuarenta y cinco minutos antes de que comenzara para poder encontrarse casualmente con Amanda por accidente accidental no planificado. Me senté con él detrás de un gran árbol al final del patio de la escuela donde teníamos una visión estratégica de todos los que entraban. Tuve un calambre desagradable cuando Amanda subió las escaleras y Ari no estaba prestando atención. Él estaba ocupado tratando de tallar sus iniciales y las de Amanda en la corteza del árbol con un lápiz número 2. Cuando yo la vi, ya era casi demasiado tarde. Ari se disparó como un conejo que acaba de ver un zorro, y prácticamente derribó a Amanda. Otra vez.

    Debido a que habíamos repasado lo que iba a decir tantas veces, yo podía saber lo que le estaba diciendo a pesar de que apenas podía oírlo: “Hola, Amanda, he tenido una idea. Si tu padre tiene una foto de la Cuchara Terwilliger, me complacería hacer algunas preguntas”. Claro que esto habría resultado más casual si él no hubiera tenido que mirar dos veces un papelito que llevaba para acordarse de lo que se suponía que debía decir.

    Siguió a esto un intercambio que no pude entender, pero al parecer todo salió bastante bien porque Ari regresó e informó que ella iba a pensar en ello.

    Al día siguiente, Ari encontró un sobre en su casillero con una foto de la Cuchara Terwilliger dentro.

    Y yo al fin había encontrado una razón para ser rico.

    Me dirigí a las afueras de la ciudad, donde había una tienda por la que a menudo pasaba y que ponía: Plata Smith de Smithy. Junto a la tienda había una sala de bingo y una tienda de neumáticos abandonada con un montón de ruedas viejas en el patio. Allí, entre ellos, estaba el Smithy, con un letrero azul y plateado cuidadosamente limpio, representando una corona reluciente. En el escaparate había anillos brillantes, broches y collares, cuidadosamente dispuestos sobre terciopelo negro. Parecía un lugar extraño donde tener una tienda de plata,

    "¿Hola?", preguntó el dueño, sin levantar la vista del taburete en el que estaba sentado. Estaba encorvado sobre una mesa de trabajo que tenía hilos de alambre, alicates, una llama encendida, martillitos y paños para pulir.

    "Hola", dije.

    "Ah, un niño", dijo todavía sin levantar la vista.

    "Ya. Supongo."

    "¡Supones!", dijo soltando una carcajada. Él levantó la vista. "Ah, un mediano", dijo no sin amabilidad. Él sostenía una pieza de deslustrada plata con un par de alicates oscuros en una mano y un martillo puntiagudo en la otra. Los dejó, se dejó caer del taburete (sus pies no tocaban el suelo cuando estaba sentado), apartó algunas astillas plateadas de su grueso delantal marrón y me miró directamente a los ojos.

    "¿Cómo puedo ayudarte, joven mío?", preguntó.

    "¿Haces cosas de plata?"

    Hizo un gesto hacia su banco de trabajo. “Eso es precisamente lo que hago. Guillermo Smith, platero", dijo estrechándome la mano. Me miró a los ojos de nuevo, como si tratara de ver algo enterrado en mi cerebro, mientras yo esperaba que la sensación volviera a mi mano derecha estrujada. Sus propios ojos eran oscuros y estaban cubiertos por cejas pobladas que necesitaban un buen corte. El resto de su cabeza iba sin pelo.

    Después de mirarme a la cara, pareció decidirse por mí. "¿Cómo puedo ayudar?"

    "¿Puedes hacer una cuchara para mí?"

    "¿Una cuchara?", preguntó, pensativo. "Sí, bueno, por supuesto".

    "Excepto que tiene que parecerse a esta", dije sacando la foto de la cuchara del Sr. Loy.

    "La Terwilliger", dijo él.

    "¿La conoces?"

    "Si. La hizo mi padre."

    "¿De verdad?"

    "De verdad. Fue comisionado para fabricar veinte de ellas. Yo lo vi hacerlas cuando era pequeño."

    "Eso es increíble", dije. "Pero pensé que fue encargado por un chico que vivió en el siglo XIX".

    Él rió. “Esa fue la historia que el hombre que los creó quería que la gente creyera. Realmente era solo un hombre de negocios local con buen ojo para los negocios. Pensó que haría que las cucharas fueran más valiosas si tenían una historia glamurosa. Funcionó. Hizo una fortuna vendiéndolas a coleccionistas."

    "¿Pero no valen tanto en realidad?"

    "Oh, no me malinterpretes. Mi padre hizo un trabajo magnífico con ellas. Pero no tienen nada que ver con indios ni elefantes. Pero las Terwilligers son especiales para mí. Son lo que me interesó en la forja de plata. Vi a mi padre fabricar cada una a la perfección. Me encantó todo sobre ellas: el brillo de la plata, el golpeteo y el tintineo del martillo, el brillo que salía si lo frotabas lo suficiente. Mi padre era un platero mucho mejor que yo."

    "¿Crees que podrías hacer otra?"

    "Quizá. No lo sé. Me gustaría intentarlo. ¿Pero por qué quieres una Cuchara Terwilliger?"

    Recordé mi promesa de no dejar que mi fortuna me convirtiera en un mentirosa. "En realidad no puedo decírtelo", dije. Él asintió, me dio la espalda y se inclinó sobre su banco de trabajo. "Pero te lo prometo, no es para nada malo".

    "¿Puedes decirme qué harías con ella?"

    "Voy a reemplazar una que un amigo ha perdido".

    "Hmm. No estoy seguro."

    "No es que la vaya a vender para ganar dinero. Solo quiero ayudar a un amigo".

    "¿Tienes alguna idea de cuánto costaría hacer una cuchara como la Terwilliger?" Negué con la cabeza. "Es una cuchara grande. Mucha plata. De la máxima calidad. Eso en sí costará cientos de dólares. Y eso para tener sólo un trozo de metal sin forma". Miró para ver si estaba sorprendido. "Luego tendré que pasar muchas, muchas horas trabajando el metal. Mira los detalles en esta fotografía. En total, diría que costará alrededor de $2,000. Por tanto, por mucho que me gustaría ayudarte... "

    Saqué un sobre de mi mochila y comencé a contar billetes de cien dólares. Me había pasado por el banco por el camino. Cuando llegué a 20, dejé de contar. "Eso son dos mil", dije.

    Debo decir que disfruté la mirada de asombro del Sr. Smith.

    "¿De dónde diablos has...?"

    Ahora era mi turno de mirar al señor Smith a los ojos. Tomé una decisión. "Puedo confiar en ti, ¿no?"

    "Sí", dijo. Me gustó que no dijera nada más.

    “Gané mucho dinero en la lotería estatal. Pero nadie lo sabe porque no puedo contárselo a mis padres".

    “¿Ganaste lo suficiente como para gastar $3,000 en una fea cuchara ceremonial?”

    "Pensé que habías dicho que eran $2,000".

    "Eso fue antes de que supiera que podías pagarlo".

    El Sr. Smith miró amorosamente la fotografía. “Una Terwilliger. Es algo que siempre quise probar. Vuelve en una semana.

Capítulo 9

    Ari, Mimi y yo fuimos al cine la noche siguiente. La fila era larga y cuando finalmente llegamos a la taquilla, Ari comenzó a buscar en sus bolsillos, tratando de encontrar suficientes monedas para pagar. Sacó viejos Salvavidas, un envoltorio de chicle, una batería AA oxidada, un pin que le otorgaba un Ahorro Especial en la farmacia local, y más pañuelos desmenuzados de los que cualquiera debería mirar. Estuve tentado de abrir mi billetera, dar una palmada de cincuenta dólares en el mostrador de la taquilla y pagar por los tres.

    Pero no podía. Tenía que fingir ser un niño con solo la cantidad de dinero de un niño.

    Luego fuimos al mostrador de bocadillos. Mimi pidió unas palomitas de maíz grandes y un refresco pequeño. Costaba $6.50. Ella solo tenía $6, así que tuvo que pedirle al chico que se llevara las palomitas de maíz y sirviera un refresco mediano. Mientras tanto, yo estaba allí parado con suficiente dinero en mi bolsillo para comprar refrigerios para toda la cola. Quería poder decirle: “Pide lo que quieras. Invito yo". Pero no podía. Ella rechazó mi oferta de cincuenta centavos, pero si hubiera sabido que yo tenía $100,000,000, creo que habría cambiado de idea.

    Al día siguiente, los tres estábamos en una librería porque Mimi tenía que comprar una copia de David Copperfield como parte del programa escolar de Leer Libros Que No Te Gustan. Estábamos curioseando por ahí y ella estaba hojeando un libro sobre la historia de los cómics y su relación con los acontecimientos históricos de la época. Parecía genial, pero costaba $35, por lo que Mimi ni siquiera estaba pensando en comprarlo. Pero, ¿podía yo decir: Comprémoslo y luego busquemos otros libros que parezcan interesantes? No. Ni siquiera podía comprarle la versión de tapa dura de David Copperfield a pesar de que Mimi siempre decía lo mucho que prefería las tapas duras a las de bolsillo.

    Yo había podido comprarme dos peces tropicales. Para eso habían servido los $100,000,000 hasta ahora.

    Y yo ya me estaba volviendo loco.

    En nuestro próximo ensayo de la banda, aún éramos totalmente terribles, pero a veces tocábamos por accidente la nota correcta al mismo tiempo y sonaba bien. Hay algo especial en eso de tocar música juntos que no creo que puedas entender hasta que lo hayas hecho. Sale un sonido que necesitan escuchar tres personas, aunque solo fuera por un segundo.

    Eso sucedió tal vez dos veces. El resto del tiempo tocábamos nuestros instrumentos, hacíamos bromas, probábamos diferentes formas de organizar las canciones, bebíamos refrescos y hacíamos el tonto.

    Y luego, mientras Ari salía de un gran solo de batería que sonaba como si alguien hubiera tirado un tambor por una escalera, Mimi comenzó a tocar su bajo. Después de cuatro compases, se suponía que yo debía entrar con mi guitarra. Pero justo cuando Mimi tocaba la nota más baja que hace su guitarra, el sonido de su pésimo amplificador pasó de ser realmente malo a no ser música. ¿Conoces esos generadores de ruido que soplas y hacen un barullo desgarrador? Así sonaba ahora el amplificador de Mimi. Trató de tocar notas altas y el zumbido sonaba a un reclamo para patos. Como no conocíamos bandas que hubieran tenido éxito tocando el pato eléctrico, nos detuvimos y consideramos las posibilidades.

    "No suena bien", noté hábilmente.

    "Suena muy roto", dijo Ari.

    "Tal vez es solo un cable suelto o algo así", dijo Mimi esperanzada, desenchufando la toma de la pared. "¿Tienes un destornillador?"

    "Dale un minuto", le dije. "A veces las cosas eléctricas almacenan electricidad".

    "Solo voy a abrir el frente", dijo. Ari le entregó un destornillador. La cubierta frontal se quitaba fácilmente. "Bueno, esto no pinta bien", dijo Mimi señalando una gran raja en la membrana de papel del altavoz.

    "Podríamos pegarlo", dijo Ari.

    "No lo creo", dije. Pero lo intentamos de todos modos. Ahora el amplificador sonaba como un pato con un corcho en el pico.

    "¿Qué vamos a hacer?", preguntó Mimi? "Ese era el amplificador de mi hermano".

    "¿Se va a enojar?"

    "No, él no ha tocado en años. Me lo dio, más o menos. Pero no puedo permitirme reemplazarlo".

    Las palabras mágicas: "No puedo permitirme algo". Eran mágicas porque impedían que la gente hiciera cosas. Pero tenía una magia más grande. Mucho más grande.

    "Puede que tenga dinero ahorrado..." comencé.

    Mimi me miró bruscamente. “Pensé que dijiste que tenías alrededor de $50 hace un par de semanas. Además, no te dejaría comprarme un nuevo amplificador. Cuestan cientos de dólares".

    "Bueno", dijo Ari, "supongo que este es el final de Los Escúteres". Bajó las baquetas. "Lástima. Lo estábamos haciendo realmente bien".

    No, no lo estábamos, pero ¿para qué discutir?

    "Bueno, yo iba a tener que devolver mi batería pronto de todos modos", dijo Ari. Sus padres la habían alquilado para que él la probara.

    "A ver", dijo Mimi, "Veamos. Tenemos un baterista tocando una batería hecha de aire, un bajista tocando con un amplificador con el altavoz rasgado y un guitarrista principal con un amplificador de juguete". Yo estaba usando un amplificador diseñado para niños pequeños que querían fingir que cantaban en la radio. "Todo un grupo para los 40 principales". Metió su bajo en el estuche de cartón.

    "¿Estás renunciando?"

    "No voy a renunciar, pero no puedo tocar si mi amplificador suena como el trasero de una vaca con indigestión".

    "Eeeghhh", dijo Ari. "Una vez visité una granja con mis padres y..."

    "Vale, Ari, no tenemos que escuchar eso", dijo Mimi, quien realmente no tenía a nadie a quien culpar sino a sí misma por mencionarlo en primer lugar.

    Mimi se dirigió hacia la puerta. "Supongo que iré a casa y seguiré con mis tareas de la escuela o algo así".

    "¿Puedes esperar un minuto?"

    "Claro. ¿Quieres que te lleve?

    "No. Quiero decir, no estoy seguro. ¿Quieres darme un minuto para pensar?

    "Bueno, ¡vaaaa-leeee!", dijo Mimi, sorprendida por la agudeza de mi tono. Por lo general, cuando la gente dice: "¿Quieres darme un minuto para pensar?", lo que realmente quieren decir es: "¡Largo! Me estás agobiando". Pero yo en realidad quería un minuto para pensar.

    Es difícil pensar cuando tus amigos te están mirando. ¿Cómo se sienta uno en una posición pensativa? ¿Cómo te acaricias la barba si no tienes barba? Sentí que me miraban, que me preguntaban en qué estaba yo pensando. Por supuesto, yo estaba pensando principalmente en lo difícil que era pensar cuando la gente te estaba observando intentando pensar.

    Así que dejé de pensar y en su lugar decidí.

    "Te comparé un nuevo amplificador", le dije.

    "¿Con que? ¿Con cincuenta dolares? Eso es muy amable de tu parte, Jake, pero... "

    "No, te compraré el amplificador que quieras".

    "Vale, me gustaría un ampli Fender 810 Pro con... ah, veamos, un cabezal Fender Bassman 300 All Tube".

    "Vale."

    "Eso te costará, veamos, son $1,000 y $1,100, un total de alrededor de $2,100".

    "Vale."

    "¿Vale?"

    "Bueno, no del todo vale".

    "Ajá", dijo Mimi. "¡No me lo creo!"

    "Pero el dinero está bien".

    "¿El dinero está bien?"

    "El dinero está bien".

    "Entonces, ¿qué es lo que no está bien?", preguntó.

    "Que no se puede comprar nada demasiado obvio".

    "Un Fender 810 Pro con un cabezal Bassman 300 All Tube es bastante obvio".

    "Ese es el problema", dije.

    Ari interrumpió. "¿Podéis los dos hablar con oraciones más largas?"

    "Sí", dijo Mimi, "y tal vez podrías explicar de qué diablos estás hablando".

    "Siéntate, Mimi", le dije dando palmaditas en el sofá a mi lado. "De verdad, te conviene estar sentada para oír esto".

    Ella no pareció muy feliz de que le dijeran lo que hacer, pero se sentó de todos modos. "Sentada. Adelante."

    "Me ha tocado la lotería."

    "¡Hey, eso es genial!", dijo Ari.

    "Felicidades", dijo Mimi. "¿Tus padres lo saben?"

    "Nop. No se lo he dicho".

    "¿Les estás mintiendo?"

    "No, simplemente, no se lo he dicho".

    "Interesante. Entonces, ¿cuánto has ganado?", preguntó Mimi.

    "Mucho."

    “¿Mucho mucho?” Preguntó Ari.

    "Más que mucho mucho".

    "¿Cuánto mucho más?", preguntó Mimi.

    "$100,000,000".

    Mimi se rio una vez. Ari pareció perder interés. Estaba asumiendo que yo estaba bromeando. "No, en serio", dijo.

    "$100,000,000".

    "Anda ya. ¿Cuánto, Jake?

    "Tienes razón. No fueron $100,000,000. Fueron $111,000,000, pero le di $11,000,000 a Maddie porque le prometí un 10% si lo mantenía en secreto".

    Mimi se rio más fuerte. Ari parecía enojado. "¿Por qué no nos lo dices?", preguntó.

    "Es la verdad. Yo fui el gran ganador".

    "¿Has comprado un boleto a pesar de que tu padre es el mayor anti-lotería del estado?", preguntó Mimi.

    "Tú nunca compras boletos", señaló Ari.

    "No exactamente". Y luego les dije que, al ser un buen chico, una señora que parecía una nave espacial me había regalado un boleto, y que yo lo había escondido de mis padres y había comprado dos peces tropicales.

    "Eso es genial", dijo Mimi, "pero en serio, no te creo".

    "Yo tampoco."

    "Yo tampoco", dije. "Me levanto todos los días y compruebo si todavía es cierto. Y lo es."

    "Pruébalo", dijo Ari. No le gustaba que le tomaran el pelo.

    "¿Cómo?"

    "Compra algo. Algo grande y caro."

    "No puedo. Tengo que pagar en efectivo porque no tengo tarjeta de crédito. Y no puedo comprar nada que mis padres puedan descubrir porque entonces lo sabrán. ¡Y vosotros no se lo podéis decir a nadie! "

    "No te preocupes", dijo Mimi. "No te creemos lo suficiente como para contárselo a nadie".

    "Ni cuando me creáis..."

    “Vale, ambos prometemos nunca decir una palabra. ¿No es así, Ari?

    "Sí, claro, supongo".

    "No puedes suponerlo. Tienes que prometerlo", dije.

    "De acuerdo. Prometo no decirle a nadie tu falso secreto. No es muy agradable, ¿sabes?, Jake".

    "Lo siento, pero es verdad. Mañana vamos a comprar amplificadores de bajo. Y yo me compraré una guitarra nueva".

    Ari parecía herido. "¿Qué tal algo para mí?"

    "Eso va a ser difícil. Puedo comprar un amplificador para Mimi y una guitarra para mí porque los guardaremos aquí en tu sótano y tus padres no lo notarán ni pensarán en eso. Pero si apareces en casa con una batería nueva y elegante, ¿cómo se lo explicarías a tus padres?

    "¿Que me la encontré?"

    "Tendremos que pensar en algo que comprarte que tus padres no noten".

    "Oh. ¡Bueno!... Tampoco es que te crea", dijo Ari.

    "No, claro que no."

    Al día siguiente después de la escuela, los tres fuimos a las afueras de la ciudad donde había una tienda que vendía instrumentos musicales. Era una de esas tiendas que parecía propiedad de alguien que realmente amaba lo que vendía. Había instrumentos nuevos y usados ​​apilados por todas partes: latón por aquí, vientos de madera por allá, teclados en la parte posterior. Un chico estaba tocando una guitarra bastante buena en el gran área llena de guitarras de todo tipo. Terminó el compás de música que estaba tocando, bajó la guitarra y dijo: "¿Solo miráis o puedo ayudaros?"

    Aquel fue el momento. Mimi y Ari habían venido conmigo jugando a lo seguro, fingiendo que yo los estaba engañando. Pero también me conocían lo suficiente como para saber que no molestaría a un vendedor solo para revelar al final que en realidad solo estábamos haciéndole perder el tiempo.

    Debería haber sido fácil. Después de todo, estábamos allí para comprar. Había sacado $5,000 de la cuenta bancaria. Cincuenta billetes de cien estaban en un sobre en mi mochila. Y todo lo que yo tenía que decir era: "Nos gustaría comprar un amplificador y una guitarra".

    Pero dudé. Miré a mi alrededor. Me aclaré la garganta. Dije "um" un par de veces, solo para dejar claro que todavía estaba prestando atención. Revisé por si me tenía que atar los zapatos.

    “Sentíos como en casa”, dijo el hombre. "Probad lo que queráis".

    Y entonces, lo hicimos. Bajé una costosa guitarra eléctrica. "Déjame conectarte eso", dijo el hombre. “Sé que algunas tiendas les dicen a los niños que no toquen. Pero es mi tienda y tocar música significa tocar un instrumento a la perfección. Eso es lo que siempre digo. Aquí tienes”. No solo conectó la guitarra a un amplificador, sino que la encendió en volumen alto. Muy alto. Tan fuerte que incluso mi pésima interpretación sonaba bien. Cada nota que toqué causó que todos los demás instrumentos del lugar vibraran a la misma frecuencia. Desde saxofones altos y bombo hasta xilófonos y diapasones, todos estaban tocando conmigo. Yo no estaba tocando la guitarra. Estaba tocando una tienda de música.

    Era lo mejor que había tocado jamás.

    Después de que la vibración y el eco hubieron terminado, el dueño de la tienda dijo: "Genial, ¿no?" Y yo solo pude asentir en respuesta.

    "¿Qué tal un amplificador de bajo", me dijo Mimi.

    "Vale", dije. "Disculpe, pero ¿tiene amplificadores de bajo?"

    “Claro que sí. Nuevos y usados. Ven aquí. Y pilla uno de esos bajos para que puedas probarlos”.

    Mimi escogió uno bajo barato. "No quiero rayarlo y tener que comprarlo", me explicó.

    El hombre escogió un viejo y grande amplificador de bajo y lo enchufó al bajo de Mimi. Y subió el volumen bien alto. Todo se sacudió. Si Mimi hubiera encontrado las notas correctas, probablemente podría haber saltado toda la tienda un par de metros.

    "Este es uno viejo", dijo el hombre, "pero me gusta más que la mayoría de los nuevos. Muy rico, bajo y grave.

    Mimi asintió, abrumada. "Es bajo y está bien".

    "Prueba algunos de los otros si quieres", dijo el hombre.

    "Me encanta este. Es viejo, pero el sonido es increíble".

    "Bien", dije. "Es menos probable que los padres de Ari noten uno usado que si viniéramos con uno nuevo. Entonces, ¿lo compramos?"

    "Sí, claro", dijo Mimi sin saber si hablaba en serio o si solo estaba siguiendo con la broma.

    "Vale. Y a mí me gustaría comprarme una guitarra".

    "Claro", dijo Mimi. "¿Que tal esta? Es solo que...", miró la etiqueta de precio, "$1,500".

    "Sí, me gusta esa. Pero esta parece mejor", le dije señalándole una hermosa guitarra nueva con un acabado naranja brillante.

    "Y son solo $1,250. Qué ganga.

    “Yo también lo creo. La voy a comprar".

    "Excelente. Y compraré una selección de púas para ella. Solo para mantener mi final. ¿Cuánto cuestan estos días? ¿Veinticinco centavos? Diablos, las compraré para los dos".

    "¿Puedo escoger estas baquetas?", preguntó Ari.

    "Coge una docena de ellas", le dije.

    "Vale, pez gordo", dijo Mimi. "Acércate al buen hombre y compra la guitarra, el amplificador de bajo y la media docena de baquetas".

    "Y la selección de püas", dijo Ari.

    Entonces reuní mi coraje y me acerqué al hombre. "Disculpe, pero nos gustaría comprar algunas cosas".

    "Claro", dijo. "¿Qué será?"

    "Bueno, esto va a parecer extraño, pero me dieron mucho dinero para un gran evento..."

    "¿Como un cumpleaños?", sugirió.

    "Más o menos. Entonces, tengo un montón de dinero en efectivo, y me gustaría comprar...", y luego simplemente dije: "Este amplificador de bajo, esta guitarra y una docena de baquetas".

    "Y una selección de púas", dijo Ari.

    "¿Has visto las etiquetas de precios?", preguntó el hombre.

    "Sí. La guitarra cuesta $1,250 y el amplificador de bajo es $650. Y las baquetas cuestan $5 cada una. Metí la mano en mi mochila y saqué veinte billetes. "Y este es nuestro dinero".

    "¡Guao!", dijo el hombre sorprendido de que realmente tuviera el efectivo.

    "¡Oh, Dios mío!", dijo Mimi.

    El hombre tamborileó con los dedos sobre el mostrador. "Por lo general, cuando un niño recibe un montón de dinero para su cumpleaños o su bar mitzvah o lo que sea, y quiere gastarlo en instrumentos, sus padres vienen con él", dijo.

    "Estoy seguro", dije. “Pero esto es diferente. Mis padres estarían de acuerdo con esto."

    "Te creo, pero tengo que consultar con ellos".

    "¿Por qué?"

    “Míralo desde mi punto de vista. Confío en vosotros. Me gustáis. Vi cómo os tratabais los unos a los otros. Vosotros sois buenos amigos y eso significa que sois buena gente".

    "Gracias."

    "Pero no puedo aceptar $2,000 de un niño de 13 o 14 años. Supongamos que es dinero que tus padres te dieron para la universidad. Llevas el equipo a casa y recibo una llamada enojada de sus padres. ¿Cómo me atrevo a aceptar ese dinero de un niño? ¿No tengo sentido común? Y tengo que devolver el dinero, y tengo suerte si los padres no llaman a la policía. ¿Lo entiendes?"

    "Supongo."

    “Mira, me siento terrible. Me encantaría que os llevarais los instrumentos. Me encantaría ganar dinero vendiéndolos. Pero no puedo. Así no. Trae a tus padres y lo haremos".

    "¿Estás seguro?"

    "Estoy seguro. Lo siento, pero estoy seguro".

    Debí de haber parecido tan triste como me sentía. Me gustaba mucho esa guitarra y quería que Mimi tuviera su amplificador de bajo. El hombre vio cómo me sentía y dijo: "No venderé el amplificador o la guitarra a nadie hasta que vuelvas. En cualquier momento de la próxima semana. ¿De acuerdo? Entonces puedes traer a tu mamá o papá..."

    Yo no iba a traer a mis padres. "Gracias, pero no te molestes".

    "Vale. Lo que tú digas. Lo siento, chavales."

    "Nosotros también. Pero gracias por dejarnos tocar. Tienes una tienda genial ”.

    "Gracias. Volver de nuevo."

    Mientras nos subíamos a nuestras bicicletas, Mimi me dijo: “Eso ha sido muy fuerte. Creemos en ti."

    "Sí", dijo Ari. "Has ganado la lotería".

    "Ojala pudiéramos celebrarlo", dije. Y luego fuimos al garaje de Ari, a mi guitarra barata y al amplificador roto de Mimi.

Capítulo 10

    "Baja eso", me gritó mi padre desde otra habitación.

    Me quedé impactado.

    Mi padre estaba muy, muy malhumorado. Normalmente, mi padre es, en todo caso, un bobo, el tipo de padre que equilibra un cojín redondo en su cabeza mientras baila por la habitación cantando "No es más que una luna de papel", sin ninguna razón. Cuando se enoja, generalmente es por algo en particular. Luego te confronta en persona, te castiga si es necesario y se termina, y él vuelve a ser su bobo normal. Oh, a veces se pone demasiado serio sobre algún tema, pero ese es papá el editor de un periódico.

    Así que me sorprendió cuando me gritó por poner un MP3 en mi habitación. Claro, puedo haber tocado algunas notas altas que atravesaron las paredes de nuestra casa como un pincho caliente que atraviesa un malvavisco. Pero normalmente mi padre se habría unido en lugar de gritarme. Peor aún, estaba enojando. Cuando entré al estudio donde estaba trabajando en algo en su ordenador, no levantó la vista y no dijo hola. Estaba malhumorado.

    A la mañana siguiente, en el desayuno, volvió a ser un gran cuenco lleno de cangrejos. Se apoyó junto al mostrador leyendo el periódico, no La Gace, sino el periódico de la gran ciudad que nos habían entregado, y solo nos habló para que comiéramos más pulcramente, lo que generalmente es el trabajo de mi madre. Era como si estuviera buscando formas de sacarnos de quicio.

    Esa tarde me llevó al dentista. En silencio. Cuando llegamos al estacionamiento, le pregunté "¿Qué pasa?"

    Aún no me miraba. "No pasa nada", dijo, pero debió de haber sonado poco convincente incluso para sí mismo. "Tengo un problemilla con el periódico".

    "¿Que tipo de problema? ¿Puedo ayudar?"

    "No", respondió casi sonriendo. "No hay nada de qué preocuparse. Es solo que la publicidad no funciona".

    "¿Por qué?"

    "Competencia. El Registro del Condado de Boynton se está comiendo un poco a La Gace. Eso es solo parte del negocio".

    "¿El Registro? ¿Por qué se anunciaría allí alguien?"

    “Cubren mucho más territorio. Por supuesto, tampoco lo cubren, pero a los anunciantes les gusta que su mensaje se entregue en todo el área de los tres condados".

    "¿Qué vas a hacer?"

    "No hay mucho que hacer. Nos irá bien", dijo tratando de parecer despreocupado. Pero yo tuve un día completo de su mal humor que me decía que estaba preocupado.

    Después del dentista, me encontré con Ari. Estaba poniendo calcomanías en su patinete. "¿No son geniales?", preguntó. Estuve de acuerdo, aunque pensé que lo que realmente quedaría genial en un patinete era no caerse de él cada vez que se subía.

    "Bueno, ¿estabas bromeando sobre la lotería?"

    "No."

    "Esto es tan guay."

    "Ya. Supongo."

    "¿Podemos, como, ir a comprar algo?"

    "No, Ari", dije poniéndome un poco malhumorado. "Ya te lo dije, nadie puede saber nada de esto". Una repentina sospecha vino sobre mí. "¿Se lo has dicho a alguien?"

    "¡No!", insistió convincentemente. "Hey, Mimi", dijo saludándola mientras ella se acercaba en su bicicleta.

    "Hey, niño rico", dijo ella.

    "¡Mimi! No te burles. Esto tiene que permanecer en secreto de verdad".

    "Vale", dijo ella. "Nunca volveré a llamarte así". Y no lo hizo.

    "Hey", dije, "tengo que mostrarte algo". Saqué la nueva Cuchara Terwilliger del saco de terciopelo.

    "Guao", dijeron Ari y Mimi juntos.

    Ari rompió el silencio. "¿Cuánto...?", preguntó.

    "Estás viendo una cuchara por valor de tres mil dólares".

    "Eso es mucha cuchara", dijo Mimi. Ladeó la cabeza hacia un lado para verla de nuevo. "Es un poco fea".

    Y ella tenía razón. Demasiadas florituras para mi gusto.

    "Bueno, ¿cómo vamos a dársela a Amanda?", preguntó Ari.

    "No estoy seguro", dije. "Tal vez después de la escuela podrías acercarte a ella y..."

    "¿Acercarme a ella?", dijo con el miedo escrito en su rostro con grandes letras rojas.

    "No", dijo Mimi con certeza, "creo que deberíamos optar por un drama con esto". Ari dejó el trapo que estaba usando para limpiar la tierra del patinete. "Eso le gustará más. No se lo des a ella sin más. Haz que vuelva a aparecer misteriosamente y hazle saber que tú eres quien lo hizo posible".

    "Interesante", dije. "¿Cuál es tu plan?"

* * *

    "Entonces", dijo Ari a Amanda con un pie moviendo nerviosamente el patinete adelante y atrás. En mi cabeza, yo estaba gritando: "¡Quita el pie del patinete!". Sabía lo que sucedería.

    “¿Y qué?” Respondió Amanda, no particularmente cálida.

    "Pues, me preguntaba si tu padre tiene un lugar especial para la Cuchara Terwilliger".

    Amanda lo miró como si fuera de otro planeta. Yo no podía culparla. Aunque Ari seguía nuestro guión, era tan torpe y falso que parecía un extraterrestre tratando de pasar por humano. "¿Y a ti por qué te importa?", preguntó ella a su vez.

    “Sólo pregunto, ociosamente. No hay razón real. Sólo preguntaba. Me pregunté, preguntándome..."

    Lydia, parada junto a Amanda, le dijo: "Venga, vámonos".

    "La guarda en la repisa de la chimenea en la sala de dibujo, si realmente quieres saberlo", dijo Amanda.

    “Repisa, repisa. Muy repisa. Sí, una salosa depisa de ribujo. Muy salisa". Los circuitos de Ari obviamente se estaban derritiendo. Afortunadamente, Lydia intervino y apartó a Amanda mientras ella se quedaba mirando a mi balbuceante amigo.

    Como era inevitable, el patinete resbaló bajo el pie de Ari, rebotó en la pared y se detuvo al pie de la colina. Afortunadamente, no había atropellado a nadie. Esta vez.

    "Buen trabajo", le dije a Ari después de que las dos chicas se hubieran ido.

    "Salpisa", respondió él.

    Así concluyó la Fase Uno del plan de Mimi, también conocida como La Fase Fácil.

* * *

    La Fase Dos prometía mucha más aventura. De alguna forma, teníamos que meter la cuchara en la mansión Loy.

    Mimi había resuelto los detalles. Por eso ahora yo estaba bebiendo más agua de la que podía contener, esperando a que Amanda entrara a la cafetería. Al final, el agua salía de mi boca hacia la fuente tan rápido como entraba, Amanda y Lydia se acercaron. Yo las seguí discretamente hasta la cafetería y me senté junto a ellas.

    "Os importa si me siento aquí", dije ya sentado.

    "Bueno..." comenzó Lydia.

    "Es un país libre", finalizó Amanda. Muchachas encantadoras.

    Puse mi mochila junto a la de Amanda. Y esperé.

    Íbamos ya a medio camino de la gelatina verde con fruta misteriosa cuando Mimi se acercó. Lydia se había ido a su próxima clase. "Amanda, ¿puedo hablar contigo un minuto?", preguntó Mimi.

    Amanda pareció sorprendida. Luego molesta. "Estoy comiendo", respondió ella mordisqueando suavemente los bordes de gelatina de lo que alguna vez pudo haber sido una uva.

    "Es importante. Sería un favor personal".

    Casi se podía escuchar la voz interior de Amanda pensando: ¡Ajá! Ella me deberá un favor a cambio... ¡algo que podré usar contra ella cuando yo quiera! "Bueno, está bien", dijo en voz alta. "Adelante."

    "Aqui no. Es personal. ¿Podrías pasar a esta mesa vacía?

    Mientras conversaban, me las arreglé para tirar "accidentalmente" tanto mi bolsa como la de Amanda al suelo. Mientras buscaba debajo de la mesa para recuperar ambas bolsas, reemplacé el libro de estudios sociales de Amanda por el mío. Habíamos terminado con los estudios sociales por el día y esperaba que ella no notara el cambio hasta llegar a casa.

    Yo estaba subiendo las bolsas a la mesa cuando Amanda regresó.

    “¿Qué estás haciendo?” Exigió ella.

    “Se han caído las bolsas. Solo las he recogido. Lo siento."

    Amanda me lanzó dardos con la mirada, tomó una cucharada más de gelatina verde y se fue a clase de inglés.

    Cuando se fue el peligro, Mimi se acercó. "¿Lo has hecho?", preguntó ella.

    "Sip. ¿De qué habéis hablado vosotras dos?

    "Oh, de nada."

    "Algo tendría que ser".

    "Solo conversación de chicas".

    "¿Conversación de chicas? No sabía que había algo llamado conversación de chicas".

    “Si tienes que saberlo, le pedí consejo. Supuse que sería atractivo para su vanidad."

    "Consejos sobre qué".

    "Sobre nada."

    "Alguna cosa sería. ¿Qué era?

    “Bueno”, dijo Mimi sonrojada, “Si realmente tienes que saberlo, le pregunté si estaba interesada en ti. Ya sabes, si es por eso que ella estaba sentada a tu lado. Me hice la celosa".

    "¡No!"

    "Absolutamente. Y a ella le encantó eso".

    "¿En serio?"

    "No sospechó nada".

    Recogí mi mochila, la que tenía el libro de Amanda, y comencé a ir a mi próxima clase. Pero me di la vuelta y le hice a Mimi una pregunta más: "¿Qué dijo ella acerca de estar interesada en mí?"

    La respuesta al parecer requería que Mimi me lanzara a la cabeza lo último de la gelatina verde.

* * *

    En un sábado normal, yo iría con mis peores pantalones vaqueros, que son, por supuesto, los que más me gustan: rodillas rotas , un parche donde solía estar el bolsillo trasero, los bajos deshilachados y grasientos de quedar atrapados en la cadena de mi bici. Sin embargo, este sábado no, Yo iba vestido mejor de lo que me vestía para ir a la escuela. Incluso me había peinado el pelo con agua para que permaneciera en su sitio durante más de 12 minutos. Hoy era especial. Hoy iba al Palacio de los Loy.

    A las 12:30, Ari se pasó por mi casa. No solo estaba bien vestido, sino que se había abrochado el último botón y parecía alguien que había escapado de una comedia de situación de los años cincuenta. Estaba inquieto, rascándose los brazos, luego las costillas, y luego los brazos otra vez. Mientras tanto, tenía una sonrisa tonta en la cara.

    "Vamos", dije, y nos fuimos a la casa de los Loy.

    Podías ver la casa que se elevaba sobre Chestnut Hill mientras subías. Primero ves las torres gemelas cubiertas de hiedra. Luego ves la parte principal de la casa, tres plantas, ladrillo viejo, vidrieras. Y luego, por fin, ves la alta verja de hierro con las ratas almizcleras de acero en cada barra. Nosotros nos anunciamos en la puerta a un hombre con el doble de edad y mitad de cabello de mi padre. "Se les espera", dijo después de mirar una lista en un portapapeles. La puerta se abrió y entramos con las bicis.

    Mientras subíamos los escalones, la puerta se abrió como por arte de magia. El vestíbulo era del tamaño de una pequeña carpa de circo, con madera y vidrieras por todas partes. En el centro había una escalera por donde podían subir tres caballos a la vez. Hacía más frío en el pasillo que fuera de la casa y olía como al lino que mi abuela ponía en su armario ropero. Detrás de la puerta había un hombre alto que se presentó como el Sr. Paul y nos ofreció limonada. Yo dije que sí al mismo tiempo que Ari dijo que no. Momento en que Ari cambió a sí.

    Cuando los pasos del Sr. Paul resonaron detrás de él, escuchamos el suave ruido de unas zapatillas. Quien se acercaba no era sino el mismísimo Sr. Loy vestido con un traje azul oscuro, camisa blanca, corbata amarilla a rayas azules y zapatillas de cuero gastadas. Tenía una copia de El Registro doblada bajo un brazo con una copia de La Gace sobresaliendo de su interior. "¿Quién tenemos aquí?", preguntó con voz cortés. "¿Amigos de Amanda?"

    "Sí, señor", le dije. Yo no suelo llamar a la gente "señor", pero tenía la sensación de que al Sr. Loy le gustaría. "Soy Jake y este es Ari".

    El señor Loy nos estrechó la mano. "¿El sr. Paul os ha dejado entrar y ha ido a buscar a Amanda?

    "Y limonada", dijo Ari.

    “Ah, sí, limonada. Y Amanda. ¿Y tienes apellidos?

    "Richter", le dije. Si hubiera inventado un nombre para proteger mi identidad, estaba seguro de que Ari me habría corregido.

    "Jake Richter", dijo el señor Loy pensativo. Enderezó los papeles debajo de su brazo para que La Gace ya no sobresaliera. No podría decir si fue porque él me había reconocido como el hijo del editor de la competencia o porque me había pescado mirando los periódicos. "¿Y tú, muchacho?", Le preguntó a Ari.

    "Ari", dijo de nuevo.

    "¿Y tu apellido?"

    Ari no dijo nada durante un tiempo sospechosamente largo. "Marcial", le dijo.

    "Sr. Marcial, quizás te convendrìa estudiar un poco más”, dijo Loy en lo que al parecer se suponía que era una broma. "La próxima vez haremos un test relámpago".

    "Testámpago", dijo Ari.

    Entonces quedó claro por qué Ari se había quedado sin palabras: Amanda había salido de la biblioteca. Se acercaba con un resplandor rojo y naranja en una casa de color marrón y negro. “Ah, ahí está. Disfrutad de esta tarde gloriosa", dijo el Sr. Loy.

    Amanda llevaba mi libro de estudios sociales, el que yo había cambiado por el suyo en la cafetería el viernes. Ari la miraba como si ella fuese un pájaro planeando hacia un árbol. Pero antes de aterrizar vio a otra persona salir de la biblioteca: Roger. El futbolista. Roger. El novio. Prácticamente se pudo ver a Ari encogerse dentro de su ropa.

    Mientras Roger nos miraba de arriba abajo, sin duda calculando cuántas yardas podría lanzarnos, el Sr. Paul regresó con cuatro vasos y una jarra en una bandeja de plata. "¿Debo servir la limonada en la terraza, Amanda?" Aunque tuve la tentación de responder: ¿Qué tal en el pasillo, Sr. Paul? Yo era un buen chico y me contuve. Amanda se sorprendió de que nos quedáramos más tiempo del necesario para dejar el libro, pero había sido educada para ser lo bastante cortés y no objetó cuando caminamos hacia un porche lleno de flores tropicales y el tintineo del agua que caía. No era exactamente de mi gusto, pero no estaba mal del todo.

    "Esta es una casa increíble", le dije.

    "Es un total fastidio vivir aquí", dijo Amanda. "No puedes dejar tus cosas por ahí, y si por casualidad pones lápiz de labios en los espejos de cristal del salón de baile, bueno, tienes que pasar toda la tarde limpiando. Y el calentador de la piscina se rompe."

    Pobre, pobre Amanda.

    Si pudiera gastar mi dinero abiertamente y decidiera construir una casa, usaría la mansión de Amanda como modelo para mi arquitecto. Le llevaría a un dar recorrido y le señalaría las diversas características: Así no. Y así tampoco. Y así definitivamente no.

    Ari estaba engullendo su limonada como si estar en presencia de Amanda fuese acercarse demasiado al sol y se le hubiera secado el cuerpo. Le indiqué que redujera la velocidad. Nuestro plan nos obligaba a pasar unos minutos en la casa. “¿Te importaría si uso el baño?”, pregunté. Amanda puso los ojos en blanco. "Por ahí", dijo señalando en dirección a la biblioteca con su repisa en la chimenea.

    Dejé a Ari sentado a la mesa mientras Roger sonreía y Amanda posaba sus bronceadas piernas en la silla frente a ella. A mí me preocupó que aquello pudiera ser demasiado para mi amigo, pero no tenía otra opción. El plan lo exigía.

    El baño era del tamaño de mi habitación. Después de estar allí un rato inspeccionando el grifo con cabeza de león y la fotografía enmarcada del Sr. Loy estrechando la mano al presidente de una gran corporación, o de un pequeño país, salí del baño y me equivoqué a propósito. Después de unos segundos de deambular, entré en la biblioteca y, sacando mi Cuchara Terwilliger de su saco de terciopelo, la puse en la repisa de la biblioteca, en la repisa que había sido creada especialmente para ella. Quedaba perfecta, la plata brillaba como una chispa de fuego en su marco de caoba. Misión cumplida.

    "¿Puedo ayudarle?" Vino la voz detrás de mí. Me di la vuelta. El señor Paul acababa de entrar.

    "No, solo estoy tratando de encontrar el camino de regreso al porche. Y a Amanda", dije, "¿En qué dirección está el pasillo, señor Paul?" Me resistí la primera vez, pero no pude evitar la segunda.

    "A su izquierda, siga recto, gire a la derecha en la sala de macetas y allí está el porche". Después de agradecerle, dijo: "Okeyk makeyk, Jake". [NdT: En el original dice una frase sin sentido que rima con "Jake": «Don't break the rake, Jake» (No rompas el rastrillo, Jake)]

    Quizás él fuese un buen tipo.

    Cuando me uní a la incómoda fiesta, Amanda se estaba poniendo algún tipo de aceite en las piernas. Roger le escupía cubitos de hielo a un gnomo del jardín. Ari respiraba forzadamente, como si tratara de inhalar a Amanda por la nariz. Asentí con la cabeza a Ari, nuestra señal de que todo había ido bien y dije: "Bueno, deberíamos irnos. Cambiemos los libros y nos pondremos en camino". Amanda deslizó mi libro hacia mí y yo le di el suyo. Esta era la señal de Ari.

    Él, por supuesto, no la entendió. Estaba allí sentado como un perro con la cabeza fuera de la ventanilla de un coche, con la lengua ondeando en la brisa. "Y nos pondremos en camino", dije de nuevo, intencionadamente. Más silencio. "Una sola cosa más", dije yo robando la frase de Ari, con la esperanza de ponerlo en marcha. "¿No hay una cosilla más, Ari?" Se suponía que Ari debía decir: "Si revisas la biblioteca, encontrarás la Cuchara Terwilliger". En cambio, Ari dijo: "¿Una cosa más? ¿Qué?"

    Amanda interrumpió nuestro pequeño y descabalgado guión. "Ah", dijo, "por cierto, encontramos esa estúpida Cuchara Terwilliger".

    Por supuesto, fue en ese momento cuando Ari decidió pronunciar sus frases: "Si revisas la biblioteca, encontrarás la Cuchara Terwilliger".

    "Sí, lo sé", dijo Amanda mirándolo como si fuera idiota, lo cual, técnicamente hablando, estaba justificado. “La encontramos la semana pasada detrás de un sofá en el cine de casa. Estaba un poco rayada y polvorienta, pero el Sr. Paul la ha estado arreglando".

    ¿Y qué sería exactamente del Sr. Paul y de Amanda y del padre de Amanda cuando encontraran una segunda Cuchara Terwilliger exhibida con orgullo en su biblioteca? Ahora teníamos que llevarnos la cuchara antes de que alguien se diera cuenta.

    Ari, habiendo comenzado el discurso de su guión, continuó. "Ya ves", dijo, "recuperamos tu cuchara..."

    "Ari", le dije bruscamente, "sé que estás emocionado de que la familia de Amanda haya encontrado la cuchara. Muy emocionado. Pero no hay necesidad de continuar al respecto".

    "Pero...", dijo Ari.

    "Sin peros. Que tenemos que irnos. Hay que irse. Debemos.” Entonces tuve una idea. “Dime, ¿cuándo crees que el Sr. Paul habrá terminado de arreglar esa vieja cuchara? Nos encantaría verla. He oído mucho sobre la cucharología y todo eso."

    "Oh, no sé", dijo Amanda sin pensar realmente. "Creo que se puso a ello esta mañana".

    "Ooh", dije agarrándome el estómago. "¡Este dolor de estómago! ¿Puedo usar el baño otra vez?"

    Amanda puso los ojos en blanco. "Lo que sea."

    Volé por el pasillo hacia la biblioteca, pero giré a la izquierda cuando vi al Sr. Paul acercarse desde la dirección opuesta. Ahora me encontraba en territorio inexplorado. Al final del largo pasillo había una especie de salón con techos tan altos que se podría criar una familia de halcones allí dentro. Mis posibilidades de ser descubierto eran mucho mayores en una sala tan grande y abierta, así que me escabullí por una pequeña escalera a mi izquierda. Aunque yo no iba disfrazado ni camuflado, las escaleras eran tan oscuras que casi servían para lo mismo. Subí con cuidado, tratando de mantener los pies en el borde de cada escalón porque había leído en un libro de espías que así es como evitabas que crujieran las escaleras. El libro de espías estaba equivocado, pero llegué a arriba sin ser descubierto.

    Y allí estaba el estudio privado del señor Loy. Sabía que era del Sr. Loy porque había fotos de él en cada pared: fotos con el alcalde, nuestro senador y con tres ex presidentes, y una pintura al óleo de él parado como un rey con una mano en un globo terráqueo, y fotos de artículos periodísticos sobre sus éxitos. Sabía que era privado porque solo había una silla, una de cuero verde del tamaño de un trono detrás del escritorio. Lo que me sorprendió fue que, según la página web abierta en la pantalla de su ordenador, el Sr. Loy quería comprarse un buggy. Aquella casa estaba llena de sorpresas.

    Salí de la habitación tan silenciosamente como pude y volví a bajar la oscura escalera. Según mis cálculos, si daba una serie de giros a la derecha, yo debería acabar entrando en la biblioteca. Pero mi cálculo no es muy bueno cuando se trata de orientación. De hecho, una vez me perdí en mi propia casa, pero mis padres habían cambiado de sitio unas fotos, así que tal vez yo no fuera tan malo orientándome como parecía. No, en realidad era tan malo como parecía.

    Después de una serie de giros a la derecha por grandes pasillos, me encontré no en la biblioteca sino en la puerta del invernadero... un gran callejón sin salida con paredes de cristal. Di la vuelta y vi lo que solo podía ser el taller del Sr. Paul. La puerta estaba abierta y la luz apagada. Era una habitación pequeña, pero más grande que la oficina privada del Sr. Loy. Al parecer, el señor Paul era bastante hábil, ya que las paredes estaban llenas de herramientas para trabajar la madera, arreglar aparatos electrónicos, dar forma al metal y manipular pequeños mecanismos como relojes. Y allí, en el centro de la mesa de trabajo, en el mismo centro de la habitación, estaba la Cuchara Terwilliger, tan brillante y tan Terwilliger como siempre.

    Escuché pasos.

    Me alejé unos pasos del umbral y fingí estar buscando la salida, a pesar de que estaba justo detrás de mí.

    Los pasos doblaron una esquina y se hicieron cada vez más leves.

    Temiendo que me pudieran encontrar en cualquier momento, y sin pensar, cogí la Cuchara y me fui.

    Con ella segura en el bolsillo, volví al porche donde Ari se mecía de un lado a otro, como un diapasón. Al parecer tratando de tener una conversación relajada con Amanda. "Hey", dije, "será mejor que nos vayamos".

    "Irme. Tengo que irme. Irme", dijo Ari.

    Amanda apenas levantó la vista cuando dijo: "¿En serio? ¿Tan pronto? Bueno, adios adios. El señor Paul os llevará fuera."

    Y así dejamos esa casa de muchos pasillos y demasiadas cucharas. Cuando volvimos a la calle, al final del largo camino desde la casa y fuera de la vista, metí la mano en el bolsillo y saqué triunfante la Cuchara Terwilliger. "No te preocupes", le dije, "la tengo".

    "Y yo también", dijo Ari sacando también la Cuchara Terwilliger de su bolsillo. "Me colé en la biblioteca".

    Miré a Ari. Ari me miró. Sin pensarlo, yo estaba cansado de pensar, los dos pusimos nuestras cucharas en el buzón del Loy.

    "Ya lo resolverán ellos", dije y nos alejamos en bicicleta.

Capítulo 11

    Aprendí una lección del desastre de la Cuchara Terwilliger. De hecho, aprendí algunas lecciones. Primero, Ari no tiene remedio. ¿Por qué pensó que tenía una oportunidad con Amanda? Amanda estaba saliendo con un chico tres años mayor que ella y que confundía músculos con personalidad. ¿Y qué dice eso de Amanda? Pues que ella dejaría en la cuneta a Roger por un tipo de cartón con más músculos y le llevaría dos semanas descubrir que el tipo no era real.

    Segundo, aprendí que aquella fue simplemente una forma estúpida de gastar el dinero. Gracias a los tres mil dólares que gasté, ahora existía una copia perfecta de una cuchara realmente fea. Ari no estaba más contento. No era más feliz. El mundo no era más feliz. Tenía que haber una mejor manera de usar el dinero que me habían dado.

    Tercero, aprendí que trabajar en un restaurante es realmente duro.

* * *

    Yo estaba acostado en la cama el sábado siguiente pensando felizmente en todas las cosas que podía comprar y luego, tristemente, pensando en cómo no podía comprarlas sin mentir a mis padres. ¿Una guitarra nueva? Había pasado por eso. ¿Una scooter Segway? ¿Dónde la iba a guardar y dónde la iba a conducir? ¿Antiguos cromos de béisbol? Mis padres probablemente nunca se enterarían, pero no me gustaban los antiguos y caros cromos de béisbol. ¿Un cortacésped? ¿Una piscina? ¿Un pony? ¿Gemelos de diamantes? Ni siquiera tenía camisas.

    Sonó el teléfono.

    "Es para ti", gritó mi madre escaleras arriba.

    "Hola, Ari", le dije, ya que él es el único que me llamaría tan temprano un sábado por la mañana.

    "No soy Ari", dijo la voz.

    "¡Mimi!"

    "Sí, soy tu amiga olvidada, Mimi".

    "Oh, lo siento. Iba a ir a verte hoy. De verdad. He estado envuelto con Ari".

    "¿Cómo os fue?"

    "Yo fui. Fue. Fue una estupidez."

    "¿Puedo ir?"

    "¿Ahora?"

    "Sí. Ahora mismo."

    "No suenas muy bien".

    “¿Puedo ir?” Insistió ella.

    "Claro. Me vestiré y todo".

    "Nos vemos."

    Mimi tardó menos de cinco minutos en llegar, un nuevo récord. La encontré abajo y fuimos al columpio de mi patio trasero. Soy demasiado grande para el columpio, pero por eso me gusta. Siento mi edad real sentado en él.

    "¿Por qué tanta prisa?", pregunté cuando Mimi extendió las piernas y consiguió algo de altura en el columpio.

    "Solo quería salir de mi casa".

    "¿Que esta pasando?"

    "Nada."

    Sabía que eso no era cierto.

    Mimi soltó el columpio en su punto más alto, navegó por el aire y aterrizó en nuestro césped. Aquello iba a dejar una desagradable mancha de hierba en su trasero.

    “Bueno, ¿qué quieres hacer?”, le pregunté.

    "Mi mamá y mi papá están peleando", dijo.

    "Eso apesta. ¿Qué pasa?"

    "Mi mamá quiere conseguir un trabajo y mi papá no quiere que lo haga".

    "Pensé que tu madre trabajaba en la Guardería de Cuidado de Día Soleado".

    "Lo hace. Media jornada."

    "Ese nombre siempre me ha molestado", dije interrumpiendo estúpidamente el flujo de Mimi. “Quiero decir, ¿es un día soleado durante el cuidado o está soleado el cuidado de día? ¿No debería ser realmente Guardería de Cuidado de Día Soleado de Día? "

    "Lo que sea", dijo Mimi con un claro mensaje.

    "Lo que sea", dije reconociendo que soy un idiota.

    "Ella lleva trabajando allí cuatro días a la semana durante unas horas mientras estoy en la escuela, pero ahora la madre de Betty Freed quiere contratar a mi madre para que trabaje en su oficina. Como gerente de oficina."

    "¿Y cuál es el problema?"

    "Ha asustado a mi papá. Él dice que en realidad solo es un nombre elegante para un trabajo de secretaria y que a mi madre no le gustaría tanto como trabajar en la guardería y que ella lo haría por el dinero".

    "¿Y por qué tu mamá quiere hacerlo?"

    “Creo que porque necesitamos el dinero. Esa es la parte que me está asustando. Creo que a mi papá le preocupa que lo despidan. Ha tenido ese trabajo desde siempre".

    "Él trabaja en Industrias Loy, ¿no?", pregunté. Yo nunca había prestado mucha atención a los trabajos que tenían los padres de mis amigos. Después de todo, cuando escuchas a los padres hablar sobre el trabajo, casi siempre se quejan de personas que no conoces. Mi padre es diferente, pero eso se debe a que es editor de un periódico, lo que significa que cubre cosas interesantes. O tal vez es solo porque es mi papá.

    "Sí. Él es gerente ahora. Pero parece que piensa que la compañía va a despedir a un montón de gente".

    "Eso apestaría". Industrias Loy era la compañía más grande de la ciudad. Nunca estuve seguro exactamente de lo que hacían, pero fuese lo que fuese, se necesitaba una gran fábrica. Mi padre me explicó una vez que Industrias Loy fabricaba piezas para otras fábricas: máquinas que construyen otras máquinas. Por supuesto, comencé de inmediato a preguntarme quién fabricaba las máquinas de Industrias Loy en primer lugar, que serías máquinas que construyen máquinas para construir máquinas. ¿Y quién hacía esas máquinas entonces? Y así sucesivamente hasta encontrar la fábrica que fabrica las máquinas para fabricar todas las demás máquinas para construir fábricas. Ahí es donde me gustaría trabajar a mí.

    "Hey", le dije, "¿Quieres ir al parque de patinaje?"

    "¡Sí!", dijo Mimi. "Oh", agregó, con la luz apagándose en sus ojos, "no creo que pueda".

    "¿Por qué no?"

    "Se supone que debo estar vigilando mi dinero". Costaba $4 ir en patinete durante una hora.

    "No hay problema. Creo que tengo algún extra", dije.

    Nos fuimos y hablamos de todo excepto de los padres de Mimi.

* * *

    "¿Qué está pasando con Industrias Loy?", le pregunté a mi papá cuando nos sentamos en la sala de estar antes de la cena.

    "¿Qué quieres decir?"

    "Escuché que van a despedir a un montón de gente".

    "¿Una descarga?"

    "No lo sé. ¿Qué es una descarga? "

    "Cuando una empresa despide a un grupo de personas", dijo papá levantando la vista de su revista. "Bueno, eso es interesante".

    "¿No sería eso malo para la ciudad?"

    "Está claro que no sería bueno. Loy emplea alrededor del quince por ciento de las personas en esta ciudad. Si la fábrica tiene una descarga, habrá muchas personas que ya no tendrán salario. Y no hay tantos trabajos abiertos para que la gente llegue aquí".

    "¿Entonces, qué hace la gente?"

    “Consiguen un seguro de desempleo por unos meses. Pero, en última instancia, las personas encuentran trabajo o tienen que mudarse a otro lugar".

    "Eso es malo."

    "Es malo para todos. Es malo para la gente. Y es malo para la ciudad. Cuando una ciudad se hace más pequeña, hay menos personas que pagan impuestos, por lo que la ciudad tiene menos dinero para gastar y también tiene que recortar los programas. Hay menos dinero para las escuelas, los parques, la biblioteca, para arreglar las carreteras... "

    Nos quedamos en silencio durante un rato, pensando en lo que podríamos perder. Yo estaba pensando principalmente en Mimi. Odiaría que ella tuviera que mudarse. Cambiaría tanto la ciudad para mí que sería como si nos mudáramos nosotros.

    "¿Dónde te has enterado de eso?", preguntó papá.

    "No sé."

    "Debe de haber sido en alguna parte".

    "No me siento bien al decírtelo. La persona que me lo dijo no dijo que estuviera bien contarlo a nadie, especialmente al editor del periódico local".

    “¿Protegiendo tus fuentes? Eso es lo primero que un buen periodista aprende a hacer. Pero voy a investigarlo".

    Debí de haber parecido preocupado.

    "No te preocupes. No dejaré que nadie sepa que escuché el rumor de ti".

    Aunque no podía comprar nada de lo que mis padres notarían, había formas de gastar dinero que no notarían. Por ejemplo, ahora tenía postre casi todos los días en el almuerzo. Y mi pecera tropical se estaba llenando de nuevos ciudadanos, incluidos tres a los que denominé "Secreta", "Mente" y "Rico".

    Esa tarde, fui a la tienda de juegos y compré un par de nuevos videojuegos. Pagué en efectivo, por supuesto. Y aunque la cantidad que me costó fue menor que mi dinero ganado en diez minutos simplemente sentado en el banco, me pareció incorrecto. Me lo podía permitir, pero aún así parecía un desperdicio. Casi salí de la tienda sin comprar nada cuando decidí que tener $100,000,000 y tener demasiado corazón para comprar incluso un estúpido videojuego o dos era un desperdicio aún mayor. Luego, los compré y fui a Ari para jugar con ellos.

    "Ese es un juego nuevo", dijo la madre de Ari, sorprendiéndome. Yo no creo que mis padres sepan qué juegos tengo.

    "Es de Jake", dijo Ari con toda sinceridad.

    Resultó que ambos juegos eran bastante tontos, a menos que puedas sorprenderte cuando el mismo troll salta de detrás de la misma roca cada vez que te obligan a reiniciar un nivel, o si tu idea de diversión es la de bajar una montaña en jet esquís que tienden a chocar contra los árboles sin importar cuán cuidadosamente los conduzcas. Dejé los juegos con Ari y me dirigí a casa.

    Era un viernes por la noche y parecía que todo la ciudad estaba relajada y ansiosa por el fin de semana. El cielo se estaba volviendo de ese profundo tono azul que es el color que veo en mi mente justo antes de quedarme dormido. Había suficiente brisa para hacer de la sopa una posibilidad, pero no la suficiente para frenar mi bicicleta. No soy de los que notan mucho el clima, pero esa noche fue una excepción.

    Como era viernes, mi padre estaba en casa con una copia de su periódico. Había estado "en la imprenta" todo el día y parecía cansado pero no molesto. Eché un vistazo al titular y casi me salió el chicle por la nariz: "Industrias Loy amenaza con despidos".

    "Papá", le dije, "¿Cómo has podido?"

    "¿Cómo he podido qué, Jake?", dijo como alguien que esperaba relajarse solo para descubrir que tenía que enfrentar las acusaciones de su hijo. Que era exactamente lo que pasaba.

    "Te hablé de los despidos de Industrias Loy en privado".

    "Sí, lo hiciste. Y yo lo respeté".

    "¿Cómo puedes decir eso? ¡Mira este titular!"

    "Bueno, Jake, yo no usé nada de lo que me dijiste. Salí y reuní mi propia información. Y confirmó el rumor que me habías dicho".

    "¿Qué información? ¿Cómo lo descubriste?"

    "No puedo decirte eso porque entonces estaría revelando mis fuentes y no puedo hacer eso de igual forma que tú no revelarás tu fuente. Pero llamé a algunas personas que conozco en Industrias Loy y me hablaron extraoficialmente ”.

    "¿Qué significa eso?", pregunté como si no pudiera tener sentido una frase tan estúpida. Estaba tan enojado que estaba dispuesto a parecer realmente tonto.

    “Eso significa que acordaron hablar conmigo solo si prometía no revelar quiénes eran. Y no lo haré. Pero son buenas fuentes y creo que la historia es cierta. Y creo que hiciste algo bueno al hablarme al respecto. Es bueno que la ciudad sepa lo que Loy está haciendo".

    No me sentí bien por eso. Y no me sentí mejor el sábado cuando Mimi llamó para decirme que habían despedido a su padre.

Capítulo 12

    "Eso es terrible", le dije a Mimi.

    "Entonces, ¿por qué lo hiciste?", dijo con una voz enojada después de llorar.

    "¿Hacer qué?"

    “Contáserlo a tu padre. ¿Sabes lo malo que es esto?

    "No se lo conté. No exactamente. ¿Puedo ir?"

    "No es un buen momento. Mis padres están muy, muy molestos".

    “¿Nos vemos fuera? ¿Solo unos minutos? De verdad me gustaría hablar contigo". Sentí que aquello era más por mí que por ella.

    "Bien", dijo ella. "Encuéntrame junto al gnomo".

    Durante años pensé que el gnomo de yeso en su patio daba miedo. Luego pensé que era bonito. Ahora pensaba que era ridículo. Pero este no parecía el momento de mencionárselo a Mimi.

    Corrí allí en mi bicicleta. Mientras desmontaba, ella salía por la puerta principal.

    "¿Y?", preguntó en la forma en que alguien señala con el dedo a un perro que ha sido malo.

    "Pues, se lo dije a mi padre".

    "¿Como pudiste?"

    “Pero se lo dije confidencialmente. Él no usó lo que yo lo dije. Salió y encontró a otras personas con las que hablar ”.

    "¿Qué otras personas?"

    Recogí un poco de grava alrededor del gnomo y la tiré al gran roble en medio del patio de Mimi.

    "No hagas eso", dijo. A sus padres no les gustaba. De alguna manera, me tranquilizó que me criticara de esta manera.

    "No me lo dijo porque esas fuentes también eran confidenciales".

    "Bueno, el Sr. Loy está convencido de que fue mi padre quien habló".

    "¿Por qué?"

    "No lo sé. Mis padres están tan molestos que no hablan con mucho sentido. El Sr. Loy solo se lo había dicho a unas pocas personas. Mi padre fue una de ellas."

    "Deberíamos decirle al Sr. Loy que no vino de tu padre. Mi padre se lo dirá."

    "Eso da igual. Papá ya se ha dado por vencido".

    "Bueno, eso es una tontería", dije. Mimi me lanzó una mirada como si acabara de decir que su padre era tonto. "No, no tonto tonto", le expliqué. “Simplemente, como, bueno, que debería seguir intentándolo. Apuesto a que mi padre puede recuperar su trabajo".

    ¿Le diría al señor Loy quién era su fuente?" Negué con la cabeza. "Pues, ¿qué bien haría?"

    Alguien estaba cortando el césped cuando se puso el sol.

    "No sé qué va a pasar", dijo finalmente Mimi. “¿Qué haces cuando tu padre no tiene trabajo y tu madre trabaja media jornada? ¿Cómo hay suficiente dinero para comida, un coche y calefacción?

    "Mi papá dice que te dan un empleo sin seguro".

    "Seguro de desempleo", corrigió Mimi. "Pero no creo que eso dure mucho". Podíamos escuchar cómo se agitaban los platos en la casa de Mimi cuando los preparaban para la cena. "Creo que mamá aceptará ese trabajo después de todo".

    "Supongo."

    Me senté junto a mi amiga Mimi, esperando que llorara. No lo hizo.

* * *

    Mi papá estaba leyendo una biografía de Winston Churchill, el líder británico en tiempos de guerra que decía tantas cosas ingeniosas que cada diez minutos papá se reía y nos leía algo del libro. Al parecer, Churchill también tenía un acento británico terrible. Mi madre estaba tejiendo. El chasquido de sus agujas era como el sonido de una rápida mecanógrafa. Ella teje como un demonio.

    "Así es como llegué a los cursos de posgrado", le gustaba decir a ella.

    Maddie estaba jugando al solitario usando una baraja con imágenes de brujas, ogros, hadas y ocasionalmente una rana con la corona de un príncipe. Me gusta cuando juega al solitario porque no me pide que juegue.

    "¿Quieres jugar?", me preguntó Maddie.

    "Pensé que estabas jugando al solitario".

    "Lo estoy pero hay una manera de jugar con dos personas".

    "Quizá luego", le dije. Por "luego" me refería a "cuando el sol parpadeara por falta de combustible y el universo colapsara en un punto del tamaño de su cerebro".

    Yo estaba demasiado ocupado pensando en lo que Mimi me había preguntado: "¿Qué haces cuando tu padre no tiene trabajo y tu madre trabaja a media jornada?". Ahora me daba cuenta de que esa era la pregunta equivocada. La correcta era: "¿Qué haces cuando tu padre no tiene trabajo y tu madre trabaja a media jornada y tienes un amigo con $100 millones en el banco?"

* * *

    Se suponía que debía salir con Ari el sábado, pero le llamé y le dije que necesitaba pasar un buen rato con Mimi. Es un amigo lo bastante bueno como para no actuar ofendido y hacerme sentir mal por eso. "¿Quieres que vaya contigo?", preguntó.

    "No, creo que será mejor si voy yo solo", le dije.

    Era un hermoso y soleado sábado. Todavía no había flores, pero se podía oler la tierra preparándose. Caminé por el pequeño patio delantero y vi los dos periódicos locales semanales apilados uno al lado del otro en una silla en nuestro porche. Los llevé al columpio. El titular en La Gace era "Loy Industries niega el informe de despedir a docenas". Había una foto del Sr. Loy negando el informe, luciendo espléndido en su traje y cabello perfecto. Los otros titulares informaban sobre una caída en las notas de los exámenes en la escuela secundaria, un autor local cuyo libro había ganado un premio y una controversia sobre una de las estaciones de servicio cuyos vapores de gasolina estaban molestando a los vecinos.

    El Registro del Condado de Boynton, el periódico del Sr. Loy, tenía un conjunto de titulares muy diferente:

    "¡Mama Mia, eso es una Pizza!" (Pizzería Local Hace una Pizza Muy Grande)

    "¡Cuidado con los Dragones, los Caballeros Están en Camino!" (El equipo de Natación de la Escuela Secundaria se Enfrentará al Equipo de otra Escuela).

    "¿Cuánto Cuestan esos Perritos del Escaparate?" (Se Abre Nueva Tienda de Mascotas y Tiene Algunos Lindos Cachorros a la Venta).

    "¡Frannie como Estrella en La Huerfanita!": (Grupo de Teatro Local Presenta "La Huerfanita Annie", protagonizada por Frannie Moss. Yo voy a la escuela con Frannie y la odio).

    "¡Adelgace Comiendo!": (Una clínica de dieta en la ciudad está montando una venta).

    "¡Arriba en el Techo!": (El Sr. Emmet Birdsall estaba limpiando las canaletas de su techo cuando pasó el fotógrafo de El Registro).

    Si tuviera que explicar mi problema con El Registro en una oración, sería: demasiados signos de exclamación, no hay suficientes noticias. No podría leer El Registro sin estar más orgulloso de mi padre. La Gace era mucho mejor. Puse los dos periódicos en el porche y caminé hacia la casa de Mimi.

    Cuando Mimi respondió a mi llamada en la puerta, hizo lo contrario de invitarme a entrar. Salió, aunque no llevaba zapatos, y dejó en claro que no quería que entrara. Por la ventana de la cocina pude ver a su padre en una bata de baño. No parecía feliz y supuse que ver al hijo del editor que había provocado su despido no lo habría hecho más feliz. Ver a su padre me hizo apreciar sobre todo la disposición de Mimi para pasar el rato conmigo.

    "¿Cómo te va?", le pregunté estúpidamente.

    "Ya sabes. Lo mismo", respondió Mimi.

    "Me preguntaba si querías vender choco-ladrillos".

    "No se. Sí, quizá."

    Los choco-ladrillos eran pequeños ladrillos falsos hechos de chocolate que se suponía que debíamos vender para recaudar dinero para el programa de extensión escolar. Nuestra escuela secundaria se estaba volviendo demasiado pequeña, o "¡Los Niños Están Escapando!", Como podría decir El Registro, así que nos enviaron a recaudar dinero. Yo me preguntaba lo mucho que la compañía que hizo los horribles choco-ladrillos y las tarjetas de donación y todo lo demás nos convertía en pobres estudiantes esclavos que se suponía que deberían estar felices por pasar nuestro sábado vendiendo dulces que nadie quería para poder ganarnos nuestra linternita o brújula, dependiendo de qué lo lejos llegáramos en la "Pirámide de Súper Ventas de Choco-Ladrillos".

    Pero era mejor que fregar el suelo.

    Entonces, Mimi entró en su casa y tomó su Kit Choco-Ladrillo, fuimos en bicicleta a mi casa donde yo agarré el mío y nos dirigimos al estacionamiento de Tü-Haz-Lo pensando que las personas que gastaban dinero en reformas del hogar probablemente se sentirían culpables al rechazar a dos encantadores niños como Mimi y yo. Bueno, Mimi es encantadora. Yo soy apuesto de un modo robusto. (Sí, claro)

    ¿Alguna vez has querido ser invisible? Pues ven al estacionamiento del Tú-Haz-Lo con un montón de choco-ladrillos para vender. La gente rodaba sus carritos por el estacionamiento como si sus zapatos estuvieran a punto de estallar en llamas. Eran carritos grandes, diseñados para alojar paneles de pared, vigas lo bastante grandes como para sostener una sala de estar, e incluso una chimenea completa que parecía real por fuera pero por dentro estaba hecha del mismo plástico que el tobogán de Maddie en el patio trasero. Y resulta que las personas que acababan de comprar paneles de pared, vigas de la sala de estar y chimeneas falsas estaban demasiado concentradas en llegar a casa y al trabajo para comprar pésimos dulces a dos alumnos de octavo grado extremadamente encantadores.

    Intentamos todos los trucos del libro:

    El Enfoque Estándar: nos acercamos a un extraño y le decimos con voz alegre: “¡Hola! Estamos vendiendo choco-ladrillos para ayudar a recaudar dinero para ladrillos reales para que podamos construir nuevas aulas para nuestra escuela. Son solo $5 y... " Esto era lo más lejos que llegábamos con la mayoría de la gente.

    El Enfoque de Lástima: miramos al suelo y arrastramos los pies mientras tratamos de llamar la atención de un comprador. "Estamos teniendo muchos problemas para recaudar dinero para nuestra escuela. Simplemente no hay suficiente espacio..." Mimi era mejor en esto que yo, tal vez porque cuando trato de actuar triste parece que esté enojado.

    El Enfoque del Entretenimiento: Mimi dice: "Estamos vendiendo ladrillos..." y yo finjo interrumpir con "Pero no son ladrillos reales..." y luego ella dice: "Estos ladrillos te los puedes comer..." y yo digo: "¿Comer ladrillos? ¿Cómo puede ser eso, Mimi?" Y ella dice:" ¡Estos son choco-ladrillos, Jake! ¡Deee-liciosos!" Y yo digo: "Apuesto a que es por una buena causa". Y ella dice: "Y cómo... " y ahí es cuando el comprador se aleja como una persona que cambia el dial en un molesto programa de televisión.

    El Enfoque Honesto: caminamos rápidamente hacia un comprador. Mimi se para a la izquierda y yo a la derecha para que no tenga forma de escapar, salvo retrocediendo, lo cual es difícil de hacer si tienes un carro lleno de paneles de pared y chimeneas falsas. "Estamos recaudando dinero para nuestra escuela", dice Mimi. "Estamos vendiendo estos choco-ladrillos", le digo. "Saben mal y son demasiado caros, pero es por una buena causa". Esa fue nuestra técnica más efectiva. Con esa vendimos cerca de cuatro choco-ladrillos en una hora, si cuentas que dos está cerca de cuatro.

    Mimi y yo nos sentamos en la acera y contamos nuestros recibos. Uno, dos. Luego verificamos dos veces. Uno, dos. Sumamos el dinero que habíamos ganado. Diez dólares.

    "¿Sabes?", le dije, "esto es ridículo".

    "¿Te refieres a intentar vender choco-ladrillos a personas que compran veneno para hormigas en su casa?"

    "Sabes a lo que me refiero. Me he dado cuenta del interés que gano".

    "¿Te refieres al interés que gano cada año en mi cuenta bancaria?"

    "Sí. ¿Cuánto haces en un año?"

    "El año pasado gané unos cuatro dólares".

    "Yo gano $16,438".

    "¡Guau! ¿Te lo dan en un año por no hacer nada?"

    “No, lo siento, Mimi. Ese es el interés que gano todos los días".

    "¿Un día?" Ella prácticamente estaba gritando.

    "Sip."

    "¡Eso es $600 por hora!"

    "En realidad, son casi $700 por hora".

    “Oh, Dios mío, Jake. ¡Eres rico!"

    "Raro, ¿no? ¿Y podrías bajar un poco la voz?" Una pareja que llevaba bolsas llenas de piezas eléctricas se volvió para mirar. Estoy seguro de que pensaron que yo había encontrado cincuenta centavos en el suelo o algo así. "Soy muy rico", le dije a Mimi.

    "Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí vendiendo estúpidos choco-ladrillos a las personas que no los quieren?"

    "¿Divertirnos?"

    "Eso quisieras", dijo ella. "¿Cuánto crees que gana toda la escuela por vender estúpidos choco-ladrillos?" Llegamos a pensar en "estúpidos choco-ladrillos" como una palabra.

    “Creo que ganamos aproximadamente $1,500 el año pasado. Y ese fue un buen año".

    “Jake, tú ganas eso en dos horas sin hacer nada. ¿Por qué nos hemos quedado aquí haciendo el ridículo?"

    "Y estoy seguro de que la mayoría de esos $1,500 van a la compañía de choco-ladrillos."

    "Sería mejor simplemente dárselo directamente a la escuela". Mimi levantó el borde de su sombrero.

    "Ahora estoy fuera del estúpido negocio de choco-ladrillos para siempre".

    Ella me miró. "Dependiendo, por supuesto, de lo generoso que te sientas".

    "¿Cuántos choco-ladrillos quieres vender?"

    "¿Un centenar?"

    "Nadie va a creerse cien".

    "Vale, cincuenta".

    "Eso te haría la líder de la clase".

    "Me va bien eso."

    “Me preocupa un poco. ¿Qué tal 45?

    "Vale. ¿Y cuántos vas a venderte a ti mismo?"

    "No soy codicioso. ¿Qué tal 35?"

    "Que sea 38. No quiero vencerte por tanto. ¿Qué hacemos con el chocolate?”, preguntó Mimi.

    "¿Qué quieres decir?"

    "Bueno, estás a punto de comprarme 44 barras. ¿Qué hago con 44 barras de chocolate?"

    "Primero, nos comemos una". Saqué dos de mi caja y le di una a Mimi. Desenvolvimos las barras hasta la mitad y las sostuvimos con cuidado. El chocolate estaba flácido por haber estado al sol. Comimos rápido. Estaban malos. ¿Y por esto estábamos cobrando de más a la gente?

    Levanté mi barra a medio terminar. "Terminado. Estoy más que harto. Estoy súper harto".

    Mimi sostuvo la suya boca abajo y observó el chocolate pegajoso correr hacia el borde del estacionamiento. "Eeegghh. ¿Por esto estamos cobrando de más a la gente? ”(Mimi tenía la costumbre de decir lo que yo estaba pensando)."

    Nos levantamos con las cajas de barras bajo nuestros brazos. Cuando subimos a nuestras bicicletas, vimos a un chico familiar en bicicleta.

    "Hey", dijo Ari, "¿Cómo va la pesca aquí? ¿Vendisteis muchas?"

    "Yo vendí 45", dijo Mimi.

    "Yo vendí 38", dije.

    “¡Guau!” Dijo Ari. "¡Este debe ser el mejor lugar en toda la ciudad!"

    "Sí", le dije, "pero tienes que tener la técnica correcta".

    "Sí", dijo Mimi. "No tuvimos suerte hasta que hablamos con acento francés", explicó demostrando su técnica. El acento francés de Mimi sonaba como un ratón de dibujos animados.

    "Le Mimí tiené gasón", dije en mi propio francés. "A le clién-tés pague-zé gustag-lés pog-ke pagué-cés un estu-dián-té de intég-cambió".

    "¡Guau!", dijo Ari de nuevo. "¡Gracias!"

    Yo quería del todo verle intentarlo, pero Mimi no tuvo coraje y le dijo la verdad. Ari vendió 39 cajas esa tarde, y solo le llevó unos quince segundos. Sin acento francés.

Capítulo 13

    No me sentía bien por estar espantado del Día del Ciudadano Útil, pero la verdad es esta: definitivamente no lo esperaba con ansias. La escuela Robles piensa: "No hay educación completa sin servicio". O, como decían las camisetas, "Día del Ciudadano Útil: Aprende a ofrecer una Mano Amiga". Había una imagen de una mano grande que bajaba para tomar una mano pequeña, dibujado de manera infantil, que hubiera quedado mejor si lo hubiera dibujado un niño de verdad. Cada vez que veo dibujos de adultos dibujados para parecerse a los de los niños, con figuras de palitos y casas que tienen su perspectiva totalmente equivocada, siento que se están burlando de nosotros. Solo somos niños. Dibujaríamos mejor si pudiéramos.

    Pero el dibujo no fue lo que me molestó del día. No tengo nada en contra del trabajo voluntario. Por ejemplo, yo participo en el día Sigamos Verdes, plantando flores por los caminos. Y clasifico los materiales reciclables un par de veces al año en el basurero. Eso es divertido, especialmente la parte en la que puedes tirar las botellas de vidrio en el gran contenedor y ver cómo se rompen. Pero que te obliguen a ser voluntario tiene tanto sentido para mí como te obliguen a jugar. No es un juego si te obligan, y no es voluntario si no tienes otra opción.

    Para empeorar las cosas, me pusieron en el grupo que iba al Centro Recreativo de Personas Mayores adjunto a Aldea Loy, un bloque de apartamentos que el Sr. Loy alquilaba principalmente a personas mayores. No sé qué decirles a las personas mayores, a menos que las conozca, como mis abuelos o la señora Fordgythe. Conocer a alguien por primera vez y tener una "conversación agradable" es difícil para mí. Y, a juzgar por las reacciones de Ari y Mimi, también era difícil para ellos.

    Al menos todos nos habían asignado al mismo grupo. Por otro lado, preferiría haber sido asignado al grupo que pinta la cerca en el parque o al grupo que hace la jardinería en la sección de cuidados a largo plazo del hospital. Me las arreglé para salir del trabajo del zoológico de mascotas. Todos los otros estudiantes pensaron que era la mejor de todas las ofertas de voluntariado, pero había escuchado de una buena fuente (mi primo mayor, Max) que en lugar de pasar el rato con los lindos ponis y corderos de la manera que imaginas, tienes que limpiar con una pala. No me digas más. Después, cuando los niños que fueron asignados al zoológico se enteraron y apretaron los puños y dijeron "¡Sí!", hice todo lo que pude para no reírme.

    Éramos seis en el grupo del Centro para Personas de la Tercera Edad, dirigido por la muy alegre Sra. Floyd, nuestra maestra de matemáticas. Solía ​​pensar que la Sra. Floyd era alegre a propósito para contrarrestar el mal humor de sus alumnos, ya que a la mayoría de los alumnos no les gusta la clase de matemáticas. Es como un dentista que sabe que está a punto de lastimarte, por lo que habla con una voz aguda y sonríe mientras dice: "Esto puede ser doloroso, sólo un poco". Cuanto más aguda es la voz y más joven es el paciente, tantos más problemas tienes. El Día del Ciudadano útil me hizo cambiar de opinión sobre la Sra. Floyd. Pero no quiero adelantarme.

    Me di cuenta de que el día no iba a salir tan bien como lo habíamos planeado, ya que estábamos descargando la minivan que nos trajo. Nos detuvimos en el camino semicircular e incluso antes de que la camioneta se detuviera, tres personas mayores, (en serio, ¿te importa si los llamo "ancianos o ancianas" de ahora en adelante?), salían por la puerta. Uno era el organizador, la señora Muldauer. Detrás de ella había un anciano y una anciana. Todos parecían muy contentos de vernos. Todos los niños caminaron hacia la parte trasera de la camioneta cuando la Sra. Floyd usó ambas manos para estrechar la mano de la Sra. Muldauer, inclinándose, sonriendo aún más ampliamente de lo habitual. Cuando la Sra. Muldauer presentó a sus dos compañeros, estábamos sacando caballetes de la camioneta. Cuando digo "nosotros", me refiero a Mimi, Ari y a mí junto con Halley Jackson, una chica que siempre siempre siempre estaba entusiasmada. Cuando digo "nosotros", definitivamente no me refiero a Amanda y Lydia, que estaban menos felices de estar en nuestro grupo que nosotros. Ellas se quedaron lo bastante cerca de la puerta de la furgoneta como para parecer que estaban a punto de hacer algo sin realmente hacer nada.

    Vale. (Bueno, en realidad no.) No había mucho que cargar. Lo que no estuvo bien fue cuando la señora Muldauer se nos acercó para saludarnos. Nos presentó a sus compañeros como Bill Tidewater y Felicia Markson. Todos saludamos al Sr. Tidewater y a la Sra. Markson, excepto Amanda, quien se refirió a ellos como Bill y Felicidad. Incluso si Amanda hubiera acertado con el primer nombre de la Sra. Markson, no habría sido educado.

    Pero aquí está el verdadero asunto. Cuando el Sr. Tidewater dijo: "¿Puedo echarte una mano?", Amanda dijo "Sí" y le entregó algunos carteles para que los llevara.

    Definitivamente no era educado.

    Halley intervino antes de que alguien más pudiera y dijo: "Oh, gracias por ofrecerse, pero yo puedo llevarlos". Halley ya llevaba dos cajas de juegos y una bolsa de supermercado con galletas, pero eso no la detuvo. Amanda siguió adelante y le entregó a Halley las cartulinas. "Gracias", dijo Halley. "Muchas gracias."

    Durante toda esta interacción, Ari se quedó allí, estudiando a Amanda como un niño que se hace un examen de la vista.

    El Centro de Personas Mayores se veía en el exterior como una mansión. El porche delantero tenía columnas de mármol y la hiedra había crecido en las paredes. Pero cuando rocé contra uno de los pilares, descubrí que eran de madera pintada para parecerse al mármol. Y las paredes de ladrillo detrás de la hiedra estaban manchadas de negro por el hollín, excepto donde se estaban desmoronando, revelando un ladrillo naranja más fresco por dentro.

    La entrada principal se abría a una habitación grande con un piso de linóleo que estaba rayado y sucio, e incluso se hundía en algunos puntos. Se habían desplegado largas mesas de la cafetería, algunas con manteles de plástico. No había dos manteles a juego. De hecho, uno se parecía exactamente a la cortina de la ducha en nuestro baño de arriba en casa. A la izquierda y a la derecha había salas más pequeñas para diversas actividades, incluida una con tableros de juego configurados para ajedrez y damas, una con un pequeño televisor colocado en un mueble diseñado para un conjunto mucho más grande y una sala con un par de ordenadores en él. Ari y yo nos miramos el uno al otro. Sabíamos a dónde íbamos primero.

    Pero yo estaba interesado en el diseño del edificio por otra razón. Había traído conmigo un sobre de aspecto ordinario. Era sorprendente lo pequeño que puede llegar a ser una pila de $10,000 cuando se obtiene en billetes de mil dólares.

    La Sra. Floyd nos reunió y dijo: "¿Por qué no os sentís como en casa aquí durante la primera hora más o menos? Conozced a la gente, haced nuevos amigos y volvemos a las 10:15 en punto. ¿Veis ese reloj en la pared?” Era un reloj antiguo, no en el sentido“ hermoso y antiguo” sino en el sentido “rayado y debería haber sido reemplazado hace diez años”. "Así que sed puntuales todos vosotros".

    Mimi se movió inmediatamente a una mesa en la sala principal donde una mujer estaba mirando un álbum de fotos. Ari y yo nos dirigimos a la sala de ordenadores. Había dos personas mayores allí. Ninguno de los dos estaba usando un ordenador. Y pudimos ver por qué. Los ordenadores eran antiguos en el sentido de “¿en serio hicieron ordenadores tan malos alguna vez?”. Las pantallas solo mostraban 16 colores. Las máquinas tenían unidades de disquete de 5,25", lo que significaba que el único software que podían ejecutar tenía que haber sido creado hacía quince años. Y la única conexión que tenían estas máquinas a una red era la que había dejado una arañita en el teclado.

    Ari y yo esperábamos que los ordenadores nos dieran una manera fácil de hablar con los viejos. Podríamos mostrarles algunos de nuestros sitios web favoritos, enseñarles a jugar a las damas en línea, presentarles la noción de listas de correo que hablaban sobre lo que les gustaba hablar a las personas mayores. Ahora el camino fácil de discusión estaba cerrado. Tragué saliva, me volví hacia la persona mayor más cercana a mí y comencé una conversación por las malas.

    "Hola", dije. "Mi nombre es Jake. "

    "Hola Jake. Soy Thomas Sadler. Es un placer conocerte", fue la respuesta. Entonces, el enfoque directo funcionó. De hecho, funcionó mucho mejor que el enfoque de Ari. Le escuché decir: "Oye, bueno, hey". Afortunadamente, el hombre al que se dirigía era mejor orador que Ari. "Hola", dijo el hombre, "Mi nombre es Frederick Hallstadt. Ya veo que los ordenadores..."

    El Sr. Sadler y yo hablamos sobre el libro que estaba leyendo. Era una novela del Oeste, no un tipo de novela que me interesara particularmente. Prefiero libros con espadas, magia y cotas de malla. Pero resultó que el Sr. Sadler leía novelas de vaqueros porque le gustaba ver lo equivocadas que estaban. Él había sido un cowboy durante unos años de joven. Y para responder a tu pregunta antes de que preguntes: No, él no llevaba un revólver atado a la pierna ni tuvo tiroteos con los malos de sombreros negros. "A veces usaban sombreros grises o sombreros blancos, e incluso una vez una gorra de golf naranja", dijo Sadler. "Es broma", agregó. El Sr. Sadler, vestido con una camisa a cuadros desteñida, se parecía un poco a un viejo cowboy. Solo una cosa estaba fuera de lugar para un viejo cowboy: un pañuelo cuidadosamente doblado en el bolsillo de su camisa.

    Aunque el Sr. Sadler estaba en la sala de ordenadores porque podía hablar con su amigo, el Sr. Hallstadt, (quien estaba interesado en los ordenadores), sin molestar a nadie. Me hizo muchas preguntas sobre Internet. Tenía un nieto en todo lugar el país que quería enviarle un correo electrónico, y algunos de sus viejos amigos en diferentes partes del país le habían dicho que se mantenían en contacto a través de la mensajería instantánea. Y él quería saber si nuestro congresista había respondido a su correo electrónico donde decía que estaba muy molesto por los recortes en la financiación de la educación. Yo le di las gracias.

    Antes de darme cuenta, el antiguo reloj en la otra habitación, que pude ver a través de la puerta, decía que nuestra hora había terminado. Me levanté e interrumpí a Ari para hacerle saber esto. En realidad, interrumpí al Sr. Hallstadt. Al parecer, Ari había logrado irritarlo realmente; por lo que pude escuchar, tenía algo que ver con la tendencia de Ari de decir: "Bueno, si tú lo dices", cada vez que no tenía una opinión sobre un tema.

    Como era de esperar, Amanda y Lydia nos hicieron esperar. El resto de nosotros nos sentamos a la mesa con el mantel de cortina de baño de mi familia, a charlar sobre las personas que habíamos conocido. Mimi había hablado con un grupo de tres mujeres que se conocían desde hacía más de sesenta años, dos de las cuales no se habían llevado bien durante más de cincuenta años. La luz de la mañana entraba por un conjunto de grandes ventanas en la pared del fondo. Una cadena de letras que deletreaban "Feliz Cumpleaños" se había pegado con cinta adhesiva en las ventanas del centro, y trozos de cinta de décadas de otros letreros manchaban el vidrio aquí y allá. Pero la luz era lo suficientemente fuerte y brillante para notar las motitas de polvo que flotaban por todas partes, como confeti en un desfile.

    Quince minutos después, Amanda y Lydia entraron por una puerta trasera que daba al exterior. Vi a Lydia meter una pequeña bolsa de plástico de la tienda de ropa Naderías Dulces en su mochila.

    "Debéis de haber perdido la noción del tiempo hablando con estas personas maravillosas", dijo Floyd a Amanda y Lydia. «No haga eso», pensé yo. «No les de excusas. Al menos, veamos qué se les ha ocurrido». "Bueno, tratemos de mantener nuestro horario, ¿de acuerdo? Y lo siguiente es para lo que realmente estamos aquí: historias de la vida". Hizo una pausa como si nos tocara a nosotros aplaudir de alegría. "Todos lleváis un cuaderno y si habéis olvidado un bolígrafo, he traído algunos extras". Amanda y Lydia tomaron bolígrafos. "Ahora, cada uno va a encontrar a una persona mayor y lo ayudará a escribir la historia de su vida".

    "¿Cuánto tiempo tiene que ser?", preguntó Amanda

    "Tenéis una hora y media", dijo Floyd. Amanda puso los ojos en blanco. “Así que no perdáis de vista el tiempo para aseguraros de llegar hasta el final. No váis a escribir la historia de la vida ahora. Solo váis a tomar notas. Escribiremos la versión final en casa".

    Lydia dijo: "Eso no es justo". Amanda explotó su chicle a modo de confirmación. Yo podía leer lo que estaba pensando: se suponía que el Día de la Mano Amiga no incluía tareas para casa.

    La Sra. Floyd parecía haber leído el mismo mensaje. "Vuestros profesores de inglés han acordado contar esto como un proyecto de escritura". Teníamos que escribir seis proyectos a lo largo del año. "Ahora, hay una cosa más. No quiero que esto sea solo: «Nací en 19-algo y luego nos mudamos a donde sea en 19-algo más y luego fui a la escuela». Quiero que cada uno obtenga una gran historia de cada estudiante de último año. Una cosa en sus vidas que haga una gran historia. Luego, tomaréis notas sobre todos los eventos importantes en sus vidas, pero haréis una redacción larga que cuente esta gran historia. ¿Entendéis todos?"

    Ari preguntó: "¿Y el resto debería ser solo fechas y lugares?"

    "No", dijo la Sra. Floyd, "pero esa es una buena pregunta". No, no lo era. “Deberías escribir toda la biografía como si fuera una historia, no solo lugares y fechas. Queremos que estas historias de vida digan la verdad sobre sus vidas de una manera que las personas mayores puedan reconocer. ¿De acuerdo? Pues vamos. Nos encontraremos aquí en una hora y media. Ah, y leeremos las historias en la hora del pastel social después del almuerzo".

    Ari y yo volvimos a la sala de ordenadores donde estaban hablando el Sr. Sadler y el Sr. Halstadt. Ari me susurró: "¿Podemos los dos preguntar al mismo?" Negué con la cabeza y me senté al lado del Sr. Sadler. Por la puerta pude ver a la Sra. Floyd empujando a Amanda y a Lydia. Ahora ella negaba con la cabeza y les decía a las chicas que fueran en direcciones diferentes; al parecer, ellas, como Ari, esperaban formar un equipo doble con un anciano o anciana..

    "Señor Sadler", dije, "me gustaría escribir tu autobiografía".

    "¿Mía?", preguntó sorprendido ajustando el pañuelo en su bolsillo. "No he hecho nada que valga la pena escribir".

    "Oh, estoy seguro de que eso no es cierto", dije sin tener ni idea de si era cierto o no. “Además, solo tenemos una hora y media para tomar notas. Luego la escribiré después de que nos vayamos. Y en realidad será solo una descripción general rápida. Pero necesito tener una muy buena historia. Las vamos a leer después de nuestra pequeña fiesta aquí esta tarde".

    “¿Una buena historia? No lo sé. No se me ocurre ninguna".

    "¿Por qué no comenzamos desde el principio y desciframos los conceptos básicos de su vida? Ya nos preocuparemos por la historia después ”.

    "No hay mucho que contar..."

    ¡Ja!

    El Sr. Sadler, Thomas Hayaam Sadler, nació en 1917. “Fui criado por mis abuelos después de que mi padre muriera cuando yo tenía tres años. La abuela y el abuelo se mudaron y mi madre nunca se recuperó. La abuela y el abuelo eran personas maravillosas. La abuela me enseñó a leer cuando yo era niño, y cuando conoció al abuelo, él tenía quince años, también le enseñó a leer a él". Hizo una pausa para dejarme ponerme al día con mi toma de notas y agregó casualmente: "Nacieron siendo esclavos, ¿sabes?"

    Las palabras no me llegaron hasta unos segundos después de que las dijera. "¿Esclavos?", pregunté. No parecía posible que en el siglo XXI pudiera estar hablando con alguien que realmente conociera esclavos. Pero hice los cálculos mentalmente. Podrían haber sido cinco o incluso diez años al final de la Guerra Civil. "Eso es increíble."

    "Sí lo es. De hecho, ¿ves cómo uso un pañuelo como este en el bolsillo de mi pecho? Eso es porque mi abuelo me enseñó que un caballero siempre tiene un pañuelo cuidadosamente doblado y listo. Y siempre he creído que él lo tomó de su amo. Así pues, estás viendo los modales de un amo de esclavos reflejados en el nieto de un esclavo. Lo hago a propósito. Es un recordatorio".

    "De hecho", continuó Sadler, "jugó un papel en la historia de cómo conocí a uno de los hombres más ricos del Oeste". Y luego el Sr. Sadler me contó la historia...

* * *

    Ocurrió en lo peor de la Gran Depresión. Sadler, o Haya, como se le conocía entonces, era un adolescente de Chicago. Su familia ya había estado al borde de la pobreza. Ahora las grandes olas de desempleo les llevaron al límite. Antes, todos en la familia, incluidos los niños, tenían que trabajar para traer suficiente dinero para la comida, pero ahora simplemente no había trabajo. Cuando el padre de Haya fue despedido, la familia decidió que Haya, como el mayor, debía ir a donde estaban los trabajos. Entonces, Haya se dirigió hacia el oeste. Tenía dieciséis años, tenía unos pocos dólares en el bolsillo, no mucho más que la ropa que llevaba puesta, y no tenía idea de a dónde iría. Sus dos únicas comodidades eran que su mejor amigo, Dill "Rosa" McDaniels estaba con él, y tenía el pañuelo de su abuelo cuidadosamente doblado en el bolsillo de su pecho.

    Entonces los dos muchachos caminaron, se engancharon y subieron en el tren hasta que llegaron a Montana. Ahí es donde los condujo el camino. En Durbin, un pequeño pueblo dominado por un rancho muy grande, vieron un letrero en la ventana de la tienda de alimentación local. "Se buscan Cowboys". Haya miró a Rosa. Rosa miró a Haya. Se rieron. Habían sido rechazados de tantos trabajos que la idea de convertirse en vaqueros afroamericanos era simplemente ridícula. Todo lo que él y Rosa sabían acerca de los vaqueros lo habían aprendido de las películas: lanzar el lazo y disparar y quedarse con la chica pechugona al final.

    Así que, allí se detuvieron en la calle principal del pequeño Durbin, fingiendo dispararse el uno al otro y riéndose, cuando un gran hombre blanco dijo: "¿De qué se están riendo?", Haya le miró. El hombre llevaba un caro traje azul, gemelos de oro macizo, un anillo en el dedo con una joya verde del tamaño de una patatilla... y un cinturón de vaquero, un sombrero de vaquero y botas de vaquero.

    "Nada, señor", dijo Haya, mirando hacia el suelo, como era apropiado en ese momento.

    “Bueno, algo obviamente os está entreteniendo a vosotros dos, muchachos. Deberías dejarnos entrar en el chiste." El hombre hizo un gesto a otros tres hombres, más pequeños que él, y no tan excelsamente vestidos, que estaban detrás de él. "Pues, ¿qué es tan gracioso?"

    "Nos reíamos de la idea de que solicitáramos el trabajo de vaquero".

    "¿Y qué tiene de gracioso eso?"

    "Bueno, señor, somos negros".

    "Eso puedo verlo. No sabes mucho de vaqueros, ¿verdad? "

    "No señor."

    "Sólo lo que has visto en las películas".

    "Sí señor."

    “El hecho es que ha habido muchos vaqueros negros. ¿No es así, Sam?", le preguntó al hombre más cercano a él. Sam pareció perplejo. "Sam tampoco sabe nada. Pero los ha habido. No es nada gracioso".

    "Sí señor."

    "¿Vosotros chicos queréis ser vaqueros?"

    Haya y Rosa se miraron, sin saber cuál se suponía que era la respuesta correcta. "Queremos trabajar", dijo Haya.

    "Pues sois los dos muchachos negros más afortunados de este lado del Mississippi", dijo, aunque usó una palabra mucho peor para "muchachos negros". "Soy C. Carter Hargreaves, el dueño del rancho más grande de Montana y el hombre más rico que jamás hayáis conocido, y os voy a contratar. Y os diré por qué. Aquí no nos importa el color de la piel. Lo que importa es lo duro que quieres trabajar. Sam, ve a registrar a estos chicos y llévalos al Pino Inclinado.

    "¡Gracias, señor!" Dijeron ambos a la vez.

    "No me lo agradezcáis. Theo en el rancho os hará trabajar duro. Si no podéis seguir el ritmo, entonces, bueno, os dejaremos ir y sin resentimientos". Se dio la vuelta para irse, pero luego hizo una pregunta más: "Muchachos, vosotros sabéis montar, ¿no? Theo os enseñará." Él se rió de nuevo.

    Y Haya y Rosa trabajaron duro. Durante dos años. Comenzaron por qué extremo de la vaca se ordeñaba y acabaron aprendiendo a montar a caballo, a lanzar sogas y a vivir al aire libre durante semanas. Theo era un buen maestro, pero no era amable. En el mejor de los casos, pagaron por sus errores con dolores y molestias, y con moratones y deducciones de salario en el peor de los casos.

    Durante todo este tiempo, vieron a C. Carter Hargreaves en raras ocasiones, generalmente a gran distancia, de pie en el porche de su enorme casa, con las manos en las caderas, fumando un puro. Cada vez que se acercaban lo suficiente a él como para que lo notaran, les inclinaba el sombrero en señal de reconocimiento, y una vez les preguntaba cómo los estaba tratando Theo.

    Con el tiempo, Rosa y Haya se dieron cuenta de que a pesar de lo que había dicho el Sr. Hargreaves, ellos eran los únicos vaqueros negros que trabajaban en Pino Inclinado. Rosa y Haya se hicieron más mejores amigos que nunca, confiando el uno en el otro como ayuda y aliento... hasta que un día, los dos estaban caminando por la calle principal en su día libre. Fuera del banco, el señor Hargreaves se acercó con un traje blanco y un sombrero de paja. "Hola, muchachos", dijo, y luego, para su sorpresa, se volvió y se acercó a ellos. Se inclinó hacia Haya y dijo: "¿Puedo hablar contigo?"

    Cruzaron la calle y dejaron a Rosa para tratar de averiguar de qué estaban hablando. "Te he echado el ojo", dijo Hargreaves.

    Haya no sabía si esto era algo bueno o malo. "Me ha impresionado lo que has aprendido. Me gustaría que fueras la mano derecha de Theo". Esto le daría a Haya más responsabilidad y solo un poco más de salario.

    "Bueno, eso estaría bien", dijo Haya. "Gracias señor."

    "No, no, te lo has ganado".

    Convertirse en la mano derecha significaba que Haya se levantaba más temprano y trabajaba más tarde que nunca. Pero notó que Rosa parecía dolido. "Ven a cabalgar a mi lado", dijo Haya un día, saludando a su amigo. Mientras cabalgaban por el borde de la manada de ganado, Rosa confesó que le molestaban los 25 centavos adicionales por semana que Haya estaba recibiendo. "El dinero no significa nada", dijo Haya. Y, después de hablar un poco más, resultó que lo que realmente picaba a Rosa era lo que significaba el aumento: el Sr. Hargreaves había favorecido a Haya. "Cabalgas mejor que yo y lanzas sogas mucho mejor", le dijo Haya a su amigo. “Quién sabe por qué me eligió a mí en lugar de a ti. Solo suerte". No pasó mucho tiempo hasta que estos verdaderos amigos suavizaron el problema.

    Solo dos semanas después, Rosa tuvo la oportunidad de demostrar que era el mejor vaquero. Esa noche, Theo había sacado un par de botellas de whisky que había empacado. El pequeño grupo de vaqueros en el camino procedió a emborracharse tanto que uno de ellos se durmió encima de una serpiente de cascabel, tan sorprendida quedó esta que se escabulló sin morder siquiera. Haya y Rosa fueron los únicos que quedaron sobrios porque la botella había pasado de mano blanca a mano blanca. Además, Haya nunca había sido de beber.

    Las estrellas salieron y la luna estaba debajo del horizonte. Haya estaba acostado boca arriba casi dormido cuando una pistola se disparó a su lado. Él y Rosa se enderezaron, pero los otros vaqueros apenas se habían movido. Los amigos vieron una pistola humeante en la mano de Fred Barker, un vaquero mayor que se había quedado dormido sosteniéndola y que la había disparado mientras dormía sin despertarse siquiera.

    Pero el ganado se había dado cuenta. Cuatrocientas vacas en movimiento. Haya y Rosa intentaron despertar a Theo, pero él se dio la vuelta en medio de un ronquido. "No hay tiempo", dijo Haya saltando a la silla. Él y Rosa fueron al galope para evitar la estampida de las vacas.

    El sonido de 400 vacas moviéndose juntas no es algo que escuches. Lo sientes. El suelo se convierte en un trampolín, empujándose contra ti y de repente cayendo debajo de ti. "¡Se dirigen al acantilado!", gritó Haya espoleando a su caballo con Rosa detrás.

    El ganado es estúpido pero no tan estúpido como para saltar de un acantilado. Pero si se precipitan junto a uno, las que están en el borde pueden empujarse hacia un lado debido a la masa de carne que se mueve sin plan ni sentido. Rosa galopaba delante de Haya, colocando su caballo entre el acantilado y el ganado, alejándolos del peligro. Controlaba su caballo con una precisión y confianza que impresionó a Haya. Y el ganado se estaba volviendo hacia la seguridad.

    Justo cuando Haya pensó que habían superado lo peor, vio caer el caballo de Rosa. Una vaca aterrorizada se había movido por el camino equivocado y el caballo perdió el equilibrio a lo largo del acantilado. El caballo comenzó a enderezarse, pero Rosa no aparecía por ninguna parte. Haya se adelantó y saltó de su caballo. Mirando por el borde, enfermo de preocupación, vio a su amigo equilibrado en una pendiente demasiado empinada para subir y demasiado alta para rodar. No hizo falta lanzar una soga elegante para pasarle una cuerda a su amigo, y Rosa se puso a salvo. Entonces los dos comenzaron a reír, aunque ninguno podía decir por qué. Y luego llevaron a la manada de ganado de regreso a donde los otros vaqueros todavía dormían, todos a excepción de Theo que asintió con la cabeza una vez, se tapó los ojos con el ala del sombrero y se volvió a dormir.

    Al día siguiente, mientras cabalgaban lentamente y el sol estaba tan bajo que el aire ya había comenzado a enfriarse, Haya le preguntó a Rosa: "¿Por qué lo hacemos?"

    "¿Hacer qué?"

    "Montar a caballo junto a los acantilados para proteger el ganado".

    "Porque es nuestro trabajo".

    "No arriesgamos nuestras vidas porque es nuestro trabajo. Nuestras vidas no valen un par de reses perdidas".

    "Pero eso no depende de nosotros decidirlo. Son las vacas del señor Hargreaves. Se lo debemos por contratarnos".

    "Tienes razón, Rosa. Nos contrató a pesar de que somos los vaqueros más oscuros que hemos conocido hasta ahora. Eso cuenta algo."

    "Aquí está el Sr. Hargreaves", dijo Rosa, brindando con su cantimplora.

    Tres semanas después, el grupo regresó a la ciudad. Haya y Rosa se bañaron en la casa de baños, airearon su ropa de cama y cobraron su sueldo. Habían regresado desde hacía tres días cuando Haya fue a la ciudad para arreglar su silla de montar. Cuando salía del taller de reparaciones de cuero, vio al señor Hargreaves caminando hacia él. Haya se quitó el sombrero y asintió con la cabeza.

    "Quiero hablar contigo", dijo el Sr. Hargreaves.

    "Sí señor."

    "He oído que tú y tu amigo hicisteis algo valiente hace un par de semanas".

    "Sólo hicimos para lo que nos contrataron hacer".

    “Bueno, pues lo hicisteis, aún cuando el resto del personal estaba borracho. Y entiendo que lo hicisteis a riesgo de un grave peligro personal."

    "Nosotros solo…"

    "No, no le quites importancia. Quiero que tú y todos sepan que reconozco tal valentía. Quiero que tengas esto como recompensa". Puso un billete en la mano de Haya. "No, no me lo agradezcas. Te lo has ganado." Él estrechó la mano de Haya y siguió caminando. "También tengo uno de esos para tu amigo".

    En su palma había un billete de $50.

    No fue solo el dinero lo que llenó de alegría el corazón de Haya. Era el hecho de que había trabajado duro y estaba siendo reconocido por lo que era y lo que había hecho. ¡Por supuesto, obtener el salario de un año de una vez no fue nada! Sabía la diferencia que el dinero extra haría para su familia en casa.

    Haya corrió directamente al rancho y encontró a Rosa lavando los platos del almuerzo detrás de la cocina. "¡Rosa! ¡Rosa!", Gritó Haya. "¡No vas a creer lo que ha pasado!" Y Rosa no le creyó hasta que Haya le mostró el billete de cincuenta dólares. "Y el Sr. Hargreaves dice que cuando te vea, también obtendrás uno".

    Rosa se sentó en el suelo, asombrado. "Ese señor Hargreaves..." comenzó.

    "Lo sé", dijo Haya. "He conocido a muchos hombres blancos", dijo, como si no tuviera solo diecinueve años. “Algunos han sido malos y muchos más han sido agradables, pero para casi todos yo era invisible. Solo otra cara oscura como otras mil que no notan".

    "Esa es verdad", dijo Rosa. "La única vez que una persona blanca me ha notado, es porque estoy en su camino o porque esperan que haga algo por ellos. Y ni siquiera me importaría tanto si solo una vez me miraran a los ojos, y tal vez incluso me preguntaran mi nombre".

    "Bueno, el Sr. Hargreaves es la excepción", dijo Haya.

    "¡Cincuenta dólares!", exclamó Rosa.

    "¿Crees que podemos gastar algo en nosotros mismos?"

    “Creo que nuestros padres insistirían en ello. ¿Qué estás pensando hacer por ti mismo?"

    "Bueno, no creo que queramos que nuestros compañeros de ruta sepan que hemos ganado dinero. Puede que les moleste."

    "Cierto. No estoy seguro de cómo se sentirían si descubrieran que los dos vaqueros negros habían sido tan bien recompensados ​​". Se sentaron en el suelo y hablaron sobre lo que podían comprar que no los hiciera parecer ricos.

    Al día siguiente, Haya estaba dispuesto a ir a la ciudad y gastar un poco de su dinero. "Ve tú", dijo Rosa. "Yo no me siento muy bien". Estaba simplemente agotado por las semanas en el camino. De modo que Haya fue solo a la ciudad por segundo día consecutivo.

    Después de haber comprado una camisa a cuadros y una nueva correa de cuero para sujetar su saco de dormir en la silla de montar, Haya estaba sentado en un banco al borde de la plaza del pueblo. No había nada en la plaza excepto la basura que había volado y un pequeño y tembloroso álamo con solo unas pocas decenas de hojas que lo mantenían con vida. Haya estaba comiendo un sándwich que había traído con él cuando vio acercarse al señor Hargreaves.

    "Quiero hablar contigo", dijo el Sr. Hargreaves.

    "Sí, señor", dijo Haya. Pero antes de que pudiera agradecerle al Sr. Hargreaves su generosidad, fue interrumpido.

    "He oído que tú y tu amigo hicisteis algo valiente hace un par de semanas", dijo el Sr. Hargreaves.

    "Bueno..." comenzó Haya confundido. ¿No habían tenido ya esta conversación?

    "Bueno, ¿te habló tu amigo del pequeño extra que tengo para ti?"

    "No entiendo…"

    "Bueno, si es un verdadero amigo, debería habértelo dicho. De todos modos, entiendo que actuaste bajo el riesgo de un grave peligro personal."

    "Pero…"

    "No, no le quites importancia. Quiero que tú y todos sepan que reconozco tal valentía. Quiero que tengas esto como recompensa". Puso un billete en la mano de Haya. "No, no me lo agradezcas. Te lo has ganado". Le estrechó la mano a Haya y siguió caminando. “Y dile a tu amigo que se asegure de que te pase mensajes. No todos los días un joven negro recibe un billete de $50 en la palma de su mano." Excepto que el Sr. Hargreaves usó un término mucho peor que "negro".

    Haya dio un paso atrás, no queriendo entender lo que había sucedido. Dos caras negras en toda la ciudad, y el Sr. Hargreaves no podía distinguirlas.

    "¿Ni siquiera dices, gracias?", exigió el Sr. Hargreaves. "¿Tu mamá no te enseñó modales, muchacho?"

    Haya no sabía qué decir. Con nerviosismo, tocó el limpio y blanco pañuelo en el bolsillo del pecho. "Gracias..." comenzó.

    Los ojos del señor Hargreaves siguieron la mano de Haya al pañuelo. Haya pudo ver el color aumentar en la cara del Sr. Hargreaves cuando se dio cuenta de su error. "Eres el negro que lleva un pañuelo en el bolsillo", dijo. “Te di dinero ayer. Bueno, hijo, puedes darle ese billete a tu amigo."

    El señor Hargreaves comenzó a alejarse.

    "No, señor", dijo Haya.

    “Disculpa, hijo. ¿Qué has dicho?"

    “He dicho que no, señor. No, gracias. No le daré estos cincuenta a mi amigo. Mi amigo tiene un nombre. Es Bill McDaniels. Sus amigos lo llaman Rosa. Le daré los cincuenta que me usted me dio ayer, pero no quiero estos. Aquí tiene, señor Hargreaves, señor, con mi agradecimiento. Pero usted ni siquiera sabe a quién se lo está agradeciendo. Mi amigo Rosa y yo hemos trabajado duro para usted. Y no somos héroes, pero salvamos una manada de su ganado alejándolos de un acantilado. Sí, señor. Y nos debe su agradecimiento. Pero no puede agradecer nada a un hombre a menos que sepa quién es y usted ha tenido dos años para conocer nuestros nombres. Así que, aprecio el dinero, y Dios sabe que a mi familia le vendría muy bien, pero no puedo aceptarlo con razón".

    El señor Hargreaves lo miró solemnemente. "¿Cómo te llamas, hijo?"

    "Thomas Hayaam Sadler.

* * *

    En serio.

Capítulo 14

    Cada vez que íbamos solos a la ciudad, mis padres me daban el mismo sermón: llama si necesitas ayuda, no vayas a ningún lado con extraños, ten cuidado con los conductores locos. Esta vez, justo cuando me iba, mi padre me puso un billete de diez dólares en la mano. "Ponlo en un lugar seguro, solo en caso de emergencias". Le di las gracias, lo metí en mi bolsillo y me fui.

    Para empezar, no es que la ciudad sea un lugar tan grande. Pero en comparación con las otras ciudades de la zona, definitivamente merecía el título de "ciudad". Tenía su propio sistema de tranvía, personas sin hogar en la calle y una sección llamada "La Zona Roja", donde los niños de nuestra edad se sienten realmente incómodos con lo que hay en las marquesinas de los cines.

    Yo había accedido a recoger a Mimi de camino a la estación de tren, a pesar de que estaba en la dirección equivocada porque tenía una misión especial. Mientras estaba fuera de mi casa, revisé el contenido del sobre nuevamente. Era un simple sobre marrón. Envolví los billetes dentro con algunos de los hilos rosados ​​especiales que mi madre usaba para tejer una gorra para Maddie. Tenía motas de color verde y morado, y también pedacitos brillantes, pero fue lo único que tuve a mano. Lamí la solapa, me aseguré de que estuviera sellada y cerré con cuidado el sobre dentro de mi abrigo. No quería que $20,000 en billetes de mil dólares cayeran a la calle mientras andaba en bicicleta.

    Me acerqué a casa de Mimi con cuidado y fui a su buzón para ver si alguien estaba mirando. Puse el sobre dentro y cerré la tapa tratando de no hacer ruido. Luego llamé a la puerta de Mimi, probablemente más fuerte de lo habitual.

    Mimi salió vestida con una camiseta verde, pantalones cortos verdes más oscuros, zapatillas verdes y medias rosas. No podías ir mucho más primaveral que eso. "Hola", dijo mientras pasaba junto a mí en el porche frente a su puerta. Luego, como si recordara algo que había olvidado, se volvió y levantó la tapa del buzón. Sacó el sobre, lo miró y dijo: “Extraño. Sin sello", abrió la puerta principal y lo puso sobre la mesa de correo. Nos dirigimos a la estación. Yo estaba aliviado. No quería hablarle a Mimi sobre el regalo hasta después de que sus padres lo recibieran, por si no le gustaba la idea. Pero tampoco quería que ella lo escuchara de sus padres en lugar de mí. En algún momento del día, pensé que tendría la oportunidad de decírselo sin que Ari estuviera cerca.

    Ahora no iba a ser ese momento. Ari se acercaba en su bicicleta, chocó ligeramente contra la barandilla del porche de Mimi y se dio la vuelta para que juntos pudiéramos andar las seis manzanas hasta la estación de tren.

* * *

    Hablamos durante todo el viaje de 35 minutos, excepto en los diez minutos que fuimos al vagón de refrescos, donde comimos unas magdalenas terribles. Hablamos sobre cómo íbamos a gastar dinero en la ciudad. Esa era nuestra misión. Lejos de nuestros padres y otros amigos, por fin podríamos ser simplemente viejos niños ricos.

    La ciudad es la última parada del tren, razón por la cual nuestros padres nos dejan subir a él: es difícil bajar en el lugar equivocado. Salimos al aire fresco como personas que se despiertan. El día daba un poco de frío, haciendo que la ciudad pareciera aún más llena de líneas rectas y esquinas que de costumbre.

    "¿Dónde vamos primero?", pregunté palmeando mis bolsillos delanteros, cada uno de los cuales contenía una cantidad absurda de dinero. Había dividido el dinero en efectivo, pensando que no me robarían en ambos bolsillos.

    “¡El Planetario!” Dijo Ari sin dudarlo. Mimi y yo nos miramos. ¿Por qué no?

    "Por allí", dijo Mimi dirigiéndose por una calle. Ella era de lejos la mejor orientada de los tres.

    "¿Caminando?", dije con fingida sorpresa. "¡Nunca!" Me acerqué a la acera y agité la mano. Un taxi se detuvo.

    Ahora bien, hay algunas cosas sobre ser un niño con dinero para las que no estás preparado. Esperaba que el taxista nos mirara como si fuéramos unos mocosos mimados. Y como estábamos en la ciudad para actuar como mocosos malcriados, merecíamos esa mirada. Después de todo, el conductor había estado trabajando duro todo el día para ganar una cantidad de dinero. Pero para lo que no estaba listo yo era para dejar propina. Sabía que generalmente le das una propina del 15% del coste del viaje. Y yo sabía hacer los cálculos. El problema es que es simplemente vergonzoso dar una propina a alguien. No es tan malo cuando puedes dejarlo en una mesa y huir, pero cuando tienes que dárselo a alguien, puede ver das una gran propina o una pequeña propina.

    De modo que estuve sentado durante todo el viaje preocupado por el momento de la verdad. Cuando nos acercamos al planetario, estaba claro que el viaje costaría alrededor de $6.00. El quince por ciento es un diez por ciento más la mitad de ese diez por ciento. Eso son 90 centavos. Redondea eso a un dólar. Costo total del viaje, incluida la propina: $7.00. Fácil. Pero el billete más pequeño que yo tenía era de diez. Entonces, le daría los diez y pediría tres de vuelta. Pero, ¿qué son $3 para el niño más rico del mundo? Debería decir: "Quédese el cambio", excepto que realmente parecería un niño rico mimado. Pero al conductor no le importaría: puedo estar malcriado, pero le doy una buena propina. Esos tres dólares podrían significar algo para el conductor. Por otro lado, podría darle un billete de veinte dólares y decirle que se quedara con el cambio y eso no supondría la menor diferencia para mí. Pero él miraría los veinte y me preguntaría si en realidad yo había querido darle uno de diez. "No, no, quédese con el cambio, mi buen hombre", diría yo. No, darle uno de veinte estropearía todo el intercambio. Podría darle los veinte y luego huir, pero supongamos que él comenzara a perseguirme agitando el billete de $20 y gritando "¡Oye, niño rico malcriado, me has dado demasiado dinero!"

    ¡Había tanto en lo que pensar!

    De modo que me quedé allí sentado, mordiéndome el labio, temiendo el momento en que tendría que pagar. Mi ansiedad claramente estaba molestando a Mimi, y a Ari también.

    El taxi se detuvo en la acera. "Seis dólares justos", dijo el taxista.

    "Ha hecho un muy buen trabajo", le dije entregándole un billete de veinte dólares. "Quédese con el cambio."

    Lo miró con atención, asintió una vez y se fue sin decir una palabra y sin mirar atrás.

    El planetario era divertido. Siempre lo es. Aunque no te guste el universo, aunque claro, si no te gusta el universo, ¿qué es lo que gusta? Es un lugar tan genial. Está más oscuro que la oscuridad, y luego salen las estrellas, y una gran voz llega por los altavoces desde todas las direcciones a la vez. Además, siempre tienen un toque de espectáculo. Esta vez era una carrera a través del sistema solar, más rápido que la velocidad de la luz, girando a la izquierda alrededor de Júpiter y dando un par de vueltas alrededor de Neptuno.

    Fuimos a la tienda de regalos del museo, pero no queríamos comprar nada demasiado caro que no pudiéramos explicar a nuestros padres, así que obtuve una selección de pequeñas cosas: algunas gemas pulidas, un bolígrafo y una "Roca lunar" de espuma.

    Luego fuimos a Arcades Misterio, el lugar de juegos electrónicos más grande de la ciudad. Los tres pasamos muchas horas en la galería de Cuarto del Tiempo en nuestra ciudad. Cuarto del Tiempo era una habitación individual en el centro comercial con máquinas alineadas en las paredes. En Arcades Misterio, salías de la sala de máquinas de lucha electrónica y entrabas en la sala de deportes electrónicos, que estaba a la derecha de la sala de pinball electrónico. Y eso solo en el primer piso. Los tres nos quedamos asombrados, congelados en la entrada. Luego me dirigí a la máquina de cambio.

    ¿Sabes cuánto pesan $50 en cuartos de dólar? Más de lo que piensas. Pero después de dividirlo en tres (Ari y Mimi obtuvieron un extra cada uno), no se parecían pesados, solo reconfortantes. Jugamos y jugamos, a veces juntos, a veces separados, hasta que nuestros cerebros se movieron con pitidos electrónicos y nuestros dedos actuaron sin querer siquiera que lo hicieran.

    Incluso después de habernos sentado en el banco de fuera durante diez minutos, aún podíamos sentir el zumbido en nuestros cerebros. "¿Adónde?", pregunté. Mimi parecía vacilante. "¿Qué pasa?"

    “Leí algo sobre una exposición en el Museo de Arte que sonaba genial. ¿Os interesaría ir?"

    "Más o menos", respondí. "¿Qué es?"

    "Bueno, es de una mujer que hace fotos de cosas cotidianas muy de cerca, para que puedas ver sus texturas".

    "¡Lo que sea!", dijo Ari con entusiasmo.

    "¡Taxi!" Llamé.

* * *

    ¿Por qué los museos tienen puertas tan grandes? ¿Qué clase de gigantes creen que van a ir a visitarlos?

    Antes de pasar por ellas, queríamos tomar un aperitivo. En lugar de esperar en un restaurante, decidimos comer en los carritos de comida frente al museo: castañas asadas, anacardos azucarados calientes, una barra de helado Super Babosu y refrescos por todas partes. Era más de lo que podíamos comer. De hecho, era más de lo que podíamos sostener. Nos sentamos en un banco, inclinándonos hacia adelante para evitar el helado nos goteara encima, y comimos hasta que estuvimos llenos. Luego cerramos las bolsas de anacardos y colocamos cuidadosamente el resto de nuestras golosinas no consumidas en un cesto de basura donde una ardilla festejaba felizmente ignorando a los grandes mamíferos a su lado.

    La cola del museo era corta, y apenas nos habíamos limpiado las manos con las servilletas cuando llegó nuestro turno. De inmediato me enfrenté a otra crisis, porque el letrero en el puesto decía:

    Admisión.

    Done lo que quiera.

    Sugerencia: $7.00 para adultos y $2 para niños menores de 12 años.

    "¡Vaya, es gratis!", dijo Ari.

    "Esto es injusto", dijo Mimi al mismo tiempo.

    "¿Por qué es injusto?", dije yo.

    "Porque tienes que decidir si vas a ser un tacaño", dijo Mimi.

    "Por eso tienen la sugerencia", dije.

    "Pero es solo una sugerencia".

    "Eso es lo que esperan que pagues".

    "No, no lo es. Por eso lo llaman sugerencia".

    Me volví hacia la mujer en la cabina. "Disculpe, pero ¿la mayoría de la gente paga los $7?"

    Ella había estado escuchando nuestra discusión y sonrió. "Casi la mitad".

    "¿Y la otra mitad entra gratis?", preguntó Ari con un poco de entusiasmo.

    "Algunos lo hacen. Algunas personas ponen más. Algunos aportan unos pocos dólares, dependiendo de lo que puedan pagar".

    "Gracias", dije y salí de la cola para que otras personas, menos confundidas que nosotros, pudieran entrar. Los tres nos paramos junto a la estatua gigante de un hombre, una mujer y un niño hechos completamente de clavos.

    "Bueno, paguemos nuestro dinero y entremos", dijo Mimi.

    "Ya la has oído," dije. "Algunas personas pagan menos dependiendo de lo que pueden pagar, y algunas personas pagan más".

    "¿Y?" Preguntó Ari.

    "¿Sabes lo que yo podría pagar?"

    "Pues paguemos $10 cada uno y entremos", dijo Ari.

    "¿Por qué $10?"

    "Porque es más y no cuesta $11.37".

    "¿Qué pasa con $11.37?", pregunté.

    "No es redondo. Nadie da números no redondos, a menos que pongan toda su calderilla".

    "¿Y por qué no $20?"

    "Vale, $20", dijo Ari. "Entremos."

    Negué con la cabeza. "No sé cómo resolver esto".

    Mimi puso su mano sobre mi hombro y dijo: "No hay nada que resolver. No hay reglas. Eres el chico más rico del mundo. Eres una excepción a las reglas sobre el dinero".

    "¿Entonces qué hago?"

    "Poner mil dólares", dijo Mimi.

    "¿Qué?", ​​dijo Ari, en estado de perpejlidad. ¿Mil dólares? ¡¿Por qué?!"

    “Porque puede y ni siquiera lo notará. Has traído mucho, ¿no?"

    "Mucho más que eso", dije tocando los dos bolsillos delanteros para asegurarme de que el dinero todavía estaba allí.

    "Bueno, mil dólares es un buen número redondo".

    "¿Y por qué no dos mil?"

    "Porque, bueno, eso es demasiado", dijo Mimi con tal decisión que terminó la conversación.

    Me di la vuelta para poder sacar un billete de mil dólares sin llamar la atención, doblé el billete para que la mujer no pudiera ver cuánto pagaba y volví a la caseta como si solo estuviera gastando un par de dólares, lo dejé caer en la ranura y entré. Mimi y Ari pusieron cada uno un billete de $10 que yo les había dado.

    Nadie se percató. Cuando contaran el dinero esa noche, imaginé a alguien diciendo: "¡Hey, Myrtle, alguien es una persona generosa!"

    Por supuesto, yo nunca lo sabría. Y nunca me lo agradecerían. Eso no debería haberme importado, pero, curiosamente, lo hizo. Un poco.

    Salimos a la luz con medio día por delante. El museo había sido un museo: paredes y paredes de cosas que no me importaban, con elementos ocasionales que me transportaban a lugares extraños, como una migaja de pan que se arrastraba por un desagüe. Las salas de exposición de fotos estaban bien. Debido a que la fotógrafa había hecho fotos de cosas en un primer plano extremo, tenías que alejarte de la pared para ver qué eran, pero a medida que te acercabas más y más, las texturas de la cosa se volvían más interesantes. Después, como todos los demás, caminamos hacia adelante y hacia atrás frente a cada foto como si estuviéramos atados con una cuerda elástica.

    Cuando salimos, nos dimos cuenta de que teníamos hambre otra vez. Ese banquete de comida basura no nos había llenado por mucho tiempo. Abrí la guía de información turística que había sacado de la Web. "Grande Fleur", les dije señalando el mapa. "Ahí es donde vamos a almorzar. ¡Taxi!"

    La guía turística decía que el Grande Fleur era el mejor restaurante de la ciudad, con elementos del menú francés que yo no podría haber pronunciado incluso si me hubieran engrasado las bisagras de la mandíbula. La guía informaba de que el servicio era perfecto, con camareros con guantes blancos para atender todas tus necesidades. La decoración, por dentro, se describía como opulenta y elegante, lo que supuse que significaba que no tenían fotos de las sobrinas y sobrinos del dueño en la pared. Pero no importó porque la Grande Fleur estaba lleno. Ninguna cantidad de dinero iba a vaciar el lugar antes de tiempo.

    "¿Queréis esperar o buscar otro lugar?", les pregunté.

    "Tengo hambre", dijo Ari.

    Entonces, volvimos a mirar en la guía. El Salzburg Grille se clasificaba casi tanto como el Grande Fleur y estaba solo a un par de manzanas de distancia. Era un día hermoso y gastar dinero en un taxi para andar dos manzanas ni siquiera parecía divertido, así que caminamos.

    "Ahí está", le dije. El Salzburg Grille tenía un toldo azul oscuro con su nombre escrito en dorado. Dos puertas delante de una joyería que había ido a la quiebra. Las luces estaban apagadas y la tienda estaba vacía. Sentados en una manta en su puerta había una mujer sin hogar, un hombre y un perrito. Un letrero escrito en una solapa arrugada de una caja de cartón decía: "Sin hogar y hambrientos. ¿Echas una mano?" Probablemente porque éramos niños, no nos miraron cuando nos acercamos. "Oh, mira al perrito", dijo Mimi echándo una mirada tierna con los ojos muy abiertos.

    "No sé", dije en pánico y con voz suave. No quería que me obligaran a tomar una decisión de inmediato. "Vámonos", le dije, "y hablaremos de eso en el almuerzo".

    "Pero…"

    "Por favor", dije con urgencia. "No quiero hablar de eso delante de ellos".

    Les saludamos y pasamos de largo. "Lindo perrito", les dijo Mimi. Ellos le devolvieron la sonrisa.

    El restaurante era hermoso, todo de ladrillo, latón y plantas. El camarero que nos acomodó solo nos miró divertido por un momento, y luego debió de pensar que nuestros padres nos habían enviado aquí con dinero. Llevaba el pelo peinado hacia atrás y una camisa blanca que estaba tan limpia y blanca que probablemente habría permanecido encendida aunque se apagaran las luces, y él caminaba tan recto que podrías cortar papel por su borde. "Por aquí", dijo él llevándonos a una mesa cerca de la ventana que daba a la pareja de indigentes.

    "No me siento bien", dijo Mimi. "Esas personas tienen hambre y aquí estamos..." Miramos los menús en silencio. Incluso los aperitivos costaban más de diez dólares. Hice los cálculos y pensé que íbamos a gastar unos $150 allí. Aunque eso ni siquiera era una gota en mi cubo, todavía era mucho dinero para gastar en un almuerzo para tres.

    "Vale, Mimi, yo tampoco me siento bien. Pero hagamos lo que hagamos, no tiene que afectar nuestro almuerzo. Tampoco es que sólo tenga $150 que pueda gastar o en este almuerzo o en ellos. Así que, pidamos un buen almuerzo. Estoy realmente hambriento."

    "Yo también", dijo Ari, metiéndose medio panecillo en la boca de una vez y, lo que es peor, dejando la otra mitad sobresaliendo de su boca.

    El camarero que nos había sentado se acercó y dijo que sería un placer servirnos esta tarde. (Pensé entonces que si era un placer, ¿por qué teníamos que pagarle para que lo hiciera?) Resulta que el Salzburg Grille es una parrilla, y las parrillas tienen carne, por lo que es difícil pedir una comida vegetariana. Pero pedimos: patatas fritas, ensaladas, queso a la parrilla, palitos de mozzarella fritos, aros de cebolla, un sándwich de champiñones portabella, salteado con brócoli y jengibre, pan de ajo, patatas rellenas y helado de pastel de postre.

    Mientras esperábamos a que llegara la comida, Mimi tocó un ritmo con un palito de pan. "Bueno, ¿qué vamos a hacer por esas buenas personas?", preguntó.

    "¿Cómo sabes que son buenas?", preguntó Ari.

    “Porque nos sonrieron cuando saludé a su perrito. Además, el perrito parece feliz y amigable, por lo que deben de cuidarlo bien, lo que no puede ser fácil cuando estás sin hogar y mendigando en las calles".

    "A mí no me parecía tan feliz", protestó Ari.

    "Yo puedo saber eso", dijo Mimi.

    "Crees que puedes saberlo", dijo Ari.

    "No importa si el perro es bonito", interrumpí yo.

    "¿Les vas a dar dinero de todos modos?", preguntó Ari.

    "Sí. Tal vez. Todavía no lo sé". Estaba pensando en lo que "Haya" Sadler me había dicho: yo debería saber quiénes eran en lugar de dejar caer dinero en su regazo.

    Cuando el camarero trajo nuestra comida, pedí tres hamburguesas para llevar, excepto que, por supuesto, no las llaman "hamburguesas" en un lugar como el Salzburg Grille. No, se llamaban "Base del Mesón", y tenías que pedir el ketchup aparte.

    "Generalmente no preparamos comidas para llevar", dijo el camarero. "Lo siento mucho."

    No, no lo sentía.

    Cuando estaba a punto de darse la vuelta, le dije: "Vale. ¿Hacen bolsas para perros si no podemos terminar nuestro almuerzo? "

    "Sí, por supuesto, señor, podemos empaquetar su porción no consumida para consumo doméstico". No pareció muy contento de que yo las llamara bolsas para perros.

    "En ese caso, me gustaría comer tres hamburguesas porque tengo mucha hambre. Y si no puedo terminarlas, te pediré que las empaquetes en una bolsa para perros".

    "¿Por qué no las pongo en una caja para llevar y las tengo listas cuando haya terminado con su comida?"

    "¡Buena idea! Gracias."

    Y cuando terminamos, llegó nuestro camarero con la factura. Solo después de que la hube pagado en su totalidad me entregó la bolsa con los tres almuerzos de hamburguesa. "Gracias", le dije dejando una propina de $100. No, no me caía muy bien, pero el camarero estaba trabajando duro.

* * *

    Todavía no estaba seguro de cuánto le iba a dar a la pareja sin hogar cuando Mimi comenzó a acariciar el perrito. El perro se emocionó de la misma manera que lo hacen los perritos, deslizándose sobre sus patas como si la acera estuviera demasiado caliente para quedarse quieto. "¿Cómo se llama?", preguntó ella.

    "Espunki", dijo el hombre.

    "Abreviatura de Espunkalator", explicó la mujer.

    "Es adorable", dijo Mimi.

    "Es un buen perro", confirmó el hombre.

    Mimi me miró y dijo a la pareja: "Nos preguntábamos si a ti y a Espunki os gustaría unas hamburguesas de ese restaurante". Di un paso adelante con la bolsa.

    ¿De la parrilla? ¡Claro! Siempre me he preguntado cómo es su comida".

    Le entregué la bolsa y él sacó cuidadosamente su contenido: gordas hamburguesas en pan crujiente, un recipiente con salsa de tomate, una bolsa grande de patatas fritas (o, como el Grille las llamaba, "Juliennes Crujientes de Patatas Nuveau"), gruesas servilletas de papel y tres tenedores de plástico duro como si alguien usara tenedores para comer patatas fritas y hamburguesas. Ella tiró de una empanada de carne hasta que se desprendió un gran trozo y se lo dio a Espunki. La carne despareció en dos sacudidas de la cola de un perrito.

    "Oh, a él le gusta", dijo la mujer.

    "Es algo muy bueno lo que has traído", dijo el hombre. "Este es nuestro lugar habitual, pero nunca he probado comida de ahí".

    "Está bien", dijo Ari.

    El hombre le dio un mordisco. “Hmm, sí lo está. Está muy bueno."

    “¿Quieres un poco?”, preguntó la mujer.

    "Oh no", dijo Mimi. “Acabamos de comer. Sin embargo, gracias.” Además, ella era vegetariana.

    "Bueno", dijo Ari mientras los tres comían sus hamburguesas, "¿Cómo habéis terminado aquí?"

    Es bueno tener a Ari contigo si quieres que algo salga a la luz.

    "No ha querido decir que estéis terminandos aquí", dijo Mimi incómoda.

    "No, no", dijo el hombre. "Esa es una pregunta correcta. Y la respuesta es bastante simple".

    "Soy esquizofrénica", dijo la mujer. "Mi nombre es Carolina."

    "Soy Philip", dijo el hombre, y nosotros nos presentamos.

    “Sí”, dijo Philip, “Caroline es esquizofrénica. ¿Sabéis lo que eso significa?"

    "Ella piensa que es una persona diferente", dijo Ari con toda la confianza que la ignorancia puede dar a una persona.

    "No, eso es lo que significa en las películas. Pero en la vida real, un esquizofrénico es, bueno, un loco. Caroline a veces escucha voces que no existen".

    "Ya no, desde hace un tiempo".

    "No en un par de días", dijo Philip. "Y cuando escucha voces, las responde".

    "Sí, estoy loca", dijo Caroline. "Me asusta."

    "¿No pueden hacer nada al respecto?"

    "No mucho", dijo Caroline. "¿Conoces el Centro Carlton? Estuve allí un par de años. Y luego el estado dejó de pagar, así que me echaron".

    "¿Simplemente te pusieron en la calle?"

    “Intentaron ayudar. Se suponía que debía acudir cada semana o cada dos semanas o algo así, pero yo no paraba de confundirme. Nunca regresé. Pero luego conocí a Philip y a Espunki."

    "Yo estaba viviendo en la calle", dijo Philip. "Y es fácil decirte cómo llegué a eso: drogas. Yo era un adicto a la heroína. Probablemente todavía lo soy."

    “¿No lo sabes?” Preguntó Ari.

    "Ahora ya no consumo, pero puede que lo haga el día de mañana. Esa es la triste verdad. No puedo conseguir un trabajo y no podría conservar uno si lo hiciera. Lo he intentado y siempre termino consumiendo. Esto es algo malo, pero supongo que os enseñan eso en la escuela".

    "Sí, hicimos una unidad completa en Salud", dijo Ari un poco demasiado alegre. Lo miré severamente para evitar que describiera el informe que había hecho. Había sido en forma de una parodia humorística.

    "Bueno, ¿ahora ambos vivís en la calle y de lo que la gente os da?", pregunté.

    "A veces ahorramos suficiente dinero para darnos un pequeño lujo", dijo Caroline.

    "Principalmente sólo aceptamos el dinero extra, para decirte la verdad".

    "Eso no es cierto, philly. Compramos un suéter con el dinero que ahorramos ”.

    "Eso fue hace más de un año", dijo Philip suavemente.

    "Bueno", le pregunté, "¿Qué harías si ganarais la lotería?"

    "¿Cuánto?"

    "Digamos $10,000".

    "Bueno, eso sería demasiado para bebérselo", dijo Philip.

    "Me quedaría en un hotel y llamaría al servicio de habitaciones", dijo Caroline.

    "Invitaría a nuestros amigos. Haría una fiesta."

    "¡Divertido!", dijo Caroline.

    "O podríamos intentar salir de las calles", dijo Philip frotándose la barbilla. Acercó a Espunki a su regazo y le acarició la cabeza y el lomo. "Eso sería lo más inteligente. Pero claro, no llegué aquí haciendo cosas inteligentes".

    "Oh, no digas eso", dijo Caroline.

    "Es difícil decir otra cosa", respondió Philip. “Bueno, ¿qué me sacaría de la calle? Podría limpiarme con esa cantidad de dinero. Un poco de ropa nueva para no parecer un vagabundo. Podríamos alquilar un lugar pequeño. Tal vez podría conseguir un trabajo si no pareciera un sin hogar".

    "Mucho de eso es la ropa", confesó Caroline.

    “Podría comprar un teléfono móvil para poder solicitar un trabajo y darles una manera de comunicarse conmigo. Pero no me ha ido bien manteniendo trabajos", continuó.

    Miré a Mimi. Ella asintió. "Vale, esto va a ser difícil de creer", comencé, "pero quiero que aceptéis esto". Saqué un sobre de cada uno de mis bolsillos delanteros. "Aquí hay $10,000". Se los ofrecí. No se movieron. "Es para vosotros. No podéis decirle a nadie dónde lo conseguisteis, pero es totalmente legal".

    “Ganó la lotería. El gordo", dijo Ari. "En serio ."

    “De verdad que gané. Gané más dinero del que cualquiera podría gastar en la vida. Así que, por favor, aceptad esto. Pero espero que no lo gastéis en una habitación de hotel ni en... " No quise decir "heroína".

    Caroline tomó un sobre de mi mano. Philip la miró y luego tomó el otro sobre. Los abrieron como si observaran otro mundo por un telescopio.

    "No sé qué decir", dijo Philip.

    "Ya es realmente incómodo para todos nosotros", dije.

    "No para mí", dijo Caroline. "Gracias. Gracias."

    "Gracias", dijo Philip. "Intentaremos hacer algo con esto".

    "Espunki os da las gracias", dijo Caroline, agitando la pequeña pata del perro hacia nosotros.

    "Vale. De nada. Y recordad, no podéis decirle a nadie de dónde ha salido".

    "No se lo diremos a nadie".

    Estábamos retrocediendo cuando alguien se acercó a la manta en la que estaban sentados y dejó caer un billete en la taza de la pareja. "Gracias, Martin", dijo Caroline. "Ooh", dijo ella. "¡Es de veinte! Debe de haber tenido un buen día."

    "Es un habitual. Todos los días deja uno o dos dólares", explicó Philip.

    Mientras Martin continuaba calle abajo, vimos que él había sido nuestro camarero del almuerzo.

* * *

    "Bueno, me siento realmente extraño", dije cuando estábamos a una manzana de distancia.

    “¿Por qué?” Preguntó Ari.

    "Por darles el dinero".

    "Sé lo que quieres decir", dijo Mimi. "Es tan extraño que tengas tanto y ellos no tengan nada. Y tengas que decidir."

    "Sí. Podría haberles dado $5,000 o $15,000. No hay diferencia para mi. Una gran diferencia para ellos".

    "O podrías haberles dado $12,000", intervino Ari.

    "Ajá."

    "O $16.300", dijo Ari.

    "Vale, Ari, captamos la idea".

    Quería que Ari parara antes de que dijera: "O $20,000". Que es lo que yo le había dado a la familia de Mimi. Se me hizo un nudo en el estómago al pensar en cómo reaccionaría Mimi cuando descubriera que le había dado dinero a sus padres como si fueran una pareja que vivía en la calle.

    Caminamos por la calle, sin ganas de llamar a un taxi, hasta que llegamos al Teatro Barrymore en el centro de la ciudad. Charlé sobre todo lo que se me ocurrió para mantener alejado el tema de la caridad y el dinero. Cuando llegamos al teatro, pedí tres de los mejores asientos para la presentación matutina de "Magia y Todo Eso", un espectáculo que combinaba magia y comedia. Con Ari entre Mimi y yo, me sentí más seguro, pero aun así leí la guía del programa cuidadosamente hasta que se apagaron las luces para evitar hablar con ella. Me sentí incómodo. Y esperaba que la sensación desapareciera pronto.

    En el intermedio, Ari fue a buscar dulces. El asiento se estaba poniendo incómodo, así que me puse de pie. "Mimi", le dije, "hay algo que tengo que decirte".

    Ella levantó la vista, esperando.

    ¿Recuerdas ese sobre en tu buzón esta mañana? ¿El que no tenía sello? Ella asintió. “Fue de mi parte. Les di dinero a tus padres para ayudarles. Pero no puedes decirles que fui yo".

    "¿Cuánto?", preguntó ella. Su voz era neutral, como si estuviera preguntando cuánto cuesta una barra de chocolate.

    "No sabía cuánto sería lo correcto, así que les di $20,000".

    Ella no dijo nada

    "Bueno", le pregunté, "¿qué te parece?"

    "¿Qué quieres que piense?"

    "Nada", le respondí confundido.

    “Vale, pues no pienso nada. Lo hiciste. Ya está hecho. No voy a revelar tu secreto".

    Ari regresó con seis barras de caramelo. "No sabía lo que queríais, así que compré uno de cada".

    El espectáculo fue bueno, pero no excelente: muchos de los trucos eran familiares (serró a una dama por la mitad de verdad) y los esbozos de comedia resultaron un poco tontos. Sin embargo, cuando salimos me encontré diciendo: "¡Ha estado genial! ¡Fantástico!” Porque había descubierto en la guía del programa la forma correcta de regalar dinero.

    Mimi no habló con ninguno de nosotros durante todo el viaje a casa.

    "Debe de estar cansada", me dijo Ari.

    No respondí.

Capítulo 15

    La Fundación Fordgythe

    Ayudando con una Mano Amiga

    PO Box 1274

    Melville

    Eso es lo que decía en la papelería que yo había encargado por Internet. Recogí el paquete en mi nuevo apartado de correos y no lo abrí hasta que volví a mi habitación. Las páginas de color crema eran pesadas, y podía leer las letras en relieve con los dedos si era necesario. Incluso olía bien, como ropa limpia. Escondí el papel colocándolo en el medio de la pila de resmas de mi ordenador.

    Qué mundo: imprime algunos artículos de papelería y tendrás tu propio negocio. Si realmente estuviera creando la Fundación Fordgythe, probablemente tendría que hacer algunas cosas con un abogado. Pero yo solo iba a regalar dinero, y no hay ninguna ley en contra de eso. Al menos ninguna de la que nadie me haya hablado.

    Desde abajo oí un "Grrrr". Si no hubiera reconocido la voz de mi padre, podría haber pensado que se nos había mudado un oso. O una afeitadora eléctrica muy grande, posiblemente.

    "¿Por qué está gritando papá?", le pregunté a mi madre. Ella estaba corrigiendo las hojas que su clase le había entregado. Usualmente no piensas en que tienes una maestra en casa, sentada a una mesa poniendo notas a sus alumnos mientras el resto de su vida la rodea.

    "El Registro ha salido a favor de que el estado gaste aún más dinero en publicidad de la lotería", dijo mamá.

    "Grrrr", explicaba a su vez mi padre.

    Aunque mi única experiencia con la lotería estatal era bastante buena, por decirlo suavemente, todavía hubiera votado en contra de que el estado tuviera una. Pero eso no era para mí ni una décima parte del gran problema que era para mi padre. Estaba claro que aquello enojó a mi padre. Peor aún, tenía el presentimiento de que el Sr. Loy había hecho que El Registro promocionara más publicidad de lotería solo para enojar a mi padre. Y había funcionado.

    Regresé arriba y tomé algunas copias recientes de La Gaceta conmigo. Yo estaba buscando personas a las que le pudiera venir bien la Mano Amiga de la Fundación Fordgythe. Después de todo, nosotros éramos la Gente de la Mano Amiga. Aproximadamente una hora después, fui en bicicleta al banco y tuve una agradable conversación con la Sra. Harrigan, la mujer que había abierto la cuenta cuando gané la lotería. Yo había ido confiando más en ella. Por ejemplo, aquí está la conversación que tuvimos esa tarde.

    Yo: Hola, señorita Harrigan.

    Sra. Harrigan: ¡Buenas tardes, Jake! Es un placer verte. Un placer.

    Yo: gracias. Me alegro de verla también.

    Sra. Harrigan: ¿En qué puedo ayudarte esta tarde?

    Yo: Bueno, he tenido una idea.

    Sra. Harrigan: Bien. Me gustan las ideas. Me gustan las ideas

    Yo: Tengo esta papelería impresa.

    Sra. Harrigan: ¡Muy bien! ¡Muy, muy bonito! ¿La diseñaste tú mismo?

    Yo: si. Bueno, lo robé de la web. Encontré una plantilla.

    Sra. Harrigan: ¿Estaba en venta?

    Yo; En realidad no. Decían que podías usarlo gratis.

    Sra. Harrigan: Entonces no es realmente robar. No es robar en absoluto. Bueno, estás comenzando una fundación. ¡Qué excelente idea! ¡Excelente!

    Yo: ¿Se me permite?

    Sra. Harrigan: No veo por qué no. ¿Vas a engañar a alguien? ¿Estafarlos? ¿Engañarlos con su dinero y sus casas?

    ¡No! Les daré el dinero que realmente necesitan.

    Sra. Harrigan: Excelente. ¡Excelente! ¡Eso suena muy divertido! ¡Divertido! ¿Y cuánto necesitas esta tarde?

    Yo: estaba pensando que comenzaría con $50,000.

    Sra. Harrigan: ¿En cientos? ¿Miles?

    Yo: Creo que miles serían los mejores.

    Sra. Harrigan: Excelente. Excelente. ¿Podrías esperar aquí un minuto y conseguiré los formularios y el efectivo? Solo un minuto.

    Yo: gracias.

    Sra. Harrigan: No, gracias a ti. Y hay una copia de la revista People allí si deseas leerla. People.

    Tres minutos después, regresó con un sobre con cincuenta billetes de $1,000. Ni siquiera lo conté porque si no puedes confiar en la Sra. Harrigan, ¿en quién puedes confiar? ¿En quién puedes confiar?

    Puedes estar seguro de que cuando metí ese sobre en mi mochila, me aseguré de que la mochila estuviera completamente cerrada y que las correas no se romperían. No quería tener que explicar por qué estaba persiguiendo billetes de mil dólares que volaban por la calle.

    Cuando llegué a casa, cerré la puerta y moví el dinero a los sobres de Fordgythe que yo había impreso, asegurándome de que solo una pequeña parte del dinero estuviera expuesta en cualquier momento, en caso de que alguien entrara en mi habitación. Una vez que clasifiqué el dinero, até con cuidado cada sobre con el hilo rosado, púrpura y verde y brillante que le había quitado a mi madre. Quería que el dinero quedara festivo después de todo. Luego imprimí nombres en etiquetas adhesivas con el ordenador y me aseguré de tener los nombres correctos en los sobres correctos. Cuando terminé, volví a colocar los sobres blancos en el gran sobre del banco y lo comprimí todo en mi mochila.

    Estaba listo.

    Mi primera parada era obvia. Pasé en bicicleta tres veces frente a la Aldea Loy, asegurándome de que ninguna de las personas que había conocido allí estaba en el camino de entrada o mirando por las ventanas. Especialmente no quería encontrarme con el Sr. Beecher. Podía imaginarlo sacándome de mi bicicleta. Pero no había signos de actividad, así que me detuve frente a su buzón y metí el sobre en él. Dentro había una carta cuidadosamente mecanografiada que les decía que la Fundación Fordgythe les había otorgado $30,000 para ser utilizados para la mejora del edificio y para proporcionar servicios a aquellos que usaban el edificio (yo había leído algo sobre cómo hablaban las fundaciones). Y me alejé rápidamente pero con calma. Mi corazón latía rápido, pero no por pedalear en la bicicleta.

    Me dirigía a casa de la Sra. Floyd cuando Ari me llamó. Me detuve junto a él en la calle. "¿Qué pasa?", le pregunté. Me di cuenta de que él estaba raro porque alternaba entre subirse los pantalones y ajuatarse las gafas.

    "¡Amanda y Roger han roto!"

    Oh, no, pensé: "Hey, eso es genial", dije.

    “Lydia me lo dijo. Me dijo que yo debería hacer mi movimiento".

    Me imaginé el tono sarcástico de la voz de Lydia.

    "De verdad que lo dijo en serio", dijo Ari como si leyera mi mente. Yo estaba impresionado Normalmente él no era tan consciente de lo que la gente estaba pensando. "Me dijo que me ayudaría".

    "¿Por qué iba ella a ayudarte?"

    "Porque está enfadada con Amanda".

    "¿En serio?" Creo que mi ceja izquierda se levantó sola, probablemente. Hace eso a veces.

    "Sí. Roger rompió con Amanda para poder ir con Balia". Balia era una chica bonita en clase que no era una idiota completa. Ahora yo tenía un poco menos de respeto por ella.

    “Bueno, ¿y por qué quiere ella que vayas con Amanda? Eso no tiene sentido".

    "Sí lo tiene. Es porque... vale, no, no lo tiene. ¿Pero a quién le importa? Quiere ayudarme. Se va a reunir conmigo en media hora. ¿Puedes venir?"

    "Sí, claro. Solo tengo que dejar esto en casa de la Sra. Floyd".

    "¿La Sra. Floyd va a recibir una subvención de Fordgythe?

    "Sí. Creo que es una buena maestra".

    "Yo también. ¿Cuánto?", me preguntó Ari.

    No sé por qué me avergoncé. "Algo. No importa".

    Ari pedaleó en bici conmigo hasta el apartamento de la Sra. Floyd. El edificio no tenía nada de especial, pero me gustó que fuera un apartamento porque significaba que quien estuviera observando no podría saber exactamente en qué buzón habría yo puesto el sobre. Cuando nos fuimos, me di la vuelta para ver la punta del sobre blanco visible a través de la ranura. Esperaba que eso la hiciera un poco feliz.

    Lydia nos estaba esperando en una cabina en el Zumo Soda. La mesa estaba llena de libros y cuadernos, como si Lydia estuviera estudiando para nueve exámenes a la vez. Aquella no era la Lydia «¿A quién le importa?» y «¡Lo que sea!» que yo había llegado a conocer para mi disgusto.

    "Hola, Lydia", le dije, pero antes de que las palabras salieran de mi boca, nos estaba diciendo que sacáramos todos los libros de nuestras mochilas.

    "Para que parezca que me estáis dando clases particulares o algo así", susurró ella con urgencia. Y entonces entendí por qué tenía ella todos sus materiales de estudio a la vista: no quería que nadie pensara que en realidad estaba teniendo una reunión social con personas de poca vida como Ari y yo. Éramos demasiado impopulares.

    Sacamos algunos libros. Mientras yo fingía estar buscando algo en mi libro de texto de geología y Ari estaba haciendo algunas referencias cruzadas en su libro en español, le dije: "Bueno, ¿y por qué quieres ayudar a Ari con Amanda?"

    "¡Esto es tan molesto!", dijo ella y suspiró una vez, profundamente. "Amanda obviamente tiene que tener otro novio, immediamento".

    "¿Obviamente?", dije yo.

    "Ella no puede ser vista como una perdedora. Ari aquí está fuera de discusión, por supuesto."

    Ari levantó la vista de su libro de español. Había estado buscando "immediamento". Yo podría haberle dicho que no lo encontraría.

    "Al menos como novio a largo plazo", agregó Lydia. "Pero hay una gala en el campo de golf Buencamino Loy este fin de semana y Amanda tiene que ir. Y al Sr. Loy le gustó algo de Ari cuando lo conoció en su casa. Le dijo a Amanda: ¿Qué tal ese chico bajo con el pelo gracioso? Pareció gustarle. Ella dijo que no, pero al final el Sr. Loy se salió con la suya. Así que parece que Ari tiene su oportunidad".

    "¿En serio?", dijo él satisfecho. Claramente, todo lo malo que Lydia había dicho de él, Ari no lo había registrado. Para él era como el final de un viaje de cuatro días a Disneyworld, cuando la vista del Castillo Mágico borra las torturas de ir sentado en la parte de atrás amarrado al lado de tu molesta hermana Maddie.

    "Sí", dijo Lydia. Luego, volviéndose hacia mí, agregó: "¿Puedes limpiarle?"

    "¡Me duché ayer!" Protestó Ari.

    “¿Puedes ayudarnos?”, pregunté yo. "No estoy realmente seguro de lo que Amanda busca en un chico limpio".

    "Sí. Supongo", dijo Lydia poniendo un par de paquetes de azúcar en su bolsillo. Acordamos ir juntos a la ciudad después de la escuela ese miércoles.

    Lydia se quedó en el Zumo Soda mientras Ari y yo nos íbamos para que no la pillaran saliendo de un lugar público con chusma como nosotros.

    Encantadora.

    Estábamos doblando la esquina cuando vimos a Mimi mirando por la ventana de Encantos Oro y Oro, una joyería.

    "Hey, Mimi".

    "Mmm".

    "¿Estas bien?"

    "Bien", dijo sin dejar de mirar por la ventana. Dudaba que las pulseras con colgantes y las tobilleras realmente le interesaran tanto.

    En lugar de preguntarle de nuevo si estaba bien, le dije: “¿Vas de compras de joyas? No pensé que llevaras joyas".

    Ella se giró para mirarme. "Mi padre ha recuperado el trabajo".

    "¡Eso es genial!"

    "Guay", dijo Ari positivamente.

    "Sí, genial", dijo Mimi sin entusiasmo.

    "¿Qué pasa, Mimi? No pareces muy contenta de eso".

    "Estoy feliz de que haya recuperado su trabajo. Pero …"

    "¿Pero que?"

    Supongo que fue amable de tu parte tratar de ayudarlo. Pero en realidad lo ha arruinado".

    "¿Sí? ¿Cómo?"

    “Fue tan inesperado. El estaba confundido. ¿De dónde vino el dinero? ¿Por qué a él? ¿Fue un truco del Sr. Loy? ¿Era legal? ¿Alguien estaba tratando de engañarle? Y cuando no creyó que era un truco, su orgullo quedó herido. Nunca ha aceptado caridad antes".

    "Yo no..."

    "Lo sé. Pero él ya estaba molesto por haber sido despedido. No gastará ni un centavo".

    "Oh, no."

    “Y luego recuperó su trabajo, así que puso el dinero en el banco. Y me dio $50 para comprarme algo aquí. Y no, no me gustan las joyas, pero parece que tendré que comprar algo".

    Cuando Mimi comenzó a llorar, yo pensé que no era porque la obligaban a comprar joyas. Debió de haber sido muy difícil vivir en su casa la semana pasada, y mi regalo lo hizo todo más difícil. Me sentí terrible. "Yo sólo quería ayudar", le dije.

    "Lo sé. No es culpa tuya. No debería haberme enfadado. Pero podrías haberme preguntado primero.

    "Tenía miedo de que dijeras que no".

    Unos minutos más tarde, Mimi, Ari y yo salimos de la tienda con un collar de oro de un delfín dorado colgando de él que le gustaba a Mimi a pesar de que entró en la tienda decidida a no gustarle nada. Tuve que pagar $29 adicionales porque $50 resultaron no ser suficientes.

    "Te devolveré el dinero", dijo Mimi.

    "Oh, Mimi, por favor, no". Sabía que estaba diciendo eso porque todavía estaba enojada conmigo. Empecé a calcular cuánto tiempo me llevaba ganar $29 en intereses, pero paré, pues aquello no tenía sentido en absoluto.

* * *

    "El periódico de mi padre está en problemas", dije mientras caminábamos a casa. “La publicidad ha bajado. El Sr. Loy ha estado bajando el precio de la publicidad en El Registro".

    "Bueno, podríamos inventar más anuncios", sugirió Mimi. "Eso ayudaría a reemplazar a los anunciantes que utilizan El Registro".

    Cuando llegamos a mi casa, Ari preguntó: "¿Puedo hacer el primero? Tengo una muy buena idea. Solo me llevará tres minutos".

    Media hora más tarde, Mimi y yo hicimos una pausa en nuestro videojuego y nos volvimos hacia Ari. (Yo estaba contento de tener una excusa y parar porque Mimi me estaba pateando el trasero. Tengo los reflejos de una ameba exhausta). Ari nos dijo. "Otros tres minutos".

    Cuando paramos la próxima vez, él estaba imprimiendo lo que había escrito. En negrita y letra negra decía: "¡Los Grangers! ¡Os amamos!” Los Granger son el equipo de béisbol de nuestra escuela secundaria. Debajo había un dibujo de una bola de bolos derribando algunos de ellos. "Esta es la única imagen que pude encontrar", dijo Ari.

    "Bueno, pues es un comienzo", dijo Mimi.

    "¿La gente no se preguntará quién colocó el anuncio?", pregunté.

    "Se darán cuenta de que fue un grupo escolar".

    Rápidamente imprimimos otros tres anuncios de apoyo a equipos locales, organizaciones benéficas locales y las celebraciones del Día de Selma Todd, cuando se supone que todos en la ciudad deben plantar una flor. Ninguno ponía nada sobre quién estaba donando el dinero para los anuncios.

    "Sabes, solo hay anuncios de servicio público que podemos pedir", dije. "Necesitamos encontrar algo que parezca un negocio pero que nadie pueda verificar".

    Nos quedamos sentados unos treinta segundos antes de que Ari dijera: "Podríamos fingir abrir un banco".

    "Pero, ¿qué pasará cuando alguien vaya al banco imaginario y descubra que no hay nada allí?"

    "Oh."

    Otros 30 segundos.

    "Podríamos publicar un anuncio para un banco real".

    "Creo que se mostrarían sensibles al respecto. Habrían ido a ver a mi padre, queriendo saber quién colocó el anuncio".

    Esperamos 45 segundos.

    Ari chasqueó los dedos. “Podríamos inventar empresas. Como Tienda de Flores Flora y Reparación de Narices."

    "¿Y qué sucede cuando alguien lea el anuncio y quiera comprar algo allí?", dije.

    Casi al mismo tiempo, Mimi dijo: "¿Para qué diablos es la Reparación de Narices?"

    "Pues por si se te rompe la nariz", dijo Ari a la defensiva.

    "Su lema podría ser: Venga Aquí Si No Huele Bien", dijo Mimi.

    "Lo único bueno de ese lema", dije, "es que nadie iría a la tienda".

    "¿Por qué eso sería bueno?", preguntó Ari.

    "Porque no existe la tienda", le recordó Mimi.

    "Ex-Postes, la Tienda de Postes de Valla Usados", dije. "Nadie quiere postes de valla usados".

    Dos coches fuera parecían participar en un concurso de bocinazos. Nos sentamos. Yo apoyé al que hacía Mooooc.

    "Bocinando", dije, "Reemplazamos el claxon de su coche con lo que usted grabe".

    “¿Y la bocina de tu coche podría gritar algún comentario grosero? Eso suena a una buena idea", dijo Mimi.

    "Entonces no podemos usarla".

    “¿Qué hay de las obras maestras del tercer grado: las copias de cuadros famosos de alumnos de tercer grado? Y podríamos escribir en letra pequeña que eran las obras que sus propios padres no querían", sugirió Mimi.

    "Organizadores de Imanes: Iremos a su casa y organizaremos los imanes pegados en la puerta de su nevera", dijo Ari.

    “¿Qué tal el Foto Acme Cemento Fresco?”, sugirió Mimi. “Haga fotos de cemento fresco. Especializados en garantizar las mejores fotos de cemento fresco de cualquier sitio".

    Ari interrumpió los pocos segundos de silencio con entusiasmo: "¡Galletitas Pasta de Vaca!"

    "¿No son las pastas de vaca lo que dejan las vacas en el campo?", preguntó Mimi.

    "¡Sí! ¡Por eso nadie las querrá! "

    "Apuesto a que obtendríamos pedidos de algunos bromistas. La gente está loca", dijo Mimi. "Tiene que ser algo que nadie querría nunca".

    "Cadena de Pastas de Vaca de Freddy", dijo Ari.

    "Eso ni siquiera significa nada", dijo Mimi. Ella estaba dibujando círculos con el dedo en sus vaqueros azules. Probablemente estaban recién lavados.

    "Significa cadenas para unir pastas de vaca y provienen de Freddy", dijo Ari a la defensiva.

    "Esto no está funcionando", dije finalmente.

    "No", dijo Mimi coincidiendo. (Esta es una de las pocas veces en que "No" significa que se está de acuerdo).

    "Solo hay que pensar más.", dijo Ari.

    "No. Tenemos que rendirnos", dije.

    “¿Envoltorios para Pájaros Acme?” preguntó Ari.

    Mimi y yo nos miramos, suspiramos y nos rendimos.

Capítulo 16

    Era miércoles y esta vez éramos cuatro yendo a la ciudad: Ari, Mimi, Lydia y yo. Nuestra misión: conseguir que Ari quedara lo suficientemente decente como para parecerse a un chico con el que Amanda pudiera ir a un evento social. Aquello era un desafío que incluso $100,000,000 podría no ser suficiente para lograr.

    Yo le había dado a Mimi $50 antes de que nos fuéramos y a Ari $500 para que Lydia no entendiera que yo era el Hada del Azúcar del Ciruelo cuando se trataba de dinero. "¡Eso es demasiado!", me dijo Ari cuando le entregué el efectivo.

    "Eso espero", dije. "Pero deberías gastar todo lo que necesites".

    "¿Lydia no sospechará?"

    "No", dijo Mimi embolsándose sus $50. "Está tan malcriada que probablemente no tiene ni idea de cuánto cuestan las cosas o qué cantidad razonable gastar. Simplemente asume que todos tienen suficiente dinero para pagar cualquier cosa".

    "Por eso me dejó a mí con la factura en el Zumo Soda el otro día", le dije. "Pensé que estaba siendo rácana, pero en realidad solo estaba malcriada".

    "Oh, eso es mucho mejor", dijo Mimi.

    "Nunca pierdas ese sarcasmo femenino", le dije sarcásticamente.

    Si te cuento algo que sucedió en el viaje en tren, sabrás todo lo que necesitas saber sobre Lydia. Pero primero debes entender que a Lydia yo no le gusto. Por supuesto, a ella únicamente no le agrado en esas raras ocasiones en que realmente nota que estoy allíl.

    Bueno, los cuatro estamos sentados en el tren. Estoy sentado al lado de Mimi y frente a Ari. Lydia está sentada al lado de la ventana, mirando hacia adelante, porque ese es el mejor asiento de los cuatro, así que, por supuesto, lo asumió como su trono legítimo. Pasan unos veinte minutos. Los tres seguimos intentando entablar conversación con Lydia. Pero ella admira su rostro en la ventana y dice "Lo que sea" y continúa hojeando su revista de moda. Intento llevarla a una conversación. "Bueno, parece que están entrando colores brillantes", le digo señalando la portada de su revista.

    Lydia pone los ojos en blanco.

    "¿No piensas que los colores brillantes están en alza?"

    Lydia pone los ojos en blanco un poco más.

    "¿Y qué crees que será lo nuevo en la moda?"

    "Mira", dice ella, "estoy tratando de leer, ¿de acuerdo?"

    En otras palabras, esta es solo una conversación típica con Lydia en la que ella deja claro que soy menos interesante que las gachas con costras pegadas en un tazón que encuentras bajo la cama olvidado desde el invierno pasado. No es que eso me haya pasado nunca. El mensaje es: esta chica es alguien a quien realmente no le gusto.

    Pero luego Mimi se levanta para ir al baño. Y tan pronto como se va, Lydia baja la revista de su rostro lo suficiente para mostrar sus ojos. "Tú tienes estilo, ¿sabes?", dice ella mirándome directamente.

    "¿Yo?"

    "Si, tú."

    "¿Me estás tomando el pelo? ¿Yo tengo estilo? Si llevo la misma camisa toda la semana".

    "Ese es un estilo. Un estilo es tu forma de mostrar quién eres ”. ¿Por qué sentí que ella debía de haber acabado de leer eso en su revista? “Y muestras exactamente quién eres. Siempre. Incluso cuando estábamos en tercer grado juntos".

    Oh, recuerdo a Lydia en tercer grado, vale. Ella fue quien tomó el último trozo de papel de construcción negro solo porque sabía que yo lo quería. Cortó un pequeño círculo del centro y luego "olvidó" pegarlo en el dibujo que estaba haciendo. Sí, claro, ella admiraba mi estilo por aquel entonces.

    "Bueno, eres la primera persona en decir que tengo algo más que una completa falta de sentido de la moda".

    "¿Por qué te importa lo que digan otras personas cuando me haces decir algo?" Y pestañea, sonríe un poco y vuelve a leer.

    Ari me mira asombrado.

    Miro a Ari boquiabierto.

    ¿Está coqueteando conmigo? ¿Por qué? ¿Porque Mimi se ha ido y Lydia cree que puede y debe tener control de todo chico en un radio de diez metros, aunque, y aquí viene la parte espeluznante, yo no le guste?

    Liego regresó Mimi, nos vio a Ari y a mí mirándonos con las cejas prácticamente sobre nuestras cabezas con asombro. "Luego", susurré a Mimi. "Luego."

* * *

    Cuando nos bajamos del tren, Ari giró a la derecha para dirigirse hacia la zona alta. "¿A dónde vas?", preguntó Lydia.

    "Al señor Sidney", dijo Ari como si fuera obvio.

    "Señor Sidney", repitió Lydia como si Ari hubiera dicho que estaba ansioso por detectar un caso de peste bubónica. "¿Quién va al señor Sidney?"

    "Ahí es donde mi..." comenzó Ari y se contuvo antes de admitir lo que todos sabíamos: que su madre lo llevaba de compras. Igual que a Mimi. Igual que a mí.

    Mimi tiró de la manga de Ari hacia la izquierda. "Iremos a dónde solemos ir", dijo ella. "El Gnu Azul".

    "Pero nosotros nunca hemos..."

    "Claro que sí, El Gnu Azul", repitió Mimi insistentemente.

    "Oh", dijo Ari. "Sí, claro, el Ñu. Pensé que habías dicho el, ehm, El Bu Gandul, y claro, me he quedado como, ¿qué es eso?, nunca he oído hablar del... "

    "No puedo creer que vayáis a El Gnu Azul", dijo Lydia. “En serio, me lo creo totalmente. Eso lo explicaría todo", dijo mirando a Ari de arriba abajo, mirando desde una camisa a cuadros hasta unas zapatillas gigantes. "Vamos a La Plaz".

    “¿La Plas?” Dijo Ari. "Ah, sí, ese es el otro lugar al que siempre vamos cuando no vamos...".

    "Sí. Claro." Dijo Lydia

    "Taxi", grité y uno se detuvo a toda velocidad.

    La Plaz era el tipo de tienda elegante que tiene un escaparate lleno de lugares destruídos. En ese momento tenía un tema del Imperio Romano con columnas rotas sobre las cuales habían arrojado suéteres tan caros que no tenían etiquetas de precio. Al lado de las columnas había tres árboles muertos de los que colgaban tres camisas arrugadas con esmero. No sé por qué piensan que alguien verá ese escaparate y decidirá: "¿Sabes de qué no tengo bastante? De camisas arrugadas colgando de los árboles. Y no me vale cualquier camisa vieja arrugada: tengo que comprarme esas muy caras".

    Entramos de todos modos siguiendo a Lydia, quien parecía tan en su casa que yo imagé que en cualquier momento se sentara en la moqueta y comenzara a hacer los trabajos de clase... si Lydia hiciera alguna vez los trabajos de clase. Un empleado vestido con una camisa con una manga corta y sin manga en el otro brazo se acercó y picoteó los dos tickets de Lydia. “Lydia, querida, me alegro de verte. Ven y echa un vistazo a las novedades que tenemos para ti".

    "En realidad, Antoine, estoy aquí por... él". Señaló a Ari como si fuera una mancha en la alfombra.

    "Ah. Ya veo". Entonces, recordando que era un profesional del estilo, Antoine se volvió hacia Ari y le dijo en un tono de lo más optimista:" ¿Por qué no vienes conmigo? Mi nombre es Antoine y trabajaré contigo". Luego, volviéndose hacia Lydia:" ¿Es para alguna ocasión? "

    "Llevará a Amanda a un baile en el club de campo".

    "Oh," dijo Antoine sin poder ocultar su sorpresa.

    Antoine se llevó a Ari. Lydia lo siguió para juzgar las sugerencias de Antoine. Parecía la abogada de ropa de Ari que defendía sus derechos en el tribubal de la moda.

    "Deberíamos prepararnos para lo inesperado", le dije a Mimi mientras navegábamos entre los estantes de ropa que nos parecerían muy extrañas.

    "¿Crees que Ari está metiéndose en la boca del lobo con Amanda?"

    "No veo cómo podría salir bien para él", dije. "Es imposible que ella se enamore de él de verdad".

    "E incluso si lo hiciera, probablemente eso solo lo haría más miserable"., dijo Mimi.

    "Sí, no hay mucha probabilidad de felicidad resultando de esto".

    "Entonces", dijo Mimi mientras sostenía algo con lunares, "¿por qué tú y Ari estabais haciendo muecas en el tren?"

    “Oh, eso fue muy raro. Sabes que Lydia me trata como basura, ¿no?"

    "¿Basura? No, eso implicaría que ella nota tu presencia."

    "En cuanto te fuiste al baño, comenzó a hablar conmigo".

    "¡No!"

    "De hecho, estoy bastante seguro de que realmente hicimos contacto visual".

    "¡Un gran avance!"

    “Pero al final lo descubrí. Estaba coqueteando conmigo.

    "¿En serio?"

    "Sí. Estoy bastante seguro. Fue muy extraño, ya que yo ni siquiera le gusto".

    "Tal vez sí".

    "Nah. Creo que es solo una reacción natural en ella, como una rana sacando la lengua para comerse una mosca aunque no tenga hambre en realidad".

    "Mejor será que no os deje a vosotros dos juntos a solas".

    "Ayúdame", le dije a Mimi en vocecilla alta como el personaje de la película La Mosca, el de la versión original, no la versión de Jeff Goldblum que mis padres piensan que no he visto porque es demasiado asquerosa.

    Ari vino hacia nosotros desde la parte de atrás de la tienda. Lydia nos había echado de allí después de que Mimi pusiera los ojos en blanco ante la camisa a rayas verdes y rosadas de manga hinchada que Antoine había sacado para la inspección de Lydia. Ari caminó rápidamente y me susurró al oído: "Necesito más dinero".

    "¿Qué? Te di $500".

    "La chaqueta y los pantalones que ha elegido para mí cuestan más que eso".

    "¿Cuánto necesitas?"

    "Creo que puede ser alrededor de $1,000 para cuando termine".

    Suspiré. Tenía el dinero pero parecía un desperdicio.

    "Lo siento", dijo Ari.

    "No lo sientas. No supone ninguna diferencia", dije entregándole un fajo de billetes. Se los metió en el bolsillo y solo dejó caer doscientos dólares por el camino. Mimi los recogió y se los devolvió.

    "Está loca", dijo Ari. "Me está comprando cosas que nadie en el planeta usaría".

    "¿Podemos verlo?"

    "Ella no quiere".

    “Bueno”, dijo Mimi, “Eso no es justo. Iré contigo. Somos tus amigos y al menos debería permitirnos verlo. Prometo no volver a poner los ojos en blanco."

    En la parte trasera de la tienda, había un lugar especial para clientes especiales. Tenía tres cómodas sillas frente a una plataforma ligeramente elevada donde la víctima, um, cliente, podía subir y admirarse en los tres espejos en ángulo. Ari subió a la plataforma. Yo podría jurar que los espejos hacían el divertido truco de alargar el reflejo para que parecieras un poco más alto y delgado. Tienda inteligente y complicada.

    Antoine se adelantó con un brazo lleno de corbatas que variaban en color, desde sopa de guisantes hasta moho verde. Al parecer, se llevaban ese año los tonos verdes repugnantes. Comenzó a sostenerlas sobre la camisa, desde la parte superior de la pila y las colocaba al lado de Ari con gran habilidad, aunque todas me parecían igual de feas. Por fin llegó a una corbata que parecía una iguana atropellada por un neumático con barro. "¡Perfecto!", exclamó Antoine. "Y creo que también deberías llevarte esta", dijo sosteniendo una liana de musgo, "en caso de que la fiesta después de la fiesta requiera algo más festivo".

    Antoine miró a Lydia. Lydia miró su reloj. "Sí", dijo Antoine. “Creo que nuestro Sr. Ari está equipado. ¿Sí?" Lydia asintió. "Deja que lo meta en estas cajas". Hizo un gesto y apareció mágicamente otro ayudante que no se atrevió a mirar a Antoine a los ojos. El ayudante recogió las camisas, corbatas, pantalones, chaquetas, calcetines, calzoncillos, camisetas y zapatos.

    "Suficiente", dije cuando el Sr. Antoine se fue a totalizar la cantidad, y probablemente pedir pasajes para el crucero que haría para celebrar la venta. "¿Qué piensas, Lydia?"

    "Creo que irá bien vestido", dijo, lo que implicaba que eso era lo máximo que Ari podría tener.

    Antoine regresó con dos páginas de facturas en una pequeña bandeja hecha de madera de antes del carbonífero. ¿Y cómo pagará el señor Ari? Tarjeta de crédito, ¿puedo suponer?

    "No, prefiero efectivo", dijo Ari sacando un arrugado fajo de billetes del bolsillo. Lentamente comenzó a contar la cantidad. Billete a billete, Ari probó cuidadosamente cada uno para asegurarse de que no hubieran dos pegados, luego enderezó cada uno para que quedaran boca arriba y del derecho, luego los alisó y los apiló. Los de cien, luego los de veinte, luego los de diez, luego los de cinco, luego los de uno. Cuando por fin hubo terminado, Ari comenzó a buscar en su bolsillo para dar el cambio.

    "Ya está bien, Sr. Ari".

    "No, te debo treinta y dos centavos". Así que todos nos quedamos mirando mientras Ari contaba las de cinco centavos y luego las de un centavo. "Necesito una más", dijo.

    Rebusqué en mi bolsillo y le di una moneda. "Me debes cinco centavos", le dije.

    Los tres recogimos sus bultos y salimos tambaleándonos por la puerta. Antoine le siguió como un padre que envía a su hijo a la universidad, así de orgulloso estaba. Lydia tenía las manos vacías, excepto por una bolsita con un suéter que Antoine le había regalado por llevar al rico Sr. Ari al palacio de la moda que era La Plaz.

    El estancado aire, lleno de humo y hollín de la ciudad nunca me había sentado tan bien.

    Fuimos a almorzar al restaurante favorito de Lydia, un lugar que tenía combinaciones de alimentos que nadie había probado antes, generalmente por una buena razón. Estaba a solo una manzana del Salzburg Grille, donde nosotros habíamos almorzado la última vez que estuvimos en la ciudad. Cuando nos acercamos, los tres buscamos a Philip y Caroline.

    Su lugar estaba vacío. Incluso los trapos donde había dormido Espunki habían desaparecido.

Capítulo 17

    Ahora estaba leyendo tanto La Gaceta como El Registro con especial cuidado. Subí los dos periódicos en cuanto llegaron y los revisé artículo por artículo. No solo miraba qué anunciantes se quedaban con mi padre. También revisaba quién estaba en problemas y podría beneficiarse de una subvención de la Fundación Fordgythe. Y había muchos candidatos.

    Por ejemplo, el refugio de animales estaba sobrecargado y subfinanciado. Habían acudido al Ayuntamiento para obtener dinero de emergencia porque no tenían espacio para animales callejeros, pero el Ayuntamiento había votado para darles solo la mitad del dinero que necesitaban, unos miserables $5,000. Los pobres perrillos se veían tan lindos y tristes en la foto que publicó el periódico... aunque los gatos se habrían visto lindos y tristes también si me hubieran gustado los gatos. Le dejé ese trabajo a Mimi.

    Luego estaba el proyecto Pulidos Bob. Algunos ciudadanos estaban angustiados porque la gran estatua de Robert Melville en el parque triangular del centro de la ciudad estaba negra, verde y blanca en lugar del bronce brillante del comienzo. Algunas personas habían comenzado una petición para que fregaran y restauraran la estatua, especialmente la parte blanca que era, bueno, palomas. Sí, aparentemente, Robert Melville, fundador de nuestra ciudad y fabricante de cañones durante la Guerra de 1812, también era el baño público más atractivo de nuestra población de palomas. Diablos, a veces yo mismo me sentía tentado a... bueno, no importa.

    No puedo decir que el proyecto Pulidos Bob me haya importado mucho. Dejaría que Bob usara su bata blanca con orgullo si el dinero pudiera ir a ayudar a esos lindos cachorritos.

    Seguí adelante y dejé un fajo de dinero en el refugio de animales, bien atado con el hilo de mi madre y con una nota en mi caro papel Fordgythe. Pero no podía decidir qué hacer con el estúpido problema de la estatua. No es un proyecto que me interese, pero aparentemente significaba mucho para otras personas. Bueno, ¿por qué debería gastar mi dinero en eso? Porque, no importa cuán tonto me pareciera, pulidos Bob haría más felices a un montón de personas. Además, en el tiempo que pasé pensando en ello, prácticamente había ganado suficientes intereses para pagarlo. Así que Bob obtuvo sus $6,500.

    Pero había más proyectos esperando. Contribuí con $30,000 a un fondo de becas para que la Escuela Preescolar Corner Coop pudiera recibir a niños cuyos padres no podían permitirse enviarlos. Maddie había ido allí cuando tenía cuatro años y a mí siempre me había gustado ir con mi madre a buscarla porque los libros de la biblioteca olían muy bien. Además, Rachel, la maestra, estaba tan entusiasmada con "abrir las mentes de los jóvenes".

    Y leí sobre un inmigrante de Honduras que iba a ser enviado a su país por no completar un formulario correctamente a pesar de que estaba cuidando a su hermano enfermo. Así que le envié por correo $10,000 para que pudiera conseguir un buen abogado y obtener también ayuda para su hermano. No tenía idea de si aquello era suficiente o demasiado, pero parecía una suposición razonable.

    Y luego estaba la Gala de Verano Escolar. Estaba a punto de ser cancelada. Esta era una noticia lo suficientemente grande como para aparecer en la portada, aunque al principio no me di cuenta porque la linda imagen de vuti-kazuti de los cachorros de güidel-bidel me distrajo.

    La Gala de Verano era un gran problema. Todos los años, el último fin de semana de escuela, había un gran picnic por la tarde seguido de una fiesta nocturna para todos los cursos, padres invitados. Y aquello no era solo un picnic extendido como un mantel. Aquello era comida y refrescos gratis, paseos en pony, un mago deambulando, una cabina para los profesores y un pastel lo bastante grande como para alimentar a toda la escuela y que aún sobrara algo.

    Normalmente, el dinero lo proporcionaban empresas locales que ingresaban a los Fondos de Actividades de la escuela a cambio de una mención en el anuario y un pequeño cartel colgado en la verja detrás de la cancha de baloncesto donde se servían las bebidas. Este año, sin embargo, hubo una gran caída en las contribuciones, probablemente porque todo el pueblo estaba pasando por un momento difícil cuando se trataba de dinero.

    Yo, por supuesto, estaba teniendo un año fabulosamente bueno en lo que respectaba al dinero. Así que la Gala de Verano obtuvo el dinero que necesitaba de una fuente que no esperaba y de la que nunca había oído hablar.

* * *

    Esa noche fue el baile del club de campo. Había encargado una limusina para recoger a Ari. Pero primero nos recogió a mí y a Mimi a pocas manzanas de la casa de Mimi. Desde allí, el conductor de la limusina, un estudiante universitario que ganaba algo de dinero los fines de semana, fue a recoger a Ari con su ropa nueva. El conductor nos dejó a Mimi y a mí en el club de campo y luego fue a buscar a Amanda.

    El club de campo estaba a un largo camino. Por supuesto, el césped a ambos lados de la carretera que conducía al club estaba perfectamente cuidado. Por supuesto, unos asistentes con bobos uniformes abrían las puertas de los elegantes coches para las personas elegantes que iban dentro. Por supuesto, las grandes puertas estaban cerradas. Mimi y yo nos sentamos a medio camino del césped, detrás de uno de los pocos arbustos.

    "Apuesto a que se tira de la ropa interior en cuanto salga del coche", le dije.

    "No. Ni siquiera Ari haría eso."

    “Lo hace cada vez que se levanta de un asiento. Tiene una cuña permanente".

    No tuvimos que esperar mucho para descubrirlo. La gran limusina negra se detuvo. Sabía que era de Ari porque la matrícula era "HERNITA", que al principio pensé que era el nombre de algún mineral, pero luego descubrí que en realidad se suponía que debía leerse como "su noche" [NdT: HER NIGHT (la noche de ella / su noche), ser pronuncia casi igual que HERNITA] como en "su noche fuera", se detuvo lentamente en la parte superior del camino de grava. Inmediatamente, los asistentes lo rodearon como si abrir la puerta del coche fuese un asunto de urgencia nacional. Por fuera asomaron las largas piernas de Amanda luciendo espléndida con un vestido de chenilla de organdí. (Mimi me dijo después lo que era eso). Y luego salió Ari con los zapatos nuevos por delante, después, los cuidadosamente alisados pantalones nuevos seguidos por el Ari completo, luciendo bastante elegante. Si no supieras que era Ari, dirías que era alguien que sabía vestirse. Cuando sus pies tocaron el suelo, Ari sacudió los hombros para enderezar su abrigo, disparó los brazos hacia adelante para sacarlos de las mangas, buscó detrás en su trasero... y sacó su billetera para dar propina al asistente.

    "¡Gran movimiento!", dije.

    "Estabas totalmente equivocado, míster". Dijo Mimi

    "Y nunca más feliz de estarlo".

    Cuando Ari reemplazó la billetera, pude ver que estaba operando secretamente para tirar de la ropa interior. Pero fue sutil, casi furtivo. El chico iba a salir bien de aquello.

    Mimi y yo nos sentamos un rato más, escuchando el sonido de la banda a la deriva sobre la pared. Luego dimos un largo paseo hasta mi casa para que ella pudiera patearme el trasero a los videojuegos.

    Tres horas después, Ari estaba llamando a nuestra puerta. El golpe alarmó a mis padres, pero cuando mi madre vio que era Ari, solo dijo "Las once es venir un poco tarde, ¿no crees, Ari?" Pero cuando Mimi y yo volamos escaleras abajo para encontrarnos con él, les dije "Problemas de chicas. Quiere hablar ”. Eso probablemente los alarmó aún más.

    Los tres nos sentamos en los columpios del patio. Ari no habló. No se columpió. Solo sonreía.

    “¡Bueno, Ari, suéltalo ya!” Dije impaciente.

    "Sí", intervino Mimi, "¿qué pasó en tu gran cena-baile con la gente rica?". Luego, recordando el tamaño de mi cuenta bancaria, Mimi se volvió hacia mí y dijo: "Tú no eres realmente gente rica. Acabas de ganar mucho dinero".

    “Ah”, dijo Ari volviendo al planeta tierra, “Fue terrible. Tan terrible que fue hasta divertido".

    "¡Oh, no! ¿Pero fue Amanda al menos todo lo que esperabas?"

    "¿Amanda?", dijo como si no estuviera familiarizado con el nombre, "Ella es una idiota".

    "¿Te dejó?"

    "¿Me dejó? No. Ella nunca había tenido intención de ir conmigo. Resulta que yo sólo era una broma que Lydia le estaba haciendo a Amanda porque después de que Amanda rompiera con Roger, Amanda no dejaba que Lydia saliera con él. Era una cita de venganza."

    "¡Eso debe de haber sido tan vergonzoso!", dijo Mimi.

    "No", dijo Ari sorprendido por la sugerencia. "Bueno, si Amanda no fuera idiota, tal vez lo hubiera sido. Pero es como ser rechazado por un... un... "

    “¿Un gnomo de jardín?” Sugirió Mimi.

    "¿Una bola de pelos?", sugerí.

    "No, es como ser rechazado por algo increíblemente superficial, engreído, cabeza hueca..."

    "Asqueroso..." agregó Mimi.

    "Manipulador..." agregué.

    "Idiota", terminó Ari.

    Nos sentamos en silencio cavilando sobre lo que había sucedido: Ari había recuperado el sentido. Y yo ni siquiera sabía que tenía sentido que recuperar.

    Mimi le apretó una mano. "Ella es una idiota. Y está claro que tú no lo eres".

    Ari negó con la cabeza ligeramente, no muy convencido.

    La luna asomaba por detrás de las nubes, pareciendo recordarle a Ari lo que había venido a decirnos.

    “Pero sucedió algo realmente genial. Yo estaba sentado a la mesa del señor Loy... "

    ¿Estabas sentado a su mesa? ¿Tú?"

    "Sí. Él vio lo que estaba sucediendo y creo que se sintió mal por mí. Entonces me llamó y me senté a su mesa la mayor parte de la noche. Realmente no es un tipo tan malo. Quiero decir, es como si fuera de otro planeta por la forma en que trata a las personas y lo que le preocupa, pero en su planeta probablemente se le consideraría un gran tipo".

    "Lo dudo."

    "No, en serio. Me dejó sentarme allí toda la noche para que no tuviera que lidiar con su hija idiota. De todos modos, habló un poco conmigo sobre deportes y por qué ser un analista financiero sería una buena carrera para mí, pero principalmente me quedé allí escuchando lo que estaba hablando con todos los que habían asistido. Y asistieron todos. Los conoce a todos."

    "Bueno, todos los que van a cenar al baile del club de campo".

    "Bueno, estaba hablando con un tipo con esmoquin sobre la Fundación Fordgythe".

    "¡No!"

    "Sí, lo hizo."

    "¿Que dijo?"

    "Alguien le preguntó si había oído hablar de esta nueva fundación que había estado tirando efectivo, y él dijo que sí, pero creo que solo estaba tratando de parecer inteligente".

    “¿Quién era el chico que estaba hablando con él?”, pregunté.

    "No lo sé. Solo un tipo. Fue amigable con él. De todos modos, el Sr. Loy le preguntó al tipo si tenía algún detalle. Pero el tipo dijo que siempre era efectivo, y que la papelería parecía falsa".

    "En absoluto, querido", dijo Mimi consolándome. Pero ambos sabíamos que el tipo, quienquiera que fuera ese tipo, tenía razón. No soy un diseñador profesional, ni un adulto, y no me da vergüenza admitirlo. No mucha.

    "¿Que más?", pregunté.

    "Eso es todo. Excepto que el Sr. Loy dijo que tenía a alguien en El Registro que lo estaba investigando."

    "Bueno, si no lo tenía antes, lo tiene ahora".

    “¿Deberíamos estar preocupados?” Preguntó Ari.

    "No hasta que hagamos algo mal".

    Aunque yo estaba un poco preocupado. No quería que nadie descubriera quién estaba detrás del dinero de la Fundación Fordgythe. Y no quería que El Registro tomara el papel de mi propio padre.

* * *

    No necesité preocuparme. Al día siguiente, cuando bajé a ver la televisión en el estudio, mi padre estaba hablando por teléfono, allí parado con su pose de periodista. ¿Sabes cuando estás en una multitud y vuelves la cabeza si oyes tu nombre mencionado a pesar de no estar escuchando a la persona que lo ha dicho? Yo no estaba prestando atención a la conversación de mi padre hasta que lo escuché decir: "¿Fundación?"

    "Sí, definitivamente. Muy interesante. Lo comprobaré. Gracias por el aviso."

    Cuando colgó, le dije, todo casual: "¿Quién era?"

    "Una fuente". Obviamente no iba a decirme quién.

    "¿Buen dato?"

    "Podría ser. Una historia interesante. Parece que alguna fundación de la que nadie ha oído hablar ha estado regalando dinero a la gente ”.

    "¿No es eso lo que hacen siempre las fundaciones?"

    "Si seguro. Pero no en efectivo. Y no a las personas que no han solicitado una subvención".

    "Interesante."

    "Voy a investigarlo".

    "Si necesitas ayuda...", comencé.

    "¿Sí?"

    "Bueno, estoy seguro de que ya tienes la ayuda que necesitas".

    Me volví hacia la televisión. Pero en realidad no la estaba mirando. Estaba pensando si había cubierto mis huellas lo suficientemente bien.

Capítulo 18

    Esa tarde preparamos más paquetes de efectivo. Veinte en total, cada uno envuelto en el hilo de mi mamá. Cada destinatario había sido investigado on line. Cada uno era un digno necesitado. Me sentía bien con lo que estábamos a punto de hacer. Había una gran diferencia con respecto a las donaciones anteriores: dieciocho de los veinte estaban en la ciudad porque yo no quería ser pillado por ninguno de los dos periódicos locales que investigaban mi Fundación. Imprimimos los avisos, metimos uno en cada paquete y partimos hacia la estación de tren, los paquetes iban en una bolsa marrón en mi mochila.

    "Um, es posible que quieras cerrar esa cosa", dijo Mimi mientras me subía a mi bicicleta. Se inclinó y cerró mi mochila por mí. "No queremos llegar allí y descubrir que $80,000 acabaron en una bolsa de papel marrón al lado de la carretera en alguna parte".

    "No. ¿Pero sabes qué es lo que da miedo?"

    Ella asintió.

    "Que sería una molestia ir al banco nuevamente", dije.

    Teníamos un horario apretado en la ciudad: dieciocho lugares para ir y solo unas pocas horas para hacerlo si íbamos a regresar a tiempo para la cena.

    La mayoría de los paquetes, sobres blancos con etiquetas impresas en mi ordenador, eran fáciles de entregar. Podríamos haber tomado un único taxi, saltar y pasar a la siguiente parada, pero no queríamos que el taxista se diera cuenta de que éramos nosotros los que estábamos dejando los paquetitos de felicidad. Así que, fuimos al centro de la ciudad a la dirección de una clínica de salud que habíamos leído que estaba a punto de cerrarse, dejamos el sobre en su buzón de correo y caminábamos al siguiente lugar o tomábamos un taxi diferente. Un estudiante de sobresalientes que no podía pagar la universidad, un club de veteranos que estaba recaudando dinero para un techo nuevo, algo para una mujer que pasaba los fines de semana haciendo espectáculos de títeres en el hospital de niños; todos recibieron sus sobres, al igual que otras diez personas u organizaciones.

    Aquello dejó cinco paquetes más para la ciudad. No pasó mucho tiempo hasta encontrar a cinco personas viviendo en las calles. Los escuchábamos y luego nos mirábamos el uno al otro. Si estábamos de acuerdo, les dábamos un sobre. “Probablemente te venga bien esto. Es completamente legal. Pero úsalo bien, ¿de acuerdo?" Y luego nos íbamos antes de que pudieran abrirlo.

    La verdad es que yo aún no estaba seguro de que aquella fuese una buena manera de usar el dinero. Conocía el argumento de que esos solo lo gastarían en alcohol o drogas. Pero te diré la parte del argumento que no me gustaba: la parte de "esos". No eran "esos". Eran personas, cada una diferente. Y algunas podrían usar el dinero para emborracharse durante meses. Pero tal vez no lo harían. Yo ni siquiera sabía si "esos" sabían de antemano cuál sería el efecto de tener $1,000 en efectivo.

    Regresamos justo antes de que nuestros padres se enojaran con nosotros. Les pregunté a mis padres si podía salir durante otros veinte minutos. Eso me dio el tiempo suficiente para dejar los dos últimos paquetes. Un veterano y una sinagoga iban a tener un día mejor de lo que pensaban que iban a tener.

    En el camino de regreso, puse un sobre en el correo. Estaba dirigido a mi padre y dentro había un mensaje de la Fundación Fordgythe. Utilicé una fuente que había descargado especialmente para que papá no reconociera que provenía de mi ordenador. Era una fuente fea, pero mejor fea que reconocible. Pensé que mi padre recibiría la carta al día siguiente.

    La noche siguiente, cuando nos sentamos a cenar, mi padre no podía esperar para contarnos sus noticias. Estaba tan emocionado que comenzó a untar un segundo panecillo antes de darse cuenta de que no se había comido el primero. "Nunca adivinaríais lo que pasó", dijo. Traté de no dejar escapar: "¡Recibiste una carta misteriosa por correo!"

    "Recibí una llamada telefónica", dijo.

    Extraño, pensé. Estaba bastante seguro de que le había enviado una carta y de que no lo había llamado por teléfono. Revisé mentalmente la diferencia entre un buzón y una cabina telefónica. Sí, definitivamente le había enviado una carta.

    “El debate sobre la lotería está listo. Es en tres semanas".

    "Eso es maravilloso", dijo mi madre. "¿Te enviaron un contrato?"

    El padre de mi madre era abogado y le había enseñado a no creer que algo sucedería a menos que hubiera un contrato firmado. Por eso ella no cree a los hombres y mujeres del tiempo de la televisión. "Pueden decir lo que quieran y no hay responsabilidad". La responsabilidad significa que si te equivocas con el clima, te castigan. A mi madre le gustaría que pagaran a los meteorólogos según las predicciones correctas que hacían.

    “Todavía no”, dijo mi padre, “pero el programa está en su agenda. ¿Y sabes a quién voy a debatir? "

    Nosotros esperamos.

    "Geoffrey Loy". El padre de Amanda. El Sr. Loy

    "Eso es muy emocionante", dijo mi madre. "Eso atraerá más espectadores". El Sr. Loy era bien conocido en todo el estado.

    "No puedo esperar para comenzar a prepararme".

    "Ya estás bien preparado", dijo mi madre. "Llevas investigando esto durante años".

    “Lo sé, pero quiero tener argumentos que realmente convenzan. Y quiero anticipar los argumentos que utilizará el señor Loy."

    "Las loterías son buenas porque es bueno ser rico", sugerí con una voz que era una imitación realmente pésima de la del Sr. Loy.

    "¿Pero es mejor enriquecer a una persona a expensas de muchas personas que no pueden pagarla? ¿No es la lotería realmente un impuesto para los pobres?" Mi padre estaba hablando en su voz de orador, más fuerte y suave que su voz real.

    "Pero es un supuesto impuesto que deciden pagar porque disfrutan un poco", dije como el Sr. Loy. "¿No se les debería permitir elegir cómo disfrutan?"

    "Lo disfrutan porque el estado les dice que tienen la posibilidad de ganar".

    “Pero tienen la posibilidad de ganar. La misma oportunidad que todos los demás. Y dice la probablidad justo en el reverso del boleto de lotería".

    "En letra pequeña", dijo mi padre, "mientras que el estado está comprando carteles y vallas publicitarias con letras muy grandes para convencer a las personas de que están a solo un boleto de distancia de ser ricos".

    "Entonces, no confías en que los ciudadanos de este estado", dije Loy-samente, "puedan tomar sus propias decisiones. Crees que los ciudadanos se dejan engañar fácilmente. Crees que somos estúpidos, estúpidas ovejas... "

    "¿Sabes?", dijo mi padre no en su voz pública, "ese es el argumento más difícil de combatir. Parezco un elitista."

    "¿Qué es eso?"

    "Alguien que piensa que es mejor que todos los demás. Alguien que piensa que esas personas pobres son demasiado tontas para saber lo que es bueno para ellas".

    "¿Pero no es eso lo que estás diciendo?", preguntó mi madre, sorprendiéndome.

    "Estoy diciendo que creo en el poder de la publicidad. Funciona. Y ahora el gobierno estatal está anunciando que la lotería te hará rico y acabará con todas tus preocupaciones. Todos pueden ser engañados por la publicidad. Por eso las empresas gastan millones y millones de dólares para vender cosas que nadie quería originalmente".

    "Entonces, no es con la lotería con la que no estás de acuerdo, sino con la publicidad", dije nuevamente como el Sr. Loy.

    "Hmm", dijo mi padre. "Quita la publicidad y la lotería es solo una mala apuesta que se llevará el dinero de los más pobres de nosotros, porque los estudios muestran que las áreas más pobres juegan a la lotería más que las áreas más ricas".

    "Pero, el dinero va a la educación", dije.

    "El presupuesto de educación, que, por cierto, me gustaría ver ampliado, debería pagarse como cualquier otro servicio que brinde el gobierno estatal", respondió mi padre.

    "Entonces", dijo mi madre, haciendo una imitación aún peor del Sr. Loy, "¿le gustaría ver un aumento de impuestos en todos nosotros para compensar el dinero que estamos recaudando para la educación mediante la lotería?"

    "Me gustaría ver todo el dinero que necesitamos para la educación, sin tener que depender de engañar a las personas para que compren boletos de lotería. No obtienes nada gratis, y si tenemos que aumentar un poco los impuestos para pagar la educación, entonces, sí, deberíamos estar dispuestos a hacerlo".

    Le dije: "Deberías agregar:... por los niños. Eso siempre parece funcionar".

    "Por los niños", dijo mi padre y se echó a reír. "Intentaré poner esa frase en la mayor medida posible".

    "No puede salir mal", le dije.

* * *

    Revisé la dirección de correo electrónico de la Fundación Fordgythe cada diez minutos al día siguiente. Por fin, a las 5:30 hubo un mensaje de mi padre:

    Querido Anónimo

    Recibí su carta con su oferta de darle a La Gaceta una entrevista exclusiva por correo electrónico con el jefe de la Fundación Fordgythe.

    Lamentablemente, debo rechazar esta oferta. La política de La Gaceta es no participar en entrevistas únicamente por correo electrónico, ya que con el correo electrónico no podemos garantizar a nuestros lectores que estamos entrevistando a la persona que creemos estar entrevistando.

    Si desea concertar una cita en persona, me encantaría hacerlo.

    Gracias.

    PD: ¡Vaya fuente fea que ha usado en tu carta!

    Era esperar demasiado de ese plan para que más personas leyeran La Gace. Ojalá mi padre fuera un poco sórdido.

Capítulo 19

    Teníamos un plan que pensé que era bastante bueno. Pero no esperaba que fuera totalmente interrumpido por unas tortitas en el desayuno. Pero claro, el desayuno de tortitas del Departamento de Bomberos de la Ciudad siempre es sorprendente, como poco.

    Es algo que nuestra ciudad hace para recaudar dinero para actividades adicionales que nuestros impuestos no pagan. Yo llevo asistiendo a ella desde que era un renacuajo porque mi padre, como editor del mejor periódico de la ciudad, siempre está invitado y se sienta a la mesa al principio de la sala. Ah, y a él le echan por la cabeza jarabe de tortitas. Todos los años. Lo llaman una tradición, pero creo que es simplemente gracioso.

    Mi padre dice que esto empezó antes de que yo naciera cuando él le lanzó a la Concejal Caponeto una tortita al estilo Frisbee. La concejal Caponeto se la lanzó en respuesta, pero falló. Entonces se levantó lenta y cuidadosamente, y vertió una jarra entera de jarabe de arce sobre la cabeza de mi padre.

    Como dije, hilarante.

    El año siguiente, se convirtió en una tradición cuando mi padre cometió el error de presentarse con un impermeable y un sombrero para la lluvia, del tipo que usan los viejos marineros de agua salada. La concejal Caponeto tomó esto como un desafío. Al año siguiente, mi padre trajo un paraguas. Y después de eso, dejó de intentar protegerse. Aparece con una camisa que no le gusta mucho y se sienta allí en silencio mientras la Concejal Caponeto le jarabea.

    Este año, el dinero recaudado en el desayuno iba a una causa que a Mimi le preocupaba mucho. La guardería Hora del Tulipán. Es una guardería que la ciudad financia para familias que no pueden pagar las más caras. Mimi es voluntaria allí durante el verano y realiza algunos de sus viajes de clase. En los últimos años, la ciudad le había dado a la Tropa Tulipán, como se conocía a los niños, cada vez menos dinero porque no había mucho dinero para repartir. La guardería recaudaba dinero mediante donaciones y ventas de pasteles. Incluso vendìan los pequeños tomatitos y pepinos a medio crecer que la Tropa pasaba todo el verano cultivando. A veces yo pasaba por el jardín, y ver a todos aquellos pequeñines golpeando el suelo con sus azadas de plástico como si realmente estuvieran trabajando en el jardín era quizás la cosa más linda que yo haya visto jamás.

    Luego, cuando la Concejal Caponeto le pidió a Mimi que ayudara a colocar letreros que anunciaran el Desayuno de Tortitas, a ella se le desgarró el corazón. Por un lado quería recaudar dinero para la Tropa Tulipán, ya que eran tan lindos y todo eso. Por otro lado pensó que la Concejal Caponeto estaba yendo demasiado lejos: los letreros mostraban una foto grande y jugosa de mi padre mirando tranquilamente a la cámara mientras el jarabe goteaba sobre su cabeza y le bajaba por las gafas. El hecho de que también pudieras comer tortitas en el desayuno apenas se mencionaba.

    Mimi me mostró una copia del letrero. "No te preocupes por eso", le dije. "Probablemente atraerá a mucha gente, y eso es lo que todos quieren. Hasta mi padre."

    Pero me dio una idea que me obligó a contratar a mi primer empleado. Necesitaba un adulto que pudiera comprar algunas cosas sin que nadie sospechara. "Esa es una gran idea", dijo Mimi. "Hay tantas cosas que serían más fáciles si tuviéramos un adulto que las hiciera por nosotros". Incluso algo tan simple como imprimir tarjetas de presentación es difícil de hacer para un niño sin que la gente sospeche.

    ¿Pero quién? ¿Uno de nuestros maestros? No, eso haría que ir a la escuela fuese demasiado complicado porque siempre tendríamos que fingir que no pasaba nada. Además, no estoy seguro de que sea legal que los estudiantes contraten a sus maestros. ¿Uno de mis parientes? No, podría escapársele el secreto frente a mis padres. El Sr. Seúl, el tipo que conduce el camión de helados parecía un tipo realmente agradable, pero yo no estaba seguro de confiarle un secreto de $100,000,000.

    Entonces se me ocurrió. ¿Recuerdas a Julia Minden, la cajera del banco donde estaba todo mi dinero? Probablemente no, ya que solo la he mencionado una vez y eso fue hace mucho tiempo. La Sra. Minden tenía unos veinticinco años, era alta y tenía el tipo de sonrisa que es tan brillante que te hace querer agacharte. Cada vez que iba al banco, hablábamos un poco. De verdad me gustaba. No solo era servicial y alegre, sino que no me trataba como un niño rico. Además, ella ya sabía el secreto. Mimi y yo fuimos a verla.

    "Hola, Jake", dijo ella, como alguien realmente complacido de verme.

    "Hola. ¿Conoces a mi amiga Mimi?"

    "Conozco a sus padres. ¿Cómo está tu madre, Mimi?"

    "Bien", dijo Mimi.

    “¿Podemos hablar contigo en privado sobre algo?”, le pregunté.

    "Por supuesto". Captó la mirada de la Sra. Harrigan, quien le indicó que podía tomarse un pequeño descanso al ver que estaba conmigo.

    ¡Ah, los privilegios que te da el dinero!

    Entramos en una de las habitaciones privadas del banco y presenté el acuerdo: "Estamos buscando a un adulto que nos ayude y nos preguntamos si estarías interesada".

    "¿Ayudaros a hacer qué?"

    "Ayudarnos a hacer las cosas que estamos haciendo con nuestro dinero", le dije.

    "En realidad no es nuestro dinero", me dijo Mimi. "Es tuyo."

    "Bueno, sí", le dije.

    "Pero no estamos haciendo nada malo con él", dijo Mimi. "Hay algunas cosas que es realmente difícil para los niños".

    "Sobre todo si se supone que nadie debe saber que tienen dinero", agregué.

    La Sra. Minden se quedó pensando.

    "Te pagaríamos", le dije. De alguna manera me había olvidado esa parte.

    "¿Mantendría mi trabajo aquí en el banco?"

    "Sí. Solo necesitaríamos que hicieras cosas de vez en cuando."

    Ahora me miraba como alguien que se había decidido. "Confío en ti. Y me gusta lo que has estado haciendo con la Fundación Fordgythe".

    "¿Sabes lo de la Fundación?"

    "No fue difícil de descubrir, ya que la Sra. Fordgythe fue quien te transfirió el dinero".

    "¿Entonces lo harás?"

    "Me encantaría."

    "¡Genial!" Nos quedamos en silencio durante un momento. "¿Cuánto te pagamos?"

    Ella se rió, "No lo sé".

    “¿Cómo puedes no saberlo? ¡Eres una adulta! "

    "Pero los salarios no funcionan de esa manera. Por lo general, no se me paga mucho más ni mucho menos que otras personas en la empresa que realizan el mismo trabajo con la misma experiencia. Pero no es este el caso. Así que, solo tenemos que resolver eso".

    "Bueno", le dije, "no me importa mucho porque tengo mucho dinero".

    "Sí, tengo eso a mi favor", dijo, riendo de nuevo. "Pero vamos a tener que llegar a una cantidad que ambos consideremos correcta".

    Entonces, esto es lo que sucedió en la negociación. Comenzó con una cantidad que era aproximadamente una décima parte de lo que ella ganaba como cajera de un banco. Para cuando terminamos de regatear, yo había conseguido que ella aceptara un salario que era la mitad de lo que ella ganaba. Ella pensó que yo estaba pagando demasiado y yo pensé que estaba pagando muy poco. Supongo que se podría llamar a eso un compromiso con éxito.

    Ahora que la Sra. Minden trabajaba para mí, le conté mi plan. Ella se rió y preguntó cómo podía ayudar.

    Solo quedaba una cosa para mí y para Mimi: descargar una foto de la Gallina Caponata. A la mañana siguiente habíamos publicado 100 letreros por la ciudad. "Gallina Caponeto te invita al desayuno de tortitas en beneficio de Guardería Hora de Tulipán", decía. Y en el centro había una foto de la Gallina Caponata con la cara de la concejal Caponeto puesta. A veces adoro los ordenadores.

    Yo sabía que algunas personas la llamaban Gallina Caponeto porque tenía la forma más o menos de ese pollo de Barrio Sésamo. De hecho, una vez la vi en pantalones cortos en el parque y sus piernas eran tan delgadas y nudosas como las de la Gallina Caponata. A la concejal no le gustaba la comparación en absoluto. Ni siquiera un poquito. Así que pensamos que la molestaríamos antes del gran día. ¿Por qué no? Era por una buena causa.

    El día antes del desayuno, Minden me envió un correo electrónico diciendo que todo estaba arreglado. Cuando pregunté quién había construido las cosas que necesitábamos, me sorprendió descubrir que se trataba del Sr. Paul, el mayordomo y personal de mantenimiento de los Loys. "Tenía que decirle para qué era", me escribió Minden. "No quería que pensara que era para algo ilegal".

    "¿Confías en él lo suficiente para eso?", le respondí.

    "En realidad, si. Por supuesto, no mencioné tu nombre ni nada sobre la lotería. Solo dije que estaba haciendo algunos trabajos extraños para una persona excéntrica y rica. Pero conozco al Sr. Paul desde hace un tiempo. Estamos en un club de lectura. Es muy honesto. Y tiene un gran sentido del humor".

    Guau. ¡Las cosas que aprendes de alguien en un club de lectura!

    La noche antes del desayuno, mi padre estaba tendiendo la ropa que iba a usar. La concejal Caponeto tradicionalmente vierte sirope cuidadosamente sobre la parte superior de la cabeza de mi padre para que el jarabe pueda fluir por la cara de mi padre. Y de la cara pasaba al cuello y de allí hacia abajo hasta que cuando mi padre se levantara, dejaba una marca de jarabe en el asiento. Asqueroso, si lo piensas, lo cual yo intento no hacer. Así que, la ropa que llevaba tenía que ser desechable, pero también lo bastante agradable como para que no pareciera que se estaba vistiendo para el jarabe, que seguramente sucedería.

    Miré la camisa a cuadros y los vaqueros negros. "Bien", dije. "¿No vas un poco informal este año?"

    "Sí", dijo en tono de broma, "es solo un desayuno. No hay necesidad de vestirse bien."

    "Sí, claro. Quiero decir, supón que te manchas con algo, no sé, que te salpica algo de jarabe. No querrás que la ropa buena esté pegajosa".

    “¿Derramar jarabe? ¿Por qué, qué posibilidades hay de eso? ” Dijo y se rió. Escogió un par de bonitos calcetines con bolillas.

    "¿No sería divertido si la Concejal Caponeto resultara jarabeada un año en lugar de serlo tú?", pregunté.

    "¿La Gallina Caponeto? Yo no diría que no. Pero es una tradición. No me importa. De hecho, Hasta es una especie de honor".

    "¿Un honor?"

    "Claro", dijo mi padre pasando la mano por lo que solía ser su cabello. "No le harían esto a alguien que no conocieran y no les gustara". Luego me miró aterrorizado: "¿Lo harían?"

    Él estaba bromeando.

    "Te despertaré a las ocho mañana", dijo papá.

    "Probablemente estaré despierto para entonces", dije. Sería mejor que lo estuviera. Tenía trabajo que hacer.

    El desayuno comenzó a las nueve en punto, pero los únicos que llegaron allí tan temprano eran funcionarios del ayuntamiento como la Gallina Caponeto o aquellos que realmente querían convertir el valor de su dinero de la oferta de tortitas en tantas como puedas comer. Mi padre, como VIP, apareció poco después de las nueve. Mimi ya estaba allí porque no quería perderse ni un minuto. Y en el frente de la sala, en la mesa más cercana a donde los voluntarios estaban sirviendo los tortitas, estaba Ari, que ya iba por su tercer plato.

    No le habíamos contado a Ari nuestros planes. Mimi había preguntado sobre ello un par de días antes. "¿Que por qué no?", sugerí. "Así puede sorprenderse cuando suceda".

    "Sí, será más divertido para él".

    En verdad, sin embargo, creo que estaba pasando otra cosa. Creo que Mimi y yo queríamos tener algo que fuera solo nuestro. Puede que no haya sido lo mejor que le hicimos a nuestro amigo Ari, pero teníamos una buena excusa... buena para él y buena para nosotros mismos.

    Mimi me estaba mirando. "¿Está todo...?", comenzó a preguntar mientras se acercaba a mí.

    "Todo está hecho", dije. Había estado hecho a las seis de la mañana. Lo que significaba que habíamos comenzado a las cinco de la mañana. Aunque era casi verano y a esa hora de la mañana hacía frío, recnocí al Sr. Paul detrás del edificio. Estaba bebiendo café de una taza aislada. Olía bien y a mí no me gusta el café. Así que quedé muy contento cuando el Sr. Paul metió la mano en su bolsa y sacó un termo lleno de chocolate caliente y una taza vacía para mí. Supongo que ser mayordomo te enseña a ser considerado. "¿Estás listo?", me preguntó.

    Asenti. "¿Trajiste todo?"

    Señaló la bolsa de lona a su lado.

    Así que entramos en la casa de tortitas por una ventana e hicimos lo que habíamos planeado hacer.

    "La Fase 2 según el plan", le dije a Mimi.

    "¿Fase 2? ¿Cuál fue la Fase 1?"

    "Ya sabes, resolver cosas".

    Conseguimos buenos asientos, en el frente pero fuera del alcance de los aerosoles, y comimos unas tortitas bastante buenas.

    Los discursos no comenzaron hasta las 10:30, y fueron breves porque todos sabían que no estábamos allí para escuchar a los políticos locales hablar sobre lo orgullosos que estaban de apoyar esto y oponerse a aquello y lo contentos que estaban de votar por dar a los bomberos nuevos tirantes rojos. La gente en la habitación estaba allí por dos razones y solo por dos razones: para comer tortitas y para ver a mi papá ser jarabeado. Cada discurso solo posponía el momento en que mi padre se empaparía de pegajoso y pringoso sirope..

    Mi padre estaba haciendo lo suyo, fingiendo que no sabía lo que le iba a pasar, escuchando los discursos como si realmente estuviera interesado, en lugar de preguntarse cuándo vendría Caponeto con esa gran jarra de jarabe de arce.

    Como de costumbre, Caponeto estaba esperando el final de los discursos, porque en cuanto perpretara el acto, nadie seguiría escuchando el resto de discursos. El quinto funcionario de la ciudad estaba terminando. Ella estaba explicando cuán orgullosa estaba de apoyar las nuevas tarjetas de la biblioteca, las que tenían una hermosa imagen de Melvil Dewey en ellas, al parecer era el inventor del Sistema Decimal Dewey, y no parecía haber ningún funcionario de la ciudad que lo supiera. Era justo cuando estaba expresando su admiración no solo por Dewey sino también por los decimales: ¿dónde estaríamos sin ellos?; que Caponeto se levantó de su asiento. Tranquilamente. Sin grandes alardes. Aunque todos la estaban mirando, como ella bien sabía.

    Ahora fingiendo silbar casualmente, se estaba acercando a mi padre por detrás. Papá se estaba poniendo el último bocado de tortitas en la boca, rodando los ojos, fingiendo disfrutarlos tanto como si fueran un postre elegante en el mejor restaurante del país.

    Caponeto llegó de puntillas. Y ahora, a sus espaldas, saca la jarra de jarabe. Excepto que esta vez no es una jarra. Es una de esas pistolas de agua gigantescas, del tipo que contiene tres litros por lo menos. Caponeto la está bombeando con aire para que obtener una buena presión. Mi padre tuvo que haberlo escuchado, pero actuaba como si nada sucediera detrás de él. La gente se ríe. Todos los ojos están puestos en la Concejal.

    Y mirando a los más cercanos, que somos Mimi y yo porque todo depende de que Caponeto esté justo detrás de mi padre. La pistola de agua significa que estará demasiado lejos. Mimi me mira. La miro.

    Lentamente, Caponeto se adelanta. A tres metros de distancia. A dos metros de distancia. A un metros de distancia.

    Y ella dispara.

    Un chorro de jarabe golpea a mi padre en la parte posterior de la cabeza y le chorrea por su cuello.

    La Concejal obtiene un buen arco en la corriente para que caiga sobre él como una ducha lenta.

    Mi padre se gira lentamente para mirarla, como si se preguntara qué está pasando. La Concejal le dispara en la cara a un metro de distancia y en el lugar equivocado. Y no hay nada que Mimi o yo podamos hacer.

    Luego, mientras el jarabe sigue bajando por su rostro, mi padre echa mano debajo de la mesa. Tiene dos latas de crema batida allí. Se pone en pie. Las apunta ambas a la Concejal.

    Revancha.

    La Concejal vuelve a bombear su pistola de agua pero el chorro se va tornando débil.

    Mi padre da un paso atrás.

    La Concejal da un paso adelante. A un metro de donde mi padre había estado sentado.

    Presiono el botón del dispositivo en mi bolsillo.

    Envía una señal de radio a los dispositivos que el Sr. Paul ha instalado en el techo. La señal libera unos imanes que mantenían bloqueados los cierres.

    Del techo caen veinte litros de salsa de caramelo, lo único que se nos ocurrió que fuese más pegajoso que el jarabe de arce.

    La Concejal Caponeto se detiene en seco. Esta aturdida. Se queda parada allí, con los brazos en jarras, mientras la salsa de caramelo gotea por su cabeza, baja por su camisa y le entra en los pantalones.

    Salsa de caramelo saliendo por los camales de los pantalones.

    Y entonces yo pulso el segundo botón.

    ¿Sabes cuántas plumas amarillas falsas caben en un kilo? Más que suficientes para cubrir entera a una Concejal que ha sido pringada recientemente con salsa de caramelo.

    La Gallina Caponeto se quedó allí agitando las alas como si realmente fuera la Gallina Caponata.

    Y pensé para mí mismo: para ser una pérdida de dinero, valió la pena cada centavo.

Capítulo 20

    Me pareció molesto y típico de mi padre que no publicara una foto del "Gallineo" de la Concejal Caponeto en La Gace. Dijo que no le parecía "apropiado" que su periódico publicara una imagen que avergonzara a alguien, especialmente porque podría interpretarse como una venganza de mi padre.

    Supongo que entiendo eso. Aun así, había estado esperando ver la foto justo en el medio de la portada.

    El Registro la puso en la primera página. Para empeorar las cosas, la leyenda decía que el periódico estaba "investigando a la mente maestra detrás del truco". Creo que tal persona sería yo. Y dado que El Registro también estaba investigando a la Fundación Fordgythe, debo haber sido el número 1 en su lista de los más buscados, aunque, por supuesto, ellos no lo sabían.

    Luego estaba el debate de la lotería. Se acercaba. Mi padre se estaba poniendo cada vez más nervioso al respecto. Había estado recopilando información durante meses. Ahora estaba murmurando para sí mismo posibles preguntas y respuestas, corrigiéndose a sí mismo y luego repitiendo la respuesta para sí mismo.

    Finalmente, otro evento estaba volviendo loco a mi padre. En el centro de la última edición de El Registro había 16 páginas de anuncios, todos del MultiTienda de Monte Rojo "Si Lo Quiere, Lo Tenemos". Y en cada página, que anunciaba desde carpas de circo hasta pasteles franceses, había un cupón grande y colorido: "Obtenga un 10% de descuento adicional". Ese es el tipo de anuncio que hace que la gente compre periódicos. O eso decía mi padre, mientras murmuraba y balbuceaba.

    De hecho, mi padre, amable, gentil, cariñoso y amoroso, me había gritado. Nunca gritaba, y mucho menos por algo como dejar mis platos del desayuno en la mesa. De hecho, en realidad no gritó esta vez, si por "gritar" quieres decir "haz que tu voz suene fuerte". Pero dijo: "Limpia tus platos" con un tono que no fue amable, gentil ni cariñoso. Como en la popa, la forma en que el capitán de un barco podría decir: "Ya te lo dije una vez, apunta el cañón lejos del barco". Algo así. Pero, en cualquier caso, no sonaba a mi padre. Estaba sintiendo la presión.

    Ari, Mimi y yo nos sentamos en mi habitación y jugamos a un videojuego que yo le había comprado a Ari y que él trajo con él. Tanto él como Mimi me estaban pateando el trasero. También podría haber estado jugando mientras intentaba ponerme mi buena chaqueta deportiva, que era dos tallas demasiado pequeña y completamente pasada de moda de todos modos. Aún así, la única vez que la había usado fue para eventos de adultos donde realmente no importa qué aspecto tengas de todos modos. Tampoco es que esto tuviera nada que ver con lo mal que estaba jugando.

    "¿Qué podemos hacer?", preguntó Ari agregando otros 500 puntos a su marcador.

    ¿Sobre la publicidad? No lo sé."

    "Odio esa tienda de Monte Rojo", dijo Mimi. "Es muy grande. Si estás en artículos deportivos y notas que has olvidado pillar la pasta de dientes, es como una marcha de cuatro kilómetros".

    "Y luego recuerdas que has olvidado el ambientador con aroma a pino", dijo Ari. Ambos le miramos. Si alguna vez has estado en la habitación de Ari, sabrías por qué buscaría él un ambientador.

    "Podríamos pagarle a la gente para que no vaya allí", dijo Mimi sabiendo que no era una muy buena idea.

    "Podríamos telefonear sobre informes de mofeta", dijo Ari. "Ya sabes, llamamos a la policía y les decimos que hemos visto mofetas allí. Evacuarían el edificio y... "

    "Ari", le dije, "no creo que evacúen los edificios cuando alguien informa de un avistamiento de mofeta".

    "Bueno, pues deberían hacerlo".

    Ari ahora estaba aproximadamente a un millón de puntos por delante de mí en el videojuego.

    "Podríamos ofrecerle a Monte Rojo el mismo trato que el Sr. Loy y lograr que se publiciten en La Gace", sugirió Mimi.

    "Mi padre dice que el contrato de Monte Rojo probablemente dice que solo se anunciarán en El Registro".

    "¿Y tienes una idea mejor?", preguntó Mimi. Ella también debía de haber sentido la presión.

    "No, en realidad no. Prefiero hacer algo positivo para que más personas se anuncien en La Gace en lugar de echar un vistazo a El Registro, si sabes a lo que me refiero".

    "Pensé que habías dicho que la mofeta no era una buena idea", dijo Ari.

    "Era solo una forma de hablar".

    "¿Por qué no hacer lo mismo para alguna otra tienda", dijo Ari mientras el videojuego sumaba otros 1,000 puntos en su marcador. "Ya sabes, como Mazmorra de Juegos".

    "¿Sabes?", dijo Mimi, "esa no es una mala idea".

    "Sí", dijo Ari, "Mazmorra de Juegos es una gran tienda".

    "Pero no solo para Mazmorra de Juegos", continuó Mimi. "Para todas las tiendas locales".

    "¿Todas ellas?"

    "Todas las que se anuncian en La Gace".

    "Me gusta", dije. "Es positivo y es local. Pero no estoy seguro de que sea correcto".

    "¿Por qué no?"

    "No lo sé. No estoy seguro de que vaya a funcionar".

    "Lo que hay de superar es el 10% de descuento que El Registro está dando", dijo Mimi. "Interesante", le dije, "pero ¿por qué la Fundación Fordgythe querría que a la gente le resultara más barato comprar espárragos y papel higiénico?"

    "¿Porque hacen una ensalada tan deliciosa juntos?", sugirió Mimi.

* * *

    Estaba haciendo lo último de mi tarea esa noche cuando tuve una idea. Podría funcionar, pero solo si ayudaba la Sra. Minden.

    Fui a verla después de la escuela el lunes. Cuando aparqué mi bicicleta en el callejón al lado del banco, porque no quería que la gente notara cuánto tiempo pasaba allí, pensé haber visto a alguien agacharse, como si no quisiera que lo viera. Por el rabillo del ojo vi pantalones oscuros, zapatillas blancas y lo que parecían antenas saliendo de una cabeza. Debe de haber sido mi imaginación, me dije.

    Dentro, Julia me llevó a una oficina privada y le conté nuestro plan.

    "¡Genial!", dijo ella. "Pero va a ser un poco complicado de arreglar".

    "Lo sé."

    “Creo que sé lo que hacer. Tú déjamelo a mi."

    "Nadie puede saber que viene de mí".

    "Por supuesto. El dinero vendrá de la Fundación Fordgythe, naturalmente".

    “Debe suceder bastante rápido. La Gace no puede sobrevivir demasiado tiempo si no tiene anunciantes... "

    "Entiendo. Déjame elaborar un plan y dártelo."

    Me gusto el sonido de eso. Mimi, Ari y yo no habíamos elaborado planes. Acabábamos teniendo ideas y planes. Julia realmente los llevaba a cabo.

    Así que me sentí mejor cuando llegué a casa esa tarde. Pero eso no duró mucho. Cuando entré, mi padre paseaba por el suelo de la sala de estar, leía en voz alta algunas páginas que había impreso, y mi madre estaba sentada en una silla.

    Mi madre dijo: "No, no, no creo que debas decir que jugar a la lotería es como tirar el dinero, porque para las personas que juegan a la lotería, no lo sienten así en absoluto. Piensan que están comprando la oportunidad de ganar millones de dólares, sin tirar su dinero".

    "¡Pero no tienen posibilidades de ganar!", dijo mi padre.

    “Pero tienen una oportunidad. Es una pequeña oportunidad, pero es una".

    "Pero no es una oportunidad en la que valga la pena gastar dinero".

    "No, claro que no. Pero las personas que juegan a la lotería piensan que están comprando una pequeña posibilidad, así que cuando dices que no están comprando ninguna oportunidad, dejarán de escucharte".

    "No voy a mentirles y decirles que están comprando algo que vale la pena cuando compran un boleto de lotería".

    "Por supuesto que no", dijo mi madre pacientemente. "No digo que debas. Pero les está diciendo que no hay posibilidad de ganar, pero sí existe una posibilidad, aunque sea una pequeña pequeña pequeña posibilidad. No estás hablando desde su punto de vista, por tanto, no te escucharán".

    "No quiero hablar desde su punto de vista porque su punto de vista es ridículo", dijo mi padre.

    "Y si esa es tu actitud, que los millones de personas que compran un boleto de lotería cada semana son estúpidos y ridículos, entonces nunca te escucharán. No tienes que estar de acuerdo con ellos para hablar con ellos desde su punto de vista. Tú lo sabes. Por eso eres tan buen escritor".

    "Ya ni siquiera sé lo que estás diciendo", dijo mi padre. "Quieres que hable desde su punto de vista pero no desde su punto de vista, y decirles que tienen la oportunidad de ganar la lotería cuando no..."

    "En realidad no he dicho ninguna de esas cosas", dijo mi madre obligándose a ser paciente. "Pero creo que quizá este no sea un buen momento para escuchar lo que planeas decir. Tal vez en un día o dos."

    "Bien, si no quieres ayudarme..."

    "Sabes que eso no es cierto. Hagamos esto más tarde". Y con eso, mi madre dejó la sala de estar.

    Mi papá en realidad no era el imbécil que él estaba practicando ser para el debate. Era como si un imbécil alienígena hubiera invadido su cuerpo. Supongo que el nerviosismo te hace esas cosas.

    Mi padre todavía paseaba, quitándose la impresión que había estado leyendo. Subí las escaleras e hice mis deberes.

    A la mañana siguiente, mientras iba a la escuela, vi a Julia en su coche saludándome. Me paré a su lado.

    "Aquí está", dijo y me entregó un sobre.

    "¡Excelente!", dije metiéndolo cuidadosamente en mi mochila.

    Ella se alejó. Y yo pensé haber visto a alguien con antenas saliendo de su cabeza junto al garaje al cruzar la acera.

    Debe de haber sido mi imaginación.

    Pero, por supuesto, no lo era.

Capítulo 21

    "¿Por qué me estás siguiendo?", le pregunté al extraterrestre detrás de mí.

    "¿Ah?", preguntó, si es que Ah cuenta realmente como una pregunta.

    "Me has estado siguiendo. Quiero saber por qué." Yo parecía valiente pero sentía débiles las rodillas. Afortunadamente, era un día soleado en una calle concurrida o no habría tenido el descaro de enfrentarme al tipo con las antenas.

    Por supuesto, ayudó que no fuera un extraterrestre. Las antenas eran lápices, uno detrás de cada oreja.

    "No te he estado siguiendo", dijo.

    "¿Y cómo es que cada vez que me doy la vuelta, te veo salir corriendo?"

    "No estoy corriendo..."

    "¡Ajá! ¡Entonces admites que me has estado siguiendo! "

    "No. ¿De dónde has sacado eso?"

    "Porque dijiste que no estabas corriendo, pero no negaste que me estabas siguiendo".

    "Eso es porque me interrumpiste con tu ¡Ajá! Si me hubieras dejado terminar, lo habría negado todo". Parecía que acababa de graduarse en la escuela secundaria. De hecho, pensé que lo reconocía de la ciudad.

    "Entonces, niegas que me has estado siguiendo".

    "Sí, eso es lo que he estado negando durante los últimos diez minutos".

    "¿En serio?" Yo estaba empezando a sentirme bastante estúpido. "Porque estaba bastante seguro de que eras tú quien me seguía. Alguien lo ha estado haciendo. Al menos, eso pienso."

    "Sí, bueno, fui yo".

    "¿De verdad?"

    "Sí."

    "Entonces, ¿por qué lo negaste antes?"

    "¿No lo hice? Quiero decir, eso es parte de seguir a alguien. Cuando te atrapan, lo niegas."

    "Pero lo estás admitiendo ahora".

    "Sí", dijo sacando uno de los lápices de detrás de la oreja. "Quiero decir, me has pillado. No voy a poder seguirte más. Por lo tanto, bien podría admitirlo."

    "¡Guau! ¡Realmente te atrapé!"

    "Sí", dijo, "pero es un poco embarazoso. ¿Te importaría no decirle a nadie que me atrapaste? Después de todo, lo admití cuando podría haber seguido negándolo ”.

    "Bueno, supongo que es justo. Pero tienes que decirme por qué me estás siguiendo".

    "Claro. Iba a hacerlo de todos modos."

    Esperé. Estaba sosteniendo mi bicicleta. Estábamos a una manzana del banco. "¿Y bien?"

    "Vale", dijo sacando una almohadilla del bolsillo trasero. "Trabajo para El Registro".

    "¡No!" No me gustaba a dónde conducía aquello.

    "En realidad trabajo para el señor Loy".

    La cosa se estaba poniendo peor. "¿Por qué está interesado en mí?" ¿Porque mi padre era dueño del otro periódico de la ciudad? ¿Porque el Sr. Loy había descubierto que yo era la Fundación Fordgythe? ¿Porque sabía que tenía $100,000,000 en el banco?

    "Porque hiciste algo gracioso con la Cuchara Terwilliger".

    Estaba tan aliviado que prácticamente me reí en su cara. "¿Quién eres?"

    "Matt Capullowick".

    Ahora sabía de qué lo conocía. Estuvo en el equipo de fútbol el año pasado. A mí no me gustaba el fútbol, ​​pero uno no se olvida de un chico llamado "Capullowick". Sentí pena por él desde el momento en que escuché su nombre por primera vez. "Hola Matt. Soy Jake".

    "Lo sé", dijo.

    "Ah, sí, claro. Bueno, ¿se trata de la Cuchara Terwilliger?

    "Sí. El viejo Loy cree que tuviste algo que ver con su desaparición. Me pidió que te vigilara." Sostuvo su lápiz en una hoja en blanco en su cuaderno, listo para anotar lo que yo decía.

    “Encontramos la cuchara. Le estábamos haciendo un favor a Amanda. ¿Y ahora su padre me trata como un criminal? Esta sí que es buena."

    "Todos están muy confundidos sobre lo que sucedió con esa cuchara. Desapareció. Apareció. Y apareció otra vez."

    "Sí, puedo ver que eso es bastante confuso. Pero no tengo nada más que decir. Además, tengo que hacer mis deberes."

    Matt cerró el cuaderno. “Vale, bien, gracias. Le diré eso al señor Loy".

    "¿Has terminado de seguirme?"

    "Sí, supongo que sí. Sin ofender." Él comenzó a alejarse.

    "Hey, Matt", llamé. "¿Tienes un minuto?"

    No tomó más de un helado en el Zumo Soda descubrir algunos datos interesantes de Matt. Primero, el Sr. Loy estaba constantemente haciendo llamadas telefónicas al editor de El Registro. Cada pequeño detalle tenía que ser aprobado por el Sr. Loy. Y luego estaban todas las malas ideas que se le ocurrieron y que el editor tendría que encontrar una forma de ignorar. El favorito de Matt era la brillante idea del Sr. Loy de que el artículo debería resaltar en amarillo las frases clave de cada artículo para que los lectores pudieran leerlo. Cuando el editor argumentó que también podrían reducir cada artículo a tres o cuatro oraciones, el Sr. Loy pensó que era una buena idea.

    También supe que el Sr. Loy estaba obsesionado con el próximo debate. Tenía a la mayoría del personal de El Registro investigando su versión del argumento. De hecho, Matt dijo que Loy incluso estaba pensando que podría postularse para gobernador si este debate salía bien. Había contratado a un entrenador profesional de medios, alguien que te enseña cómo ser efectivo en la televisión. Lo peor era que el Sr. Loy tenía una fotografía a tamaño real de mi padre en su oficina, y por supuesto era una foto suya del Desayuno de Tortitas con el sirope por el cuello. El Sr. Loy estaba practicando sus técnicas de debate mirando directamente a los ojos de la fotografía. "Lo destruiré", decía cada vez que alguien entraba en su oficina. "¡Lo destruiré!"

    Mi padre no tenía ese tipo de enfoque. Ni la misma obsesión.

    Era espantoso.

    Pero no era tan aterrador como la idea de que si yo hubiera tenido tiempo recientemente para dejar montones de efectivo de la Fundación Fordgythe, Matt me habría descubierto. Pero las cosas ya estaban bastante agitadas con el final de la escuela y el debate, así que había pasado una semana desde mi última donación.

    Pero ahora que Matt no me seguiría, podría ensillar mi bicicleta.

    Había ocho estudiantes de último año de secundaria que sabía que iban a tener problemas para pagar la universidad. Cada uno recibió $10,000, perfectamente atados con el bonito hilo de mi madre.

    El hospital local obtuvo $20,000 para renovar toda la sala de maternidad. Leí en La Gace que ni siquiera tenían camas suficientes para las mamás.

    El Sr. Grubach, que había enseñado arte en nuestra escuela durante los últimos cien años, se jubilaba. Él era la única persona que podía decir cómo eran mis dibujos. Todos los demás me preguntaban si estaba dibujando una cama aplastada o un montón de hojas, pero el Sr. Grubach se me acercaba y me decía: "Bonito caballo, Jake". La Fundación Fordgythe le dio $10,000 para un viaje a España y Francia para ver esas obras de arte de las que siempre nos hablaba.

    Tuve cuidado al hacer las entregas. Me aseguré de que nadie con antenas saliendo de la cabeza me estaba siguiendo.

    Mi padre estaba practicando nuevamente cuando regresé. Tenía montones de papeles frente a él y garabateaba notas en papel amarillo. A diferencia del Sr. Loy, no estaba haciendo que sus empleados presentaran buenas frases ingeniosas y formas inteligentes de hacer que mi padre quedara mal. Porque mi padre creía que la verdad siempre ganaba. Por eso es periodista.

    Supongo que yo no creo que la verdad siempre gane. Las mentiras bien contadas ganan con demasiada frecuencia. Por eso tenemos comerciales.

    Deseaba que hubiera algo que yo pudiera hacer por mi padre. Él estaba más convencido que yo de que la lotería era una mala idea. El hecho de que la lotería me hubiera hecho rico no significaba que el estado debía tener una lotería en primer lugar. Yo sólo tuve suerte. Aún así, no pensé que una lotería fuese algo tan terrible. Si tuviera que votar, votaría en contra de tener una porque creo que el razonamiento de mi padre es correcto. Pero no pensé que el asunto fuese tan importante como pensaba él.

    Sin embargo, estaba claro que quería que mi papá ganara. De hecho, haré lo que haría mi padre: enumerar los motivos.

    Primero, yo pensaba que tenía razón.

    En segundo lugar, no me caía bien el señor Loy, a pesar de que había sido amable con Ari.

    Tercero, no quería que el Sr. Loy pudiera usar la victioria en el debate para ayudarle a convertirse en gobernador del estado.

    Cuarto, papá es mi padre.

    Podrías eliminar las razones del 1 al 3 y la 4 hubiera sido suficiente.

    Pero no podía imaginar nada que yo pudiera hacer para ayudarlo. Así que, le pregunté a mi madre.

    "Eso es muy amable de tu parte, Jake", dijo, "pero creo que él tiene que hacer esto por su cuenta".

    "Te escuché ayudándolo a ensayar la otra noche".

    "Sí, bueno, eso no salió muy bien. Está tan nervioso por esto que no escuchará críticas... Me refiero al tipo de crítica útil que lo ayudaría a mejorar".

    "Sí, creo que", le dije. "Tal vez ensayaría mejor conmigo".

    "Bueno, puedes intentarlo, pero yo no contaría con eso".

    A papá no le gustó la idea. No quería que nadie lo ayudara a ensayar.

    Sin embargo, tuve una idea. Implicaba hacer una llamada a la Sra. Minden. Julia.

    "Suena genial", dijo Julia. "Voy a trabajar en ello de inmediato".

    Ese viernes, Ari y yo hicimos un viaje a la ciudad. Los videojuegos se estaban convirtiendo en el único regalo que podía comprar para mí sin despertar la sospecha de nadie, porque se los quedaba Ari, cuya habitación era tan desastre que sus padres nunca notarían el repentino aumento en la cantidad de videojuegos. Pero teníamos miedo de que el tipo espeluznante que dirigía Mazmorra de Juegos en la ciudad comenzara a preguntarse cómo podríamos permitirnos comprar cada nuevo juego que salía. Entonces, después de la escuela, subimos al tren para encontrar una tienda de videojuegos en la ciudad.

    Fue bueno pasar tiempo con Ari solo. Había estado pasando más tiempo con Mimi durante las últimas semanas, no a propósito, pero tampoco por casualidad. Ari podía ser un poco pesado aunque fuera uno de mis dos mejores amigos.

    Pero algo sorprendente sucedió en el viaje en tren de regreso: Ari era normal.

    El vagón estaba lleno de pasajeros que salían del trabajo un poco más temprano el viernes por la tarde. Encontramos dos asientos uno frente al otro y estábamos a punto de sentarnos cuando Halley bajó por el pasillo. Yo no la había visto desde el día que pasamos en el centro de ancianos. A Ari y a mí nos gusta mucho Halley. Ella siempre es amigable y casi siempre alegre. Dije hola, pero Ari se levantó de su asiento y se lo ofreció. Ni siquiera pareció haberlo pensado.

    Ahora bien, esto podría sonar como el clásico sexismo: el joven caballero galante que le ofrece su asiento a la damisela. Pero no era nada de eso. Halley tiene un problema en su columna vertebral y pasa dificultades si está de pie más de unos minutos. Es por esto que fue especialmente irreflexivo que Amanda entregara sus cosas para que Halley las llevara al Centro de Mayores. De todos modos, al ofrecerle a Halley su asiento, Ari simplemente estaba haciendo lo correcto.

    Él se quedó de pie durante todo el viaje. Me ofrecí a intercambiar posiciones con él a mitad de camino, pero él se negó, mientras tenía una conversación con Halley, que no fue incómoda, egocéntrica o tonta.

    Nuestro pequeño Ari estaba creciendo.

    Cuando llegamos a su casa con nuestro paquete de videojuegos, le pregunté directamente: "Ari, ¿cómo es que no fuiste un idiota con Halley?"

    "¿Por qué iba a ser un idiota?"

    “Porque siempre lo eres. Te pones nervioso, dices cosas completamente obvias, metes la bicicleta en los arbustos.. "

    "Vale, vale", dijo avergonzado. "Yo solía hacer eso. Y era una muy buena técnica. Realmente funcionaba".

    "¿Funcionaba?"

    "Soy tímido", explicó introduciendo un nuevo juego en la consola. "Quizás te hayas dado cuenta".

    "Una o dos veces."

    "No hago amigos fácilmente. Por eso eres como mi único amigo".

    "También está Mimi..."

    "Ella es más amiga tuya que mía".

    "Eso no es cierto". Yo sabía que lo era.

    "Si no fueras mi amigo, ella nunca habría comenzado a ser amiga mía".

    "Eso no es cierto". Yo sabía que lo era.

    "Luego, ser un idiota me dio una razón por la que tengo problemas con la gente".

    "¿De verdad? Pensé que ser un idiota era la razón por la que tienes problemas con las personas ”. Sé que suena como si dijéramos lo mismo, pero entendimos que no lo era: la torpeza era la solución de Ari a su problema con las personas, no la causa de ello.

    “¿Y cómo es esto?”, pregunté. "¿Te despiertas un día y dices: no soy un idiota?"

    “En realidad, fue algo así. Déjame decirte…"

    Parece que durante los últimos 130 años, Ari había estado enamorado de Mimi. (Eso cubre toda su vida más varias vidas pasadas.) Incluso cuando estaba persiguiendo a Amanda, su corazón todavía pertenecía a Mimi. El imbécil fui yo por no verlo.

    Entonces, la semana pasada, mientras caminaba a casa desde la escuela con Mimi, se preguntó por qué podía hablar cómodamente con ella, mientras que cuando veía a Amanda, casi chocaba con el objeto sólido más cerca. Pero eso no fue lo que le preguntó a Mimi. En cambio, dijo: "No te he visto mucho a ti y a Jake recientemente".

    “Fin de la escuela. Ocupada. Ya sabes." Ari sabía que Mimi estaba mintiendo. Mimi y yo definitivamente lo habíamos estado evitando.

    Ari decidió que era hora de hacerle saber a Mimi cómo se sentía. Entonces, se fue a casa e hizo lo más tonto que se le ocurrió. Por supuesto, yo no creía que eso fuese tonto. Simplemente era natural. Le horneó una galleta gigante en forma de corazón. Y, siendo Ari, decidió que si una receta era buena, dos recetas serían aún mejores, por lo que eligió los mejores ingredientes de las galletas con chispas de chocolate de su madre y sus galletas de avena con mantequilla de cacahuete. Y, qué diablos, arrojó los mejores ingredientes en el pastel de queso porque a todos les gusta el pastel de queso. Luego deletreó «Mimi Heres Special» en caramelos de regaliz. (Lástima que su pastel no viniera con un corrector ortográfico).

    El lo horneó. Cortó las partes quemadas. Se comió la mayoría de las partes quemadas. Lo puso en una caja de pizza que solo tenía unas pocas manchas grandes de grasa. Lo llevó a la casa de Mimi y lo dejó en la puerta del jardín. El aspersor se puso en marcha y la empapó. Las ardillas saquearon la caja. Y Mimi se resbaló cuando salió por la puerta. Bam, de culo al suelo.

    "Eso es de mi parte", dijo Ari mientras ayudaba a Mimi a levantarse. Su rostro pasó de una arrugada molestia a una amplia sonrisa al verle.

    Mimi, siendo Mimi, dijo: "Oh, qué amable de tu parte, Ari", incluso antes de abrir la caja.

    La galleta dentro se había desmoronado. Las piezas de regaliz estaban ahora en un código que ningún humano descifraría jamás. "Bueno, la intención es lo que cuenta", dijo ella mientras no comía ninguna de las galletas húmedas, aplastadas y roídas por las ardillas. Ella le sonrió. "¿Cuál fue la intención, por cierto?"

    Ari sabía que no iba a poder pronunciar las palabras. Después de todo, por eso había horneado la galleta. Se suponía que la galleta hablaría por él. Pero la galleta no solo ya no tenía palabras, sino que había atacado a Mimi. Sin la galleta para decirle a Mimi cómo se sentía, sabía que se quedaría allí, tartamudearía algo estúpido y luego huiría.

    Pero en cambio, dijo: "Siempre me has gustado, Mimi".

    “A mi también tú, Ari. Qué bonito de tu parte decir eso".

    "¿Sabes a qué me refiero, no?"

    Mimi lo miró. Al principio sonrió como si estuviera a punto de hacer una broma. Luego pensó en lo que significaba que él le dijera esas palabras. Su sonrisa se hizo más profunda. “Sí, Ari, lo sé. Lo llevo sabiendo desde hace mucho tiempo".

    "Pero nunca dijiste nada", dijo Ari.

    "Tú tampoco".

    “¿Pero yo te gusto? Me refiero a la forma en que me gustas a mí."

    "No lo sé", dijo Mimi. “Era más fácil evitar esa pregunta cuando eras el tipo tonto que solías ser. Ya sabes, el tipo que deja una pizza en mi escalón delantero para que me resbale y me arañe la pantorrilla".

    "En realidad era una galleta que decía «Eres Especial»".

    "Ouh, qué bonito es eso. Pero es mucho más difícil responder esa pregunta al Ari que me está hablando como un ser humano real sobre lo que siento".

    "Vale. No tienes que responder", dijo.

    "Quiero responder. Es solo que no lo sé. Siento que tengo que conocer a este Ari ”. Mimi tiene una sonrisa maravillosa, ya sabes.

    Mientras atravesaban la puerta hacia la acera, Mimi le hizo a Ari la pregunta obvia: "¿Qué te ha pasado?"

    "Me sonreíste".

    "Eso es súper romántico, pero..."

    "No", dijo, "no quiero decir que sonreiste y de repente las rosas florecieron y la lluvia se detuvo. Quiero decir que alguien te hizo tropezar, pero en cuanto te diste cuenta de que fui yo, sonreíste. Y, no sé, sentí que yo siempre había sido dos personas, pero que yo no lo sabía. Una persona es el Ari torpe y friqui que nunca puede decir lo correcto, el que te hornearía una galleta porque sabe que no podrá decir lo que quiere decirte. La otra persona es la persona que has conocido toda tu vida. Y esa es a la que le sonreiste".

    "Eso es realmente guay."

    "Sí. Sin embargo, la cuestión es que creo que probablemente todavía soy un idiota".

    "Probablemente", dijo Mimi mientras lo besaba en la mejilla de una manera que Ari pasó los tres días siguientes tratando de resolver.

    Ari estaba terminando de decirme esto cuando escuché a mi padre entrar. Como yo tampoco sabía qué decir (Mimi y Ari parecían una pareja bastante improbable, incluso si se trataba de un Ari nuevo y no tan tonto), bajé las escaleras y le saludé. Llevaba una copia del último La Gace. La llevé arriba donde Ari y yo encontramos tres cosas interesantes al respecto.

    Primero, casi todos los anunciantes locales tenían un cupón que prometía que por todo lo que compraran allí, la Fundación Fordgythe donaría el 10% a una organización benéfica local, hasta un total de un millón de dólares. La gente no se llevaba un descuento, pero sabía que estaban ayudando a otra persona. Pensé que mucha gente preferiría eso a la oferta de El Registro. Julia había hecho un gran trabajo para que los anunciantes estuvieran de acuerdo.

    Segundo, el artículo principal en la portada se titulaba "¿Quién es Fordgythe?". El artículo enumeraba aproximadamente la mitad de las donaciones que habíamos hecho. Aunque no llegaba muy lejos al identificar quién estaba detrás de la fundación, señalaba que la fundación no estaba legalmente registrada en el estado, ni en cualquier otro estado. Sin dirección, sin nombres, sin página web. Hacía que la Fundación Fordgythe pareciera sospechosa, aunque el artículo señalaba que todas las donaciones encontradas fueron para buenas causas.

    Tercero, el editorial de mi padre esta semana fue sobre por qué debemos tener cuidado al aceptar dinero de una fundación de la que no sabemos nada. Podría ser vergonzoso. De hecho, el editorial decía que La Gace ya no aceptará anuncios que contengan cupones de la Fundación Fordgythe. Mi padre se disculpaba por ello. "Suponemos que hay una sola persona detrás de esta Fundación", decía el editorial. “Su patrón de donaciones y su forma de comportarse son demasiado extravagantes para una Fundación dirigida por un comité. Si es así, y si en el fondo la Fundación Fordgythe realmente busca los mejores intereses en nuestra ciudad", concluyó el editorial, "debería quitarse la máscara para eliminar la sospecha de que su secreto está motivado por la vergüenza y sus donaciones están motivadas por la culpa".

    Gulp, papá me perseguía ferozmente. Y él ni siquiera lo sabía.

Capítulo 22

    Mientras La Gace expuso cuidadosamente lo que se sabía sobre la Fundación Fordgythe, El Registro expulsó rumores y suposiciones como una ballena con un orificio de soplado tamaño XXL. Si creías el artículo en su primera página, la Fundación Fordgythe era un complot extranjero para socavar el tejido moral de nuestra ciudad, su dinero probablemente provenía de los capos de la droga que intentaban "lavar" su efectivo para que la gente de los impuestos no pudiera rastrearlo, y estaba destinado personalmente a hundir El Registro pretendiendo dar dinero a organizaciones benéficas para compras realizadas en tiendas locales.

    Lo más interesante para mí fueron las claras indicaciones de El Registro de que estaba a punto de exponer quién estaba detrás de la Fundación. Como yo sabía que no era un narcotraficante que lavaba efectivo, también sabía que El Registro no estaba ni cerca de resolverlo. Sin embargo, lo único que acertaron fue que la Fundación estaba tratando de hundir a El Registro, si es que hundir significaba evitar que El Registro hundiera La Gace.

    Aquí está lo que mi padre descubrió que El Registro no. Mi padre entendió, basándose únicamente en la intuición, que la Fundación Fordgythe era personal. Podía tener la palabra "fundación" en su título, pero en realidad se trataba de una persona, y sus dos amigos, que ayudan a otras personas. El Registro asumió que era una organización desalmada que daba dinero en efectivo a otras personas sin nombre. Las personas a menudo ven sus propios reflejos cuando miran a los demás. Es por eso que El Registro perdió el norte.

    Solo faltaba una semana para el debate, y sabía que mi vida familiar iba a ser ocupada y tensa. Pero decidí que valdría la pena intentar deshacerse de El Registro. No quería que La Gace descubriera quién estaba detrás de La Fundación, pero definitivamente quería que El Registro se equivocara mucho en público.

    Mientras tanto, otro de mis planes estaba a punto de entrar en acción. Sin embargo, este era solo un poco astuto. Le había pedido a Julia, mi empleada, que buscara a alguien que pudiera ayudar a mi padre a mejorar en el debate. Había investigado un poco y había encontrado a una "consultora de medios" llamada Mischa Buskin, quien afirmaba haber trabajado con las más grandes estrellas, políticos y jefes de empresas, enseñándoles cómo aparecer bien en la televisión. Julia me envió la dirección web de la compañía de Mischa, que se llamaba TeleÉxito, Inc. El sitio decía que la compañía le enseñaría cómo encandilar a la cámara, con qué frecuencia sonreír y "Los siete gestos del éxito". Todo eso me parecía bastante tonto, pero si alguna vez has visto a alguien entrevistado en la televisión que no sabía dónde mirar o qué hacer con las manos, te das cuenta de que hay algunas cosas simples y tontas que suponen una gran diferencia.

    Luego, mi padre recibió un paquete gordo y brillante de TeleÉxito, Inc. que le envió La Fundación Fordgythe. Debido al interés de la Fundación en eliminar las loterías estatales, decía la carta, le estaba pagando una sesión de tres horas con Mischa Buskin. Además, debido a que la Fundación entendía lo ocupado que estaba mi padre y la cercanía del debate, en lugar de exigirle a mi padre que volara a Los Ángeles, llevarían al Sr. Buskin a su casa. Él podría estar allí cualquier día de la semana. La carta terminaba diciendo que un representante de la Fundación llamaría de inmediato para programar la visita.

    Debido a que el sobre era de la Fundación, fue el primero en la pila diaria que mi padre abrió cuando llegó a casa el lunes por la noche. Lo leyó una vez, negó con la cabeza con incredulidad y luego lo volvió a leer. "Lo haré", dijo sin decirnos qué haría. "Lo haré. ¿Qué tipo de fundación es esta?

    "¿Qué pasa, papá?"

    "La Fundación Fordgythe está tratando de sobornarme".

    "¿Qué?" Dije con genuina sorpresa.

    "Están tratando de sobornarme", explicó completamente desolado, agitando el papel en mi cara. "Están ofreciendo llevar a algún consultor de medios falso aquí para que me enseñe a fingir ser sincero".

    "¿En serio?"

    "Echa un vistazo", dijo entregándome el paquete. Leí nuevamente la carta que la Sra. Minden había escrito; La había leído dos noches antes. "No me parece un soborno", dije.

    "Un soborno no tiene que ser dinero. Si sales de una multa por exceso de velocidad al ofrecer lavar el coche del policía, sigue siendo un soborno".

    "¿Funcionaría eso?"

    "¡Por supuesto no! Pero ese no es el asunto".

    "Ya lo sé", dije. "Pero no leo esto como un soborno en absoluto. No intentan que cambies tu opinión sobre las loterías. Están tratando de ayudarte a hacerlo mejor".

    "Sí, pero…"

    Interrumpí a mi propio padre. "Si dijeran que te daban capacitación en medios o que lavarían tu coche o que dejarían $5,000 en tu buzón si no te opones a la lotería, o si hicieras mal el debate a propósito... eso sería un soborno".

    "¿Puedo decir una palabra?", preguntó mi padre. "Estoy de acuerdo en que no es su tipo de soborno estándar. Sin embargo, como expongo a la Fundación Fordgythe en el periódico, si yo fuera a decir que he aceptado una costosa capacitación en medios por parte de ellos, quedaría muy muy mal. Los periodistas no pueden hacer ese tipo de cosas".

    "Pero papá…"

    "Es una cuestión de ética periodística".

    Prácticamente se podía escuchar cómo escribe con mayúscula la frase "Ética periodística". Esas mayúsculas significaban que la conversación había terminado. Pero esta vez yo no me rendí. "Pero, papá, ¿sabes lo que acabas de decir? ¿Puedo decir una palabra?. Cuando yo sólo había hablado durante un minuto. Ese es exactamente el tipo de cosita que desanima a la gente. Para eso necesitas entrenamiento en medios".

    "Caramba", dijo mi padre, "parece que sabes mucho sobre el entrenamiento en medios de repente".

    "Tu hijo tiene razón", dijo mi madre entrando en la habitación. Ella había estado escuchando desde el estudio. "Estoy segura de que hay cientos de pequeñas formas en que las habilidades de presentación de cualquier persona podrían mejorarse. Algo así como: ¿Puedo decir una palabra? Es el tipo de cosilla que puede evitar que una audiencia escuche lo que realmente estás diciendo. Y ese es el asunto".

    "Voy a ser yo mismo en la televisión...", insistió mi padre.

    "Nadie dice que no debas serlo", dijo mi madre dulcemente. "Eso es lo que todos queremos. Pero, ¿tan experto eres presentando ideas en la televisión? ¿Un gran experto o simplemente un buen gran experto?

    "No soy un..."

    "No, no eres un experto en absoluto. Pero te prometo que el Sr. Loy ha pasado por entrenamiento. Él es un experto. Y eso significa que será más fácil para el público estar de acuerdo con él que estar de acuerdo contigo. Creo que deberías aceptar la oferta de la Fundación."

    "Fuera de la cuestión. Simplemente no puedo aceptar ningún tipo de regalo de una organización que estoy investigando. Y no me convertiré en algo que no soy en la televisión solo porque un experto en medios cree que sabe qué tipo de falsedad parece realmente sincera. Eso es todo al respecto."

    Y eso fue todo al respecto. Le envié un correo electrónico a la Sra. Minden y le dije que le dijera a Mischa que no se molestara en hacer las maletas. Nos cobró "solo" $2,000 por reservar el tiempo para ver a mi padre.

    Después de la cena, tuve una idea sobre cómo deshacerse de El Registro. Llamé a la Sra. Minden nuevamente y le pregunté si podía encontrarme en el Zumo Soda.

    "Claro, jefe", respondió ella.

    Guau. Yo era un jefe.

    Ella llegó allí justo a su hora. "¿Qué pasa, jefe?", preguntó ella.

    "¿Podrías parar de llamarme jefe?"

    “Claro... jefe. Vale, ya paro".

    "Gracias."

    "Pero eres mi jefe, ¿sabes?".

    "Vale, vale, y tú eres mi empleada. ¿Pero podemos ser discretos?” No había nadie más en el restaurante.

    "Vale. ¿Cómo puedo ayudarte, oh mi pequeño capitán?

    "Supongamos que el dinero para la Fundación viene de Alemania", dije. "¿Habría recibos o formularios o algo que pudiera mostrar eso?"

    "Si, seguro. Dependiendo de cómo se transfirió el dinero desde Alemania hasta aquí, es posible que se presenten algunos tipos diferentes de formularios. ¿Por qué preguntas? ¿Estás pensando en trasladar tu dinero a Alemania?"

    "No, estoy pensando en maneras de darle a El Registro una idea completamente errónea sobre quién está detrás de la Fundación Fordgythe".

    "¡Ajá!", dijo la Sra. Minden alegremente. "¿Quieres uno de esos formularios, no?"

    "Sí. Pero no un formulario completa. Solo quiero incluir basura, como por accidente".

    "Pero no es suficiente para que pueda rastrearlo a un banco en particular en Alemania porque descubriría que no hay una cuenta bancaria allí de la Fundación Fordgythe".

    "Eso es lo que estaba pensando", dije.

    "Y es una muy buena idea. No debería ser un problema. Puedo fotocopiar uno real de una cuenta diferente y rasgarlo para que pueda ver que vino de Alemania pero no pueda ver de qué banco ni de qué cuenta".

    "Eso suena perfecto", le dije.

    "Y lo mejor de todo, ¡ni siquiera es ilegal! Me gusta trabajar para ti, pero no estoy dispuesta a ir a la cárcel por ti".

    "Sin mentiras, sin crímenes reales. Ese debería ser el lema de la Fundación Fordgythe".

    “Puedo hacer esto mañana. ¡Será divertido! ” La Sra. Minden dejó de la cabina y salió por la puerta sonriendo.

    Pagué yo su café. Después de todo, era su jefe.

Capítulo 23

    Era el viernes antes del debate del domingo y mi familia era un desastre.

    Mi padre estaba, por supuesto, más estresado que nunca. Quería hacerlo bien en este debate porque le importaba el tema. Y este debate era su gran audición. Si lo hacía bien, podría hacerlo regularmente. Yo podía entender por qué eso era divertido, pero no tenía idea de por qué mi padre también pensaba que era divertido.

    El estrés es una enfermedad contagiosa, como el sarampión. Puede contagiarse a otros, especialmente a personas cercanas. Mi padre no fue particularmente amable esa semana. Le respondía bruscamente a mi madre cuando ella no lo merecía. Bueno, ella no lo merece nunca. Él no estaba haciendo sus tareas porque estaba muy concentrado en prepararse. Era un gran paquete de nervios y no era divertido vivir con él.

    Pero eso fue solo el comienzo para mi madre. Ella se estaba preparando para enseñar un par de cursos y se suponía que debía enviar la lista de libros que sus alumnos comprarían en otoño. Eso significaba diseñar los cursos, los cuales eran nuevos para ella. Así que, con una fecha límite próxima, estaba leyendo grandes pilas de libros, tratando de descubrir qué enseñaría semana a semana.

    Como si eso no fuera suficiente, Maddie eligió esa semana para regresar a casa del preescolar con piojos. Igual que el año pasado. Al principio crees que tener piojos es desagradable, y tienes razón. Luego piensas que es vergonzoso, que también lo es. Pero si ya ha tenido piojos una vez, principalmente crees que es solo una gran molestia. Mi madre tuvo que pasarlo todo por la lavadora y la secadora. Y luego todos tuvimos que someternos al tratamiento. (Hay una razón por la cual las grandes supermodelos del mundo no se lavan el cabello con champú contra los piojos). Y luego, dos veces al día, mi madre tenía que investigar el cabello largo de Maddie en busca de huevos de piojos, que ellos dejan adheridos a mechones de cabello. Y, Maddie tenía un resfriado, por lo que era difícil lograr que se quedara quieta el tiempo suficiente para hacer un buen trabajo. Maddie se retorcía, mi madre se molestaba, Maddie lloraba, mi madre intentaba no gritar...

    Yo, por supuesto, era una roca. Estaba tranquilo, siempre alegre, servicial y simplemente un placer de tener cerca.

    Si, vale, me preocupaba que uno de los periódicos descubriera quién estaba detrás de la Fundación. Me preocupaba lo que eso le haría a mi padre en el debate. Me preocupaba que el Sr. Loy estuviera mejor entrenado que mi papá. Me preocupaba que si me descubrían, hubiera cavado un hoyo tan profundo para mí que mis padres nunca volvieran a hablarme. No les había mentido, ni una sola vez, pero seguro que había hecho todo lo posible para mantener en secreto mis $100,000,000. En cierto punto, guardar un secreto comienza a parecerse mucho a mentir.

    Entonces, cuando mi padre vino el viernes con copias de La Gace y El Registro, gasté todo mi autocontrol en no arrancarle las copias de las manos. Me obligué a subir las escaleras paso a paso para leerlas.

    La Gace tenía un artículo sobre la Fundación Fordgythe en la página cinco, justo al lado de un artículo sobre cómo se volvía a sembrar el campo de fútbol de la escuela secundaria. Informó sobre algunas de nuestras donaciones recientes, pero no tenía más noticias sobre quién estaba detrás de la Fundación. "Nuestra investigación continúa", era todo lo que decía.

    El Registro nos tenía en toda la portada. Había una foto de Arnie Junger sosteniendo las facturas que le había dado por su educación universitaria. "El joven local admite quedar sorprendido por los $10,000 que encontró en su buzón". Bueno, ¿y quién no?

    El titular del artículo principal gritaba: “¡La conexión Alemana de Fordgythe! ¡El Registro resuelve el caso!" Comenzaba:

    «Como resultado de una extensa investigación realizada por el galardonado equipo de periodismo de investigación de El Registro, hemos descubierto que la "Fundación Fordgythe" es, de hecho, una fachada de intereses financieros alemanes.»

    «Esta revelación en el caso se produjo como resultado de la negligencia de "La Fundación", probablemente porque los esfuerzos intensos de periodismo de investigación de El Registro los pusieron nerviosos.»

    «"La Fundación" dejó un fragmento de un formulario de transferencia de fondos en una "donación" para el estudiante de último año de secundaria local, Arnold Junger. El Registro ha confirmado que la transferencia de fondos provino de un banco con sede en Alemania. Continuamos nuestros esfuerzos para descubrir exactamente qué banco era.»

    Por supuesto, no mencionaban que su "periodismo de investigación" consistía en abrir el paquete que yo le había enviado a Arnold. Elegí su sobre como el que "accidentalmente" contiene el formulario de transferencia de fondos porque sabía que Arnold era el sobrino del Sr. Loy. Y él estaba internado en El Registro, así que se lo envié a él al trabajo. Estaba bastante seguro de que incluso el equipo de expertos del periodismo de investigación de El Registro no se perdería esa pista.

    El Registro no solo se había estrellado con él, sino que lo había envuelto en una muy mala escritura.

    En la cena le pregunté a mi padre al respecto. "Parece que El Registro ha resuelto el caso de la Fundación Fordgythe", dije.

    "Lo dudo", respondió apuñalando los guisantes con una ferocidad inusual.

    “¿Por qué?”, preguntó mi madre.

    "Tienen un fragmento de un formulario de transferencia de fondos. Hay miles de razones por las que eso podría haberse incluido con una donación en efectivo. Y una de esas razones podría incluso ser que los Fordgythe están tratando de despistar a El Registro ”.

    "Eso sería tortuoso", dijo mi madre. Ella le sonrió a mi padre. Él le devolvió la sonrisa lo mejor que pudo, dado que no estaba sonriendo mucho en estos días.

    Esa sonrisa me puso más nervioso que cualquier cosa que hubiera leído en ninguno de los periódicos.

    El domingo era el gran día, así que, si nuestra casa había estado tensa el sábado, ahora era como una de esas bandas de goma elásticas retorcidas tantas veces que los nudos tienen nudos encima de otros nudos.

    Mimi y Ari vinieron a verme. "Vamos a gastar algo de ese dinero alemán", dijo Mimi.

    "¿Dejaste ese formulario alemán en el sobre a propósito?", preguntó Ari.

    "Los accidentes ocurren", le dije sonriendo.

    Fue una hermosa noche. Cuando subimos al tren hacia la ciudad, el cielo era del color del océano en verano. Revisé para asegurarme de que mi mochila estuviera bien cerrada y que las correas estuvieran en buen estado.

    "¿Queréis ir a un restaurante elegante?", preguntó Mimi emocionada.

    "En realidad, no mucho", dije.

    "Mejor", dijo Mimi. "Solo estaba fingiendo querer ir por si alguno quería".

    “¿Qué tal un restaurante chino?”, preguntó Ari.

    "Gran idea", le respondí. "Tal vez podamos encontrar uno que no sea principalmente un lugar para llevar. Ya sabes, uno con manteles y todo."

    "Claro", dijo Ari. “Siempre y cuando tengan agridulce. Los caros no tienen eso".

    "Y galletas de la fortuna", dijo Mimi.

    Así que esa fue nuestra tarea: encontrar el mejor restaurante chino que todavía tuviera galletas de la fortuna y salsa agridulce. Me gustaba el reto. Pero primero, tenía un recado.

    El lugar junto a Salzburg Grille donde Philip y Caroline se habían establecido ya no estaba vacío. Nuevas personas se habían apoderado de él, dos chicos, probablemente de unos veinte años, aunque era difícil saberlo porque dormían envueltos en una manta. No quería despertarlos, así que fuimos al lado y pedimos cuatro cenas completas de carne. Todavía estaban dormidos cuando volvimos, así que dejamos la bolsa entre ellos. Puse $1,000 en el fondo de la bolsa junto con una nota de la Fundación Fordgythe.

    "Espero que se despierten antes de que la comida se enfríe", dijo Mimi.

    "Tal vez deberíamos regresar y despertarlos", dijo Ari.

    "No. Vamos a dejarlos dormir", dijo ella.

    Luego deambulamos buscando nuestro restaurante chino perfecto. En el camino, compramos un pretzel gigante muy malo de un vendedor que parecía tener la edad de mi abuelo. Mientras le pasaba el pretzel a Mimi, metí un billete de mil dólares en la lata de café donde el hombre guardaba las propinas.

    Pasamos por una clínica de alfabetización que enseña a los adultos a leer. Entré en un baño de comida rápida y até $30,000 con algunos de los hilos de mi madre y dejé el paquete junto a una nota de Fordgy en uno de los sobres que había traído conmigo. Lo metí por la ranura de correo de la clínica. "Recordadme que la Sra. Minden llame a primera hora el lunes para asegurarse de que lo recibieron", dije.

    Pasamos por una tienda cooperativa, el tipo de lugar que vende alimentos integrales a las personas que no pueden pagar. Tenía carteles intentando recaudar dinero para limpiar el río. Cuando el empleado estaba ocupado en otra parte, metí diez billetes de $1,000 en la lata de café donde puedes hacer donaciones.

    Un taxista nos dijo que enviaba dinero a su familia en Haití todas las semanas. Dijo que estaba ahorrando dinero para traerlos a los Estados Unidos. Cuando salimos del taxi, le di un sobre con $15,000, pero nada que lo identificara como proveniente de la Fundación. “Esto es una propina extra. No lo abra hasta su próximo descanso", le dije. "Y no le diga a nadie de donde ha salido".

    Nuestra siguiente parada nos llevó más allá del Grille. Los dos hombres estaban despiertos ahora. Los restos de su cena estaban esparcidos a su alrededor.

    "Hey", dije. "Buena cena."

    Al principio ninguno habló. Se miraron el uno al otro. El más alto dijo: "Sí. Muy buena.", mirándonos con recelo. "¿Por qué no os vais de aquí? Dejad de mirar fijamente."

    Ari intervino. "No estamos mirando. Somos nosotros quienes hicimos..." Tiré de la manga de Ari para que se detuviera.

    “¿Quien hizo qué? Sal de aquí antes de que llamemos a un policía."

    "No hicimos nada malo..."

    "Me estás molestando", dijo el hombre. “Este es nuestro espacio. Vete a tu casa, niño rico".

    "Vamos", le dije, "vamos a dejarlos en paz".

    "Adiós", dijo Mimi. "Buena suerte."

    Nos fuimos, confundidos por lo que había sucedido.

    "Me siento terrible", dijo Mimi.

    "Yo también", dije. "No fueron muy amables".

    "Estaban nerviosos por tener tanto dinero", dijo Ari.

    Pasamos por un centro de veteranos. Recibieron una subvención instantánea de $25,000 de la Fundación Fordgythe. Era más de lo que hubiera dado normalmente, pero estaba compensando el rechazo que nos acababan de dispensar.

    "Tengo mucha hambre", dijo Ari.

    "Este lugar parece prometedor", dijo Mimi leyendo el menú de un restaurante chino a pocas puertas del centro del veterano. Parecía tenerlo todo, hasta las galletas de la fortuna. Era un poco caro, pero qué diablos.

    Miré en mi mochila. Me palmeé los bolsillos. "¿Sabes qué?", ​​Le pregunté. "He dado todo el dinero".

    Ari y Mimi se miraron. Entre todos teníamos $21 y tres pasajes de tren de regreso. "Pues busquemos un lugar más barato para comer", dijo Mimi.

    Dieciocho dólares más tarde, estábamos llenos y listos para irnos a casa.

Capítulo 24

    El debate fue a las siete de la noche. A las cuatro en punto, estábamos todos vestidos, mi padre se había limpiado los zapatos y mi madre había revisado una vez más los piojos de Maddie. Éramos una familia limpia y lista para la televisión.

    La cadena de televisión estaba en la ciudad, así que tomamos el tren. El conductor me reconoció, impresionando a mis padres. "Te estás convirtiendo en todo un viajero", dijo mi madre. Recé por no encontrarme en un taxi con cierto conductor haitiano.

    Afortunadamente, la cadena de televisión estaba a solo unas manzanas de la estación de tren. Es extraño que tanto las televisiones como los trenes tengan estaciones, ya que en realidad no son muy parecidos. Mientras que la estación de tren estaba hecha de mugrientos ladrillos y hormigón, la estación de TV era de cristal, paredes coloridas y alfombra. La productora del programa, una mujer de la edad de mi madre llamada Laurie Brooks, llevó a mi familia a la "sala verde" donde esperaban los invitados antes de salir en directo.

    No hace falta decir que la sala verde no era verde. Era de un bronceado claro. Había algunos sofás no muy cómodos, demasiados espejos para mi gusto, un televisor sintonizado para la transmisión de ese canal y una mesa con fruta, bollería rancia y café. Maddie fue directamente a por una de las rosquillas. A ella no le importa si la rosquilla está fresca o rancia, siempre y cuando esté espolvoreada de azúcar.

    Mi padre se sentó e inmediatamente abrió su abultado cuaderno de ideas, notas y recortes.

    "¿No crees que deberías tomarte un descanso?", preguntó mi madre. "Vas a prepararte demasiado".

    "Ni siquiera sé qué significa eso", respondió mi padre sin levantar la vista. "¿Cómo puedes estar demasiado preparado?"

    “Puedes sonar demasiado ensayado. Sabes lo que crees, conoces todos los hechos que existen, tienes tus argumentos listos...

    "Buena idea. Jake, ¿me pondrás a prueba con estos hechos?", preguntó entregándome lo que debían de ser quince páginas grapadas.

    "No, Jake", dijo mi madre.

    "¡Estoy dividido entre dos padres!", respondí. "¿No sabéis lo que esto le hace a mi delicado estado emocional?"

    "Te pagaremos un psiquiatra", dijo mi padre. Era lo más cerca que había estado de una broma en una semana. Me iba a alegrar mucho cuando terminara aquel debate.

    Mi padre me quitó los folios de datos y comenzó a estudiar por su cuenta. Mi madre se puso de pie. "Tal vez deberíamos dejar a tu padre solo para que se prepare demasiado".

    Justo cuando comenzó a alejar a Maddie de la mesa de aperitivos, la puerta se abrió y entró el Sr. Loy con Amanda y tres hombres con trajes. Este se quedó parado en la puerta durante un momento, mirando con desaprobación el sofá, la comida y finalmente a mi padre.

    Mi padre se puso en pie pero el Sr. Loy no hizo ningún movimiento para saludarlo. "Hola", dijo mi padre. "¿Listo para un debate bueno y honesto?"

    Amanda pellizcó una rosquilla y la dejó caer con disgusto.

    "Estoy listo para enfrentarme a aquellos que negarían a nuestros ciudadanos el derecho a elegir su propia forma de diversión", respondió el Sr. Loy. Uno de los hombres con traje se inclinó hacia él y le susurró algo al oído. "Quien no confía en nuestros ciudadanos para elegir su propia forma de diversión", se corrigió Loy. Al parecer "confianza" era una palabra clave para que él tuviera éxito en el debate.

    "Bueno", dijo mi padre, quizá lamentando no haber aceptado la oferta de la Fundación Fordgythe de hacer volar a Mischa, "Estoy seguro de que será un debate bueno y animado. De eso se trata la democracia".

    "La democracia trata de confiar en los ciudadanos para elegir su propia forma de entretenimiento", dijo Loy mirando al hombre, en demanda de aprobación. El hombre asintió con la cabeza.

    Mi madre dijo: "Cariño, voy a llevar a los niños a comer algo. ¿Te gustaria unirte a nosotros?"

    "No, tengo que..."

    "Por favor, ven con nosotros", dijo mi madre con firmeza.

    Una vez que la puerta de la habitación verde se cerró, mi madre dijo: "No iba a dejarte allí ni un minuto más con ese hombre horrible. Vamos a tomar una taza de café y una rosquilla de verdad. Eso será mucho mejor para ti que quedarte allí y que el Sr. Loy te use de diana en su práctica de tiro".

    "Él es bueno", dijo mi padre.

    "Él está demasiado preparado", respondió mi madre.

    Al parecer tardamos demasiado porque cuando volvimos, Laurie, la productora, estaba muy contenta de vernos. "¡Gracias a Dios! Tenemos que maquillarte. Mi padre hizo una mueca, que Laurie entendió de inmediato. "Si no nos maquillamos", explicó, "no se verá de la forma en que realmente se ve".

    Nos llevó a la silla donde la persona de maquillaje comenzó a sacudirlo con polvo. Me aseguré de no burlarme de mi padre, aunque era tentador. Laurie le dio unas palmaditas en el hombro a mi padre y dijo: "Lo harás bien. Ese otro hombre es solo un matón". Luego nos llevó a nuestros asientos.

    El estudio era bastante pequeño con espacio para unas 50 personas, aunque como nos mostró una cámara, se veía mucho más grande cuando se transmitía. Creo que es porque si muestra una fila de diez personas en la televisión, el espectador asume que la fila se extiende en ambas direcciones, aunque no lo haga. Es como estar en el océano y asumir que el mar continúa más allá el horizonte. Salvo que en el océano sí que es cierto.

    Éramos casi las primeras personas allí. Laurie señaló a una mujer de pie en el fondo del teatro. "Esa es Margaret Houle. Está a cargo de toda la programación de la cadena. Si le gusta cómo lo hace tu padre hoy..." Ella dejó la frase pendiente y luego dijo: "Bueno, tengo que volver. Estoy segura de que a tu padre le irá bien. A la gente le gustará cuando le escuchen. Tengo ojo para esas cosas."

    Yo estaba seguro de que ella tuviera razón. Por supuesto, mi padre no quería ser querido. Quería convencer a la gente de que la lotería era una mala idea.

    El estudio comenzó a llenarse. Reconocí a algunas personas que trabajaban para el Sr. Loy, y la mayoría del pequeño personal de La Gace también estaba allí. Sin embargo, solo reconocí una cara: la señora Fordgythe. Ella estaba en la parte de atrás al otro lado. Me saludó con la mano. Le devolví el saludo rápidamente.

    "¿Quién es ella, querido?", preguntó mi madre.

    "Alguien que conocí en la cola de la tienda Pilla-un-Pollo de Herb".

    "Qué simpática debe de ser para recordarte."

    "Sí, parecía muy agradable".

    La Sra. Houle todavía estaba parada en la parte de atrás con los brazos cruzados. Esperando.

    La moderadora del evento era la presentadora de la televisión local, Lola Freitag. En la televisión parecía ser el tipo de persona que solo podía hablar con tarjetas de referencia, aunque cuando habló con la audiencia cinco minutos antes de que comenzara el espectáculo, en realidad era bastante buena. Explicó las reglas del debate de media hora y nos dijo severamente que no aplaudiéramos, excepto cuando se encendiera la luz de Aplausos. "De lo contrario, sólo le quitaría tiempo a la persona por la que están aplaudiendo", dijo.

    Una señal que te dice cuándo aplaudir. Aquello no parecía muy bien.

    Mi padre y el Sr. Loy salieron del mismo lado del estudio y caminaron hacia sus podios. Por la forma en que no se miraban, parecía que no se habían vuelto más amistosos. El señor Loy estaba allí tan erguido como una columna aguantando un porche. Miraba directamente ante él, sus manos juntas justo por encima de la cintura, brazos doblados por los codos, sin duda como le habían enseñado en la escuela de medios. Mi padre estaba inclinado sobre su podio, extendiendo notas frenéticamente, pasándose las manos por el pelo exactamente del modo en que la escuela de medios le hubiera dicho que no hiciera.

    "Bienvenido al gran debate sobre la lotería estatal", dijo Lola Freitag, y así comenzó. Cuando Lola presentó a los dos oradores, la cámara enfocó a cada uno. Había monitores en el estudio, por supuesto, para que pudiéramos ver lo que los televidentes podían ver. El Sr. Loy parecía un presentador de noticias, completamente cómodo frente a la cámara. Mi padre parecía que se había dormido vestido y que ahora estaba un poco confundido sobre por qué estaba allí.

    Lola explicó las reglas. Cada orador tendría tres minutos para presentar su punto de vista. Luego, Lola les haría a cada uno algunas preguntas "para aclarar sus puntos de vista". Luego, los dos oradores podrían hacerse preguntas mutuamente. Finalmente, cada uno tendría un minuto para concluir. Parecía simple, pero me daba miedo especialmente la parte en que el Sr. Loy podría hacerle preguntas a mi padre. Estaba seguro de que su equipo había trabajado mucho para formular las preguntas que harían que mi padre quedara lo peor posible. Mientras tanto, mi padre se había centrado en preguntas que él pensaba que acercarían la verdad a una persona razonable. El problema era que el Sr. Loy no tenía la intención de ser razonable. Tenía la intención de ganar.

    A pesar de que parecía inquieto, pensé que a mi padre le fue genial en su declaración de apertura. Es cierto, a pesar de que se había cronometrado una y otra vez para asegurarse de acabar en menos de tres minutos, terminó apresurándose durante los últimos quince segundos, cubriendo los últimos dos puntos en solo un par de oraciones y sin inhalar. Aparte de eso, lo hizo genial.

    El señor Loy lo hizo mejor. Aunque no estuve de acuerdo con él y pude ver agujeros en lo que estaba diciendo, tuve que admitir que a menos que tu padre te haya estado dando conferencias toda tu vida sobre por qué la lotería es una mala idea, habrías encontrado persuasivos los comentarios iniciales del Sr. Loy. Además, era como si se estuviera relajando en la mesa de su cocina después de la cena, explicando lenta y calmadamente, seguro de que tenía razón y mostrando que se estaba divirtiendo. Era bueno en televisión.

    Mis esperanzas de que Lola hiciera las preguntas que mostrarían a todos lo que había de erróneo en el argumento del Sr. Loy se desvanecieron tan pronto como abrió la boca. Pude ver que estaba leyendo las preguntas de una hoja impresa. No tenían nada que ver con lo que mi padre o el Sr. Loy acababan de decir. En todo caso, eran más difíciles para mi padre que para el Sr. Loy. Por ejemplo, le preguntó a mi padre qué impuestos recaudaría para compensar el dinero que el estado perdería si cancelaba la lotería. Papá respondió bien, creo yo: “Quizá no tengamos que aumentar los impuestos. Podríamos mover el dinero de otros programas. Pero, Sra. Freitag, el punto a recordar es que la lotería es en sí misma un impuesto, un impuesto sobre los más pobres de nuestro estado. Dirigimos anuncios hacia ellos, convenciéndolos de que pueden escapar mágicamente de su pobreza, y el dinero que recaudamos de ellos se saca de su comunidad y se utiliza para financiar el sistema educativo para los ricos y los pobres. Nuestras comunidades más pobres son perdedoras en este sistema ”.

    Lola podría haber seguido con esto. Ella podría haber preguntado si mi padre estaría satisfecho si el gobierno estatal dejara de anunciar la lotería. Ella podría haber preguntado si él estaría satisfecho si más del dinero recaudado se le diera a los vecindarios pobres en lugar de distribuirlo de manera uniforme en todas las comunidades. Pero esas preguntas no estaban en su hoja preparada, por lo que, en cambio, le preguntó al Sr. Loy algo que yo pensé que era una pregunta mucho más fácil: "¿Hay algún cambio que usted haría en el sistema de lotería?". El Sr. Loy dijo que él la programaría con más frecuencia y ofrecería cada vez más premios. Bonito. No puedes equivocarte ofreciendo a las personas más dinero con más frecuencia.

    Solo escuché a medias estas preguntas y respuestas. La otra mitad de mí estaba tratando de averiguar qué le iba a preguntar el señor Loy a mi padre. Y la parte restante de mí, (que si sumas dos y dos, no era gran cosa), estaba escuchando a Maddie quejarse a mi madre de que tenía que ir al baño. “¿Puedes aguantar unos minutos más?”, preguntó mi madre.

    "Tengo que ir de verdad".

    Mi madre suspiró y comenzó a levantarse. En ese momento, el Sr. Loy le hacía la primera pregunta a mi padre. "Señor. Richter, entiendo que personalmente se opone mucho a la lotería. ¿Pero se opone su familia por igual?"

    "No veo qué tiene eso que ver con nuestra discusión", respondió mi padre.

    "Lo verá una vez que le diga quién está realmente detrás de la Fundación Fordgythe". Mi madre volvió a sentarse y cuando Maddie comenzó a quejarse, la interrumpió. "Tendrás que aguantar unos minutos más". Maddie frunció el ceño pero dejó de quejarse.

    “Pensé que usted ya lo había descifrado, Sr. Loy. Los alemanes."

    La cara del Sr. Loy se volvió de un color violeta feo. Pensé que podría estar teniendo problemas para respirar, pero luego me di cuenta de que era así como se sonrojaba. Lo hacía con tan poca frecuencia que su cara parecía magullada. "Eso se basó en información preliminar..."

    "Enyesado en su portada del viernes", dijo mi padre. Ya no parecía nervioso e incómodo. "Bueno, ¿Se da cuenta de que su gran artículo es incorrecto?"

    “Se basó en información preliminar. Pero nuestra investigación adicional ha arrojado algo aún más interesante. Déjeme preguntarle: ¿cree que la Fundación Fordgythe está haciendo un trabajo notablemente bueno? ”. Estaba claro que el Sr. Loy había cambiado su tono sobre la Fundación. Excepto que ahora sentía que era yo quien tenía que ir al baño. No me gustaba hacia dónde se estaba dirigiendo aquello.

    "En general, tendría que decir que sí, la Fundación Fordgythe ha sido una bendición para esta ciudad", dijo mi padre para mi gran alivio. "Algunas de las donaciones parecen un poco excéntricas, pero han auxiliado a personas necesitadas y han apoyado a organizaciones que ayudan a los más necesitados de nuestra ciudad. Pero de las editoriales que ha estado escribiendo al respecto, usted, Sr. Loy, parece pensar que es algo así como una organización de gángsteres. Creo que su periódico informó que la Fundación está siendo financiada por dinero del narcotráfico".

    "Investigación preliminar", murmuró el Sr. Loy rápidamente. “Me alegra que usted y yo estemos de acuerdo en este punto crucial. La Fundación Fordgythe ha sido una fuerza positiva en nuestra comunidad". Hizo una pausa para tomar un trago de agua que probablemente no necesitaba. Sin embargo, esto aumentó el suspense.

    "No veo qué tiene que ver esto con la lotería", dijo mi padre.

    Lola aprovechó esta oportunidad para decir: "Se supone que debe hacer una pregunta, Sr. Loy...", pero mi padre la miró, dio unas palmaditas al aire frente a él y asintió para decir que estaba de acuerdo con la forma en que estaba procediendo.

    El señor Loy dejó con cuidado el vaso de agua y se ajustó la corbata. "Supongamos que le dijera que hemos descubierto que la Fundación Fordgythe está financiada en su totalidad por el misterioso ganador del gran premio de lotería de $111,000,000 otorgado hace unos meses".

    El público contuvo el aliento. El silencio fue notable. Yo pude sentir que mi cara se quedaba blanca. No estoy seguro de a dónde fue la sangre, pero estaba seguro de que mi rostro estaba blanco de miedo por lo que estaba a punto de suceder. Mi madre me miró preocupada.

    La mirada del Sr. Loy barrió a la audiencia de un lado a otro mientras su sonrisa apretada parecía decir: "Estás de acuerdo en que acabo de ganar el debate, ¿no?"

    Cuando el Sr. Loy estaba a punto de volver a hablar, mi padre dijo: “Lo sé. El ganador es mi hijo".

    El público jadeó. La cámara enfocó a mi padre. Enfocó al señor Loy. Enfocó a Lola. Volvió a enfocar a mi padre, que me estaba mirando directamente. La cámara siguió sus ojos y me encontró y se acercó hasta que todo lo que pude ver fue mi cara, blanca como la nieve, y junto a mí, Maddie saltando de un lado a otro en su asiento, gritando: “¡Síiii! ¡Hemos ganado! ¡He ganado 10 dólares!” Hay que ver la de cosas que recuerdan los niños pequeños.

    "Sí", tronó el Sr. Loy. "¡Su hijo! ¡Su propio hijo! Damas y caballeros, aquí tenemos la prueba viviente de que las cosas buenas vienen de la lotería. Y no de una manera indirecta o complicada, sino justo en la casa del principal oponente de la lotería. Descanso mi caso.” Y con eso, el Sr. Loy se cruzó de brazos y se echó hacia atrás, lejos del micrófono en su podio.

    Pero mi padre no parecía un hombre que hubiera perdido un debate. Se enderezó. De repente, su ropa le colgaba tensa. Su voz era firme. Mirando directamente al Sr. Loy, quien se negó a volverse hacia él, mi padre dijo: “¿Cómo se atreve, Sr. Loy? ¿Cómo se atreve? La amable anciana a quien había ayudado le dio un boleto de lotería a mi hijo. Él mantuvo en secreto el hecho de haber ganado, a todos excepto a un par de amigos, porque él sabía que nosotros lo desaprobábamos ”.

    ¿Cómo sabía mi padre todo esto?

    “Ayer me enteré de esto. Mi esposa se enteró unos días antes. Ni siquiera le hemos dicho a nuestro hijo que lo sabemos porque le respetamos. Y déjeme decirle algo: se ha ganado nuestro respeto. ¿Se imagina usted siendo un joven con tal secreto? ¿Se imagina el tipo de personalidad que se necesita para hacer lo que él ha hecho con la Fundación Fordgythe? "

    Mi padre me miro. Creo que todos en la audiencia, en el estudio o en casa, debieron de haber visto cuánto me amaba. Fue vergonzoso, pero yo nunca olvidaré esa mirada.

    "Y usted cree haber pronunciado un poderoso comentario sobre la lotería al traicionar el secreto de este buen corazón. Pero no lo ha hecho en absoluto. Usted piensa que ha demostrado que las personas que ganan la lotería usan el dinero para devolverlo siempre a la comunidad. Pero usted sabe que eso no es cierto. Las personas usan el dinero para lo que quieren usar el dinero. A veces es de gran ayuda para ellos y sus seres queridos. Y a veces destruye sus vidas. Pero eso no tiene nada que ver con por qué me opongo a la lotería. No es por lo que les hace a los ganadores. Es por lo que les hace a los perdedores y por lo que hace la promoción de la lotería a nuestra idea de lo que hace nuestro gobierno. Creo que convierte a nuestro gobierno en un casino que está tratando de sacarnos el dinero ganado con tanto esfuerzo. Pero he presentado ese caso aquí esta noche y usted ha elegido ignorarlo. En cambio, ha preferido traicionar el secreto del niño con el corazón más grande que jamás tendrá el privilegio de conocer".

    Pero él no había terminado.

    "Déjeme aclarar aquí esta noche, señor Loy, que usted ve a mi hijo como un argumento que puede usar a su favor. Eso es todo lo que él es para usted. Pero el argumento ni siquiera funciona. El hecho es que lo que mi hijo ha hecho es realmente excepcional. ¿Quién de nosotros, si hubiéramos ganado todo ese dinero, pensaría únicamente en cómo podría regalarlo? ¿Quién encontraría, en su riqueza, una conexión con los más pobres, los más débiles, los que más necesitan ayuda? ¿Podría usted, señor Loy? ¿Sr. Loy? ¿Con todas sus riquezas? No necesita responder a eso. El hecho es que mi hijo es uno entre ciento once millones. Y por tanto, no puede usarlo como argumento a favor de la lotería. Él es excepcional. Eso significa que él es lo que generalmente no sucede cuando la gente gana la lotería".

    Papá continuó: "Él es mi hijo, Sr. Loy, y usted y esta comunidad tienen suerte de que el ganador haya sido él. Y nosotros somos los padres más afortunados del mundo, no porque nuestro hijo haya ganado la lotería sino porque tenemos un hijo como él. Y, no, Sr. Loy, su asombroso descubrimiento no me hace cambiar de opinión".

    Creo que hubo aplausos. Probablemente muchos. Sé que hubo muchos abrazos. Recuerdo haber abrazado a la señora Fordgythe y sólo haber abarcado un tercio de todo el camino a su alrededor. Y recuerdo que el mayor abrazo vino de mi padre y que como yo no subí al escenario, creo que el debate debió de haber terminado en aquel punto.

    Sin embargo, recuerdo algo muy claramente. Recuerdo que Maddie dijo: “Vaya. Demasiado tarde."

Capítulo 25

    “¿Cómo lo supisteis?” ¿Qué otra cosa iba a preguntar? ¿Cómo está el clima? ¿Conoces la primera isla del Pacífico en la que Magallanes se detuvo durante su valiente circunnavegación del globo?

    Mis padres nos habían llevado a mí y a la señora Fordgythe fuera del estudio antes de que la prensa pudiera atraparnos. Subimos a un taxi e íbamos a la estación de tren, cuando mi madre dijo: "La prensa nos estará esperando allí". Mis padres se miraron, se encogieron de hombros y le dijeron al taxista que nos llevara. todo el camino a casa. ¿Por qué no?

    Mi madre dijo: “Empecé a sospechar la semana pasada debido al tipo de personas que estaban recibiendo donaciones. Parecía que muchos lugares que preocupan a nuestra familia estaban recibiendo dinero de la Fundación Fordgythe". Por alguna razón, me acordé de la historia del vaquero del Sr. Sadler: "Conozca a la gente..." Por supuesto, a veces las personas que no conoces también necesitan dinero.

    “Por supuesto”, dijo mi madre, “aquello fue solo una corazonada. No pensé que realmente pudiera ser verdad porque, bueno, todo era demasiado. Estableciste una base. Estabas dirigiendo una organización benéfica al completo."

    "¿Y cómo lo resolviste?"

    “Un artículo en el periódico decía que los paquetes de dinero estaban atados con hilo rosa y morado con pequeñas motas brillantes. ¿Crees que no iba a reconocer mi propio hilo, Jake?"

    "¡Oh!", dije.

    "Entonces le pregunté a Ari".

    "¡No!"

    "Pero él no me dijo nada. Así que le pregunté a Mimi".

    "¿Mimi me delató?"

    "Bueno, sí. Pero solo después de decirle que haría todo lo posible por mantenerlo en secreto, y después de decirle lo orgullosa que estaba de ti".

    "Entonces, ¿cuándo se lo dijiste a papá?"

    "Ayer. Tenía que hacerlo. Sabía que el Sr. Loy estaba tramando algo. Ese horrible de Matt estaba husmeando. Creo que te estaba siguiendo."

    "Le pillé la semana pasada, pero se trataba de una cuchara perdida en la casa de los Loys". Mis padres parecieron perplejos. "Es una larga historia."

    “Bueno”, dijo mi madre, “creo que Matt puede no haberte dicho toda la verdad. Lo vi siguiéndote el sábado por la tarde."

    “Debe de habernos visto en la ciudad. Regalamos un montón de dinero el sábado por la noche".

    "Y nosotros pensamos que estabas desperdiciando calderilla en el Arcade", dijo mi padre.

    "Oh, también hicimos eso".

    Dejamos a la señora Fordgythe en su casa. Era más como una mansión. El camino de entrada seguía y seguía, lo suficiente como para necesitar señales de tráfico. Yo salí del taxi con ella.

    "Estoy tan orgullosa de ti, muchacho", dijo ella con su sombrero bloqueando toda la luna y la mitad de las estrellas. Sostuvo mi mano en una de las suyas y la palmeó con la otra.

    "Eres como mi hada madrina", le dije yo.

    "No existe tal cosa". Me miró directamente a los ojos y ya no parecía tan soñadora. "Pero si lo fuera, yo no habría sido sólo tu hada madrina. ¿No habría sido en realidad el hada madrina de todas las personas a las que ayudaste y de todas las personas a las que vas a ayudar?"

    Fue entonces cuando lloré. Ella me dio otro montañoso abrazo. "Espero verte crecer", dijo. “Lo espero con ansias”.

    Bueno, aquí está el resto de lo que sucedió.

    Fui entrevistado por todos los periódicos y programas de televisión del planeta y posiblemente algunos de otros planetas, pues eso explicaría algunas de las extrañas preguntas que me hicieron.

    Mi madre se convirtió en directora de la Fundación Fordgythe. La Sra. Minden fue la segunda persona a cargo. Este era un trabajo a tiempo completo, así que ella renunció a su trabajo en el banco.

    Mi padre todavía edita La Gace porque eso es lo que le gusta hacer. También disfruta del programa semanal de noticias que tiene en la cadena de televisión. Laurie es su productora.

    La Gace es ahora el periódico número uno en la región. El Registro todavía está presente, pero ya no tiene el viejo empuje. El Sr. Loy ya no tiene mucho que ver con el periódico. Se mantiene ocupado con el otros millar de negocios que posee. Pero está seguro de que no se presentará para gobernador a corto plazo.

    Poco después de que mi madre se convirtiera en la directora de la Fundación, tuvimos una gran reunión familiar con la Sra. Fordgythe, Ari y Mimi. También vino una mujer que lo sabía todo sobre cómo administrar dinero; La Sra. Harrigan la recomendó en el banco. Nos reunimos para hablar sobre cómo queríamos que la Fundación gastara su dinero. El principio básico que se nos ocurrió es simple: debemos gastarlo donde sea más beneficioso. Simple de decir pero realmente difícil de poner en práctica. Decidimos que queríamos seguir gastando algo en nuestra ciudad porque esas personas son las más cercanas a nosotros, y no solo en términos de distancia, sino que también deberíamos considerar donar dinero en otras partes del mundo.

    Esa conversación se ha convertido en lo que parece ser, literalmente, toda una vida de conversaciones sobre cómo podemos gastar mejor el dinero que gané por accidente, el que yo no hice nada para ganar y que no merecemos. No creo que haya ningún tema más interesante. Pero también es difícil porque significa aprender sobre el sufrimiento que padece gran parte del mundo todos los días. Peor aún, significa elegir no ayudar a algunas personas que lo merecen porque, si bien $100,000,000 es mucho dinero, no es nada comparado con la cantidad de dinero que el mundo necesita.

    Decidimos que dado que gran parte del peor sufrimiento está fuera de este país, también deberíamos estar ayudando allí. Por eso hemos estado actuando en todo el mundo. Y mi familia ha descubierto que nos encanta viajar. A menudo, nuestros viajes nos llevan a lugares que te entristecen y que te avergüenzan a veces de ser miembros de una especie que permite que suceda tal sufrimiento, pero también hacemos viajes por diversión. Vivimos en casa como siempre lo hemos hecho, pero viajamos como personas ricas.

    Por supuesto, ahora que no tengo que ocultar mi dinero a mis padres, también puedo gastarlo más en mí mismo. Pero no me gusta gastar dinero. Sé que suena extraño, pero cuando te das cuenta de que tienes suficiente para comprar lo que quieras, no hay mucha emoción en comprar cosas. Así que ahora tengo un acuario tan grande que tenemos que mantenerlo en la sala de estar, y tiene algunos peces muy bonitos. Además, poseo casi todos los videojuegos casi antes de que hayan salido. Y Los Escúteres es una de las bandas mejor equipadas. Desafortunadamente, todavía suena mal. Pero aparte de eso, tener sólo cosas no me hace feliz. Por eso no compro muchas cosas.

    El dinero de Maddie está en el banco. Cuando tenga la edad suficiente, tendrá su propia base. Ella aún no sabe nada de eso. Todavía está encantada de tener diez dólares.

    Mimi y Ari pensaron que podrían convertirse en novios ahora que Ari ha dejado de obligarse a ser tan Ari. Luego se miraron, se rieron y volvieron a ser dos de los tres mejores amigos que hayan existido.

    Ciertamente somos más populares de lo que éramos antes de convertirnos en tres de los mejores amigos más ricos que jamás hayan existido. Los niños saben quienes somos. Asienten con la cabeza cuando nos ven en el pasillo. Nos invitan a fiestas. Pero no podemos saber cuánto de ello se debe al dinero. Así que ahora somos populares, pero no significa nada para nosotros. La cuestión es que creo que la popularidad siempre es así: las razones por las que las personas se vuelven populares son demasiado extrañas y confusas para que la popularidad sea un medio que diga algo real sobre ti.

    ¿Y qué hay de la lotería como tal?

    Debido a toda la publicidad en torno a mi gran victoria, la cuestión de si debería haber una lotería se propuso como voto electoral para que en las próximas elecciones, todos pudieran votar si el estado debería renunciar a ella. Mi padre pasó la mayor parte de dos meses dando vueltas por el estado dando discursos contra la lotería. En la noche de las elecciones, todos nos quedamos despiertos hasta tarde para ver los resultados. Y fue un desastre: la gente de nuestro estado votó abrumadoramente para seguir teniendo una lotería.

    Yo estaba decepcionado. ¿Pero quién era yo para quejarme?

FIN

Sobre el Autor

    Desde los primeros días de la Web, David Weinberger, Ph.D., ha sido un líder de pensamiento pionero sobre el efecto de Internet en nuestras vidas, nuestros negocios y, sobre todo, en nuestras ideas. Ha contribuido en una gama notablemente amplia de campos, desde marketing hasta bibliotecas, política y periodismo, y más. Y ha contribuido de una manera notablemente amplia de formas, como autor de libros que han marcado la diferencia; un escritor para revistas de Wired, Scientific American y Harvard Business Review para TV Guide; un aclamado orador principal en todo el mundo; un vicepresidente de marketing estratégico y consultor; un profesor; un asesor de Internet para campañas presidenciales; un emprendedor de redes sociales temprano; el codirector de un innovador laboratorio de innovación de bibliotecas; un investigador principal en el Centro Berkman Klein de Internet y Sociedad de Harvard; miembro del Centro Harvard Shorenstein para Medios, Política y Políticas Públicas; un becario Franklin en el Departamento de Estado de los Estados Unidos; un escritor residente en un grupo de investigación de aprendizaje automático de Google; y siempre un apasionado defensor de un Internet abierto. El doctorado del Dr. Weinberger es en filosofía de la Universidad de Toronto.